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En las taxonomías biológicas, una raza denota una población geográficamente aislada
dentro de una especie que ha tenido poco o ninguno flujo de genes con otras poblaciones
durante un largo periodo de tiempo. Tal población se puede considerar como una especie
incipiente. Si continuará su aislamiento como unidad reproductora, Y si estuviera sometida
a presiones selectivas no halladas en otras partes, con el tiempo podría transformarse en
una especie divergente.
La definición de raza como una población en la que aparecen uno o más genes con una
frecuencia determinada pone en tela de juicio las naciones populares, aceptadas en otro
tiempo por las ciencias, sobre las divisiones raciales del Homo Sapiens. Según la
concepción tradicional, Homo Sapiens se componía de un número fijo de razas, cuya
identidad se podía descubrir mediante técnicas de medición y comparación adecuada. Se
suponía que las mismas razas existentes en la actualidad habían existido en el pasado, tal
vez desde el inicio mismo de la evolución de los homínidos.
Es más, se pensaba que todo autentico miembro de una raza poseía un conjunto específico
de caracteres hereditarios qué permitían identificar en todo momento su origen racial.
Estos caracteres tradicionales definidores de la raza consistían en características externas
fácilmente observables, tales como la coloración de la piel, cabello y ojos, la forma del
cabello, la cantidad de vello en el cuerpo, cara y cabeza; el grosor de los labios y la forma
de la nariz, estatura y masa corporal, etc.
En cuánto término no científico, las razas continentales pueden cumplir fines sociales
útiles. Pero quiénes usen estos términos o equivalentes, como blanco, negro amarillo,
deberían ser conscientes de sus deficiencias como taxones científicos. Estás deficiencias
comprende (1) desconocimiento de la variabilidad dentro de la raza; (2) omisión del gran
número de personas que no encajan en las divisiones raciales tradicionales; (3) énfasis
excesivo en el grado de aislamiento de las razas (o, lo que es lo mismo, desconocimiento
de la naturaleza gradual de sus divisiones), y (4) conocimiento de los rasgos genéticos cuya
distribución no se conforma a la de los caracteres tradicionalmente usados para atribuir
identidades raciales. Estos puntos se discuten en los siguientes apartados.
Uno de los conceptos erróneos más frecuentes sobre la raza es él de qué existen
individuos de “pura sangre”, más representativos qué otros de la “esencia” o tipo racial. Por
ejemplo, hay una tendencia a considerar a los europeos de pelo rizado, labios gruesos y
piel oscura como híbridos o menos genuinamente europeos que los de piel y ojos claros.
Pero para tener validez científica las razas deben fundamentarse no en caracteres de
individuos, sino de poblaciones. Todo individuo cuyos genes forman parte del Pool génico
de una población es miembro de la misma. Cuando se dice que el cabello de los europeos
varía de lacio a ondulado, no hay que olvidar que el de muchos miembros de la población
reproductora europea es bastante rizado. Análogamente, un pequeño porcentaje de
europeos tienen pliegues epicanticos__ pliegues de piel que cubre el ángulo interior del
ojo__, qué son más frecuentes entre los asiáticos. Los europeos que miden menos de 1,50
metros no son menos europeos que los que miden 2 metros. Igualmente, tanto los pigmeos
mbuti de Ituri, con su 1,40 metro de altura, cómo los watusi, que alcanzan los 2 metros, son
africanos. Si se ignora a los individuos que no se ajustan a los caracteres externos que se
suponen propias de un “africano típico”, se viola el concepto de raza como población. Los
genes de todos los individuos en el Pool génico de la población tienen el mismo pasó al
determinar las frecuencias génicas de la misma.
Categorías raciales
En todas estas regiones viven gentes con “paquetes” de caracteres que no figuran en los
estereotipos populares. Por ejemplo, en el norte de África viven millones de personas con
finos labios, nariz delgada y cabello ondulado, pero piel de morena oscura o negra. Los
habitantes nativos del África meridional tienen pliegues epicanticos, piel de morena clara a
morena oscura, y cabello en forma de espiral apretada. En la India habitan millones de
individuos con cabello lacio u ondulado, piel de morena oscura a negra, labios finos y nariz
delgada. En las estepas de Asia central, los pliegues epicanticos se combinan con cabello
ondulado, ojos claros, mucho vello en el cuerpo y la cara, manchas mongólicas y piel pálida.
En Indonesia hay una alta frecuencia de pliegues epicanticos, piel de clara a morena
oscura, cabello ondulado, nariz y labios gruesos. Entre los habitantes de las islas de
Oceanía encontramos combinaciones variadas de la piel de morena o negra, con formas y
cantidades muy diversas de cabello y rasgos faciales. Uno de los “paquetes” de caracteres
más interesantes se halla entre los reinos del norte de Japón, que tienen piel Clara, gruesas
crestas superficiales y figuran entre las gentes más velludas del mundo. Finalmente, en
Australia encontramos un color de la piel de morena pálida a Moreno oscuro y cabello
ondulado de Rubio a Moreno.
