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Parroquia Santa Teresa de Los Andes, Melipilla, 2022.

Semblanza misa de requiem Carlos Gómez Torres

Valdivia y el tiempo que nacía en un joven inquieto que soñaba el futuro desde muy
estrechas ventanas...

La lluvia, la ciudad húmeda y la sobrevivencia. No por ser niño se deja de ser un


sobreviviente.

De joven te viste portando un casco y un fusil suizo, era la marcialidad y el orden que
tanto admirabas.

En esa misma Valdivia de hace sesenta años, no te sostuviste de pie ese domingo 22 de
mayo a las 3 de la tarde cuando viviste el terremoto más grande de la Historia. Salvaste de
contarte en los casi dos mil muertos de la tragedia.

Luego fue la fuga. Se trataba de huir de la humedad, la niebla y el sufrimiento que te


recordaban calles como Picarte o Av. Francia.

Ya con tu compañera de siempre, te hiciste hombre; sólo, a punta de fierros y cincel


artesano , en talleres donde descubriste tu pasión en diversas naves que hermoseaste y
que nunca te permitiste manejar.

Pronto y, como siempre a pulso, tu Casa, piedra a piedra. El entorno donde formaste tu
familia, con tu compañera, Carolina tu hijita con quien hoy estás, tu hijo Carlos (tu otro
yo, el hijo a través del cual consolaste tu infancia) y tu “Toñita” (el remanso en el que
muchas veces descansaste).

En tu casa ya fuiste Señor. Gritaste goles de la U, bailaste con tus amigos, bebiste y
comiste lo mejor (de entrañas, cazuelas de ave, filetes y perniles). De esta forma, hiciste
una gran mueca de burla a ese pasado que te negó todo, y le sonreíste a ese niño que no
tuvo nada. Habías ganado, eras un campeón.
La misma vida te obligo a cumplir el 4to mandamiento, honrando a tu madre como el
mejor hijo, el más piadoso.

Luego, con el tiempo, el cuerpo acusó los enfriamientos, la niebla, el colchón húmedo, la
dieta exigua y tu vida dejó de serlo. Hoy descansas.

***

Personalmente te conocí hace muchos años. Descubrí rápido que tras esa mirada
inquisidora y de pocos amigos se escondía un viejo “bacán”, una muy buena persona. Me
ayudaste en mi primer viaje a España, me dejaste pernoctar en tu casa mientras me
dedicaba a terminar mi doctorado, me animaste siempre en tu estilo. Estuviste conmigo
cuando nació mi hija, vivimos la primera copa América de Chile en la niebla de Reñaca.
Acompañaste a mi mamá en su lecho de muerte, nos ayudaste con ella, estuviste
conmigo cuando murió, me diste una esposa que es tan buena como tú. Pero aparte de
chuncho, eras tan re-facho! (sic), pero nada, a ti siempre te lo perdoné, porque eras un
hombre bueno, mil veces más bueno de algunos que defendías. Y yo al menos entendía tu
postura y respetaba tu sangre azul porque tu hacías lo propio con la mía, verde.

Y con lo que te debo, mejor no sigo! Fueron demasiadas ayudas -como supongo mucha
gente aquí puede testimonear- y siempre callado, nunca publicando a quien y como
ayudabas. De hecho, muchas veces sentí que algunos se aprovecharon de eso y un par de
veces te lo dije, y me respondiste: “No importa, el de arriba todo lo ve”.

Creo que estoy muy encalillado contigo viejo querido. Ya arreglaremos cuentas, no aún,
pero en algunos años.

Te queremos y te llevaremos con nosotros para siempre.

Has sido un gran hombre, esposo, padre, abuelo, amigo y suegro.

Y también un muy buen cristiano.

Cuenta conmigo para cuidar tu casa y tu familia ¡Esto sólo es un hasta pronto!, ya nos
veremos

Pzn

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