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EL A RCHI VO DE L A CORONA DE A R AGÓN

EN L A BAJA EDA D M EDI A


Carlos López Rodríguez
Director del Archivo de la Corona de Aragón

Parece redundante volver sobre la historia del Archivo de la Corona de Aragón


(ACA) durante los últimos siglos de la Edad Media (lo que viene a representar
los primeros de existencia de este establecimiento centenario) en el marco de
un seminario organizado por la Institución Fernando el Católico, precisamente
después de que esta misma entidad cultural publicara hace pocos años una
extensa monografía de quien ha sido uno de los más destacados directores del
Archivo, Rafael Conde y Delgado de Molina, como homenaje póstumo a su
dilatada trayectoria profesional1. Allí se publican muchos documentos sobre
la historia del viejo archivo real, algunos inéditos, y allí nuestro llorado amigo
hace valiosas aportaciones. No fue la primera vez que trató el tema, pues la
historia del ACA ha sido contada muchas veces2.

1 Reyes y archivos en la Corona de Aragón. Siete siglos de reglamentación y praxis archivística


(siglos XII-XIX), Zaragoza, 2008. A esta obra nos remitimos de manera general para conocer
el detalle de la historia del Archivo de la Corona de Aragón.
2 R. Conde y Delgado de Molina: Les primeres ordinacions de l’Arxiu Reial de Barcelona.
1384 / Las primeras ordenanzas del Archivo Real de Barcelona. 1384, Madrid, 1993. Antes,
ya lo había hecho Francisco de Bofarull, en una obra que no llegó a ver la luz de la cual se
conserva una parte de las galeradas: Historia del Archivo de la Corona de Aragón [Memoria
inédita e incompleta], s.a, s.l. Fue aprovechada por Eduardo González Hurtebise: «Guía
histórico-descriptiva del Archivo de la Corona de Aragón», en Guía histórica y descriptiva de
los Archivos, Bibliotecas y Museos Arqueológicos de España que están a cargo del Cuerpo Faculta-
tivo del Ramo, publicada bajo la dirección del Excmo. Sr. D. Francisco Rodríguez Marín, Jefe del
Cuerpo y Director de la Biblioteca Nacional. Sección de Archivos. Archivos Históricos. Madrid,
Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1916. También Jesús Ernesto
Martínez Ferrando: El Archivo de la Corona de Aragón, Barcelona, 1944; y Federico
Udina Martorell: Guía histórica y descriptiva del Archivo de la Corona de Aragón. Madrid,
Dirección General de Bellas Artes y Archivos, 1986. Por nuestra parte, hemos tratado el tema
en: «Orígenes del Archivo de la Corona de Aragón (en tiempos, Archivo Real de Barcelona)»,

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146 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

No ha avanzado tanto la investigación desde hace apenas tres años de la


publicación de esta obra como para permitir dar a luz nuevos datos que justifi-
quen otra aproximación. Es de esperar que, sin embargo, no sea esta la última
ocasión para ello, porque el caso extraordinario que constituye el ACA –por
su antigüedad como institución, por la riqueza de su contenido documental y
por los valores simbólicos que se le han conferido– ofrece materia abundante
de estudio y reflexión, tanto en el campo historiográfico como en el estricta-
mente archivístico, pues la excepcionalidad de su trayectoria reta la vigencia
de algunos principios teóricos de esta disciplina, comúnmente aceptados en
los últimos años.
Así nos encontramos con que la percepción contemporánea de este centro
documental que ha acabado por imponerse –al menos entre los pocos aficiona-
dos y entendidos en este terreno– es la de un fondo documental inmutable des-
de su constitución y regularmente enriquecido por aportaciones reglamentarias
(que corresponde al viejo Archivo de los reyes aragoneses en Barcelona) al que
se suma a partir de los siglos XVIII y XIX la incorporación caprichosa de una
serie de fondos documentales dispersos y sin coherencia entre ellos llevados a
este centro por las actuaciones (o maquinaciones, según los críticos peor inten-
cionados) de sus archiveros y sin mucha relación ni pertinencia con el conjunto
documental originario. Una actuación archivística consecuente consistiría en
restablecer al ACA en su prístina apariencia como Archivo real de Barcelona3.
Ocurre, simplemente, que nunca la realidad, y menos en el terreno de la
Historia, es simple, y que esta imagen está distorsionada y no se corresponde
con los datos documentales de los que disponemos. La constitución del ACA
responde a un proceso dinámico prolongado en el tiempo, nunca acabado del
todo. El Archivo real ingresó fondos de diversa naturaleza desde sus orígenes y
de modo sostenido a lo largo de sus siete siglos de existencia, movido por un
principio motor: el de acumular la documentación que fuera útil a la institu-
ción de poder a la cual servía y siguiendo las directrices de ese poder, que fue
la monarquía durante más de cinco de sus siete siglos de existencia, y luego el
Estado español durante los dos últimos siglos, en tanto que sucesor de aquella.

en Hispania. Revista española de Historia, núm. 226 (mayo-agosto 2007), pp. 413-454; y Spe-
culum. Vidas y trabajos del Archivo de la Corona de Aragón, Valencia, Editorial Irta, 2008.
3 Esta es la postura adoptada en el folleto de Ramon Planes, Laureà Pagaroles y Pere
Puig, L’Arxiu de la Corona d’Aragó: Un nou perfil per a l’Arxiu Reial de Barcelona, Barcelona,
2003, que de algún modo se recogió en el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, en
su disposición adicional decimotercera.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 147

Como tantos otros objetos del patrimonio histórico, su formación es fruto de


un proceso diacrónico continuado, de modo que lo que nos es dado contem-
plar actualmente no es sino el resultado de un complejo cruce de acciones e
intervenciones sobre ese objeto, solapadas a lo largo de procesos históricos a su
vez complejos. Pasa incluso con aquellos elementos que forman parte del ima-
ginario cultural mundial, como ha demostrado Mary Beard con el Partenón de
la Acrópolis de Atenas4.
Un caso parecido lo ofrece el ACA, cuyos fondos responden a una dinámica
continuada durante siete siglos de concentración de documentos, de orígenes
diversos, que por vías y circunstancias muy diferentes fueron a parar allí, con
un único elemento indiscutiblemente común: que el rey o autoridad de quien
dependía el Archivo, por sí mismo o mediante sus oficiales y representantes, se
interesó por ellos y ordenó ingresarlos. Por eso, hay fondos documentales que
fueron producidos por oficinas del Estado (concepto usado aquí por comodi-
dad como término para designar una concreta forma de organización política
europea en sus sucesivas fases temporales, desde la más remota a la más recien-
te, llámese monarquía o tal Estado) y otros que son fruto de la actividad de
personas o entidades reales ajenas a la estructura administrativa del Estado pero
cuyo funciones, competencias o patrimonio (aunque sean con un objeto pura-
mente cultural) fueron absorbidas por este último y, en consecuencia, también
lo hizo la documentación que produjeron. En efecto, la acumulación de fon-
dos documentales procedentes de diversos territorios e instancias en un único
depósito hasta el punto de generar, como fruto de esa misma acumulación, un
único fondo documental es el medio que dio origen al ACA.

*****
Las noticias referentes a la documentación de los reyes aragoneses y a su ar-
chivo comienzan a proliferar desde mediados del siglo XIII, con la ampliación
de los dominios de la Corona de Aragón. Consta la existencia de depósitos de
documentos reales en el monasterio de Sijena, en el de San Juan de la Peña, en
las casas de templarios u hospitalarios, y en el propio Palacio Real de Barcelona.
Aquí, en realidad, hasta el tiempo de Pedro el Grande parece que había un con-
junto caótico en el que se mezclaban las escrituras, el tesoro y las armas del rey,
además de los libros, que también se consideraban un tesoro. De este tesoro o
camera regia se encarga el camerarius (un cargo que es un desdoblamiento del

4 Mary Beard, The Parthenon, Cambridge MA, 2003.


148 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

antiguo de reboster)5. Su existencia nos consta por una orden de 1286 dada por
Alfonso el Liberal a Pere de Sant Climent para localizar dos documentos que
sus embajadores debían llevar a Roma, de los cuales se tomaría traslado visado
por el arzobispo de Tarragona y cuyos originales debían devolverse a su lugar.
Estos documentos, que eran el testamento de Pedro el Grande y la donación en
vida de sus reinos a su hijo, se encontraban in domo repositi palacii nostri en una
caxia blancha en cuyo interior había quedam candelaria, cuyas llaves, de la caja
y de la candelaria, tenía el rey y las envía. Una vez sacados los traslados, deberá
devolver las llaves al reboster Pere de Tàrrega6.
Tras un largo proceso de acumulación de fondos documentales, finalmente
Jaime II ordenó, en 1318, que unas cámaras de ese Palacio Real de Barcelona,
las cuales había dejado libres la ampliación de la capilla palatina, fueran desti-
nadas a su archivo para que allí fuesen colocados «els registres, els privilegis e els
altres scrits de la sua cancelleria e dels altres fets de la sua cort». Lo situó en el
piso inferior, porque al mismo tiempo ordenó que en el piso superior se debía
construir otra cámara similar en la cual «fossen conservades e estoyades les sues
joyes d’aur e d’argent e les robes e els apparellaments de la sua cambra», que
constituyó el llamado archivo de las armas y ropas de la cámara real7.
Este decreto verbal, cumplido a rajatabla, se considera el acta de funda-
ción de nuestra institución. Allí pasó a conservarse la documentación que
hasta entonces se había ido acumulando, por disposición del monarca, en la
casa de la Orden del Hospital en Barcelona, donde durante los años prece-
dentes se habían concentrado a su vez fondos procedentes de diversos depó-
sitos, algunos ya mencionados: el del monasterio de Santa María de Sijena
(Huesca), el de San Juan de la Peña (Huesca), el de la casa del Temple en
Zaragoza, el del monasterio de Montearagón, el de Santes Creus, más los
existentes en otras casas de funcionarios, eclesiásticos y palacios reales disper-
sos por todos los reinos del rey de Aragón (como el de Calatayud). ¿Por qué
ocurrió así? Hasta que la recuperación del Derecho romano no culminó su
obra con plenitud (y eso sólo sucedió a lo largo del siglo XIV), la autoridad
del rey había dependido más de sus armas y sus castillos que de sus archivos.
Pero un monarca pobre y no demasiado poderoso como era el aragonés tuvo
la idea de desarrollar un sofisticado sistema de información. Jaime II era un

5 J. Rubió i Balaguer, «La institució de la biblioteca reial a Poblet en temps de Pere el


Cerimoniós», en Historia i historiografía, Barcelona, 1987, pp. 411-453.
6 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 22, pp. 226-227.
7 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 35, pp. 35 y 236-237.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 149

adelantado en su época. Intuyó que los antecedentes jurídicos y documen-


tales de un asunto eran instrumentos que le podían dar una victoria ante los
tribunales y que le ayudarían a gobernar con más eficacia sus reinos. Pero no
era tan ingenuo como para pensar que los papeles ganaban batallas sólo por
su valor jurídico. Dispuso además de espías en todas las cortes de su área y
organizó unos cauces para recabar información escrita de lo que acontecía
en sus dominios. Por eso cuidó de que ingresara en su archivo barcelonés
toda la documentación de su casa, tanto administrativa como privada. Muy
pronto se incorporaron tanto los registros como toda la documentación de
la casa real que estuvo disponible: cuentas, procesos judiciales, relaciones de
embajadores y confidentes, cartas familiares recibidas, etc. Y también, como
veremos, la documentación incautada a los enemigos del rey o procedentes
de dominios que se incorporaban a la Corona. Esta tendencia la siguieron sus
sucesores de la casa de Barcelona. El traslado de la documentación al Palacio
Real de Barcelona y su transformación en un auténtico archivo, sin las vaci-
laciones tan características de los momentos iniciales de una institución (que
afectaron también a los registros de la cancillería, todavía en formación en
tiempos de Jaime II)8 son hechos ligados no sólo a reformas meramente bu-
rocráticas o administrativas de la casa real, sino a un proceso más profundo,
y de más largo alcance, de estatalización de la monarquía.
Así fue. Tras su fundación, el jefe del real archivo era el notario guardasellos
(que lo fue Bernat d’Aversó desde 1301) y, en su ausencia, se encargaba el es-
cribano del palacio. La custodia del archivo de las armas y del archivo de las es-
crituras creados por Jaime II estuvo a cargo de oficiales diferentes que eran mu-
tuamente independientes: el de las escrituras, dependía de la cancillería y por
tanto del protonotario; y del archivo de las armas y de la cámara se encargaba
el camarlengo. Sin embargo, la práctica debió ser algo confusa. Por ejemplo, en
tiempos de Jaime II se guardaban en la cámara real no solo las joyas y armas de
la corona, sino también los libros (como los incautados a los templarios)9. En
un inventario de 1323, mezclados con armas, vestidos y plata, aparecen setenta

