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Nombre del curso Cristología y Eclesiología

Programa MISIONOLOGIA OMP

Facultad Obras Misionales Pontificias

Unidad 2
Objetivo: Comprender y aplicar los contenidos de la Cristología como
base para la eclesiología.

Temas

Tema 1: Seguimiento y opción fundamental

Tema 2: Hijos de Dios en el Hijo

Tema 3: Del encuentro con Cristo a la misión

Tema 4: El anuncio del reino de Dios a todos los pueblos

Tema 5: Construir la tierra amando

Tema 6: Hacia una nueva humanidad

Horas AD: 12

Horas TI: 36

AD: trabajo con acompañamiento docente. TI: trabajo independiente del estudiante.

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Criterios de desempeño
 Comprender que la cristología es base esencial para la eclesiología.
 Asumir los conceptos básicos de la eclesiología para aplicarlos a la
misión.
 Aplicar la eclesiología en la acción misionera.

Tema 1: Seguimiento y opción fundamental

La esperanza cristiana: confianza y tensión


La esperanza cristiana es una actitud que trasciende toda esperanza
humana: "creer contra toda (humana) esperanza" (Rm 4,18). Por una
parte, es confianza plena en Dios Amor y en Cristo su Hijo, que vive
resucitado entre nosotros. Es, pues, una "esperanza que no queda
confundida" y que no se presta a dudas enfermizas, porque se apoya en
el "amor de Dios", que Él nos ha mostrado en Cristo y que nos deja sentir
en lo más profundo del corazón (Rm 5,5). Por otra parte, esta misma
esperanza es tensión, tarea y compromiso de continuar un camino
iniciado por Cristo y que lleva a "una nueva tierra"' donde reinará el amor
(cf. 1 Pe 3,13).
Los puntos de apoyo y seguridades humanas valen poco, porque
todo lo que no nazca del amor o no esté orientado hacia el amor es
caduco. Nuestra "salvación" en Cristo no se apoya en algo palpable, sino
en su presencia y en su palabra, que fundamentan nuestra fe y esperanza
y que hacen posible el amor: "Nuestra salvación se apoya en la esperanza,
pues una esperanza que se ve no es esperanza" (Rm 8,24).

La esperanza está en Cristo


Sabemos que Cristo está en nosotros. Le descubrimos en el hecho de que
nuestro corazón se va orientando hacia el amor: "Sabemos que hemos
sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos"
(1 Jn 3,14).
Cristo, que vive en nosotros, es el primer interesado en hacer que
esta esperanza llegue a ser realidad plena. Él hace posible nuestra
respuesta generosa a colaborar en la tarea de una nueva creación. El
hombre, que ha sido creado a "imagen de Dios" Amor (Gn 1,6s), ahora,

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por Cristo es llamado a un encuentro y visión de Dios que le transformará
y le hará participar definitivamente en su vida divina de máxima unidad
en el amor: "Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado
lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2; cf. Rm 8,14).
Esta esperanza es una tarea cristiana de reaccionar en el amor y de
construir la historia amando. Por esto, "el que tiene en Él esta esperanza,
se santifica como Él es santo" (1 Jn 3,3). La santidad de Dios es su mismo
ser divino como amor de donación, que fundamenta la máxima unidad
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que., como consecuencia,
orienta la humanidad entera hacia ese mismo amor.

Cristo fundamento de toda esperanza


La humanidad progresa continuamente en la búsqueda y en el encuentro
de la verdad y del bien, hasta que un día tendrá lugar el encuentro y
transformación definitiva en Dios, que es suma caridad y sumo bien.
Desde el día de la encarnación en que Dios se hizo hombre como nosotros,
la humanidad ha encontrado el verdadero tono de esa marcha hacia la
unidad. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, hace posible esta marcha
que pasa por la dificultad y por la cruz hacia la resurrección: "Somos
coherederos de Cristo, a condición de que padezcamos con Él para ser
con Él glorificados" (Rm 8,17).
Apoyados en Cristo que "vive" resucitado (Act 25,19; Lc 24,23), ya
podemos comprometernos en la historia, viviendo a la sorpresa de Dios.
“Todo ha sido hecho por Él", que es la Palabra personal del Padre (Jn 1,3).
Y esta Palabra sigue transformando la historia. Hay que "injertarse" en Él
(Rm 6,5) para colaborar a una creación y a una historia nueva.
Por Cristo, todo va pasando a ser "vida nueva" (Rm 6,4). El pan y
el vino, transformados en su cuerpo y sangre (Eucaristía), son el signo
eficaz de un cambio radical que ya se está realizando en toda la
humanidad y en toda la creación. Pero esta realidad se vive en la fe y la
esperanza de saber que "completamos" la acción salvífica y
transformadora de Cristo (Col 1,24).

