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Gildardo M agaña

ASÍ n ació la
DIVISIÓN DEL NODIE

cuadernos mexicanos
$ 6.00
Así nació la División del Norte
La destacada participación de Pancho Villa en los combates
contra la dictadura de Porfirio Díaz hubiese bastado para que la
historia consignara su lealtad a los pobres del campo y el genio
militar con que supo servirlos. Pero la restauración de la dicta­
dura en la persona de Victoriano Huerta obligó al Centauro del
Norte a rendir nuevos testimonios de su firmeza en el campo de
batalla. Villa realizó una de las hazañas militares más grandes
de la Revolución: formar, empézando con un reducido grupo de
guerrilleros perseguidos, un ejército de miles de campesinos.
La narración que da título a este volumen relata las dificultades
militares y las privaciones que afrontó en su nacimiento la
División del Norte. Resalta en ella la figura de Francisco Villa
impartiendo justicia, uniendo a los trabajadores del campo y
estimulando el valor de quienes lo siguieron como jefe.
Crónica redactada desde las filas del Ejército Libertador del
Sur, Así nació la División del Norte es un homenaje a ésta del
pueblo suriano, que nos muestra con sencillez lo que opinan los
campesinos de México, nos recuerda contra qué se levantaron y
nos enseña —en parte— cómo lograron conmover a la nación, a
pesar de su final derrota.

Así nació la División del Norte está tomada de la obra recono­


cida como la memoria auténtica de la revolución suriana:
Emiliano Zapata y el agrarismo en México ,* magna empresa
iniciada por el general Gildardo Magaña (18807-1939), uno de
los jefes más admirados por las milicias zapatistas, a las cuales
reorganizó y dirigió, llenando el vacío producido por el asesinato
de Emiliano Zapata.

'E n 1979 la C om isión p a ra la C onm em oración d e l Centenario d e l N a ta licio d e l


G eneral E m iliano Zapata reeditó, actualizando la ortografía d e l texto, los cin co
tom os origina le s.

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Así nació la División del Norte
Los primero» nueve hombres nada e hicieron, por ello, la exhibi­
ción de los elementos que lleva­
Nueve individuos formaron el ban consigo: medio kilo de café,
grupo inicial de la que más tarde uno de azúcar, una pequeña bolsa
fue poderosa División del Norte: con sal, sendos rifles 30-30 y una
Francisco Villa, Juan Dosal, Pedro dotación de quinientos tiros por
Z ap iáin, Darío Silva, Pascual plaza; pero no fue posible reunir
Átvarez Tostado, Manuel Ochoa, un peso entre todos, y para de-
Tomás Morales, Miguel Saavedra sésperación de lós fumadores, no
y Carlos Jáuregui. Éste había llevaban cigarros ni cerillos.
proporcionado a Villa los medios Era tan insignificante el grupo
para evadirse de la prisión militar que ni siquiera llamó la atención
de Santiago y permanecía a su de una patrulla de rurales que
lado con absoluta lealtad. pasó cerca, precisamente en los
Nadie poseía recursos pecunia­ momentos en que se estaba
rios, y para iniciar sus caminatas, haciendo la exhibición de los
que todos presentían largas y difí­ elemento^.
ciles, solamente Silva, Zapiáin y Emprendieron la marcha. A las
Jáuregui estaban montados en doce de la noche llegaron al
caballos de los que se habían rancho de Flores, cerca de La
apoderado en El Paso, Texas. Mesa, y allí se detuvieron para
Iban a emprender la primera jor­ no causar sorpresa a los habitan­
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tes. Poco después siguieron su quitando la bala a uno de los
camino, sigilosos, hacia las estri­ cartuchos, d io el contenido a
baciones de la Sierra de Samala- Jáuregui, diciéndole que aquello
yuca, y al amanecer llegaron al no sería lo que esperaba ni lo
rancho del Ojo de Agua, que Villa que acostumbran los atletas en
creía guarnecido por ser el único casos semejantes, pero que le
lugar que en los contornos posee haría bien. Así fue. La vida azaro­
ese líquido. En la creencia de sa del guerrillero le había enseña­
que había un destacamento, Villa do lo que Jáuregui, y quizás todos
ordenó a sus acompañantes que sus compañeros, desconocía.
se abrieran en línea de tiradores
y que avanzaran hasta las casu- Un ardid de ViNa
chas del rancho; pero vieron con
sorpresa que nadie los detuvo. La vida citadina que había llevado
Allí tomaron alimento, que nadie Jáuregui le hacía insoportable la
pagó; pero ofrecieron pagar a marcha bajo el sol ardiente, sin
vuelta de fortuna. Continuaron agua, sin alimentos y con la
hacia los médanos sin encontrar necesidad de caminar al paso del
durante todo el día a un ser vi­ caballo de su jefe. Queriendo éste
viente. que sacara fuerzas de flaqueza,
Al obscurecer, Carlos Jáuregui se valió de una estratagema, que
tuvo que decir a Villa que no consistió en interrogar a Morales
soportaba la sed; el guerrillero, si se había fijado en las huellas

