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LA SALVACION

Empezamos estas instrucciones con un estudio del plan de salvación por que con
eso mismo es que comenzamos la visa cristiana. Este estudio nos ayudara a tener
una base firme sobre la cual edificar nuestra vida cristiana.
Realmente nosotros nunca podemos comprender la profundidad del plan de
salvación porque el mismo fue concebido en la mente infinita de Dios. Sin
embargo, este plan de salvación a su vez es tan sencillo que todos nosotros con
mentes sanas podemos entenderlo y encontrar nuestra propia salvación.
Mientras hagamos este estudio, desde el principio hasta el fin, debemos recordar
que llevar a cabo nuestra salvación es obra de Dios. Ciertamente nosotros
tenemos una parte que hacer, pero nunca pidiéramos realizar la misma sin la
gracia y la ayuda de Dios, “Porque Dios es el que en vosotros produce así el
querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2.13).
Nosotros sugerimos estudiar este plan de salvación por medio de cuatro puntos:
A. La parte de Dios en la salvación
B. Nuestra parte en la salvación
C. Los resultados de la salvación
D. La seguridad de la salvación

A. La parte de Dios en la Salvación

1. Los hombres están alejados de Dios


Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y
vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír (Isaías
59.2).
En el principio cuando Dios creo todas las cosas, él corono su obra haciendo al
hombre a su imagen. El hombre fue creado perfecto e inocente, sin ningún
pecado. (Génesis 1.26-31.) Pero el hombre peco. Él comió del fruto del árbol del
cual Dios había dicho: “No comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (Génesis 2.17). El acto de haber comido de ese árbol fue
pecado porque significo desobedecer la palabra de Dios. Es por eso que el
pecado de nuestros primeros padres los separo de Dios. Nuestro pecado también
nos ha separado de Dios y nos ha condenado a muerte. (Romanos 6.23;
Ezequiel 18.4.)
2. Dios mando a su Hijo
Porque de tal manera amo Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo sea salvo por él (Juan 3.16-17). Pero cuando vino el
cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo nacido de mujer y nacido bajo
ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos (Gálatas 4.4-5).
Dios en un Dios justo, y su justicia demanda que cada pecador sufra la pena de
muerte. Adán y Eva fueron condenados a muerte por causa de su pecado. Sin
embargo, en aquel mismo día que ellos pecaron, Dios prometió que enviaría a un
Salvador. Dios sabía que ellos de ninguna manera podrían salvarse a sí mismos.
Por más que tratemos, jamás podremos salvarnos a nosotros mismos. Pero Dios,
a causa de su gran amor, su misericordia y su gracia, ha enviado a su Hijo para
salvarnos de nuestros pecados. (Tito 3.5; Mateo 1.21.) Esta fue la razón por la
que Jesús vino al mundo. Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
(Lucas 19.10; 1Timoteo 1.15.)
3. Jesús derramo su sangre, murió y resucito.
Mas el herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados
(Isaías 53:5). Porque primeramente os he enseñado lo que así mismo recibí:
Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue
sepultado, y que resucito al tercer día, conforme a las Escrituras (1Corintios
15: 3-4).
La justicia y la gracia de Dios estuvieron estrechamente relacionadas en el Plan de
Salvación. La gracias de Dios envió al Salvador y su justicia quedo satisfecha
cuando Jesús, quien fue Santo y Justo, dio su vida por nosotros. Él se convirtió en
el Cordero de Dios para quitar los pecados del mundo (Juan 1:29).
En el Antiguo Testamento, el pueblo ofrecía animales como sacrificios a Dios.
Ahora Jesús ha derramado su preciosa sangre para expiar nuestros pecados y
proveernos el perdón (1Pedro 1:18-19, Efesios 1:7). Él es el cumplimiento de
todos aquellos sacrificios, y siendo el sacrificio perfecto, ya no hay necesidad de
ningún otro sacrificio (Hebreos 9:24-26).

4. El Espíritu Santo nos llama.


Y Él Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene
sed, venga: y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente
(Apocalipsis 22:17).
El Espíritu de Dios llama a los pecadores a que vengan a tomar del agua de la
Salvación. Si Dios no nos llamara entonces no podríamos venir a él (Juan 6:44).
Nosotros escuchamos el llamamiento del Espíritu Santo cuando él, nos convence
de pecado y de nuestra necesidad de un Salvador para que así lleguemos a ser
justos delante de Dios. También nos convence del juicio venidero (Juan 16:8-11).
Él Espíritu Santo nos llama a arreglar cuentas con Dios ahora, para no tener que
hacerlo en el día del juicio (1Timoteo 5:24; 2Corintios 5:1).
Otra parte de la obra del Espíritu Santo es regenerarnos. Esto quiere decir que él
nos hace nacer de nuevo y nos da una vida nueva en Jesucristo (Juan 3:5-6),
pero él nos puede hacer esto hasta que cumplamos los requisitos. Por esta razón
nosotros estudiaremos en el próximo tema acerca de estos requisitos para ser
salvos.

