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^-^ LAS AVENTURAS DE
Pinocho
GARLO COLLODI
Pinocho
Ilustrado por
ROBERTO INNOCENTI
ALTEA
Primera reimpresión: septiembre 1989
PRINTED IN SPAIN
Impreso en España por:
EDIME, Organización Gráfica, S. A.
Móstoles (Madrid)
Depósito legal: M. 31.645-1989
I.S.B.N.: 84-372-6610-6
Volvamos al trabajo.
Y como le había entrado mucho miedo, intentó canturrear para darse un
poco de ánimo.
Y, dejando el hacha a un lado, cogió el cepillo de cepillar y empezó a pulir
el pedazo de madera y, cuando lo cepillaba de arriba abajo, oyó la misma
vocecita que le decía riendo:
— ¡Déjame, me estás haciendo cosquillas por todo el cuerpo!
Esta vez el pobre maese Cereza cayó como fulminado. Cuando volvió a abrir
los ojos, se encontró sentado en el suelo.
Su rostro parecía transfigurado, y hasta la punta de la nariz, que casi siempre
era morada, se le había vuelto verdosa por el miedo.
8
CAPITULO 2
—
Enseño a contar a las hormigas.
—
¡Buen provecho le haga!
—
¿Qué le trae por aquí, amigo Gepeto?
—
Las piernas. Sepa, maese Antonio, que he venido a pedirle un favor.
—Aquí me dispuesto a
tiene, — carpintero.
servirle replicó el
— Esta mañana me ha ocurrido una
se idea.
— Oigámosla.
— He pensado hacerme un bonito de madera; pero un
títere títere maravi-
lloso, que sepa bailar, hacer esgrima y dar saltos mortales. Quiero dar la vuelta
al mundo con este títere, para ganar un trozo de pan y un vaso de vino; ¿qué
leparece?
—
¡Bravo, Mazorca! —
gritó la vocecita, que no se sabía de dónde salía.
Al oírse llamar Mazorca, el amigo Gepeto se puso rojo de cólera, como un
pimiento, y volviéndose hacia el carpintero, le dijo enfurecido:
—
¿Por qué me insulta?
—
¿Quién le ha insultado?
—
¡Me ha llamado Mazorca!...
—No he sido yo.
¡Estaría bueno que hubiese sido yo! ¡Le digo que ha sido usted!
¡No!
¡Sí!
¡No!
Sí!
Y cada vez más acalorados, pasaron de las palabras a los hechos y, agarrán-
dose, se arañaron, se mordieron y se dieron de palos.
Finalizada la pelea, maese Antonio se encontró entre las manos la peluca
amarilla de Gepeto, y Gepeto se dio cuenta de que tenía en la boca la peluca
canosa del carpintero.
— ¡Devuélvame mi peluca! —
dijo maese Antonio.
— V usted devuélvame la mía, y hagamos las paces.
Los dos viejecitos, tras haber recuperado cada uno su peluca, se estrecharon
las manos y juraron seguir siendo buenos amigos durante toda la vida.
— Entonces, amigo Gepeto —dijo el carpintero en señal de paz—¿qué favor
,
quiere de mí?
— Quisiera un poco de madera para hacer mi títere; ¿me la da?
Maese Antonio, muy contento, fue enseguida a tomar del banco aquel trozo
de madera que le había producido tanto miedo, pero cuando iba a entregárselo
a su amigo, la madera dio una sacudida y, escapándose violentamente de sus
manos, fue a golpear con fuerza en las flacas pantorrillas del pobre Gepeto.
— Ah, ¿ésta es la amabilidad, maese Antonio, con que regala usted sus cosas?
Casi me deja cojo.
— ¡Le juro que no he sido yo!
— ¡Entonces habré sido yo!...
— Toda la culpa es de esta madera...
— Sé que es de la madera, ¡pero ha sido usted quien me la ha tirado a las
piernas!
— ¡Yo no he
se la tirado!
— ¡Mentiroso!
— No me ofenda, Gepeto; ¡si no, le llamaré Mazorca!...
¡Asno!
Mazorca!
¡Borrico!
¡Mazorca!
Mono feo! ;
''
¡Mazorca!
Al oírse llamar Mazorca por tercera vez, a Gepeto se le nubló la vista, se
abalanzó sobre el carpintero y se dieron una buena paliza.
Finalizada la batalla, maese Antonio se encontró con dos arañazos de más
en la nariz, y el otro con dos botones de menos en el chaleco. Igualadas de
esta forma sus cuentas, se estrecharon la mano y juraron seguir siendo buenos
amigos durante toda su vida.
De forma que Gepeto tomó su pedazo de madera y, dando las gracias a
maese Antonio, se volvió cojeando a casa.
10
CAPITULO 3
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casa de Gepeto era un cuartito en un sótano, que recibía luz
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i 3.
11
El pobre Gepeto se cansaba de recortarla; pero cuanto más la recortaba y
la acortaba, más
larga se hacía aquella nariz impertinente.
Después de la nariz, le hizo la boca.
Todavía no había acabado de hacerle la boca, cuando ésta empezó a reírse
y a burlarse de él.
— ¡Deja de — reír! dijo Gepeto, enfadado; pero fue como hablar con la
pared — ¡Deja de
. reír, te repito! — gritó con voz amenazadora.
Entonces la boca dejó de reírse, pero le sacó la lengua.
Gepeto, para no variar sus proyectos, fingió no advertirlo, y continuó traba-
jando.
Después de la boca, le hizo el mentón, luego el cuello, los hombros, el cuerpo,
los brazos y las manos.
Apenas acabadas las manos, Gepeto sintió que le quitaban la peluca de la
cabeza. Se volvió y ¿qué vio? Vio su peluca amarilla en manos del títere.
—
Pinocho, ¡devuélveme mi peluca!
Y Pinocho, en lugar de devolverle la peluca, se la puso en su cabeza,
quedando medio ahogado debajo de ella.
Ante aquel gesto insolente y burlón, Gepeto se puso triste y melancólico,
como nunca había estado en su vida; y volviéndose hacia Pinocho, le dijo:
—
¡Granuja! ¡Todavía no estás acabado de hacer, y ya empiezas a faltarle al
respeto a tu padre! ¡Mal, muchacho, mal!
Y se enjugó una lágrima.
Sólo quedaban por hacerle las piernas y los pies.
Cuando Gepeto acabó de hacerle los pies, sintió una patada en la punta de
la nariz.
«¡Me lo merezco!», dijo para sí. «¡Debería haberlo pensado antes! ¡Ahora
ya es tarde!»
Después agarró al títere por debajo de los brazos y le puso en el suelo, sobre
el pavimento de la habitación, para enseñarle a andar.
Pinocho tenía las piernas entumecidas y no sabía moverse, y Gepeto le
llevaba de la mano para enseñarle a poner un pie detrás de otro.
Cuando se le desentumecieron las piernas, Pinocho comenzó a andar solo y
a correr por la habitación; hasta que, cruzando la puerta de la casa, saltó hasta
la calle y se dio a la fuga.
Y pobre Gepeto corría detrás sin poder alcanzarle, porque aquel granuja
el
de Pinocho caminaba a saltos como una liebre y, golpeando sus pies de madera
contra el empedrado de la calle, hacía tanto ruido como veinte pares de zuecos
de campesinos.
—¡Agarradle! ¡Agarradle! —
gritaba Gepeto; pero la gente que había en la
calle, al ver a aquel títere de madera que corría como un loco, se paraba
encantada a mirarle, y reía, reía, reía, como no podéis figuraros.
Al final, por fortuna, apareció casualmente un guardia que, oyendo todo
aquel alboroto y creyendo que se trataba de un aprendiz que se había rebelado
contra su maestro, se plantó valerosamente con las piernas abiertas en medio
de la calle, decidido a pararle e impedir mayores desgracias.
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Pinocho, cuando vio desde lejos al guardia que cerraba toda la calle, intentó
pasar, por sorpresa, entre sus piernas, pero no lo consiguió.
El guardia, sin siquiera moverse, le enganchó limpiamente por la nariz (era
una narizota desproporcionada, que parecía hecha a propósito para ser agarra-
da por los guardias), y le entregó en manos de Gepeto, el cual, como castigo,
quiso darle un buen tirón de orejas. Pero figuraos cómo se quedó cuando, al
buscarle las orejas, no logró encontrarlas; ¿y sabéis por qué? Porque con las
prisas, se había olvidado de hacérselas.
Entonces le agarró por el cogote y, mientras se lo llevaba, le dijo moviendo
amenazadoramente la cabeza:
— Vamos a casa. ¡Cuando lleguemos, no dudes de que te ajustaré las cuentas!
Pinocho, ante esta amenaza, se tiró al suelo y no quiso andar más. Entre
tanto, los curiosos y los vagos empezaron a detenerse alrededor y a hacer corro.
Unos decían una cosa, otros otra.
— ¡Pobre títere! —
decían unos —¡Tiene razón al no querer volver a casa!
.
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14
15
para defenderse en ese momento, lloraba como un becerro y, al acercarse a la
cárcel, balbuceaba sollozando:
— ¡Desgraciado muchacho! ¡Y pensar que he sufrido tanto para hacer de él
un buen títere! ¡Me está bien empleado! ¡Debí haberlo pensado antes...!
Lo que después sucedió es una historia increíble, y os la contaré en los
siguientes capítulos.
16
*
Y
CAPITULO 4
Historia de Pinocho con el Grillo-parlante,
donde se ve cómo los muchachos malos
han de pasar por el mal trago de ser corregidos
por quien sabe más que ellos
17
—
18
CAPITULO 5
19
''I
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CAPITULO 6
Pinocho se duerme
con los pies en el brasero;
a la mañana siguiente
se despierta con los pies quemados
21
— Espérame aquí, que vuelvo ense- ii f
daré yo gato!
— No puedo ponerme en pie: créame. ¡Pobre de mí, pobre de mí! ¡Tendré
que andar de rodillas toda la vida...!
Gepeto, creyendo que todos estos lloriqueos eran otra travesura del títere,
pensó acabar con ella y, trepando por el muro, entró en casa por la ventana.
Al principio quería hablar y quería actuar, pero cuando vio a su Pinocho
caído en el suelo y verdaderamente sin pies, se enterneció; y tomándole ense-
guida en brazos, empezó a besarle y a hacerle mil caricias y mil mimos, y con
los lagrimones cayéndole por las mejillas, le dijo sollozando:
— ¡Pinochito mío! ¿Cómo te has quemado los pies?
— No lo sé, papá, pero créame que ha sido una nochecita infernal que
recordaré siempre. Tronaba, relampagueaba y tenía mucha hambre y entonces
el Grillo-parlante me dijo: «Te está bien empleado; has sido malo y te lo
mereces», y le dije: «¡Cuidado, Grillo...!», y me dijo: «Eres un títere y tienes
la cabeza de madera», y le tiré un mazo de madera, y murió, pero la culpa
fue suya, porque yo no quería matarle, la prueba es que puse una sartén sobre
los carbones encendidos del brasero, pero el pollito se fue y dijo: «Adiós... y
saludos en casa», y el hambre siempre aumentaba, motivo por el cual aquel
viejo del gorro de dormir, asomándose a la ventana, me dijo: «Ponte debajo y
23
prepara gorro», y yo con aquella palangana de agua en la cabeza, porque
el
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CAPITULO 8
25
Entonces Gcpcto, que era pobre y no tenía ni un céntimo en el bolsillo, le
hizo un trajecito de papel floreado, un par de zapatos de corteza de árbol y
un gorrito de miga de pan.
Inmediatamente, Pinocho corrió a mirarse en una palangana llena de agua
y quedó tan encantado de sí, que dijo pavoneándose:
— ¡Parezco un verdadero señor!
— Desde luego— replicó Gepeto — porque, recuérdalo, no es el buen traje
,
me más importante.
falta lo
—¿Qué es?
— Me Abecedario.
falta el
—Tienes razón; ¿pero qué se hace para conseguirlo?
— Es va a un
facilísimo: se librero y se compra.
—¿V el dinero...?
— No tengo.
lo
—Tampoco yo — añadió buen viejo, entristeciéndose.
el
V Pinocho, aunque fuese un muchacho muy alegre, también se puso triste,
porque la miseria, cuando es verdadera miseria, la entienden todos, incluso los
muchachos.
— ¡Paciencia! —
gritó Gepeto poniéndose en pie de un salto; y tomando su
vieja chaqueta de fustán, toda piezas y remiendos, salió corriendo de casa.
Volvió poco después; y cuando volvió tenía el Abecedario para su hijo, pero
ya no tenía la chaqueta. El pobre hombre estaba en mangas de camisa, y fuera
nevaba.
— ¿Y la chaqueta, papá?
— La he vendido.
— ¿Por qué la ha vendido?
— Porque me daba calor.
Pinocho atrapó esta respuesta al vuelo, y no pudiendo reprimir el impulso
de su buen corazón, saltó a los brazos de Gepeto y empezó a besarle por toda
la cara.
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CAPITULO 9
I
construía en su cerebro mil razonamientos y mil castillos en el
aire, a cual más hermoso.
Y discurriendo por su cuenta decía:
;Hoy, en la escuela, quiero aprender a leer; mañana aprenderé a escribir y
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27
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— ¡Bonita adquisición! ¡Un gorro de miga de pan! ¡Puede que ratones los se
lo coman en mi cabeza!
Pinocho estaba en vilo. Iba a hacer una última oferta, pero no tenía valor;
vacilaba, dudaba, sufría. Por fin dijo:
—
¿Quieres darme cuatro cuartos por este Abecedario nuevo?
—
Soy un muchacho, y no compro a otros muchachos le respondió su —
pequeño interlocutor, que tenía mucho más juicio.
—
Por cuatro cuartos me quedo yo el Abecedario —
gritó un revendedor de
ropa usada, que había escuchado la conversación.
Y allí mismo vendió el libro. ¡Y pensar que el pobre Gepeto se había quedado
en casa, temblando de frío en mangas de camisa, para comprarle el Abecedario
a su hijo!
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CAPITULO 10
— ¡Es Pinocho! ¡Es Pinocho! —gritaron a coro todos saliendo a los títeres,
saltosde entre bastidores — ¡Es Pinocho! ¡Es nuestro hermano Pinocho! ¡Viva
.
Pinocho!
— ¡Pinocho, ven aquí conmigo — Arlequín— ven a arrojarte en
gritó , los
brazos de tus hermanos de madera!
Ante esta afectuosa invitación. Pinocho dio un salto y, desde el fondo de la
sala, llegó hasta las primeras filas; luego dio otro salto, desde las primeras filas
se subió a la cabeza del director de orquesta, y desde allí saltó hasta el
escenario.
Es imposible imaginar los abrazos, los pescozones, los pellizcos de amistad
y las demostraciones de verdadera y sincera hermandad que recibió Pinocho,
en medio de aquel desorden, de los actores y de las actrices de aquella Com-
pañía dramática de madera.
Aquel espectáculo era conmovedor, no hay que decirlo; pero el público,
viendo que la función no continuaba, se impacientó y empezó a gritar:
31
— ¡Queremos ver ¡queremos ver la función!
la función!,
Era perder el tiempo, porque los títeres, en lugar de seguir con la función,
redoblaron el vocerío y los gritos y, poniéndose a Pinocho sobre los hombros,
le llevaron triunfalmente hasta las candilejas.
Entonces salió el titiritero, un hombretón tan feo que daba miedo con sólo
mirarle. Tenía una barbaza negra como un borrón de tinta, y tan larga que
le llegaba desde el mentón hasta el suelo; baste decir que, cuando andaba, se
la pisaba. Su boca era tan grande como un horno, sus ojos parecían dos
linternas de cristal rojo, con luz dentro, y con sus manos hacía restallar una
gruesa fusta, hecha de serpientes y de colas de zorro entrelazadas.
