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Teorías

De La
LiTeraTura
sisTema DeL Género
YvereoicTos sexuales
DiDier eriBon
Didier Eribon. nacido en
Beims en 1953. es filósofo y
profesor universitario en
Era nc i a y en destacadas
universidades extranjeras.
Sus reflexiones sobre la
cuestión gay. el psicoanálisis y
la condición minoritaria se
inscriben en la continuidad de
la sociología critica de la
dominación social, de su
m <• n t o r y amigo P i e r re
Bourdieu.
Autor de. entre otras obras,
Michel Foucault (1989).
Reflexiones sobre lo cuestión gay
(1999). Una moral de lo
minoritario (2001). Escapar del
psicoanálisis (2005). Regreso a
Hcims (2009). La sociedad como
veredicto (2013) y Principios de
un pensamiento critico (2016).
Teorías De La LiTerarura
siSTema Dei Género y vereDicros sexuaLes
Teorías
De La
LiTeraTura
siSTema DeL Género
YvereDicTos sexuaLes

DiDier eriBon

Traducción de Carlos Schilling

u/
WALDHUTER
Eribon. Didier
Teoría* de la literatura ¡ sistema del género y veredictos sexuales / Didier Eribon.
- ía ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Waldhuter Editores, 2017.
128 p. •, 20 x 13 cm. - (Actualis)

Traducción de: Carlos Schilling.


ISBN 978-987-45955-6-0

1. Ensayo Sociológico. I. Schilling, Carlos, trad. II. Título.


CDD 3o 1

Título original: Théories de la littérature. Systimedugenreetverdictssexuels


ISBN de la edición original: 978-2-13-065100-0
© Presses Universitaires de France, 2015

De esta edición:
D.R. ©Waldhuter Editores, 2017
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Esta obra cuenta con el apoyo de los Programas de ayudas a la publica­
ción del Institut franjáis.

Diseño de colección: Facundo Carrique


Edición: Julio Patricio Rovelli
Traducción: Carlos Schilling
Corrección: Ménica Herrero

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Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o
digital, en forma idéntica, extractada o modificada, en español o en cualquier otro
idioma.sin autorización expresa de la editorial
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Hecho el depósito que previene la ley 11.723
inDice

» ii iDenTiDaoes De papeL

ii i Teorías nvaLes

35 ni 1 a Favor De sainT-Beuve

49 iv 1 HiSTorias De La "HomosexuaiiDaD”

69 v 1 conTra Discursos y conTra conDucras

77 vi 1 Bajo La Ley DeL FaLO

101 vil 1 La Fuerza DeL sisiema


El siguiente texto fue primero una conferencia,
titulada "Identidades de papel: el espacio literario, la
norma, la disidencia”. Fue pronunciada en el acto de
clausura del coloquio "Ficciones de la masculinidad
en las literaturas occidentales”, que se desarrolló en la
Universidad Paris-Sorbonne, el 3i de mayo y el i y 2 de
junio de 301?.
Se publicó una primera versión, con el mismo
título, en las actas de ese coloquio (bajo la dirección de
Bemard Banoun, Anne Tomiche y Mónica Zapata, París,
Classiques Garnier, 2014). Este volumen ofrece una
versión ampliamente revisada y desarrollada.

Teorías De La LrreraTura | 9
11 iDenTiDaües De papeL
Los grandes escritores suelen ser grandes teóricos.
Y si bien he insistido más de una vez en recordar que
en la práctica de la teoría, o al menos cuando trata de
ser crítica, hay una fuerza particular que transforma las
percepciones de lo real y, por lo tanto, de lo real en sí
mismo, creo necesario resaltar que a menudo las obras
literarias contienen aún más visiones existenciales,
políticas y teóricas que muchos trabajos publicados en las
áreas de la filosofía o de las ciencias sociales (incluso si se
tiene en cuenta que, desde hace ya tiempo, estas últimas
parecen haber renunciado a toda ambición conceptual,
en nombre de dogmas esterilizantes y de "campo”; a lo
que se suma la necesidad permanente de trazar fronteras
y edificar muros entre las disciplinas).1
Una cosa es cierta: cuando se trata de cuestiones de
género o de sexualidad, la literatura muestra tentativas

i Ver sobre este tema: Geoffroy de Lagasniere, Logique de la


création. Sur l 'université, la vie intellectuelle et les conditions de l 'inno­
vación, París, Fayard, 2011.

Teorías oe La Lrrerarura 113


de teorización o, en todo caso, cuestionamientos mucho
más interesantes que las respuestas inmutables que
repiten los adeptos a la ideología psicoanalítica. Esto
es evidente en Marcel Proust, en particular, pese a
esa tan citada frase suya contra la literatura cargada de
teorías. ¡Pero si existe una obra saturada de teorías es
la de Proust! Proliferan a cada página y abarcan todos
los ámbitos.
El problema, tanto en él como en otros, consiste en
saber quién es el autor de la teoría que figura en tal libro
o en tal pasaje de un libro. ¿El escritor? ¿El narrador?
¿El personaje al que pertenece el discurso referido por
el narrador, etc.? Y también hay que preguntarse si el
autor suscribe a las teorías enunciadas por uno de sus
personajes o por el propio narrador y, por consiguiente,
interrogarse acerca del estatus de la teoría expuesta en
una novela o en un ciclo novelesco: ¿es la que el autor
desea sostener o la que quiere denunciar, etc.?
En este sentido, basta con remitirse al Corydon, de
André Gide (que, por cierto, no es una novela propia­
mente dicha), donde aquel que dice "yo” expone las
tesis a las que el autor se opone de forma decidida.
Aquí, dos puntos de vista se enfrentan en un diálogo de
tenor histórico y filosófico, durante el cual el perso­
naje que enuncia las opiniones del autor refuta punto

14 | oroier eriBon
por punto las afirmaciones del narrador. Y podríamos
preguntamos si no es un procedimiento análogo, pese
a las enormes diferencias entre uno y otro, lo que halla­
mos en Proust: es como si el narrador tuviera que ser
heterosexual para que el autor, que no lo es, se permita
abordar el tema de la homosexualidad. Así como Corydon
está construido como la visita de un hombre "normal”
a un hombre que, a los ojos del orden social, no lo es
y, que a lo largo del libro, va a tratar de demostrar,
mediante referencias a la ciencia, a la literatura, a la
historia política y militar, a la historia del arte, etc., que,
a pesar de todo, él sí es normal, y que está del mismo
lado de todo lo elevado, puro y noble que la civilización
ha producido y puede producir, de igual modo, en los
volúmenes de En busca del tiempo perdido se suceden y
se encadenan —entre otras cosas, por cierto— como una
larga exploración etnográfica, social, cultural, psicoló­
gica, etc., los mundos de la homosexualidad masculina y
femenina, una exploración guiada por un narrador que
describe regiones supuestamente desconocidas para él
y a las que descubre poco a poco. Sin embargo, parece
saber tanto sobre ellas que nos preguntamos si es un
simple espectador curioso de ese teatro —del que nos
muestra lo que ocurre tras bambalinas— o si está dotado
de una presciencia que le es otorgada precisamente por

Teorías De ia Lrrerarura | 15
el propio autor; de quien obtiene a la vez la mirada y la
relación de intimidad con esos territorios cuyo secreto
intenta iluminar y que, por otra parte, nunca es un ver­
dadero secreto para nadie, como toda la novela tiende
a mostrarlo. En efecto, hay que señalar que el narrador
percibe o adivina de inmediato distintos aspectos de
la homosexualidad masculina, al punto de que puede
reconocer a un "invertido” solo escuchando su voz y sin
necesidad de verlo, pero no deja de interrogarse acerca
de los misterios de la vida en Gomorra, que le generan
una enorme incertidumbre y que nunca llega a penetrar:
por un lado, tenemos una evidencia casi transparente
y, por el otro, un enigma casi opaco..lo que sin dudas
nos remite a todo lo que sabe el propio autor del mundo
de los hombres entre ellos y todo lo que ignora del
mundo de las mujeres entre ellas.
Guando comprobamos que varias teorías conviven en
un texto literario, es legítimo preguntarse si, al revés de
lo que hace Gide, quien afirma un punto de vista bien
definido, el autor no está simplemente tratando de expo­
ner la multiplicidad de teorías posibles, en especial, las
teorías que en determinado momento de la historia cho -
can y confrontan entre sí, y lo hace apelando a estrategias
literarias y narrativas para referirse a realidades siem­
pre "escandalosas”, pero también para diferenciarse

16 | DioiereriBon
de otros escritores de su tiempo, junto a quienes y a la
vez contra quienes, debe elaborar su proyecto.’
Es importante, además, resaltar que una teoría
enunciada por el autor o el narrador a propósito de
un personaje puede muy bien no ser válida para otros
personajes, lo que elimina la pretensión de generalidad
de la teorización, aunque se la proclame en voz alta. Lo
demostró Eve Kosofsky Sedgwick, en el deslumbrante
capítulo sobre Proust de su EpistCTnoiogy ofthe Closet, en el
que recuerda que la teoría de la homosexualidad elaborada
por Proust —mejor dicho, extraída de textos psiquiátricos
de la época y compartida también, con inflexiones dife­
rentes, por Magnus Hirschfeld y su noción biologizante
del "tercer sexo”— a propósito de Charlus al comienzo de
Sodoma y Gomorra, según la cual el homosexual masculino
—o mejor dicho el "invertido”—tendría un alma de mujer
encerrada en un cuerpo de hombre y, por lo tanto, sería
en cierto modo más una mujer que un hombre, o incluso

2 En el análisis del espacio literario francés de principios del


siglo xx y de las posibilidades y las dificultades de un "yo” en la li­
teratura cuando aborda las cuestiones sexuales, nos remitiremos a
la importante obra de Michael Lucey, NeverSayl. Sexuality and the
First Person in Colette, Gide and Proust, Durham, Carolina del Norte,
Duke University Press, 2006. En un sentido más general, tengo
una deuda enorme con los trabajos publicados y por publicarse de
Michael Lucey.

Teorías De La urerarura 117


sería una mujer pese a la apariencia masculina (una
apariencia ambigua o defectuosa que trasluce la verdad a
través de un montón de signos físicos, gestuales, vocales,
etc.) no se aplica y no es aplicada por el narrador a otros
personajes que pronto uno descubre que son gays, como
Saint-Loup, joven aristócrata y oficial que nunca es
descrito como "afeminado” y nada en él hace sospechar
que le gustan los hombres, porque desde el principio del
ciclo novelesco, e incluso después, se muestra como un
mujeriego.3
Ahora bien ¿podemos decir que esta teoría se aplica
a Charlus? Es una teoría enunciada por el narrador a
propósito de Charlus, y también aquí podemos remitirnos
a las hermosas páginas que Eve Sedgwick le dedica a lo
que ella denomina el "espectáculo del placard”: la novela
pone en escena un personaje que cree esconder lo que
está a la vista de todos, pero el narrador y los otros juegan
con el saber -el privilegio epistemológico— que tienen
sobre él. No obstante, quisiera añadir un punto impor­
tante al famoso análisis de Sedgwick acerca del "placard”
como estructura epistemológica de opresión y acerca del
"privilegio heterosexual" que produce y reproduce esa

3 Eve Kosofsky Sedgwick, Epistemology of the Closet, Berkeley/


Los Ángeles, University of California Press, 1990.

18 | DiDiereriBon
estructura. La cuestión puede plantearse así: ¿Charlus
se piensa a sí mismo en los términos que le aplica el
narrador? ¿Aceptaría la teoría elaborada para él, esa
teoría que tradicionalmente se presenta como la "teoría
proustiana de la homosexualidad"? ¡Evidentemente no!
Y es posible sostener que, en cierto modo, Charlus se
escapa, con su propio discurso, de todo lo que se dice de
su persona; en tanto personaje que habla -y que habla
mucho de sí mismo bajo el pretexto de hablar de los
"homosexuales” que proliferan en todas partes y que
proliferaron a largo de la historia—, resiste a la teoría de
la homosexualidad como "inversión” desarrollada por el
narrador a propósito de él como personaje del que todos
hablan. El narrador es consciente de eso, porque mien­
tras intenta revelamos que el barón en realidad es una
mujer, evoca a un Charlus "que se jactaba de su virilidad”
y a "quien todo el mundo le parecía detestablemente
afeminado”. Tal como la revela y la enuncia el narrador,
la verdad profunda de Charlus lo conduciría al exacto
contrario de lo que él cree y proclama ser. Pero eso nos
induce a pensar que si interrogáramos a Charlus acerca
de lo que se dice de él en la novela, a través de las voces
de su narrador y de su autor, protestaría con vehemencia
e indignación contra dicha forma de caracterizarlo.
Y tampoco hace falta interrogarlo: Charlus nunca pierde

Teorías De ia urerarura 119


la ocasión de esbozar ante el lector una teoría que, si
bien no es tematizada como tal y parece armada con
fragmentos dispersos, frases confusas desgranadas
de manera más o menos sentenciosa y solemne a lo
largo de las páginas, si bien es una teoría espontánea,
una prototeoría cuyos elementos están más o menos
codificados y son más o menos serios, y que parece más
una larga parrafada obsesiva y a veces incoherente que
una reflexión rigurosa, no deja de ser un discurso sobre
la homosexualidad sostenido por un homosexual y que
no se corresponde en nada con lo que el narrador hete­
rosexual dice de él.
Tanta distancia termina sorprendiéndonos: ¿en qué
medida y por qué razón ese narrador heterosexual puede
ser el vocero de un autor homosexual (Marcel Proust) que
ha creado una figura heterosexual (el que dice "yo” en la
novela y cuyo relato da vida a los otros personajes) para
pensar la homosexualidad y hablar de ella con definicio­
nes de alcance general, que sus personajes homosexuales
contradicen de diferentes maneras y a las que, en la vida
real, a él mismo le hubiese horrorizado que lo reduje­
ran? Recordemos, en efecto, que cuando Jean Lorrain,
un autor gay muy famoso en su época y afecto a los
escándalos, puso en duda su virilidad, Proust lo invitó
a batirse en duelo, una práctica que según nos enseñan

«o | DiDiereriBon
los historiadores era una de las fraguas simbólicas
donde se forjaba y se afirmaba la masculinidad de las
clases dominantes. En una crítica de Los placeres y los
días, en 1897, tras multiplicarlas observaciones irónicas
sobre el pretencioso preciosismo del autor (y sin dudas
"precioso” era un obvio eufemismo de "homosexual”)
y sobre las ñores dibujadas por Madeleine Lemaire
para ilustrar los poemas del volumen, Lorrain desliza
una pérfida alusión a la relación de Proust con Lucien
Daudet, el hijo de Alphonse Daudet y hermano de Léon,
futuro crítico literario influente de L Actionfran^aise
(que, por otra parte, le brindará una recepción bastante
favorable a los libros de quien había sido el amante
-¿solo platónico?— de su hermano menor). Y podríamos
nosotros también, junto con Jean Lorrain, interpretar
el papel de espectadores del placard, donde permanece
encerrado quien pronto va a escenificar el "espectáculo
del placard” en En busca del tiempo perdido, e ironizar
sobre el hecho de que este autor de "estilo preciosista”,
que era Proust, pretendiera ocultar su homosexualidad
e indignarse de que pudiera cuestionarse su virilidad,
cuando en realidad el afeminamiento que le atribuye
Lorrain debería haber sido asimilado por Proust a su
profunda verdad de hombre-mujer, tal como unos
años después su propia teoría, expuesta en un escrito

Teorías De La LrreraTura | «
impregnado de pretensión científica o teórica, iba tratar
de grabarla en lo más profundo del cuerpo y de la mente
de todo homosexual masculino. De ahí viene la necesidad
de Proust, tan preocupado por negar su homosexualidad,
de encontrar un medio para afirmar su virilidad, justo
cuando los demás —los espectadores de su placard, y no solo
los espectadores heterosexuales, sino también los espec­
tadores gays más osados que él y, sin dudas, irritados por
su actitud— se divierten recordándole su afeminamiento
(¡la práctica del "outing” de un gay que disimula señalado
por un gay que se afirma es historia antigua!). Tiempo
después, Proust replicará con indignación a un crítico
que menciona su estilo afeminado, evocando ese duelo
de opereta como la prueba ya suministrada de lo que no
deja de proclamar como la evidencia de su virilidad. Dos
visiones antagónicas parecen oponerse: él se piensa viril,
los otros le dicen afeminado. La partida que se juega en
este caso es análoga u homóloga, aunque con los roles
invertidos, a la que se juega en la novela entre el narrador
y los miembros del clan Verdurin, por un lado, y el barón
de Charlus, por el otro: unos creen detentar la verdad del
otro y no se privan de deslizar alusiones en público, y el
otro rechaza con toda su alma esa verdad que le adjudican
y, en el escenario de un verdadero teatro social, trata de
ofrecer pruebas de una verdad opuesta.