B. Nuestra parte en la Salvación.

1. Reconocer que somos pecadores.


Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado
la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron
(Romanos 5:12). Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria
de Dios (Romanos 3:23).
El pecado entro al mundo cuando Adán y Eva pecaron. Nosotros somos
pecadores porque de ellos recibimos, y por medio de nuestros padres, una
naturaleza pecaminosa (Salmo 51:5) nadie es justo. Como está escrito: No hay
justo, ni aun uno;(Romanos 3:10). Todos nosotros nos descarriamos como
ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros (Isaías 53:6). Esta naturaleza pecaminosa o tendencia a
descarriarse de Dios esta aun en los niños pequeños. Sin embargo, ellos nos son
responsables hasta que tengan edad de conocer su propia culpa delante de Dios.
Pero nosotros que somos ya adultos no podemos negar de nuestra culpa delante
de Dios (1Juan 1:18; Jeremías 17:9).

2. Arrepentirnos de nuestro pecado.


Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (Lucas
13:5). Él Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza,
sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca,
sino que todos procedan al arrepentimiento (2Pedro 3:9).
El arrepentimiento es absolutamente necesario para la salvación. Arrepentirse es
sentir una profunda tristeza profunda por haber pecado, esta tristeza profunda nos
hace rechazar el mal camino (2 Corintios 7:10-11). Nosotros tenemos que
confesar a Dios nuestros pecados y nuestra naturaleza pecaminosa para que él
nos salve.
Si no dejamos de pecar y si nos negamos a confesar nuestra culpa ante Dios y los
hombres, mostramos que no sentimos una tristeza profunda por el pecado.
Juan el Bautista anuncio el arrepentimiento (Mateo 3:1-2), Jesús también lo
predicó como un paso esencial para la Salvación (Mateo 4:7), y los Apóstoles
hicieron lo mismo en la Iglesia. (Hechos 3:19; 17:30; 26:20) de modo que
nosotros en ninguna manera debemos menospreciar su importancia.

3. Creer en Jesús como Nuestro Salvador personal.


Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el
que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del
unigénito Hijo de Dios. (Juan 3:16-18)

Jesús vino al mundo para salvarlo, pero su venida y obra no lograran nada en
nuestra vida a menos que creamos en él. Tenemos que creer que él es el único
Salvador (Hechos 4:12; Juan 14:6). La fe verdadera en su poder para salvarnos
nos guiara a recibirle en nuestro corazón y a entregarnos completamente a él. De
otra manera no podemos ser sus hijos (Juan 1:12). No lograremos jamás la
justicia delante de Dios sin la fe verdadera (Romanos 5:1).

4. Confesar a Cristo como nuestro Señor.


Que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el
corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación
(Romanos 10:9-10).

Debemos confesar abiertamente ante todo el mundo que Cristo es nuestro Señor.
Esto lo debemos hacer tanto con nuestra boca, como también con nuestra vida. El
testimonio de nuestra boca nada valdrá a menos que rindamos de buena gana
nuestra vida al señorío de Cristo.
El bautismo es también una confesión de nuestra unión con Cristo. (más adelante
estudiaremos acerca del bautismo). Nonos avergoncemos, pues, de Cristo. Si le
confesamos delante de los hombres, él nos confesara delante de su Padre (Mateo
10:32-33). Confesar a Cristo no se hace solo una vez, sino muchas veces-
cuantas veces tengamos oportunidad (1Juan 4:15).

5. Restituir los males o los daños.


Entonces, habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó, o el
daño de la calumnia, o el depósito que se le encomendó, o lo perdido que
halló, (Levítico 6:4). Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí,
Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a
alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la
salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham, (Lucas
19:8-9).

Otra condición necesaria para comenzar debidamente la vida cristiana es reparar


los daños que hemos causados a otras personas. Dios dio mucho énfasis a esto
en el Antiguo Testamento y Jesús lo reafirmo en el Nuevo Testamento. El
verdadero arrepentimiento siempre se manifiesta en la buena voluntad de cambiar
lo malo que hemos hecho por lo correcto. Debemos hacer todo el esfuerzo
necesario para llevar a cabo la restitución debida (Éxodo 22:2-4; Proverbios
6:30-31). La restitución llega a ser una prueba de nuestra sinceridad en la vida
cristiana. Dios promete vida a aquellos que hacen esto, (Ezequiel 33:14-15). Sin
duda no podremos prosperar espiritualmente sin antes cumplir con este requisito.
Esta es la única manera de tener una conciencia sin ofensa, no solo ante Dios,
sino también ante los hombres (Hechos 24:16).

