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Los servidores del templo

Félix Reyes

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Índice

Músicos mixes ........................................................................................................................... 4


Jesús “Chu” Rasgado ................................................................................................................. 7
Ritmos mixes .................................................................................................. 9
Músicos conflictivos ................................................................................................................ 12
La manovuelta .......................................................................................................................... 15
El presidenciable que no quería ser presidente municipal ....................................................... 16
Las bandas filarmónicas mixes ................................................................................................ 21
“Chu” Rasgado y Cipriano Antonio ........................................................................................ 23
Consejos de los padres de Siip ................................................................................................. 28
Tempestad ................................................................................................................................ 32
El trueno, el dios músico .......................................................................................................... 35
Nubes negras ............................................................................................................................ 36
El retiro de Jesús “Chu” Rasgado ............................................................................................ 40
Hongos Sagrados ..................................................................................................................... 42
La muerte de Jesús “Chu” Rasgado ......................................................................................... 46
Lamento de Siip Antuun por la muerte de “Chu” Rasgado ..................................................... 47
Preambulo de la muerte de un músico ..................................................................................... 56
La música de viento y el sexo consentido ................................................................................ 62
Hija, tú que has ido al santuario ..................................................................... 66
La muerte de Siip Antuun ........................................................................................................ 68
Requiém por Siip Antuun......................................................................................................... 70
La señora y el señor mayordomo ............................................................................................. 73
El Director de la banda de música ........................................................................................... 75
2
Al café ...................................................................................................................................... 79
Querido pueblo músico ............................................................................................................ 82
El cacique ................................................................................................................................. 84
No están solos .......................................................................................................................... 85

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Músicos mixes

Entre las y los mixes, mucho antes de nacer, su primer contacto con el mundo exterior
es a través de la música de viento: desde que son concebidos están inmiscuidos en ese escenario,
pues sus padres, si no son representantes comunitarios, mayordomos o capitanes de banda, al
menos alguien de la familia hace fiesta por encargo del pueblo, y ahí están todos, hombres y
mujeres, apoyando, primero con los preparativos, despues como invitados. Y en toda esta
manifestación, las bandas filarmónicas ocupan un lugar céntrico: es la base de nuestra
indentidad individual y comunitaria.
Desde que nacen hasta que mueren, las y los mixes saben que las fiestas comunitarias
constituyen el vínculo simbólico y material de nuestra existencia con la divinidad, siendo los
músicos y sus correspondientes instrumentos musicales testigos de estos acontecimientos: no
hay en un pueblo mixe casa alguna que no haya tenido la visita de su banda filarmónica
municipal; y han sido, precisamente, en estas festividades donde las y los niños dan sus
primeros pasos de la mano de sus progenitores, familiares y paisanos, salvando de no pisar
algún instrumento musical. Ahí es, tambien, donde aprenden a bailar cual muñecos de resorte
tomados de la mano de sus abuelos y padres. Maman, pues, desde muy tierna edad, las
costumbres y el sonido de las fiestas del pueblo.
A la par que van aprendiendo a decir sus primeras palabras, las y los niños mixes van
de la mano de sus hermanitos mayores a las clases de solfeo, y ahí conjugan el “mamá” “papá”
con el do, re, mi, fa, sol, la, si…; y de manera inconsciente, alzan sus manitas cuando oyen a la
banda filarmónica tocar en la fiesta grande del santo patrono, en las mayordomías, en las
gozonas, en los funerales, aplauden y sonríen imitando a quienes les rodeen. Y nomás cumplen
sus primeros añitos son llevados al campo cuando no hay con quién dejarlos encargados, y entre
el reboso de la madre que corta café, limpia la milpa o recoge la cosecha, escuchan atentos los
silbidos del padre que rememora una bonita melodía, un son que ha causado sensación y ha
puesto al pueblo a bailar.
A sus cinco años, ya firmes y duros sus huesitos para caminar y correr, cuando sus
padres deciden integrarlo a la Escoleta Municipal, comienzan a manipular juguetes e
instrumentos musicales; y cuando son inscritos en la educación preescolar, entre sus cuadernos
y utiles escolares llevan un metodo de solfeo, mismos que repasarán en la tarde bajo la tutela
de un maestro filarmónico. Y así van conociendo las rayas del pentagrama a la par que se nutren

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de sus primeros trazos, de las notas musicales al mismo tiempo que van descubriendo las
vocales, descubriendo los tiempos de los compases justo cuando en el salón de clases van
aprendiendo sus primeros conteos.
Una vez que comienzan a solfear, lo repiten cual tablas de multiplicar, y así hablan, así
caminan, así se provocan el sueño para descansar: alterando ritmos, tiempos, velocidades y
acentos que a veces adornan con fuertes y suaves e imprevistos pulsos en compases. Y solfean
camino a la escuela, cuando van a la tienda de la esquina a comprar pan dulce, cuando
acompañan a sus madres a traer leña, a cortar la pastura del burrito, cuando van a la milpa;
solfean con el tercio de leña encima librando los baches de las veredas, bajo las frodosas ramas
de los cafetos. Y una vez que se han aprendido todas las lecciones del solfeo, es cuando el
pueblo les proporciona un instrumento musical, señal de que ascienden al siguiente escalón: ser
músicos. La suerte de que les toque una trompeta, un trombón, un clarinete, las percusiones, la
flauta transveral, etc., radica en dos cosas: en la forma en como acomodan los labios en la
embocadura del instrumento y el grado de avance que tengan para reconocer la caligrafía
musical; las percusiones, en especial el bombo y los platillos, son para todos aquellos que tienen
la suficiente capacidad para reconocer los tiempos y los silencios en el pentagrama.
Es entonces cuando comienzan a hacer ejercicio de respiración para aprender a soplarle
a sus instrumentos, y lo hacen escandalosamente, haciendo mucho ruido; pero conforme van
aprendiendo y conociendo las mañas de cada instrumento, va volviéndose agradable al oído. Es
un ruidero que se escucha por todo el pueblo, y la gente lo entiende, saben que se están
formando los futuros filarmónicos que alegraran sus fiestas y los representará dignamente como
institución comunitaria en las “manosvueltas” que se comprometan ante otros pueblos.
Antes de graduarse como ciudadanas y ciudadanos mixes, ellas y ellos ya tienen licencia
como músicos profesionales con extraordinarias capacidades para componer melodías, hacer
arreglos así como tocar cualquier instrumento; con esos años de aprendizaje pueden entablar
ya cualquier diálogo con cualquiera que presuma de ser músico, y casi por instinto animal
reconocer una buena pieza de una excelente interpretación.
Hombres y mujeres finos de oído, tacto y sentimientos escriben de corrido sobre el
pentagrama cuando han comprendido cualquier manifestación de la vida, o del cosmos en la
más mínima expresión de las cosas igualito como un científico que va deshilando los misterios
del universo, y sus cálculos cual matemáticas son exactos: saben acomodar perfectamente en
un tiempo una redonda, una blanca, una negra, una corchea o una garrapatea; saben de silencios

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y de “crecendo”, y los ponen en los momentos correctos, que hasta nos generan fuertes
emociones cuando escuchamos una pieza musical; a la cacofonía le dan armonía en pulsos y
compases idóneos... si nomás con decirles que alebrestan el sentimiento es más que decirles
cuan maravilloso es el lenguaje de la música.
Así, pues, como la existencia de una mujer y de un hombre mixe transcurre entre la
introducción y la parte final de una pieza musical: cuando perecen por vejez, enfermedad o
accidente, son velados por el pueblo, y toda la noche toca la banda filarmónica municipal
interpretando sones y marchas fúnebres. Y cuando son conducidos a su última morada, son los
músicos quienes van a la vanguardia interpretando melodías que el difunto en vida disfrutaba
mucho. Una vez que bajan el cuerpo al fondo del sepulcro y va desapareciendo de la vista de
sus paisanas y paisanos, se interpreta el vals “Dios nunca muere”, como agradecimiento por
haber compartido con cada uno de ellos parte de su existencia, y se eleva un ruego al creador y
dador de vida para que lo acoga en su santa gloria.

¡Hablantes del lenguaje universal, las y los mixes van y vienen por el mundo
presumiendo que nada saben!

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Jesús “Chu” Rasgado

El maestro Jesús “Chu” Rasgado fue visto, por primera vez, en San Juan Juquila Mixe,
allá a mitad del siglo pasado. Allí estaba dirigiendo a la banda filarmónica municipal de ese
pueblo en aquella fiesta del 24 de junio, a la cual habían acudido los principales del pueblo de
Alotepec, entre ellos Hermenegildo Reyes, don Rey.
Al saber del método de enseñanza del maestro y la eficacia que éste tenía para la buena
formación musical de los niños, aunada la alta calidad de la interpretación de las piezas de
música que en ese momento se les ofrecía, decidieron acercarse a saludarlo y felicitarlo después
de que dejara la batuta y tomara asiento.
Fue don Rey quien anduvo jode y jode, en las asambleas del pueblo, para que se hiciera
una esfuerzo más y se conformara una nueva banda de música, pues era muy bonito cómo los
otros pueblos hacían grandes y alegres fiestas con sus respectivas bandas filarmónicas.
Finalmente, terminó convenciendo a los principales de su pueblo para que fueran a
Juquila en busca del maestro. Entre el grupo de personalidades que componían aquella
comitiva, iba el mismo don Rey quien, al presentarse ante el destacado músico, le ofreció una
botella de mezcal. Don Rey no tomaba, nunca se le vio tomando, es más, aborrecía todo licor
pero esa vez, por única ocasión y dada la emoción que lo embargaba por ser un amante de la
música, él mismo se sirvió una copa para brindar por el encuentro con el gran maestro, Chu
Rasgado, quien ya empezaba a labrar su propia fama. El hecho sorprendió al resto de los
acompañantes de don Rey, pero era momento de celebrar tan gran acontecimiento.
—Maestro, mis respetos —saludó.
—Muchas gracias, bonito día …
—Maestro, hemos sido enviados para saludarlo e invitarlo a platicar. Es nuestro deseo
que forme usted una nueva banda filarmónica en nuestra comunidad, Alotepec ¿Cuándo tendrá
usted tiempo para platicar?
Dada la sencillez y humildad del maestro, no esperaron más y allí mismo se pusieron a
hablar.
El maestro andaba de pueblo en pueblo enseñando el hermoso arte de la música, sobre
todo en la zona baja de los mixes, por allá, por el Istmo de Tehuantepec, de donde era originario.
Bueno, la cuestión es que el maestro aceptó gustoso ir a Alotepec, dejando en claro que,
eso sí, cobraba un peso por día y dos si componía alguna melodía que enalteciera el nombre de

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la comunidad. Se le ofrecería alimentación y hospedaje, así como el traslado a lomo de mula,
costeado por las propias autoridades del pueblo. Quien lo solicitara iría por él a donde se
encontrara. Si nadie más lo requería serían las autoridades del pueblo donde estuviera quienes
lo llevarían de regreso a su natal Ixtaltepec; para ello, dos topiles le cargarían la ropa, su
instrumento y sus papeles.
Firmaron contrato y a partir de 1937 el maestro estaría trabajando en Alotepec. De
marzo a abril, de ese año, se dedicaría a trabajar intensamente para conformar a la nueva Banda
Filarmónica Municipal que se estrenaría en la fiesta del 3 de mayo, la fiesta patronal en honor
a “Jesús Nazareno, el Señor de Alotepec”.

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Ritmos mixes

Arrimaditos allá donde no estorbamos, despertamos cada mañana entre una exuberante
vegetación y el mar de nubes asentado en un cuenco como manos entrelazadas, los Mixes
vanidosos y altaneros nos desvivimos en la dignidad de quien sabe que la vida es un momento
y nada más.
Nos nombramos ayuuk jä’äy porque de los Mixes somos, hombres y mujeres del
lenguaje florido, los Jamás Conquistados, los que tuvieron muchas potencias en contra y contra
todo se hicieron nación.
Somos de ese pueblo que tiene sus raíces echadas desde los primeros tiempos y desde
esos tiempos andamos de gozona en gozona, que en nuestra propia lengua llamamos
naatyuunëmpitë, el hecho de devolver el trabajo al otro, correspondiendo, del mismo modo, el
favor recibido de los demás, la “mano vuelta”, pues.
Somos el pueblo desgajado de las montañas que baila, con nuestro característico paso,
entre ceremonial y alegre, ritmos mixes.
Curtidos por el rugir del trueno y el destello de los relámpagos, los Mixes danzamos con
pasos de arriero, ese incansable ser que hace descender al viento de sus más altas cumbres a
fuetazos, arrastrando a su paso cantos y murmullos propios de la montaña. Ritmos mixes, pues.
Danzamos con pasos de cazador que sigue sigiloso el cadencioso meneo del jaguar,
nuestro Dios que desciende majestuoso de la nube y que se hace nahual entre las montañas, va
y viene resarciendo los plisados desgarrados de la Madre Tierra.
Somos los hablantes del Ayuuk, la lengua florida de la selva, atado de flores bordadas
en las blusas de nuestras mujeres; manto blanco, el color de la tierra del universo, el vestuario
de los abuelos, quienes saben de qué lado del mundo trajeron estos horcones que sostienen el
pueblo.
La lengua con que nos hacemos honor es la misma con que nos absolvemos y rondamos
por el mundo; la misma con que nos dirigimos respetuosamente a nuestro creador dador de
vida, y con la que aplacamos las malas intenciones de Ko’oypyë, el que no es bueno.
Los Ayuuk nos hablamos y nos deshablamos en la libertad de nuestras montañas, ésas
que se inclinaban al paso de nuestro padre Kontoy, padre de pueblos. Suspiro suspendido de
Jatsyuutsä’äny, la gran serpiente en la vastedad del infinito es nuestro aliento convirtiéndose en
arcoíris, arco de colores desde donde caen todas las cosas que los mixes comemos, desde donde

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caen todas las cosas que los mixes sabemos, es la lengua de los jamás vencidos, de los no
conquistados: el lenguaje, tan hermoso como florido, de la selva.
Somos los que dan caza a Anaatuu, la tempestad, trampeándolo allá, en los más altos
picachos del majestuoso I’px yuukm, el cerro sagrado de las veinte divinidades.
A la Madre Tierra nos debemos por eso, humildemente, le ofrecemos la primera porción
de nuestros sagrados alimentos antes de ponerlos en nuestra boca, antes de ofrecerlos a nuestro
cuerpo, cuerpo que se desgarra desde la madrugada hasta la retirada del sol en busca del sustento
diario, igual en los altos desfiladeros, donde desfallece el águila blanca, que en lo más hondo
de las barrancas, donde encuentra calor la víbora nauyaca, la que duerme con los ojos abiertos,
la del veneno mortal.
A la Madre Tierra nos debemos, por eso ofrendamos a ella la primera chupada del tabaco
liado que hace suspirar a diestra y siniestra, antes que nosotros expiremos bocanadas de humo
relajando el alma, alma que dormita en penumbra a merced de sus divinidades, que la acechan
día y noche.
A la Madre Tierra nos debemos, por eso ofrecemos a ella el primer bocado, el primer
sorbo de mezcal, la mejor pieza del animal cazado, los más grandes y hermosos frutos de
nuestras cosechas, nuestros diezmos.
Y aunque hemos probado lo amargo y lo dulce, conocemos más lo dulce que lo amargo
cuando deja de llover a cántaros y sale el sol en Alotepec y disfrutamos cada amanecer alabando
la creación de Tääy Jëkëëny, quienes son fin y principio de todas las cosas. Escuchamos las
campanadas de aurora de nuestro templo y observamos, complacidos, el perfil de la Mujer
Dormida, la montaña sagrada de este pueblo, que se deja ver sin disimulo.
Y aunque hemos probado lo amargo y lo dulce, sabemos más de lo dulce que de lo
amargo cuando la sequía parece tomar puesto, se despeñan entonces las grandes nubes por entre
los riscos, como quien toca sones y jarabes alegres, ritmos exquisitos, propios de nuestros
músicos.
Y aunque hemos probado lo amargo y lo dulce, apreciamos más lo dulce que lo amargo,
pues tenemos nuestras bandas filarmónicas y con sus sones hacemos cosquillas a nuestra Madre

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Tierra para decirle cuán felices estamos, gracias a sus cuidados. Bailamos brincando,
caminamos bailando, porque corazón de pueblos es nuestro corazón.
Y aunque hemos probado lo amargo y lo dulce, amamos más lo dulce que lo amargo
cuando al leve susurro de la brisa la trampeamos: colocamos nuestros instrumentos musicales
con la boca abierta como cántaros a contracorriente
Y aunque hemos probado lo amargo y lo dulce, amamos más lo dulce que lo amargo
cuando al leve susurro de la brisa la trampeamos: colocamos nuestros instrumentos musicales
con la boca abierta como cántaros a contracorriente mordiendo el bravío torrente y solita entra
la presa, y comienzan a sonar y nos contagiamos de gozo, mucho gozo para bailar una eternidad
ritmos mixes.

