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Tanto
los representantes del país vencido, así como los periódicos y la población general,
entendían que se trataba de un acto de imposición más que de una negociación. Sin
embargo lo que acabó por irritar más a la sociedad alemana manipulada por la derecha fue
la aceptación del artículo 231, el cual consideraron inaceptable y humillante. Este artículo
era introductorio a la parte VIII del tratado, sobre las indemnizaciones, y lo introdujeron los
negociadores estadounidenses. Sabían que los alemanes no podrían pagar (como querían
principalmente franceses e ingleses) indemnizaciones que cubrieran todos los costes de
la guerra. Así pues el artículo 231 reconocía la responsabilidad moral de Alemania por
la guerra y su imputabilidad legal por los daños ocasionados. Pero por otra parte, el
artículo 232 reconocía implícitamente su incapacidad económica para satisfacerlos. Pero
desde la derecha alemana se utilizó este artículo como el elemento central de la campaña
contra el tratado.
Destacados oficiales del Ejército y sectores conservadores de la sociedad alemana
se mostraron reacios a firmar las condiciones impuestas por los vencedores, aun a
sabiendas de que la alternativa era la reanudación de las hostilidades y la invasión del
suelo alemán. Una humillación todavía mayor. En esa tesitura, los partidarios de la firma
adujeron que no había otro remedio, y finalmente Alemania tuvo que renunciar a todas sus
colonias y acceder a la entrega de los territorios invadidos a países como Francia,
Dinamarca o Polonia.
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Los "Cuatro Grandes" en la Conferencia de Paz de París de 27 de mayo de 1919. De izquierda a derecha
David Lloyd George, Vittorio Orlando, Georges Clemenceau y Woodrow Wilson.
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EL PERIODO DE ENTREGUERRAS
Pero aquellas condiciones no fueron lo único a lo que Alemania tuvo que enfrentarse tras la
firma del Tratado de Versalles. Se incluyeron asimismo una serie de cláusulas militares que
obligaban a reducir drásticamente el Ejército alemán y se puso fin al servicio militar
obligatorio. También se suprimió la aviación, la artillería pesada y los submarinos.
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El Lebensraum se convirtió en un principio ideológico del nazismo que justificaba su expansión territorial
por Europa Central y Europa del Este.
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A partir de entonces, los acontecimientos se sucedieron con rapidez. Hitler fue nombrado
canciller de Alemania el 30 de enero de 1933 por el presidente Paul von Hindenburg, el 27
de febrero tuvo lugar el famoso incendio del Reichstag y al día siguiente Hindenburg firmó
el "Decreto del Presidente del Reich para la Protección del Pueblo y del Estado", por
el cual las libertades individuales quedaban totalmente suspendidas "hasta nuevo aviso".
Se restringió la libertad de expresión, de prensa, de asociación, de reunión y se estableció
el secreto de las comunicaciones.
Concentración del partido nazi tras ganar las elecciones del año 1933.
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Pero el "espacio vital" de Hitler no terminó allí. A Austria le siguieron los Sudetes,
una zona fronteriza de Checoslovaquia habitada por tres millones de alemanes, una idea
con la que Francia y el Reino Unido transigieron con los Acuerdos de Múnich, en
septiembre de 1938, pensando que así aplacarían a Hitler. Nada más lejos de la realidad.
Hitler en vez de amilanarse, decidió invadir Checoslovaquia en marzo de 1939.
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Una vez ocupada aquella región, Hitler exigió también el corredor de Danzig, un
territorio creado tras el Tratado de Versalles que se extendía por la desembocadura del río
Vistula, y que servía para que Polonia tuviera acceso al mar Báltico. Cabe destacar que en
ese momento Polonia era un Estado que, tras desaparecer en el siglo XVIII había sido
impulsada su restauración por parte de Francia y el Reino Unido en los acuerdos de paz
como parte de la creación de un "cordón sanitario" de países de Europa Central que
contribuyeran a frenar la expansión de la Rusia revolucionaria.
Tras la negativa del gobierno polaco a ceder su soberanía, y después de que Alemania y
Rusia firmasen un pacto de no agresión el 23 de agosto de 1939, Alemania invadiría
Polonia una semana después.
Una vez los tres empleados y el policía que se encontraban en el interior fueron reducidos,
los asaltantes lanzaron violentas proclamas en contra del führer y del Tercer Reich. Fue
entonces cuando conectaron el micrófono para que un interprete empezara a lanzar
proclamas patrióticas y antialemanas en polaco: "¡Atención! Esto es Gleiwitz. La emisora
está en manos polacas".
Para hacer que la escena fuera aún más creíble, los asaltantes llevaron hasta allí a un
nacionalista polaco llamado Franz Honiok al que las SS había detenido el día
anterior. Honiok era un agricultor de 43 años al que seleccionaron por haber participado en
otras revueltas similares. Lo arrastraron hasta la emisora completamente drogado y, nada
más llegar, le pegaron un tiro en la entrada de la emisora para que todo el mundo pudiera
verlo. Para que no hubiera ningún tipo de confusión, vistieron a Honiok con un uniforme
del ejército polaco que previamente habían robado y tras permanecer tan solo 15
minutos en la emisora de radio, el comando huyó sin darse cuenta de que solamente había
podido emitirse una parte del falso discurso a causa de un problema técnico.
