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3. La persona 1
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3. Cuanto sigue es una interpretación libre de L. POLO, La libertad, Curso de Doctorado, Pam-
plona, 1990, pro manuscripto, 120 y ss.
4. L. POLO, La voluntad y sus actos, Curso de Doctorado, Pamplona, 1994, pro manuscripto, 183.
Ha sido editada una versión de este texto: L. POLO, La voluntad y sus actos (I), Col. Cuadernos de Anuario
Filosófico 50, Universidad de Navarra, Pamplona, 1998.
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fiesta, puede mostrarse a sí misma y mostrar las «novedades» que tiene, es «un
ente que habla», que se expresa, que muestra lo que lleva dentro. «Con la palabra
y el acto nos insertamos en el mundo humano, y esta inserción es como un segun-
do nacimiento (...). Su impulso surge del comienzo que se adentró en el mundo
cuando nacimos, y al que respondemos comenzando algo nuevo por nuestra pro-
pia iniciativa (...). Este comienzo no es el comienzo del mundo, no es el comien-
zo de algo sino de alguien: el principio de la libertad se creó al crearse el hom-
bre» 5.
La intimidad y la manifestación indican que el hombre es dueño de ambas,
y al serlo, es dueño de sí mismo y principio de sus actos. Esto nos indica que la
libertad es la tercera nota definitoria de la persona y una de sus características
más radicales. El hombre es el animal que, como origen de sus actos, tiene el
dominio de hacer de sí lo que quiere.
Mostrarse a uno mismo y mostrar lo que a uno se le ocurre es de algún modo
darlo: otra nota característica de la persona es la capacidad de dar. La persona
humana es efusiva, capaz de sacar de sí lo que tiene para dar o regalar. Se ve espe-
cialmente en la capacidad de amar. El amor «es el regalo esencial» 6, en el sentido
de que es el darse total del amante al amado: quien se guarda, quien no se da, no
está amando, y por lo tanto no se cumple como amante, no es capaz de realizar la
actividad más alta para los seres que piensan y quieren. Pero, para que haya posi-
bilidad de dar o de regalar, es necesario que alguien se quede con lo que damos. A
la capacidad de dar de la persona le corresponde la capacidad de aceptar, de aco-
ger en nuestra propia intimidad lo que nos dan. En caso contrario, el don se frus-
tra.
Hay que centrarse en el dar. Puede parecer algo extraño pero nos desvela el
núcleo de lo personal: el hombre, en cuanto persona, no se cumple en solitario, no
alcanza su plenitud centrado en sí sino dándose. Pero ese darse es comunicativo
en el sentido de que exige una reciprocidad: el don debe ser recibido, agradecido,
correspondido. De otro modo ese amor es una sombra, un aborto como amor, pues
nadie lo acoge y se pierde. Dar no es sólo dejar algo abandonado, sino que alguien
lo recoja. Alguien tiene que quedarse con lo que damos. Si no, no hay dar; sólo
dejar.
Si no hay un otro, la persona quedaría frustrada, porque no podríamos dar.
Se da algo a alguien. Por tanto, otra nota característica de la persona es el diálo-
go con otra intimidad. Esa apertura que se entrega tiene como receptor lógico a
otra persona y así se establece la necesidad del diálogo: dar lleva al intercambio
inteligente de la palabra, de la novedad, de la riqueza interior de cada uno de los
que se da. Una persona sola no puede ni manifestarse, ni dar, ni dialogar: se frus-
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7. En la intimidad se distingue el núcleo personal del yo y el mundo interior e íntimo que mana de
él y en el que, por así decir, ese núcleo «mora». Esto es lo que indica K. WOJTYLA, Amor y responsabili-
dad, Razón y Fe, Madrid, 1969, 14. Hay una nueva edición en Plaza y Janés, Barcelona, 1996.
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nimato: yo, al vestirme, me distingo de los otros, dejo claro quien soy. El vestido
contribuye a identificar el quién. El vestido también me identifica como persona.
La personalidad se refleja a menudo en el modo de vestir constituyendo lo que
podemos llamar «estilo» (tribu urbana, clásico, gremial, desenfadado, hortera,
etc.).
El vestido sirve, además, para mantener el cuerpo dentro de la intimidad 11.
El nudismo no es natural, porque supone una renuncia a la intimidad. Al que no
la guarda se le llama impúdico. El peligro es claro: la cosificación del cuerpo que
se presenta de modo anónimo. Así ocurre con la pornografía: se utiliza como obje-
to una realidad (el cuerpo) que es personal (fin en sí misma), y por lo tanto se
degrada. Lo mismo puede ocurrir con modos de vestir que desvelan demasiado la
propia desnudez: ¿acaso es un ámbito abierto para cualquiera? No, si se entiende
que en el amor erótico la entrega del cuerpo significa la donación de la persona.
A este asunto tendremos que tornar al hablar del amor.
La variación de las modas y los aspectos del vestido, según las épocas y los
pueblos, son variaciones en la intensidad y en la manera en que se vive el sentido
del pudor. Esta diferencia de intensidad tiene que ver con diferencias de intensi-
dad en la relación entre sexualidad y familia: cuando el ejercicio de la sexualidad
queda reservado a la intimidad familiar, entonces es «pudorosa», no se muestra
fácilmente. Cuando el individuo dispone de su propia sexualidad a su arbitrio indi-
vidual, y llega a considerarla como un intercambio ocasional con la pareja, el
pudor pierde importancia y el sexo sale de la intimidad con mayor facilidad. La
sexualidad tiene una relación intensa con la intimidad y la vergüenza. La sexuali-
dad permisiva tiene que ver con el debilitamiento de la familia; la pérdida del sen-
tido del pudor corporal, con la aparición del erotismo y la pornografía 12.
11. J. CHOZA, La supresión del pudor, signo de nuestro tiempo y otros ensayos, EUNSA, 2.ª ed.,
Pamplona, 1990, 15-35.
12. Un estudio más amplio de estos temas en R. YEPES STORK, «Compostura y elegancia», en íd.,
La persona y su intimidad, Col. Cuadernos de Anuario Filosófico 48, Universidad de Navarra, Pamplona,
1997, pp.71-86. También en M. SANTAMARÍA, Saber amar con el cuerpo, Palabra, Madrid, 1995.
13. Cfr. P. LAÍN ENTRALGO, Teoría y realidad del otro, Alianza, Madrid, 1983, 577-613, 620 y ss.
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13. Cfr. P. LAÍN ENTRALGO, Teoría y realidad del otro, Alianza, Madrid, 1983, 577-613, 620 y ss.
14. Por ejemplo, J. RAWLS, en A theory of justice, Harvard University Press, Cambridge, 1971, 11,
que recoge una larga tradición proveniente del iusnaturalismo racionalista y de Rousseau.
15. Cfr. Ch. TAYLOR, Ética de la autenticidad, Paidós, Barcelona, 1994, 68-70.
16. A. MILLÁN-PUELLES, La formación de la personalidad humana, Rialp, Madrid, 1987, 28, 52
y ss.
17. J. VICENTE-J. CHOZA, Filosofía del hombre, cit., 434-445.
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