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Xavier respiró hondo, llenando sus pulmones del aire fresco y húmedo de la
mañana. Con pasos tranquilos, se dirigió hacia la plaza del mercado
mientras el sol se elevaba sobre las copas del bosque. Saludó con un
movimiento de cabeza a los comerciantes que se afanaban en abrir sus
puestos y preparar la jornada.
-¡Ayuda, el maestro Salvador fue atacado por una bestia en el bosque! -gritó
Ulises desesperado mientras detenía a los caballos-. Lo encontramos
inconsciente, con terribles heridas en el pecho.
-Ulises, llevémoslo con cuidado a mi casa para atenderlo. Estela, por favor
prepara agua caliente y trapos limpios -indicó Xavier con serenidad-.
Vamos a salvarlo.
Tropezando entre las raíces de los árboles, Xavier escapó por su vida
mientras una bestia lo perseguía ferozmente. El boticario sabía que no
lograría llegar a la ciudad y que la criatura lo alcanzaría, así que en un
último esfuerzo se internó en una cueva oculta por maleza para refugiarse.
Afuera, los gruñidos cesaron de pronto. En su lugar, Xavier oyó una voz
clara entonando una melodía. Parecía un canto mágico, capaz de amansar a
la fiera. Poco a poco, Xavier sintió deseos de asomarse para ver quién
cantaba de forma tan cristalina en mitad del bosque.
-Sí... estoy bien, gracias a ti. Me llamo Xavier y soy el boticario del pueblo
de Valle Verde. Te estaré eternamente agradecido por salvarme la vida...
—Me encantaría volver a verte... eres la criatura más bella que he conocido
en este bosque —respondió Xavier con timidez.
Cuando por fin divisó la cabaña de madera, su corazón dio un vuelco al ver
a Leonardo cortando leña con un hacha. Los músculos de sus brazos se
tensaban con cada golpe certero a los troncos, y su largo cabello castaño
rojizo danzaba con la brisa matutina.
—Son para ti, para que las uses en tus remedios medicinales —dijo
Leonardo.
—Son perfectos... gracias. Me encanta todo lo que tiene que ver contigo —
afirmó Xavier acariciando la mejilla de Leonardo.
Los siguientes días, Xavier pasaba las mañanas atendiendo a los pacientes
del pueblo. Luego, en las tardes acudía al bosque a reunirse con Leonardo.
Cada vez se sentían más cercanos y atraídos. Xavier jamás se había
enamorado, pero estaba seguro que los nuevos sentimientos que afloraron
en su pecho cuando estaba junto al misterioso joven debían ser amor.
Leonardo lo condujo hasta un sector aún más profundo del bosque, donde
los árboles crecían tan juntos que casi no dejaban pasar la luz. Apartó unas
enredaderas y señaló una angosta cueva.
—Aquí vengo cuando quiero estar completamente solo. Nunca había traído
a nadie antes —confesó Leonardo—. Pero ahora comparto todo contigo,
Xavier.
Cruzaron Valle Verde entre saludos afectuosos de los vecinos felices por la
recuperación de Salvador. Luego enfilaron por el sendero hacia la espesura,
siguiendo el curso del riachuelo. La emoción crecía en Xavier a cada paso
que lo acercaba al lugar donde vivía su amado.
—Eres tan hermoso... quiero estar contigo para siempre —susurró Xavier
abrazándolo.
—Y lo estaremos, amor mío. Pero debo decirte toda la verdad sobre mí para
que me aceptes completamente—dijo Leonardo con semblante misterioso.
Xavier no podía creer lo que veía y oía. Pero en vez de alejarse, se acercó
más a Leonardo y tomó su mano para besar la yema de su dedo curándose.
Del otro lado había una pequeña cabaña camuflada entre las montañas.
Estaban a salvo, pero Xavier necesitaba una explicación.
Xavier se refugió en ese cálido abrazo, pero no pudo evitar sentir angustia.
Apenas comenzaban a vivir su idilio amoroso y ahora tenían que
esconderse.
Leonardo lo miró sorprendido por su valor. Besó sus labios con ternura para
infundir ánimos. Juntos eran más fuertes.
—¿Por qué esos hombres nos persiguen? No les hemos hecho ningún daño
—preguntó Xavier confundido.
