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Abuelo estrella

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Los abuelos no mueren, se convierten en esa estrella especial del cielo

Llegará un momento en que los abuelos se volverán invisibles


Antes o después llegará, todos los sabemos pero no queremos aceptarlo. Llegará un
momento en nuestras vidas que miraremos al cielo y veremos esa estrella especial que nos
recordará que nuestros abuelos están allí mirándonos, desde lo más alto del firmamento,
aunque en realidad siempre los sentiremos a nuestro lado, justo al lado de nuestro corazón.

Los abuelos, por ley de vida, se marcharán antes que nadie de nuestro mundo, dejándonos
todo su amor y enseñanzas en nosotros, sabiendo que sin ellos nuestra vida nunca habría
existido, y la de nuestros hijos tampoco. Todos sabemos que los abuelos nunca mueren, se
vuelven invisibles… viven en nuestro corazón.

Es la primera pérdida
Todos pasamos por esto, ellos también lo pasaron en su momento. Normalmente, la
pérdida de los abuelos es la primera que vivimos, la primera huella que se queda en nuestro
corazón. Son las primeras lágrimas ante la pérdida, esas que aparecen en nuestro rostro
cuando ellos se marchan, por eso, debemos disfrutarles mientras están a nuestro lado,
quererles y permitir que ellos nos quieran como saben hacerlo.

Disfrutar de los abuelos


Es posible que no le des importancia a estar con tus padres y que tus hijos disfruten de sus
abuelos, quizá pienses que siempre habrá tiempo de ir a comer un domingo a su casa o de
visitarles si viven lejos. Pero los días van pasando y tus hijos se crían lejos de sus abuelos.
Quizá también pienses que tenéis demasiadas desavenencias entre tus padres y tú como
para estar demasiado tiempo en un mismo sitio, ¿de qué te sirve estar mal con tus padres?
Si bien es cierto que hay muchas circunstancias diferentes en las familias y que no se
puede generalizar, la realidad es que en muchas familias la figura del abuelo y de la abuela
es un gran apoyo en la actualidad.

Abuelos y nieto

Potencia el vínculo
Es muy importante potenciar el vínculo entre los abuelos y los nietos, permitir que se cree
entre ellos esa complicidad que no se puede tener entre padres e hijos. Los abuelos tienen
un papel muy importante en la vida de los niños y los adolescentes, ellos también educan
pero con flexibilidad, es un papel que nada tiene que ver con el de los padres y la disciplina.

Gracias a este vínculo los niños y adolescentes pueden crear una gran conexión con sus
abuelos, por eso, la pérdida de éste ser tan especial, puede ser un momento muy delicado
para tus hijos, sin importar la edad que tengan. Será un momento doloroso y deberás
apoyarle, aunque tú también necesites asimilarlo. Es muy importante vivir el presente y
disfrutar del momento, y si tienes la suerte de que tus padres pueden estar al lado de tus
hijos, no dudes en compartir vuestro tiempo de ocio con ellos. La familia unida es lo más
bonito que puedes mantener, son los mejores recuerdos para ti y para tus hijos.

Cuando los abuelos se marchan para siempre


Cuando los abuelos se marchan para siempre no debe ser un tabú para los niños. Hay que
explicarles qué es la muerte de forma sencilla para que lo entiendan, y permitir que se
despidan de sus abuelos aunque sea de forma simbólica. No ocultes tus lágrimas por el
dolor de la pérdida de tus padres, tampoco te preocupes si tu hijo no llora esa pérdida,
posiblemente no entienda qué ha pasado, pero hay que darles tiempo y permitir que vivan
este proceso a su ritmo.

La realidad más grande que hay, es que los abuelos nunca mueren. Nos dejan sus caricias,
sus besos y toda su sabiduría. Sus recuerdos perdurarán para siempre en nuestra memoria
y su amor nos acompañará en nuestro corazón a lo largo de toda nuestra vida.

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Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles
30 mayo, 2019
Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles
Este artículo ha sido escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater

¿Cómo prevenir los celos entre hermanos?


¿Por qué mi familia siempre se pelea? (heridas intergeneracionales)
Miedo a defraudar a mi familia ¿qué puedo hacer?
Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles y duermen para siempre en lo más hondo
de nuestro corazón. Aún hoy los echamos en falta y daríamos lo que fuera por volver a
escuchar sus historias, por sentir sus caricias y esas miradas llenas de infinita ternura.

