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LÍRICA MONÓDICA

Safo (Siglo VII a. C.)

Fragmento I Fragmento IV

Divina Afrodita, de trono adornado, Me parece el igual de un dios, el hombre


te ruego, hija de Zeus engañosa, que frente a ti se sienta, y tan de cerca
no domes, Señora, mi alma te escucha absorto hablarle con dulzura
con penas y angustias; y reírte con amor.

y ven para acá, si ya otra vez antes, Eso, no miento, no, me sobresalta
escuchando desde lejos mis quejas, dentro del pecho el corazón; pues cuando
dejaste la casa de oro te miro un solo instante, ya no puedo
del Padre, y viniste decir ni una palabra,

en tu carro uncido; y batiendo las alas, la lengua se me hiela, y un sutil


tus gorriones te llevaron por sobre fuego no tarda en recorrer mi piel,
la tierra, por medio del aire, mis ojos no ven nada, y el oído
veloces y lindos, me zumba, y un sudor

y al punto llegaron; y tú, con semblante frío me cubre, y un temblor me agita


sonriente, oh, diosa feliz, preguntabas todo el cuerpo, y estoy, más que la hierba,
qué cosa hoy tenía, y por qué pálida, y siento que me falta poco
volvía a llamarte, para quedarme muerta.

y qué deseaba obtener en mi alma Fragmento XIII


enloquecida: “¿A quién quieres que ahora
conduzca a tu amor?, ¿Quién es, Safo, Viniste, y yo te quería;
quien tanto te daña? y helaste mi corazón
encendido de deseo.
Porque si hoy te evita, te buscará pronto,
si hoy no los toma, querrá dar regalos, Fragmento XXIV
si no ama, te habrá de querer,
pesándole, pronto”. Otra vez Eros, el que afloja
los miembros, me atolondra, dulce
Ven también ahora, a librarme del fardo y amargo, irresistible bicho.
de mi angustia triste, y haz cuanto ansía
mi alma obtener: sé, en la guerra, En Ferraté, Juan. Líricos griegos arcaicos. Barcelona: El
tú, mi camarada. Acantilado, 2007.

2
ROMANCES

Blancaflor y Filomena

Está la pobre viuda


entre el amor y la guerra A la salida del pueblo
con sus dos hijas queridas, se puso a remenecerla.
Blancaflor y Filomena. — Estate quieto, Tranquilo,
Pasa por allí Tranquilo, que el demonio a ti te tienta.
se enamora de una de ellas. — Que me tiente o no me tiente
— ¿Quiere usted que yo me case quiero gozar tu belleza.
con su hija Filomena? La ha bajado del caballo,
— Cásate con Blancaflor hizo lo que quiso de ella,
que es mayor y te respeta. y para que no gritase
Se casó con Blancaflor le ha despuntado la lengua.
no olvidando a Filomena. A los gritos que ella daba
Pasó por allí Tranquilo. un pastorcillo se acerca.
— ¿Qué haces por estas tierras? — ¿Qué te pasó, niña hermosa,
— ¿Cómo queda Blancaflor? qué te pasó Filomena?
— Blancaflor ha «quedao» buena, A señas o como pudo
«embarazá» de seis meses, papel y pluma pidió,
que eso es lo que usted desea, y con sangre de su lengua
pero me ha encargado mucho una carta allí escribió.
que me lleve a Filomena, — Echa esta carta al correo
para a la hora de su parto que la reciba mi madre,
tenerla en su cabecera. que se entere de la afrenta
La visten de azul y blanco que ha cometido el infame.
que parecía una estrella. — Toma criada este niño
Él se sube en el caballo y guísalo en la caldera,
y ella se subió en la yegua. «pa» cuando venga Tranquilo
— Adiós, madre de mi alma, que se lo pongan de cena.
tú, mi madre, me destierras. Está cenando Tranquilo.
— No te destierro, hija mía, — ¡Ay, que buena está esta cena!
que tu cuñado te lleva. — Más dulces son los abrazos
de mi hermana Filomena.

3
Romance de Delgadina

Las señas del esposo Un rey tenía tres hijas


todas tres como la plata;
— “Caballero de lejas tierras,
la más chiquita de ellas
llegáos acá y paréis,
Delgadina se llamaba.
hinquedes la lanza en tierra,
Un día estando comiendo
vuestro caballo arrendéis.
su rey padre la miraba:
Preguntaros he por nuevas
— “Hija mía, Delgadina,
si mi esposo conocéis”.
tú has de ser mi enamorada”.
— “Vuestro marido, señora,
— “No permita Dios del cielo
decid ¿de qué señas es?”
ni la virgen soberana,
— “Mi marido es mozo y blanco,
que yo sea esposa suya,
gentil hombre y bien cortés,
madrastra de mis hermanas”.
muy gran jugador de tablas
— “¡Pronto, pronto, mis criados,
y también del ajedrez, a Delgadina encerradla
en el pomo de su espada y si os pide de comer,
armas trae de un marqués, dadle la carne salada;
y un ropón de brocado y si os pide de beber,
y de carmesí al envés; dadle la hiel de retama!”.
cabe el fierro de la lanza Un día de gran calor
trae un pendón portugués, se asomara a una ventana;
que ganó en unas justas desde allí vio a sus hermanas
a un valiente francés”. bordando paños de Holanda:
— “Por esas señas, señora, — “¡Hermanas, por compasión,
tu marido muerto es; dadme un poquito de agua,
en Valencia le mataron, que el corazón tengo seco
en casa de un ginovés, y a Dios entrego mi alma!”.
sobre el juego de las tablas —“Yo te la diera, mi vida,
lo matara un milanés. yo te la diera, mi alma,
Muchas damas lo lloraban, mas si padre rey lo sabe
caballeros con arnés, nos ha de matar a entrambas”.
sobre todo lo lloraba A la mañana siguiente,
la hija del ginovés; asomose a la ventana
todos dicen a una voz por la que vio a sus hermanos,
que su enamorada es; jugando al juego de cañas:
si habéis de tomar amores, —“¡Hermanos, por compasión,
por otro a mí no dejéis”. dadme un poquito de agua,
— “No me lo mandéis, señor, que el corazón tengo seco
señor, no me lo mandéis, y a Dios entrego mi alma!”.
que antes que eso hiciese, —“Por Dios, hermana querida,
señor, monja me veréis”. no te daremos el agua;
— “No os metáis monja, señora, si el rey, mi padre, lo sabe,
pues que hacerlo no podéis, la cabeza nos cortará”.
que vuestro marido amado Al otro día, apenas pudo
delante de vos lo tenéis”. llegar hasta la ventana
por la que ha visto a su madre
en silla de oro sentada:
— “¡Madre mía, por compasión
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deme un poquito de agua aquel que llegue el primero
que el corazón tengo seco la corona le plantara
y a Dios entrego mi alma!”. y aquel que llegue el postrero,
— “¡Quita de ahí, Delgadina, la cabeza le cortara.
quítate de ahí, malvada, Todos llegaron a un tiempo:
que ya va para siete años Delgadina ya expiraba.
que tú me haces malcasada!”.
Delgadina, con gran sed,
se asomaba a otra ventana
y vio entrar a su padre,
con los otros en compaña:
— “¡Por Dios le pido, buen rey,
por Dios un poco de agua,
que el corazón me la pide
y la vida se me acaba!”.
— “¡Alto, alto, caballeros,
a Delgadina traed agua!”
unos con jarros de oro,
otros con jarros de plata,

Romance del Enamorado y la Muerte

Un sueño soñaba anoche soñito del alma mía,


soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
— ¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
— No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
— ¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
— Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.
— ¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
— ¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
— Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
— Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
— Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.