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Lectura complementaria
Para una mayor profundización y comprensión del tema, realice la lectura
que encontrará a continuación. Ver lectura.

Tema 2: Hijos de Dios en el Hijo

En Cristo toda la historia se transforma


Huir de la realidad y escapar del presente no sería actitud cristiana, sino
simple alienación. El Hijo de Dios vivió en unas coordenadas geográficas
e históricas para realizar la redención. Le echaron en cara su cualidad de
ser de Nazaret (Jn 1,46), de ser el "hijo del carpintero" y de "tener por
madre a María" (Mt 13,55). Pero nos redimió precisamente amando estas
circunstancias y transformándolas en donación.
La historia se construye amando. Del pasado heredamos una
historia de gracia, simultáneamente a unas taras y defectos que hay que
corregir; pero no podemos refugiarnos en la nostalgia, añoranza o
melancolía. Hay que agradecer a los que "sembraron con lágrimas" (Sl
125,5), porque "uno es el que siembra y otro es el que siega" (Jn 4,37).
“El futuro se prepara en un presente vivido con intensidad y sencillez,
como en época de siembra. Hay que aprender a ser, con Cristo, el granito
de trigo que muere en el surco" para producir luego la espiga (Jn 12,24).

El valor del hombre a la luz de Cristo


Quien se deja contagiar de los amores y vivencias de Cristo encuentra
una armonía universal que es geográfica e histórica, de hoy y de siempre.
Con "Cristo ayer, hoy y por los siglos" (Hb 13,8), se aprende a ser "el
hermano universal" como Francisco de Asís y Carlos de Foucauld. Nuestro
presente, vivido en Cristo y transformado en donación, transforma,
repara y salva el presente de todos los hermanos de la historia.
Abriéndonos al amor en nuestro momento presente y en nuestras
circunstancias de Nazaret, recuperamos y salvamos toda la historia y toda
la humanidad.
El grito de Jesús, "venid a mí todos" (Mt 11,28), trasciende el
espacio y el tiempo, porque es vivencia de un presente concreto por
parte del Verbo encarnado. Toda la historia es salvada y recuperada por

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Cristo, porque Él la asumió en su presente de Belén, Nazaret y Calvario
(Jn 12,32). Cristo ha querido necesitar de nuestro presente, abriéndolo al
amor, para continuar y “completar" (Col 1,24) su acción salvífica en el
mundo, "hasta que todos alcancemos la medida de la talla que
corresponde a la plenitud de Cristo" (El 4,13).
El valor del hombre estriba en ser imagen de Dios Amor. De este
punto de partida arranca la antropología cristiana. Su valor no consiste
en lo que el hombre posee o dice poseer y disfrutar, sino en su mismo
ser. Por esto, "el hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es
en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). Este es "el yugo suave
y la carga ligera" de Cristo (Mt 11,30), que vivió las circunstancias
sencillas de cada día sin escapar de ellas, antes bien, haciendo de ellas
una donación en la "mansedumbre y la humildad" (Mt 11,29). Ninguna
circunstancia humana le impidió a Cristo la actitud de darse, sin
pertenecerse y con un amor de "primogénito entre muchos hermanos"
(Rm 8,29).

En Cristo el creyente se transforma para anunciarlo


El creyente en Cristo se convierte, por gracia o don de Dios, en
colaborador suyo para renovar el mundo en la verdad y la libertad del
amor (Ef 4,15) para luego ir a anunciarlo en la misión. Unido a Cristo, el
creyente se hace instrumento vivo para construir una familia universal de
hijos de Dios. La comunidad humana comienza a construirse en cada
corazón que se unifica según el amor.
La encarnación del Verbo, por la que el Hijo de Dios" habita entre
nosotros" (Jn 1,14), cambia y transforma el destino de la humanidad. Las
circunstancias humanas de la vida de Cristo fueron las mismas que las
nuestras, pero fueron vividas por Él desde dentro y con un amor de Hijo
de Dios hecho nuestro "consorte" y hermano. Así fue y sigue siendo "el
Salvador del mundo", como "Hijo de Dios enviado por el amor del Padre
para nuestra salvación» (1 Jn 4,14; Jn 3,17). Para continuar esta obra de
salvación, Cristo quiere necesitar de nosotros y de nuestro presente como
parte de su misma historia.
Cristo "diviniza" a los hombres haciéndoles plenamente hombres
según el proyecto de Dios Amor, como "hijos en el Hijo" (El 1,1.5) y
expresión o "gloria" suya (Ef 1,6). Cristo transforma desde dentro al
hombre y a toda la historia humana, porque la vive en su presente sin
escapar ni destruir (Jn 3,17). El secreto de Cristo es la fidelidad al

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"mandato del Padre" hasta "dar la vida" comprometiéndose en el caminar
histórico de todo ser humano (Jn 10,17-18). Los mismos hombres que
quisieron eliminar a Cristo crucificándole quedaron "vencidos" y
restaurados por el perdón de Cristo y por su muerte afrontada con amor
de donación.
Lectura complementaria
Para una mayor profundización y comprensión del tema, realice la lectura
que encontrará a continuación. Ver lectura.