8 Lo ha demostrado S. Péquignot, «Enregistrer, ordonner et contrôler: les documents


diplomatiques dans les registra secreta de Jacques II d’Aragon», en Anuario de estudios medie-
vales, 32/1 (2002), pp. 478-479; y Au nom du roi. Pratique diplomatique et pouvoir durant
le règne de Jacques II d’Aragon (1291-1327), Madrid, Bibliothèque de la Casa de Velázquez,
n.° 42, 2009.
9 J. Rubió i Balaguer, «La institució de la biblioteca reial a Poblet» cit.
150 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

y tantos libros10. La ubicación orgánica del Archivo real de las escrituras en el


seno del pequeño entramado institucional de la Corona aragonesa no quedó
del todo clara hasta más tarde. En las Ordenanzas de su casa de 1344, Pedro
IV mandó que el camarero se llamara camarlengo y le encargó del inventario
de la cámara y de lo que tenía el «armador». En 1359 ya se menciona el tinent
les claus del arxiu de les armes del rey, que lo es Pere Palau hasta el reinado de
Martín I. Para la parte documental, Pedro el Ceremonioso nombró el 6 de julio
de 1346 a su escribano de registro Pere Perseya como archivero, eximiéndole
de la obligación de seguir a la corte para ocuparse del Archivo, que se convertía
así en una oficina permanente de trabajo documental en el seno de la Canci-
llería, situación que mantuvo durante toda la Edad Media hasta que pasó a
convertirse en una dependencia de la Audiencia. Aun así, la confusión entre el
tesoro y armería con el archivo propiamente dicho se perpetuó durante algún
tiempo. El 11 de noviembre de 1372, por mandato del rey, se depositó en el
Archivo una «ballesta de tro» (o bombarda) y otros proyectiles, armas y pertre-
chos. A partir de entonces, según consta en ese mismo documento, hay varios
movimientos de salida y entrada de esta ballesta y pertrechos11. Quizá al ser la
bombarda muy pesada y poco manejable se optó por dejarla en la planta baja
y no subirla al tesoro o armería, en la planta alta. Nada extraño para quien esté
acostumbrado a la realidad de los archivos, antiguos o modernos, si se conoce
bien la tendencia de cualquier autoridad de todas las épocas a llenar los arma-
rios y estanterías destinadas a la documentación con todo tipo de cachivaches y
objetos, una tentación de la que tenemos constancia desde los lejanos tiempos
del antiguo imperio persa, a mediados del siglo VI a. C.12.
Sabemos que, en la teoría y según las Ordenanzas dictadas por Pedro el
Ceremonioso en 1344 (las cuales, de un modo u otro, continuaron vigentes
durante toda la Edad Media), había cuatro grandes oficiales en la casa real
aragonesa que constituían la espina dorsal de su aparato de gobierno: el ma-
yordomo, los camarlengos, de quienes dependían los secretarios, el canciller
y el maestre racional, bajo el cual se situaban el tesorero y el escribano de ra-

10 F. Martorell, «Inventari dels béns de la cambra reyal en temps de Jaume II (1323)», en


Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans (1911-1912), pp. 662 y ss.
11 ACA, Memoriales, 51, fol. 15v. Todavía el 16 de noviembre de 1386 continuaba en el
Archivo, con la denominación de «quandam balistam sive bombardam lautonis» (ibídem,
fol. 27v.)
12 Ernst Posner, Archives in the Ancient World, Cambridge MA, 1972, pp. 120-122.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 151

ción13. Mayordomos y camarlengos, a pesar de desempeñar un papel político


de primer orden, parecen tener menores responsabilidades administrativas de
carácter público (que son las que en verdad producen y reciben documentos
de forma continua y nutrida), y concentrar su actuación más bien en el ámbito
doméstico del monarca, por lo que han dejado pocos rastros documentales,
máxime porque la recepción y expedición de documentos en la casa real se
hacía a través de la oficina que se había constituido para este fin, la cancillería
(y por eso la documentación registral de los secretarios se encuentra allí, y no
tanto la de trámite que quedaba en su poder).
La dependencia orgánica del Archivo real respecto de la cancillería se con-
sagró cuando en 1384 Pedro el Ceremonioso dictó unas ejemplares ordenanzas
para regular sus funciones: reclamar los registros a los escribanos reales, darles
un tratamiento archivístico, restaurarlos y elaborar índices o inventarios de los
documentos que se necesitaban. Basta con la lectura de estas ordenanzas para
percatarse de que el Archivo real de Jaime II, concebido como un depósito
(por entonces todavía poco definido administrativamente) de la documenta-
ción de cualquier tipo que interesara al monarca, se convertía en una oficina
especializada de la cancillería dedicada a la conservación de los registros como
instrumentos jurídicos en lo que constaba la voluntad del rey en tanto que
creadora de derecho y que, por eso, podía afectar a las relaciones de la Corona
con sus súbditos. Desde entonces, los papeles familiares de los reyes o que
estrictamente les eran dirigidos (como la correspondencia diplomática de en-
trada) dejaron de remitirse sistemáticamente al Archivo real, que se especializó
en lo que hoy se considera su gran tesoro, los registros de la cancillería regia. Y,
en efecto, cuando un investigador entra en ese Archivo lo primero con lo que
se encontrará es con los famosísimos registros de la cancillería real aragonesa,
esos 6.704 volúmenes que se inician a mediados del siglo XIII y se continúan
hasta 1714. No podemos ahora detenernos en su estudio, que ha recibido una
bibliografía muy abundante, aunque queden todavía numerosos aspectos por
trabajar, incluido su catálogo completo, sistemático y razonado14.

13 Ordenaciones fetes per lo molt alt Senyor En Pere terç rey Darago sobra lo regiment de tots los
officials de la sua Cort, Barcelona 1850: Colección de documentos inéditos del Archivo General
de la Corona de Aragón, publicada por P. de Bofarull, vol. 5.
14 J. Trenchs y A.M. Aragó, Las cancillerías de Aragón y Mallorca desde Jaime I a la muerte de
Juan II, en Folia Parisiensia. 1, Zaragoza, 1983, con abundante bibliografía; A. M. Aragó y J.
Trenchs, «Los registros de la cancillería de la Corona de Aragón (Jaime I y Pedro II) y los regis-
tros pontificios», en Annali della Scuola Speciali per Archivisti e Bibliotecari dell’Università di Roma,
152 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

La preocupación por conservar la documentación tramitada por la cancille-


ría o las oficinas reales, por concentrarla y garantizar su custodia, había arrai-
gado con tanta fuerza en la organización institucional de la monarquía que
se sobrepuso al cambio dinástico, como Rafael Conde pone bien de relieve15.
Desde un primer momento, también los Trastámara fueron muy conscientes
del valor del Archivo, acaso por proceder de un reino que carecía de un ins-
trumento de poder tan eficaz. Lo demuestra el uso que de él hizo Fernando I,
de cuyo reinado se conserva una nutrida correspondencia con el archivero16.
Su hijo y heredero, Alfonso V, comenzó el suyo con importantes decisiones
archivísticas. Le preocupó en primer lugar, como era habitual, la recuperación
de los registros y otros documentos que estaban en poder de los protonotarios
y secretarios de su predecesor17. Siguió pronto el acto de las Cortes de Valencia
de 1419 (aprobado el 13 de septiembre), precedido por un agravio de los brazos
real y eclesiástico presentado en las anteriores Cortes, en julio de 141718, para
regular el depósito de los procesos de Cortes, de los procesos entre partes y de
los registros de cancillería relativos al reino de Valencia en el archivo del Real
de esa ciudad, lo que se tiene como el acta de su fundación19. En otro acto de
esas mismas Cortes y fecha, se creaba el oficio de maestre racional del reino de
Valencia y se tomaban disposiciones sobre su archivo20. Que estas normativas

XII (1972), pp. 26-39; R.I. Burns, Societat i documentació en el regne croat de València, Valencia,
1988; J. Trenchs y R. Conde, «Registro y registración bajo Pedro el Grande», en XI Congresso
di Storia della Corona d’Aragona, Palermo, 1984, vol. IV, pp. 397-407; R. Conde y Delgado de
Molina, «Análisis de la tipología documental del siglo XIV: fuentes del Archivo de la Corona
de Aragón», en Cuadernos de Historia. Anexos de la revista Hispania, 8 (1977), pp. 47-69; F. Sevi-
llano Colom, «De la cancillería de la Corona de Aragón», en Homenaje a Martínez Ferrando,
Madrid, 1968, pp. 451-480; del mismo, «Apuntes para el estudio de la cancillería de Pedro IV el
Ceremonioso», en Anuario de Historia del Derecho Español, XX (1950), pp. 137-241.
15 Cfr. R. Conde, Reyes y archivos cit., de donde están sacadas las noticias que siguen.
16 C. López Rodríguez, «El Archivo Real de Barcelona en tiempos de Fernando I de Ante-
quera (1412-1416)», en Signo. Revista de la cultura escrita, 12 (2003), pp. 31-60.
17 Reales Órdenes de 1416, julio 20 (Barcelona); y de 1416, noviembre, 7 (Sant Boi de Llo-
bregat), para que el zalmedina de Zaragoza obligue a Juan de Tudela a entregar al archivero
unos registros del rey Fernando, en R. Conde, Reyes y archivos cit., pp. 254-255, docs. 54 y
55, respectivamente.
18 R. Conde, Reyes y archivos cit., docs. 270 y 271, p. 642.
19 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 272, pp. 643-644.
20 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 273, pp. 644-645; C. López Rodríguez, Patri-
monio regio y orígenes del maestre racional del reino de Valencia, con la reproducción del acta
de su fundación y la de creación del Archivo del Real (después General, hoy llamado del Reino),
promulgadas en las Cortes de 1419, Valencia, 1998.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 153

en apariencia meramente archivísticas obedecían a un movimiento más amplio


de reforma administrativa de la hacienda real lo demuestra el hecho de que sólo
unos meses más tarde se creaba el oficio de maestre racional del reino de Aragón
y se tomaban medidas sobre el archivo de su documentación21.
Las disposiciones sobre archivos fueron constantes en los años siguientes.
En 1422, la reina María aprobó una importantísima pragmática por la que or-
denaba la remisión al Archivo real de registros, procesos y documentos reales en
general22. Un acto de las Cortes aragonesas de Monzón-Alcañiz de 1436 dispu-
so la creación de los archivos del Justicia, de la Gobernación y de la Diputación
del Reino23. Finalmente, esta política archivística, si se nos permite la expresión,
culminó con la confirmación que en 1452 Alfonso V hizo de las ordenanzas de
Pedro IV aprobadas en 1384 para el gobierno del Archivo real24.
¿Cómo se conjuga que esta política de protección sea coetánea con la nota-
ble reducción de la documentación de carácter no burocrático conservada en
este establecimiento que no sea la contenida en los registros de la cancillería?
Esta en parte es la documentación suelta que en el ACA se encuentra en la serie
denominada Cartas Reales Diplomáticas, cuyo título, como se sabe, es notoria-
mente inexacto. Para los reinados de Jaime II y Pedro IV es particularmente
abundante: unas 20.000 piezas para el primero y unas 7.500 para el segundo.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con las de Alfonso V. De los cuarenta y dos
años de su reinado se conservan algo más de 4.000 documentos en treinta y tres
cajas, mientas que sólo de los cuatro años del reinado de su padre Fernando I
se guardan 3.613 en diecinueve cajas. Esto se explica por el origen de esta do-
cumentación, que debió proceder de la incautada al secretario Pablo Nicolás,
que lo fue del rey Fernando y de su hijo Alfonso hasta su muerte en 1419, y
que fue quien llevó en la cancillería los asuntos del Concilio de Constanza,
tan trascendente en la historia de la Iglesia, y por cuya mediación obtuvo de
los monarcas grandes favores25. Antes de septiembre de 1415, depositó en el

21 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 190, pp. 493-495; B. Canellas Anoz, «Del oficio
del Mestre Racional de la Cort en el Reino de Aragón (1420-145)», en Aragón en la Edad
Media, núm. 16 (2000), pp. 145-162.
22 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 56, pp. 255-256.
23 R. Conde, Reyes y archivos cit., docs. 191 y 192, pp. 495-496.
24 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 58, pp. 257-258; y del mismo autor, Las primeras
Ordenanzas cit.
25 Como escribano, a Pablo Nicolás se le encomendó durante el Interregno de 1410-12 el
proceso contra los asesinos del arzobispo de Zaragoza (Francisco Sevillano Colom, «Can-
cillerías de Fernando I de Antequera y de Alfonso V el Magnánimo», en Anuario de Historia
154 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

Archivo real cuatro cofres y una caja de escrituras sobre los asuntos que había
tramitado hasta esa fecha26. En conjunto, las piezas de la colección de Cartas
Reales Diplomáticas de los años 1416 a 1419 constituyen más de un tercio
de las totales conservadas para el reinado del Magnánimo. Que se trata de los
papeles de este secretario, lo demuestra el hecho de que hay 59 cartas dirigidas
al propio Pablo Nicolás, algunas de carácter estrictamente personal y fami-
liar. Desde 1420, tras el primer viaje de Alfonso a Italia, y ya fallecido Pablo
Nicolás, el carácter de esta serie de Cartas Reales Diplomáticas cambia: son más
variopintas y en conjunto, da la impresión de ser unos pocos papeles desorde-
nados que quedaron en las oficinas de la cancillería y donde solo encontramos
cuatro que hagan referencia a la política internacional.
Este es un dato llamativo. Al contrario de lo que ocurre con la docu-
mentación del tiempo de Jaime II o Pedro IV, son muy contadas las cartas
recibidas procedentes de autoridades extranjeras, o despachos o informes
de embajadores y representantes del rey de Aragón, que debieron ser muy

del Derecho Español, XXXV (1965), p. 193). Fue notario del Compromiso de Caspe y secreta-
rio del rey Fernando I (Josep Trenchs y Ángel Canellas: «La cultura dels escribes i notaris
de la Corona d’Aragó, 1344-1479», en Caplletra, 5. Revista de filologia. Barcelona, 1988, p.
32; y de los los mismo autores, Cancillería y cultura. La cultura de los escribanos y notarios de la
Corona de Aragón (1344-1479), p. 99). Intervino en el proceso contra el conde de Urgel, cuya
sentencia leyó como secretario del rey y como tal fue quien recibió sus últimas voluntades.
Continuó como secretario de Alfonso el Magnánimo hasta fines de 1419 (Francisco Sevi-
llano Colom, «Cancillerías» cit., pp. 194-195). Por su actuación al servicio del soberano
en las negociaciones del Concilio de Costanza recibió grandes prebendas, tanto ante la corte
pontificia (Francisco de Bofarull y Sans, Felipe de Malla y el Concilio de Costanza. Estudio
histórico-biográfico. Documentos justificativos y correspondencia diplomática de los embajadores
aragoneses. Gerona, 1882, pp. 96 y 98-103), como sobre las rentas patrimoniales del monarca
aragonés (Vicente Ángel Álvarez-Palenzuela, «Últimas repercusiones del Cisma de Occi-
dente en España», en En la España medieval, vol. 8 (1986), pp. 61.
26 ACA, Colección Historia del Archivo, caja V: «Inventari de les scriptures que·n Paulo
Nicholas, secretari del senyor rey, ha lexats en l’archiu», en 8 fols. Por una nota autógrafa al
margen del fol. 4r, se deduce que el inventario es anterior a septiembre de 1415. El conjunto
estaba constituido por «lo caxó major», con 77 ítems, relativos a procesos, pliegos de cartas;
«lo caxó menor», lleno de «de letres que estan en massos», con 2 ítems, relativos uno a 13
registros del sello secreto, y el otro a 3 cuadernos; «la caxa pocha cubierta de terç», con 30
ítems, conteniendo procesos, traslados de bulas, cartas e incluso «una bossa de pergamí hon
ha algunes notes»; además, «l’altra caxa», con 73 ítems, de cartas, cuadernos, pliegos, manua-
les,…; y finalmente un «cofre quart», con 28 ítems, que comprenden, entre otros, algunos
relativos a la elección como rey de Fernando de Antequera, el proceso contra el conde de
Urgel, las ordenanzas de Zaragoza, y documentación sobre el Concilio de Costanza, inclu-
yendo 68 bulas de convocatorias al Concilio, cada una con cinco sellos.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 155