En Morillo Caballero, Manuel. Romancero viejo. Madrid: Ediciones Isla del Gallo, 2005.

5
Infanta preñada

Estaba doña Blanca sirviendo a la mesa a su padre,


con la falda levantada y hacia adelante la panza.
¿Qué tienes tú, doña Blanca? De color estás mudada.
Esto fue una jarra de agua que bebí de madrugada.
Manda el rey llamar los médicos que vivían en la ciudad
y todos ellos dijeron: Doña Blanca está preñada.
Hombres de Dios, no mintáis no mintáis por caridad;
esto fue una jarra de agua que bebí de madrugada.
También vienen las parteras corriendo a la real llamada
y todas ellas responden: Doña Blanca está preñada.
Parteras, no mintáis, no, no mintáis por caridad;
esto fue una jarra de agua que bebí de madrugada.
Hija que le hace esto al padre bien merece ser quemada
por siete carros de leña y por mí, bien atizados.
Hija que le hace esto al padre bien merece ser degollada
por siete hojas de navajas y por mí bien afiladas…

En Chicote, Gloria (Comp.). Romancero. Buenos Aires: Colihue, 2012.

6
CANTIGAS MEDIEVALES

Cantiga de amigo
de Pero Meogo

— Digades, filha, mia filha velida: — Dime, hija, hija mía hermosa,
porque tardastes na fontana fría? ¿por qué tardaste en la fuente fría?
Os amores ei. Amores tengo.
— Digades, filha, mia filha louçana: — Dime, hija, hija mía lozana,
porque tardaste na fría fontana? ¿por qué tardaste en la fría fuente?
Os amores ei. Amores tengo.
— Tardei, mia madre, na fontana fría, — Tardé, madre mía en la fuente fría:
cervos do monte a augua volvian. ciervos del monte volvían al agua.
Os amores ei. Amores tengo.
— Tardei, mia madre, na fría fontana: — Tardé, madre mía en la fría fuente:
cervos do monte volvian a augua. ciervos del monte al agua volvían.
Os amores ei. Amores tengo.
— Mentir, mia filha, mentir por — Mentir, hija mía, mentir por amigo;
amigo: nunca vi ciervo volviese el río.
Nunca vi cervo que volvess´ o rio. Amores tengo.
Os amores ei. — Mentir, hija mía, mentir por amado:
— Mentir, mina filha, mentir por nunca vi ciervo que volviese al alto.
amado: Amores tengo.
Nunca vi cervo que volvess´o alto.
Os amores ei. En Alfonso el Sabio y otros. Poesía medieval
galaicoportuguesa. Buenos Aires: CEAL, 1983.

Cantiga de amor
de Alfonso el Sabio

Ben ssabia eu, mia senhor,


que poys m'eu de vós partisse,
que nunca veeria sabor
de rem, poys vós eu non visse; Bien sabía yo, mi señora,
porque vós ssodes a melhor que después que de vos me partiese,
dona de que nunca oysse nunca tendría sabor
hom falar. de nada, después que a vos no viese;
Ca o vosso bô ssemelhar porque vos sois la mejor
sey que par dueña de que nunca oyese
nunca lh'omen pod'achar. el hombre hablar,
pues vuestro buen semblante,
E, poys que o Deus assy quis, sé que par
que eu ssoô tam alongado nunca nadie podrá hallar.
de vós, muy ben seede ffis
que nunca eu ssen cuydado Y, pues Dios lo quiso así,
en viverey, ca já Paris que estuviese tan alejado
d'amor non foy tan coitado de vos, muy bien estad segura
nen Tristan de que nunca sin cuidado
nunca ssoffreron tal affam, viviré, ya que París
e nen am, no fue de amor tan cuitado
quantos som, nen seeram. ni Tristán;
nunca sufrieron tal afán
Que ffarey eu poys que non vir ni lo han
o muy bon parecer vosso? cuantos son ni serán.
ca o mal que vos foy ferir
aquele x'est'o vosso, ¿Qué haré yo cuando no viere
vuestro buen semblante?
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e por ende per rem partir Que el mal que os fue a herir
de vos muyt'amar non posso aquel es mío y no vuestro,
nen farey; y por tanto por no dejar
ante ben sey ca morrerey, de amaros mucho, no puedo
se non ey ni lo haré,
vós que sempre y amey. antes bien sé que moriré
si no os tengo
a vos, a quien siempre amé.

En Alfonso X el Sabio. Cantigas. Madrid: Altaya, 1997.

Cantiga de amigo
de Nuno Porco
Iré a la mar por verlo a mi amigo,
Irei a lo mar vee-lo meu amigo; le preguntaré si querrá vivir conmigo:
pregunta-lo ei se querrá viver migo, y me voy enamorada.
e vou m’ eu namorada.
Iré a la mar por verlo a mi amado,
Irei a lo mar vee-lo meu amado; le preguntaré si hará lo por mí
pregunta-lo ei se fará meu mandado, mandado:
e vou m’ eu namorada. y me voy enamorada.

Pregunta-lo ei por que non vive migo, Le preguntaré por qué no vive
e direi lh’ a coita ’n que por el e vivo, conmigo,
e vou m’ eu namorada. Y le diré la cuita en que por él yo vivo:
y me voy enamorada.
Pregunta-lo ei por que m’ á despagado
e se xi mh assanhou a tort’ endõado, Le preguntaré por qué me ha mal
e vou m’ eu namorada. pagado,
Y con saña y sin razón me ha torturado:
y me voy enamorada.

En Alfonso el Sabio y otros. Poesía medieval


galaicoportuguesa. Buenos Aires: CEAL, 1983.

Cantiga de maldezir
de Alfonso el Sabio

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


que ant'a mia porta pea. que ante mi puerta pedea.

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


e negra come carvon, y negra como el carbón,
que ant'a mia porta pea que ante mi puerta pedea,
nen faça come sison. ni que haga como el rascón.

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


que ant'a mia porta pea. que ante mi puerta pedea.

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


e velosa come can, y peluda como leona,
que ant'a mia porta pea que ante mi puerta pedea,

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nen faça come alerman. ni que parezca una mona.

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


que ant'a mia porta pea. que ante mi puerta pedea.

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


que á brancos os cabelos, que tenga blanco el cabello,
que ant'a mia porta pea que ante mi puerta pedea,
nen faça come camelos. ni que huela como camello.

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


que ant'a mia porta pea. que ante mi puerta pedea.