Tema 3: Del encuentro con Cristo a la misión

Cristo salva al hombre en toda su integridad

1. El modo de salvar y el camino de salvación de Cristo, es peculiar.


Se inserta plenamente en la realidad humana haciéndola suya, a
modo de consorte o "esposo", para orientarla según los planes de
Dios Amor. Esta realidad es historia humana, asumida por Cristo,
pasa a ser parte de su biografía y, por tanto, biografía del Hijo de
Dios.

2. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, salva al hombre amándolo


hondamente. Todos los momentos de la vida de Cristo son
momentos de donación total. Ama así desde el momento de la
encarnación. En cada rostro humano, Jesús vio nuestro rostro.
Vivió, murió y resucitó amándonos con todo el corazón. Por esto,
puede salvar al hombre en toda su integridad y unidad de cuerpo
y de espíritu, de grandeza y de miseria, de realidad temporal y de
deseo de infinito. Salva al hombre amándolo en sus coordenadas
de espacio y de tiempo, para hacerlo pasar a su misma "vida
eterna", que Él comunica como Hijo de Dios (Jn 17,2-3).

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El encuentro con el resucitado, inicio de la misión

1. Uniéndonos a Cristo resucitado, comenzamos a compartir su


eternidad de Verbo hecho nuestro hermano. La historia humana,
en Cristo, va pasando a ser vida e historia eterna. Cristo, por medio
nuestro, instaura una nueva humanidad, que trasciende las
coordenadas de lo caduco y pasajero. La caridad, como
participación de la vida divina, hace este milagro a partir de las
cosas más pequeñas, porque "la caridad jamás decae" (1 Cor 13,8).

2. En Cristo ha comenzado a descifrarse el misterio del hombre. La


contemplación del misterio de Cristo desde una actitud de fe,
esperanza y caridad es fuente imprescindible e inagotable de toda
reflexión sobre el hombre. La verdad sobre la "antropología" o
realidad humana sólo aparece a la luz de Cristo, quien "manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre, y le descubre la
sublimidad de su vocación" (GS 22).

3. A la luz de Cristo resucitado, todo el cosmos y toda la historia se


rehacen en una armonía que refleja la acción del Espíritu Santo,
como expresión del amor eterno entre el Padre y el Hijo. Nuestra
fe y reflexión contemplativa sobre Cristo se nos convierten en la
verdadera sabiduría sobre el mundo ("cosmos"). Las cosas y los
acontecimientos dejan entrever al creyente su verdadero sentido,
su belleza más auténtica y su orientación definitiva. Cristo, como
corazón de la historia y de la creación entera, sigue diciendo: "Si
alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

4. Cristo, el Hijo de Dios hecho nuestro hermano y redentor, es, por


ello mismo, el "hombre nuevo" (1 Cor 15,47), que ha inaugurado
un modo nuevo de ser y de vivir, "El que es imagen de Dios invisible
(Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la
descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el
primer pecado" (GS 22).

5. La iniciativa de esta acción salvífica, que transforma el universo, la


sigue teniendo Cristo: "He aquí que hago nuevas todas las cosas"
(Ap 21,5; pero la constante que sigue el Señor es la de salvar al
hombre por el hombre, esperando nuestro "sí" y nuestra
colaboración: "Amén (sí). Ven, Señor Jesús" (Apoc 22, 20).

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Lectura complementaria
Para una mayor profundización y comprensión del tema, realice la lectura
que encontrará a continuación. Ver lectura.