numerosos. Faltan casi por completo las de las autoridades italianas, salvo
casos muy puntuales. Hay una del emperador Segismundo, otra del rey de
Inglaterra, dos de la reina de Francia, dos de los embajadores de Inglaterra,
ocho del conde y vizconde de Foix, dos de los duques de Berry, dos del
duque de Borgoña y conde de Flandes, otra del condestable de Francia,
cuatro del conde de Armagnac, tres del vizconde de Narbona, una del du-
que de Orleans, algunas de los arzobispos de Santiago y de Toledo, otra del
almirante de Castilla, otra del duque de Saboya, una de la Universidad de
París,… casi todas de los primeros años del reinado. Muy poca cosa para lo
que debió ser un riquísimo archivo diplomático. Lo más revelador es que
hay sólo cinco de Carlos, rey de Navarra, y una del rey y otra de la reina de
Castilla (aparte de la numerosa documentación ligada a las paces de 1430 a
1436, que ingresó en un solo depósito)27, a pesar de la importancia familiar
que los asuntos de estos reinos tuvieron para el Magnánimo. Y, quizá, esa sea
la razón de su ausencia, como veremos.
Esto es, al contrario de lo que ocurre con Jaime II o Pedro IV, lo que fal-
ta casi por completo es la documentación de carácter diplomático que, dadas
las dimensiones de la política internacional del Magnánimo, debió ser muy
nutrida. Lo sabemos por numerosas referencias documentales. Nos consta,
por ejemplo, que el estrecho colaborador del rey, Alfonso de Borja, obispo de
Valencia y presidente del Consejo Real, inició (desde el mismo momento en
que dejó al monarca para hacer su entrada en Roma el 12 de julio de 1444 tras
ser promovido a cardenal) una intensa correspondencia con el Magnánimo,
mediante la cual le enviaba datos e informaciones que le podían interesar así
como consejos de todo tipo. Fueron muchas las cartas que el cardenal escribió
a su rey desde su nueva dignidad, pues la relación entre ambos siguió siendo
estrecha. En sus escritos a Alfonso de Borja y a otros, el monarca hace referencia
a la abundante correspondencia que recibe del cardenal desde Roma. «Rebudes
havem algunes letras vostres ab molts avisaments, los quals molt vos regraciam
e·us reputam a gran complacència, pregant-vos, seguint vostro bon costum,

27 La abundante documentación relativa a las paces con Castilla, tanto la emitida como la
recibida, y las cartas generadas por los diputados encargados de acordar y ejecutar las paces
con este reino, iniciadas en 1430 y que se prolongaron hasta 1436, muy copiosa respecto de
la conservada en papeles sueltos, la ingresó en el Archivo el 17 de abril de 1477 Joan Sellent,
antiguo escribano real (ACA, Memorial, 51, fols. 70v.-71r.) y debía formar en realidad unos
pocos legajos que después se mezclaron.
156 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

ho vullats continuar», escribe el Magnánimo a Borja el 10 de julio de 144528.


«Muchas cartas he recibido vestras», le dice el rey en una suya autógrafa de 16
de marzo de 144629. «Rebudes havem moltes letras vostres aquest dies pasats e
vuy ne havem rebuda una lo dia pasat feta», comienza otra de 11 de febrero de
144730. «Reebuda havem en aquesta hora vostra letra e regraciam-vos molt los
avisaments e recorts que·ns feu e donau per aquella, los quals com a saludables
entenem seguir», le responde en una de quince días más tarde, el 26 de febrero de
ese mismo año31. «Tres vostres letres havem reebut aquests prop passats dies, de
les quals e dels avisos en aquelles contenguts, los quals indubitament nos són stats
acceptes, havem haüd grandíssimo plaer», le escribe el 27 de mayo de 145432.
No se han conservado en el ACA ninguna de las «muchas cartas» que el
cardenal Borja escribió al rey. Sin embargo, se puede comprobar que, una vez
ingresada una documentación en el Archivo de Barcelona, las pérdidas han
sido contadas y puntuales. Hay motivos de seguridad para explicar este hecho
en apariencia sorprendente. El monarca las recibió en Italia, y este tipo de
documentación no se remitía al Archivo real en Barcelona, como sí se hizo
con los registros. Pero, además, las circunstancias en las que se desenvuelve la
relación entre el rey y Borja, que actúa como agente suyo en Roma durante
muchos años, hace que esa correspondencia tuviese un carácter extraordina-
riamente secreto y que, por tanto, fuese destruida en el acto. Tenemos testi-
monios esclarecedores. Lo deja ver el Magnánimo en una respuesta autógrafa
al cardenal, de 21 de diciembre de 1447: «Vuestra letra he recebida, leyda e
cremada. Agradézcovos lo que me escrivís. Estad atentos vos e maestre Cerdán
al opósito de nuestros enemigos, los quales no duermen, en especial en mentir
cuando otro no pueden».33 Como bien supone Ryder, y como sin duda el mo-
narca sabía, el gran número de oficiales que tenían acceso a los registros hacía
difícil mantener la confidencialidad del contenido de cualquier documento.
Así lo demostró el embajador de Barcelona ante la corte de Nápoles en 1451,
cuando pudo enviar a sus señores copias de unas cartas dirigidas a la reina

28 C. López Rodríguez (dir.), Diplomatari Borja. Vol. 4. Documents de l’Arxiu de la Corona


d’Aragó (1444-1458). Valencia, 2007, doc. 32.
29 Diplomatari Borja cit., doc. 49.
30 Diplomatari Borja cit., doc. 61.
31 Diplomatari Borja cit., doc. 65.
32 Diplomatari Borja cit., doc. 128.
33 Diplomatari Borja cit., doc. 81.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 157

María y al maestre racional de Cataluña34. Toda esta documentación privada


del Magnánimo que no se destruyó al momento –y eso no se haría con toda, a
pesar de las noticias que hemos citado– debió quedar en Nápoles a su muerte,
o quizá fue eliminada entonces, poco antes o poco después. En cualquier caso,
no sabemos qué fue de ella. Pocas de estas cartas originales propiamente diplo-
máticas dirigidas al rey de Aragón por sus agentes y autoridades extranjeras han
sobrevivido, y si lo han hecho, ha sido fuera del ACA. Por ejemplo, a la Real
Academia de la Historia de Madrid fueron a parar algunas cartas originales que
los embajadores del Magnánimo ante el Concilio de Constanza escribieron en
1417 a su señor informándole del desarrollo de esta asamblea35.
Para lo que nos interesa ahora, lo que nos está indicando el conjunto de
estas informaciones acerca de la documentación de los Trastámara que ingresó
en el Archivo real y que hoy se conserva en este depósito es un cambio en su
naturaleza: en contraste con el carácter familiar que tuvo a lo largo del siglo
XIV bajo la casa de Barcelona, y manteniendo algunos de los usos burocráticos
consolidados, adopta con la nueva dinastía un aire más paraestatal y puramente
administrativo o político, que se acentuará con Juan II y Fernando II, lo que
sugiere también un cambio de rumbo en lo que se refiere a la memoria del
poder y a su uso.
Lo constatamos en las limitaciones de acceso al Archivo. En junio de 1448,
la reina María de Castilla prohibió al archivero real Jaume García librar copias
de documentos que afectaban al interés real sin autorización de la reina o del
tesorero36 Con ello se seguía la línea establecida por sus predecesores, consagra-
da en las ordenanzas del archivo de 1384, en las que se mandaba al archivero:
«Guard-se encara que translats alguns dels registres de gràcies o de pecúnia o
dels feus, ni d’altres que reparació toquen en res contra nós, sens manament
fet ab letra nostra no gos fer ne librar»37. Esta prohibición se explica porque el
libramiento de copias a particulares afecta a los intereses patrimoniales de la
Corona. El depósito más importante de documentos de la Corona contiene
muchos instrumentos jurídicos –especialmente los registros, por sus caracterís-
ticas de autenticidad y fe pública– que, como expresión de la voluntad regia,

34 A. Ryder, The Kingdom of Naples under Alfonso the Magnanimous, Oxford, 1976, p. 254,
citando un documento editado por José M.ª Madurell Marimón, Mensajeros barceloneses
en la corte de Nápoles de Alfonso V de Aragón (1435-1458), Barcelona, 1963, p. 409.
35 Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, A-5, fols. 15 a 37.
36 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 57, p. 257.
37 R. Conde, Las primeras Ordenanzas cit.
158 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

crean la ley y fijan su desarrollo normativo y aplicación casuística. La creciente


juridificación de las relaciones sociales a la que se asiste a lo largo de los siglos
XIV y XV hace que estos documentos con valor probatorio ante tribunales y
garantes de derechos, ya no sólo del rey sino también de súbditos, interesen a
los particulares. Necesitan, pues, acceder a los documentos allí conservados,
para la defensa de sus derechos antes los jueces, reales o no, y ante otros par-
ticulares y no sólo ante la Corona. Pero este acceso, por muy controlado que
esté, pone en cuestión el carácter meramente personal o dinástico de ese mis-
mo depósito, que precisamente con ese fin, el dinástico, fue constituido. Los
monarcas intuyen que el Archivo no contiene sólo la memoria personal de su
acción de poder sino un conjunto de antecedentes administrativos que tienen
consecuencias patrimoniales para los súbditos además de las propiamente po-
líticas, y que, por tanto, el secreto de esas mismas acciones no puede mante-
nerse ni está, por eso mismo, ya garantizado. Por todo ello, la documentación
personal de los monarcas –incluida la de su competencia más peculiar, la que
hoy llamaríamos la política internacional– ya no llegó al Archivo, como en los
tiempos de la Casa de Barcelona.
A esta transformación contribuyó la especialización del Archivo real en la
custodia de los registros de la cancillería que establecieron las Ordenanzas de
1384, las cuales, al consolidar su ubicación en el corazón de la rutina burocrá-
tica de la cancillería (más que, por ejemplo, en la cámara del rey), le aseguraron
el flujo de documentación que lo enriquecería pero también consagraron su
carácter como depósito de antecedentes administrativos de la Corona, frente
al de un archivo diplomático o familiar inmediatamente adscrito al monarca.
Carácter burocrático que, iniciado a partir de 1384, culminó cuando Alfonso
el Magnánimo confirmó esas ordenanzas en 1452, en el marco de las amplias
reformas administrativas que introdujo en su imperio durante los años finales
de su reinado.
El creciente interés por el valor probatorio de los registros y, por tanto, en
el acceso al archivo del rey, si bien restringido al beneplácito del soberano, se
constata en la disposición de Alfonso V dictada en 1419 para la creación de
Archivo del Real de Valencia y de los registros específicos para ese reino, y en
la de 1437 para la fundación del Archivo del Reino de Aragón, tomadas ambas
a iniciativa de los estamentos reunidos en Cortes. La acumulación de docu-
mentación probatoria en nuestro depósito hizo que el Archivo real excediera
los intereses particulares del monarca como su creador y propietario inicial, y
que, por tanto, se consolidara la tendencia a considerarlo un archivo público,
en tanto que contiene instrumentos jurídicos con efectos públicos y, en conse-
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 159

cuencia, que interesan a la comunidad, sean personas físicas o morales, pero al


fin y al cabo sujetos de derechos y obligaciones afectados por las decisiones del
soberano y sus oficiales. El monarca no puede impedir de un modo absoluto
el acceso al mismo (porque los súbditos se dirigen a él como dispensador de
gracias y administrador de justicia), pero al mismo tiempo tiene que precaverse
de que puedan acceder a los secretos del Estado, incluida la situación de su
patrimonio o de sus finanzas. Esta dicotomía se manifiesta claramente en la
actuación sobre los registros de los llamados «reyes intrusos» (Enrique IV de
Castilla, el condestable Pedro de Portugal y Renato de Anjou), los nombrados
por los catalanes sublevados entre 1462 y 1472. Acabada la guerra con la vic-
toria del rey legítimo, Juan II, se planteó qué hacer con esa documentación.
Fue entonces, en 1472, cuando Juan II dictó una pragmática de excepcional
importancia. En ella, el monarca decía que, si bien sus consejeros y allegados le
recomendaban destruir los documentos despachados por sus enemigos, como
hasta entonces se había hecho, para destruir su memoria y que no se conservara
testimonio de ellos, sin embargo, él mandaba conservar los registros produci-
dos por sus antagonistas, en lugar de destruirlos, para más exacto conocimiento
de las cosas ocurridas y para que las generaciones venideras supieran cómo se
comportaban los tiranos. Con ello, el rey decía imitar a los pontífices de Roma,
quienes habían conservado los textos de las falsas doctrinas de los autores in-
fieles y paganos para poder impugnarlos debidamente con mayor fundamento.
Debían guardarse separados de los otros registros y quedar denigrados con la
letra griega «theta», para que se supiera que se conservaban como miembros
podridos de la monarquía. Estos registros fueron además forrados de negro,
como manifestación externa de su contenido espurio38.
Con todo, la presión de la sociedad estamental para acceder a los fondos do-
cumentales donde constan sus derechos culminó con la constitución aprobada
por las Cortes catalanas celebradas en Barcelona en 1481, mediante la cual el
archivero quedó obligado a mostrar y dar traslado de las cartas que tocaran a in-
tereses entre particulares, y requería la autorización del rey sólo en las que afec-
taran a los intereses de la Corona39. Este texto legal corroboraba, casi a la letra,
lo dispuesto por una cédula que Fernando el Católico había dado unos meses
antes, en mayo de 1480, en respuesta a una consulta del archivero Pere Miquel

