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Postfilología
1
Cfr. Warren, Michelle. “Post-Philology”, op.cit., pág. 38. “Modern criticism has often acted as philology
and hermeneutics had long divorced, having nothing to do with each other as each pursued mutually
exclusive purposes. Perhaps now we can imagine a transgressive reunion: multiracial and married again
(...), Philology sleeps around while Mercury prefers dresses. They are not always happy with each other,
but their children are beautiful”.
2
Pommier, René. Le Sur Racine de Roland Barthes, Introduction d’une these de doctorat d'Etat (SEDES,
1988, publié avec le concours du C.N.R.S.). Mimeo.
3
Picard, Raymond. Nouvelle critique ou nouvelle imposture. París, J. J. Pauvert, 1965. En nota al pie en
Crítica y verdad, Roland Barthes realiza el escrutinio de esos pareceres: «“impostura”, “lo aventurado y lo
impertinente” (p. 11), “pedantemente” (p. 39), “extrapolación aberrante” (p. 40), “forma intemperante,
proposiciones inexactas, discutibles o impertinentes” (p. 47), “carácter patológico de ese lenguaje” (p.
50), “absurdidades” (p. 52), “estafas intelectuales” (p. 54), “libro que tendría por qué indignar” (p. 57),
“exceso de inconsistencia satisfecha”, “repertorio de paralogismos” (p. 59), “afirmaciones insensatas” (p.
71), “líneas que inspiran pavor” (p. 73), “doctrina extravagante” (p. 73), “inteligibilidad irrisoria y hueca” (p.
75), “resultados arbitrarios, inconsistentes, absurdos” (p. 92), “absurdidades y extravagancias” (p. 146),
“bobería” (p. 47). Iba a agregar: “laboriosamente inexacto”, “torpezas”, “suficiencia que hace sonreír”,
“jugueteos chinos de forma”, “sutilezas de mandarín delicuescente”, etc.». Cfr. Crítica y verdad. Madrid,
Siglo XXI, 2005, pág. 16. ¿Cómo no iba Roland Barthes a abominar del adjetivo?
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La ciencia de la literatura tendrá por objeto determinar no por qué un sentido debe
aceptarse, ni siquiera por qué lo ha sido (esto, repitámoslo incumbe al historiador), sino
por qué es aceptable, en modo alguno en función de las reglas filológicas de la letra, sino
en función de las reglas linguísticas del símbolo12.
mismo tiempo, en el siglo XVII no existe una biología, sino una historia natural que no forma un sistema
sin organizarse en serie; no existe una economía política, sino un análisis de las riquezas; no existe una
filología o linguística, sino una gramática general. Los análisis de Foucault van a detallar ese triple
aspecto, y a encontrar en él el terreno adecuado para un desglose de los enunciados. De acuerdo con su
método, Foucault extrae un «terreno arqueológico» del pensamiento clásico, que hace surgir afinidades
inesperadas, pero que también rompe filiaciones demasiado esperadas (...). Lo que define ese terreno, lo
que constituye esa gran familia de enunciados llamados clásicos, funcionalmente, es esa operación de
desarrollo al infinito, de formación de continuos, de despliegue de listas: desplegar, desplegar siempre,
«explicar». ¿Qué es Dios sino la universal explicación, el despliegue supremo? El despliegue aparece
aquí como un concepto fundamental, primer aspecto de un pensamiento operatorio que se encarna en la
formación clásica. De ahí la frecuencia de la palabra «despliegue» de Foucault” (Deleuze. Foucault,
op.cit., pág. 161.
12
Crítica y verdad, op.cit., pág. 60
13
Crítica y verdad, op.cit., pág. 67
14
Crítica y verdad, op.cit., pág. 68
15
Barthes no alude aquí a Deleuze, pero sí a Foucault, a quien cita en nota al pie (pág. 67, n. 20): “Folie et
Deraison, Histoire de la Folie a l’age classique, Plon, Paris, 1961”
16
Barthes, Roland. Le plaisir du texte. París, Seuil, pág. 29
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“me encanta (o me ensombrece) saber que la cosa de otro tiempo tocó realmente con sus
radiaciones inmediatas (sus luminancias) la superficie que a su vez toca hoy mi mirada” 23.
