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Unidad 2
Objetivo: Comprender y aplicar los contenidos de la Cristología como
base para la eclesiología.
Temas
Horas AD: 12
Horas TI: 36
AD: trabajo con acompañamiento docente. TI: trabajo independiente del estudiante.
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Criterios de desempeño
Comprender que la cristología es base esencial para la eclesiología.
Asumir los conceptos básicos de la eclesiología para aplicarlos a la
misión.
Aplicar la eclesiología en la acción misionera.
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por Cristo es llamado a un encuentro y visión de Dios que le transformará
y le hará participar definitivamente en su vida divina de máxima unidad
en el amor: "Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado
lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2; cf. Rm 8,14).
Esta esperanza es una tarea cristiana de reaccionar en el amor y de
construir la historia amando. Por esto, "el que tiene en Él esta esperanza,
se santifica como Él es santo" (1 Jn 3,3). La santidad de Dios es su mismo
ser divino como amor de donación, que fundamenta la máxima unidad
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que., como consecuencia,
orienta la humanidad entera hacia ese mismo amor.
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Lectura complementaria
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que encontrará a continuación. Ver lectura.
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Cristo, porque Él la asumió en su presente de Belén, Nazaret y Calvario
(Jn 12,32). Cristo ha querido necesitar de nuestro presente, abriéndolo al
amor, para continuar y “completar" (Col 1,24) su acción salvífica en el
mundo, "hasta que todos alcancemos la medida de la talla que
corresponde a la plenitud de Cristo" (El 4,13).
El valor del hombre estriba en ser imagen de Dios Amor. De este
punto de partida arranca la antropología cristiana. Su valor no consiste
en lo que el hombre posee o dice poseer y disfrutar, sino en su mismo
ser. Por esto, "el hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es
en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). Este es "el yugo suave
y la carga ligera" de Cristo (Mt 11,30), que vivió las circunstancias
sencillas de cada día sin escapar de ellas, antes bien, haciendo de ellas
una donación en la "mansedumbre y la humildad" (Mt 11,29). Ninguna
circunstancia humana le impidió a Cristo la actitud de darse, sin
pertenecerse y con un amor de "primogénito entre muchos hermanos"
(Rm 8,29).
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"mandato del Padre" hasta "dar la vida" comprometiéndose en el caminar
histórico de todo ser humano (Jn 10,17-18). Los mismos hombres que
quisieron eliminar a Cristo crucificándole quedaron "vencidos" y
restaurados por el perdón de Cristo y por su muerte afrontada con amor
de donación.
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El encuentro con el resucitado, inicio de la misión
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La Iglesia misterio anuncia la salvación a todos los
pueblos
El Vaticano II utiliza indistintamente los términos "Misterio" (de raíz
griega) y "Sacramento" (de raíz latina), con el sentido paulino, como lo
hace San Pablo, es decir, como revelación (manifestación concreta) del
designio amoroso y eterno de Dios Padre que quiere salvar a todos los
hombres (cfr. Ef 1,9, 3,5; Col 1,26; 2,3; Rm 16,25). No se trata, pues,
de "misterio" con el sentido de algo indefinido, irreal, oscuro, enigmático,
abstracto o idealista, popularmente misterioso, sino del Proyecto Eterno
salvífico de Dios, progresivamente manifestado y realizado en la historia
del Pueblo de Israel y, definitivamente, en la Persona de Cristo y en "su
Iglesia". Sin embargo, tengámoslo en cuenta, los teólogos suelen utilizar
el término "Misterio" para referirse al contenido mismo de la Historia
Salvífica, y "Sacramento" para expresar el instrumento, el signo revelador
de ese contenido.
