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Viejas Fábulas y Nuevas Voces
Viejas Fábulas y Nuevas Voces
de Soledad González
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Realizar esta pregunta hoy, no es tan solo intentar definir una noción que sabemos hasta qué punto es huidiza
para aquel que pretende abordarla; es enfrentar un estado del teatro, el nuestro, en los albores del siglo XXI,
donde todo lo que creíamos saber se desvanece: el drama, la acción, -el teatro mismo. ¿Qué sucede con la
dramaturgia cuando el teatro es proclive a erradicar el drama de su campo de acción? ¿Cuando la acción se
deshace y se denigra al punto de casi anularse?¿Cuando el teatro se convierte en danza, instalación,
performance?
recepción y cooperación del receptor, un modelo que trabaje y se fundamente entre la
oposición superficie-profundidad, siendo la superficie lo visible y legible (marcas textuales
y teatrales) y lo profundo, el campo de lo ideológico e inconsciente que de manera implícita
y latente queda cifrado en la obra. Entre la malla que se teje entre estos niveles están la
intriga, fábula y acción.
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Analizar un texto no consiste tan sólo en establecer la fábula, reconstruir las acciones y seguir los
intercambios verbales, sino que, y en primer lugar, es la inmersión en la textualidad, en la materia y música
del texto, abrirse a la experiencia concreta, sensible y sensual de su materialidad. Es aprender a escuchar los
sonidos, ritmos, juegos de los significantes.
propiedades; apela a interesarnos en la materialidad y los procedimientos; presupone un
conocimiento de la historicidad del silencio en las escrituras contemporáneas: Chejov,
Brecht y Beckett; se cuestiona: ¿qué analizar y según qué paradigma?; propone un esquema
fundado en la cooperación textual del lector, inspirado en el modelo de Eco en Lector in
fábula y en la narratología; conjetura que hay silencio en todos los niveles, comenzando
por el temático y el de la fábula. En este sentido, José Sanchis Sinisterra (2002:122)
reflexiona:
Se dirá que el murmullo incomprensible –señala Olga Bernal– significa el fin de la
literatura, y quizás quien tal diga esté en lo cierto. Pero ¿el fin de qué literatura? ¿Es preciso
que la literatura se reproduzca indefinidamente, según el viejo Logos, o podrá al fin escapar
del Logos para buscar “la luz de la noche”, es decir, lo in-dicho? Sobre la incapacidad de las
tradiciones dramáticas para representar escénicamente la condición humana, Beckett ofrece
el esbozo de una teatralidad que anuncia el vacío, la inacción, y el mutismo como
integrantes de su (y de nuestra) futura dramaturgia (Cursivas del autor).
Teatro y poesía
La relación entre teatro y poesía asume diferentes tensiones a lo largo del siglo XX,
en sincronía con los avatares que asume el término dramaturgia. En el período que
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En su libro Análisis de la dramaturgia española actual, García Barrientos señala: “Para ser coherente, un
método de análisis necesita basarse en una teoría que sea a su vez coherente. La que sirve de fundamento al
mío es la dramatología, que defino, con base en el concepto aristotélico de modo de imitación, como la teoría
del modo teatral de representar ficciones. Este modo, que es el de la actuación o el drama, se opone al otro
(único) modo, que es el de la narración, e incluye al cine. El rasgo distintivo es el carácter mediado (o no) de
la representación. El narrativo es el modo “mediato”, con la voz del narrador o el ojo de la cámara como
instancias mediadoras constituyentes. El dramático es el modo “in-mediato”, sin mediación: el mundo ficticio
se presenta —en presencia y en presente— ante los ojos del espectador. La dramaturgia, término tan
abusivamente polisémico hoy, puede definirse así con precisión como la práctica del modo de representación
teatral. Y el dramaturgo, como el hacedor de dramas, o sea, el responsable de la dramaturgia (García
Barrientos, 2016: 23.24).
analizamos son muchos los dramaturgos que se reconocen en la búsqueda de una voz de
poeta. El francés Charles Torjman afirma que los autores que reciben al siglo XXI con una
edad promedio entre 30 y 35 años, tanto en Europa como en Iberoamérica, reivindican la
literatura, una lengua carnosa, muy escrita, estructurada (Tackels et al, 2001: X), en
detrimento, a menudo, de la idea de una textualidad que comporta “matrices de teatralidad”
(Ubersfeld, 1996).
