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Óscar Oliva

La realidad más plena


—antología mínima—
a

112
la verde espiga
biblioteca c h i a pa s
Óscar Oliva : la realidad más plena. Antología mínima / selección de Mario
Nandayapa. — Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México : CONECULTA :
UNICACH : UNACH. Dirección de Publicaciones, 2017.

85 p. ; 21 cm. — (Colección Biblioteca Chiapas. Serie La verde espiga, 112).

ISBN: 978-607-8471-42-3

1. Poesía mexicana — Colecciones. 2. Poesía chiapaneca — Antología.


3. Escritor chiapaneco. I. Oliva Ruiz, Óscar, 1937-. II. Nandayapa, Mario,
1964-. III. Ser.

861.08M Dirección de la Red de Bibliotecas

© óscar oliva
© mario nandayapa, por el texto y la selección

D. R. © 2017
Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, Boulevard Ángel Albino
Corzo 2151, Fracc. San Roque, 29040, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, 1a. sur poniente 1460, Centro, Tuxtla
Gutiérrez.

Universidad Autónoma de Chiapas, Blvd. Belisario Domínguez km 1081, s/n,


Tuxtla Gutiérrez.

publicaciones@conecultachiapas.gob.mx

ISBN: 978-607-8471-42-3
impreso y hecho en méxico
Óscar Oliva
La realidad más plena
—antología mínima—

texto y selección
Mario Nandayapa

— 2017 —
Mario Nandayapa
Doctor en Literatura por la Universidad de Chile. Académico de la Uni-
versidad Autónoma de Chiapas y miembro del Sistema Nacional de In-
vestigadores del CONACyT.
La realidad más plena

Mario Nandayapa

Enunciar a Óscar Oliva es precisar a uno de los poetas vi-


vos relevantes en lengua española, su obra está instalada
dentro del canon de la poesía mexicana porque mantiene
un eco que sigue vibrando, pero con distintos tonos que
lo han convertido en un escritor de múltiples armonías.
Oliva ha creado con su literatura una sinfonía que ya va-
rias generaciones han tenido oportunidad de apreciar,
pero sobre todo aprehender de ella. La visión de Oliva
con respecto a la poesía, está en una constante búsqueda
de establecer su poética en espacios nuevos, para descu-
brir nuevas faunas y geografías literarias.
Óscar Oliva Ruiz nació en Tuxtla Gutiérrez, el 5 de
enero de 1937. Muy joven viajó a la Ciudad de México en
donde junto con otros dos escritores de su misma tierra
y un par del centro formaron el grupo literario La espiga
amotinada, que fue una revelación para el panorama de
la literatura nacional de aquellos años, pues consideraron
que la poesía debía estar acorde a los procesos sociales,
políticos y culturales del país. Óscar Oliva, Juan Bañuelos,
Eraclio Zepeda, Jaime Augusto Shelley y Jaime Labastida,

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Óscar Oliva. La realidad más plena

irrumpieron en la poesía mexicana cuando en 1960 apa-


reció el título que dio nombre a la agrupación, La espiga
amotinada, en ese año en el que fallecieron Albert Camus
y Boris Pasternak y en el que Cuba nacionalizaba todas
sus empresas bajo los múltiples ataques terroristas de los
Estados Unidos, Oliva publicó su primer libro de poesía
La voz desbocada; comenta Paul W. Borgerson (1994) al
respecto:

[…] es mucho más que lo que suele decirse de la pri-


mera obra de un escritor joven. Promete, como sería de
esperarse, pero también cumple con sus propias pro-
mesas. Cuando queda corto, observamos que es cues-
tión de lo mucho que Oliva en esa época se proponía,
más que de haber dado poco.

Cinco años después, los espigos volverían a publicar


otro libro colectivo: Ocupación de la palabra, donde Oli-
va participa con el poemario Áspera cicatriz, allí el poeta
conjuga un lenguaje más bien caótico y construye su uni-
verso con un sinfín de imágenes que logran, casi siempre,
establecer la melancolía y el sufrimiento; se hace presente
el poeta del dolor, de la ira, pero sin abandonar una espe-
cie de esperanza ulterior. Para Borgerson, este poemario
quizá no es el menos acertado, para otros críticos es un
libro medular, pues revela puntualmente lo que Oliva
era en aquellos años; ya en La voz desbocada se veían
reflejos de esa ira, la cual lo llevaría a generar una serie de
protestas y a solidarizarse con los movimientos sociales,
obreros, campesinos y estudiantiles que se generaron.

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—Antología mínima—

La década de los años 60 será un parteaguas para la


conformación de una estética revolucionaria: 1968 es un
año que jamás se borrará de la memoria del mundo, en
México los estudiantes —que protestaban por la mejora
del sistema educativo y por el rechazo a las medidas vio-
lentas que el gobierno federal, dirigido por Gustavo Díaz
Ordaz, realizaba—, fueron acribillados por el ejército
mexicano; a casi cincuenta años del suceso el número de
víctimas todavía es desconocido. Los artistas que simpa-
tizaron con el movimiento fueron duramente persegui-
dos y algunos encarcelados, Oliva no fue excento de ello.
En 1972 aparecería uno de los libros más sobresalientes
de la literatura nacional: Estado de sitio, con el cual Óscar
Oliva recibiría el Premio Nacional de Poesía Aguasca-
lientes, y como enuncia Marco Antonio Campos (1989):

[…] el verdadero Oliva nace con ‘Estado de sitio’ […]


Como en Estado de sitio, su libro central, en su obra
entera prevalecen los tres sinónimos ardientes que, de-
cía Paz, fueron sello de la mayoría de las nuevas obras
de la generación de Taller: poesía, amor, revolución.
Aislado o en conjunto, son el pan que sale del horno…
el poeta lucha con el idioma, lucha hermosamente con
la mujer, lucha por un mundo más habitable. Periódi-
camente Oliva se interroga la página en blanco, las pa-
labras, la poesía. ¿Por qué escribo? ¿Para qué lo hago?
¿Quién me lee? […]

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Óscar Oliva. La realidad más plena

Y más adelante continúa:

[…] pero si debe de hacerse buena retórica, jugar con las


palabras o embellecerlas, Oliva lo sabe hacer, y en esta
dirección el caso paradigmático sería “Demoliciones”:
una suerte de opaco mosaico con imágenes múltiples
intercambiándose. Las imágenes se trastocan, se fija,
vuelven a trastocarse, y así infinitamente. Esto se parece
a lo otro, es lo otro, y es esto y aquello. El amor en Oliva
es sensual. Todos los caminos convergen en el cuerpo
de la mujer y todo sustantivo ardiente se reconoce en su
cuerpo. Cuando se lee a poetas que escriben piezas de
índole política, regularmente carecen de fuerza, o peor,
de convicción. Quizá buscan purgar alguna culpa, o en
casos excesivos, son demagogos que redactan verso, o
en algo que parece verso, consignas de partido, temas
de asamblea, volantes de manifestación, y cuyos resul-
tados son piadosos y desvertebrados elogios a la clase
obrera o racimos de insultos de todo color a los tiranos
y tiranuelos de nuestra América.
Pero en Oliva, curiosa o admirablemente, lo que se
lee con más entusiasmo es su poesía política, escrita a
la vez con inteligente pasión e inteligencia apasionada.
Aquí las cosas son la revés: cuando se leen poemas de
otra índole de Oliva, se quieren leer o releer los de con-
tenido político, o los de esa otra veta que nos conmueve
tanto: la nostálgica.

Si bien existe una carga erótica que prevalece en todo


el poemario, también habita esta nueva concepción del

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—Antología mínima—

lenguaje que mencionaba Campos; en la trayectoria poética


de Oliva el lenguaje, como él, no es estático, sino dinámico,
en búsqueda de su transformación. Su poética es distinta,
pero sigue manteniendo esa irrupción con la que se ini-
ció. Estado de sitio es un lugar en donde el poeta está en
una lucha contra el caos y la conformidad, pero también
es un poemario del amor y de la fe, donde la posibilidad
de la lucha está presente:
Oliva es un poeta de oficio, trabaja y pule un texto las
veces que sea necesario, es una lucha constante con el len-
guaje, una lucha a ultranza, ferviente, rabiosamente. Los
poemas, para Oliva, nunca se concluyen, los textos para
él nunca terminan porque siempre están emitiendo men-
sajes o articulando nuevos códigos. De allí que pueda en-
tenderse los años en que han sido publicados los libros de
Oliva: 1960, el primero, y 1965, el segundo; Estado de sitio en
1972, y Trabajo ilegal en 1984; el tiempo que oscila entre una
y otra publicación demuestra la paciencia del poeta con
su oficio. Al considerar el poema como algo inacabado y
abierto, el poeta tuxtleco logra encontrar nuevos páramos
que ayudan a germinar nuevas concepciones poéticas. Si
bien el periodo entre libros parece que es más amplio con
cada publicación, ello no quiere decir que su obra no esté
siendo difundida o conocida. Su propuesta poética ha sido
antologada en varios libros. Lo que resulta trascendental
es la labor que realiza como maestro, de tal suerte que ya
son varias las generaciones de escritores que se han forma-
do en los talleres que imparte.
Trabajo ilegal fue un poemario de transición ya que
reunió la producción poética escrita por Oliva desde los

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Óscar Oliva. La realidad más plena

años de 1960 a 1982, es una antología que no se reduce a una


simple reunión de obras completas, la forma y la estructura
del libro, aunado a la propuesta visual que expone, dan a
entender que en ese momento Oliva estaba preparándose
para volver a mirar otros horizontes poéticos.
En el prólogo de la antología La realidad cruzada de
rayos (1986), título que hace alusión a uno de los versos de
Óscar, Eduardo Casar menciona:

Este libro podría considerarse como sus obras completas


hasta ahora. Sin embargo, Trabajo ilegal posee ciertas ca-
racterísticas que hacen que se le pueda considerar como
un objeto que representa una de las exigencias más im-
portantes (no sé si la principal) de la “poética” de Oliva.
En vez de una simple reunión, una recopilación de sus
libros anteriores ordenada cronológicamente como éstos
fueron publicados, el poeta elige construir para esta suma
una estructura que le sea propia: divide el libro en XXVII
secciones y acomoda los poemas haciendo caso omiso
de la sucesión cronológica, según su clima, su tempera-
tura, según su peculiar espiral poética; agrega, además,
poemas que no aparecían en otros libros.1
Oliva concibe a este libro como una obra unitaria,
como una totalidad con movimiento propio. “Trabajo

1
Cuando terminé de leer este libro de Óscar Oliva vi que se había
quemado entre mis manos. No me sorprendió que el libro se hubiera
hecho cenizas: su diseño está elaborado para que parezca que el libro
se calcina: cada vez que comienza una de las secciones aparece una
fotografía de la portada cada vez más consumida por el fuego: la con-
traportada es un montón de cenizas donde laten los rescoldos: lo que
me sorprendió fue que las manos me ardían.

