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COMUNICACIÓN Y CULTURA – CÁTEDRA II

CASSIRER – ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA


Una clave de la naturaleza del hombre: el símbolo
Para Johannes Von Uexküll la biología es una ciencia natural que tiene que ser
desarrollada con los métodos empíricos usuales, los de observación y
experimentación. La vida es una realidad última y que depende de sí misma; no puede
ser descrita o explicada en términos de física o de química. La realidad no es una cosa
única y homogénea; se halla inmensamente diversificada, poseyendo tantos esquemas
y patrones diferentes cuantos diferentes organismos hay. Cada organismo posee un
mundo propio, por lo menos que posee una experiencia peculiar. Las experiencias y las
realidades de dos organismos diferentes son inconmensurables entre sí.
Von Uexküll desarrolla un esquema diciendo que si conocemos la estructura anatómica
de una especie animal estamos en posesión de todos los datos necesarios para
reconstruir su modo especial de experiencias. Un estudio minucioso de la estructura
del cuerpo animal nos proporciona una imagen perfecta del mundo interno y externo
del organismo. Cada organismo, no sólo se halla adaptado en un sentido vago sino
enteramente coordinado con su ambiente. En conformidad, posee un determinado
sistema “receptor” y un determinado sistema “efector”. El organismo no podría
sobrevivir sin la cooperación y equilibrio de estos dos sistemas. El receptor por el cual
una especie biológica recibe los estímulos externos y el efector por el cual reacciona
ante los mismos se hallan siempre estrechamente entrelazados. Son eslabones de una
misma cadena descrita como “círculo funcional”.
En el mundo humano, su círculo funcional no sólo se ha ampliado cuantitativamente
sino que se ha sufrido también un cambio cualitativo. Entre el sistema receptor y el
efector hallamos en él como eslabón intermedio algo que podemos señalar como
sistema “simbólico”. El hombre no sólo vive en una realidad más amplia sino, en una
nueva dimensión de la realidad. Entre las reacciones orgánicas y las respuestas
humanas hay una diferencia. En el primer caso, una respuesta directa e inmediata
sigue al estímulo externo y, en el segundo, la respuesta es demorada, es interrumpida
y retardada por un proceso lento y complicado de pensamiento. El hombre que medita
“es un animal depravado”. Al hombre no le queda más remedio que adoptar las
condiciones de su propia vida; ya no vive solamente en un puro universo físico sino en
un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de
este universo. El hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo
inmediato. La realidad física parece retroceder en la misma proporción que avanza su
actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, conversa constantemente
consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes, en símbolos, etc.,
de tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este
medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica. “Lo
que perturba y alarma al hombre no son las cosas sino sus opiniones y figuraciones
sobre las cosas”.
La racionalidad es un rasgo inherente a todas las actividades humanas. El lenguaje no
expresa pensamientos o ideas sino sentimientos y emociones. La razón es un término
inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y
diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. En lugar de definir al
hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico.
De las reacciones animales a las respuestas humanas
El pensamiento simbólico y la conducta simbólica se hallan entre los rasgos más
característicos de la vida humana y todo el progreso de la cultura se basa en estas
condiciones.
El lenguaje se compone de elementos diferentes que ni biológica ni sistemáticamente
se hallan en el mismo nivel. Hay que distinguir las diversas capas geológicas del
lenguaje. La primera es el lenguaje emotivo; pero existe una forma de lenguaje bien
diferente; la palabra, que parte de una oración que posee una estructura sintáctica y
lógica definidas. En el mundo animal, sin embargo, falta un elemento característico e
indispensable en todo lenguaje humano: no encontramos signos que posean una
referencia objetiva o sentido.
Se puede admitir que todo su juego fonético es enteramente subjetivo y que sólo
puede expresar emociones y jamás designar o describir objetos.
La diferencia entre el lenguaje preposicional y el lenguaje emotivo representa la
verdadera frontera entre el mundo humano y el animal.
Las señales y símbolos corresponden a dos universos diferentes del discurso: una señal
es una parte del mundo físico del ser; un símbolo es una parte del mundo humano del
sentido. Las señales poseen una especie de ser físico o sustancial; los símbolos poseen
únicamente un valor funcional.
El animal posee una imaginación y una inteligencia prácticas, mientras que sólo el
hombre ha desarrollado una nueva fórmula: inteligencia e imaginación simbólicas.
El humano tiene que comprender que cada cosa tiene un nombre, que la función
simbólica no se halla restringida a casos particulares sino que constituye un principio
de aplicabilidad universal que abarca todo el campo del pensamiento humano.
El principio del simbolismo, con su universalidad, su validez y su aplicabilidad general,
constituye la palabra mágica, que da acceso al mundo específicamente humano, al
mundo de la cultura. Una vez que el hombre se halla en posesión de esta clave mágica
está asegurado el progreso ulterior. El lenguaje verbal posee una ventaja técnica muy
grande comparado con el lenguaje táctil, pero los defectos técnicos de este último no
destruyen su uso esencial.
Un símbolo no sólo es universal sino extremadamente variable. Puedo expresar el
mismo sentido en idiomas diversos y, aun dentro de los límites de un solo idioma, una
misma idea o pensamiento puede ser expresada en términos diferentes. Un símbolo
humano genuino se caracteriza por su variabilidad. Es móvil.
Otro aspecto es el problema de la dependencia en que se halla el pensamiento
relacional con el pensamiento simbólico. Sin un sistema complejo de símbolos, el
pensamiento relacional no se produciría y mucho menos alcanzaría su pleno
desarrollo.
El lenguaje es un proceso, una función general de la psique humana. En su intento para
estableces la naturaleza del lenguaje pone todo el acento en lo que llama reflexión.
Reflexión es aquella capacidad del hombre que consiste en destacar de toda la masa
indiscriminada del curso de los fenómenos sensibles fluyentes ciertos elementos fijos,
al efecto de aislarlos y concentrar la atención sobre ellos.
El hombre muestra reflexión cuando el poder de su alma actúa tan libremente que de
todo el océano de sensaciones que fluye a través de sus sentidos puede segregar una
onda; y puede detener esta onda, poner atención y darse cuenta de esta atención. Así,
muestra reflexión cuando puede reconocer una o varias cualidades como cualidades
distintas. Con eso, se ha creado el lenguaje humano.
NIETZSCHE – INTRODUCCIÓN TEORÉTICA SOBRE LA VERDAD Y LA MENTIRA EN EL
SENTIDO EXTRAMORAL
El intelecto desarrolla sus fuerzas principales en el disimulo, pues este es el medio por
el cual subsisten los individuos más débiles y menos robustos como aquellos a quienes
se les ha negado una lucha por la existencia sirviéndose de cuernos de la aguda
dentadura de un animal de presa. El hombre se encuentra profundamente inmerso en
ilusiones y en imágenes oníricas, su ojo se limita a resbalar sobre las superficies de las
cosas para ver “formas”.
En la medida que el individuo pretenda subsistir frente a otros individuos, en un
estado natural de las cosas, generalmente utiliza su intelecto sólo para disimulo. Dado
que el hombre quiere existir, por necesidad y aburrimiento a la vez, social y
agriamente, necesita un tratado de paz. Este tratado de paz implica algo que se parece
al primer paso dado para la obtención de este enigmático instinto de verdad. Se fija lo
que en adelante debe ser “verdad”, se ha encontrado una designación de las cosas
uniformemente válida y obligatoria y las leyes del lenguaje facilitan las primeras leyes
de la verdad, pues aquí surge por primera vez el contraste entre la verdad y mentira. El
hombre quiere sólo la verdad; ansía las consecuencias agradables de la verdad, las que
alimentan la vida; es actitud hostil frente a las verdades perjudiciales y destructoras.
Una palabra es la reproducción sonora a una excitación nerviosa. Los diversos
lenguajes demuestras que con las palabras nunca jamás se llega a la verdad, a una
expresión adecuada, pues si no, no existirían tantos idiomas. El creador del lenguaje se
limita a denominar las relaciones de las cosas para con los hombres y para expresarlas
acude a las metáforas más audaces.
Toda palabra se convierte inmediatamente en concepto desde el momento en que no
debe servir justamente para la vivencia original, única, absolutamente individualizada,
a la que debe su origen. Todos los conceptos surgen por igualación de lo desigual.
La verdad es un conjunto de relaciones humanas que, elevadas, transpuestas y
adornadas poética y retóricamente, tras largo uso el pueblo considera firmes
canónicas y vinculantes: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo
son, metáforas ya utilizadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han
perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales
monedas.
No siempre sabemos de dónde procede el instinto de la verdad. La obligación que,
para existir, impone la sociedad: ser veraz, es decir, utiliza metáforas usuales. Lo que
distingue al hombre del animal depende de la capacidad de hacer que las metáforas
intuitivas se volaticen en un esquema, es decir, la capacidad de disolver una imagen en
un concepto. Toda metáfora intuitiva es individual y carece de pareja, por lo cual sabe
siempre escapar a toda denominación.
La “percepción exacta”, es decir, la expresión adecuada de un objeto el sujeto es un
absurdo contradictorio, pues entre dos esferas absolutamente dispares, como son el
sujeto y el objeto, no existe ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión
sino a lo sumo un comportamiento estético Todas las relaciones no hacen más que
remitir invariablemente la una a la otra y nos resultan totalmente incomprensibles en
cuanto a su esencia.
De hecho, en todas ellas lo único que conocemos es lo que aportamos: el tiempo, el
espacio, es decir, relaciones de sucesión y números. La formación artística de
metáforas supones ya tales formas y por tanto se cumple en ellas. Sólo teniendo en
cuenta las persistencias de tales formas primigenias se explica la posibilidad de
construir posteriormente un edificio conceptual de las mismas metáforas. Se trata de
una imitación de las relaciones de tiempo, espacio y número sobre el campo de las
metáforas.
En la construcción de los conceptos trabaja originariamente el lenguaje y en épocas
posteriores la ciencia.
RORTY – CONTINGENCIA, IRONÍA Y SOLIDARIDAD
Introducción
La intención de unir lo público y lo privado, estos intentos metafísicos o teológicos, nos
piden que creamos que lo más importante para cada uno de nosotros es lo que
tenemos en común con los demás. Escépticos como Nietzsche dirían que son intentos
de hacer que el altruismo parezca más razonable de lo que es. Pero también afirman
que hay algo común a todos los seres humanos, en el nivel más profundo del yo no hay
sentimiento aluno de solidaridad humana.
Por su parte, los pensadores historicistas han negado que exista una cosa tal como “la
naturaleza humana” sino que la socialización y la circunstancia histórica, abarcan la
totalidad. Este giro historicista nos ha ayudado a librarnos de la teología y de la
metafísica, de la tentación de buscar una huida del tiempo y del azar. Pero la vieja
tensión entre lo público y lo privado perdura aun después de producida esa
sustitución. Los historicistas en los que predomina el deseo de creación de sí mismo,
de autonomía privada, tienden aun a ver la socialización tal como la veía Nietzsche:
como contraria a algo que se halla en lo profundo de nosotros. Los historicistas en los
que predomina el deseo de una comunidad humana más justa y más libre, tienden aun
a concebir el deseo de perfección privada como algo infectado de “irracionalismo”. Los
autores de un tipo nos hacen ver que las virtudes sociales no son las únicas virtudes,
que algunos hombres han tenido éxito en el empelo de recrearse a sí mismos. Los del
otro tipo nos advierten de que las deficiencias de nuestras instituciones y prácticas
para vivir de acuerdo con las convicciones con las que ya estamos comprometidos por
el léxico público, compartido, que empleamos en la vida cotidiana. Este libro intenta
mostrar el aspecto que cobran las cosas si excluimos la exigencia de una teoría que
unifique lo público y lo privado.
El “ironista liberal”, persona que entre esos deseos imposibles de fundamentar
incluyen sus propias esperanzas de que el sufrimiento ha de disminuir, que la
humillación de seres humanos por obra de otros seres humanos ha de cesar. Para el
ironista liberal no hay respuesta para la solución de dilemas morales. Los intelectuales
ironistas que no creen que exista un orden, son superados en número por las personas
que creen que debe haber uno. Por eso el ironismo se ha considerado hostil no solo a
la democracia, sino a la solidaridad humana, a la masa de personas que están
convencidas de que tiene que existir un orden como ese.
Uno de mis propósitos es sugerir la posibilidad de una utopía liberal: una utopía en la
cual el ironismo sea universal. En mi utopía, la solidaridad humana aparecería como
una meta por alcanzar por medio de la imaginación que se crea por medio de la
reflexión, incrementando nuestra sensibilidad a seres humanos distintos. Este proceso
de llegar a concebir a los demás como “uno de nosotros” y no como “ellos” depende
de una descripción detallada de cómo son las personas que desconocemos y de una
redescripcion de cómo somos nosotros. Ese reconocimiento seria parte de un giro
global en contra de la teoría y hacia la narrativa. Ese giro equivaldría a un
reconocimiento de la “contingencia del lenguaje”: el hecho de que no hay forma de
salirse de los diversos léxicos que hemos empleado, y hallar un metalexico que de
algún modo de cuenta de todos los léxicos posibles, de todas las formas posibles de
juzgar y de sentir. Y lo más importante, consideraría la realización de utopías como
realización incesante de la libertad, y no como la convergencia hacia una Verdad ya
existente
Capítulo 1: La contingencia del lenguaje
Hace unos 200 años, comenzó a adueñarse de la imaginación de Europa la idea de que
la verdad es algo que se construye en vez de algo que se halla. Esto hizo que los
utopistas políticos fueran la regla más que la excepción. Al mismo tiempo, los poetas
románticos reclamaban para el arte el lugar que habían ocupado la religión y la
filosofía. Ahora esas 2 tendencias han aunado fuerzas y han alcanzado la hegemonía
cultural. Para la mayor parte de los intelectuales contemporáneos, las cuestiones
referentes a fines frente a medios –las cuestiones acerca del modo de dar sentido a la
propia vida y a la propia comunidad- son cuestiones de arte o de política, o de ambas
cosas, antes que cuestiones de religión, de filosofía o de ciencia.
Este desarrollo ha conducido a una escisión dentro de la filosofía. Algunos han
permanecido identificándose con la causa de la ciencia, e insisten en que la ciencia
descubre la verdad, no la hace. Otros han llegado a la conclusión de que la ciencia no
es más que la sirvienta de la tecnología. Estos se han alineado con los utopistas
políticos y con los artistas innovadores. Los primeros contraponen “el riguroso hecho
científico” a “lo subjetivo”, los segundos ven a la ciencia como una actividad humana
más, y no como el lugar en el cual los seres humanos se topan con una realidad
“rigurosa”. Estos consideran insustancial la idea misma de una representación
semejante.
En cuanto a los idealistas alemanes, Kant quiso relegar la ciencia al ámbito de una
verdad de segundo orden: la verdad acerca del mundo fenoménico. Hegel se propuso
concebir la ciencia natural como una descripción del espíritu que aún no se ha vuelto
plenamente consciente de su propia naturaleza espiritual, y elevar con ello a la
jerarquía de verdad de primer orden la que ofrecen el poeta y el político
revolucionario. No obstante, el idealismo alemán constituyo un compromiso efímero e
insatisfactorio. Lo que ocurría, y lo que los idealistas no fueron capaces de concebir,
fue el rechazo de la idea misma de que algo –mente o materia- tuviese una naturaleza
intrínseca que pudiera ser expresada o representada.
Hay que distinguir entre la afirmación de que el mundo está ahí afuera y la afirmación
de que la verdad está ahí afuera. La verdad no puede estar ahí afuera –no puede existir
independientemente de la mente humana- porque las proposiciones no pueden tener
esa existencia. El mundo está ahí afuera, pero las descripciones del mundo no. Solo las
descripciones pueden ser verdaderas o falsas, el mundo de por si no puede serlo. La
idea de que la verdad o el mundo están ahí afuera es un legado de una época en la
cual se veía al mundo como la creación de un ser que tenía un lenguaje propio.
Facilita esa fusión el hecho de limitar la atención a proposiciones aisladas frente a
léxicos. Cuando la noción de “descripción del mundo” se traslada desde el nivel de las
proposiciones reguladas por un criterio, a los juegos del lenguaje como conjuntos, no
puede darse ya un sentido claro a la idea de que el mundo decide que descripciones
son verdaderas y cuales falsas. El prestar atención a los léxicos en los que se formulan
las proposiciones antes que a las proposiciones en sí, hace que caigamos en la cuenta
de que el mundo no habla. Solo nosotros lo hacemos. El mundo, una vez que nos
hemos ajustado al programa de un lenguaje, puede hacer que sostengamos
determinadas creencias, pero no puede proponernos un lenguaje que jugar. Pero esto
no debe llevarnos a afirmar que es arbitraria la decisión acerca de cuál jugar. La
moraleja es que las nociones de criterio y de elección dejan de tener sentido cuando se
trata del cambio de un juego del lenguaje a otro.
Los cambios culturales de esa magnitud no resultan de la aplicación de criterios de
decisión de nosotros mismos, pero tampoco del mundo. La tentación de buscar
criterios es una especie de la tentación, más general, de pensar que el mundo, o el ser
humano, poseen una naturaleza intrínseca.
Lo que los románticos expresaban al afirmar que la imaginación, y no la razón, es la
facultad humana fundamental era el descubrimiento de que el principal instrumento
de cambio cultural es el talento de hablar de forma diferente más que el talento de
argumentar bien. La dificultad que afronta un filósofo que simpatiza con esa idea, es la
que evitar la insinuación de que aquella idea capta algo que es correcto, que una
filosofía como esa corresponde a la forma de ser realmente de la cosas, porque eso
significaría que el mundo o el yo tienen una naturaleza intrínseca. Pero decir que
debiéramos excluir la idea de que la verdad está ahí afuera, esperando a ser
descubierta, no es decir que hemos descubierto que, ahí afuera, no hay una verdad.
Raramente una filosofía interesante consiste en el examen de los pros y los contras de
una tesis. Por lo común es implícita o explícitamente un disputa entre un léxico
establecido que se ha convertido en un estorbo y un léxico nuevo y a medio formar
que vagamente promete grandes cosas. Este último método de la filosofía es igual al
método de la política utópica o de la ciencia revolucionaria. El método consiste en
volver a describir muchas cosas de una manera nueva hasta que se logra crear una
pauta de conducta lingüística que la generación en ciernes se siente tentada a adoptar.
No pretende disponer de un candidato más apto para efectuar las mismas viejas cosas,