Tema 4: El anuncio del Reino de Dios a todos los


pueblos

Origen Trinitario de la Iglesia que anuncia el Reino


El origen Trinitario de la Iglesia brota espontáneamente de la afirmación
categórica que solemnemente hace el Vaticano II: "La Iglesia es en Cristo
como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con
Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). Y más
concretamente "Sacramento Universal de Salvación" (LG 9; 48; GS 45;
AG 5; SC 5). Dice GS 21: "A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles
a Dios Padre y a su Hijo Encarnado con la continua renovación y
purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo".
Al respecto dice Juan Pablo II en Redemptoris Missio 7:
La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia es
autocomunicación de Dios: Es el amor, que no sólo crea el bien, sino que
hace participar en la misma vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En
efecto, el que ama desea darse a sí mismo (Dives inmisericordia 7).
La primera novedad de la Eclesiología del Vaticano II está en haber
mirado a la Iglesia, ya desde el capítulo 1 de la Constitución Lumen
Gentium, como "Misterio" o revelación histórico-salvífica que encarna aquí
y ahora el "hoy" de toda la Oikonomía o Plan Divino de Salvación.
Dentro de la Historia General de Salvación viene la historia
particular de salvación que, fundamentalmente, es la historia de la
humanidad que es invitada por Dios, mediante una serie de
intervenciones históricas, para que sea su "Pueblo escogido", su "Iglesia".
Es el diálogo de la Trinidad con el hombre, o, como dijera San Agustín en
De Trinitate, es "el Misterio del Arca de Salvación" (Cf. De Trinitate, 1984.
Madrid: BAC, p 216).

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La Iglesia misterio anuncia la salvación a todos los
pueblos
El Vaticano II utiliza indistintamente los términos "Misterio" (de raíz
griega) y "Sacramento" (de raíz latina), con el sentido paulino, como lo
hace San Pablo, es decir, como revelación (manifestación concreta) del
designio amoroso y eterno de Dios Padre que quiere salvar a todos los
hombres (cfr. Ef 1,9, 3,5; Col 1,26; 2,3; Rm 16,25). No se trata, pues,
de "misterio" con el sentido de algo indefinido, irreal, oscuro, enigmático,
abstracto o idealista, popularmente misterioso, sino del Proyecto Eterno
salvífico de Dios, progresivamente manifestado y realizado en la historia
del Pueblo de Israel y, definitivamente, en la Persona de Cristo y en "su
Iglesia". Sin embargo, tengámoslo en cuenta, los teólogos suelen utilizar
el término "Misterio" para referirse al contenido mismo de la Historia
Salvífica, y "Sacramento" para expresar el instrumento, el signo revelador
de ese contenido.
La Iglesia tiene un carácter Trinitario porque es la expresión visible
y estable, en el espacio y en el tiempo, de la realidad salvífica a la que
Dios, Uno y Trino convoca a todos los hombres. En Puebla encontramos
muchas alusiones al respecto. Así, por ejemplo, dice en el número 230:
"En esto consiste el 'Misterio' de la Iglesia: es una realidad humana
formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la
insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece,
convoca y salva". También en el 215 dice:
La comunión que ha de construirse entre los hombres abarca el ser
desde las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aún en
su dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo es la comunicación de su propia comunión trinitaria.
El Misterio de la Iglesia, en el fondo, es el Misterio de la Trinidad en
la humanidad, o la entrada de la humanidad en la vida íntima de Dios.
Congar se expresa así: "La Trinidad y la Iglesia: es verdaderamente Dios
que procede de Dios y que retorna a Dios, llevando consigo, en sí, a su
criatura humana” (Cf. Juan Pablo II, 1997. Catecismo de la Iglesia
Católica. Madrid: BAC, p 234).
San Ireneo (+208) también había dicho que "la Iglesia es la
humanidad recogida y asumida por el Hijo en Comunidad de las Tres
Personas, que entra mediante el Hijo en la participación de esta
Comunidad, transformada y penetrada por Ella". Es que la Trinidad se une
en la Iglesia a los hombres para hacer una comunidad con ellos, una

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comunidad de personas humanas con una Comunidad de Personas
Divinas. Jesucristo ora a su Padre para "que ellos (la Iglesia) sean uno
como Nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en mí" (Jn 17,23) y San Juan
dice que "nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn
1,3). Y todo por obra y gracia del Espíritu Santo.