38 ACA, Real Cancillería, Pergaminos de Juan II, núm. 201; J. E. Martínez Ferrando,
«Datos para el estudio de la cancillería de los príncipes que disputaron la Corona de Aragón a
Juan II», en Acta historica et archeologica, (Barcelona), núm. 5-6 (1984-1985), pp. 225-241.
39 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 64, p. 265.
160 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

Carbonell40 quien a su vez, en cumplimiento de la constitución de 1481, se


apresuró a redactar una recopilación de las tasas exigibles para la expedición
de copias y realización de búsquedas41. Que el interés de los súbditos por la
conservación y acceso a la documentación real, y a su archivo, iba creciendo lo
demuestra el hecho de que las Cortes de Barcelona de 1503, a consecuencia de
una súplica elevada al rey por el archivero Pere Miquel Carbonell42, dispusieran
que, en lo sucesivo, los registros de los protonotarios y secretarios se transfirie-
ran al Archivo cada diez años43. Esta disposición fue ratificada en las Cortes
de Monzón de 1510, que además fijaron las tasas por expedición de copias y
suprimieron las de búsquedas de documentos44. Este carácter del Archivo como
depósito de documentos reales probatorios con acceso limitado o privilegiado a
los particulares se mantuvo durante toda la Edad Moderna y se reforzó desde el
momento en que los reyes, y con ellos el núcleo del poder político, se traslada-
ron a la Corona de Castilla, de modo que el Archivo real de Barcelona acentuó
la condición provincial y predominantemente administrativa (no política ni
dinástica) de la documentación que ingresó a partir de entonces, como lo ma-
nifiesta su dependencia de la Audiencia.
Así pues, el Archivo real se constituyó y se concibió como un depósito de
antecedentes documentales que interesan primordialmente al monarca, y sub-
sidiariamente a los súbditos, para causar fe pública. Y con ese principio meto-
dológico y fin fue ordenado ya por los archiveros que se ocuparon de él desde
sus orígenes, con criterios muy anteriores, por tanto, a cualquier formulación
de las modernas teorías archivísticas.
De tiempos medievales sólo tenemos la descripción somera y confusa que
hizo Pere Miquel Carbonell al hacerse cargo del Archivo en 1476, que sintetiza
Rafael Conde del siguiente modo45:
«Constaba de dos salas, una superior y una inferior, unidas por una escalera
de caracol, con el siguiente contenido:

40 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 63, p. 265.


41 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 61, pp. 262-264.
42 ACA, Colección Historia del Archivo, núm. 533.
43 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 65, p. 266.
44 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 66, p. 266.
45 R. Conde, Reyes y archivos cit., pp. 73-74.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 161

SALA SUPERIOR
Registros desde el infante Alfonso.
Registros de reyes «Intrusos».
21 cofres ferrats llenos de documentos.
(Algunos libres larguets scrits que parlen de consells, de tiempos de Juan I y Alfonso V y sus
lugartenientes, que saca para colocar los Intrusos).
Armarios superiores: 6, ciudad de Valencia; 7, Órdenes militares. Armarios inferiores:
1, Sobrarbe; 2, Ejea; 3, Teruel; 4, Tarazona; más otros tres de cuyo contenido nada dice.

SALA INFERIOR
Una caja con Usatges de Cataluña, Ordenanzas de Casa y Corte de Pedro IV, testamentos
reales, bulas pontificias, procesos de Cortes.
Dos sacos con documentos arrollados (cartes canonades).
Fuera de los armarios, sobre unos maderos, los dos volúmenes del Liber Feudorum maior.
Registros de Cancillería desde Jaime I a Jaime II.
Volúmenes diversos.
Procesos de jueces de la curia regis.
Procesos contra el conde de Ampurias, contra el conde de Foix, un libro sobre rentas de
Mallorca, un volumen con bulas, unas Costums de Lleida, etc.
Una caja con sacos con escrituras.
Armarios 1 a 8: 1, Cataluña; 2, Barcelona; 3, Lérida y Pallars; 4, Gerona; 5, Tarragona; 6,
Mallorca; 7, concordias entre reyes; 8, Cerdeña y Córcega.
Armarios 1 a 5: 1, reino de Aragón; 2, Zaragoza; 3, vacío; 4, Negocios entre reyes; 5, reino
de Valencia.
Registros de Pedro IV y Leonor de Sicilia.
Memoralia feudorum et regaliarum quae dominus rex habet distincta per vicarias Cataloniae.
Algunos memoriales.

Por esa época, pues, y no sabemos desde cuándo, parece que el Archivo
real había pasado a ocupar la parte alta donde en tiempos estuvo el archivo de
las armas y ropas de la cámara real. Más interesante resulta el hecho de que,
como se ve por la relación de Carbonell, la documentación se desglosa por su
ubicación física, y está integrada por tres grandes conjuntos, cuyos principios
organizativos son diferentes, aunque los archiveros trataron de homogenizarlos:
162 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

los registros de la cancillería, los pergaminos contenidos en los armarios, y otra


documentación de carácter vario, la más voluminosa constituida por escrituras
sueltas en papel, dispersa por las dos salas. Vayamos por partes.
Desde su formación en la cancillería, los registros se dividían por reinados.
Dentro de cada reinado, se distinguen los que son propiamente de los reyes
y los de lugartenientes reales de cada monarca. A su vez, dentro de cada uno
de estos subgrupos, los registros se dividen por series temáticas y territoriales,
que tienen también un fundamento organizativo, en función del oficial que
los forma y rige. Hasta ahora, se pensaba que los primeros registros de Jaime I
forman una única serie indiferenciada, salvo los dedicados a los repartimien-
tos de Valencia y Mallorca. Las cosas, sin embargo, parecen ser diferentes46.
Lo que resulta seguro es que bajo Pedro III, y sobre todo desde 1283, se
inició o se perpetuó una rudimentaria agrupación de los documentos por
series de registros de acuerdo a su materia. Desde que, bajo la influencia pon-
tificia, la cancillería aragonesa alcanzó su madurez con el reinado de Jaime
II, las series de registros se ampliaron, aprovechando el formulismo propio
de las escrituras medievales, que permitía automatizar la expedición de los
documentos y su posterior clasificación. La cancillería regia de Jaime II abrió
las series básicas (Commune, Gratiarum, Curiae, etc.), complementadas por
registros especiales para materias concretas, y por series menores (Thesaurarii,
Exercituum et curiarum, Cavalleriarum, etc.). La conquista de Cerdeña por
obra de Jaime II originó la primera serie territorial (Sardinie), seguida, tras
la reincorporación del reino de Mallorca bajo Pedro el Ceremonioso, por la
Maioricarum. De esta manera, se llegó durante el reinado del Ceremonioso
a un doble bloque de series de registros: las series temáticas (donde se recoge
la documentación relativa a los dominios ibéricos de la Corona) y las terri-
toriales, dedicadas a los reinos incorporados (Cerdeña, Mallorca y Sicilia).
Así pues, bajo el reinado de Pedro IV se alcanzó el punto culminante de este
sistema de clasificación: los 977 registros reales se dividen en cuarenta y tres
series, más otras 36 que contienen tan sólo uno o dos volúmenes de registros
especiales incluidas globalmente en la Varia de este monarca (una serie fac-
ticia creada posteriormente, sin base alguna y en la cual junto a los registros
especiales se encuentran además otros pertenecientes a antiguas series hoy
disgregadas), todo ello sin contar con las lugartenencias ni con los registros

46 Alberto Torra Pérez, «Los registros de la cancillería de Jaime I», en Jaume I. Commemo-
ració del VIII centenari del naixement de Jaume I. Volum I, Barcelona, 2011, pp. 211-229.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 163

de las reinas47. En los reinados sucesivos, menos dilatados temporalmente, se


redujo el número de series, a lo que no debió de ser ajena la racionalización
de la cancillería ante tan disparatada tipología documental: aparte de la Varia
mantenida por las clasificaciones posteriores para cada reinado y sin contar
con las lugartenencias, los registros de Juan I se repartieron en 21 series, los
de Martín I en 17, los de Fernando I en 15; un reinado tan complejo como el
de Alfonso V sólo tuvo unas 25 series, sin incluir las territoriales de Mallor-
ca, Cerdeña, Sicilia, Valencia ni las de los lugartenientes48. Desde finales del
siglo XV, esta tendencia se acentuó para reducir aún más el número de series
durante los siglos XVI y XVII. Sin duda, el sistema de registro empleado por
la monarquía medieval aragonesa, que se perpetuó durante la Edad Moderna,
era mucho más complicado, aunque también más completo, que el manteni-
do en la cancillería castellana, cuyo famosísimo registro del sello comienza de
manera seriada en 1474, si bien la costumbre de registrar la documentación
real es anterior49.
Un sistema tan complejo, aunque eficaz para los objetivos y las prácticas
administrativas de la época, debía de producir enormes dificultades de clasifi-
cación de las escrituras reales, en parte por el propio método de trabajo de la
cancillería (pues al menos hasta el reinado de Jaime II los asientos se copiaban
primero en cuadernos sueltos y luego se encuadernaban, práctica sustituida por
el empleo de volúmenes prefabricados desde los tiempos de Pedro IV), en parte
a causa del carácter itinerante de la Corte (ya que los escribanos de la cancillería
acumulaban la documentación a registrar, para ponerla al día cuando la corte
real se asentaba en un lugar). Tales errores de clasificación ya coetáneos a la pro-
ducción de los registros se sumaron a los conocidos problemas codicológicos
posteriores, inevitables en una documentación de vida varias veces secular. En
los siglos siguientes, no sólo se produjeron clasificaciones incorrectas, sino que
muchos registros fueron de nuevo encuadernados, con el bien intencionado
objetivo de salvarlos del deterioro, pero con la consecuencia de introducir aún
más confusión en las series, pues las encuadernaciones originales y las guardas
en las que figuraban la clasificación primitiva de la cancillería se perdieron y se

47 F. Udina Martorell, Guía del Archivo cit., pp. 192-195; R. Conde, «Análisis» cit.
48 Las describen Beatriz Canellas Anoz y Alberto Torra Pérez, Los registros de la canci-
llería de Alfonso el Magnánimo, Madrid, 2000.
49 F. Arribas Arranz, «Los registros de la cancillería de Castilla», en Boletín de la Real Aca-
demia de la Historia, CLXII (1968), pp. 171-200; y CLXIII (1969), pp. 143-162.
164 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

abrió camino así a unos errores que se han perpetuado50. A principios del siglo
XIX, el archivero Próspero de Bofarull dio a la serie de registros, a la cual incor-
poró algunos volúmenes que propiamente no eran tales, un número correlati-
vo, del 1 al 6.189, más la serie de registros de los reyes intrusos, con su propia
numeración del 1 al 197. Con esta operación consagró su clasificación y les dio
el aspecto con el cual los ha conocido la historiografía de los dos últimos siglos.
Muy distinto es el caso de los pergaminos. Nos consta que al menos hasta
1328, los pergaminos, conservados en sacos, se guardaban en grandes cajas.
Fue el primer archivero titular, Pere Perseya, quien puso los fundamentos del
sistema de clasificación del Archivo real. Las escrituras en pergaminos se agru-
paron en sacos y estos a su vez por armarios, con un criterio fundamentalmente
territorial, complementado con algunas materias específicas. El inventario de
Perseya refleja una organización en veinte armarios51: siete para Aragón (el de
los negocios generales de Aragón, más los de las sobrejunterías de Zaragoza,
Huesca, Sobrarbe y la Litera, Ejea, Teruel y Albarracín, y Tarazona); cuatro para
el reino de Valencia (el de negocios generales de este reino, más los de la ciudad
de Valencia, los del distrito entre el río Ulldecona y el Uxó, y los del distrito
desde el río Júcar y ultra Sexonam); seis para Cataluña (el de negocios gene-
rales del Principado, más los de las veguerías de Barcelona y el Vallès, Lérida
y Pallars, Gerona y Besalú, Tarragona, y condado de Osona); dos armarios
generales (el de Negocios entre reyes –de Aragón, Castilla, Portugal y otros, in-
cluidos el reino de Granada–, y testamentos reales); más finalmente uno con la
documentación relativa a las órdenes militares del Hospital, Temple y Montesa.
Los pergaminos se agrupaban, dentro de cada armario y saco, por rúbricas, que
se correspondían también a territorios, por lo general, o a negocios concretos.
La cantidad de documentos reseñados bajo sus correspondientes rúbricas no
sobrepasa el número de ocho. Los armarios quedan abiertos a nuevas incorpo-
raciones de documentos.
Perseya dejó incompleta la organización por armarios. El archivero Jaime
García, que ejerció su cargo entre 1440 y 1475, añadió otros armarios: el de