Non quer'eu donzela fea, No quiero doncella fea


veelha de maa coor, vieja y de mal color,
que ant'a mia porta pea que ante mi puerta pedea,
nen faça i peior. ni haga cosa mucho peor.

Non quer'eu donzela fea No quiero doncella fea


que ant'a mia porta pea que ante mi puerta pedea.

En Alfonso X el Sabio. Cantigas. Madrid: Altaya, 1997.


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Cantiga de escarnio
O que foi passar a serra Quien vino a pasar la sierra
e non quis servir a terra, y no quiso servir la tierra,
e ora, entrant'a guerra, ahora, al entrar en guerra,
que faroneja? ¿qué titubea?
Pois el agora tan muito erra, Pues que ahora tanto yerra,
maldito seja! ¡maldito sea!

O que levou os dinheiros El que tomó los dineros


e non troux 'os cavaleiros, y no trajo caballeros,
e por non ir nos primeiros por no ir con los primeros,
que faroneja? ¿qué titubea?
Pois que ven cõnos prostumeiros, Pues viene con los postreros,
maldito seja! ¡maldito sea!

O que filhou gran soldada El que tomó gran soldada


e nunca fez cavalgada, y nunca hizo cabalgada,
e por non ir a Graada y por no ir a Granada
que faroneja? ¿qué titubea?
Se é ric'omen ou á mesnada, Si es ricohombre o ha mesnada,
maldito seja! ¡maldito sea!

O que meteu na taleiga El que metió en la talega


pouc' aver e mu ita meiga, poco haber y mucha falsía,
e por non entrar na Veiga ¿es por no entrar en la Vega
que faroneja? por lo que titubea?
Pois chus mole é que manteiga, Pues más blando es que manteca,
maldito seja! ¡maldito sea!

En Alfonso X el Sabio. Cantigas. Madrid: Altaya, 1997.

9
Cantiga de amor
de Bernal de Bonaval

A dona que eu am' e tenho por senhor


amostrade-mh-a, Deus, se vos én prazer for,
se non dade-mh-a morte.

A que tenh'eu por lume d'estes olhos meus


e por que choran sempr', amostrade-mh-a Deus,
se non dade-mh-a morte.

Essa que vós fezestes melhor parecer


de quantas sey, ay Deus!, fazede-mh-a veer,
se non dade-mh-a morte.

Ai, Deus! que mh-a fezestes mays ca mim amar,


mostrade-mh-a u possa com ela falar,
se nom dade-mi-a morte.

La mujer que yo amo y tengo por señora


mostrádmela, Dios, hacedme el favor,
si no dádme la muerte.

La que tengo por luz de estos ojos míos


y por la que lloran siempre, mostrádmela Dios,
si no dádme la muerte.

Esa que vos hiciste mejor parecer


de cuantas hay, ay Dios, hacédmela ver,
si no dádme la muerte.

Ay Dios, que me hiciste amarla más que a mí,


mostrádmela y que pueda con ella hablar,
si no dádme la muerte.

En Bonaval, Bernal de. Poesie. Bari: Adriatica Editrice, 1978.

10
Garcilaso de la Vega
(1501/3 – 1536)

Soneto XXIII Soneto V

En tanto que de rosa y azucena Escrito está en mi alma vuestro gesto


se muestra la color en vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo:
y que vuestro mirar ardiente, honesto, vos sola lo escribistes; yo lo leo
enciende al corazón y lo refrena; tan solo que aun de vos me guardo en esto.

y en tanto que el cabello, que en la vena En esto estoy y estaré siempre puesto,
del oro se escogió, con vuelo presto, que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto, de tanto bien lo que no entiendo creo,
el viento mueve, esparce y desordena; tomando ya la fe por presupuesto.

coged de vuestra alegre primavera Yo no nací sino para quereros;


el dulce fruto, antes que el tiempo airado mi alma os ha cortado a su medida;
cubra de nieve la hermosa cumbre. por hábito del alma misma os quiero;

Marchitará la rosa el viento helado, cuanto tengo confieso yo deberos:


por vos nací, por vos tengo la vida,
todo lo mudará la edad ligera,
por vos he de morir, y por vos muero.
por no hacer mudanza en su costumbre.

En Vega, Garcilaso de la. Poesías castellanas completas.


En Vega, Garcilaso de la. Obras. Edición de Tomás Navarro Edición de Elías L. Rivers. Madrid: Castalia, 1972, 2.ª ed.
Tomás. Madrid: Espasa-Calpe, 1973, 10.ª ed.

Soneto X Soneto XIII

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, A Dafne ya los brazos le crecían
dulces y alegres cuando Dios quería, y en luengos ramos vueltos se mostraban;
juntas estáis en la memoria mía, en verdes hojas vi que se tornaban
y con ella en mi muerte conjuradas! los cabellos que el oro escurecían;

¿Quién me dijera, cuando las pasadas de áspera corteza se cubrían


horas que en tanto bien por vos me vía, los tiernos miembros que aún bullendo estaban;
que me habíais de ser en algún día los blancos pies en tierra se hincaban
con tan grave dolor representadas? y en torcidas raíces se volvían.

Pues en una hora junto me llevastes Aquel que fue la causa de tal daño,
todo el bien que por términos me distes, a fuerza de llorar, crecer hacía
lleváme junto el mal que me dejastes; este árbol, que con lágrimas regaba.

si no, sospecharé que me pusistes ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,


en tantos bienes, porque deseastes que con llorarla crezca cada día
verme morir entre memorias tristes. la causa y la razón porque lloraba!

En Vega, Garcilaso de la. Poesía castellana completa. Edición de Antonio Prieto. Madrid: Biblioteca Nueva, 1999.

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Soneto XXX Soneto XXXI

Sospechas, que en mi triste fantasía Dentro, en mi alma fue de mí engendrado


puestas, hacéis la guerra a mi sentido, un dulce amor, y de mi sentimiento
volviendo y revolviendo el afligido tan aprobado fue su nacimiento
pecho, con dura mano noche y día; como de un solo hijo deseado;

ya se acabó la resistencia mía mas luego dél nació quien ha estragado


y la fuerza del alma; ya rendido del todo el amoroso pensamiento;
vencer de vos me dejo, arrepentido en áspero rigor y en gran tormento
de haberos contrastado en tal porfía. los primeros deleites ha tornado.

Llevadme a aquel lugar tan espantable, ¡Oh crudo nieto, que das vida al padre,
que, por no ver mi muerte allí esculpida, y matas al agüelo!, ¿por qué creces
cerrados hasta aquí tuve los ojos. tan desconforme a aquél de que has nacido?

Las armas pongo ya, que concedida ¡Oh celoso temor!, ¿a quién pareces?,
no es tan larga defensa al miserable; que aun la invidia, tu propia y fiera madre,
colgad en vuestro carro mis despojos. se espanta en ver el monstruo que ha parido.

En Vega, Garcilaso de la. Obras completas. En Vega, Garcilaso de la. Obras completas.
Barcelona: Plaza & Janés, 1984. Barcelona: Plaza & Janés, 1984.