La mujer los recibió con beneplácito, pero sus ojos reflejaban miedo. En
voz baja les contó que los cazadores habían estado allí preguntando por
Xavier y esparciendo mentiras sobre Leonardo. Los supersticiosos
habitantes ahora temían todo lo relacionado con el bosque.
Una pequeña ardilla llegó una tarde trayendo un mensaje. Los cazadores se
aproximaban rápidamente hacia la ciudad, disponiéndose a atacar al
anochecer. Era el momento de la batalla decisiva.
—Es solo que... a veces me asusta esta profunda felicidad que siento —
confesó con la mirada brillosa—. Nunca creí que alguien pudiera amarme
con la intensidad con que tú lo haces.
Fue entonces cuando Xavier recordó las leyendas que había escuchado
sobre reinos místicos ocultos entre las montañas, protegidos por una energía
ancestral. Quizás allí podrían encontrar refugio definitivo. Leonardo estuvo
de acuerdo en que valía la pena intentar llegar a la legendaria ciudad de
Braircliff, aunque nadie sabía a ciencia cierta si realmente existía.
Armándose de valor, Xavier dio un paso al frente y respondió con voz firme
pero respetuosa.
—He oído su pedido de asilo en mi reino. Pero díganme, ¿qué los hace
merecedores de eso? —preguntó la Reina con voz potente.
Xavier tomó la palabra, elocuente. Le relató cómo se conocieron y
enamoraron, la persecución que sufrieron, y su odisea para llegar a
Braircliff, única esperanza para su amor prohibido. La Reina escuchaba
atentamente, imperturbable.
Pasaron agonizantes minutos hasta que la Reina abrió los ojos, tomó un
largo suspiro y declaró:
Se les asignó una pequeña pero acogedora cabaña de madera con un huerto.
Xavier retomó su labor de boticario, cultivando hierbas medicinales y
preparando remedios que intercambiaba por otros bienes. Leonardo
ayudaba en la protección del reino utilizando sus poderes contra posibles
intrusos.
Su regreso marcó el inicio de una nueva era de paz y libertad para Valle
Verde. Xavier y Leonardo se sentían plenos de poder contribuir al bien de la
gente que amaban. Y cuando necesitaran escapar al mundo, su cabaña
secreta en las montañas estaría esperándolos, listo para albergar su amor.
CAPÍTULO V
Una tarde, después de podar los rosales del huerto, Leonardo percibió cierta
melancolía en los ojos de Xavier mientras preparaban empanadas de carne y
verduras. Se acercó por detrás y lo abrazó con ternura por la cintura.
—Tengo una idea para hacerte sentir mejor. Esta noche iremos al Festival
de las Luciérnagas en el bosque —propuso entusiasmado—. Habrá música,
baile y comida. Será divertido, ya verás.
Los días pasaron entre las rutinas de siempre, pero Xavier ya no volvió a
mostrar nostalgias. Sabía que Leonardo siempre buscaría la forma de
hacerlo feliz.
—Lo siento tanto, mi vida. Sé lo mucho que llegaste a amar a Copo —dijo
secando sus lágrimas—. Pero ahora está en paz, sin sufrimientos. Debemos
confiar en que es lo mejor.
Con el tiempo, Xavier sanó esa herida gracias al refugio que siempre
hallaba en brazos de Leonardo. Comprendió que la vida pasaba en ciclos,
despedidas y reencuentros, y había que disfrutar el momento presente
intensamente.
Tras la partida de Copo, Xavier encontró consuelo en los brazos de
Leonardo y en las pequeñas alegrías diarias: el canto de los pájaros en la
mañana, el perfume de los jazmines del huerto, hacer el amor bajo las
estrellas.
Al caer el sol, pasearon por el bosque que tantos recuerdos atesoraba para
Xavier. Se sentaron bajo las ramas del viejo roble donde se vieron por
primera vez, rememorando esa mágica tarde con emoción.
—Te noto algo preocupado hoy, mi vida. Sabes que puedes contarme lo que
sea —dijo mirándolo con ternura.
Una mujer de tez pálida, ojos violáceos y largo cabello negro abrió. Al ver a
Leonardo se quedó pasmada, pero enseguida lo envolvió en un abrazo
apretado.
—¡Leonardo, hijo mío! ¡Has regresado! —exclamó con voz quebrada por la
emoción.
Con lágrimas en los ojos, Leonardo presentó a Xavier como su pareja ante
sus padres. Ellos lo saludaron cautelosos pero corteses. La familia tenía
mucho que sanar, pero el amor y paciencia lo lograrían.