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que había en el camino.
— Son berrendos —contestó el
aludido.
Villa, dirigiéndose a Jáuregui,
le dijo que no tenía idea de lo
peligroso de esos animales, y
pues se hallaban en una región
en que los había, era necesario
tomar todas las precauciones. Di­
rigiéndose al grupo le ordenó
preparar las armas y disponerse
a una embestida de los berrendos.
Jáuregui olvidó instantáneamente
el estado lamentable en que se
hallaba y fijó su atención en el
peligro que se cernía, según su
jefe. Poco habían caminado cuando
oyeron a retaguardia los disparos
y el grito de Morales:
— ¡Los berrendos!
Oír ei grito, espolear su cabal­
gadura y adelantar al grupo fue
todo uno por parte de Jáuregui; Soldados federales
pero dándose cuenta de las risas rumbo al norte
de sus compañeros, comprendió
el objeto que se había propuesto que se le pidiese su consenti­
Villa, templó su ánimo, dominó al miento cuando alguna soltera de
cansancio y ya no tuvo miedo a la hacienda iba a contraer matri­
los berrendos. monio y que, al dar su anuencia,
era siempre con la condición de
que pasara la primera noche de
Primer acto de justicia desposada con él. Esta afrenta
revolucionaría había acumulado odios y deseos
de venganza.
Esa noche llegaron a la hacienda Algunos de los peones, a su
de El Carmen, propiedad de don vez, informaron que en un lugar
Luis Terrazas. Villa mandó traer a no muy distante había una cruz
su presencia al administrador, así de manzanillo que se utilizaba
como a los peones y empleados para amarrar a los hombres que
de la finca, a quienes interrogó si cometían una falta en el trabajo o
tenían alguna queja que exponer algún acto que disgustaba al
en contra de sus patrones y capa­ administrador. Se les azotaba, ya
taces, exhortándolos a que ha­ amarrados, hasta dejarlos sin
blasen sin temores. sentido, pues tal era la “justicia”
Varios señores que estaban que allí se impartía.
presentes informaron que el admi­ Otros informaron que permane­
nistrador era un hombre cruel, que cían en la hacienda contra su
había impuesto la costumbre de voluntad, pues no podían liquidar
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las deudas que hablan pasado de la Revolución, su sentencia
íntegramente de padres a hijos, y fría, seca, inapelable, intransferible,
los retenían esclavizados, bajo el y fueron ejecutados el administra­
látigo de los capataces y la tiranía dor y un empleado de apellido
del administrador. Salvatierra, su más fiel y ciego
El duro semblante de Francisco instrumento.
V illa se obscureció al oír aquellas Arengó a los peones, los exhortó
quejas, ya sabidas, sin duda, que a que nombraran libremente a sus
salían de tas almas doloridas y autoridades, que no habían tenido;
sedientas de ju s tic ia . Pasó su destruyó los libros en que apare­
mirada por el grupo que formaban cían las viejas cuentas de los
el administrador, los empleados, trabajadores y entregó a las auto­
los peones y los contados hombres ridades nombradas las llaves de
que entonces lo seguían. Interrogó la hacienda, de la tienda de raya,
al administrador, quien no pudo de las bodegas y las trojes,
negar los cargos en presencia de diciéndoles que de éstas tomaran
sus víctimas, y éstas ratificaron lo necesario para su subsistencia,
las tremendas acusaciones con pues lo que a llí había era el pro­
un murmullo de tempestad. ducto de los peones mal pagados
El guerrillero irguió su figura, y y a ellos correspondía la prioridad
ante aquel conjunto de hombres en el uso de lo producido.
que se hallaban pendientes de Aun cuando los actos de Villa
sus labios pronunció, en nombre fueran de la más pura justicia so­

Entrada de Madero a la Ciudad de México, (Grabado de L. Méndez)