Ante la inesperada aparición del titiritero, nadie respiró.
Se habría oído el vuelo de una mosca. Aquellos pobres títeres, varones y
hembras, temblaban como hojas.
—
¿Por qué has venido a desorganizar mi teatro? —
preguntó el titiritero a
Pinocho, con un vozarrón de ogro resfriado.
—
¡Créame, ilustrísimo, la culpa no ha sido mía...!
—
¡Basta! Esta noche ajustaremos cuentas.
En efecto, acabada la representación, el titiritero fue a la cocina, donde se
preparaba para lacena un buen carnero que giraba lentamente ensartado en
elasador. Y como le faltaba leña para terminar de asarlo, llamó a Arlequín y
a Polichinela y les dijo:
—Traedme al títere ese que encontraréis colgado de un clavo. Parece hecho
de leña muy seca y estoy seguro de que, al echarle al fuego, hará una buení-
simas brasas para el asado.
Al principio Arlequín y Polichinela vacilaron, pero, aterrorizados por la
mirada de su amo, obedecieron y poco después volvían a la cocina llevando
en brazos al pobre Pinocho, que, revolviéndose como una anguila fuera del
agua, gritaba desesperadamente:
—
¡Papá, sálveme! ¡No quiero morir...! ¡No quiero morir!
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CAPITULO 11
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I
34
—Y bien,¿qué quieres de mí?
— ¡Le pido gracia para pobre Arlequín!
el
—Aquí no hay gracia que he perdonado a
valga. Si te tengo que echarle
ti,
carnero medio crudo, pero otra vez, pobre de aquel al que le toque...!
Ante la noticia de la gracia obtenida, todos los títeres corrieron hasta el
escenario y, encendidas las luces y las arañas como en una función de gala,
comenzaron a saltar y a bailar. Llegó el alba y seguían bailando.
35
CAPITULO 12
36
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó el títere.
la boca agua, pero éstas, para que os enteréis, son cinco magníficas monedas
de oro.
Y sacó las monedas que le había regalado Tragañaego.
Ante el simpático sonido de aquellas monedas, el Zorro, en un movimiento
involuntario, alargó la pata que parecía entumecida y el Gato abrió de par en
par sus dos ojos, que parecían dos linternas verdes, pero después los volvió a
cerrar tan rápidamente que Pinocho no advirtió nada.
— —
Y ahora le preguntó el Zorro —
¿qué vas a hacer con esas monedas?
,
— Ante todo —
respondió el títere —
quiero comprarle a mi papá una bonita
chaqueta nueva, toda de oro y plata, con los botones de brillantes, y después
quiero comprar un Abecedario para mí.
— ¿Para ti?
— Eso es; porque quiero ir a la escuela y ponerme a estudiar en serio.
— —
Mírame dijo el Zorro —
por la necia pasión de estudiar perdí una pata.
;
— Mírame —
dijo el Gato —
por la necia pasión de estudiar perdí la vista
;
— Lo he hecho para darle una lección. Así sabrá que no tiene que meterse
en las conversaciones de los demás.
Estaban justo a mitad de camino, cuando el Zorro, parándose de sopetón,
dijo al títere:
—¿Quieres duplicar tus monedas de oro?
-¿Qué?
37
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monedas, guardaré dos mil para mí y las otras quinientas os las regalaré a
vosotros.
—¿Regalarnos monedas a nosotros? — gritó el Zorro, desdeñoso y haciéndose
elofendido— ¡Dios . te libre!
— ¡Dios —
te libre! Gato. repitió el
—Nosotros — continuó Zorro— no el trabajamos por el vil interés; sólo
trabajamos para enriquecer a demás. los
— ¡A demás! —
los Gato.repitió el
«¡Qué buenas personas!», pensó Pinocho; y olvidándose en el acto de su
papá, de la chaqueta nueva, del Abecedario y de todos los buenos propósitos,
dijo al Zorro y al Gato:
—Vamos. Voy con vosotros.
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CAPITULO 13
La hostería
de «El Cangrejo Rojo»
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Pinocho pagó con una moneda su cena y la de sus compañeros, y después
partió.
Pero puede decirse que partió a tientas, porque fuera de la hostería había
una oscuridad tan oscura, que no se veía nada. En los campos de los alrede-
dores no se oía moverse una hoja. Sólo algunos pajarracos nocturnos, atrave-
sando el camino de un seto a otro, batían las alas bajo la nariz de Pinocho, el
cual, echándose hacia atrás por el miedo, gritaba: «¿Quién va?», y el eco de las
colinas circundantes repetía en lontananza: «¿Quién va?, ¿quién va?, ¿quién va?»
Entonces, mientras caminaba, vio sobre el tronco de un árbol un pequeño
animalito que brillaba con una luz pálida y opaca, como una luciérnaga dentro
de una lámpara de porcelana transparente.
— —
¿Quién eres? le preguntó Pinocho.
— —
Soy la sombra del Grillo-parlante respondió el animalito con una voz
tan que parecía venir del más
débil, allá.
—¿Qué quieres de mí? — dijo el títere.
— Quiero darte un consejo. Vuelve hacia atrás y monedas
lleva las cuatro
que te quedan a tu pobre papá, que llora y se desespera porque no sabe nada
de ti.
— Mañana mi papá será un gran señor, porque estas cuatro monedas se
convertirán en dos mil.
—No muchacho, de
te fíes, que prometen hacerte
los rico de la noche a la
mañana. ¡Lo normal es que estén locos o sean estafadores! Hazme caso, vuelve
atrás.
— Sin embargo, quiero seguir adelante.
— muy
¡Es tarde...!
— Quiero seguir adelante.
— La noche es oscura...
— Quiero seguir adelante.
— El camino es peligroso...
— Quiero seguir adelante.
— Recuerda que muchachos que quieren obrar a su capricho y a su modo,
los
antes o después arrepienten.
se
— Las de siempre. Buenas noches.
historias Grillo.
—Buenas noches. Pinocho, que ¡y de lodazales y de
el cielo te libre los los
asesinos!
Apenas dichas estas palabras, el Grillo-parlante se apagó de golpe, como se
apaga una vela sobre la que se sopla, y el camino quedó más oscuro que antes.
45
CAPITULO 14
Se volvió para mirar y vio en la oscuridad a dos feas figuras negras muy
tapadas por dos sacos de carbón, que corrían tras él a saltos y de puntillas,
como si fuesen dos fantasmas.
«¡Aquí están de verdad!», dijo para sí; y no sabiendo dónde esconder las
cuatro monedas, se las metió en la boca, precisamente bajo la lengua.
Después trató de escapar, pero aún no había dado el primer paso, cuando
sintió que le agarraban por los brazos y oyó dos voces horribles y cavernosas
que ledecían:
— jLa bolsa o la vida!
Pinocho no podía responder con palabras, debido a las monedas que tenía
en la boca, pero hizo mil zalemas y mil pantomimas para dar a entender a
aquellos dos encapuchados, de los que sólo se veían sus ojos a través de unos
agujeros en los sacos, que era un pobre títere y que no tenía ni un céntimo
falso en el bolsillo.
— ¡Vamos, vamos! ¡Menos chachara y saca las monedas! —gritaban amena-
zadoramente los dos bandidos.
46
Y hizo con la cabeza y con
el títere
47
I
perdido una zarpa corría con una sola pierna, sin saberse cómo lo hacía.
Después de una carrera de quince kilómetros, Pinocho no podía más. En-
tonces, viéndose perdido, trepó por el tronco de un altísimo pino y se sentó en
las ramas de la cima. Los asesinos también trataron de trepar, pero resbalaron
justo a mitad del tronco y, cayendo al suelo, se desollaron las manos y los pies.
No por esto se dieron por vencidos, sino que reunieron un haz de leña seca al
pie del pino y le prendieron fuego. En menos de lo que se cuenta, el pino
comenzó a arder y llamear, como una fogata atizada por el viento. Pinocho,
viendo que las llamas subían cada vez más, y no queriendo acabar como un
pichón asado, dio un buen salto desde la copa del árbol y empezó a correr otra
vez a través de los campos y de los viñedos. Y los asesinos detrás, siempre
detrás, sin cansarse nunca.
Entre tanto, comenzaba a clarear y los asesinos seguían corriendo detrás de
él, cuando, de pronto. Pinocho encontró el paso cortado por un largo
y pro-
fundísimo hoyo, lleno de agua sucia color café con leche. ¿Qué hacer?
— ¡Un, dos, tres!— gritó el títere, y tomando carrerilla, saltó al otro lado.
Y los asesinos también saltaron, pero no calcularon bien la distancia y,
¡pataplás.../, cayeron en medio del hoyo. Pinocho, que oyó la zambullida y las
salpicaduras del agua, gritó mientras se reía y seguía corriendo:
— ¡Buen baño, señores asesinos!
Y se figuraba que se habrían ahogado, cuando por el contrario, al volverse
para mirar, advirtió que los dos corrían detrás, siempre cubiertos por sus sacos
y chorreando agua como dos canastas llenas de agujeros.
48
CAPITULO 15
1 perdidos los
títere,
ánimos, estaba ya a
punto de tirarse al
suelo y darse por
vencido, cuando, al
mirar alrededor, entre medias
del verde oscuro de los árboles
vio blanquear a lo lejos una
casita luminosa como la
nieve.
'ir! /,
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doramente:
— ¡Ahora ya no escaparás!
El títere, viendo centellear la muerte ante sus ojos, fiíe presa de un temblor
tan ñierte que le sonaban las junturas de las piernas de madera y las cuatro
monedas que tenía escondidas bajo la lengua.
— —
Y ahora le preguntaron los asesinos —
¿quieres abrir la boca, sí o no?
,
Pero el títere, por fortuna, estaba hecho de una madera tan dura que las
hojas se hicieron pedazos y los asesinos se quedaron con el mango de los
cuchillos en la mano, mirándose el uno al otro.
— —
Ya sé dijo entonces uno de ellos — ¡hay que ahorcarle! ¡Ahorquémosle!
;
— ¡Ahorquémosle! —
repitió el otro.
Dicho y hecho; le ataron las manos a la espalda y pasándole un nudo
corredizo alrededor del cuello, le colgaron de la rama de un gran árbol llamado
Roble grande.
Luego se quedaron allí, sentados sobre la hierba, esperando que el títere
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51
estirase la pata; pero cabo de tres horas, seguía con los ojos abiertos,
el títere, al
52
CAPITULO 16
uando
pobre Pinocho,
el
53
— He cumplido que me ha sido ordenado.
lo
—¿Y cómo has encontrado? ¿Vivo o muerto?
lo
— A primera parecía muerto, pero afortunadamente todavía no debe
vista
de estar muerto, porque apenas le he soltado el nudo corredizo que le apretaba
el cuello, ha dejado escapar un suspiro, balbuceando a media voz: «¡Ahora me
siento mejor!»
Entonces el Hada dio tres palmadas y apareció un magnífico perro de lanas,
que caminaba erguido sobre las patas de atrás, como si fuese un hombre.
El Perro de lanas estaba vestido de cochero, con librea de gala.- Tenía en la
cabeza un tricornio con galones de oro; una peluca blanca con rizos que le
bajaban por el cuello; una levita color de chocolate con los botones brillantes
y dos grandes bolsillos para llevar los huesos que le ofrecía su ama para comer;
un par de calzones cortos de terciopelo carmesí; medias de seda; zapatitos
escotados; y por detrás, una especie de funda de paraguas, de raso turquesa,
para meter dentro el rabo cuando empezaba a llover.
— ¡Deprisa, Medoro! —
dijo el Hada al Perro de lanas — Haz enganchar
.
enseguida la más bella carroza de mis caballerizas y toma el camino del bosque.
Cuando llegues al pie del Roble grande, encontrarás, tendido sobre la hierba,
a un pobre títere medio muerto. Recógelo con cortesía, colócalo con cuidado
sobre los almohadones de la carroza y tráemelo aquí. ¿Has comprendido?
El Perro de lanas, para dar a entender que había comprendido, meneó tres
o cuatro veces la funda de raso turquesa que tenía detrás, y partió al galope.
Poco después, se vio salir de las caballerizas una hermosa carroza color de
aire, acolchada con plumas de canario y forrada en su interior con nata
montada y crema con bizcochos. Tiraban de la carroza cien pares de ratones
blancos, y el Perro de lanas, sentado en el pescante, restallaba el látigo a
derecha e izquierda, como un cochero que teme llegar tarde.
Aún no había pasado un cuarto de hora, cuando la carroza volvió, y el
Hada, que estaba esperando en la puerta de la casa, tomó en sus brazos al
pobre títere, y llevándoselo a una habitación que tenía las paredes de nácar,
mandó llamar enseguida a los médicos más famosos de la vecindad.
Y los médicos llegaron inmediatamente, uno tras otro: un cuervo, un mo-
chuelo y un grillo-parlante.
— Querría saber de sus señorías — dijo el Hada, dirigiéndose a los tres
médicos reunidos en torno de la cama de Pinocho — ¡querría saber de sus
,
54
—Digo que el médico prudente, cuando no sabe qué decir, lo mejor que
puede hacer es estarse callado. Además la cara de este títere no es nueva para
mí: ¡le conozco hace tiempo!
Pinocho, que hasta entonces había estado inmóvil, como un verdadero
pedazo de madera, tuvo una especie de estremecimiento convulsivo que sacudió
el lecho.
— Este —
títere diciendo
siguió Grillo-parlante—
el un granuja redomado.
es
Pinocho abrió y cerró enseguida.
los ojos los
— Es un granuja, un perezoso, un vagabundo...
Pinocho escondió cara bajola sábanas. las
— un
¡Este títere es desobediente, que hará morir acongojado a su pobre
hijo
papá...!
En ese momento se oyó en la habitación un sonido ahogado de llantos y
sollozos. Figuraos cómo se quedaron todos cuando, al levantar un poco las
sábanas, advirtieron que quien lloraba y sollozaba era Pinocho.
—
Cuando el muerto llora, es señal de que está en vías de curación dijo —
solemnemente el Cuervo.
— —
Lamento contradecir a mi ilustre amigo y colega replicó el Mochuelo —
pero para mí, cuando el muerto llora es señal de que no le gusta morirse.
55
CAPITULO 17
56
— Porque me molesta esa almohada que tengo sobre los pies.
El Hada quitó
le almohada.
la
— Tampoco
¡Es inútil! puedo así beberlo...
—¿Qué otra cosa molesta? te
— Me molesta puerta de habitación, que medio
la la está abierta.
El Hada fue y cerró puerta de
la habitación. la
— que — Pinocho, estallando en
¡Es no! gritó — esa agua amarga no
llanto ,
57
—¿A buscarme...? ¡Pero todavía no estoy muerto!si
— Todavía no, pero quedan pocos minutos de vida por haberte negado a
te
tomar medicina, ¡que
la habría curado te la fiebre!
— Oh, Hada mía. Hada mía — comenzó entonces a — dadme chillar el títere ,
58
Campo de los Milagros.» Y dije: «Vamos»; y dijeron: «Detengámonos en la
hostería de "El Cangrejo Rojo", y después de medianoche partiremos.» Y,
cuando me desperté, ya no estaban, porque habían partido. Entonces empecé
a caminar de noche, y había una oscuridad que parecía imposible, por lo que
me encontré por el camino con dos asesinos dentro de dos sacos de carbón,
que me dijeron: «Saca los cuartos»; y les dije: «No los tengo»; porque las cuatro
monedas de oro me las había escondido en la boca, y uno de los asesinos intentó
meterme las manos en la boca, y de un mordisco le arranqué la mano y luego
la escupí, pero en lugar de una mano escupí una zarpa de gato. Y los asesinos
corrían detrás, y yo corre que te corre, hasta que me alcanzaron, y me ataron
por el cuello a un árbol de este bosque, diciendo: «Mañana volveremos, y
entonces estarás muerto y con la boca abierta, y así te quitaremos las monedas
de oro que has escondido bajo la lengua.»