La misión de la Iglesia tiene su origen en la Trinidad


La Iglesia es una misteriosa extensión de la Trinidad en el tiempo y
esa misión se prolonga en el anuncio del Reino. Bruno Forte se expresa
diciendo que "la Iglesia es la presencia de la Trinidad en el tiempo y del
tiempo en la Trinidad" (Cf. La Iglesia de la Trinidad. 1987. Salamanca:
secretariado Trinitario, p 204).
En la cultura occidental (Iglesia latina) los cristianos decimos que la
Iglesia del Nuevo Testamento es "Iglesia de Cristo", en tanto que los
cristianos de la cultura oriental (Iglesia griega) dicen que es "Iglesia del
Espíritu Santo". La realidad es que la Iglesia es de la Trinidad, es su Obra.
En efecto, el Misterio de la Iglesia entronca definitivamente con el Misterio
de la Vida Trinitaria, hasta el punto que la Trinidad es, a la vez, causa
eficiente, ejemplar y final de la Iglesia, o, en otras palabras, la Iglesia
tiene su origen, su modelo y su meta en la Trinidad. El Cardenal H. de
Lubac dice que "la Iglesia está llena de la Trinidad" (Cf. Meditaciones
sobre la Iglesia. 1976. Madrid: Cristiandad, p 267), y Tertuliano, a su vez,
afirma que "allí donde están los Tres, a saber, el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, allí está la Iglesia, porque la Iglesia es el Cuerpo de los
Tres" (Ibid, p 287).
La Eclesiología del Vaticano II presenta a la Iglesia como Misterio
que viene de la Trinidad, que está estructurada a imagen de la Trinidad y
que conserva perenne su validez en el tiempo y en el espacio, hasta la
consumación escatológica, cuando "Dios sea todo en todas las cosas" (1
Cor 15, 28).
En esta "Hora luminosa de la Iglesia" (8), en este "siglo de la
Iglesia", nos vamos alejando de una Eclesiología que nos tenía
acostumbrados a ver en la Iglesia una mera sociedad fundada por
Jesucristo para continuar su obra en el mundo. Ahora recalcamos que la
Iglesia es "la Asamblea visible y la comunidad espiritual... la realidad
compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino" (LG
8), cuya articulación social, visible es también sacramento (signo e
instrumento) de la realidad invisible de la Trinidad.

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Como "continuación de Cristo" (9), que es "el Camino, la Verdad y
la Vida" (Jn 14, 6), la Iglesia es Sacramento Universal de Salvación y, por
tanto, es por excelencia, el lugar y el medio ordinario que actualmente
tenemos para salvarnos.

Lectura complementaria
Para una mayor profundización y comprensión del tema, realice la lectura
que encontrará a continuación. Ver lectura.

Tema 5: Construir la Tierra amando

La voluntad salvífica del Padre


La sucesión de las manifestaciones de Dios no da lugar a tres eras
independientes, entre ellas: la era del Padre, la era del Hijo y la era del
Espíritu Santo, sino a tres etapas o momentos progresivos de la
revelación, en donde cada momento recapitula y perfecciona el
precedente. En el AT se manifestó el Padre; en el NT la encarnación del
Hijo manifestó plenamente al Padre; y el Espíritu Santo, como agente
principal de la misión eclesial, prolonga la paternidad de Dios a toda la
humanidad. A este respecto, se expresa así J. B. Mondin:
Son tres momentos que por apropiación vienen atribuidos
respectivamente al Padre, -al Hijo y al Espíritu Santo, sin embargo, esto
no debe oscurecer la verdad fundamental de que la Iglesia es fruto de la
acción colectiva y constante de las tres Divinas Personas. Desde su inicio
hasta el final, la Iglesia toda entera es obra de la Trinidad (Cf. La Teología
en el siglo XX Madrid: BAC, 174).
Por "gracia de la filiación" entendemos la voluntad de Dios Padre
que llama al hombre para que comparta con Él la vida y la gloria divinas;
como gracia es un don gratuito, y como filiación es una participación
mucho más íntima y profunda que el parecido y similitud de la imagen.
Dice LG 14:
No olviden los hijos de la Iglesia que su excelente condición no
deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo,

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a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de
salvarse serán juzgados con mayor severidad.
También en GS 21 podemos leer: "Sobre todo, el hombre es llamado
como hijo, a la unión con Dios y a la participación de su felicidad".
Dice Puebla 240 que "esta gracia de filiación divina es el gran tesoro
que la Iglesia debe ofrecer a los hombres de nuestro continente".
La eclesiología del Vaticano II, en línea con el mensaje bíblico,
presenta a Dios que quiere ser Padre de todos los hombres, y por eso
toda la creación ha sido querida en función de la "gracia de filiación". En
total, ha sido la paternidad divina el único motivo más profundo y
constante de la creación y de la Iglesia. Dice, en efecto, LG 2 que:
El Padre eterno, por una disposición libérrima y arcana de su
sabiduría y bondad, creó el universo y decretó elevar a los hombres a
participar de la vida divina... y los 'predestinó a ser conformes con la
imagen de su Hijo' (Rm, 8,29) ... y estableció convocar a quienes creen
en Cristo en la santa Iglesia que ya fue prefigurada desde el origen del
mundo.
También el Decreto Ad Gentes 2 afirma que:
el propósito salvífico dimana del 'amor fontal' o caridad de Dios
Padre que, creándonos libremente por un acto de su excesiva y
misericordiosa benignidad, nos llama graciosamente a participar con Él en
la vida y en la gloria..., no sólo individualmente, sino constituyéndonos
en un pueblo.

