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Criminología: primer parcial

Las dimensiones de la criminalidad – Lopez Rey y Arrojo


Consideraciones previas
La criminalidad se ha convertido en uno de los problemas socioeconómicos y políticos más graves. Afecta a
toda la población mundial. Pese a ello no se sabe con razonable certeza cuál es la extensión de la misma.
Las razones para tal desconocimiento son la carencia de estadísticas criminales adecuadas. Por la carencia
de estudios sobre las cifras obscuras de la criminalidad que requieren técnicas de investigación en muchos
respectos diferentes de las utilizadas por el eminente precursor Oba. La criminalidad está constituida en
creciente proporción por la perpetrada oficial y semi-oficialmente, por afanes ideológicos, económicos y
muchos otros en los que el abuso de las diversas modalidades del poder es evidente. En la sociedad
postindustrial, la criminalidad culposa aumenta tanto o más rápidamente que la intencional. Toda
criminalidad es de índole común.
El problema de las dimensiones de la criminalidad presenta dos aspectos principales estrechamente
relacionados, pero en buena medida diferentes, uno atiene a la criminalización y otro al volumen de la
criminalidad cometida. El primero se refiere a los actos que se declaran previamente por ley delictivos. El
segundo relativo al cuanto numérico de los delitos cometidos, es decir, a las verdaderas dimensiones de la
criminalidad.

El panorama
La criminalidad, en especial la llamada no convencional, aumenta en muchos países.
Los delitos mencionados forman parte de las legislaciones penales correspondientes y a dichos delitos se
refieren generalmente las estadísticas y las referencias criminológicas consultadas. En los países en
desarrollo su creciente urbanización tiende a incrementar la criminalidad de algunos de los delitos citados
particularmente lesiones, robos y hurtos.
A nivel mundial, con más o menos fluctuaciones, el 60% de la criminalidad indicada está constituida por
delitos contra la propiedad que, por otra parte, no pueden descartarse dada su variada gravedad y
consecuencias económicas en personas de modesta o pobre condición y aún en la economía general en
ciertos casos.
Las dimensiones de la victimización correspondiente son, al menos, el doble, lo que no significa que cada
victimización implica una persona distinta ya que ésta puede ser victimizada más de una vez y ello ocurre
cada vez más frecuentemente en las grandes áreas urbanas. A menudo los victimizados criminalmente
ignoran su condición de tales, la aceptan o se resignan sin aceptarla ante ella.
Los delincuentes se dan hoy más frecuentemente que antes en las altas esferas políticas, ideológica,
económica, industrial, laboral y demás. La criminalidad organizada es cada vez más manifiesta en la
sociedad postindustrial y más tecnológicamente preparada que antes cual corresponde a la índole de dicha
sociedad.
El costo de la criminalidad abarca además los de asistencia, compensación, salarios o sueldos perdidos
difícilmente recuperables, pérdidas económicas diversas y cómo afecta la criminalidad ciertas áreas del
desarrollo del país. Como promedio modesto, el costo de cada delito de los aquí considerados no es
inferior a us$1000.
Las cifras se refieren sólo a una parte limitada de las dimensiones de la criminalidad. Habría que agregar los
delitos cada vez más numerosos derivados de las múltiples modalidades del abuso criminal del poder,
típicas de la sociedad postindustrial de nuestro tiempo en la que la concentración económica es manifiesta
en el poder creciente de algunas multinacionales. También los delitos contra la seguridad del Estado, los de
índole física, contra la administración general y la justicia penal en particular, falsificaciones,
contaminación, destrucción del mundo circundante o ambiental y otros muchos delitos definidos por
códigos y leyes penales diversas. La extensión y costo del terrorismo de arriba y abajo es enorme, pero
poco se ha hecho para determinarla siquiera tentativamente.
Habría también que agregar los delitos que se mueven mayormente a un nivel internacional como son los
de guerra, agresión, contra la paz y humanidad, abuso de privilegios diplomáticos, espionaje y otros. Papel
cada vez más significativo lo juega la criminalidad organizada, particularmente respecto a una variedad de
tráficos ilícitos cuya extensión es facilitada por la corrupción criminal en altos y medianos sectores
dirigentes.
La extensión de la criminalidad en todas sus modalidades aumenta por doquiera en parte consecuencia de
un creciente desorden internacional-nacional.
En tanto no se ha intentado aún una investigación oficial sobre dichas dimensiones que es necesaria si se
quiere llevar a cabo una adecuada política criminal que no consiste ciertamente en promulgar más y más
leyes orgánicas sin la debida coordinación y planificación.

Conclusiones
 En tanto cada país no tenga una idea razonablemente aproximada de la extensión de su
criminalidad, la política criminal que se haga no dará el resultado esperado, será innecesariamente
costosa y facilitará el incremento de determinadas modalidades de la criminalidad.
 Dado que la criminalidad es inherente a todo país, lo deseable es que se determine dentro de
límites debidamente fundados cuál es el monto de criminalidad que un país puede soportar sin ser
seriamente perturbado en su desarrollo.
 A la hora actual las administraciones de justicia penal existentes son cada vez menos capaces de
enfrentarse con el fenómeno criminalidad, lo que no es de extrañar en cuanto se hallan enraizadas
en conceptos y enfoques del siglo XIX y comienzos del XX. Se precisa ir a una estructuración
sistémica de dicha justicia.
 Como instrumento importante dentro de la sociedad postindustrial cada vez más tecnológicamente
concebida, el control electrónico del delincuente, dentro de un cuadro adecuado de garantías de
los derechos humanos individuales y colectivos, ha de introducirse si se quiere hacer efectiva una
justicia social penal y reducir considerablemente los gastos y reducir el lamentable espectáculo de
que en un número creciente de países la población penal en espera de ser juzgada supera la
condenada.

La policía como elemento del sistema penal


Introducción
En la literatura sobre la policía como elemento integrante del sistema penal los temas generalmente
tratados son la selección y formación del personal, cuestiones de organización y competencia y policía
judicial.
La función policial se halla bajo severo criticismo a nivel nacional e internacional. En ambos se la acusa de
inefectividad, de servilidad política, de violación criminal de los derechos humanos.

Relleno actual de los conceptos seguridad del estado y orden público


Tradicionalmente, la función policial se diversifica en la protección de la seguridad o existencia del Estado o
en el mantenimiento del orden público y en la investigación del hecho delictivo. Tales actividades son
aspectos de un mismo todo, pero una buena parte de ellas deben pasar definitivamente al sistema penal.
El orden público colectivo depende de dos factores: del respectivo a los órganos a través de los cuales se
concreta la voluntad de la ley en un Estado de Derecho y de la paz en los lugares de uso común, también
por extensión del normal funcionamiento de los servicios públicos.
La tradicional confusión entre seguridad del Estado y orden público ha sido aprovechada para proteger
penalmente unos principios básicos del Estado identificados con un régimen político antidemocrático que
exige su propio concepto de orden público.
Es la policía la que carga con la mayor parte del descrédito dada la impunidad creciente, no sólo de los
delitos aquí considerados, sino de otros muchos. La conclusión es que al igual que en el pasado, la
criminalización de los delitos contra el Estado y el orden público es excesiva. Hay que hallar otras
soluciones que el constante incremento de la penalización. El serio inconveniente de tal política es el
aumento de la represión en buen número de casos y en otros su impunidad por consideraciones
meramente políticas. La represión es necesaria, pero en forma limitada y humana.
La confusión entre Patria, Sociedad, Comunidad, Nación y Estado es injustificada, da lugar a una excesiva
criminalización y en la práctica beneficia al Estado como instrumento de poder en perjuicio de las otras
entidades.
La excesiva criminalización conduce indefectiblemente a una mayor impunidad y a un descrédito de la
función policial en buena parte provocada por la forma en que los códigos penales siguen haciéndose.
En nuestros días hay que adentrarse en una evaluación del sistema penal, en una estimación sociopolítica
del fenómeno criminalidad, favorecer una reducción de la criminalización, sin que ello suponga una
permisibilidad criminal y afirmar la esencialidad social de la justicia social.

Los fundamentos sociopolíticos del sistema penal


Por sistema penal ha de entenderse el conjunto de funciones debidamente estructuradas cuya razón de
ser es la justicia social penal. Como todo sistema constituye un todo cuyas partes son interdependientes;
es un aspecto del más extenso sistema de justicia social; igualmente como todo sistema es uno de
decisiones, actuaciones, mandatos y, en su caso, sanciones; su adecuado funcionamiento y aceptación
depende del apoyo que recibe de la comunidad, del gobierno y del régimen político existente.
Todo sistema penal debe ser consecuencia de una política criminal debidamente planificada y parte de la
planificación de la justicia en general que, como tal, ha de integrarse lo más posible en la del desarrollo del
país de que se trata. Las planificaciones y correlaciones indicadas se han de conectar con ciertas exigencias
y exigen una acumulación y examen de datos y una labor de equipos que difícilmente poseen las
comisiones codificadoras nacionales al uso. En la formulación de una política criminal debe evitarse la
departamentalización de actividades. Un adecuado sistema penal presupone una adecuada política
criminal y no viceversa.
La desarticulación funcional de los sistemas penales de nuestro tiempo, casi todos ellos en evidente crisis,
se debe en gran parte a confundir codificación y reforma penal con política criminal. Tal confusión explica
en parte la frecuente reorganización de las fuerzas de policía en buen número de países. Las
reorganizaciones tienden aparte de otros fines a acentuar la profesionalización académica de la función
policial en ciertas áreas.
La inserción de abogados en los escalones de la policía no asegura mayor respeto por los derechos
humanos. Nos enfrentamos con la necesidad de hacer que la función policial sea en nombre de la
Comunidad y no del Estado, aunque éste intervenga como expresión organizada de aquella.
Los elementos del sistema penal son: las leyes penales generales y especiales, las de procedimiento
criminal ordinario o no, la organización judicial en lo penal, la del ministerio público, las leyes y demás
regulaciones sobre el tratamiento institucional o no del delincuente y ciertas disposiciones constitucionales
sobre tales leyes o partes de ellas; y la estructuración funcional del ordenamiento jurídicopenal que
determina no sólo las funciones de los titulares principales y auxiliares del sistema penal, sino también la
selección y formación de los mismos.
Por lo general, los sistemas penales son funcionalmente concebidos como una correlación lineal y sucesiva
de sectores cada uno con su diferente status y ordenación y limitada coordinación entre ellos. La
estructuración lineal es consecuencia de la formación histórica de los diversos elementos y de su
conglomeración funcional en el siglo XIX.
El sistema penal que se precisa ha de encararse primeramente, con la criminalidad y después, con el
delincuente. Ello significa que la comunidad y en su caso, la víctima, deben ser tenidas más en cuenta que
el delincuente, lo que no implica venganza ni represión ciega y si sólo una estimación sociopolítica del
fenómeno criminalidad como algo que atañe directamente y en ocasiones esencialmente el desarrollo de
un país del cual la seguridad es elemento primordial. Dicho enfoque significa que la función policial
adquiere mayor importancia, lo que no supone una concepción policial de la vida o del sistema penal, pero
sí que éste no puede ya ser concebido y organizado conforme a la sociedad del siglo XIX y comienzo del
presente y su correspondiente concepción del Poder Judicial.
La policía es el elemento del sistema penal que se encara primero con la criminalidad, el delito, la víctima y
el delincuente y más limitada o secundariamente el ministerio público y menos el Juez, el magistrado y el
funcionario penitenciario. Este encaramiento no se hace en nombre del Estado sino de la sociedad y tiene
lugar por delegación de ésta y la necesidad de justicia inherente en toda organización social.
Como un sistema de decisiones, en el penal las primeras que suelen tomarse lo son por la policía. La
investigación que lleva a cabo significa bastante más que el uso de métodos científicos de esclarecimiento.
El apoyo de la comunidad para la función policial es esencial.
La función policial es parte integrante del sistema penal que ha de entenderse tanto en su finalidad
preventiva como de enjuiciamiento.
La policía y los encargados del tratamiento del delincuente, han de desempeñar funciones no menos
esenciales si la afectividad del sistema penal, y no específicas funciones de éste, son tenidas en cuenta.
Añádase que una nueva función ha de agregarse al mismo y es la de compensar a las víctimas del delito.
En la Argentina cada provincia posee su código procesal penal en los que en el de Córdoba ha ejercido gran
influencia en buen número de casos. El texto cordobés daba al ministerio público excesivas facultades
entre ellas el monopolio de la acción penal, la instrucción del sumario en ciertos delitos y el control de la
policía judicial.
Consideraciones finales
Lo expuesto muestra la enorme complejidad de la función policial que, si bien puede estimarse en parte
meramente gubernativa, lo es también del sistema penal, aunque esto sea generalmente negado o
resistido por fiscales y jueces. Un buen número de delitos no son conocidos y otros siéndolo no perturban
la paz o tranquilidad pública. El distingo es importante pues si bien indica la conveniencia de una dualidad
de funciones policiales, una de Orden Público y otra relativa a la criminalidad, lo cierto es que la separación
es frecuentemente más aparente que real.
Cuando la policía interviene, es el ejercicio de su facultad discrecional la que hará entrar o no a los
interesados dentro del sistema penal. Incluso si un delito se ha cometido, puede fundamentalmente
decidir cerrarlo o no.
El funcionamiento del sistema penal no se inicia las más de las veces por el fiscal o el juez, sino por la
policía, por la manera como ésta ejerce su discreción de enjuiciamiento y toma de decisión.
La facultad discrecional de la policía en el mantenimiento del orden, la paz, tranquilidad y seguridad del
Estado y en la averiguación de los delitos con todas las consecuencias que aquella supone respecto a
personas, bienes y situaciones, muestra constantemente una relación de interdependencia con el sistema
que, aunque variable, es siempre primordial.
La policía tiene que participar en la codificación penal, procesal penal y en la Organización judicial y del
ministerio público. Ello será resistido, pero es exigencia de la realidad y de una adecuada política criminal.
El proceso de criminalización exige una Comisión de Política criminal muy diversamente compuesta que
lleve a cabo una evaluación del fenómeno sociopolítico de la criminalidad y del funcionamiento del sistema
penal.

La aportación de la criminología – Gracia-Pablos


1. La Criminología es una ciencia empírica e interdisciplinaria que se ocupa del delito, el delincuente, la
víctima y el control social del comportamiento delictivo; y que trata de suministrar una información válida,
asegurada, sobre la génesis y la dinámica del problema criminal y sus variables; sobre los programas y
estrategias de prevención eficaz del delito; y sobre las técnicas de intervención positiva en el hombre
delincuente.
Que la criminología sea una ciencia empírica significa que utiliza un determinado método para obtener la
información deseada sobre el problema criminal, y para verificarla satisfactoriamente: un método
inductivo, basado en el análisis y observación de la realidad individual y social.
El saber criminológico es como todo saber científico, un saber inevitablemente relativo, inseguro, abierto,
provisional. En primer lugar, por razón de su objeto. Puesto que delito y delincuente no son dos
fenómenos de la realidad física o natural, sino algo más y distinto: problemas humanos y sociales, con la
carga de irracionalidad, de pasión, que el siempre enigmático comportamiento del hombre implica. En
segundo lugar, las expectativas de certeza y exactitud del saber criminológico se frustran, también, como
consecuencia lógica de un nuevo paradigma de saber científico que gana progresivamente terreno incluso
en el campo otrora más representativo de las ciencias “exactas”. Se trata de un nuevo arquetipo de
ciencia, más acorde de nuestro limitado conocimiento de la realidad y de la siempre parcial percepción de
ésta por el observador. Que sustituye la “exactitud” y la “certeza absoluta” por la de una proposición no
refutada, renunciando a la pretensión de explicar la realidad humana y social con leyes universales que
formulen ambiciosas relaciones de “causa” a “efecto”.
En el momento de evaluar la aportación de la criminología, forzoso es reconocer una tendencia
irreversible: la ampliación de su propio objeto. Dicha ampliación del objeto de la Criminología ha
significado, cualitativamente, un indiscutible enriquecimiento de la reflexión científica sobre el problema
criminal, al incorporar a la misma aspectos y dimensiones hasta entonces no ponderadas.
1. Ello es claro a propósito de la víctima del delito.
La actual preocupación por la víctima responde a la necesidad de redifinir el rol de ésta en el fenómeno
delictivo, planteando sobre nuevas bases sus relaciones con los otros protagonistas del crimen y con el
propio sistema legal y social. El redescubrimiento de la víctima expresa la necesidad de revisar el rol de
esta a la luz de nuestros conocimientos científicos actuales.
A este enfoque dinámico e interaccionista se debe una nueva imagen de la víctima como activo
protagonista del suceso delictivo, que termina definitivamente con el estereotipo pálido e inerme de
víctima de la Criminología positivista.
2. Un segundo exponente del giro metodológico que ha contribuido a la ampliación del objeto de la
Criminología es la moderna teoría del control social.
La relevancia que los partidarios del “labelling approach” asignan a ciertos procesos y mecanismos del
control social en la configuración de la criminalidad, permiten hablar, no obstante, más bien de un nuevo
modelo o paradigma contrapuesto al modelo de consenso de la Criminología positivista tradicional.
La Criminología positivista partía de una visión consensual y armoniosa del orden social que las leyes se
limitarían a reflejar.
Para el labelling approach, por el contrario, el comportamiento del control social ocupa un lugar más
destacado. Porque la criminalidad no tiene una naturaleza “ontológica”, sino “definitorial”, y lo decisivo es
cómo operan determinados mecanismos sociales que atribuyen o asignan el estatus criminal. Más
importante que la interpretación de las leyes es analizar el proceso de concreción de las mismas a la
realidad social. El control social no se limitan a detectar la criminalidad y a identificar al infractor, sino que
“crean” o “configuran” la criminalidad: realizan una función “constitutiva”. Los agentes del control social
formal no son meras “correas de administración” de la voluntad general, sino “filtros” al servicio de la
sociedad desigual que, a través de los mismos, perpetúa sus estructuras de dominación y potencia las
injusticia que la caracterizan. En consecuencia, la población penitenciaria, subproducto final del
funcionamiento discriminatorio del sistema legal, no puede estimarse representativa de la población
criminal real.
La efectividad del control social es otro de los temas que concitan mayor interés a criminólogos y expertos
en Política Criminal. Pues, frente a dogmas y convicciones tradicionales, no cabe ya seguir manteniendo
que el incremento de las tasas de criminalidad registrada sea un indicador significativo del fracaso del
control social. Ni tampoco, que un sistemático y progresivo endurecimiento de este constituya la estrategia
más adecuada para asegurar cotas más elevadas de eficacia en la lucha contra el crimen. La prevención
eficaz del crimen no se agota con el perfeccionamiento de las estrategias y mecanismos del control social.
La eficaz prevención del crimen parece no depender tanto de la mayor efectividad del control social formal
como de la mejor integración sincronización del control social formal y el informal.
IV. La información sobre el problema criminal que puede aportar la Criminología, válida y fiable, tiene un
triple ámbito: la explicación científica del fenómeno criminal, de su génesis, dinámica y principales
variables; la prevención del delito; y la intervención en el hombre delincuente.
1. La formulación de impecables modelos teóricos explicativos del comportamiento criminal ha sido el
cometido prioritario asignado a la Criminología.
Sólo desde una concepción mágica y fatalista, despótica o doctrinaria, tiene sentido la absurda actitud de
desinterés hacia la determinación de las variables de la delincuencia e integración de ésta en los
correspondientes modelos teóricos.
a) Los modelos biológicos exhiben un elevado soporte empírico. Evolucionan hacia paradigmas cada vez
más complejos, integrados y dinámicos, idóneos para ponderar la pluralidad de factores que interactúan
en el fenómeno delictivo. Pues si bien el sustrato biológico representa un valioso y relevante potencial,
parece incuestionable que ni es el único dato, ni la carga biológica permite distinguir el hombre
delincuente del no delincuente. El llamado principio de la “diversidad” al que apelan las teorías de corte
biológico radical carece de todo respaldo científico.
Corresponde a los modelos biológicos explicar científicamente la relevancia criminógena de ciertas
variables, pues la existencia de un dato biológico diferencial es una realidad incuestionable, y las
concepciones ambientalistas no son capaces de fundamentar por qué el crimen se distribuye de forma no
homogénea.
b) Un proceso semejante se aprecia en el seno de los modelos psicologicístas. De una parte, para delimitar
los ámbitos y competencias respectivas. De otra, la propia evolución interna de las diversas teorías ha
limado numerosas aristas, propiciando también formulaciones más complejas o incluso la recepción
común de variables ajenas a las mismas en modelos integrados.
La experiencia ha refutado, también, trasnochados tópicos que asociaban locura y delito o psicopatía y
criminalidad.
Sería deseable sustituir la tentación generalizadora, simplificadora por un análisis empírico correlacional y
discriminador, que verifique la relación específica en su caso existente entre cada una de las entidades
psiquiátricas y concretos comportamientos delictivos. El mentalmente enfermo representa un porcentaje
muy reducido de la población criminal total; la sociedad teme a este infractor anormal más por la
imprevisibilidad de su conducta que por la gravedad objetiva de la misma o peligro que representa.
Las doctrinas psicoanalíticas han aportado un valioso aparato de comunicación entre psicólogos y
psiquiatras. La reciente doctrina psicoanalítica adopta un lenguaje más psicodinámico, desplazando
significativamente su centro de interés del análisis del instinto primario de agresión, el triunfo del “ello” o
la relevancia de ciertos conflictos intrapsíquicos a otros objetos.
En cuanto a la actual Psicología empírica, es lógico suponer que se desprenderá de su complejo de
disciplina filosófica, para ofrecer información útil sobre el problema del crimen.
A la psicología empírica corresponde, en primer lugar, una explicación científica del comportamiento
delictivo como manifestación conductual normal mediante la observación directa del mismo. Sus diversos
modelos teóricos han evolucionado, también, de modo muy sensible, hacia formulaciones menos radicales
y pretenciosas, enriqueciendo con nuevos enfoques el contenido de conceptos ya clásicos; o incorporando
ciertas variables a modelos más complejos e integradores, que rompen la tradicional alternativa:
conductismo versus psicoanálisis.
En el ámbito clínico, por último, no es necesario resaltar las perspectivas que se ofrecen a la Psicología
empírica: en orden de diversas actividades de evaluación y entrenamiento cuyos destinatarios naturales
pueden ser tanto el delincuente como la víctima o los agentes del control social.
c) Las teorías de la criminalidad se han deslizado progresivamente hacia la Sociología. En cuanto modelos
explicativos del fenómeno criminal, exhiben elevados niveles de abstracción y según los casos; muy
diversas cotas de empirismo. Buena parte del éxito de los modelos sociológicos estriba en la utilidad
práctica de la información que suministran a los efectos políticocriminales. Pues sólo estas teorías parten
de la premisa de que el crimen es un fenómeno social muy selectivo, estrechamente unido a ciertos
procesos, estructuras y conflictos sociales, y tratan de aislar sus variables.
Los modelos sociológicos constituyen hoy el paradigma dominante y han contribuido decisivamente a un
conocimiento realista del problema criminal. Muestran la naturaleza “social” de éste y la pluralidad de
factores que interactúan en el mismo.
Siendo, pues, la Criminología una ciencia interdisciplinaria, corresponde a la misma coordinar los saberes
sectoriales sobre el crimen, integrando en modelos complejos, diferenciadores y pluridimensionales la
experiencia científica acumulada en los respectivos ámbitos y parcelas por los especialistas. Sin exclusiones
ni monopolios que rompan la unidad del saber científico y ofrezcan una lectura parcial o sesgada de la
realidad.
2. La prevención eficaz del delito es otro de los objetivos prioritarios de la Criminología.
La mera represión llega siempre demasiado tarde y no incide directamente en las claves últimas del hecho
criminal. El conocimiento científico del crimen, de su génesis, dinámica y variables más significativas debe
conducir a una intervención meditada y selectiva, capaz de anticiparse al mismo, de prevenirlo,
neutralizando con programas y estrategias adecuadas. Naturalmente, se trata de una intervención eficaz.
La “selectividad” del fenómeno criminal, y la conocida relevancia de otras técnicas de intervención no
penales para evitar aquel constituyen los dos pilares de los programas prevencionistas.
La moderna Criminología parte de tres postulados bien distintos, que cuentan con un sólido aval científico:
la intrínseca nocividad de la intervención penal, la mayor complejidad del mecanismo disuasorio y la
posibilidad de ampliar el ámbito de la intervención, antes circunscripta al infractor potencial, incidiendo en
otros objetos.
Hoy parece obvio reservar la “pena” a supuestos de estricta necesidad, porque una intervención de esta
naturaleza es siempre traumática, quirúrgica, negativa para todos, por sus efectos y elevado coste social.
Investigaciones llevadas a cabo sobre la efectividad del castigo, demuestran que el denominado
“mecanismo disuasorio” es mucho más complejo de lo que suponía. De hecho, los modelos teóricos que
utiliza la moderna psicología enriquecen la ecuación estímulo/respuesta, intercalando otras muchas
variables. La mayor o menor eficacia contramotivadora o disuasoria de la pena no depende solo de su
severidad, sino de otras muchas variables, y, sobre todo, de cómo son percibidas y valoradas por el
infractor potencial.
En consecuencia, no cabe incrementar progresivamente la eficacia disuasoria de la pena aumentando, sin
más su rigor nominal; ni siquiera, recabando un mayor rendimiento y efectividad del sistema legal. Lo
primero, atemoriza, no intimida. Lo segundo, multiplica el número de penados a corto plazo, pero no es
una estrategia válida a medio ni a largo alcance. La eficaz prevención del crimen es un problema de todos,
y no sólo del sistema legal y sus agentes.
3. Por último, la criminología puede suministrar, también, una información útil y necesaria en orden a la
intervención en el hombre delincuente.
No parece fácil que el Estado garantice la resocialización del penado, cuando no es capaz siquiera de
asegurar su vida, su integridad física, su salud. En todo caso, circunscribir el tratamiento resocializador a
una intervención clínica en la persona del penado durante el cumplimiento de la pena, es algo
insatisfactorio: porque el problema de la reinserción tiene un contenido funcional que trasciende la mera y
parcial faceta clínica; porque tal responsabilidad es de todos.
Pero el lógico clima de escepticismo representa un doble peligro. De una parte, puede alimentar
respuestas regresivas y políticas criminales de inusitado e innecesario rigor, de inmediata repercusión en el
régimen penitenciario.
En consecuencia y para garantizar una intervención rehabilitadora del delincuente, corresponden a la
criminología tres cometidos. Primero, esclarecer cual es el impacto real de la pena en quien la padece: no
los fines y funciones “ideales” que se asignan a aquélla por los teóricos o desde posiciones “normativas”.
Esclarecer y desmitificar dicho impacto real para neutralizarlo, para que la inevitable potencialidad
destructiva inherente a toda privación de libertad no devenga indeleble, irreversible. Para que la privación
de la libertad sea sólo eso. Segundo, diseñar y evaluar programas de reinserción, entendiendo ésta no en
sentido clínico e individualista, sino funcional: programas que permitan una efectiva incorporación sin
traumas del expenado a la comunidad jurídica, removiendo obstáculos, promoviendo una recíproca
comunicación e interacción entre los dos miembros y llevando a cabo una rica gama de prestaciones
positivas a favor del exepenado y de terceros allegados al mismo cuando éste retorne a su mundo familiar,
laboral y social. Tercero, mentalizar a la sociedad de que el crimen no es sólo un problema del sistema
legal, sino de todos. Para que la sociedad asuma la responsabilidad que le corresponde y se comprometa a
la reinserción del expenado.

