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II
EL
TAROT
MÍTICO
UNA NUEVA APROXIMACIÓN A
LAS CARTAS DEL TAROT
JULIET SHARMAN-BURKE
Y LIZ GREENE
CARTAS ILUSTRADAS POR TRICIA NEWELL
III
A Emily Kate, con amor.
Edaf y Morales. S. A.
Oriente. 180, n.º 279. Colonia Moctezuma, 2da. Sec.
C.P. 15530 México, D.F.
Dirección en Internet: http://www.edaf-y-morales.com.mx
Correo electrónico: edaf@edaf-y-morales.com.mx
Edaf y Albatros, S. A.
San Martín, 969, 3º, Oficina 5
1004 Buenos Aries, Argentina
Correo electrónico: edafal3@interar.com.ar
IV
ÍNDICE
BIBLIOGRAFÍA 255
RECONOCIMIENTOS 256
V
VI
INTRODUCCIÓN
Los Orígenes
de las Cartas del Tarot
Los orígenes de las cartas del Tarot –quien las diseñó primero,
dónde, cuándo y con qué objeto– siguen siendo vagos y escurridi-
zos, a pesar de los innumerables libros y artículos que a través de los
años han intentado iluminar la oscuridad en la que están envueltas
las cartas. El perenne encanto de las cartas queda patente no sola-
mente por estos escritos, a veces cuerdos y eruditos, a veces dispara-
tadamente místicos; sino también por la fascinación que las cartas
del Tarot siguen ejerciendo sobre el profano, a pesar de que los es-
cépticos pretendan burlarse de ellas y relegarlas al contenedor gene-
ral de las lecturas superficiales para la hora del té, de las bolas de
cristal y otras rarezas. Sea como sea, las cartas del Tarot han ocupa-
do la imaginación humana durante quinientos años por lo menos, y
puede que mucho más, y desde luego no parece que vayan a desapa-
recer.
¿Que son estas extrañas cartas dibujadas que siguen ejerciendo
una misteriosa llamada precisamente sobre aquellos individuos que
se consideran sensibles y que no suelen ser propensos a creer en los
misterios ocultos? En parte, la respuesta puede ser que las cartas del
Tarot no son «ocultas» –es decir, no son sobrenaturales y mágicas
en el sentido en que generalmente se usan estas palabras, y no son
de exclusiva propiedad del iniciado esotérico, aunque a muchos es-
tudiantes del Tarot les gustaría pensar eso–. Parece ser que en la
mitad del siglo XV –los eruditos del momento creen que las cartas
han aparecido por primera vez en Europa– ellas podían servir a
cualquiera que pudiera hacerse con una baraja y que quisiera esfor-
zarse por entenderlas y usarlas. Con este libro tenemos la intención
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de devolver a las cartas del Tarot su accesibilidad primitiva, para
que no tengan que seguir siendo propiedad del erudito o del ocultista
que deliberadamente oscurece su simbolismo.
Todos los que han escrito sobre el tema del Tarot han atribuido
en algún momento el invento de las cartas a una extensa gama de
fuentes. Algunos aseguran que sus orígenes se encuentran en los
rituales religiosos y en los símbolos de los antiguos Egipcios; otros
sugieren que proceden de los cultos arcanos de Mitra, en los prime-
ros siglos después de Cristo. Otros más encuentran coincidencias
con las religiones paganas de los Celtas, o con los ciclos de la le-
yenda romántica del Santo Grial que surgieron en Europa Occiden-
tal durante la Edad Media. Otros eruditos serios, basándose en lo
que se puede ver y tocar en los museos, se centran en las cartas más
antiguas que tenemos, y creen que han sido pintadas en el Renaci-
miento. En efecto, si queremos basar nuestra investigación de los
orígenes del Tarot exclusivamente en las pruebas reales, las prime-
ras barajas documentadas de cartas del Tarot –las que incluyen no
solamente los cuatro palos ordinarios de las cartas de juego, sino
también lo que ahora se conoce como los Arcanos Mayores o Triun-
fos del Tarot– surgieron en la segunda mitad del siglo XV y fueron
pintadas en Italia. Hay dos barajas de esta clase, la primera es cono-
cida como la baraja de Carlos VI, y la segunda como la baraja de
Visconti-Sforza. Pero, en realidad, la existencia de estas dos barajas
de cartas del Tarot, muy bien dibujadas, no nos dicen nada seguro.
Lo que pasa es que es todo cuanto tenemos en nuestras manos. Y si
verdaderamente son el primer invento del Tarot, este documento
histórico no puede revelar por qué en la era moderna nosotros, que
hemos dejado atrás hace mucho tiempo las creencias y los conceptos
peculiares del Renacimiento, tendríamos que encontrar que los sím-
bolos y las imágenes de las cartas tienen semejante aspecto de pro-
funda significación. Estas cartas ilustradas parecen evocar vagos
recuerdos y asociaciones poco conocidas con los mitos, las leyendas
y el folclor, y significan, pese a toda objeción racional, una especie
de historia o secreto que no puede ser formulado totalmente y que se
nos escapa en el momento en que pretendemos definirlo con dema-
siado rigor.
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El Renacimiento italiano supuso un resurgimiento del pensa-
miento Griego clásico con su espíritu dinámico de experiencia,
aventura y acción. Desde la gris, rígida y melancólica visión del
mundo de la Edad Media, el brillante espíritu animador de la Grecia
antigua estalló sobre el mundo Occidental con una enorme energía y
unas consecuencias incalculables. Los manuscritos griegos –sobre
todo los escritos de Platón y de los filósofos Neoplatónicos y Her-
méticos de Alejandría y de Oriente Medio– se abrieron camino en
Occidente tras el saqueo de Constantinopla realizado por los turcos
en 1453. Estos manuscritos, que no habían sido utilizados en Europa
Occidental desde que los godos invadieron Roma, llegaron a Flo-
rencia en un momento en que los gobernantes de esa ciudad simpa-
tizaban con semejantes escritos heréticos, y el nuevo espíritu de ex-
tensión rápidamente gracias al reciente invento de la imprenta. Ese
movimiento Neoplatónico-Hermético desafiaba descaradamente las
creencias que, durante muchos siglos, se habían considerado sacro-
santas, porque desobedecía abiertamente a la autoridad de la Iglesia,
censurando la obediencia ciega al dogma, y fomentando el desarro-
llo psicológico del individuo. Esa nueva visión del mundo era tan
pagana como lo fue cristiana, y las imágenes de los antiguos dioses
y diosas empezaron a aparecer en el arte renacentista allá donde
antes solo había habido temas religiosos convencionales. Esto se
extendió por Europa Occidental justo cuando se empezaron a utili-
zar las primeras cartas del Tarot que se conocen.
Tenemos que conocer un poco lo que esta nueva visión del
mundo Neoplatónico-Hermético defendía, para que podamos enten-
der mejor el significado de las cartas del Tarot. Podemos también
empezar a vislumbrar precisamente por qué las cartas cayeron en tal
descrédito y fueron asociadas a la labor del Diablo. Fundamental-
mente, la nueva visión del mundo desafiaba la vieja idea medieval
de que el hombre era una pobre criatura pecadora que solo podía
conocer a Dios a través de su intermediaria, la Iglesia. «¡Qué gran
milagro es el hombre!» fue el grito unánime del Renacimiento, por-
que en la nueva visión el hombre era un orgulloso co-creador en el
cosmos de Dios. El movimiento Neoplatónico-Hermético creía que
el ser humano era en esencia un microcosmos del universo, y que,
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por lo tanto, el autoconocimiento –conocimiento del alma– era el
único verdadero camino religioso a través del cual el ser humano
puede volver a conectar con sus orígenes divinos. El autoconoci-
miento era, por cierto, la primera sentencia de los griegos; el «conó-
cete a ti mismo» fue grabado en la entrada del templo de Apolo en
Delfos. Y conocimiento de uno mismo quiere decir conocimiento de
las muchas y variadas tendencias e impulsos del interior del hombre
o de la mujer, algunas de ellas oscuras y luminosas a la vez, como el
conocimiento de los ciclos del desarrollo que tiene lugar en la vida
humana. La multiplicidad de los dioses Griegos para la mente rena-
centista que acababa de despertar era una analogía mejor y más ver-
dadera de los complejos modelos del universo que el mundo más
bien estático de la trinidad con su deidad exclusivamente masculina
y bienhechora. Además, si el hombre era un gran milagro y un co-
creador en el cosmos, tenía derecho a influir en sí mismo y en su
mundo, perfeccionando la creación no tan perfecta de Dios, en vez
de aceptar su suerte con sumisión según el dogma religioso. No es
de extrañar que la Iglesia se haya vengado con tanta saña, obligando
incluso a esta nueva visión del mundo a ocultarse en los dos siglos
siguientes.
Junto con los brillantes y polifacéticos dioses griegos, el Rena-
cimiento adoptó también un método griego de aproximación a los
dioses: el arte de la memorización, que en un principio desarrolló
como una especie de clave pictórica para la meditación. Tanto si el
individuo deseaba simplemente recordar el texto de una oración o
un poema, como si quería experimentar la percepción de la conexión
del alma con el universo, estos sistemas comprendían el estudio o la
meditación sobre una serie de imágenes mágicas, cada una de las
cuales era un símbolo y, por lo tanto, tenía muchos significados. Un
ejemplo de sistema de memorización que aún se utiliza en las igle-
sias Católicas es el Vía Crucis, que pretendía recrear en la mente y
en el corazón del observador todas las etapas de la vida de Cristo, su
muerte y su resurrección. Durante el Renacimiento, los sistemas
memorísticos fueron asociados a los talismanes o emblemas mági-
cos, estampas o amuletos dirigidos a evocar en el observador el sen-
timiento de un determinado poder que actúa en la vida a muchos
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niveles. La finalidad de dicha meditación era la de formar una espe-
cie de escalera para alcanzar niveles más altos de conciencia y pene-
trar en el mundo divino. Las imágenes de los dioses griegos que
aparecen en pinturas, como en los cuadros de Botticelli o en las pri-
meras barajas del Tarot, no son simples renacimientos del culto pa-
gano. Se consideraban símbolos de las grandes leyes que funcionan
en toda la creación. La meditación en estas imágenes estaba dirigida
a restaurar el «recuerdo» de la vida divina del alma, elevando la
conciencia individual que está entrampada en las frivolidades mun-
danas del mundo material y volviendo a conectar a la persona con su
fuente real.
La Iglesia naturalmente consideraba que semejante comercio
con las imágenes paganas era obra del Diablo, y prohibió drásti-
camente que se estudiaran esos temas heréticos. Luego surgió la
llamada Ilustración, que introdujo la visión «científica» del mundo y
aparentemente puso fin a la necesidad mística de los siglos anterio-
res, y las cartas del Tarot fueron condenadas a vivir en el mundo
sombrío de los ocultistas de los siglos XVIII y XIX. Las cartas ya no
eran accesibles al público ni tenían importancia para ninguna idea
filosófica o espiritual que se aceptara en sociedad, y fueron progre-
sivamente amañadas y cambiadas de acuerdo con las particulares
creencias espirituales del grupo o de la orden que había conseguido
tenerlas. De modo que las cartas del Tarot que nosotros vemos nor-
malmente son interesantes híbridos, y están influenciadas por todas
estas cosas, desde la Cábala hasta las leyendas del rey Arturo, desde
las prácticas mágicas de nuestros días hasta el simbolismo de los
Rosacruces. Estos híbridos son interesantes, aunque hayan perdido
su original universalidad, y el lector medio, que desea aprender más
sobre las cartas, se echa muchas veces atrás debido al oscuro simbo-
lismo y quizá a la rígida moral y a la doctrina espiritual que ha sido
inyectada en ellas por una determinada escuela esotérica.
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El Tarot Mítico
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mirar las cartas del Tarot. Las imágenes míticas son ilustraciones
verdaderamente espontáneas, surgidas de la imaginación humana,
que describen en lenguaje poético las principales experiencias hu-
manas y las principales tendencias humanas de desarrollo. La psico-
logía ahora utiliza el término «arquetipo» para describir estas ten-
dencias. Arquetipo quiere decir una tendencia que es universal y
está presente en todos los pueblos, en todas las culturas, en todas las
épocas de la historia.
El nacimiento, por ejemplo, es una experiencia arquetípica. Esto
obviamente es cierto en un nivel concreto –todos, en algún momen-
to, hemos nacido–. Pero es también una experiencia psicológica de
una clase arquetípica, ya que cada vez que empezamos algo nuevo o
entramos en una nueva fase de nuestra vida, se produce una especie
de nacimiento. Y el nacimiento implica también otros estados subje-
tivos, porque haber nacido significa haber dejado las aguas confor-
tables y tranquilas del vientre materno, tanto en un nivel físico como
en un nivel psicológico. La muerte es también una experiencia ar-
quetípica: todos vamos a morir algún día. Pero la muerte es también
psicológica, puesto que la vida cambia y nosotros mismos cambia-
mos, y cada vez que se produce un final de algún tipo, una separa-
ción o el fin de una fase de la vida, hay una especie de muerte. La
pubertad, cuando el niño o la niña se transforma en hombre o mujer,
es otro arquetipo. Todos pasamos por las profundas etapas físicas y
emocionales de la pubertad aproximadamente entre los doce y los
quince años. Pero podemos también pasar por ello muchas veces a
lo largo de la vida, en un nivel interior y subjetivo, cada vez que
pasamos de un modo de ver las cosas fundamentalmente infantil e
ingenuo a una comprensión plena de la vida que penetra y pro-
fundiza en ella. Por este motivo, un mito como el de la joven Persé-
fone arrebatada a su madre por el dios subterráneo Hades es a la vez
una imagen del proceso de la pubertad con su aterradora separación
del confortable mundo familiar y la irrupción de la vida desconoci-
da, y una imagen de una experiencia psicológica que puede ocurrir
cada vez que nos aferramos a unas formas de ver la vida ingenua y
virginales y nos vemos forzados por la experiencia a descubrir pro-
fundidades desconocidas en la vida y en nosotros mismos.
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El mito retrata las tendencias arquetípicas en la vida humana a
través de ilustraciones e historias. El mito griego es una descripción
sofisticada y de una creatividad constante de cómo estamos hechos
por dentro. Esto es lo que comprendió la mentalidad del Renaci-
miento, y es lo que asoma detrás de la imaginería, siempre descon-
certante, de las cartas del Tarot, que trascienden los cambios cultu-
rales y la conciencia de los últimos cuatro milenios y nos vuelve a
conectar –como los viejos sistemas memorísticos– con los antiguos
y eternos designios.
Vemos, pues, que hay dos caminos para acercarse a las cartas
del Tarot. Podemos coger el camino histórico, que es fundamen-
talmente práctico, y podemos coger el camino psicológico, que es
fundamentalmente arquetípico. Con el primero podemos explicar –o
podemos al menos intentar explicar– los orígenes y las intenciones
iniciales de las cartas. Pero el segundo descubre la fuente de su fas-
cinación eterna, a pesar de que ahora estamos más preparados cientí-
ficamente y sabemos más. En el mundo imaginario del alma, las
experiencias no están relacionadas con la causalidad, sino con el
significado. En nosotros funcionan tendencias distintas a las tenden-
cias concretas, y, a menos que entendamos algo del alma, las extra-
ñas coincidencias de las cartas del Tarot pueden parecer espantosas
o molestas. Las relaciones entre los acontecimientos externos de la
vida y las imágenes de las cartas del Tarot no se producen porque
las cartas sean «mágicas», sino porque hay un significado en común.
Eso es lo que entendemos por nacimiento, muerte y pubertad, que
son experiencias internas tanto como externas. Encontramos estas
experiencias una y otra vez en diferentes niveles y en distintos mo-
mentos de la vida, y así habrá una carta del Tarot que describirá
cada una de ellas, y que de algún modo aparecerá, misteriosamente,
sin «causa» aparente, cuando nos echen las cartas en un momento en
que estemos experimentando interiormente dicho acontecimiento
arquetípico. Así pues, el modo en que el Tarot «trabaja» en un sen-
tido predictivo es como una especie de espejo del alma. La naturale-
za arquetípica de las imágenes toca en secreto los acordes incons-
cientes del que lee la carta, y refleja el conocimiento o discernimien-
to, desconocido hasta entonces, en relación con la situación del
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cliente –y así revelan claramente cosas que quizá no podrían ser
descubiertas de un modo racional. Por eso los poderes «clarividen-
tes» y «psíquicos» no son un requisito previo para un lector sensi-
ble, sino más bien un conocimiento de las tendencias o corrientes
que actúan en la vida y que las imágenes de las cartas reflejan.
Ahora podemos volver a nuestras cartas, y entender mejor el
gran diseño arquetípico, la historia o el mito que están retratados en
sus viejas imágenes.
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LOS ARCANOS MAYORES
Las 22 cartas que se llaman los Arcanos Mayores del Tarot son
una serie de imágenes que retratan las diferentes etapas de un ca-
mino. Este camino es algo que tienen en común muchos mitos, le-
yendas y cuentos de hadas, así como las grandes enseñanzas religio-
sas del mundo. Se trata del camino de la vida que todos los seres
humanos han de recorrer, desde el nacimiento, pasando por la infan-
cia y el poder y la influencia de los padres, pasando por la adoles-
cencia con sus amores, conflictos y rebeliones, pasando por la ma-
durez con sus pruebas mundanas y sus desafíos éticos y morales,
pasando por los fracasos y las crisis, la desesperación y la transfor-
mación, y el despertar de una nueva esperanza, hacia una eventual
victoria y el alcance de la meta –que a su vez lleva a otro camino.
Este ciclo no es tan solo un ciclo de edad cronológica, sino también
un ciclo que se produce muchas veces en una vida, porque todo lo
que nos sucede tiene un comienzo, una mitad y un fin. Puesto que el
camino retratado por los Arcanos Mayores es arquetípico, lo cual
quiere decir que no importa cuáles sean los detalles concretos de una
vida determinada, larga o corta, banal o dramática, buena o mala,
ciertas etapas del desarrollo psicológico nos aguardan a todos. To-
dos hemos sido niños y hemos tenido padres, y todos tenemos den-
tro de nosotros un lado infantil y estamos preparados a empezar de
nuevo. Todos hemos experimentado fracasos y triunfos, grandes o
pequeños, y todos crecemos, aunque a veces lo hacemos con desga-
na. Por eso el camino arquetípico de la vida, que es, en realidad, un
camino interior y se produce en muchos niveles diferentes, se ha
podido hallar a lo largo de los milenios en tanto derroche de creati-
vidad. La antigua epopeya Babilónica Gilgamesh, con su héroe que
ha de luchar contra las fuerzas del mal, en realidad no es muy distin-
ta a nuestra Guerra de las Galaxias.
Los cambios internos apresuran los acontecimientos externos, y
los acontecimientos externos fomentan los cambios internos. A ve-
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ces es difícil decir si, por ejemplo, una aventura amorosa ha origina-
do una explosión de actividad creativa y un nuevo discernimiento, o
si un nuevo discernimiento y una manera más creativa de mirar la
vida nos han arrastrado hacia una aventura amorosa. Es difícil decir
también si una quiebra en los negocios origina amargura y descon-
fianza en los demás, o si una innata desconfianza y recelo apresuran
la quiebra financiera debido al alejamiento de los socios. Por eso, las
imágenes de los Arcanos Mayores describen ambas cosas, el estado
interno del individuo en un momento determinado de su vida, y la
clase de experiencias que el individuo es probable que encuentre en
la vida externa. Lo interno y lo externo van juntos, porque el mismo
individuo está en el centro de ambos. Como escribió una vez el gran
psiquiatra suizo Carl Jung, la vida de una persona es característica
de la persona. La adivinación y el discernimiento psicológico van
parejos a las imágenes de los Arcanos Mayores, porque lo que nos
ocurre por fuera está ligado a lo que nos ocurre por dentro. El miste-
rio del porqué una determinada carta del Tarot tiene que aparecer
cuando nos echan las cartas, como si «por casualidad» misteriosa-
mente tuviera algo que ver no solamente con la situación psicoló-
gica del «consultante» (la persona que solicita la consulta), sino
también con sus circunstancias en ese momento, es inexplicable en
términos causales corrientes. Por este motivo, mucha gente se ha
asustado de las cartas y cree que hay algo mágico o sobrenatural en
ellas. Pero no es así, es el alma humana que contiene profundidades
de las que sabemos poco y que parece que está conectada con el
mundo «externo» por medio de acordes significativos. De alguna
manera, entender el sentido interno de una experiencia particular –
¿Qué tiene que ver esto conmigo?– nos puede ayudar a hacer frente
mejor a esa experiencia y a responder a ella de un modo más rico y
creativo, ya que dicha experiencia ya no se vive como una casuali-
dad o la mala suerte o el destino ciego. Podemos ver las huellas de
nuestra propia forma de ser en cualquier cosa que nos ocurra.
El camino de los Arcanos Mayores es, en realidad, el camino
del Loco, que es la primera de las veintidós imágenes. Seguimos al
Loco, y en algún sentido profundo somos el Loco, que emerge de la
oscuridad del vientre de la madre y salta a lo desconocido. Encon-
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tramos las experiencias principales de la niñez –los padres biológi-
cos y los padres internos del espíritu y de la imaginación– en las
cartas del Mago, la Emperatriz, el Emperador, la Suma Sacerdotisa
y el Hierofante. Reconocemos los conflictos y las pasiones de la
adolescencia en las cartas de los Enamorados y del Carro. Encon-
tramos las pruebas sociales y los desafíos morales de la vida en las
cartas de la Justicia, la Templanza, la Fuerza y el Ermitaño. Pasa-
mos por las crisis, las pérdidas y las desgracias repentinas retratadas
por la Rueda de la Fortuna, y sufrimos el desamparo y la desespe-
ranza del Ahorcado y de la Muerte. Hallamos al Loco encarado con-
sigo mismo como el secreto artífice de su propio destino en el Dia-
blo y en la Torre. De esta oscuridad ha nacido la esperanza en las
cartas de la Estrella, la Luna y el Sol; y la victoria sobre las tinieblas
y la reconciliación con la vida llega con las cartas del Juicio y del
Mundo.