El Padre que nos ama nos llama a la salvación, gracias a


su amor
La llamada del Padre a ser sus hijos, conformes con la imagen de su
Unigénito, cobija a toda la historia y a todos los hombres, y de allí deriva
la noción de "Iglesia" que es substancialmente "la familia de los llamados
que se preparan como peregrinos en la tierra para llegar a la casa del
Padre" (Jn 14,2).
También el Decreto sobre el Ecumenismo dice que "el amor de Dios
para con nosotros se manifestó en que el Padre envió al mundo a su Hijo
Unigénito para que regenerara a todo el género humano" (UR 2). Es Dios

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Padre quien nos llama a ser sus hijos y le respondemos creyendo en
Jesucristo y en su Iglesia, siempre movidos por el Espíritu Santo.
Cristo es la revelación y la encarnación de la misericordia del Padre.
La salvación consiste en peer y acoger el misterio del Padre y de su amor,
que se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu. Así se cumple el
Reino de Dios, llevado a cabo por Cristo y en Cristo, y anunciado a todas
las gentes por la Iglesia (Cf. Juan Pablo II. Redemptoris Missio, 12).
Dos puntos importantes hemos de tener en cuenta en esta parte de
nuestro estudio: El primero, que la Iglesia tiene su origen "de lo alto", "de
arriba", es decir, "de la disposición libérrima y de la sabiduría y bondad
del Padre Eterno" (LG 2), no de la voluntad de los hombres. Es
inadecuado, entonces, pensar o decir que la Iglesia es de lo alto para
expresar que es obra de la jerarquía, o decir que viene de lo bajo, como
si proviniera de la voluntad de los laicos. Dijo Juan Pablo II en el Discurso
inaugural de Puebla:
Se engendra en algunos casos una actitud de desconfianza hacia la
Iglesia 'institucional' u 'oficial', calificada como alienante, a la que se
opondría otra Iglesia popular 'que nace del pueblo' y se concreta en los
pobres. Estas posiciones podrían tener grados diferentes, no siempre
fáciles de precisar, de desconocidos condicionamientos ideológicos. El
Concilio ha hecho presente cuál es la naturaleza y misión de la Iglesia
(Cfr: CELAM, Puebla, Discurso Inaugural).
Puebla habla en 262 del problema de los "magisterios paralelos" y
en el número 263 se expresa así:
El problema de la 'Iglesia popular’, que nace del ‘pueblo’, presenta
diversos aspectos. Si se entiende como una Iglesia que busca encarnarse
en los medios populares del continente y que, por lo mismo, surge de la
respuesta de la fe que esos grupos den al Señor, se evita el primer
obstáculo: la aparente negación de la verdad fundamental que enseña
que la Iglesia nace siempre de una primera iniciativa ‘desde arriba’; del
Espíritu que la suscita y del Señor que la convoca. Pero el nombre parece
poco afortunado. Sin embargo, la 'Iglesia popular' aparece como distinta
de 'otra', identificada con la Iglesia 'oficial' o 'institucional', a la que se
acusa de 'alienante'. Esto implicaría una división en el seno de la iglesia y
una inaceptable negación de la función de la jerarquía.
El segundo punto consiste en que la Eclesiología del Vaticano II ha
enriquecido enormemente la noción de Iglesia, devolviéndole su pureza
Bíblica y Patrística que tanto se había descuidado, porque la presenta, en

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Jesucristo, como la etapa culminante y definitiva de la revelación Trinitaria
y del misterio histórico de la salvación. La Iglesia, como Pueblo de Dios,
tuvo su inicio histórico en Abraham, pero, como designio salvífico del
Padre, cobija a "todos los hombres desde Adán, desde el justo Abel, hasta
el último de los elegidos" (LG 2).