—
¿Y ahora dónde has metido las cuatro monedas? —
le preguntó el Hada.
—
¡Las he perdido! —
respondió Pinocho; pero dijo una mentira, porque las
tenía en el bolsillo.
Apenas dicha la mentira, su nariz, que ya era larga, le creció, de repente,
dos dedos más.
—
¿Y dónde las has perdido?
—En bosque cercano.
el
en un ojo.
Y el Hada le miraba y se reía.
—¿Por qué os — preguntó
reís? muy confuso y preocupado por
le el títere,
su que crecía a
nariz, ojos vistas.
— Me de mentiras que has dicho.
río las
—¿Cómo sabéis que he dicho mentiras?
— Las mentiras, muchacho mío, descubren enseguida, porque son de dos
se
especies: mentiras que tienen las piernas cortas, y mentiras que tienen la nariz
larga; las tuyas, por lo que se ve, son de las que tienen la nariz larga.
Pinocho, no sabiendo dónde esconderse por la vergüenza que sentía, intentó
huir de la habitación; pero no lo logró. Su nariz había crecido tanto, que no
pudo pasar de la puerta.
59
.
CAPITULO 18
os quiero!
— También quiero yo — respondió Hada— y deseas quedarte con-
te el ,
si
migo, mi hermanito y yo
serás buena hermanita...
tu
— Me quedaría pero ¿y mi pobre papá?
gustoso...
— He pensado en Tu papá ya todo. avisado y antes de que haga de
está se
noche estará aquí.
—¿De — Pinocho saltando de
verdad.'* gritó — ¡Entonces, Hadita alegría .
60
—¿Unos ¡Oh pobre amigo! ¿Y qué querían?
asesinos...?
— Querían robarme monedas de las oro.
— —
¡Infames...! Zorro. dijo el
— ¡Infamísimos! — Gato.repitió el
— Pero empecé a correr — continuó diciendo — y ellos siempre
el títere ,
casi muerto de hambre, que nos pidió una limosna. No teniendo para darle ni
una espina de pescado, ¿qué ha hecho mi amigo, que verdaderamente tiene un
corazón de oro? Se ha cortado con los dientes una zarpa de su pata delantera
y se la ha echado a la pobre bestia, para que pudiese desayunar.
Y el Zorro, al decir esto, se secó una lágrima.
Pinocho, también conmovido, se acercó al Gato, susurrándole en la oreja:
— todos gatos pareciesen a ¡afortunados
Si los se ti, los ratones...!
—¿Y ahora qué haces por parajes? — preguntó
estos Zorro el al títere.
— Espero a mi papá, que debe de un momento a
llegar otro.
—¿Y monedas de oro?
tus
— Las tengo en menos una con
el bolsillo, que pagué en hostería de
la la
«El Cangrejo Rojo».
— ¡Y pensar que, en lugar de cuatro monedas, podrían convertirse mañana
en mil o dos mil! ¿Por qué no sigues mi consejo? ¿Por qué no vas a sembrarlas
al Campo de los Milagros?
— Hoy imposible, otro
es iré día.
— Otro día será tarde — Zorro. dijo el
—¿Por qué?
— Porque campo ha sido comprado por un gran señor, y desde mañana
ese
no permitirá a nadie sembrar monedas.
—¿Cuánto de aquí
dista Campo de elMilagros? los
—Apenas dos kilómetros. ¿Quieres venir con nosotros? Dentro de media hora
estarás siembras enseguida las cuatro monedas, después de pocos minutos
allí,
recoges dos mil y esta noche regresas con los bolsillos llenos. ¿Quieres venir
con nosotros?
Pinocho dudó un poco antes de responder, porque le vinieron a la memoria
el Hada buena, el viejo Gepeto y las advertencias del Grillo-parlante; pero
61
después acabó haciendo lo que hacen todos los muchachos sin pizca de juicio
y sin corazón; es decir, acabó sacudiendo la cabeza y diciendo al Zorro y al
Gato:
— Vamos, voy con vosotros.
Y partieron.
Después de caminar una media jornada, llegaron a una ciudad que tenía el
nombre de «Engañabobos». Apenas entró en la ciudad, Pinocho vio todas las
calles llenas de perros pelones, que bostezaban de hambre; de ovejas esquila-
das, que temblaban de frío; de gallinas sin cresta, que pedían como limosna
un grano de maíz; de grandes mariposas, que ya no podían volar, porque
habían vendido sus bellísimas alas de colores; de pavos reales sin cola, que se
avergonzaban de que los vieran, y de faisanes que caminaban pasito a pasito,
añorando sus centelleantes plumas de oro y de plata, ahora perdidas para
siempre.
En medio de esta multitud de pordioseros y de pobres vergonzantes, pasaba
de vez en cuando una carroza señorial con algunas zorras, algunas urracas
ladronas o algunos pajarracos de rapiña.
— ¿Y dónde está el Campo de los Milagros? —
preguntó Pinocho.
— Está a dos pasos de aquí.
Dicho y hecho; atravesaron la ciudad y, saliendo fuera de los muros, se
detuvieron en un campo que, más o menos, se parecía a todos los demás
campos.
— Hemos llegado — dijo el —
Zorro al títere Ahora agáchate, excava con las
.
62
63
V mientras caminaba con paso presuroso, el corazón le palpitaba con fuerza
y hacía tic, tac, tic, tac, como un reloj de salón, cuando anda de verdad. Y
mientras tanto pensaba en su interior:
«¿V si en lugar de mil monedas, encontrase dos mil en las ramas del árbol...?
¿Y si en lugar de dos mil, encontrase cinco mil...? ¿Y si en lugar de cinco mil,
encontrase cien mil...? ¡Oh, entonces me convertiría en un gran señor...! Podría
tener un bonito palacio, mil caballitos de madera en mil caballerizas para poder
divertirme, una bodega con licor de rosoli y alquermes, y una estantería llena
de confituras, de tortas, de mantecadas, de almendrados y de barquillos con
nata».
Fantaseando así, llegó a los alrededores del campo y se detuvo para ver si
por casualidad podía divisar algún árbol con las ramas cargadas de monedas,
pero no vio nada. Avanzó otros cien pasos y nada, entró en el campo... se
dirigió hacia el pequeño agujero donde había enterrado sus monedas y... nada.
Entonces se quedó pensativo y, olvidando las reglas de urbanidad y de buena
crianza, sacó una mano del bolsillo y se rascó largo rato la cabeza.
En aquel instante oyó una gran carcajada y volviéndose vio sobre un árbol
a un gran papagayo que se arreglaba las plumas.
— ¿Por qué te ríes?— le preguntó Pinocho con voz airada.
— Me río, porque me he hecho cosquillas bajo las alas.
El títere no respondió. Fue a la fuente y llenó de agua el mismo zapato y
se puso a regar de nuevo la tierra que cubría las monedas de oro. Cuando otra
carcajada, todavía más impertinente que la primera, sonó en la silenciosa
soledad de aquel campo.
— ¡Vamos a ver! — gritó Pinocho, enfadado— ,
¿se puede saber, Papagayo
mal educado, de qué te ríes?
— Me río de los bobos, que se creen todas las necedades y que se dejan
engañar por quien es más astuto que ellos.
— ¿Acaso hablas de mí?
— Sí, hablo de ti, pobre Pinocho, de ti que eres tan ingenuo como para creer,
que las monedas se pueden sembrar y recoger en los campos, como se siembran
las judías y las calabazas. También lo creí yo una vez y ahora cargo con las penas.
64
Hoy (¡demasiado tarde!) me he per-
suadido de que para reunir honesta-
mente un dinero es necesario saberlo
ganar o con el trabajo de las propias
manos o con el ingenio de la propia
cabeza.
—No comprendo —
te dijo el títere,
que ya empezaba a temblar de miedo.
— Me explicaré mejor
¡Paciencia!
—añadió Papagayo— Debes saber
el .
65
se enterneció, se conmovió, y cuando el títere no tuvo nada más que decir,
alargó la mano y tocó la campanilla.
Tras este campanillazo comparecieron enseguida dos mastines vestidos de
guardias.
Entonces el juez, señalando a Pinocho, dijo a los guardias:
— A ese pobre diablo le han robado cuatro monedas de oro, así que prendedle
y metedle enseguida en prisión.
El títere oyó sorprendido esta sentencia, quedó estupefacto y quiso protestar,
pero los guardias, para evitar inútiles pérdidas de tiempo, le taparon la boca
y le condujeron al calabozo.
Y allí permaneció cuatro meses, cuatro larguísimos meses; y hubiese perma-
necido todavía más, si no hubiese sido por un afortunado acontecimiento.
Porque habéis de saber que el joven Emperador que reinaba en la ciudad de
«Engañabobos», habiendo obtenido una gran victoria sobre sus enemigos,
ordenó grandes fiestas públicas, luces, fuegos artificiales, carreras de caballos
y velocípedos, y como muestra de su regocijo, quiso que se abriesen las cárceles
y saliesen todos los malandrines.
— —
Si los demás salen de prisión, también yo quiero salir dijo Pinocho al
carcelero.
— Usted no — respondió carcelero— porque no de
el ,
es ésos.
— Dispense — Pinocho— yo también soy un malandrín.
replicó
mucha razón —
,
— En caso
ese tiene y quitándose
dijo el carcelero; el gorro
abrió las puertas de la prisión y le dejó irse.
66
CAPITULO 20
Liberado de la prisión, trata de volver a casa del Hada;
pero encuentra una horrible serpiente
a lo largo del camino, y después
queda atrapado en un cepo
67
— Dispense, señora Serpiente, ¿me haría el favor de echarse un poco a un
lado para dejarme pasar?
Fue lo mismo que hablar con una pared. Nadie se movió.
Entonces volvió a decir, con la misma vocecita:
— Debe saber, señora Serpiente, ¡que voy a casa, donde está mi papá que
me espera y al que hace mucho tiempo que no veo...! Por tanto, ¿me permite
seguir mi camino?
Esperó un signo de respuesta a aquella pregunta, pero la respuesta no llegó;
en cambio la Serpiente, que hasta entonces parecía lozana y llena de vida, se
quedó inmóvil y casi rígida. Se le cerraron los ojos y la cola dejó de echar humo.
68
la Serpiente fue presa de tal ataque de risa que rió,irió, rió, y rió, y al final,
por el esñierzo de reírse tantísimo, se le reventó una vena en el pecho y, esta
vez, se murió de verdad.
Entonces Pinocho echó de nuevo a correr para llegar a casa del Hada antes
de que se hiciese de noche, pero era tan largo el camino que, no pudiendo
resistir más los terribles mordiscos del hambre, saltó a un campo con la
intención de tomar unos pocos racimos de uva moscatel. ¡Nunca lo hubiera
hecho!
Apenas llegó bajo las vides, ¡crac!, sintió que le apretaban las piernas dos
hierros cortantes, que le hicieron ver cuantas estrellas había en el cielo.
El pobre títere había caído en un cepo colocado por unos campesinos para
atrapar a unas grandes garduñas que eran el azote de todos los gallineros del
vecindario.
CAPITULO 21
hierros?
— He entrado en campo para cortar dos racimos de esta uva moscatel,
el y...
—¿Pero uva era tuya?
la
—No...
—Y entonces ¿quién ha enseñado a
te cosas de demás?
llevarte las los
—Tenía hambre...
69
— El hambre, muchachito, no es una buena razón para apoderarme de las
cosas que no son nuestras...
— jEs verdad, verdad! —es Pinocho llorando
gritó ¡No volveré a hacerlo!— .
70
CAPITULO 22
71
—¿Y de perro guardián?
estás
— ¡Desgraciadamente!
— Pues propongo
bien, te mis-
los
al campesino.
—¿Y Melampo hacía eso? — pre-
guntó Pinocho.
— Lo y siempre hemos
hacía, esta-
do de acuerdo con Así que duerme
él.
tendido bien?
— ¡Demasiado bien...! —respondió
Pinocho, ymeneó la cabeza de modo
amenazador, como si hubiese quepido
decir: «¡Dentro de poco volveremos a
hablar!»
Cuando cuatro garduñas se cre-
las
yeron seguras, fueron derechas al ga-
llinero, que además estaba muy cerca
de la caseta del perro, y abrieron a
fuerza de dientes y de uñas la puerte-
cita de madera que cerraba la entrada
y se deslizaron dentro, una tras otra.
Pero aún no habían terminado de en-
trar, cuando oyeron cerrarse con gran
violencia la puertecita.
Era Pinocho quien la había cerra-
do; pero no contento con haberla
cerrado, puso delante una gran pie-
dra, a guisa de puntal, para mayor
seguridad.
73
Y después empezó a ladrar y, ladrando como si fuese un perro guardián,
hacía bu-hu-bu-bu.
Al oír aquellos ladridos, el campesino saltó de la cama, tomó la escopeta y
asomándose a la ventana, preguntó:
— ¿Qué sucede?
— ¡Ladrones!— respondió Pinocho.
— ¿Dónde están?
— En el gallinero.
— Bajo enseguida.
En efecto, en un decir amén, el campesino bajó; entró de golpe en el gallinero
y, después de haber atrapado y encerrado en un saco a las cuatro garduñas,
les dijo con verdadera satisfacción:
— ¡Por fin habéis caído en mis manos! ¡Podría castigaros, pero no soy tan
vil! Me contentaré con llevaros mañana al hostelero del cercano pueblo para
sus charlatanerías, y una vino hasta la caseta para decirme: «¡Si prometes no
ladrar y no despertar al amo, te regalaremos una buena gallina desplumada...!»
¿Comprende? ¡Tener la desfachatez de hacerme una propuesta semejante!
Porque ha de saber que soy un títere, que tendré todos los defectos de este
mundo; ¡pero jamás el de ayudar a la gente deshonesta!
— ¡Buen muchacho! —
exclamó el campesino, dándole palmaditas en un
hombro — Estos sentimientos te honran y, para probarte mi gran satisfacción,
.
74
CAPITULO 23
Pinocho llora la muerte de la hermosa Niña de los cabellos azules.
Después encuentra un palomo que le lleva a la orilla del mar
y allí se arroja al agua para salvar a su papá Gepeto
AQUÍ YACE
LA NIÑA DE LOS CABELLOS AZULES
MUERTA DE DOLOR
POR HABER SIDO ABANDONADA POR SU
HERMANITO PINOCHO
Podéis imaginar cómo se quedó el títere cuando deletreó con dificultad estas
palabras. Cayó de bruces al suelo y cubriendo de mil besos aquel mármol
mortuorio, se deshizo en llanto. Lloró toda la noche, y a la mañana siguiente,
al hacerse de día, seguía llorando, aunque ya no tuviese más lágrimas en los
ojos. Sus gritos y sus lamentos eran tan dolorosos y agudos que el eco los
repetía en todas las colinas de los alrededores.