Las imágenes de los Arcanos Mayores son antiguos y evoca-
dores símbolos de las experiencias de la vida que pertenece a nues-
tra condición humana y a nuestro humano destino. Símbolos como
estos confieren dignidad a la vida, porque descubrimos que ha habi-
do otros antes que nosotros, y hemos hallado un camino a recorrer,
hemos crecido y nos hemos enriquecido. Todas las cartas tienen
significados ambivalentes, de modo que pueden sugerir las dos di-
mensiones de la experiencia la positiva y la negativa. Ninguna de las
veintidós cartas es totalmente «buena» o totalmente «mala», aunque
hay algunas más fáciles o más difíciles, según la calidad de la expe-
riencia que retratan. Por eso nosotros no utilizamos el método de
poner las cartas al revés (interpretándolas como «buenas» si al
echarlas aparecen al derecho, y como «malas» si aparecen al revés).
Esta técnica de las inversiones es un invento relativamente moderno,
y más que aclarar el sentido de la carta puede crear confusión. La
«importancia» de una carta, para bien o para mal, se hace más inte-
ligible en el contexto de la tendencia global de las cartas echadas,
cosa de la que hablaremos más ampliamente en el capítulo corres-
pondiente. Pero una experiencia arquetípica y, por lo tanto, la ima-
gen arquetípica que la encarna, es una mezcla tan sutil de positivo y
negativo que es imposible separar totalmente lo uno de lo otro.
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Todas las cartas de los Arcanos Mayores son ritos de tránsito –
etapas o procesos, más que resultados finales o situaciones estáticas
que son invariables–. Cada etapa de la vida conduce a la siguiente,
y, aunque intentáramos comprensiblemente detener el tiempo y
permanecer en una situación confortable, no está en nuestro poder
como mortales volver del revés el ciclo progresivo de la vida y de-
tenerlo en un lugar recóndito. De modo que al final del camino el
Loco vuelve a empezar, porque cuando nos damos cuenta de que
hemos alcanzado la meta y que hemos conseguido lo que nos ha-
bíamos propuesto, otra meta, más profunda y más elevada, se mate-
rializa tras la primera, de modo que cada final en realidad es una
preparación para algo más, y empezamos otra vez el ciclo.
Vamos a analizar ahora cada una de las veintidós cartas de los
Arcanos Mayores más detalladamente.
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EL LOCO
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princesa de Tebas. La esposa de Zeus, Hera, furiosa por la infideli-
dad del marido, se disfrazó de niñera y susurró a Semele que tenía
que probar su devoción de amante pidiendo a Zeus que se le mani-
festara en toda su divina gloria. El dios, que había prometido a Se-
mele cualquier cosa que deseara su corazón, se vio obligado por su
promesa cuando ella insistió en que le revelara su divinidad. Con
disgusto, se manifestó como trueno y relámpago y Semele ardió en
llamas. Pero Zeus logró rescatar al niño que iba a nacer. Hermes, el
mensajero de los dioses y protector de la magia, cosió el feto en el
muslo de Zeus; así nació Dionisos.
Hera seguía persiguiendo al extraño niño con cuernos, y mandó
a los Titanes, los dioses de la tierra, a que lo hicieran pedazos. Pero
Zeus rescató el corazón del niño, que aún latía. A este corazón lo
transformó en una pócima de semillas de granada, y esta bebida
mágica fue ofrecida a la virgen Perséfone por Hades, el dios oscuro
del mundo subterráneo, cuando la raptó. Perséfone quedó embara-
zada, y así Dionisos volvió a nacer en el mundo subterráneo. Por eso
se llamó Dionisos Yaco, el Nacido Dos Veces, dios de la luz y del
éxtasis. Su padre Zeus le ordenó vivir entre los hombres y compartir
sus sufrimientos, Hera le hirió con la locura, y él vagó por todo el
mundo, seguido por sátiros silvestres, muchachas y animales. Obse-
quiaba con vino al género humano, y llevaba el éxtasis de la ebrie-
dad y la redención espiritual a los que estaban dispuestos a renunciar
a su apego al poder mundano y a la riqueza. De vez en cuando, su
padre celestial, Zeus, lo elevara al Olimpo, donde tomaba su asiento
a la derecha del rey de los dioses.
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EL MAGO
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Aquí encontramos al dios Hermes, guía de caminantes, protec-
tor de ladrones y embusteros, soberano de la magia y la adivinación,
y el que trae la buena suerte inesperada y los cambios de fortuna. Se
llama el Tramposo, porque es falso y ambiguo, no obstante, es el
mensajero acreditado de los dioses y el que guía a las almas al mun-
do subterráneo. En la mitología Griega Hermes era hijo de Zeus, rey
de los dioses, y de la misteriosa ninfa Maia, que se llamaba también
Madre Noche. Por eso él es hijo tanto de la luz espiritual como de
las tinieblas primordiales, y sus colores –rojo y blanco– reflejan la
mezcla de las pasiones terrenales y de la claridad espiritual que for-
man parte de su naturaleza.
Cuando Hermes era tan solo un niño, salió de la cuna con paso
vacilante y le robó una manada de vacas a su hermano Apolo, el
dios-sol. Para engañar a Apolo se puso las sandalias al revés, para
que el dios airado fuera en dirección contraria a la del culpable.
Cuando Apolo al final se enfrentó con él y le preguntó quién había
robado su ganado, Hermes se presentó ante él con un regalo: una lira
hecha de concha. Hermes hizo alabanzas a su hermano con un len-
guaje adulador y melifluo, diciéndole al viejo dios que el regalo era
en honor de la extraordinaria habilidad de Apolo para la música.
Apolo quedó tan seducido que se olvidó del ganado, y a cambio le
otorgó a Hermes un regalo propio: el don de la adivinación. Hermes
se convirtió así en el maestro de los cuatro elementos, con el poder
de enseñar a los hombres las habilidades de la geomancia (la adivi-
nación a través de la tierra), la piromancia (adivinación por el fue-
go), la hidromancia (adivinación por el agua) y la aeromancia (adi-
vinación por el aire). Él fue siempre adorado en los cruces, donde se
erigían en su honor estatuas llamadas Hermes y se invocaban sus
bendiciones sobre el caminante, el vagabundo y el que no tenía ho-
gar.
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LA EMPERATRIZ
El collar de doce
piedras simboliza los
doce signos del
zodíaco. Como
soberana de la
naturaleza, Deméter
gobierna el ciclo
ordenado de las
estaciones y las leyes
del cosmos.
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volvía otra vez la primavera.
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EL EMPERADOR
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LA SUMA SACERDOTISA
El narciso, que
Perséfone recogía
cuando Hades la
raptó, estaba asociado
con los muertos a
causa de su color
fantasmal y debido a
que florecía cada año
en invierno.
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Encontramos aquí a Perséfone, reina del mundo subterráneo, hi-
ja de la Madre Tierra, Deméter, y guardiana de los secretos de los
muertos. Hemos visto ya, en la carta de la Emperatriz, como, según
la mitología, Hades, señor del mundo subterráneo, fue inundado por
el deseo de la muchacha cuando ella vagaba por los campos reco-
giendo flores, y la arrebató a la tierra para llevársela. Cuando la
condujo a su oscura morada, le ofreció una granada, que ella comió,
tras tomar el fruto de los muertos, ella quedó vinculada a él para
siempre.
Perséfone gobernaba el mundo subterráneo junto con su marido
durante tres meses al año. A pesar de que los nueve meses restantes
los pasaba en el mundo de la luz con su madre Deméter, jamás po-
dría hablar de los secretos aprendidos en la tierra de los muertos. El
reino de Hades, lleno de misterios y riquezas, era circundado por el
terrible río Estigia, que ningún hombre o mujer viviente podía cru-
zar sin el permiso del mismo Hades; aunque Hermes, mensajero de
los dioses y guía de las almas, podía introducir a esos héroes excep-
cionales que habían ganado el consentimiento del dios. Ni siquiera
las almas de los muertos podían cruzar sin pagar una moneda a Ca-
ronte, el viejo barquero que conducía el bote a través del Estigia,
porque en la entrada al reino de Hades estaba agazapado Cerbero, el
terrible perro de tres cabezas que devoraba a todo el que traspasaba,
vivo o muerto, y que no respetara las leyes del reino invisible. Por
ello, al comer la granada, Perséfone dejó atrás su niñez inocente, y
se convirtió en la guardiana de este reino tenebroso y guardiana de
sus secretos.
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EL HIEROFANTE
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para evitar que Ixión hiciera el amor con la diosa en persona. El
Centauro fue educado por Apolo, el dios-sol, y Artemisa, la diosa-
luna, y a causa de su gran sabiduría y espiritualidad fue elegido rey
de los Centauros y se le asignó la tarea de inculcar en los jóvenes
príncipes griegos de las casas nobles los valores espirituales y el
respeto a la ley divina que necesitaban, antes incluso de aprender el
arte de gobernar y el manejo de las armas.
Quirón era también un gran curandero, y conocía los secretos de
las hierbas y la ciencia de las plantas. Pero era incapaz de curarse a
sí mismo. Un día, su amigo, el héroe Hércules, le visitó en su cueva
después de matar a la monstruosa Hidra con sus nueve cabezas ve-
nenosas. Hércules rozó accidentalmente al Centauro en el muslo con
una de las flechas que habían sido mojadas en la sangre del mons-
truo. Esa sangre era un veneno mortal, y el caso es que Quirón no
pudo sacarse el veneno de la herida. Como era inmortal, no podía
morir, y de ese modo se vio obligado a vivir sufriendo, renunciando
a toda la felicidad del mundo y dedicando su tiempo a la enseñanza
de la sabiduría espiritual.
38
LOS ENAMORADOS
39
Aquí encontramos al príncipe Troyano París, al que Zeus enco-
mendó arbitrar en un concurso de belleza entre tres diosas: Hera.
Afrodita y Atenea. Cuando París nació, un oráculo declaró que al-
gún día sería la ruina del reino de su padre. Su padre, el Rey Príamo
de Troya, lo sentenció a muerte abandonándolo en la ladera de una
colina, pero el niño fue rescatado por un buen pastor. París se hizo
hombre cuidando el rebaño y llenando sus horas libres de románti-
cas conquistas, ya que era un joven muy hermoso y atractivo. Cuan-
do estalló una disputa en el Monte Olimpo entre Hera (reina de los
dioses), Afrodita (diosa del amor sensual) y Atenea (diosa de la jus-
ticia), sobre quién era la más encantadora, Zeus decidió que Paris,
con su experiencia rica y variada sobre las mujeres, sería el mejor
juez de la contienda. Hermes fue enviado a informar al joven de ese
dudoso honor que le había sido concedido por el rey de los dioses.
Paris, como es lógico, en principio rechazó la petición, sabiendo
muy bien que cualquiera que fuese la diosa que escogiera, las otras
dos jamás se lo perdonarían. Pero Hermes le amenazó con la ira de
Zeus. Entonces Paris se ofreció amablemente a partir la manzana en
tres trozos, porque ¿cómo iba a poder escoger entre tres diosas tan
radiantes? Pero Hermes tampoco quería aceptar esa excusa. Así que
las diosas se exhibieron ante el joven. Hera le ofrecía el gobierno del
mundo si la escogía a ella. Atenea le ofrecía convertirle en el más
fuerte y más justo de los guerreros. Afrodita simplemente se desta-
pó, y le ofreció la capa del amor, y le prometió como esposa a la
más hermosa de las mujeres mortales.
El resultado era de prever. Paris, que era joven y, por lo tanto,
no tenía aún muy claros sus valores internos, escogió a Afrodita sin
vacilar. Su recompensa fue la famosa Helena, reina de Esparta que,
desgraciadamente, estaba casada con otro. Hera y Atenea sonrieron
y prometieron que no tomarían a mal su elección, y luego se fueron
cogidas del brazo a planear la destrucción de Troya. Por eso estalló
la guerra de Troya, que empezó con la cólera del marido burlado de
Helena y acabó con la destrucción de la ciudad y de toda la casa
real. Y así se cumplió el oráculo.
42
EL CARRO
43
le acompañaban en el campo de batalla. A diferencia de la diosa
Atenea, que, como divinidad de la guerra, representaba la estrategia
fría y la logística. Ares amaba el ardor y la gloria de la batalla en sí
misma, y el desahogo exultante de su fuerza al desafiar a los enemi-
gos.
Ares era, en muchos aspectos, un dios que no despertaba sim-
patías, porque se le asociaba con la lucha y con el derramamiento de
sangre, y el Olímpico Zeus y Atenea le detestaban por su fuerza
bruta y por su falta de finura. Pero Afrodita, diosa del amor, tenía
diferentes gustos. Impresionada por el vigor del hermoso guerrero,
al que sin duda comparaba con su repulsivo esposo Hefesto, dios del
fuego, se enamoró de Ares. Muy pronto el sentimiento fue recípro-
co. Ares aprovechó sin escrúpulos la ausencia de Hefesto para des-
honrar el lecho marital. Pero el marido descubrió el adulterio y pla-
neó una venganza ingeniosa. Forjó en secreto una malla tan fina que
no se podía ver, pero tan fuerte que no se podía romper. Colocó esta
red encima de la cama donde los amantes solían retozar. Cuando la
pareja volviera a hacer el amor y posteriormente se quedaran dormi-
dos, la red invisible se extendería sobre ellos, y Hefesto llamaría a
todos los dioses para que presenciaran la vergüenza de su esposa y
de su amante. Pero el ardor de Ares no fue extinguido por su turba-
ción y más tarde de su unión con Afrodita, nació una hija, Armonía,
cuya cualidad, como su nombre indica, era un armonioso equilibrio
de amor y lucha.
46
LA JUSTICIA
48
sentimientos personales, sino en una valoración imparcial y objetiva
de todos los datos contenidos en una situación, y en unos principios
éticos que se mantienen como constantes líneas de conducta a se-
guir. La castidad de Atenea puede ser tomada como un símbolo de
la entereza y de la pureza de esta facultad reflexiva, que no está in-
fluenciada por el deseo personal. Su enseñanza de las artes civiliza-
das refleja también la capacidad de la mente para domeñar a la natu-
raleza indómita y transformarla a través de la claridad y de la plani-
ficación objetiva. Su inclinación hacia la lucha por los principios
más que por las pasiones emana de la capacidad de la mente para
tomar decisiones basadas en la reflexión, controlando los instintos.
50
LA TEMPLANZA
51
tan suavemente como el viento del oeste. Céfiro, que era su esposo.
Otras veces deslizaba hacia abajo el arco iris que unía el cielo con la
tierra. Corría por las aguas con igual facilidad. Incluso el mundo
subterráneo se abría ante ella cuando, por orden de Zeus, iba a llenar
de nuevo su copa de oro con las aguas de Estigia, que los inmortales
tomaban para comprometerse con terribles juramentos. Cuando los
dioses volvían al Olimpo de sus viajes, Iris tenía que desenganchar a
los corceles de sus carros y dar a los viajeros néctar y ambrosía.
Iris no solamente entregaba los mensajes de Hera, también lle-
vaba a cabo su venganza, aunque lo que hacía más a menudo era
ofrecer ayuda y cuidado. Ella preparaba el baño de Hera, la ayudaba
en su aseo, y día y noche estaba a los pies del trono de su señora.
Según una versión del mito, fue Iris, en vez de Afrodita, la que dio a
luz a Eros, el dios del amor.
54
LA FUERZA
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héroe con terribles castigos. Ello lo volvió loco, y él en su locura
mató sin querer a su mujer y a sus hijos. Hércules rogó a los dioses
que le dieran algún trabajo para expiar sus crímenes, y el oráculo de
Delfos le ordenó que se sometiera a doce años de trabajos forzados
al servicio del malvado Rey Euristeo, al que Hera favorecía. Por eso
el héroe se sometió voluntariamente al servicio de la diosa que le
persiguió, para expiar un crimen del que ella era principalmente
responsable.
El primero de los famosos Doce Trabajos que el Rey Euristeo le
exigió a Hércules fue el de cimentarse con el León de Nemea, una
enorme fiera con el pellejo duro como el hierro, el bronce y la pie-
dra. Puesto que el león había asolado al vecindario. Hércules no
encontró a nadie que pudiera llevarle hasta su cubil. Encontró a la
fiera por casualidad, manchada con la sangre de la última víctima.
Él le disparó una lluvia de flechas, pero estas rebotaron indemnes
del pellejo grueso del león. A continuación utilizó su espada, que se
torció, y después su garrote, que se hizo astillas sobre la cabeza del
león. Entonces Hércules cubrió con una red una de las dos bocas de
la cueva en la que el león se ocultaba, y se deslizó por la otra entra-
da. El león sacó una de sus garras, pero Hércules consiguió agarrarle
del cuello y le apretó hasta matarle con sus propias manos. Entonces
despellejó al león con sus propias garras, afiladas como navajas, y
desde entonces usó siempre la piel como armadura y la cabeza como
casco, llegando a ser así tan invencible como la misma fiera.
58
EL ERMITAÑO
La hoja creciente de
la guadaña es también
la luna creciente,
otorgada a Cronos
por su madre Gea, y
que simboliza las
fluctuaciones eternas y
los cielos del tiempo.
59
Gea se enfadó y meditó una terrible venganza contra su esposo. Sa-
có de su seno un pedernal, fabricó una guadaña afilada y se la dio al
astuto Cronos, su último retoño. Cuando por la tarde bajó Urano,
fue, como de costumbre, a reunirse con su esposa. Mientras dormía
tranquilo, Cronos, que con la ayuda de su madre estaba agazapado,
se armó con una guadaña, castró a su padre, y echó sus genitales
sangrantes al mar.
Luego Cronos liberó a sus hermanos y se convirtió en el sobe-
rano de la tierra. Bajo su largo y paciente reinado, la labor de la
Creación llegó a su término. Este tiempo en la tierra llegó a cono-
cerse como la Edad de Oro, a causa de la abundancia que Cronos
presidió. Como dios del tiempo, presidía el paso ordenado de las
estaciones, el nacimiento y el crecimiento seguido de la muerte, y la
gestación y el renacimiento, y era adorado tanto como un inflexible
segador que fijaba los límites que el hombre y la naturaleza no po-
dían sobrepasar, que como dios de la fertilidad. Pero Cronos no po-
día aceptar él mismo las leyes cíclicas que había inaugurado, por-
que, cuando le profetizaron que algún día su propio hijo le destrona-
ría como hizo él con su padre Urano, devoró a sus hijos tan pronto
como nacían, para poder preservar su gobierno sin cambios. De este
modo sigue la historia de Zeus, el más joven de los hijos de Cronos.
al que encontramos en la carta del Emperador y que, según la mito-
logía, destronó a Cronos e introdujo a los dioses en el reino del
Olimpo. Cronos fue desterrado, algunos dicen que a las profundida-
des del mundo subterráneo, pero otros dicen que a las Islas Benditas,
donde duerme, aguardando el comienzo de una nueva Edad de Oro.
62
LA RUEDA DE LA FORTUNA
Aquí encontramos a las tres diosas del Destino, que los griegos
llamaban Moiras. Según la mitología, las Moiras eran hijas de la
Madre Noche y habían sido concebidas sin padre, Cloto era la que
hilaba, Láquesis la que medía y Atropos, cuyo nombre quiere decir
«la que no se puede evitar», la que cortaba. Las tres Parcas urdían el
hilo de una vida humana en la oscuridad secreta de su cueva, y su
trabajo no lo podía hacer ningún dios, ni siquiera el gran Zeus. Una
vez que se urdía el destino de un individuo, eso era irrevocable, y no
63
podía ser alterado, y la longitud de la vida y el tiempo de la muerte
eran la parte y el lote del cupo que las Moiras adjudicaban. Si un
individuo intentaba desafiar al destino, como a veces hacían los hé-
roes, entonces padecía de lo que llamaban ubris, que quiere decir
arrogancia, ante los dioses. Dicho individuo no podía, naturalmente,
escapar a su destino, y a veces era castigado severamente por los
dioses por intentar transgredir los límites establecidos por las Moi-
ras. En una versión de la mitología, se dice que Apolo, el dios-sol,
en una ocasión se burló de las Moiras y maliciosamente las embo-
rrachó para salvar a su amigo Admetus de la muerte. Pero se creía
normalmente que el mismo Zeus tenía miedo de las Parcas, porque
no eran hijas de ningún dios, pero descendían de las profundidades
de la Noche, que era el poder más antiguo del universo.
66
EL COLGADO
67
nea infundía la vida en la creación. Por eso Prometeo tenía una pro-
funda simpatía por toda la humanidad, porque él los había hecho.
Pero Zeus afirmó su divina supremacía sobre los hombres ne-
gándoles el fuego. Eso quería decir que no podía haber progreso ni
iluminación, porque sin el fuego el hombre estaba condenado a vivir
como los animales, comiendo carne cruda y ocultándose en cuevas.
Prometeo cogió un poco de fuego sagrado de la forja de Hefes-
to, lo ocultó en un tallo hueco de hinojo, y lo llevó a la tierra. Zeus,
ultrajado por el robo, decidió aniquilar a la humanidad por medio
del diluvio para destruir a sus ofensores, porque no solamente fue
injuriado su orgullo, sino que el hombre, con el fuego, podía intentar
ser como dios. Pero Prometeo advirtió a su hijo Deucalión, que
construyó un arca y subió a bordo junto a su esposa, Pirra. El dilu-
vio duró nueve días y nueve noches, pero en el décimo día la inun-
dación cesó y Deucalión ofreció un sacrificio a Zeus. El rey de los
dioses, conmovido por su piedad, accedió a su petición de renovar la
raza humana.