Misión redentora del Hijo y la salvación por amor


El primer misionero es Jesucristo porque fue el primer enviado del Padre
para que pusiera en ejecución el designio de Salvación Universal, o, mejor
"para restaurar en Él todas las cosas" (Ef 1,4).
Nos dice LG 3 que "Cristo, en cumplimiento de la Voluntad del Padre,
inauguró en la tierra el Reino de los Cielos, nos reveló su misterio, y con
su obediencia realizó la redención". Así, Cristo es presentado como centro
de la Historia Salvífica y como Supremo Revelador del Padre y de su
designio amoroso. La aparición de Jesucristo en el mundo, todo su
Misterio Pascual, es decir, su nacimiento, su pasión, su muerte y
resurrección son el culmen de toda la historia de salvación. Jesucristo, de
verdad, "asumió la entera naturaleza humana cual se encuentra en
nosotros, miserables y pobres, pero sin el pecado" (AG 3) y todo lo
asumido por Él, quedó sanado o redimido.
Jesucristo es el Redentor porque realiza el papel de "mediador entre
Dios y los hombres" (1Tim 2,5; cfr. SC 5). Pero esta mediación no consiste
en que Jesucristo se hubiera colocado en el medio de Dios y del hombre,
como mero intérprete en un diálogo de conciliación, sino en que el Hijo
de Dios, el Unigénito del Padre, cuando asume la naturaleza humana y se
hace hombre en las entrañas de la Virgen María por obra del Espíritu
Santo, une, sin confundir, en su propia Persona Divina la naturaleza divina
y la naturaleza humana. A partir del momento de la Encarnación, el Padre
Dios mira en su unigénito a todos los hombres y los ama, desde entonces,
con aquel mismo amor con que amó al primer hombre antes del pecado
de Adán. Más aún, Jesucristo, Hijo unigénito, engendrado, pero no creado
por el Padre, al hacerse hombre ha elevado a todos los hombres que creen
en Él a la calidad de hermanos suyos e hijos adoptivos de su Padre, con
el derecho de heredar el Reino de Dios. "Por medio de Jesucristo, exclama
San Pablo, nosotros estamos en paz con Dios y por su medio hemos
obtenido, mediante la fe, participar de esta gracia" (Ro 5,1; 8,29; Ef 1,11;
Col 1,15). También nos dice LG 7 que "el Hijo de Dios, en la naturaleza
humana unida a sí, redimió al hombre, venciendo la muerte con su muerte

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y resurrección, y lo transformó en una nueva criatura" (Gal 6,15; 2Cor
5,17).
Lectura complementaria
Para una mayor profundización y comprensión del tema, realice la lectura
que encontrará a continuación. Ver lectura.

Tema 6: Hacia una nueva humanidad

Misión santificadora del Espíritu Santo


El Espíritu Santo es ahora y siempre el segundo misionero de la Trinidad.
Como el Hijo fue enviado por el Padre, así:
Para que lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación,
alcance su efecto en todo el curso de los tiempos, Cristo envió de parte
del Padre al Espíritu Santo, para que llevara a cabo interiormente su obra
salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a sí misma (AG 3 - 4).
Es Juan Pablo II en Redemptoris Missio, 25 quien afirma: “Es el
Espíritu quien impulsa a ir cada vez más lejos, no sólo en sentido
geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para
una misión verdaderamente universal”. El papel específico del Espíritu
Santo lo afirma la LG 4 cuando dice que "el Espíritu Santo fue enviado el
día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia".
También Juan Pablo II en su Encíclica Dominum et vivificantem, 42
dice:
Sin duda la obra salvífica es encomendada por Jesús a los hombres:
a los Apóstoles y a la Iglesia. Sin embargo, en estos hombres y por medio
de ellos, el Espíritu Santo sigue siendo el protagonista trascendente de la
realización de esta obra en el espíritu del hombre y en la historia del
mundo.

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El Espíritu hace nuevas todas las cosas
El amor del Padre ha sido tan infinito que nos ha dado a su propio Hijo y
al Hijo nos ha amado hasta el extremo de darnos su Espíritu, Don
supremo.
El Espíritu Santo es el "Alma de la Iglesia", porque obra en Ella como
el alma en el cuerpo, es decir, la vivifica, la santifica y la une. San Agustín,
en el Sermón 267, 4 se expresa al respecto así:
Nuestro espíritu, aquel por el cual todo hombre tiene vida, se llama
alma. Considerad lo que hace el alma en el cuerpo: ella vivifica todos los
miembros: ve con los ojos, oye con los oídos, huele con la nariz, habla
con la lengua, labora por medio de las manos y mediante los pies camina;
ella está presente en todos los miembros para que vivan; da a todos la
vida y a cada uno su propia función. El ojo no huele, el oído no ve, no ve
tampoco la lengua, ni hablan el oído y el ojo; pero todos viven: vive el
oído, vive la lengua; las funciones son diversas, común la vida. Lo mismo
sucede en la Iglesia de Dios: en ciertos santos hace milagros, en otros
santos enseña la verdad, en estosconserva la virginidad, en aquellos
ustodia la castidad conyugal; en los unos obra esto, en otros aquello; los
particulares tienen cada uno su propio deber, pero de todos es idéntica la
vida. Lo que el alma es para el cuerpo, el Espíritu Santo lo es para el
Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. El Espíritu Santo cumple en la Iglesia
entera lo que el alma obra en los diversos miembros de un mismo cuerpo.
El Espíritu Santo habita en la Iglesia como en su casa. San Pablo
exclama: “¿No sabéis que sois el templo de Dios y que el Espíritu Santo
habita en vosotros?" (1Cor 3,16); el Espíritu Santo "unge al bautizado, le
imprime su sello indeleble (2Cor 1,21) y lo constituye en templo espiritual,
es decir, le llena de la santa presencia de Dios, gracias a la unción y
conformación con Cristo".