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cial, el guerrillero estaba triste, En la tarde llegaron a la hacien­
mudo; su actitud hizo que sus da de Las Ánimas, en donde no
acompañantes guardaran un res­ fu e p osible repetir las mismas
petuoso silencio, pues en el alma escenas de justicia sin expedien­
de cada uno se desataba una tes, porque un caporal informó
tempestad de emociones. * que la columna de un ladrón nor­
Abandonaron la hacienda al teamericano apodado Kid Porras
amanecer, despedidos por aque­ acababa de saquear e incendiar
llos hombres y mujeres que hasta las haciendas de La Capilla y
el día anterior habían constituido Las Maravillas y que, acompañado
un rebaño sumiso a la voluntad de trescientos forajidos, se dirigía
de un hombre. Villa había reco­ a Las Ánimas para hacer otro tanto.
brado su habitual aspecto y su Villa subió a la azotea de la
semblante se iluminó cuando los finca y pudo cerciorarse de que,
peones y sus familiares prorrum­ en efecto, iban aquellos hombres
pieron en voces de entusiasmo, al lugar en que se hallaba. Ru­
lanzadas con toda la fuerza de giendo de coraje, mirando al grupo
su agradecimiento: que lo acom pañaba como si
-T-^Viva Villa, y que Dios lo quisiera que cada individuo se
proteja! convirtiera en legión, tuvo que
salir de Las Ánimas y encaminar
Otros actos de justicia social sus pasos a las inmediaciones de
El Saucito, donde pernoctó, recor­
San Lorenzo, otra hacienda del dando que en ese lugar había
mismo propietario (don Luis Te­ encontrado albergue don Francisco
rrazas), fue visitada ese día por I. Madero poco antes del combate
Francisco Villa. Allí se repitieron de Casas Grandes.
las escenas de la anterior, con el
epílogo de la ejecución de varios En San Andrés de la Sierra
capataces, la entrega de las llaves
a las autoridades y la exhortación El germen de la futura División
a los peones de que usaran pon­ del Norte abandonó las inmedia­
deradamente de los elementos de ciones de El Saucito al despuntar
vida que había y necesitaban. la áurora y se encaminó a San
En San Lorenzo remudaron Ahdrés de la Sierra, en donde el
caballos, pues el estado de los guerrillero tenía algunas propie­
que llevaban era lastimoso. Al oír dades y lo esperaba su esposa,
allí las injusticias cometidas por doña Luz Corral de Villa.
los capataces y empleados, Villa Algunos vecinos que se encon­
pronunció el nombre del general traban en las primeras casas de
Zapata como una evocación. ¿Fue la población vieron aproximarse
porque comprendió en toda su aquella caravana, con indiferen­
magnitud la justicia del movimiento cia unos, con curiosidad otros y
del Sur? ¿Acaso pensó en que con sorpresa los más, pues reco­
otro hombre, salido de la misma nocieron a quien encabezaba
capa social, trataba de acabar el reducido número de hombres.
con el estado de cosas impuesto Desde lejos había clavado Villa
por el latifundismo? su mirada en el pueblo, y así que
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estuvo a distancia en que su voz te nombrados retrocedieron para
pudiera ser oída por quienes lo simular que transmitían las dis­
miraban llegar, espoleó su caba­ posiciones y se ejecutaba lo
llo y con tono imperativo dijo: mandado, mientras que Jáuregui
— ¡Coronel Dosal: avance por y Silva se dirigieron a la estación
la derecha con trescientos hom­ para llevar a cabo la consigna
bres! ¡Coronel Saavedra; tome recibida.
doscientos hombres y avance Se disolvieron los grupos de
por el flanco izquierdo! ¡Coroneles vecinos que habían oído las órde­
Ochoa y Tostado: ordenen a sus nes y esparcieron por la población
fuerzas que avancen por el centro! la noticia de la llegada de Villa,
¡Subtenientes Silva y Jáuregui: noticia que se propagó con rapi­
vayan a la estación, aprehendan dez, mientras que el general en
al telegrafista y condúzcanlo a mi jefe de aquella imaginaria tropa
presencia en la presidencia muni­ se dirigió a la presidencia muni­
cipal, donde los espero! cipal, como lo había dicho.
Las intempestivas órdenes cau­
saron sorpresa entre los acom­ Conferencia telefónica
pañantes de Francisco Villa, pues, entre Villa y Rábago
sin explicaciones previas, no
alcanzaban a comprender el por­ El telegrafista de la estación, lla­
qué de ellas y menos aún cómo mado Carlos Domínguez, estaba
cumpiirlas. Los cuatro primeramen­ transmitiendo un comunicado re-

Tallér de Benjamín Aranda, donde fabricaban municiones para la


División del Norte
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lativo al servicio de los trenes do estuviera dispuesto dicho
cuando se presentaron los subte- general, para que Villa fuese a la
nientes Silva y Jáuregui para de­ estación a sostener la conferencia.
tenerlo. Ignoraba la llegada del Tranquilo ya el señor Domín­
guerrillero; pero siendo conoce­ guez, pero siempre bajo la vigi­
dor de sus hazañas, y oída la lancia de los subtenientes, volvió
orden que se le transmitió, hubo a la oficina y puso manos a la
de suspender su ocupación, pre­ obra, logrando comunicación con
sa de pánico, y suplicó que no lo el general Rábago y que éste di­
detuvieran, pues nada había hecho jera desde Chihuahua estar pres­
que mereciera tal cosa. Los apre- to a oír lo que el general Villa
hensores procuraron infundirle quería decirle; pero en vez de te­
confianza y lo condujeron a la legráfica, la conferencia sería de
presencia de Villa, ante quien viva voz, por telegráfono, lo cual
imploró compasión. Complacido comunicó Silva a Villa, a quien
Villa por la actitud del telegrafista, agradó el medio de comunicarse
íe aseguró que nada le sucedería con el general Rábago.
a condición de que volviese a su Ya en la oficina telegráfica de
oficina y con toda actividad so­ la estación y puestos al habla los
licitara una conferencia telegráfica dos lejanos interlocutores, Villa
con el general Rábago, coman­ inició el siguiente diálogo:
dante militar del estado de Chi­ —Gusto en saludarlo, general
huahua; pero debía dar aviso cuan­ Rábago.