Pero Prometeo no pudo librarse tan alegremente. Como era de
imaginar, Zeus lo agarró y lo ató con unas cadenas indestructibles
en lo alto de un precipicio en las montañas del Cáucaso. Un águila
bajaba cada día a devorar el hígado de Prometeo: cada noche el hí-
gado volvía a crecer y la tortura continuaba. Después de 30 años,
Zeus permitió que el héroe Hércules lo rescatara, quien mató al
águila y rompió las cadenas del prisionero. Prometeo recibió la in-
mortalidad, al tiempo que la humanidad, agradecida, levantó altares
en su honor y por primera vez usó los anillos, en recuerdo a su es-
clavitud.
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podemos responder de muchas maneras a estos cambios. Hay perso-
nas que no pueden adaptarse y se aferran al pasado que han perdido.
Otras se vuelven amargadas y le echan la culpa a la vida, a Dios, a la
sociedad o a otra persona. La imagen de Prometeo es un símbolo de
esa parte de nosotros que tiene la perspicacia necesaria como para
comprender que determinados cambios pueden ser necesarios para
descubrir un designio interno que aún no tenemos claro. Por eso, el
Titán representa una actitud de sumisión voluntaria a ese misterioso
centro cuyas obras están detrás de las vueltas de la Rueda.
Prometeo, el Colgado, implica una aceptación de la espera en la
oscuridad. Está colgado torturado por la inquietud y el miedo de que
su sacrificio al final pueda ser baldío: tiene aún una expresión llena
de paz. Y su suspensión al final se acaba, modificándole a él y a su
relación con los dioses, puesto que se le da la inmortalidad. En mu-
chos aspectos, Prometeo es una imagen de la renuncia al control,
para que pueda salir a flote un nuevo y más grande sentido de la
vida. Puesto que Prometeo ha hecho al hombre, se puede decir que
es hombre «una especie de espíritu visionario» dentro de nosotros,
que ve posibilidades superiores, y está dispuesto a dejar todo lo que
antes considerábamos sagrado, para poder conseguir una conciencia
mayor. Como resultado, Prometeo en un principio se hace terrible-
mente vulnerable, porque si estamos decididos a realizar un sacrifi-
cio semejante por fe, entonces nos abrimos a la vida, y la vida puede
herirnos. Pero este precio, de entregar nuestras defensas y hacer el
camino en la soledad y la duda, parece necesario para todo sentido
real de aquello que nos sostiene cuando nosotros no podemos soste-
nernos a nosotros mismos. Es lo que las religiones entienden por
verdadera fe, y solo se puede ganar arriesgándose en la vida. La
carta del Colgado es una consecuencia natural de la vuelta de la
Rueda de la Fortuna, ya que implica una voluntad de creer en ese
Otro que sabe mejor que el ego lo que puede ser justo y necesario
para el desarrollo de uno.
70
LA MUERTE
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za oculta. Hades era hijo del Titán Cronos y de Rea, y fue rescatado
por su hermano Zeus cuando Cronos vomitó a sus hijos. Zeus en-
tonces entregó a Hades el reino del mundo subterráneo como su
parte de la herencia. En ese campo el dios tenebroso gobernó como
amo absoluto. Cuando salía a la luz, su casco le hacía invisible, para
que ningún mortal pudiera verle. Los ritos de la muerte exigían que
se metiera una moneda de oro en la boca del cadáver, ya que, si no
ofrecía a Hades este tributo, el alma se veía obligada a vagar para
siempre en las orillas del río Estigia, que circunscribía el reino del
mundo subterráneo.
Aunque a Hades se le concediera una condición inferior a la de
su hermano celestial Zeus, él poseía el poder más grande, ya que su
ley era irrevocable. Una vez que un alma entraba en el reino de Ha-
des, no había dios, ni siquiera el rey de los dioses, que pudiera recu-
perarla. Aunque algunos héroes como Orfeo y Teseo entraran de
forma ilícita en el reino de Hades, engañando al viejo barquero Ca-
ronte y consiguieran escapar al terrible Cerbero, el perro de tres ca-
bezas que custodiaba las puertas, ninguno de ellos volvió al mundo
superior del mismo modo. El poder de Hades era tan irrevocable que
los dioses prestaban sus juramentos con las aguas del río Estigia,
que era a la vez un veneno mortal y otorgaba la inmortalidad.
73
A nivel adivinatorio, la carta de la Muerte implica que algo se
tiene que acabar. Que esta experiencia sea penosa o no depende de
la capacidad de la persona para aceptar y reconocer la necesidad de
los finales. La carta de la Muerte puede presagiar una oportunidad
para una nueva vida, si conseguimos desprendernos de la vieja. Por
eso el Loco entra en el mundo subterráneo, dejando tras él su vida
anterior, para prepararse a un futuro desconocido.
74
EL DIABLO
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A nivel adivinatorio, la carta de Pan, el Diablo, sugiere la nece-
sidad de afrontar todo lo que tenemos de sombrío, vergonzoso y
bajo en nuestra personalidad. El Loco debe liberarse alcanzando el
conocimiento y la aceptación honrada y humilde de Pan, entonces
podrá rescatar el poder creativo que está encadenado por su propio
pánico y asco de sí mismo. Así llegará al centro del laberinto y mi-
rará a la cara su propia oscuridad en la sustancial oscuridad de su
cuerpo, para llegar a ser lo que siempre ha sido: puramente natural.
78
LA TORRE
Aquí vemos al famoso Laberinto del rey Minos, que fue alcan-
zado por un terremoto cuando el dios Poseidón, enfadado, salió de
las aguas para derribar al reino. Según la mitología, Minos era el
rico y poderoso rey de Creta. Recibió este poder de Poseidón, dios
del terremoto y de las profundidades del océano, que consintió en
79
hacer a Minos soberano de los mares si el rey ofrecía un hermoso
toro blanco al dios en sacrificio. Pero el rey Minos no quería dar el
toro, y lo escondió en su manada, poniendo en su lugar un animal
más pequeño. Poseidón, furioso con Minos por haber sido arrogante
y haber rechazado el pacto, pidió la ayuda de Afrodita, la diosa del
amor. Ella inspiró a la esposa de Minos, Pasífae, una pasión ardiente
por el toro blanco. La reina sobornó a Dédalo, artesano de palacio,
para que le hiciera una vaca de madera. Pasífae entró en la vaca, el
toro penetró a Pasífae, y de esta unión de la reina y la bestia nació el
Minotauro, la vergüenza de Minos, una horrible criatura con cuerpo
de hombre y cabeza de toro, que se alimentaba de carne humana. El
rey, aterrorizado, escondió esta criatura en el interior de un gran
Laberinto de piedra que mandó construir a Dédalo.
Pero el reino no podía quedar para siempre en esta situación es-
tancada, con un secreto tan infamante en su interior. Con la ayuda
de Ariadna, la hija de Minos, el héroe Teseo, hijo de Poseidón, vino
y mató al Minotauro, y el dios en ese momento salió airado de su
lecho en el fondo del mar y atacó al Laberinto. El edificio fue redu-
cido a escombros por el terremoto, que enterró a la vez al rey Minos
y al cadáver del Minotauro, al tiempo que todos los esclavos que
habían estado sometidos al poder de Minos fueron puestos en liber-
tad. Teseo fue proclamado rey de Creta, una nueva era fue inaugu-
rada y el Laberinto no fue levantado nunca más.
82
LA ESTRELLA
83
cofre que Zeus había dado maliciosamente a la humanidad, y soltó a
todas las plagas. Después que el Titán Prometeo robara el fuego
sagrado de los dioses para dárselo a la humanidad, el rey de los dio-
ses decidió infligir a la raza humana severos castigos, que culmina-
ron en el gran diluvio descrito en la carta del Ahorcado. Antes de
este diluvio, sin embargo, su ira era más sutil, aunque no se había
saciado todavía. Zeus ordenó a Hefesto, el dios del fuego, que hicie-
ra un cuerpo con barro y agua, le diera fuerza vital y voz humana, e
hiciera a una virgen cuya belleza deslumbradora fuera igual a la de
las diosas inmortales. Todas las divinidades colmaron esta nueva
criatura con sus regalos especiales, y le dieron el nombre de Pando-
ra. Hermes, sin embargo, puso perfidia en el corazón de Pandora y
mentiras en su boca. Zeus envió esta mujer a Epimeteo, hermano de
Prometeo, junto con un gran cofre. Pero Epimeteo, habiendo sido
advertido por su hermano de que no aceptara regalos de Zeus, se
disculpó respetuosamente. Pero luego, al ver la terrible venganza
que el rey de los dioses infligió a Prometeo, Epimeteo (cuyo nombre
significa «que ve por detrás») se apresuró a casarse con Pandora.
Prometeo, antes de ser agarrado y aprisionado en su solitario pi-
co de la montaña, logró advertir a Epimeteo de que no tocara el co-
fre, y Epimeteo comunicó esta advertencia a Pandora con espantosas
amenazas. Pero Hefesto había hecho a Pandora tan loca, traviesa y
holgazana como hermosa. Al poco tiempo abrió la tapadera del co-
fre, y las terribles plagas que Zeus había juntado –la Vejez, el Tra-
bajo, la Enfermedad, la Demencia, el Vicio y la Pasión– escaparon y
se esparcieron sobre la tierra, infectando a toda la humanidad. Solo
la esperanza, que de algún modo consiguió encerrarse en el cofre
junto con las Plagas, no se fue volando.
86
LA LUNA
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suscitó la cólera de su madre por robarle un frasco de colorete. Ella
huyó a la tierra y se ocultó en casa de una mujer que acababa de dar
a luz un niño. El contacto con el parto la hizo impura, y por eso fue
llevada al mundo subterráneo, para lavar su mancha. Pero resulta
que se convirtió en uno de los soberanos del mundo subterráneo, y
se llamó a la Reina Invencible, la que presidía las purificaciones y
las expiaciones. Como era una diosa de encantamiento, enviaba a la
tierra demonios que atormentaban a los hombres en sus sueños. Iba
acompañada por Cerbero, el guardián de la entrada al mundo subte-
rráneo, que tenía tres cabezas, y que era su forma animal y su espíri-
tu familiar. Los sitios que solía frecuentar más a menudo eran los
cruces de los caminos, las tumbas y los lugares de crímenes, y le-
vantaban en su honor imágenes sagradas de tres cabezas en los cru-
ces de los caminos y era adorada en vísperas de luna llena.
El mismo Zeus honró tanto a Hécate que nunca le negó el anti-
guo poder del que ella siempre había disfrutado: el de conceder o
denegar a los mortales cualquier deseo. Sus compañeras en el mun-
do subterráneo eran las tres Erinias o Furias, que castigaban las
ofensas contra la naturaleza y representaban de una forma más ame-
nazadora a las tres Moiras o Parcas. Por eso Hécate es una de las
imágenes más arcaicas de la mitología, y preside la magia, el parto,
la muerte, el mundo subterráneo y el destino.
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A nivel adivinatorio, la carta de Hécate, la diosa-luna, presagia
un periodo de confusión, fluctuación e incertidumbre. Estamos en
poder del subconsciente y lo único que podemos hacer es esperar y
aferramos a las impalpables imágenes de los sueños y a la vaga per-
cepción de esperanzas y fe. Por eso el Loco aguarda su renacimiento
en las aguas de un útero más grande, vagamente consciente de que
su camino de desarrollo personal no es más que un pequeño frag-
mento de una vida amplia, inabarcable, que se extiende a lo largo de
milenios y que permanece eternamente fértil, aunque eternamente
informe.
90
EL SOL
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do era el de Febo, que quiere decir «el brillante», y, según la mito-
logía, se recreaba en lo alto de los picos de la montaña. Era hijo de
Zeus y de Leto, la diosa de la Noche. Al igual que otros niños, Apo-
lo no fue alimentado con la leche de su madre. Se hartó de néctar y
de dulce ambrosía, e inmediatamente el recién nacido arrojó sus
pañales y fue dotado de fuerza viril. Con el arco y las flechas de
largo alcance que Hefesto, el dios del fuego, había hecho para él,
salió en busca de un lugar para su santuario. Pero el lugar que esco-
gió fue la garganta de una montaña, que era la madriguera de la ma-
ligna serpiente femenina Pitón, una bestia enviada por Hera, fuera
de sí por los celos, para destruir a Leto, la madre de Apolo. El dios
mató a Pitón con una de sus flechas y se coronó a sí mismo con el
laurel sagrado, y llamó a su nuevo santuario Delfos.
En el santuario de Delfos estableció su oráculo, que se expre-
saba a través de una sacerdotisa que fue conocida como la Pitonisa.
Mientras tanto, él dejaba Delfos cada año en otoño y viajaba a la
misteriosa tierra de los Nórdicos, donde podía disfrutar de un cielo
eternamente brillante. Apolo era enemigo de toda oscuridad, y podía
quitar a los hombres la maldición del asesinato y las fatigas del do-
lor. Pero era una divinidad tramposa, porque su oráculo era de doble
sentido y evasivo, y sus flechas podían matar no solamente a los
monstruos, sino también a los hombres. Por eso era el dios de la
muerte repentina lo mismo que era un senador que se llevaba las
enfermedades y las sombras. Respecto a la profecía, que normal-
mente era el don de las divinidades del mundo subterráneo, Apolo
fue adueñándose de ella poco a poco hasta que llegó a encarnar en sí
mismo la visión trascendental.
94
EL JUICIO
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Aquí, como nos estamos acercando al final del ciclo de los Ar-
canos Mayores, encontramos a ese dios que vimos al principio –
Hermes el Psicopompo, Guía de las Almas–. En la carta del Mago,
Hermes aparece como el guía interior del Loco al comienzo del ca-
mino de la vida –un tramposo, un protector de los viajeros perdidos
y un mago que puede encauzar el camino a través de las intuiciones
misteriosas que en la mitología se decía que dispensaba el dios.
Ahora se revela como una poderosa divinidad del mundo subterrá-
neo, emisario de Hades, que llama a los moribundos de forma ama-
ble, y elocuente posando su báculo de oro sobre sus ojos. Pero Her-
mes puede también llamar otra vez a la vida las almas de los muer-
tos, así como puede introducirlas en el reino de Hades. Según la
mitología, cuando Tántalo, el rey de Lidia, hizo pedazos a su propio
hijo y lo sirvió en banquete a los dioses, Hermes volvió a juntar los
pedazos y devolvió la vida al joven. Como heraldo de los dioses
celestes, Hermes también liberó a héroes como Teseo, que entraron
en el reino de Hades de forma ilícita y luego se quedaron allí deteni-
dos. Guió también a Orfeo hasta el reino de las tinieblas a buscar a
su perdida esposa Eurídice, y le condujo otra vez fuera cuando la
perdió por segunda vez. Por eso, el Hermes de la carta del Juicio no
es solamente Hermes el Guía, sino Hermes el Convocante, el que
conduce a las almas de los muertos a rendir cuentas y las prepara
para una nueva vida.
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EL MUNDO
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LOS ARCANOS MENORES
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EL PALO DE COPAS
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El As de Copas
La carta del As de Copas retrata a una hermosa mujer
morena que sale de la espuma del mar sujetando una sola
copa de oro.
El Dos de Copas
La carta del Dos de Copas retrata el encuentro inicial
entre Eros y Psique. Psique, vestida de blanco para indicar
su virginidad, es confinada por orden de Afrodita a una ro-
ca alta rodeada por el mar. A sus pies hay una copa de oro.
Ella mira hacia el horizonte, aguardando su muerte segura
en la boca del monstruo que está agazapado bajo el mar.
Detrás de ella, Eros revolotea en el cielo, al tiempo que su
caballo de oro y sus alas doradas desprenden su leve res-
plandor. En su mano derecha sostiene una copa de oro. En
su mano izquierda lleva la flecha con la que acaba de pin-
charse accidentalmente, quedando así enamorado, sin que-
rer, de la mujer que le habían ordenado matar.
114
a la que puede unirse. Según la antigua fábula de Platón acerca de
los orígenes de la humanidad, el alma humana fue una vez perfec-
tamente esférica y contenía a la vez lo masculino y lo femenino.
Pero esta alma andrógina fue dividida, y por eso la raza humana,
hecha de hombres y mujeres, se ve impulsada ciegamente a buscar
su mitad perdida. Para la mentalidad griega, la atracción erótica re-
presentaba algo que era a la vez sensual y espiritual, porque al tiem-
po que proporcionaba un placer físico era también una búsqueda del
alma para su propio complemento.
Cuando una nueva potencialidad empieza a surgir del sub-
consciente en la vida del individuo, empieza a ponerse en marcha
proyectándose en algo o en alguien de fuera. Por eso, cuando la po-
tencialidad para la realización indicada por el As de Copas empieza
a moverse en el interior de la persona, la primera indicación de este
movimiento es la atracción hacia otra persona, en la que vemos un
destello de lo que nosotros mismos estamos a punto de llegar a ser.
En la Psique mortal, el dios Eros ve una oportunidad para la huma-
nización, porque él es un espíritu de amor desencarnado que no se
ha encarnado en una relación humana. En el dios Eros, la mortal
Psique, con el tiempo –aunque todavía no– ve la oportunidad para la
inmortalidad, que puede elevar su amor humano a un nivel más alto
y más espiritual. El Dos de Copas nos introduce en los protagonistas
de la historia, y el poder primordial de Afrodita se ha convertido en
el poder de la atracción.
115
El Tres de Copas
La carta del Tres de Copas retrata la boda de Eros y
Psique. De pie sobre una roca rodeada por el agua, Psique
nos mira en traje de novia, con el pelo adornado de flores.
Tiene un ramo de lirios blancos. Detrás de ella está el no-
vio al que no puede ver –Eros, el radiante dios del amor,
armado con su arco y su aljaba de flechas de oro–. Alrede-
dor de ellos danzan en un círculo tres ondinas o ninfas del
agua, cada una de ellas saliendo del agua y sujetando hacia
arriba una copa de oro para celebrar la boda.
116
de Copas sea completo y el amor de Eros y de Psique se manifieste
con todas sus posibilidades humanas y divinas. El Tres de Copas es
una iniciación a la vida, llena de promesa. La virgen se convierte en
novia, y deja atrás para siempre su virginidad y su inocencia. Pero
esta es una carta de transición, que anuncia ulteriores desarrollos. El
camino no se ha acabado todavía, y queda una dura labor por delan-
te.
El Cuatro de Copas
La carta del Cuatro de Copas retrata a Psique, sentada
en el bonito palacio del dios Eros. A través de las columnas
blancas se puede entrever el mar. A ambos lados de Psique
están sentadas sus odiosas hermanas, vestidas de rojo y de
negro. Le están diciendo al oído que su esposo tiene que ser
un monstruo horrendo; ¿si no por qué iba a ocultarse a la
luz del sol y visitarla solo de noche? Psique tiene el rostro
preocupado. Ante ella hay cuatro copas de oro.
Los Cuatros, en todos los Palos de los Arcanos Menores, son las
cartas del divino descontento. Aunque parezca que todo va bien y
que todo es reconfortante, sin embargo, existe la duda y la sospecha.
El Cuatro de Copas retrata este descontento a nivel de sentimiento.
Psique vive en la abundancia y es visitada de noche por su esposo
amante y tierno, pero a pesar de eso ella no está satisfecha. Las her-
manas, envidiosas y poco atractivas, son en cierto aspecto el impul-
so interno del alma de la propia Psique, porque, aunque ellas sean
malévolas y negativas y la hagan dudar, después de todo analizan un
117
problema real: la ceguera de Psique y su ignorancia respecto a lo
que es, en realidad, su compañero. Por eso, la realización inicial del
Tres ya ha demostrado ser una contrariedad, ya que hay una con-
ciencia cada vez mayor de que algo va mal, de que algo no se ha
hecho bien. Cada uno de nosotros tiene dentro esas odiosas herma-
nas, una especie de lado sombrío de la personalidad que tiene mala
intención, pero que en el fondo da buen resultado, porque nos fuerza
a examinar más profundamente nuestras relaciones emocionales con
los demás y a exigir más honradez. Si Psique hubiera permanecido
en su estado, ciego y dichoso, de ignorancia, nunca habría crecido,
ni habría alcanzado jamás la potencialidad plena tanto en su relación
con Eros como consigo misma. Por eso, el Cuatro de Copas, la carta
de los sentimientos descontentos y de la insatisfacción emocional
por un motivo no aparente, es negativa y positiva a la vez. Retrata
todas nuestras sospechas bajas y mezquinas y todas nuestras dudas
respecto al otro; y esto constituye la semilla de toda traición. Aun-
que retrata también una misteriosa tuerza inteligente que funciona
en el individuo, y que sabe de alguna manera que hay mucho más
camino que recorrer.
El Cinco de Copas
La carta del Cinco de Copas retrata las consecuencias
de la traición que Psique le hace a Eros. Sus hermanas ha-
118
bían despertado sus temores hasta tal punto que rompió la
promesa hecha a su esposo y encendió una lámpara para
ver su rostro dormido. Aquí vemos a Psique de pie, trastor-
nada, ante el lecho nupcial vacío, la lámpara en una mano,
la otra mano buscando desesperadamente la figura de Eros
que se retira y que podemos entrever mientras desaparece
tras las columnas de mármol de su bonito palacio. En pri-
mer plano, hay cuatro copas volcadas, con sus contenidos
derramados por el suelo. Al lado de ellas queda una quinta
copa de pie, totalmente intacta.
