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DEI FIDELIS

*1*
Ella era una hermana Canonesa de la Cruz. Bueno, en realidad todavía era una
novicia que acudía todas las mañanas con su hábito blanco y el velo gris a las clases del ISET.
Se sentaba por mi carpeta y saludaba a todos con una simpática sonrisa que nunca se le agotaba.
Yo no sabía aún que se llamaba Norma ni que tenía diecinueve años, pero adiviné que era un
alma gemela a la mía cuando tras el momento de la meditación se puso a dibujar rostros de
Cristo en su cuaderno.
"Dibujas bonito" le dije y allí comenzó nuestra amistad. Ella me contó de sus locuras
en el Noviciado y de cómo el Señor le fue revelando su vocación cuando aún era una revoltosa
chiquilla del colegio. Yo a su vez le conté el barullo que causó en mi casa mi decisión de
hacerme "hermano" y estar ahora en el postulantado de Ñaña. Ella se rió de la peripecia y
añadió: "Jesús cuando quiere a alguien hace lo imposible". Yo asentí y le entregué la caricatura
que acababa de esbozar: una monjita pícara en patineta y burlón le dije "TÚ". Ella estuvo a
punto de reírse, pero nos percatamos rápido de la mirada de desaprobación que nos dirigía el
profesor de Biblia y callamos.
Los salones del ISET convergían en un fresco patio interior rodeado de cipreces y
eucaliptos, donde a la hora del recreo jugábamos vóley o nos sentábamos a descansar. Los
primeros días de clase podían verse los grupitos de alumnos divididos por congregaciones: Allí
estaban las postulantes del Sagrado Corazón, más allá los hermanos de San Juan de Dios, las
novicias carmelitas, los "carmelitos", las mercedarias, las dominicas, nosotros, los hermanos de
La Salle y las canonesas. Era chistoso ver a casi todas las monjitas embutidas en sus hábitos y
como los chicos no usábamos uniforme alguno, nos divertíamos burlándonos de ellas. Las
"Magia Blanca" les pusimos a las dominicas, y ellas en venganza nos llamaron "los locos".
Después nos integramos más y rompimos las barreras congregacionales, por eso nadie se
sorprendió ese recreo cuando Norma y yo nos quedamos juntos conversando en el pasto. "¿Así
que tuviste enamorada antes de entrar en la congregación? ¡cuenta, cuenta!", me decía ella y yo
balbuceaba un poco y evasivamente respondía "no, no, me quieres hacer pecar, no te cuento...".
"Ay tonto, si yo también tuve enamorado" agregó ella y me sorprendió la naturalidad con que
lo decía. Entonces con más confianza le conté lo de Raquel.
Esa noche estoy seguro que ella rezó por mí, al igual que yo lo hice por ella. Solo, de
rodillas ante el sagrario, luego de la oración comunitaria, murmuré también gracias a Dios por
el hermoso día que me había concedido y le pedí que me ayude a afirmar más mi vocación.
Después subí a los dormitorios y encontré a Pepe y Julián que bromeaban sobre mí.
"¡Ay Roberto! , ya le echaste el ojo a la monjita".