12
Francisco de Quevedo y Villegas
(1580 – 1645)

Amor constante más allá de la muerte Comunicación de amor invisible por los ojos

Cerrar podrá mis ojos la postrera Si mis párpados, Lisi, labios fueran,
sombra que me llevare el blanco día, besos fueran los rayos visüales
y podrá desatar esta alma mía de mis ojos, que al sol miran caudales
hora a su afán ansioso lisonjera; águilas, y besaran más que vieran.
·
mas no, de esotra parte en la ribera, Tus bellezas, hidrópicos, bebieran,
dejará la memoria, en donde ardía: y cristales, sedientos de cristales;
nadar sabe mi llama la agua fría de luces y de incendios celestiales,
y perder el respeto a ley severa. alimentando su morir, vivieran.
·
Alma a quien todo un dios prisión ha sido, De invisible comercio mantenidos,
venas que humor a tanto fuego han dado, y desnudos de cuerpo, los favores
médulas que han gloriosamente ardido, gozaran mis potencias y sentidos;
·
su cuerpo dejarán, no su cuidado; mudos se requebraran los ardores;
serán ceniza, mas tendrá sentido; pudieran, apartados, verse unidos,
polvo serán, mas polvo enamorado. y en público, secretos, los amores.

En Quevedo, Francisco de. Antología poética. En Quevedo, Francisco de. Poemas escogidos.
Barcelona: RBA, 1994. Edición de José Manuel Blecua. Madrid: Castalia,
1979.

Descuido del divertido vivir a quien la muerte Represéntase la brevedad de lo que se vive
llega impensada y cuán nada parece lo que se vivió

Vivir es caminar breve jornada, ¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?


y muerte viva es, Lico, nuestra vida, ¡Aquí de los antaños que he vivido!
ayer al frágil cuerpo amanecida, La Fortuna mis tiempos ha mordido;
cada instante en el cuerpo sepultada. las Horas mi locura las esconde.

Nada que, siendo, es poco, y será nada ¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
en poco tiempo, que ambiciosa olvida; la salud y la edad se hayan huído!
pues, de la vanidad mal persuadida, Falta la vida, asiste lo vivido,
anhela duración, tierra animada. y no hay calamidad que no me ronde.

Llevada de engañoso pensamiento Ayer se fue; mañana no ha llegado;


y de esperanza burladora y ciega, hoy se está yendo sin parar un punto;
tropezará en el mismo monumento. soy un fue, y un será y un es cansado.

Como el que, divertido, el mar navega, En el hoy y mañana y ayer, junto


y, sin moverse, vuela con el viento, pañales y mortaja, y he quedado
y antes que piense en acercarse, llega. presentes sucesiones de difunto.

En Quevedo, Francisco de. Antología poética. En Quevedo, Francisco de Poesía varia. Edición de
Barcelona: RBA, 1994. James O. Crosby. Madrid: Cátedra, 1997.

13
Luis de Góngora y Argote
(1561 – 1627)

De la brevedad engañosa de la vida


Mientras por competir con tu cabello Menos solicitó veloz saeta
oro bruñido al solo relumbra en vano; destinada señal, que mordió aguda;
mientras con menosprecio en medio el llano agonal carro en la arena muda
mira tu blanca frente el lilio bello; no coronó con más silencio meta,

mientras a cada labio, por cogello, que presurosa corre, que secreta,
siguen más ojos que al clavel temprano, a su fin nuestra edad. A quien lo duda
y mientras triunfa con desdén lozano (fiera que sea de razón desnuda)
del luciente cristal tu gentil cuello, cada sol repetido es un cometa.
goza cuello, cabello, labio y frente, Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
antes que lo que fue en tu edad dorada Peligro corres, Licio, si porfías
oro, lilio, clavel, cristal luciente, en seguir sombras y abrazar engaños.
no solo en plata o víola troncada Mal te perdonarán a ti las horas,
se vuelva, mas tú y ello juntamente las horas que limando están los días,
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. los días que royendo están los años.

La dulce boca que a gustar convida Ni en este monte, este aire, ni este río
un humor entre perlas distilado corre fiera, vuela ave, pece nada,
y a no envidiar aquel licor sagrado de quien con atención no sea escuchada
que a Júpiter ministra el garzón de Ida, la triste voz del triste llanto mío;
amantes, no toquéis si queréis vida; y aunque en la fuerza sea del estío
porque entre un labio y otro colorado al viento mi querella encomendada,
Amor está, de su veneno armado, cuando a cada cual de ellos más le agrada
cual entre flor y flor sierpe escondida. fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,
No os engañen las rosas, que a la Aurora a compasión movidos de mi llanto,
diréis que, aljofaradas y olorosas, dejan la sombra, el ramo y la hondura,
se le cayeron del purpúreo seno; cual ya por escuchar el dulce canto
manzanas son de Tántalo, y no rosas, de aquel que, de Estrimón en la espesura,
que después huyen del que incitan ahora, los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
y sólo del Amor queda el veneno. puede mi mal, y pudo su dulzura!

En Góngora, Luis de. Antología poética. Barcelona: RBA, 1994.

14
Sor Juana Inés de la Cruz
(1651 – 1695)

Redondillas

Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan

Hombres necios que acusáis


a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual


solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Cambatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo


de vuestro parecer loco
el niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,


hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro


que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y desdén


tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

15
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada


la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena


que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas


a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido


en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,


aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis


de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo


que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo

16
Quéjase de la suerte: insinúa su aversión a los vicios y justifica su divertimento a las musas

¿En perseguirme, mundo, qué interesas?


¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Que no me quiera Fabio, al verse amado,


es dolor sin igual en mí sentido;
mas que me quiera Silvio, aborrecido,
es menor mal, mas no menos enfado.
Que contiene una fantasía contenta, con amor
¿Qué sufrimiento no estará cansado, decente
si siempre le resuenan al oído, Detente, sombra de mi bien esquivo,
tras la vana arrogancia de un querido, imagen del hechizo que más quiero,
el cansado gemir de un desdeñado? bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si de Silvio me cansa el rendimiento,
a Fabio canso con estar rendida; Si al imán de tus gracias atractivo
si de éste busco el agradecimiento, sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
a mí me busca el otro agradecida: si has de burlarme luego fugitivo?
por activa y pasiva es mi tormento, Mas blasonar no puedes, satisfecho,
pues padezco en querer y ser querida. de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

En Cruz, Sor Juana Inés de la. Obras completas. México: Porrúa, 1997.

17
William Wordsworth
(1707 – 1850)

Es un hermoso ocaso, tranquilo y libre; el tiempo,


sagrado, está callado lo mismo que una monja
que adora sin aliento: el ancho sol desciende
en su tranquilidad: la suavidad del cielo

se cierne sobre el mar como en meditación.


¡Escucha! el poderoso Ser está en vela y hace
con su gran movimiento eterno a modo de un sonido
de trueno, para siempre. ¡Querida Niña mía,

que andas aquí conmigo!, aunque no te parezca


tocar ni un pensamiento solemne, no por eso
es tu naturaleza menos divina: estás

todo el año en el seno de Abraham, y das culto,


metida en el sagrario más íntimo del Templo,
estando Dios contigo aunque no lo sepamos.

