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la segunda guerra mundial

al completo, historia del


conflicto que cambió el
mundo
El mundo cambió tras la Segunda Guerra Mundial, un conflicto complejo que
modificaría el planeta. Repasamos su desarrollo, las batallas más importantes,
los bandos que lucharon en ella, los personajes históricos que tomaron las
decisiones más trascendentales, el papel que jugó España, las bombas nucleares
de Hiroshima y Nagasaki... Descubre todos los detalles de la guerra decisiva en
el siglo XX.
EL ORIGEN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
sin lugar a dudas, la Segunda Guerra Mundial ha sido el conflicto
armado más devastador de la historia de la humanidad. Las pérdidas en
vidas fueron tremendas. Se calcula que entre 55 y 60 millones de
personas murieron durante los seis años que duraron los
enfrentamientos armados que se extendieron por todo el mundo, desde
Europa hasta Asia y desde África hasta Oceanía. Sin embargo, para
entender los orígenes de la Segunda Guerra Mundial debemos
retroceder a finales de la Primera Guerra Mundial, también conocida
como Gran Guerra, que culminó con la firma del Tratado de
Versalles el 28 de junio de 1919 (a pesar de que el armisticio había
sido firmado meses antes, el 11 de noviembre de 1918, para poner fin
a las hostilidades en el campo de batalla). Este hecho sería, al menos en
parte, el detonante de los acontecimientos que se desarrollaron
durante los años siguientes y que acabarían por llevar a Adolf Hitler al
poder y terminar desencadenando un nuevo conflicto que acarrearía
episodios tan terribles como el Holocausto.
La firma del tratado era un duro golpe de encajar para la delegación
alemana. Tanto los representantes del país vencido, así como los
periódicos y la población general, entendían que se trataba de un acto
de imposición más que de una negociación. Sin embargo lo que acabó
por irritar más a la sociedad alemana manipulada por la derecha fue la
aceptación del artículo 231, el cual consideraron inaceptable y
humillante. Este artículo era introductorio a la parte VIII del tratado,
sobre las indemnizaciones, y lo introdujeron los negociadores
estadounidenses. Sabían que los alemanes no podrían pagar (como
querían principalmente franceses e ingleses) indemnizaciones que
cubrieran todos los costes de la guerra. Así pues el artículo 231
reconocía la responsabilidad moral de Alemania por la guerra y su
imputabilidad legal por los daños ocasionados. Pero por otra parte, el
artículo 232 reconocía implícitamente su incapacidad económica para
satisfacerlos. Pero desde la derecha alemana se utilizó este artículo
como el elemento central de la campaña contra el tratado.
Destacados oficiales del Ejército y sectores conservadores de la sociedad
alemana se mostraron reacios a firmar las condiciones impuestas por los
vencedores, aun a sabiendas de que la alternativa era la reanudación de
las hostilidades y la invasión del suelo alemán. Una humillación todavía
mayor. En esa tesitura, los partidarios de la firma adujeron que no había
otro remedio, y finalmente Alemania tuvo que renunciar a todas sus
colonias y acceder a la entrega de los territorios invadidos a países como
Francia, Dinamarca o Polonia.

EL PERIODO DE ENTREGUERRAS
Pero aquellas condiciones no fueron lo único a lo que Alemania tuvo que
enfrentarse tras la firma del Tratado de Versalles. Se incluyeron
asimismo una serie de cláusulas militares que obligaban a reducir
drásticamente el Ejército alemán y se puso fin al servicio militar
obligatorio. También se suprimió la aviación, la artillería pesada y los
submarinos.
Además se pusieron ciertas condiciones económicas a Alemania como
perdedores de la Primera Guerra Mundial . El tratado no establecía una
cantidad a pagar, sino que se dejaba para una comisión que la
fijaría en 1921, pero sí se haría antes un pago de 20.000 millones de
marcos oro, que por otra parte incluía los alimentos que los Aliados
tendrían que suministrar a una Alemania famélica y el coste de la
ocupación de Renania por los aliados, todo lo cual sumaba unos 8.000
millones. Gran parte de este pago se hizo en especia. Los vapores y
barcos de pesca que entregaron los alemanes en los dos años siguientes
como parte del pago sumarían más de 2,6 millones de toneladas, pero
los británicos había perdido más de 8 en la guerra.
Posteriormente, la cantidad establecida por la Comisión de
Reparaciones fue de 132.000 millones de marcos de oro (unos 33.000
millones de dólares). El sistema de pagos se dividió en bonos A y B,
que sumaban unos 50.000 millones, y bonos C, que sumaban el
resto (82.000 millones), a empezar a pagar al cabo de 36 años. Los
miembros de la Comisión sabían que probablemente nunca se pagarían,
como así fue. En cuanto a los 50.000 millones iniciales, en la conferencia
de Lausana de 1932 quedó claro que Alemania ya no haría más pagos,
ascendiendo el total efectuado hasta el momento a entre 20.000 y
21.000 millones. Por entenderlo en contexto, menos de lo que Francia
había pagado como indemnización por la guerra francoprusiana. Los
pagos totales durante los 13 años de la República de Weimar
supusieron una carga del 2,72% para la economía alemana.
Así pues, en realidad, las indemnizaciones no frenaron la
reactivación, y la hiperinflación no tuvo que ver con ellas, sino con el
hecho de que Alemania había financiado tanto la guerra y la posguerra
como la resistencia a la ocupación del Ruhr por franceses y belgas entre
1923 y 1925 emitiendo papel moneda (en lugar de acudir a impuestos).
De hecho, lo que provocó el ascenso del nazismo (y del comunismo) en
Alemania fueron las consecuencias de la crisis de 1929, que llegó
después que un período de estabilidad política, económica y social.
En Alemania, en aquel contexto tan sumamente complicado, los
militares y la derecha conservadora empezaron a soliviantar a la
población con un claro mensaje: "Los demócratas nos han traicionado en
Versalles". Así, con el único fin de revertir el giro revolucionario
demandado por la clase trabajadora, llegaron a afirmar que las
condiciones impuestas al pueblo alemán no eran ni mucho menos las
que tradicionalmente se habían impuesto en Europa, menos duras y
más respetuosas, a los perdedores de una guerra. Fue entonces cuando
empezó a surgir una lectura geopolítica y en clave racial del desarrollo
de los pueblos que y la necesidad de espacio vital para expandirse. Conocido
como Lebensraum (espacio vital) fue una expresión acuñada por el
geógrafo alemán Friedrich Ratzel, que estaba muy influido por el
biologismo y el naturalismo del siglo XIX. Así, el este de Europa y el
mundo eslavo se veían como el Lebensraum propio de una Alemania a la
que el tratado de Versalles había impuesto unos límites que hacían
inviable el desarrollo del pueblo alemán.

EL ASCENSO DE HITLER AL PODER


A finales de la década de 1920, los países del centro de Europa
empezaron a experimentar una gran inestabilidad política provocada
por la inestabilidad económica, especialmente devastadora para
Alemania. Esta inestabilidad acabó convirtiéndose en un terreno fértil
para que movimientos políticos de índole extremista y con ánimo de
revancha lograrán un importante eco entre la población. Entre todos
aquellos grupos sobresalió el Partido Nacional Socialista Obrero
Alemán, dirigido por Adolf Hitler, que poco a poco iba sumando
simpatizantes y seguidores deseosos de revertir lo firmado en Versalles
y situar a Alemania en el sitio que consideraban que le correspondía.
A partir de entonces, los acontecimientos se sucedieron con
rapidez. Hitler fue nombrado canciller de Alemania el 30 de enero de
1933 por el presidente Paul von Hindenburg, el 27 de febrero tuvo lugar
el famoso incendio del Reichstag y al día siguiente Hindenburg firmó el
"Decreto del Presidente del Reich para la Protección del Pueblo y
del Estado", por el cual las libertades individuales quedaban totalmente
suspendidas "hasta nuevo aviso". Se restringió la libertad de expresión,
de prensa, de asociación, de reunión y se estableció el secreto de las
comunicaciones.
Una vez en el poder, Hitler contravino lo pactado en el Tratado de
Versalles y ordenó de inmediato el rearme del país. De hecho, incrementó
el gasto armamentístico hasta los 18.000 millones de marcos entre 1934 y 1938 .
Así, habiéndose asegurado la ayuda militar, Hitler empezó su política
expansionista con la anexión de Austria en marzo de 1938, el episodio
conocido como Anschluss, y durante el cual tuvieron lugar unas
elecciones con el propósito de legalizar la anexión. Pero el "espacio vital"
de Hitler no terminó allí. A Austria le siguieron los Sudetes, una zona fronteriza
de Checoslovaquia habitada por tres millones de alemanes, una idea con
la que Francia y el Reino Unido transigieron con los Acuerdos de Múnich,
en septiembre de 1938, pensando que así aplacarían a Hitler. Nada más
lejos de la realidad. Hitler en vez de amilanarse, decidió invadir
Checoslovaquia en marzo de 1939. Una vez ocupada aquella
región, Hitler exigió también el corredor de Danzig, un territorio creado tras
el Tratado de Versalles que se extendía por la desembocadura del río
Vistula, y que servía para que Polonia tuviera acceso al mar Báltico. Cabe
destacar que en ese momento Polonia era un Estado que, tras
desaparecer en el siglo XVIII había sido impulsada su restauración por
parte de Francia y el Reino Unido en los acuerdos de paz como parte de
la creación de un "cordón sanitario" de países de Europa Central que
contribuyeran a frenar la expansión de la Rusia revolucionaria, tras la
negativa del gobierno polaco a ceder su soberanía, y después de
que Alemania y Rusia firmasen un pacto de no agresión el 23 de agosto de 1939 ,
Alemania invadiría Polonia una semana después.