Ese día lo pasaron recorriendo los alrededores, donde Leonardo solía jugar
en su infancia. Les mostró el viejo roble donde construyó su primera casa
del árbol, el arroyo donde atrapaba truchas con sus manos, el claro del
bosque donde capturaba luciérnagas.
Al caer el sol, Leonardo llevó a Xavier a un lugar apartado del bosque para
mostrarle un secreto que nadie más conocía. Apartando ramas y malezas, se
abrió paso hasta una luminosa laguna de aguas cristalinas.
—Aquí venía cuando era niño y quería estar completamente solo —le
confesó a Xavier—. Nadaba desnudo sintiéndome en comunión con la
naturaleza. Ahora este lugar ya no es solo mío, ahora es nuestro.
—Mi vida, tengo algo que decirte. He decidido que es momento de cumplir
un sueño que nos queda pendiente —dijo con los ojos humedecidos—.
Quiero que formemos una familia, que adoptemos un niño para darle todo
el amor que tenemos.
Leonardo lo escuchó profundamente conmovido. Las lágrimas también
afloraron en sus ojos al imaginarse rodeados de risas infantiles en esa
acogedora cabaña que tanto amor había albergado.
—Me parece una idea maravillosa, mi amor. Vamos a llenar este hogar de
más felicidad —respondió besando los labios de Xavier.
El proceso no fue fácil, pero culminó una tarde cuando una carroza llegó
trayendo a un pequeño de cabello castaño y mirada traviesa. Lo llamaron
Gabriel, y llenó sus vidas de luz. Verlo crecer sano y feliz fue la mayor
dicha para la pareja.
-Buen día, mi vida. ¿Has dormido bien? -preguntó Xavier volteandose para
besar esos labios que adoraba.
-Claro que sí, campeón. Prepararemos una canasta con comida y pasaremos
todo el día fuera, ¿qué te parece? -respondió Xavier revolviendo el cabello
de su hijo.
Luego del desayuno, recogieron provisiones y partieron hacia el bosque
tomados de la mano. Era un día radiante, con el cielo muy azul y los pájaros
trinando entre los árboles. Encontraron un claro junto al río donde
extendieron una manta y sacaron la comida.
-Hemos hecho un buen trabajo con él, ¿no crees? -susurró Xavier abrazando
a su pareja por la cintura.
-El mejor trabajo del mundo -respondió Leonardo besando su frente con
ternura-. Verlo crecer sano y feliz es la mayor de las bendiciones.
-¡Soñé que tenía alas y volaba sobre el bosque como un pájaro! -relató el
pequeño gesticulando-. Sobrevoló el río, los árboles, la montaña... ¡podía
ver todo desde arriba!
-Qué sueño más bonito, mi vida -dijo Xavier acariciando su cabeza-. Tal
vez algún día papá Leonardo pueda llevarte a dar un paseo volando de
verdad. Él sabe hacer magia.
Luego del desayuno, Xavier se dispuso a atender a los habitantes del pueblo
que ya esperaban en la puerta por sus remedios. Se despidió de su familia
con un beso y partió cargando su morral con frascos y vendas.
Leonardo aprovechó la mañana para dar una vuelta por el bosque cercano.
Quería asegurarse de que todo estuviera en orden y en calma. Dejó al
pequeño Gabriel al cuidado de la amable vecina y se internó con agilidad
entre los árboles.
-No temas, pequeña. Déjame ayudarte -susurró Leonardo con voz suave
para no asustarla.
Con sumo cuidado liberó su delicado ala de las espinas y acunó a la criatura
entre sus manos. Le había salvado la vida a esa frágil criatura. Leonardo
sintió la gratitud y confianza a través de la conexión mágica que
compartían.
-Ahora ve, y ten más cuidado entre las zarzas -dijo Leonardo mientras el
hada revoloteaba alejándose ileso.
Tras ese pequeño rescate, el guardián del bosque regresó contento a casa.
En el camino recogió preciosas flores silvestres para decorar la cabaña. Al
llegar, Gabriel corrió a recibirlo efusivo. Amaba esos reencuentros con sus
padres tras un día separados.
-Me llena de orgullo la devoción que tienes por proteger todo lo bueno de
este mundo -dijo Xavier tomando el rostro de su amado entre sus manos
para mirarlo con adoración.