Y llorando decía:
— Oh, Hadita mía, ¿por qué estáis muerta...? ¿Por qué, en vuestro lugar, no
estoy muerto yo, que soy tan malo, mientras que vos erais tan buena...? Y mi
papá, ¿dónde estará? Oh, Hadita mía, decidme dónde puedo encontrarle,
quiero estar siempre con él, ¡y no dejarle nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! ¡Oh, Hadita
75
mía, decidme que no es verdad que estéis muerta...! Si de verdad me queréis...
si queréis a vuestro hermanito, revivid ¡volved viva como antes...! ¿No os
76
pero como sus cabellos eran de madera ni siquiera pudo darse el gusto de meter
los dedos entre ellos.
Mientras tanto, pasó por el aire un gran palomo que, deteniéndose con las
alas extendidas, le gritó desde muy alto:
— Dime, niño, ¿qué haces ahí abajo?
— ¿No lo ves? ¡Lloro! —
dijo Pinocho levantando la cabeza hacia aquella voz
y frotándose los ojos con la manga de la chaqueta.
— Dime —
añadió entonces el Palomo —
¿no conoces por casualidad entre
,
77
El títere no podía soportar las algarrobas; según él, le producían náuseas,
le revolvían el estómago; pero aquella noche comió hasta hartarse y cuando
se tienehambre de verdad y no hay otra cosa que comer, ¡hasta las algarrobas
resultan exquisitas! ¡El hambre no tiene caprichos ni glotonerías!
Después de haber tomado deprisa esta ligera cena, reemprendieron el viaje.
A la mañana siguiente llegaron a la orilla del mar.
El Palomo depositó en el suelo a Pinocho, y sin esperar a que le diera las
gracias por haber hecho tan buena acción, remontó rápidamente el vuelo y
desapareció.
El malecón estaba lleno de gente que gritaba y gesticulaba mirando hacia
el mar.
— ¿Qué ha sucedido? —preguntó Pinocho a una viejecita.
— Ha sucedido que un pobre padre, habiendo perdido a su hijito, se ha
metido en una barquita para ir a buscarle más allá del mar; y hoy el mar está
muy malo y barquita está a punto de irse a pique...
la
—
¿Dónde está la barquita?
—
Allá lejos, justo donde apunto con mi dedo —
dijo la vieja, señalando una
pequeña barca que, vista desde aquella distancia, parecía una cascara de nuez
con un hombrecito muy pequeño dentro.
Pinocho dirigió los ojos hacia aquella parte y, después de mirar atentamente,
lanzó un agudísimo chillido gritando:
—
¡Es mi papá! ¡Es mi papá!
Mientras tanto, la barquita, batida por la furia de las olas, unas veces
desaparecía entre las grandes olas, y otras veces volvía a flotar; y Pinocho, de
pie sobre la punta de una alta roca, no cesaba de llamar a su papá por su
nombre y de hacerle muchas señales con las manos y con un pañuelo e incluso
con el gorro.
78
.79
Y parecía como Gepeto, aunque estuviera muy lejos de la playa, recono-
si
80
CAPITULO 24
Pinocho llega a «El Pueblo de las Abejas Trabajadoras»
y encuentra al Hada
(I
W
^W^
Vi
f
^ ^^ pobre papá, nadó toda la noche.
¡Y qué horrible noche fue aquélla! Diluvió, granizó, tronó es-
pantosamente y hubo tantos relámpagos que parecía como si fuera
de día.
Al llegar la mañana, creyó ver una larga faja de tierra a poca distancia. Era
una isla en medio del mar.
Entonces hizo de todo para llegar a aquella playa, pero inútilmente. Las
olas, alzándose y amontonándose, le zarandeaban como si fuese una cañita o
un pajita. Al fin, y gracias a su buena suerte, vino una ola tan potente e
impetuosa, que le arrojó sobre la arena de la playa.
El golpe fue tan fuerte que, al dar en tierra, le crujieron todas las costillas
y todas las articulaciones, pero se consoló enseguida diciéndose:
—¡También esta vez me he librado de buena!
Mientras tanto, el cielo se serenó poco a poco; el sol salió con todo su
esplendor y el mar quedó tranquilo y apacible como una balsa de aceite.
Entonces el títere tendió sus ropas al sol para secarlas y se puso a mirar por
aquí y por allá para ver si, por casualidad, podía divisar una pequeña barquita
con un hombrecito dentro; pero después de haber mirado muy bien, no des-
cubrió más que cielo, el mar y alguna vela de barco, pero tan lejana, que
parecía una mosca.
—¡Si al menos supiese cómo se llama esta isla! —
iba diciendo —
Si al menos
.
supiese que esta isla está habitada por gente amable, quiero decir por gente
que no tenga el vicio de colgar a los muchachos de las ramas de los árboles;
pero ¿a quién puedo preguntárselo? ¿A quién si no hay nadie?
La idea de encontrarse solo, solo, solo en medio de aquel gran territorio
deshabitado le produjo tanta melancolía, que estaba a punto de llorar, cuando,
de repente, vio pasar a poca distancia de la orilla un gran pez, que nadaba
tranquilamente a su aire con toda la cabeza fuera del agua.
No conociendo su nombre, el títere le gritó con voz fuerte para hacerse oír:
—¡Eh, señor Pez!, ¿me permitiría una palabra?
— —
Y también dos respondió el Pez, que era un delfín muy amable, como
se encuentran pocos por los mares del mundo.
81
—¿Haría favor de decirme en
el hay pueblos donde
si esta isla
pueda se
comer, peligro de
sin comido? ser
— Estoy seguro de que — respondió Delfín— Encontrarás uno no muy
sí el .
lejosde aquí.
— ¿Y qué camino toma para se llegar?
— Debes tomar ese sendero de a mano izquierda, y caminar siempre en
ahí,
ladirección de No puedes equivocarte.
tu nariz.
— Dígame otra Usted que pasea todo
cosa. día y toda noche por mar, el la el
¿no se habrá tropezado por casualidad con una pequeña barquita con mi papá
dentro?
— ¿Y quién es tu papá?
— Es el papá más bueno del mundo, como yo soy el hijito más malo que
pueda darse.
—Con tempestad que ha habido
la esta noche — respondió el Delfín — , la
barquita habrá naufragado.
—¿Y mi papá?
—A horas
estas habrá tragado
se lo el Tiburón, que desde hace
terrible
algunos días ha venido a sembrar el exterminio y la desolación en nuestras
aguas.
—¿Es muy grande ese Tiburón? —preguntó Pinocho, que ya comenzaba a
temblar de miedo.
— ¡Sí, es — replicó Delfín— Para que puedas hacerte una
grande...! el . idea,
te diréque es más grande que una casa de cinco pisos, y que tiene una bocaza
tan ancha y proñinda, que podría pasar por ella cómodamente todo un tren
con la máquina humeando.
—
¡Madre mía! —
gritó espantado el títere, y vistiéndose a toda prisa, se
volvió hacia el Delfín y le dijo —
Hasta la vista, señor Pez, perdone las
:
tan ligero, que parecía que corriese. Y al más pequeño ruido que oía, se volvía
rápidamente para mirar atrás, por miedo de verse perseguido por el terrible
Tiburón grande como una casa de cinco pisos y con un tren y su máquina en
la boca.
Después de media hora de camino, llegó a un pequeño pueblo llamado «El
Pueblo de las Abejas Trabajadoras». Las calles hormigueaban de personas que
corrían por aquí y por allá a sus asuntos; todas trabajaban, todas tenían algo
que hacer. No se encontraba un ocioso o un vagabundo ni siquiera buscándolo
con candil.
—Comprendo — perezoso Pinocho
dijo enseguida el ¡este pueblo no está — ,
82
Se avergonzaba de pedir limosna,
porque su papá siempre le había di-
cho que la limosna sólo tienen dere-
cho a pedirla los viejos y los enfermos.
En este mundo los verdaderos pobres,
merecedores de asistencia y de com-
pasión, no son otros que aquellos que,
por razones de edad o de enfermedad,
se encuentran condenados a no poder-
se ganar el pan con el trabajo de sus
manos. Todos los demás tienen la
obligación de trabajar, y si no traba-
jan y pasan hambre, tanto peor para
ellos.
Mientras tanto, pasó por la calle un
hombre sudoroso y jadeante que
arrastraba con gran esfuerzo dos ca-
rretas cargadas de carbón.
Pinocho, juzgándole por su fisono-
mía, pensó que parecía un buen hom-
bre, se le acercó y, bajando los ojos
lleno de vergüenza, le dijo en voz
baja:
—¿Meharía la caridad de darme
un céntimo, pues me estoy muriendo
de hambre?
—No sólo un céntimo — respondió
elcarbonero — daré cuatro, a con-
, te
dición de que me ayudes a arrastrar
hasta casa estas dos carretas de car-
bón.
—
¡Qué me dice! —
respondió el tí-
tere casi ofendido —
¡Debe saber que
.
83
— Pero pesan — replicó Pinocho—
los ladrillos y no quiero cansarme.
— no quieres cansarte, entonces, muchacho,
,
asemejáis... vos recordáis... sí, sí, sí, la misma voz... los mismos ojos... los
mismos cabellos... también vos tenéis los cabellos azules... ¡como ella...!
sí, sí, sí,
¡Oh, Hadita, mía! ¡Oh, Hadita mía...! ¡Decidme que sois vos, precisamente
vos...! ¡No me hagáis llorar más! ¡Si supieseis...! ¡He llorado tanto, he sufrido
tanto...!
Y aldecir esto. Pinocho lloraba a lágrima viva y, echándose al suelo,
abrazaba las rodillas de aquella mujercita misteriosa.
84
C APITULO 25
Pinocho promete al Hada ser bueno y estudiar,
porque está aburrido de ser un títere
y quiere convertirse en un buen muchacho
1^
1 principio la buena mujercita comenzó a decir que no era la
pequeña Hada de los cabellos azules, pero después, viéndose
descubierta y no queriendo prolongar más la comedia, terminó
por darse a conocer, y le dijo a Pinocho:
— ¡Títere bribón! ¿Cómo te has dado cuenta de que soy yo?
— Lo mucho que quiero me ha hecho saber.
os lo
—¿Te acuerdas? Me dejaste niña y ahora me encuentras mujer; tan mujer,
que podría
casi mamá. ser tu
— Me alegro mucho, porque en vez de hermanita, llamaré mamaíta.
así, os
¡Hace tanto tiempo que ansiaba tener una mamá como todos los demás mu-
chachos...! Pero ¿qué habéis hecho para crecer tan deprisa?
— Es un secreto.
— Contádmelo, también yo querría crecer un poco. ¿No lo veis? Sigo siendo
muy pequeño.
— —
Pero tú no puedes crecer replicó el Hada.
— ¿Por qué?
— Porque los títeres jamás crecen. Nacen títeres, viven títeres y mueren
títeres.
— ¡Oh, estoy aburrido de un — Pinocho, dándose un pesco-
ser títere! gritó
zón— Ya va siendo hora de que me haga un hombre como todos
. demás. los
—Y sabes
lo serás, si merecerlo...
—¿De verdad? ¿Y qué puedo hacer para merecerlo?
— Una cosa acostumbrarte a
facilísima: un buen muchacho. ser
—¿Es que acaso no soy? lo
— ¡Claro que Los muchachos buenos son obedientes, y en cambio...
no! tú
—Yo jamás obedezco.
—Los muchachos buenos tienen amor estudio y trabajo y al al tú...
—Yo hago haragán y vagabundo todo año.
el el el
— Los buenos muchachos siempre dicen verdad... la
—Y yo siempre digo mentiras.
— Los muchachos buenos van con gusto a la escuela...
—Y a mí escuela me da dolores de cabeza. Pero de hoy en adelante quiero
la
cambiar de vida.
—¿Me prometes?
lo
85
— Lo prometo. También quiero lle-
gar a ser un buen muchacho y quiero
ser el consuelo de mi papá... ¿Dónde
estará mi pobre papá a estas horas?
— No lo sé.
—¿Aún tendré suerte de poder
la
volver a y abrazarle?
verle
—Creo que estoy segura.
sí; casi
Ante esta respuesta fue tal y tanto
el contento de Pinocho, que tomó las
manos del Hada y comenzó a besár-
selas con tanto entusiasmo que pare-
cía casi fuera de sí. Después, levan-
tando el rostro y mirándola amorosa-
mente, le preguntó:
—
Decidme, mamaíta: ¿entonces no
es verdad que muerta?
estéis
— Parece que no — respondió son-
riente el Hada.
— qué dolor y qué nudo
Si supieseis
en la garganta tuve cuando leí aquí
yace...
— Lo y por eso te he perdonado.
sé,
La sinceridad de tu dolor me hizo
comprender que tenías buen corazón;
V de los muchachos de buen corazón,
aunque sean un poco granujas y mal
educados, siempre se puede esperar
algo, es decir, siempre se puede espe-
rar que vuelvan al buen camino. Por
eso he venido a buscarte hasta aquí.
Seré tu mamá...
— ¡Oh, qué bien!— gritó Pinocho
saltando de alegría.
— Me obedecerás y siempre harás
lo que yo te diga.
— ¡Encantado, encantado, encanta-
do!
—A de mañana — añadió
partir el
86
—¿Qué murmuras entre dientes? —preguntó Hada con acento enojado. el
— —refunfuñó
Decía... a media voz — que ahora me parece un poco
el títere
tarde^Dara ir a la escuela.
-^No señor. Debes saber que nunca es tarde para instruirse y para aprender.
-^Pero no quiero hacer ni artes ni oficios/?^
—^¿Por qué?
-t/Porque el trabajo me cansa. ^
-/Muchacho -^dijo el Hada-^, los que dicen eso, casi siempre acaban en
la cárcel o en el hospital. Debes saber que el hombre, nazca rico o nazca pobre,
está obligado en este mundo
a hacer algo, a ocuparse de algo, a trabajar. ¡Ay
del que se deje atrapar por el ocio! El ocio es una enfermedad feísima, y es
necesario curarla enseguida, desde muchachos; si no, cuando se llega a mayor,
ya no se cura.
Estas palabras tocaron el alma de Pinocho, que levantando vivamente la
cabeza dijo al Hada:
— Estudiaré, trabajaré, haré todo lo que me digáis, porque la verdad es que
me aburre la vida de títere, y quiero ser un muchacho a toda costa. Me lo
habéis prometido, ¿no es verdad?
— Te lo he prometido, y ahora depende de ti.
87
CAPITULO 26
Pinocho va con sus compañeros de escuela
a la orilla del mar,
para ver al terrible Tiburón
88
por hacerte perder el amor al estudio y quién sabe si no te traerán también
alguna desgracia.
— ¡No hay peligro! —respondía el títere, encogiéndose de hombros y tocán-
dose con el índice en medio de la frente, como diciendo: «¡Tengo mucho juicio
aquí dentro!»
Pero un buen día ocurrió que, mientras caminaba hacia la escuela, se
encontró con unos cuantos de sus habituales compañeros que, yendo a su
encuentro, le dijeron:
— ¿Sabes la gran noticia?
—No.
—Que ha llegado mar cercano un tiburón, grande como una montaña.
al
—¿De verdad...? ¡Quizá sea mismo tiburón de cuando ahogó mi pobre
el se
papá!
—Vamos a verlo a playa. ¿Vienes también?
la
—No, quiero a ir la escuela.
—¿Qué importa escuela? Mañana iremos a
te la Por una lección
la escuela.
de más o una de menos, seguiremos siendo mismos asnos.
los
—¿Y qué dirá maestro?
el
—Déjale decir maestro. Le pagan para que refunfuñe todo
al el día.
—¿Y mi mamá?
— Las mamas nunca saben nada — respondieron aquellos pillos.
89
—¿Sabéis qué haré? — dijo Pinocho —Quiero ver el tiburón por ciertas
.
