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Fragmento I Fragmento IV
y ven para acá, si ya otra vez antes, Eso, no miento, no, me sobresalta
escuchando desde lejos mis quejas, dentro del pecho el corazón; pues cuando
dejaste la casa de oro te miro un solo instante, ya no puedo
del Padre, y viniste decir ni una palabra,
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ROMANCES
Blancaflor y Filomena
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Romance de Delgadina
En Morillo Caballero, Manuel. Romancero viejo. Madrid: Ediciones Isla del Gallo, 2005.
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Infanta preñada
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CANTIGAS MEDIEVALES
Cantiga de amigo
de Pero Meogo
— Digades, filha, mia filha velida: — Dime, hija, hija mía hermosa,
porque tardastes na fontana fría? ¿por qué tardaste en la fuente fría?
Os amores ei. Amores tengo.
— Digades, filha, mia filha louçana: — Dime, hija, hija mía lozana,
porque tardaste na fría fontana? ¿por qué tardaste en la fría fuente?
Os amores ei. Amores tengo.
— Tardei, mia madre, na fontana fría, — Tardé, madre mía en la fuente fría:
cervos do monte a augua volvian. ciervos del monte volvían al agua.
Os amores ei. Amores tengo.
— Tardei, mia madre, na fría fontana: — Tardé, madre mía en la fría fuente:
cervos do monte volvian a augua. ciervos del monte al agua volvían.
Os amores ei. Amores tengo.
— Mentir, mia filha, mentir por — Mentir, hija mía, mentir por amigo;
amigo: nunca vi ciervo volviese el río.
Nunca vi cervo que volvess´ o rio. Amores tengo.
Os amores ei. — Mentir, hija mía, mentir por amado:
— Mentir, mina filha, mentir por nunca vi ciervo que volviese al alto.
amado: Amores tengo.
Nunca vi cervo que volvess´o alto.
Os amores ei. En Alfonso el Sabio y otros. Poesía medieval
galaicoportuguesa. Buenos Aires: CEAL, 1983.
Cantiga de amor
de Alfonso el Sabio
Cantiga de amigo
de Nuno Porco
Iré a la mar por verlo a mi amigo,
Irei a lo mar vee-lo meu amigo; le preguntaré si querrá vivir conmigo:
pregunta-lo ei se querrá viver migo, y me voy enamorada.
e vou m’ eu namorada.
Iré a la mar por verlo a mi amado,
Irei a lo mar vee-lo meu amado; le preguntaré si hará lo por mí
pregunta-lo ei se fará meu mandado, mandado:
e vou m’ eu namorada. y me voy enamorada.
Pregunta-lo ei por que non vive migo, Le preguntaré por qué no vive
e direi lh’ a coita ’n que por el e vivo, conmigo,
e vou m’ eu namorada. Y le diré la cuita en que por él yo vivo:
y me voy enamorada.
Pregunta-lo ei por que m’ á despagado
e se xi mh assanhou a tort’ endõado, Le preguntaré por qué me ha mal
e vou m’ eu namorada. pagado,
Y con saña y sin razón me ha torturado:
y me voy enamorada.
Cantiga de maldezir
de Alfonso el Sabio
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nen faça come alerman. ni que parezca una mona.
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Cantiga de amor
de Bernal de Bonaval
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Garcilaso de la Vega
(1501/3 – 1536)
y en tanto que el cabello, que en la vena En esto estoy y estaré siempre puesto,
del oro se escogió, con vuelo presto, que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto, de tanto bien lo que no entiendo creo,
el viento mueve, esparce y desordena; tomando ya la fe por presupuesto.
¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, A Dafne ya los brazos le crecían
dulces y alegres cuando Dios quería, y en luengos ramos vueltos se mostraban;
juntas estáis en la memoria mía, en verdes hojas vi que se tornaban
y con ella en mi muerte conjuradas! los cabellos que el oro escurecían;
Pues en una hora junto me llevastes Aquel que fue la causa de tal daño,
todo el bien que por términos me distes, a fuerza de llorar, crecer hacía
lleváme junto el mal que me dejastes; este árbol, que con lágrimas regaba.
En Vega, Garcilaso de la. Poesía castellana completa. Edición de Antonio Prieto. Madrid: Biblioteca Nueva, 1999.
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Soneto XXX Soneto XXXI
Llevadme a aquel lugar tan espantable, ¡Oh crudo nieto, que das vida al padre,
que, por no ver mi muerte allí esculpida, y matas al agüelo!, ¿por qué creces
cerrados hasta aquí tuve los ojos. tan desconforme a aquél de que has nacido?
