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Dedicatoria

"A todos aquellos que alguna vez se han tenido que

enfrentar al rechazo y la intolerancia por amar

sin prejuicios ni fronteras. Que esta historia

los aliente a nunca rendirse y continuar

su lucha día a día por un mundo

más justo y diverso".


CAPÍTULO I

La ciudad de Valle Verde se erguía plácidamente entre las montañas, bañada


por la luz del amanecer. Xavier se detuvo un momento a observar los rayos
dorados que se filtraban entre las ramas de los árboles y se asomaban
tímidamente entre las calles adoquinadas. Una fina bruma matinal se
aferraba aún a los tejados de paja de las casas, pero el joven ya podía
escuchar el suave murmullo de la ciudad despertando.

Xavier respiró hondo, llenando sus pulmones del aire fresco y húmedo de la
mañana. Con pasos tranquilos, se dirigió hacia la plaza del mercado
mientras el sol se elevaba sobre las copas del bosque. Saludó con un
movimiento de cabeza a los comerciantes que se afanaban en abrir sus
puestos y preparar la jornada.

La panadería de Estela ya estaba abierta. El aroma del pan recién horneado


inundaba la plaza y Xavier sonrió anticipando el crujiendo pedazo de
hogaza caliente que la anciana panadera le entregaría, como cada mañana.
Ella era lo más cercano que Xavier tenía a una familia desde que sus padres
murieron meses atrás, víctimas de una terrible epidemia. A sus diecinueve
años, Xavier se había quedado solo, pero el afecto de Estela lo ayudaba a
sobrellevar la pérdida.

Xavier se consagra a continuar el trabajo de sus padres, aplicando los


conocimientos de herbolaria que le habían transmitido para atender a los
enfermos del pueblo. Pronto, la plaza se llenaría de ciudadanos buscando
los remedios del boticario Xavier en su pequeña casa junto al bosque. Pero
antes, el joven deseaba disfrutar de unos instantes de paz matutina, antes de
que el bullicio inundará las calles de Valle Verde.

La tranquilidad de la plaza fue interrumpida por el repiquetear de cascos de


caballo en los adoquinados. Xavier se volteó para ver una carreta llegar a
toda velocidad, con un hombre malherido acostado en la batea. Reconoció
al cochero, Era Ulises, el leñador.

-¡Ayuda, el maestro Salvador fue atacado por una bestia en el bosque! -gritó
Ulises desesperado mientras detenía a los caballos-. Lo encontramos
inconsciente, con terribles heridas en el pecho.

Un grupo de ciudadanos corrió a auxiliar al herido, el quemador llamó a


Xavier al reconocerlo. El joven boticario se acercó rápidamente a examinar
al maestro Salvador, un anciano muy querido que solía pasear por el bosque
haciendo meditación. Tenía el torso desgarrado y Xavier supo de inmediato
que necesitaría hierbas especiales para curar semejantes laceraciones.

-Ulises, llevémoslo con cuidado a mi casa para atenderlo. Estela, por favor
prepara agua caliente y trapos limpios -indicó Xavier con serenidad-.
Vamos a salvarlo.

Entre varios hombres trasladaron al malherido Salvador a la vivienda de


Xavier. El boticario corrió a su estudio para buscar en sus repisas las
hierbas necesarias mientras Estela y otras mujeres ayudaban a limpiar y
curar las heridas del anciano.

Xavier machacó rápidamente hojas de diente de león, corteza de sauce,


flores de caléndula y raíz de consuelda. Mezcló los ingredientes con aceite
de oliva y miel para hacer un ungüento medicinal. Con mucho cuidado,
aplica el cataplasma sobre las heridas de Salvador, cubriéndose con vendas
limpias.

-Esto evitará infecciones y ayudará a cicatrizar más rápido -explicó el


joven-. Debemos dejarlo descansar. Iré al bosque por más hierbas
medicinales. Estela, por favor cuida de él. Regresaré pronto.

Xavier se apresuró a internarse en el bosque apenas amanecía. Necesitaba


encontrar más diente de león y corteza de sauce para seguir tratando a
Salvador. El bosque parecía tranquilo, con apenas el trino de algunos
petirrojos entre los árboles. Xavier localizó rápidamente los arbustos con
flores amarillas de diente de león y procedió a llenar su morral.
De pronto, el silencio fue interrumpido por un extraño crujido entre los
matorrales. Xavier se quedó petrificado al distinguir dos ojos amarillentos
observándose. La criatura se movió entre las sombras, y Xavier solo
alcanzó a ver unos colmillos ensangrentados antes de echar a correr
despavorido.

Tropezando entre las raíces de los árboles, Xavier escapó por su vida
mientras una bestia lo perseguía ferozmente. El boticario sabía que no
lograría llegar a la ciudad y que la criatura lo alcanzaría, así que en un
último esfuerzo se internó en una cueva oculta por maleza para refugiarse.

Jadeante, Xavier se pegó contra la pared rocosa mientras escuchaba los


gruñidos en la entrada de la cueva. Parecía que la bestia no lograba ingresar,
pero tampoco se marchaba. Xavier se dejó caer al suelo, consciente que tal
vez pasaría sus últimas horas de vida en esa cueva, prisionero de una
misteriosa criatura. El miedo se apoderó de él mientras su mente evocaba
imágenes del maestro Salvador destrozado en la carreta.

Afuera, los gruñidos cesaron de pronto. En su lugar, Xavier oyó una voz
clara entonando una melodía. Parecía un canto mágico, capaz de amansar a
la fiera. Poco a poco, Xavier sintió deseos de asomarse para ver quién
cantaba de forma tan cristalina en mitad del bosque.

Armándose de valor, el joven boticario se arrastró hacia la entrada de la


cueva. El corazón casi se le detuvo al ver de pie junto a un roble, no a una
terrible bestia, sino a un apuesto joven de cabello castaño rojizo y ojos color
esmeralda que irradiaban luz propia. Su piel era clara como la leche y sus
facciones perfectamente cinceladas. Xavier jamás había visto un rostro tan
hermoso y angélico.

El desconocido se percató de la presencia de Xavier y le sonrió con dulzura


mientras se acercaba con movimientos gráciles. El boticario quedó
paralizado de la impresión al tener frente así semejante visión de belleza
masculina.

-No temas, la bestia ya no te molestará -habló el joven con una voz


aterciopelada-. Me llamo Leonardo y vivo en este bosque. Lamento si te
asusté con mis gritos, pero era la única forma de ahuyentar a esa peligrosa
criatura. ¿Te encuentras bien?

Xavier tardó unos segundos en recuperar el habla, perdido en la mirada


brillante del apuesto Leonardo. Finalmente logró balbucear una respuesta.

-Sí... estoy bien, gracias a ti. Me llamo Xavier y soy el boticario del pueblo
de Valle Verde. Te estaré eternamente agradecido por salvarme la vida...

Así comenzó el primer encuentro entre Xavier y Leonardo, el misterioso


joven del bosque que le robó el aliento con su belleza espectral y su
valentía. Ambos se miraron con curiosidad e interés, sin saber que ese fugaz
momento mágico marcaría el inicio de una historia de amor extraordinaria,
llena de peligros y secretos por develar.

Leonardo tomó de la mano a Xavier para ayudarlo a salir de la cueva. El


contacto con la piel suave del misterioso joven hizo estremecer al boticario.

—Ven, no es seguro quedarse aquí. Conozco un lugar donde podrás


reponerse antes de volver a tu ciudad —dijo Leonardo con dulzura.

Xavier accedió, embelesado por la belleza etérea del muchacho. Caminaron


entre los árboles hasta llegar a un claro con una cabaña de madera rodeada
de flores silvestres. Leonardo invitó a Xavier a sentarse en un banco de
piedra mientras él entraba para traer un frasco con un líquido ambarino.

—Bebe esto, es un tónico de hierbas que te recuperará de la impresión —


indicó entregando la pócima.

Xavier la bebió de un trago, sintiendo un agradable calor reconfortante


invadir su cuerpo. Leonardo se sentó a su lado, observando con sus
impactantes ojos verdes.

—Gracias de nuevo por salvarme, Leonardo. Esa bestia pudo haberme


matado... ¿Qué era esa criatura? —preguntó Xavier con curiosidad.

—Un licántropo... a veces rondan el bosque en luna llena, pero yo sé cómo


ahuyentarlos —respondió Leonardo con naturalidad.
Xavier abrió los ojos sorprendido. ¿Un hombre lobo? Sabía por leyendas
que esas temibles criaturas existían en el bosque, pero muy pocos las habían
visto y vivido para contarlo.

—No debes temer. Estás a salvo conmigo —dijo Leonardo, tomando


nuevamente la mano de Xavier para tranquilizarlo.

El corazón de Xavier se aceleró ante ese contacto. Sentía una fuerte


atracción hacia el misterioso Leonardo, hechizado por su belleza
sobrehumana y su valentía.

—¿Vives solo aquí en el bosque? —se atrevió a preguntar Xavier.

—Sí... preferí alejarme de mi familia para tener tranquilidad —respondió


Leonardo con mirada melancólica.

Xavier sintió el impulso de abrazar al solitario joven, pero se contuvo por


pudor. En vez de eso, acarició suavemente el dorso de su mano con el
pulgar en señal de apoyo.

—Ahora que te salvé, me sentiré responsable por ti. Puedes venir a


visitarme siempre que quieras y te protegeré de cualquier peligro —ofreció
Leonardo mirando fijamente a Xavier.

El boticario se sonrojó ante la intensidad de esos ojos color esmeralda que


parecían ver dentro de su alma.

—Me encantaría volver a verte... eres la criatura más bella que he conocido
en este bosque —respondió Xavier con timidez.

Leonardo sonrió complacido y se puso de pie ágilmente.

—Ven, déjame mostrarte los alrededores para que conozcas el camino de


regreso. No me perdonaría si te perdieras por mi culpa.

Juntos recorrieron el bosque, hablando de sus vidas y encontrando afinidad


a pesar de ser tan distintos. Xavier sentía que podía confiar plenamente en
el bondadoso Leonardo, aunque fuera un completo desconocido. Al
despedirse, quedaron en verse pronto nuevamente.
Cuando Xavier regresó a Valle Verde, fue directo a su casa para continuar el
tratamiento del maestro Salvador. Aplicó nuevos cataplasmas medicinales
en sus heridas y para el anochecer logró estabilizarse. Salvador había
logrado sobrevivir al ataque del licántropo.

Al caer la noche, Xavier se sentó junto a la cama del anciano durmiente. No


podía sacar de su mente el recuerdo de Leonardo rescatándolo. ¿Quién era
realmente ese ser tan bello que vivía oculto en el bosque? Anhelaba con
todo su corazón volver a verlo.

A la mañana siguiente, Xavier dejó al maestro Salvador al cuidado de


Estela y partió nuevamente hacia el bosque. En esta ocasión no buscaba
hierbas, sino encontrar la cabaña de Leonardo. Recordaba claramente el
camino hasta el claro con flores.

Cuando por fin divisó la cabaña de madera, su corazón dio un vuelco al ver
a Leonardo cortando leña con un hacha. Los músculos de sus brazos se
tensaban con cada golpe certero a los troncos, y su largo cabello castaño
rojizo danzaba con la brisa matutina.

Leonardo levantó la vista y sonrió al reconocer a Xavier. Dejó el hacha y se


acercó al boticario con los brazos abiertos. Se fundieron en un cálido y
prolongado abrazo.

—Sabía que volverías —susurró Leonardo al oído de Xavier.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo del joven ante la cercanía del


misterioso chico del bosque. Al separarse, sus rostros quedaron a escasos
centímetros. Podían sentir sus respiraciones acompañadas, clavando la
mirada el uno en el otro.

Lentamente, Leonardo inclinó el rostro hacia Xavier y depositó un tierno


beso en su mejilla. Fue un gesto casto pero electrizante. Xavier creyó que
las piernas le fallarían. Tomó el rostro de Leonardo entre sus manos y juntó
su frente con la de él.

—Me hechizaste desde el primer momento en que te vi... —susurró Xavier.


—Y tú a mí... —respondió Leonardo—. Entremos, tengo algo que mostrar

Lo tomó de la mano y lo condujo dentro de la cabaña. Sobre la mesa de


madera había varios frascos de vidrio con flores y hierbas prensadas.

—Son para ti, para que las uses en tus remedios medicinales —dijo
Leonardo.

Xavier lo miró conmovido. Leonardo había hecho eso como un presente


para él. Tomó un frasco con pétalos de violetas secas y lo acercó a su nariz
para inhalar su aroma.

—Son perfectos... gracias. Me encanta todo lo que tiene que ver contigo —
afirmó Xavier acariciando la mejilla de Leonardo.

Así pasaron toda la mañana, recorriendo el bosque, conversando y


aprendiendo el uno del otro. Leonardo le enseñó a Xavier qué plantas
utilizar para tratar distintas dolencias. El boticario quedó maravillado de los
vastos conocimientos de su nuevo amigo sobre los secretos curativos de la
naturaleza.

Cuando llegó la hora de despedirse, acordaron verse de nuevo al día


siguiente. Xavier regresó a la ciudad con el corazón desbordante de
felicidad, sintiendo que había encontrado un alma gemela en el solitario
Leonardo.

Los siguientes días, Xavier pasaba las mañanas atendiendo a los pacientes
del pueblo. Luego, en las tardes acudía al bosque a reunirse con Leonardo.
Cada vez se sentían más cercanos y atraídos. Xavier jamás se había
enamorado, pero estaba seguro que los nuevos sentimientos que afloraron
en su pecho cuando estaba junto al misterioso joven debían ser amor.

Una tarde, Leonardo lo esperaba especialmente entusiasmado. Tomó a


Xavier de las manos y lo miró con sus cautivantes ojos verdes.