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—Antología mínima—

ilegal —explica Oliva— es el proceso del derrumbe


de una realidad como la nuestra, en medio de la lucha
de clases, del amor, de la esperanza y la desesperanza
[…] Este libro está integrado como una obra abierta,
siguiendo un hilo conductor temático y agrupado por
secciones, conforme he visto ese derrumbe, también la
esperanza que sin embargo provoca, pues el ver todo
caído es el inicio de la reconstrucción.

Trabajo ilegal es la síntesis de la evolución, una apa-


rente fractura con la anterior propuesta poética de Oliva.
Esta antología reunió la mayor parte de la obra de Oli-
va, y tiene como detalle especial un poema del escritor
José Revueltas, con quien mantuvo una sólida y profun-
da amistad. En este poemario se actualiza la propuesta
orgánica, que busca siempre la capacidad de conmover,
de exponer la misma ira pero encaminados hacia nuevos
paradigmas de construcción poética.
En 2003 apareció Lienzos transparentes un poemario en
el que, a decir de Oliva es un libro nacido desde la entraña,
que nace como la memoria del tiempo que acontece; pero
también es un libro que busca la reivindicación del lengua-
je lírico al mismo tiempo que se retorna al páramo de la
desolación; es decir, hay una vuelta de tuerca en tanto esti-
lo, formación y construcción poética. Ya se dijo que Oliva
es un poeta que está en constante búsqueda de nuevos asi-
deros para la construcción, pero también vuelve la mirada
para detenerse a observar una vez más la destrucción.
Lienzos transparentes es un poemario clave para en-
tender cómo el poeta atajó un tema que parecía gastado,

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Óscar Oliva. La realidad más plena

desde un ángulo distinto para crear otro universo poético,


para dejar un testimonio del momento histórico que le
tocó vivir.

En tierra soy la fecundidad indomable y espero otro


[momento,
otro entrar al regocijo en el límite que ha de enternecer
[esta
capacidad de salir con una rama que ignora que es
[sueño y yo
que lo digo soy también un sueño en el vacío, sin
[alzar el pie.

Pierdo la capacidad de morder. Presiento que soy la


[resistencia
donde yo mismo no quiero dormir.

Estratos es el penúltimo libro de la producción de Ós-


car Oliva y fue publicado en 2010; este libro resulta otro
punto de quiebre en la construcción literaria del poeta.
Son textos escritos en plena madurez, se puede ver un to-
rrente de fuerza poética, que sigue un caudal, en ningún
momento los textos son superados por la rabia, aunque
ésta persista.
Explosiones verbales habitan en todo el poemario que
está construido de una manera totalmente distinta a la
de los libros que anteceden esta publicación. Además el
poeta, a manera dialéctica logra conjugar la ira y el torren-
te verbal, con la delicadeza de un lirismo que está presen-
te, pero que no se nota tanto aunado a la nueva visión del

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—Antología mínima—

mundo, en un estado de madurez; es decir, el encuentro


del hombre frente al naciente siglo XXI.
Ya con certeza lo dice Juan Domingo Argüelles:

Estratos, como su nombre lo indica, es un libro hecho


de capas, de sedimentos líricos y orgánicos (“que ven-
ga el agua/ inunde el bosque/ con pocas palabras/
escribir que venga/ el agua siempre”), pero también
admite una lectura más allá de la tierra, a la altura de las
nubes, en los estratos aéreos que se reflejan en el agua:
“nos dormimos las nubes/ bajo el agua dormida/ y las
cicatrizamos”.
La poesía, siempre, de algún modo, es biografía. Y
este libro de Óscar Oliva es biografía deliberada: libro
que rumia el padecer del mundo, pero también, y yo
diría que sobre todo, la zozobra íntima que se vuelve
metáfora del dolor de todos.
Escribe el poeta: “¿Quién envejece más rápido,
Tuxtla o yo? Leo que el poeta Eisai, sabía exactamente
en qué momento le llegaría la muerte. Debo decidir res-
ponder o seguir leyendo. El canto fúnebre de la piel vie-
ja me llega a la nuca y no tengo más remedio que sen-
tarme erguido, terminar de escribir. Muy rápido. Muy
temprano. Borro, vuelvo a teclear. Allá abajo, algo que
no va a perdurar. Como los aeropuertos del siglo XX”.
Leído entre líneas, Estratos (con otros fragmentos,
como es el título completo), es el libro más íntimo y
personal de Óscar Oliva. Un libro desgarrado como
este tiempo con fisuras que nos ha tocado vivir y en
donde no sabemos “cuándo dar vuelta en U, cuándo

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Óscar Oliva. La realidad más plena

meter el freno a fondo, dejar de escribir, leer, dejar de


llegar”. Y, a pesar de todo, una cosa sabe el poeta: el lu-
gar que le corresponde. De ahí que haya dicho: “Estoy
en el sitio que he escogido para entablar mi personal
diálogo con la existencia; para continuar el relato donde
algo se gesta y se destruye; para concluir con el asunto
de estar vivo”.

Óscar Oliva traza con el fervor de un dibujante ave-


zado la forma física de las cosas; usa las palabras a título
de líneas que al momento de ser la exterioridad de los
objetos son también la libertad, el erotismo y la resurrec-
ción del hombre, realizados en el interior de la búsqueda
poética.
Él mismo se reconoce un plástico indagador de la se-
creta (o manifiesta) geometría que ocupa los territorios
de la tarea lírica. Lo expresa en el correr de sus versos; a
ello suma llevar en su persona, a manera de compañía,
la mirada de don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez,
quien lo observa desde la realidad metafórica y la subrea-
lidad lineal e intercambian argumentos en beneficio de la
mayor precisión de los dibujos poetizados.
Sus motivos y personajes, vistos de esta forma, suelen
ser actores en el conflicto del hombre opreso por la coti-
dianidad mecánica, deshumanizada por la fuerza pública
empeñada en mostrarnos, una, dos, muchas veces, cuán
equivocado está el filósofo Leibniz al afirmar que vivi-
mos en el mejor de los mundos posibles. Suelen ser, tam-
bién, expresión del patetismo al aceptarse en beneficio
del amor, en donde habita la compañía consoladora de la

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—Antología mínima—

mujer profunda, iniciada en extrañas, remotas zoologías


y floras propiciatorias del esperado árbol de la vida. Y
asimismo él, como sus nombres, mujeres y cosas, ejerce
la virtud de saber esperar.
De saber esperar, ¿qué? El inicio de la Historia del
Hombre; así, sin especulaciones de por medio. Com-
prende el mundo contradictorio en grados de gravedad
política, social, pero no perdido para quienes han em-
peñado largos esfuerzos y cruentas luchas en el afán de
su rescate mediante la militancia ejercida sin tregua. He
aquí el trabajo hecho a la sombra de la marginación, de la
ilegalidad, por cuyas vías detectamos el dolor de mundo
magnificado desde las altísimas atalayas de César Vallejo
y Cesare Pavese, actores irrevelables, asimismo, en sus
versos expuestos al fuego cruzado de la batalla.

Cinco

Cuando crees que has avanzado, hay contracturas en


tus piernas, confusión en la silla heredada. No te das
cuenta del rápido cambio de un país a otro, no hay don-
de sentarte. Lo que te distrae a la derecha no es más que
el aura con, el volcán ha sacudido tu lugar de país.

(A la izquierda, bajo del mar, la página que no quiere


ser borrada. No va a huir).

Eres el último en darse cuenta que el Tacaná existe, que


en decenas de segundos puede colapsarse, oscurecer tu
casa con los detritos del impacto, también en segundos.

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Óscar Oliva. La realidad más plena

Crees que lo mejor es bañarse en silencio. Un error de


construcción te deja sin

Darwin, sin el tercer párpado de ave que te correspon-


de, sepultado en la silla indiferente, tu mar de hielo.

Esa aura tiene el color de una pantalla de televisor sinto-


nizado en un canal muerto.