Las armas pongo ya, que concedida ¡Oh celoso temor!, ¿a quién pareces?,
no es tan larga defensa al miserable; que aun la invidia, tu propia y fiera madre,
colgad en vuestro carro mis despojos. se espanta en ver el monstruo que ha parido.
En Vega, Garcilaso de la. Obras completas. En Vega, Garcilaso de la. Obras completas.
Barcelona: Plaza & Janés, 1984. Barcelona: Plaza & Janés, 1984.
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Francisco de Quevedo y Villegas
(1580 – 1645)
Amor constante más allá de la muerte Comunicación de amor invisible por los ojos
Cerrar podrá mis ojos la postrera Si mis párpados, Lisi, labios fueran,
sombra que me llevare el blanco día, besos fueran los rayos visüales
y podrá desatar esta alma mía de mis ojos, que al sol miran caudales
hora a su afán ansioso lisonjera; águilas, y besaran más que vieran.
·
mas no, de esotra parte en la ribera, Tus bellezas, hidrópicos, bebieran,
dejará la memoria, en donde ardía: y cristales, sedientos de cristales;
nadar sabe mi llama la agua fría de luces y de incendios celestiales,
y perder el respeto a ley severa. alimentando su morir, vivieran.
·
Alma a quien todo un dios prisión ha sido, De invisible comercio mantenidos,
venas que humor a tanto fuego han dado, y desnudos de cuerpo, los favores
médulas que han gloriosamente ardido, gozaran mis potencias y sentidos;
·
su cuerpo dejarán, no su cuidado; mudos se requebraran los ardores;
serán ceniza, mas tendrá sentido; pudieran, apartados, verse unidos,
polvo serán, mas polvo enamorado. y en público, secretos, los amores.
En Quevedo, Francisco de. Antología poética. En Quevedo, Francisco de. Poemas escogidos.
Barcelona: RBA, 1994. Edición de José Manuel Blecua. Madrid: Castalia,
1979.
Descuido del divertido vivir a quien la muerte Represéntase la brevedad de lo que se vive
llega impensada y cuán nada parece lo que se vivió
Nada que, siendo, es poco, y será nada ¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
en poco tiempo, que ambiciosa olvida; la salud y la edad se hayan huído!
pues, de la vanidad mal persuadida, Falta la vida, asiste lo vivido,
anhela duración, tierra animada. y no hay calamidad que no me ronde.
En Quevedo, Francisco de. Antología poética. En Quevedo, Francisco de Poesía varia. Edición de
Barcelona: RBA, 1994. James O. Crosby. Madrid: Cátedra, 1997.
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Luis de Góngora y Argote
(1561 – 1627)
mientras a cada labio, por cogello, que presurosa corre, que secreta,
siguen más ojos que al clavel temprano, a su fin nuestra edad. A quien lo duda
y mientras triunfa con desdén lozano (fiera que sea de razón desnuda)
del luciente cristal tu gentil cuello, cada sol repetido es un cometa.
goza cuello, cabello, labio y frente, Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
antes que lo que fue en tu edad dorada Peligro corres, Licio, si porfías
oro, lilio, clavel, cristal luciente, en seguir sombras y abrazar engaños.
no solo en plata o víola troncada Mal te perdonarán a ti las horas,
se vuelva, mas tú y ello juntamente las horas que limando están los días,
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. los días que royendo están los años.
La dulce boca que a gustar convida Ni en este monte, este aire, ni este río
un humor entre perlas distilado corre fiera, vuela ave, pece nada,
y a no envidiar aquel licor sagrado de quien con atención no sea escuchada
que a Júpiter ministra el garzón de Ida, la triste voz del triste llanto mío;
amantes, no toquéis si queréis vida; y aunque en la fuerza sea del estío
porque entre un labio y otro colorado al viento mi querella encomendada,
Amor está, de su veneno armado, cuando a cada cual de ellos más le agrada
cual entre flor y flor sierpe escondida. fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,
No os engañen las rosas, que a la Aurora a compasión movidos de mi llanto,
diréis que, aljofaradas y olorosas, dejan la sombra, el ramo y la hondura,
se le cayeron del purpúreo seno; cual ya por escuchar el dulce canto
manzanas son de Tántalo, y no rosas, de aquel que, de Estrimón en la espesura,
que después huyen del que incitan ahora, los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
y sólo del Amor queda el veneno. puede mi mal, y pudo su dulzura!
