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colección

educación que aprende


Índice

­Este libro (y esta colección) 9

­Prólogo 13

1. ­Metáfora del inmigrante 19
­Patria 21
­Los niños son inmigrantes 26
­Empatía 27
­El que extraña 29
­Niños inmigrantes: los desplazados 30
­Javi se enojaba 32
­Reír con alivio 33
­Método para ponerte a prueba 34
­Miran con frescura, miran por primera vez 35
­Suegros del presente 36
­Entrenar la empatía 37
­El viaje del héroe y sus ayudantes 39
­El que nos traduce 40
“­Lo que nos gusta” es otro de nuestros sentidos 43
­Conocer el mar y ser persona 45
­Que la escuela sea la casa del alivio 48
­Natacha es como yo 51
­Violeta ­Gainza 53

2. ­Entre mundos 55
­Pantalones 57
­Maruca y el tzotzil 60
­Dos mundos 62
­Soy importante, no lo soy 64
­Embajador entre dos mundos 65
­Ni ciento ni por ciento 67
6 Cómo era ser pequeño

­ uestros días sin crecer


N 70
­Encajar o estar fuera de lugar 73
­Ser indiferente 75
­Señales en la niebla: indicadores de la propia voz 76

3. Copérnico existencial 79
­Hace falta un ­Copérnico existencial 81
­El “yo” en proceso 83
­Fracaso escolar 84
­La imaginación intuitiva tiene límites 85
­Imaginar es una disciplina, la imaginación intuitiva
puede entrenarse 87

4. ­Poscolonialismo existencial 89
­Colonia y metrópoli 91
­Un niño no se siente chico 94
­El tamaño del mundo 96
¿­Qué te ayudaría en un salto de escala? ¿­Qué te ayudaría
a no estar nervioso? 97
­Delito de identidad 99
Bebé da sus primeros pasos 101
­Tres equívocos en relación con los niños 102
­Primer equívoco: si es bueno no hace falta estrategia 104
­Segundo equívoco: los chicos son una página en blanco 106
­Tercer equívoco: sus deseos son caprichosos 107
­Los chicos aman ser eficaces en el mundo: no toleran
la enseñanza como un ritual 109
­Los chicos buscan lo verdadero 111

5. ­Depender 113
­Tu experiencia por debajo de poder formularla 115
­Tu vida en manos de otros 116
­Cuando los demás deciden sobre vos 118
­Ilusión sobre el que está a cargo 120
­Sin control 122
­Qué está pasando 123
Índice 7

6. ­La mirada 125
­La cuna de tus ojos 127
­Si vos mirás, yo veo 128
­Sin ser visto 129
­Mi nido es tu mirada 130
­Hermano mayor 131
­Ser en tu mirada 132
­Hermano menor 134
­Somos compañeros 135
­A existir empecé de grande 136

7. ­El lenguaje del tiempo 139


­Cuál es la prisa 141
­Viajes en el tiempo 143
­El flujo se interrumpe 145
­Adiós, planes, adiós 147
­Por tu bien 151

8. ­Lengua, ternura y aventura 155


­Acá no es, hay que irse 157
­Existir en otro idioma 162
¿­Quién cuenta nuestra historia? 164
­Llenar de historias tu casa 166

9. ­Pequeño, en su sentido extendido 169


­Necesidad de lo pequeño 171
­Dignidad del pequeño frente al grande 174
­La metamorfosis de seguir siendo pequeño 176
­Un canal de ­YouTube 180
­Pequeños escalones a lo alto 182

­Palabras de despedida 185

­Qué esperan los pequeños de los adultos 191


­Este libro (y esta colección)

­ o no soy de aquí
Y
­Pero tú tampoco.
­Jorge ­Drexler, “­Movimiento”

