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Capítulo XI - Fatal arbitrio
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Tras esta reticencia de amenaza se siguió en el corazón del
viejo furioso un juramento que confirmaba para sí cuanto
acababa de expresar, y que lo manifestó a su hija alzando
una mano y mostrándole la palma, como quien dice:
¡aguarda, y ya verás!
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Al cabo de algunos minutos de cavilación, tira a un lado la
maza, se golpea la frente con la mano y murmura:
-Está bien.
-Venid, seguidme.
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Tongana es recibido con agasajo, pero sin ninguna
ceremonia de parte del jefe y sus compañeros. Preséntanle
licor de yuca; pero rechazándolo suavemente, dice a
Yahuarmaqui:
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un extranjero aborrecible, de esos que allá tras los montes
han esclavizado a nuestros hermanos, y que, so pretexto de
religión, pretenden hacer otro tanto con los libres hijos del
desierto, ha hechizado el corazón de mi hija, y ha sembrado
en él la semilla de un loco amor: y este mal, este oprobio de
mi familia y de todas las tribus del Oriente, ha de evitarse
con el castigo de entrambos.
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-Que te dignes ceñir a Cumandá los brazaletes de la culebra
verde y el cinto de esposa, y sea la última de las tuyas.
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-¡Oh, grande hermano!, ¿quién podrá agradecer bastante el
beneficio que nos ofreces? Pero que mi hija viva desde hoy
a tu sombra, y que el extranjero no vuelva a tentarla: los
odiosos blancos emplean con las jóvenes inexpertas la miel
de la lisonja y las engañan fácilmente.
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labios, quizá por la primera vez en su vida, una frase de
cariño, y dice:
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-Noble anciano, jefe de los paloras y guerrero temido en
todos los ríos y en todas las selvas, abre, si quieres, mi
pecho, y verás en él cuanta gratitud me has infundido con
tus dulces palabras y ricas promesas; pero verás también
que en mi corazón no cabe sino un amor, y que, antes que
tú, un joven ha encendido en él la lumbre de la pasión. ¡Oh
bondadoso Yahuarmaqui! No me des las riquezas que me
ofreces, y déjame sólo en libertad de seguir amando a ese
joven hermoso y bueno como un genio, y de unirme a él.
-¡Acepta o morirás!
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Bufa de nuevo el viejo de la cabeza de nieve, y estrujando
frenético otra vez el brazo de su hija, dice a Yahuarmaqui:
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Todos aguardaban que estallase la ira del anciano guerrero,
cuyo orgullo tentaba Cumandá con su franco lenguaje; pero
él, bien porque no quiere mostrarse áspero con la belleza
cuyo corazón le conviene ablandar, bien porque le parece
conveniente aparentar generosidad y grandeza de ánimo en
presencia de los demás jefes, pues su larga experiencia le ha
enseñado algunos toques de política, echa un velo al enojo y
con cierta dulce gravedad, exclama:
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-No sucederá esto a ninguna -replica el anciano tomando las
hojas-. Sólo las separaré; la más fina y delicada quedará
presa en mis manos, y a la otra la entregaré al viento de su
destino.
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con mis manos los brazaletes de piel de culebra y el cinto
de la esposa, y ella misma preparará nuestro lecho de pieles.
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3. ↑ https://www.gnu.org/copyleft/fdl.html
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