La historia de nuestro teatro occidental se alejó de la fiesta, circunscribiendo el teatro
a un marco (la escena) que lo limita y controla a la vez. Esta realidad arquitectural (el
pasaje del círculo al marco, que reduce la visión, en tanto que encuadra) encuentra su
traducción directa en la evolución de la escritura de las tragedias: el deslizamiento del canto
coral al relato dialogado. Pero en ciertas prácticas contemporáneas es como si la palabra del
coro naciera y cobrara forma en el juego del diálogo y la voz poética. Siguiendo esta
analogía, podríamos afirmar que el canto, la vocalidad sinuosa, fuera del control semántico,
deja oír lo dionisíaco, anónimo, multívoco del lenguaje griego y vuelve a aflorar lo trágico
en las generaciones que escriben para la escena en las últimas décadas del siglo XX. El
fenómeno puede describirse como un desbordamiento, un des-limitar la escena de su marco
y la lengua dramática del logos del diálogo. Tesis que sigue abonando la idea de una
contaminación inminente entre escritura y escena de todos los tiempos. Más allá de la
intraducibilidad de cada época, es imposible pensar escritura y puesta en escena como artes
y procesos disociados. Más aún, si pensamos el edificio/espacio teatral y el texto, hoy,
aparecen posibilidades que responden a nuevos cruces y desplazamientos, imbricaciones e
hibridaciones poéticas-políticas. La “política de la instalación” en las artes visuales (Groys,
2015: 49)4 genera nuevas formas de convivio a partir de la intervención artística del espacio
público y contamina el pensamiento sobre el arte contemporáneo en todas sus formas.
Ciertas prácticas artísticas buscan des-limitar las formas de control de la exhibición para las
masas y, en la escritura dramática, buscan des-limitar el logos que circunscribe la lengua al
relato dialogado.
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Groys diferencia, para el arte contemporáneo, la práctica de la exhibición, ligada a la cultura de masas, de la
política de la instalación. Plantea que el arte es diseño que se ha vuelto disfuncional porque la sociedad que lo
sustentabaha sufrido un colapso histórico como el Imperio Inca o la Rusia soviética. En este sentido,
reivindica la política de la instalación artística que cambia, de manera radical, el rol y la función del espacio
de exhibición. “La instalación opera como un modo de privatización simbólica del espacio público de una
exhibición” (2015: 54)
Espacio dramático y voces, al igual que visibilidad y escucha, son nociones opuestas
complementarias. En el ámbito de la filosofía y del arte no fueron pocas las miradas que
simplificaron las correspondencias acentuando las oposiciones (De Marinis, 1999). Al
parecer, el siglo XX, trae consigo el triunfo, “titanismo o violencia de la visualidad”
(Ferrer, 2009). Si nos remontamos a la filosofía griega, quizás esto puede entreverse como
un triunfo más de Platón, en este caso, sobre Heráclito.
Intentaremos, de manera breve y aspectual, retomar la mirada de la
complementariedad. Contemplación y creatividad en Platón, al igual que el sentido de
armonía en Heráclito, nos introducen en un ámbito del pensamiento griego en donde la
intuición guía y procura una visión de la realidad que trasciende el orden de lo lingüístico y
da sentido a todo lo demás. En Platón, se podría hablar de una gran juntura a la que sólo se
llega por la vía dialéctica. Porque la realidad es dialéctica y no hay "dos" por yuxtaposición
sino por participación y comunicación. Del mismo modo, no hay una única vía de acceso a
la realidad sino más bien razón e intuición ideal en un mismo camino que conduce a lo
Uno, synagoge, y a la contemplación de la belleza en sí. Esto sería la suprema epoptía:
posibilidad positiva de asistir por entero a algo. Es un "estar fuera de sí". Como lo pide en
el siglo XX Artaud (1996: 47) quien llama a revivir el peligro, la risa y la poesía del teatro.