El absurdo de tratar de agrupar todas las poblaciones bajo el modelo de tres o cuatro
categorías raciales queda bien ilustrado por el sistema de identidad racial empleando
actualmente en los Estados Unidos. En la taxonomía popular americana, si uno de los
padres es “negro” y el otro “blanco”, el hijo es “negro” pese al hecho de que, según las leyes
de la genética, la mitad de los genes del niño provienen del genitor blanco y la otra mitad
del negro. La práctica de agrupar a la gente en casillas raciales se vuelve incluso más
absurdo cuando la ascendencia negra se reduce a un solo bisabuelo o abuelo. Esto da
lugar al fenómeno del “blanco” qué es socialmente clasificado como “negro”. La
arbitrariedad de esta práctica se extiende a muchos estudios, aparentemente científicos,
sobre “negro” y “blancos”. La mayor parte de los negros americanos han recibido una parte
significativa de sus genes de recientes antepasados europeos. Cuando se estudian
muestras de negros americanos (como en los test de inteligencia; véase capitulo26), es
incorrecto el supuesto de que genéticamente representan a los africanos. En esta cuestión
los científicos y los profanos harían bien en emular a los brasileños, quienes identifican los
tipos raciales no mediante tres o cuatro términos, sino mediante 300 o 400 (M Harris,1970;
Meintel,1978).
Clinas
Los genes responsables de las diferencias en el color de la piel, forma del cabello y otros
caracteres utilizados para definir las categorías raciales no se distribuyen al azar en el
globo. Normalmente, aparecen con frecuencia gradualmente creciente o decreciente de una
población a otra. Tales distribuciones se denominan clinas. Por ejemplo, la frecuencia de
los genes responsables del color oscuro de la piel crece gradualmente cuando nos
desplazamos desde el sur de la Europa mediterránea a lo largo del Nilo o a través del
Sahara hasta África Central. No hay rupturas bruscas en punto alguno del recorrido. Así
mismo, la incidencia de los pliegues epicanticos aumentan gradualmente del Oeste al este
a través de Asia, mientras que la frecuencia del cabello ondulado se incrementa en dirección
opuesta, hacia Europa.
Para el moderno antropólogo físico la existencia de estas clinas ha de entenderse no
simplemente como resultado de la “mezcla racial” (que es un ejemplo de flujo de genes),sino
en términos de todas las fuerzas de la evolución. La deriva de genes, la mutación y la
selección natural desempeñan un papel tan importante como el del flujo de genes. Además,
cada clina debe ser tratada por separado y puede tener su propia explicación diferente a
las demás.
El alelo O tiene la distribución más extensa, estando presente en todos los continentes y
entrecortando todas las divisiones raciales (véase mapas pp. 110 – 111). Aparece con una
frecuencia del 70 - 80 por 100 en Escocia, África Central, Siberia y Australia. Análogamente,
el tipo A hace también caso omiso de las fronteras raciales tradicionales. África, India, la
China septentrional y meridional tienen frecuencia del 10 - 20 por 100, mientras que Japón,
Escocia y gran parte de la Australia aborigen entran en el grupo del 20 - 29 por 100. Los
asiáticos tienen frecuencias de tipo B que oscila entre el 10 y el 30 por 100, sin embargo,
los americanos nativos cuyos antepasados eran asiáticos oscilan entre 0 y 5 por 100,
frecuencia que comparten con los aborígenes australianos. El África occidental y la Europa
Oriental tienen frecuencias del tipo B que oscilan, aproximadamente, entre el 15 y el 20 por
100. Distribuciones similares, que tampoco se ajustan a las divisiones raciales, son
características de otros sistemas sanguíneos como MNS y Rh (cf. Hulse, 1973; kelso, 1974)
aunque se puede obtener cierto grado de emparejamiento utilizando la técnica denominada
análisis multivariado (Cavalli - Sforza y Edwards, 1965; Stern, 1973: 319).
Antaño los científicos creían que las razas que vemos en la actualidad existieron en el
pasado. Esta idea se puede remontar a los biólogos predarwinianos, quienes pensaban que
las especies no estaban relacionadas entre sí y que cada especie tenía su naturaleza
inmutable fijada por Dios, aunque ningún antropólogo propone que los taxones raciales
sean absolutamente inmutables, sin embargo, algunos continúan aduciendo que las
principales razas de la humanidad existían ya hace cientos de miles de años (Coon, 1962:
658).