n | DiDiereriBon
ii i Teorías rivaLes
De modo que habría una especie de inestabilidad
fundamental de la teoría de la sexualidad —y de la teoría
del género a la que contiene como uno de sus compo­
nentes esenciales—, por más segura de sí misma que
parezca, como sucede con el ensayo teórico insertado al
principio de Sodoma y Gomorra. La implosión siempre
la amenaza. Primero, porque si bien es enunciada como
una ley general, uno se da cuenta enseguida de que no
puede aplicarse a todas las situaciones ni a todos los per­
sonajes. En absoluto. Apenas expuesta, ya es impugnada
por la misma obra (a través del retrato de Saint-Loup,
por ejemplo, y de algunos otros). Pero también por­
que constantemente se cruza con discursos rivales
—expuestos de forma simultánea— que hacen tambalear
su pretensión al monopolio interpretativo. La teoría
no solo es contradicha por la pluralidad de maneras
de ser y de pensarse a sí mismo. También es destruida
por las palabras que implícita o explícitamente vienen
a socavar su autoridad. Sin dudas, como ha subrayado

Teorías De La ureraTura | «5
Gérard Genette, en una novela siempre es posible leer
un punto de vista dominante y puntos de vista domina­
dos. Y el hecho de que los puntos de vista dominados
puedan expresarse siempre y en todas partes no impide
que el punto de vista dominante conserve su carácter
hegemónico y mantenga a los otros en la inferioridad.
Incluso, tanto en la vida social como en la literaria, es
una de las principales modalidades de dominación de
un punto de vista: que esté nítidamente marcado y sea
eficazmente operativo respecto de otros puntos de vista
que aparecen junto a él o frente a él. Pero eso significa
que solo funcionará de modo relativo y con relativa
ignorancia de sus efectos.
Por supuesto, en Proust, el punto de vista del narra­
dor goza de un privilegio considerable: el mundo es visto
a través de sus ojos, y las palabras y los gestos de los otros
personajes son reconstruidos, comentados, disecados,
interpretados, explicados, evaluados, juzgados por el
narrador. Pero a través de ese filtro, a través de ese
tamiz de estrecha trama, la palabra de los otros perso­
najes existe a pesar de todo y logra hacerse escuchar. Y
en cierto modo, esta otra palabra, por el simple hecho
de existir, no deja de impugnar y recusar la palabra
dominante (incluso si, como veremos, esta resisten­
cia opera en un cuadro delimitado por las categorías

26 | DiDiereriBon
normativas de masculino y femenino, de nación, de raza
y de clase...). El personaje gay-Charlus— resiste al dis­
curso del narrador acerca de la homosexualidad (es decir,
en buena medida, acerca de él, de Charlus). De manera
que la teoría de la homosexualidad en Proust, lo que
comúnmente se denomina la teoría proustiana, no solo
no es sostenida por el principal personaje homosexual
sino que este la niega y la rechaza.
Eso significa que hay varias teorías de la homosexua­
lidad en Proust. Si bien el narrador representa el punto
de vista del autor, no sería arbitrario decir que se trata

por homosexuales que confrontan acerca de la cuestión


de saber y de expresar lo que son. Es una confronta­
ción entre el autor y el personaje que aquel describe o
el modelo en el que se inspira; pero hemos visto que
el autor parecía aceptar que había muchas identidades
homosexuales, y no solo porque describe varios tipos
de "invertidos”, dotados de características y "gustos”
diferentes, en el mismo pasaje teórico donde los agrupa
en una sola categoría, sino sobre todo porque él mismo
se excluye con firmeza de la abarcativa definición que
les atribuye a los otros.
Por lo tanto, deberíamos evitar referirnos a "la”
teoría proustiana como si hubiera una sola. Por un lado,

Teorías De ia LrreraTura | «7
pese al tono perentorio del pasaje, esta aprehensión
teórica de la realidad se nos presenta como provisoria.
El propio narrador nos dice, en un inciso lapidario, por
cierto, pero desde el principio, que tal vez se vea obliga­
do a modificarla en el curso del libro. De hecho, cuando
descubra, hacia el final de Albertine desaparecida y luego
en El tiempo recobrado, que a Saint-Loup también le gus­
tan los hombres y se pregunte, sin hallar una respuesta,
cuándo comenzó esa "evolución psicológica” que deriva
en su relación con Morel, el narrador se complacerá de
ver ahí el estrato explicativo más profundo de aquello
que nutre desde siempre los ideales morales y sociales
del marqués —a los que no se priva de calificar de "men­
tirosos”—, en los que la fraternidad militar y la valentía
guerrera, dentro de esa "orden de caballería puramente
masculina” que es el ejército en el frente, le darán una
forma concreta "irreconocible e idealizada” a "la idea
marcadamente aristocrática de M. de Charlus de que la
esencia de un hombre era no tener nada de afeminado”.
Esto último se reducía para él a no usar nunca "corbatas
demasiado claras”. Su sobrino, finalmente, llevará esta
ideología masculinista al extremo de desafiar el peligro
y sacrificar su vida para proteger la retirada de sus
hombres tras haber comandado el ataque a una trinchera
enemiga. Nada de lo que se dice de Saint-Loup en esas

38 | DiDiereriBon
páginas sugiere el más mínimo vínculo con la teoría de
la inversión psíquica (al contrario, pues el narrador
plantea la hipótesis —poco creíble, sin embargo— de
que Saint-Loup se habría inclinado hacia los amores
masculinos por haber descubierto en la cara de Morel
los rasgos de su antigua amante Rachel: Saint-Loup
sería, entonces, un hombre que busca a una mujer en un
hombre, y no una "mujer” que busca a un hombre...).
Por otra parte, no habría que desdeñar la exuberancia
verbal del barón, sus declaraciones desbocadas sobre
sí mismo y sobre los otros. Es algo que tal vez Michel
Foucault hubiera denominado "saber sometido” que se
debate contra ese sometimiento y que, a veces, llega a la
"insurrección” de forma más o menos espontánea y, a
la vez, más o menos inducida por los argumentos que le
aportan los textos literarios, las investigaciones perio­
dísticas, los ensayos históricos, los acontecimientos
traumáticos (como la condena a Oscar Wilde o el caso
Eulenburg) y los movimientos colectivos o políticos
(como en Alemania en esa época, aunque sea poco
probable que el equivalente real de un Charlus hubiera
sentido afinidad por Hirschfeld, pese a que también él
fue transformado por una declaración pública reivin­
dicatoría). En todo caso, se trata de un saber dominado
(si bien lo formula un hombre socialmente dominante,

Teorías De La Lrrerarura | *9
el hecho de que esté del lado de los dominados en esta
cuestión lo convierte en un blanco de burla, insulto o
humillación), pero nunca "reprimido” en el sentido de
ser reducido al silencio total, porque logra expresarse
y afirmarse, pese a los riesgos que implica (lo que
tiene un doble filo, porque vemos que los dominantes
se aprovechan de sus ganas de hablar y lo incitan a
delatarse contra su voluntad, para reírse de él a sus
espaldas o incluso en su presencia). Por otra parte, es
lo que provocará la decadencia del barón, su destitución
social, podríamos decir, pues la multidimensionalidad
del mundo social implica que se puede ser dominante
en un registro y dominado, por lo tanto vulnerable, en
otro (dado que lo que uno "es” siempre se define por un
conjunto complejo de relaciones estructurales en cam­
pos diferenciados); pero los registros se interfieren de
manera cruzada, y eso tiene consecuencias que pueden
afectar profundamente el estatus social —en este caso,
la posición en la sociedad— al degradar la "reputación”
moral. Es evidente: Charlus habla todo el tiempo de la
homosexualidad y de los homosexuales. En La prisionera,
el autor ironiza más de una vez sobre esa manía, esa
logorrea monomaníaca, que sin embargo es menos sor­
prendente y singular de lo que parece (¡más bien sería
un rasgo ampliamente compartido!). Cualquiera sea el

3o | DiDiereriBon
tema de conversación, el barón no puede evitar volver
una y otra vez a su obsesión. Tiene una opinión sobre
todo lo concerniente a la homosexualidad, su historia,
su presente, su futuro les revela a sus interlocutores
la verdad sobre los hábitos sexuales de los grandes
personajes, y la lista de los catalogados como tales se
extiende hasta volverse interminable, etc. Tanto habla
y parece saber tantas cosas sobre el tema que su amigo
Brichot, profesor en la Sorbona, se imagina que podría
dar clases de Homosexualidad en el Colegio de Francia.
¡Por supuesto! Cuando Brichot cuestiona la veracidad
de sus más osadas afirmaciones, Charlus replica que no
"trabaja para la historia” y agrega que con "la vida” le
"basta”. "Ella es más que interesante”, argumenta. Pero
ante lo que aparenta ser una nueva perorata de Charlus
sobre ese tema que tanto lo apasiona, Brichot no puede
evitar comentarle:

-Decididamente, Barón -dijo Brichot- si alguna vez


el Consejo de Facultades propone crear una cátedra

de homosexualidad, le propongo a usted en primer

lugar. O no, más bien le cuadraría un instituto de psi­


cología especial. Y como mejor lo veo en un sillón del

Collége de France que le permitiera entregarse a irnos

estudios personales para luego ofrecer los resultados,

morías De La ureraTura | 3i
como hace el profesor de támil o de sánscrito, ante el
reducido número de personas que se interesaría por

esto. Tendría usted a dos oyentes y el bedel, dicho sea

sin intención de echar la más ligera sombra sobre


nuestro cuerpo de bedeles, al que creo fuera de toda
sospecha.

—No sabe usted nada de eso —replicó el barón en un

tono duro y tajante-. Por lo demás, se equivoca al

creer que eso interesa a tan pocas personas. Muy por

el contrario... 4

Vemos que la idea de un programa de estudios


gays y lesbianos (en este caso, un programa de estu­
dios gays antes que gays y lesbianos) y del enorme inte­
rés que podría suscitar no tuvo que esperar hasta los
años 1990 para que alguien la propusiera. Ya Proust la
sugería, a veces con maliciay otras con seriedad. ¿Acaso
no es eso lo que quería emprender él mismo, al igual
que Gide, con su ambicioso proyecto de renovación de
la novela europea articulada con la descripción de los

4. Marcel Proust, La Prisonniére, enj[ la recherche du tempsperdu,


París, Gallimard, Bibliothéque de la Pléiade”, t. III, pp. 811-812
[La prisionera, en En busca del tiempo perdido, Madrid, Alianza,
1991, p. 177, trad. de Consuelo BergesJ.

3z | DioiereriBon
mundos subterráneos de la sexualidad? Y ya entonces
prefería un saber basado en la experiencia vital y en
la biografía de los individuos antes que un saber uni­
versitario limitado, que no veía o no quería ver esas
realidades. En efecto, Charlus, poco antes de que Brichot
lo imagine dando conferencias sobre el tema, trata de
ignorante al profesor de la Sorbonne, precisamente por­
que no sabe nada de los temas de los que están hablando,
pese a que Brichot, de mente más abierta que muchos
universitarios que lo sucederán un siglo después, parece
muy dispuesto a escuchar con atención lo que dice su
amigo y aprender de él. Es verdad, Brichot compara al
barón con un "cruzado” de la homosexualidad, porque
los dominantes siempre asimilan los discursos que las
minorías formulan acerca de sí mismas a una cruzada,
a una forma de activismo o incluso de proselitismo.
Pero a la vez le interesa y le fascina todo lo que le cuenta
Charlus, pues tiene la impresión de encontrarse en la
realidad con un personaje idéntico a los que ha cono­
cido en sus lecturas de textos antiguos, estudiados en
el marco de su oficio de erudito (lo que por supuesto
presupone la idea de una continuidad transhistórica
y de una invariancia de la homosexualidad a lo largo
de los siglos, mientras que la teoría desarrollada en la
novela duda en aceptar semejante atemporalidad, ya sea

Teorías De ia urerarura | 33
adhiriendo a esa concepción, mediante la noción
de "raza maldita”, sumada a la referencia bíblica de
Sodoma, o contradiciéndola, mediante la distinción
entre un ayer y un hoy, la homosexualidad habitual en
la Antigüedad y la homosexualidad "nerviosa” —o sea
fisiológica— "que se oculta” en la sociedad contemporá­
nea). ¿Pero no es precisamente por ser gay que Charlus
sabe tantas cosas y, en cambio, Brichot, por ser hetero­
sexual, no sabe nada, excepto vagas nociones obtenidas
de la lectura de autores clásicos? Brichot lo acepta sin
rodeos: se maravilla del impresionante conocimiento
que Charlus le debe a su modo de vivir e insiste en que
frecuentar una biblioteca no es nada comparado con
lo que enseña la "existencia”, y así revela que no tiene
dudas acerca de la "existencia” del barón, mientras este
sigue hablando como si nadie pudiera sospechar lo que
era la realidad de su vida. En ese instante crucial, la
novela subraya que el saber libresco es muy inferior a
la "experiencia” vital.s

¡Ibid.. p. 833 [p. 191, de la edición española citada].

34 | DiDiereriBon
ni i a Favor De sainTe-Beuve
Todo el pasaje en el que Brichot le hace esta divertida
sugerencia a Charlus desarrolla de manera muy nítida
la idea de que habría una relación casi directa entre
la subjetividad del individuo (tal como la configuran,
entre otras cosas, su sexualidad, su forma de viviry la
relación consigo mismo y con el mundo que ella implica)
y sus focos de interés. También, desarrolla la idea de que
las problemáticas históricas o teóricas no deberían ser
disociadas del compromiso personal, de cuán involucra­
do está el sujeto en lo que piensa o escribe. Podríamos
retomar aquí la noción de "unidad sintética de la
persona”, propuesta por Jean Paúl Sartre. Es bastante
paradójico que Sartre presente esta idea al final de una
filosa crítica a la "psicología intelectualista” de Proust,
que considera "nefasta”, y a su concepción del amor. En
efecto, Sartre se opone a la idea de que Proust se "haya
basado en su experiencia homosexual para describir el
amor que Swann sentía por Odette”, en la medida en que
es imposible aceptar, dice él, la existencia de "pasiones
universales”, que no variarían en función de la clase,

Teorías De ia irreraTura | 37
la sexualidad, la nación, etc.6 Pero, en ese sentido, y por
la misma razón, uno tiene todo el derecho a pensar que
Proust estaba en perfectas condiciones para hablar de
la "existencia” de Charlus y para basarse en su propia
experiencia a la hora de dibujar un retrato detallado y
convincente de su personaje gay, con toda su gama de
maneras tan típicas y particulares de comportarse.
A esta forma de "síntesis” sartreana que imbrica
el registro de la afectividad y de los sentimientos
de un individuo en el de su sexualidad y en el de las
modalidades culturales o subculturales a través de
las cuales las vidas sexuales pueden o deben vivirse,
convendría, sin embargo, sumarle también el registro
de los gustos artísticos y de los intereses intelectuales.
En todo caso, es el punto de vista del barón, tal como
Brichot se lo resumirá al narrador. De hecho, Brichot
le cuenta al narrador lo que el barón le reveló sobre
un tratado de ética publicado por uno de sus colegas,
que, hasta ese momento, él siempre había admirado
como "la más fastuosa construcción moral de nuestra
época”. Lo que le informó Charlus es que, para escribir

6 Jean-Paul Sartre, "Présentation des Temps Modemes”, en


Situations, II, París, Gallimard, 1948, pp. 19-22. [¿Qué es la litera­
tura?, Buenos Aires, Losada, 1950, trad. de Aurora Bernárdez]

38 | DiDiereriBon
ese tratado, su colega se habría inspirado en un "joven
repartidor de telegramas”.1? Por más que catalogue
semejante información en la categoría de rumores
o de chismes ("qué chismosa”,7
8 dice de Charlus, así
feminizado, a propósito de esa anécdota cargada de
sentido), eso no impide que la dialéctica con la que
su colega universitario expone sus argumentos para
sostener una tesis adquiera un nuevo sentido o, en todo
caso, un "grano de pimienta”. La "pimienta” y, por lo
tanto, la significación y el alcance de un modo de pen­
sar, de una construcción teórica, de una elaboración
intelectual cambian con lo que uno sabe o aprende de
la vida del autor y de sus gustos sexuales, y de aquello
que tal vez podríamos denominar su política sexual, en
la medida en que de ella deriva una intervención en el
campo filosófico. Así el pensamiento y la filosofía son

7 Un escándalo que había ocupado los titulares de la prensa


inglesa en 1889, es decir, algunos años antes que el proceso a Oscar
Wilde, involucraba a personajes adinerados y en especial a ciertas
figuras de la aristocracias, quienes fueron acusados de encontrar­
se con jóvenes telegrafistas en un prostíbulo ubicado en Cleveland
Street, en Londres. Lord Somerset fue obligado a abandonar el
país para evitar ser detenido.
8 Marcel Proust. La Pnsonniére, op.cit., p. 83? ["Qué chismo­
grafía”, dice la traducción de Consuelo Berges (p.190), con lo que
se pierde efecto de feminización]. [N. delT.]

Teorías De La Lrrerarura | 39
relacionados no solo con su raíz biográfica sino, más
directa y explícitamente, con su raíz sexual. ¿Cómo no
evocar aquí a Foucault, que decía que era posible leer
la serie de sus libros como fragmentos autobiográficos,
y llegaba a afirmar que su Historia de la locura había
sido para él una manera enfrentarse con los problemas
de su propia sexualidad? No se trataba, por cierto, de
recordar algún acontecimiento particular o alguna
relación afectiva o sexual particular —aunque..sino
más bien de evocar una experiencia originaria, es decir,
un elemento fundamental de la presencia en el mundo
—en su léxico de los años 1950 y 1960- o un dispositivo
histórico del poder que rige los marcos sociales y polí­
ticos de la subjetividad, en su enfoque de los años 1970
y 1980.9 Esto vale también para el arte, porque Brichot
compara el tratado moral de su colega con las escul­
turas de Fidias inspiradas en un joven atleta. No deja
de ser impactante que Brichot se refiera dos veces a
Sainte-Beuve y a la forma en que este comentaba las
obras basándose en datos biográficos. La primera
vez, cuando parece ubicar a Charlus en la categoría de

9 Ver Didier Eribon, Michel Foucault, París, Flammarion,


"Champs”, 2012, tercera edición [Michel Foucault, Barcelona,
Anagrama, 2004, trad. de Thomas Kauf].