Desde Mitologías (la impugnación del mundo que se abomina y que ya está más
allá de la historia) hasta El imperio de los signos (la propuesta de una ética post-histórica,
en la línea inaugurada por Kojéve) el asunto siempre se plantea en la tensión entre los
nombres y el Nombre (una metafísica de la presencia y una ética de la ausencia). La ética
no podrá nunca encontrarse en lo dicho, sino en lo no dicho, en las cesuras y en las
suspensiones (la voz, y no el lenguaje), en los intermezzos. No otra cosa quiso
enseñarnos Roland Barthes, cuyas trampas de lengua 24 recién ahora empezamos a
entender.
Sólo hay una patria, sólo hay una lengua, diría más tarde (en Incidentes), en “La luz
del Sudoeste”: la patria de la infancia, la lengua materna. En 1934 le diagnostican una
todos sus caminos, pero ahí está dibujado el trayecto en un embrión de movimiento; los labios apenas se
mueven o no se mueven nada, pero los labios son sensibles al movimiento que se les exige, el soplo no
sale con las crestas y llanos de intensidad que llamamos sílabas acentuadas o inacentuadas, pero el
pecho, la garganta y la boca sienten en sí fisiológicamente esas alternancias. Todo esto es materia;
mínima materia en los versos que el poeta piensa silenciosamente al escribir su poema, mucho menos
materia que en la recitación efectiva”.
23
Barthes, Roland. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona, Paidós, 2009, pág. 95
24
“Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior: es un a puertas cerradas. Sólo se puede salir
de él al precio de lo imposible: por la singularidad mística, según la describió Kierkegaard cuando definió
el sacrificio de Abraham como un acto inaudito, vaciado de toda palabra incluso interior, dirigido contra la
generalidad, la gregariedad, la moralidad del lenguaje; o también por el amén nietzscheano, que es
como una sacudida jubilosa asestada al servilismo de la lengua, a eso que Deleuze llama su manto
reactivo. Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo
así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua.”, OC: V, 453
25
“1980”, Capítulo de Link, Daniel. Clases. Literatura y disidencia. Buenos Aires, Norma, 2005, págs. 217-
225, intervenido con algunos párrafos tomados de Link, Daniel. "La comunidad de los ausentes" (sobre
Diario de duelo), Ñ. Revista de cultura, y algunos agregados nuevos especialmente para esta clase.
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enfermedad “retro” (tuberculosis). Durante ese año y el siguiente realiza una “cura libre en
los Pirineos, en Bedous, en el valle de Aspe”. Estudia letras clásicas en la Sorbona.
De esa formación, la fruición por los neologismos ("enantiosema") y las etimologías.
Cfr. "Etimologías":
Su discurso está lleno de palabras que él, valga la expresión, corta de raíz. Sin embargo,
en la etimología, no es la verdad o el origen de la palabra lo que le gusta, es más bien el
efecto de sobreimpresión que ella autoriza: la palabra es vista como un palimpsesto: me
parece que tengo ideas a ras de la lengua –lo cual es simplemente: escribir (hablo aquí de
una práctica, no de un valor).
Funda el Grupo teatro antiguo. Entre 1941 y 1942 sufre dos recaídas de su
enfermedad pulmonar. Durante su primera estadía en el Sanatorio de Estudiantes, en Isère,
publica su primer ensayo, sobre André Gide y su diario, en la revista del lugar donde está
internado. Adscribe al estructuralismo, al marxismo, al nouveau roman, a la semiología, al
maoísmo, a la nouvelle critique. En 1960 ingresa como Jefe de trabajos de la École pratique
des Hautes Études y en 1962 es nombrado Director de Estudios en “Sociología de los
signos, símbolos y representaciones”. En 1977 accede (gracias a la intercesión de su amigo,
el filósofo que Blanchot imaginaba) a su cátedra en el Collège de France. En 1978 dicta una
conferencia ("Mucho tiempo he estado acostándome temprano") donde anuncia su proyecto
“novelesco”. Entre otras cosas señala que “lo natural es creerse inmortal; de ahí tantos
accidentes por imprudencia”. Poco más de un año después, en pleno luto por la muerte de
su madre, esa frase estúpida vuelve con toda su fuerza: muere atropellado por una
camioneta de lavandería.