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Sor Juana Inés de la Cruz
(1651 – 1695)
Redondillas
Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan
Cambatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
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Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y a otra por fácil culpáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
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Quéjase de la suerte: insinúa su aversión a los vicios y justifica su divertimento a las musas
En Cruz, Sor Juana Inés de la. Obras completas. México: Porrúa, 1997.
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William Wordsworth
(1707 – 1850)
John Keats
(1795 – 1821)
En AAVV. Poetas románticos ingleses. Traducción de José María Valverde y Leopoldo Panero. Barcelona: RBA, 1994.
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Alfred de Musset
(1810 – 1857)
En la noche
En AAVV. Poetas románticos franceses. Traducción de Carlos Pujol. Barcelona: Planeta, 1990.
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Gustavo Adolfo Bécquer
(1836 – 1870)
Rima III
Sacudimiento extraño
que agita las ideas, brillante rienda de oro
como el huracán empuja que poderosa enfrena
las olas en tropel; de la exaltada mente
el volador corcel;
murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo, hilo de luz que en haces
como volcán que sordo los pensamientos ata;
anuncia que va a arder; sol que las nubes rompe
y toca en el cenit;
deformes siluetas
de seres imposibles; inteligente mano
paisajes que aparecen que en un collar de perlas
como a través de un tul; consigue las indóciles
palabras reunir;
colores, que fundiéndose
remedan en el aire armonioso ritmo
los átomos del iris, que con cadencia y número
que nadan en la luz; las fugitivas notas
encierra en el compás;
ideas sin palabras,
palabras sin sentido; cincel que el bloque muerde
cadencias que no tienen la estatua modelando,
ni ritmo ni compás; y la belleza plástica
añade a la ideal;
memorias y deseo
de cosas que no existen; atmósfera en que giran
accesos de alegría, con orden las ideas,
impulsos de llorar; cual átomos que agrupa
recóndita atracción
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse; raudal en cuyas ondas
sin rienda que lo guíe su sed la fiebre apaga;
caballo volador; oasis que al espíritu
devuelve su vigor...
locura que el espíritu
exalta y enardece; ¡Tal es nuestra razón!
embriaguez divina Con ambas siempre lucha
del genio creador... y de ambas vencedor,
¡Tal es la inspiración! tan sólo el genio puede
a un yugo atar las dos.
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro, En Bécquer, Gustavo Adolfo. Rimas y leyendas de amor.
y entre las sombras hace Buenos Aires: Plantea, 1999.
la luz aparecer;
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Arthur Rimbaud
(1854 – 1891)
Vocales
Octubre, 1870.
En Rimbaud, Arthur. Poesías completas. Edición bilingüe de Javier del Prado. Madrid: Cátedra, 1996.
Charles Baudelaire
(1821 – 1867)
Correspondencias
La Natura es un templo donde vívidos pilares
dejan, a veces, brotar confusas palabras;
el hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.
En Baudelaire, Charles. Obra poética completa. Edición de Enrique López Castellón. Madrid: Akal, 2003.
El albatros
Por divertirse a veces, suelen los marineros
cazar albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, de su viaje lánguidos compañeros,
al barco en los acerbos abismos de los mares.
Pero sobre las tablas apenas los arrojan,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas míseramente aflojan,
y las dejan cual remos caer a sus costados.
¡Qué zurdo es y qué débil ese viajero alado!
Él, antes tan hermoso, ¡qué cómico en el suelo!
Con una pipa uno el pico le ha quemado,
remeda otro, renqueando, del inválido el vuelo!
El Poeta es como ese príncipe del nublado
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
en el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
sus alas de gigante le impiden caminar.
En Baudelaire, Charles. Las flores del mal. Traducción de Lydia Lamarque. Buenos Aires: Losada, 1989.
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La sopa y las nubes
Mi pequeña y bien amada locuela me invitaba a cenar, y por la ventana abierta del comedor contemplaba las móviles
arquitecturas que Dios hace con los vapores, las maravillosas construcciones de lo impalpable. Y en mi
contemplación, me decía: “Todas estas fantasmagorías son casi tan bellas como los ojos de mi bien amada, la
pequeña y monstruosa locuela de ojos verdes”.
Y de repente sentí un violento golpe en la espalda y oí una voz ronca y encantadora, una voz histérica y como
enronquecida por el aguardiente, la voz de mi pequeña y querida bien amada, que me decía: -“¿Cuándo c… vas a
terminarte la sopa, especie de mercader de nubes?”.
