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LA VIRGEN

DE ITATI
R E I N A D E L A C I V I L I Z A C I O N E N LA
CUENCA DEL R IO DE LA PLATA

Por

E S T E B A N BA JA C, Pbro.

EDITORIAL DI FUSI ON
Nuevo santuario
E S T E B A N B AJ A C, Pbr o.

LA VIRGEN DE ITATÍ
R ein a de la c iv iliz a c ió n
en la

cuenca del Río de la Plata

ED ITO R IA L D IFU SIO N , S .A .


C A L L A O 5 75 — BUENOS AIRES
Con aprobación E clesiástica

HECHO Eli DEPÓSITO Ql’E INDICA 1A liEY 11.723


IMPRESO EN liA AKGKNTINA - PRIN'l'ED IN ARGENTINA
PRÓLOGO

Basta y sobra como prólogo de este libro grabar en su


portada, el egregio santuario, monumento entre los m onum en­
tos de América, que han erigido y van adornando como una
prenda entusiasta de gratitud a la pura y lim pia concepción
de N uestra Señora de Ita tí la inmensa caravana de sus pe­
regrinos de la provincia de Corrientes y no pocos de nuestra
república y de las repúblicas circunvecinas. ( 1 ).
Esa soberbia obra arquitectónica es una respuesta amoro­
sa a beneficios concedidos sin descanso por más de tres siglos.

(1) P asará a los siglos e ste regio santuario como una gloria del que
lo ha levantado y lo va adornando, del segundo obispo de Corrientes,
Mons. F rancisco V icentin, y como un testim onio del arte consum ado
del arquitecto F elipe Bergam ini y del ingeniero Pedro Azzano. B en­
dijo el Bxmo. Sr. Obispo la piedra fundam ental el 16 de julio de
1938, y de inm ediato se procedió a la construcción.
Para darse uno cuenta úe esta obra gigan tesca basta saber que,
en los veinte y nueve primevos m eses, la sola estructura de cem en­
to armado y m anipostería consum ió doce m il quinientas toneladas
de diversos m ateriales, llegando a más de un m illón cien mil los
ladrillos de la im ponente mole.
Ocupa este santuario una superficie cubierta de dos mil ocho­
cientos m etros. El eje de su largo es de ochenta m etros. Su crucero
es de setenta y tres m etros. De vein te y ocho m etros de diámetro
es su cúpula central, que se eleva, coronada por un a estatu a de co­
bre de la Virgen de siete m etros y medio, a la altura de ochenta
y tres m etros. Ya pueden suponerse los riesgos que correrían los
obreros, casi todos itateños, no especializados en el andam iaje de
las grandes alturas, en la colocación de la estatua y en los trabajos
del cupulino. No es de extrañar que una compañía de seguros pi­
diera prima de vein te y dos mil pesos.
Y ya está alzado el santuario gigan tesco del m ás puro estilo
clásico de la época del R enacim iento. Y sólo un accidente grave su
6 LA VIR G EN LE IT A TÍ

Y si bien es verdad que con ello no se salda la deuda ni com­


pulsados los beneficios, se saldará jamás, una humilde flor
ofrecida a una madre por su hijo es un tesoro que enriquece
al hijo enterneciendo él corazón de la madre.
E s ese monumento una consagración histórica de una
tradición de amor, tradición que el que esto escribe la ha ido
admirando desde 1897, más que en los escritos, en el fonda
sustancial del culto a la pura y lim pia eoncepcióm de Ita tí
que arranca, como una aurora 'prof ética, a los treinta y seis
años del descubrimiento de América, del Puerto de Santa
A na, nombre que dió en 1528 Sebastián Caboto a las fam o­
sas Casas del cacique Yaguarón, señor del distrito de Yar
guarí.
No se nos oculta la oportunidad de una historia cuidado­
samente docum entada. E lla vendrá. Y como a nosotros no
nos ha sido dado, o por falta de aptitud o por no contar con
medios conducentes al respecto, entrarnos sin iem-ores en el
campo de la historia, y como historia merece el asunto, se nos
han ocurrido estas páginas para acicatear a los que para ello
son aptos que, de serlo, en valorando la importancia del te­
ma, remediarán las deficiencias y alumbrarán lo exacto.
No puede pues, movernos intención de vanagloria, stno ei
hondo deseo de que algún fu tu ro historiador haga conocer
con más éxito que nosotros las glorias de la imagen de la pu­
ra y lim pia concepción de Ita tí, a, cuyos pies su monumental
santuario, ante la grandeza de la madre, es una h u m ild ■: vio­
leta de la gratitud de los hijos.
Que a esto se llegue es el anhelo del autor de estas pá­
ginas.
P uro . E s t e b a x B a .iac
Ita tí - 194").

frió un obrero, el joven H iginio Leiva, hijo de Itatí, cayendo de


vein te m etros de altura entre andaniios y vientos. En un grito de
consternación prorrumpieron los obreros. Y .. . el' joven H iginio L ei­
va púsose inm ediatam ente de pie, tras la espectacular caída y a
poco, como si tal cosa, prosiguió el trabajo. El público, la prensa y
los ingenieros, com entaron la providencia de la Virgen con sus
obreros.
PR IM ER A PA R TE

PROLEGOMENOS DEL CULTO A LA VIRGEN


CAPÍTULO I

ITATI Y SIT DEPARTAMENTO

E n Jas fro n te ras deliciosas del noreste argentino y a se­


te n ta kilóm etros de la vieja y gloriosa ciudad de San J u a n
de Vera de las Siete C orrientes, capital de la heroica y legen­
d aria provincia de las cruzadas lib ertad o ras; besado por el
gigantesco P aran á, que ahí se espacia con las grandezas de
un m ar salpicado de verdegueantes islas y caprichosos islo­
tes de p ied ra ; señalado por faros que emergen de la corrien­
te y alum bran las noches del m arino con el parpadeo de sus
luces; sobre una suave colina y en el centro de una ensena­
da pintoresca, se levanta risueño el tranquilo pueblo de Ita ­
tí, como desperezándose, tras el letargo de su misteriosa y
solitaria existencia colonial, al sentirse despertado de la au­
gusta poesía de su silencio por los silbatos del progreso que
ya golpea a las p u erta s de su hum ilde vida.
E¡n la. m arg en izquierda le b rin d a el gran río con un
m agnífico puei’to n a tu ra l que defienden las altas b arran cas
de] este y los peñascales del poniente, sobre los que se aso­
ma la selva para besar el velocísimo raudal de las aguas. Pe­
queñas y graciosísim as elevaciones de terreno, hondonadas
repletas de culantrillo y de perspectivas encantadoras, fra-
ganciosa y exuberante vegetación que festonean con m ati­
ces variadísim as flores, y enjoyan los colibríes y alegra
la arm onía incesante de los p ájaro s cantores, circundan el
escaso perím etro de ose pueblo privilegiado que, visto a ojos
de viajero desde la horda de una embarcación, impresiona
por su ap arien cia de ciudad elegante dorm ida en un huerto
florido de la selva bajo regio penacho de palm eras, corona­
do todo ello p o r su altísim o e im ponente santuario.
10 LA V IR G E N DE IT A T I

¡Sencillo y pintoresco, con poco más <ie dos mil vecinos, .


es I ta tí cabeza del departam ento de su nom bre, uno de los
más pequeños, como qne no cuenta sino 780 kilóm etros cua­
drados y 4.500 habitantes, esparcidos en los enm arañados
rincones del Y ag u arí, en las altas y boscosas b arran cas de
Tabacué, en las num erosas y fértiles chacras de R am ada
Paso, entre las. preciosas lagunas de la som bría selva de
M bayapú y sobre las suaves cuchillas de Tapé Curuzú, que
van a reclinarse en los boscajes aledaños del oimiento río.
Una nación y tres departam entos encuadran este bellí­
simo florón paranaense. E l n o rte le tra e del P a ra g u a y sus
torbellinos de fuego refrigerados por el m ar espumoso de
las olas fluviales; el sur con la intensa frescura de las pam ­
pas deposita de continuo en sus tesoros la fe robusta y la
abnegación heroica de las m uchedum bres de San Luis del
P alm ar; el este con su soplo tibio y persistente parece que
le recordara el antiguo vasallaje de Bérón de A strada, y el
oeste con las rach as de la cordillera lo envuelve en las p er­
fum adas em anaciones de las selvas de S an Cosme.
La espléndida situación de este departam ento, cuna
efectiva de la civilización de la Mesopotamia argentina, lo
convirtió en el punto obligado de casi todo el m ovim iento
de relación entre el P araguay, el G uayrá y el Río de la P la­
ta, Presenció u n tiem po desde las inm ediaciones del Y agua­
rí, y después desde las soberbias barrancas calizas del San
Ju a n , el paso d'e los navegantes descubridores de nuevas
tie rra s y de los av entureros de la inquieta y hazañosa con­
quista, y abrigó en su seno hospitalario a m ártires y santos,
misioneros y capitanes, obispos, comuneros y gobernadores.
No respondió, por cierto, h asta ahora ni a su situación
n i a la feracid ad de gran p arte de sus tie rra s e] resultado
económico. Ni el comercio, ni las industrias, ni la agricul­
tu ra, ni la g anadería, acum ularon, tra s la Independencia,
caudales p ara el pueblo, ni la riqueza ha abierto aún la tien ­
da de sus com odidades p a ra provecho del departam ento.
Fué Itatí, durante sus tres siglos de comunidad, fortín
avanzado de la cruz contra la flecha salvaje que de todos
los horizontes le asestaba el furioso alud de sus inconteni-
E l pueblo, desde la terraza del santuario
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A LA VIR G EN 11

bles irrupciones. A grupación de indios ehandules, en su co­


mienzo evangelizados por m isioneros franciscanos antes de
la fundación de C orrientes, y reducidos a vida m unicipal en
1615, no podía esperarse de ellos sino lo que acertab an a dal­
los hijos im previsores y sin iniciativas de estas regiones tan
alejadas de los centros adm irables de la civilización incaica.
P a ra el nativo el trab a jo era o necesidad de un momento o
diversión, pero no deber. Y por más que los apóstoles del
E vangelio les llev aran con los resplandores de la fe la de­
m ostración p ráctica de las utilidades del tra b a jo metódico
y tesonero, más cuesta a rrib a se les hacía el allegam iento
de esas v en tajas que la defensa por las arm as de cualquier
insignificancia de la com unidad. E sta despreocupación por
el m añana, que aun sigue in filtra d a en la generalidad de
n u e stra m asa popular, la facilid ad de la existencia en regio­
nes de tan to s recursos natu rales, y por otra p a rte la zozo­
b ra incesante creada por las depredaciones selváticas no
eran, a. todas luces, como p a ra g en erar las doradas espigas
del progreso.
La paciente labor franciscana organizó, sin embargo, de
consuno con el cabildo, m edroso o altivo, segíin los tiempos,
de tal modo la vida colonial que no se conocía en él la mi­
seria, siendo, entre las reducciones, una de las más holgadas.
La ganadería de sus numerosas estancias, los telares que su r­
tían de tejidos de algodón a los acreedores del pueblo, los
trapiches, las maderas, la corteza curtiente del curupav y
la alfarería, eran los principales factores de su bienestar.
Así las condiciones clim atológicas como topográficas
del departam ento y del pueblo dan por descontado el pro­
greso con m ultiplicarse las comunicaciones y, en consecuen­
cia, los beneficios de la inm igración. Y a A zara y en especial
M artín de M oussy adm iraban las riquezas de su suelo, apro­
vechable en toda su extensión, con sus tie rra s b ajas de es­
teros, cañadas y lim písim as aguadas para el ganado, con su
cadena de colinas y sus albardones p a ra la ag ricu ltu ra, con
las b arran c as blanquecinas del este^del pueblo, que se pres­
ta n a una explotación indefinida p a ra las industrias de la
cal y del yeso, y con las m aderas de sus selvas, que la im­
12 LA V IR G E N DE IT A T I

previsión lia ido clareando p ara sus menesteres de leña y


carbón y p a ra la construcción de barcos, distinguiéndose
en esto dos navieros catalanes que, a principios del siglo p a ­
sado, bo taro n al agua sendos uuques que desafiaban las olas
del océano, rumbo a Europa, en los años de nuestra inde­
pendencia.
No es p a ra e x tra ñ a r que uno de los estadistas de m ira­
da más avizora en tre los repúblicos de C orrientes, el gober­
n ad o r J u a n P ujol, acariciara, en 1853, la creación de colo­
nias en tie rra de ta n h alagüeña promisión'.

* #

Cual la sublim idad a los Andes y la m ajestad a las fron­


das de M isiones, a I ta tí lo caracteriza la gracia con toqnes
como de te rn u ra y de m isterio.
L a cordillera de m onstruos de g ranito pasm a, las ca ta­
ratas del Yguazú asom bran; las bellezas de Itatí no hablan
tan to a los ojos: se in filtra n en el alm a como una suave ca­
ricia.
Algo a modo de emoción religiosa producen las reco r­
tad as orillas de su inm enso río con sus recodos de juncos,
nenúfares e ingaes de vainas azucaradas; las verdes islas
em penachadas a trechos p o r el boscaje y la cadena de islo­
tes que se asom an como escrituras de piedras sobre las a g u a s ;
los barrancos costaneros asmirnaldados por las copas rosa­
das del lapacho y p or la violácea y despeinada cabellera del
ja c a ra n d á ; las prim orosas ondulaciones con sus ranchos de
quincha cual torcaces dorm idas bajo corpulentos tarumaes
o coposos timbóes de descom unales ramazones. E n can tan sus
campos florecidos que retajan, las hierbas arom áticas y el
n a ra n ja l con el oro de sus pomas y la nieve de sus azahares;
sus selvas profundas, custodiadas por los erguidos troncos
del quebracho, del Ybapoy. del aguaí, del y aty tá y del gua-
yaibí, endulzadas p or las fru ta s del arazá y del algarrobo,
del p acurí y del guaviyú, perfum adas por el ñ angapirí y ei
lau rel y vestidas de blanca seda por el sanrahú: selvas que
van orillando con su tú n ica rum orosa el P a ra n á y cubriendo
am orosam ente el hilo de agua del San José y los recuerdos
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G EN ' 13

lejanos de Tabacué para difum arse como una flocadura so­


bre la cu rva sinuosa y d ilatad a del estero del Riachuelo y
en el hondo silencio de Caabyguasíi. Toda esa gloria de la
más risu eñ a herm osura, enriquecida por la variedad de su
launa, p o r el espejo de sus lim pias lagunas, por el trin a r de
sus p ájaro s y por el plum aje encantador de las aves de sus
inconm ensurables esteros y cañadas, se d iría una. copia fi­
delísim a del bíblico Edén.
Y p a ra que so b reabundara el parecido, colocó m isterio­
sam ente la P rovidencia en ese E dén a u n a m u je r ; pero no
a la m u jer m adre de la caída, sino a la m ujer, m adre de la
divina gracia.
Eso es Ita tí, y ese es su tim bre de honor. Y p a ra esa su
g lotia, p a ra esa su R eina, p a ra esa M ujer de las m ujeres,
escuchan los soles ardientes el him no de las caravanas a r­
gentinas, y ven las noches las líneas de fuego de los cocuyos,
y contem pla sobre la superficie del gran río el fosforescente
plenilunio la tem blante colum na de sus llam as v el mágico
cabrilleo de la luz de las estrellas.
CAPITULO n

ORIGENES DEL PUEBLO DE ITA TI

Desde 1528 la m adre de la purísim a doncella de Naza-


ret cobijó con su nom bre diversos puntos de las rib eras en­
cantadoras que re flejan sus vírgenes bosques y sus erguidos
barrancos en los espumosos rem ansos y en la velocísima co­
rriente de la izquierda del P araná, entre el salto de Itu -
zaiiiiió y su confluencia con el río P araguay.
Provincia de S an ta A na se denominó toda esa re g ió n ;
S anta Alia, uno de sus puertos llamado a ser famosísimo
I ras el transcurso de por lo más un siglo; S anta A na la lla­
ma ría tam bién m ás ta rd e el m á rtir Roque González de San­
ia Cruz a u n a reducción guaraní, que fundó sobre u n p re­
cioso alb ard ó n de la nom brada laguna, incorporándola en
1(¡15 al pueblo de Itatí, conocido en sus orígenes por Las
Casas de Y aguarón o S an ta A na de Caboto.

* *

El veneciano S ebastián Gaboto, Cabot o Caboto, céle­


bre piloto de la m arina inglesa, había, con exploraciones al
iSrasil y a las A ntillas, abrillantado la corona real de E n ri­
que V il, como al final de sus días beneficiaría, con expedi­
ciones comerciales hacia la China, la del m onarca E d u a r­
do vr.
De carácter altivo, que rayó m ás de una vez en a tra b i­
l iario y cruel, se pasó a la m arina española, invitado por
16 LA V IB G E N BE IT A T I

Garios Y, que lo acogió con agrado, como que tenía en su


real ánimo aprovechar los recientes descubrim ientos de Ma­
gallanes y de EIca.no para rodear el mundo con el sol de su
imperio.
E x p ed id a la cédula real de 20 de setiem bre de 1525, y
trip u la d a s las tres naves oficiales S an ta M aría de la Con­
cepción, S anta M aría del E sp in ar y La T rinidad, hízose Ca­
boto a la vela en el p u erto de S anlúcar el .3 de abril de 1526.
Ni debía em barcar m ujeres ni detenerse en otro camino
que no se d irig iera directam ente por el estrecho de M aga­
llanes a las islas M olucas y a las fa n tasead as regiones de
Ofir, de T arsis y del C atayo oriental.
Pero, no era el famoso piloto hombre de fidelidad- muy
escrupulosa con las capitulaciones firm adas. A gregó a su
expedición la nave S an Gabriel, d'el arm ador sevillano Mi­
guel de Rifos. E n la isla de P alm a, por cuatro desertores,
alistó ocho personas. E n el puerto de los Patos, adem ás de
catorce personas, se le incorporaron tres náufragos de 1a.
in fo rtu n ad a expedición de S o lís: E nrique M ontes, M elchor
R am írez y Francisco F ernández. Y así, como engrosaba su
trip u lació n la agraviaba, y no tuvo rep aro en abandonar ca­
pitanes en las islas de la costa de la Cananea.
No era el lau rel de la gloria el m ás acariciado resumen
de sus am biciones: mucho de venalidad im pulsaba todas sus
em presas; ten ía más alm a de aventurero cartaginés que de
conquistador. Y no bien el centelleo de los m etales precio­
sos lo tentó con su llamado en las costas brasileñas, sus ojos
se ofuscaron, y no vió y a n i a Carlos V, ni el estrecho del
sur, n i las M olucas, y sólo atinó el rum bo p ara la rica tie­
r r a de los candires.
No m entían los indios, ni siquiera exageraban, como
quiere la m ayoría de los autores que al respecto se repiten,
cuando se hacíatn lenguas, ante aventureros navegantes o
■conquistadores, de las riquezas au ríferas de las sierras en­
cantadas, de los reinos opulentos del C andiré y del P a itití y
de las inm ensas riquezas y poderío incontrastable del Rey-
Blanco ; no m entían como fan taseab an después, m ás los con­
quistadores, que los indios, acerca de la m aravillosa ciudad
PROLEGOMENOS DEI. CULTO A LA VIRGEN 17

de los Césares, cuyas campanas hasta juraban aquellos ha­


ber oído tañer.
Todas esas brilladoras descripciones, .como cuentos de
hadas, seducían naturalmente las ambiciones dé aquellos ca­
racteres emprendedores y resueltos que, endurecidos por los
peligros y borrascas del océano, tras las penurias de homé­
ricas odiseas, saltaban a una tierra fantástica como sus sue­
ños y promisora como sus esperanzad.
Eln toda la costa del Atlántico relampagueaba la metá­
lica visión, especialmente en las cercanías del Paranaguá,
llamado ya antes de la conquista, por los aborígenes, Río de
la Plata, por ser el derrotero que conducía al emporio mi­
nero. La raza guaraní, eminentemente guerrera, como la eti­
mología de su. mismo nombre lo señala, y movediza «orno
los torrentes y el clima de sus inmensos dominios, ávida de
aventuras y buscadora de adornos resplandecientes, había
Jlevado más de una vez sus tumultuosas invasiones basta las
fronteras del codicioso imperio de los incas. Y allí queda­
ron los earios chiriguanaes. valentísimos e indómitos, mez­
clados con xarayes, chanaes, ehunchos y samacocis, llamados
más tarde chamacocos. El mayor número retrocedía a su»
regiones abandonadas, debatiéndose con las tribus enemigas
qne les salían al paso, o burlándolas con aquella proverbial,
velocidad del indio cario, que alcanzaba en su carrera al
más ligero ñandú de] desierto.
Con tener en cuenta estas invasiones y la Condición nó­
made de los guaraníes, chandules o carios, no es para extra­
ñar que la noticia dé regiones dibujadas por filones de pla­
ta y de oro corriera de boca en boca en todas las playas del
océano.
* *

Maravillado Sebastián Caboto de las narraciones de los


indios y convencido de su verdad por los objetos de oro y
plata, que le mostraban, como convencido estuvo de lo mis­
mo Hernando de Magallanes al presentarle un indio en la
boca del Paranaguá una taza de oro; sobreexcitada su ima­
ginación por los náufragos de la expedición de Solís, refu-
18 LA VIKCÍJSX DE IT A T I

giados en la isla de Y u rú M irí o S anta C atalina, que form ar


ro n p a rte de la p rim era y atre v id a exploración europea has­
ta las fro n te ras del P e rú al m ando de A lejo García, estable­
cido en la Cananea, quien, no satisfecho con el oro recogido,
volvió en su busca u n a segunda vez, p a ra su nial en esa su
sed de oro. porque, con haber expedido bastante del reco­
gido entre los chanaes a las costas del A tlántico, el 110 lo
aprovechó, dejando su vida y la de sus com pañeros entre las
flechas de los dominios de Guaeaní. en tie rra de los nibvaes;
m aravillado, convencido y exaltado en presencia de ta n ta
fascinadora grandeza, no pensó Caboto sino en atravesar el
cercano Eío de la P la t a : creía con esto cum plir su misión
con v en taja ab arro tan d o sus naves de oro.

* *

Con tan lisonjeras esperanzas, la dotación de los cuatro


barcos expedicionarios dejó el puerto de los Patos, penetró
en el inmenso estuario del P la ta ; dió a u n a isla el nom bre
de S an G abriel; reconoció las costas del río U ruguay hasta
u n afluente que llam ó San Salvador, construyendo on sus
orillas un fu erte, m ientras una p a rtid a exploradora llegó al
río Negro, siendo hostilizada p o r charrúas y yaroes; se in­
ternó de seguida en el P araná, atravesando el delicioso delta,
y en la desem bocadura del C arcarañá, así llam ado en me­
m oria de un cacique de los tim búes, atendiendo la buena
acogida de los indígenas y lo ameno del lu g ar poblado de
algarrobos, se detuvo la expedición, e hizo edificar Caboto
el famoso fu erte de Sane ti Spiritus.
No estaba en su ánimo poblar estas tierra s, que el fu e r­
te levantado sólo era u n a m edida previsora, como a rra n ­
que de sus descubrim ientos u lteriores, y refugio: para el
caso de eventualidades enojosas.
E l m aravilloso río lo obsesiona. E s el p arien te del m ar,
de los guaraníes, que despliega a sus ojos su inmensa sá­
bana azul, recam ada de millares de fértiles islas, orlada
por la sinuosa m agnificencia de las selvas llenas de los
rum ores de prom isión de u n a vida inexplotada y como so­
PROLEGOMENOS DEL CULTO A LA VIRGEN 19

ñando los sueños del porvenir entre el melodioso gorg'eo de


aves extrañas. Un río así y tan grande no podía menos
qne atravesar el continente. Y el ofuscado Caboto no se
creía sino eu la fimbria de esa grandeza fluvial.. Esa arteria
había de estar coronada de oro y diamantes. En el norte
resplandecían, y para el norte zarpó.
Dejando en guardia del fuerte a Gregorio Caro con.
treinta hombres, pasando de largo, o acaso avitnal] adundó­
se entre los generosos indios del río de las Palmas, hoy Ria­
chuelo, sorteando las Siete Corrientes, en cuyas orillas sé
alzaría sesenta años más tarde la heroica ciudad de Vera,
se encontraron de pronto sus naves y sus ciento treinta tri­
pulantes ante un misterioso bivio de aguas.
Eran los primeros días de marzo de 1528.
No le preocupó mucho esa bifurcación de las aguas. Y
cambiando de ruta, dejó el norte, y se internó !en la senda
del este, como más amplia y majestuosa;
Y si en ella ai o descubrió coronas de aro. señaló el
puerto en qué, al correr de algunos años, se alzaría, más
ainado que el oro y con más luces que el diamante, el trono
de una dulce madre, reina de las reinas.

>> *

No están contestes los historiadores en las circunstan­


cias que caracterizaron esta entrada de Caboto eoi el alto
Paraná. Apoyándose muchos en las declaraciones del gran
marino y de su compañero de expedición Luis Ramírez,
dan terminada la empresa a veinte leguas de la confluencia
de los ríós, descansando Caboto entre los asombrados na­
turales, que lo agasajaron fu su caserío, abastecieron sus
barcos con los frutos del país, tentando su séd; metálica
hasta eon sus orejeras de plata y oro, conviviendo españo­
les y ehandules como viejos amigos, en fácil comunicación
de sentimientos, merced al conocimiento rudimentario que
de la lengua guaraní poseían los náufragos de Solís v el
lenguaráz de' la expedición Francisco del Puerto.
Caboto puso a este puerto provindeneial por nombre
20 LA V IR G E N DE IT A T I

S a n ta Ana, nom bre tam bién providencial, como si quisiera


la anciana m adre de la V irgen m ecer la cana civilizadora
de estas tierras, en qne aparecería su gloriosa hija, esplen­
dente sol tras suave alborada. E ste caserío fué conocido en
la conquista p o r Casas de Yaguarón.
No estuvo esta población indígena del P a ra n á a veinte
leguas de la desem bocadura del río P arag u ay . Las leguas,
po r u n a parte, de que hacen m éritos los viejos navegantes
descubridores de tierras am ericanas no son de infalible exacti­
tu d , y p o r o tra p arte la v erd ad es que rio se conoció más
casas de Y ag u aró n ni m ás población y puerto de S anta Ana
en las orillas del P ara n á, desde los prim eros días de la con­
quista, en tre la confluencia de los expresados .ríos y las
restin g as de p ied ras d e Apipé, que los situados en la inm e­
diación occidental del Yaguarí].
Eli am able cacique Y aguarón, o Y aguarú, p ad re del lo­
bo o g ra n lobo, según quiere el publicista M anuel F. M an­
tilla que asevera no haber vocablo gu aran í con aquella te r ­
m inación, era el dueño y señor de todas las parcialidades
de ese inmenso dominio, d istrito de S an ta A na desde enton­
ces. Y m ien tras reconocía la región Caboto, p a rte de su t r i ­
pulación avanzó h asta Ttuzaingó, exploró la cercana laguna
Y berá a la que tam bién se llamó S anta Ana, tan sum ergida
desde entonces en confusas leyendas que fueron repitién­
dose casi h asta nu estros días,; y, prendados los im prudentes
aven tu rero s de las bellezas de la isla de Apipé, establecie­
ron u n caserío, que devastaron los indios, persiguiendo y
m atando después a algunos españoles huidos entre los m a­
torrales del río Traición, en la vecina, tie rra del Paraguay.
A p esar de su in g én ita cortesanía, el g ra n Lobo del Y a­
guarí, el Y ag u aró n de los conquistadores, no las tenía to ­
das consigo fre n te a las extorsiones del capitán general de
las naves de allende el m ar. M olestábale su incom prensi­
ble ham bre de m etal, su aira d a ansiedad por conseguirlo,
sus im p ertinentes averiguaciones y amenazas.
H erido en lo que ju zgaba sus legítim os derechos de en­
riquecerse, no se avenía el aventurero a que le ocultaran
las en trañ as au rífera s de la com arca. Las orejas indígenas
PR O L E G O M E N O S D E L ' C U LTO A LA V IK G E S 21

llevaban oro; de filones vecinos habían de haberse traído.


Y sus ojos codiciadores relam pagueaban siniestram ente en
su hosco sem blante de grisáseos cabellos y luenga barba.
Los ehandules evitaron p o r el momento un desenlace
sangriento sobre la prim era p ied ra de la fu tu ra población
<le la Virgen. La navegación no era practicable en el P a ra ­
ná sobre trein ta leguas del Y auuarí. El gran río no daba ac­
ceso al precioso metal. Sus vetas aparecían a setenta le­
guas. Paraguay arriba, entre otra parcialidad de chendu-
lesl Y esto lo aseguraban e insistían en asegurarlo, con disi­
mulada ira, los hospitalarios indios, hastiados con razón del
huéspedes tan importunos.
(■aboto levó el ancla el 28 de marzo, casi a un mes de su
llegada, v surcó las caudalosas aguas del Río Coronado, de
los guaraníes. Y como era su costum bre, despachó adelante
Iras una lu d ia feliz con 300 canoas agaces un b erg an tín ex­
plorador, i|iio. no tuvo felicidad alguna en su com etido; pues,
dejando nl.rás el Ypyté, río del centro, o Y pytá, río colora­
do, h o y Kermejo. y el Y tiá, según Ruíz Díaz de Guzman,
Araciiay. según los guaraníes, o Pilleo Mavu, según los
quichuas, hoy Pilcomayo, fué m alam en te' recibido por los
ehandules que supusieron venir tripulada, esa em barcación
por vengadores de la hecatom be de los com pañeros de A le­
jo (Jarcia. B rav a sé presentó la reyerta. Diez y ocho espa­
ñoles perecieron. J u a n F u stes y H éctor de A cuña huyeron,
llevaron la vida del salvaje, y después de la rg a y penosa
odisea en tre y ap in ies y gu atataes se incorporaron a Irala
en la Asunción. Y en viendo Caboto al b ergantín de re to r­
no y m altrecho, como se lo d etallaro n las no muy finas am a­
bilidades de la buscada región, puso en retirada, sus pen­
sam ientos de lo g rería en requerim iento de las bonanzas de
Sancti S piritus.
La sed de G arcía plasm aba la suya, y con ser acaso
más insaciable, menos podía satisfacerla, faltándole como le
faltaba 1a. fibra, av e n tu re ra del famoso portugués, asesina­
do como a cincuenta leguas al n o rte del cerro Lam baré, so­
bre las orillas del río. Su intrépido arro jo lo resum ió el his­
to riad o r paraguayo M anuel Dom ínguez con estas p alab ras:
22 LA VIR G EN DE IT A T I

“Así acabó en 1525 el descubridor del P ara g u ay y de C har­


cas, el prim ero que se in tern ó en la tie rra de los m b ay ae s; el
prim ero que llegó a los A ndes peruanos; el prim ero que pe­
n etró en los dominios del inca, term inando su carrera cuan­
do P izarro no em pezaba todavía la suya. Cruzó ü m itiv a
diez y siete años antes qne A lvar Núñez, visitó el P araguay
cuatro años antes que Caboto, exploró el Chaco trece años an­
tes que A yolas y entró eu Charcas trece años antes que P i­
z a rro ” .
* #

Quebradas sus energías, Caboto regresa al fuerte de


S ancti S piritus. Y al mismo p u erto fué tam bién llegando la
av eriada expedición del capitán Diego G arcía despachada,
con an terio rid ad a la del m arino inglés, por Carlos V para
reconocim iento del río de Solís. Poca no sería la extrañeza
de G arcía al d ar de cara con un intruso que le habia pre­
cedido en la gloria de los descubrim ientos de estas lejan a s
regiones. Y no m uy tranquilo estaría el ánimo de aquel, al
com prender el derecho al enojo y a las reclam aciones del
recién llegado, reprochándole, por o tra p arte, la conciencia,
-su tran sgresión a. las órdenes del m onarca.
No estalló la ira ni corrió sangre. Se entendieron como
buenos amigos, disim ulando el uno sus rencores y sus sus­
tos el otro. Y convinieron u n a nueva exploración del P a ­
raguay.
H iciéronse a la vela con ese destino las cuatro naves de
Caboto y las tres de G arcía. Pero, p ara d a r tiem po al tiem ­
po, según rezan los docum entos de la época, tom aron antes
p u erto en las casas de Y aguarón.
E n la hum ilde S an ta Ana, los m ansos m oradores se pre­
sentaron con sus p o rras y sus flechas convertidos en leones.
No era éste, p o r cierto, el ap a rato con que se recibió al ca­
p itán general en las prim eras horas de su an terio r visita al
P ara n á, Dice G regorio Caro, en una. inform ación por él le­
v an ta d a tra s los desgraciados acontecim ientos: “El dicho
capitán general p artió de la dicha casa de S ancti S p iritu s
con cuatro bergantines de esta aunada, e otras tres de la
PROX j EG O M BN O S del culto a la V U ÍG E N 23

arm ada del capitán Diego García, p a ra el dieho río del P a ­


raguay, e llegado a la boca de dicho río dejó de seguir su
camino p o r él, e siguió por el río de P ara n á, no siendo aquel
su derecho camino, por d ila ta r el tiem po. . . e ansí llegó a
Ja cacería de indios donde dicen el puerto de S anta A n a ...
e por el m al trata m ien to que el dicho capitán general h a ­
bía fecho a los indios del P ara n á, aquellos mismos ordena­
ron de m a ta r al dicho cap itán general y a todos los cristia­
n o s ... después de acaecido esto, el dicho capitán general
dió vuelta a la dicha casa de S ancti S p iritu s” .
E ra una am enaza, y al mismo tiem po, un aviso que Y a­
guarú, el "ran lobo de las costas altoparanaenses, le daba
noblem ente al g ra n tig re de las naves orientales, porque no
estaba tan to el peligro de p a rte de los disgustados chandu-
les como de todas las trib u s de am bas m árgenes del gran
río, bullentes de venganzas en m ás de doscientas leguas,
co n tra las fuerzas de S ancti Spiritus.
A presuró Caboto el retorno, guarneció el fuerte, y en
1530 se retiró al. construido en San Salvador, con intención
de seguir haciendo v aler su dominio en las tie rra s descu­
b ierta s; pero, desautorizados sus procederes por el rey, ene­
m istado con la trip u lació n de sus barcos y fren te al fa n ­
tasm a som brío de las selvas enemigas, requirió la penínsu­
la en 1532, donde fué castigado por sus arb itraried ad es,
yendo a poco, como hijo pródigo, a alistarse en las p a te rn a ­
les naves del comercio inglés.
Y al mismo tiem po su famoso fu erte S ancti S piritus
caía, desolado p o r el em puje de las tolderías paranenses, des­
tacándose sobre escombros hacinados y coágulos de san­
gre la tra g e d ia em ocionante de la fidelidad conyugal de
Sebastián H u rtad o y Lucía M iranda, trag e d ia que, como
una lección virtu o sa se encarnó en la fam a y despertó los
cantos de la lira, tragedia que va pasando hoy a la historia
como u n a sim ple le y e n d a ; pero, hay leyendas que deben re ­
cordarse, no como hechos irrecusables, sino como lecciones
de grandeza m oral, '
CAPITULO 111

LA IG L ESIA M ISIONERA Y ESPAÑA

Con ju stic ia se h a llam ado a E sp añ a la nación m isione­


ra. Es el títu lo de su grandeza h istó rica; es el m ejor blasón
de sus glorias. T odas las legítim as lib ertad es am ericanas
le can tan sus felices epopeyas como pregonan ]a flor y el
fru to la savia de las raíces del árbol generoso'. La verdad
y la m oral evangélicas, que lev an taro n al hom bre, como al
bíblico Lázaro, a la v id a ennoblecedora de la única civiliza­
ción p erfecta de la c ria tu ra racional, fueron el nervio de
la colonización de n u e stra m adre p atria , el c a rá c te r salva­
d or de sus em presas, el océano m aravilloso de luz que se­
pu lta en su seno las p ira te ría s de algunos desalm ados y el
n au frag io am oral de las concupiscencias de la época.
N inguna nación, así del pasado como del presente, pue­
de gloriarse de h ab er desarrollado en sus dominios una a c ­
ción colonizadora m ás hum ana, desde el punto de vista ofi­
cial. E l ánimo de los m onarcas católicos, los m ás excelsos
de E u ro p a en tiem pos de la conquista, estaba im pregnado
en las intenciones m ás hondas de p ro p ag an d a evangélica;
sus providencias m ás claram ente m arcadas tendían a la ex­
altación de los principios cristianos, y así sus disposiciones
d irectas como to d a la legislación de Indias son un tesoro
de sabiduría previsora y de un profundo respeto a la dig­
n id ad hum ana de los hijos del desierto.
. Se h an querido cohonestar los defectos de la época y
las irreg u larid ad es, algunas veces brutales, de ciertos con-
26 LA V IR G E N DE IT A T I

quietadores, con d ar por sentado habem os venido de u ltra ­


m ar el desecho social, la grosería altanera de los campa­
m entos, el alm a venal del comercio, la quijotería tra sh u ­
m ante del valentón y h asta el rezago feroz de los calabozos,
cuando la h isto ria proclam a que la cuna de nuestra civiliza­
ción puede ufanarse de haber sido columpiada por familias
de nobilísimo abolengo, por capitanes ilustres en los cam­
pos de b atalla, por corazones generosos de av en tajad as v ir­
tudes, p or varones prodigiosos, grandes obispos y h asta
santos y m ártires, como en ninguna otra civilización se enu­
m eran.
E rro res indiscutidos que colocaron a E spaña entre las
naciones que menos aprovecharon de los frutos de su tr a ­
bajo, disposiciones im previsoras que estancaron las rct-ivi-
dades del progreso, exacciones y abusos del servicio perso­
nal de los indios, hechos de sangre que enlutaron a las veces
injustam ente la tie rra am ericana; todo eso lo hubo: sombras
que obscurecen todas las grandes co n q u istas; pero, sobre
esas som bras, como en nin g u n a o tra civilización, resplande­
ce el oro, la p erla, el diam ante, el espléndido y cristiano
sol de la española,
* *

Dios, en sus designios providenciales, determ inó que


ilum inara al m undo la m ás gloriosa de las civilizaciones his­
tóricas por medio de los misioneros.
La Iglesia fué enviada, la Iglesia fué m isionera desde
sus prim eros días, y seguirá siéndolo hasta ol ocaso de los
siglos. Y con la cruz en la mano y la influencia avasallado­
ra de las v irtu d es de la V irgen M adre condujo triu n falm en ­
te la hum anidad al santuario de los principios inquebranta­
bles de la civilización.
Pudo el Im perio Romano doblegar la. tierra y atarla, a
las- águilas de sus legiones. No consiguió hum illar el p o d er
de los m isioneros con los tres siglos de su persecución des­
enfrenada. La g ran p alab ra de los pescadores de Galilea y
la flam ígera espada de las epístolas de San Pablo, misio­
nero entre los misioneros, había lanzado el divino reto a.
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 27

las abyecciones del paganismo.,. Y sobre m ares de sangre y


tum bas de m ártires enarboló su cruz el misionero en la
cum bre del Capitolio, y vació de dioses el Panteón de Agripa.
A rrum bado Jú p ite r, se postró el Im perio a los pies de J e ­
sucristo, divino modelo de la h u m a n id a d ; vilipendiada Ve­
nus, las almas se regocijaron asombradas ante el alta r in­
m aculado de M aría, la c ria tu ra más excelsa entre las sali­
das de las m anos om nipotentes, «reación en can tad o ra de
Dios p ara las esperanzas del hombre.
F u é el p rim er arco triu n fa l de la única civilización dig-
n iñ ead o ra de n u estra raza, erigido por la cruz del misio­
nero.
Cuando el Im perio Romano, cuarteado por la acción disol­
vente de las indisciplinas morales, se desplomó con todo e)
deslum brante acopio intelectual y literario en el caos de la
barbarie que domeñó los pueblos latinos, apagando las luces
e incinerando las artes, construyó un segundo arco de triu n ­
fo la cruz del misionero para que pasara bajo el dosel de sus
claustros, basílicas, escuelas y universidades la gloriosa uni­
dad de las naciones europeas, alum bradas en sus orígenes, co­
mo por m anantiales de civilización, por Remigio en las Ga­
lias. por Leandro en España, por P atricio en Irla n d a ; en Es­
cocia por Colombo, en la Gran B retaña por A gustín, en Ale­
m ania por B onifacio; por ¡Willibrordo en los Países Bajos y
en Holanda, por Anscario en D inam arca y Suecia, en M ora­
vi a y Bohemia por Cirilo y por Adalberto en H ungría. Y
m ientras el resplandor del Oriente se diluye en la fatalista y
fanática penum bra del despotismo musulmán, los pueblos m i'
sioneros de Europa, abrazan el escudo de sus hidalguías de
cruzados, organizan los talleres del trabajo, sobrepujan espi­
ritualizándolos los viejos moldes de la ciencia, de las letras y
de las artes, ensayan los códigos de 1a. libertad, detienen Ja. ci­
vilización aparentem ente brillante y en realidad desastrosa
d¡ I islamismo, y circunvalan el mundo con sus gigantescas
empresas, con sus asombrosos descubrimientos y con sus con­
quistas homéricas. Y como alma de toda esa grandiosa acción
civilizadora van delante los misioneros con la cruz de Cristo
28 I,A V IR G E N DE IT A T I

y con la imagen de M aría, como fueron en el .siglo X IV a de­


tener el inm inente peligro, que asustaba a todas las potencias
occidentales con las famosas embajadas de los hijos de San
Francisco ante los grandes canes de los mogoles; como fue­
ron dominicos y franciscanos a ¡a India en la aurora de las
epopeyas de Vasco de (ram a; como fué en 1542 el apóstol de
las indias, de] Japón y de las Molueas, el incomparable F ra n ­
cisco Javier, que, tras diez años de asombroso apostolado, se
apagó como una inmensa llam arada de amor ante el imperio
chino en la isla de Sanchón, a cuya vista los barcos de Ingla­
terra rompen en salvas saludando al gran héroe de la civi­
lización; como fueron agustinos, dominicos y jesuítas a F ili­
pinas p ara trocar esas islas en la nación más cristiana acaso
del mundo en la única católica del A sia; como fueron y si­
guen yendo a la Indochina, entre los brutales indígenas de
Oceanía y del A frica, cuyas cadenas, vergüenza de la civili­
zación contemporánea, quiebra el cardenal Lavigerie con sus
conferencias en Europa.
L a Iglesia católica, enviada por Dios a predicar la bue­
na nueva a toda criatura, la Iglesia misionera, abrazando el
ecuador de la tie rra y sellando con las sienes y los pies sus
polos, ilum inada por los destellos de la cruz y am parada con
Ja vestidura blanca y azul de la. inm aculada h a ido cum plien­
do y seguirá cumpliendo su misión hasta el ocaso del mundo,
a pesar de los césares que destrozan tiaras y arrojan las fie­
ras sobre las m uchedumbres cristianas; a pesar del fanatismo
holandés que destruye salvajemente el millón de católicos dei
Indostán, destacándose sobre la espantosa m ortandad Ja mal­
vada fig u ra del sultán T ippu Sahib que atorm enta con to r­
mentos de m uerte a cien mil cristianos; a pesar de la gran
persecución de Taicosama que llegar a superar en detalles de
abominable crueldad a todas Jas conocidas; a pesar de las atro ­
cidades de Tu Duc que, a mediados del pasado siglo, desata el
incendio sobre los barrios católicos, asesinando más de cua­
tro mil en la región anam ita llam ada desde entonces la igle­
sia de los m ártires; a pesar del execrable fu ro r de los boxers
PR O L E 0O M EN O S DEL OÜLTO A ItA V IR G E N 28

en 1900 y del hipócrita y sanguinario despotismo de Calles


cu el hermoso dominio de los antiguos aztecas. A pesar de
lodo ese alud de sangre, y no obstante el espantoso infierno
«Id comunismo ateo y la satánica hipocresía del to talitaris­
mo racial de nuestros dias sigue la Iglesia siendo misionera,
porque es la enviada de Cristo, como Cristo fué el enviado
del Padre. Y no calla su palabra y 110 escatima su sangre, pa­
labra de apóstol y sangre de m ártir, que son la divina semilla
de la única verdadera civilización del hombre.
Paraje de “Las casas de Y agitarán” en que se
construyó un oratorio de piedra a la Virgen
CAPITULO IV

LA VIRG EN EN LA CIVILIZACION
DE AMERICA

A ri-uHada' por dos inmensos océanos, aparece América


<•011 los brazos abiertos de polo a polo, y la Iglesia misionera
romo cu ninguna otra región de 1 a. tie rra recibe el abrazo, y
rn ningún otro rincón de América sellan la cruz y la Virgen
<Id misionero a un mismo tiempo el ósculo prodigioso de su
amor romo en las riberas correntinas del P araná.
Cavó sobre América una lluvia torrencial de luces pro­
d i g i o s a s . qne alum braron más que su sol y perfum aron sus
oí ilíones cristianos más que los vientos sus comarcas floridas.
Fueron varones de corazón gigantesco y de influencia ava­
salladora. entre los que figuran fra y M artín Boyl que bautizó
v n r iü s millones de indígenas con sus compañeros, llamados
los d-ore apóstoles de Méjico, presidiendo como Vicario apos-
lólico en 1524 el prim er sínodo del nuevo continente; fray
■ l u á n de Zum árraga, prim er obispo de Méjico, que introdujo
rn (-1 nnevo mundo la prim era im prenta por la que editó ei
prim er libro americano en 1536; fra y Bartolom é de las C a ­
s a s (pie a pesar de sus desconcertantes exageraciones con­
mueve la. tradición como padre y abogado de los indígenas, y
a d i v a s tesoneras gestiones se debe el impulso inicial de lo que
lim en de hum anitarias las Leyes de In d ias; San Luis Bel-
I r á n , el heroico dominico apóstol de los indios de Colombia;
santo Toribio de Mogrovejo, el sabio y abnegado arzobispo
de him a; san Pedro Cla ver, el insigne bienhechor de la raza
32 LA V IR G E N DE* IT A T I

negra que, como apóstol de Cartagena de Indias, bautizó más de


trescientos mil africanos uncidos al yugo por la sed de
oro de la p irate ría de la época; san Francisco Solano que asom­
bró con las arm onías de su celo seráfico las ciudades, campos,
selvas y m ontañas de casi toda la Am érica m eridional; José de
Anchieta, cuyas heroicas virtudes reconoció la Iglesia en 1736,
habiéndole conquistado sus maravillosos trabajos en el B ra­
sil desde 1553 hasta 1597 la adm iración del m u n d o ; y mil
otros que reclam an bibliotecas y no las breves páginas de un
libro.
Pero, lo que en la evangelización de América llam a hon­
dam ente la atención es la apoteosis estupenda de la Virgen,
pudiendo decirse que si E u ro p a fué el cruzado de Cristo,
Am érica desde su alborada fué el imperio de M aría.
Al eco de la Salve se alzó de su sueño de siglos, sacudió
la m odorra de sus sanguinarias tradiciones supersticiosas,
deshizo la ru tin a ria melancolía de sus llorosos yaravíes y de sus
a,reitos fúnebres, aprendió a sonreír ante el himno de las na­
ves del oriente, y encantada empezó a edificar santuarios a su
hermosa e inm aculada Reina que le llegaba con la m irada
llena de m isericordia y con las manos resplandecientes de
prodigios. No lejos de la pintoresca T unja de Colombia, el
gran santuario de N uestra Señora del Rosario de Chiquin-
q uirá atrae ante el milagroso lienzo, que hallara como un des­
echo la piadosa M aría Romos esposa de P edro de Santana,
no sólo la veneración de la antigua Nueva G ranada sino de
las comarcas circunvecinas en demanda de favores de la a r­
tística p in tu ra de la M adre y Reina del mundo de Colón. F a ­
mosa es por sus milagros en la república ecuatoriana N uestra
Señora de G uadalupe del Cisne, antigua reducción francis­
cana, tan hum ilde en sus orígenes que el oidor de la real au­
diencia de san Francisco de Quito, Diego de Zorrilla, ordenó
su traslado a san J u a n de C huquiribam ba; pero, la Virgen,
no adm itió el tra sla d o ; terribles tem pestades asolaban la nue­
va m orada hasta la devolución de la imagen a su vieja re ­
ducción, desde donde ejerce su continuo ministerio de amor
a p a rtir del año 1607. E n la misma república, Qiiito m uestra
los incontables exvotos ante su celebrada V irgen de Montse­
PR O L E G O M E N O S D E L C U LTO A LA V IR G E N 33

rra t, y Z arum a su imagen de N uestra Señora de la Consola­


ción, cuyos portentos, si no estuvieran plenam ente documen­
tados, p asarían como leyendas fantásticas de las regiones mi­
neras, de que es especialmente protectora. Méjico posee en
V.ón la imagen de N uestra Señora de la Luz, de la que se
ha escrito que no bastarían mil volúmenes p a ra re la tar todos
sus beneficios; atesora además las dos imágenes que veneró
H ernán Cortés, N uestra Señora de Méjico y N uestra Señora
de los Remedios a la que llam aban los españoles “ Conquista­
dora del nuevo m undo” , y antes que todas, aquella gloriosísi­
ma joya, que lia dado su advocación a muchos célebres san­
tuarios de Am érica y al de nuestra nación en S anta F e : aque­
lla angélica p in tu ra de Guadalupe en la tilm a del indio J u a n
I Metro, que pasmó al sabio obispo Zum árraga y a la hermosa
capital de los aztecas p ara postrarlos de rodillas sobre el ce­
rro de Tepeyac moldeando desde 1531 el alma esforzáda de
esa Méjico, a la que cabe la gloria de contar con el protomár-
lir del m undo americano, que no fué un misionero de u ltra ­
mar ni un cristiano ele largos y robustos años de v irtu d sino
un valentísimo indiecito de 12 años hijo del cacique A tli-
liin'tzH, niño admirable, de nombre Cristóbal Acxotécalt, doc­
trinado por religiosos franciscanos y m artirizado bárbaram en­
te on 1527 por su propio, padre, m ientras el pequeñuelo, que­
brados sus brazos y piernas y arrojado al fuego, le suplicaba
con lágrimas en los ojos que abrazara la religión de los misio­
neros. P erú posee la celebérrim a imagen de N uestra Señora
de (¡nadalupe del Valle de Pacasmayo, la que, entre otros es-
1111 mmirlos milagros, obró el de la resurrección del indio F e r­
nando T usa; y la ciudad del Rimac, la más opulenta de las
cu pilóles am ericanas por sus tradiciones memorables, abriga
cu su seno la portentosa imagen, tra íd a de E spaña por el con­
quistador P izarro, de N uestra Señora del Rosario, a cuyas
l >I:in I;is tejió la inim itable red de sus virtudes santa Rosa de
I lima, pafm na de la independencia argentina. Bolivia, rica
cnliv his más ricas naciones por sus recursos naturales, es
•niii más rica p o r la preciosa imagen de piedra con rostro de
ni:iy:¡iey de la Virgen de 1? C andelaria de Copacabana, obra
11cI arlista indio Y npanqui, qne la presenta a la adm iración
34 LA V IR G E N DE IT A T I

de su pueblo el 2 de febrero de .1538, dilatándose de tal m a­


nera su culto desde el legendario Titicaca que fué a llenar
actas capitulares del cabildo de Buenos Aires en 1667 y 1681;
ab rig a además Bolivia en L a P az la m ilagrosa imagen de la
Virgen de los Desamparados, que derram ó copiosa sangre, al
h erirla con su puñal sacrilego el famoso castellano M illán de
V aldés y López de Aponte, por lo que es conocida la imagen
con el nombre de la V irgen de la Puñalada. Chile, la estelada
señora del m ar del ¡Sur, a m ayor honra que su señorío tiene
el señorío de su reina, la misteriosa V irgen de Arauco. fa b ri­
cada según .la leyenda con su hemiciclo maravilloso por las
aguas del Pacífico, y la soberana protección de la gran Rei­
n a de la andina cordillera, N uestra Señora del Rosario de
Andacollo, cuyo culto aparece en el corazón chileno más triu n ­
fad o r que el ampo de la nieve en las cumbres de sus montes.
Paraguay, la tierra clásica de las expediciones atrevidas, po­
ne sus mayores entusiasmos populares en grandiosas m ani­
festaciones de amor a su V irgeneita de los Milagros de Caa-
cujpc, escoltada.por sus cerros floridos, acariciada por el m u r­
mullo de frescos arroyuelos sobre lechos de p iedra y cal­
zada por las plácidas olas del lago conjurado por Bolaños,
el bullicioso y encantador Ypacarai. Y más que en nin­
guna otra nación, on la nuestra de tal m anera derram ó ly
M adre de Dio* los m anantiales de su corazón ternísimo, y
de tal modo sus hijos hemos buscado ceñir con riquísim as co­
ronas las sienes de sus imágenes portentosas que a la R epú­
blica A rgentina le corresponde con tan ta justicia, como a la
vieja m onarquía de San Luis, el título glorioso de Reino de
M aría. Las provincias de las m ontañas y de los viñedos la
han coronado; la coronaron las provincias de los dulces caña­
verales, de las sierras saludables' y de los trigales opulentos,
la coronó la g ran provincia del sur, y como p ara que no fal­
ta ra un mojón de ese reino en lo fro n tera del norte, ante las
selvas paraguayas, presenta la provincia de las azules lagu­
nas y de los blancos azahares la imagen coronada de la P u ra
y Lim pia Concepción del agraciado pueblo de Ita tí, del pue­
blo de las prom inencias de piedra, que hasta 1867 alzaba su
altísimo barranco del este, compacto, uniform e y perpendi-
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A LA VIR G EN 35

m iar, sobre las aguas del gran río, como un agudo índice, co­
mo un nevado centinela de la tradición, ofuscador a ios ra ­
yos del sol e inmensa visión de plata a los claros de la luna.

* *

La cvangelizaeión de los dominios del. poderoso cacique


Yaguarón, de sus casas de Y aguarí, y posteriorm ente la del
paraje de Ttatí en sus prim eros años, es gloria de la orden
franciscana. Y desde 1614 hasta 1615 corresponde el aposto­
lado a un criollo de la Compañía de Jesús, Roque González
de Santa Cruz.
E l eximio apóstol del Río de la P lata, cuya acción abar­
ró él Guayrá, el P araguay y varias provincias argentinas,
Ira v Luis de Bolaños. y el glorioso m ártir del Caro, cuya ac-
lividad llenó de asombro las selvas del Chaco, del P araguay,
<ii' I P araná y de ambas orillas del U ruguay desde el te rri-
Ioimo de Misiones hasta la ciudad de. Buenos Aires, Hoque
González de S anta Cruz, fueron los dos misioneros de in-
liiioneia más eficaz en la propagación del Evangelio.
A Roque González de S anta Cruz llámalo y a el altar cris-
i i.ino bienaventurado. Es de esperar la beatificación de Ro­
í a n o s . Y s u s imágenes venerandas, en la basílica de Itatí, se-
i"in las dos columnas m aestras del trono de la M adre y Rei-
11ii de Corrientes.
CAPITULO Y

FRANCISCANOS Y JE SU IT A S

L a orden franciscana y la Compañía de Jesús que es­


tam paron su huella brilladora, especialmente la prim era, en
el histórico distrito de S anta Ana, fueron la p iedra angular
de la civilización de las masas populares genuinam ente ame­
ricanas del Río de la P lata. Y si no abandonaron por com­
pleto los demás institutos religiosos a los naturales de la tie­
rra, atendiendo tam bién según sus alcances reducciones de
indios, su acción directa y su intenso apostolado los concen­
trab an en las poblaciones fundadas por la conquista del bra­
zo secular. E n los templos de las ciudades los buscadores de
oro, los ayentiireros inquietos y desaprensivos, los encomen­
deros 110 pocas veces de alm a dura, los mineros con menos cui­
dado del indígena explotado que de la explotada veta, los de
solar de viso y los de bastón de mando no siempre ajenos a
his logrerías y al escándalo, escuchaban la voz de los domini-
cos, mercedarios, agustinos, jerónimos, recoletos, y clérigos,
;i liis veces airada ante el abuso del servicio personal de los
indios y de las costumbres desastradas, con toda la entereza
del B antista frente a las concupiscencias de Herodes. B ajo la
bóveda de las selvas imponentes, en las llanuras inmensas
el m ar, sobre las quebradas y las sierras abruptas, ju n ­
i m h i i o

io ¡i las medrosas orillas de los ríos caudalosos, entre el ju n ­


en I y los trem edales de las lagunas fantaseadas por la leyenda,
on medio del aullido de las guazabaras, el trueno de los sal­
tus y el him plar de los jaguares resonaban como u n llamado
38 LA VIRGEN DE ITATI

del amor con todas las dulzuras del E vangelio las voces dé
los franciscanos y jesuítas, padres gloriosísim os <íe la raza
am ericana que, a no haber tropezado contra la piedra sombría
d-e la in ju sticia destructora, se ostentaría en Jos tiem pos de',
la independencia, tan próspera, ú til y eficaz como en lo s ’.si-’
glos de la colonia.
Como que fueron esas dos grandes voces, organizadoras
de reducciones fam osas en nuestros fastos históricos, im pulso
inieial del culto a la P u ra y L im pia Concepción de N uestra
Señora de Ita tí, y en corriendo como «orren ■hasta ahora, es­
pecialm ente contra la acción de ios m ision eros' jesuítas, las
viejas calum nias m il veces pulverizadas y no obstante siem ­
pre repetidas, más que por la ignorancia, por la anim osidad
atrabiliaria del esp íritu .'de las sectas, jiisto y \co u v en ien te . es :
recordar de corrido, 110. lo que la leyenda y la fantasía, sino
lo que. la historia guarda en sus archivos,

* *

L a acción franciscana en Iá civilización del Río de la PJa-


, ta es. todo un poema de gloriosas hazañas que, no la plum a del
historiador reclam an, sin o 'la lira del poeta.
U na de las cláusulas de la capitulación del prim er A de­
lantado del B io de la P lata, el desventurado Pedro de Men
doza, obligábalo a establecer fin las tierras conquistadas la
■orden de San Francisco. Con. é l vinieron, y asistieron a, la
fundación dé B uenos Aires, en 2 de fébrero .d e 1536, oeho
franciscanos. TJuo de ellos acompañó 14 expedición de Ja a n
de A yolas, despachado por Mendoza en exploración de las sie­
rras de plata, a fin es del mismo año. Y m ientras A yolas com ­
batía con los agaces era m artirizado por los naturales el celo­
so franciscano, cuya m uerte cantó pocos años después el ar­
cediano Barco de C entenera en su desmazalado, poema “ La
A rg en tin a ” . Van otros religiosos de .S a n F rancisco y dos
clérigos con el capitán Ju an de Salazar de Espinoza, asis­
tiendo a la fundación de N u estra Señora S an ta M aría de la
A sunción, probablem ente el lo de agosto de 1537, decim os
probablem ente, pues el acta de fundación desapareció con e l
v P R Ó k E Í J Q l S O lN O g D K I. C T n .T « ) A . IiA . V tU G É N £9

archivo del escribano Pedro H ernández en el incendio de


1543, cuyas Mamas abrasaron;®! suelo en más de un metro de
profu ndid ad; incendio espantoso que, destruyendo las tr e s
cuartas partes de la ciudad, se consideró como un castigo del
cielo por la Anda licenciosa de la colonia. Con la expedición
del veedor real, Alonso de Cabrera, arriban en 1538 a la
A sunción cinco religiosos franciscanos, entre ellos los fam o­
sos A lonso Lebrón y B ernardo de; A m ien ta, que fu n d a la
custodia paraguayoplaténse en ese mismo, año, m ientras el
clérigo H artón González levanta la prim era ‘ iglesia y. escuela
rural en los fé r tilfs valles de Tapuá. E n 3565 se fu n d a 1«; •
custodia del Tucnm án. E n .1572 se embarcaban para estas
tierras, con el A delantado J u an Ortiz de. ZéraJ#, veinte y dos
franciscanos,, siendo los más notables -el genovés Tibaldo, ei
candoroso le g o :fray Andrés, tan amado en la colonia por ,<fis
v irtnd.es,y por su poder contra el acridio de las sem enteras,
A fon so.d e ¡a Torre,, el prodigioso A lonso d e-S a n B uenaven­
tura y el incom parable aposte] L uis de Bolaños, que llenó la
cuenca de] P lata con cincuenta y seis años d e m aravillosa la ­
bor. E n 1575 se unen las custodias tucum ana y paraguayo-
plateñse, bajo la dirección de F rancisco Zamora; con el título
de San Jorge de Tucumán. E n 1581, ó 1588, según algunos
autores,, fra y Alonso de San B uenaventura trae vem te y cin­
co religiosos que los distribuye en la evangelización del P a ­
raguay y del Guayrá, y a Uro más tardé, en 1594, otros, vein ­
te, en tre los qué llegaba el sobrino de san Ignacio, fra y Mar­
tín Ignacio de Loyoía, Cfue fu é obispo del P araguay. En 1590,
sin. m ás tesoro que: su violín, su breviario y su eruz, descien­
de desde Lim a por la ruta del Desaguadero hasta la provin­
cia del Tucum án esa llam arada del E vangelio que se llam ó
F rancisco Solano, ilum inando las setecientas leguas de su via­
je, y encendiendo en Santiapro d e l E stero e l celo de su s her­
manos en religión. D esde 1597, d eja casi por com pleto de pro­
veer con religiosos a la custodia ríoplatense la provincia fran ­
ciscana de A n d alu cía; se separan la s custodias de S a n Jorge
de Tueumán de la qne es custodio fra y Ju an de E scobar (1 )
y la de N uestra Señora de la A sunción del P aragu ay, que go­
bierna fray L uis de Holaños. E n 1612, presidido por el ge-
40 LA V IR G E N DE IT A T I

neral de la orden, fra y J u a n de H ierro, se celebró capítulo


en Roma, a los 12 días del mes de julio, y se dispuso, con
la unión de las dos custodias, la creación de la provincia
franciscana de N uestra Señora de la Asunción del Paraguay,
siendo proclamado provincial J u a n de Escobar y definido­
res por Tucumán B altasar N avarro y Miguel de San Ju an ,
por el P araguay Francisco de la Cruz y Luis de Bolaños, en­
cargado además éste, de la dirección de to d a ja acción misio­
na] del Río de la P lata.

* * ,

Si la colonización española no hubiera traído más apor­


te de civilización a estas tierras de Am érica austral que la
orden franciscana, bastaría para que las naciones, que reco­
gieron la herencia, conservasen su recuerdo como el hijo bien
nacido el de una m adre benemérita.
Con misioneros de tal valía, muchos de ellos de heroicas
virtudes, teólogos, filósofos y hombres de ciencia no pocos,
varones de prodigiosa actividad organizadora algunos, disci­
plinados y sujetos a la vida de la obediencia y de la abnega­
ción todos, sin más propósito que el de d ifu n d ir el reinado
de Cristo y el culto de la Concepción Inm aculada d-e M aría,
dogma de que fué siempre paladín esforzado la orden de san
Francisco, debían forzosamente arraigarse en el corazón del
indígena los sentimientos cristianos y evitarse, en gran p ar­
te, el mal ejemplo de los colonizadores europeos, que habían
dejado allende el m ar, cuando no sus prácticas religiosas, con
sobrada frecuencia las ataduras de la moral.
Desde el M ar del Norte a la cordillera, desde las fro n ­
teras del P erú a los despoblados del sur, derramóse la pala­
b ra de esos misioneros, más como u n a semilla arro jad a en
el surco abierto por sus veloces correrías apostólicas que co­
mo u na consigna de asentarse en poblaciones definitivas. San
Francisco Solano fué la nota característica de esa propagan­
da misionera. Establecieron, por cierto, esos fervorosos misio­
neros, y en especial el'hacedor de pueblos, Bolaños, reduccio­
nes que son hoy ciudades populosas; pero el mismo Bolaños
PR O L E G O M E N O S DEL CUfcTO A LA V IR G E N 41

fué una llam arada movediza en los desiertos, antes que un


organizador sedentario del hogar.
A orillas de los grandes ríos y en. el corazón de las co­
m arcas pai-aguayo-platenses desgarró la gleba inculta el ara­
do de esa ardorosa sem bradora de luz. Y cuando ese incen­
dio parecía apagarse al ir al Perú, a Chile y a Buenos Aires
las grandes voces p a ra exhalar el últim o acento, algunas de
sus reducciones las regentaron los clérigos del P araguay, y
se alzó a modo de inmenso sol la Compañía de Jesús, im preg­
n ada en el celo así ardoroso como prudentísim o de Loyola. in­
ternándose en los surcos trazados y en las m oradas descono­
cidas p ara asom brar a la historia hum ana con la organización
de una república cristiana no superada en los siglos del m un­
do, salvación de la libertad de los indios, refugio contra los
guazabaras y el servicio personal, ennoblecimiento d e l’espíritu
de una raza dorm ida en las concupiscencias de la materia,
elevación m aravillosa hasta los dominios de las armonías del a r­
te, despertar repentino de la superstición y de la ignorancia
h asta el trono resplandeciente de las verdades de Dios. Todo eso
fué esa república encantadora, organizada por la dulzura de la
palabra, sin ruidos de cañones ni tajos de bayonetas; esas re­
ducciones de la persuación, conocidas por el adjetivo de p a ­
raguayas con haber estado la mayoría en nuestro suelo a r­
gentino; reducciones de oración y trabajo, de alegrías y v irtu ­
des; salvaguardias de la misma conquista que las odiaba;
oasis providenciales de la estirpe am ericana, a cuyo alrede­
dor sólo contem plaban los hijos de la tie rra las sombras de
la n o ch e: de los vicios y de las guerras que los diezmaban,
de las encomiendas con sus argollas cl-e esclavitud, y de las
minas con sus resplandores de oro sobre los hombros de las
m uchedumbres cansadas bajo el látigo de un trabajo p ara
ellas im productivo y abrum ador.
E l m undo fué siem pre mundo. Y cuando se alza algún
redentor de m ultitudes, uo falta jam ás un Calvario. L a an­
tip a tía en un principio y la calum nia después fabricaron la
cruz. E ra n esas reducciones un desafío a los propósitos logre­
ros, condesación de todo género dé abusos contra la libertad
y hogar amable y salvador de la vida de los indígenas. E ra
42 LA V IR G E N DE IT A T I

una obra por demás h u m an itaria: no podía dejarla subsistir


el espíritu del mal.
E n 3568, por und orden de Felipe. I í y disposición de­
san Francisco de B orja, van los prim eros jesuítas al Perú,
bajo el provincialato de Jerónim o Portillo, ocho años ante!-,
de que naciera en la Asunción el gran m ártir, apóstol cíe Itatí,
Roque González de Santa Cruz, y dos años antes de que fríe
ran m artirizados en aguas canarias por piratas hugonotes, los
beatos Ignacio de Acevfdo y sus trein ta y nueve compañeros
jesuítas, que venían a las misiones americanas. Respondien­
do al pedido que hiciera en 1580 el prim er obispo de Tucu-
mán. el dominico fray Francisco de Vitoria., llegan del P erú
a Santiago del Estero, el 26 de noviembre de 1580, los Padres
Francisco Angulo, Alonso B arzana y el hermano lego Ju an
Villegas, y en agosto de 1587, del Brasil, Ju a n Salomi, Tomás
F ilds y Manuel Ortega, a los que, por saber guaraní, se los
lleva el obispo fra y Alonso Guerra al. Paraguay, donde lle­
garon el 11 de agosto ele 1588. estableciéndose la casa de la
Asunción en. 1594 ; permaneció Salomi en. la Asunción, yendo
F ild s y Ortega a, evangelizar el Guayrá, en que se fundó la
casa de V illa Rica en 1592, m ientras, a instancias de Alonso
de V era y Aragón, qne en 1585 fu n d a ra Concepción del B e r ­
mejo, recorrían el Chaco en gira evangélica Angulo, Barzana
y el hermano Villegas. De .1590 a 1593, por falta de religio­
sos y por orden de sus superiores, entrega Bolaños cjuincc
reducciones a los jesuítas, que aum entando prodigiosam ente
sus obras, fundaron, en 9 de febrero de 1604, la provincia
del P araguay, independiente ele la del Perú, y con la de Chi­
le por filial, llegando el prim er provincial, Diego de Torres,
a la Asunción en 1607, y estableciéndose a poco ta rd a r casas
en Santiago del Estero, Córdoba, Buenos Aires, Salta, Men­
doza, Tucumán, S anta Fe, y en .1631 en. Corrientes. Y en
el año 1609, 25 de diciembre alborea con la fundación del
prim er establecimiento de iuelios reducidos por los jesuítas
San Ignacio Guazú, la estupenda y tan calum niada m aravi­
lla de las reducciones, esfuerzo titánico de éxitos halagado­
res y desconcertantes, utopía desorbitada a. todas luces, si ahí
PROLEGOM ENOS D E I, C t'T.TO A LA V IR G E N 43

no estuviera la historia para confirm ar su brillante realiza­


ción, como un milagro de la Providencia, que vinculó coa
atad u ras admirables el corazón voltario del indígena a los
trabajos de unos pobres misioneros sin más recurso que la
palabra ni más arma que la ovación.