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— Igualmente, honorario Villa.* encontramos para ajustar cuentas.
¿Qué actitud asume usted y dón­ —Honorario Villa, usted está en
de está? un error creyendo que el gobierno
—Pues por la prensa y otros lo considera enemigo. El señor
conductos he sabido que se esta­ Presidente de la República, don
ba tratando de extraditarme y Victoriano Huerta, no ha pensado
quise evitarles esa molestia; por extraditar a usted, sino que su­
eso he venido. poniendo que vendría por estos
—Nada hay de extradición, ho­ lugares, me ha transmitido sus
norario Villa; no considera el go­ órdenes y me ha autorizado para
bierno a usted como su enemigo. ofrecerle el grado de general
—Tenemos cuentas pendientes, efectivo en el Ejército y cien mil
general Rábago. Lo invito a que pesos si depone usted su actitud
salga usted de Chihuahua con y se une al gobierno, en el caso
tres mil hombres de las tres ar­ de que como rebelde se encuen­
mas y que me diga dónde nos tre usted en el estado.
—Pues diga usted a Huerta que
el grado no lo necesito, y por lo
del dinero, es mejor que se tome
"Se reco rd ará que don Francisco I. Madero de aguardiente los cien mil pesos.
nombró a Francisco V illa general honorario,
para no lastimar a los federales, quienes con­
En cuanto a usted...
sideraban al guerrillero como un bandido, y no Y la conferencia, más bien reto,
deseaban que figurase en las filas del Ejército. quedó cortada.
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Salida de San Andrés

De la estación, en donde queda­


ron asombrados el telegrafista
y quienes se dieron cuenta de
la conferencia, regresó Villa a la
presidencia municipal; luego se
dirigió a su casa, acompañado
de algunos amigos, para desen­
terrar unas cajas que contenían
armas y parque.
Al ejecutar esa operación, los
que formaban parte del grupo de
acompañantes de Villa se dieron
cuenta de que había en San Andrés
una guarnición federal —doscien­
tos hombres— y que estaban
ocupadas algunas alturas, princi­
palmente las torres del templo.
Quizá Villa había visto, desde que
se aproximaba a la población, a
los federales que la guarnecían,
pues no prestó gran importancia Aduana de Ciudad Juárez,
a lo que sobre ellos le decían cuartel de la revolución maderista
sus acompañantes, quienes tuvie­
ron que asumir una actitud idéntica que salió precipitadam ente de
a la de su jefe. San Andrés.
En cuanto a los federales, parece Veremos más adelante cómo el
increíble que se hubieran limitado destacamento cobró cara la burla
a observar. ¿Se debió a que ig­ de que fue objeto.
noraban la condición de rebelde
de Villa? ¿Tenían instrucciones Confesión y penitencia
del comandante militar, relacio­
nadas con las proposiciones que De San Andrés de la Sierra si­
por telegráfono le hizo? ¿Fue la guieron hacia Chavarría, distante
conferencia con el comandante como seis leguas; allí se alojaron
militar la que detuvo a los federa­ en la casa de los hermanos Rivera,
les en la suposición de que Villa y al día siguiente enviaron propios
estaba al lado del gobierno? a San Juan de la Santa Veracruz,
¿Esperaban ser atacados por los a Satevó, a Los Ladrones y a
centenares de hombres que Villa Tres Hermanos, avisando a los
había mencionado en sus órdenes? amigos de Villa su arribo e invi­
Todo es posible; pero al darse tándolos a unirse al grupo. Allí se
cuenta de lo que el guerrillero incorporaron los señores Antonio
acababa de hacer y de que la e Hipólito Villa, José Ruiz, Cosme
imaginaria tropa no aparecía por Hernández y los hermanos Nájera,
las inmediaciones, abrieron los con cuyos contingentes la columna
federales el fuego sobre el grupo, ascendió a ciento cincuenta hom­
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bres armados y montados. la atención de los moradores de
Con una tranquilidad que podía Satevó y de quienes a llí se en­
ser la de un desequilibrado o la contraban con m otivo de las
de un valiente hasta la temeridad, ceremonias religiosas de la Sema­
Villa esperó el paso de los trenes, na Mayor. Al saberse que Villa
suponiendo que el general Rábago encabezaba a los recién llegados,
destacaría fuerzas en su persecu­ acudieron a saludarlo sus amigos
ción; pero tras una larga espera y simpatizadores.
de cuatro días abandonó Chava­ Entre las personas que hacían
rria y sa lió a Los Ladrones, en­ esfuerzos para acercarse al gue­
contrando en el camino a quince rrillero estaba una joven de fac­
p a rtid a rio s suyos que habían ciones delicadas, que llevaba en
atacado al destacamento federal sus brazos a un niño. Su presencia
en el puente de Ortiz y se apode­ y los esfuerzos para abrirse paso
raron de sus armas y municiones. fueron notados por Villa, quien,
Con esos nuevos elem entos sin esperar a que estuviera cerca
salieron de Los Ladrones a Satevó, levantó la voz y dijo:
en donde hicieron su entrada el — M atilde, m uchachita, ¿qué
Viernes Santo, 19 de marzo, y se andas haciendo y qué traes en
alojaron en la casa del presidente tus brazos? ¿Ya te casaste?
municipal, don Antonio Valderrama. —General —repuso la aludida—
La presencia de aquella fuerza conozca usted a mi hijo.
revolucionaria, reducida aún, atrajo Y le m ostró a un pequeño, dé