LA INVASIÓN DE POLONIA, COMIENZA LA SEGUNDA GUERRA


MUNDIAL
"Esta noche, soldados regulares polacos han disparado por primera vez
contra nuestro territorio”. Con esta mentira, Adolf Hitler intentaba
justificar que al ejército alemán no le quedaba más remedio que invadir
Polonia el 1 de septiembre de 1939. En realidad, el plan para llevar a
cabo la invasión de Polonia se esbozó el 31 de agosto de 1939 en el
marco de la Operación Himmler, cuando media docena de miembros
de las SS, fingiendo ser unos agitadores, irrumpieron por la fuerza
en una emisora de radio de Gleiwitz, una región de la alta Silesia,
realizando disparos al aire. Una vez los tres empleados y el policía que
se encontraban en el interior fueron reducidos, los asaltantes lanzaron
violentas proclamas en contra del führer y del Tercer Reich. Fue
entonces cuando conectaron el micrófono para que un interprete
empezara a lanzar proclamas patrióticas y antialemanas en
polaco: "¡Atención! Esto es Gleiwitz. La emisora está en manos
polacas".
Para hacer que la escena fuera aún más creíble, los asaltantes llevaron
hasta allí a un nacionalista polaco llamado Franz Honiok al que las SS había
detenido el día anterior. Honiok era un agricultor de 43 años al que
seleccionaron por haber participado en otras revueltas similares. Lo
arrastraron hasta la emisora completamente drogado y, nada más
llegar, le pegaron un tiro en la entrada de la emisora para que todo el
mundo pudiera verlo. Para que no hubiera ningún tipo de
confusión, vistieron a Honiok con un uniforme del ejército polaco que
previamente habían robado y tras permanecer tan solo 15 minutos en la
emisora de radio, el comando huyó sin darse cuenta de que solamente
había podido emitirse una parte del falso discurso a causa de un
problema técnico. A pesar de que la parte de la emisión que pudo
escucharse no anunciaba la falsa invasión de Alemania, aquello fue
suficiente para que Adolf Hitler tuviera su tan deseado casus belli  y así
justificar la invasión del país vecino. Antes de escapar de la emisora, el
comando de las SS subió el cadáver de Franz Honiok a la sala de
retransmisión, donde le tomaron unas fotos que posteriormente serían
publicadas en toda la prensa.
A pesar de las argucias del ejército alemán para encontrar un motivo
para la invasión de Polonia, esta ya había sido anunciada días antes por
Adolf Hitler. Como explica Richard Lukas en su libro Out of the Inferno:
Poles Remember the Holocausten el Discurso de Obersalzberg
pronunciado el 22 de agosto de 1939, justo antes de la invasión de
Polonia, Hitler dio permiso explícito a sus comandantes para
asesinar "sin piedad ni pena, a todos los hombres, mujeres y niños
de ascendencia o lengua polaca". Finalmente, la mañana del 1 de
septiembre de 1939, y con la justificación de lo que había ocurrido el día
anterior, el poderoso ejército alemán avanzó hacia Polonia a través de
distintos puntos fronterizos. Polonia tenía un ejército fuerte y sus
efectivos eran superiores en número a los invasores, pero no había
decretado la movilización general a petición de franceses y británicos,
que creía que eso podía ser la excusa para que Hitler atacara. Esta
incapacidad de defenderse fue todavía mayor cuando el 17 de
septiembre la URSS invadió Polonia, lo que hizo imposible toda
resistencia, repartiéndose el país entre la URSSS y Alemania,
Hitler deseaba iniciar la guerra contra este país desde hacía mucho
tiempo, pero lo que no previó es que en cuestión de pocos días Gran
Bretaña y Francia se pondrían del lado polaco y le declararían la
guerra. La Segunda Guerra Mundial había empezado.

LA BLITZKRIEG, LA EXITOSA ESTRATEGIA DE HITLER


Durante la primera fase de la Segunda Guerra Mundial en el continente
europeo, Alemania buscaba por todos los medios evitar un conflicto
que se alargara en el tiempo. Su estrategia era derrotar por la vía
rápida a todos sus oponentes en una serie de campañas cortas. Gracias
a aquella táctica denominada Blitzkrieg, el ejército alemán invadió gran
parte de Europa y salió victorioso durante varios años. El
término Blitzkrieg es un vocablo alemán que literalmente se traduce
como "guerra relámpago" y se usa para referirse a una táctica militar
que está basada en desarrollar una campaña rápida y contundente. La
táctica Blitzkrieg requería de una gran concentración de armas ofensivas
como tanques, aviones y artillería pesada. La velocidad era el distintivo
más característico de la Blitzkrieg. Tras el bombardeo inicial de la
aviación, los carros de combate atacaban el objetivo rápidamente y de
manera autónoma, lo que acababa causando una gran desorganización
en las líneas defensivas enemigas.
Como apunta Martin H. Folly en su Atlas de la Segunda Guerra Mundial
"El ejército polaco no era una fuerza insignificante, pero no estaba
preparado para el nuevo tipo de guerra que los alemanes practicaban.
Esta era la Blitzkrieg, la guerra relámpago». La punta de lanza era la
división Panzer, una concentración de vehículos blindados, con
infantería totalmente motorizada y un apoyo aéreo cercano
proporcionado por la Luftwaffe y materializado por los temibles
bombarderos en picado, los stukas. Alemania sólo disponía de tanques
ligeros y el ejército no estaba totalmente preparado para la guerra, pero
la clave de la Blitzkrieg era la rapidez, que arrollaría a las defensas
enemigas antes de que éstas pudieran organizar sus fuerzas, o antes de
que se descubrieran los puntos débiles ocultos de las fuerzas atacantes.
El uso de la fuerza aérea contra objetivos civiles llenaría las carreteras de
refugiados y contribuiría a la desintegración de la moral, un componente
fundamental de toda Blitzkrieg eficaz. Los polacos eran superiores en
número, con 30 divisiones y diez en la reserva, pero sus equipos y su
doctrina estratégica estaban desfasados. Sus fuerzas estaban
desplegadas en sus fronteras. Desgraciadamente para los polacos, sus
principales áreas industriales se hallaban en Silesia, justo en sus
fronteras, lo que les hacía extremadamente vulnerables a la Blitzkrieg.
Alemania usó la Blitzkrieg durante la invasión de Polonia el 1 de
septiembre de 1939, así como en otros frentes como en Dinamarca (abril
de 1940), Noruega (abril de 1940), Bélgica (mayo de 1940), Holanda
(mayo de 1940), Luxemburgo (mayo de 1940), Francia (mayo de 1940),
Yugoslavia (abril de 1941) y Grecia (abril de 1941). El poderío aéreo
alemán eran tan abrumador que no permitía a los defensores ni
reabastecerse, ni organizar sus efectivos, ni tampoco enviar
refuerzos que pudieran defender las brechas abiertas por los carros
de combate. Sin embargo, y a pesar de la evidente efectividad de
la Blitzkrieg, hubo algunos países a los que Alemania no pudo derrotar con
este sistema: Gran Bretaña, gracias a que las islas contaban con la
inestimable ayuda del canal de la Mancha y de la eficaz Marina Real
Británica, y la Unión Soviética, a pesar de que la Blitzkrieg había logrado
empujar a los efectivos soviéticos hasta las puertas de Moscú en 1941.