En Baudelaire, Charles. Pequeños poemas en prosa. Traducción de José A. Millán Alba. Madrid: Cátedra, 1998.
De profundis clamavi
A Ti, la única amada, yo tu piedad demando
del fondo de la sima en que mi alma ha caído.
el horizonte plúmbeo es de un mundo nefando,
donde nada el horror a la blasfemia unido.
Los ciegos
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A una transeúnte
La belleza
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El juguete del pobre
Quiero dar la idea de una diversión inocente. ¡Hay tan pocas distracciones que no sean culpables! Cuando salga usted
por la mañana, con la intención de pasear por los grandes caminos, llene sus bolsillos de pequeñas invenciones
baratas, tales como los polichinelas movidos por un hilo no más, los herreros que golpean sobre el yunque y el
caballero y su caballo, cuya cola es un silbato. Y a lo largo de las tabernas, al pie de los árboles, rinda un homenaje a
los niños pobres y desconocidos que encontrará. Verá cómo se agrandan sus ojos desmesuradamente. Al principio,
no osarán tomar su regalo: dudarán de su dicha. Después, sus manos se aferrarán vivamente a su presente y
finalmente escaparán como lo hacen los gatos, que se van a comer, lejos de uno, el bocado que se les dio, pues han
aprendido a desconfiar del hombre.
Sobre el camino, detrás de la reja de un vasto jardín a cuyo fondo aparecía la blancura de un bonito palacete
recortado por el sol, estaba un niño hermoso, flameante, vestido con esos atavíos campestres tan llenos de
coquetería.
El lujo, la despreocupación y el espectáculo habitual de la riqueza hacen a sus niños tan bonitos, que se les creería
hechos de otra pasta que los hijos de la mediocridad o de la pobreza.
A lado de aquel niño yacía, sobre la hierba, un juguete espléndido, tan flamante como su dueño, barnizado, dorado,
vestido con un traje púrpura y cubierto de penachos y abalorios. Pero el niño no se ocupaba de su juguete preferido
y he aquí lo que miraba:
Del lado de allá de la reja, sobre el camino, entre los cardos y las ortigas, estaba otro niño, sucio, raquítico, fuliginoso,
uno de esos pequeños parias, en los que un ojo imparcial descubriría la belleza, como el ojo conocedor que adivinan
una pintura ideal bajo un barniz de carrocero y la limpia de la repugnante pátina de la miseria.
A través de aquellos barrotes simbólicos que separaban dos mundos, el camino y el palacete, el niño pobre mostraba
al niño rico su propio juguete, que el rico examinaba ávidamente como un objeto raro y desconocido. Ahora bien, ese
juguete que el pequeño mugroso agitaba y sacudía en una caja agujereada era una rata viva. Los padres, por
economía sin duda, habían sacado aquel juguete de la vida misma. Y los dos chiquillos se reían entre ellos
fraternalmente con unos dientes de la misma blancura.
¡Ah! Quieres saber por qué te odio hoy. Te será sin duda menos fácil entenderlo que a mí explicártelo. Porque tú
eres, creo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que se pueda encontrar.
Habíamos pasado juntos una larga jornada que a mí me pareció corta. Nos habíamos prometido que nuestros
pensamientos serían comunes entre los dos, que, en lo sucesivo nuestras almas no serían más que una, un sueño
que, después de todo, nada tiene de original, si no es que, soñado por todos los hombres, no ha sido realizado por
ninguno.
Por la tarde, un tanto fatigada, quisiste sentarte en un café nuevo, que hacía esquina con un nuevo bulevar, todavía
lleno de cascajo, que mostraba ya gloriosamente sus esplendores inconclusos. El café centelleaba. El gas mismo
desplegaba todo el ardor de un debut e iluminaba con todas sus fuerzas los muros cegadores de blancura, las láminas
deslumbrantes de los espejos, el oro de las varillas y las cornisas, los pajes de mejillas regordetas arrastrados por
unos perros encadenados, las damas que sonreían al halcón prendido en su puño, las ninfas y las diosas que
portaban frutos, pasteles y caza en la testa, las Hebes y los Ganímedes que ofrecían, en los brazos tendidos, la
pequeña ánfora de las bavaresas o el obelisco bicolor de los helados empenachados: toda historia y toda la mitología
puestas al servicio de la glotonería.