­Ser niño, dice L


­ uis ­Pescetti, es bastante parecido a ser un
inmigrante. ­Un inmigrante en un mundo que construyeron otros,
que nos resulta un poco ajeno, en el que hay quienes deciden por
nosotros, cuyas lógicas y reglas muchas veces se nos escapan. ­Ser
niño, dice también, es aventura, emoción del presente, que nos late
fuerte el corazón cuando vamos conquistando ese mundo de a poco
y haciéndolo nuestro.
­Este libro habla de nuestras vulnerabilidades. D ­ e esos momentos
en que todos (no solo los niños y niñas) nos sentimos recién llega-
dos. E ­ sos momentos en que tambalean nuestras certezas y nuestra
confianza en quienes somos y en lo que podemos hacer. ­Cuando
nos sentimos hermanos menores, periféricos, irrelevantes, poco ca-
paces, o queremos encajar y que nos acepten, pero no estamos tan
seguros de que eso vaya a pasar.
­Y también habla de las manos amigas que nos acompañan, nos
alojan, nos ayudan a sentirnos de nuevo en nuestros zapatos y a cre-
cer. ­De quienes nos hacen sentir dueños de casa y bien recibidos.
­De quienes están ahí para darnos el alivio de ser quienes somos. ­Nos
invita a pensar cómo ser nosotros mismos esa mano que acompaña
para los niños (y adolescentes, y adultos) que tenemos cerca.
­Para eso, nos trae sus historias y las de mucha otra gente que en-
contró en su camino. A ­ lo largo de una serie de relatos, que rayan
muchas veces en la poesía y nos dejan sonriendo y pensando a la
vez, va tejiendo un libro entrañable y profundo en el que dialogan
reflexiones propias con ideas de filósofos, escritores, artistas y cien-
tíficos. ­Conversa con su infancia, con los recuerdos de niño en su
10 Cómo era ser pequeño

pueblo de origen y de joven recién llegado a la gran ciudad, con sus


aventuras por el mundo, el escenario y su cotidianeidad como pa-
dre. ­Nos abre una ventana cariñosa a sus propias vulnerabilidades,
que son las de todos nosotros.
“¿­Cómo hacés para entender a los chicos?”, le suelen preguntar
familias y docentes a ­Pescetti, en busca de alguna pista que los ayu-
de a conectar con esos “buenos salvajes”. ­En este libro, el autor nos
cuenta que si queremos aprender a ser quienes alojan, escuchan,
reciben, tenemos que hacer un ejercicio continuo (a veces difícil,
pero posible) de empatía. ­Hace falta que podamos salirnos de la
mirada de la infancia como una tierra idílica para entenderla en su
plenitud y complejidad, con todos sus claroscuros. ­Con amor y al
mismo tiempo con un poquito de irreverencia y ganas de reírnos de
nosotros mismos. I­ mplica estar atentos a qué están sintiendo, vivien-
do, entendiendo los chicos (y los grandes, claro, porque esto vale
para todos), para poder acompañar desde ahí. ­ Porque cuando
aprendemos a leer bien cómo el otro se ve a sí mismo y cómo nos
ve a nosotros aquel con quien hablamos, nos va mucho mejor, y el
encuentro genuino se produce.
­La educación entra aquí como parte central de la vida de los ni-
ños y como huella fundante en las vidas de los adultos, como parte
de esa ­Patria de la infancia y adolescencia que nos marca a fuego
y tantas veces nos etiqueta para toda la vida. H ­ ace casi un siglo el
gran pedagogo ­John ­Dewey decía que “la educación no es prepa-
ración para la vida, la educación es la vida en sí misma”. ­Pescetti
argumenta en la misma línea cuando critica a una escuela que en-
seña héroes de bronce, que muchas veces transmite verdades que
los chicos no entienden y que aún con las mejores intenciones les
dice que eso que tienen que hacer les va a servir para cuando sean
grandes, aunque ahora perciban la tarea como un sinsentido o una
monumental pérdida de tiempo.
­Desde esa mirada crítica (pero además amorosa hacia las fami-
lias y los educadores, a sabiendas de que vamos haciendo lo mejor
que podemos, con nuestras propias vulnerabilidades a cuestas), nos
invita a pensarnos como traductores y a tender puentes entre los
mundos adultos y los de los niños. E ­ l psicólogo A
­ lbert ­Bandura ha-
blaba de la importancia vital de la autoeficacia, o la creencia en que
tenemos con qué, que somos capaces, que tenemos “eso” dentro
nuestro. E ­ ste libro nos propone mirarlos, ayudarlos a reconocer en
­Este libro (y esta colección 11

sí mismos esa chispa de brillo que todos traemos por alguna parte y
que, en sus palabras, “nos salva”. ­Nos alienta a generar plataformas
para que se conviertan en embajadores y embajadoras de sus pro-
pios mundos de origen, encontrando qué les da orgullo de lo que
traen y son. ­Y desde ahí ayudarlos a ir más lejos, a construir su propia
voz y a descubrir lo más maravilloso de la vida: su ­Tierra ­Prometida.