—Quiero mostrarte un lugar secreto, pero debes prometer que no se lo dirás


a nadie —dijo Leonardo con tono juguetón.
—Lo prometo... confía en mí —respondió Xavier.

Leonardo lo condujo hasta un sector aún más profundo del bosque, donde
los árboles crecían tan juntos que casi no dejaban pasar la luz. Apartó unas
enredaderas y señaló una angosta cueva.

—Es por aquí, sígueme— indicó entrando en la cueva.

Xavier lo siguió, tentaleando en la oscuridad. Pronto vieron una luz al final


del túnel y emergieron en un escenario impresionante. Era un valle oculto
rodeado de montañas y cascadas. Había un lago con aguas cristalinas que
reflejaban el cielo estrellado.

—Es... es hermoso... —murmuró Xavier boquiabierto.

—Aquí vengo cuando quiero estar completamente solo. Nunca había traído
a nadie antes —confesó Leonardo—. Pero ahora comparto todo contigo,
Xavier.

El corazón del boticario se derritió ante esa muestra de absoluta confianza y


afecto. Abrazó Leonardo con fuerza, acariciando su suave cabello. Ya no
había dudas en su interior. Se había enamorado perdidamente de ese ser
mágico del bosque. Y haría todo lo que estuviera en sus manos para
conquistarlo y hacerlo feliz el resto de sus días.
CAPÍTULO II

Xavier despertó abrazando la almohada, aún con la sensación del cuerpo de


Leonardo entre sus brazos en el sueño. Se levantó y miró por la ventana
pensando en él. Necesitaba verlo cuanto antes y encontró la excusa perfecta.

El maestro Salvador se había recuperado casi por completo de sus heridas


gracias a los cuidados de Xavier. El anciano deseaba regresar a su cabaña
en el bosque, así que Xavier se ofreció a acompañarlo para asegurarse de
que estuviera bien instalado.

Cruzaron Valle Verde entre saludos afectuosos de los vecinos felices por la
recuperación de Salvador. Luego enfilaron por el sendero hacia la espesura,
siguiendo el curso del riachuelo. La emoción crecía en Xavier a cada paso
que lo acercaba al lugar donde vivía su amado.

Llegaron a la cabaña de Salvador al mediodía. El anciano agradeció


fervientemente a Xavier por salvarle la vida y le pidió visitarlo a menudo.
Xavier prometió hacerlo y se despidió ansioso por correr a la cabaña de
Leonardo.

En el camino recogió preciosas orquídeas purpúreas que crecían junto al


sendero. Quería llevarle un presente especial a su amado. Cuando por fin
vislumbra la cabaña, su corazón se aceleró y corrió ansioso los últimos
metros.

—¡Leonardo! —llamó Xavier con emoción.

De entre los árboles emergió la esbelta figura de Leonardo, tan


deslumbrante como siempre. Al ver el ramo de flores que Xavier traía, una
enorme sonrisa iluminó su bello rostro.

—Xavier, estás aquí... Pensé en ti toda la noche—dijo tomando las


orquídeas y oliendolas embelesadas.
—Y yo en ti, Leonardo. Debo confesarte algo importante... creo que me he
enamorado de ti—declaró Xavier acariciando su mejilla.

—Yo también me he enamorado de ti, mi dulce Xavier —respondió


Leonardo mirándolo a los ojos—. Ven, preparé algo para ti.

Tomados de la mano entraron a la cabaña, donde dos copas de vino


esperaban sobre la mesa. Brindaron por su amor naciente y se sentaron en el
sofá de paja frente a la chimenea.

Xavier no resistió más y atrajo a Leonardo hacia sí para fundirse en un


apasionado beso. Exploraron sus bocas con fervor contenido, acariciando
sus lenguas en una danza de amor. Se separaron jadeantes y sonrojados, con
los corazones desbocados.

—Eres tan hermoso... quiero estar contigo para siempre —susurró Xavier
abrazándolo.

—Y lo estaremos, amor mío. Pero debo decirte toda la verdad sobre mí para
que me aceptes completamente—dijo Leonardo con semblante misterioso.

Xavier lo miró expectante. Leonardo tomó una daga ceremonial de la pared


y se hizo un pequeño corte en el dedo. En vez de sangre, emana una
brillante polvoreda dorada de la herida. Xavier soltó un grito de sorpresa.

—No temas... Lo que sucede es que yo no soy un humano como tú—reveló


Leonardo—. Soy un espíritu guardián del bosque y tengo poderes mágicos.

Xavier no podía creer lo que veía y oía. Pero en vez de alejarse, se acercó
más a Leonardo y tomó su mano para besar la yema de su dedo curándose.

—Eso no importa... Te amo tal como eres, mi criatura mágica —afirmó


Xavier—. Quiero estar contigo sin importar nada más.

Leonardo lo miró profundamente conmovido, con sus ojos esmeralda


humedecidos.

—Prometo que jamás te dejaré, mi Xavier. Nada podrá separarnos ahora


que nos hemos encontrado—susurró antes de sellar esa promesa con un
beso delicado como el roce de alas de mariposa.

Se abrazaron frente al crepitar del fuego en la chimenea, sabiendo que


estaban destinados a amarse con una pasión sobrenatural capaz de superar
cualquier obstáculo. Juntos escribirán una historia de amor eterno entre un
hombre y un ser mágico del bosque.

Tras la revelación, Xavier tenía miles de preguntas rondando su mente.


¿Cómo era posible que un espíritu guardián del bosque se hubiera
materializado en forma humana? ¿Poseía Leonardo poderes sobrenaturales?
¿Podrían tener un futuro juntos siendo tan distintos?

Decidió comenzar por lo más importante: asegurarle su amor incondicional


ahora que conocía su verdadera naturaleza. Tomó las manos de Leonardo
entre las suyas y lo miró con dulzura a los ojos.

—Leonardo, el hecho de que no seas humano no cambia nada lo que siento


por ti. Me enamoré de tu esencia, de la bondad de tu corazón y nada puede
hacer que este amor desaparezca—afirmó Xavier con seguridad.

Leonardo lo escuchaba conmovido, con sus ojos verdes humedecidos por la


emoción.

—No sabes el miedo que tenía de revelarte la verdad, temía que me


rechazaras. Pero debería haber sabido que eres demasiado especial como
para que eso importara—dijo Leonardo acariciando el rostro de Xavier—.
Quiero contarte todo sobre mí... ¿me acompañas a dar un paseo?

Salieron de la cabaña tomados de la mano y caminaron por el bosque


mientras Leonardo le contaba su historia. Le contó que tenía siglos de
existencia custodiando esos bosques y protegiendo a los seres buenos que
los habitaban.

Había permanecido invisible para los humanos y cumplía su deber alejado


de todos. Pero cuando vio a Xavier por primera vez, sintió una conexión
instantánea que lo llevó a materializarse para poder conocerlo. Desde el
primer momento supo que Xavier era su alma gemela, aunque pertenecieran
a mundos distintos.
Xavier escuchaba fascinado la historia que parecía sacada de un cuento de
hadas. Pero el amor que sentía en su corazón le confirmaba que todo era
real. Leonardo completó su relato explicándole que poseía dones mágicos
que usaba para proteger el bosque y ahora también a él.

Para demostrártelo, extendió su mano hacia un montículo de tierra del


camino y le dio forma de una ardilla que cobró vida y salió corriendo
alegremente hacia los árboles. Luego se acercó a un viejo roble y posando
su palma sobre el tronco susurró unas palabras en una lengua desconocida.
Las ramas del árbol se llenaron súbitamente de fragantes flores rosadas.

Xavier miraba maravillado ese despliegue de magia de la naturaleza.


Cuando una suave brisa comenzó a soplar llevando pétalos de flores hacia
ellos, no pudo evitar reír encantado y abrazar a Leonardo, haciéndolo girar
por el aire. Se sentía el hombre más afortunado por haber encontrado un
amor tan mágico.

Al caer la noche, Leonardo lo invitó a quedarse y Xavier aceptó gustoso.


Cenaron frutas, quesos y pan casero frente a la chimenea. Luego Leonardo
lo llevó de la mano hasta el dormitorio y lo recostó suavemente sobre la
amplia cama.

Comenzó a besarlo lentamente en los labios, luego bajó por el cuello


mientras sus manos desabotonar la camisa de Xavier y acariciaban su
pecho. Xavier se estremecía de placer ante esas caricias y pronto se
encontraron desnudos, enredados en un apasionado abrazo. Hicieron el
amor con ternura, sus cuerpos encajando perfectamente como si estuvieran
predestinados.

Ya en la madrugada, Xavier despertó y contempló a Leonardo durmiendo


plácidamente a su lado. La luz de la luna que entraba por la ventana le daba
un resplandor etéreo. Acarició su suave cabello y depositó un beso en su
frente antes de volver a dormirse, sabiendo que todas las piezas en su vida
por fin encajaban y su felicidad estaba completa.

A la mañana siguiente Leonardo lo colmó de besos y le preparó un


delicioso desayuno con frutas y miel silvestre. Se sentaron en las escaleras
de la cabaña a comer, envueltos en una burbuja de dicha.
De pronto, el momento fue interrumpido por un halo de luz que se
materializó frente a ellos tomando la forma de una delicada hada. Revolotea
hasta posarse sobre la rodilla de Leonardo y comenzó a susurrar palabras en
un idioma extraño señalando hacia el bosque.

Leonardo palideció y cuando el hada se esfumó se volvió hacia Xavier


alarmado.

—Debemos irnos ya, corremos grave peligro aquí —dijo tomándolo de la


mano para salir apresuradamente de la cabaña.

Xavier no entendía que sucedía pero confiaba en Leonardo. Corrieron


internándose más en el bosque hasta llegar a un árbol de gran altura. Con su
magia Leonardo abrió un portal en el centro del tronco y le indicó a Xavier
que entrara.

Del otro lado había una pequeña cabaña camuflada entre las montañas.
Estaban a salvo, pero Xavier necesitaba una explicación.

—Mis poderes me permiten saber lo que ocurre en el bosque —contó


Leonardo—. El hada me alertó que un grupo de cazadores se dirigía a la
cabaña para embarcarnos. Son peligrosos y odian todo lo relacionado con
magia.

Xavier se estremeció al pensar el riesgo que habían corrido. Abrazó fuerte a


Leonardo, el amor de su vida, y comprendió que debían protegerse de esos
seres malvados. Juntos encontrarán la forma de derrotarlos para vivir su
amor sin amenazas.
CAPÍTULO III

En la pequeña cabaña oculta entre las montañas, Xavier ayudó a Leonardo a


asegurar puertas y ventanas. Estaban viviendo una situación de peligro que
los había tomado por sorpresa.

—No te preocupes, mi amor. Aquí estaremos a salvo de esos malvados


cazadores —dijo Leonardo abrazando a Xavier para reconfortarlo—. Mis
poderes nos protegerán.

Xavier se refugió en ese cálido abrazo, pero no pudo evitar sentir angustia.
Apenas comenzaban a vivir su idilio amoroso y ahora tenían que
esconderse.

—Debemos encontrar la forma de derrotarlos para recuperar nuestra vida en


el bosque —afirmó Xavier con convicción.

Leonardo lo miró sorprendido por su valor. Besó sus labios con ternura para
infundir ánimos. Juntos eran más fuertes.

Pasaron el resto del día recolectando frutas y raíces para alimentarse.


Xavier aprovechó para preparar un ungüento medicinal con plantas que
crecían alrededor de la cabaña. Su instinto de boticario lo impulsaba a estar
listo para cualquier imprevisto.

Al caer la noche, con la cabaña iluminada sólo por el fuego de la chimenea,


los dos amantes se sentían más seguros para conversar. Xavier acariciaba el
cabello de Leonardo mientras reposaba su cabeza en su regazo.

—¿Por qué esos hombres nos persiguen? No les hemos hecho ningún daño
—preguntó Xavier confundido.

Leonardo suspiró con tristeza antes de responder. Le explicó que los


cazadores odian la magia porque no la comprenden, y perseguían cualquier
criatura sobrenatural del bosque. Su intolerancia los volvía seres
despiadados.

—Pero yo no permitiré que nada ni nadie nos separé —aseguró Leonardo


mirando a Xavier con amor—. Ahora que te tengo, no renunciaré a este
amor.

Se fundieron en un intenso beso como confirmando esa promesa. Sus


cuerpos buscaron fundirse también, amándose lentamente frente al crepitar
del fuego. Se durmieron abrazados, soñando con un futuro juntos lejos de
toda amenaza.

A la mañana siguiente, Xavier despertó sobresaltado al oír relinchos de


caballos fuera de la cabaña. Se asomó sigiloso por la ventana y vio a tres
hombres armados registrando los alrededores. Leonardo se colocó a su lado.

—Son ellos, los cazadores —susurró con expresión grave—. Debemos


escapar ahora por la parte trasera e internarse más en las montañas. Rápido,
no hay tiempo que perder.

Tomaron apenas algo de comida y salieron cubiertos con capas para


camuflarse con el entorno. Corrieron alejándose de la cabaña hasta
encontrar un estrecho sendero que se perdía colina arriba. Los cascos de
caballo se escuchaban a la distancia, por lo que no se detuvieron hasta
llegar a una cueva donde finalmente pudieron descansar.

Jadeantes pero ilesos, Xavier abrazó a Leonardo. Habían logrado escapar


pero no podían seguir huyendo indefinidamente. Debían enfrentar esa
amenaza que pendía sobre sus vidas, y Xavier ya tenía una idea.

—Regresemos a la ciudad y pidamos ayuda a los habitantes —sugirió


esperanzado—. Si les explicamos lo que ocurre, estoy seguro que nos
defenderán de esos fanáticos.