A pesar de que la parte de la emisión que pudo escucharse no anunciaba la falsa invasión
de Alemania, aquello fue suficiente para que Adolf Hitler tuviera su tan deseado casus
belli y así justificar la invasión del país vecino. Antes de escapar de la emisora, el comando
de las SS subió el cadáver de Franz Honiok a la sala de retransmisión, donde le tomaron
unas fotos que posteriormente serían publicadas en toda la prensa.
A pesar de las argucias del ejército alemán para encontrar un motivo para la invasión de
Polonia, esta ya había sido anunciada días antes por Adolf Hitler. Como explica Richard
Lukas en su libro Out of the Inferno: Poles Remember the Holocausten el Discurso de
Obersalzberg pronunciado el 22 de agosto de 1939, justo antes de la invasión de
Polonia, Hitler dio permiso explícito a sus comandantes para asesinar "sin piedad ni
pena, a todos los hombres, mujeres y niños de ascendencia o lengua polaca".
Finalmente, la mañana del 1 de septiembre de 1939, y con la justificación de lo que había
ocurrido el día anterior, el poderoso ejército alemán avanzó hacia Polonia a través de
distintos puntos fronterizos.
Polonia tenía un ejército fuerte y sus efectivos eran superiores en número a los invasores,
pero no había decretado la movilización general a petición de franceses y británicos, que
creía que eso podía ser la excusa para que Hitler atacara. Esta incapacidad de defenderse
fue todavía mayor cuando el 17 de septiembre la URSS invadió Polonia, lo que hizo
imposible toda resistencia, repartiéndose el país entre la URSSS y Alemania.
Hitler deseaba iniciar la guerra contra este país desde hacía mucho tiempo, pero lo que no
previó es que en cuestión de pocos días Gran Bretaña y Francia se pondrían del lado
polaco y le declararían la guerra. La Segunda Guerra Mundial había empezado.
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Como apunta Martin H. Folly en su Atlas de la Segunda Guerra Mundial "El ejército polaco
no era una fuerza insignificante, pero no estaba preparado para el nuevo tipo de guerra que
los alemanes practicaban. Esta era la Blitzkrieg, la guerra relámpago». La punta de lanza
era la división Panzer, una concentración de vehículos blindados, con infantería
totalmente motorizada y un apoyo aéreo cercano proporcionado por la Luftwaffe y
materializado por los temibles bombarderos en picado, los stukas.
Los polacos eran superiores en número, con 30 divisiones y diez en la reserva, pero sus
equipos y su doctrina estratégica estaban desfasados. Sus fuerzas estaban desplegadas
en sus fronteras. Desgraciadamente para los polacos, sus principales áreas industriales se
hallaban en Silesia, justo en sus fronteras, lo que les hacía extremadamente vulnerables a
la Blitzkrieg.
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Los alemanes atacaron Bélgica haciendo creer que desde allí invadirían Francia, mientras
que en realidad el ataque principal a Francia tuvo lugar cruzando la zona boscosa de las
Ardenas, entre Bélgica y el extremo norte de la línea Maginot, cogiendo completamente por
sorpresa a los franceses. Estas tropas avanzaron hasta el canal de La Mancha,
acorralando a franceses, británicos y belgas contra el mar. Aunque Hitler contaba con
sufrir un millón de bajas entre sus efectivos, cuando el ejército nazi desfiló por los campos
elíseos de París se estimaba que las bajas entre sus filas habían sido de 27.000 hombres.
Pero a pesar del éxito obtenido, el gran triunfo del ejército alemán debe buscarse en un
lugar imprevisto por todos dado lo inesperado de su trascendencia: las playas de
Dunkerque, en el norte de Francia, donde terminaron acorralados más de 338.000
soldados Aliados, que vieron en el puerto galo la única vía de escape. Sería el general
Gort, al mando de la Fuerza Expedicionaria Británica (FEB), el responsable de
organizar la llamada Operación Dinamo, que consistía en la evacuación de las tropas
aliadas en territorio francés, y que se llevó a cabo entre el 26 de mayo y el 4 de junio de
1940.
En las playas de Dunkerque, en el norte de Francia,
terminaron acorralados más de 338.000 soldados
Aliados.
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Ello permitió a los cercados preparar un perímetro defensivo que consiguió una
eficaz resistencia. El fuego de la artillería alemana no logró detener la operación, y
tampoco la actuación de los bombarderos alemanes, que no contaron con un apoyo
efectivo de sus cazas que despegaban desde bases en Alemania frente a los Spitfire
aliados llegados de bases mucho más cercanas, como Kent. A ello se sumó un mar en
calma, lo que facilitó la evacuación.
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El premier británico ofreció su discurso más recordado con frases tan famosas como
"we shall go on to the end" (seguiremos hasta el final) o "we shall never surrender"
(nunca nos rendiremos). Lo conseguido en Dunkerque sirvió para que Gran Bretaña se
mantuviera en la lucha y, algo mucho más importante, sumase el reconocimiento y la
simpatía de la opinión pública y la prensa norteamericana.
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Ante esta nueva situación estratégica en Europa, tras la gravísima derrota sufrida en las
playas de Dunkerque y tras la ruptura de las conversaciones de paz entre diplomáticos
ingleses y alemanes en Suiza, Inglaterra estaba a punto de enfrentarse a una nueva
ofensiva por parte de Alemania: la Operación León Marino, que tenía la intención de hacer
un uso masivo de la Fuerza Aérea Alemana, al mando del mariscal del aire Hermann
Göring, con el objetivo de destruir a la Real Fuerza Aérea británica (RAF) y de esta
manera lograr la superioridad aérea necesaria para invadir Gran Bretaña.