50 R. I. Burns, Societat i documentació cit., p. 87; F. Arribas Arranz, «Las clasificaciones


metódicas y su aplicación a los fondos de archivo», en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos,
57 (1951), pp. 317-323; C. López Rodríguez, «La serie de registros Curie de la cancillería
regia aragonesa en el Archivo del Reino de Valencia», en Estudis castellonencs, 7 (1996-97),
pp. 491-509.
51 Lo que sigue, respecto de las sucesivas clasificaciones del Archivo real, sacado de la minu-
ciosa exposición de R. Conde, Reyes y archivos cit., passim.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 165

negocios entre los reyes de Aragón, Francia y Navarra; los de las veguerías de
Manresa, Montblanc, Cervera y Tàrrega, Tortosa, más el del condado de Urgel.
Con posterioridad a García se añadieron los de Cerdeña, Mallorca, Dotes Reales
y Vilafranca, y otros hasta llegar a los treinta armarios de finales del siglo XVI.
Como vemos, la clasificación de las escrituras sueltas en pergamino se hacía
en el Archivo según los principios que interesan al rey de Aragón, que son los
de administrar sus dominios patrimoniales, en este caso con unos criterios más
simplificados (también en razón de la específica naturaleza jurídica y diplomá-
tica de estas escrituras) que los de los registros, los cuales ya venían formados y
clasificados desde la oficina que los producía, según sus propios principios or-
ganizativos, y que respondían a una combinación de criterios propios de carác-
ter territorial, orgánico, diplomático y de materias. Este sistema de armarios y
sacos se mantuvo hasta el siglo XVIII, cuando el conjunto de pergaminos sufrió
una profunda reordenación en aplicación de los reglamentos del Archivo de
1738 y 1754. Salvo las bulas pontificias, todos los pergaminos fueron reunidos
en una sola colección, agrupados por soberanos, desde los condes de Barcelona,
y ordenados con un número correlativo dentro del epígrafe de cada soberano.
Rafael Conde, quien describe con detalle esta operación iniciada en tiempos
del mercedario Mariano Ribera, continuada por Francisco Javier de Garma y
culminada por Próspero de Bofarull, opina que se realizó más por razones prag-
máticas que eruditas, como habitualmente se aduce52. La consecuencia fue que
las procedencias se mezclaron, y ya no sólo las antiguas clasificaciones por terri-
torios y negocios, sino entre los fondos propios u orgánicos emitidos o recibi-
dos por la cancillería real con los pequeños o grandes fondos documentales sin
ninguna relación con aquellos y que durante siglos se habían ido incorporando,
por causas diversas, al Archivo, en su función de depósito documental al servi-
cio del rey53. Cuando se realiza un análisis detallado de esta documentación, la
realidad depara sorpresas. Esto ocurre a propósito, por ejemplo, de la colección
de pergaminos del tiempo de Jaime I, estudiada por Jaume Riera, quien ha
establecido una primera distribución de los antiguos fondos documentales que
la integran54, lo cual es bastante revelador del proceso de formación del ACA,
como veremos a continuación.

52 R. Conde, Reyes y archivos cit., pp. 148-181.


53 J. Riera i Sans, «L’arxiu com a depòsit». Arxius. Butlletí del Servei d’Arxius, núm. 30
(2001), pp. 1-2.
54 Lo que sigue, sacado de este informe en ACA, Secretaría, «Informe sobre els pergamins
de Jaume I», mecanografiado.
166 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

De las 2.406 piezas integrantes de la colección de pergaminos de Jaime I


conservados en el ACA, Riera, en un meritorio esfuerzo y dentro de las difi-
cultades y reservas inherentes a este tipo de trabajo por ausencia de relaciones
fiables de fondos levantadas en el momento de su ingreso, determina hasta trece
procedencias diferentes. En primer lugar, los fondos documentales de tres en-
comiendas de la orden del Temple secuestradas en el momento de su supresión
(1308-1315): son las de Palau-Juncosa-Barcelona (con 274 pergaminos); la de
Barberà-Granyena-Valfogona (con 241 pergaminos); y la de Puigreig-Cerdanya
(94 pergaminos). También hay una parte de los fondos de la encomienda tem-
plaria de Tortosa, muy incompleta (30 pergaminos), lo que le permite atribuir
su depósito a la permuta que en 1294 Jaime II realizó con el dominio sobre
esta ciudad a cambio de otras posesiones en el reino de Valencia. Hay también
un quinto grupo muy fragmentario de pergaminos relacionados con el Temple,
tanto en general como relativos a otras encomiendas que no fueron secuestra-
das (55 pergaminos). Otro fondo por completo diferente es el que procede del
patrimonio del linaje Berga, situado en Berga y el Berguedà (107 pergaminos),
que pudo pasar en 1309 a Jaime II, cuando adquirió este patrimonio a Sibilia,
condesa de Pallars, nieta de Sibilia de Saga o de Berga, la última amante de Jai-
me I55. Un séptimo grupo de pergaminos corresponde a la administración del
linaje Castelvell-Montcada-Bearn en Cataluña (348 pergaminos). Es una parte
del archivo de esta familia que se encontraba en Castellví de Rosanes y que fue
confiscado en 1396, cuando Mateu de Castellbó intentó ocupar militarmente
el principado de Cataluña. La colección de pergaminos de Jaime I del ACA
se compone también con los restos de patrimonios sicilianos secuestrados por
el infante Martín cuando estuvo en aquella isla (19 pergaminos). Otros dos
grupos de pergaminos, de ingreso mucho más tardío, pertenecieron originaria-
mente a los monasterios de Sant Joan de les Abadesses (167 pergaminos) y de
Santa Maria de l’Estany (112 pergaminos), y fueron depositados en el Archivo
real en 1610. El conjunto más sustancioso es el que hace referencia a la casa y
patrimonio real de Jaime I (808 pergaminos), constituido por aquellas piezas
que ya en tiempos de este rey estaban destinadas a ser guardadas en el Archivo
desde su confección (como su testamento) o aquellas otras que estuvieron re-
lacionadas con su patrimonio: por ejemplo, las que se refieren al condado de
Urgel, a las rentas de bailía de Barcelona, a molinos en los dominios reales, etc.

55 A. Pladevall i Font, Sibil·la de Saga. Perfil biogràfic de la darrera amiga de Jaume I,


Barcelona , 1973.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 167

Por último, otro grupo es el de los pergaminos adscritos a la colección de per-


gaminos de Jaime I en tiempos muy recientes (4 pergaminos), más un conjunto
integrado por los pergaminos que no ha sido posible adjudicar a ninguno de
los fondos anteriores o cuya vía de ingreso en el Archivo es imposible de deter-
minar (147 pergaminos).
Sorprendentemente, por tanto, respecto de lo que se anuncia en el título de
la colección, sólo 1/3 de los pergaminos estuvieron en puridad en un inicial Ar-
chivo real como fruto de la actividad directa de Jaime I y de sus oficiales. Cons-
ta que al menos otro 1/3, aproximadamente (los de las encomiendas del Tem-
ple, los de Tortosa y los del patrimonio del linaje Berga) pasaron a la Corona en
tiempos de Jaime II, a fines del siglo XIII y principios del siglo XIV, justamente
por los mismos años en que estaba en marcha el programa de concentración de
documentos que dio lugar a la fundación del Archivo real. Por último, otro 1/6
de los pergaminos ingresó a consecuencia de la política de Martín I, y 1/6 más,
en números redondos, lo hizo muy tardíamente, en el siglo XVII, y también
como consecuencia del ejercicio del poder real.
Conocemos los contextos históricos y las circunstancias de estos ingresos,
a veces de manera muy general, a veces en detalle. Quizá de los que haya más
noticias, por la dimensión que tuvieron, sea de los fondos documentales de la
orden del Temple. Como buenos administradores, los templarios guardaban
documentos en los castillos en los que se defendieron en el momento de la
supresión de la orden, aunque no sabemos cuál era su grado de organización.
Jaume Riera, en el informe citado, interpreta la ausencia de notas dorsales coe-
táneas, característica de los pergaminos templarios, como una prueba de que,
en el momento de disolverse el Temple, sus archivos no habían estado ordena-
dos ni clasificados internamente. Alan Forey subraya la lentitud con la cual la
documentación relevante pasó, después de la supresión, de la orden del Temple
a la del Hospital y Montesa56. En abril de 1318, meses después de la entrega de
tierras templarias en Aragón y Cataluña al Hospital, Jaime II ordenó a todos los
oficiales reales enviar a la corte toda la documentación de las casas templarias
en esas regiones para que fuera examinada y el rey pudiera retener la que estaba
relacionada con él mientras que el resto sería entregada al Hospital57. El monar-
ca quería guardar aquellos documentos que proveyeran de información sobre

56 Alan Forey, The Fall of the templars in the Crown of Aragon, Aldershot-Burlington, 2001,
p. 190.
57 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 279, fol. 166v.
168 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

los derechos reales; el Hospital recibiría solo transcripciones58. En los meses


siguientes, el rey reconoce haber recibido documentos de Zaragoza, Monzón,
Tortosa y Miravet, pero los de Gardeny no llegaron hasta julio59. A Forey no
le sorprende que tuviera que aplazarse el juicio en varias disputas en las cuales
los Hospitalarios estaban implicados en Aragón y Cataluña porque no tenían
acceso a los documentos templarios60. Hasta finales de noviembre, Jaime II no
ordenó la transferencia al Hospital de la documentación relativa a Cantavieja, y
solo en abril de 1319 se hicieron los acuerdos para la transmisión de materiales
relativos a Tortosa, mientras que un inventario redactado en 8 de mayo de 1319
documenta la entrega al Hospital de un gran número de documentos sobre
Monzón y Barberà61. Ya en mayo 1319, los Hospitalarios presentaron una carta
de Ramón Berenguer IV de 1143 para demostrar sus derechos62.
Todavía en 1322 alguna documentación templaria pasó al Hospital; por
entonces, los documentos templarios que permanecían en las manos del rey in-
cluían algunas cartas aragonesas y catalanas que no se relacionaban directamen-
te con los derechos reales63. Montesa se encontró en una situación parecida.
Aunque las cartas papales para el establecimiento de la orden y alguna docu-
mentación relativa a propiedades particulares fueron manejadas por el maestre
en el verano de 1319, no fue hasta la última parte de ese año y principios de
1320 que el castellano de Amposta y las comandas hospitalarias fueron conmi-
nadas a entregar a la Corona documentos relativos a las propiedades que habían
sido asignadas a Montesa, e igualmente a principios de 1320 a Pedro Boyl se le
ordenó enviar a la corte real los documentos concernientes a los derechos tem-
plarios en Burriana, mientras que en enero de 1321 a un notario valenciano se

58 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, CRD, Jaime II, 6143.
59 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 279, fols. 197, 215, 243v.
60 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 164, fols. 193v, 283v; y reg. 165,
fol. 186.
61 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 165, fol. 207-207v; y CRD de
Jaime II, núm. 6.143; M. Vilar Bonet: «Datos sobre los archivos del Temple en la Corona
de Aragón al extinguirse la orden», en Martínez Ferrando, archivero. Miscelánea de estudios
dedicados a su memoria (Barcelona, 1968), pp. 497-498.
62 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 281, fol. 126v.
63 Ibídem, con referencia a J. Rubió, R. d’Alós y F. Martorell: «Inventaris inèdits de
l’orde del Temple a Catalunya», en Anuari de l’Institut d’Estudis catalans, I (1907), pp. 406-
407, doc. 17; J. E. Martínez Ferrando, «La Cámara real en el reinado de Jaime II (1291-
1327). Relaciones de entradas y salidas de objetos artísticos», en Anales y Boletín de los Museos
de Arte de Barcelona, 11 (1953-54), 164-5, doc. 120; y ACA, Varia 1.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 169

le ordenó entregar la documentación bajo su custodia al maestre de Montesa.


Pero en un cierto número de ocasiones, Jaime II tuvo que enviar recordatorios
para asegurar la documentación en cuestión64. Por eso, Forey no se extraña de
que algunos documentos que deberían haber sido transferidos al Hospital o a
Montesa se perdieran desde que los procesos contra los templarios habían co-
menzado. En 1327 el comendador hospitalario de Monzón se quejó al rey de
que la desaparición de los documentos relativos a algunas tenencias permitía a
los tenentes defraudar los pagos de rentas65.
Menos noticias tenemos sobre el ingreso de los pergaminos pertenecientes
al linaje Berga, que debieron entrar a consecuencia de la difícil minoría de la
condesa Sibilia de Pallars y de su matrimonio con Hug de Mataplana, y de la
sucesión por el patrimonio de los condes de Pallars. Es en el contexto de esta
sucesión cuando, en 1309, Sibilia de Pallars cambió con el rey sus dominios en
el Berguedà por los castillos de Tamarit, l’Arboç, Gelida y Cervelló66.
Casi un siglo más tarde ingresaron en el Archivo real los pergaminos del
patrimonio de los Castellbó-Montcada-Bearn. En 1396, Mateu de Castellbó
(1381-1399), alegando títulos a la Corona por su matrimonio con Joana
d’Aragó, hija de Juan I y Matha de Armagnac y en virtud de una promesa de
Pedro IV, intentó invadir militarmente Cataluña a la muerte de Juan I, mien-
tras Martín I se hacía con el trono de la Corona de Aragón. Esta atrevida em-
presa militar fracasó y motivó la confiscación de la mayor parte de sus dominios
heredados de los Montcada del Bearn. La reina María de Luna ordenó a Bernat
de Cabrera ocupar, para la Corona, Martorell y Castellví de Rosanes y a los
administradores de Castellví de la Marca y de Vic que prestasen obediencia al
rey. Mateu de Castellbó se refugió en el Bearn, donde murió sin hijos en 1399.
Sus estados pasaron entonces a su hermana Isabel, esposa de Arquimbald de
Grailly. Los nuevos vizcondes se apresuran a hacer las paces con el rey Martín,
que les devolvió los dominios confiscados en Cataluña, menos Martorell y
Castellví de Rosanes, que fueron incorporados a la Corona; Aramunt, que fue
donado al conde de Pallars; Bar, incorporado a la Corona; y algunos lugares del
Conflent, que fueron concedidos al vizconde de Èvol, pero en nombre del rey.
Los restos que quedaban en Cataluña del patrimonio de los Castellbó, es decir,
Vic y Castellví de la Marca, debieron sus nuevos poseedores jurar tenerlos por