sugiere, en cambio, que podríamos proponernos dejar de hacer esas cosas y hacer
otras.
Como ya se dijo, solo las proposiciones pueden ser verdaderas, y los seres humanos
hacen las verdades al hacer los lenguajes en los cuales se formulan las proposiciones.
Me centrare en la obra de Davidson, quien rompe con la noción de que el lenguaje es
un medio. Una fase de esa sustitución consistió en el intento de colocar el lenguaje en
lugar de mente o consciencia, como tercer elemento entre el yo y el mundo. Pero en si
misma esa sustitución es ineficaz, persistimos en la imagen del lenguaje como un
medio. Davidson no concibe el lenguaje como un medio de expresión o de
representación, tampoco se asemeja al intento de Heidegger de transformar el
lenguaje en una especie de divinidad.
Davidson se acerca a Wittgenstein. Los dos filósofos tratan a los léxicos alternativos
mas como herramientas alternativas que como piezas de un rompecabezas. Un poeta
es aquel que hace cosas de nuevo, su nuevo léxico hace posible, por primera vez, la
formulación de los propósitos mismos de ese léxico. Las dos son expresiones del
contraste entre el intento de representar o de expresar algo que ya estaba allí, y el
intento de hacer algo con lo que antes nunca se había soñado. Davidson examina las
implicaciones del tratamiento que hace Wittgenstein de los léxicos como herramientas
planteando dudas explicitas acerca de los supuestos de las teorías prewittgenstianas
tradicionales del lenguaje. Esos supuestos resultan naturales cuando se ha aceptado la
idea de que hay cosas no lingüísticas llamadas “significados” que es tarea del lenguaje
expresar y, asimismo, la idea de que hay cosas no lingüísticas llamadas “hechos” que
es tarea del lenguaje representar. Las dos ideas sustentan la noción del lenguaje como
medio. De aquí las polémicas de Davidson contra los usos filosóficos tradicionales
prewittgenstianos.
En un trabajo reciente, Davidson intenta socavar el fundamento de la idea del lenguaje
como entidad, desarrollando el concepto de lo que él llama “una teoría momentánea”
acerca de los sonidos y las inscripciones producidos por un miembro del género
humano. La cuestión más importante es que todo lo que “dos personas necesitan para
entenderse recíprocamente por medio del habla, es la aptitud de coincidir en teorías
momentáneas de una expresión a otra”. La explicación prescinde de la imagen del
lenguaje como una tercera cosa que se sitúa entre el yo y la realidad, y de los diversos
lenguajes como barreras interpuestas entre las personas o las culturas.
No existe cosa semejante a un lenguaje. No hay, por tanto, una cosa que pueda ser
enseñada o dominada. Debemos renunciar al intento de aclarar el modo en que nos
comunicamos recurriendo a convenciones. Davidson es, con respecto al lenguaje, un
conductista no reduccionista. Decir que un organismo es el usuario de un lenguaje, no
es sino decir que, el emparejar las marcas y los sonidos que produce con lo que
nosotros producimos, resultara ser una táctica útil para predecir y controlar su
conducta futura. Dedicare el resto de este capítulo a dar cuenta del progreso
intelectual y moral de acuerdo con la concepción davidsoniana del lenguaje.
Concebir la historia del lenguaje y, por tanto, la de las artes, las ciencias y el sentido
moral, como la historia de la metáfora, es excluir de la imagen de la mente humana, o
de los lenguajes humanos, como cosas que se tornan cada vez más aptas para los
propósitos a los que Dios o la Naturaleza los ha destinado. La idea de que el lenguaje
tiene un propósito vale, en la misma medida que la idea del lenguaje como medio. La
cultura que renuncie a esas dos ideas representara el triunfo de las tendencias del
pensamiento moderno que se iniciaron hace dos siglos: las tendencias comunes al
idealismo alemán, a la poesía romántica y a los políticos utopistas.
Nuestro lenguaje y nuestra cultura no son sino una contingencia, resultado de miles de
pequeñas mutaciones que hallaron un casillero. Para aceptar esta analogía debemos
resistir a la tentación de pensar que las redescripciones de la realidad que ofrece la
ciencia se aproximan de algún modo a “las cosas mismas” y son menos “dependientes
de la mente” que la redescripciones de la historia que nos ofrece la critica
contemporánea de la cultura.
Esta explicación de la historia intelectual sintoniza con la definición nietzscheana de
“verdad” como “un móvil ejercito de metáforas”. Sintoniza también con la versión de
personas como Galileo, Hegel o Yeats, personas en cuyas mentes se desarrollaron
nuevos léxicos, o dotándose así de herramientas para hacer cosas que no había sido
posible proponerse antes de que se dispusiese de esas herramientas. Pero para
aceptar esa imagen hace falta que concibamos la distinción entre lo literal y lo
metafórico como una distinción ente un uso habitual y un uso inhabitual de sonidos y
de marcas. Esto no quiere decir que las expresiones metafóricas tengan significados
distintos de sus significados literales. Tener un significado es tener un lugar en un
juego del lenguaje. Expresar un enunciado que no tiene un lugar establecido en un
juego del lenguaje, expresar algo que no es ni verdadero ni falso, algo que no es
“candidato al valor de la verdad”.
La afirmación davidsoniana de que las metáforas no tienen significado forma parte del
intento de hacer que dejemos de concebir el lenguaje como un medio. Los platónicos y
los positivistas comparten una concepción reduccionista de la metáfora: piensan que la
metáfora o es parafraseable o es inservible para el único propósito serio que el
lenguaje posee, a saber, el de representar la realidad. En cambio, el romántico tiene
una concepción expansionista: piensa que la metáfora es extraña, maravillosa, y la
atribuyen a una facultad misteriosa llamada “imaginación”.
La historia nietzscheana de la cultura y la filosofía davidsoniana del lenguaje, conciben
el lenguaje tal como nosotros vemos ahora la evolución: como algo compuesto por
nuevas formas de vida que constantemente eliminan a las formas antiguas, y no para
cumplir un propósito más elevado, sino ciegamente. En una perspectiva nietzscheana,
que excluye la distinción entre realidad y apariencia, modificar la forma de hablar es
modificar lo que, para nuestros propósitos, somos. Decir, con Nietzsche, que Dios ha
muerto, es decir que no servimos a propósitos más elevados. La sustitución
nietzscheana del descubrimiento por la creación de si equivale al reemplazo de la
imagen de generaciones hambrientas que se pisotean unas a las otras por la imagen de
una humanidad que se aproxima cada vez más a la luz. Una percepción de la historia
humana como la historia de metáforas sucesivas nos permitiría concebir al poeta, en el
sentido genérico de hacedor de nuevas palabras, como el formador de nuevos
lenguajes, como la vanguardia de la especie.
La afirmación central es que el mundo no nos proporciona un criterio para elegir entre
metáforas alternativas, que lo único que podemos hacer es comparar lenguajes o
metáforas entre sí, y no con algo situado más allá del lenguaje y llamado “hecho”.
Excluir la idea del lenguaje como representación y ser wittgensteiniano en el enfoque
del lenguaje, equivaldría a desdivinizar el mundo. Solo si lo hacemos podemos aceptar
plenamente el argumento de que hay verdades porque la verdad es una propiedad de
los enunciados, porque la existencia de los enunciados depende de los léxicos, y
porque los léxicos son hechos por los seres humanos. La afirmación de que una
doctrina filosófica adecuada debe contemplar también nuestras intuiciones, se refiere
a cierta consciencia prelinguistica que simplemente es una disposición a usar el
lenguaje de nuestros ancestros. A no ser que padezcamos de lo Derrida llama
“nostalgia heideggeriana”, no creeremos que nuestras intuiciones son más que
trivialidades, más que el uso habitual de cierto repertorio de términos, más que viejas
herramientas que aun no tienen sustituto.
La línea de pensamiento común, Nietzsche, Freud y Davidson, sugiere que intentamos
llegar al punto en el que ya no veneramos nada, en el que a nada tratamos como una
cuasidivinidad, en el que tratamos a todo como producto del tiempo y del azar.
VERÓN – CONSTRUIR EL ACONTECIMIENTO
La expresión “industria cultural” no fue nunca otra cosa que un metáfora, metáfora
que se quería “chocante”, por la conjunción de las nociones de ‘cultura’ y de
‘industria’, pero que probablemente solo lo fue para los intelectuales que la utilizaban,
fuertemente aferrados a una concepción “noble” de la cultura, e indignados por el
hecho de que “la praxis de la industria cultural trasfiere, sin más, la motivación de
lucro a las creaciones espirituales”.
Este libro describe las complejas operaciones de una industria: la industria de la
información. Desde la materia prima, pasando por las cadenas de montaje, los ajustes,
los controles de calidad, hasta el producto final: la noticia. Ese objeto cultural que
llamarnos la actualidad, tiene el mismo status que un automóvil: es un producto, un
objeto fabricado que sale de esa fábrica que es un medio informativo. Los medios no
“copian” nada: producen realidad social. Medios hay muchos, entonces hay muchos
“modelos” de la actualidad.
Nuestro medio ambiente material es producto, en una alta proporción, del aparato
industrial de nuestras sociedades. Lo que llamamos “actualidad” es el resultado de un
proceso productivo.
Esto no quiere decir que la “actualidad” sea una ilusión o un “simulacro”. De lo que se
trata es de la producción de la realidad social como experiencia colectiva. La noción de
“simulacro” conserva su poder sugestivo en la medida en que permanece asociada a
una ideología de la re-presentación. La “actualidad” no es un simulacro porque el
discurso que la construye no representa nada: no hay, una “original”.
Los medios producen realidad de una sociedad industrial en tanto realidad en devenir,
presente como experiencia colectiva para los actores sociales.
El actor social “ordinario” piensa que la realidad social está ahí, un poco en todas
partes a nuestro alrededor y en el resto del mundo, y que los medios reproducen, de
esta realidad, compuesta de múltiples hechos, una ínfima parte: aquella que
consideran importante.
La actualidad como realidad en devenir existe en y por los medios informativos. Los
hechos que componen esta realidad social no existen en tanto tales (hechos sociales)
antes de que los medios los construyan. Después que los medios lo han producido,
estos hechos tienen todo tipo de efectos. Empiezan a tener múltiples existencias. Es
por eso que dicha realidad es nuestra realidad, vale decir inter-subjetiva.
Cada uno de nosotros cree en los acontecimientos de la actualidad. Nuestra creencia
es porque algún discurso ha engendrado en nosotros la creencia y en él hemos
depositado nuestra confianza. La confianza se apoya en el siguiente mecanismo: el
discurso en el que creemos es aquel cuyas descripciones postulamos como las más
próximas a las descripciones que nosotros mismos hubiéramos hecho del
acontecimiento si hubiéramos tenido de éste una “experiencia directa”.
El surgimiento de la televisión nos ha permitido comprender la verdadera naturaleza
de los medios informativos: máquinas de producción de realidad social.
TODOROV – LO VEROSÍMIL
Lo verosímil viene a llenar el vacío abierto entre las leyes del lenguaje (la retórica) y lo
que se creía que era la propiedad constitutiva del lenguaje: su referencia a lo real.
Los discursos no están regidos por una correspondencia con su referente, sino por sus
propias leyes.
Corax, primer teórico de lo verosímil dice que lo verosímil no era una relación con lo
real sino con lo que la mayoría de la gente cree que es real, con la opinión pública. Es
necesario que el discurso esté en conformidad con otro discurso.
Platón y Aristóteles manifiestan que lo verosímil es la relación del texto particular con
otro texto, general y difuso, que se llama la opinión pública. Los clásicos franceses
dicen que la comedia tiene su propio verosímil, diferente del de la tragedia; hay tantos
verosímiles como géneros y las dos nociones tienden a confundirse. Se hablará de la
verosimilitud de una obra en la medida en que ésta trate de hacernos creer que se
conforma a lo real y no a sus propias leyes; lo verosímil es la máscara con que se
disfrazan las leyes del texto, y que nosotros debemos tomar por una relación con la
realidad.
Diderot agrega que lo que escribe es la verdad; si elige tal desarrollo más bien que tal
otro, es porque los acontecimientos que relata se han desarrollado así. Debe disfrazar
la libertad de necesidad, la relación con la escritura de relación con lo real, mediante
una frase que se ha vuelto tanto más ambigua por la declaración anterior. Esos son los
dos niveles esenciales de lo verosímil: lo verosímil como ley discursiva, absoluta e
inevitable; y lo verosímil como máscara, como sistema de procedimientos retóricos.
Un primer grupo de estudios (Metz, Genot, Kristeva) plantea lo verosímil como sistema
de justificaciones, como un arsenal sospechoso de procedimientos y de trucos que
querrían hacer natural al discurso. Un segundo grupo de artículos permite descubrir
géneros y leyes textuales allí donde se ignora su existencia.
Un tercer grupo (Burgelin, Marie-Clarie Boons, Todorov) ofrece enfoques más
generales sobre lo verosímil; se intenta tomarlo como una unidad simple para ponerlo
en relación con otras unidades del mismo orden.
PIERCE – CARTAS A LA LADY WELBY
La ideoscopía es la descripción y clasificación de las ideas que perteneces a la
experiencia ordinaria o que surgen naturalmente en conexión con la vida cotidiana, sin
tener en cuenta su grado de validez, ni sus aspectos psicológicos.
a) La primeridad es el modo de ser de aquello que tal como es, de manera positiva
y sin referencia a ninguna otra cosa.
b) La segundidad es el modo de ser de aquello que es tal como es, con respecto a
una segunda cosa, pero con exclusión de toda tercera cosa.
c) La terceridad es el modo de ser de aquello que tal como es, al relacionar una
segunda y una tercera cosa entre sí.
Llamo a estas tres ideas las categorías cenopitagóricas.
Las ideas típicas de la primeridad son cualidades del sentís, o meras apariencias. La
impresión total no analizada producida por cualquier cosa múltiple, que no sea
pensada como un hecho real sino simplemente como cualidad, como simple
posibilidad positiva de apariencia, es una idea de primeridad.
Un tipo de idea de segundidad es la experiencia del esfuerzo, con prescindencia de la
idea de intencionalidad. Podría decirse que tal experiencia no existe, que siempre hay
una intencionalidad en la medida en que el esfuerzo es consciente. La ruptura del
silencio por el sonido era una experiencia. Esta conciencia de la acción de un nuevo
sentir que destruye al sentir precedente es lo que yo llamo una experiencia. La
segundidad puede ser genuina o degenerada. Una segundidad genuina consiste en
alguna cosa que actúa sobre otra cosa, esto es, acción en estado bruto porque en la
medida en que la idea de alguna ley o razón aparece, aparece al mismo tiempo la
terceridad. La causación temporal es una acción sobre las ideas y no sobre existentes.
La idea del pasado es la idea de lo que está determinado, fijado; contrapuesta a lo del
futuro, que está vivo, que es plástico y determinable, me parece que la idea de una
acción unilateral, al menos en lo que concierne al ser de lo determinado, es una pura
idea de segundidad; y creo que los grandes errores de la metafísica se deben a mirar a
futuro como algo que habrá sido pasado.
La terceridad es la relación triádica que existe entre un signo, su objeto y el
pensamiento interpretador, que es en sí mismo un signo, considerada dicha relación
triádica como el modo de ser de un signo. Un signo media entre el signo interpretante
y el objeto.
La función esencial de un signo es transformar relaciones ineficientes en otras que
sean eficientes; no para ponerlas en acción sino para establecer un hábito o regla
general según cuales actuarán cuando sea oportuno. Un signo es algo que nos permite
conocer algo más. Todo nuestro pensamiento y todo nuestro conocimiento se da por
los signos. Un signo es algo que está en relación con su objeto (semiótica), por una
parte, y con su interpretante, por otra, de tal modo que coloca al interpretante en
relación con el objeto, siendo esa relación correspondiente a la que el signo tiene con
el mismo objeto.
Un signo tiene dos objetos: su objeto tal como es representado y su objeto en sí
mismo. El signo tiene tres interpretantes: su interpretante tal como es representado o
tal como se quiere que sea entendido, su interpretante tal como es producido y su
interpretante en sí mismo. Los signos pueden ser clasificados conforme a su propia
naturaleza material, a sus relaciones con sus objetos y a sus relaciones con sus
interpretantes.
El cualisigno es un signo en sí mismo que tiene o bien la naturaleza de una apariencia.
El sinsigno es un signo que tiene la naturaleza de un objeto individual o un evento
singular. El legisigno es un signo de la naturaleza de un tipo general.
Desde el punto de vista de sus relaciones con sus objetos dinámicos, ivido los signos en
íconos, índices y símbolos. Defino a un ícono como un signo que está determinado por
su objeto dinámico en virtud de su propia naturaleza interna. Defino a un índice como
un signo determinado por un objeto dinámico en virtud de estar en una relación real
con él. Defino a un símbolo como un signo que es determinado por su objeto dinámico
solamente en el sentido de que así será interpretado.
Según su relación con su interpretante significado, un sigo es un rema, un dicente o un
argumento. Un rema es cualquier signo que no sea verdadero ni falso y es
representado en su interpretante significado. Defino un argumento como un signo que
está representado en su interpretante significado no como un signo de ese
interpretante sino como si fuera un signo del interpretante. Defino a un dicente como
un signo representado en su interpretante significado.
Un signo puede apelar a su interpretante dinámico de tres maneras:
1) Un argumento sólo puede ser propuesto a su interpretante como algo cuya
“razonabilidad” puede ser reconocida;
2) Un argumento o un dicente puede ser impuesto al interpretante por un acto de
insistencia;
3) Un argumento o dicente pueden ser, y un rema debe ser, presentados a su
interpretante como contemplación.
En relación con su interpretante inmediato, divido los signos en las tres clases
siguientes:
1) Aquellos que son interpretables en pensamientos u otros signos de la misma
clase en series infinitas;
2) Aquellos que son interpretables en experiencias reales;
3) Aquellos que son interpretables en cualidades de sensaciones o apariencias.
VERÓN – EL SIGNO
La relación significante
En la relación causal y la relación significante, la causalidad aparece como el concepto
fundamental en la representación del mundo natural y la significación como el
concepto fundamental en la representación del mundo cultural. Existe hoy un
consenso sobre la necesidad y la posibilidad de integrar en una visión científica global
las ciencias naturales y las humanas y sociales.
En la relación significante los dos elementos son el signo y el objeto denotado. Se trata
de un modelo binario, en que la relación significante se establece entre un elemento
sensible y una entidad identificable en el mundo real. Se dice que el primer elemento
significa, denota, designa, reenvía al segundo elemento.
El modelo bidimensional: la concepción combinatoria
La teoría saussuriana y la semiología como ciencia que estudia la vida de los signos en
el seno de la vida social están asociadas para definir la lingüística como ciencia de la
lengua.
En signo es la relación significante compuesta de una imagen acústica que es el
significante, y un concepto que es el significado.
Significante (Ste)

