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«Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto»

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«Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra
treinta. El que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,8-9).

Celebramos hoy el domingo XV del Tiempo Ordinario, día en el que el Señor nos
regala a través de la Liturgia de la Iglesia una Palabra de vida en la que nos revela
lo que desea Dios de cada uno de nosotros, que no es sino que demos fruto para
Él.

La Palabra de hoy en sí misma me hace presente a nuestra Madre, la Virgen María,


que dio el mayor fruto al acoger la Palabra de Dios, que es el mismo Jesucristo, con
su actitud humilde y de entrega absoluta: «He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra» (Lc 1,38), acogiéndola aún cuando no comprendía: «María,
por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc
2,19).

Me ayuda mucho la frase del pasaje del Evangelio de hoy: «El que tenga oídos, que
oiga» (Mt 13,9), porque ciertamente el Señor no cesa de hablar a lo largo del día
pero muchas veces nos encontramos con tantos ruidos, inmersos en tantas cosas,
que hace que lo importante pase desapercibido: «Marta, Marta, te preocupas y te
agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha
elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10,41-42).

Así, el Señor hace hoy una fuerte llamada a la conversión, porque de la misma
forma que el Señor no cesa de hablar, también existe otro agente que tampoco
permanece callado, sino que intenta seducir a base de engaños y sofismas, de
palabras aduladoras, (Gn 3), pero que luego, si uno le cree y hace lo que le dice,
experimenta el vacío y la muerte, porque «el salario del pecado es la muerte» (Rm
6,23). Mientras que el Señor afirma rotundamente: «El espíritu es el que da vida; la
carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida» (Jn
6,63). «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios» (Mt 4,4).

El Señor es un caballero. Nos ama tanto que siempre respeta nuestra libertad. No
es un violador, un abusador, que nos violente y obligue a amarle. Pero es cierto

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que si creemos más al maligno, que nos engaña, que a Él, le estamos diciendo que
es un mentiroso, que creemos que la verdad está en el maligno. Pero si tenemos la
actitud humilde de María, de silencio y recogimiento, al escuchar su Palabra,
decimos, como ella: «Hágase» (Lc 1,38), Él lo hará, tal y como se nos dice tanto en
la primera lectura como en el evangelio de hoy: «Como descienden la lluvia y la
nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la
hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi
palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya
realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55, 10-11).

Por tanto, esta Palabra de hoy manifiesta cuál es la voluntad de Dios para cada
uno de nosotros: «Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Tes
4,3) Y para conseguir la santidad es necesario acoger, tal y como hizo la Virgen
María, la Palabra de Dios, que realiza el milagro: «Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn
14,23).

Así, el Señor nos llama hoy a ser tierra buena, porque tal y como dice el Señor: «La
gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos» (Jn 15,8).
Porque, como escribía anteriormente, o le damos gloria a Dios o le damos gloria al
maligno. Todo depende de con quién nos aliemos cada día. Porque se trata de un
combate diario. Lo de ayer terminó ayer. Hoy es un día nuevo. Cada día
necesitamos estar unidos a Cristo, SER UNO CON CRISTO, porque o estamos con
Cristo o estamos con el maligno. No estamos solos aunque creamos estarlo alguna
vez. O vivimos para Dios o vivimos para el maligno. De cada uno de nosotros
depende a quién le decimos «Hágase» (Lc 1,38). Tal y como dice el mismo
Jesucristo: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en
él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Por tanto, como dice San Pablo: «Pues cuando erais esclavos del pecado, erais
libres respecto de la justicia. ¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas
que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres
del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna.
Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 6,20-23). Feliz domingo.

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