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Os encularé y me la mamaréis
bardaje de Aurelio y marica de Furio,
que a mí por los versículos míos me creísteis,
porque son blanditos, poco púdico,
pues casto ser honra al piadoso poeta
mismo: sus versículos nada necesario es,
que entonces al fin tienen sal y encanto
si son blanditos y poco púdicos,
y que lo que escueza incitar puedan
no digo a los chicos, sino a estos vellosos
que sus duros lomos no pueden mover.
¿Vosotros, porque miles muchos de besos
leísteis, que mal soy yo un hombre creéis?
Os daré por el culo y me la mamaréis.
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(18-20)
Poemas espurios
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Nos te rogamos, si por ventura no molesto te es,
nos muestres dónde están tus tinieblas.
A ti en el Campo menor te buscamos,
a ti en el Circo, a ti en todos los libelos,
a ti en el templo sagrado del supremo Júpiter.
A la vez, del Magno en el paseo,
a las mujercillas todas, amigo, prendí,
a las que con rostro vi, aun así, sereno.
“Ah, cededme”, así yo hostigaba,
“a Camerio a mí, malísimas chicas.”
Una dice, un seno sacando:
“Helo aquí, de rosa en mis pezones se esconde.”
Pero a ti ya soportarte de Hércules una labor es:
con tan gran arrogancia a ti te niegas, amigo.
Dinos dónde has de estar, sal
audazmente, entrégate, confíate a la luz.
¿Ahora te tienen de lechecilla unas chicas?
Si la lengua tienes cerrada en la boca
los frutos desperdicias del amor todos.
De la verbosa charla goza Venus.
O, si quieres, lícito sea que cierres el paladar,
mientras de vuestro amor sea yo partícipe.
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Jóvenes
Véspero viene, jóvenes, levantaos: Véspero al Olimpo,
esperadas largo tiempo, apenas al fin sus luces está elevando.
De levantarse ya el tiempo, ya pingües de dejar las mesas,
ya llegará la virgen, ya se dirá el Himeneo.
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 5
Muchachas
¿Divisáis, doncellas, a los jóvenes? Levantaos, por contra.
Sin duda sus eteos fuegos muestra el Noctífero.
Así, por cierto, es: ¿no ves cuán raudamente se han levantado?
No temerariamente se han levantado, cantarán lo que de vencer digno es.
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 10
Jóvenes
No fácil para nosotros, camaradas, la palma preparada está:
contemplad las doncellas entre sí cómo lo ensayado repasan.
No en vano ensayan: tienen lo que memorable sea,
y no admirable cosa: en profundidad ellas con toda su mente se afanan.
Nosotros en un lado las mentes, en otro dividimos los oídos; 15
en buena ley, pues, seremos vencidos: ama la victoria el cuidado.
Por lo cual ahora al menos los ánimos concentrad vuestros.
A decir ya empezarán, ya responder honrará.
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.
Muchachas
Héspero, ¿cuál en cielo rota más cruel fuego, 20
que a su nacida puedes del abrazo arrancar de su madre:
del abrazo de su madre, en él prendida, arrancar a su nacida,
y a un joven ardiente, casta, donar a la chica?
¿Qué hacen los enemigos, cautiva la ciudad, más cruel?
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 25
Jóvenes
Héspero, ¿cuál en el cielo luce más alegre fuego,
que los prometidos matrimonios afirmas con tu llama,
los que pactaron los maridos, pactaron antes los padres,
y no se uncieron antes de que él se elevó, tu ardor?
¿Qué es dado por los divinos, que esta feliz hora, más deseado? 30
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.
Muchachas
Héspero de nosotras, camaradas, arrebató a una
<pues con su llegada trae para todos él los peligros;
de noche temen todos, salvo los que lo ajeno buscan,
a quienes tú, Héspero, con tus rayos blandos, acucias a que se enciendan.
Mas, agrada a las muchachas ensalzarte con injusta loa.
¿Qué pues, si te loan, para sí pronto a quien cada cual temerá?
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.
Jóvenes
Héspero, a ti las doncellas ahora con falsa acusación te hieren:>
pues con tu llegada vigila la custodia siempre,
de noche se ocultan los ladrones, los que tú mismo, a menudo, al volver,
Héspero, sorprendes con el mudado nombre de Eoo. 35
Mas, place a las doncellas con una fingida queja carpirte:
¿Qué, pues, si te carpen, a quien con tácita mente buscan?