64 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 168, fols. 205, 274 y 291; reg. 169,
fols. 6v, 64r-v; reg. 171, fol. 81; reg. 281, fols. 231-231v, y 256.
65 Ibídem, p. 191, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 190, fol. 105v.
66 S. Sobrequés, Els barons de Catalunya, Barcelona, 1980, pp. 85-90.
170 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

el rey Martín67. Los pergaminos ingresaron algo más tarde, porque el 28 de


diciembre de 1417 el rey Alfonso V ordenó que se entregara al archivero real,
Diego García, todas las escrituras que se encontraban en Castellví de Rosanes,
por necesitar realizar algunas búsquedas en ellas, lo que ya había ordenado,
sin éxito, su padre, el rey Fernando68. Acaso fue en ese momento cuando se
procedió a revisar el fondo y marcar muchos de estos pergaminos con una cruz
latina al dorso (o quizá solo ingresaron en el Archivo real los que previamente
habían sido revisados y marcados), como señala Riera, quien supone que no se
trata propiamente de un archivo familiar, porque todas las piezas se refieren a la
administración del patrimonio de esta familia en Cataluña.
Del reinado de Martín I data también la confiscación de otro patrimonio
nobiliario que se incorporó al Archivo real. Se trata de un conjunto de perga-
minos pertenecientes a la familia de los Alagona, y a otras familias sicilianas
que se entroncan con ellos69. Se refieren a sus propiedades sicilianas e incluyen
una pequeña colección de pergaminos griegos70. La familia Alagona controlaba
una entidad territorial amplia, sobre las ciudades de Aci, Catania, Augusta y
Siracusa, en la costa; y en el interior sobre parte de la plana de Catania, y los lu-
gares de Noro, Vizzini, Monterosso, Francofonte y el castillo de Mongelini. En
1393, los Alagona se rebelaron contra el infante Martín. Artal de Alagona tuvo
que huir a refugiarse con el duque de Milán, mientras que Martín el Humano

67 S. Sobrequés, Els barons de Catalunya cit., pp. 201-203.


68 «Lo Rey. Promens. Segons som certs, lo senyor rey de gloriosa memoria, pare nostre, per
sa letra scrivi als Consellers de aquexa ciutat prop passats pregants los que totes les scriptures
que eren a Castell Vehi de Rosanes liurassen al feel scriva nostre e tinent les claus de nostre
Archiu de Barchinona en Diego Garcia, la qual cosa segons som certs no han feta ne mesa en
execucio. E com nos de present haiam mester alcunes coses que son entre les dites scriptures,
pregam vos affectuosament que les dites scriptures liurets al dit scriva nostre per manera que
ell puxe cerquar ço que nos havem mester e li havem manat. E aço per res no mudets sins
desijats servir e complaure, car gran perill es en la triga», trascrito por Francisco de Bofa-
rull, Historia cit., Prueba núm. XCII en p. 143 del Apéndice, referida a ACA, Cancillería,
reg. 2410, fol. 119v.
69 Laura Sciascia, Pergamene siciliane dell’Archivio della Corona d’Aragona (1188-1347),
Palermo 1994; Antonino Giuffrida, Il cartulario della famiglia Alagona di Sicilia. Documenti
1337-1386, Palermo, 1978.
70 Estudiados por Juan Nadal Cañellas, «Los documentos griegos del Archivo de la
Corona de Aragón», en Anuario de estudios medievales, 13 (Barcelona, 1983), pp. 149-178:
se trata de cinco documentos, de los años 1167 a 1230, cuatro de ellos relativos a la villa de
Centuripe, en la provincia de Catania (Sicilia), que pudieron acompañar a la trasmisiones de
estos bienes.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 171

y Martín el Joven procedieron al secuestro y a la consiguiente asignación a sus


fieles de los bienes que integraban el patrimonio de esta familia noble. Los
documentos localizados y editados, en número de 238 aunque pudiera haber
algunos más, comienzan en 1188 y continúan hasta al menos 1386. Como en
el caso de los Castellbó, no se trata del archivo familiar, sino de una parte de lo
más consistente que constituía el complejo de las actas en pergamino ligadas
a la formación del patrimonio inmobiliario, sea feudal o alodial, de la familia,
y a las actas solemnes, contratos de matrimonio o legados testamentarios. Por
eso, el tipo de documentación conservada está ligado a la larga eficacia de estas
escrituras en el tiempo: investiduras feudales, adquisición de bienes inmuebles,
constitución de dotes,… Predominan las ventas y herencias, hay pocos testa-
mentos y faltan los documentos sobre matrimonios. Hay varios privilegios de
investidura y de confirmación feudal, incluido el de la isla de Malta hecha por
el emperador Enrique VI en 1194 (en copia). También hay documentos de
cambio y adquisición de feudos, como un privilegio de Federico II de octubre
de 1220 con la concesión a dos miembros de la casa real aragonesa, Sancho de
Aragón y su hijo Nuño, de vastos territorios en Sicilia. Esta selección de docu-
mentos debió expedirse desde Sicilia a Barcelona en 1397, cuando el infante
Martín regresó para ocupar el trono de la Corona de Aragón71.
Por orden cronológico, el último conjunto de importancia que ingresó en
el Archivo real y que hoy integra la colección de pergaminos de Jaime I lo
hizo muy tardíamente, a principios del siglo XVII, y en circunstancias muy
diferentes a la de los anteriores. En el curso de un litigio por las rentas entre los
monasterios agustinianos de Sant Joan de les Abadesses y de Santa Maria de
l’Estany, ambas partes solicitan en 1609 que las escrituras fuesen depositadas
en el Archivo Real. Una sentencia de la Real Audiencia de 16 de junio 1610
confirmó el depósito, a pesar de los intentos que hicieron sus propietarios por
recuperarlos72. Todavía hoy se encuentran allí. Este fondo incluye además los
pergaminos condales más antiguos de la sección de la Real Cancillería conser-
vados en el ACA, los de Wifredo I. Aunque en principio se guardaron en un
armario propio, con nombre pero sin número73, se mezclaron con el resto de la

71 J. Riera, «L’Arxiu com a dipòsit», cit., p. 1.


72 Miquel dels Sants Gros, «L’Arxiu del Monestir de Sant Joan de les Abadesses. Notí-
cies històriques y regesta dels documents dels anys 995-1115», en II Col·loqui d’Història del
Monaquisme Català, Abadia de Poblet, 1974, vol. II, pp. 87-128; J. Riera, «L’Arxiu com a
dipòsit» cit., con referencia a ACA, Real Audiencia, Conclusiones civiles de 1610, fol. 147.
73 R. Conde, Reyes y archivos cit., p. 46.
172 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

colección de pergaminos cuando se ordenaron cronológicamente entre los si-


glos XVIII y XIX. Esto permitió a Federico Udina, en un trabajo por otra parte
muy meritorio, acuñar la equívoca expresión de «Archivo condal», que tantos
problemas ha causado, para referirse a ellos cuando publicó los conservados en
el ACA comprendidos hasta la muerte del conde Borrel II, acaecida en 99274.
Salvo esta última incorporación, que lo hizo muy tardíamente y en circuns-
tancias especiales, por cuanto lo fue como un depósito judicial que el tiempo
convirtió en definitivo, los archiveros medievales del Real de Barcelona trataron
todos los pergaminos que habían ingresado como un conjunto que organizaron
siguiendo los criterios de utilidad para el patrimonio real, sin respetar las proce-
dencias, en el caso de que existieran, en oposición a lo que había ocurrido en los
archivos romanos tanto durante la época republicana como durante la imperial,
cuando los ingresos se mantuvieron diferenciados por instituciones, generan-
do series documentales que en propiedad podían considerarse orgánicas75. Es
decir, los barceloneses utilizaron lo que la moderna teoría archivística ha lla-
mado el «principio de pertenencia» al ordenar los documentos de un archivo
basándose en su contenido (por materia, persona, lugar, fecha,…), mientras
que los romanos, bien que rudimentariamente, se decantaron por el que hoy
se llama «principio de procedencia» o «método histórico», que ordena los do-
cumentos basándose en su procedencia institucional, esto es, en su estructura
organizativa. En síntesis, estos son los dos métodos de ordenar un archivo, de
los cuales actualmente se ha impuesto el segundo76. Que los antiguos romanos
se decantaran también por este no es de extrañar, porque la complejidad y desa-
rrollo institucional fue mucho mayor a la de la incipiente burocracia y reducido
aparato de estado de la monarquía aragonesa.
En efecto, desde un punto de vista historiográfico, hoy se asume que el res-
peto al «principio de procedencia» es básico para la organización archivística.
Pero los oficiales al servicio del rey de Aragón no estaban para disquisiciones
archivísticas o historiográficas. Ellos tenían un interés más inmediato y utilita-
rio y se desenvolvían en un mundo institucionalmente muy limitado. Como
escribe atinadamente Rafael Conde, «los archivos crecen por dos vías: la del
crecimiento vegetativo derivado del desarrollo de la actividad realizada por la
persona o el organismo que lo genera, o por el ingreso de conjuntos documen-

74 F. Udina Martorell, El archivo condal de Barcelona en los siglos IX-X. Estudio crítico de
sus fondos, Barcelona, 1951.
75 Ernst Posner, Archives in the Ancient World cit., pp. 183 y 196.
76 E. Lodolini, Archivistica. Principi e problemi, Milán, 1984, p. 139.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 173

tales ajenos, vinculados o no, a esa actividad. A menudo la individualidad de


estos conjuntos se pierde y sus elementos integrantes se diluyen en un conjunto
más amplio. Es necesario tener en cuenta que el hecho o la forma de la conser-
vación de un documento está condicionada por criterios utilitarios: se recogen
los de un determinado tipo, aquellos que se refieren a un determinado patri-
monio o parte de un patrimonio. Cuando la utilidad de conservar la unidad
del conjunto desaparece, el fondo corre el riesgo de disolución y de integración
de su unidad en otro conjunto. Los conjuntos documentales, mientras son de
utilidad administrativa, son a menudo dinámicos, no estáticos, se recomponen
en la misma medida en la que las necesidades de la consulta lo exigen»77. Este
fenómeno es tan viejo como la historia de los archivos, que es muy dilatada:
cuando Hammurabi entró en la ciudad de Mari, en el siglo XVIII a.C., mandó
a los empleados modificar el orden originario de los documentos de las oficinas
de esa ciudad, a fin de que pudieran servir mejor para conocer las relaciones de
su enemigo con otros estados78.
Como hemos visto, ante el conjunto formidable y caótico de pergaminos
que se habían concentrado a principios del siglo XIV en las oficinas reales,
los archiveros decidieron reclasificarlos y distribuirlos entre armarios y sacos,
siguiendo un criterio territorial por dominios y, subsidiariamente, temático,
que era como les debían llegar las peticiones de búsquedas de sus superiores, a
juzgar por la correspondencia posterior. Para ello recurrieron a la experiencia
más inmediata. Las primeras evidencias de un sistema de clasificación en el
Archivo real son de comienzos del siglo XIV, del tiempo de Ramón Vinader
y Guillem Agustí, autores del memorial de los feudos de Cataluña conocido
como Vicariarum Cathalonie, por estar organizado en veguerías, ya que nos
habla de sacos con un título de contenido79. Por entonces ya habían ingresado,
como sabemos, los pergaminos del Temple y los del linaje Berga. La primera
clasificación global del archivo es del tiempo de Pere de Passeya, que sin duda
se apoyó en los sacos preexistentes, y consolidó la estructura de armarios y sacos
que estuvo vigente hasta mediados del siglo XVIII. Los pergaminos existentes

77 R. Conde y Delgado de Molina, «L’archivio di Ricard Guillem», en J. E. Ruiz-


Domènec, Ricard Guillem, un sogno per Barcellona, Nápoles, 1999, p. 179.
78 Ernst Posner, Archives in the Ancient World cit., p. 30.
79 R. Conde, «Estudi arxivístic», en Els pergamins de l’Arxiu Comtal de Barcelona de Ramon
Borrel a Ramon Berenguer I, Barcelona, 1999, vol. I, pp. 24-31. Descrito por J. Riera i Sans,
Catálogo de memoriales e inventarios, siglos XIV-XIX (Archivo de la Corona de Aragón), Madrid,
1999, núm. 9, p. 27.
174 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

entonces se redistribuyeron por los armarios según la rúbrica que les correspon-
diera. Se deshicieron, entonces, los posibles fondos documentales que hubieran
podido pervivir, y que habían llegado a manos del rey por cualquier vía de
adquisición patrimonial. Un ejemplo paradigmático es el archivo del prohom-
bre barcelonés Ricard Guillem y sus herederos, estudiado magistralmente por
Rafael Conde, que en 1160 pasó a propiedad del conde de Barcelona y después,
en un tiempo no determinado, ingresó en el Archivo real80.
El total de documentos conservados de Ricard Guillem y sus herederos es
de 99; de ellos, 74 corresponden a la actividad directa de Ricard Guillem. La
integración de parte de los bienes de Ricard Guillem en el patrimonio de Ramón
Berenguer IV (1131-1162) consignados por el sucesor de Guillem, Pere de
Barcelona, los condujo a ser custodiados en el archivo de condes de Barcelona.
De hecho, hay indicios de que el archivo de Ricard Guillem debió ser más volu-
minoso que el conjunto de documentos existentes en Archivo real. Pero con la
división de la herencia se partió también la documentación, como suele ocurrir.
La parte o los bienes que no pasaron a Pere Ricard y de este a Pere de Barcelona
tomó otro camino y ese no llevó al Archivo real. Desde este punto de vista, lo que
se adquirió con los bienes de Ricard Guillem y sus descendientes era el archivo
de Pere de Barcelona, último titular de los mismos. Y siguiendo la misma lógica,
se podría suponer que en tal archivo se comprendieran –y vinieran pues a formar
parte del archivo del conde– también los títulos de propiedad de los bienes ad-
quiridos por el mismo Pedro, el cual ampliaría la importancia del ingreso, pero
con límites difíciles de establecer. En 1160, bajo Ramón Berenguer IV, llegaron
al archivo del conde al menos los 99 documentos que se conservaban a mediados
del siglo XVIII (cuando se desmanteló el sistema de armarios y sacos): 90 origi-
nales, 1 copia coetánea, 1 copia de fines del siglo XII, 7 extraviados con referencia
en el inventario. Para entonces, hacía mucho que el fondo de Ricard Guillem y
herederos había perdido su identidad. Pasó cuando fue distribuido en los arma-
rios a principios del siglo XIV, con ocasión de la constitución del Archivo real
de Barcelona. Y con él la perdieron también otros posibles fondos incorporados
entonces. El conjunto que perteneció estrictamente a Ricard Guillem se distri-
buyó entre los armarios de Cataluña (4 pergaminos, en 3 sacos), Barcelona (16
pergaminos en 5 sacos), Tarragona (1 pergamino en 1 saco), Vic (1 pergamino
en 1 saco), y un armario posterior, sobre el cual volveremos, el de Montblanc (70
pergaminos en 3 sacos), más 9 pergaminos que carecieron de signatura.