40 | DiDiereriBon
los que hacen circular chismes sobre los escritores y
filósofos, igual que el autor de las Charlas del lunes-,
la segunda vez para resaltar que, pese a todo, ese tipo
de informaciones anecdóticas efectivamente permite
comprender mejor los cimientos de una obra, como
sucedía cuando Sainte-Beuve informaba acerca de
ciertos detalles de la vida de Chateaubriand para
esclarecer sus escritos. De modo que para Brichot, el
barón de Charlus sería una especie de Sainte-Beuve
de la homosexualidad. Eso significa que, mediante lo
que a primera —y muy corta vista— parecía pertenecer
a la esfera del chisme o del rumor (y como tal podía ser
descalificado por quienes consideran que el comenta­
rio de una obra literaria o teórica debe evitar "caer en
lo biográfico”, un eslogan que en nuestros días repiten
los minúsculos sacerdotes del templo universitario y
los devotos practicantes del comentario académico,
para quienes es imprescindible proteger la pureza
literaria o filosófica de toda contaminación con la
vida real), Charlus le permitió comprender mejor las
profundas motivaciones del pensamiento filosófico
de un colega al que admira. No significa que no lo
pudiera leer ni apreciar si carecía de esos datos, pero
la obra adquiere otro sentido desde ese momento, sin
dudas un sentido más original y, en todo caso, menos

Teorías De ia LTrerarura | 41
abstracto. Gana una fuerza —un poder de convicción
y de sentimiento- que no tenía para Brichot y que
Charlus le restituye.10
No hay dudas de que podemos atribuir al propio
Proust el método de abordar las obras del barón y lo que
podríamos llamar su teoría interpretativa subyacente,
tal como aquí la presenta y la expone Brichot (algo que
por otra parte se afirma en una nota final de la edi­
ción de la Pléiade).11 Eso suena contradictorio con las
declaraciones de principio de Proust contra el método
de Sainte-Beuve, que la crítica en general —la crítica
filosófica, también— repite incansablemente, según las
cuales no habría ninguna relación entre el "yo” real y
el "yo” que escribe. ¿Pero por qué se prefiere recordar
las observaciones de ese texto antes que el enfoque
contrario que impregna todo En busca del tiempo perdido

10 Marcel Proust, La Prisonniére, op. cit., p. 83? [p. 190, de la


trad. cit.]. Se puede encontrar una demostración reveladora de
la necesidad (por cierto en un contexto literario absolutamente
distinto, pero el problema sigue siendo el mismo) de disponer de
información biográfica para comprender una obra, para captar lo
que está enjuego, y devolverle su radicalidad, tanto en su conteni­
do como en su procedimiento formal, en el libro magistral de Jean
Bollack, Poésie contre poésie. Celan et la littérature, París, PUF, 2001
[Poesía contra poesía. Celan y la literatura, Madrid, Trotta, 2005],
nlbid., p. 1771.

43 | DiDiereriBOii
e incluso, hay que subrayarlo, constituye uno de sus
temas y también una de sus principales motivaciones?
¿Que se juega en esa elección y en esa obliteración?
¿En esa lectura sesgada de textos infinitamente más
complejos que los habituales y cuya visión ideológica
burguesa subyacente de la interioridad del artista o del
escritor merecería ser interpelada más a fondo antes de
intentar cualquier aproximación histórico-crítica a la
subjetividad y a sus procesos de formación y de expre­
sión, particularmente literaria? Por otra parte, en las
sucesivas etapas de En busca del tiempo perdido, cuando
llega el turno de El tiempo recobrado, se comprende que
el yo real, el que ha vivido, cede gradualmente su lugar al
yo que escribe, el yo mediante el cual la memoria selec­
ciona, construye y organiza lo que merece ser restituido
del pasado. Por supuesto, con todas las transposiciones
que exige la composición de una novela, pues no se trata
de una autobiografía. La escritura es a la vez un trabajo
sobre la memoria —lo que ocurrió— y una producción
performativa de lo que uno fue y de lo que fue la realidad
alrededor de uno mismo. En ese sentido, el yo que escri­
be establece un vínculo más cercano con la vida vivida
que el yo que la ha vivido y continúa viviéndola en el
flujo temporal, porque la escritura les da color y relieve
a las vicisitudes de la existencia que uno debió afrontar,

Teorías De La ureraTura | 43
valor y significación a los sentimientos intensamente
experimentados en otras épocas y ahora apaciguados
o casi olvidados. Pero este proceso de actualización no
podría separarse de lo vivido: es lo vivido reconfigurado,
es el tiempo "recobrado” gracias a la escritura y, por lo
tanto, reelaborado por ella. Pensemos en las novelas
de Claude Simón, por ejemplo, ¡que lo demuestran de
manera deslumbrante! El yo que escribe constituye el yo
que ha vivido, del que no obstante es una emanación. De
ese modo, el yo real y lo real que conoció son recreados,
e incluso creados, por la mirada retrospectiva del yo que
piensa y que escribe.18
En todo caso, así como las declaraciones de Proust
contra la presencia de teorías en el interior de una
novela son desmentidas por las teorías que proliferan
en sus novelas, las observaciones del Contra Sainte-Beuve
son desmentidas por las afirmaciones que él pone en
boca de los personajes que ocupan el primer plano de
En busca del tiempo perdido y que expresan, como hemos12

12 Remito a los análisis acerca de la "memoro-política’' y las


"condiciones de la memoria” que realicé en Retour á Reims (París,
Fayard, 2009) [Regreso a Reims, Buenos Aires, Libros del Zorzal,
2015, trad. de Georgina Fraser]; y en La Societé comme veredict
(París. Fayard, 2013) [La sociedad como veredicto, Buenos Aires,
El cuenco de plata. 2017, trad. de Horacio PonsJ.

44 | Dwiererreon
visto, completa o parcialmente sus propias opiniones
—de todos modos, sea así o no, siempre les concede un
lugar y una fuerza enormes. Sin importar cuál sea la
voz enunciadora, la verdad es que estamos frente a una
especie de manifiesto que podría titularse "A favor de
Sainte-Beuve”.
Volvamos al problema que planteamos anteriormen­
te: ¿qué enseñaría Charlus en esa cátedra en el Collége
de France que Brichot le promete en broma? ¿En qué
teorías, en qué principios heurísticos se basaría esa
enseñanza? Me hubiera encantado asistir a la clase en
la que expusiera su teoría, antes mencionada, de las
relaciones entre la obra artística, literaria o filosófica
y la sexualidad de un autor. ¿Cómo el amor hacia un
joven telegrafista —y el tipo de vida, de subjetividad,
de percepción de sí mismo y de los otros que supone y
entraña- puede contribuir a la elaboración de un tratado
de moral? ¿Qué clase de luz proyectaría el conocimiento
de semejante dato biográfico sobre el enfoque y el con­
tenido del tratado? ¿Qué modifica en la lectura del libro,
en su interpretación, en la comprensión del efecto que
puede producir en algunos lectores que reconozcan en
él afectos compartidos, que extraigan perceptos y con­
ceptos, tal vez, y que se constituyan como una comunidad
de lectores privilegiados, agrupados como un "público”.

Teorías De La LrreraTura | 45
o mejor dicho un "contra-público”, por intermedio de
este intenso vínculo personal, aunque también colectivo
e intelectual, con la obra leída y amada? ¿Y se la puede
leer ignorando un elemento tan significativo? ¿Qué
pierde el lector si lo ignora? ¿Qué diferencia se instaura,
por un lado, entre aquellos a quienes la obra se dirige
más directa o más específicamente, aun si esta forma
de dirigirse es encriptada, codificada—pero ellos sabrán
o descubrirán enseguida el modo de descifrarla-,13
o, dicho tal vez en sentido más amplio, entre aquellos a
quienes la obra les "hace señas”, para emplear la fórmula
de Patrick Chamoiseau, y por otro lado, aquellos que no
son sus verdaderos destinatarios o que son sus desti­
natarios secundarios, quienes solo entablarán con ella
una relación neutra, desapasionada, sin la intensidad de
los primeros (allí donde Brichot encuentra un "grano
de pimienta”, tal vez otros lectores obtendrán instru­
mentos para comprenderse a sí mismos, para pensar su
vida, y algunos incluso para lograr sobrevivir). También

13 Acerca del "código” homosexual, ver Linda Dowling,


Hellenismand Homosexuality in Victorian Oxford, Ithaca/Londres,
Cornell University Press, 1994. Y mis comentarios en Réflexions
sur la question gay, París, Fayard, 1999, pp. 243 y ss. [Reflexiones
sobre la cuestión gay, Barcelona, Anagrama, 2001, trad. de Jaime
Zulaika].

46 | Droieremon
me hubiera encantado escuchar al barón desarrollar
su punto de vista estadístico, cuando esboza a grandes
rasgos una especie de informe Kinsey anticipado, en el
que afirma que la cantidad de hombres heterosexuales
o, en todo caso, exclusivamente heterosexuales, a los que
llama irónicamente "santos”, no supera 3 o 4 de 10. Lo
cual evidentemente perturba al narrador, quien se pre­
gunta si ese porcentaje también se aplica a las mujeres,
pues le preocupa la cantidad de ocasiones o de propues­
tas que podría tener Albertine: la cifra proporcionada
por el barón despierta o alimenta sus celos. Si este cál­
culo es exacto, deberíamos suponer, como se sorprende
Brichot, que 6 o 7 de cada 10 hombres no son "santos”
sino "culpables”, o sea que se entregan a prácticas que la
moral reprueba, pero que estarían más expandidas de lo
que se supone (y en muchos sentidos En busca del tiempo
perdido parece ser un grueso registro que página tras
página va consignando una serie de revelaciones a cuyo
término la cantidad de "homosexuales” se incrementa
de forma tan significativa que podríamos considerar esta
saga novelística como el "reverso” de la historia y de la
sociedad contemporáneas expuesto a la luz y examinado
a través del prisma de la inversión sexual). ¿Qué nos
dice esto acerca de la vida social y de las relaciones entre
los individuos en la superficie engañosa de un mundo

Teorías De iauTeranira | 47
que esconde tantos niveles ocultos? ¿Cómo viven su
sexualidad todas esas personas? ¿Y cómo o dónde se
encuentran los no santos para que suceda eso que los
inscribe en el registro de la "culpabilidad”? ¿Cómo se
reconocen? ¿Qué hacen entre ellos?
Eso significa también que la homosexualidad es en
gran medida una realidad vivida más o menos clandes­
tinamente por hombres que están casados con mujeres
(el propio Charlus estuvo casado alguna vez y amaba a
su mujer, que murió pronto), y son padres de familia...
Pareciera que la historia de la homosexualidad está
intrínsecamente ligada a la historia del matrimonio y de
la paternidad. Por consiguiente, a quienes extrañamente
se preguntan por qué los gays y las lesbianas "ahora”
desean casarse y tener hijos, hay que recordarles que
siempre fue así para la mayoría de ellos.14

14 Ver en La Prisonniére el pasaje acerca de esta estadística pro­


porcionada por el barón, op. cit., pp. 801-803.

48 | DiDierenBon
iviHisToriasDeLa
"HomosexuaLiDaD
Un poco antes en la novela, Charlus se dirige al
narrador y elabora una especie de reporte acerca de la
evolución histórica de la práctica homosexual. No una
historia de larga duración. Una historia que abarca un
período limitado, que va desde la juventud del barón
hasta el momento en que está hablando. El análisis
que propone puede resultar desconcertante, pero los
historiadores de la homosexualidad y de la sexualidad
deberían interesarse en sus observaciones, porque
parecen contradecir el relato usual de una sedimen­
tación progresiva del concepto de homosexualidad y
de identidad homosexual, en el curso del siglo xix, e
indicamos, por el contrario, que se pasó de una con­
cepción "minorizante” (los homosexuales constituyen
un grupo específico) a un período en el que se impone
una concepción "unlversalizante” (la homosexualidad
representa un conjunto de prácticas que trascienden la
delimitación de una categoría particular de individuos),
para decirlo con palabras de Eve Sedgwick (de hecho,
pienso que esas dos concepciones han convivido de

Teorías De ia UTerarura | 51
manera conflictiva a lo largo del siglo xix y del siglo
xx hasta nuestros días, y lo que sin dudas habría que
deconstruir es la idea de una evolución lineal).
Pero es verdad que en el texto proustiano se trata de
una secuencia que se sitúa antes de la Primera Guerra
Mundial y que todo lo que se discute en esas páginas
ya pertenece al pasado en el momento en que Charlus
habla y más aún cuando la novela reproduce sus pala­
bras. Mientras evoca las más diversas realidades que
vio cambiar en el curso de su vida, Charlus pasa revista
alternadamente a la moda, a las artes, a la política, a la
desaparición de las fronteras entre las clases sociales,
y en uno de esos largos párrafos que salpican la novela
y que hace que Brichot lo imagine como profesor, dice:

Pero confieso que lo que más ha cambiado es lo que

los alemanes llaman la homosexualidad. Dios santo,

en mi tiempo, dejando a un lado los hombres que


detestaban a las mujeres y los que, gustándoles solo

las mujeres, solo por interés hacían otra cosa, los


homosexuales eran unos buenos padres de familia
y no solían tener amante más que como tapadera. Si

yo hubiera tenido una hija que casar, habría buscado

un yerno entre ellos para estar seguro de que no sería


desgraciada. Desgraciadamente, todo ha cambiado.

5? | DioiereriBon
Ahora se reclutan también entre los hombres más

mujeriegos. Yo creía tener cierto olfato, y cuando me


decía: seguramente no, creía no engañarme. Pues bien,
me doy por vencido. Un amigo mío muy conocido por

eso tenía un cochero que le proporcionó mi cuñada


Oriane, un mozo de Combray que había hecho más o
menos todos los oficios, pero sobre todo el de levantar

faldas, y que yo habría jurado de los más hostiles a

esas cosas. Hacía sufrir a su querida engañándola con

dos mujeres a las que adoraba, sin contar las otras,

una actriz y una camarera. Mi primo el príncipe de


Guermantes, que tiene precisamente la inteligencia

irritante de esas gentes que se lo creen todo, me dijo un


día: "Pero ¿por qué no se acuestaX... con su cochero?
A lo mejor le gustaría a Théodore (era el nombre del
cochero) y quién sabe si hasta no le duele que su patrón

no le diga nada”. No pude menos de imponer silencio a

Gilbert; me molestaba a la vez esa pretendida perspica­

cia que, cuando se aplica indistintamente, es una falta

de perspicacia, y también la tosca malicia de mi primo,


que hubiera querido que nuestro amigo X se arriesgara
a poner el pie en el pontón para, si era viable, avanzar

él a su vez [...] Bueno, pues al año siguiente fui a Balbec

y allí me enteré, por un marinero que me llevaba

algunas veces a pescar, que mi Théodore, el cual, entre

Teorías De La ureraTura | 53
paréntesis, es hermano de la doncella de una amiga de

madame Verdurin, la baronesa Putbus, iba al puerto a


levantar, ya a un marinero, ya a otro, con un descaro

infernal, para dar una vuelta en barca y para "otra cosa”


[...] No censuro a esos innovadores, más bien los envi­

dio, procuro entenderlos, pero no lo consigo. Si aman


tanto a la mujer, ¿por qué, y sobre todo en e8e mundo
obrero donde está mal visto, donde se esconden por

amor propio, tienen necesidad de eso que ellos llaman


un máme (muchacho) ? Es que eso representa para ellos
otra cosa. ¿Qué?”.'5

Sí, ¿qué? Por otra parte, también es lo que se pregun­


ta el propio narrador que nunca deja de transpolar a las
mujeres los comentarios del barón sobre los hombres y
que no puede evitar preocuparse." ¿Qué otra cosa puede
representar la mujer para Albertina?, pensé yo, y en esto
radicaba, en efecto, mi sufrimiento”. Pero dejemos de
lado esta interrogación angustiada y también algunas
otras, porque no acabaríamos nunca de comentar esa
página tan llena de sugerencias y de visiones sobre las
realidades de la vida sexual (habrán notado que en los

15 Ibid., p 810. [pp. 176-177]

$4 | DiDiereriBon
pocos minutos que dura la conversación, Charlus no
se priva de revelar a sus interlocutores curiosos, sor­
prendidos e incómodos, la homosexualidad de varias
personas, entre ellas la de su primo el príncipe de
Guermantes -"es tan sabido que no creo cometer una
indiscreción”, dice en el momento de cometerla—, justo
él que unos minutos después se va a quejar de que otros,
sobre quienes "tendría tanto para decir”, tengan la mal­
dad de cometer indiscreciones similares respecto de él.
No parece comprender que ese íntimo conocimiento de
la homosexualidad del que hace gala viene a confirmar la
opinión que los demás tienen de él y que él precisamente
trata de disipar; por otra parte, es lo que provocará la
sugerencia de Brichot antes mencionada. Pero tal vez
nos encontramos aquí frente a un ejemplo paradigmáti­
co del equilibrio inestable que deben mantener quienes
habitan una identidad "desacreditable”, entre las ganas
de exhibirla y la necesidad de ocultarla, la tentación de
afirmarla y la obligación de negarla).
Quisiera detenerme, en este punto, en esta extraña

desde una época de "especialización” exclusiva o cuasi


exclusiva, en la que casi todos eran casados, a una época
en que esta "especialización” es cuestionada por los
"innovadores”, por los modernos, que el barón no logra