(William-Gibson-Neuromante: pdf-Adobe Reader)

Luego viene Iniciamiento, penúltimo libro publicado


de Óscar Oliva, donde se recupera toda la producción
poética de la que se ha hablado con anterioridad, desde
La voz desbocada hasta Estratos, y también se incluyen
algunos textos que el poeta decidió aparecieran, así como
ensayos esenciales que hablan de la producción literaria
de Óscar.
Pero este iniciamiento debe entenderse no como el fin
de la trayectoria poética de Oliva, es más bien el siguiente
paso, las próximas bases poéticas que Oliva establecerá,
por tanto es importante entender a este libro como un
parteaguas en la vida poética del tuxtleco que no está en
decadencia; de ahora en adelante estaremos frente a otro
proyecto, y veremos el surgimiento de un paso más sóli-
do que los anteriores. Y este anunciamiento se confirma
con el reciente libro, Lascas (2017).
Este último libro ratifica una segunda etapa en la poé-
tica de Óscar Oliva, corresponde a las obras que abarcan

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—Antología mínima—

el siglo XXI: Estratos, Lienzos transparentes y Lascas. Aquí


la articulación de palabras se ha elevado a un alto grado
que no deja lugar a dudas que el maestro Oliva capturó
metafóricamente la nueva realidad. Los poemas son más
abstractos y condensan tanta información en tan pocas lí-
neas. La pluma del poeta se vuelve certera. En una época
donde no existen acontecimientos históricos, cuando el
internet y otros medios de publicidad llenan las mentes
de información vacía no hay lugar para la épica. Hoy bien
se podría saber de lo que pasa en China y en Alaska con
una rapidez impresionante que atesorar recuerdos sólo se
hace desde una máquina. La sintaxis en estos libros es tan
disímil de la primera poesía de Oliva y esto lleva a pensar
en una segunda etapa poética.
Como se ha mencionado, el poeta ha tenido una larga
búsqueda dentro del lenguaje y conceptos, evidentes en
el libro que reúne su obra: Iniciamiento (2015), y que que-
da plenamente confirmado en su reciente libro Lascas
(2017), donde es evidente el dominio de la palabra que se
traduce en poesía.

Fuentes consultadas

Argüelles, Juan Domingo, “Estratos, el nuevo libro de Óscar


Oliva”, La Jornada Semanal, sección: Arte y pensamiento,
núm. 838, 2011, pp. 1 y 2.
Borgerson, Jr., Paul W, “Espadas y Salmos: La búsqueda de la
palabra poética en Óscar Oliva”, en La lucha permanente:

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Óscar Oliva. La realidad más plena

Arte y sociedad en la Espiga Amotinada, México, Gobierno


del Estado de Chiapas, 1994, pp. 159-188, 369-370.
Campos, Marco Antonio, “La cólera y el dolor”, en Siga las
señales, México, Instituto de Filología de la UNAM, 1989,
pp. 165-166.
Casar, Eduardo, “Nota introductoria”, en La realidad cruzada
de rayos, México, UNAM (Material de Lectura, Poesía Mo-
derna 112), 1986, pp. 8-11.
Milán, Eduardo, “Sobre Lienzos Transparentes de Óscar Oli-
va”, en Una Crisis de ornamento. Sobre poesía mexicana,
México, UNAM, 2012.
Oliva, Óscar, “La voz desbocada”, en La espiga amotinada,
México, FCE (Letras Mexicanas, 62), 1960, pp. 61-108.
, “Áspera cicatriz”, en Ocupación de la pala-
bra, México, FCE (Letras Mexicanas, 81), 1965, pp. 75-121.
, Estado de sitio, México, Joaquín Mortiz,
1972.
, Trabajo ilegal (poesía 1960/1982), México,
Katún, 1984.
, Lienzos transparentes, México, Aldus, 2003.
, Estratos, México, Aldus, 2010.
, Discurso en la entrega del Premio Ramón
López Velarde, 2013.
Revueltas, José, “Leyendo a Óscar Oliva”, en Estado de sitio,
México, Katún, 1973.

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xv
—Antología mínima—

Al volante de un automóvil por la carretera panamericana


de Tuxtla a la Ciudad de México

A Enrique González Rojo

De Tuxtla a la Ciudad de México


hay más de mil kilómetros de distancia
más de un millón de metros
más de cien millones de centímetros

mas las piedras,


mas los árboles,

que no se pueden medir, ni contar,


que he recorrido tantas veces,
a tantos kilómetros por hora,
con mucho calor y viento por el Istmo,
con lluvias torrenciales por el tramo de Veracruz
que tratan de detener el carro, derribarlo en un barranco,
que he aprendido los nombres de los puentes,
de los pueblos asfixiados, hundidos
en las curvas y rectas de la carretera;
que he recorrido por distintos días y meses del año,

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Óscar Oliva. La realidad más plena

en la madrugada, en la noche, en el momento


en que la tarde es una cigarra volviendo a su funda
primitiva, saltando al revés, a su condición de ninfa,
sintiendo ese cansancio que nos prende de la boca
con un anzuelo,
que continúa en un hombro,
baja hasta el calcañar de los pies,
y escarba con una cuchara
el cráneo;
todavía siento, cuando voy caminando
de un lugar a otro, en esa trepidación de vida y muerte
a la que nos empuja la gramática o la cólera,
de regreso a casa, abriéndome paso
con un pico y una pala, o cuando
estoy sentado en una silla
o cuando acostado entre las piernas de la que amo,
ese cambio de velocidades, el esfuerzo del automóvil
al subir una montaña, entrar a ese nudo de raíces,
el leve mareo al descender
y la velocidad que nos hace tragar el paisaje
o nuestras palabras;
la primera vez que llegué a la Ciudad de México
no sabía a dónde dirigirme,
qué esquina cruzar,
era como comenzar un escrito,
estar acodado en una mesa frente a un hoja en blanco,
solo, con los hombros colgados hacia adelante

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—Antología mínima—

esperando el disparo que inicia el arranque,


la carrera que hay que ganar
y donde se es el único competidor,
una hoja que ardía en mis manos
como a veces arden los tiraderos de basura de Santa Cruz
Meyehualco,
o como los camiones y tranvías en tiempos de rebelión,
que aullaba, que tenía hambre,
iba de un cuarto de azotea a la ciudad universitaria,
con libros bajo el brazo,
haciéndolos pedacitos y tirándolos
por la ventanilla del camión,
contaminando más la ciudad con Kant y Antonio Caso,
y ya sin ellos me bajaba a la mitad del camino,
entraba en una cocina económica de las calles de
[Academia,
o a una cervecería
y en la noche a bailar a La Perla,
más tarde sentía la humedad de la muchacha
que se había acostado conmigo,
una humedad que iba creciendo
como un universo en expansión
en unos cuantos metros cuadrados,
en unos cuantos metros cúbicos de aire;
y yo escribía en las bardas de la ciudad,
ampliaba mi territorio, mi radio de acción,
entraba a calles espantosas

25
Óscar Oliva. La realidad más plena

donde la gente se arrastraba,


desempleados que no tenían para comer,
rateros, tal vez criminales
que alargaban sus ojos hasta mi camisa,
y era como entrar de nuevo al cine
a ver Los Olvidados de Luis Buñuel,
y en esas calles ulcerosas vi por primera vez
carros llenos de policías, y también policías a caballo,
granaderos en camiones
que cerraban esas calles,
parte del poder del Estado,
que entraban empujando,
golpeando,
entraban a paso de carga
y arremetían contra todos,
tirando los botes de basura,
despertando al vecindario,
disparando a quemarropa,
acometiendo como en un juego de futbol americano
y después era el silencio de La Calle de la Paz de Chaplin
y yo despertaba tirado en la banqueta,
macaneado, con las cejas cortadas,
como un boxeador groggy que le han parado la pelea
por knock out técnico en el tercer asalto,
con la rechifla de un público que no existe,
levantaba los pedazos de libros que me habían quedado,
sin un quinto en los bolsillos,

26
—Antología mínima—

y regresaba a mi cuarto
silbando el mambo de El Estudiante
a escribir el poema
que se perdió
como se pierden tantas cosas,
credenciales y mujeres,
huelgas y chicles,
buena fe y calcetines;
con mucho frío por la sierra de Puebla,
hay que subir los cristales de las ventanillas,
poner la calefacción, descender a una velocidad regular,
y luego la claridad entrando por la ventana de mi cuarto,
entrando ella a despertarme,
quitándose su uniforme de colegiala,
echándoseme encima, moviéndose,
besándonos como se besan el actor y la actriz en los filmes,
acariciándonos en La Torre de Nesle,
en la mansión de Lo que el Viento se llevó,
ya es tarde, ya es tarde, nos decía la claridad,
se hacía la luz en la sala de cine,
había que ir a cenar y atravesar de nuevo el zócalo,
despedir a la amiga en la puerta de su casa,
después subir a la calle de Guatemala,
a dos cuadras dar vuelta a la derecha,
llegar de nuevo al poema recién comenzado,
entrar de nuevo a la expedición del sueño,
ir recogiendo muestras de distintos materiales,

27
Óscar Oliva. La realidad más plena

para bajar de nuevo a la calle


al escuchar el ruido de los camiones
de carga y descarga, las voces de los vendedores
[ambulantes,
de los recogedores de basura,
de los niños que van a la escuela,
subir a un camión de pasajeros
junto a obreros y obreras,
el chofer lleva el radio encendido a todo volumen,
es difícil llegar hasta la puerta de bajada del camión,
se toca el timbre, se prende un foco rojo al lado del volante,
caminar sin rumbo fijo por la estación San Lázaro,
ver pasar un tren
que a la tierra arrancara su estructura
en seis de sus vagones una letra
que conforman la palabra H U E L G A
esos materiales que llevo en el bolsillo
los comparo con los que voy viendo en la calle,
llego hasta un puesto de jugos y pido uno de naranja,
los ferrocarrileros al pasar levantan el puño y saludan,
yo los saludo,
parecen decirnos
la realidad son estos puños,
este tren,
el jugo de naranja ilumina todo mi cuerpo,
llego al sitio de reunión,
los cinco poetas están sentados alrededor de una mesa
alguien lee un poema, yo los observo:

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—Antología mínima—

“tienen la edad que yo tenía cuando los conocí”, pienso;


se han quedado inmóviles, fijos como en una fotografía
en actitud de golpear la mesa,
con el lápiz en las manos,
con una copa al lado de cada uno,
tienen la edad de nuestros hijos,
edad que ha pasado vertiginosamente,
tal como el descenso por las montañas de Oaxaca,
donde parece que la carretera engendra otra carretera,
donde el menor descuido puede llevarme al precipicio,
donde parece que los frenos no responden,
se ha perdido el control del auto,
llego hasta la fotografía y la cuelgo en una de las paredes
de mi casa,
llego por primera vez a la Ciudad de México,
soy un hombro más de la multitud al dar un paso,
gases lacrimógenos me hacen rabiar,
trenes descarrilados o incendiados en las terminales,
las vías levantadas, y el ataque
del ejército, policías y granaderos
en formación a paso de batalla,
el zócalo reducido a un culatazo en la frente,
vendrán otras batallas, nos decía José Revueltas,
los ferrocarrileros pasan frente a mí levantan el puño y
[saludan,
salen de una cárcel para entrar en otra,
pasan a la ilegalidad, a sus escondrijos,
tomo nota, apunto todo esto,