Las grandes tendencias de la criminología


contemporánea – Multinovic
Notas de introducción
Desde el punto de vista conceptual y metodológico, el pensamiento criminológico contemporáneo es muy
diversificado y complejo. Ante todo, se trata de la influencia de la ciencia jurídico-penal y criminológica
tradicional, la cual ha tomado vías diferentes en la creación de sus conceptos y ello lo ha hecho
heterogéneo y controvertido en diversos puntos.
Se ha desarrollado conceptualmente como una Criminología principalmente antropológica, es decir,
biológica, luego psicológica y sociológica, tendiente a elaborar una interpretación integral del
comportamiento criminal sobre la base de su concepto.
El pensamiento criminológico tradicional está principalmente centrado sobre el hombre en tanto que autor
del delito. En consecuencia, los sistemas criminológicos precedentes habían tenido como centro de interés
el estudio de la personalidad delincuente. Esta tendencia está igualmente presente en la Criminología
contemporáneamente. En la misma línea se ha desarrollado la Criminología clínica, basada en el estudio
interdisciplinario de delincuentes individuales por la aplicación del método clínico como “sustancia de
investigación”.
Más tarde, a medida que se abría paso la concepción según la cual el comportamiento criminal estaría
socialmente determinado, y a medida que se constataba la influencia primordial de las condiciones sociales
en la aparición de los factores criminógenos, el pensamiento criminológico colocaba en primer plano, al
lado del estudio de la personalidad delincuente, el estudio de la delincuencia como fenómeno social
particular. Esta concepción parte de la idea de que la delincuencia es un fenómeno socialmente
determinado y el cual, emanado de la sociedad, produce efectos que alcanzan los valores positivos sobre
los cuales descansa esa misma sociedad.
En el curso de los últimos años vemos aparecer numerosas teorías sociológicas que abordan el estudio de
la criminalidad, sea como fenómeno social, sea como un problema individual, problema de la personalidad.
Los primeros tienen una orientación sociológica y los últimos una orientación psicológica. Todas esas
teorías ponen el acento en las condiciones sociales como factores del comportamiento delincuente y
desviante, en las influencias recíprocas en el medio social como base de la dinámica de los
comportamientos individuales. En estos últimos años se nota la presencia del interaccionismo social, el
cual parte de la reacción social, explícitamente en la manera de concebir el comportamiento delincuente y
desviante, estimando que la sociedad, por sí misma, selecciona e identifica los delincuentes.
Una concepción particular de la criminalidad y de la delincuencia, a la luz de las determinaciones sociales,
aparece apoyándose en el marxismo, o más bien en el materialismo histórico. Según esta concepción la
etiología de la delincuencia se encuentra en definitiva en las condiciones materiales de una sociedad dada,
en sus estructuras económicas, sus estructuras de bases y otras, en las influencias de diferentes
fenómenos negativos que actúan en el interior de una sociedad en la cual la socialización del individuo
puede tener un resultado negativo y, en las condiciones sociales que, provocando una desintegación y una
alienación del individuo, lo orientan hacia un comportamiento delincuente y desviante. La personalidad
delincuente se forma bajo el efecto de condiciones sociales. El comportamiento criminal está ligado a las
cualidades de la personalidad delincuente, a las manifestaciones sociales, psicológicas y otras de su
individualidad, las cuales están determinadas por la influencia social en un medio sociocultural dado. Una
comprensión de los dos campos de estudio, objetivo y subjetivo, se impone necesariamente en la actividad
de investigación. El campo objetivo se refiere a la investigación de las causas sociales del comportamiento
delincuente y de la constitución de la personalidad delincuente, mientras que el campo subjetivo se
relaciona con el estudio de la personalidad delincuente, de sus aspectos y desviaciones psíquicas y otras.
Lo subjetivo y lo objetivo actúan conjuntamente sobre todas las manifestaciones y procesos vitales y, por
lo tanto, sobre el comportamiento delincuente.
En ocasión de estudios etiológicos de la criminalidad y la desviación y partiendo de las causas principales y
profundas en tanto que determinantes sociológicas generales, hay que tomar en cuenta un índice muy
complejo de causas, condiciones y relaciones directas de carácter objetivo y subjetivo que es preciso
descubrir en un proceso de investigación.
La concepción marxista ve en la criminalidad y la delincuencia un fenómeno social complejo cuya
interpretación no puede reducirse a las simples fórmulas y mecanismos de investigación.
El pensamiento criminológico contemporáneo se esfuerza vivamente en hacer sus conceptos y sus
investigaciones sobre el problema de la política criminal. Desea extraer consecuencias que permitirían
emprender gestiones a todos los niveles con vistas a la prevención y la represión de la criminalidad
utilizando los conocimientos de otras ciencias. La criminología contemporánea se interesa particularmente
en la investigación sobre la eficacia y la evaluación de las medidas de política criminal, así como en los
estudios profundos del sistema jurídico.
Hay tres tendencias principales de la Criminología contemporánea: la tendencia sociológica o
interaccionista, la tendencia clínica y la tendencia organizacional caracterizadas así:
La primera tendencia tiene un carácter sociológico y puede ser definida como interaccionista, pone el
acento en el hecho de que la sociedad misma selecciona a los delincuentes.
La segunda tendencia se sitúa en el plano clínico y se esfuerza por sistematizar los resultados del
tratamiento de los delincuentes.
La tercera tendencia se sitúa en el plano de las ciencias sociales aplicadas y aborda la criminología como
ciencia de la defensa social.

1. Concepción interaccionista de la criminalidad.


Teoría del interaccionismo social
La teoría del interaccionismo social aparece recientemente en Criminología y tiende a explicar, no
solamente la delincuencia, sino también los otros aspectos del comportamiento desviante.
La teoría del interaccionismo social se apoya en las concepciones del “sistema social” existentes en la
literatura sociológica occidental. Según esta concepción, la sociedad está constituida por diferentes grupos
e instituciones y, por consiguiente, el estudio de la estructura comprende el estudio de la naturaleza de las
relaciones entre diferentes grupos sociales, así como las relaciones internas entre los miembros del grupo.
Los diferentes grupos y capas de la sociedad tienen concepciones diferentes de los valores, modos de vida
y comportamientos. Los grupos que tienen una posición económica y política dominante en la sociedad
definen ciertos comportamientos como desviantes porque no corresponden a sus ideas y expectativas. Se
trata de los comportamientos de las personas provenientes de las capas sociales que están en conflicto con
los grupos dominantes. Es en esta relación interaccionista que se busca una explicación del
comportamiento delincuente y desviante.
Según la interpretación interaccionista, los comportamientos definidos como desviantes no son desviantes
en sí mismos, por su manifestación objetiva, y la desviación, en tanto que calidad particular, no está allí
presente. Esos comportamientos son desviantes porque son considerados como tales por un grupo que
crea las normas de comportamiento y define las situaciones dadas en el sentido de la desviación. Un
comportamiento dado “no es criminal, pero es la acción emprendida contra él la que lo hace criminal”, y,
por lo tanto, mientras mayor es el número de definiciones criminales aplicables, “mayor es la
delincuencia”. La fuente de la desviación se sitúa en “la interacción entre la persona que es el autor del
acto y las personas que reaccionan a este acto”. Es la sociedad la que produce la delincuencia y la
desviación en una relación interaccionista de sus grupos.
Los delincuentes son las personas proclamadas como tales por los órganos de persecución penal,
basándose en las normas sociales creadas por el grupo político gobernante. De esta manera, la concepción
interaccionista explica la división de la población en dos tipos generales: los conformistas y los desviantes,
o más bien, censores y censurados.
Según esta concepción, los delincuentes no pueden ser un grupo homogéneo por muchas razones. Es que,
principalmente, la definición de la desviación y el proceso de etiquetaje pueden ser erróneos, la infracción
de las normas no es un criterio pertinente para tratar a un cierto comportamiento de desviante. Por otra
parte, anticipamos que la categoría de los delincuentes etiquetados no está completa y no engloba la
mayoría de las personas que han transgredido la norma penal.
Si partimos de la posición citada, llegamos lógicamente a concluir que entre delincuentes y no delincuentes
no hay diferencias esenciales y que esas diferencias son solamente diferencias formales: unos están
identificados como desviantes mientras que otros gozan de un fuero de conformistas.
La teoría interaccionista da una explicación del estereotipo del delincuente que es adecuada a su
interpretación de la desviación y del etiquetaje que de ello resulta, estando ligado ese estereotipo con la
reacción hacia el autor de la desviación. Se estudia la estigmatización como un medio por el cual se crea el
estereotipo. Durante el proceso de definición de ciertas situaciones y del etiquetaje, los órganos de control
social o más bien los órganos de enjuiciamiento, clasifican a las personas etiquetadas según la definición de
esas situaciones, en determinados estereotipos de delincuentes.
Sobre esta base es que se crean un estereotipo particular del delincuente perteneciente a la clases sociales
inferiores y poseyendo características físicas, psíquicas y sociales particulares.
El problema precedente está estrechamente ligado a la cuestión de la influencia de la estigmatización
sobre la aparición de nuevas delincuencias. Paralelamente con la estigmatización de una persona, cambian
su status social y su rol. De allí deriva su propia reacción a la segregación y estigmatización que continúa
alejándolo de la comunidad, de las normas del grupo legítimo, de los órganos de control social y que lo
lleva a identificarse con los grupos desviantes y los antiguos condenados.
Shoham formuló su modelo interaccionista de estigmatización social partiendo de dos niveles de análisis
causal. El primero se refiere a los factores que crean la predisposición, el segundo a una cadena de
procesos dinámicos que desembocan en la estigmatización. Entre los factores de la predisposición se citan
ciertas desviaciones en relación al valor y el comportamiento desviante, los cuales aumentan la posibilidad
de estigmatización de ciertas personas en una cultura dada. En lo que concierne al otro nivel de los
motivos típicos de la estigmatización propios del estigmatizador para pasar luego a los procesos
sociopsicológicos derivados de las diferencias que se encuentran entre el estigmatizador individuo de un
lado y el grupo del otro lado, donde la función social de la estigmatización consiste en asegurar el éxito y
las posiciones del estigmatizador. Resumiendo, el delincuente es aquel que está estigmatizado y
proclamado como tal por parte de un grupo o de los individuos que tienen ese poder, con la advertencia de
que en el caso del crimen existen ciertos mecanismos jurídicos que actúan como obstáculo social a la
estigmatización.
La concepción interaccionista es la antípoda de la Criminología tradicional. Un enfoque relativo y subjetivo
el problema, un enfoque que niega la delincuencia como cualidad objetivamente dada. Es lo esencial de la
crítica de esta teoría del comportamiento desviante y es de allí que provienen los reproches que se hacen a
sus autores de comprometerse demasiado en la situación del delincuente y de mostrar una indulgencia
injustificada con respecto a ellos.
Los interaccionistas descuidan el hecho de que las normas jurídicopenales y las incriminaciones positivas
están determinadas socialmente, que en la base tienen una realidad social que objetivamente les
proporciona la fuerza y el poder. Las normas jurídicas tienen un papel particularmente importante,
especialmente en las sociedades contemporáneas. Sirven para proteger los valores sobre los cuales reposa
una sociedad dada. Es por ello que su infracción se considera socialmente peligrosa.
Es evidente que, en ocasión del establecimiento de las normas penales, las clases y capas gobernantes son
las que más influencia tienen sobre los órganos legislativos. La influencia de los grupos dominantes no es
única, ilimitada y fuera de los marcos de la necesidad social. La influencia de otros grupos o capas sociales
también intervienen, así como la de la opinión pública cuyo papel es el mayor en la medida en que una
sociedad es más democrática. Todo esto favorece la idea de que las medidas legales extraen su contenido
de la vida real.
Si se avanza que el comportamiento desviante no es “una cualidad en sí” y que entre delincuente y no
delincuente no hay diferencia fundamental, que los órganos de enjuiciamiento provocan el aumento de la
delincuencia y de la criminalidad, se pone en duda la política criminal y el valor de la represión de la
delincuencia y la desviación.
La aplicación del concepto interaccionista no procura una solución etiológica aceptable de la delincuencia y
la desviación. Porque, si la desviación es la expresión de la reacción social a un comportamiento
determinado y si se reduce al factor del etiquetaje por parte de grupos e individuos, es vano penetrar los
procesos verdaderos de la socialización negativa del individuo. En ese caso bastaría limitarse al análisis de
los mecanismos sociales que provocan la desviación.
Oponiéndose a la Criminología clásica, la teoría interaccionista parte de la hipótesis de que los
delincuentes no pueden representar un grupo homogéneo. Tal conclusión se impone lógicamente si se
admite que el comportamiento delincuente proviene de la reacción social. De allí, la ausencia de esfuerzo
con vistas a una investigación de la clasificación de los delincuentes en base a sus rasgos y cualidades
características. A falta de ello se crean estereotipos partiendo de la definición de situaciones dadas, lo cual,
por otra parte, no carece de sentido y de justificación. Sin embargo, no puede descuidarse el hecho de que
los delincuentes son un grupo heterogéneo capaz de dividirse en grupos menores y subgrupos en el mismo
sistema de clasificación.
El análisis interaccionista del comportamiento delincuente y desviante revela y libra numerosos elementos
y resultados racionales interesantes cuando se trata de resolver ciertos problemas criminológicos.
Respecto a esto hay que citar la influencia de la estigmatización sobre el proceso por el cual un individuo
continúa naufragando en la desviación y continúa su identificación con los delincuentes y desviantes. Es
cierto que la estigmatización y la clasificación como delincuentes y criminales por parte de los órganos de
control social pueden aumentar en las personas así clasificadas, la resistencia a las normas legales y
consolidar sus actitudes hacia esas normas y hacia los valores sociales subyacentes.
Los interaccionistas revelan también la importancia de la “cifra negra” en la estimación de la delincuencia
en un país dado, considerando que puede modificar sustancialmente la idea de criminalidad. En
consecuencia, insisten en las investigaciones concernientes a esa cifra negra y su comparación con la
delincuencia conocida con vistas a desembocar, por esta vía, en sus implicaciones en el plano de la política
criminal.
Sin embargo, a pesar de esos elementos racionales y de otros elementos promovidos por la teoría del
interaccionismo social, ésta ha acentuado demasiado el elemento subjetivo en el análisis del
comportamiento delincuente y desviante para casi relativizar todo el problema.

2. Criminología clínica
En el desarrollo de la Criminología clínica distinguimos, en primer lugar, la fase del enfoque clínico vivido,
efectuando entre los prácticos, en clínica y que tenía una orientación médica con las correspondientes
implicaciones en el dominio del diagnóstico, pronóstico y tratamiento. Es el nivel de la práctica clínica
intuitiva en la cual la observación está ligada al tratamiento y sirve de base a la intervención terapéutica. Se
dice que esta “clínica criminológica” se sitúa a medio camino entre el conocimiento ordinario y el
conocimiento científico, entre lo conocido y lo abstracto.
En su desarrollo más reciente, la evolución de la práctica clínica se orienta hacia una investigación científica
y la aplicación de procedimientos experimentales. Se trata del estudio de los casos individuales, dirigido a
plantear hipótesis y descubrir leyes. Se tiende a extraer las conclusiones que reposan en la deducción. Se
considera que el individuo es “asiento de un gran número de determinismos biopsicosociales”, y que los
efectos de un determinismo dado pueden ser verificados a través del estudio de una población más
amplia.
Entre el gran número de teorías criminológicas basadas en la comprensión de la personalidad, hay que
señalar, como la conceptualización teórica de la personalidad criminal desarrollada por Pinatel, según la
cual ese comportamiento está ligado a la estructura de la personalidad del reincidente.
El punto de partida de la Criminología clínica es la personalidad del delincuente.
Cada delincuente es un caso aparte que hay que estudiar en la óptica clínica y en base a la experiencia
clínica. La criminología clínica pretende aclarar el estado peligroso ligado a su personalidad, el cual se
manifiesta en su forma crónica o futura. Este estado peligroso está ligado a la predisposición al delito, a la
aptitud al “paso al acto”, que sería el único criterio para distinguir un criminal de las demás personas.
Conforme a esto, la criminología clínica tiene como objetivo estudiar ese “paso al acto”, constituyéndose
así como una disciplina autónoma basada en el estudio de los casos individuales del comportamiento
delincuente.
Según la criminología clínica, la personalidad es una unidad y una expresión de diferentes rasgos
individuales que se encuentran en la acción y la interacción. La personalidad es un conjunto estructural
dinámico de esos rasgos. Pinatel ha dividido esos rasgos psicológicos en dos grupos: el núcleo central y las
variantes. Los rasgos de personalidad que entran en el núcleo central dan la explicación de la aptitud
criminal y de las condiciones del “paso al acto”, ya que ellas intervienen siempre de una manera
determinada y diferenciada en dirección al delito.
La predisposición proviene del núcleo central que consiste en egocentrismo, labilidad, agresividad e
indiferencia afectiva. Los rasgos relativos a las variantes de la personalidad son significativos a título
indicativo para la explicación de las modalidades de ejecución del acto, para explicar la dirección, el grado
de éxito y la motivación del comportamiento criminal. Conforme a esto, la elaboración de la concepción de
la personalidad criminal consiste en dos estadios: el estadio del análisis de todos los elementos de la
personalidad y el estadio de la síntesis en base a la observación del núcleo central.
La criminología clínica descansa sobre una base conceptual particular y tiende, por la integración de la
investigación y de la acción, al lado práctico del problema, apelando a la personalidad delincuente. La
criminología clínica tiene como finalidad formular una opinión sobre un delincuente, esa opinión comporta
un diagnóstico, un pronóstico y eventualmente un tratamiento.
El citado marco conceptual de la Criminología clínica impone la aplicación de una metodología
correspondiente, es decir, la aplicación del método clínico al examen del comportamiento delincuente.
Esta criminología intenta entonces aplicar, a la persona condenada, un sistema especial en clínica que
consiste en un examen médico-psicológico y social con explicación bajo forma de un complejo sintético al
cual se ha llegado por medio de esa vía clínica. En base a tales observaciones clínicas y establecimiento del
diagnóstico se determina los medios terapéuticos de tratamiento de los delincuentes que permitan su
readaptación a la sociedad en la cual deben continuar viviendo.
El examen de personalidad es el componente primero y esencial de esta criminología, seguida del
tratamiento en tanto que su corolario lógico, el cual, practicado por un personal calificado, tiende a “alejar
al sujeto de la reincidencia” y a resocializarlo.
Canestri presentó un modelo de su esquema de organización compuesto de cuatro sectores: investigación,
aprendizaje, procedimiento y preparación.
Al sector de la investigación se le presta una atención particular. La actividad de este sector debía
suministrar las posibilidades de aplicación y permitir una reacción rápida y adecuada al acrecentamiento
actual de la criminalidad. Igualmente se considera como particularmente importante el “sector de
aprendizaje” y se exige para él una atención especial en lo que respecta a su organización y dotación de
personal capaz de aplicar en la práctica los conocimientos científicos criminológicos.
En la organización de la clínica criminológica se acentúa particularmente la función del equipo
criminológico, el cual debería ser capaz de un enfoque a nivel interdisciplinario y poseer un pronunciado
espíritu sintético.
Las pretensiones de aplicación de la Criminología clínica no se limitan al tratamiento de la resocialización ni
tampoco a la fase penitenciaría, sino que se extienden al procedimiento penal ante el tribunal.
Los representantes de la Criminología clínica estiman que los centros de observación debían al mismo
tiempo ejecutar la función de la observación y el tratamiento.
La citada concepción reclama la creación de instituciones especializadas para el tratamiento de los
enfermos mentales, instituciones que estarían fuera de la administración penitenciaría.
Ella está en medida de aclarar la estructura y las características del delincuente, de estudiar los factores del
comportamiento relacionados con su personalidad, lo cual es de su interés indiscutible cuando se trata de
emprender medidas terapéuticas destinadas a los delincuentes. En esto se relaciona directamente con la
penología y la práctica de los establecimientos penitenciaros. En la práctica penitenciaria, el estudio de la
personalidad del detenimiento es una condición indispensable para su clasificación y la individualización de
tratamiento. Es necesario partir de la observación y del estudio de la personalidad considerada como la
“clave del tratamiento y de la reclasificación social”.
No se puede reprochar a la Criminología clínica el partir de la personalidad del detenido porque ella está
orientada hacia el lado práctico del problema. En términos interaccionistas, esta orientación obliga a partir
del producto ya listo, es decir, del individuo condenado, etiquetado. Se le reprocha no entrar en el
problema de la “cifra negra” de la delincuencia.
Por supuesto, estos lados buenos pueden ser discutidos en la medida en que ella no se ha librado de
ciertas concepciones tradicionales sobre los elementos biopsicológicos constitucionales innatos y del
antiguo nivel intuitivo de los exámenes clínicos.
Aunque no esté limitada al campo clínico restringido y al examen de los rasgos pertenecientes a la
medicina y la psicología, no toma en cuenta suficientemente y de manera adecuada, el lado social del
problema, el cual, en definitiva, representa la fuerza determinante del comportamiento criminal. Cuando
Pinatel habla de los factores del medio que proceden de la sociedad global como su proyección, los cuales,
combinándose con los factores biológicos juegan un papel decisivo en la formación, no solamente de la
personalidad criminal, sino también de las situaciones en las cuales se verá confrontada, hace entrar en
línea de cuenta las personalidades marginales dotadas de un “potencial criminógeno” capaz de evolucionar
según la naturaleza e intensidad de los estímulos. En esta óptica se abren paso las influencias de los
factores biológicos sobre la formación de la personalidad y su situación.
Si se parte del marco conceptual propio de la criminología clínica y su centralización en la personalidad, se
limitan sus posibilidades en lo que respecta a la comprensión de la personalidad en tanto que fenómeno
social particular, a pesar del hecho de que la investigación clínica engloba también en su análisis los
factores sociales.
Una estrategia eficaz contra la criminalidad no puede descansar en los marcos de la investigación clínica.
Sus posibilidades son importantes en el dominio del examen y el tratamiento del detenido, pero son
restringidas en el dominio de las medidas de la prevención social general y los reproches que a este
propósito les han sido hechos, están justificados.
3. Controversia de las concepciones de la Criminología
interaccionista y clínica, comparación de estas concepciones y
posibilidad de superar sus controversias
Existen importantes controversias entre las orientaciones interaccionista y clínica. La criminología clínica
esta hoy muy desarrollada y difundida, mientras que la interpretación interaccionista de la delincuencia y
la desviación, conceptualmente diferente, aboga por el abandono del tradicionalismo y la adopción de un
“nuevo punto de partida” en Criminología de la criminalidad. Existen dos criminologías posibles: la del
“paso al acto” y la de la reacción social.
Puede decirse que la controversia entre la escuela clínica y las escuelas sociológicas se sitúa en diferentes
niveles de estudio. Es particularmente manifiesta en el plano etiológico, cuando se trata de la causalidad.
Los sociólogos reprochan a la criminología clínica el no tomar suficientemente en cuenta las variables
sociales dando prioridad a los factores médicos y psicológicos. Por su parte, los clínicos reprochan a los
criminólogos-sociólogos el ocuparse de una masa de casos y, por esta razón, no estar en capacidad de
responder a la cuestión de saber por qué todas las personas que están expuestas a la influencia de los
mimos factores criminógenos, no comenten delitos. Algunos autores se esfuerzan por superar esta
controversia en base al concepto de criminología integrada: ese concepto debía tomar en cuenta los
aspectos positivos, las posibilidades y métodos de la psicología clínica en el marco de la concepción de la
criminología en tanto que fenómeno social.
La criminología clínica parte del delincuente, parte del estudio de esas propiedades y características
considerando que, en virtud de la teoría de la personalidad criminal, la personalidad debe constituir “el eco
de nuestra ciencia”. Ella busca las fuentes del comportamiento delincuente en la personalidad, en su
estructura biopsicológica y en la influencia de otros factores. En base a un tal estudio de la personalidad
delincuente, hacemos primeramente la distinción entre delincuentes y no delincuentes, para continuar la
diferenciación en el interior de la población delincuente en grupos y subgrupos, con las implicaciones
apropiadas en la aplicación del tratamiento y la resocialización. Los representantes de la teoría
interaccionista estiman que este es un enfoque a posteriori, subsecuente al etiquetaje del delincuente y
que los clínicos concentran su atención en un epifenómeno posterior al proceso de etiquetaje social, sobre
un proceso secundario y que están limitados desde el punto de vista de la definición de los individuos, ya
que estos últimos les son enviados cuando están ya definidos.
La interpretación interaccionista en criminología tiene un punto de partida diferente: el desviado es la
persona a la cual se le ha puesto la etiqueta de desviación y la sanción por un órgano. Es necesario agregar
a esto el estudio de las modalidades, criterios y selección de los delincuentes y desviados, el estudio del
status social que “integra la deviación” y produce el delincuente.
Esta criminología está orientada, en primer lugar, hacia el estudio de la sociedad de sus órganos y sus
procesos adaptados del etiquetaje, pues son ellos quienes “forman” el delincuente. Una persona
condenada no es delincuente en virtud de las cualidades que le son propias, sino en virtud del proceso de
etiquetaje social y de la actitud de los tribunales. En este caso, la unidad de medida ya no puede ser el
individuo en sí, sino “la opinión pública y las subdivisiones tipológicas que puede uno descubrir en ella”.
Conforme a esto, los interaccionistas estiman que no hay que orientarse prioritariamente hacia el estudio
del delincuente, que el estudio etiológico en clínica está desprovisto de sentido y de interés, que es
insuficiente establecer comparaciones entre delincuentes y no delincuentes y clasificar los delincuentes en
grupos.
Los interaccionistas reprochan a la criminología clínica el haberse acantonado en el estudio del delincuente
juzgado y condenado mientras toda una armada de delincuentes escapa en “cifra negra”. Además, los
delincuentes que los clínicos estudian pertenecen a las clases inferiores, en tanto que aquellos de los
medios favorecidos no son tocados por sus estudios. Debido a esto, los interaccionistas piensan que la
criminología clínica es una ciencia incompleta, con conclusiones desprovistas de generalidad.
Rechazando el estudio del delincuente en tanto que producto hecho y los diferentes mitos sobre la
incurabilidad del delincuente, se piensa que el criminólogo debe “repensar su acción y su impacto,
examinar su campo desde distintos lados con el fin de reconstruir la realidad, puesto que la Criminología
tradicional no ha logrado aprehender la realidad”. Así se presentaría el punto de partida de la Criminología
“restaurada” que aborda el estudio de su tema con un ojo crítico, ese tema: criminalidad y delincuencia, le
es impuesto por los órganos de control social por la fuerza de su posición social.
Pintel relaciona su concepción de la “personalidad criminal” con la sociedad global, con los estímulos que
proceden de esta sociedad global, con los factores del medio individual del delincuente, los cuales,
combinándose con los factores biológicos juegan un papel decisivo en la formación no sólo de la
personalidad criminal, sino también de las situaciones en las cuales ella se encontrará confrontada. Al
actuar sobre las personalidades marginales, los poderosos estímulos criminógenos producidos por la
sociedad global, pueden activar todo su potencial criminógeno. “El paso al acto” se relaciona con los
estímulos provenientes de la sociedad. Se plantea la cuestión de saber si nuestra sociedad se desarrolla
bajo el signo del egocentrismo, de la labilidad, de la agresividad y de la indiferencia afectiva. Pinatel parte
de la personalidad criminal considerada como la clave cuando se trata de abordar la “sociedad
criminógena”, estando esta personalidad expuesta a la acción de los estímulos criminógenos y a los
factores del medio individual a los cuales podemos agregar los factores señalados por los autores
interaccionistas como expresión del progreso de etiquetaje. Hay un lazo cierto entre las dos orientaciones
de las cuales, una, sin descuidar el aporte de la criminología sociológica, atribuye un papel decisivo al
estudio de una personalidad delincuente netamente caracterizada, en tanto que la otra parte del sistema
de regulación social y del concepto de la reacción social, considerando la personalidad como objeto del
etiquetaje y un “yo” que interviene en ocasión de la escogencia del comportamiento.
En el espíritu de la orientación interaccionista partimos de una búsqueda que se ocupe del sistema de la
regulación social y las condiciones actuales de la criminalidad y la delincuencia, y de la investigación de los
defectos de ese sistema. Luego estudiamos las personas marcadas como delincuentes. La criminología
clínica, por el contrario, parte, por tradición, del estudio de la personalidad delincuente pero intentando,
últimamente, practicar esas investigaciones en la protección hacia la “sociedad criminógena”.