¡t¡ • *

Contemplemos ligeram ente ese cuadro, único y sin igual


en los siglos. Y con ello no nos apartarem os del motivo de
■este libro, porque la P u ra y Lim pia Concepción de N uestra
Señora de Ita tí fué la Reina de las misiones que alum braban,
a su amparo, las selvas y esculpían eu el espejo de los gran ­
des ríos la estela de sus conquistas; porque ella fué la inspi­
radora desde su trono, punto obligado de tránsito para las
correrías evangélicas de los misioneros, qne llegaban a sus
plantas a cobrar aliento y a pedirle luz; porque ella fué la
blanca visión, de influencia encantadora para las costumbres
de los hijos de la tierra, de fortaleza p ara los que iban a su
alrededor sembrando de pueblos los horizontes, de socorro p a­
r a 1a. hora am arga y de prodigios y "de tern u ras siempre. To­
da. la acción misionera ha pasado bajo la m irada de m iseri­
cordia d e 'e s a Madre, y queda su perfum e como un recuerdo
de gloria y de tristeza en las gradas de su trono.
Si, como bien se dijo, no hay en la historia americana
cosa más aborrecible ni más contra el derecho natural y divi­
no, contra las leyes eclesiásticas y civiles, que el sistema di3
encomienda con servicio personal, debe añadirse que nada
estuvo más dentro de esos derechos que las reducciones je ­
suíticas; pues, a más de no adm itir tal sistema, sujetaron toda
su organización social a la obediencia a su rey y sus gober­
nadores y en asuntos eclesiásticos a los obispos, cumpliéndo­
se (¡omo en ninguna otra, organización de la colonia el “ dad
al César Jo que es del César v a Dios lo que es de D ios” .
Los gobernadores y obispos las visitaban, y las ap lau d ía n ;
pagaban el tributo de sus trabajos y de su sangre, y eran la
providencia de la colonia, como el historiador A ndrés Lamas
lo consigna en el siguiente resum en: “ Encontram os a las
LA VIRGEN DE ITATI

milicias guaraníes encaminándose a Castillos p a ra hacer re­


em barcar a los franceses que habían desembarcado en aquella
ensenada; al puerto de Montevideo p a ra expulsar a los por­
tugueses, que allí principiaban a establecerse; a la Colonia
del Sacram ento, cuyas fortificaciones salpicaron con su san­
gre; a V illa Rica p a ra castigar a los portugueses que la sa­
quearon ; a la Asunción y a otros puntos, p ara restablecer o
m antener el pendón real. Vemos a los guaraníes trabajando
en los edificios públicos de la Asunción, de Corrientes y de
S anta P e ; levantando los m uros de la fortaleza principal de
Buenos Aires y los fortines del Riachuelo y de L u ja n ; ro­
deando de m urallas y de fuertes el recinto de' la ciudad de
Montevideo, en cuya fundación fueron ta n ú tiles; y concu­
rriendo a la edificación de templos en. las principales ciuda­
des del litoral, y en algunas del interior, como C órdoba” . Y
pudo añ ad ir que todo esto sin paga, y sin más alimento que
el que les llegaba de sus reducciones. •
E n sus cómodas poblaciones de viviendas con soportales
cerrando en su centro u n a gran plaza a que caían hermosísi ■
mos templos, la casa de los Padres, el colegio, los talleres, los
graneros públicos y el cementerio, se deslizaba la fácil y o r­
denada vida de los guaraníes en las prácticas religiosas, la
instrucción escolar, el aprendizaje de oficios, el culto de las
artes y en especial de la escultura y de la música, el trab ajo
en común en previsión de las necesidades generales de la po­
blación, porque la despreocupación del hijo de la selva era
tal que nunca su propiedad p articu lar llegaba a darle la sub­
sistencia necesaria; y así era su índole que, en apareciendo
la escasez, sacudían el suave yugo de la com unidad p ara hun­
dirse en el miserable m ariscar de las profundidades del bos­
que. lo que no es p ara extrañado como que no obran m ejor
las masas populares de los pueblos civilizados, cuando el ham ­
bre golpea sus hogares.
PROLEGOMENOS DÉL CULTO A LA VIR G EN 45

Todo el gobierno de las reducciones que procuraban en


lo posible los P adres desarrollarlo en lo civil por medio de
los mismos indios, es cosa de adm irar que no fuera al más
ruidoso de los fracasos, no teniendo a la cabeza sino la vigi­
lancia de los P adres y un herm ano coadjutor. Esto no lo
explica sino la san ta vida de los misioneros con su hora de
oración m ental todas las m añanas, la celebración diaria de
la misa, adm inistración tesonera de los sacramentos, rezo
de las horas canónicas, examen de conciencia, lecturas espiri­
tuales y lecturas útiles en el refectorio, recogimiento y silen­
cio fu era dé los breves momentos de la quiete, ejercicios anua­
les de ocho días, confesión bisemanal, ninguna visita sino a
los enfermos, vida de clausura, de penitencia y de pobreza.
Y era tal esta pobreza que los mismos enemigos tenían que
reconocerla, y tal el d esinterés'que el Iltm o. Sr. Obispo de
Buenos Aires, Pedro F ajardo, después de tran scu rrid a su gira
pastoral por las reducciones, consigna que “ no había visto
desinterés semejantes al de los padres jesuítas:; pues, nada
absolutam ente sacan de los indios, ni p ara su m anutención
ni p ara su vestido. ” Y este era uno de los motivos p rincipa­
les de amor de los guaraníes a los jesuítas, pues en las re­
ducciones trab ajab an para sí y entre los españoles trabajaban
p ara otros, no siendo las doctrinas propiedad de la Compañía
sino de los indios.
* *

E l siglo X V III, el siglo nefasto de la más enorme deca­


li oncia moral de la historia, el hijo práctico y legítimo de las
consecuencias ideológicas de la Reforma, el siglo x-otario por
excelencia bai'nizado por el mariposeo de la ciencia insustan­
cial del enciclopedismo, el siglo de las burlas ateas con ojos
ile carne y corazón de tierra, no consintió la presencia de la
Compañía de Jesús, de esa disciplinada legión de la Iglesia,
y calumnió sa vida por todas partes, y en particu lar la vida
de sus reducciones. Que los -jesuítas tenían minas de oro de-
IVndidas cruelm ente con poderosa artillería, porque así lo de­
cía el desventurado indio V entura, a quien el gobernador J a ­
c in t o Láriz, lleno de vergüenza por su credulidad, por poco
46 LA VIR G EN DE ITA TI

no Jo ahorca, a no ocurrir la intervención de los je s u íta s..:',


que los misioneros de las doctrinas obsequiaban con zurrones
,de oro a su provincial, porque así decía haberlo visto un clé­
rigo de S anta Fe, y resultaron zorrones de arenilla negra pa­
ra secar t i n t a . q u e los jesuítas eran escandalosos, y herejes,
y cismáticos, y enemigos ele la m onarquía española y que se
habían alzado con un .rey de 80.000 indios armados, porque
así lo publicaban mordaces libelos a raíz de. los rencores de
un gobernador obispo, sin tener en cuenta las solemnes con­
denaciones que cayeron sobre éste y las luminosas defensas
de los obispos franciscanos Gabriel de Guillestegni y José de
P a l o s ; .. .. que los misioneros jesuítas se alzaron contra e!
tratado, por cierto inicuo, del 13 de enero de 1750¡, oponién­
dose con las armas a la entrega- de las siete reducciones dei
U ruguay, porque así lo divulgaban los panfletistas portugue­
ses, cuando los apesadumbrados jesuítas se expusieron a la
m uerte en manos de sus propios conversos al hacerles querer
cum plir lo que deploraban, y lo que deplorará siempre la his­
toria. compadecida de esos pobres indios empecinados en no
abandonar el hogar de sus afectos y de sus sudores, de esos
'pobres indios caídos e 11 núm ero de 1511 el 10 de febrero do
1756 en la gloriosa acción de Caybaté, sin más caudal que. la
vergüenza ni más trofeo que algunos cañones de ta c u a r a ...
que se prohibía a los guaraníes el idioma castellano p ara que
no se com unicaran con los españoles, cuando la historia docu­
m enta el esfuerzo de los jesuítas porque aprendieran el idio­
ma de Cervantes, que era en las reducciones más conocido
que en las encomiendas de la Asunción y de C orrientes: cu an ­
tió los sobrestantes de las fam as ganaderas y los instructores
de las milicias eran españoles: p ru rito ridículo, si no fuera
malevolente, de inculpar al sacerdocio en todos los extremos
con espíritu de torpe contradicción ; pues m ientras s? censu­
ra la escasez de letras entre los: guaraníes, allá en Méjico, por
el año 1541, Jerónim o López se quejaba contra la lglesia
“ porque el clero había instruido, con demasiado esmero a los
indígenas hasta el grado de hacer de ellos excelentes escrito­
res y latinistas expertos” ; . . . que evitaban los doctrineros de
las reducciones toda convivencia con los extranjeros, para los
Arroyo Yaguarí, que dió nombre a la primitiva población, hoy Tabacué
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A LA V IR G E N 47

que predicaban g u erra y degüello; y esto se dice, cuando las


misiones eran visitadas de continuo por obispos y gobernado­
res, cuando eran la salvación de la colonia; cuando por dis­
posiciones reales p ara salvaguardia del orden y las buenas
costumbres de los pueblos guaraníes no debían form ar hogar
los extranjeros en ellos, m edida previsora cuya transgresión,
a las veces irremediable, ponía las poblaciones en funestos pe­
ligros, porque “ el mulato, dice Cardiel, el negro, el mestizo,
el mentecato, el portugués andariego, vagabundo, carnal, lu ­
jurioso que, huyendo de la justicia por sus delitos, se refugió
a estos pueblos, en lu g ar de enmendarse, su empleo fué lle­
var las indias al infierno e irse él con ellas, llenando de es­
cándalos pasivos y activos a esta miserable gente, destruyen­
do él con sus depravadas costumbres en u n día todo lo que
el misionero hizo en un año con su predicación y ejem plo” ;
y esto se dice cuando los buscados a m uerte y a degüello fu e ­
ron siempre los pobres indios de las misiones jesuíticas, cla­
mando, como la inocente sangre de Abel, sobre las dos g ra n ­
des cataratas de n uestra Am érica del Sur, aquella página
doliente escrita por la abominación de los paulistas en contu­
bernio con los tupíes, página doliente m arginada por la es­
pantosa odisea a los cafetales de la avaricia, que arrancó al
glorioso Simón Masseta estas lín e a s: “ Los tristes espectáculos
que habemos hallado en el camino de muchos pobres viejos,
enfermos, ciegos, mancos y tu llid o s. pereciendo sin remedio,
que quedaban en los desiertos por no poder seguir las ban­
deras, no se pueden escribir sin vaciar las niñas de los ojos
envueltas en lágrim as de sangre; muchos hallamos luchando
c.on la m uerte; con cinco niños dimos en el monte dando las
últimas boqueadas; hallamos 'os caminos poblados de cadá­
veres; a unos indios que, a instancia nuestra, del todo rendi­
dos sacaron de las argollas, sm poder rem ediar m aldad tan
horrenda, les pegaron fu e g o ; y si algunos huían de las lla­
mas, los pérfidos tupíes los volvían a . arro ja r a e lla s ... ’’
. . .que los Padres m andaron m atar a un alcalde de Corrien­
tes, y así lo afirm a en una de sus obras M antilla, ese malé­
volo recogedor de todos los chismes sectarios, porque así es
taba escrito en la carta de un indio misionero, carta que leída
48 LA V IR G E N DE IT A T I

por el regidor de la ciudad de San J u a n de Vera, Sebastián


Cásajús, hermano del alcalde asesinado, le hizo volver por
la fam a de los jesuítas desenmnscarando la calumnia. Pero,
esto 110 lo recoge M antilla, uniéndose con los que, revisando
los papeles de los indios, con valerse de la ignorancia del gua­
ran í entre paraguayos y eorrentinos, hacían cantar a esos p a­
peles todo lo qne se le antojaba a su música rencorosa. R efi­
riéndose a esa ignorancia del guaraní do ley, Card ¡el trae eí
siguiente graciosísimo cortejo: la oración: Ea, pues, cum­
plid los mandam ientos de la ley de Dios, porque si 110 los
cumplís, os condenaréis al in fiern o ” , en la lengua guaraní
se trad u ce: “ Eneique pemboaie Tupañande quailá, pnnboaie
ey ramo, nía, añaretame iguaipiramo peiconiburune’’: los <1*1
P arag u ay y Corrientes traducen: “ Neipe eumplíque los man­
damientos de la ley de Dios, porque pecum plíei ramo, peñe
condenane a los infiernos” , como si se vertiera al latín : “ Eia
ergo, cm nplite los mandamientos de la leí de Dios, porque
si non CMmpliveritis, vos c-ondemvavéritis a los infiernos” ;
...q u e estas y mil otras calum nias.arrojadas al rostro de la
insigne Compañía de Jesús, basadas en las diatribas del ex­
pulso Ibáñez de E chavarri, en el. informe apócrifo de Anglés
y C ortari, despreciado por los jueces del caso, que repite Aza­
ra. sabio en sus disciplinas, pero en lo demás vanaglorioso y
amigo adulador de los aplausos de su época más que nuestro
Sarm iento, no escatimando injusticias ni reparando errores;
en las artificiosas inculpaciones de Gómez F re iré ; en los enve­
nenados inform es del fracmasón V aldelirios; en las im postu­
ras de A ldunate y B a rú a ; en las invenciones del artesano Gas­
p ar Sciopio, del m aldiciente Francisco lioa]es y del rencoroso
J u a n E spino; que estas y mil otras calumnias con cimientos
de tan descaecido hormigón hayan valido de datos atendibles
a muchos de nuestros historiadores es un atentado contra la
historia, a la que se debe el homenaje de expiación que, gra­
cias a Dios, están hilvanando los sinceros estudiosos del pasado.
PROLEGOM ENOS DEL C U LTO A LA V IR G E N 49

lín eminente misionero, u n apóstol de las florecientes re­


ducciones del M arañón, sabio, literato de prim era fila y ora-
<l>u- de altísimos vuelos, el venerable jesuíta Antonio Vi eirá,
preso j llevado a Lisboa, señaló la causa de todas estas per-
■'■'•liciones en su sermón de E pifanía, pronunciado ante la
fon estas valentísim as palabras: “ ...A h o r a se sigue
■n contraposición adm irable y estupenda, ver las causas por
<iuc los ci’istianos persiguen, aborrecen y echan de sí a estos
misinos hombres. ¿P erseguir los cristianos a quienes defien-
'li'ii los gentiles? ¿A borrecer los de la propia sangre a quienes
■»mi¿111 los extraños? ¿E ch ar de sí los que tienen uso de razón
.i quienes reconocen, abrazan y quieren consigo los bárbaros?
1 1:osa es increíble, si no estuviera ta n experim entada y ta n
vista! Y supuesto que es así, ¿cuál puede ser la causa? Con
■■i- tan notables los efectos, es más notable aún la causa. To-
'l.i l;t causa de perseguirnos aquellos malos cristianos es por-
<11 #<- hacemos con los gentiles lo que Cristo hizo por los Ma-
Toda la providencia divina p a ra con los Magos consistió
>-ii 'los acciones. L a prim era en traerlos a los pies de Cristo
/">r un camino; la segunda en librarlos de las manos de He­
ñidos p or otro. ¿No fu era gran sin razón, no fuera grande in-
in:.l¡cia, no fu era grande impiedad, tra e r los Magos a Cristo
' después entregarlos a H e ro d e s? ... Pues, estas son las cul-
i'.'is «le aquellos predicadores de Cristo, y esta es la única
'■¡msa. porque se ven y los veis ta n perseguidos. Quieren que
Im itam os los gentiles a la fe y los entreguemos a la codicia;
*i" ¡i■ron que traigam os las ovejas al rebaño y las entregue-
n i" ; al cuchillo; quieren (pie traigam os los magos a Cristo y
I" . entreguemos a H erodes; y porque resistimos a esta in-
in'.Hi'ia somos los injustos, y porque contradecimos esta im­
i •ii‘dad somos los impíos. Acabe de entender P ortugal que
"" puede haber cristiandad ni cristiandades en las conquis-
l.i:.. sin qne tengan los m inistros del Evangelio abiertos y li-
l ' i e s t o s dos caminos qne hoy les mostró C risto: un camino
para, atra er los gentiles a la fe y otro p a ra librarlos de la ti-
i. miia, un camino p a ra salvar las almas y otro p a ra librar-
!"■■ cuerpos” .
Va. pudo V ieira pronunciar su monum ental discurso; ya
50 LA V IR G E N DE IT A T I

pudo, en 1755, cliancear.se Benedicto X IV de las acusaciones


contra los jesuítas; más pudo la chism ografía senil del si­
glo X V III, el odio de Pombal, la- hipocresía del conde de
Choiseul y las liviandades de madama de Pom padour, los
escrúpulos de mi malvado y de una libertina en unióti con
el licencioso Luis X V en contra de los obispos franceses, que
defendían a los jesuítas. Cayó el telón tenebroso de la calum ­
nia sobre el escenario de la verdad. Carlos II I, triste am al­
gama de luces y sombras, casquivano según Menéndez y Pe-
layo. influenciado por la masonería internacional, firm ó el
27 de febrero de .1767 la Real P ragm ática Sanción.
Callan, como la resonancia inmensa de u n a gloriosa a r ­
monía tragada, d? pronto por el abismo, las dos mil doscien­
tas voces de la civilización indígena, desde el actual Napegue
salesiano hasta las altiplanicies de Chiquitos y desde el istmo
de Panam á hasta los islotes de Chiloé. E l campo vastísimo
queda libre. P enetró en él la nueva civilización. E l desierto
recobra su salvaje señorío. La raza indígena desaparece azo­
tad a por la tem pestad. T ornan los envenenados bandeirantex
de Raposo Tabares. L a espantable fig u ra de Chagas bulle en­
tre la sangre, el incendio y el derrum be. Sobre el dilatado
cementerio, como sonoridad de las ruinas, crispa los nervios
el p en tag ram a quejum broso del u lu ta n te u ru ta ú . Y ante la
afligente desolación, como u n treno de Jerem ías, se escucha,
entre el llanto de los indios de L a Cruz, eL. lamento del reli­
gioso centenario fray P e d ro : ' ‘ ¡ Dios m ío ! ¿ H asta dónde ha
subido la perversidad hum ana, que yo tenga que ver hoy día
vuestro augusto templo incendiado, las reliquias de vuestros
santos profanadas, los campos de vuestros servidores asolados,
sus asilos en llamas, y ellos mismos expirando bajo el sable ase­
sino ? Dios mío, ¡ perdonad a estos hom bres!, perdonadlos.
Señor. ¡ pues no saben lo qué h a c e n !
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A LA VIRGEN 51

Bu todos tos siglos se engañó siempre la iniquidad a sí


misma. A la voz de Pío V II, la gran calumniada, verdadera
ave fénix de los tiempos modernos, renace en 31 de julio de
1814. Los ancianos jesuítas, refugiados en P rusia y en el im-
¡lorio moscovita, abandonan su asilo, p ara entonar el tedéum
«•n la presencia de 'M aría Luisa de Borbón, nieta de Carlos
I IT. América vuelve a ab rir sus puertas a la Compañía de
-lesús, que se extiende en sus naciones desde la estrella polar
hasta la cruz del sur. Buenos Aires recibe a los viejos lucha­
dores en 1836, y acaba de recibirlos la Asunción del P ara­
guay a ios ciento sesenta años después de su extrañam iento.
Volvió a Am érica la Compañía de Jesús, ('arlos I I I no
lia vuelto.

(1) En carta de 1615 del procurador de Santa Fe y Buenos


A i r e s en España, capitán Juan de A guínaga, al gobernador del K íg

iii- Ui P lata, con m otivo de franquicias para el com ercio y de la su s­


pensión del N * 49 de las ordenanzas de Alfaro, en uno de los te s ti­
monios consta que fray Juan de Escobar, de 51 años de edad, era
■■ni m ices provincial de los conventos del Paraguay y Tucumán; como
pnivinoial tam bién lleg ó trece años an tes (1602) a Buenos Aires,
.m i varios padres; con ellos atendió, por falta de clérigos, las pa-
rmqiiias de la ciudad, o mejor, de la m iserable aldea de pocas y ma-
l.is casas y con la iglesia mayor caída. Con el trabajo y venta de.
imti'oh descam isados, pudo en 1615 decir de Buenos A ires fray Juan
■i" i'tacobar: ‘‘Y el día de hoy es ésta una de las buenas ciudades, y
i.' mejor de estas ■provincias y de T ucum án”. En esta fecha poseía
■i ■(invento de San Francisco h asta 16 frailes; el de Santo Domingo
ii.imI;» S; y florecían adem ás, las casas de los m ercedarios y de los
iiílas y m uchas y muy buenas cofradías. (Correspondencia de la
■inilml de Buenos A ires con los reyes de España. B iblioteca del Con-
Argentino, pág. 38 y 39).
CAPITULO VI

EN LA LLAMADA PRO VIN CIA DE


SANTA ANA

Volvamos nosotros al Y aguarí, a S anta A na de Caboto,


a la cuna ele la P u ra y L im pia Concepción de Ita tí, después
de conocer a sus evangelizadores.
La población indígena del puerto S anta Ana, arrebu-
;jada como a ocho leguas fluviales del actual Paso ele la P a ­
tria , en las fro n d as exuberantes de una leve y no m uy dila­
tada altu ra, convertíase frecuentem ente, por las crecientes
del Paraná, en una hermosa isla, a modo de u n a inm ensa es­
m eralda sobre nido de flores con engarce resplandeciente de
plata.
Fam osa desde el p rim er día de la conquista por su si­
tuación topográfica y mucho más por la índole hospitalaria
de su cacique Y aguarón, fué como u n a voz de llam ada y u n
p u n to de cita p a ra el guerrero que req u ería vituallas y p ara
el misionero en reclamo de un centro de m ira p ara tender la
red de sus conquistas espirituales.
L a m u ltitu d innum erable de rústicas alquerías esparcí­
elas en las ensenadas y barrancos paranaenses de la provin­
cia de S anta Ana, bajo la dependencia más o menos efectiva
del gran amigo de los españoles, era u n recurso providen­
cial de la nueva civilización, que 110 hicieron de lado ni la
espada sedienta de oro ni la cruz re d en to ra de almas.
Antes, como después del descubrim iento, constituía esa
región privilegiada un oasis a guisa de paréntesis de desean-
54 LA V IR G E N DE IT A T I

so p a ra la caravana buscadora de aventuras entre las playas


del A tlántico argentino y las opulentas sierras qne am ura­
llaban los dominios del Rey Blanco. E ra como una caja de
resonancia de casi todo el movimiento de la América del sur
que, dado el carácter inquieto de las dos épocas, venía a estam­
p a r en ella el eco de su vida vagabunda.
Si no conoció el bondadoso cacique del Y aguarí al p ri­
m er explorador europeo, al venal d epredador de las estriba­
ciones de las sierras arg en tíferas, al tem erario y envilecido
Alejo G arcía, conoció a sus com pañeros de hazañas, a los
náufragos de la desastrosa expedición de Solís, al experto pi­
loto' veneciano Caboto, asom brándolo con la riqueza de sus
chacras y con sus obsequios de p la ta y oro, y en 1537 al des­
ven tu rad o Ayolas, como al valiente grupo de expediciona­
rios de Mendoza, que reconocieron la laguna Yberá, más afor­
tu n ados p or cierto que los que, allá en la recién fundada
Buenos Aires, se desesperaban de ham bre con aquella de­
sesperación que arran có a M artín del B arco C entenera estas
octavas reales, espeluznantes por el dolor que entrañan y
por elasqueante canibalism o que las hace h asta odiosas:
“Un hecho horrendo, digo lastim oso,
aquí sucede: estaban dos herm anos;
de hambre el uno muere, y el rabioso,
que vivo está, le saca los livianos,
y bofes y asadura, y muy gozoso
los cuece en una olla por sus manos,
y cóm elos; y el cuerpo se comiera,
si 1.a m uerte del m uerto se encubriera.

Comienzan a morir todos rabiando,


los rostros y los ojos consum idos;
. a los niños que m ueren sollozando
las m adres les responden con gemidos.
E l pueblo sin ventura lam entando
a D ios envía sus suspiros doloridos;
gritan viejos y m ozos, damas bellas
perturban con clam ores las estrella s” .

Que las estrellas se p ertu rb ara n , por ser de bellas da­


m as los clamores, dejém oslo a cargo y conciencia del poe­
ta extrem eño; quien en v erd ad estaría p ertu rb ad o y hecho
I ’K O J.EG O M EN O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 55

como nunca lo que-es, u n basilisco, sería el lucero de la m a ­


ñana de la creación, la m ald ita serpiente de las supersti­
ciones, al v er cómo se había posesionado de sus dominios
dei Y ag u arí la ancfana esposa de Joaquín, la m adre de la
Madre de Dios, y cómo se insinuaba por Io mismo la pronta
llegada, de aquella m ujer, su irreconciliable enemiga, que
le q u eb raría la cabeza con sus p lan tas virginales.
A lgún m ayor odio, que el ya existente de costum bre
entre indígenas pai/anenses y chaqueños, despertaría sin d u ­
da en éstos co n tra aquéllos la poderosa ayuda de Y aguarón
a Ja conquista española. Y si los agaces, que eran los más
belicosos guerreros del río P ara g u ay , según referencias de
( 'abóte, Luis Ramírez y Santa Cruz, de cuerpos y miembros
gigantescos, al decir de Alvar Xúñez. m artirizaron al prim er
franciscano sobré las b arran cas de la A ngostura, ya podía
suponerse el señor de Santa. A na las angustias que recoge­
ría su h ered ad ; pero la divina P rovidencia lo deparaba pa­
ra m ayores beneficios en fav o r de la civilización cristiana de
estas tie rra s y, a falta h a sta el presente cte docum entos his­
tóricos com probatorios, queda la certidum bre m oral, como
un corolario de la crítica histórica, de que ese benem érito
hijo de n u estras selvas m urió como cristiano, con ten er sa­
bidas sus nobles atenciones y su roce con guerreros creven-
les y con apóstoles ardorosos del Evangelio.

# *

No se hizo esperar la hora de luz.


T res veces arro jad os por los vientos del Río de la Plata
los bergantines del veedor Alonso de C abrera, enviado en
socorro del desventurado M endoza, echaron anclas en el
puerto de San Francisco, antes de don Rodrigo, no lejos de
la isla de S an ta C atalina, entre el cabo de S an ta M aría y la
('imanea. Venían con Cabrera cinco religiosos franciscanos,
■nire ellos el vehemente B ernardo de Armenta, el P . Alonso
l-cbrón y J u a n de Sa-lazar, que poco tiem po después fué mar-
lim ad o , causando su m artirio, según Lozano, la m uerte ins-
i.iutánea de los indios que com ieron su cuerpo.
56 LA V IR G E N DE IT A T I

A m ienta se encontró con tres cristianos que, de tiempo


a trá s vivían con los indios, y conocían sus costumbres y su
lengua. De ellos se valió p a ra ap ren d er el guaraní, y en un
principio como de intérpretes en su apostolado.
Con fecha 1'’ de mayo de 1538 escribió al oidor del reai
consejo de Indias, Ju an Berna! Díaz de Lugo, con el. propó­
sito de que in terpusiera su valimiento ante el Consejo y
el m onarca p a ra que los provinciales le enviaran por lo me­
nos una docena de frailes q u e ... “sean como a p ó s to le s ...
Con estos indios se ha de hacer m uy m ejor que con otros
de o tras p a rte s ; pues, ellos con toda voluntad se su je ta n al
yugo de n u estra san ta fe católica, por lo cual son dignos
de mayores liberalidades que otros; pues sin más conquistado­
res que cinco religiosos se nos dan todos, y no nos podemos va­
ler de las gentes que a nosotros vienen; y confío en nuestro
Señor que, cuando ésta llegue allá, tendrem os m ás de ochen­
ta leguas convertidas a n u estra san ta fe ” .
L legan los m isioneros franciscanos con C abrera a la
A sunción en ese mismo año, y en ese mismo uño A rm enia
recorre y evangeliza los fértiles valles de T a p u á ; ve llegar
la en tristecid a expedición de Domingo M artínez de Ira la con
la. noticia de la m uerte de Ayolas, que no h abría concluido
ta n m alam ente a esperarlo con alguna m ás paciencia el in­
quieto vizcaíno en el puerto de la C andelaria, construido
p o r el m alogrado conquistador el 2 de febrero de 1537; asis­
te a la elección popular de Irala, como teniente de goberna­
dor, en junio de 1539, seg ú n providencia del em perador C ar­
los V, de fecha 12 de octubre de 1537, tra íd a por C abrera.
Y en ese mismo año de 1539, A rm enta y Lebrón a rro jab an
la primera, sem illa de la luz cristiana, en la hum ilde S anta
A na, en las casas de Y aguarón, y sin detenerse cruzaban las
Siete C orrientes, catequizaban a los pacíficos m oradores del
Río de las Palm as, hoy Riachuelo, ta n recordado m ás tard e
p o r el p ad re R ivadeneira, y siem pre como una exhalación,
iban corriendo esos sem bradores de la verdad, según Gue­
v ara, to d a la costa del Río de la P lata,
Y sin descansar en el gran estuario, en tanto que el co­
m isionado de Irala, Diego de A bren, y el prin cip al prom o­
PR O LEG O M EN O S. D E L C U LTO A LA V IR G E N 57

to r de la idea, Alonso de C abrera, p re p ara b an la evacuación


de la ciu d ad del adelantado M endoza, reuniendo los m ora­
dores de Buenos Aires y Luján- p ara trasladarlos a la A sun­
ción ju n to con el arsenal, que era el m ejor de la conquista,
y con el valiosísimo cargam ento de m ercadería llevado ahí
casualm ente, aunque no casualm ente detenido, por el navio
S an ta M aría del genovés León P ancaldo que, rum bo al Perú,
p ensaba negociar dagas artísticas, ricas cham arras, m edias
de seda, calzas de terciopelo, preciosas telas, cortinas de raso,
alm ohadones de g ra n ate con prim orosas labores, todo un
su rtid o de lu jo que tro c a ría en breve a la ciudad asunceña
en u n pequeño M ad rid ; A rm en ta y Lebrón, sin más tesoro
que un a lta r p o rtátil, unos breviarios y sus deshilados saya­
les, im portándoles nada todas aquellas curiosas bujerías,
que de alm as era p or lo que ardían, descendieron a tierra , y
tra b a ja ro n la evangelización de to d a la p lay a m arítim a del
ITruü'uay hasta Santa C atalina, dond" en marzo de 1541. los
encontró el segundo adelantado A lv ar N úñez Cabeza de Y a­
ca, llevándolos consigo en su gloriosísim a trav esía por tie­
rra (1) del A tlántico a la Asunción, en la que se lo recibió
el 11 de marzo de 1542.
Con m otivo de esta m aravillosa y feliz odisea, tuvo nue­
vam ente Y ag u aró n la visita de ilustres conquistadores, aun­
que no todos de costum bres ejem plares ni dignos de su no­
bleza h o sp italaria. Tom ada posesión del inm enso territo rio
descubierto, al que A lvar N úñez puso el nom bre de provin­
c ia de V era, en m em oria de su p ad re don P edro, conquista­
d o r de las C anarias, despachó el adelantado, desde tre in ta
leguas más abajo de las cataratas d-el Yguazú, a algunos en­
fermos e impedidos en canoas y balsas comandadas por el ca­
p itán Ñuflo de Chaves. Acompañábalo tam bién el capitán
F elipe de Cáceres.
¡Pobres indios del P araná, si no les hubieran llegado sino
esas luces a señalarles las sendas de la v irtu d ! D esgranados
en incalculables grupos de poblaciones agricultoras en la
fé rtil región de Santa. Ana. mepenes, chandules, cario?
y caracaraes, fueron en un principio los indígenas más
flexibles a la civilización europea. Y con haberse entregado
58 LA V IR G E N DE IT A T I

a la sola acción franciscana el cultivo civil de esas trib u s,


no hubiera caído sobre esa región el desbande y la soledad,
tra s el odio y el alzam iento empecinado. ¿Qué nueva y me­
jo r m oral que la pro p ia podían ateso rar las parcialidades
de Y aguarón de esos e x tra n jero s que se les arrim ab an con
todas las disenciones del egoísmo, con todas las vergüenzas
de la sed de oro, con todo el descaro de sos ro tas costum bres
y con la n inguna disim ulación de sus crueldades? Un Chaves,
de grandes em presas, conquistador de Chiquitos, fu n d ad o r
de S an ta Cruz de la S ierra, pero ególatra em pedernido, di­
lacerad o r de la u n id ad de la conquista, engañador de obis­
pos y de gobernadores incautos y ta n de m alas en trañ as con
los naturales de la tie rra que, por justo castigo de Dios, ca­
yó sin gloria a los golpes de un hijo del Ita tí del norte. Un
Cáceres, ca rác te r tu rbulento, incansable alborotador, incon­
tenible tenorio, ju g a d o r desenfrenado a quien no a taja b an
ni obispos ni gobernadores, ni adelantados, ni el recinto sa­
grado de los tem plos ni el san tu ario del hogar, yendo a mo­
rir, como consecuencia lógica, en la ignom inia! Un Rui« Díaz
de M elgarejo, fu n d ad o r de la C iudad Real, y de V illa R ica
del E sp íritu Santo, de atrocidades bizantinas, de infam ias
•domésticas, d«.> crímenes sacrilegos, asesino d? más de tres
mil indios por p ru rito d e.san g re , que así pagó en su m uer­
te las hazañas de su v id a! Y p o r últim o, p a ra no re c a rg a r
la lista de los recuerdos dolorosos, un Domingo M artínez de
Traía, a quien la h isto ria p o r sus éxitos extrao rd in ario s con­
cede muchos perdones: vizcaíno de enormes recursos en la
flexibilidad de su ingenio: pero de finísima y aviesa política,
de aquella que no p a ra en el escrúpulo de los m edios; que
halaga, a los indígenas con sus am abilidades y les a rro ja al.
cuello la coyunda b ru ta l de las encom iendas; que levanta
iglesias y catedrales, ciudades, pueblos y reducciones y des­
a ta con su ejem plo la deshonestidad del hogar por los cam­
pos abiertos ch los instintos sensuales y funestos; que se y er­
gue como un p a tria rc a en medio de las m uchedum bres indias
regocijadas, que se enorgullecen, no en llam arse hijos de
Dios, sino cuñados de los conquistadores, con 110 ser de he­
cho más que el diezmo infeliz de las expediciones y sus m u­
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A LA VIR G EN 59

jeres el arado de las hazas y las b a ra tija s de las concupis­


cencias de sus am os; que fu n d a dos escue’as. frecuentadas
por más de dos mil niños, y como pedagogía civilizadora,
se captaba la v oluntad de los n atu ra les con el m estizaje des­
enfrenado, y perm itía la an tro p o fag ia guerrera de los gua­
raníes y las locuras do las nupcias de los agaces, hombre
desconcertante, abismo de som bras y luces, a quien Bios con­
cedió la gracia de u n a v ida ejem plar en sus últim os años,
m uriendo el 3 de octubre de 1556 cristianam ente entre los
brazos del p rim er obispo del P arag u ay , el dinám ico fran cis­
cano fray Pedro de La Torre, llorado, como se Hora algo
im prescindible a pesar de sus defectos, por amigos y ene­
migos !

No es, pues, para adm irarse de que en una sociedad “di­


m inuta y quisquillosa,” , al decir de un escritor paraguayo,
sum am ente quisquillosa p o r lo mismo que sus costum bres
iban casi por completo desatadas, no pudieran tolerarse las
in tran sig en cias no siem pre discretas de u n caballero del tem ­
ple liida'go y enérgico de A lv ar N úñez Cabeza de Vaca, hé­
roe exageradam ente legendario de la Florida, espíritu so­
berbio de atrabiliarias intenciones según sus acusadores,
inflexible co ntra todo lo que suponía u n desorden y contra
el abuso de las encomiendas, a la que no m iraba con buenos
ojos, por lo que se le echó encima todo el espíritu de la conquis­
ta, y se lo hizo responsable de todos los males, y se le acha­
caron todas las crueldades, desde el sadismo en la altan ería
hasta, el odio a los indios. Y en u n m al día, tra s las hum illa­
ciones de la cárcel se lo em barca p a ra E spaña en la carabe­
la Los- Comuneros una de las prim eras am ericanas que a tra ­
vesó el océano, hecha co n stru ir por el a d e la n ta d o ; y en su
propia carabela es llevado con grillos, el 7 de m arzo de 1545,
por Alonso C abrera y G arcía Yenegas. No triu n faro n , en
definitiva, las acusaciones: m urió repentinam ente Yenegas,
C abrera se enloqueció en la cárcel, y A lvar Núñez, tras su
destierro al A frica, obtuvo altos puestos en Sevilla “ con
mucha ho n ra y quietud de su p ersona” .
co LA V IB G E N DE IT A T I

A m ien ta y Lebrón, consejeros de los gobiernos que se


sucedían en indignas y san g rien tas tragedias, cooperando el
prim ero en la fu n dación del pueblo de los Beyes, construc­
ción de su iglesia y conversión de su territo rio , se veían fo r­
zosam ente enredados en todas esas m ezquindades, a tra y e n ­
do la desaprobación de A lv ar Núñez, y tolerando desgracia­
dam ente, acaso por e v itar m ayores m ales, la re p artició n de
los pueblos en encomiendas. Y así lo fué haciendo Ira la con
sus fundaciones de Tapuá, Y bvtyrusú, Yois, Tobatí, Areguá,
Altos, C andelaria, M aracayú, Y pané, y así se siguió hacien­
do d u ra n te largos años, h asta las salvadoras fundaciones je­
suíticas, con ciudades, y pueblos y reducciones en el norte
del P arag u ay , en el Chaco y en am bas orillas del P ara n á,
desvirtuándose en g ra n p a rte los beneficios de la civilización
cristiana, destruyendo naciones enteras de indios, aventán­
dolos como hojas de otoño y depositando en su corazón
odios taim ados, gérm enes constantes' de venganzas siem pre
dispuestas a estallar.
* *

Los guaraníes favorecieron a la conquista, pero no fu e­


ron favorecidos p o r ella. Dice u n escrito r: “Al re co rd a r los
hechos iniciales del g ra n dram a, que aseguró el dominio es­
pañol en las regiones que bañan las grandes corrientes flu ­
viales, no sería ju sto olvidar la acción p recu rso ra de aquella
raza enérgica y expansiva que, así como p re p aró en ios os­
curos tiempos de su prehistoria las condiciones que facilita­
ron el em puje civilizador del viejo mundo, lo alentó después
decididam ente el eficaz contingente de su sangre, de su es­
fuerzo personal y de su cooperación económica”. E s la v er­
dad ; y si la raza guaraní, ese brazo derecho de la conquis­
ta, h u b iera recibido la ayuda siquiera del brazo izquierdo
de los conquistadores, no tendríam os hoy que reco rd arla so­
bre su tum ba
La pobladísinia y hermosa provincia de S anta Ana me­
recía mejores atenciones que la que con ella se tuvieron. No
sólo fué desde los tiem pos de Caboto camino abierto a las
expediciones y oasis de descanso y de refugio, sino además.
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A LA VIR G EN 01

recurso valiosísimo p a ra las necesidades de la colonia. Sus


numerosas chacras eran las providencias del ham bre. Y
tales fueron en el principio de la conquista los servicios dei
cae'que Y aguarón, que no fa lta cronista que asegure haber­
se dado ese nombre, como g ratitu d a su memoria, a la reduc­
ción fran ciscan a de San B uenaventura, situada en e! P a ra ­
guay a inm ediaciones del cerro de Santo Tomás, lo que sin
em bargo, a m ás de no e star docum entado, es in e x a c to ; pues,
vínole a ese pueblo el nombre de Y aguarón tal vez por un
arroyo de la región, así llam ado, existiendo por otra p arte
varios p u n to s geográficos de A m érica con la misma denomi­
nación.

Desde 1538 a 1588 se p resen ta la civilización del Y agua­


rí im precisa, sin resultado alguno ap aren te en la vida civil.
A unque no lejos de la capital conquistadora, no ofrecía a sus
ojos más m otivos de atracción que los recursos de su fe rti­
lidad y la bondad h o sp italaria de sus num erosas tribus, que
se aprovechaba, pero de paso, como se aprovecha un oasis en
Jas correrías del desierto. La única luz que alum braba la re­
gión era la del misionero franciscano, respetado en toda la.
región, aunque no respondía con éxitos halagadores a sus
esfuerzos, p o r o tra p arte precarios, como que la mies era
m ucha y escasos los operarios que habían de aten d er con
frecuencia' los puntos cercanos a las grandes excursiones de
la c o n q u is ta , como un consejo p a ra el soldado y como una
defensa p a ra el indio. E n el d istrito de S anta Ana. dadas
las nobles condiciones de Y aguarón, se redujo a doctrina el
puerto de Caboto y, no obstante las interm itencias im pres­
cindibles, no fué abandonada jam ás definitivam ente esa re ­
ducción por los Padres franciscanos de la custodia de ¿a
Asunción.
Las crónicas nos conservan algunos nom bres famosos
iluminados, más que por el juicio im parcial de la observa­
ción reposada, p or las tradiciones de la fan tasía, que escul­
pía su sello de p an eg irista visionario h asta en los más des-
62 i.A Vi r g e n dio it a t i

tacados escritores del sig'lo X V I, acaso por espíritu de reac­


ción, tras la inm ensa corrupción del siglo XV, enseñoreada
con frecuencia en ios asilos mismos de la v irtu d . Desbrozado
el campo histórico de la enm arañada y exuberante vegeta­
ción del ditiram bo de los hagiógrafos y de la dorada exal­
tación de las leyendas populares, quedan en el Y aguarí los
recuerdos im perecederos de ilustres franciscanos, que d eja­
ron huella innegable por sus hechos, por sus virtudes y por
sus portentos, recogidos p o r la crítica serena.
Pasó p o r la vieja reducción, como que fué superior y
com pañero casi continuo de B olaños desde 1572, fra y Alon­
so de San B u enaventura. V arón prodigioso lo llam an todos
los que de él escriben. Llevado de su celo infatigable, a tr a ­
vesó tres veces el océano p a ra alleg ar religiosos a la evan-
gelización de estas tierra s, y en su segundo v iaje tra jo al
sobrino del fu n d a d o r de la Com pañía de Jesús, fra y M artín
Ignacio de Loyola, octavo obispo del P arag u ay . L a historia
del capítulo g eneral de Toledo dice de él: “B ra el siervo de
O , fra y Alonso
í o s de San B uenaventura, varón ta n peniten­
te que se su sten tab a de sólo hierbas y maíz. F ué celosísimo
de la conversión de los indios; bautizó innum erables en el
P a ra g u a y ; hizo muchos m ilagros en vida y m u erte”, Y el
P adre Córdoba y Salinas asegura que “era tan pobre que-,
al tiem po de m orir, no se halló con o tra cosa más que con
una estam pa de vitela. Llam ó a uno de sus com pañeros, el
P ad re fray Ju a n de Córdoba, y díjole: E sta estam pa déla a
mí ángel, el P ad re Luis de Bolaños, cuando llegue al P a ra ­
gu ay ” . Con Solano y Bolaños form a la trilogía más glorio­
sa de la orden franciscana en Am érica. M urió santam ente
en fl convento de San Francisco del Monte, en Chile, el 6
de diciembre (ie 1 5 9 6 ... Estuvo en Y aguarí el amicísimo
secretario de Bolaños, fra y J u a n de Córdoba, por espacio de
tre in ta años continuos. Nacido en 1559, las prim icias de su
m inisterio sacerdotal las recogió la reducción de S anta Ana.
De una pureza angelical y de adm irable observancia de las
reglas, decía dé él fra y Luis de B olaños al provincial Ju a n
de V e rg ara : “ Si Dios me hiciera tan to favor que mereciera,
poner la boca donde el P adre fray J u a n pone los pies, me
J'UOLEGO.WENOS DBi CULTO A LA VIHGEN 63

reconociera favorecido por su divina M ajestad” . M urió a los


84 años en la Asunción. Cinco años más tard e , en 1648, “ el
P ad re Diego de Mendoza y M adrid, visitador de los conven­
tos y d o ctrinas del P ara g u ay , a instancias de la ciudad de
la Asunción, m andó a b rir el sepulcro de este esclarecido va­
rón, y en él h allaro n g ra n p a rte de sus reliquias resueltas en
un licor fragante, como el del snnto P adre Luis de Bolaños".
El hum ilde P ad re Luis Gámez evangelizó gran p arte del P a ­
rag u ay y m uy especialm ente el Y aguarí, por espacio de tre in ­
ta y seis años, llegando a m o rir en el pueblo de Ita tí, siendo
su segundo párroco, probablem ente en 161$. Todas las v ir­
tudes resp lan d ecían en este siervo de Dios, aunque ponía
ahineam iento m ás hondo en la obediencia, porque “ decía, se­
g ú n Salinas, que con el socorro de la obediencia no había
cosa d ifíc il; y así p ara cualquier eosa que se le encardaba
pedía con rendim iento de corazón que se le m andasen por
obediencia; razón p or la que se alzó eon este títu lo d e ,obe­
diente ; pues, era m ás conocido p o r fra y Luis el obediente
que p or fra y L uis Gámez” . Su afabilidad le a tra ía toda la
com arca, y h asta los indios m ás indóm itos se le am ansaban,
viniéndole de las m ás ap a rta d a s trib u s los que alg u n a vez
h ab ían escuchado su dulce p a la b ra de m is io n e ro ... Y, p ara
no nom brar a otros tam bién evangelizó el Y aguarí el discípulo
de Bolaños, fray Gregorio de Osuna, que heredó su espíritu
y tomó activa participación en 1628,con fra y Juanéele Gama-
rr a y „el capitán Manuel Cabral y Alpoim contra los m artiri-
zadores del jesuíta beato Roque González de S anta .Cruz.

# #

Con hom bres ta n llenos del esp íritu de Dios no es p ara


e x tra ñ a r que la v ieja provincia de S anta A na a rra n c a rá al­
gunos sones a la tro m p a épica de M artín del B arco Cente­
nera, com pañero de B olaños en 1572, arcediano de la cate­
d ral de la A sunción y com isario m ás ta rd e de la inquisición
y vicario del obispo de C harcas. Tuvo ocasión de conocer
estas regiones en 1584 y en 1582 al acom pañar al dominico
F ra y Alonso G uerra a Lima, donde éste fué consagrado tercer
64 LA V IR G E N DE IT A T I

obispo del P arag u ay por santo Toribio de Mogrovejo, lie-


gando de reto rn o a la A sunción en 1584. y tuvo tam bién oca­
sión de visitarlas con G aray, a quien siguió en la m ayor p a r­
te de sus expediciones y en la fundación de Buenos Aires,
retirán d o se de A m érica en 1596. Ein su poem a La Argentina,
publicado en Lisboa p o r los años de 1602, dedica al Y ag u arí
la siguiente ac ta v a re a l:

Entrando el Paraná está Santa Ana,


de guaraníes provincia bien poblada.
Es tierra aquesta firm e, buena y llana,
que mucha de la dicha es anegada.
Empero ésta enjuta es muy galana,
de nuestros españoles conquistada;
y a sí tienen aquí repartim iento
los que en el Paraguay tienen asiento.

A ten er noticia el bueno de C entenera en 1602 de la si­


tu ació n en que se hallab a esa rica y herm osa provincia ya
poco antes de 1588 hubiera m arginado con un tris te acota­
m iento su octava real.
No llegó la acción franciscana a d eten er la disolución
de los repartim ientos. EI mal estaba 1 en las entrañas mis­
mas del sistema. No tuvo el indio americano en momento
alguno condiciones p a ra la esclavitud1. P odía engañárselo al
indígena guaraní con brujerías, podía soliviantarse sus ins­
tin to s g u erreros arrastrá n d o lo en m asa con Ira!a, C abe/a de
V aca y m uchos otros a expediciones sangrientas contra las
parcialidades enemigas del n o rte y del oeste, podía ab u sar­
se du ran te un tiempo más o menos largo de su servicio per­
sonal, la in ju sticia d esp ertab a de p ro n to en su alm a altiva
los im pulsos incontenibles de su lib e rta d n ativ a y de sus
venganzas salvajes.
E n dándose cu e n ta de que todo no era desplegadura
de blancas velas en barcos elegantes, resplandor de visto­
sas telas, de arm ad u ras e x tra ñ as y de fu lg u ra n te s espadas:
de que no todo aparecía adm irable en esos semidiosas caídos
del cielo, que de ordinario respondían a las delicadas gen­
tilezas de la hospitalidad con pérfida in g ra titu d ; al adivinar
en sus conquistadores vicios con frecuencia más hondos que
PROLEGOM ENOS DEL C U LTO A LA V IR G E N 65

los suyos y sim ulaciones m ás avizoras que sus astu cias; con­
tem plándolos como los contem plaban enredados en m ezqui­
nas ambiciones, en sublevaciones, crueldades y asesinatos de
menos honra que sus paladinas guazabaras, y teniendo fre ­
cuentem ente a la v ista las licenciosas costum bres de la m a­
yoría, de que no había a la verdad por qué se avergonzaran
tan to las suyas; en teniendo en cuenta todo ello y el poco
provecho que les iba en ser esquilmados tanto en sus tra ­
bajos como en su lib ertad , fueron a la la rg a despreciando
a los amigos convertidos en amos, y del desprecio pasaron
a la disim ulación taim ad a y rencorosa p a ra acabar en el al­
zam iento y en la fra n c a hostilidad. Y a no pensaba el indio
en em parentarse con los conquistadores con esa desenfre­
n a d a desaprensión m oral que, iniciada por Ira la en T apuá
y Salazar en Tacumbú, produjo ese m estizaje que a los cin­
cuenta años Ib n ab a ya el Río de la P lata, y del que dice un
historiador: “ ¡Son los mestizos mancebos de garrote, buenos
jinetes y terribles arcabuceros, metidos en todas las aventuras” .

* #

E l protestantism o ha hecho hincapié en esta rot.uva


costumbres de los conquistadores, que felizmente tuvo no
pocas gloriosas excepciones, p ara m otejar la colonización es­
pañola. La Reforma, cuya b?.se doctrinaria es tierra p re c i­
samente abonada p ara todos los desbordes de Ja pasión, se
entretiene en p in ta r esa colonización con los negros colores
de su paleta escandalizada. E l fundador y m aestro de la de­
satada rebelión dogmática y m oral había organizado su es­
cuela difam adora. La lección de las injusticias se aprendió,
y se sigue. La consigna de la adulteración histórica llenó y
llena las bibliotecas del m undo contra todo lo que lleva un
sello de unión entre Cristo y la V irgen en el culto. Y así
se rebajó en la conciencia de las muchedumbres, en los nan-
cos de las universidades y de los colegios, más allá de la ve­
racidad histórica, la figura providencial de Colón, las inten­
ciones hum anitarias de las Casas, las virtudes y nobleza de
u na gran m ayoría de los conquistadores españoles, y se g u ar­
66 I.A V IR G E N DE IT A T I

dó silencio acerca de la adm irable influencia en el hogar


am ericano de la legislación de Indias, la m ejor de los siglos
que soportaron conquistas; y se tuvo cuidado en que se des­
taca ran las manchas, inherentes como sombras a todo cuer­
po de gobierno y más a los no católicos, y en que no resplan­
decieran la hidalguía y la luminosa catadura de guerreros,
reyes y gobernadores, que los hubo de enérgico fuste v de
famosos hechos, y menos aún la portentosa vida y aposto­
lado ardoroso de santos y misioneros que tachonan el cielo
de la civilización española con luces que, p a ra bendecirlas,
debe recoger la historia.
S *

E l siglo XV, siglo de grandes empresas y de enorme


corrupción en todas las naciones europeas, tuvo forzosamen­
te su repercusión escandalosa m uy dentro del siglo X V I, a
pesar de Cisneros, ese gran franciscano reform ador de las
costumbres de la época y del gran apoyo de F elipe II, ese
pavoroso fantasm a de la acrim onia protestante, denigrado a
m ansalva hasta en sus más recónditas intenciones, monarca
entre los m onarcas católicos, a quien recurrían en sus trib u ­
laciones almas como santa Teresa de Jesús y San J u a n de la
Cruz, y m ientras las naciones del norte europeo, corrom pi­
das pero de menos fe que la península ibérica, se entregaban
a la herejía, ahondando el precipicio de su inm oralidad, ésta
reconstruía cristianam ente las virtudes de su hogar, y abría
los surcos de sus hazañas en el imperio más dilatado cono­
cido por el sol.
llo ra es de que la crítica im parcial, como felizmente va
ocurriendo, no exhume con espíritu sectario sólo las sombras
del pasado, como p a ra d ar motivos a levantam ientos e inde­
pendencias que no requieren p ara justificarse el recurso de
las calum nias históricas. Y no porque se descubrieren erro­
res deben ocultarse glorias, menos se ha de prescindir de la
época y del cotejo-, en el estudio de la acción de un pueblo,
con la acción general de los demás, único criterio p ara darle
a aquél su lu g ar correspondiente en los estrados de la ju s­
ticia. • ■
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 6?

Dice al respecto Antonio A stráin en sn m onum ental obra


H istoria de la Compañía ele Jesús, refiriéndose a la crítica in­
crédula del protestantism o contra las buenas intenciones del
catolicismo español: “ Si el celo de nuestros reyes era a p a ­
rente, ya quisiera la Iglesia do hoy un poco de esas aparien­
rie n d a s. Porque, a la verdad, apariencias que se dem uestran
en p re p ara r arm adas contra los turcos, en pelear contra los
herejes, en proveer de granos a los estados pontificios en años
de carestía, en dotar m agníficam ente las iglesias, en socorrer
largam ente a los hospitales, en fu n d a r obras pías en Roma,
en p ag ar el flete a centenares de misioneros, en consagrar al
cuito divino el prim er oro que vino de América, en pagar
el aceite que ard ía en la lám para delante del Santísimo en
las casas religiosas que se abrían en el nuevo m u n d o ... ¿No
podrían los gobiernos actuales im itar u n poco estas aparien­
cias? Pero ahora se entienden las cosas de otro modo. P o r
lo visto el invadir todas las casas y posesiones religiosas, co­
mo lo hizo 1a. E spaña de M endizabal; el apoderarse de los
caudales de las obras pías, como lo ha hecho la Italia novísi­
m a; el enviar los religiosos al destierro y los sem inaristas al
cuartel, como lo hace el gobierno francés; el m erm ar ince­
santem ente el presupuesto del clero, reduciéndolo a cantida­
des irrisorias, como lo hacen todos, éste debe ser catolicismo
p u ro ; lo demás son apariencias. A fortunadam ente ha de lle­
g ar un día en que el juicio de Dios confunda los dispara­
tados juicios de los hom bres” .
“ No negaremos, prosigue el mismo autor, que al celo de
la religión acompañaban tal vez otras m iras ambiciosas, como
en todas las cosas hum anas lo malo suele acom pañar a lo bue­
no. ¿Q uién podría desconocer la poca conciencia de F ern a n ­
do el católico en sus alianzas y tratos políticos, la desapode­
ra d a ambición dinástica de Carlos Y, la extrem ada tiesura
de Felipe I I en defender sus derechos, ta l vez im aginarios?
Tampoco hemos de ocultar los desórdenes horrorosos que a
veces cometieron los españoles en la ejecución de sus empi*e-
sas. La soldadesca española era entonces como todas las solda­
descas, y si los extranjeros quieren ejercitar su sensibilidad
y la fan tasía en descripciones conmovedoras, no necesitan
68 LA V IR G E N DE IT A T I

acu d ir a E sp añ a. D entro de casa en c o n trarían . copioso argu­


mento' p ara su filantrópico estilo. Lo que decimos es que ni
las ambiciones de los príncipes, ni los desafueros de los ofi­
ciales y'soldados, bastan a q u itar a la política española de
entonces el carácter de católica que predom ina en su fondo.
E l mal acompañaba, pero no subordinaba al b ien” .

# #

A pesar de que la honda convicción religiosa salvaba


en p arte la m ala influencia de las costumbres de los con­
quistadores, los disturbios de la colonia y las vejaciones que
padecían los repartim ientos tra je re n por consecuencia el en­
cono y la dispersión de los aborígenes del Yaguarí. Además,
el horrible m onstruo do la epidemia que, bajando desde Ve­
ra cruz, se -cebó en 1575 en los indios de casi toda la Amé­
rica, influjró en la despoblación de la rica provincia. Ya en
1579, con motivo de la sublevación del ridículo Oberá, alza­
do a hijo de ’Dios, G aray sometió a cuatro naciones del .Ya­
g u arí. Y era tal la ojeriza de las tribus guaraníes, que ya
sólo resonaba a espaldas de la vieja reducción de los Padres
franciscanos, el m im bi de g u erra; la rastrojera se abando­
naba ; la maleza se apoderaba de los sembrados, y las actas
capitulares de la época llam aban a estas regiones paranen-
ses ladronera de loa indios belicosos.

■Á- &

Pero, va a sonar la hora de la recompensa de Dios p ara


los misioneros de la orden seráfica. L a semilla pisoteada en
los surcos b ro tará con la lozanía que comunican a todo tra ­
bajo el sacrificio y la abnegación. Los milagros del A ltísi­
mo han apuntalado siempre e! edificio de la historia huma
na, como p ara hacerle com prender de trecho en trecho a nues­
tra razón, de modo resplandeciente, que es una mísera y que­
bradiza p aja sin la intervención conservadora de la provi­
dencia sobrenatural.
PROLEGOM ENOS DEL C U LTO A LA V IR G E N 63

Dos hechos portentosos van a ilum inar los oimientos de


la que será la más grande de las provincias argentinas por
sus sacrificios y por sus nobles alzamientos. La Cruz de los
Milagros y la Virgen de Ita tí llenarán, la prim era su historia,
y la segunda el corazón de sus m uchedumbres populares.
Agraciado con todos los tesoros de la belleza cristiana
es el proceso de la civilización de estas fértiles tierras besa­
das por un sol de ardorosa fecundidad entre las brisas re fri­
gerantes de sus inmensas lagunas, de sus ríos apacibles y del
gigantesco abrazo del 1’araná, al que une sus emanaciones»
de poesía soñadora Ja pintoresca a rte ria del U ruguay. E l es­
cenario bíblico de la ley de gracia se repite: como prim era
piedra de luz la m adre de la M adre de Dios columpia la cuna
de la nueva civilización en los amenos dominios de Y agua­
ró n ; aparece en un recodo del Y aguarí el campo de San J o ­
sé; y ante los resplandores de la cruz de A razaty viéne¡?.e
M aría p a ra am p arar con sus portentosas tern u ras la región
de su madre, de su esposo y de su Ilijo , extendiendo a las
naciones vecinas, como reina, su señorío de amor.
El hecho tiene todos los caracteres de un designio pro­
videncial. Corrientes es hija del m ilagro. Su vida habrá de
ser de grandes sacrificios y de impulsos de gloria. Dios no
alum bra al acaso la cuna de un pueblo; no le da su escudo
y su m adre pava, que reniegue de su origen nobiliario, y se
haga indigno de su líey y de su Dama. Corrientes es el cru ­
zado de Cristo y de la Virgen, y debe cum plir su misión.

(1) Es de suponer-las penurias que sufriría esta expedición, cuan­


do para socorrer el hambre, no lejos del Yguazú tuvo que recurrir a
lo que nos dice Guevara: “Más adelante se atravesó, un cañaveral
de cañas gruesas como el brazo, y en partes como el muslo. Los
canutos, unos depositaban gusanos largos, blancos y m antecosos,
buenos para hartar el ham bre, otros atesoraban agua buena y cris­
talina con que apagar la sed.”
CAPITULO V II

LOS G UARANIES Y LA VIRGEN

Uno de nuestros buenos poetas argentinos, Carlos Guido


Spano, con motivo de la coronación de la Virgen de Ita tí,
empieza el himno qne le dedicó su lira cristiana con esta es­
tro fa :

Señora de las selvas


y pueblos guaraníes,
que dulce nos sonríes,
divina aparición.

F u é efectivamente en u n principio la Inm aculada Ma­


dre de Dios señora -de las selvas y "pueblos guaraníes.
Nadie c o m o ella, por la v irtu d de su pureza sin m an­
cha, podía ejercer influencia bienhechora más señalada en
ese corazón del indígena sin otros principios morales qne los
de la hospitalidad, valentía y elocuencia.
E l alma humana es naturalm ente cristiana, ha dicho T er­
tuliano. La superstición misma no es sino u n a aberración
de esa noble inclinación de la naturaleza del hombre, incli­
nación que acalla sacrilegam ente el soberbio de espíritu o el
corrompido de costum bres. E l indio guaraní, más que n in ­
gún otro gajo de la fam ilia am ericana, estaba preparado p a­
ra p en e trar en las grandezas del dogma católico, como que
era su culto idolátrico casi nulo en la generalidad de las tri­
bus, y no veía más allá de sus ríos, pampas, sierras y bos-
qiies sino seres confusos dominadores de lo que veían sus
72 LA V IR G E N DE IT A T I

ojos, ni más Jnz que la de los astros, cuyos fenómenos des­


pertab an sus orgías o espeluznaban sus cabellos.
Al escuchar a los misioneros, que le hablaban eu su idio­
ma con m ayor elocuencia que sus caciques que no poseían
los recursos delicados de los sentim ientos del corazón ni me­
nos la maravillosa luz teológica que daba solución a todos los
problem as de la creación, y señalaba con evidencia la fin a­
lidad del y iv ir del hom bre y las responsabilidades de sus ac­
tos, el g u aran í con facilidad se convencía, y h asta se im agi­
n a b a que la nueva religión no era m ás que la exhum ación
providencial de la antigua doctrina de su impreciso Tupa,
perdida en la sombra de los tiempos. Y mucho más cuando
el misionero n arrab a a ] ‘indio asombrado los movidos episo­
dios de los libros de Moisés, en que descubría la piedra fu n ­
dam ental de las tradiciones de su origen.

Sobradam ente conocida es la leyenda del origen de la


raza guaraní, que tantas atingencias tiene con el relato bí­
blico de la separación de Lot y A brahán. Varios escritores
de la conquista, repitiendo al historiador del Río de la P lata,
R uidíaz de Guzmán, la traen, y el erudito P adre Jorge Sal-
vaire, en un estudio acerca de la Cruz de los Milagros, la
copia de un libro m anuscrito de la biblioteca de Buenos Ai­
res.' “ L a más antigua, dice dicho libro, y tal vez la más pro­
bable tradición, que corría entre los iudios guaraníes sobre
su descendencia o linaje, refería que allá en los primeros
tiempos, cuan (.Io la planta de la hum ana especie no había
hollado las Américas, y eran sólo habitadas de tigres, leo­
nes y otras fieras, aportaron sobre una embarcación a Cabo
F río dos hermanos con sus familias de la otra parte del m ar
océano, internándose por toda la costa del Brasil, que se en
contraron desiertas; y persuadidos de ser ellos los únicos y los
prim eros habitantes, trataron de poblar y de cultivar la tie ­
rra, estableciéndose con la posible comodidad. E n estrecha
unión y buena sociedad vivieron largo tiempo, comiendo ca­
d a uno del trabajo de sus manos y sudor de su frente h asta
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 73

que, prodigiosam ente m ultiplicados con las benignas influen­


cias del clima y, no cabiendo ya en el corto recinto de aquel
establecimiento, tuvo en ellos entrada la discordia., y ésta
abrió camino a la división. Resentidos los dos hermanos,
T u p í y Guaraní, de la disputa suscitada entre sus m ujeres
sobre la pertenencia de cierto papagayo muy hablador o vo­
cinglero, cual tal vez por aquel tiempo A brahán y Lot; para
evitar las continuas disensiones de sus criados, ajustaron Ja
separación de sus grandes y dilatadas familias. Tupí, que
era el mayor, quedó. en las tierras que ocupaba, y G uaraní
con toda su parentela se transfirió hacia el Río de la P lata,
y fundando cada cual su residencia, en el paraje de su elec­
ción se propagaron y extendieron por todo el resto del país,
viniendo a ser de este modo los patriarcas de las dos consi­
derables naciones que hasta el día conservan el nombre, y
quizás los prim eros pobladores de A m érica. Sea lo qu° fu e­
re de aquella tradición, aum entado el guaraní como las a r e ­
nas del m ar y las 'estrellas del cielo, inundó a m anera de un
caudaloso to rren te las anchurosas regiones del Perú. Cbilc
y Quito, reconociéndose todavía aún en los senos más ocultos
de la América, ya on el idioma y costumbres, ya en las fac­
ciones y genios, sobrados caracteres de ta n esclarecida estir­
pe, sin. oten diferencia que aquella n atu ra l modificación que
tra e consigo la diversa variedad de climas y de tem peram en­
to s ” . 1 '
L a doctrina del Evangelio, en vez de encontrar resis­
tencia en la raza guaraní, era acogida generalm ente con en­
tusiasm o y asombro, cual solución de sus deseos ancestrales,
y con marcada, e ingenua alegría por la belleza objetiva y
deslum bradora del culto nuevo que despertaba, en unión con
el arte y la música, su alm a.dorm ida y su im aginación n a tu ­
ralm ente enamorada de lo hermoso, como lo señala su poético
idioma, resonancia de su cielo esplendente, del m urmullo de
sus ríos y de la m ajestad de sus selvas. (1 ).
Si los dogmas y el culto católicos atraían al indio gua­
raní, no así lo convencía su m oral. Y no por otra razón
volvía con frecuencia sus espaldas al misionero, p ara escu­
char la voz de sus magos perversos, endiosados e iracundos,
74 LA V IR G E N DE IT A T I

que lo arm aban valiéndose de profecías -risueñas y de horri­


pilantes amenazas, en defensa de la antigua tradición de las
inm orales costumbres de la raza.
Inspiró Dios u n recurso adm irable p a ra vencer esa re-'
sistencia, y de él echaron mano todos los misioneros, y en
especial los de san Francisco y de san Ignacio. E l guara­
n í no resistía al encanto que le producía la imagen de M aría.
Sentíase subyugado como por un im án misterioso. A divina­
ba en esa imagen algo extraordinario, que desconcertaba su
m odalidad salvaje, y conmovía su corazón y doblaba sus ro­
dillas. Y ante la Inm aculada Concepción de Bolaños y la
V irgen Conquistadora de González de S anta Cruz las trib u s
guaraníes deponían su hostilidad y se agrupaban en m asa
bajo las tiendas de la cruz.

* *

Existe u n hecho histórico, relatado p o r Lozano, que


prueba esa poderosa influencia de la im agen de la Virgen
en el alm a de esa sim pática raza. No había aim escuchado la
p alabra del Evangelio, no se le había dicho quién era la V ir­
gen, y y a ésta era venerada en las profundidades de las sel­
vas. H ablando de la evangelización de la prim itiva e in fo r­
tu n ad a provincia del Guairá, cuyos distritos de Ciudad Real,
V illa Rica del E sp íritu Santo y Santiago de Jerés tan mal
acabaron, dice Lozano que “ ni aun en los cristianos pudo
ser el fru to perm anente, porque ni pudieron los misioneros
entonces quedar de asiento entre ellos, y después les fué for­
zoso, obligados de la obediencia, recogerse a la Asunción,
desam parando el Guairá, cuyos m oradores quedaron con su­
ma fa lta de doctrina, y por consiguiente los cristianos vol­
vieron a igual ignorancia que los gentiles, y todos a los vicios
sque son más conformes a la propensión viciada de nuestra
flaca n aturaleza. De este abismo de ignorancia y pecados
tra tó de sacarlos el padre provincial, Diego de Torres, por
medio de los P ad res Cataldino y Mazeta, y tengo p ara mí por
cosa cierta que en este saludable consejo tuvo grande y efi­
cacísimo influjo la p o derosa' intercesión de M aría santísi-
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 75

ma, que se había declarado singular protectora de la genti­


lid ad del Guaira, agradecida a los obsequios que aquellos
bárbaros afectuosos le trib u tab an : porque, habiéndoles veni­
do a las manos, como cincuenta años antes del tiempo p re­
sente, una estam pa de esta soberana Señora, se prendaron
mucho de su hermosura, la colocaron en un pueblo de gen­
tiles, en cierta casa a modo de iglesia, y le cobraron grande
afecto, con singular confianza en sus piedades que empoza­
ro n a experim entar en varias necesidades, im plorando su p a ­
trocinio, p or una luz que alcanzaron del poder que obtiene
1a, santísim a Virgen, que era el original de aquella imagen.
P o r este tiempo era aquel un santuario m uy frecuentado de
gualachos y guaraníes gentiles, acudiendo a venerarla con
particulares obsequios a su modo, sobornados del interés de
las grandes misericordias, con que correspondía la M adre
de piedad a los que las im ploraban en sus ruegos y se aco­
gían a la sombra benéfica de su celestial patrocinio” .
Curiosa es la referencia, pero no p a ra rechazada por an­
tojadiza n i mucho menos p a ra negado el influjo del encan­
tam iento que in filtra ta n m agnífica Señora en la conciencia
de los pueblos, como que, h asta bajo la som bra de los abetos,
in scrita en los dólmenes informes del norte europeo, leíase
esta leyenda, p ro fé tic a : A la V irgen que ha de d ar a luz, los
druidas. ' .
Ni Jesús ni M aría son figuras circunscriptas a u n a época
histórica: llenan y dom inan la hum anidad. Cuando a Cris­
to le dijeron sus adversarios: “ No tienes aún cincuenta años,
y aseguras haber visto a A b ra h á n !” , Jesús les respondió:
“ E n verdad os digo que, antes de que A brahán fuese, yo soy” .
Y no habiendo todavía aparecido ningún hijo de m ujer sobre
1a. tierra ya se presentó la visión de las dulces esperanzas
del hombre en aquella maldición de Dios contra la serpien­
te : “ P ondré enemistad entre ti y la m u jer; ella aplastará
tu cabeza” .
LA V IK G EN DE IT A T I

La Virgen M adre, inm aculada, por razón de su título y


en v irtu d de la gracia y sabiduría de las obras del Omni­
potente, no estaba destinada a su sola vida de Nazaret, a su
m aternidad de Belén, a su destierro a Egipto, a sus lágri­
mas del Calvario ni a su asunción a los cielos. Como la p ri­
m era m u jer fué m adre de la hum anidad pecadora, M aría es
m adre de la divina gracia, m adre de la hum anidad redim ida.
Y si la prim era ha pasado a la historia, y suena su nombre
en los labios de la hum anidad como algo adherido a la raza;
el nom bre de la segunda despierta de su postración a esa
raza de E v a p ara hacerle repetir, bajo una dulcísima lluvia
de m isericordia y consuelos, aquel himno profético de su
dominación triu n fad o ra en los siglos: B ienaventurada me
llam arán todas las generaciones!
La arq u itectu ra le ha dedicado sus mejores basílicas, la
escultura, la p in tu ra y la nrasica sus más adm irables crea­
ciones, la ciencia el hom enaje de sus ardorosas apologías y
las musas los más apasionados acentos de su lira.
V ivieron y viven de rodillas las m uchedum bres a sus
plantas., Y el protestantism o blasfema al llegarle al oído el
himno de las generaciones hum anas y, alzándose contra la.
lógica del consenso universal, 110 se pei’cata de que se alza tam ­
bién contra la sabiduría, contra lo que podríamos llam ar ló­
gica divina de las creaciones del A ltísim o. No fué la M adre
de Cristo u n a m ujer cualquiera, sino la elegida entre todas
las m ujeres. Cristo, como Dios y Hombre, no vino a destruir la
ley de su Padre, sino a llenarla con cum plida sobreabundancia.
Y p ara ejemplo del hogar, honró de verdad a su verdadera
M adre como él podía hacerlo; por lo que en esa felicísima
doncella están todos los resplandores que la om nipotencia
puede comunicar a u n a p u ra cria tu ra. Es la obra maestra,
de la creación. Es el ósculo del sumo P oder estampado en
la naturaleza de esa criatu ra salida de .sus manos, como h ija
de su inteligencia, como m adre de su misericordia, como es­
posa de su voluntad amorosa. Es la reina que com parte en el
trono de su rey, a modo, según el B ernardo, de agraciada y
om nipotente súplica el cetro de los cielos y de la tierra.
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A DA VIR G EN 77

Al erguirse la Reform a contra ella en la aurora misma


del descubrimiento del nuevo mundo, quedó a la m anera de un
hogar desolado p o r la desaparición de la m adre, y su sober­
bia de h ija desnaturalizada contempló como desde un p rin ­
cipio se le entró por las puertas la discordia, m ientras abri­
llantaba el reinado de la m adre la ingenua sencillez de los
hijos de América.
Am érica parece estar destinada por la divina Providen­
cia p ara ser la tum ba del protestantism o, que se debate hoy
desesperadam ente en nuestro reino de M aría con toda la as­
tucia de un mendigo vergonzante, más como un propósito de
comercio, de proselitisilio político y de ateísmo solapado que
no como una paladina institución religiosa.
La rebelión disidente, como religión, no tiene base. La
religión es divina, pero tam bién hum ana en cuanto es el
vínculo no sólo individual sino además social del hombre con
Dios. La Reforma es antihum ana, como que su base es el
orgullo del individuo en sus relaciones con el supremo Le­
gislador . ¿.Por qué razón religiosa 110 adm ite la veneración
de las imágenes de los santos y ele la V irgen? Cristo, que
quiere la adoración en espíritu y en verdad, no solamente
110 reprueba el culto exterior sino que lo exige y lo consa­
g ra ; y no concede de ordinario la gracia al hombre sino por
medio del hombre y de señales exteriores. Sus sacramentos
requieren m ateria, agua, pan, vino, aeeite; establece la comu­
nión de los santos, escucha la súplica del centurión por el
criado, dispensa el m ilagro de Oaná por intercesión de su
m adre y perdona los pecados del mundo por medio de sus
m inistros. Y tan de los designios de la economía providen­
cial es el conceder sus favores, según estos requisitos, al hom­
bre, espíritu y m ateria, que m uy de ordinario une la efica­
cia de la oración a la intercesión de algún santo y a la ve­
neración de alguna imagen. P or lo que asiste a la Iglesia,
depositaría de los divinos tesoros de Cristo, sabiduría y razón
en la canonización de los santos y en la coronación de las
imágenes de M aría, célebres por sus portentos. E l protestan­
tismo, en la soberbia de su libre albedi'ío, busca comunicar­
se individualm ente y a. su antojo con Dios, como si Dios
7S LA V IR G E N DE ITA TI

fu e ra su criado o su juguete, o como si la ley religiosa p ro ­


cediera del capricho del hombre y 110 de la imposición divi­
n a. E s la serpiente bíblica que se enrosca en la peana de la
V irgen p a ra ser aplastada, siglo tras siglo, por la planta vir­
ginal de la g ran M adre de Dios y de los hombres.
E sa pui’ísima Señora, m ientras el luteranism o, em peña­
do en quedarse sin m adre, la arrancaba de sus templos y hor­
nacinas en la revuelta Europa, en las calladas frondas de
Am érica construía el hum ilde hogar de sus piedades. E ncan­
taba con la herm osura de su imagen en 1550 a los absortos
guaraníes del G u a ira . Y si desde 1538 hasta la fundación
de la ciudad de V era alum braba con interm itencias las vas­
tas soledades paranenses reconocidas por Caboto, desde 1589
se intensifica su culto, organizado en el Y aguarí por esa gran
luz de la civilización del Río de la P lata, cuyo celo porten­
toso y exquisita dulzura en el trato de los indios, caricias
como la llam aba su .adm irador y amigo H ernando A rias de
Saavedra, caricias que hicieron perder su nombre a las casas
de Yaguarón, a la S an ta A na de Caboto, la v ieja doctrina
de los P adres franciscanos de la Asunción, p a ra ser conocida
desde entonces por la Seducción de Bolaños.
La p u ra y lim pia Concepción de la V irgen no había aún
venido a visitar, por medio de su celebrada imagen, como
una blanca aparición de la pureza, la blanca ribera del P a­
ra n á ; pero su Divino H ijo se llegó, no lejos del que sería
trono de su dulce madre, p ara llam arla con los resplandores
de su cruz.

(1) La ideología espiritual de los guaraníes era superior a la


de los aztecas e incas. A l respecto, en una conferencia pronuncia­
da en 1943 por Luis G. Zervino, se afirm a lo sigu ien te: “Si tenía
un Dios inm aterial, suprem o creador de todas las cosas, Tupá, que
viene de las palabras túha, que sign ifica padre, y pabé, que expre­
sa totalidad, nos indica a la s claras que no era idólatra como los
incas, tan admirados por los historiadores: no adoraba al sol ni al
dios Apis. Creía en un espíritu m aligno, Añangá, o sea el Lucifer de
los cristianos. Sabía que el cuerpo humano estaba dotado de alm a-
a-o anga- que era inm ortal en su reinado de ibága, lugar de deli­
cias. La conquista espiritual de los jesu ítas encontró así un terre­
no propicio, un medio dócil para la im plantación de sus dogm as”.
Fray L uis de Bolaños
CAPITULO V III

LA CRUZ DE ARAZATY

Si alguna vez, en fundaciones de ciudades, se presenta­


ron p a ra m edir sus fuerzas la civilización y la barbarie, n u n ­
ca el choque fué ta n enconado, ni el cuadro de m ayor tr a ­
gedia y esplendor como e n . la fundación de la ciudad de
C orrientes.
E l indio guaraní de Azara. 110 existió. Con adulaciones
a la época y m en tiras históricas no se destruy e el. m érito de
las reducciones. E l guaraní de verdad era valiente y temido
como su nombre, que significa guerrero valeroso. Su ex­
ponente señalado es el ■chiriguaná de las sierras que dan al
P erú, guardián tan cuidadoso de su independencia que, no
bien el C apitán Andrés Manso funda la Nueva R ioja al su r­
este de Charcas, cae en 1564 como u n alud sobre la nueva
ciudad, la destruye y m a ta al fu n d a d o r y a sus soldados;
era m ás hermoso, feroz e indóm ito que el araucano, en alte­
cido p o r E rcilla. R esistiría al poder de los incas y de los con­
q u istad o res; pero, no al poder de], misionero.
E l g u aran í del su r y del oriente del P ara n á, ten ía la
m ism a índole en costum bres y trab a jo s que el m orador de
los amenos valles del T apuá al n orte de la Asunción, espe­
cialm ente el de la provincia de Santa. A na y Río de las Palm as.
G randes g u erreros p o r tie rra , según Schmidel, y a die­
ro n m uestras a los portugueses y m am elucos de la p ujanza
del famoso A racarí, señor de las regiones del J e ju í; y el
mismo H e rn an d arias-reclam aría, como única posible, la con-
80 LA V IR G E N DE IT A T I

qu ista esp iritu al de los guaraníes, después de haberlos com­


batido desesperadam ente en las m árgenes del P a ra n á y
U ru g u a y .,
No eran los guaraníes blancos como los apuestos y lim­
pios guam cavillcas, a no ser algunas trib u s do chiriguanaes
rubios y de ojos azules; no eran corpulentos y arro jad o s se­
ñores de los ríos como los agaces y payaguaes que. al sonido
de sus guatupíes, bocinas de caracol, se lanzaban al aborda­
je ; ni eran espigados como los de la hermosa raza guaieurú. que
no bajaban de un metro y setenta centímetros, como los paya­
guaes, más bien dispuestos y altos que los patagones y los
m ejor proporcionados del m undo, según A zara, dom inado­
res d e to d as las parcialidades que les disputaban el terreno,
y a quienes H ernándarias les debió horas am argas con la cau­
tiv id ad de u n a herm ana y de una sobrina. E ra el g u aran í
de estas regiones de m ediana estatu ra, cetrino, de ojos apa­
gados, de lacia cabellera, de rasgos un tanto angulosos, de
tem peram ento flem ático, de carác te r suave y pacífico, de
v ida ru tin aria , sin horizontes, sin abstracción alguna, res­
pondiendo a las m aravillas de Su cielo, de sus ríos y de sus
selvas con la arm oniosa onom atopeya de su lenguaje. Pero,
en los ejercicios de la pesca y de la caza o cuando silbaba
en sus oídos el agudo sonido del m im bí de guerra, nadie lo
av e n ta jab a n i en actividad, ni en resistencia, ni en valentía.
Y si se pasaba las horas m uertas en su chinchorro junto a
los coyes de sus pequeñuelos, en tanto que sus m ujeres tra b a ja ­
ban ru d am en te en las hazas y en los quehaceres del quincha­
do conuco, cuando la necesidad lo lanzaba al río, lo tem ía
el yacaré, y sobre sus aguas, tran q u ilas o borrascosas, m a­
n ejaba incansable su arm adía o su cachiveo, mísera piragua
que obtenía ahuecando a fuego cualquier eachopo, sin chu­
maceras ni remos, ta n sólo con el canalete; y si no sabía de
redes, ten ía en sus saetas y puyas enseres más fijos que el
anzuelo; y si no poseía perros de caza ni señeros, no esca­
paban la s ' chochas y agachadizas en los m arjales de los
bodoques de sus cerbatanas, ni la mosca que p a sa ra por los
aires de sus dardos, ni de sus flechas el ja g u a r y, en au llan ­
do las guazabaras, con el fuerte arco terciado a la espalda
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 81

y repleto de flechas el cachucho de su churana, blandiendo


la lanza y la p o rra, desaparecía el indolente soñador de la
ham aca o del cadalecho de juncos, p a ra aparecer la fiera
valerosa del Guarán.
De vida casi sed en taria en sus destartalados pueblos
de sucios casones de estaca, lodo y p aja, en que convivían
más o menos cuarenta fuegos o familias, no conocía otra
in d u stria que la de uua rudim entaria alfarería p a ra sus toscos
cacharros, sirviéndole al efecto la arcilla de los cuantiosos
b arrero s de la com arca; ni vestía, cuando vestía, sino aso­
mos de honestidad con pieles, plum as o tejidos de guembé
o palm a,' y sin más lujo en sus m ujeres que ajorcas de conchi­
llas, de huesos de fru ta s y gargantillas de las guijas vistosas
de las p lay as fluviales y de los arro y o s; y no era en su ali­
mentación. ni previsor, ni metódico, ni cuidadoso: gustaba
de las carnes socarradas, de la m iel de sus bosques y de las
legum bres de sus h u eb ras; del maíz, cuyas m azorcas asadas
llam aba cocuma, y de las calabazas, m andioca, camotes, ju ­
días, que hoy recogía en u n sitio y m añana en otro, porque
ni barbechaba, ni usaba de más insl rnm ento para la siem­
bra qne im abuzado varal.
Su ;i 11 1rnpofíighi iid era habitual. No llegó a. los excesos
<11 ■1 I;11111 >1111 .i. i i|ii¡i-n li . i11 mi ii iii Ius chonos retaban con este
:i|ni:.i role 1‘iriii lu ni / 1 mui, come obwpa!, como de verdad los
iniliii!; ilc In ¡:;|;i I ni ni | i i 11 ia m ataron, y se lo com ieron al p ri­
mer m ! > i . | > i > de América, el dominico fray Vicente de Val-
\ ei.Ir <1111 ■ poseyó l,i ('.Yx'osis más vasta del mundo, al decir
■Ir l<r/,arr¡i"-:i, desde l’aiumiá hasta Chile. El. canibalismo
■■na ni ín era tfiieiTero: y por congraciarse su voluntad se lo
Ik•cini(irt. Irala, echándoselo en cara el escribano P edro H er-
11;i 11( I O/,.
Aunque no tu v iero n los guaraníes de estas regiones sus
dioses definidos, como los indígenas de las Lucayas su ser
divino Y ocauna con su m ad re G uim aroa, ni los cultos san-
’í¡ ientos de los horribles ídolos de los aztecas ni el abom ina­
ble ritualism o del incaico im perio del sql, aunque sólo en
u na que o tra p a rte cu ltiv ara n la id o latría, como en el lugar
en que se asentó la C iudad de los Reyes, no obstante o ore-
82 LA V IR G E N DE IT A T I

eisamente por eso, fueron sum am ente supersticiosos, engol­


fándose en los más ridículos cuentos como el del nacim ien­
to de los collas con cuernos en la cabeza o el de los suricha-
quíes sin pantorrillas y con pies de av estru z; que, a la fa lta
de religión buena o m ala, responde un m ayor cúmulo dí
tem or a lo im aginario y m isterioso. Los guaraníes pasaban
la v id a tem blando an te la som bra de los árboles, el silbido
de los vientos, los fenóm enos de la luz, o el canto de las
aves o ante el mburacá de sus hechiceros o payé, a la mane­
r a que tiem bla n u e stra m oderna sociedad descreída ante una
cifra convencional, u n em buste del ocultismo o u n idolillo
de alm acén. '
H a b la r de las costum bres de los guaraníes es h ab lar de
las costum bres de los pueblos sin Dios. No conocían la no­
bleza del hogar, porque despreciaban su base: la castidad.
G loria era p a ra ellos la del v aró n que poseía m uchas m u je­
res y criadas, a las que sin embargo prestaban la m ayor in­
diferencia, cam biándoselas sin preocupaciones afectivas. Con
esa m odalidad sin a ta d u ra s m orales, que desde la infancia
no p arab a en límites, los llenó de sobresalto el escuchar la
voz del E vangelio, y no com prendían la posibilidad de la
castid ad p red icad a p o r los m isioneros, a los que llam aban
con incredulidad y desprecio abares, como mofándose de
que no fu e ran hom bres.
. Y de ahí to d as las resistencias, toda la razón de las
apostasías en las reducciones y todos los m artirios de misio­
neros*.
P a ra desbrozar una selva tan inculta, p ara elevar el ni­
vel de una decadencia doméstica, religiosa y m oral tan pro­
funda, p ara in filtra r nervio de vida a esa raza m uerta espiri­
tualm ente por !a herencia de sus costumbres inmemoriales, no
bastaban las armas, a no ser cjue se los destruyera, ni basta­
ba la acción ordinaria de los misioneros. P o r eso, Dios en las
m isericordias de su providencia hizo aparecer por entre las
oscuridades de la selva virgen grandes varones que las ilu­
m inaron con sus prodigiosos ejemplos de vida y, al depositar­
se sobre las pintorescas barrancas del P aran á la prim era pie­
d ra urbana de la civilización de Cristo, la cruz la bautizó
PROLEGOM ENOS DEL C U LTO A LA V IR G E N 83

con sus portentos, y a poco la V irgen con sus maravillas, co­


mo p a ra salvar su tie rra ele la licencia ¿le los conquistadores
y de la incredulidad de los salvajes.

