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APROXIMACION CRÍTICA AL MITO GALAPERO (I).

En el relato popularmente conocido como “El Mito de las vacas galaperas”, publicado en los años
de 1870’s se reconocen imaginarios de las elites de la época que se “popularizaron” a finales del
Siglo XIX e inicios del XX
Por: Moisés Pineda Salazar.

El decir popular según el cual “Barranquilla fue fundada en 1629 por unos
campesinos galaperos que llegaron siguiendo a sus ganados que habían huido
sedientos desde aquella población en donde padecían de un intenso verano” y la
respuesta de quienes les contradicen afirmando que “Barranquilla no fue fundada,
sino que se desarrolló a partir de unos flujos de población alrededor la Hacienda
de San Nicolás de Tolentino que era propiedad del encomendero de Galapa”, son
unos relatos, cuyo propósito es contar la verdad, o las verdades, de una manera
comprehensiva, a la vez que totalizante y compleja.
Son narraciones en las que los recursos de la literatura y los de las
comunicaciones se articulan para explicar a sus destinatarios lo que de otra
manera demandaría condiciones a las que son ajenas la mayoría de aquellos a
quienes se les quiere informar, convencer o aglutinar alrededor de una creencia
compartida.

¿Cómo resolver los problemas en la transmisión de las ideas y del conocimiento


que van desde el no saber leer y escribir, hasta el de no poseer conocimientos
complejos sin los cuales es imposible comprender los hechos?
¿Qué hacer cuando la disponibilidad de tiempo es limitada hasta para entender lo
que se narra a través de un medio audiovisual?
¿Cómo hallar materiales pertinentes, desarrollar conceptos, obtener y ordenar
evidencias, establecer relaciones que permitan responder y dar explicaciones a las
preguntas y problemas generadores?
¿Cómo popularizar el conocimiento científico?

Los materiales simbólicos como el del Mito de las Vacas Galaperas,


intencionalmente o no, buscan dar respuesta a estas demandas que, de otra
manera, solo podrían atenderse con medios y métodos que demandarían días y
semanas, cuando no, meses y años de formación, dedicación y lecturas.
En el relato popularmente conocido como “El Mito de las vacas galaperas”,
publicado en los años de 1870’s se reconocen imaginarios de las elites de la
época que se “popularizaron” a finales del Siglo XIX e inicios del XX.

Su pretensión no es la de servir como texto científico, aunque el relato, documento


o material simbólico, sea portador de verdades incontrovertibles desde el punto de
vista de la ciencia, toda vez que existen unos hechos que los sustentan o porque
el problema y la pregunta generadora plantean una necesidad de respuestas y de
explicaciones que deben ser satisfechas.

En ese punto, en el de “la necesidad que debe ser satisfecha”, es donde aparecen
posibilidades para que, a dicho material, de manera forzada, “se le adhieran” otros
hechos y eventos; o para que, estableciendo nexos, relaciones y manipulaciones
en las condiciones de modo, tiempo y lugar, el relato sea portador de contenidos
que satisfagan intereses propios de las elites minoritarias que se dan a la tarea de
tomarlo y modelarlo con el propósito de promoverlo como verdad. De esa manera,
legitiman su propósito de imponerle a las mayorías sus propias visiones del
mundo, su ética y su estética. En consecuencia, el Mito, el material simbólico
prevalecerá hasta cuando, lo que con él se explicaba, empiece a carecer de
arraigo y sentido, en todo o en parte, para las nuevas elites que emergen, se
empoderan y adquieren preponderancia en cada etapa del desarrollo de la
Ciudad,

Veamos ese relato original:

Versión del Señor Don Domingo Malabeth- (Publicada en 1872)

“Allá por los años de 1620, los pobladores del vecino pueblo de Galapa, que se
ocupaban con buen éxito de la agricultura y en la cría de toda clase de ganados,
porque aquellos terrenos estaban cubiertos de pastos naturales, y tenían
abundancia de aguas, comenzaron a notar que estas disminuían gradualmente,
año tras años hasta que los vecinos tuvieron que adoptar el único recurso que les
quedaba para conservar sus ganados, que era pasarlos a la ribera del Magdalena
en la estación veraniega. Así lo hicieron durante algunos años; pero llegó una
época en la que la falta de lluvia fue tal en esta esta estación que puede afirmarse
que la escasez de aguas en la época respectiva y todas las aguadas conocidas,
todas las charcas que retenían aguas durante el invierno y gran parte del verano,
se secaron casi súbitamente. Y cuando menos lo temían, los ganados después
de haber consumido la última gota de agua existente se salieron de los montes y
entraron en el sitio sedientos, agotaron el resto de agua que encontraron en las
antiguas charcas, entraron en los patios y agotaron lo que encontraron en las
casas, recorrieron el pueblo de un extremo al otro y bramando se volvieron hacia
los montes.