El principal defecto de este punto de vista es que nuestro concepto de raza moderna se
basa principalmente en caracteres externos y superficiales, tales como el color de la piel,
forma del cabello, color de los ojos, etc. Estos no dejan huellas en los cráneos y huesos
fósiles que constituyen la única fuente de nuestro conocimiento sobre el Homo sapiens
arcaico. Por tanto, nadie sabe que gama total de diferencias raciales existía hace 50.000
años. Las imágenes modernas de los caracteres raciales no decalentar el aire, sumamente
frío y húmedo, a la temperatura corporal antes de que alcanzarse los pulmones. La figura
generalmente rechoncha de los esquimales puede considerarse como otro tipo de
adaptación al frío, ya que una forma esférica presenta un máximo de masa corporal y un
mínimo de superficie corporal, relacionado la máxima producción de calor con su máxima
conservación (es decir, cuanto mayor es la biomasa, más calor se genera; cuanto más
pequeña el área de superficie menos calor se pierde). Por el contrario, una forma corporal
alta y delgada conjuga un mínimo de masa corporal con un máximo de superficie corporal,
lo que origina una pérdida de calor máximo (fig. 6.1). Esto puede explicar las características
de los altos y delgados africanos niloticos que viven en regiones de calor seco e intenso.
Finalmente, algunos antropólogos físicos explican las espirales estrechamente arrolladas
denominadas granos de pimienta, halladas entre los pueblos nativos de Sudáfrica, como
adaptaciones para la dispersión del calor. Dejando espacios vacíos en la cabeza, del grano
de pimienta “facilita la pérdida del calor a una temperatura alta” (Coon, 1965: 112).
La teoría de que la distribución geográfica de los genes del color de la piel tuvo su origen
en procesos adaptativos es una de las sugerencias más agudas de este tipo. Hasta cierto
punto, las pieles más oscuras se correlacionan con latitudes subtropicales y tropicales. La
base para estas distribuciones geográficas puede implicar una relación entre el color de la
piel y el componente ultravioleta de la radiación solar. El color oscuro de la piel es provocado
por la presencia del pigmento denominado melanina. Cuando la piel está fuertemente
pigmentada es resistente a la penetración de la radiación ultravioleta. Esta radiación puede
ser, según la dosis en que se reciba, útil o perjudicial. Sin una mínima exposición a la
radiación ultravioleta, el cuerpo humano no puede sintetizar la hormona calciferol (vitamina
D3). La carencia de esta inhibe la absorción del calcio, lo que produce a su vez la
enfermedad del raquitismo, que impide el crecimiento de los huesos (T.C.B.S., 1973).
Durante los largos y nebulosos inviernos europeos, sólo la reducción de los efectos
filtradores de la melanina permite obtener un nivel adecuado y beneficioso de radiación
ultravioleta; a eso se deben las las mejillas sonrosadas de los europeos nórdicos. Por otra
parte, una sobredosis de radiación solar puede perjudicar a las glándulas sudoríparas o
provocar el desarrollo del cáncer de piel (Blum,1964; Bakos y Macmillan,1973); esto
explicaría la dosis extra de melanina entre los africanos, adquirida como consecuencia de
la protección que proporciona contra los rayos directos del sol tropical.
Por desgracia, la base fáctica en que se apoya esta teoría resulta difícil de interpretar. Los
americanos de ascendencia africana y los ciudadanos británicos de procedencia hindú o
paquistani muestran de hecho índices de raquitismo más altos que los blancos. La vitamina
D, que contrarresta el raquitismo, abunda en las dietas ricas en pescado, mantequilla y
carne. Más como los pobres suelen consumir menos de estos alimentos que los ricos, y
como el reparto de la riqueza en Gran Bretaña y Estados Unidos tiende a estar
correlacionado con el color de la piel, no podemos saber hasta qué punto se debe la
incidencia del raquitismo a diferencias genéticas o a diferencia dietéticas. Para complicar
aún más el cuadro, de exposición a la luz solar fluctúa con la moda, la profesión y el ocio
disponible. Casos de raquitismo también se dan en los trópicos, entre poblaciones de piel
oscura. La dosificación de radiaciones ultravioletas en los hospitales ha sido eficaz en la
cura de enfermedades raquíticos de piel oscura sin ninguna intervención dietética. Por
último, tampoco es cierto que los africanos tengan índices más bajos de cáncer de piel por
unidad de radiación ultravioleta en comparación de los blancos (Kendall, 1972; Dent y otros,
1973).
Sin embargo, pruebas controladas han mostrado claramente que la piel oscura supone una
desventaja, al menos, en un aspecto importante para las poblaciones que viven en los
trópicos. Bajo el sol del mediodía, la piel negra absorbe un 15 por 100 más de calor que la
piel blanca quemada por el sol, lo que hace que los negros sean más propensos a la
insolación que los europeos (Baker, 1958).