4. Criminología y política criminal. Concepción de la


criminología como ciencia de la Defensa social
La tercera orientación, que hemos llamado orientación de la política criminal, se afirma cada vez más en la
criminología contemporánea, la cual tienden a estudiar y resolver los problemas actuales y nuevos en el
proceso de la represión de la criminalidad. Por tradición, la criminología clínica se orienta hacia la
aplicación práctica, hacia el diagnóstico y el tratamiento del delincuente, pero ahora sus autores abogan
por acciones profilácticas más vastas.
La tendencia a relacionar cada vez más los conocimientos criminológicos con la política criminal y con la
represión de la criminalidad y la delincuencia se sentía ya antes.
Esta tendencia está presente sobre todo hoy en día cuando la criminalidad y la delincuencia están en
relativa alza y toman nuevas formas en numerosos países, situación está que anima cada vez más la
opinión pública a emprender una acción a ese respecto a buscar las soluciones con vistas a la prevención y
la represión de la criminalidad. Puestos en presencia de este estado de cosas, los órganos de control social
y ante todo, los órganos de jurisdicción penal se encontraron frente a nuevos y serios problemas.
En cuanto a la práctica legislativa, se insiste en las investigaciones de la opinión pública que puedan
suministrar al legislador las informaciones sobre las reacciones sociales con respecto a diferentes formas
del comportamiento. Tales investigaciones son particularmente importantes al efectuarse la evaluación
crítica de las consecuencias de los comportamientos que son objeto de la “criminalización y
decriminalización”, porque es sobre ellas que pueden basarse las acciones emprendidas en el dominio de
la legislación y el control social.
Una defensa social más eficaz contra la delincuencia exige reformas y datos más precisos sobre la
criminalidad, sobre la relación entre diferentes aspectos y acciones, sobre la racionalidad y eficacia de las
diferentes instituciones y medidas de protección social. Se plantea el orientar la criminología y las
investigaciones criminológicas hacia la solución de esos problemas, todo lo cual requiere programas de
investigación profunda, innovaciones e investigaciones evaluativas.
Kudriavcev expuso un modelo de estudio de la eficacia del sistema de jurisdicción penal en tanto que
hipótesis importante en la planificación y realización de la política criminal. Esta eficacia se estima en
función del grado de realización de los objetos asignados a ciertos elementos e instituciones del sistema
jurídico. El análisis de su eficacia debe situarse en varios planos con el fin de mostrar el grado de eficacia
del sistema en cada nivel. Esta investigación debe servir al perfeccionamiento del sistema de la jurisdicción
penal, para un funcionamiento más adecuado y una mejor gestión de ese sistema.
La criminología preventiva podría ayudar a los órganos jurídicos en la solución de sus problemas y al mismo
tiempo podría satisfacer las exigencias de los investigadores y de la jurisdicción.
Sería estrecho e insatisfactorio el limitar el concepto de criminología aplicada al estudio de la organización
y el funcionamiento del sistema jurídico, al estudio de la legislación penal y del sistema jurídico en general,
del sistema penitenciario y correctivo. De este modo, la criminología aplicada se reduciría a un campo
importante, pero restringido de la política criminal. Su campo de acción es mucho más amplio y engloba
muchos dominios y niveles de la práctica anticriminal, entre los cuales hay que subrayar particularmente el
dominio de la prevención especial, basada en los conocimientos criminológicos y etiológicos.
Para poder emprender acciones preventivas adecuadas y eficaces, es necesario penetrar profundamente
en la acción de los factores criminógenos de los diferentes contenidos en un medio sociocultural dado.
Sabemos que los factores criminógenos son complejos y numerosos, lo cual implica que las acciones
preventivas estén dirigidas en diferentes direcciones, en base a las medidas de carácter social por medio
de las cuales es posible combatir las causas directas de los delitos. En efecto, se trata de medidas
preventivas especiales y que deben estar asociadas a las medidas sociales generales, representando así la
parte integrante del sistema de regulación social y de vida social. En el plano de las acciones sociales
generales es indispensable tomar en cuenta la realización de las “tareas criminológicas” que pueden
derivarse de ellas. Se trata de la investigación sobre los aspectos criminógenos de esas acciones sociales
amplias y de las medidas por medio de las cuales se eliminan esos eventuales contragolpes criminógenos.
Se trata igualmente de las otras influencias criminógenas directas que “contribuyen, facilitan o provocan la
delincuencia” en un medio dado.
El campo de estudio de las influencias criminógenas directas es de una importancia primordial cuando se
trata de emprender medidas preventivas.
Desde un punto de vista teórico, la orientación hacia la criminología aplicada pone en el orden del día la
controversia relativa a la relación de ciencias “puras” y ciencias “aplicadas” y, en el mismo orden de ideas,
la cuestión de la integración de la criminología, en tanto que ciencia aplicada, en el campo de acción de la
política. La cuestión que se plantea a este respecto es la de saber cómo desarrollar la criminología para que
sirva más eficazmente a la conceptualización y modelación de un sistema más funcional de la defensa
social contra la criminalidad y la delincuencia. Buscamos la respuesta en la formulación conceptual de la
criminología como ciencia aplicada, estimando que es la sola vía que ilumina y da más racionalidad a la
solución de problemas concretos. Es la vía por la cual la criminología, de disciplina descriptiva y académica
de orientación biopsicológica, debe evolucionar hacia una disciplina social, económica y política de
tendencia analítica y dinámica y dar una respuesta socialmente útil a las cuestiones controvertidas actuales
y novedosas.
Por las circunstancias, las investigaciones criminológicas aplicadas pretenden la introducción de
innovaciones en el funcionamiento del sistema jurídico y de las instituciones penales en general y parece
normal el esperar una cierta reticencia de la administración y de los servicios competentes.
La concepción de la criminología aplicada exige igualmente ciertas innovaciones organizacionales a nivel de
las instituciones científicas, así como a nivel de la cooperación entre todos aquellos establecimientos,
órganos o personas que se ocupan del aspecto teórico y práctico del problema.

5. Conclusión y reflexiones
Se puede abordar el estudio de la criminalidad colocándose a dos niveles diferentes: nivel de los
comportamientos delincuentes particulares y nivel de la criminalidad en tanto que fenómeno social en un
medio sociocultural dado. En el estudio de los casos individuales partimos de los métodos inductivos y
empíricos en el marco de un enfoque conceptual determinado, mientras que en el estudio de la
criminalidad en tanto que fenómeno social particular, se parte de los conceptos teóricos determinados que
sirven de marco general a la interpretación del fenómeno y se utilizan métodos y técnicas especiales.
En ocasión del estudio de la criminalidad a estos dos niveles, hay que considerar que están asociados. La
criminalidad que aparece en una sociedad como fenómeno sometido a las leyes, incluye todos los
comportamientos delincuentes particulares que, en definitiva, están socialmente determinados. Sin
embargo, la sociedad y el individuo no son realidades ni concepciones conmutativas, aunque no estén
incluidos en todos los detalles analizados, implican (la etiología) de un fenómeno sobre los casos
individuales, porque éstos, aun siendo la expresión de reglas generales, manifiestan numerosas
particularidades individuales. Cada comportamiento delincuente, aun estando socialmente determinado
aparece también como expresión de tendencias y actitudes antisociales que son propiedad de la
personalidad del delincuente. Asimismo, el estudio de los casos individuales no es suficiente si se concibe
la criminalidad como un fenómeno social particular y la práctica de su represión en un plano social más
amplio.
Podemos estudiar los comportamientos delincuentes particulares por la vía clínica o por el método de los
casos individuales. Para nosotros lo que es esencial no es el lugar donde se haga el estudio, sino la manera
como es hecho y el contenido al cual se llega. Las diferencias terminológicas tampoco son esenciales. Un
estudio de este tipo es efectuado de manera intensa y engloba todos los elementos y las características de
la personalidad del delincuente. Se trata de dos series de circunstancias sociales: las condiciones de la
formación de la personalidad y su situación existencial concreta en el momento del acto.
En ausencia de un análisis comprensivo de la personalidad, es imposible resolver las acciones delincuentes
concretas en el procedimiento penal y el proceso de ejecución de las sanciones penales. El estudio de la
personalidad tiene importancia particular para determinar las aptitudes a cometer delitos y a establecer
los estados socialmente peligrosos que son decisivos en ocasión del pronunciamiento de la sanción. Sin
este estudio de la personalidad es imposible realizar correctamente el principio de la individualización de la
sanción penal, tanto en el momento de su pronunciación como en la fase de aplicación del tratamiento y
de la resocialización.
Por este estudio de la personalidad del delincuente se descubren las causas directas y las condiciones del
comportamiento delincuente en los casos particulares. Sin embargo, no está en capacidad de informarnos
sobre los elementos y las circunstancias por medio de las cuales se puede estimar la criminalidad en tanto
que fenómeno social cuya aparición está sometida a ciertas leyes en un medio sociocultural dado. Tales
conocimientos nos pueden ser aportados por un estudio de la criminalidad que parta del análisis de las
condiciones de vida de la sociedad y de circunstancias que actúan sobre la formación de la personalidad.
Tales conocimientos son indispensables para comprender las causas generales y profundas de la
criminalidad, para determinar las vías de su eliminación, para apartar todas las influencias favorables a la
ejecución de los delitos. Es el campo de una prevención social amplia.
Esas investigaciones etiológicas de la personalidad del delincuente y de la criminalidad como fenómeno
social, deben echar las bases de la acción de represión de la criminalidad tanto en el dominio de la
prevención individual, es decir, de la resocialización, como en un plano más amplio, en el plano de la
prevención social ampliada. De tal investigación se esperan valores de aplicación más o menos grandes.
Por supuesto, desde el punto de vista complejo de la política criminal esto es poco e insuficiente, ya que se
amplía esta investigación sobre el estudio de la legislación y de la función y prácticas judiciales, del rol de la
opinión pública, y, sobre todo, del factor informativo, de la práctica de los establecimientos penitenciarios,
del tratamiento y de la resocialización en general. Esto acentúa la necesidad de orientar la criminología
hacia el estudio de esos problemas, hacia las investigaciones aplicadas y evaluativas que ofrecerán las
posibilidades y los elementos para un funcionamiento más eficaz de las instituciones correspondientes,
una represión más eficaz de la criminalidad sin descuidar las investigaciones fundamentales y teóricas más
amplias.
Es indispensable estudiar no solamente los casos individuales, es decir, la personalidad del delincuente en
una gestión interdisciplinaria, sino también la criminalidad como fenómenos social y ello mediante los
métodos capaces de revelar su contenido social y explicarlo como un fenómeno que tiene su fuente en las
condiciones materiales y socioculturales determinadas de una sociedad dada.

¿Qué es la psicología Criminológica? – Garrido


Psicología y Criminología
¿Qué es la psicología criminológica?
Para Blackburn la psicología aplicada a la criminología es la que se ocupa de ayudar a explicar el delito y de
aportar medidas para su control. Está legitimada para ello, puesto que la psicología es una disciplina
aplicada y, por tanto, “busca resolver los problemas de los individuos y de los sistemas sociales en los que
está integrada”. Ahora bien, esta empresa es muy compleja, y no es tarea de una única ciencia. La
criminología es considerada como la ciencia que integra los conocimientos relacionados con el delito y su
control, incluyendo a la victimología, y en el entendimiento de que “control” es tanto la reacción legal
punitiva como cualquier otra medida de índole preventiva.
Mientras que la psicología criminológica atiende al delito, al estudio del hecho criminal y a tratar de
prevenirlo, la psicología legal se ocupa de los estudios psicológicos en el marco de la sala de justicia, y
laboral también en el marco de los aspectos psicológicos conducentes a generar nuevas leyes y en la
comprensión de la reacción social a éstas.
Se denomina psicología forense a la aplicación del ejercicio psicológico en esos contextos, y lo
característico del psicólogo forense es ocuparse de evaluar áreas como la capacidad intelectual, la
personalidad, la psicopatología, el riesgo de comisión de nuevos delitos o su sinceridad en su participación
para el diagnóstico.
La psicología policial estaría a caballo entre la psicología criminológica y la forense, ya que la policía trata
directamente con delincuentes pero rinde su trabajo ante la sala de justicia.

Una mirada histórica


La psicología criminológica puede contemplarse, en su desarrollo histórico, al hilo de la evolución de la
propia criminología. Así, si nos proponemos como punto de partida el nacimiento de la Criminología
Científica (finales del siglo XIX), veremos que los psicólogos diferencialistas de la época asumen con
entusiasmo las tesis evolucionistas de Darwin. Si Lombroso es el principal exponente de la criminología
positivista, que busca mediante la observación y la medición confirmar supuesta degeneraciones mentales
propias de etapas evolutivas anteriores en los delincuentes natos, Francis Galton merece ser definido como
uno de los primeros estudiosos de la degeneración y la desviación, porque trató de comprobar que los
procesos de anormalidad se correspondían con pautas heredadas que corrían a través de generaciones.

El psicoanálisis
La psicología del crimen, por consiguiente, es claramente diferencialista, con raíces fuertes en la biología,
cuando entramos en el pasado siglo XX. Pero pronto se va a producir una mutación de relieve, gracias a la
llegada del mentalismo freudiano. Con Freud empieza a desarrollarse durante la primera mitad de ese siglo
una psicología que buscará describir los rasgos del delincuente dentro de una nueva conceptualización: la
del neurótico, la del joven o adulto que emplea la agresión y el robo como medio de expresar una angustia
traumática alojada en el inconsciente, reprimida por un super-yo irreductible. Buena parte de la teoría
psicoanalítica sobre la delincuencia va a poner el acento en las relaciones paternofiliales como fuente de
los conflictos criminales.
La principal aportación de Aichorn es que esta “nueva ciencia” permite al profesional conocer las
manifestaciones antisociales como resultado de la interacción de fuerzas psíquicas, para descubrir los
motivos inconscientes de tales conductas y encontrar modos de redirigir la conducta delictiva hacia la
conformidad social.
Mientras que la teoría se va a hacer dominantemente sociológica, la práctica profesional de los
correccionales y prisiones va a introducir el modelo médico de tratamiento, bajo los auspicios de los
médicos psicoanalistas. Para ambas ciencias (medicina y psicoanalítica) la patología es algo subyacente al
síntoma, a lo que se observa, el delito en nuestro caso.

Discrepancias teoría versus práctica profesional


En los años 60 y 70 la situación es desigual entre las dos grandes ciencias de la Criminología: la sociología y
la psicología. La primera domina la Academia sin paliativos; los grandes departamentos docentes son
sociológicos, y las teorías más importantes se llaman Asociación diferencia, Teoría de la tensión, donde se
entiende que la delincuencia surge de una falta de medios legítimos a través de los cuales se pueda llegar a
obtener las metas socialmente valoradas o las que miran hacia las instituciones de control formal con dedo
acusador por discriminar a las clases pobres con una aplicación de la ley más férrea y constante primero, y
generar así una definición socialmente compartida de “desviado”, “peligroso” y “delincuente” que, a modo
de etiqueta, tendrá como resultado amplificar el delito.

Entra la psicología criminológica multifactorial


Glueck, Sheldon y Eleanor afirman que “un repaso por las principales tendencias en la explicación de la
conducta delictiva nos lleva a enfatizar un determinado tipo de explicación: la necesidad de perspectivas
eclécticas en el estudio de las causas del delito. Esto es, la investigación sobre las causas de la delincuencia
juvenil considera especialmente la perspectiva sociología, ecológica, cultural, psiquiátrica o psicoanalítica,
sin relegar las otras a una posición olvidada, o a la ignorancia”.

La personalidad delincuente de Eysenck


La psicología criminológica científica inicia un renacer tímido en los años 60 para tomar en el decenio
siguiente un impulso que no ha parado de crecer hasta la actualidad.
La teoría de Eysenck de la personalidad delictiva es una teoría psicológica con una clara fundamentación
orgánica. Más concretamente, concede una gran relevancia al funcionamiento del sistema nervioso. La
teoría tiene dos elementos explicativos principales.
a) El proceso de adquisición de la conciencia moral en los niños mediante condicionamiento de
evitación. Según Eysenck, la conciencia moral en los niños se adquiere, en primer lugar, mediante
un proceso de condicionamiento clásico: cuando un niño es sorprendido “robando en casa” una
pequeña cantidad de dinero, el padre o la madre seguramente le reñirán o castigarán. Es decir, su
conducta “antisocial” temprana se asociará con leves estímulos aversivos que le producirán
sensaciones de dolor, miedo o ansiedad condicionada. En un segundo momento, la ansiedad
condicionada que el niño experimenta ante la oportunidad de llevar a cabo conductas semejantes,
se verá reducida si el niño inhibe la realización del comportamiento “prohibido”. Así, la no
realización de la conducta prohibida es recompensada y mantenida en su repertorio de
comportamiento a través de un proceso de reforzamiento negativo.
b) ¿Por qué difiere la gente en su capacidad para mostrar un comportamiento prosocial? Eysenck
considera aquí las diferencias individuales de la personalidad.
Eysenck se fundamenta en que las personas tienen diferentes capacidades de condicionabilidad, que hacen
que unos se condicionen más rápidamente que otros. Aquellos que presentan peor condicionabilidad, y
por tanto aprende con mayor lentitud a inhibir su comportamiento antisocial, tienen más posibilidades de
convertirse en delincuentes.
Eysenck señala que muchos delincuentes poseen las siguientes características:
1. Una baja activación cortical inespecífica o un bajo arousal cortical. Un nivel inferior de arousal
determina una menor condicionabilidad que hace que los individuos posea una gran necesidad de
estimulación y una gran tolerancia al castigo. Este disminuido nivel de arousal se manifiesta a través
de la dimensión psicológica extraversión, que es alta en los delincuentes.
2. Una segunda dimensión psicológica que es alta en los delincuentes es la dimensión neuroticismo,
relacionada con una alta excitabilidad autónoma. El neuroticismo se refleja en una gran inquietud y
desajuste emocional. El individuo neurótico reacciona con gran facilidad frente a los estímulos
ambientales. Los delincuentes mostraría un mayor neuroticismo porque se trata de una dimensión
de personalidad que dificulta el proceso de condicionamiento.
3. Posteriormente introdujo una nueva dimensión a la que llamó psicoticismo, a la que no asignó
ningún mecanismo fisiológico específico, pero que se correspondería sustancialmente con la
psicopatía. Conductualmente, el psicoticismo se corresponde con las acciones crueles, la
inestabilidad social, la falta de emociones auténticas, la búsqueda de emociones y de peligros, y el
desprecio de los demás. Eysenck relaciona un alto psicoticismo con los delitos más violentos y
repetitivos.
La principal proyección aplicada de la teoría es que la mejor manera de intervenir sobre los individuos,
para prevenir su conducta agresiva o antisocial en general, es actuar sobre el medio ambiente. El individuo
que posee tendencias agresivas heredadas necesita procesos intensivos de entrenamiento, que le
permitan establecer los necesarios aprendizajes inhibitorios.
Mientras tanto, la aportación más crucial de la psicología se va a realizar en el terreno de la práctica
profesional, porque el sistema de justicia criminal va a encargar a estos profesionales la creación y
aplicación de programas de tratamiento para que los delincuentes no reincidan una vez cumplida su
condena.

La asociación diferencial y el refuerzo


El conductismo realizó una aportación importante en los años 60 por lo que respecta a la teoría
criminológica. Akers va a retomar la teoría de Sutherland de la Asociación Diferencial y la va a reorientar de
acuerdo a los principios de la psicología operante. Se trata de la “Teoría de la Asociación Diferencial y el
Refuerzo de la conducta delictiva”.
Akers introduce principios puramente psicológicos en la formulación sociológica.
Los grandes momentos de a psicología criminológica surgen a partir de finales de los años 70 y principios
de los 80, cuando se hace evidente que la psicología tiene mucho que decir sobre los delincuentes y la
delincuencia, desde tres frentes: los procesos cognitivos, el “regreso” de la psicología biológica y el
desarrollo de una línea de investigación integradora basada en el estudio de las carreras delictivas. Todo
ello concluye en un profundo cambio epistemológico, que se concreta en la recuperación de la naturaleza
humana y en la reevaluación de los aspectos individuales como necesarios para la comprensión del
fenómeno delictivo. En estos años se empezó a comprender claramente que la criminología fracasaría si se
empeñaba en dejar de considerar que habían “modos de ser” en los individuos que no dependía
necesariamente de la cultura, porque tenían una base psicobiológica, propia del “ser humano”, que eran
muy relevantes para explicar los delitos y la violencia.
El desarrollo, entonces, de la psicología criminológica ha llegado en la actualidad a liderar la “vuelta” del
individuo como elemento esencial explicativo del delito, y la visión integradora a la hora de generar
teorías, ya que, paradójicamente, los psicólogos criminalistas han entendido, de modo general, que la
recuperación del sujeto como elemento esencial de la ecuación del delito no puede hacerse a expensas de
negar el papel de la cultura y del ambiente.

Los tres frentes de la investigación criminológica


El planteamiento cognitivo había dado ya importantes pasos en los años 60. La psicología moral es uno de
los campos que más se ha interesado por la delincuencia, tanto en la vertiente de explicación como de
aplicación de programas de prevención y rehabilitación.
Otro campo dentro de lo cognitivo que ha prosperado ha sido el estudio de las distorsiones o
racionalizaciones que realizan los delincuentes, bien antes de decidirse a cometer los delitos, bien como
forma de no sentirse culpables una vez consumado el hecho.
De modo más amplio, también ha sido una línea muy fructífera el estudio del pensamiento de los
delincuentes, es decir, no sólo la construcción de excusas, sino el estudio de cuáles son los esquemas o
patrones cognitivos que emplean los delincuentes de modo habitual para interpretar la realidad. Así, se ha
escrito con frecuencia que los delincuentes piensan de modo “compartimentalizado” o “acrítico” o
“rígido”.
Pero pronto se vio que lo cognitivo no podía estar ajeno a la personalidad del individuo, porque si ésta
refleja un modo de ser, unas pautas de reaccionar frente a los demás y las vicisitudes de la vida diaria,
¿cómo no iba a relacionarse con el pensamiento? Así variables como “impulsividad” y “búsqueda de
sensaciones” son las principales responsables de lograr una recuperación de la psicología clásica de “rasgos
de personalidad”, sin despreciar la relevancia fundamental de la situación en la provocación de la
respuesta.
Pero esas variables de personalidad se van a beneficiar de un nuevo respeto ganado para lo biológico,
debido fundamentalmente a dos hechos. El primero es que los estudios sobre la herencia se hacen más
elaborados, y prueban sin lugar a dudas que lo genético pesa sobre la conducta y, por consiguiente, sobre
el delito.
El segundo hecho es el desarrollo acelerado de la neurociencia: el estudio del cerebro, de su
funcionamiento, mediante los escáneres que permiten detectar qué áreas están actuando cuando se
procesa una determinada información, investigación que se ha sumado a la clásica anatómica de las
lesiones cerebrales, para intentar comprender mejor el secreto de la mente.
El tercer frente de investigación que ha cerrado con buena salud el siglo XX ha sido el definido por el
estudio de las carreras delictivas. Una “carrera delictiva” es un periodo de la vida de alguien que marca el
inicio y el final de su actividad delictiva. Los psicólogos hemos aceptado dos ideas cruciales de investigación
al hilo de las carreras delictivas. Primero, que existen factores diferentes a lo largo de la carrera delictiva,
cuya relevancia varía en función de la edad de la persona. Estos factores van desde lo genético y lo
biológico hasta lo aprendido y lo más ampliamente cultural, haciendo así los investigadores profesión de fe
en lo interdisciplinar y las explicaciones integradoras. Al igual que determinados factores o variables se
asocian con un mayor riesgo de implicarse en actividades delictivas, existen factores o variables que
pueden disminuir ese riesgo. Esto último ha sido de enorme importancia para reivindicar la importancia de
lo individual y lo interpersonal, dominios propios de la psicología.

La recuperación de la naturaleza humana


Negar la naturaleza humana distorsiona nuestra ciencia y nuestra enseñanza, nuestro discurso público y
nuestras vidas diarias. El dogma de que la naturaleza humana no existe, en contra de la evidencia
proporcionada por la ciencia y el sentido común, es una de esas influencias corruptoras.
La teoría de la tabla rasa, con otras dos teorías acompañantes, la del “buen salvaje” y del “fantasma en la
máquina”, se han unido para negar que exista una naturaleza humana.
La psicología se ha ocupado de explicar todo el pensamiento, los sentimientos y las conductas a partir de
unos pocos mecanismos de aprendizaje, mientras que las ciencias sociales han explicado todos los hechos
sociales y costumbres como resultado de la cultura y de la socialización de los niños.
La doctrina del buen salvaje sostiene que los humanos, cuando no están “civilizados”, son pacíficos y
bondadosos; la codicia y la violencia proceden de la cultura occidental.
La tercera doctrina que cierra el círculo de la tabla rasa es la del “fantasma en la máquina”. Cada ser
humano tiene tanto un cuerpo y un alma. Algunos podrían preferí decir que tienen un cuerno y una mente.
Ambos están ordinariamente unidos, pero después de la muerte del cuerpo la mente ha de continuar
existiendo y funcionado. Los cuerpos humanos están en el espacio y están sujetos a las leyes de la
mecánica que gobiernan todos los otros cuerpos en el espacio. Pero las mentes no están en el espacio, ni
sus operaciones están sometidas a las leyes de la mecánica.
El llamado “dualismo cartesiano” significa exactamente esto: que mientras que la mente se le antoja a
cada individuo como algo indivisible, puesto que siempre es uno, el “yo” el que percibe o tiene una idea, o
la materia es siempre divisible, luego ambos, cuerpo y mente, tendrían que ser entidades o sustancias por
completo diferentes. La mente, por ello mismo, no estaría sujeta a las leyes deterministas que gobiernan la
materia, lo que significa que el hombre elige en libertad su conducta y, por ello, es responsable de sus
actos.
La tabla rasa implica que no hay nada impreso al nacer, que el ser humano viene “en blanco”, y ello
presupone que nace como los colonos veían a los indígenas, esto es, buenos de nacimiento, sin pecado o
mácula. Por otra parte, si el cuerpo es liderado por un espíritu (la mente), no hace falta mucha estructura
interna (innata) para gobernarlo. El espíritu puede hacer bien su trabajo (gobernar al ser humano) con un
cuerpo que viene al mundo sin ninguna orientación o tendencia que haya de seguirse necesariamente por
quien lo maneje; el fantasma (la mente) es totalmente libre de elegir el bien y el mal.

La visión integrada
La visión integrada exige unir lo más básico a lo más general, lo más “pequeño” a lo más amplio. En
Criminología, ello exige unir la biología a la sociología, y si esa integración es posible, lo será también con la
psicología, disciplina que en su amplitud de miras y su método se sitúa en medio de estas dos.
Una idea importante de corte metodológico que recorre esta “nueva” biología es que los hallazgos de las
ciencias sociales no deben contradecir a los obtenidos por las ciencias naturales.
El delito proviene de personas dispuesta hacerlo en una situación determinada; pero nunca esas
situaciones o aspectos aislados de ellas pueden explicarlo; sólo pueden ayudar a que se entienda cómo se
distribuye entre las personas. En cómo funcionan esas personas dentro de las sociedades es donde hemos
de buscar la mirada integradora.
Es muy posible que las “causas” reales de algo se hallen en el nivel más básico, mientras que los estudios
con correlatos o predictores de la delincuencia como la edad o el sexo han de ser contemplados como
instrumentos de la predicción, no de la explicación. El punto esencial está en plantear estudios con niveles
de análisis complementarios, y decidir cuáles son las mejores opciones para seguir investigando.
Una ciencia integrada, que reconozca cómo piensa, siente y actúa el ser humano, como individuo y como
miembro de una sociedad, es una auténtica necesidad.

Una psicología comprometida y eficaz


La psicología criminológica no puede vivir ajena a la evolución implacable que se está operando en toda la
ciencia actual que camina hacia la integración de los diferentes niveles de explicación. Es legítimo mirar a
nuestro alrededor y darnos cuenta que el problema del crimen y la delincuencia no ha mejorado mucho en
los últimos años.
La ciencia psicológica ha de ser una ciencia con una finalidad. De ahí que sea prioritario contar con una
tecnología adecuada: hace falta más ciencia, pero ésta ha de ser eficaz, al servicio de programas
concebidos para solucionar problemas concretos.
Los enfoques diferentes sobre un área a estudiar son convenientes y aun necesarios, pero éstos han de
arrojar luz sobre determinadas parécelas de una realidad, y no negar los aspectos del fenómeno que no
queremos ver porque molesta “mi idea” preconcebida de tal fenómeno. El único criterio ha de ser la
realidad de la investigación, del conocimiento sin prejuicios.