Al día siguiente todo el ganado escotero que pastaba en aquellos terrenos en


completa soltura había desaparecido se habían desbandado, tomando diferentes
rumbos, en vía al Magdalena, en cuyas orillas acostumbraba pasar el verano.
Todavía no había caminos, había solo trochas amontadas por el desuso, o por el
abandono; pero el ganado, apurado por la sed, guiado por su propio instinto, trazó
líneas rectas que acortaron las distancias, atravesó los montes y llegó al
Magdalena en pocas horas anticipándose a la época respectiva.

Cada grupo ocupó la parte que le plugo y allí permaneció hasta que los dueños o
los pastores, siguiendo sus pasos, fueron llegando tras ellos. La mayor parte del
ganado que salió de los montes de Galapa tomó rumbo hacia el norte, trasmontó
la Sierra y llegó hasta el lugar llamado entonces las “Sabanitas de Camacho”.
Aquel fue el lugar escogido instintivamente por el ganado, y llegó a ser el punto
común de estancia de todos los ganaderos, los que obligados a pasar allí aquel
prolongado verano, tuvieron que construir algunas habitaciones. Así comenzó la
existencia del lugar llamado Camacho.
Los alrededores de Camacho tenían abundancia de pastos naturales, los
anegadizos situados hacia el norte estaban constantemente cubiertos de toda
clase de plantas acuáticas fijas y plantas flotantes arrastradas por las aguas del río
en sus grandes crecientes.
Todas estas favorables condiciones invitaban a los agricultores y ganaderos a
permanecer en aquel terreno. Tan luego cambiaron las cosas, algunos se
volvieron a Galapa con sus ganados, los otros se quedaron y aprovecharon lo que
aquellos abandonaron.

Al Norte de las bocas del Magdalena estaban situadas las islas llamadas
Portobelillo, Isla Verde, Mayorquin y otras de poca significación; este grupo de
islas formaban una barrera o tajamar que separaba las aguas del mar de las del
rio. La ribera occidental de éste al avanzar hacia el norte había formado unos
playones que después llevaron los nombres de Villalón, San Nicolás etc. Estos
playones bañados casi siempre por las aguas dulces del río, y abonados en
grande escala por las crecientes periódicas, se habían llenado de abundantísimos
pastos naturales, que por su extensión y calidad parecían inagotables.

El ganado que quedó en Camacho continuó pasando los veranos e inviernos en


sus alrededores y poco a poco fue descendiendo a los playones donde prosperaba
rápidamente; y debido a esto comenzaron a construirse algunas chozas en el lugar
llamado hoy La Playa, en ambos lados de Arroyo Grand, que en aquellos tiempos
vertía sus aguas en aquel punto. Así seguían los habitantes de Camacho y La
Playa disfrutando de todas las buenas condiciones de aquellos terrenos; pero
andando el tiempo pero andando el tiempo llegó un día que en el curso de un
horroroso temporal sobrevino un fuerte mar de leva, y grandes masas de agua
lanzadas del mar hacia la tierra, pasando sobre las islas, llegaron a los playones,
los anegó y anegó también una grande extensión del terreno siguiente, dejando en
él al retirarse en lugar de los pastos que existían un desierto de arenillas.

Aquello fue un desastre, más aún, una catástrofe: el agua salada y la arenilla,
habían matado todo principio de vegetación. Jamás han vuelto a adquirir aquellos
terrenos su importancia primitiva.

Desde entonces comenzó el movimiento de traslación de hombres y cosas, por la


margen occidental del Magdalena, que se detuvo en el terreno que ocupaba esta
población.
Como digimos (sic) antes, punto común o cuartel era Camacho y allí se refugiaron
los que desanimados se retiraron de La Playa y de otros caseríos. Esta retirada
produjo a Camacho un aumento de población y con ella surgió el conato de la
fundación de un pueblo de carácter duradero. Aquel terreno tenía todas las
condiciones necesarias para la fundación de una ciudad; comenzaba el pueblo en
la misma barranca del río, éste tenía en aquella parte aguas profundas para el
anclaje de embarcaciones mayores de gran calado, espacio suficiente en la ribera
para fondear un gran número de embarcaciones de toda cala. Situada cerca de las
bocas del río, habría sido desde entonces una población muy importante para los
gobernantes españoles y después, en la época respectiva, el punto de partida del
tren mercante en la navegación del Magdalena, y acaso más tarde, hechas los
obras necesarias, el fondeadero de los buques que ahora visitan con tanta
frecuencia las aguas de Puerto Colombia.

