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Preferiría no hacerlo

En junio de 1984 llaman a la puerta de su casa en la Toscana y el hombre del correo deja un
sobre. Está laqueado con un sello de la Universidad de Harvard y es una invitación. Durante
el próximo año académico él, Italo Calvino, tomará la cátedra “Charles Eliot Norton Poetry
Lectures” en la que dictará seis conferencias sobre el tema que quiera.
Poetry no se refiere aquí a poesía sino a cualquier tipo de comunicación poética. Desde su
creación en 1926 han pasado por la cátedra grandes nombres de la música, la pintura, la
historia, la crítica y la literatura. No han sido muchos los latinos: Pedro Henríquez Ureña,
Carlos Chávez, Jorge Luis Borges, Octavio Paz. Y ahora lo invitan a él.
El problema es la libertad.
Puede elegir cualquier tema para desarrollar su curso en forma de seis conferencias. Pero
Italo Calvino es un integrante del OULIPO, el grupo de autores que experimentan con la
escritura a partir de las restricciones: dicen que se escribe mejor y más creativamente cuando
se emplean fórmulas, se sigue una consigna o se limita de algún modo la libertad. Son como
ratones metidos en un laberinto que ellos mismos crearon para ver cómo salir.
Calvino no cree en otra libertad literaria que la que nace de las limitaciones creativas y lo
único que tiene en esta ocasión es el número seis. Tiene que escribir seis conferencias.
Va a hacer seis propuestas para la literatura del próximo milenio, el que estamos viviendo.

Se obsesiona: el escritorio lleno de papeles, pilas de libros alrededor y en el piso, cuadernos


con notas. El manuscrito va creciendo y, aunque está escrito en italiano, al lado está la
versión que va a leer en Harvard: “Six memos for the next millennium”. Para fines de
septiembre Italo y Esther Calvino tienen pasajes a Estados Unidos, sobre el escritorio
descansan las conferencias, cada una dentro de un sobre transparente y todas en una carpeta
rígida, listas para el viaje.
Como ha terminado un mes antes de lo previsto, Calvino se va con su esposa a la playa para
aprovechar los últimos días del verano y descansar de unos meses interminables que lo
tuvieron sentado frente al escritorio. Cuando vuelvan sólo restará cargar las valijas que ya
están armadas para pasar un año en Harvard y tomar la carpeta con el manuscrito del primer
italiano que va a tener el honor de dar las famosas seis conferencias que ansían todos los
artistas e intelectuales.
Italo Calvino es el único escritor italiano que nació fuera de Italia. Su casa estaba en San
Remo, cerca del mar, tenía un jardín enorme con palmeras, olivos y limoneros, también rosas
que cuidaba su madre, una científica especializada en estudios agrícolas y que compartía el
gusto por la naturaleza con su esposo que era botánico tropical. El trabajo los llevó un tiempo
a vivir a Cuba y ahí estaban cuando nació Italo. “Nací tan en San Remo, que nací en
América”.
Su casa está en Italia, ahí va a la escuela y a la universidad, ahí se une a la resistencia cuando
estalla la segunda guerra, ahí trabaja casi toda su vida en una editorial, ahí publica su primera
novela y después sus cuentos. Está en Italia también cuando le toca ir hasta la habitación 346
de ese hotel en el que se suicidó su amigo Cesare Pavese. En su país fue comunista y después
abandonó el realismo socialista para dejarse llevar por la literatura fantástica.
Tiene cuarenta años cuando atraviesa otra vez el Atlántico para ver la casa en la que había
nacido. Ahí conoce a Chichita, una argentina que se llama Esther Judit Singer con la que se
casan en seguida y se van a vivir a Roma, pero están terminando los años sesenta y el centro
del mundo cultural está en París y allá se mudan. Es entonces cuando se acerca al grupo de
escritura potencial OULIPO. Su literatura empieza a tener las formas del artificio, hace
experimentos y combinaciones, el mundo de las palabras se vuelve para él más real que la
propia realidad. Arma sus novelas como un relojero: va creando un mecanismo perfecto. Lee
a Barthes y a Borges, los incorpora en su obra. Es por esa época cuando escribe uno de sus
libros más célebres: “Las ciudades invisibles”, donde la narración de Marco Polo va creando
mundos que se vuelven reales. Con este libro y con el siguiente, “Si una noche de invierno un
viajero”, Calvino desplegó todos sus trucos de narrador y los puso a la vista. Son obras leves,
ágiles, precisas, fragmentarias y llenas de imágenes.
Fueron un éxito en Estados Unidos, un ejemplo concreto y palpable de “literatura
posmoderna''. Lo que había en esos libros escritos en París se lo llevó consigo cuando volvió
a Italia en la década del ochenta.
Estaba rumiando sobre esas formas de la literatura cuando le llegó la invitación de Harvard y
con eso decidió escribir sus seis propuestas.
Va a aprovechar las seis conferencias para detenerse en cada uno de los procedimientos
literarios que, cree Calvino, sería oportuno conservar para la escritura del futuro. Es decir,
para nuestro presente.