Teorías De ia Lrrerarura | 55
comprender. Es verdad, en su época, había hombres
homosexuales que vivían con mujeres: se casaban, tenían
hijos. Pero eranhomosexuales. Yhasta podemos afirmar
que ser homosexual para un hombre significaba la mayo -
ría de las veces, salvo para algunos integristas, casarse,
tener hijos con su mujer y llevar una vida (homo) sexual
en paralelo a su matrimonio heterosexual. En cambio
hoy, dice él, podemos ver que los hombres a los que les
gustan los hombres (¿o en todo caso que les gustan los
"muchachos’’; es decir, más jóvenes que ellos? ¿pero
qué pasa con esos muchachos?) también les gustan las
mujeres. Con las mujeres se muestrany con los hombres
se ocultan, lo cual no impide que el barón, en vez de
atribuirlo a una especie de bisexualidad ampliamente
compartida, lo atribuya a la "homosexualidad", un
término de origen alemán, según él, que le parece el
más conveniente (sabemos que Proust renegaba de ese
término y prefería "invertido” o "tía”, coherentes con su
teoría de la inversión psíquica, pero que no resultan los
más adecuados para describir a esa nueva generación.
Tampoco "homosexual” parece el más correcto. ¿A qué
léxico habrá que recurrir entonces para nombrar esas
realidades que dejan perplejo al barón y a sus interlo­
cutores también, aunque por otros motivos?). En todo
caso, podemos decir que en En busca del tiempo perdido

56 | DiDierenBon
hay dos teorías de la temporalidad de lasidentidades. No
digo que sean incompatibles, ni que Proist se las ingenie
para que convivan aun siendo contradictorias entre sí.
Pero sin dudas se trata de dos teorías lien diferentes:
una relativa a los individuos, enunciada Jor el narrador,
particularmente a propósito de Charlus, y que supone
que a medida que una "tía” envejece se vuelve más "tía”,
los signos de la "enfermedad” se vuelven más visibles,
como si la verdad fuera inscribiéndosepoco a poco en
el cuerpo, el rostro, los gestos, etc., y les distorsionara
hasta hacerlos casi caricaturescos, de joven, Charlus era
viril-, de viejo, Charlus parece una señora mayor maqui­
llada y amanerada, que merece el "epíteto de ladyiike”
y que camina como si una falda ficticia le entorpeciera
los pasos. La edad lo hace devenir y parecer lo que es. Su
"enfermedad” o, mejor dicho, su naturaleza se vuelve
evidente, demasiado evidente.*6 Y luego tenemos una
teoría de la evolución histórica de la homosexualidad,
una evolución colectiva en este caso, tal como la desarro­
lla Charlus en el discurso dirigido al narrador y a Brichot
que acabo de citar, y que nos incita a pensar que en la

16 Ver, por ejemplo, Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe, II, z,


enÁla recherche dutempsperdu,op. cit., t. III, pp. 3oo-3oa [Sodoma
y Gomorra, en En busca del tiempo perdido, Madrid, Alianza, p. 178,
trad. de Consuelo Berges].

Teorías d€ ia LrreraTura | 57
actualidad ya no podemos saber quién es quién y quién
es qué mientras que antes sí podíamos saberlo; al menos
los "iniciados” podían saberlo. De modo que podríamos
pensar que Charlus encarna a un sobreviviente de una
forma superada de identidad sexual, la de una generación
que ya no comprende a la generación siguiente y pese a
todo intenta mantener vigente lo que fue, lo que vivió
(así como a la generación de los años 1950, la del placard,
le costaba comprender a las de los años 1970 y 1980, la
del "coming out” y la del "alboroto” —según la penosa
expresión que empleó en 1983 el fundador de Arcadie,
André Baudry, para disolver su asociación fundada en
1954“ y 1° mismo ocurrirá después con la de 1970, la de
"la liberación sexual” respecto de las de 2000 y 2010 y
sus reclamos de igualdad jurídica).
En síntesis, en el marco de la teoría del narrador, al
final de la evolución temporal de un mismo individuo
gay, todos pueden ver y comprender lo que es, incluso
los profanos. Pero, en el marco de la teoría desarrollada
por Charlus, nos encontramos al final de un período
histórico que viene de un antes, situado en la juventud
de Charlus, cuando las fronteras estaban claramente
señaladas, y un después, que es el momento en el que
está hablando y en el que ya nadie puede saber quién es
quién, ni siquiera los iniciados.

58 | DiDiereriBon
Se trata entonces de una doble evolición que ocupa
un mismo período de tiempo —desd< la juventud de
Charlus hasta su vejez, lo que en esa éioca significaba
unos 40 años, dado que la novela nosinforma que el
barón ya ha superado los sesenta— al t<rmino del cual,
por un lado, se vuelve evidente para tocos la naturaleza
de Charlus, pero, por otro lado, se vuehe opaca, incluso
para Charlus que se siente consternado, la facultad de
adivinar quiénes son homosexuales • adeptos a una
sexualidad homosexual —lo cual no es exactamente lo
mismo, por cierto, pero Charlus los junta en una única
categoría—, debido a que se equivocó acerca del coche­
ro Théodore, pues pese a su instinto, que él juzgaba
infalible, no había notado que al mozo le gustaban los
hombres tanto —¿un poco menos, un peco más?— como
las mujeres.
Pero si damos crédito a las consideraciones histó­
ricas del barón, ¿qué sucede con la teoría del narrador
acerca de la inversión (el alma de una mujer en el
cuerpo de un hombre)? ¡Se cae en pedazos! El cochero
Théodore no solo no entra en ese marco, sino que
lo hace estallar. ¿Y qué sucede con la relación entre
el homosexual masculino y las mujeres? "Antes”, se
casaba con una mujer sin que le atrajeran las mujeres:
era por convención o imposición social. Ahora, el

Teorías De ia LneraTura 159


homosexual ama a las mujeres y a los hombres. Pero
cuando se casaba por convención, el homosexual, el
invertido, la "tía” elegía una mujer muy masculina, al
extremo de que se podía pensar que en la pareja la mujer
era el hombre, y el hombre, la mujer. En efecto, en el
mismo pasaje de La prisionera, encontramos una teoría
acerca de la mujer de una tía: ella es "virago”, según
el término que utiliza la novela.*7 Es como un hombre
(sin por ello ser vista como una lesbiana, pues la teoría
de la inversión psíquica casi no se aplica a las "gomo-
rreanas” en En busca del tiempo perdido, aun cuando la
novela menciona —evocadas por Albertine para decir
que le disgustan— "mujeres de cabello corto que tienen
modales de hombres”).,8 Y por ese motivo tienen tanta
facilidad para darle hijos al hombre gay, pues la com-
plementariedad de los sexos funciona a pleno para la
reproducción y la filiación (es necesario un hombre y
una mujer para que la paternidad sea posible y Proust

17 La traducción de Consuelo Berges, que continuó el trabajo


inconcluso de Pedro Salinas, mantiene en francés la palabra tante
(tía) mando se refiere a homosexuales (incluso en este caso con­
serva la expresión femme d'une tante) y vierte "hommasse” en
"virago”, cuando tal vez la palabra "machona” le haría más justicia
al término proustiano, tanto en sonido como en sentido. [N. del T.J
i81bid.,p. 227 [p. 134].

60 | DiDiereriBon
aquí parece anticipar el discurso biológico-psicoanalí-
tico-teológico de los lacaniano-na-s-fraicese-sa-s o el
de -es el mismo— los personalistas cristúno-a-s here­
deros de Mounier y Ricceur acerca de la diferencia de
sexos”, como estructura insuperable de a paternidad,
aun cuando en Proust sea en tono humorístico y cuasi
paródico). Pero si el homosexual ya no es una tía, si ya
no es un invertido, si es parecido al cochero Théodore,
¿cómo será la mujer con la que se casaiá y con la que
tendrá hijos? Ya no tiene necesidad de ser masculina,
"virago”. Le basta con ser un mujer femerina, de acuer­
do con las definiciones convencionales y las apariencias
sexuales socialmente prescritas para adecuarse a la idea
normativa de la diferencia y la complementariedad de
los sexos. Permanecemos siempre dentro del marco
de una relación entre dos sexos bien diferentes, ¡y sin
embargo el gay es el hombre, y su esposa, la mujer!
Pongámonos por un instante en el lugar del narrador
que se sigue preguntando si las teorías del barón se
aplican también a las mujeres: ¿acaso el discurso y las
predicciones relativamente serias de Charlus se aplican
a las lesbianas que tienen relaciones con los hombres o
se casan con ellos?
Es bastante singular y muy revelador que en todas
esas elucubraciones y descripciones uno nunca sepa

Teorías De unreraTura | 61
muy bien cuáles son las prácticas sexuales respectivas:
qué hace cada uno durante las relaciones sexuales, en
función de qué prácticas pueden ser asignados los roles
o las identidades, de acuerdo con las representaciones
convencionales de lo masculino y lo femenino que
parecen funcionar y fluctuar en el texto precisamente
para evitarla cuestión del acto sexual (¿qué es esa "otra
cosa” que hace regularmente el cochero en un barco con
los marineros que encuentra en el puerto? ¿Y lo hubiera
hecho con su patrón si este hubiera puesto "el pie en
el pontón” mediante insinuaciones que tal vez fueran
bienvenidas e incluso esperadas?). No lo sabemos, y el
lector interesado —¿y a qué lector no le interesaría?—
deberá conformarse con conjeturas. Mientras que, ya
lo veremos más adelante, la cuestión del acto sexual y
de la relación entre los actos sexuales y las identidades
sexuales, están en el centro de la reflexión, compleja y
bastante incoherente también, pero mucho más explí­
cita, de Jean Genet.
Vimos hasta qué punto las teorizaciones del barón
contradicen permanentemente a las del narrador y
resisten a "la” teoría proustiana de la inversión, priván­
dola de toda pertinencia y de toda validez, y proponiendo
otras maneras de ver y de pensar. Evidentemente no
quiero decir que sean más exactas o más verdaderas.

63 | DimereriBon
En la teoría desarrollada por el narrador,o por la novela
misma, un homosexual cree ser un honbre al que le
gustan los hombres cuando en realidac es una mujer
a la que le gustan los hombres y que, po* lo tanto, solo
debería amar a hombres que son verdaceros hombres
y no homosexuales —es el drama de la honosexualidad:
el invertido es una mujer que únicamente puede amar
a hombres con los que no puede tener reaciones, salvo
que les pague o que se mienta a sí mismosobre la natu­
raleza de aquellos con los que se acuesta, otros invertidos
que no son verdaderos hombres sino mujeres como él.
El discurso del barón refuta ese intento le definición:
los obreros o los cocheros que corren detris de las muje­
res y que, por otro, lado buscan marineros o muchachos
no parecen adecuarse muy bien a la descripción de los
"homosexuales” como "tías”, que es el retrato a la vez
fisiológico, psicológico y social que ofrece el narrador
acerca de aquellos que coloca en esa categoría. Pero no
se puede decir que no lo sean con el pretexto de que les
gustan las mujeres, pues entre los homosexuales de su
juventud, Charlus diferencia entre aquellos que lo eran
de un modo exclusivo y aquellos que lo eran, pero se
casaban y se volvían excelentes padres de familia. En
este punto habría que introducir la cuestión de las clases
sociales, pues el mundo al que pertenece Charlus no es el

Teorías De lairreraTura | 63
mismo que el de Théodore, y tal vez las contradicciones
teóricas o incluso las realidades que parecen proceder
de tiempos disociados no sean más que un efecto, mal
analizado por Charlus o por el narrador, de las diferentes
maneras de vivir las sexualidad en ámbitos sociales dife -
rentes, donde las evoluciones siguen temporalidades
históricas distintas, que recién se unirán en el futuro,
si es que alguna vez se unen completamente, dado que
la disyunción y la pluralidad siempre son elementos
fundamentales a tener en cuenta cuando se pretende
analizar la situación y la dinámica de las sexualidades
en determinada sociedad.*9 Si es cierto que Théodore
es "homosexual", como afirma el barón, sin dudas no
es un "invertido”, en el sentido que tiene ese término
en la teoría de la inversión psíquica desarrollada por el
narrador. No obstante, hay que matizar esas diferencias
de clases, porque, como hemos visto, sucede casi lo

19 El segundo volumen de Gay New York de George Chauncey,


que se publicará pronto y abarcará un período que va desde 1940
hasta 1975, matiza bastante la idea, desarrollada en el primer volu­
men, de una estabilización de la identidad homosexual en la
segunda mitad del siglo xx, pues las identidades anteriores a las
que se refería, vinculadas con el binarismo "masculino/femeni-
no” (los "duros" y las "tías”) no han desaparecido en ese momento
bisagra, sino que siguieron existiendo en algunos ámbitos sociales
y en algunas comunidades de inmigrantes, etc.

64 | DiDiererraon
mismo con Saint-Loup. La novela habla dj "homosexua­
les a la Saint-Loup”. Pero es difícil suptner que es un
invertido, aun cuando el narrador evoque su "evolución
fisiológica”, empleando la misma expresiín que ha apli­
cado a Charlus (como si en este caso la htmosexualidad
solo pudiera llegar tardíamente, luego d; una juventud
exclusivamente heterosexual..., pese a que algunos
elementos fácticos perturbadores, que el narrador se
ve obligado a tener en cuenta sin creer dd todo en ellos,
parecen indicar lo contrario: Saint-Loup habría sido,
desde siempre, o al menos desde hace mucho tiempo,
aquello en lo que se transformó. Y además, ya no se
trataría de un proceso de transformación o de conver­
sión de individuos que pasan de una sexualidad a otra;
tampoco estaríamos frente a una "evolución”, sino ante
una verdadera característica fisiológica, una naturaleza,
algo que numerosas observaciones de la novela también
nos inducen a pensar casi en todas sus páginas).
Lo cierto es que la obra proustiana y sus personajes
no dejan de desmentir la "teoría proustiana de la homo­
sexualidad”, de modo tal que es posible preguntarse si
hablar de una teoría proustiana de la homosexualidad
no implica optar por un discurso a expensas de los
otros, privilegiar un punto de vista en desmedro de
los otros, sin siquiera tomarse el trabajo de justificar

Teorías ne La ureraTura | 65
semejante opción. Eso no significa, por supuesto, que
deberíamos preferir las teorías del barón a las del narra­
dor, sino simplemente que siempre debemos recordar
que el campo discursivo de la sexualidad es una zona
de guerra permanente entre discursos que se invisten
de un privilegio epistemológico, por un lado, y palabras
que tratan de resistir a esos discursos establecidos y
legitimados culturalmente que consideran ilegítimas
a las demás percepciones, por otro: el ingreso a la
inteligibilidad histórica y cultural nunca es monolítico,
es el espacio de un conflicto siempre renovado entre
quienes se lo apropian y quienes son excluidos y pro­
testan contra esa exclusión y trabajan para superarla (lo
mismo podríamos decir para clarificar las controversias
actuales: el ingreso a la inteligibilidad jurídica...).
Sin dudas, también hay que distanciarse de muchas
observaciones del barón. No tuve que esperar que se
publicaran algunos libros recientes, por lo general tan
reduccionistas y tan ingenuamente ideológicos que
resultan inútiles, e incluso nefastos, léase peligrosos,
acerca del "homonacionalismo”, para ponerme a ana­
lizar cómo la aristocracia proustiana (y también quienes
imitan o exageran su postura para fantasear que son
aristócratas) construía de manera nacionalista, antise­
mita y racista su identidad social, su identidad política

66 | DroiereriBon
y su identidad gay. Por ejemplo, leemts en Sodoma y
Gomorra, cuando Charlus, que no solo es cristiano, sino
"piadoso a la manera de la Edad Medii”, le pregunta
al narrador de qué nacionalidad es su anigo Blochy el
narrador le responde que es francés, el harón reacciona
con una típica expresión de su ámbito sccial de la época
(que sin dudas todavía persiste): "Ah, rubiera creído
que era judío”. Sí, gay y antisemita, gay yracista... no es
nada nuevo... Sin embargo, es importante advertir que
no basta para que el barón se integre perfectamente a
la nación a la cual está tan orgulloso de pertenecer: la
realidad de esa pertenencia siempre es susceptible de
ser recusada en función de su identidad sexual que,
según el estereotipo homofóbico clásico, lo convierte
en un traidor potencial; así, durante la guerra, tiene que
soportar -de parte de su antiguo protegido Morel, pero
con amplia resonancias en todos los ámbitos que le son
hostiles- apodos insultantes como "la Tía de Francfort”
o "Frau Bosch”. De ese modo, se ve desplazado, al igual
que aquellos que él pretendía excluir de la plena nacio­
nalidad, al sitio del enemigo interior que amenaza la
fuerza y la cohesión de la patria?0

20 Para profundizar en el tema de la construcción nacionalista


y racista de la identidad gay, los remito a mi artículo "L'abjecté

Teorías De La ureraTura | 67
abjecteur. Quelques remarques sur l’antisémitisme gay des années
1930 á nos jours”, en Didier Eribon, Hérésies. Essais sur la théorie de
la sexualité, Paria, Fayard, ?oo3, pp. 169-206 [Herejías: ensayos
sobre la teoría de la sexualidad, Barcelona, Bellaterra, 2004]. Esta
construcción nacionalista de sí mismos por parte de algunos ho­
mosexuales casi siempre se choca contra la permanencia de la
construcción homofóbica del homosexual como un peligro para
la sociedad y la nación. Este asunto del "gusano en la manzana"
nunca desapareció, fue muy útil contra Gide, por ejemplo, y se re­
vitalizó en los años 1980 y 1990 bajo el manto de la denuncia al
"comunitarismo” homosexual que amenazaba la "arquitectura
nacional" y el "lazo social”, el edificio del "mundo común”, de la
"vida común”, etc.