Madero y Carranza en Ciudad Juárez


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quien llamaban la atención sus Volviéndose hacia donde se ha­
graneles orejas. llaba uno de sus inseparables,
—¿Y qué pasó? —volvió a decir Darío Silva, a quien Villa designaba
Villa. cariñosamente por Don Diario, le
— Pues nada, general; que el ordenó:
señor cura, don José Domínguez —Vaya usted inmediatamente al
Peña, me llevó a la sacristía y me templo y tráigame al cura para
dijo que nunca me dejara hacer averiguar lo que haya de cierto.
lo que él me hizo allí durante Silva obedeció. Acompañado de
varias semanas, y... aquí está el cinco soldados se encaminó al
resultado; pero él dice que esta templo, henchido en esos momen­
criatura es de usted o de alguno tos por ser, como dijimos, Viernes
de sus soldados. Santo. Cuando Silva y los solda­
Aquellas palabras, dichas entre dos entraron al templo, el párroco
sollozos, con acento de sinceri­ ocupaba el pulpito y en un tópico
dad, en presencia de cuantos allí de su sermón describía las terri­
estaban y con la intención de bles escenas del juicio final.
encontrar un apoyo, produjeron Subió Don Diario las gradas del
fuerte conmoción en el ánimo de púlpito, y tirando suavemente de
Villa, por lo cual la sonrisa con la sotana del sacerdote, le comu­
que había acogido a Matilde se nicó la orden que llevaba.
transformó en una mueca que dio —Joven oficial —dijo el cura—,
a su fisonomía un aspecto terrífico. lo siento mucho; pero en estos

Villa y Pascual Orozco entre otros jefes revolucionarios


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momentos me es imposible porque tiempo al estudio para llevar por
estoy en el ejercicio de mi minis­ buen camino al rebaño que se
terio. Ai mediodía iré a ver al nos ha confiado.
señor general Villa. — Si es así —volvió a decir
Insistió Silva haciendo ver al Villa—, dígame si en los libros
eclesiá stico que la orden era que ha leído hay un relato de
terminante e inaplazable, por lo que un perro, un cerdo u otro
que ambos descendieron del pul­ animal cualquiera desconozca a
pito, tras de mascullar el sacerdote sus hijos, los abandone y los
un rezo en latín. Al salir del templo niegue.
se le hizo ocupar el centro de la —No, señor general —repuso
escolta, hecho que produjo cons­ el sacerdote— ; ni el cerdo, ni el
ternación y algunos desmayos perro, ni la pantera desconocen a
entre las humildes mujeres que sus hijos, porque hay lazos de la
allí se encontraban. Seguidos de sangre que los unen estrecha­
muchas personas llegaron a la mente.
presencia de Villa, quien saludó — Pues usted es peor que la
al sacerdote con estas palabras: pantera, el cerdo y el perro, toda
—Señor cura: ¿ha leído usted vez que esa criatura que tiene
mucho? Matilde en sus brazos es hijo suyo
—Señor general —contestó el — dijo Villa apenas conteniéndo­
aludido—, nosotros tenemos que se— . Le doy diez minutos para
dedicar una gran parte de nuestro que arregle sus asuntos, pues voy
a mandar que lo fusilen.
Las últim as palabras hacen
p a lid e ce r al sacerdote, quien
suplica, ruega, implora. No niega,
en presencia de quienes allí están,
que el niño es hijo suyo; pero
dirigiéndose a la madre le dice
que a ella le consta que siempre
le ha tenido gran afecto. Villa
permanece inflexible, pasando su
mirada por el grupo que forman
las personas atraídas por la cu­
riosidad; luego, alternativamente,
mira al eclesiástico, a la madre
del niño y a la escolta. Cerca de
Villa hay un silencio sepulcral;
mas entre las personas que están
poco distantes comienza a levan­
tarse un murmullo, al que domina
la voz del guerrillero. Éste, diri­
giéndose a Matilde, le pregunta:
—¿No dices que el señor cura
ha dicho que tu hijo es mío o de
alguno de mis soldados?
Maclovio Herrera —No sólo eso —contesta con
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prontitud la madre— , sino que
también me ha echado al pueblo
encim a para que me apedree,
pues asegura que yo he querido
cubrir mi pecado con la sotana
de un santo.
— ¡Diez minutos tiene usted para
arreglar su testamento! —dijo Villa,
en tono enérgico, al sacerdote.
La faz de éste se ha vuelto
lívida; sus labios tiemblan. Hay
expectación y nadie se atreve a
hablar, pues todos conocen la in-
flexibilidad del guerrillero. Cuando
el desenlace parece inevitable,
se adelanta Darío Silva hacia su
jefe y le propone que conmute la
pena por la de que el párroco
haga confesión plena y pública
de su falta. Villa lo admite con
elogios para el proponente, al que
ordena que comunique la propo­
sición al sacerdote, quien acepta
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con muestras de regocijo. hacerla madre; reconoció como
Se anuncia entonces que el suyo al hijo de la joven, para
párroco haría la confesión pública quien pidió que no se le siguiera
de su pecado y que, por lo tanto, viendo mal; explicó que había
se reunieran los vecinos del pue­ negado su culpa en un principio
blo y las demás personas que para evitar que sus feligreses le
a llí estaban con m otivo de la perdieran la confianza y terminó
Semana Mayor, a las cinco y me­ diciendo que el sacerdote, por el
d ia de la tarde, en la plaza hecho de serlo, no dejaba de ser
pública. hombre como otro cualquiera, mu­
El inusitado acto llevó al lugar chas veces más perverso, por es­
señalado a gran número de curio­ tar obligado a guardar las apa­
sos, y a la hora dicha se formó la riencias de honestidad, de castidad
escolta que condujo al párroco, y de templanza. Pidió, por último,
quien hizo su aparición en el que los allí presentes le impusie­
quiosco, sacó de sus bolsillos un ran la penitencia que su pecado
pañuelo, musitó algunas oraciones mereciese.
y se dirigió a los presentes con Asombro causó la confesión,
voz entrecortada por los sollozos. pero nadie alzó la voz; nadie exi­
Su confesión fue am plia, si gió una reparación al daño que
bien cargando al “espíritu malig­ M atilde había recibido; a nadie
no" el haber encendido su carne preocupó el futuro del infeliz niño,
y la seducción de Matilde hasta traído al mundo por la liviandad