90
CAPITULO 27
Gran pelea entre Pinocho y sus compañeros; al ser herido
uno de ellos, Pinocho es arrestado por los guardias
91
gallito...! ¡Porque si tú no nos tienes miedo, nosotros tampoco te tenemos miedo
a ti! Recuerda que tú estas solo y nosotros somos siete.
— como Siete —
los pecados capitales una gran carcajada.
dijo Pinocho con
—¿Habéis oído? ¡Nos ha insultado! ¡Nos ha llamado pecados capitales...!
— ¡Pinocho! Pide excusas por no, de
la ofensa... si ¡ay ti!
92
liquen para curarte ese resfriado de garganta. ¡Vete a la cama y trata de sudar!
Mientras tanto, los muchachos, que habían acabado de tirar todos sus libros,
vieron a poca distancia el paquete con los libros del títere, y se apoderaron de
él en menos que se cuenta.
Entre estos libros había un volumen encuadernado en grueso cartón y con
el lomo de pergamino. Era un Tratado de Aritmética. ¡Os dejo imaginar lo pesado
que era!
Uno de aquellos granujas agarró aquel volumen y, apuntando a la cabeza
de Pinocho, lo lanzó con todas sus fuerzas, pero en lugar de alcanzar al títere,
alcanzó en la cabeza a uno de sus compañeros, el cual se puso muy pálido y
dijo sólo estas palabras:
— ¡Ay, madre mía, ayudadme... porque me muero!
Después cayó tendido sobre la arena de la playa.
A la vista de aquel muchacho moribundo, los compañeros, asustados, se
dieron a la fuga y a los pocos minutos no se veía a ninguno.
Pero Pinocho se quedó y aunque, por el dolor y por el susto, también estaba
más muerto que vivo, corrió sin embargo a mojar su pañuelo en el agua del
mar y se puso a humedecer la sien de su pobre compañero de escuela. Entre
tanto, llorando a lágrima viva y desesperándose, le llamaba por su nombre y
le decía:
— ¡Eugenio...! ¡Pobre Eugenio ¡Abre los ojos y mírame...! ¿Por qué
mío...!
no me contestas? ¡No he sido yo, ¿sabes?, quien te ha hecho tanto mal! ¡Créelo,
no he sido yo...! Abre los ojos, Eugenio. Si tienes los ojos cerrados, harás que
yo también muera... ¡Oh Dios mío! ¿Qué haré ahora para volver a casa...?
¿Con qué ánimo podré presentarme ante mi buena mamá? ¿Qué será de mí...?
¿A dónde huiré? ¿A dónde iré a esconderme...? ¡Oh, habría sido mejor, mil
veces mejor, que hubiese ido a la escuela...! ¿Por qué habré hecho caso a estos
compañeros, que son mi perdición...? ¡Y el maestro me lo había dicho...! ¡Y
mi mamá me lo había repetido!: «¡Guárdate de los malos ^^^
compañeros!» Pero soy un obstinado... un testarudo... ¡dejo ^^5^
opinar a todos, y después siempre actúo a mi modo! Y luego ^
me toca pagarlo... Y por eso, desde que estoy en
el mundo, jamás he tenido un cuarto de hora de
93
— ¡Más que malo! — uno de guardias, inclinándose y observando a
dijo los
Eugenio desde cerca — Este muchacho ha sido herido en una
. ¿Quién sien. le
ha herido?
— Yo no — que no tenía
farfulló el títere, resuello en casi
cuerpo. el
— no has sido entonces ¿quién ha sido?
Si tú,
— Yo no — Pinocho.
repitió
— ¿Y con qué ha sido herido?
—Con este libro.
Y recogió del suelo el Tratado de Aritmética, encuadernado en cartón
el títere
94
95
CAP ITU LO 28
Pinocho corre el peligro de ser frito
en una sartén, como un pez
96
de lamuerte. Me has prestado un gran servicio y en este mundo el que da,
recibe. Si se presenta la ocasión, ya hablaremos.
Pinocho continuó nadando, manteniéndose siempre cerca de tierra. Final-
mente le pareció llegar a un lugar seguro y, echando una ojeada a la playa,
vio sobre los escollos una especie de gruta, de la que salía un larguísimo
penacho de humo.
«En aquella gruta» dijo entonces para sí, «debe de haber fuego. ¡Tanto
mejor! Iré a secarme y a calentarme, ¿y después...? Bueno, después será lo que
sea».
Tomada esta decisión, se acercó a la escollera; pero cuando iba a trepar,
sintió bajo el agua algo que subía, subía, subía y le llevaba por el aire.
Enseguida intentó huir, pero ya era tarde, porque con grandísimo asombro se
encontró encerrado dentro de una gruesa red en medio de un revoltijo de peces
de todas formas y tamaños, que coleaban y se debatían como almas desesperadas.
Y al mismo tiempo vio salir de la gruta a un pescador tan feo, pero tan feo,
que parecía un monstruo marino. En vez de pelo tenía sobre la cabeza una
espesísima mata de hierba verde, verde era la piel de su cuerpo, verdes sus
ojos, verde su larguísima barba, que le caía pecho abajo. Parecía un gran
lagarto erguido sobre las patas traseras.
Cuando el pescador sacó la red del mar, gritó muy contento:
— ¡Bendita Providencia! ¡También hoy podré darme un buen atracón de
peces!
«¡Menos mal que no soy un pez!», se dijo Pinocho, recobrando un poco el
ánimo.
La red llena de peces fue llevada dentro de la oscura y ahumada gruta, en
medio de burbujeaba una gran sartén con aceite, que despedía un
la cual
olorcillo a sebo que cortaba la respiración.
— ¡Veamos ahora qué peces han caído! —
dijo el pescador, y metiendo en la
red una manaza tan desproporcionada que parecía una pala de panadero, sacó
un puñado de salmonetes.
— ¡Buenos salmonetes! —
dijo mirándolos y olfateándolos con satisfacción. Y
después de haberlos olfateado, los arrojó a un barreño sin agua.
Después repitió más veces la misma operación, y cada vez que sacaba otros
peces, sentía hacérsele la boca agua y regocijándose decía:
¡Buenas pescadillas...!
¡Exquisitos mújoles...!
¡Deliciosos lenguados...!
¡Excelentes calamares...!
¡Me comeré estas anchoas con cabeza y todo!
Como podéis imaginaros, las pescadillas, los mújoles, los lenguados, los
calamares y las anchoas, todos, fueron al barreño a hacer compañía a los
salmonetes.
El último que quedó en la red fue Pinocho.
Apenas le sacó el pescador, se le desencajaron de asombro sus ojazos verdes,
y gritó casi asustado:
97
—aspecto!
cQ"^
este
clase de pez es éste? ¡No recuerdo haber comido jamás peces con
98
99
CAPITULO 29
Regreso a casa del Hada, que le promete
que al día siguiente ya no será un títere,
100
— ¡No me lo digas! — gritó Pinocho, que todavía temblaba de miedo — . ¡No
me un minuto más tarde, a estas horas estaría frito, comido
lo digas! Si llegas
y digerido. ¡Brrr...! ¡Me entran escalofríos sólo de pensarlo...!
Alidoro, riéndose, extendió la pata derecha hacia el títere, que la estrechó
muy fuerte en señal de gran amistad, y después se separaron.
El perro volvió a tomar el camino de casa y Pinocho, que estaba solo, se
dirigió hacia una cabana no muy distante y preguntó a un viejecillo que estaba
en la puerta calentándose al sol:
— Dígame, buen hombre, ¿sabe algo de un pobre muchacho herido en la
cabeza que llamaba Eugenio?
se
— El muchacho fue llevado por unos pescadores a esa cabana, y ahora...
— ¡Ahora estará muerto...! —interrumpió Pinocho con gran dolor.
—No, ahora y ya ha vuelto a su
está vivo, casa.
—¿De verdad, de verdad? — saltando de alegría— ¿Entonces
gritó el títere, .
se lo tiró?
— Un compañero de un Pinocho...
escuela, tal
—¿Y quién Pinocho? — preguntó
es ese haciéndose desentendido.
el títere el
101
«¿Qué haré para presentarme ante mi buena Hadita? ¿Qué dirá cuando me
vea...? ¿Querrá perdonarme esta segunda chiquillada...? ¡Apuesto a que no me
la perdona...! ¡Oh, seguro que no me la perdona...! Y estará en su derecho
porque soy un granuja que siempre prometo corregirme, ¡y jamás lo cumplo...!»
Llegó al pueblo cuando ya era noche oscura y, como hacía mal tiempo y
caía agua a cántaros, fue derecho a casa del Hada con el ánimo decidido de
llamar a la puerta para que le abrieran.
Pero cuando llegó, sintió que le faltaba el coraje y, en vez de llamar, se alejó
corriendo una veintena de pasos. Se acercó una segunda vez a la puerta, y no
hizo nada; se acercó una tercera vez, y nada. La cuarta vez tomó, temblando,
la aldaba de hierro en la mano, y llamó con un golpecillo.
Esperó y esperó, y al cabo de media hora se abrió por fin una ventana en
el último piso (la casa tenía cuatro pisos) y Pinocho vio asomarse a un gran
caracol que tenía una velita encendida sobre la cabeza y que le dijo:
— ¿Quién es a estas horas?
— ¿Está el Hada en casa? — preguntó el títere.
— El Hada duerme y no quiere que la despierten. ¿Quién eres?
— ¡Soy yo!
— ¿Qué yo?
— Pinocho.
— ¿Qué Pinocho?
— El títere, el que vive en casa con el Hada.
— ¡Ah, comprendo! — —
dijo el Caracol Espérame ahí, ahora bajo y te abro
.
enseguida.
— Date prisa, por caridad, porque me muero de frío.
— Muchacho, soy un caracol, y los caracoles jamás tienen prisa.
Pasó una hora, pasaron dos, y la puerta no se abría; por lo cual Pinocho,
que temblaba de frío, de miedo y a causa de la mojadura que tenía encima,
se animó a llamar por segunda vez, y llamó más fuerte.
A este segundo golpe, se abrió una ventana en el piso de abajo y se asomó
el mismo Caracol.
— ¡Buen Caracol! — gritó Pinocho desde la calle — .¡Hace dos horas que
espero! Y dos horas, con esta nochecita, se hacen más largas que dos años.
Date prisa, por caridad.
— Muchacho — le respondió desde la ventana aquel animalejo todo paz y
todo flema — ,muchacho, soy un caracol, y los caracoles jamás tienen prisa.
Y laventana volvió a cerrarse.
Poco después el reloj dio la medianoche; después la una, después las dos, y
la puerta continuaba cerrada.
Entonces Pinocho, perdida la paciencia, agarró con rabia la aldaba de la
puerta para golpear con gran fuerza y atronar la casa, pero la aldaba, que era
de hierro, se convirtió de repente en una anguila viva que, escurriéndose de
sus manos desapareció en el arroyuelo de agua que corría por mitad de la calle.
— Ah, ¿sí? —
gritó Pinocho cada vez más cegado por la cólera —Si ha
.
102
Y echándose un poco hacia pegó un soberbio puntapié en la puerta
atrás,
de la casa. El golpe fue tan fuerte, que el pie penetró en la madera hasta la
mitad y cuando el títere trató de sacarlo fue inútil, porque el pie se había
quedado dentro, como un clavo remachado.
¡Figuraos al pobre Pinocho! Debió pasar el resto de la noche con un pie en
el suelo y el otro levantado.
Por la mañana, al hacerse de día, se abrió la puerta al fin. El Caracol, aquel
buen animalejo, había tardado sólo nueve horas en descender desde el cuarto
piso hasta la calle. ¡Y habéis de saber que llegó bañado en sudor!
— —
¿Qué haces con un pie clavado en la puerta? preguntó riéndose.
— Ha sido una desgracia. Caracolito bonito, mira a ver si logras liberarme
de este suplicio.
— Muchacho, para esto es necesario un carpintero, y yo nunca he sido
carpintero.
— ¡Pídeselo Hada de mi
al parte...!
— El Hada duerme y no quiere que despierten. la
—¿Pero qué quieres que haga clavado todo día en puerta?
el esta
—Diviértete contando hormigas que pasan por
las la calle.
—Al menos, tráeme alguna cosa para comer, porque me siento extenuado.
— ¡Enseguida! — Caracol.
dijo el
En efecto, tres horas y media más tarde Pinocho le vio volver con una
103
bandeja de plata en la cabeza. En la bandeja había un pan, un pollo asado y
cuatro albaricoques maduros.
— Éste es el desayuno que te manda el Hada —
dijo el Caracol.
A la vista de aquella gracia de Dios, el títere se consoló del todo. ¡Pero cuál
fue su desengaño cuando al empezar a comer advirtió que el pan era de yeso,
el pollo, de cartón, y los cuatro albaricoques, de alabastro coloreado!
Quería llorar, quería desesperarse, quería tirar la bandeja y lo que contenía,
pero fuese por el gran dolor o por debilidad del estómago, el caso es que cayó
desvanecido.
Cuando se recobró, se encontró echado sobre un sofá. El Hada estaba junto
a él.
— También esta vez te perdono —
le dijo el Hada —
¡pero ay de ti si haces
;
104
CAPITULO 30
Pinocho, en lugar de convertirse en un muchacho,
parte a escondidas con su amigo Pabilo
hacia «El país de los juguetes»
105
— Espero medianoche para
la partir.
—¿A dónde vas?
— ¡Lejos, lejos, lejos!
— ¡Y yo que he ido veces a buscarte a tres casa...!
—¿Qué querías de mí?
—¿No sabes gran acontecimiento? ¿No sabes suerte que he tenido?
el la
—¿Qué suerte?
— Que mañana dejo de un y me convierto en un muchacho como
ser títere
tú y como todos demás. los
— Buen provecho haga. te
— Entonces, espero mañana a merendar en mi
te casa.
— ¡Pero digo que me marcho noche!
si te esta
—¿A qué hora?
— A medianoche.
—¿Y dónde vas?
a
— Me voy a a un país que
vivir mejor país de mundo: ¡una
es el este
verdadera Tierra de Jauja!
—¿Y cómo llama? se
— Se llama «El País de Juguetes». ¿Por qué no vienes también
los tú?
—¿Yo? ¡No, de verdad!
— ¡Te equivocas, Pinocho! Créeme, no arrepentirás. ¿Dónde
si vienes, te
quieres encontrar un país más estupendo para nosotros los muchachos? No
hay escuelas, no hay maestros, no hay libros. En aquel bendito país no se
estudia jamás. El jueves no hay escuela; y cada semana se compone de seis
jueves y un domingo. Figúrate que las vacaciones de verano comienzan a
primeros de enero y finalizan a finales de diciembre. ¡Ese es verdaderamente
un país como a mí me gustan! ¡Así deberían ser todos los países civilizados...!
—¿Pero cómo pasan días en «El País de Juguetes»?
se los los
— Se pasan jugando y divirtiéndose de mañana a noche. Después, por la la
lanoche, uno se va a la cama, y a la mañana siguiente se comienza otra vez.
¿Qué te parece?
—
¡Hum...! —
dijo Pinocho y meneó ligeramente la cabeza como diciendo:
«Es una vida que también yo haría encantado.»
—
Entonces, ¿quieres partir conmigo? ¿Sí o no? Decídete.
—
No, no, no y no. Ya he prometido a mi buena Hada convertirme en un
buen muchacho, y quiero cumplirlo. Como veo que el sol está bajo, te dejo
enseguida y me voy. Así que adiós y buen viaje.
—
¿A dónde vas con tanta prisa?
—
A casa. Mi buena Hada quiere que vuelva antes de la noche.
— Espera dos minutos más.
— Se hace demasiado tarde.
— Sólo dos minutos.