68 | DEDiereriBon
v i corara Discursos
y corara conüucTas
Vemos así que la obra literaria tienle a desarmar la
teoría de la sexualidad a medida que lairma, a decons­
truirla a medida que la construye, o nejor dicho, que
un discurso teórico —o seudoteórico— le pretensiones
universales enfrenta la oposición de undiscurso teórico
—o seudoteórico— o de muchos discurses que lo refutan,
lo revierten, lo desactivan, en síntesis, lo rechazan
para proponer otros. Al menos es loque podríamos
creer si, mirando desde más cerca, no se viera también
que el discurso dominado —sostenido por los propios
dominados— no tendiera en muchos sentidos a reu­
bicar a los "culpables” en la norma, en la normalidad,
para que puedan escaparse de la teoría que insiste en
patologizarlos, en singularizarlos, en a-normalizarlos.
El discurso minoritario suele ser muy normativo,
acepta las categorías que degradan e estigmatizan a
los dominados con la esperanza vana de rescatarlos o
salvarlos frente a quienes los condenan (por ejemplo,
los hombres gays que ratifican o reivindican la noción
más convencional y normativa de masculinidad: lo que.

Teorías De La UTeraTura | 71
según los contextos, puede implicar sumisión al orden,
con el añadido de una denuncia del afeminamiento de
otros gays que ofrecen una "mala imagen”, como si cada
gay fuera responsable de las conductas y de los gestos de
todos los demás. Eso significa que la desidentificación
reposa sobre una identificación tan reconocida como
negada). O bien se trata de una forma de disimular sus
propias inclinaciones jugando el juego del conformismo
o, por el contrario, es una de las modalidades estraté­
gicas o políticas de afirmación de sí mismo contra ese
orden, o simplemente una "presentación de sí mismo”
en el mercado sexual y un elemento de seducción en
el proceso de "levante” (en la realidad, puede ser una
combinación de dos o más de esos registros). Gide
decide publicar Corydon para oponerse a la imagen
divulgada por Proust de la homosexualidad masculina
como "inversión” y restablecer su carácter normal y
viril (pero hemos visto que la teoría del tercer sexo
también era compartida por Hirschfeld y por una rama
significativa del movimiento homosexual alemán de
principios del siglo XX: una vez más, resulta evidente
que una misma teoría no tiene el mismo sentido
político cuando es defendida por psiquiatras hostiles
a ciertos individuos excluidos a quienes pretenden
curar que cuando la sostienen intelectuales dispuestos a

7» | DiDiereriBon
apoyarlos. Pese a todas las vueltas que da y a todos los
desvíos que toma, Proust, a través del discurso de su
narrador, está más cerca de los segundos que de los pri­
meros, porque, como tan duramente se lo reprocharon,
su voluntad de visibilizar las realidades y las formas de
vivir se parece mucho más a una lógica apologética que
a una voluntad acusadora: no condena, muestra y, por
lo tanto, le otorga un espacio a lo que muestra).
El mismo Foucault, en su elogio a los "hombres entre
ellos”, a la monosexualidad masculina, con todas las
insignias y los blasones de la masculinidad enarbolados
por los gays de los años 1970, nunca está muy lejos de
inscribirse en la lógica de un "discurso de rechazo”
(discours en retour),9' al que no se conforma con descri­
bir, sino que en muchos sentidos lo asume a su manera.
El problema era el siguiente: si el "discurso de rechazo”
consiste en incorporar las categorías producidas por
el discurso normativo, como nos induce a pensar en
La voluntad de saber y los diversos textos que acompañan
y orbitan alrededor de ese volumen, ¿es posible eludir31

31 Utilizo la misma expresión que Ulises Guiñazú en su traduc­


ción de Historia de la sexualidad >. La voluntad de saber, Buenos
Aires, Siglo XXI. 3014, p. 98. Pero tal vez "rechazo" sea demasiado
fuerte para vertir "en retour", que en francés equivale a "a cambio”
o "en compensación”. [N. delT.J

Teorías De La urerarura | 73
la tensión, nunca resuelta en ese libro, entre la idea de
que los discursos y las prácticas contestatarias siempre
están ligadas de alguna manera a los discursos y a las
prácticas a los que se oponen -aun si en ese marco
uno tiende inevitablemente a considerar que el contra
discurso y las contra conductas preceden a las manifes­
taciones del poder que tratan de obstaculizarlos-y la
idea de que hasta cierto punto sería posible eludir las
garras del poder y frustrar o desmantelar los dispositivos
normativos y disciplinarios, lo cual, en rigor, debería
permanecer impensable o ajeno al marco de la analítica
del poder tal como se lo establece en esta introducción
general a una Historia de la sexualidad, que sin dudas
tendrá que ser interrumpida tras esa exposición progra­
mática y cuyo proyecto tendrá que ser revisado a fondo
para lograr eludir ese "cara a cara” con el poder, como lo
sugiere Deleuze, y dedicarse a pensar de ahí en más en
términos de un trabajo de sí mismo sobre sí mismo, de
una "estética de la existencia”, y posibilitar así la apari­
ción de nuevos modos de subjetivación, la emergencia
de nuevas formas de subjetividad? (nuevas... o que
también ellas renazcan y se reinventen de generación
en generación. De Walter Pater y Oscar Wilde a Roland
Barthes y Michel Foucault, la novedad está conectada
con la continuidad y con la repetición de un legado

74 | DiDiereriBon
alternativo, pues en este caso las contra conductas se
encuentran poderosamente ligadas a ccntrafiguras del
pasado y del presente).2a

2? Son figuras que asedian a la subjetividad gay y que en


Reflexiones sobre la cuestión gay he denominado los "espectros de
Wilde”. Acerca de asumir un legado y reconocer a contrafiguras del
pasado como modelos de resistencia o de invención de sí mismo,
ver Heather Love, Feeling Backward. Loss and the Politics of Queer
History, Cambridge, Mass., Harvard University Prese, 2007.

Teorías De ia UTeraTura | 75
vi i Bajo La Ley dcl FaLO
En el fondo, lo más interesante de este rompeca­
bezas de incoherencias en el texto proustiano es... la
incoherencia misma, característica de todo enfoque
de la sexualidad cuando pretende abarcar la pluralidad
de prácticas, de formas de ser y de pensar (lo que sin
dudas explica que la literatura contenga tantas enseñan­
zas, pues en ella pueden cruzarse discursos diferentes y
antagónicos), y también la omnipresencia de la norma
como horizonte casi inevitablemente reconocido por
todos. ¿Es posible sugerir que Jean Genet, quien retomó
los problemas ahí donde Proust los dejó, llevó al extremo
esa incoherencia conceptual fundamental —el carácter
fundamentalmente incoherente de la conceptualidad—
y ese movimiento de construcción/deconstrucción/
reconstrucción de la norma que caracteriza a En busca
del tiempo perdido y que subyace también en Santa María
de las Flores, Milagro de la rosa o Querelle de Brest?
La cuestión de la disidencia en sus relaciones y sus
interacciones con la fuerza de las categorías y con el
sistema que el conjunto de ellas constituye se plantea de

Teorías De La urerarura | 79
un modo análogo: ¿se trata de un distanciamiento que se
replica una y otra vez frente a la potencia de las normas,
orgullosamente vapuleadas y desafiadas por los desvia­
dos, o simplemente son tan coactivas y tan rígidas que
resulta imposible subordinarse a ellas, aplicarlas y res­
petarlas en las prácticas reales, o por el contrario, lo que
se impone siempre y en todas partes es una perpetuación
del sistema que se reproduce a sí mismo reproduciendo
con él los gestos de distanciamiento (dos niveles que es
conveniente distinguir en el análisis, pero que están
imbricados el uno en el otro y son indisociables el uno
del otro, la antinorma que siempre está desafiando a
la norma y la norma que siempre se está filtrando en
la antinorma)? En todo caso, si bien Genet enfrenta
los mismos problemas, los sitúa en ámbitos sociales,
en clases sociales muy diferentes, y aquí la dimensión
de la "clase” desplaza un poco el foco de la "categoría”
y de la "norma”, aunque no tanto del "sistema”. Por
otra parte, este organiza la totalidad estructural del
mundo social y rige en todas las clases, por cierto con
algunas diferencias notables, pero no incomposibles
ni inconmensurables. Lo cual tal vez debería llevarnos
a reemplazar la noción de norma por la de "veredicto”
(o a subsumir la noción de "norma” en la más amplia de
"veredicto”), en el sentido de que el mundo social puede

8o | DiDiereriBon
ser analizado como un conjunto de veredictos que se
imponen a los individuos o se apropian de ellos en algún
momento de sus vidas —afectándolos a menudo desde
su nacimiento o incluso antes—y que sor dictados (sin
haber sido efectivamente pronunciados en un instante
inicial y fatal, un instante al que solo se puede conce­
bir como un momento mítico que condensa los flujos
continuos de la interpelación social) por las estructuras
sociales, raciales, sexuales, de género, etc., heredadas de
la historia. Esos veredictos configuran brutal o insidio­
samente las formas de vivir y las formas de percibir, y el
lenguaje los recuerda y los reitera, sobre todo en forma
de insultos y estigmatizaciones, pero además a través
del conjunto de actos de nominación, designación,
atribución, asignación, y también mediante la delimita­
ción de los espacios y del espectro de aspiraciones o del
espectro de posibilidades alcanzables o realizables que
esos espacios autorizan o prohíben.’3

z3 Pienso, por ejemplo, en el veredicto que representa ser "bastarda"


para Violette Leduc, que debe vivir toda su vida cargando con la estigmati-
zación que la afecta desde su nacimiento, porque es una hija sin padre y
que, al mismo tiempo, afecta a su madre, por ser una "madre soltera". So­
bre el prejuicio y el "perjuicio" que implicaba para la madre y para su hijo
un "embarazo sin casamiento”, recomiendo las frases ardientes de Toni
Morrison en/ozz, París, Christian Bourgois, 1993, p. 90 (Jazz. Barcelona,
Ediciones B, 1997].

Teorías De La urerarura | 81
Sabemos que en los textos de Genet el imaginario de
la sexualidad se define por una polaridad en apariencia
muy rígida entre los roles sexuales "masculino” y "feme­
nino”, y esta polaridad puede basarse en la diferencia
de edad (los marineros y los grumetes que colman sus
sueños o bien los "capos” y sus "muchachos” en la colo­
nia penitenciaria de Mettray, es decir, los veteranos y
los recién llegados) o en una diferencia de "género” (los
"hombres” y las "tías” en Santa María de las Flores —la
dualidad surge tanto del aspecto o de la personalidad
sexuada de cada integrante de la pareja eventual como de
su rol en el acto sexual). Los individuos están atrapados
en esos roles sociales, sexuados y sexuales, y lo único
que pueden hacer es plegarse y encamarlos, animarlos,
darles vida, se es uno o se es otro, y se trata de identida­
des que exigen distintos tipos de conductas y configuran
distintos tipos de subjetividades.
La relación entre el capitán del barco y el grumete
en las fantasías del narrador de Milagro de la rosa es una
versión transfigurada por la fantasmagoría —y por la
literatura— de la relación que en Mettray hace que los más
jóvenes sean objetos sexuales de los más veteranos. Están
los "duros” y sus "mujeres" Por supuesto, tanto los roles
como las jerarquías entre esas dos categorías están bien
diferenciados: los "hombres” dominan y las "mujeres”

82 | DiDiereriBon
son sumisas y obedientes. Un hombre no podría ser
"sumiso” y, sobre todo, no podría ser sexualmente
"pasivo”, so pena de perder su estatus de hombre. Por ese
motivo, "el peor insulto entre los duros —que solía casti­
garse con la muerte- era la palabra 'culealo’ (enculé)".34
Las parejas que se forman entre los "duros” y los
"jovencitos” son verdaderas parejas, que se conside­
ran "casados” y que, por otra parte, efectivamente se
"casan” (hay toda una retórica de las "bodas” y de los
"esponsales” en la obra de Genet, en las que la pareja y
el "matrimonio” son situaciones deseables y deseadas,
conectadas a la realidad de las prácticas y al reco­
nocimiento de los modelos instituidos, aunque por
supuesto sin la bendición del orden social: una especie
de homenaje que el vicio le rinde a la virtud, la hete­
rodoxia supuestamente más heterodoxa a la ortodoxia
supuestamente más ortodoxa).
Por ejemplo, el narrador de la novela se casa con
Divers durante una ceremonia nocturna (y comproba­
remos de paso la ruptura de Genet respecto de Proust:24
*

24 Jean Genet, Mímele de la rose, Décines (Rhóne), L’Arbaléte,


1946, p. 153 [Milagro de la rosa, Madrid, Errata Naturae Editores,
2010, trad. de María Teresa Gallego Urrutia]. La traducción de este
y de todas las frases y pasajes de Genet citados nos pertenece.
[N.delT.J

Teorías De La ureraTura | 83
sus narradores son dobles sin máscara del propio autor.
El "yo” nunca habla desde afuera de una vida que solo
describiría para el lector: la asume sin distancia como
suya. En Milagro, por ejemplo, se llama "Jean Genet”).

¿De qué raza más soberana era Divers? Le perte­


necí desde el primer día, pero tuve que esperar que

Villeroy, mi capo por entonces, partiera a Toulon

como tripulante, para celebrar mis bodas con él. Fue


una noche clara, fría y estrellada. Entreabrimos la
puerta de la capilla desde adentro, un chico asomó su

cabeza rapada, miró hacia el patio, inspeccionó el claro

de luna y, en menos de un minuto, salió el cortejo.


Descripción del cortejo: doce parejas de palomas o

palomos, de quince a dieciocho años [...] Al frente,


marchamos el marido, Divers, yyo, la esposa. No tenía
velo ni flores ni corona en mi cabeza, pero en torno

a mí, en el aire helado, flotaban todos los atributos


ideales de las bodas.*5

Pero, evidentemente, ese dispositivo casi institu­


cional que sistemáticamente empareja a los veteranos

351bid.,p. 86.

84 | DroiereriBon
con los novatos en parejas duraderas y oficializadas
mediante un ritual sacrilego y sagrado no podría ser per­
manente: los más jóvenes se vuelven viejos y, al cabo de
algunos años, varios de ellos terminan transformándose
en "hombres”.

Si bien los duros elegían a sus favoritos entre los jóve­

nes más bellos, no todos estaban destinados a seguir

siendo mujeres. Cuando despertaba su virilidad, los


hombres les hacían un lugar junto a ellos.’6

Por consiguiente, el sistema tan rígidamente codifi­


cado de la diferencia entre los roles sexuales, ligado a la
estructura de las edades, parece minado en su interior
por el simple hecho de que los jóvenes envejecen y,
entonces, cambian—al menos algunos cambian—de
rol. De modo que cada individuo podrá ocupar sucesi­
vamente las dos posiciones. Eso significa que lo único
que se mueve en la estructura es el lugar que uno ocupa.
Pasar de un lugar a otro no implica ninguna transfor­
mación del sistema: es un movimiento de individuos
en el interior del sistema, que permanece intacto.

%6Ibid.,p. 194.

Teorías De rauTeraTura | 85
El individuo se desplaza en una estructura que conserva
toda su rigidez y toda su fuerza de asignación de roles y
de identidades. En el fondo, estamos muy cerca de lo que
escribe Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual, cuando
evoca la antigua Grecia y supone que la imagen literaria
e ideológica de determinado tipo de relaciones equivale
a la realidad de las prácticas: "Entre los griegos, donde
los hombres más viriles se contaban entre los invertidos,
es claro que lo que despertaba el amor del hombre por
el efebo no era su carácter masculino, sino su semejanza
física a la mujer, así como sus propiedades anímicas
femeninas: pusilanimidad, timidez, necesidad de ense­
ñanza y de ayuda. Tan pronto como el efebo se bacía
hombre, dejaba de ser un objeto sexual para el hombre y
tal vez él mismo se convertía en amante de los efebos”.^

27 Sigmund Freud, Trois essais sur la théorie sexueUe, París,


Gallimard, Folio, p. 50 [7bes ensayos de teoría sexual, en Obras com­
pletas, tomo VII, Amorrortu, p. 131, trad. José L. Etcheveriy]. Es
impactante comprobar que Freud parece erradicar la posibilidad
de una relación entre dos hombres adultos en el mundo griego:
uno de los dos debe ser inevitablemente un "efebo”, es decir, un
adolescente y, por lo tanto, "semejante” a "la mujer". Es verdad
que en ese pasaje trata de distinguir la inversión del objeto sexual
de la inversión psíquica, siempre conservando la noción de inver­
sión. Pero ratifica la idea de que el más joven no sentía ningún
deseo y solo era el objeto pasivo -y femenino— del deseo activo —y
masculino- de un hombre que ya había superado la adolescencia.