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.
Muchachas
Como una flor, en los cercados jardines secreta, nace,
desconocida para el ganado, de ningún arado desgarrada, 40
que acarician las auras, afirma el sol, cría la lluvia:
muchos chicos a ella, muchas chicas la desearon;
la misma, cuando la cogío, cuando la carpió una tenue uña,
no hay un chico que a ella, no hay que la desee una chica:
así la virgen, mientras intacta sigue estando, mientras, cara a los suyos es. 45
Cuando ha perdido, manchado su cuerpo, su casta flor,
ni a los chicos agradable sigue siendo, ni cara a las chicas.
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.
Jóvenes
Como viuda la vid que en el desnudo campo nace
nunca ella se eleva, nunca benigna uva cría, 50
sino su tierno cuerpo doblegando a su inclinado peso
ya, ya toca con la raíz lo más alto de su flagelo;
a ella no hay un agricultor, no hay que la honre un novillo:
mas si acaso la misma ha sido a un marido olmo uncida,
muchos agricultores a ella, muchos novillos la honraron: 55
así la virgen, mientras intacta sigue estando, mientras, descuidada envejece.
Cuando un apto matrimonio a su maduro tiempo ella se ha procurado,
cara al marido más, y menos es enojosa al padre.
[Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.]
Y tú no luches con tal esposo, virgen.
No justo es luchar a quien tu padre te entregó propio, 60
tu propio padre con tu madre, a quienes obedecer necesario es.
La virginidad no toda tuya es, en parte de tus padres es:
la tercia parte de tu padre es, parte fue dada, tercia, por tu madre:
tercia sola tuya es: no quieras luchar contra los dos
que al yerno suyo sus derechos al mismo tiempo que la dote dieron. 65
Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.
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Una vez que esto a sus acompañantes Atis cantó, bastarda mujer,
el tiaso de repente en sus lenguas trepidantes aúlla,
el leve tímpano remuge, los cavos címbalos resuenan.
Al verde Ida agitado acude, presuroso el pie, el coro: 30
furibunda a la vez, anhelante, errante avanza, de aliento carente,
acompañada de su tímpano, Atis, por los opacos bosques conductora,
igual que una novilla que evita el peso, indómita, del yugo;
rápidas, a su conductora de apresurado pie siguen las galas.
Y de este modo, cuando la casa de Cibebe tocaron, cansaditas, 35
por su demasiada fatiga sueño toman, sin Ceres.
Perezoso, con vacilante languidez, sus ojos el sopor les cubre:
se marcha, en la quietud muelle, el rábido furor de su ánimo,
pero cuando, de cara áurea, el Sol con sus radiantes ojos
lustró el éter blanco, los suelos duros, el mar fiero, 40
y expulsó de la noche las sombras con sus vivos corceles,
entonces el Sueño, de la despierta Atis huyendo, rápido se marcha;
trepidante su seno, lo recibe la diosa Pasitea.
De ese modo, tras la quietud muelle, sin arrebatada rabia,
una vez que ella en su pecho, Atis, sus hechos remembró, 45
y con clara mente vio sin qué y dónde estaba,
con ánimo bullente de nuevo de regreso a los vados fue.
Allí, mares vastos divisando, lagrimantes los ojos,
a su patria se dirigió, afligida, de este modo, con la voz, tristemente:
“Patria, oh, mi creadora, patria, oh, mi engendradora, 50
yo cuán desgraciado te he abandonado, como a sus dueños los huidores
sirvientes suelen, y del Ida a los bosques llevé mi pie,
para, cabe la nieve y de las fieras las heladas guaridas, estar,
y de ellas en todos los escondites entrar, furibunda.
¿Dónde, pues, o en qué lugares, a ti puesta, patria, te creeré? 5500
Ansía mi misma pupila a ti dirigir su centro,
de rabia fiera careciendo mientras, breve tiempo, mi ánimo está.
¿Es que de mi casa apartada me tornaré a estos bosques?
¿De patria, bienes, amigos, padres, lejos estaré?
