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LECCIÓN 5.a
LA INTERPRETACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN
Se comprenderá fácilmente que esto sea lo primero que tenga que ser
explicado en una Lección dedicada a la «Interpretación de la Constitución»
en un Curso de Derecho Constitucional. ¿Por qué no? y ¿por qué sí? Por
qué no ha habido interpretación en el Derecho Constitucional a lo largo
de siglo y medio y por qué, cuando empieza a haberla, no puede ser la misma
de las demás ramas del derecho, sino que tiene que ser otra distinta.
Si no se da respuesta a este doble interrogante, no se entiende nada.
La interpretación en el Derecho Constitucional ha brillado tanto por su ausen-
cia como por su presencia. Esto nada más que ha ocurrido en el Derecho
Constitucional. ¿Por qué? Es lo que vamos a analizar a continuación, siguien-
do el orden lógico, esto es, primero el interrogante negativo y después el
afirmativo.
durante todo el siglo xix y primeros decenios del siglo xx. Como hemos
tenido ocasión de ver desde la perspectiva de la evolución de la Ciencia del
Derecho Constitucional en la Lección 1.a, desde la de la fuerza normativa
de la Constitución en la Lección 3.a y desde la de la desaparición del poder
constituyente en el constitucionalismo monárquico liberal en la Lección 4.a,
a lo largo del siglo xix y primeros años del xx ha habido un Derecho Político
pero no un Derecho Constitucional. La Constitución es documento político,
pero no norma jurídica. El Derecho Constitucional es un Derecho sin Cons-
titución, un Derecho del «principio de legalidad». El ordenamiento jurídico
empieza con la ley. En consecuencia, no hay sitio para la interpretación de
la Constitución. •
En realidad, la ausencia de la interpretación del Derecho Constitucional
es una consecuencia insoslayable del principio de soberanía parlamentaria,
«importado» de Inglaterra en el continente europeo a lo largo del siglo xix.
Si el Parlamento es soberano y no hay límites jurídicos para su manifestación
de voluntad, la Constitución sólo puede tener una interpretación política: la
que hace el Parlamento al dictar la ley. La Constitución es un documento
político que «está a disposición» del legislador, que lo interpreta política-
mente, porque es de la única manera que un Parlamento puede hacerlo.
La Constitución queda, por tanto, fuera del mundo del Derecho. No es
susceptible de interpretación jurídica, sino única y exclusivamente de inter-
pretación política. Mientras el fundamento político del ordenamiento jurídico
sea el principio de soberanía parlamentaria, la ley, como norma primaria
e incondicionada, será la máxima expresión del mismo. Para definir esta posi-
ción de la ley en el ordenamiento fue para lo que se acuño la expresión
«fuerza de ley», que ha dominado el sistema estatal de fuentes del derecho
hasta la afirmación de la Constitución como horma jurídica. La ley era fuente
irresistible para las demás normas (fuerza activa) y resistente a todas ellas
(fuerza pasiva). En este principio se han asentado todos los ordenamientos
europeos desde principios del xix hasta bien entrado el siglo xx.
En un universo jurídico presidido por tal principio, no hay sitio para la
interpretación jurídica de la Constitución. Como una sociedad no se plantea
un problema hasta que no está en condiciones de resolverlo y como los juris-
tas son poco proclives a plantearse problemas imaginarios, se comprenderá
fácilmente por qué la interpretación de la Constitución ha estado ausente
del mundo del derecho durante siglo y medio.
Como en tantos otros terrenos, habrá que esperar a la sustitución del
principio de la soberanía parlamentaria por el de soberanía popular, para
que la interpretación de la Constitución haga acto de presencia en el Derecho
Constitucional. Si la soberanía popular se expresa a través del poder cons-
tituyente en una Constitución que es norma jurídica, la interpretación de
esta norma no puede dejar de ser tomada en consideración. Si la Constitución
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Los interrogantes con los que se ha puesto fin al apartado anterior pueden
ser reducidos a uno solo: ¿qué es lo que diferencia a la interpretación de la
Ley de la interpretación de la Constitución? Si la interpretación jurídica tra-
dicional ha sido interpretación de la Ley, habrá que investigar por qué no
se puede hacer uso de tal interpretación exclusivamente cuando la norma
que ha de ser interpretada es la Constitución. Es la única manera de justificar
de forma objetiva y razonable, es decir, no arbitraria y caprichosa, una inter-
pretación para la Constitución distinta de la de las demás normas jurídicas.
Ahora bien, la diferencia entre la intepretación de la Ley y la interpre-
tación de la Constitución sólo puede hacerse con base en tres criterios: uno
objetivo, otro subjetivo y otro teleológico. La operación tiene que ser diferente
o porque así lo exijan las características de las normas que han de ser inter-
pretadas, o porque sean diferentes los intérpretes de las mismas, o porque
sea distinta la finalidad que se persigue con la interpretación de una y otra.