Desarrollo histórico y formación profesional universitaria


de la psicología jurídica en la República Argentina –
Varela
Es sabido que los inicios de la especialidad están ligados en forma directa a los desarrollos de la
Criminología. En 1907, Ingenieros introduce el método psicoanalítico para el estudio de la personalidad
delincuente. Es así que se produce el entrecruzamiento de la ciencia psicológica con la ciencia jurídica en
nuestro país y comienza a gestarse una estrecha relación entre las profesiones clínicas y el derecho. Se
comenzaba a observar el fenómeno de la delincuencia desde la óptica psicopatológica.
Las escuelas antropométrica inglesa y antropológica italiana habían ejercido influencia, siendo acogidas en
forma entusiasta por reconocidos médicos de la época.
A partir del año 1959, con la aparición de los primeros psicólogos graduados, primero en Rosario y
posteriormente en Córdoba, comenzó la inserción, no ya de la psicología, sino de los profesionales
psicólogos, diciendo su decir en el ámbito psicológico jurídico.
La creación de la primera cátedra, llamada “Psicología Criminológica”, que funcionó en nuestro país a partir
de 1957 en la Universidad Nacional de San Luis. Se estaba ante la presencia de un quehacer científico
nuevo, de una óptica diferente como era el ingreso de los aportes psicológicos en el terreno de la Ciencia
Jurídica, que sólo había aceptado el ingreso de la medicina, como ciencia auxiliar hasta ese momento.
A partir de principios de los años 70, se produce un auge y crecimiento de las ciencias humanas, que se ve
truncado por los episodios políticos de la época, pero recupera su evolución a principios de los 80. Si bien
ya existían en los ámbitos de tribunales, como en las cárceles y los establecimientos de menores,
psicólogos trabajando en temas inherentes a la especialidad, estos no lo hacían a partir de una formación
sistematizada, sino que en su mayoría eran colegas formados en la clínica que intentaban afanosamente
explicar los fenómenos jurídicos desde la óptica psicológica.
La aparición de la resolución sobre las incumbencias del Ministro alfonsinista Acordada Aramaburu, la cual
enunciaba los ámbitos en los cuales el psicólogo podía realizar sus prácticas y mencionaba al ámbito
jurídico como un espacio proclive para que el psicólogo desarrollara sus conocimientos, sentó el primer
paso para implementar la especialidad y posteriormente la Ley Nacional del Ejercicio Profesional de la
Psicología sancionada en al año 1987 que mencionaba la práctica en el ámbito específico en su título
primero y Leyes provinciales que permitían a los Colegios Profesionales emitir certificados de especialistas,
entre los cuales la especialidad jurídica era una de ella, alentó a los Consejos Directivos de las diferentes
carreras y facultades de Psicología a incorporar en sus currículas la formación específica en el ámbito
jurídico y forense. A partir de este momento comienza a incluirse en la formación específica la tarea
psicológica en otros fueros además del penal. Por puesto que se continuó ensanchando su campo de
entendimiento.
También por ese entonces se resolvió incluir a la formación de grado la práctica formativa en instituciones
del quehacer psicológico jurídico.
Teniendo ya por cumplida la formación teórico-práctica y el área de servicios, se conformó el área de
investigaciones. Mediante los subsidios UBACYT que se otorgaron a proyectos acreditados en base al
interés y seriedad que proyectaban.
En el año 1988 se fundó la Asociación de Psicólogos Forenses de la República Argentina. Esta Asociación
fue pionera en el dictado de cursos de formación específica. Fue entonces que se comenzó a comprender
que el crecimiento de la especialidad no solo se iba a producir por la generación de conocimientos en los
claustros, sino que era importante organizar encuentros profesionales convocando primeramente, a los
colegas de la especialidad que desarrollaban sus tareas a todo lo largo y ancho del país. Ello dio el impulso
para que en el año 1989, se realizara el primer encuentro argentino de Psicología Forense.
Desde aquí se impone mencionar el desafío que se abre a nivel de posgrado universitario, en cuanto a
formación sistemática, dado que si bien existen carreras en el nivel pos universitario, organizadas y
auspiciadas por asociaciones profesionales prestigiosas, aún no alcanzan divulgación masiva en el medio,
limitándose al dictado de temas puntuales, con poca integración entre sí.
También cabe destacar el cambio de denominación de la materia Psicología Forense en la facultad de
psicología de Bs As por la más correcta denominación de Psicología Jurídica. Una razón fundamental para
este cambio, es la necesidad de adecuación de la nomenclatura a las normas internacionales, siendo que la
psicología jurídica es más abarcativo que la forense, en cuanto ésta última limita su práctica al ámbito de
los Foros o Fueros, mientras que la otra es contemplativa de la otra y además, se extiende para incorporar
la práctica psicológica que se desarrolla en instituciones del quehacer jurídico.
La práctica profesional en la especialidad demanda de conocimientos específicos del discurso jurídico que
lo habiliten para actuar en los diferentes ámbitos de inserción laboral, dado que a partir de la
promulgación de la Ley de ejercicio profesional de la Psicología, este es uno de los espacios a cubrir en la
práctica. Desde hace décadas el psicólogo posee inserción en este campo, siendo legitimado su ejercicio
desde hace más de dos décadas a través de esta ley, donde fueron definidas sus incumbencias
profesionales, y fundamentalmente logró legitimar su rol en el ejercicio profesional, diferenciado, por lo
tanto, de otras disciplinas.
Decir psicología forense es acotar el campo de actuación del psicólogo que se dedica a trabajar en la
especialidad, ya que la palabra forense hace referencia a un cargo que implica trabajar en relación de
dependencia de la Justicia, ser un empleado de ella. Por ello, la denominación de psicología jurídica es la
más apropiada para nombrar la actividad que, como psicólogos, llegamos a cabo en ámbitos que no son
jurídicos, pero que están atravesados por este discurso. Con esta aclaración se abre el camino a la
comprensión de los roles que el psicólogo puede desempeñar en la especialidad.
El sujeto inserto en la sociedad es atravesado por el discurso jurídico, y el psicólogo en su tarea profesional
ocupa un rol a partir del cual debe dar respuesta a problemáticas psicosociales. Es así como el trabajo del
psicólogo jurídico en el abordaje de estas problemáticas, se desarrolla en diferentes ámbitos.
Dentro del ámbito tribunalicio, nuestra práctica en la especialidad en los distintos fueros, surge a partir del
desempeño de la función de testista de acuerdo a lo reglamentado en la ley 17.132 del 67, donde se
limitaba el ejercicio profesional de la psicología a meros auxiliares de la medicina, y sólo podían aplicar su
saber en el diagnóstico de trastornos mentales y la aplicación de test psicológicos. En este ámbito, en los
principios, el psicólogo trabaja abocándose a realizar evacuaciones que luego eran supervisadas y firmadas
por el médico. Con el surgimiento de la Ley del Ejercicio Profesional, quedó regulada nuestra práctica, en lo
atinente a la realización del peritaje, y ello abrió la posibilidad para que el psicólogo cutara como perito en
los diferente esfuerzos de la justicia y pudiera firmar los informes que realizaba.
La Justicia penal interviene ante la comisión de un delito. En estos casos, el perito psicólogo podrá ser
llamado para que efectúe una evaluación del autor, así como también de la víctima, y las circunstancias en
que dicho hecho acaeció. El informe que el experto realice, se constituye en una prueba más dentro del
proceso. Dicho elemento de juicio tiene como finalidad asesorar al magistrado a los efectos de dictaminar
la veracidad de los dichos de los sujetos involucrados en el hecho, como también del estado mental de los
mismos.
En el caso de la persona que es imputable, pueden existir atenuantes como la emoción violenta, o
agravantes, para lo cual se evaluarán los mecanismos conductuales predominantes, así como el tipo de
vínculo que el sujeto entabla de acuerdo a la base de su personalidad. Por el contrario, en casos en que se
deba evaluar la posible existencia de causales de inimputabilidad de una persona se procederá a reunir los
elementos necesarios, a los efectos de inferir si pudo comprender la criminalidad del acto y dirigir las
acciones conforme a esa compresión o no.
Otro punto que se nos puede solicitar a los peritos psicológicos tiene que ver con el concepto jurídico de
peligrosidad (probabilidad de que un individuo pueda cometer o vuelva a cometer un delito).
Por otra parte, dentro de este fuero también intervendremos en casos de delitos sexuales, donde se nos
solicitará la evaluación de víctimas y victimarios. A partir de la ley 28.852 los únicos autorizados a tomar
entrevistas son los psicólogos, especialistas en niños y/o adolescentes, como expertos en dicha temática.
Asimismo, dependen de la justicia penal, las causas en que los individuos sean menores de 18 años que
han transgredido la ley penal, las cuales se tramitan dentro de los denominados Tribunales Orales de
Menores. Para estos casos, la ley establece que el Estado deberá proceder a tutelarlos cuando el mismo se
encuentre en situación de abandono material o moral, y/o peligro moral o material. Ante ello, se requerirá
la intervención de equipos interdisciplinarios. La función del psicólogo será realizar un informe que ofrezca
al juez competente en la causa, un panorama profundo de la personalidad del menor y de los vínculos
familiares, indicando estrategias a seguir priorizando lo más conveniente para que logre un desarrollo
óptimo, dentro de las condiciones posibles, respectando su idiosincrasia y contexto sociocultural.
En el ejercicio de esta especialidad, además nos encontramos trabajando dentro del ámbito penitenciario.
Allí la inclusión del psicólogo será en dos áreas distintas, a saber: criminológica y tratamiento.
Se deberán presentar trimestralmente, informes al juez que intervenga en la causa, sobre la conducta del
sujeto dentro de la institución. Para la confección de dichos informes, el Servicio Penitenciario tomará en
cuenta la evaluación, el abordaje, y la evolución de interno en las distintas áreas.
El informe criminológico deberá dar cuenta de la motivación de la conducta punible, perfil psicológico,
tratamiento psiquiátrico o psicológico aplicado y su resultado, además del resumen de la historia
criminológica y el pronóstico sobre las posibilidades de reinserción social.
Cuando hablamos del tratamiento psicológico de un interno del Servicio Penitenciario, se nos plantea a
priori un problema con el que nos enfrentamos al momento de tratar de implementar el mismo. Este
problema es que en la generalidad de los casos, vamos a trabajar con sujetos no poseen demanda de
tratamiento, y mucho menos conciencia de enfermedad, sino que deben cumplimentar con su requisito
que marca la ley. Nuestra labor en primera instancia, consistirá en crear tal demanda para poder logra que
más tarde, surja en él algún interrogante respecto de la conducta delictiva, ya que la misma constituye un
síntoma, y como tal entraña en sí una simbología que da cuenta de conflictos inconcientes que no se han
podido elaborar a través de otros mecanismos distintos al accionar delictivo.
Dentro del ámbito de la salud mental, la labor que desempeñamos adopta diferentes características, según
el tipo de institución en que trabajemos.
En el ámbito policial la labor del psicólogo se encontraba circunscrita a la selección del personal. Pero las
exigencias que la realidad impuso, fueron ampliando su tarea con los años. Actualmente, se realiza la
evaluación y seguimiento del personal de seguridad, formación y capacitación del mismo, para intervenir
conjuntamente en casos de toma de rehenes y secuestros.
Cuando se hace referencia al llamado ámbito minoril, se debe tomar en cuenta que de lo que se está
hablando es de niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad social. Tales condiciones de vulnerabilidad
nos remiten a pensar tanto en menores que han sido judicializados por causas penales, sin hacer
distinciones entre los mismos, ya que consideramos a estos menores como “carenciados”, en el sentido
que han sido privados de los aportes necesarios para su desarrollo, han carecido de los cuidados y tutela
necesarios y adecuados para su edad, han estado desprotegidos, sea emocional y/o materialmente.
Es así como este ámbito, el psicólogo encuentra dos funciones posibles a ser ejercidas: la diagnóstica y la
de tratamiento.
La problemática de la drogadependencia ha adquirido gran relevancia en los últimos años, en virtud de que
ha crecido considerablemente la atención de pacientes con patologías adictivas y a sabiendas de que la
misma es abarcada por la justicia desde la legislación civil y penal.

Interdisciplina y Salud Mental – Stolkiner


Esbozo de contextualización de la práctica interdisciplinaria
“La interdisciplina nace de la incontrolable indisciplina de los problemas que se nos presentan
actualmente. De la dificultad de encasillarlos. Los problemas se presentan como demandas complejas y
difusas que dan lugar a prácticas sociales inervadas de contradicciones e imbricadas con cuerpos
conceptuales diversos
La comprensión y la respuesta a los problemas de padecimiento subjetivo no eran abordables desde un
campo disciplinario específico, y tanto los diseños de investigación como los programas de acción debían
ser permeables a la caída del paradigma hegemónico positivista y a la crisis de las explicaciones mono y
multicausales.
La definición compleja del proceso de salud/enfermedad/ atención, debate profundizado por la medicina
social latinoamericana, mostraba la imposibilidad de diferenciar enfermedades “mentales” de biológicas” y
la indeclinable necesidad de incorporar la dimensión social en su análisis. A partir de ello, era posible
afirmar que el éxito del campo de la salud mental sería su extinción para quedar incorporado en prácticas
integrales de salud. La función del psicólogo en las prácticas en salud no es ocuparse de los problemas o
patologías “mentales”, sino de la dimensión subjetiva del proceso de salud- enfermedad-atención.
Mientras el abordaje interdisciplinario requiere de un contexto donde la tendencia sea a la integración, la
década del 90 se caracterizó básicamente por la degradación y fragmentación institucional.
La interdisciplina requiere de un trabajo sostenido y constante. Se requiere de una actitud de “cooperación
recurrente”. El trabajo interdisciplinario es un trabajo grupal.
En este punto estamos ahora. En relación a la salud mental se remoza el propósito de buscar formas de
asistencia y promoción en comunidad, se vuelve sobre los postulados de la atención en equipos.
En el contexto macro de la mundialización existe, en relación a salud mental, un tensionamiento de
antagonismos. En un extremo se renueva un biologismo duro que tiende a encontrar en lo genético y lo
orgánico la raíz de todo padecimiento subjetivo como causa fundamental, se trata de un reduccionismo
extremo al servicio de invisibilizar las determinantes subjetivas y sociales. Por esta vía la atención se centra
en la terapéutica individual y la prescripción psicofarmacológica. Por otro lado desde lo teórico y desde las
prácticas cotidianas se torna insostenible pensar en una comprensión y un abordaje unidimensional de los
problemas.

De qué hablamos cuando hablamos de interdisciplina


Hablar de interdisciplina significa situarse necesariamente en un paradigma pos positivista. Reconocer una
contraseña que agrupa a quienes adhieren, de diversas maneras, a una epistemología que no homologa el
objeto del conocimiento al objeto real, que reconoce la historicidad y por lo tanto la relatividad de la
construcción de los saberes disciplinarios, que no supone relaciones lineales de causalidad y que antepone
la comprensión de la complejidad a la búsqueda de las partículas aisladas.
La interdisciplinariedad obliga básicamente a reconocer la incompletud de las herramientas de cada
disciplina. La actividad interdisciplinaria, sea de la índole que sea, se inscribe en la acción cooperativa de
los sujetos, requiere de ello.

Los espacios posibles de articulación interdisciplinaria


“En el debate actual sobre lo interdisciplinario, se superponen con una cierta yuxtaposición dos tipos de
prácticas: la de la investigación interdisciplinaria y la de la configuración de equipos interdisciplinarios
asistenciales. Esta yuxtaposición es esperable dado que la diferencia es de énfasis en cuanto al producto.
En el caso de la investigación el énfasis es la producción de conocimientos. En el caso de los equipos
asistenciales el énfasis está en la acción. Nadie, no obstante, podría separar de manera absoluta la
investigación de su efecto en las prácticas y nadie podría suponer que el desarrollo de acciones no
produzca, o deba producir, simultáneamente conocimientos.”
”El discurso universitario postula una doble normatividad: la que deviene de la autoridad de quien lo emite
y la que deriva del método con el cual se lo formula. Vamos a llamar al primero `académico´ y al segundo
´científico´”.. Señala el carácter doblemente preformativo del primero :…”no sólo pretende el acaecimiento
de lo que enuncia sino que afirma la verdad de su propia enunciación” y lo considera el sustento principal
de la ideología del modelo médico hegemónico y del status de su práctica. Con respecto al discurso
científico considera que puede definirse casi por oposición al discurso académico, por su multiplicidad de
voces y porque es demostrativo, no performativo. En ellas la investigación interdisciplinaria comienza a
construir espacios a contrapelo de una tendencia académica que pugna por fortalecer compartimentos y
superespecializaciones como sostén de la pugna de poder de sus agentes.

Interdisciplina o interprática profesional


En el caso de los equipos llamados interdisciplinarios de los servicios y programas de salud, la composición
de los miembros se desliza desde los campos de las disciplinas a los de las incumbencias y perfiles
profesionales. Los contextos institucionales en que se desenvuelven no son académicos y pregnan
fuertemente sus prácticas. Hay que diferenciar los equipos que se insertan en Servicios Hospitalarios de
aquellos que se desenvuelven en prácticas comunitarias.
En estos últimos es cada vez más frecuente que algunos de sus miembros no sean profesionales o no
representen una disciplina científica sino otro tipo de saber.
La primera tarea de construcción inter-saberes que desafían estos equipos es, obviamente, la formulación
del programa a desarrollar y de sus objetivos. La base de la misma es la definición del problema y de sus
actores.
En el espacio hospitalario y de atención de mayor complejidad lo esperable sería pasar de la
“interconsulta” a la integración de acciones de salud mental en los servicios, con el objetivo de revertir la
desobjetivación de las prácticas tradicionales. Este proceso puede venir de la mano de la modificación
posible de la institución hospitalaria desde una agrupación de servicios por órgano a patología a una red de
prestaciones por cuidados progresivos que tenga como figura central al sujeto de la atención.
En ellas se conjugan otros problemas: todo grupo humano pone en juego la cuestión del poder. En los
equipos de salud lo interdisciplinario se manifiesta cuando la distribución de funciones y la importancia
relativa de cada saber se define en relación al problema y no por el peso o tradición de cada profesión.
Suelen ser equipos con coordinaciones flexibles y no con jefaturas asignadas según profesión.

Teorías criminológicas – Moliné y Pijoan


La escuela clásica
Principales ideas teóricas
Los autores más representativos de la escuela clásica en criminología fueron Beccaria y Bentham.
Las reflexiones de BECCARIA que mayor impacto han tenido para las posteriores escuelas criminológicas
son las siguientes:
En primer lugar, su afirmación de que el fin de las penas es proteger el orden social evitando la realización
de infracciones. Lo que funda el derecho de castigar del soberano es la necesidad de prevenir los delitos y
la pena es eficaz para evitar la comisión de delitos porque el placer y el dolor son los motores de la acción
humana.
La importancia de esta afirmación comportó la carga de demostrar el principio de efectividad de las penas,
esto es, la necesidad de probar que, en efecto, en grupos sociales que carecen de penas, para
desincentivar determinados comportamientos, los delitos se producen de forma más frecuente que en
aquellos grupos en los que sus miembros están amenazados por el temor a la pena.
La discusión acerca de la eficacia de las penas para prevenir delitos ha ocupado pues gran parte de los
esfuerzos y recursos destinados a la investigación criminológica y creemos que ello obedece al énfasis de
BECCARIA en justificar las penas por su utilidad en la prevención de delitos.
La segunda idea proveniente de BECCARIA es su imagen de hombre. Ciertamente, si el castigo es útil es
porque el hombre está en capacidad de razonar, de comparar el beneficio del delito con el coste de la
pena. En consecuencia, surge implícita la imagen de que todos los hombres tienen esta capacidad de
raciocinio. Pero además se presume que el coste-beneficio será el determinante en la actuación humana.
Finalmente, es también importante para la criminología la discusión acerca de las características que deben
tener las penas para ser eficaces en su lucha contra el delito. Para que las penas sean preventivas deben
imponerse, con celeridad, no sólo para evitar tener a la persona encarcelada en espera de juicio, sino
también porque cuanto más pronto se impone la pena, más fuerte se graba en la mente de la persona la
asociación de que a todo beneficio producto del delito le sigue un mal, consecuencia de la pena.
Las penas deben ser también certeras ya que: no es la crueldad de las penas uno de los más grandes frenos
de los delitos, sino la infalibilidad de ellas.
Por último, las penas deben estar dotadas de una determinada severidad, esto es, que el mal representado
por la pena exceda el bien que se espera obtener del delito.
La relevancia de estas distinciones para las futuras investigaciones criminológicas es el intento de precisar
qué variable es más influyente en aras de prevenir delitos, esto es, la severidad, la certeza o la celeridad.
El mal mayor que evita el castigo y lo justifica es la prevención de delitos. Según BENTHAM la prevención
puede ser particular, cuando se dirige al propio delincuente, o general cuando se dirige a los miembros de
toda la colectividad. La prevención general se consigue por la amenaza y la aplicación de la pena, la cual
sirve de ejemplo al resto de personas al mostrarles lo que les sucederá en el supuesto de que ellos sean
culpables del mismo delito.
BENTHAM queda también cautivado con la distinción entre la severidad y certeza del castigo.
Probablemente porque ello concuerda con su visión de que las penas no deben ser calculadas en base a
sentimientos o emociones sino de acuerdo a cálculos matemáticos y además porque esta distinción le
permite, de acuerdo a su cálculo de utilidad, rebaja la severidad de las penas.
Si la criminología consigue demostrar, mediante sus investigaciones empíricas, que la punición de
determinado comportamiento no es eficaz, esto es, no consigue prevenir delitos mostrando la existencia
de otros medios más eficaces o menos lesivos para prevenirlo, entonces, el castigo de este
comportamiento, de acuerdo a BENTHAM, carece de justificación.
También en BENTHAM, hay implícita una teoría de los determinantes del actuar humano: conseguir el
placer y evitar el dolor.

Consecuencias de política criminal


La escuela clásica tuvo una enorme influencia en la elaboración de los códigos penales que se estaba
produciendo en Europa a fines del siglo XVIII e inicios del XIX, incidiendo especialmente en la separación
entre delito y moral, en la necesidad de que el delito y la pena estén determinadas en una ley, como
expresión de la voluntad popular, y en fijar unas penas proporcionales al daño del delito.
Este énfasis en la reforma penal no implica que los autores clásicos desconociesen la importancia de otros
medios en la prevención de delitos.
Sin embargo, es cierto que las medidas preventivas propuestas eran muy embrionarias y por ello se ha
destacado fundamentalmente el impacto de la escuela clásica en la reforma del sistema de penas.
Los autores clásicos preveían un abanico de penas que estuviesen íntimamente vinculadas al delito
realizado. Y en declaraciones de la época se critica el recurso uniforme a la pena de prisión.

Valoración crítica
En primer lugar se cuestiona su idea principal de que la pena sea efectiva a efectos de prevención de
delitos.
La segunda crítica dirigida a la escuela clásica es que asume de forma implícita que lo que motiva el
comportamiento delictivo es fundamentalmente la amenaza de pena.
Por otro lado, la imagen de hombre racional y hedonista que se mueve fundamentalmente por el temor y
el placer ha sido tradicionalmente acusada de presentar un ser amoral y ha sido cuestionada
recientemente por TYLER, quien arguye acerca del mayor peso de las consideraciones normativas por
encima de las consideraciones instrumentales.
Finalmente, acostumbra a opinarse que el declive de la escuela clásica obedeció probablemente al hecho
que la delincuencia no estaba disminuyendo.

Teorías biológicas (la Escuela Positiva)


Introducción
Consideran que existen algunas características biológicas que predisponen a la delincuencia y que resultan
tan relevantes como los factores ambientales para entender la actividad delictiva de una persona.
El origen de esta corriente criminológica se encuentra en La Escuela Positiva. Esta Escuela surge en Italia a
finales del siglo XIX, siendo la obra de Lombroso la primera manifestación de las ideas de esta escuela.
La Escuela positiva se encuadra en el movimiento cultural del positivismo filosófico y por ello trata de
aplicar los métodos de las ciencias naturales para explicar la delincuencia.
Los autores de la escuela positiva no sostienen que la criminalidad se deba únicamente a factores
biológicos pero sí postulan que en caso de que la persona carezca de predisposición biológica en ningún
caso delinquirá. Es por ello que una idea clave de la Escuela Positiva es la defensa de la anormalidad
biológica del delincuente.
La importancia de esta Escuela radica en originar una corriente criminológica que postula la predisposición
delictiva del delincuente. Este planteamiento sigue siendo defendido en la actualidad por autores que
consideran que la delincuencia puede, al menos parcialmente, explicarse atendiendo a factores
considerados hereditarios.

La Escuela Positiva: principales ideas teóricas


La presunción determinista de la teoría
Los criminólogos deben disponer de una ley que explique el acto delictivo de una persona en concreto. Es
esta pretensión de igualar la criminología a las ciencias naturales lo que explica el rechazo de los autores
de la escuela positiva a la idea clásica del libre albedrío.
Ferri desea acercarse al máximo al modelo determinista de la ciencia natural y para ello difícilmente puede
limitarse a factores ambientales, pues siempre se encontrará alguna persona que realice delitos sin que se
cumpla el factor. Como consecuencia no le queda más remedio que apelar al factor biológico, el cual de
forma exclusiva o complementaria a factores ambientales, hace de la actividad delictiva de la persona un
fenómeno necesario y perfectamente predecible.

La teoría del delincuente nato (Lombroso)


Una de las principales ideas de la Escuela Positiva consiste en la defensa de que una parte de los
delincuentes tienen una predisposición delictiva tan fuerte que la sociedad nada o muy poco puede hacer
para evitar que lleguen a delinquir, de ahí que los denominen «delincuentes natos». Esta concepción fue
elaborada por LOMBROSO al que cabe considerar el fundador de la Escuela Positiva.
Lombroso era un médico cuya hipótesis teórica consiste en que el criminal es un ser que no ha conseguido
la evolución normal de la especie humana.
El autor formula la teoría de que una parte de los delincuentes deben ser considerados delincuentes natos.
Han nacido delincuentes porque la herencia que han recibido no es la común de la especie humana, sino
que es propia de un grupo que se ha quedado en un estadio anterior de la evolución humana.
Al igual que el hombre primitivo, el delincuente nato se caracteriza por su escasa inteligencia, su
insensibilidad al dolor, su falta de temor y su ausencia de sentimiento de compasión por las víctimas.

La concepción plurifactorial de la de la delincuencia (Ferri)


Si bien en la obra de LOMBROSO ya se encuentra una apelación a estos factores ambientales, la
concepción plurifactorial es desarrollada principalmente por FERRI.
El punto de partida del autor es que en todo delincuente existe una persona biológicamente anormal. No
obstante, mientras que la anormalidad del delincuente nato es el aspecto más relevante para entender su
criminalidad, en los otros delincuentes la anormalidad biológica es sólo una predisposición que sólo se
realiza cuando concurren factores de carácter ambiental, que en estos casos son decisivos.
La teoría multifactorial afirma que el delito es resultado de tres órdenes de factores: antropológicos, físicos
y sociales.
Los factores antropológicos son los que derivan de la herencia biológica y entre ellos se señalan la raza, la
edad, el sexo, la constitución física, la personalidad.
Los factores físicos más importantes son el clima, la estación del año, el periodo del día, las condiciones
atmosféricas y la producción agrícola.
Por último, los factores sociales hacen referencia principalmente a la familia, la educación, el alcoholismo,
las condiciones económicas y a la organización política.
Sobre la base de la teoría plurifactorial de la delincuencia, FERRI realiza una clasificación de los
delincuentes en cinco categorías: locos, natos, habituales, pasionales y ocasionales. La distinción más
importante que debe hacerse entre los delincuentes natos y los ocasionales. Los primeros están
fuertemente predispuestos a delinquir y salvo que dispongan de condiciones ambientales
excepcionalmente favorables, lo harán. Los segundos tienen una mínima predisposición a la delincuencia y
sólo en el caso de que los aspectos ambientales sean desfavorables delinquirán.

Consecuencias de política criminal


La escuela positiva desarrolla un programa político criminal en que la idea de protección de la sociedad
ocupa el lugar central.
La idea básica es que pese a que el delincuente esté determinado a delinquir, y ello imposibilite tomar
como base de la pena la responsabilidad individual, la sociedad debe defenderse de la delincuencia, o bien
atacando las causas que la producen o bien evitando que los delincuentes reincidan.
Las medidas preventivas son las reformas dirigidas a reducir los factores sociales de la criminalidad. Un
segundo tipo pretende afectar las oportunidades para delinquir. Un tercer tipo hace referencia a reformas
legislativas que reducirían la delincuencia.
Dentro de las medidas preventivas los autores incluyen un grupo que se distingue de las anteriores porque
ya pueden dar lugar a un tipo de intervención coactiva. Se trata de una intervención dirigida a evitar que
los casos de marginación social puedan llegar a producir la delincuencia, por lo cual defienden el trabajo
coactivo para los vagos y el internamiento o trabajo de los menores abandonados.
Para estos autores la efectividad del Derecho penal no se va a lograr a través de la prevención general,
pues la amenaza del castigo puede escasamente contrarrestar las causas del delito. La única efectividad
que puede lograr el Derecho penal deriva de combatir la peligrosidad del delincuente, esto es, evitar que
vuelva a delinquir. Ahora bien la forma de enfrentarse a la peligrosidad depende del tipo de delincuente
frente al que nos encontremos: corregible o incorregible.
Para los delincuentes incorregibles se propone un sistema de pena perpetua.
Para los delincuentes corregibles el tipo de reacción a adoptar debe depender de si el delito cometido es
de escasa gravedad, en cuyo caso una de las penas alternativas a la prisión pueden ser suficientes para
evitar la reincidencia y los casos en que el delito realizado es de mayor gravedad, en cuyo caso propugnan
la pena de prisión.
En el caso de delincuentes corregibles para los que fuera indicada la pena de prisión, la pena debe ser
indeterminada y con contenido reeducador.
Esta nueva concepción de la pena consiste en que la pena finaliza cuando el delincuente cesa de ser
peligroso para la colectividad, algo que no puede determinarse en el momento de la condena sino
estudiando su evolución.
Los medios de la reeducación deben ser el trabajo, la educación, la moralización y la disciplina.

Valoración crítica
La pretensión determinista de la teoría
La Escuela Positiva se opone a la idea del libre albedrio de la Escuela Clásica y presume que su teoría es
determinista, esto es que fija las condiciones suficientes para que exista delincuencia. La teoría sólo puede
calificarse de determinista por lo que hace al supuesto del delincuente nato, cuyo atavismo es condición
suficiente para que la persona delinca. La teoría plurifactorial de la delincuencia es, sin duda, una
contribución a los factores de la delincuencia pero, en ningún caso, está formulada en unos términos que
permita establecer condiciones suficientes para que se produzca la delincuencia.
No es sólo que la teoría plurifactorial no pueda ser calificada de teoría determinista sino que, además,
tiene dificultades para ser calificada de teoría criminológica. Ello es debido a que la Escuela Positiva se
limita a establecer correlaciones entre determinados factores sin explicar las razones que explican estas
correlaciones.

La teoría del delincuente nato


La concepción del delincuente nato sí reúne todos los ingredientes para ser una teoría criminológica y,
además, determinista. El atavismo es condición suficiente para que exista delincuencia y la correlación se
explica sobre la base de la identidad con el hombre primitivo.