INGLATERRA ENTRA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


En el verano de 1940, la Alemania nazi se tenía en su poder, en un
tiempo de récord de Polonia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica,
Luxemburgo y Francia con la inestimable ayuda de la Italia
de Mussolini, que se acababa de sumar a las potencias del Eje con
todos sus dominios en el mar Mediterráneo y África. Ante esta nueva
situación estratégica en Europa, tras la gravísima derrota sufrida en las
playas de Dunkerque y tras la ruptura de las conversaciones de paz
entre diplomáticos ingleses y alemanes en Suiza, Inglaterra estaba a
punto de enfrentarse a una nueva ofensiva por parte de Alemania: la
Operación León Marino, que tenía la intención de hacer un uso masivo
de la Fuerza Aérea Alemana, al mando del mariscal del aire Hermann
Göring, con el objetivo de destruir a la Real Fuerza Aérea británica (RAF)
y de esta manera lograr la superioridad aérea necesaria para invadir
Gran Bretaña.
El 30 de junio, el comandante Alfred Jodl y el mariscal de campo Wilhelm
Keitel, haciendo gala de un optimismo desmedido, argumentaron que la
victoria sobre Inglaterra era cuestión de tiempo, aunque no todos
pensaban igual. Había otros, como Erich Raeder, comandante en jefe de
la Marina alemana hasta el año1943, que habían advertido de la
insensatez de aquel plan por carecer de embarcaciones capaces de
acometer un desembarco de tal magnitud. A favor de los alemanes, tres
flotas fondeadas en Francia, Noruega y los Países Bajos (La 5.ª Flota
Aérea (Luftflotte 5) tenía el cuartel general en Oslo; la Luftflotte 3, en
parís, y la Luftflotte 2, en Bruselas) y 3.600 aviones contra los apenas 870
aparatos con los que contaba la RAF.
Pero el principal obstáculo para llevar a buen puerto la operación
era el uso del radar por parte de los británicos y las limitaciones de
los cazas alemanes, menos maniobrables que los Spitfire y Hurricane
británicos. Durante el mes de julio, los BF109 bombardearon las
defensas costeras y a los convoyes británicos en el canal de la Mancha,
sin embargo la producción armamentista británica no cesó en
ningún momento por temor a una completa aniquilación.
La mayoría de historiadores coinciden en afirmar que en aquellos
momentos la actuación del primer ministro británico Winston Churchill
fue providencial para convertir el miedo de los británicos en esperanza.
Su trabajo incansable en ese sentido se vio recompensado en el
hemiciclo de Westminster donde era aplaudido por laboristas y
conservadores. El premier puso asimismo los cimientos para recibir
ayuda de los Estados Unidos gracias a su amistad con el presidente
Roosevelt y su vigilancia en el océano Atlántico.
En realidad, podría decirse que Churchill, con su carisma, se convirtió
en un antídoto contra el derrotismo que empezaba a hacer mella en
la sociedad. Además, hizo gala de su astucia engañando a los alemanes,
durante el mes de agosto, con falsos hangares para de este modo lograr
evitar la destrucción masiva de los aeródromos británicos. El 20 de
agosto, y como agradecimiento al trabajo llevado a cabo por los pilotos
de la RAF, Churchill pronunciaría su legendaria frase "nunca tantos
debieron tanto a tan pocos".
De hecho, algunos historiadores también consideran que el mariscal
Keitel fue un ingenuo al querer comparar Inglaterra con Polonia. Así, el
25 de agosto, las tornas empezaron a cambiar cuando la RAF se vengó
del bombardeo alemán al East End londinense haciendo lo propio en el
aeropuerto de Tempelhof en Berlín y en la fábrica de Siemens. Los
daños fueron mínimos, pero suficientes para que Hitler se pusiera
furioso y modificara todo lo planeado hasta el momento. El 17 de
septiembre se pospone León marino y a partir de entonces, Hitler dio la
orden de llevar a cabo los Blitz, unos bombardeos aéreos indiscriminados
y sostenidos por parte de la Luftwaffe  que tuvieron lugar desde
septiembre a noviembre de 1940 contra Londres y otras ciudades
industriales como Coventry.
Aquellos tiempos fueron duros para los británicos, y de hecho el cine se
ha encargado de mitificar aquellos meses en los que es fácil imaginar a
los londinenses refugiándose en el metro. Churchill vislumbraba,
impotente, una capital en ruinas, pero conservaba la tranquilidad al
saber que sus radares se encontraban a salvo del fuego nazi. A
mediados de septiembre, justo cuando los alemanes tenían previsto
asestar el golpe definitivo y pisar suelo británico, la Royal Navy
bombardeó los principales puertos de invasión como Calais,
Cherburgo o Boulougne, apoyada por la RAF. Al parecer, las pérdidas
en ambos bandos se exageraron por motivos propagandísticos y al final
la Batalla de Inglaterra acabaría en tablas. Poco después, el 17 de
septiembre, Hitler daría por finalizada la Operación León Marino y dirigió
su mirada hacia un nuevo objetivo: la Unión Soviética.
Cabe destacar además que tanto la Operación León Marino como la
operación Día del Águila y el Blitz forman parte de la conocida como
Batalla de Inglaterra.

LOS NAZIS INVADEN LA UNIÓN SOVIÉTICA, LA OPERACIÓN


BARBARROJA
Durante la Navidad de 1940, Adolf Hitler llegó a la conclusión de que
para deshacerse definitivamente de la amenaza que representaba
Winston Churchill para los intereses de Alemania era necesario llevar a
cabo una gran demostración de fuerza. Para ello el dictador nazi
concibió la Directiva 21, conocida más tarde como Operación
Barbarroja, bautizada así en honor al emperador del Sacro Imperio,
Federico I Barbarroja. El objetivo de esta operación era atacar a la
Unión Soviética, acabar con el comunismo y desintegrar aquel país
para lograr el tan ansiado Lebensraum (espacio vital), expulsando a la
población eslava y ocupando el territorio soviético hasta los Urales,
colonizándolo con alemanes y convirtiendo a la población local en
siervos a su servicio. A los países vecinos, como Ucrania o la
Confederación de Estados Bálticos, se les otorgaría una independencia
tutelada desde Berlín, y es que en la génesis de la Operación Barbarroja
también se escondía el profundo desprecio que Adolf Hitler sentía por
los los eslavos, a quienes la doctrina nazi consideraba Untermenschen,
"infrahombres". De este modo, a pesar del pacto de no agresión
germano-soviético, firmado durante el mes de agosto de 1939,
Hitler yStalin sabían que esta "paz" no podía ser duradera y que su
enfrentamiento era inevitable. La Operación Barbarroja abrió, así, un
segundo frente para la Alemania nazi, que llevó a la guerra a unas cotas
de barbarie nunca vistas hasta entonces. Pero en realidad aquella
operación no solamente representaría el principio del fin para Adolf
Hitler, sino que además sería el inicio en toda Europa de la terrible
persecución y asesinato sistemático de los judíos: el Holocausto. Hasta
aquel momento la guerra iba viento en popa para los nazis, y tras la
abrumadora conquista de Francia, Hitler supuso, erróneamente, que
hacerse con la Rusia europea solo le llevaría unos tres o cuatro
meses. Para llegar a Moscú, Hitler planteó una ofensiva en tres frentes : el
frente norte atacaría por la costa báltica hacia Lituania y tomaría
Leningrado (la actual San Petersburgo); en el centro operaría un ejército
que se dirigiría primero a Minsk (la capital de la actual Bielorrusia), luego
a Moscú, la capital soviética; finalmente, otro en el sur atacaría Ucrania,
donde se encontraban las tierras más fértiles de la URSS; avanzaría
luego hacia las principales regiones industriales soviéticas, las cuencas
de los ríos Don y Donets, después ocuparía los campos petrolíferos del
Cáucaso, una vez asegurada la zona, aquel mismo ejército sería el
encargado de tomar la base naval de Crimea y los campos petrolíferos
del Cáucaso. Pero visto en retrospectiva, los especialista militares opinan
que dividir la ofensiva en tres frentes fue un error crucial. A su juicio, el
objetivo principal tendría que haber sido la propia Moscú  por ser esta el
eje principal de comunicaciones además de un importante centro
industrial. De esa manera, Hitler habría logrado dividir a la Union
Soviética en dos y hubiera sido mucho más fácil conquistarla.
Asimismo, una muestra más de la excesiva confianza con que los
alemanes afrontaron la campaña es que solo un quinta parte de sus
fuerzas disponía de ropa de abrigo para hacer frente al crudo invierno
ruso, y es que en su mente Hitler albergaba el convencimiento de que
para el mes de diciembre ya habría una nueva frontera oriental del Reich
marcada por el río Volga. Pero con lo que no contaban ni Hitler ni su Estado
Mayor era con no estar ocupando Moscú antes de que la meteorología se
volviera más adversa.