Aún caben otras objeciones contra las explicaciones de las diferencias en el color de la piel
basadas en la selección natural. Por ejemplo, se ha señalado que los asiáticos y los
amerindios tienen más o menos la misma pigmentación de pálida a morena vivan en una
región ártica, desértica, templada o tropical. Frente a esta objeción, se ha propuesto que
los asiáticos, amerindios y esquimales no están pigmentados cómo deberían porque han
emigrado demasiado recientemente como para que la selección hubiera podido operar.
L.L. Cavalli - Sforza (1972) ha sugerido una hipótesis ingeniosa para reconciliar estas
anomalías con la teoría de la selección de la vitamina D. Tal vez el desarrollo de la piel
blanca fue un subproducto de la difusión de la agricultura hacia el norte de Europa. Mientras
las poblaciones que vivían en las latitudes de Europa con inviernos largos y nebulosos y
días cortos mantuvieron un estilo de vida basada en la caza y la recolección, el color de su
piel pudo permanecer relativamente oscuro, ya que obtienen su vitamina D de fuentes
dietéticas. Así, los esquimales, que consumen grandes cantidades de pescado crudo y
mamíferos marinos, tienen poca necesidad de radiación solar y el color de su piel puede
permanecer relativamente oscuro. Sin embargo, hace unos 10.000 años, pueblos agrícolas
y pastores emigraron desde el Oriente Medio hacia el norte y el oeste de Europa (Menozzi,
Piazza y Cavalli-Sforza, 1978). La dieta de estos inmigrantes era relativamente pobre en
caza y pescado, y por consiguiente también en vitamina D. Esta teoría encaja bien con la
explicación de la baja incidencia de la insuficiencia de lactasa entre los europeos, lo que
sugiere que hubo una intensa selección en Europa en favor de adultos capaces de dirigir la
leche, una excelente fuente de vitamina D. Un corolario fascinante de ésta explicación es
que sitúa el origen del color pálido de la piel europea en no más allá del 10,000 B. P.
Tal vez la explicación de las distribuciones anómalas del color de la piel deba buscar en los
efectos de la selección cultural en vez de en la selección natural. Siguiendo la línea de
conjetura usada en el caso del pliegue epicantico, la selección natural en favor de una
pigmentación diferencial pudo intensificarse por una especie de “resonancia” cultural. Si se
estableció culturalmente una preferencia por el color más oscuro o más claro de la piel, está
influiría en una reproducción y supervivencia diferenciales en contextos como el infanticidio,
la enfermedad, el apareamiento y la guerra que nada tienen que ver con la radiación solar.
Una vez iniciado, este proceso de selección cultural tendría un efecto de retroalimentación
positiva que produciría porcentajes de fenotipos negros o blancos muy superiores a los que
la selección natural, por si sola, hubiera originado.
Dicho de otro modo, si algunas poblaciones adoptaron el patrón estético “lo negro es
hermoso” y otras el de “lo blanco es hermoso”, y si por razones que no tienen relación
alguna con el color de la piel, ambos tipos tuvieron éxito en la reproducción, en un espacio
de tiempo brevísimo habían surgido grandes diferencias en el color de la piel. Frederick
Hulse (1973) ha sugerido que la invención de la agricultura quizá aportó las condiciones
que permitieron a algunas poblaciones pequeñas contribuir de forma desproporcionada a
los pools génicos de los continentes del Viejo Mundo. Así, aún en el caso de que no se
conceda ventaja adaptativa alguna al color de la piel, las principales razas del mundo, tal
cómo se conocen en la actualidad, tal vez no tengan una antigüedad superior a los 10.000
años.
Aunque todas las proposiciones concernientes a los procesos selectivos responsables de
los caracteres raciales son especulativas, en conjunto descartan la posibilidad de que
alguno de nosotros conozca realmente qué poblaciones arcaicas del homo sapiens han
aportado más en nuestros genotipos individuales. Y esto sin contar con las ambigüedades
genealógicas que son especialmente características de todas las poblaciones recientes del
Nuevo Mundo como consecuencia de movimientos migratorios y mezclas raciales sin
precedentes.
Concluiré este título sin examinar la cuestión de la relación entre raza, conducta, inteligencia
y otros fenómenos culturales, Esta discusión tendrá mucho más sentido una vez que
hayamos intentado comprender las causas de las diferencias y semejanzas culturales en
su adecuado contexto espacial y temporal (véase capítulo 26).
Resumen
El moderno Homo sapiens es una especie polimórfica integrada por muchas poblaciones
reproductoras [breeding populations] relativamente aisladas, algunas de las cuales han sido
tradicionalmente clasificadas como razas. Con su implicación de subespecie a punto de
bifurcarse para formar una especie nueva, el término de raza no es, estrictamente hablando,
una designación taxonómicamente adecuada para cualquier población humana
contemporánea.