—¿Y después Hada me
si el grita?
— Déjala Cuando haya gritado mucho,
gritar. se callará — dijo el granuja
de Pabilo.
106
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—¿Y qué haces? ¿Te vas o "acompañado? solo
—¿Solo? Seremos más de muchachos. cien
—Y el hacéis a
viaje ¿lo pie?
—A medianoche pasará por aquí carro que debe recogernos y conducirnos
el
hasta confines de
los afortunadísimo
ese país.
— ¡Daría cualquier cosa por que ahora medianoche...! fiaese
—¿Para qué?
— Para veros a todos juntos.
partir
— Quédate otro poco y lo verás.
— No, no; quiero volver a casa.
— Espera otros dos minutos.
— Me he entretenido demasiado. El Hada estará preocupada por mí.
— ¡Pobre Hada! ¿Acaso miedo de que
tiene coman murciélagos?te los
— Pero oye — agregó Pinocho — verdaderamente seguro de que en
-, ¿estás
ese país no hay escuelas?
—Ni siquiera sombra de
la ellos.
—¿Y tampoco maestros?
—Ni siquiera uno.
—¿Y nunca hay obligación de estudiar?
— ¡Nunca, nunca, nunca!
— ¡Qué hermoso — Pinocho, sintiendo que boca
país! dijo hacía la se le
agua— ¡Qué hermoso
. ¡No he estado nunca, pero me
país! imagino...! lo
—¿Por qué no vienes también tú?
— que me
¡Es inútil Ya he prometido a mi buen Hada convertirme
tientes! le
en un muchacho juicioso y no quiero a mi palabra.faltar
— Entonces saludos a todas
adiós, ¡y escuelas municipales...! Y también
las
a encuentras por
los liceos, si los camino. el
—Adiós, Pabilo; que tengas buen y acuérdate alguna vez de
viaje, diviértete
los amigos.
Dicho dos pasos con intención de irse, pero después se
esto, el títere dio
detuvo y, volviéndose hacia su amigo, le preguntó:
— ¿Estás verdaderamente seguro de que en ese país todas las semanas se
componen de seis jueves y de un domingo?
107
— Segurísimo.
—¿Y sabes con certeza que vacaciones empiezan a primeros de enero y
las
terminan fmales de diciembre?
a
—Con toda certeza.
— ¡Qué hermoso — Pinocho, babeando de puro gusto.
país! repitió
Pero después, con ánimo añadió a toda
resuelto, prisa:
— Bueno, adiós y buen viaje.
— Adiós.
—¿Cuándo partiréis?
— ¡Dentro de dos horas!
— ¡Lástima! una hora para
Si sólo faltase partida, capaz de
la casi sería
esperar.
—¿Y el Hada...?
— ¡Ya ha hecho
se tarde...! Y volver a casa una hora antes o una hora
después, mismo.
es lo
— ¡Pobre Pinocho! ¿Y si el Hada te grita?
— La dejaré
¡Paciencia! gritar. Cuando haya
gritado mucho, se callará.
Entre tanto ya se había hecho de noche, y noche oscura. De pronto vieron
moverse a lo lejos una lucecita... ¡y oyeron un ruido de cascabeles y un toque
de trompeta, tan ligero y ahogado, que parecía el zumbido de un mosquito!
— ¡Aquí — Pabilo, poniéndose de
está! gritó pie.
—¿Quién? — preguntó en voz baja Pinocho.
— El carro que viene a recogerme. Venga,
: o no? vienes, ¿sí
—¿Pero verdaderamente
es — preguntócierto — que en el títere ese país los
muchachos jamás tienen obligación de estudiar?
la
108
CAPITULO 31
109
— Me quedo — respondió Pinocho— . Quiero volver a mi casa, quiero estu-
diar y quiero tener buenas notas en la escuela, como hacen todos los muchachos
buenos.
— ¡Buen provecho haga! te
— ¡Pinocho! — entonces Pabilo— Hazme caso, vente con nosotros y
dijo . lo
pasaremos bien.
— ¡No, no, no!
— ¡Vente con nosotros y pasaremos bien! —gritaron otras cuatro voces
lo
dentro del carro.
— ¡Vente con nosotros y pasaremos lo —gritaron, todas juntas, un
bien!
centenar de voces dentro del carro.
— V me voy con vosotros, ¿qué dirá mi buena Hada? —
si que dijo el títere,
comenzaba a ablandarse y a cambiar de opinión.
— No cabeza con tantas preocupaciones. ¡Piensa que vamos
te calientes la
a un país donde podremos estar de juerga de la mañana a la noche!
Pinocho no respondió, pero dio un suspiro. Después, dio otro suspiro, des-
pués, un tercer suspiro; finalmente, dijo:
— Hacedme un poco de sitio: ¡Yo también quiero ir!
— —
Todos los sitios están ocupados replicó el Hombrecillo pero para — ,
110
111
galopaban y el carro corría sobre los guijarros del camino real, al títere le
parecía oír una voz profunda y apenas inteligible que le decía:
—
¡Pobre bobo! ¡Has querido hacerlo a tu manera, pero te arrepentirás!
Pinocho, casi aterrorizado, miró aquí y allá, para saber de dónde venían
aquellas palabras, pero no vio a nadie. Los borricos galopaban, el carro corría,
los muchachos dormían dentro del carro. Pabilo roncaba como un lirón y el
Hombrecillo, sentado en el pescante, canturreaba entre dientes:
y yo no duermo jamás...
Recorrido otro medio kilómetro. Pinocho oyó la misma vocecita débil que
le decía:
— ¡Rétenlo en cabeza, majadero! Los muchachos que dejan de estudiar y
la
vuelven la espalda a los libros, a las escuelas y a los maestros para dedicarse
enteramente a los juguetes y a las diversiones, ¡sólo pueden tener un final
desgraciado...! Lo sé por experiencia... ¡y te lo puedo decir! ¡Llegará un día en
que tú también llorarás, como hoy lloro yo..., pero entonces será tarde!
Ante estas palabras quedamente susurradas, el títere, más asustado que
nunca, saltó de la grupa de la cabalgadura y fiae a agarrar al burro por el
hocico.
¡E imaginaos cómo se quedó, cuando advirtió que su borrico lloraba... y que
lloraba igual que un muchacho!
— ¡Eh, señor Hombrecillo! — Pinocho amo del carro— ¿sabe qué
gritó al ,
112
Este país no se parecía a ningún otro país delmundo. Su población estaba
íntegramente compuesta de muchachos. Los más viejos tenían catorce años,
los más jóvenes apenas tenían ocho. ¡En las calles había una alegría, un bullicio,
unos gritos que levantaban dolor de cabeza! Bandas de granujas por todas
partes: unos jugaban a la nuez, otros al tejo, otros a la pelota, otros montaban
en velocípedo, unos en caballitos de madera; éstos jugaban a la gallina ciega,
aquellos otros corrían; otros, vestidos de payasos, simulaban comer fuego; unos
recitaban, otros cantaban, unos daban saltos mortales, otros se divertían an-
dando con las manos en el suelo y con las piernas por el aire. Uno jugaba al
aro, otro paseaba vestido de general con un casco de papel y un sable de
cartón-piedra; uno reía, otro chillaba, otro llamaba, otro aplaudía, otro imitaba
el canto de la gallina cuando ha puesto un huevo; en suma, tal pandemonio,
tal algarabía, tal griterío endiablado, que era necesario ponerse algodón en los
oídos para no quedarse sordo. En todas las plazas se veían teatritos de tela,
abarrotados de muchachos de la mañana a la noche, y sobre todas las paredes
de las casas se leían escritas con carbón cosas bellísimas como: ¡Vivan losjugetes!
(en lugar á^ juguetes) ; no qeremos más escelas (en lugar de no queremos más escuelas)
abajo Larin Mética (en lugar de La Aritmética) y otras frases semejantes.
Pinocho, Pabilo y los demás muchachos que habían hecho el viaje con el
hombrecillo, apenas puestos los pies en la ciudad se introdujeron en aquella
baraúnda y en pocos minutos, como es fácil imaginárselo, se hicieron amigos
de todos. ¿Quién más feliz, quién más contento que ellos?
En medio de las continuas diversiones y los variados entretenimientos, las
horas, los días, las semanas pasaban volando.
— ¡Oh, qué buena vida! — decía Pinocho cada vez que por casualidad se
encontraba con Pabilo.
—¿Ves cómo yo razón? — replicaba
tenía este último — ¡Y pensar que no
.
113
CAPITULO 32
A Pinocho le salen unas orejas de burro,
— Un poquito.
— Entonces mira por casualidad tuviese yo
si fiebre.
La Marmotita levantó lapata delantera derecha y, después de haber tomado
el pulso a Pinocho, le dijo suspirando:
— Amigo mío, ¡siento tener que darte una mala noticia...!
—¿Cuál?
— ¡Tienes una fiebre muy mala...!
—¿Y qué fiebre es?
— La fiebre del asno.
114
— ¡No conozco esa — respondió
fiebre! que embargo
el títere,había sin sí
comprendido.
— Entonces explicaré — agregó Marmotita— Debes saber que dentro
te lo la .
de dos o horas ya no
tres un un muchacho...
serás ni títere, ni
—¿Y qué seré?
—Dentro de dos o horas convertirás en un auténtico borrico como
tres te
losque tirande un y llevan
carrito berzas y lechugas
las mercado.
las al
— ¡Oh, pobre de mí! ¡Pobre de mí! — Pinocho agarrándose con
gritó las
manos las dos orejas y tirando y estirando rabiosamente como si se tratase de
las orejas de otro.
— Querido mío —
replicó la Marmotita para consolarle ¿qué le vas a — ,
hacer? Es el destino. Está escrito en los decretos de la ciencia que todos los
muchachos desobedientes que, aburridos de los libros, las escuelas y los maes-
tros, pasan sus jornadas entre juguetes, entre juegos y entre diversiones, antes
o después acaban transformándose en otros tantos pequeños asnos.
— Pero ¿de verdad es así? —
preguntó sollozando el títere.
— ¡Desgraciadamente lo es! Y ahora los llantos son inútiles. ¡Tendrías que
haberlo pensado antes!
— Pero la culpa no es mía: ¡la culpa, créelo, Marmotita, es toda de Pabilo...!
— ¿Y quién es ese Pabilo...?
— Un compañero mío de escuela. Yo quería volver a casa, quería ser obe-
diente, quería seguir estudiando y consiguiendo buenas notas... pero Pabilo me
dijo: «¿Por qué quieres aburrirte estudiando? ¿Por qué quieres ir a la escuela?
Vente mejor conmigo a "El País de los Juguetes"; allí no estudiaremos más;
allí nos divertiremos de la mañana a la noche y siempre estaremos alegres.»
— ¿Y por qué seguiste el consejo de ese falso amigo, de ese mal compañero?
— ¿Por qué...? Porque, Marmotita mía, soy un títere sin juicio... y sin
corazón. ¡Oh, si hubiese tenido un poquito de corazón, jamás habría abando-
nado a aquella buena Hada, que me quería como una madre y que tanto había
hecho por mí...! ¡Y a estas horas no sería ya un títere... sino un muchacho
cuerdo, como hay tantos! ¡Oh..., pero si me encuentro a Pabilo, pobre de él!
¡Le voy a decir de todo...!
E hizo ademán de ir a salir. Pero cuando llegó a la puerta, se acordó de que
tenía orejas de asno, y avergonzándose de mostrarlas en público, ¿qué inventó?
115
Tomó un gran gorro de algodón y, poniéndoselo en la cabeza, se lo encasquetó
hasta la punta de la nariz.
Después salió y se dedicó a buscar a Pabilo por todas partes. Lo buscó por
las calles, por las plazas, por los teatritos, por todas partes; pero no le encontró.
Preguntó a cuantos encontró por la calle, pero nadie le había visto.
Entonces fue a buscarle a casa; llegó ante la puerta y llamó.
— ¿Quién es? — preguntó Pabilo desde dentro.
— ¡Soy yo! — respondió el títere.
116
—¿Por qué no? Pero antes quiero ver tuyas, querido Pinocho.
las
—No, debes
tú primero.
ser el
— ¡No, querido! ¡Primero después tú, yo!
— Bueno — entonces
dijo — hagamos un pacto de buenos amigos.
el títere ,
— Oigamos pacto.
el
117
CAPITULO 33
118
—Ah, ¿no te gusta el heno? — gritó el amo
encolerizado —
¡Aguarda, her- .
dialecto asnal.
—Hi-a, heno me da dolor de
hi-a, ¡el barriga...!
—¿Pretendes que mantenga a un borrico como con pechugas de pollo y tú
fiambre de capón? — añadió amo encolerizándose cada vez más y dándole
el
119
ERAN ESPECTÁCULO DS GALA
Esta Noche
tendrán lugar los habituales saltos
y ejercicios sorprendentes
BORRICO PINOCHO
llamado
LA ESTRELLA DE LA DANZA
Aquella noche, como podéis figuraros, una hora antes de comenzar el espec-
táculo, el teatro ya estaba abarrotado.
No se podía encontrar una butaca ni una localidad reservada ni un palco
ni aun pagándolos a peso de oro.
Las graderías del Circo bullían de niños, de niñas y de muchachos de todas
las edades, ansiosos por ver bailar al famoso borrico Pinocho.
Acabada la primera parte del espectáculo, el Director de la Compañía,
vestido con fi'ac negro, pantalones blancos ajustados y botas de piel hasta las
rodillas, se presentó ante el hacinadísimo público y, hecha una gran reverencia,
recitó con gran solemnidad el siguiente disparatado discurso:
— ¡Respetable público, caballeros y damas!
»Este que os habla, de paso por esta ilustre metrópoli, ha querido procrear
no sólo el honor sino el placer de presentar a este inteligente y conspicuo
auditorio un célebre borrico, que ya ha tenido el honor de bailar en presencia
de Su Majestad el Emperador de todas las Cortes Principales de Europa.
»Y dándoos las gracias, ¡ayudadnos con vuestra animadora presencia y
perdonadnos!
Este discurso ñie acogido con muchas risas y con muchos aplausos; pero los
aplausos se redoblaron y se convirtieron en una especie de huracán ante la
presencia del borrico Pinocho en medio de la pista. Estaba ataviado de fiesta.
Llevaba una brida nueva de piel brillante con hebillas y tachuelas de bronce;
dos plumeros blancos y rosas, la crin dividida en múltiples rizos atados con
borlas de seda rosa, una gran cincha de oro y de plata y la cola trenzada con
cintas de terciopelo. ¡Era, en suma, un borrico encantador!
El Director, al presentarle al público, añadió estas palabras:
— ¡Mis respetables oyentes! No estoy aquí para contaros mentiras sobre las
grandes dificultades superadas por mí para comprender y sojuzgar a este
120
4 f
mamífero, mientras pacía libremente de montaña en montaña en las llanuras
de la zona tórrida. Observad, os ruego, cuánta fiereza rezuma de sus ojos, por
lo que habiendo resultado vanos todos los medios para domesticarlo a la vida
de los cuadrúpedos civiles, muchas veces he debido recurrir al afable dialecto
de la fusta. Pero cada gentileza mía, en lugar de hacerme ganar su cariño, me
ha hecho ganar su odio. Sin embargo, siguiendo el sistema Galles, encontré en
su cráneo un pequeño cartílago óseo que la misma Facultad de Medicina de
París reconoce ser el bulbo regenerador de los cabellos y de la danza pírrica.
Y por esto le quise amaestrar para el baile, así como enseñarle los correspon-
dientes saltos por los aros y por los toneles. ¡Admiradle y después juzgadle!