Las crecidas de los ríos tras las lluvias de primavera habían convertido
todo el territorio en un autentico lodazal, lo que obligó a retrasar la
invasión hasta el tórrido verano. Finalmente, a los casi cuatro millones
de efectivos que luchaban del lado de la Alemania nazi, se unieron 3.400
tanques que se debían ver las caras frente a casi 11.000 tanques y
tres millones de soldados soviéticos.
Pero ¿por qué motivo emplearon los nazis tan pocos
blindados? Según los especialistas fue debido a la escasez de
combustible, que en aquellos momentos estaba bloqueado por los
Aliados, algo que también obligó a los alemanes a hacer uso de animales
de tiro para el transporte.
La ofensiva del ejército alemán en territorio soviético empezó el 22 de
junio de 1941 con un intenso bombardeo de la artillería pesada y de la
Luftwaffe sobre las posiciones soviéticas. Su principal objetivo eran los
aeródromos, algo que les podía asegurar el espacio aéreo durante los
primeros meses de la invasión. Tras cuatro días de violentos combates, las
tropas del general Hoth entraron en Minsk, donde apresaron a 324.000 soldados
y capturaron 2.500 tanques. Los ejércitos del norte y del sur iban
progresando de manera similar, y el ejército del general Hoth, que
avanzaba una media de 32 kilómetros diarios, llegó a Smolensk (a 369
kilómetros de Moscú) el 18 de julio. Pero a pesar del éxito momentáneo
de la operación, el dictador alemán ordenó priorizar la toma de Ucrania
y de Leningrado. Así, desoyendo los consejos de sus generales, el 19 de
julio, Adolf Hitler cursó la Directriz 33, por la que se ordenaba a los tanques del
ejército central reforzar los otros dos frentes : el general Hoth cambiaría de
rumbo para asegurar el cerco de Leningrado y el general Guderian haría
lo propio parar invadir Kiev, las regiones carboníferas ucranianas y
tomar la península de Crimea. Aquel cambio de estrategia facilitó que los
soviéticos tuvieran tiempo para reorganizarse y rehacer sus defensa,
contra las que se acabaría estrellando el ejército nazi. Por su parte, en la
retaguardia, las SS alemanas ejercían una dura y cruel represión sobre la
población civil, mientras los atentados perpetrados por grupos de
partisanos organizados por la NKVD (la policía secreta rusa) convirtieron las
calles de las ciudades tomadas en lugares muy peligrosos,  lo que impedía a
los alemanes consolidar sus conquistas y ralentizaba también el
transporte de suministros.
En realidad, con la puesta en marcha de la Directriz 33 los alemanes
habían perdido más de dos meses, cruciales para el desarrollo con éxito
de la Operación Barbarroja. Y los elementos parecieron también aliarse
en su contra. El 15 de octubre, el ejército alemán se encontraban a tan
solo 105 kilómetros de Moscú, dispuestos al asalto de la capital en la que
llamaron Operación Tifón, cuando una fuerte tormenta, junto con la
llegada de las primeras nevadas, dejaron las carreteras
impracticables. Los soviéticos aprovecharon aquella circunstancia para
reforzarse con efectivos procedentes de Siberia, y con un numero
significativo de tanques y aviones al mando del general Gueorgui
Zhúkov.
A pesar de la llegada del frío, los alemanes no variaron su actuación y
siguieron con sus tácticas habituales, pero los soviéticos les hicieron
retroceder cuando estaban tan solo a ocho kilómetros de la capital. Las
bajas temperaturas terminaron por dar al traste con la estrategia
alemana en una de las campañas militares más sangrientas de la
Segunda Guerra Mundial.
PEARL HARBOR Y LA ENTRADA DE ESTADOS UNIDOS EN LA
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Mientras la Alemania nazi seguía con su imparable conquista de Europa,
Estados Unidos era oficialmente neutral ante los conflictos que
mantenían los japoneses en su expansión por China y ante la actitud de
la Alemania de Hitler en Europa. Sin embargo, en 1940, Estados Unidos
empezó a considerar amenazadora para sus intereses la expansión de
Japón, y el Gobierno estadounidense decidió proporcionar ayuda a los
chinos y sancionar a los japoneses. Así, tras la firma del
pacto Antikominternen noviembre de 1941 entre la Alemania nazi,
Italia y Japón, Estados Unidos congeló los activos japoneses y
prohibió todas sus exportaciones al país del Sol naciente.
De este modo, a medida que Japón continuaba con su guerra con China,
el conflicto con Estados Unidos se hizo inevitable. Ante el peligro que
esto representaba, el alto mando japonés evaluó sus opciones, pero no
tuvo más remedio que reconocer la superioridad de la Armada
estadounidense, que les superaba en número, por lo que Japón carecía
de los recursos necesarios para hacer frente al coloso americano. Fue
entonces cuando Japón pensó que tenía un as en la manga: podía atacar a
Estados Unidos utilizando el factor sorpresa. Así, el almirante Yamamoto
convenció al alto mando japonés de que en lugar de declarar la guerra a
Estados Unidos lo mejor sería causarles el mayor daño posible atacando
a su flota fondeada en el Pacífico. El día escogido por los japoneses para
realizar uno de los ataques más famosos de la Segunda Guerra Mundial,
y que al final resultaría definitivo para el desarrollo de la contienda, fue el
domingo 7 de diciembre de 1941. Poco antes del amanecer, la Armada
Imperial Japonesa atacaba por sorpresa la base militar de Pearl Harbor,
en Hawái, donde la Armada de Estados Unidos tenía el cuartel general
de la flota del Pacífico. Para llevar a cabo el ataque, 353 aeronaves, entre
cazas de combate, bombarderos y torpederos, atacaron sin una previa
declaración de guerra con la única misión de borrar de la región a la flota
estadounidense.

En pocos minutos, gran parte de la flota norteamericana había sido


gravemente dañada o completamente destruida. El ataque japonés se
produjo en dos oleadas, en la primera los bombardeos destruyeron
a los acorazados Oklahoma y Arizona, y dañaron seriamente al resto de
naves. El segundo objetivo de los japoneses era destruir los aeródromos
más cercanos. Pero aunque el ataque pilló por sorpresa a los
estadounidenses estos consiguieron defenderse con sus cañones
antiaéreos, e incluso lograron que algunos aviones despegaran y
finalmente consiguieran derribar 29 aeronaves japonesas.
Sin embargo, el ataque no fue tan efectivo como el ejército nipón
hubiera deseado y la suerte quiso que el grueso de la flota naval
estadounidense no se encontrara fondeada en el puerto en aquellos
momentos. Aunque no fue este el único error cometido por los
japoneses, que dejaron intactos varios enclaves estratégicos de la base
de Pearl Harbor, como la central eléctrica, el astillero, los depósitos de
combustible y torpedos, los muelles de submarinos, y los edificios del
cuartel general y la sección de inteligencia estadounidense.
Aunque el ataque fue un duro golpe para Estados Unidos, al día
siguiente los norteamericanos declararon la guerra a Japón con lo que la
gran potencia entró de lleno en el conflicto. Tres días después, el 11 de
diciembre de 1941, la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, las otras dos
potencias del Eje, respondían a Estados Unidos con su propia declaración de
guerra. Sin pretenderlo, el Ejército Imperial Japonés había despertado al
gigante dormido. De hecho, el bombardeo de Pearl Harbor enfureció a la
opinión pública estadounidense y aquel acto acabaría resultando
decisivo en el desenlace de la mayor guerra de la historia de la
humanidad.

LA DECISIVA BATALLA DE STALINGRADO


Primavera de 1942. La Segunda Guerra Mundial continuaba en el frente
oriental, pero la escasez de recursos, el agotamiento de ambos bandos y
un invierno especialmente duro, al que seguiría el deshielo y el
fenómeno conocido por los rusos como raspútitsa (un fenómeno
estacional que convierte la tierra firme en un auténtico barrizal) hicieron
que la guerra se ralentizarse. No obstante, en el año 1942 Hitler se
planteó dar el golpe de gracia la Unión Soviética antes de que
Estados Unidos pudiera movilizar todos sus recursos económicos y
militares para la guerra. Así pues, el 28 de junio Hitler puso en marcha la
llamada Operación Azul, cuyo objetivo era apoderarse de los pozos
petrolíferos del Cáucaso, ya que la escasez de petróleo podía detener la
maquinaria bélica alemana. Pero en su camino se encontraba
Stalingrado. Hitler pensó que una vez conquistada esta ciudad se podría
cortar el suministro de recursos al Ejército Rojo. La Operación Azul (Fall
Blau en alemán), la ofensiva estratégica de verano de 1942, se
desarrollaba en dos direcciones: hacia el sur, donde estaban los campos
petrolíferos; y hacia el este, en dirección a Stalingrado, siguiendo el río
Don, para proteger el avance hacia el sur.
Así pues, el control de Stalingrado se había convertido en un punto clave
de la ofensiva nazi en el frente oriental, y el 23 de agosto de 1942
empezaron los combates para hacerse con una ciudad que poseía una
potente industria militar y era un importante nudo de comunicaciones
ferroviarias. Un mes antes, Stalin había dado la orden de iniciar los
preparativos para hacer frente a un más que posible ataque alemán no
dejando salir a los civiles. Preocupado por que los alemanes pudieran
partir al país en dos, el 28 de julio Stalin emitió la famosa orden 227, más
tarde conocida como la orden "¡Ni un paso atrás!" , por la que cualquier
militar o civil que se rindiera sería fusilado al instante por traición. En
este contexto, las tropas del fürher llegaron a una ciudad defendida contra
viento y marea por los generales Emerenko y Chuikov.  Así, los alemanes no
podían saber que ambos militares les tenían reservada una sorpresa en
forma de violenta lucha callejera en el escenario de una ciudad
completamente en ruinas y contra un enemigo que conocía
perfectamente cada rincón. Además, a pesar de las muchas bajas que
había sufrido el Ejército Rojo, cada noche llegaban refuerzos nuevos a
orillas del Volga. Sin embargo, y aunque el ejército alemán sufría el mismo
número de bajas, parecía que lograba hacer retroceder al ejército soviético, lo
que provocó el anunció de la conquista de Stalingrado el 8 de noviembre
por parte de Hitler.
Pero aquella alegría se revelaría prematura. Lo que Hitler no sabía es
que Stalin había dado orden de iniciar la Operación Urano, justo en mitad de la
batalla de Stalingrado y cuyo objetivo era embolsar al Sexto ejército alemán, el
Tercer y el Cuarto ejército rumano y partes del Cuarto ejército Panzer.
Aquellos movimientos estratégicos de los soviéticos, unidos al error de
cálculo de Hermann Göring, que aseguró que la Luftwaffe podría dar
soporte aéreo a las tropas, aisló al Sexto Ejército alemán. Con la orden
de Hitler de mantener sus posiciones, los alemanes vieron cómo el
ejército rojo los iba cercando poco a poco. Así, finalmente, sin otra
opción que la rendición, el 2 de febrero de 1943, el Mariscal Paulus
desobedeció las ordenes directas de Adolf Hitler y se rindió.

