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Condensado por el río de los coches, los cuenta gotas empezaron a sonar.

Y
cuanto más se tocaban, con sus tensiones, más calamidad, despertaban en el
ambiente. Con terrores, que se arañaban a bocanadas limpias, sin más ánimo
que el que se contagiaban. En definitiva, sonidos, que sin micrometrar, caían en
los olvidos, de eras, con nombres, extraños.
Ingresando en sus imaginarios, después, de haberlos gestado tanto tiempo
antes.
Pero alguien dijo, pa ésto no abras la boca.
Y realmente no lo hice, solo miré. Y miré en el orden de mi memoria. Miré, como
se encogían de brazos en los jardines, las raíces, que se deshacían con la
tierra. Como quien rompe a llorar, mucho tiempo después, de su tiempo
perdido.
Y sin dar movimiento temático, a la noche, sin colocar la tranquilidad del trineo
que tira hacia las páginas, con suaves corrientes de aire, llamando a la ventana,
me dispuse a contar una historia, que no contaba nada, pero que si se adentra
en los ojos del sentirlo. En los ojos de quien masca la luz, sin agujeros. En quien
se desdobla a mitades, y, cabalga sin estar condensado.

No nací ciego, porque mis fiebres me hablaban. Mis recuerdos me hablan de


épocas posteriores, de mi vida, como si hubiera sido vivida por muchos. Es
cuando hablo de las vidas, que, se leen. Pero aunque mi portada, mi cuerpo,
carezca, no significa algo. Cuando hablaba de todo, antes de lo que pasa, antes
de perderme en el tiempo, no me confesaba. Ni con la locura de un ser
inacabado, ni con culebrones de destrezas que ni lo son, ni convienen. En
cuanto a los episodios, que se cuentan, se contarán, despacio, muy despacio,
redactando memorias de quien sale ileso de ellas, y habla para contar lo que
está contado, ya.
Pero con las fiebres, nació un ascensor que me aplastaba, y terrores, terrores
implacables, desapercibidos por mi cruenta amabilidad...

Y como caer en la tentación, de un verano, o de un otoño, o más bien, de


inviernos pasados. O de amaneceres, o razones de la razón. O el por qué de las
tragicomedias, o de los finales.
De salirse del plato para apagar el tiempo, y dar al tiempo la misma tentación,
que se clavan a las trampas de términos penosos.
De como rencarnarse en todo lo consumido. Y de repente, dejar de consumir,
transmutarse y vomitarlo todoooo.
Con todo lo que se da y se quita.
Y mientras eres visto, las palabras resuenan en el interior de los cuerpos,
mientras dichos, socaban la estrechez del amparo.
¿Qué estáis husmeando? ¿Qué os pertenezco por derecho público?
Error, con la ley del artista.
Errorcín, de la risa.

Del cantar de una época que clama un dolor. Uno al que le ponen nombre, con
su ley del abatimiento. Una que descarga en su enamoramiento el mismo dolor
que descargaba por si mismo.
No se trata de las reglas, esta vez.
Solamente deshago lo que hago, para que se haga con y de otras maneras.
Pero sin dolores, como quién susurra mentiras a los engaños para que se
conviertan en verdades

En la regla nació el cansancio. En la regla de la monotonía, donde se pierden los


añadidos. En las reglas del vínculo que profieren el pedir más que el dar.
Yo andaba por los parques, con mi THC. Nadando con él, en esas tierras de
esos sitios de mi perder. Mucho tiempo ha pasado ya. Hay recuerdos, de litros
de historias inacabadas.
Electrólisis de mi maremagnun neuronal, en dónde la información perpetra
como el que la utiliza.
Y con los movimientos neuroquímicos, antes de haber sido modificados por mi
cultura, "andeaba" yo.
Solo era una intrusión, un paseo que me guiaba hacia lo que yo se.
Y sigo mirando, pidiéndome a gritos, y diciéndome: "¿Dónde estoy?"
Recurriendo al Yo que estaba, preguntándole a dónde se fue...

Cogí el pañuelo, y me lo puse en el muslo, dispuesto a comer. Y todos se


jartaban, y yo embobado miraba, con ganas pero sin apetito. No había
apetencia, no existía ningún agrado.
No soy un comensal social, tenedlo claro. No me gusta comer con la gente, no
me gusta saborear lo que saboreas. No me gustan los rayos de la carne
maltratada.
Cada vez pienso menos en la comida. No creo que sea buen cocinero, pero no
paran de picar ni un solo día.
Hedonistas del papeo. No seáis exigentes. Dejen al primavera tranquilo, no
cambiemos de estación tan rápido. Que luego es peor, mucho peor y duele.
Cada día me quitan mas las ganas de hacer amor.