El Seis de Copas
La carta del Seis de Copas retrata a Psique sentada en
una roca, detrás de la cual se puede ver un mar tranquilo.
En su mano izquierda lleva una copa de oro, que ella con-
templa pensativa. En su mano derecha lo que queda de su
ramo nupcial de lirios blancos, más bien enlodados. Alre-
dedor de ella, en los arrecifes de la roca, hay otras cinco
copas de oro.
120
se ha hecho realidad: por eso ella tiene algo que construir. La nos-
talgia del pasado siempre nos ronda en momentos así, pero siempre
hay una punta de verdad en ello. No se trata de una fantasía pura-
mente sentimental y sin fundamento. Después de la autorrecrimina-
ción del Cinco, el Seis de Copas representa un giro positivo en el
camino de Psique hacia su meta.
El Siete de Copas
La carta del Siete de Copas retrata a la diosa Afrodita
enfrentándose a Psique con los trabajos que esta tiene que
realizar para conquistar de nuevo a Eros. Psique está arro-
dillada encima de una roca ante la diosa, y reconoce su di-
vina soberanía en todos los asuntos de amor. Afrodita, sa-
liendo del agua, señala hacia la séptima copa de oro que
flota en las nubes ante ella.
121
en el Seis de Copas, con un compromiso firme hacia su amor, y hu-
mildemente pide ayuda a Afrodita, a pesar de que ahora sabe muy
bien que fue la caprichosa diosa la que dio comienzo a su suerte
catastrófica. Afrodita, es respuesta, garantiza su futura reunión con
Eros, y augura un final feliz para esta unión. Para Psique ahora todo
es posible. Pero Afrodita pide su precio: trabajos duros que necesi-
tan tiempo y esfuerzos atroces, cuidado y previsión, y que la expon-
drán a la humillación y al sufrimiento. Pero Psique no puede conse-
guir a Eros sin pasar antes por estas fatigas.
El ímpetu de los sueños felices sobre un futuro maravilloso en el
que todo es posible en el amor, es una consecuencia natural del
compromiso interno que ha tenido lugar en el Seis. Cuando hemos
alcanzado una profunda realización de nuestros sentimientos, o he-
mos conectado con una parte importante de nosotros mismos como
Psique ha hecho con su amor por Eros, el futuro se nos antoja de
color de rosa. «Ahora sé lo que ha ocurrido realmente», decimos con
confianza, porque ahora sabemos que las posibilidades son ilimita-
das. Pero el tiempo, unas decisiones meditadas y un trabajo duro,
son necesarios ahora para que estas posibilidades se hagan realidad.
La relación profunda y honrada que Psique ahora sabe que quiere,
promete un futuro feliz. Pero ella ha de aceptar primero las limita-
ciones de la realidad: que su esposo es demasiado inmaduro todavía
para aceptar esta honestidad, y que ella ha de aprender a tener pa-
ciencia, fe y perseverancia antes de poder conquistarlo otra vez.
El Ocho de Copas
La carta del Ocho de Copas retrata a Psique realizan-
do la última labor que Afrodita le ha asignado: meterse en
122
el mundo subterráneo para traer un frasco de belleza de
Perséfone. Psique aparece con las manos varías, mientras
desciende los peldaños hacia la oscuridad del mundo subte-
rráneo, y su cara está triste y resignada porque ha cogido
un camino del que no sabe si va a salir viva. Detrás de ella,
se quedan ocho copas de oro, ordenadas en fila.
El Nueve de Copas
El Nueve de Copas retrata el momento de gozo en el
que Psique es rescatada de las tinieblas del mundo subte-
rráneo y se reúne con Eros. Psique y Eros están cara a cara
abrazándose, adornados con guirnaldas de flores, encima
de una roca que se levanta sobre el mar. Cada uno sostiene
una copa de oro. De pie, junto a ellos, está Afrodita, com-
placiente, levantando una copa para bendecir su unión.
Debajo de ellos hay seis copas de oro cuidadosamente or-
denadas para celebrar el reencuentro de los enamorados.
124
poso y deja avergonzados a los mismos dioses.
Este segundo encuentro es el verdadero matrimonio de Eros y
Psique, y sugiere lo que puede significar una unión así. No sale del
enamoramiento, sino de un compromiso para amar que incluye el
resentimiento, la traición, la separación, la desesperación y la dis-
posición a dejarlo si es preciso. Es raro, porque el camino de las
Copas no trata de unos enamorados que viven felices y luego se
marchan cuando se presenta una contrariedad. Es realmente un ca-
mino interno hacia un compromiso con los valores del sentimiento
de uno mismo, y por eso se trata de una unión interna y externa a la
vez.
El Diez de Copas
La carta del Diez de Copas retrata la elevación de Psi-
que al estado divino, para que pueda entrar en el mundo de
los dioses con su esposo. La pareja está otra vez en el boni-
to palacio de Eros, con las manos unidas. Psique ya no lle-
va su blanco vestido virginal, ahora lleva un vestido dora-
do, con su suave resplandor; y sobre sus hombros, igual
que su marido, luce un par de alas de oro. Ante ellos hay
diez copas de oro.
125
resistir a todos los desafíos que la vida o los dioses les ofrezcan.
El que Psique sea elevada al estado inmortal indica que su amor
por Eros ahora no abarca solamente una dimensión personal y sen-
sual, sino también una dimensión espiritual. Eros ha sido humaniza-
do por el amor de Psique; ya no necesita esconderle el rostro. Psi-
que, por otro lado, siente esa sensación de conexión con lo divino
que a veces puede proporcionar un amor profundo. Se ha dicho al-
guna vez que amar a otra persona abre el corazón al amor hacia la
vida misma; la vida tiene un sentido y un objetivo, y un mundo más
ancho y brillante aparece ante nuestros ojos. Platón escribió una vez
que, cuando miramos a la cara a nuestro ser querido, vemos en ella
el reflejo del dios a cuyo coro hemos pertenecido una vez. Es como
si el amor, cuando ha pasado por muchas pruebas y ha sido edifica-
do sobre la honradez y la humildad, nos conectara con nuestras pro-
pias almas, y con un sentimiento de permanencia, significado y rec-
titud de la vida. Esta es la promesa que contenía el As de Copas, que
culmina en el Diez. No todas las relaciones pueden alcanzarla, y
ninguna relación puede alcanzarla continuamente. Parece, no obs-
tante, que los humanos seguimos intentándolo.
126
Las Figuras
La Sota de Copas
La Carta de la Sota de Copas retrata a un niño de unos
doce años, moreno, con una túnica de color lila claro,
arrodillado al borde de un estanque azul oscuro. En el sue-
lo, junto al estanque, hay una copa de oro, en la que el mu-
chacho se fija atentamente, porque está estudiando el refle-
jo de su propio rostro y está impresionado por su belleza. A
su alrededor crecen montones de lirios y narcisos, en capu-
llo, aún sin florecer. Un paisaje silvestre oculta un cielo
azul celeste.
128
berse deteriorado anteriormente o puede haber sido machacada por
una relación desgraciada, entonces la sensación de amor a sí mismo,
que encarna Narciso, es el comienzo de la curación, por muy vano e
infantil que eso pueda parecer. Mucha gente, tras una separación
traumática o la pérdida de un ser querido, pasa mucho tiempo en una
especie de crepúsculo emocional, en el que siente que no tiene nada
que dar a nadie. Muchas veces, durante este tiempo, uno ya no se
ocupa de sí mismo. Pero los suaves y delicados despertares de esta
renovación de la capacidad de amar a menudo se manifiestan en un
lento y gradual interés en uno mismo –el cuerpo de uno, el ambien-
te–, tratando de agradar y de alimentarse con cosas que proporcio-
nan placer más que dolor o recuerdos de dolor. Este es un proceso
que se tiene que dar antes de que el individuo esté preparado para
afrontar otro encuentro emocional. La Sota de Copas, igual que las
otras Sotas de los Arcanos Menores, sugiere algo frágil y delicado,
que se puede malinterpretar y aplastar con facilidad. Así es también
nuestro incipiente amor propio que al final puede conducir a una
vida de relación más realizada. También podemos decir fácilmente
que Narciso es duro y egoísta, porque no tiene ojos más que para sí
mismo. Pero él tiene que empezar a verse a sí mismo antes de poder
ver a alguien más – y es interesante observar que en la mitología es
su madre la que intenta mantenerle alejado del conocimiento y de la
aceptación de sí mismo.
El final más bien triste de la historia de Narciso puede tener
también muchas lecturas. En cierto aspecto, la Sota de Copas y todo
lo que encarna tiene que transformarse –o «morir»– antes que el
amor de otra persona pueda desarrollarse plenamente. Pero esto se
tiene que producir con el sacrificio de uno mismo, o un genuino
desplazamiento desde la preocupación por uno mismo al reconoci-
miento de los demás. Por eso, en cierto aspecto, es conveniente y
correcto que Narciso ponga fin a su propia existencia, para trans-
formarse en el Caballo de Copas, donde la vida sentimental puede
moverse ya libremente hacia fuera, de cara a los demás.
El Caballo de Copas
La carta del Caballo de Copas retrata a un joven páli-
do y hermoso, de pelo negro y mirada espiritual, montado
en un elegante caballo blanco. Viste una túnica violeta y
una armadura de plata con escamas de pez, y lleva un cas-
co de plata coronado con una cola de pez, también de plata.
Conduce con garbo su caballo a través de un arroyo burbu-
jeante, donde los peces saltan del agua. A su alrededor, hay
un romántico paisaje de bosques y verdes colinas, mientras
que en el horizonte se puede divisar el mar bajo el cielo
azul celeste. El Caballero sujeta con una mano una copa de
oro.
130
enamoró de Dánae, y la persiguió durante todos los años de su in-
fancia y la adolescencia de Perseo. Con el tiempo Polidectes decidió
malar a Perseo, porque el joven se oponía al casamiento, creyendo
que su madre merecía algo mejor. Por tanto, el rey envió al joven a
una misión aparentemente sin esperanza: conseguir la cabeza de la
terrible Medusa Gorgona.
Perseo fue ayudado por las diosas a cada paso de su camino. Las
Greas, tres viejas arrugadas que tenían un ojo entre las tres y que
conocían los secretos del futuro, le dijeron dónde encontrar a la
monstrua, y Atenea proporcionó al héroe un escudo mágico. Por
eso, Perseo consiguió matar a la Gorgona, aguardando su reflejo en
el espejo del escudo, con el fin de proteger a su madre. Cogió la
cabeza de la Gorgona con él y, de vuelta a Serifo, pasó por Etiopía,
y tuvo que rescatar a la hermosa virgen Andrómeda de las garras de
un monstruo marino. Mató al monstruo, liberó a la muchacha y se
casó con ella. Entonces volvió a Serifo, mató a Polidectes, que
mientras tanto había intentado atacar a Dánae, y se hizo ver con su
madre y su esposa en el lugar donde nació, donde su abuelo Acrisio
una vez intentó matarlo. Aunque no trataba de vengarse de Acrisio
deliberadamente, lo mató por accidente, y por eso se convirtió en el
rey de Argos. Pero el lugar le traía tristes recuerdos, de modo que
viajó a Tirinto, donde fundó una gloriosa ciudad.
Perseo, el Caballero de Copas, es una imagen del espíritu ver-
daderamente romántico, el campeón de las mujeres en apuros, el
creyente del amor, la belleza y la verdad, y el defensor de altos idea-
les, que busca incesantemente ese amor perfecto que en el fondo
solo existe en el espíritu, aunque siempre parece que está a la vuelta
de la esquina más próxima, en el ser querido más cercano. El espíri-
tu romántico del Caballero de Copas encarna todo lo que es dulce,
idealista y bueno, aunque no es un carácter débil y es capaz de sacri-
ficar cualquier cosa en nombre de su ideal o de su amada. Este es,
en cierto sentido, el cuadro del estado de «enamoramiento», una
experiencia que cualquier persona realista puede afirmar que muere
pronto, con la familiaridad del matrimonio, los niños y las obliga-
ciones familiares, pero que cualquier romántico cree que puede y
debe permanecer siempre. Cuando eso no se produce, el Caballero
131
de Copas puede ir todavía en busca de la última experiencia del
amor sagrado. La santidad del Caballero de Copas no excluye, por
supuesto, el sexo. Pero la relación sexual para esta figura ha de estar
en armonía con el amor y una especie de éxtasis del espíritu. La
«mera» satisfacción corporal no le interesa. Desde el punto de vista
histórico, los ideales del amor cortés que florecieron en la Edad Me-
dia reflejan el espíritu del Caballero de Copas. El joven caballero
adoraba siempre a su bienamada desde lejos; él no la hubiera man-
chado nunca con bajos deseos, sino que le escribía poesías y muchas
veces arriesgaba su vida para protegerla.
Perseo es diferente a los otros héroes, precisamente por su ele-
vado idealismo y por su culto de las mujeres. A diferencia de figuras
como Hércules, que se tiene que enfrentar a sus desafíos para inten-
tar expiar un pecado, o Teseo, que los encuentra porque estos le
excitan. Perseo sigue su destino a causa del amor –en un principio,
el amor por su madre–. Esta clase de adoración e idealización de la
madre es característica del Caballero de Copas, ya que, a pesar de su
fuerza, él se arrodilla a los pies de una reina –una mujer más elevada
y más poderosa que él. La clase de amor representada por el Caba-
llero de Copas contiene casi siempre este elemento de adoración de
alguien ante el cual uno se siente indigno y despreciable –o alguien
que ya está casado–. No es todavía un amor entre iguales: lo que
vamos a encontrar más tarde en la Reina y el Rey de Copas. Pero es
amor, a su manera, y no se le podría tachar de adolescente e inmadu-
ro. Sin el Caballero de Copas, viviríamos en un mundo realmente
desierto y descolorido.
132
La Reina de Copas
La carta de la Reina de Copas retrata a una mujer pá-
lida, de una belleza misteriosa, con un pelo negro, largo y
abundante, con un vestido azul-verdoso y una corona de
oro. Está sentada en un trono de oro cuyos brazos están es-
culpidos con serpientes de oro. Sus ropas se extienden has-
ta un estanque azul oscuro que está a sus pies. En una
mano sujeta una manzana de oro; en la otra, una copa de
oro en la que se fija con una mirada de concentración pro-
funda. Tras ella, más allá de unos campos fértiles y verdes,
se puede vislumbrar un mar azul oscuro, bajo un cielo in-
tenso.
133
alcanzaban sus favores estando ella detrás de los muros de Troya, de
modo que Helena lo pasó bien durante unos diez años de guerra
llenos de acontecimientos. Cuando los troyanos fueron derrotados,
Menelao fue a buscar a Helena, a la que había jurado matar por su
adulterio. Pero al ver su belleza se enamoró de ella otra vez, y la
llevó de vuelta a Esparta. Si ella permaneció fiel a Menelao durante
el resto de su vida, es una pregunta a la que la mitología no contesta.
Helena, la Reina de Copas, es más que una imagen de seductora
belleza femenina. Ella encarna el poder hipnótico del mundo feme-
nino de los sentimientos, un poder que es mágico y magnético y
desafía una perfección meramente física. A través de la historia de
Helena, parece ser que innumerables hombres la persiguen; sin em-
bargo, no sabemos nunca realmente qué es lo que quería la misma
Helena, o qué clase de mujer era en realidad. Es como si ella misma
fuera agua, y todos los hombres vieran en ella el reflejo de las pro-
fundidades de sus propias almas. Ella es una cifra, un misterio, mo-
tivado por sus secretos propósitos y sus sentimientos. Se podría to-
mar por una ramera, dado que aparentemente otorga sus favores a
tantos hombres –algunos de ellos son enemigos de su propia patria–.
Sin embargo, tenemos la sensación de que Helena, por muy apasio-
nada que sea, no hace nada que no quiera hacer. Incluso la elección
de su esposo fue realmente una elección libre, porque, según la his-
toria, ella indicó su preferencia por Menelao colocándole una guir-
nalda en la cabeza –una cosa inusual para una mujer de su tiempo,
que generalmente era forzada a casarse con cualquier marido que su
padre o sus hermanos quisieran darle–. Cuando se cansa de Mene-
lao, persigue sin miedo su gran aventura amorosa con Paris, en vez
de recurrir a tímidos encuentros clandestinos. A quienquiera que
ame, Helena se entrega con todo su corazón. Ella conquista a los
hombres sin querer, por ser la encarnación de todas las fantasías
secretas c inconscientes de la mujer perfecta que los hombres han
intentado articular a lo largo de los siglos. La figura de Helena es a
la vez virgen y ramera, calculadora y víctima. En una palabra, es un
conjunto de paradojas, porque, a pesar de que la lógica del corazón
es indiscutible, sin embargo, desafía el análisis racional, y muchas
veces desobedece abiertamente a la moral. La Reina de Copas es
134
impalpable como un carácter, crea problemas dondequiera que vaya,
movilizando las profundidades en los demás y promoviendo acción
y conflictos sin hacer nada en absoluto. Por eso, se puede ver como
una imagen del subconsciente, que persigue sus secretos propósitos
que la mente consciente desconoce, aunque atrae al individuo hacia
una crisis, un conflicto, una pasión intensa, un destino, por medio de
su misterioso poder seductor.
El Rey de Copas
La carta del Rey de Copas retrata a un hombre pálido,
de pelo negro y barba negra, con unos ojos negros y simpá-
ticos, vestido con una ropa azul oscuro, y con una corona
de oro. Está sentado en un trono de oro cuyos brazos están
esculpidos con cangrejos de oro. En una mano sostiene una
copa de oro; en la otra, una lira. A sus pies, hay unos pel-
135
daños que descienden al agua de un puerto, de la que se ve
salir un cangrejo. Tras él, al otro lado del promontorio de
la tierra en la que está asentado su trono se puede vislum-
brar un mar turbulento.
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EL PALO DE BASTOS
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gado viaje. Jasón se vengó de su tío por medio de Medea, quien con
sus palabras mágicas hechizó a las hijas de Pelias para que le mata-
ran. Después de esto. Jasón reinó como rey de Yolcos. Pero parece
ser que la victoria se le subió a la cabeza, porque, insatisfecho con
un solo reino, se buscó otro –la corona de Corinto– casándose con
Creusa, la hija del Rey de Corinto, Creón. Esto, lógicamente, enfu-
reció a Medea, que se vengó matando no solamente a Creusa, sino
también a los niños que había tenido con Jasón.
En cuanto a Jasón, algunos dicen que la vida le empezó a pesar
y que el reinado de Yolcos le parecía una carga. Como un viejo que
considera que los días de gloria se han ido para siempre, se sentó a
soñar a la sombra del casco podrido del Argo, y la popa le cayó en-
cima y lo aplastó hasta matarlo.
El As de Bastos
La carta del As de Bastos retrata a un hombre maduro,
de constitución fuerte, con pelo y barba de color castaño
rojizo, con una corona de oro y una túnica de púrpura im-
perial. Está de pie, con porte regio, ante un paisaje de picos
altos, cubiertos de nieve. Sobre un hombro, arrastrándolo
por el suelo, lleva colgado el vellocino de oro de un carne-
ro. En su mano derecha sostiene el globo del mundo. En su
mano izquierda lleva un flamante bastón.
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El Dos de Bastos
La carta del Dos de Bastos retrata al joven Jasón de pie
ante la cueva del Centauro Quirón, en equilibrio, antes de
emprender su viaje para ir a reclamar su herencia. Quirón
está medio escondido en la oscuridad de la cueva. Jasón,
vestido con una túnica escarlata, empuña firmemente dos
espadas llameantes.
145
nacimiento, pero que requieren la visión para llevarlas a una sustan-
cia concreta.
El Tres de Bastos
La carta del Tres de Bastos retrata a Jasón recién lle-
gado a la ciudad de Yolcos. Lleva solo una sandalia, ya que
perdió la otra al cruzar el río, confirmando de ese modo el
oráculo que ha profetizado su llegada. Está de pie, triun-
fante, llevando en su mano derecha tres varas llameantes. A
sus pies se arrodilla el usurpador, el Rey Pelias, de pelo
negro y barba negra, vestido de púrpura real y le ofrece
con aparente humildad la corona de oro que él ha robado
ilegalmente.
146
magia, los bocetos preliminares caen bien, y la idea parece cobrar
realidad en sí misma como si hubiera sido clavada por intervención
divina.
Pero tiene que llegar el trabajo duro, y a menudo surgen nuevas
ideas en esta etapa –cosas que al principio no habíamos tenido en
cuenta, pero que requerirán dilaciones, alteraciones de planes y mu-
cho más esfuerzo de lo que parecía al principio. El Tres de Bastos
indica un punto elevado, pero hay más cosas después. Pelias le va a
decir a Jasón lo del Vellocino de Oro que está en Cólquide, signifi-
cando así –y él tenía sus propios motivos sucios– que ser rey de
Yolcos quiere decir muy poco si el valioso Vellocino de Zeus no es
devuelto al santuario del dios. Es en este momento, tras la celebra-
ción inicial, cuando se vienen abajo muchas posibilidades creativas,
porque la etapa de realización inicial no es el resultado final, y, a
menos que el individuo esté dispuesto a arriesgar de nuevo, la idea
no se puede llevar a cabo totalmente. El mundo está lleno de novelas
inacabadas que están en los cajones de los escritorios, cuando resul-
ta que las primeras veinte páginas empezaron bien. El mensaje es el
siguiente: disfruta de tu satisfacción mientras puedas, porque no
estás acrisolado todavía. La verdadera confianza creativa solo se
puede tener si la idea es sometida a prueba y el individuo lo fuerza
al máximo.