C o rría el año 1588. E n el corazón mismo de todo el mo­


vim iento conquistador y com ercial de las regiones m eridio­
nales de la colonia, en la ladronera de los indios belicosos,
surge la ciudad fam osa entre las fam osas de la actual Re­
pública A rgentina.
E n u n ensayo histórico acerca de esta fundación decía­
mos : T ras el adelantazgo del infortunado P edro de M endo­
za, que zarpó con su lucidísim a expedición de S anlúcar de
B arram eda el 1 de setiembre de 1535, y de A lvar Núñez
Cabeza de Vaca, que se hizo a la vela en 1540, atravesando
en el año siguiente el inm enso te rrito rio que - m edia entre
»Santa C atalina y la Asunción con adm irable felicidad, la
audiencia de Lim a nombró adelantado al vecino de Charcas,
capitán J u a n Ortiz de Zárate, previniéndole que obtuviera la
confirmación real. E n 10 de julio de 1569 celebró capitula­
ciones con F elipe II, com prom etiéndose al progreso agrope­
c u ario de las tie rra s de su gobierno y a fu n d a r dos pobla­
ciones que sirvieran de jalones en la vida de relación con
las -ya existentes. Y por u n a concesión originalísim a obtuve
el derecho de leg ar su dignidad y poder a quien co n trajera
m atrim onio con su h ija J u a n a O rtiz de Z árate, residente en
Chuquisaca. Fam osa fu é su expedición que saliendo de Sán-
lú car el 17 de octubre de 1572, y llevando a bordo al más
prodigioso factor de civilización de estas regiones, tras pe­
nosas peripecias, surtió en aguas paraguayas en 1574.Co­
mo que era hom bre más avezado a los tran q u ilo s trab ajo s
de oficina y a los crímenes que le sugería su carácter ex­
trav ag an te que a los sobresaltos d e los cam pam entos y a los
vaivenes de las banderías ambiciosas, falleció de hastío y
pona no bien concluido u n año de gobierno.
Y llegamos al fundador de la ciudad de Corrientes, el
licenciado J u a n T orres de V era y A ragón, cuai-to adelan­
LA V IR G E N DE IT A T I

tad o del Río de la P la ta , si se h a de p rescin d ir de J u a n de


S an ab ria y de sn hijo Diego de S anabria, que murieron, an­
te s de ejercer sus cargos.
O rtiz de Z arate dejó como ejecutores testam entarios a
J u a n de G aray y B razofuerte y a M artín Orué.
G aray negoció el m atrim onio entre el oidor de la real
au d ien cia y J u a n a O rtiz de Z arate, y lo llevó a feliz térm i­
no, aunque este enlace le sirvió al esposo de m achos dolo­
res de cabeza.
P ren d ad o el nuevo adelantado de las virtudes, nobleza
y activ id ad de J u a n de G aray, lo nom bró por su lu g arte n ie n ­
te en el Río dp la P lata, y dispensó grandes beneficios a es­
ta s regiones con la inm ensa fo rtu n a que poseía en el Perú,
encargando asimismo a. sus sobrinos, tres según Trelles, dos
según Lozano, y a otros que se d istin g u ían por su carácter
em prendedor, la conquista de territo rio s y la fundación de
ciudades.
Y p o r cierto que respondieron bizarram ente al cometi­
do. G aray, que después de haber vencido al famoso cacique
O berá y fundado varias ciudades en el corazón del P a ra ­
g u ay y la ciudad de S an ta F e en 15 de noviem bre de 1573,
echó los cim ientos de la segunda Buenos A ires el 11 de ju ­
nio de 1580, asistiendo a esa fundación el que m ás ta rd e se­
ría el p rim er gobernador de C orrientes; y Alonso de Vera
y Arag’ón, de apodo C ara de P erro, que e ra el m ás notable
de los sobrinos del adelantado, hom bre m últiple y aventu­
rero, que así organizaba tem erarias em presas com erciales
pomo d esb a ratab a alzam ientos de trib u s em bravecidas, fu n ­
dó en 1585 la in fo rtu n a d a ciudad de Concepción de Buena
E sp eranza en las inm ediaciones del Río Bermejo»
A unque m ilita r de fu ste como su antecesor, no conde­
cían tam poco con J u a n T orres de V era y A ragón las triq u i­
ñuelas y enredos de las atenciones políticas y, hastiado so­
brem anera, determ inó en 1587 re tira rse a E spaña. Quería,
sin em bargo, d e ja r antes su nom bre ligado a u n a ciudad,
en cuya fu n dación estu v iera personalm ente.
E n tre la A sunción y Buenos Aires, la g ra n a rte ria flu ­
v ial sólo con tab a con dos poblaciones en su costa occiden-
PROLEGOM ENOS DEL CULTO A LA V IR G E N 85

Inl, Concepción del B erm ejo y. S an ta Fe. L a m argen orien-


lal no ten ía m ás vecindario que las tolderías salvajes. N ada
unís acertado que relacionar esas poblaciones y las situadas
<‘ii el alto P a ra n á p o r medio de u n a nueva que; en las cer­
canías de la confluencia de los dos grandes ríos, sirviera de
jaló n civilizador en el corazón mismo de todo el adelantazgo.
Y seducido p or este pensam iento, aprestó su célebre
convoy expedicionario p a ra su fun d ació n que, en hombres
do, cuantía, lucim iento de la arm ada y lnjo de ceremonial,
no tuvo riv al en estas tierra^ interiores. Hízose a la vela la
lujosa expedición a fines de m arzo de 1588, destacándose an-
lerio n n en te a Alonso de V e ra y A ragón, llam ado el Tupí
por su parecido al color de los indios de este nombre, como se
desprende del aserto de casi todos los historiadores y de acta
ca p itu lar del cabildo de la Asunción, p o r lo que corrió el
e rro r de ser él el fu n d ad o r de la ciudad de V era. Según la
opinión más creíble, llevaba 80¡ hombres p ara los trabajos
prelim inares de la fundación proyectada en el p a ra je de
las Siete C orrientes, con lo que re alizaría el anhelo del fr a n ­
ciscano J u a n de R ivadeneira, que propuso en 1580, en un
m em orial al rey, la edificación d¡e u n a ciudad en ese punto.
E ncantado, por cierto, quedaría el T upí de la belleza
boscosa del paraje, alto y sinuoso, que despierta en las aguas
del P a ra n á siete rapidísim as corrientes con otras tan tas
p u n tas de piedra', que re c o rta n de trecho en trecho su playa.
Tomó puerto y construyó una estacada,, alzando antes una
g ra n cruz de u ru n d ay, como símbolo de su fe y como lugar
de oración, donde él y sus com pañeros pedían el socorro de
lo alto en los m om entos en que lo p erm itían las en un p rin ­
cipio leves acom etidas de los hijos de las selvas.

* *

L a m u ltitu d de trib u s guaraníes, desperdigadas en la


región, no p u d ieron contem plar im pasibles la llegada de los
conquistadores. A borrecían el yugo d e las encomiendas, y
se les hacía m uy cuesta arriba, a pesar de sus ventajas, la
v ida m ism a-de las reducciones franciscanas, que ponían coto
86 T.A V IR G EN DE IT A TI

a sus b o rrach eras y a esa su sed de poligam ia, que no podía


com prender cómo los paí tucura, así llamados los misione­
ros de san Francisco por su cogulla, guardaran castidad.
E m pezaron a organizarse, tíus pasiones salvajes se excitaron
con la elocuencia de sus caciques en el sadismo de sus or­
gías. Les lleg aro n grupos huidos de la ciudad de Concep­
ción del Berm ejo y de la reducción franciscana de las p a r­
cialidades del an tiguo cacique Y aguarón. E stos apóstatas
acab arían de en ardecer los ánimos.
M ientras tan to iba acercándose a las Siete C orrientes el
ad elan tad o J u a n T orres de Y era y A ragón, con ciento cin­
cuenta hombres elegidos entre oficialidad y tro p a granada,
siendo el convoy d e tres barcos, u n b erg an tín y veinte y
ocho balsas: “form idable escuadra como p a ra a b a tir el po­
der n av a l de los agaces y payaguaes uuidos” .
No eran, p o r cierto, como p a r a atropelladas esas fu e r­
zas, n i siquiera las desem barcadas en A razatv. Sabían, 110
pocos guaraníes por propia experiencia, ]o qué significaba
una bu en a p a rtid a de españoles con el arcabuz en las manos.
Y tem erosos, al v er deslizarse sobre las aguas la espantable
flota, g u ard aro n su co raje en prudencia, contentándose con
alg u na que o tra arrem etid a aislada, h asta aum entar el n ú ­
mero y en espera de la ocasión favorable con esa paciencia
característica de la sagacidad de la raza.
Y el 3 de ab ril de 1588 saltó a tie rra la expedición. Y
con todo el solemne ritu al del caso el adelantado echó los
cim ientos de Y era al noreste de la cruz de u ru n d a y y del
pequeño fu e rte; y organizada la. ciudad, dejando su gobier­
no a su sobrino, el T upí con 61 hom bres, a quienes corres­
ponde la civilización efectiva de estas com arcas, se re tiró a
Buenos A ires con destino a E spaña, antes del 7 de abril.

* s*

L a h o ra se p resentó trág ica. U n puñado de valientes,


como u n a pequeña roca apenas perceptible sobre el océano
alborotado, constituía toda la fuerza de la cruz. Ya 110 eran
los guaraníes de las orillas boscosas de los grandes ríos los
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N S7

com placientes p ro tectores de las arm as conquistadoras, los


que abastecían sus naves con el producto de sus -chacras de
maíz, m andioca, m aní, b atatas, judías, y calabazas y con la
abundancia de su caza y pesca, ni los que ofrecían sus ser­
vicios p a ra las expediciones tem erarias, ni sus flechas y
lanzas con rem ate de u ru n d a y endurecido a fuego, ni sus
terribles m-aranns, ni sus cortantes tambotos y libis avasalla­
dores p a ra d esb a ratar a los valentísim os y esbeltos guaicu-
rúes del n o rte del A racuay, hoy Pilcom ayo, y a los agigan­
tados agaces y a los innum erables ohomaes del Y pytá, hoy
Berm ejo.
La g ran voz del poderoso A racaré resonaba aún indig­
n ada como un eco lejano en los bosques paraguayos, y el
grito reciente del famoso Oberá tenía en tensión la nerviosa
fu ria del indígena. Gomo centella encargábanse los carios, que
vencían en ligereza a los ñandúes, de propagar la llam ara­
da del descontento.
De todos los vientos iban llegando los hijos de la tie­
rra con el propósito de desarraigar de .sus dominios el nue­
vo centro de odiados extranjeros. H asta los feroces enemi­
gos de los guaraníes se presentaron a hacer causa común con
éstos. Y mezclados con los mepenes de la región y un gran
níonero de parcialidades, conocidas p o r el nom bre de sus
caciques o procedencia de lugar, se descubrían al suroeste
de la nueva ciudad entre otras, las lanzas de los frentones,
mbocobíes, charrúas, abipones, guaicunies y caracaraes.
Innum erables guerreros, movedizos y aulladores, esta­
ban prontos al combate. A ntes de su salida p a ra Buenos
Aires, destacó el adelantado 28 hom bres, bajo el m ando de
su sobrino, p ara escarm entar la am enazadora insolencia de
los indios que m erodeaban en las cercanías, m ientras que
sus compañeros se aprestaban a la invasión. Y en lucha con­
tinua, por sí mismo o p o r sus subalternos, el esforzado Tupí
los tenía a raya, ya en despoblado, ya guarecido tras im provi­
sadas trin ch eras de ram as de árboles, como en situación
ap u ra d a tuvo que hacerlo a orilla del arroyo Y zyry, según
algunos quieren. Desde un principio se m aravillaban las hor­
das salvajes de la pujanza increíble de los conquistado­
88 LA V IR G E N DE IT A T I

res. Pero, ten ían a* su fav o r el núm ero y la decisión tenaz de


110 ser vasallos de encomenderos ni súbditos de una religión,
de la que abom inaban sus costum bres licenciosas.
Y no bien contem plaron, como se alejaba, corriente aba­
jo, la espantable flota del adelantado, una alegría feroz ilu ­
m inaría sus broncíneos rostros, y se pusieron en movimiento.
No le fué necesario pensar mucho al p rim er teniente
cap itán general y ju sticia m ayor de la nueva ciudad, A lon­
so de V era y A ragón, p a ra com prender que su salvación y
la de sus poco^más o m enos veinte y ocho soldados estaba
al abrigo de la palizada bajo el am paro de la cruz¡.
E l m om ento no podía ser m ás am argam ente solemne.
Como los espartanos en el desfiladero de las Termopilas, se
d efendían los sitiados a la som bra de las flechas. Las vio­
lentas arrem etid as del salvaje se estrellaban contra el de­
nuedo de los asaltados. Los tiro s certeros del arcabuz sem­
b rab an el pánico en la desordenada invasión.
Cansados de sus m últiples atropellos, no com prendien­
do el m isterio de sus fracasos, irrita d o s en su desesperación,
pusieron los ojos en la cruz de uru n d ay , a cuya p la n ta h a ­
bían visto o ra r con frecuencia a los cristianos.
Y no dudando que en esa cruz estaba la solución del
misterio, de que esa cruz era el buen agüero de los sitiados
y el m aleficio de los sitiadores, se propusieron quem arla, y
el día 8 arrim a ro n rep etid as veces leña bajo sus brazos p re n ­
diéndole fuego con obstinación cada vez m ás a ira d a ; pues,
q u erían deshacer el encanto de esa cruz que. de entre las
llam as, em ergía siem pre incólum e, como si las llam as hu­
biesen querido besarla, y 110 destruirla.
Al día siguiente, víspera del día de Ramos, acreció la
Arremetida sa ¡"aje, y m ientras ensordecía el aullido descon­
certante de la lucha, cubrieron de leña los indios por comple­
to el árbol de la redención, incendiándolo. Tres indígenas ati­
zaban las brat-as. Súbitam ente se oye un fragoroso estruendo,
y cayeron fulm inados los sacrilegos incendiarios.
E l estallido, insólito, al decir de la tradición y de los do­
cumentos del í-.rchivo de Corrientes, aterró a los combatientes.
La cruz resplandecía in tacta en medio de las llam as; los ca-
PROLEGOM ENOS DEL C U LTO A LA V IR G E N 89

dáveres publicaban a sus pies el castigo de la profanación.


Y ante los repetidos prodigios de la cruz y el denuedo inven­
cible del grupo de españoles, los indígenas se sintieron do­
m inados por el m ilagro de los m ilagros de ese momento su­
premo : la conversión del odio en amor. Y hum illando sus
chuzos, en tanto que muchos huían despavoridos a sus lejanos
aduares, muchos otros pidieron con sus caciques Cañindeyú,
P ayaguarí, Mboipé y A guará Coembá la paz, y después el
bautismo. .
E l efectivo y heroico fu ndador de la ciudad, Alonso de
V era y Aragón, que sólo Io fué de ritu a l el adelantado que,
dp paso p or las Siete Corrientes, le dió su nombre y firm ó su
acta de fundación, lleno de g ra titu d resolvió con sus valero­
sos compañeros traslad ar la m ilagrosa cruz al núcleo de la po­
blación p ara hacerla objeto de la veneración y amor de sus
corazones. Pero, la cruz se arraigó en ol lugar, como para se­
ñ alar a las fu tu ra s generaciones de la ciudad con sello inolvi­
dable el sitio de su victoria. “ Victoriosos los españoles, escri­
be el P. Bartolom é Jiménez, Rector del Colegio P luentino de
Corrientes, en una breve reseña histórica documentada, según
él, en los papeles de la épora. determ inaron sacar de allí la
san ta cruz para tran slad arla a m ejor lugar, y no pudiendo
conseguir descubrir el pie de ella, sin embargo de los in stru ­
mentos y diligencias de cavarla y alzarla, conocieron que era
la voluntad del Señor el que aquel santo madero estuviese en
el mismo lu g ar de su triunfo, y resolvieron hacerle la ermita,
colocando el alta r donde estaba clavada” . .
H a contemplado esa cruz toda la historia de Corrientes,
ha sellado muchas de sus actas capitulares, ha conmovido sus
masas populares y guerreras y brilla desde la prim era hora
h asta el presente en el escudo de la provincia como una reso­
nancia d e 's u fe y como u n a imagen de su libertad.
Diez y siete años antes del triu n fo de la cruz en C om en­
tes, la V irgen del Rosario había salvado la civilización euro­
pea el 7 de octubi’ii de 1571, en las aguas de Lepanto contra
el inmenso poder de Selim II. Los fundadores de Corrientes
90 LA V IR G E N DE IT A T I

dieron a la nueva ciudad por patrón a de su iglesia m atriz,


hoy catedral, a la V irgen del Rosario, vencedora de la media
luna. Y la m adre salvó la ciudad con la cruz de su Hijo.

* *

Al reducirse nueve naciones indígenas a la civilización


cíe la cruz, el T upí las sujetó a repartim ientos, y encomendó
una p arte de los conversos a los P adres franciscanos ele la re­
ducción de Yaguarí. Pero, la tie rra estaba alzada, a pesar del
m ilagro de la cruz. La evangelización del Y aguarí había ce­
sado. Como ave espantada, guarecida en la sombra de su selva,
parecíale llegada la últim a hora al viejo caserío de Yaguarón,
ante la deserción px-opia y la amenaza de la indiada infiel.
Aunque puestas a ración, no abastecían al consumo de la
ciudad de Vera las cuarenta fanegas de trigo que, según car­
gos hechos al tesorero Ponce de León en 1606, éste “ tru jo
p ara el socorro el año primero de esta ciu d ad ” . No era dable
exigirle frutos a la tierra. La vida de la población era el fu er­
te de A razaty, y 110 el arado. Podía re cu rrir a prodigiosas
aventuras el hom bre; pero, antes que esas aventuras corrien­
do al albur sobre las aguas con rumbo a la Asunción y a San­
ta Fe, estaba Ja defensa de la vida de la ciudad por las armas,
que de día y de noche 110 caían de las manos de los conquista­
dores. Y si el descubridor, poblador y conquistador de Vera,
como llam an las actas capitulares a Alonso de V era y A ra­
gón, 110 descansaba ni dejaba descansar un momento en la
lucha a sus compañeros, cabe el m ayor impulso en la defensa
al hermano del fu tu ro m ártir del Cavó, Roque González, al
contador, procurador de la ciudad y alcalde de prim er voto,
Francisco González de S anta Cruz, que se m ultiplicaba con
sus continuados servicios, aquietaba la población y acuciaba el
valor de los moldados.
P asada la impresión de la prim era hora, los belicosos
guaraníes se rehicieron del pánico que les p ro d u jera el m ila­
gro de la cruz en el prim er cerco al fuerte de A razaty, y
volvieron a sitiarlo el 4 de abril de 1590. E ntusiasm a S anta
Cruz a los sitiados, saca de la caja real doce libras de plomo1
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 91

y se los distribuye. Los sitiadores huyen, pero en son de gue­


rr a ; aulladores; y amenazantes se detienen en cercanos hori­
zontes como u n desafío a las batallas campales. S anta Cruz dis­
trib u ye veinticuatro libras de plomo p ara perseguirlos, y en
1591 las famosas jornadas del P aran á dejan libres por un mo­
m ento las tierras a. la acción del trabajo. M adrugaron en su
afirm ación los capitulares del 20 de agosto de 1588 al redac­
ta r estas palabras del acta a raíz de los portentos del prim er
cerco: ‘se ha asegurado el camino que desde antes se suele an ­
d ar con copia de gentes, se andan ahora los hombres solos’'.
E sto escribióse con alguna duda en 1591. Alejado el peligro
interior, probaron los hombres andar solos por esos solitarios
campos de Dios: pero el agradable sueño de la tranquilidad
no les duró muchas noclies.
A los alzamientos del interior, no por cierto definitiva­
m ente solucionados, sucedieron los aún más feroces, de las
fronteras.
N inguna civilización fue tan combatida como la de la actuai
provincia de Corrientes por la. barbarie de la selva. Km' esa
lucha de siglos sin más ayuda que la de Dios, sin más con­
suelo que el de la V irg e n ; lucha trágica de fuerte colorido,
de emocionantes episodios, de sufrim ientos hondos que, si de­
tuvieron el progreso, tem plaron la nobleza y valentía de la
estirpe. '
A nte el tem or de la indiada fronteriza ya Alfonso de Ve­
ra en 1591, p a ra que a nadie le fa lta ra n , prohibió el juego por
arm as y caballos; m ulta en 20 de diciembre de 1597 a los que
tomen caballos, aunque fuere de las encomiendas, sin au to riza­
ción; en 15 de febrero de 1598 por disposición de Ilern an d a-
rias, que debe cum plirse con plazo de tres meses, empiezan a
cercarse los lares y los puestos; el mismo H ernandarias el 22
de mayo de 1599, en g u erra desesperada con los guaraníes al­
zados, desde ei real y asiento del río Aguapey, ordena publi­
car a voz de pregonero y tam bor batiente, en la ciudad de Ve­
ra, el bando por el cual m anda se entre en lucha con los gua­
raníes pescadores, ladrones y atrevidos, de la ciudad abajo,
y que sin compasión fu eran “ pasando a cuchilla a los varo­
n es; y a las hembras, por ser m ujeres, les conm utaba las
92 LA V IR G E N DE IT A T I

v id as” ; el teniente de gobernador Diego M artínez de Traía,


desde 1600 a 1603 pregona diversas disposiciones. para
que no se expongan los pobladores de la ciudad y de los
pueblos a las repetidas algaradas de los enemigos de la fron­
te ra : que no salgan solos; que no se carneen a m ansalva los
bueyes, pues se los necesita para sem brar trigo y maíz, cuyo
almacenamiento u rg ía p a ra los casos de invasión; que no sal­
gan a dorm ir fu era de la ciudad los españoles ni los indios
fu era de sus pueblos; que tengan caballo, pólvora y municio­
nes listos p ara todo llam ado; que no se retiren de la ciudad
p a ra pescar; que no se pasen a la otra banda del río; qne du­
ran te la.s noches estén junto a las puertas de las habitaciones
las cabalgaduras atadas; que los días festivos y domingos va­
yan con sus arm as a m isa; que los mancebos sin arcabuces
lleven lanzas de nueve palmos con puntas ele hierro.
* #
Cerníase pavorosa sobre todos los horizontes la amenaza,
trocada con frecuencia en realidad sangrienta; palpitaba de
continuo en los bosques el acecho; corría a la luz de las estre­
llas sobre los campos desiertos la fantástica sombra del malón ;
las alquerías avecindadas a la ciudad y los míseros caseríos
camperos desaparecían de pronto arrebatados por el salvajis-
m pj la melancolía más profunda tendía su pabellón de luto
sobre todos lo> hogares; lloraban las esposas y las m adres o
3a m uerte de ¡us esposos o el cautiverio de sus hijos.
Epoca de pro funda fe en los conquistadores, época de ini­
ciación en la fe en los indios conversos, época ungida por los
leeientes milagros de la cruz, alzábase como una oración ante
el trono del S?ñor en dem anda de am paro y de consuelo.
Necesitaba una m adre cine fuera estrella en la noche os­
cura, que fu era tabla de salvación en el naufragio, y alivio en
el trabajo y en las tristezas esperanza,
Y la m adre vino al reclamo doliente de los hijos de la
cruz.
Y los hijos de la cruz la vieron alzarse sobre las aguas
del P araná, y la llam aron en sus transportes de alegría • P u ­
ra y Lim pia Concepción de N uestra Señora de Ita tí.
¿Cómo, cuándo, dónde?
CAPITULO IX

LA LEYENDA Y LA H ISTO R IA DE LA
IMAGEN DE LA VIRGEN

La aureola del misterio siguió casi hasta el presente v e­


lando los orígenes de la Pura, y Lim pia Concepeión de Nues­
tra Señora de Ttatí. La p átin a de los siglos consagraba el mis­
terio con el liquen de la tradición confusa. La imagen no te­
n ía historia conocida en su cuna. Los que hasta ahora iban
llegando a su.; plantas se encontraban con u n a imagen de ma­
dera tallad a de u n m etro y veintiséis centímetros, de purísi­
ma belleza esp iritu al y de incalculable m érito artístico dada
la época antiquísim a de su construcción; con una imagen de
inefable, subyugadora y candorosísima, hum ildad, como en
ninguna o tra imagen célebre, con todo el transparente encan­
to de la virginidad angélica sobre el rostro de una m adre. In ­
funde respeto y veneración aun a los viajeros que se le acercan
p a ra m irarla con despreocupada curiosidad. Y espontáneam ente
em barga el corazón el sentim iento de la ternura.. Su cam arín
no conoce el desdén de las visitas. Contempla diariam ente
ojos que bajan avergonzados, o que lloran sin contenerse o-
que se ilum inan con la viva flecha del amor o con la soñadora
luz de la esperanza. Y a los que preguntan, sobrecogidos de
asombro ante u n a escultura tan bella y devota, acerca de su
origen, la respuesta se concreta en resumen a esta explica­
ción: es u n a aparecida.
H asta ahora toda la verisim ilitud estaba en favor de la
aparición; pues, a más de ser la vieja y aun no desm entida
94 LA V IR G E N DE IT A T I

leyenda de las masas populares, la consignaban escritores de


nota como el sabio M artín de Moussy en 1855, y con anterio­
rid a d el 1 do marzo de 1828 escribía fra y Vicente F errer,
m aestro de la cscuela de Ita tí y director de trabajos en los ta ­
lleres del santuario, al gobernador intendente y capitán ge­
neral Pedro F erré esta súplica: “ Me lie inform ado de un in­
dio antiguo de este pueblo, que todavía existe m uy viejo, de
la piedra en crae están las plantas estampadas, como si la pie­
d ra fuese algún poco de barro. E l se anim a a ir. a m ostrarnos
el lu g ar donde está; pero, para esto es necesario canoa; aquí
no la tenem os; con que es preciso que V. E. nos haga la gra­
cia de rem itirnos u n a para poder ir a inspeccionar dicha
piedra. El confiesa que la ha visto, y que están m uy graba­
das las plantas de los pies en ella; que la piedra es redonda,
y que está en la p u n ta que llaman de S anta R osa; que es fá ­
cil el sacarla. A guardo la canoa para satisfacer los deseos que
le acompañan a V. E . ” . Y con m ayor anterioridad aún, en
1753, fra y P edro José de P arras, visitador de doctrinas, in­
form aba lo siguiente: “ Tiene este pueblo bellísima situación
sobre las barrancas del P araná. Compónese de trescientas fa ­
milias. Es m uy antiguo. Sus casas son muy buenas, todas cu­
biertas de tejas. La- casa del cabildo está en medio de una. gran
plaza y es m uy buena; también lo es la iglesia, cuyo titu la r
es la V irgen de Ita tí, que es una imagen de M aría Santísim a
aparecida en aquél sitio, m uy m ilagrosa” .
La ap a rició n : esa es la opinión histórica única hasta aho­
ra docum entada por la tradición oral y escrita. Y nótese el
erro r en que están los qne pretenden que la imagen de la V ir­
gen se encontró en la vieja población de Y aguarí, en el sitio
denominado hoy T abacué: que fu é pueblo. L a imagen hizo
asiento según la antigua creencia en el recodo formado por
las piedras calizas que m iran al este del actual pueblo de
Ita tí. Al afirm arlo así fra y Pedro de P a rra s se apoya en la
vieja y uniform e tradición de todo u n pueblo, digno de ser
atendido por la nobleza, sencillez y v irtud a qne los tenían
acostum brados los celosos educadores de sus almas. Como dice
el informe, “ en sus privadas conversaciones se reduce todo
a m antener sus tradiciones y antigüedades, que pasan de pa-
Muchacho de 14 años, se retira con otros ai bosque
para hacer penitencia (1590)
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 95

dres a hijos, y en lo que trab a jan con tanto estudio que hay
indio viejo que es u n a adecuada h isto ria” .
Existe sin embargo, como hemos visto, u n a aseveración
del eminente historiador Pablo Pastells que destruye por com­
pleto la tradición antedicha. Apóyase Pastells en u n a nota es­
crita al pie de una estadística de la m itad del siglo xvrrr. en
que Ita tí fig u ra como sigue: “ P árroco: franciscanos - Sitio:
sobre el P aran á - N ú m ero : numeroso - A tra s o : p o r servicio -
Encom endados: a españoles - D uración: subsisten 200 fa ­
m ilias”
A esta estadística de más aeá de 1750 se añade al pie, no
u n documento ni siquiera la copia de u n antiguo documento
fehaciente, sino una simple nota aclarativa que dice: “ E l I ta ­
tí se compuso de varias fam ilias convertidas por el apostó)ico
P. fray Luis Bolaños, recogidas de varias parcialidades de in­
dios especialmente del río P iquirí, donde al principio estuvo
la milagrosa imagen de N uestra Señora de Copacavana, la
cual, cuando transm igraron trajero n consigo. No se cuántas
serían las fam ilias que recogieron los celosos franciscanos, pe­
ro me persuado serían muchas, por ser muchas las parciali­
dades de indios cristianos que vagaban dispersas. A éstas
se ju n taro n seiscientas familias de apupenes de la laguna de
S anta Ana que les entregó el V. P . Roque González de S anta
Cruz, por evitar litigios” .
Todo es verdad, menos lo de la imagen de Copacavana,
que Bolaños la dejó en su santuario guaireño, ni puede ser la
de Ita tí. Sabido es que la imagen de Capacavana la construyó
el indio Yupanqui, y se venera en las m árgenes del río Ti­
ticaca, siendo la del G uayrá una copia; ni puede ser la. de I ta ­
tí, que es de timbó' con rostro de nogal, m ientras la de Copa­
cavana es de piedra con rostro de maguéi. Y además, la de
Ita tí es la Inm aculada, y la de Copacavana la Candelaria. Sin
embargo Pastells arroja una gran luz acerca del origen de la
imagen de Ita tí, como veremos en su lugar.
F ra y Luis de Bolaños y fray Alonso de San Buenaven­
tu ra, esos dos inmensos astros de la evangelización del P a ra ­
guay y de todas sus antiguas provincias, estuvieron tam bién
en el Y ag u arí; pero, no fueron sus prim eros evangelizadores,
96 LA V IR G E N DE IT A T I

como se lia dado en afirm ar. T ras las gigantescas empresas


que realizaron entre las sierras enm arañadas y las rum oro­
sas cascadas del alto P araná, sembrando de ranchos-iglesias
las soledades, aparecieron, trayendo indios sueltos convertidos
en las selvas o conversos espantados de sus rudim entarias igle­
sias p o r los tupíes o por los famosos bandeirantes, a la ya
añosa reducción de S anta Ana. Y en cuanto abandonó estas
tierras Alonso de San B uenaventura en 1592 con rumbo a
E u ro p a p a ra reclu tar misioneros, yendo de regreso a Chile
donde m urió en 1596 con olor de santidad, Bolaños intensi­
ficó ta n sobremodo su acción apostólica que la doctrina em­
pezó a ser llam ada reducción de Bolaños.

Con motivo de los cargos que Bolaños desempeñó ya co­


mo guardián, eustudio, definidor de la orden, se ha querido
negar su presencia en muchas de las fundaciones que se le
atribuyen como en las de Itá , Caazapá e Ita tí, de que fué
p rim er cura, sin recordar que, por ser director de todas las
reducciones, su vida era a modo de u n a luz sin candelabro
fijo, discurriendo en la inm ensidad de su campo de acción
así prodigiosam ente que se lo creía investido del don de la
ubicuidad, carisma acerca del que la tradición nos conserva
algunos- datos sorprendentes. A Bolaños no se lo sigue sino en
m uy contados eslabones de la cadena de sus trabajos, a Bo­
laños se lo contem pla señor de las misiones franciscanas del
Río de la P lata, sol alum brando sim ultáneam ente toda la es­
fe ra de esa em presa colosal.
De 1586 a 1616 se lo ve a Bolaños, el más completo de
los misioneros rioplatenses, pasar largas tem poradas en este
amado rincón de sus tareas apostólicas, coordinando de 1606
a 1608 con su g ran amigo H ernando A rias de Saavedra, ya en
Buenos Aires y la Asunción, bien en C orrientes. o entre el
alerta del vivac de las selvas, la civilización de los indígenas,
que las armas no acertaban a reducir.
E l erudito, pero no poco desaprensivo Ramón Contre­
ras asegura que Bolaños edificó el templo y la casa parroquial
PR O LEG OM EN O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 97

de la reducción en 1608, y trae como una prueba la existen­


cia del mareo de u n a p u erta con esta, ley en d a: “ 24 de marzo
de 1609” . Que acaso la doctrina empezara por estos años a
trasladarse del viejo puerto de Caboto al p araje del Itatí, en
que se crearía oficialmente la parroquia y el m unicipio 7
de diciembre de 1615, es atendible; pero, Io del marco de .1609
p ugna con la verdad. Existe ese mareo em potrado en una
de las ventanas de la actual sacristía, y se lee: “ 24 de abril de
1709 correspondiendo al estilo barroco del siglo XYIIT, obra
de los talleres indígenas del santuario,, así como el bautisterio,
bancos del coro, mesas y arm arios de la sacristía, testimonios
fehacientes de la ap titu d artística de los guaraníes, cuando
poseían maestros como el asunceño fra y Roque F errey ra, cura
de la población, a quien se debe la preciosa pila bautismal,
de piedrn colorada, esculpida en 1765
Pero, ), de dónde y cómo llegó esa hermosa imagen de Ma­
ría a los dominios de su santa m adre, la anciana esposa de
Jo aquín? ¿Quién fué el a rtista que encarnó en su semblante
con los abismos de la hum ildad la espiritualidad del ángel, la
modestia de la virgen y la te rn u ra de la m adref ¿E n qué lugar
tuvo principio su culto? ¿Qué tragedia la arrancó de su tro ­
no p a ra levantárselo sobre las blancas riberas del P araná?
Lo extraordinario y lo misterioso de esa imagen inicia­
ron su culto, y las m isericordias del Señor lo consagraron
ta n hondam ente desde u n principio con el sello portentoso
de su providencia que se esparció la fam a de Ita tí en todo
el virreinato, a la m anera como se esparce p a ra las carava­
nas del desierto la noticia de un oasis de exuberante vegeta­
ción y de cristalinas aguas. Y no eran las súplicas del indio
cristiano asustado por la vocería de la algara vertiginosa,
del conquistador enredado con su mosquete entre las breñas
y las acechadoras lanzas del bosque, del agricultor angustiado
por 1 las inclemencias del tiempo y por el silbido de las flechas,
del viajero acometido por los peligros de la soledad y del ma­
rino barajado por el ciclón sobre las olas las que sólo llega­
ban, en homenaje de veneración y clamor de esperanza, al
pueblo de Ita tí. El hom enaje se lo trib u tab an tam bién
desde la prim era hora ilustres conquistadores, misioneros
ss LA V IR G E N DE IT A T I

prodigiosos e historiadores del fuste de Lozano, que decía


de I ta tí: “ Es puerto forzoso, donde se embarcan, p ara pa­
s a r el P aran á, los que de estas provincias tran sitan por tie rra
a la provincia del P araguay. Venérase en su iglesia u n a mi­
lagrosa imagen de nuestra Señora de la Concepción, que es
célebre en estas provincias por sus m aravillas, y p ara dis­
f r u ta r sus repetidos continuos beneficios la frecuentan con
devotas romerías, no sólo los vecinos de las Corrientes, pero
a ú n los de la Asunción y S anta F e .”
E sa célebre imagen de las grandes m aravillas suscita
en el ánimo curioso del escritor y del poeta el p ru rito de
h u rg a r lo desconocido, de internarse en el misterio, de bogar
en la corriente caudalosa, aguas arriba, en conquista de su
escondida fuente. T rabajo de agradable exploración que al­
gunos quisieron entorpecer con afirmaciones inconsultas como
p a ra desalentar a los entusiastas buscadores de la ignorada
cuna. Así el m aestre de campo B ernardino López L u jan es­
cribe en 1760 “ E ra común tradición de todos que esta ima­
gen de Ita tí había sido tra íd a por los conquistadores de E spa­
ñ a juntam ente con las de Buenos Aires y C apiatá del P a ra ­
g u a y ” . Los documentos afirm an una tradición contraria, y la
que señala López L u ján se desprestigia a sí misma, porque
ni la imagen de L u ján ni la de C apiatá fueron traíd a s de
España. Del mismo modo desprestigia A zara su aserción al
asegurar que Ita tí fué una colonia que estaba hacia la lagu­
n a Mamoré en la provincia de Ita tí, de donde huyó p o r
miedo de los indios guaicurúes. E s u n a afirm ación sin pre­
cisión alguna y sin apunte docum ental ni escrito ni oral, con
la nota agravante de que la laguna Mamoré, o m ejor Man-
dioré, no se halla en la provincia de Ita tí, sino hacia los
Mojos en la costa occidental del río P araguay. Sin embargo,
A zara como Pastells, con la huida de que habla, recogió una
hebra de la luz de la verdad.
O tras muchas suposiciones pueden idearse, y se han idea­
do, si no con éxito hasta el presente, con más reflexivo cri­
terio en el rebusco de explicación p a ra el ignorado origen de
P j^ f Ü & O M EN O S D E L C U LTO A LA V IR G E N 99

la imagen, haciendo de lado la afirm ación categórica por sólo


salir del paso o d ar m uestras de -conocimientos del pasado
sin más luz que la inventiva propia.

* *

Sabido es que las gloriosas naves españolas del descu­


brim iento desde los tiempos de F ernando el Católico, y más
aún en los reinados de Carlos V y Felipe II, entre los menes­
teres de colonización tra ía n imágenes sagradas. Las traía el
adelantado Pedro de Mendoza en sus barcos. Y nos n a rra n las
crónicas, de que hace m érito el escritor paraguayo Ricardo
de Lafuente M acháin, que la expedición de Ayolas, que de
paso conoció nuestro viejo Y aguarí, al querer internarse con
su flotilla en las aguas del P araguay a principios de 1537,
padeció en las' bocas de dicho río un desencadenado ciclón,
yéndose a pique la carabela, que fué del piloto Diego García
fallecido en La Gomera. La carabela veneraba una imagen
de la Inm aculada, y llevaba el nombre de L a Concepción. L a
imagen fué salvada, y se la veneró como patro n a de la Casa
F u erte de la Asunción desde el 15 de agosto de 1537. La ciu­
dad de Salazar tuvo pues, por patrona la imagen de la cara­
bela de, Diego García, a la que le hicieron cam biar su título de
Inm aculada por el de Asunción. Ira la construyó la iglesia
que había de ser en breve catedral; pero, antes de traslad a r
a ella la patrpna, lo llevaron unas fiebres m alignas contraí­
das al d irig ir el corte de la m adera p a ra la fábrica del tem ­
plo, quedando la im agen al cuidado de la fam ilia de Irala.
E l pueblo no estaba conforme con esa imagen, como que
no representaba el m isterio de la Asunción de la Virgen, y
la llam aban La Conquistadora. Querían o tra imagen, y el ca­
nónigo de la C atedral Alonso Delgadillo y A tienza hizo tra e r
de Ñapóles la actual imagen que llegó justam ente con la
que se venera en Corrientes, bajo la advocación de N uestra
Señora de la Merced, en 1742. La Conquistadora, guardada
por las fam ilias de Zavala y Macháin, fué cedida por P etro-
n a Rafaela de Zavala de M acháin al oratorio privado del p re­
sidente Carlos Antonio López. Después de la guerra se la
100 LA V IR G E N DE IT A T I

veneró como p atro n a de la V illa Occidental, hoy V illa Hayes,


con el título de Las Victorias, hasta que u n incendio la des­
truyó, conservándose hoy su cabeza carbonizada en poder del
escritor paraguayo Manuel Domínguez, hace poco fallecido.
Ni esta Conquistadora ni la C onquistadora del siervo de Dios
Roque González de S anta Cruz, de que escribiremos más ta r­
de, pueden pues ser la imagen de Itatí.
Existe otra suposición a prim era vista de más valer. E l
15 de abril de 1585, por delegación del adelantado Ju an To­
rres de V era y Aragón que se hallaba aún enredado entre
enojosas gestiones en el Alto P erú, su sobrino Alonso, el lla­
mado cara de perro por cotejo de rostro, fundó a trein ta le­
guas de la desembocadura del P arag u ay la ciudad de la Con­
cepción de la B uena Esperanza sobre el río Bermejo, des­
pués de vencer heroicam ente a. los guaicurúes, abipones y
otras parcialidades de indios chaqueños. E n 'la localidad se
veneró una imagen preciosa de María. E n los cuarenta y dos
años de existencia, no tuvieron sus pobladores un momento
de reposo hasta que fué totalm ente destruida y abandonada
la ciudad- en 1632, refugiándose sus moradores en Corrientes
e Ita tí. ¿Qué fué de la preciosa imagen de M aría? Si estuvo
en la ciudad del Berm ejo hasta su destrucción, no pu?de
ser la de Ita tí, que ya recibía culto extraordinario en la hu­
m ilde reducción franciscana. A ser aquélla debió haber sido
tra íd a a raíz de uno de los muchos asaltos que padeció la des­
v en tu rad a población. Dicen las crónicas que en los peligros i n - '
minentes, constreñidos a huir, llevábanse los españoles lo que
más apreciaban, y lo que apreciaban sobrem anera eran sus imá­
genes sagradas: por lo que no está fuera de razón la posibilidad
de que en una de las muchas terribles incursiones, o en vista
de los peligros que corría la imagen en ellas o creyendo y a
definitivam ente destruida la ciudad, se la llevaran antes de
1614 en desesperada fuga a la reducción del Y aguarí. Pero,
n i documentos ni viejas leyendas insinúan esa suposición,
lo que resta todo m érito a esa traslación como que los enco­
menderos de Corrientes conocían muy do cerca, por sus rela­
ciones continuas con la ciudad de la Concepción del Bermejo,
a su patrona, y no hubiera pasado inadvertida esa odisea de
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 101

la imagen ni corrido én ]os antiguos documentos el m isterio­


so hallazgo de la V irgen de Itatí.
P o r otra parte, el acta de fundación de la ciudad del
Bermejo, que obra en nuestro poder, destruye por completo
esa suposición. A pesar de su nombre, Concepción no tenía
por patrona a la Inm aculada sino a nuestra Señora del Ro­
sario (1).
* * .

Hacemos de lado muchas otras suposiciones que. no por


curiosas, ap o rtarían luz alguna, enredando aiin más los orí­
genes de la imagen en la m alla de Io incierto; por Io que
expondremos la tradición popular, según las antiguas refe­
rencias. apartándonos de las variaciones que ha introduci­
do en ellas la ignorancia de la leyenda documentada, que
nada dice del origen de 3a imagen y sólo se detiene en el
sitio de su hallazgo.
A todas luces mucho antes de 1608 tuvo lu g ar la supues­
ta aparición, que no fué sino un hallazgo de lo que se bus­
caba. L a tradición no señala fecha, pero ello se desprende
de la.s circunstancias de la traslación del viejo Y aguarí y de
la documentación de los grandes m ilagros de la Virgen en
1624, que da- su culto como ya asentado desde mucho tiempo
atrás entre los indios guaraníes de la reducción.
L a leyenda popular se apoya en el encuentro de la ima­
gen, que considera como una aparición de la Virgen. Y no es
así. No hubo tal aparición. E sa imagen era venerada desde
que fra y Alonso de San B uenaventura y Luis de Bolaños, al
abandonar sus misiones orientales, la trajeron del Guayrá.
Se le construyó en Y aguarí u n oratorio con piedras costeras
del río, cuyos cimientos se ven aún a ras del hoy Tabacué.
Una de las frecuentes irrupciones de la indiada del sur del
Tebieuary destruyó el oratorio y se llevó la imagen. Y lo
perdido fué recuperado. .
* *
E n las inmediaciones occidentales del perfum ado arroyo
Yaguarí, alejado del núcleo de la doctrina p a ra sus trabajos
de agricultura, vivía un indio principal, de nombre José. Sus
102 LA V IR G E N DE IT A T I

hijos, aun pequeños p a ra las duras tareas de la tierra, dedi­


cábanse a la pesca, que en la boca del Y aguarí es abundante.
E n u n a de las periódicas y grandes bajantes del P araná, en­
contrándose los indiecitos pescadores con las aguas muy ba­
jas y con los arenales que obstruían el desagüe del arroyo
trocado en cenagosos baches, fueron en veloz cachiveo al re­
codo del profundo cauce que enfrenta la espigada altu ra
de las piedras calizas con las encantadoras islas del oriente
a las que esm alta con su prim or verdegueante la llam ada
Isla Verde.
¡ Cuál no sería el asombro de los indiecitos al divisar, en
el recodo del río sobre u n a piedra redonda, la imagen p er­
dida, la imagen del m anto azul, túnica blan,ca y escapulario
tam bién blanco, con las manos juntas en actitud de ferviente
súplica, envuelta, según la inmemorial y constante tradición,
en misteriosa luz, m ientras acariciaba el oído una nrásica
dulcísima y extraña! ■
F u e ra de sí, enajenados por el espanto, como hijos de
las selvas, con más susto que admiración, sin llegarse al lu­
gar, pusieron en fuga, aguas abajo, su velocísima piragua
con desesperado jarete, y a poco notificaron a su padre, y
el padre a la población, y la población al doctrinero, a F ra y
Luis Grámez, el cual dispuso el traslado de la imagen al des­
m antelado Y aguarí. H uelga im aginarse los comentarios que
h aría la población. ¿P or qué abandonó a la imagen esa indiada
salvaje sobre las piedras de ese recodo de 1a. eminencia ca­
liza, punto obligado para el cruce del río a las costas p ara­
g u a y a s ? ... La imagen había sido p rofanada; desprendieron
de su m anto de timbó algunas astillas, motivo tal vez porque
después se la vistiera. Tenía eso todos los visos de una in­
tervención providencial, que hubiera obligado a. sus p ro fa­
nadores a h u ir a los golpes de un castigo para ellos m isterio­
so, y colocado la imagen sobre una peña del río, como peana
berroqueña de la Reina del P araná.
L a leyenda oral nos dice que la imagen volvió a desapa­
recer de Y ag u arí; la busca se hizo general, y descubriósela
en el mismo lu g ar del hallazgo; vuélvenla a la reducción, y
por segunda vez desaparece; y hallada nuevamente en el
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 1 03

mismo sitio, se resolvió traslad a r la doctrina donde m ani­


festaba el hecho repetido que la Virgen quería ser v e n e ra d a ...
No tiene esto más alcance que el de tradición, digna de
respeto, pero no de afirm ación categórica hasta el presente.
Y aguarí debía forzosamente trasladarse: su situación se pres­
taba fácilmente a los atropellos de la otra banda, m ientras
que el sitio del hallazgo de la imagen, alto y abrupto se pres­
taba maravillosam ente a la defensa contra las invasiones.
Desde entonces la anciana m adre de la M adre de Dios
cedió los honores del título de la población a su H ija. S anta
Ana quedó abandonada, y fué conocida por Tabacué, que
fu é pueblo, y a la trasladada población se la denominó: P ue­
blo de indios de la P u ra y Lim pia Concepción de N uestra
Señora del Itatín , llamándose hasta ahora, como un recuerdo
de la tradición, San José el campo que trab ajab a el padre
de los indiecitos pescadores. Y aguarón fué el resplandor sim­
pático de su prehistoria, Caboto la prim era chispa de su luz
cristiana, la custodia franciscana de la Asunción el princi­
pio de su vida religiosa y Bolaños, por orden de H ernán da­
rías, como lo veremos, el fundador de su parroquia y de la
organización de su vida civil.

* #

La bellísima y antigua tradición del hallazgo de la ima­


gen fu é variándola en algunos puntos el correr de los tiem ­
pos. E lla se m antuvo in tacta de padres a hijos en la vieja
vida de la población in d íg e n a ; pero aventada la comunidad,
carcomido el acervo de su herencia histórica por la lima he­
terogénea de los nuevos horizontes, descuidados y saqueados
los archivos del pueblo y tenidos en ignorancia los antiguos
informes, conservóse sólo en su substancia la tradición. E n
los detalles cayó toda en la imprecisión, especialmente res­
pecto al lugar del hallazgo. Se ha llegado hasta el extremo
de hacerla aparecer en un recodo del Y aguarí sobre una res­
tin g a de piedras de Tabacué, como si entre esos dos lugares
no m ediaran varios kilómetros. Y lo que im porta mayor ex-
trañeza está en que a los indiecitos se los hace pescadores de
104 LA V IR G E N LE IT A T I

arena, que no otra cosa ofrece el recodo ctel P a ra n á en el


Y aguarí en las grandes bajantes. •
Con la vieja tradición del lugar, escuchada de los labios
de los ancianos del pueblo de Ita tí v transm itida por el vi­
sitador P a rra s en su inform e de .1753. no solamente vuelve
la leyenda a su canee sino además se explica la fam a que
cobró de inm ediato esa imagen entre todas las otras imáge­
nes de la conquista en la América meridional, a pesar de la
insignificancia social del nudio en que empezó su culto tan
esparcido dentro y fu e ra de la Mesopotamia del virreinato,
inmortalizándose el nombre de Ita tí como una fuente extra­
ordinaria de favores, gracias y milagros.

(1) E l acta ele fundación de Concepción del Bermejo, ju e de­


bem os al Pbro. Dr. César Zoni, quita toda probabilidad de vei'dad a
la suposición de que su Patrona pueda ser la im agen de Itatí. El
acta es como sigue: ‘‘Jesús María. Otro Capitán, en nombre del L i­
cenciado Torres de Vera, funda la ciudad de Concepción. En el nom­
bre de la Santísim a Trinidad, Padre e H ijo e Espíritu Santo, tres
personas e un solo D ios verdadero e de la santísim a e gloriosísim a
V irgen Santa Maria Madre de D ios que v iv e e reina por todos los
siglos de los siglos para siem pre jam ás, amén. Alonso de Vera y
Aragón, capitán e ju sticia mayor en e sta s provincias dé Río de la
P la t a .. . por el muy ilustre señor licenciado Juan Torres de Vera
y Aragón, adelantado e gobernador e capitán general e ju sticia m a­
yor e alguacil mayor de esta s provincias del Río d e la P lata por su
M ajestad del R ey don Felipe, nuestro señor e del dicho señor ade­
lantado e por virtud de las capitulaciones que el muy ilustre señor
Juan Ortiz de Zarate, adelantado e gobernador que fué- de esta s pro­
vincias e suegro del dicho señor adelantado, referido hizo e capituló
con su Majestad e de los de su m uy alto e real Consejo de Indias,
sobre la q^den e m anera cómo se habían de poblar las ciudades en
estas dichas provincias, e conform e a ía dicha instrucción e capitu­
lación, digo que en el dicho nombre de Dios e de su M ajestad e del
dicho señor adelantado Juan Torres de Vera e por virtud clel poder
e com isión a mí dado, del dicho señor general arriba referido, digo
que para el dicho cum plim iento e en el dicho no-mbre, fundo e a sien ­
to pueblo en. el sitio del1 dicho río Berm ejo. La cual ciudad se in ti­
tula e lla m a la C o n ce p ció n de N u e stra Se ñ o ra , la cual dicha ciudad
e asiento confina con todos los confines que en su comarca están de
todo el río Bermejo e por confines e térm inos por la una parte los
térm inos los de la ciudad de la A sunción e Santa P e e Santiago del
E stero e ciudades de Talavera, que es en E steco e con térm inos
de la ciudad de Lerma, llamada Salta e ciudad de la Plata e de todos
PROLEGOM ENOS DEL CU LTO A LA V IR G E N 1 05

los dem ás térm inos que están e estu vieren en su com arca e redondez
para ahora e siem pre jam ás e en el entretanto que su M ajestad otra
cosa m andare, la cual parte parece ser mejor e buen sitio donde la
gen te pueda estar poblada e hay mucha leña e pesquería e caza e
agu as e pastos para su sten tación de los pobladores e de los ganados
e para su perpetuación de la dicha ciudad con m uchas tierras* e e s­
tancias,. a) ello anejo, lo cual es para repartir e dar a los pobladores
e vecinos de ella, como su M ajestad por sus reales cédulas lo manda;
la cual dicha ciudad nombro, fundo e asien to en nombre de D ios e
de su M ajestad e del dicho señor adelantado, como dicho es con las
condiciones e en la form a siguiente. Lo primero que ante todas cosas
digo e protesto que cada e cuando que pareciere e se hallare poder
m ejorar el dicho pueblo e ciudad en otra parte e sitio que más con­
viniera sea servido de Dios e de su M ajestad e bien e utilidad de
lo s pobladores e tierra en nombre de Dios e de su M ajestad e del
dicho señor adelantado. P rotesto de lo mudar e asentar e mejorar
por la perpetuidad de dicho pueblo para que le sea m ás conveniente
e provechoso, lo cual haré con acuerdo e parecer del cabildo de
dicha ciudad e de las ju sticias que en la dicha ciudad hubiere e ni
m ás ni m enos se nombrará alcaldes e corregidores e procurador
que tengan e m antengan a dicha en guarda e conservación de la
justicia, real, mandando e adm inistrando e teniendo a todos en ju s­
ticia como su M ajestad a sí lo manda e se hace en las provincias
del Perú, e a sí para que la dicha ciudad esté en ju sticia yo en nom ­
bre de su M ajestad e del dicho señor adelantado e gobernador atrás
referido, señalo por alcald es ordinarios e de la hermandad a H er-
nandarias Saavedra e a Bernabé de-Luján e por corregidores a Pedro
Franco e a D iego de 1a. Torre e a Antonio González e a Pedro de
Quiroz e a Jácom e Antonio e a Gabriel Fernández e por procura­
dor general del pro e común de la dicha ciudad a Juan Cabrera, e
ansí yo por virtud de la com isión a mí dada e en nom bre de Dios
e de su M ajestad e del dicho señor adelantado e gobernador en su
nombre les doy poder e facultad cum plida aquella que de derecho
en tal caso puedo e debo e de derecho se requiere para que en nom ­
bre de su M ajestad e del dicho señor gobernador puedan usar y
ejercer los dichos oficios de alcades e regidores e procurador g e­
neral como va referido e declarado en todas las causas civ iles e
crim inales anexas e con exas e p erten ecien tes a los dichos sus ofi­
cios conform e a las ordenanzas que su M ajestad tien e hechas a todas
la s ciudades de las Indias para que usen e ejerzan en los dichos
oficios de alcaldes ordinarios e de la hermandad e no obstante que
su M ajestad por sus íe a l e s p rovisiones manda que los ta les alcaldes
e regidores e procurador general sean cadañeros e sirvan a los di­
chos oficios de año a año, yo en el dicho nombre, de su M ajestad e
del dicho señor gobernador conform ándom e como por la presente
m e conformo con las dichas provisiones reales los nombro en los
dichos oficios de alcald es e regidores e procurador general, e pare-
ciéndom e que la dicha elección es justa e conveniente, que se haga
1 06 LA V IR G E N DE IT A T I

en un día señalado del año, por la presente en nombre de su M ajes­


tad e d el dicho señor adelantado e gobernador nombro e señalo
que sea la dicha elección de los dichos oficios cada un año por el
día de año nuevo, e así mando que la dicha ordenanza quede hecha
e confirmada para que se haga cada un año como dicho es, para el
día señalado e doy poder e facultad para que de hoy en adelante lo
hagan ansí com o va referido, los alcaldes e regidores que salieren
a los que han de venir, juntam ente en la cabeza de la dicha ciudad
o su lugarteniente e no lo estando ellos propios en su cabildo e re­
gim iento, la cual elección se com enzará a hacer desde hoy catorce
de abril del año del Señor, de m il e quinientos ochenta e cinco e ansí
dende en adelante la cual' harán como Dios m ejor les diere a enten­
der e en sus conciencias a aquellas personas que con más rectitud
e celo entendieron que conviene al servicio de D ios e de su M ajes­
tad para el gobierno de la dicha ciudad, como se hace en los reinos
del Perú y en todas las Indias. —■A lo n s o de V e ra y A ra g ó n .
E luego el dicho señor capitán en presencia e por ante m i Juan
Romano de Montiel, escribano público e del real cabildo de la ciu­
dad tom ó e recibió juramentp de los dichos señores alcaldes e regi­
dores e procurador general e de cada uno de ello s en form a debida
de derecho por D ios nuestro Señor e por Santa María su bendita
Madre e por las' palabras de los Santos cuatro E van gelios e por una
señal de Cruz como ésta t que usarán bien e diligentem ente los
dichos oficios de alcald es e regidores e procurador general e guar­
darán justicia a las partes y no llevarán derechos dem asiados e en
todo harán aquello que m ás con vin iese al servicio de D ios nuestro
Señor e de su M ajestad e bien de la República. E a la conclusión
de dicho juram ento dijeron cada uno por sí e por lo que le s toca,
sí juro, e amén. E prom etieron de lo ansí hacer te stig o s N icolás de
V illanueva e Gaspar Fernández e Antonio de la Madrid, soldados e s­
tan tes en esta ciudad. .
E luego el dicho señor capitán, en cum plim iento de todo lo su­
sodicho fué con los dichos señores alcaldes arriba referidos e pro­
curador general e los demás regidores1 e todos de un acuerdo e con­
formidad e nombraron e situaron el sitio de N u e stra S e ñ o ra del Ro­
s a rio p o r ig lesia m a y o r de la d ich a ciu d a d , lo cu a l yo el d ich o e s c ri­
bano doy fe la vi a rm a d a e d e c ir m is a ,-la cu a l n o m b ra ro n e pusieron
la A d v o c a ció n de N u e stra S e ñ o ra del R o s a rio e lo p id ieron por tes­
tim o n io te s tig o s lo s d ichos.
E luego en el dicho m es e año dicho, el dicho señor capitán jun- ’
to con los dichos señores alcaldes e regidores e procurador general,
fueron en mitad de la plaza e mandaron hincar allí un palo para el
Rollo, donde se ejecu tase ju sticia de los delincuentes que delinquie­
sen. E mandó el dicho señor capitán que ninguna persona la qui­
tase de la parte e lugar donde queda fijada, so pena de la vid a sin
licencia de su M ajestad o de su mandato o de otro juez com petente
que en nombre del dicho señor adelantado mandare e lo pidieron
por testim onio, lo cual todo lo susodicho yo, el dicho escribano, doy
PR O L E G O M E N O S DEL C U LTO A LA V IR G E N 107

fe que delante de m í pasó e quedó fijado e puesto todo lo referido


e testig o s los diclios. '
E luego el dicho día e año susodicho, por ante mí, el dicho e s­
cribano. El dicho señor capitán, estando juntos los dichos señores
alcaldes e regidores e procurador general, andando por el- campo
de dicha ciudad nombraron e eligieron por egido público de la dicha
ciudad, para todos los vecinos que poblaren e vinieren a poblar des­
de las cuadras que señaló hasta un cuarto de legua que tom a todo
el contorno de la dicha ciudady con todo lo cual se acabó e feneció
e fundó la dicha población e ciudad e ig lesia e horca, egido pro­
testando como el dicho señor capitán protestado tien e de mejorar
la dicha población e ig lesia e todo lo demás, cada e cuando que ha­
lare m ejor oportunidad en nombre de D ios e de su M ajestad e del
dicho señor adelantado e pidió a mi el dicho escribano, lo dé por
testim onio de lo cual todo lo que dicho es, doy fe, el presente escri­
bano, pasó ante m í y v í que an sí se hizo e cum plido e protesto que
en la form a que va dicho e especificado e declarado e lo firm ó el
dicho señor capitán e alcaldes e regidores e procurador general
A lonso de Vera y Aragón, Hernandarias de Saavedra, Bernavé de
Luján, Pedro Franco, D iego de Latorre, Antonio Gonzáez, Pedro de
Quiroz, Jácom e Antonio, Gabriel Fernández.
E yo, Juan Romano de Montiel, escribano público e del cabildo
presente, fui en uno con los dichos señores, por ende hice aquí mi
firm a, que es a tal en testim onio. Juan Romano de Montiel, e scri­
bano público y de cabildo.
E yo, D iego Martínez de Irala, escribano público del cabildo
y gobernación de esta ciudad de la Concepción de Buena E speranza
h ice sacar y trasladar esta dicha fundación y testim on io del original,
e l cual va cierto y verdadero, corregido y concertado con el 'dicho
original, por ende h ice aquí mi firm a acostum brada que es a tal. E a
testim onio de verdad..— Digo M artínez, escribano público y del ca­
bildo y gobernación.
Yo Pedro T éllez de Sargento m ayor escribano de su M ajestad
doy fe y verdadero testim on io a todos los señ ores que la p resente
vieren como esta firm a que está aquí arriba de este rasgo y debajo
de ciento y doce renglones todos escritos excepto se is que están a
medio y a m ás que m edio es buena leg a l y verdadera, y el dicho D ie­
go Martínez es escribano público y del cabildo de esta ciudad
y a todos los escritos que ante é l pasan se da entera fe y crédito
por lo cual es fe en testim on io de verdad fecho en esta ciudad de
N uestra Señora de la Concepción de Buena E speranza del río Ber­
mejo provincia del Río de la Plata, en fe de lo -cual hice aquí mi
signo que es tal (hay un sig n o ). E n testim on io de verdad, Pedro
T éllez de Sargento m ayor escribano de su M ajestad (R ubricado).
Sin derechos.
(Archivo General de Indias. — Sevilla. — Sección VI - E scri­
banía de Cámara - L egajo 846 C.)
SEGUNDA P A R T E

PL E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIRGEN


Martirio del P. Roque González y el P. Alonso
Rodríguez (15 N ov. 1628)
CAPITULO I

EL NOMBRE DEL PUEBLO

E l hallazgo que acabamos de relatar, según la vieja tr a ­


dición de la población indígena, no posee más documento es­
crito que el del lugar. No indica el origen de la imagen si­
no el sitio en que la encontraron asombrados los indios pes­
cadores. L a población de S anta Ana de Y aguarí consagró
ese lugar, esa erguida avanzada de piedras al río, ese itaií,
o m ejor escrito -itati, p u n ta de piedra, o literalm ente tra d u ­
cido, nariz de piedra.
Pero, no a esta condición topográfica debió la reducción su
nom bre de Ita tí. Su nombre conocido hasta el encuentro de
la imagen perdida era Y aguarí. Y poco a poco empezó a d á r­
sele el nombre de Ita tí en los viejos documentos de la colo­
nia. A un en 1623 no estaba desalojado el nombre de Y aguarí
en esos documentos, como se desprende del inform e que, en
ese año dirigió al rey el P adre M arciel de Lorenzana acerca
de esta doctrina franciscana: “ F undaron estos religiosos otra
reducción. . . que se llama Y aguarí, o según otros Ita tí, en
que m urió el P. F ra y Luis Gámez. E sta doctrina casi nunca
ten ía doctrinante, y cuando lo tenía no era lengua, sino el
tiempo que estuvo en ella el dicho P. F ra y Luis Gámez. Aho­
ra fué a ella el P . F ra y J u a n de Gamarra, buen lengua ..
Ese según otros fué imponiéndose definitivam ente por los es­
tupendos prodigios de la Virgen, tra íd a de u n a de las reduc­
ciones franciscanas de la provincia del Ita tí guaireño.
Dos historiadores de nota, A zara y Pastells, están con-
112 LA V IR G E N DE IT A T I

formes en la h u ida de u n a reducción itateña con rumbo ai


Y aguarí, pero A zara se equivoca al tra e rla de la provincia
del Ita tí del norte de la Asunción, donde en aquellos tiempos
no existía la tal reducción ni estuvo en ella Bolaños; P as­
tells está en lo cierto en hacerla llegar de la provincia del P i­
quyry, por otro nombre del Ita tí, acaso por un arroyo de este
nom bre que en aquel desagua o por la hermosa p u n ta de su
desembocadura, así tam bién llamada, donde evangelizó Bo­
laños, y de donde vino con la imagen patrona de las parcia­
lidades que transm igraron ante el salvajismo de las que­
bradas y de las selvas. N a rra una leyenda con bastante pro­
babilidad histórica, dada la saña de los tupíes y paulistas que
la iglesia de la P u ra y Lim pia Concepción del Ttatí fué in­
cendiada, y Bolaños con sus neófitos encontraron la imagen
intacta. Y comienza la odisea de la imagen por los campos
sin caminos, sobre los cantos abruptos de las sierras, bajo
las florecidas frondas de la inm ensidad boscosa y el clamor
como de despedida de Jas mayores y más encantadoras cas­
cadas de América. La Keina del Piquyry, la P u ra y Lim pia
Concepción del Ita tí guaireño enciende el celo de su apóstol
entre las trib u s del desierto, y escucha la oración de los con­
vertidos al reparo de la sombra de las florestas o al cente­
llear de las noches estrelladas, y am para a esos vasallos de la
transm igración contra la celada del indio alzado' por sus he­
chiceros, contra el rayo de las torm entas y las furias de los
ciclones que descuajan el añoso taru m á como un juguete de
papel, hasta que, em barcada en míseras piraguas esa extra­
ña peregrinación, arrib a al Y aguarí de F ra y Luis Gámez.
A no dudarlo, este es el aserto de m ayor viso ■histórico
acerca de la im agen; pero, ello no quita su perfum e poético
y su fondo de verdad a la vieja tradición -de Y aguarí. Las
leyendas seculares, cuando no entrañan el absurdo, no son
pruebas despreciables de la verdad, sino hilos que a ella con­
ducen. N ada extraño es que los prim eros portentos de la V ir­
gen de Ita tí, que esparcieron su fam a y que no se documen­
taban, p arte por desidia y especialmente por carecer con fre­
cuencia la doctrina de sacerdote, según inform e de Lorenza-
11 a, se ataviaran con el ropaje de la fantasía guaraní, que
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 113

iría tejiendo el hecho real de padres a hijos con las n a tu ra ­


les variaciones inherentes a todo acervo oral.
E n el oratorio de Tabacué, alzado sobre cimientos de
toscas piedras del P araná, Bolaños organizó el culto a la
imagen, cuyo origen probablem ente detalla en su obra
N otas y A puntes, extraviada hoj^ y que hasta 1843 se con­
servaba en los archivos de San Francisco el Grande, de Ma­
drid. Las gracias estupendas obtenidas por mediación de esa
imagen la, hicieron famosa. P or desgracia, las m aravillas co­
rría n de boca en boca, y no se docum entaban por escrito has­
ta 1624. No eran, por otra parte, los tiempos y lugares aque­
llos p ara las tranquilas preocupaciones de la plum a: época
del heroísmo de las lanzas y del arcabuz, del ¡ Santiago y cie­
rr a E spaña! ante el aullido del guaicurú, del payaguá y del
abipón; horas de las zozobras inquietantes y de las invasiones
imprevistas se arrebujaban los hijos suplicantes a los pies de
la. M adre en dem anda de am paro, sin más testimonio u lterio r
de g ra titu d que la alabanza d?l corazón y la plegaria de los
labios.
E n torno de esa imagen portentosa fué la reducción ela­
borando su caudal de tradiciones basadas en los heehos, pero
«•asi de inmediato adulteradas en sus circunstancias, no tanto
por la fan tasía indígena como por las variaciones im prescin­
dibles que habían de padecer las narraciones de u n a poco me­
nos que toldería semisalvaje, con frecuencia sin doctrinero, y
no pocas veces renovada, ante la apostasía de los conversos,
por nuevos com'ersos que recogían la dispersa tradición.
L a V irgen de la provincia del famoso A lvar Núñez Ca­
beza. de Vaca, de la provincia de V eía; la V irgen del Ta.pé;
la "Virgen coronada por las sierras y los bosques del G uairá y
acariciada p o r los arcoiris de las inmensas cataratas; la V ir­
gen del río de las fantásticas puntas de piedra, la V irgen
del P iq u y ry ; la V irgen de B olaños; la Reina del P a ra n á dió
su nom bre definitivo al pueblo, nombre nníes desconocido en
la tooografíii de estas costas paranenses.
Casi a. raíz de la, fundación civil, el buen lengua F ra y J u a n
•le Gam arra nombra a la. reducción : Pueblo de la Lim pia Con­
.•<-[>i-i<n i del Ttatín, con que queda zanjada la incertidum bre
114 LA V IR G E N DE IT A T I

acerca del significado del vocablo tíatí, que no es en este caso


piedra blanca, ni pedregal ni otras versiones que le daban los
guaranistas. E s sabido que en los viejos documentos escritos,
los conquistadores añadían u n a N a las vocales nasales, y así
llam aban itatine\<¡ a los indios itatíes, Ábacotén a Ab acoté, Y a ­
guarón o Yaguarún a Yaguarú. Ita tín es Ita tí, pu n ta de
piedra.
L a coincidencia de haberse establecido la imagen del Ita tí
al arrim o de la prom inencia caliza oriental del actual pueblo
h a hecho triu n fa r en el uso la significación de piedra blanca:
itatí, piedra blanca, síncopa de itá y morotí, como Tobatí, ca­
ra blanca, tu yu tí, barro blanco.
CAPITULO II

LA IMAGEN DE LA VIRGEN

De ahuecado talle de timbó y rostro de nogal, con m anto


azul, tú n ica blanca y blanco escapulario, y con las manos ju n ­
tas, representa la imagen el misterio de la concepción inm a­
culada.
P o r llevar escapulario, pues no vemos por qué otro moti­
vo, han asegurado unos que es una virgen del Carmen, y otros
de la Merced.
Ni los colores de la vestidura de la imagen ni su actitud
perm iten tales afirmaciones. Es y siem pre fué la Inm aculada,
y no o tra su advocación. Antes de las veinte y siete inm acu­
ladas de M urillo, a quien por esto se lo llam a el pintor de la
Inmaculada, con frecuencia la iconografía representaba la con­
cepción de M aría con escapulario blanco.
Efectivam ente, la más antigua de las congregaciones reli­
giosas p a ra ensalzar a la santísima Virgen en el misterio de
su concepción fué fundada por B eatriz de Silva, de tan no­
velesca fig u ra en la corte española por las intrigas de que fué
objeto y por su doloroso viacrucis. Establecida la Congrega­
ción en Toledo poco antes del descubrimiento de América,
fué encomendada su dirección espiritual a la orden francis­
cana. Sus conventos se m ultiplicaron m aravillosamente, y en
tiempos de Felipe I I tuvieron las concepcionistas casas en
Quito y varias otras partes del nuevo continente. Como ho­
m enaje al misterio, llevaban las prendas de vestir de su Pa-
trona, exactamente como las de la imagen de la V irgen de
116 LA V IR G E N DE IT A T I

I t a tí: manto azul, escapulario blanco y túnica de este mismo


color. ■
No podían, pues, Bolaños ni sus compañeros tener dudas
acerca de la advocación de la imagen, n i menos nos es lícito
sospechar en ellos el atrevim iento de v a ria r el título de la
que se llegaba a estas tierras como Señora llena de luz y de
prodigios.
Im ágenes de la Inm aculada las hubo en esa época en las
dilatadas comarcas que evangelizó el literato y sapientísimo
jesu íta español, José Anchieta, apóstol v taum aturgo del B ra­
sil. Nacido en 1533 y fallecido en 1597, se asegura que bau­
tizó más de dos millones de indígenas, “ pasando de m il los
templos, escuelas y hospitales que se levantaron por su ini­
c ia tiv a ” . Devotísimo de la Inm aculada, a fu er de buen hijo
de la Compañía, en la que veía la orden franciscana su m ejor
escudo p a ra las discusiones teológicas sostenidas contra los
im pugnadores del gran privilegio de María, va de suyo que
no u n a sino muchas imágenes de la Concepción entronizaría
en los numerosos templos de sus reducciones. Y de suyo
tam bién va que, así como muchos pueblos fueron destruidos,
fueron robadas muchas imágenes, incendiadas o arrojadas a
los ríos p o r los indios alzados, especialmente por los tupíes y
p or los mercaderes sin conciencia de las plantaciones de café
y de algodón.
Obra, sin lu g ar a dudas, indígena, de m adera de timbó
“ con la color mala, y los ojos y la boca m al sacados” , según
documento de 1624, no es dable sin embargo conceder su fa­
bricación a los indios sin asiento y por consiguiente sin ins­
trucción alguna en las artes, recogidos por el taum aturgo en
sus apostólicas correrías. Su fabricación pide el taller de u n a
reducción asentada y laboriosa.
¿C uál pudo haber sido esa reducción? No encontramos
afirm ación categóricamente histórica al respecto; pero, la ima­
gen no pudo ser la señalada por Pastells. V e rd a d 'e s que al
suroeste de Ciudad Real a no¡ larga distancia del P iq u y ry exis­
tió la población de N uestra Señora, titu lad a según u n viejo
m apa, de Copauana, y según él atribuido al P ad re Cardiel,
Concepción de Copacabana; pero, en m anera alguna puede
P L E N IL U N IO DEL C U LTO . A LA V IR G E N 117

ser la V irgen de Ita tí ]a que se veneraba en esta población. Si


la imagen era realm ente u n a reproducción de la de Bolivia,
ten d ría que sostener al Niño Dios en los brazos como la fa ­
mosa de la C andelaria del lago de Titicaca. Si la denomina­
ción de Copauana o Copacabana no se refería a la imagen si­
no al lugar, lo qne no es de extrañar como que son varios en
la América del S u r los parajes con ese nombre, y por consi­
guiente su patro n a podía no ser la Candelaria sino la Con­
cepción según el m apa señalado, tampoco cabe que sea ésta
la trasladada al Y aguarí. En efecto, el famoso santuario guai-
reño de N uestra Señora de Copacabana no desapareció du­
ra n te la evangelización de Bolaños, y se trib u tab a culto a su
imagen aún mucho después de la m uerte de este taum aturgo,
cuando ya tam bién era célebre en su santuario la imagen de
Ita tí. Esto consta en la “ Relación geográfica e h istórica” de
Diego de A lvear quién, al n a rra r la odisea de Montoya con
sus 12.000 guaraníes en 1638, trae el siguiente p árrafo : “ La
flota de balsas continuó su navegación sin p artic u la r suceso,
y a los pocos días llegó a las inmediaciones y estrechuras del
Salto Grande del P araná. Aquí se le agregó u n a m ultitud de
indios fugitivos de la provincia de Tayaobá, que se habían
acogido al asilo del gran, santuario de nuestra Señora de Co-
pocabana en el P iq u y ry ” .
Es evidente que la imagen de nuestro Ita tí no es la de
Copauana o Copacabana. Toda la posibilidad histórica está
en que la efigie de n u e stra Señora de la traslad a d a S anta
Ana. no es o tra sino la p u ra y lim pia Concepción del Ita tú ,
Ita tín o Ita tí, antiquísim a reducción que señalan los viejos
m apas en la inmediación suroeste de la Ciudad Real, so­
bre el preciosísimo y pedregoso prom ontorio que, en la
desembocadura del P iquyry, se in tern a poéticamente en las
bullentes aguas del alto P araná. La imagen, pues, de esa
población fu n dada, a todas luces, poco después de 1580 por
fra y Alonso' de San B uenaventura y Luis de Bolaños debe ha*
ber sido fabricada en esa reducción o ta l vez, y es lo más
probable, en los talleres de C iudad Real.
E n una página ilu strad a de “ La N ación” , del 1° de m a­
yo de 1940 aparece la siguiente curiosa afirm ación: “E n
118 LA V IK G E N DE IT A T I

cuanto a Y aguarón, se atribuye ese nom bre a un cacique


Ñ aguarú, ta llista y artífic e de relieve, a quien Bolaños lle­
vó consigo a las M isiones, y que es el au to r de la im agen
de la V irgen de I t a t í ” . Que Ñ aguarú o Y aguarón diera su
nom bre a la citad a población p ara g u a y a es tam bién el p a ­
recer de otros cronistas, no porque Y aguarón le im pusiera
su nom bre sino M artínez de Ira la a la prim itiva fundación
por agradecim iento a los buenos oficios del cacique de Ya­
g u arí. No conocemos que esto se apoye en docum ento algu­
no : si fu e ra exacto, sería u n a gloria en la h istoria itateñ a
el haber sido el cacique Y aguarón, el favorecedor de los
conquistadores de la prim era hora, au to r de la im agen de
Ita tí.
P o r lo que respecta a la segunda fundación de la po­
blación de Y ag u aró n no fué como lo afirm a “La N ación”,
en 1580, sino en 1585, según una. inform ación de 1618 cita­
da p o r F ra y A ntonio S. Q. C órdoba en su obra “Los fra n ­
ciscanos del P a ra g u a y ” , en qite sé re tira a España, para,
tra e r misioneros, F ra y Alonso de San B uenaventura, d ejan ­
do la atención de las misiones a Bolaños, ya sacerdote. V uel­
ve al G uairá B olaños. Y vuelve, de regreso, Alonso a ser
su su p erio r y com pañero probablem ente en 1588, abando­
nando casi inm ediatam ente el G uairá, y trayendo con Bo­
laños la Concepción del Ita tín . Y aguarón, a ten er tre in ta
años cuando el hospedaje de Caboto, sería nonagenario ai
re to rn a r a sus dominios.
A ntes de 1615 empezó esta im agen a ser venerada con
culto extraordinario. Bolaños organizó sus festividades, aña­
diendo a la salve de los sábados, costum bre de todas las mi­
siones franciscanas, variados ejercicios de piedad p a rtic u ­
lares de esta reducción, como lo señala el docum ento de los
prodigios de la V irgen, firm ado en 1624 por el cuarto cura
F ra y Ju a n de G am arra y refrendado por el escribano p ú ­
blico M ateo González de S an ta C ruz. L a población de San­
ta A na de Y ag u arí iba trasladándose paulatinam ente. E l in­
cansable fa b ricad o r de pueblos, a quien el no menos crea­
dor de reducciones, H ernando A rias de Saavedra, aplaudía
en 1606 en cartas al R ey y llam ábalo a Bolaños en 1612
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 119

p a ra que estableciera definitivam ente el pueblo, sabía apro­


vecharse de las v e n ta ja s del te rre n o . Puso sus indios a la
obra, e ib a . diseñándose la población sobre las quebradas
barrancas que dan a lo que hoy se llam a La Galería. E d ifi­
cóse el hum ilde galpón de b arro y techo de p a ja como se­
gundo tem plo de la m ilagrosa peregrina, y ju n to a él, se­
gún costum bre de todas las viejas reducciones, el cem ente­
rio, señalándose p a ra el cabotaje una bahía conocida h asta
hoy con el nom bre de P u erto de La Manga. Con la cal del
famoso p araje se enjalbegó .el minúsculo caserío, que sal­
picó la verde a ltu ra como u n a bandada de gaviotas fa tig a ­
das de ra y a r el río . A modo de callado testigo, casi en el
declive de la enorme barranca, ahí queda aún el conocido
pozo de Bolaños, o de las Misiones segtin otros, que pudo
h aber servido p a ra quem ar la cal, pero no p ara que la le­
yenda lo abra, al conjuro de Bolaños, apaciguando con sus
aguas la sed de los trab a jad o res sudorosos, como si no tu ­
v ieran a unos m etros, p a ra beberse, todas las aguas del P a ­
raná.
No era sin em bargo esa situación acom odada p ara la
fácil vida de u n a población. E l panoram a, espléndido; la
perspectiva, en can tad o ra; pero los altibajos del terreno, sus
profilndas quiebras y desm oronam ientos,, la acción de las
lluvias que lo reteijeaban convirtiendo sus zanjas en to rren ­
te ra s invadeables, im ponían la traslación de la doctrina al­
go al oeste, sobre las suaves ondulaciones de la actual po­
blación, em presa que llegó a realizar F ra y J u a n de Gama-
rra en 1624, llevando en solemne procesión y entre grandes
m ilagros de la V irgen la querida im agen a su nuevo tem ­
plo. E sta traslación dió m argen a >la equivocada afirm a­
ción de los que pretenden que G am arra trasladó la doc­
trin a de Y ag u arí a I ta tí. Ita tí fué fundado el 7 de diciem ­
bre de 1615 al arrim o de su cem enterio y del puerto de L a
M anga, y fué traslad ad o a .donde está por el cuarto cura
el 14 de agosto de 1624, antes de las prim eras vísperas de
la A sunción de M aría, que se cantaron tra s la triu n fa l pro­
cesión, con asistencia de todo el' pueblo y de muchos veci­
nos de C orrientes, en el tem plo nuevo.
.120 LA V IR G E N DE IT A T I

Llegamos a las manifestaciones portentosas con que


quiso el O m nipotente n im bar la herm osa im agen de n u e stra
R ein a; pero, no podem os p rescin d ir de señalar antes, a u n ­
que som eram ente, las dos luces que enaltecieron con sus
destellos so b ren atu rales el pueblo y la región de las m iseri­
cordias de la que es n u e stra esperanza en este valle de lá­
grim as.
CAPITULO III

EL APOSTOL BOLAÑOS

' F ra y Luis de Bolaños es la figura titánica de la epo­


peya evangélica del Río de la Plata. L a historia tiem bla
aún ante la mole de sus trabajos. La plum a se detiene co­
mo desconcertada, porque no es la simple vida de un hom ­
b re la que cae b ajo sus puntos, sino la de un g ra n tau m a­
tu rg o , que llena todas las horas de más de medio siglo con
sus em presas, con sus v irtu d es y con sus prodigios. D escar­
ta d a su piadosa in fancia y sus b rillan tes estudios en su cu­
n a andaluza, bastan y sobran sus cincuenta y seis años de
labor m isionera p ara asustar la audacia del que pretendie-
re seguirlo en su sinuoso y mil veces repetido ir y venir
desde las retu m b an tes c a ta ra ta s h asta las pam pas silencio­
sas. E n esa existencia todo es enorm e: la em presa, el cam ­
po de acción, los peligros, la exigüidad de los m edios y los
p o rte n to s . E s u n a de esas fig u ra s de ayer, como contem ­
poráneas, que sólo la Iglesia de Cristo produce, al parecer
fo rja d as p a ra los tiem pos sin m em oria de la preh isto ria he­
roica. Acaso por esa misma grandeza los estudiosos han ido
quebrando sus plum as con desaliento en los cantos rodados
e imprecisos de sus desconcertantes m aravillas; que esca­
paban a la montaña, de papeles de los oficiales reales y
a las actas prolijas de los cabildos, afiebrados en organizar
la vida, de la conquista con elementos no pocas veces aviesos,
aptos p a ra pleitos y caballos, soñolientos p ara el trabajo.
122 LA V IR G E N DE IT A T I

La. acción de B olaños llenaba el escenario del Río de


la P la ta ; mas, no se deslizaba dentro de las m odalidades de
la colonia, siendo no obstante el m ejor de los colonizado­
res ; no buscó la encom ienda servidora del indígena, siendo
con todo el que encomendó más indios al servicio de sus
ideales; no tuvo en cuenta la explotación del oro buscado
de la tierra, siendo a pesar de ello el que lo hizo res­
p lan d ecer con m ás brillo en el corazón de la raza am erica­
n a ; no se empeñó en escribir m em oriales al rey p a ra exigir
las ju stas g ra n je rias de sus servicios, siendo, pese a todos
los tra b a ja d o re s de su época, el que sirvió a la conquista
con más actividad, con m ás peligros, con menos dispendio
y con más éx ito ; no se arrim ó a la espada en dem anda de
protección ni a las influencias p a ra el honor de los títulos,
siendo empero el que podía llevarse todos los privilegios de
su época, mimado por los obispos, gobernadores y por la fama,
venerado p or los adelantados, por los jesuítas, p o r G aray,
que advierte su prim era luz, por Negrón que lo quisiera
obispo, p o r Céspedes que glorifica su tum ba, y m uy en p a r­
ticu lar por la am istad afectuosísima de H ernandarias, que
depositó en él toda la confianza de su alma extraordinaria.
B olaños era u n m undo ap a rte en su m undo E ra la luz
en las tinieblas, la voz en el desierto, el amor en las sole­
dades. L a colonia conquistadora lo vió, y 110 pudo poseerlo;
lo vieron las selvas, y volcaron en la huella de sus sanda­
lias sus flores v írgenes; lo escucharon las sierras, y se co­
ro n aro n de cruces; lo ab rig aro n las soledades, y ensayó la
dem ocracia de las v irtu d es su oración al único Dios de la
verdadera y santa libertad.
No se p erten ecía B olaños. No gastó p a ra sí un m inuto.
E l hom bre viejo con sus pasiones estaba m u erto ; era el hom­
bre nuevo resucitado en C risto. No se descubre en él, ni
en sus em presas, ni en su carácter, ni en sus costum bres,
n i en su mesa, n i en su lecho ni en su v estir la vida o rd in a­
ria del h o m b re ; era su vida de Dios, y Dios se m anifestaba
en su vid a: lo u ltraterren o parecía de su condición; lo ex­
traordinario, propio de su ser; lo sobrenatural, su n atu ra­
leza ; el milagro, su recurso. Y a los que le m anifestaban su
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N ' 123

espanto por lo que veían salir de sus manos, los contem pla­
ba asombrado, y reía. La risa, nunca tuvo o tra explicación de
sus portentos, la risa candorosa del niño que no acierta el
cómo otros pu ed an adm irarse de lo que p a ra el es ta n sin
m isterio como el soplar del viento y el co rrer del agua.
Bolaños no puede ser objeto de la biografía de un in­
crédulo, de plum as como la de nuestro M antilla que, a fir­
m ando no haberse producido jam ás m ilagro alguno en el
mundo, p a ra no ten érsela que entender con los grandes de
san Francisco Solano, por poco da su existencia como un
mito, y asegura ta n tran q u ilo que no estuvo en la R epúbli­
ca A rg e n tin a . P a ra los hom bres y cosas de Dios el ateo es
u n ciego de nacim iento. E l sol de Dios no lo ve ni lo com­
prende. Y ¿cómo lo ha de comprender, si no cree atesorar
m ás alm a que la piedra, y sus ojos son de barro, de la tie­
rra y p a ra la n ad a? A nte las virtudes del santo, esos his­
toriad o res debieran p erd o n ar el tra b a jo in ú til a sus p lu ­
m as. No son p a ra ta n ta a ltu ra . Bolaños es p a ra ellos un
im posible y sus jhechos son leyendas. Se impone el sistem a
de la negación. E l hom bre de la inm ortalidad’ y de la glo­
ria no pudo haber existido j>ara los que 110 adm iten más ló­
gica consecuencia de la libertad que los gusanos del cadá­
v er ni m ás fru to de la v ida que el fracaso eterno,.