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Músicos conflictivos

Cuando el maestro Jesús "Chu” Rasgado llegó al pueblo de Alotepec ya lo estaban


esperando alrededor de una docena de niños quienes, además de padecer la más alta situación
de pobreza, estaban allí de manera obligada, pues no había quedado de otra a sus padres más
que mandarlos a la Escuela de Música Municipal, exponiéndolos a que se convirtieran en
músicos, ya que éstos, a su vez, habían sido obligados por las autoridades municipales a mandar
a sus hijos a la escuela. Y es que ser músico y formar parte de una banda de música había dejado
muy malas experiencias en la comunidad pues, antaño, el pueblo había tenido su propia banda
pero, por envidias y desacuerdos entre los propios músicos, ésta había terminado no sólo
disolviéndose sino, incluso, dividiendo y confrontando a la gente. Esto hizo que muchos padres
de familia no quisieran enviar ya a sus pequeños a aquella dichosa escuela.
Esta negativa tuvo sus orígenes en la feroz batalla que alguna vez libraron Mariano
Reyes y Juan Cosme Fulgencio, por cuestiones de batuta, por allá, a finales del 1800. De ahí
que los padres pidieron a sus hijos que asistieran a la escuela de música sólo por cumplir, para
evitar represalias; además, sólo irían a escuchar, no debían aprender, no deberían establecer
ningún compromiso porque había el riesgo de enamorarse de ella y después no quisieran
dejarla. Ser músico era algo no deseable, no agradable; es más, era un oficio harto peligroso.
Para no ser tan dramáticos, los fuertes coletazos que Mariano y Juan Cosme habían
dejado a su paso, como dos verdaderas fieras en contienda, habían derivado en un pueblo
dividido en dos, al acecho el uno hacia el otro con los cuchillos desenvainados. Y es que, ellos,
habían formado antes una banda filarmónica pero, nomás comenzaron a tocar, los dos
empezaron a adjudicarse, cada quien por su lado, la autoría de tal o cual pieza y a
autoproclamarse maestro y director de su respectiva banda. Esto fue lo que molestó tanto al uno
como al otro; entonces, decidieron separarse, no sin antes mostrarse los rencores diciéndose y
haciéndose sepa Dios qué tantas cosas. Finalmente cada quien formó su propia banda de música
con los mismos instrumentos del pueblo.
Sin importar dónde y ante quiénes estuvieran, la banda de Juan Cosme arrancaba con la
primera pieza musical, procurando abarcar la mayor parte del escenario y azuzaban al público
a bailar; incluso, se dice que el mismo Juan Cosme bajaba del escenario, instrumento en mano,
a invitar a las muchachas y a los muchachos a ingresar a la pista de baile, terminando bailando
solo ante la mirada cautelosa de la gente pues el público ya sabía que, de un momento a otro,

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arribaría la plebe de Mariano para iniciar un encontronazo. Eso era verdad pues Mariano y su
gente no tardaban en aparecer, acompañados de su sequito de borrachos, extraviados y colados.
Al encontrarse frente a frente, las dos bandas comenzaban a tocar lo más fuerte posible con el
propósito de opacar las notas de la otra. Al no lograr sus objetivos, ambos grupos se insultaban
y peleaban dándose con todo lo que tuvieran al alcance, incluso con los mismos instrumentos,
luego, lanzándose piedras y palos.
Enterados hasta del último detalle, pronto los vecinos tomaron partido en estos asuntos.
Los pobladores de la parte oriente se solidarizaron con Mariano mientras que los de la parte
poniente lo hicieron con Juan Cosme. Así se crearon dos bandos polarizados en extremo, en un
pequeño pueblo que no rebasaba ni el medio millar de habitantes. En estas condiciones
transcurría, lentamente, el siglo XIX.
Así se sucedieron los días y los años, y, lejos de aminorar las diferencias, éstas
encrudecieron hasta que se desatrancaron los muros que contenían la ira… Juan Cosme,
desesperado al perder adeptos, terminó secuestrando a José Maximiano, el mejor trombonista
del grupo rival. Mariano, por su parte, eliminó, de un plomazo al mejor intérprete de la tuba de
la otra parte, que era su propio hermano Román... se encendieron tanto los ánimos que ya no se
podían controlar, hasta que fueron sometidos por la autoridad municipal, con la ayuda de la
policia de la cabecera distrital. Por las faltas cometidas, cada líder tuvo que purgar ciertas penas.
Solamente así se impuso la paz, iniciandose, a partir de entonces, un proceso de
reconciliación comunitaria, no sin antes sentenciar que, después de esto, no se volverían a
permitir la formación de grupos que concentraran a más de tres o cuatro personas,
prohibiéndose también las reuniones o asociaciones privadas, incluso las fiestas y los bailes,
así como los espacios propios para el consumo de alcohol y la deshinibición de los sentimientos
y las pasiones. Todo atisbo de música, incluso los silbidos y chiflidos rítmicos que incitaran a
la manifestación de las emociones fuertes, fue desterrado de las expresiones comunes de la
gente del pueblo. Es más, tampoco se permitió hacer música, en ninguno de sus tipos y formas
de expresión, en las veredas y en los caminos reales, ni siquiera en los patios y los corredores
de las casas, por muy particulares que fueran. Nada mejor que el silencio y la quietud en toda
su plenitud para alcanzar la paz, la bendita paz.
Bueno, pues medio siglo después, ahí estaba el maestro Chu Rasgado invitado por don
Hermenegildo Reyes, hijo de Mariano, para formar la mejor banda filarmónica municipal que
el pueblo jamás haya imaginado.

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Ahí estaban también, desnutridos y harrapientos, los que serían sus discípulos, listos
para ser adoctrinados en el hermoso lenguaje de la música… del gozo y el placer.

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La manovuelta

De repente entre la maleza, antes del medio día alguien grita: —¡Hora de sacarle filo a
los machetes!”. Y comienza el mayordomo a bajar por entre la hierba podada con su ánforita
de mezcal, sus cigarrillos y su jícara de pozol para agasajar a sus invitados. Entonces, callan los
machetes.
Los invitados se sientan sobre la hierba recién caída y comienzan a trabajar las piedras
de afilar, piedras ásperas, de arena fina.
Raspan y raspan los campesinos sus machetes, igualito como se soba uno la pierna
cuando el dolor es agudo, igualito como cuando uno estira la hoja de tabaco con las palmas de
las manos.
Entre copa y copa, entre chupada y bocanada de humo, los campesinos afilan el machete
raspan y raspan, con mano pesada, el filo y el lomo de sus machetes, como si el metal adoleciera
de dolores reumáticos.
Y, así, hasta que consideran suficiente el descanso.
Ellos saben que una vez machete en mano, agachados con la mirada entre la hierba, no
hay más alzada de cabeza ni descanso, hasta que se haya despejado el tramo a limpiar. Pobre
de aquel que no tenga filo suficiente en el machete.
Antes de volver al desmonte alguien retiene al mayordomo, pide una última copita: —
¿Dónde toca ayudar mañana? —hila una charla—. Que no se le olvide llevar este mezcal, ¡está
buenísimo!

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El presidenciable que no quería ser presidente municipal

Él nunca quiso ser Presidente Municipal; sin embargo, de haberlo sido, muchas cosas
se hubieran evitado porque él no se dejaba mangonear por nadie, mucho menos por un viejo de
otro pueblo como don Luis, pero, condenado el destino, que a cada quién tiene reservado su
inevitable y propio recorrer en el mundo. Pero, aunque no deseaba ser el representante máximo
del pueblo, fue inevitable que no pensara en todos los protocolos que conlleva ser ungido
“Padre-Madre” de un pueblo. Fue justo lo que pensó cuando alguien lo propuso en la terna de
candidatos, en la asamblea general. Recapituló, pues, lo que tendría que hacer en caso de que
quedara electo Presidente Municipal. Recibiría el bastón de mando, y tomaría potestad por
sobre todas las cosas. Tendría poder para hablar a todas las fuerzas que se hallan sobre
I´pxyuukm, el cerro sagrado de las veinte divinidades, poder para hablar a todas las fuerzas que
se hallan bajo el imponente y orgulloso I´pxyuukm. Salir a los cuatro caminos que siguen los
cuatro rumbos del universo, los cuatro vientos, a presentarse con orgullo a Tääy-Jëkëëny,
principio y fin-fin y principio de todas las cosas, dador y creador de la vida, a rendirle tributo
con guajolotes y gallos, con maíz molido, mezcal y cigarros y todo lo que conlleva la ceremonia.
Ofrecer el primer momento de su toma de posesión para pedir protección a la sombra del Santo
Patrono del pueblo, el milagroso “Señor de Alotepec”, su sabiduría y su paciencia, su guía
porque representaría a este pueblo, el pueblo de Kontoy, a cuyo paso, hasta los riscos más
imponentes se inclinaban en señal de reverencia, rindiéndole homenajes humildes.
Así, José Terezo tendría que salir a los cuatro caminos, a los cuatro vientos, dispuesto a
negociar con Ko´oypyë, el que no es bueno, el hijo rebelde de Tääy-Jëkëëny; presentar, con
dignidad, sus respetos con sus respectivas ofrendas y celebrar rituales para que no se aparezca
por los caminos y veredas ni en las milpas ni se entrometa en el correr de las grandes aguas,
envenenándolas con sus malos presagios. Que tampoco se esconda en los recovecos de los
caminos emboscando alevosamente ni contamine los aires con sus gritos de alma en pena a
media noche, burlándose del alma débil y espantadizo de algunos de sus paisanos. Porque,
siendo así, Él se asumiría Padre y Madre de todas las comunidades que pertenecieran a ese
municipio. Viento tierno que, a la leve provocación, se hace vendaval, azotando, inclemente,
las crestas de las más altas montañas. Porque tendría potestad para hablarle a la tierra para que
se abra y reciba la semilla, se multiplique, se regenere. Potestad de apalabrar al destino para
que se revele. Caminar en la noche y por la noche sin levantar suspicacias en los dioses;

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caminar de día y en el día, sin que Ko´oypyë, se atreva a emboscarlo. Porque se convertiría en
Xoox, mazacoatl, serpiente enfurecida que duerme con los ojos abiertos.
Porque así son y han sido nuestros representantes, cabeza del trabajo, ordenadores
implacables del tequio, colaboración gratuita en beneficio de la comunidad, brazos y piernas
del pueblo, visión y cosmovisión. Los que mandan a llamarnos mediante el topil, moscardón
mensajero del fosforescente atavío; los que consienten nuestro apresamiento mediante los
mayuut, los policías de la comunidad. Padre y madre de un pueblo que lo aclamaba, él no
solamente asumiría la tarea de cuidar al pueblo, sino de representarlo más allá de sus fronteras:
ir a todas las manovueltas que el pueblo hubiera contraído con otros pueblos circunvecinos,
estar al frente de la banda filarmónica a la hora en que ésta se presentara en cada fiesta patronal,
flores y velas en mano hablaría en nombre de todos sus representados, agradecería a toda la
comunidad anfitriona por los cálidos recibimientos que se les hubiera proporcionado, así
mismo, pediría disculpas humildemente por si algún músico en su borrachera o travesura
cometiera una falta, fuera pequeña o grave, en contra de algún miembro de la localidad.
Andaría, pues, de fiesta en fiesta donde tocara devolver compromisos con la banda filarmonica;
de igual manera, cuando llegara la fiesta grande en su municipio, recibiría con frases bonitas y
llenas de alegría a todo aquel peregrino y visitante que llegara a saludar al santo patrono, desde
temprano hasta entrada la noche ahí estaría, viendo que el programa de la festividad se llevara
a cabo al pie de la letra.
Voz de mando que obedece al que revela el destino, el que hace aparecer, a la vez, en
alguna hora de la madrugada a venus junto al sol. Porque sólo ellos pueden mandar llamar y
pedir consenso de los que viven parados y caminan con su pensamiento y sentimiento sobre
esta tierra, nääxwinkujkmëtë jiky’äjtpëty para hacer consejo. Sólo ellos pueden mandar y hablar
mediante nuestros Xëëmaapyë, sacerdotes ayuuk y contadores de los días, con los que ya no
viven sobre esta tierra, jatuk it jä’äy, los habitantes del ser y estar en la muerte, para pedir
consejo de lo que se avecina.
Marcando el año y los días en los calendarios de nuestras comunidades y ser referentes
del año de nacimiento o fallecimiento de cada uno de los comuneros, hombres y mujeres.
Nuestro representante se sienta a la mesa a dialogar con el Dador y Creador de Vida y con El
Rebelde, el que no es bueno, sin que le tiemblen los labios a la hora de negociar, sin que le
tiemblen las manos a la hora de aplicar justicia.

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Pan y hambre son nuestros representantes. El mandar obedeciendo, el servicio en
comunión en la casa del pueblo. Dignidad y orgullo, herencia de los que conocen el rostro vivo
de Kontoy, el padre de los jamás conquistados.
Los que dan caza a Anaatuu, la tempestad, trampeándolo allá, en los grandes picachos
del majestuoso I´pxyuukm, el cerro de las veinte divinidades, la montaña sagrada de los Ayuuk
jä´äy…
—Pero… —volvió a pensar José Terezo—, las cosas a nivel regional no marchan bien...
y, de nuevo, se dejó llevar por sus pensamientos mientras subían más nombres a la pizarra,
listos para ser votados.
Lo que pensaba y balanceaba en sus razones José Terezo era la crítica situación en que
cada vez se sumía la región mixe: una gran lumbre se había desencadenado y en su arrasar
montañas y cuencas, había abierto las grandes bocas de las grutas donde vela y ayuna Ko’oypyë
y todo esto, en voz de los “nääxtsënaapy-käjpntsënaapyë” ancianos caracterizados, sólo
presagiaba un abanico de escenarios poco documentados y conocidos en la región y que más
pronto que tarde, esa lumbre mostraría expresiones propias de los pueblos en su
desenvolvimiento en tiempos de paz o de guerra…Y si él aceptaba, sin chistar, el cargo de
Presidente Municipal tendría que lidiar con todo ello, porque sería guardián del pueblo… de
este pueblo..., correr el riesgo de perderse en toda esa encrucijada porque no es fácil ser
representante de un pueblo, correr el riesgo de ser y padecer como el jaguar, ese velador
irresponsable por su confianza desmedida.
Propuesto abiertamente por un comunero en asamblea general el nombre de José Terezo
lució en la pizarra donde otros dos ocupaban un espacio con letras de gis.
Con oportunidad para un alegato, José Terezo no supo qué decir. Todo había sido tan
repentino, tan de pronto que el cuerpo y el verbo no le correspondieron de esa misma manera.
Pero tenía, o debía que decir algo, quedarse callado era sinónimo de querer ser lo que le estaban
ofreciendo que, en pocas palabras, era igual a ambición. Pero él no quería ser Presidente
Municipal ¡Jamás! El pueblo era tan ingrato qué, aunque diera la vida por ellos nunca se lo
agradecerían, es más, alguien pudiera cargarle un difuntito y eso, eso no tendría perdón de Dios.
Para José Terezo no fue suficiente el tiempo para meditar su intervención entre ese lapso
en que era propuesto y en que se le pedía su alegato, pues comenzó a manotear y a patalear
entre aquel gentío como si estuviera llenándosele los pulmones de agua. Entre tropezones se
fue abriendo paso para hablar frente a un pueblo que no muy fácilmente se le convencía. Antes

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de empezar a desenrollarse en palabras, pidió atención y comprensión a su inédita participación
ya que él jamás solía intervenir en asuntos del pueblo, ni siquiera cuando se le pedía su opinión.
Siempre había sido invisible, inaudible, aun cuando se le preguntaba, en privado, por qué no
exponía sus puntos de vistas sobre este o cualquier otro asunto solía argumentar que era el
menos indicado para dar consejos o sugerencias políticas sobre cualquier tema. Es más, se
declaraba endeudado con gran parte de los comuneros, de los cuales venía escondiéndose y que,
dado este caso, no se imaginaba levantándose imponentemente en cada asamblea para opinar
como un erudito, ya que podrían sus deudores verle ahí y después pedirle cuentas.
Inexperto en hilar ideas, comenzó a tambalear, después tartamudeó, pero al final dijo
algo. Habló de su ignorancia y de su cobardía, de su incapacidad para representar a un pueblo
tan orgulloso como lo es Alotepec. Habló también del respeto a su dignidad, a su modo de vivir.
Nombrarlo Presidente Municipal sería ponerlo en el ojo del huracán, pues estaba
recrudeciéndose la lucha política por definir la sede del distrito mixe y si los actores no se
ponían de acuerdo podría desembocar en una cruenta guerra y él no estaba dispuesto a pasar
calamidades por el simple hecho de complacer los caprichos de aquel comunero que lo había
propuesto, que, según él, al proponerlo y alardear acerca sus capacidades no era más que otra
muestra más de su ignorancia. No sería Presidente Municipal, no contra su libre albedrío. Pidió,
entonces, a todos los concurrentes que no votaran por él porque, de lo contrario, desobedecería
a todos. Que retiraran la propuesta, pues no podía estar allí de adorno o completando, así nomás
por así, la terna.
Al oír aquella réplica la Asamblea rio de buena gana. Nadie desobedece ni había
desobedecido la voluntad del pueblo so pena de ser exiliado. Además, todos decían no querer
ser representantes, pero una vez que asumían sus cargos de manera casi obligada, era común
que se llenaran de amantes; entraban flacuchos y mal vestidos para salir panzones y
encatrinados, con José Terezo no sería distinto.
Desahogadas las réplicas que los postulados habían alegado en su defensa, el presidente
de la mesa de los debates, mesa que dirige la elección de autoridades comunitarias, se dirigió
finalmente al pueblo:
—Paisanos, hemos escuchado las palabras de los tres candidatos, pero serán ustedes: el
pueblo, el que decida, mediante su voto, a quién eligen como su Presidente Municipal. Ahora
que las palabras sobran, pasemos a las votaciones… Por favor, levanten bien la mano. ¿Quiénes
quieren que José Terezo sea el presidente municipal?

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El pueblo se alzó en una sola mano y en una sola voz.
Después la mesa pidió nuevamente el voto para los dos candidatos restantes. Nada, sólo
murmullos. Los resultados de la votación fueron los siguiente:

Candidatos Votos

José Terezo Reyes 400 votos


Martín Mónico 0 votos
Fernando Reyes 1 voto.