Me seducía el aroma del incienso y cuando recae en mi sapiencial estupidez


recuerdo, que había música hasta en el chocolate.
Y me perdía en la mundana abundancia del querer, hasta que me dije ni un paso
más.
Y mientras el correcto atestiguaba por las preguntas artificiales de estatuto en
desuso, yo, me perdía en el apego del que lo tiene todo hecho y no sigue
creando historia.
Que solo escribe lo que vive a modo de confesiones, con el juguete de quién lo
rompió todo para que cuando se quedase sin nada, regalara lo poquito que le
quedaba.
Afanes, al final, ni revivir concuerda, el afán es asqueroso.
Pero como entusiasta por el escribir, así se queda.

Es verdad, lo de mocoso era porque me comía los mocos.


Me encantaban mis mocos, me decía son como una vacuna, si ingiero más, mas
tarde palmaré.
- No le comente nada a los doctores.
Yo que sé, no tenía ni idea de como iba el asunto.
A veces, cambia cuando a la doctora le cuento que me tachan de homosexual.
Que por vivir entre personas del mismo sexo, tengo que serlo por cojones. Al
final me gustaría decirle, que si me dejara me la follaría allí mismo.
Y no me deja.
Porque soy un mocoso.
Y a ella no le van las vacunas.

Conocí a la Heroína en un parque. Vestida de familiar, morena y seductora.


Le dije que tenía miedo y hablé de los voceros.
Yo que comportaba como tal, además, andaba engullido por la música del
parque.
Le dije que era el diablo y ella me contestó que era la segunda persona que la
llamaba diablo nada mas empezar.
Su amiga le dijo que no debía.
Y Ella, dijo que se iba a la discoteca, y no, era irónico, no tenía intención de
discotecas.
Se quería esfumar.
Me porté bien, siempre

Que cierran la puerta, de un ostiazo.


Mi animalidad, libre como quien lo termina.
- Desde cuando te gustas?
Siempre hablaré de ti en voz en off.
Sin descubrirme, con la cara del idiota que los ve pasar.
Pero tampoco me digas nada, vale?
Tu déjalo estar.

Sentado enfrente del teatro, contemplando la obra, y la obra en ese 20 de


octubre, la obra ya de por sí me quedaba grande. Y vi sombras que se
agazapaban en el escenario y lo confundí todo, lo confundí todo.
Y andaban por el suelo escogiendo movimientos, para hacer relevante lo que
por aquel entonces, era imposible.
Y empecé a romperme mientras ardía la incredulidad, rodeado de una seriedad
que conjeturaba entre violación telepática y energía sideral.
Y en el metro, la batalla que rompía mi cobijo, mi cuerpecito de soñador, que
vestía de pantalones de rastro.
Me gustaron, me gustaba llevarlos porque me gustó la gente de un encuentro
veraniego en Salamanca,
Allí también hablé con el alcohol.
Ahora suelo hablar con la cafeína.
Y a veces, tampoco, tampoco me cae bien.

El holgazán buscón de vaguezas sin clase. Todos los días medicado y


buscando el cansancio para dormir. Menos cuando hacen guardia. Ahí todos los
que estamos, menos la guardia, puede dormir.
Intentando alimentarme, intentando callar el puto hambre.
De repente una calada del cigarro te da 15 minutos.
Sin las peleas de siempre.
En Madrid, al final eso era lo que nos contaban sin decírnoslo.
Nunca tuve suerte aprendiendo, nunca se me dio por interesante.

Tengo amigas, como tengo manos, las que son, necesarias. Cada día las siento
mejor, aunque no me agrade no poder quererlas como se lo merecen.
Asi transcurre la vida en los parajes de la soledad, mientras me cuento que en
el escribir hallo la manera más fina de rellenar ese hueco.
Mi madre es preciosa.
Cualquier madre lo es, solo por el hecho de serlo.
Y cualquier mujer que no lo sea también es preciosa, por ser hija.
Si cruzara el río con el embuste de la corriente me convertiría en agua para
acariciarte.
Pero la soledad me puede, y no necesito a nadie.
Rompería a llorar nubes de algodón por mis ojos, para que te comieras mis
lágrimas, para que pudieses sujetarlas y supieras cuanto duele no poder
abrazarte.
Pero ni eso es verdad.
Yo te contaría mil cuentos si me dejaras.
Pero ya, nadie quiere escucharme.