­ ste libro forma parte de la colección “­Educación que A


E ­ prende”,
pensada para todos aquellos involucrados en la fascinante tarea de
educar. ­Confluyen aquí reflexiones teóricas y aportes de la investiga-
ción, pero también ejemplos y orientaciones para guiar la práctica.
­Porque la educación ha sido, desde sus inicios, un terreno de explo-
ración y búsqueda permanente que se renueva con cada generación
de educadores, niños y jóvenes. ­Y porque, para educar, tenemos que
seguir aprendiendo siempre.

­Melina ­Furman
­Prólogo

A Vicente y a Santiago

­Quizás la idea de este libro empezó con las preguntas que


se repiten en las charlas y entrevistas: ¿cómo hacés para que los ni-
ños ser rían? ¿­Cómo lográs reproducir la manera de hablar de los
chicos? ¿­Para que jueguen en los shows con adultos? A ­ lo largo de
muchos años de escribir, hacer discos, actuar, hacer radio y televi-
sión, y habiendo sido maestro de escuela, siempre hay un momento
en que aparecen esas preguntas que a veces escucho con ternura
y que podrían resumirse en: ¿cómo hacés para entenderlos? ¿­Por
qué te hacen caso en el teatro? ­La mayoría de las veces esconden un
humano “¿cómo te parece que haga?”, porque todos son padres y
madres o docentes con situaciones para resolver.
­Respondo con ejemplos: “­Supongamos que somos inmigrantes
en un país cuya lengua y cultura desconocemos, y tenemos que…”.
­Traduzco la pregunta a un escenario semejante, en el que el grupo y
yo somos los protagonistas; en cada ocasión la respuesta surge de in-
mediato. ­La luz de la comprensión ilumina las caras; sencillamente
por habernos representado en un escenario equivalente, sabemos.
­Mil variantes de esas preguntas nacen del olvido de cómo fue ser
niños, por increíble que parezca y aunque todos lo fuimos, doce
o dieciocho largos años. ­ Debería ser imborrable, pero algunos
terminan hablando de su infancia como si fueran los preceptores
de sí mismos, los viudos de su propia niñez o exiliados políticos de
su infancia.
­A lo largo de toda la vida nos cuesta representarnos en otra edad.
­Como si pareciera mentira ser nosotros con otros años; de viejos:
haber sido jóvenes; de adultos: que seremos viejos. P ­ odemos conce-
birlo, tomamos previsiones sobre la base de eso, pero como si no lo
creyéramos del todo y lo hiciéramos “para otro”. ­Como si cuidára-
14 Cómo era ser pequeño