Tras perder la batalla de Stalingrado hay quien piensa que el frente


oriental empezó a desequilibrarse en favor de los soviéticos, sin
embargo no fue exactamente así. Stalingrado fue el primer gran triunfo
soviético pero no fue una batalla decisiva. Sí que lo fue, sin embargo, la
batalla de Kursk en julio de 1943, la mayor batalla de tanques de la
historia, que marcó un punto de inflexión en la guerra en el Este. Hasta
entonces, los alemanes había logrado mal que bien estabilizar el frente.

DÍA D: EL DESEMBARCO DE NORMANDÍA


Durante la Conferencia de Teherán, celebrada en la capital iraní a finales
de 1943, a la que acudieron Stalin, Churchill y Roosevelt, los soviéticos ya
habían solicitado que se abriera un nuevo frente occidental que aliviara
la presión que estaban sufriendo sus tropas en el sector oriental.
Finalmente los Aliados decidieron organizar la invasión de Europa a
través de las playas de Normandía, la llamada Operación Overlord,
cuyo inicio estaba previsto el 6 de junio de 1944 y su nombre en clave
sería Día D. Aquel desembarco fue uno de los acontecimientos militares
más importantes de la Segunda Guerra Mundial, que marcaría un antes
y un después en el desarrollo de la contienda. La Operación Overlord
empezó con una gigantesca maniobra militar terrestre, aérea y naval
(Operación Neptuno), que dejó miles de muertos en tan solo unos pocos
metros de playa entre las defensas alemanas conocidas como Muralla
Atlántica y las aguas del canal de la Mancha. El desembarco de todos
aquellos soldados estadounidenses, británicos y
canadienses, muchos de los cuales dejaron su vida en la arena, permitió
a los Aliados abrir un segundo frente en Europa que, sumado al avance
soviético en el Este, contribuiría a cambiar que cambiaría
definitivamente el rumbo de la guerra.
Pero planificar la Operación Overlord fue una tarea sumamente compleja.
Todo debía estar perfectamente planificado y tenía que ser llevada a
cabo meticulosamente, como si de una operación quirúrgica se tratara,
con el objetivo de conquistar Normandía para posteriormente avanzar
hacia el centro de Europa. Adolf Hitler sabía que algo se estaba
tramando, pero estaba convencido de que la invasión aliada tendría
lugar a través de Calais y no en Normandía. Así, el despliegue del
ejército aliado durante la Operación Overlord se efectuó durante las
primeras horas del 6 de junio sobre una línea de 80 kilómetros de playa
de este a oeste abarcando las siguientes cinco playas: Utah, Omaha,
Gold, Juno y Sword. En un mensaje transmitido a las tropas antes de
partir, el general Eisenhower les dijo: "¡La marea ha cambiado! Los
hombres libres del mundo marchan juntos hacia la victoria.... No
aceptaremos nada menos que la victoria total".La noche previa a los
desembarcos anfibios, alrededor de 23.000 paracaidistas aliados se
lanzaron detrás de las líneas de defensa alemanas, en paracaídas y
planeadores, con la misión de evitar que los alemanes pudiesen
contraatacar durante la mañana del desembarco. La misión de este grupo
de paracaidistas era conseguir accesos seguros a las playas, destruir puentes y
establecer cabeceras de playa (líneas defensivas para dar tiempo a la
llegada refuerzos que permitieran avanzar a las tropas) a la espera de
que el grueso de los efectivos desembarcara.
Para llevar a cabo una operación de aquella envergadura, las cadenas de
fabricación aumentaron la producción de armamento, y durante la
primera mitad de 1944, alrededor de 9 millones de toneladas de suministros y
equipos cruzaron el Atlántico desde Estados Unidos hasta Gran Bretaña. Por
otra parte, se sumó al contingente una importante dotación de soldados
canadienses que se había estado entrenando en Gran Bretaña desde
diciembre de 1939, y más de 1,4 millones de soldados estadounidenses
llegaron a Europa entre los años 1943 y 1944 para tomar parte en los
desembarcos.
De este modo, el Día D se convirtió en la mayor operación naval, aérea y
terrestre coordinada de la historia,  ya que el desembarco en las playas de
Normandia requirió de una cooperación total entre las fuerzas armadas
que participaron en el operativo. En 1944, más de 2 millones de
soldados de más de 12 países se encontraban en Gran Bretaña a la
espera de recibir la orden de invasión. El día del desembarco, las fuerzas
aliadas que participaron fueron fundamentalmente tropas
estadounidenses, británicas y canadienses con el apoyo naval, aéreo y
terrestre de tropas australianas, belgas, checas, holandesas, francesas,
griegas, neozelandesas, noruegas y polacas. A menudo, el Día D, debido
a su espectacularidad, ha eclipsado la importancia que tuvo en general
la campaña de Normandía. Durante los tres meses posteriores al
desembarco, los Aliados lanzaron una serie de ofensivas que les permitieron
avanzar hacia las fronteras de Alemania. Aunque no todas las operaciones
tuvieron éxito. Las tropas aliadas tuvieron que enfrentarse con una dura
resistencia por parte de los alemanes y también con el bocage, una
peculiaridad del paisaje de Normandía que se caracteriza por la
presencia de senderos hundidos bordeados por setos altos y gruesos,
algo que los alemanes utilizaron para hacerse fuertes. Pero a pesar de
todas las dificultades, aquel sangriento 6 de junio y todos los días que le
siguieron acabarían en una victoria decisiva para los Aliados  que contribuiría a
la liberación de una gran parte de Europa noroccidental.
Tras el Día D, las campañas en Italia llevadas a cabo por los Aliados
alejaron a las tropas alemanas de los frentes occidental y oriental, al
mismo tiempo que la Operación Bagration, una dura ofensiva
emprendida por los soviéticos en el centro de Europa, logró mantener
inmovilizadas a las fuerzas alemanas en el este. Finalmente, diez semanas
después del Día D, los Aliados lanzaron una segunda invasión en la costa sur de
Francia para avanzar hacia el corazón de Alemania.  Con un frente tan
dividido, las fuerzas de Adolf Hitler no podían hacer nada más que
resistir en una guerra en la que la suma de graves errores de cálculo y el
desgaste les acabaría por pasar una terrible factura.

LA CAÍDA DE BERLÍN Y EL FINAL DEL NAZISMO


Primavera de 1945. La situación de Alemania en este momento de la
Segunda Guerra Mundial era un auténtico infierno. Invadido por las
fuerzas de la Unión Soviética desde el este y por los Aliados por el oeste,
el Tercer Reich no podía contar prácticamente para nada con la ayuda
que le pudieran ofrecer sus aliadas Italia y Hungría, que ya habían sido
ocupadas, ni por Japón, acorralado por los estadounidenses en el
Pacífico. Este sería uno de los últimos y más sangrientos capítulos de
la Segunda Guerra Mundial, el que a la postre conduciría al final del
dictador nazi Adolf Hitler.
Aunque el alto mando militar nazi había asegurado que Berlín sería la
tumba del Ejército Rojo, aquella predicción nunca se iba a cumplir. En
esos días, Hitler se encontraba oculto en su búnker y había perdido por
completo la noción de la realidad.  El Tercer Reich que debía de durar mil
años carecía de los medios necesarios para defenderse y se
desmoronaba a ojos vistas. Para todos aquellos que habían estado en el
frente (y que ahora se hallaban heridos o mutilados), las detonaciones
que se escuchaban en la periferia de Berlín aquel 19 de abril de 1945
sonaban de manera muy distinta. Aquel sonido lo producían los obuses
de la artillería soviética; no se parecía en nada al ruido de las bombas de
la aviación aliada al que estaban acostumbrados. Eso solo podía
significar una cosa: Berlín ya estaba al alcance de los cañones soviéticos y el
fin se acercaba. En efecto, no iban desencaminados.

