Está en la página 1de 9

Cuando me cuesta creer

Por Rebeca Toribio

Entonces dijo: De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo. Y
Sara escuchaba a la puerta de la tienda, que estaba detrás de él. Y Abraham y Sara eran viejos, de edad
avanzada; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Se rio, pues, Sara entre sí, diciendo:
¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?
Génesis 18:10-12

Tiene sentido, ¿no? Que Sara cancelara sus expectativas de ser madre al llegar a edad avanzada es algo lógico
y podríamos decir que, hasta una muestra de madurez y sumisión a la voluntad de Dios, ¿No es así?
Creo que toda mujer, en algún momento, se identifica con este pensamiento de Sara. Es realista, no se engaña
a sí misma, ni da falsas esperanzas. Acepta la realidad, y ya…
El problema con esta manera de pensar es que no considera la realidad espiritual y, peor aún, disfraza de
resignación lo que en realidad es cinismo y desconfianza en el carácter de Dios.
A veces sucede que comprendo el poder de Dios, pero no acepto Su misericordia y verdad: sé que Dios es
Todopoderoso, pero no lo suficiente para mi situación específica. Sé que Dios es misericordioso, pero no lo
suficiente como para cubrir mi propio pecado y mis propias faltas.
La ‘realidad’ es que soy emocional; la ‘verdad’ es que mi Dios conoce mi corazón y mis emociones. La ‘realidad’
es que no puedo cambiar las circunstancias de la vida; la ‘verdad’ es que Dios las orquesta y controla en Su
providencia. La ‘realidad’ es que en el mundo tengo aflicción; la ‘verdad‘ es que Cristo ha vencido al mundo. La
‘realidad’ es que soy pecadora e inmerecedora de misericordia; la ‘verdad’ es que Cristo murió por mí y Su justicia
me ha sido imputada. He sido declarada hija de Dios. Esta verdad debe prevalecer.
Este balance entre ‘realidad’ y ‘verdad’ no es fácil para nosotras. Nuestra batalla está en la mente y el corazón;
y es realmente constante: tener ilusiones, expectativas, hacernos vulnerables… ser desilusionadas, decepcionadas,
heridas… Hay mucho en juego; muchos riesgos de dolor y corazones rotos. Debo ser fuerte, madura, realista y
así enfrentar los embates de la vida… Eso me hace sabia ¿no?
Si somos honestas, tendremos que reconocer que este pensamiento es una manera de ‘controlar’ las emociones,
ya que no podemos controlar las circunstancias. Es una manera de pensar cínica y que desconfía de la bondad y
poder de Dios, de Sus promesas, Su fidelidad y de Su carácter. Esto es pecado.

Dios me reta a creerle a Él

Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será cierto que he de dar a luz siendo ya
vieja?¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara
tendrá un hijo.
Génesis 18:13-14

En los últimos meses he entendido que mi complejidad emocional muchas veces me permite vivir la vida cristiana
y aún tener áreas en las que simplemente no le creo a Dios. Ya sea por temor, por un sentido de insuficiencia o
por la razón que sea, el antídoto de esta condición es el mismo: Arrepentimiento.
Dudar de la bondad de Dios, de Su capacidad de respuesta a mi oración, de Su disposición hacia mí, es
simplemente pecado y muestra una falta de conocimiento del carácter de Dios y una visión limitada a lo
terrenal. La misma Palabra me reafirma una y otra vez que Dios es también mi Padre, mi Ayudador, mi Proveedor,
mi Consolador, mi Salvador.
Cuando descanso en mi lógica para manejar mis emociones y no las verdades del Señor, caigo en el error de
pensar que puedo avanzar por mí misma en esta vida, que no Lo necesito a Él; y eso, invariablemente tendrá
consecuencias que marcarán mi vida espiritual: ansiedad, depresión, frustración, amargura. Sólo la verdad de
Dios puede traer real paz a un corazón abatido, sometido a presiones, desilusionado o confundido.
Entonces, luego de arrepentirme, lo que me hace falta es fe. Al exponerme a la Palabra, ella va cambiando mi
corazón porque revela el carácter de un Dios que está presto a escucharme, que conoce íntimamente mi corazón
y a Quién le importan mis anhelos, mis temores, mi santidad.
Pero no estamos hablando de una fe “ciega y sorda”, que no ve ni escucha ‘la realidad’. No es un ejercicio de
negación ante las dificultades de la vida. Esta fe se alcanza cuando veo y escucho la verdad de Dios en Su Palabra,
y la coloco por encima de las circunstancias. Y es éste, justamente, el reto.
Al meditar sobre esta verdad, pienso en la mujer cananea de Mateo 15. Ella se acerca a Jesús con la petición de
sanación para su hija y Cristo inicialmente no le responde. Pero habiendo entendido que Quien estaba delante
de ella tenía poder por encima de la realidad que estaba experimentando, esta mujer se postró y confió con fervor,
sin siquiera ver su pecado, procedencia y género como un obstáculo para Cristo. El mismo Jesús aprueba su
fe. Esta es la fe que anhelamos. Así quiero creer.