Propuestas político-criminales
El sistema político crimina de la Escuela Positiva admite dos lecturas, una más conservadora y otra más
progresista.
La versión más conservadora se manifiesta en la defensa, por parte de los autores de la Escuela Positiva, de
instituciones dirigidas a combatir la anormalidad biológica del delincuente. De tal manera, estos autores
propugnan la cadena perpetua como medida inocuizadora frente al delincuente incorregible, rechazando
el principio clásico de la proporcionalidad de la pena con el delito.
Todo este conjunto de medidas configuran, a nuestro juicio, un rostro oscuro y poco humanista del
positivismo criminológico. Es cierto, no obstante, que si se dejan de lado las apelaciones a la anormalidad
biológica del delincuente y se resaltan las indicaciones sobre los factores ambientales de la delincuencia
entonces las propuestas político-criminales son de distinto alcance. Para combatir los factores ambientales
hay que adoptar medidas preventivas y, por lo que hace al tratamiento, hay que concebir la ejecución de la
pena como un lugar en el que a la persona se le proporcionan medios de subsistencia. Ésta es, sin duda,
una versión más humana del positivismo criminológico, que influye diversas corrientes penológicas.

Teoría de la asociación diferencial


Introducción
La teoría de la asociación diferencial fue elaborada por Sutherland, sociólogo norteamericano.
SUTHERLAND pretendía rebatir las explicaciones en boga acerca de la delincuencia, que la concebían
fundamentalmente como expresión de una constitución física distinta o de personalidades defectuosas.
Los estudios que él mismo desarrolló respecto de la delincuencia de cuello blanco le llevaron a objetar las
explicaciones biológicas o psicológicas y también a cuestionar el vínculo comúnmente asumido entre
delincuencia y pobreza.
En opinión de SUTHERLAND, la asociación de la delincuencia con la pobreza es errónea por tres motivos: el
primero es debido a que esta correlación se basa en los estudios de la delincuencia detectada, la cual
tiende a omitir sistemáticamente los delitos de cuello blanco; en segundo lugar, las explicaciones que se
derivan de ella resultan inaplicables a la delincuencia de cuello blanco y son por tanto inválidas como
teorías generales y, por último, porque ni siquiera la delincuencia «común» puede explicarse
exclusivamente con el recurso a la pobreza.
El intento de construir una teoría general para todo tipo de delincuencia es lo que le lleva a buscar factores
universalmente asociados al delito.
Es conveniente destacar las influencias más relevantes que recibió SUTHERLAND. La primera fue de SHAW
y McKAY. De allí extrajo la idea de «desorganización social» como factor que contribuye al delito, al ser
precisamente en estas áreas socialmente desorganizadas donde se produce un «exceso de definiciones
favorables a infringir la ley».
La segunda fue THORSTEN SELLIN. La idea del conflicto cultural, producto de la progresiva diferenciación
de la sociedad y de la inmigración, fue incorporada por SUTHERLAND para reforzar su idea de por qué la
gente aprende valores normativos distintos.
Finalmente se destaca la influencia de la corriente sociológica del interaccionismo simbólico de MEAD.
Para MEAD la gente actúa sobre la base del significado que las situaciones poseen para ellos, esto es, el
significado determina el comportamiento. Esta idea explica el énfasis de SUTHERLAND en el significado que
la persona atribuye a una determinada situación objetiva y cómo este significado se aprende en la
interacción que uno desarrolla con sus grupos personales más íntimos.
Con estas tres ideas originarias: desorganización social, conflicto cultural y asociación diferencial,
Sutherland elaboró la teoría de la asociación diferencial.

Principales ideas teóricas


El punto de partida de SUTHERLAND es que el comportamiento delictivo es un comportamiento aprendido
por medio de la asociación diferencial.
La exposición sistemática de la teoría fue presentada en forma de nueve proposiciones:
1. El comportamiento delictivo es aprendido, ni se hereda ni se inventa.
2. El comportamiento delictivo se aprende por la interacción con otras personas por medio de un
proceso de comunicación.
3. La parte fundamental de este aprendizaje se desarrolla en grupos personales íntimos. Los medios
impersonales como los medios de comunicación juegan un papel relativamente poco importante.
4. Cuando se aprende el comportamiento delictivo, este aprendizaje incluye:
a) Las técnicas de comisión del delito
b) La motivación, justificaciones y actitudes, esto es, la racionalización de nuestros actos.
5. Las motivaciones se aprenden en referencia a los códigos legales.
6. Una persona se convierte en delincuente porque en su medio hay un exceso de definiciones
favorables a infringir la ley, en tanto que permanece aislada o inmunizada respecto de grupos que
mantienen definiciones favorables a respetar la ley. Este es el principio de asociación diferencial.
7. Las asociaciones diferenciales pueden variar en frecuencia, duración, prioridad e intensidad. Esto
significa que las asociaciones entre personas son variables y en consecuencia no todas las
asociaciones tienen el mismo grado de influencia en el comportamiento posterior de las personas.
8. El proceso de aprendizaje del comportamiento delictivo por asociación es idéntico al que se
desarrolla para aprender cualquier otro comportamiento.
9. En tanto que el comportamiento delictivo refleja unas necesidades y valores, estas necesidades y
valores no explican el porqué del comportamiento delictivo.
Sin embargo, SUTHERLAND pretende no sólo explicar el proceso por el cual una persona realiza actos
delictivos, sino también los distintos niveles de delincuencia existentes en diversas sociedades o en
distintas áreas sociales. Para ello distingue dos niveles de análisis: por un lado la asociación diferencial le
sirve para explicar el proceso por el cual una persona deviene delincuente; por otro lado, se plantea
explicar las distintas tasas de delincuencia en los diversos sistemas sociales.
Para explicar cuál es el origen de las distintas tradiciones, favorables o no al cumplimiento de la ley,
SUTHERLAND acoge en un inicio la idea de desorganización social. No obstante, el problema es explicar
cómo un grupo social desorganizado puede tener suficiente organización como para transmitir valores,
significados, justificaciones y técnicas profesionales. Por ello finalmente recurre, al concepto de
organización social diferencial. Ello significa que no hay una ausencia de organización sino una organización
social diferencial.
De este modo, el nivel de delincuencia expresa la organización diferencial de los diversos grupos sociales
en favor o en contra de respetar la ley. El motivo por el cual determinadas áreas presentan unas tasas
mayores de delitos que otras se debe a la existencia de un conflicto cultural que refleja un conflicto
normativo, el cual permite que surjan «subculturas delictivas», a las cuales las personas se vinculan.
La distinta organización social da lugar a un conflicto normativo que se transmite a la persona por medio
de la asociación diferencial. Por ello puede afirmarse que la delincuencia es un comportamiento
aprendido.

¿Qué se aprende?
Para SUTHERLAND el aprendizaje de la delincuencia no consiste en un defecto de socialización sino en una
socialización de contenido valorativo distinto.
En primer lugar, el aprendizaje debe referirse a las técnicas para realizar los delitos.
La persona aprende a delinquir no sólo cuando acoge un valor normativo distinto de la cultura dominante,
sino también cuando la persona asume que un determinado problema o necesidad puede ser resuelta por
el delito, es decir aprende a justificar su realización. En estos casos la persona a pesar de haber sido
socializada en un determinado valor, ha aprendido también que en determinados contextos es posible
vulnerarlo. A ello es lo que se refiere la expresión «técnicas de neutralización».
El delincuente aprende los valores normativos dominantes pero los neutraliza por medio de técnicas de
neutralización que consisten esencialmente en: a) Negar su responsabilidad en la comisión del delito; b)
Negar la existencia de un daño producto del delito; c) Negar la existencia de una víctima; d) Condenar a los
que te juzgan; c) Apelar a lealtades superiores.
a) No hay ningún grupo social que apruebe el delito en general, si bien sí hay diferencias en la reprobación
que se manifiesta; b) numerosas personas creen que en determinados contextos algunos delitos están
justificados, si bien varían el tipo de justificaciones que consideran admisibles; c) la valoración que se
mantiene respecto el delito sí tiene una estrecha relación con la posibilidad de realizarlo; d) hay personas
que han sido socializadas a valores que pueden considerarse que facilitan la realización de determinados
delitos.

¿Cómo se aprende?
La respuesta de SUTHERLAND es que el aprendizaje se da por asociación con otras personas, cuya
influencia en el contenido de lo que se aprende viene determinado por el grado de vinculación que se tiene
con ellas. En síntesis el aprendizaje del comportamiento delictivo se da por los mismos medios que el
aprendizaje del comportamiento convencional.
Podría pensarse que el grupo de transmisión de valores relevante es la familia, sin embargo, sólo de forma
aislada existen familias que socializan a sus hijos en valores delictivos y cuando ello sucede es, en efecto,
un buen pronóstico del futuro comportamiento delictivo del menor; no obstante, lo más habitual es que
las familias eduquen a valores contrarios al delito.
Por el contrario, las investigaciones han mostrado una relación estrecha entre amigos delincuentes y
comisión de delitos, por lo que éste parece ser el grupo de referencia más influyente, cuando menos
cuando se inician o se detectan los primeros actos delictivos.

Consecuencias de política criminal


Por lo que se refiere a las propuestas de política criminal estas permanecen en un nivel de abstracción
considerable. En general se orientan a conseguir que prevalezcan definiciones favorables a cumplir la ley.
Sin embargo, parece razonable la observación de LANIER-HENRY respecto de las limitaciones de política
criminal con las que tropieza un enfoque basado exclusivamente en alterar las definiciones favorables a
delinquir. La propuesta de que se realicen programas educativos para mostrar el daño que estos delitos
ocasionan a la empresa será ineficaz si es cierto que hay una correlación estrecha entre delito y
resentimiento.
Otras propuestas inciden en la necesidad de cambiar las asociaciones de personas, esto es, que la persona
que ha realizado un delito se asocie con personas convencionales para identificarse con modelos de
conducta no delictivos.
Una última consecuencia de política criminal que se deriva de las teorías culturales es la siguiente: debido a
que los autores de las teorías culturales ven todo el problema de la delincuencia como atribuible a la
tradición delictiva que se desarrolla en los barrios marginados, sugieren la disgregación del barrio
mediante su dispersión para evitar precisamente la persistencia de la subcultura delictiva.

Valoración crítica
Hay una controversia acerca de si la teoría de la asociación diferencial puede en efecto considerarse una
teoría cultural.
Una «teoría cultural» se caracteriza porque, aun cuando reconoce la influencia de las condiciones sociales
en la producción de ideas, afirma “que son las propias ideas, más que las condiciones sociales, las que
directamente causan el comportamiento criminal”.

Crítica a las teorías culturales


Las teorías culturales entienden que el delito refleja el conflicto cultural de las sociedades actuales
heterogéneas. En esta línea se caracterizan por explicar la delincuencia como una actuación motivada por
la socialización a valores culturales que justifican la realización de aquellos comportamientos que el
sistema legal define como delito.
Todas las teorías culturales comparten las siguientes premisas: a) el individuo internaliza con éxito todos
los valores de la cultura desviada; b) la cultura desviada es la única motivación para delinquir; c) sólo las
culturas son desviadas, no los individuos, pues éste siempre actúa de acuerdo a los valores a los cuales ha
sido socializado, por tanto no se explica la delincuencia individual.
Las objeciones de KORNHAUSER a las teorías culturales son esquemáticamente las siguientes. En primer
lugar, entiende que no existe «conflicto cultural» respecto de lo que podríamos denominar núcleo del
Derecho penal, ya que ninguna cultura podría mantener unos valores opuestos a éstos que atentarían
precisamente contra su misma existencia.
En segundo lugar, afirma que el delincuente no actúa motivado por unos valores distintos del resto de la
sociedad ya que, además de que no existen subculturas que valoren positivamente los comportamientos
delictivos, las teorías culturales parecen asumir que la persona puede ser socializada a cualquier valor y de
forma totalmente exitosa.
Por último, acusa a las teorías culturales de ser incapaces de explicar por qué delinque quien ha sido
socializado a los valores convencionales de respeto a la ley, esto es, porque alguien hace lo contrario de lo
que dice.
La primera cuestión es intentar precisar de nuevo qué significa «exceso de definiciones favorables a
infringir la ley».
Sin embargo, a pesar de la ambigüedad del concepto de «definiciones favorables a infringir la ley», se
acepta que este concepto se refiere no sólo a cuando hay un conflicto de valores normativos, sino a
cuando existen discrepancias acerca del contexto en el que el valor se aplica, a Injustificaciones por las
cuales se permite su infracción o a qué tipo de comportamientos son considerados como una infracción del
valor normativo.
La segunda polémica es el papel de los valores culturales en la motivación del comportamiento delictivo. La
tesis de SUTHERLAND puede clasificarse como una «teoría cultural» si se entiende que otorga primacía a la
cultura como determinante del actuar humano.
La estructura social sólo la considera en la medida en que allí es donde se originan las subculturas, la
situación sólo tiene importancia en la medida en que es definida por la persona. Por ello la teoría de
SUTHERLAND parece reducir todas las variables que influyen el comportamiento humano a valores
culturales.

Críticas a la teoría de la asociación diferencial


La primera crítica es que la teoría es demasiado vaga para ser demostrable empíricamente. No deja
reducirse a variables que puedan ser fácilmente comprobadas.
La segunda crítica apunta a que no todo el mundo asociado con criminales o en contacto con una
subcultura delictiva se vuelve un delincuente.
SUTHERLAND destacó que las asociaciones diferenciales varían en intensidad, duración y frecuencia, por lo
que una persona no adopta un modelo de conducta de otra a la cual no le atribuye prestigio alguno, o con
la cual no mantiene relaciones personales íntimas, o cuando no está aislada del resto de grupos
convencionales que permitan inmunizarla.
La tercera crítica, dirigida a SUTHERLAND, es que este autor desconoce la importancia de la oportunidad
para delinquir y se concentra en la motivación para realizar el delito.
Sutherland no ignora la importancia de la oportunidad, pero afirma: “la situación objetiva es importante
para el delito debido en gran medida a que suministra una oportunidad para el delito. Pero en otro sentido
la situación no excluye a la persona, ya que la situación que importa es la situación definida por la persona.
Ello significa que la situación se define por la persona en función de las inclinaciones o habilidades que él o
ella hayan adquirido”.
La delincuencia se produce cuando la gente define cierta situación humana como apropiada para delinquir
y las definiciones se realizan sobre la base de experiencias pasadas realizadas en asociación con otras
personas.
En cuarto lugar se critica el olvido de los rasgos individuales de personalidad. El carácter sociológico de los
estudios de este autor conlleva que su preocupación sea más por las relaciones sociales que uno desarrolla
que por la personalidad, pero admite que la personalidad es uno de los factores que incide en los grupos
de referencia que se adoptan y de los cuales uno aprende o con los cuales uno se identifica.
Por último, se observa el énfasis de SUTHERLAND en lo que se aprende, pero se destaca su olvido en
contestar la pregunta de qué grupos sociales o personas desarrollan escalas valorativas diversas.
SUTHERLAND no desconocía la importancia de la estructura social. Pero quizá quedó pendiente la cuestión
de qué ventajas hay en desarrollar otra escala de valores, o, por decirlo de otro modo, si esta otra escala
de valores ayuda a resolver algún problema estructural que determinados grupos sociales tienen.
La importancia de SUTHERLAND fue enfatizar la normalidad biológica y psicológica de los delincuentes al
afirmar que el comportamiento delictivo es un comportamiento aprendido. Además también es
importante observar que este autor aportó el factor de los valores normativos o culturales como nexo de
unión entre estructura social y acción individual.

Planteamientos actuales
La teoría del aprendizaje social
Burges y Akers reformulan la teoría de Sutherland con los principios del condicionamiento operante. Estos
autores defienden que la realización de un comportamiento puede condicionarse en función de las
consecuencias que se le vinculen y que la persona anticipa en el momento de su realización.
Actualmente AKERS presenta su elaboración como una teoría del aprendizaje social que completa la teoría
de la asociación diferencial con los principios de la psicología conductista. En su opinión hay cuatro
conceptos clave:
a) Asociación diferencial: el proceso por el cual uno se ve expuesto a definiciones normativas
favorables o no a infringir la ley. La variable fundamental aquí son los grupos primarios o
secundarios.
b) Definiciones: son los significados que uno vincula a determinados actos y que los presentan como
aceptables, deseables o justificados. Como más se desaprueba el acto menos posibilidades hay de
que éste se realice y a la inversa.
c) Refuerzo diferencial: es el balance de premios o castigos que se anticipan como consecuencia de
determinados actos. El comportamiento dependerá de la cantidad, frecuencia y probabilidad de los
refuerzos.
d) Imitación: a veces uno realiza un comportamiento al ver que otro lo realiza. Pero la imitación quizá
es más importante para explicar el inicio del comportamiento que la persistencia en el mismo.
AKERS finaliza señalando que su explicación del proceso acerca de cómo alguien deviene delincuente, no
se opone a las teorías sociológicas estructurales. En primer lugar, porque tienen un objeto de explicación
distinto ya que las explicaciones «procesuales» se centran en explicar cómo alguien deviene delincuente,
en tanto las segundas pretenden explicar la variación en los niveles de delincuencia; en segundo lugar,
porque las teorías «procesuales» reconocen la relevancia de la estructura social en el proceso de
aprendizaje social.
La disputa ente HlRSCHI, defensor de la teoría del control y AKERS, partidario de la teoría de la asociación
diferencial, parece de matiz. Las teorías del control afirman que la delincuencia se produce cuando el
vínculo con el orden normativo se debilita, esto es, cuando la persona ha cuestionado la necesidad de
respetar la ley y no se siente vinculado socialmente al orden normativo. La teoría de la asociación
diferencial afirma que la delincuencia se produce cuando la persona posee valores desviados, pero
también cuando la persona ha racionalizado o neutralizado la prohibición que le permite infringir la ley.

Consecuencias de política criminal


La política criminal que se deriva de las teorías del aprendizaje es que la delincuencia puede ser controlada
mediante el aprendizaje preventivo o correctivo.
En tanto el aprendizaje preventivo de actitudes convencionales se refiere a todo el proceso de
socialización, el aprendizaje correctivo acostumbra a fundamentarse en alguno de los siguientes métodos:
a) control imitador: al joven delincuente se le asigna un delegado de libertad vigilada con la esperanza de
que constituya el modelo a imitar; b) alterar la asociación diferencial: se trata de dotar a la persona de un
nuevo grupo de referencia; c) programas de modificación del comportamiento basados en las técnicas del
condicionamiento operante que se desarrollan para tratar los delitos sexuales o relacionados con el abuso
de alcohol o drogas.

Valoración crítica
SUTHERLAND al hablar de las definiciones que conducen o permiten realizar actos delictivos se refiere a
«vocabularios de motivos» sociales. En este sentido su énfasis no reside en los procesos de aprendizaje en
las familias sino en cómo la sociedad desarrolla y permite determinadas justificaciones para realizar delitos
que luego son utilizadas y distorsionadas por las personas al cometerlos.
AKERS considera la estructura social. En efecto allí es donde se desarrollan las distintas definiciones
favorables o no al delito, pero persiste el interrogante de que o bien se detallan y demuestra cuáles son los
factores relevantes o todo el proceso de surgimiento de definiciones favorables a delinquir parece
aleatorio.
Por último, por lo que respecta a las consecuencias de política criminal que se derivan de las teorías del
aprendizaje social, estas han sido criticadas en general esgrimiendo dos tipos de razones. Por un lado, se
destaca que están basadas exclusivamente en un tratamiento individual de la delincuencia y que parecen
no abordar el resto de factores que influyen en ella. Por otro lado, especialmente respecto de los
programas de modificación del comportamiento, se cuestiona su carácter intromisivo y su eficacia cuando
la persona sale del marco institucional donde se desarrollan.

Delincuencia de cuello blanco


Sutherland afirma que una teoría que pretenda ofrecer una explicación global de la delincuencia no puede
ignorar esta delincuencia. El olvido de la criminología tradicional de los delitos cometidos por personas que
ocupan un determinado estatus económico, social o político, comporta la elaboración de teorías sesgadas,
basadas en factores individuales o sociales como causa de toda la delincuencia.
La primera premisa de la que parte SUTHERLAND es que la realización de delitos de cuello blanco se explica
porque es una forma socialmente admitida de hacer negocios; el código de comportamiento de los
hombres de negocios, que se transmite como una tradición, no coincide con el código legal y tiene por
tanto un contenido criminal. Éste es el factor de «exceso de definiciones favorables a infringir la ley».
Por su parte, la escasez de definiciones favorables a respetar la ley obedece a las técnicas de neutralización
utilizadas para desproveer a este comportamiento de su carácter delictivo.
Estos distintos códigos normativos florecen debido a que en el mundo de negocios se produce una
situación de «desorganización social». En su opinión existe una situación de anomia ya que la sociedad es
incapaz de elaborar normas sociales que señalen los límites de los comportamientos admisibles en los
hombres de negocios.
Además de esta ausencia de normas claras se da una segunda forma de desorganización social
caracterizada por el conflicto de normas. En efecto, hay un conflicto no sólo por la diferencia de intereses
sino probablemente también debido a los múltiples principios existentes para valorar y calificar
determinadas prácticas comerciales como delictivas. Debido a este conflicto no existe un consenso social,
lo cual impide en últimas la coalición del público y del gobierno en una «guerra al delito de cuello blanco».
Los grupos poderosos tienen poder para conseguir que determinado comportamiento no sea delito y sea
tratado sólo como un ilícito civil o administrativo, con el consiguiente cambio de procedimiento, tribunales
y sanciones. Ello redundará a su vez en la visión que la comunidad tiene de este comportamiento y evitará
el estigma de delincuente a quien lo realice.

Teoría de la anomia
Introducción
La teoría de la anomia se engloba en la tradición sociológica de la criminología puesto que su objetivo es
explicar el delito a partir de determinadas características de la sociedad que promueven su existencia.
Estudia las circunstancias que debilitan la eficacia de las normas como guía para la acción individual. De tal
manera la expresión «anomia», que literalmente significa ausencia de normas, se usa por esta teoría no en
el sentido que la sociedad carezca de normas para regular el comportamiento de los individuos, sino para
explicar que, en sociedades anómicas, junto a la presión que las personas reciben para obedecer las
normas, existen presiones en sentido contrario, que contribuyen a explicar las tasas elevadas de
delincuencia.
El núcleo de la teoría de la anomia fue expuesto por Merton. La idea básica es que la importancia excesiva
atribuida a los fines que debe alcanzar la persona propicia que ésta, sobre todo cuando carece de medios
lícitos para alcanzar tales metas, se pueda plantear su logro mediante el recurso a medios ilícitos.

Principales ideas teóricas (Merton)


El objetivo principal de la obra de MERTON consiste en descubrir cómo algunas estructuras ejercen una
presión sobre ciertas personas de la sociedad para que sigan una conducta delictiva en vez de una
conducta conforme a las normas.

Características de una sociedad anómica


Existen tres características que, conjuntamente, hacen que una sociedad sea anómica:

a) Desequilibrio cultural entre fines y medios


La estructura cultural de una sociedad define tanto los objetivos legítimos que las personas deben
perseguir en su vida como los instrumentos legítimos para alcanzarlos. Una estructura cultural está
desajustada cuando “desarrolla una presión muy fuerte, a veces una presión de hecho exclusiva, sobre el
valor de determinados objetivos que comporta un interés hasta cierto punto pequeño por los medios
institucionalmente prescritos de esforzarse hacia la consecución del objetivo”.
Este enorme valor atribuido al éxito lleva a que la pregunta relevante para la persona no sea qué medios
lícitos tiene a su alcance, sino qué medios eficaces para alcanzar la riqueza puede utilizar, sean estos lícitos
o ilícitos.

b) Universalismo en la definición de los fines


La estructura cultural no limita a unos pocos el logro de los fines sino que los extiende a todos los
ciudadanos. En el caso de la sociedad norteamericana, esta idea se refleja con la noción del «sueño
americano» que dice que toda persona, sin importar su origen social, étnico o cualquier otra circunstancia
personal o social, puede y debe tratar de llegar a la cima.

c) Desigualdad de oportunidades
La estructura social limita para un sector social los recursos para lograr por medios lícitos los fines sociales.

Desequilibrio entre aspiraciones y oportunidades


Una sociedad anómica produce una situación de tensión sobre muchos ciudadanos pues la estructura
cultural les induce a plantearse altas aspiraciones y en cambio la estructura social limita, para ciertos
grupos sociales, las oportunidades lícitas de alcanzar estas metas tan elevadas.
Sobre la cuestión de las aspiraciones, el modelo teórico de MERTON presupone que una parte de los
ciudadanos asumirán este mensaje de éxito pese a sus limitadas oportunidades de alcanzarlo.
Por lo que hace a la cuestión de las oportunidades el autor parte de que la clase social influencia
seriamente el acceso a la estructura de oportunidades.
Del juego combinado de estos dos factores resulta que la presión anómica, como consecuencia del
desequilibrio entre aspiraciones y oportunidades, será especialmente sentida por aquellas personas de
clase baja que se identifiquen con las metas de éxito.

Respuesta a los problemas de ajuste


a) Conformidad
La conformidad se caracteriza porque la persona interioriza tanto el logro de los fines de éxito como el que
para lograrlos debe hacerlo por los medios lícitos que están a su alcance.

b) Innovación
La innovación consiste en el uso de medios ilícitos, aunque técnicamente eficaces, para conseguir alcanzar
las metas de éxito que marca la sociedad. La mayor presión para utilizar una respuesta innovadora se da
entre las personas de clase baja, pues son éstas las que más dificultades tienen para lograr alcanzar los
fines de éxito monetario a partir de la estructura de oportunidades lícitas de la que disponen.

c) Ritualismo
En el ritualismo la persona se desvincula de las metas de éxito, renunciando a alcanzarlas, pero no
obstante se mantiene fiel a los medios lícitos. No estamos frente a una respuesta delictiva sino meramente
desviada que se dará principalmente entre personas de clase media baja, que, teniendo dificultades
estructurales para alcanzar los fines de éxito, han sido más socializados que la clase baja al respeto a los
medios lícitos.

d) Apatía
En la apatía la persona se aleja de los valores culturales de la sociedad, tanto de los que se refieren a las
metas de éxito, como de los que se refieren al respeto de los medios lícitos.

e) Rebelión
La rebelión es una forma de adaptación colectiva caracterizada por poner en cuestión los valores que
sustentan una estructura social. Esta tipología puede englobar desde conductas meramente desviadas
hasta conductas delictivas.
La persona que sufre esta presión anómica acogerá preferentemente vías no delictivas de adaptación.

Aportaciones de Cohen y de Cloward-Olhin


Tienen una doble influencia en la criminología: por una parte realizan unas aportaciones que son vistas por
el propio MERTON y por la comunidad científica como un desarrollo de la teoría de la anomia; por otra,
estas obras conforman una nueva teoría en la criminología: la teoría de las subculturas criminales.

Presión anómica del grupo de referencia (Cohen)


COHÉN desarrolla la teoría de la anomia en el ámbito de la delincuencia juvenil, planteando una
explicación de las condiciones que favorecen que los jóvenes de clase baja resuelvan sus problemas de
adaptación a través de la delincuencia.
Las personas fijan sus fines, interpretan sus logros y eligen el modo de adaptación en comparación con las
personas que conforman su grupo de referencia.
La explicación que hace el autor del contexto de surgimiento de las bandas juveniles supone un desarrollo
de esta idea. Para que surja la propia situación de presión anómica se requiere que el joven de clase baja
asuma como grupo de referencia a los jóvenes de clase media, aspirando a encontrar reconocimiento por
parte de estas personas. Sólo en tales casos el joven de clase baja experimentará el conflicto y se planteará
resolver sus problemas de adaptación a través de la delincuencia subcultural.

Disponibilidad de oportunidades ilícitas (Cloward-Olhin)


Afrontan el paso de explicar las condiciones para que una persona que experimenta el desajuste entre
aspiraciones y oportunidades llegue a desarrollar una respuesta delictiva.
El punto de partida de CLOWARD-OLHIN consiste en señalar que la presión anómica que está en la base de
la respuesta delictiva deriva de la discrepancia entre las aspiraciones culturales inducidas y la posibilidad
de lograr tales objetivos por medios lícitos. No sólo las oportunidades lícitas pueden encontrarse
bloqueadas, sino que también es posible que la persona carezca de una estructura de oportunidades
ilícitas que sirva como vía alternativa para el logro de los fines que persigue. Si la persona se socializa en un
contexto en el que no existe una estructura que permite el aprendizaje de las motivaciones y de las
técnicas delictivas y que, a su vez, protege esta actividad de la persecución penal, no será posible que la
persona desarrolle una carrera en una subcultura delictiva.
En síntesis, para delinquir no sólo hay que tener bloqueados los medios lícitos, sino que además se tiene
que tener acceso y aprender a utilizar los ilícitos.