29
Óscar Oliva. La realidad más plena

no soy más que un cronista


que ha visto caer a sus amigos,
que ha enterrado a sus muertos,
que se ha bañado de viento,
lleno de contradicciones y fantasmas,
de asperezas y afirmaciones,
con la espalda remendada tantas veces,
de nuevo amando, avizorando el futuro
que es tan difícil retener en el lente del telescopio,
negando ese futuro, de nuevo odiando,
de nuevo comenzando, en fin
iniciando el viaje, partiendo del mismo lugar,
dirigiéndome al mismo lugar,
descendiendo por la carretera, frenando
tocando el claxon, haciendo cambio de luces,
cambiando de velocidades, atento
al deslizamiento de las llantas, poniendo
en acción los limpiadores del parabrisas,
vigilando la aguja que marca el contenido del tanque de
[gasolina,
bajando a gran velocidad, en fin
hasta llegar al lugar donde estoy sentado escribiendo,
al final de todo,
esperanzado,
frenando bruscamente
para no atropellar todo lo que llevo escritoy a mí mismo.
Para continuar ascendiendo y descendiendo.

30
—Antología mínima—

El sufrimiento armado (1)

El poeta saluda al sufrimiento armado


César Vallejo

Frente a la tumba del comandante Marco Antonio Yon


Sosa, en Tuxtla Gutiérrez, escucho al crepúsculo resque-
brajándose.
La tumba tiene el número 5582.
Sus compañeros, Enrique Cahueque Juárez (tumba 5581)
y Fidel Raxcacoj Ximutul (tumba 5584)
yacen como él, destrozados.

Los campesinos de Izabal


creían que no moriría nunca.
Engañaba a los soldados durmiendo
en el vientre de un caimán
o convirtiéndose en un racimo de plátano.
Una vez lo atraparon,
pero huyó encarnando en un venado negro.

No se puede andar mucho tiempo en armas,


junto a los campesinos, sin que uno proclame
la unidad del sufrimiento y de la rebelión.

31
Óscar Oliva. La realidad más plena

Los asesinaron en una emboscada


cerca de la frontera con Guatemala,
en la boca del río Lacantún,
y a las 18.30 horas del 20 de mayo de 1970,
los sepultaron aquí, bajo este viento seco
y encalado .
Recuerdo que los trabajadores del panteón
y sus hijos, preguntaron:
“¿A quiénes entierran?”
No hubo respuesta.
Tres estudiantes arrojaron puñados de tierra
en las tumbas; depositaron ramos de flores.

Regreso a mi casa, en la Ciudad de México,


y repaso los periódicos que comentaron estos sucesos.
“México no puede ser santuario de guerrilleros
y tampoco puede permitir que grupos armados extranjeros
violen su territorio”.

El secretario de la Defensa Nacional


también dijo que los guerrilleros guatemaltecos
habían disparado primero . “En esas condiciones —añadió—,
nuestros soldados no van a contestar con flores y abrazos”.

Inclinemos nuestras banderas de luto


y alistémonos para nuevos combates.

¿Un crepúsculo resquebrajándose por mi espalda?

32
—Antología mínima—

El sufrimiento armado (2)

Frente a la tumba del comandante Marco Antonio Yon


Sosa, en Tuxtla Gutiérrez, escucho el crepúsculo resque-
brajándose.
Un conejo salta por entre los matorrales.
¿Cómo es su apariencia?
“Gris es su pelaje y es hermoso,
y largas son sus orejas”.
¿Cómo se ven sus ojos?
“Es rojo el fuego de su mirada;
y anda como jorobado el conejo”.

Camina, camina; haz el camino de tu casa.

Un pájaro se queja como el crujido de un palo al romperse;


después el cementerio calla como escuchando algo.
Y de pronto, un grito:… “¿Lo hallaste?” “¡No!”
“¿Lo hallaste?” “¡No!”

Unos días antes habíamos cruzado el río,


con los platanales todavía plateados por la luna,
con el grito del coyotesolo y el perico melero
y el chiflido de la lechuza.

33
Óscar Oliva. La realidad más plena

Alguien me arrastra, ¿no lo ves?


Mi mirada se carga de leña seca.

Dar muerte a los que se resisten a morir, era la consigna.

“Seguro es, amigos, seguro es, mas sin embargo


imploremos a los vientos, pues la fuerza
de los vientos es muy grande”.

Tierra y techo de Tuxtla.


Los muertos no pueden venir a la luz.
¿Dónde iré?

¿Dónde me detendré?

Y su muerte fue esto: fueron sumergidos;


vino la inundación, vino del cielo una abundante resina.
¿Qué digo? ¿Qué callaré?
No disfruto viendo la luz,
ni pisando con mi pie la tierra.

Suéltenme, suéltenme ya.


Acuéstenme, no me tengo de pie.
La noche resbala hacia mis ojos.
Enciendo un cigarro frente a la tumba de los guerrilleros.

34
—Antología mínima—

(Veo la canoa, la veo, de dos remos,


y al canoero de los muertos,
con la mano en la pértiga).

El comandante de la XXXI Zona Militar informó a los pe-


riodistas que no había encontrado el menor indicio de los
guerrilleros guatemaltecos sobrevivientes del encuentro
en el río Lacantún. “Creemos que algunos huyeron he-
ridos, pues el combate fue breve, pero con fuego muy
nutrido. Se utilizaron 80 cartuchos de armas automáticas
M-1 y 7.62”, agregó el militar. “Los compañeros de Yon
Sosa se arrojaron a las aguas del río para escapar de nues-
tros hombres y regresar a territorio guatemalteco. La co-
rriente es muy fuerte. Decir que murieron es una cosa
hipotética”, informó finalmente.

Yon Sosa fue perforado por 8 balas de alto poder


que le destrozaron el cráneo, el corazón, los pulmones y el
hígado.
Enrique Cahueque Juárez y Fidel Raxcacoj Ximutul,
fueron como él, destrozados.

Adiós, Yon Sosa. Delante de tu tumba no veo


el agua que corre como lavatorio en la puerta de los muertos.
Ningún caballo hay en esa puerta, y tampoco resuena
la mano armada de tu sufrimiento.

35
Óscar Oliva. La realidad más plena

Salta el conejo en el matorral.


Las flores del candox brillan como la punta de mi cigarro.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido después de todo esto?

Camina, camina; haz el camino de tu casa.

Dejo el lápiz en mi mesa.


El humo del tabaco inunda mis pulmones.
Tuxtla ha desaparecido en el salto del conejo,
que ahora veo en la cara de la luna.
Desde mi ventana, en la Ciudad de México,
escucho a la noche resquebrajándose.
El chiflido de la lechuza sigue clavado en mis oídos.
De mis cabellos se desprende un desconcertado viento,
que no encuentra sitio en este libro, ni en esta casa.
El pájaro lejano pronuncia la misma palabra triste,
la misma palabra triste.

¿Se escucha el tableteo de una ametralladora?

36
—Antología mínima—

Descripción de una reunión con algunos amigos


de la infancia

El papel gime como un buey moribundo.


Es como si yo escribiera con la mano metida en la sangre,
en el ojo que le cuelga de su cabeza de combatiente
[derrotado.
Estiro una pata y alcanzo una almohada.
¿Por qué no está esa almohada bajo la fiebre?
No importa.
Su frescura es inagotable.
Es una fuente de agua.
En esa fuente me baño.
¡Me asfixio! ¡Me asfixio!
Todas las gallinas,
los guajolotes,
los cerdos,
se me echan encima,
me contagian sus hambres,
sus estremecimientos.
Estoy caído en un hoyo de cien metros.
Mi padre me busca con sus sabuesos,
de casa en casa, de matorral en matorral.
Sólo quiero ver, aunque sea nada más un instante,

37
Óscar Oliva. La realidad más plena

la roseadura en el monte.
Quiero ver un relámpago,
sentirlo en mis brazos,
adormecerlo como un perro junto a mis pies.
Me levanto, camino lento
pero fuerte
sobre el papel en el que me hundo hasta las rodillas.

De ese mar saco un brazo para estirarlo,


para descansar un poco.
Mi garganta se acuesta en un charco de agua
y sueño que la madrugada pasa su lengua por mi lomo.
Tonterías.
Voy hasta el refrigerador y saco una cerveza.
Qué calor.
A las dos de la mañana
el calor es igual que a las dos de la tarde.
Vengan a mí en esta hora caliente,
amigos de la infancia,
sentémonos en esta piel de cocodrilo que humea.
Tomemos una cerveza
y hablemos de nuestras correrías en el monte,
de nuestras guerras,
de nuestros cuentos de espantos y ahorcados.
Muchachos, queridos muchachos, despedacémonos.
Volemos.
Verdaderamente, ya no los recuerdo, no sé quienes son.

38
—Antología mínima—

Sólo sé que existen,


en alguna parte,
golpeando a sus hijos,
insultando a sus mujeres,
quejándose de que no tienen dinero.
Ya también existo,
tal vez en la hora que no vemos del día,
entre el día y la noche,
golpeando a mis hijos,
insultando a mi mujer,
quejándome de que no tengo dinero.

No sé cómo existo en este país que acuchillo y que me


acuchilla,
leyendo este periódico que hiede,
viendo la excrecencia del mundo desde la televisión,
tomando esta cerveza para mitigar un poco el agobiante
calor,
frente a la silueta de ustedes,
queridos niños y niñas,
que se desvanecen junto a la aureola
que gira en la cabeza del buey que ha cerrado los ojos.
No importa.