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—llamémosla asir—del señor cura. de costumbre, todos juntos toma­
La pena impuesta por Francisco ban su ración de carne asada y
Villa estaba cumplida, por lo que una taza de atole, la conversación
con lentitud descendió de aquel se hizo viva, pensando en los futu­
confesionario improvisado segui­ ros triunfos que aguardaban a
do del penitente y cuando muchos aquellos hombres decididos. La
de los reunidos no salían aún de alegría se desbordó y los. comen­
su asombro. sales alzaron sus tazas de atole
El sacerdote quedó en absoluta como finas copas de espumoso
libertad; pero el fanatismo pudo vino.
más que la falta, más que la ex­ Abrieron sus corazones, volca­
hibición de una llaga, pues mu­ ron su sentir y se definieron todos.
chas mujeres que acababan de Lucharían hasta morir o vencer.
oír la pública confesión se acer­ Villa también se definió. Evocando
caron al cura para besar sus la memoria de don Francisco I.
manos y su sotana. Rodeado de Madero, a quien tanto había que­
numeroso séquito se dirigió a la rido, dijo que su deber le trazaba
parroquia, mientras la multitud se un derrotero único en aquella
dispersaba; pero esa noche en­ lucha sin cuartel.
fermó el señor cura de fiebre, lo Sin poner en duda las cálidas
que lo condujo al sepulcro cuatro palabras de sus subalternos, pero
días más tarde. sin confiar demasiado en las ex­
Uno de los días en que, como plosiones de su entusiasmo, Fran-

24
Ataque maderista a Ciudad Juárez

cisco Villa les anunció que por la


noche saldrían en busca del
enemigo y que, como resultado,
diría a cada quien lo que, en su
concepto, podría ser en el futuro.

Un presente macabro
En aquellos momentos llegaron
ciento cincuenta hombres que
acababan de tener un encuentro
con fuerzas orozquistas mandadas
por el jefe Yáñez. Dispuso Villa
la salida inmediata para batir esa
fuerza, y serían las once de la
noche cuando abandonaron Tres
Hermanos encaminándose a San
Lorenzo, población en la que se
habían reconcentrado los orozquis­
tas y hacia donde fueron enviados
dos exploradores, que a poco
regresaron para informar que todos
estaban confiados y dormidos. Pascual Orozco
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El grupo de ferroviarios que se tras de cubrir la distancia men­
había unido poco antes y que cionada, llega a Baeza, cerca de
estaba al mando de Manuel Banda, Santa Isabel, poco antes que el
Santiago Ramírez y Manuel Madi- tren de pasajeros. Villa ordena a
naveytia, fue el primero en tomar Zapiáin que detenga el tren colo­
contacto con el enemigo, el cual cándose en medio de la vía con
fue deshecho poco después. Ma- una bandera tricolor; el maquinista
dinaveytia sugirió que los muertos obedece la señal y sube a los
del enemigo se acomodaran en carros un piquete, que minucio­
un carro y que, agregado al tren samente los registra.
de pasajeros, se enviaran a Chi­ Entre los pasajeros viajaba un
huahua como un presente de los señor llamado Isaac Herrera, quien
revolucionarios al general Rábago. había sido presidente municipal
Así se hizo, y, en apariencia, aquel de Bachimba. Personalmente, Juan
presente macabro causó indigna­ Dosal lo bajó del carro en que
ción en los federales; pero fue viajaba, amenazándolo con fusi­
motivo para que el general Rába­ larlo. V illa había seguido con
go ratificara el ofrecimiento hecho toda atención la escena, y acer­
por telegráfono, del grado efectivo cándose al grupo que formaban
en el Ejército y los cien mil pesos Silva, Zapiáin y Jáuregui, les dijo
que se entregarían a Villa en el que se trataba de un enemigo
momento en que depusiera su personal de Dosal, su segundo
actitud rebelde. El guerrillero, no en el mando de la fuerza.
con las palabras candentes que Dosal entregó al señor Herrera
había usado en San Andrés de la
Sierra, pero sí con toda energía,
rechazó la proposición.