La voz del presidente de la mesa de los debates se dejó oír como un trueno ensordecedor:
—Por mayoría de votos, queda como Presidente Municipal, para el año fiscal 1935, el
ciudadano José Terezo Reyes ¡Por favor, brindémosle un fuerte aplauso…!
José Terezo se paró de un salto y quiso tomar la palabra, nuevamente, pero las ovaciones
se lo impidieron. Entre gritos, trató de dar a entender que él nunca había deseado la presidencia
municipal y que el pueblo, en ese mismo instante, estaba realizando un severo acto de injusticia
contra su persona y contra el pueblo mismo, ya que él de ninguna manera, tomaría el cargo.
Al dispersarse aquel gentío, satisfechos por el candidato que ellos habían elegido, de
entre la multitud alguien palmeó por la espalda a José Terezo susurrándole:
—Vaya, sí que arrasaste en las votaciones…
Sin embargo, nadie sabía de las cosas que se erigían o se desplomaban en los adentros
del elegido.

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Las bandas filarmónicas mixes

Se consideran a las bandas filarmónicas como el gran patrimonio cultural intangible que
los ayuuk jä’äy poseen, y cuya máxima expresión de grandeza que hoy deslumbra al mundo es
que sean, mujeres y hombres, chicos y grandes, las y los máximos expositores de este tipo de
expresión musical. Sin embargo, la grandeza que se le da a esta expresión artística, lejos está
de considerar que fue, precisamente, instrumentos que terminaron sujetándolos a la Colonia,
pues después de 1600, año en que se considera que cayeron los últimos vestigios de resistencia
mixes, los frailes se dedicaron a formar jurisdicciones religiosas, a construir templos y a formar
bandas filarmónicas, y en consecuencia, a cargar sobre el lomo de las comunidades el festejo
de las mayordomías. Como era casi imposible llevar los tubos de los órganos a esos templos
que construían, fue más fácil subir hasta allá los clarines y trompetas, los atriles y saxofones, y
al igual que el latín, las bandas filarmónicas se implementaron entre los mixes a golpe de látigo.
Por eso su nacimiento y fortalecimiento está íntimamente ligado a las fiestas religiosas y a la
interpretación de cánticos religiosos, misereres y letanías, de ahí que, en Alotepec, mixe, a la
banda filarmónica municipal todavía se le siga llamando “Xuuxpë Tsajptekämëtë”, es decir,
“músicos, servidores del templo”, esto para diferenciarlos de los “Xuuxpë Wojpë (grupitos que
amenizan fiestas particulares), o, de los “ëëpë koopë” (los que cantan y tocan la guitarra). Y
esto es, precisamente, como las bandas filarmónicas municipales cumplen el papel de amenizar
únicamente eventos comunitarios, sean religiosos o políticos, y con esto hacer posible que estas
dos estructuras empalmen, resarciendo todo tejido social que cualquier malentendido, entre
pueblos o particulares, haya desgarrado. Un evento social-cultural comunitario sólo tiene
relevancia si asiste la banda filarmónica, y con ello no me refiero a cualquier banda musical,
sino a la municipal, donde están las mujeres y los hombres que prestan su servicio comunitario
y cuyos instrumentos musicales sean precisamente los del pueblo. Ninguna o ningún músico
filarmónico tiene tanto peso como aquel que haya servido en la banda municipal de su pueblo,
eso le da voz y voto en las asambleas, y le permite, además, ascender a un puesto mayor una
vez que haya renunciado a la música para prestar servicio comunitario en el ámbito político.
Además, es una afrenta para muchos pueblos que algunas comunidades envíen “bandas
particulares” a cubrir la manovuelta, cuando politicamente lo correcto sea mandar a la banda
municipal: importando aquí quién está legitimado para hablar en nombre de un pueblo, por esos
las bandas filarmónicas municipales siempre van acompañadas de algún miembro de alto rango

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del cabildo municipal y de la autoridad eclesiástica. Y su recepción en las comunidades
hermanas está llena de simbolismo: son recibidos por la autoridades municipal anfitriona a la
entrada del pueblo con palabras de bienvenida y flores y velas, significado de fraternidad y luz
para ambos pueblos. Acto despues de la recepción, son conducidos de inmediato al templo
catolico de la comunidad para ser presentados y encomendados al santo patrono del lugar.
No hace mucho que los músicos no gozaban de cierta reputación de la cual hoy se
presume; incluso, ningún padre en su sano juicio deseaba que su hijo fuera músico, ya que ellos
eran la parte mas castigada en todo el escalón social: eran los enviados a cumplir compromisos
diplomáticos que hoy llamamos “mano vuelta”; además, con el cuerpo filarmónico no se podía
aspirar a un ascenso, como si sucedía con los cargos políticos (topíl, mayor, regidor, suplentes,
propietarios, sindico, presidente municipal). Y eran en las “manos vueltas” o “capitanías de
banda” donde, en realidad, sufrían las condiciones de miseria en que muchos pueblos mixes se
hallaban hundidos, pues durante una semana tenían que tocar melodías sin importar si lloviera
o hiciera calor, si los caminos fueran anchas o estrechas, sitiados o libres, comer lo que se les
ofreciera (muchas veces a puro frijol y chile, sin mesa y sin asientos), dormir en suelo sobre un
petate y solo por dos o tres horas, caminar con sus instrumentos por accesos difíciles y
deslavados hasta donde vivieran quienes les atendían… de ahí que muchos músicos prefirieran
anestesiarse el cuerpo con harto licor ante el frío inclemente, el punzante sueño o el hambre
canija que hostiga en cualquier descanso.
En muchas comunidades de la región mixe, durante muchos años, brilló más un
escribano que cualquier banda filarmónica.
En Alotepec, la banda municipal devuelve mínimo ocho “mano vueltas” al año, más
aparte las fiestas comunitarias que tiene que amenizar; por eso, es de sorprenderse en gran
manera, que en medio de esta situación emerjan grandes maestros, compositores excelsos y
poetas de renombre.

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“Chu” Rasgado y Cipriano Antonio

Uno de esos niños que aquella mañana esperaban atentos la llegada del maestro de
música era Cipriano Antonio, mejor conocido como Siip Anduun, en lengua mixe.
A Siip no pudo haberle pasado peor cosa que obligarlo a integrarse, desde su más tierna
edad, a la banda de música municipal desde donde se iniciaría en dar el dichoso servicio
comunitario, cuando ni siquiera estaba obligado a ello pues tenía tan sólo diez años. Este suceso
fue como robarle la inocencia pero sus progenitores tenían que facilitar a alguno de sus hijos
para formar la nueva banda, bajo la advertencia de que, aquel padre que desobedeciera la
determinación de la autoridad municipal sería encarcelado y multado. Ante la situación de
pobreza, la cual aumentaba al tratarse de una familia numerosa, sus padres no podían darse el
lujo de enviar al mayor de los varones a las clases de música, así que decidieron sacrificar al
menor de ellos, a Siip, del que aún podían prescindir en las largas jornadas de trabajo en el
campo. Aun así, esta situación fue traumática para aquel niño pues significó un
desprendimiento de su círculo familiar más cercano y querido, apartándolo así de la posibilidad
de apoyar a sus padres y hermanos en las labores del campo para aportar parte del sustento
familiar, ganándose, de este modo, un lugar de respeto dentro del seno familiar.
Y así, desde que forzaron a Siip a asistir a las clases de solfeo, éste no hizo otra cosa
más que dedicarse a sabotear al maestro. Lo odiaba desde sus adentros, no le hacía caso alguno
y, cada vez que podía, procuraba molestarlo; en fin, quería cansarlo, desanimarlo, enfadarlo
para que el maestro se largara de allí de una vez por todas. Se recuerda, incluso, que hasta llegó
a hacerse el sordomudo para no escuchar ni cruzar palabra con el maestro. Sin embargo, al
transcurrir de los días y por la dedicación del maestro, Siip fue aprendiendo, sin querer, las
notas musicales. Así fue como comenzó a leer primero las partituras que las letras del alfabeto
y a dominar antes el lenguaje de la música que la lengua castellana, como había sucedido
antaño, cuando los viejos rezanderos y cantores aprendieron a leer primero el latín y sólo
después el español.
Al darse cuenta de cuan fácil era entender aquellas notas suspendidas en el pentagrama,
decidió aprender, pero sólo para fastidiar al maestro con preguntas difíciles de responder
respecto a las tonalidades y compases, a la mezcla repentina de tiempos e improvisaciones y,
para rematar su macabro plan de sabotaje, terminó por escoger el instrumento que más ruido
causara: la tuba. A ella se dedicó de lleno, aprendiendo a interpretarlo como jamás alguien lo

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hubiera hecho en el pueblo sólo para demostrar al maestro que los ayuuk también pueden
cuando quieren siempre y cuando no se les obligue como habían hecho con él. Andaba
reconroso el pinche Siip.
Con estas dificultades, el maestro Chu resistió la primera descarga y se empeñó en
formar la banda costara lo que costara. Cuando consideró oportuno pasar del aprendizaje del
solfeo a la manipulación del instrumento, escribió una hermosa composición llamada
“Alotepecanita”, y la presentó ante el grupo. Siip tomó sus hojas y su instrumento, y se alejó
del grupo para estudiar la obra minuciosamente, a solas, haciendo señas y movimientos con el
brazo derecho mientras que con la izquierda sostenía la hoja pautada con las notas. En un
descuido del maestro, Siip se acercó a sus compañeros y les indicó como debían tocar aquella
melodía, dijo que si alguien no le parecía buena idea aquel plan debía de atenerse a las
consecuencias, pues al Siip no se le contradecía, ya que era bueno con los puños. Sucedió, pues,
ya para cuando el maestro se integró, el tubista ya había organizado todo, y cuando Chu quiso
que sus niños interpretaran “Alotepecanita!, Siip, de inmediato, se acercó a su mentor dispuesto
a ejecutar su segundo plan de sabotaje, y con sus escasos vocablos castellanos le dio a entender:
—Maestro… ¿por qué no mejor la tocamos así?
Entonces, dio indicaciones en mixe a sus compañeros en qué tonalidad tendrían que
acompañarle, y fue cuando comenzó con el ruidero de su tuba desencadenando el desorden,
cosa que de entrada disgustó mucho al maestro, pues ese alumno le estaba revolviendo todo el
ritmo, pulso y compás; había puesto todo de cabeza, creando una nueva pieza en lugar de la
pieza inicial. Sin embargo, conforme el caos fue tomando forma lentamente en ese nuevo
arreglo, el maestro quedó más que sorprendido, aceptando la sugerencia no sin antes sentenciar:
—¡Pinche Siip, tú si sabes…!
Esa tarde Siip se coronó una primera victoria: “Alotepecanita” estaba escrita en un
compás lento, propio de un ermitaño sentimental que observa cómo las nubes van recostándose
suave y dulcemente sobre los riscos de la montaña situada frente a aquel pueblo, y a través de
ese hecho, explicar la existencia de un poder divino que todo lo hace y todo lo da. Pero el
condenado Siip, nomás por molestar, se le había ocurrido mezclar disímiles ritmos como el
jarabe tradicional con fandango, compases de tres cuartos con entradas o salidas alebrestadas
de seis octavos. Adornando con fuertes y suaves e imprevistos pulsos con su tuba, pues cuentan
que Siip aprendió tan rápido que sabía tanto que comenzó a alterar tiempos, ritmos y acentos:

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a los patrones modificó pulsos volviéndolos melodiosos; revolviendo entidades para modificar
compases de dos, de tres, de cuatro tiempos, formando un sinfín de ritmos.
Pero algo falló en la estrategia de enfadar y correr al maestro. Tan pronto Siip le tomó
gusto a la música, comenzó a encariñarse con el maestro Chu, pues cuentan que en cuanto
volvía de las faenas del campo corría al cuarto del compositor para ver qué novedades le tenía.
Esto hizo que Siip y el maestro terminaran generando una confianza irrompible con el
transcurrir de los años. Así que el muchacho fue bajándo poco a poco la guardia hasta volverse
un incondicional de Jesús “Chu” Rasgado, factor que le ayudó a mejorar su técnica en la
interpretación de la tuba.
Cuando, a veces, por efectos del alcohol, el maestro no acudía a la escuela para despejar
las dudas de sus discípulos, era Siip quien suplía al maestro; muchas veces, cuando la
peregrinación de Chu por las cantinas no tenía fin, Siip estaba a su lado como fiel escudero y
prominente asesor (así como mal traductor) respecto de las costumbres del pueblo y los
derroteros que el conflicto político respecto al distrito iba tomando, paso a paso, hacia la guerra.
Este fenómeno político estaba dividiendo a la región mixe en dos bandos, unos a favor
de establecerse la cabecera distrital rentistica en Zacatepec y otros en contra, acabó por penetrar
al pueblo de Alotepec y sus resultados nefastos en sangre, exilio y debilitamiento del tejido
social, confusión de imagen ante el propio espejo de la casa. Este hecho también causó ruido
en el maestro, pues no solamente repercutió en la relación laboral que tenía con los diferentes
municipios mixes, pues a pesar de que se hablaba de terribles emboscadas, el maestro hacía
hasta lo imposible por llegar, ya fuera caminando o a loma de mula, a los poblados alejados
donde solicitaban sus servicios para seguir formando músicos, aún en contra de las decisiones
de las propias autoridades que solicitaban niños y jóvenes en los frentes de batalla. También
distanció la relación amistosa que había sembrado entre sus propios alumnos, pues pronto la
situación comenzó a recrudecerse, los músicos comenzaron a tomar partido por este o tal grupo
político, resultando así imposible juntarlos siquiera para charlar, ya que comenzaron a hacerse
acusaciones los unos a los otros.
Pero Siip vivía ajeno a estas cuestiones, él solamente añoraba la compañía del maestro,
del amigo, y de tantos acompañamientos terminó por disfrutar de los buenos y grandes sorbos
de mezcal que Chu Rasgado le ofrecía; de igual manera, le distrajo de las labores del campo,
pues ya no prestaba mucha atención a las labores de la milpa, llegando incluso a desentenderse
de los calendarios de siembra, abono y cosecha del maíz, su cabeza solamente giraba ya sobre

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los hilos del pentagrama, y nomás iba al campo para dizque cumplir con sus obligaciones de
familia, pero nomás estaba viendo a cada rato a que horas se ponía el sol en la punta de la
montaña para dar por terminada la faena, volver corriendo para visitar al gran maestro, con
quien, sin importar las horas, charlaba de todo, mejorando su castellano, su técnica en la tuba,
escribiendo juntos melodías o manipulando diversos instrumentos. Pero de todo lo que
charlaban, lo que más le sacaba de quicio y le ponía la piel chinita de la emoción, eran aquellas
anécdotas que su maestro le compartía respecto a sus andanzas en la ciudad de México, la gran
y hermosa capital cultural del país: los relatos interminables sobre la vida de los grandes
compositores de talla internacional como Agustín Lara con quien, a decir del mismo Chu, tenía
mucha amistad pero también muchas diferencias pues, a juicio de “el flaco de oro”, la música
de viento era puro escándalo, tamborazos y tarolazos, un ruidero que sólo los incultos se
atrevían a disfrutar, que por eso las bandas filármonicas habían sido relegadas a las montañas,
donde nadie las escuchara, ya que para expresar la plenitud del amor había que darle esa
solemnidad que sólo las teclas del piano o las cuerdas de la guitarra podían transmitir. Esta
posición era lo que, según el propio maestro Chu, los mantenía distanciados. Tales comentarios
dejaban pensativo y sin palabras a Siip quien, hasta no escuchar alguna canción de Agustín
Lara, no podía emitir juicio alguno. Su maestro tenía razón, era sencillamente imposible querer
comparar, mucho menos pretender igualar, las composiciones de su mentor con otras que
pretendían cantarle al amor. Entonces, era cuando “Chu” Rasgado descolgaba y desenfundaba
la guitarra y, entonando la voz, se ponía a interpretar las canciones de algunos famosos
compositores. Siip se extasiaba tanto que el corazón se le alborotaba, convenciendose que la
música era su razón de ser.
Escuchaba con sumo detalle la descripción que su maestro y otras personas le hacían
respecto de la increíble cantidad de personas que, a diario, arribaban a la gran ciudad de México
para integrarse a la dinámica imparable de esa gran urbe; los novedosos diseños de las casas y
el uso y disfrute que allá se hacía de los grandes avances científicos y tecnológicos cómo la
luz, la televisión, la fotografía, las regaderas con agua caliente, así como los sanitarios que a un
solo movimiento de mano se tragaban las heces y los orines sin dejar rastro, los aires
acondicionados que refrescaban o daban calor a las casas según la época del año; los mercados
coloridos y olorosos a flores y frutas, los interminables puestos de comida, agua de sabor,
tiendas de ropa y telas; las cantinas abarrotadas de borrachos, trovadores y damas que ofrecían
besos y caricias; el verdor de los parques y de la plaza principal que era la alameda, la

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experiencia religiosa que vivían hombres y mujeres que peregrinaban desde todos los rincones
del país a la Villa para visitar a la Virgen de Guadalupe; el viaje en tren y las paradas en cada
estación donde subían y bajaban aventureros con sus maletas del tamaño de una cama que
llevaban en sus espaldas; la compra y venta de helados que se ofrecía en cada pueblo, la comida
que se servía en cada estación, donde incluso los vendedores subían a ofrecerlos a la voz de:
“barato, barato”; los distintos paisajes que uno iba atravesando desde la ciudad de Oaxaca hasta
la ciudad de México, pasando al pie de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, majestuosos
testigos de cuanto ocurrió y podría ocurrir a su alrededor, llegar a la ciudad de México, y
observar sus hermosos e históricos edificios y monumentos… Escuchar todo esto y casi poder
palparlo, ya que el maestro era un buen cronista, asimismo la promesa que éste le hacía al
muchacho, que muy pronto lo llevaría a conocer la gran ciudad e integrarlo a su orquesta para
recorrer calles, mercados, centros nocturnos, visitar Garibaldi y otros espacios de renombre
donde su música y sus composiciones se harían escuchar y poner en alto el nombre del terruño
de dónde venían. Cuánta alegría invadía el noble corazón de Siip al pensar que todo aquello
pudiera suceder en cualquier momento: ¡conocer la gran ciudad de México al lado de su gran
maestro!
A esa idea y a ese deseo se aferró Siip. Cada vez que sus padres le llamaban la atención
por desatender las tareas del campo, les decía que él no había nacido para hacer milpa ni para
sembrar platanares o arbustos de café, que pronto se iría a la gran ciudad de México a conquistar
la gloria. Cuando su padrino de nacimiento le dijo que ya era tiempo que sus padres le buscaran
esposa, Siip dijo que sí pero que buscaran a una que quisiera estar casada sólo unos cuantos
meses porque él muy pronto viajaría muy lejos, y que posiblemente nunca regresaría.

