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Romance de Blanca-Niña

—Blanca sois señora mía


más que no el rayo del sol:
¿si la dormiré esta noche
desarmado y sin pavor?
Que siete años había, siete,
que no me desarmo, no:
más negras tengo mis carnes
que un tiznado carbón.
—Dormilda, señor, dormilda,
desarmado sin temor,
que el conde es ido a la caza
a los montes de León.
—Rabia le mate los perros,
y águilas el su halcón,
y del monte hasta su casa
a él arrastre el morón.
Ellos en aquesto estando
su marido que llegó:
—¿Que hacéis, la Blanca-niña,
hija del padre traidor?
—Señor, peino mis cabellos,
péinolos con gran dolor,
que me dejeis a mí sola
y a los montes os váis vos.
—Esa palabra, la niña,
no eran sino traición:
QUIÉN ¿cúyo es aquel caballo
que allá abajo relinchó?
—Señor, era de mi padre
y envióoslo para vos.
—¿Cúyas son aquellas armas
que están en el corredor?
—Señor, eran de mi hermano,
y hoy os las envió.
—¿Cúya es aquella lanza,
desde aquí la veo yo?
—Tomalda, conde, tomalda,
matadme con ella vos,
que aquesta muerte, buen conde,
bien que la merezco yo.
La misa de amor

Mañanita de San Juan,


mañanita de primor,
cuando damas y galanes
van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,
entre todas la mejor;
viste saya sobre saya,
mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas
bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda
lleva un poco de dulzor;
en la su cara tan blanca,
un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia
relumbrando como sol.
Las damas mueren de envidia,
y los galanes de amor
El que cantaba en el coro,
en el credo se perdió;
el abad que dice misa,
ha trocado la lición;
monacillos que le ayudan,
no aciertan responder, non,
por decir amén, amén,
decían amor, amor.

Romance del prisionero

Que por mayo era, por mayo,


cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor;
cuando los enamorados
van a servir al amor.
Sólo yo, triste y cuitado,
vivo en aquesta prisión
sin saber cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,
déle Dios mal galardón.
La mora Maraima, morilla de bel catar

Yo me era mora Moraima,


morilla de un bel catar;
cristiano vino a mi puerta,
cuitada por me engañar.
Hablóme en algarabía,
Como aquel que la bien sabe
-Abrasme la puerta, mora,
si Alá te guarde de mal,
-¿Cómo te abriré, mezquina,
que no sé quien te serás?
-Yo soy el moro Mazote,
hermano de la tu madre,
que un cristiano dejo muerto,
tras mí venía el alcalde:
si no me abres tú, mi vida,
aquí me verás matar.
Cuando esto oí, cuitada,
comencéme a levantar;
vistiérame una almejía,
no hallando mi brial,
fuérame para la puerta
y abríla de par en par.

EL INFANTE ARNALDOS

¡Quién hubiera tal ventura


sobre las aguas del mar
como tubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vió venir la galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la jarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar ,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que os dirá:
-Por tu vida, el marinero,
digasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

EL RESCATE DE ATAHUALPA

Atabálipa está preso,


está preso en su prisión;
juntando está los tesoros
que ha de dar al español.
No cuenta como el cristiano,
sino en cuentas de algodón.
El algodón se le acaba,
pero los tesoros, non.

Los indios que se los traen


le hacen la relación:
⎯Este metal es la plata
que al Potosí se arrancó.
⎯Este metal es el oro
del santo templo del sol.
⎯Estas las perlas que el mar
en la playa vomitó.
⎯Estas piedras esmeraldas
que el reino de Quito dio.
⎯Estos bermejos rubíes...

⎯Estos no los quiero yo,


que son las gotas de sangre
que mi hermano derramó.
Estos mis cabellos, madre
Dos a dos me los lleva el aire.
No sé que pendencia es ésta
Del aire con mis cabellos,
O si enamorado de ellos
Les hace regalo y fiesta;
Cuando los entrenzo y cojo:

Ora sienta desto enojo,


de tal suerte los molesta
que cojidos al desgaire,
dos a dos me los lleva el aire.
Y si acaso los descojo*
luego el aire los maltrata,
también me les desbarata
ora lo lleve en donaire,
dos a dos me los lleva el aire.

(*) Descojo: suelto.

Non creyades, Rey Felipe,


Lo que acaso contarán
Que el hermano de Pizarro
Rey se quiso coronar.
Si vos sois el sol de Austria
¿Quién puede al sol eclipsar?
Yo bien quise ser la luna,
Para no ser vuestro igual.
Vos el oro de la Europa,
Yo la plata de Ultramar.
Una liga de tal mena
No se deja amalgamar.
Si el Marqués os ganó un reino,
Bien lo supe yo aumentar;
Al ensanchar vuestro reino

Llaman lesa Majestad.


Mañanita, Rey Felipe,
El cuello me cortarán
Mis cabellos al aire
Uno a uno los darán.
Las señoras peruleras
Luto por mí llevarán
Meteranme en una urna
De azabache y de cristal
Y en una dacha de plata
Más luego me enterrarán.
Ya el bonete venció al casco,
Bien lo podéis, Rey, premiar.
Haz, pues, al bonete mira
O birrete cardenal.*

(*) Alusión al clérigo pacificador de La Gasca

Coello, Óscar: El Perú en su literatura. Lima: El Dorado Editores, 1983, pp. 63-68.
Riberas del Marañón
do gran mal se ha congelado,
se levantó un vizcaíno,
muy peor que andaluzado.
5 La muerte de muchos buenos
el gran traidor ha causado,
usando de muchas mañas,
cautelas, como malvado;
matando a Pedro Dorsúa,
10gobernador del Dorado;
y a su teniente D. Juan
que de Vargas es llamado.
Y después a D. Fernando,
su príncipe ya jurado,
15con más de cient caballleros
y toda la flor del campo,
matándolos a garrote,
sin poder nadie evitarlo.
Fasta a un clérigo de misa
20las entrañas le ha sacado
y la linda Da. Inés,
que a Policena ha imitado.
Dio muerte a un Comendador
de Rodas, viejo y honrado,
25porque le ordenó la muerte
por servir al Rey su amo.
Llegado a la Margarita,
do fue bien agasajado,
con su dañada intención,
30a todos ha engañado.
No queda hombre ni mujer
que mal no fuese tratado
deste cruel matador,
que de Aguirre era nombrado.
35Pasados algunos días
a gran mal determinado,
mató a todas las justicias
y a D. Juan de Villandandro,
con muchos de los vecinos
40más principales y honrados.
Y como perro rabioso,
quedó tan encarnizado,
que de sus propios amigos
a más de veinte ha matado;
45y entrellos los más queridos,
fasta su Maestre de campo.
Y también mató mujeres
y a frailes no ha perdonado,
porque ha fecho juramento
50de no perdonar perlado,
pues mató a su confesor,
habiéndolo confesado,
de garrote por la boca,
por ser más martirizado.
55A nadie da confesión,
porque no lo ha acostumbrado,
y así se tiene por cierto
ser el tal endemoniado.

Coello, Óscar: Los inicios de la poesía castellana en el Perú. 2.ª ed. Lima: Fondo Editorial-
PUCP, p. 317.

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