147
El Cuatro de Bastos
La carta del Cuatro de Bastos retrata a Jasón cele-
brando con sus compañeros de a bordo la construcción de
la gran nave Argo, que los va a llevar en su viaje a Cólqui-
de para encontrar el Vellocino de Oro. La nave, adornada
con velas escarlata que llevan el emblema de un broche de
oro en figura de sol, espera la marea. Alrededor de la figu-
ra de Jasón, vestida de escarlata, están de pie cinco de sus
heroicos compañeros: Hércules (al que encontramos en la
carta de la Fuerza, en los Arcanos Mayores), con su piel de
león y una vara llameante; Teseo, Rey de Atenas (al que
encontraremos más tarde en la carta del Rey de Bastos, en
los Arcanos Menores), con una corona de oro, vestido de
carmesí y con una vara llameante; Cástor y Pólux, los Ge-
melos Guerreros (a los que encontraremos más tarde en la
carta del Rey de Espadas), ambos con una armadura de
plata y llevando cada uno una vara llameante, y Orfeo el
Cantor (al que hemos encontrado en la carta del Rey de
Copas), vestido de azul y sosteniendo su lira.
148
y Orfeo, tiene el sentimiento profundo y la empatía para desarmar a
cualquier enemigo. Si tomamos a estos amigos como personas
reales en las que nos podemos apoyar, o como resortes internos que
podemos arrastrar, en esta etapa del proceso de la labor creativa
cabe esperar que la meta se podrá alcanzar. Con tanta tripulación
heroica junta, y con un barco tan espléndido, Jasón tiene motivos
para estar satisfecho.
El Cinco de Bastos
La carta del Cinco de Bastos retrata la batalla de Jasón
con el dragón que guarda el Vellocino de Oro. El dragón,
inmenso y cubierto de escamas verdosas, vomita fuego de
su boca mientras aprieta el valioso Vellocino entre sus ga-
rras. Jasón lucha contra él con dos varas llameantes. De
pie, a su lado, está su amante y ayudante, la hechicera Me-
dea, hija del Rey Eetes de Cólquide, que tiene el Vellocino
en su poder. Ella es hermosa y morena, ataviada con un
vestido flamante, y lleva tres varas llameantes.
149
poder de la imaginación creadora en la vida actual. Si esta lucha con
el dragón adquiere la forma de los problemas económicos (escasez
de fondos, falta de liquidez), medios insuficientes (donde el indivi-
duo tiene que hacer estudios superiores o prepararse para dominar
un arte), la dificultad de un cuerpo que se queja (a través de la fatiga
o la enfermedad, donde nos hemos esforzado demasiado por la im-
paciencia de dominar la inspiración), el dilema de ajustar la inspira-
ción a las exigencias del mercado (que es inevitablemente demasia-
do conservador, prudente o poco comprensivo) –esta carta simboliza
los problemas en un nivel concreto–. Estos problemas concretos
coinciden con, son causados por o causan ellos mismos, un miedo al
fracaso y una profunda apatía que por sí mismos son también parte
de la imagen del dragón. Pero el dragón tiene que ser combatido, si
no Jasón no podrá tener el Vellocino, y los obstáculos que surgen
durante la obra creativa –internos o externos– no podrán ser evita-
dos. La imaginación chocará inevitablemente con la resistencia de la
realidad, y una de las dos se tiene que ajustar.
La figura de Medea, la hechicera, es necesaria para Jasón. Sin
ella, su inspiración y su valor no bastarían. Ella sabe cómo encontrar
la cueva del dragón y cómo vencerle. En ciertos aspectos, ella es
primahermana de la carta de la Suma Sacerdotisa, de los Arcanos
Mayores –el misterioso poder femenino de la intuición y de los ins-
tintos, con el que se puede contar en una crisis así. Por eso, la lucha
encarnada en el Cinco de Bastos requiere algo más que perseveran-
cia y fidelidad a una inspiración; requiere también un «entrañable»
sentido de cuándo es el momento oportuno y de cómo actúan las
leyes del mundo material.
El Siete de Bastos
La carta del Siete de Bastos retrata la lucha de Jasón
con el Rey Eetes de Cólquide, batalla que ha de ganar para
poder llevar el Vellocino a Yolcos. Jasón, sosteniendo dos
varas llameantes, lucha con el rey, que lleva una túnica
flameante y sostiene una vara llameante. Dos de los Com-
pañeros heroicos de Jasón –Hércules y Teseo– pelean con
dos de los guerreros armados que han salido de los dientes
del dragón. Los dos héroes y los dos guerreros de Cólquide
llevan todos varas llameantes.
152
la vida tienen que aceptar. La imaginación no conjura la inspiración
solamente en una persona, sino que también estimula del mismo
modo la inspiración de otras personas. La competencia es la compa-
ñera inevitable del éxito creativo y si mucha gente se abstiene de
intentar llegar al primer puesto es casi siempre por miedo a ella.
El desafío del Siete de Bastos es en realidad una prueba de
nuestra fe en nosotros mismos. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos
a luchar por aquello que hemos alcanzado? Este ataque furioso des-
de «fuera» es un estímulo para la individualidad y también para la
misma imaginación, que en ese caso tiene que crear formas nuevas y
mejores. En muchos aspectos el Rey Eetes tiene tanto derecho al
Vellocino como Jasón, porque él lo ha tenido primero; hay tanta
inmoralidad en la plaza del mercado, que es inútil sentarse y gritar:
«¡Pero si yo tuve la idea primero!» Tenemos que limitarnos a luchar
para convertir la idea en obra, y hacerla mejor, ya que nadie conso-
lará al perdedor porque una vez en algún momento tuvo una buena
idea.
El Ocho de Bastos
La carta del Ocho de Bastos retrata el viaje de Jasón
desde Cólquide tras escapar del enfurecido Rey Eetes. Va-
mos a la nave Argo con las velas desplegadas, con ocho va-
ras llameantes alineadas en cubierta, lanzando fuego al
viento. Siguiendo la estela lisa del barco, unos delfines jue-
gan entre las olas.
153
después que las tensiones y las luchas del Siete han sido superadas.
El conflicto estimula la imaginación, y si hemos sido capaces de
afrontarlo y de ver a través de él, hay muchas veces un periodo de
navegación tranquila, en la que nuestros proyectos avanzan hacia la
meta con paso firme y hay un sentimiento de animación y confianza.
Esta apertura de energía solo surge de las tensiones que han sido
descargadas, como si la seguridad solo pudiera conseguirse triun-
fando sobre los obstáculos.
La experiencia de la descarga de la nueva energía creativa se
puede observar en muchas competiciones deportivas, donde, tras un
poco de dificultad, hay una repentina explosión y el individuo o el
equipo salta hacia la meta. Es una experiencia que comparten tam-
bién el pintor, el escritor, el actor y el músico – todo artista creativo
que ha roto un bloqueo y están en «la extensión de la casa». El rego-
cijo de este estado no surge porque sí: se debe al desafío de la com-
petición y de la duda de uno mismo, de la que salimos con renovada
energía. Esto nos explica por qué necesitamos el conflicto en nues-
tras vidas, para crear, y por qué tantos artistas parece que buscan
disputas y competición con otros. Hay una relación misteriosa entre
los trabajadores de la imaginación creadora y la presencia de un
saludable conflicto en su vida. El mito nos habla también de esta
relación, porque el dios Zeus, quien preside la historia de Jasón,
existe en un estado de constante tensión y lucha con su esposa Hera.
Ella, que encarna las leyes del matrimonio y de la vida doméstica, le
reprime constantemente y a la vez le desafía a crear. Por eso, noso-
tros necesitamos represión y desafío a fin de disfrutar del flujo exci-
tante de la energía que el Ocho de Bastos retrata a través de la ima-
gen de Jasón y de su tripulación navegando hacia casa.
154
El Nueve de Bastos
La carta del Nueve de Bastos retrata la lucha final de
Jasón y sus Argonautas antes de alcanzar la meta: el paso a
través de las Rocas Chocantes. A lo lejos se puede observar
la ciudad de Yolcos, con nueve varas llameantes haciendo
señas en la orilla. Alrededor de la ciudad, el mar está en
calma. La nave Argo pasa con las velas rotas entre las
amenazadoras rocas, aunque todavía no ha llegado a estar
a salvo al otro lado. Alrededor de la nave la tempestad
arrecia y el mar es turbulento.
155
la energía, y alcanzar la meta final.
El Diez de Bastos
La carta del Diez de Bastos retrata a Jasón sentado,
lleno de cansancio, ante las ruinas encalladas del Argo. Ha
vuelto triunfante a Yolcos, y le vemos con un traje regio de
color escarlata y una corona de oro. El Vellocino de Oro
está a sus pies. Está agobiado por el fuerte peso de las diez
varas llameantes que le cubren la espalda y los hombros.
156
que existían al principio parecen desvanecerse. Jasón, en el proceso
de alcanzar la meta y hacerse con el reino, ha dejado de valorar esos
elementos imprevisibles, como los que personifica Medea, y así los
ha «traicionado», olvidando la osadía y la originalidad que le empu-
jaron hacia la aventura en el primer puesto. El poder volátil de la
imaginación se resiste a ser constreñido en formas pesadas y estruc-
turadas. Cuando se acaba una obra creativa, sobrevienen muchas
veces el tedio y la depresión, porque mientras que la tensión de la
luchas para concretar las ideas creativas genera otras ideas, la con-
creción final de las mismas significa que la imaginación ya no puede
expresarse libremente.
Por eso la imaginación ha de tener pastos frescos, y el individuo
que como Jasón se aferra demasiado a la forma que él mismo ha
construido puede experimentar una sensación de opresión y agota-
miento sin razón aparente. Entonces puede que haya llegado el mo-
mento de abandonar alguna de nuestras seguridades para que la
imaginación pueda despertar otra vez con una nueva meta y una
nueva hazaña.
157
Las Figuras
La Sota de Bastos
La carta de la Sota de Bastos retrata a un muchacho de
unos doce años, con el pelo ensortijado, castaño rojizo, y
una túnica anaranjado claro. Cabalga sobre el lomo de un
carnero de vello dorado, que vuela sobre los campos ama-
rillos y verdes sosteniendo una vara flameante que lanza
fuego al viento detrás de él. Delante de él hay un sol na-
ciente que cubre el paisaje de un vivo resplandor anaranja-
do.
159
rey de los dioses y encarnación del espíritu creativo fogoso, es el
único que le da a Frixo su verdadero valor, y nosotros tenemos que
tener algún contacto con este principio arquetípico dentro de noso-
tros mismos antes de poder valorar estos delicados comienzos de la
expresión imaginativa.
Frixo abre el cuento, pero no permanece en él, y se desvanece
ante el resplandor más grande y el poder del héroe Jasón. Esto dice
mucho acerca de la Sota de Bastos. Las primeras ideas jóvenes que
son reflejadas por esta carta son casi siempre infantiles (o pueriles),
y no representan la forma final que acaba en un mayor esfuerzo
creativo. Muchas veces el primer concepto desaparece, para ser re-
emplazado por algo mejor y más fuerte. Pero el comienzo inicial da
paso a un proceso que lleva a la actividad, y sin este frágil despertar
jamás se podría desarrollar nada en absoluto en el campo de las
nuevas ideas creativas. Y al final no es el carácter de Frixo el que
llega hasta nosotros a través de la mitología –él es demasiado joven
y poco formado para poseer realmente un carácter– sino su papel de
mensajero y guardián inicial del Vellocino de Oro que pertenece a
Zeus y que es el emblema del gran poder creador de dios. Por eso la
Sota de Bastos no puede indicar un nuevo proyecto o una nueva idea
que tenga éxito seguro, y su despertar puede ser fácilmente desecha-
do como «tontería» o «fantasía». Él sirve para indicar el poder de la
imaginación, y nos dice que hay mucho más de donde ha salido la
primera idea.
El Caballo de Bastos
La carta del Caballo de Bastos retrata o un joven exu-
berante y resplandeciente, con una túnica escarlata y ar-
madura y casco de oro. Monta un caballo alado. Lleva en
bandolera una aljaba llena de flechas, y en su mano sostie-
ne una vara llameante. El caballo blanco vuela por el aire,
mientras que abajo, en la tierra color ocre, yace un mons-
truo muerto, que el joven ha matado con su flecha. Esta
bestia tiene cabeza de leona, cuerpo de cabra y cola de ser-
piente.
161
Atenea le había dado. Entonces venció a la Quimera volando sobre
ella a lomos de Pegaso, acribillándola a flechazos, e introduciendo
después entre sus mandíbulas un pedazo de plomo que había clava-
do a la punta de su lanza. El aliento de fuego de la Quimera fundió
el plomo, que se derritió en su garganta y la mató.
Belerofonte, en vez de ostentar la modestia que convenía a su
hazaña heroica, se volvió arrogante y jactancioso. En la cumbre de
su fortuna, se atrevió a intentar volar hasta el Olimpo como si él
fuera inmortal. Zeus, enfurecido, envió un tábano que picó a Pegaso
debajo del rabo, haciendo que el caballo se encabritara y tirando al
suelo a Belerofonte de forma nada gloriosa.
Belerofonte, el Caballo de Bastos, es una imagen del deseo de
nuevas y más gloriosas aventuras. Esta figura, profundamente ambi-
valente, es a la vez inmensamente creativa y divorciada de la reali-
dad, porque, aunque él es el primero de «olfatear» nuevas cosas en
el aire y también es el primero en recoger un desafío, por muy difícil
que sea, es también nuestra inclinación a inflarnos y una especia de
suposición infantil de que la vida siempre nos ha de traer buena
suerte, no importa lo que seamos o lo que hagamos. El Caballo de
Bastos es encantador –las mujeres tienden a amarle, como la mujer
del Rey Preto en la mitología–pero él no es de confianza, ya que no
hay mujer que pueda asirle cuando una nueva aventura le llama. Es
intuitivo e imaginativo, y en lenguaje moderno podríamos decir que
está siempre «en la brecha», siendo el primero en recoger una nueva
idea, una nueva moda, un nuevo estilo de vida mucho antes de que
el resto de la humanidad que se afana descubra que esa nueva cosa
podría valer la pena. El Caballo de Bastos no es discípulo, aunque
tampoco es líder, porque está demasiado concentrado en sí mismo y
se aburre demasiado pronto como para adquirir la responsabilidad
de dirigir a otros. Como Don Quijote en la gran novela de Cervan-
tes, arremete contra los molinos de viento, casi siempre por un mo-
tivo o un desafío que en realidad no debe ser importante, pero alre-
dedor del cual está dispuesto a hacer un montón de ruido solo por-
que parece excitante y va a distraerlo y a la vez mantenerlo ocupado
durante un tiempo. El Caballo de Bastos es una figura simpática,
incluso amable, y estamos dispuestos a perdonarle muchas cosas a
162
causa de su alegría natural, su atractivo, su ingenuidad y su buena
intención. Pero el camino hacia el infierno, según dice, está pavi-
mentado de buenas intenciones, y no todas las intenciones de esta
figura tienen una forma concreta. Él es muy creativo hilando nuevas
ideas, que pueden ser tamizadas, consideradas y procesadas, a través
de unas lentes más realistas, o bien por él mismo o bien por otro que
esté más en contacto con la tierra que este volátil y fogoso Caballe-
ro. Entonces puede disfrutar de sus fuerzas mientras sus debilidades
se hacen menos dañinas por la fría consideración de los hechos.
La Reina de Bastos
La carta de la Reina de Bustos retrata a una mujer bo-
nita y radiante con una abundante cabellera castaño-rojiza,
con un vestido de color azafrán y una corona de oro. Está
sentada en un trono de oro en cuyos brazos hay esculpidas
cabezas de leones, y a sus pies, sobre una cadena de oro,
yace una leona durmiendo. La mujer sostiene una vara lla-
meante. A su alrededor se extiende un paisaje de ricos
campos verdes y dorados bajo un intenso cielo azul.
163
Aquí, en la carta de la Reina de Bastos, encontramos la dimen-
sión estable, vivificadora y fiel, del elemento del fuego, que calienta
y anima, a la vez que inspira. Esto está encarnado en la mítica figura
de la Reina Penélope, la esposa del famoso héroe vagabundo Ulises
de Itaca. Penélope, al nacer, fue arrojada al mar por orden de su pa-
dre Icario, porque él esperaba un varón. Pero una bandada de patos
con rayas de color púrpura la sacaron a flote, la alimentaron y la
depositaron en tierra. Impresionado por este prodigio, Icario se
ablandó, consciente de que su hijita debía tener un destino extraor-
dinario.
Cuando su esposo Ulises embarcó para la Guerra de Troya junto
con los otros príncipes griegos, Penélope quedó a cargo del reinado
de la isla, con la única ayuda de su joven hijo Telémaco. Creyendo
que Ulises había muerto, no menos de ciento veinte jóvenes prínci-
pes insolentes de las islas que rodeaban Itaca empezaron a cortejar a
Penélope, esperando, cada uno de ellos, casarse con ella y tomar el
trono: y entre ellos se pusieron de acuerdo que escogiera entre ellos;
ella estaba segura, porque se lo decían su intuición y su corazón, de
que su esposo vivía, y declaró que él con toda seguridad estaba vivo.
Más tarde, al verse presionada fuertemente, prometió decidirse tan
pronto como terminara un sudario que tenía que tejer para la muerte
de Laertes, su suegro. Pero llevaba tres años en la labor, tejiendo de
día y deshaciendo el trabajo de noche, hasta que al final sus preten-
dientes descubrieron la artimaña. Durante todo ese tiempo estuvie-
ron divirtiéndose en el palacio de Ulises, consumiendo su comida y
su vino y seduciendo a sus sirvientas.
Mientras tanto, Ulises llegó a casa después de diez, años de va-
gabundeo, disfrazado de mendigo, porque había sido informado de
lo que estaba ocurriendo en su palacio. Cuando Penélope mandó
atender al «mendigo», en un principio no le reconoció, pero con el
tiempo él se fue descubriendo, aniquiló a los pretendientes insolen-
tes y se reunió felizmente con su esposa. Algunos niegan, sin em-
bargo, que Penélope permaneciera fiel a Ulises durante su larga au-
sencia, puesto que era una señora llena de ingenio y de inventiva. La
acusan de haber engendrado al dios Pan con Hermes el Mensajero,
lo cual puede ser verdad o no.
164
Penélope, la Reina de Bastos, es una imagen de la fidelidad del
corazón y de la fuerza de la imaginación creadora para defender las
decisiones tomadas por el corazón. Ella es en cierto sentido un retra-
to de la esposa fiel; pero su fidelidad no es necesariamente una fide-
lidad literal, y algunas versiones del mito se cuestionan esta fideli-
dad meramente sexual. La lealtad de Penélope surge de un nivel
mucho más profundo. A lo largo de todos esos años de ausencia de
su esposo ella no consigue saber si está vivo o muerto, y a veces
hubiera sido obviamente más conveniente elegir otro marido y reha-
cer su vida. Sin embargo, ella intuye que Ulises va a volver, y es
esta fe y una lealtad que no surge de una moralidad forzada, sino de
un profundo convencimiento interno de que al final todo saldrá bien,
lo que hace que Penélope sea una figura tan apropiada para ilustrar
la Reina de Bastos. Esta figura es hacendosa, creativa, versátil, con
mucha voluntad y mucho talento, como cabría esperar de cualquiera
de los representantes del Palo de Bastos. Pero ella es también calla-
da y estable, porque su fuego está protegido y se transforma en el
calor del fuego del corazón, un centro hacia el cual muchas personas
se sienten atraídas como los ciento veinte pretendientes que se sien-
ten atraídos no solamente por el reino, sino también por la mujer–.
La Reina de Bastos no va por ahí persiguiendo arco iris o intentado
volar hasta el Olimpo –entretenimiento este más típico del Caballo–.
Ella lleva por dentro su gran fuerza y energía, y las consagra a esas
pocas cosas a las que ha entregado su corazón. En algunos aspectos
Penélope, la Reina de Bastos, es una antigua imagen de esta figura
de la «supermujer» a la que tantas mujeres modernas inspiran: la
mujer que es capaz de lealtad y amor en su relación, pero que tam-
bién tiene fuerza, ingenuidad, creatividad y energía incansable para
dirigir su propio mundo, por derecho propio y sin necesitar ningún
hombre fuerte para apoyarse en él o ninguna etiqueta socialmente
aceptable de «esposa» que haga de ella un individuo valioso y segu-
ro de sí.
El Rey de Bastos
La carta del Rey de Bastos retrata a un hombre hermo-
so y fogoso, con el pelo y la barba ensortijados y castaños.
Lleva una rica túnica carmesí y una corona de oro, y está
sentado en un trono de oro en cuyos brazos están esculpi-
das las cabezas de carneros de oro. En su mano sostiene
una vara llameante. A su alrededor hay brillantes campos
verdes en los que se puede observar un carnero con la ca-
beza bien alta. Detrás de él se levantan los pilares blancos
y los pórticos de una hermosa ciudad con una acrópolis en
lo alto.
166
ser devorados por el terrible Minotauro, convenció a la hija del Rey
Minos, Ariadna, para que le ayudara a eliminar al monstruo, y vol-
vió a Atenas triunfante, pasando por un violento combate no sola-
mente con el monstruo sino también con el fuego, el terremoto, el
tumulto y con terribles mares. Cuando se convirtió en Rey de Ate-
nas en el lugar de Egeo estaba lleno de ideas nuevas y brillantes
sobre cómo unir a las ciudades-estado griegas que estaban constan-
temente en guerra, y por medio de una combinación de atractivo
personal, comercio, destreza física, un instinto para lo dramático y
una mente brillante consiguió persuadir a esos señores independien-
tes y orgullosos a trabajar juntos bajo un yugo sobre el que él go-
bernaba como Alto Rey.