A pesar de la superioridad del ejército atacante, las órdenes de Hitler


eran claras: había que resistir hasta el final. El führer, refugiado en su
búnker junto con otros jerarcas nazis, como Martin Borman, Albert Speer o
Joseph Goebbels, no quería ni oír hablar de rendición.  Al final, presa de los
nervios, Hitler estaba dispuesto a sacrificar inútilmente a toda la
población de Berlín: rendirse y mostrar la bandera blanca era castigado
con la muerte, y quien desertaba o se escondía para evitar el combate
era colgado sin contemplaciones. Hubo un momento en que los rusos
ofrecieron una breve pausa en su avance, pero los alemanes no podían
aprovechar aquella circunstancia para preparar la defensa de la
ciudad. Berlín tan solo contaba con algunas unidades antiaéreas de las SS y la
milicia popular (volkssturm), y a pesar de ello se decidió no emprender
ninguna obra de fortificación.
Hitler se mostraba intratable, sumido constantemente en largas e
infructuosas divagaciones. Pero su poder aún seguía intacto, hasta el
punto de que promulgó la llamada Orden Nerón, por la que se
establecía una política de tierra quemada frente el enemigo. En esencia
se trataba de destruir cualquier infraestructura (de transporte,
industrial, de comunicaciones, ...) que pudiera favorecer al enemigo, lo
que suponía en la práctica la destrucción de Alemania. La orden no llegó
a aplicarse.
El führer alternaba estados de euforia con estallidos de ira incontrolada
contra todo y contra todos, en especial contra todos sus generales, a los
que tachaba de ineficaces y de traidores. Abrumado por la situación,
culpó a sus generales de no haber tomado las decisiones
correctas en lo que respectaba a la defensa de Berlín, por lo que otorgó
un permiso por mala salud al general Guderian, lo reemplazó como Jefe
del Estado Mayor y nombró en su lugar al general Hans Krebs.
El 20 de abril de 1945, justo el día en el que Hitler cumplía 56 años,
aviones B-17 estadounidense y Lancaster británicos bombardearon el
centro urbano de Berlín arrasando numerosos edificios, forzando la
evacuación de 2.000 berlineses y dejando la ciudad sin electricidad. Dos
días después, el 22 de abril, durante una reunión en el búnker de Hitler alguien
alabó la excelente labor del 12º Ejército comandado por el general Walther
Wenck que luchaba contra los norteamericanos en Magdeburgo. Al oír la
noticia, los temblores que aquejaban al führer parecieron desaparecer y
en uno de sus habituales cambios de humor pareció haber encontrado
por fin la solución: el general Wenck daría media vuelta y salvaría Berlín.
Evidentemente, Wenck no pudo conseguir aquel objetivo imposible:
Berlín estaba cercada y agonizaba.
Finalmente, el general Helmuth Weidling intentó establecer una defensa
operativa de la ciudad, pero solo podía contar con el apoyo de
algunas tropas en descomposición. Junto a miembros del volkssturm,
las Hitlerjugend y la policía, estos hombres construyeron barricadas con
tranvías y llenaron los muros que aún quedaban en pie de pintadas con
eslóganes que animaban a la resistencia y a la victoria final. Pero todo
resultó en vano.
Los proyectiles soviéticos empezaban a caer sobre el mismo centro
de Berlín. A pesar de ello, la capital resistió con la determinación del que
sabe que no tiene otra opción. Inútilmente. Uno a uno, los barrios de
Berlín fueron ocupados por los soviéticos, mientras la población civil se
refugiaba en los túneles del metro invadidos por el humo.
La tarde del 30 de abril de 1945, un disparo de revólver procedente del
dormitorio del führer rompió el impenetrable silencio del búnker.  Tras haber
ingerido una cápsula de cianuro, Hitler se acababa de pegar un tiro.
Junto a él, Eva Braun, con quien se había casado el día anterior, yacía sin
vida en el sofá. Los oficiales trasladaron ambos cuerpos hasta el jardín
de la Cancillería, una operación complicada debido a los continuos
bombardeos soviéticos. Tras arrojar los cadáveres a una fosa
previamente excavada les prendieron fuego, y acto seguido, mientras los
restos del dictador nazi se consumían entre las llamas, en el
exterior, Goebbels, Bormann, Burgdorf y Krebs realizaron el último
saludo nacionalsocialista en su honor. De esta manera, Adolf Hitler, el
fundador del Tercer Reich, desaparecía para siempre.

El 2 de mayo, Berlin estaba a punto de caer, y muchos seguidores del


régimen, entre los que se contaban numerosos miembros de las SS,
prefirieron suicidarse antes que caer en manos de los soviéticos. El 7 de
mayo de 1945, Alemania se rendía incondicionalmente ante los Aliados
occidentales en Reims y el 9 de mayo hacía lo propio ante los soviéticos en
Berlín. En la capital, el caos en la capital era total, ya que tras la victoria
vino el pillaje. Los soldados rusos, procedentes en su mayor parte de las
estepas y de las montañas del Cáucaso, nunca habían visto una ciudad
como aquella y no conocían nada parecido al lujo berlinés. Robaron todo
lo que pudieron, y tras el saqueo empezaron las violaciones masivas (un tema
del que se habló poco durante la Guerra Fría).  Aunque los medios rusos
calificaron estos hechos como "inventos" de Occidente, muchas de las
pruebas proceden del diario de un joven teniente judío originario de la
región central de Ucrania llamado Vladimir Gelfand.
En realidad, todavía hoy se desconoce el número exacto de mujeres que
fueron violadas tras la caída de Berlín. Algunos historiadores hablan
incluso de unas cien mil. En cualquier caso, muchas de ellas, jóvenes y
adultas, pero también niñas y ancianas, se suicidaron o murieron a
causa de la brutalidad del trato recibido. Las madres ocultaban a sus hijas
para protegerlas, y los hombres que intentaban evitarlo lo pagaban con sus
vidas, así como las mujeres que se resistían.
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL CONTINÚA EN JAPÓN
Mientras en Europa, con la caída y muerte de Adolf Hitler y el régimen
nazi, empezaba a vislumbrarse un final a la Segunda Guerra Mundial, en
el Pacífico Estados Unidos había liberado prácticamente todas las islas
que se encontraban en poder de los japoneses y los norteamericanos
estaban decididos a desembarcar en Japón.  Así, tras las sonadas derrotas
en Midway (junio de 1942) y Guadalcanal (noviembre de 1942), la flota
nipona fue destruida en la batalla del golfo de Leyte (octubre de 1944),
por lo que Japón ya no era rival en el mar y su rendición se preveía
inminente. Con todo, Japón estaba dispuesto a negociar la paz con Estados
Unidos mediante la cesión de territorios, pero sin que ello supusiera alterar el
carácter divino del emperador,
pero el objetivo final de los
estadounidenses no era ese, sino lograr la rendición incondicional y total
del Ejército Imperial japonés.
De hecho, la guerra del Pacífico fue larga y cruenta. Uno de sus
enfrentamientos más simbólicos fue el que tuvo lugar en Iwo Jima,  y no solo
por la fotografía de los soldados norteamericanos alzando la bandera de
su país, tomada por el fotógrafo Joe Rosental y que fue difundida como
un icono de la propaganda de los Aliados, sino también por su ferocidad
y violencia. Esta campaña, que tuvo lugar entre febrero y marzo de 1945 , no
tuvo parangón hasta la fecha, pues los soldados japoneses, agazapados
entre los volcanes y las galerías subterráneas, masacraron a miles de
soldados norteamericanos que desembarcaron en las playas de arena
negra durante su avance por las escarpadas monta��as. Por ese
motivo la campaña recibiría el macabro nombre de la "picadora de
carne".Otra fecha clave del conflicto que mantuvieron Estados Unidos y
Japón sería el 9 de marzo de 1945 en las islas Marianas. Se trataba de la
puesta en marcha de la Operación Meetenghouse, una misión que tenía
como objetivo borrar Tokio de la faz del a Tierra en menos de
veinticuatro horas. La primera oleada del ataque norteamericano la formaron
54 aviones y la segunda, 271 bombarderos más.  La operación estaba
diseñada para que empezara a las doce de la noche del 9 al 10 de
marzo, ya que, según el alto mando estadounidense, sorprender
dormidos y desprevenidos a los habitantes de la ciudad era la manera
más fácil y segura de causar un gran número de víctimas.
Durante la mortífera descarga sobre la capital nipona, los aviones lanzaron
bombas de racimo que los estadounidenses rebautizaron como "tarjetas de
visita de Tokio". Una vez tocaban tierra, estos artefactos derramaban su
contenido letal de fósforo blanco y napalm, un pegajoso gel de gasolina
que los laboratorios de la Universidad de Harvard habían desarrollado.
La atmósfera en Tokio llegó a alcanzar los 980 grados, haciendo hervir el
agua de ríos y canales y fundiendo los cristales de las ventanas. El fuego
consumió con rapidez muchas casas que estaban construidas con
madera y papel, pensadas tan solo para resistir a los terremotos. Unos
260.000 hogares fueron arrasados hasta los cimientos y al menos 105.400
personas murieron en una ciudad de tres millones de habitantes.  Se
fundieron, literalmente. En total quedó arrasada una cuarta parte de la
ciudad. Curtis LeMay, el general norteamericano que organizó la
operación, se jactó del éxito obtenido con estas palabras: "Los hemos
tostado y horneado hasta la muerte".
Antes de morir, en 2009, Robert S. McNamara, responsable intelectual
de la Operación Meetenghouse y que era secretario de Defensa en el
momento de los bombardeos, pidió disculpas por el ataque, aunque, sin
dejar de justificarlo declaró: "Para hacer el bien, a veces tienes que
hacer el mal". Por su parte, el general Curtis LeMay, comandante del
Comando de Bombarderos XXI y responsable material de los ataques,
consideraba que lo inmoral no era haber matado a unas 100.000
personas en una sola noche lanzando bombas incendiarias, sino que lo
realmente imprudente hubiera sido no hacerlo y perder a miles de
soldados norteamericanos en la batalla: "Creo que si hubiéramos
perdido yo sería tratado como un criminal de guerra", declaró.
Mientras tenía lugar el bombardeo de Tokio, en el Pacífico los Aliados
seguían con su imparable avance hasta llegar a la isla de Okinawa, la
mayor de las islas Ryukyu (al sur de las cuatro grandes islas de
Japón). Los japoneses ya no podían ofrecer resistencia y decidieron
lanzar un desesperado ataque suicida contra la flota
norteamericana, la llamada Operación Ten-Gō. El acorazado
japonés Yamato, el más grande del mundo durante la Segunda Guerra
Mundial, zarpó junto con otras nueve naves de guerra desde Japón para
realizar un ataque suicida contra las Fuerzas Aliadas que estaban
luchando en Okinawa. Pero las fuerzas japonesas fueron
interceptadas y destruidas casi por completo por la supremacía
aérea estadounidense. De hecho, el Yamato y otros cinco barcos
japoneses fueron hundidos. Aquella acción en la etapa culminante de la
guerra confirmó la decisión de las autoridades japonesas de llevar al
extremo los ataques kamikazes para intentar detener el imparable
avance aliado hacia el archipiélago japonés. Finalmente Okinawa cayó
en manos estadounidenses y fue declarada zona segura el 21 de
junio de 1945.