Leonardo pensó un momento y asintió decidido. —Tienes razón, no


podemos seguir escapando. Ha llegado el momento de luchar.
Tras pasar la noche refugiados en la cueva, a la madrugada emprendieron el
camino de regreso siguiendo el curso del río que corría junto a la ciudad.
Xavier iba ideando un discurso para pedir ayuda a los habitantes de Valle
Verde sin revelar la verdadera naturaleza de Leonardo.

Llegaron agotados a la ciudad al mediodía. Para su sorpresa, todo parecía


normal, la gente transitaba tranquila las calles. Buscaron a Estela, la anciana
panadera, para pedir posada y ayuda.

La mujer los recibió con beneplácito, pero sus ojos reflejaban miedo. En
voz baja les contó que los cazadores habían estado allí preguntando por
Xavier y esparciendo mentiras sobre Leonardo. Los supersticiosos
habitantes ahora temían todo lo relacionado con el bosque.

Xavier y Leonardo intercambiaron una mirada consternada. No podían


pedir ayuda a un pueblo dominado por el miedo. Pero Xavier no se daría
por vencido. Esa noche, mientras Leonardo dormía exhausto, escribió una
apasionada proclama llamando a los habitantes a defender el amor y la
libertad.

A la mañana siguiente se dirigió a la plaza del pueblo y leyó su discurso


ante los sorprendidos vecinos. Les habló del amor puro e incondicional que
había encontrado con Leonardo en el bosque, y cómo unos violentos
buscaban destruirlo por prejuicios e intolerancia.

—¡Pero el amor siempre vence al odio! —exclamó Xavier—. Debemos


alzarnos juntos contra estos cobardes cazadores y defender lo que es justo.
¿Quién está conmigo?

Al principio nadie respondió, mirándose entre sí dubitativos. Hasta que


Estela dio un paso al frente secundando fervorosamente el pedido de
Xavier. Poco a poco, más vecinos se unieron movidos por sus palabras.

Emocionado, Xavier les aseguró que juntos derrotarían a los cazadores y


restauraron la paz. Por la noche, en la intimidad de su cuarto, Xavier y
Leonardo festejaron ese primer triunfo con esperanzas renovadas. Su amor
tenía ahora a todo un pueblo defendiéndose.A
A la mañana siguiente, los habitantes de Valle Verde se reunieron en la
plaza principal para organizarse contra los cazadores. Xavier y Leonardo
los guiarán en la batalla para defender su amor.

Divididos en grupos, recolectaron provisiones, prepararon antorchas y


planearon posibles estrategias de ataque y defensa. Xavier pasó horas
mezclando ingredientes para elaborar ungüentos medicinales ante cualquier
herido. También preparó tónicos que otorgaban vigor y energía.

Para mantener la discreción, Leonardo evitaba hacer uso abierto de sus


poderes mágicos ante los habitantes de Valle Verde. Pero secretamente
utilizaba su vínculo con las plantas y animales del bosque para enviar
exploradores que los alertaron de cualquier presencia de los cazadores.

Una pequeña ardilla llegó una tarde trayendo un mensaje. Los cazadores se
aproximaban rápidamente hacia la ciudad, disponiéndose a atacar al
anochecer. Era el momento de la batalla decisiva.

Xavier reunió a todos los voluntarios y les informó la situación. Estaban


listos para luchar con uñas y dientes defendiendo su libertad. Xavier besó
apasionadamente a Leonardo antes de partir.

-Volveré a tus brazos mi amor...no olvides tu promesa de que nada nos


separará -susurró Xavier.

-Nada lo hará, mi vida está ligada a la tuya -respondió Leonardo


abrazándolo con fervor.

Xavier encabezó la marcha hacia el bosque al caer el sol. En sus corazones


latía el fuego de la determinación y la justicia. Cuando los cazadores
aparecieron en el horizonte, los valientes pueblerinos estaban preparados.

Con antorchas, palos y piedras lograron repeler el feroz ataque, haciendo


retroceder a los fanáticos cobardes. Pero ellos regresaron al poco tiempo,
esta vez prendiendo fuego a los árboles, decididos a arrasar todo.

En ese momento crucial, Leonardo dejó fluir todo su poder mágico.


Convocó una lluvia torrencial que sofocó el incendio e invocó enredaderas
y raíces que atraparon a los agresores. Los habitantes de Valle Verde
gritaron jubilosos al ver la magia de la naturaleza obrar a su favor.

Pronto los cazadores quedaron reducidos, incapaces de luchar. Xavier les


ordenó marcharse para siempre y no volver a molestar. Los fanáticos se
fueron derrotados, dejando tras de sí un bosque a salvo.

Al verse victoriosos, los habitantes del pueblo vitorearon y abrazaron a


Xavier y Leonardo con gran afecto y gratitud.

Habían comprendido que el amor todo lo puede y vence los prejuicios.

De regreso en la ciudad, hubo grandes celebraciones. Xavier y Leonardo


fueron recibidos como héroes pero rechazaron honores. Sólo deseaban vivir
su amor en paz y armonía.

Esa noche, cuando quedaron a solas en su habitación, Xavier tomó el


hermoso rostro de Leonardo entre sus manos y lo miró emocionado.

—Hemos vencido a mi amor... Ahora nada podrá interponerse ante nuestro


destino juntos —susurró antes de besar esos dulces labios que lo volvían
loco.

—Es el triunfo de nuestro amor verdadero —respondió Leonardo


estrechándome contra su pecho.

Se amaron con pasión desbordada, celebrando que su futuro estaba


asegurado. Xavier recorrió con besos el cuerpo de Leonardo grabándose en
la memoria cada rincón. Saborearon el éxtasis abrazados, reafirmando ese
vínculo indestructible.

Poco después, Xavier y Leonardo decidieron alejarse una temporada de


Valle Verde para vivir su idilio amoroso lejos de todo. Se despidieron
cálidamente de los habitantes y partieron hacia las montañas donde
Leonardo tenía una cabaña secreta esperándolos.

Allí vivieron momentos de ensueño, paseando por el bosque, nadando en el


lago y haciendo el amor bajo las estrellas. Su paraíso estaba completo ahora
que nada se interponía ante la fuerza de su amor.
CAPÍTULO IV

En la intimidad de la cabaña secreta en las montañas, Xavier y Leonardo


disfrutaban de su idilio de amor lejos de todo peligro. Los días pasaban
tranquilos, en compañía mutua, hablando de todo y de nada o simplemente
abrazados en silencio.

Una tarde, mientras descansaban recostados sobre la hierba a la sombra de


un árbol, Xavier notó que Leonardo parecía preocupado. Acarició su mejilla
suavemente para reconfortarlo.

—¿Qué te afflige, mi amor? Sabes que puedes contarme lo que sea—dijo


mirándolo con ternura.

Leonardo tomó la mano de Xavier y la besó. Tras un suspiro, se decidió a


abrir su corazón.

—Es solo que... a veces me asusta esta profunda felicidad que siento —
confesó con la mirada brillosa—. Nunca creí que alguien pudiera amarme
con la intensidad con que tú lo haces.

Xavier sintió que el pecho se le hinchaba de amor. Abrazó fuerte a


Leonardo y le susurró al oído:

—Mi adorado Leonardo, mi amor por ti es tan infinito como el firmamento


sobre nosotros. No tengas miedo a la felicidad, mécete en ella como las
hojas de los árboles se mecen con la brisa.

Esas palabras parecieron reconfortar a Leonardo, quien buscó los labios de


Xavier en un beso dulce y profundo. Luego se quedaron en silencio,
mirando el cielo azul sobre ellos mientras las nubes pasaban lentamente.

Al caer el día regresaron a la cabaña a preparar la cena. Xavier encendió el


fuego en la chimenea mientras Leonardo cortaba vegetales. Adoraban esos
sencillos momentos domésticos juntos. Luego de comer, Xavier sacó un
frasco de aceite perfumado para masajear los hombros de Leonardo.

—Estás muy tenso, déjame relajarte —ronroneó Xavier al oído de su


amado. Sus hábiles manos aflojaron cada músculo mientras Leonardo
suspiraba de placer. Luego el massage se convirtió en suaves caricias y
besos hasta que terminaron haciendo el amor lentamente sobre la alfombra.

Ya entrada la noche, Leonardo se encontraba recostado sobre el pecho de


Xavier acariciando su piel desnuda cuando de pronto se incorporó
sobresaltado. Xavier lo miró sin comprender qué sucedía.

—Debemos irnos de aquí inmediatamente, no estamos a salvo —dijo


Leonardo comenzando a vestirse apresurado.

—¿Qué ocurre? ¿Volvieron los cazadores? —preguntó Xavier confundido


invitándolo.

—Ojalá fuera eso... se trata de algo peor, mi familia nos encontró —


respondió Leonardo con semblante grave—. Rápido, por la parte trasera
hay un camino que nos sacará del valle.

Xavier estaba desconcertado pero confiaba en Leonardo, así que tomó su


mano y juntos escaparon cabalgando a todo galope bajo el manto de la
noche. Cuando estuvieron lejos, se refugiaron en una cueva. Recuperando el
aliento, Xavier necesitaba entender qué estaba pasando.

Leonardo le explicó que pertenecía a una antiquísima familia de espíritus


protectores de aquellos bosques. Pero ellos nunca aprobaron su relación con
un humano, por lo que tuvo que escaparse para vivir su amor libremente.
Sin embargo, sus padres nunca cejaron en la búsqueda para intentar
rescatarlo de Xavier y devolverlo a su mundo.

Xavier sintió una punzada en el pecho al comprender la gravedad de la


situación. Abrazó con fuerza a Leonardo, como si temiera que alguien
pudiera arrebatárselo.
—No dejaré que nadie nos separe... huiremos juntos al fin del mundo de ser
preciso —aseguró mirándolo fieramente a los ojos.

Leonardo acarició su mejilla conmovido. Besó sus labios susurrando un te


amo cargado de pasión contenida. No había dudas, su vida estaba unida a la
de ese humano extraordinario para siempre.

Pasaron el resto de la noche ideando un nuevo plan. Consideraron buscar


ayuda en algún pueblo lejano, o internarse en lo más profundo del bosque.
Pero todas las opciones parecían temporales, tarde o temprano su familia
mágica los encontraría.

Fue entonces cuando Xavier recordó las leyendas que había escuchado
sobre reinos místicos ocultos entre las montañas, protegidos por una energía
ancestral. Quizás allí podrían encontrar refugio definitivo. Leonardo estuvo
de acuerdo en que valía la pena intentar llegar a la legendaria ciudad de
Braircliff, aunque nadie sabía a ciencia cierta si realmente existía.

Al despuntar el alba emprendieron el viaje hacia las montañas guiados sólo


por la esperanza. Superaron arroyos embravecidos, densos matorrales y
empinadas laderas sin detenerse. Xavier iba alentando a Leonardo cuando el
cansancio amenazaba con vencerlo. Juntos eran más fuertes.

Luego de días de agotadora travesía, cuando creían desfallecer en medio de


la nada, una luminosidad entre los picos captó su atención. Ráfagas de
viento cálido soplaba invitándolos a seguir adelante. Cuando finalmente
atravesaron la gruta resplandeciente, el espectáculo los dejó sin aliento.

Ahí, oculto entre las montañas, se encontraba Braircliff en todo su


esplendor. Majestuosas construcciones de mármol rosado relucían bañadas
por cascadas arcoíris. El aire vibraba con energía sobrenatural. Lo habían
logrado, estaban en el reino místico, su última esperanza.

Se miraron emocionados sin poder creer que lo habían conseguido y se


fundieron en un sentido abrazo, llenos de renovada esperanza. Ahora solo
faltaba convencer a los guardianes de Braircliff de que los dejaran quedarse.
Pero estando juntos, Xavier y Leonardo se sentían capaces de todo. El amor
los hacía invencibles.
Abrazados, Xavier y Leonardo avanzaron lentamente por un camino de
cristal hacia la magnífica ciudad de Braircliff. Podían ver seres alados
sobrevolando los majestuosos edificios y criaturas etéreas deambulando por
las calles.

De pronto, una resplandeciente mujer con largas alas translúcidas se posó


delicadamente frente a ellos, mirándolos con curiosidad.

—Soy la guardiana Iris. ¿Qué buscan un humano y un híbrido en Braircliff?


—preguntó con voz melodiosa.

Xavier y Leonardo se miraron sorprendidos al oír esa palabra. ¿Híbrido?


Leonardo no era un espíritu completo, solo poseía parte de ese legado
mágico. Eso explicaba por qué su familia recelaba de su relación.

Armándose de valor, Xavier dio un paso al frente y respondió con voz firme
pero respetuosa.

—Mi nombre es Xavier y este es mi amado, Leonardo. Hemos viajado


desde muy lejos en busca de refugio en su reino para vivir nuestro amor sin
ser perseguidos por la intolerancia.

La guardiana Iris pareció conmoverse con la súplica. Les indicó que la


siguieran al palacio para hablar con la Reina Alma, quien tenía la potestad
para aceptar nuevos habitantes en Braircliff.

Por el camino, Xavier y Leonardo observaban maravillados la ciudad, muy


distinta del mundo que conocían. Seres de luz pura conviven en armonía
con elfos, hadas y otras criaturas legendarias.

Llegaron al palacio, completamente revestido de cuarzos color violeta. La


imponente Reina Alma los recibió sentada en su trono. La pareja se
arrodilló ante ella en señal de respeto.

—He oído su pedido de asilo en mi reino. Pero díganme, ¿qué los hace
merecedores de eso? —preguntó la Reina con voz potente.
Xavier tomó la palabra, elocuente. Le relató cómo se conocieron y
enamoraron, la persecución que sufrieron, y su odisea para llegar a
Braircliff, única esperanza para su amor prohibido. La Reina escuchaba
atentamente, imperturbable.

Al finalizar, hubo unos segundos de tensión antes de que la Reina hablara


nuevamente.