El sastre de los monstruos era mi razón. No paraba de soñar con cimas en el


texto que me tocaba.
Como digo cimas digo rincones donde poder guarecerme, reinventando ese
texto.
Besé tu aroma cuando no estabas.
Y con ese aire que enfrasqué en mi cabeza hice una música deliciosa.
El aire que respiraba era el cólico de la envergadura.
Mi memoria lo sabe, con esa razón que hace que me desvista constantemente
para quedarme desnudo.
A pies de la cloaca mental que rompía más que aguas fecales.
Mías y solo mías, una diarrea jocosa, muy mía.
Y aun así sospecho que no hice bien lo que tenía que hacer.
Y ahora me puede la hambruna de éste deseo de una mediocridad
sensacionalista.
Te creo, aunque me valga la vida en ello.
Y no lo digo por decir.

Y subía otro por la cuesta del cementerio.


Yo en el puesto de flores viéndolos pasar.
Otro que se había quedado sin aire.
El motivo, cualquiera, alguien no lo querría ver más.
Y trabajaba seguro, y tendría familia, quién sabe.
Al lado del puesto, bajando una rampa, las lápidas de los niños.
- Les ponemos flores hoy?
Y paseaba pensando en Madrid, por el cementerio.
Nunca mejor que decir, sobre silencios sepulcrales, pero había pájaros y gente
que extrañaba a su gente.
Porque se fueron y dejaron algo aquí.
No se si a su gente, o a sí mismos.
- Si, vamos a ponerles flores.
Llego con un ramo de crisantemos y les voy poniendo a cada niño, su flor.
- Qué serán de sus madres?
- En esta vida, al menos alguien, aunque sea solo una persona te quiere.

Una vez, en una comida al aire libre, a pie de playa, me encontré una perla.
Una gota de mar disecada.
Una gota del océano monstruoso.
Y se la obsequié a una amiga, a una gran amiga.
La perla en forma de lágrima se lo susurró a mi mano, cuando la toqué, y la
abracé con mis dedos desde la silla donde estaba sentado.
Y esa fue la obligación, sin requisitos que tuve que ofrecer.
Con mi corazón ambulante.
Con mi cuerpo hecho un desastre.
No sabré que bien hice, ni por qué.
Pero no, no lo hice mal.
Sé, que estuvo bien.

Bebí de ríos busca mares. Maldije a mi rostro por no hallar decencia.


Hice fotos, a todo le hice fotos, fotos y fotos y más fotos.
Para que el tiempo me contestara, para conocerme, para saberme, para
delinquir en la pradera de los muertos con mi alma castiza.
Me postré con reverencias antitópicas, para no caer como una moda.
Le farfullé a las modas, que en boga mi voz no, y se lo escupí al apuntador.
Todos lo entendimos, aunque fuera tan pronto como tarde.
Todos excepto ella, que me esperaba desde la primera toma en la que dijo que
era tarde.

Los encontronazos siempre dejan una parte de lo que fuiste en shock, solo por
un momento. Ya no me acuerdo de ella, no se ni como es su voz, cuando no
canta, pero es digna de mención. De algo me acuerdo sí, solía cantar delante
de cualquiera, y a mi me impresionó, bueno me impresionó porque quería
impresionarme. Aquella chica me enseñó algo del querer, me enseñó a no
equivocarme con los celos, porque fui sencillamente la pena que infunde a la
obsesión. Fui otro tipo de mierda más fina, pero al fin y al cabo esa mierda de
egoísta inacabado. Por no decir que sí, era simpática, muy simpática, pero no,
no me acuerdo de ella. Supe quien eras hace mucho tiempo, ahora no se
realmente quien eres.

