Está en la página 1de 3

Una oportunidad perdida de ayudar a alguien que está pasando por un

momento difícil.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda
consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros
consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos
consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda
también por el mismo Cristo nuestra consolación (2 Corintios 1:3-5).

¿Está usted en el ministerio?

Para mí ese pasaje significa que nuestra vida tiene la intención de ser un ministerio y nuestras
tribulaciones son nuestras credenciales. Algún día, en algún lado, quizás cuando usted menos lo espere,
alguien se cruzará en su camino; alguien que está pasando por la misma dificultad que usted pasó. El
consuelo que usted recibió durante su momento de aflicción, y las lecciones que usted aprendió, ahora
son suyas para pasárselas a otras personas. Nadie más que usted está en una mejor posición para
ministrar, porque solamente usted “conoce cómo es eso”. Habiendo sobrevivido esa dura prueba, ahora
usted posee poderosas herramientas para el ministerio: Credibilidad y perspectiva.

Dos experiencias recientes me guiaron a escribir este mensaje. A pesar de que ambas llevan el
testimonio de la verdad de 2 Corintios 1:3-5, una es un ejemplo del éxito que resultó al aplicarlo y la
otra describe el fracaso de hacerlo. (Nota: Este artículo se publicó por primera vez en el año 2003.)

Primero el éxito

Un amigo me invitó a almorzar y me preguntó sobre lo que iba a escribir esa semana. Yo le mencioné
que tenía dos posibilidades y le dije que la que prefería me era frustrante porque no le encontraba la
forma de ponerla en el contexto adecuado. “Cuéntamela” me dijo. Él sabía que ciertos eventos en mi
reciente pasado me habían afectado profundamente, y al haber soportado una dificultad parecida, él
me había invitado a almorzar para ofrecerme su apoyo. Él concluyó correctamente que al hacerme
hablar sobre mi escrito sería bueno, y así lo fue. Cuando le conté la historia, la escritura del principio
saltó a mi mente. Era la pieza que me faltaba para captar el contexto. Me detuve para darle gracias al
Señor y a mi amigo, y por un momento nos volvimos un poco lagrimones cuando reconocimos que el
Señor se había involucrado en nuestra conversación.

Y ahora el fracaso

El fracaso se relaciona con la historia que le estaba relatando a mi amigo acerca del artículo que estaba
tratando de escribir. El tópico fue una oportunidad que había perdido de poder ayudar a alguien que
estaba pasando por un tiempo difícil.

25 años antes el negocio de mi familia estaba en serios problemas; tanto así que tuvimos que venderlo
rápido y barato para evitar perderlo todo. (Ya habíamos perdido bastante.) Fue un negocio muy
conocido y toda la comunidad supo lo que sucedió.

Un tiempo después, conversando con una persona conocida, descubrí que también estaba pasando por
un problema similar. Cuando conversábamos me preguntó cómo había yo salido del problema. En
retrospectiva puedo ver que esa era una cita divina, pero en ese momento la volé. Me mantuve en la
historia que había fabricado para proteger mi orgullo, de que simplemente habíamos vendido el
negocio y habíamos salido bien. Ambos sabíamos que eso era una mentira, pero ignoré la mirada de
desilusión en su rostro. Yo preferí no ver lo desesperado que él estaba de hablar con alguien que
pudiera entenderlo y que pudiera ayudarlo en su momento de problemas.

Un corto tiempo después, su negocio cerró y tanto él como su socio sufrieron una gran pérdida.
Durante 25 años nunca volví a pensar sobre el asunto hasta ese día que estaba buscando algo sobre lo
que podía escribir. De la nada el Señor me recordó de la oportunidad que tuve y que había
desperdiciado. Cuando la repasé en mi mente yo sabía que debía escribir sobre ella, pero no sabía por
qué hasta que Él me dio 2 Corintios 1:3-5.

Quedemos claros en esto. Esa fue una oportunidad que yo y solamente yo desperdicié. El Señor no
pierde oportunidades. Somos nosotros los que las perdemos cuando declinamos participar.