Llegó hasta un pequeño claro junto al arroyo que solía visitar para encontrar
dientes de león y cortezas de sauce. Para su sorpresa, al apartar unos
matorrales se topó con un ciervo herido en el suelo. La pobre criatura tenía
una pata ensangrentada, seguramente por una trampa de cazadores.
Trituró las plantas y mezcló los jugos aplicándolos con cuidado sobre la
lastimadura del ciervo. Luego vendó firmemente la pata con trapos limpios
para evitar hemorragia e infección. El animal lo miraba dócil, como si
entendiera sus buenas intenciones.
-Así estarás mejor, amigo. Pronto te recuperarás -le dijo Xavier acariciando
su cabeza cuando terminó de vendarle.
-Eres el boticario con más bondad de todos. Me alegra tanto que hayas
podido ayudar a ese animalito-dijo estrechándome la mano por encima de la
mesa.
-Papá Xavier es un superhéroe que salva a todos con sus poderes curativos-
exclamó Gabriel admirado.
-Tropecé sin querer y empujé a Gabriel... ahora está lastimado por mi culpa
-se lamentaba la niña entre hipidos.
Leonardo revisó la rodilla raspada de Gabriel y le aseguró que no era nada
grave. Xavier consoló a la pequeña, diciéndole que los accidentes pasaban y
no había resentimientos. Luego tomó a Gabriel en brazos, lo limpió y
vendar la herida.
-Ya estás bien, campeón -dijo besando su frente cuando dejó de llorar-. A
veces hay golpes en la vida, pero lo importante es seguir jugando.
Esas dulces palabras reconfortaron también a la niña. Xavier unió las manos
de los pequeños en señal de reconciliación. Pronto ambos reían juntos, el
incidente olvidado. Leonardo besó la mejilla de su pareja, admirado de su
infinita bondad.
-Es un día para celebrar en grande a nuestro pequeño -respondió Xavier con
una sonrisa de felicidad.
Luego del desayuno, salieron al jardín donde Xavier había preparado una
casita club elaborada con sábanas y cojines. Pasaron dentro una mañana
entera de juegos, risas y aventuras imaginarias. Gabriel no podía estar más
feliz.
-Es de parte de los dos para nuestro tesoro -susurró señalando al niño.
Adentro había un dije con forma de corazón partido a la mitad. Cada padre
colocó una parte, mientras que Gabriel tenía la otra mitad que los unía. Era
el símbolo perfecto de esa familia tan especial.
-Te amo profundamente -susurró Xavier dejándose envolver por los fuertes
brazos de su amado.
Pero una mañana Leonardo despertó sobresaltado por una pesadilla. Soñó
que extrañas criaturas malignas irrumpieron en su hogar, intentando llevarse
a Gabriel. Permaneció inquieto e incapaz de volver a conciliar el sueño.
-Amor, sé que algo te atormenta. Cuéntame para poder ayudarte -pidió con
dulzura.
conjuros antiguos para crear una barrera invisible de energía que repelerá
cualquier intruso.
—Papá se pondrá bien, es muy fuerte. Lo importante es que estamos los tres
juntos —le susurró con voz tranquilizadora.
Xavier le prometió que no dejaría que nada malo les sucediera. Acarició su
cabello hasta que Gabriel se quedó dormido por el cansancio. Luego lo
cobijó con su capa y se sentó junto a Leonardo para velar su sueño, alerta a
cualquier peligro.
Pasaron lentas horas de vigilia y desesperanza. Pero por fin Leonardo abrió
débilmente los ojos cuando salía el sol. Xavier derramó lágrimas de alivio y
tomó su mano besándola una y otra vez.
Una noche Xavier estaba revisando los vendajes cuando sintió la mano de
Leonardo sobre la suya. Tenía la mirada brillante de quien regresa del
inframundo por amor.
Una mañana Xavier partió rumbo al pueblo por más vendas y para llevar un
mensaje al sabio oráculo que vivía en las montañas, solicitando su consejo y
ayuda contra la misteriosa criatura.
—No temas Xavier, soy yo, el maestro Salvador —dijo el anciano bajando
la capucha.
Esa mañana llegó la esperada respuesta del oráculo. Debían buscar la capa
dorada que se encontraba oculta en lo profundo de unas antiguas ruinas.
Solo el poder de la reliquia ancestral podría desterrar al mal
definitivamente.