Una vez en un lugar muy verde, me encontré un erizo. No un erizo de mar, si no


un pequeño erizo que se defendía del mundo con sus púas. Cuando me
aproximaba para verlo, escondía su cabeza, cuando hacía ruido, escondía su
cabeza. como los caracoles... Con cuidado mientras sus púas brillaban, cogí un
trapo y envolvía al erizo en él, para poder cogerlo. Una chica, si entendió mejor
como era eso, y le incitó con mucha dulzura a que sacara la cabecita. Le hizo
andar, le hizo alejarse de la carretera, y, no se, si al final se lo llevó con ella.
Era un sitio muy verde, tan extranjero como yo, pero todavía mas extranjero de
donde me hallaba la primera vez que tenía constancia de alguna ciudadanía.
Antes de que los agentes y contragentes me llevaran por estos sitios
folclóricos, con gentes poco comunes, pude corregir un poco la impresión que
daba.
Pero al final, no importaba, porque llegado el punto, cualquiera jugaba a ser yo,
y dejaba el rastro, que me servía para ver, que quien quiera que fuese aquél, no
se parecía en nada, a mí.

Me equivoco recordando. Me equivoco dándole vida al pasado. Me equivoco


escribiendo, solamente se que me equivoco. Pero, no fracaso en el Gran
Fracaso, todavía me defiendo. Me defiendo sí. Es un crimen, no hablar o tener
miedo? Hablo tan mal de todo que me tienen que atizar? Dónde quedó el agua
con la que no nos ahogábamos? Dónde quedó la amabilidad? Dónde se quedó
la humanidad? Que nos está pasando? Qué es el dolor de no poder adaptarse?
Cuando no nos equivocaremos? Cuando confiaremos en todos nosotros, y, nos
respetaremos, y nos olvidaremos de placebos como éste? Cuando nos
tranquilizaremos, cuando nos miraremos... Cuando acabaremos de morir para
poder vivir...

Me equivoco recordando. Me equivoco dándole vida al pasado. Me equivoco


escribiendo, solamente se que me equivoco. Pero, no fracaso en el Gran
Fracaso, todavía me defiendo. Me defiendo sí. Es un crimen, no hablar o tener
miedo? Hablo tan mal de todo que me tienen que atizar? Dónde quedó el agua
con la que no nos ahogábamos? Dónde quedó la amabilidad? Dónde se quedó
la humanidad? Que nos está pasando? Qué es el dolor de no poder adaptarse?
Cuando no nos equivocaremos? Cuando confiaremos en todos nosotros, y, nos
respetaremos, y nos olvidaremos de placebos como éste? Cuando nos
tranquilizaremos, cuando nos miraremos... Cuando acabaremos de morir para
poder vivir...

Me senté debajo de un árbol, y me puse a contar sus hojas. El viento tiraba


algunas, también movía las ramas. Insistí hasta que deje de contar. Me apoyé
en su tronco, y las hormigas empezaron a subirse por mis piernas. Jugué con
ellas, busqué semillas y se las di - Hubo un tiempo en que las traté mal, y en
ese momento ya las trataba bien -. Iba oscureciendo y cada vez hacía mas
viento. Me gustaba ese árbol, como era su corteza, como imprimía su tacto en
mis manos, cuando lo tocaba. Y empezó a llover, mucho. Y temí por el árbol,
mucho.
Al rato, ya oscurecido, ya el cielo despejado, vi la luna y puse la mano en el
tronco y le dije algo.
No me acuerdo que fue.

Benditos son los juegos del arropo.


Benditos los caramelos en los cerrojos.
Benditos los "tollos".
Bendito el delincuente sin espacio sonoro.
Bendito el cloroformo.
Bendita la lejía, el amoniaco, el esperma, y mi vejiga.
Bendita la musica que recojo.
Malgasté el alcohol en heridas,
y tengo el hígado hecho polvo.
Sádicos en las fotografías.
mierda de fotomontajes,
que si la grafía,
de un ángel,
que si la enfermería,
del papel,
al sastre.
Y al loco?
Que por poco,
me saca margen,
ya sabes que haría,
por no estar solo,
de barro,
cuerpo y sable,
de barro
por jugar con el lodo.

Anoche, soñé contigo.


Me dabas un abrazo.
Me despertabas así, huía del sueño.
No debiste hacerlo, y que te besara.
¿Por qué? ¿Por qué te besé?
Escuché a una jauría de animales, mientras nos abrazábamos.
Retorciéndose de dolor.
Y solo fue un sueño.
Imposible sería, si lo hiciera, cuando no estoy durmiendo.
Abrazarte, despierto.
No podría.
No solo se retorcerían animales.
Todo se retorcería.
Y joder, dolor es poco.
*¿Pero qué duele más que el mismo dolor?

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