* *

F ra y Diego de Córdoba y Salinas, casi coetáneo de Bo­


laños, y otros autores recogieron algunos ecos de la resonan­
cia de esa vida imposible hum anam ente hablando, pero in­
negable p o r los rastro s que estam pó en los desiertos am eri­
canos ese león poderoso de la Iglesia católica.
De cuerpo en ju to p o r sus continuas penitencias, fu erte
po r la constitución hercúlea que distinguía el solar de los
B olaños; de fisonom ía fran ca como un cielo sereno; de ojos
rasgados cual los de un niño candoroso; de labios siem pre
dispuestos a la risa sosegada y suave de las conciencias en
paz; de actividad maravillosa, no requiere su lecho de p aja
en las reducciones, sino en el bosque aledaño en que, tras
124 LA V IR G E N DE IT A T I

san g rien tas disciplinas, no concede sino tres horas al sue-'


ño reclinando la cabeza en los grandes árboles; de absti­
nencia rigurosa, consistía su alim ento en unos granos de
maíz a los que añ a d ía alguna vez una poca de carne char­
queada, lo que no le im pedía en las noches asfixiantes del
verano o ra r en .carnes a orillas de los pantanos por ten er
a delicia la voracidad de los insectos; de vestir más que
franciscano, .sin más ropa que la puesta, corría la afirm a­
ción de que los años y las espinas la re sp etab an ; de oración
in in terru m p id a aú n en sus tra b a jo s m ás rudos, era a rre b a ­
tado con frecuencia en éxtasis, m olestándolo e! aplauso de
sus neófitos, p o r lo que solía m u d ar de doctrina p a ra ev itar
el peligro de la id o la tría ; de corazón afectuoso, las trib u s
lo seguían en larg as peregrinaciones, y se apaciguaba ante
él el odio de los hechiceros; de profundos conocimientos en
el idioma guaraní, maestro en esto de jesuítas (1), su p a ­
lab ra era la m iel que a tra ía a los hijos de los bosques, y
lev an tab a las poblaciones en las m árgenes de los ríos, sobre
las cuchillas de los campos y las rocas de las siei-ras; de
c arácter noble, encontraron en él el débil u n sostén y el
poderoso un juez, un censor Ortiz, u n p ad re los indios y un
defensor H e rn a n d a ria s; de fe sencilla y honda., de la que
tra n s p o rta las m ontañas, vive en la televisión, el rapto, la
ubicuidad y en todos los tesoros providenciales del prodi­
gio, como en u n a atm ósfera que sa tu ra su obra de bellezas
em otivas, de tradiciones épicas y de poético p e r f u m e ....
No consentía ese hom bre de Dios que se desconfiara de la
P ro vid en cia. Siendo custodio, y habiendo vestido el hábito
en S an ta F e a Gregorio Osuna, fam oso doctrinero después
de Y uty, se em barcó p a ra la A sunción con el novicio, con
F ra y J u a n de C órdoba, su secretario de visita, y con algu­
nos indios. Los padres del novicio av itu allan al hijo p a ra
el v ia je . Bolaños a rro ja a. la o rilla los com estibles. El via­
je es penoso. Se hace sen tir el h am bre. E l secretario echa
en cara al custodio su im previsión. Bolaños ríe. H ace sal­
ta r al p ajo n al de la rib era a sus indios, y u n a gorda vaca
aparece m ansísim a; es faenada y calla el hambre. Y Ju a n
de Córdoba dice al sorprendido O su n a: “E sto es m aña de
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 125

n u estro P a d re -custodio” . . . L a tem pestad era terrible. B u­


llían rabiosas las plom izas espum as de las grandes olas del
P aran á. E n su m itad hallábase con unos indios Bolaños via­
jero en u n a balsa que “ se la com ían” las aguas. E l viento
im pedía la acción de los rem os. E n su pánico clam an los
in d io s: “P a í Luis, perdidos somos” . Ríe B o lañ o s; hace vela
de su manto, y sin una gota de agua en la miserable balsa
ganan la o r illa .. . en una. oscura noche, sobre una ham aca de
algodón suspendida de dos ram as de u n árbol corpulento y
al am or del fuego rezaba el breviario el apóstol de los gua­
raníes, m ientras se disponían a dorm ir en sus coyes los
conversos fatig ad o s de la lab o r del d ía. A espaldas del
santo varón aparece un enorme ja g u a r; “ Paí Luis, ¡yagua­
re té !”, vociferaron los indios asustados. E l ocelote, que no
tra ía al p arecer sino u n a consigna del demonio p a ra evitar
el rezo, arrebata el breviario y se pierde en la selva. Bo­
laños ríe, no perm ite que los indios lo acom pañen. Sigue a
la fiera, vuelve con el breviario, se sienta en la ham aca
sonríe a los amados hijos de su celo, y prosigue su oración
“ como si no h u b iera 'su ce d id o n ad a” . . . E n un incipiente
rancherío del P a ra n á preséntase u n tig re . E stá ham brien­
to, y en tre el alboroto de los indios va a clavar sus zarpa-
sos en la p re sa. E l tau m atu rg o se le acerca, échale al cue­
llo su cordón, con u n a v a ra lo azota como a un chicuelo
malcriádo, y le ordena que se retire, y no vuelva a moles­
ta r . . . Una caravana de trein ta carretas dirigíase de Cór­
doba a Buenos A ires, e hizo noche e¡n la cañada de M iguel
Gómez. C ruda era esa noche de invierno, y m ientras sé re­
cogía la boyada p a ra em prender viaje, prendieron fuego
algunos indios. Se comunicó a la pam pa el fuego, y un
océano de llamas se venía sobre las carretas. Un español
fué a d esp e rtar a Bolaños, que los acom pañaba en e] viaje,
y no encontró m ás que su m an to ; lo tom a, arró jalo sobre
el. incendio, ¡las llamas se apagan, el manto queda intacto!: to­
dos lo besan, se lo colocan sobre la cabeza. Y llega Bolaños,
“ riéndose como siem pre hacía, y díjoles: No se tu rb e vues­
tro c o ra z ó n ... A lgún pecador público va en !a tro p a, que
quiere nuestro Señor la enmienda. Miró a un español con
LA V IR G E N DE IT A T I

cuidado, que viendo le leía el p ad re el corazón, d erram an ­


do m uchas lág rim as confesó con el siervo de Dios, e hicie­
ron su v iaje dando g racias a la D ivina M ajestad de una y
o tra m arav illa” . . . E n el siguiente hecho, que tra n sc rib i­
mos literalm en te de la “C rónica de la religiosísim a provin­
cia de los doce apóstoles del P e rú ”, parece hacerse clara
alusión al famoso hechicero C uará, que tan to daño espiri­
tu a l causó en el pueblo de Ita tí, y de quien escfibireriios
en el capítulo de los m ilagros de la V irg en : “Al P a d re F ra y
L uis de Bolaños jno u n a sino m uchas veces lo vieron, estan­
do en el P uerto , Córdoba y S an ta F e, en las reducciones
del P ara g u ay , socorriendo a sus h i j o s ... In tro d u je se u n .
hechicero por santo, a quien llam aban el santillo, predicá­
bales sus em bustes y m aldades con ta n ta eficacia, y pasaba
el tiem po en el m onte haciendo tales apariencias de m orti­
ficaciones que los m ás ladinos, llevados de sus obras y p a­
lab ras, determ in aron seguirlo desam parando la ley v erd a­
d era. E n ten d id a la determ inación del hechicero, aconsejó­
les m atasen a los P adres, que convinieron en ello. P a ra esto
acordaron hacer u n a g ra n ju n ta secreta, y de noche eje­
c u ta r su propósito. Convocáronse, y estando en la ju.nta se­
ñalando los p atricid as, al tiem po de ir a obrar u n crim en
ta n grande, apareció el P a d re B olaños en medio de ellos,
viviendo en esta ocasión en el P u erto , y díjoles: “No po­
dréis salir con vuestro acuerdo que la v id a de los P ad re s
está am p arad a con la providencia divina”. R eprendióles el
delito, diciendo a cada uno su pensam iento. Desengañólos,
reconviniendo los engaños del hechicero. V ista la verdad,
se levantarou y prendieron al santillo, y el bendito P adre
los llevó a la reducción. A las voces que daban los indios
se lev an taro n los P ad res, a quienes dieron p a rte del caso,
y de cómo estaba allí el P ad re Bolaños. B uscáronlo; mas,
no lo v iero n ” . . . E n un acceso de desesperación, una india
del pueblo de C aazapá, estando B olaños en el convento de
Córdoba, se in tern a en los montes y se ahorca Y de pron­
to, afligida por su hecho, pide el auxilio del gran padre de
los indios. Y llega Bolaños, co rta la soga, y le ordena a la
desg raciad a que vuelva al pueblo y confiese sus pecados...
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 127

Enferm o por los años de 1623, y atendido con especiales re ­


galos por el guardián del convento de Córdoba, dícele a és­
te : “V u estra reverencia m e m a ta ” . Sentido el guardián, le
pide razón de tam aña recriminación, y da Bol años la ex­
plicación: “ P a d re g u ardián, los regalos que me hace me
q u itan la v id a. Si quiere que sane deme u n poco de maíz
tostad o y u n poco de charque, y v erá cómo luego estoy buer
no” . Y así se hizo. Comió el enferm o u n a docena de granos
y m edia onza de charque m olido. Y al otro día se entregó
al tra b a jo con asom bro del guardián, al que sonriendo di­
jo:' “ ¿Cómo quería que 110 me m uriera, si. ha cincuenta,años
que mi com ida es i^n poco de m aíz y algunas veces un poco
de charque, y me q u ita b a mi sustento y daba otros que ex­
tra ñ a b a mi n atu raleza?” . . . Allá, arreb u jad o c-n una hon­
donada occidental del florido valle de P iray ú , se alzaba an­
tes de 1585 el p-ueblecillo de Arecayá, ju n to a la fuente de
T ap aicu á. De im proviso en 1603 el agua de la fuente se
apoderó del lu g a r; A recayá desaparece; las grandes olas
m ugidoras van sepultando las alquerías vecinas, y siguen
adueñándose del valle, y lam iendo en m uchas leguas las es­
tribaciones de la graciosa serran ía de Los A ltos. A nte el
pánico general de las poblaciones, b a ja B olaños de las re ­
ducciones de Y ag u aró n e Itá , que en esos m om entos orga­
n izab a; se detienen las aguas a su presencia, y ahí queda
hondo, saludable y hermoso, como una sueño alegre, Y pa-
caraí, el lago del c o n ju ro .. . E n 3607. es amenazado a m uer­
te Bolaños p or los indios de C aazapá. por los m artirizado-
res del celosísimo lego F ra y J u a n B ernardo, si no les ap a­
cigua la sed en el desierto de p ied ra . Y de la p iedra m ana
el agua, y ju n to al pozo se establece definitivam ente el pue­
blo en u n tiem po opulentísim o de C a a z a p á ... E ra n las p ri­
m eras horas del 14 de julio de .1610. D orm ía Bolaños sobre
u n a estera de esparto en el convento de Buenos Aires. De
pronto se ilum ina su celda y se oye u n a voz. D espierta Bo­
laños, y ve a F rancisco Solano con su cruz de m isionero en
las manos, anunciándole su p artid a de este m undo en la
ciudad de L im a. R eúne el vidente con las doce cam pana­
das de p ráctica a la com unidad, y les pide a sus religiosos
128 LA V IR G E N DE IT A T I

n n a o,ración p o r el recién fallecido. Se ora, pero se recaban


inform es, y B ólaños no h ab ía visto m a l . ..
¡Leyendas, fantasías sin r e a lid a d !... ¿P or q u é ? ...'.
¿P or qué recogieron esas tradiciones los viejos cronistas a
raíz de los h e c h o s ? ... Como esto no puede ser, como que
es abono de la verdad,, se recurre a les dogmatismos secta­
rio s; los hechos sobrenaturales son imposibles, luego no exis­
ten'; pero la h isto ria se p resen ta con esos hechos, y es el ca­
so de re p licar: ¿dónde está la irrealidad? ¿E n la escuela,
sectaria o en el hecho ap lastan te?
La. m uerte de B olaños fué la rúbrica docum entada y mi­
lagrosa de la firm a de su vidaj.
E l día de su fallecim iento en el convento de las ouee
m il V írgenes de la ciudad de la Santísim a T rinidad, P u erto
de Buenos Aires, a 11 de octubre de 1629, m anifestó Dios
de tal manera la santidad de su siervo que al día siguiente el
presidente del convento, F ra y J u a n de Am puero, solicitó
que se iniciara inform ación ju ríd ica, que no transcribirem os
p o r lo conocida y p o r lo extensa. De elIa se desprende la
inm ensa veneración que le profesaban la ciudad y la cam­
p añ a . Se llegaron a besar los pies del cadáver el goberna­
dor Francisco de Céspedes, cabildo, jueces y oficiales re a ­
les, toda la gente de la población, la. de viso social, y los in ­
dios y los negros, y las chacras se despoblaron. No se con­
seguía sep u ltar el cadáver, porque los portentos alborota­
ban el deseo de contem plarlo; estaba maleable y a cualquie­
ra incisión m anaba sangre como <|e un cuerpo vivo, se desparra­
m aba en el am biente un perfum e delicioso y desconocido, y
sus m iem bros sarm entosos p o r los tra b a jo s y penitencias
p resen tab an u n a “notable suavidad de carne” . Al ir a be­
sarle las m anos u n a pobre señora, quém asele la m antilla,
que era prestad a, en los hachones; se aflije en su pobreza,
y la m antilla vuelve a. su prim er estado. Una persona a la
que procuraba sanar el doctor Pablo Francisco, cura con sólo
acercarse al cad áv er. Y las súplicas crecen, v los odios se
deponen, y en vez de ser esa m uerte una ocasión de llanto.
P L E N IL U N IO DEL CU LTO A 'L A V IR G E N 129

es u n jubileo de g racias y u n aguijón de resurrecciones mo­


rales, que en v erd ad la m uerte de los santos es preciosa a
los ojos de Dios.

# *

M ucho se h a escrito acerca de este g ra n apóstol, sin


haberse aún ordenado cronológicam ente esa vida escrita en
las dilatad as soledades del m ediodía del antiguo v irre in a to
del P erú , lejos casi siem pre de las luchas sangrientas y de
los 'ruidos cerem oniosos de las fundaciones de la colonia.
In ten tarem o s h ilv an ar algunas fechas de su acción evari-
gelizadora.
N acido en 1549, su cuna de M archena, de A ndalucía,
lo vió p ro fesar en su au stera recolección de religiosos de
S an ta E u lalia que ad m iraro n el ardoroso carác te r de sus
v irtu d es y su clara inteligencia, especialm ente en las disci­
plinas teológicas.
Siendo diácono, y ardiendo en deseos de d e rram ar su
sangre en las misiones de América, embarcóse el 17 de oc­
tu b re de 1572 en la arm ada del tercer adelantadlo del Río
de la P lata, J u a n (M iz de Zarate, de memoria más negra
por sus tirán ica s ex trav ag an cias que la del prim er ad elan ­
tado, Pedro de Mendoza, el atrabiliario fundador de B ue­
nos A ires. Componíase la expedición de tres navios, u n a
zabra y u n patache, viniendo en ella con el cantor de la
conquista, M artín del B arco C entenera, veinte y un fra n ­
ciscanos a cargo del com isario F ra y J u a n de Villalba.
Zarpando, de S anlúcar de B arram eda fué barajada la
expedición d u ra n te cinco meses por las olas del océano E'l
patache menos aprensivo tomó puerto en San Vicente el 10
de marzo de 1573. y los navios y la zabra llegaron el 21,
pero creyeron u n a tem eridad acercarse a las costas bravias,
hasta, que fondearon el 3 de ab ril en el puerto de Don Ro­
drigo, de Santa Catalina. Detuviéronse en la hermosa isla
hasta las fiestas del C orpus, que se celebraron con gran
entusiasm o, com unicado a los trip u lan tes y a los isleños
por el celo de los franciscanos. Fué ta l el júbilo de ese día
«fiio se cambió el nombre, Don Rodrigo, del lugar por el de
130 LA V IR G E N DE IT A T I

Corpus C liristi. -Y se em peñó 1$ dispersa población en que


se fu n d a ra u n pueblo; pero, los caprichos del adelantado no
lo perm itiero n . Y a los desplantes de éste habíanle m ereci­
do algunas observaciones del fraile diácono, qne si no las
pagó con un castigo debíalo, más que a su prudencia, a
u n a p a rtic u la r asistencia de Dios.
Levadas las andas, llegaron en noviembre, después de más
de u n año de viaje desde la salida de Saniúcar, al Río de P la­
ta, y tra s el establecim iento de u n a m ísera población en
M artín G arcía, p resencia B olaños la fundación de San S al­
v ad o r en las costas u ruguayas, población tam bién m ísera
con el pomposo título de ciudad que ni gozó el sol de un
añ o . N uevam ente el señor de la prin cip al estancia del v a ­
lle de Tari ja, acostumbrado a ser servido por esclavos, el
extravagante Ortiz de Zárate alteró la paciencia de sus su­
b altern o s. B olaños le afeó su conducta, y calló el adelan­
tad o ; pero el vicario del nuevo vecindario, el licenciado
Trejo, no se contentó con afearle la conducta, pensó en arres­
tarlo y enviarlo a España, resultando arrestado el valiente
licenciado y puesto en custodia.
De este expedición rica en episodios de borrascas, ti­
ranías, ridiculeces y sangre nos conserva G uevara la leyen­
da em ocionante de los am ores b ru tale s del expedicionario
Carballo y el trágico fin de los apasionados charrúas Yan-
d u b ay ú y L iro p ey a.
Surtió p or fin la expedición de Z árate en aguas asun­
ceñas el año 1574 p o r diciem bre. Inm ediatam ente el após­
tol Alonso de San B u en av en tu ra llévaselo consigo al diá­
cono B olaños p a ra catequizar las trib u s cercanas a la A sun­
ción, y fu ero n llegando h asta las establecidas cabe los ríos
P icer y Buay. Con tres años de trabajos quedaron levan­
tad as quince iglesias m odestísim as, pero con ta n buena dis­
posición y policía en los indios que el abusivo Diego Ortiz
de Z árate les echa m ano y los encomienda. E n érg ica fué
la p ro testa de los indígenas y m isioneros; pero las am bi­
ciones de la espada pudieron más que las libertades de la
cruz. G aray era la luz buena de esa hora, pero su conti­
nua lab o r en el bajo P a ra n á le im pedía salv ar la evangeli-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 131

zación de los franciscanos, a los qne había conocido en


M artín García. T riunfaba la luz m ala de los Zarates. Y si
ein 1575 la hipocondría m atab a al aborrecido adelantado,
quedó en el gobierno su joven sobrino Diego M endieta, a
quien Guevara define: “ Nerón por lo cruel, Heliogábalo
por lo deshonesto, ab o rto de los que ra ra vez produce la
n atu ra leza p a ra escándalo de los m ortales. E n poco tiem ­
po llenó siglos de maldad, y preso por los santafesinos,
despachado a la corte, arribó al Mbiazá donde, m uerto por los
naturales, fué enterrado en sus vientres” . Los misioneros
Alonso y Bolaños fueron desterrados de la región. Y sacudien­
do con am argura el polvo de sus sandalias se derram aron en las
apartadas soledades del alto P ara n á oriental m ientras los su­
periores, en v ista de los m uchos m éritos y de las excelsas
virtudes del diácono, lo llamaban, según Salinas, p ara ser
promovido al presbiterado.
F ué este llam ado a todas luces en 1579.
Pudo haber sido ordenado por el obispo V itoria y cele­
b ra r su prim era misa en Santiago del Estero, pues, llamado
a tiempo, no era óbice, el haber permanecido en 1581 sólo tres
meses en su sede el Prelado. Y así se ju stificaría el dato de
haber sido Bolaños P residente del conventillo de Asunción
en 1584 y la declaración de García Venegas de que en 1585
ya era sacerdote. Pero, contra esto está la declaración del ar-
cediano de la catedral, Presbítero F elipe Franco, que atesti­
guó en 1618 haber conocido a Bolaños desde su llegada a la
Asunción, y .que a B uenaventura y a Bolaños “ los mandó lla­
m ar uu custodio que vino de la provincia de Tucumán, lla­
mado F ra y Alonso de la Torre, a esta dicha ciudad a fu n d a r
el convento de San F ra n c is c o ... Y los vió venir en tiempo
que estaba aquí el obispo I)on F ra y Alonso Gerra. y enton­
ces se ordenó de misa el dicho F ra y Luis de B olaños” . . .
¡Once anos de preparación- en trabajos apostólicos, y sólo a
sus trein ta y seis años sacerdote!
Acéfalas estaban las sedes del Río de la P la ta desde la
m uerte del segundo obispo del P ara g u ay , el famoso fra n ­
ciscano F ra y Pedro de la Torre, que fué confortado con los
132 LA V IR G E N DE IT A T I

últim os sacram entos p o r el venerable jesu íta José de A.n-


chieta^ recibiendo éste su últim o suspiro en la villa de San
Vicente por los años de 1573. E] tercer obispo del P a ra ­
guay, F ra y Tomás o J u a n Alonso de G uerra, de la fam ilia
dominica, consagrado el 10 de agosto de 1582 por santo
Toribio de M ogrovejo, sólo llegaba, a su sede de la A sun­
ción en 15,84. N inguna m itra asistía estas tierra s en 1582;
pues tan to V ito ria como G u erra estaban en Lima, form an­
do p a rte de los seis obispos que concurrieron al concilio
provincial, que abrió su prim era sesión el 15 de agosto, ba­
jo la presidencia del santo arzobispo de la ciudad de los
re y e s : L artaun, del C uzco; Peña, de Quito. San Miguel, de
Chile; Lizárraga, de L a Im perial; Vitoria, de Tueum án, y
Guerra,, del P a ra g u a y . E n este p rim er concilio de Lima,
en que el santo presidente, asesorado por el ordinario de la
Im perial, censuró a los cinco obispos restantes, a causa de
m alas inteligencias ique supieron salv ar p a r a bien de la
Iglesia los jesuítas, el sabio hijo de la Compañía de J e ­
sús, José de Aeosta, que obtuvo la aprobación de su famoso ca­
tecismo en u n a de las sesiones d e 1583, siendo confir
por Sixto V. E ra el catecismo mínimo p ara uso de las
misiones, trad u cid o en diversas lenguas indígenas, y por
n u estro Bolaños al guaraní.

*■ *

No bien ordenado sacerdote, vuela a sus misiones del


alto P ara n á, p a ra establecer por disposición de G arav, b a­
jo la dirección de su superior y com pañero de trabajos,
Alonso de San B uenaventura, pueblos en la comarca de Villa
Rica, y en tan to Alonso establece el de Curum iái, a orillas
de la laguna del mismo nombre, Bolaños funda el de Pa-
cuyú en el pago de itaan g u á al sureste del río Amambay.
poblaciones que fu ero n a poco d estru id as por los paulistas,
eternos enemigos de n u e stra s tie rra s . Regresó de esos tr a ­
bajos evangélicos con Alonso de San B uenaventura a la-s
P L E N IL U N IO DEL C U LTO ' A LA V IR G E N 1 33

d o ctrin as incipientes que circunvalaban el valle p a ra g u a ­


yo de P iray ú y partieron luego después de haberlos doc­
trinado, atestigua el capitán García Venegas en una infor­
mación de 1618, que citan varios cronistas franciscanos, y
■“ este testigo fué con ellos. . . que fué en el año de mil qui­
nientos y ochenta y dos, que vió lo mucho que los dichos
Padres trab ajaro n en predicar, catequizar y doctrinar a los
indios de aquellas p ro v in c ia s ... em pleando tiem po de dos
o tres a ñ o s .. . y que pasados los tre s años, los dichos P a ­
d res volvieron a esta dicha ciudad (A s u n c ió n ). . . y luego
■aquel mismo año, dice este testigo, tam bién se vino de las
dichas provincias a esta ciudad, y halló a los dichos P a ­
d res ocupa.dos en hacer las reducciones del I t á y Y agua­
rón, donde el dicho P a d re F ra y Alonso dejó al dicho F ra y
Luis, qne ya era sacerdote, p ara que acudiese a las tres re­
ducciones fechas y a las de arriba, y se fué a los reinos de Cas­
tilla a d ar cuenta del estado de la tie rra y a pedir más evan-
gelizadores” .
Ese v iaje de F ra y Alonso fué por el año de 1585. A
su regreso pasó p or Lim a, donde dem oró dos años como
m aestro de novicios, reuniéndose en el G uaira oriental con
Bolaños, acaso en 1588.

* *

La evangelización de ese a p a rtad o paraíso de sierras,


bosques y cataratas hasta 1589 es una de las mayores glo­
rias de Bolaños, la de m ayor esfuerzo, la m ás callad a en
las páginas de su h istoria, pero sin du d a la m ás fecunda
en m éritos p or lo mucho que h a de h ab e r padecido en esas
regiones m ad rig u eras de hechiceros elocuentes, aprovecha­
das p or la ferocidad de los tu p íes y el bandolerism o de los
mamelucos.
A. esta época, de su trabajo debe referirse, como lo he­
mos indicado en el capítulo an terio r, la huida de algunas
p arcialid ad es indígenas, de que habla: A zara, confundien­
do los lugares, y el traslad o de la im agen, según quiere
Pastells, confundiendo las advocaciones. E vangelizador del
134 LA V IR G E N DE IT A T I

Yguazú y del P iq u y ry o Ita tín , .se dedica con toda su alma


de apóstol en com pañía de su venerable m aestro Alonso de
San B uenaventura a la catequización del Y aguarí, en cuya
d o ctrin a u n año antes, por disposición de Alonso de V era y
A ragón, recibió a algunos convertidos por el m ilagro de la
Cruz de A razaty. F ra y Luis Gámez, que atendía dicha doc­
trin a desde 1583. No fué Bolaños el fundador de la doctrina;
a poco de su lleg ada se la conoció por su n o m b re ; pero, ella
vegetaba, de tiem po a trá s en su selva: H ern an d arias en ca r­
ta de .1609 al rey, hablando de los trab a jo s de su gran am i­
go en esa misión, la da como “fundada antes a orillas del
P a ra n á ”. .

* *

C oincidencia providencial en la evangelizaeión de nues­


tra s tierras a rg e n tin a s: m ientras llegaba Bolaños a la vieja
provincia de S an ta A na en 1589, em barcábase su herm ano
en prodigios, F rancisco Solano, en A ndalucía con la arm a­
da p o rtad o ra del v irre y del P erú, G arcía H u rta d o de M en­
doza, p a ra lleg ar por el D esaguadero, tra s un viaje de tre s­
cientas leguas, en 1590, a Santiago del E stero, perm anecien­
do entre nosotros diez años en la conversión de los indios
hum ahuacas, lules, ju ríes y calchaquíes, despertando con su
pala,bra y las arm onías de su plectro los m ilagros. Y se
ab ren a su paso las fuentes de Socotonio y de Trancas, y de­
ponen los chuzos a su presencia los 20.000 calchaquíes asal­
ta n te s de la R io ja en 1591, y llo ran sus extravíos Socoto­
nio, M agdalena y la infortunada Esteco, en que otrora, se­
gún Lozano, “ aun los b rutos calzaban h errad u ra s de p la ta ”.

E l cargo de la g u ard ia n ía del convento de la Asunción


llam a a Bolaños, tra s la ausencia definitiva de su prodigio­
so m aestro Alonso de S an B u en av en tu ra en 1592; pero no
le estorba o rg an izar sobre las ruinas de los pueblos de ira-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 1 35

la la d o ctrin a ele Itá, y por medio de F ra y G abriel de la


A nunciación la de Y aguarón, c o n ju ra r el desborde del pozo
de T apaicuá y acaso in iciar el culto de la V irgen de Caa-
cu p é .
Tuvo la dicha Bolaños en 1594 de contar en tre sus súb­
ditos con u n m ártir, discípulo suyo e hijo del G-uairá como
F ra y G abriel de la A nunciación, F ra y Ju an B ern a rd o . Ge­
neralm ente se lo supone m artirizado en 1623 y el m artirolo­
gio franciscano de A rtu ro R otom ajense en 1599; pero, la
v erd ad es que el re cto r de la casa de la C om pañía desde
1593 a 1596, J u a n Romero, pidió a Bolaños el envío del fe r­
voroso lego en tre los indios alzados de Y u ty y Caazapá p a­
ra re scatar a u n lego dom inico. Además la c a rta de Bola-
ños a G regorio de Osuna, fechada en Buenos A ires a 20 de
mayo de 1624 no deja lugar a dudas. La transcribim os en
lo p ertin en te al m artirio , no sólo por su valor histórico al
respecto, sino también por su perfum e de santa sencillez:
“ Cuanto a lo que V. S. pide que le escriba de nuestro her­
mano F ra y Juan Bernardo, que está en el cielo: .E ra m uy gran
len g u a; y sin preparación, en comenzando a hablar, se le
ofrecía ta n ta copia de cosas, que antes se cansaba que le
faltase qué decir, todo m uy bien dicho y muy congruo y muy
elegante. Y era m uy po b re. Mucho antes que fuese, an d a­
ba él ya con grandes deseos de ir a esa provincia a predi­
car a los n atu ra les de ella. Y la causa porque yo le envié
fué que entonces los indios, del P a ra n á andando con sus ca­
noas p or el río P a ra g u a y cautivaron, a u n fraile lego de San­
to Domingo, que de las C orrientes venía a la Asunción, y lo
llevaron a su tie rra . Vino la nueva a la A sunción diciendo
que aquel fraile tra ía c a rta s y papeles de m ucha im portan­
cia de la audiencia real y del rey; y porque no m atasen ios
indios al fraile que los tra ía y los papeles y cartas tam bién
se perdiesen, me im p o rtu n aro n mucho el re cto r de la Com­
pañía, y el ten ien te y o tras personas, que enviase allá a nues­
tro herm ano, p a ra que él con su buena d octrina y ejem plo
pudiese llegar donde el otro herm ano estaba, y librarle y
tra e rle a él y a sus papeles. Yo no lo enviara, si él no tu ­
v iera ta n g ran deseo y gana de ir. Ya los indios habían
1 36 LA V IR G E N DE IT A T I

m uerto al li. dominico, por lo cual y por otras cosas, y ha­


biendo jra mucho tiempo que no acudían a serv ir a sus enco­
menderos los que solían, andaban alborotados, y temerosos
y con m alas hab las. Yo le avisé que, antes que fuese, en­
viase prim ero algunos indios- viejos, em parentados allá, que
los había, p a ra av isar a los indios de cómo yo lo enviaba y
a lo q u é’iba, y que fuese p o r otro camino por indios que ya
ten ían más noticia de nosotros. No lo hizo, o por parecerle
que no era necesario, o porque Dios lo tenía así ordenado.
Llevó cuatro indios: dos ■de Itá y dos de Yaguarón, que en­
tonces eran doctrinas n u e s t r a s llegó al sitio donde ahora esta
üaazapá, donde estaba la casa de Cababayú y algunas otras. E n
viéndole los indios se inquietaron como de cosa súbita y no
esp erad a; parecióles que había de ser espía de españoles
p a ra después ir a hacerles g u e rra . Los cababayúes le d ije­
ron algunas veces que no pasase adelante, que de allí se vol­
viese luego antes que la nueva de que estaba, allí fuese a
los indios de otros pueblos, que no estaban buenos y lo h a ­
bían de m a ta r. P rim ero, no quiso volverse, y después, cuan­
do quiso hacerlo, va le habían quitado el caballo, y vinién­
dose a pie, vinieron tra s él y lo volvieron. Q uitaron el h á ­
bito, m aniataron' y llevaron por los otros pxieblos h asta
Yaguaperé. Los cuatro indios, que fueron con él, a los cuales
él les dijo se volviesen, y p o r los m ontes con h arto tem or de
los indios se volvieron, dijeron esto. — Lo demás ya V . R .
allá lo que habrá sucedido. . . Acuérdome qne, estando nuestro
herma.no en Itá con el P . F . Gabriel., cuando se quiso p a r­
t i r me escribió que iba m uy consolado, y que no iba por las
personas que le h abían escrito rogándole y anim ándolo a
que fuese, sino “ porque me lo m andaba mi guardián, que es
mi señor, y desde aquí de rodillas pido la bendición”, que
me enterneció mucho con estas p alab ras” .
E sta carta aclara muchos puntos oscuros entre los au ­
to res respecto a la. vida de B olaños en estos tiempos. Bola-
ños estuvo en Y aguarí, después Ita tí, sólo de paso antes de
1588, por ser obligado lu g a r de trán sito p a ra todos los mi­
sioneros franciscanos del P a ra n á ; quedó en la reducción de
Y aguarí, al tra e r la V irgen del Ita tín , desde 1589 h asta
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 137

1593, en que fué a la A sunción a ejercer su cargo de g u ar­


d ián h asta 1596, e n tre g a n d o 'e n esta fecha las reducciones
de I tá y Y ag u aró n al obispado. E l m artirio de F ra y Ju an
B ernardo aconteció, pues, durante la guardianía de Bolaños,
¡Qué envidia .santa tuvo el superior a su súbdito! A] otorgarle
el permiso apetecido, le escribe el santo apóstol del Río de la
P la ta : “V aya con g ra n consuelo; pues, m erece lo que todos
anhelam os, y no se nos concede” . A nsiaba esa alm a genero­
sa d erram ar su sangre, esa su sangre que le ardía en las
venas, y necesitaba s a lta r fu e ra de ellas como una llam ara­
d a incontenible en holocausto de am or. Y se arro jó entre
la indiada b rava; lew habló de su am or; pero, su palabra en
el idiom a de las selvas con to d a la graciosa belleza de su
im aginación andaluza, y por o tra p a rte los prodigios que
b ro tab an como flores n atu ra le s a su paso, hicieron como en
to d as sus correrías fra c a sa r sus a n h e lo s: el m artirio no vi­
n o ; vinieron los m artirizadores, y besaron su cruz de misio­
nero ; nació en 1607 C aazapá, y Y u tv en 1610; y tra s la san­
gre fecunda del m artirio, en las sierras y a orilla de los
ríos, bajo el selvático dosel y sobre la gram a de las pam pas
se reu n iero n las trib u s guaraníes, y en tre el ta ñ e r de las
cam panas de sus tem plos, la festiv a arm onía de sus orques­
tas, el silabeo de sus escuelas, el rum or de sus talleres y el
sordo rasgar de sus arados form ularon su profesión de fe
y alzaron la voz de la oración hojeando con amor el catecismo
guaran í de Bol años-

• •

E fectivam ente, Bolaños antes de 1603 tra d u jo el cate­


cismo mínimo límense, valiéndose a las veces de consultas,
entre otros al m á rtir de Y aguaperé, F ra y J u a n B ernardo,
y al famosísimo lenguaraz, cap itán E scobar. Al celebrarse
el p rim er sínodo diocesano del 6 de octubre al 2 de noviem ­
bre p or el sobrino del santo fundador de los jesuítas, el no­
ble y Virtuosísimo guipuzcoano, tra íd o por Alonso de San
B uenaventura, y consagrado en V alladolid por el año de
138 LA V IR G E N DE IT A T I

1601, F ra y M artín Ignacio de Loyolas, se aprobó el catecis­


mo g u aran í. E iitre otros eran -consultores del sínodo el go­
b ern ad o r H ern ando A rias de Saavedra, el custodio de la
p rovincia fran ciscana F ra y J u a n de E scobar y el autor del
catecismo F ra y Luis de B olaños. E n 1631 un nuevo sínodo,
bajo el gobierno del valentísim o obispo F ra y C ristóbal de
A resti que con u n a cruz en la mano defiende contra tupíes
y mamelucos la ciudad de V illa R ica y la traslad a a m ejor
resguardo, dispuso que se a g re g a ra al catecismo de B olaños
la salve y el credo del m ártir y elocuentísimo guaraní sta Ro­
que González de S an ta C ruz. De 1644 a 1654 cayó ese cate­
cismo bajo entredicho, iniciado por el famoso enemigo de
los jesuítas, el obispo F ra y B ernardino de C árdenas, de dis­
cutida m em oria que, llevado de su anim osidad, por enseñar
los jesuístas el catecismo de Bolaños, lo conceptuó herético
y licencioso en muchos de sus vocablos guaraníes. Y ¡ Cár­
denas no sabía g uaraní! T riunfó ei catecismo, triu n fó el gua­
ra n í de Bolaños, como triu n fó la g ram ática de que se lo su­
pone a,utor, y de la cual se h a d ic h o : “No se tra ta sim ple­
m ente de u n a g ra m á tic a: es u n tra ta d o de fonología g u ara­
ní, donde se establece u n a relación científica en tre la p ro ­
nunciación g u aran ítica, p o r lo general guturonasal, con el
alfabeto castellano, lo que im p o rta u n a gloria singular y
singularísim a por haber sido el primero, vale decir, su in­
v en to r” . . •

• *

Desde 1592, por haberse retirado definitivam ente de es­


tas tierras F ra y Alonso de San B uenaventura, quedó Bolaños
como director de todas las misiones del Río de la P lata, y por
cierto laborioso será, para, el historiador que escriba el deta­
lle de su vida, seguirlo en sus correrías apostólicas, que te­
n ían por punto céntrico su am ada reducción del Y aguarí, co­
nocida entonces por su nombre.
Ni los cargos de guardián y definidor, que lo fué p o r
dos períodos, le im pidieron el. apostolado que intensificó, al
ra y ar en los sesenta y cinco años, cuando su amigo H ernán-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 1 39

darías entregó a l a ' conquista espiritual las tribus indo­


mables que no aquietaba el arcabuz. Discípulo espiritual de
Bolaños, H ernandarias escribió al rey en este sentido, m ani­
festando que las fuerzas españolas eran im potentes p a ra s re­
d u cir a los indígenas, y por cédula real del 5 de julio de 1608
se dispuso que la sujeción de los indios se efectuase “ con
sólo la doctrina y predicación del santo E vangelio” . Los ene­
migos del gran capitán criollo, desde sus prim eros actos de
gobierno, lo hicieron .objeto de sus cóleras y calumnias. Las
g ran jerias de las encomiendas se les iban de las manos. Y
se u rd ían las inform aciones más atroces, descendiendo hasta
a ridieudizarlo por su sordera y por el notable desvío de su bo­
ca hacia u n a oreja, consecuencia del trabajo abrum ador de sus
gloriosas campañas. F u é su gran defensor Bolaños, Bolaños
que lo acarició niño de 12 años, que lo siguió en todos sus
pasos, como que respondía esa alma privilegiadn a todos los
nobles impulsos de la fe y de la virtud, y en su carácter de
definidor escribía el 23 de febrero de 1606 al rey estas pa­
labras.- “ H a sido la más acertada elección que Y. A. ha heeho
p ara la tie rra y tiem po que ha corrido, porque no es cargoso
a los vecinos, ni a los indios penoso, ni hombre' de regalo ni
cobecho, y tan sin interés que con estar pobre, y su m ujer
mucho más y con tres hijas por casar, Asacando en la Concep­
ción un pedazo de repartim iento, el m ejor que hay en esta
gobernación, y pudiéndolo tom ar para sí, conforme a las cé­
dulas de V. A., que de esto hablan, por no tener en aquella
ciudad V. A. indios, los puso en la corona de V. A ., que cada
año dicen valen dos mil pesos de renta, que son ciento noven­
ta y dos indios, que en toda esta gobernación no h ay quien rin ­
da tributo sino estos indios” .
E n 1610, los indios del Y aguarí y de San Antonio se su­
blevan; los escarm ienta H ernandarias y, según informes del
más tarde gobernador de Buenos Aires, Diego de Góngora,
llam a a Bolaños en 1612 y le encomienda la organización de
los pueblos guaraníes, y a las órdenes del glorioso asunceño,
entusiasmado a pesar de sus sesenta y seis años dispone la
traslación de 1a. doctrina de Y aguarí, organiza su parroquia
y su vida civil el 7 de diciembre de 1615, levanta su hum il­
de templo, delinea, a su lado el cementerio de L a M anga: es
140 I/A V IR G E N DE IT A T I

el prim er cura, de la población, y en Í6J6 se retira, no para


descansar, que Santa Lucía de los Astos lo contempla en su
reducción; y lo contem plan en S anta F e las reducciones de
San Miguel de Jos calchines, San Bartolomé de Jos chana.es y
San Lorenzo de los m ocoretaes: y en Jas costas del P aran á, la
del cacique Ju a n Bagual, la del cacique Tubichaminí y la dei
Bara.de.ro, doctrina de los guaraníes del Tempe argentino que
evangelizó por unos meses F ra y Francisco de Arenas en 1616,
sucediénd-oJe Bolaños. Cuenta sesenta y nueve años; sn ú lti­
ma. visita en estas i-egiones de] norte la recibe Y uty en 1618.
<le donde atiende con m agnífica generosidad las necesidades
de un m ártir, del beato Roque González de Santa Cruz, misio­
nero en esos tiempos de Ttapuá. RI gran franciscano acarició
tam bién en 1576 con su acostum brada sonrisa al gran je ­
su íta en su cuna de la Asunción.

Buenos Aires recogió el perfum e de esa ancianidad ve­


nerable. Acaso parezca, extraño que un varón de tan desta­
cados méritos no haya ocupado sillas episcopales. El que se las
hubiera ofrecido le habría hecho la m ayor de las ofensas. Sus
superiores lo sabían, y era fama lo que lo molestaban hasta el
aplauso y veneración de los indios. Cuando en .1612, vacante la
silla episcopal del P araguay por fallecimento de F ra y M artín
Ignacio de Loyola., el gobernador M arín Negrón proponía en
3 de julio candidatos al rey con la siguiente te rn a : 1) F ra y
B altasar N avarro; 2) F ra y J u a n de Escobar y 3) F ra y Luis
de Bolaños, como descartando su nombre de entre los elegibles
con esta n o ta: “ Y aunque en estas provincias está el P . F ra y
Luis de Bolaños ocupado en el cargo de custodio de ellas,
santo varón y persona de m uy ejem plar vida y de tantas y
tan buenas partes que, si las hubiese de decir, sería m enester
mucho papel, no lo pojigo en prim er lugar, y sólo porque su
edad es m ucha y su persona ta n hum ilde que, carnudo vues­
tra m ajestad fuese servido hacerle esta merced, me han asegu­
rado sus frailes que no la aceptará ” (2).
Buenos Aires lo rodeaba de respetuoso cariño Y el santo
anciano huía a Ja soledad-. Amaba más los pajonales de las
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA Y IR U E X 141

pampa« y las rudezas de sus beguaes de], B aradero Ya a fines


de 1616 el cabildo de Buenos Aires, como consta en u n a de
sus actas, habíale prohibido sus viajes a pie p a ra visitar a sus
hermanos del convento de N uestra Señora del Socorro y reco­
lección de San Francisco en el rincón de San P edro del B ara­
dero. Tem ían que esa gloria del apostolado fuera despedaza­
da por los tigres del pajonal o por las lanzas de los que-
randíes.
La salvación de las almas y la defensa del bienestar y li­
bertad de sus indios, en eso ponía toda su preocupación. E ra
hombre de letras y teólogo profundo; pero, no com prendía la
desidia de algunos de sus hermanos en religión, que am aban más
la. biblioteca que el trabajo, haciéndose sordos a aquel m andato :
“ Id y enseñad n toda c ria tu ra ” . En su último año tw vicia
escribió la siguiente carta al cura de la Pura v Lim pia Con­
cepción de Itatí, F ra y Ju an de Gamarra, que acababa de re­
latarle sus enfermedades y rudas ta re a s : “ Jesús, M aría /!...
Recibí la de V. R., y mi' pesa su poca salud, y deseo que V. R .
la tenga m uy cumplida para servir a Dios, Ntro. Señor. .. Me
he holgado mucho de que Y. R. con sus achaques y poca sa­
lud haya sido tan valiente y tan para mucho, que ha conclui­
do bien tan tas dificultades que se le han ofrecido que a otros
muchos, que gozan de salud entera y de nombre de teólogos y
letrados, quitan los ánimos, y por no darse m aña y compo­
nerse, buscan rodeos im pertinentes p a ra librarse de ellos. . .
Dios guarde a V. R. con entera salud en su gracia. De este
convento del P uerto y marzo 31 de 1628. — De Y. R. her­
mano F ra y Luis Bolaños” .
Grandes héroes conmovieron el alma del Río de la P lata.
P or diez años llenó Solano sus regiones occidentales con las
armonías de su violín prodigioso. P or cincuenta y seis años
con el gracioso idioma de la onomatopeya fué alzando Bola-
ños piedra sobre piedra monumentos de civilización cristiana.
Y las huellas de ese apóstol, el más completo y eficiente
de nu estra historia, han quedado grabadas, no sólo en la me­
moria, sino también en la actual vitalidad de muchos de los
pueblos que fundó.
142 LA V IK G liN DE IT A T I

E l pueblo de tradiciones más viejas en el Río de la Plata,


el pueblo que posee la más preciosa imagen de la Inm aculada
en América por su belleza y leyendas portentosas, el pueblo
de Ita tí espera confiado p ;ro impaciente la hora de arrojarse
ante el altar del santo organizador de su vida.

(1) El exim io historiador de la Compañía de Jesús, P. Antonio


A stráin, apoyándose en una carta del P. F rancisco de San Martín al
P . P rovincial con fecha 20 de abril de 1610, escribe que los fun­
dadores de la primera reducción jesuítica, San Ignacio Guazú, ha­
cia e l Paraná, M arciel o M arcelo de Lorenzana y Francisco de San
Martín, pocos días después del 4 de enero de 1610 "juzgaron opor­
tuno hacer una visita a Fray Luis Bolaños, m isionero franciscano
que a no mucha distancia, al oeste de aquel país, había fundado y
sosten ía algunas reducciones. V isitaron al santo varón, quien los
recibió con las entrañas de caridad que de un hombre tan religioso
era de suponer. Vieron los trabajos h echos por los franciscanos,
y tomaron, sin duda alguna, noticias sobre la forma en que se po­
drían disponer las reducciones de cristian os. Fray Luis Bolaños
les hizo un acto insigne de caridad, que nuestros Padres estim aron
sobrem anera, y fué que los m ostró varios apuntes que él había
redactado sobre )a lengua guaraní. Ya la sabían, bien o mal, n u es­
tros m isioneros, pero necesitaban mucho perfeccionarse en ella. El
P . San Martín copió de prisa todos aquellos apuntes, y, como él
m ism o lo dice, gracias a ellos pudo entender primero la conjuga­
ción de los verbos en guaraní, y después' otras m enudencias en la
estructura _de aquel id io m a . A gasajados, pues, p oí Fray Luis Bo­
laños, despidiéronse de él nuestros m isioneros, y enderezaron sus
pasos unas 20 leguas al oriente, donde pensaron establecer su pri­
mera red u cción .”
(2) En su m em orial del 28 de marzo de 1618 trae lo sigu ien te
te el procurador general de las provincias del Río de la Plata,
Manuel de F rías: “Otro sí suplica a vu estra M ajestad que, cuan­
do se dividiese el dicho obispado, siendo posible, se nom bre para
él obispo del orden de San F rancisco, por el particular amor y r e s­
peto que los indios tienen a lo s religiosos de la dicha orden y con­
fianza grande que hacen dellos por haber sido lo s prim eros que
los doctrinaron y han trabajado mucho en defenderlos y amparar­
lo s en su conversión, que esto será de gran efecto para que se re­
duzcan a doctrina y se pacifiquen y se v ea lo que tienen escrito
a vuestra M ajestad los gobernadores D iego Marín y Hernando
Arias de Saavedra sobre cuán con ven ien tes sean para esto s obis­
pados, e) Padre Fray B altasar Navarro y e l Padre Fray L uis de
B olaños que son dos santos religiosos que han trabajado mucho
en aquellas provincias.” (Correspondencia de la ciudad de Buenos
A ires, etc. pág, 101.)
CAPITULO IV

EL MARTIR BEATO ROQUE GONZALEZ


DE SANTA CRUZ

Desde el 28 de enero de 1934 la añosa población de la


Virgen se encomienda a la intercesión del que pasó como una
ráfaga iluminando su distrito con su poderosa elocuencia gua-
ranítica, en el momento mismo en que se ahondaban los ci­
mientos de los nuevos hogares; a la intercesión de ese criollo
que, empapado en santidad, liarla resplandecer las orillas mis­
teriosas del Yberá en 1615 con una agrupación fervorosa de
seiscientas almas convertidas en el territorio, para engrosar
con ellas, al retirarse en busca de mayores empresas, la plan­
ta urbana de Itatí.
Ita tí ha poseído, ha escuchado y aclamado a esa gloria
americana, que ha ido agrandándose con los siglos, y acaba
de escuchar el aplauso de la casa de Dios, como que llevaba
en su santa vida el coronamiento, que abrevia todo proceso ca­
nónico, del m artirio. Y un m artirio portentoso como el suyo,
y documentado como ei que más, pedía a voces el panegírico
del pulpito y la oración suplicante tmte el pueblo de rodillas.
Hoque González de Santa. Cruz fué uno de esos caracte­
res adm irables que unen el sepulcro con la cuna en trazo hon­
do y único, inconfundible y sin claudicaciones, como los p u n ­
ios dr un círculo. Y por cierto (pie en la parábola de su vida
de cincuenta y dos años, el niño, el joven, el sacerdote, el re­
ligioso y (*I misionero, se destacan como luces de un mismo sol
de santidad, que se intensifica, pero que no se oculta y ni si-
144 I,A V IR G E N DE IT A T I

quiera se eclipsa un momento eu su ardorosa trayectoria. Con­


servó, según pública faina, la blanca estola de su bautism o;
acrecentó su blancura con la perfección de su vida, y sobre
su tum ba se entrelazaron las palmas del m artirio y de la vir­
ginidad.
Constituía la m odalidad de ese gran corazón la entereza
en el carácter, la grandeza de las empresas, la valentía en la
acción, y cierta m agnífica tem eridad en los detalles, que asom­
braban como los arrestos desafiantes de los antiguos heráeli-
das. No en vano meció su cuna un hogar de vigorosas tra d i­
ciones castellanas. Nacido en la Asunción bajo el adelantazgo
de J u a n Torres de V era y A ragón y el gobierno de Ju a n de
G aray en 1576, desde sus prim eros vagidos respondió, eon ad­
miración de su propia fam ilia, a la cristiana educación de sus
padres, Bartolom é González d? Víliaverde y M aría de Santa
Cruz, creciendo como un lirio entre sus hermanos, y como un
ejemplo avasallador, como un simpático ornamento p ara la
ciudad, que se complacía en el encanto de las virtudes de ese
niño, ta n opuestas a las costumbres generales de aquellos tiem ­
pos de escandalosa concupiscencia que en vano procuraban
con trarrestar las autoridades con bandos severos y origiualí-
simos hasta el punto de autorizar a los vecinos el d ar m uer­
te en sus suertes a los merodeadores impúdicos.
Poseía el niño Roque, aún en sus cortos años, todas las
condiciones del cau dillo: la bizarría en la acción y el empaque
heroico en el cum plimiento del dfber. E ra una herencia de
su h o g a r: su herm ano Francisco, que tantos servicios prestó
a la ciudad de Corrientes en sus prim eras horas, llegó a ser
gobernador del Paraguay, y su hermano Mateo destacó tam ­
bién en ella, p or largos años, sus buenos oficios de tesorero
de las reales cajas, y tuvo la honra de legalizar los milagros
de la V irgen de Ttatí. Consagraba además la tradición hi­
dalga de esa casa la amistad eon la de H ernando A rias d,e Saa-
vedra^ que em parentó con los González de Santa Cruz por el
enlace de una de sus hijas con Francisco, y tenía espacial
afición al niño Roque, y tomó más tarde m uy a pecho el fa ­
vorecerlo en sus empresas de sacerdote y misionero.
E l carácter caballeroso fie Roque no buscó el resplandor
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 145

ele su «asa. Se sintió caudillo, pero no de la conquista que


va alejando con las armas las fronteras, sino de las almas que
no reconocen fro nteras porque han nacido p ara Dios. A rdo­
roso en medio de su candor, hum ildad y sencillez, mezclábase
con la servidum bre indígena de su hogar p a ra catequizarla
y em paparse en su idioma. Y ya más g’randecito, adm irado de
las virtudes de Bolaños, que perfum aban la ciudad, acrecen­
tad a su piedad con la frecuencia de los sacramentos, adolori­
da su alma infantil por las licenciosas costumbres de la socie­
dad, organizó una com pañía de amiguitos suyos que respon­
dían a sus impulsos de oración y penitencia, y con ellos, a su
edad de doce a catorce años, huye del bullicio m undano y re­
quiere la soledad a quince leguas de la Asunción. E n tre esos
pequeños erem itas se contaba el más tard e sargento m ayor
Gabriel de Tnsaurralde, alférez real de la ciudad de C orrien­
tes. No pudo naturalm ente pasar inadvertido en su yermo
el caudillo de Dios, y él con su minúsculo y tem erario ejérci­
to de rapazuelos penitentes fueron traídos a sus casas entre
el asombro y sim patía de la ciudad. ¿De qué no sería capaz ese
carácter que ya en los años de los juegos y de las caricias del
hogar acaudillaba almas p a ra su Dios? Ante ese niño se de­
tenía la palabra soez en los labios de los que se ie acei'caban;
cuando joven pasaba a su lado la concupiscencia general co­
mo ante una roca inconmovible; cuando estudiante, en la es­
cuela del coro de la catedral, bajo la enseñanza personal del
virtuosísimo obispo F ra y Alonso Guerra y después bajo la
del eminente jesu íta J u a n Saloni. atrajo la adm iración de
sus maestros y compañeros, no por su progreso en las letras,
que no era superior, sino por su ardiente fe y el resplandor
dp sus virtudes.

• *

En llegando, a instancias de su hermano R em andarías,


el celebérrimo obispo de Tucumán, F ra y H ernando Trejo y
Sanabria, en 1598 a la Asunción, se dispuso la ordenación sa­
cerdotal del .joven levita. Se opone su hum ildad contra todo
LA V IR G E N DE IT A T I

e] reclamo de su fam ilia y de la ciudad. E l sapientísimo pre­


lado quiebra su resistencia, y lo ordena. Sus confesores quie­
ren que suba por prim era vez al a lta r con una palm a en la
mano, para ejemplo de la población, como significando su
virginidad, cosa en verdad ni litúrgica ni puesta en razón,
que el criterio del misaeanta.no rechazó con firmeza, confuso
y herido en su modestia.
E ra caudillo: miró el horizonte, y lanzó los bríos de su
ju v en tu d en los peligros de la evangeüzaeión de M aracayá,
territo rio de viejas y abandonadas encomiendas de Irala, Y
desde San A ndrés de M aracayá, cabeza de la parroquia, atien­
de a San Pedro de Tarecañí, a San Francisco de ÍTyrapari-
y ara y a Candelaria sobre el Je ju í. Pocos años permaneció
el abnegado misionero entre sus amados indios, que con lá­
grim as despidieron ai que para, ellos no era sólo padre de
sus: almas sino además cuidadoso defensor de sus libertades.
E l virtuoso obispo franciscano F ra y M artín de Loyola, a solici­
tu d de H ernandarias, le confía la parroquia de la catedral. La
ciudad de la Asunción se regenera m oralm ente; pero el co­
razón del cura está sonando con las almas abismadas en la
ignorancia de las selvas seculares. Moléstanlo por otra p a r­
te los aplausos, y el tem or de los honores eclesiásticos lo
ab ru m a.
Lo que tem ía vino a to r tu r a r lo ... Trasladado el eminen-
nente cronista dominico F ra y .Reginaldo Lizári’aga de su
obispado de La Im perial de Chile al de] Paraguay y, cono­
ciendo la santidad y méritos de González de S anta Cruz, sin
a rrib a r aún a su sede, desde Santa F e despáchale nom bra­
miento de provisor y vicario general de todo su obispado.
■El-júbilo fué pop ular; pero, a) presentársele las albricias ai
favorecido se encontraron los amigos con la resolución del.
hum ilde e-ura de la catedral asunceña de ingresar en la Com­
pañía de Jesús, evitando así todo ascenso eclesiástico. E fec­
tivam ente entró en ella el 9 de mayo de 1609.
Poco tuvieron que enseñarle los Religiosos, y mucho que
ap ren d er de él. Y con no haber salvado seis meses de novi­
ciado, considerándolo los superiores m aduro ya para el apos­
tolado.
PL E N IL U N IO DEL CULTO A LA V IR G E N 147

tíe m anifiesta gloriosamente el caudillo de las almas,


y es de observar que, sin tener más finalidad en sus em­
presas que la gloria de Dios y la regeneración de les n a tu ­
rales de la tierra, fué con Bolaños el campeón de más posi­
tiv a influencia en el triu n fo civilizador del Río de la P lata,
porque donde y cuando se estremecían en la ineertidum bre
los brillantes capitanes como H ernandarias, Roque Gonzá­
lez con la palabra de su cruz abrió los caminos y conjuró
las tem pestades. Asunción, Corrientes y las bocas del P a ­
ran á y del U ruguay le deben monumentos.

* *

Su apostolado heroico, por no decir tem erario, entre los


feroces guaicurúes, nómadas de hábito y guerreros de pro­
fesión, cuyo título lo conseguían tras el sajam iento de sus
miembros más sensibles con dardos y espinas de rayas sin
exteriorizar expresión alguna de dolor, constituyó ante los
corazones atrevidos del arcabuz y de la azagaya el bautismo
de gloria del valeroso jesu íta. La Asunción y Corrientes,
cuya vida temblaba con las irrupciones im previstas de esos
form idables fo rajid o s de las sombras, cobraron alien to ; la
pesadilla del Chaco se dedicó al catecismo, a la roza, al ara­
do y hasta calzó los buenos oficios de los pactos amistosos.

* ■*
E l más piadoso de los gobernadores de la conquista y
al mismo tieinpo la fig u ra más henchida de episodios épicos
entre los que llevaron armas, H ernando A rias de Saavedra,
regocijado con los triunfos de su amigo, por iniciativa pro­
pia y disposición de cédulas reales, pone la reducción de los
naturales en manos de los franciscanos y m uy en particu lar
de los misioneros de 1a- Com pañía de Jesús.
F u é tam bién en esta coyuntura Roque González de San­
ta Cruz el héroe de la jo rn ad a . Desde 1611 preocupóse en
la organización moral, sa n ita ria .y edilicia de las poblaciones
indígenas, y San Ignacio Guazú, fundada en 1609 por M ar­
celo de Lorenza« a, salió con nueva vestidura de sus manos,
148 LA V IR G E N DE IT A T I

e inició el sello característico de todas las reducciones jesuí­


ticas que no se apartaron jam ás .sustancialmente del pensa­
m iento del sabio y santo organizador. E staba arro jad a en
el surco la semilla del jard ín maravilloso, no del impe­
rio, no de la m onarquía, sino de 1a. gran república, inform e
si se quiere, que así lo im ponían los tiempos, los hábitos y
la cu ltu ra de la raza; de la. gran república de las misiones,
que asombró al mundo, y sólo encontró y encuentra ecos
desapacibles en el pragm atism o de las g ran jerias sociales y de
los odios sectarios, y en alguno que otro historiador desor­
bitado que, aferrándose minuciosamente a la sombra de al­
gún detalle, condena sin más justicia esa obra salvadora,
que no supieron los que sustituyeron a sus directores, no di­
remos m ejorar como lo pretendían, pero ni siquiera sostener
sino destruirla, p or completo, quedando en las páginas his­
tóricas de los enemigos de las misiones jesuíticas ese negro
borrón de injusticia y de impotencia, que restó a las jóvenes
naciones am ericanas el numeroso y simpático elemento in­
dígena qup iría paulatinam ente, con m ayor diplomacia y
menos violencia, introduciéndose pacíficam ente en el santua­
rio de la civilización general. Lo cierto está en que no con­
siguieron en tiem po alguno ni los gobiernos de la colonia
n i los ds la independencia crear población alguna indígena,
que no cayera en brazos de la miseria, del desorden, de la
esclavitud o de la m uerte. Y en estos mismos momentos,
m ientras' en los desiertos de los campos y entre las frondas
de las selvas seculares pasa como una aparición enlutada el
recuerdo de la sangre y de las tragedias vergonzosas,' son
los P adres del Verbo Divino en el norte paraguayo, son los
franciscanos a lo largo del Pilcomayo y los salesianos desde
el Chaco paraguayo hasta las heladas y bellísimas regiones
del su r de nu estra república los que establecen las agrupa­
ciones de los naturales de la tierra, y los dignifican con el
trabajo, con el pan m oralizador de la enseñanza católica y
con la p alab ra civilizadora de los derechos y de los deberes
cristianos del hombre.
P L E N IL U N IO D E L C U LTO A LA V IR G E N 149

No dejemos al santo misionero en S an Ignacio Guazú.


Ita tí reclama tam bién la gloria de haberlo poseído como
caudillo de su inmensa cam paña que desde 3a conjunción
del P aran á y del P arag u ay iba a perderse confusamente en
los tembladerales, recorridos de continuo por los aduares mo­
vedizos de los caracaraes cazadores. Habíase el hábito fra n ­
ciscano mojado en todas sus aguadas y dejado jirones entre
ios garfios de todas sus selvas; pero iban escaseando los obre­
ros con la mayor difusión de sus empresas, y el director de
las misiones, definidor desde 1612, encorvado bajo el peso
de sus laboriosos años, sólo podía atender como a las cansa­
das al amado distrito de 1a. Virgen, por lo que vegetaba
con frecuencia sio doctrinero. E n su recorrida por las m ár­
genes del P araná, encuéntrase en 1614 González de S anta
Cruz sobre los albardones de la famosa laguna con u n a cruz,
y a sus plantas con un guaraní cristiano m oribundo. Lo
auxilia con los últim os sacram entos. Duélese del abandono
de la región, y vuelve a. Corrientes, ofreciéndose a los reli­
giosos franciscanos para la evangelización del Y aguarí. E ra
una providencia que se les llegaba al llamado convento de San
A ntonio de la Ciudad de Vera, convento que desde 1602 no
conseguía contar con más de tres religiosos, que debían ade­
m ás atender con frecuencia el curato de la ciudad, corrien­
do como por rueda inevitable la ruda labor de los cargos en­
tre F ra y Francisco de Arenas, F ra y Antonio de la Cruz y
F ra y J u a n de P e ra lta . Encantados los buenos franciscanos
c,on la oportuna cortesanía de] santo jesuíta, resolvieron de­
ja r libre ei campo p a ra su evangelización, a no poder ellos
en el transcurso de seis meses encargar la ta re a a un doc­
trin ero de la orden.
No seis meses, sino doce, dejó pasar Roque antes de re­
correr el distrito, yendo en ese intervalo a 1a. Asunción a en­
trevistarse con Jos superiores y con su hermano el goberna­
dor para, ios recaudos del caso.
E l año de 1615 fué el año más fecundo en la civili­
zación indígena de la vieja provincia de S anta Ana, y los
trabajos de Bolaños y de González de S anta Cruz, y bajo las
disposiciones de I-Iem andarías, el arranque de la fundación ci­
150 LA V IR G E N DE IT A T I

vil del pueblo de Ita tí. Tras continuada odisea entre las tr i­
bus de indios param es, sin más compañía muchas veces que
la de su ayudante dp misa, Miguelito Dávila, niño de diez
años, comienza el 25 de marzo la reducción de la E ncarna­
ción en. Itapuá. en que trabajó solo durante dos meses y me­
dio, por estar ausente su compañero Diego de Boroa. E n
llegando éste, baja para catequizar la región de Santa Ana,
discurriendo sin más día qne la palabra a todos los vientos
ni más noche que la meditación al resguardo del bosque o
del conuco indio desde la ciudad de Vera hasta la inmensa
laguna Yberá, en cuyas m árgenes reunió los trofeos de sus
victorias envangélicas levantando una población rústica de
seiscientas almas con el nombre de S anta Ana, que a media­
dos de noviembre la deja bajo la custodia de los francisca­
nos, p a ra inform ar, como tenía de costumbre, al gobernador
del Río de la P lata, que lo era entonces H ernandarias, de paso
en la Asunción con el pensamiento de trasladarse a sus cuar­
teles del Ag'uapey.
E m prende el valiente y piadoso gobernador el viaje
acompañado del misionero. Llega a S anta Ana el día de
san ta B árbara, cuatro de diciembre, y ese mismo día se en­
camina al Aguapey, disponiendo que la reducción de Santa
A na se agregara a la franciscana de Yaguarí, como lo pe­
dían los hijos del p atriarca de Asís, consintiendo de buen
grado el fundador, por más que el derecho estaba de su
p arte según lo pactado en Corrientes. No se le ocultaba al
venerable jesuíta, la prudencia de la disposición del gober­
nad o r. Quería éste que los pueblos indígenas, a los que por
justo título llamaba “ mis r e d u c c i o n e s n o estuvieran des­
perdigados a. largas distancias, ni nuclearan corto número
de familias, para, que la soledad y la pequenez no los convir­
tieran en presa fácil de las salvajes algaras.
Roque González de Santa Cruz era. expeditivo en
sus acciones, y m uy en p artic u la r cuando la obediencia le
exigía el cumplimiento de una orden. P or lo que, aunque
no lo señale el P ad re Diego de Boroa de quien tomamos ios
datos anteriores, es de todo punto verosímil que el día 5
llevara las seiscientas almas al Y aguarí, entregándolas a Bo-
P L E N IL U N IO D E L C U LTO A LA V ÍR G E N 151

laños, al amado director de su niñez y amigo de siempre,


venido al efecto de Yuty, donde se hallaba cuando la fu n ­
dación de Encarnación de Itapuá. el 25 de marzo de .1615,
según declaración legalizada del venerable franciscano, que
expresa, haberlo ayudado con víveres al m ártir del Caró en
los principios de la nombrada reducción.
Con esas seiscientas almas, con cien indios vaguaes, con
algunos del Apipé y del Paraguay y con los caciques Y a­
guarú, M yrary, Cuazú, M ondirayú. Pacliué, Canindevú y
Paraguayo, deja Bolaños definitivam ente abandonada la vie­
ja reducción del Y aguarí, sitio llamado desde entonces Taba-
cné, pueblo que fué, y establecida el 7 de diciembre la nueva
población de la P ura y Lim pia Concepción de Nuestra. Se­
ñora. de Ita tí.