Fuera de estos tres criterios no hay otros que permitan justificar una inter-
pretación diferenciada. Habrá que examinar, en consecuencia, la interpre-
tación de la Ley y la interpretación de la Constitución desde estos tres puntos
de vista, para ver si realmente existen diferencias que justifiquen una inter-
pretación constitucional diferente de la interpretación jurídica tradicional.
tal cosa..., tales serán las consecuencias jurídicas.» La ley prefigura una deter-
minada conducta típica con la cual se puede comparar la conducta real y
efectiva del ciudadano. Si encaja en la ley, la conducta es correcta. Si no
encaja, la conducta es socialmente reprobable y se ha de poner en marcha
el mecanismo coactivo para reintegrarla dentro de los límites de lo social-
mente aceptable. Por eso, la ley tiene que detallar qué tipo de conductas
son aceptables para la sociedad y qué tipo de conductas no lo son. Por eso
tiene que ser «derecho de máximos».
La Constitución, por el contrario, no tiene ni una sola disposición que
tenga esa estructura normativa. La Constitución se limita a «reconocer y
garantizar» algunos derechos y libertades, a fin de que los ciudadanos puedan
autodeterminar su conducta en condiciones de igualdad y a determinar qué .
órganos y. con qué procedimientos van a manifestar la voluntad del Estado
y la van a hacer cumplir. Por eso tiene, que ser un «derecho de mínimos»
La Ley y la Constitución, en cuanto normas jurídicas, son, pues, com-
pletamente diferentes. La Ley existe en la forma de múltiples leyes, que son
expresión de la regularidad de los comportamientos de los individuos en las
más diversas esferas de la vida social y que tienen una estructura material
normativa caracterizada por la fijación .de un presupuesto de hecho hipotético
al que se anudan consecuencias jurídicas.
La Constitución, por el contrario, es una norma única, que no es expresión
de regularidad alguna en los comportamientos sociales y cuya estructura nor-
mativa no supone la tipificación de ninguna conducta a la que se anuden
consecuencias jurídicas de ningún tipo.
La pregunta se impone: ¿pueden los criterios de interpretación construi-
dos y pensados para miles de normas con estas características ser los mismos
que aquellos con los que se ha de interpretar una norma única que se dife-
rencia por completo de todas las demás? Dejémosla aquí, por el momento.
otro?», o «ten mi opinión, tal cónyuge debería pasarle una pensión al otro,
pero como la ley permite que no se la pase, pues que no se la pase?»
Un juez que actuara de esta manera sería sometido con seguridad a un
expediente disciplinario y acabaría o internado en un establecimiento psi-
quiátrico o sancionado con la separación del servicio.
Y sin embargo, eso es lo que hizo el Tribunal Constitucional. Y además
hizo bien, hizo lo que tenía que hacer. Por unanimidad. La misma conducta
que habría sido aberrante en un Tribunal de Justicia resulta ser intachable
en un Tribunal Constitucional.
Y es que el objetivo de la interpretación constitucional es completamente'
distinto del de la interpretación jurídica en general. En la interpretación jurí-
dica rige la igualdad. Por eso la interpretación tiene que estar destinada a
hacer justicia, a buscar lo mejor: En la interpretación: constitucional rige el
privilegio. Se trata de un «privilegio igualitario», democráticamente definido,
democráticamente legitimado. Pero es un privilegio interpretativo del legis-
lador. Siempre que el privilegio no traspase el límite fijado por el consti-
tuyente, debe ser mantenido.
La pregunta vuelve a imponerse: ¿pueden las reglas de interpretación
pensadas para alcanzar la finalidad de administrar justicia ser las mismas
que aquellas que están destinadas a una finalidad completamente distinta?
Creo que ahora se comprenderá con claridad por qué se ha planteado
el problema de la interpretación de la Constitución, una vez que ésta se afir-
ma como norma jurídica, como algo distinto de la interpretación jurídica
tradicional. La operación de interpretar la ley y la Constitución. son distintas
por el objeto, por el intérprete y por la finalidad que persiguen. Por eso
ha habido que construir una teoría de la interpretación de la Constitución.
No es un capricho de los constitucionalistas, que queremos•ser diferentes.
Es que; como decía Shakespeare (Enrique V), «las cosas son como son».
Ahora bien, con esto sabemos ya que la interpretación de la Constitución
tiene que ser distinta de la interpretación jurídica en general, pero no sabe-
mos nada de en qué consiste esa interpretación distinta. En consecuencia,
después de haber dado respuesta a los dos interrogantes «¿por qué no? y
¿por qué sí?», ha llegado el momento de pasar a la exposición del método
de interpretación característico del Derecho Constitucional. Es lo que vamos
a hacer en lo que queda de Lección.
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BIBLIOGRAFÍA