Las aventuras amorosas de Teseo fueron tan accidentadas y tur-
bulentas como sus hechos de armas. Incesante seductor de mujeres,
al final eligió como su reina a la Amazona Hipólita, una mujer gue-
rrera que no se conformó con vivir en la tranquilidad doméstica,
sino que insistió en luchar a su lado en todas sus batallas. Después
de su muerte, él vagó por los mares como un pirata, volviendo pe-
riódicamente a Atenas, pero persiguiendo siempre el siguiente sue-
ño, la siguiente conquista. Con el tiempo se casó con Fedra, una
princesa cretense, que desgraciadamente se enamoró de su hijastro
Hipólito, el hijo que Teseo había tenido con la Amazona. Este enre-
do acabó en el suicidio de Fedra y en la muerte de Hipólito, tras lo
cual Teseo tuvo una profunda depresión y se tiró al mar desde una
roca alta.
Teseo, el Rey de Bastos, es una imagen del entusiasmo fogoso
que convierte a un individuo, hombre o mujer, en un verdadero lí-
der. Este espíritu fogoso no es simplemente un impulso, una inquie-
tud, unas ideas frescas –estas cosas que hemos encontrado en el Rey
de Bastos–, sino que contiene también una nobleza y una fuerza
innatas. Teseo no es solamente un joven desabrido. Es un estratega y
un forjador de acontecimientos externos, ya que no posee tan solo la
inspiración, sino el poder firme para manifestar su inspiración y el
calor y la personalidad contagiosa que puede convencer a otros de
su validez.
167
No tolera la limitación, es impaciente y seguro de que está en lo
cierto, y es, sin duda, un mal perdedor. El Rey Teseo de la mitología
es también el compendio del patriotismo masculino, cualidad que no
es privativa de los hombres, sino que puede encontrarse también en
muchas mujeres. Es un espíritu de exaltación de los deseos masculi-
nos de aventura, de lucha y de conquista, mientras que se infravalo-
ran las dimensiones más tranquilas y más «corrientes» de la vida
material y emocional –que parecen degradantes, aburridas y, por
tanto, no merece la pena gastar tiempo y esfuerzo en ellas–. El Rey
Teseo es irresistible porque es más grande que la vida, y esta cuali-
dad en la naturaleza humana, que tiende a mitificarse a sí mismo y a
la vez a ofrecer una gran visión a los demás, es igualmente irresisti-
ble y dinámica. Estos individuos en los que el espíritu del Rey de
Bastos se expresa fuerte nunca se conforman con ser «simplemente»
mortales. Tiene que haber un motivo para casarse, un dragón para
matar, un reto al que enfrentarse, una imperfección en el mundo que
debe ser corregida. Para el individuo que no tiene un conocimiento
interno del espíritu del Rey de Bastos, estas personas son en el me-
jor de los casos hipnóticas y fascinantes, y, en el peor, impulsivas,
irritantes, ansiosas de poder y dañinas. Sin embargo, sin esta cuali-
dad no hay espíritu de lucha ni capacidad de mejorar la suerte de
uno mismo o de otros, porque no hay inspiración ni seguridad para
convertir la inspiración en realidad. El Rey de Bastos puede ser cá-
lido y excitante, pero es indiscutiblemente egoísta, y su fundamental
egoísmo a mucha gente les parece censurable y «malo». No obstan-
te, el Rey Teseo encarna al verdadero héroe, porque su inspiración
es siempre que la humanidad puede ser mejor de lo que es.
169
170
EL PALO DE ESPADAS
El As de Espadas
La carta del As de Espadas retrata a una mujer de se-
vera belleza completamente cubierta por una armadura, y
con un casco de guerra. Ella está de pie, en una postura
amenazadora, y sostiene en alto una espada de plata de do-
ble filo. Tras ella se puede observar una vista de las monta-
ñas cubiertas de nieve y un frío cielo gris lleno de nubes
que se deslizan rápidamente.
173
Justicia, a la que encontramos por primera vez en la carta de la Jus-
ticia, de los Arcanos Mayores. Aunque Atenea no fue la iniciadora
de la maldición de la Casa de Atreo, no obstante es ella la que la
resuelve cuando Orestes se dirige a ella en su desesperación. La
espada de Atenea es de doble filo, porque el poder cortante de la
mente con su capacidad únicamente humana para formular ideas y
convicciones que estimulan las acciones y las consecuencias a esas
acciones, puede generar a la vez un terrible sufrimiento y nuevas
resoluciones sublimes. Por eso, la espada de Atenea corta de las dos
maneras, porque es la apasionada y hasta rígida adhesión a un prin-
cipio que inaugura el conflicto del cuento, y es el nacimiento de un
principio nuevo y más viable que lo resuelve y le pone fin.
El As de Espadas, como el As de Copas y el As de Bastos,
anuncia una explosión de energía en bruto, y aquí es la erupción
inicial de una nueva visión del mundo. Pero como esta nueva per-
cepción amenaza en seguida el viejo orden, el As de Espadas, aun-
que su energía es poderosa y potencialmente creativa, marca el co-
mienzo de un gran conflicto. El despertar de los poderes mentales
significa casi siempre una inevitable colisión con las creencias que
anteriormente han formado parte de nuestra vida. Tener una nueva
idea de las cosas no es tan simple como suena, porque los seres hu-
manos somos famosos por hacer la guerra y por entregarnos a terri-
bles actos de salvajismo en nombre de un nuevo principio. No te-
nemos más que recordar la Revolución Francesa de 1789 y la Revo-
lución Rusa de 1917 para comprender el poder que tiene una nueva
idea y cómo, casi siempre, suscita un gran conflicto antes de ser
integrada en la vida. Incluso en un nivel más personal, la nueva
energía en bruto de la mente que irrumpe en la vida suele precipitar
argumentos, debates y discusiones, porque primero tenemos que
someter a prueba la nueva cuestión y afirmar nuestra autonomía
mental antes de que se haga posible cualquier diálogo o pacto. Por
eso el As de Espadas es realmente una carta de doble filo: un presa-
gio de una tremenda energía nueva que está a punto de derramarse
en nuestra vida, aunque también es un aviso del conflicto que va a
llegar.
174
A nivel adivinatorio, el As de Espadas indica que, conflictos
aparte, va a surgir un nuevo punto de vista creativo. Los poderes
mentales se están despertando y esto significa un cambio en nuestra
vida; el orden viejo se ve amenazado, y los conflictos están a punto
de surgir. Al final habrá una solución pero es inevitable que se pro-
duzca una colisión y una lucha antes de que la paz aparezca.
El Dos de Espadas
La carta del Dos de Espadas retrata a Orestes, de her-
moso pelo y vestido con una túnica gris, de pie como si es-
tuviera paralizado, con los ojos herméticamente cerrados y
tapándose los oídos con las manos. De pie, a su izquierda,
está su madre, la Reina Clitemnestra, con el cabello de oro
y la corona también de oro, vestida con un traje lila claro.
Ella sostiene una espada con la punta vuelta hacia el joven
príncipe y posa su mirada furiosa sobre su cabeza y sobre
su esposo, el Rey Agamenón, de hermosa cabellera y barba
rubia, vestido con una túnica azul celeste y armado hasta
los dientes. Él también sostiene una espada con la punta
vuelta hacia Orestes. Tras ellos se pueden observar los pi-
cos de la montaña y un cielo tenebroso cubierto de nubes
llenas de presagios.
175
al problema. Estando así, ciego, Orestes consigue no ser infeliz,
pero tampoco es feliz, porque no puede moverse ni crecer, tiene
demasiado miedo a que la balanza se altere, aunque esta balanza no
es armoniosa y detrás de las figuras tensas se asoma una tormenta.
La polarización que se produce en todos los Doses de los Arca-
nos Menores aquí se manifiesta como un conflicto entre principios
opuestos. Pero esta balanza no ha surgido del diálogo y del inter-
cambio; es tensa y está llena de una destructividad potencial. Por
eso, cuando una nueva visión de la vida ha empezado a despertar en
nosotros con el As de Espadas, nos inclinamos a ver solo los extre-
mos, y nos vemos cogidos en una especie de parálisis en la que no
podemos movernos ni hacia delante ni hacia atrás. Somos incapaces
de fingir que no ha ocurrido nada; pero no podemos tampoco ir ha-
cia delante, porque si no hay problema. El tono emocional del Dos
de Espadas es un estado molesto, de calma y equilibrio precarios,
debajo del cual hay una gran tensión y ansiedad. Se sabe que algo
tiene que cambiar, pero se tiene miedo de hacer cualquier cosa para
inaugurar el cambio, y uno prefiere estar ciego a correr el riesgo de
desencadenar, antes o después, un conflicto.
El Tres de Espadas
La carta del Tres de Espadas retrata al Rey Agamenón
asesinado en el baño. El cadáver del rey yace inerte en el
agua. A la izquierda, Egisto, moreno de pelo y barba, y con
una túnica gris oscura, atraviesa el corazón del rey con una
espada. Otra espada está enhiesta, con la punta oculta en el
176
cuerpo inerte. A la derecha está Clitemnestra, atravesando
también el corazón de su esposo con una espada. Al otro
lado del pórtico de mármol, se puede observar un cielo ne-
gro, melancólico, encapotado, sobre los picos de la monta-
ña.
177
A nivel adivinatorio, el Tres de Espadas presagia lucha, con-
flicto o separación. Este estado penoso es en cierto aspecto nece-
sario, porque nos hemos dado cuenta de que la ceguera y el auto-
engaño ya no pueden continuar. Esto es como reventar un tumor,
para que el cuerpo pueda empezar a curarse.
El Cuatro de Espadas
La carta del Cuatro de Espadas retrata a Orestes exi-
liado a Focea. Está tranquilamente sentado en el suelo,
contemplando cuatro espadas que yacen ante él formando
un dibujo. Tras él, se puede observar un cielo tranquilo y
claro, con algunas nubecillas y una vista de picos nevados.
178
fuera y rodearnos de gente que nos haga sentir mejor y nos ayude a
olvidar lo que ha pasado. Pero el destierro de Orestes es forzado, y
en ciertos aspectos nosotros también nos vemos forzados a la intro-
versión al descubrir que todo ese ir hacia fuera no nos ha ayudado
en absoluto. Casi siempre nos sentimos peor, hasta que conseguimos
darnos cuenta de la necesidad que tenemos de silencio y soledad
antes de volver a la vida. Esta reflexión nos puede revelar el signifi-
cado que subyace a la separación o al conflicto, porque cualquier
dificultad reflejada por el Palo de Espadas inevitablemente nos lle-
vará hacia atrás, hacia alguna etapa en la que haya empezado a sur-
gir una nueva visión y que ahora está alterando todos nuestros ante-
riores proyectos de vida.
El Cinco de Espadas
La carta del Cinco de Espadas retrata a Orestes, sentado en
el suelo mirando al dios Apolo que se le ha aparecido para hablar
con él de su destino y de su obligación –vengar la muerte de su
padre–. Apolo está de pie a la derecha, y señala severamente a las
cinco espadas que sostiene en su mano derecha. A lo lejos, se
puede ver unas nubes negras que se ciernen sobre los picos de la
montaña.
179
ha tocado es fea, pero no se trata de eso; él ha de enfrentarse, porque
solo aceptando su propio destino podrá avanzar y reclamar su dere-
cho a ser hombre y con el tiempo a reinar. Es importante también
que Orestes acepte la ley de dios no por temor solamente –aunque
las amenazas de Apolo le están asustando bastante–, sino porque él
mismo reconoce su necesidad. Él es hombre, y, por tanto, la ley pa-
triarcal de Apolo es su ley. Si hubiera sido una hija no le hubiera
tocado a él esa suerte. Pero aquí la implicación consiste en que, des-
pués de enfrentarse con una decisión tan profunda, Orestes al final
tiene que prestar su lealtad a ese principio masculino que está en la
raíz de su propia identidad sexual, sin pensar en las consecuencias.
Las limitaciones y su necesaria aceptación, como retrata el Cin-
co de Espadas, a menudo nos hacen tragar a la vez nuestro falso
orgullo y nuestro miedo. A veces el individuo ha superado sus limi-
taciones, y ha tratado de alcanzar algo que está demasiado arriba. El
reconocimiento de nuestras limitaciones requiere una conciencia y
una mente clara e imparcial. Sabemos lo que somos, y, por tanto, lo
que podemos y debemos hacer; esta es la aceptación de la ley inter-
na. Aunque esto pueda ser doloroso, o incluso deprimente o aparen-
temente despreciable, sin embargo, es una etapa necesaria si el indi-
viduo quiere hacer efectivos los principios en los que se cree. Sin
esta aceptación de nuestra propia suerte, no podemos llevar a cabo
nada.
180
El Seis de Espadas
La carta del Seis de Espadas retrata a Orestes de pie,
en una postura llena de dignidad, encima de una barca li-
gera. Va envuelto en una capa de color malva claro y mira
fijamente, a través del agua, hacia la ciudad de Argos, que
podemos divisar a lo lejos. Seis espadas están enhiestas,
con las puntas clavadas en el casco de la barca. En primer
plano, las aguas son turbulentas, y en el cielo se pueden ob-
servar unas nubes tormentosas. Pero conforme Orestes se
va acercando a su ciudad, el agua parece calmarse, y el
cielo sobre la ciudad es claro.
181
demos casi siempre descargar la ansiedad y fomentar una tranquila
aceptación que nos permite movernos hacia el futuro. Lo que estos
mapas simbólicos, como el Tarot o el horóscopo, nos regalan no
tiene precio, aunque un mapa no puede tomar decisiones por noso-
tros, o cambiar una situación interna, haciendo que en vez de mala
sea buena. Pero saber que estamos en un determinado camino, y
cómo hemos llegado hasta aquí, y qué sentido puede tener, tal vez
pueda hacer magia; y por eso el mar se transforma y tenemos un
viaje tranquilo y pacífico.
El Siete de Espadas
182
motivo que le ha hecho regresar a Argos de incógnito es un motivo
violento. Aunque él obedece a la voluntad del radiante dios-sol, sin
embargo, está a punto de cometer un matricidio. Hay algo ligera-
mente cuestionable en el Siete de Espadas, aunque el objetivo sea
aparentemente un objetivo «bueno» o justificado, y esto plantea el
problema de la fundamental amoralidad de la mente. El intelecto,
incontaminado por los valores del sentimiento, puede ser frío y cal-
culador, y el fin puede justificar los medios, sobre todo cuando se
trata de un fin noble. Pero esta carta sugiere que la vida puede obli-
garnos a desarrollar estos atributos, aunque nuestras naturalezas no
sean capaces de tener tan obvias habilidades. Para alcanzar una meta
puede que haga falta tener tacto, utilizar deliberadamente nuestro
atractivo personal, e incluso usar el subterfugio, y esto nos hace es-
tar a disgusto si somos profundamente sinceros en nuestro trato con
los demás.
Pero Orestes no llega a Argos a la cabeza de una banda tocando
las trompetas. De haber sido así, Clitemnestra y su amante le hubie-
ran detenido y probablemente le hubieran matado, y él no hubiera
podido llevar a cabo la voluntad del dios. Por tanto, él tiene que
comprometer su carácter, y esta parece ser una exigencia de la etapa
del camino reflejada por el Siete de Espadas. La astucia es uno de
los atributos de la mente, y hay momentos en la vida en los que se
tiene que utilizar. En cada intercambio de opiniones, es necesaria la
astucia; de lo contrario, no haríamos más que intimidar a los demás
y chillarles, y no conseguiríamos nada. Todos los políticos entien-
den esta cualidad de la astucia; lo mismo ocurre con los curas y los
abogados, porque la diplomacia es la cara más bonita de la astucia, y
las ideas tienen que ir envueltas en la diplomacia si quieren llegar a
los demás –tanto para bien como para mal.
183
El Ocho de Espadas
La carta riel Odio de Espadas retrata a Orestes en un
gesto de temor, con las manos levantadas para defenderse
de su sentencia. Le rodea un círculo de ocho espadas, con
las puntas clavadas en el suelo. De pie, a su izquierda, está
Apolo, mirándolo serio y enfadado. A su derecha se agaza-
pan las tres Furias, vestidas de negro, con unas caras blan-
cas y odiosas, cabellos de serpiente y coriáceas alas de
murciélago. En lontananza, unas nubes amenazadoras pen-
den sobre los picos de la montaña.
184
puede que consigamos aplazar nuestra toma de decisión durante un
tiempo; pero antes o después habrá una confrontación, y entonces
llega el trauma, cuando nos damos cuenta de que nuestros subterfu-
gios y nuestras tácticas de dilación han empeorado aún más las co-
sas. Por eso el Ocho de Espadas surge naturalmente del Siete, como
si la astucia y la sutileza, aunque se haya usado por necesidad y con
una buena razón, crearan su propia trampa. En ese caso hemos de
aceptar nuestra responsabilidad en toda esta historia, intentar com-
prender que es lo que queremos realmente y actuar de una vez por
todas. Así se podrá dar una solución.
El Nueve de Espadas
La carta del Nueve de Espadas retrata a Orestes de pie,
tapándose los oídos con las manos. Tras él las tres Furias
se ciernen amenazadoras en una masa de nube gris. Cada
una de ellas sostiene tres espadas, y las nueve espadas
apuntan al joven príncipe. Tras ellas, el cielo es negro so-
bre las montañas.
185
miento concreto, pero que es espantosa y penosa debido simplemen-
te al poder de la imaginación. Aquí Orestes ha llevado a cabo su
misión, ha matado a su padre, y ahora las Furias le persiguen. Pero
ellas, por su misma naturaleza, no son corpóreas; no puede física-
mente hacerle daño o derribarle. Le atormentan por medio de la as-
tucia –a través de sus miedos y fantasías de destrucción–. El Nueve
de Espadas se podría llamar una imagen de lo que la psicología de-
nomina como ansiedad flotante porque refleja un estado de ánimo
en el que el individuo teme que le venga encima un terrible futuro,
incluso cuando actualmente no hay indicios de que un futuro tan
malo se vaya a manifestar realmente.
De todos modos, nuestros temores pueden variar de una persona
a otra, mucha gente –quizá la mayoría– se ve afectada de vez en
cuando por este miedo a un futuro terrible. Para algunos, es el temor
a que una persona querida nos rechace, o se muera, o nos deje por
otra persona. Para muchos es el temor a una quiebra en el negocio o
a una pérdida, o a que un proyecto creativo se venga abajo. El temor
a un futuro fracaso atormenta a mucha gente, así como el terror a la
soledad, a la enfermedad, al aislamiento de la vejez. El problema
que tenemos con visiones tan espantosas del futuro es que, si esta-
mos fuertemente afectados por ellas y empezamos a darles impor-
tancia, actuamos en consecuencia, y nos volvemos desconfiados y
cerrados a la vida, destruyendo así toda posibilidad de felicidad fu-
tura y muchas veces fabricando el mismo destino al que tenemos
miedo, por culpa de nuestras propias sospechas. El Nueve de Espa-
das es una carta profundamente psicológica, ya que estas fantasías
morbosas de un futuro sentenciado surgen muchas veces de la astu-
cia del pasado –como en el caso de Orestes, para el cual las Furias
son una personificación de su astucia corrosiva–. Esta astucia brota
de la decisión que se tomó en el Ocho, que a su vez sale del dilema
que el individuo tenía a causa de las opciones del pasado. Solo la
perspicacia simbolizada por Atenea puede disipar la atormentada
fantasía de las Furias.
El Diez de Espadas
La carta del Diez de Espadas retrata a la diosa Atenea,
de pie, tranquila, sosteniendo en su mano derecha una es-
pada enhiesta. A su derecha están agazapadas las tres Fu-
rias, y su amenaza está contenida en el círculo de nueve es-
padas. A su izquierda, Orestes yace inconsciente en el sue-
lo, a punto de consumirse. El cielo negro sobre las monta-
ñas va dejando paso al sol naciente, que apenas se nota en
el horizonte.
187
ternos que se transmiten de generación en generación, esos proble-
mas de la vida que los abuelos y los padres han sido incapaces de
afrontar con honradez y que los hijos se ven obligados a soportar
hasta que consiguen verlo claro.
Por eso, el Diez de Espadas, sin ser exactamente un cuento bo-
nito con un final feliz, representa el resultado justo e inevitable de
un proceso que empezó con el nacimiento de nuevas ideas y percep-
ciones de la vida en el As. Muchas veces este nacimiento supone
que un viejo problema, que estaba muy metido dentro de nosotros,
se ve forzado a subir a la superficie y al final de nuestra vida se tiene
que desprender de algo; y estas separaciones son penosas y difíciles.
Pero una vez que se ha superado la crisis, el sol puede salir de nue-
vo, y nosotros nos ponemos en marcha, no desilusionados y desen-
gañados, sino liberados de un profundo cáncer que hunde sus raíces
en un pasado más viejo que nosotros mismos, y que nuestro propio
sufrimiento ha aliviado y redimido.
188
Las Figuras
La Sota de Espadas
La carta de la Sota de Espadas retrata a un muchacho,
vestido con una túnica azul claro, arrodillado entre las nu-
bes en un cielo turbulento. Su bonito pelo ondea al viento
que sale de su boca, porque sopla con fuerza. Sostiene en su
mano una espada de plata. Debajo de él se puede ver un
paisaje montañoso gris.
191
El Caballo de Espadas
La carta del Caballo de Espadas retrata a dos jóvenes,
gemelos idénticos, vestidos con unas túnicas gris claro y
una armadura de plata, con cascos de plata sobre su her-
moso cabello. Cada uno de ellos sostiene una espada de
plata, y ambos están montados en el dorso de un caballo
gris claro. El caballo está agitado, sus patas delanteras es-
tán estiradas como si estuviera a punto de coger el vuelo, y
los gemelos tienen sus espadas en alto como si estuvieran
preparados para la batalla. Sobre el caballo y los jinetes
hay un turbulento cielo gris, con nubes que se deslizan rá-
pidamente.