John Keats
(1795 – 1821)

¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz lo dice;


ningún dios ni demonio de severa respuesta
se digna replicar desde cielo o infierno.
Así, a mi corazón humano me dirijo:

¡Corazón! Tú y yo estamos aquí tristes y solos;


escúchame: ¿por qué reí? ¡Oh dolor mortal!
¡Oh tiniebla, tiniebla! Siempre habré de gemir
interrogando a Cielo, Infierno y Corazón.

¿Por qué reí? Este plazo de ser que se me ha dado


lleva mi fantasía a sus más altas dichas;
pero acabar querría hoy mismo, a medianoche,

viendo rotas las claras banderas de este mundo:


verso, fama y belleza son mucho, ciertamente,
pero la muerte es más: el premio de la vida.

En AAVV. Poetas románticos ingleses. Traducción de José María Valverde y Leopoldo Panero. Barcelona: RBA, 1994.

18
Alfred de Musset
(1810 – 1857)
En la noche

Cuando oímos crujir sordamente los muros,


cuando en la chimenea brotan múltiples ecos
que no son de este mundo, y con un ruido extraño
los tizones crepitan rodeados de un fuego
entre pálido y lívido, cuando hay viejos retratos
que hacen muecas por obra de los cambios de luz;
solitario, sentado, lejos de cualquier ruido,
¿es que acaso no os gusta mecer vuestras veladas
con relatos de aquellas maravillas de antaño?
Para mí es un placer; si en un viejo castillo
por azar he encontrado un pesado librote
entre el polvo de góticas librerías vetustas
hace tiempo olvidado, pero que tiene márgenes
con antiguas viñetas y fantásticas flores
y que brilla lo mismo que una extraña vidriera
con colores intensos ya no puedo dejarlo.
Virelais y baladas, láis, leyendas de santos
milagreros que curan los posesos del Diablo
y los pobres leprosos con tan sólo trazar
una cruz en el aire; cuando no son las crónicas
de las gestas de aquellos paladines sin miedo;
todo, todo mis ojos lo devoran ansiosos;
los relojes en vano doce veces avisan,
y es inútil que el búho chille al darse a la fuga
cuando hiere su vista la luz del candelabro
que ilumina el salón; continúo leyendo
mientras sobre la mesa de sepulcro la cera
se derrama formando oleadas y veo
que enrojece el cristal y que asoma a lo lejos
por oriente, en el cielo, el fulgor de la aurora,
la luz nueva del sol que amanece sonriendo.

En AAVV. Poetas románticos franceses. Traducción de Carlos Pujol. Barcelona: Planeta, 1990.

19
Gustavo Adolfo Bécquer
(1836 – 1870)

Rima III
Sacudimiento extraño
que agita las ideas, brillante rienda de oro
como el huracán empuja que poderosa enfrena
las olas en tropel; de la exaltada mente
el volador corcel;
murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo, hilo de luz que en haces
como volcán que sordo los pensamientos ata;
anuncia que va a arder; sol que las nubes rompe
y toca en el cenit;
deformes siluetas
de seres imposibles; inteligente mano
paisajes que aparecen que en un collar de perlas
como a través de un tul; consigue las indóciles
palabras reunir;
colores, que fundiéndose
remedan en el aire armonioso ritmo
los átomos del iris, que con cadencia y número
que nadan en la luz; las fugitivas notas
encierra en el compás;
ideas sin palabras,
palabras sin sentido; cincel que el bloque muerde
cadencias que no tienen la estatua modelando,
ni ritmo ni compás; y la belleza plástica
añade a la ideal;
memorias y deseo
de cosas que no existen; atmósfera en que giran
accesos de alegría, con orden las ideas,
impulsos de llorar; cual átomos que agrupa
recóndita atracción
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse; raudal en cuyas ondas
sin rienda que lo guíe su sed la fiebre apaga;
caballo volador; oasis que al espíritu
devuelve su vigor...
locura que el espíritu
exalta y enardece; ¡Tal es nuestra razón!
embriaguez divina Con ambas siempre lucha
del genio creador... y de ambas vencedor,
¡Tal es la inspiración! tan sólo el genio puede
a un yugo atar las dos.
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro, En Bécquer, Gustavo Adolfo. Rimas y leyendas de amor.
y entre las sombras hace Buenos Aires: Plantea, 1999.
la luz aparecer;

20
Arthur Rimbaud
(1854 – 1891)

Vocales

A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales,


diré algún día vuestros latentes nacimientos.
Negra A, jubón velludo de moscones hambrientos
que zumban en las crueles hediondeces letales.

E, candor de neblinas, de tiendas, de reales


lanzas de glaciar fiero y de estremecimientos
de umbrelas; I, las púrpuras, los esputos sangrientos,
las risas de los labios furiosos y sensuales.

U, temblores divinos del mar inmenso y verde.


Paz de las heces. Paz con que la alquimia muerde
la sabia frente y deja más arrugas que enojos.

O, supremo Clarín de estridores profundos,


silencios perturbados por ángeles y mundos.
¡Oh, la Omega, reflejo violeta de Sus Ojos!

En Rimbaud, Arthur. Una temporada en el Infierno. Buenos Aires: Eudeba, 2012.

El durmiente del valle

Un hoyo de verdor, por el que canta un río


enganchando, a lo loco, por la yerba
jirones de plata; donde el sol de la montaña altiva
brilla: una vaguada que crece en musgo y luz.

Un soldado, sin casco y con la boca abierta,


bañada por el berro fresco y azul su nuca,
duerme, tendido, bajo las nubes, en la yerba,
pálido, en su lecho sobre el que llueve el sol.

Con sus pies entre gladios duerme y sonríe como


sonríe un niño enfermo; sin duda está soñando:
Natura, acúnalo con calor: tiene frío.

Su nariz ya no late con el olor del campo;


duerme en el sol; su mano sobre el pecho tranquilo;
con dos boquetes rojos en el lado derecho.

Octubre, 1870.

En Rimbaud, Arthur. Poesías completas. Edición bilingüe de Javier del Prado. Madrid: Cátedra, 1996.
Charles Baudelaire
(1821 – 1867)

Correspondencias
La Natura es un templo donde vívidos pilares
dejan, a veces, brotar confusas palabras;
el hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.

Como prolongados ecos que de lejos se confunden


en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

Hay perfumes frescos como carnes de niños,


suaves cual los oboes, verdes como las praderas,
y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,

que tienen la expansión de cosas infinitas,


como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.

En Baudelaire, Charles. Obra poética completa. Edición de Enrique López Castellón. Madrid: Akal, 2003.

El albatros
Por divertirse a veces, suelen los marineros
cazar albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, de su viaje lánguidos compañeros,
al barco en los acerbos abismos de los mares.
Pero sobre las tablas apenas los arrojan,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas míseramente aflojan,
y las dejan cual remos caer a sus costados.
¡Qué zurdo es y qué débil ese viajero alado!
Él, antes tan hermoso, ¡qué cómico en el suelo!
Con una pipa uno el pico le ha quemado,
remeda otro, renqueando, del inválido el vuelo!
El Poeta es como ese príncipe del nublado
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
en el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
sus alas de gigante le impiden caminar.