En el Libro de Ester Dios hizo que el tío de Ester, Mardoqueo hiciera esto mismo. Los judíos se estaban
enfrentando a una orden de extinción y a Ester, quien era tanto judía como la reina de Persia, se le
pidió que intercediera por ellos. Cuando ella le recordó a su tío que acercarse al rey sin haber sido
llamada pondría en peligro su vida, él le respondió:

“No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas
absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y
la casa de tu padre perecerán. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester 4:13-14).

El logro que corona nuestra vida cristiana puede ser único momento de poder consolar a alguna
persona con el consuelo que nosotros mismos hemos recibido. Si fracasamos en responder, el Señor va
a traer a alguien más para que haga el trabajo, y nosotros fallaremos. Y eso fue lo que sucedió en mi
caso. Alguien más consoló a ese joven empresario. Alguien más le dio el coraje para aceptar su pérdida
y empezar de nuevo. No sé si esa persona se convirtió en su amigo de mucho tiempo, como yo habría
podido serlo, pero sí sé el nombre de esa persona a la que fracasé en consolar con el mismo consuelo
con el que yo había sido consolado. Usted lo conocería también si le dijera su nombre, porque él ahora
es un famoso diseñador de modas.

El orgullo viene antes de la caída

Mi orgullo previno que tuviera la oportunidad de ministrar lo que el Señor había puesto frente a mí, y
para lo cual yo estaba preparado de manera única. Mi orgullo impidió que pudiera tener una amistad
que hubiera tenido un gran impacto en las vidas de ambos.

Mi acompañante en el almuerzo había escuchado al Señor y me había consolado con el consuelo que
él mismo había recibido. A él le doy las gracias por haberme invitado a almorzar ese día. Pero yo había
fracasado en hacer lo mismo con aquella persona que necesitaba mi consuelo. A él le pido que me
perdone por no haberlo escuchado cuando me necesitó. Me alegra saber que alguien más fue más
considerado. Y al Señor le doy gracias por haberme dado esta lección, y a ustedes les digo que espero
que al leer esto los hará más atentos cuando llegue el momento para que puedan consolar a alguien
con el mismo consuelo que ustedes mismos recibieron de Dios.
Resumen
Algún día, en algún lugar, quizás cuando menos te lo esperes, alguien se cruzará en tu camino;
alguien que está pasando por las mismas dificultades que tú estás pasando. Nadie está en mejor
posición para servir que tú, porque solo tú "sabes cómo es". Habiendo pasado esa prueba, ahora
tiene herramientas poderosas para el ministerio: Credibilidad y perspectiva.

Una oportunidad perdida de ayudar a alguien que está pasando por un momento difícil.

Me atengo a una historia que se me ocurrió para proteger mi orgullo, que acabamos de vender el
negocio y que está funcionando muy bien. Prefiero no ver lo desesperada que está por hablar con
alguien que pueda entenderla y que pueda ayudarla en sus momentos difíciles.

El logro que corona nuestra vida cristiana es quizás el único momento en el que podemos
consolar a alguien con el consuelo que nosotros mismos hemos recibido. Si fallamos en
responder, Dios traerá a alguien más para que haga el trabajo y fracasaremos.

No sé si esa persona se convirtió en un viejo amigo, como debería haberlo hecho, pero sí sé el nombre
de la persona a la que no logré consolar con tanto consuelo como alguna vez sentí. Tú también la
conocerás si te digo su nombre, porque ahora es una famosa diseñadora de moda.

El orgullo viene antes de la caída

Mi orgullo me impidió tener la oportunidad de servir a lo que Dios me había puesto delante y
para lo cual había sido especialmente preparado.

Mi compañero de almuerzo ha escuchado a Dios y me ha consolado con su propio consuelo. Le


agradecí por haberme invitado a almorzar ese día. Y doy gracias a Dios por haberme dado esta lección,
y te digo que espero que leyendo esto te haga más atento cuando llegue el momento para que puedas
consolar a alguien con el mismo consuelo que tú mismo recibiste de Dios.

También podría gustarte