Todo está destruido.


Encima de una mano
que dejé colgada

39
Óscar Oliva. La realidad más plena

en el corredor de mi antigua casa,


agarrada a la alcayata
donde mi abuelo colgaba su sombrero,
destruyo las paredes,
los juguetes de madera,
el barrio con sus gentes frustradas y envejecidas,
mi cuello,
mis piernas rotas…

Con el brazo metido hasta el codo en el papel,


estoy hasta las cejas sucio de sangre.
Como un perro hundo el hocico en esas profundidades
cerradas
y desde ahí olfateo a mis parientes.

El papel se convulsiona como un buey moribundo.

40
—Antología mínima—

Mi mujer y yo
luto de pájaros
ayuno de coyotes/

En el ver nos encumbramos


en el vernos ciegos/
Volvemos a alarnos
más de cien voces/
Lunar
descendimiento

41
Óscar Oliva. La realidad más plena

Ésta es la realidad personal que me dieron los pájaros ciegos,


[sin destino colectivo.
Arrecia la naturaleza que me parte y me anuncia sin
[pájaros
frente al desvanecimiento del símil que me confunde,
[que me envicia, que no entiendo,
que se extravía en el paisaje que no es mío, ese otro
[paisaje que tú agravas y dominas abierto
cuando estoy fijo y finjo un claustro con mis cabellos
[que ansían tiempo,
larga espera para ver este ir de abismos con calentura

[a la precipitación total.

42
—Antología mínima—

Orden mágico, materia sin explicaciones cuando la


[harina muerta es un ave muerta/

Dijiste: “El silbo de la vejez en los sauces”, y caí de pie en los


[yacimientos de la furia previsible/

En el espacio donde estoy sonoro con las imágenes


[tangibles de que están hechas mis células
[en el instante de la flexión sexual/

Desacostumbrándome a dormir parejo, donde el sueño


[es un río seco en mi carne sin rencor/

Lleno de contradicciones, desamores, pareciéndome


[cada vez más al interior de una espalda/

Mi carne también soñolienta, que apesta a venado, que


se pudre en el poema cólume, demasiado estigma, ya
exhausto de cordeles, ya sólo apariencia de la enferme-
dad, sonoro cuando me despierto en la llaga sin senti-
do, oculto en mis axilas, en mis desapariciones diarias y
múltiples de leve universo sin floración posible, aún sin
hielo, donde tartamudeo, donde ya no puedo seguir ni
ocultarme/

43
Óscar Oliva. La realidad más plena

Yo mismo en lo que reconozco para reventar mi defini-


tiva debilidad, donde no fraguan las páginas que asfixian
también sin sentido, sin cerro donde escribir único cerro
que soy, que puedo tocar por entero, con celo de lince,
donde no puedo alzar un cáliz, sin empuje en el crecer,
ahora que todo está revuelto en mi cáliz/

He extraviado las cucharas, no hay mantel hasta el to-


rrente para seguir delinquiendo en los cristales que son
parte del vértigo incoloro que penetra sin cuerpo al celo
de la edad para abrir otra vez la carne, entrar en la fasci-
nación del olvido generoso de la respuesta, el pretexto
para que continúe el desbarajuste, el caos doméstico y
el universal cuando toda turbiedad es íntima y callada/

Y tú caes en el coro de las transformaciones, en los lazos


de las preguntas a la hora del rayo/ A la hora de la salud/
A la hora de la calcinación/ A la hora de la caricia que
nos empuja…

44
—Antología mínima—

En su migración planetaria, Chuang-Tzu rema, extra-


viado, sin encontrar las huellas del viejo cedro. “No
sé quién soy, de dónde he llegado”, murmura desde
el sueño en los abismos de Hu-Nan. Asciende y des-
ciende con la boca muerta en un país que no le per-
tenece. Un buey blanco aparece y desaparece atrás de
la canoa, suena en los canales de la niebla . El fuego
sopla y el poeta en la espuma oscura moja lo que le
queda del corazón fatigado: Yo soy su hijo con una
tortuga quemada en el pecho que no sabe quién es
y de dónde ha llegado; no soy, pero grito que soy su
hijo, en un país que no conozco ni me reconoce. Todo
retrocede, ha sido alterado, caigo en el sitio por donde
va a pasar el sueño de la semilla y salto como si fuera
a buscar a mi hijo que se fue ayer de mi boca viva y no
ha regresado con su traje de guerra.

En Pavencul ya no sé qué decir . Hay otro sueño con fu-


rias tempranas.

45
Óscar Oliva. La realidad más plena

Lienzos azotados en la sangre de los lavaderos/

Golpeamos a nuestros hijos y los gritos nos derriban en la saliva


de otro nacimiento, mordemos las venas de la selva
que no puede soportar tantos ríos debajo de las manos,
cuando los gritos quieren otro nacimiento, otra leche ciega,
cuando algunos pájaros regresan a las redes vacías de la
[memoria,
otros han envejecido en el aire, no regresarán a la ceniza
[esparcida,
a la inutilidad de la sangre que ha nacido sin límites y sin
[significado.

“Pronto has de cubrir con una espalda cualquier fuego


para que tus dientes crezcan, muerdan el cuello del paisaje,
la vena del eco y puedas respirar con una rosa
adentro de los pulmones, puedas ser señalada
para ahogarte debajo de los alimentos del vértigo,
para remover la placenta que hay entre el crepúsculo y la
[noche,
cuando destetas a tus hijos y lloras inclinada hacia ninguna
[casa/”

No hay el nacimiento de un río en los términos profundos


[de las repeticiones,

46
—Antología mínima—

sólo hay este universo imposible que sostenemos y nos


[derriba,
porque los planetas de nuestra espalda se han abierto,
[han conocido el regocijo,
sin lenguaje definitivo, sin indicaciones, sin
[claudicaciones,
y de rodillas nos cae otro nacimiento, otra palabra sin
[ubicación,
otra saliva oscura, otra madre azotada, otra selva sin hijos
y sin nacimiento.

47
Óscar Oliva. La realidad más plena

Para allá sobre Acteal hay muchas estrellas, en la


[resurrección no me dejan dormir,
en las yemas de mis dedos relumbran y son el porvenir de
[los sacrificados/
Que estoy viendo, sintiendo, esas estrellas tal vez difuntas
[o viudas/
Ese espacio funerario donde otro porvenir se origina,
[también
en la mesa incontenible de olvido, de presentimientos
[fugaces, ya podrida, vacía/
Hay largos campos que dejarán de existir cuando toquen el
[alimento del vértigo,
cuando te toquen a ti, te despedacen, te destierren de la
[humedad
que padeces adentro de la cueva donde has grabado una
[vulva roja,
donde has dormido otra vez junto a los huesos insepultos
[de tus padres/
Escuchas el furor de allá fuera, el revuelo de lo
[impenetrable, lo fértil de lo temible/
Esa estrella sin alimento que sabe del ruido blanco de lo que
[caduca,
de lo grandioso de los cristales extendidos como la
[heredad de cualquier turbulencia/
Di, no sabe dormir, deletrear, estalla en un grano en

48
—Antología mínima—

[desasosiego, ya no tiene visiones,


yace en lo incomprensible al desplazarse en los
[caracteres de la memoria,
en lo más íntimo de la casa donde ha engendrado hijas
[vertiginosas/
“Todo descansa en los árboles”, dijiste y yo dije: “¿Qué es
[esa cal negra?”
Lejos, en el mar, otra turbulencia, en otras manos, nace
[para confundirme,
nace sin signos, más allá sin comprender nada, allá celo
[sin medir/
¿Qué es ese oleaje que me sacude y me venda? Las olas
chocan con el advenimiento del celo, se introducen en
[mis caracteres,
me despedazan en la rosa irremediable, me hacen
[entrar por otro resquicio del paisaje,
donde ando a tientas, ignorado, por donde llego a mi
[antigua casa/
Me esperan mis padres ya muertos, mis hermanos
[también muertos,
yo mismo un muerto, alguien se desmaya, alguien
[tarda en despertarse/

Entramos en otra casa, en el corral relincha la yegua


del abuelo, en el brocal del pozo armas melladas/
¿Qué es esa inconsistencia de cadáver? ¿A dónde van
esas mujeres por el corredor? ¿Quién se aflige y deja

49
Óscar Oliva. La realidad más plena

de crecer como la hierba en mi espalda? ¿Hacia dónde


va la casa y nos resistimos, nos agarramos de las ma-
nos para no caer, para que no nos trague el celo de la
agonía, el celo negro de la resurrección?

50
—Antología mínima—

Uno

¿Qué apagas y enciendes en las paredes, entre techos y


pisos, por patios y corredores sin conexión? Miras a tra-
vés de la ventana, levemente inclinado sobre tu mesa de
trabajo; sostienes en una mano un lápiz. Tu mirada se
detiene en un árbol de muchas cabezas, exacto a las mu-
chas cabezas florales del brócoli.

En los mapas extendidos sobre una manta, señalas ríos


que se entrecruzan y fracturan desde adentro, bosques que
se mueven, países que ya no existen, barcos pesqueros en-
callados en páramos de arena, como si hubieran caído del
cielo. Tu rostro está resplandeciente por una luz que no
sabes por qué está ahí, cuando todo ha sido extinguido.

Es el momento en que te veo, cuando haces la lectura en


voz alta del documento inconcluso, que deseas abando-
nar, para redireccionarlo. Hago lo mismo. Es el momen-
to en que me ves, con papeles extendidos sobre la mesa,
intentando el juego del montaje final. Voy a otra ventana.
Nos damos cuenta que no existe el equilibrio en nuestros
escritos porque nuestras historias no se encuentran.

51
Óscar Oliva. La realidad más plena

No sabemos cuándo hemos cometido un error y cuándo


hemos dado pie para comenzar otro.