De acuerdo con su extraño autorretrato (Roland Barthes por Roland Barthes, 1975),
seis son los períodos de su obra, dominados cada uno por un intertexto y un género (en la
página 155).
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Un crítico, Milner, por su parte, organiza la masa discursiva puesta bajo su nombre en
tres etapas, dominadas cada una por una forma de saber: el saber de la estructura (la
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“No suprimir el duelo (la aflicción) (idea estúpida del tiempo que abolirá) sino
cambiarlo, transformarlo, hacerlo pasar de un estado estacionario (estasis, nudos en la
garganta, recurrencias repetitivas de lo idéntico) a un estado fluido”, escribirá Barthes
sobre la experiencia de su madre muerta. Hacer que los signos fluyan es liberarlos del
estereotipo. De ahí el equilibrio entre la identificación y la distancia que implica la
oscilación pronominal (yo/él/Ud.), que trama todo RB por RB.
No se trata de situarse fuera de lo imaginario para denunciar sus engaños, sino de
operar desde su interior y, de ese modo, superar la coacción de dos formas de saber: el
saber de la estructura. Cfr., en ese sentido, "La coincidencia":
Cuando finjo escribir sobre lo que he escrito antes se produce de igual modo un
movimiento de abolición, no de verdad. No busco poner mi expresión actual al servicio de
mi verdad anterior (en el régimen clásico, se hubiese sacralizado este esfuerzo bajo el
nombre de autenticidad), renuncio a la persecución agotadora de un viejo trozo de mí
mismo, no busco restaurarme (como se dice de un monumento). No digo: "Voy a
describirme", sino: "Escribo un texto y lo llamo R. B.". Prescindo de la imitación (de la
descripción) y me confío a la nominación. ¿Acaso no sé que, en el campo del sujeto, no
hay referente? El hecho (biográfico, textual) queda abolido en el significante, porque
coincide inmediatamente con él: al escribirme no hago más que repetir la operación
extrema con la cual Balzac, en Sarrazine, hizo "coincidir" la castración con la castradura:
soy, yo mismo, mi propio símbolo, soy la historia que me sucede: en rueda libre dentro del
lenguaje, no tengo nada con que compararme; y en ese movimiento, el pronombre del
imaginario, "yo", se descubre impertinente; lo simbólico se hace a la letra inmediato:
peligro esencial para la vida del sujeto; escribir sobre sí mismo puede parecer una idea
pretenciosa; pero es también una idea simple: simple como una idea de suicidio.
En ese sentido, Roland Barthes usa el fragmento y el "como si" como herramientas
de investigación/ inmersión: hacer como si fuera "un enamorado el que habla y dice" (el
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No hay que pensar que el Diario se opone a la obra, ni que no es él mismo una obra de
arte. Contiene frases a medio camino entre la confesión y la creación; solamente requieren
ser insertadas en una novela y ya son menos sinceras (o mejor: su sinceridad cuenta
menos que otra cosa, menos que el placer que produce leerlas). Diría de buen grado lo
siguiente: no es el Journal d’Edouard el que se parece al Diario de Gide; al contrario,
muchas de las declaraciones del Diario ya poseen la autonomía del Journal d’Edouard. Ya
no son del todo Gide; empiezan a estar fuera de él, en ruta hacia alguna obra incierta que
les apetece ocupar y a la que llaman.