Con cuidado de no ser detectados, los dos amantes emprendieron la
búsqueda dejando a Gabriel al cuidado de Salvador. Tras días enteros de
caminata por parajes agrestes, dieron con las ruinas señaladas entre
escarpadas montañas.
—Salvaste nuestras vidas... el mal nunca podrá vencer al amor que tenemos
—respondió Xavier llorando y besando la frente de su esposo con infinita
gratitud.
Una tarde paseaban por el bosque de la mano, viendo jugar a Gabriel entre
los árboles. De pronto el niño gritó entusiasmado señalando el cielo, donde
un majestuoso dragón sobrevolaba el valle.
—Lo somos porque nuestro amor es más fuerte que cualquier adversidad —
respondió Leonardo besando tiernamente sus labios.
Esa noche, tras dormir a un cansado pero feliz Gabriel, hicieron el amor
lentamente celebrando la vida. Sus cuerpos se reencontraron como
agradecimiento por cada caricia, cada beso aún posible. Y se durmieron
abrazados, sus corazones en paz sabiendo que juntos todo era posible.
Maravillado, acarició los suaves pétalos de las flores que había plantado
con Leonardo y que ahora parecían transmutadas por obra de magia
nocturna. De pronto sintió unos conocidos brazos rodearme la cintura.
—Es el regalo más bello... este huerto es testigo del amor que cultivamos
día a día —respondió Xavier tomando el rostro de Leonardo entre sus
manos para mirarlo con devoción.
Los días pasaron en una dicha tan honda que resultaba sobrecogedora.
Atesoraban cada momento, cada caricia, cada mirada cómplice. Reían junto
a Gabriel en los atardeceres dorados y se amaban con devoción en la
intimidad de su lecho cada noche, recorriendo sus cuerpos entrelazados
como un mapa del tesoro.
Pero esa placidez se vio interrumpida una madrugada por una misteriosa
visita. Xavier despertó de golpe al oír a alguien llamando a la puerta. Se
sobresaltó pensando que podía ser un nuevo peligro.
—Tranquilo, no temas. Iré a ver qué sucede —lo calmó Leonardo besando
su frente antes de levantarse.
—Lamento venir sin aviso, pero necesito su ayuda urgente —dijo la regente
con tono alarmado—. Una oscuridad amenaza mis dominios y mi magia no
puede combatirla... solo la luz que habita en ustedes puede salvarnos.
Tras días de viaje, llegaron a los límites del reino, donde una densa
penumbra maligna se arremolinaba tratando de penetrar la barrera mística
que protegía la tierra sagrada. La reina intentó repelerla con hechizos de
luz, pero la oscuridad devoraba cualquier destello.
—Aquí fue donde nos dimos nuestro primer beso ¿recuerdas? —preguntó
Leonardo tomando las manos de su amado—. Este será nuestro rincón
especial de ahora en adelante.
Los días pasaron entre juegos y risas en su nuevo refugio. Cada noche,
después de dormir al pequeño Gabriel, Xavier y Leonardo se amaban
lentamente en su lecho, la luz de las raíces brillando sobre sus cuerpos
desnudos. Hicieron de ese espacio secreto el santuario de su amor
invencible.
Una tarde Leonardo les enseñó a meditar sentados en pose de loto junto a la
fuente. Les habló sobre la importancia de calmar la mente y encontrar
ecuanimidad interior. Como por arte de magia, con ese simple ejercicio
lograron sentirse más unidos y en paz.
Esa noche celebraron con un gran banquete entre risas, anécdotas y planes
futuros. Xavier miraba a su hijo y esposo rebosando amor en su corazón. Su
familia era el milagro más grande que la vida pudiera haberle regalado.
—¿Quién diría que pasaremos de tener solo nuestro amor, a ver crecer un
hijo y ahora disfrutar a un nieto? —comentó Xavier emocionado,
acostándose contra el pecho de su compañero.
Xavier se volteó para besar esos labios amados que lo enloquecen como el
primer día, ahondando en las huellas del tiempo con veneración. Luego se
separaron sonriendo y con ojos húmedos, contemplando al pequeño León
corretear por el jardín, futuro de esperanza.
Una tarde Xavier dormitaba recostado bajo la sombra del viejo roble
corazón cuando sintió unas manos acariciando sus sienes. Abrió los ojos y
vio a Leonardo mirándolo dulcemente. Se sentó para apoyar la cabeza sobre
el regazo de su amado mientras este peina suavemente sus cabellos
entrecanos.