192
ción a empezar reyertas. Llegaron a pelearse con otro par de geme-
los, llamados Idas y Linceo. Idas mató a Cástor, el gemelo mortal, y
Pólux a su vez mató a Linceo con su lanza. Zeus intervino en nom-
bre de su hijo e hirió mortalmente a Idas con un rayo. Pólux estaba
profundamente dolido por la muerte de su hermano y le dijo a su
padre Zeus que no quería vivir sin él, que rechazaba la inmortalidad
si Cástor no podía compartirla con él. Entonces Zeus permitió que
los dos pasaran sus días alternándose en la divina morada del Olim-
po y bajo tierra, en el reino de Hades, y colocó sus imágenes entre
las estrellas como los Géminis.
Los Dióscoros son imágenes de una energía abrupta y mercu-
rial, la capacidad de la mente humana para recibir una inspiración
repentina o dejarse llevar por una nueva idea que lance el viejo or-
den al caos y deje cambios tras de sí. La dualidad de los Géminis
celestiales sugiere una dualidad o duplicidad en este campo de la
mente, porque casi siempre estas nuevas ideas repentinas que irrum-
pen en nuestras vidas monótonas dan lugar al mismo tiempo a con-
flictos o son ellas mismas ambivalentes y llenas de conflictividad.
La pugnacidad y la insensibilidad de los Dióscoros nos dice algo
también de la cualidad de la energía mental descrita por el Caballo
de Espadas: no tiene en cuenta el sentimiento humano, y muchas
veces es la causa de la ruptura o la desunión de una relación porque
el individuo es poseído de repente por una idea que le pide lastimar
a alguien. Por eso hay una actitud básica en el Caballo de Espadas,
que no es diferente a la figura de Don Juan en la leyenda romántica.
Esta figura es intensamente atractiva a causa de su brillantez, pero
es insensible: no tiene un verdadero sentimiento por la continuidad
del pasado y la integridad de la relación humana, y no está prepara-
do para realizar sacrificios personales o para comprometer su fría y
altanera visión del momento.
En la vida corriente podemos ver la energía de los Dióscoros
funcionando cuando un individuo abandona responsabilidades y
ataduras para perseguir una nueva y juvenil aventura. En psicología,
este impulso se llama el puer aeternus, el niño eterno, y este es un
impulso que en algunas personas es más fuerte que en otras. El espí-
ritu del Caballo de Espadas no puede llegar a viejo o estancarse en
193
demasiada esclavitud. Una intimidad prolongada le hace estar in-
quieto, y él necesita constantes estímulos mentales para tratar de no
aburrirse. Tiene el doble rostro peculiar de ser a la vez destructivo
para las ataduras del sentimiento y de catapultar creativamente a un
individuo del aburrimiento y la servidumbre a nuevas fases de cre-
cimiento, que a menudo dejan un corazón o dos rotos. Por eso cum-
ple al mismo tiempo una función negativa y otra positiva –reflejadas
aquí en la imagen de los Géminis–. Para los Dióscoros, el conflicto
y el movimiento son algo natural, y uno no sabe sentirse demasiado
culpable hacia quien podría ser lastimado cuando la mente brusca-
mente se vuelve y se mueve en una nueva dirección. La cualidad
mercurial de los Géminis está reflejada en la imagen por la agitación
del caballo, que casi no toca el suelo y que no puede estarse quieto,
llevando a sus jinetes gemelos hacia delante, hacia nuevas aventu-
ras.
La Reina de Espadas
La carta de la Reina de Espadas retrata a una mujer
fría, severa de rostro pero hermosa, de pelo rubio, auste-
ramente vestida con un sencillo traje azul claro. Lleva una
corona de oro, y está sentada en un trono de plata. En una
mano sostiene una espada de plata; en la otra, un jarro que
194
echa agua hasta el suelo. Detrás de ella se puede observar
una panorámica de las montañas cubiertas de nieve bajo un
cielo azul, tranquilo y frío.
El Rey de Espadas
La carta del Rey de Espadas retrata a un hombre her-
moso de rasgos cincelados, bonito pelo y bonita barba, ves-
tido de gris y con una corona de oro. Está sentado en un
trono de plata en cuyos brazos está esculpido el emblema
de una perfecta armonía el triángulo equilátero. En una
mano sostiene una espada de plata, en la otra, una balanza
197
con dos platillos. Tras él se extiende un paisaje de picos de
una montaña bajo un nuboso cielo gris.
200
201
202
EL PALO DE PENTÁCULOS
El As de Pentáculos
La carta del As de Pentáculos retrata la figura de un
hombre moreno y con una larga cabellera rizada y castaña
y una cola de pez, saliendo de las profundidades del mar y
llevando en alto un solo pentáculo de oro. A su alrededor
hay unos arrecifes cubiertos de parras con un montón de
racimos maduros, mientras que se observa en lontananza
un paisaje de fértiles y verdes colinas abierto sobre una
bahía.
205
piarse de islas y parte de la tierra firme de Grecia.
Poseidón era un dios de la fertilidad, esposo de la gran Madre
Tierra y señor del universo material. Se le honraba en forma de toro
y se le llamaba «terremoto», una gran bestia negra con unos brillan-
tes ojos rojos, que vivía en las entrañas de la tierra y pataleaba, ha-
ciendo que se movieran las montañas y los mares inundaran la tie-
rra. Por eso, Poseidón es una fuerza bruta de la naturaleza, y en el
As de Pentáculos encontramos su poder como una explosión de
nueva energía para la creación material. Mientras el As de Bastos se
levanta hacia arriba como el nacimiento de una nueva visión creati-
va, el As de Pentáculos vuelve su inmensa potencia creadora hacia
abajo, hacia el mundo, y es esta urgente necesidad de concretar y
crear en el mundo visible la que está detrás de todas estas ambicio-
nes materiales. El individuo que puede lucir el dinero y hacer cosas,
resulta que, en un nivel mundano, experimenta algo del poder de
este antiguo dios de la tierra, y el As de Pentáculos presagia la erup-
ción de una fresca ambición hacia la creación material y el éxito.
El Dos de Pentáculos
La carta del Dos de Pentáculos retrata a Dédalo, un
hombre moreno, de pelo castaño, con una túnica color ocre
y un delantal de cuero marrón, en su Taller. Está delante de
su mesa de trabajo, sostenida por dos pentáculos de oro. A
sus dos lados, sobre un enrejado de madera, se agrupan
unos racimos cargados de uvas, y en el fondo se puede ver
un paisaje de ricas colinas verdes. En su mano izquierda,
206
Dédalo sostiene un hacha, que acaba de inventar. En su
mano derecha, una sierra, otro invento suyo. Ante él, enci-
ma de la mesa, están esparcidas las herramientas de su ofi-
cio.
El Tres de Pentáculos
La carta del Tres de Pentáculos retrata a Dédalo de pie
sobre una plataforma elevada o estrado, vestido tan solo
con su túnica ocre y su delantal de cuero. Tres atenienses
están de pie ante él, vestidos con ropas austeras, pero bue-
nas. Cada uno de ellos le ofrece un pentáculo de oro. Alre-
dedor de los cuatro hombres hay racimos cargados de uvas
que cuelgan de una parra, y un fondo de colinas verdes se
puede observar contra un cielo azul claro.
208
bién a la hora de valorar el significado de las cartas numeradas en el
Palo de Pentáculos, porque las recompensas materiales que este Palo
promete son contingentes no solamente las agudas habilidades para
los negocios y la buena voluntad para trabajar duro, sino también
sobre el carácter. La incapacidad del individuo para conocer sus
propios límites, y el hecho de creer que uno puede hacer cualquier
cosa que le plazca en el mundo material sin tener en cuenta las con-
secuencias para los demás, es casi siempre el fatal defecto que antes
o después lleva al fracaso del primer éxito indicado por el Tres. Por
tanto, el mensaje de esta carta es el siguiente: disfruta de los pri-
meros frutos de tus trabajos, pero ten en cuenta el futuro, no sola-
mente en función del trabajo que han de hacer, sino en función de su
capacidad para llevarlo.
El Cuatro de Pentáculos
La carta del Cuatro de Pentáculos retrata a Dédalo
apretando fuertemente cuatro pentáculos de oro entre sus
brazos. Está mirando enojado a un muchacho ocupado en
su mesa de trabajo –su sobrino Talos, vestido con una túni-
ca verde claro, con el pelo castaño y la tez aceitunada, con-
centrado en un bonito adorno de oro que está a punto de
terminar. Alrededor de ambos, el artesano y su sobrino, se
entrelazan en una parra unos racimos cargados de uvas,
mientras que verdes colinas se pueden ver en lontananza
contra un cielo claro.
209
El Cuatro de Pentáculos a veces se llama la carta del avaro, por-
que indica una forma de ser demasiado apegada al dinero o a la po-
sición social de uno. Debido a este apego tan estrecho, el flujo de
energía que siempre hace falta en el Palo de Pentáculos para llegar
al triunfo material es obstruido y empieza a estancarse. Aquí vemos
a Dédalo reaccionando con enojo y con envidia ante su sobrino su-
perdotado, que ya le ha superado en destreza aunque solo tiene doce
años. En vez de considerar este desafío competitivo en un sentido
más creativo. Dédalo ha preferido reaccionar tratando de aferrarse
con todas sus fuerzas a la situación del pasado. Esto a la larga con-
duce a la destrucción no solamente de Talos, sino del mismo Déda-
lo.
El Cuatro de Pentáculos no se refiere solamente a nuestro apego
exagerado al dinero. El dinero es un símbolo y a la vez una realidad
objetiva, porque es a través del dinero como afirmamos nuestra va-
loración de las cosas. Por eso encarna nuestro propio valor, el precio
que ponemos a nuestra propia expresión. Las recompensas que una
persona espera por sus habilidades representan también una estima-
ción de la cantidad de habilidades que posee en función del valor, y
puesto que fracasamos tantas veces al comprender el significado
más profundo del dinero en nuestras vidas, deducimos que el dinero
en sí es el principal responsable de los males del mundo. Las ense-
ñanzas espirituales y esotéricas sugieren que el dinero es intrínse-
camente malo y corrupto; pero estas enseñanzas no distinguen la
diferencia entre el objeto concreto y el valor emocional que le da-
mos. Por eso la envidia de Dédalo no se refiere en realidad a los
negocios que podría perder porque su sobrino sabe crear objetos
más bonitos, ya que uno podría suponer que el mercado ateniense
era suficientemente grande para los dos; aparte que él podía haber
aprovechado el desafío de Talos como un estímulo para un ulterior
desarrollo de sus propios talentos. Pero la envidia se refiere a un
problema de prestigio, porque la estima que Dédalo tiene de sí mis-
mo se basa en lo que hace, y la pérdida de lo uno es también la pér-
dida de lo otro.
Por eso, el Cuatro de Pentáculos es una carta sutil, porque no se
trata solo de una actitud de avaricia que induce al individuo a afe-
210
rrarse demasiado a sus recursos, provocando de ese modo el estan-
camiento de la energía y la incapacidad para obtener futuras ganan-
cias. Esta carta describe también un problema interno de inseguri-
dad, y un temor a soltar prenda que pueda producir un estancamien-
to no solamente material, sino también emocional. El flujo de ener-
gía emocional que soltamos libremente, va de la mano del flujo de
recursos materiales que soltamos, y la persona que es demasiado
agarrada, que no sabe delegar autoridad, que guarda su fama y su
generosidad, crea un bloqueo interno y externo a la vez.
El Cinco de Pentáculos
La carta del Cinco de Pentáculos retrata a Dédalo, en-
vuelto en una capa marrón andrajosa, deslizándose en la
noche fuera de la ciudad donde hacía poco tiempo había
alcanzado tanta fama. En una colina, tras él, está su taller;
su parra adornada de racimos y luciendo cinco pentáculos
de oro –el éxito que ahora Dédalo tiene que dejar atrás–.
El camino por el que viaja le lleva hacia un paisaje yermo
de colinas marrones. En el cielo negro se puede ver una
delgada luna menguante.
211
de Atenas como un pordiosero, dejando atrás las recompensas de sus
años de duro trabajo.
El Cinco de Pentáculos indica casi siempre el peligro de un pe-
riodo de pérdida financiera. Pero sobre todo indica una pérdida de fe
en uno mismo. Como tantas veces confundimos el prestigio con la
segundad material, los reveses financieros pueden destruir no sola-
mente la seguridad material, sino también el sentido de dirección del
individuo y la fe en sí mismo o en sí misma. Durante el desastroso
«crac» de 1929 en los Estados Unidos, muchas personas reacciona-
ron a la catástrofe financiera suicidándose –una reacción dura, si
consideramos que la vida humana es preciosa, pero una decisión
comprensible, si pensamos cuántas personas identifican totalmente
su valor con su éxito material–. El mensaje del Cinco de Pentáculos
es que hay que soltar prenda, porque si el desastre material llega,
puede que en cierto modo sea necesario, y sea la consecuencia
inevitable de un error o de una actitud incorrecta. En el mito, el fra-
caso de Dédalo se produce porque hay un defecto fatal en su carác-
ter, y su pérdida puede que sea la única manera posible de que sepa
enfrentarse en sí mismo honradamente con aquello que es su peor
enemigo. Si las dificultades materiales se saben tomar en este senti-
do, entonces los problemas reflejados por el Cinco de Pentáculos al
final pueden producir una transformación del individuo por dentro,
para que el futuro pueda otorgar no solamente renovados éxitos ma-
teriales, sino también un centro interior más sólido que sepa hacer
frente a los desafíos que el éxito trae consigo.
212
El Seis de Pentáculos
La carta del Seis de Pentáculos retrata a Dédalo arro-
dillado en acto de respeto, con las manos juntas en gesto de
súplica. Sentado ante él en un trono de oro está el Rey Mi-
nos de Creta –un hombre maduro con el pelo y la barba
negros y la tez morena, vestido de púrpura regia y llevando
una corona de oro–. El rey sostiene en sus manos seis pen-
táculos de oro, y se los ofrece a Dédalo como prenda de un
futuro patronazgo. Detrás del artesano arrodillado y del
rey entronizado se pueden ver los muros del palacio de Mi-
nos, decorados con frisos pintados de toros danzantes y
bordes de parras cargadas de racimos.
213
todo malo, aunque ha cometido un gran crimen. Es un hombre am-
bivalente, capaz de hacer mucho bien y a la vez mucho mal, y la
vida, por tanto, no le juzga como la sociedad –encarnada en los ai-
rados atenienses– podría juzgarle. Por su crimen, él ha sufrido la
pobreza, el exilio y la humillación, y ahora empieza un nuevo ciclo,
anunciado por uno de esos golpes de la buena suerte que se ponen
de manifiesto en la bondad y la generosidad –la de uno mismo o la
de los demás.
El Siete de Pentáculos
La carta del Siete de Pentáculos retrata a Dédalo en el
palacio del Rey Minos. A su derecha, engarzados en una
columna pintada sobre la que su mano se posa con un gesto
de posesión, hay seis pentáculos de oro. A su izquierda, de
pie, está la Reina Pasifae, esposa de Minos, vestida de púr-
pura y con una corona de oro sobre sus largos cabellos
castaños. Ella tiene en su rostro una expresión de angustia
y desesperación, y le ofrece al artesano un solo pentáculo
de oro. Tras ella, se pueden ver la cabeza y los hombros de
un toro blanco.
214
el venturoso gesto de benevolencia indicado por el Seis. Pero ahora
ha entrado un factor nuevo en la historia: una proposición que po-
dría tener incluso mejor recompensa que la vieja, o que podría pre-
cipitarle en una ruina aún peor. Ponerse de parte de la Reina Pasifae
significa traicionar a su patrón: pero puede significar también seguir
la voluntad del dios Poseidón, que, por ser dios, podría hacer que
fuera una decisión mucho más sensata la de aliarse con él.
Traducido a unos términos más corrientes, la decisión de Déda-
lo retratada en el Siete de Pentáculos refleja una situación en la que
estamos llamados a decidir entre la seguridad de lo que ya hemos
construido y las inseguras e inciertas posibilidades de una nueva
dirección que puede conducimos o no a un futuro éxito. Un polo
representa la decisión segura, aunque en esta seguridad existe el
peligro del estancamiento e incluso de la desgracia si algo «de inspi-
ración divina» es rechazado a favor de lo que es seguro pero carece
de vitalidad. El otro polo representa algo presuntamente arriesgado,
incluso peligroso, quizá «inmoral» en el sentido que desafía la opi-
nión popular. Sin embargo, esta nueva posibilidad peligrosa contie-
ne una fuerza vital y una probabilidad de desarrollo que podría pesar
más que las recompensas del camino seguro. Por eso el Siete encar-
na una situación que antes o después llega a todo el que intenta ex-
presar su energía creadora en este mundo. Se puede conseguir el
triunfo esperado, pero con él se pierde muchas veces el espíritu ju-
venil de la empresa arriesgada, y uno puede verse constreñido a rea-
lizarse a través de un solo canal. El problema es si coger o no la
nueva oportunidad y el nuevo riesgo perdiendo todo lo que ha sido
edificado.
215
El Ocho de Pentáculos
La carta del Ocho de Pentáculos retraía a Dédalo en su
taller en las inmediaciones del palacio del Rey Cócalo de
Sicilia. A sus dos lados, unas parras cargadas de racimos
trepan por unos postes de madera. Detrás de él, se puede
ver una panorámica de verdes montañas que conducen al
mar. En el suelo, a los pies del artesano, hay siete pentácu-
los de oro, todos ellos inacabados y esperando futuro tra-
bajo. Encima de la mesa de madera que está delante de él,
hay un solo pentáculo de oro, alrededor del cual Dédalo es-
tá cincelando un borde elaborado.
216
podemos todavía seguir creciendo y manifestar nuevas cosas.
El Nueve de Pentáculos
La carta del Nueve de Pentáculos retrata a Dédalo de
pie con sus manos enlazadas en un gesto de satisfacción, y
en el rostro una sonrisa autocomplaciente. Ya no se pone la
túnica y el delantal de cuero, ahora se viste con un traje co-
lor ocre con guarniciones de oro. Tiene sobre su cabeza
una guirnalda de laurel. A sus dos lados, unos sarmientos
cargados de uvas trepan por una parra de madera, mien-
tras que en lontananza se pueden ver unas montañas verdes
y un tranquilo mar azul. Junto al artesano, alineados en el
suelo, hay nueve pentáculos de oro.
217
cemos a nosotros mismos. Dédalo puede decir aquí con razón: «Yo
me he hecho a mí mismo», ya que su montón de riqueza es en reali-
dad un símbolo del sentido de autovaloración que solo puede adqui-
rirse dentro de uno mismo. El artesano no solamente se ha reconci-
liado con su pasado sombrío y su época de pérdidas y de exilio:
también ha sabido ser más listo que el Rey Minos, que se hizo
enemigo suyo debido a la decisión que él había tomado de ayudar a
la reina y seguir la voluntad del dios Poseidón. El peligro ahora ha
pasado; el artesano puede sentirse satisfecho, porque sus esfuerzos y
sus talentos han asegurado su supervivencia, su riqueza y su posi-
ción para el resto de su vida.
Por eso el Nueve de Pentáculos es una carta de recompensa y de
realización a los ojos de uno mismo, y sabemos que aunque ninguna
otra persona reconozca el valor que hemos alcanzado, vale la pena
porque lo sabemos nosotros desde dentro. En la satisfacción encar-
nada en el Nueve hay una permanencia y una indestructibilidad que
no está presente en ninguna otra carta de los Arcanos Menores. Esta
satisfacción no se la debemos a nada ni a nadie, excepto a nosotros
mismos. Una vez construida, ya no se puede destruir, aunque se
llevaran el montón de riquezas. El Nueve de Pentáculos es más que
una carta de realización social.
A nivel más sutil, indica el encuentro de un sentido de autovalo-
ración profundo y permanente, que ha sido ganado con el duro tra-
bajo de hacer frente a los desafíos de la vida a nivel material y de
sobrevivir a ellos de algún modo.
219
táculos solo lo que está aquí es real, y es este sentimiento de que
hemos dejado una impronta de algún tipo –que nuestro paso por la
vida no ha sido una trémula luz sin sentido que se apaga demasiado
pronto– el que forma casi siempre el núcleo de lo que llamamos
ambición mundana. Por eso, el aparente materialismo craso y la
ambición que muchas veces están asociados a los esfuerzos terre-
nales, pueden tener en su centro una profunda necesidad humana de
ofrecer algo de nosotros mismos a la vida, como un mojón per-
manente que indique nuestro paso a través de ella. Una vida ple-
namente vivida, como ha sido la vida de Dédalo, con las dos cosas,
el bien y el mal, y una disposición a asumir los retos de la vida sin
preocuparse en absoluto por las consecuencias, en vez de quedarse
tranquilo en la cama, puede llevar muchas veces a esta experiencia,
de haber realizado un destino y de haber dejado algo que puede ser
transmitido a las futuras generaciones.
220
Las Figuras
La Sota de Pentáculos
223
El Caballo de Pentáculos
La carta del Caballo de Pentáculos retrata a un joven
moreno, de pelo castaño oscuro, montado en un caballo re-
choncho de color marrón. Viste una túnica verde-lima y
una armadura de cuero marrón, y lleva un casco de cuero
marrón. En su mano derecha sostiene un pentáculo de oro;
en la izquierda, una gavilla de trigo. A su alrededor hay
unas dehesas onduladas con unas ovejas y un olivar con
colmenas. Encima de él hay un cielo azul brillante.