¿.Qué población de América, por no decir del mundo,


puede p resentar en su origen civil ejecutoria de m ejor bla­
s ó n ? ... H ija de. la M adre de Dios, pensamiento del capi­
tán americano más encumbrado por su religión y valentía,
organizada por el apóstol del Río de la P lata v poblada por
el prodigioso m ártir del U ruguay, la perla religiosa del nor­
te argentino, engastada sobre la florida esmeralda de su poé­
tica. colina., no tiene por qué envidiar 1a. cuna de ninguna de
sus herm anas.
Es de suponerse el santo y entrañable abrazo que se da­
rían a los pies de la m ilagrosa imagen de la V irgen el pa­
tria rc a de la civilización cristiana y el m á rtir ardiente del
Evangelio, el maestro y el discípulo, el franciscano ya de ve­
nerable y blanca corona, de cabellos y el aun joven jesuíta,
que a los pocos días se alejaba con rumbo a su trab a jad a mi­
sión de Ita p n á para afianzarla a principios de 1616 con el
P ad re Francisco del Valle, llevando como un perfum e, ju n ­
to a su amor a la V irgen Conquistadora, su devoción a 1a. de
Ita tí, perfum e que esparció entre sus hermanos de religión,
por Io que más de uno de ellos acudieron a la intercesión
152 LA V IR G E N DE IT A T I

de M adre tan misericordiosa, y visitaron su santuario, ha­


ciéndose lenguas de sus favores.
Llegará pronto una hora trágica en que pagará Ita tí su
sagrada deuda de g ra titu d al jesuíta bienhechor, ocupado
desde 1616 hasta 1628 én su más que homérica empresa del
establecimiento de las reducciones del alto P ara n á y del U ru­
g u ay . Con Ita p u á salen de sus manos Y aguapoá y Corpus.
E l Yguazú, al m andato del sabio Oñate, corona en 1617 su
crucifijo con los arcoiris de sus bellísimas e indescriptibles
cataratas. E l 8 de diciembre de 1619, contra toda la porfía
de desalmados y elocuentes hechiceros, arraig a oficialmente
la reducción de Concepción de la S ierra. Contempla al otro
lado del poético río las selvas opulentas en miel llam adas por
unos de Caaró, o hierba amarga, y por otros acaso con más
propiedad de Caró, o casa de abispas (1) y surge en sus
propósitos de caudillo de almas extender sus dominios hasta
el Atlántico. Aguijoneábalo p ara este magnífico proyecto la pro­
videncial cédida del 16 de diciembre do 1617, por la que se di­
vidía 1a. antigua provincia del Río de la P la ta en las dos
nuevas: del G uairá con las ciudades de V illa R ica del E sp í­
ritu Santo y Santiago de Jerez bajo el gobierno de la A sun­
ción; y del Río de la P la ta con S anta Fe, Corrientes y Con­
cepción del Bermejo bajo el de Buenos Aires, y sometida
a la jurisdicción eclesiástica del nuevo obispado creado el 16
de marzo de 1620. Y m ayor aliento cobró p a ra su empresa
cuando, llamado en 1626 por la autoridad de Buenos Aires,
confirióle el gobernador Francisco de Céspedes am plia fa ­
cultad y poder p ara establecer poblaciones en las provincias
del U ruguay. No es p a ra ex trañ ar que se lo recibiera al h u ­
m ilde jesuíta en Buenos Aires con salvas de artillería, por­
que él solo entregó a la libre navegación de la conquista ese
U ruguay, en cuyas m árgenes risueñas el fantasm a de la in­
d iada embravecida hacía retroceder las expediciones m ilita-
P L E N IL U N IO D E L C U LTO A LA V IR G E N 153

Dos años de vida le restan al misionero, y en esos dos


años se le cumplen sus dos más acariciados deseos: la con­
quista espiritual del U ruguay y el m artirio. F u n d a en 4 de
febrero de 1627 la reducción de N uestra Señora de los Re­
yes Magos de Yapeyú, inicia la de San Javier, establece la
de C andelaria de Y bycuity que, destruida por los tapes, tras­
lad a a la de Caazapaminí, levanta la de San Nicolás del Pi-
ratin í, el 15 de agosto de 1628 la de la Asunción del Ivuí, y
el prim ero de noviembre de ese mismo año la de Todos los
Santos del Caró, donde el 15 recogió la palm a del m artirio
bajo los golpes de la itaizá de M araguá, etimológicamente,
hombre vil, según Montoya, esclavo del cacique C arupé y
p or orden del famoso hechicero Nezú, al inclinarse el sierv;;
de Dios p ara colocar la lengüeta a la cam pana de la reduc­
ción. . . Nobilísimo varón paraguayo, sólo a traición y por
la espalda pudo caer herido y m u e rto !.. . De frente no se lo
com batía: relam pagueaba en su m irada la luz de la santi­
dad, y su palabra era un rayo que doblegaba a su imperio
las selvas.
Cayó el caudillo de almas con la empresa en las manos
y la m irada puesta en la playa del Atlántico, como caen los
buenos, los de 'u n a pieza, los bloques de granito, los héroes
del carácter. Lo buscó la conquista p ara cohonestar sus en­
comiendas, y se estrelló en ese cedro de entereza, que no se
doblaba como Valverde a las insinuaciones del despotismo
con el cabeceo de la adulación. Silbaron los insultos; u n go­
bernador, que era su propio hermano, con despechada am ar­
g u ra lo am enaza; y siguió enarbolaaa en el tope del asta
erguida esa bandera de la libertad indígena. Se regocijó con
las ordenanzas de A lfaro, y tuvo frases lapidarias im pregna­
das en la valentía de los Ambrosios y Atarías:'os contra la
in justicia del servicio personal de los indios.
Cuando al día siguiente, los desalmados m artirizadores
to rn aro n al lu g ar del sacrilegio p a ra deleitarse en su obra,
oyeron u na voz que les d e c ía : 4‘ Habéis m uerto mi cu erp o ;
mas, no mi alm a. H an de venir por Io que habéis hecho, j
llegarán mis hijos a vengarlo; pero, yo no os abandonaré” .
L a voz procedía del corazón del m ártir, arráncaselo M ara-
154 LA V IR G E N DE IT A T I

guá, atraviésalo con una. saeta, y lo a rro ja al fuego. Y las


llam as Jo respetan, y la voz de ese corazón conmueve el vi­
rreinato, y llega de Corrientes y de las reducciones jesuíti­
cas y franciscanas inmensa, rom ería p a ra honrar la sangre
derram ada y p ara vengarla. Como ninguna otra población
escuchó la m ilagrosa voz Ita tí a los pies de su Virgen, y
ante ella ju ró desagraviar la ofensa inferida a su misionero
y poblador.
CAPITULO V

LOS PORTENTOS DE LA VIRGEN

Como director de Jas misiones franciscanas, no perm a­


necía Bolaños de asiento en las reducciones que fundaba, si­
no el tiempo exigido p ara la organización. Más o menos
asentada junto a su hum ilde templo de quinchas la po­
blación conocida desde entonces por la Pura y Lim pia Con­
cepción de N-uextra Señora del Itatín, abandona el curato,
dejándolo a cargo del anciano F ra y Luis Gámez con gran
regocijo de toda la comarca, cuya afición al humildísimo Re­
ligioso, tan guaraní en su habla como el m ejor hijo de la
tierra, y de tan amables m aneras como el m ejor de los pa­
dres, se m anifestaba de continuo hasta en los -infieles de las
selvas que se le venían, cuando 110 a pedirle el bautismo, a
escuchar su palabra o a lograr su protección contra los me­
rodeadores de la conquista.
Comprendiendo desde un principio el viejo doctrinero
y nuevo cura la ninguna capacidad de la capilla de Bolaños
que, si p ara los feligreses mismos no pasaba de erm ita, era
menos que un humilladero' en los días de grandes concursos
de peregrinos atraídos por los milagros de la imagen, pensó
en construir un templo espacioso. Gámez, fallecido en Ita tí
probablem ente en 1619, no lo vió term inado; pues, dicha
construcción, que no era más que un desmesurado galpón,
concluyóse en 1620, fecha grabada a escoplo en uno de los
tiran tes conservados de su coro. E ra párroco en este año F ra y
1 56 LA V IR G E N DE IT A T I

J u a n de Ortega, que no podía atender eficientemente la doc­


trin a p or su poco conocimiento del g uaraní. P or otra parte
.la población venía a menos, ya por este motivo, bien por la
volubilidad de los conversos qne, sugestionados por el recuer­
do de sus viejas costumbres, ganaban en grupos la libertad
de la selva, ora por el tem or de las irrupciones salvajes a las
que se adherían no pocas fam ilias malamente acomodadas
con la cristiana moral, y muy en p articu lar por los desafue­
ros desaprensivos de las encomiendas, plaga lastimosa de ese
pueblo laborioso, que más de u n a vez remedió a Corrientes
eon la riqueza de su cabildo, con los ganados de sus estan­
cias, con el aporte de su brazo y con la. sangre de sus hijos.

• *

Cuando Luis de Góngora, gobernador del Río de la P la­


ta de 1620 hasta su fallecimiento en 1623, visitó a Ita tí en
1621 quedó asombrado de la prosperidad de esa obra de Bo-
laños, no parando m ientes en que los datos de su inform e
prueban la m erm a de la población. Em padronó la doctri­
na, y resultaron 293 varones adultos, 292 m ujeres y 306 ni­
ños. Estos 891 habitantes estaban sujetos al supuesto gobier­
no de sus caciques, como que no eran libres, dependiendo a
modo de feudatarios de un encomendero de Corrientes, cuan­
do no de la corona de Castilla. Su organización social era
la. vida de com unidad regida por el párroco, aunque se pro­
curaba por todos los medios la vida doméstica eon. propiedad
p articular. Nos habla Góngora de iglesia nueva y casa para el
d o ctrinante; de que los guaraníes se presentaban vestidos y
m oraban en casas de tapias y m adera; de que algunos sabían
leer, escribir y los prim eros elementos de la aritm ética, todo
ello aprendido en su propio idioma en el colegio de la reduc­
ción. L a prosperidad que sedujo al gobernador no pudo ser
o tra qne la de los recursos de que disponía ]a doctrina para su
subsistencia: “ Tenían, dice, estancias de ganado vacuno, de)
cual como de maíz y de pescado se alim entaban; tenían bueyes
y herram ientas p ara Ja lab ran za” .
Asiéndose el historiador M antilla al silencio que g u ar­
P L E N IL U N IO D EL . C U LTO A LA V IR G EX 157

da Luis de Góngora respecto a la m ilagrosa imagen, v re­


cordando, p ara m ayor m érito de lo qne imagina, el inform e
de Marciel de Lorenzana que tampoco menciona la sagrada
efigie, sin más inventa a] hecho del hallazgo de la Virgen
en 1622 por Roque González de S anta Cruz. Ni de aquél ni de
éste era el propósito hablar de una imagen que ya tenía dado
un nom bre aJ pueblo, ni a Roque G-onzález de S anta Cruz,
cabíale la posibilidad de encontrar lo ya encontrado, v eso
en las márgenes del P araná cuando evangelizaba las del
F ru g u ay .

Siguióse al fallecimiento del virtuoso F ra y Luis Gámez


un vacío lam entable en la doctrina. Percatándose de ello
los superiores la encargaron a un religioso n a tu ra l de la
Asunción, de destacada p reparación en ciencias eclesiásticas
y p rofanas, de tem peram ento ardoroso y de incansable ac­
tiv id ad a pesar de sus continuas enfermedades, de una fe
acrisolada que lo devoraba en el celo por la casa de Dios,
de u n esp íritu em prendedor que m ovía todas las voluntades
en to m o de su apostolado, de una devoción sincera y te r­
nísim a a la venerada imagen p quien él debía señaladísimo
favor, y de uu profundo conocimiento del idioma de la tierra.
No bien llegó en .1621, no sólo el solar de Bolaños tuvo
m otivos p a ra regocijarse, sino tam bién la ciudad de C orrien­
tes. F ra y Luis de G am arra fué durante, largos años el con­
sejero del movimiento civilizador de toda la comarca. Vica­
rio del convento S an F rancisco de la L im pia Concepción del
Ita tí, cura del pueblo, com isario de la S an ta C ruzada, vica­
rio y juez eclesiástico de la ciudad de V era, de su distrito y
jurisdicción, vivía eu frecuente correspondencia con su
maestro, el anciano director de las misiones, y llevaba a efec­
to sus em presas, oídos los co,nsejos de su prudencia, con
decisión inquebrantable.
E l enorme galpón de p a ja y barro, las casas de tapias
y m aderas sobre u n a a ltu ra re sq u eb raja d a y expuesta1 a
todos los vientos y en p a rtic u la r al molesto y casi diario
158 LA V IE G E N DE IT A T I

del este y lo in g rato del puerto no le parecieron acomodadas


p a ra una población ya fam osa en las regiones eircnnveem as
y buscada, p or la devoción siem pre creciente de los pere­
grinos.
Con sus g u araníes desde u n principio, sin desatender
las estancias y la ag ricu ltu ra, rec.ursos obligados de subsis­
tencia, empezó a edificar la nueva población y templo sobre
las cercanas ondulaciones del poniente, sitio resguardado
p or esa su corona de selvas que parecen em pujar al actual
pueblo, más de tres veces secular, contra su preciosa y dila­
ta d a bahía en que se ensancha el P a ra n á como un m ar. con­
tenido al norte por la delgada y verdegueante línea de las
b ajas islas de la costa paraguaya.
Concluido en 1624 el tem plo, de cuya fábrica y dispo­
sición no liemos podido conseguir detalle alguno, procedió
G am arra. como y a lo hemos dicho, a la traslación de la ve­
n erad a im agen el 14 de agosto de ese mismo año. víspera
de la Asunción de la gloriosa R eina de la creación. A sistie­
ron a la traslación solemne no sólo los feligreses del pueblo,
lo más granado de Corrientes estaba ahí. y presenciaron
tan to indígenas como españoles los m aravillosos portentos
realizados en ese día m em orable por la imagon. que se dignó
■con m isericordia y o portuna providencia, afianzar aún en
los más incrédulos la ex trao rd in aria, m isteriosa y hasta en­
tonces no escrita tradición de sus ya antiguas ternuras.
No eran necesarios sucesos de tan to volumen ni el con­
sejo anhelante de los presentes a las tales m aravillas para
que se m oviera el ánimo fervoroso de G am arra a algo p rác­
tico, que ño d ejara dorm ir los hechos en el pasado, como se
d ejaron dorm ir los orígenes de la m ilagrosa im agen, libra­
dos a la im prescindible confusión de Jas herencias orales.
inform a Gamarra a sus superiores acerca de los hechos,
y para mayor “ abundancia y certidum bre” otorga el guar­
dián del convento de San A ntonio de C orrientes, F ray An­
tonio Acosta, a su vicario poder suficiente f i a r a que tome
juram ento en forma, in verbo saccrdotíx, al inform ante F ra y
J u a n de G am arra.
Asistió el dicho g u ard ián a la declaración recibida por
PL E N IL U N IO D E L CULTO A LA. V IR G E N 15 9

su vicario, y fué legalizada por el tesorero de las cajas re a ­


les, Mateo González de Santa Cruz, como notario público,
el 23 de setiem bre de 1624.

• •

I)e esa declaración jurídica se desprenden muchos fenó­


menos m isteriosos que no caben dentro de las explicaciones
del hombre, y que revisten a la imagen de N uestra Señora de
Ita tí con el halo b rilla n te del m ilagro.
,1 1 1 fenómeno m ás sorprendente es el de la tran sfig u ració n
re p etid a y v a ria d a del rostro de la im agen. L a p rim era m u­
danza del sem blante lo efectuó la V irgen en su im agen el
sábado de gloria de 1624 en su iglesia do barro y paja,
antes de la traslación de la doctrina;. E l P ad re G am arra de­
clara: “ E l sábado próxim o pasado de este presente año, estan­
do cmitando la antífona ele] Iieyina coeli, laetare, en lugar
de la Salve que se canta todos los sábados, echó de ver
por Ja imagen una extraordinaria m udanza d e rostro, y
estaba tan linda y hermosa que jam ás tal la había visto, y
m andó llam ar p a ra que la viesen los indios del pueblo; lo
enaJ duró en la imagen hasta el jueves infraoctava de la P as­
cua de R esurrección, y se volvió a su ser de an tes” .
Es de n o ta r que no fué u n a m utación algo así como u n
lampo, que bien podía atribuirse a engaños de la luz, a p er­
tu rb ació n de los ojos o a un estado psíquico p a rtic u la r en
Jos que se im aginaban contem plar esta m aravilla. Seis días
continuos duró la tran sfig u ració n del rostro de la im agen,
y así la vieron extraordinariam ente linda y hermosa no sólo
el párroco sino toda la población.
No fué ésta la única tran sfig u ració n de la im agen. Re­
lata el docum ento que “después, en los sábados en que se
le cantaba la Salve, y en algunos otros días, hacía m udan­
za de rostro, aunque no Como en la p rim era v e z ; y esto so
echaba m uy bien de ver, porque, antes de la prim era vez que
se m udó el rostro, ten ía algunas fa lta s en él, como eran es-
lar mal sacados los ojos y la boca, y la color de él no era
m u y buena. Y que este testigo hizo algunos novenarios y
rogativas p a ra que Dios m ostrase su voluntad. Y ' así pasó
1 60 LA V IR G E N DE IT A T I

todo este tiem po haciendo la dicha im agen -algunas m udan­


zas en el rostro, y en todas ellas se m ostraba herm osa, y
nunca pasó semana que, cuando menos una o dos veces, no
hiciera m udanza” .
Preocupábase el virtuoso (¿am arra en cuál pudiera, ser
la voluntad divina con esos repetidos portentos. Si Dios es
adm irable en sus santos, más lo es en su santísim a M adre,
y pone sus delicias en h o n ra rla ante los siglos y los pueblos.
Es la única en tre las h ijas de Sión la totalm ente inm acula­
da, la reclinada en el Am ado al su rg ir como un perfum e de
u n a flo r in ta c ta de entre las espinas de nuestro desierto
p a ra ser coronada p o r re in a de la gracia y m edianera del
hom bre. Y al dársela a la cuna de esta p rivilegiada provin­
cia., quiso sellar la trad ició n m aravillosa de esa hum ildísi­
m a im agen con m ilagros estupendos v docum entados, p ara
que sirv iera de asiento a la esperanza y de luz en los cami­
nos de la civilización de estas tierras.
Y así m ientras el soberbio castellano despreciaba al in­
dígena h asta casi negarle el alma, v echaba mano de la en­
comienda y del tributo de capitación p ara no dejarlo res­
p ira r las au ras de las legítim as libertades de su trab ajo , la
M adre de Dios, no sólo se compadecía del miserable yanaco­
na, del infeliz m itayo, sino adem ás lo dignificaba a los ojos
de sus dom inadores, m ostrándose especialísim a M adre del
indígena. Y llevó su dignación en su im agen de 'Itatí, h asta
vestirse con aureola de m ilagrosa herm osura para atraerlo-
y sonreírle. Y como la Reina de. Tepeyae no requirió el pa­
drinazgo de los conquistadores de Méjico y engrandeció con
su visión gloriosa a un sencillo azteca, del mismo modo esa
misma R eina llena con su tran sfig u ració n los ojos de la hu­
m ilde aldea g u aran ítica de las orillas del P ara n á. ¿Cómo
p o d ría h aberse atrev id o al fe u d atario de V era con todo su
airón, gorgnera y arcabuz,, a despreciar la. desnudez del
hijo de la selva, acariciado p o r la R eina de los ángeles y
m adre de los hombres?
La palabra de la democracia cristiana, de las justas e in ­
tangibles libertades de todo hombre, de los deberes de la fra te r­
nidad sin exclusión de clase y de la igualdad de la dignidad hu­
P L E N IL U N IO D B L CULTO A LA VIR G EN 161

m ana en todas las condiciones y razas, resonó como un eco de


consecuencia p ráctica b ajo los quinchados aleros del case­
rón de la V irgen. Ita tí se convirtió en hogar solariego de
la más alta civilización. L lam arada de prodigios, corrieron al
arrim o de sil calor y luz todas las comarcas circunveci­
n as. Y allí, confundido el gobierno y la esclavitud, el hacen­
dado y el m endigo, el sacerdote y el guerrero, el conquista­
dor con su blanco aopoí, tejido en el prim itivo teyupá de la
india, y la india con su holgado tipói, se reunieron, se cono­
cieron- y se am aron al rum or de una m isma oración. E l in flu ­
jo de estas asam bleas de la devoción fué decisivo en la ci­
vilización de C orrientes. B ajo las m iradas de la V irgen ali­
mentábase én sus devotos, españoles, criollos e indios, como
prenda de g ratitud, la imitación esforzada de las virtudes do
la sag rad a fam ilia de N azaret. Y de ese tra b a jo de santas
em ulaciones arran có la hoy y a vieja gloria de las p a tria r­
cales y santas tradiciones de los hogares correntiuos, en que
corrían parejo s el respeto y la am able cortesanía, aun p ara
con los criados, negros, mestizos, m ulatos o indígenas, ten i­
dos y considerados como miembros de la. fam ilia. No son para
puestas en duda las causas de la legendaria nobleza de la histo­
ria pública y doméstica de estas tierras, de sus vigorosas cru­
zadas contra la barbarie, de la ra ra generosidad de sus mismos
encom enderos que ..daban a las veces am plia lib ertad en sus
haciendas, como el capitán- C abral, p a ra las vaquerías de las
reducciones, y de ese su carácter que parecía desdoblarse como
una p arad o ja, léón co n tra los indios alzados, cordero con
los mansos, a los que reunía, en familia, y les abría cabildo
con to d as sus p rerro g ativ as, por lo que se levantaban pac.í-
l'icamente pueblos como Ita tí, S an ta L ucía y más tard e San
Fernando, cuna de la que es hoy capital del Chaco. Dos es­
cudos tuvo C orrientes desde sus prim eros pasos en la vida
de la civilización: la cruz y la V irgen. En las lides se p re ­
sentó em brazando el escudo de la cruz, y la libertad fué su
propósito aún tras los campos sangrientos del m artirio ; y
en las necesidades de su hogar, en la incertidum bre de su
l raba jad a vida, en todas las torm entas de sus hijos, la V ir-
162 LA V IR G E N DE IT A T I

gen de I ta tí fué la m eta de sus peregrinaciones, fué el es­


cudo de su corazón, escudo inm aculado de consuelo y de
virtud). .
« *

Eli P a d re G am arra no las tenía todas consigo. E staba


como espantado de lo que veía. Casi parecía no d ar crédito
a sus ojos, aunque todos los ojos veían lo mismo. Léase su
d e c la ra c ió n : “A este testigo le pareció que el domingo 7 de
julio, a hora de vísperas poco más o menos, hizo otra demos­
trac ió n de herm osura grandísim a, que la vieron m uchos in ­
dios del pueblo, y o tras así mismo que las vieron algunos
españoles que v en ían a este dicho pueblo” .
P rep aráb ase el 14 de agosto la traslación de la imagen.
Malo h ab ía am anecido el día, y el viento y la lluvia an u n ­
ciaban, y a e n tra d a la tard e , la im posible realización del tr a s ­
lado. No obstante e n tra G am arra en el tem plo, y se dispone
a colocar la im agen sobre las andas, cuando de im proviso
lo tu rb a el sem blante de la Virgen, y entre creer y no creer
en lo que veía, se em peña en disipar la visión y, no consi­
guiéndolo, llam a á indígenas y p ereg rin o s; pero dejem os
que hable el mismo G a m a rra : “ H abiéndose de p a sa r la im a­
gen, víspera de la Asunción de la Virgen santísima, hizo todo
el día; u n tiem po m uy riguroso de lluvia y viento, y con
todo fué este testigo a b ajarla p ara ponerla eu las andas,
y le halló el ro stro con unas m anchas am arillas grandes, y
m ás p álid o ; y p a ra verle de poner un m anto, lim piándole
el ro stro, no halló en el paño polvo, lo que le causó ad m ira­
ción por ver todo lo demás del. cuerpo lleno de polvo, por estar
la imagen m uy desacomodada, que era en una casa pajiza; y
p ara que lo viesen llamó a unos españoles que estaban, que eran
G arcía de Céspedes y Diego de S ena; y estando así m irándo­
la con otros m uchos indios que estaban allí, de im proviso se
volvió blanca y colorada, y luego, a horas de vísperas, que
era cuando la habían de p a sa r a la iglesia nueva p a ra can tar
sus vísperas, aclaró el d ía 'y salió el sol, que hubo lu g a r de
p asearla en procesión y e n tra r eon la im agen con m uy lindo
PL E N IL U N IO T>KL CULTO A, LA .VIRGEM 163

tiem po a la iglesia, porque de antes, como lie dicho, lodo el


día estaba lloviendo, y después tornó aquella ta rd e a c e rra r­
se y a llover” .
N ada m ás elocuente e incontrovertible que el testim onio
unánim e de los ojos de una muchedumbre. Los hechos tienen
u n a lógica inapelable y, a no caber explicación en la hum a­
na, se doblan las rodillas an te la visita de Dios a su vasalla
la n aturaleza. Los reflejos de la herm osura de la R eina de los
cielos en su imagen de Ita tí son títulos de purísim a y glo­
riosa grandeza, que debe recordarlos y presentarlos al m un­
do esta provincia jm vilegiada como el blasón resplandecien­
te de su nobleza heráldica, que a u g u ra am paro a su v ida y
pide a su corazón g ra titu d , que no a todos los pueblos ni a
to d as las naciones h a m im ado la V irgen M adre con el ale­
teo luminoso de su v irg in al herm osura y con las m atern a­
les sonrisas de sus labios.
Lo de 1a- lluvia to rm entosa que cede de pronto su fu ria
sólo p o r u n m om ento, p a ra d ar paso al traslad o de la R eina,
bajo u n cielo limpio y un claro sol, p o d rá hab er sido u n a
sim ple coincidencia. P ero, es de n o ta r que las coincidencias
no siem pre se repiten, y en todas las veces, de que nos con­
servan memoria los siglos de su historia, se h a reiterado
h asta el presente esa supuesta coincidencia como una ley
invariable, p or lo que h a pasado y a a piadosa tradición po­
p u la r que en los m alos días, si h a de salir la V irgen, la llu ­
via la resp eta y el sol la saluda. Así aconteció el 8 ele julio
de 1900 con m otivo de la traslación de la im agen a C orrien­
tes. E ra un recio día de lluvia. P a ra conducirla al Tridente,
qne anclado esperaba a la R eina en. el puerto,, se im provisó
un enorme palio de gruesa tela p a ra defender la im agen de
la llu v ia ; pero, en llegando la V irgen al atrio, ábrese el cie­
lo, aparece un brillante sol, abandónase el palio, y bajo un
purísim o azul re ta ja d o de niveas fra n ja s de nubes, a modo
/Ir inm ensa ban d era arg en tin a, es conducida triu n falm en te
a la nave la hum ildísim a Soberana del más opulento río
de la P a tria . Y no bien se la resg u ard a en el cam arín del
barco, el cielo azul con sus blancas nubes y su sol brillante
164 LA YIJifíKX DE 3T A T I

desaparecen sobre nimbos espeso« qiie se desgajan en fría


lluvia.
Así tam bién pasó el día de la coronación, 16 de julio de
1900, al ser trasladada procesionalmente la V irgen desde la
iglesia m atriz a la plaza de la Sma. Cruz de los Milagros, donde
fué coronada. Y así .pasó el 20 de julio al ser restituida la
y a coronada im agen a su tro n o de Ita tí. L a to rren cial lluvia
del 20 hacía im posible la procesión de em barque. E l pueblo,
sin em bargo, atestab a el m uelle y las calles adyacentes, p o r­
que estaba en la conciencia, de ese pueblo que, en saliendo
la procesión, se despejaría el tiempo. Y despejó el tiem po con
un sol clarísim o, y m ás de quince m il personas vitorearon
estruendosam ente a la regia P eregrina que, al zarpar el T ri­
dente, fué despedida por las salvas de artillería de la to r­
pedera Espora, desde cuyos erguidos m asteleros saludaba la
P a tria , como h ija y vasalla, a su M adre y E m peratriz, con
el festivo ondear de sus ban d eras n a c io n a le s ... ¿Coinciden­
cias í Lo s e r á n ; pero, h asta ahora, esas coincidencias van tro ­
pezando como esclavas de las procesiones de la Lluvia, de la
g racia y de la E s tre lla de la M ar. • '
CAPITULO VI

LA VIRGEN EN SU NUEVO TEMPLO

A com odada la im agen en su nuevo tem plo el 14 de agos­


to de 1624, no se rep itiero n las transm utaciones ex tra o rd in a­
rias de su rostro hasta ocho días antes de la N atividad; pero,
volvamos a leer el. docum ento: “ E n la dicha iglesia la prim e­
ra dem ostración grande fué el sábado, ocho días antes de la
N ativ id ad de N u estra Señora. Y desde el lunes, 9 de septiem ­
bre h asta el día de hoy, todos los días h a hecho d iferente
demostración en el rostro, y ha habido día tres o cuatro di­
ferencias, y siem pre herm osísim a, aunque unas veces muchí-,
sim o m ás que otras. Y la h a descubierto los velos dos veces
al día, p or la m añana en la m isa y por la ta rd e en la Salve,
que se le h a cantado casi todos los días; y algunos días que
no la ha descubierto, y quedando sólo con el prim er velo, se
la echaba de ver tan ¡patente como ve el vicario y los demás
que presentes se hallan, y h an visto las m aravillas de demos­
traciones diferentes, que h a hecho así descubierta como es­
tando con el prim er velo. Y que un día de la sem ana pasada,
que no se acuerda si fué m iércoles o jueves, se vió en el ros­
tro una señal que venía de hacia el ojo derecho por medio del
c.arrillo a la cabeza; y entendió este testigo podría ser algu­
na luz; subió a rrib a (sic) y le quitó algunas flores que tenía
(mi la mano, y abajó, e hizo otras diligencias, porque parecía
la dicha señal u n rayo de luz m uy delgado, y se estuvo así,
hasta que este testigo se tornó a b ajar, y estándola m irando
desde el suelo, de im proviso desapareció; y así quedando con-
1 66 LA V IR G E N DE IT A T I

fnso qué sería, porque 1a. V irgen estaba tran sfo rm ad a con
gran d e herm osura, y allí luego de im proviso pareció que se
le había alarg ad o mucho el rostro, quedando con m ucha más
herm osura ; y luego tornó a volverse pequeño y a la prim era
herm osura que estab a; y que todos la veían por espacio de
m edia hora, poco m ás o m enos” .
¿Qué m ás podía anhelar el corazón de la América del
S u r? Esos lampos de belleza de la M ujer de las m ujeres, bajo
las palm eras de las selvas y junto a la confluencia d e-lo s
grandes ríos entrañan toda la ternísim a epopeya de la g ra­
cia; son las caricias de una reina, la sonrisa de una virgen
y los besos de u n a madre;.
Puede regocijarse C orrientes de poseer una de las im á­
genes más dignas de veneración en el mundo, porque si la
del P ila r es un recuerdo de u n a supuesta visita de la V irgen
en su vida m ortal, si la del P erp etu o Socorro se rem onta, se­
gún la leyenda, a los pinceles de un evangelista, si la de Gua­
dalupe es la copia milagrosa de una visión y la de Lourdes la
im itación im perfecta de la atparecida a orillas del Cave, la de
I ta tí fué como sellada p a ra el culto, por la misma M adre de
Dios, habiéndose encarnado en ella sus com placencias h asta
el punto de cederle los dulcísimos resplandores de su h er­
mosura-; y esto no an te el indio de una m ontaña, ante la B er-
n a rd ita de u n a alquería, sino an te conquistadores •e indíge­
nas, an te m agistrados y sacerdotes de una civilización que
acababa de nacer a los pies de la cruz.

. Visto estaba que la santísima Virgen quería m ultipli­


car con m anifestaciones e x tra o rd in aria s las pruebas de lá.
tom a de posesión de estas tie rra s en su im agen de Ita tí. Y
como que venía a disipar som bras y a condenar tiran ías, se
llenó de luz y volcó sonrisas. Y siendo, como es, la m adre
del am or y la causa de n u e stra alegría, regaló el oído de su
pueblo con algunas notas de los serafines que la cobijan
bajo el dcféel de los resplandores de sus alas. Pero, tiene el
deshilvanado y sencillo docum ento la p a la b ra : “ Luego, el
P L E N IL U N IO DEL OUJ.TO A LA V IR G E N 167

sábado 14 de este mes de septiem bre, habiéndose cantado la


m isa de n u e stra Señora, como entre las 10 y las 11, oyó
este testigo dentro de la iglesia como u n a m úsica de voces
y flautas,- y entendiendo al principio fuese alguna cosa en
el pueblo, salió y rodeó to d a la iglesia, y no oyó n ad a; tornó
a e n tra r aden tro (sic), y volvió a oír como antes, y estando
así un rato , p a ra ver si la oían otros, envió a llam ar a algu­
nos cantores e indios del pueblo, y no se h allaro n m ás de
seis, porque todos h abían ido a sus c h a c ra s ; y todos la oye­
ron juntam ente, porque lo m ostraron haciendo cada uno el
mismo son y.tono, aunque ahora no se acuerdan, y lo ha pre
guntado a los que la oyeron, y tampoco aciertan como en­
tonces; y que se' estuvo allí h asta que fué hora de comer, y
en este tiem po estaba 1a. dicha im agen transform ada. Y que
o tras cosas p artic u la res tam bién h a hecho, qne no ,se a tre ­
ve a decir si fueron m ilagros suyos o cosas n a tu ra le s ; y lo
(pie es las transform aciones y m undanzas del rostro en la
V irgen, el vicario las h a visto, y que en tre los que envió a
llam ar el sábado sa<nto p a ra que viesen la dicha im agen, fué
u n alcalde llam ado F ern an d o Y acaisá, el cual le envió a
decir a este testigo, que no podía venir por tener a un hijo
suyo m uy enferm o y, creyéndolo este testigo, al cabo de ra to
fué allá, y vió la c ria tu ra que tenía en la cabeza dos naci-
dillos, y con todo le reprendió porque no había ido; y luego
el día de pascua e n te rra ro n dicho n iñ o ; y en aquella misma
sem ana, el domingo in albis, a u n a h ija que tenía, v la cual
es v erd ad que hacía días q u e'en ferm ó . Después, al cabo de
días, riñéndolo sobre cierto descuido este testigo al dicho
alcalde, le d ijo : “¿No m iras, hijo, que se-lleva Dios a todos
tus hijos, porque no quisiste venir a la im agen ?”
E l sacerdote es por m andato de su ordenación m edia-
itero entre Dios y el pueblo. La santísima Virgen quiso en
Ita tí ennoblecer la dignidad de su piadoso guardián, y se
valió de él p a ra todas sus m aravillas. Cuando la V irgen se
m anifiesta a los fieles, les ordena que se presenten a los sa­
cerdotes, llevándoles sus m ensajes, p ara que los sacerdotes
los publiquen y los ejecuten. A G am arra no le ordenó nada.
Pero, llevado de su,hum ildad, cuando las m aravillas no eran
1 68 LA V IR G E N DE IT A T I

públicas, se espantaba de que fu eran p a ra él, y las hacía


públicas, llam ando al pueblo y a los peregrinos p a ra que
lo d esengañaran de lo que a él le parecía o p ara que goza­
ra n con él las celestiales te rn u ra s de ta n dulce Señora. .
¡ Qué cuadro de indescriptible y arrobadora poesía el de
esos, guaraníes músicos ensayando, en éxtasis de jubiloso asom­
bro, im itar el compás, el tono y el sonido de la melopea ange­
lical ! ¡ Que momento tan de Dios ese momento en que 1a. raza
am ericana, de consuno con los ángeles, glorificaron a la obra
excelsa de la creación entre las obras de la eterna B e lle z a !...
Quisieron los candorosos artistas, pasada la visión, repetir la
celeste armonía. B ra mucho p e d ir: ni el recuerdo se desper­
tó en los oídos, ni guardaron el sonido los instrum entos: muy
grosera es la tierra p ara cautivar la resonancia de los cielos.
E s de notar cómo el bueno de flam arra atribuye, en esta
declaración, a la V irgen el castigo de las desatenciones del
alcalde Yacaisá para con los hechos maravillosos. Nos dice el
B ernardo que nada áspero encontraremos en M aría ; pero es
verdad asesorada por la experiencia de los siglos, y de la que
el culto de la V irgen de Ita tí g u ard a m uchas tradiciones po­
pulares y no pocos ejemplos conocidos por los que aún viven,
que las ofensas inferidas a la M adre de la m isericordia se
d iría que desagradan a Dios más que las irrogadas a él mismo,
o en térm inos más exactos, en esas ofensas está el u ltra je a
la providencia de' la redención, que decretó el P adre, obe­
deció el H ijo y difundió el E sp íritu Santo, uniéndose las tres
divinas Personas en esa obra, de la rehabilitación hum ana p ara
llam arla a M aría hija, m adre y esposa, y por lo mismo m adre
de la gracia, m edianera y esperanza del hombre en la recon­
ciliación de su alma con Dios. E l que se atreva contra la V ir­
gen, mire en la serpiente de sus plantas el vaticinio de su a tre ­
vimiento : m uertas las esperanzas, queda aplastado por el cal­
cañar de la Inm aculada su cabeza. A la belleza que se vilipen­
dia y al amor qne se desagradece respondieron siempre las
fealdades de la tm iebla y los abismos de la maldición.
CAPITULO V II

EL SANTILLO

Concluye el documento de 1624 con el relato curioso,


pero bastante confuso, de las tropelías anticristianas de un
g ra n hechicero, firm ando esta p arte de la declaración F ra n ­
cisco de Guzman. Leamos esta últim a página: “ N unca este
testigo entendió ni puede entender la causa cierta porque
Dios haya obrado tan grandes m aravillas; mas, le parece será
por la conversión de estos indios, los cuales tra je ro n de Santa
F e u n indio que estaba allí desterrado, porque otras veces se
había hecho santillo. y lo tuvieron oculto en este pueblo toda
la cuaresma, sin que este testigo lo supiese ni entendiese, y
que parece ser, según lo que h a oído decir después acá, les
decía muchas cosas malas y contra nuestra fe, abominando y
haciendo abom inar los sacramentos de la iglesia, diciéndoles
era p ara su destrucción corporal y espiritual, y que la ima­
gen era u n a poca de m adera, y puesta p a ra engañarlos; y
o tras cosas así del culto divino como de los sacerdotes y mi­
nistros de él; por lo cual, los indios huían ae ja doctrina y
de acudir al P adre, y darle limosna, ni a la iglesia ni otras
cosas, que era por donde cada día les predicaba; y con todo
daban mil pesadumbres, teniendo muchas libertades. Y le
vinieron a decir a este testigo, en la cuaresma, un alcalde y
otros indios, que buscaban por todas las calles de noche, que
Jes avisase, que ellos rem ediarían; y este testigo, m uy ajeno
a su m aldad, se reía de ellos'. Y después acá ha sabido que h i­
cieron extraordinarias diligencias hasta espiarle en la celda,
1 70 LA VIR G EN DE IT A T I

y que 110 sabe este testigo si fué verdad, o el mismo pecado,


o el miedo que tenía, aunque algunos le lian dicho que vie­
ron p o r sus mismos ojos; y que esto ahuyentó al dicho santiilo
de este pueblo, inedia legua poco más o menos de él, adonde
hizo casa y asiento, y predicaba como de antes; y que des­
pués, ocho días antes de San Pedro, sábado, a lo que le p a ­
rece, vino a saber por un modo extraordinario, pues, quien
prim ero se lo dijo fué una criatura, niño de tres años y me­
dio, y después un indio, a quien parece apuraban sin verdad,
diciendo que él lo había descubierto, y otras causas que con­
currieron en el descubrimiento, por donde le pareció a este
testigo era cosa del cielo. Así, después que el indio santiilo
huyó y se fué de este pueblo, empezó la dicha Virgen a hacer
las nuevas demostraciones que tiene declarado, por donde los
indios, viéndolas, empezaron a decir todo lo que había p a­
sado del santiilo y a confesar, teniendo antes m uy poco respeto
a la virgen santísima, y que han m ostrado alguna enmienda
del. avieso en que andaban antes. Y esto dijo ser la verdad
por el juram ento que hecho tiene. Y habiéndole leído su dicha
declaración, dijo que en ella se afirm a y ra tific a ; y que siendo
necesario, de nuevo la volvería a decir; y dijo ser su edad de
25 años poco más o menos; y la firm ó de su nombre Francisca
ele G uzm án” .
N ada más concluyente del disciplinado criterio del P a ­
dre G am arra como esa su preocupación respecto a las cansas
que hubo de abrigar la divina Providencia en esos maravillosos
regalos. Y la opinión que m anifiesta está m uy adentro de
la sana lógica. Efectivam ente, y de ello 1.a historia de los si­
glos es un com probante evidente: en los orígenes de todas las
grandes m anifestaciones de la m isericordia del Señor sobre
la tierra sellan sus designios los hechos extraordinarios, como
p ara que la fe siempre miserable del hombre se envuelva en
u na bandera que la sotenga, y se presente a las generaciones
que nacen, como un desmentido categórico al reto desaprensi­
vo de los negadores. P or eso, constantem ente se ha m anifes­
tado, se m anifiesta y .se g u irá m anifestándose la intervención
visible y m aravillosa ele lo alto en los acontecimientos hum a­
nos; de un modo p artic u la r se la descubre en los albores de
P L E N IL U N IO D E L CULTO A LA V IR G E N 171

la civilización cristiana de América. B uena obra haría quien


despertara la voz de los archivos, y u niera en un ram illete
todas las flores de esa intervención u ltra te rre n a en los dila­
tados jardines del nuevo mundo. Obligan a doblar la rodilla
los solos milagros que presenció el. antiguo virreinato del P e­
rú . F ig u ras como la del m ártir villariquefío J u a n Ber­
nardo, del asunceño Roque González de S anta Cruz, del an ­
gélico J u a n de Córdoba, del portentoso Alonso de San Bue­
naventura, del incom parable Luis de Bolaños y del seráfico
san Francisco Solano, bastan y sobran, sin necesidad de re­
c u rrir a los documentos incontrovertibles de nuestras vírge­
nes coronadas, p ara avergonzarnos de nuestra poca fe que
se duerm e con los ojos pegados a la tierra, y de esa increíble
inconsciencia de los más que, sin p a ra r m ientes en su condición
de criaturas, con reconocer los mismos jum entos a sus dueños.
110 conocen ellos a su Creador.
Providenciales fueron p a ra todas las comarcas besadas
por el P ara n á los milagros, de la Virgen, como que se con­
virtió Ita tí, a más de ser el punto obligado de tránsito en
la vida de la colonia, en cita de continuas romerías, atraídas
p o r la curiosidad y la devoción. Y si ya antes de 1624 era
famosa esa localidad por la inaudita grandeza de las tra d i­
ciones orales acerca de su imagen, con los nuevos hechos es­
critos y legalizados por testigos presenciales se difundió a
inmensas distancias la fam a de Ita tí, como lo constatan histo­
riadores del fuste de Lozano, dulcificándose las costumbres
generales e inculcándose con fuerza de argum ento sin ré p li­
ca en el alma guaraní la veracidad de una religión que le
presentaba, u na m ujer ta n pura, tan santa y de tanto poderío.
La, población de Bolaños, m uy en particular, ganó con ello
todo lo que llegó a ser. Pues, sin la influencia de esas m ara­
villas, corría peligro su vida. Y a el em padronam iento d?
1621 señalaba disminución de h ab itan tes; el fallecimiento de
L uis Gámez fué de resultados lam entables en el espíritu re­
ligioso de la reducción; y. tras este decaimiento en la fe de
los indios, se impuso el alboroto de los descontentos con los
trab ajo s de la com unidad y con la severidad de la moral cris­
tia n a ; consiguen hacer llegar a ocultas a un famoso hechice­
172 LA V IR G E N DE IT A T I

ro desterrado a S anta F e ; y el elocuente y activo adversario


de Jos Padres turba-Jos tiempos de O rtega y neutraliza el
fervor apostólico de Gamarra, ridiculizando con satánico te­
són el culto a Ja Virgen, p ara lo que se valía sin sospecharlo
del vergonzante argum ento del protestantism o: la V irgen de
íta tí era sólo una poca <ie madera. La grosera comprensión de
los guaraníes se mostró convencida de la ciencia teológica del
hechicero; Ja palabra, del doctrinero caía en el vacío, y los sa­
cram entos eran despreciados y burlada Ja, imagen. No es para
escandalizarse ante esa lógica del indio, que priva también ella
en el criterio de muchos letrados de este siglo., que honran el
retrato m aterno con ser imagen, y pisotean el de la M adre
de D io s'y de los hombres, por ser imagen.
Compadecida la Virgen de este error, no castigó a los
pobrecillos de la selva. Hace descubrir el escondite y Jas a r­
tim añas del hechicero por un indiecito de poco más de tres
años, y estampa en su imagen la luz de su gloria, la hermo­
s u ra de su rostro y la sonrisa de su amor.
Acaso sea candoroso el atrib u ir ta n ta im portancia a la
acción funesta de los payés o hechiceros indios. Con recor­
d ar el influjo poderoso que poseían algunos de esos desafo­
rados embaucadores se verá que no eran enemigos de poca
monta, como Jo suponen, para restar m érito a Jas empresas
evangélicas, aquellos letrados de Ja civilización que hablan
de sus hermanos los indios como de inteligencias oscuras y
sin recursos.
E l m ayor de los tropiezos que encontró Ja conquista es­
piritual entre los guaraníes fué precisam ente Ja . elocuencia
subyugadora de los caciques, mucho más en el caso en que
se alzaban con los atributos de Ja divinidad, sentando plaza
de magos y de hechiceros. E l valor era una condición bri­
llante p ara llegar al mando de una trib u ; pero, esa condi­
ción quedaba sin efecto si no la abonaba la elocuencia, en
que frisaba el más alto título de nobleza, consiguiendo los
que poseían este don en grado eminente honores de serni-
dioses en todas las parcialidades de la raza. A firm a el jesuíta
limeño Antonio Ruiz de Montoya, gran guaranista y heroico
fundador de pueblos guaraníes, que éstos se ennoblecían “ con
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA V IIÍG E N

la elocuencia en el h ab lar; tanto estim an su lengua, y coa


razón, porque es digna de alabanza y de celebrarse entre las»
de fa m a ” . Y a tuvo ese denodado Moisés de la transm igra­
ción de los guaraníes del Guayrá ocasión de librar batallas
d<> elocuencia contra los hechiceros adversarios de las doc­
trin as evangélicas, lucha por cierto más noble eme la de los
tiempos de Ira la contra A racaré y la de H ernandarias con­
tra el extravagante Oberá.. Acaso por la exuberancia de la
tierra, por la belleza de la flora y de la fauna, por la subli­
me grandiosidad de los panoram as de Ja naturaleza en esa
región encuadrada por el Paranapanem a y el Yguazú y cen­
trad a por el Ybay y el P iquyry, aguzábase la imaginación
de los hechiceros. La verdad es que en el G uayrá aparecie­
ron los más famosos, y entre los famosos el terrible Gua­
rá de Itatí. al que el P ad re Gamarra llam a eJ sautillo. Elo­
cuente, astuto, carnicero basta con los suyos, en los comienzos
de la evangelización del G uayrá por los misioneros de la.
Compañía de -Jesús, simuló entregárseles, y bautizóse con el
nombre de Ju an . T)e pronto alza la bandera de la rebelión
contra la Virgen, contra Cristo, contra los dogmas y más- c.ou>
tr a la moral de la nueva doctrina, cuyos sacerdotes ju ra ri­
diculizar y ahuyentar de los dominios guaraníticos. El. neó­
fito Ju an da paso a Guará el jaguar. Su program a lo inspira.
»Satanás, que iracundo no consentía desprenderse del corazón
de la valerosa raza del Giiarán. Y la voz de C uará conmovió
todos los cacicazgos guaireños: en las profundidades de las
selvas, sobre los enhiestos picadlos de 'las sierras, entre los
truenos ensordecedores del Salto Grande y de las cascadas
maravillosas del sur y én las márgenes enm arañadas de los
inmensos ríos se escuchó este su grito de guerra-. “ Los sa­
cerdotes y religiosos son enemigos jurados de los in d io s; la
confesión no es más que un medio de saber vidas ajenas y
conocer los secretos de todo el m undo; la sal dada en el acto
del bautismo es un veneno, que m ata tanto a los niños como
a los adultos, el óleo y el crisma sirven tan sólo para m a n ch a r;
los misioneros prohíben la poligamia para que la raza no se
propague, y así los españoles la dominen m ejo r” .
No se contentó el hechicero con las regiones dei Guayrá,
174 LA V IR G E N DE IT A T I

y llevó su propaganda a lo largo del P araná, introduciéndo­


se después en la jurisdicción de la Asunción entre las reduc­
ciones franciscanas. La fam a de que iba precedido le abría
las puertas de todas las tribus guaraníes, que tom aban m uy
a pecho el ocultarlo a la pesquisa de los españoles ansiosos
de cap tu rar a esa alimaña feroz, que aparecía y desaparecía
con sus hordas bravas como un sueño de devastación y san­
gre, seguida con entusiasmo por sus adeptos despreciadores
de u na m uerte, incidente para ellos de vida m ejor en algún
glorioso caudillo, según la doctrina de la transm igración de
las almas, profesada y 'predicada, por el mago Guará.
E n una reducción cercana a la capital de- la goberna­
ción del P araguay, reducción que 110 nom bra el limeño Cór­
doba y Salinas, y hubo de haber figurado en el esquilmado
archivo de la Asunción con motivo del proceso entablado con­
tr a el terrible guaraní. Guará resolvió asesinar a los Padres
franciscanos de la doctrina. Descubierto m ilagrosamente por
Bolaños, según lo tenemos anteriorm ente referido, fué en­
tregado a -las autoridades civiles. Concluido el proceso, el fallo
que lo condenaba a], últim o suplicio fué conmutado por des­
tierro a la ciudad de S anta Pe.
Pero, con eso, en vez de disminuírsele, se le aumentó el
prestigio. E ra pronunciado su nombre con entusiasmo entre
los descontentos de las reducciones, y de un. modo especial
en Ita tí, entre sus coterráneos guaireños. Efectivam ente, los
Cañindeyú del viejo Yaguarí, que se había atrevido con­
tr a la fundación de Corrientes, vivían, a 110 dudarlo, en la
nostalgia de la tierra lejana, de que los había traído el celo
del patriarca avasallador del Ybay, del Salto G rande v del.
P iquyry, donde se alzaran en otros.tiem pos.las ya incineradas
ciudades de Villa Real, de Villa Rica del E sp íritu Santo y
de Ontiveros, entre los indios eañindeyúes. E l recuerdo era
sombrío, pero siem pre recuerdo del terruño y de la infan­
cia. Ni es, por o tra parte, p ara extrañada alguna rebeldía
en el corazón del indio guaireño que había recogido de boca
de sus padres la m onstruosa historia de los buscadores de
oro en las supuestas minas de A cahái; del capitán R uy Díaz
de M elgarejo que, por asentar su temible fiereza en la co-
E l humilladero aleado a orillas de ü / Atajo
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIR G EN 175

m area, m utiló a más de tres mil indios; de la separación de


las fam ilias indígenas y de su venta escandalosa a los seño­
res y damas de la A sunción; de las tropelías sanguinarias
de los tupíes y paulistas; de la desolación y éxodo espantoso
de ese paraíso de más de trescientas mil almas, donde no ha­
llaron los jesuítas en 1610 ni siquiera cien mil.
('liará no quedó mucho tiempo en S anta F e. E n cuanto
logró b u rlar astutam ente la vigilancia de sus carceleros fué
requerido y ocultado en la población por algunos de sus p a r­
tidarios de Itatí. Y c-n las tinieblas de la. noche allegaba adep­
tos, y se mofaba ruidosam ente de las predicaciones de Ga-
m arra y de los que creían en los favores de la imagen de la
'Virgen. ¡Si ella sólo era una poca de madera!
Y esa poca de m adera lo espantó al satánico indígena
con un indiecito de tres años.
Avisado Gamarra, temió el indio las consecuencias de su
perversa propaganda, y huyó a M aracanaí, donde seguía con
sus embustes y llegaba en sus correrías hasta las costas del
U ruguay. E ra demasiado atrevimiento. Debía caer, como ca­
yó, en poder de la justicia.
E l historiador Nicolás du Toict, que m urió en Apósto­
les. el 20 de agosto de .1685, conocido con el nombre de P adre
Techo, resume el final de ese jag u ar de la raza guaraní con
estas palab ras: “ Cargado de cadenas fué conducido a la
Asunción, condenado a m orir por los tribunales, quedaron
libres el P araguay y el U ruguay de un g r a n . peligro ” .
CAPITULO V III

EL JURAMENTO DE UN PUEBLO

Acariciado por e) dulcísimo resplandor del semblante


de su tiern a -Madre, ensalmado el oído con la arm onía de
los ángeles, los niños en la escuela, las m ujeres en el te la r
con la lanzadera en las manos, los hombres en sus hazas o en
los campos de la com unidad, los in d u striales en busca de m a­
te ria prim a en los bosques de A pipé o en las faenas del cu-
ru p ay , los hum ildes m agistrados en el cabildo del centro de
la plaza fren te a la iglesia, el pueblo de Ttatí, avergonzado
de sus pasadas flaquezas, se dedicó con entusiasm o al tr a ­
bajo tesonero, hijo legítim o de la fe y p ad re esforzado del.
progreso. Todo era amable, todo era dulce y h asta u n a di­
versión la pesada labor en ese hogar de la V irgen. -Y mien­
tra s en las ciudades de la conquista m ás arm onía 110 llega­
ba al oído de la del mosquete y la espada, la del. relincho
de los caballos atados al palenque, o a lo m ás la del rasgueo
m elancólico de la g u ita rra bajo el norteño tim bó o el ombú
de las pampas, saturaba de sonidos melódicos' el ambiente
boscoso y aromado del pueblecillo itatense la orquesta in­
dígena con sus bajones, cornetas, fagotes, arpas, cítaras, vi­
huelas, chirim ías y rabeles (pie ponían, según las crónicas,
en olvido las m ejores m úsicas de las catedrales españolas.
D escansaba Ita tí, tr a s l a m u e r te d e l h e c h ic e r o , e ií la
ju b ilo s a r e a c c ió n d e s u fe y d e su s C ristia n a s vh'tudes, cuan-
178 LA V ÍR G E N DE IT A T I

do un acontecim iento salvaje puso en sus manos el arco y


la lanza.
E l esp íritu de C u ará y su doctrina bogaban como una
som bra satán ica e n tre los hechiceros del G uaira y b ajaban
apoderándose de toda la cuenca del U ruguay.
Taubysy, etim ológicam ente: ringlera de diablos, no res­
p etab a en su crueldad ni a españoles, n i a conversos ni a
sus propios satélites; A tiguayé vestía en sus predicaciones,
ju n to al San Ignacio guaireño, alba, vistosa m uceta de plu ­
mas y, sacerdote del culto de Guará, remedaba las' misas de
M ontoya con larg as cerem onias y je rg a ininteligible de la-
tin g u ara n í, concluyendo p o r m o strar al público un buen
p o te de vino de m aíz y una gran to rta, que de seguido t r a n ­
quilam ente se lá comía a bocados con sendos tragos del po­
te, en tre la adm iración com pungida de sus fieles convenci­
dos. Tayaobá. Snrubá. Pindó, satélites menores, enredaban
las reducciones. Pero, sobre todos ellos se destacaba, como
la encarnación más aventajada de C uará y el m ejor filóso­
fo de la transm igración de Jas almas, el cruel G üyraberá
'pájaro resplandeciente, llamado por los españoles el exter-
m inador: cacique vicioso, tem erario, jactancioso y muy elo­
cuente, que pero raba a grandes voces con gesticulaciones
p atética s. E ra como el reyezuelo de las trib u s guaraníticas,
que veneraban en él al discípulo cabal del m aestro a ju sti­
ciado ; pero, G ü y raberá no estaba m uy seguro de ser él la
encarnación de Cuará., porque se le atravesó en el camino
Montoya con su pacífica y extraña valentía en medio de
la indiada, con su dominio m aravilloso del idioma, con lo
atrevido de sus em presas, los recursos de su prudencia y el
in flujo de sus excelsas v irtu d es. Y explicando a sus mes­
n ad as el paso victorioso del m isionero, les daba por razón
que Montoya era la sombra del gran C am bá: ¡Y a podía
u fan arse el em inente jesu íta de ser tenido por hijo o p a ­
rien te cercano del dem onio!
C uriosa es la h isto ria de la en trev ista entre esos dos
denodados y tan opuestos predicadores. La pidió G üyrabe­
rá, que ard ía en deseos de deslum brarlo al jesu íta con su
elocuencia. M ontoya se la concede, y p re p a ra pomposamen-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 179

te el sitio de la entrevista, la reducción de San Pablo, p a ra


a tra erlo y, con la gracia de Dios, convertirlo. Con todo
el fau sto de un. g ran señor se presentó G ü y ra b e rá , A bren
la m arch a trescientos hom bres bien arm ados, presididos p o r
nn cacique de cam panillas con u n a desnuda espada en a lto ;
sigue el num eroso grupo ricam ente enjaezado de las m ance­
bas del hechicero; y en medio de la comitiva, vestido de
p u n ta en blanco con todo el a rte de la tie rra y, hollando las
prendas de v estir que a rro ja n como flores a sus pies sus
adoradores, va rep artiendo G üyraberá solemnes bendiciones
episcopales. M ontoya con d eferente cortesanía le ofrece un
asiento cubierto de herm osos tejidos sobre buenas alfom ­
bras, y entre dos sacerdotes y a oportuna distancia escucha
el saludo del cacique de T ibatinguí que hilvana con todo
el poder de su voz y las gracias de su idioma. Montoya con­
testa con ofrecerle u n banquete en que se faenan dos bue­
yes {rordos. AI día siguiente se reúne ceremoniosa me iite la.
com itiva de G ü y rab erá. M ontoya va a h ab lar. Y habla la r­
gam ente de las sublimes verdades <k>l cristianism o con ta n ­
ta unción 3' elocuencia que la comitiva del hechicero queda
ganada. G üyraberá disimula, el resentimiento de su vanidad
vencida.; no p ro testa porque la gentileza de su rival lo hace
conducir a sus dominios de T ibatinguí con todos los honores
de la am istad .
P ero, dejem os a G üyraberá que, al fu n d a r el P ad re Si­
món M assetta la reducción de Jesú s y M aría, a la que se
ad hirieron cincuenta parcialidades con sus caciques, entró
en ta n ta fu ria que resolvió m atarlo y d estru ir todas las re­
ducciones, y estando a punto de salir con su intento fué he­
cho prisionero p o r el b á rb aro ejército de Raposo, qne así
arrea b a con indios conversos como infieles para los cafeta­
les abonados con sangre indígena. Librólo de las cadenas
la influencia de su enemigo M assetta. y en agradecim iento
,xe bautiza con el nombre de' Paulo para, a los pocos años,
ap o stata r y m orir valerosam ente en lucha desesperada con­
tra los salvajes mamelucos.
180 LA V IR G E N DE IT A T I

Va, pues, de contado que la conquista espiritual de los


guaraníes no tuvo por obstáculo, lo que se ha querido de­
cir, el esp íritu de independencia de la raza, la que p o r el
co n trario llam aba a los m isioneros con entusiasm o, se les
e n tre g ab a sin reserva, como que veía claram ente salvada,
bajo la égida de la religión, la posesión tran q u ila de sus te­
rrito rio s, organizarse sus hogares en herm osas poblaciones,
y d ignificada su vida con un régim en de civilización, ru d i­
m entario si se quiere, pero inm ensam ente superior al que la
h ac ía v eg etar b a jo los caprichos de sus caciques, el alb u r
de las guazabaras y la degradación de sus costum bres; no
siendo por o tra p a rte de e x tra ñ a r la facilidad con que los
m isioneros red u cían innum erables m ultitudes do indios, por­
que éstos contem plaban en aquellos a sus padres y defen­
sores, a los abogados de sus derechos contra la conquista de
las arm as, que los diezm aba, los vejaba con las encomien­
das, afligía sus hogares con la separación de fam ilias, y en
el m ejor de los casos los abandonaba como un residuo so­
cial en su p ro p ia tie rra . No fueron los guaraníes; los adver­
sarios del m isionero, ni siquiera en general sus caciques, si­
no sus em baucadores payés, logreros perversos de las suuer.s-
. ticioues de la raza que, ante la gloriosa luz de la moral civi­
lizadora del E vangelio, se espantaban con n o ta r que se les
quitaba la careta de sus embustes, y no les era ya posible la
molicie de sus harenes ni los prestigios de su m entida di­
vinidad.
E l esp íritu del. m al hizo en este sentido un último es­
fuerzo p a ra c o n tra rre sta r la victoria de los misioneros. De
las p ro fu n d id ad es del G uaira pasó la som bra de C uará a
las reducciones del U ruguay, y se cebó con el hechicero Ñe-
zú en la sangre del que fué doctrinante y poblador de I ta ­
tí, Roque González de S an ta Cruz, y en la de sus com pañe­
ros de m artirio , Alonso R odríguez y J u a n del Castillo.
E l 15 de noviem bre de 1628 repercutió en toda la cuen­
ca del Río de la P la ta con trág ica re so n an cia; pero, acaso
en p arte alguna encontró eco m ás hondo como en el pueblo
de Itatí. Gam arra, amigo de Roque González, y una gran
p a rte de sus fieles, hijos am antes del P ad re m artirizado, se
I-LE.N’TLUN.TO DHL CULTO A h A VIR G EN 1S1

sobrecogieron de espanto y al propio tiem po de una incon-


tenida y anim osa decisión de 'vengar esa m u erte. E n oyen­
do los relatos del lúgubre suceso com prendieron todo su te ­
rrible alcance. Ñezú no era Cuará. palabra vagabunda qüe
•despertaba en la zona inm ensa de su pro p ag an d a alguno
que otro episodio san g rien to ; no era A tiguayé, guaireño ja c ­
tancioso y voluble, am enaza cruel en vinos momentos, y en
otros acérrimo defensor de ¡as reducciones; Ñezú represen­
taba toda la tradición de las inm oralidades de la raza, a r­
m ada en g u e rra . Alzó el grito de 1a. rebelión, y organizó sus
m esnadas con. un propósito vastísim o: la m uerte de todos
los sacerdotes y la destrucción de todas las doctrinas de
jesuítas, franciscanos y clérigos en todos los dominios g u a­
raníes. Desde »su m adriguera del Yyuí fomentó la apostasía
en los pueblos redim idos, atrájo se los salvajes foragidos de
las sierras del Tapé, y solevantó las grandes selvas del Ca­
ro, de ese verdadero nido de avispas, que eso significa eti­
m ológicam ente Caró según el famoso’ g u aran ista M ontoya,
de avispas tem erosas que hub ieran clavado su aguijón en
la naciente república; cristiana á no m ediar la intercesión
de la sangre del m ártir. La rebelión (sería sofocada según
la profecía del corazón de González de Santa C ruz: habría,
de ser la fiera castigada, y se am ansaría.
H endida el 15 de noviem bre la cabeza del apóstol asun­
ceño, partid'o p o r la m itad el cuerpo ríe Alonso Rodríguez,
m uerto a golpes de itaizá un anciano cacique que reprendió
valientem ente el carnicero crim en, despedazado J u a n del
■Castillo el 17 entre los breñales y piedras del Yyuí. no lejos
de Candelaria iba pertrechando Xezú su numeroso ejército,
m ien tras alrededor de los lejanos y sucios falansterios, aguir-
nakladas galanam ente de vistosas plumas, las indias danzaban
su ñeenga.bay, dando de contad) ¡:or cierta la victoria.
A nte el peligro, si no se espantaron como que todos en­
vidiaban el m artirio de sus com pañeros, tam poco se en tre­
garon los m isioneros al alb u r de los acontecim ientos, ten ­
tando a la P rovidencia. E l P ad re F rancisco Clavijo en la
prim era m itad de diciem bre hallábase en C orrientes en de­
m anda de auxilio. E l m aestro de campo general M anuel
182 LA V IR G E N DE IT A T I

Cabra! de Alpoim, lusitano piadosísimo, pundonoroso y va­


liente que prestó sus servicios d u ra n te tre in ta años en la
ciudad de la S tm a. T rinidad de Buenos Aires, avecindado
en San J u a n de V era, de que en 1634 sería gobernador, no
p o r no haberlo conocido personalm ente a Roque González,
dejaba de profesarle mucha veneración por las virtudes que
de él ten ía oídas, complació inm ediatam ente al P ad re Clavi-
jo, y con ocho españoles partió a Itatí, y eligió un cuerpo
expedicionario de doscientos guaraníes. F u é designado ca­
pellán el P ad re Clavijo, y el ardoroso P adre Gam arra reú­
ne el pequeño ejército, y con toda solemnidad', ante la mi­
lagrosa im agen de la V irgen, le hace p re sta r el juram ento
de “volver p o r la honra de su sacratísim o H ijo y su y a” .
Con el apresuram iento y entusiasm o de suponer en esos
indígenas, m uchos de ellos convertidos por Roque Gonzá­
lez, y todos acariciados por los recientes prodigios de su
Reina, la p artid a de la V irgen capitaneada p o r el cacique
S antiago G uarecupí llegó a C andelaria el 19 de diciem bre,
y se incorporó al grueso del ejército que constaba de qui­
nientos indios a las órdenes de N eenguirú, Tabacam bí y A ra-
pizandú, en tre los que fig u ra b an dos españoles; de doscien­
tos conversos de las reducciones de Y u ty y Caazapó. doctri­
nados por F ra y Gregorio de Osuna, los m ejor disciplinados,
según Vázquez T rujillo, de toda la cuenca del P a ra n á , bajo
el comando del capitán Francisco Calabaí y de otros indios
que vinieron de Corpus, A caraí e Yguazú.
Con sólo llegar, dióse (menta el capitán Cabral de que
debía aprovechar la efervescencia bélica de la tropa, y trabó
la batalla. La arrem etida fué impetuosa. Las hordas de Ñezú
defendíanse desesperadamente, y como le faltara cohesión en
las filas, buscaron en un bosque el refugio de los árboles ('(Mi­
tr a la lluvia de flechas. Y al notar eu la refriega que algu­
nos indios vestían casullas, dalmáticas, albas y otros orna­
mentos sagrados habidos en el saqueo de las iglesias del ( aró
y del Yyuí, la indignación de los cristianos 110 reconoció lí­
m ite ante esa. profanación. P or otra parte, los infieles dei
Uruguay, sin noticia de los efectos del arcabuz, decaían, de
ánimo ante el p ara ellos p ro d ig io . que presenciaban: nota-
PL E N IL U N IO DHL CULTO A LA V IR G E N 18¡>

ban como se venía la muerte, y no veían la flecha qne la pro­


ducía. H uyeron muchos, pero muchos, y entre ellos los princi­
pales m artirizadores de los misioneros cayeron en poder de
los defensores de las reducciones La m ortandad de los ene­
migos fué gran d e; en el ejército de la V irgen 110 se contó
ningún muerto, sólo algunos heridos; el capitán Cabral fué
rasguñado por dos flechas.
E n el mismo día de la batalla, al caer la tarde, se pro­
cedió al castigo de los criminales, castigados ya de un modo
m anifiesto por el cielo, como se atestigua en el siguiente tes­
timonio del propio jefe de la expedición vengadora: “ Y ha­
biendo tenido batalla por la mayor part? del día y ven.cído-
los sin que de nuestra parte peligrase, aunque hubo algunos
heridos, se cautivaron muchos indios, entre les cuales los p rin ­
cipales m atadores del santo P. Roque, como fué el cacique
C arupé v sus esclavos 'Maragua, Oaburé y otros. E n tre los
cuales todos se hizo una nueva averiguación de ]o que había pa­
sado; y todos conformaron en lo mismo que estaba averigua­
do; y aun añadieron los m atadores, diciendo: “ Este es el su­
ceso que nos profetizó el corazón de 1 Padre Hoque desde el
fuego, porque lo sacamos y quemamos segunda vez” . Y con­
fesó el mismo Maraguá. haber sido él el que sacó el dicho cora­
zón p or m andato del dicho Cam pé, porque les hablaba. Y
el mismo C arupé y otros lo confesaron así, antes de hacer ju s ­
ticia de ellos. Y este testigo los mandó ahorcar y asaetear. Y
sabe y vió . que los que pusieron mano en el dicho santo P.
Roque se les hincharon y am pollaron las manos, y más en p ar­
ticu lar al dicho M araguá, que le dijeron a este testigo los sol­
dados las tenía como podridas, de que no poca admiración
cansó--a todos y miedo a los naturales ver aquello” .
El provincial de los jesuítas, Francisco Vázquez T ru ji­
llo, que por esos tiempos visitó las reducciones del U ruguay,
afirm a que todos los condenados al -suplicio se arrepintieron
y se bautizaron, menos (‘aburé que m urió agresivo como una
fiera. ¡Qué adm irables cuadros de luz despierta la fe sobre
la losa de los sepulcros: la víctim a abrazando a sus verdugos;
el heroísmo y la expiación uniéndose en un mismo acento
para glorificar a la Ju sticia y a la Misericordia inagotables!
184 LA VIKCfEN DE ITA T I

E l ejército de la V irgen fué con C abral a h o n rar los lu­


gares del m artirio, y en sus campos se encontró la felá de
L a Conquistadora rasgada en dos pedazos. A nadie podía con­
venirle más ese trofeo de victoria como al que sería teniente de
gobernado]’ de Corrientes, salvador de las misiones, y ningún si­
tio más llamado a custodiarlo que el santuario de Itatí, cuyos
guerreros ju raro n vengar el u ltraje inferido a la! imagen de La
Conquistadora. Y así como convenía, se dispuso que, unidos los
dos retazos del lienzo, fu era triunfalm ente conducido ese tesoro
de la conquista espiritual, coronando el asta de la bandera del
ejército, a la reducción de Ita tí, que “ la recibió con procesión y
g ran fie sta ” . . . “ Tomó, dice Trujillo, el P ad re Gamarva con
su religiosa piedad m uy a su cargo dar gracias a la santísima
V irgen por Ja victoria que por su medio o intercesión se h a­
bía alcanzado con un novenario de misas cantadas y sermo­
nes, y dando convite espléndido todos los ocho días al pueblo” .
Con esto quedó consagrada la V irgen de Ita tí como M a­
d re y defensora de toda la aeción m isionera de la enorme
cuenca del P araná, no sólo por los Padres franciscanos que
poseían la joya, sino tam bién p o r los jesuítas que reconocie­
ron siem pre su fam a y trib u taro n a su culto el homenaje de
su g ratitu d .
Ñezú 110 apareció más en las reducciones. Huido, U ruguay
-arriba, fué a esconderse como una serpiente en la profunda
soledad de las selvas.
CAPITULO IX

A TRAVES DE LOS PORTENTOS

N ada extraño que, cu vista de las estupendas e Inmemo­


riales leyendas de su imagen y después de las m anifestacio­
nes milagrosas y de las mercedes señaladas de esa misma ve­
neranda efigie, resplandeciera Ita tí como prueba victoriosa de
Jas doctrinas del Cristianism o ante las adm iradas reduccio­
nes de indios; nada extraño que se dieran cita en esa piscina,
mucho más benéfica que Ja de Siloé, todas las desventuras así
del cuerpo como del alm a de las orillas del P aran á y del U ru­
guay en un principio, y a poco las del P araguay y fronteras
del B rasil; nada extraño que el antiguo convento d el'p u e rto
de San Francisco viera siem pre lleno el afamado santuario
de la asombrosa imagen, y se encontrara m uchas veces sin
saber cómo deparar alojam iento en el pueblo a la muche­
dum bre continua de romeros traídos por la esperanza o la
gratitu d , que iban llegando de todos los vientos a modo de li­
maduras a un centro im anado.
E ra Ita tí oasis encantado, dulcísimo y eficaz antídoto p a ­
ra la dolencia y la aflicción, punto privilegiado p ara las re­
laciones amistosas de muy diversos pueblos, y por lo mismo
escuela de la más alta cultura social vivificada por las raíces
de la fe, del dolor, de la ayuda caritativa, de la esperanza que
pide y de la g ra titu d que canta.
E n verdad que eran duros aquellos tiempos de la iniciación
del culto a la Virgen de Ita tí en estas comarcas,' y nada acer­
ca más a la D ivinidad como la hora del peligi’o. El ateísmo
.186 IjA V IR G E N DE IT A T I

en el lecho de la m uerte es u n fruto desabrido que se a rro ja


con repugnancia; la im pigdad calla, y si habla alguna vez,
sus acentos no cuajan la burla v o lterian a: son lamentos de
rabia. Si en el corazón del ateo, al decir de C hateaubriand,
los dolores ofrecen el incienso, la m uerte es ei sacrificador,
u n féretro el ara, y su divinidad la nada, fuerza es que ese co­
razón esté demente, porque en la hora, del dolor y de la m uer­
te, en la hora del féretro 110 existen ese incienso, ni ese sacri­
ficio ni esa a ra ; la nada desaparece como divinidad para
d ar paso a este grito suplicante aun en los labios del des­
creído: ¡Dios m ío '!... ¡V irgen de Ita tí!, ese era el grito, el
reclamo de auxilio que se escuchaba entre el estridor obse­
sionante de la lucha contra ios salvajes; esa era la resonancia,
de los pueblos y de las alquerías, de los bosques y de los ríos,
de los hogares y de los caminos desde las misiones jesuíticas
del U ruguay retajad as por la curva de sus sierras y el to­
rrente de sus ríos hasta las risueñas campiñas de las reduc­
ciones del P a ra g u a y ; desde las llanuras de Santa P e y San­
tiago del Estero, batidas por los abipones, hasta el pueblo de
la T aum aturga pintorescam ente escondido entre los arroyos
Y aguarí y La Limosna.
Y la M adre de Dios respondía, m ejor que ninguna ma­
dre, al clamor de sus hijos. Una invasión inesperada, un
pueblo incendiado, un hogar asaltado, una torm enta en el
río, un viajero en las selvas: todo ello iba rodeado en la n a­
rración que hacía el indio fiel, o ai am or del fogón el pai­
sano, por alguna am ante caricia del socorro de M aría.
Curiosísimo es un documento del día 14 del mes de fe­
brero del año de. 1635. E n él se relatan sesenta favores de
la V irg e n . La declaración de esas gracias la hace el párroco
J u a n de Gamarra, la atestiguan los beneficiados, y la lega­
liza el notario público del juzgado eclesiástico con estas p a­
labras: “ E n el pueblo y reducción de N uestra Señora de
la Lim pia Concepción del Itatín , sobre el gran río del P a­
raná, y en 14 días del mes de febrero de 1635 años; yo, Tomás
de Zarate, notario público, del juzgado eclesiástico, doy fe y
verdadero testimonio a todos los que la presente vieren, y
certifico de cómo el P . F ra y Ju a n de Gam arra. vicario de
PL E N IL U N IO D E L CULTO A LA VIRGEN 187

este convento de 1 1 . P . San Francisco y doctrinante de esta


dicha reducción, sacó un papel firm ado de. su nombre, en
que estaban escritos algunos milagros hechos por esta santa
im agen; y, llamados a todos los en él escritos en mi p re­
sencia, Ja del P . Francisco de A la rc ó n y Pablo Fernández,
el P . F . J u a n de G am arra dijo a los indios que. p ara gloria
y honor de Dios nuestro Señor y de su M adre Santísim a,
convenía escribir por manos del notario público los milagros
que por esta santa imagen se habían hecho por ella y con
ellos, y que delante de la m ajestad de Dios los citaba a
que le dijesen verdad, sin q u itar ni poner cosa, alguna, pon­
derándoles cuán gran ofensa de Dios es, y caso peligroso,
en decir en m ateria ta n delicada lo que no hay, con otras
razones exhortatorias acerca del tra ta r verdad en este caso.
P a ra que m ejor constase lo dicho, y a mí el presente notario
d a r fe de ello, en diferente papel se fué escribiendo ?o que
cada uno fué diciendo v declarando; y después se cotejó con
]o que el P ad re tenía escrito, y se halló concordar lo uno
con lo o tro . ’ ’
De los ciento diez y ocho .hechos,, que legaliza ese p re­
cioso documento, se desprende la antigua fam a que gozaba
y a esa celebrada imagen, la universalidad de su culto en to­
das estas vastas regiones, no siendo por cierto va, en esa
época remota, Señora, sólo de las selvas y pueblos guaraníes,
como la llam a el poeta, sino de toda la vida cristiana, aco­
rriendo a su mediación, m aravillosa a las veces, así como
el indígena el español, como el m itayo y el yanacona el en-'
comendero, el bracero hum ilde como el m agistrado de pre­
gúeseos y espada, y como el franciscano de los conventos el.
jesuíta de las - reducciones. Despréndese tam bién de ese do­
cumento la intensa devoción que se le tenía a la imagen, y los
recursos de que se valían los devotos p ara atra e r las m ira­
das misericordiosas de la V irgen: novenarios, medidas, acei­
te de su lám para, traslación de los enfennos a su templo,
donde perm anecían en ocasiones varios días, sinnúm ero de
promesas sugeridas por la piedad.
Si 110 todos los favores de la declaración de 1635 pue­
.1 SS I-A V IR G E X DK IT A T I

den aducirse como milagrosos, algunos de ellos lo son, y de


p rim er orden, como la resurrección de muertos.
Ese documento suficientem ente conocido, y del cual con­
servan copia los archivos d<jJ santuario y de la curia dioce­
sana de Corrientes, publicado el 21 de marzo de 1891 por
E l Pueblo, de la capital de la provincia, y en 1900 por La
Reacción de Ja misma ciudad en su folleto titulado “ La V ir­
gen de I t a t í ” , nos habla de enfermos que sanan con sólo
asistir a. la novena de la. V irg e n ; de una ciega que recudiera
la vista; de un incendio que se detiene con sólo invocar e¡
auxilio de la celestial Señora; de un niño que moría a con­
secuencias de ser m alamente despedido por su cabalgadura,
y se levanta sano y bueno al pedir su patrón afligido el va­
limiento de Ja m ilagrosa imagen ; de otro pequeñuelo, laigo
tiempo postrado en cama que, al ser llevado al templo, por
su propio pie sale gozosamente de él antes de concluir el rezo
de la novena ; de moribundos así adultos como niños que sal­
van repentinam ente de las garras de la m uerte en imponién­
doseles rosarios o m edidas con. los que ss tocó la im agen; de
m adres que, sin más remedio qiie el precedente, consiguen
contra toda previsión feliz alum bram iento o se desembarazan
ya sacram entadas del liijo m uerto en su seno; d-e las cura­
ciones inm ediatas, por medio de la aplicación de rosarios y
medidas, de personas mayores y de niños atragantados con
espinas de pescado; de un tigre que huye al mostrársele una
medida de la Virgen, y se lo persigue, y se lo m ata ; de in ­
dios picados por víboras ponzoñosísimas, casi dados p o r
muertos, que sanan por encomendarse a la venerada imagen ;
de memorables beneficios en inundaciones y flagelos del acri­
dio devastador, deteniéndose ante la súplica las aguas, y di­
vidiéndose en dos alas la sombría nube de langostas p ara ir
a reunirse y seguir su avance fuera de las chacras del pueblo;
de aquel cuadro lleno de emocionante poesía, d? tern u ra y de
f e : es una m adre peregrina que, de su lejano hogar, va desa­
lada con su pequeñuela de tres años sin sentido y casi m uer­
ta a presentársela a la M adre de Dios. Y al notar que se le
está m uriendo en los brazos, corre a la. iglesia llenando el
camino en altas voces con su llorosa, plegaria, (mando de
P L E N IL U N IO DEL C liL T O A LA Y IK G E X 189

pronto la pequeña m oribunda se desprende de sus brazos ma­


ternales, salta a tie rra sonriente y la obliga a volver a casa,
caminando alegremente y sin fa tig a . Y no bien llegan al
bogar, a los suyos que la contem plarían con. estupor, les dice
estas palabras, seguram ente inspiradas por Dios, porque no
son posibles en labios de una chicorrot-illa de tres años: “ Mi­
rad vosotros 110 fuisteis conmigo a la, iglesia, y sólo mi
m adre me llevó ; echad de ver .lo (pie lia hecho la M adre de
Dios conmigo para que tengáis f e ” .
. * *
E ra n de fe, en verdad, aquellos tiempos, tan arraig ad a
y firm e, que en algunos puntos a prim era vista perjudica,
por su im precisión y fa lta de detalles al docum ento que va­
mos analizando, p ara ser atendido en estas horas de crudo
m aterialism o en que, menos en la intervención divina, se
cree en todo, h asta en b ru ja s y adivinas.
H u b iera sido de desear que en los dos portentos de m a­
yor volum en p recisara la declaración porm enores, nom bres
y fechas, exigiéndolo así m aravilla ta n e x tra o rd in aria como
la resurrección de m uertos. L a declaración, no puede ser más
escueta. A firm a: “ Un m uerto resucitó por atarle u n a me­
dida de la santísim a Virgen a la cabeza” “ Una cria tu ra m uer­
ta resucitó p o r ponérsele un rosario tocado a la V irgen, y
m eterla en la iglesia” .
D ijim os que esto p erju d ic a a prim era vista, porque, a
ten er en cuenta las circunstancias que rodearon la declara­
ción, esa aseveración categórica afianza los hechos como del
dominio público y no puestos en duda por nadie, a más de
ser atestiguados por todo un pueblo que los ha presenciado
y que tom a p arte en esa declaración, no contradicha ni aco­
tad a por la autoridad eclesiástica ni por la civil, pasando
al tesoro de las tradiciones escritas p ara los siglos con el cri­
terio de la buena fe en el testim onio de la verdad.
*

A m ás de esta declaración escueta, existen otras dos de­


talladas, como puede leerse en la nota del final de este ea-
190 ■TjA V IR G E N DE IT A T I

pitillo. L a p rim era está firm ada por F ra y J u a n de G aniarra


y p or P ed ro A lvarado B racam onte. A ndrés, niño de poco
m ás de cinco años, hijo de Simón A ra irá y B eatriz Y atey,
falleció el dos de octubre de 1633. E n su agonía, habíale, co­
locado sobre el cu u ’po'im rosario y una m edida de la Virgen
su herm ana Ju an a, objetos que siguieron sobre el cadáver.
Pasada la medía noche, volviendo en sí el niño, d ijo: “ E n
am aneciendo, llévenm e luego a la iglesia a ver a la V irg en ” .
Lo llevaron y, en llegando al santuario, se desprendió el niño
de los brazos d'e sus padres, recorrió el recinto del tem plo
sano y lleno de a le g r ía ... L a segunda está firm ada por el
notario apostólico F ra y J u a n de G am arra. en 9 de junio de
1640. M aría M andaherú, esposa de Diego Chandicuvé, tras
recib ir la extrem aunción el 7, festividad de! Corpus, fa lle­
ció a la ta rd e y, am o rta ja d a en su ham aca, la velaban su
p ad re Tomás G uarum bayé, cuando a las 12 de la noche, de
pronto, la fallecida abandona la ham aca, arrodíllase v da
gracias a la V irgen p o r haberla sanado. Su p ad re corre con
la noticia y, despertando al P. Gamarra, le dice: “ Padre, ve­
nid ; veréis lo qué ha hecho la M adre de Dios, que mi h ija se
me m urió esta tard e, y la h a resucitado” . P or estar enferm o
el Pi G am arra envió a su com pañero F ra y Luis M artínez. Y
así éste como la población y varios peregrinos españoles lle­
náronse de adm iración al contem plar cómo la que volvió a
la. vida se hallaba tan sana y fuerte que se pasaba largas
horas en el templo ante la imagen de la Virgen en los días su­
cesivos. '
* *

Debido a los buenos oficios de nuestro distinguido amigo,


cronista de la Orden franciscana. F ra y Antonio S. C. Córdoba,
hemos recibido copia de vaiños docum entos referentes a por­
tentos de la V irgen, que g u ard a el convento de San F ran c is­
co, de Buenos Aires. Son informaciones jurídicas llevadas a
«abo en Ita tí por autoridades insospechadas como el P. H er­
nando A rias de M ansilla, el P. J u a n de M araver, el. famoso
novicio de Bolaños, cofundador de Yaguarón, P. Gabriel
de la Anunciación y otros, informaciones refrendadas por no-
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El santuario de Acosia
P L E N IL U N IO D E L CULTO A LA VIR G EN 191

tai’ios públicos. P o r lo extenso de los docum entos y la repe­


tición de idénticos favores no transcribim os en la nota co­
rresp o n d ien te sino los m ás destacados. (1). U na infinidad
de inform aciones más lian de haberse producido, por estar
así ordenado a los curas de Ita tí en casos de sucesos extraor­
dinarios. Pero, b astan esas inform aciones que han llegado a
n u estras m anos p a ra afirm a r que la R eina de los Cielos ha
querido que su im agen ita te ñ a fu e ra y sea fuente in ag o ta­
ble de sus m aternales te rn u ra s .