LAS BOMBAS NUCLEARES DE HIROSHIMA Y NAGASAKI


El ataque por sorpresa a Pearl Harbor fue suficiente para que, tan solo
un día después, el 8 de diciembre de 1941, Estados Unidos, hasta el
momento nominalmente neutral, tomara partido de forma activa y
definitiva en el terrible conflicto que asolaba al mundo declarando la
guerra a Japón. Durante los siguientes cuatro años, los
estadounidenses libraron una dura lucha contra los
japoneses, tanto en territorio chino como en aguas del Pacífico, donde
la conquista de cada una de las islas se convirtió en una guerra a
pequeña escala.
Si bien es cierto que el enfrentamiento entre ambos países fue bastante
equilibrado, la caída de la Alemania nazi pondría las cosas mucho más
difíciles al ejército japonés. Sin embargo, lo que acabaría por decantar la
balanza en favor de los Aliados sería el desarrollo y fabricación de una
terrorífica arma secreta, un proyecto que los estadounidenses bautizarían con
el nombre en clave de Proyecto Manhattan.  Aquella arma definitiva fue
desarrollada por Estados Unidos con la ayuda del Reino Unido y de
Canadá. El proyecto, que agrupó a una gran cantidad de eminentes
científicos como Robert Oppenheimer, Niels Böhr o Enrico Fermi, tenía
como objetivo desarrollar la primera bomba atómica antes que pudieran
hacerlo los nazis. La investigación culminó con Trinity, nombre que se
daría al primer ensayo atómico realizado en el desierto de Alamogordo,
en Nuevo México, el 16 de julio de 1945. Finalmente, la bomba no sería
usada contra los alemanes, sin embargo, aquella iba a ser el arma
definitiva que utilizarían los estadounidenses para acabar de una vez
con la guerra.
La madrugada del 6 de agosto de 1945, entre las 1:12 y 1:15 horas, el
bombardero B-29 Enola Gay, al mando del coronel Paul Tibbets,
despegaba del aeródromo de Tinian, en las islas Marianas, rumbo a
Hiroshima. A bordo iba un artefacto nuclear cargado de Uranio-235
bautizado como Little Boy, que en pocas horas debía hacer blanco en
el centro de aquella poblada ciudad japonesa. A las 7:09 horas de la
mañana, las alarmas antiaéreas de Hiroshima alertaron a la ciudadanía
cuando el Straight Flush, un B-29 al mando del comandante Claude
Eatherley, efectuó un vuelo de reconocimiento sobre la ciudad.
Sorprendentemente no fue interceptado ni por las baterías antiaéreas ni
por los cazas japoneses, por lo que pudo avisar al Enola Gay de que todo
estaba despejado.
Aquel lunes 6 de agosto de 1945, en Hiroshima amaneció como cualquier otro
día hasta las 8:11 horas de la mañana, cuando sus habitantes vieron
aparecer por el horizonte tres bombarderos norteamericanos B-29,
entre los que se encontraba el Enola Gay con su mortífera carga.
Minutos después se abrieron las compuertas de carga del bombardero
mientras los otros dos aparatos dejaban caer unos calibradores de onda
expansiva en paracaídas (con la misión de comprobar posteriormente el
efecto del arma). Little Boy empezó a descender en caída libre sobre
Hiroshima. Era el principio del fin para todos quienes allí vivían.

Tres días después, el jueves 9 de agosto de 1945,el B-29 Bockscar


pilotado por el mayor Charles Sweeney fue el encargado de transportar
una segunda bomba nuclear llamada Fat Man con la intención de
lanzarla sobre la ciudad de Kokura. En realidad, Nagasaki era un
objetivo secundario y solo estaba previsto dejar caer la mortal carga en
la ciudad en el caso de que el primer objetivo no pudiera cumplirse. El
plan para la misión fue prácticamente idéntico al de Hiroshima.
Cuando el avión llegó a Kokura, la ciudad estaba cubierta por las nubes,
y después de sobrevolarla tres veces con el combustible bajo mínimos,
el piloto decidió poner rumbo a Nagasaki. El indicador de combustible
señalaba que el bombardero no tendría suficiente carburante como
para llegar hasta Iwo Jima y se vería obligado a desviarse hacia
Okinawa. Sweeney decidió entonces que si Nagasaki presentaba las
mismas condiciones meteorológicas que Kokura regresarían con la
bomba a Okinawa e intentarían lanzarla al mar.
Pero en el último instante se abrió una brecha entre las nubes que también
cubrían el cielo de Nagasaki, lo que permitió al avión estadounidense establecer
contacto visual con el objetivo, por lo que al final pudieron soltar la
bomba a las 11:01 de la mañana. Cuarenta y tres segundos después, Fat
Man  explotó a 469 metros de altura sobre la ciudad y a casi 3 kilómetros
de distancia del objetivo original. La detonación fue de 22 kilotones y
generó una temperatura estimada de 3.900 grados y vientos de 1.005
kilómetros por hora.
La tragedia humana que se abatió sobre las ciudades de Hiroshima y
Nagasaki se saldó con la vida de unas 140.000 víctimas en Hiroshima y
unas 70.000 en Nagasaki, lo que incluye las víctimas directas del
bombardeo y las que fallecieron a consecuencia de la radiación hasta
finales de 1945. La noticia de la destrucción total de Nagasaki por una
segunda bomba atómica fue un durísimo varapalo para el Imperio
Japonés, que ese mismo día, 9 de agosto de 1945, sufría la inesperada
agresión de la Unión Soviética en Manchuria. Aquello acabaría por
precipitar los acontecimientos y el emperador Hiro-Hito anunció la rendición
incondicional de Japón ante los Aliados el 15 de agosto de 1945.

La capitulación se hizo efectiva el 2 de septiembre con la firma de la paz


a bordo del acorazado USS Missouri en la bahía de Tokyo. La Segunda
Guerra Mundial había terminado.