Síntesis de la teoría de la anomia


La teoría de la anomia puede resumirse en los siguientes aspectos:
(i) El hecho de que la estructura cultural de una sociedad dé una gran importancia a los fines de éxito
económico se configura como una primera fuente de presión anómica pues las personas podrán sentirse
tentadas a infringir las normas cuando su respeto no sea funcional al logro de los fines.
(ii) La asimetría entre una estructura cultural y una estructura social hace que la presión anómica se
concentre especialmente en aquellas personas que se encuentran en las posiciones más bajas de la escala
social. Para que estas personas experimenten la presión anómica deberán tener como grupo de referencia
a personas que hayan interiorizado los fines de éxito.
(iii) La adaptación delictiva se produce con más probabilidad entre personas que, teniendo limitadas las
oportunidades lícitas, tienen a su alcance una estructura de oportunidades ilícitas.

Propuestas de política criminal


Existen dos posibles estrategias derivadas de la teoría de la anomia para tratar de reducir la criminalidad: o
bien se incide en la estructura cultural para que las personas rebajen sus aspiraciones o bien se incide
sobre la estructura social para que las personas aumenten sus oportunidades.
La primera de las estrategias toma como premisa el hecho de que lo que opera como primera fuente de
presión anémica es el que las personas sean inducidas a aspirar hacia altas metas pues esta presión hará
que las personas quiten valor al respeto a los medios lícitos cuando no le sirvan para alcanzar sus objetivos.
Una vía para rebajar el alto valor que las personas atribuyen al éxito económico consiste en fomentar otro
tipo de fines cuyo logro no suele entrar en conflicto con el respeto a los medios lícitos.
La segunda estrategia consiste en alterar la estructura de oportunidades de las personas situadas en el
nivel más bajo de la escala social, de manera que el recurso a los medios lícitos sea un instrumento posible
de alcanzar el logro del éxito económico.

Teoría de las subculturas delictivas


Introducción
Cuando una comunidad de personas comparte unas costumbres, unas creencias, unos códigos de
conducta, unos valores, unos prejuicios, entonces es que esta comunidad está unida por una cultura
común, que las personas adquieren por la participación en el grupo.
Cuando en este subgrupo se aplaude, se premia con reconocimiento o, por lo menos, se justifica o se
excusa lo que el resto del grupo desaprueba, condena, o rechaza, considerando que debe ser castigado,
entonces a este subgrupo lo denominamos una subcultura delictiva.
El objeto de análisis de la teoría de las subculturas delictivas consiste en la delincuencia juvenil que se
realiza en el seno de bandas.
La teoría de las subculturas se fundamenta en dos tradiciones criminológicas: en la teoría de la asociación
diferencial y en la teoría de la anomia. De la teoría de la asociación diferencial toma la idea que la
delincuencia surge como consecuencia de un proceso de influencia cultural sobre la persona —la
justificación del acto delictivo por parte del grupo-. La teoría de la anomia es la base principal para
entender que las subculturas se originen principalmente entre jóvenes de clase obrera, viéndose la
creación de la subcultura como una respuesta ante los problemas de frustración que puede experimentar
el joven de esta clase social en una cultura que enfatiza el valor del éxito monetario.

Principales ideas teóricas


Subculturas expresivas (Cohen)
Objeto de análisis
Cohen trata de dar una explicación acerca de lo que considera el retrato robot de la delincuencia juvenil.
Este grupo presenta las siguientes características:
a) Delincuencia expresiva (no-instrumental): el delito no es principalmente un medio para adquirir
cosas inaccesibles por medios legales sino una actividad que, por sí misma, produce placer,
satisface la necesidad de ocio y, sobre todo, permite adquirir estatus en el seno del grupo.
b) Delincuencia maliciosa: en el grupo se experimenta un cierto placer por hacer daño a los demás,
por dar miedo a los «buenos chicos», por desafiar las normas dominantes.
c) Oposición a las normas dominantes: se toma la pauta de comportamiento de las normas
dominantes, justamente para hacer lo contrario de lo que ellas prescriben.
d) Versatilidad: no existe especialización en una clase de delitos o de conductas desviadas; los jóvenes
que la integran realizan una variedad de actos delictivos o desviados.
e) Búsqueda del placer a corto plazo: los miembros de la subcultura no tienen interés en actividades
que requieren mucha planificación. Responden impulsivamente a cualquier sugerencia que pueda
suponer diversión, como puede ser realizar una actividad delictiva o desviada.
f) Énfasis en la autonomía del grupo: los integrantes de las bandas son solidarios con el grupo,
mientras que en las relaciones con otros grupos tienden a ser hostiles, a su vez expresan resistencia
frente a las instituciones que tratan de regularlas.
Origen de las subculturas delictivas
COHÉN atribuye una relevancia fundamental al hecho de que la inmensa mayoría de los miembros de la
subcultura sean jóvenes varones que proceden de familias de clase obrera.
Si bien la clase obrera acoge valores que pueden entrar en conflicto con los dominantes en la clase media,
resulta que también transmite a sus hijos el valor del éxito.
Su origen familiar opera como un primer obstáculo, pues las personas que interiorizan esta ética suelen
atribuir reconocimiento a los demás sobre la base de los indicadores que muestran la clase social a la que
se pertenece.
En atención a la clase social de la familia y al hecho de haber recibido una educación poco consistente con
el fin de ser una persona de éxito en la vida adulta, si el joven de clase obrera toma como marco de
referencia la ética de la clase media, es muy probable que se encuentre en el punto más bajo de la
jerarquía de estatus y que experimente sentimientos negativos.

Solución delictiva
Para el joven de clase obrera existen tres vías posibles de solución para superar los problemas que le
comporta su falta de estatus.
La primera respuesta (la respuesta conformista) supone competir en inferioridad de condiciones con los
jóvenes de clase media.
La segunda respuesta (la renuncia a la lucha) comporta aceptar la situación de inferioridad respecto de los
jóvenes triunfadores, pero permite amortiguar los problemas de estatus juntándose con otros jóvenes de
clase obrera que acepten el mismo punto de vista.
La tercera respuesta (basada en la subcultura delictiva) consiste en cambiar el marco de referencia de la
persona. El nuevo marco debe llevar a definir como meritorio capacidades de las que el joven dispone.
Cuando el grupo atribuye reconocimiento al comportamiento transgresor se está iniciando un cambio de
valores y se abre una vía para solventar los problemas de estatus de los miembros del grupo, pues todos
ellos pueden recibir valoración positiva por actos transgresores que tienen capacidad para realizar.

Consolidación de la subcultura
Para que la subcultura delictiva se consolide se requiere que se produzca un proceso individual de ruptura
con la ética dominante y un proceso grupal de aislamiento con el mundo exterior.
Para combatir la ansiedad que produce infringir la ética que ha interiorizado, la persona deberá
demostrarse a sí misma que carece de cualquier apego a esta ética.
La subcultura delictiva consiste en el rechazo explícito y global de los estándares de la clase media y en la
adopción de su antítesis.

Consecuencias de política criminal


Las principales propuestas de política criminal de los teóricos de las subculturas se enmarcan en los
postulados de la teoría de la anomia. CLOWARD-OLHIN son los principales artífices de una línea de
prevención de la delincuencia basada en combatir los problemas de ajuste del joven de clase obrera a
través de incrementar las oportunidades de formación y trabajo.
COHÉN sugiere que otra alternativa para combatir la delincuencia que surge para resolver los problemas
de estatus consiste en que no se desvalore al joven de clase obrera. Por último, la obra de MATZA quizá
abre la vía a una perspectiva diferente de política criminal basada en combatir la base sobre la que se
asienta la atribución de legitimidad al acto delictivo en el seno de la subcultura. De acuerdo a este autor,
para que la persona pueda desarrollar técnicas de neutralización se requiere que anteriormente se haya
distanciado del orden convencional. Esta separación del orden convencional exige que la persona
experimente una sensación de injusticia respecto del funcionamiento del aparato legal. En la medida en
que esta sensación de injusticia tenga una base real, puede llegar a afirmarse que una vía de prevención de
la delincuencia consiste en que la aplicación de la ley penal incrementes su legitimidad, tanto por la mayor
honestidad de quienes la aplican como por que sus decisiones sean más adecuadas al principio de
igualdad.

Teoría del etiquetamiento


Introducción
Sus representantes son Lemert, Erikson, Kitsue, Becker y Schur.
Hasta aquel momento la criminología había estudiado las causas del comportamiento delictivo, sin
embargo, los teóricos del etiquetamiento defienden la importancia de estudiar el proceso de definición por
el cual la sociedad interpreta un comportamiento como desviado, define este comportamiento como
desviado y reacciona frente a él. Ello implica aceptar la premisa teórica de que no hay comportamientos
intrínsecamente desviados, sino que este carácter se atribuye por cómo se reacciona frente a él, esto es,
por la reacción social. Como afirmó BECKER: la desviación no es una cualidad del acto que la persona
realiza, sino una consecuencia de la aplicación de reglas y sanciones que los otros aplican al "infractor".
La segunda cuestión que interesa a los teóricos del labeling es las consecuencias del proceso de definición
para la persona que resulta etiquetada como desviada. La idea de la cual se parte es que la imagen que una
persona tiene de sí misma se forma en función de su interacción con los demás y que, finalmente, los
comportamientos que esta persona realiza están íntimamente vinculados a la imagen que de sí misma
tenga.
Los teóricos del etiquetamiento estudian cuáles son los efectos que tiene para la persona el hecho de que
se la etiquete de desviado.
Comporta empezar a estudiar no sólo la persona del delincuente sino también el funcionamiento del
sistema penal.

Principales ideas teóricas


Las principales ideas de esta escuela provienen de dos grandes tradiciones:
«1) que el poder económico y político determinan qué se etiqueta y a quién se etiqueta -la tradición de las
teorías del conflicto- y 2) que la experiencia de ser etiquetado es instrumental para la creación de un
carácter y de un estilo de vida más desviado -la tradición del interaccionismo simbólico-.»
Los estudios desarrollados a partir de la perspectiva de la reacción social han tenido repercusión
fundamentalmente en tres áreas: i) El proceso de definición del delito y del delincuente; ii) La etiqueta y la
asunción de una identidad de delincuente; iii) Las estadísticas del delito.

El proceso de definición del delito y del delincuente


La definición de un comportamiento como desviado es ya el resultado de una lucha de intereses. Cuando
los grupos poderosos crean las normas y las aplican a quienes las infringen están creando el
comportamiento desviado.
La aportación del labeling consiste en cuestionar que la creación de leyes penales obedezca sólo al interés
de perseguir las actividades socialmente más dañinas, por el contrario determinadas leyes penales
obedecen a campañas de «empresarios morales». Con ello se expresa que determinados grupos sociales
consiguen movilizar al Estado y al Derecho penal para que éste plasme en las leyes su concepción moral y
social del mundo.
El labeling favorece los estudios que analizan el proceso de criminalización, esto es, el análisis de cómo
determinadas conductas entran a formar parte en una determinada época del código penal por influencia
de determinados grupos sociales y como éstos consiguen movilizar al Estado en favor de una u otra opción
para defender intereses corporativos, políticos o económicos.
El comportamiento delictivo no surge sólo porque se promulgue una nueva ley penal, sino que es
necesario que esta ley penal se aplique.
Se trata por consiguiente de investigar qué caracteres debe presentar un determinado suceso o persona
para que adquiera el rango de delito e implique la actuación formal de las fuerzas policiales.
El delito no surge sólo cuando se realiza un comportamiento que infringe la norma penal, sino cuando la
infracción de este comportamiento es interpretada, definida y registrada como delito.
Una vez estudiado el proceso de creación y aplicación de las normas penales, se plantea la cuestión de qué
personas son etiquetadas como delincuentes. De la misma forma que no toda infracción de una norma
penal es identificada, reconocida y definida como delito, tampoco en este caso la categoría de delincuente
coincide con la de infractor.
Además de realizar un comportamiento que infringe una norma penal, el «delincuente» es alguien que ha
sido detectado, identificado y etiquetado como delincuente. Ello es lo que se pretende reflejar con la
expresión «segundo código».
El análisis de BECKER señala posteriormente qué sucede cuando la persona ha sido definida o etiquetada
como desviada. En su opinión, la persona, al aislársele del mundo convencional, se adentra en el mundo de
los desviados y de esta forma se producen diversas consecuencias: neutraliza su vínculo con el orden
normativo de la sociedad, repudia a las personas convencionales, racionaliza el porqué de su desviación,
aprende a comportarse de forma desviada para evitar problemas con la policía, y en definitiva, se forja una
identidad de desviado.

La etiqueta y la asunción de una identidad de delincuente


De acuerdo al labeling en la formación de la identidad interviene de modo decisivo la reacción de la gente
ya que la formación de la identidad es un proceso social. El proceso penal funciona como una especie de
«ceremonia de degradación social», en el que la persona es identificada como criminal y se da a conocer a
toda la sociedad, con lo cual se produce su degradación de estatus y la adscripción de una nueva identidad.
La etiqueta facilita la realización de futuros actos delictivos o lo que se denomina una «carrera delictiva».
La etiqueta de delincuente asumida por su contacto con el sistema penal propicia de este modo la
realización de actos delictivos y funciona como «profecía que se autocumple».
Cuando una persona realiza un delito es probable que por este hecho aislado no se defina a sí misma como
delincuente. Él no es «un delincuente» sino que su acto se lo explica.
El porqué la persona realiza en primer lugar este acto inicial desviado o delictivo depende de numerosas
causas. En la medida en que estos actos desviados no han sido integrados por la persona para formarse
una nueva personalidad o rol y en la medida en que no son utilizados por la sociedad para adscribirle un
nuevo estatus pueden definirse como desviación primaria.
Sin embargo, cuando estos actos se repiten, cuando la reacción de la sociedad se va haciendo más severa y
permanente, cuando interviene el proceso penal, es posible que se produzca una reordenación de la
personalidad de la persona. Una de las posibilidades es que la persona adopte el nuevo rol de delincuente.
Asumir este rol tiene ciertos costes pero también presenta algunas ventajas. Los costes son una
diferenciación, degradación de estatus y aislamiento de la sociedad convencional, pero las ventajas son
que te suministra un grupo de referencia en el cual te puedes integrar, el de los delincuentes, que te
protege del mundo hostil circundante.
Las personas a quienes se aplica la etiqueta de delincuente tienen más posibilidades de persistir en la
delincuencia.
AKERS no duda del impacto negativo de la etiqueta pero afirma que las investigaciones empíricas no
consiguen demostrar que la persistencia delictiva se deba sólo al impacto de la etiqueta.

Estadísticas del delito


KlTSUSE y ClCOUREL afirman que deben diferenciarse dos unidades de análisis: el comportamiento
delictivo y los hechos registrados como delitos. La utilización de las estadísticas para explicar las
características del comportamiento es inadecuada, pues lo que explica una cosa no necesariamente explica
la otra.
Las estadísticas nos proporcionan más información del personal y agencias que procesan los datos que del
comportamiento que se está procesando. Estos «procesos institucionales» o «actividad organizativa» que
define, interpreta y decide qué comportamiento es desviado, son desarrollados por múltiples personas.
Estas instituciones tienen tamaño poder de definición y actuación para «construir cifras» porque las
definiciones contenidas en la ley son vagas y las normas que regulan la actuación de estas instituciones
permiten un amplio margen de discrecionalidad. Por ello, los criterios en base a los cuales se incluye un
determinado comportamiento en la categoría «delito» son criterios legales, pero también están
condicionados por factores ideológicos, condiciones organizativas, intereses corporativos y presiones
políticas.
KlTSUSE y ClCOUREL no se limitan a afirmar que los «delitos» no descubiertos por la policía no aparecen en
las estadísticas del delito y en consecuencia no son delitos (sino cifra oscura), sino que además indican que
incluso los delitos recogidos en las estadísticas han sido sometidos a un proceso previo de definición.

Consecuencias de política criminal


La crítica de esta corriente se popularizó con la consigna «el sistema penal crea delincuentes», de la cual se
deriva una política criminal caracterizada por la exigencia «des»: des-criminalización, des-
intitucionalización y des-carcelación son las consignas más populares extraídas de esta escuela.
Los teóricos del etiquetamiento se caracterizaron por exigir la retirada del Derecho penal y abogar por una
política basada en la tolerancia de diversos estilos de vida. Si esta propuesta se formulara en términos
penalistas diríamos que se reclama un «Derecho penal mínimo».
La necesidad de evitar que la persona se adentre en su rol de desviado o delincuente, lleva a preconizar
medidas para evitar el paso, especialmente de los jóvenes, por el sistema penal y con ello evitar la etiqueta
de delito a comportamientos propios de adolescentes. Ello dio origen al movimiento de la diversión.
El movimiento de la diversión tiene como objetivo fundamental evitar la intervención de un proceso penal,
en especial respecto de las personas más jóvenes, por ello insiste en favorecer alternativas fuera del
sistema procesal formal.
Por último, la crítica a la cárcel que en sí no era novedosa recibe un nuevo impulso con esta teoría y los
escritos en contra de las «instituciones totales» realizados por GOFFMAN. Este autor explica cómo el paso
por las instituciones psiquiátricas no sólo suministra la etiqueta de «loco» sino que además la persona para
adaptarse debe aprender numerosos comportamientos propios de locos. Aplicado ello a la pena de prisión,
donde a la etiqueta de preso y ex preso se le añade que la persona aprende otras normas, valores y pautas
de conducta que le dificultan su ingreso a la sociedad convencional.

La nueva sociedad ¿es criminógena? – Pinatel


¿Es nuestra sociedad responsable?
La responsabilidad de nuestra sociedad, en el desarrollo de la criminalidad, se puede negar afirmando que
el hombre es siempre absolutamente dueño de sus actos. La concepción antropológica que subyace en
esta tesis reposa sobre el postulado de que el delincuente, como el hombre en general, es un ser libre,
capaz de no dar rienda suelta a su voluntad culpable.
Greef mostró la existencia en el hombre de mecanismos ciegos (o funciones incorruptibles) que carecen en
sí mismos de coloración o significación moral. El sentimiento de responsabilidad y el de justicia figuran
entre los mecanismos ciegos. Insertándose dentro de la vida institutiva, estos mecanismos oscuros tienden
a dirigir al hombre de una manera refleja bajo la influencia de los instintos de defensa. Son a este nivel
mecanismos reductores que hacen ver al otro bajo el aspecto de la intencionalidad malévola y limitándolo
a ser una abstracción responsable.
Los determinismos criminógenos aparecen, a primera vista, como de naturaleza biológica y sociológica. La
personalidad criminal es un subproducto biológico-social. Las influencias sociales criminógenas no
producen su efecto nocivo si no inciden en un terreno propicio. Hay que subrayar que no hay herencia
criminal específica sino una conjunción desgraciada de elementos hereditarios de diversos orígenes.

Las ocasiones criminales ligadas a la morfología social


El estudio de la ocasión ha sido descuidado en criminología.
La densidad de la población urbana, al multiplicar los contactos, ofrece mayores posibilidades de
delincuencia.
En suma, las grandes manifestaciones de nuestra criminalidad dependen de las ocasiones que la sociedad
concede. En todo caso nuestra sociedad es parcialmente responsable del desarrollo de la criminalidad.
Pero no se trata más que de una responsabilidad mecánica, ligada a la morfología social y, más
precisamente, a la demografía.

El factor científico y técnico


El advenimiento de una sociedad postecnológica, tecnotrónica, viene acompañado de un precio muy
elevado en términos de inadaptación y delincuencia.
Lo que caracteriza a nuestra época es una mutación sin precedentes, cuyo origen debe ser la buscada en el
desarrollo fulgurante de la ciencia y de la técnica. Se produce un salto, entonces, entre el proceso científico
y técnico y la cultura. El hombre se encuentra inadaptado, inmerso en una situación de desorganización
social, en la que nada es estable, donde todo cambia y todo se mueve. Ahora bien, es un hecho
comprobado que la desorganización social y la inadaptación individual favorecen el crecimiento de la
criminalidad.
El progreso científico y técnico provoca una mutación en nuestra sociedad. Esta mutación social se expresa
en un modo de vida, en un estilo de vida, más o menos idéntico en todas las metrópolis modernas. Por
todas partes el hombre está agotado mentalmente, fatigado, ansioso.
La condición del hombre moderno transforma al hombre, lo niega, contradice su biología.
El hombre medio conformista, respetuoso de las leyes, de reglamentaciones minuciosas y múltiples, a
pesar de su fatiga y cansancio moral, lleva virtudes profundas que han marcado la historia atormentada de
su especie. Pero que una vida tan desequilibrada es el factor general de donde proceden las reacciones
antisociales, que multiplica el efecto de los factores criminógenos.

De la personalidad criminal a la sociedad criminógena


Hablar de enfermedad moral es hablar de enfermedad humana. Por eso, para desvelar lo que en la nueva
sociedad provoca esta enfermedad moral, es necesario partir del hombre. Hay que ir de la personalidad
criminal a la sociedad criminógena.
La personalidad criminal es simplemente un modelo que el análisis criminológico utiliza en sus
investigaciones. Es un instrumento clínico. Nos permite simplemente desenvolvernos en el estudio de los
criminales, apreciar su peligrosidad, evaluar los efectos de un determinado tratamiento.
Todo hombre en circunstancias excepcionales puede llegar a ser delincuente.
Pero si no existe diferencia de naturaleza entre los hombres respecto a la criminalidad, sí presentan, en
cambio, diferencias de grado en cuanto a su tendencia criminal.
Lo que, en estas condiciones, permite distinguir a los delincuentes de los no delincuentes, y a los
delincuentes entre ellos, es la aptitud, más o menos pronunciada, para pasar de la acción. La criminología
fundamental es la ciencia del paso al acto delictivo, y no otra cosa.
Desde ese instante, la responsabilidad profunda de nuestra sociedad no puede determinarse si no se tiene
una idea precisa de la génesis y de la dinámica del crimen.

Genesis y dinámica del crimen


En la mayoría de los casos los factores biológicos y sociales no tienen más que una influencia indirecta
sobre el crimen, a través de la personalidad y de la situación.
La personalidad se expresa en el “yo”. Es por el “yo” que la personalidad rige la función moral, somete la
idea de un acto posible a un examen moral, demora la satisfacción inmediata de una tendencia instintivo-
afectiva comparándola a las evaluaciones socio-culturales generalmente aceptadas. La personalidad es
inseparable, no solamente del organismo, sino del medio. Lo que en criminología es capital es el estudio de
la personalidad en situación.
Pero existen situaciones no específicas o amorfas, y es en ellas donde la ocasión debe ser buscada, es
entonces cuando la personalidad domina la situación. El acto criminal es una consecuencia directa de esta
personalidad en acción.
Los factores del medio influencian la formación de las personalidades y las situaciones.
El cono de nuestro esquema está sumergido en la sociedad global. Y es de ella de donde proceden los
estimulantes que los micromedios no hacen más que grabar y transmitir. Pueden producir bien una acción
inhibitoria respecto a la criminalidad; bien, por el contrario, una actitud favorable.
La criminalidad no es más que una suma de actos criminales individuales. Entre las personalidades
conformistas y las personalidades criminales hay un gran número de personalidades marginales, que
denominaremos criminaloides, que constituyen el ejército de reserva del crimen.

Los componentes de la personalidad criminal


Para desvelar los estímulos criminógenos de nuestra sociedad es necesario partir del delincuente.
Los resultados obtenidos por las investigaciones clínicas contemporáneas convergen para constatar que en
la mayor parte de los delincuentes graves existe un núcleo común cuyos componentes son el
egocentrismo, la labilidad, la agresividad y la indiferencia afectiva.
Estos componentes del núcleo de la personalidad dirigen las condiciones del paso al acto. Para que un
sujeto pase al acto, hace falta que no sea retenido por el oprobio social que cubre al malhechor, que esté
persuadido de que su acto era legítimo. Es al egocentrismo al que hay que recurrir para explicar el origen
de este proceso de autolegitimación subjetiva. Pero es importante también que el sujeto no tema el
posible castigo ni le inhiba la amenaza penal. Por lo general, los delincuentes tienen en común una falta de
previsión, una falta de organización duradera o, si se prefiere, una causada labilidad. Esta labilidad explica
el porqué no son afectados por la amenaza penal. Pero esto no es todo; es necesario que el sujeto no se
arredre entre los obstáculos materiales susceptibles de hacer imposible la ejecución del crimen. Para que
el sujeto venza estos obstáculos hace falta que impulsos particularmente intensos le inciten a perseverar.
Hay que poseer una agresividad mantenida para barrer los obstáculos que encuentra en el camino del
crimen. Cuando el sujeto llega a la ejecución del crimen, es preciso que no sea frenado por lo odioso de sus
realizaciones mismas, que no sea frenado por el sentimiento del mal que ocasiona a su prójimo, atacando a
su persona o a sus bienes. La indiferencia afectiva es la condición última del paso al acto.
Estos componentes de egocentrismo, labilidad, agresividad e indiferencia afectiva no son específicos
tomándolos aisladamente. Es su reunión y asociación lo que le da un carácter particular a la personalidad
total.
Es la reunión y asociación de estos elementos, que ninguno es normal en sí; es su acción e interacción lo
que hay que considerar. El núcleo de la personalidad criminal es una resultante y no un dato.
Todos los demás componentes psicológicos que se encuentran en los criminales no tienen relación con el
paso al acto, sino con las modalidades de ejecución del crimen.
De aquí se desprende que la investigación consistía en intentar precisar cuáles son los factores de la
sociedad global que pueden estimular los componentes del núcleo de la personalidad criminal.

Egocentrismo y nueva sociedad


La cuestión es saber si nuestra sociedad no estimula hacia una confusión creciente en los espíritus, y por
ello no favorece la generalización del egocentrismo.
En nuestra sociedad la inflación legislativa y reglamentaria ha superado los límites de lo razonable. Al
multiplicar los problemas el progreso científico y técnico, se multiplican los textos jurídicos intentando
resolverlos por aproximaciones sucesivas. Ante este enredo de normas, el hombre llega a pensar que casi
todo está prohibido, lo que de hecho significa que todo está permitido. Resulta un estado de anomía, una
ausencia de normas, un vacío moral.
Faltándole criterios seguros, el hombre es conducido a basarse en su sólo juicio. La sociedad
contemporánea favorece el libre examen, el individualismo moral.
El papel del progreso científico y técnico, en esta exaltación del egocentrismo, se manifiesta en la
omnipotencia del hombre al volante, su sentimiento de plenitud, de máximo desarrollo de la personalidad.
Pero esta omnipotencia no es más que una ilusión. En la realidad cotidiana, el hombre sufre la
mecanización de la sociedad.
Decepcionado, amargado, desorientado, fácilmente adhiere a las doctrinas violentas de dominación, de
exaltación del yo, de desprecio de los demás y del hombre cuaternario, que lo encadena a una ideología
sumaria y salvaje, poniéndolo por debajo de la esclavitud antigua.

Labilidad y nueva sociedad


La labilidad es esencialmente falta de inhibición, ligereza e imprevisibilidad, abandono a la impresión del
momento, ausencia de reflexión sobre las consecuencias que tienen nuestros actos.
La sociedad nos obliga a pensar poco, a vivir en continuo cambio, en la inestabilidad, en lo fútil.
Estos estímulos que emanan de la sociedad global empujan a la imprudencia, al acto súbito e irreflexivo, a
la incapacidad para utilizar las experiencias anteriores, al adiestramiento efímero, pero, posiblemente,
fatal.

Agresividad y nueva sociedad


Se trata de un dinamismo combativo, que hace capaz al sujeto de no dejarse desviar de su objetivo por
dificultades y obstáculos.
La agresividad, es hija de la frustración.
La sociedad que conocemos multiplica las frustraciones. Las necesidades artificialmente creadas engendran
frustraciones relativas.

Indiferencia afectiva y nueva sociedad


La indiferencia afectiva es la ausencia de emociones e inclinaciones altruistas y simpáticas. Pero su
afectividad reducida, comprimida, reprimida, es una fuente de angustia patológica. La enfermedad mental
surge en este clima sin calor humano.
El hombre ya no tiene posibilidades de reencontrar al hombre.
En tal sociedad es frágil, precaria, está amenazada. No es ya la fuente en la que vida afectiva se enriquece y
se expande.

Familia y nueva sociedad


La familia juega un papel decisivo en la etiología de la delincuencia juvenil. Es, con mucha frecuencia, de
una situación familiar conflictiva de donde nacen las reacciones delincuenciales. Independientemente de
este papel, la familia interviene formando la personalidad del delincuente.
Hay que buscar en las relaciones del grupo familiar los factores susceptibles de fundar el pronóstico
criminológico. La disciplina materna y paterna, la afectividad maternal y paternal, la cohesión familiar son
los factores que retuvieron. La disciplina severa o irregular, la hostilidad o la indiferencia, la ausencia de
unidad familiar se asocian regularmente en un pronóstico sombrío.