La Iglesia tiene un carácter Trinitario porque es la expresión visible
y estable, en el espacio y en el tiempo, de la realidad salvífica a la que
Dios, Uno y Trino convoca a todos los hombres. En Puebla encontramos
muchas alusiones al respecto. Así, por ejemplo, dice en el número 230:
"En esto consiste el 'Misterio' de la Iglesia: es una realidad humana
formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la
insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece,
convoca y salva". También en el 215 dice:
La comunión que ha de construirse entre los hombres abarca el ser
desde las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aún en
su dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo es la comunicación de su propia comunión trinitaria.
El Misterio de la Iglesia, en el fondo, es el Misterio de la Trinidad en
la humanidad, o la entrada de la humanidad en la vida íntima de Dios.
Congar se expresa así: "La Trinidad y la Iglesia: es verdaderamente Dios
que procede de Dios y que retorna a Dios, llevando consigo, en sí, a su
criatura humana” (Cf. Juan Pablo II, 1997. Catecismo de la Iglesia
Católica. Madrid: BAC, p 234).
San Ireneo (+208) también había dicho que "la Iglesia es la
humanidad recogida y asumida por el Hijo en Comunidad de las Tres
Personas, que entra mediante el Hijo en la participación de esta
Comunidad, transformada y penetrada por Ella". Es que la Trinidad se une
en la Iglesia a los hombres para hacer una comunidad con ellos, una
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comunidad de personas humanas con una Comunidad de Personas
Divinas. Jesucristo ora a su Padre para "que ellos (la Iglesia) sean uno
como Nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en mí" (Jn 17,23) y San Juan
dice que "nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn
1,3). Y todo por obra y gracia del Espíritu Santo.
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Como "continuación de Cristo" (9), que es "el Camino, la Verdad y
la Vida" (Jn 14, 6), la Iglesia es Sacramento Universal de Salvación y, por
tanto, es por excelencia, el lugar y el medio ordinario que actualmente
tenemos para salvarnos.
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a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de
salvarse serán juzgados con mayor severidad.
También en GS 21 podemos leer: "Sobre todo, el hombre es llamado
como hijo, a la unión con Dios y a la participación de su felicidad".
Dice Puebla 240 que "esta gracia de filiación divina es el gran tesoro
que la Iglesia debe ofrecer a los hombres de nuestro continente".
La eclesiología del Vaticano II, en línea con el mensaje bíblico,
presenta a Dios que quiere ser Padre de todos los hombres, y por eso
toda la creación ha sido querida en función de la "gracia de filiación". En
total, ha sido la paternidad divina el único motivo más profundo y
constante de la creación y de la Iglesia. Dice, en efecto, LG 2 que:
El Padre eterno, por una disposición libérrima y arcana de su
sabiduría y bondad, creó el universo y decretó elevar a los hombres a
participar de la vida divina... y los 'predestinó a ser conformes con la
imagen de su Hijo' (Rm, 8,29) ... y estableció convocar a quienes creen
en Cristo en la santa Iglesia que ya fue prefigurada desde el origen del
mundo.
También el Decreto Ad Gentes 2 afirma que:
el propósito salvífico dimana del 'amor fontal' o caridad de Dios
Padre que, creándonos libremente por un acto de su excesiva y
misericordiosa benignidad, nos llama graciosamente a participar con Él en
la vida y en la gloria..., no sólo individualmente, sino constituyéndonos
en un pueblo.
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Padre quien nos llama a ser sus hijos y le respondemos creyendo en
Jesucristo y en su Iglesia, siempre movidos por el Espíritu Santo.
Cristo es la revelación y la encarnación de la misericordia del Padre.
La salvación consiste en peer y acoger el misterio del Padre y de su amor,
que se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu. Así se cumple el
Reino de Dios, llevado a cabo por Cristo y en Cristo, y anunciado a todas
las gentes por la Iglesia (Cf. Juan Pablo II. Redemptoris Missio, 12).