Sabemos que es ley de vida, mientras los abuelos tienen el privilegio de vernos nacer y
crecer nosotros hemos de ser testigos de cómo envejecen y dicen adiós a este mundo. Su
pérdida es casi siempre la primera despedida a la que hemos tenido que enfrentarnos en
nuestra infancia.
Los abuelos que son partícipes en la crianza de sus nietos dejan huellas en su alma,
legados que los acompañarán de por vida como semillas de amor imperecedero para esos
días en que se vuelvan invisibles.

Hoy en día es muy común ver a los abuelos y a las abuelas involucrados en las tareas de
crianza con sus nietos. Son una red apoyo inestimable en las familias actuales. No
obstante, su papel no es el mismo que el de un padre o una madre, y eso es algo que los
niños intuyen desde bien temprano.

El vínculo de los abuelos y los nietos se crea desde una complicidad mucho más íntima y
profunda, por ello, su pérdida puede ser en muchos casos algo muy delicado en la mente de
un niño o un adolescente. Te invitamos a reflexionar sobre este tema con nosotros.

El adiós a los abuelos: la primera experiencia con la pérdida


Hay quien tiene el privilegio de tener a su lado a alguno de sus abuelos habiendo llegado a
la edad adulta. En cambio, muchas personas tuvieron que afrontar su muerte en la primera
infancia, en esa edad en que aún no se entiende la pérdida en todo su realismo y donde los
adultos, en ocasiones, la explican mal, como intentando dulcificar la muerte o hacer como
“si no doliera”.

La mayoría de psicopedagogos nos lo dicen bien claro: a un niño se le debe decir siempre
la verdad. Es necesario adaptar el mensaje a su edad, de eso no hay duda, pero un error
que suelen cometer muchos papás es en evitar, por ejemplo, una última despedida entre el
niño y el abuelo en el hospital o en hacer uso de metáforas como “el abuelo está en una
estrella o la abuela está durmiendo en el cielo”.

A los niños se les debe explicar la muerte de manera sencilla y sin metáforas para que no
se hagan ideas equivocadas. Si le decimos que el abuelo se ha ido, lo más probable es que
el niño pregunte cuándo va a volver.

Si explicamos al pequeño la muerte desde una visión religiosa determinada, es necesario


incidir en el hecho de que “no va a regresar”. Un niño pequeño solo puede absorber
cantidades limitadas de información, así que las explicaciones deben ser lo más breves
pero sencillas posibles.

Un duelo necesario

Es importante tener en cuenta también que la muerte no es un tabú y que las lágrimas de
los adultos no tienen por qué quedar ocultas ante la mirada infantil. Todos sufrimos la
pérdida de un ser querido y es necesario hablar de ella y desahogarla. Los niños lo harán a
su tiempo y en su momento, por ello, hemos de ser adecuados facilitadores de ese proceso.

Los niños nos harán muchas preguntas que necesitan de las mejores y más pacientes
respuestas. La pérdida de los abuelos en la infancia o en la adolescencia siempre es
complejo, así que es necesario atravesar ese duelo en familia siendo muy intuitivos ante
cualquier necesidad de nuestros hijos.
Los 6 tipos de duelo
Hay diferentes tipos de duelo. Lo que diferencia al uno del otro es la forma en que cada
persona los aborda y los tramita.
Siempre presentes
Los abuelos, aunque no estén, siguen muy presentes en nuestras vidas, en esos escenarios
comunes que compartimos con nuestra familia e incluso en ese legado oral que ofrecemos
a las nuevas generaciones, a A los nuevos nietos o biznietos que no pudieron conocer al
abuelo o a la abuela.

Los abuelos sostuvieron nuestras manos durante un tiempo, mientras nos enseñaban a
andar, pero luego lo que sostuvieron para siempre fueron nuestros corazones, ahí donde
dormirán eternamente ofreciéndonos su luz, su recuerdo.

Sus presencias habitan aún en esas fotografías amarillentas que se guardan en marcos, y
no en la memoria de un móvil. El abuelo está en ese árbol que plantó con sus manos, en
ese vestido que nos cosió la abuela y que aún conservamos. Están en los olores de esos
pasteles que habitan en nuestra memoria emocional.