86 | DiDiereriBon
En Milagro, eso se corresponde con la primera des­
cripción de una cadena, que se construye a lo largo del
tiempo y de la que cada uno es un eslabón que une el
presente con el pasado, al principio como la "mujer” de
alguien mayor y luego como el "hombre” de alguien más
joven. El cambio solo puede producirse en un sentido:
de "joven” a "duro”, debido al fenómeno biológico del
envejecimiento. Y, por lo tanto, de "mujer” a "hombre”.
Teóricamente, dado que se trata de una estructura
sexuada y sexual sumada a una estructura de edad, es
inconcebible experimentar otra evolución que fuera de
"duro” a "mujer”. Si bien el sistema parece lógicamente
excluir semejante eventualidad, pues se sostiene preci­
samente en el hecho de que el rol sexual corresponde a
determinado estatus social en la jerarquía de la colonia
y de que cambiar de rol en ese sentido implicaría perder
dicho estatus, es decir, el lugar entre los hombres, entre
los duros, y por lo tanto, fracasar frente a todos, perder
el honor, ser despojado de la dignidad y hasta de la
calidad de ser humano (es posible ser "mujer” mientras
se es joven, a veces seguir siéndolo hasta cierta edad, a
riesgo de exponerse al desprecio y a la violencia verbal
o física de los demás; pero es imposible devenir mujer
cuando ya se es viejo); no obstante, pareciera que es al
menos posible —para gran consternación del narrador,

Teorías De ia ureraTura | 87
cuyas certezas e incluso sus esquemas de percepción
del mundo vacilan ante esta revelación— ocupar simul­
táneamente los dos lugares y asumir los dos roles, con
parejas diferentes. En efecto, cuando Villeroy, que es
el "macho” del narrador antes de que este se case con
Divers, le cuenta sus proyectos de fuga y los contactos
que hizo para concretarla con un "ladrón” recién salido
de la prisión de Fontevrault, le dice que fue cogido por
ese "ladrón". Y el narrador es invadido por una sensa­
ción de "vértigo”:

Mi hombre, mi duro, mi macho, que me cogía y me

dejaba su perfume, permitía que lo cogiera y lo acari­


ciara un rufián más fuerte. ¡Lo había cogido un ladrón!

El narrador entonces descubre:

Los ladrones se cogían y desde entonces solo fueron


para mí jóvenes perfumados que se cogen.’8

Su meditación lo lleva primero a preguntarse si no es


la presciencia de esa erotización del robo, de esa sexua-28

28 Jean Genet, Miracle de la rose, op. cit., p. 262.

88 | DiDieremon
lización del mundo de los ladrones lo que determinó su
propia trayectoria desde que era un niño: " ¿Acaso debo
ver ahí el punto de partida de mi afición por el robo?
Tal vez los únicos que llegarán a ser buenos ladrones
o, mejor dicho, "bellos” ladrones algún día son los que
de niños soñaban con ser ladrones para parecerse al
bandido que amaban y con el que se identificaban.

Joven ladrón, dejate llevar siempre por la fantasía


que te transforma en la criatura resplandeciente a
la que te gustaría parecerte. Únicamente los niños

que quieren ser bandidos para parecerse al bandido


que aman —o ser ese bandido— tienen la audacia

suficiente como para encarnar al personaje hasta sus

últimas consecuencias?’

Sin dudas hay que tener en cuenta que la palabra


"bandido” funciona aquí como el anuncio de un
mundo por venir que a la vez habilita a pensar o a
imaginar una forma diferente de desviación y de
anormalidad, del mismo modo que, en Santa María
de las Flores, el "nene maldito”, que es Gulafroy antes

w)Ibid.,p. ?63.

Teorías De La LrreraTura | 89
de devenir Divine, también es impulsado por su
imaginación de individuo marginado y excluido a
proyectarse en un futuro deslumbrante donde todas
las osadías y todas las transgresiones están permitidas.
La idea de un imaginario específicamente minoritario
es omnipresente en Genet, junto con la idea de una
infancia minoritaria, que se sabe, se presiente o, en
todo caso, se vive como minoritaria, y solo puede ser
vivida como tal mediante la imaginación, sobre todo
mediante la proyección imaginaria de uno mismo
en un futuro idealizado, que tratará de cumplirse
posteriormente: una versión para uso de "desviados”
del orden social y del orden sexual de lo que Merton
hubiera denominado una "socialización anticipato-
ria”. Las fantasías infantiles configuran su porvenir, a
la vez como libertad y como destino. La libertad como
amorfati, como apropiación, reinvención y resignifi­
cación del lugar asignado por el orden social, un lugar
aquí simbolizado por la metáfora de la prisión (así el
joven detenido en la colonia penitenciaria de Mettray
no duda que la curva de su existencia lo conducirá
a la "máxima realización de sí mismo” en la "forma
definitiva” que representa el hombre "de treinta
primaveras”, encerrado tras los muros de la cárcel de
Fontevrault, esos muros hacia los que se dirigían sus

90 | DiDiereriBon
sueños de adolescente y de los que saKa que "conser­
vaban la forma misma del futuro”).30
Pero lo que desconcierta más prefundamente al
narrador cuando se entera de que su anuite es al mismo
tiempo el amado de otro (quien ocupa una posición
superior en la "jerarquía” masculina déla fuerza y de la
potencia) es comprender de golpe que qiien domina en
una relación puede ser el dominado er otra. Los roles
no son tan estrictamente definidos ni fijos como él
creía. 0 dicho con más exactitud: lo son, pero las prác­
ticas y las identidades que se despliega! dentro de ese
marco conservan cierto grado de labilicad. Lo impen­
sable es real. Lo cual derrumba el análisis freudiano
antes citado. Pensamos entonces en las observaciones
de Foucault, quien cuando analiza el sistema codificado
de la diferencia de edad y de condición que rige en
algunas formas del "amor a los efebos’ en la antigua
Grecia, señala que por ser absolutamente necesarios
esos umbrales entre el amante y el amado no siempre
están nítidamente delimitados (los dos compañeros de
la relación pueden tener casi la misma edad y a veces no
se sabe cuál es el más grande de los dos), pero también

3o Ver el principio de Miracle de la rose, op. cit., pp. 7-8.

Teorías De lauTenrrura | 91
puede ocurrir que un efebo cumpla a la vez el rol de
amante en una relación con un compañero (apenas)
más j oven y el de amado en otra relación, con un com­
pañero (apenas) mayor.3' Luego de comprender que
todos los "hombres” que tienen una "mujer” pueden ser
al mismo tiempo "mujeres” para un macho más fuerte,
el narrador, en una segunda instancia, elabora, sobre la
base de ese descubrimiento, una verdadera cosmología
en la que el mundo se organiza de acuerdo con la ley
general del sexo masculino, a la que todos los hombres
(excepto uno) están sometidos. Podría hablarse de
una ley fálica del universo, pero que para nada sería
—¡en absoluto!— la Ley del Padre de los psicoanalistas
lacanianos o la del Falo con mayúscula, ligado al orden
de lo significante y de lo simbólico. Aludiría, más bien,
a una erotización y a una sexualización generales del
mundo, en un derroche no productivo de esperma, a
una desmultiplicación de los placeres, en la que cada
uno, es decir cada hombre o cada joven, es cogido y
"ensartado” por otro en una cadena del Ser que, lejos

31 Michel Foucault, Histoire de la sexualité, tomo II, L'Usage des


plaisirs, París, Gallimard, 1984, p. 214, particularmente la nota 1,
donde evoca un personaje del Banquete de Jenofonte [Historia de la
sexualidad, tomo II, £1 uso de los placeres, Buenos Aires, Siglo XXI,
2014, p. 205, trad. de Martí Soler].

9a | DiDiereriBon
de ser "discursiva”, conecta a todos los individuos en
lo real o en lo imaginario, desde el supeior al inferior,
desde ese individuo de esencia casi divina que nunca
será penetrado, pero cuyo destello inicial basta para
generar (como el primer motor de la fís ca aristotélica
que impulsa la totalidad de los movimienos del mundo:
nacimiento de Cronos) la concatenación de actos de
penetración, hasta el último de los honbres, que no
penetra a nadie —el narrador—y que por hallarse al final
de la cadena carga con el peso del mundo (masculino)
no sobre sus hombros sino sobre sus caderas:

Y una vez más me quedé pasmado ante la idea de

que cada macho tenía su propio macho admirable,


que el mundo de la belleza viril y de la fueiza también
formaba amorosamente, eslabón por eslabón, una

guirnalda de flores musculosas y retorcidas o rígidas y

espinosas. Vislumbré un mundo desconcertante. Esos


rufianes también eran mujeres de alguien más fuerte y
más hermoso. Y eran cada vez menos mujeres a medida

que se alejaban de mí y se acercaban al rufián más


puro, el dominante, el que reinaba sobre todos, y cuya
verga con forma de martillo, tan hermosa, solemne y

lejana, recorría la Colonia. ¡Harcamone! Yo estaba en


el extremo opuesto de esa guirnalda y cargaba con el

Teorías De La LTrerarura | 93
peso de la virilidad del mundo sobre mis caderas cada
vez que Villeroy me ensartaba.3’

No solo el mundo de la colonia penitenciaria se orga­


niza entre esos dos polos extremos, desde el Hombre
absoluto que es Harcamone, quien luego, en la cárcel
de Fontevrault se convertirá en el mítico e inaccesible
condenado a muerte, hasta el narrador que se somete a

32 Jean Genet. Mímele de la rose. op. cit., pp. 264 y 265. Nótese
que una imagen análoga de la "cadena” del mundo aparece en
Severa vigilancia, pero en ese caso los eslabones no están unidos
entre si por la penetración sexual. Se trata, no obstante, de una
misma gradación de los grados de potencia viril, ya que va desde el
miserable ladronzuelo hasta el gran Capo, aunque, curiosamente,
es este el que carga sobre sus "caderas” el peso del mundo, pues
aquí las "caderas” son el símbolo de la fuerza masculina, mientras
que en Milagro son el símbolo de la pasividad femenina. En la pie­
za teatral (versión de 1947), Ojos Verdes declara, de hecho: "¿Pero
qué soy para ustedes? ¿Creen que no lo he adivinado? Soy yo, aquí,
en esta celda, el que carga con todo el peso. No sé el peso de qué,
soy analfabeto, pero hacen faltan buenas caderas para sostenerlo.
Así como Bola de Nieve sostiene la misma carga pero para toda la
fortaleza, tal vez haya otro, el Capo de los Capos, que la sostenga
para el mundo entero. Pueden reírse en mi cara, pero tengo dere­
chos. ¡Soy hombre! ¡Sí, soy hombre!” (Jean Genet, Haute
surveillance, versión de 1947, en Théátre complet, París, Gallimard,
Bibliothéque de la Pléiade, 2002, p. 114). Ese pasaje aparece, pero
condensado, al principio de la versión de 1985 (ver ibid., p. 6)
[El balcón. Severa vigilancia. Las sirvientas, Buenos Aires, Losada,
2oo3, trad. de Luce Moreau-Arrabal].

94 | DiDiereriBon
todos los hombres para someterse, en última instancia, a
la Ley de ese Primer Falo, sino que la mecánica afectiva,
erótica y fantasmática del mundo entero se organiza
a lo largo de esa línea que los une. De modo que ya no
hay de un lado "hombres" y del otro "mu eres” sino que
cada individuo es a la vez la "mujer” de alguien (salvo
el Primero, que puede ser considerado como la Verga
Inicial, el Hombre Absoluto33) y el "hombre” de otro
(salvo el último de la cadena, en este caso el narrador),
dado que el Primero y el último no son más que puntos
hipotéticos en torno a los cuales se organiza el sistema
general de la dominación masculina, producto del típico
fantasma de Genet del homosexual pasivo, sometido a
la ley del macho, necesariamente heterosexual (o sea,
idealmente no penetrado, para Genet), del que los
"duros” de la colonia son apenas encamaciones imper­
fectas. El homosexual es la mujer del mundo, de todo el
mundo, porque está sometido a ley de los hombres, de
todos los hombres, del mundo masculino. Y todo el uni­
verso se organiza alrededor de esta relación que, a través
de todos los actos de penetración, une al "Duro” absoluto
con la "mujer” o la tía absolutas (como en Santa María

33 "Soñemos juntos, amor, con un amante fuerte y grande


como el Universo”, dice un verso de El condenado a muerte.

Teorías ne La Lrrerarura | 95
de las Flores, donde Mignon y Divine son presentadas
como "la pareja ideal”: "Divine y Mignon. Para mí, son
la pareja de amantes ideales”).3+
Dado que pretende reivindicar la infamia y la
abyección, Genet necesita reivindicar (por intermedio
de su narrador) el nivel más bajo, el más dominado,
el más humillado: el de ser—temporalmente, pues en
Fontevrault se convertirá en un hombre, salvo cuando
fantasea con Harcamone— la mujer de todo el universo,
la "mujer absoluta”, atravesada por mil vergas, como un
San Sebastián que se deleita con el placer de las flechas
que espera, desea e invoca.
Sin embargo, no habría que perder de vista la
otra conclusión que se impone: esta cosmología de
la dominación masculina y hétero - sexual (el binarismo
masculino-femenino y ”hombre”-"mujer” generaliza­
do), representado visualmente por la guirnalda, tiene
como consecuencia que cualquier heterosexual puede
tener relaciones homosexuales con un "puto”, una
"tía” o un adolescente... Dicho de otro modo, cualquier
hombre en este universo es un amante o un culeador,
pero potencialmente también un amado o un culeado.

34 Jean Genet,Notre-Dame-des-Fleurs, Décines (RhSne), L’Ar-


baléte, 1948, p. 56.

96 | DiDiereriBon
La dominación del principio masculinc, acoplado con
la heterosexualización de los individuos que incurren
en prácticas homosexuales (hay "hombrts” y "mujeres”
y los "hombres” no son homosexuale», por más (pie
incurran en prácticas sexuales con pergeñas del mismo
sexo, pues esas personas son "mujeres”, 'mujeres” a las
que les gustan los hombres y se acuestan ron ellos), tiene
como consecuencia, en última instancia una homose-
xualización general del mundo (masculino), ya que a la
vez los "hombres” demuestran ser "mujeres” para otros
hombres más hombres que ellos. Tínicamente el hombre
ideal, el hombre supremo, conserva su masculinidad
intacta —y con ella su condición de hombre—. Sabemos
que, para Genet, al menos es lo que trata de subrayar
poderosamente en Querelle de Brest, ser "culeado” cam­
bia la "naturaleza” de quien por eso mismo se vuelve
un culeado, es decir, un puto: el acto de penetración le
confiere una nueva identidad al penetrado. Para decirlo
directamente y con las palabras de Genet: hacerse culear
es volverse "un culeado”, es decir un "puto” (de la misma
forma que quien comete un robo se vuelve un ladrón:
haber robado implica ser un ladrón) .35

35 Ver, en Querelle de Brest, la iterativa meditación de Querelle,


durante la escena sexual con Norbert, el dueño del burdel, acerca

Teorías De iaureratrura | 97
Si bien, de acuerdo con el modelo que describe
Foucault cuando estudia la antigua Grecia, ser "domi­
nado”, estar en el rol "pasivo” en la relación sexual, y
más aún ser "penetrado” (ya sea en el acto de sodomía
o en el de felación) implica perder el honor y, por lo
tanto, la aptitud para dirigir la Ciudad,*36 vemos que,
en el universo de Genet, o ya no queda casi nadie para
asumir funciones políticas o gubernamentales, o esa
capacidad para ejercer el Poder se concentra en manos
de Uno solo, al que todos le deben obediencia (como
en la sociedad cortesana analizada por Norbert Elias,
donde conforme a la lógica de la etiqueta, todo el mundo
está ligado al sistema y se debe respetar a quien está por
encima de uno en sentido ascendente hasta el monarca

de ese acto como la ejecución de una "muerte” del antiguo ser pre­
via a una resurrección y, luego, en las páginas siguientes, acerca de
su nueva "naturaleza". Ciertas prácticas son más decisivas que
otras para conferir una determinada "naturaleza” a un individuo.
En efecto, se debe a que Querelle tiene ganas de acostarse con
Madame Lysiane, la mujer de Norbert, que este se concede el de­
recho de tener una relación sexual con él. Y esa relación sexual le
confiere a Querelle su nueva identidad, como si el lazo perdurable
que va a establecer con una mujer se volviera secundario o no inci­
diera en lo que él "es”.
36 Ver el capítulo "L’honneur d’un garlón”, en Michel Fou­
cault, L'Usage des plaisirs, op. cit., pp. 224-286 [El honor de un
muchacho, Historia de la sexualidad, tomo II, El uso de los placeres,
Op. cit., pp. 221-233].