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Consejos de los padres de Siip

Siip, hijo mío


No oigas palabra de hombre
que sólo habla de lo poco que ha visto.
Date entendimiento con tu propia luz
de los milagros que la tierra tiene:
hasta las enredaderas necesitan compañera
para trenzarse y alcanzar
las más altas copas de los árboles,
¿por qué has de resignarte en la soledad
de tus pensamientos cuando tu vida puede ser bella
desinhibiendo tus deseos?

Recuerda, hijo mío,


no despertamos solos a esta vida,
somos rojas chispas desprendiéndose
de un corazón ardiente
que vela día y noche por nuestra felicidad.

¿Por qué has de sentirte solo


cuando puedes conseguir buena mujer
que dé luz y cariño a tu hogar?
¿Con qué palabra,
con qué acto pudiste haber pecado
para temerle a tanta felicidad?
Por más oscura que sea la noche,
las estrellas siguen ahí,
esperando que el viento barra las nubes;
la más tenebrosa de las selvas
abriga despampanantes luciérnagas
que agradecen a nuestro Creador que exista la noche.

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¿Por qué la vida ha de ser cruel
si puede ser bella?

Piensa, Siip, piensa.


Ahora que ya eres un gran músico respetado por el pueblo,
tienes casa, cafetal y caballo,
ahora que ya sabes labrar hasta las más rudas tierras,
que ya tienes edad para adentrarte
en las más cerradas arboledas,
para buscar suelo a tus granos de maíz, de frijol;
que ya oreas en petate tus granos lavados de café
y sabes picar el corazón del más bravo de los toros,
destazar y salar su carne;
que ya eres experto pescando en los grandes remansos,
sea con aguja, sea con redes.
Ahora que ya has prestado servicio a tu pueblo
que ya fuiste a devolver varias manovueltas
con nuestra banda filarmónica municipal,
que ya tienes palabra en la asamblea del pueblo,
¿por qué no apalabrar matrimonio?

El trabajo aumentará,
llevarás sustento a tu casa
así llueva o truene,
o los caminos estén sitiados.
No importa. Vivirás bien:
y no tienes por qué conocer las cárceles y los juicios
cuando no haya entendimiento en tu casa
y el gran anciano te reprenda en público
por tus malos comportamientos hacia tu esposa y tus hijos.
No tienen por qué los topiles ir a buscarte
ni los mayores a tomarte preso,

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interrumpiendo las labores de nuestros representantes
para juzgarte cuando hay problemas más graves.
Vivirás bien. No tiene por qué suceder.

No tienen por qué levantar sus manos ni sus bocas,


ni sus bancas ni sus puertas contra ti tus hijos y tus hijas
ni despojarte de tu casa,
de tu cafetal,
ni te desconozcan ni te eviten,
y salten como chapulines de sus caminos,
de sus aguas cuando te vean venir,
o te corran de sus caminos, de sus aguas.
No tiene por qué suceder. Vivirás bien.

No tienes por qué sentir la burla del destino


cuando la enfermedad y la muerte lleguen a tu casa
y tengas que llevar flores y veladoras
a la sepultura de tus hijos en vez de besos y abrazos.
Vivirás bien. Pídeselo a nuestra Madre Tierra.
Te colmará de felicidad.

Ahora que tienes, vende tu café oreado,


y apalabra matrimonio.
Ponle otro cuartito a tu casa,
consíguele compañera a tu caballo,
en tu parcela también pon semilla
de frijol, chilacayote, yuca, picante.

En la vida, por mucho pensar las cosas,


se van y no es lo mismo después.
Y sólo nos queda lo que hubiera sido
si hubieras apalabrado matrimonio cuando pudiste hacerlo.

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Cuando habías visto el amor en sus ojos.
Cuando tenían frutos tus árboles.
Cuando tenían fuerzas tus brazos y tu espalda.

Ahora que tienes con quien, manifiesta tus sentimientos,


porque todos nacemos para alguien:
los loros verdes mueren cuando pierden
a su pareja en los grandes ventarrones,
y tú actúas como si hubieras perdido
hasta la dignidad.

Siip, dinos, nosotros que somos tus padres:


si sientes que ella es,
vende tu café oreado,
compra pan y mezcal,
baja a las tierras calientes por encino rojo
y demuéstrale de lo que eres capaz.

Ahora que puedes,


que la fuerza apareja tus muslos y deseos,
Ahora que el consejo de ancianos
no te pide fiesta grande para el santo patrono.
¿Quién sirve a su Dios solo y con el sentimiento atrofiado?
No temas, la vida misma hace caminos, como el agua,
es cuestión de encausarlo. Vivirás bien.

No escuches palabra de hombre


que sólo habla de lo poco que ha visto.
Date entendimiento con tu propia luz,
Contempla los confines de la Tierra,
los astros diurnos y nocturnos,
y verás cuán maravilloso es el amor.

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Tempestad

Entre el campesino Cipriano Antonio “Siip Anduun” y el maestro Jesús “Chu” Rasgado
mediaba una visión acerca de la música de viento del tamaño de un abismo, dilemas propios de
los mortales de la sierra mixe: ¿Acaso era una expresión del sentimiento, termómetro de las
emociones al compás de los rebotes de esa piedra colgante que es el corazón, o simplemente
era una creación de algún loco poeta que le da voz al susurro de la brisa, pintor que crea con
colores invisibles paisajes que difícilmente se podrían describir con el vocablo o con las señas
humanas (por eso los maestros alocadamente elevan las manos cuando dirigen alguna melodía)
para exponerlas luego sobre el pentagrama a merced del quién las quisiera descifrar? ¿Acaso
se podía pintar sobre el pentagrama el sentido del amor, el puro sentido, no el amor (esa cosa
concreta que pesa como una losa), sino el puro sentido, artífice primero de los sentimientos,
base inicial de la vida que después, a través del trato y de los años, desemboca en
consideraciones de amor, muestras de cariño o de afecto? En fin. ¿Era la música el alma con el
que se manifestaba el pueblo mixe, o simplemente era un servicio comunitario obligado so pena
de sufrir cárcel y persecución en caso de negarse? Así de tremendo era el abismo.
Para el maestro “Chu” Rasgado no había ninguna duda: la música no era más que ese
lenguaje puro y sagrado, voz de una experiencia religiosa en medio de un pueblo cautivo de sus
montañas y su destino, la expresión de un corazón atrapado en lodo y arena a causa de un amor
por el que suspiraba cariño y caricias; sin embargo, para Siip, que siempre le gustaba llevar la
contraria a su maestro, decía que la música de viento era puro ensueño, delirium trements de
alguien que cambia cobijas y caricias por copas de mezcal, y que gracias a esos efectos creaba
y descreaba imágenes y paisajes, pues a Siip lo habían obligado a integrarse a la banda
municipal desde una edad en la que ni siquiera estaba facultado para dar servicio a su
comunidad.
Una noche de lluvia tormentosa, cuando las gotas azotaban despiadadamente el techo
de lámina, mientras ellos sorbían el mezcal a la luz de las antorchas hablándose a gritos, Siip
confesó a su maestro la decisión de uno de sus amigos que, a esa hora, estaba rompiendo el
cerco militar que el cacique de la sierra había impuesto al pueblo para huir a la ciudad,
llevándose solamente el caballo y un par de municiones por si fuera necesario, y que había
salido justo cuando se soltaban las primeras gotas de lluvia, momento idóneo por la oscuridad
y la tempestad. En eso platicaban y comentaban acaloradamente cuando de repente dejó de

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llover, calmando intempestivamente el rugir agresivo y lastimoso del trueno, que sus voces de
manera repentina se impusieron. Se miraron sorprendidos, y de inmediato salieron al patio y
vieron cómo la noche daba paso a un escenario hermoso cuando, poco a poco, la oscuridad iba
descorriéndose con el surgimiento de una luna llena.
—¡El amigo! —se dijeron —¿habrá tenido el tiempo suficiente para romper el cerco…?

Entonces, el maestro, ya un poco tomado volvió de nuevo a su cuarto, arrancó el petate


de su cama y salió para tenderla sobre el pasto mojado. Acostado sin pena alguna, observaba
como a media noche la figura de la montaña iba iluminándose con luz clara, suave, mientras
pensaba en la fuga del amigo. Siip estaba ahí recargado sobre la pared de adobe observando al
maestro de maestros ahí acostado como un chamaco maravillado por algo tan singular y normal
en estos lugares, que cuando le pidió le pasara un cuaderno, un lápiz y su trompeta, él volvió
en sí y corrió cuarto adentro.
Dicen pues, las y los ancianos que de aquella noche salió la inspiración lo que después
tomaría por nombre “Tempestad”, una de las oberturas más famosas del maestro Jesús “Chu”
Rasgado, y que en realidad lo que describe ahí es el escenario propio de una noche de lluvia,
que va amainando, poco a poco, para dar paso a una ambiente sereno. Nomás con escuchar la
introducción de dicha melodía, se alude el descorrer lentamente de las nubes negras, el soplar
del viento que empuja pesadamente a las nubes, llevárselas a los rincones de la montaña donde
no se hagan llover; la imposición de la luz por sobre la oscuridad. Ya más adelante, en compases
lentos y suaves, recuerda el bajar lentamente de las cortinas de frío y la humedad por una
intervención dulce y lenta de la brisa cálida, un soplo caliente que devuelve el sentido al cuerpo,
la huida espantosa de la oscuridad ante el develamiento majestuoso y rutilante de la luna llena.
Sin embargo, más que ser una melodía con tintes poeticos, en realidad es la reconstrucción de
la huida del amigo aquel que en esas horas tenebrosas cabalgaba ya lejos de aquel pueblo, esa
preocupación que atrapó el pensamiento del músico al consideranr que el surgimiento
intempestiva de la luna y su irradiante brillo justo cuando se fraguaba la fuga, no vino sino a
estropear los planes, teniendo el autoexiliado que cambiar inmediatamente de estrategia para
no ser descubierto, animando al caballo desviarse del camino empedrado y adentrarlo a las
oscuras y tortuosas veredas, evitando así los retenes paramilitares y los halcones que
merodeaban por aquellos lares, y que el animal, nervioso, todo empapado, resistiéndose a seguir
desobedeciendo las bridas, dando vueltas y vueltas ante la negativa de querer desviarse para

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introducirse bajo los cafetales, por los oscuros fondos de las inmensas platanares lodosas y
resbalosas donde la tempestad no había cesado, ya que las gotas atoradas en las hojas de los
inmensos cedros eran sacudidas violentamente por la brisa, cayendo una segunda lluvia después
de la tempestad. La necesaria huida de la guerra que había ya cobrado su buena cuota de sangre,
lágrimas y desvelos; la tempestad de la lluvia de balas abriendo la carne frágil, delgada,
desnutrida, desvalorada, tasajeando los pliegos de la piel, palmo a palmo, como carnicero
experto, trozando huesos, venas y arterias para salir por la espalda dejando un boquete por
donde sale espantada la vida…
La obertura “Tempestad” alude al deseo de la victoria después de vagar horas y horas,
kilómetros y kilometros, perdido bajo la oscuridad de la selva lodosa y tormentosa, a la sonrisa
reservada por la suerte de quien ha visto a la muerte cara a cara y rebasarla con un cálido saludo,
y ella se lo devuelva con una hermosa sonrisa, y entre suspiros fúnebres verlo alejarse lleno de
esperanza, orgullosa de que haya alguién quien se aferre a la vida aun en las peores condiciones.

—¡Ojalá el amigo haya logrado su acometido! —suspiró el maestro “Chu” Rasgado.

Siip quedó atónito cuando el maestro terminó de escribir notas en una de las hojas del
cuaderno pautado, y tomando su trompeta, comenzó a soplarle quedito. Minutos despues, el
maestro le daría la siguiente orden:

—¿Qué haces ahí mirando? ¡Saca la tuba, y acompáñame en este tono!

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El trueno, el dios músico

Las y los mixes


trampearon un día al trueno,
allá en la cúspide del Zempoaltepetl,
la montaña sagrada de los Mixes.

Lo invocaron,
y el trueno bajó.
Mero fue a caer en la trampa:
atorado entre los cinco hilos de pentagrama quedó.

Lo encerraron, entonces, dentro de un bombo.


Así es, pues, como el tambor se convirtió en depositario de la voz del trueno.
Por eso, cada vez que el capilla convoca a las y los músicos
El trueno ruge,
convocando a las lluvias a manifestarse a través de los instrumentos musicales.

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Nubes negras

Como ayates sucios de tierra


Las nubes negras cuelgan en la vastedad del infinito,
ámpulas negras esas nubes cual notas musicales
prendidas en el pentagrama, suave rostro del cielo.
Que de tanto colgar y asolear
se rasgan al leve rugir del trueno.

Entonces, rebozo deshilándose,


desparrama por toda la sierra
granos de maíz y frijol,
maíz colorado, negro y morado;
frijol bayo, colorado y blanco.

Caen los granos de la mano de Yaak, la gran nube negra,


Acribillan las casas de láminas de asbesto cual sinfonía estruendosa
donde tranquilamente mora el campesino.
Les dice:
“¡Ah, campesino dormilón, hora de ir a sembrar el maíz y el frijol!
¡Ah, viejos y viejas holgazanes!
¡Arriba, arriba!
¡Toma el punzón y el morral!
¡Corre a los campos, corre a los montes,
están cayendo de la mano de Yaak
granos de maíz y frijol!”

Esas nubes negras,


que se recuestan por los desfiladeros del viento,
son pesados ayates hechos con hebras del divino manto blanco
de nuestra Madre Tierra,
ayates con montón de pencas de plátano,

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racimos de uvas, mameyes y mangos, aguactaes,
duraznos, naranjas y piñas,
chicozapotes, aguacates y café,
quelites y raíces sabrosas.

Como ayate sucio de tierra,


Yaak, gran nube negra,
invade lentamente el cielo de este pueblo,
sábana tendida sobre la hierba
cubre de oscuridad el día,
haciendo correr el viento
meciendo al compás de un vals nubes negras hasta hacerlas reventar
caen, entonces, de la mano de Yaak
hongos setas y champiñones,
rebozuelos y orejones,
aguanosos y tepejilotes.

Caen escandalosamente sobre el techo de lámina cual sinfonía estruendosa


donde pacientemente se resguardan los niños de la lluvia,
anunciándose a grandes voces:
“¡Ah, niños panzones, niñas ruiseñas!
¡Arriba, arriba!
¡Salgan de inmediato!
¡Es hora de ir a coger hongos!
¡Tomen el bolso y el tenate!
¡Corran a los sembradíos y a las milpas,
a las selvas y a los encinales,
que de la mano de Yaak caen hongos y bendiciones!”
De tanto colgar y asolear se rasga al rugir del dios trueno,
cuando Tajëëw, la gran diosa serpiente se dirige al Oriente,
apedrean con escándalo el techado de las casas de cartón cual sinfonía estruendosa,
Sonando:

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“¡Ah, jóvenes tragones que nunca se llenan!
¡Arriba, arriba!
¡Hora de ir a coger la cosecha!
¡Arreen el burro, preparen las recuas de bestias,
ensillen el caballo!
¡Tomen el machete y los costales!
¡Corran a los platanares y a los mangales!
¡Suban a los árboles frutales!
¡Extiendan la mano para coger vuestros alimentos,
que de la mano de Yaak, nuestros alimentos hemos de tomar!

Como ayates sucios de tierra,


Yaak cuelga en la vastedad del infinito:
truchas y mojarras,
camarones y langostinos,
cangrejos e iguanas,
charales y caracolas.
Suben al cielo cuando Yaak bebe agua de los ríos.
Y al sonar las piedras y las aguas en los cauces,
Yaak abre sus puertas dejando caer el botín
por toda la vastedad de la montaña.
Entonces cantan los pescadores:
“¡Hora de ir a pescar, que el temporal no nos detendrá!
¡Arriba hijos, arriba muchachas!
¡Tomen el anzuelo, el arpón y la carnada!
¡Corran a los arroyos, a los riachuelos y al Río Grande!
¡Que Yaak vomita agua de río!”
Suben y bajan los gallos cuando Yaak se hace tempestad,
gallos peleoneros, los relámpagos que azotan a latigazos los ocotales;
gallo negro, el relámpago maldito,
gallo alazán, el rayo quemador,
gallo blanco, el látigo de Santiago Caballero.

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Con navajas en las patas,
los relámpagos hieren la corteza de los ocotales
cuando entre picotazos tratan de consumirse
incendiando todo en cada cuchillada.

Entonces, hombres y mujeres


toman sus machetes, sus hachas y mecapales,
arriman la albarda al burro,
se encaminan a tierras bajas y ácidas
a recoger el ocote,
semillas de lumbre dejadas sobre los árboles humeantes.
¡Ahora, a cocer los alimentos!
¡A alumbrar la casa!
¡A guardar la semilla del fuego entre el carbón encimado!