Dos puntos importantes hemos de tener en cuenta en esta parte de
nuestro estudio: El primero, que la Iglesia tiene su origen "de lo alto", "de
arriba", es decir, "de la disposición libérrima y de la sabiduría y bondad
del Padre Eterno" (LG 2), no de la voluntad de los hombres. Es
inadecuado, entonces, pensar o decir que la Iglesia es de lo alto para
expresar que es obra de la jerarquía, o decir que viene de lo bajo, como
si proviniera de la voluntad de los laicos. Dijo Juan Pablo II en el Discurso
inaugural de Puebla:
Se engendra en algunos casos una actitud de desconfianza hacia la
Iglesia 'institucional' u 'oficial', calificada como alienante, a la que se
opondría otra Iglesia popular 'que nace del pueblo' y se concreta en los
pobres. Estas posiciones podrían tener grados diferentes, no siempre
fáciles de precisar, de desconocidos condicionamientos ideológicos. El
Concilio ha hecho presente cuál es la naturaleza y misión de la Iglesia
(Cfr: CELAM, Puebla, Discurso Inaugural).
Puebla habla en 262 del problema de los "magisterios paralelos" y
en el número 263 se expresa así:
El problema de la 'Iglesia popular’, que nace del ‘pueblo’, presenta
diversos aspectos. Si se entiende como una Iglesia que busca encarnarse
en los medios populares del continente y que, por lo mismo, surge de la
respuesta de la fe que esos grupos den al Señor, se evita el primer
obstáculo: la aparente negación de la verdad fundamental que enseña
que la Iglesia nace siempre de una primera iniciativa ‘desde arriba’; del
Espíritu que la suscita y del Señor que la convoca. Pero el nombre parece
poco afortunado. Sin embargo, la 'Iglesia popular' aparece como distinta
de 'otra', identificada con la Iglesia 'oficial' o 'institucional', a la que se
acusa de 'alienante'. Esto implicaría una división en el seno de la iglesia y
una inaceptable negación de la función de la jerarquía.
El segundo punto consiste en que la Eclesiología del Vaticano II ha
enriquecido enormemente la noción de Iglesia, devolviéndole su pureza
Bíblica y Patrística que tanto se había descuidado, porque la presenta, en
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Jesucristo, como la etapa culminante y definitiva de la revelación Trinitaria
y del misterio histórico de la salvación. La Iglesia, como Pueblo de Dios,
tuvo su inicio histórico en Abraham, pero, como designio salvífico del
Padre, cobija a "todos los hombres desde Adán, desde el justo Abel, hasta
el último de los elegidos" (LG 2).
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y resurrección, y lo transformó en una nueva criatura" (Gal 6,15; 2Cor
5,17).
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El Espíritu hace nuevas todas las cosas
El amor del Padre ha sido tan infinito que nos ha dado a su propio Hijo y
al Hijo nos ha amado hasta el extremo de darnos su Espíritu, Don
supremo.
El Espíritu Santo es el "Alma de la Iglesia", porque obra en Ella como
el alma en el cuerpo, es decir, la vivifica, la santifica y la une. San Agustín,
en el Sermón 267, 4 se expresa al respecto así:
Nuestro espíritu, aquel por el cual todo hombre tiene vida, se llama
alma. Considerad lo que hace el alma en el cuerpo: ella vivifica todos los
miembros: ve con los ojos, oye con los oídos, huele con la nariz, habla
con la lengua, labora por medio de las manos y mediante los pies camina;
ella está presente en todos los miembros para que vivan; da a todos la
vida y a cada uno su propia función. El ojo no huele, el oído no ve, no ve
tampoco la lengua, ni hablan el oído y el ojo; pero todos viven: vive el
oído, vive la lengua; las funciones son diversas, común la vida. Lo mismo
sucede en la Iglesia de Dios: en ciertos santos hace milagros, en otros
santos enseña la verdad, en estosconserva la virginidad, en aquellos
ustodia la castidad conyugal; en los unos obra esto, en otros aquello; los
particulares tienen cada uno su propio deber, pero de todos es idéntica la
vida. Lo que el alma es para el cuerpo, el Espíritu Santo lo es para el
Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. El Espíritu Santo cumple en la Iglesia
entera lo que el alma obra en los diversos miembros de un mismo cuerpo.