Captura de un tren

Los toques de reunión y paso


veloz rompieron el silencio y des­
pertaron a los moradores de la
población. Durante la noche, el
general Villa estuvo recibiendo
enviados; sus inseparables habían
permanecido con él hasta muy
tarde, retirándose uno a uno para
descansar un poco; pero al intem­
pestivo llamamiento militar fueron
los primeros en llegar al lado de
su jefe, quien les dijo, por toda
orden, que tenían dos horas sola­
mente para hacer un recorrido de
doce leguas.
La orden se transmite; pero
nadie sabe hacia dónde irá la
columna, que sale con rapidez, y Un dorado de Villa
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a un grupo de hombres para que destino al extranjero iban cincuen­
lo fusilaran, y Villa dijo con na­ ta barras de plata y diez de oro,
turalidad: bajó prontamente para dar cuenta
—Conste que no es mi víctima a su jefe, quien ordenó al maqui­
ni alguien que con su vida pague nista que en el acto se dirigiera a
cuentas conmigo. San Andrés de la Sierra. San
Dosal, sin retirar la orden de Andrés estaba ahora guarnecido
fusilamiento, explicó que Herrera por sólo cuarenta hombres, quie­
había llegado a Las Chepas, en nes recibieron a la columna con
donde burló a una parienta suya, un nutrido fuego tan pronto como
y añadió: estuvo al alcance de sus armas,
—Al tener el gusto de encon­ siendo tan certeros los disparos
trarlo, me constituyo en su juez y que, desde luego, causaron ex­
lo sentencio. pectación entre los atacantes. Los
Jáuregui fue el único que pro­ dispositivos tomados y las voces
testó; pero Villa permaneció silen­ de mando dadas con toda energía
cioso, y mientras se cumplían las repusieron a la tropa de su sor­
órdenes de Dosal el tren siguió presa, y comenzó el ataque sobre
siendo objeto de un minucioso las posiciones del enemigo, que
registro. se hallaba al mando de los her­
Pablo López hizo que le mos­ manos Murga, a quienes no detuvo
traran cuanto conducía el carro ni la superioridad numérica de
del exprés, y encontrando que con los revolucionarios ni el valor de
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éstos, demostrado en acciones los hermanos Carrera; pero domi­
recientes, de las que ya se tenían nada su posición, las fuerzas
noticias en la comarca. revolucionarias penetraron a la
Ocupando los lugares más con­ casa, en la que aparentemente
venientes para resistir, se habían dormían con tranquilidad dos
aprestado a cobrar muy cara la hombres, cerca de quienes se
cuenta con Francisco Villa. Co­ hallaron rifles embalados y gran
rrespondió al grupo de ferroviarios cantidad de parque, con el cual
enfrentarse con quienes hacían el hubieran ofrecido una resistencia
más certero fuego, mientras que prolongada. Conducidos a la pre­
Silva dinamitaba la casa en que sencia de Villa, los reconoció
se hallaban los hermanos Murga, inmediatamente y les dijo:
cerca de la cual se encontraban — ¡Caciques Carrera, la voz de
atrincherados los hermanos Carrera, su destino los llama!
valientes hasta la locura. —Haga usted de nosotros lo
Serían las cinco de la tarde que se le antoje —repuso uno de
cuando los hermanos Erasmo y ellos— , pues para morir nacimos.
Juan Murga, con la mayor parte — ¡Gracias! —fue la contesta­
de sus hombres, se abrieron ción de Villa, y ordenó el inme­
paso entre los atacantes, que para diato fusilamiento.
esa hora tenían no menos de Pero José Carrera, uno de aque­
cuarenta muertos y cien heridos. llos hombres que se habían batido
Todavía se sostuvieron un poco como fieras, se desplomó al estar