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El retiro de Jesús “Chu” Rasgado

En aquellos tiempos, el maestro iba y venía por casi todos los pueblos mixes. Cansado
ya de la situación que se vivía en las comunidades, Jesús Chu Rasgado comenzó a planear su
retiro de la región. 1945 sería el último año que estaría en Alotepec, esa visita se volvería crucial
para Siip pues una vez pasada la fiesta patronal del 3 de mayo partiría junto con su maestro a
vivir todo aquello que le había contado durante aquellas noches de ensayo y mezcales.
Pero las cosas no resultaron así. Desde que la autoridad de Alotepec envío una comisión
de dos personas hasta Ixtaltepec para traerlo al pueblo, Chu Rasgado presintió que sus días en
Alotepec estaban contados, pues una vez que iniciaron el recorrido rumbo a la sierra, Ricardo
Reyes y Juan Pablo, quienes habían ido por el maestro caminaban tristes al lado de la mula que
lo transportaba. Sabían que el conflicto politico estaba escalando dimensiones nunca antes visto
en la comunidad, sin embargo, fue aquella tarde cuando arribaron al vecino pueblo de San
Miguel Quetzaltepec, donde los mismos pobladores advirtieron al compositor que desistiera del
viaje ya que aquella aventura era muy peligrosa pues el día anterior habían matado a todos los
integrantes del cabildo municipal en una emboscada a las puertas del poblado y, a consecuencia
de ello, se había desatado una terrible matanza entre los propios comuneros sin respetar edad
ni sexo. Juan Pablo y Ricardo Reyes se quedaron atónitos, no sabían nada de eso, pues habían
salido de Alotepec hacía una semana. Ahí mismo el maestro quiso desmontar, pero sus
cuidadores no se lo permitieron: ir con el maestro podía salvarles la vida en caso de que hubiera
hombres enmontados listos para atacar.
—Sólo son rumores, maestro —se atrevió a decir Juan Pablo, el único que hablaba un
poco de español— vayamos, por favor. No nos diga que ya no quiere venir con nosotros, si ya
mero llegamos.
Y mediante señas indicó a su compañero que siguiera jalando aquella mula donde
transportaban al maestro. Chu Rasgado consideró prudente, entonces, pasar la noche en
Quetzaltepec mientras se decidía si iba hasta Alotepec o no.
Al otro día, con el sol encima, pasaban por el paraje “Cortamonte”, el lugar de los hechos
que los de Quetzaltepec le habían descrito: era un escenario indescriptible, el animal de montura
se puso nervioso queriéndose desviar el camino a cada paso que avanzaba, por lo que tardaron
en pasar aquel trecho. Sangre regada y salpicada por todos lados, casquillos de proyectiles
regados por doquier, restos de una inmensa quemazón, cirios apagados, pedazos de alambre y

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mecate, hojas secas de tamales… en fin, un campo de batalla recién abandonado. El
nerviosismo de la bestia lo hacía retozar a cada momento. El maestro Chu se aferró a los estribos
para no caer de aquella mula inquieta.
Mientras esto pasaba en el camino, en el pueblo Siip esperaba ansiosamente a su maestro
tal y como se espera a un hermano. Cuando por fin se vieron, hablaron poco pues se había
impuesto el toque de queda a una hora muy temprana: quien anduviera después de caída la tarde
se le condenaría a pena de muerte inmediatamente.
Esa misma noche, autoridades municipales alertaron al maestro de una inminente
incursión militar por parte de las fuerzas contrarias al pueblo, y que al parecer no dejarían piedra
sobre piedra, así que era mejor que el maestro saliera de inmediato de ahí. Fue cuando sacaron
al maestro con la más absoluta discreción, y Siip no supo más de él. Pasaron los años, la
resistencia popular fue vencida y sus dirigentes asesinados a mansalva. Se impusieron los del
grupo que estaban a favor de instalar el distrito en Zacatepec, y así fue como sometieron a los
habitantes de Alotepec, prohibiendo a todos viajar al exterior.

Fueron los peores años de Siip, los más angustiantes.

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Hongos sagrados

Luz Damián pone hongos sagrados en su boca, mastica y mastica, digiere. Pasa un
tiempo, una brisa entra en aquel cuarto donde Hermenegildo Reyes, don Rey, su esposa Bibiana
y la sacerdotiza consultan su futuro.
Luz Damián se hinca. Cierra los ojos y reza una plegaria:
“Sagrada blanca faz de la tierra,
tú que permites que sobre ti
crezcan estos sagrados hongos,
mensajeros divinos de nuestro destino,
aun sabiendo que te ensuciamos
de polvo y sangre,
aun sabiendo que no merecemos
ser dignos hijos tuyos.

Desde que la tierra fue creada


no hemos hecho sino llenarla de luto.
cuando las aves la llenan de cantos y vuelos,
cuando el viento y los árboles
juegan a mecerse y a besarse,
cuando los ríos corren
de la montaña hacia el mar,
y del mar suben para saltar a la montaña,
nosotros los ayuuk jääy sólo nos dedicamos a matarnos,
desequilibramos todo lo bello y armonioso
que hay en tus montes y praderas.

Aun así nos pones


por nuestras veredas estos hongos,
estos mensajeros que consuelan,
que nos dicen que no estamos solos,
que estamos a tu merced,

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te pido, pues, misericordiosamente,
que envíes a tus mensajeros y nos den su palabra,
que mi hijo Hermenegildo Reyes
está absorto por lo que está sucediendo
y quiere saber por qué.

Te pedimos, con todo respeto,


des permiso para que los mensajeros
vengan desde allá y nos digan
su palabra de lo que han visto,
de lo que ven, que nos aconsejen…

No en vano será su viaje


te ofrecemos estos huevos,
este guajolote,
te damos tu mezcal y tu tabaco,
envía pues, señor mío, tus mensajeros,
que no se irán con las manos vacías,
que digan su palabra y suyos serán
estos manojos de hermosas flores,
que vengan con confianza,
pues hemos limpiado este lugar con copal
para que Ko´oypyë no enturbie su ánima.
Dinos por favor esas palabras…”

Doña Luz Damián cae de espaldas,


desmayada.
Una fuerza extraña la posee,
de su boca femenina,
una voz de hombre se impone:

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Hermenegildo Reyes, ¿qué te ha hecho cambiar de opinión para que ahora nos busques y pidas
que te hagamos revelaciones, antes ni siquiera creías en nosotros? ¿Eh? ¡Ah! Fue ese sueño
que te trae todo apesadumbrado. ¿Verdad? Te ha quitado hasta el apetito, mi querido hermano.
¡Cómo no voy a saberlo don Rey! Si todos hemos hablado de eso allá de donde vengo.
Trasantier esto soñaste: caminabas por la parte baja de tu pueblo, por la plana, cuando un
quejido macabro te hizo voltear, ¿qué fuiste viendo? Viste a tu propio dios revolcarse en medio
de ese lugar en un pantano de sangre, tu dios, El Señor de Alotepec. Viste impotente qué
luchaba desesperadamente por salir, manoteando con su mano izquierda mientras que con la
derecha trataba de quitarse de encima su pesada cruz que cada vez lo hundía más. Entre
lágrimas y sudor tu Jesús Nazareno, El Señor de Alotepec, hundíase lentamente, con los ojos
desorbitados por el miedo y la desesperación, en aquel lodazal nacido de la nada… Ahora
déjame decirte: así como perece ese Nazareno, en aquel lodazal de sangre, asimismo,
perecerás, ¡eres tú viéndote a ti mismo! Ahora, oye todo lo que he visto don Rey, todo lo que
va a suceder: veo a tu hijo, a tu querido hijo Félix parado allá en esa ermita con los brazos
abiertos, mientras una lluvia de balas va por él… No don Rey, ni siquiera preguntes lo que
piensas porque ya lo sé, incluso antes de que tu desconcierto te permita entrar en razón yo ya
sé lo que preguntarás, escucha pues, lo que ibas a preguntar: tu trabajo ha sido en vano, tan
en vano que ni siquiera quedará cosa alguna de ello... Anda, pues, pásame esos huevos… sí,
ésos... Todos. Mira cómo los aviento sobre la pared y no se rompen, son plomazos don Rey,
balazos que rebotaran en estas paredes… escucha cómo cruje esta casa de piedra, la única
casa a prueba de bala en toda la región, ni el mismo cacique tiene una igual. ¡Ahora pásame
esas monedas que están bajo esa manta…! ¿Cuáles monedas Pues ésas que están bajo la manta
con flores… ¿Qué no sabías tú, Bibiana, que ahí estaban esas monedas? ¿No? ¡Las dabas por
perdidas, lo sabemos! Pues para que sepan que todo lo vemos, que todo lo sabemos, hasta lo
que piensan, sueñan y hacen, todo lo sabemos, de todo nos damos cuenta. Ahora observa estas
monedas, mira cómo las aviento al aire, ¿escuchas cómo tintinean? Ahora búscalas… ¿Las
has encontrado? ¡Ninguna! Así cómo han caído y sonado, nunca las encontrarán. Barrerás
Bibiana y jamás encontraras estas monedas, y de la misma manera en cómo se han perdido,
asimismo. perderás toda la riqueza amasada con tu esfuerzo, con tu sudor. ¿Qué, por qué?
¿Qué, cómo puede ser posible todo eso? Don Rey, en el principio de la historia de tu familia
hay una anécdota de traficantes de sal, ahí aparece Mariano, tu padre, que al no poder
contener su ira le pegó un plomazo en la nuca a su hermano, tu tío Román, que quedó todo

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irreconocible. Luego viene tu abuelo Manuel Reyes maldiciendo a tu padre y a todo su linaje…
Don Rey, tu perecerás, porque entre las siete generaciones tú eres la segunda, y lo que la
lumbre no pueda quemar, será ahogado en puños de sal. ¿Qué se puede hacer aún? ¡Ahora si
me estás creyendo! ¿No que no éramos divinos, don Rey? ¿Que sólo éramos seres salvajes
acudiendo a otros más salvajes? Pues ahí está tu dios, perdiéndose en ese lodazal con su cruz
y su famosa corona de espinas… Ve a rogarle a él que te salve. ¿Doloroso verdad, don Rey?
¡Ya nada se puede hacer, ya el tiempo está sobre ti! Una gran lumbre se ha desencadenado y
en su arrasar montañas y cuencas, ha abierto las grandes bocas de las grutas donde vela y
ayuna Ko’oypyë, el que no es bueno, y todo esto, sólo presagiaba dolor y muerte. Finalmente,
se han soltado las amarras de todas las fuerzas sobrenaturales: este tiempo, iniciado desde el
desgraciado día en que Mariano Reyes le metió un plomazo a su hermano Román llega a su
ocaso, se cierra sobre sus inicios. Tsuu-poj anda desencadenado y está preparando tu crimen.
Tuviste suficiente tiempo, don Rey, hasta nos preguntábamos por qué tardaste tanto en
buscarnos, si nosotros queríamos ayudarte, pues tú has sido justo con tu pueblo, has dado
comida, medicina y calzado al pobre, hiciste que de nuevo volvieran las bandas filarmónicas
pero don Rey, todo fue cuestión de que te naciera… ¡Exactamente! Tus enemigos se han
apurado y se han esmerado en tener a manos llenas a esos espíritus que se venden al mejor
postor y ellos han inclinado el tiempo ya… No llore don Rey, sólo queda esperar… y combatir.

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La muerte de Jesús “Chu” Rasgado

Muchos años después se enteró que su maestro había viajado a la ciudad de México, y
que estando allá había encontrado la muerte. Eso había sucedido bastante tiempo atrás, en 1948.
No había duda, Chu Rasgado no pudo haberse muerto así por así, seguramente alguien lo había
mandado a matar, y a Siip no le cupo la menor duda que el asesino de su maestro había sido
Agustín Lara, por envidia. ¿Cómo no sentir envidia ante tanta hermosura y poesía en sus
composiciones y letras? Nadie nunca pudo convencerlo de otra teoría: a su maestro lo habían
envenenado por envidia causándole la muerte, porque así son las cosas en el mundo de la
música, lo que mata al músico y a la música es la envidia: ¡la maldita envidia! Su maestro no
pudo haberse muerto así nomás porque sí, si era un toro grande, un toro que ante las
adversidades se enfurece porque el peligro no llega pronto y mejor es ir a su encuentro para
embestirlo sin piedad.
¡Lo que mata al músico y a la música es la envidia! La maldita envidia llevó a Mariano
Reyes y a Juan Cosme Fulgencio a disputarse palmo a palmo los caminos, las pequeñas calles,
los patios y las minúsculas explanadas, los distintos escenarios, y ahora se cobraba la vida de
su querido maestro! ¡Qué coraje, oh dios mío, que coraje, maldita sea! ¿Cómo no iba a tener
envidia Agustín Lara, el flaco de oro, si el maestro Chu era un poeta que leía sus composiciones
cantando? ¿Cómo no sentir celos ante la figura del gran compositor de “Naela”, “la última
palabra”, “la vida es un momento”, “emperatriz”, “rayando el sol”, “el penúltimo beso”,
“Tempestad” si por donde se paraba llevaba sobre sus cabellos perlas de neblinas de estas
montañas que hacía su presencia irradiante? Cuánta razón tenía su padre: ¡ser músico era un
oficio muy peligroso!
Entonces Siip maldijo no haber agarrado jamás en su vida un arma, saberla manejar,
armar y desarmarla, llevarla donde nadie sospechara, y viajar hasta donde fuera con tal de
vengar la muerte de su hermano Chu Rasgado ¡Maldito seas Agustín Lara, mandaste a matar a
mi maestro! —gemía en silencio.

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Lamento de Siip Antuun por la muerte de “Chu” Rasgado

Maestro Jesús “Chu” Rasgado


el recuerdo de tu sonrisa lacera mi alma,
son como costras difíciles de arrancar,
manchas que alteran la sagrada paz del lecho de mi muerte.

Dígame, maestro, ya que usted es el poeta:


¿qué es, a final de cuentas, un recuerdo?
¿Acaso no es la extensión anterior de nuestra existencia cotidiana,
que antes de ser ya viene echando raíces?
¿acaso no es eso lo que ya somos, nomás que incompleto,
adelantado pues,
como la brizna que sin ser lluvia ya viene mojando?

Su deceso, maestro “Chu”


es el abono de nuestra agonía como pueblo.
Y los sueños son el agua que riega el perfume que nos ha de consumir.
Por eso lloro su muerte, amigo mío,
y despierto triste cada vez que lo veo
sentado en la Escoleta municipal con el método de solfeo en mano.

Ahora que usted se ha ido,


postrado en tierra, rendido lloro su muerte
y este rencor, que ya no me sirve para nada,
no es por cobardía, maestro,
es por impotencia, ya que quisiera correr tras usted.

Si aún no muero es para guardarle luto,


ya que todo muerto debe tenerlo
para que haya constancia de su vida.
Para rogarle a los caminos y a los vientos

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y a las aguas y a los fuegos que se abran a su paso,
porque usted murió inocente,
y no tiene por qué quedarse a penar en el frío ni en el calor,
ni andar recorriendo caminos a medio día y a media noche,
que encuentre usted la ruta por donde van nuestros muertos
y cuando lo haya logrado y me visite en sueños,
entonces rogaré por mi descanso.

Sufrir la muerte de un querido hermano


(porque usted fue un gran hermano para mi)
es venganza de nuestra Madre Tierra.
Porque vida reclama vida, mientras que la Madre Tierra cobra tributos
y nosotros los que vivimos sobre ella
sólo tenemos para pagar aquello con que crecimos,
engordamos y disfrutamos.

La Madre Tierra nos pide rituales, sabe que le pertenecemos;


y aunque haga ritual con guajolote o ayune y eche ceniza sobre mis sienes;
aunque haya sido principal en este pueblo
y mis palabras pesen en el gran Consejo de Ancianos,
la tierra siempre me pedirá ritual y después la vida.
Todo lo que amamos se vuelve tierra, la vida se va.

Desde que usted no está aquí, maestro “Chu”,


todo murió en este pueblo,
desde entonces me he secado.
¿Cómo podemos secarnos tan rápido en un día?
Hay árboles menos aguanosos que tardan días y días en secarse.
El pelo se me ha caído a arañazos
y por pulmones queda este cáncer de amargura.

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En esta tierra hay tiempos cortos y largos
pero la burla a la vida no se mide en tiempos,
jamás se cura: los muertos jamás vuelven.
El calor, la lluvia, el frío y el viento hacen agradable la vida,
sólo la hace desagradable la burla.

La muerte de un músico a manos de otro músico de manera alevosa.


¿Qué es eso?
¡Vida, si tienes algo que decirme, respóndeme,
porque contra ti nada tengo!
¿Qué cosa es eso?

Fui un hombre que cortejó la vida con flores y risas


y al final de sus días, cansado, preparandose para decir ¡gracias!
ya pasado mi pie del umbral de la casa volteo sólo para agradecer la hospitalidad,
¿Cómo se le llama a eso?
¡Vida, si tienes algo que decirme,
respóndeme porque contra ti nada tengo!

Esta tierra que ha sido nicho de mi gran felicidad:


¿será mar de amarguras para mi naufragio eterno?
¿Exigiéndome la tierra le devuelva pétalo tras pétalo?
¿Retorne mis pasos tras pasos?
¿Grano tras grano? ¿Sorbo tras sorbo?
¿Terrón tras terrón exprimido hasta sacarle los mejores granos de maíz,
de frijol, de hermosas pencas de plátano rojo y amarillo?

Nadie se va de esta tierra sin antes haber pagado.


Hasta el más valiente asesino antes de expirar, al pie de su cama,
ve la boca del infierno abrirse
y van saliendo de uno en uno, todos a quienes privó de la vida.
Así conmigo, ¿la tierra me está cobrando algo que no he cometido?

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¡Todo ha sido un engaño!
Si mi madre hubiera sabido de esto, me hubiera matado.
Cumpliré, ya ni modo, con este dolor y amargura.
Pero no moriré sin golpear al destino mismo donde más le duela:
en la vida misma,
¡todo ha sido un engaño!

Mi sangre que pueda engendrar vida sepa que vivir en tierra es un engaño:
Maldigo y los maldigo para que sepan a qué vienen a esta tierra.
Maldigo, me maldigo y los maldigo;
a estas alturas y con este pago mejor hubiera sido no nacer.
Me niego a aceptarlo, pero cuando llamo a mi maestro no atiende,
cuando le sirvo una copa de mezcal, el mezcal se seca en su vaso
y mi maestro jamás llega.
¿Dónde está usted, hermano mío?
¡Vida, si tienes algo que decirme, respóndeme
porque contra ti nada tengo!