Es por eso que el hombre, el autor, son una figura del discurso, es decir: el efecto
de su obra. El diario, aunque Roland Barthes no lo plantee en esos términos, es
propiamente una tecnología del yo (pág. 20). En 1966 comentará el libro de Alain Girard
sobre el diario íntimo (Le journal intime). En esa segunda reflexión, el diario es ya “un
desafío a la literatura” (pág. 155). Si bien es un “género plenamente literario”, “la paradoja
del diario íntimo es precisamente ser un género; como ese género une lo más social
(nada más social que una obra publicada) con lo más individual (puesto que en él todas
las formas de la obra son rechazadas)” (pág. 155). Roland Barthes comenta algunas
observaciones de Girard:
El autor indica que el lugar que la escritura ha ocupado en nuestra sociedad no ha dejado
de crecer, pero que esa importancia, paradójicamente, tiene por corolario el sentimiento de
una extrema dificultad; si una historia universal de la literatura dedicara un capítulo a
nuestro tiempo, su título podría ser en efecto la dificultad de escribir; los intimistas son
evidentemente los primeros testigos de esa dificultad; una vez más, el diario íntimo ayuda
a comprender esa mala conciencia general del escritor moderno, que sin duda está ligada
a la historia ideológica de la burguesía.
consiguiente, de sentido contrario, puesto que lo que quiero comunicar es el calor mismo de
mi sentimiento. La conclusión es la de que, para dar vida a mi mensaje (es decir, en resumidas
cuentas, para que sea exacto), es preciso no sólo que lo varíe, sino además que esta
variación sea original y como inventada.
En esta sucesión fatal de condicionamientos reconocemos a la literatura misma (que
mi mensaje final trate de escapar a la `literatura' no es más que una variación última, una
argucia de la literatura). Como mi carta de pésame, todo escrito sólo se convierte en obra
cuando puede variar, en determinadas condiciones, un mensaje primero (que quizá también
él sea: amo, sufro, compadezco). Estas condiciones de variaciones son el ser de la literatura,
y al igual que mi carta, finalmente sólo pueden tener relación con la originalidad del segundo
mensaje. Así, lejos de ser una noción crítica vulgar (hoy inconfesable), y a condición de
pensarla en términos informacionales (como el lenguaje actual lo permite), esta originalidad es
por el contrario el fundamento mismo de la literatura; ya que sólo sometiéndome a su ley
tengo posibilidades de comunicar con exactitud lo que quiero decir; en literatura, como en la
comunicación privada, cuanto menos `falso' quiere ser, tanto más `original' tengo que ser, o,
si se prefiere, tanto más `indirecto'.
Nouveau (nuevo) es bueno, es el movimiento dichoso del Texto: la novedad está justificada
históricamente en toda sociedad donde, por régimen, la regresión es una amenaza; pero neuf
(novedoso) es malo: hay que luchar contra un traje neuf cuando se lo lleva por primera vez: lo
neuf envara, se opone al cuerpo porque lo priva del juego de las articulaciones cuya garantía
está en un cierto desgaste: un nouveau que no fuese del todo neuf, tal sería el estado ideal
de las artes, los textos, los trajes".
Los códigos de referencia poseen una especie de virtud vomitiva, pues repugnan por el
aburrimiento, el conformismo, el hastío de la repetición que los funda.
S/Z
Admitamos que la tarea histórica del intelectual (o del escritor) sea hoy la de mantener y
acentuar la descomposición de la conciencia burguesa. Entonces, hay que conservar toda la
precisión de la imagen; esto quiere decir que fingimos quedarnos voluntariamente dentro de
esta conciencia y que vamos a deteriorarla, desplomarla, desmoronarla, desde dentro, como
se haría con un terrón de azúcar que se sumerge en el agua. La descomposición se opone
pues aquí a la destrucción: para destruir la conciencia burguesa hay que ausentarse de ella, y
esta exterioridad sólo es posible en una situación revolucionaria (...), destruir, en resumidas
cuentas, no sería más que reconstituir un sitio para la palabra cuyo único carácter fuese la
exterioridad: exterior e inmóvil: tal es el lenguaje dogmático. En suma, para destruir hay que
poder saltar. ¿Pero saltar a dónde? ¿En qué lenguaje? ¿En qué lugar de la buena conciencia y
de la mala fe? Mientras que al descomponer, acepto acompañar esta descomposición,
descomponerme yo mismo en la misma medida: desbarro, me aferro y arrastro conmigo.