C. Los resultados de la Salvación.

1. Una vida nueva


De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2Corintios 5:17).
La salvación genuina siempre produce ciertas evidencias que son visibles en la
vida del recién convertido, una de estas evidencias ha de ser una vida nueva.
Cuando somos salvos, también somos convertidos. Esto quiere decir que toda
nuestra vida cambia, dejamos las cosas del mundo, el pecado y los placeres
carnales; buscamos las cosas de arriba (Colosenses 3:1). Dios nos da un
corazón nuevo (Ezequiel 36:26).
De la misma manera que Cristo resucitó de entre los muertos, así nosotros que
estábamos muertos en pecado y alejados de Dios, resucitamos espiritualmente
para andar en vida nueva (Romanos 6:4). Este cambio ha de mostrarse en toda la
vida: en el trabajo, en el hogar, en nuestros hábitos y deseos, en nuestras
amistades y en toda nuestra vida. Por tanto, hemos llegado a ser una nueva
creación en Cristo Jesús (Gálatas 6:15).
2. Una vida santificada.
como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais
estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed
también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito
está: Sed santos, porque yo soy santo (1Pedro 1:14-16).

La nueva vida es una vida santa. Al convertirnos en hijos de Dios, llevamos la


semejanza de nuestro Padre. De modo que no podemos vivir más en ningún
pecado, porque hemos recibido vida del Dios santísimo (1Juan 3:9). La biblia
enseña que ningún cristiano, ni siquiera un recién convertido, deberá pecar
voluntariamente. Por supuesto, es cierto que tenemos un abogado para con Dios
si acaso pecaremos (1 Juan 2:1). Pero ¿acaso por eso seguiremos en el pecado
para poder experimentar más de la gracia de Dios? ¡Jamás! (Romanos 6:1-2).

La Biblia enseña que ya hemos sido santificados, si es que somos cristianos


(1Corintios 6:11). Ser santificado significa que Dios nos ha apartado de todo lo
inmundo para que vivamos en santidad ante él. No debemos encubrir ningún
pecado en nuestra vida; debemos confesarlo y abandonarlo, la vida nueva es una
vida santa.
3. Una consagrada.
Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad de que me envió, y que
acabe su obra (Juan 4:34).

Cristo es nuestro gran ejemplo. Él consagró su vida para hacer la voluntad del
padre. La comida espiritual del cristiano es hacer la voluntad de Dios. Este anhelo
ferviente se llama consagración. El apóstol Pablo también es un ejemplo de
consagración. En el momento de su encuentro con Cristo, él deseó saber que
debía hacer para agradarle y servirle (Hechos 9:3-6).
Dios le mostró lo que él debía hacer por medio de un hermano fiel de la iglesia
(Hechos 9:15). Como veremos en el punto siguiente, necesitamos a nuestros
hermanos de la iglesia y debemos sujetarnos a ellos por nuestro propio bien
(1Pedro 5:5).
4. Un deseo de compañerismo.
Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron
aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los
apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones (Hechos 2:41-42).
Los conversos en el día de pentecostés no siguieron viviendo de la misma manera
que antes los hacían. Ellos fueron añadidos a la iglesia en aquel día. Cada
cristiano verdadero busca hacerse parte de una congregación de creyentes
verdaderos. Para poder perseverar en la sana doctrina y en los mandamientos del
Señor, necesitamos la comunión unos con otros y la ayuda de otros cristianos. No
dejemos de congregarnos y de buscar el compañerismo cristiano (Hebreos
10:25).
No obstante, es posible que una persona quiera hacerse miembro de una iglesia
teniendo motivos incorrectos. En la actualidad algunas personas desean ser parte
de una iglesia para llegar a convertirse en un maestro, en un predicador, para
encontrar una novia, para recibir ayuda económica o por un sinfín de motivos no
espirituales.
Los que buscan ser parte de la iglesia por estos motivos traen sobre si mismos el
juicio de Dios (Hechos 5:1-11). La libertad en Cristo nunca debe ser pretexto para
lograr ganancia egoísta, sino para servir a Cristo en la iglesia (1Pedro 2:16).