AnteriorMAYO 26, 2016Próximo

Aprendiendo a manejar tus emociones: La


tristeza
Clara Nathalie Sánchez Díaz | Dolor, Emociones, Pruebas | Sufrimiento
Hasta ahora hemos tenido juntas muchas conversaciones cortas, cada semana para
mí es como si nos sentáramos y habláramos durante unos minutos sobre el tema del
post de esa semana y me encanta ver sus comentarios y como forman parte de esta
conversación que Dios nos permite tener, aunque no puedo ver sus caras, las siento
muy cercanas. Quisiera invitarlas a una conversación un poco más larga, ¿qué tal si
hablamos durante algunas semanas sobre cómo controlar nuestras emociones? Aun
para muchas adultas este es un tema que no tienen muy dominado en especial
cuando se trata de dejar que la Biblia permee la forma en nos conducimos en ese
sentido. Así que ponte cómoda y exploremos juntas qué nos dice la Palabra con
relación a nuestras emociones, hoy hablemos sobre la tristeza.
Creo que de todas las emociones la tristeza es la más conocida por nosotras las
chicas, es común escucharnos decir “estoy depre” o “estoy down”. Y sé que has
estado ahí, días en los que todo te duele, las lágrimas salen solas, no tienes ánimo ni
para salir de la cama. Los colores se vuelven opacos, los sabores insípidos a menos
que sea helado y chocolate (porque de eso sí queremos mucho)... Vivir se convierte
en un reto y a veces la lucha llega al punto en que queremos tirar todo por la borda y
rendirnos.
Ya sea que solo estés un poco triste o atravesando una tristeza profunda, es
importante que te detengas y busques de dónde viene ese dolor. Como emoción, la
tristeza es informada y alimentada por tus pensamientos con relación a un hecho.
Estos pensamientos en ocasiones son desesperanzadores y muy pocas veces están
anclados en la Palabra. Es difícil tener nuestros ojos llenos de lágrimas cuando estos
están fijos en lo eterno. Y, ¿qué nos espera en la eternidad? ¡Cristo! Quien prometió
que no habrá más llanto ni tristeza.
Pregúntate a ti misma, ¿por qué estoy triste? y cuando ni tú misma sepas por qué
pídele a Dios que escudriñe tu corazón. Elisabeth Elliot definió el sufrimiento como
tener algo que no se quiere o querer algo que no se tiene. ¿Por qué estás sufriendo
tú? En ocasiones mi tristeza no es más que la queja dentro de mí que ya no sabe por
dónde salir, es la manifestación de toda mi ingratitud y egoísmo… Sí, podemos estar
tristes por las razones incorrectas, podemos y lo estaremos cada vez que fijemos los
ojos en nosotras mismas en lugar de en Cristo.
Cuando estoy triste suelo leer el Salmo 119, y siempre es dulce encontrarme con este
versículo:
De tristeza llora mi alma; fortaléceme
conforme a tu palabra. (versículo 28)
¿Dónde corre el salmista por consuelo? ¡Al Señor! Y le pide que lo fortalezca con Su
Palabra. Amada, creéme que si comienzas a poner esto en práctica te sorprenderás
de cómo anclar nuestra esperanza en Dios y llenar nuestra mente con la Verdad seca
toda la tristeza de nuestra alma.
¿Qué debes hacer cuando estás triste? Dejemos que Santiago te responda:

¿Sufre alguno entre vosotros?