mos a un viejo que será, pero convencidos de que no nos ocurrirá


eso del tiempo. ­Estupefactos nos miramos en el espejo, desconoci-
dos nos evocamos en las fotos viejas.
­Como en la leyenda griega del barco de ­Teseo, en el que volvió
desde ­Creta y al que los atenienses conservaron retirando las tablas
estropeadas y reemplazándolas por otras nuevas hasta que nada del
barco original lo formaba. ­Se nos presenta una paradoja al repre-
sentar nuestra evolución en el tiempo, supera nuestra intuición.
­Fluir en el tiempo con esa tensión entre cómo cambiamos y perma-
necemos es contraintuitivo para el observador que tenemos dentro
y que identificamos como nosotros.
­Los cambios se acumulan hasta que se produce un salto en que
nos vemos como a otros. ­Tantas veces se trata a niños y a ancianos
como a inmigrantes sin papeles o, como hacía un país colonizador
cuando llevaba la luz del evangelio al Nuevo Mundo, con la certeza
de una verdad revelada.
­Quiero corregir un equívoco que hace que a un niño se lo trate
como a un diminutivo de persona, al que se educa con un mundo en
diminutivo.
­De pequeños aprendemos a conocernos en el espejo de los demás,
según cómo nos ven y responden. ­Creemos vernos a nosotros, en
realidad vemos cómo nos ven. C ­ omo con todas las miradas, algunos
ven bien y otros necesitan unas dioptrías que corrijan. D ­ e eso trata
este libro, que da noticias sobre cómo es ser humano cuando todavía
no sos considerado persona o cómo es ser persona cuando todavía
sos un niño; pero también cuando dejaste de ser un adulto activo.
­Los chicos no son irracionales, tampoco los viejos lo son, ni ningu-
na de esas etiquetas que tratan a un semejante como a un primitivo.
­Cualquier persona, de cualquier edad y cultura, puede parecer un
niño cuando se ve privado de su autonomía, de la disposición sobre
sí mismo, o se vuelve invisible. E ­ l europeo, norteamericano, japo-
nés, más profesional, posdoctorado o C ­ EO que imaginen, pero cuyo
día arrancara con el sambenito de ser irracional, caprichoso, y sin-
tiera que los demás tienen derechos sobre él, reaccionaría con tanta
emocionalidad, impotencia o pataleo como un chico o un anciano.
­Muchas de las características que atribuimos a los niños no tienen
que ver con la madurez psicológica y biológica, sino con no dispo-
ner de sí mismos, estar en una relación asimétrica y bajo una mirada
que los distorsiona. D ­ istinto es si el niño es un semejante, con otra
­Prólog 15

maduración biológica o psicológica; entonces la tarea se parece me-


nos a domesticar y más a ser anfitriones que traducen y acompañan
en la adaptación.

­ uando tratamos a los demás como cosas… lo que recibi-


C
mos de ellos son también cosas… ­Pero de este modo nun-
ca nos darán esos dones más sutiles que solo las personas
pueden dar. ­No conseguiremos así ni amistad, ni respeto,
ni mucho menos amor… en resumen, esa complicidad
fundamental que solo se da entre iguales… ­Lo del trato
es importante porque ya hemos dicho que los humanos
nos humanizamos unos a otros. A ­ l tratar a las personas
como a personas y no como cosas (es decir, al tomar en
cuenta lo que quieren o lo que necesitan y no solo lo
que puedo sacar de ellas) estoy haciendo posible que me
devuelvan lo que solo una persona puede darle a otra.1

­ ste libro fue escrito durante la pandemia, cuando también lle-


E
gaban sombrías noticias desde la ­Franja de G ­ aza, o de mareas de
­inmigrantes. C ­ ada vez que volvía a mi escrito sentía el choque entre
la ternura individual y esos brutales escobazos de masas. N ­ o era yo
quien encaraba una tarea alejada de la realidad, sino la realidad la
que se aleja cuando pone en suspenso nuestra humanidad.
­Los inmigrantes se convierten en niños al llegar a otra patria, así
se sienten en parte, así se los trata. T
­ zvetan ­Todorov hace una de-
licada descripción del tejido de relaciones entre familia y sociedad
y lo que ocurre con los desplazamientos. ­Una descripción que leo
válida en su sentido literal, el de los inmigrantes en nuevas tierras,
y también en el figurado: todos somos desplazados en el tiempo.
­Las personas somos inmigrantes en el tiempo. C ­ uando crecemos
y somos ciudadanos de la vida adulta, expatriados de la infancia,
cuando nos jubilamos y entregamos los atributos de la vida adulta
activa. ­Podemos leerlo en una clave humana amplia, no solo como
“lo que les pasa a ellos, los inmigrados” sino como lo que nos pasa a
las personas cuando los años y las nuevas exigencias nos desplazan, a

1 Fernando Savater, Ética para Amador, Buenos Aires, Ariel, 2012, p. 65.
16 Cómo era ser pequeño

nosotros y a nuestros grupos de pertenencia o a aquellos en los que


nos incorporamos.