Significado (Sdo)
Esta relación vertical es la significación. La relación horizontal es el valor. El valor es la
posición del signo dentro del sistema al que pertenece. El valor determina la
significación y no a la inversa. El signo no es algo positivo, es pura diferencia. Lo único
que se le pide a un signo es que no se confunda con los otros signos del sistema.
El sistema de la lengua es una configuración de signos que tienen entre sí relaciones de
valor virtuales o potenciales. La producción de frases consiste en realizar dos
operaciones: seleccionar unidades disponibles en los paradigmas de la lengua y
combinar dichos signos en sintagmas que son las frases. Se tendió a pensar los
paradigmas en una dimensión vertical y los sintagmas en una dimensión horizontal.
Los límites de la visión combinatoria
El valor de un mensaje dado es la suma de los valores de sus unidades constitutivas.
Este principio es válido en uno solo de los dos niveles. Toda lengua posee una doble
articulación. La primera articulación corresponde a las unidades de
significante/significado, dotadas de significación y de valor. La segunda articulación es
la de unidades más microscópicas, de las que se componen las unidades de la primera
articulación.
Los sistemas de signos no lingüísticos no tienen doble articulación. En estos casos, no
hay unidades estables e identificables que formen unidades más grandes por
combinación.
El modelo tridimensional: la concepción operatoria
La semiología fue forzosamente pensada como una ampliación o extensión de la
problemática lingüística. Pierce se consagró, en cambio, a construir una ciencia de los
signos, la semiótica.
La teoría de Pierce comporta tres categorías: la primeridad, la secundidad y la
terceridad. La primeridad es el modo de ser de lo que es, sin referencia a nada más. La
secundidad es el modo de ser de lo que es tal como es en relación con un segundo. La
terceridad es el modo de ser de lo que es tal como es, poniendo en relación recíproca
un segundo y un tercero. La semiótica es la ciencia de las terceridades, que son los
signos.
Si comparamos a Saussure con Pierce se podría decir que el modelo saussuriano tiene
dos componentes y el modelo de Pierce tiene tres. Lo que diferencia a los dos modelos
no es el número de componentes, sino su naturaleza. En el modelo bidimensional de
Saussure, los dos componentes son conceptualmente homogéneos e
interdependientes, se determinan recíprocamente. El modelo de Pierce no es una
tripartición, sino una tricotomía. El modelo de Pierce los componentes del signo
designan relaciones multilaterales entre los tres términos, que son de naturaleza lógica
diferente.
Para Pierce un signo tiene tres componentes o funciones, que corresponden a las tres
categorías del primero, el segundo y el tercero aplicadas dentro del universo de los
signos, que son todos terceros. El primero es el representamen o fundamento. El
segundo es su objeto. El tercero es su interpretante. Un signo o representamen es
alguna cosa (primero) que hace las veces de alguna otra cosa (segundo) para alguien
(tercero), desde algún punto de vista. Un signo es alguna cosa por cuyo conocimiento
conocemos alguna otra cosa.
El interpretante no es una persona ni un intérprete en el sentido individualizado del
término, que la circunstancia en la cual un individuo ocupa la posición de interpretante
es un caso particular de una función mucho más general. Cada uno de los
componentes de un signo es, a su vez, un signo: semiosis infinita.
Las tipologías básicas resultan del cruzamiento de la primeridad, la secundidad y la
terceridad. Tres tricotomías: en primer lugar, según si el signo en sí mismo es una
simple cualidad (primeridad), un existente (secundidad) o una ley general (terceridad);
en segundo lugar, según que la relación del signo con su objeto consista en que el
signo tiene un carácter que le es propio (primeridad), una relación existencial con ese
objeto (secundidad), o una relación con un interpretante (terceridad); en tercer lugar,
según que su interpretante se represente al signo como una posibilidad (primeridad),
como un signo de un hecho (secundidad) o como un signo de razón (terceridad). Este
cruzamiento produce diez especies de signos. La tipología más conocida es la que
clasifica los signos en términos de la relación con el objeto: íconos, índices y símbolos.
La emergencia de la problemática enunciativa
La significación de un signo o conjunto de signos producidos en una situación no es
determinable si no conocemos, de alguna manera, el sistema del cual el o los signos
producidos han sido extraídos. No puedo determinar el significado de un signo si no
conozco su valor. Si se comunican significados, se están comunicando al mismo tiempo
valores. Si para comunicar algo (significados) tengo que seleccionar y combinar, estoy
simultáneamente comunicando la selección y la combinación que he efectuado. El
sentido de un signo es inseparable de aquellos otros signos que podrían ocupar su
lugar, el sentido de un signo presente en un momento dado es inseparable de los
signos ausentes en ese momento dado.
Esta problemática comienza a elaborarse a través de la llamada teoría de la
enunciación. En la actualización de la lengua, el sujeto hablante no sólo construye un
mundo, sino que se construye también a sí mismo y a su interlocutor a través de las
operaciones de selección y combinación.
La semiótica de Pierce tenía desde su origen una vocación sociológica al presentarse
como teoría del proceso semiótico del conocimiento inserto en la temporalidad de la
historia humana. La semiología o semiótica puede entonces ser redefinida como
ciencia de la producción social del sentido.
VERÓN – LA SEMIOSIS SOCIAL (CAP. 3, 4 Y 5)
Capítulo 3: La clausura semiótica

