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Capítulo 17— La limpieza

Así como Dios ordenó a los hijos de Israel que lavaran sus ropas y desecharan toda impureza
durante su viaje por el desierto, cuando ellos estaban al aire libre, no requiere menos de
nosotros ahora que vivimos en casas cerradas, donde los gérmenes abundan en los rincones
oscuros, así como la humedad y el moho facilitan la putrefacción.

Los padres deben enseñar a sus hijos a mantener limpios sus cuerpos y aseadas sus ropas. Al
hacer esto les estamos enseñando también lecciones espirituales. Comprenderán que Dios
desea que sean limpios de corazón tanto como de cuerpo.

El aseo personal también es esencial para la salud.

El cuerpo elimina continuamente impurezas por la piel, los millones de poros se obstruyen con
la acumulación de desechos, si no se la limpia por medio de frecuentes baños. Entonces las
impurezas sobrecargan los demás órganos de eliminación. A muchas personas les aprovecharía
un baño cada día, ya que fortalece contra el frío, estimula la circulación y vigoriza tanto el
cuerpo como la mente. Los músculos se vuelven más flexibles, la inteligencia más aguda. El
baño calma los nervios. Ayuda a los intestinos, al estómago y al hígado, y favorece la digestión.

Importa también que la ropa esté siempre limpia. Las prendas de vestir que se llevan puestas
absorben los desechos que el cuerpo elimina por los poros, y si no se cambian y lavan con
frecuencia, el cuerpo volverá a absorber todas esas impurezas.

Debemos mantener limpias todas las cosas con las cuales los niños entran en contacto sea de
día o de noche. También enseñarles a comer con limpieza. Las familias deberían esforzarse
por mantener los alrededores de la casa limpios de toda cosa desagradable. La limpieza
perfecta, la abundancia de sol, la cuidadosa atención a las condiciones sanitarias de la vida
doméstica, son esenciales para librarse de las enfermedades y para alegrar y vigorizar a los
niños.

Dios pasa por nuestros hogares actualmente y contempla las condiciones en las que vivimos;
¿Estará nuestro hogar digno para recibir su presencia?

Capítulo 18—Pulcritud, orden y regularidad

Pulcro, es ser cuidadoso, extremadamente limpio y ordenado. — Los padres deben Enseñar a
sus hijos la lección mantener la propia ropa limpia, agradable y digna. Recordándoles que en
el cielo no hay desorden, y que nuestra casa debería ser un cielo aquí en la tierra. Al cumplir
fielmente todos los días las cosas pequeñas del hogar, estaremos trabajando juntos con Dios,
perfeccionando el carácter cristiano.

Los niños deben tener un cuidado especial con su ropa. Habilitar un lugar para colocar sus
cosas, y enseñadles a doblar cada uno cuidadosamente y a colocarlo en su lugar. Si no podéis
comprar una cómoda barata, usar cajones de madera, distribuyéndolos en forma de estantes y
cubriéndolos con alguna tela brillante y de hermoso diseño. Esta obra de enseñar la limpieza y
el orden requerirá un tiempo cada día, pero pagará en el futuro de nuestros hijos, y finalmente
nos ahorrará mucho tiempo y preocupaciones. Si los niños tienen una habitación propia deben
mantenerla aseada. Es indispensable que la madre supervise este trabajo.

Las horas regulares de sueño también deberían respetarse, dormir a altas horas de la noche es
perjudicial y seguir en la cama hasta tarde también lo es. Los padres deben regular los horarios
necesarios para ir a dormir¸ así lograr que el cuerpo mejore su salud, recupere su energía y
agudice la memoria.

Es el deber de todos observar estrictamente las reglas en sus hábitos de vida. Esto es para
vuestro propio bien, tanto física como moralmente. Cuando te levantes por la mañana, repasa,
si es posible, el trabajo que vas a realizar durante el día y fija un tiempo para hacerlas.

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