¿Estaré lejos de foro, palestra, estadio y gimnasios? 60
Triste, ah, triste, de quejarte has más y más, ánimo mío.
¿Pues qué género y figura hay que yo no enfrentara?
Yo mujer, yo adolescente, yo efebo, yo niño,
yo del gimnasio fui la flor, yo era la honra del aceite.
Mis puertas concurridas, mis umbrales tibios, 65
mi casa de floridas coronas ceñida estaba,
de abandonar cuando había yo, surgido el sol, el dormitorio.
¿Yo ahora de los dioses en ministra y de Cíbeles en sirvienta devendré?
¿Yo Ménade, yo de mí parte, yo hombre estéril seré?
¿Yo, del verde Ida por la álgida nieve vestidos, los lugares honraré? 70
¿Yo mi vida haré bajo las altas cumbres de Frigia,
donde la cierva, de la espesura amante, donde el jabalí, que el bosque erra?
Ya, ya me duelo lo que hice, y ya, ya me pesa.”
Cuando de los rosas labiecillos suyos este sonido veloz salió,
a los gemelos oídos de los dioses estos nuevos mensajes trayendo, 75
al punto, su uncida junta desatando Cíbele a sus leones,
y al de la izquierda, de los ganados enemigo, aguijando, de este modo habla:
“Vamos ya”, dice, “vamos, feroz ve, haz que a él el furor lo mueva,
haz que del furor por la herida de vuelta a los bosques vaya,
de mis imperios libremente demasiado el que huir ansía. 80
Vamos, hiérete las espaldas con la cola, tus azotes sufre,
haz que todos con tu mugiente rugido estos lugares retruenen,
tu rútila crin, feroz, sobre tu torosa cerviz agita.”
Dice esto amenazante Cibebe, y desliga los yugos con la mano.
El fiero por su parte, a sí mismo, arrebatador, exhortándose, se incita en su ánimo,
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avanza, brama, rompe brozas con pie errante.
Mas cuando a los húmedos lugares del blanqueciente litoral se acerca
y tierna vio a Atis cerca de los mármoles del piélago,
lanza su embestida: ella demente huye a los bosques fieros.
Allí siempre, todo de su vida el espacio sirvienta fue. 90
Diosa, Magna diosa, Cibebe, diosa dueña del Díndimo,
lejos de la mía tu furor sea todo, ama, de mi casa:
a otros lleva, excitados, a otros lleva, rábidos.
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Éste a ti, lo que he podido, hecho con una canción, este regalo,
por tus muchos servicios, Alio, te devuelvo, 150
para que vuestro nombre no toque con su rugosa orín
este y aquel día, y aun otro, y aun otro.
Aquí añadirán los divinos muchísimos –los que Temis otrora
solía a los antiguos hombres piadosos entregar– regalos.
Que seais felices tanto tú como al par tu vida, 155
y la casa en la que nos disfrutamos, y mi dueña,
y el que primero nos nos dio a conocer, el Africano,
del que fueron al principio todos nacidos mis bienes,
y de lejos antes que todos, la que para mí que yo mismo más cara es,
la luz mía, viva la cual, vivir dulce para mí es. 160
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Qué diga yo, Gelio, de por qué los róseos labiecillos esos,
que la invernal nieve se hagan más cándidos,
de mañana de tu casa cuando sales, y cuando a ti la octava hora
de tu descanso muelle te levanta, en el largo día.
No sé qué, de cierto, es: ¿o acaso con verdad la fama susurra
que la grande parte tiesa tú devoras de la mitad de un hombre?
Así, de cierto, es: lo claman del pobre Víctor sus rotos
lomos, y del ordeñado suero tus labios señalados.
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Celio a Aufileno y Quintio a Aufilena,
la flor de los veronenses jóvenes, aman a morir,
éste al hermano, aquel a la hermana. Esto es lo que se dice aquella
fraterna, verdaderamente dulce camaradería.
¿A quién alentaré, mejor? Celio, a ti, pues la tuya, por nos,
contemplada desde mi fuego ha sido como única amistad,
cuando una vesana llama abrasaba mis medulas.
Que seas feliz, Celio, que seas en el amor potente.
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Con un chico bonito a un pregonero quien ve que está,
¿qué crea, sino que él por venderse se desvive?
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