RENDICIÓN Y FINAL DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


No cabe duda de que la Segunda Guerra Mundial fue el conflicto más
destructivo y sangriento de la historia de la humanidad. Millones de
personas perdieron la vida, sobre todo en Europa y Asia, en el oscuro
período que abarcó los años 1939 a 1945. Todo ese baño de sangre
tuvo su culminación con la caída de las bombas atómicas sobre las
ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, un acontecimiento que
obligó al emperador Hiro-Hito a anunciar la capitulación de Japón y a
firmar la paz de manera definitiva con los Aliados.
El año 1945 supondría un punto de inflexión. Ese año había tenido lugar
la caída de la Alemania nazi tras el suicidio de Adolf Hitler, la destrucción
del corazón del Tercer Reich y la firma del Armisticio de Reims el 8 de
mayo de 1945. Aquel también fue el año de la muerte del dictador
fascista Benito Mussolini y la disolución de la Italia fascista (República
de Saló). Junto a la Alemania nazi y a la Italia fascista cayeron otras otros
regímenes afines como los de Hungría, Eslovaquia y Croacia, a pesar de
que esta última resistiría hasta mediados de junio, cuando fue absorbida
por Yugoslavia. Segunda Guerra Mundial también fue el escenario de
tremendas atrocidades. Durante el conflicto se produjeron ataques
indiscriminados sobre la población civil y la persecución sistemática de
diversos grupos por motivos políticos, de raza o religión. Con el final del
conflicto salieron a la luz los horrores perpetrados por la Alemania nazi
en los campos de concentración y de exterminio construidos a lo largo y
ancho de toda la Europa conquistada y la llamada "solución final de la
cuestión judía", que desembocaría en el Holocausto. Estremece escuchar
nombres como Auschwitz, Belzec, Bergen Belsen, Buchenwald, Dachau,
y así una larga lista de campos d el horror que obligaron a los Aliados a
poner en marcha toda una maquinaria judicial para procesar a los
autores y a los cómplices del régimen nazi , acusados de delitos contra la
paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. La ciudad
escogida para celebrar estos juicios fue Núremberg, la emblemática
ciudad en la que el partido nacionalsocialista (NSDAP) había celebrado
en el pasado sus multitudinarios congresos.
Conocidos como los Juicios de Núremberg, estos históricos procesos,
sentaron las bases para el desarrollo de una justicia internacional y la
creación de una nueva legislación que fuera más allá de la justicia propia
de cada país. Las sesiones de estos juicios, en los que fueron
encausados desde varios de los jerarcas nazis, como Göering, Hess o
Ribbentrop, hasta simples funcionarios del régimen, duraron poco menos
de un año (que tuvieron lugar desde el 20 de noviembre de 1945 al 1 de
octubre de 1946) y se impusieron una duras condenas en las que se
incluía la pena de muerte para doce de los acusados.
Pero Núremberg no fue el único tribunal que se formó para juzgar los
crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. También se
estableció un tribunal para juzgar los crímenes perpetrados por los
japoneses, el conocido como Tribunal Militar Internacional para Extremo
Oriente (1946-1948), en el que se llevaron a cabo los Juicios o Procesos
de Tokio. Sin embargo, allí no se aplicó el mismo rasero que en Núremberg. Un
ejemplo de ello fue que el emperador Hiro-Hito no fue juzgado, sino que,
por el contrario, se mantuvo en el cargo, y muchas de las penas que se
dictaron terminaron siendo reducidas e incluso conmutadas. La
situación política estaba cambiando. Japón ya no era el enemigo a batir, sino
que iba a convertirse en un aliado imprescindible  para hacer frente a la
amenaza creciente del comunismo.

la segunda guerra mundial:


el coste humano por países
Algunos investigadores cifran el número de muertos en la Segunda Guerra
Mundial en 100 millones, entre civiles y militares. Sin embargo, no existe una
cifra oficial clara y muchos países tienen dificultades para saber cuánta gente
murió a causa del conflicto más sangriento de la historia de la humanidad.
Durante los 6 años que duró, la Segunda Guerra Mundial tuvo un coste
humano irreparable. La gran pregunta que surge es: ¿cuántas víctimas
causó la Segunda Guerra Mundial? Esta sigue siendo una de las
preguntas más difíciles de responder para los historiadores. Pero
aunque no sea fácil saber la cifra exacta, los millones de muertos que sin
duda alguna causó el conflicto fueron su más terrible consecuencia. Se
calcula que más de 80 millones de personas perdieron la vida
durante aquellos años, es decir, más de un 2% de la población
mundial. Y aunque el recuento de las víctimas ha sido siempre objeto
de estudio y análisis, algunos investigadores incluso dan un número
mayor: cifran el número de muertos en 100 millones.
Entre las víctimas mortales se contabilizan tanto a los combatientes como
también, y principalmente, a la población civil, que fue una víctima más
de la violencia provocada por los enfrentamientos armados, y sobre
todo los bombardeos indiscriminados sobre las ciudades, muchas veces
indefensas. Además, como resultado de aquel terrible conflicto se
llevaron a cabo violaciones masivas de los derechos humanos,
siendo el máximo exponente de aquella barbarie el Holocausto, la
deportación y la reclusión en campos de concentración de seres
humanos por cuestiones raciales, religiosas o incluso por el mero hecho
de pensar diferente. A todo ello hay que añadir los millones de
refugiados y desplazados que sufrieron hambre, los rigores del clima y la
falta de cuidados médicos.

LAS CIFRAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


El cálculo o estimación del número de muertos y heridos causados
durante las guerras y otros conflictos sigue siendo un tema realmente
controvertido entre los expertos. En el caso de la Segunda Guerra
Mundial, a menudo los historiadores presentan estimaciones distintas.
Según los autores del Oxford Companion to World War II sostienen
que "las estadísticas de bajas son notoriamente poco fiables".
Por ejemplo, Stalin reconoció en 1945 que la Unión Soviética sufrió 7
millones de víctimas (en la actualidad las cifras oscilan entre los 17 y los
37 millones de muertos). China, el segundo país con más víctimas , tiene
serios problemas para realizar un cálculo fiable porque durante aquella
época el país estaba sumido en una guerra civil, de manera que las
muertes se estiman entre los 10 y los 30 millones de personas. Según
la Enciclopedia Británica, se estima que entre 40 y 50 millones de personas
murieron durante la Segunda Guerra Mundial. Entre las potencias
aliadas, la URSS fue la que sufrió el mayor número total de muertos:
unos 18 millones. Además se cree que murieron 5,8 millones de
polacos, lo que supone el 20% de la población de Polonia antes de la
guerra. Estados Unidos, al librar una guerra fuera de su territorio, tuvo
una cantidad limitada de bajas militares: unos 298.000 estadounidenses.
Por su parte, entre las potencias del Eje, hubo alrededor de 4,2 millones
de muertes alemanas y alrededor de 1.972.000 muertes de japoneses.

EL TERCER PAÍS CON MÁS VÍCTIMAS: ALEMANIA


Alemania fue el tercer país más afectado, con unas cifras estimadas
de entre 4,5 y 10 millones de pérdidas humanas (1,5 millones de
civiles por bombardeos aliados como por ejemplo los de Dresde o
Hamburgo). Polonia fue el cuarto país donde se contabilizaron más
muertos, entre 3 y 6 millones, incluyendo la población judía asesinada
durante el Holocausto en los campos de extermino que se
extendieron por toda la Europa ocupada.
Además, existen cifras que no han sido incluidas porque se han ocultado
de manera deliberada, como las muertes causadas por la hambruna
provocada por la guerra en la región de Bengala y que acabó con la vida
de mas de 2 millones de personas. Por su parte, Japón sufrió 1,2 millones
de bajas entre sus soldados y un millón de civiles, y 1,4 millones de
desaparecidos.

Otras naciones tuvieron también elevadas cuotas de caídos, como


Hungría, con unas 750.000 personas, e Italia con unas600.000.
Asimismo, tanto la Francia Libre como la Francia de Vichy sufrieron entre
ambas unos 600.000 fallecidos. Por otra parte, Estados Unidos, aunque
el país no fue bombardeado ni su población civil atacada, sufrió las
bajas de alrededor de 500.000 soldados.
Gran Bretaña, por su parte, perdió a unas 450.000 personas y el resto de
países de Europa como Holanda, Grecia, Finlandia, Bulgaria, Bélgica,
Lituania, Letonia, Estonia y Escandinavia sufrieron otros tantos
centenares o decenas de miles de víctimas, lo mismo que el Sudeste
Asiático y Oceanía. Por último, en África murieron medió millón de
personas más.
A todas estas escalofriantes cifras hay que añadir que el conflicto
provocó más de 3 millones de desaparecidos, y que los heridos y
mutilados ascendieron a 35 millones.

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