—Su historia conmueve mis ojos, y creo en la sinceridad de sus


sentimientos. Pero debo consultarlo con los Ancestros antes de decidir —
dijo antes de cerrar los ojos en meditación profunda.

Pasaron agonizantes minutos hasta que la Reina abrió los ojos, tomó un
largo suspiro y declaró:

—Los Ancestros han hablado. Pueden quedarse en Braircliff bajo las


siguientes condiciones: no revelarán nuestra ubicación, demostrarán respeto
por nuestras costumbres, y contribuirán con sus oficios para nuestro pueblo.
¿Aceptan?

Emocionados, Xavier y Leonardo aceptaron gustosos esos términos. La


Reina ordenó entonces preparar una cabaña para ellos. Por fin tenían un
hogar donde poder vivir su amor en libertad y sin prejuicios.

Se les asignó una pequeña pero acogedora cabaña de madera con un huerto.
Xavier retomó su labor de boticario, cultivando hierbas medicinales y
preparando remedios que intercambiaba por otros bienes. Leonardo
ayudaba en la protección del reino utilizando sus poderes contra posibles
intrusos.

La vida en Braircliff era apacible. A veces Xavier pensaba con nostalgia en


su ciudad natal, preguntándose cómo estarían Estela y el maestro Salvador,
quienes habían sido como familia para él. Pero no se arrepentía de nada. El
amor que tenía con Leonardo compensaba todos los sacrificios.

Cierta noche, mientras cenaban abrazados frente a la chimenea, Leonardo


notó pensativo a su amado. Lo atrajo hacia sí y acarició su rostro para
reconfortarlo.
—Te noto algo triste últimamente... sabes que puedes contarme lo que sea,
mi vida —dijo dulcemente.

Xavier sonrió enternecido y se refugió en esos protectores brazos que eran


su hogar. Tras un suspiro, se decidió a confesar sus nostalgias. Leonardo lo
escuchó con atención y comprensión.

—Creo tener la solución para eso. Es momento de que conozcas también mi


lugar especial en el bosque —dijo Leonardo después de pensarlo un
momento.

A la mañana siguiente partieron sigilosamente de Braircliff hacia el bosque


que Leonardo tanto amaba. Caminaron por veredas hasta llegar a un claro
con una cabaña de troncos. Xavier supo al instante que ese era el verdadero
hogar de Leonardo, donde era completamente libre.

Maravillado, exploró el interior, los estantes con frascos de remedios, el


hacha junto a la chimenea, la cama deshecha con sus mantas favoritas. Todo
parecía impregnado del espíritu de su amado.

—Bienvenido a mi santuario secreto —susurró Leonardo abrazándolo por


la espalda—. Aquí conecto con mi esencia, y ahora es también tu refugio.

Se amaron lentamente sobre la vieja cama, enredados en un nudo de


piernas, brazos y almas. Xavier se sentía completo, comprendiendo al fin
que estar con su amado era su verdadero hogar.

Los días pasaron en feliz simplicidad, recolectando frutas y raíces, nadando


en el río, haciendo el amor bajo las estrellas. Xavier extrañaba la ciudad
pero ya no había nostalgia en su corazón. Leonardo le preparó un baño
aromático y le masajeó los pies cansados.

—¿Sabes? Creo que ya es tiempo de volver a visitar Valle Verde —sugirió


luego de pensarlo bien—. Podemos ayudar a reconstruir lo dañado por esos
cazadores, ahora que ya no tienen poder sobre nosotros. ¿Qué opinas?

Xavier lo miró sorprendido y emocionado. La idea de volver a ver su


ciudad, presentando orgullosamente a Leonardo como su amor, le parecía
maravillosa.

—Me encanta la idea, mi vida. Partamos enseguida —respondió besando a


su amado, agradecido por comprender siempre sus necesidades.

Juntos emprendieron el regreso a Valle Verde, donde fueron recibidos con


júbilo por la gente del pueblo que los extrañaba. La maldad de los
cazadores había sido erradicada para siempre de la comunidad.

Xavier lloró de alegría al reencontrarse con Estela y el maestro Salvador,


quienes lo recibieron como a un hijo perdido. Presentó con orgullo a
Leonardo como su prometido y lo aceptaron gustosos.

Su regreso marcó el inicio de una nueva era de paz y libertad para Valle
Verde. Xavier y Leonardo se sentían plenos de poder contribuir al bien de la
gente que amaban. Y cuando necesitaran escapar al mundo, su cabaña
secreta en las montañas estaría esperándolos, listo para albergar su amor.
CAPÍTULO V

Luego de pasar una temporada en Valle Verde reencontrándose con sus


seres queridos, Xavier y Leonardo regresaron a la mágica Braircliff para
retomar la tranquila vida en su cabaña del bosque.

Las rutinas cotidianas resultaban profundamente reconfortantes: trabajar la


tierra, cocinar juntos, tomar un baño en el río, hacer el amor a la luz de las
velas. Su relación se fortalecía día a día gracias a esa sencillez compartida.

Una tarde, después de podar los rosales del huerto, Leonardo percibió cierta
melancolía en los ojos de Xavier mientras preparaban empanadas de carne y
verduras. Se acercó por detrás y lo abrazó con ternura por la cintura.

—Pareces algo nostálgico de nuevo, mi vida. Sabes que puedes hablar


conmigo si algo te inquieta —susurró dulcemente a su oído.

Xavier se recostó sobre el pecho de su amado, reconfortado al instante por


ese calor familiar. Tras un suspiro, se animó a confesar sus sentimientos.

—A veces extraño algunas cosas simples de la vida en la ciudad... el


mercado repleto de gente, el aroma del pan recién horneado, las fiestas con
música—reconoció con una sonrisa melancólica—. Pero no pienses mal,
aquí contigo he sido más feliz que nunca.

Leonardo lo abrazó más fuerte y lo llenó de pequeños besos en la cabeza, la


frente, los párpados. Adoraba ese lado sensible de su amado.

—Tengo una idea para hacerte sentir mejor. Esta noche iremos al Festival
de las Luciérnagas en el bosque —propuso entusiasmado—. Habrá música,
baile y comida. Será divertido, ya verás.

El rostro de Xavier se iluminó con una enorme sonrisa. La idea de salir a


festejar con los habitantes del reino místico le resultaba maravillosa.
Terminaron de cocinar tomados de la mano, entre risas cómplices
planeando qué ropa usar.

Al caer el sol, emprendieron el camino siguiendo las lucecitas que titilaban


entre los árboles. El ambiente era mágico. Llegaron a un claro decorado con
faroles donde decenas de criaturas aladas y seres de luz danzaban al son de
una melodiosa orquesta.

Maravillados, Xavier y Leonardo se unieron a la celebración. Bailaron


mirándose a los ojos enamorados, comieron higos bañados en miel,
brindaron con vino de flores. Las horas se escurren entre risas, música y
algún inocente beso robado entre los arbustos.

De regreso a la cabaña, en la intimidad de su lecho, hicieron el amor aún


embriagados de dicha. Xavier no dejaba de agradecer una y otra vez a su
amado por esa noche mágica. Entrelazados se durmieron en paz, con una
sonrisa satisfecha dibujada en los labios.

Los días pasaron entre las rutinas de siempre, pero Xavier ya no volvió a
mostrar nostalgias. Sabía que Leonardo siempre buscaría la forma de
hacerlo feliz.

Una tarde en que Xavier se encontraba en el huerto podando las hortensias,


Leonardo se le aproximó entusiasmado, con las manos en la espalda
ocultando algo.

—Cierra los ojos y abre las manos —le pidió ansioso.

Xavier obedeció expectante. Sintió que Leonardo deposita algo suave y


sedoso en sus palmas. Al abrir los ojos, encontró un pequeño cachorro de
pelaje dorado que lo miraba moviendo la colita.

—¡Es precioso! —exclamó Xavier emocionado, acunando al cachorro que


le lamió la cara juguetón—. Pero amor... ¿de dónde lo sacaste?

—Estaba perdido en el bosque, solo y hambriento. No tenía corazón para


abandonarlo —explicó Leonardo rascando las orejas del perrito—.
Quédatelo, te hará compañía en la cabaña cuando yo no esté.
Conmovido, Xavier besó los labios de su pareja. Ese detalle lo llenaba de
dicha. Juntos le buscaron un cesto mullido para dormir y le dieron de comer
restos de carne del almuerzo. Decidieron llamarlo Copo, y les robó el
corazón desde el primer momento.

Los siguientes días, Xavier le dedicaba largos paseos y juegos al travieso


Copo mientras Leonardo trabajaba en el huerto. Luego, los tres se
acurrucaban frente a la chimenea. Cuando llegaba la noche, Copo dormía a
los pies de la cama, velando el sueño de sus amos.

Xavier estaba feliz de tener una mascota, le recordaba su infancia en la


ciudad. Amaba contemplar la mirada tierna de Leonardo cuando acariciaba
al juguetón cachorro. Su vida en pareja no podía ser más plena.

Pero la armonía se vio interrumpida algunas semanas después, cuando Copo


comenzó a mostrar signos de malestar. Se rehusaba a comer y pasaba el día
acostado gimiendo. Xavier intentó todo para mejorarlo pero el perrito
empeoró.

Una tarde, Leonardo regresó y encontró a Xavier sollozando desconsolado


junto a la cesta de Copo, quien yacía sin vida. Lo abrazó fuerte, su corazón
destrozado por el dolor de su amado.

—Lo siento tanto, mi vida. Sé lo mucho que llegaste a amar a Copo —dijo
secando sus lágrimas—. Pero ahora está en paz, sin sufrimientos. Debemos
confiar en que es lo mejor.

Asintiendo, Xavier se aferró al reconfortante pecho de su pareja. Leonardo


tenía razón, debía pensar que su mascota ya no padecía. Le dieron una
emotiva sepultura bajo el roble del huerto para visitarlo siempre. El hogar
se sentía vacío sin Copo, pero el amor que se tenían logró mitigar la pena.

Con el tiempo, Xavier sanó esa herida gracias al refugio que siempre
hallaba en brazos de Leonardo. Comprendió que la vida pasaba en ciclos,
despedidas y reencuentros, y había que disfrutar el momento presente
intensamente.
Tras la partida de Copo, Xavier encontró consuelo en los brazos de
Leonardo y en las pequeñas alegrías diarias: el canto de los pájaros en la
mañana, el perfume de los jazmines del huerto, hacer el amor bajo las
estrellas.

Juntos plantaron un olivo junto a la tumba de Copo para tenerlo siempre


presente. Xavier aprendió con el tiempo a evocar los recuerdos felices junto
a su mascota sin que la tristeza lo invade.

Una tarde, luego de recoger moras silvestres para hacer mermelada, la


pareja se tumbó sobre la hierba a mirar las nubes. Xavier buscó la mano de
Leonardo y la apretó suavemente mientras señalaba una forma caprichosa
en el cielo.

—Esa parece un dragón volando —comentó divertido.

—Sí, y aquella se parece a un corazón —respondió Leonardo llevando la


mano de Xavier hacia sus labios para besarla con ternura.

El joven sonrió emocionado. Le encantaban esos momentos donde no


hacían nada especial, solo disfrutar de la compañía mutua. De pronto, una
idea cruzó su mente.

—Amor... creo que ya es tiempo de que conozcas Valle Verde. Quiero


presentarte a mi familia allí —propuso esperanzado.

Leonardo lo miró sorprendido pero encantado con la idea. También deseaba


conocer el lugar donde Xavier había crecido y las personas tan importantes
para él. Accedió gustoso y comenzaron a hacer planes para el viaje.

Días después partieron muy temprano para aprovechar la frescura del


amanecer. Xavier iba nervioso pero feliz de llevar a su pareja. Al llegar fue
directo a la panadería de Estela, quien lo recibió con lágrimas de alegría.

—Mira el hombre tan guapo que me conquistó —dijo Xavier abrazando a


Leonardo. La anciana lo saludó efusivamente, aprobando la elección de
quien consideraba casi un hijo.
También visited al maestro Salvador, quien los invitó a almorzar. Charlaron
durante horas poniéndose al día en las novedades. Xavier sentía el pecho
hinchado de orgullo al presentar a su amado, y Leonardo se sentía acogido.

Al caer el sol, pasearon por el bosque que tantos recuerdos atesoraba para
Xavier. Se sentaron bajo las ramas del viejo roble donde se vieron por
primera vez, rememorando esa mágica tarde con emoción.

—Justo aquí me enamoré de ti para toda la vida —susurró Xavier tomando


el rostro de Leonardo entre sus manos para besarlo con dulzura.

—Y yo de ti... eres lo mejor que me ha pasado —respondió Leonardo


abrazándolo, emocionado.

La visita resultó sanadora para Xavier, cerrando el círculo con su pasado.


Entendió que los cambios eran parte de la vida, pero el amor permanecía
intacto. Regresaron a casa con el corazón en paz.

Pasaron algunas semanas en armonía, hasta que una mañana Leonardo


amaneció inquieto, mirando pensativo el horizonte. Xavier se acercó y
acarició su espalda suavemente para reconfortarlo.

—Te noto algo preocupado hoy, mi vida. Sabes que puedes contarme lo que
sea —dijo mirándolo con ternura.

Leonardo tomó la mano de su amado y la besó. Tras un suspiro, se decidió a


abrir su corazón.

—Es solo que...últimamente he pensado en mi familia. Aunque no lo


aprueben, son lo único que conocí por siglos —confesó con la mirada
brillosa—. Tal vez ya es tiempo de intentar una reconciliación.

Xavier lo escuchó con atención y le sonrió cálidamente. Sabía lo importante


que era esa necesidad para Leonardo. Estaba dispuesto a acompañarlo, aún
si eso implicaba enfrentar prejuicios.