Una ciudad construida allí ocuparía un señalado puesto, sin perjuicio de cualquier
otra haberse formado después en otra parte. Pero algunas de las buenas
condiciones que la favorecían, particularmente su proximidad al mar, y su posición
tan cerca de las barrancas fueron las causas que motivaron el abandono de tal
idea. Estaban aún palpitantes los ingratos recuerdos de las repetidas invasiones
de piratas que habían saqueado y ensangrentado a Cartagena. Todavía subsisten
en Camacho muchas de sus buenas condiciones para asiento de una ciudad
futura.

La pequeña población aumentaba gradualmente su número de habitantes, casi sin


esfuerzos, y dos o tres de los vecinos más adelantados trataron de imprimir cierta
formalidad en el uso del terreno; dispusieron que los ganados se condujeran hacia
el norte, y que las sementeras se establecieran hacia el sur, para evitar conflictos
entre ganaderos y agricultores.

Los ganaderos poco tenían que hacer, bastaba pastorear el ganado,


conduciéndolos a los puntos más convenientes. Los agricultores continuaron
algunos hacia el poniente, otros subieron a la margen occidental del río, cuyos
terrenos fueron gradualmente ocupándose con sementeras de todas clases.

Cada establecimiento de aquellos llegó a ser un núcleo y agrupación de individuos


más o menos numeroso, según la importancia o cuantía de los cultivos. Así
surgieron, entre otros ya olvidados los caseríos llamados Siape, La Concepción y
Veranillo. Estos cultivos produjeron abundantes cosechas de toda clase de granos,
etc. De allí continuó el movimiento por toda la vera del caño que era por entonces
muy ancho y que al principio llamaron Veranillo y más tarde de “La Tablaza”; toda
la ribera occidental del caño fue sucesivamente ocupada con plantaciones de todo
género, hasta la parte norte de esta población, donde cesó ese movimiento de
trashumancia.

Los primeros ocupantes del terreno al recorrer la orilla de la Ciénaga encontraron


en dos o tres puntos algunas barrancas de poca altura, y en virtud de esto, primero
de modo festivo y después con seriedad, lo llamaron “Sitio de las Barrancas de
San Nicolás” cuyo nombre llevó por mucho tiempo según consta por documentos
posteriores que hemos consultado.
La Ciénaga, que hoy es solo un caño, era en aquellos tiempos grandísima, era una
especie de lago que tenía un gran caudal de aguas profundas. Había sido primero
una parte del mar, como lo prueban los vestigios que existen todavía en todo el
terreno; fue después parte del río, antes de que existiera el terreno llamado La
Loma y, cuando ésta completó su formación, quedó siendo un brazo del mismo
río, que recibía sus aguas allá cerca de Ponedera para arrojarlas otra vez al río por
la Boca del Caño de La Tablaza.

A la llegada de los primeros pobladores la ciénaga estaba cubierta de toda clase


de hierbas acuáticas. El brazuelo movía con su poderosa corriente, e introducía en
ella constantemente, grandes cantidades de plantas flotantes, que se acumulaban
y servían también, como las otras, para alimento del ganado. También abrigaba en
su seno la referida ciénaga grande abundancia de peces de todas clases, desde
los más diminutos hasta los más corpulentos, y poblaban sus orillas grandes
bandadas de aves acuáticas de variados y vistosos plumajes.

Por consiguiente, esta ciénaga tan favorecida por la naturaleza, que podía ofrecer
al hombre toda clase de peces y toda clase de aves como alimento sano y
abundante, que no costaba más que el fácil trabajo de cogerlo, y al ganado pasto
seguro, sano permanente, siempre fresco, siempre verde en variedad infinita,
renovado constantemente por la abundancia de semillas y la feracidad del terreno,
o por la marcha obligada, incesante de las aguas corrientes del brazuelo; fue sin
duda un poderoso atractivo para decidir a los que podían aprovechar tan
ventajosas condiciones a establecer su residencia definitiva en este terreno que
les ofrecía tanta comodidad inmediata, tanta prosperidad futura. Agréguese a todo
esto que de los montes vecinos, segados por muchos siglos por lluvias
torrentosas, habían acumulado a sus pies, sobre el terreno, capas sucesivas de
despojos vegetales que encerraban en su seno una gran suma de principios
fecundantes que prometían a su tiempo copiosas cosechas de cereales etc.

Los caños que comunican la ciénaga con el río, eran en sí una halagadora
promesa, eran anuncio también de que iniciada la comunicación con Santa Marta
y con los demás pueblos ribereños ya establecidos o que llegaren a establecerse y
desarrollada la agricultura, la cría de toda clase de ganados, acometida la
navegación del río y fundadas otras industrias necesarias, pronto se realizarían
cambios recíprocos que servirían de base al desarrollo industrial de sus
habitantes. (…)

(VERGARA, José Ramón y BAENA, Fernando E. “Barranquilla su pasado y su


presente”. Taller tipográfico del Banco Dugand. Barranquilla. 1922. Tomo I. Págs.
69- 74.)

(Continuará)

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