Que haga oración. (Santiago 5:13a)
Yo sé, parece contradictorio pedirle a alguien que no tiene deseos de hacer nada que
ore o que lea la Palabra, pero es tan necesario como indicarle a un enfermo que se
tome su medicina.
Finalmente, a veces necesitamos que otros nos ayuden a correr hacia Cristo, y es ahí
donde hemos de acudir a los medios de gracia que Dios ha puesto a nuestra
disposición. Llama a una hermana madura para que ore por ti, acércate a tu líder de
jóvenes o a tu pastor y pídeles oración.
Rodéate del Cuerpo de Cristo y ten fe hasta que la tormenta pase. Recuerda que las
emociones son pasajeras y esto no durará para siempre. O como lo dice uno e mis
versículos preferidos:

Porque su ira es sólo por un momento, pero su


favor es
por toda una vida; el llanto puede durar toda la
noche,
pero a la mañana vendrá el grito de alegría.
(Salmo 30:5)
Ahora, sé que quizás tienes algunas preguntas… Hay cosas que no mencioné u otras
que te pasan y no comprendes bien… Continuemos con la conversación… Deja tu
pregunta o comentario debajo.
Aprendiendo a manejar La vergüenza
0

¡Trágame Tierra! Es un pensamiento que ha llegado varias veces a mi mente, en


especial cuando era adolescente. Si hay una emoción que recuerdo bien de esos años
es la vergüenza. ¿Te suena familiar? Según el diccionario de la RAE vergüenza es:
Una turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de una falta cometida o alguna
acción deshonrosa o humillante. Que puede ser causada por la timidez y que supone
un freno para actuar o expresarse.
Creo que el mejor cuadro de esta emoción lo vemos en Génesis en la caída de Adán y
Eva. Ese sentimiento de que hicieron algo mal, de que estaban desnudos... Esa culpa
dentro de ellos que los movía a esconderse... Sé que tú quizás la conoces. La buena
noticia que ellos no conocían era que Cristo vendría un día y tomaría toda esa culpa y
la cargaría a Su cuenta. Él cargó con todas nuestras culpas, clavando en la cruz la
causa de nuestra vergüenza. ¡Eres libre en Cristo amada! Libre, entre muchas cosas,
de ser controlada por la esta emoción desagradable.
Pero quizás en tu caso, la vergüenza se ha enraizado de tal forma en tu personalidad
que podrías definirte como una persona tímida. Estuve ahí por muchos, muchos años
de mi infancia y adolescencia y sé lo limitante e incómodo que puede ser. En mi
deseo de escribirte al respecto recordé un post que publicamos titulado, ¿Cómo
vences la timidez? Así que invitemos hoy a Betsy Gómez y a Sarah Jerez a nuestra
conversación y leamos lo que ellas tienen para decirnos:
Quizás has estado ahí, con una fuerte convicción de compartir el Evangelio con tus
compañeros de estudio o trabajo pero te embarga la timidez, y es como si fuera un
efecto paralizante que te llena de temor, de repente te sientes insegura y no puedes
dar el paso.
Tal vez esto te sucede solo a veces o quizás te pasa todo el tiempo y es muy probable
que hayas llegado al punto de creerte que es parte de tu personalidad. No lo habías
notado pero la timidez define todo lo que eres, cómo te relacionas, la silla donde te
sientas (siempre detrás). Ese sentido de inadecuación y vergüenza ha silenciado tu
voz en las conversaciones y te ha mantenido al margen de las cosas que suceden a tu
alrededor.
Muchos han llegado a pensar que la timidez es simplemente una forma de ser o un
rasgo de la personalidad, muchos creen que una joven tímida es simplemente una
persona callada, pero si vamos a la definición podemos observar que:
La timidez es la sensación de inseguridad o vergüenza en uno mismo que una
persona siente ante situaciones sociales nuevas y que le impide o dificulta entablar
conversaciones y relacionarse con los demás.
La timidez no proviene de Dios
Ni la inseguridad ni la vergüenza provienen de Dios, estas no son características de
Su persona ni de Su carácter. De hecho en una ocasión un hombre mayor (Pablo) al
exhortar a un joven (Timoteo) le explica Dios no le ha dado un espíritu de timidez o
cobardía. Míralo en 2 Timoteo 1:7
Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio. 2 Timoteo 1:7