80 R. Conde y Delgado de Molina, «L’archivio di Ricard Guillem» cit., p. 179.


El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 175

Un método similar se siguió con otros fondos de pergaminos, incluso muy


antiguos, que se han tenido por el «núcleo constitutivo» del Archivo real, cuan-
do no el de un supuesto «archivo condal». En su examen de los pergaminos
del ACA anteriores a la muerte del conde Borrel II, en 992, Federico Udina
Martorell determinó que de los 242 documentos que estudia, sólo unos veinte
–a juzgar por los recopilados en el Liber Feudorum Maior– integraron el núcleo
básico de lo que él pensaba que era el Archivo en el siglo XII. El resto ingresó
más tarde y se mezcló con los primitivos fondos. Por eso, es posible determinar
diversos grupos de pergaminos que tienen distintas procedencias. Además del
caso ya citado de Sant Joan de les Abadesses, con unos 150 pergaminos apro-
ximadamente, hay otros pequeños fondos que no tienen relación con la casa
condal: en total son unos ochenta pergaminos, de los cuales casi una veintena
son relativos a la ciudad de Barcelona, otros tantos a Sant Martí de Provençals,
y otros 13 pergaminos de Olérdola, con transacciones de tierras en Vallmoll,
once de los cuales fueron adquiridos por un tal Gondefredo, sin que sea posible
determinar con seguridad su fecha de ingreso en el Archivo. Hay además, cua-
tro pergaminos referentes al condado de Berga, cinco al de Manresa y diecisiete
al de Vich81.
Fue un criterio que se aplicó de manera general a las colecciones acumuladas
en el Archivo real a lo largo del proceso de concentración de fondos documen-
tales que emprendió Jaime II. Incluso se hizo con aquellos documentos que ha-
bían tenido una vinculación especial con la casa real. Nos consta que al menos
235 pergaminos de Jaime I (de los 808 actualmente conservados que se refieren
en puridad al funcionamiento de su casa y patrimonio) estuvieron depositados
en el monasterio de Sijena, que durante algún tiempo funcionó como archi-
vo real82. Tenemos noticias documentadas de que el depósito se realizó hacia
1255-1256, y allí se mantuvo hasta que en 1308 Jaime II ordenó remitirlo a
Barcelona, a las oficinas de la cancillería real. Ocupaba entonces un arca, pre-
sumiblemente de grandes dimensiones, y una caja. De aquí pasó al monasterio
de San Juan de Jerusalén, junto con otros fondos documentales que el monarca
fue concentrando en esta casa. Allí estaba en 1318, poco antes de ingresar en el

81 Federico Udina Martorell, El archivo condal cit.


82 Estas conclusiones se apoyan en el trabajo todavía inédito de Rafael Conde y Delgado
de Molina, El archivo real del monasterio de Santa María de Sijena (Huesca). Primer tercio del
s. XIII-1308, que nos sirvió de base para nuestro estudio: «Conservar y construir la memo-
ria regia en tiempos de Jaime I: los archivos reales», en Pascual Martínez Sopena y Ana
Rodríguez (eds.), La construcción medieval de la memoria regia, Valencia, 2011, pp. 387-413.
176 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

Archivo real, una vez fundado en la antecámara de la capilla palatina de Santa


Águeda. Fue entonces, con motivo de su estancia en la casa de San Juan de
Jerusalén o de su traslado al Archivo real, cuando se redactó un inventario del
depósito de documentos reales existente en el monasterio de Sijena. Esta rela-
ción nos permite conocer la estructura del fondo. El archivo se organizaba en
cuatro grandes apartados o secciones: una serie, a la cual llamaremos «general» a
falta de mejor nombre, que, con más de 300 unidades, constituía el grueso del
archivo de Sijena; una serie de 107 bulas o rescriptos papales; otra con quince
documentos, catorce de ellos relacionados con el fallido intento de Jaime I de
hacerse con Navarra a la muerte de Teobaldo II (1270); y en una caja, que a
su vez incluía dos cajas más pequeñas, varios documentos diversos del tiem-
po de Jaime I (referentes a sus deudas con su hijo Ferrán Sánchez; algunos
debitorios de este rey, un proceso en papel sobre cuentas ordenado hacer por
Alfonso el Liberal, el testamento de Violante de Hungría y una cédula en pa-
pel con sus legados pecuniarios, más cinco libros, dos de los cuales eran en los
que se anotaron los movimientos de documentos de Sijena y otro la conocida
«Remembranza de Nuno Sanç»)83. A su vez, la que hemos denominado «serie
general» contenía un reducido núcleo de documentos más antiguos, algunos de
ellos de gran importancia política, que pudieron depositarse en el monasterio
en tiempos de Alfonso II y de Pedro II. Todo este fondo, que permanecía unido
al menos hasta 1308, cuando ingresó y se redactó el inventario, se clasificó y se
dispersó cuando se reorganizó el Archivo a mediados del siglo XIV, siguiendo
criterios de utilidad administrativa y política del monarca aragonés.
Este método (que vagamente se inspira en lo que hoy conocemos como
«principio de pertenencia», como opuesto a nuestro «principio de proceden-
cia», de carácter más historiográfico) se aplicó también a los fondos de perga-
minos incorporados no elaborados por la cancillería real. Por ejemplo, los del
condado de Urgel producidos por Ermengol X, que ingresaron en el Archivo
cuando el condado fue vendido a Jaime II en el curso de la extinción de su
primera casa condal y de la política de incorporación a la Corona emprendida
por Jaime II84. La documentación relativa a este condado no tuvo su propio

83 Fue publicada y estudiada por A. Mut i Calafell y G. Roselló i Bordoy, La Remem-


brança de Nunyo Sanç. Una relació de les seves propietats a la ruralia de Mallorca. Palma de
Mallorca, 1993.
84 R. Conde, «Estudi arxivístic» cit., p. 46; S. Sobrequés, Els barons de Catalunya cit.,
pp. 65-74. Tenemos algunas noticias del archivo del condado de Urgel tras su incorporación a
la casa real. En 1335, el infante Alfonso dictó varias disposiciones para concentrar los fondos
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 177

armario hasta mediados del siglo XV, como sabemos. Aunque todas las piezas
del grupo de pergaminos procedentes del linaje Berga, por ejemplo, que tienen
una coherencia territorial, llevan la nota dorsal, del siglo XVIII, de haber sido
guardadas en el armario de Manresa85, no ocurrió lo mismo con los confiscados
a fines del siglo XIV-principios del siglo XV, como los sicilianos de los Alagona
o los del patrimonio Castellvell-Montcada. Como hemos visto, todos ellos fue-
ron examinados y marcados, pero sólo se extrajeron, en un tiempo indetermi-
nado, unos pocos que se guardaron en los armarios que se consideraron más
apropiados: de las 348 piezas de esta procedencia que corresponden al tiempo
de Jaime I, sólo se pasaron 5 al armario de Barcelona y otros 5 al de Vic, 2 al de
Lérida, y una sola pieza a los del Temple, Manresa, Tortosa y Vilafranca (estos
tres últimos armarios datan de mediados del siglo XV en adelante). Menos in-
terés despertaron los de los Alagona: de los 238 localizados como procedentes
de este origen, sólo se pasó una pieza a los armarios de Manresa, Valencia, y
Mallorca, y dos al de Vilafranca. El resto se apartó y quedó sin signaturas hasta
tiempos modernos.
No fue un caso excepcional. Como ya sabemos, a partir de la aprobación de
las ordenanzas del Archivo de 1384, se produjo un cierto desinterés por la do-
cumentación no registral, lo que vino a sumarse a las complicaciones propias de
cualquier trabajo archivístico, más graves con los documentos sueltos. Como
estamos viendo, hubo importantes cantidades de pergaminos extra saccos. En
parte, eso se debió a la falta de un criterio claro que rigiera la adscripción de do-
cumentos a los armarios. Aunque fuera ya del período medieval, comentando
el altísimo número de documentos conservados en el armario de Montblanc,

documentales relativos a su administración del condado, y finalmente ordenó depositar los


cofres y cajas con la documentación que se reuniera en el convento de Menores de Barcelona,
en manos de Sancho López de Ayerbe, en tanto se decidía su destino definitivo». (J. Tren-
chs y R. Conde, «La escribanía-cancillería de los condes de Urgel (s. IX-1414)», en Folia
munichensia, Zaragoza, 1985, p. 72). Es curiosa esta noticia acerca de la función de este con-
vento barcelonés como depositario de documentación particular, en algún caso vinculada de
alguna manera a la casa real aunque no proceda propiamente de sus oficinas. Sabemos que,
en 5 de enero de 1323, los consejeros del municipio barcelonés Arnaldo Bernat, Guillermo
Nájera, Pedro Rovira y Esteban de Olzet escribieron al rey con referencia a una carta o pri-
vilegio que dice «quod ipsam cartam teneamus dicte civitatis que est in dormitorio fratrum
predicatorum ubi conservantur et manent privilegia ipsius civitatis» (Cfr. Francisco de Bofa-
rull, Historia cit., pp. 40-41, remitiendo a la prueba núm. XXIV, en pp. 51-52 del Apéndice,
referida a ACA, Cancillería, CRD, Jaime II, núm. 7218).
85 «Informe sobre els pergamins de Jaume I» cit.
178 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

el archivero Pere Benet escribió en 1601 que había allí tanta mezcla y caos que
se podía aplicar el dicho popular «mesclats cols y naps y fer olla podrida». Pero
esta situación se arrastraba desde tiempo atrás. Fue el archivero Pere Miquel
Carbonell, a fines del siglo XV, el primero en describir con cierto detalle el
contenido de dos grandes cajas de documentos que había en el archivo desde,
al menos, principios del siglo XV: textos de contenido jurídico, documentos
sobre el castillo de Besora o sobre Molins de Rei, memoriales y procesos de
cortes, bulas, pergaminos y cartas reales86. Hasta entonces, es de suponer que
no había habido un gran control archivístico sobre ellos. En la descripción de
los armarios que hizo Pere Benet en 1601, se refirió a esta situación de una
manera cruda y bastante expresiva: «es absolutamente indigno de un archivo de
esta categoría el que en los últimos doscientos años no se encontrara quien cla-
sificara y ordenara los documentos, como solo parcialmente están (…) Por ello
es preciso calificar estos armarios de profundísimo caos. Pues los documentos de
una veguería o de una sobrejuntería están mezclados con los de otras, y en los
armarios de los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca y Cerdeña verás docu-
mentos relativos al principado de Cataluña, y viceversa. Entre ellos, el armario
de la veguería de Montblanc te hace bailar la cabeza: me pareció conveniente
retirar de él dos sacos, uno con rescriptos papales y otro con documentos de
escaso valor, que, en mi opinión, no estaban allí puestos a conciencia sino por
casualidad, y llevarlos a los armarios de las sobrejunterías de Sobrarbe y Ejea,
casi vacíos. Finalmente, es duro considerar que los armarios generales de los rei-
nos de Aragón y Valencia y el de nuestro principado de Cataluña, que no deben
contener documentos de tipo privado sino solamente los relativos a su historia,
estén tan confusos y perversamente organizados que su nombre de generales les
esté bien aplicados»87. Los trabajos posteriores llevados a cabo en el Archivo
durante los siglos XVIII y XIX tuvieron que hacer frente a la existencia de este
gran número de pergaminos sin signatura de armario y saco, lo que explica la
enorme diferencia entre los 8.127 ítems del inventario de Bernat Macip, redac-
tado a fines del siglo XVI, y las actuales 20.729 unidades de pergaminos de la
sección de Real Cancillería88.
Tal desorden dio problemas ya en tiempos medievales. En una carta sin
año, de mediados del siglo XIV, del 15 de marzo, el archivero Bartolomeu

86 Rafael Conde, «Estudi arxivístic» cit., pp. 34-36.


87 Rafael Conde y Delgado de Molina, La brújula. Guía del archivo real de Barcelona.
Pere Benet, 1601, Madrid, 1999, p. 121.
88 Rafael Conde, «Estudi arxivístic» cit., pp. 39-43.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 179

des Puig comunica a su superior, el protonotario Mateu Adrià, que, siguiendo


sus instrucciones y las del rey, había buscado en la casa de Adrià y en la de un
tal Pinós las cartas relativas a la embajada en la cual fue cierto Vilarasa y otras
cartas que el rey envió al rey de Castilla antes de ir a Cerdeña, así como las res-
puestas y capítulos de esta negociación. Buscó en el archivo y en los cofres de
Adrià, y después por otros lugares del Archivo y otra vez en la casa de Adrià y
en la de Pinós, con la ayuda del escribano real Guardiola, y aunque estuvieron
buscando dos días, no encontraron más que una carta registrada en un registro
guardado en casa de Pinós. En el archivo del rey y en casa de Adrià sólo habían
encontrado traslado de algunas cartas. Y concluía su informe: «Don me Senyer
gran meravella com les respostes de les letres et capitols dels dits senyors reys
no havets trobats registrats en les registres de la Cort ho de Castiella ho de son
III los quals son en la scrivania ho en poder dels secretaris cor be sabets vos
senyer que poques scriptures faents per neguns tractament ne encara letres qui
venguen al senyor rey entre en larchiu cor cascun daquells les se rete perque les
dites scriptures nos poden trobar ne larchiu et puys lo senyor Rey no les pot ha-
ver com les ha menester»89. La situación pudo ser tan grave que en ocasiones no
hubo más remedio que confesarla ante el rey. En una carta elevada al soberano,
de 26 de octubre de 1369, el archivero Ferrer de Magarola le informó de que
(después de recibir una carta del rey de fecha 12 de octubre para que buscase
en el Archivo la escritura mediante la cual el maestre de Montesa se obligaba
a servir al rey en tiempo de guerra con cierto número de hombres a caballo y
que de ella le enviase traslado) buscó esa carta «en larmari on son conservades
les scriptures del Spital e del temple e de Muntesa», sin encontrarla. «Axi ma-
tex –seguía– las he cercades en los IIII. armaris del Regne de Valencie e aytant
poch les hi atrobades, de la qual cosa jo stant meravellat, cercant ab aquella
diligencia que he pogut los encartaments de Muntesa, he trobat I. caxo en lo
qual ha alscuns rescrits papals faents per lo Mestrat de Muntesa», y allí encon-
tró una carta del rey dirigida a Mateu Adrià dada en Perpiñán a 2 de julio de
1356, en la que se le mandaba transmitir a Perpiñán las cartas de dotación de la
orden de Montesa, porque las necesitaba. Encontró otra carta del rey dirigida
a Adrià dada en Perpiñán a 7 de julio de 1356 mediante la cual el monarca
notificaba a Adrià que había recibido esas cartas. Pese a eso, Magarola continuó
buscando, preguntó a otro oficial si sabía algo y buscaron en «I. cofre qui es en
larchiu on ha alscunes scriptures qui foren atrobades en casa de Matheu Adria e

