En el penúltimo artículo de una serie basado en cartas
escritas a hombres y mujeres encarcelados, el autor anima a los interlocutores para servir a Dios y a los demás sin importar las circunstancias. Stan, un judío sobreviviente del Holocausto, mantuvo correspondencia con docenas de personas durante sus últimos años y a menudo respondió por parte de Plough a cartas de agradecimiento por sus libros.
Te agradezco tu carta, y la franqueza y la confianza con qué
me cuentas tu vida. Te aseguro que me conmovió, y que me da de pensar. Ten la seguridad que me gustaría ayudarte, y que lo estoy haciendo en mis oraciones, pero más de esto, que es lo más importante desde luego, habrá que ver con el tiempo cual es la mejor forma que podamos ayudarnos uno a otro. Digo esto muy seriamente, porque la ayuda que podemos darnos entre creyentes no depende de quien esté encarcelado y quien no, sino de que ambos nos demos cuenta de lo débiles que somos frente a las tentaciones, y de que ambos nos alentemos mutuamente en resistirlas por el amor de Cristo. Esto es los mismo que decir que ambos nos sentimos agradecidos por la ayuda que él nos brinda, por la fe que él nos ofrece, y por la seguridad que tenemos que en esta vía que él nos muestra encontraremos la fuerza y la alegría de servir su Causa.
Espero contigo que saldrás en julio, como leí en tu carta,
pero podemos servir su causa dondequiera estemos, es decir también en prisión. Donde dos o tres estén reunidos en su nombre, ahí está él, y donde está él hay amor, paz, justicia y hermandad entre los reunidos. Y ¡esto es lo que vale! Vale más que cualquier otra cosa.
Digo esto, querido hermano, sin ignorar los problemas y
dificultades que tienes. Sé que son grandes y duros. He leído la historia de tu vida, y te agradezco haber compartido tantos detalles conmigo. ¡Es obvio que desde niño has tenido que verte con todo lo que está mal en nuestra sociedad! Y todo está mal en nuestra sociedad porque es una sociedad regida por el egoísmo, el lucro, el sensualismo, el materialismo y la violencia para conseguirlo todo. Si entiendo bien, Dios te ha llevado a la fe, como me ha llevado a mí, que he caído en los mismos pecados que tú, y ambos, tú y yo, debemos a partir de ese momento hacer el esfuerzo de no caer más en esas trampas. Con su ayuda y gracia es posible esto, y nuestras vidas adquieren sentido y propósito, sea donde fuera.
Querido amigo, aprecio la confianza y la franqueza con las
cuales usted comparte sus ideas y sus sentimientos conmigo. Tenga la plena seguridad de que intento responder en la misma forma, pero consciente de que llevará tiempo hasta que ambos comprendamos perfectamente. Mientras tanto tengo la impresión de que vamos entendiéndonos, y me impresiona también su reacción a lo que dice Eberhard Arnold, a quien usted ya mencionó dos veces. No sé si se lo dije ya, pero yo también estoy más que impresionado por los escritos de él, y que no dudaría aceptarlo como un hombre a quien Dios le dio la tarea de llamar a la gente de hoy a volver a recordar lo que Dios espera de ellos, que es lo mismo que siempre esperó de sus criaturas y que tantas repetidas veces nos tuvo que recordar por la voz de sus profetas y, últimamente, por la voz y la muerte misma de Jesucristo. Y siguen las voces, muchas hasta dentro de nuestros días, Eberhard Arnold una de ellas, y la última hasta ahora tal vez la de Oscar Romero... Bueno, estoy desviándome un poco, pero hay que ver las cosas como son, ¿verdad?
Insisto algo en estas ideas, hermano, para alentarlo en la
idea de que ya podemos servir en cualquier momento y en cualquier lugar.
Yo, de estos representantes, he aprendido una cosa: cada
vez que se me presenta la oportunidad de un gesto, de una palabra, de una acción destinada a servir a mi prójimo en amor, por pequeño que sea, he hecho la voluntad de Dios y cumplido con el propósito por el cual me puso aquí. Pero no sólo he hecho esto, sino que he contribuido al plan de Dios, en una forma que no puedo distinguir, pero sé que si mantengo la paz entre mi prójimo y mi mismo, he contribuido al plan de Dios por paz en el mundo. No crea que esto suene a delirio de grandeza. Los mecanismos de Dios no son los nuestros, y debemos tener fe en estas cosas. Si creemos esto, cada día se torna precioso, porque cada día podemos hacer algo para la causa de Dios, en lugar de nuestras pobres causas propias, que aunque sean representadas por naciones enteras, siguen siendo nuestras causas, y no la causa del Creador, que es paz y amor. Se dio cuenta de que cada día rezamos “Que tu reino venga”, con lo cual significamos que este reino ha de establecerse (también) aquí, pues hablamos de venir, que siempre es para aquí, ¿verdad? Pues, ya que va a venir, ¡representémoslo ya!