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"¡Claro, si está buenaza!" les contesté "¿envidiosos no?" y me reí de la broma. Nos
deseamos las buenas noches luego y fuimos a acostamos: "hasta mañana Pepe, hasta mañana
Julián... hasta mañana hermano Patricio".
*3*
"Hola" dijo ella al verme, y sin más preámbulos me entrego una hermosa tarjetita con
relieve en la que sonreía una virgen pálida y de ojos grandes. Le dí las gracias con un apretón
de manos y al mirarla a los ojos supe de toda la tormenta que acababa de desatarse. "La madre
directora lo sabe" dijo y dos lágrimas cayeron por sus mejillas. "¡Estoy dudando de mi vocación
Roberto!". Yo la comprendía, estaba viviendo algo parecido y era una situación nada agradable.
Le hice una caricia en el rostro. "Sólo sé dócil a la voluntad de Dios", le repetí el consejo que
el hermano formador me había dado, pero me callé de informarle que el hermano también lo
sabía. Ella asintió y trató de sonreír. Luego dijo al fin: "Sabes, es tiempo de que paremos esto,
tratemos de no vernos" un hálito de tristeza se vislumbraba en sus ojos "ahora reza por mí..." y
tras una pausa: "por los dos".
Quise abrazarla, consolarla, estrecharla contra mi pecho y protegerla de todo, pero
no pude ni moverme, y tuve por primera vez la sensación de estar prisionero. Los muros del
ISET, sus árboles y sus salones que siempre significaron para mí paz y sosiego, acababan de
convertirse en una jaula real y llena de espías. Mi vocación, que siempre había sido una luz en
mi vida, se convertía en una cadena que me obligaba a permanecer de pie al lado de Norma
mientras mi cuerpo ardía por tomarla y poseerla. Recordaba también la conversación de la
noche con el hermano formador y mi propósito de ser dócil a la voluntad de Dios. Nada
encajaba, nada encajaba y Norma ahora se alejaba mientras Julián y Pepe, cuadernos en mano,
venían hacia mí. Sentí entonces que mis ojos querían llorar y quise regresar a casa. Quise
abandonarlo todo y fue entonces que sentí el abrazo consolador de Pepe, que llegó justo a
tiempo de verme llorar.
*2*
Cuando comenzamos a sentarnos juntos, Pepe y Julián tomaron la costumbre de
fastidiarnos: "los novios" nos decían y nos tarareaban la marcha del Danubio Azul. Norma y yo
nos reíamos, pues una broma siempre da risa cuando no es verdad; y un día siguiéndoles la
corriente nos abrazamos por unos segundos fingiendo ser enamorados. Recuerdo que Julián
se rió, y Pepe se hizo el escandalizado; pero después todos festejamos la ocurrencia. Sin
embargo, fue a partir de esa noche que la fugaz sensación de mi mano estrechando la cintura
de Norma, comenzó a perseguirme como mosquito zumbador del que no me podía despegar.
Después nos vino la manía de las tarjetitas. Andábamos buscando estampitas con
frases reflexivas y profundas que intercambiábamos y rezábamos juntos. Norma venía siempre
con las tarjetitas más inverosímiles, y el día de mi cumpleaños trajo una que ella misma había

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dibujado: "Para Roberto, mi lindo hermano en Cristo Jesús" y me dio un abrazo que yo sentí
un poco más que fraternal.
Nacieron entonces en nosotros sensaciones contradictorias: Ella procuraba
sonreírme todo el tiempo y a veces sin motivo tomaba mis manos y bruscamente las soltaba,
arrepentida. Otras era yo quien al rozarla, o darle una palmadita cariñosa en la espalda sentía
encenderse en mí un fuego que empezando en el bajo vientre se extendía a todos los miembros
de mi cuerpo e inevitablemente me llevaba a imaginar a Norma desnuda bajo su blanco hábito.
Intentaba rezar entonces, o repetirme que Norma era pura y casta, y que no debía mancillarla
con aquellos pensamientos, pero nada parecía dar resultado, sólo su rostro, que otra vez estaba
sonriente junto al mío, contagiándome algo, que no sabía si llamar paz… o amor.
*4*
Ahora que soy formador de novicios, invoco siempre al Espíritu Santo, y le pido me
ilumine y me haga tener siempre la delicadeza de no manipular las almas de mis hermanos
novicios cuando se enfrentan a crisis en su vocación. Es una tarea difícil y me hace admirar
aún más al hermano Patricio (que en paz descanse) y la comprensión que me tuvo durante
aquellos lejanos días en que estuve a punto de dejar el postulantado. Realmente era excelente
hermano, y el consejo que me dio, aunque no ortodoxo, fue uno de los que más influyó en mi
vida. Lo puse en práctica esa misma semana en el ISET; Norma y yo habíamos acordado no
vernos, pues sentíamos algo que hacía tambalear nuestras vocaciones. Sin embargo me le
acerqué: "te quiero" le dije y sin darle tiempo a reaccionar le besé en los labios, luego le abracé
y no sé cuantos minutos permanecimos pegados disfrutando esas sensaciones. Al separarnos
los dos comenzamos a llorar y fuimos presurosos a la capilla del Instituto Teológico. En
silencio ofrecimos a Dios nuestras vidas y luego ella me abrazó y me dijo: "yo también te quiero,
y me moría de ganas de besarte y abrazarte; pero también quiero ser Canonesa de la Cruz, y
el Señor me llama a eso". Yo asentí, y ella prosiguió: "No llores, te conozco, eres muy parecido
a mí y sé que tú también querías abrazarme y besarme, pero tu verdadera vocación es con los
niños. Serás un gran hermano". Me limpié las lágrimas y le pregunté si podía besarla de nuevo.
"Claro" me respondió, y con ese último beso sellamos aquella relación que bien mirada había
sido un flirt, una pequeña aventurilla en nuestra verdadera unión con el Señor.

Luis Pacheco Abarca

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