­ n su nuevo país, los padres resultan sub calificados,


E
pierden de golpe prestigio y autoridad ante sus hijos; las
madres, confinadas al hogar, tienen dificultades para ma-
nejar los códigos de la nueva sociedad y para controlar a
esos mismos niños; los vecinos, llevados por la xenofobia,
rechazan a los recién llegados o a sus descendientes. ­El
resultado es el desarraigo de los “viejos” y la rebeldía de
los “jóvenes” […]. L ­ a familia de origen ya no puede jugar
su papel de regulación, esos jóvenes tienen la sensación
de que la sociedad que los rodea –­cuyas seducciones
conocen a través de la televisión–­los rechaza; en conse-
cuencia, no quieren respetar sus reglas y las transgreden
sin vacilación alguna. E ­ l lugar de las normas sociales es
ocupado únicamente por el “respeto”: la sumisión ante
la fuerza o la admiración ante los signos exteriores de la
riqueza, como los automóviles. ­El lugar de la religión tra-
dicional, ignorada, identificada con la humillación de los
padres es ocupado por el adoctrinamiento fanático, la su-
misión ciega a ciertos eslóganes aprendidos de memoria,
tranquilizantes por su simplicidad. […] E ­ n consecuencia,
se trata de un círculo vicioso: una situación marginal que
obliga a internarse cada vez más y más en la marginali-
dad. E­ sta situación es grave, la violencia no es más que su
síntoma visible. […] hay que actuar en profundidad: ayu-
dar a restaurar la autoridad de los padres (o de “los tíos”
o de los “hermanos mayores”), reparar con paciencia el
tejido social para que los individuos aprecien su hábitat y
lo protejan, en lugar de destruirlo.2

­ n esos casos la dimensión del fenómeno hace perder la escala hu-


E
mana. ­No da tiempo a asimilar a los que llegan, ni de adaptarse a
donde llegamos. U ­ nos y otros, extrañados, se sorprenden lanzados

2 Tzvetan Todorov, Deberes y delicias: una vida entre fronteras. Entrevistas con
Catherine Portevin, trad. de Marcos Mayer, México, FCE, 2003, p. 152.
­Prólog 17

a resolver una trampa de una escala en la que nos despersonaliza-


mos y convertimos en “cosa” de otros, y ellos también dejan de ser
personas para nosotros.
­Las palabras de ­Todorov y ­Savater son llamados de atención, y
colocan en el humanismo la clave de la tarea. ­Hay que devolver la
escala humana. ­El derecho a la identidad se basa en eso. ­No pode-
mos perdernos lo humano de cada edad.
­Seguí escribiendo con más determinación. H ­ ablar de que un
niño se sienta persona implica que nadie debe dejar de serlo, nun-
ca. ­Cambié el título “­Cómo era ser niño” por el actual, pues usamos
la palabra “pequeño” para referirnos a nuestros hijos, por extensión
a nuestros queridos y, en semejanza de experiencia, a todas las veces
en que nos hemos sentido disminuidos.
­Los chicos llegan a una sola cosa, vienen a comerse el mundo, y
cuando se aburren o expresan resistencia es porque lo que se les
ofrece los distrae, es un sustituto pobre, inútil para lo único a lo
que llegaron, comerse el mundo. ­Mañana, o en cuanto puedan.
­Cualquier intento que detecten como un manual que no sirve lo
rechazarán como a la peste, como a un mapa equivocado. N ­ o quie-
ren perder tiempo ni ser espectadores, sino estar en el ajo. ¿­Cómo
querríamos perdernos esa frescura? ­Debemos poner todos nuestros
recursos, todo lo que haga falta para que desplieguen su potencial,
la fertilidad de su mirada nueva.
­Entre una generación y la siguiente hay más años que los que la
separan. ­Los hijos de cada presente aportan un salto cualitativo que
sería torpe o suicida querer reprimir. ­Está en nosotros no ser un
freno, sea con rituales educativos o modelos autoritarios, no ser una
especie de aduana entre atletas de una carrera de postas. ­Estamos
para aprovechar ese empuje al máximo.

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