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Asignatura: Prácticas del Lenguaje

Año: 6° ESO
Tema: Civilización y Barbarie.

Para introducir esta actividad primero es necesario plantear una definición. La ironía es una
figura literaria mediante la que se da a entender algo muy distinto, o incluso contrario de lo
que se dice o escribe. A menudo requiere un bagaje cultural que debe tenerse en cuenta, y
además, el uso de la ironía verbal puede también relacionarse con pautas no lingüísticas
como el tono de voz o la postura.

Leer el siguiente texto


Civilización y Barbarie
Sarmiento, escritor y político argentino del siglo XIX, queriendo salvar a su país de un
destino hispanoamericano que preveía fatal, decidió poblar esas pampas desoladas
llenándolas de alemanes y austríacos industriosos, franceses cartesianos e ingleses de
sangre azul, desterrando de paso a todo resabio árabe o hispano, elementos étnicos que él
vinculaba con la barbarie. El hecho de que consiguiera exactamente lo contrario de lo que
se proponía no se debe a su falta de congruencia de la Historia, que para entonces - y
ahora mismo - no podía concebir una réplica de Europa allá en el desolado Cono Sur.
En sus tranquilas siestas provincianas veía, en sueños, puentes de Londres en cualquier río
que bajase de la cordillera, teatros vieneses en cualquier guitarra, arcos de triunfo en todas
las esquinas, y hasta unos indios trilingües vestidos a la inglesa que recitaban de corrido,
gracias a la educación obligatoria, tanto la “Oda to a Nightingale” como “Bateau Livre” o las
estridencias germánicas de Walter von der Vogelweide.
Cuando lo eligieron presidente de la República, la idea de instalar una Europa en el Río de
la Plata pasó de la potencia al acto. Entonces fletó un barco, que íntimamente veía como el
May Flower sudamericano, viajó a esa Europa que en sueños visitaba desde niño, y llenó su
arca de parejas de alemanes, suecos, holandeses y algún inglés de añadidura.
Felicísimo partió de regreso una madrugada clara, con esa preciosa carga que coincidía en
todo con sus sueños. El capitán del barco, un marino argentino de origen prusiano, mientras
pilotaba como el capitán pirata de Espronceda, disipaba ciertos temores del presidente
diciéndole que pasarían muy lejos de las costas españolas, y también de las árabes, ya que
las provisiones estaban perfectamente calculadas para un viaje largo y no sería necesario
hacer escala en ningún puerto.
Pero, como sucede casi siempre en los relatos de navegación a vela, llegan los vientos
caprichosos (verdaderos agentes del destino), y la nao, perdida, navegando a palo seco y a
ratos de bolina, arriba a donde puede, y esta vez es a cádiz, en cuya bahía el capitán
prusiano se ve obligado a pedir abrigo y pernoctar. Mientras lo hace (Sarmiento duerme), un
grupo de andaluces famélicos, con mujeres e hijos, asociados para la aventura americana
con unos italianos acaso más indigentes que ellos, y entre los que no faltan judíos, claro,
miran codiciosos el barco del ilustre estadista.
Actuando como agentes de la historia, que rechaza por principio la idea de una Europa
Sudamericana, esa noche, en un operativo comando, se dirigen hacia el barco
aprovechando la falta de luna y el tranquilo ruido de las olas en la caleta. En el camino
aparecen unos moros que les ofrecen cien linares si les permiten sumarse a la aventura.
Los demás aceptan.
Sarmiento entre sus sueños desde su camarote presidencial oye ruidos de cuerpos que
caen al agua, y en estrictos términos borgeanos considera sueño la realidad de aquellos
desdichados europeos nórdicos que adormecidos descienden a dormir al fondo de la bahía,
mientras beduinos del desierto, andaluces del Jaén e italianos de la Camorra ocupan sus
puestos en los barcos.
Cuando llega al puerto de Buenos Aires los polizones suben a cubierta y oteando hacia las
pampas ven que indias e indios de toda índole los estaban esperando ansiosos para iniciar
diversas cruzas y aventuras étnicas/eróticas. Y abandonado alegremente el barco se echan
en sus brazos.
El consternado capitán despierta al presidente y le muestra lo sucedido. Sarmiento
contempla el desastre y soporta valientemente los gestos burlescos que desde las pampas
le hacen las indias que se han apropiado de alemanes y judíos; luego, cuando ve que los
indios más bárbaros toman posesión de las nóridcas más “buenas” - con el alegre
consentimiento de ellas - no puede más, se desespera, se le caen los pelos y queda calvo
para siempre, y para expresar su descontento lo único que se le ocurre es fruncir el ceño y
sacar el labio inferior hacia afuera, es un gesto que se le congela como las imágenes
cinematográficas, con el que aparece en los cuadernos infantiles y en el frío del bronce de
todas sus estatuas.
Daniel Moyano 1989