Un bombardero alemán Heinkel He 111 sobrevuela los muelles comerciales de Surrey en el sur de Londres
el 7 de septiembre de 1940.
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De hecho, algunos historiadores también consideran que el mariscal Keitel fue un ingenuo
al querer comparar Inglaterra con Polonia. Así, el 25 de agosto, las tornas empezaron a
cambiar cuando la RAF se vengó del bombardeo alemán al East End londinense haciendo
lo propio en el aeropuerto de Tempelhof en Berlín y en la fábrica de Siemens. Los daños
fueron mínimos, pero suficientes para que Hitler se pusiera furioso y modificara todo lo
planeado hasta el momento. El 17 de septiembre se pospone León marino y a partir de
entonces, Hitler dio la orden de llevar a cabo los Blitz, unos bombardeos aéreos
indiscriminados y sostenidos por parte de la Luftwaffe que tuvieron lugar desde
septiembre a noviembre de 1940 contra Londres y otras ciudades industriales como
Coventry.
Aquellos tiempos fueron duros para los británicos, y de hecho el cine se ha encargado de
mitificar aquellos meses en los que es fácil imaginar a los londinenses refugiándose en el
metro. Churchill vislumbraba, impotente, una capital en ruinas, pero conservaba la
tranquilidad al saber que sus radares se encontraban a salvo del fuego nazi.
Cabe destacar además que tanto la Operación León Marino como la operación Día del
Águila y el Blitz forman parte de la conocida como Batalla de Inglaterra.
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La Operación Barbarroja abrió, así, un segundo frente para la Alemania nazi, que llevó a la
guerra a unas cotas de barbarie nunca vistas hasta entonces. Pero en realidad aquella
operación no solamente representaría el principio del fin para Adolf Hitler, sino que además
sería el inicio en toda Europa de la terrible persecución y asesinato sistemático de los
judíos: el Holocausto.
Hasta aquel momento la guerra iba viento en popa para los nazis, y tras la abrumadora
conquista de Francia, Hitler supuso, erróneamente, que hacerse con la Rusia europea solo
le llevaría unos tres o cuatro meses. Para llegar a Moscú, Hitler planteó una ofensiva en
tres frentes: el frente norte atacaría por la costa báltica hacia Lituania y tomaría
Leningrado (la actual San Petersburgo); en el centro operaría un ejército que se dirigiría
primero a Minsk (la capital de la actual Bielorrusia), luego a Moscú, la capital soviética;
finalmente, otro en el sur atacaría Ucrania, donde se encontraban las tierras más fértiles de
la URSS; avanzaría luego hacia las principales regiones industriales soviéticas, las cuencas
de los ríos Don y Donets, después ocuparía los campos petrolíferos del Cáucaso.
Una vez asegurada la zona, aquel mismo ejército sería el encargado de tomar la base
naval de Crimea y los campos petrolíferos del Cáucaso. Pero visto en retrospectiva, los
especialista militares opinan que dividir la ofensiva en tres frentes fue un error crucial. A su
juicio, el objetivo principal tendría que haber sido la propia Moscú por ser esta el eje
principal de comunicaciones además de un importante centro industrial. De esa manera,
Hitler habría logrado dividir a la Union Soviética en dos y hubiera sido mucho más fácil
conquistarla.
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Asimismo, una muestra más de la excesiva confianza con que los alemanes afrontaron la
campaña es que solo un quinta parte de sus fuerzas disponía de ropa de abrigo para hacer
frente al crudo invierno ruso, y es que en su mente Hitler albergaba el convencimiento de
que para el mes de diciembre ya habría una nueva frontera oriental del Reich marcada por
el río Volga. Pero con lo que no contaban ni Hitler ni su Estado Mayor era con no estar
ocupando Moscú antes de que la meteorología se volviera más adversa.
Las crecidas de los ríos tras las lluvias de primavera habían convertido todo el territorio en
un autentico lodazal, lo que obligó a retrasar la invasión hasta el tórrido verano. Finalmente,
a los casi cuatro millones de efectivos que luchaban del lado de la Alemania nazi, se
unieron 3.400 tanques que se debían ver las caras frente a casi 11.000 tanques y tres
millones de soldados soviéticos.
Pero ¿por qué motivo emplearon los nazis tan pocos blindados? Según los
especialistas fue debido a la escasez de combustible, que en aquellos momentos estaba
bloqueado por los Aliados, algo que también obligó a los alemanes a hacer uso de
animales de tiro para el transporte.
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La ofensiva del ejército alemán en territorio soviético empezó el 22 de junio de 1941 con un
intenso bombardeo de la artillería pesada y de la Luftwaffe sobre las posiciones soviéticas.
Su principal objetivo eran los aeródromos, algo que les podía asegurar el espacio aéreo
durante los primeros meses de la invasión. Tras cuatro días de violentos combates, las
tropas del general Hoth entraron en Minsk, donde apresaron a 324.000 soldados y
capturaron 2.500 tanques. Los ejércitos del norte y del sur iban progresando de manera
similar, y el ejército del general Hoth, que avanzaba una media de 32 kilómetros diarios,
llegó a Smolensk (a 369 kilómetros de Moscú) el 18 de julio.
El principal objetivo de la aviación alemana eran los
aeródromos, algo que les podía asegurar el espacio
aéreo durante los primeros meses de la invasión.