—Creo que es una buena idea, mi amor. Debemos luchar por la


comprensión —dijo acariciando la mejilla de su pareja—. Estoy contigo en
esto, no tengas miedo.

Leonardo lo miró profundamente conmovido y lo besó en los labios,


fusionando sus almas. Con Xavier a su lado se sentía capaz de enfrentar
cualquier desafío.

Esa tarde partieron hacia el bosque ancestral que resguardaba la familia de


Leonardo. Xavier estaba nervioso pero emocionado por conocer el mundo
de su amado. Tras un largo viaje, llegaron al anochecer a un valle escondido
entre neblinas.

Una imponente cabaña de piedra se erigía en lo alto de una colina.


Leonardo le pidió a Xavier que aguardara oculto mientras él hablaba
primero con sus padres. Con un nudo en la garganta por la ansiedad, llamó a
la puerta.

Una mujer de tez pálida, ojos violáceos y largo cabello negro abrió. Al ver a
Leonardo se quedó pasmada, pero enseguida lo envolvió en un abrazo
apretado.

—¡Leonardo, hijo mío! ¡Has regresado! —exclamó con voz quebrada por la
emoción.

El padre también salió y contempló la escena atónito. Leonardo temía su


reacción, pero finalmente también lo estrechó entre sus brazos con fuerza.
Las explicaciones podían esperar, lo importante era que su niño había
vuelto después de tanto tiempo.

Con lágrimas en los ojos, Leonardo presentó a Xavier como su pareja ante
sus padres. Ellos lo saludaron cautelosos pero corteses. La familia tenía
mucho que sanar, pero el amor y paciencia lo lograrían.

Esa noche hubo una cena llena de nostalgia y reconstrucción. Xavier y


Leonardo durmieron abrazados, con el corazón en paz. Sabían que su amor
tenía ahora la bendición de la familia, y eso bastaba para ser felices.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, los padres de Leonardo


escucharon atentos la historia de amor de la pareja, sus dificultades y
luchas. Comprendieron cuán profundo era el vínculo que los unía y el valor
que tuvieron para defenderlo de las adversidades.

—Hijo, tu madre y yo reflexionamos toda la noche —dijo el padre tomando


la mano de Leonardo—. Nos equivocamos al juzgarte y queremos
repararlo. Tanto tú como Xavier son bienvenidos en la familia.

Leonardo no cabía en sí de felicidad. Las palabras que había deseado oír


por tanto tiempo al fin llegaban. Abrazó a sus padres emocionado, sintiendo
que un peso enorme se liberaba de sus hombros. Xavier derramaba lágrimas
de emoción, también acogido por completo.

Ese día lo pasaron recorriendo los alrededores, donde Leonardo solía jugar
en su infancia. Les mostró el viejo roble donde construyó su primera casa
del árbol, el arroyo donde atrapaba truchas con sus manos, el claro del
bosque donde capturaba luciérnagas.

Compartir esos recuerdos del pasado lo llenaba de nostalgia pero también


de paz. Su vida estaba completa ahora que su familia y su pareja se unían.
Xavier disfrutaba conocer esa parte esencial de la historia de su amado.

Al caer el sol, Leonardo llevó a Xavier a un lugar apartado del bosque para
mostrarle un secreto que nadie más conocía. Apartando ramas y malezas, se
abrió paso hasta una luminosa laguna de aguas cristalinas.

—Aquí venía cuando era niño y quería estar completamente solo —le
confesó a Xavier—. Nadaba desnudo sintiéndome en comunión con la
naturaleza. Ahora este lugar ya no es solo mío, ahora es nuestro.

Xavier lo besó emocionado de que compartiera con él un rincón tan íntimo


y especial. Juntos se desvistieron y se sumergieron en las cálidas aguas,
nadando y salpicándonos como niños. Hicieron el amor con lentitud, sus
cuerpos brillando a la luz de la luna llena.

De regreso a la cabaña, fueron recibidos con un banquete preparado por los


padres de Leonardo para celebrar la reconciliación. Brindaron con vino
especiado de bayas del bosque hasta altas horas de la noche. Al fin se
fueron a dormir en paz, abrazados bajo los suaves edredones.
A la mañana siguiente, Xavier se despertó con el cantar de las aves y bajó a
desayunar. Los padres de Leonardo habían salido temprano, y este lo
esperaba con una sorpresa.

—Quiero mostrarte algo muy especial antes de partir —dijo tomándolo de


la mano para guiarlo hasta el ático del hogar.

Allí dentro de un viejo baúl de madera, Leonardo sacó unos pequeños


zapatitos tejidos, un oso de peluche y otros juguetes y ropas de cuando era
un bebé. Emocionado, se los mostró uno por uno a Xavier contándole
anécdotas.

—Mira, estos calcetines los tejió mi abuela... Y este oso de trapo me lo


regaló mi madre para dormir —decía nostálgico pero sonriente.

Xavier comprendió lo significativo que era presenciar esos vestigios del


pasado de su pareja. Lo abrazó en silencio, conmovido de que le abriera ese
cofre de recuerdos tan íntimos y preciados.

El viaje había resultado profundamente sanador para la pareja. Ahora su


relación contaba con la aprobación de la familia de Leonardo, y el perdón
había disipado viejas sombras del pasado. Partieron de regreso a casa con el
corazón liviano y lleno de dicha.

Los años pasaron tranquilos y felices en la mágica Braircliff, su hogar. La


pareja florecía en plenitud y armonía. Xavier trabajaba como boticario,
atendiendo con esmero a los habitantes del reino. Leonardo se dedicaba a
proteger los alrededores con sus poderes, asegurando la paz.

Cierta noche, mientras cenaban pan recién horneado y estofado de verduras,


Xavier tomó las manos de su amado y lo miró emocionado.

—Mi vida, tengo algo que decirte. He decidido que es momento de cumplir
un sueño que nos queda pendiente —dijo con los ojos humedecidos—.
Quiero que formemos una familia, que adoptemos un niño para darle todo
el amor que tenemos.
Leonardo lo escuchó profundamente conmovido. Las lágrimas también
afloraron en sus ojos al imaginarse rodeados de risas infantiles en esa
acogedora cabaña que tanto amor había albergado.

—Me parece una idea maravillosa, mi amor. Vamos a llenar este hogar de
más felicidad —respondió besando los labios de Xavier.

El proceso no fue fácil, pero culminó una tarde cuando una carroza llegó
trayendo a un pequeño de cabello castaño y mirada traviesa. Lo llamaron
Gabriel, y llenó sus vidas de luz. Verlo crecer sano y feliz fue la mayor
dicha para la pareja.

Xavier y Leonardo jamás olvidaron las dificultades que tuvieron que


superar para vivir su amor libremente. Pero ahora veían los frutos, y la
felicidad les recordaba que todo había valido la pena. Su hogar rebosaba
amor, y eso era lo único que importaba.
CAPÍTULO IV

Una brillante mañana, Xavier se despertó temprano y contempló


enternecido a su amado Leonardo aún dormido plácidamente a su lado. Le
encantaba ver ese rostro sereno que tantas alegrías le había regalado.

Depositó un suave beso en su frente para no despertarlo y se levantó


sigilosamente para comenzar el día. Mientras preparaba el desayuno,
escuchó risitas en el dormitorio del pequeño Gabriel. Sonrió imaginando las
travesuras mañaneras de su hijo adoptivo.

Poco después, Leonardo emergió estirándose somnoliento pero con una


sonrisa radiante. Abrazó a Xavier por la espalda mientras éste servía jugo
en los vasos.

-Buen día, mi vida. ¿Has dormido bien? -preguntó Xavier volteandose para
besar esos labios que adoraba.

-De maravilla, soñando contigo -respondió Leonardo acariciando su mejilla


--.Iré a despertar a nuestro dormilón.

Momentos después llegó cargando a un risueño Gabriel, aún en pijamas y


despeinado. Lo sentó a la mesa y le sirvió un tazón de leche con miel.
Adoraban esas mañanas en familia, tan cotidianas pero a la vez únicas y
especiales.

-Papá, ¿podemos ir hoy de paseo al bosque? -preguntó el pequeño con ojos


esperanzados.

-Claro que sí, campeón. Prepararemos una canasta con comida y pasaremos
todo el día fuera, ¿qué te parece? -respondió Xavier revolviendo el cabello
de su hijo.
Luego del desayuno, recogieron provisiones y partieron hacia el bosque
tomados de la mano. Era un día radiante, con el cielo muy azul y los pájaros
trinando entre los árboles. Encontraron un claro junto al río donde
extendieron una manta y sacaron la comida.

Mientras almorzaban, Gabriel corría tras las mariposas intentando


atraparlas. Xavier y Leonardo intercambiaron una mirada de amor al verlo
reír despreocupado. Su hijo era lo mejor que la vida les había regalado.

Después de comer, Leonardo llevó al pequeño de la mano hacia el río para


enseñarle a reconocer las huellas de los animales en el barro de la orilla. El
niño escuchaba maravillado las enseñanzas de su padre sobre ese bosque
que tanto amaba. Xavier los observaba sentado bajo la sombra de un roble,
el corazón henchido de dicha.

Al atardecer, después de un día completo de juegos y risas, emprendieron el


regreso a casa. Gabriel iba en brazos de Xavier profundamente dormido,
rendido tras una jornada de exploración y aventuras. Lo arroparon con
cuidado en su cama y se quedaron contemplándose un rato, sus rostros
apenas iluminados por la luz de la luna que se filtraba por la ventana.

-Hemos hecho un buen trabajo con él, ¿no crees? -susurró Xavier abrazando
a su pareja por la cintura.

-El mejor trabajo del mundo -respondió Leonardo besando su frente con
ternura-. Verlo crecer sano y feliz es la mayor de las bendiciones.

Juntos se fueron a descansar también, sus corazones rebosando gratitud por


esa vida en familia que tanto trabajo había costado construir, pero que ahora
los colmaba de dicha.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Gabriel le contó emocionado a


sus padres el sueño que había tenido.

-¡Soñé que tenía alas y volaba sobre el bosque como un pájaro! -relató el
pequeño gesticulando-. Sobrevoló el río, los árboles, la montaña... ¡podía
ver todo desde arriba!
-Qué sueño más bonito, mi vida -dijo Xavier acariciando su cabeza-. Tal
vez algún día papá Leonardo pueda llevarte a dar un paseo volando de
verdad. Él sabe hacer magia.

-¡Sí, quiero volar de verdad! -exclamó Gabriel entusiasmado mirando a


Leonardo suplicante.

-Cuando seas más grande te prometo que volaremos juntos, mi amor -


respondió Leonardo guiñandole un ojo al pequeño.

Luego del desayuno, Xavier se dispuso a atender a los habitantes del pueblo
que ya esperaban en la puerta por sus remedios. Se despidió de su familia
con un beso y partió cargando su morral con frascos y vendas.

Leonardo aprovechó la mañana para dar una vuelta por el bosque cercano.
Quería asegurarse de que todo estuviera en orden y en calma. Dejó al
pequeño Gabriel al cuidado de la amable vecina y se internó con agilidad
entre los árboles.

Recorrió el perímetro sin notar nada inusual, lo que lo tranquilizó. Pero


cuando regresaba por el sendero, sus agudos sentidos percibieron un sollozo
entre los arbustos. Rápidamente se acercó y apartó las ramas para encontrar
a una pequeña hada con un ala atrapada entre las espinas.

-No temas, pequeña. Déjame ayudarte -susurró Leonardo con voz suave
para no asustarla.

Con sumo cuidado liberó su delicado ala de las espinas y acunó a la criatura
entre sus manos. Le había salvado la vida a esa frágil criatura. Leonardo
sintió la gratitud y confianza a través de la conexión mágica que
compartían.

-Ahora ve, y ten más cuidado entre las zarzas -dijo Leonardo mientras el
hada revoloteaba alejándose ileso.

Tras ese pequeño rescate, el guardián del bosque regresó contento a casa.
En el camino recogió preciosas flores silvestres para decorar la cabaña. Al
llegar, Gabriel corrió a recibirlo efusivo. Amaba esos reencuentros con sus
padres tras un día separados.

Esa noche, después de acostar al pequeño, Xavier y Leonardo se


acurrucaron junto a la chimenea como solían hacer para compartir las
vivencias del día. Leonardo relató el episodio del hada atrapada y Xavier lo
escuchaba siempre maravillado por esa conexión mágica tan única con la
naturaleza.

-Me llena de orgullo la devoción que tienes por proteger todo lo bueno de
este mundo -dijo Xavier tomando el rostro de su amado entre sus manos
para mirarlo con adoración.

-Y tú me llenas de luz con tu bondad cada día -susurró Leonardo besándolo


dulcemente-. Sin ti a mi lado, nada tendría sentido.

Se fueron a dormir en paz, con el crepitar del fuego de fondo, sintiéndose


plenos y agradecidos por esa vida de sueños cumplidos que ahora los
colmaba de dicha.

A la mañana siguiente, Xavier se levantó antes del amanecer y salió sigiloso


rumbo al bosque. Quería reunir algunas hierbas especiales que necesitaba
para preparar remedios. Anduvo por el sendero húmedo de rocío
disfrutando del aire fresco matutino.

Llegó hasta un pequeño claro junto al arroyo que solía visitar para encontrar
dientes de león y cortezas de sauce. Para su sorpresa, al apartar unos
matorrales se topó con un ciervo herido en el suelo. La pobre criatura tenía
una pata ensangrentada, seguramente por una trampa de cazadores.

Rápidamente, Xavier se acercó hablándole con suavidad para calmar su


miedo. Examinó la herida y decidió que podía tratarla allí mismo sin
necesidad de mover al animal. Buscó entre sus hierbas hasta encontrar
caléndula y consuelda, ideales para la curación.