D. La seguridad de la Salvación.

1. Podemos tener seguridad.


Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de
Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre
del Hijo de Dios (1Juan 5:13).
Podemos saber que nuestros pecados han sido perdonados, que somos hijos de
Dios y que tenemos vida eterna ahora. Dios quiere que cada cristiano tenga esa
seguridad. Esta es una razón por la cual nos dio la Biblia. (2Timoteo 1:12; 4:6-8)
nos habla del testimonio del Apóstol Pablo cuando se acercaba al final de su vida.
Él sabia con seguridad que le esperaba un galardón eterno. Si seguimos fieles
hasta el fin, nosotros también podemos tener la seguridad de que seremos salvos
eternamente (Mateo 24:13).
2. Podemos saber cuál es el fundamento de la seguridad.
El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree
a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que
Dios ha dado acerca de su Hijo (1Juan 5:10).
La palabra de Dios provee un fundamento seguro para nuestra Salvación. Si
hemos cumplido las condiciones detalladas en la Biblia, podemos descansar sobre
las promesas de Dios, asegurados de nuestra Salvación. Dios siempre cumple lo
que ha prometido con tal que nosotros pongamos de nuestra parte.
Repase las siguientes condiciones y las promesas que Dios ofrece con ellas (Juan
1:12; 3:36) (Romanos10:9-10) (1Juan 1:9). ¿Acaso ha puesto usted de su parte?
¿Usted cree que Dios cumplirá lo que él ha prometido? Tener fe en las promesas
de Dios trae paz al alma abatida.
Existen muchos mandamientos en la palabra de Dios que el cristiano deseará
cumplir tan pronto tenga la oportunidad. Sin tan solo rechazamos uno de ellos
entonces destruimos el fundamento de nuestra seguridad. La biblia dice: “Y al
que saber hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).
¡Dios no quiere que nos sintamos seguros estando en el pecado! Pero si hemos
cumplido las condiciones de la palabra de Dios y estamos obedeciendo sus
mandamientos con sinceridad y santidad Él Espíritu Santo confirma en nuestro
corazón que somos hijos de Dios (Romanos 8:14-17).
LA VIDA CRISTIANA
Es maravilloso comenzar la vida cristiana. ¡Que sabio y noble es decidir seguir a
Cristo! Sin embargo, no comenzar correctamente puede conducirnos a un gran
desastre espiritual.
Sin duda, hemos visto ejemplos de personas que comenzaron mal y luego
volvieron atrás. Muchas veces estas personas endurecen más y más su corazón.
¡Que triste su condición! ¡Qué difícil que vuelvan a Cristo! No queremos caer en la
misma condenación. Por eso, ya hemos estudiado en los puntos anteriores de que
manera debemos comenzar la vida cristiana.
Pero la vida cristiana es mas que meramente comenzar. Hay que seguir adelante.
Es preciso que crezcamos y nos desarrollemos en la vida cristiana tal como
esperamos que nuestros hijos se desarrollen físicamente. Antes bien, creced en
la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea
gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amen (2Pedro 3:18).
Él Apóstol Pablo habla de aquellos a quienes les faltó el desarrollo espiritual y se
nos dice: De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a
espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo (1Corintios 3:1).
Es evidente que tenemos que comenzar como niños, pero no podemos
mantenernos pensando y actuando como niños. ¡La ley de la vida es crecer o
morir! Debemos desarrollarnos normal y saludablemente en la vida cristiana.
A continuación, estudiaremos algunos temas fundamentales para el crecimiento
en la vida cristiana. Estos temas serán organizados de la siguiente forma:
A. La Iglesia.
B. La Adoración.
C. La Biblia.
D. La Oración.
E. Él Espíritu Santo.
F. Satanás y sus obras.
G. El servicio cristiano.
H. Otros temas prácticos de la vida cristiana.

A. La Iglesia.

1. La cabeza de la Iglesia.
y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el
primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia;
(Colosenses 1:18). porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo
es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. (Efesios
5:23).
Cristo es el fundador de la Iglesia (Mateo 16:18). El es la cabeza: la iglesia es su
cuerpo. Así que, ¡Cuánto debemos estimar y apreciar la iglesia! ¿Podemos tener
la bendición de Cristo si menospreciamos su iglesia? ¿Podemos seguir en unión
con él si nos alejamos de su cuerpo? ¿Qué sería una cabeza sin el cuerpo? Y
¿Qué seria cuerpo sin la cabeza? Cada persona que recibe a Cristo y entiende la
unidad esencial de Cristo y su iglesia, deseará ocupar el lugar que Dios le ha
asignado dentro de la misma.
2. Los miembros de la Iglesia.
Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean
judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un
mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos
(1Corintios 12:13-14). Porque de la manera que en un cuerpo tenemos
muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así
nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los
unos de los otros (Romanos 12:4-5).
La iglesia comenzó hace casi 2,000 años con 120 miembros, pero ha crecido a
través de los siglos hasta llegar a ser un Ejercito Poderoso.
La iglesia se compone de aquellos que se han arrepentido de sus pecados, han
recibido a Jesús como su Salvador y Señor personal y han demostrado por medio
de una vida nueva su fe y amor hacia el Señor. Al apartarse del mundo, de todo
pecado y de sus propios deseos carnales, los conversos serán recibidos en la
congregación de creyentes por medio del bautismo.