El Espíritu Santo habita en la Iglesia como en su casa. San Pablo
exclama: “¿No sabéis que sois el templo de Dios y que el Espíritu Santo
habita en vosotros?" (1Cor 3,16); el Espíritu Santo "unge al bautizado, le
imprime su sello indeleble (2Cor 1,21) y lo constituye en templo espiritual,
es decir, le llena de la santa presencia de Dios, gracias a la unción y
conformación con Cristo".
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las conciencias hace acoger y comprender la Palabra de la salvación... Las
técnicas de la evangelización son buenas, pero ni aún las más perfectas
entre ellas podrían sustituir la acción discreta del Espíritu. El mismo
Jesucristo "Apóstol del Padre" (Hb 3,1) y "Evangelio de Dios" (EN 7; Mc
1,1; Ro 1,1) se apropia el texto de Isaías 61,1: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, por eso me ha consagrado con la unción y me ha mandado para
anunciar a los pobres un alegre anuncio" (Lc 4,18).
También es el Espíritu Santo la potencia que obra en los
sacramentos y por eso la Iglesia lo invoca categóricamente en la liturgia
Manda tu Espíritu, dice el sacerdote en la Plegaria Eucarística
Romana, a santificar los dones que te ofrecemos para que se conviertan
en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro, quien nos
ha mandado celebrar estos misterios (Cf. De la Encina, Manuel (2015).
Nuevo Misal del Vaticano II. Bilbao: Desclée. pp. 119-1200).
El Espíritu Santo es el vínculo amoroso de la Trinidad y prolonga su
acción sobre la Iglesia para que Ella aparezca ante el mundo como el signo
y el instrumento universal del amor de la Trinidad, mediante una pastoral
llena de caridad y de auténtico servicio espiritual "para que todos los
hombres sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos” (Mt
5,45) (NA 5).
Pero, ciertamente, el oficio primordial que el Espíritu Santo realiza
en la Iglesia es el de santificarlo, y realmente lo hace porque con sus
dones y carismas "la renueva incesantemente y la conduce a la unión
consumada con su Esposo" (LG 4).
Es imposible, dice G. Philips, comentar la consumación de la obra
de Cristo sin mencionar la Misión del Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu
tenía que venir para santificar continuamente a la Iglesia y para llevar a
los creyentes por Cristo al Padre. Únicamente en el Espíritu es donde
Jesús nos da entrada al Padre, seamos judíos o gentiles (Ef 2,18) (24).
Es el Espíritu Santo quien hace, quien forja los santos porque Él es
el organismo sobrenatural, "el Espíritu de vida o fuente de agua que salta
hasta la vida eterna” (Jn 4, 7; 7, 38) (LG 4), el manantial de la gracia
santificante y el torrente de las virtudes teologales y cardinales.
Con toda razón afirma RMi. 87 que “La espiritualidad se expresa,
ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu: ella compromete a
dejarse plasmar por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo”.
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Aunque la Iglesia ha sido encomendada por Jesucristo a la guía del
Espíritu Santo cuando dijo: "Él os guiará a la verdad plena" (Jn 16,13),
sin embargo, el Espíritu Santo aparece como el "Gran Desconocido". Si el
Espíritu Santo no tiene una figura humana como la tiene Jesús, es
necesario, no obstante, entender que "Él es el sujeto Divino de nuestra
historia" (25) y que su acción es silenciosa pero eficaz en lo profundo de
nuestro corazón. Vivimos en la Iglesia "un momento privilegiado del
Espíritu" (26). Es cierto lo que dice Monseñor Esquerda B.: "Cuando el
Espíritu Santo se convierte en el gran deseado, entonces nos parece el
Gran desconocido" (Hemos visto su gloria. 2012, Madrid: Paulinas).
Recursos de Profundización
La Iglesia pueblo de Dios www.youtube.com
Referencias
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