* #

E n tre los favores portentosos, que consignan los docu­


mentos, fig u ran algunos que 110 debemos pasar de largo.
E ra el 2 de octubre de 1627. U na estancia es atro p ella­
da por los terrib les guaicurúes. M atan a tres españoles que
en cu en tran desprevenidos. Los dem ás m oradores de la es­
tancia se guarecen azorados en u n rancho. Los indios infieles
lo cercan v le pegan fuego. “Y viéndose en ta l aprieto, ya
p ara perecer toda la gente, se encomendaron a la Virgen,
prom etiéndole unas novenas, y en aquel punto se toldó el
cielo y' se levantó una grandísima, torm enta de viento y agua,
que' los indios huyeron, y el agua que llovió apagó la casa,
quedándose todos libres”.

• * *

La ciudad de Garay, la ciudad am ada del gran asunceño


H ernandarias, donde contrajo m atrim onio y donde hasta
1634 pasó los últimos años de su virtuosa y solitaria ancianidad,
debido, a 110 dudarlo, a su devoción a la Vigen de Ita tí, cuyo
pueblo se organizó en su nombre, profesaba a la milagrosa
imagen u n a m arcada afición.
R elatan los docum entos que “u n tullido se em barcó en
la ciudad de S an ta P e con propósito de v enir a v er a 'e s ta
santa imagen, confiado en que por ésta alcanzaría salud, y
con fe de lleg ar con vida, pues se había visto y a sacram en­
tado. Llegó a la ciudad de C orrientes; buscó u n a carreta p ara
proseguir su viaje una m añana; y, habiendo de p a rtir a la
IjA v ir g e n dk it a t i

tard e, se echó a dorm ir la -sie sta ; y, cuando se despertó, se


halló sano y bueno” .
. E n tre los docum entos fig u ra el siguiente m ila g ro : “La
m u jer de M ateo Díaz, de la ciudad de V era, llam ada M aria­
n a Bueno, vino a novenar con u n a n iña ciega de nacim ien­
to y ella enferm a con un incordio, y antes que cum pliera sus
novenas cobró vista la niña, y la tiene ya que ve. y ella dijo
asimismo que fu eran a testigos el P . F ra y Ju an Alvarez,
pred icad o r de n u estra sag rad a religión de San Francisco, el
dho. Mateo Díaz y casi todo el pueblo de las Corrientes, que
vieron a la niña antes que viniese y la ha ,11 visto después”.

- * •

Famoso fué en los anales de la. colonia el m aestre de cam­


po, a la sazón teniente gobernador, justicia m ayor y capitán
a guerra de la ciudad de Vera, Manuel Cabra! y Alpoim.
famoso por su valor, por su hidalguía, por sus caudales,
por su esplendidez y p o r sus virtudes. T raído m uy niño a
Buenos Aires, donde perm aneció tre in ta años, por su padre
el portugués Amado Báez Alpoim, de señalada honradez y
fo rtu n a, a los cu aren ta años de edad capitaneó las tropas*
de C andelaria en defensa del honor u ltra ja d o de la V irgen.
Y la V irgen prem ió u n año después de la batalla este he­
cho y m uchos otros de su piadosa vida, como puede verse
en el siguiente docum ento firm ado por el mismo goberna­
dor de San J u a n de V e ra : “Yo, M anuel C abral, que me cons­
tituyo por deudor a la imagen de N uestra Señora de Ita tí de
u n a lám p ara de p lata p a ra su iglesia y un m anto de dam as­
co p a ra su adorno, y porque confío en su iutercesión con su
precioso H ijo d ará salud a doña Inés, es mi voluntad de dar
a dicha im agen lo dicho. Obligo mi persona y mis bienes a
su cum plim iento. Y porque es mi voluntad lo firm o de mi
iiiombre en San J u a n de V era, en 18 de m arzo de 1631 años.
— M anuel C abral” . Y continúa la declaración de 1635: “ Es--
ta cédula tomó el capitán, y la ató con una, cinta m edida de
1a, V irgen, y se la puso al cuello a la dicha I n é s ; y luego al
in stan te se halló m ejor, y al otro día san a” .
Es de suponer el jtxbilo del que fué noble gobernador de
Í’L B S IIA 'N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 103

.Com entes al contem plar fuera de .peligro a su querida espo­


sa, y a m ucha satisfacción tendría el haberse m anifestado u n
año antes m unificente con la reducción de Ita tí, dándole libre
acción de vaquería, para su alimentación, el 6 de abril de 1630,
según constancia del archivo o ficial: “ Sepan cuantos esta carta,
de venta real vienen, cónxo yo, el capitán Manuel Cabral, te­
niente de gobernador y ju stic ia m ayor en esta ciudad de
San J u a n de V era, otorgo y conozco por esta presente c a rta
que vendo a los indios d'e la redención de la Lim pia Concep­
ción del Ita tí, p or ju ro de heredad, por ahora y por siem­
pre jam ás, la acción de vacas que están en los campos d e
Y aguacuá e Itaibaté a orillas del P a ra n á ” . . . Y ¿cuáles eran
las condiciones de esa fam osa venta? Que los indios de Ita tí,
en núm ero de doce, p o r seis meses continuos, p re sta ra n su
ay u d a en la construcción de u n a casa en C orrientes para,
el generoso gobernador, que hizo extensivas estas fran q u i­
cias a las reducciones de S an ta Lucía v S antiago Sánchez.
Cuando, de 1670 a 1671. un nieto protestó contra la ce­
sión de su abuelo, considerándola u n a inconveniente san­
ción de cuatrerism o, el p ro tecto r general de los naturales,
Diego M artínez de Lo,ndoño, en nom bre del cacique, e indios
de Ita tí, re c u rre a la re al audiencia de Buenos Aires. T riu n ­
fa el derecho de v aq u ería de los indios, que es ratificad o
por u n a provisión re al de C arlos II, niño entonces de diez
años, bajo la regencia de M aría A na de A ustria, por la que
se, ordena que no se les im pida la legítim a acción de sus
derechos. P a ra contemplado sería lo entonado que estarían
los indios de Ita tí ante el m undo y ante las vacas de Y agua-
ciiá e Itá Ybaté, con e*» real provisión del rey niño, encabe­
zada con estos títulos retum bantes. “ Don Carlos, por la g ra ­
cia de Dios rey d'e C astilla, de León, de A ragón, de las dos
Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de N avarra, de (i-rana­
da, de Toledo, de V alencia, de Galicia, de M allorca, de Se­
villa, de Cerd'eña, de Córdoba, de Córcega, de M urcia, de
Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de G ibraltar, de las
Ind'ias O rientales y Occidentales, islas y tie rra s firm es de
Borgoña, de B rabante, y conde de Absburgo, de Plan-
des, etc., etc|.” . ..
394 LA V IR G E N DE IT A T I

T ras la gracia concedida p o r la V irgen de Ita tí, aum en­


ta ro n p a ra con las reducciones en el ánimo del teniente go­
bernador de las Corrientes los impulsos generosos, aprovechan­
do to d a ocasión p ara llevarlos al terreno práctico. Ju sto es
que recordem os que él fué el recurso providencia] de ]a me­
m orable em igración de los doce m il indios del G uayrá en
1631. T an pobres llegaban a las reducciones de Loreto y San
Ignacio, que los P ad re s Espinosa y M ontoya enviaron a la
Asunció,n sus libros, sotanas, m anteos y los ornam entos, cá­
lices y arreos de las d estru id as iglesias para, en cambio, re­
cibir sem illas y sem brar sus campos.
E l rector del colegio de la Asunción, Diego Alfaró, los
proveyó de semillas abundantem ente; pero Cabra] fué el co­
razón do esa. hora. E l eminente Moutoya dice en su intere­
santísimo libro “ Conquista E sp iritu al del P a ra g u a y ” : “ Con
la fran ca licencia que nos dió un hidalgo honrado, vecino
de la ciudad de Corrientes, llamado el maestro de campo Ma­
nuel Cabra!, dueño de vina gran cría de vacas, que por aque­
llos extensos campos se crían, de que ahora dos años se sa­
caron .'juntas más de cuarenta mil cabezas, entramos en ellos
el P ad re Pedro de Espinosa y vo, con gente a propósito y
caballos, con que sacamos muy bueña cantidad de vacas. E n
ambas reducciones de Loreto y San Ignacio se m ataban cada
día doce y catorce vacas al principio, de que a cada uno se
le daba una tan lim itada porción qué 110 servía de más que
en treten er la vida y d ilatar la m uerte. Comían los cue­
ros viejos, los lazos, las melenas de lós caballos, y de 1111 cer­
co que teníam os de palos en nuestra casa quitaron de noche
las correas que eran de cuero -de vaca. Sapos, culebras y
toda sabandija, que sus ojos veían, no se escapaban de su
boca” .
• *

Volvamos a los documentos. Una de las- pruebas de que


la fam a de los m ilagros de la Virgen d-e Ita tí corría entre;
las reducciones jesuíticas desde el prim er momento de su or­
ganización nos la da el P adre Antonio M oranta, infatigable
misionero de la Compañía de Jesús, que evangelizó a los
P L E N IL U N IO D E L CULTO A LA VIR G EN 195

guaicurúes con el m ártir del ( ’aró; que acompañó en su via­


je a la Asunción al célebre autor de las ordenanzas contra el
servicio personal de los indios, Francisco A lfaro, que cate­
quizó con el P ad re Montoya las quebradas del Guairá, donde
contrajo por la mala alimentación una enferm edad doloro-
sísima del estómago, la que degeneró en angustiosos y conti­
nuados ataques de gota coral, teniéndolo en u n a postración
tal que no le eran posibles ni el estudio, ni la predicación,
ni m inisterio alguno sacerdotal. En ta n calamitoso estado,
toma el bordón de peregrino, visita el santuario de Itatí, se
esfuerza en celebrar ante el alta r de la Virgen, y sin más
queda completamente sano. Al re la tar este hecho, concluye
la declaración con estas palabras: “ Y escribió del P araguay
que hacía tres o cuatro años que no podía estudiar, predi­
car n i confesar, y que ahora lo hacía con entera salud desde
que dijo misa, y antes le daba muy a m enudo” .

Que los padres franciscanos pusieron en sus necesida­


des su confianza en la V irgen de Ita tí va de suyo, y de que
como a hijos predilectos les correspondiera tan buena M adre
trae dos favores la declaración. E n el núm ero 9 ' se refiere
cómo el P ad re F ra y Pedro de Santo Domingo, guardián d^l
convento franciscano de la Asunción, hallándose con mala
salud visita a la Virgen, celebra ante la imagen, “ y aquel
día se halló con entera sa lu d ” . Mayor fué la gracia obteni­
da' por el fervoroso e infatigable doctrinero y cura de la
población, F ra y J u a n de Gamarra, que "estu v o seis años
con u n a erisipela en u n a pierna, que a tiempos le afli­
gía mucho con calenturas m uy re cias; y estando muy
enfermo de ellas, pidió un m anto que se había quitado a la
santísim a Virgen, y le tocó a la pierna y en su cabeza, y
durm ió aquella noche, lo cual no había hecho tres noches que
padecía” . Y añade la declaración: “ Al otro día se levantó
sano y bueno” .
196 LA V1KGKX l»Já. ITA TI

Ei). la adm inistración del tercer párroco de la reducción;


F i’av Ju an de Ortega, antes de. ios grandes milagros de l a '
Virgen, debido a la. propaganda subversiva de los hechiceros
que aleteaba entonces en todo el ambiente misionero, cua­
ren ta indios con muchas criaturas apostataron y huyeron a
la vida libre de los bosques. Desconsolado el P adre Ortega
recurre a la venerada imagen. “ Prometió decir una misa, y
estando determ inado de venirla a decir, se volvieron todos
los indios con sus m ujeres e h ijo s” .

El 15 de diciembre de 1625, octava de las tiestas de la


Inm aculada, después de la procesión con la imagen, apare­
ció en el rostro de ésta una herida protunda, lo que provocó
una resolución de parte del cura, como respondiendo al mis­
terioso significado de esa herida, resolución que juzgamos muy
atinada. E ra en aquellos tiempos costumbre saedr con frecuen­
cia en triu n fa l manifestación las imágenes de los santos por
cualquier necesidad pública o en acción de gracias por be­
neficios concedidos. Lo propio sucedía con la imagen de I ta ­
tí hasta 1625; pero dejemos el relato al documento: “ H a­
biendo salido la dicha imagen en procesión, el rostro sano y
bueno, después que entró cu la iglesia lo vieron todos una
ra ja d u ra que venía de una oreja a la otra, por entre los
ojos y la frente, del canto de un ochavo. Después se le ha
visto sana, con sólo la ra ja d u ra tan delgada, que apenas se
advertía, por lo que se ha mandado no sacarse en adelante
del tabernáculo” .
Desde entonces en las calamidades públicas, como en
las grandes inundaciones, amenazas de guerras e invasiones
de langostas se abrían las p u frta s de la iglesia, o se le q u i­
taban los velos a la imagen a repiques de campanas, llam án­
dose al pueblo para la oración ante el altar hirviente en lu­
ces a los pies de la V irgen.

Una de las declaraciones, quo vamos estudiando, trae


testimonios que condensan varios portentos de la Virgen, ma-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 197

jiifest-ándose en ellos su gloria y su misericordia, y al mismo


tiempo" una lección digna de ser m editada por los burladores
y descreídos, descreídos de nombre y desgraciados de hecho,
■empeñados por caprichosa inconsciencia en buscar la solución
de los mil misterios y m ilagros de su existencia en los re c u r­
sos do la ciega naturaleza, vasalla siempre sumisa del Poder
■omnipotente, y no pocas veces por él intervenida.
Til prim er testimonio pertenece a un vecino de C orrien­
tes, .Juan de Aguilera, y es de este tenor: “ E l día 5 de octu­
bre de .1631 el P adre F ray .Juan de (lam arra, doctrinante
de esta reducción, descubrió la santa imagen de nuestra Se­
ñora para tenerla así hasta que alcanzase de su preciosísimo
H ijo remedio de la necesidad presente, en que está este pue­
blo con la grande seca y m ucha langosta; y, teniéndola con
la decencia posible, con cera encendida, como a las tres de
la tard e de dicho día, junto al altar de nuestra Señora se
oyó u n a.m ú sica. F u é avisado el Padre, y cuando llegó a la
iglesia, ya no se oía. más. Sólo cuando se cantó la Salve, so
bre la tarde, se vió a la imagen con extraña herm osura en el
rostro. Y hoy, lunes que se cuentan 6 del dicho mes de octu­
bre, a las 9 del día entraron a avisar al dicho P adre, que
estaba en su celda, de cómo la música tornaba. Y vino a la
iglesia, y vinimos todos los españoles que aquí estábamos, y
oímos sobre el altar de dicha, imagen una música que se dis­
tinguía, que fué corno a modo de flauta, aunque con diferen­
cia en el sonido, y esto no era continuado. Finalm ente, a
todos los que oyeron les causaba pavor respetuosam ente y al­
gunos tem b lo res.’’
E n la ciudad de Vera, este Ju an de Aguilera se hacía
lenguas de ios m ilagros de la Virgen. - E n tre sus oyentes
dió con el destacado hidalgo Pablo de A cuña de carácter ma­
leante que a grandes y zumbonas carcajadas se burlaba de
Ja credulidad del buen A guilera. M ediante la intercesión de
la Virgen, el tal Acuña había sanado milagrosam ente de unas
llagas incurables en las piernas. Y como hacía años que go­
zaba de buena salud, y como por otra parte no gozaba de
la v irtud del agradecimiento, olvidó el beneficio y, agarrado
198 TjA V IR G E N I)E IT A T I

al p ru rito de su fácil crítica, hacía desapiadada mofa del. P a­


dre G am arra y de las celestiales músicas de Itatí.
E n cierta circunstancia hallábase éste, Ju an de Aguilera
y otros vecinos de, Corrientes en los portales del templo de
la Virgen. N aturalm ente Ja conversión versó respecto a Jas
extrañas m aravillas del momento con agrado muy hondo dei
cura que entre ellos estaba. E n recordando A guilera las m ú­
sicas, saltóle Acuña con esta chocarrería: ‘‘oyó la música de
los abejorros, y Je pareció que era de ángeles” . . . indignado
A guilera le echó en cara su desagradecimiento a Ja Virgen
tan m isericordiosa p ara con él en la curación de sus piernas.
A lo que replicó A cuña: “ Yo, porque comí pescado y cosas
contrarias a mi salud sané. Yo no me puedo persuadir que
Aguilera y los que aquí estuvieron oyeron músicas de ánge­
les” .’.. Al escuchar , este altercado el P ad re G am arra quedó
traspasado de dolor y de santa indignación; pero, oigámoslo
a él mismo: “ Entonces me volví yo el dicho P adre F ra y J u a n
de Gam arra, en presencia de Jos dichos, y d ije: “ Señor mío
Jesucristo, que estáis con vuestra presencia real en eJ San­
tísimo Sacramento, en ese tabernáculo encerrado, yo os pido,
aunque indigno, que si algunas de las cosas que yo he escri­
to en este libro por milagros que habéis heclio por esta santa
imagen, si alguno de ellos ha sido escrito por m entira o
maliciosamente, m uestres un castigo ejem plar en mí, para
que ninguno en el mundo se atreva a andar fingiendo em­
bustes; pues, 110 hay necesidad de ellos p ara que las imáge­
nes de nuestra M adre sean reverenciadas y acatadas, ni de­
m ostrar o tra cosa alguna. P o r ningún cristiano Se puede fin ­
g ir milagros, como la santa Iglesia lo tiene vedado. Y si este
hombre, que está aquí presente, siendo ingrato a los benefi­
cios que tiene recibidos de esta santa casa, anda triscando
y mofando de ellos y de los demás, m ostrad en él un. castigo
ejem plar, para que otro 110 se atreva a sem ejante cósa. Yo,
¡oh V irgen Santísim a! así os lo pido y ruego lo alcancéis
de vuestro preciosísimo H ijo p ara honra y gloria suya y de
n u estra santísim a im agen” , “ Dicho esto, se fué el susodicha
Pablo Acuña a Ja ciudad, que, cuando yo dije esto, estaba
sonriendo y burlando, y lo reprendió el P adre predicador.
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA VÍKfíTC.N 199

Y dentro de pocos días, que aun no llegó a un mes, se tulló


de u na pierna, y se le secó, de m anera que no se podía mover
en la cama, en que lo puso a lo último. Y el dicho Padre
predicador F ra y J u a n Serrano le dijo: “ He aquí que ya se
ha cumplido el castigo de la M adre de Dios en usted-” . Y
desde entonces nunca más ha cobrado salud, como lo está hoy
día en la cama, y todo el pueblo pííblicaniente cuenta con
adm iración a todos los qué de nuevo vienen a la dicha ciu­
d ad. Y aunque después de lo dicho, vino eu una carreta el
enfermo a este pueblo, y dió una satisfacción por escrito de
lo que había dicho, que está en mi poder, con todo no ha
vuelto a tener salud; antes, cada día dicen va a peor. Y pa­
ra que conste, como dicho tengo, en tod'.í tiempo, di la p re ­
sente firm ada por mi nombre a 1 0 de octubre de 1633 años.
—F ra y J u a n de G am arra” .
Consolador es para, los qne habitamos estas tierras po­
seer una M adre tan compasiva p a ra nuestras necesidades y
tan defensora de n u e stra fe, porque, si las desventuras no
nos faltan, tampoco dejan de sobrarnos los Acuñas, que no
son, por desgracia, de ayer sino de todos los tiempos.
V erdad es, sin embargo, que esos Acuñas de todos los tiem ­
pos no Io son generalm ente de cabeza sino de boca. La in­
credulidad respecto al m ilagro es un fenómeno desorbitado,
u na demencia que no condice con el consenso universal de la
hum anidad. “ La hum anidad cree, h a dicho sabiamente el doc­
to r H ettinger, que el poder infinito de Dios obra en y por
las fuerzas y las leyes finitas y creadas; pero cree tam bién
que obra fuera de ellas y sobre ellas, porque él mismo es el
(jue ha puesto tales leyes en la naturaleza, o más bien el que
las ha creado en vista del orden n a tu ra l. Esto es lo que cons­
titu y e el milagro, que es un efecto que halla su causa fuera,
de las leyes de la naturaleza y sobre ellas” .
E s cosa que mueve a risa el énfasis con que so pronuncia
el vocablo naturaleza contra el m ilagro. “ ¡La naturaleza!,
exclama el sabio B a a d e r; pero, ¿no es la esclava del Señor:
no es la vestidura de Dios, como dice Moisés? Y ¿.no tendrá
Dios sobre esa vestidura, sobre ese medio, sobre ese instrum ento,
órgano de la divinidad, el poder que tiene un alfarero sobre
200 T.A V IR G E N DE JT A T I

e] barro que am asa como le .place?” H a sta R ousseau se b u r­


laba de los que negaban la posibilidad del m ilagro: “ ¿Puede
Dios hacer milagros, es decir, puede derogar las leyes que él
ha establecido? E sta cuestión, tra ta d a seriamente, sería im­
pía, si no fuese a b su rd a ; castigar a quien la resolviese nega­
tivam ente sería hacerle dem asiado fa v o r; b astaría ence­
rra rlo ” .
Si todos los Ouai'aes se encontraran con algún iudiecito
revelador de sus intrigas y todos los magos blasfemos con
las horcas de algún Cabral, pocos serían los Acuñas b u rla­
dores que se las echaran de valientes. Dios es padre, por eso
e s p e ra ; y es paciente, porque es eterno. L a eternidad es su
esencia, y de ese abismo nadie escapará.

(1) R E L A C I O N D E A L G U N O S M I L A G R O S Q U E DIOS N U E S T R O
SEÑOR H A H EC H O POR LOS Q U E S E H AN EN C O M EN D AD O
A L A V IR G E N SS M A. PO R SU IM A G EN D E L A LIM P IA C O N ­
CEPCION DE LOS G U A R A N IES, DE LOS C U A L E S TO DO S
H I Z O I N F O R M A C I O N J U R I D I C A E L P. H E R N A N D O A R I A S ,
VICARIO Y J U E Z E C LE S IA S T IC O , A N T E P A B L O A C U Ñ A , NO­
TARIO, COM O C O N S T A D E SU A P R O B A C IO N Y A U T O Q U E
ESTA ADELANTE.

— La mujer de Mateo Díaz, de la ciudad de Vera, llam ada Ma­


riana Bueno, vino a novenar, con una niña ciega de nacim iento,
y ella enferm a con un incordio, y an tes que cum pliera sus n o v e­
nas cobró vista la niña, y la tien e ya que ve; y ella .dijo,
asim ism o, que fueran a testig o s, el P. Fray Juan A lvarez, predica­
dor de nuestra sagrada R eligión de San Francisco, el dho. Mateo
D íaz y casi todo el pueblo de Corrientes/ que vieron a la niña antes
que vin iese y la kan visto después.
— U n hijo de María de Salinas de la dha. ciudad de Vera, lla ­
mado Rodrigo, de edad de once o trece años, cayó m uerto repenti­
nam ente, y yendo a llorarle una prima suya, llam ada María de Ve-
lazco, hija de Martín Sánchez, delante de m ucha gente que allí
estaba, le ató a la cabeza una cinta m edida de esta Im agen, y to­
cada a ella, y el m uchacho luego fué volviendo en sí, y vivió y
sanó; y fueron testig o s a presentar a esta santa Imagen, F ran cis­
co de Ibarra y Antonio Rodríguez.
—En la dhai ciudad de Vera, se iba quemando una casa de paja
de Antonillo indio y de Pedro de Medina, estando en el sobrado
Paula, mujer del dho. A ntonillo y suegra del dho. Medina, viendo
que el fuego salía por la cumbrera arriba, se encom endó a esta
santa Im agen; y luego paró el fuego y se apagó el algodón y la
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA Y M G E X 201.

paja; y la dha. Paula quedó libre, y vino a esta reducción a dar


gracias. '
—-Al P. Fray Juan de Ortega, se le fueron más de cuarenta indios
de su reducción de in fieles, con m uchas criaturas cristianas, y
prom etió de que s i volvían vendría a decir m isa; estando .d eter­
minado de venirla a decir, se volvieron todos los indios con sus
m ujeres e hijos, y le pidieron muy encarecidam ente, le s diera h e­
rram ientas para hacer casa de propósito como los dem ás, que
hasta allí no habían querido tener m ás de esteras; y las armaron
dentro de cinco días, que estuvo a llí el Padre, y cuando volvió de
decir la m isa, los halló quietos y las casas acabadas.
—E l P. Antonio Moranta, de la Compañía de Jesús, vino a esta
reducción enferm o de una m elancolía o pasmo de gota coral; y dijo
"lina, m isa en el altar de la santísim a im agen por su salud, escri­
bió desde el Paraguay, que hacía tres o cuatro años que no podía
estudiar, predicar ni confesar, y que ahora lo hacía con entera
salud, y que nunca m ás le había dado el mal desde que dijo la
m isa, y que an tes le daba m uy a menudo.
— E l P. Fray Pedro de Santo Domingo, de nuestra sagrada re­
ligión de nuestro Padre San Francisco, Guardián del Convento de
la A sunción, vino a esta reducción a visitar la santa im agen y de­
cirle una m isa por su salud,, porque venía m uy enferm o, la cual
dijo y luego aquel día se halló con entera salud, y a sí lo escribió
desde el Paraguay.

— El P. Fray Juan de Gamarra, de la dicha Orden (roto) con
una eripsipela en una pierna que h a cía tiem po le afligía mucho, con
calentura muy recia; y estando m uy enferm o de ella pidió un m an­
to que se había quitado a la im agen y lo tocó en la pierna y en
la cabeza, y durmió aquella noche, lo cual no había hecho otras
noches, que solo lo hacía de día, se levantó sano y bueno, no le
ha vuelto h asta hoy la erisipela.
— Duis Arias de M ansillá, d é Corrientes y alcalde de la. Santa
Herm andad, vino a visitar la im a g en : un macho que traía deslizó a un
m uchacho suyo; y lo trajo gran rato arrastrando del estribo en el
cam ino, dándole m uchas coces, y que ya lo juzgaban por m uerto
y dijo: P ues, ¿cómo V irgen Santísim a, viniéndoos yo a visitar, m e
sucede tal desgracia, no siendo m i viaje a otra cosa?, y esto a voces,
que lo oyó su com pañero Juan de Salinas, y luego paró el macho y
se estuvo quedo; y al punto se levantó el muchacho, sano y bueno,
diciendo que no le había tocado el macho.
— Miguel' Arau, cantor de la iglesia, le salió una postem a en la
espalda, sobre los lom os, del tam año de unas grandes naranjas
hacía bulto por fuera, y habiéndole puesto madurativo, se ciñó con
una cinta, m edida y tocada a la Im agen; se le quitaron las calen­
turas y se le disolvió la postem a.
—'Una india llamada M ariana Ybaca, de la casa del dho. ca­
cique Don Juan, vino un día a decir al Padre que estab a toda su
chacra seca, y venía a pedir a la Madre de Dios, agua, que llo v ie­
20 2 LA VJH GEN DE IT A T I

se; y estando el día sereno y claro, sin señal de agua, aquella n o ­


che llovió tanto, cuanto íu é bastante para suplir la necesidad que
era g en era l; otras m uchas v eces pidiendo el pueblo agua, gen eral­
m ente en descubriendo la im agen ha dado N uestro Señor luego, el
agua que han conocido lo s indios que es m ilagrosam ente.
—Viniendo el río Paraná de avenida, que iba anegando las
chacras, y vino el pueblo a pedirle a la im agen, y aquella noche
corriendo viento sur, que es con que el río Paraná siem pre cre­
ce, y con el norte m engua; no sólo se detuvo la creciente, sino
que am aneció que había bajado m ás de dos varas.

— Una viga de la casa y convento de esta reducción, se tronchó
por medio, de suerte que había de caer todo el lance que en ella
estribaba; y se le encom endó a la Virgen, prom etiéndole de decir
una m isa en su altar, si paraba a sí la quebradura; y al punto cesó
y estuvo la viga quebrada sin hacer comba, sustentando toda l a
casa de teja, que cargaba en ella por m uchos días; que todos los
que la veían quedaban espantados de tal milagro, hasta que se puso
un horcón con su can en la tronchaclura. — F r a y Jua n de G a m ar ra .
— Muchos enferm os han sanado de diversas enferm edades, con
sólo untarse con el aceite o grasa de la; lámpara de esta Imagen. —
F r a y Ju a n de G a m ar ra .
C e rtific a c ió n . — En la ciudad de San Juan de Vera de las Sie­
te Corrientes, en v ein tisiete días del m es de noviem bre de mil se is­
cientos v ein tisiete años. Por ante mí, el infrascrito notario, el P.
Hernando Arias de M ansilla, Presidente^ Cura beneficiado de esta
dha. ciudad, V icario, Juez eclesiá stico por el E m o . Don Fray Pedro
Carranza, Obispo de este obispado del Río de la P lata y Comisio­
nado por la Santa Cruzada, dijo: H abiendo v isto el catálogo de uso,
incorporado de los m ilagros que la im agen de la Limpia Concep­
ción del Pueblo de Itatí de lo s Guaraníes ha hecho y hace, y con s­
tándole la voz de ellos, por la diligencia que h a hecho su Merced
por averiguarlos y certificarse de ellos, con- testim onio y aclara­
ción de personas fidedignas, dignas de toda fe y crédito, demás
de la publicidad y notoriedad que en esta ciudad hay, lo certifica
y aprueba, interponiendo su autoridad y decreto judicial a todos los
que la presente vieren, y dijo: que afirm aba como testig o de vista
de que el año pasado de m il seiscien to s vein te y cinco, día de la
octava de la Concepción de la V irgen Santísim a, quince de diciem ­
bre, estando en la dha. reducción, en la fie sta que se hizo, y jun­
tam ente el Padre F rancisco de G uzm án. . . Cura de Matala, y el
Padre Predicador Fray Juan A lvarez, y el P. Fray Juan de Gama­
rra, de la Orden de San F rancisco; habiendo sacado la dicha im a­
gen en procesión,' el rostro sano y bueno; después que entró en la
Iglesia, la vieron todos con otros m uchos seglares, que allí estaban,
una resquebrajadura, que ven ía de una oreja a la otra, por entre
los ojos y la frente: que cupiera en ella mayor grosor que un can­
to de real de a ocho por toda ella; y después acá, por m uchas v e ­
ces que ido a la dha. reducción, la he visto con el rostro sano, con
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V iJíU E N 208

■sólo la resquebrajadura tan delgada, que si no es que a propósito, y


con mucho cuidado y atención se mira, 110 se echa de ver, por lo
cual dice que rogó y encargó el dho. Padre Fray Juan de Gamarra,
doctrinante, que en adelante no tornase a sacar la dha. im agen del
tabernáculo donde estaba. P u es aquello había sucedido para que
conste esta verdad, y la dem os en los escritos; y lo firmó de su
nombre; de que yo, el presente notario, doy fe. — H e r n a n d o A r i a s
de M a n s ii la , — A nte mí: Pa blo de A c u ñ a , N otario Público.
A u to . — ‘‘En este Convento de la Limpia Concepción del Itatí,
en catorce de diciembre de m il seiscien to s veinte y ocho años. E l
R. P. Fray Gabriel de la A nunciación, Definidor y V isitador de los
Conventos y D octrinas del Río de la P lata, por nuestro muy R. P.
Fray Juan de Vergara, M inistro P rovincial de esta Provincia de
la A sunción del Paraguay; habiendo visitado el Santísim o, que
halló con la decencia debida; vió y exam inó los m ilagros, con ten i­
dos en las cláusulas desuso incorporadas que N uestro Señor ha sido
servido de obrar por la Im agen de N uestra Señora de dicho Con­
vento; dijo: Que aunque es verdad que para el tiem po presente
con sta ser verdaderos los dichos M ilagros; por la notoriedad que
de ellos hay, así entre esp añ oles como entre indios, cuya verdad
a su R everencia consta; fuera de la afirm ación del V icario E clesiá s­
tico en ellos contenidos; que para que esté en la form a que con­
viene, y en todo tiem po conste, para mayor gloria de D ios y Señor
nuestro y aum ento de la devoción de los fieles. P ues su Divina
M ajestad sabe, va continuándolos cada día. Manda se haga un li­
bro, poniendo por cabeza todo lo hasta aquí e s c r it o ... y en él se
tenga especial cuidado de escribir con día, m es y año, los m ilagros
que constaren ser p atentes y verdaderos, poniendo la causa y nom ­
bre de personas; encargando como encarga la conciencia; el padre
vicario y religiosos exam inen, vean bien lo que exam inen, que sean
en todo verdad; y escrito firm arán sus nom bres para que con esto
se supla la falta de autoridad pública (de que carece esta reduc­
ción) y los dem ás requisitos en ta les casos necesarios; a sí lo dijo
y firm ó. — F r a y G abr ie l de la A n u n c ia c ió n , com isario y visitador.
— ■F r a y J u a n Sá nchez, secretario.
De cla r a c ió n de un soldad o. — “En el pueblo y reducción de la '
Limpia Concepción de Itatí, en este convento de nuestro Padre San
Francisco, en veinte y uno de diciem bre de m il seiscien to s vein te y
ocho años; por ante mí, Fray Juan de Gamarra, vicario del dicho
convento y de los testig o s su scritos y firm ados; pareció Juan de
Toledo, vecino de la ciudad de Concepción del Río Berm ejo, y dijo
q u e 'a dos de octubre del año pasado del m il seiscien to s vein te y
siete, estando este declarante en la estan cia de Lucas Hernández,
vecino de la Concepción, con otros españoles, llegaron los guaycu-
rús o frentones, y mataron tres „españoles que hallaron fu era ; y
este declarante y otros, como fué Francisco Sanabrja y Pedro Fal-
cón, y tres m ujeres y otros niños y niñas que estaban dentro do la
casa, que era de paja y palm as; y los enem igos pegaron fuego a la
204 I.A VIRGEN ]»•: ITATI

ca sa y la cercaron; y viéndose en tal aprieto, ya para perecer, se


encom endaron, este declarante y su mujer, a esta Santísim a Ima­
gen, prom etiéndole unas novenas, si los libraba, y en aquel punto
se toldó el cielo, y se levantó una torm enta de viento y agua, los
enem igos hubieron de alzar el cerco y retirarse, y el agua que llo ­
vió apagó el íuego de la casa; y entonces salieron libres este de­
clarante, su mujer y todos los dem ás que estaban en la casa; y
se m etieron en los m ontes, por donde se fueron a la ciudad, que­
dando muerto allí, los que fuera quedaron, que fueron, Jerónim o de
Margobez, Cristóbal de Almirón y Gaspar de Medina; y otros indios,
y en esto se vido el m ilagro patente, y dice: pasó a sí y fu é y e s
verdad lo que dicho y declarado tiene, y por ser asi juró en forma
de derecho de su espontánea voluntad, certificándolo todo, so cargo
del dicho juram ento. T estigo el Padre Fray Antonio Mejía, del Con­
vento de la Ciudad de Vera, y F rancisco de Alarcón, P resunto Cura
de la Concepción, y Capitán Gabriel, de Moreira, presente que aquí
firmaron. — Ju a n de T o le d o . — F r a y A n t o n io F r a n c i s c o de A l a r ­
cón. — Gabriel Moreira . — F r a y Ju a n de G a m a r ra .
( O tr a d e c la r a c i ó n ) , — En el dicho día, m es y año ocho, pareció
el Capitán Gabriel de Moreira, y dijo: y declaró otro m ilagro, y
es: que habría cuatro m eses que desde la Ciudad de Santa F e ha
padecido dolores y tullido; que llegó a hacer testam en to y recibir
los sacram entos, y se embarcó así en la dicha ciudad de Santa Fe,
con propósito de venir a ver esta Santa Imagen, confiando que por
esto alcanzaría salud, y con fe de llegar con vida; y -llegó a Co­
rrientes, que lo desem barcaron en hombros; y estando en la dicha
ciudad de Corrientes casi dos m eses, que con un bordón se levan ­
taba y oía m isa, y siem pre guardando ocasión para venir, y que el
m artes de esa presente sem ana por la mañana, andaba con el m is­
mo bordón y achaques, con una hinchazón en el espinazo; y aquel
día pidió una carreta, y se determ inó salir a venir a ver esta
Santa Im agen; y habiendo de partir a la tarde se echó a dormir la
siesta, y cuando se despertó, se halló tan sano y bueno, que se le ­
vantó sin bordón, y con tanto alivio y fuerza, que luego ciñó la
espada y daga, y puso capa, lo que no había podido sufrir an tes;
y vino a esta reducción, a donde después que llegó y vió la Santa
Im agen, se le quitó la hinchazón que tenía en el espinazo, e hizo
aquí, en presencia de todos los que firm am os, prueba de agilidad y
salud, y al paso que an tes ni podía andar, ni mandar su cuerpo; y esto
dijo ser verdad, so cargo de juram ento en form a que hizo fiiera
de que a todos los que aquí firm am os nos consta todo lo dicho; y
lo firmó. •— G a bri e l Moreira . — F r a y A n t o n io de Mexía. ■ — F rancis­
co A la rc ó n . — F r a y Ju a n de G a m ar ra .
— En una chacra, dos legu as de esta reducción, picó una víbora,
de las muy ponzoñosas, a un indio llam ado Alonso Nareará, de casa
del cacique José Royty, y le trajeron a este pueblo, a donde se le
hicieron los rem edios ordinarios; y se con fesó por estar muy fa­
tigado; y con la mucha sangre que echaba por la boca y por todas las
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IK G E N ■205

coyunturas de aquel lado, quedó desm ayado, que ya lo lloraban por


muerto; y llegó a él Juan Guayamaró, sacristán de esta- lglesia, y le
ató a la cabeza una cinta tocada a esta santa im agen; y volvió, el in ­
dio en sí, y quedó con vida y sano; fué patente a. todos los que lo
vieron, y a mí me consta que lo vi; y por ser verdad lo firmo de
mi nombre. —■ F r a y Ju a n de G a m a r ra .
A u t o y r elació n de los m il a g ro s de la V ir g e n S a n tísim a . — En
el pueblo y reducción de la Lim pia Concepción de Itatí, en v ein ti­
cinco del m es de agosto y de m il seiscien to s vein te y nueve afios;
el Padre Juan de Maraver, presidente, cura y vicario de la ciudad
ele San Juan de Vera, y Juez E clesiá stico de ella, com isario de la
Santa Cruzada; y por ante mí el infrascripto notario, habiendo h e ­
cho jurídica averiguación de los m ilagros infrascriptos que N uestro
Señor ha obrado con las personas que a esta santa im agen se han
encom endado, de esta iglesia, que cada día continúa en hacerlo; y
con asisten cia del P. Francisco de Alarcón, cura beneficiado de la
ciudad de la Concepción del río Berm ejo; los cuáles dichos m ila­
gros, sacados en relación son los siguientes;
— Isabel de Ochoa izaguirre, y su hija doña Isabel de Prado, te- .
niendo una niña hasta de doce años, llam ada doña Ana de la Cueva,
hija de la dicha doña Isabel, con mal de gota coral, que la privaba del
sentido, y la dejaba así por mucho espacio de tiempo, habiendo hecho
todas las diligencias posibles por su salud, prom etieron de traerla a
esta santa im agen, si la daba salud, la cual luego cobró la niña, que­
dó luego libre de la dicha enferm edad; y viéndola libre, dilataron por
algunos días el traerla; y la volvió a dar el mal, como de principio; y
visto por los susodichos, determ inaron traerla luego otro día, como
de hecho la trajeron; y con esto la dicha niña quedó libre, sana y
buena; la llevaron de esta reducción y hasta hoy no le ha vuelto el
mal que de más de los testig o s que en este caso testifican , consta-
ser verdad, y lo testifica el dicho beneficiado.
— Item. Una hija de Luis Pato y Doña Ana de Altamirano, llam a­
da Doña María de E stenlín, vecino de la dicha ciudad de la Concep­
ción del Río Bermejo, habiendo estado deshauciada y en lo últim o
de su vida, que hacía tres días que no com ía ni bebía, y sin sentido,
de suerte que le pusieron la mortaja; la dicha señora Ana de A lta­
mirano, su madre, se hincó de rodillas y prometió a esta im agen
santísim a, de que si le daba a su hija sana, la traería en romería a
esta im agen; y entró el dicho L uis Pato de fuera, y contándole el
voto que había hecho su mujer, él lo confirmó; y luego al in stan te la
dicha María abrió los ojos, pidió de comer y quedó libre de la dicha
enfermedad, y así en cum plim iento de esto trajeron a la dicha Doña
María, que dem uestra bien la gravedad de enferm edad que tuvo;
que ahora vuelve a salirle el cabello que todo se le caía; y fuera
de lo dicho aquí nom brados y otros que lo testificaron jurídicam en­
te, lo testifica el dicho F rancisco de Alarcón, cura beneficiado de la
dicha ciudad, que aquí firm ó su nombre, juntam ente con su merced
el dicho señor vicario, de que doy fe, según todo ante mí pasó. —
20G LA V IR G E N DE IT A T I

J u a n de M a ra v e r. — A nte mí: F r a n c i s c o de A la r c ó n . — Feli p e Rui-


díaz, notario.
— Yo, Pablo de A cuña, vecino de San Juan de
T e s t if ic a c ió n .
Vera de las S iete Corrientes, notario público del juzgado ec le siá s­
tico y de la Santa Cruzada, en la dicha ciudad, testifico y doy fe y
verdadero testim onio a todos los que la presente vieren; cómo, e s­
tando yo en esta reducción de la Lim pia Concepción de Itatí, ayer
que se contaron catorce de este p resente m es, vino una india lla ­
m ada Juliana, mujer del Cacique B altazar Guapevú, y trajo una niña
hija suya, llam ada M agdalena, de edad tres años; dende dos leguas
de aquí, donde tenia una chacra; porque de repente em pezó a vom i­
tar. y se le cayó m uerta casi, sin sentido, ni abrir los ojos, y toda
fría aunque sin pulsos; la m etió en la iglesia, adonde desde su
chacra venía llamando a la Madre de D ios, le diese vida a su hija;
y después que la presentó a la san tísim a im agen, al cabo de rato
volvió la niña en sí, y abrió los ojos y tom ó el pecho a la madre,
y después la llevó a su casa; y estando yo el dicho notario, hoy sá ­
bado que se cuenta quince de este presente m es, con el Padre Fray
Juan de Gamarra, vicario de este convento y doctrinante de esta
reducción, como a las ocho del día; llegó el cacique Baltazar co n la
dicha M agdalena, niña, su hija, que v en ía por sus pies, sana y buena
a lo que parecía, y le dijo: esta mi hija, Padre, así como llegó a casa
ayer, que fué de la iglesia, dijo a los de mi casa, a m í y a su madre:
mirad que vosotros no fu isteis conmigo a la iglesia, y sola mi m a­
dre m e llevó; y echad de ver lo que ha hecho, la Madre de D ios con­
migo, para que tengáis fe; y esto significan las palabras que al
dicho Cacique habia dicho la niña, y que las repitió m uchas v eces
a todos sus deudos, la dicha niña M agdalena, lo cual visto y oído
poi: su Paternidad del dicho padre, hizo averiguación de ello, en mi
presencia; y halló ser verdad, y que todos quedaron admirados, cón
las palabras de la dicha niña, y vérla sana, y así me lo pidió por te s ­
tim onio el dicho Padre; y para que conste en todo tiempo, dí la pre­
sen te, firmada de mí nombre y rúbrica acostum bradas, en la dicha
reducción, en el dicho día, m es y año dichos de que doy fe, según
ante m í pasó: año de mil seiscien to s vein te y nueve. En testim onio
de verdad. — Pa blo de A c u ñ a , notario público”.
— En este pueblo y reducción de la Limpia Concepción de Ita­
tí, en d iecisiete días del m es de enero de mil seiscien to s treinta
años, el cacique de esta reducción, Juan Mandú, visto que un hijo
suyo llam ado Juan, se le m oría niño de teta, y que ya no mamaba. ‘
ni tenía sentidos, le trajo a la ig lesia de esta santa im agen, y lu e­
go que entró el niño abrió los ojos y tom ó el pecho a la madre; vol­
vió en s í ; y teniéndole gran rato en la ig le s ia ; volvió a su casa, adon­
de tornó, como de principio, a l paroxismo, y luego le tornó a traer,
y cada vez que le m etía en la iglesia, volvía el niño en sí, y anda­
ba por la Iglesia gateando; y en volviéndole a la casa, sucedió lo
mism o que de principio; y esto duró por tres días y luego le tuvo por
otros tres días m ás en la iglesia; en los cuales cobró entera salud,
PLTSNTT.UNIO D E L C U LTO A LA V IK U K X 207

y quedó bueno y sano; y visto esto por una india llam ada Catalina
Yatei, mujer de Andrés Ararigua, de casa del cacique don L uis P a­
raguayo, que tenía una hija enferm a, niña, mucho tiem po había, y
flaca en los puros huesos, que apenas tom aba ya el pecho de la m a­
dre, la trajo por otros cinco o se is días a la lg lesia , y luego q^edó
¡ana, y em pezó luego a engordar y tomar fuerza, hasta que quedó
sana en esa m ism a ocasión. Cecilia Yabrí, mujer de Francisco Be-
riri, de casa de dicho Juan Namandú, trajo un hijo- suyo ca si muer­
to, llamado Jerónim o, y luego que le m etió en la iglesia, volvió en
si el niño y quedó sano. Otros muchos, de diversas enferm edades,
trajeron otras criaturas, y quedaron sanas; y esto es verdad, y lo.
testifico como tal y lo firmo de mi nombre. — F r a y Ju a n de Ga-
m a rr a .
— En el pueblo de la Limpia Concepción de N uestra Señora de
Itatí, en diez y siete días de septiem bre de mil seiscien to s treinta
años, María Boy, mujer de Lucas Bayay, estando en su chacra, se
le cayó m uerta una hija suya, de teta, llam ada María, y le echó al
cuello un rosario tocado a esta santa im agen, y la. trajo corriendo
a esta santa im agen, y así como llegó cerca de la iglesia, volvió la
criatura en sí, y con todo no quiso tomar el pecho de la madre, h as­
ta que la m etieron en la iglesia; adonde luego al mom ento, em pe­
zó la criatura a mamar y llorar, quedó sana del todo; y la india
salió fuera espantada, y empezó a contar el caso con grande adm i­
ración, y lo m ism o causó a los oyentes que fueron m uchos natura­
les, en mi presencia y dos españoles, García de Seipédez y Asen-
cio M insoles, y lo firmaron de sus nom bres y yo juntam ente. —-
F r a y Ju a n de G a m a r ra . — G a r c ía de Seipedez. — A s e n c io Minsoles-
— Miguel Cabaguaré, cantor de casa del cacique L uis Ybaray.
yendo a la ciudad en compañía de otros, le picó una víbora ponzo­
ñ o s ís im a ... cerca de mediodía, y se ató al pie con una cin ta m e­
dida y tocada a esta santa im agen; y se volvió de dos leguas de
este pueblo a caballo; y aunque algo se le hinchó el pie, sin otro
remedio, al tercer día estuvo sano y bueno. Por ser verdad, lo fir­
mé de m i nombre. — F r a y J u a n de G a m ar ra .
— Han sido tantas las criaturas enferm as de diversas enferm e­
dades, y adultos que han venido a la iglesia, y han ido sanos, hasta
hoy día de la ceniza, cinco de marzo de mil seiscien to s treinta y
uno; y m uchos los han traído casi m uertos, y vuelto sanos; y en
particular lo m ás m ilagroso fué una niña, hija del capitán Luis
Paraguayo, llam ada Luisa y otra de Gabriel Taryra, de la dicha
.casa, llam ada Ana; y otro hijo de F elipe Bayay, y una hija de Mar­
cos Y aguaresa. y un hijo de don Jerónim o Dure, llamado H ernan­
do; que éstos se trajeron ya casi m uertos; y luego que entraron a
1a. iglesia, no sin grande admiración, se hallaron con m ejoría; adon­
de los tenían sus madres, tres o cuatro días, y luego los llevaron
sanos, con otros muchos que aquí no pongo, y por ser verdad lo
firm é. —■ F r a y Jua n de G a m a r ra .
— En siete de marzo de m il seiscien to s treinta y un años, Pedro
208 LA V IR G E N DE IT A T I

(le Medina, vecino d e las Corrientes, hizo una tram pa o lazo para
coger un tigre, cuyo cuero ofreció luego a esta santa im agen; y la
dicha tram pa era de varas de madera muy vil; y así como cayó el
tigre dentro, se le cerró la puerta, acudió el dicho Medina, y vien ­
do que el tigre arrem etió a la puerta e hizo un grande agujero por
donde iba a salir el dicho tig re, Medina le colgó en el agujero una
cinta medida y tocada a esta im agen; y el tigre huyó de ella y se
arrim ó al otro lado donde se estu vo quedo hasta que le mataron,
mirando siem pre hacia la cinta, com o lo tien e declarado el susodi­
cho con juram ento, y otros que se hallaron presentes; y todos lo s
que vieron la trampa, y ser de varas, dicen fu é gran m ilagro que
el tigre 110 la desbaratase toda, porque era m uy burda; y el su so­
dicho ofreció aquí el cuero. Y por ser verdad, y com o vicario y ju e z
ec le s iá s tic o , hice la dicha inform ación y firm é de mi nombre. —
F r a y J u a n de G a m a rra .
— En nueve de abril de mil seiscien to s treinta y uno, una india
llam ada Catalina, m ujer de H ernando Aseregua, del cacique San­
tiago G uarecupí, que había días que estaba muy enferma, que echaba
m aterias por la boca, y le había dado algunos paroxism os, y la oleó
el P. Fray D iego de V alenzuela, en m i nombre; y este día le dió
uno muy grande, que la tuvieron por m uerta; la cual vuelta en si,
pidió con in sisten cia que la trajesen a la iglesia; y por darle gu sto
la trajeron en una ham aca; y fué tan patente el milagro de su sa­
lud que luego dijo se hallaba mejor, y com ió y quedó tan aliviada;
y otro día que la volvieron a traer, m ostró estar con entera sa lu d ;
y está hoy día de la fecha de ésta, y a convaleciente. F echa en la
Limpia Concepción de „Vuestra Señora de Itatí, a v ein titrés de abril
de m il seiscien tos trein ta y un años. — F r a y Ju a n de G a m a rra .
—En diez y ocho de mayo de m il seiscien to s treinta y uno, en
la ciudad de San Juan de Vera, estando Doña Inés Arias de Man-
silla, mujer del capitán Manuel Cabral, ten ien te de guardia y ca ­
pitán a guerra de la dicha ciudad, enferm a de la garganta, tanto
que no podía tragar cosa alguna y el agua que quería beber, se le
volvía por la s narices, y apenas resollaba y hablaba; de suerte que
no se la entendía, y que se tem ió no podría confesarse; ya deshau-
ciada de todo rem edio humano, el dho. capitán hizo una cédula e s­
crita de su m ism a mano y firm ada de su nombre; la cual es como
se sigue: “D igo yo, Manuel Cabral, que me constituyo por deudor
a la santa im agen de N uestra Señora de Itatí, de una lámpara de
plata para su iglesia y de un manto de dam asco para su adorno; y
porque es mi voluntad, lo firm o a m i nombre en la ciudad de Vera;
en diez y ocho de mayo de m il seiscien to s treinta y un años. — M a ­
nuel C a b ra l” . La cual dicha cédula tom ó el dicho capitán, y la ató
en una cinta am arilla de seda, m edida de esta santa im agen, y se
la puso al cuello a la dicha Doña Inés; y luego al instante se halló
mejor, de suerte que a l día sigu ien te estu vo sana y comió; como
ta l y sin im pedim ento habló y se levantó, com o dicho es, sana, y
yo la vi tal, porque m e llam aron para confesarla y ordenar su tes-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA. V IR G E N 203

tam ento, y así lo certifico; y fué público en la dicha ciudad, y ten ­


go en m i poder la dicha cédula original, que aquí está de ver bo ad
v e r b u m ; y para que conste lo firm é en este pueblo de la Limpia
Concepción del Itatí, en prim ero de junio del dicho año. — F r a y
J u a n de G a m a r r a .
T estificación . — Yo, Juan R odríguez de A guilera, notario pú­
blico eclesiá stico y de la Santa Cruzada, certifico y doy fe y v er­
dadero testim onio a los que la presen te vieren, com o lo contenido
en esta cláusula, firm ada del Padre Fray Juan de Gamarra, vicario
de e ste convento de la Lim pia Concepción, com isario de la Santa
Cruzada y juez eclesiá stico de la ciudad de San Juan de Vera, es
verdad y m e consta, porque fu é público y notario en la ciudad de
San Juan de Vera, y v i y corregí la dicha cédula, que está en su
poder, con el traslado que está en la dicha cláusula; y para que
conste ser verdad todo ello, di la presente, firm ada de mi nombre,
en primero de junio de mil se iscien to s trein ta y un año, en el dicho
pueblo de N uestra Señora de Itatí, en testim on io de verdad. — Ju a n
R o d r íg u e z de A g u ile ra .
—E stando Lorenzo Guandaque, cantor de la Ig lesia de esta re­
ducción de la Limpia Concepción, m uchos días enferm o de calen ­
turas m uy grandes y de un dolor al costado, que ya le ten ía casi
m uerto y aun m e habían avisado para que se o lease, porque ya ha­
bía perdido el juicio; volvió en s í y se reconcilió y prom etió estar
una novena en la iglesia ; y después, vién d ose que llegab a cerca de
la fiesta del Corpus, le pidió a la V irgen, que aunque le hubiese
llevar después, le d iese salud, siquiera para cantar una m isa el
día de Corpus, y hallarse en la procesión. L uego se halló con. en­
tera salud, y cantó víspera en la m isa y en la procesión, como si
no hubiera tenido enferm edad alguna; pues después de allí a a l­
gunos días, tornó a recaer, de suerte que le tornó a lo últim o de
sus días, la m ism a enferm edad; y en ton ces de todo corazón pro­
m etió de estar nueve días en la iglesia, y servir toda su vida a la
santa im agen, y tornó a tom ar salud entera, y cum plió su novena;
y para que conste ser a sí verdad en todo tiem po, lo firm é de mi
nombre en la dicha reducción de la Lim pia Concepción. — F r a y
Ju a n de G a m ar ra .
T estificación. — Yo, Juan R odríguez de A guilera, notario públi­
co del juzgado eclesiástico y de la Santa Cruzada, en la ciudad de
San Juan de Vera de las S iete Corrientes, te stifico y doy fe y ver­
dadero testim onio, a todos que la presente vieren; como ayer cinco
de octubre de m il seiscien to s trein ta y un años, e l P. Fray Juan de
Gamarra, doctrinante de esta reducción, descubrió la santa im agen
para tenerla a sí hasta que alcanzase de su preciosísim o Hijo, rem e­
dio de la necesidad presente en que e stá e ste pueblo, con grande seca
y m ucha langosta; y teniéndola con decencia posible, con v ela s en­
cendidas; com o a las tres de la tarde de dho. día, habiendo el dho.
Padre estado ocupado en un entierro de una criatura; vino a él muy
determ inado y espantado un indio, llamado D iego Beram ini, y le dijo,
210 LA V JH O H N 1)15 IT A T I

mira Padre, que allí junto al altar de N uestra Señora, se oye una
m úsica, vení a verla; y fué el Padre al altar muy aprisa y estuvo
gran rato, y no se oyó nada; y preguntando a los que por allí esta­
ban en la iglesia, a un cacique, y como indios particulares e indias
y a dos m ujeres españolas; dijeron todos, que lian oído la dicha
m úsica en todo el tiem po que el dho. Padre se tardó en el en tie­
rro, y toda la tarde se estuvo con cuidado y no se oyó nada m ás;
sólo cuando se le cantó la Salve sobre tarde, se vió la im agen e x ­
traña herm osura en el rostro; y hoy lunes, que se contaron seis
del m es de octubre, a las n u eve del día, entraron a avisar al dho.
Padre que estaba en su celda, de cómo la m úsica tornaba; y vino
a la iglesia y venim os todos los españoles, hombres y m ujeres que
aquí estábam os, que son los infrascritos; y oím os sobre el altar de
la dha. im agen, una m úsica que se distinguía, que fu ese a modo
de flautas, aunque hacía diferencia en el sonido, que parecía no
ser uno en e l sonido y esto no era continuado; y finalm ente, todos los
que la oyeron confesaron le s causaba pavor y espeluznam iento y
algunos tem blores; y a m í m e sucedió el mismo pavor y esp elu z­
nam iento, y hubo gran espanto entre la m ucha gen te que a la ig le ­
sia acudió; que lo oyesen asim ism o indios e indias, m uchachos y
m uchachas. Los españoles que se hallaron presentes fueron: José
L overa de Figueroa, vecino de la ciudad de la A sunción del P ara­
guay, y Juan Enriquez y su mujer María Pérez; M ateo Díaz y su
mujer María Bravo; y m i mujer Catarina Pérez; todos vecin os de
la dha. ciudad de San Juan de Vera, sin contar m uchos indios e
in d ias, que hubo como dicho tengo; y para que en todo tiem po
conste, de pedim ento de dho. Padre Fray Juan de Gamarra, que
asim ism o se halló presente, di la presente, firmada de mi nombre
en el dho. pueblo, día, m es y año d ic h o s. En testim onio de verdad.
— Jua n R o d r íg u e z de A g u ile r a , notario público.
— Catarina Iracuña, mujer de A lonso Ayberera, trajo a su hijo
Baltazar, deshauciado de cámara de sangre, a la iglesia., y luego
que entró se halló sano y bueno.
— De la casa de S a lv a d o r de C a n in d e y ú . .... María Chorirú, mu­
jer de Luis Taqui, trajo a su hija Catarina, a la iglesia, muy en fer­
ma, adonde murió, y em pezó a llorar, para llevarla a su casa; salió
Juan Guañumaní, sacristán de la iglesia y le dijo que aguardase, que
no le llevase, ni llorase; que la Madre de Dios le daría vida; púsole
una cinta medida, y un rosario tocado a la santa im agen; y c o m o
no aprovechara, trajo un pedazo de manto de la santa im agen que él
ten ía por reliquia, y luego al punto resucitó la niña, y fué cobran­
do mejoría, y quedó sana, y lo está hoy día.
— Pedro Falcóli de Romay, vecino de la dicha ciudad de la Con­
cepción, hallándose en peligro, cuando los guaicurúes quemaron la
estancia de su abuelo Lucas Hernández, y encom endándose los de
dentro a esta santa im agen, se apagó la casa que se estaba queman­
do, con un aguacero repentino, como ya está escrito y declarado en
e ste libro: en el dicho aprieto, el dicho Pedro Falcón prometió
P L EN ILU N IO 1)K I. CULTO A T<A V I R G E N 211

venir a visitar a esta santa im agen, y por mucho tiempo no hizo


diligencia alguna; y habrá pocos días, que yendo a una vaquería,
pasando de vuelta el río de las carretas, el caballo en que iba se
le ahogó y se le fué a pique, y el dicho Pedro Falcón tras él, asido
del arzón una espuela; en el cual trance se le acordó de la promesa
y le pareció que por no haberla cumplido, le venía aquella d es­
dicha; y allí propio prom etió de cumplirla, si le libraba la Virgen
de aquella aflicción; y luego al punto vino un muchacho, y le quitó
la espuela del arzón, y ayudó a sacar a tierra, y así vino el dicho
Pedro Falcón a cumplir lo que prom etió; y se halló presente a esta,
declaración, que hizo aquí, según va escrito, de que doy fe.
— Pablo Fernández, vecino de la ciudad de la Concepción, v i­
niendo a la ciudad de San Juan de Vera, pasando el río de Otroma,
se le ahogaba el muchacho que consigo traía, y por irlo a favore­
cer y sacar, el m uchacho, con las ansias de la muerte, se abrazó
con el dicho Pablo Fernández; y ambos fueron a l fondo, de donde
se desasió como pudo, y salió fuera; y se le encom endó a esta san ­
ta im agen, y le pidió por la vida del muchacho; y viendo asom ar
una mano, se tornó a lanzar en el agua el dicho Pablo Fernández,
con prom esa de venir a v isitar esta santa im agen, y salió el mu­
chacho vivo, aun que rato trocaba el agua que había bebido; prosi­
guió luego su viaje y vino a cumplir la dicha prom esa, a esta san ta
casa. Y porque me consta todo lo susodicho, y el dicho Padre be­
neficiado, por publicidad y declaración de las partes, le firmó de
su nombre, y yo juntam ente. Cada uno por la parte que toca, e
hizo asim ism o, m is rúbricas acostum bradas. — Ju a n de A l a r c ó n .
En testim onio de verdad, T o m á s de Zárate, notario público.
— En este pueblo de la Lim pia Concepción de Itatí, en el dicho
m es y año vein te y uno de septiem bre: Sebastián de Almirón, v e ­
cino de la ciudad de San Juan de Vera de las Corrientes, estando
en novena en esta Iglesia, dijo las ven ía a cumplir por una prome­
sa que hizo a esta san ta im agen, la cual obró con él y una hija suya
el sigu iente m ilagro: y fué, que una h ija suya llam ada Inés, niña
de dos años, estaba enferm a de cám ara de sangre casi un año, al
fin de él estuvo cinco días, que ya apenas mamaba; y al últim o
de ellos la vió, de suerte que le dijo su mujer Catarina Rodríguez,
que no am anecería, porque ya no abría los ojos; y tom ándola en
los brazos este dicho declarante, prometió de tener unas novenas
a esta santa im agen; y al punto la niña abrió los ojos, y miró y
pidió de comer, y desde allí fué convaleciente en entera salud, como
lo está ahora; que habrá sucedido lo que tiene declarado, un año,
poco m ás; y para m ás testificación de verdad, de su espontánea
voluntad hizo juram ento en form a; so cargo de lo cual dijo: ser
verdad lo dicho que declarado tiene, y lo firmó en m i presencia, y de
los Padres Fray Juan Serrano y Fray Antonio Redondo; y aquí
firmaron. — Sebastián , de A l m i r o n . — F r a y Ju a n de G a m a r ra . —
F r a y Ju a n Se rra no . — F r a y A n t o n io Redo ndo.
De cla r a c ió n de A n d r é s de Fig uero a. — E n este pueblo de la
212 LA V IltU K N M ITA TT

Lim pia Concepción de N uestra Señora de Itatí, en veinte y nueve


de septiem bre de m il seiscien to s treinta y dos años: Por ante mí,
e l infrascrito notario público, y de Santa Cruzada de la ciudad de
San Juan de Vera; en presencia del P. Fray Juan de Gamarra, v i­
cario de este convento, y del pr edicador Fray Juan de Serrano y
F ray Antonio Redondo; el capitán A ndrés de Figueroa, vecino ele
la dicha ciudad de San Juan de Vera, dijo; Que para honra y gloria
de N uestro Señor, y de su Madre Santísim a, h acía la declaración
sigu ien te: que pasaba a hacerla de su espontánea voluntad para
que en todo tiem po haga fo; juró en form a debida de derecho, e
so cargo de él, declarar sólo la verdad; y es que estando su mujer
doña María de Esquivel, m uy enferm a de un ojo, por haber recibido
un gran golpe en él, que le tenía empañado o casi anublado, e hinchado
' con grandísim os dolores; y habiendo hecho m uchos y muy diferentes
rem edios, no surtió ninguno de ellos efecto, h asta que llegando a casa
de este te stig o , una mujer de la dicha ciudad llamada Lucía Serra­
no, le dió un poquito de grasa que había llevado de la lámpara
de esta santa im agen; y le dijo se la pusiese, pues tantos m ila­
gros se habían visto con ella, en -diferentes enferm edades; que al
punto que se le puso, cobró salud y se le desem pañó el ojo-; y se
le quitaron todos lo s dolores y quedó perfectam ente sana.
— Digo yo, Fray Juan Serrano, predicador y religioso de la orden
de nuestro Padre San F rancisco: certifico a todos los que la pre­
sen te vieren, en com o habiendo estado en la ciudad de las Corrien­
tes, dende la P ascua próxim a pasada hasta la A scensión del Señor,
de calenturas continuas y muy enferm o y fatigado de ellas; me
trajeron a esta santa ig lesia de la m ilagrosa im agen de la Limpia
C oncepción de Nuestra Señora de Itatí; tan flaco y desfallecido,
que apenas me podía ten er en los pies, de suerte que en hombros
de algunos indios me entraron en la dicha santa iglesia; y desde
el punto com encé a sentir mejoría, y poder sustentarm e en pie; y
a los cinco días dije m isa cantada en su altar; y después cobré en ­
tera salud de las calenturas, hallándom e del todo libre de ellas; y
porque lo tengo por m ilagro y m erced que recibí de esta santa im a­
gen, a quien hum ildem ente supliqué si con vin iese al servicio de
su bendito Hijo, me librase de aquel mal, que tanto m e afligía, y
le prometí tres m isas, la s cuales he dicho en su altar; lo cual fué
después de haber hecho todos los rem edios humanos, que m e fueron
posibles, m ás sin m ejoría alguna, ni esperanza de ella; y para que
conste, lo firmó de mi mano y nombre, en trein ta días de sep tiem ­
bre de m il seiscien to s treinta y dos años, en este pueblo de la L i m ­
pia Concepción de N uestra Señora. — F r a y J u a n de Se rr ano .
—En este pueblo de la Limpia Concepción de N uestra Señora
de Itatí, en catorce de octubre de mil seiscien to s treinta y dos:
E stando yo a la puerta de la iglesia, juntam ente con el P. Prédi-
cador Fray Juan Serrano, vino una india de este pueblo, llamada
Cecilia Yabí, m ujer de F rancisco Berirí, llorando con un niño en
los brazos de hasta tres años, llam ado Jerónim o y dijo: no sé qué
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IB G E N 213

sea esto, Padre, que viniendo de la chacra h allé a este m i hijo


m uerto; y venía el niño asesando, los ojos cerrados y sin pulso
alguno, que no le h allam os yo, ni el Padre Predicador; y le m an­
d é que le entrase a la iglesia, ante la Virgen, que estab a descubier­
ta; y luego tornó la india con la criatura, dentro de medio cuarto
de hora a la puerta donde estábam os, con la m ism a criatura, sin
ningún sentido, diciendo que ya estaba m uerta y fría; y le dijimos
que no importaba, que tornase a entrar la criatura y le pidiese a
la Madre de Dios, le d iese vida y salud; y que no llo ra se y tu viese
fe y confianza; y así lo hizo la dicha india; y luego dentro de una
hora, entram os a> la ig lesia a rezar vísp eras; y vim os a la criatura
san a y buena, estar jugando en la Iglesia, y resucitada; de m uerta
a vida, como si no hubiese tenido nada de enferm edad alguna; que
no poca admiración nos causó; y por ser verdad, y que conste, lo
firm é juntam ente con el dicho Padre Predicador. — F r a y Ju a n de
G a m s r r a . — F r a y Juan Se rr ano .
—Yo, Mateo González de Santa Cruz, alférez real de la ciudad
de San Juan de Vera, y notario apostólico de la Santa Cruzada en
'ella, certifico, doy fe y verdadero testim on io, a los que la presente
vieren: en como Ana de Figueroa, vecin a ele la dicha ciudad, tenía
una cinta de seda de color encarnado, medida de la santa im agen de
Itatí; la cual dicha Ana de Figueroa, estando con una enferm edad
m uy grave, se le puso al cuello, y quedó sana. Una sobrina suya, lla ­
mada María de la Cueva, de edad diez años, le puso la cin ta al
cuello; y la cinta luego se paró toda blanca, que la vi y la vieron
m uchas personas; y la niña la tuvo hasta que vino a morir, y luego
que murió la dha. niña, le quitaron la cinta, y se volv ió a su primer
color encarnado como de an tes estaba; como asim ism o la vide y la
vieron m uchas personas; por acudir yo de ordinario allá, y ser la dha.
niña sobrina de mi mujer, que parece se m ostró en la dha. señal
que hizo la dha. cinta, que había de morir la dha. niña, porque d es­
pués de otras enferm edades que ha tenido la dha. Ana de Figueroa,
mi cuñada, como otras personas que se han puesto la dha. cinta,
han sanado m ilagrosam ente con ella, sin que haya hecho mudanza,
como lo hizo en esta ocasión; por donde la dha. Ana de Figueroa
estim a y venera la dha. cinta religiosa. Y para que conste a todos
los que la presente vieren; y para gloria y honra de N uestro Señor
y de la Santísim a Madre, di la presente, firm ada de mi nombre y
rúbrica acostumbrada, en este pueblo de N uestra Señora de Itatí,
a vein te y nueve de octubre de mil seiscien to s trein ta y dos años.
En testim onio de verdad. — M a te o G o n z á le z de Sa n ta C ru z , notario
público y de Cruzada.
Certificación. — Yo, Fray Juan de Gamarra, vicario de este
convento de nuestro Padre San F rancisco de la Lim pia Concepción
de Itatí, cura y doctrinante de dicho pueblo, certifico: como es cier­
to y verdadero a todos los que la p resente vieren, a gloria y honra
de N uestro Señor y de su Santísim a Madre, que con tantos m ila­
gros ha querido honrar esta im agen que está en e ste pueblo; que
2 Í4 LA V iH ü KN DE IT A T I

aunque m uchos de ellos están escritos en este libro, los m ás in»


se escriben por no ten er las inform aciones tan auténticas de ellas,
como hasta aquí; no se ha escrito el que se sigue hasta tanto; que el
ser tan notorio y la voz popular que lo pregona, y el ser patente m e
obliga a lo poner y declarar porque en todo tiem po conste el dicho
milagro. Y es el caso: que habiendo recibido la salud m ilagrosa­
m ente en esta casa Pablo de Acuña, de unas llagas incurables que te ­
nía en las piernas, como consta de este libro en fo ja s . . . y de la
pintura que está en la iglesia, al cuerno de la epístola del altar
mayor, y pasado mucho tiem po que gozó de entera salud; habién­
dose oído una m úsica en esta ig lesia , sobre el altar de la santa
im agen, a cin co y a se is de octubre del año pasado de 1631, com o
consta de testim onio dado por Juan de Aguilera, notario público,
a fojas . . . de este libro; e l dicho Juan de Aguilera fué a la ciudad
de Vera, y contando el caso m ilagroso, en diferentes ocasiones, una
acaso, que lo contó entre otras m uchas personas, estaba el dicho
Pablo de Acuña, y dijo: dichoso vuestra merced, señor Juan de A gui­
lera, que oyó la m úsica de los abejones, y le pareció que era de
A ngeles; el dicho Juan de Aguilera, con el celo de la verdad que
él contaba, e dijo que m entía el dicho Pablo de Acuña, en lo que
decía, y que era un hombre ingrato al beneficio que había recibido
de la Madre de D ios; pues por ella m ilagrosam ente habia recibido
salud, que bastaba para prueba de creer cualquier cosa de la dicha
santa im agen, y que había de rem itir D ios un castigo grave; y el
dicho Pablo de Acuña respondió, como riéndose y mofando: “Yo.
porque comí pescado y cosas contrarias a mi enferm edad san é” ; y
oyendo aquello, todos los presen tes se escandalizaron; y Mateo
González de Santa Cruz le dijo: no: diga eso, que no son cosas para
triscar, las cosas de D ios, y la s que vem os que cada día h ace aque­
lla santa im agen; y le ha de venir por eso, un grave castigo. Pa­
sados, pues, algunos días de este suceso, vino el dicho Piablo d e
Acuña a e ste pueblo, adonde en la ig lesia , estando presente el P a­
dre predicador Fray Juan Serrano de la orden de nuestro Padre
San Francisco, le dije yo, el Padre Fray Juan de Gamarra: que
como andaba burlando y triscando de lo s m ilagros que hacía la
santa im agen, en particular de la m úsica que se había oído, y res­
pondió: ‘‘Yo 110 m e puedo persuadir a que A guilera y los dem ás
que aquí estuvieron, oyeran m úsica de A n g eles”. E ntonces me vo l­
ví yo, el dicho Fray Juan de Gamarra, en presencia de los dichos,
y dije: “Señor mío Jesucristo, que está is con vuestra presencia real
en el Santísim o Sacram ento, en ese tabernáculo encerrado; como
verdadero cristiano, creo firm em ente y os pido, aunque indigno,
que si algunas de la s cosas que yo he escrito o puesto en este libro,
por milagro que habéis hecho por esta santa im agen;, alguno de ellos
ha sido escrito con m entiras o m aliciosam ente, m ostréis un cas­
tigo ejem plar en mí, para que ninguno en el mundo se atreva a
andar fingiendo em bustes; pues no hay necesidad de ellos, para
que las im ágenes de vuestra Madre Santísim a sean reverenciadas
PLU NA LU N IO D K L C U LTO A LA V IR G E N 215

y acatadas, ni de mostrar otra cosa alguna, por ningún cristiano


se pueden fingir m ilagros, como la santa ig lesia lo tien e vedado. Y
si este hombre, que está aquí presente, siendo ingrato a los bene­
ficios que ha recibido en esta santa casa, anda triscando y mofando
de ellos, y de los demás, m ostréis en él un castigo ejemplar, para
que otro no se atreva a sem ejan tes cosas; y a vos Virgen S a n tísi­
ma así os lo pido y ruego lo alcan céis de V uestro P reciosísim o
Hijo; para honra y gloria suya y de V uestra Santísim a Im agen”. P ues
dicho esto se fué el susodicho Pablo de Acuña a la ciudad; que
cuando yo dije, éste estaba sonriendo, y burlando; y le reprendió
el Padre Predicador; y dentro de pocos días, que aún no llegó a
un m es, se tulló de una pierna; y se le secó, de m anera que, no se
podía m enear de la cama, que Io puso al último; y el dicho Padre
Predicador, Fray Juan Serrano, le dijo: “Vea aquí ya se cumplió
el castigo de la Madre de Dios, en vuestra m erced” ; y desde en ­
tonces nunca más ha cobrado la salud, como lo está hoy día en la
cama, y todo el pueblo públicam ente dice: Ved aquí un m ilagro
de la Madre de Dios de Itatí, que ha castigado; y lo cuentan con
admiración a todos los que de nuevo vienen a la dicha ciudad; y
aunque después de lo dicho vino en una carreta el dicho Pablo de
Acuña, a este pueblo, y dió una satisfacción por escrito, de lo que ha­
bía dicho, que está en mi poder, con todo no ha vuelto a tener salud,
an tes cada día, dicen va peor. Para que conste, como dicho tengo
en todo tiempo, di la presente firmada de mi nombre, en primero
de octubre de mil seiscien to s trein ta y tres años. — F r a y Ju a n de
G a m a r ra .
—En el pueblo de la Limpia Concepción de Itatí; en dos de oc­
tubre de m il seiscien to s treinta y tres años: habiendo dado, un ac­
cidente a Andrés, hijo legítim o de Sim ón Arayra y Beatriz Yatei,
quedó m uerto difunto (sic) y como tal, ya frío, le lloraron sus pa­
dres y deudos; y una herm ana suya llam ada Juana, por encim a
le había puesto cuando estaba en agonía de la m uerte, un rosario,
tocado a esta santa im agen, y una cinta, medida de la santa im a­
gen; lo cual no se lo quitó al difunto, y pasada ya m edia noche,
resucitó el niño, que será fle edad poco más de cinco años; y
al punto propio que volvió en sí, dijo: en am aneciendo, llév en ­
me luego a la iglesia, a ver a la Virgen; y así se hizo, por­
que luego por la mañana, que se contaron tres de este pre­
sen te mes, le trajeron a la ig lesia sus padres con el m ism o ro­
sario y medida; adonde, después que entró en la dicha iglesia
el dicho niño Andrés, se levantó y anduvo por sus pies, sano y
bueno, sin m uestra de enferm edad ni tristeza alguna, an tes con
gran alegría, se andaba por la iglesia; como lo vieron todos los pre­
sen tes, no con pequeña adm iración, entre lo s cu ales estaba Pedro de
Alvarado y Bracam onte, y su m ujer, doña María Arias de M ansilla;
el cual asim ism o, aquí firmó, para que conste en todo tiempo. —
F r a y J u a n de G a m a r ra . — P e dro Alvarado B r ac a m on te .
—Doña María de Esquive!, cobró la vista. En e ste pueblo de
216 l.A V1KCJKX DJí IT A T I

la Limpia Concepción, de nuestra Señora de Itatí, en diez y ocho


días del m es de junio de m il seiscien to s treinta y nueve años. Doña
María de E squivel, viuda del Capitán S ebastián Vera, difunto, ha­
biendo estado tres años ciega, en la ciudad de Santa Fe, de donde
es vecina, vino a tener novena a esta santa im agen, y habiéndolas
tenido y hecho sus diligencias de cristiana, el dicho día, como a
las cuatro de la tarde, víspera de la Santísim a Trinidad, se partió
de aquí para la ciudad de San Juan de Vera, llorando como ya d eses­
perada de cobrar la vista; porque no solo no v eía cosa, ni aun la luz
del sol, con tener los ojos claros, sin paño ni nubes, sino que tam bién
ten ía los párpados de los ojos m uertos, que no los podía alzar sino
con los dedos para enseñar los ojos, de que no ten ía sobre ellos
paños, n i nube, ni veía cosas; cuatro legu as de aquí, en la estancia
de don Francisco Toledo, a donde estaba D iego Pérez de los R íos,
guardando ganado de vacas, se iban en compañía de la dicha María
de E squivel, otras señoras en otras carretas que eran, la mujer
del Capitán M ateo Cobos y sus hijos, y un hijo suyo llam ado An­
tonio de Vera, y Antón M artínez de don Benito, y la gen te de, su
servicio se quedaron a dormir en la dicha estan cia todos; y la
dicha María de Esquivel, en su carreta; y pasada media noche,
teniendo necesidad de orinar, em pezó a buscar la basinilla, y con
la claridad de la noche la vió; y alzando los ojos a una y otra
parte de la carreta, vido los cam pos y m ontes; por donde empezó a
dar gritos, con que despertaron todos a ver el m ilagro; y luego en
aquel tiem po se partió a m illa volvién d ose a dar gracias a esta
santa im agen, y por la m añana llegó a este pueblo, en compañía
del dicho Antón Martínez de Don Benito, sana y buena, y con la vista
entera; y prom etió estar un año en esta santa casa; todo lo cual
es patente y notorio; y para que en todo tiem po conste, yo el in­
frascripto notario apostólico, así lo certifico, doy fe y verdadero
testim onio a todos lo que la p resente vieren; y lo firm é de mi nom­
bre en dicho día, m es y año dicho. En testim onio de v erd a d .—■
F r a y J u a n de G a m a r ra , no tario apostólico.
— En el pueblo de la Lim pia Concepción de Itatí, día del Corpus
Christi de m il seiscien to s y cuarenta años. María Mandaherú, mujer
de D iego Chandicuye; habiendo estado muy enferm a y confesada, y
verdaderam ente recibido el sacram ento de la extrem aunción; el
día como a una hora de la noche o dos, vino despavorido corriendo
Tom ás Guarumbayé, padre de la dicha María Mandaherú: "Padre,
venid, v eréis lo que ha hecho la Madre de D ios, que mi hija se
m e murió esta tarde, y la ha resucitado” ; y por estar yo con poca
salud, hice ir allá al P. Fray Luis M artínez, mi compañero; y así co­
mo lo vió; y preguntado el caso cómo pasó, averiguó de que h a­
biéndose muerto como está dicho, de im proviso se levantó de la h a­
maca, por sí m ism a y se hincó de rodillas, diciendo que la Madre
de D ios le había sanado; acudió a esto m ucha gente, y de españo­
les que estaban en el pueblo, como fué Juan Gómez de Lucena,, F e*
lipe Gómez, Juan de Salazar, Dña. María de’ Esquivel y otros; y
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR ftE X 217

vióse el efecto de esto que otro día viernes, que se contaron ocho
de junio; ella m ism a sin decírselo ni m andárselo, se vino por sus
propios pies, sana y buena a la iglesia; y se estuvo todo el día;
y hoy sábado nueve de dicho m es de junio, tornó a venir sana, co­
mo si no tuviera m al alguno, excepto la flaqueza, que aun no le
estorbaba, ni le im pedía andar con brío; por do se ve ser patente
milagro, que causó grande adm iración; y para que en todo tiem po
conste, di la presente certificación y testim on io, en este dicho pue­
blo de la Lim pia Concepción de N u estra Señora de Itatí, en el di­
cho, m es y año dicho nueve de junio de m il seiscien to s y cuarenta
años; y lo firm é de mi nombre; como N otario A postólico que soy
de esta P rovincia del orden de N uestro Seráfico Padre San Fran­
cisco; y le rubriqué. — En testim onio de verdad. — F r . Juan de
G a m a rra , n o ta rio ap ostólico.
CAPITULO X