Su recuerdo está también en cada uno de los consejos que nos dieron, en las historias que
nos contaron, en el modo en que nos hacemos los nudos de los zapatos e incluso en ese
hoyuelo en el mentón que hemos heredado de ellos.

La figura que nos acompañará toda la vida

Los abuelos no mueren porque se inscriben en nuestras emociones de un modo más


delicado y profundo que la simple genética. Nos enseñaron a ir un poco más despacio y a
su ritmo, a saborear una tarde en el campo, a descubrir que los buenos libros tienen un olor
especial ya que existe un lenguaje que va mucho más allá de las palabras.

Es el lenguaje de un abrazo, de una caricia, de una sonrisa cómplice y de un paseo a media


tarde compartiendo silencios mientras vemos el atardecer. Todo ello perdurará para
siempre, y es ahí donde acontece la auténtica eternidad de las personas. En el legado
afectuoso de quienes nos aman de verdad y nos honran al recordarnos cada día.

Los primos, una amistad especial dentro del mismo árbol familiar
A medida que vamos cumpliendo años se despierta entre los primos una complicidad
especial que se traduce en una permanencia emocional única.
Valeria Sabater
Licenciada en Psicología por la Universidad de Valencia en el año 2004. Máster en
Seguridad y Salud en el trabajo en 2005 y Máster en Mental System Management:
neurocreatividad, innovación y sexto sentido en el 2016 (Universidad de Valencia). Número
de colegiada CV14913. Certificado de coaching en bienestar y salud (2019) y Técnico
especialista en Psiquiatría (UEMC). Estudiante de Antropología Social y Cultural por la
UNED. Valeria Sabater ha trabajado en el área de la psicología social seleccionando y
formando personal. A partir del 2008 ejerce como formadora de psicología e inteligencia
emocional en centros de secundaria y ofrece apoyo psicopedagógico a niños con problemas
del desarrollo y aprendizaje. Además, es escritora y cuenta con diversos premios literarios.

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Los abuelos no se van al cielo


CUENTO SOBRE LA MUERTE
15 junio 2016 Kelly Johana Andica Asprilla Cuentos Cortos, Cuentos sobre la Muerte

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No se acuerda bien cuándo comenzó todo.
Santiago tenía meses escuchando cuchicheos entre los adultos, reuniones con caras tristes
que ocurrían lo mismo en una recámara, la sala o en la cocina de casa de sus abuelos. A
las reuniones por supuesto que no estaba invitado, pero como él sabía que en ellas
hablaban de cosas importantes trataba siempre de escabullirse por algún rincón con
cualquier pretexto para escuchar lo que pudiera.

“No hay más. El Doctor dijo que no pasamos de esta semana y tenemos que estar cerca de
él, que se vaya tranquilo…”, escuchó Santiago de voz de su abuela, quien hablaba por
teléfono queriendo y no que la oyeran como si al decir esto se fuera yendo de poquito a
poquito el dolor.

El abuelo de Santiago, Alejandro, llevaba meses enfermo, muchos meses, tantos que para
él y su hermano pequeño Nicolás la situación ya no era una condición extraordinaria.

Cuando colgó el teléfono su abuela, se dio cuenta que tras de ella estaba Santiago con ojos
gigantes tratando de entender lo que había escuchado, quizás por su cabeza pasaron
millones de cosas pero sólo alcanzó a preguntar: “¿Qué le va a pasar a mi abuelo?”

La abuela Reyna, respiró profundo y sin tratar de llorar le dijo: “Pronto se va a ir al cielo”.

Esa tarde, Santiago se quedó muy pensativo. Entendía que su abuelo estaba enfermo, que
su familia estaba sufriendo y que pronto su abuelo se iría a otro lugar, pero ¿Por qué al
cielo? ¿Por qué no al mar, al campo, a las montañas, a la playa? ¿Por qué al cielo?

Él sabía que muchos ángeles como los llamaba su mamá, estaban justo allá arriba en ese
cielo del que hablaban sin excepción alguna todos los adultos cuidándolo y protegiéndolo,
pero ¿cómo llegaban hasta allá? ¿Y si esos ángeles no estaban allá arriba? ¿Quiénes eran
todos esos ángeles? ¿Su abuelo Mario, su abuela Irma, sus bisabuelas a las que llamaba
Bibu? ¿Cómo era estar allá arriba?