Pero antes de separarme de vosotros, permitidme, señores, que os invite al
diurno espectáculo de mañana por la noche, pero en la apoteosis de que el
tiempo lluvioso amenace agua, entonces el espectáculo, en lugar de mañana
noche, será postpuesto a mañana por la mañana, a las once horas antimeri-
dianas del mediodía.
Y aquí el director hizo otra profundísima reverencia, después, volviéndose
hacia Pinocho, le dijo:
— ¡Ánimo, Pinocho! Antes de principiar tus ejercicios, saluda a este respe-
table público, ¡caballeros, damas y muchachos!
Pinocho, obediente, dobló enseguida las dos rodillas delanteras hasta el
suelo, y permaneció arrodillado hasta que el Director, restallando la fusta, le
gritó:
— ¡Al paso!
Entonces el borrico se levantó sobre las cuatro patas y comenzó a marchar
alrededor de la pista, caminando siempre al paso.
Poco después el Director gritó:
— ¡Al trote! —
y Pinocho, obedeciendo la orden, marchó al trote.
— ¡Al galope! —y Pinocho inició el galope.
— ¡A la carrera! — y Pinocho comenzó a correr a toda velocidad. Pero cuando
corría como un loco, el Director, alzando el brazo, disparó al aire con su pistola.
Ante aquella señal, el borrico, fingiéndose herido, cayó tendido en la pista,
como si de verdad estuviese moribundo.
Al levantarse del suelo, en medio de un estallido de aplausos, de gritos y de
122
palmadas que llegaron hasta tuvo el impulso natural de alzar la
las estrellas,
cabeza y mirar hacia arriba... y vio en un palco a una bella señora que llevaba
en el cuello un gran collar de oro del que pendía un medallón. En el medallón
estaba pintado el retrato de un títere.
«¡Ese retrato es el mío...! ¡Esa señora es mi Hada!», dijo para sí Pinocho,
reconociéndola enseguida y, dejándose llevar por la gran alegría, trató de gritar:
«¡Oh, Hadita mía! ¡Oh, Hadita mía!»
Pero en lugar de estas palabras, le salió de la garganta un rebuzno tan sonoro
y prolongado que hizo reír a todos los espectadores, especialmente a los mu-
chachos que estaban en el teatro.
Entonces el Director, para enseñarle y para hacerle comprender que no es
de buena educación ponerse a rebuznar cara al público, le dio con el mango
de la fusta un golpe en la nariz.
El pobre borrico, sacando un palmo de lengua, estuvo lamiéndose la nariz
al menos cinco minutos, creyendo que se calmaría así el dolor que sentía.
¡Pero cuál sería su desesperación cuando, volviéndose por segunda vez hacia
arriba, vio que el palco estaba vacío y que el Hada había desaparecido...!
Se sintió morir; los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a llorar
desconsoladamente. Pero nadie se dio cuenta, y menos que nadie el Director,
que, por el contrario, haciendo restallar la fusta, gritó:
—
¡Bravo, Pinocho! Ahora haz ver a estos señores con cuánta gracia sabes
saltar los aros.
Pinocho lo intentó dos o tres veces, pero cada vez que llegaba delante del
aro, en lugar de atravesarlo, pasaba cómodamente por debajo. Por fin dio un
salto y lo atravesó, pero desgraciadamente las patas traseras se le quedaron
enganchadas en el aro, por lo cual cayó al suelo como un fardo por el otro lado.
Cuando se levantó estaba cojo y a duras penas pudo volver a la cuadra.
— ¡Que salga Pinocho! ¡Queremos ver al borrico! ¡Que salga el borrico!
—gritaban los muchachos de la platea, apiadados y conmovidos por el tristí-
simo suceso.
Pero aquella noche el borrico no se dejó ver más.
A la mañana siguiente el veterinario, o sea el médico de las bestias, cuando
le visitó, declaró que se quedaría cojo para toda la vida.
123
Entonces el Director dijo a su mozo
de cuadra:
—¿Que quieres que haga con un
burro cojo? Sería un holgazán y un
gorrón. Por lo tanto, llévatelo a la pla-
za y revéndelo.
Apenas llegaron a la plaza, encon-
traron alcomprador, que le preguntó
al mozo de cuadra:
— ¿Cuánto quieres por borrico
este
cojo?
—Veinte liras.
—Te doy veinte céntimos. No creas
que lo compro para utilizarlo; única-
mente lo compro por su piel. Veo que
tiene la piel muy dura, y con ella quie-
ro hacer un tambor para la banda de
música de mi pueblo.
¡Os dejo pensar, muchachos, el
gran placer que sentiría el pobre Pi-
nocho al oír que estaba destinado a
convertirse en tambor!
El hecho es que el comprador, ape-
nas pagados los veinte céntimos, llevó
al borrico hasta un escollo que estaba
sobre la orilla del mar; le puso una
piedra al cuello y le ató por una pata
con una soga que tenía en la mano y,
sin más, le dio un empujón y le tiró
al agua.
Pinocho, con aquella piedra atada
al cuello, se fue enseguida al fondo; y
el comprador, teniendo siempre la
soga bien sujeta en la mano, se sentó
en el escollo y se quedó esperando a
que el borrico se ahogara, para luego
quitarle la piel.
124
CAPITULO 34
Pinocho, arrojado al mar, es comido por los peces,
y vuelve a ser un títere como antes;
pero mientras nada para ponerse a salvo,
es engullido por el terrible Tiburón
125
tuve una mala caída en el teatro y me quedé cojo de las dos patas. Entonces
el Director, no sabiendo qué hacer con un asno cojo, me mandó revender, ¡y
usted me compró!
— ¡Desgraciadamente! Pagué veinte céntimos por Y ahora, ¿quién me ti.
que cuando los peces terminaron de comerme toda aquella corteza asnal, que
me cubría de la cabeza a los pies, llegaron, como es natural, al hueso... o mejor
dicho, llegaron a la madera, porque, como ve, estoy hecho de madera durísima.
Y después de darme los primeros mordiscos, aquellos peces glotones se dieron
cuenta enseguida de que la madera no era carne para sus dientes, y disgustados
por esta indigesta comida, se fijeron unos por aquí y otros por allá, sin siquiera
volverse para darme las gracias... Y aquí tiene por qué, al tirar de la soga, se
encontró con un títere vivo, en lugar de con un borrico muerto.
— —
Me río de tu historia gritó el comprador, encolerizado Me he gastado— .
veinte céntimos en comprarte y quiero mis cuartos. ¿Sabes qué haré? Te llevaré
de nuevo al mercado y te revenderé al peso como madera seca para encender
el fijego en la chimenea.
—Entonces revéndame, me parece bien —
dijo Pinocho.
126
Pero Y
dio un buen brinco y saltó al agua.
al decir esto, nadando alegremente
y alejándose de la playa, gritaba al pobre comprador:
— Adiós, amo; si necesita una piel para hacer un tambor, acuérdese de mí.
Y después se reía y seguía nadando; y un poco después, volviéndose hacia
atrás, gritaba más fuerte:
— Adiós, amo; si necesita un poco de madera seca para encender la chime-
nea, acuérdese de mí.
El caso es que en un abrir y cerrar de ojos se había alejado tanto, que casi
no se le veía; o sea, sólo se veía sobre la superficie del mar un puntito negro
que, de tanto en tanto, sacaba las piernas hiera del agua y daba brincos y
saltos, como un alegre delfín.
Mientras Pinocho nadaba sin rumbo, en medio del mar divisó un escollo
que parecía de mármol blanco; y en la cima del escollo, una hermosa cabrita
que balaba amorosamente y que le hacía señas para que se acercara.
Lo más singular era esto: que la lana de la cabrita, en lugar de ser blanca,
o negra, o de dos colores, como las de las demás cabras, era azul, pero de un
color azul fiílgurante, que recordaba muchísimo los cabellos de la hermosa
Niña. ¡Os dejo imaginar lo fiaerte que comenzó a latir el corazón de Pinocho!
Redoblando sus ñierzas y sus energías nadó hacia el escollo blanco y ya estaba
a medio camino, cuando salió fiaera del agua y vino a su encuentro una horrible
cabeza de monstruo marino con la boca abierta de par en par, como una sima,
y tres hileras de dientes que, incluso pintados, habrían asustado a cualquiera.
¿Y sabéis quién era aquel monstruo marino?
Aquel monstruo marino era ni más ni menos que el gigantesco Tiburón,
aparecido más veces en esta historia y que por sus estragos y por su insaciable
voracidad era apodado «El Atila de los peces y de los pescadores».
¡Imaginaos el espanto del pobre Pinocho a la vista del monstruo! Trató de
esquivarlo, de cambiar de camino; pero aquella inmensa boca, abierta de par
en par siempre, se le venía encima con la velocidad de una flecha.
— ¡Date prisa. Pinocho, por caridad! — gritaba balando la hermosa cabrita.
Y Pinocho nadaba desesperadamente con los brazos, con el pecho, con las
piernas y con los pies.
— ¡Corre, Pinocho, que el monstruo se acerca...!
Y Pinocho, reuniendo todas sus fiaerzas, nadaba cada vez más aprisa.
— ¡Cuidado, Pinocho...! ¡El monstruo te alcanza...! ¡Ya está ahí...! ¡Ya está
ahí...! ¡Date prisa, por caridad, o estás perdido...!
Y Pinocho nadaba más rápidamente que nunca, y deprisa, deprisa, deprisa,
como iría una bala de fiasil.
¡Y ya estaba cerca del escollo, y ya la cabrita, inclinándose sobre el mar,
alargaba sus patitas delanteras para ayudarle a salir del agua...!
¡Pero ya era tarde! El monstruo le había alcanzado y, al respirar, se bebió
al pobre títere, como se habría sorbido un huevo de gallina; y lo hizo con
tanta violencia y avidez que Pinocho, cayendo dentro del Tiburón, se dio un
golpe tan fuerte, que quedó aturdido durante un cuarto de hora.
Cuando volvió en sí después de aquel espanto, ni siquiera sabía en qué
mundo se encontraba. Por todas partes, a su alrededor, había una gran oscu-
127
ridad; pero una oscuridad tan negra y profunda, que le parecía haber metido
la cabeza en un calamar lleno de tinta. Estuvo a la escucha y no oyó ningún
ruido, sólo de tanto en tanto notaba que le daba en la cara una ráfaga de
viento. Al principio no comprendía de dónde podía provenir aquel viento, pero
después se dio cuenta de que salía de los pulmones del monstruo. Porque habéis
de saber que el Tiburón sufría muchísimo de asma y cuando respiraba parecía
como soplase la tramontana.
si
Pinocho, ante todo, se las ingenió para darse un poco de ánimo, pero cuando
comprobó y se convenció de que se encontraba encerrado en el cuerpo del
monstruo marino, empezó a llorando decía:
llorar y a chillar. Y
— ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Oh, pobre de mí! ¿No hay nadie que venga a salvarme?
— ¿Quién quieres que te salve, desgraciado...? — dijo en aquella oscuridad
un cascado vozarrón.
— ¿Quién habla así? — preguntó Pinocho, sintiéndose helado de espanto.
— ¡Soy yo! Soy un pobre atún, engullido contigo por el Tiburón. Y tú ¿qué
pez eres?
—Yo no tengo nada que ver con peces. Soy un los títere.
—Y entonces, no un pez, ¿por qué
si eres has dejado por
te engullir el
monstruo?
—No soy yo quien ha dejado se ¡ha sido quien me ha engullido!
engullir, él
filósofoy me
consuelo pensando que, cuando se nace atún, ¡es más digno morir
en el agua que en el aceite...!
— ¡Bobadas! —
gritó Pinocho.
— La mía es una opinión —
replicó el Atún —
¡y las opiniones, como dicen
,
—Adiós, Atún.
— Adiós, y buena
títere, suerte.
—¿Dónde volveremos a vernos?
—¿Quién ¡Es mejor no pensarlo!
sabe...?
128
CAPITULO 35
Pinocho encuentra en el cuerpo del Tiburón...
¿a quién encuentra?
Leed este capítulo y lo sabréis
129
'y
Mmwaiill
• ~ii.
•SfíP*
solo de noche me encontré con los asesinos que se pusieron a correr detrás de
mí, y yo corría, y ellos corrían, y yo corría, y ellos siempre detrás, y yo corría,
hasta que me ahorcaron de una rama del Roble grande, de donde la hermosa
Niña de los cabellos azules me mandó traer en su carrocita, y los médicos,
cuando me visitaron, dijeron enseguida: «Si no está muerto, es señal de que
sigue vivo», y entonces se me escapó una mentira, y la nariz comenzó a
crecerme y no podía pasar de la puerta del cuarto, motivo por el cual fui con
el Zorro y el Gato a enterrar las cuatro monedas de oro, pues una la había
gastado en la hostería, y el Papagayo se puso a reír, y en lugar de dos mil
monedas no encontré ninguna, cuando el juez supo que había sido robado,
inmediatamente me hizo meter en prisión, para dar una satisfacción a los
ladrones, al venir vi un hermoso racimo de uva en un campo, pero quedé preso
en la trampa y el campesino con sus santas razones me puso el collar del perro
para que hiciese la guardia en el gallinero, hasta que reconoció mi inocencia
y me dejó ir, y la Serpiente, con la cola que humeaba, empezó a reírse y se le
reventó una vena en el pecho, y así volví a la casa de la hermosa Niña, que
estaba muerta, y el Palomo viendo que lloraba me dijo: «He visto a tu papá
que se construía una barquita para ir a buscarte» y le dije: «¡Oh, si también
tuviese alas!» y me dijo: «¿Quieres ir con tu papá?» y le dije: «¡Ojalá!, pero
¿quién me lleva?» y me dijo: «Te llevo yo» y le dije: «¿Cómo?» y me dijo:
«Móntate sobre mi espalda» y así volamos toda la noche, y después por la
mañana todos los pescadores que miraban hacia el mar me dijeron: «Hay un
pobre hombre en una barquita que está ahogándose» y desde lejos le reconocí
enseguida, porque me lo decía el corazón, y le hice señas para volver a la
playa...
—Yo también te reconocí —dijo Gepeto —y habría vuelto encantado a la
playa, ¿pero qué hacer? El mar estaba grueso y una ola me volcó la barquita.
Entonces, un horrible tiburón que estaba allí cerca, apenas me vio en el agua,
corrió hacia mí y, sacando la lengua, me atrapó despacito y me engulló como
a un tortellino de Bolonia.
— —
Y ¿cuánto tiempo hace que está usted aquí dentro? preguntó Pinocho.
132
—Desde aquel día ya hará dos años. ¡Dos años, Pinocho mío, que me han
parecido dos siglos!
—¿Y qué ha hecho para ¿Y dónde ha encontrado
vivir? vela? Y la las cerillas
para encenderla, ¿quién ha dado?
se las
—Ahora contaré todo. Debes saber que aquella misma borrasca que volcó
te
mi barquita, también hundió un barco mercante. Todos los marineros se
salvaron, pero el barco se fue al fondo y el mismo Tiburón, que aquel día tenía
un excelente apetito, después de tragarme a mí, también se tragó el barco...
— ¿Cómo? ¿Se lo tragó todo de un bocado...? —
preguntó Pinocho asombra-
do.
—Todo de un bocado; y sólo escupió el palo mayor, porque se
había le
quedado entre los dientes como una espina. Afortunadamente para mí, aquel
barco estaba cargado de carne conservada en latas de estaño, de galletas, o
sea de pan tostado, de botellas de vino, de uvas pasas, de queso, de café, de
azúcar, de velas y de cajas de cerillas de cera. Con todo esto, gracias a Dios,
he podido vivir dos años, pero he agotado los últimos restos. Hoy ya no hay
nada en la despensa, y esta vela, que ves encendida, es la última que me
queda...