Delante de nosotros, sobre la calzada, se hallaba plantado un buen pobre hombre de unos cuarenta años, con el
rostro cansado y la barba grisácea, y tenía de la mano a un muchachito mientras cargaba a un ser diminuto,
demasiado débil para caminar. El hombre desempeñada quehaceres de niñera. Todos estaban en harapos. Y aquellos
tres rostros eran extraordinariamente serios, aquellos seis ojos contemplaban fijamente el nuevo café, con igual
admiración, aunque diversamente matizada por la edad.
Los ojos del padre decían: “¡Qué bello, qué bello! Se diría que todo el oro del pobre ha ido a dar a esas paredes”. Los
ojos del muchachito: “¡Qué bello, qué bello! Pero es una casa en la que sólo pueden entrar las personas que no son
como nosotros”. En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado fascinados para experimentar otra cosa
que una alegría estúpida y profunda.
Los cancionistas dicen que el placer hace el alma buena y que ablanda el corazón. La canción era verdad en lo que me
concernía. No sólo estaba yo enternecido con aquella familia de ojos, sino que me sentía un poco avergonzado de
nuestros vasos y nuestras garrafas, más grandes que nuestra sed. Volví mi mirada a la tuya, querido amor, para leer
allí mi pensamiento; me sumergí en tus ojos tan hermosos y tan extrañamente dulces, en tus ojos verdes, habitados
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por el Capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijiste: “No soporto a esa gente con los ojos como platos. ¿No
podrías pedir al patrón que los alejara de aquí?”.
¡Así es de difícil entenderse, ángel querido, así de incomunicable el pensamiento, aun entre quienes se aman!
Stéphane Mallarmé
(1842 – 1898)
Una negra
En Mallarmé, Stéphan. Poesía. Edición bilingüe, traducción de Federico Gorbea. Buenos Aires: Leviatán, 2009.
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Guillaume Apollinaire
(1880 – 1918)
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Paul Eluard
(1895 – 1952)
La costumbre
El espejo de un momento
Disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,
Quita a los hombres la posibilidad de distraerse,
Es duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista,
Y tiene tal resplandor que todas las armaduras y todas las máscaras quedan falseadas.
Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna tomar la forma de la mano,
Lo que ha sido comprendido ya no existe,
El pájaro se ha confundido con el viento,
El cielo con su verdad,
El hombre con su realidad.
Al alba te amo…
La necesidad
Antonin Artaud
(1896 – 1948)
Poeta negro
Robert Desnos
(1900 – 1945)
Es de noche
LIX
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Jorge Luis Borges
(1899 – 1986)
Al Sur
Catedral
Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas, Las olas de rodillas
desde el banco de sombra haber mirado los músculos del viento
esas luces dispersas las torres verticales como goitos
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar la catedral colgada de un lucero
ni a ordenar en constelaciones, la catedral que es una inmensa parva
haber sentido el círculo del agua con espinas de rezos
en el secreto aljibe, Lejos
el olor del jazmín y la madreselva, Lejos
el silencio del pájaro dormido, los mástiles hilvanaban horizontes
el arco del zaguán, la humedad y en las playas ingenuas
esas cosas, acaso, son el poema. las olas nuevas cantan a maitines
Oliverio Girondo
(1891 – 1967)
Pedestre
Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se acuestan para fornicar en la vereda.
Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene la visión convexa de la gente que pasa en automóvil.
Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se exhiben en los escaparates, adelgazan las piernas que
cuelgan bajo las capotas de las victorias.
Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de
prostituta que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar*.
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De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe de batuta todos los estremecimientos de la ciudad, para
que se oiga en un solo susurro, el susurro de todos los senos al rozarse.
Buenos Aires, agosto, 1920.
*Los perros fracasados han perdido a su dueño por levantar la pata como una mandolina, el pellejo les ha quedado
demasiado grande, tienen una voz afónica, de alcoholista, y son capaces de estirarse en un umbral, para que los
barran junto con la basura.
En Girondo. Oliverio Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Buenso Aires: CEAL, 1994.
Viento
Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.
Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.
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Nicanor Parra
(1914 – 2018)
Cambios de nombre
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Alejandra Pizarnik
(1936 – 1972)
Fronteras inútiles
un lugar
no digo un espacio
hablo de
qué
hablo de lo que no es
hablo de lo que conozco
no el tiempo
sólo todos los instantes
no el amor
no
sí
no
un lugar de ausencia
un hilo de miserable unión
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En Pizarnik, Alejandra. Obras completas. Poesía completa y prosa selecta. Buenos Aires:
Corregidor, 1994.
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