Conducimos por distintas autopistas, por solitarios ca-


minos de extravío, que estaban ocultos a nuestra visión
de paralaje, un cambio inútil en nuestra actitud de obser-
vadores.

Procesamos y generamos paisajes desde un mismo mo-


delo, un mismo acto, una misma búsqueda, un cuadro
de Vermeer, el encogido mar de Aral, el carro que condu-
ces a gran velocidad, que conduzco a gran velocidad; no
vamos a saber cuándo dar vuelta en U, cuándo meter el
freno a fondo, dejar de escribir, leer, dejar de llegar.

No hay un lápiz que rompa una hoja de papel desde aba-


jo, y nos distraiga totalmente. Tal como lo hacen los ca-
mellos cerca de los barcos inclinados.

52
—Antología mínima—

Dos

que venga el agua


inunde al bosque
con pocas palabras
escribir que venga
el agua de siempre

53
Óscar Oliva. La realidad más plena

Con la cabeza del animal inextinguible, respiras en los


viejos cuadernos; ansías la destrucción del año, y la vejez
que fue bosquejada para blanquear montañas, se apaga
de leer. No hay nada que respire o sobreviva.

En ese instante pasas desapercibido, sin decir manchas,


cal de cárcel, calor o color de bosque.

Lo mismo que los nervios, hechos pedazos, en el en-


cuentro metálico.

54
—Antología mínima—

¿Quién pronuncia mi nombre, en la piedra que nunca


dormí? Año de la ocultación, una vez, otra vez, a golpes,
lascas de la poesía que se pronuncia, lascas. Cabellos que
desperté.

55
Óscar Oliva. La realidad más plena

Oigo, con el cuerpo inclinado a favor del tiempo, el ejer-


cicio a oscuras que me obliga a no descansar; no sé desviar
su castigo. Me muevo un poco y estoy en otra casa, que no
puedo evitar ni destruir; en otra ciudad, con otra ropa. En
otro país, hipersaturado de aparatos, que no sé dónde apa-
gar. Estoy en el castigo de una casa, en la mitad del baile,
desenredándome, en contra de las ceibas.

56
—Antología mínima—

árboles sin palabras

sin planetas
apagándose / llévate lo que puedas

57
Óscar Oliva. La realidad más plena

La orquídea con una flecha. No puedes despertar a la que


está a tu lado. Te abrazas a ella, emparejándote, con la
mano atravesada. El impacto la encamina, la jala hacia
atrás, y la rehace y la pone de pie sobre una tabla de sur-
fear, fuera de balance. Se clava en la pared septuagenaria.

58
—Antología mínima—

Balada por los muchachos de Ayotzinapa

No hay límites para el país del crimen.


No hay nombre para el país del crimen.
No hay país con nombres del crimen.
No hay crímenes para el país del crimen.

¿Díganme, en qué país lejano hallarlos?

A Décimo Junio Juvenal agrego a François Villon


para componer esta balada, y pido a otros cantores
añadan otro estribillo interrogativo: ¿dónde, en qué
país sin crímenes están los muchachos que apenas
se habían desnudado al amor?

Ayúdenme a correr junto a un río


que corre con demasiada fuerza.

¿En dónde están, en qué casa negra, encapsulados?

En la casa blanca no están, ahí ya no habita nadie.


Llegará el tiempo de otras sirenas, de otros sortilegios,
y la blancura como lirio será un resplandor amarillo
o un lirio negro al capricho de otra dueña, otra Circe

59
Óscar Oliva. La realidad más plena

de engaño, entre leones y lobos del mismo bosque.

¿Dónde están, Madre Dolorosa?

¿Dónde están las 43 lágrimas de ayer por la tarde?

No vamos a averiguar en esta mañana dónde están,


ni en las siguientes mañanas y tardes dónde están,
ni en todo el año, que a este estribillo no nos lleve:
¡Mas dónde están los muchachos de Ayotzinapa!

No hay límites.
No hay nombres.
No hay país.
No hay crímenes.

Corren con demasiada fuerza.

Noviembre, 2014

60
—Antología mínima—

II. Vetas

Con heridas y parásitos externos, la piel vieja hay que sa-


carla como un guante, tirarla entre los platanales de otra
casa.

De la misma manera también las cosas deben soltar la


imagen desde su cobertura exterior. Dijo Tito Lucrecio
Caro.

El cuerpo frágil del campo se comprime demasiado rápi-


do, regresa a su etapa marginal, inmadura. En ese charco,
las ninfas de los zancudos tienen la forma de una coma,
brincan como acróbatas.
Anécdotas provenientes del verano: apenas derramarlas
con la dulce miel.

61
Óscar Oliva. La realidad más plena

Otra escena: una cortina de colibríes-esfinges cuelga en la


noche para que sea abierta, quede el campo limpio;

las mariposas con lenguas camaleónicas batirán alas sin


posarse en las flores que están al fondo del manantial;
volarán hacia atrás para alimentarse;

en la imagen invertida, los campos extraviados, converti-


dos en desiertos, más allá de los límites de cualquier altura
de vuelo;

antes de que llegue la marea, con alta concentración de


microorganismos plantónicos, los platanales dejarán caer
racimos de plátanos con manchas y parásitos, infectados
con el mal de la tristeza que los incapacita a reconocerse a
sí mismos;

otro día: no olvidar que el infinito nos traga, nos escupe


cabeza abajo; pariéndonos con fórceps, nos cuelga de los
pies en el árbol de Newton, sin Adán ni Eva. No olvidar
que este viaje se repite con 2 pies en la espalda, los otros
5 en el estómago, de manera interminable.

Vetas de humedad en la pared.

62
—Antología mínima—

Hoy lunes, por la tarde, despega el avión que debe ir a la


Antártida; la huracanada lo llevará al Ártico, muy lejos
del Génesis;

¿quién va a diseñar el viaje? ¿Quién va a trazar órbitas


distintas, donde el paso del tiempo es de 10 días por se-
gundo? ¿A velocidades distintas? ¿Con el simulador inte-
ractivo respetando la ley de áreas de Kepler? ¿Después de
hibernar en las líneas de las manos?;

¿con los equipos apagados cuando entra una y otra vez la


anestesia en las venas oscuras, el vitriolo dulce de Ramon
Llull?

Hago un agujero en el hielo para pescar, con un arpón de


punta giratoria. En un trineo hecho de barbas de ballena,
de pescado helado, tirado por perros de abundante pela-
je, regreso al iglú adaptado como set cinematográfico. Mi
adolescencia sufre otra mutación.

La película Nanuk el esquimal, de Robert Flaherty, trastor-


na mi vida originaria. Me ha confirmado que la realidad
tiene planos muy hermosos: no solamente los paisajes ne-

63
Óscar Oliva. La realidad más plena

vados, la caída de la nieve, junto con los elementos de la


ficción: la otra belleza, donde ocurren otras existencias, en
otros planos, con la intervención de otra naturaleza, igual
de sorprendente. La pesca del pez bajo el hielo no es real.
El pez ya estaba muerto, fue metido debajo del hielo. Es-
cenifico la idea de Flaherty para saber cómo se llevó a cabo
esta pesca.

Salgo de la sala de cine.

¿Quién pasó por aquí?

¿Quién ha visto a la mariposa macho taponando la genita-


lia de la mariposa hembra con una secreción pegajosa, para
que no tenga una nueva cópula?

¿Quién pasó por aquí antes que yo?

¿El pájaro con un fruto atravesado por su pico?

Sigue Lucrecio: a las Musas apenas tocarlas con la dulce


miel.

64
—Antología mínima—

Y:
¡Las delgadas túnicas que deponen en el estío las cigarras!

65
Óscar Oliva. La realidad más plena

VII. Historia de interrupciones

Me encontré con mi padre, al reconocerme bajó de su ca-


ballo. Caminamos por las calles empedradas de Tuxtla,
llenas de gente, medio desnuda, hipnotizada por el pro-
digio. A pesar de mi vejez, lo seguí hasta los humedales
del oriente, donde volví a escuchar el croar de las ranas,
el lloro del paraíso en las lanzas de los bambúes. Otra
edad que no es de esta interrupción.

El muchacho de un salto montó, se fue con la luz


del cometa Halley.

Era un grupo de 5 o 6 personas. El joven padre cargaba el


ataúd de su primogénito muerto a los 3 años. Me adelan-
té al cortejo fúnebre, marcando mis pasos con un bastón
de contera de plata, estilete de acero, punta misericorde,
no para encontrar un camino a través de las placas pec-
torales del traidor de Galalón, sino para tener en la mano
un instrumento de escritura.

66
—Antología mínima—

La madre ve pasar al menor de sus hijos, creyó que


estaba despierta. Los adioses.

Me acuerdo que le llevábamos flores. Cuando aprendí a


leer vi mi nombre en la pequeña lápida. Pregunté si era
yo, entonces comenzó a temblar. Bajo el soportal espe-
ramos la réplica, inútilmente. El aire seco, vuelto cal. El
niño y los árboles crecieron un poco más.

En Tuxtla a cada rato tiembla. Cuando las nubes se


aborregan va a temblar; cuando regrese el Halley va a
temblar, a llover ceniza. Digo que es así para que los
borregos trasnochados salten la valla, llegue la tran-
quilidad. Después del largo sueño, algunas partículas
blancuzcas en la copa familiar.

No hagas estrecha tu casa, cabalga al corredor, al cuarto


de alacranes, a los astros de la sala.

Dormido, mi mano derecha se puso helada; la retiré del


arroyo, que siguió su camino abajo, serpenteando, hasta

67
Óscar Oliva. La realidad más plena

que lo perdí de vista. ¿Avistaré el piélago salado?

Camino arriba, Óscar Oliva no pudo despertar, la fatiga


estaba a punto de tirarlo. El niño que duerme tiene que
alimentar el caballo de su padre.

El cielo era un platanar y la luna de 1910 me cubrió con


sábana de Cambray.

En mi casa se cantaban coplas. El final de una de ellas,


decía: Y dame un vaso de sed, que vengo muerto de agua.