En Baudelaire, Charles. Las flores del mal. Traducción de Lydia Lamarque. Buenos Aires: Losada, 1989.

22
La sopa y las nubes

Mi pequeña y bien amada locuela me invitaba a cenar, y por la ventana abierta del comedor contemplaba las móviles
arquitecturas que Dios hace con los vapores, las maravillosas construcciones de lo impalpable. Y en mi
contemplación, me decía: “Todas estas fantasmagorías son casi tan bellas como los ojos de mi bien amada, la
pequeña y monstruosa locuela de ojos verdes”.
Y de repente sentí un violento golpe en la espalda y oí una voz ronca y encantadora, una voz histérica y como
enronquecida por el aguardiente, la voz de mi pequeña y querida bien amada, que me decía: -“¿Cuándo c… vas a
terminarte la sopa, especie de mercader de nubes?”.

En Baudelaire, Charles. Pequeños poemas en prosa. Traducción de José A. Millán Alba. Madrid: Cátedra, 1998.

De profundis clamavi
A Ti, la única amada, yo tu piedad demando
del fondo de la sima en que mi alma ha caído.
el horizonte plúmbeo es de un mundo nefando,
donde nada el horror a la blasfemia unido.

Un frío sol seis meses encima va a planear,


y los otros seis meses son de noches, cabales;
es país más desnudo que la tierra polar:
¡ni selvas, ni verdores, ni arroyos, ni animales!

Y en el mundo no hay horror que superado


haya la crueldad fría de ese sol congelado,
y de esa inmensa noche, del Caos viejo hermana;

la suerte de las bestias más viles compartir


quisiera, pues se pueden en torpes sueño hundir;
¡tan lentamente el tiempo su madeja devana!

En Baudelaire, Charles. Poesía y prosa. Buenos Aires: CEAL, 1969.

Los ciegos

Míralos, alma mía; ¡son en verdad horribles!


Parecen maniquíes; vagamente ridículos;
terribles, singulares, igual que los sonámbulos;
lanzando no sé adónde sus globos tenebrosos,

sus ojos, que la chispa divina ha abandonado,


igual que si mirasen lejos, alzados quedan
al cielo; no les vemos nunca hacia el empedrado,
inclinar, soñadores, su cabeza pesada.

De este modo atraviesan lo negro ilimitado.


hermano del eterno silencio. ¡Oh tú, ciudad!
Mientras tú, en torno nuestro, cantas, bramas y ríes,

hasta la atrocidad el placer adorando,


¡mira! También me arrastro pero aún con más torpeza.
En el cielo estos ciegos -me digo yo- ¿qué buscan?

23
A una transeúnte

Aullaba en torno mío la calle. Alta, delgada,


de riguroso luto y dolor soberano,
una mujer pasó; con mano fastuosa
levantando el festón y el dobladillo al vuelo;

ágil y noble, con su estatura de estatua.


Yo bebía crispado como un loco en sus ojos,
cielo lívido donde el huracán germina,
la dulzura que hechiza y el placer que da muerte.

¡Un relámpago!... ¡Luego la noche! –Fugitiva,


beldad cuya mirada renacerme hizo al punto,
¡sólo en la eternidad podré verte de nuevo!

¡En otro sitio, lejos, muy tarde, acaso nunca!


Pues no sé adónde huyes, ni sabes dónde voy,
¡tú, a quien yo hubiese amado! ¡Sí, tú, que lo supiste!

La belleza

Yo soy bella, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra,


y mi seno, en que todos a veces se afligieron,
para inspirar se ha hecho al poeta un amor
que igual que la materia es eterno y es mudo.

En el azul impero yo, esfinge incomprendida;


un corazón de nieve junto al blancor del cisne;
detesto el movimiento que desplaza las líneas,
y nunca, nunca río; y nunca, nunca lloro.

Los poetas, al ver mis grandes ademanes,


que parecen prestados de edificios soberbios,
consumirán sus días en austeros estudios;

pues, para fascinar a estos amantes dóciles,


tengo puros espejos que hacen todo más bello:
¡mis ojos, mis profundos ojos de eternas luces!

En Baudelaire, Charles. Las flores del mal. Barcelona: Altaya, 1996.

24
El juguete del pobre

Quiero dar la idea de una diversión inocente. ¡Hay tan pocas distracciones que no sean culpables! Cuando salga usted
por la mañana, con la intención de pasear por los grandes caminos, llene sus bolsillos de pequeñas invenciones
baratas, tales como los polichinelas movidos por un hilo no más, los herreros que golpean sobre el yunque y el
caballero y su caballo, cuya cola es un silbato. Y a lo largo de las tabernas, al pie de los árboles, rinda un homenaje a
los niños pobres y desconocidos que encontrará. Verá cómo se agrandan sus ojos desmesuradamente. Al principio,
no osarán tomar su regalo: dudarán de su dicha. Después, sus manos se aferrarán vivamente a su presente y
finalmente escaparán como lo hacen los gatos, que se van a comer, lejos de uno, el bocado que se les dio, pues han
aprendido a desconfiar del hombre.
Sobre el camino, detrás de la reja de un vasto jardín a cuyo fondo aparecía la blancura de un bonito palacete
recortado por el sol, estaba un niño hermoso, flameante, vestido con esos atavíos campestres tan llenos de
coquetería.
El lujo, la despreocupación y el espectáculo habitual de la riqueza hacen a sus niños tan bonitos, que se les creería
hechos de otra pasta que los hijos de la mediocridad o de la pobreza.
A lado de aquel niño yacía, sobre la hierba, un juguete espléndido, tan flamante como su dueño, barnizado, dorado,
vestido con un traje púrpura y cubierto de penachos y abalorios. Pero el niño no se ocupaba de su juguete preferido
y he aquí lo que miraba:
Del lado de allá de la reja, sobre el camino, entre los cardos y las ortigas, estaba otro niño, sucio, raquítico, fuliginoso,
uno de esos pequeños parias, en los que un ojo imparcial descubriría la belleza, como el ojo conocedor que adivinan
una pintura ideal bajo un barniz de carrocero y la limpia de la repugnante pátina de la miseria.
A través de aquellos barrotes simbólicos que separaban dos mundos, el camino y el palacete, el niño pobre mostraba
al niño rico su propio juguete, que el rico examinaba ávidamente como un objeto raro y desconocido. Ahora bien, ese
juguete que el pequeño mugroso agitaba y sacudía en una caja agujereada era una rata viva. Los padres, por
economía sin duda, habían sacado aquel juguete de la vida misma. Y los dos chiquillos se reían entre ellos
fraternalmente con unos dientes de la misma blancura.

