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Lo que ya no está, la ausencia (mía y del otro) que guía la mano para escribir
¿Vivir el presente? ¿podemos vivir el presente si tenemos que ponerlo en un discurso? ¿vivir es
hablar?
La palabra reclama siluetas para despejar la pregunta por la certeza o duda ¿cómo distinguir entre
certeza y duda?
LA CONJURA
Vida: momento irrepetible donde somos tan solo una anotación extraviada, un despertar matutino
que nunca ocurrió
La ciudad: amplio movimiento universal que arrastra en un gran discurso a esas pequeñas
anotaciones extraviadas que somos cada cual
Con toda la fuerza de la realidad (La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece)
La palabra es una promesa con la que me condeno a mí misma desde el momento en que hablo,
más aun, cuando escribo. Puedo decir algo en voz alta, escribirlo, publicarlo, quedando así
expuesta a la posibilidad de quedar inevitablemente comprometida a lo que digo y ser objetivada
por mi sentencia; de cierto modo: morir con ella. Estos son mis reparos a la hora de asimilar en
impresiones concretas y ordenadas mi lectura de “Cima”, poemario de Feyie Ferrán que hoy he
sido invitada a comentar. Sin embargo, lo que hoy llama poderosamente mi atención es cómo
estos reparos se diluyen, una vez que cada verso invita a resignificar esa cercanía entre la palabra y
la muerte, toda vez que el escrito intenta sacar del silencio aquello que permanece ausente,
recordar, aunque no lo podamos sujetar.
Pero también, a través de este mismo poder, la palabra puede devenir esperanza, sueño, simiente,
puede dar vueltas y transformarse un no lugar.
Podemos dejar un enunciado y percibir luego cómo se transforma su sentido, ya sea porque lo
digo o lo escribo y algo de ello comienza a ser ajeno a mí; o, porque toma vida propia en las
distintas percepciones que propone su recepción.
No me parece exagerado decir que cada vez que me mantengo en la lectura, “Cima” me devuelve
la mirada y hace que traiga a la reflexión
Me siento invitada a pensar que en el animo que persigue “Cima” hay una necesidad de poner en
palabras una conjura que permita liberar ese silencio que es olvido, esa otra muerte.
Me parece que es en vistas a esta empresa que la muerte “danza” por cada número romano que
capitula cada apartado, sin la necesidad de mostrar ninguna de sus caras habituales, aunque sin
duda componiendo cada gesto del verso.
Es el gesto que tiende a preguntas que no pueden resolverse, pero que están lejos de dejar de
hacerse. Y aquí entonces la palabra no deja de señalar una línea indistinguible, que limita la
diferencia entre certeza y duda.
¿el sentido de qué? me pregunto mientras escribo, la verdad es que aquí no intento otra cosa que
hacer lo posible por rodear el espacio palpitante que abre Cima.