98 | DiniereriBon
absoluto, considerado el Rey Sol, cuyc rayos infunden
vida y dan forma a las relaciones sociales en un escalona -
miento que va desde arriba hacia abajo el Estado es él).
Evidentemente, es legítimo deducir df esa cosmología
sexual la representación de un orden político, en el que
la ideología masculinista y la dominación de uno solo
sobre todos los demás compondrían, junto a la inter­

ios principios de una vocación totalitaria o dictatorial,


un fascismo erigido sobre el homoerotismo —masculi­
no— generalizado. La política de Genel —en la medida
en que es posible hablar de una política de Genet- no
siempre se presenta de un modo agradable o simpático.
No dan muchas ganas de adherir a ella (incluso contiene
aspectos detestables, peor aún: repulsivos). Pero sin
dudas la ética de la traición y de la deslealtad que anima
a sus libros (y que tampoco es muy admirable), su des­
confianza siempre alerta hacia los poderes (que sí es un
poco más admirable), la práctica del engaño que busca
fastidiar dichos poderes cuando parece que se pliega a
ellos, esa manera de no respetar lo que se finge adorar,
el carácter condicional o, mejor dicho, estratégico, en el
sentido foucaultiano de una actitud adoptada en deter­
minado momento ante determinada situación y, por
lo tanto, provisional en sus adhesiones (el paradigma

Teorías De ia LTrerarura | 99
es apoyo a ios palestinos que luchan por tener un Estado,
pero cuando lo consigan los traicionaré, de modo que,
de cierta manera, ya los estoy traicionando) deberían
más bien llevarnos a pensar que el pansexualismo que
parece caracterizar su visión de mundo no coincide
tan fácilmente con alguna forma de régimen político o
social. ¡Todo lo contrario, tal vez! Pues la masculinidad
no parece ser otra cosa en este caso que un fantasma a
cuya sombra todo está permitido o todo es posible: quie -
ro decir todas las identidades y todas las transgresiones
a nivel de género y a nivel sexual, esas transgresiones
que, en la actualidad, tanto perturban a los psicoanalis­
tas, lacanianos u otros, y también a los conservadores
comprometidos con la preservación del orden tradicio -
nal, lo que implica la constante voluntad de prescribir
aquello que debe ser real, encerrándolo en una camisa
de fuerza de ideologías morales, que por suerte siempre
son recusadas, porque todo indica que el "desorden”,
denunciado una y otra vez, es tan antiguo y tradicional
como el orden afirmado una y otra vez.

100 | DimereriBon
vil i La Fuerza DeL siSTema
Hablé de una cadena del ser. Genet utiliza una ima­
gen distinta: una guirnalda (pero una guirnalda que no
está cerrada, que no forma un círculo, pues el primero
nunca es penetrado y el último no penetra a nadie). De
modo que es bajo el signo de las flores -y también del
perfume— que el mundo de la masculinidad se erotiza
y se homosexualiza, como sucede en toda su obra. Por
ejemplo, en la primera página de Diario de un ladrón
(donde los reclusos son comparados con flores) o en
Severa vigilancia (el nexo entre la fuerza, el asesinato y las
lilas), o incluso en Santa María de las Flores (al principio
de la novela, los "tipos grandotes, inflexibles, estrictos,
de sexos pujantes” son comparados con flores de lis) o
en Milagro cuando las cadenas alrededor de las muñecas
de Harcamone se transforman en una guirnalda de flores
blancas, mucho antes de que una rosa roja, de una belle-
zay de un tamaño monstruosos, invada la página cuando
él muere en el cadalso -rosas de colores diferentes, pero
que siempre simbolizan la virilidad casi mística de este
asesino con el que fantasea toda la prisión.

Teorías De La LrreraTura | io3


Del mismo modo que, en el famoso Tratado de las
sensaciones, de Condillac, la estatua cobra vida porque
aspira el aroma de una rosa y poco a poco adquiere la
capacidad de participar en una conversación, en este
caso son los colores y los perfumes de las flores (las
rosas, las flores de lis, las lilas...) los que dan vida al
universo de la masculinidady de la sexualidad masculi­
na (es decir, a la sexualidad de los hombres entre ellos),
que probablemente conserven de su origen floral una
especie de fragilidad quintaesencial. Las flores, dice el
narrador de Milagro, "son para mí adornos infernales",
desde que pasó por Mettray. Pero ese satanismo floral
concita también la eclosión del amor, de los sentimien­
tos, de la pasión.3? Dado que es vista a través del prisma
de la sexualidad entre los hombres —y así es como la ve
Genet—, la masculinidad se sostiene en un principio
de incertidumbre, afectado por una inestabilidad
cuyo efecto dominó perturba la exacta reproducción

37 Acerca de la omnipresencia de las flores en la afirmación


gay y particularmente en la literatura gay o criptogay del siglo xix
en Inglaterra, ver el capítulo "Flowers”, del libro de Neil Bartlett,
Who Was that Man? A Present for Mr. Oscar Wilde, Londres,
Serpent’s Tail, 1988. Pero por entonces las flores estaban vincu­
ladas con el afeminamiento. Genet realiza una inversión del
valor atribuido a la referencia floral, cuando la vincula con la
masculinidad. En él, la flor hace al hombre.

104 | DioiereriBon
que pareciera imponer la figura de Harcamone. Es
que Harcamone solo puede ser la encamación ideal y
modélica de la masculinidad y la figun en torno a la
cual gira y se organiza toda la masculinidad del mundo
en la medida en que, a causa de la posición que se le
asigna, penetra potencialmente a todos los demás
hombres, y por eso mismo destruye la masculinidad
que instaura, encarna y simboliza. La masculinidad y la
polaridad "hombre”-"mujer” (la diferencia de sexos)
no son, por lo tanto, estructuras antropológicas inmu­
tables, un a priori trascendental que ineluctablemente
regiría las prácticas o las identificaciones, pues la vida
sexual atraviesa todo el tiempo zonas de turbulencia
que nadie puede predecir ni pronosticar, y en las
cuales los roles vacilan, se transforman, se invierten,
se desmultiplican.. .38

38 En Querelle de Brest, la relación sexual entre Norbert y Que­


relle produce una alteración de la identidad en ambos. En cierto
modo, el dueño del burdel también se desviriliza por el simple
hecho de practicar un acto sexual con otro hombre, pues más tar­
de nos enteramos de que "frente a Robert [el hermano de
Querelle], Nono recuperaba la verdadera virilidad que perdía
junto a Querelle. No es que adquiriera el alma o los gestos de un
puto, sino que cerca de Querelle [...] se impregnaba de la atmós­
fera particular que siempre rodea a un hombre al que le gustan los
hombres”. Y cuando, al final del libro, Madame Lysiane le repro­
cha a Querelle: "Entonces, sos un tapette (marica)" (como si para

Teorías De iaurerarura |105


La sexualidad, tal como la ve el narrador genetiano
en el curso de sus diferentes aventuras, introduce en
medio de las normas y las prácticas, las reglas y las
realidades, las identidades y los deseos, las identi­
ficaciones y los placeres, una serie de discordancias
que, si bien dejan intacta la normatividad —con las
obsesivamente reafirmadas nociones de masculino y
femenino y la primacía de lo masculino sobre lo feme­
nino, etc., provocan no obstante una erosión general
de la proclamada rigurosidad de un orden sexual cuya
Ley, al igual que todas las leyes, parece estar destinada
a ser desafiada e ignorada constantemente, sobre todo
desafiada e ignorada por los mismos que la reivindican
y quieren aplicarla. En ese sentido, hasta cierto punto,
aplicarla no es más que destruirla, en la realidad o
en la fantasía. En consecuencia, la Ley es una ficción
en la que nunca deja de jugarse tanto la ficción como
la realidad.

su amante fuera imposible feminizarlo del todo y lo califica con


una especie de imagen inversa del "griffon” —travestí—, que es
Divine en Santa María de las Flores, o sea un puto de aspecto mas­
culino). Querelle se siente herido por la palabra "marica”, pero se
ríe porque "sabía que se dice 'una' tapette (marica), antes de
responder: "Nono también es una marica”, con lo que homose-
xualiza a ambos compañeros de la relación sexual entre dos
hombres, más allá del rol que cumplan en la relación.

106 | DiDiereriBon
Podríamos detenernos aquí. Sin «margo, en e«te
punto es indispensable preguntarse siicaso no es el
juego —en el doble sentido de juego con l;s normas y le
juego en los engranajes siempre mal ajusados entre las
reglas y las leyes— lo que permite que la p'opia Ley fun­
cione. En el fondo, probablemente, no haza nada "fuera
de la ley” ni "fuera de la norma”, ningún pensamiento
del afuera”: incluso aquellos que están fiera de la ley y
fuera de la norma están atrapados en el ástema de las
leyes y las normas, y en muchos sentidos y en muchos
momentos, también son prisioneros cono los demás.
El margen sigue conectado al centro y la jontracultura
es un elemento de la cultura contra la que lucha y de
la que trata de alejarse o de retirarse. Los marginados
del sistema forman parte integral del sistema, a la vez
como válvulas de seguridad y, fundamentalmente, como
aquello que le permite a la norma definirse a contrario
mediante aquello que la rechaza y que la repele, y que
también ella rechaza y repele para estabilizarse y per­
petuarse. Sin dudas no hace falta elegir entre los dos
modelos de funcionamiento del poder expuestos suce­
sivamente por Foucault: el que funciona por exclusión y
el que funciona por inclusión. Pues ambos, en realidad,
forman uno solo, y las respuestas contrarias, cuando se
enfrentan a alguna de estas formas, siempre corren el

Teorías De La ureraTura | 107


riesgo de ser neutralizadas por las modalidades ligadas
a la otra forma. Si la cárcel como edificio panóptico, nos
dice Foucault en Vigilar/castigar, es la combinación
arquitectónica de los dos modelos, donde se combinan
y se refuerzan mutuamente la exclusión y la inclusión,
la marginación y la observación, el rechazo y la correc­
ción, el silencio impuesto y la confesión solicitada,
la represión y el rastrillaje minucioso, la soberanía y
la disciplina, la ley y la norma, la gestión de la lepra
y la gestión de la peste... y si, como dice Deleuze, ese
edificio es el punto de referencia "analógico” desde el
cual debemos pensar el poder, cómo podemos eludir
el doble influjo que nos lleva constantemente de un
polo al otro y a la vez nos genera la sensación o la ilu­
sión de una liberación (una ilusión firme y recurrente
cuyo esquematismo, predominante en la crítica radical
de los años 1970, Foucault precisamente iba a tratar
de desarticular en La voluntad de saber).
Reelaborando los análisis de Derrida acerca del
enunciado performativo como un acto de lenguaje
siempre "citacional” —para que funcione debe ser cono­
cido y reconocido, es decir que haya sido pronunciado
antes-y, por consiguiente, como reiteración que no
puede funcionar sin sus inevitables fracasos, sus inevi­
tables desvíos y, por lo tanto, sus novedades inevitables,

108 | moiereriBon
Judith Butler propuso fundar una teoría lerformativa del
"género” en el marco de la cual sería posible considerar
todo aquello que perturba al régimen dda reproducción
de la norma y de las identidades ligadasa él. Existiría un
"problema” intrínseco al género, ya qie la reiteración
nunca se adecuaría del todo a las identidades definidas
por las normas.3’ Pero se podría objetar (o más bien
agregar, pues esta nueva dimensión no anula la señalada
por Derrida y Butler) que la teoría casi ineluctablemente
incluye la idea de que todo aquello que elude la violen­
cia de la norma no destruye al sistema sino que es un
elemento del sistema. El desvío forma parte de la reite­
ración, es a la vez el efecto y la condición de viabilidad y
de reproductibilidad. Y si bien el "género” siempre es la
copia de una copia que carece de modelo, de modo que es
posible "destruir” o más bien abrir el cerco normativo,
pues múltiples identidades o identificaciones pueden
encontrar o hacerse un lugar ahí, eso no significa en
absoluto que la fuerza coercitiva de la norma o del vere­
dicto no se ejerza en cada uno de nosotros: la norma
infringida nos señala como infractores de la norma,

39 Ver su magnífico Excitable Speech. A Politics ofthe Peiformati-


ve, Nueva York/ Londres, Routledge, 1997, y particularmente el
capítulo 4, "Implicit Censorship and Discursive Agency”.

Teorías De uureraTura 1109


y el "veredicto” antes mencionado se renueva en todo su
vigor porque nos coloca, ante los otros y también ante
nosotros mismos, como quienes intentan situarse fuera
de su jurisdicción. Si bien la reiteración da lugar, y solo
puede concretarse dando lugar a distintas identificacio­
nes, a diferentes fantasías, no previamente distribuidas
(en particular por el binarismo biológico o sexual de
la "diferencia de los sexos”...), si bien eso posibilita
la "agency”, la "capacidad de actuar” y los cambios
consiguientes, también es cierto que esos cambios no
obstaculizan ni impiden la reproducción de lo mismo,
y el espectáculo omnipresente de esta reproducción del
modelo en el mundo en que vivimos reduce el horizonte
de los cambios posibles, pues notamos que la realidad
social sedimentada y solidificada le opone resistencia
a todo lo que se sale del registro de las aspiraciones
políticas, a la voluntad de innovación, al advenimiento
de lo "imposible”. En ese sentido, la persistencia del
mundo social y su reproducción son inevitablemente
una reproducción dentro de nosotros.40

40 Para distanciarse de las lecturas ingenuas o simplistas de su


obra, Judith Butler señaló más de una vez que había analizad» el
género como performatividad, no como performance, y que nunca
se le había ocurrido pensar que podíamos cambiar de género como
se elige ropa en un armario. Por ese motivo liejó a decir que se

no | Dn>iereriBon
Ya lo decía Simone de Beauvoir al principio del
Segundo sexo-, no existe un "modelo registrado’ de
la femineidad. Sin embargo, algunas mujeres hacen
lo imposible para adecuarse a ese ideal "femenino”,y lo
mismo ocurre con los hombres respecto de lo "mascu­
lino” y la masculinidad. Otros intentan eludirlo, lo cual
no es simple, porque el mundo circundante nunca deja
de lanzar sus llamados al orden (Beauvoir se iba a dar
cuenta en el momento en que publicó su libro). Sobre
todo si "no se nace mujer”, sino que se "lo deviene”,
significa que desde la primera infancia, antes incluso
de escuchar tales llamados al orden, dicho orden se ha
inscrito en el fondo de cada individuo (de ahí deriva
su fuerza y su eficacia sociales, de las que resulta tan
difícil sustraerse) mediante los procesos de aprendi­
zaje de los modos de relacionarse con el mundo. Por
eso deslicé la idea de que, en el fondo, se nace mujer,
u hombre. Los roles y las identidades nos preceden, se
apropian de nosotros, se nos imponen y configuran lo
que somos y lo que vamos a ser (son los "veredictos”
sociales que poseen efectos de destino). Lo importante

había dado cuenta retrospectivamente de que lo que estaba más


cerca de las nociones que había tratado de establecer en El género
en disputa era precisamente el concepto de habitas de Bourdieu.