Los ojos de los pobres

¡Ah! Quieres saber por qué te odio hoy. Te será sin duda menos fácil entenderlo que a mí explicártelo. Porque tú
eres, creo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que se pueda encontrar.
Habíamos pasado juntos una larga jornada que a mí me pareció corta. Nos habíamos prometido que nuestros
pensamientos serían comunes entre los dos, que, en lo sucesivo nuestras almas no serían más que una, un sueño
que, después de todo, nada tiene de original, si no es que, soñado por todos los hombres, no ha sido realizado por
ninguno.
Por la tarde, un tanto fatigada, quisiste sentarte en un café nuevo, que hacía esquina con un nuevo bulevar, todavía
lleno de cascajo, que mostraba ya gloriosamente sus esplendores inconclusos. El café centelleaba. El gas mismo
desplegaba todo el ardor de un debut e iluminaba con todas sus fuerzas los muros cegadores de blancura, las láminas
deslumbrantes de los espejos, el oro de las varillas y las cornisas, los pajes de mejillas regordetas arrastrados por
unos perros encadenados, las damas que sonreían al halcón prendido en su puño, las ninfas y las diosas que
portaban frutos, pasteles y caza en la testa, las Hebes y los Ganímedes que ofrecían, en los brazos tendidos, la
pequeña ánfora de las bavaresas o el obelisco bicolor de los helados empenachados: toda historia y toda la mitología
puestas al servicio de la glotonería.
Delante de nosotros, sobre la calzada, se hallaba plantado un buen pobre hombre de unos cuarenta años, con el
rostro cansado y la barba grisácea, y tenía de la mano a un muchachito mientras cargaba a un ser diminuto,
demasiado débil para caminar. El hombre desempeñada quehaceres de niñera. Todos estaban en harapos. Y aquellos
tres rostros eran extraordinariamente serios, aquellos seis ojos contemplaban fijamente el nuevo café, con igual
admiración, aunque diversamente matizada por la edad.
Los ojos del padre decían: “¡Qué bello, qué bello! Se diría que todo el oro del pobre ha ido a dar a esas paredes”. Los
ojos del muchachito: “¡Qué bello, qué bello! Pero es una casa en la que sólo pueden entrar las personas que no son
como nosotros”. En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado fascinados para experimentar otra cosa
que una alegría estúpida y profunda.
Los cancionistas dicen que el placer hace el alma buena y que ablanda el corazón. La canción era verdad en lo que me
concernía. No sólo estaba yo enternecido con aquella familia de ojos, sino que me sentía un poco avergonzado de
nuestros vasos y nuestras garrafas, más grandes que nuestra sed. Volví mi mirada a la tuya, querido amor, para leer
allí mi pensamiento; me sumergí en tus ojos tan hermosos y tan extrañamente dulces, en tus ojos verdes, habitados
25
por el Capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijiste: “No soporto a esa gente con los ojos como platos. ¿No
podrías pedir al patrón que los alejara de aquí?”.
¡Así es de difícil entenderse, ángel querido, así de incomunicable el pensamiento, aun entre quienes se aman!

En Baudelaire, Charles. El spleen de París. México: FCE, 2002.

Stéphane Mallarmé
(1842 – 1898)

Una negra

Una negra por el demonio sacudida quiere


en una niña triste saborear frutos nuevos
y criminales bajo sus faldas agujereadas.
La glotona ya empieza su pérfida faena:

en su vientre compara dos felices pezones,


y, tan alto que la mano no lo puede agarrar,
dispara el sordo golpe de sus botinas
así como una lengua torpe en el placer

frente a esa desnudez miedosa de gacela


que tiembla, de espaldas como un loco elefante
ella espera, echada, muy interesada
mientras ríe con dientes ingenuos a la niña

y entre sus piernas donde la víctima se tiende,


mostrando una piel negra, bajo la crin abierta,
avanza el paladar de esa extraña boca,
pálida y rosa como un caracol de mar.

En la duda del supremo Juego


un encaje se suprime
por no entreabrir, tal blasfemia,
sino del lecho ausencia eterna.

Este blanco unánime conflicto


de una guirnalda con su igual,
huído tras el lívido cristal
más que sumir ahora flota.

Pero en quien con sueño se dora


duerme tristemente una bandola
en la hueca nada musicante

tal como junto a una ventana


conforme a ese y no a otro vientre
filial uno podría haber nacido.

En Mallarmé, Stéphan. Poesía. Edición bilingüe, traducción de Federico Gorbea. Buenos Aires: Leviatán, 2009.

26
Guillaume Apollinaire
(1880 – 1918)

En Apollinaire. Caligramas. Madrid: RBA, 2006.

27
Paul Eluard
(1895 – 1952)

La costumbre

Todas mis amiguitas son jibosas;


ellas aman a su madre.
Todos mis animales son obligatorios,
tienen patas de mueble
y manos de ventana.
El viento se deforma,
necesita un traje de medida,
desmesurado.
He aquí por qué
digo la verdad sin decirla.

El espejo de un momento

Disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,
Quita a los hombres la posibilidad de distraerse,
Es duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista,
Y tiene tal resplandor que todas las armaduras y todas las máscaras quedan falseadas.
Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna tomar la forma de la mano,
Lo que ha sido comprendido ya no existe,
El pájaro se ha confundido con el viento,
El cielo con su verdad,
El hombre con su realidad.

Al alba te amo…

Al alba te amo tengo toda la noche en las venas


Toda la noche te he contemplado
Tengo que adivinarlo todo me siento seguro en las tinieblas
Ellas me conceden el poder
De envolverte
De sacudirte deseo de vivir
En el seno de mi inmovilidad
El poder de revelarte
De liberarte de perderte
Llama invisible de día.
Si te vas la puerta se abre hacia el día
Si te vas la puerta se abre hacia mí mismo.

La necesidad

Sin grandes ceremonias en tierra


Junto a aquellos que conservan el equilibrio
En esa desventura del reposo total
Muy cerca del buen camino
En el polvo de la seriedad
Establezco conexiones entre el hombre y la mujer
28
Entre las pistoleras del sol y el zurrón del vagabundo
Entre las grutas encantadas y el alud
Entre las ojeras y la risa acosada
Entre la mirleta heráldica y la estrella del ajo
Entre la plomada y el rumor del viento
Entre la fuente de las hormigas y el cultivo de las frambuesas
Entre la herradura y la punta de los dedos
Entre la calcedonia y el invierno punzante
Entre las pupilas del endrino y el mimetismo comprobado
Entre la carótida y el espectro de la sal
Entre la araucaria y una cabeza de enano
Entre los rieles en los cruces y la paloma rojiza
Entre el hombre y la mujer
Entre mi soledad y tú

Antonin Artaud
(1896 – 1948)

Poeta negro

Poeta negro, un seno de doncella


te obsesiona
poeta amargo, la vida bulle
y la ciudad arde,
y el cielo se resuelve en lluvia,
y tu pluma araña el corazón de la vida.

Selva, selva, hormiguean ojos


en los pináculos multiplicados;
cabellera de tormenta, los poetas
montan sobre caballos, perros.

Los ojos se enfurecen, las lenguas giran


el cielo afluye a las narices
como azul leche nutricia;
estoy pendiente de vuestras bocas
mujeres, duros corazones de vinagre.