Pero a pesar del éxito momentáneo de la operación, el dictador alemán ordenó priorizar la
toma de Ucrania y de Leningrado. Así, desoyendo los consejos de sus generales, el 19 de
julio, Adolf Hitler cursó la Directriz 33, por la que se ordenaba a los tanques del
ejército central reforzar los otros dos frentes: el general Hoth cambiaría de rumbo para
asegurar el cerco de Leningrado y el general Guderian haría lo propio parar invadir Kiev, las
regiones carboníferas ucranianas y tomar la península de Crimea.
Aquel cambio de estrategia facilitó que los soviéticos tuvieran tiempo para reorganizarse y
rehacer sus defensa, contra las que se acabaría estrellando el ejército nazi. Por su parte,
en la retaguardia, las SS alemanas ejercían una dura y cruel represión sobre la
población civil, mientras los atentados perpetrados por grupos de partisanos organizados
por la NKVD (la policía secreta rusa) convirtieron las calles de las ciudades tomadas
en lugares muy peligrosos, lo que impedía a los alemanes consolidar sus conquistas y
ralentizaba también el transporte de suministros.
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En realidad, con la puesta en marcha de la Directriz 33 los alemanes habían perdido más
de dos meses, cruciales para el desarrollo con éxito de la Operación Barbarroja. Y los
elementos parecieron también aliarse en su contra. El 15 de octubre, el ejército alemán se
encontraban a tan solo 105 kilómetros de Moscú, dispuestos al asalto de la capital en la
que llamaron Operación Tifón, cuando una fuerte tormenta, junto con la llegada de las
primeras nevadas, dejaron las carreteras impracticables. Los soviéticos aprovecharon
aquella circunstancia para reforzarse con efectivos procedentes de Siberia, y con un
numero significativo de tanques y aviones al mando del general Gueorgui Zhúkov.
A pesar de la llegada del frío, los alemanes no variaron su actuación y siguieron con sus
tácticas habituales, pero los soviéticos les hicieron retroceder cuando estaban tan solo a
ocho kilómetros de la capital. Las bajas temperaturas terminaron por dar al traste con
la estrategia alemana en una de las campañas militares más sangrientas de la Segunda
Guerra Mundial.
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De este modo, a medida que Japón continuaba con su guerra con China, el conflicto con
Estados Unidos se hizo inevitable. Ante el peligro que esto representaba, el alto mando
japonés evaluó sus opciones, pero no tuvo más remedio que reconocer la superioridad de
la Armada estadounidense, que les superaba en número, por lo que Japón carecía de los
recursos necesarios para hacer frente al coloso americano.
Fue entonces cuando Japón pensó que tenía un as en la manga: podía atacar a
Estados Unidos utilizando el factor sorpresa. Así, el almirante Yamamoto convenció al
alto mando japonés de que en lugar de declarar la guerra a Estados Unidos lo mejor sería
causarles el mayor daño posible atacando a su flota fondeada en el Pacífico.
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El día escogido por los japoneses para realizar uno de los ataques más famosos de la
Segunda Guerra Mundial, y que al final resultaría definitivo para el desarrollo de la
contienda, fue el domingo 7 de diciembre de 1941. Poco antes del amanecer, la Armada
Imperial Japonesa atacaba por sorpresa la base militar de Pearl Harbor, en Hawái, donde la
Armada de Estados Unidos tenía el cuartel general de la flota del Pacífico. Para llevar a
cabo el ataque, 353 aeronaves, entre cazas de combate, bombarderos y torpederos,
atacaron sin una previa declaración de guerra con la única misión de borrar de la
región a la flota estadounidense.
En pocos minutos, gran parte de la flota norteamericana había sido gravemente dañada o
completamente destruida. El ataque japonés se produjo en dos oleadas, en la primera
los bombardeos destruyeron a los acorazados Oklahoma y Arizona, y dañaron
seriamente al resto de naves. El segundo objetivo de los japoneses era destruir los
aeródromos más cercanos. Pero aunque el ataque pilló por sorpresa a los estadounidenses
estos consiguieron defenderse con sus cañones antiaéreos, e incluso lograron que algunos
aviones despegaran y finalmente consiguieran derribar 29 aeronaves japonesas.
Sin embargo, el ataque no fue tan efectivo como el ejército nipón hubiera deseado y la
suerte quiso que el grueso de la flota naval estadounidense no se encontrara
fondeada en el puerto en aquellos momentos. Aunque no fue este el único error
cometido por los japoneses, que dejaron intactos varios enclaves estratégicos de la base
de Pearl Harbor, como la central eléctrica, el astillero, los depósitos de combustible y
torpedos, los muelles de submarinos, y los edificios del cuartel general y la sección de
inteligencia estadounidense.
El bombardeo de Pearl Harbor supuso la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
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Aunque el ataque fue un duro golpe para Estados Unidos, al día siguiente los
norteamericanos declararon la guerra a Japón con lo que la gran potencia entró de lleno en
el conflicto. Tres días después, el 11 de diciembre de 1941, la Alemania de Hitler y la
Italia de Mussolini, las otras dos potencias del Eje, respondían a Estados Unidos con
su propia declaración de guerra. Sin pretenderlo, el Ejército Imperial Japonés había
despertado al gigante dormido. De hecho, el bombardeo de Pearl Harbor enfureció a la
opinión pública estadounidense y aquel acto acabaría resultando decisivo en el desenlace
de la mayor guerra de la historia de la humanidad.
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No obstante, en el año 1942 Hitler se planteó dar el golpe de gracia la Unión Soviética
antes de que Estados Unidos pudiera movilizar todos sus recursos económicos y
militares para la guerra. Así pues, el 28 de junio Hitler puso en marcha la llamada
Operación Azul, cuyo objetivo era apoderarse de los pozos petrolíferos del Cáucaso, ya
que la escasez de petróleo podía detener la maquinaria bélica alemana. Pero en su camino
se encontraba Stalingrado. Hitler pensó que una vez conquistada esta ciudad se podría
cortar el suministro de recursos al Ejército Rojo.