—Yo te acariciaré así cada día, no importa los años que pasen por nosotros.
Para mí siempre serás hermoso —susurró Leonardo inclinándose para besar
los párpados de su pareja.
Así llegó el otoño de sus vidas, sereno y tibio como una manta tejida con
los hilos de millones de diminutos instantes vividos juntos. Cuando el
invierno se presentó, sus almas ascendieron al unísono, en un último suspiro
compartido, listas para danzar nuevamente en otras dimensiones sin las
ataduras terrenales.
Y en la tierra que los vio amarse florecieron rosas eternas, protegidas por el
espíritu del enorme roble corazón. Y tiempo después, cuando Gabriel llevó
a su pequeño León a conocer ese lugar legendario, el niño juró escuchar el
eco de unas risas cómplices transportadas por el viento... eran sus abuelos,
amándose por siempre en los jardines celestiales.
Luego de esa visita al ancestral roble corazón donde el pequeño León creyó
escuchar las risas de Xavier y Leonardo, Gabriel decidió que era tiempo de
revelarle a su hijo toda la historia de sus extraordinarios abuelos.
Una noche, frente a la chimenea del castillo, el joven padre narró con lujo
de detalles la increíble odisea de amor que había unido a esa pareja tan
especial, sorteando prejuicios y peligros, siempre fieles a sus sentimientos.
León escuchaba maravillado, con sus ojitos muy abiertos, entendiendo que
la devoción de sus abuelos fue tan poderosa que trascendió sus vidas
mortales. Cuando Gabriel terminó el relato, el niño tenía lágrimas
emocionadas rodando por sus mejillas sonrosadas.
Los años pasaron y León creció siempre motivado por el recuerdo de ese
sublime romance que trascendió épocas. Cuando conoció a la dulce hija de
un elfo del bosque llamada Zoe, supo que había encontrado un amor tan
mágico y poderoso como el de sus abuelos.
—Prueba irrefutable de que el amor perdura más allá del tiempo —dijo la
joven colocando uno en su dedo y el otro en el de su amado—.
Ignorémoslos manteniendo viva su memoria.
Los años pasaron y León heredó el castillo dorado de Gabriel. Allí formó su
familia con Zoe y varios pequeños revoltosos que llenaban los pasillos de
risas y travesuras. Les narró las historias de sus bisabuelos desde que eran
muy pequeños.
Una tarde León sobrevolaba el bosque con sus hijos, dejando que jugaran
con las nubes cuando divisó humo saliendo de entre los árboles. De
inmediato descendió para encontrar la amada cabaña secreta siendo
consumida por las llamas.
León intentó sofocar el fuego con su magia pero fue en vano. Con gran
tristeza observó reducirse a cenizas ese santuario que resguardaba el gran
amor entre Xavier y Leonardo. Cuando todo quedó en negro, rebuscó entre
las ruinas hasta encontrar los anillos de plata intactos.
Esa noche durante la cena, les contó lo sucedido a Zoe y sus hijos. Todos
lloraron la pérdida, pero León les recordó que los verdaderos tesoros de sus
ancestros no yacían en paredes de piedra, sino en sus corazones y
memorias. Mientras atesoran su recuerdo, Xavier y Leonardo vivirían para
siempre.
Y así, cada generación fue pasando la antorcha del relato de ese amor
invencible entre un humano y un ser mágico del bosque que lucharon contra
todo pronóstico. Sus nombres y espíritus se volvieron leyenda, inspiración
para nunca rendirse ante las adversidades.
Hasta que un día, muchos años después, un anciano León reunió a sus
nietos junto a la tumba de Zoe y les contó la historia una vez más con voz
temblorosa pero cargada de emoción. Y al finalizar, exhaló su último
aliento apaciblemente, con una sonrisa en los labios al reencontrarse
finalmente con sus amados abuelos y el amor eterno de su propia esposa.
Ese amoroso legado inspiró generaciones venideras a creer que todos los
obstáculos pueden superarse cuando dos almas gemelas se encuentran, tal
como Xavier y Leonardo lo demostraron al disputarse a su humanidad en
tiempos de sombras y prejuicios. Su recuerdo permanecerá como símbolo
del poder transformador del amor incondicional.
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