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En el relato popularmente conocido como “El Mito de las vacas galaperas”, publicado en los años
de 1870’s se reconocen imaginarios de las elites de la época que se “popularizaron” a finales del
Siglo XIX e inicios del XX
Por: Moisés Pineda Salazar.
El decir popular según el cual “Barranquilla fue fundada en 1629 por unos
campesinos galaperos que llegaron siguiendo a sus ganados que habían huido
sedientos desde aquella población en donde padecían de un intenso verano” y la
respuesta de quienes les contradicen afirmando que “Barranquilla no fue fundada,
sino que se desarrolló a partir de unos flujos de población alrededor la Hacienda
de San Nicolás de Tolentino que era propiedad del encomendero de Galapa”, son
unos relatos, cuyo propósito es contar la verdad, o las verdades, de una manera
comprehensiva, a la vez que totalizante y compleja.
Son narraciones en las que los recursos de la literatura y los de las
comunicaciones se articulan para explicar a sus destinatarios lo que de otra
manera demandaría condiciones a las que son ajenas la mayoría de aquellos a
quienes se les quiere informar, convencer o aglutinar alrededor de una creencia
compartida.
En ese punto, en el de “la necesidad que debe ser satisfecha”, es donde aparecen
posibilidades para que, a dicho material, de manera forzada, “se le adhieran” otros
hechos y eventos; o para que, estableciendo nexos, relaciones y manipulaciones
en las condiciones de modo, tiempo y lugar, el relato sea portador de contenidos
que satisfagan intereses propios de las elites minoritarias que se dan a la tarea de
tomarlo y modelarlo con el propósito de promoverlo como verdad. De esa manera,
legitiman su propósito de imponerle a las mayorías sus propias visiones del
mundo, su ética y su estética. En consecuencia, el Mito, el material simbólico
prevalecerá hasta cuando, lo que con él se explicaba, empiece a carecer de
arraigo y sentido, en todo o en parte, para las nuevas elites que emergen, se
empoderan y adquieren preponderancia en cada etapa del desarrollo de la
Ciudad,
“Allá por los años de 1620, los pobladores del vecino pueblo de Galapa, que se
ocupaban con buen éxito de la agricultura y en la cría de toda clase de ganados,
porque aquellos terrenos estaban cubiertos de pastos naturales, y tenían
abundancia de aguas, comenzaron a notar que estas disminuían gradualmente,
año tras años hasta que los vecinos tuvieron que adoptar el único recurso que les
quedaba para conservar sus ganados, que era pasarlos a la ribera del Magdalena
en la estación veraniega. Así lo hicieron durante algunos años; pero llegó una
época en la que la falta de lluvia fue tal en esta esta estación que puede afirmarse
que la escasez de aguas en la época respectiva y todas las aguadas conocidas,
todas las charcas que retenían aguas durante el invierno y gran parte del verano,
se secaron casi súbitamente. Y cuando menos lo temían, los ganados después
de haber consumido la última gota de agua existente se salieron de los montes y
entraron en el sitio sedientos, agotaron el resto de agua que encontraron en las
antiguas charcas, entraron en los patios y agotaron lo que encontraron en las
casas, recorrieron el pueblo de un extremo al otro y bramando se volvieron hacia
los montes.
Cada grupo ocupó la parte que le plugo y allí permaneció hasta que los dueños o
los pastores, siguiendo sus pasos, fueron llegando tras ellos. La mayor parte del
ganado que salió de los montes de Galapa tomó rumbo hacia el norte, trasmontó
la Sierra y llegó hasta el lugar llamado entonces las “Sabanitas de Camacho”.
Aquel fue el lugar escogido instintivamente por el ganado, y llegó a ser el punto
común de estancia de todos los ganaderos, los que obligados a pasar allí aquel
prolongado verano, tuvieron que construir algunas habitaciones. Así comenzó la
existencia del lugar llamado Camacho.
Los alrededores de Camacho tenían abundancia de pastos naturales, los
anegadizos situados hacia el norte estaban constantemente cubiertos de toda
clase de plantas acuáticas fijas y plantas flotantes arrastradas por las aguas del río
en sus grandes crecientes.
Todas estas favorables condiciones invitaban a los agricultores y ganaderos a
permanecer en aquel terreno. Tan luego cambiaron las cosas, algunos se
volvieron a Galapa con sus ganados, los otros se quedaron y aprovecharon lo que
aquellos abandonaron.
Al Norte de las bocas del Magdalena estaban situadas las islas llamadas
Portobelillo, Isla Verde, Mayorquin y otras de poca significación; este grupo de
islas formaban una barrera o tajamar que separaba las aguas del mar de las del
rio. La ribera occidental de éste al avanzar hacia el norte había formado unos
playones que después llevaron los nombres de Villalón, San Nicolás etc. Estos
playones bañados casi siempre por las aguas dulces del río, y abonados en
grande escala por las crecientes periódicas, se habían llenado de abundantísimos
pastos naturales, que por su extensión y calidad parecían inagotables.
Aquello fue un desastre, más aún, una catástrofe: el agua salada y la arenilla,
habían matado todo principio de vegetación. Jamás han vuelto a adquirir aquellos
terrenos su importancia primitiva.
Una ciudad construida allí ocuparía un señalado puesto, sin perjuicio de cualquier
otra haberse formado después en otra parte. Pero algunas de las buenas
condiciones que la favorecían, particularmente su proximidad al mar, y su posición
tan cerca de las barrancas fueron las causas que motivaron el abandono de tal
idea. Estaban aún palpitantes los ingratos recuerdos de las repetidas invasiones
de piratas que habían saqueado y ensangrentado a Cartagena. Todavía subsisten
en Camacho muchas de sus buenas condiciones para asiento de una ciudad
futura.
Por consiguiente, esta ciénaga tan favorecida por la naturaleza, que podía ofrecer
al hombre toda clase de peces y toda clase de aves como alimento sano y
abundante, que no costaba más que el fácil trabajo de cogerlo, y al ganado pasto
seguro, sano permanente, siempre fresco, siempre verde en variedad infinita,
renovado constantemente por la abundancia de semillas y la feracidad del terreno,
o por la marcha obligada, incesante de las aguas corrientes del brazuelo; fue sin
duda un poderoso atractivo para decidir a los que podían aprovechar tan
ventajosas condiciones a establecer su residencia definitiva en este terreno que
les ofrecía tanta comodidad inmediata, tanta prosperidad futura. Agréguese a todo
esto que de los montes vecinos, segados por muchos siglos por lluvias
torrentosas, habían acumulado a sus pies, sobre el terreno, capas sucesivas de
despojos vegetales que encerraban en su seno una gran suma de principios
fecundantes que prometían a su tiempo copiosas cosechas de cereales etc.
Los caños que comunican la ciénaga con el río, eran en sí una halagadora
promesa, eran anuncio también de que iniciada la comunicación con Santa Marta
y con los demás pueblos ribereños ya establecidos o que llegaren a establecerse y
desarrollada la agricultura, la cría de toda clase de ganados, acometida la
navegación del río y fundadas otras industrias necesarias, pronto se realizarían
cambios recíprocos que servirían de base al desarrollo industrial de sus
habitantes. (…)
(Continuará)