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Así pues, el control de Stalingrado se había convertido en un punto clave de la ofensiva
nazi en el frente oriental, y el 23 de agosto de 1942 empezaron los combates para hacerse
con una ciudad que poseía una potente industria militar y era un importante nudo de
comunicaciones ferroviarias. Un mes antes, Stalin había dado la orden de iniciar los
preparativos para hacer frente a un más que posible ataque alemán no dejando salir a los
civiles. Preocupado por que los alemanes pudieran partir al país en dos, el 28 de julio
Stalin emitió la famosa orden 227, más tarde conocida como la orden "¡Ni un paso
atrás!", por la que cualquier militar o civil que se rindiera sería fusilado al instante por
traición.
En este contexto, las tropas del fürher llegaron a una ciudad defendida contra viento y
marea por los generales Emerenko y Chuikov. Así, los alemanes no podían saber que
ambos militares les tenían reservada una sorpresa en forma de violenta lucha callejera en
el escenario de una ciudad completamente en ruinas y contra un enemigo que conocía
perfectamente cada rincón. Además, a pesar de las muchas bajas que había sufrido el
Ejército Rojo, cada noche llegaban refuerzos nuevos a orillas del Volga. Sin embargo, y
aunque el ejército alemán sufría el mismo número de bajas, parecía que lograba
hacer retroceder al ejército soviético, lo que provocó el anunció de la conquista de
Stalingrado el 8 de noviembre por parte de Hitler.
Tras perder la batalla de Stalingrado hay quien piensa que el frente oriental empezó a
desequilibrarse en favor de los soviéticos, sin embargo no fue exactamente así. Stalingrado
fue el primer gran triunfo soviético pero no fue una batalla decisiva. Sí que lo fue, sin
embargo, la batalla de Kursk en julio de 1943, la mayor batalla de tanques de la historia,
que marcó un punto de inflexión en la guerra en el Este. Hasta entonces, los alemanes
había logrado mal que bien estabilizar el frente.
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Pero planificar la Operación Overlord fue una tarea sumamente compleja. Todo debía
estar perfectamente planificado y tenía que ser llevada a cabo meticulosamente, como si
de una operación quirúrgica se tratara, con el objetivo de conquistar Normandía para
posteriormente avanzar hacia el centro de Europa. Adolf Hitler sabía que algo se estaba
tramando, pero estaba convencido de que la invasión aliada tendría lugar a través de
Calais y no en Normandía.
Así, el despliegue del ejército aliado durante la Operación Overlord se efectuó durante las
primeras horas del 6 de junio sobre una línea de 80 kilómetros de playa de este a oeste
abarcando las siguientes cinco playas: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. En un mensaje
transmitido a las tropas antes de partir, el general Eisenhower les dijo: "¡La marea ha
cambiado! Los hombres libres del mundo marchan juntos hacia la victoria.... No
aceptaremos nada menos que la victoria total".
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Para llevar a cabo una operación de aquella envergadura, las cadenas de fabricación
aumentaron la producción de armamento, y durante la primera mitad de 1944, alrededor
de 9 millones de toneladas de suministros y equipos cruzaron el Atlántico desde
Estados Unidos hasta Gran Bretaña. Por otra parte, se sumó al contingente una
importante dotación de soldados canadienses que se había estado entrenando en Gran
Bretaña desde diciembre de 1939, y más de 1,4 millones de soldados estadounidenses
llegaron a Europa entre los años 1943 y 1944 para tomar parte en los desembarcos.
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Las tropas aliadas tuvieron que enfrentarse con una dura resistencia por parte de los
alemanes y también con el bocage, una peculiaridad del paisaje de Normandía que se
caracteriza por la presencia de senderos hundidos bordeados por setos altos y gruesos,
algo que los alemanes utilizaron para hacerse fuertes. Pero a pesar de todas las
dificultades, aquel sangriento 6 de junio y todos los días que le siguieron acabarían
en una victoria decisiva para los Aliados que contribuiría a la liberación de una gran
parte de Europa noroccidental.
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Tras el Día D, las campañas en Italia llevadas a cabo por los Aliados alejaron a las tropas
alemanas de los frentes occidental y oriental, al mismo tiempo que la Operación Bagration,
una dura ofensiva emprendida por los soviéticos en el centro de Europa, logró mantener
inmovilizadas a las fuerzas alemanas en el este. Finalmente, diez semanas después del
Día D, los Aliados lanzaron una segunda invasión en la costa sur de Francia para
avanzar hacia el corazón de Alemania. Con un frente tan dividido, las fuerzas de Adolf
Hitler no podían hacer nada más que resistir en una guerra en la que la suma de graves
errores de cálculo y el desgaste les acabaría por pasar una terrible factura.
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Aunque el alto mando militar nazi había asegurado que Berlín sería la tumba del Ejército
Rojo, aquella predicción nunca se iba a cumplir. En esos días, Hitler se encontraba oculto
en su búnker y había perdido por completo la noción de la realidad. El Tercer Reich
que debía de durar mil años carecía de los medios necesarios para defenderse y se
desmoronaba a ojos vistas. Para todos aquellos que habían estado en el frente (y que
ahora se hallaban heridos o mutilados), las detonaciones que se escuchaban en la periferia
de Berlín aquel 19 de abril de 1945 sonaban de manera muy distinta. Aquel sonido lo
producían los obuses de la artillería soviética; no se parecía en nada al ruido de las
bombas de la aviación aliada al que estaban acostumbrados. Eso solo podía significar una
cosa: Berlín ya estaba al alcance de los cañones soviéticos y el fin se acercaba. En
efecto, no iban desencaminados.