Psicología forense crítica: ¿es posible la determinación


de la peligrosidad en la práctica pericial psicológica? –
Garcia
Algunas prácticas de la Psicología Forense en el ámbito tribunalicio, parecerían ser ejercidas en forma
aislada y sin un replanteo auténtico sobre los efectos sociales que producen.
Estas prácticas funcionan como instrumentos de control y dominación social, donde la ciencia se pone al
servicio del discurso del poder, legitimándolo; donde la complicidad de la ciencia con la ley sirve al sistema
productivo, segregando, discriminando, etiquetando y, finalmente, destruyendo a los “elementos” que
obstaculizan el orden social, con la finalidad de proteger al grupo dominante.
La Ciencia Psicológica no posee herramientas para determinar la peligrosidad, ya que ésta conlleva la
necesidad de predecir una conducta a futuro. Sin embargo, muchos profesionales responden sobre
cuestiones de peligrosidad, avalándose en ´técnicas psicológicas creadas para otros fines, confundiendo
conceptos jurídicos con alcances psicológicos.
Las prácticas psicológicas para determinar la peligrosidad de un sujeto están apoyadas en el positivismo
criminológico, que considera que hay ciertas características que hacen peligrosos a los individuos y por lo
tanto, de los que la sociedad debe defenderse.
Lombroso establece que el criminal en realidad es un hombre salvaje, constituyéndose como una
subespecie anormal del género humano. Si bien esta teoría pronto será abandonada, en la actualidad
perdura y continúa siendo efectiva a la hora de tomar criterios con relación al delito y al delincuente. Los
postulados que continúan vigentes son los relacionados al innatismo del accionar criminal. Los sujetos son
peligrosos, porque potencialmente pueden ser delincuentes y esa potencialidad ya viene dada desde su
nacimiento.
Cabello plantea que “la peligrosidad se refiere a la posibilidad de realizar un nuevo delito, extendido del
sentido a la participación en cualquier evento dañoso sea dirigido contra el propio sujeto o contra el resto
de las personas”.
Asimismo plantea que el criterio de peligrosidad articula el concepto de peligro al diagnóstico, pronóstico y
reincidencia. Propone como herramienta diagnóstica de la peligrosidad una fórmula basada en cinco
elementos:
1. Personalidad del autor del delito.
2. Naturaleza y carácter de la enfermedad que padece.
3. Evolución de la enfermedad.
4. Gravedad del delito.
5. Condiciones mesológicas del egreso.
Miotto establece que la peligrosidad es un concepto fundamental en cuanto al aporte que le puede otorgar
la psicología forense al ámbito penal. Definiendo el concepto desde la metapsicología lo caracteriza como
“la posibilidad de que el sujeto exprese contra si o terceros la pulsiones agresivas, al tornarse inefectivos
los mecanismos defensivos y adaptativos compensatorios”.
Otros autores consideran sinónimos de peligrosidad, elementos como la impulsividad, inestabilidad, baja
tolerancia a la frustración, imposibilidad de aplazar la gratificación, y dificultades en los mecanismos de
identificación.
Rodrígez y Ávila proponen que la peligrosidad “es un concepto legal muy aceptado y que motiva, en
muchos países, recibir un tratamiento no voluntario”. Estos expertos aseveran que el mejor predictor del
delito futuro es el delito pasado.
Para Del Poppolo resulta muy difícil identificar con plena confiabilidad, en una pericia psicológica, factores
que expresen la posibilidad de que un individuo sea peligroso. Propone entonces, investigar, no sólo la
situación actual del sujeto, ni las características propias del delito cometido, sino considerar además los
factores históricos y sociales en su diagnóstico.
Álvarez, Varela y Greif ponen el acento sobre las implicaciones valóricas que puede asumir el diagnóstico
de la peligrosidad. El mero pronunciamiento sobre este índice diagnóstico es ya un juicio de valor, por
poseer un carácter subjetivo. Lo entienden como una defensa de la sociedad frente a un acto que amenaza
su estructura y atenta contra el “contrato social”, y no como unas características intrínsecas al propio
delincuente. Establecen que, en cuanto a la noción de peligrosidad criminal, la ley no puede ni debería,
establecer medidas pre-delictuales para ningún tipo de conducta.
Es fundamental replantearse el lugar que ocupa el perito psicológico en los casos de determinación de la
peligrosidad; preguntarse por qué un sujeto llega a convertirse en un ser peligroso y si, en realidad, no son
peligrosas las herramientas psicológicas creadas, en rigor de verdad, con otros fines.
El planteo de la corresponsabilidad genera la implicación en las situaciones de riesgo de la sociedad toda,
que hace que el suceso deje de ser propio de su autor y nos involucra a todos en sus condiciones de
existencia.

Conclusiones
Es posible una Psicología Forense compuesta por profesionales éticamente comprometidos con los
Derechos Humanos. Para lo cual, es necesario la revisión y desnaturalización de determinadas prácticas,
como lo son las pericias psicológicas, en la determinación de la peligrosidad de un sujeto.
La psicología no cuenta con herramientas para predecir una conducta peligrosa.
Es imprescindible una “Psicología Forense Crítica”, que permanentemente discuta su funcionalidad, que no
considere a sujetos por fuera de su entorno, con conductas aisladas, que deberían ser separados de la
sociedad, legitimando su encierro a través del saber científico.

Predicción de la violencia: entre la peligrosidad y la


valoración del riesgo de violencia – Pueyo e Illesca
Estamos muy acostumbrados a utilizar la peligrosidad como atributo clave para estimar la probabilidad
futura de realización de comportamientos violentos, pero el desarrollo de la psicología criminológica ha
mostrado que la capacidad predictiva de la peligrosidad es limitada y su uso poco eficaz para los
profesionales que toman decisiones prospectivas en contextos forenses, clínicos o penitenciarios. Se han
desarrollado nuevas técnicas para predecir la conducta violenta basadas en tres elementos principales: a)
un mejor conocimiento de la naturaleza y procesos que producen la violencia, b) la sustitución del término
“peligrosidad” por el de “riesgo de violencia”, y c) el desarrollo de protocolos e instrumentos de uso
profesional para la valoración del riesgo de violencia.
La violencia es un fenómeno interpersonal y social que afecta seriamente al bienestar y la salud de los
individuos.

Predecir la violencia: el problema del criterio


La predicción del comportamiento está presente en casi todas las ramas de la psicología aplicada. La
predicción forma parte del ejercicio profesional, se basa en las decisiones que toman los profesionales ya
que siempre una predicción es consecuencia de una decisión o juicio. Los expertos en predicción insisten
en que el primer paso para realizar predicciones objetivas, rigurosas y eficaces es definir con rigor aquello
que queremos predecir. De la correcta definición del criterio a predecir, en este caso la violencia,
dependerá la posibilidad de hacer de la predicción una tarea rigurosa y no un subproducto de la intuición
profesional.
Una de las primeras dificultades para el estudio de la violencia es su delimitación conceptual.
Desgraciadamente es muy frecuente encontrar bajo la etiqueta de violencia fenómenos distintos. El
concepto de violencia tiene una doble connotación que la define, a la vez, como acción o comportamiento
y como disposición, capacidad o atributo psicológico. Necesitamos distinguir entre la “cualidad” de ser
violento, que a priori podríamos considerar un sinónimo de “peligrosidad” y el acto o acción de
comportarse violentamente. La acción violenta es el resultado de la interacción concreta de factores
individuales y de factores situacionales. Por el contrario en el caso de la violencia, como cualidad o atributo
de los individuos, los determinantes disposicionales e histórico-biográficos adquieren un papel más
importante.
La violencia es una estrategia psicológica para alcanzar un fin determinado. Esto significa que la violencia
requiere, por parte del sujeto que la ejerce, la utilización de diferentes recursos y procesos que convertirán
deliberadamente esta estrategia en un comportamiento o serie de comportamientos dirigidos a lograr un
objetivo.
Hay que destacar el papel clave de la decisión individual de actuar violentamente. Esta decisión individual,
más o menos condicionada, se toma en una situación concreta, frente a unos estímulos determinados y,
sobre todo, en un estado individual que puede, a veces, justificar la inconsciencia de la decisión o el error
de actuar violentamente sin valorar las consecuencias de la conducta realizada. La violencia sirve para la
labor predictiva, ya que todas las elecciones tienen asociada una probabilidad de ocurrencia y es esta
probabilidad la que se puede valorar y utilizar esta estimación como valor predictivo del riesgo de violencia
futura.
Pueden distinguirse las cinco siguientes propiedades que caracterizan la violencia:
1. Complejidad: En tanto que estrategia psicológica la violencia incluye componentes cognitivos,
actitudinales, emocionales y motivacionales que actúan de forma interrelacionada y con una
finalidad concreta. Las estrategias se definen o caracterizan por su finalidad y así en el caso de la
violencia podemos distinguir finalidades específicas.
2. Heterogénea: hay varios tipos de violencia que se pueden clasificar según distintos criterios: la
manera de ejercerla, las características del agresor y de la víctima. También puede clasificarse
atendiendo al contexto de la relación entre agresor y víctima.
En el estudio epidemiológico de la OMS se clasifican los tipos de violencia según un doble criterio: la
relación entre agresor y víctima y la naturaleza de la acción violenta.
Predecir un tipo u otro de violencia tiene sus exigencias técnicas de las que depende la eficacia de
la predicción.
3. Multicausal: Para que ocurra un acto violento, especialmente de violencia grave tienen que
coincidir en el tiempo numerosas variables que, a su vez, no suelen combinarse con demasiada
frecuencia.
Predecir la conducta violenta no necesitamos saber qué la produce, es decir conocer sus causas
eficaces, sino qué factores de riesgo están asociados con ella.
Cada tipo de violencia tiene sus factores de riesgo y protección.
Debido a su multicausalidad puede afirmarse que la conducta violenta, en tanto que acción no es
predecible, pero sí que podemos estimar, de forma estadística, el riesgo de que ocurra.
4. Intencionada: la acción violenta es el resultado de una decisión deliberada, intencionada y
voluntaria de producir daño o malestar. La decisión de actuar violentamente va a estar siempre
influida, no causada, por un conjunto variado de factores entre los que se incluyen factores
biológicos, psicológicos y sociales. Por lo genera estos factores actúan conjuntamente e influyen
diferencialmente, en la toma de decisiones previa a la ejecución de la acción violenta.
5. Infrecuente: Es un fenómeno poco habitual, raro e infrecuente, especialmente la violencia grave o
muy grave. Su baja frecuencia reduce la posibilidad de predecirla.
La multiplicidad de causas y la infrecuencia hacen de la predicción de la violencia una tarea difícil. Además
se añade una tercera dificultad: la escasez de instrumentos y técnicas específicas para la predicción. Esto
ha llevado a los técnicos a tener dos posturas antagónicas. Unos consideran que la violencia, por su
complejidad, infrecuencia y multicausalidad es impredecible. Otros consideramos que la violencia es
predecible si se toman en cuenta la intencionalidad, heterogeneidad e infrecuencia de la misma.
Una de las claves de la tarea predictiva es delimitar con precisión el criterio a predecir, es decir el tipo y
características de la violencia.
La estrategia más utilizada en la actualidad para predecir el comportamiento violento, anclada en la
tradición clínica, consiste en evaluar o diagnosticar la peligrosidad en un individuo. Frente a esta estrategia
se ha propuesto la valoración del riesgo de violencia. Las dos persiguen la misma finalidad pero su
justificación y eficacia las distinguen.

Peligrosidad vs Riesgo de violencia


El concepto de peligrosidad resume, pero sólo con una claridad aparente, la idea del predictor por
excelencia de la violencia futura.
La asociación entre patología y peligrosidad se ha mantenido vigente en la tradición psiquiátrica y
psicoanalítica.
Hoy se considera la peligrosidad como una categoría legal por la que conocemos el riesgo de una persona,
con historia delictiva o no, de cometer nuevos delitos.
La creencia de que la “peligrosidad” es la causa de la conducta violenta ha mantenido entre los
profesionales una cierta quimera según la cual si se “acertaba” en la identificación de este atributo, se
garantizaba la seguridad y la prevención de la reincidencia violenta. En muchos casos se han cometido
errores y estos son de dos tipos. El más grave, se llama falso negativo y es el que se produce cuando se
rechaza la presencia de peligrosidad en el sujeto y éste vuelve a cometer un acto violento. El otro tipo de
error que se comete es el llamado falso positivo y consiste en identificar la presencia de peligrosidad en un
sujeto que, sin embargo, no vuelve a comportarse violentamente en el futuro.
Los aciertos o los errores en la predicción de la violencia basada en el “diagnóstico” de peligrosidad
principalmente dependen de la experiencia de los profesionales, de la disponibilidad de técnicas de
identificación y de la claridad con la que se puede descubrir el atributo de peligrosidad. El nivel de aciertos
y de errores en las decisiones dicotómicas depende también de la prevalencia del fenómeno a predecir.
Una de las limitaciones más importantes de la peligrosidad, como predictor de violencia, es su
inespecificidad. El diagnóstico de peligrosidad no es útil para distinguir qué tipo de violencia puede ejercer
el sujeto peligroso.
La valoración del riesgo considera los factores predictivos en función del tipo de violencia a predecir y, de
este modo, la capacidad predictiva aumenta considerablemente. La argumentación de la peligrosidad, de
marcado contenido clínico, se ha de complementar con una fundamentación actuarial, es decir, basada en
los factores de riesgo y las relaciones entre predictores y criterio demostradas empíricamente.
Un primer supuesto de las técnicas de valoración del riesgo de violencia entiende que no se puede
predecir, en general, el riesgo de “cualquier” tipo de violencia a partir de los mismos predictores, sino que
cada tipo tiene sus factores de riesgo y de protección particulares y, por tanto, debemos adecuar los
procedimientos genéricos de predicción de riesgo de violencia al tipo concreto de violencia a predecir. La
segunda lección hace referencia a la actividad del psicólogo que debe hacer el pronóstico. Predecir el
riesgo de un determinado suceso, la conducta violenta, requiere una decisión sobre si este suceso puede
acontecer en el futuro y en qué grado. Estas decisiones se deben tomar de acuerdo a protocolos
contrastados y basados en conocimientos empíricos, no sólo en intuiciones de los expertos.
El riesgo puede entenderse como: “un peligro que puede acontecer con una cierta probabilidad en el
futuro y del que no comprendemos totalmente sus causas o éstas no se pueden controlar de forma
absoluta”. El riesgo de violencia es un constructo continuo, variable y específico, que permite tomar
decisiones graduadas de pronóstico futuro de violencia. La presencia de peligrosidad en el individuo
concentra la estrategia de control y gestión del riesgo en dos tipos de intervenciones: control situacional y
tratamiento terapéutico del sujeto peligroso. La valoración del riesgo amplía las posibilidades de
intervención porque permite ajustar los procedimientos de control y minimización del riesgo a los niveles
individuales y contextuales del mismo, con lo que se generan muchas posibilidades de intervención
adecuadas al pronóstico más probable.
Se puede predecir el riesgo de cualquier elección si conocemos los determinantes de ésta y tenemos datos
sobre elecciones que anteriormente hayan sucedido y de las cuales conocemos sus antecedentes. Se han
desarrollado estrategias de evaluación psicológica intensivas, procedimientos actuariales basados en tests
psicológicos y otras estrategias para identificar el riesgo de determinados comportamientos violentos.
Para cualquiera que reciba un pronóstico de riesgo de violencia “alto e inminente” esta información debe
ser un acicate para la búsqueda urgente de medidas que eviten que ese pronóstico se confirme. La
minimización del riesgo de violencia es el paso que sigue a la valoración del riesgo. Este nuevo abordaje
técnico se denomina gestión del riesgo y está íntimamente relacionado con la valoración. La gestión del
riesgo se basa en comprender por qué el sujeto eligió actuar violentamente en el pasado, en determinar si
los factores de riesgo/protección que influyeron en su elección siguen presentes y lo estarán en el futuro, y
en promocionar los factores que le pueden llevar a tomar decisiones no-violentas en tanto que estrategias
alternativas de solución de conflictos.

Procedimientos y técnicas de predicción de la violencia


En resumen, puede afirmarse que en los últimos 20 años la creación y difusión de estas técnicas han
mejorado de forma relevante la tarea de predicción de violencia que realizan los profesionales que
trabajan en contextos penitenciarios y de la salud mental.
Entre los profesionales de la salud mental y los especialistas en criminología la valoración del riesgo,
incluso de la peligrosidad, es un proceso de evaluación individual que se inicia por la recogida de datos
relevantes del individuo y finaliza en la toma de decisiones acerca de su comportamiento futuro.
Cualquier toma de decisiones se realiza en base a unos datos, obtenidos por procedimientos distintos, la
combinación de los mismos y unas reglas que determinan la decisión a tomar. Existen tres grandes
procedimientos: la valoración clínica no-estructurada, la valoración actuarial y la valoración clínica
estructurada.

Valoración clínica no-estructurada


Consiste en la aplicación de los recursos clínicos de evaluación y pronóstico tradicionales al pronóstico del
comportamiento violento. Se ha generalizado a partir de las técnicas de diagnóstico de la peligrosidad
entendida como un estado patológico del sujeto. Se caracteriza por no tener protocolos o reglas
“explícitas” más allá de las propias de cada clínico experto. En este procedimiento se pueden incluir
instrumentos objetivos de evaluación como los tests u otras informaciones objetivas, derivadas de
registros históricos y similares, pero los datos que se obtienen son procesados sin atender a ninguna regla
explícita conocida. En este procedimiento la característica fundamental es la libertad de criterio con que
cada profesional aborda el problema de predecir el riesgo en función de su formación, sus preferencias
personales, sus hábitos profesionales, y la naturaleza de las demandas.
Este procedimiento presenta una notable dificultad para encontrar justificaciones empíricas y sistemáticas.
Ha sido muy criticada ya que no permite contrastar la fiabilidad de la decisión por medio de una réplica
cuidadosa.

Valoración actuarial
Se caracteriza esencialmente por un registro cuidadoso y detallado de todos los datos relevantes de la
historia personal del sujeto, especialmente aquellas informaciones que se relacionan empíricamente con el
comportamiento o criterio a predecir.
Implican también una ponderación adecuada de la importancia de cada información por medio de reglas
de combinación matemáticas. Estas reglas permiten obtener una puntuación de probabilidad determinada
que refleja, con gran exactitud, el riesgo de que suceda aquello que queremos predecir.
Los actuarios predicen el futuro en base a una única presuposición según la cual la probabilidad futura de
que suceda un hecho depende de la combinación ponderada de los factores que determinaron su
aparición en el pasado. No hay ningún modelo teórico, causal o determinístico que explique el porqué de
las conductas ya que, para la predicción actuarial no se necesita.
Los procedimientos actuariales aplican las reglas descubiertas en estudios grupales a los individuos y, como
es natural, el peligro de equivocarse está en relación directa con la variabilidad interindividual de los
grupos. Cuanta mayor sea la heterogeneidad de los individuos dentro de un grupo o clase, más inadecuada
será la aplicación de las reglas actuariales a cada individuo. Las evaluaciones actuariales no son, en el
fondo, evaluaciones individuales sino generalizaciones grupales aplicadas a los individuos y esta es quizás
la limitación más importante del procedimiento.
Valoración por medio de juicio clínico estructurado
Se puede definir esta técnica como una evaluación mixta clínico-actuarial. Requiere del evaluador
numerosas decisiones, basadas en el conocimiento experto de la violencia y de los factores de riesgo, a las
que ayudan las “guías de valoración” cuya estructura proviene de los análisis actuariales y está diseñada
incluyendo una serie explícita y fija de factores de riesgo identificados y conocidos. Estas guías, a modo de
protocolos de actuación, especifican el modo y la manera de reunir y recoger la información que servirá
después para tomar decisiones.
En general estas guías de juicio estructurado, que incluyen los factores de riesgo y protección mínimos que
hay que valorar para cada tipo de violencia y grupo poblacional, son las más útiles para la valoración de
riesgo de violencia porque ayudan a evitar los errores más habituales en la predicción.
Los procedimientos de valoración del riesgo que hemos denominado “guías” son herramientas al servicio
de los profesionales y no sustituyen a éstos en la toma de decisiones. Las decisiones finales son del
profesional, no del protocolo.
Se ha dicho que la utilidad primordial de la predicción del riesgo de comportamientos violentos es evitar
que éstos se produzcan. De forma más inmediata sus objetivos específicos serían los siguientes:
a) Guiar la intervención de los profesionales en las tareas de predicción y no dejar a su libre criterio el
procedimiento de estimación del riesgo, ya que este método se ha demostrado poco fiable, de
dudosa validez e irrefutable.
b) Mejorar la consistencia de las decisiones al tener en cuenta sistemas contrastados de recogida de
datos relevantes y significativos de la historia biográfica del sujeto, de sus variables clínicas de
estado y de la situación (factores de riesgo/protección) que rodean al sujeto cuyo comportamiento
futuro hay que predecir.
c) Mejorar la transparencia de las decisiones, ya que se dispone de un registro de los distintos pasos
del proceso de predicción aportando transparencia a la decisión y recomendación finales.
d) Proteger los derechos de los clientes y usuarios, ya que las decisiones, a veces útiles y acertadas
pero otras veces no, se pueden analizar a la luz de los derechos que protegen a los destinatarios
(bien se trata de víctimas o agresores).

Conclusiones
La necesidad de prevenir la violencia ha traído a primer plano la necesidad de disponer de técnicas de
predicción del riesgo de violencia que tengan una mayor eficacia que las tradicionales evaluaciones de la
peligrosidad, propias de contextos forenses y penitenciarios. Los avances en el conocimiento de la
violencia y sus formas y, sobre todo, la identificación de los factores de riesgo que la promueven han
permitido la introducción de nuevos procedimientos.

La evaluación psicológica forense frente a la evaluación


clínica: propuestas y retos de futuro – Echeburún; Muñoz
y Loinaz
La evaluación psicológica clínica y la forense comparten un interés común por la valoración del estado
mental del sujeto explorado. La primera tiene como objetivo principal de su actuación poder llevar a cabo
una posterior intervención terapéutica; la segunda, analizar las repercusiones jurídicas de los trastornos
mentales. Las diferencias en relación al contexto de aplicación y al objeto de la demanda marcan las
características propias que adquiere el proceso de evaluación psicológica en cada uno de los dos ámbitos.
Los instrumentos de evaluación más utilizados en el ámbito clínico y forense son los autoinformes y las
entrevistas estructuradas. La evaluación pericial psicológica se encuentra con algunas dificultades
específicas. Así, el sujeto no se presenta de forma voluntaria ante el profesional, sino que su participación
está determinada por su papel en el proceso judicial. Además, las consecuencias directas del dictamen
pericial para el evaluado aumentan la probabilidad de manipulación de la información aportada para
conseguir un beneficio o evitar un perjuicio.
A nivel práctico los dictámenes periciales, a diferencia de las evaluaciones clínicas, se van a caracterizar
por la enorme influencia que pueden tener en el futuro de los sujetos evaluados.

Evaluación clínica y evaluación forense


Diferencias fundamentales
El marco mismo de la intervención marca pautas relacionales distintas entre el profesional y el sujeto
evaluado.
Al margen de que en uno y otro caso el objetivo pueda ser la exploración del estado mental del sujeto
evaluado, el proceso psicopatológico en la evaluación forense sólo tiene interés desde la perspectiva de las
repercusiones forenses de los trastornos mentales, a diferencia del contexto clínico, en donde se convierte
en el eje central de la intervención.
La evaluación psicológica forense se encuentra con algunas dificultades específicas, como la
involuntariedad del sujeto, los intentos de manipulación de la información aportada o la influencia del
propio proceso legal en el estado mental del sujeto. Además, el dictamen pericial no finaliza con un
psicodiagnóstico conforme a las categorías nosológicas internacionales, sino que la psicopatología
detectada debe ponerse en relación con el asunto jurídico demandado.
El abordaje de la psicopatología en el ámbito forense debe ser descriptivo y funcional antes que categorial.
La utilización de etiquetas diagnósticas ni es imprescindible ni necesaria en la mayoría de las
intervenciones forenses.
A diferencia de la evaluación clínica, la evaluación forense suele estar marcada por la limitación temporal
de la intervención y por la dificultad añadida de tener que realizar valoraciones retrospectivas en relación
al estado mental del sujeto en momentos temporales anteriores a la exploración o prospectivas. Una
exhaustiva preparación de la sesión pericial con anterioridad a la misma es fundamental para aumentar el
rigor del dictamen pericial, si bien se deberán evitar en la exploración psicológica sesgos confirmatorios de
hipótesis previas tras el estudio de la información recogida en el expediente judicial.
La población forense es más variada que la que se suele encontrar en la clínica.

Instrumentos de evaluación
El rigor exigido a la actividad pericial psicológica no debe confundirse con el abuso en la administración de
test. Si se trata de evitar la victimización secundaria en los sujetos evaluados, se debe partir del principio
de intervención mínima.
La técnica fundamental de evaluación en psicología forense es la entrevista pericial semiestructurada, que
permite abordar de una manera sistematizada, pero flexible, la exploración psicobiográfica, el examen del
estado mental actual y los aspectos relevantes en relación con el objetivo del dictamen pericial.
Las entrevistas pueden ser de más utilidad que los test en el caso de sujetos con dificultades de
concentración o con problemas para entender el lenguaje escrito. Asimismo se pueden valorar síntomas de
difícil valoración con escalas autoaplicadas: síntomas psicomotores, «insight», ideas delirantes.
La estrategia combinada de entrevista y test debe ponerse en cada caso al servicio de las necesidades
específicas de cada sujeto, de las circunstancias concretas y del objetivo de la evaluación.
El dictamen pericial debe integrar los datos obtenidos con métodos diversos, así como contrastarlos con
fuentes de información múltiples. Si hay discrepancias entre estas fuentes de información, la buena
práctica requiere señalar las contradicciones detectadas en el informe final y planteárselo así al Tribunal.

Control de la simulación/disimulación y detección del engaño


La simulación o disimulación refleja el deseo deliberado por parte del sujeto de ocultar su estado mental
real, bien para dar una imagen positiva de sí mismo, o bien para transmitir un estado de deterioro
acentuado.
Hay una sospecha de simulación cuando existe un problema médico-legal, cuando hay una discrepancia
entre los síntomas alegados y la observación de la conducta, cuando los síntomas son atípicos y no se
corresponden con los cuadros clínicos habituales y cuando hay una dramatización de las quejas o una
sobreactuación clínica.
Especial complejidad presenta la detección de la disimulación. En estos casos los sujetos evaluados
muestran una actitud defensiva tanto a la exploración pericial psicopatológica como a la administración de
pruebas complementarias.
Ciertos trastornos de personalidad, como el antisocial o el histriónico, facilitan la existencia de la
simulación.

Cuestionarios y escalas
Los test son muy vulnerables a la manipulación, que se expresa en forma de simulación o sobresimulación.
Por ello, el perito psicólogo mostrará preferencia por aquellas pruebas psicométricas que incluyan escalas
para detectar tendencias de respuesta del sujeto que puedan comprometer la validez de la aplicación.
Frente a las psicométricas, las pruebas proyectivas dificultan la manipulación de las respuestas, pero
carecen de índices de fiabilidad y validez suficientes para su aplicación como metodología única de
exploración forense. El uso combinado de ambos tipos de instrumentos enriquece la evaluación pericial.
Si se conoce la existencia de anteriores exploraciones periciales, se debe evitar la repetición de las mismas
pruebas.

Entrevistas forenses
Las entrevistas forenses están también sujetas a fuentes de distorsión. Un estilo de entrevista no
excesivamente directo en relación al sondeo de síntomas psicopatológicos puede neutralizar, al menos
parcialmente los sesgos. Se trata, en último término, de no sugerir las respuestas y de estar atento a la
coherencia del discurso del sujeto y a la concordancia entre la comunicación verbal y no verbal, así como
prestar atención a los signos reveladores de una posible simulación o disimulación.
Es igualmente importante mantenerse neutro respecto a las descripciones realizadas por los sujetos,
evitando transmitir agrado o desagrado, incredulidad o juicios de valor, lo que minimizará una actitud
defensiva en los evaluados.
Se minimizan las fuentes de distorsión y se aumenta la eficacia de la evaluación forense si se crea un
rapport adecuado entre el perito y el sujeto evaluado, si se explica a la persona el proceso de la evaluación
pericial y su objetivo al comienzo de la intervención y si se intenta reducir la ansiedad del peritado.

Detección del engaño


La detección del engaño ha dado origen a tres ámbitos de investigación: a) estudio de los cambios
fisiológicos, b) investigación sobre los correlatos conductuales observables de naturaleza no verbal y c)
análisis de los contenidos verbales.
Los primeros derivaron en el desarrollo de distintos procedimientos tecnológicos: polígrafo, analizadores
de estrés vocal. No resultan válidos para detectar la mentira. Lo que realmente miden todas estas técnicas
no es la verdad o la mentira en sí, sino una amplísima gama de variables emocionales de ansiedad,
activación o estrés, generalmente suscitadas por la propia evaluación.
Respecto a los segundos, de los distintos estudios se puede concluir que las claves conductuales del
engaño son escasas, no aparecen en todas las ocasiones y su expresión varía con la motivación del emisor y
con la temática de la declaración, así como con el entrenamiento previo. Estos dos campos de
investigación en la detección del engaño no han generado una metodología de uso en la evaluación pericial
psicológica.
No ocurre así con el último grupo: el estudio de la credibilidad de las declaraciones.
En resumen, el psicólogo forense no puede trabajar con hipótesis sólidas sobre actitudes de engaño o
sobre la veracidad de los hechos alegados, ya que la Psicología no cuenta al momento actual con una
metodología de contrastada fiabilidad y validez al respecto. Únicamente se maneja de forma estándar una
técnica para valorar la credibilidad de los relatos en un ámbito específico y en una población concreta.