Lo enterraron hace años, lejos de aquí,


y yo apenas vengo enterandome.
Yo, que tanto lo amé como se ama a un hermano,
No estuve presente en sus ultimos días.

Cuando llegó la noticia al pueblo y me lo dijeron a boca de jarro,


ya sabían mis paisanos que iba a dolerme:
“Siip, tu maestro ‘Chu’ murió hace años
por eso jamás regresó por tí”.

Entonces, recorrí este pueblo que de esta desgracia se hizo grande,


recorriéndolo cien veces me desahogué.
Los paisanos sólo veían callados mi amargura.
Morir en vida no es un buen morir:

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vivir la muerte tampoco es buen vivir.

Busco fuerzas en en medio de este llanto.


Si aún no muero, maestro “Chu” es para guardarle luto,
porque todo muerto debe tenerlo para que haya constancia de su vida.
Para rogarle a los caminos y a los vientos
y a las aguas y a los fuegos que se abran a su paso,
porque usted murió siendo buena gente
y no tiene por qué quedarse a penar en el frío, en el calor,
ni andar recorriendo caminos a medio día y a media noche,
que encuentre la ruta por donde van nuestros muertos
y cuando lo haya logrado y me visite en sueños,
entonces, maestro, rogaré por mi descanso.

Cuando murió mis padres se me secó una de las arterias del corazón,
lo único que me sostenía de pie
era la ilusión de que usted, algún día, volviera
y siguieramos haciendo música.
Hoy solamente lo imagino sepultado en algun lugar lejano
sin flores y sin cantos que haga agradable su descanso.

Inundado por el dolor,


mis paisanos se acercaron para acompañarme,
maestro, hicimos un velorio por su muerte.
No sé como ni cuando murió usted
pero aquí le pusimos un altar de muerto
y pusimos copal y veladoras,
repicamos por tres días las campanas del templo
con timbres de luto;
nadie quería que usted se fuera como un desterrado
y anduviera errante.

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Hubiera yo deseado verlo
eso fue la ilusión que por muchos años me mantuvo de pie.
Hubiera deseado sepultarlo aquí, en este pueblo
para que siguiera sientiendo la caricia de los vientos de estos cerros.
¿Cómo acariciarle la cara si usted murió lejos?
¿Cómo besarle sus manos y sus pies desnudos
que tanto dio por este pueblo, formando a sus filarmónicos?

Si aún no muero, maestro, es para guardarle luto,


porque todo muerto debe tenerlo para que haya constancia de su vida.
Para rogarle a los caminos y a los vientos y a las aguas
y a los fuegos que se abran a su paso,
porque usted, maestro, murió siendo persona buena,
no tiene por qué quedarse a penar en el frío, en el calor,
ni andar recorriendo caminos a medio día y a media noche,
que encuentre la ruta por donde van nuestros muertos
y cuando lo haya logrado y me visite en sueños,
entonces rogaré por mi descanso.

He perdido la noción del tiempo


y los años que me quedaban se van diluyendo
por el boquete de su tumba olvidada.
Mi maestro querido, mi gran y único hermano,
el causante de que yo aprendiera el solfeo
y tuviera como profesión la música,
consuelo de mis días, paz de mi conciencia.
Imagen viva de un padre amoroso.

Me descubro la piel frágil de las rodillas,


bañada de ceniza mi blanca cabellera,
asumo el peso del calvario
y subiendo de rodillas por todo el camino empedrado

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hasta la más alta capilla del pueblo,
para implorar sea maldito aquel que osó ofenderlo de esa manera.

Entre lloriqueos y desmayos atizo el fuego del dolor,


echo sal a mi piel cuarteada para que quede constancia de este sufrimiento.
¡Te maldigo, tú que te has atrevido a apuñalar mi delicado corazón
con dolorosas espinas, que sabes que estoy viejo y carente de fuerzas para vengarme!
¡Maldito seas, tú, quien mandó a matar a mi querido maestro Jesús “Chu” Rasgado!

Postrado en la tierra con las rodillas abiertas,


los huesos al descubierto
y desangrándome, clamo a mi dios a los cuatro vientos:
Quién haya negado ayuda a mi maestro en sus últimos días
ojalá la carne que está en él se le pudra;
y el aire que también respiro para él se vuelva rancio de una vez.
Maldito todo lo que engendre su carne, su casa y sus manos,
que a su paso se cierren los vientos, las aguas y los fuegos
y se vuelque sobre él todo lo desgraciado;
maldito el viento que alivia su cuerpo sudoroso,
que en su camino a casa se hagan interminables las cuestas.

Que sienta reventar las pantorrillas a mitad de sus pasos,


que su carga le provoque ampollas en el lomo
y nunca se sequen sus leños y carezca de ellos al hacer fogata;
que los campos que barbecha para su milpa sean espinudos y necios,
arenosos, pedregosos.

Sus caminos se llenen de víboras,


las ranuras de su casa sean puertas para alacranes y las arañas ponzoñosas
y le muerdan de día de noche, incluso haste en sus sueños.

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¡Que no se diga nunca de él más que por esta maldición
y donde quiera que vaya le recuerden hasta el cansancio estas palabras,
porque las digo para que nunca le dejen en paz
y recuerde siempre lo que hizo con mi maestro!

Quién haya lastimado a mi maestro Chu


Y le haya provocado la muerte
que morirás de viejo, pero no de muerte natural.
Que su lecho de muerte no le de paz.
Que su carne sea agujereada por tizones ardientes,
Y su sangre arda por el calor de las piedras y el polvo.

Que viva hasta enloquecer y enloquecerá,


porque me privaste del consuelo y la esperanza.

¡Maldito sean también a los que considere su sangre,


a quienes se digan de su casa y apellido,
ellos también heredarán estas palabras,
y morirán cuando estén despertando a la vida,
condenados a perecer en lo más bonito de sus años.

¡No se diga nunca del asesino de mi maestro


más que por esta maldición,
aun cuando ya sea un simple terrón machacado!

¡Malditos quienes le zurzan sus harapos,


se hospeden bajo su techo,
quienes le inviten a su mesa,
le tiendan la mano,
serás un animal maldito, sarnoso, causa de todos los males.

54
Maestro “Chu”
si aún no muero es para guardarle luto.
Porque todo muerto debe tenerlo para que haya constancia de su vida.
Para rogarle a los caminos y a los vientos
y a las aguas y a los fuegos que se abran a su paso,
porque usted murió siendo buena gente,
no tiene por qué quedarse a penar en el frío, en el calor,
ni andar recorriendo caminos a medio día y a media noche,
que encuentre la ruta por donde van nuestros muertos
y cuando usted, maestro, lo haya logrado y me visite en sueños
entonces rogaré por mi descanso.

Descanse en paz, querido amigo mío.

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Preambulo de la muerte de un músico

Días antes de que Siip Antuun falleciera, un terrible suceso vaticinó su propia desgracia
justo en esos lugares donde se darían los hechos. Como en los sueños, la manifestación se
produjo con varios cabos sueltos que, analizado minuciosamente tiempo después, todo apunta
a que era la chispa de una gran llamarada que inexorablemente acabaría por consumir la vida
de un gran músico querido por todo el pueblo. Al igual que a la llegada de los españoles a estas
tierras le antecedieron presagios funestos que dieron una clara muestra de esa relación existente
entre los sucesos naturales con los acontecimientos sociales, el fenómeno de la muerte, y todo
aquello que lo rodea en verdad que están pobladas de buenos y malos augurios, claras
manifestaciones de los principios cosmogónicos propias de la visión del mundo y de ser Ayuuk.
Escenarios donde la premonición de los hechos a través de los hongos (nääxwiiny), los sueños
(koomä'äy), el nagualismo (Tsuu-tso’ok), la caída de aerolitos (Jënmo’ony), los revoloteos y
graznidos del Waakoo (ave de mal agüero), la presencia aterradora de Tsuu-poj (espíritu maldito
errante) no son más que la manifestación de esta relación que da por hecho una hermandad
entre el hombre con su entorno natural, creados por una sola divinidad que los acecha día y
noche, el principio de lo ya escrito y el ser humano como único testigo con consciencia para
dar testimonio de la intra y la extra temporalidad de la vida. Siip, por ser un comunero
excepcional, los nahuales se tomaron la molestia y le enviaron un mensaje: el de su propia
muerte.

Precisamente tuvo que ser un suceso extraordinario planeado a detalle por esa divinidad
que acecha día y noche a los mixes lo que anticipara el destino de un gran músico, el más amado
por todos ellos.

Una recua de mulas, que venía arreando Siip, se pusieron muy nerviosas, de manera
repentina y violenta, como si un enjambre de abejas agresivas hubiera caído sobre ellas. Él,
siendo un hombre curtido en el trabajo rudo desenfundó inmediatamente su machete pensando
que se trataba de alguna víbora echada a mitad del camino, mientras que con la otra mano
trataba de controlar, a su vez, a sus animales de carga. Sin embargo, sin importar los largos y
pesados morillos y horcones que arrastraban aquellos animales, atados al lado de sus cuerpos,
las bestias despotricaron arrollándolo y arrastrando, a su vez, las trancas que encontraron a su
paso, desbocándose salvajemente por el camino real. El único pensamiento que acudió a la

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memoria del desgraciado de Siip, mientras trataba de incorporarse, fue ¡por Dios, ojalá ninguna
mujer o anciano ande por allí, que ni tiempo le va a dar ponerse a salvo! ¡Dios, detén a estos
animales…!!

La polvareda, así como los trozos de corteza de aquellos troncos embarrados entre las
rocas del camino, dejaban adivinar que las mulas no se habían desviado de su curso sino corrían
asustadas rumbo al pueblo. Esto aumentó su temor.

El rechinar que causaban aquellos pesados maderos sobre aquel camino pedregoso, así
como el chillido desesperado de aquellas bestias desenfrenadas, producían una macabra
sinfonía. Los mecates que iban descorriéndose o reventándose poco a poco en cada atorón o en
cada curva hacían que aquellos troncos saltaran de sus puestos, atorándose entre las ramas y
raíces, jaloneando y golpeando los cuerpos de los animales que, enredándose entre ellos,
formaban una extraña figura siamés que corría por el camino de herradura sin que poder o
fuerza alguna pudiera detenerlos. Atrás se escuchaba, traídos por el eco, los desesperados gritos
de Siip, quien alertaba a quien lograra oírlo que se hicieran a un lado y que, por favor, corrieran
la voz.

El día transcurría silencioso. A pesar de encontrarse en el corazón de la selva, ningún


ruido o gorjeo se dejaba escuchar; incluso el aire, que había estado toda aquella mañana
encaramando el polvo y las hojas, cesó de repente como si alguien lo hubiese corrido de una
patada cual perro en una fiesta y éste se hubiese arrinconado en una esquina con la cola entre
las patas, y aunque el sol reinaba en todo su esplendor en medio del cielo, el ambiente parecía
cargado de una extraña sensación, de un aire pesado de respirar, de cierta incomodidad. Esto le
pareció muy extraño a Siip por lo que, de repente, sospechó de algún extraño y maligno ser
incorpóreo rondando por allí y que ese mismo se había introducido en el cuerpo de sus mulas
provocando aquella estampida. Un ánima maldita, eso debió ser. Un ánima errante que
anduviera penando por allí, y que estuviera a punto de poseerle, ya que era una hora delicada
en que se dice, las ánimas malditas se ponen a recorrer cuanto camino hay en toda la montaña:
el mediodía.

Fue cuando, al intentar ponerse a la vera del camino, un ser extraño comenzó a
encimársele. Entonces, sintió el cuerpo pesado y entumido, como cuando se nos duerme cierta
parte del cuerpo. Así fue paralizándose Siip, poco a poco, congelándosele el cuerpo, y sintió
cómo comenzaron a crecerle, pesadamente, los cachetes hasta sentir que le colgaban cual gotas

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de agua a punto de reventar; sus piernas echaron grandes y huesudas raíces, comenzó a
asfixiarse y a atragantarse con su propia saliva, los brazos se le acalambraron hasta formar
extrañas figuras. Se le nubló la vista; luego, le penetró un frío terrible. Allí quedó paralizado,
lo único que podia mover eran las canicas de sus ojos, los cuales tenía inyectado de terror.
—Ixtëënëy, ixtäätsëy!, eres tú, Tsuu Poj, lo sé…—alcanzó a maldecir. Palideció, le vino
una extraña rigidez y se empezó a sentir pesado, muy pesado. Le era sencillamente imposible
caminar: era una piedra, una verdadera piedra. Por esos lugares, las ánimas malditas que aun
no tenían cabida en Ja Tuk It, el otro ser y estar, salían a recorrer caminos reales y veredas para
refrescarse un rato del calor sofocante con el que se les atormentaba en el infierno.

Tääy-Jëkëëny, quien es fin y principio de todas las cosas, quien es Na’apë-Kojpë,


creador, constructor, quien es Na’apë-Xäjtspë, la/el que moldea y da cuerpo al universo, son
ellos nuestros Teety-Tääk, padre y madre, nuestro Teety myaaxan, Padre Sagrado, y Tääk
maaxan, Madre Sagrada de nuestros primeros padres, de nuestras primeras madres. Y el/ella,
en el proceso de creación de todas nuestras divinidades, creo a los Koonk Aanääw-Wëtsuk,
Trueno-Rayo, Poj-Aanääw, Viento-Trueno, los lugares donde se celebran rituales para
honrarlos, Tun’ääw-Kopk’ääw, las cúspides de las cumbres, las bocas de las montañas, Paanëë-
Paawok, los bordes de las aguas-las profundidades de los barrancos, a Koni’kyxy pyoop
nääxwiinyëtë, la sagrada blanca faz de la tierra, Koono’k-kootë’kxpë, los astros diurnos y
nocturnos, Tsuu-tso’ok, la noche y los nahuales, O’kpë-äänëmë, las almas de los difuntos. Así,
también, se hicieron todos los seres comunes y extraños que caminan erguidos y arrastrándose
por la tierra, los que nadan y flotan en el agua, los que cazan a picotazos en el aire, a los cuatro
caminos y a los cuatro vientos, a la mujer y al hombre, a los espacios donde hoy cada uno de
los pueblos mixes florecen, consideraron prudente dar a luz a Oypyë, lo bueno y a Ko’oypyë, el
que no es bueno, para que se equilibraran las enormes energías de los seres recien creados que
presumían sus fuerzas a cualquiera que se les parara enfrente.
Decimos pues, que nuestras divinidades mantienen el equilibrio de las cosas y las
fuerzas, pero, ya cuando el tiempo lo exige, estos dioses ceden el puesto a Ko’oypyë para que
pueda recorrer los caminos y las veredas y, así, asole pueblos y chozas, para que los pueblos y
las gentes recuerden de dónde vienen y que son seres vulnerables si se olvidan de sus dioses.
Es así como Ko’oypyë, encarna todo lo que no es bueno, y debido a su propia naturaleza,

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malvado, ambicioso y egoísta, introduce cosas malas y dañinas en todo lo que nuestros dioses
han creado, desestabilizando el universo.
Desde entonces, cumple a cabalidad su trabajo, y es así como se ha dedicado a estropear
todo lo referente a la felicidad en este mundo, él es responsable de las tragedias naturales y
sociales, de las desgracias agrícolas, a él se debe que los pueblos en grandes asambleas nunca
lleguen a tomar acuerdos comunes, de cuando las negociaciones políticas fallan y dan paso a
los problemas, agresiones, dificultades: la guerra.
Hijo de la gran familia de Ko’oypyë, Tsuu Poj, alma maldita errante, es el mensajero de
todas las desgracias, y bajo su mando se encuentran todos los animales de mal agüero, como
esas las aves que vuelan y ríen a carcajadas por todas las cañadas, imitando voces y llantos
humanos. De igual manera, a él le deben obediencia todos los malhechores que caminan a altas
horas de la noche cuando todos los prudentes y entrados en razón están guardados en la
seguridad de sus casas. Y al igual que Tsuu Poj, estos también se enmohecen el culo bajo las
húmedas cuevas donde acomodan celosamente sus pensamientos cuando planean realizar sus
fechorías; se tuestan los testículos en las calurosas esperas de sus emboscadas. Pasan hambre y
sed, duermen y comen en las hondas cañadas y jamás caminan veredas empedradas de herradura
pues, para, ellos son los caminos de las víboras y de los felinos para que nadie detecte sus
movimientos y sean delatados ante la justicia y, al igual que él, perecen en las más hondas
remotas zonas inhabitables donde nadie cruza mirada ni palabra. Y aunque lo saben
perfectamente, la idea de trabajar para Tsuu Poj, no les causa la menor preocupación. Saben
que están bien protegidos, por eso le ofrecen ritos y, con ello, sus respetos, ofrendando
guajolotes, huevos, mezcal y cigarros. Es más, antes de que ellos actúen, Tsuu Poj tiene que
pasar primero, ya que ese es su trabajo, anunciar desgracias.
En la soledad de los caminos y en la bisagra del tiempo donde se columpia
tenebrosamente el paso del medio día a la tarde, de la media noche a la madrugada, en ese el
último esfuerzo del tiempo por cerrar la brecha de la mañana con la tarde, de la noche con la
madrugada, se entrevé una fisura, casi nada, mortal, donde entra y sale, como una delgada capa
de aliento, Tsuu Poj, a este nuestro mundo. Mundo tan blando, tan blanco, tan débil y tan puro,
este bendito manto blanco que ensuciamos de polvo permanentemente.
Tsuu Poj es hijo bastardo de nuestros primeros padres, por eso encontró refugio en
Ko’oypyë, porque sus padres carnales jamás lo quisieron, él no fue concebido por deseo carnal:
no es germinado de esperma mucosa arrastrándose en busca de tierra y carne fértil. Tsuu Poj es