Italo y Esther están en su casa de campo de Roccamore, en el litoral de Grosseto, pasando los
últimos días en Italia antes de embarcarse a Estados Unidos. Tiene pasaje para el 26 de
septiembre.
Calvino dice que “la fantasía es un lugar en el que llueve”, así que podemos imaginar que
llovía sobre la casa de campo cuando el escritor se sintió descompuesto y cayó al suelo. Que
llovía también mientras lo trasladaban en ambulancia al Hospital Universitario Santa Maria
alle Scotte de Siena donde le diagnosticaron una hemiplejía en el lado izquierdo de su cuerpo,
y que seguía lloviendo cuando después de una operación de seis horas los médicos dijeron la
palabra última: irreversible.
Trece días va a estar el escritor acostado o deambulando como un medio muerto en ese
hospital. Una mitad del cerebro no funciona, la otra mitad del cuerpo sufre las consecuencias.
Los que lo acompañan dicen que está tramando tramas con lo que le queda: “soy una lámpara
encendida”, dice a veces. “Soy una tortuga”, anuncia después. Llama a sus personajes, los
convoca a un lugar al que nadie puede acceder.
La fantasía es un lugar en el que llueve, por eso sabemos que llovía esa madrugada del 19 de
septiembre de 1985 cuando murió el escritor Italo Calvino, una semana antes del vuelo que
debía llevarlo a América.

Cuando Esther vuelve a su casa encuentra las valijas armadas y recuerda que habían
proyectado un viaje juntos y una vida afuera. Va hasta el estudio del marido y sobre el
escritorio ve la carpeta rígida con las conferencias en los sobres transparentes. Lee la breve
introducción. Calvino dice que no va a hablar del futuro, va a hablar de literatura. Dice que
no sabe si en el futuro seguirán existiendo los libros. Dice que sí sabe que hay cosas que sólo
la literatura puede dar.

Esther repasa después las seis propuestas de su marido para la literatura del próximo milenio,
se queda con algunas ideas dando vueltas:
Levedad: Calvino se pregunta: ¿cómo sustraerle peso a la escritura? Cuando el mundo se
convierte en piedra hay que ser como Perseo que, con sus sandalias aladas, fue el único capaz
de cortarle la cabeza a la Medusa. A él, en sus textos, le gustaría volar como Perseo, aligerar
el lenguaje, escuchar los sonidos.
Rapidez: Un cuento es un caballo, dice Calvino. Máximo de eficacia narrativa y alternancia
entre tiempos ágiles y otros meticulosos. Le gustan las formas breves y quiere que la
literatura apueste por el ritmo y la economía del relato.
Exactitud: El símbolo de precisión para los egipcios era una pluma como contrapeso para
pesar las almas. La poesía es enemiga del azar. A Calvino le gustan las formas geométricas,
las simetrías, las proporciones numéricas.
Visibilidad: Esta conferencia empieza recordando a Dante y con una constatación: “la
fantasía es un lugar en el que llueve”. Calvino quiere que la literatura siga creando imágenes.
Multiplicidad: Le gustan los objetivos desmesurados. Una totalidad potencial, conjetural,
múltiple. Calvino quiere que no renunciemos a una literatura que se mueva por todo el
infinito de los posibles.

Esther termina de leer y vuelve atrás. Cuenta otra vez: son cinco.
Italo Calvino planeaba escribir en Harvard su última propuesta, tal vez sobre la consistencia.
Hay varias notas que lo confirman. También hay unos apuntes sobre Bartleby, ese personaje
de Melville que ante cualquier orden, requerimiento, pedido o sugerencia respondía
“preferiría no hacerlo”. No se negaba, no discutía, no peleaba. Lo mejor que tiene Bartleby
como personaje es que nunca responde con una negativa, dice I would prefer not to y su
fórmula se vuelve pura potencia.
Me gusta imaginar a Calvino demorando su última propuesta, cavilando sobre Bartleby y la
fuerza de sus palabras.
Sé que no es así, pero me gusta imaginar que Calvino, ante la obligación de escribir ese texto
último, se dice: preferiría no hacerlo.

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