Instrumentos de evaluación específicos


La mayor parte de los instrumentos de evaluación psicológica han surgido en un contexto clínico y, por
ello, son de interés limitado en el entorno forense, a pesar de su gran utilización. Hay un desfase insalvable
entre el contexto clínico y el contexto forense: las pruebas clínicas están elaboradas para evaluar
constructos psicológicos o psicopatológicos y su implicación legal se realiza de forma inferencial.
Hay dos áreas en que han surgido pruebas psicológicas de interés propiamente pericial: la evaluación de la
credibilidad del testimonio en menores presuntamente abusados sexualmente y la valoración del riesgo de
reincidencia en delincuentes violentos, agresores sexuales o maltratadores domésticos. Ambos campos,
dadas sus peculiaridades, imprimen un plus de responsabilidad en la intervención del perito psicólogo.
En el primer caso la naturaleza del delito otorga frecuentemente a la pericial sobre la credibilidad del
relato del niño el carácter de prueba única para enjuiciar el caso. El SVA es un método elaborado y
sistematizado para valorar si el testimonio aportado por el menor obedece a un suceso experimentado por
éste o si, por el contrario, es fruto de distintas influencias externas. La técnica se compone de tres
elementos fundamentales: 1) una entrevista semi-estructurada con el menor dirigida a obtener un
testimonio lo más extenso y preciso posible; 2) el análisis del contenido de la entrevista basado en criterios
(CBCA); y 3) la aplicación de la Lista de Validez, que permite tener en cuenta otras variables o
circunstancias externas al propio relato.
Y en el segundo caso ciertas decisiones judiciales se fundamentan principalmente en la valoración pericial
de la peligrosidad del sujeto.
Todos estos instrumentos de evaluación forense no son propiamente pruebas estandarizadas, sino guías
estructuradas de análisis de la información que evalúan las respuestas del sujeto, así como otras fuentes
de datos.
Estas limitaciones se pueden subsanar, al menos parcialmente, si los evaluadores están suficientemente
formados en la aplicación de la técnica, si la evaluación es realizada por dos peritos de forma
independiente, si se maneja amplia información complementaria procedente de diversas fuentes y, por lo
que a la reincidencia de la violencia se refiere, si la valoración del riesgo se reevalúa periódicamente en
función de las nuevas circunstancias de la víctima o del agresor.

El informe pericial psicológico


El contenido del dictamen pericial está poco regulado legalmente, pero debe atenerse al objeto específico
de la pericia y recoger la metodología, así como las conclusiones y recomendaciones.
Al tratarse de un medio probatorio, el informe pericial está sujeto al principio de contradicción, lo que
implica que las partes puedan examinarlo y someterlo a crítica. Por eso, el dictamen pericial debe contener
la información manejada por el perito para llegar a las conclusiones expuestas, así como los criterios
científicos utilizados por éste para valorar dichos datos.
El informe pericial no es estático, sino que tiene valor en relación con el momento de la exploración y está
sujeto a ratificación en la vista oral, cuando el perito explica el alcance de su informe y realiza las
ampliaciones y aclaraciones oportunas ante los operadores jurídicos.

Aspectos éticos y deontológicos


El informe clínico está sujeto al secreto profesional. Sin embargo, el dictamen pericial está al servicio de la
demanda judicial y, desde este punto de vista, supone una quiebra del principio de confidencialidad. Esta
peculiaridad de la relación psicólogo-sujeto evaluado en el ámbito forense necesita ser explicada a los
peritados y requiere el consentimiento informado de éstos antes del comienzo de la evaluación.
Los informes forenses de parte, dentro de la práctica pericial privada, conllevan un mayor riesgo potencial
de parcialidad, al ser solicitados y abonados por una de las partes interesadas en el procedimiento.
Un problema deontológico similar puede surgir en el caso de los contrainformes (análisis de la validez de
un informe anterior realizado por otro profesional). Si bien esta práctica se entiende como positiva para
garantizar una tutela judicial efectiva, asegurando el principio de contradicción, el conflicto ético surge por
la posible colisión entre la tarea profesional (análisis científico del informe en cuestión) y el encargo
recibido (desvirtuarlo como prueba pericial en el proceso).

Conclusiones
El informe clínico se diferenciará así del dictamen pericial en tres puntos: a) la autoría (terapeuta/perito);
b) el contenido (informe clínico centrado en el funcionamiento psíquico global del paciente; dictamen
pericial referido al estado mental del sujeto en relación con el procedimiento judicial); y c) la finalidad
(terapéutica en un caso; judicial en otro).
La demanda de ayuda terapéutica típica del contexto clínico suele implicar una actitud colaboradora por
parte del evaluado ante la intervención profesional, sin perjuicio de la instrumentalización creciente
observada del dictamen clínico en el contexto judicial. Por el contrario, las características del contexto
forense facilitan la distorsión y manipulación de la información aportada por los evaluados, lo que conlleva
la necesidad de un entrenamiento especializado del perito en el control de la simulación/disimulación y en
la detección del engaño. Esta diferencia, junto con la ausencia de confidencialidad en la evaluación
forense, fundamental para el establecimiento de la relación terapéutica, hace incompatibles la función
clínica-asistencial y la pericial.
Una evaluación forense adecuada debe incluir la información recogida a partir de distintos métodos de
evaluación y de diferentes fuentes. Sólo así se consigue una validación transversal de las entrevistas y los
cuestionarios.

La internacionalización del delito – Mendoza Bremauntz


La sociedad actual
Ocuparnos de la internacionalización de la delincuencia nos obliga de inicio a fijar los dos conceptos que
estamos mencionando, tanto el de internacionalización como el de la delincuencia.
Nos estamos refiriendo a dos fenómenos que son muy semejantes pero no idénticos.
Estos dos fenómenos se presenta, uno cuando la delincuencia actúa en diferentes países iniciándose en
uno, desarrollándose en otro y quizá ejecutándose en un tercero, es decir, transnacionalmente o bien, se
verifica en lugares que se pueden considerar realmente internacionales en virtud de no pertenecer a la
jurisdicción directa de ningún país en especial.
Hay que hacer una división de los delitos internacionales. Se refiere a tres grupos de delitos que se agrupan
bajo el nombre de Genocidio delitos de lesa humanidad y crimines de guerra.
En el primer caso se trata de delitos transnacionales y en el segundo de que realmente hay una gran
preocupación por la impunidad en la que quedan ciertos crímenes que horrorizan a toda la humanidad y
respecto a los cuales, reduciéndolos al mínimo se trata de conceder la autoridad a la Corte Penal
Internacional que se ha propuesto en el Estatuto mencionado.
Así como la sociedad se ve beneficiada por todas las mejoras tecnológicas actuales, también se dan
facilidades para la comisión de los delitos y para su sanción y prevención se presentan graves problemas
jurídicos penales, procesales, políticos, policiales, de persecución y de ejecución penal.

La mundalización
Debemos enfrentar lo que la nueva etapa social nos presenta, la era de la información, con una economía
globalizadora, mundalista, con un importante apoyo en el desarrollo tecnológico.
La producción y comercialización mundializadas demanda que el capital fluya con facilidad a través de las
fronteras nacionales que van relajándose por inoperantes en cuanto a estas cuestiones, pero este
relajamiento o eliminación también tiene consecuencias negativas y representa graves peligros para esa
economía totalizadora que se enfrenta con riesgos de seguridad interna y genera preocupación de los
gobiernos respecto a la nacionalidad misma.

El delito en la era de la información: una visión diferente


El delito como fenómeno social aparece casi a un tiempo que la sociedad en la faz de la tierra.
No podemos desentendernos de las consecuencias que para la sociedad representan ciertos hechos que
lesionan o impiden la convivencia pacífica y que en la mayoría de las agrupaciones sociales se ha convenido
en sancionar con un mayor rigor que otras violaciones a las normas sociales y jurídicas, desde las etapas de
las agrupaciones humanas más primitivas hasta las sociedades más modernas y actuales.
Este tipo de sanciones son las penales, tienen una finalidad, tanto de defensa social como de readaptación.
Es decir, proteger a la sociedad frente a la posibilidad de reincidencia del delincuente y a este del abuso del
poder de castigar, son funciones modernas del sistema penal.
Al ocuparnos de los llamados delitos internacionales, hemos mencionado que este carácter deriva del
hecho de afectar a varios o a todos los países del mundo, de manera indirecta, independientemente de su
calidad de transnacional que se aprecia cuando los bienes jurídicos afectados pertenecen a dos o más
países y las diversas etapas o aspectos de la comisión del hecho, se desarrollan en ellos.
Cuando se habla de delitos internacionales hay que reconocer que en primer término se encuentran
aquellas actividades que ponen en mayor peligro a las sociedades de este planeta y que se recogen bajo el
rubro general de crímenes contra la humanidad.
Existen otros actos dañinos y peligrosos en grado menor proporcionalmente hablando, pero de gravedad
por cuanto a la intensidad de su comisión y los daños de todo tipo que ocasionan a la mayoría de los países
que afectan y que aun cuando no todas las naciones han aceptado considerarlos como delitos, hay
reconocimiento pleno de la necesidad de combatirlos y del daño que ocasionan, como el terrorismo o la
contratación de mercenarios.
Es pues importante tomar en consideración realidades sociales que nos demuestra que en el ámbito
internacional, cada día aparecen más normas de carácter penal, en razón de necesidades objetivas de
poner bajo la protección del Derecho Penal ciertas relaciones e intereses sociales.
Se ha impulsado el reconocimiento de la existencia y estudio del llamado Derecho Penal Internacional el
cual sin duda, se ha abocado al estudio y análisis de todo un sistema penal que comprende tanto delitos
transnacionales como internacionales, su tipificación y la normatividad relativa, así como las sanciones que
le corresponden a cada delito.
Asimismo tal vez integrará los aspectos procedimentales que tendrán que ser creados tomando en cuenta
las circunstancias especiales y novedosas de su desarrollo, la creación y aceptación por los países del
Tribunal Penal Internacional, la forma de desarrollar el procedimiento ante dicho Tribunal y la ejecución de
sus determinaciones o sentencias.
La comunidad mundial ha llegado al reconocimiento de que el continuo y firme desarrollo del género
humano y sus sociedades, requiere el establecimiento y mantenimiento del orden público basado en
principios democráticos y el aseguramiento de condiciones de vida tranquila, situaciones que se ven
afectadas gravemente por los delitos y de manera más acentuada, por los delitos transnacionales.
La efectiva formulación de políticas de prevención del delito y justicia criminal requiere no sólo un
enfocado esfuerzo a nivel nacional en cada país, sino un constante nivel de cooperación y consenso entre
las naciones que conforman la comunidad internacional.
En los últimos veinte años, la delincuencia transnacional se ha intensificado hasta alcanzar niveles
difícilmente imaginables, circunstancias propiciadas y facilitadas por los medios modernos de
comunicación, los viajes a velocidades ultrasónicas y precios accesibles, la transferencia de fondos y de
bienes a nivel internacional.
Todas estas situaciones permiten una actividad económica internacional muy ágil, pero también una
profusa actividad delincuencial, convirtiendo las organizaciones criminales nacionales en verdaderas
amenazas internacionales, paralizando programas nacionales e internacionales.
La globalización delictiva como un fenómeno incontenible
La mencionada ruta hacia la mundialización tiene como reflejo inmediato esa internacionalización de
actividades en general, cuya velocidad está apoyada de manera sobresaliente en la aceleración
tecnológica.
Este conjunto de fenómenos que han reducido el tamaño del mundo cada vez más y que, si bien
representan muchas ventajas en cuanto a las posibilidades de acceso a los beneficios del progreso para
toda la población mundial, también ha tenido como consecuencia la utilización de estos beneficios por el
mundo de la delincuencia.
Se ha generado en este aspecto una etapa de internacionalización intensa de las actividades delictivas y de
dificultades graves en cuanto a su prevención, detección y represión.
Podemos fundamentalmente, hablar de una criminalidad concebida como un complejo fenoménico que se
relaciona estrechamente con el desarrollo integral nacional e internacional que por ello tiene
características cambiantes, de acuerdo con la evolución misma de las sociedades en que se presente y de
la prevención de los delitos transnacionales y de la transnacionalización misma de ellos, se justifica la
referencia a una “criminalidad contemporánea, con características propias”.

Posibilidades de una justicia penal internacional


Para una adecuada solución del problema general y en especial el relativo a la creación de un sistema
penal internacional con procedimientos y tribunales específicos, se deben analizar aspectos internos de
cada país para buscar soluciones a la medida.
Se proponen ciertas consideraciones entre las cuales destacan las siguientes:
a) Concreción del interés social internacional que se trata de proteger y el daño que se procura evitar
a nivel internacional.
b) Valoración de la gravedad del comportamiento prohibido y su inherente peligrosidad.
c) Determinación del efecto disuasorio que se pretende infundir mediante la tipificación de nuevos
delitos teniendo en cuenta el grado de certeza de que se efectuará el procesamiento.
Se logra entonces la colaboración de un concepto inicial de delito internacional, entendido como “un
comportamiento internacionalmente proscrito, frente al cual los Estados están obligados
internacionalmente a tipificarlo, procesar al delincuente o conceder su extradición, y castigarlo y colaborar
con otros Estados en la observancia de esta obligación.
Se sugieren tres categorías:
a) Los delitos más graves, generados por la acción del Estado, como los crímenes de guerra.
b) Los que no son resultado de la acción estatal, como la piratería, el secuestro de aeronaves y los
relacionados con las drogas.
c) Otras infracciones internacionales relacionadas con actividades particulares como el soborno a
funcionarios públicos extranjeros.

Criminología, victimología y movimiento feminista –


García
Estado actual y perspectiva de integración en la criminología
del siglo XXI
El redescubrimiento de la víctima y su influencia en el desarrollo de la criminología actual, al haber
complementado y ampliado su campo de estudio, nos conduce necesariamente a referirnos a la influencia
ejercida por los movimientos feministas que lograron desviar la problemática victimologíca más allá de sus
definiciones y tipologías, es decir también hacia la atención de las víctimas de delitos para lograr conseguir
para ellas el resarcimiento de los daños sufridos.
La atención inicial encaminada a las víctimas tuvo un carácter instrumental y meramente teórico, que se
desarrolló alrededor de los propósitos destinados a explicar y medir la criminalidad tal y cual el positivismo
orientó sus objetivos.
En este orden de ideas y acentuando la participación de la víctima y su estrecha relación con el delito, era
muy fácil asegurar que era la víctima quien debía tomar todas las precauciones que fueran del caso para
evitar que su comportamiento provocara al delito. Surge así el principio de la co-responsabilidad conforme
al cual es la víctima quien debe responder de su conducta, evitando por todos los medios posibles que se
lleve a cabo el hecho punible.
Esta posición llevó a la conclusión, y en consecuencia a aplicar el criterio, de que las mujeres de una u otra
manera podrían ser culpables de los delitos perpetrados contra ellas.
Estos primeros estudios victimológicos revivieron las investigaciones sobre las causas psicológicas,
antropológicas y sociales que llevaban a la discriminación de la mujer. El mundo del fenómeno delictual
seguía girando alrededor del varón, y era él quien dictaba las normas que reglamentaban estas conductas
delictivas y la posible influencia de la víctima en ellas.
El movimiento de derechos humanos reforzó los planteamientos feministas, tanto en cuanto buscó
reconocer un estatuto jurídico de las mujeres, como en promover su mejor protección jurídica y asistencial
dirigida a las víctimas de delitos.
Por definición, el movimiento feminista se ha transformado esencialmente en un movimiento de acción
dirigido principalmente a la protección de mujeres, sin perjuicio de participar en la lucha de grupos
socialmente minoritarios.

1. Criminología, victimología y los dilemas de la criminología


feminista
Esta irrupción del movimiento feminista en el pensamiento criminológico de los hombres contribuyó
además a ampliar el estudio de la criminología crítica.
La posición feminista no puede dejar de utilizar el Derecho Penal existente, el cual es considerado como el
medio de protección más eficaz de las mujeres, por lo menos en este momento, máxime cuando no existe
legislación adecuada y suficiente que cubra los actos ilícitos cometidos en la esfera privada. Sostiene
además el movimiento que la intervención estatal es importante porque subsanaría el problema del
desequilibrio o abuso de poder.
La petición de sanciones para los delitos de violencia contra la mujer no significa adoptar una postura
sobre-criminalizadora. Si exigimos represión lo es debido a la posición extrema control y sometimiento de
las mujeres a través del empoderamiento de su cuerpo y su sexualidad.
2. ¿Y qué ha pasado en América Latina?
Importantes avances, tanto en reformas legales como en acción de protección y asistencia de las víctimas,
están lográndose paulatinamente.
El tema de la discriminación y el tratamiento diferencial en el control social formal e informal ya ha sido
puesto en el tapete de la criminología crítica latinoamericana.
Se ha ido rompiendo la invisibilidad del tema de la mujer en relación con la cuestión criminal de nuestros
países y paulatinamente se ha ido incorporando la perspectiva de género en la discusión criminológica.
La construcción de la criminología del siglo XXI debe necesariamente incluir los fundamentos y estructuras
que explican la delincuencia femenina, sus cambios y su tratamiento, y la política criminal diferenciada que
debe desarrollarse y particularmente de la forma en que operan los mecanismos de control social.

Un tema criminológico por construir: la violencia de


género – García
La criminología crítica cuando hablaba de la selectividad del sistema no contemplaba la desigualdad de
género. Ignoraba el hecho de que nos movíamos en un mundo patriarcal.
Lo anterior nos llevó a una primera etapa: estudiar el control social hacia la mujer desde la óptica
feminista, para así ampliar el abordaje de la criminología crítica, al incluir instituciones y conductas antes
no consideradas por esta corriente, abordados como naturales, a-históricos, apolíticos, universales y
neutros.
Por ello asumimos la postura de los movimientos de mujeres en el sentido de aceptar que el discurso
jurídico es androcéntrico y sexista, y que como tal nos marginaba.
Dar una explicación a esta falencia de estudios sobre la delincuencia femenina era fácil aparentemente: las
mujeres delinquen menos que los hombres, su participación es significativamente inferior y por lo tanto no
merecían más investigaciones o profundizar las ya existentes.
Esta nueva perspectiva amplía aún más el objeto de la criminología crítica dirigiéndola hacia el campo de
los Derechos Humanos y por lo tanto de la confirmación de las situaciones de desigualdad entre los
diferentes grupos sociales.

El largo camino hacia una criminología femenina, feminista o


de género
Los movimientos de mujeres lucharon por la incorporación de una mirada diferente al analizar tanto las
situaciones de trasgresión femenina, del control social que se les aplicaba a las mujeres, y del sistema
penal en su conjunto y muy especialmente las situaciones de victimización que las afectaban.
Más allá de la consagración de la igualdad de derechos, emergió el tema de la violencia contra la mujer
como una situación inaceptable que ameritaba tomar las acciones pertinentes por parte del Estado y de la
sociedad y resguardarlas con los respectivos instrumentos jurídicos nacionales internacionales y regionales.
Se considera como violencia de género:
1. La violencia física, sexual y psicológica que se produzca en la familia.
2. La perpetrada dentro de la comunidad en general.
3. La perpetrada por el Estado, donde quiera que esto ocurra.
En la vida cotidiana la mayoría de las conductas violentas ocurren en el ámbito privado, con frecuencia
cometidos por hombres del entorno familiar, violando la integridad corporal y, en muchas ocasiones,
terminando con la vida de estas mujeres.
Hoy en día y gracias a los movimientos de mujeres la violencia contra la mujer está considerada como una
violación a sus derechos humanos otorgándoles a sus víctimas mecanismos de protección tanto a nivel
nacional, regional o internacional.
Se define la violencia contra la mujer como todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo
femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para
la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de su libertad, tanto si
se producen en la vida pública como en la privada.
El femicidio es un término de naturaleza política elaborado y reformulado como feminicidio. El término es
utilizado para visualizar y denunciar los atroces actos de violencia contra la mujer.

Significación del derecho


La oposición entre ámbito público y privado se visualiza mediante conceptos que oponen al Estado/familia,
asuntos públicos/asuntos domésticos, sociedad civil/familia, conceptos que legitiman la participación del
varón en los espacios públicos, recluyendo a las mujeres a la familia, privándolas de sus derechos
económicos, sociales, culturales y sexuales.
La ley da sentido del Derecho como instrumento de cambio y mejoramiento social, pero aún reproduce las
relaciones patriarcales entre los sexos.
El Derecho no es neutral, pues es una construcción desigual entre unas personas y otras, consagrando así
la subordinación de la mujer frente al hombre.
El derecho también es sexista porque no produce iguales efectos entre hombres y mujeres.
La impunidad demostrada frente a los autores de violencia contra la mujer tiene una connotación de
discriminación de género, tanto porque no existe la neutralidad en las normas jurídicas como tampoco hay
imparcialidad de los fiscales y jueces que conocen estos hechos, lo que impide reconocer estos delitos
como tales dificultando su sanción.

¿Pero cómo se ha construido el derecho penal de las mujeres?


El control social fija los límites del comportamiento y por lo tanto de la acción; siendo así hay que examinar
si ese control social actúa de la misma manera para hombres y mujeres.
Es el Derecho el que fijó las normas supuestamente neutrales para los hombres y mujeres, pero
manteniendo el control social hacia las mujeres específicamente en su sexualidad y capacidad
reproductiva.
Si bien es cierto que en cuanto a las situaciones de discriminación varios de nuestros ordenamientos
penales suprimieron conceptos arcaicos por su naturaleza sexista y discriminatoria, el enfoque patriarcal
mantiene todavía estos conceptos en otras normas desgraciadamente vigentes, las que exigen a las
mujeres determinadas virtudes en función de su estado civil, estar o no casada, estimándola como objeto y
no como portadora de bienes jurídicos a proteger como es su integridad psicofísica o la libertad.
Cómo debe analizarse el derecho desde la perspectiva de
género
Este análisis debe hacerse desde tres perspectivas:
a. Desde el punto de vista de las normas formales.
b. Desde el componente estructural.
c. Desde el componente político-cultural.
En el primer nivel de análisis encontramos múltiples leyes que precisamente no buscan cuidar y proteger la
integridad física y psicológica de las mujeres, sino por el contrario sirven para afianzar el control de los
derechos tradicionales que se supone son patrimonio de los hombres, es decir, controlar la sexualidad
femenina.
Desde otra óptica es indispensable analizar la eficacia y eficiencia en la aplicación de las leyes,
indispensables para obtener una justicia reparadora y/o que proteja efectivamente a las víctimas.
Desde el punto de vista estructural percibimos que los operadores de justicia muchas veces crean,
seleccionan, aplican e interpretan principios no necesariamente contenidos en leyes formales, con el
argumento de que los cambios culturales son lentos y que cambiar las leyes toma mucho tiempo.
El tercer nivel de análisis nos lleva a profundizar los valores imperantes de la sociedad donde vivimos.
Existe una raíz profunda asentada en valores patriarcales.
Estas tradiciones y valores patriarcales subsisten muchas veces por presiones económicas y políticas y se
vierten en leyes discriminatorias que establecen las conductas que supuestamente la sociedad acepta
determinando la forma de ejercer la justicia de acuerdo con estos valores y creencias.

El dilema: ¿cómo encontrar un derecho penal que realmente


sirva para proteger a las mujeres?
La utilización del Derecho Penal aunque sea en forma simbólica es, por ahora, la forma más viable para
disminuir la violencia y discriminación que sufren las mujeres.
Por ahora en el caso de la violencia doméstica, a pesar de que está contemplada como delito en casi todas
las legislaciones, se presentan situaciones en la etapa de la aplicación de estas normas, que conducen a la
impunidad de quienes infringen.
Debemos buscar otras alternativas que pasen por el cambio cultural necesario para poder asentar las bases
de una igualdad real, que no meramente formal entre hombres y mujeres, pero que a la vez se mantenga
la criminalización de las conductas más graves y amenazantes contra la vida, y la integridad física y
psicológica de las mujeres.
Este Derecho Penal Mínimo debe compatibilizarse con una justicia de género que produce la igualdad real
en las normas y en su aplicación, eliminando de esta manera todas las formas de discriminación contra las
mujeres.

Conclusiones de la inclusión de la perspectiva de género en la


criminología
 La fuerza y cohesión de los movimientos de mujeres organizados en la sociedad civil ha logrado
avances muy importantes en algunas legislaciones nacionales y en la doctrina al introducir la
perspectiva de género.
 En materia legislativa ha logrado importantes reformas de los Códigos Penales como la supresión
de delitos claramente discriminatorios contra las mujeres, y se han incorporado otros relacionados
con violencia sexual.
 En el mismo orden de ideas se han obtenido importantes reformas en cuanto a eliminación de
conceptos ancestrales y sexistas.
 Se ha logrado la incorporación del concepto de violencia como una figura violatoria de los Derechos
Humanos de la Mujer, terminando con la diferenciación entre el ámbito privado y el público.
 Se ha conseguido incorporar lentamente la perspectiva de género en el ámbito académico de la
criminología.
 Concretamente en el caso de la violencia doméstica se ha incorporado el concepto en la comunidad
y se ha penalizado esta figura incorporando diversas medidas de protección de las víctimas
sobrevivientes.

Marchiori
-Criminología.

 Disciplina científica e interdisciplinaria que estudia: el delito, la víctima, la pena, la criminalidad, el


delincuente, la reacción social institucional, cultural y económica.
 Para explicar, analizar, asistir y prevenir los hechos de violencia.
 Etimológicamente proviene del latín crimis, que significa crimen y del griego logos, que significa
estudio.
 Es un concepto amplio y abarcativo, que no se limita al delito sino que integra todos los aspectos y
áreas vinculados a los comportamientos que provocan daño intencional.

-Etapas históricas.

 Estudio del delito:


o El delito es una conducta que se escapa de las normas jurídicas-sociales-culturales de una cierta
sociedad.
o Se estudiaba el delito y sus diferentes modalidades.
 Estudio de la pena:
o La pena al principio se imponía como castigo y tenía un fin retributivo.
o Luego se consideró que la pena justa no solo castiga sino que evita la repetición.
o Luego se considera la pena como retribución y prevención.
o Después se tomaba la pena como reproche social-cultural para tratar y prevenir.
o Se establece la individualización de la pena: Adecuación de la sanción al sujeto, al hecho, a sus
modalidades y circunstancias.
 Estudio del delincuente:
o Apunta al estudio de la historia del sujeto y de que le sucedió para fracasar en el control de
impulsos y cometer el delito.
o Desde el enfoque clínico, el delito es la expresión de una psicopatología del sujeto.
 Estudio de la criminalidad:
o Atienden al análisis global del delito, al grupo social o región, a las diferentes variables.
o Durkheim define 2 tipos de anomia:
 Aguda: Producida por transformaciones sociales rápidas en las que las reglas sociales se
eliminan.
 Crónica: Las relaciones comerciales quedan libres de restricciones. El delito es un
comportamiento normal de la sociedad, ligada a las condiciones sociales.
o 2 tipos de criminalidad:
 Conocida: Llega a las instituciones, policía, justicia.
 Desconocida (cifra negra): No se sabe la extensión por carencia de estadísticas.
 Estudio de la reacción social institucional:
o Refiere a los modos y mecanismos de las instituciones frente a delito.
o Son diferentes en cada región y época.
 Estudio del costo económico-social del delito:
o Los costos que afectan mucho el presupuesto de los países.
 Estudio de la víctima:
o La víctima es un sujeto que padece un sufrimiento físico, emocional y social a consecuencia de
la violencia de una conducta antisocial.
o Son personas que sufren daños por acción/omisión que violen al legislación penal.
 Estudios de los programas preventivos:
o Son medidas para evitar o atenuar las acciones delictivas
o Los modelos de prevención son:
 Modelo clásico punitivo: Aplica la ley y penas de forma intimidatoria y deshumanizante.
 Modelo medico psicológico/terapéutico: Prevención del delito a través del tratamiento del
delincuente y su readaptación para evitar la reincidencia.
 Modelo social: Basado en reformas de las estructuras y organización social, ya que se
considera que el delincuente surge por fallas en las mismas.
 Modelo comunitario: Consiste en la participación activa de los vecinos para transformar su
hábitat y erradicar la violencia en el barrio.
 Modelo mecánico físico: Busca usurar ciertos espacios propicios para el accionar delictivo,
para reducir la criminalidad.
 Modelo de diseño ambiental: Transformación de espacios inseguros, para hacerlos seguros.
 Modelo de seguridad urbana: Respuesta al crecimiento desmesurado de las ciudades.
 Modelo preventivo victimológico: Tiene como objetivo fortalecer redes de prevención de
victimización.

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