 El pensamiento de Peirce es un pensamiento analítico disfrazado de taxonomía.


Cada clase de signo define, no un “tipo”, sino un modo de funcionamiento.
Todo sistema significante concreto es una composición compleja de las 3
dimensiones distinguidas por Peirce (cualidad, hecho y ley).
 Este pensamiento analítico se puede traducir en una descripción operatoria:
todo elemento de un sistema significante concreto puede ser encarado como
una composición de operaciones cognitivas cuyas 3 modalidades
fundamentales son las definidas por Peirce.
Existen relaciones sistematicas entre la teoría peirciana de las categorías y su
semiótica. La tricotomía cualidad/hecho/pensamiento, aplicada dentro del campo del
pensamiento, y por lo tanto del signo, de la Terceridad, da como resultado una
primera tricotomía: hay cualidades que son signos (cualisignos); cosas existentes que
son signos (sinsignos) y leyes que son signos (legisignos).
Según la teoría de las categorías, es el segundo el que está ligado a la existencia, al
hecho, al evento “en bruto”. El objeto es el elemento real determinante del signo. Es el
objeto quien determina el signo, determinando este último, a su vez, al interpretante.
Después de hablar del signo como una emanación de su objeto, en el ícono y el
símbolo, es el objeto quien se dice ser una emanación del signo. En cuando al índice, la
metáfora “fragmento arrancado del objeto” implica en todo caso una acción ejercida
sobre el objeto, y no una acción de éste sobre el signo.
En relación con las combinaciones posibles entre los elementos de las 3 primeras
tricotomías de la primera clasificación de los signos, podemos hacer el inventario de las
combinaciones “prohibidas”, después de haber presentado las 3 tricotomías
construidas aplicando los 3 criterios de la Primeridad, Secundidad y Terceridad (el
signo considerado en sí mismo, el signo considerado en su relación con su objeto y el
signo considerado en su relación con su interpretante), Peirce señala que estas
tricotomías dan lugar a 10 clases de signos.
Dado que ni un primero ni un segundo pueden producir tercero, la terceridad del signo
en sí mismo cuando es el único tercero, no le puede venir de los otros dos
componentes; simultáneamente, la terceridad de los otros dos componentes supone
siempre la terceridad del signo en sí mismo. En la relación tríadica que es un signo, es
el signo el que determina los otros 2 componentes (el objeto y el interpretante).
Si se dice que el objeto determina al signo, no se puede entender por “objeto” un
segundo propiamente dicho. Siendo un segundo un objeto, no puede producir ni
determinar jamás un signo, que es un tercero. Si se puede decir del objeto que es
determinante, es porque el objeto mismo es ya un tercero. En consecuencia, si se
puede decir de un objeto que determina un signo, es porque el objeto mismo, como el
representamen y el interpretante, es un signo.
El signo es el elemento determinante de la composición triádica: el objeto y el
interpretante solo pueden ser terceridades terciarias si el signo mismo lo es. Pero si se
considera la semiosis misma, el engendramiento de los signos, entonces un signo es
determinado por su objeto. Debido a que este objeto es en sí mismo un signo, produce
otro signo del cual él es objeto, el cual signo será objeto de otro signo y así ad
infinitum. La semiosis está en relación con la primeridad y la secundidad como
fenómenos, pero es irreductible a ellas. El universo de la semiosis es, desde ese punto
de vista, un universo cerrado.
Se trata de afirmar ambos extremos, aun cuando sean aparentemente una paradoja.
Sin semiosis, no habría “real” ni “existentes”. Porque son las leyes mismas de los signos
las que nos llevan a postular que en el mundo hay cosas que no son signos.
Todo signo es un tercero: todo signo es, por lo tanto, una ley. Signo, ley, pensamiento:
son en Peirce estrictamente sinónimos.
La ontología de Peirce define 3 dimensiones, expresadas por las 3 categorias: cualidad,
hecho, ley. Todo signo participa de las 3 dimensiones. En lo relativo a la ley: todo signo
es una ley, porque todo signo es un pensamiento. Además, los signos existen, en la
medida en que no tiene sentido hablar de un signo que sería imposible. De esa
manera, un cualisigno “no puede actuar realmente como signo antes de
materializarse”. El sinsigno es, un existente que es un signo. En cuanto a los legisignos,
“todo legisigno significa por su aplicación en un caso particular. Cada caso particular es
una réplica. La réplica es un sinsigno. Por ello todo legisigno requiere sinsignos”. Y
como todo sinsigno “solo puede serlo por sus cualidades, de manera que supone un
cualisigno, o más bien, varios cualisignos” se observa que aun los legisignos implican
ingredientes cualitativos. Encontramos allí la interpenetración de dimensiones.
El signo remite a su objeto, lo representa. El signo reemplaza algo: su objeto. Lo
reemplaza, no desde todos los puntos de vista, sino con referencia a una especie de
idea que he llamado fundamento del representamen. Esta manera define la relación
del signo con su objeto y es la que, al operar el signo como mediación, debe ser
producida como relación del interpretante con el mismo objeto. Siguiendo a Peirce,
llamaos al modo de representación del objeto en el signo, el objeto inmediato. Pero el
signo no solo representa a su objeto también representa su propia relación con el
objeto: contiene una representación de segundo grado, una representación de la
relación ente la representación y el objeto. Esta segunda representación es impuesta a
cada signo particular por el funcionamiento de la semiosis: es en ese sentido que se
puede decir que el objeto determina el signo, pero el objeto desborda el signo. Un
signo no puede representar el todo del objeto. Esta representación de segundo grado
debe necesariamente representar el objeto como independiente del signo, (todo signo
tiene lo que podemos llamar un precepto de explicación, según el cual hay que
comprenderlo como si fuera una suerte de emanación de su objeto). Con Peirce
llamamos a este desbordamiento el objeto dinámico.
El objeto inmediato y el objeto dinámico son producidos por la semiosis. El objeto
dinámico funda la independencia del objeto con relación al signo. El signo solo puede
representar el objeto y decir algo de él, no puede hacerlo conocer ni reconocer.
El objeto dinámico es una cuestión de conocimientos supuestos, y el conocimiento es
una cuestión de signos: se puede afirmar a la vez que el objeto es independiente del
signo y que no lo es, porque se produce en el interior de la semiosis. Aquí se reúnen la
noción de objeto dinámico y la de realidad: este desbordamiento del objeto con
respecto a cada significante pone en juego la dimensión temporal: implica ocasiones
significantes ya producidas en el pasado y la potencialidad de experiencias
significantes en el futuro. Ello es por lo que solo la ley asegura la realidad de lo real.
Volvamos a las 3 modalidades del ser: hay signos que representan sus objetos como
posibles, otros como existentes actuales y otros como leyes. Los conceptos de
“existente” y de “real” no coindicen, pues considerado en sí mismo, un hecho (que por
definición existe) es del orden de lo contingente. ¿Pero cuál es el verdadero
fundamento de estos signos que son leyes y que expresan “la manera en que ese
futuro que no tendrá fin debe continuar siendo”? Es lo que Peirce llama hábito, que es
el interpretante, lo que los sociólogos llaman la “acción social”. Lo social aparece así
como el fundamento ultimo de la realidad y, al mismo tiempo, como el fundamento
ultimo de la verdad.
Las cogniciones que nos alcanzan…son de 2 clases, las verdaderas y las no-verdaderas,
es decir, cogniciones cuyos objetos son reales y otras cuyos objetos son irreales. Lo
real es aquello sobre lo que debería desembocar finalmente la información y el
razonamiento, lo que es independiente de las extravagancias del yo y del tú. Esta
concepción implica esencialmente la noción de una COMUNIDAD capaz de un
crecimiento definido de conocimientos. Esta comunidad aparece como la garantía, la
fuente de legitimidad, de lo real y de lo verdadero, pues el problema de la verdad se
plantea a partir de actos de aserción. Y la aserción no es otra cosa que un contrato
social.
Peirce fundó la semiótica y definió su problemática teoría fundamental: la de las
relaciones entre la producción de sentido, la construcción de lo real y el
funcionamiento de la sociedad.
Capítulo 4: Discursos sociales
El concepto de discurso abre la posibilidad de un desarrollo conceptual que está en
ruptura con la lingüística. Una teoría de los discursos sociales se sitúa en un plano que
no es el de la lengua. La lingüística no posee las herramientas para comprender sus
propios orígenes y su funcionamiento como discurso sobre el lenguaje.
Simultáneamente, y a la luz de esta ruptura, se pueden formular las relaciones entre
las dos (lengua y discurso=, y en particular, el hecho de que el saber lingüístico es
indispensable para una teoría de los discursos sociales. El resultado fue que la
semiología generalmente se inspiró en una lingüística ya superada.
El concepto de discurso abre la posibilidad de una reformulación conceptual, haciendo
estallar el modelo binario (significante y significado) del signo y tomar a su cargo el
“pensamiento ternario sobre la significación”. Esto se designa como “teoría de la
discursividad” o “teoría de los discursos sociales”.
La doble operación se separación/articulación entre teoría del discurso y lingüística y
reformulación conceptual del “pensamiento ternario” por el otro, permitirá que la
teoría de los discursos recupere problemas olvidados, y los 2 más importantes son: la
materialidad del sentido y la construcción de lo real en la red de la semiosis.
Capítulo 5: El sentido como producción discursiva
La articulación de la problemática de los discursos sociales con el modelo ternario
puede construir de la siguiente manera:

FREGE PEIRCE TEORIA DE LOS DISCURSOS

Sinn Interpretante Operaciones

Zeictten Signo Discurso

Bedeutun objeto representaciones


g

Se trata de concebir los fenómenos de sentido bajo la forma de conglomerado de


materias significantes remitiendo al funcionamiento de la red semiótica
conceptualizada como sistema productivo. Desde el punto de vista del análisis del
sentido, el punto de partida solo puede ser el sentido producido. Se opera sobre
fragmentos extraídos del proceso semiótico, es decir, sobre una cristalización de las 3
posiciones funcionales (operaciones-discurso-representaciones). Se trabaja así sobre
estados. Todo análisis del sentido descansa sobre la hipótesis según la cual el sistema
productivo deja huellas en los productos y que el primero puede ser reconstruido a
partir de una manipulación de los segundos.
La teoría de los discursos sociales es un conjunto de hipótesis sobre los modos de
funcionamiento de la semiosis social. Por semiosis social entiendo la dimensión
significante de los fenómenos sociales en tanto procesos de producción de sentido.
Una teoría de los discursos sociales reposa sobre una doble hipótesis:

 Toda producción de sentido es necesariamente social


 Todo fenómeno social es un proceso de producción de sentido
Consecuentemente, no se trata de reducir los fenómenos sociales a fenómenos
significantes. Toda forma de organización social implica una dimensión significante.
Pero la hipótesis inversa es igualmente importante: toda producción de sentido esta
insertada en lo social. Que la semiosis sea condición de funcionamiento de una
sociedad en todos sus niveles no quiere decir que manifieste las mismas modalidades
en todos lados. La doble hipótesis que acabo de formular es inseparable del concepto
de discurso: Esta doble determinación puede ser puesta en evidencia a condición de
colocarse en el nivel de los funcionamientos discursivos. Este doble anclaje, del sentido
en lo social y de lo social en el sentido, solo se puede develar cuando se considera la
producción de sentido como discursiva. Solo en el nivel de la discursividad el sentido
manifiesta sus determinaciones sociales y los fenómenos sociales develan su dimensión
significante.
El sentido esta entrelazado con los comportamientos sociales, si no hay organización
material de la sociedad sin producción de sentido es porque esta es el verdadero
fundamento de lo que se llama las “representaciones sociales”. Es en la semiosis
donde se construye la realidad de lo social. El análisis de los discursos sociales abre
camino al estudio de la construcción social de lo real. Una teoría de los discursos
sociales puede darse como meta el análisis de la producción de lo real-social.
Toda producción de sentido tiene una manifestación material. Esta materialidad define
el punto de partida necesario de todo estudio empírico de la producción de sentido.
Siempre partimos de productos, que son fragmentos de la semiosis. Lo que llamamos
un discurso o un conjunto discursivo no es otra cosa que una configuración espacio-
temporal del sentido.
Las condiciones productivas de los discursos sociales tienen que ver con las
determinaciones que dan cuenta de las restricciones de generación de un discurso, y
con las determinaciones que definen las restricciones de su recepción. Llamamos a las
primeras condiciones de producción y a las segundas condiciones de reconocimiento.
Una consecuencia de este punto de partida es que un objeto significante dado no
puede jamás ser analizado en sí mismo. El análisis de los discursos no es otra cosa que
la descripción de las huellas de las condiciones productivas en los discursos, ya sean las
de su generación o las de sus “efectos”.
Cuando analizan un texto están poniéndolo en relación con algo que no está en el
texto. Los objetos que interesan al análisis no están “en” los discursos y tampoco
“fuera” de ellos. Son sistemas de relaciones que todo producto signifícate mantiene
con sus condiciones de generación y con sus efectos.
La distinción entre un discurso y sus condiciones productivas siempre se establece a
partir de la identificación de tal o cual conjunto discursivo. La distinción es
metodológica; se produce automáticamente a partir del momento en que elegimos un
conjunto discursivo para analizar. La semiosis está a ambos lados de la distinción. Entre
las condiciones productivas de un discurso hay siempre otros discursos.
Las relaciones de los discursos con sus condiciones de producción y de reconocimiento
deben poder representarse en forma sistemática, debemos tener en cuenta las
gramáticas de producción y las gramáticas de reconocimiento. Las reglas que
componen estas gramáticas describen operaciones de asignación de sentido en las
materias significantes. Estas operaciones describen operaciones de asignación de
sentido en las materias significantes. Estas operaciones reconstruyen a partir de
marcas presentes en la materia significante. Cuando la relación entre una propiedad
significante y sus condiciones se establece, estas marcas se convierten en huellas de
uno u otro conjunto de condiciones.
No hay huellas de la circulación: el aspecto “circulación” solo puede hacerse visible en
el análisis como diferencia entre los dos conjuntos de huellas.
La semiosis social es una red significante infinita. En la red infinita de la semiosis, toda
gramática de producción puede examinarse como resultado de determinadas
condiciones de reconocimiento, y una gramática de reconocimiento solo puede
verificarse bajo la forma de un determinado proceso de producción. Una gramática de
producción define un campo de efectos de sentido posibles, pero la gramática de
reconocimiento sigue siendo insolubre a la sola luz de las reglas de producción: solo
puede resolverse en relación con la historia de los textos. La red infinita de la semiosis
social se desenvuelve en el espacio-tiempo de las materias significantes, de la sociedad
y de la historia.
En el interior de esta red el conocimiento es un fenómeno intersticial el sujeto no es el
soporte de ese saber, porque no hay conocimiento cuando el discurso del sujeto se
encuentra “atenazado” entre sus condiciones discursivas de producción y de
reconocimiento. La estructura de esta red está hecha de relaciones tríadicas tejidas
unas a otras, se la podría representar bajo la forma de un gráfico (infinito) compuesto
por terceridades.
PRODUCCION RECONOCIMIENTO

OPERACIONES DISCURSO REPRESENTACIONES

PRODUCCION RECONOCIMIENTO

OPERACIONES DISCURSO REPRESENTACIONES

CIRCULACIÓN

PRODUCCION RECONOCIMIENTO

OPERACIONES DISCURSO REPRESENTACIONES

CIRCULACION

OPERACIONES

CIRCULACIÓN

P(D) (D) R(D)


(O)

 P(D): condiciones de producción de D


 R(D): condiciones de reconocimiento de D
 O: el objeto de D

La reducción de la relación tríadica al par (D) <> (O) es la definición misma del “efecto
ideológico”, según el cual un discurso verdadero mantiene una relación frontal con su
objeto. El efecto ideológico, inseparable del postulado del “discurso absoluto”, se
constituye por desconocimiento de la red interdiscursiva y se alimenta de la ilusión del
sujeto como fuente del sentido. Considerado en relación con sus P es el interpretante
de estas condiciones, y es solo en esta medida que constituye a O como su objeto.
Considerado en relación con sus R, por otro lado, D es signo de su objeto u R deviene
el interpretante, dentro de la relación tríadica. Considerado en su único vínculo con D,
O puede ser designado como el objeto inmediato de D. Insertado en la relación tríadica
(P-O-D), O es el objeto dinámico, porque si mi objeto “desborda” el discurso que
mantengo sobre él, es porque otros discursos han hablado ya de mi objeto. ¿Cómo se
puede determinar si O en tanto objeto de los discursos que componen el conjunto P,
es el mismo objeto O del discurso D? No se puede afirmar que sea el mismo, pero
tampoco se puede afirmar que sea diferente. En la relación metadiscurso/discurso-
objeto, el discurso del “observador” de la red (el análisis del discurso) jamás es
interpretante del discurso analizado: es siempre solamente su signo.
Capítulo 6: La red de distancias
Hay diferentes tipos de análisis del discurso. A continuación retomaremos la que fue
nuestra problemática en la primera parte del trabajo: la de lo ideológico. Si bien esta
problemática tuvo una importancia “histórica” en el análisis del discurso, no constituye
el único nivel de análisis posible. Cuando las condiciones productivas conciernen a los
mecanismos fundamentales de funcionamiento de una sociedad, tenemos frente a
nosotros 2 problemáticas: la de lo ideológico y la del poder de los discursos. Llamo
ideológico al sistema de relaciones de un discurso con sus condiciones de producción.
El análisis de lo ideológico es el análisis de las huellas, en los discursos, de las
condiciones sociales de su producción. Llamo poder al sistema de un discurso con sus
efectos. Como dimensiones de análisis de una teoría de los discursos, ideológico y
poder designan gramáticas discursivas.
Reconstituir una gramática a partir de un corpus dado, siempre implica reconocer este
ultimo como instancia de una clase. Una gramática es un modelo de reglas que
caracterizan la producción de una clase, y esta clase es infinita. Simultáneamente,
ninguna gramática será la gramática de un cierto discurso, ninguna podría ser
exhaustiva: será, por ejemplo, la gramática de lo ideológico o del poder de un discurso,
pero no su gramática discursiva en general. Pero con respecto a un texto concreto,
siempre será parcial.
Todo fenómeno social es susceptible de ser “leído” en relación con lo ideológico y en
relación con el poder. Ideológico y poder remiten a dimensiones de análisis de los
fenómenos sociales y no a “cosas” o “instancias” que tendrían un “lugar” en la
topografía social. Ahora bien, resulta evidente que las articulaciones del sistema
productivo no son de la misma naturaleza en los diferentes niveles del funcionamiento
de la semiosis social. En cada caso las condiciones de producción, de circulación y de
reconocimiento, implican mecanismos diferentes y exigen una puesta en juego de
análisis específicos.
De lo que se trata es de comprender la semiosis necesariamente investida en toda
forma de organización social. Sin esta semiosis, no es concebible forma alguna de
organización de lo social. Lo que no quiere decir que esta semiosis esté sujeta a un
principio de coherencia interna.
El aspecto esencial de nuestro esquema es la distinción entre producción y
reconocimiento. Nos hacen falta 2 tipos de modelos, estos, sin duda, tienen relaciones
sistematicas entre ellos, pero sus relaciones jamás son simples ni lineales. Esto quiere
decir que:

 La problemática de lo ideológico y la del poder son dos problemáticas ligadas


pero distintas
 La descripción de lo ideológico de un discurso no nos autoriza a deducir sus
efectos en recepción.
Una gramática es un conjunto de reglas de la producción o del reconocimiento: pone
en relación condiciones con elementos identificables en la superficie discursiva,
elementos que llamamos huellas. Por consiguiente, una gramática describe un
conjunto de invariantes discursivos. Ahora bien, ¿Cómo saber cuáles son los
invariantes que hay que describir? Hay que hacer variar sistemáticamente las
condiciones productivas, si las condiciones productivas asociadas a un determinado
nivel de pertinencia varían, los discursos también, en alguna parte variaran. La razón
por la cual jamás se puede analizar un discurso “en sí mismo” es doble:

 Porque hay que definir un nivel de pertinencia del análisis, poner el discurso en
relación con condiciones productivas determinadas
 Porque, tratándose de una búsqueda de invariantes discursivos, la única
manera de hacer visibles estos invariantes es hacer variar las condiciones:
jamás se puede trabajar sobre un discurso, hay que comparar siempre
discursos sujetos a condiciones productivas diferentes. El análisis de los
discursos es siempre interdiscursivo.
Se trata de darnos los medios para encontrar el proceso tras el sentido producido, de
reconstituir la producción de a través de las marcas contenidas en los “estados” que
son los textos. La semiosis solo puede tener la forma de una red de relaciones entre el
producto y su producción, solo se la puede señalar como sistema puramente
relacional: tejido de enlaces entre el discurso y su “otro”, entre un texto y lo que no es
ese texto.
VERÓN – DICCIONARIO DE LUGARES NO COMUNES
Indicaciones para su uso
Este es el diccionario que hice para ocuparme de los discursos sociales, y por lo tanto,
de lo ideológico y del poder de los discursos. Esta lista quiere sugerir la posibilidad de
una teoría de la producción social del sentido. La lista puede dividirse en 4 grupos de
términos. El primer comprende 2 subgrupos que abarcan lo esencial del esquema del
sentido, entendido como perteneciente a un sistema productivo:

 Producción/reconocimiento
 Circulación
El segundo incluye y plantea como puede apreciarse el núcleo de la problemática
sociológica que nos interesa:

 Ideología
 Ideológico
 Poder
El tercer grupo incluye el análisis de estos dos términos procuro plantear el problema
de las fronteras entre la evolución de la lingüística y el estudio de los discursos sociales:

 Discursos
 Lingüístico
El cuarto está dedicado a las principales nociones referentes a problemas de
metodología:

 Operación
 Desfase
 Interdiscursividad
 Lectura(s)
 Texto
 Semiosis
Producción/Reconocimiento
Producción/Reconocimiento son los dos polos del sistema productivo de sentido.
Llamamos circulación al proceso de desfase entre ambos. El analista del discurso
puede interesarse por las condiciones de generación de un discurso o un tipo de
discurso, se interesa en el primer caso por la gramática de producción y en el segundo
por una (o varias) gramáticas de reconocimiento. Puede interesarse por ambas.
Una gramática de producción o de reconocimiento tiene la forma de un conjunto
complejo de reglas que describen operaciones. Estas operaciones son las que permiten
definir las restricciones de generación y los resultados bajo la forma de una cierta
lectura. Puesto que el punto de partida del análisis consiste en reconstituir el proceso
de producción partiendo del “producto”.
La operación metodológica que consiste en constituir un corpus dado de discursos
permite automáticamente distinguir el corpus mismo de todos los demás elementos
que deben incluirse en el análisis pero que no están “en” el corpus. Los elementos
extradiscursivos constituyen las condiciones de la producción o del reconocimiento.
Esas condiciones contienen siempre otros discursos. Entre las condiciones esta
también aquello que el analista considerará como elementos que desempeñan un
papel determinante para explicar las propiedades de los discursos analizados.
Tratándose de la problemática de lo ideológico y del poder, esos elementos tendrán
que ver con las dimensiones fundamentales del funcionamiento de la sociedad en el
interior de la cual se produjeron tales discursos. Ahora bien, para que algo sea
considerado como condición de producción de un discurso es necesario que haya
dejado huellas en él. Puesto que todo texto es un objeto heterogéneo y constituye el
lugar de encuentro de una multiplicidad de sistemas de determinación diferentes es
posible construir tantas gramáticas como maneras haya de abordar el texto.
Circulación
El concepto de circulación designa el tejido intermediario del sistema. El aspecto
circulación no implica un tipo de lectura. Porque la circulación, en lo que concierne al
análisis de los discursos, solo puede materializase en la forma de una diferencia entre
la producción y los efectos de los discursos. Una superficie discursiva está compuesta
por marcas que pueden interpretarse como huellas de las operaciones de
engendramiento o como huellas que definen el sistema de referencias de las lecturas
posibles de ese discurso en reconocimiento. Pero no hay huellas de la circulación.
Las condiciones de la circulación con extremadamente variables, según el tipo de
soporte del discurso y según la dimensión temporal que se tome en consideración. En
el primer caso, las condiciones de la circulación dependen de las condiciones de
funcionamiento de la sociedad en un momento dado. En el segundo caso, la
circulación llega a ser una dimensión propiamente histórica, que remite a la historia
social de los discursos. Si bien el concepto de circulación es aparentemente el más
“evanescente” (la circulación no deja huellas) es la que le confiere su dinámica al
modelo.
Ideología(s)
En las ciencias sociales, el principal problema es que uno procura delimitar el empleo
de ciertos conceptos dentro de un marco teórico, pero esos conceptos existen también
fuera de tal marco, es decir, en el seno de las prácticas sociales. Es el caso de la noción
de ideología. Si nos declaramos interesados en constituir una “teoría de las ideologías”,
estamos empleando un término que, en otro nivel, forma parte del objeto que nos
interesa. Pues el funcionamiento de las ideologías no es ajeno a su denominación.
¿Cómo tomar distancia del uso “social”, precientífico de esta noción? El corte con el
empleo debe hacerse en virtud de la diferencia entre “ideología” e “ideológico”. No se
trata de renunciar al término, sino de reservarle un empleo descriptivo y no teórico.
Ideología designaría una formulación histórica en el sentido de “sistema de ideas,
filosofía del mundo y de la vida de una sociedad o de una clase”. Si uno le atribuye una
condición puramente descriptiva el empleo del término no parece peligroso.
Solamente desde el punto de vista teórico hay que tener presente que la existencia
social, histórica, de estos objetos no es ajena al hecho de reconocerlos como tales. Por
ello es aconsejable no olvidar tampoco el plural de ese término. Lo que nos ocupa no
es la ideología, sino las ideologías. Es mejor indicar el paso al nivel teórico mediante un
cambio del término.
Ideológico
Lo ideológico designa una dimensión de análisis del funcionamiento social. Estamos
ante lo ideológico cada vez que una producción significante se aborda en sus
relaciones con los mecanismos de base del funcionamiento social entendidos como
restricciones al engendramiento del sentido. Ideológico es el nombre del sistema de
relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales) de producción. El análisis
ideológico es el estudio de las huellas que las condiciones de producción de un
discurso han dejado en la superficie discursiva.
Por el hecho de ser una dimensión, lo ideológico está en todas partes. Lo ideológico no
es algo del orden de la “superestructura”: es una dimensión que atraviesa toda la
sociedad. Pero afirmar que lo ideológico esta en toda partes no es lo mismo que decir
que todo es ideológico. Se producen muchas otras cosas además de lo ideológico.
Lo ideológico no tiene nada que ver con la problemática de lo verdadero y lo falso, ni
tampoco con nociones como ocultación, falsa conciencia o deformación de lo “real”. El
discurso “absoluto” existe pues como efecto discursivo. Es decir: aunque todo discurso
este sometido a determinadas condiciones de producción, hay algunos que se
presentan como si no lo estuvieran: es fácil advertir que, en realidad, el efecto de
sentido de ese discurso no es otra cosa que el efecto de poder de un discurso.
El análisis ideológico de la producción social de sentido no es otra cosa que la
búsqueda de las huellas que invariablemente dejan esos niveles del funcionamiento
social en los discursos sociales. Ello no implica que todo lo que se pueda encontrar en
los discursos remita a esos niveles fundamentales de la sociedad, por eso aparte de la
lectura ideológica, un discurso permite muchas otras lecturas. Lo ideológico, como el
sentido en general, se produce como desfase, como diferencia interdiscursiva. Pero en
la medida en que lo ideológico tiene la jerarquía de una gramática de producción de
discursos, nunca podría definirse en el nivel de los contenidos.
Poder
El término “poder” designa el sistema de relaciones entre un discurso y sus
condiciones (sociales) de reconocimiento. Se refiere a la problemática de los efectos de
sentido de los discursos. La noción de poder define una dimensión de todo discurso, no
debe confundirse la problemática del poder con la problemática de lo político, esta
última concierne a un tipo de discurso. “Poder” e “ideológico” son dos problemáticas
estrechamente ligadas entre sí: el poder de un discurso no es ajeno a los mecanismos
significantes que resultan de las operaciones discursivas que a su vez derivan de las
condiciones ideológicas de producción. Pero los dos problemas no son el mismo.
¿Cómo se materializa pues el poder de un discurso? El poder solo puede estudiarse a
través de sus efectos, que a su vez, es otro discurso.
Discursos (análisis de los)
En primer lugar, la noción de “discurso” designa todo conjunto significante
considerado como tal sean cuales fueren las materias significantes en juego.
En segundo lugar, la expresión se emplea en plural: “análisis de los discursos”, con lo
cual se busca señalar una diferencia respecto al “análisis del discurso” que concibe el
discurso como homólogo de la lengua. Lo que se produce, lo que circula y lo que
engendra efectos en el seno de una sociedad constituye siempre discursos.
En tercer lugar, el termino discurso destaca cierto enfoque. “Texto” y discurso no son
lo mismo, texto es una expresión equivalente a “conjunto significante” con ese
término se designa a un paquete de materias significantes. “Análisis discursivo” implica
ya cierto número de postulados que hacen que el texto no se aborde de cualquier
modo. Los siguientes son los más importantes de tales postulados:
1. Ya sea en relación con las reglas de su producción o de su reconocimiento, las
huellas que se encuentran en la superficie de un discurso corresponden a
operaciones que no pueden reducirse a la suma de las propiedades de las
unidades-enunciados que componen el discurso.
2. Poner en una secuencia discursiva las operaciones que han de describirse,
partiendo de las huellas dejadas en la superficie, implica relaciones “a
distancia”. El discurso tiene un espesor témpora-espacial que le es propio.
3. Una misma marca identificada en dos puntos diferentes de la secuencia
operativa de un texto, puede ser la huella de dos operaciones subyacentes
distintas.
4. En el caso de ciertos soportes, la distribución en el espacio es tan importante
como la ubicación dentro de la secuencia. Existe una organización significante
del espacio del discurso. Esta idea remite a una problemática: la de la
materialidad del sentido incorporado.
5. El análisis discursivo trabaja sobre las disparidades intertextuales, se interesa
por las diferencias entre discursos, un texto no puede analizarse “en sí mismo”,
sino únicamente en relación con las invariantes del sistema productivo de
sentido. Por ello el procedimiento comparativo es el principio básico del análisis
de los discursos.
Lingüístico (análisis)
Para muchos lingüistas, la lingüística no puede ir más allá de los límites de la
proposición. En efecto, la lingüística trabajo con fragmentos de discurso, pero en la
mayor parte de los casos considerara esos fragmentos independientemente de toda
situación de circulación de tales discursos e independientemente de los contextos
discursivos en los que podrían situarse dichos fragmentos. El análisis de los discursos
se interesa principalmente por la ubicación del sentido en el espacio y el tiempo. En
consecuencia, las operaciones que procura identificar y describir no pueden reducirse
a componentes de unidades-proposiciones.
Ahora bien, nada le impide al lingüista interesarse por las descripciones de
operaciones transfrásicas. ¿Quedaría abolida así la distinción entre análisis lingüístico y
análisis de los discursos? Aparentemente aún subsiste una diferencia. Porque la
tendencia del lingüista es la de trabajar sobre marcas, sin interpretarlas como huellas
de las restricciones de origen social que sufrió la producción, es decir,
independientemente del contexto discursivo.
Operación
Cuando se analizan los discursos se describen operaciones. Una superficie textual está
compuesta por marcas. Esas marcas pueden interpretarse como las huellas de
operaciones discursivas subyacentes que remiten a las condiciones de producción del
discurso y cuya economía de conjunto definió el marco de las lecturas posibles, el
marco de los efectos de sentido de ese discurso. De modo que las operaciones mismas
no son visibles en la superficie textual: deben reconstruirse partiendo de las marcas de
la superficie.
El modelo de una operación está compuesto por 3 elementos: un operador, un
operando y la relación entre ambos. Sobre la base de ese modelo mínimo, se impone
hacer ciertas observaciones:

 El punto de partida es siempre la identificación de una marca interpretada


como operador
 Una marca puede asociarse a varias operaciones al mismo tiempo
 El operando puede estar ausente del texto que se analiza. La presencia o
ausencia del operando es una propiedad extremadamente importante de una
operación
 La misma marca situada en un sitio determinado de una superficie textual
puede funcionar simultáneamente como operador de una operación y como
operando de otra.
 En análisis de los discursos, los términos que componen las relaciones pueden
alcanzar cualquier nivel de complejidad
 Un término de una relación puede ser, a su vez, en otro nivel de análisis, una
relación.
 La misma clase de operaciones puede estar a cargo de diferentes marcas de la
superficie.
 El mismo tipo de marca, en contextos discursivos diferentes, puede hacerse
cargo de operaciones diferentes.
 Un operador bien puede incluirse en una marca no lingüística (imágenes,
elemento de distribución del espacio, dimensiones diferenciales en los
caracteres, espacio entre los textos, etc.)
 Teniendo en cuenta que un texto puede estar sometido a una pluralidad de
lecturas, solo la búsqueda de disparidades interdiscursivas puede guiarnos. Se
trata de describir, en un conjunto discursivo, todas las operaciones que definen
una diferencia sistematica y regular con otro conjunto discursivo, considerando
que ambos están sometidos a condiciones productivas diferentes. Diferencias
sistematicas: se trata de tomar en consideración el conjunto del
funcionamiento de una economía discursiva en lo que la diferencia de otra.
Diferencia regular: se trata de llegar a constituir tipos de discurso,
caracterizados por un funcionamiento relativamente constante en el seno de
una sociedad y de un periodo histórico determinados.
Desfase
La noción de desfase designa el principio mismo de estructuración interna de un
corpus de textos. Un corpus está constituido por grupos de textos. Cada uno de esos
grupos debe ser homogéneo desde el punto de vista de las condiciones extratextuales
(sea en producción, sea en reconocimiento). Los textos que componen cada grupo
deben manifestar un desfase cero, es decir, deben ser equivalentes. Entre los grupos,
debe manifestarse un desfase sistemático, que hace visibles las huellas de sus
condiciones diferenciadas de producción o de reconocimiento. Todo análisis de los
discursos es un análisis de diferencias, de desfases interdiscursivos. Al poner de
manifiesto los desfases, se hacen visibles las huellas dejadas por las condiciones en los
textos.
Interdiscursividad
Si el método de constitución de los corpus se funda en la identificación de desfases
pertinentes, ello se debe a que la estructuración de los discursos es siempre un
fenómeno interdiscursivo. Esta noción de relaciones interdiscursivas es esencial en
todos los niveles del funcionamiento del sistema productivo del sentido. Todo discurso
producido constituye un fenómeno de reconocimiento de los discursos que forman
parte de sus condiciones de producción.
La producción y el reconocimiento como polos del sistema productivo implican la
existencia de redes de relaciones interdiscursivas. En cuanto a la circulación, se define
como una relación interdiscursiva: el desfase entre producción y reconocimiento. La
interdiscursividad debe reconocerse como una de las condiciones fundamentales de
funcionamiento de los discursos sociales.
Lectura(s)
El analista de discurso solo puede hacer lecturas de esos discursos, siempre está
situado en el reconocimiento. El discurso analizado es una condición de producción del
discurso producido por el analista. Además la posición del mismo no coincide con la
del “consumidor”. La lectura del analista sufre la mediación de su método y de los
instrumentos que aplica. Esta mediación afecta el discurso analizado en su poder: hay
un fenómeno de poder-creencia que es propio del “consumo” y que el analista
destruye. Por otro lado, puesto que un texto es el lugar de convergencia de una
multiplicidad de sistemas de determinaciones, siempre admite una pluralidad de
lecturas.
Texto
Texto designa, en el plano empírico, esos objetos concretos que extraemos del flujo de
circulación de sentido y que tomamos como punto de partida para producir el
concepto de discurso. Un texto es un objeto heterogéneo, susceptible de múltiples
lecturas, situado en el entrecruzamiento de una pluralidad de “causalidades”
diferentes.
Semiosis
El término semiosis designa para nosotros la red interdiscursiva de la producción social
del sentido. La semiosis es ternaria, social, infinita e histórica. Todo análisis de
discursos implica cierto dispositivo que es un fragmento “arrancado” al flujo de la
producción social del sentido.
STEIMBERG – SEMIÓTICA DE LOS MEDIOS MASIVOS
Presentación
Presentación: las razones del género
Cuando se expande el dispositivo social de un nuevo medio suele postergarse la
adscripción de sus productos a moldes de género, pero solo durante un cierto lapso. Es
el del momento mcluhaniano de la fascinación por la ruptura tecnológica y por su
impacto en el intercambio social. Pero los moldes de la previsibilidad social toman
rápidamente posiciones en cada nuevo espacio de los medios, y no solo instalando
nuevos géneros sino también importando y adaptando los que estaban ya implantados
en la circulación discursiva precedente.
Sin embargo, la presencia en todos los medios de géneros ya consolidados en la
cultura no ha sido acompañada por una reflexión teórica respecto a la problemática
del género en los medios masivos. Inversamente se ha desarrollado una historia de los
géneros en los medios, pero la investigación histórica no tiene por qué implicar la
problematización teórica de sus objetos. La demora en el tratamiento de la
problemática se origina porque aceptarlo implicara postular para la teoría lo que
negamos para la dinámica textual de los medios: la condición de efecto de una
monocausa imperial, la del cambio tecnológico. Ha influido también la adjudicación a
los medios de un rol empobrecedor, que convertía a sus productos de género en
simples muestras del deterioro de una cultura. Pero esta perspectiva ha perdido su
fuerza inicial.
Una lectura actual permitiría reconocer el planteo de una opción, ante un problema
vigente: Croce distingue entre el uso legítimo de las clasificaciones establecidas que
practica aquel que “solo quiere hacerse comprender y referirse a determinados grupos
de obras” y la empresa errada de quien quisiera elevar esas divisiones a las condición
de “definiciones y leyes”. El error es el de confundir divisiones y restricciones vigentes
en una cultura con definiciones teóricas (respectivamente “géneros” y “tipos”). Pero el
problema de Croce es que rechaza la conversión de las costumbres de géneros en
teoría y la producción de una teoría del género. En el campo de la investigación de los
géneros de la comunicación de masas es pertinente recorrer el desarrollo de ambas
formaciones metadiscursivas, la de las clasificaciones empíricas y la de la teoría.
Texto y contexto del género
Las definiciones del género. La confrontación entre género y estilo.
Los géneros pueden definirse como clases de textos u objetos culturales,
discriminables en todo lenguaje o soporte mediático, que presentan diferencias
sistemáticas entre si y que en su recurrencia histórica instituyen condiciones de
previsibilidad en distintas áreas del desempeño semiótico e intercambio social. Batjin
hablo de la condición de “horizontes de expectativas” que operan como “correas de
transmisión entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua”. Los géneros no
suelen ser, salvo en los casos primarios o simples, universales; en este sentido debe
entenderse su condición de restricciones culturales.
Las definiciones de carácter puntual, funcionales o normativas, focalizan propiedades
características y/o rasgos diferenciales de los géneros empíricos. En las tipologías
referidas a ellos, en cambio, se aplican los ordenamientos producidos por los discursos
teóricos y críticos. Los rasgos que permiten describir un género –y diferenciarlo de
otro- son los factores retóricos, temáticos y enunciativos. La misma selección de rasgos
representativos se registra en relación con los textos sobre estilo, entendido como un
modo de hacer postulado socialmente como característico de distintos objetos de la
cultura y perceptible en ellos. El estilo es como un espacio de diferenciación
complementario.
Género-estilo-genero: diez proposiciones comparativas
1) Tanto el estilo como el género se definen por características temáticas,
retoricas y enunciativas
En ambos casos se circunscriben conjuntos de regularidades que permiten asociar
componentes de una o varias áreas de productos culturales y, el señalamiento de esas
regularidades han posibilitado la postulación de condiciones de previsibilidad.
Las descripciones de género articulan con mayor nitidez rasgos temáticos y retóricos,
sobre la base de regularidades enunciativas. En las de estilo, en cambio, el
componente enunciativo suele ocupar el primer lugar.

 Retorica: no un ornamento del discurso, sino una dimensión esencial a todo


acto de significación, abarcativa de todos los mecanismos de configuración de
un texto que devienen en la “combinatoria” de rasgos que permite
diferenciarlos de otros.
 Temática: aquello que en un texto hace referencia a “acciones y situaciones
según esquemas de representabilidad históricamente elaborados y
relacionados, previo al texto”. El tema se diferencia del contenido especifico
por ese carácter exterior a él, ya circunscripto en la cultura, y se diferencia del
motivo porque este si bien puede caracterizarse por una relación de
exterioridad similar, solo se relaciona con los sentidos generales del texto por
su inclusión en un tema.
 Enunciación: efecto de sentido de los procesos de semiotizacion por los que en
un texto se construye una situación comunicacional.
Los 3 paquetes de rasgos diferenciadores no constituyen un sistema de clases
mutuamente excluyente. El acuerdo sobre las restricciones en el empleo de las 3
entradas clásicas dependerá de la perspectiva analítica desde la que se las convoque.
2) No hay rasgos enunciativos, retóricos o temáticos ni conjuntos de ellos que
permitan diferenciar los fenómenos de género de los estilísticos.
Primeras observaciones sobre la relación estilo/genero
Batjin señala que la conexión de un estilo con un determinado género discursivo se
expresa en su asociación “a determinadas unidades temáticas, a la forma en que se
estructura una totalidad y a las relaciones que establece el hablante con los demás
participantes de la comunicación discursiva”. Los componentes temáticos, retóricos y
enunciativos fundan coincidencias entre géneros y estilos, antes que diferencias.
Con el propósito de superar una definición de estilo que no estableciera oposiciones
claras con otros niveles de configuración de los discursos, Todorov intenta conservar
únicamente dentro del concepto de estilo el de los registros de la lengua (estilo
directo, indirecto, libre), expulsando todos los otros fenómenos abarcados por la
noción a otros campos conceptuales (periodo, genero, tipo). Pero el descarte no
parece solucionar la cuestión. Spitzer, Riffaterre o Enkvist acentúan una búsqueda
inmanente a la obra del “espíritu del autor” el privilegio del “procedimiento estilístico”
y la focalización de la variación sobre otros contextos y situaciones.
Recordatorio sobre algunos conceptos de estilo
“Estilo”: sus significados en el uso cotidiano y teórico son múltiples, aunque referidos
siempre a propiedades que permiten advertir una cierta condición de unidad en la
factura de una variedad de objetos o comportamientos sociales. Esa condición de
unidad ha dado lugar a formulaciones diversas. Las definiciones de estilo han
implicado, en sus distintas acepciones, la descripción de conjuntos de rasgos que, por
su repetición y su remisión a modalidades de producción características, permiten
asociar entre sí objetos culturales diversos, pertenecientes o no al mismo medio,
lenguaje o género.
Desde hace ya mucho tiempo, varias proposiciones abrirían paso a la consolidación de
las concepciones para las que el rasgo estilístico –presente en todos los textos-
procede de las complejas orientaciones de haceres emplazados en su época y en su
región cultural.
Más allá de las diferencias entre escuelas o corrientes, hay que señalar el carácter
complementario del análisis de las 3 relaciones en que puede inscribirse el rasgo
estilístico: de desvío con respecto a una norma, de adición a un contexto no marcado
estilísticamente o de connotación, cuando extrae su sentido de una relación particular
con el texto y la situación comunicacional en que se ubica.
El malestar que suscitan las obras de vanguardia se origina en su desenganche
simultaneo con ese pasado vigente (el de los géneros) y con las articulaciones
socialmente perceptibles que los estilos de época establecen con la
contemporaneidad, a través de sus configuraciones retoricas, de los temas que
legitiman y rechazan y de las imágenes de enunciador y enunciatario que crean a
través del conjunto de sus dispositivos de producción de sentido.
3) Es condición de la existencia del género su inclusión en un campo social de
desempeños o juegos del lenguaje; no ocurre lo mismo con el estilo
Los estilos son trans-semióticos: no se circunscriben a ningún lenguaje, práctica o
materia significante. En cambio, el género debe restringirse sea en su soporte
perceptual o en su contenido. Aun los transgéneros -que recorren distintos medios y
lenguajes- se mantienen dentro de las fronteras de un área de desempeño semiótico.
El género puede “ir a buscarse” a sus emplazamientos o momentos sociales de
emisión; el estilo aparecerá en obras o desempeños que solo excepcionalmente le son
específicos.
4) La vida social del género supone la vigencia de fenómenos metadiscursivos
permanentes y contemporáneos.
Son los títulos los primeros elementos metadiscursivos, en la medida en que sus rasgos
conceptuales y retóricos constituyen la primera acotación de género de la obra a la
que se refiere. Lo mismo ocurre con los “paratexto” (títulos, subtítulos, epígrafes,
ilustraciones, etc.). Pero tanto en estos soportes genéricos como en el área de los
lenguajes masivos las acotaciones metadiscursivas son intra y extramediales.
Los rasgos de permanencia, contemporaneidad y copresencia de los mecanismos
metadiscursivos del género son los que permiten establecer diferencias con los que
pueden registrarse en relación con el estilo. También los estilos se articulan con
operaciones metadiscursivas internas y externas, pero las que son contemporáneas de
su momento de vigencia no son permanentes ni universalmente compartidas en su
espacio de circulación, y presentan el carácter fragmentario, valorativo y no evidente
característico de su articulación con opciones, conflictivas, de una producción de
época.
5) Los fenómenos metadiscursivos del género se registran tanto en la instancia de
la producción como en la del reconocimiento
Esto implica que deben contener propiedades comunes, lo que hace posible el
funcionamiento social del “horizonte de expectativas” que define al género. Pero esto
no implica que esos mecanismos sean idénticos. La distancia entre la definición de un
género en sus instancias productivas y en sus instancias de recepción puede generar la
progresiva muerte social de un género. La lectura de esa distancia es la única que
puede dar cuenta de los efectos de una circulación discursiva, si se rechaza una
concepción de “lector” pasivamente receptivo. Y la distancia puede ser condicionada
por alteraciones en cualquiera de los polos de esa circulación.
La instancia de la producción no puede circunscribirse a una instancia de escritura. En
el ámbito de los medios esta multiplicación de la instancia productiva adquiere una
importancia capital y es perceptible en la mayor parte de sus textos. El carácter no
idéntico de los fenómenos metadiscursivos de la instancia de la producción y de la
instancia del reconocimiento del genero no puede llegar a abolir el componente de
redundancia necesario para que el género siga siendo el mismo, en los términos de un
intercambio signico que lo reconoce en tanto tal.
6) Los géneros hacen sistema en sincronía; no así los estilos
Una parte de las definiciones de estilo han solido confundirse con aquellas referidas a
un supuesto buen estilo, definitivo y único. Para Buffon había solo un estilo y lo demás
era falta de él, síntoma de la pertenencia a estadios inferiores del hacer humano. Más
allá de las tomas de distancia con respecto al juicio valorativo sobre el rasgo estilístico,
ha persistido la noción de estilo muy cercana a aquella. Pero nada de estos ha ocurrido
nunca con el género. En relación con cuestiones conexas a las clasificaciones sociales
de lo “alto” y lo “bajo” en la cultura de los medios, las jerarquías entre géneros
elevados y populares, y sus niveles intermedios, se producen en cada soporte y sus
lenguajes.
El carácter de sistema en sincronía adjudicado a los géneros no es aplicable a los
estilos. Su carácter menos compartido y consolidado de sus mecanismos
metadiscursivos hace que no puedan reconocerse socialmente en términos de un
sentido de conjunto. Un correlato, en el campo de los estilos, de las clasificaciones
sociales de los géneros –espontaneas y en sincronía con su existencia histórica- es el
de los sistemas binarios a la manera de Buffon: estilo bueno/malo, presencia de estilo
o supuesta ausencia de él.
7) Entre los géneros se establecen relaciones sistemáticas de primacía,
secundaridad o figura-fondo; no así entre los estilos.
En cada época hay ciertos grupos que se convierten en factores dirigentes. La
interpretación y la valoración social de los géneros dependen de estos
desplazamientos históricos y del carácter permanente de su pluralidad. Como
indicador de una elección estilística de época, un género puede también operar como
contrarréplica de otros. A estas relaciones se agregan aquellas, más estables, que un
género especifico, asentado en un medio o lenguaje mantiene en un sentido con los
subgéneros y en otro con los macrogeneros o con los trasngeneros.
8) Como efecto de sus relaciones de primacía, secundaridad y figura-fondo, un
género puede convertirse en la dominante de un momento estilístico
Un género puede convertirse en la “dominante” de un momento cultural.
9) Un estilo se convierte en género cuando se produce la acotación de su campo
de desempeño y la consolidación social de sus dispositivos metadiscursivos
En la historia de los medios, la conversión de un estilo o sub-estilo en género puede ser
también ejemplificada. Asimismo, pueden señalarse los casos en los que se registra la
constitución de un nuevo género como efecto de la inclusión de un género ya
existente en un campo estilístico que le era ajeno.
10) Las obras “antigenero” quiebran los paradigmas genéricos en 3 direcciones: la
referencial, la enunciativa y la estilística.
Debe entenderse como antigenero a la obra que produce rupturas en los 3 niveles
sobre la base del mantenimiento de indicadores habituales del género. Los indicadores
que se mantienen estables impidiendo que se interrumpa la referencia de la obra
antigenero a las del genero con el que se confrontan pueden consistir en un conjunto
de índices y motivos. Pero sobre la base de esas similaridades la obra antigenero
quiebra la previsibilidad instalada en los 3 ordenes: el temático, el enunciativo y el
retorico. En estos casos, la novedad referencial rompe con la costumbre temática; la
enunciativa con las regularidades de la relación emisor- receptor; la del estilo, con las
previsibilidades en el nivel retorico.
11) Las obras antigenero pueden definirse como genero a partir de la estabilización
de sus mecanismos metadiscursivos, cuando ingresan en una circulación
establecida y socialmente previsible
Algunos casos de antigenero remiten también al tema de la eventual conversión en
(otro) género de la serie de ruptura. Así, las obras antigenero pasan a formar parte de
alguno de los “horizontes de expectativa” de un medio cuando se estabilizan sus
mecanismos metadiscursivos y pueden ser lanzados al mercado, comprados y
consumidos en términos de una información o un placer previsibles.
VERÓN – EL ANÁLISIS DEL “CONTRATO DE LECTURA”
La lectura, una práctica invisible
La demarcación que haremos aquí articula el análisis semiológico de un corpus y el
terreno cualitativo. Al objeto lo podemos caracterizar como las condiciones y las
determinaciones de la lectura de un soporte de prensa. La lectura se ha constituido de
manera insatisfactoria como un objeto de conocimiento. Hay muchas razones para ello
que han funcionado como obstáculos a la hora de dar cuenta de una problemática
concerniente a la lectura. El primer obstáculo viene de la lingüística que ha insistido
sobre la indistinción entre locutor y alocutario, entre producir una frase y entenderla.
Jakobson ha sido uno de los primeros lingüistas que ha sugerido que los procesos de
producción y los de su recepción no son de la misma naturaleza. A eso se agrega un
segundo factor: la lingüística ha privilegiado siempre la palabra por sobre la escritura.
En semiótica ha sido siempre más fácil trabajar sobre los textos mismos que sobre la
forma en que se los lee. Una problemática de la lectura comienza recién a esbozarse.
Los sociólogos, por su parte, han acumulado información sobre los lectores, sin
interrogarse por el funcionamiento social de los textos. Los conocimientos se
constituyen entonces sobre los lectores y sobre los textos siempre separados. Pero lo
central en realidad es comprender su relación y esta no es otra cosa que la lectura.
El contrato de lectura
La relación entre un soporte y su lectura reposa sobre lo que llamaremos “el contrato
de lectura”. El discurso del soporte y sus lectores son las dos partes, ente las cuales se
establece un contrato. En el caso de las comunicaciones de masa, es el medio el que
propone el contrato. El éxito de un soporte de la prensa escrita se mide por su
capacidad de:

 Proponer un contrato que se articule a las expectativas del imaginario


 Hacer evolucionar su contrato de modo de seguir la evolución sociocultural de
los lectores
 Modificar su contrato si la situación lo exige.
La primera cuestión es saber en qué nivel de funcionamiento del discurso de un
soporte de prensa se construye el contrato de lectura. La respuesta nos la da la teoría
de la enunciación. Se trata, primeramente, de distinguir 2 niveles: el enunciado y la
enunciación. El enunciado es lo que se dice (el “contenido”) y la enunciación concierne
a las modalidades del decir. Por el funcionamiento de la enunciación, un discurso
construye una cierta imagen de aquel que habla (el enunciador), una cierta imagen de
aquel a quien se habla (el destinatario) y un nexo entre ellos.
Un mismo contenido puede ser tomado a cargo por estructuras enunciativas muy
diferentes: en cada una de estas estructuras enunciativas, el que habla (el enunciador)
se construye un “lugar” para sí mismos, “posiciona” de una cierta manera al
destinatario y establece así una relación entre estos dos lugares. En un soporte de
prensa todo contenido es necesariamente tomado a cargo por una o múltiples
estructuras enunciativas. El conjunto de estas estructuras constituye el contrato de
lectura que el soporte propone a su lector.
El método más aplicado al estudio de los soportes, el análisis de contenido, es
inadecuado para estudiar el contrato de lectura. Los problemas de posicionamiento se
definen en función de su concurrencia, es decir, de otros soportes que le son cercanos.
En esta situación, el análisis de contenido corre el riesgo de hacer aparecer lo que los
soportes en competencia tienen en común. Pero en realidad, los soportes cercanos
desde el punto de vista de sus rubricas y de los contenidos, son en realidad muy
diferentes en el plano del contrato de lectura.
Lo que dice la teoría de la enunciación es que el contenido no es más que una parte de
la historia. En recepción, la lectura no reside solamente en los contenidos, reside en los
contenidos tomados por una estructura enunciativa donde alguien (el enunciador)
hablar, y donde un lugar preciso le es propuesto en tanto destinatario. El análisis de un
discurso desde el punto de vista de la enunciación es un análisis de ese discurso en su
conjunto, del punto de vista de la relación que el constituye entre el enunciador y el
destinatario.
El estudio del contrato de lectura implica, en consecuencia, todos los aspectos de la
construcción de un soporte de prensa, en la medida en que ellos construyen el nexo
con el lector: coberturas, relaciones texto/imagen, modo de clasificación del material
redactado, dispositivos de apelación, modalidades de construcción de las imágenes,
tipos de recorridos propuestos al lector, y las variaciones que se produzcan,
modalidades de compaginación y todas las otras dimensiones que puedan contribuir a
definir de modo especifico los modos en que el soporte constituye el nexo con su
lector.
Hay 3 exigencias que requiere el análisis de un soporte para localizar su contrato de
lectura:

 La regularidad de las propiedades descriptivas: se trata de definir las


invariantes, las propiedades relativamente estables, que son recurrentes en el
discurso del soporte a través de temas diferentes.
 La diferenciación obtenida por la comparación entre los soportes: se trata de
localizar las semejanzas y diferencias entre los soportes estudiados, a fin de
determinar la especifidad de cada uno.
 La sistematicidad de las propiedades exhibidas por cada soporte: la descripción
de los dos criterios precedentes debe permitir determinar la configuración de
conjunto de estas propiedades, a fin de delimitar el contrato de lectura y de
identificar sus puntos fuertes y débiles.
El contrato de lectura en los títulos
Tomemos el caso de los títulos para ilustrar el funcionamiento de un contrato. El
“discurso verdadero” es aquel en el cual el enunciador no modaliza lo que dice:
produce informaciones sobre un registro impersonal. Utilizando aserciones
modalizadas, preguntas en tercera persona, donde ni el enunciador ni el destinatario
están marcados, designa un contrato donde un enunciador objeto e impersonal habla
la verdad.
Otra modalidad es la del enunciador pedagógico. Aquí el contrato se construye entre
un “nos” y un “ustedes” explicitados, y el nexo se hará entre dos partes desiguales, una
que aconseja, propone, advierte brevemente que sabe, la otra que no sabe y es
definida como destinatario receptivo. Estas dos modalidades caracterizan contratos
que implican cierta distancia entre el enunciador y el destinatario.
Podemos contrastar con las modalidades de complicidad. Una primera figura es la
interpelación al destinatario mediante la utilización del imperativo. Pero ahora el
destinatario también puede tomar la palabra, es decir, el enunciador lo hace hablar.
Un tercer aspecto es el dialogo, aquí enunciador y destinatario se ponen a hablar. Otra
operación consiste en constituir una enunciación que es atribuible a la vez al
enunciador y al destinatario. Para efectuarlo hace falta emplear el nosotros inclusivo.
La forma de dialogo puede volverse muy compleja, con la introducción de un tercero:
en el discurso del soporte un tercer enunciador parece que habla a los destinatarios
pero no es el enunciador del soporte mismo. Las modalidades que hemos avocado no
agotan la panoplia de operaciones que contribuyen en los títulos a la formulación del
contrato de lectura.
Imágenes de contrato
El contrato de lectura concierne también a la imagen. Quisiera evocar un solo
problema a propósito de la foto de prensa. Podríamos afirmar que hay 5 clases de
imágenes utilizadas para la construcción de las tapas de revistas. Tomare aquí una: la
retórica de las pasiones. Se trata de imágenes de personajes marcados por la
notoriedad. Cada soporte dispone de un repertorio de fotografías del personaje en
cuestión y hace jugar las variaciones en la expresión del rostro para significar la
situación del personaje en un momento determinado, situación que puede resumir al
mismo tiempo la coyuntura política, económica, etc. El enunciador se marca en la
imagen por todos los detalles de la técnica. Estas imágenes han sido tomadas al
personaje, le han sido “arrancadas”. En la pose, en cambio, el personaje ofrece su
imagen al fotógrafo.
Las dos modalidades son la inversa exacta una de la otra. La retórica de las pasiones
parte de imágenes concreta y las utilizan para expresar un concepto abstracto. A su
vez, su presencia en la tapa traduce la actividad interpretativa del enunciador. En la
pose el punto de partida es una imagen atemporal que se transforma en
acontecimiento. Lo que ella anuncia en tapa es que esta semana el personaje en
cuestión habla, que él está presente, aquí y ahora, para los lectores de la revista. La
aparición de la persona se vuelve así concreta y singular. Las imágenes son uno de los
lugares privilegiados donde se constituye el contrato de lectura
El contrato a prueba
El análisis semiótico tiene por objeto desarmar y describir todos los contratos de
lectura que componen el universo de competencia en cuestión, determinado de una
forma precisa, lo que hace a la diferencia específica de cada uno. Los contratos así
identificados y descriptos permiten comprender entonces su eficacia relativa. Para
esto el trabajo de campo es necesario, tanto en los lectores como en los no lectores y
los lectores ocasionales. El objetivo es verificar el funcionamiento del contrato
propuesto por cada uno de los soportes, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. La
teoría de la enunciación, el análisis del contrato de lectura, puede hacer avanzar una
teoría de los procesos de recepción en la comunicación de masas.

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