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el recuerdo ingrato de un viejo y apestoso moscardón poniendo larvillas en los labios de la
vagina de una mujer que se bañaba a la orilla del fango: Ixtuutëy es Tsuu Poj.
Y cuando nació, justo antes que saliera del seno materno, su madre, inconsciente por el
dolor, excretó sobre la blanca sábana que lo esperaba, y al caer entre aquella mierda, vivo, su
madre terminó orinando sobre sus sebosos cabellos: Ixtëënëy, ixtäätsëy es Tsuu Poj,
sinvergüenza, miserable de entre todos los miserables, sin rumbo ni tumbo, maldito es Tsuu
Poj.
Mazorca desgranada en el albor de su madurez. Recorre día y noche caminos reales y
veredas, empedrados y lodosos, maizales enteros sin que le piquen los ahuates de las hojas
verdes, extensos cafetales y platanares sin temor a pisar alguna víbora que duerme entre la
hojarasca, bajo los guayabales.
Con el único fin de rebelar todo lo existente en la tierra contra su creador, Tsuu Poj es
pájaro negro cuando se cansa de su invisibilidad, jaguar donde no hay jaguar, cebú donde no
hay potreros; se moja y se tuesta los testículos cuando camina por estas veredas al igual que
nosotros, reflejo de lo que un día fue. A veces, cansado de recorrer las veredas, se sube a una
peña y ahí se sienta, acurrucado, sobándose los brazos para darse calor y emite un grito
escalofriante, en una sola carcajada, y ríe, una risa aterradora, espeluznante; su grito y su risa
retumban por toda la montaña, ahuyentando pájaros y felinos, revolviendo insectos, incitando
al ataque a los reptiles, los de sangre fría, igual que él. Tsuu Poj se ríe de los humanos, seres de
alma blanda, capaz de hoyarse con una punzada de dedo.
A veces se queda dormido en las cuencas, donde Waakoo, el pájaro negro de mal agüero,
arrulla con graznidos escalofriantes sus sueños; otras veces, juega burlándose de la muerte, es
cuando recurre a algún cuerpo humano desaparecido que frecuentaba esos lugares, y se viste
de ellos y los reanima a través de él y se hace pasar como ellos. Entonces, alguien escucha de
repente una voz que llama, y reconocen esa voz y se atemorizan: “He escuchado la voz del que
murió hace años”, dicen las campesinas con el semblante pálido. “He visto a aquel que falleció
hace años”, claman asustados los campesinos que han visto a algún difunto paseándose por
debajo de los cafetales y desaparecer misteriosamente. Es el Imitador que anda, se dicen
consolándose y sienten vulnerabilidad, como si Dios Nuestro Padre no existiera.
Todos los caminos son de él, el que no necesita de caminos. Es alma maldita y errante.
Alma desgraciada que no tiene entrada a Ja tuk it, el otro ser y estar, aliento errante de los que

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mueren en condiciones trágicas e inesperadas: aatsu’ux o’kpe. Está aquí y allá, ubicuo como
Tääy-Jëëkëny, nuestro creador.

Cosa extraordinaria, preámbulo de la desgracia.

No fue casualidad, pues, que a Siip se le “anticipara” lo que estaba a punto de suceder,
pues, aunque él fuera un gran hijo de entre todos los hijos de este pueblo, las divinidades
miraron con suma tristeza que él también tuviera que perecer, porque ese era su destino: había
cumplido cabalmente su misión, en consecuencia, era hora de que se retirara del escenario.

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La música de viento y el sexo consentido

El sexo consentido, al igual que la música de viento, mueve montañas,


compruébalo.
Muéstrale tus respetos, ofréndale tu vida.
Fájate bien el ceñidor,
desnúdate los brazos,
desamarra todo aquello que te estorba,
humedece tus manos con saliva
toma un punto de apoyo,
hinca tu azadón entre los muslos de la montaña,
intróducelo de a poco.

Cuidado, despacio, poco a poco,


Como un sonecito,
muévelo para arriba, muévelo para abajo.
Siéntelo entrar poco a poco,
gusano seboso por la resbaladilla,
dentro de la montaña.
Sigue, sigue, no te detengas,
comprende que la montaña vendrá a ti.

Se quiere venir.
Crujen las paredes de sus mejillas.
¿Sientes cómo vas entrando en terreno lodoso?
Al calor del trabajo,
la montaña desde sus entrañas destila agua,
y se mueve cadenciosamente al son del azadón.
Si chorreas sudor,
si jadeas como perro acalorado,
¡hombre, entiéndelo!
mover una montaña no es sencillo.

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Muéstrale tus respetos,
ofréndala,
te dará larga vida.

El sexo consentido, al igual que la música de viento,


despierta al niño gozoso que duerme en cada anciano,
en cada anciana.
Niño que corre y recorre,
salta entusiasmado entre los extensos charcos, lodazales
en una tarde de agosto.

Hace chillar y gemir el batido de tierra al entrar,


al salir, al entrar, al salir, al entrar, al salir.
Brinco tras brinco, entrar y salir
en ese lodazal apasionado,
de repente, el huarache se atasca
sale el pie desnudo para entrar sin protección
al pantano del deseo.

¡Oh, Dios mío!


¿Dónde no tiene cabida el placer?
En el rincón que quepa,
el placer siempre será desbordante.

Natural y placentero como la vida:


el sexo, como la música de viento, es brizna al calor del sol,
vapor de ríos,
arcoíris de montaña a montaña,
caballos desbocados al abismo,
neblina a través de las quebradas,
manantial bullendo libido,
con olor a tierra mojada.

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Culebrón que se despereza en tiempos de canícula,
El saxofón se erige sensualmente en medio del concierto
de bandas filarmónicas;
vainas maduras que expulsan semillas
a la leve caricia del calor, son las notas musicales desperdigadas sobre el cuaderno pautado…
En cada rincón de la sierra se oye retumbar las bandas filarmónicas municipales
mientras alguien escoge la tierra donde se ha de barbechar
y depositar la simiente.

A la montaña muéstrale tus respetos,


Ofréndala con música,
cortéjala con cirios y flores,
dále sacrificios de sangre de guajolote, mezcal y cigarrillos.
Muéstrale tus respetos,
te dará larga vida.

La tierra cede cuando la manda se cumple,


se abre de surco en surco,
húmedo, virgen, incondicional.
Dejar caer tus granos de maíz,
de frijol, de calabaza.
Cubre suavemente con pliegos de tierra
la semilla para que germine
íntimamente, en comunión.

¡Oh, Dios mío!


¿Dónde no tiene cabida el placer?
En cualquier rincón
el placer será desbordante.
Delgada capa de tierra, frágil sábana
sobre el cuerpo de una mujer que ha caído

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rendida después de la comunión de su cuerpo,
de su alma, con el amor.

Natural y placentero como la vida misma,


El sexo y la música de viento nos vinculan al cuerpo de nuestra madre tierra,
como los pájaros cuando cortejan sobre los árboles,
los colibríes jugando entre las flores,
como la enredadera de serpientes por los caminos,
igualito a los abejorros cayendo después de la cópula.

El sexo consentido y la música de viento es sonrojo de montaña


cuando temprano se yergue el sol
allá en el horizonte, robusto, encantador,
y el hombre mixe en cada fiesta
presenta su instrumento musical cual bastón de mando comunitario.
Experto en buscar tierras fértiles
para dejar caer su simiente,
es maestro tambien en la lectura de la caligrafía musical.
La mujer mixe, reflejo del Universo,
luz y calor que revienta el ombligo de los granos de maíz
para germinar, aliento, milagro de la vida, carne y sangre,
eleva sus manos a la montaña,
bailando cadenciosamente sones y fandangos,
ofrendando así agradecimiento
por cada nuevo amanecer.

Comunión en tierra es el sexo consentido;


y la música con las fiestas grandes del pueblo
son el milagro de un amor correspondido.

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Hija, tú que has ido al santuario

Hija, tú que has ido al santuario


del milagroso Señor de Alotepec,
cuéntame de esos días que peregrinaste
para arribar a la sagrada montaña
donde mora nuestro creador,
dime si trajiste para mí la sagrada reliquia,
el ojo de venado que ahuyente los males que me aquejan,
el bendito rosario que cuelgue sobre mi cabecera
y me libre de mis noches de pesadilla,
de esos sueños que son puertas por donde pasan
mis muertos por puño, fierro y pólvora.

Cuéntame, hija mía, los días que peregrinaste para arribar


a la sagrada montaña, donde mora nuestro creador
“Jesús Nazareno, el Señor de Alotepec”.

Dime, dime si también hay nubes oscuras allá,


si el sol quema tanto como aquí,
si los hombres y las mujeres son felices,
si el maíz y el frijol no escasean allá,
allá que es tierra de milagros.

Ven, dame tus manos, hija mía,


pues son sagradas: tocaron el manto divino de nuestro creador.
Ven y dale calma a mis sienes
que le atormentan jirones de pensamientos
y me desangran la memoria.

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Dime, cuéntame por favor,
si también allá el aire es travieso como aquí
que se la pasa destechando nuestras chozas.
Si el rayo se atreve a caer y a tocar tierra
y prender lumbre entre los bosques,
si allá también rugen estos truenos
que parecen regañarnos a cada rato
antes que suelte su castigo de tormentas.
Si allá en luna nueva también duelen las cicatrices,
si al despreciar carne silvestre también allá se tatúa
sobre la piel de quien lo ha despreciado.

Cuéntame, hija mía, cuéntame.


Ven, y dime si miraste a los ojos de nuestro creador
y si él te ha mirado fijamente o ha rehuido su vista.
Dime, hija mía, y ábreme las puertas de la muerte
porque ya es mucho este sufrimiento:
¡vergüenza da seguir viviendo cuando el juicio
con los deseos no coinciden, ni siquiera en el hambre,
ni siquiera en la sed, ni siquiera en el dolor!

Ven y sálvame de esta vida.

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La muerte de Siip Antuun

Siip envejeció sin poder cumplir su anhelo de conocer la ciudad de México, pues al no
tener con quien practicar pronto se le fueron diluyendo las pocas palabras castellanas que había
aprendido de su amado maestro. A sus ochenta años era un hombre entero, nada de
enfermedades ni dolores del cuerpo como la reuma o los dolores de muelas, además se convirtió
en un gran maestro en el arte de interpretar la tuba y sorprender con sus intempestivas
improvisaciones, que el pueblo terminó bautizándolo como “Bajo Siip”, que así es como llaman
a la tuba: “bajo”.
A mediados de los ochenta, una mañana salió de su casa rumbo a su cafetal para ver si
ya floreaban los cafetos, y de ahí prever si tendría o no buena cosecha. El día estaba soleado,
no tardaría mucho, por eso no llevó comida sino sólo pozol, esa masa de maíz endulzado que
se disuelve en agua como un refresco. Pero sucedió que ya no volvió por su propio pie, pues
una vez que cayó la noche no había noticias de Siip, fue cuando su esposa y sus hijos suplicaron
a las autoridades del pueblo para que convocara urgentemente a la gente y fueran a buscarlo
pues, debido a su edad, sospecharon que algo grave podía haberle sucedido, pues no era común
que llegara a su casa a altas horas de la noche.
Cuando el pueblo bajó al cafetal alumbrándose con antorchas, encontraron a Siip
aferrado al horcón principal de su choza de paja, con el rostro invadido por el terror y aullando
terriblemente: ¡déjenme! ¡fuera de aquí! ¡malditos niños, suéltenme!
Para que se desprendiera tuvieron que tumbar el horcón ya que estaba fuertemente
prensado a él, aferrado con todas sus fuerzas. Había perdido la noción de las cosas y del tiempo
y su mirada estaba extraviada, ya no reconocía a nadie por más que le hablaron, ni siquiera
sospechaba que el pueblo había ido por él. Con base en señas y terroríficos gritos se dedujo que
Siip había sido víctima de Poj ënä’k, los duendes, ahijados de Tsu’u Poj, que caminan por esos
lares y recorren las veredas día y noche haciendo travesuras, y que, con empujones se lo habían
querido llevar para desbarrancarlo en algún desfiladero.
A los pocos días de este suceso, mudo y parapléjico, falleció el gran Siip, amigo,
hermano y discípulo del maestro Jesús Chu Rasgado.
Testimonios recientes de músicos, como el de Armando Reyes Martínez, aseguran que
entre los papeles que se guardan en el Archivo de la Escoleta Municipal de Santa María
Alotepec hay una obra titulada “Siip Anduun”, del puño y letra del compositor y poeta Jesús

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Chu Rasgado, obra que jamás se ha interpretado. Tal vez el pinche Siip nunca supo que su
maestro le había compuesto y dedicado una melodía en homenaje a su amistad.

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Requiém por Siip Antuun

Esto dicen nuestros padres:


ni el mismo tiempo hace justicia a nuestro desgraciado
y efímero paso por esta tierra,
deambulamos por donde nos lleve el viento.

Siip, hijo mío,


Ahora que has desaparecido
¿quién alegrará las fiestas del pueblo
si ha enmudecido tu tuba y se ha arrinconado sin ganas de sonar?

Así como rompemos al nacer a cabezazos


las membranas del útero para salir,
de igual manera rompemos
a picotazos la tierra para volver a ella.

Callen, pues, la trompeta y el clarín,


los sones y fandangos cadenciosos se desdibujen en el pentagrama,
y se escriban ahí marchas funebres,
compases lentos y moribundos.

Así como enterramos la placenta,


Y sembramos nuestro ombligo en nuestra primera casa
de la misma manera desenterramos dientes
y trapos arrugados que con el tiempo se despojan los cadáveres.

Ha muerto el gran Siip Antuun,


danza en el aire su ánima
al son de la despedida de sus compañeros músicos
que interpretan apasionadamente las melodías que tanto bailó en vida.

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Así como hacemos ceniza con los troncos,
así la muerte hace tierra con nuestros huesos;
así como venidos expulsados a un mundo totalmente desconocido,
así nos resistimos a morir y enfrentar lo desconocido.

El aroma del incienso impregnan las zapatillas de cada instrumento de viento,


¿por qué tuviste que morir, Siip?
¿En que hora y minuto exacto se vaciaron tus pulmones de aire
sin posibilidad de volver a tocar la tuba?

Al cerrar tus ojos, hijo mío, cerraste tras de ti la puerta de este mundo.
Ahora caminas avistando la luz del inframundo,
aún escuchas, con cierta nostalgia, lo que la brisa te alcanza hasta allá:
la ultima despedida de tu gente por medio de su banda filarmonica.

El olor de la tierra mojada


no encontrará más descripción en tu cuaderno pautado;
los tonos y semitonos de la lluvia y el rugir del jaguar
no volverán más a nuestra Escoleta.

Siip, compañero músico,


Ahora que has desaparecido
¿quién alegrará las fiestas del pueblo
si ha enmudecido tu tuba y se ha arrinconado sin ganas de sonar?

No temer a la muerte es parte de nuestro pueblo,


Pero ahora le tememos a la vida si tu presencia, Siip,
tú que tanto nos enseñaste de tu caligrafía musical
el lenguaje de estos cerros, el canto del cenzontle y del aroma de las flores.

Con tu música nos decías que compartíamos destino


con el cedro, con el jaguar y con las gladiolas

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salir del seno materno mostrando la coronilla,
la vida que parte de un punto para irse desenrrollando en forma espiral.

Cuan maravillosa eran tus composiciones:


hablabas de la vida y de la muerte;
la existencia cerrándose igual que una cicatriz,
hiriendo la tierra para entrar en ella, e integrarse al todo.

Tenías un alma fandanguera


por eso el pueblo te amaba.
Seguiremos, pues, ahora sin ti, desgranando la mazorca
y escogeremos el grano robusto y bueno para que sea un gran músico como tú.

Siip, hijo mío,


Ahora que has desaparecido
¿quién alegrará las fiestas del pueblo
si ha enmudecido tu tuba y se ha arrinconado sin ganas de sonar?

Yo, tu padre, el principal de este pueblo


el de las palabras que pesan en el gran Consejo de Ancianos,
haré ritual con guajolote para que la tierra te reciba,
y tu recuerdo se perpetué en cada pieza musical.

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La señora y el señor mayordomo

Las llaves tintinean cada vez que camina por las calles. De madrugada, antes de que canten
los gallos, abre el portón del atrio que es abrir las ventanas para el día, el señor mayordomo
destranca las puertas del templo, se muestran los escalones del campanario; entonces, suben
los campaneros a despertar al pueblo.

Tintinean las llaves cuando el sol cuelga de un hilo allá arriba, la señora mayordomo abraza
un enorme manojo de flores: amarilis, gladiolas, alcatraces, lilis y tulipanes y desde su casa
rumbo al templo, con pasos cadenciosos, va llamando a las mariposas, a los colibríes y a las
abejas meliponas con el perfume radiante de aquellas flores.

Y así llega, en procesión ante el altar mayor, donde mora Nteetyäjtën, el creador y dador de
vida, consuelo y esperanza en los tiempos violentos.

¿Cómo es posible, que en Alotepec, hombres y mujeres vivan al pie de esa inmensa
montaña, miren para arriba y no sientan el vértigo del techo de piedra caerse sobre ellos?

Tintinean las llaves por la tarde, cuando el mayordomo, silbando una tonadita, camina a
despedir el día, suenan las campanas y el pueblo vuelve a sus camas hechas de varas y
tablones.

Entonces, cae la noche como cae el aguacero, inclemente sobre las casas de cartón.

Es cuando los enamorados se hacen solos entre sus carnes, hombres y mujeres tristes oran y
claman al Divino el manto de la muerte, y los niños sueñan con papalotes y corretear perros.

Los mayordomos rezan una oración, se acuestan sin tocarse la carne, que ése es el precio de
servir a Dios: compenetrarse por la boca o por el vientre puede hacer que se vuelque sobre su
gente un cuenco de maldiciones y por eso curan su abstención sexual con rezos.