Insisto algo en estas ideas, hermano, también para alentarlo
en la idea de que ya podemos servir en cualquier momento y en cualquier lugar.
Querido hermano, no tiene usted por qué excusarse por
temor de que me cause molestia con sus preguntas. Al contrario. No sólo es bueno hablar de estas cosas a tiempo, sino que ya es parte de explorar juntos la mejor forma de servir al Señor. Creo que su decisión de dedicar su vida a este servicio me autoriza a escribirle con toda honestidad, que es la primera obligación práctica del amor entre hermanos.
Déjeme empezar con compartir con usted mi satisfacción por
todo lo que me dice de su actuación entre la gente alrededor suyo. Como era y es de esperar, algunos responden y otros no, o todavía no. No permita que esto lo desaliente. Así es nuestra naturaleza humana. Somos lentos en responder. Dice usted literalmente «No he llegado a entender por qué un ser humano sabiendo conscientemente lo bueno hace lo malo». Y hasta dice que a veces se enoja, porque sus actos no coinciden con sus palabras. Mi hermano, ¡esto me pasa a mí también! ¿No le pasa nunca a usted? En caso que sí, estamos ambos en buena compañía, porque en su carta a los Romanos, el apóstol Pablo dice: «Lo bueno que deseo, no lo hago; pero lo malo, que no lo quiero, lo hago», y sigue explicando que esto es por el pecado que reside en nosotros. Así que ve, otra vez estamos en la misma, y con los demás compañeros en la cárcel...La cosa es no perder el coraje, y seguir luchando, ¡que así Dios nos ayudará!
Parte II
En el último artículo de una serie basado en cartas escritas a
hombres y mujeres encarcelados, el autor anima a los interlocutores para servir a Dios y a los demás sin importar las circunstancias. Stan, un judío sobreviviente del Holocausto, mantuvo correspondencia con docenas de personas durante sus últimos años y a menudo respondió por parte de Plough a cartas de agradecimiento por sus libros.
Me quedé medio asustado cuando interpreté que recién
estarás libre en el año 2041, ¿será verdad? Pero veo que ya comenté esto en una carta anterior. Es decir que a no ser que el Presidente te perdone en alguna oportunidad, será que en este momento toda tu vida parece que se desarrollará en confinamiento. Me resulta duro imaginar esto, pero igual estoy absolutamente convencido de que tu vida puede tener y tiene propósito, propósito que es el mismo que para mi vida, y que consiste en hacer la voluntad de Dios. Esta misma tarea es mucho más difícil para ti en tus circunstancias que para mí en las mías, paro tanto más meritoria te resultará la tuya. Todos estamos en esta tierra para servir y amar, sea donde fuera, y con este contacto con nuestro prójimo establecemos nuestro contacto con Dios. Que esto es lo único que cuenta, ¿verdad? Amén del hecho, que con mostrarle amor a un pobre y sufriente prójimo en nuestra inmediata vecindad, estamos ya cumpliendo con la voluntad de Dios y contribuyendo a que «el reino venga». Y además, te diré otra cosa: tú, querido hermano, tienes un don precioso, a saber él de tu humor, que yo ya he ido descubriendo y apreciando en el texto de tus cartas, y estoy seguro que aplicando este don en tu contacto con tus compañeros consigues dos cosas: causas unos momentos de alivio en otro, y a lo mejor estableces con él un contacto que represente algo positivo en la deprimente rutina de cada día. Si yo me sonrío leyendo tus cartas, ¿cómo no ha de sonreírse el tipo que habla contigo?
Pues, para terminar esta carta, voy a comentar un poco más
sobre el asunto. ¡Representar y defender a la justicia está siempre bien! Pero Jesús fue más allá de la justicia. Actuó por amor. Cuando le trajeron a la mujer adúltera, lo que se iba a hacer era justo, pero él hizo más: ¡perdonó por amor! Es verdad que le encomendó a la mujer de no pecar más. Pero dicho esto, actuó en tal forma que el amor superó a la justica. ¿Porque se me ocurre decirte esto? Porque estoy mirando a los 39 años que si entiendo bien te quedan por cumplir, y me preocupa la idea que el tiempo que te queda, sea largo o breve, sea un tiempo rico en contenido, valioso, fructífero, y esto lo es cada tiempo dedicado al servicio de Dios, es decir dedicado a amar, a actos de amor, en el sentido como lo entiende Jesús.
Querido hermano, con esto me despido por esta vez. Espero
que no te haya sorprendido, ni mucho menos ofendido, por atreverme yo a darte consejos, y si estoy equivocado con lo que te digo, déjamelo saber. Pero ya que estamos conversando, aprovechemos la oportunidad que Dios nos dio.
Gracias por sus atentos saludos y mejores deseos de
bienestar para mí y para mi familia. Los mismos les retribuyo yo, también en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, por cuya gracia hemos sido hermanados.