ENTRE EL ATROPELLO DE LA BARBARIE


\

A dm irable es Dios, si cabe más que en la creación de la


luz y en el ro d ar de los astros, más que en las manifestaciones
de la vida y en la arm onía de los seres, en la economía m iste­
riosa de los acontecimientos humanos. Sólo los ojos de la fe
pueden h ilv an ar la historia, esa gran tragedia, juego m alabar
de luces y sombras1 para el historiador sin creencias, abismo
de hechos absurdos y sin soluciones plausibles para la filosofía
anticristiana.
Quien m ira con honda atención la civilización de estas tie­
rras y penetra en el santuario de los escondidos resortes de
sus éxitos, a no tener embotada la visión intelectual dejará de
ver el dedo de Dios apuntando el desenvolvimiento de la he­
roica e intrincada escena.
No fué la espada la que sembró la semilla civilizadora
en América, fué la c ru z ; no fué el arcabuz el que afianzó la
vida de las ciudades del Río de la P lata, fueron los indíge­
nas adoradores del verdadero Dios puestos al servicio de la
conquista moribunda : 110 fué el estandarte real el que am an­
só la barbarie de los desiertos, fué el catecismo del misionero;
no fué la voz de los adelantados, gobernadores y encomenderos
la que sostuvo las viejas tradiciones cristianas en el solar de
los conquistadores y enseñó las virtudes del hogar a la estirpe
americana, fué la p u ra y lim pia Concepción de M aría que,
desde la Asunción hasta, los aduares de la P atagonia y los
acantilados del m ar del norte, con la fama prodigiosa de su
220 LA V IR G E N DE IT A T I

imagen de Ita tí, la más antigua del litoral argentino, llenó de


consuelos el dolor, la ineertidum bre de esperanzas y de alien­
to la lucha, derram ándose como óleo perfum ado su devoción
en todo el ámbito de la dilatadísim a comarca, bajo el altísimo
cedro de Misiones y los ombúes solitarios de las pam pas, lo
mismo que sobre la alfom bra de las flores rosadas y violetas
desprendidas de los tayíes y jacaranda.es del pueblo de la
Virgen.
Verdad es que el triunfo inicial de las armas conquista­
doras no obedeció al influjo de la cruz y de la V irgen; pero,
ese triu n fo fué fugaz, globo de jabón que a los pocos' años
estalló en el desprestigio entre las iras de las selvas desgaja­
das como alud irresistible sobre las nacientes ciudades, a rru i­
nadas unas y destinadas otras a perecer irremisiblem ente, a
no haber intervenido los prodigios de la cruz y el am paro de
M aría. La hora del hombre fué un fracaso; la hora de Dios
fué la salvación.
Acogió a la conquista la nación guaraní con m irada
curiosa y brazos abiertos. A nte esos como semidioses llo­
vidos del cielo con resplandores de acero y rayos en las
manos los naturales de la tie rra se les aficionaron, volcaron
a sus pies lanzas y bastim entos; los introdujeron en sus fa ­
milias y les dieron su corazón. Con habilidosa desaprensión
moral esos semidioses adularon las costumbres y más o me­
nos contrajeron su género de vida. Las hijas de los caciques
principales se enorgullecían con el nombre de I r a l a ; el arro ­
gante reyezuelo de Tapuá, Moquiracé, lo tuteaba como y er­
no al oficial real Grai’cí Venegas; el buen Gonzalo de Men­
doza com partía la mesa de Timbuaí. La india te jía delica­
das filigranas de algodón para los hijos del cielo y e! gue­
rrero con su artístico manto de plumas abrazaba a sus bon­
dadosos cuñados vestidos de hierro. Aquello parecía ser el
siglo de oro, y por el vellocino de oro organizaría Ira la sus
famosas expediciones desafiando todos los peligros de lo
desconocido, aunque en todas ellas no le cupo más provecho
que en la. mala entrada d? la llevada a E l Dorado. Y acom­
p añ arían a A lvar Núñez diez mi] guaraníes p a ra devrota.r
por prim era vez a los hasta entonces nunca vencidos seño­
P L E N IL U N IO DEL CÜJ.TO A T.A Y U ÍG K X 221

res de] Chaco, los esbeltos guaieurúes. Y los compañeros de


(Raboto, Ju an de F ustes y H éctor de Acuña, más indios que
los indios, capitanes de los descabezadores occidentales, ios
fieros yapirúes y guatataes, alegrarían con la espontánea
am istad de sus bárbaras huestes a los pobladores del P a ra ­
guay. Y en cambio de mil brujerías las ferias francas orga­
nizadas a orilla del río enriquecerían a los asunceños con pre­
ciosas m antas y pieles de la industria chaqueña.
Pero, esa obra del hombre desapareció de p ro n to . Los
indios advirtieron que no eran tales semidioses sus cuñados,-
que no los había llovido el cielo sino la sed de o ro ; que la
convivencia no los favorecía y, en vez de dignificarlos, les
quitaba el ejercicio de sus más legítimas libertades hacién­
doles tascar el freno injustificable del servicio personal. Y
con ad v ertir además que no eran inmortales, ni tampoco in ­
vencibles, les renació la ancestral arrogancia, y las injusticias
alim entaron el odio, y la astucia armó en toda la extensión
de la conquista las innum erables algaradas de la venganza.
Tembló la conquista, tem blaron sus ciudades y. si cayeron
hechos escombros Los Reyes, Ontiveros, Ciudad Real, Jerez,
Villa Rica del E sp íritu Santo y más tarde Concepción del
Bermejo, las demás no debieron su salvación sino a un pe­
queño librito, al catecismo prodigioso de Bolaños. luz a rro ja ­
d a a las sombras, am ansadora pacífica de las furias, imán po­
deroso que atrajo a la gran estirpe guaraní p a ra la defensa
de la civilización cristiana.
Tres veces secular fué esa defensa en la que es hoy pro­
vincia de C orrientes; defensa de todos los días contra el dia­
rio asalto de la barbarie; defensa en que intervinieron más
que las previsiones humanas las esperanzas de la f e ; defensa
en que. jugaron los heroísmos más que los recursos. E ra la
pobreza suma, más pobres las fuerzas, pobrísimas las armas.
Y esa pobreza con sus más pobres fuerzas y sus pobrísimas
armas eran requeridas p ara salvar a Buenos Aires, para des­
m antelar la Colonia del Sacramento, para fo rtificar a Mon-
li'video. y a. la miseria que socorría nadie la auxiliaba. Bas­
tábales su cruz y los milagros de la Virgen.
Ti e mp o s heroicos de las t r adi ci o ne s glor iosas y de las
222 l.A V IR G E N DE IT A T I

leyendas fantásticas no escritas, por no hallar tiempo p ara


convertirse la espada en plum a, o destruidas no bien im pre­
sas por la invasión devastadora o por la polilla dueña de
Jos papeles descuidados; tiempos heroicos conservados más
p or la memoria que por Jos archivos, allí quedan desleídos
en la lejana poesía de los esfuerzos de la raza, embellecidos pol­
la blanca y celeste visión de la Inm aculada de Itatí, que Jos
sostiene, que los consuela, que los hace triu n far, adueñándo­
se de las esperanzas de. los hogares y de las batallas, sonando
su nom bre como el santo y seña de todas las energías del co­
razón y m ultiplicándose su imagen, copiada por el pincel in ­
genuo del indio y por el rústico facón de] paisano, en los
más apartados rincones de la epopeya de esos siglos.

* *

Ya directa, ora indirectam ente, participó Ita tí en toda


esa dolorosa cruzada, sea por su contingencia geográfica, o
bien por su im portancia, como que en 1.621 ‘era más pobla­
ción que la ciudad de Vera, según se desprende del em padro­
nam iento levantado por el entonces gobernador del Río de
la P lata, y en años posteriores hasta las proxim idades de la
independencia fue la providencia con los recursos de su co­
m unidad laboriosa p ara el erario no pocas veces m endicante
de la capital de la provincia.
R elatar esas largas horas de luto, sangre y heroicidades,
ese acervo movido y jam ás confiado ai armisticio, no es obra
de un capítulo sino de un libro.
Todos los horizontes h e rv ía n . El guatapí atestaba con
flotillas de payaguaes los ríos, el mimbí de los guaraníes se
confundía, con los alaridos del bosque, el mosquete del colono
fatigaba corceles en el insomne guerrear de las llanuras y
silbaba la flecha encendida en la ramazón del timbó protec­
tor de las carretas del vigilante poblador del desierto, m ien­
tras se alzaba la oración de la Salve de Roque González bajo
los higuerones de las misiones jesuíticas y los altísimos mbo-
cayaes del pueblo de Bolaños.
Un ligero recuento del alzamiento indígena nos advierte
P L E N IL U N IO DEL OULTO A LA V IR G E N 22?,

cómo la indiada sublevada y perseguida en todas las la titu ­


des fué haciendo del territorio de esta provincia el punto
obligado de sus correrías, volcando en ella las selvas del Te-_
bieuary, las malezas pantanosas de] Ñeembucú, los trem eda
les del Yberá, las costas del U ruguay, las orillas del Moeoretá,
las selvas de Montiel, y en especial las sombrías m adrigueras
de] Chaco inmenso y misterioso.
Desde m i principio la venganza del indígena respondió
a las injusticias del conquistador, cerniéndose no pocas veces
trágica y absolutam ente triunfadora, como la de los cbiri-
guauaes en 1564 sobre 1a. Nueva Rioja, escribiendo con sus
lanzas feroces esa página de sangre que hizo llam ar desde
entonces a esas, tierras, luctuoso homenaje a la memoria de
la ciudad, poblador y fundador, Campos de Manso. Ya p u ­
dieron, tam bién desde un principio, contrarrestar los con­
quistadores las arbitrariedades, a que los impelía la desme­
dida ssd del precioso metal, con alianzas de hogar, que ahe­
rrojaban- a merced del dominio desenfrenado de los apetitos
las hijas de Tapuá y de Itacum bn; ya pudieron-con el mis­
mo procedimiento e n tra r en pacto de am istad con los in­
quietos vecinos del Aracuái, los aguerridos agaces, a quienes
debe la orden franciscana en 1536 el prim er m á rtir de la
conquista de esta tierra, de nombre desconocido, despedaza­
do sobre las barrancas de A ngostura, según Centenera, cuan­
do el paso de Ayolas hacia el n o rte ; y a pudieron, gracias a
esos pactos de familia, llevarse a cabo expediciones a ap a r­
tadas comarcas y vencerse, con A lvar Núñez, a los nunca aún
vencidos guaicurúes, cuyos caciques sentados sobre u n pie
entablaron condiciones de paz, de la duración de u n a flor,
con el poderoso señor del rayo; ya pudieron echar mano a
loda clase de concesiones, hasta la tolerancia de las orgías
inmorales y de las costumbres sanguinarias de los hijos de
las selvas, donde la- llave civilizadora es la arb itraried ad y
no la. persuaeión, la moral y la. justicia, queda fran ca la p u er­
ta a las protestas subversivas y a los alzamientos inatajables.
E n aquellos mismos tiempos el factor Pedro Dorantes, uno
de los hombres de m ás sano criterio, opositor decidido de
la expedición de Ira la a los Jarayés, insistía acferca del gran
224 LA V IR G E N DE IT A T I

peligro de la sublevación indígena, y aconsejaba la fu n d a­


ción de ciudades en las regiones m eridionales. Con haber sa­
lido airosos los españoles en 1 a. guerra con los guaraníes de
G uarnapitá, se echó a. espaldas el consejo, y fueron concen­
trándose al su r grandes masas indígenas en abierta hostili­
dad con la conquista.

No pasaron muchos años, y ya en los comienzos del. ade­


lan tad lo del licenciado Torres de Vera y A ragón era llama­
da en las actas capitulares del cabildo asunceño la región de
la actual provincia de Corrientes ladronera de las indios be­
licosos. P ru eb a de su odio fjié el asalto al fuerte de Arazaty
que, a no dudarlo, hubiera concluido con la nueva ciudad de
V era en 1588, sin la intervención divina por medio del fa ­
moso madero de u rundáy que desde entonces resplandece es­
tam pado en el escudo de Ja tie rra del m ilagro.
Pero, ese portento fué sólo la salvación de la c u n a . La
vida estaba seriamente amenazada y, percatándose de ello
Alonso de V era el tupí, ante la insolencia de los guaraníes
que, no bien concluido el año dela fundación de Vera, ase­
sinaban un grupo de españoles del paraje La Mandioca, de­
lega el gobierno en manos del alcalde de prim er voto, F r a n ­
cisco González de Santa Cruz se ausenta por dos años a la
Asunción, y con su primo, el cara de perro, resuélvese casti­
gar el desmán de los naturales, cooperando a ello las gober­
naciones del P araguay y S anta F e . De regreso a Corrientes,
espera los refuerzos el tupí. El gobernador santafesino, F e ­
lipe de Cáceres, no responde, y el cabildo de las Siete Co­
rrientes, en acuerdo del 5 de abril de 1591, en actitud indig­
nada, resuelve acusarlo con oficio al rey, y a la real audien­
cia, y al virrey y al gobernador de las provincias del Río
de la P la ta . Sale Alonso con cincuenta soldados a esperar
los socorros del justicia m ayor de la Asunción y Concepción
de Buena Esperanza del Bermejo, que se venía con ochen i:a
soldados e indios amigos, y queda la ciudad confiada a cua­
re n ta soldados, “ como custodia y guarda, m ediante D ios” .
P L E N IL U N IO D E L CULTO A LA V IR G E N 225

Y efectivamente, sólo Dios podía detener la ola invaso-


ra, sólo a su intervención correspondía el éxito en la custo­
dia y guarda de las míseras ciudades del Río de la P la ta .
P o r un grupo de indios que se castigaba, aparecían de sor­
presa. centenares que castigaban. E n la prim era década del.
siglo X Y II iban tan a menos esas poblaciones que se temía
su completa desaparición; las preciosas alquerías, que pro­
veían al sustento, y hasta despachaban, entre hortalizas y de­
más menesteres, vinos generosos desde la Asunción a largas
distancias, eran ya únicam ente un recuerdo. E l guaicurfi te­
nía tan a raya la vida de la Asunción y de Corrientes que,
a no o cu rrir en 1609 la evangelizaeión de Roque González de
S an ta Cruz, la miseria, el ham bre y la. im potencia de las 'ar­
mas para reducir el alzamiento general de la tie rra hubiera
obligado al desalojo de esos puntos insostenibles.
Pero, no estaba precisam ente el peligro en los guaieu-
rúes, ni en los payaguaes, ni én los abipones, agrupaciones
guerreras que a la larga podían reducirse a la im potencia; ei
peligro estaba en la nación guaraní por lo dilatado de sus
dominios, p o r lo incalculable de su núm ero y por el influ­
jo que ejercía en sus odios la elocuencia de sus hechiceros. V er­
dad es que desde la alborada de la. conquista la orden fr a n ­
ciscana sembró las regiones guaranítieas de reducciones; pe­
ro. la encasez de personal, en (pie de pronto cayó esa reli­
gión, dejó sin co n jurar el. peligro.
R em an d arías solucionó el problem a lde la tranquila civi­
lización del Río de la P la ta . Nadie como él conocía con más
experiencia la situación espantosa, y no le encontró más re­
medio que rom per la espada, y entregar la conquista de los
guaraníes a los misioneros de Cristo y de la Virgen. Las dis­
posiciones reales al respecto no fueron sino consagración’ de
su iniciativa. Y a tanto llegó su empeño, y ta l cuidado puso
en ello y tanto consejo y cariño tuvo p a ra la obra de los m i­
sioneros que bien pudo repetir, lo que había y a consignado
por escrito, allá en sus últimos y achacosos días de S anta Fe,
al contem plar el m agnífico triu n fo de la fe en el alma guara­
ní, ya. pudo rep etir el sublime sordo del A guapey: ¡Esas son
mis reducciones! (a)
226 LA V IR G E N DÉ IT A T I

H ay algo en que no se ha pensado aún al recordar los la r­


gos siglos de lucha de la civilización contra la barbarie. Y
es en el monumento público qne debe consagrar la justicia
histórica a la estirpe guaraní, porque, si en un principio
fué la. hospitalidad franca de las casas de Yaguarón, en los
siglos X V II y X V III fué la ayuda necesaria, cuando 110 la
salvación, de la vida de la colonia: Y coronado debe estar
ese monumento p or la V irgen de Ita tí, sonriendo como en
1624 a la nobleza, al valor y a la fe de esos sus hijos de la selva.
A llá se los ve a los guaraníes cristianos prestando sus
servicios con desinterés, disciplina y arrojo, reconocido por
los mejores capitanes de la época, en todos los puntos en que
son requeridos. Escarm ientan en 1639 con el gobernador de
Buenos Aires, fogueado en las guerras de F landes y maestre
de campo, M.endo de la Cueva y Benavídez, a los ealehaquíes
que en 1631 con natijas, frentones, ohomaes y abipones, asolaron
la desventurada ciudad del Río Bermejo, la que en 1621 era.
más bella, floreciente y rica que la de Corrientes. E 11 1641,
están con Gregorio H inestrosa en el P araguay, sorprendien­
do y dando m uerte a casi todas las parcialidades de guaicu-
rúes confederados; y en ese mismo año, bajo el gobernador
de Buenos Aires, V entura Mújica, tuvo lu g ar la famosa vie-
tox-ia del Mbororé, en que los guaraníes con sns originalísi-
mos cañones de tacuara echan a pique gran p arte de las
cuatrocientas canoas enemigas, escarm ientan un ejército de
cuatrocientos mamelucos y tres mil tupíes, dejando fu era de
combate a ciento sesenta portugueses, con Jo que se salvaron
las reducciones del U ruguay; y si llegaron a rehacerse los
mamelucos, atrincherándose en los fuertes de Tabatí y Api-
terebí, fué p ara ser nuevamente destrozados. E n 1652, siendo
gobernador del P araguay el oidor Antonio de León y G ara­
bito, envalentonados los bandidos de San Pablo con el botín
de las ciudades del alto P aran á y con el despojo de las des­
tru id a s reducciones de Montoya, a pesar de la vergüenza su­
frid a en el Mbororé, organizan con los tupíes cuatro ejérci­
tos eon el propósito nada menos que de señorear el P aran á,
el U ruguay, todo el P arag u ay y hasta el P e rú ; pero la Provi­
dencia divina levanta las milicias¡ guaraníticas, y el 9 de marzo
P L E N IL U N IO D E L C U LTO A LA V IR G E N 227

quedó desprestigiada p a ra siempre la cruel petulancia m amelu­


ca. Si en 1650 ayudaron a Sebastián de León y Z árate a vencer a
los payaguaes, en 1655 prestan sus servicios al capitán general
Cristóbal G aray de Saavedra contra los apuestos mbayaes y
los temibles necuyaes. D efienden durante el gobierno del na­
varro P edro Ruiz B aigorri el puerto de Buenos Aires, en
1658, contra los tres navios franceses de Timoteo de Osmat,
y a S anta F e contra los calchaquíes. Destrozan, en 1660, el
alzamiento de Arecayá con el gobernador del P araguay,
Alonso Sarm iento de Figueroa. Acam pan por los años de
1671 y 72 en la hum ilde población de L ujan, p ara defender
a Buenos Aires contra los indios del sur, y en este últim o año,
bajo el gobierno de Felipe R eja Corvalán doscientos guara­
níes pelean en el P araguay contra los guaieurúes, y novecien­
tos en 1674, m ientras en 1673, la indiada, que tenía en peli­
gro inm inente a Corrientes, huía despavorida ante la oportu­
n a llegada de las milicias guaraníticas. A llá se los ve tam bién
en num ero de tres mil, en 1678, desalojando con el valentísi­
mo guipuzcoano José de Garro a los portugueses de las tie­
rras que habían poblado frente a las islas de San Gabriel.
Vuelven en 1686 y 87 a com batir contra los guaicurúes a
las órdenes del gobernador del Paraguay, Francisco M onfort,
y en 1697 bajo el gobierno asunceño de J u a n Rodríguez Cota.
F u ero n tales el valor y la disciplina de los dos mil guaraníes
que ayudaron a repeler una-escuadra francesa, em peñada en
posesionarse de Buenos Aires durante el gobierno de Agus­
tín de Robles, que se los retuvo p ara p restar servicio al suce­
sor, M anuel de P rado M aldonado qiie, llegado en 1700, asus­
tó con ellos al año siguiente a una flotilla dinam arquesa, y
en 1672 desbarató a los indios y portugueses confederados.
Llega, en 1700 el nuevo y valeroso gobernador Alonso Ju a n
de Valdés Inclán y, ante la arrogancia lusitana de la Colonia
del Sacramento, requiere a los guaraníes, y cuatro mil se
presentan, y asaltan la Colonia, y el B rasil contem pla en 1705
a sus soldados que le van llegando en fu g a vergonzosa. Mon­
tevideo se erige oficialm ente el 24 de diciembre de 1726, y
mil indios guaraníes son los que le prestan ayuda a B runo
M auricio de Zabala p ara la construcción de sus fortificaciones,
228 LA V IR G E N DE IT A T I

como otros seis mil en 1735 se ponen a las órdenes del mismo go­
b ernador p a ra hacer callar la voz de los comuneros, representan­
tes, no por cierto del patriotism o de las masas paraguayas, según
dan a entender historiadores ajenos a las causas motivas dé
ese alzamiento, sino de las ambiciones bastardas, del odio in­
confesable a los jesuítas y del ham bre logrera de adueñarse
de los pueblos guaraníticos.
D igna a, la verdad de mejor suerte fué esa raza, gloria
de la civilización cristiana, recurso eficiente de la colonia,
huérfana mal atendida por la m adrastra de las tem poralida­
des, res nullius p ara los atropellos salvajes, p ara las urgen­
cias del caudillismo y para las filas de los ejércitos de la pa­
tria.: h ija desventurada de las imprevisiones aventada por la
vorágine de la dispersión, ya no tiene cuna p ara hilvanar
sus tradiciones ni tum ba p ara honrar a sus muertos.

* *

Famosa, nos afirm a el más escrupuloso historiador de


casi todo el movimiento indígena, del Río de la P lata, el P a ­
dre Lozano, famosa era en todas estas comarcas 1a. imagen
de la Virgen de Itatí. Y no podía ser sino así como que todo
ese movimiento se desenvolvía a su alrededor a m odo'de cir­
cunferencia que. la buscaba como centro, o de los odios de
la barbarie, o de las esperanzas de los que contra ésta lu­
chaban .
Muchos avances del salvajismo padeció el pueblo de la
V irgen. No se les ocultaba a los infieles lo que significaba
ese punto estratégico de la nueva civilización y la influen­
cia poderosa que ejercían los favores de la milagrosa imagen
en el alma de los guaraníes.
Y a hemos visto cómo el famoso Guará quiso despres­
tig ia r esta influencia en el corazón de su raza, y cómo consi­
guió mañosamente introducirse en el centro propulsor de la
devoción a M aría, y lo que es más, allegarse prosélitos con­
tr a lo que él llamaba una poca de madera. E n 1638 consiguie­
ron algo más los indios infieles. Resueltos a recorrer la pro­
vincia a sangre y fuego, lograron seducir a dos indios prin
P L E N IL U N IO D E L C U LTO A LA V IR G E N 229

cipa]es de Itatí, los que a su vez sedujeron a otros de la


reducción. La invasión obedeció como a cabezas a esos dos
apóstatas. Y todo fué estrago y desolación en las poblacio­
nes rurales y en Jos campos. Caracaraes, capesales, mepenes,
guaiquiraroes y muchas otras parcialidades destruyeron por
-doquier sembrados y haciendas. S anta Lucía fué asaltada,
incendiada su iglesia y m uerto su cura doctrinante F ra y
P edro de Espinosa. Más de un año duró el vandalaje y el
pánico consiguiente. E l clamor de la provincia llegó por fin
a preocupar al gobernador del Río de la P lata, el noble, va­
liente y m uy querido Mendo de la Cueva y Benavídez, y
despachó orden a Cristóbal G aray de Saavedra, más tarde
gobernador del Paraguay, para que batiera con ciento diez
españoles y doscientos trein ta guaraníes a esa indiada enlo­
quecida por la embriaguez del despojo y de la sangre. A n­
te las arm as cristianas retírase la invasión a ocultarse como
u n a agachadiza entre los albardones y trem edales del Yberá.
P enetrando por el río A ruhary, hoy Corrientes, llega la flo­
tilla de Garay a la .legendaria laguna. Los enemigos no apa­
recen. Cinco canoas de las misiones jesuíticas recorren inú­
tilm ente en.todas-direcciones sus intrincados canales. A bri­
ga deseo de retroceder la expedición extenuada por la pe­
gajosa. hum edad de los calores y por las nubes de insectos
<le esos lugares encharcados, cuando logran apoderarse de
un grupo de indios, entre los que se cuentan los dos após­
tatas itateños. Se les prom ete el perdón, si descubren la gua­
rida- de los enemigos. Y esos dos traidores de la Virgen
traicionan, acaso sinceram ente arrepentidos de su pérfida
apostasía, a sus amigos. Y el 19 de marzo de 1639, fiesta de
san José, se traba la batalla.
“ Requirióles, dice Lozano, tres veces ei general espa­
ñol se rin d ieran y. rehusándolo, fueron asaltados y quedaron
todos o prisioneros o muertos, y entre éstos, unas seis indias
m uy viejas, que peleaban porfiadísim am ente con unos chu­
zos, manejándolos con la destreza que si fuesen jóvenes muy
alentados, sin venir en rendirse, hasta que la m uerte se los
arrancó de las m anos” . Sin embargo los caracaraes en buen
número huyeron y, conocedores de sus dominios laeustrales,
230 LA V IR G E N DE IT A T I

supieron asilarse de tal modo qne no liubo form a de d ar con


su escondite. ■
D igna es de ser notada la coincidencia del día d-e la vic­
toria, como si san José hubiera resuelto honrar a su -virgi­
nal Esposa por medio de los mismos que le negaron el t r i ­
buto de sn fidelidad.
# #

Si hubo de lam entar el pueblo de Itatí, en los siglos de


la colonia, alguna que otra traición de sus hijos, y algunas
de m ayor culpabilidad en el prim er siglo de la libertad, cú­
pole p or otra p arte la gloria de consolar en su seno a los
que huían de las algaradas y a los sobrevivientes de pobla­
ciones destruidas, como aconteció en 1632 con no pocos ve­
cinos de la devastada Concepción de la B uena Esperanza
del río Bermejo.
No nos conserva la historia del culto de la V irgen de
Ita tí el recuerdo detallado de peregrinaciones generales or­
ganizadas solemnemente en los tiempos de la colonia. Estas
empezaron en la segunda m itad del pasado siglo. Pero, esto
no quiere decir que no las haya habido, deduciéndose como
se deduce lo contrario de la inm ensa veneración que a la
imagen se tenía y de la afluencia de peregrinos qne de todos
los vientos se a n im a b a n al santuario en las fiestas patrona­
les del pueblo de la V irgen. Y aunque la crónica no haya
'precisado los detalles, puede considerarse como una de las
más conmovedoras de las peregrinaciones de aquellos tiem ­
pos la realizada en 1718.
F u é du ran te la devastadora invasión de -los payasruaes,
de esos temibltes señores del río P araguay, según algunos Pa-
yaguay, río de los payaguaes. Propusiéronse hacer blanco de
su vandalaje 1 a provincia de Corrientes. Desprendióse de
pronto de sus tolderías de cien leguas al norte del expresa­
do río un ejército de camalotes y ramazones. Se pensó en
una avenida de las aguas. N adie sospechó en esa verde al
fom bra remolcada por la corriente u n a flotilla de filiform es
piraguas disim uladas hábilm ente por la invasión payatruá.
Los fuertes de la costa paraguaya quedaron burlados. E l
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 231

abordaje era la suerte de la embarción española que despre­


venida intentaba sortear el eam alotal. Y, en advirtiéndose
que los tales islotes flotantes abrigaban una irrupción sal­
vaje, las chalupas de guerra no llegaban a dar con ella en
p arte alguna. E l astuto payaguá cargaba sobre sus hom­
bros robustos el ejército de piraguas, que desaparecía cu el.
m isterio de las selvas. Las guardias de. Itatí, de Rauta Lu­
cía, de Santiago Sánchez y de Ohoma no se percataron de
la invasión. E iban desapareciendo los plantíos, las hacien­
das y con la clavazón de las chalupas destruidas aguzaba el
indio el cuento ele sus lanzas.
La reducción de la Virgen de la Candelaria de Ohoma,
establecida junto al P ara n á al norte del arroyo Pehuajó,
fué sorprendida y completamente destruida, alcanzando ape­
nas tiempo una p arte de la población para h u ir con su cura
el clérigo Marcos de Toledo tierra adentro, rumbo a la G uar­
dia de Saladas.
Santiago Sánchez; llam ada así por su situación cerca
de 'la. desembocadura del río del mismo nombre, hoy Em pe­
drado, reducción abastecida por el activo y generoso Manuel
Cabral de Alpoim, fué tam bién sorprendida. L a m atanza y
el incendio se cebaron en la población. Los que pudieron h u r­
ta r el cuerpo al atropello, asiláronse con su doctrinero F ra y
Antonio Jim énez en el pajizo templo y, al contem plar cómo los
payaguaes intentaban quem ar el edificio, alzaron sus manos
al cielo e im ploraron el socorro de la V irgen de Itatí.
No suplicaron vanamente que, en comenzando a arder
el templo, la aparición de u n a embarcación española en la
costa puso en precipitada fuga a la indiada.
Previendo algún nuevo asalto, entierra la población los
objetos de valor, las alhajas, ornamentos y vasos sagrados d é la
iglesia, y se dispone a agradecer a la V irgen ta n señalado bene­
ficio, visitándola- en su lejano santuario. F u é toda la reduc­
ción con su cura al fren te. L a tradición no tra e detalle al­
guno de esa peregrinación; pero, al solo señalarla, despierta
la imaginación las penurias que pasaría en ese largo viaje
p o r'tie rra s cuajadas a la sazón de enemigos y fieras.
Con no d e p o n e r la i n d i a d a invasora sus c o r r e r í as en to-
232 La V IR G E N DE IT A T Í

<la la extensión que media entre S anta Lucía e Itatí, hacien­


do requerir el poblado a ganaderos y agricultores si por for­
tu n a escapaban del flechazo, hubiera debido haber pensado el
gobierno en la inconveniencia de restablecer esas poblacio­
nes a merced del desierto am enazador. Continuam ente lle­
gaban desolados por el pánico los trabajadores del campo a
C o rrien tes.
Alarmóse C orrientes. Y en el cabildo del jueves 14 de
enero de .1723, con asistencia del teniente de gobernador, el
m aestre de campo Francisco de Noguera Salguero, se dispu­
so qixe el lunes 18 se tuviera cabildo abierto p a ra excogitar
los medios de la “ guardia y defensa de esta ciudad y sus
d istrito s” . E n el cabildo abierto del .18, el alcalde ordinario
de prim er voto, Jerónim o Fernández expuso que, a pesar de
haberse organizado, en los cinco años que llevaban de lucha
con el terrible paqaguá cuatro escuadrones de a seis hom­
bres bajo las órdenes de un cabo p a ra la defensa res­
pectiva de Ita tí, la V irgen de la C andelaria de Ohoma, S an­
tiago Sánchez y S anta Lucía, y haber encargado además a
dos sargentos mayores con las debidas embarcaciones el cui­
dado al uno de la V irgen de Itatí, y al otro de los tres pue­
blo restantes, nada se había conseguido contra el páyag’uá
apoderaelo del río. Tenía ya m uertos doscientos trein ta cris­
tianos entre indios y españoles y cuatro religiosos de la
Com pañía de Jesús, robado gran núm ero de balsas, barcos
y arm as; destraídas, sin deja)- de ellas memoria, dos chacras
de los jesuítas del P araguay y Santa F e; y parecía inútil
su persecución, porque no se Io podía hallar por p arte al­
guna, esquivando toda guardia costanera, pues en su astu ­
cia “ p a ra no ser sentidos de los centinelas de dichos casti­
llos cubren las canoas con camal ote, y se dejan venir sin
bogarlas al am or de la corriente” .
Resuelve este célebre cabildo, entre otras providencias,
que se cerquen los pueblos y que se cubran las iglesias de
tejas de barro y no ele palmas que “ es como la yesca para
el fuego” . Y como algunos propusieron la traslación de las
doctrinas a mejor paraje, negóse a ello el voto general por­
que, a. más de. no ser esto conveniente, no tenía el gobierno
.P L E N IL U N IO 1)KL C U LTO A LA VIRtíK N ' 238

de la provincia facultad, sin autorización superior según las


leyes de Indias, p ara traslad ar poblaciones. Y en todo caso
debía respetarse el pueblo de la V irgen; pues “ Ita tí es tan
preciso, como que en él sólo se halla paso cómodo p ara los
que van y vienen por tierra a la provincia de] Paraguay,
a lo que se agrega que el camino real que iba de esta ciu­
dad a la de ¡Santa F e costea a poca distancia el P araná, y
asimismo por él se va a las demás estancias de esta ju ris­
dicción y a las vaquerías, y si dichos pueblos se remudasen
tie rra adentro, no habría comodidad ni seguridad en el paso
de I ta tí; no tendrían las embarcaciones que vienen y van
al P arag u ay y doctrinas puertos seguros ni las provisiones
necesarias para, la prosecución de sus viajes” .
Sin embargo Ohoma y Santiago Sánchez variaron algún
tan to el sitio en su repoblación.
Se ordena a F ra y José Antonio Jim énez que desentierre,
al am paro de alguna milicia, !a,s alhajas de la destruida San­
tiago Sánchez, y el .1 " de julio se sitúa la reducción sobre el
río San Lorenzo, y sobre el del Em pedrado el de Ohoma, a
alguna distancia del P a ra n á . Viejas reducciones de casi siglo
y medio de vida azarosa, cayeron a los diez y seis años de res­
tablecidas, para, no levantarse más, por obra de la imprevisión,
en la soledad de sus recursos. No fueron ya los payaguaes,
sino los movedizos abipones, guaicurúes y mbocobíes con otros
aliados chaqueños los que destruyeron el 7 de octubre de
1739 a Ohoma, y el 23 del mismo mes y año a Santiago Sán­
chez, m atando a su nuevo cura F ra y Antonio Alegre, y lle­
vándose cautivos a los infelices pobladores.

* *

A e n tra r en la enumeración minuciosa de esa lucha de


siglos entre la civilización y la barbarie caería este capítulo
en un dédalo abrum ador y sin salida. L a crónica ha penetra­
do apenas en esa trágica y monótona selva de episodios san­
grientos p a ra exhum ar gestos heroicos como algunos de los in ­
num erables de H ern an d arias; como el que insinúa el acuerdo
del cabildo de Corrientes, el 17 de diciembre de 1610, bajo el
.234 LA V IR G E N DE IT A T I

gobierno de Salvador Bai boza de A guilar, en que los morado­


res de la ciudad no poseían p ara contrarrestar las tropelías
de los guaraníes más tesoro que diez libras de pólvora, y vein­
te de plomo; los de Ju a n Resquín y J u a n de Abalos, en 1616,
contra los payaguaes; los del prim er historiador del Río de
Ja P lata, Ruíz Díaz de Guzmán, en 1617, contra los guaicu-
rúes, los de Céspedes X ería contra guaicurúes y payaguaes.
en 1631, a raíz de la desastrosa i-nina de los pueblos guaireños
por Jos paulistas, batida que los escarmentó por sólo míos
años, como que en 22 de marzo de 1645 m artirizaban al 'com­
pañero de Roque González, el jesuíta Pedro Romero, cuando
pensaba, internarse en el C haco; los de la famosa expedición
de Lázaro Ortega Vallejos, en 1662, contra mbayaes y na-
peníes, cuyas m ujeres y niños guerreros peleaban a la p a r de
sus esposos y de sus padres; los del maestre de campo A lejan­
dro de A guirre con los indios de Jas reducciones, a raíz dei
malhadado tratad o de Alfonza del 18 de junio de 1701, con­
tra los envalentonados portugueses que, triunfantes con la ayu­
da de guenoas, charrúas, yaroes y mbohanes en Yapeyú y, cre­
yéndose ya dueños señores de las misiones uruguayas, se encon­
tra ro n con el escarmiento de Ja más completa d erro ta; como mil
otros-episodios heroicos de, esa Jucha de todos los días, que se
intensificaron de 1738 a 1756 con las invasiones desesperan­
tes de guaicuníes, pavaguaes, cJiarrúas, mbocobíes y abipones,
dando ocasión a las acciones memorables de Nicolás P atrón,
de los Casafús o Casajús y a Jas hazañas de Felipe CebalJos,
tan famoso por sus recursos para desbaratar la astucia indí­
gena. relatando-entre otros la “ Colección de datos y documen­
tos referentes a M isiones” el siguiente episodio de 1744: “ D.
FeJijie CebalJos, que gobernaba estas comarcas, llegó a la i-ibe­
ra del P aran á abajo, en ocasión de que acababa de pasar ei
enemigo con. el pillaje de mía acción considerable que había
logrado yodándole la noticia un cautivo, que se Je pudo des­
lizar, de la situación, en que se Jiailabtuel enemigo, se resolvió
a seguirlo y, esforzando a los suyos con la m ayor entereza e
intrepidez, se arrojó al río, embarcado en una pelota de cuero
a expensas de un caballo que nadando tiraba un peón y, si­
guiéndolo todos Jos suyos, se pusieron de aquella banda, y
P L E N IL U N IO DEL C Ü LTO A LA V IR G EN ' '235

haciendo noche sobre el rastro del enemigo, sólo perm itía a sa


gente hacer fuego bajo de tierra, de modo que no se percibie­
se huirlo alguno. Una m adrugada, cuando más descuidados
estaban los indios celebrando sus triunfos sobre las cabezas de
los cristianos qne habían sido víctimas de su furo r, los avan­
zó en su propia toldería y, acabando y aprisionando a todos,
triu n fó de todos, trayéndose por botín a muchos cristianos,
algunos vasos sagrados de las iglesias que habían profanado,
porción de chusma y caballada que encontraron” .
¿P o r qué no fig u ran en las tradiciones escritas las a m o ­
nes denodadas de los hijos de Ita tí en aquella época de sobre­
saltos, y se pronuncian sin un recuerdo detallado los nom­
bres de los Cafiindeyú, Pachné, A rarí, G üerí y mil otros, que
vivían con las armas en las manos como guardias de honor de
la Virgen, defendiendo sin tregua contra la algarada invasora
su pueblo que, por su situación y por el odio que despertaba
en el corazón de la indiada infiel, era blanco preferido de
los atropellos? Si el soldado desconocido de las guerras mo­
dernas recibe el homenaje de las naciones, el olvidado héroe
itateño de esa gran lucha de la civilización contra la barba­
rie merece por cierto el homenaje, no sólo de la provincia de
C om entes, sino de todas las regiones del Río de la P lata.
Adm irable es en verdad cómo pudo conservarse esa pe­
queña población entre el derrum be de las reducciones «ue
iban cayendo, a modo de fatídicos augurios, en todos los ho­
rizontes. Temblaba C orrientes; hasta pensó abandonar sus
hogares; llenaba el am biente la ruidosa catástrofe de los píte­
nlos g u aireñ o s; la acechanza y el m artirio ponían en continua
zozobra a los esforzados hijos de san Ignacio; huía de las al­
tu ras del Teuco la m alograda Concepción del B erm ejo; y en
el hervidero salvaje del E n tre Ríos vivía S anta Lucía su odi­
sea de espanto, y desaparecían para no levantarse más Ohoma
y Santiago Sánchez. Ita tí es atalaya de fortaleza, es roca in­
conmovible. Ve pasar como una nube la irrupción, y 110 pocas
veces la soporta en sus mismas calles como en los tiempos de
Gregorio Casajús en que le m atan ocho personas los gnaieu-
rúes y lo despojan de buen núm ero del ganado de sus estan­
cias, y lo hubieran acaso convertido en pavezas sí el Casajús
236 LA V IR G E N DE IT A T I

coa doscientos milicianos 110 pusiera en huida a los invaso­


res ; atiende con una mano el arado de sus chacras y con la
o tra las flechas de su c a rc a j; responde en el atrio de la iglesia a
las preguntas del catecismo y atisba los peligros que le trae n las
corrientes de su río ; trae a su reina la pasionaria de sus bos­
ques y hasta la flor de] Irupé de los lejanos embalsados del
Yberá y tiene al mismo tiempo brazos suficientes p ara levan­
ta r las casas capitulares dp Corrientes, adecentar la capilla
de la Cruz de los Milagros y prestar pronto auxilio a todas
Jas exigencias de la colonia. Es un pueblo que o ra .y trab aja,
que estudia y pelea, que sufre y que (-anta. Y en medio de la
sangre que todo lo salpica y la amenaza tras todos los bultos
del desierto vive esa población confiada en su Virgen famosa,
cuyos prodigios desatan todas las lenguas y ponen en espanto
aún a las hordas salvajes Y entre otras muchas nos n a rra
una leyenda popular cómo, en uno de los muchos atropellos,
im indio dispone en el templo su arco, extrae de la churama.
u na flecha y, al ir a atravesar con ella la imagen de la m ila­
grosa Virgen, se le cae la flecha y se le paraliza el brazo.
A m arga es la labor de la plum a cuando la realidad no
puede ser verificada por el documento escrito. Desde luego,
110 faltan testimonios fehacientes en la historia de la Virgen
de I t a t í ; pero, ¡ cuántos hechos portentosos han quedado se­
pultados en el olvido, o 110 han tenido más agradecim iento que
el descuido en conservarlos, o han sido destruidos con la
aventación de los papeles que los consignaban! De esto último
tenemos un tristísim o recuerdo en el desbarajuste en que de­
jaron los archivos de Itatí los indios misioneros del hijo adop­
tivo de A rtigas, Andresito Tacuarí, poco menos que un p a ra ­
ninfo llovido de los cielos a quedarnos, con la opinión de la
voluminosa obra “ La Epopeya de A rtig as” . Cuando en 1823
el cabildo, gobernador interino de Corrientes, pide al coman­
dante de Itatí, Ju a n Antonio Giierí, que informe, con los do­
cumentos de propiedad a la vista, acerca de los terrenos del
pueblo,, en un oficio digno por su valentía de ese nobilísimo
descendiente de la vieja reducción trae el siguiente p árrafo
con fecha lOi de octubre: “ Contesto diciendo que dicho docu­
mento no existe en este archivo, por más que lo he buscado.
P L E N IL U N IO D EL- C U LTO A LA Y'IRMKN 237

y considero qne, en el trastornó que sufrió este pueblo cuan­


do la en trad a de la gente de dou Andrés A rtigas, en que a
mí con todo el cabildo nos bajaron precipitadam ente presos a.
esa ciudad, y cuanto hubo a mi cargo quedó todo tirad o ; enton­
ces se perdieron como otros muchos papeles im p o r ta n te s ...”
Si esto en los tiempos de A rtigas qué .papeles 110 habrán des­
aparecido en los largos siglos de las viejas y brutales invasiones,
y más aún ere los muy cercanos de la guerra de la trip le alian­
za en que los documentos curiosos de nuestros archivos pasa­
ban con facilidad a los anaqueles de las bibliotecas particulares ?
Pero, ios papeles destruidos no son la destrucción de los
hechos. Y si callan los papeles, no calla la tradición de los
prodigios de esa ¡niH<>:en, famosa por sus m isericordias en esas
horas de heroísmos, spo-ún los historiadores de la colonia.
H ay un lieclio, entre los muchos imprecisos de las leyen­
das populares, que se ha m antenido siempre claro e ininte­
rrum pido en la memoria de nuestro pueblo y que, si bien no
reposa tampoco en papel alguno conocido hasta, ahora, está
documentado por el nombre geográfico de una to rren tera.
E L A TA JO .
E ra por los años de 1748. Bullían en los campos y en las
selvas las montoneras, las hordas indígenas ham brientas del.
producto de las chacras y de las haciendas. [Tua num erosa in ­
diada, desprendida de los bosques de] sur, avanza atropella­
dam ente hacia las tierras de Itatí. Los campos de trigo y
maíz del puesto de San Isidro son devastados. E l capataz y
los peones vuelan con la noticia al pueblo. La algarada, de
payaguaes según la tradición, va llegando como alud aulla­
dor. Y m ientras salen-los de armas llevar con el propósito de
inspeccionar las fuerzas de la avanzada, los ancianos, las m u­
jeres y ios niños corren a] templo y alzan sus manos supli­
cantes a la M adre de las grandes misericordias. E stán ya los
enemigos como a una legua de distancia del pueblo ante ei
pánico de los indios cristianos que se creen irremediablem en­
te perdidos, cuando de pronto s? abre una zanja como un. in­
menso semicírculo que toca con sus extremos la estancia de
la Limosna y el campo de San José. Detiénese asustada la ca-
238 LA V IR G BX D E . IT A T I

b ailada'invasora ante la fragorosa torrentera y, 110 encontran­


do paso, retrocede.
E l indio, ya de suyo supersticioso, por más que lo im ­
p u lsara el odio de modo particu lar contra la reducción de I ta ­
tí, ante las repetidas m anifestaciones del poderío de su cele­
b rada imagen se estremecía con razón en sus aduares, y p a ­
saba de boca en boca la m emoria de esa efigie extraordinaria
de m ujer con esta exclamación de respetuoso espanto: ¡Tuichá-
eité co cuñá caraí. E ra la Señora, la verdaderam ente gran Se­
ñora! Y la Virgen, la Madre, la Reina de Ita tí quedó consa­
g rad a en el culto de las masas populares con el título de La
Señora. •
A ver a la Señora llegan los peregrinos de los campos
norteños de la provincia. Y muchos, cuando arriban al famo­
so A tajo, detienen sus cabalgaduras, apéanse, y orando em­
prenden la legua que los separa del santuario a través de un
camino de barro blancuzco y pegajoso tras los días de lluvia,
sum am ente fatigador y resbaladizo, p ara ir a presentar en el
cam arín su g ra titu d a la Señora, el maravilloso atajo de la
civilización cristiana del Río de la Plata frente a las tinie­
blas embravecidas de la barbarie.

(1) En el m em orial del capitán Manuel de Frías al rey se lee


lo siguiente: “Oti-o sí, atento a que el dicho gobernador Hernando
A rias va haciendo m uchas reducciones de indios y poniéndolos en
doctrinas en conocidísim o servicio de D ios y de vuestra M ajestad
y bien de los dichos indios y tien e fa lta de religiosos para alguna
de las reducciones que tien e fech a s y para otras que va con ti­
nuando — y para que obra tan im portante no cese— suplica a v u e s­
tra M ajestad sea servido conceder una docena de religiosos de los
descalzos o recoletos de la orden de San Francisco, atento a sel­
lo s que m ás han trabajado y los que m ás frutos han hecho y ha­
cen, y a quien más respetan y aman los dichos indios, ique en ello
recibirán m erced”. (1617) (C orrespondencia de la ciudad de Bue­
nos A ires con los reyes de España — B iblioteca del Congreso Ar­
gentino — pág, 7 5 ). '
CAPITULO XI

EL PUEBLO DE LA VIRGEN
EN LA COLONIA

A la Virgen, y nada más qne a la Virgen, debe el pueblo


de Ita tí su nombre, su ubicación y su famosa historia tan mo­
vida y simpática.
M ientras las poblaciones contemporáneas de la prim era
hora de la conquistaba pesar de las larguezas de las arcas reales
y del tesonero cuidado de los encomenderos, desarrollaban su
oscura y m enguada vida, Ita tí desde un principio se presentó
fu erte y acomodado junto a su venerada im agen. Santiago
Sánchez, Ohoma, la misma Santa Lucía de Astos, y aún las
vecinas alquerías del Riachuelo, de Lomas y S anta Catalina
iban viviendo a tumbos y cansando con sus sobresaltos la defen­
sa de las arm as de la ciudad de V era sus arcabuces y ballestas,
sus picas, dardos y partesanas. De ordinario Ita tí se defendía
sólo. G uaraníes de diversas parcialidades, en buena m ayoría
procedían de los yaguaes agricultores y ele los cafiindeyúes
del Guayrá, labradores también, pero, aún más guerreros. El
catecismo diario, la oración eu común, el trabajo obligatorio
(*n las chacras y estancias para los graneros de la comunidad,
f'l impulso incitativo al m ejoram iento individual y a la pro­
piedad privada, la escuela elemental con el estudio del caste­
llano para los niños, el taller con su diversidad de artes y ofi­
cios, Jas fiestas populares y hasta escenográficas, la disciplina
m ilitar im puesta en los cuarteles bajo las órdenes del capi-
Ián de guerra y, como saturando la vida y movimiento de la
240 LA V IR G E N DE IT A T Í

población, una afición arraigada a la música que hizo afirm a r


al inspector F ra y P edro José de P arras no haberla oído me­
jo r en las grandes catedrales do España, y tan sentida pol­
los indígenas que alguno., de ellos llegaron a ser acertados
compositores, como el maestro de la orquesta del pueblo Ju liá n
A tirah ú famoso por sus rondós y m in u és: todo ello con la vi­
gilante dirección del convento local de padres franciscanos-
inoculaba en la vieja doctrina una vida de costumbres p a tria r­
cales, de tran q u ila labor y de honestas alegrías, especialmente
en los dos prim eros siglos, pues en el últim o de la colonia re­
lajaro n u n tanto la disciplina de la m odalidad itateña por una
p arte la escasez de personal en la orden franciscana y la in­
trom isión política, y por o tra el comercio clandestino y ese es­
p íritu de indiferencia religiosa, hijo del volterianismo de las
postrim erías del siglo X V I II que, como u n a racha desoladora,
parecía latir en todos los rincones del globo.

* ■* *

Es Ita tí la población más antigua de toda la cuenca dei


P lata, como que se pierde originariam ente en las ineertiduni-
bres anteriores a la conquista. Llam ada en u n comienzo por los
descubridores del P a ra n á Casas de Yaguarón, desde antes de
1528 siguió basta el presente su vida sin interrupción. Es el
viejo relicario de la tierra. Caboto lo tituló puerto de Santa
Ana, y hasta 1615 se la conoció por Y aguarí, debido al arro ­
yo que caía, al este de la población y comunicaba además su
nombre a toda la región circunvecina. No existen, que sepa­
mos, memoria ni documentos que mencionen población ni lu­
gar alguno en ese territorio con el nombre de Ita tí antes 'dei
culto de la memorable imagen. Casas de Yaguarón, P uerto de
S anta Ana, Y aguarí cedió su nombre a la Virgen guaireña
de la famosa eminencia del Piquyry.

# *

L a población prim itiva, honrada con el pomposo título


de casas, no hubo de ser sino una agrupación de los consabi­
dos conucos guaraníes, mejorados de tarde en tarde desde 15l>5
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 241

más o menos hasta 1588 por misioneros franciscanos de la


Asunción eji que se estableció custodia en .1538. Con la fecha
de la fundación de Corrientes empieza el m ejoramiento edili-
eio del Y aguarí. U na tradición insistente afirm a que indios de
esta doctrina y de Concepción de B uena Esperanza del Bermejo
tom aron p arte en el asalto al Reducto de A razaty. T ras el triu n ­
fo de la cruz de u ru n d ay que, a un tiro de arcabuz del reduc­
to, burló las llamas repetidas veces avivadas por la indiada,
dispúsose que algunos de los conversos, y entre ellos los caci­
ques Cañindeyú, P av ag u a rí y A guará Coembá, se agregaran
a la doctrina franciscana ele Y aguarí. Curiosa es otra tra d i­
ción al re sp ecto co m o reparando la rebeldía de los perjuros de
la población fabricóse una cruz, aunque más pequeña, en un
todo parecida a la de los Milagros, con m adera del mismo á r­
bol que sirviera a los conquistadores para ésta; y la enarbola-
ron en el cementerio, figurando hoy en el recinto del actual
santuario de la Virgen, por haberla trasladado ahí con buen
acuerdo y con toda pompa los benedictinos en 1916 siendo
cura el P ad re Jav ier Gelós.
Probablem ente. F ra y Luis Gámez, varón de gran santi­
dad y profundo conocedor del idioma guaraní, que por más de
trein ta y seis años evangelizó hasta el Y berá el antiguo distri­
to de Santa Ana, fué el que recibió los conversos en la doc­
trin a. Con la llegada en esos tiempos de los famosos misione­
ros del P arag u ay y del P ara n á, F ra y Alonso de San Buena­
ventura, en cuya beatificación está hoy em peñada la re p ú b li­
ca de Chile, y F ra y Luis de Bolaños se inició el culto a la V ir­
gen del Ita tín traíd a p o r los venerables misioneros. Levánte­
sele, como ya lo tenemos escrito, un oratorio de piedra. T ras el
robo y encuentro de la imagen, fué trasladada la población por
Gámez. E sta nueva población no empezó, como quieren algu­
nos en 1615, sino mucho antes con motivo del abandono dei
Y aguarí, aunque no cabe precisarse la fecha de ese traslado ni
de la construción del segundo oratorio de la V irgen por Bo­
laños sobre el empinado barranco. La verdad es que la doctri­
na, que se conocía p or D octrina de Bolaños como más tarde se
llam aría D octrina de G am arra, dió comienzo a su vida civil y
parroquial el 7 de diciembre de 1615. con lo que Bolaños eum-
242 LA Y1KGKN DE IT A T I

plió las disposiciones de H ernandarias. Criterio de este emi­


nente gobernador y capitán general era que no se sem brara ei
desierto con pequeñas poblaciones sino con pocas y grandes,
capaces de resistir a las invasiones salvajes, por lo que resol­
vió, como en otra parte dijimos, que la doctrina de las orillas
del Yberá fuera agregada a la de Itatí.
E n 1614 los indios de la proyectada reducción de Santa
Ana. caracaraes en su m ayoría como que a esta parcialidad
pertenecían Jos indígenas merodeadores de las m árgenes del
Yberá, eran más de 300, llegando a más de 600 almas al agre­
garse a la doctrina de Bolaños que contaba no sólo con los in ­
dios traídos del Guayrá, con los del lugar, con los cien yagnaes
de que habla M antilla, sino además con caciques de Apipé y
del Paraguay, conservándose los nombres de Y aguarú, M yrarv,
Guazú, Mon.dirayú, Cañindeyú, Pachué y Paraguayo.
Mal podía bastar ante ta n crecida población la iglesita de
Bolaños p ara los emigrados de Tabaeué y los earaearaes de
González de Santa Cruz, por lo que en las adm inistraciones de
G-ámez y Ortega se trab ajé en la construcción del tercer santua­
rio de la Virgen, concluido 1 en 1620: u n gran galpón con tri­
buna cora], en que uno de Jos tirantes llevaba mordida a esco­
plo la citada fecha.

* * ■

E stas fueron la población y la iglesia que visitó el p ri­


m er gobernador de] Río de la P lata, Luis de Góngora, en 1621.
H acía seis años escasos desde 1a. organización civil y p arro ­
quial de Ita tí, y va esapoblación, no obstante haber dismi­
nuido notablemente por esa volubilidad del nativo más hecho
a. la libertad de las selvas y a m ariscar en las orillas de sus
ríos que a Ja vida metódica, presentaba sin embargo todas Jas
notas características de u n a reducción floreciente. Nos habla
Góngora de iglesia nueva y habitación para.el doctrinante; de
rasas y tapias de m aderas; de sus guaraníes vestidos, sabiendo
algunos leer, escribir y contar por habérselo enseñado maes­
tros de su escuela; de estancias de vacunos y de chacras de
maíz que Jos abastecían con abundancia en su alimentación
l'L E N J L U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 243

así como la pesca de su río, tan sabrosa y variada, aunque el


itateño la reducía al rey de los peces, el dorado, al blanco
patí, al maijdiiré azulado, al enorme surubí, al ovalado paeú y,
por escasez de m ejor presa, al arm ado torpe y voraz.
Como se desprende de esta visita del gobernado]’ del Río
de la P lata, ya mucho antes de las generosas franquicias del
benemérito Manuel Cabral y Alpoim, poseía el pueblo de la
Virgen, 110 sólo abastecidos centros rurales, sino todo Io necesa­
rio p ara la labranza de sus campos. Egto era un aliciente pode­
roso en la. civilización de las selvas: el indígena vagabundo, al
tra n sita r por la encantada región, subyugado se adhería a la
doctrina. Pero factores de funestos resultados quebraban esa
benéfica atracción. Generalm ente el indio era tenido por co­
sa despreciable, y su libertad no pasaba de mito. Ningún ca­
cique con sus vasallos era libre, atestigua Góngora, pertenecía
a vecinos feudatarios de Corrientes o a la Corona de Castilla, y
el abuso de los encomenderos raras veces respetó ni a. los indios
de la corona. El guaraní arrim ado al am or de la abundancia
y al gobierno paternal de los curas, al sentirse hum illado pol­
la avariciosa soberbia de las encomiendas, volvía las espaldas
p ara internarse en la triste soledad de su vida miserable pero
libre. A ' no otra, causa debe atribuirse, como lo hace el desa­
prensivo M antilla, el desbande ele los indios de las reducciones,
y en p artic u la r el de los de Ita tí, cuya reducción vivió, siem­
pre vejada, según lo iremos viendo en estos breves apuntes.
V erdad es que el 'pueblo de Ita tí nació a raíz de las fa ­
mosas ordenanzas de A lfa ro ; pero, tam bién es verdad que esas
ordenanzas fueron de ordinario letra m uerta, como que 110 se
resolvían ni los conquistadores ni sus descendientes a más tr a ­
bajo que el de aprovecharse del servicio personal de los indios,
ni los mercaderes y arm adores se acostum braban a aum entar
su riqueza sin la gracia de alguna encomienda, razón por la
cual vino a menos la. población indígena en toda la extensión
suram erieana. La colonia tenía necesidad de esclavos í 1) ; 110
concebía la nobleza del trab a jo ; se avergonzaba de la blusa
o b re ra ; cuando H ernandarias se empeñó erí educar para el tr a ­
bajo a las masas populai-es fué risueñam ente b u rla d o : era el
244 LA V IR G E N DE IT A T I

colmo de la insensatez; p ara eso estaban ios indios. Grande


fu é por Jo mismo la resistencia soportada por las ordenan­
zas tan providentes para la raza indígena, gloria imperecede­
r a de los que las redactaron : del oidor de^ P anam á y Chuqui-
saea, Francisco Alfaro, del famoso obispo de Córdoba, H er­
nando Trejo y Sanabria y del no menos famoso provincial de
los P .P . Jesuítas del Paraguay, Diego de Torres Bollo, bene­
m érito triu n v irato de la libertad americana,
P rom ulgadas a las tre s de la ta rd e del 3 de setiem bre
de 1621 en Buenos A ires las ordenanzas, si no tra je ro n todo
el beneficio que de ellas se esperaba, sirvieron siquiera como
recurso poderoso p a ra la defensa en los vejám enes y abusos
padecidos por los indígenas. Las audiencias y el trono mismo
escucharon m ás de u n a vez la voz de los que, apoyados en
ellas, p ro testaro n contra las in ju sticias de aprovecha dores
sin en trañ as y de gobernadores venales.
* *

No es de ex tra ñ a r, teniendo presente lo que acabam os


de exponer y adem ás la contribución forzosa de sangre ita ­
teña en las algaras, que y a en el empadronam iento de 1621
q uedara reducida la doctrina de Ita tí a 293 varones adultos,
292 m ujeres y 306 niños. C atorce años m ás tard e , en el em pa­
dronam iento realizado por el visitad o r P edro D ávila H enrí-
quez en 1635, se contaron 308 varones, 299 m ujeres y 312
niños. E ste escaso crecimiento lo atxñbuye M antilla a “ la in­
tru sió n jesuítica, que p ertu rb ó el prim er impulso dado a la
v id a de los indios reunidos p a ra civilizarlos”;. N ada ta n fu e ra
del hecho histórico. Sólo u n jesu íta estuvo de paso en .la vieja
provincia de S anta Ana, y no se detuvo en I ta tí; su campo de
acción se intensificó en las orillas del Yberá desde 1614 a 1615.
Y no sólo no perjudicó el impulso dado a los indios de Itatí, sino
que aum entó la población de B olaños con las seiscientas alm as
de su reducción del Yberá el 6 de setiembre de 161.5, según
disposición de H ernandarias. F u é el gran m ártir del Caró, Ro­
que González de S anta Cruz, poblador el más eficiente de Itatí.
Y no es v erd ad que en esa fecha se reunieran en I t a t í
indios p a ra civilizarlos. Los de la d octrina franciscana esta­
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 245

ban y a civilizados y los d e la d o ctrin a jesuítica tam bién lo


estaban. Y no es tam poco v e rd ad que González descubriera
en 1622 la. imagen^de la Virgen. Ya en esta fecha era famosa
esa imagen venerada en su tercer templo, y hacía ya muchos
años que el glorioso explorador del alto P a ra n á y salvador
de la navegación del U ru g u ay sem braba las costas de este
último río con pobiíiciones que hoy bendicen el santo recuerdo
de su fundador.

E n tre las visitas hechas a la vieja doctrina de la Virgen


la que resum e la vida de I t a t í en la colonia es la realizada
en 1753 por F ra y P edro José de P arras. E ra éste de mucho
predicam ento en tre las autoridades civiles y eclesiásticas. De
mucha, d o ctrin a y de no poco esp íritu de observación, fa ltá ­
bale sin embargo a las veces criterio p ara ju zg ar las perso­
nas y las cosas. Malió el-?. Corrientes p ara Ita tí el 2 de febrero
p or la ta rd e acom pañado del ten ien te de G obernador y doce
soldados, con no h ab e r no obstante “riesgo ninguno” en el
camino: era un “ obsequio7’ del gobernador de la ciudad de
las Corrientes, Nicolás Patrón, en atención a recomendaciones
del cap itán general de Buenos Aires. E l v iaje de esta lucida
com itiva fué p or tierra , y llegó por la m añana del día 3 a
su destino. Dice P a r r a s : “ . . .y a media legua de distancia,
salieron a recibirnos el cura, el corregidor, los alcaldes y resto
del cabildo con to d a la m ejo r porción de la m úsica” .
Describe F ra y P edro José P a rra s la doctrina en los si­
guientes térm in o s: “Tiene este pueblo bellísim a situación so­
b re la. b a rra n c a del P ara n á. Compónese de trescientas fam i­
lias. E s m uy antiguo. Sus casas son m uy buenas, todas cu­
biertas de tejas. La casa del cabildo está en medio de una
g ra n plaza, y es m uy buena. Tam bién lo es la iglesia, cuya
titu la r es la V irgen de Ita tí, que es u n a im agen de M aría san­
tísima. aparecida en aquel sitio, m uy milagrosa. Tiene este
pueblo m uy buenas cam pañas, y en la relación que se me
hizo del ganado, que actualm ente ten ían p a ra gastos del
pueblo, constaba ten er seis m il vacas, m il novillos y otros
246 LA V IR G E N DE IT A T I

tan to s toros, ochocientos caballos m ansos y más de tres mil


yeguas y caballos sin dom ar” .
“ P o r este pueblo se lia de vadear el P araná, y así cuan­
tos han de p asar al P a ra g u a y por tie rra han de venir a él.
donde hay providencia de bote y m uchas canoa» p a ra el
transporte. Cuando pasan algunas m anadas de ganados, Sea
de quien fuese, ha de qu ed ar el diezmo en el pueblo. E s
pensión grande para los p asajero s; pero, aseguran su hacien­
da que, sin el auxilio de los indios, no p u d ie ra n p a sa rla ” .
“ Los más de los indios de este pueblo son hombres de
cam po; pero hay m uchos oficiales en siis respectivas ofici­
nas. E n u n a tra b a ja n carpinteros, en o tra vi doce telares
que continuam ente estaban tejiendo algodón, de cuya tela
se viste el pueblol H ay h e rre ría y los dem ás oficios mecá­
nicos necesarios en el país. H ay escuela de música, en que
con gran facilidad se instruyen los indios. Son muy fá­
ciles p ara danzar y bailar y lo hacen con prim or, y he
visto entre ellos b a ila r algunos “m inuets” y “ c o n tra d an ­
za s” con tanto garbo como puede verse en M adrid. P a rti­
cularm ente adm ira la destreza de aquellos mocitos y mu­
chachos que están dedicados a este empleo. E l concierto
de música que en este pueblo tienen pudiera lucir en la me­
jor catedral de España. Tienen arpas, vioJiues, chirimías,
oboeses, trom pas de caza, clarines, flautas, etc., y todos los
instrum entos están duplicados y algunos triplicados. Tañen
todos los días al rom per el alba en la p u e rta de la celda
del cura, y cantan el B endito; luego lo acompañan a la igle­
sia, y cantan la misa. Cuando está el prelado superior, que
va de visita, ejecu tan lo mismo, y tañ en asimismo cuando
come, y por la tarde desde oraciones hasta que se recoge
a dorm ir tañ en en la p u e rta de la celda algunos instrum en­
tos, y no puede cederse de este obsequio p a ra m antenerlos
en aquel gran respeto con que m iran al prelado que va de
v isita” .
“V arios días se ju n ta n a sus diversiones, como son d an ­
zar, correr toros, ju g a r cañas y sortijas, y m an ejar las arm as
que ellos usan, que son flechas, lanzas y dardos, las que
nunca ap a rtan de sí, de m anera que cuando van a la Igle­
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V.IROEX 247

sia llevan tam bién las arm as consigo, costum bre que siu duda
lia introducido la necesidad, la que todavía existe eu algu­
nos pueblos am enazados de los indios infieles 3? m ontaraces
que suelen d ar un analto e.n el día más solemne, cuando a
los del pueblo, p o r razón de alguna celebridad, suponen
con algún descuido. Cuando con más esmero y habilidad
ejercitan sus diversiones es cuando van tos prelados a la vi­
sita, en cuyo tiem po p a ra cada tard e tienen distinto e je r­
ció do a pie o a caballo para divertir a! paí rubichá, que en
su idioma quiere decir padre superior, sin que tengan nom­
bres propios p ara expresar diversos grados de superioridad.
Lo mismo sucede para la expresión de otros cargos; pues
al cura, aunque sea mozo, le dicen paí luyá (p ad re viejo) y,
aunque sea viejo el compañero, le dicen paí m iní (padre chi­
quito). Al obispo le llaman paí obispo; al gobernador de
aquella provincia le dicen cap-i fá tuyú, que quiere decir capi
tárn viejo; y los indios más cultos omiten el tuyú y en su
lu g ar dicen guazv, que significa capitán grande; y ya no tie­
nen otro nom bre que exprese otra superioridad, porque ellos
110 entienden de rey ni otros ministros, ni son capaces de
que se les imprima otra cosa más de lo que ven” .
Ahí está el erro r que m antenían' las cabezas orgullosas
de la conquista, y m areaba desgraciadam ente el criterio de
algunos Religiosos haciéndolos caer, como a P arras, en con­
tradicciones palm arias. No es el alm a hum ana privilegio de
ninguna raza, n i es la educación paciente recurso inútil p ara
la civilización de ningún pu eb lo : si los indios 110 dieron más
es porque no se Ies dió más. Los guaraníes, al decir de P arras,
no eran capaces de que se les imprimiera, otra cosa más de lo
que veían. ¿E n qué queda la grandeza, moral de las reduccio­
nes, de que se han hecho lenguas en su gira, prelados y go­
bernadores ?
Pero, sigam os con el escrito de P a r r a s : “ Son estos indios
gente m uy hum ilde y paciente, de modo que jam ás se les
oyó una voz m ás a lta que o tra ; jam ás ju ra n ni blasfem an,
ni se les h a notado m ás que tres vicios, que son la lu ju ria,
la em briaguez y el h u rto , aunque en este últim o no inciden
sino p a ra comer!. Sobre estos tres puntos no pierden ocasión.
248 LA V IR G E N DE IT A T I

E n lo perteneciente a su hum ildad y paciencia son ex tre­


mados, como asimismo en la obediencia” . “ E l gobierno que
tienen es tra b a ja r p a ra el común, como sucede, v. g. entre
nosotros los religiosos franciscanos. H ay alm acenes comunes,
donde se deposita todo cuanto el pueblo tiene de todos los
efectos, y el cura que, por orden de S. M,, es el adm inistra­
d o r tam bién en el tem poral distribuye aquella hacienda, tra ta
y contrata con ella, los viste y los alimenta y, en una palabra,
compónese todo el pueblo de menores, cuyo tu to r y curador
es el <3ura, a quienes los gobernadores en sus visitas tom an
las cuentas, y tam bién lo hacemos los prelados de los mismos
■curas para eutei-arnos de su procedimiento y presentar otro
en caso necesario. También visitan los señores obispos; pero,
sólo la iglesia y la sac ristía”. ,
“ Son lo» indios aficionadísim os a que resplandezca toda
pom pa y riqueza en sus iglesias, y no- he podido averiguar esta
afición de dónde nace, porque a ellos jam á« se les ve rezar
u n a avem aria si no es en la iglesia, a la cual son m uy pun­
tuales; pero, es por temor del castigo, porque cosa de devo­
ción jam ás he reconocido en ellos” . P articular achaque del
P ad re P arras es generalizar sin p arar m ientes en que, de
indios reconocidos por él humildes, pacientes y dóciles, fácil
era fo rm ar corazones no ajenos a la devoción, como lo con­
siguieron los grandes m isioneros de las reducciones del P a ra ­
guay, según se lee, entre otros muchos, en Montova. No siem­
p re Ita tí fué la piadosa d octrina de Bolaños, de Gámez y
de G am arra. Si en la adm inistración de F ra y Lucas de Dissi,do
y Zam udio, cu ra de la población desde 1751, la vió el visi­
tad o r obedecer sólo al temor del castigo, otras hubieron de
ser las razones y :no la supuesta incapacidad del alm a indígena..
Pero, ■continuemos con el interesante escrito: “ Todas las
m añanas van el corregidor, los alcaldes, regidores y p ro ­
cu rad o res del pueblo a tom ar órdenes del cu ra ; las oyen con
m ucha sumisión, y luego las distribuyen a los demás del pue­
blo, ordenando a cada uno a dónde y qué es lo que debe
tra b a ja r, y p o r la ta rd e vienen los mismos a d a r cuenta de
lo que se hizo, y avisan si algún indio dejó de obedecer o
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A 1;A V IR G E N 249

si cometió algún delito, y son terribles para acusarse unos


a otro s”,.
“A todas las incjias del pueblo, capaces de tra b a ja r, se
les da el lunes el algodón que h an de hilar, y el sábado en­
tregan el hilo que corresponde, p o r peso, y está presente el
fiscal del pueblo, el escribano que las va llam ando por orden,
y el com pañero del p adre cura. Y si alguna ha dejado de
tra b a ja r, o trae menos hilo del que corresponde, le dan vein­
ticinco azotes sobre la m archa. P a ra esto de recibir el cas­
tigo son resignadísim os. No hay indio, a quien el cura m anda
castigar con azotes, que es la p en a ordinaria, que pregunte
p o r qué o p o r que no, ,ni replique u n a palab ra, ni jam ás el
p ad re defiende al hijo, n i a la m u je r o al amigo. Y han con­
cebido con ta n ta tenacidad esto de que el castigo es una
señal de am or, que sucede cada in stan te lleg ar u n indio al
cu ra con grandes quejas porque no le m andaba castigar, que
era señal de que 110 le quería, y verse precisado el cura a
m andar que le diesen veinticinco azotes, los cuales siempre
se dan en medio de la. plaza” . .. Sin haber corrido mucho la
plum a del Padre P arras se presenta la contradicción. Son
sum isos los in d io s; atienden todas las observaciones; las cum­
plen p u n tu a lm e n te ; y son resignadísim os en el castigo, y lo
am an hasta el punto de pedirlo aunque no lo merezcan. Sin
em bargo lo hacen todo por e v ita r el castigo ¡lo hacen todo
por tem or!
Volvamos al texto de la v is ita : “E l vestuario de los indios
es ordinario, de chupas, calzones, calzoncillos y camisa; cal­
zado no se les perm ite, aunque sean alcaldes, corregidores, ni
tam poco se les p erm ite cria r el pelo largo porque, 110 obstante
su connatural hum ildad, cobardía y bajeza de ánimo, es menes­
te r m antenerlos en esta su jeción y servidum bre p a ra que no
peligre la fid elid ad y obediencia, que a mi ver, se arriesga
siem pre que se v aría de sistem a; de cuyo asunto harem os
una digresión oportuna y aduciremos las novedades que hoy
ocurren y suceden con las misiones de los padres de la Com­
pañía, de los que siete pueblos están en teram ente subleva­
dos, y no se d u d a que todos lo estarán dentro de breve
tiem po” . . . No fué profeta el P ad re P a rra s ; las demás re ­
250 LA V IK G E N DE IT A T I

flucciones no se sublevaron; pacíficas y florecientes, se des­


plomaron de pronto al injertarles la m uerte el m alhadado
decreto de expulsión, desorganizándose p a ra la civilización
tre in ta y tres pueblos guaraníes, diez grandes poblaciones
con más da veintiocho mil indígenas en Chiquitos, y trece
reducciones en el Chaco que facilitaban el cultivo de S anta
Fe, Salta, Tucum án y Ju ju y , p o r ser poderosos balu artes con­
tra las invasiones de las selvas. Las siete poblaciones suble­
vadas, a las que hace referencia el Padre Parras, 110 mere­
cen por cierto recrim inación alguna. A pesar de los esfuer­
zos de los P ad res (le la Compañía, resistieron hacer entre­
ga de sus pueblos, de sus campos y de sus hogares precisa­
m ente a los enemigos de su independencia, a los esclaviza-
dores de su raza, a los que hab ían aventado sus cunas y p ro ­
fanado las cenizas de sus padres. A hí quedará en la historia
como uno de los actos m ás im políticos el tra ta d o del 13 de
febrero de 1750, firm ado en m ala h o ra por el dulce, pací­
fico pero apocado de luces, Alfonso VI. Y ahí queda tam bién
en 1 a. h isto ria el recuerdo de esos siete pueblos que, civili­
zados por los jesuítas, m anifestaron que la raza guaraní 110
poseía bajeza de ánim o n i alm a esclava, como lo afirm ó el
visitador de Itatí, abogando tristem ente por nn sistema que
sellara esa poquedad de ánimo y ahondara esa. esclavitud.
“ Las indias. —prosigue el P adre P arras— , usan un tra je
totalm ente ex traordinario. Redúcese a un saco de algodón
blanco con dos agujeros para sacar los brazos. Es talar esta
vestidura y más ancha de arriba que de abajo. No es muy
honesta porque, aunque por la p a rte superior es ajustada,
pero p o r la p a rte dond'e sacan los brazos está ta n abierto el
sayo que sin d ificu ltad en tra n y sacan una c ria tu ra p ara
d arle de m am ar, por cuya causa suele verse algo m ás de lo
que es decente, y lo mismo sucede cnanto el tipói (así se llama
aquel saco en su idiom a), es viejo o delgado, sí es que esta
ocasión se contrapesa con la fealdad de esta gente, que es co­
mún en ella, sin embargo, que hay algunas de bellísima disposi­
ción y buena cara, p artic u la rm en te en aquellos pueblos donde
con facilidad llegan los españoles. E l pelo lo tra e n siem pre
las indias tendido p o r la espalda, y el tipói nunca lo ciñen.
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 251

De modo que m ira r a u n a m u jer de éstas es lo misino que


v er una m u je r con sólo una camisa sin m angas, porque nada
m ás traen , sino que v an en teram ente descalzas y con la ca­
beza descubierta en tPdo el tiem po, y todas ellas sin excep­
ción alguna ” . . . No poca fisga se descubre en estas observa­
ciones; pero ;-qué culpa tenían las indias en vestir Io que
se les daba? >Si en ello había indecencia, ¿por qué no se con­
denaba a los causantes? H a de tenerse adem ás en cuenta que
ese vestido era m ás que honesto p a ra quienes, en su libertad,
no u saban nin g u n o ; modo de vestir, por otra, p arte, m uy en
boga en la colonia y hasta bastante después de la colonia
en tre las h ijas del pueblo en to d a la vieja provincia del P a -'
ra g u á y ( 2 ).
Concluyamos con la etopeya de P a rra s : “Todas las t a r ­
des del año tocan a la tarde la doctrina, y acuden a ella a
u n a p arte los varones que todavía no son para el trabajo, y a
otra van todas las muchachas solteras, y tam bién todas las ca­
sadas que 110 tienen hijos. A cada parte asiste un indio bien
instruido, a quien llaman fiscal, y, después de haber canta­
do todas las oraciones, les pregunta la doctrina cristiana, y
tien en los dichos indios fa c u lta d p a ra castigar a quien fa lta
a la doctrina, o a quien descuida en la obligación de saberla” .
“Ein sus priv ad as conversaciones se reducé todo a m an­
ten er sus tradiciones y antigüedades, p a ra que de padres a
hijos vayan pasando: en lo que tra b a ja n con tantS estudio
que h ay indio viejo que es u n a adecuada h is to ria ; y si, sobre
lo mismo que aquél refiere, se hacen p reg u n tas a otro de
ig u al edad, refiere lo mismo sin discrepar en un ápice”.
“E n nin g u n a cosa se les n ota algún género de estímulo
que les precise a o b rar con algún, pundonor, ni ellos conci­
ben lo qué es honra. Y en prueba de esto no om itiré un caso
gracioso que me sucedió en este, pueblo: E stando sentado en
la p u erta del conventillo con el in té rp re te que yo llevaba, lle­
garon dos indios en s a n ta paz y, después de haber hecho uno
de ellos u n larg o razonam iento, lo tra d u jo mi in té rp re te en
cuatro palabras, diciéndome que toda aquella arenga se re_
ducía a decir que aquel indio, que tra ía consigo, lo acababa de
hallar adulterando con su propia m ujer, y que así, que le
252 LA Y IH fíB N DE IT A T I

m andase yo pagar lo que conociera que era justo por el hecho.