Muchos años después, el más joven de la familia la repe-


tía entera, con la tentación de agregar un verso.

Sin tener el oficio para encontrar la rima indeficiente, o


atreverse a escribir una palabra para no ser leída, sino
para ser escuchada, era imposible arriesgarse.

Lo distraía el vuelo de los gansos salvajes de Hans Chris-


tian Andersen, que volaban en formación de V, sin graz-
nar, con mucho cuidado, y la red tejida con juncos y cor-
teza de sauce, donde llevaban a Elisa. Desde la casa de
las ventanas de oro, lejos de este mundo.

68
—Antología mínima—

Al abrir el libro donde todo cobraba vida, las personas y


los animales salían de las páginas, hablaban con él, inter-
cambiaban historias, como la del carro tambaleante de
Baco, el rosado gordinflón rodeado de silenos y sátiros,
que hacían resonar los campos; o el de la cólera de una
madre ofendida por los perjurios de Teseo. Luego salta-
ban al interior, para devorar a sus hijos, vomitarlos, llevar
sus restos a bosques impenetrables, con tal de que no hu-
biera desequilibrios y confusiones.

El agua del arroyo era tan cristalina, que de no haber agi-


tado el viento las ramas que se reflejaban, podría haber
pensado que estaban pintadas en el suelo. Igual que en el
cuento.

Volvía a las coplas, a los vasos con sed, a la tentación de


abrir las ventanas al desequilibrio y a las confusiones.

Y agregar un verso para no ser leído.

Rubén Darío se arriesgó. Al escribir ¡Y tan buen bebedor


tengo bajo mi capa!, se acordó de uno de sus antepasa-
dos, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y de uno de sus ver-
sos, Como so mala capa yase buen bebedor. Sin remordi-
miento. Y se retiró al campo a ver la madrugada con las

69
Óscar Oliva. La realidad más plena

alondras y con Garcilaso; con el Cantar de vino tierno, de


leche tierna, de cervatillos tiernos para la cocina.

Escucho: debes clavar con fuerza una bellota en la puer-


ta, vigilar que otros pájaros no se la roben.

Árboles extraviados, fábulas extraviadas, el río que ha olvi-


dado de donde proviene, las venas otra vez intervenidas, la
petición de auxilio; la energía de levantar poco a poco la
espalda; extraviar las manos en la sangre para olvidar el
lento crecimiento del río cercano.

Torcecuellos, golondrinas, garzas, cigüeñas blancas,


garcetas, ánades reales en el río sin fundamento. Corne-
jas, faisanes, cárabos, pavorreales, cisnes trompeteros,
la abubilla con la corona de la Realidad. (No se puede
hablar del Simurg, que dejó caer en el centro de China
una pluma espléndida). Enumeración simple, escenarios
sobreexpuestos, ladrillos sin pegar. El charrán en forma
de Z. La garcilla bueyera. Un zanate con un fruto rojo
atravesado por su pico; garcetas apoyadas sobre agujas
que enhebran una esfera, van a sobrevolar sobre el ho-
cico de Quirón. Van a ser ahogadas por el cruel vómito

70
—Antología mínima—

negro. Abecedario de aves. Iracundas, tristes, indecisas,


lujuriosas, vanidosas,

desesperadas, inseguras, débiles. No les queda más que


el último aliento en las márgenes de la inquietud y la llu-
via infestada con gases venenosos.

Continúo el recuento. Antidio Cabal, me dice: En cada


unidad de tiempo una unidad de pérdida.

10

Aparece Rubén, con hábito de cartujo, los ojos extra-


viados, dando de gritos, sudoroso. Triste, indeciso. La
cabeza rapada. Cápsulas de adormidera negra en ambas
manos. Sale de la habitación que ha consagrado a Demé-
ter Melania, la mujer con cascos y pelo de caballo. Inse-
guro, débil, mojado. Madre distribuidora, madre tierna y
nutricia. Ya no siente dolor.

¡Relinchan los hermanos de doble naturaleza, Éurito des-


garra el velo de tul de Hipodemia, la recién casada!

¡Salta Teseo, colérico, como en el lienzo de Rubens!

71
Óscar Oliva. La realidad más plena

11

Darío soñó ser enterrado sin caja mortuoria, en posición


fetal. Desmembrado en 5 partes como Orfeo al ser des-
cuartizado por las bacantes; envuelto con la túnica de
acacias de la muchacha negra que pintó Cosimo Tura en
los frescos del palacio de Schifanoia. No se despertará,
desnudo, en la mocedad de la muerte, abrazado a la dio-
sa abisinia del Sahel.

Madre, Gruta, Vientre, Tierra, Caverna, Casa, Tumba,


Sueño, Nacimiento, Muerte.

12

Un poco de paja para encender el quinqué. La luz roció


mi capa, proyectó mi sombra como el ave olvidada, la
averramia lodosa, con cabeza de espátula, y me protegí
bajo de sus alas.

Como Guilhem de Peitieu, Darío dijo que un poema


suyo Fo trobatz en durmen.

Si te da el aliento y la vida comprenderás a las montañas


que se suicidan cada poco tiempo.
Dijo el más viejo.

72
—Antología mínima—

13

Escuchaba las improvisaciones que hacían los compa-


dres en sus reuniones nocturnas, mientras se tomaban
unos tragos. Eran los parientes que habían llegado a dejar
en recuas de mulas, de espinazos duros, y en carretas ti-
radas por bueyes, ya sin alas, el maíz y frijol de la ribera
de Canguí, para almacenarlos en la troje del traspatio. Las
coplas se encendían y apagaban como una luz de noche.
Aprendí que así son las pequeñas existencias, sin traba.

14

El que tiene por oficio tejer y destejer la trama, al dejar su


copa vacía, dijo, Ven, dame un trago de sed que me estoy
muriendo de agua. En ese instante reconstruyó su pre-
sencia en muchas épocas y geografías. ¿Cómo no abrir
las manos para que el paisaje regrese?

Mulas y bueyes de marcha basculante, como el cuerpo


[del ahorcado en el aire.
Ya borracho, bajo mi capa, con el corazón mojado;
[casi sin respirar.

15

Cuando el cielo era un platanar, en la casa con patios

73
Óscar Oliva. La realidad más plena

añadidos y paredes resanadas, mi madre me dio a luz.

La luna bajó para cubrirnos con el aire del madroño, olor


fresco en el vientre aliviado.

En la vasija de la partera nuestros despojos, que fueron


echados al corral de los cerdos.

Al abrir los ángeles las cortinas, mi padre vio retozar,


como un pajarito, el ternero recental.

16

Al llevar forraje a los caballos, algunos lloraban. Sacudían


la cabeza, pateaban el suelo; les di pétalos de retama. Las
mujeres lavaban con lágrimas de ángeles, y con agua
serenada en recipientes sin tapar, el cuerpo de un niño.
Sacudí la cabeza, pateé el suelo, agité mis tiesas crines.
Después supe que los caballos de Aquiles habían llorado
al morir Patroclo.

17

En los días oscuros, las gallinas se revolcaban en la ceniza


que caía por las explosiones del Tacaná. El cráter del vol-
cán es plano como el Juego de Pelota de Izapa, rodeado
de rocas con hielo, me dijeron. Entonces vino la réplica.

74
—Antología mínima—

Después del temblor, salimos a la calle, nos perturbó el


empedrado removido.

18

Fue cuando caí enfermo. Aquellos hombres madrugado-


res, con rostros curtidos por el sol, me dijeron que dejara
a un lado mi temprana cólera. Que lo que estaba soñan-
do no sobreviviría.

75
Óscar Oliva. La realidad más plena

XII. Lo que comienza

La barca con velas transparentes, descendió casi a los pies


de Ribadavia Nómada. Ha llegado de muy lejos, tal vez
del Egeo. Su visión alterada le hizo dejar antes de tiempo
el cuaderno donde había trazado los primeros bocetos de
una balandra de 3 velas, con un mástil en forma de T, y
una cubierta superior de maderas superpuestas, de cedro
vinoso. Había calculado concluir cuando el sol comenza-
ra a sonar como vidrio roto. Todo al revés.

Después del primer golpe, esperaba que repercutiera el


segundo y el tercero sobre su flaco pecho, con la vara que
nunca florecía, para fortalecer el viento propicio hacia otra
isla. La niebla no lo dejaba abrirse paso sobre el muelle con
tranquilidad, la desmesura de su atarantamiento le hizo
decir, ¡ah, qué chingar!, y todo se puso en calma, al desa­
parecer el océano. No interrumpió su trabajo de zapatero.

Y de nuevo cabalgar al corredor, al cuarto de alacranes, a


los astros de la sala.

76
—Antología mínima—

Ribadavia se acercó al carruaje, los hombres que lo con-


ducían desengancharon a las bestias, las vigorizaron con
masajes fuertes, fomentos calientes, para desentumirlas;
ellos se untaron árnica con belladona, para desentumirse.

Le dijeron que venían de Veracruz, que iban muy lejos, a


otros países, cerca del Estrecho Dudoso.

Bajó un hombre con traje de lino de Badajoz, sombre-


ro de carrete, se saludaron con gran solemnidad, inter-
cambiaron corbata de lazo y bufanda. Soy el doctor Luis
Henry Debayle-Pallais. Pidió que le bajaran del coche
una mesita y dos sillas plegables, playeras, las colocó cer-
ca de la ventanilla de la góndola, donde a través de una
cortina egipcia, translúcida, podía ver la triste figura de
su paciente.

Debayle imitó un gesto de mago florentino, de la nada


surgió una licorera de oro cano, gongorina, con dos va-
sitos, uno con la figura de Píramo, y el otro de Tisbe.
Nómada ya había puesto un mantel bordado con ranas
rojas, un plato de peltre con queso salado, butifarra, ca-
marón seco. Para no quedarse atrás, hizo un gesto hip-
nótico, partió en el aire dos limones cimarrones, se les
destemplaron los dientes.