89 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LVI en pp. 88-89 del Apéndice.
180 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

aytampoch hi havem res trobat daquest fet. Per que Senyor apar quels dits en-
cartaments son ixits del Archiu de manament vostre e despuys no y son tornats.
Veus Senyor quant mal se segueix can los originals ixen del Arxiu». Finalmente,
le comunicaba que seguiría buscando en los registros del rey Jaime II, por si
estas cartas hubieran sido registradas90. Esto animó a los archiveros a resistirse
a dejar salir del Archivo la documentación original, incluso por disposición del
monarca, si no era expresa y tajante, como ocurrió en 1370, cuando el archi-
vero se opuso al envío de un registro de la difunta reina Leonor de Portugal,
por orden del rey, al maestre racional en Valencia, porque el propio soberano
había ordenado con anterioridad que no saliera del Archivo, al encontrarse allí
registrado el testamento de la reina. Solo saldría si el monarca lo volvía a man-
dar expresamente: «vageus lo cor senyor –acababa el archivero– que per aquesta
manera se son perduts los encartaments de Muntesa qui per manament vostre
foren tramesos a Perpenya, on vos senyor erets, en temps den Matheu Adria e
depuys no se son tornats al Archiu»91.
Lo que nos vienen señalando estos episodios es que el proceso de acumu-
lación de documentos en el Archivo real, después Archivo de la Corona de
Aragón, fue constante desde sus inicios, y que estos fondos fueron tratándose
de una manera unitaria, hasta fusionarse en un nuevo fondo documental, com-
plejo, incoherente en ocasiones, y, desde luego, nada conforme con las abstrusas
teorías archivísticas contemporáneas. Para moverse entre aquella masa de docu-
mental, los archivos elaboraron numerosos inventarios y catálogos, conocidos
con el nombre de «memoriales», que son muy reveladores de los intereses que
animaban las búsquedas y los principios de organización del material archivís-
tico92. El ingreso de nuevos fondos y su grado de incorporación o asimilación
al Archivo fue distinto según las épocas. El rey Pedro el Ceremonioso fue quizá
uno de los más interesados en el Archivo y su documentación, lo que produjo
muchos quebraderos de cabeza a sus funcionarios. En una carta sin año dirigida
al protonotario Mateu Adrià, el archivero Bartolomeu des Puig intentó aclarar

90 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LXV en pp. 98-99 del Apéndice.
Otro largo y muy expresivo informe de Magarola dirigido a Jaume Conesa, protonotario del
rey, narrándole con detalle las peripecias en la búsqueda de unos documentos ordenada por el
monarca, en R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 43, pp. 242-244.
91 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LXVI en pp. 100-101 del Apéndice.
92 Desde 1306, fecha del primero, hasta 1510, se conservan 78 obras de estas característi-
cas, algunas muy complejas y voluminosas. Fueron descritas minuciosamente por J. Riera i
Sans, Catálogo de memoriales e inventarios, siglos XIV-XIX (Archivo de la Corona de Aragón),
Madrid, 1999.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 181

un malentendido provocado por un escrito oficial suyo anterior, mediante el


cual le pedía que tuviera las cartas del rey y las suyas propias a mano, no por-
que pensara mal de Adrià, «mas la raho es aquesta, quel Senyor rey demana et
vol haver del Archiu ades una cosa ades altra», y de ahí su petición para que el
«Senyor rey hagues et haja les coses que demana pus encert, car plauli et tal ora
o demana que hom no so pensa»93. El monarca era la primera causa de desor-
ganización del Archivo, por sus constantes e imperiosas peticiones, pero era
también el principal motor de formación del fondo documental. Así, además
de los registros y otra documentación de su cancillería, el Ceremonioso mandó
expresamente para que se conservaran allí: el Libro de Privilegios de Mallorca,
incautado cuando la incorporación de este reino (1344); el Libro de Privilegios
de Valencia, cancelado al derrotar a la Unión (1348); el original de sus célebres
Ordenaciones; el original de la Crónica General de sus antepasados que man-
dó escribir; el proceso contra Jaime de Mallorca94; sus discursos a las Cortes,
etc.95. Como estos ingresos se hacían por voluntad real y teniendo en cuenta las
prácticas administrativas de la época, son pocos los que dejaron una constancia
escrita de su entrada. El memorial de documentos en poder de la escribanía real
durante los años 1345 a 135096 no contiene asientos sobre ingresos ajenos a esa
oficina. En el libro auxiliar que se abrió a partir de 1363 para el control de los
movimientos de fondos del Archivo Real97, aparte de la documentación pro-
piamente cancilleresca, sólo figura un asiento realizado el 8 de junio de 1370,
en el que consta que el canciller del duque, Jaume de Faro, retira del Archivo
real, por orden del rey, dos sentencias en pergaminos y cuatro cuadernos de
papel relativos a las paces con el rey Pedro de Castilla. De otra mano, una nota
indica: «Fuerunt recuperate et recondite in armario Castelle»98. No hay indicios
de que se depositara el archivo de los condes de Urgel, confiscado en 141499.
Tampoco lo hizo el del conde de Denia (que incluía el ducado de Gandía, el

93 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LV en pp. 86-87 del Apéndice.
94 En una carta autógrafa de 3 de mayo de 1367 y dirigida al rey, el archivero Ferrer de
Magarola dice que por orden suya buscó los procesos contra el rey de Mallorca, «los quals
procesos Senyor havem trobats en un cofre qui era casa den Matheu Adria [protonotario] e
ara es en lo dit Archiu del qual nosaltres tenim cascun una clau» (Francisco de Bofarull,
Historia cit., Prueba núm. LXII en p. 95 del Apéndice, y pp. 61-62 de texto).
95 [J. Riera], Archivo de la Corona de Aragón, Madrid, 1999. p. 1.
96 ACA, Memoriales, 63. Descrito por J. Riera i Sans, Catálogo cit., p. 31, núm. 14.
97 ACA, Memoriales, 51. Descrito por J. Riera i Sans: Catálogo cit., p. 36, núm. 17.
98 ACA, Memoriales, 51, fol. 14r.
99 [J. Riera], Archivo de la Corona de Aragón cit., p. 10.
182 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

marquesado de Villena y el condado de Ribagorza, junto con otros pequeños


señoríos), cuando fue confiscado a su muerte en 1424, pero en este caso la ra-
zón estribó en que para entonces ya existía el Archivo del Real de Valencia. Allí
fue a parar y allí se conserva todavía hoy100. Unos años antes, su destino natural
hubiera sido el Archivo real de Barcelona, como ocurrió con la documentación
de los Alagona.
Las procedencias de los documentos que ingresaron en el Archivo real de
Barcelona fueron, como venimos viendo, múltiples, sin que se atuviesen a nin-
gún principio archivístico. Sólo contaba el interés del monarca, como lo mani-
fiesta un caso de fines de siglo XIV. El 11 de abril de 1398, el rey Martín escri-
bió desde Zaragoza a la abadesa del monasterio de Pedralbes porque, habiendo
sabido que en ese cenobio habían quedado diversas escrituras que se refieren al
rey y a su patrimonio, de las cuales tenía necesidad, le rogaba que las mostrase
todas al escribano y «tinent les claus del nostre Archiu de Barcelona», Gabriel
Segarra, «et les que facen per nos sens tocar vostre interes o daqueix monastir li
liurats encontinent et de les que toquen nostre interes et vostre li lexets pendre
translat»101. Pudo ingresar documentación por vías que hoy harían llevarse las
manos a la cabeza a más de un teórico archivístico. El 7 de octubre de 1455,
y en el contexto de las luchas por el gobierno municipal de Barcelona, el rey
Alfonso el Magnánimo comunicó al archivero del Real, Jaume García, que por
tiempo de cinco años había autorizado a las manos mercantil, artista y menes-
tral de aquella ciudad a formar un sindicato y actuar en su propio nombre,
siempre con autorización del gobernador de Cataluña, Galceran de Requesens,
y les había concedido que con las escrituras, actos y provisiones que resultaran
«puixen fer una caxa e aquella tancar ab clau a lur voluntat, podent-la metre
e tenir dins aqueix nostre archiu e que alli hi puixen tancar e obrir, metent-hi
e trahent les dites coses a tota lur voluntat», por lo que le ordenaba que así se
lo permitiera102. Si se eligió depositarla en el Archivo real, fue porque se consi-

100 R. Chabás Llorens, Historia de la ciudad de Denia, [Alicante, 1958, 2.ª edición], vol.
II, pp. 29 y ss.; J. L. Pastor Zapata, «Un ejemplo de “apanage” hispánico: el señorío de
Villena», en Instituto de estudios alicantinos, núm. 31 (1980), pp. 15-40; J. Camarena Mahi-
ques, Historia del distrito de Gandía, Gandía, 1965. Una descripción general de este archivo
nobiliario en Rafael Conde y Delgado de Molina: «El archivo de los Duques Reales de
Gandía», en I Congreso de Historia del País Valenciano. (Valencia, 1971). Actas I. Valencia,
1973, pp. 129-137.
101 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LXXXIV en p. 132 del Apéndice,
referida a ACA, Cancillería reg. 2240, fol. 79v.
102 ACA, Colección Historia del Archivo, núm. 491.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 183

deró el sitio más idóneo, en tanto que lugar privilegiado de fe pública, que es
como la doctrina jurídica medieval concibe los archivos103. Nada sabemos hoy
del destino de esta caja, ni siquiera si tal depósito tuvo lugar. Pero bien hubie-
ra podido ocurrir que así hubiera sucedido, y que hoy esa documentación se
conservara, por deseo de sus propietarios y voluntad del rey, en el Archivo de
la Corona de Aragón, para desesperación y reto de ciertos archiveros actuales,
que hubieran iniciado un sinfín de estériles polémicas y reclamaciones sobre
el destino idóneo de esa documentación, sin que por aquel entonces a ningún
oficial se le pasara por la cabeza, ni en la más ilusa de sus elucubraciones, opo-
ner vagas y abstrusas razones competenciales, de carácter orgánico o funcional,
administrativas o archivísticas, a la decisión de su soberano.

*****
La larga, compleja y rica historia del ACA sirve también para reflexionar
sobre los principios metodológicos de la Archivística que, como hemos afir-
mado en repetidas ocasiones, no puede desligarse de la Historia, sin caer, en lo
que respecta a los archivos históricos, en un formalismo fuente de numerosos
errores y carente de utilidad práctica, la cual debería ser precisamente el obje-
tivo de la Archivística. Nos permite además discutir los límites del «principio
de procedencia» y sus excesos, cuando su aplicación se aleja de las prudentes
consideraciones fundadas en la práctica histórica, como proponía Lodolini104.
Para eso, este ya no es el lugar adecuado. No podemos, sin embargo, concluir
este trabajo sin hacer algunas referencias tangenciales a las polémicas contem-
poráneas sobre el ACA, que aparentemente se basan en sus orígenes históricos.
Lo que nos muestra el estudio de la formación de sus fondos (especialmente, de
los pergaminos y otros incorporados en la Edad Media) es que la imagen uni-
taria y coherente que trata de darse a un extinguido Archivo real de Barcelona
en contraposición al fraccionamiento y dispersión de los fondos del actual ACA
no ha existido nunca. Esa imagen del Archivo real de Barcelona responde, en
realidad, a una continua actividad de reclasificación y de reordenación, desde
sus orígenes en el siglo XIV hasta las grandes operaciones de los siglos XVIII y
XIX (y aun posteriores). En ese momento, de acuerdo con los criterios positi-
vistas de la época, pudo haberse hecho extensiva a los otros fondos que ingresa-

103 Elio Lodolini, Lineamenti di storia dell’Archivistica italiana (Dalle origini alla metà del
secolo XX), Roma, 1991, pp. 20-75.
104 E. Lodolini, Archivistica. Principi e problemi, Milán, 1984, pp. 127 a 169.
184 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos

ron entonces y que se mantuvieron como secciones independientes. No se hizo


así, en parte por lo ingente de la tarea, y en parte como resultado de la tradición
archivística española, que acuñó muy pronto los fundamentos del «principio de
procedencia» o «método histórico». De ahí lo incoherente que resulta aceptar
la consolidación de algunas de estas reclasificaciones, como las de la colección
de pergaminos de la cancillería real, pero simultáneamente poner en cuestión
la incorporación de otros fondos, como los de la Diputación del General o los
privilegios reales de Barcelona, que datan de la misma época. El ACA no es un
hallazgo arqueológico al cual se le pueda devolver su antigua apariencia, real o
supuesta, sino una institución viva que se ha sucedido a sí misma durante siete
siglos y cuya historia, nos guste o no el sentido que ha tenido, es indisoluble de
la formación de sus fondos.

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