*
¿Es que todo esto quiere decir que voy a escribir una novela? No lo sé. No sé si será posible
llamar “novela” a la obra que deseo y de la que espero que rompa con la naturaleza
uniformemente intelectual de mis anteriores escritos (aunque son muchos los elementos
novelescos que alternan su rigor). Me conviene hacer como si tuviera que escribir esa Novela
utópica. Y por fin, aquí, estoy encontrando el método. “Como si”: ¿no es acaso esta fórmula la
propia expresión de un discurrir científico, como se ve en matemáticas? Hago una hipótesis y
exploro, descubro la riqueza de lo que de ella se deriva; postulo una novela por hacer, y así,
de esa manera, puedo esperar aprender más sobre la novela que considerándola solamente
como un objeto ya hecho por los otros. (“Mucho tiempo he estado acostándome temprano”)
“Me pongo en la situación de aquel que hace algo, y ya no de aquel que habla sobre algo: no
estudio un producto, endoso una producción; elimino el discurso sobre el discurso; el mundo
ya no me llega en forma de objeto, sino como escritura, es decir, como práctica; paso a otro
tipo de saber (el del que Ama). (“Mucho tiempo he estado acostándome temprano”)
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Todo esto debe ser considerado como algo dicho por un personaje de novela (Roland
Barthes por Roland Barthes)
El fragmento, o, si se prefiere así, la reticencia, permite retener el sentido, para que así se
dispare mejor en direcciones abiertas. (Ensayos críticos)
El buen fragmento es denso en algo del orden del afecto (tono, cadencia, dicción,
timbre) antes que del pensamiento. Dos condiciones son, pues, necesarios para transformar
la sensación en notación (en escritura, en arte). La hiperestesia o una “sensibilidad” aguda al
mundo y la hiperconciencia o amplificación del yo hasta que coincida con el universo entero
(“la vida como texto”). ¿Qué garantías tener en relación con una hiperestesia y una
hiperconciencia semejantes?
El poder de goce de una perversión (en este caso la de las dos H: homosexualidad y
haschisch) es siempre subestimado. La Ley, la Doxa, la Ciencia no quieren comprender que
la perversión, sencillamente, hace feliz; o, para precisar, que produce un plus: soy más
sensible, más perceptivo, más locuaz, me distraigo mejor, etc., y en este más reside la
diferencia (y de allí el Texto de la vida, la vida como texto). En consecuencia, es una diosa,
una figura invocable, una vía de intercesión" (Roland Barthes por Roland Barthes)
Biografema. Y también: "Activo/ Pasivo", oposición cuya suspensión lleva a "un texto
gongorino y una sensualidad dichosa".
En “Deliberación” (1979), Roland Barthes propone una teoría del diario íntimo y
una justificación para escribir uno. La “enfermedad” del diario es la del parresiasta: la
“duda irresoluble sobre el valor de lo que en él escribe”. Duda sobre el valor de verdad,
duda sobre el valor estético.
Pero además, lo sabemos por el curso Cómo vivir juntos, duda sobre la posición
misma de parrresiasta: “Parresía como forma dogmática del lenguaje”.
El hastío ante las frases nominales (del orden estético), bien mirado es un
cansancio ético: se trata de rechazar lo intransitivo. El diario debe servir para la
transformación de si.
Su amigo Francois Wahl se apresuró a publicar las páginas íntimas incluidas en
“Incidentes” y en “Noches de París”. Esa segunda parte, ese diario erótico amoroso, sigue
siendo el mejor ejemplo de “lo novelesco sin la novela” y un hito en la imaginación
estética europea de finales del siglo XX:
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Desde el tren del que acababa de bajarse en una estación desierta (Asilah), lo vi correr por
la ruta, solo, bajo la lluvia, abrazando la caja vacía de cigarros que me había pedido “para
guardar sus papeles” (Incidentes)