77
Óscar Oliva. La realidad más plena

Terminado el coñac, siguieron con el comiteco reposado


que hizo aparecer el trashumante de una de sus alforjas
de Hita. El planeta anfitrión volvió a iluminarse, el galeno
fue visitado por Mnemósine, con la cual puede hablar,
y en ese río, contrario a todos los ríos, escuchó que al
enfermo le tocaban sus 3 cucharadas, cada 4 horas, dijo,
de láudano de Sydenham, que lleva opio de Esmirna,
azafrán cortado, canela de Ceilán, clavos de especia para
vino de Málaga. Ahora le voy a agregar una copita de co-
miteco de los agaves casi azules de ese valle fronterizo,
Balún Canán, que me acabas de ofrecer, y te voy a dar
un trago, Peregrino Gris, para que tú, cátaro, acólito de
Ludwig Feuerbach, conozcas a Dios.

El hombre vestido de cartujo, enclaustrado, sin parar de


hablar, está mudo.

El auriga y los dos criados, pasándose una garrafa de ron,


taconean sobre tablas para los asentamientos del carruaje,
al fin porteños. Luego lo harán sobre maderos vinosos su-
perpuestos de una balandra de 3 velas, apenas bocetos en
el papel. Las ranas rojas, panzudas, a punto de desovar.

Dura la sal de que habla el Dante.

78
—Antología mínima—

…en el escenario de unos cuantos centímetros de altu-


ra, vociferamos por encima y por debajo de la lámina de
agua encharcada…

…¡cómo cantan las ranas en primavera…!

…desovamos sobre la piel de un animal sacrificado…

…emergemos como adultos pequeños… poseemos una


cola que será reabsorbida en unas pocas horas…

…perdemos los dientes puntiagudos, los arcos branquia-


les… ganamos la membrana de los párpados… nuestros
intestinos se acortan para adaptarse a la dieta carnívora…

…nuestros ojos emigran hacia la región frontal de la ca-


beza, ya huesuda, acorde con la vida de depredadores…

…croar, croar, croamos al llenarnos de aire los sacos gu-


lares… croando a los muertos del invierno…

…las mujeres-cántaro rehúyen nuestro esperma porque


les quema la vagina… nos masturbamos debajo de una
calabaza…

79
Óscar Oliva. La realidad más plena

…nuestro sistema solar tiene una cola como los cometas


en el espacio dominado por la gravedad; más allá la estela
de hielo tiene la forma de un trébol de 4 hojas…

…al evaporarse alcanza millones de kilómetros…

…¡cartografiar cada uno de nuestros cerebros


[para no extraviarnos…!

…cortamos las hojas pediceladas, con el cuchillo del


maestro Ding, en la mesa quedan las lubinas sobre ur-
dimbre árabe… adormecidas, las comemos con jugo de
limón, saben muy buenas, saben a la vulva de las ninfas
venales…

…les quitamos las alas espinosas una a una, trabajo pa-


ciente de astrónomos…

…no les dejamos ni las colas; nos las tragamos con chile
verde toreado; saben a las crías del Halley…

…nos metemos en otras cañadas, gruñendo, cacara-


queando, abrimos zanjas con mellados cuchillos, mien-
tras cagamos y orinamos…

…como Ayax libres de aparejos y esquilones…

80
—Antología mínima—

…saltamos de la cuna para explorar el resto de la ga-


laxia… nos encontramos en el vecindario de otras fami-
lias de estrellas… la última será restregada como luciér-
naga en nuestros escudos…

…somos escarabajos de caparazón dura, todavía hu-


meantes… cuando nos perdemos encontramos el cami-
no a casa mirando la Vía Láctea…

…exactamente del tamaño que nos ven los escarabajos


de los últimos planetas…

…ya perdimos la cola, flotamos entre las hojas del trébol…

…somos un sistema sin planetas… chapulines alboroza-


dos que brincan como pelotas de hule… montañas que
se suicidan cada poco tiempo, dando de gritos, coléricas,
fuera de cualquier eje…

…contemplamos a Aldebarán, la hermana mayor…

…¡alimento y excremento!… ¡ranas y un árbol muerto!…


¡cacaraqueo y calabaza!… ¡hielo!…

¡…vuelofuertecortocarriquíverdiamarillo-
[urracaquerrequerre…!

81
Óscar Oliva. La realidad más plena

…nos pasamos de mano en mano la pipa con figura de


Deméter, para someternos a una incubatio, una muerte a
tiempo, atentos al carruaje que se balancea en el abismo…

…robustecemos con ungüentos mágicos a los árboles


antes de que se metan al mar…

…tienes la sensación de que no puedes caminar, las du-


nas se suceden después de encajonarte, tragarte… una
de ellas aparece… otra de igual densidad y altura de­
saparece…

…un escudo de roca volcánica… flujos de lava petrifica-


da… cactus con miles de años de vida…

…Áyax está perdido, bebió el agua salada del malvado


tesoro de su corazón…

…yo señalo el cadáver de una pitahaya convertida en una


pieza extraña con piel humana…

…estoy seguro que el cerebro de mi paciente pesa más


que el de Víctor Hugo…

…jamás pensé que pudiera acariciar a la diosa que ha


sido devuelta a su pedestal…

82
—Antología mínima—

…tú señalas a la mula torda que piensa 7 veces


en el día cómo matar a su amo…

En general a todos habla la escritura, dijo Juan Ruiz.

No se ha apagado la voz del Arcipreste, cuando el ca-


rruaje se parte en pedazos a la orilla del voladero. Los
hombres que lo conducen insultan a las bestias.

El doctor Debayle le regaló un vasito de oro en forma de


flor de ciruelo. Herbás le regaló un lince nublado de los
Chimalapas, tallado en ámbar.

Pesa nada Rubén Darío.

Al llegar a San Cristóbal, Hermelindo Oliva dijo que


tantas lejanías y follaje sin numerar lo estaban atormen-
tando. Este refajo de cartas, estos versos recogidos en los
campamentos de cazadores y leñadores, estas noticias,
avisos, que he tenido que memorizar año con año, alte-
rándolos, añadiendo frases de Cervantes y de otros bien-
quistos, aumentando o disminuyendo la realidad a mi ca-
pricho, para almacenar todo en legajos donde ya no cabe

83
Óscar Oliva. La realidad más plena

una letra más, y, por contaminación de otras églogas, ni


la oscuridad entre mis dedos. No sé de quién hablo. Soy
un reptil glorificado. Me he convertido en un devorador
de papel. No me cabe una letra más. Me tapo con los
antebrazos ambos lados de la cara. Esta casa eterna.

Me olvido de las mantas amargas y del lugar


donde quedaron colgadas.

Algún día voy a jubilar a todas estas mulas de espinazo


duro, a estos bueyes sin alas. Los voy a llevar por los bos-
ques de Nucatilí, o de Ixtapa, o de Olgelito, o de Cha-
pultenango, o de Gleguas, o de Penialhó, o Nandaburé,
o Actectic, o Iglesia Vieja, a donde vea que se les reviven
los ojos de pájaros muertos; ahí les voy a agradecer uno a
uno el servicio que me han prestado en tantas leguas ca-
minadas, les quitaré el bozal, los cinchos de cuero tensa-
do, todos los arreos de protección, los dejaré en libertad
para que sus pasos los lleven a donde quieran, se vayan
a pastar junto a sus antepasados muy remotos, los uros y
los mastodontes.

Yo me iré a dormir, muy cansado, a las tiendas


de algunas lozanas guatemaltecas.

84
—Antología mínima—

¡Si no es mentándoles la madre, las mulas y los bueyes


[no andan!

En la coplas pintadas yace la falsedad, dijo Juan Ruiz.

85
obra publicada

xv
—Antología mínima—

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96
xv
Contenido

La realidad más plena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Al volante de un automóvil, por la carretera panamericana


de Tuxtla a la Ciudad de México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
El sufrimiento armado (1) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
El sufrimiento armado (2) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Descripción de una reunión con algunos amigos
de la infancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Mi mujer y yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Ésta es la realidad personal que me dieron… . . . . . . . . . . . . . 42
Orden mágico, materia sin explicaciones… . . . . . . . . . . . . . . . 43
En su migración planetaria, Chuang-Tza… . . . . . . . . . . . . . 45
Lienzos azotados en la sangre de los lavaderos/ . . . . . . . . . 46
Para allá sobre acteal hay muchas… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
Uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Dos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Con la cabeza del animal inextinguible… . . . . . . . . . . . . . . . . 54
¿Quién pronuncia mi nombre… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Oigo, con el cuerpo inclinado… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
Árboles sin palabras… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
La orquídea con una flecha… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Balada por los muchachos de Ayotzinapa . . . . . . . . . . . . . . . 59
II Vetas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
VII Historia de interrupciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
XII Lo que comienza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76

Obra publicada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
directorio

María Cristina García Cepeda


secretaria de cultura

xv

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gobernador del estado de chiapas

xv

consejo estatal para las culturas y las artes de chiapas

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director general

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coordinadora operativa técnica

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xv

universidad de ciencias y artes de chiapas

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directora general de investigacion y posgrado

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director general de extensión universitaria
La edición estuvo a cargo de la Dirección de Publicaciones
del CONECULTA-Chiapas y la impresión fue auspiciada por la Secretaría
de Cultura, gracias a los subsidios para instituciones estatales
de cultura del Presupuesto de Egresos de la Federación.

Cuidado editorial / Liliana Velásquez


Diseño y formación electrónica / Mónica Trujillo Ley

Óscar Oliva. La realidad más plena —Antología mínima—


se terminó de imprimir en noviembre de 2017 en Ediciones de la Noche,
en la ciudad de Guadalajara.
Los interiores se tiraron sobre papel cultural de 90 kg
y la portada sobre cartulina couché de 169 kg. En su composición tipográfica
se utilizó la familia Horley Old Style MT. Se imprimieron mil ejemplares.

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