A pesar de la superioridad del ejército atacante, las órdenes de Hitler eran claras: había
que resistir hasta el final. El führer, refugiado en su búnker junto con otros jerarcas
nazis, como Martin Borman, Albert Speer o Joseph Goebbels, no quería ni oír hablar
de rendición. Al final, presa de los nervios, Hitler estaba dispuesto a sacrificar inútilmente
a toda la población de Berlín: rendirse y mostrar la bandera blanca era castigado con la
muerte, y quien desertaba o se escondía para evitar el combate era colgado sin
contemplaciones. Hubo un momento en que los rusos ofrecieron una breve pausa en su
avance, pero los alemanes no podían aprovechar aquella circunstancia para preparar la
defensa de la ciudad. Berlín tan solo contaba con algunas unidades antiaéreas de las
SS y la milicia popular (volkssturm), y a pesar de ello se decidió no emprender ninguna
obra de fortificación.
El führer alternaba estados de euforia con estallidos de ira incontrolada contra todo y contra
todos, en especial contra todos sus generales, a los que tachaba de ineficaces y de
traidores. Abrumado por la situación, culpó a sus generales de no haber tomado las
decisiones correctas en lo que respectaba a la defensa de Berlín, por lo que otorgó un
permiso por mala salud al general Guderian, lo reemplazó como Jefe del Estado Mayor y
nombró en su lugar al general Hans Krebs.
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El 20 de abril de 1945, justo el día en el que Hitler cumplía 56 años, aviones B-17
estadounidense y Lancaster británicos bombardearon el centro urbano de Berlín arrasando
numerosos edificios, forzando la evacuación de 2.000 berlineses y dejando la ciudad sin
electricidad. Dos días después, el 22 de abril, durante una reunión en el búnker de
Hitler alguien alabó la excelente labor del 12º Ejército comandado por el general
Walther Wenck que luchaba contra los norteamericanos en Magdeburgo. Al oír la noticia,
los temblores que aquejaban al führer parecieron desaparecer y en uno de sus habituales
cambios de humor pareció haber encontrado por fin la solución: el general Wenck daría
media vuelta y salvaría Berlín. Evidentemente, Wenck no pudo conseguir aquel objetivo
imposible: Berlín estaba cercada y agonizaba.
La tarde del 30 de abril de 1945, un disparo de revólver procedente del dormitorio del
führer rompió el impenetrable silencio del búnker. Tras haber ingerido una cápsula de
cianuro, Hitler se acababa de pegar un tiro. Junto a él, Eva Braun, con quien se había
casado el día anterior, yacía sin vida en el sofá. Los oficiales trasladaron ambos cuerpos
hasta el jardín de la Cancillería, una operación complicada debido a los continuos
bombardeos soviéticos.
Tras arrojar los cadáveres a una fosa previamente excavada les prendieron fuego, y acto
seguido, mientras los restos del dictador nazi se consumían entre las llamas, en el exterior,
Goebbels, Bormann, Burgdorf y Krebs realizaron el último saludo nacionalsocialista en su
honor. De esta manera, Adolf Hitler, el fundador del Tercer Reich, desaparecía para
siempre.
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El 2 de mayo, Berlin estaba a punto de caer, y muchos seguidores del régimen, entre los
que se contaban numerosos miembros de las SS, prefirieron suicidarse antes que caer en
manos de los soviéticos. El 7 de mayo de 1945, Alemania se rendía incondicionalmente
ante los Aliados occidentales en Reims y el 9 de mayo hacía lo propio ante los
soviéticos en Berlín. En la capital, el caos en la capital era total, ya que tras la victoria
vino el pillaje.
Los soldados rusos, procedentes en su mayor parte de las estepas y de las montañas del
Cáucaso, nunca habían visto una ciudad como aquella y no conocían nada parecido al lujo
berlinés. Robaron todo lo que pudieron, y tras el saqueo empezaron las violaciones
masivas (un tema del que se habló poco durante la Guerra Fría). Aunque los medios
rusos calificaron estos hechos como "inventos" de Occidente, muchas de las pruebas
proceden del diario de un joven teniente judío originario de la región central de Ucrania
llamado Vladimir Gelfand.
En realidad, todavía hoy se desconoce el número exacto de mujeres que fueron violadas
tras la caída de Berlín. Algunos historiadores hablan incluso de unas cien mil. En cualquier
caso, muchas de ellas, jóvenes y adultas, pero también niñas y ancianas, se suicidaron o
murieron a causa de la brutalidad del trato recibido. Las madres ocultaban a sus hijas
para protegerlas, y los hombres que intentaban evitarlo lo pagaban con sus vidas, así
como las mujeres que se resistían.
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De hecho, la guerra del Pacífico fue larga y cruenta. Uno de sus enfrentamientos más
simbólicos fue el que tuvo lugar en Iwo Jima, y no solo por la fotografía de los soldados
norteamericanos alzando la bandera de su país, tomada por el fotógrafo Joe Rosental y
que fue difundida como un icono de la propaganda de los Aliados, sino también por su
ferocidad y violencia. Esta campaña, que tuvo lugar entre febrero y marzo de 1945, no
tuvo parangón hasta la fecha, pues los soldados japoneses, agazapados entre los volcanes
y las galerías subterráneas, masacraron a miles de soldados norteamericanos que
desembarcaron en las playas de arena negra durante su avance por las escarpadas
montañas. Por ese motivo la campaña recibiría el macabro nombre de la "picadora de
carne".