Teorías De La UTerarura m
es distanciarse o tratar de distanciarse de eso roles
prefijados y de las coacciones normativas que los
instituyen y restituyen todo el tiempo. La filosofía
de la conciencia, que es el marco del pensamiento de
Simone de Beauvoir, la induce a hablar de una "sumi­
sión” de las mujeres a su opresión, a su condena a ser
relegadas a un lugar "secundario”, a ser solo "objetos”
del discurso de los hombres. Es esa "complacencia”
con su "condición” lo que explica por qué les resulta
difícil o imposible pensarse como "Sujetos”, lo que a
su vez les exigiría participar en un movimiento espe­
cífico, como los proletarios o los negros en los Estados
Unidos, escribe ella, y al mismo tiempo volvería posi­
ble dicha participación, en el movimiento dialéctico de
una libertad que se proyecta hacia el porvenir.
Pero si optamos por pensarlo en términos de incor­
poración de las estructuras sociales (a lo que por otra
parte nos invita Beauvoir, cuando estudia los distintos
niveles de determinismo, sobre todo en su espesor
histórico, lo cual ayuda a comprender la supuesta evi­
dencia unánime de la supremacía masculina. Ante las
constataciones opuestas de que no existe una naturaleza
femenina, por un lado, y de que basta con abrir los ojos
para comprobar que existen hombres y mujeres, por
otro, la clave para ella es estudiar cómo se consuma

113 | DioiereriBon
y se experimenta esta alquimia de la Situación” que
transmuta las existencias en una es;ncia), vemos
que es difícil interrumpir la adhesión dixica al mundo
que cada uno de nosotros ratifica todos los días en la
forma de una participación irreflexiva tn el mundo tal
cual es. El objetivo que se impone, entonces, consiste en
comprender cómo opera esta magia social que produce
la reproducción. ¿Por qué funciona? ¿Ycómo? ¿Cuáles
son los mecanismos por los cuales el oiden social y el
orden sexual se perpetúan a sí mismos ’ Es obvio que
no basta con tener conciencia y que la libertad que uno
supone concederse a sí mismo, en gran medida corre el
riesgo de quedarse empantanada en lo práctico inerte,
que se pega a cada uno de nuestros gestos, nuestras
palabras y nuestros afectos.
No hace falta decir que lo que "perturba” al género y
"subvierte la identidad” no tuvo que esperar —¡y Butler
lo sabe mejor que nadie!- que llegaran los años 1990 y
la emergencia de la crítica "queer” para que existiesen
y se afirmaran otras posibilidades, otras identidades,
otras identificaciones, otras relaciones con uno mismo
y con el mundo circundante (precisamente escribió
el libro El género en disputa para volver inteligible esas
distancias respecto de un feminismo excesivamente

Teorías De La Lrrerarura | u3
y la diferencia de lo» sexos). De esto debemos deducir,
en la medida en que comprobamos que las distancias y
las disidencias se reactivan con el paso de las genera­
ciones, que todas esas desviaciones y variaciones casi
no afectan al sistema normativo en tanto que sistema.
Seguramente, eso permite que algunos vivan -más o
menos bien- las vidas que ellos o ellas quieren o qui­
sieran vivir. Esto es importante, fundamental incluso,
antes que nada para aquellos y aquellas que así se las
arreglan para acondicionar espacios desde los cuales
intentan superar la vergüenza y la vulnerabilidad que el
orden social y sexual se dedican a inscribir en la mente
y en el cuerpo de los parias. Los atajos y las banquinas de
la norma son lugares de supervivencia que esbozan una
geografía parcial de la libertad. Esta resistencia del día a
día, esta resistencia en la ocupación del espacio público,
en la forma de vestirse, esta resistencia en la creación
literaria y artística, en el pensamiento, también debe ser
considerada como uno de los vectores fundamentales en
las confrontaciones directas o indirectas contra el orden
normativo y contra las restricciones y las asignaciones
que este impone en la formación de subjetividades
(podemos citar el libro de George Ghauncey, GayNew
York, 1890-1940, como una extraordinaria exploración
de esas resistencias cotidianas, al "nivel de la calle”, y

114 | DiDiereriBon
de las batallas entabladas en múltiples frentes contra
las fuerzas de control social, por ejemplo, en la manera
sexuada con que uno opta por presentarse a la mirada
de los otros en la vida cotidiana, o al menos de noche
o en ciertas ocasiones especiales, el genderpersona que
uno se fabrica porque es lo que uno quiere ser o hacer).
La voluntad inmemorial de curar a los desviados, de
tratar de reintegrarlos en la normalidad sexuada, sexual,
psíquica (violencia de la psiquiatría y del psicoanálisis
como inclusión forzada) a la cual no quieren o no pue­
den plegarse, o bien, a la inversa, pero es lo mismo, el
rechazo inmemorial a aceptarlos y a integrarlos en la
normalidad jurídica (en este caso, la violencia de la ley
y del derecho como matrices de la exclusión cultural)
demuestran, por si quedaran dudas, que los guardianes
del orden nunca se resignarán a que se contravengan las
reglas que defienden y tratan de imponer.
Y para algunos, en ciertas situaciones, la fuga es la
única salida posible. Al describir el "contrato social”
heterosexual —y el contrato psicoanalítico con el que está
intrínsecamente ligado— como un "régimen político”,
Monique Wittig escribió, con una fórmula contundente,
que "la lesbiana no es una mujer” porque, como los
esclavos fugitivos, ha huido del sistema que la obligaba
a inscribirse en un binarismo sexual y sexuado (de

Teorías De ia ureraTura 1115


género) en el que la "mujer” solo existe en relación —y
como un elemento complementario e inferior— con el
"hombre”. Por consiguiente, rechazar este lugar asigna­
do en el marco heterosexual binario implicaría situarse
por fuera de las identidades obligatorias y concederse
una forma de libertad conquistada contra el orden
dominante. Me parece evidente que dicha fuga —incluso
si la comparación con el esclavo que logra escaparse, por
elocuente que sea, no deja de ser metafórica, pues las
situaciones de sumisión no son realmente comparables
y los riesgos que se corren no son equivalentes, al menos
en los países donde Wittig vivió— siempre fue uno de
los grandes medios de inventarse a uno mismo como
alguien diferente a lo socialmente programado y cul­
turalmente prescrito (y la gran ciudad como "refugio”,
con sus redes de sociabilidad y de solidaridad minori­
tarias puede atestiguarlo). No se trata aquí de una fuga
individual sino colectiva, aun cuando los individuos que
la realizan recién constituyan un colectivo después de
haber escapado: el colectivo ya está presente en la cabeza
de aquel o aquella que viene a unirse y así contribuye a
crearlo o a recrearlo. Una vez más podemos hablar en
este caso de una socialización anticipatoria o, mejor, de
la anticipación de una forma deseada de socialización:
la proyección de uno mismo en un porvenir imaginado

116 | DnnereriBon
inaugura otros mundos posibles y, por lo tanto, otros
mundos reales. Y el solo hecho de escaparse engendra,
como cualquier exilio, cualquier distancia, cualquier
partida, la posibilidad de un análisis crítico particular­
mente lúcido del sistema como tal.**
Pero yo sigo sosteniendo la validez y la pertinencia
de ese "pesimismo estructuralista”, que Judith Butler
me ha reprochado (aun cuando preferiría llamarlo
"optimismo realista”, por ejemplo, u "optimismo atra­
vesado por el enfoque sociológico”), porque también es
verdadero o también es evidente que el binarismo de
"género” y la jerarquización de las identidades y de las
sexualidades realmente nunca dejaron de reproducirse
ante nuestros ojos como estructuras, pese a todo lo que
parece haberlas perturbado en el curso del siglo pasado
y pese a todo lo que efectivamente ha cambiado en la
vida social, económica, jurídica, cultural, sexual, etc.
La estructura cambia manteniéndose y se mantiene
cambiando (sabemos que sucede lo mismo con el

41 Acerca de la fuga como necesidad individual para la inven­


ción de sí mismo y acerca de la percepción lúcida y crítica de las
estructuras del orden social y del orden sexual que posibilita, re­
comiendo la novela de Edouard Louis, En finir avec Eddy Belleguele,
París, Seuil, 2014 [Para acabar con Eddy Bellegueule, Barcelona,
Salamandra, 2014, trad. de María Teresa Gallego Urrutial.

Teorías De La urenrrura 1117


sistema escolar). El psicoanálisis como doctrinay como
terapéutica es un excelente síntoma de eso, ya que puede
perdurar y persistir incansablemente en su actividad
de reorganización conservadora del orden del género
y de la sexualidad, con su obsesión por la "diferencia
de sexos” como principio de la estructuración psíquica
de los sujetos humanos.*2
Por consiguiente, ¿cómo pensar la subversión del
orden sexual si todo lo que trabaja para desestabilizarlo
al mismo tiempo contribuye, en cierto modo, a conso­
lidarlo o, más profundamente aun, a integrarlo? En ese
sentido, el orden sería el sistema de diferencias, incluso
en la oposición que las enfrenta de modo ininterrumpi­
do. En el fondo, antes que paralizada, su reproducción
resulta confirmada y reforzada, mucho más de lo que
creemos, por aquello que parece escapársele. Pues la
norma —en la medida en que puede interpretarse como
un "veredicto” mediante el cual somos producidos y
constituidos como lo que somos y como lo que seremos
para siempre, y también como esy como será constituido

42 Respecto de esta discusión, remito a mi Échapper á la


psychanalyse, París, Leo Scheer, 2005, que en su origen fue una
conferencia pronunciada en Berkeley, en septiembre de 2oo3 yen
la que Judith Butler era la interlocutora [Escapar del psicoanálisis,
Barcelona, Bellaterra, 2008].

118 | DiDiereriBon
el mundo circundante, donde deberemos vivir— no es
solo una regla exterior a la que sería aceptable adecuar­
nos o no, sino que se inscribe en lo más profundo de
nuestros cuerpos y de nuestros cerebros, y allí ejerce
su poderosa influencia, se la respete o no (y siempre
las respetamos más que lo que quisiéramos, más que
lo que suponemos). Asoma en todas partes. Se repite
tanto en quien se opone y la rechaza como en quien la
respeta y se adhiere, aunque sea de un modo diferente y
conforme a diferentes modalidades de relación consigo
mismo y con los otros. Pierre Bourdieu insiste con razón
en ese punto y, particularmente, hay que destacarlo,
en su libro sobre la "dominación masculina”, en la
que ve una de las formas de dominación donde mejor
se vislumbra lo que él llama "violencia simbólica”, es
decir, la violencia que se ejerce sin recurrir a la violencia
física (aun cuando dicha violencia física sigue siendo
una de las dimensiones de la persistencia del orden
simbólico como orden histórico-político), pero sobre
todo a través del peso y de la inercia del pasado grabados
en cada uno de nosotros. Lo que debemos comprender
—y analizar— es cómo, pese a todas las transformaciones
que afectan al mundo social, la estructura de la domi­
nación o, más bien, las estructuras de las múltiples
dominaciones se reproducen de forma casi idéntica.

Teorías De ia LueraTura | 119


¿Cuál es la fuerza de esas estructuras? ¿Cómo se per­
petúan, pese a los cambios que pueden parecer tan
numerosos y tan profundos? ¿Y cómo participamos
todos (dominadosy dominantes) en esta perpetuación?
Proust y Genet ofrecen múltiples visiones acerca del
modo en que los dominados confirman y ratifican las
lógicas de la dominación en los mismos gestos y palabras
con los que tratan de escapar del orden dominante. No
quiero decir en absoluto que toda palabra subversiva
siempre está atrapada en el "discurso del amo” y que
solo podría oponérsele ficticiamente, en una escena
teatral dirigida autoritariamente desde detrás de bam­
balinas por el orden intemporal de lo "Simbólico” y del
"significante”, que serían las condiciones preculturales
de la cultura o presociales de lo social y, por definición,
fundamentalmente impermeables a la transformación
cultural y social (esas estructuras cuasi trascendentales
del lacanismo son tan parecidas al naturalismo del
pensamiento teológico que resulta difícil distinguir
entre ambas formaciones ideológicas conservadoras
en sus operaciones de deshistorización y de eterniza­
ción del "género”, de la "diferencia de sexos” y de la
dominación masculina y heterosexual). Sin embargo, el
sistema normativo está inscrito en todas las estructuras
del mundo, en el funcionamiento general y cotidiano

uo | DroiereriBon
de todos los mecanismos institucionale que se repro­
ducen a sí mismos sin que sea necesarú, la mayoría de
las veces, que intervengan explícita o vsiblemente los
dispositivos dedicados a su reproducciói (lo que nos les
impide dedicarse a ello sin descanso, de ’orma implícita
o invisible). El sisetem normativo tiende a preservarse
en su ser. En ese sentido, resulta particularmente efi­
caz la metáfora del "espejo que engorca” que emplea
Bourdieu cuando se enfoca en la sociedad kabila que
estudió entre los años 1950 y 1960 con el objetivo de
descifrar el funcionamiento de la "doninación mas­
culina”, como estructura organizadora ¿el conjunto de
la vida social y extraer los principios —particularmente
los del inconsciente androcentrista de las sociedades
mediterráneas— que organizan nuestra propia cultura:
en el fondo, toda sociedad donde las divisiones y las
jerarquías estructurales parecen más nítidamente mar­
cadas y más sólidamente rígidas que en la nuestra puede
servir de "atajo etnográfico” o de "atajo histórico” que
posibilita "la anamnesis de las constantes ocultas” y leer
en el mundo en que vivimos la obstinada resistencia del
orden social y sexual a las resistencias que le oponen las
políticas disidentes o alternativas.
Más aún: los discursos heréticos, las prácticas sub­
versivas, cualesquiera sean las fuerzas y la profundidad

Teorías De La urerarura | ui
de las fisuras que le causen al edificio de las normas,
no se chocan solo contra la inercia que les opone el
mundo social sino que además siempre arrastran con
ellos las huellas del pasado, de la historia y las marcas
del presente y del lugar que ocupan en la estructura
como totalidad fuera de la cual no es posible, ni siquie­
ra imaginable, situarse. El orden social incorporado,
inscrito en lo más profundo de cada uno nosotros, por
el aprendizaje del mundo social tal como la historia
lo ha conformado, fuerza la participación ineluctable
de todos, dominantes o dominados, conservadores de
la ortodoxia u organizadores de la heterodoxia, en la
reproducción social, de un modo no necesariamente
consciente, por supuesto, y no pensado ni querido como
tal (pese a nosotros, eso puede jugar, en forma de gestos
reflejos, reacciones reflejas o sentimientos reflejos,
contra la conciencia, el pensamiento y la voluntad). Es
precisamente el carácter inconsciente de la adecuación
de los gestos y de las palabras al orden establecido, es
decir, instituido y permanentemente reinstituido, lo
que garantiza la eficacia de esta "complicidad” tácita. No
podemos deshacer todo lo que la historia hizo y tampoco
podemos deshacemos de todo lo que la historia nos hace
ser. Por eso el análisis crítico del mundo social siempre
exige, como requisito fundamental, un autoanálisis

m | DiDiereriBon
previo, una crítica de uno mismo, una (ática del orden
social en uno mismo. Es inevitable que la genealogía
política del presente —la ontología de msotros mismos
como investigación del conjunto de veredictos que
nos constituyen— se someta a una autogenealogía, a un
autoanálisis como una manera de darlesforma y sentido
a las pulsiones heréticas y subversivas. Y esta, práctica
del ontoanálisis o, lo que es lo mismo, del socioanálisis,
solo puede imponerse como necesaria síes invocada por
reclamos políticos y colectivos que cuestionan ixno u otro
aspecto de la existencia social obligatorii o impuesta a la
fuerza. La palabra política y el análisis teórico se invocan
de manera mutua, están necesariamente ligados entre
sí, ya que en sentido estricto la teoría es un programa
de percepción que se suma a las protestas contra el
orden establecido para integrarlas en un análisis de las
estructuras y los sistemas.
Se plantea, entonces, la siguiente cuestión: deter­
minada forma específica de opresión -la dominación
masculina y con ella la dominación heterosexual— ¿acaso
no debe ser analizada en sus relaciones con las otras
formas de opresión? Si la introducción del Segundo
sexo se pregunta cómo el "nosotros” de las mujeres,
al igual que los demás "nosotros” políticos, se cons­
truye separándose de otros lazos solidarios posibles.

Teorías De La irreraTura | «3
de clase, de raza, etc., para constituir un movimiento
"autónomo” —¿y cómo podría ser de otro modo en una
primera instancia, una primera etapa que nunca se logra
superar de verdad, pero que siempre se debe reiniciar?,
rápidamente derivaríamos en diferenciaciones internas
en las que la clase, la raza, la sexualidad cuestionarían
la evidencia de esta transformación grupal movilizada
y consciente de sí misma de un colectivo serial de per­
sonas, hasta ahora objetos de discurso, en sujetos de
su propia palabra, pues eso puede suceder en paralelo
con la reposición tácita, o no interrogada, de todas las
otras formas de jerarquización, dominación y opresión.
¿Es posible, cómo y hasta qué punto, ser el sujeto de
la propia palabra en el marco de muchos "nosotros”
autónomos -o aliados- sin que la afirmación de uno
de esos nosotros no termine adjudicando o readju­
dicando a otros colectivos la condición de objetos del
discurso y sin que el fantasma de un "nosotros” global
y unificador no termine borrando la especificidad
de los "nosotros" autónomos que siempre les deben
recordar a los otros su necesidad? ¿Podemos imaginar
una reunión de temporalidades históricas y políticas
heterogéneas y disociadas, vinculadas a diferentes per­

qué lo atraviesan y lo componen, para tratar de pensar

| DiDiereriBon
la impugnación al orden establecido sin jerder la fuer­
za desestabilizadora y transformadora que contiene
cada movimiento, en su propio registro r en su propia
temporalidad?
Los veredictos —el orden social que habla de noso­
tros, que habla a través de nosotros, en suma, por el
cual somos hablados— tienden a clausurar una y otra
vez la temporalidad. Reclamar implica tiatar de volver
a abrirla incansablemente, mediante uní movilización
siempre renovada, pero también mediante una reflexión
teórica y una reflexividad auto y ontoanalítica, que es
una exigencia de toda actividad subversiva. Esta batalla
para decidir cuál es el tiempo de los individuos y de los
grupos crea la política y la historia. Y quizá, finalmente,
el cambio.

Teorías De La uTerarrura | 115


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/
Este libro se terminó de imprimir
en septiembre de 2017, en los talleres
de Altuna Impresores S.R.L.,
Doblas 1968, Buenos Aires, Argentina.
Teorías
De La
LiTeraTura
------------------------ DTDiereriBon--------------------------

Los grandes escritores suelen ser grandes teóricos Algo que es


particularmente cierto en lo relativo a las cuestione» de género y
de sexualidad. A través del análisis de las obras de Proust.
Genet. Cidey otros autores. Didier l'.ribon esclarecí el modo en
que las novelas son espacios donde se enfrentan concepciones
antagónicas de la sexualidad. Pero por muy divergís que sean,
las teorías siempre se desarrollan dentro de marcas normati­
vos. Si bien las novelas ponen en escena personajes "transgre
sores" y prácticas "desviadas", no dejan de inscribirse en un
universo en el que se respetan rígidamente la polarización y la
jerarquía de lo masculino y lo femenino. ¿Las prácticas
"subversivas" realmente afectan al sistema del género? ¿Lo que
se aparta de la norma queda fuera de ella?
Mediante el concepto de "veredicto”. Didier Eribon propone
dirigir la mirada hacia el nivel de las estructuras. Es que las
prácticas minoritarias podrían formar parte del sistema v contri
boira su perpetuación antes que a su transformación. Entonces,
¿cómo podemos plantearel cambio social y la política radical?

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978-987 45955-6-0

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