Trituró las plantas y mezcló los jugos aplicándolos con cuidado sobre la
lastimadura del ciervo. Luego vendó firmemente la pata con trapos limpios
para evitar hemorragia e infección. El animal lo miraba dócil, como si
entendiera sus buenas intenciones.

-Así estarás mejor, amigo. Pronto te recuperarás -le dijo Xavier acariciando
su cabeza cuando terminó de vendarle.

Satisfecho con poder ayudar al ciervo herido, el bondadoso boticario


regresó a casa sintiéndose en paz consigo mismo. Al llegar, Leonardo y
Gabriel aún dormían. Les preparó el desayuno y los despertó con besos y
risas como todas las mañanas.

Durante el desayuno, Xavier les relató el episodio del ciervo. Gabriel


escuchaba atento con sus ojos muy abiertos. Leonardo sonreía orgulloso del
gran corazón de su amado.

-Eres el boticario con más bondad de todos. Me alegra tanto que hayas
podido ayudar a ese animalito-dijo estrechándome la mano por encima de la
mesa.

-Papá Xavier es un superhéroe que salva a todos con sus poderes curativos-
exclamó Gabriel admirado.

Las palabras del pequeño enternecieron profundamente a Xavier. Se sentía


dichoso de haber formado esa familia tan hermosa. Leonardo y Gabriel eran
su mayor tesoro.

Esa tarde, después de la siesta de Gabriel, decidieron dar un paseo por el


parque del reino para disfrutar del día soleado. El pequeño correteaba alegre
tras las mariposas mientras Xavier y Leonardo caminaban tomados de la
mano, hablando de trivialidades.

De pronto, el momento fue interrumpido por un grito. Al voltear vieron a


Gabriel arrodillado en el suelo llorando y una niña parada junto a él también
sollozando. La pareja corrió alarmada a ver qué sucedía.

-Tropecé sin querer y empujé a Gabriel... ahora está lastimado por mi culpa
-se lamentaba la niña entre hipidos.
Leonardo revisó la rodilla raspada de Gabriel y le aseguró que no era nada
grave. Xavier consoló a la pequeña, diciéndole que los accidentes pasaban y
no había resentimientos. Luego tomó a Gabriel en brazos, lo limpió y
vendar la herida.

-Ya estás bien, campeón -dijo besando su frente cuando dejó de llorar-. A
veces hay golpes en la vida, pero lo importante es seguir jugando.

Esas dulces palabras reconfortaron también a la niña. Xavier unió las manos
de los pequeños en señal de reconciliación. Pronto ambos reían juntos, el
incidente olvidado. Leonardo besó la mejilla de su pareja, admirado de su
infinita bondad.

De regreso a casa al atardecer, Gabriel se durmió en brazos de Xavier. Lo


arroparon en su cama tras un día de juegos y emociones. La pareja se
acurrucó frente al fuego, como solían hacer al final del día.

-Cada día me enamoras más de tu noble corazón, mi Xavier -susurró


Leonardo besando la frente de su amado-. El modo en que consolaste a esa
niña y curaste a Gabriel... Eres el mejor padre que él podría desear.

-Y tú el mejor esposo y amigo -respondió Xavier emocionado-. Sin tu amor


incondicional nunca hubiera tenido el valor para luchar y tener esta vida
contigo.

Se durmieron serenos, sabiendo que juntos eran invencibles. Habían


construido un hogar sólido lleno de luz, y eso les daba las fuerzas para
afrontar cualquier adversidad que la vida pusiera en su camino. Mientras se
tuvieran el uno al otro, todo estaría bien.

A la mañana siguiente, Xavier se levantó animado y comenzó a preparar el


desayuno. Hoy era un día especial, se cumplían 5 años desde que Gabriel
había llegado a sus vidas para llenarla de alegría. Quería consentir a su hijo
y pareja con una celebración.

Mientras cocinaba hot cakes en forma de estrellas, sintió los conocidos


brazos de Leonardo rodearme la cintura por detrás en un abrazo cariñoso,
como cada mañana.
-Huele delicioso, hoy te has levantado inspirado -comentó Leonardo
besando el cuello de su esposo.

-Es un día para celebrar en grande a nuestro pequeño -respondió Xavier con
una sonrisa de felicidad.

Poco después apareció Gabriel frotándose los ojos, somnoliento pero


emocionado al ver la mesa llena de sus platillos favoritos. Xavier lo sentó
en su regazo y lo llenó de besos y cosquillas.

-¡Feliz aniversario de tu llegada a esta familia! Te queremos muchísimo -


dijo con lágrimas de emoción.

Luego del desayuno, salieron al jardín donde Xavier había preparado una
casita club elaborada con sábanas y cojines. Pasaron dentro una mañana
entera de juegos, risas y aventuras imaginarias. Gabriel no podía estar más
feliz.

Al mediodía celebraron con un gran picnic bajo la sombra de su árbol


favorito. Comieron emparedados, frutas y el pastel de chocolate favorito de
Gabriel. El pequeño tenía las mejillas y la ropa manchadas, pero su enorme
sonrisa era el mejor regalo para sus padres.

Cuando Gabriel se quedó dormido sobre el regazo de Xavier, exhausto de


tanta emoción, Leonardo aprovechó para entregarle una pequeña caja
envuelta en papel brillante.

-Es de parte de los dos para nuestro tesoro -susurró señalando al niño.

Adentro había un dije con forma de corazón partido a la mitad. Cada padre
colocó una parte, mientras que Gabriel tenía la otra mitad que los unía. Era
el símbolo perfecto de esa familia tan especial.

Al despertar, el rostro de Gabriel se iluminó al recibir el dije. Lo abrazó con


un fuerte understanding el significado. Sus padres eran su mayor
motivación para crecer siendo bondadoso y justo como ellos.
La noche llegó después de una jornada inolvidable para la familia.
Arroparon a Gabriel y se quedaron contemplando cómo se rendía al sueño,
abrazando su nuevo tesoro bajo la tenue luz de la lámpara.

Xavier atrajo a Leonardo hacia sí y se fundieron en un largo y sentido beso,


conscientes de la enorme dicha que estaban viviendo. Todos los sacrificios
y lágrimas del pasado palidecen comparados con esa felicidad tan plena.

-Te amo profundamente -susurró Xavier dejándose envolver por los fuertes
brazos de su amado.

-Y yo a ti, para siempre -respondió Leonardo besando su frente con dulzura.

Se durmieron en paz, sus corazones latiendo al mismo ritmo. El amor que


los unía era más fuerte cada día. Cada momento juntos, por sencillo que
fuera, era un regalo que atesoraban.

Las semanas siguientes pasaron en familiar armonía entre juegos en el


bosque, deberes, risas compartidas y noches abrazados frente al fuego.
Xavier continuaba atendiendo pacientes mientras Leonardo protegía el
reino con sus dones mágicos.

Pero una mañana Leonardo despertó sobresaltado por una pesadilla. Soñó
que extrañas criaturas malignas irrumpieron en su hogar, intentando llevarse
a Gabriel. Permaneció inquieto e incapaz de volver a conciliar el sueño.

Xavier notó su zozobra durante el desayuno. Cuando Gabriel se distrajo


dibujando, aprovechó para tomarle la mano a su esposo y mirarlo con
preocupación.

-Amor, sé que algo te atormenta. Cuéntame para poder ayudarte -pidió con
dulzura.

Leonardo le relató el sueño con temor en los ojos. No eran simples


pesadillas, era su instinto advirtiéndole de un peligro amenazante y
desconocido. Debían proteger a su hijo a toda costa.
Xavier lo escuchó con atención y decidido le aseguró que juntos derrotarían
cualquier amenaza, como antes. Pero esta vez Leonardo no estaba tan
seguro. El mal presentía crecía en su interior inexplicablemente.

Esa tarde, Xavier fue al pueblo por provisiones mientras Leonardo


reforzaba con su magia las protecciones alrededor de la cabaña. Usó

conjuros antiguos para crear una barrera invisible de energía que repelerá
cualquier intruso.

Pero justo cuando finaliza el último hechizo, un estruendo sacudió la casa.


Gabriel gritó asustado. Leonardo corrió a su habitación y se encontró con su
peor pesadilla...

Una sombra oscura y sin forma definida se arremolinaba amenazante en el


dormitorio, rodeando al pequeño. Leonardo invocó todo su poder para
intentar desterrarla, pero la sombra maligna era inmune a su magia.

En ese momento crítico, Xavier irrumpió blandiendo un puñal de plata que


solía llevar en sus travesías al bosque. Sin dudarlo, se abalanzó contra la
sombra hiriéndola. La criatura emitió un escalofriante aullido y se
desvaneció por la ventana.

Gabriel corrió a refugiarse en los brazos de Leonardo, mientras Xavier


comprobaba que estaba ileso. El niño temblaba de miedo pero no tenía
ningún rasguño. La pareja intercambió una mirada de pavor. Esta nueva
amenaza era aún más peligrosa de lo que habían imaginado.

-Voy a protegerlos cueste lo que cueste -aseguró Xavier abrazándose fuerte


contra su pecho.

Debían permanecer más alertas que nunca. Leonardo decidió enseñarle


algunos conjuros básicos de protección a Xavier por si acaso él no estaba
cerca para defenderlos. Entrenaron día y noche para estar preparados.

Una semana después, el mal regresó, ahora tomando la forma de una


enorme bestia oscura con garras afiladas. Irrumpió en la cabaña
destrozándolo todo a su paso. Xavier tomó a Gabriel en brazos y corrió al
Bosque buscando refugio.

Pero la criatura los seguía de cerca. En un momento crucial, Leonardo


apareció invocando una llamarada que hizo retroceder al monstruo. Sin
embargo, este contraatacó hiriendo gravemente a Leonardo en el costado.

Xavier dejó a Gabriel oculto tras un tronco y corrió a socorrer a su amado.


Estaba muy débil por la pérdida de sangre mágica, pero aún respiraba.
Xavier pronunció un conjuro de protección envolviéndolos en una cúpula
luminosa.

La bestia se estrelló contra la cúpula una y otra vez rugiendo furiosa al no


poder alcanzarlos. Pero Xavier no podía mantener el escudo por mucho
tiempo. Leonardo necesitaba atención urgente o moriría desangrado.

En ese momento de desesperación, Xavier cerró los ojos y suplicó ayuda a


los espíritus del bosque. Para su sorpresa, docenas de criaturas acudieron en
su auxilio: hadas, gnomos, ninfas. Juntando sus poderes lograron repeler a
la bestia y poner a salvo a la familia.

Xavier cargó a Leonardo y Gabriel lo siguió aún sollozando por el miedo.


En una gruta oculta, Xavier cuidó las heridas de su amado, tratando de
salvar su vida. Tenían una batalla larga por delante, pero la superarían
juntos.
CAPÍTULO VII

En la cueva oculta, Xavier limpiaba con extremo cuidado la herida del


costado de Leonardo, mientras Gabriel observaba angustiado a su padre
malherido.

—Resiste mi amor... no dejaré que nos abandones —le suplicaba Xavier


mientras vendaba el torso para detener la hemorragia.

Leonardo yacía inconsciente, debilitado por la pérdida de sangre mágica.


Pero aún respiraba gracias a los desesperados esfuerzos de Xavier por
mantenerlo con vida.

Tras asegurarse de que Leonardo estaba estable, Xavier abrazó fuerte a


Gabriel para calmar su llanto desconsolado.

—Papá se pondrá bien, es muy fuerte. Lo importante es que estamos los tres
juntos —le susurró con voz tranquilizadora.

El niño asintió hincando y se acurrucó en el regazo de Xavier buscando


protección. Ver así de vulnerable a su padre lo había sumido en un miedo
primitivo.

Xavier le prometió que no dejaría que nada malo les sucediera. Acarició su
cabello hasta que Gabriel se quedó dormido por el cansancio. Luego lo
cobijó con su capa y se sentó junto a Leonardo para velar su sueño, alerta a
cualquier peligro.

Pasaron lentas horas de vigilia y desesperanza. Pero por fin Leonardo abrió
débilmente los ojos cuando salía el sol. Xavier derramó lágrimas de alivio y
tomó su mano besándola una y otra vez.

—Mi Xavier... sabía que no te rendirás —murmuró Leonardo esbozando


una leve sonrisa, aún muy débil.
—No digas más, debes ahorrar fuerzas. Lo importante es que estás vivo, mi
amor —respondió Xavier emocionado, acariciando el pálido rostro de su
compañero.

Le dio de beber pequeños sorbos de agua y le aplicó más ungüentos


medicinales para acelerar la curación. Luego cambió los vendajes
ensangrentados y le preparó un lecho más cómodo para que pudiera
descansar.

Los siguientes días Xavier se turnaba entre atender a Leonardo y distraer a


Gabriel contándole historias. Salía furtivamente en busca de raíces y hierbas
silvestres para elaborar brebajes reconfortantes. La mejoría de Leonardo era
lenta, pero constante.

Una noche Xavier estaba revisando los vendajes cuando sintió la mano de
Leonardo sobre la suya. Tenía la mirada brillante de quien regresa del
inframundo por amor.

—Has estado a mi lado cada momento. Este milagro te lo debo a ti, mi


dulce Xavier —susurró Leonardo con la voz aún débil pero cargada de
emoción.

Xavier no pudo contener las lágrimas y lo abrazó con gran cuidado de no


lastimarlo. Sentir ese cálido aliento junto a su rostro era la bendición más
grande después de creer que lo perdería. Se aferró a él como un náufrago a
su tabla de salvación.

La amenaza en las sombras seguía acechando, pero ahora que Leonardo


mejoraba tenían una esperanza de vencerla y recuperar la armonía perdida.
Xavier le prometió que encontraría la forma de proteger a su familia y
derrotar a ese mal definitivamente.

Una mañana Xavier partió rumbo al pueblo por más vendas y para llevar un
mensaje al sabio oráculo que vivía en las montañas, solicitando su consejo y
ayuda contra la misteriosa criatura.