Actividades
1. Se dice que la ironía cómica es una incongruencia aguda entre nuestras
expectativas de un suceso y lo que ocurre. ¿Cómo se manifiesta esa
incongruencia en el texto de Moyano? ¿Qué es lo que Sarmiento esperaba y lo
que realmente ocurre?
2. La conexión entre la ironía y el humor se produce cuando la sorpresa nos
sumerge en la risa. ¿Qué hechos provocan risa en el texto?
3. ¿Cuál es la verdadera intención de Moyano? ¿Qué mensaje quiere transmitir
en relación con el programa de Sarmiento para “civilizar” el suelo nacional?
Asignatura: Prácticas del Lenguaje
Año: 6° ESO
Tema: Ensayo.

Para comenzar es necesario definir dos conceptos: vernáculo y dicotomía. El primero hace
referencia a todo aquello que es propio del país o la persona de quien se trata. El segundo
implica la división de un concepto en dos aspectos, especialmente cuando son opuestos
entre sí.

Leer el siguiente texto


Lo vernáculo y lo europeo
Un modelo argentino
La primera dicotomía histórica a resolver es la del enfrentamiento entre lo vernáculo y lo
europeo. Con estos términos se designan dos modalidades bastante arraigadas en el
argentino. Una tiende a la valoración de lo propio, lo comarcano, lo inmediato, lo que ya se
tiene. La otra valoriza lo distante, lo europeo, lo que viene de los centros prestigiosos. En el
primer caso se piensa que la vitalidad natural es una savia que asciende desde una raíz
hundida en la tierra, en el pasado indígena, español o criollo, y entonces surgen las
propuestas culturales del indigenismo, del hispanismo o del criollismo. En el segundo caso,
la opción europeizante y cosmopolita asume la tarea cultural como un trabajo asimilatorio o
imitativo de pautas importadas. Aquí se entiende a la cultura como “trasplante”, como
“prendiendo de gajo”, según el agudo análisis de Bernardo Canal Feijóo. Una perspectiva
mira hacia adentro, la otra hacia afuera; una es tradicionalista, la otra es moderna; una es
cerrada y desconfiada, la otra es abierta y fuertemente repetitiva. Estas dos actitudes
marcaron al hombre argentino y sellaron su historia. Una propuesta nacional debe resolver
esta dicotomía que tuvo expresiones políticas, militares, ideológicas, económicas y literarias
desgarrantes. Resolverlas implica comprender que estos dos movimientos deben
mantenerse como alternancias complementarias de una misma realización. Toda gran obra
es un acto de fidelidad a la raíz pero también es una incorporación de lo ajeno; es un
adentrarse en el pasado para rescatar y continuar sus contenidos valiosos, pero también
una fecundación propia mediante el comercio con lo extraño y lo distante. Esta dialéctica es
la clave de toda gran cultura y debe quedar, por lo tanto, definitivamente incorporada a la
dinámica creadora del modelo argentino. [...] Pero no basta con complementar estas
tendencias. Es preciso purgarlas de sus contenidos falseados, de las toxinas psicológicas
que acompañan a cada una de ellas. Se trata de limpiar la actitud vernácula de su
desconfianza por lo europeo (y extensivamente por lo occidental y lo oriental), y la actitud
europeísta de su afán por desvalorizar lo propio y lo comarcano. Detrás del énfasis
autóctono se esconde, con frecuencia, el siempre temor a lo nuevo; detrás de la opción
europeísta, un afán repetitivo. ¿Cómo eliminar estos contenidos falseados? Es preciso un
humilde acto de conciencia. La actitud vernácula es insuficiente cuando hace de lo indígena,
de lo hispánico o lo criollo, modelos que emplea para encubrir su temor a lo nuevo y a lo
desconocido. Lo ajeno se le aparece como la amenaza de una penetración imperial y
ejércita, entonces, una política cultural de fronteras cerradas que se expresa a través de
una retórica nacionalista y folclórica bastante mediocre en sus fundamentos. [...] También
es preciso desprendernos de un europeísmo imitativo. Europa ha dejado, sencillamente, de
ser el eje de la historia universal, ya no es sinónimo de universalismo. Menos se justifica
entonces, la admiración bobalicona y obsecuente. Liberado del temor a lo nuevo, y de la
imitación servil - y de los sentimientos de cerrazón y menor valía que acompañan a tales
actitudes -, el argentino puede percibir el sello de la universalidad tanto en una copla, un rito
religioso arcaico, una legislación colonial, una rebeldía caudillesca o el Facundo de
Sarmiento, como en los mosaicos de Ravenna, la mezquita de Córdoba, el Fausto de
Goethe o la acción de Mahatma Gandhi. Atrás tienen que quedar las cegueras del pasado:
no todo lo vernáculo es “barbarie” ni lo europeo “civilización”. Una voluntad argentina puede
superar estas dicotomías torpes porque su óptica es de la universalidad. Desde esta
perspectiva se diluye la distinción entre lo vernáculo y lo europeo porque carece de sentido.
Tal perspectiva es la que, felizmente, ya practican en nuestro país aquellos que saben unir
los vientos del mundo y los del propio suelo en un sólo impulso creador.
Victor Massuh (1982)
La Argentina como sentimiento
Buenos Aires, Ed. Sudamericana.