La iglesia, el cuerpo de Cristo, se asemeja a nuestro cuerpo físico. (1Corintios


12:14-17), nos enseña mucho sobre las relaciones entre los miembros en la
iglesia, el cuerpo de Cristo. Cada miembro tiene su propia función. El cuerpo
necesita todos los miembros; ninguno de ellos puede vivir separado del cuerpo. La
cabeza dirige a todos por el bien del cuerpo. ¡Que hermoso es cuando todos los
miembros trabajan en unidad y armonía!

3. El propósito de la Iglesia.
de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las
coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada
miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Efesios 4:16).
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura
(Marcos 16:15).

Antes de que le mundo fuera fundado, Cristo vio la necesidad de establecer la


iglesia. Por eso, cuando él anduvo por la tierra físicamente, dijo: “Y yo también te
digo, tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del
Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Cristo, la cabeza, quiere
usar a cada cristiano para ayudar a edificar la iglesia. Él sabía también que sus
seguidores necesitarían la comunión con los hermanos para guardarlos unidos,
para proveer compañerismo y para fortalecerse por medio de la instrucción y la
enseñanza ¿Cómo uno pudiera sostenerse solo? ¡Cuánto necesitamos a otros
hermanos fieles para mantener nuestro equilibrio espiritual en este mundo lleno de
tantas doctrinas perversas!

Otro propósito de la iglesia es llevar adelante la obra de predicar el Evangelio a


todo el mundo. ¿Qué pudiera hacer una sola persona? Cristo necesita cada
miembro de su cuerpo en la obra de evangelizar al mundo. Con el esfuerzo unido
de muchos, la Gran obra que Cristo nos ha encomendado se hace más fácil. ¡Qué
glorioso es ser “colaboradores de Dios”! (1Corintios 3:9).

4. La organización de la Iglesia.
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, (Efesios 2:20). Y él mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros, (Efesios 4:11).

Ya hemos visto que Cristo tiene el primer lugar en la iglesia. Él es la cabeza, la


autoridad suprema y su palabra escrita por los santos apóstoles y profetas de
tiempos antiguos sirve de guía a la iglesia. El Nuevo Testamento constituye la ley
absoluta para la iglesia, la ley que gobierna tanto la doctrina como la vida de sus
miembros (1 Tesalonicenses 2:15; 3:14; 2Timoteo 3:16-17).

Pero aun así Cristo usa a los hombres para efectuar su Señorío en la iglesia. El
mismo los escoge de la iglesia, obrando en ella para dar a conocer su voluntad.
Debemos estimar a todos los lideres de la iglesia porque son puestos por Dios
para cuidar el rebaño (1Timoteo 5:17; Hebreos 13:17). Ellos predican la palabra,
animan a los miembros, advierten contra los peligros, reprenden a los errantes y
los guían a la iglesia en toda su obra.
5. La Autoridad de la Iglesia.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la
tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será
desatado en los cielos (Mateo 16:19). De cierto os digo que todo lo que atéis
en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será
desatado en el cielo (Mateo 18:18).

Cristo invistió a la iglesia de autoridad. Él reconoce en los cielos las decisiones


tomadas por la iglesia fiel. Los líderes tienen la gran responsabilidad de guiar a la
iglesia en sus decisiones para que las mismas sean conformes a la Palabra de
Dios. Por tanto, debemos sujetarnos a ellos y apoyarlos en la obra. La iglesia tiene
autoridad para establecer normas basadas en la fiel interpretación y aplicación de
la Biblia por el bien y la seguridad de los miembros (Hechos 15). Debemos
respetar y sujetarnos a estas normas porque Dios mismo las reconoce.
Cuando hay miembros desobedientes y rebeldes, la iglesia tiene que disciplinarlos
conforme a la Palabra de Dios (Mateo 18:17-18; 1Corintios 5:1-5;
2Tesalonicenses 3:6; Tito 3:10-11). Solo así se puede la iglesia mantener en
pureza y ser para Cristo una Esposa “a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino
que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:27).

B. La Adoración.

1. ¿Qué es la Adoración?
Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario
que adoren (Juan 4:24).

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