“¿Si no me están viendo cuando tengan que cuidarme? ¿Cómo le hacen para saber cuándo
protegerme?, ¿Cómo se ven? ¿Si los veo me van a dar miedo?”… a Santiago no le
quedaba claro y se hacía mil preguntas.

Varias noches después de esa conversación con la abuela, Santiago no pudo dormir. Pidió
un día a sus padres que durmieran con él, otro que él durmiera con ellos, otro más que
durmieran los cuatro juntos todas las noches no importando que incluyeran al latoso de su
hermano Nicolás, que durmieran como pudieran, como se pudiera, pero todos juntos, no
quería estar solo en su cama y seguir imaginando cómo es que lo vería su abuelo desde
allá arriba, desde el cielo.

Una noche, cuando ya todo estaba apagado en su casa, sus padres y hermano dormidos y
hasta el latoso perro del vecino había guardado silencio, Santiago abrió de repente los ojos
pues sintió que estaban viéndolo muy de cerca, quizás demasiado cerca.
Se bajó de la cama, se volvió a subir, se tapó hasta la cabeza, dio un par de vueltas y al no
lograr su cometido, tuvo que gritar: “Mamaaaaaaaaaa, Papaaaaaaaaaaa, vengan no puedo
dormir, tengo miedo”.

Pero sus padres estaban profundamente dormidos, no atendieron el llamado tan ahogado
de un niño de nueve años muy espantado por la imponente oscuridad.

Un poco temblando y ya muy dispuesto a pararse de la cama para encender alguna luz,
Santiago de repente pudo distinguir en su recámara cada sombra, supo que la manga de su
chamarra no era la mano de ningún zombie saliendo por el clóset y que el libro que se había
quedado mal acomodado en el librero no era ninguna hacha gigante que le cortaría la
pierna; se quedó observando varias figuras mientras el miedo se iba y comenzó a
concentrarse en las estrellas que había en el techo y en su closet y que siempre estaban
iluminadas por la noches…

Se perdió entre esas estrellas, subió, salió o bajó al espacio. Ya estaba entre esas estrellas,
podía tocarlas, una a una, estaba flotando, volando, ligero sin que nada lo angustiara.

Vueltas, brincos, una que otra caída mientras pasaba de una estrella a otra y sí, mucha
alegría. Todo era negro, pero veía muy bien las estrellas, eran brillantes, luminosas, pero no
lo cegaban, ahí estaban jugando con él.

Pero fue cuando trató de alcanzar una estrella muy pequeña que se veía arriba de donde él
estaba, cuando se volteó de la cama y con su brazo pegó en el escritorio que estaba junto y
se despertó. Se dio cuenta que todo había sido un sueño, que no estaba brincando entre
las estrellas y que seguía en su cama, pero ya sin miedo.

Cerró los ojos y cuando dobló su brazo para ponerlo bajo la almohada y acurrucarse de
nuevo, escuchó: “No estaré en el cielo, ni en las estrellas, ni en la playa, ni en las montañas,
estaré aquí siempre contigo, cerca de ti, acomodando tu almohada y tus cobijas”. Santiago
abrió los ojos, no vio a nadie y pensó que seguía soñando.

Al día siguiente fue a la escuela como cualquier día normal, estudió, jugó con sus amigos,
se quejó de la tarea y regresó a su casa con su pequeño hermano Nicolás. No acababa de
sentarse a la mesa para comer, cuando su nanita con lágrimas en los ojos le dijo que su
mamá quería hablar con él. Santiago tomó el teléfono y su mamá le dijo: “Tu abuelito se
acaba de ir al cielo”.

Santiago sintió que su corazón se rompía en mil pedazos y como una explosión de dolor,
las lágrimas fueron lo primero que salió. No entendía por qué ni su mamá ni su papá
estaban ahí para abrazarlo, no entendía por qué Nicolás preguntaba “¿Mi abuelo se fue al
cielo en avión? ¿Ya llegó? ¿Cuándo vamos nosotros?” con esa inocencia que los cuatro
años le regalan a cualquier ser humano.

No, los abuelos no se van al cielo pensó. Los abuelos se quedan con nosotros para
siempre, cerca, cerquita y te ven mientras juegas en tus sueños.

Fin
Los abuelos no se van al cielo es uno de los cuentos sobre la muerte de la escritora Kelly
Johana Andica Asprilla para niños a partir de nueve años.

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