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Este pensamiento de Artaud no podemos dejar de situarlo históricamente, en un diálogo fecundo con las
vanguardias y movimientos poéticos que marcaron la primera mitad del siglo XX.
realidad, en el sentido de proferir a través del logos aquella palabra que discrimina, recorta
y marca espacios, o bien, afirmamos la vía negativa, creando oposiciones que sólo
encasillan la realidad multiforme. Es por eso que el trabajo sobre la voz –esa voz que
escuchan, transcriben, descifran, traducen, recrean quienes trabajan en la dramaturgia y
puesta en escena– necesita ser revalorizado y comprendido como ese puente o interfase
entre cuerpo y habla. Sabiendo que el habla no es el texto ni la lengua, sino un acto
concreto y material de producción de sonidos, encadenados según leyes, apoyados en la
lógica del texto, transpuestos en el soplo de la oralidad. Una forma rítmica y musical como
el canto, pero con otras leyes, que comporta un discurso pero no se reduce a ese sentido, al
que ella envuelve con miles de matices y de inflexiones personales. El cuerpo hablante del
actor produce sonidos portadores de una materialidad vibratoria y una cualidad sensorial,
las cuales al alejarse del uso automatizado del habla cotidiana, hacen que la voz hablada
ingrese en una dimensión artística. Es cuando la voz se vuelve instrumento consciente de
sus posibilidades y limitaciones (Voltz, 2001: K 2). En la realización personal de un texto,
el mensaje lingüístico, las marcas de oralidad, el ritmo y la comunicación vocal se imbrican
de tal modo que sería imposible separarlos para quien lo recepta. Tomando la idea de
niveles, que propone Pavis, podríamos hablar de un nivel de las variaciones interpretativas
y de otro correspondiente a los elementos fundamentales de una voz. En este último,
podríamos poner en diálogo la idea de Heráclito sobre la armonía invisible como basura
esparcida al azar y que es, sin embargo, la mejor armonía, con la idea planteada por Voltz
sobre el vocabulario que carece de términos precisos para describir ese “residuo”
imposible de aprehender. Se trata del timbre de la voz al cual podemos nombrar a través de
metáforas como sordo, sonoro, claro, sombrío, metálico, prístino; y que junto a la
respiración conforman esa materialidad que parte del cuerpo y de la escena y es, en
muchos casos, combustible de la escritura teatral. Algunos escritores deciden escribir para
el escenario, solo piensan en la materialidad de la escena cuando escriben:
Ces écritures sont plutôt des textes ouverts, une prose libre que n’impose rien à
l’acteur, sinon l’attention à la langue, qui seule conduit l’acteur, une langue
faite des vides et des pleins, une langue lacunaire et contrastée qui laisse toute
latitude à l’acteur pour donner corps lui-même à la fable. Une fable, donc, qui
ne lui préexiste pas, et qu’il doit réinventer à chaque instant (Tackels et al,
2001: V).6
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Estas escrituras son más bien textos abiertos, una prosa libre que no impone marcas de actuación al actor,
concentrándose en la lengua para conducir al actor; una lengua hecha de llenos y vacíos, una lengua
agujereada y contrastada que da lugar al actor para poner cuerpo a la fábula. Una fábula que no le preexiste y
que debe volver a inventar cada vez.
habla abierta, por fuera del marco del diálogo, recuperando procedimientos del teatro del
ceremonial, -épico y lírico-. Con lo cual no dejamos de confirmar la tesis que lanza
Philippe Minyana: “Pour moi, tout ce qui peut se proférer –autremant dit, qui est dans la
bouche, prêt à aller vers l’extérieur- est théâtralisable” (2000:59).7Cada proyecto
dramatúrgico podría interpretarse como la búsqueda de una voz poética que apela a un acto
de lectura particular susceptible de distinguir sus procedimientos y concepciones de teatro.
Se trata de iluminar las operaciones y materialidad de ciertas prácticas en donde lo que
subyace es la acción de interrogar acerca de cómo anda el mundo sin adoptar un punto de
vista definitivo sobre la herramienta que servirá a tal fin; como si fuera necesario para que
el arte siga vivo, alejarse inmediatamente de lo que acaba de funcionar para buscar otros
modos de proceder desconocidos (González, 2003:21-23). En esta diversidad, es lícito
distinguir, que en los movimientos descriptos, tanto en los 80 como en los 90, se le da una
preminencia a la escucha, se trate del testimonio o de la forma poética estallada, en la
crítica se comienza a hablar de un teatro de voces y de una teatralidad de la escucha.
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Para mí, todo lo que se puede proferir, dicho de otro modo, que está en la boca listo para salir, es
teatralizable.