Mientras caminaba por el sendero del bosque, de pronto escuchó el crujido


de una rama tras él. Al voltear, vio emerger de entre los árboles una figura
encapuchada que caminaba renqueando pesadamente. Por un momento
pensó que era el enemigo, pero pronto reconoció ese rostro amable.

—No temas Xavier, soy yo, el maestro Salvador —dijo el anciano bajando
la capucha.

Xavier corrió a ayudarlo, pues caminaba con dificultad apoyado en un


bastón. El viejo Salvador le explicó que lo había estado buscando para
advertirle que algo maligno se arrastraba por el bosque tras ellos.

Juntos fueron a la cabaña donde Leonardo luchaba por recuperarse. Ver de


nuevo a su antiguo mentor levantó el ánimo y determinación del herido
guardián. El maestro los convenció de que había esperanza.

Esa tarde idearon un ritual antiguo de protección con los conocimientos de


Salvador y los dones de Leonardo. Encendieron antorchas alrededor de la
cueva y colocaron amuletos en cada entrada. Invocaron a los espíritus del
bosque pidiendo fortaleza.

Se turnaban vigilando con el puñal de plata de Xavier siempre listo. El


pequeño Gabriel dormía intranquilo, despertando a menudo llorando por
pesadillas donde la bestia se lo llevaba. Lo calmaban con canciones y
caricias.

Finalmente una noche la criatura regresó, aún más furiosa al no poder


penetrar la barrera mística de la cueva. Embestía y arañaba la roca en vano
mientras ellos aguardaban resguardados. Las horas pasaban lentamente
mientras resistía el asedio.

Al despuntar el alba el demonio se retiró, pero juró regresar para tomar la


vida de Leonardo en pago por haber frustrado sus planes. El guardián no
pudo evitar estremecerse, pero no cedería ante el miedo.

Esa mañana llegó la esperada respuesta del oráculo. Debían buscar la capa
dorada que se encontraba oculta en lo profundo de unas antiguas ruinas.
Solo el poder de la reliquia ancestral podría desterrar al mal
definitivamente.
Con cuidado de no ser detectados, los dos amantes emprendieron la
búsqueda dejando a Gabriel al cuidado de Salvador. Tras días enteros de
caminata por parajes agrestes, dieron con las ruinas señaladas entre
escarpadas montañas.

Descendieron cuidadosamente entre los resbaladizos escombros, siguiendo


el débil resplandor dorado hasta dar con una recámara subterránea. Allí,
sobre un altar la vieron... una magnífica capa tejida con hilos de luz solar,
solo vista por ojos humanos en la antiquísima era de los dragones.

Maravillados pero sin tiempo que perder, tomaron la reliquia y


emprendieron el regreso esperanzados. Con la capa dorada y su amor
invencible, estaban listos para el enfrentamiento final.

Cargando la reliquia ancestral, Xavier y Leonardo regresaron tan rápido


como les fue posible a la cueva para proteger a Gabriel. Habían tenido éxito
en su búsqueda, ahora dependía de ellos utilizar sabiamente el poder de la
capa dorada.

Al llegar, el pequeño corrió a sus brazos sollozando de alivio. El maestro


Salvador les informó que la criatura había regresado varias veces, furiosa al
no poder penetrar la cueva protegida. Sus embestidas hacían temblar las
paredes rocosas pero el sagrado refugio resistía.

Leonardo abrazó fuerte a su hijo, reconfortado al poder tenerlo sano y salvo


entre sus brazos nuevamente. Luego examinó la reliquia asombrado por el
fulgor sobrenatural que emitía esa prenda tejida con magia ancestral.

—Ha llegado la hora de enfrentar el mal que amenaza nuestra familia —


anunció Leonardo con mirada brillante de determinación.

Xavier asintió con semblante solemne. Sabían que la batalla final se


acercaba inexorable y esta vez sólo uno de los bandos sobreviviría. El
futuro de todos dependía de ellos.

Esa noche, mientras Gabriel dormía abrazado a Xavier, Leonardo meditó


frente a un caldero cómo usar el poder de la capa dorada para derrotar a la
bestia. Solo cuando saliera el sol estaría lista la pócima mágica para
potenciar sus dones.

Las horas previas al amanecer fueron las más angustiantes. Permanecieron


despiertos, en silencio, contemplando los rostros amados y grabando cada
detalle en sus memorias por si acaso...

El sol comenzaba a despuntar cuando un estruendo sacudió la montaña. La


criatura había llegado para la batalla final. Xavier despertó a Gabriel y lo
guió a un rincón a salvo, prometiéndo que todo estaría bien. Luego abrazó
fuerte a Leonardo.

—Hagamos lo necesario para darle un futuro a nuestro hijo —susurró


Xavier con lágrimas en los ojos pero voz firme.

Leonardo asintió y bebió de un trago la pócima mágica. Luego se colocó la


reluciente capa dorada. Su aura de poder se extendió cegadoramente,
haciendo cimbrar cada roca. Estaba listo.

De un solo golpe de su puño rodeado de luz solar, Leonardo despedazó la


pared de la cueva para salir al encuentro del monstruo. Xavier lo seguía
blandiendo su puñal, dispuesto a luchar codo a codo.

La horripilante criatura ya los aguardaba afuera, pero retrocedió intimidada


por la energía de Leonardo. Sin darle tiempo a reaccionar, el guardián
invocó llamaradas doradas que comenzaron a calcinar al demonio.

La bestia aulló de dolor, debilitándose rápidamente ante el poder sagrado de


la capa tejida por los dioses antiguos. Pero en un último intento furioso
embiste a Xavier, derribándolo.

En ese momento crucial, Leonardo se interpuso y una garra perforó su


hombro haciéndolo caer. Pero antes de desfallecer invocó un último hechizo
sagrado que desintegró por completo a la criatura maldita hasta no dejar
rastro.

Todo quedó en silencio. Xavier gateó rápidamente hacia Leonardo y lo


sostuvo entre sus brazos. Tenía el hombro ensangrentado pero sonreía
débilmente, la capa dorada aún resplandecía sobre sus hombros.

—Lo logramos... derrotamos a la bestia... ya no podrá amenazarlos... —


murmuró Leonardo acariciando el rostro amado de Xavier.

—Salvaste nuestras vidas... el mal nunca podrá vencer al amor que tenemos
—respondió Xavier llorando y besando la frente de su esposo con infinita
gratitud.

El pequeño Gabriel se asomó tímidamente de la cueva y al ver el peligro


pasado corrió a abrazar a sus padres. Xavier lo alzó con un brazo sin soltar
a Leonardo. Por fin estaban a salvo y juntos.

Tras incinerar los restos malditos de la bestia, regresaron al pueblo. Allí


Xavier cuidó las heridas de Leonardo hasta verlo recuperado totalmente. El
maestro Salvador fue celebrado como un héroe por su ayuda.

La vida retornó a la normalidad, pero con renovada dicha. Atesoraban cada


instante juntos como familia, conscientes del milagro de su amor. Enfrentar
esos oscuros días solamente los había unido más.

Una tarde paseaban por el bosque de la mano, viendo jugar a Gabriel entre
los árboles. De pronto el niño gritó entusiasmado señalando el cielo, donde
un majestuoso dragón sobrevolaba el valle.

Sonrieron maravillados ante semejante visión. Xavier rodeó la cintura de


Leonardo y este apoyó la cabeza sobre su hombro. Una pluma plateada
descendió ante ellos, ofrenda de gratitud del noble dragón.

—Somos bendecidos... —susurró Xavier emocionado, sosteniendo la


reluciente pluma.

—Lo somos porque nuestro amor es más fuerte que cualquier adversidad —
respondió Leonardo besando tiernamente sus labios.

Esa noche, tras dormir a un cansado pero feliz Gabriel, hicieron el amor
lentamente celebrando la vida. Sus cuerpos se reencontraron como
agradecimiento por cada caricia, cada beso aún posible. Y se durmieron
abrazados, sus corazones en paz sabiendo que juntos todo era posible.

Tras la derrota de la bestia, la vida en el reino se normaliza y la felicidad


regresa al hogar de Xavier, Leonardo y el pequeño Gabriel. Atesoraban
cada momento en familia, conscientes de lo frágil que podía ser la dicha.

Una mañana Xavier se despertó más temprano de lo habitual. Con cuidado


de no despertar a Leonardo, se levantó y salió al huerto a disfrutar de la
quietud del amanecer. Pero grande fue su sorpresa al llegar y encontrar
todas las plantas y hierbas crecidas exuberantemente, llenas de brotes y
flores.

Maravillado, acarició los suaves pétalos de las flores que había plantado
con Leonardo y que ahora parecían transmutadas por obra de magia
nocturna. De pronto sintió unos conocidos brazos rodearme la cintura.

—Espero que te haya gustado la sorpresa... —susurró Leonardo besando el


cuello de su amado—. Era mi forma de agradecerte por todo el amor y
paciencia durante mi recuperación.

Profundamente conmovido, Xavier se volteó para besarlo. Comprendió que


había sido un prodigio de los dones especiales de Leonardo. El milagroso
huerto era símbolo del florecer de su relación tras las tribulaciones.

—Es el regalo más bello... este huerto es testigo del amor que cultivamos
día a día —respondió Xavier tomando el rostro de Leonardo entre sus
manos para mirarlo con devoción.

Se besaron lentamente, sin importarles que el sol ya ilumina el nuevo día.


El tiempo parecía detenerse cuando se unían en cuerpo y alma. Xavier
estaba profundamente agradecido por tener una segunda oportunidad junto
al amor de su vida.

Los días pasaron en una dicha tan honda que resultaba sobrecogedora.
Atesoraban cada momento, cada caricia, cada mirada cómplice. Reían junto
a Gabriel en los atardeceres dorados y se amaban con devoción en la
intimidad de su lecho cada noche, recorriendo sus cuerpos entrelazados
como un mapa del tesoro.

Pero esa placidez se vio interrumpida una madrugada por una misteriosa
visita. Xavier despertó de golpe al oír a alguien llamando a la puerta. Se
sobresaltó pensando que podía ser un nuevo peligro.

—Tranquilo, no temas. Iré a ver qué sucede —lo calmó Leonardo besando
su frente antes de levantarse.

Temeroso, Xavier aguardó abrazando a Gabriel. Poco después Leonardo


regresó con semblante serio y le pidió que lo acompañara afuera. Allí,
envuelta en una capucha gris estaba la mismísima Reina Alma de Braircliff.

—Lamento venir sin aviso, pero necesito su ayuda urgente —dijo la regente
con tono alarmado—. Una oscuridad amenaza mis dominios y mi magia no
puede combatirla... solo la luz que habita en ustedes puede salvarnos.

Xavier y Leonardo intercambiaron una mirada decida y asintieron. No


podían negarse al llamado de la soberana a la cual le debían tantos años de
dichosa vida en su reino. Dejaron al pequeño Gabriel al cuidado de la
anciana Estela y partieron junto a la reina hacia lo desconocido.

Tras días de viaje, llegaron a los límites del reino, donde una densa
penumbra maligna se arremolinaba tratando de penetrar la barrera mística
que protegía la tierra sagrada. La reina intentó repelerla con hechizos de
luz, pero la oscuridad devoraba cualquier destello.

—Deben intentar disipar con la luz de su amor invencible, es la única


esperanza —suplicó la reina.

Xavier y Leonardo se sintieron tomados de las manos. Juntando sus frentes,


evocaron en sus mentes cada momento luminoso de su relación, desde el
primer encuentro hasta las alegrías de criar a Gabriel. De sus corazones
brotó una irradiante burbuja de luz dorada que se extendió hasta impactar la
penumbra.
Por un instante pareció que la luz y la oscuridad se repelían sin lograr
imponerse. Pero poco a poco, cada recuerdo feliz, cada promesa susurrada,
cada caricia compartida fue ganando terreno hasta que el mal retrocedió
vencido, desvaneciéndose.

Jadeantes por el esfuerzo, pero con el corazón rebosante de dicha, Xavier y


Leonardo se miraron con lágrimas de emoción. Una vez más el amor había
sido más fuerte. La reina los reverenció profundamente ante tan abrumador
despliegue de poder sagrado.

De regreso a casa, fueron recibidos por un alborozado Gabriel, quien corrió


a sus brazos relatando emocionado cómo había ayudado a la anciana Estela
con las tareas del hogar en su ausencia. Ver su rostro iluminado de alegría
fue la mejor recompensa.

Esa noche, mientras su hijo dormía plácidamente, la pareja hizo el amor de


forma lenta, contemplativa, inundados por la dicha de simplemente
pertenecer. Sus cuerpos encajaban perfectamente, como dos mitades de un
todo. Se susurraron "te amo" al oído al llegar juntos al clímax, sellando el
pacto de amor que los mantendría unidos para toda la eternidad.
CAPÍTULO VIII

Una brillante mañana, Xavier se encontraba en su estudio moliendo hierbas


medicinales cuando sintió unos conocidos brazos rodearlo desde atrás en un
abrazo cariñoso. Reconocería ese calor familiar en cualquier lado.

—Pareces muy concentrado en tu labor, ni siquiera me oíste llegar —dijo


Leonardo depositando un suave beso en la mejilla de su esposo—. Vine por
ti y Gabriel, hay algo muy especial que quiero mostrarles.

Intrigado, Xavier accedió gustoso. Últimamente notaba muy pensativo y a


la vez entusiasmado a su pareja, como planeando alguna sorpresa en
secreto. Llamaron al pequeño Gabriel que jugaba en el huerto y partieron
siguiendo a Leonardo como guía.

Adentrándose en lo profundo del bosque, llegaron hasta un claro donde un


imponente roble se erguía majestuoso en medio del campo de flores. Xavier
advirtió que el contorno del árbol tenía forma de corazón y sonrió
conmovido por el significado.