Y la palabra “cobardía” en ese texto podría ser sinónimo de timidez, miedo,


vergüenza, temor, debilidad y fragilidad. ¿No es exactamente todo eso lo que te
paraliza?
La timidez no es dada por Dios, es el resultado de poner nuestra mirada en nosotras
mismas, nuestras debilidades e incapacidad. Nos ocurre cuando toda nuestra atención
está sobre nosotros y tememos hacer el ridículo y fallar delante de la gente.
Esto quiere decir que la timidez se alimenta de nuestro orgullo y del temor a los
hombres. Así que identificar el pecado detrás de la timidez nos puede ayudar a
arrepentirnos, porque si quitamos el foco de nosotras mismas, la timidez no podrá
hacernos sentir pequeñas e incapaces.
Y ya estando claras que Dios no nos ha dado un espíritu de timidez podemos ver lo
que Él sí nos ha dado. Veamos la segunda parte del versículo:
Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio. 2 Timoteo 1:7
Dios te dado poder
En el momento en que nacimos de nuevo obtuvimos el mismo poder que levantó a
Cristo de los muertos. Ese poder no solo está a nuestro alcance sino que está dentro
de nosotros en la persona del Espíritu Santo. Si solo miras tu propia capacidad
encontrarás razones para hundirte en la timidez, pero si confías en el poder
sobrenatural de Dios encontrarás la capacidad que necesitas para vencer toda
vergüenza y compartir tu fe.
Dios te ha dado amor
¿Por qué Pablo enfatiza que Dios nos ha dado de su amor? Porque el perfecto amor
echa fuera todo temor (1 Juan 4:18), no hay inseguridad ni vergüenza en un corazón
que ha sido llenado del amor de Dios. No hay complejos porque en la cruz
encontramos satisfechas todas nuestras necesidades. Su amor cubre todo mi pecado
y me capacita para compartirlo con otros.
Dios te ha dado dominio propio
Cuando Pablo se refiere a dominio propio está hablando de autodisciplina, al
control que podemos tener de nosotros mismos. Antes el pecado nos gobernaba a su
antojo pero la victoria de Cristo en la cruz es nuestra y nos otorga el poder de hacer
morir las obras de la carne en nosotros. ¡Ahora podemos avanzar sin miedo!
La próxima vez que la timidez quiera controlarte recuerda que tienes a tu disposición
en el banco de la fe los recursos que necesitas para vencerla y para ser testigo de
Cristo.
Y para poner esta publicación a color quiero compartirte un testimonio de una mujer
joven que ha vivido esto en carne propia, su nombre es Sarah Jerez:
He luchado casi toda mi vida con la timidez.
Suena bonito ponerlo asi. “Soy tímida” es una
buena excusa para todo y suena muy inocente y
natural. Pensaba que simplemente era mi
personalidad y me escondía detrás de eso. El no
querer saludar, el no querer hablarle a la
persona pasando por una dificultad, el no querer
hablar o cantar en público - todo lo atribuía a mi
timidez. Hasta que el Señor me confrontó con mi
pecado. Lo llamo pecado porque la timidez en mi
vida era solo un síntoma de condiciones
pecaminosas de mi corazón — incredulidad de
las verdades y promesas de Dios, temor al
hombre, orgullo y egocentrismo. La timidez fluye
de un corazón enfocado en sí mismo, en vez de
estar enfocado en Dios, Su verdad y en amar genuinamente a los demás.
Así que, a medida en que recuerdo quien soy en Cristo Jesús, el maravilloso Evangelio
que me ha salvado, la gracia y amor en el cual estoy firmemente parada, y el
propósito por la cual estoy en la tierra, la timidez se empieza a disipar y convertir en
un poderoso caminar liberador de fe, amor y obediencia.
Medita en el amor de Cristo mientras escuchas a Sarah declarar estas verdades.

También podría gustarte