Reciben la encomienda de servir en la casa del santo patrono de las manos del venerable
Consejo de Ancianos: cuidar los bienes del templo durante todo un año, hacer fiesta con
banda filarmónica y grupo musical; al entregar las llaves una vez cumplida la misión, ofrecer
comida y pan con chocolate al pueblo con la presencia de nuestros representantes
comunitarias y la banda filarmónica municipal. A cambio, la y el mayordomo piden
bendiciones, muchas bendiciones.
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Camina la noche y el pueblo sabe que los mayordomos son conscientes que de ellos depende
la suerte del pueblo, de sus negociaciones políticas de los representantes comunitarios con
otras comunidades, del señor de la tiendita que espera acrecienten sus ganancias, del
ganadero que espera no mueran las crías, del sembrador que espera el temporal no llegue
antes.

Y así amanece otra vez, tintinean las llaves, y el pueblo despierta, y saludan con sumo
respeto al señor y a la señora mayordomo

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El Director de la banda de música

Cuando el alcohol fue retirándose poco a poco de su sangre, el maestro de música recobró
los sentidos lejos del poblado donde impartía clases de solfeo, y le temblaba el cuerpo, pero
no de dolor, de algo extraño, como un temblor cuando uno ha tenido varias y extendidas
eyaculaciones, todo idiota. Se postró en tierra unos minutos, no sabía qué hacía ahí. Y así se
estuvo un buen rato, restregandose la cara, quitandose la hierba y astillas que se le habían
pegado al cabello, a la ropa.
Sintiéndose ya un poco mejor se incorporó, reconoció el lugar, no pudo explicarse de
nuevo que hacía ahí, así que decidió caminar para su pueblito, a unas dos horas de ahí a pie
¡total, la comunidad donde trabajaba había suspendido clases por su fiesta patronal! Fue
cuando, al dar los primeros pasos, un ser extraño se le encimó pasmándo todo su cuerpo,
entonces fue cuando comenzaron a crecérle, pesadamente, los cachetes hasta sentir que le
colgaban cual dos gotas de agua a punto de reventar, sus piernas echaron grandotas y
huesudas raíces, y los brazos acalambrársele hasta formar extrañas figuras. Sintió ahogarse
con su propia saliva. Frío, que frío sentía.
—Eres tú, maldito Tsuu Poj…-—alcanzó a maldecir. Palideció. Imposible caminar, una
piedra, era una piedra; era cierto, de noche, por esos lugares, caminaba Tsuu Poj, alma
maldita en pena.
El maestro se quedó como congelado, no podía moverse, le temblaba el ánima, sentía
que moriría, de eso estaba seguro, pero hacía un esfuerzo extraordinario por no perecer ahí:
un maestro de música no muere tirado a las orillas de la vereda, a menos que sea borrachín;
sacó fuerzas de sí, ¿qué dirían sus alumnos y los padres de familia si lo encontraban ahí todo
tieso, a mitad de la selva? Arrastrarse, logró arrastrarse. Fue el camino más largo y oscuro
que jamás haya recorrido: esa vereda que tantas veces había subido y bajado en cuestión de
unas horas, ebrio y sobrio, de día o de noche, a pie o cabalgando se volvía ahora su calvario.
Las hierbas de repente le salían manos desgarrándole el pantalón; las piedras huían de su sitio
en los escalones; sombras y voces de personas fallecidas lo atrapaban e intentaban
desbarrancarlo en cada curva de la vereda. Wääkoo, ese pájaro negro de mal agüero, le
revoloteaba la cabeza picoteandolo en busca de sus ojos; el águila nocturna azotaba
salvajemente las alas haciéndolas sonar como tambores de guerra; veía víboras desenredarse

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lentamente en posición de ataque… ¿era acaso todo aquello un sueño? Dejándose vencer se
tiró entre la hierba.
—¿Dios mío, que me está pasando? No vuelvo a beber…—. Fue cuando se desmayó.
Al recuperar nuevamente los sentidos, la luz de la luna le alumbraba en todo su
esplendor, brillando como un enorme faro en medio de un cielo despejado. Serían tal vez ya
de madrugada. Estaba un poco mejor, sentia haber recuperado fuerzas, lo suficiente como
para abrir los ojos y mirarse las manos, saber que estaba bien. Ya no creía vulnerable su
ánima, el cuerpo le volvía a corresponder. Tsuu Poj, alma maldita en pena, se había
desprendido de él creyéndolo muerto. Escuchó entonces cerca de su cabeza el pastar y retozar
de un animal, tal vez es un caballo, pensó, pero al alzar la cabeza vio a un enorme venado
con unos desarrollados cuernos que pacientemente y con una envidiable dedicación
descollaba unas milpitas. ¡Ah!, cuantas veces le habían descollado sus brotes de maíz sin
poder saber que animal era, tejón o temazate, venado o algun becerro que hubiese saltado las
trancas de algún potrero. Ah!, si había velado hasta altas horas de la madrugada sin poder
cazar, cuidando la milpa que jiloteba bonito, pasando hambre, matando las horas en aquella
soledad de la oscuridad componiendo melodías dentro de su cabeza, silbando quedito y
haciendo compás con sus manos, imaginandose como las notas se descorrían por el cuaderno
pautado. Haciendo música imaginaria mientras velaba en su milpa, sobando sus pies por el
frío de la madrugada, sus manos cansadas, sus ojos color humo. Yendo y viniendo por todo
el terreno, evadiendo el aburrimiento, silbando bajito. Escuchando para arriba, escuchando
para abajo, asustandose a veces por el chillido repentino de algun animal, sorprendiendose
que lo que veía en la oscuridad no eran sino ramas moviendose por el viendo, y no
mounstruos incorporandose poco a poco. Porque cuidar milpa es así, tiene sus días y sus
noches, sus calores del medio día y sus rocíos de la media noche, sus mosquitos y sus víboras,
sus acechadores terrestres, voladores y subterráneos. Estar aquí, estar allá, en medio, a las
orillas, sin agua cuando no se reserva y sin leña cuando se quema todo en un solo momento.
Rondar milpa es poner ojos y oídos sobre Ko´oypyë, el que no es bueno, el que mueve a su
antojo a los animales y los fenómenos dañinos para afectar la cosecha… Y por fin ahí, en esa
noche, sin jamás imaginarlo lo tenía enfrente, confiado, descogollando plantitas. Cuántas
veces había bajado ese animal a lamer la sal que él dejaba en las canoas para sus reses. ¡Ah!,
ahora ahi estaba frente a él paciendo tranquilamente en esa milpa que difícilmente se

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recuperaría, que en vano se lograría aún arrimándole el mejor fertilizante para nutrirlo de
nuevo con esa energía que el venado le arrebataba a mordiscos, en todo caso se perdería esa
siembra, no se pizcaría ni se desgranaría con tanto entusiasmo… “Pero nomas me recupero,
se dijo consolándose, ya sé que existes y cómo eres. Mañana cuando baje al arroyo en busca
de mis caballos te emboscaré entre sus recodos cuando llegues a beber, y aunque tardes,
cercaré tus pasos de aquí hasta Río Hondo…”
Cuando por fin arribó a su comunidad, ya estaba clareando. A lo lejos, en el horizonte,
se teñía de naranja el manto negro que había presenciado su calvario. Sin entrar a su casa se
tiró bajo el granero. Al poco rato alguien desatrancó la choza, era su esposa, quién le ayudó
a encontrar la cama. Durmió todo el día como un recién nacido.
Al siguiente día, después de contar a su esposa el avistamiento del venado, temprano
bajó en busca de las huellas. Con el pretexto de echarle sal a las canoas para sus animales se
entretuvo entre los ocotales. Cuando llegó al arroyo se postró para beber agua con las manos,
soplo sobre remanso para despejarlo de basura... pero al alzar la mirada, hombres y mujeres,
armados con palos y machetes comenzaron a salir de entre las arboledas de manera
misteriosa.
—¡maestro, deja todo lo que estás haciendo, la autoridad quiere verte de inmediato!
—. Así habló el Síndico Municipal, fuerte.
—¿P…p…por qué? ¿Q…q…qué hice? — alcanzó a decir, confundido.
No sabía que era todo aquello, y le extrañó demasiado que junto a aquellos hombres
tambien estuvieran presentes las autoridades comunitarias del pueblo dónde él daba clases.
Fue cuando, en unas milesimas de segundo intentó hacer memoria, ¿qué pudo haber hecho
como para que lo vinieran a buscar hasta su rancho, armados hasta los dientes? Recordaba
haber aceptado muchas copas de mezcal que el mayordomo le había estado ofreciendo por el
solo hecho de que él era el maestro “filarmonico”, y que había bailado uno o dos sones porque
era la fiesta del pueblo, pero no había hecho ni dicho nada malo, es más, se había perdido en
medio de la selva quien sabe como y porqué ¿habría lastimado u ofendido a algunos de los
padres de familia? ¿habría volteado algun instrumento musical o empujado a alguien
mientras bailaba apasionadamente ese son que tanto le gustaba, y que a cada rato hacia tocar
a sus alumnos? Trataba de recordar, hasta que la dura e implacable voz del sindico municipal
lo trajo de una bofetada a la realidad.

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—¡No lo sabemos, acompáñanos inmediatamente! — fue cuando, paso a paso,
comenzaron a cerrar el círculo en torno suyo.
—¿Q… q… q… quién lo ordena? —tartamudeó. Se incorporó, y por instinto alzó el
machete, amenazante.
Alguien por la espalda le dejó caer unas ramas de chichicaxtle que lo hizo aullar de
dolor. Y lo tomaron preso. Como se resistió le amarraron las manos y las piernas hasta tocar
su nuca. Para cargarlo le atravesaron un bastón largo cual animal cazado, y asi se lo trajeron
por muchos kilometros.
Ya casi a la entada del pueblo, en medio de sus clamores fue decidieron desamarrarlo,
y dejaron llegara por su propio pie al pueblo. Cuando arribaron a la plaza pública, el pueblo
ya lo esperaba, entre el gentío reconoció a varios padres de familia, incluso a sus niños.
Tambien ahí estaba su esposa, que lo miraba con lagrimas en los ojos.
El maestro no entendía que estaba pasando. Y fue justo ahí, en el preciso momento
en que su pierna derecha cruzaba la línea que demarca el afuera y el adentro de la presidencia
municipal para ser juzgado, cuando un individuo le pidió se detuviera, jalándole la camisa,
propinandole a boca de jarro la pregunta que atormentaría el resto de sus desgraciados días:
— “¡Maestro, entonces ¿si se casa usted con mi hija?
Se quedó desconcertado… atónito, no recordaba nada, absolutamente nada…
—¿Casarme?
—Si, maestro, casarse con mi hija. ¿Acaso no recuerda usted, que llegó antenoche a
mi casa pidiendo insistentemente la mano de mi hija? ¿Estaba tan tomado? No parecía así.
¿No es este su atril, sus cuadernos pautados, notas y composiciones que dejó en el cuarto
después que me amenazara que se llevaría incluso sin mi consentimiento a mi hija, que ella
terminó cediendo y durmiendo con usted? Y cuando tuvo lo que deseaba, salió según a
comprar más mezcal para mostrarme mis respetos, pero después ya no volvió, sino que muy
listo huyó para acá, su pueblo.

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Al café

Café de altura, aroma con dulzura,


hervor y calor en la madrugada.
Sin que seas originaria de estas sierras
anclas tus raíces, manos abiertas
que retienen puños de abono,
desesperadamente,
como si fueran los únicos de estas tierras.

Como el Nazareno,
imagen santísima y milagrosa,
desde allende el mar
llegaste a estas montañas
hilando recuas de bestias
que trajinan por el empedrado.
Ya que eres pan, panela, cobija
y vestido nuevo, tú, café amargo,
ahuyentas el sueño en las horas
de vigilia en la milpa.

Cafecito con el mayordomo, cafecito en el velorio,


tequio eres, reúnes pies, manos y boca
de este pueblo en tus cosechas.

Curas y alivias, café criollo, árbol de la esperanza,


haces fiestas grandes y construyes grandes casas,
educas y calzas al indio ansioso de saber y conocer.

Bendito grano de café,


gracias a ti atendemos capitanías de banda

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aceptamos mayordomías y apadrinamos al niño dios en navidad
repartimos mezcal a diestra y siniestra
sin preocuparnos de que será de nosotros el mañana
pues sabemos que el proximo año darás más fruto.

Das caballo bayo, alazán, lozano


y llevas y traes al pueblo por veredas y carreteras.
Perlas de neblina atoradas en tus cabellos,
tus flores se abren al calor del sol
esparciendo dulce olor.

Gotas de rocío atoradas en tus ramajes,


crecen y maduran poco a poco al arrullo de un buen son.
Al final, tus cerezas rojas,
gotas colgantes de sangre,
estallan al compás del trajinar
de campesinas y campesinos.

Abandonando la comodidad del pueblo,


a la madre y al padre,
para mudarse al cafetal, costal y tenate,
griteríos y corretizas de niños,
revuelo de mariposa en los manantiales,
tianguis en la montaña,
avenidas bajo los frondosos árboles.

Café de altura, café criollo,


de porte alto, de porte bajo,
café de sombra, de poda y de siembra,
café cerezo, café en grano,
verde y tierno, muy verde tu edad de niño.

80
Amarillo, anaranjado (como todo amanecer),
al final, tu fruto rojo.

Café bola, café oreado, café pergamino,


café oro de corazón verde olivo;
tu cosecha, fiesta de la madre tierra con sus hijos,
con encino y ocozote
y al son del braceo de nuestras mujeres,
el tostado.

Y con molinito la molida,


entre sones y jarabes mixes
y nutrida cohetería,
tu aroma sube a la morada de los dioses.

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Querido pueblo músico

Querido pueblo: no es la música de viento tu alma,


¡es el grillete que te encadenó a la Iglesia!

Tú no eras músico, te hicieron,


cuando los tubos de los órganos no pudieron
ingresar a tu montaña, lo hizo el clarín,
la trompeta, el atril.
Y tocaste letanías, puras letanías.

Pero llegó la Ley Lerdo, la Ley Juárez


y los bienes del clero pasaron a manos del Estado;
la Iglesia, antes que entregar sus instrumentos
los dejó a las comunidades para que siguieras honrando
el nombre de San Antoñito y San Pedrito.
Tus instrumentos musicales están estrechamente vinculados
al revoloteo de las campanas, que corres
cuando una de ellas llama a misa.

Tú no eras músico, te obligaron a serlo.


Las notas, los crescendos y los silencios
lo hablaban ya los maestros europeos,
y bien que los aprendiste, te pegaban si no lo hacías.
Y de grillete, convertiste la música de viento en un símbolo,
te pusiste listo: aburrido de tantas letanías
comenzaste a ponerle más ritmo a tus composiciones.
Te rebelaste así… o curaste tu dolor de sometido,
sigues igual de pobre que hace doscientos años.

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Y el mundo te admira por eso;
que hayas podido leer el pentagrama
y corresponderlo con tus manos sobre el instrumento.
Te admiran por eso,
porque haces lo que ellos quieren;
pero cuando tocaste y cantaste lo propio
de tus ancestros con tus cañas
te acusaron de brujería.

Yo también bailo y lloro al son que me toques


y tampoco sé si lo hago aceptando
resignadamente esta sumisión,
o con orgullo, sabiendo que el veneno
con que nos quisieron someter
terminó reivindicando nuestro nombre.

Tú no naciste siendo músico,


tampoco nací bailarín,
pero nos correspondemos en esta ritualidad.

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El cacique

Se infesta internamente de su propio excremento cuando reprime un pedo. Suele


pasarle cada vez que dice que lo indígena no vale; que lo mejor es dejar de ser pueblos,
convertirnos en urbanos.
Cuando eso dice, normalmente aprieta sus nalgas conteniendo hasta la respiración. Se
le hinchan las venas del cuello, se le sube el color al rostro. Y entonces, suavemente, se
embarra de mierda allá adentro, donde sólo él se apesta.

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No están solos

No van por los caminos sin madre ni padre


porque hasta al que llaman madre y padre,
nuestros son.
¡Recuérdalo!

No en vano existe lo malo y lo bueno


no por nomás se marchita la vida en su albor,
aún entregar el traje ya arrugado a la tierra,
también es, en esencia, una burla a la vida.

A veces envejecer tanto ni siquiera tiene sentido,


no por ello están solos,
no por nomás tus ancianos buscan hongos,
no por jugar se quedan ensimismados cuando sueñan:
por eso corren con los que ven el pasado y el futuro,
y tú, jamás sueñas en vano,
dime: ¿en vano eres hombre de día y animal de noche?

Hay luz y oscuridad en tus pensamientos, recuerda.


No por nomás eres mujer, fíjate en la luna,
no por nomás está allá, cuando llueve
o sube la marea o tienes que sembrar frijol y maíz.
¡Recuérdalo!

Hay una divinidad acechante, día y noche,


y desde antes de que los pueblos escribieran en signos,
tus abuelos ya leían nuestros designios en la luna y las estrellas;
por eso están aquí, para dar constancia de nuestras cosas
porque ustedes son manifestación de Tääy jëkëënyë

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la que es fin y principio, principio y fin de todas las cosas.

No en vano se viene a este mundo.


No es gratuito que se te dé nahual.
No por nomás tienes voz.
No es casualidad que tengas hijos e hijas:
depositario del pago por tu trabajo en esta tierra.

A ellos se les compensará o cobrará por tus actos,


no lo olvides, no por nomás se viene a esta vida.

Pero estate consciente


cuando lo predigan los hongos
y te toque la de malas,
entiende, hasta por ser desgraciados
servimos al mundo.

Para eso están aquí.


Para dar constancia de ella,
no te confíes, todo ya está escrito
allá en el rostro de las estrellas.
Y en las piedras.

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