—Aquí fue donde nos dimos nuestro primer beso ¿recuerdas? —preguntó
Leonardo tomando las manos de su amado—. Este será nuestro rincón
especial de ahora en adelante.

Acto seguido, pasó su mano por el tronco susurrando palabras en élfico


antiguo. Para asombro de Xavier, una entrada secreta se materializó en el
centro del roble, revelando una escalera hacia abajo envuelta en raíces.

Tomados de la mano bajaron por la escalera, seguidos por un entusiasmado


Gabriel. Al final había una amplia estancia subterránea tapizada en musgo
brillante con una fuente de agua cristalina en el centro. El techo estaba
tachonado de raíces y luces mágicas como estrellas.
—Bienvenidos a nuestro nuevo hogar —anunció Leonardo extendiendo los
brazos—. Un lugar completamente nuestro donde viviremos momentos
especiales los tres juntos de ahora en adelante.

Xavier estaba tan emocionado que se le hizo un nudo en la garganta. Ese


regalo tan cuidadosamente preparado por su amado era la muestra definitiva
de un amor para toda la vida. Lo abrazó con todas sus fuerzas susurrando un
gracias lleno de devoción.

Exploraron cada rincón maravillados, desde el dormitorio con la amplia


cama cubierta de pétalos, hasta la salita con chimenea donde pintaron las
paredes con escenas fantásticas. Era un mundo aparte, un oasis de paz y
complicidad familiar.

Los días pasaron entre juegos y risas en su nuevo refugio. Cada noche,
después de dormir al pequeño Gabriel, Xavier y Leonardo se amaban
lentamente en su lecho, la luz de las raíces brillando sobre sus cuerpos
desnudos. Hicieron de ese espacio secreto el santuario de su amor
invencible.

Una tarde Leonardo les enseñó a meditar sentados en pose de loto junto a la
fuente. Les habló sobre la importancia de calmar la mente y encontrar
ecuanimidad interior. Como por arte de magia, con ese simple ejercicio
lograron sentirse más unidos y en paz.

Los años pasaron entre alegrías sencillas y días luminosos en familia,


siempre protegidos en su escondite mientras el mundo cambiaba. Vieron
crecer a Gabriel sano y bondadoso, guiado por el ejemplo de sus padres.
transitando con seguridad los desafíos de la adolescencia gracias a ese
hogar siempre compresivo.

Una noche, cuando el joven Gabriel ya entraba en la adultez, Leonardo


miró muy serio a su hijo mientras cenaban al fuego del hogar.

—Estamos muy orgullosos del hombre en que te has convertido. Ha llegado


el momento de decirte toda la verdad sobre tus orígenes —dijo tomando la
mano del desconcertado joven.
Xavier también lo miró emocionado. Era tiempo de revelarle que había sido
adoptado y el prodigioso poder que corría por sus venas, herencia de
Leonardo. Gabriel escuchó fascinado la extraordinaria historia, todo
cobrando sentido en su interior.

Al terminar el relato, Leonardo llevó a su hijo afuera para realizar un


antiguo ritual. De rodillas, el joven juró solemnemente utilizar sus dones
recién descubiertos para proteger la vida, la justicia y la belleza. Luego
Leonardo cortó simbólicamente un mechón del castaño cabello de su hijo y
sopló sobre él susurrando un conjuro en élfico.

El cabello se elevó tornándose dorado y se introdujo en el pecho de Gabriel.


El joven sintió expandirse en su interior una cálida energía luminosa,
llenándolo de fuerza y sabiduría. Entendió entonces su misión en el mundo.
Xavier y Leonardo lloraron de orgullo y felicidad al verlo transmutado en
un ser de luz, su mayor creación.

Esa noche celebraron con un gran banquete entre risas, anécdotas y planes
futuros. Xavier miraba a su hijo y esposo rebosando amor en su corazón. Su
familia era el milagro más grande que la vida pudiera haberle regalado.

Poco tiempo después llegó el momento de la despedida, con muchas


lágrimas pero también orgullo. Gabriel partió para cumplir su destino, con
la promesa de regresar y compartir sus proezas. Xavier y Leonardo se
consolaron sabiendo que el fruto de su amor ahora esparcir semillas de luz
por el mundo.

Tras la partida de Gabriel para cumplir su destino, Xavier y Leonardo


debieron acostumbrarse a la silenciosa ausencia que antes llenaba de risas
su hogar. Pero encontraban consuelo en su amor incondicional y en la
certeza de que su hijo ahora emprendía el vuelo, tan preparado como ellos
pudieron formarlo.

Cierta noche, mientras cenaban en tranquilidad junto al fuego, sintieron la


casa estremecerse. Alarmados, corrieron afuera pero se quedaron pasmados
al ver surgir frente a sus ojos un magnífico castillo dorado con altas torres
de filigrana.
Boquiabiertos, vieron descender raudamente un carruaje tirado por caballos
alados desde la más alta torre. La portezuela se abrió y de él emergió un
sonriente Gabriel ofreciendo la mano para ayudar a bajar a una hermosa
joven de largos cabellos azabache.

—Padres, les presento a Elena, la luz de mi vida —anunció el joven con


mirada enamorada.

Tras el impacto inicial, Xavier y Leonardo recibieron eufóricos a la pareja,


emocionados por volver a ver a su hijo ya convertido en todo un hombre.
Les contó maravillado que su castillo flotante era un regalo de los espíritus
del bosque por sus heroicas acciones.

Esa noche hubo un banquete de celebración donde Gabriel relató sus


proezas por el mundo, siempre guiado por los valores inculcados por sus
padres. Xavier no cabía en sí de orgullo y felicidad al ver tan realizado a su
vástago.

Con el tiempo, Gabriel y Elena tuvieron un hijo, un precioso niño de


dorados bucles a quien llamaron León en honor a su abuelo. Xavier
encontró en su nieto la alegría de volver a escuchar risas infantiles llenando
la casa. Lo consentía y malcriaba siempre que lo visitaban.

Mientras Xavier jugaba con el pequeño León, Leonardo los observaba


enternecido desde el umbral. Su pareja era el abuelo más maravilloso y
jovial. Se acercó por detrás y lo abrazó depositando un beso en su cuello.

—¿Quién diría que pasaremos de tener solo nuestro amor, a ver crecer un
hijo y ahora disfrutar a un nieto? —comentó Xavier emocionado,
acostándose contra el pecho de su compañero.

—Nuestro amor lo hizo posible...siempre fuiste mi mayor milagro —


susurró Leonardo estrechándome fuerte entre sus brazos, tapizados ahora de
arrugas pero aún fuertes.

Xavier se volteó para besar esos labios amados que lo enloquecen como el
primer día, ahondando en las huellas del tiempo con veneración. Luego se
separaron sonriendo y con ojos húmedos, contemplando al pequeño León
corretear por el jardín, futuro de esperanza.

Con el pasar de las estaciones, las visitas de Gabriel y su familia se hicieron


menos frecuentes, absortos en sus propias responsabilidades. Xavier y
Leonardo aprovechaban esos periodos de soledad para reencontrarse en
intimidad, bailando al compás de una música solo perceptible para sus
almas gemelas.

Una tarde Xavier dormitaba recostado bajo la sombra del viejo roble
corazón cuando sintió unas manos acariciando sus sienes. Abrió los ojos y
vio a Leonardo mirándolo dulcemente. Se sentó para apoyar la cabeza sobre
el regazo de su amado mientras este peina suavemente sus cabellos
entrecanos.

—Quiero quedarme así para siempre... sintiendo tus dedos masajeando mi


cabeza cansada—murmuró Xavier adormilado.

—Yo te acariciaré así cada día, no importa los años que pasen por nosotros.
Para mí siempre serás hermoso —susurró Leonardo inclinándose para besar
los párpados de su pareja.

Permanecieron abrazados bajo la sombra protectora de su árbol especial, el


tiempo detenido entre las hojas mecidas por la brisa. Atardeció y regresaron
a casa de la mano, ajenos a las arrugas y el paso cansino. En su interior
seguían siendo aquellos jóvenes que un día osaron amarse desafiando al
mundo.

Así llegó el otoño de sus vidas, sereno y tibio como una manta tejida con
los hilos de millones de diminutos instantes vividos juntos. Cuando el
invierno se presentó, sus almas ascendieron al unísono, en un último suspiro
compartido, listas para danzar nuevamente en otras dimensiones sin las
ataduras terrenales.

Y en la tierra que los vio amarse florecieron rosas eternas, protegidas por el
espíritu del enorme roble corazón. Y tiempo después, cuando Gabriel llevó
a su pequeño León a conocer ese lugar legendario, el niño juró escuchar el
eco de unas risas cómplices transportadas por el viento... eran sus abuelos,
amándose por siempre en los jardines celestiales.

Luego de esa visita al ancestral roble corazón donde el pequeño León creyó
escuchar las risas de Xavier y Leonardo, Gabriel decidió que era tiempo de
revelarle a su hijo toda la historia de sus extraordinarios abuelos.

Una noche, frente a la chimenea del castillo, el joven padre narró con lujo
de detalles la increíble odisea de amor que había unido a esa pareja tan
especial, sorteando prejuicios y peligros, siempre fieles a sus sentimientos.

León escuchaba maravillado, con sus ojitos muy abiertos, entendiendo que
la devoción de sus abuelos fue tan poderosa que trascendió sus vidas
mortales. Cuando Gabriel terminó el relato, el niño tenía lágrimas
emocionadas rodando por sus mejillas sonrosadas.

—Abuelo Xavier y Leonardo son mis héroes...ojalá algún día encuentre un


amor tan bonito como el de ellos —dijo León con inocente ilusión en la
mirada.

Gabriel lo sentó en su regazo y le secó las lágrimas, emocionado también al


revivir esa historia tan inspiradora que lo llevaba tatuada en el alma. Besó la
frente de su hijo con ternura.

—Ellos viven en ti y en los valores que intentamos transmitirle. Mientras


los tengas presentes en tu corazón, el amor los mantendrá vivos —aseguró
acunando al pequeño entre sus brazos.

Los años pasaron y León creció siempre motivado por el recuerdo de ese
sublime romance que trascendió épocas. Cuando conoció a la dulce hija de
un elfo del bosque llamada Zoe, supo que había encontrado un amor tan
mágico y poderoso como el de sus abuelos.

La joven pareja solía escaparse al claro del ancestral roble corazón


buscando la bendición de esos espíritus que habitaron ese lugar. Reían
imaginando a la pareja de ancianos tomados de la mano bajo las ramas
como en sus épocas de juventud.
Una tarde León llevó a Zoe a conocer la cabaña secreta bajo el árbol donde
Xavier y Leonardo habían vivido tantos momentos felices. Con sumo
cuidado quitaron las enredaderas del acceso hasta lograr abrir la entrada
oculta.

Descendieron emocionados por la escalera de piedra, usando una antorcha


para iluminar el camino. En la estancia subterránea aún se respiraba el amor
que la habitó. Los musgos brillantes cubrían las paredes y el techo de
estalactitas centelleaba como por arte de magia.

Maravillados, recorrieron cada rincón acariciando los muebles, las cortinas


de seda y la vieja cama aún cubierta de pétalos marchitos. Zoe encontró dos
anillos de plata grabados con sus nombres y se los mostró a León entre
sollozos.

—Prueba irrefutable de que el amor perdura más allá del tiempo —dijo la
joven colocando uno en su dedo y el otro en el de su amado—.
Ignorémoslos manteniendo viva su memoria.

León la besó delicadamente sellando ese pacto. Permanecieron abrazados


en silencio en ese santuario del amor, viendo danzar las sombras de sus
abuelos en las paredes, donde sus espíritus aún seguían viviendo.

Los años pasaron y León heredó el castillo dorado de Gabriel. Allí formó su
familia con Zoe y varios pequeños revoltosos que llenaban los pasillos de
risas y travesuras. Les narró las historias de sus bisabuelos desde que eran
muy pequeños.

Una tarde León sobrevolaba el bosque con sus hijos, dejando que jugaran
con las nubes cuando divisó humo saliendo de entre los árboles. De
inmediato descendió para encontrar la amada cabaña secreta siendo
consumida por las llamas.

León intentó sofocar el fuego con su magia pero fue en vano. Con gran
tristeza observó reducirse a cenizas ese santuario que resguardaba el gran
amor entre Xavier y Leonardo. Cuando todo quedó en negro, rebuscó entre
las ruinas hasta encontrar los anillos de plata intactos.
Esa noche durante la cena, les contó lo sucedido a Zoe y sus hijos. Todos
lloraron la pérdida, pero León les recordó que los verdaderos tesoros de sus
ancestros no yacían en paredes de piedra, sino en sus corazones y
memorias. Mientras atesoran su recuerdo, Xavier y Leonardo vivirían para
siempre.

Y así, cada generación fue pasando la antorcha del relato de ese amor
invencible entre un humano y un ser mágico del bosque que lucharon contra
todo pronóstico. Sus nombres y espíritus se volvieron leyenda, inspiración
para nunca rendirse ante las adversidades.

Hasta que un día, muchos años después, un anciano León reunió a sus
nietos junto a la tumba de Zoe y les contó la historia una vez más con voz
temblorosa pero cargada de emoción. Y al finalizar, exhaló su último
aliento apaciblemente, con una sonrisa en los labios al reencontrarse
finalmente con sus amados abuelos y el amor eterno de su propia esposa.

Ese amoroso legado inspiró generaciones venideras a creer que todos los
obstáculos pueden superarse cuando dos almas gemelas se encuentran, tal
como Xavier y Leonardo lo demostraron al disputarse a su humanidad en
tiempos de sombras y prejuicios. Su recuerdo permanecerá como símbolo
del poder transformador del amor incondicional.

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AUTOR: Ronaldo Modesto Calixto

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