No digo esto a la ligera. Dentro o fuera de prisión estamos
todos viviendo un momento en la historia en el cual tanto mal y tanto desastre están azotando al mundo, tanto dolor y tanto sufrimiento agobiando a tanta gente, que a mí me parece que cada uno de nosotros tiene que tomar una decisión para su vida, en el sentido de elegir si servirle a Dios, o al mundo. El servicio a Dios consiste muy simplemente en amor y en paz, también en perdonar, mientras el servicio al mundo (¡al espíritu del mundo!) consiste en servirse a sí mismo, egoísmo del cual deriva todo lo otro, hasta las guerras.
Así le escribí también a otro hermano encarcelado, llamando
su atención sobre las palabras de Jesús quien dice: Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Fíjese ¡qué promesa más maravillosa! Fíjese ¡cuántas cosas pueden hacerse para su causa y en su nombre, cuando está él en medio de nosotros! Y cuanta necesidad de ello hay, en el ambiente de usted tanto como en el mío, por más diferentes que sean. Así que tengan coraje, pues se nos ha dicho que podemos servir a Dios sin importar donde estemos: mientras seamos dos o tres no más (¡tan pocos!), pero reunidos en su nombre.
Usted, a quien el don de la fe ya ha sido dado, puede
encontrar un propósito para su propia vida con más contenido y más valor que muchas otras vidas pasadas en la así llamada «libertad».
Mientras tanto le deseo a usted y a los otros hermanos que
Dios bendiga sus esfuerzos para crear un ambiente de amor, de paz y de hermandad entre ustedes creyentes, que esto irradiará alrededor vuestro. ¿Recuerda que Jesús dijo que el mundo se convencerá de la verdad de lo que dice él, sencillamente al ver el amor de sus discipulos? No es fácil, lo sé yo, pero qué merced tener una tarea para la cause de Dios y de su reino en tierra, porque anticipo del reino lo hay también ya en la tierra, ¡precisamente en la congregación de los que siguen al Maestro! ¿Acaso no rogamos "que tu reino venga" (lo que significa aquí)?
Estoy contento de leer que usted es un cristiano firme en la
fe. Tener fe en Jesucristo es lo más importante en la vida de cada uno, esté donde estuviere, y más así en sus circunstancias. No me hago ninguna ilusión con respecto a lo que significan 20 años en prisión, pero me animo a decir que la firmeza de la fe es una gracia más importante aún que la libertad.
También me animo a decir que el lugar donde usted se
encuentra es un lugar donde el sufrimiento espiritual y moral, además del sufrimiento mental, pueden abrir en el corazón de un hombre espacios que aspiran por algo en qué creer y encontrar otra vez sentido y rumbo para la vida de uno. Es allí donde usted, a quien el don de la fe ya ha sido dado, puede encontrar un propósito para su propia vida con más contenido y más valor que muchas otras vidas pasadas en la así llamada «libertad». Además ya tiene bastante edad en comparación con mucha gente joven en la institución como para ayudarles espiritualmente con cierta autoridad. Estos años que le quedan por delante no tienen que ser años perdidos en ninguna forma si usted los pone al servicio del Señor; cosa más importante no hay.
Digo esto, estimado hermano, porque siento en sus líneas su
fe y si dedicación y quiero no más alentarlo no sólo para que estas no se pierdan, sino más aún para que sirvan la causa de Dios.
Cuando usted dice que «el Señor le ayude a vivir esa vida abundante», está expresando lo que deseamos todos nosotros también. Sobre el autor
Albert Ehrlich (conocido como
Stan durante toda su vida adulta) pasó sus primeros cuatro años en Hannover, su ciudad natal. Ya en 1924 su padre percibía la amenaza de un antisemitismo naciente y sacó a la familia desde Alemania a Bruselas, donde Stan gozaba de una niñez acomodada. Todo cambió el 10 de mayo de 1940 cuando los alemanes cruzaron la frontera belga. En ese momento Stan era ciudadano belga y estudiante de primer año en la Ecole Solvay, una de las mejores escuelas de administración de empresas en Bélgica. La resultante cascada de eventos los obligó a huir igual que tantos otros judíos europeos.
Stan, un varón de un país aliado de edad militar, no podía
solicitar ninguna visa de salida ni de entrada. Finalmente huyó de noche a pie sobre los Pirineos a España. Reunido con sus padres en Lisboa, Portugal, consiguieron pasaje a Buenos Aires. En 1949 Stan se casó con Hela, una hermosa mujer y otra refugiada judía. Nacieron siete hijos.
Un pensador y aspirante por toda la vida, con fluidez en
cuatro idiomas y un amor por las matemáticas y el orden, él podía expresar y compartir sus pensamientos con sus hijos, nietos y un amplio círculo de amigos con quienes mantenía una correspondencia extensa. Hela se murió de un repentino y silencioso infarto cardíaco en 2004; él se murió solo cuatro meses después.