Felipe Ángeles al frente de la caballería de la División del Norte


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frente al pelotón. Viose que había colares y la manera de satisfa­
fallecido cuando no se daban aún cerlas.
las voces de ejecución, y se le Considerando Villa muy alejados
retiró del lugar en el que su her­ de la política a los maestros, les
mano recibió la muerte con gran pidió que le señalaran a las per­
serenidad. sonas más caracterizadas del lu­
gar para designar de entre ellas
Ocupación de San a las autoridades municipales. Al
Nicolás Carretas tener el cambio de impresiones
con el profesorado, Villa se con­
Las fuerzas marcharon a Bustillos movió, y en un arranque dijo:
para dejar en lugar seguro las — ¡Quién fuera zapatero de los
barras de plata y oro que se habían niños para calzarlos!
recogido del tren; de allí siguieron Nadie puso en duda la sinceri­
a San Nicolás Carretas. De entre dad del arranque en aquel corazón
los elementos de mayor confianza, endurecido por la vida y por la
Villa nombró diversas comisiones; lucha.
a una encargó el cierre de las
cantinas; otra visitó las oficinas Un correo del Sur
públicas, y una tercera recibió
instrucciones de llamar al profe­ Se llevó a la presencia de Villa a
sorado para que dijese cuáles un individuo que se decía correo
eran las necesidades de los es­ de las fuerzas del Sur. Parecía
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satisfecho de encontrarse entre mientras las fuerzas comentaban
aquellos luchadores, a los que de diversos modos el suceso, que
miraba con cierta familiaridad en todos había despertado el
no exenta de admiración; pero no deseo de hablar con el compa­
había querido dar pormenores de ñero que de tan lejano lugar había
su comisión, sino que manifestó llegado.
deseos de hablar con el jefe de
las fuerzas. Algunos dudaron. Villa El combate de Conchos
dejó que hablara.
—Soy suriano, señor, de Villa Tras un ligero descanso, y luego
de Ayala —dijo—. Los triunfos de de haber recibido un correo de
sus armas han despertado en Manuel Ochoa, la columna salió
todos nosotros el deseo de cono­ de San Nicolás hacia Conchos,
cerlo de cerca. Señor general Villa, habiendo pernoctado en La Cruz.
¿sabe usted quién es Otilio E. Al amanecer se oyeron disparos
Montaño?, ¿ha oído usted hablar de la artillería federal en su prác­
de Felipe Neri? tica de tiro, por lo que los revolu­
—Para mí son pilares de la cionarios decidieron ocultarse. A
Revolución —contestó Villa—. ¿De la media noche ordenó Villa la
dónde viene usted y cuándo llegó? salida hacia Conchos, adonde
—Soy morelense y llegué ano­ llegaron al amanecer, saludados
che. por el fuego de los federales.
—¿Y quién es Zapata? —pre­ Madinaveytia y Santiago Ramí­
guntó inquisitivamente Villa, du­ rez, con sus ferroviarios, iniciaron
dando que aquel hombre fuese una acometida vigorosa; al gene-
rebelde suriano.
— Es un hombre de cuna humil­
de, como usted —repuso el inter­
pelado—, que conoce las tristezas
que nos afligen y que está en
favor del pueblo humilde.
—¿Y cómo es Emiliano Zapata?
—volvió a preguntar Villa en el
mismo tono inquisitivo.
— ¡Hombre por los cuatro cos­
tados! — repuso el suriano.
— ¡Que Dios bendiga a Emiliano
Zapata! —agregó Villa.
—Sí, señor —dijo el suriano le­
vantando sus ojos iluminados por
una oleada de satisfacción.
—Zapata es hermano mío. ¿Y
qué dice de mí? — preguntó Villa.
—Que el Sur y el Norte deben
darse un abrazo que salvará a la
patria.
Pasaron a tratar el asunto que
motivaba la presencia del suriano
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ral izarse et combate, los revolu­ pales de acuerdo con los vecinos,
cionarios se confundieron con los según lo había visto hacer en otras
federales al disputarles sus posi­ poblaciones.
ciones. Erasmo Jalona, Mariano Disfrutaban todos de la singular
Tamés, Bemardino Salazar y otros, a cogida de los habitantes de
lograron hacer algunos prisioneros Camargo, cuando se tuvieron in­
al 23o. batallón; pero también formes de que una columna federal
cayó prisionero Luis Ocón, a quien iba hacia la plaza. No queriendo
los federales dieron muerte a la Villa esperar al enemigo, pues
vista de sus adversarios, acribillán­ necesariamente sufriría perjuicios
dolo a golpes de bayoneta. El la población, ordenó la inmediata
hecho enardeció a los villistas, salida de las fuerzas.
quienes avanzaron decididos hasta
los trenes del enemigo, los cap­ Ei combate de Bustiüos
turaron y sobrevino la victoria con
un saldo de seiscientas bajas El 13 de junio, cuando por ser su
para los federales. onomástico Antonio Villa pasaba
Los victoriosos revolucionarios revista a las fuerzas, vio éste que
regresaron a La Cruz para procu­ se aproximaba un tren compuesto
rarse descanso y colocar cruces de dos locomotoras y veintiocho
sobre las tumbas de sus compa­ carros de caja que conducían a
ñeros muertos. las tropas de Mancilla, quien había
salido de Madera para atacar a
En Santa Rosalía de Camargo los villistas.
Benito Artalejo y Joaquín Terra­
Salió la fuerza vi Mista de La Cruz zas recibieron de frente al ene­
hacia Santa Rosalía de Camargo, migo, haciéndole abandonar el
que acababa de tomar Rosalío convoy, sobre el cual, y desde un
Hernández. Al saber que se apro- p rincipio, estuvieron haciendo
ximaban fuerzas revolucionarias a certero fuego las fuerzas acam­
cuyo frente iba ei general Fran­ padas. Victoria sin precedente fue
cisco Villa, la población vistió de la de Bustillos, pues el enemigo
gala para recibirlo. Nubes de flores abandonó el tren y tuvo cerca de
cayeron sobre el jefe y la tropa, ochocientas bajas entre muertos,
mientras que el aplauso estruen­ heridos, prisioneros y dispersos,
doso y las melodías de varias al paso que los revolucionarios
músicas llenaron el ambiente. sólo anotaron —caso excepcio­
Carlos Jáuregui recibió instruc­ nal— la baja del abanderado, al
ciones de intervenir los bancos y que se dio digna sepultura mien­
las- oficinas públicas, así como tras se recogía el botín quitado al
de nombrar autoridades munici­ enemigo federal.

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