Actividades
1. ¿Cuál es la dicotomía que según el autor ha afectado desde siempre al ser
argentino?
2. ¿Qué propone Massuh para ir más allá de esa división? ¿Estás de acuerdo con
el autor en su propuesta? ¿Por qué?
3. A modo de reflexión: ¿Encontramos en la actualidad en nuestro país otras
dicotomías, otros modelos que repiten la primitiva división entre dos bandos
irreconciliables? ¿Cuáles? ¿Cómo se manifiestan? ¿Es posible ir más allá de
esas divisiones? ¿Cómo? ¿Estamos los argentinos en camino de superar, de
una vez por todas, la dicotomía originaria? ¿Por qué? Escribí un texto
argumentativo en el que expreses tu opinión respecto a esto. Podés usar las
preguntas a modo de orientación.
Asignatura: Prácticas del Lenguaje
Año: 6° ESO
Tema: Martín Fierro.

La literatura nos propone, muchas veces, un diálogo abierto entre obras literarias y épocas
a través de los textos. A esto llamamos “intertextualidad”, a aquellas las marcas que
aparecen en un texto y hacen referencia a otros textos de la cultura. Borges, que siempre se
consideró mejor lector que escritor, componía sus obras en diálogo constante con la
literatura que había leído. En sus cuentos y poemas hallamos referencias al mundo clásico,
a los mitos griegos, al Quijote de Cervantes y, por supuesto, a la literatura gauchesca
argentina. “El fin” es un excelente ejemplo de intertextualidad, al retomar la historia de
Martín Fierro. Por eso, es imposible pensar este cuento sin leer en él también los ecos del
poema de José Hernández.

Leer el siguiente texto


El fin
Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza
le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y
desataba infinitamente… Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no
cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria
que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la
llanura y la tarde; había dormido, pero aún quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo
izquierdo tanteó dar con un cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces
lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era
un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado
a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la
pulpería, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había
vuelto a cantar; acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a
ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al
día siguiente, al acomodar unos tercios de yerba, se le había muerto bruscamente el lado
derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de
la novelas concluimos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido
Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de
América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y
pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le
preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que
no; el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato
con el cencerro, como si ejerciera un poder.
La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó
en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa.
Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del
hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas
varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al
palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
—Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
—Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
—Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme
como un hombre que anda a las puñaladas.
—Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y
la paladeó sin concluirla.
—Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les
dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
—Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
—Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino
ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
—Con el otoño se van acortando los días.
—Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
—Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
—Tal vez en este me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
—En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a
otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las
espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
—Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su
coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un
acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice
infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música…
Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó
un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre.
Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el
negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y
volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora
era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un
hombre.
Jorge Luis Borges (1956)
En Ficciones

Actividades
1. Atendiendo a lo leído, ¿a qué alude el título del cuento de Borges?
2. Releer del Martín Fierro el canto VII de la primera parte y el canto XXX de la
segunda parte. ¿Qué cambios se advierten en el protagonista respecto de la
primera parte? ¿Cómo justifica su accionar del pasado?
3. ¿Por qué utiliza el verbo “dilataban” para referirse a la llanura? ¿A qué
característica de esta se refiere?
4. El narrador no nos dice de inmediato quién es el jinete que llega a la pulpería,
sino que nos va dando algunas pistas hasta que finalmente menciona su
nombre. Subrayar en el texto esos datos anticipatorios.
5. ¿Qué datos de lugar y de tiempo se indican? Marcar las descripciones de la
llanura.
6. ¿Cuál es el sentido de las dos últimas oraciones del cuento? Explicar.

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