—¿Y después?
—Después, querido mío, nos quedaremos a oscuras.
— Entonces, papaíto mío — Pinocho— no hay tiempo que perder. Es
dijo ,
— Monte a caballito sobre mis hombros y abráceme muy fuerte. Del resto
me encargo yo.
Apenas Gepeto se hubo acomodado bien sobre los hombros del hijito. Pino-
cho, muy seguro de sus acciones, se tiró al agua y comenzó a nadar. El mar
estaba tranquilo como una balsa de aceite, la luna brillaba con toda su claridad
y el Tiburón seguía durmiendo con un sueño tan profundo que ni siquiera le
habría despertado un cañonazo.
134
CAPITULO 36
Finalmente, Pinocho deja de ser un títere
y se convierte en un muchacho
135
Gepeto y Pinocho, como podéis imaginaros, aceptaron enseguida la invita-
ción; pero en lugar de asirse a la cola, juzgaron más cómodo sentarse, sin más,
sobre el lomo del Atún.
—
¿Pesamos demasiado? —
le preguntó Pinocho.
—
Ni por asomo; me parece llevar encima dos caracolas —
respondió el Atún,
que tenía una corpulencia tan grande y robusta que parecía un ternero de dos
años.
Arribados a la orilla, Pinocho saltó a tierra el primero, para ayudar a su
papá a hacer lo mismo; después se volvió hacia el Atún, y con voz conmovida
le dijo:
— ¡Amigo mío, has salvado a mi papá! ¡No tengo palabras para agradecértelo
bastante! ¡Permíteme al menos que te dé un beso en señal de eterno agradeci-
miento...!
El Atún sacó el hocico fuera del agua, y Pinocho, arrodillándose en el suelo,
le dio un afectuosísimo beso en la boca. Ante este rasgo de espontaneidad y
vivísima ternura, el pobre Atún, se sintió tan conmovido, que avergonzándose
de que le vieran llorar como un niño, metió la cabeza bajo el agua y desapa-
reció.
Entre tanto se había hecho de día.
Entonces Pinocho, ofreciendo su brazo a Gepeto, que apenas tenía aliento
para tenerse de pie, le dijo:
—
Apóyese en mi brazo, querido papaíto, y vayámonos. Caminaremos tan
despacio como las hormigas y cuando estemos cansados descansaremos junto
al camino.
—
¿Y a dónde debemos ir? —
preguntó Gepeto.
—
En busca de una casa o de una cabana, donde nos quieran hacer la caridad
de un bocado de pan y un poco de paja que nos sirva de cama.
Todavía no habían dado cien pasos, cuando vieron sentados al borde del
camino a dos malas fachas, que estaban allí en actitud de pedir limosna.
Eran el Gato y el Zorro, pero no parecían los de otras veces. Figuraos que
el Gato, a fuerza de fingirse ciego, había acabado ciego de verdad; y el Zorro
envejecido, tinoso y muy estropeado, ni siquiera tenía cola. Aquel pérfido ladrón,
caído en la más triste miseria, se había visto obligado un buen día a vender hasta
su bellísima cola a un buhonero, que la compró para hacerse un matamoscas.
—
Pinocho — gritó el Zorro con voz de plañidera —
ten un poco de caridad
,
ya no me pilláis más.
—
¡Créenos, Pinocho, ahora somos pobres y desgraciados de verdad!
—
¡De verdad! — repitió el Gato.
—
Si sois pobres, os lo merecéis. Recordad el proverbio que dice: «El dinero
robado jamás aprovecha.» ¡Adiós, farsantes!
—
¡Ten compasión de nosotros...!
—
¡De nosotros...!
— ¡Adiós, farsantes!
136
iNo nos abandones...!
.dones! — repitió el Gato.
¡Adiós, farsantes!
Y diciendo esto,
Pinocho y Gepeto siguieron tranquilamente su camino hasta
que, dados otros cien pasos, vieron al fondo de un sendero en medio de los
campos una bonita cabana de paja con el tejado cubierto de pizarra.
—
Esta cabana debe de estar habitada por alguien dijo Pinocho —
Vamos — .
allá y llamemos.
En efecto, fueron y llamaron a la puerta.
—
¿Quién es? —
dijo una vocecita desde dentro.
—
Somos un papá y un hijito sin pan y sin techo —
respondió el títere.
—
Girad la llave y la puerta se abrirá —
dijo la misma vocecita.
Pinocho giró la llave, y la puerta se abrió. Apenas entrados, miraron por
aquí, miraron por allá, y no vieron a nadie.
—
¿Dónde está el dueño de la cabana? —
dijo Pinocho maravillado.
—
¡Aquí arriba!
Papá e hijito miraron enseguida hacia el techo y vieron sobre una viga al
Grillo-parlante.
— ¡Oh, mi querido — Pinocho saludando graciosamente.
Grillito! dijo
—Ahora me llamas «tu querido ¿no verdad? ¿Pero
Grillito», acuerdas
es te
de cuando, para echarme de me arrojaste un mazo de madera...?
tu casa,
— ¡Tienes razón, Échame también a
Grillito! tírame también un mazo
mí...
de madera; pero ten piedad de mi pobre papá...
—Tendré piedad papá y también del
del pero he querido recordarte
hijito,
el mal que en este mundo, cuando se puede, es
trato recibido para enseñarte
necesario mostrarse cortés con todos si queremos ser correspondidos con similar
cortesía en los momentos necesarios.
—Tienes razón, razón de sobra y no olvidaré
Grillito, tienes lección que la
me has dado, pero dime, ¿qué has hecho para comprarte bonita cabana? esta
— Me regaló ayer una graciosa cabra que tenía lana de un bellísimo
la la
color azul.
—¿Y dónde cabra? — preguntó Pinocho con vivísima curiosidad.
está la
—No lo sé.
—¿Y cuándo volverá...?
— No volverá jamás. Ayer partió muy balando, parecía
afligida y, decir:
«¡Pobre Pinocho... ya no le volveré a ver más... a estas horas el Tiburón ya le
habrá devorado...!»
137
—¿Verdaderamente ¡Entonces era ella...! ¡Era mi querida
dijo eso...?
Hada...! — comenzó a gritar Pinocho, sollozando y llorando a lágrima viva.
Lloró y lloró y luego se secó los ojos y, preparando una buena camita de
paja, tendió encima al viejo Gepeto. Después, le preguntó al Grillo-parlante:
—
Dime, Grillito: ¿dónde podría encontrar un vaso de leche para mi papá?
—
A tres campos de distancia está el hortelano Juanjo, que tiene vacas. Vé
a su casa y encontrarás la leche que buscas.
Pinocho fue corriendo a casa del hortelano Juanjo, y éste le preguntó:
—¿Cuánta leche quieres?
— Quiero un vaso lleno.
— Un vaso de leche cuesta cinco céntimos. Así que empieza por darme los
cinco céntimos.
— No tengo siquiera uno — respondió Pinocho mortificado y dolido.
ni
— Mal, mío — replicó
títere hortelano— el siquiera un céntimo,
. Si ni tienes
yo siquiera tengo un dedo de
ni leche.
— ¡Paciencia! — Pinocho hizo ademán de
dijo e irse.
— Espera un poco — Juanjo— Entre y yo podemos
dijo . tú ¿Quie- arreglarlo.
re ponerte a hacer girar la noria?
—¿Qué noria?
es la
— Es mecanismo de madera que
ese para sacar agua de
sirve
cisterna y la
regar las hortalizas.
— Lo intentaré...
— Entonces sácame cien cubos de agua y en compensación regalaré un te
vaso de leche.
— Está bien.
Juanjo condujo al títere hasta la huerta y le enseñó la manera de hacer girar
la noria. Pinocho se puso enseguida a trabajar, pero antes de sacar los cien
cubos de agua, estaba chorreando sudor de la cabeza a los pies. Jamás había
realizado un esfuerzo de este tipo.
—
Hasta ahora este trabajo —
dijo el hortelano —
lo hacía mi borrico; pero
ese pobre animal se encuentra al final de su vida.
—¿Me a verlo? —
lleva dijo Pinocho.
— Encantado.
Apenas entró Pinocho en la cuadra, vio un hermoso borrico tendido sobre
la paja, extenuado por el hambre y el excesivo trabajo. Cuando le hubo mirado
fijamente, dijo para turbado:
sí
asnos por compañeros de escuela...! ¡Imagino los bonitos estudios que debes
de haber hecho...!
El títere, sintiéndose mortificado por estas palabras, no respondió; tomó su
vaso de leche recién ordeñada y se volvió a la cabana.
Y desde aquel día en adelante, durante más de cinco meses, continuó
levantándose cada mañana antes del alba, para ir a trabajar en la noria y
ganarse así aquel vaso de leche que tanto bien hacía a la achacosa salud de
su papá. Y no se contentó con esto, porque a ratos perdidos aprendió a hacer
cestos y paneras de mimbre. Y con el dinero que ganaba hacía fi"ente con
muchísima sensatez a todos los gastos diarios.
Entre otras cosas, construyó un elegante carrito para sacar de paseo a su
papá los días hermosos y para hacerle tomar una bocanada de aire.
Después, por las noches, aprendía a leer y escribir. Había comprado en el
vecino pueblo, por pocos céntimos, un grueso libro, al que le faltaban la portada
139
y el con aquél hacía su lectura. En cuanto a escribir, se servía de una
índice, y
pajita afilada a guisa de pluma; y no teniendo ni tintero ni tinta, la mojaba en
un Frasquito lleno de jugo de moras y de cerezas.
El hecho es que, con su buena voluntad e ingenio, trabajando y economi-
zando, no sólo había logrado mantener desahogadamente a su padre, siempre
enfermizo, sino que también había podido ahorrar cuarenta céntimos para
comprarse un trajecito nuevo.
Una mañana le dijo a su padre:
— Voy al mercado cercano a comprarme una chaquetita, un sombrerito y
un par de zapatos. Cuando vuelva a casa —
añadió sonriente —
estaré tan bien
vestido, que me confundirá con un gran señor.
Y, saliendo de casa, comenzó a correr alegre y contento. Cuando de pronto
oyó que le llamaban por su nombre y, al volverse, vio un hermoso caracol que
salía de un seto.
—¿No me reconoces? — preguntó Caracol. el
— Me parece y no me parece...
—¿No acuerdas de aquel Caracol que hacía de camarero en
te la casa del
Hada de los cabellos azules? ¿No recuerdas aquella vez, cuando bajé a alum-
brarte y estabas con un pie clavado en la puerta de casa?
— Me acuerdo de todo — exclamó Pinocho— . Respóndeme enseguida, Ca-
racolito bonito:¿dónde has dejado a mi buena Hada? ¿Qué hace? ¿Me ha
perdonado? ¿Se acuerda de mí? ¿Me sigue queriendo? ¿Está muy lejos de aquí?
¿Podría ir a buscarla?
A todas estas preguntas hechas precipitadamente y sin tomar aliento, el
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—No me ha sido posible encontrar uno que me sentara bien. ¡Paciencia...!
Ya me locompraré otro día.
Aquella noche Pinocho, en vez de trabajar hasta las diez, trabajó hasta dada
la medianoche; y en vez de hacer ocho cestos de mimbre, hizo dieciséis.
Después se fue a la cama y se durmió. Y mientras dormía, le parecía ver en
sueños al Hada, muy bella y sonriente, que, después de darle un beso, le decía
así:
— ¡Bravo, Pinocho! Por tu buen corazón, te perdono todas las granujadas
que has hecho hasta hoy. Los muchachos que cuidan amorosamente a sus
propios padres en sus miserias y en su enfermedad, merecen siempre grandes
elogios y grandes afectos, incluso si no pueden ser citados como modelos de
obediencia y de buena conducta. En lo sucesivo ten juicio y serás feliz.
En este punto el sueño terminó y Pinocho se despertó con los ojos fuera de
las órbitas.
E imaginaos cuál sería su asombro cuando, al despertarse, notó que ya no
era un títere de madera, ¡sino que se había convertido en un muchacho como
todos los demás! Echó una ojeada alrededor y en lugar de las paredes de paja
de la cabana, vio un cuartito amueblado y adornado con una sencillez casi
elegante. Saltando de la cama, encontró un bonito traje, un gorro nuevo y un
par de botitas de piel, que le parecieron un verdadero prodigio.
Apenas se hubo vestido, le dieron, como es natural, ganas de meterse las
manos en los bolsillos y encontró un pequeño portamonedas de marfil, sobre
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el que estaban escritas estas palabras: «El Hada de los cabellos azules devuelve
a su querido Pinocho los cuarenta céntimos y le da por su buen
las gracias
corazón.» Abierto el monedero, en vez de cuarenta céntimos de cobre, encontró
dentro cuarenta flamantes monedas de oro.
Después fue a mirarse al espejo, y le pareció que era otro. Ya no vio reflejada
la acostumbrada imagen del títere de madera, sino la imagen vivaz e inteligente
de un guapo chico con el cabello castaño, con los ojos azules y con un aire
festivo y alegre como unas pascuas.
En medio de todas estas maravillas, que se sucedían las unas a las otras.
Pinocho ni siquiera sabía si estaba despierto de verdad o si soñaba con los ojos
abiertos.
—¿Y mi papá dónde está? — de repente.
gritó
Y entrando en la estancia contigua encontró al viejo Gepeto sano, vivaz y
de buen humor, como antes; y habiendo vuelto a su profesión de tallista de
madera, estaba dibujando precisamente un bellísimo marco con abundantes
hojarascas, flores y cabecitas de diversos animales.
—Dígame una cosa, papaíto: ¿cómo se explican todos estos cambios impre-
vistos?— le preguntó Pinocho saltándole al cuello y cubriéndole de besos.
—Estos cambios imprevistos en nuestra casa son todos mérito tuyo dijo —
Gepeto.
—¿Por qué mérito mío...?
—Porque cuando los muchachos de malos se convierten en buenos, tienen
la virtud de dar un aspecto nuevo y sonriente incluso al interior de su familia.
—¿Y dónde estará escondido el viejo Pinocho de madera?
—Ahí está — respondió Gepeto, y le señaló un gran títere apoyado en una
silla con la cabeza girada a un lado, los brazos colgando y las piernas cruzadas
FIN
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Cario Collodi era el seudónimo de Cario Lorenzini, famoso escritor de origen humilde nacido
en el norte de Italia en 1826. Tomó el nombre de Collodi por el lugar de nacimiento de su
madre. Se educó en Florencia y, aunque no aprovechó mucho en sus estudios durante su
niñez, entró en un seminario al salir de la escuela. Al cabo de un tiempo comprendió que
no tenía vocación y se hizo periodista, fundó dos periódicos y desarrolló en ellos buena parte
de su actividad creativa. En 1860 se convirtió en funcionario y se dedicó de modo especial
a la educación y empezó, entonces, a escribir para niños. Las aventuras de Pinocho, que
aparecieron primero en forma de serial en una revista, se publicaron como libro en 1883 y
tuvieron un éxito enorme en Italia. Pocos años después se publicaron en varios idiomas
europeos y es ya, desde entonces, un clásico de la literatura infantil.
* F
Garlo COLLÜDI nació en el norte de
Italia en el año 1826 y asistió a la
escuela en Florencia. Fue periodista y
funcionario antes de empezar a escribir
para niños. En 1883 Las aventuras de
Pinocho aparecieron en forma de libro,
antes se habían publicado como un
serial en una revista, e inmediatamente
se convirtieron en un éxito del que,
solamente en Italia, se vendieron un
millón de ejemplares.
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