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Otra fecha clave del conflicto que mantuvieron Estados Unidos y Japón sería el 9 de marzo
de 1945 en las islas Marianas. Se trataba de la puesta en marcha de la Operación
Meetenghouse, una misión que tenía como objetivo borrar Tokio de la faz del a Tierra en
menos de veinticuatro horas. La primera oleada del ataque norteamericano la formaron
54 aviones y la segunda, 271 bombarderos más. La operación estaba diseñada para
que empezara a las doce de la noche del 9 al 10 de marzo, ya que, según el alto mando
estadounidense, sorprender dormidos y desprevenidos a los habitantes de la ciudad era la
manera más fácil y segura de causar un gran número de víctimas.
La operación Meetenghouse arrasó Tokio y provocó miles de muertos entre sus habitantes.
Foto: PD
Durante la mortífera descarga sobre la capital nipona, los aviones lanzaron bombas de
racimo que los estadounidenses rebautizaron como "tarjetas de visita de Tokio". Una
vez tocaban tierra, estos artefactos derramaban su contenido letal de fósforo blanco y
napalm, un pegajoso gel de gasolina que los laboratorios de la Universidad de Harvard
habían desarrollado. La atmósfera en Tokio llegó a alcanzar los 980 grados, haciendo hervir
el agua de ríos y canales y fundiendo los cristales de las ventanas.
El fuego consumió con rapidez muchas casas que estaban construidas con madera y
papel, pensadas tan solo para resistir a los terremotos. Unos 260.000 hogares fueron
arrasados hasta los cimientos y al menos 105.400 personas murieron en una ciudad
de tres millones de habitantes. Se fundieron, literalmente. En total quedó arrasada una
cuarta parte de la ciudad. Curtis LeMay, el general norteamericano que organizó la
operación, se jactó del éxito obtenido con estas palabras: "Los hemos tostado y horneado
hasta la muerte".
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Mientras tenía lugar el bombardeo de Tokio, en el Pacífico los Aliados seguían con su
imparable avance hasta llegar a la isla de Okinawa, la mayor de las islas Ryukyu (al sur de
las cuatro grandes islas de Japón). Los japoneses ya no podían ofrecer resistencia y
decidieron lanzar un desesperado ataque suicida contra la flota norteamericana, la
llamada Operación Ten-Gō. El acorazado japonés Yamato, el más grande del mundo
durante la Segunda Guerra Mundial, zarpó junto con otras nueve naves de guerra desde
Japón para realizar un ataque suicida contra las Fuerzas Aliadas que estaban luchando en
Okinawa. Pero las fuerzas japonesas fueron interceptadas y destruidas casi por
completo por la supremacía aérea estadounidense. De hecho, el Yamato y otros cinco
barcos japoneses fueron hundidos. Aquella acción en la etapa culminante de la guerra
confirmó la decisión de las autoridades japonesas de llevar al extremo los ataques
kamikazes para intentar detener el imparable avance aliado hacia el archipiélago japonés.
Finalmente Okinawa cayó en manos estadounidenses y fue declarada zona segura el
21 de junio de 1945.
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Foto: PD
Si bien es cierto que el enfrentamiento entre ambos países fue bastante equilibrado, la
caída de la Alemania nazi pondría las cosas mucho más difíciles al ejército japonés. Sin
embargo, lo que acabaría por decantar la balanza en favor de los Aliados sería el
desarrollo y fabricación de una terrorífica arma secreta, un proyecto que los
estadounidenses bautizarían con el nombre en clave de Proyecto Manhattan. Aquella
arma definitiva fue desarrollada por Estados Unidos con la ayuda del Reino Unido y de
Canadá. El proyecto, que agrupó a una gran cantidad de eminentes científicos como
Robert Oppenheimer, Niels Böhr o Enrico Fermi, tenía como objetivo desarrollar la
primera bomba atómica antes que pudieran hacerlo los nazis.
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La investigación culminó con Trinity, nombre que se daría al primer ensayo atómico
realizado en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México, el 16 de julio de 1945.
Finalmente, la bomba no sería usada contra los alemanes, sin embargo, aquella iba a
ser el arma definitiva que utilizarían los estadounidenses para acabar de una vez con la
guerra.
La madrugada del 6 de agosto de 1945, entre las 1:12 y 1:15 horas, el bombardero B-29
Enola Gay, al mando del coronel Paul Tibbets, despegaba del aeródromo de Tinian, en las
islas Marianas, rumbo a Hiroshima. A bordo iba un artefacto nuclear cargado de
Uranio-235 bautizado como Little Boy, que en pocas horas debía hacer blanco en el
centro de aquella poblada ciudad japonesa. A las 7:09 horas de la mañana, las alarmas
antiaéreas de Hiroshima alertaron a la ciudadanía cuando el Straight Flush, un B-29 al
mando del comandante Claude Eatherley, efectuó un vuelo de reconocimiento sobre la
ciudad. Sorprendentemente no fue interceptado ni por las baterías antiaéreas ni por los
cazas japoneses, por lo que pudo avisar al Enola Gay de que todo estaba despejado.