224
obligara a explicarle la razón de esa catástrofe. Aristeo, a su debido
tiempo, encontró y capturó a Proteo, que le dijo que la enfermedad
de las abejas se debía a una desgraciada historia de amor que provo-
có accidentalmente la muerte de una mujer, por lo que Aristeo esta-
ba siendo castigado por los dioses. Para expiar su culpa, ofreció va-
rios animales en sacrificio a las divinidades ofendidas, y de las car-
casas de los animales sacrificados salió un enjambre de abejas, que
él capturó y puso en una colmena. Aristeo después continuó sus
viajes a Libia y desde allí a Cerdeña, y con el tiempo a Sicilia. Fi-
nalmente llegó a Tracia, inquieto todavía y en busca de nuevas ta-
reas a realizar. Con el tiempo fundó la ciudad de Aristeum, y murió
allí homenajeado por su sabiduría.
Aristeo, el Caballo de Pentáculos, es una imagen de la capa-
cidad humana para la laboriosidad y el servicio diligente. Él en
realidad no es un héroe, ya que no se enfrenta a dragones o a perse-
cuciones peligrosas, y su mayor reto es el de curar a sus abejas en-
fermas. Pero, a pesar de eso, es una figura poderosa y creativa. El
carácter de Aristeo es el del enamorado del campo y el del amigo de
los animales y de todas las criaturas salvajes, para el que ninguna
tarea es demasiado servil con tal de que sirva a la vida de la natura-
leza. Aunque sus objetivos eran limitados –Aristeo nunca podría ser
acusado del extraordinario orgullo que aflige a tantos héroes griegos
y que es la causa de su gloria y de su caída final–, sin embargo, es
bueno y digno de confianza, y está dispuesto a trabajar mucho y
muy duro para los asuntos que le interesan. A pesar de que en prin-
cipio todas las figuras de la mitología griega son culpables del rapto,
violación, homicidio o algún que otro crimen, es un rasgo peculiar
de Aristeo a que acepte voluntariamente un ritual tan detallado y tan
pesado y lo cumpla de forma impecable con tal de conseguir nuevas
abejas.
Por eso Aristeo encarna ese lado nuestro que es lo sufi-
cientemente humilde como para relacionarse con las formas más
humildes de la vida, y que está siempre dispuesto a seguir apren-
diendo acerca de los aspectos, variados y complejos, de la natu-
raleza. El Caballo de Pentáculos no es una figura fascinante, pero
sabe tener una gran conformidad porque sus logros están siempre
225
circunscritos por el realismo y los objetivos humildes. Esta es la
cualidad que nos permite aceptar con buen ánimo la tarea que puede
ser aburrida pero que no hay más remedio que hacerla, y desempe-
ñar fielmente las labores de la vida diaria. Aristeo no tiene preten-
siones de divinidad, a pesar de que es hijo de un dios, y él mismo es
adorado como dios después de su muerte.
La Reina de Pentáculos
La carta de la Reina de Pentáculos retrata a una mujer
hermosa, de abundante cabellera castaño oscuro y ojos
castaños, con un atractivo vestido bermejo y una corona de
oro. Está sentada en un trono de oro en cuyos brazos están
esculpidas unas cabezas de toros. En su mano derecha, sos-
tiene un pentáculo de oro; en su mano izquierda, un racimo
de uvas de color púrpura. A su alrededor hay unos sembra-
dos en sazón, verde y oro, en los que se puede ver una ma-
nada de vacas pastando.
226
héroe Hércules, que en un momento bajo de su carrera fue conduci-
do a Asia y puesto en venta como esclavo sin nombre –hay mucha
diferencia con el héroe que hemos encontrado en la carta de la Fuer-
za de los Arcanos Mayores–. Fue comprado por Onfala, reina de
Lidia, una mujer que tenía vista para los negocios, y él la sirvió
fielmente durante tres años, limpiando Asia Menor de los bandidos
que infestaban el país.
Onfala había heredado el reino de su último esposo, y lo gober-
naba hábilmente gracias a su carácter pragmático y fuerte. Compró a
Hércules como amante más que como luchador, y él le dio tres hi-
jos. Ella pasaba la mayor parte de su tiempo con el héroe, abando-
nándose completamente al placer. A Grecia llegaron rumores de que
Hércules había dejado de usar su piel de león y en su lugar llevaba
collares con piedras preciosas, brazaletes de oro, un turbante de mu-
jer, un mantón de púrpura y una faja Meonia. Que estaba sentado –
continuaba la historia– cardando lana de una cesta o hilando, y que
se ponía a temblar cuando su ama lo reñía. Que se dejaba peinar y
hacer la manicura por las doncellas de Onfala, mientras que ésta se
ponía su piel de león y utilizaba su garrote y su arco.
Un día la pareja visitó ciertos viñedos, y el dios Pan, al que ya
hemos encontrado en la carta del Diablo de los Arcanos Mayores,
los divisó desde una colina alta. Enamorado de Onfala, el dios con
pata de cabra se despidió de sus ninfas y declaró su amor imperece-
dero por la reina Lidia. Onfala, que se dio cuenta perfectamente de
que Pan la perseguía, sugirió a Hércules que se retiraran por la no-
che a una gruta a cambiarse de ropa. A medianoche Pan se deslizó
en la gruta, se encontró con alguien que él creía que era Onfala que
estaba tumbada durmiendo, y con manos temblorosas intentó abra-
zar algo que resultó ser un furioso Hércules. El héroe le dio un pun-
tapié a Pan echándolo de la gruta, y Onfala y él rieron a carcajadas
al ver al dios-cabra en un rincón curando sus magulladuras. Desde
ese día Pan empezó a detestar las ropas, y exige que sus oficiantes
acudan desnudos a sus ritos.
Onfala, la Reina de Pentáculos, es una imagen de la fuerza fe-
menina y de la sensualidad, que puede esclavizar incluso a un hom-
227
bre tan indómito y tan bruto como Hércules. En cierto aspecto re-
presenta la sensualidad del cuerpo en sí mismo –de ahí su nombre,
porque los griegos creían que esta pasión estaba centrada en el om-
bligo– y que está presente tanto en los hombres como en las muje-
res. No se trata simplemente del deseo de satisfacción física, sino de
una fuerza primordial que tiene dignidad y poder a la vez. Al servi-
cio de la Reina Onfala, Hércules pasa por una especie de iniciación
–y nosotros también, cuando encontramos a la Reina de Pentáculos
en nosotros mismos, debemos sometemos al poder de los instintos y
al reconocimiento de que incluso la mente más elevada y la espiri-
tualidad más exquisita existe en un cuerpo que está hecho de tierra.
De todos modos, Onfala no es meramente sensual. Es una soberana
que actúa en su derecho, y está preparada para ser generosa pero
siempre realista y conservadora de su riqueza y de su territorio. Su
adquisición del héroe como amante no se debe a que no tiene otros
amantes a su disposición, sino a que ella quiere el mejor. Por eso
puede ser tomada también como una imagen de la valoración de uno
mismo, porque Onfala se trata a sí misma y a su cuerpo lo mismo
que a su país, con cuidado y abundante generosidad. Ella tiene la
resistencia y la estabilidad de la misma tierra, y aunque la sensuali-
dad sola no puede llenar una vida, Onfala es una imagen de gran
importancia y valor.
228
El Rey de Pentáculos
La carta del Rey de Pentáculos retrata a un hombre
moreno, de pelo y barba castaño oscuro, de constitución
fuerte, y evidentemente satisfecho de su buena posición so-
cial. Está sentado en un trono de oro en cuyos brazos están
grabadas unas cabezas de cabras. Tras él se levanta un
castillo fortificado, construido en piedra y cubierto de pa-
rras. Frente al castillo sus lacayos y sirvientes están de pie,
preparados para servirle. En sus manos sostiene un pen-
táculo de oro, y a sus pies hay un montón de monedas de
oro –diminutos pentáculos, la acumulación de su riqueza
mundana. Va bien vestido, pero con buen gusto, en brocado
de oro y lleva una corona de oro. A su lado, en la hierba,
pasta una cabra marrón.
229
del contacto con el oro, pero las arenas del Río Pactolo brillan toda-
vía como el oro.
Midas, el Rey de Pentáculos, es una imagen de la ambición hu-
mana. Es nuestra aspiración a la situación y a la posición social,
nuestro deseo de poder y de reconocimiento por parte de los demás,
nuestra necesidad de seguridad material y nuestro orgullo por haber
trabajado para conseguir lo que tenemos. Esta ambición es también
un espíritu dinámico, porque no se conforma con la comodidad, sino
que tiene que tener desafíos. Según la mitología, Midas gana el
premio del dios Dionisos gracias a un acto de bondad y de simpatía
hacia el viejo sátiro borracho al que todo el mundo desprecia y pone
en ridículo. Esto alude a una verdad importante sobre el éxito mun-
dano: depende no solamente del trabajo duro y de la destreza, sino
también del reconocimiento y de la comprensión de esos aspectos
del comportamiento humano que son la ociosidad, la indolencia, la
embriaguez y la bestialidad. Solo tolerando y conteniendo estas co-
sas, retratadas en el viejo sátiro, los fundamentos del poder munda-
nos y la autoridad pueden estar seguros, ya que de lo contrario el
individuo puede ser corrompido simplemente porque desconoce sus
propias posibilidades para la corrupción. El Rey de Pentáculos ha
llegado a la cumbre porque posee las cualidades idóneas del lideraz-
go, la autoridad, el realismo y la disciplina para superar los obstácu-
los que se interponen en su contenido. Pero, como sugiere el mito,
tienen que aprender también una dura lección sobre su propia codi-
cia. Midas tiene ya lo suficiente y aún más: es un rey rico y podero-
so, y no va por ahí precisamente desharrapado. Tiene derecho a ser
ambicioso, pero su ambición no la puede anteponer a todo, o morirá
de hambre y de sed. Tras haber aprendido esta lección, el rey se con-
forma con sus galardones. Se trata de un materialista descarado, y
cuando encontramos esta figura en nosotros mismos, encontramos
nuestro propio materialismo, aunque anteriormente nos hayamos
creído unos idealistas y hayamos despreciado semejante grosería.
Este rey es sano y fuerte. Sin embargo, como en todas las cartas del
Tarot, no podemos aferramos a una sola faceta de la vida, el encuen-
tro con la ambición material y sus desafíos y recompensas puede ser
un encuentro productivo y salvador –aunque esto signifique que
230
tenemos que pasar, de alguna manera, por la dura lección de Midas.
231
232
LECTURA DE LAS CARTAS
233
lo intentamos, eso nos ayudará a aclarar un punto sobre el que hay
mucho malentendido entre los estudiantes del Tarot. Un momento
no tiene tan solo propiedades particulares, sino que tiene un pasado
y un futuro que está debajo del paraguas general de estas cualidades.
Hay situaciones y decisiones del pasado que han conducido hasta
este momento, y de las que este momento es consecuencia, y hay
situaciones y decisiones del futuro que salen directamente de nuestra
respuesta a este momento, y están a su vez afectadas por nuestras
decisiones presentes. Por tanto, se trata de entender todo lo posible
cómo hemos llegado a estar en una determinada situación, ya que
este entendimiento a su vez afectará nuestra respuesta a la vida, y
por consiguiente lo que el próximo «momento» va a traer. Sobre las
situaciones y decisiones que pertenecen a un momento dado pende
un determinado significado arquetípico, ya que no hay nada de lo
que hagamos o experimentemos que no haya sido hecho o experi-
mentado antes; y es este significado arquetípico lo que las cartas del
Tarot pueden revelar.
El pasado, el presente y el futuro que están implicados en la lec-
tura de una determinada carta del Tarot, tienden a expresar un pe-
riodo de aproximadamente seis meses. Por eso, el «momento» que
hemos estado considerando es un periodo de tiempo, incluyendo el
pasado –las decisiones, las motivaciones y las experiencias que han
conducido a él– el presente, en el que las cartas son consultadas, y el
futuro –que es el resultado natural de las fuerzas que funcionan en el
presente. Las cartas no describen acontecimientos concretos de un
modo «predestinado», sino que, por el contrario, ilustran influen-
cias, oportunidades y motivaciones ocultas –algo de lo que puede o
no puede cristalizar en acontecimientos o personas externas– que el
individuo puede entonces tratar de entender y trabajar de la manera
más creativa posible. Puesto que es la cualidad del momento que se
describe, el individuo puede, tratando de penetrar en el significado
más profundo del momento, influir de forma más consciente en el
futuro de este momento, afectando así con una mayor conciencia el
futuro que se está revelando. En este sentido creamos nuestro propio
destino, o, mejor dicho, lo que somos ahora influye en nuestro futu-
ro. El destino para los griegos no era una casualidad ni una selección
234
caprichosa de acontecimientos que le ocurrían a una persona, sino
más bien una complicada e infinita trama de decisiones, respuestas y
consecuencias que se extendía a lo largo del tiempo, hacia atrás en
el pasado y hacia adelante en el futuro, una trama que permanecía
casi toda en el subconsciente, a menos que el individuo intentara
llevar un conocimiento más profundo a su vida interior.
Puesto que el «destino» que describen las cartas del Tarot está
ampliamente arraigado en el subconsciente, normalmente no tene-
mos acceso a él. Pero las imágenes de las cartas del Tarot pueden
ayudarnos a conectar con él, y, por tanto, las cartas reflejan para
nosotros a posterior el conocimiento a priori el subconsciente, que
guarda la llave secreta para entender el significado del momento
presente y por eso conoce el posible futuro que sucederá a este mo-
mento. A través de la lectura de las cartas del Tarot, podemos ser
ayudados, leyendo los complicados diseños y movimientos del sub-
consciente, y esta nueva relación entre el yo consciente y el mundo
interior oculto nos permite traer al momento presente –y, por tanto,
a la situación en la que nos encontramos– una comprensión más
profunda y mayores posibilidades de respuesta y decisión.
Por ser las imágenes de las cartas del Tarot tan antiguas y tan
profundamente relacionadas con las tramas más internas del desa-
rrollo humano, las cartas merecen respeto. No son juguetes, sino que
en cierto sentido son imágenes sagradas, no porque sean «sobrenatu-
rales», sino porque, como una gran obra de arte o una gran obra lite-
raria, reflejan nuestros conflictos más profundos, nuestras necesida-
des y aspiraciones. El individuo que desea aprender a trabajar con
ellas y destapar sus posibilidades creativas, necesita, por tanto, cul-
tivar una actitud de respeto hacia la dimensión arquetípica de la vida
que ellas representan, y eso se traduce en la vida corriente en un
respeto por el mundo simbólico, del que las mismas cartas son una
235
representación. El lector inteligente, por tanto, intenta establecer una
especie de «relación» con las cartas, relación en la que ellas tienen
un puesto especial, y no son simplemente unas cartulinas divertidas
que se pueden manchar, mellar y tirar por ahí.
Por este motivo, muchos lectores profesionales guardan sus car-
tas del Tarot en un envoltorio especial y en un sitio especial cuando
no las usan. EL TAROT MÍTICO va con envoltorio incluido, mar-
cado con una muestra de una de las maneras tradicionales de echar
las cartas, que explicaremos después con más detalle. Este envolto-
rio es nuestra manera de ayudar al estudiante a empezar a desarrollar
una relación respetuosa con las cartas. Antaño las cartas del Tarot
solían guardarse envueltas en seda negra, por la sencilla razón de
que el negro es un color neutro, ya que recoge las «vibraciones» –
tanto negativas como positivas– de las cartas. Tanto si es verdad
como si no, hay que reconocer la importancia de una especie de ri-
tual en el uso de las cartas, porque a nivel psicológico el ritual ar-
moniza nuestra mente y permite a la intuición entrar en juego. Como
un ritual religioso, el ritual de guardar las cartas en su sitio especial
y envolverlas y desenvolverlas en su envoltorio especial puede
transformarse en un foco importante de concentración –tanto si uno
cree en las «vibraciones» como si no. Es un símbolo del lugar único
y apreciado que tienen las cartas, y la importancia de las imágenes.
236
otras palabras, la situación inmediata, sus orígenes y su posible
desenlace se verán reflejados en esta pequeña porción de toda la
baraja.
Hay muchas maneras distintas de echar las cartas, y diferentes
personas han desarrollado sus métodos favoritos a lo largo de mu-
chos siglos. Al estudiante le remitimos a la Bibliografía para que
disponga de una descripción más completa de todos los métodos que
se utilizan para echar el Tarot. Este método particular que vamos a
ilustrar aquí es uno de los más antiguos y populares, y se conoce
como la Cruz Celta. Este método contiene una selección tanto de los
Arcanos Mayores como de los Arcanos Menores, que el consultante
puede escoger de toda la baraja; por tanto, la selección refleja la
vida tanto en el nivel arquetípico más profundo como en el nivel de
la vida diaria. Como hemos dicho antes, nosotros no utilizamos la
técnica de las cartas puestas al revés, porque cada carta contiene en
sí misma una dimensión oscura y otra clara; y esto por estar deter-
minado por la posición de la carta en la totalidad del diseño.
EL TAROT MÍTICO ilustra la situación de las diez cartas se-
leccionadas en un patrón y numeradas según el orden en que debe-
rían ser escogidas. Para aprender a echar las cartas en el método de
la Cruz Celta, el lector tendrá que tener a la vista la figura de la pá-
gina 238.
El consultante –la persona que desea consultar las cartas– debe-
ría tener una pregunta en su mente, no importa si se trata de una
pregunta vaga y difícil de formular. El lector no tiene por qué cono-
cer necesariamente esta pregunta, pero el consultante sí, porque en
un nivel inconsciente las cartas escogidas reflejarán esta pregunta.
El lector baraja las cartas muy bien, y después extiende las se-
tenta y dos cartas en forma de abanico, boca abajo, sobre la mesa.
El consultante es invitado a escoger diez cartas entre las setenta
y ocho. Como están puestas boca abajo, el consultante no puede
saber de forma consciente qué cartas ha seleccionado.
El lector entonces toma las diez cartas, en el orden seleccionado
pero boca abajo, y las coloca en sus posiciones correctas tal y como
están marcadas en la figura de la página 238. La primera carta esco-
237
238
gida se tiene que poner en la Posición Uno, y así sucesivamente.
Ahora el lector puede poner las cartas boca arriba, empezando
por la Posición Uno, hasta que las imágenes de las diez cartas sean
todas visibles.
239
y la situación que pende sobre el consultante en el inmediato presen-
te. Lo que está encima de algo es lo que aparece a primera vista; y
por eso la carta que aparece aquí refleja lo que está en la superficie y
aparece inmediatamente en la vida del consultante.
241
detalle cómo se deben leer las cartas.
242
243
La JUSTICIA aparece como el indicador y sugiere que ella ne-
cesita –y es el comienzo– sentarse y aclarar sus ideas, analizando su
problema de manera fría y racional. Como esta es una carta de los
Arcanos Mayores, que retrata la imagen inflexible de la diosa Ate-
nea, indica que hay que desarrollar esta capacidad porque la refle-
xión imparcial es importante no solamente para la situación inme-
diata, sino como una cualidad que tal vez Celia no haya desarrollado
demasiado en el pasado y que ha aparecido ahora como algo muy
necesario para ella, algo que tiene que integrar en su carácter para el
futuro. El hecho de que haya venido a consultar las cartas quiere
decir que está a punto de empezar esta reflexión imparcial.
244
su deseo de buscar un sentido a la vida. Deseo que actualmente está
frustrado, lo que puede ser el motivo por el cual ella se siente tan
insatisfecha, y quizá sea también el motivo por el cual ha esperado
tanto de su marido y del matrimonio en el pasado. El Sol expresa
algo importante, esperanzador y optimista respecto al carácter de
Celia más allá de la crisis actual: que ella necesita brillar por dere-
cho propio, y ser reconocida como individuo creativo.
245
intelecto en desarrollo; y Celia está empezando a cuestionarse con-
ceptos que antes había tenido ciegamente, y se está volviendo inte-
lectualmente inquieta, con necesidad de una nueva línea de estudio o
desarrollo. Por eso, en un principio puede ser pendenciera y estar
expuesta a las murmuraciones de los demás –los amigos y los seres
queridos que no pueden entender por qué ella está cambiando y se
sienten ofendidos por sus progresos en aquellas cosas en las que
ellos pueden haberse estancado. Ella puede estar a la defensiva y
buscar camorra porque aún no ha desarrollado la perspicacia y la
seguridad necesarias para seguir cordialmente los nuevos valores
que están surgiendo.
246
eso. Celia quiere absolutamente todo –pero al mismo tiempo tiene
miedo.
247
248
El AS DE PENTÁCULOS sugiere que Alan dispone de una
gran cantidad de energía, tanto en el mundo interno como en el
mundo externo porque acaba de hacer un esfuerzo por construir algo
sólido en su vida. Esta carta, puesto que indica recursos y posible-
mente dinero que el individuo va a tener para un proyecto nuevo, es
un buen presagio para el deseo de Alan de escoger la rama de la
medicina alternativa, porque parece probable que vaya a encontrar
soporte material y personal. El As de Pentáculos, retratado por Po-
seidón, el poderoso dios-tierra, es un presagio esperanzador y afir-
mativo del nuevo rumbo que Alan ha decidido tomar en su vida.
249
la decisión correcta, hay que guardar luto por el pasado.
251
va a poner difícil –como en general suele hacer con la medicina al-
ternativa–. Él va a tener que acometer una dura lucha y la pregunta
que tiene que hacerse es la siguiente: ¿Estoy dispuesto a luchar? Si
la respuesta a esta cuestión es que sí, entonces deberíamos animar a
Alan a continuar en su decisión, sabiendo que en la sociedad no lo
va a tener fácil durante algún tiempo.
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Conclusión
253
Y el fin de todo nuestro investigar
será llegar al punto de partida
y conocer el sitio por primera vez.
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BIBLIOGRAFÍA
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RECONOCIMIENTOS
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