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El principio del oratorio festivo

Busco un lugar
Me pongo en presencia de Dios: hacernos conscientes de que vamos a encontrarnos con Jesús,
que él también quiere y busca encontrarse con nosotros/as. Puede ayudar imaginarnos cómo nos
mira, con mirada amorosa.
Pido lo que quiero: Que yo pueda reconocer mis dones y talentos.
Puntos que nos ayudan a rezar:

Memorias del Oratorio (Autobiografía de San Juan Bosco)

El 8 de diciembre de 1841, día de la fiesta solemne de la Inmaculada Concepción de María,


cuando estaba precisamente revistiéndome con los ornamentos sagrados para celebrar la
Santa Misa, el sacristán, José Comotti, se percató de un chico que estaba en un rincón y lo
llamó para que viniera a ayudarme la misa.
- No sé -le respondió sorprendido.
- Ven a ayudar -le insistió el otro.
- Pero si no sé -insistió el muchacho. -Nunca lo he hecho.
- Estúpido, ¿a qué has venido entonces a la sacristía? -le dijo el sacristán,
y agarrando el plumero, la emprendió a golpes con el mango, por las espaldas y la cabeza
del pobre muchacho.
- ¿Qué hace? -le grité en alta voz -¿Por qué le pega así? ¿Qué ha hecho de malo?
- ¿A qué viene a la sacristía si no sabe ayudar a misa?
- ¿Y por eso tiene que pegarle?
- ¿Y a usted qué le importa?
- Mucho me importa porque es un amigo mío. Llámelo en seguida, que voy a hablar con
él.
Se puso a llamarlo y a perseguirlo gritando: ¡Zoquete, tonto!, hasta lograr traérmelo a punta
de promesas de que no lo maltrataría más.160
El chico llegó temblando y llorando por el dolor de la paliza.Le pregunté, entonces, de la
manera más bondadosa:
- ¿Ya oíste misa?
- No -me respondió.
- Vamos, óyela ahora. Después vamos a hablar de algo que te va interesar mucho.
Me lo prometió. Yo quería hacerle menos dura la experiencia tenida y borrarle un poco la
impresión desagradable que le había dejado el sacristán. Así que, una vez celebrada la misa
y dada la acción de gracias, conduje al chico a una capilla pequeñita que hay allí y, tratando
de mostrame sonriente, y asegurándole que ya no habría más golpes, le empecé a preguntar:
- Amigo, ¿cómo te llamas?
- Bartolomé Garelli.
- ¿De dónde eres?
- De Asti.
- ¿Vive tu papá?
- No, mi papá ya murió.
- Y ¿tu mamá?
- También murió.
- ¿Cuántos años tienes?
- Dieciséis.
- ¿Sabes leer y escribir?
- No sé nada.
- ¿Ya hiciste la primera comunión?
- Todavía no.
- ¿Te has confesado alguna vez?
- Sí, cuando era pequeño.
- ¿Vas al catecismo?
- Me da miedo.
- ¿Por qué?
- Porque los compañeros más pequeños saben el catecismo y yo no sé nada.
Me da vergüenza.
- Y si yo te lo enseñara aparte, ¿vendrías?
- Desde luego.
- ¿Podría ser aquí, en el coro?
- Siempre que no me vuelvan a pegar.
- ¡Tranquilo, nadie te va a hacer nada! Seremos amigos y nadie tendrá por qué meterse
contigo. ¿Cuándo quieres que comencemos?
- Cuando quiera.
- ¿Esta tarde?
- Bueno.
- O, ¿Ahora mismo?
- Está bien, ahora mismo. Con mucho gusto. 161
Me levanté e hice la señal de la Santa Cruz para empezar, pero él no sabía hacerla. Todo el
tiempo se me fue en enseñarle a hacer la señal de la cruz y en darle a conocer a Dios, nuestro Creador, y para qué nos
había creado. Aunque le costaba, con la constancia y la atención
que ponía, pudo en poco tiempo aprender las cosas necesarias para hacer una buena Confesión y la Primera
Comunión.162
A este primer alumno se sumaron poco a poco otros más, pero en aquel invierno me limité a
los más grandecitos y que necesitaban una catequesis especial y, sobre todo, a los que salían
de las cárceles. Fue entonces cuando por propia experiencia pude comprobar que si los
mismos muchachos que salían de la cárcel encontraban a alguien que se ocupara de ellos,
que los acompañara en los días en que estaban ociosos, les ayudará a buscar trabajo con
honrados patrones y los visitara durante la semana, podían cambiar su vida en una vida
honrada, olvidar el pasado y llegar a ser buenos cristianos y ciudadanos honestos. Así nació
nuestro Oratorio el cual, con la bendición del Señor, se fue incrementando de una manera tal
como yo nunca me hubiera podido imaginar.
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Don Lemoyne dice que el santo tras el “no sé nada” prosiguió así el diálogo: “-Sabes cantar? -No -¿Sabes silvar? Y
entonces el chico sonrió”. Brillan ahí a la vez la intuición psicológica y pedagógica de DB y una señal de la confianza
conquistada.

En este episodio podemos encontrar con claridad una mirada de amor fecundo. Juan Bosco supo ver
más allá del simple “no saber” del joven Bartolomé. Pudo mirar con ojos tiernos y demostrar, desde la
simpleza, que todos/as somos capaces de algo. Así, con esa mirada y actitud de Padre Bueno, Don
Bosco logra sacar una sonrisa donde antes hubo llanto.

Ese día se convirtió en un antes y un después, tanto para Juan como para Bartolomé. En ese momento
nació el oratorio que regalaría a tantos y tantas un sentimiento de familia y experiencia de amor. Ese
día, también, el joven Garelli pudo reconocerse capaz, pudo saberse valioso y amado.

Te invito a que puedas pasear por tus pensamientos y por tu corazón la siguientes preguntas: ¿Cuáles
son mis dones? ¿En donde me puedo reconocer valiosa/valioso? ¿Para qué me reconozco
bueno/buena?

Intentemos no juzgarnos,sino dejarnos sorprender por la sorpresa que va surgiendo de estas preguntas.
Y recordemos que en la simpleza también podemos encontrar mucho valor.

Coloquio: Hablo con Jesús como un amigo habla con un amigo. Le cuento lo que fue surgiendo de mi
interior en este tiempo.

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