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Universidad de Navarra
Pamplona —Navarra
SG-03103
Este es un ejemplo ficticio ideado para ilustrar el dilema de si se debe o no sacrificar una
vida en beneficio de las vidas de los demás (Fuller 1949). La historia tiene como escenario el
Tribunal Supremo de un lugar llamado Newgarth y se sitúa en un futuro año 4300. Cuatro
hombres han sido condenados por homicidio por un tribunal inferior y, tras un recurso de
casación, su caso ha llegado al Tribunal Supremo. El presidente del Tribunal resume su historia:
cinco miembros de la Sociedad de Espeleología estaban explorando una profunda cueva cuando
un derrumbamiento de rocas bloqueó completamente la única entrada de la misma. Una nutrida
expedición de rescate comenzó a excavar un túnel a través de la roca, pero el trabajo era duro y
peligroso. Diez hombres fallecieron en el intento. Al vigésimo día de su cautiverio se consiguió
establecer contacto radiofónico y los espeleólogos atrapados preguntaron cuánto se tardaría en
liberarlos. Se calculó que, como mínimo, harían falta otros diez días. Los espeleólogos
solicitaron asesoramiento médico para saber si sus raciones eran suficientes y así supieron que
no había esperanzas de que sobrevivieran diez días más. Preguntaron entonces si tenían
posibilidades de sobrevivir si comían la carne de uno de los miembros del grupo y se les dijo, a
regañadientes, que sí, pero nadie estuvo dispuesto a aconsejarles qué debían hacer. Después de
eso, se interrumpieron las comunicaciones radiofónicas. A los treinta y dos días de su encierro,
se consiguió perforar la entrada y cuatro hombres salieron de la cueva.
Los cuatro supervivientes relataron que un miembro del grupo llamado Roger Whetmore
había propuesto la solución de comer la carne de uno de ellos; había sugerido que la elección se
jugase a los dados y había mostrado un dado que casualmente llevaba consigo. Al final, los
demás accedieron y estaban a punto de llevar a efecto el plan cuando Roger Whetmore se
desdijo, alegando que prefería esperar una semana más. Los otros, sin embargo, decidieron
seguir adelante, arrojaron el dado por él y, luego, habiendo sido designado como víctima, lo
mataron y se lo comieron.
Abriendo el debate, el presidente expresó la opinión de que el jurado que los había declarado
culpables había actuado correctamente, pues con la ley en la mano no había duda alguna en
cuanto a los hechos: los cuatro procesados le habían quitado intencionadamente la vida a otro
hombre. Por lo tanto, proponía al Tribunal Supremo que confirmase la sentencia y solicitara
clemencia al primer mandatario. A continuación intervinieron los otros cuatro magistrados.
El primero señaló que sería inicuo condenar por asesinato a estos hombres y, en vez de
solicitar clemencia, propuso que fueran absueltos. Su argumentación invocó dos principios dis-
tintos. El grupo atrapado se había visto geográficamente separado del imperio de la ley. Aislado
por una sólida barrera de roca, era como si se encontrara en una isla desierta o en territorio
extranjero. En su desesperada situación se hallaban moral y jurídicamente en estado de
naturaleza y la única ley a la que estaban sujetos era el convenio o contrato que establecieran
entre ellos. Dado que se había sacrificado la vida de diez trabajadores en el intento de salvarlos,
quien quisiera condenar a los acusados debía estar dispuesto a llevar a juicio a las
organizaciones de rescate por asesinar a estos trabajadores. Por último, aludió a la diferencia
entre la letra de la ley y la interpretación de sus fines: no entraba en los fines de la ley que
El último magistrado, que también recomendó la absolución; apenas parece razonar como un
hombre de leyes. Desea omitir legalismos absurdos; se siente capaz de leer el pensamiento de
los acusados, y estima que sería escandaloso condenarlos después de todos los horrores que
habían tenido que soportar. Lo importante, p3ra él, son los motivos y las emociones. También
adivina el pensamiento del primer mandatario, a quien le unen lazos familiares. La vía que
propone pretende, precisamente, sortear las malas tentaciones del jefe del ejecutivo. Este astuto
y bienintencionado juez rinde tributo a la verdad emocional. Su postura se corresponde con los
planteamientos observables en sectas igualitarias fundadas para rechazar el ritualismo
desprovisto de sentido y predicar directamente al corazón de los hombres.
Las simpatías del tercer juez no están ni a favor ni en contra de los acusados. Para él, son
importantes la ley, las responsabilidades de los jueces al administrarla y la distribución existente
de las distintas funciones dentro de un Estado complejo. Es un constitucionalista que se
identifica con una sociedad jerárquica.
(...)
Nada conseguiría jamás que estos jueces se pusieran de acuerdo. Cada uno razona en
función de sus compromisos institucionales.