Robert Desnos
(1900 – 1945)

Es de noche

Te irás cuando quieras


El lecho se ciñe y se afloja con las delicias igual que un corsé
de terciopelo negro
Y el insecto resplandeciente se posa sobra la almohada
Para estallar y entonces reunirse con lo oscuro
El oleaje llega martillando y se calla
Samoa la bella duerme entre algodones
29
Conejar ¿qué haces con las banderas? las arrastras por el fango
A la buena de Dios y en lo profundo de todo fango
El naufragio se acentúa bajo los párpados
Relato y describo el sueño
Recojo los envases de la noche y los ordeno sobre el estante
El ramaje del pájaro de madera se confunde con la irrupción
de los tapones en forma de mirada
Nada de volver allí nada de morir allí la alegría desborda
Un invitado de más a la mesa redonda en el claro verde esmeralda
del bosque con yelmos resonantes cerca de un
montón de espadas y armaduras abolladas
Nervio a modo de amorosa lámpara apagada al fin del día
Yo duermo

Tanto soñé contigo

Tanto soñé contigo que pierdes tu realidad.


¿Todavía hay tiempo para alcanzar ese cuerpo vivo y besar
sobre esa boca el nacimiento de la voz que quiero?
Tanto soñé contigo que mis brazos habituados a cruzarse sobre
mi pecho cuando abrazan tu sombra, quizá ya no podrían
adaptarse al contorno de tu cuerpo.
Y frente a la existencia real de aquello que me obsesiona y
me gobierna desde hace días y años,
seguramente me transformaré en sombra.
Oh balances sentimentales.
Tanto soñé contigo que seguramente ya no podré despertar.
Duermo de pie, con mi cuerpo que se ofrece a todas las
apariencias de la vida y del amor y tú, la única que cuenta
ahora para mí, más difícil me resultará tocar tu frente
y tus labios que los primeros labios y la primera frente
que encuentre.
Tanto soñé contigo, tanto caminé, hablé, me tendí al lado de
tu fantasma que ya no me resta sino ser fantasma entre
los fantasmas, y cien veces más sombra que la sombra que
siempre pasea alegremente por el cuadrante solar de tu vida.

En Pellegrini, Aldo. Antología de la poesía surrealista. Buenos Aires: Argonauta, 2006.

César Vallejo (1892 – 1938)

El cancerbero cuatro veces


al día maneja su candado, abriéndonos
cerrándonos los esternones, en guiños
que entendemos perfectamente.

Con los fundillos lelos melancólicos,


amuchachado de trascendental desaliño,
parado, es adorable el pobre viejo.
Chancea con los presos, hasta el tope
los puños en las ingles. Y hasta mojarrilla
les roe algún mendrugo; pero siempre
cumpliendo su deber.
30
Por entre los barrotes pone el punto
fiscal, inadvertido, izándose en la falangita
del meñique,
a la pista de lo que hablo,
lo que como,
lo que sueño.
Quiere el corvino ya no hayan adentros,
y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.

Por un sistema de relojería, juega


el viejo inminente, pitagórico!
a lo ancho de las aortas. Y sólo
de tarde en noche, con noche
soslaya alguna su excepción de metal.
Pero, naturalmente,
siempre cumpliendo su deber.

LIX

La esfera terrestre del amor


que rezagóse abajo, da vuelta
y vuelta sin parar segundo,
y nosotros estamos condenados a sufrir
como un centro su girar.

Pacífico inmóvil, vidrio, preñado


de todos los posibles.
Andes frío, inhumanable, puro.
Acaso. Acaso.

Gira la esfera en el pedernal del tiempo,


y se afila,
y se afila hasta querer perderse;
gira forjando, ante los desertados flancos,
aquel punto tan espantablemente conocido,
porque él ha gestado, vuelta
y vuelta,
el corralito consabido.

Centrífuga que sí, que sí,


que Sí,
que sí, que sí, que sí, que sí: NO!
Y me retiro hasta azular, y retrayéndome
endurezco, hasta apretarme el alma!

En Vallejo, César. Obra poética. Madrid: ALLCA, 1997.

31
Jorge Luis Borges
(1899 – 1986)

Al Sur
Catedral
Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas, Las olas de rodillas
desde el banco de sombra haber mirado los músculos del viento
esas luces dispersas las torres verticales como goitos
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar la catedral colgada de un lucero
ni a ordenar en constelaciones, la catedral que es una inmensa parva
haber sentido el círculo del agua con espinas de rezos
en el secreto aljibe, Lejos
el olor del jazmín y la madreselva, Lejos
el silencio del pájaro dormido, los mástiles hilvanaban horizontes
el arco del zaguán, la humedad y en las playas ingenuas
esas cosas, acaso, son el poema. las olas nuevas cantan a maitines

La catedral es un avión de piedra


En Borges, Jorge Luis. Obras completas. Vol. I. Buenos que puja por romper las mil amarras
Aires: Emecé, 1989. que lo encarcelan
la catedral sonora como un aplauso
o como un beso.

En Borges, Jorge Luis. Textos recobrados (1919-1929).


Buenos Aires: Emecé, 2007.

Oliverio Girondo
(1891 – 1967)

Pedestre

En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal olor de la ciudad.

Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se acuestan para fornicar en la vereda.

Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene la visión convexa de la gente que pasa en automóvil.

Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se exhiben en los escaparates, adelgazan las piernas que
cuelgan bajo las capotas de las victorias.

Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de tragarse una mujer.

Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de
prostituta que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar*.

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De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe de batuta todos los estremecimientos de la ciudad, para
que se oiga en un solo susurro, el susurro de todos los senos al rozarse.
Buenos Aires, agosto, 1920.

*Los perros fracasados han perdido a su dueño por levantar la pata como una mandolina, el pellejo les ha quedado
demasiado grande, tienen una voz afónica, de alcoholista, y son capaces de estirarse en un umbral, para que los
barran junto con la basura.

En Girondo. Oliverio Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Buenso Aires: CEAL, 1994.

Octavio Paz (1914 – 1998)

Libertad bajo palabra

Viento
Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,


cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire
siempre de viaje...
En Paz, Octavio. Libertad bajo palabra. México: FCE, 1960.

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Nicanor Parra
(1914 – 2018)

Cambios de nombre

A los amantes de las bellas letras


Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.
Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.
¿Con qué razón el sol
Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se le llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?


Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.
Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera:
Ese es un problema personal.

En Parra, Nicolás. Versos de salón. Santiago: Nascimento, 1962.

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Alejandra Pizarnik
(1936 – 1972)

Fronteras inútiles

un lugar
no digo un espacio
hablo de
qué

hablo de lo que no es
hablo de lo que conozco

no el tiempo
sólo todos los instantes
no el amor
no

no

un lugar de ausencia
un hilo de miserable unión

17

Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy


por esos días sonámbula y transparente. La hermosa
autómata se canta, se encanta, se cuenta casos y
cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me
lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo
incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento
místico, su fornicación de nombres creciendo solos
en la noche pálida.)

En Pizarnik, Alejandra. Obras completas. Poesía completa y prosa selecta. Buenos Aires:
Corregidor, 1994.

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