Foto: P
Aquel lunes 6 de agosto de 1945, en Hiroshima amaneció como cualquier otro día
hasta las 8:11 horas de la mañana, cuando sus habitantes vieron aparecer por el
horizonte tres bombarderos norteamericanos B-29, entre los que se encontraba el Enola
Gay con su mortífera carga. Minutos después se abrieron las compuertas de carga del
bombardero mientras los otros dos aparatos dejaban caer unos calibradores de onda
expansiva en paracaídas (con la misión de comprobar posteriormente el efecto del arma).
Little Boy empezó a descender en caída libre sobre Hiroshima. Era el principio del fin
para todos quienes allí vivían.
Tres días después, el jueves 9 de agosto de 1945,el B-29 Bockscar pilotado por el mayor
Charles Sweeney fue el encargado de transportar una segunda bomba nuclear llamada
Fat Man con la intención de lanzarla sobre la ciudad de Kokura. En realidad, Nagasaki era
un objetivo secundario y solo estaba previsto dejar caer la mortal carga en la ciudad en el
caso de que el primer objetivo no pudiera cumplirse. El plan para la misión fue
prácticamente idéntico al de Hiroshima.
Cuando el avión llegó a Kokura, la ciudad estaba cubierta por las nubes, y después de
sobrevolarla tres veces con el combustible bajo mínimos, el piloto decidió poner rumbo a
Nagasaki. El indicador de combustible señalaba que el bombardero no tendría
suficiente carburante como para llegar hasta Iwo Jima y se vería obligado a desviarse
hacia Okinawa. Sweeney decidió entonces que si Nagasaki presentaba las mismas
condiciones meteorológicas que Kokura regresarían con la bomba a Okinawa e intentarían
lanzarla al mar.
Pero en el último instante se abrió una brecha entre las nubes que también cubrían el
cielo de Nagasaki, lo que permitió al avión estadounidense establecer contacto
visual con el objetivo, por lo que al final pudieron soltar la bomba a las 11:01 de la mañana.
Cuarenta y tres segundos después, Fat Man explotó a 469 metros de altura sobre la ciudad
y a casi 3 kilómetros de distancia del objetivo original. La detonación fue de 22 kilotones y
generó una temperatura estimada de 3.900 grados y vientos de 1.005 kilómetros por hora.
La detonación de la bomba que cayó sobre Nagasaki fue
de 22 kilotones y generó una temperatura estimada de
3.900 grados y vientos de 1.005 kilómetros por hora.
Portada del 15 de agosto de 1945 del Jacksonville Daily Journal informando de la rendición de Japón.
La tragedia humana que se abatió sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki se saldó
con la vida de unas 140.000 víctimas en Hiroshima y unas 70.000 en Nagasaki, lo que
incluye las víctimas directas del bombardeo y las que fallecieron a consecuencia de la
radiación hasta finales de 1945. La noticia de la destrucción total de Nagasaki por una
segunda bomba atómica fue un durísimo varapalo para el Imperio Japonés, que ese mismo
día, 9 de agosto de 1945, sufría la inesperada agresión de la Unión Soviética en
Manchuria. Aquello acabaría por precipitar los acontecimientos y el emperador Hiro-Hito
anunció la rendición incondicional de Japón ante los Aliados el 15 de agosto de
1945.
El ministro de exteriores japonés Mamoru Shigemitsu firma el Acta de Rendición de Japón a bordo del
USS Missouri.
Foto: PD
El año 1945 supondría un punto de inflexión. Ese año había tenido lugar la caída de la
Alemania nazi tras el suicidio de Adolf Hitler, la destrucción del corazón del Tercer Reich y
la firma del Armisticio de Reims el 8 de mayo de 1945. Aquel también fue el año de la
muerte del dictador fascista Benito Mussolini y la disolución de la Italia fascista
(República de Saló). Junto a la Alemania nazi y a la Italia fascista cayeron otras otros
regímenes afines como los de Hungría, Eslovaquia y Croacia, a pesar de que esta última
resistiría hasta mediados de junio, cuando fue absorbida por Yugoslavia.
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Portada de The Montreal Daily Star anunciando la rendición alemana.
Foto: PD
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Conocidos como los Juicios de Núremberg, estos históricos procesos, sentaron las bases
para el desarrollo de una justicia internacional y la creación de una nueva legislación que
fuera más allá de la justicia propia de cada país. Las sesiones de estos juicios, en los que
fueron encausados desde varios de los jerarcas nazis, como Göering, Hess o
Ribbentrop, hasta simples funcionarios del régimen, duraron poco menos de un año (que
tuvieron lugar desde el 20 de noviembre de 1945 al 1 de octubre de 1946) y se impusieron
una duras condenas en las que se incluía la pena de muerte para doce de los acusados.
Pero Núremberg no fue el único tribunal que se formó para juzgar los crímenes cometidos
durante la Segunda Guerra Mundial. También se estableció un tribunal para juzgar los
crímenes perpetrados por los japoneses, el conocido como Tribunal Militar Internacional
para Extremo Oriente (1946-1948), en el que se llevaron a cabo los Juicios o Procesos
de Tokio. Sin embargo, allí no se aplicó el mismo rasero que en Núremberg. Un
ejemplo de ello fue que el emperador Hiro-Hito no fue juzgado, sino que, por el contrario, se
mantuvo en el cargo, y muchas de las penas que se dictaron terminaron siendo reducidas e
incluso conmutadas. La situación política estaba cambiando. Japón ya no era el enemigo
a batir, sino que iba a convertirse en un aliado imprescindible para hacer frente a la
amenaza creciente del comunismo.
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