El Espíritu Santo, alma de la Iglesia para una nueva


humanidad
El Espíritu Santo es el alma vivificante o principio motor y animador de
las tres funciones o actividades a través de las cuales la Iglesia se
construye y prolonga la Misión de Cristo para llevar la luz y la vida al
mundo entero: la función profética, la función litúrgica y la función
pastoral. El Espíritu Santo es el "Agente principal de la Evangelización"
(23): Es Él quien impulsa a anunciar el Evangelio y quien en lo íntimo de

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las conciencias hace acoger y comprender la Palabra de la salvación... Las
técnicas de la evangelización son buenas, pero ni aún las más perfectas
entre ellas podrían sustituir la acción discreta del Espíritu. El mismo
Jesucristo "Apóstol del Padre" (Hb 3,1) y "Evangelio de Dios" (EN 7; Mc
1,1; Ro 1,1) se apropia el texto de Isaías 61,1: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, por eso me ha consagrado con la unción y me ha mandado para
anunciar a los pobres un alegre anuncio" (Lc 4,18).
También es el Espíritu Santo la potencia que obra en los
sacramentos y por eso la Iglesia lo invoca categóricamente en la liturgia
Manda tu Espíritu, dice el sacerdote en la Plegaria Eucarística
Romana, a santificar los dones que te ofrecemos para que se conviertan
en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro, quien nos
ha mandado celebrar estos misterios (Cf. De la Encina, Manuel (2015).
Nuevo Misal del Vaticano II. Bilbao: Desclée. pp. 119-1200).
El Espíritu Santo es el vínculo amoroso de la Trinidad y prolonga su
acción sobre la Iglesia para que Ella aparezca ante el mundo como el signo
y el instrumento universal del amor de la Trinidad, mediante una pastoral
llena de caridad y de auténtico servicio espiritual "para que todos los
hombres sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos” (Mt
5,45) (NA 5).
Pero, ciertamente, el oficio primordial que el Espíritu Santo realiza
en la Iglesia es el de santificarlo, y realmente lo hace porque con sus
dones y carismas "la renueva incesantemente y la conduce a la unión
consumada con su Esposo" (LG 4).
Es imposible, dice G. Philips, comentar la consumación de la obra
de Cristo sin mencionar la Misión del Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu
tenía que venir para santificar continuamente a la Iglesia y para llevar a
los creyentes por Cristo al Padre. Únicamente en el Espíritu es donde
Jesús nos da entrada al Padre, seamos judíos o gentiles (Ef 2,18) (24).
Es el Espíritu Santo quien hace, quien forja los santos porque Él es
el organismo sobrenatural, "el Espíritu de vida o fuente de agua que salta
hasta la vida eterna” (Jn 4, 7; 7, 38) (LG 4), el manantial de la gracia
santificante y el torrente de las virtudes teologales y cardinales.
Con toda razón afirma RMi. 87 que “La espiritualidad se expresa,
ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu: ella compromete a
dejarse plasmar por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo”.

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Aunque la Iglesia ha sido encomendada por Jesucristo a la guía del
Espíritu Santo cuando dijo: "Él os guiará a la verdad plena" (Jn 16,13),
sin embargo, el Espíritu Santo aparece como el "Gran Desconocido". Si el
Espíritu Santo no tiene una figura humana como la tiene Jesús, es
necesario, no obstante, entender que "Él es el sujeto Divino de nuestra
historia" (25) y que su acción es silenciosa pero eficaz en lo profundo de
nuestro corazón. Vivimos en la Iglesia "un momento privilegiado del
Espíritu" (26). Es cierto lo que dice Monseñor Esquerda B.: "Cuando el
Espíritu Santo se convierte en el gran deseado, entonces nos parece el
Gran desconocido" (Hemos visto su gloria. 2012, Madrid: Paulinas).

Recursos de Profundización
La Iglesia pueblo de Dios www.youtube.com

Referencias
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