Se le preguntó inm ediatam ente que cuánto le parecía ser el
im porte de aquel negocio. y respondió que si el otro indio le
daba unos calzones quedaría contento, y que a lo menos debe­
ría darle un cuchillo. Y por aquí puede darse cuenta hasta
dónde llegaba su estupidez ’
“ No obstante, h ay algunos en quienes se conoce nn
bellísimo fondo de capacidad, y a quienes no im porta ins-
iru ir más de aquéllo que compete a su oficio. E n este pue­
blo me hizo todo el cabildo grandísim as instancias p a ra que
les pusiese otro cura, y los m otivos los ponderaban con tales
razonen, instancias y argumentos que tuve bastante que hacer
p a ra convencerlos. B ien es que todo se fu n d ab a en el mucho
rigor con que los trataba, y no dejaban de tener razón; mas,
no convenia quitarlo a instancias de ellos” .
A las claras, re su lta de m al gusto esa anécdota de P a rra s
“ sentado en la puerta del conventillo de San F rancisco” . . .
Con buscar en las cortes de los reyes de aquel tiempo o en
el seno de la buena sociedad dei nuestro, en que 110 por todos
el m atrim onio es respetado y p o r algo m enos que un cuchillo
téjense los divorcios, anécdota p arecid a p a ra generalizar el
ca rác te r de u n pueblo o d e u n a raza, a menos altu ra queda­
ría n que los hogares indios las civilizaciones m ejores de la
historia.
Añádanse a esta ligereza de observación en su visita las
nuevas contradicciones que se advierten en el p á rrafo tra n s­
crito de P a rra s y su ra ro sistem a p a ra el engrandecim iento
de un pueblo; pues, reconociendo en algunos bellísimo fondo
de capacidad, y en los del cabildo razones y argumentos, que
pusieron en aprieto los recursos de su dialéctica, convenía a
su criterio no ab rirles los am plios horizontes del progreso y
del estímulo.
* #

Las poblaciones de natu rales, en que interv en ían las en­


comiendas y el ojo avizor del gobierno colonial, llevaban
desde el punto de vista de] desarrollo intelectual y m aterial
u n a vida m onótona y precaria, destinada sin remedio a la.
P L E N IL U N IO D E L C U LTO A LA Y IR (ÍK X 253

elim inación del elem ento indígena). E n las reducciones, en


que no p riv ab an esos dos factores, florecían las institucio­
nes ennoblecedoras, las obras de caridad y hasta el idealis­
mo del arte. E ntrenlas ro tas y artístic a s arcadas de los tem ­
plos de esas poblaciones destruidas se oye como una voz de
p ro testa: ese comunismo cristiano, epopeya única y adm ira­
ble del poder de la fe en la h isto ria hum ana, pudo haberse
volcado pau latin a y sosegadamente, como lo deseaban los
m isioneros, en el seno de la v ida integral del ciudadano,
pasad a la. h o ra de la tu to ría necesaria, salvadora de la raza
g u aran í. Se recurrió a la violencia, y la civilización ru d i­
m en taria pero prom isora de esos pueblos, cuando no fué
tú n ica lacerad a p or el caudillaje, fué la nerviosidad ante los
vejám enes que se dispersaba en. las selvas.
A pesar de las malas condiciones de su educación civil,
Itatí vegetó en la colonia con algún mayor desahogo que las
reducciones sim ilares. Como pueblo no se destacó con los
resplandores d e las reducciones jesuíticas, pero, debido al
esfuerzo de sus constantes defensores, a la atención paciente
y a la disciplina in variable de sus curas, m aestros y d o ctri­
neros franciscanos, pasó su existencia colonialj si bien r u ti­
naria, atray en d o honrosam ente las sim patías p o r su trab a jo
ordenado; por los servicios prestados a la ciudad de C orrien­
tes en su defensa y en su embellecimiento; por el espíritu
de economía de su tesoro, al que se recurrió más de una vez
en em ergencias de u tilid ad g en eral; por sus especialidades
en alfarería v en valiosos artefactos de carpintería, como
aún puede verso en algunos muebles dei templo, escapados
al poco amor por la tradición de lo viejo, y finalm ente, v en
esto está la razón m adre de su fam a, honor v subsistencia,
por su V irgen, cuyas fiestas reu n ían en la v etu sta reducción
a propios y extraños, a m odo de v asallaje de las rib eras de
los grandes ríos del P la ta a la m ilagrosa y au g u sta R eina
del P aran á.
M ientras la com unidad de Itatí, y muy especialmente en
su p rim er siglo, se cobijaba bajo el ala protectora de la adm i­
nistración p a te rn a l de sus curas sin m ás intervención que
1 a. aprobación generalm ente respetuosa de los tenientes de
LA .V IR G E N DE IT A T I

gobernador, con re la tiv a holgura iba viviendo en sus cómo­


das casas de corredor, en sus abundosas estancias, en sus bien
provistas chacras, en sus afanosos telares y en sus ruidosos
talleres. L a m oralizaba la frecuencia de las p rácticas religio­
sas en común y la danza honesta y su fam osa y n u trid a m ú­
sica que diariam ente la acompañaba en su despertar, en su
•santuario y en su trabajo, la regocijaba, y con su influencia
innegable desbrozaba la rudez de sus sentimientos.
Llegó la triste hora de la decadencia. E l conventillo fra n ­
ciscano que, aun desde u n principio escasam ente contaba con
dos Padres, vino con los malos tiempos a albergar difícil­
mente uno solo. ¿A qué otra providencia podía re c u rrir la
orden franciscana, re q u erid a p o r los virreyes para atender
esp iritu alm en te siquiera algunas reducciones jesuíticas, tra s
el m alhadado decreto de C arlos I I I ? . . . E sp iritu a l y m ate­
rialm ente hubo de ir a menos la población. Y así cuando
el 2 2 de m arzo de 1790,. se hizo -cargo de la adm inistración
del pueblo M anuel M antilla y los Ríos, por título que expi­
dió el v irrey Nicolás de A rredondo, su antecesor, el cura y
ad m in istrad o r F ra y M iguel P ere ira, le entregó bajo inven­
tario “un pueblo con tre s hileras de casas arru m ad as y muy
d eterio rad as” y una iglesia “ con todos los postes injertos,
a p u n tala d a y m uy d eterio rad a” (3).
V erd ad es que con los nuevos adm inistradores, dedica­
dos exclusivam ente al m ejoram iento m aterial de todos los
bienes de la comunidad, prosperó la parte eclilicia y la ri­
queza de las chacras y de las h aciendas; pero iba llegando
u n a h o ra que conm overía la vieja vida del virreinato'. Una.
potente luz alum braría la cuna de una gran nación, y en me­
dio de esa luz a rro ja ría chispazos de gloria el pueblo de la
V irg e n ; pero, envuelta en esos lampos, lastimosamente se
ab riría la tumba, de sus natu rales.

(1) Ya antes, y en previsión de las ordenanzas de Alfaro que


habían de pregonarse solem nem ente en Buenos Aíres, se so licita ­
ban excepciones al rey, en nombre de las ocho ciudades del Río de
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 255

la Plata y Paraguay, como puede leerse en la. correspondencia del


capitán Manuel de Frías. A segura Frías que, tras la p este que se cebó
en los indígenas por los años de 1605 y 1606, la v isita del célebre
oidor los envalentonó de tal m anera que, al sen tirse libres, sólo
sabían de alborotos. Para su vida y su progreso no concebía la
colonia m ás tactos, que el trabajo de lo s esclavos. B uenos A ires pro­
gresó rápidam ente de 1605 a 1615 por obra y gracia de la compra
y venta, de los negros d esca min ado s, oi’iundos com únm ente de la Gui­
nea. H ernandarias empezó a com batir inflexiblem ente este tráfico,
no porque fuera enem igo de él, que partidario lo era y mucho, sino
por atenerse honradam ente a las ordenanzas. V éase la solicitud del
procurador general de las provincias del Río de la P lata y Paraguay,
Manuel de Frías, (correspondencia de la ciudad de Buenos1 A ires con
lo s reyes de España. B iblioteca del Congreso A rgentino, pág. 87).
¡Pobres negros in fieles, arrancados a las v e ce s de los brazos
de su s esposas legítim as en plena juventud! Convertidos y bauti­
zados, ¿debían forzosam ente perm anecer célibes, por no .poder lle ­
narse las condiciones del privilegio paulino? La iglesia, por sus Pon­
tífices. intérpretes del derecho divino, vi m in i s te r ia li s potestatis,
íu é la providencia del caso. “ P o rro S. Po n tif ex p e r m i si t ut hu ju smod i
ser vi novu m m a trim o n iu m con tra h e re n t, p roin deq ue aut or ltate sua
p riu s m a trim o n iu m so lv it” , (‘‘Sypnosis T heologiae D ogm aticae, vol-
II, fol. 681-Tanquerey). E l P on tífice, a que se hace referen cia fué
e l reformador del calendario, Gregorio XIII, que subió al trono pon­
tificio en 1572.
(2) L éase el m em orial del capitán Manuel de F rías al rey, de
1617 a 1618, y se verá que no tuvo razón Parras y, en su nombre
nuestro Mantilla, de escandalizarse ante el blanco tipói itateño, cuan­
do la más cruda desnudez, por la escasez de lienzo, se ostentaba en
la s urbes de entonces, (Correspondencia de la ciudad de B uenos
A ires con los reyes de España. B iblioteca del Congreso Argentino,
página 69). ’
El procurador general del cabildo de B uenos A ires, el licen ­
ciado Antonio de León, eruditísim o por cierto, y cu yos latin es a ti­
borraban graciosam ente sus cartas, recuerda la Orden de Francisco
de T oledo acerca de los “dos m illones de indios que no andaban
desnudos, sino vestidos de lo que se llevaba de España, con tanto
exceso que fu é conveniente prohibirlo, y m a n d a rle s que visti es en lo
que sus a nte p a s a d o s ” (Ibidem, pág. 271).
(3) “Acuerdos del viejo cabildo de Itatí”, porV alerio Bonastre,
página 308. .
CAPITULO X II

BAJO LA JU R ISDIC CIO N DE LOS O BISPO S


DEL PARAGUAY

Si la población de Y aguarí, llam ada después Ita tí, tiene


la gloria de h ab er sido testigo de toda la civilización riopla-
tense, perdiéndose como se pierde su cuna en el seno con­
fuso de la prehistoria con relación a la conquista; si, al ser
pronunciado su nom bre por el p rim er europeo, fab ricad o r de
fu ertes a orillas de los inm ensos ríos de n u estra s inm ensas
comarcas, lo tran sm u tó en u n nom bre cristiano ( 1 ), que se
extendió al distrito y a la laguna Yberá, y conservaría el
bienaventurado Roque González de S an ta Cruz en su famosa
reducción de indios ca rac ara es; y por o tra p a rte , si en los
prim eros siglos de la vida colonial fué el punto convergente
de las com unicaciones p o r tie rra en tre Buenos Aires, A sun­
ción y Guairá, va de suyo que este pueblo estaba destinado
a ser la joya y el museo riquísim o de la h istoria del Río
de la P l a t a . . . Pero, es Ita tí desgraciadam ente un museo vacío
que vive en la trad ició n y no poco en la leyenda, m as no en
la. docum entación de sus archivos p o r los m otivos ya expues­
tos en estas páginas. E sa docum entación es escasa, cuando
p udiera haber sido copiosísima. Iremos no obstante tejiendo
algunas noticias con algo de lo que conservan los archivos
de la p ro v in cia y. el de In d ias de Sevilla.
258 LA V IR G E N DE ITA TT

Con el nom bre de Ita tí la an tig u a población del cacique


Yaguarón no se rem onta a. su traslación. E l paraje aban­
donado empezó a denominarse Tabacué, o sea lugar que fué
pueblo. E sa población abandonada renía por nombre Yaguarí,
y estaba bajo el patrocinio de ¡Santa Ana, desde que Caboto
denominó a las Casas del Yaguarón, P uerto de S anta Ana. L a
reducción fran ciscan a ahí existente no fué fu n d ad a por Bo-
laños (3 ) ; jorucho antes, sin que pueda precisarse la fecha,
casi a raíz de la conquista, los P ad res franciscanos de la
A sunción evangelizaron la llam ada P rovincia de S an ta A na
y se conoció su centro, Y aguarí, poco después de la fu n ­
dación de Corrientes por doctrina del P ad re Bolaños, a
causa del m ucho empeño de este santo m isionero en su ci­
vilización u rb a n a y espiritual, como después de 1624, a pesar
de su definitivo nombre de ■Ita tí, se la denom inaría a las
veces “D o ctrin a del P a d re G am arra” por análoga razón.
E l que no pueda precisarse la fecha nada prueba con­
tr a la v erd ad de la antig ü ed ad histórica de la d octrina fra n ­
ciscana de Y ag u arí. Sabido es que el 21 de m ayo del 1534
se comprometía Pedro de Mendoza a “ llevar ocho reli­
giosos de la orden que más gustase p a ra que atendiese a la
conversión de los indios” . Franciscanos eran, según Gue­
vara, conservándose los nombres de los P adres J u a n Pavón
y A guilar, el m artirizado por los Payaguaes. • Con Cabrera,
despachado en auxilio de M.endoza, con Cabeza de Vaca,
con Diego de Sanabria, se a u m e n ta ría 'a poco el núm ero de
franciscanos enviados p ara la reducción de indios.
No puede ponerse en du d a que la orden franciscana fué
la p rim era luz del apostolado cristiano eficiente en el Río
de la P la ta , luz que alum bró con pacífico resplandor las sel­
vas tenebrosas y como brillo fu lm in an te los desórdenes de la
conquista. De hecho la com unidad franciscana a rra n c a desde
la fundación de la ciudad de la Asunción, derram ándose su
acción de m an era especial en am bas m árgenes del P a ra n á
desde su desem bocadura h asta m ás allá de la C iudad Real.
Y ag u arí, la población h o sp italaria de la conquista desde
Caboto, era el punto providencial de ese apostolado.
jC u án d o empezó esa d o ctrin a fr a n c is c a n a ? ... H asta
PL E N IL U N IO D E L CULTO A LA VIR G EN 259

ah ora no se h a dado con la fecha exacta. F undada, como lo


asegura H ernandarias, antes de Bolaños, es fuerza buscar
su apostolado, siendo aún corista, en compañía de Alonso de
San B uen av en tu ra. Al ir a evangelizar estos preclaros v a ro ­
nes las regiones del Yg^iazii dejaron al frente de la evange­
liza ción del Y aguarí a. fra y Luis Gómez, que atendió la doc­
trin a p o r espacio de tre in ta y seis años, como poco m ás ta rd e
fra y J u a n de Córdoba por trein ta años continuos desde su
ordenación, como aseg u ra Salinas, esto es, desde 1'583 m ás
o menos: en 1580 sólo tenía veintiún años (4).
Itatí, heredera de la antigua Y aguarí, es por lo tanto el
relicario del Río de la P la ta , el san tu ario en que tuvo eco
toda su historia civil y eclesiástica. Su nombre de Y aguarí fué
pronunciado p or los prim eros obispos de la conquista, y su
nom bre de Ita tí fué aclamado con veneración, muchas veces
a los pies de su m ilagrosa Reina, por los que a esos prim eros
obispos sucedieron, en los tiem pos de la colonia, desde F ra y
M artín Ignacio de Loyola, obispo del P ara g u ay , h asta B enito
Lué y R iega, últim o obispo de Buenos Aires, que visitó el
pueblo y se encomendó a la V irgen un lu stro antes del grito
de independencia.
Ju sto es q ue no pasem os en silencio a ninguno de esos
venerables prelados, cuyos nom bres vib raro n todos en labios
itateños. Muchos acaso no corrieron sus giras hasta esa joya
de las selvas; pero, hubieron de conocerla, y cronistas con
m ás dedicación y recursos que los nuestros sab rán desglosar
datos de los viejos papeles, h a lla r lo escondido, a c la ra r lo
confuso y docum entar la oral y volandera tradición.

L a g lo ria de la colonización española reposa casi por


com pleto en su ap orte religioso. Los principios económicos
y políticos de la conquista hubieran sido funestísim os para
América, a no coexistir la poderosísima influencia religiosa que
los detuvo en sus concupiscencias, ilum inando los deberes del
gobierno y defendiendo los derechos a la lib ertad de la vida y
2 60 LA V IR G E N DE IT A T I

del trab ajo de los nativos. La economía basada en la riqueza


con ham bre in fin ita ; la política como un resorte de medio in­
cru stad o en esa m ism a fin alid ad organizaba forzosam ente la
masa am ericana a modo de una simple factoría. La religión fué
la p alab ra de orden, fué el relám pago en las oscuridades
de la colonia. Pudo el patronato m olestarla, pudo el cesarismo
expulsar a los que hicieron flam ear con más independencia
su antorcha, depositó el Evangelio en el corazón americano
la semilla dignificadora; y, como hijo de Dios, comprendió
ese corazón todo el virtuoso peso del deber, pero tam bién con­
templó en sus horizontes toda la elevación de su derecho.
P o r eso, será siem pre un tim bre de honor en la historia
de la colonización española no haber descuidado el elemento
religioso en sus conquistas. No bien plantaba un jalón en el
desierto, una cruz la coronaba y u n sacerdote la bendecía.
Y, cosa adm irable, m ientras tan cuesta arriba se hace hoy la
creación de u n a diócesis en regiones cuajadas de pueblos, no
bien quinchaba una aldea la espada ibérica, reclamaba para
ella una m itra (5 ).
F u n d ad a N uestra Señora S anta M aría de la Asunción
según toda probabilidad el 15 de agosto de 1537 . en unión de
varios compañeros de arm as y de religiosos probablemente
franciscanos por el capitán J u a n de Salazar de Espinosa (6),
quien hizo entrega de la ciudad y casa fuerte al capitán Domin­
go de Irala el 26 de julio de 1539, por haber sido éste recono­
cido como teniente de gobernador en junio del mismo año (7),
y abandonada la ciudad de la Santísim a T rinidad de Buenos
Aires, que levantara Pedro de Mendoza el 2 de febrero de
1536, la prim acía por antigüedad en el liío de la P lata (8) per­
tenece a la sede de la Asunción. De ella, pues, dependió Ya­
g uarí hasta 1617, en que pasó al obispado de Buenos Aires.
Tuvo efectivamente lu g ar entonces la división de jurisdiccio­
nes, así en lo civil como en lo eclesiástico, del inmenso territo ­
rio de las provincias del Río de la P lata, de más de quinientas
leguas de distrito y de ocho ciudades muy distantes entre sí,
según expuso en M adrid el procurador general Manuel de
F rías, más tard e gobernador del Paraguay, enviado en 1612
p or H ernandarias con el expresado oficio ante la corte. Alegó
P L E N IL U N IO £E L CULTO A LA VIRGEN 2<U

el procurador general, en abono de la solicitud, las dificulta­


des de u n único gobierno p ara tanto territorio y, en particular,
la necesidad en que se encontraban las poblaciones del G uairá
de más expedito socorro contra el abalanzam iento portugués.
No hizo sino abogar por lo que habían anteriorm ente m anifes­
tado, en cartas al rey, el ya fallecido en 1602 teniente gober­
nador Diego M arín Valddz de Negrón y el entonces goberna­
dor H ernando A rias de Saavedra. Las dos gobernaciones, la
del Río de la P lata con sede en Buenos Aires, y la del Guai­
rá, a poco del P araguay, con sede en Asunción, contaban con
cuatro sendas ciudades: la prim era, que era la principal, y
a la que correspondía la asignación de tre in ta ducados de
salario, tenía bajo su jurisdicción las ciudades de Buenos Ai­
res (9 ), S anta P e (10), San J u a n de V era de las Corrientes
(11) y Concepción del Río B erm ejo; la segunda, cuyo gober­
nador contaba con veinte ducados, aJbareaba en su jurisdicción
las ciudades de la Asunción (12), Guairá, V illa Rica del E spí­
ritu Santo (13), Santiago de Jerez (14). No bien provista
esta provincia, fué nombrado con fecha 14 de setiembre
de 1617, gobernador del principal gobierno, o sea dél Río de
la P lata, Diego de Góngora (15), que llegó a Buenos Aires
el 17 de noviembre de 1618, recibiendo el mando de manos
de su antecesor en el gobierno único, H ernando A rias de Saa­
vedra, y en 1619 fué propuesto al rey por el Consejo de In ­
dias como prim er obispo de Buenos Aires, el sabio carmelita,
eximio canonista y orador, F ra y Pedro de C arranza, nacido
en Sevilla el año de 1567, siendo consagrado en la catedral
de Santiago del Estero por el obispo Cortázar el 29 de junio
de 1621.
Prácticam ente, hasta esa fecha de 1621, los obispos de)
P arag u ay atendieron la reducción franciscana, conocida ofi­
cialmente desde 1615 por Doctrina de la Pura y L im pia Con­
cepción de N uestra Señora de Ita tí. V a de suyo que la visi­
taron, siendo como eran, todos ellos celosísimos pastores de
almas. H istoriadores con mejores recursos que nosotros deta­
llarán esas visitas. A nosotros nos es dable señalar apenas algo
más que sus nombres.
E l prim ero para ocupar la silla episcopal del Río de. la
262 LA V IR G E N DE IT A T I

P lata fué el franciscano Ju a n de los Barrios, que el 10 de


enero de 1548, en A randa del Duero, tenía ya organizado su
cabildo con cinco dignidades: las de deán, arcediano, chan­
tre, magistral, y tesorero. Pero, falleció al estar p o r em bar­
carse en Sevilla (16).
F racasada la expedición del adelantado Diego de Sana-
b ria y fallecido el obispo electo, Carlos V en real cédula del
4 de noviembre de 1552 nom bra gobernador a Domingo de
Ira!a y le ordena que reciba como obispo a F ra y Pedro F e r­
nández de la Torre.
Embarcóse éste p ara su destino en la arm ada de M artín
de Urué. E ra franciscano (17). Las letras ejecutoriales fue­
ron despachadas en Yalladolid el 11 de febrero de 1555, y
en junio de 1556 el cabildo de Asunción notificaba a Car­
los Y la llegada del obispo, que fué recibido por el goberna­
dor del Río de la P lata, Domingo M artínez de Irala, al que
se anticipó la ciudad de la Asunción que vitoreó con largo aplau­
so al p rim er obispo que: “ con paternal amor y cariño tomó
a chicos y grandes bajo su protección y am paro con sumo
contento de ver ta n ennoblecida aquella ciudad con tantos
caballeros y nobles, de modo que dijo que no debía cosa algu­
na a la m ejor de E sp a ñ a ” (18). ¡Qué lejos estaba el ingenuo
prelado de la realidad del ambiente! Las indudables fran q u i­
cias del patronato español daban m argen no siempre a los
buenos oficios del brazo secular, muy pagado de su protec­
cionismo y aun más amigo de intromisiones indebidas. De ahí
los innum erables conflictos entre los poderes en los tiempos
de la colonia. La osadía y la conciencia nunca hicieron buenas
migas.
E l ardoroso de la Torre no •veía en los horizontes sino
conquistas. Fiado en las fantásticas ponderaciones del sola­
pado N uflo de Chaves, sé imaginó volcar como u n a inmensa
joya en su obispado las regiones occidentales del alto P a ra ­
guay, cuyas fabulosas riquezas hicieron perder la cabeza al
gobernador Francisco Ortiz de V ergara, al contador Felipe
de Cáceres, al factor P edro D orantes y a muchos nobles ca­
balleros que, con sus m ujeres e hijos y numerosos indios ami­
gos tomaron p arte en esa loca expedición, una de las más
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIRGEN 263

trágicas de la vieja época colonial. Seis años de hipocresía,


atropello, matanza, ham bre y desolación! Los itatines occi­
dentales, en cuya conversión trabajaba el engañado obispo,
perecieron, salvándose sólo unos pocos que, a trein ta leguas
de S anta Cruz, fundaron el pueblo del Itatm , tum ba de Cha­
ves, cuyo cráneo fué destrozado por la porra de los indios
vengativos (19). t
Apoyado, quizás, en las consecuencias de esta expedición,
pensó A zara en la transm igración de los itatines refugiados
en las inmediaciones de la laguna Mauioré, haciéndolos atra ­
vesar inmensos ríos y dilatadas distancias p a ra d ar su nom­
bre a nuestro Itatí. L a expedición no regresó con indio al­
guno de la llam ada provincia de Ita tí, así oriental como oc­
cidental, y a más en 1569 (20), y muchos años después, no
llevó la reducción franciscana otro nombre que el de Y aguarí.

* *

E l celoso obispo F ernández de la Torre, que el 3 de oc­


tu b re de 1557 consoló en sus últimos momentos ai goberna­
dor M artínez de Irala, no tuvo, a fe,'m om ento alguno de' con­
suelo e n .s u doloroso episcopado ni antes (2.1) ni después de
la trágica expedición. T ras ésta, los amigos y enemigos del
obispo convierten la Asunción en u n a Babel (22). Reina el
escándalo, la discordia, el atropello y el sacrilegio. Felipe de
Cáceres es excomulgado, y contesta con la prisión de su obis­
po. Los rum ores de la llegada del adelantado Ortiz de Zára-
te asustan a Cáceres. La maledicencia su su rra que no va
con indios a recibirlo en la boca del P araguay sino a sacrifi­
carlo. Los m ercedarios libertan al obispo. Vuelve Cáceres,
que había bajado hasta M artín G arcía. E l m ercedario F ray
Francisco del Campo con ciento cuarenta caballeros lo hace
encadenar pn el mismo, recinto de la catedral. M artín Suárez
de Tol<?r!>, después de tenerlo un año encarcelado, lo em bar­
ca p ara E s jv ñ a en com pañía de su víctima, el obispo, p ara
m ejor detalle de acusación ante los tribunales. E n San V i­
cente, Cáceres logra ocultarse; pero, descubierto, es rem iti­
do por su carcelero R u i/ Díaz de Melgarejo al Consejo de
264 LA VIR G EN DE ITA TI

Indias, m ientras ei trabajado obispo F ra y Pedro F ernández


de la Torre entrega santam ente su alm a a Dios en brazos del
taum aturgo del Brasil, el venerable jesuíta José de Anehieta.
E ra el año de 1573, precisamente el año en que el fu tu ro or­
ganizador de la población de Ita tí, el entonces diácono F ra y
Luis de Bolaños, venía a llenar con su nombre, al final del
siglo X V I y principios del X V II, la civilización ríoplatense.
L arga viudedad lloró la Iglesia del Río de la P lata, tras
la m uerte' del prim er obispo que la gobernó, no por castigo que
mucho se lo merecían los desaguisados de los colonizadores de
horca y cuchillo, sino por circunstancias im previstas.
No tardó, sin embargo, en ser proveída la sede de la
A sunción; pero, no bien preconizado el franciscano F ray
J u a n del Campo pasó a m ejor vida y, en su lugar, fué electo
con fecha 27 de setiembre de 1577 el dominico limeño F ra y
J u a n Alonso G u erra. Su pobreza y aun más su hum ildad
difirieron hasta el 11 de agosto de 1582 su consagración por
santo Toribio de Mogrovejo, la que realizada, se trasladó en 1584
a su sede, donde puso todo su celo en m origerar las costumbres
públicas; pero, retornaron leales y tum ultuarios a entorpecer
su acción. Ya pudo el celoso obispo re cu rrir a excomuniones
y todas clases de censuras,, se lo asaltó en su palacio, se lo
puso preso y en casi un chinchorro se lo embarcó p a ra B ue­
nos A ires. E ra en 1586. Vengó la divina Providencia el sac ri­
legio. Desagraviado el obispo, coadyuvó cop el famoso dioce­
sano de Tucum án (22), F ra y Francisco de la V itoria, al
establecimiento definitivo de los jesuítas en el Río de la P la ­
ta. Pesábale, sin embargo, u n a m itra tan trab a jad a por la
m alquerencia de los alborotadores y, pasados sus setenta años,
renunció. Su vivísimo anhelo de volar a la eterna quietud
desde la am ada soledad del claustro lo contradijo el pontí­
fice Clemente V III, trasladándolo a la sede de Mechoacán, en
Méjico. Efectuóse esta traslación en 1589 y en 1598, lleno de
méritos dejó esta vida, muriendo, según G uevara: “ tan po­
bre como había v iv ido; y, si religioso no tuvo p ara costear los
gastos de su consagración, le faltó siendo obispo p ara los de
su en tierro ” . La limosna lo consagró y sepultó a ese buen
P L E N IL U N IO D E L CULTO A LA VIR G EN 265

obispo que ta n ta riqueza de buenas obras derram ó en el Río


de la P la ta y en Méjico.
Desde 1589 hasta 1601 de hecho quedó vacante la silla
río p la te n se ; pues, si bien, por real cédula de A ranjuez de 23
de ab ril de 1594, se encarga el gobierno de la Diócesis, m ien­
tra s le llegaren las Inulas, al dominico F ra y J u a n de An-
d ra d a , esas bulas no llegaron; y aunque en su reem pla­
zo, fué preconizado por obispo el canónigo doctor Tomás
Vázquez de Liaño (23) en 3 de julio de 1596, em barcán­
dose cuando la venida del gobernador Diego V aldez de la
Banda, hazañoso caballero en burlas y atropellos contra
el indefenso prelado, falleció éste por los años de 1598, se­
gún G uevara, en S an ta F e antes de recibir las bulas. E sta
fecha del fallecimiento de Liaño es u n erro r de G uevara;
pues este prelado escribía al rey en 15 de julio de 1599
u n inform e interesantísim o (24), del que se desprende haber
llegado a Buenos Aires en diciembre de 1598. Su burlador
Diego de la B anda no tard ó en seguirlo al sepulcro. En su
agonía, afirm a el citado G uevara, g ritab a lleno de azora-
m ie n to : “T raig an silla p a ra el señor obispo, que me viene
a v isita r” .
* * '

U n g ra n m isionero franciscano, traíd o p a ra las reduc­


ciones en compañía de otros veinte y cuatro P adres de su
m ism a orden p o r el venerable F ra y Alonso de San B uena­
ventura, fu é preconizado como obispo del Río de la P la ta el
9 de octubre de 1601 (25). E ra un sobrino de san Ignacio
de L oyola. F ra y M a rtín de Loyola, celosísimo en sus la r­
gas co rrerías apostólicas debe, indudablem ente, haber esta­
do en I ta tí. A él se debe la aprobación del famoso cate­
cismo de Bolaños en sínodo que celebró en 1603, catecismo
en g u aran í que, como queda dicho, fué la cifra civilizadora
de to d a u na raza. P ru d en te, santo y sabio, su consejo era
req uerido p o r gobernadores como Diego M arín de Negrón,
el g ra n enemigo de las encom iendas, y como H ern ad arias
que no cesaba de aplaudirlo en cartas al rey. Los P adres je­
suítas le profesaban entrañable veneración, no tanto por el
parentesco que lo unía a su fundador como por sus exquisi-
266 LA V IR G E N DE IT A T I

tas atenciones, y aun más, por el recuerdo agradecido que


p e rd u ra rá siempre en ]a Compañía de Jesús, hacia, ese emi­
nente prelado, el cual, no bien concluido el sínodo de 1603,
en su paso p ara Buenos A ir ss se encontró con los desventu­
rados náufragos, los célebres jesuítas Marciel de Lorenzana
y José Caltaldino, a los que prestó auxilio y consuelos de pa­
dre (26). "
A. más de ser un defensor acérrimo de la raza am erica­
na, era un pensamiento altivo y un corazón decidido cuando
corría peligro el adelanto de las regiones de] P la ta . Sábese
que H ernandarias, hombre disciplinado como el que más, a
pesar de ser nativo de la tierra , contra todo su propio y aje­
no parecer, en hablando el rey. ahí ponía todo el peso de su
autoridad p a ra hacer cum plir las disposiciones reales. Una
cédula de Felipe I I I restringiendo la permisión de navios
y resolviendo la expulsión de los portugueses, aun de los ca­
sados, aunque sublevó a H ernandarias, promulgó u n auto
poniendo en vigencia la cédula. Consultada la opinión del
obispo al respecto, después de aplaudir al gobernador por el
celo de su obediencia, añade: “ ...pero, no obstante todo esto,
digo no conviene se guarde el dicho auto cuanto a algunas
cosas, y en p artic u la r acerca de los navios de permisión y de
los portugueses casados y de los que hace años están sirviendo
en oficios mecánicos y de la agricultura, porque de su cumpli­
miento se seguirá la total destrucción de esta ciudad en lo
espiritual y tem poral, y de esta gobernación y aún de la de Tu-
eumán, lo cual contraviene al fin de Su M ajestad directa­
mente, que es el bien y aumento de esta ciudad y gobernacio­
nes y de los vasallos que tiene en ellos; antes conviene so­
breseer y suspender la ejecución del dicho auto e inform ar
al rey, nuestro señor, de l a pobreza de esta tierra, y como,
hasta que haya más cauda] en ella, no se puede gu ard ar el
rigor y la letra de la dicha, cédula en cuanto a estas cosas; y,
pues, su m ajestad con ta n ta grandeza de liberalidad favore­
ce a los extranjeros, m ejor lo h ará con sus vasallos. . . ” Dis­
creta epiqueya, a la. que define el obispo: “ equidad natural,
la cual, según la teología verdadera, ha de declarar las leyes
hum anas positivas, civiles y canónicas” (27).
PL E N IL U N IO DEL CULTO A LA V IR G E N

Y como lo opinó el obispo así se hizo, a pesar de estar ya


los portugueses a vista de los barcos de extrañam iento. Bu
bien de estas tierras, el guipuzcoauo venció al asunceño.
Falleció, agobiado por sus trabajos y enriquecido por sus
méritos, este gran misionero y obispo, a principios de 1606,
en Buenos Aires, durante el segundo .gobierno de H ernando
A rias de Saavedra (28), que hubo de llorarlo con gran dolor,
uniéndolo como lo unía, al prelado una am istad hondísim a:
ambos recu rrían con frecuencia en cartas al rey, p a ra des­
hacer intrigas calumniosas de los inescrupulosos en sus am­
biciones. De mucho m érito tuvo que haber sido ante la corte
la defensa que del obispo amigo hacía H e rn a n d a ria s; pues,
ponderosa era su influencia en illa (29). Temiendo y a en los
principios del episcopado de F ra y M artín, el traslado de éste
a los Charcas, con fecha 22 de febrero de 160)3. suplicaba al
í’ey que, en ese caso, fuese preconizado obispo del Río de la
P lata, F ra y B altasar N avarro, ‘'persona de ejem plar con­
ducta ’
No lo fué entonces, que no hubo tal traslado, ni tras el
fallecimiento de F ra y M artín de Loyola, cayendo el grave
peso de la m itra del Río de la P lata, por cédula provisional
de 1607, sobre el obispo de L a Im perial, de las fronteras del
Arauco, el famoso dominico vizcaíno nacido en 1540 en Me-
dellín, educado en Lima, inteligencia destacada, corazón a r­
doroso, misionero abnegado, cultísimo escritor, orador piado­
so y vibrante, F ra y Reginaldo de L izárraga y Obando. Re­
cibió las bulas en 1607, llegando a su nuevo destino, a través
de la cordillera, en 1608.
Su prim er, cuidado lo absorbieron las reducciones de in­
dios del P araguay, P a ra n á y Guaira, debiendo haber visitado,
sin duda, la de Itatí. E inm ediatam ente, de connivencia con
H ernandarias, abrió campo al apostolado de la Com pañía de
Jesús, surgiendo el gobierno casi dos veces secular más
inaudito, estuí)endo y feliz de que conservan memoria los fas­
tos históricos en la civilización del salvajismo de los desier­
tos. Quedó así cum plida más que sobradamente, con éxito
maravilloso, aquella magnífica y real cédula del 8 de julio
26Í LA V IR G E N 1)E ITA TI

ele 1608, por la que se disponía la sujeción de los indios “ con


sólo la doctrina y predicación de] santo E vangelio” .
P a ra esta empresa sobrehumana, que a tantas almas de
indios, especialmente guaraníes, abrió las puertas de la feli­
cidad eterna, consideración ésta que debiera bastar por sí sola
p ara ap lau d ir sin reservas la acción de los misioneros, fué
a todas luces providencial la llegada de Lizárraga, no sólo
de vastísima ciencia, autor de varias obras eruditas, gran p re­
dicador y activísimo evangelizador que se recorría a pie, en
m uía o caballo, muchos centenares de leguas y atravesaba co­
mo camino trillado la cordillera de los Andes, sino, lo que da
m ayor mérito a ese prelado, bondísimamente humilde, por
donde no es p ara extrañado que lo caído de su corazón, de
su p alab ra y de su celo, lo bendijera D io s ... Separada la
provincia dom inicana de Chile de la del P erú, nos n a rra en
una de sus obras que fué nombrado -como prim er provincial
“ sin m erecerlo” ; y añade: “ hice lo que se me mandó y vine
por tie rra desde la ciudad de Los Reyes, donde era p rio r de
nuestro convento; por tie rra que, como dicho tengo arriba,
son m ás de ochocientas leguas, las m ás de las trescientas des­
pobladas y de diversos tem ples; llegado a Santiago, hice lo
que pude y no lo que debía, porque soy hombre y no puedo
pro m eter sino fa lta s” (30). Sucesor del doctor A gustín de
Cisneros en la sede episcopal de L a Im perial, escribe de sí
m ism o: “A quien sucedí yo, sin m erecerlo, en este tiem po
ta n trabajoso, donde era necesario u n v a ró n 'd e grandes p a r­
tes y v irtudes, p a ra ay u d ar a llev ar los tra b a jo s de los po­
bres y socorrerlos en sus necesidades; empero fa lta lo p rin ­
cipal, que es la v irtu d , y el posible, por ser el obispado p au ­
pérrim o, que apenas me puedo sustentar, y no tengo casa
donde vivir, que si en San F rancisco no me diesen dos cel­
das donde vivir, en todo el pueblo no había cómodo para
e llo ; con .todo esto, tengo más de lo que m erezco; porque, si
lo m erecido se me h u b iera de dar, eran m uchos azotes” (31).
E n 1610 (32) pasó a m ejor vida este em inente prelado,
cuyas crónicas y obras teológicas lo hicieron famoso en el
m undo de las letras.
PL E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIRGEN 269

Quedó vacante la silla rioplatense hasta 1617 en que


sucedió al llorado L izárrag a, no el propuesto por H ernan-
darias, F ra y B altasar N avarro, ni el solicitado al Consejo
de Indias, F ra y Diego de B orja, sino el doctor salam anti-
no Lorenzo Pérez de Grado, que desde 1602 desem peñaba
con aplauso el arcedianato del Cuzco, buen canonista, de­
fensor práctico de las ordenanzas de A lfaro y, no sólo defen­
sor, sino tam bién padre de Ips indígenas como que les re p ar­
tía, según G uevara, la re n ta de su obispado.
E n im m anuscrito del ilustrado franciscano correntino,
F ra y J u a n Nepomuceno A legre, asegura éste haber leído en
unos de los libros de bautism o de la. p arro q u ia de Ita tí esta
n o ticia: “ E n el año de 1618 fué visitado este santuario de
Ita tí p or el obispo diocesano F ra y Tomás de Torres, quien
ordenó que se vendan las alh aja s de la V irgen de Ita tí p a ra
eo n elu ir siq u iera la nave de la izquierda”. No la hemos po­
dido hallar nosotros en ninguno de los libros de bautismo,
que empiezan con el año de 1670. Y a haberla hallado, esa
constancia la tendríam os como u n a perfecta inex actitu d his­
tórica.; pues, mal pudo entonces hab er sido obispo diocesa­
no el que en esa fecha n i siquiera era obispo. Si en 1618 se
realizó u n a visita pastoral, tom ándose en ella la resolución
de 1a. v en ta de las joyas del san tu ario p ara la conclusión de
la nave izquierda del te rc e r tem plo de la V irgen y segundo
de Ita tí en tiempo de F ra y Luis Gámez el obispo visitante
no pudo ser otro sino el doctor Lorenzo Pérez de Grado.
• E l m adrileño F ra y Tom ás de Torres, piadoso v sabio
dom inicano que p o r espacio de veinte y cinco años fué su­
cesivamente catedrático en las universidades de Valladolid,
Salam anca, A lcalá de H enares y Lovaina, visitó el santuario
hum ildísim o de la V irgen de Ita tí, pero sólo en 1621, y no
como diocesano, sino como delegado del Obispo de Buenos
Aires, F ra y Pedro de Carranza.
# *
Con la división civil, como dejam os dicho, se dividió
tam bién la eclesiástica. P or bula de P aulo V y anuencia
de F elipe III, se creó la división del inm enso territo rio del
Río de la P la ta en dos obispados, el de Buenos Aires, del que
270 LA V IR G E N DE IT A T I

fué electo obispo el carm elita F ra y P edro de C arranza, emi­


n en te en ciencias pro fan as y eclesiásticas, poderoso p ro p u l­
so r de la instrucción pública, hom bre de grandes virtudes
y de notable elocuencia, a quien se le encomendó la ejecu­
ción de la bula, y la delimitación de Jas jurisdiciones; y el
del P ara g u ay , del que fué electo F ra y Tomás de Torres. E l
p rim er obispo de Buenos A ires, a los cincuenta y cuatro años
de su edad (33) fué consagrado en S antiago del E stero el
29 de junio de 1621 p o r el de Tueum án, Ju liá n C ortázar
(34). E in m ediatam ente prosiguió en ca rre ta o a caballo o
en balsa la visita canónica de su diócesis, visita empeza­
da desde su llegada a Buenos A ires en. los días calam itosos
de una. g ran epidem ia. A un vivía Bolaños y pudo alegrar­
se su corazón al contem plar cómo el prim er obispo de B ue­
nos Aires, andaluz como él, bendecía sus reducciones de los
Calcliines y del B aradero. A l co rrer su gira p asto ra l en la
ciudad de S anta Fe, consagró en ella a. F ra y Tomás de Torres,
obispo de la. A sunción del P arag u ay , el 21. de agosto del
mismo año. Y, aprovechando esta coyuntura, como anhela­
ba. volver y a a Buenos A ires, delegó al recién consagrado
obispo p a ra que, en su viaje de v u elta a la. Asunción, adm i­
n is tra ra el sacram ento de la confirm ación en S an ta Lucía
de Astos, en Corrientes y en la reducción ele la Lim pia Con­
cepción de Ita tí. Y así lo efectuó F ra y Tomás de Torres, de
setiem pre a octubre de 1621, confirmando a cuarenta y seis
españoles y a ochocientos y u n n atu rales (35). Dos días que­
dó en S an ta Lucía, y confirmó a quinientas setenta y una per­
sonas; u n día en S an J u a n de V era, confirm ando a ciento
una, y en Ita tí permaneció tam bién un día, y fueron 170 las
confirm aciones, según aparecen en el inform e que no fué
completo. La adm inistración de este sacram ento la realizó el
1 ° de octubre con la solemnidad y el regocijo del pueblo que
es de suponer, teniendo en cuenta que confirmados de tres
de los cacicazgos de la reducción, llamados casas, las de P a-
raguayú, de Santiago A guarayoapí y de Querococtá, tuvieron
p o r p ad rin o al famoso p ro c u rad o r de H ern an d arias ante la
corte re a l y desde 1619 gobernador del P arag u ay , M anuel
de F rías, alzado a poco contra la au to rid ad de su obispo que
P L E N IL U N IO PEL CULTO A LA VIRGEN 271

lo excomulgó. P a ra el gobernador del P ara g u ay , cristiano


cortado al modo de Irala, las excomuniones eran un m al que
se entraban con m erecer las m ayores, y el celoso p asto r buscó
la hospitalidad1,de C orrientes, donde lo vemos en 1623. P ues­
ta su q ueja al rey, fué traslad ad o en 1626 a la diócesis de
Tucuinán. Falleció en (.'huquisaca en 1630 de viaje a Lima
p ara asistir a un concilio.
E s de n o tar la resistencia que generalm ente tuvo la ac­
ción episcopal de p a rte dá\ gobernadores y oficiales reales
que, al am or de sofistiquerías del patro n ato , se em pecinaban
en que la au to rid a d eclesiástica fu e ra una c ria tu ra servido­
ra en la mesa de sus corrupciones y tiranías. H asta el arzo­
bispo de Lima, santo Toribio de Mogrovejo. con ser hombre
de hum ildad y p rudencia adm irables, tuvo con el m arqués
de Cañete, afirm a L izá rrag a “no sé qué pesadum bre sobre
las cerem onias que a los virreyes se hacen en la misa, pol­
lo cual h u ía de v en ir a la ciudad1; m ás quería v iv ir ausente
de ella en paz, que en ella con pesadum bre” (36). Es tam ­
bién de n o ta r que Buenos A ires era como un refugio, como
u n descanso, si se exceptúa la p rim era h o ra en que sólo se
pensaba en las minas de oro o en el cerro qne brotaba plata,
así p ara las altas au toridades civiles y eclesiásticas. La sede
del gobierno sem ejaba u n hervidero. Am biciones de todo gé­
nero la revolvían. E l que sabía escribir desataba su plum a,
y allá iban, en quejas, com unicaciones e inform es, un pape­
lerío interm inable, algunas veces ingenuo, pero las más con­
tradictorio, y desaforado y calumnioso, a golpear a. las p u er­
tas del rey o del Consejo de Indias. A vivir la Buenos Aires
de Mendoza; como de hecho hu b iera vivido si la política de
m edro personal de Ira la no la destruyera en 1541 (37), m uy
otra, y a no dudarlo más expansiva y providente, habría de
ha.berse desarrollado la civilización del Río de la P lata. La
Buenos Aires de Garay, aun en su carácter dependiente,
a tría los ánimos como un oasis de adelantados, goberna­
dores y obispos, y no es de extrañar que en ella hicieran
largo asiento p o r p retex to s elaborados en las turbulencias
del gobierno central. No pudo o ptar por este expediente el
prim er obispo ríoplatense, durm iendo como dorm ía en sus
272 LA V IR G E N DE IT A T I

cenizas, la desam parada ciudad; pero el p rim er obispo de


la gobernación del P arag u ay , pudo recogerse en los dom i­
nios de Buenos A ires, requiriendo la hospitalidad de Co­
rrientes. E stuvo, p o r o tra p arte, desde u n comienzo en la
conciencia de los conquistadores, y mucho m ás en la de
aquellos que como A lv ar N úñez Cabeza de Vaca, m ás que el
oro buscaban el orden, la im portancia d el p u erto de Buenos
A ires como pu erto de la tie rra y llave de las com unicacio­
nes. Y ese criterio fu é im poniéndose aún en la Corte, expi­
diendo ésta la real cédula del 1 0 de abril de 160« por la que
disponía la traslación del obispado de la Asunción a Buenos
Aires, a lo que, por cierto, se opuso en 1610 el gobernador
Diego M arín de N egrón, m anifestando que ello no podía ser
siendo como era la Asunción cabeza de la gobernación.”
La división de jurisdicciones, de que dimos cuenta, a los
ochenta y un años de la p rim era Buenos A ires y ochenta de
!a Asunción, eliminó los resquemores de la soberana cédula. Y
en las gobernaciones, Diego de Góngora en Buenos Aires,
M anuel de F ría s en el P ara g u ay , y en los obispados, Pedro
de C arranza en la ciudad de Mendoza y Caray, Tomás de To­
rres en )a de J u a n de S alazar, ab riero n una era de alguna
m ayor paz en los ánim os y de m ejor criterio en la coloniza­
ción, p or m ás que a las veces espíritus asustadizos o cora­
zones disim uladam ente ambiciosos in ten taro n re to rn a r a la
vieja un id ad de la conquista (38).

(1) Puerto de Santa Ana llam ó Gaboto a la población de Ya­


guarí, conocida por los conquistadores como Casas de Yaguarón,
por ser éste cacique y señor de los casuchones de Yaguarí.
(2) E l m inucioso cronista, Fray Mamerto González, trae lo
siguiente: ‘‘. . . e s t e últim o nombre (Tabacué) está indicando que,
c ua nd o era pueblo, no ten ía tal denom inación, y los que han e s­
crito de él, refiriéndose a la época anterior a su traslación, le dan
el nombre de Itatí”. (N u e s tra S e ñ o ra de Itatí y la s m isio n e s f r a n ­
c isca n a s. “E l niño cristiano: Corrientes, noviem bre 15 de 1915).
Por cierto que no había de llam arse T a b a c u é ; pero, eso no es razón
para que se llam ara Itatí. Yaguarí se llam aba la población y hasta
después de la traslación algunos siguieron titulándola así.
(3) En carta de 1609 al rey se refiere H ernandarias a “la m isión
del Padre Bolaños, fu n d a d a antes a orillas del Paraná”.
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA V IR G E N 273

(4) Carece, pues, de fundam ento la. crítica de los que, negan­
do la antigüedad de la doctrina de Santa Ana de Y aguarí, rechazan
la afirm ación de Cabello y Meza, quien hace intervenir entre los
asaltan tes del fuerte de A razaty a indios apóstatas de la nombrada
reducción franciscana. Ya ex istía esta doctrina.
(5) En los repartim ientos de tierras jamás se olvidaban los
in stitutos religiosos. En los de 1588 y 1591, durante el gobierno
de primer justicia mayor de la recién fundada ciudad de Vera,
A lonso de Vera y Aragón, se repartieron tierras a los m ercedarios,
dom inicos, a la compañía del Santo Nombre de Jesús y al m onas­
terio de m onjas que avecindf^a en la nueva población.
(6) “La ciudad de la A sunción”, F. R. Moreno, pág. 11-12.
(7) A rchivos de Indias.
(8) Es de notar que al río Paraguay, h a sta principios del s i­
glo XVII, se lo denom inaba tam bién R ío de la Plata.
(9) “E l licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón mandó
al capitán Juan de Garay que bajase a poblar a B uenos Aires. L e­
van tó éste gen te en ,1a A sunción, y con sesen ta pobladores, que a
propias expensas se ofrecieron a servir, fundó de nuevo la ciudad
de la Trinidad, dándole e l nom bre del día en que levan tó el estan ­
darte real en ella, año 1580”. (Correspondencia de la ciudad de
B uenos Aires con los reyes de España; Tom. II, pág. 244).
(10) La ciudad de Santa F e de la Vera Cruz fué fundada el
15 de noviem bre de 1573 por Juan de Garay, poco después ten ien ­
te general de las provincias del Río de la P lata, por título que le
expidió el adelantado Juan Ortiz de Zarate, desde el Puerto de San
Salvador, el 7 de junio de 1574
(11) Fundada en 3 de abril de 1588, recuerda com o a su ver­
dadero padre al gran criollo H ernandarias que, a su s expensas,
tanto hizo por ella. E l fué nombrado el 25 de enero de 1588, por el
adelantado en la A sunción para llevar, como persona de confianza,
las provisiones n ecesarias para la conquista de la región izquierda
del Paraná y para la población que se levantaría en el paraje de
las siete Corrientes. E stablecida la ciudad, por d isposición del te ­
n iente de gobernador y capitán general, Alonso de Vera y Aragón
(el cara de perro) fué tam bién Hernandarias el 27 de noviem bre
de 1589 encargado de salvar la nueva población a punto de desapa­
recer nuevam ente acorralada por la barbarie.
(12) Guairá con título de Ciudad Real, fundada en 1557 por Rui-
díaz de M elgarejo en la desem bocadura del Piquyry, a dos legu as so­
bre el' gran Salto, a la que trasladó los moradores de O ntiveros, ciudad
fundada en 1554, legua abajo del gran Salto, por el capitán Garay
Rodríguez de V ergara en los dom inios del gran am igo de los con­
quistadores,• el cacique Cañindeyú
(13) Sesenta legu as m ás arriba de ciudad Real, según Mon-
tova. Fué fundada por Ruklíaz de M elgarejo en 1575. Cuatro v eces
se tuvo que trasladar esta ciudad hasta quedar en la segunda mitad
del Miglo X V n establecida definitivam ente junto a las cabeceras
274 LA V IK GEX DE IT A T I

del Tebicuarímini. Hoy es sede de uno de los obispados del Pa­


raguay.
(14) Por disposición de Juan de Garay, la fundó en 1579 Rui-
diaz de M elgarejo, sobre el M botetey.
(15) Prohijó este ingrato gobernador todos los ecos m al­
d icien tes de los enem igos de H ernandarias, hasta el punto que se
resolvió tom arle residencia. Así lo efectuó en 1624 el oidor de la
audiencia de los Charcas, Alonso Pérez de Zalazar, quien sin te ti­
zó su sum ario con esta s palabras: “A pesar de los cargos que se
le han hecho, resulta la verdad de sus m éritos y serv icio s’'.
(16) V éase Guevara. Según constancia del Archivo de Indias,
por disposición de Carlos V, fechada el 26 de enero de 1548, debía
em barcarse el Exemo. Sr. Fray Juan de los Barrios con religiosos
para las reducciones en la armada del adelantado Juan de Sana-
bria, habiendo dicho monarca despachado las ejecutoriales corres­
pondientes para las autoridades del Rio de la Plata el 12 del m is­
mo m es y año.
(17) ‘‘Prelado de carácter tan superior que la religión será­
fica, con nom bre de Pedro y la de predicadores con el de Tomás,
se lo apropian en las obras de sus cron istas”, afirma Guevara. Es
inexacto: Fray Pedro Fernández de la Torre, franciscano, fu é el
primer obispo que gobernó la antigua diócesis del Río de la Plata;
Fray Tomás de Torres, dominico, sólo fué recibido como obispo del
Paraguay el 30 d% marzo de 1620, hecha ya la división de jurisdic­
ciones.
(18) “La A rgentina” ; Ruidíaz de Guzmán.
(19) V éase H istoria del Paraguay, por Guevara.
(20) R egreso de la expedición a la Asunción.
(21) Eli 1562, el capitán general del Rio de la P lata osó su s­
penderlo de su oficio episcopal.
(22) L e a le s y T u m u l t u a r i o s eran, respectivam ente, los títulos
de los encarnizados bandos.
(23) La erección del obispado de Tucumán fué en m ayo 14
de 1570, reinando San P ío V. Su primer obispo, el celosísim o dom i­
nico Fray F rancisco de la Vitoria, tom ó posesión de la silla
en 1581. (“Los D om inicos de la R epública A rgentina en el VII cen­
tenario de la m uerte de Santo D om ingo”, pág. 117). Según Gueva­
ra, llegó a Tucumán en 1579.
(24) “Varón apostólico y de grandes virtudes”. (D escripción
Colonial, por Fray Reginaldo de Lizárraga, t. II. pág. 37. Biblioteca
A rgentina).
(25) “Señor. En dos de julio de m il quinientos n oventa y nue­
v e don D iego de Valxlez gobernador- de esta s provincias del Río
de la Plata m e dió una de V uestra M ajestad, en el Puerto de B ue­
nos Aires, su fecha a vein te y cinco d e-agosto del noventa y seis,
y haciendo lo que V uestra M ajestad en ella m e manda, lo que he
v isto en siete m eses que ha que desem barqué y poder decir a V.
Majestad es que en sesen ta años que ha que esta s provincias son
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIR G EN 275

de Y. Majestad ha habido solo dos obispos, el uno don Fray Pedro


de la Torre, de la orden de San F rancisco, que residió algunos años;
túvole preso un F elipe de Cáceres, general un año, y después por.
haber dicho el general algunas cosas contra la fe, el obispo y el
clero y el pueblo prendieron al general, y el obispo trayéndolo para
España., el obispo murió en el Brasil, en el puerto de San V icen te
y los que se hallaron en su m uerte me han referido gran santidad
y m ilagros en ella; el segundo obispo, que V uestra M ajestad pro­
veyó por su m uerte, fué a don Fray A lonso Guerra, dominico. R esi­
dió cinco años en el obispado, porque en vigilia de ram os lo echa­
ron del puerto de Buenos A ires y fué cuatrocientas leguas a la au­
diencia de Chuquisaca, a que.-lo restitu yesen y le d esh iciesen lo s
agravios, de donde V uestra M ajestad le promovió al obispado de Me-
choacán, por cuya promoción V uestra M ajestad me manda v in iese
a esta Iglesia, que había m uchos años que estaba vacante como en­
señado a 110 respetar obispos, he pasado no m enos trabajos que m is
an tecesores que con ju sta razón pudiera haber dejado la tierra y
puéstom e a V uestra Majestad, y los mayores han sid o con don D ie­
go de Valdez, com o lo vieran, lo que por vista de ojos lo han v is ­
to pasando a España, y están en esa corte.
Eil m ayor trabajo que ha sucedido en esta larga vacante es que
en ocho años ha sido juez eclesiá stico y gobernado el obispado en
lo espiritual un clérigo sin ninguna jurisdicción y, aunque ha habi­
do m uchas disenciones entre los clérigos, con él se ha estado usan­
do el oficio y se han ordenado m uchos c o n .su s letras dim isorias
que conform e a los papeles que se han visto, todos están suspensos
y la s confesiones y m atrim onios que en esto s cuatro años se han
hecho, hay duda como se han de revalidar y para cosa- tan grave
habré de visitar el obispado y V uestra M ajestad enviar mandar a su
gobernador m e favorezca.
L os indios de este distrito del puerto de Buenos Aires son muy
pocos; hallélos más in fieles ha que piden el bautism o siete u ocho
años, le han recibido los m ás por m is m anos con gran voluntad,
les he hecho una iglesia junto a las isla s del río donde van ¡>-
c o t

curriendo al bautism o cada día.


Los indios de tierra firm e, que va hacia el estrecho de Ma­
gallanes hasta llegar a los Césares que V uestra M ajestad había
de mandar se conquistase, todos son in fieles, aunque algunos acu­
den a pedir el bautismo; son pocos los que reconocen amos, se han
consum ido m uchos de toda esta provincia, dicen, por el mal gobier­
no y rigor de los amos.
H ay en este puerto de Buenos Aires un convento de frailes
franciscanos descalzos, una parroquia razonable, otros dos m onas­
terios hay en todo el obispado y uno de fra iles m ercedarios y
una casa de 1a. compañía; en la catedral de la A sunción; clérigos
que se han ordenado sin poderse ordenar hay hartos, y los que
Vuestra M ajestad envió conm igo y otro que yo traje y con los que
acá había, antiguos, están las ig lesia s razonables.
276 LA V IR G E N DE IT A T I

Las fábricas están pobrísim as de libros, m isales y campanas,


y los dem ás necesarios y aunque tien en frutos las fábricas en que
comprarlos, no los hay en toda esta provincia, si V uestra M ajestad
nos manda por el puerto de Buenos Aires, yo puedo m eter lo que
fuera necesario para el culto divino; 110 se puede proveer de otra
m anera, y a V uestra M ajestad suplico me haga a mí, la m ism a
m erced para que pueda vestirm e, mandando pueda sacar frutos y
entrar por este puerto las cosas n ecesarias de libros, vestid os, para
m í y para m is criados, porque de otra m anera no es posible poder
vivir en esta tierra tan pobre y tan desviada, si V uestra M ajestad
n o m e hace esta merced.
El fiscal de V uestra M ajestad tien e mi aviso para lo que con ­
vien e al aum ento del culto divino y aprovecham iento de esta s pro­
vincias, en servicio de V uestra Majestad, cuya vida N uestro Señor
guarde largos años para aum ento de su reino y mayor gloria suya,
que esto es lo que siem pre este capellán de V uestra M ajestad su ­
plica a N uestro Señor y lo mismo hacen en sus sacrificios los m i­
nistros de D ios en esta provincia del puerto de Buenos A ires a
quince de julio de mil quinientos noventa y nueve años.
A esa corte va don Pablo Enriquez. L leva gran intento de ser­
vir a Dios y a V uestra M ajestad, en las conquistas de los indios
chiriguanaes y chacogualam bas. Será de mucho provecho para au­
m ento de estos reinos. V uestra M ajestad le m ande se despache
presto.
Capellán de V uestra M ajestad — E l obispo del Río de la Plata
(Rubricado) E s copia de su original. Sevilla 28 de diciem bre de
1932.
Archivo general de Indias — A udiencia de Charcas — L ega­
jo 112).
(26) Llamado a España, se le ofrecieron varias m itras de im ­
portancia en la península. Su humildad no adm itió ninguna. Pero,
ante órdenes term inantes, optó por la pobre y retirada d el Río de
la P lata. Fué consagrado en Valladolid — Guevara.
(27) P ocos m eses de llegado a Buenos A ires, falleció, según
Guevara. Debe, por consiguiente, haber consolado a los jesu ítas
náufragos a m ediados de 1605. E l citado historiador narra el h e­
cho con estos térm inos; ‘‘. . . l e sucedió que, navegando del Para­
guay a Buenos A ires, halló náufragos a la orilla de los PP. Mar-
ciel Lorenzana y José Cataldino, que enjugaban las ropas a los
rayos del sol, y los consoló con palabras llen as de amor y su avi­
dad. A pocos m eses de llegado a Buenos A ires, murió a principios
de 1606”.
(28) “Acuerdo del extinguido cabildo de Buenos A ires’’ —
Tom. I - pág. 193 y 194.
(29) D esem peñó H ernandarias su prim er gobierno, de 1592 a
1594; el segundo de 1602 a 1609; el tercero de 1615 a 1620, en que
se dividieron de hecho las jurisdicciones del Paraguay y de B ue­
nos Aires.
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIRGEN’ 277

(30) El historiador Guevara trae lo que sigu e acerca de este


ilustre asunceño: “Era hijo de Martín Suárez T oledo y de Ana
Sanabria, hija del adelantado Juan Sanabria; natural de la A sun­
ción, que se gloría de haber dado cuna a uno de los m ayores caba­
lleros del nuevo mundo. E sclarecido en las artes de la paz y de la
guerra, de prendas tan sob resalien tes que los m inistros de la Casa
de C ontratación de S evilla colocaron su retrato entre los héroeá
prom inentes que han producido las Indias”. A pesar de esto, Her-
nandarías no las tenía todas consigo, y en 1605 pedía al Consejo
de Indias otro puesto de m enos responsabilidad; pues, ‘‘sus en e­
m igos eran m u c h o s ...”. ¡Y no cualesquiera! E l primer historiador
del Río de la P lata, Ruidíaz de Guzman, en 8 de; m ayo de 1601 afir­
maba al rey que H ernandarias “ a m ás de su m uc ha edad, estaba
v ie jo !”
(•31) ‘‘D escripción Colonial'’ — Publicación m ensual de la B i­
blioteca A rgentina — Libro segundo, pág. 204 y 285.
(32) Id., pág. 283.
(33) Carta de H ernandarias a S. M. — 2 de mayo de 1610 —•
Propone la elección de Fray Baltasar Navarro — Es, pues, un error
de muchos, y entre ellos del diccionario E spasa, señalar el fa lleci­
m iento de Fray Reginaldo de Lizárraga y Obando en 1615. ,
(34) N ació en S evilla en 1567. Graduóse de m aestro en la
U niversidad de Osuna. D esem peñó altos cargos en su orden. Fué
consultor del Santo Oficio. — (D el archivo del arzobispado, de B ue­
nos A ires).
(35) Prelado vigilan tísim o: en 1619 com unicaba al Consejo
de Indias que tuvo"que suspender a sus clérigos por ignorantes.
(36) Año de 1621 — Confirm ación que hizo el reverendísim o
señor don Fray Tomás de Torres, por la gracia de D ios y de la
Santa Sede A postólica, obispo de esta s provincias del Paraguay, del
consejo de su' Majestad, etc. Por com isión particular del reveren­
dísimo señor don Fray Pedro de Carranza, obispo del Río de la
Plata. En la reducción de A sto, advocación de Santa Lucía, partido
de Santa F e — y en la ciudad de San Juan de Vera, puerto de las
siete Corrientes — y en la reducción de Itatí, advocación de nuestra
señora de la Limpia Concepción, partido de la dicha ciudad de San
Juan de Vera — el año pasado de 1621, por el m es de septiem bre y
octubre. En los dichos pueblos, su señoría reverendísim a confirmó
cuarenta y seis españoles y un indios naturales, como parece en
estas 25 fojas de este cuaderno.
Confirmación que su señoría reverendísim a hizo en la reduc­
ción de Itatí, advocación de nuestra señora de la Limpia Concepción,
partido de la dicha ciudad de San Juan de Vera, puerto de las
siete Corrientes, en primero de octubre del dicho año de 1621; es
la que sigue:
Casa de Juan Paraguayú - don Juan Paraguayú , padrino el go­
bernador Manuel de F rías - H ernando de treinta años - M iguel de
quince años - Miguel de vein te años - Juan de vein te años - Luis
'2 7 8 LA V IR G E N DE IT A T I

de cinco años - Juan de treinta años - Luis de veinte años - Lucas


de treinta años - Francisco de cuarenta años - Miguel de trein ta
años - A ndrés de cuarenta años - Antonio de quince años - B er­
nabé de cuarenta años - A ntonio de treinta años - Gabriel de doce
años - B las de cuarenta años - Antonio de vein te años - Juan de
seis años - M ateo de cuatro años - Luis de cinco años - M ateo de
se is años - A ndrés de ocho años - F elipe de diez años - Antón de
cuatro años; padrino de ellos Pedro de Medina - F elipe de ocho
años - F elipe de cinco años - Antón de cuatro años - María de v ein ­
te años - M agdalena cuarenta años - María de cinco años - Juana
de treinta años - B eatriz de vein te años - Constanza de tres años -
Leonor de cuarenta años - F elipe de cinco años - Marcos de tres
años - María de vein te años - F rancisca de vein te años - María de
trein ta años - Juana de quince años - María de trein ta años - Ana
de cincuenta años - Francisca de cinco años - L uisa de cuatro años -
Bartolom é de un año - María de cuarenta años - M agdalena de
doce años - Diego de tres años - Cecilia de doce años - Catalina de
ocho años - Juana de seis años - M agdalena de tres años - Isabel
de veinte años - Catalina de quince años - L uisa de treinta años -
Lucía de veinticinco años - María de cuatro años - Mariana de
vein te años - F rancisco de dos años - Catalina de vein te años -
Mariana de treinta años - Beatriz de dos años - Isabel de tres años -
F rancisca de treinta años - Constanza de un año - M ateo de diez
años - Hernando de treinta años - Pedro de veinticinco años -
Francisco de cuarenta años.
CASA DE SANTIAGO AGU ARA Y OA P I: Luis de vein te años -
Andrés de vein te y cinco - D iego de cincuenta - Juan de veinte -
D iego de diez y ocho - F elipe de vein te y seis - M ateo de cuarenta -
D iego de treinta - D iego de cuarenta - Rodrigo de veinte y cin ­
co - Alonso de cincuenta - Marco de treinta. - Alons/o de vein te - Mar­
cos de cuatro - Juan de seis - F elipe de doce - Alonso de diez - D iego
Gabriel de cuatro - Pedro de cuatro - Salvador de seis - B artolom é
de cinco - Juan de se is - F elipe de doce - Alonso de diez - D iego
de dos - Juan de ocho - Juan de seis - F rancisco de tres - Lorenzo
de seis - Luisa de cuatro - Juan de ocho - Juan de ocho - Ana de
treinta - Bernardino de uno - Alonso de diez - M agdalena de treinta -
Miguel de uno - F rancisca de se is - Pedro de seis - F rancisco de
cinco - Isabel de treinta - Ana de uno - P etronilla de cuarenta - Ana
de cuatro - María de sesen ta - M agdalena de cincuenta - Juan de
dos - Isabel de cuatro - María de treinta - Juan de dos - Beatriz
de vein te - A lonso de nno - Juan de treinta - Mateo de dos - María
de vein te - Lucía de sesen ta - Catalina de un - Ana de diez y ocho -
Catalina de cuatro - Catalina de cinco - Ana de trein ta - Juan de
dos - Catalina de vein te - Gaspar de uno - Juan de vein te - Luis de
tres - F elipa de diez - Isabel de diez y se is - Beatriz de cuatro t
F rancisco de quince - Ana de uno - Catalina de vein te - Catalina de
diez y nueve - Hernando de dos - M ariana de tres - T eresa de
P L E N IL U N IO D E L CULTO A LA VJKlrEN 279

veinte - Isabel de veinte y siete - Ana de cuatro - F rancisca de se ­


senta - F rancisca de seis - M agdalena de seis - Ana de cinco - María
de cuarenta - María de seis.
GASA DE DIEGO QUEROCOCTA: Lorenzo de diez y ocho años
- Francisco de treinta - Pedro de vein te - Jerónim o de doce - Cristó­
bal de ochenta - Manuel de doce - Lorenzo de diez - A lonso de diez -
Luis de seis.
Todos los cuales dichos españoles e indios contenidos en e sta s
veinte y cinco fojas de este cuaderno y algunos indios m ás que
no van en este cuaderno por haberse perdido dos fojas en que
estaban escritos y asentados fueron confirm ados por el R everen­
dísim o señor Don Fray Tom ás de Torres por la gracia de D ios y
de la Santa Sede A postólica cfbispo de estas provincias del P ara­
guay, del Consejo de su M ajestad, etc. Por com isión particular del
R everendísim o Señor Don Fray Pedro de Carranza obispo del Río
de la P lata en las dichas reducciones de A sto, advocación de Santa
Lucía partido de Santa F e y en la ciudad de las siete Corrientes
y reducción de Itatí advocación de nuestra Señora de Lim pia Con­
cepción, partido de la ciudad de San Juan de Vera, puerto de las
siete Corrientes y su señoría R everendísim a, firm ó de su nombre
en la dicha reducción de Itatí en primero de octubre de m il y
seiscien tos y veinte y un años — Fray Tomás, obispo del Paraguay
ante mí. Luis de A cevedo y Ure, Secretario.
Y yo Juan B autista de Irarrazábal secretario del reverendísi­
mo don F ray Tomás de Torres por la gracia de Dios y de la santa
Sede A postólica, obispo de esta provincia del Paraguay del consejo
de su m ajestad etc., h ice escribir y sacar los d ich os confirm ados
de su original que queda en m i poder por m andato de su señoría
reverendísim a y va cierto y verdadero este traslado y concuerda
con el dicho original y al ver sacar, corregir y concertar con su ori­
ginal se hallaron presentes: F rancisco Sánchez Vera y Juan de A rce
y A gustín V iveros vecin os y esta n te s en esta ciudad de la Asunción.
En elIa en vein te y un día del m es de m ayo de mil y seiscien to s y
veinte y dos años, y su reverendísim a lo firmó de su nombre de que
doy fe. Fray Tom ás de Torres, obispo del Paraguay (Rubricado)
ante mí Juan B autista Irarrazával, secretario (R ubricado).
E n testim onio: Juan B autista de Irarrazábal de verdad secre­
tario (Rubricado).
N os, el m aese de campó Juan Rasquín y el capitán Lucas de
Balbuena, alcaldes ordinarios de esta ciudad de la Asunción, cabeza
de las provincias del Paraguay, por su m ajestad. C ertificam os que
Juan B autista de Irarrazával, secretario del R everendísim o señor
Don Fray Tomás de Torres, obispo de esta s dichas provincias, e s
tal secretario, nombrado por su Señoría R everendísim a, para la expe­
dición y despacho de las cosas y causas de esta curia episcopal y
a sus escritos y autos y testim on ios estando firm ados y rubricados
y señalados como el testim onio de 1a. plana antes de esta se les ha
dado y da entera fe y crédito en juicio y fuera de él, y en fe de ello
280 1,A V1KGEX DE IT A T I

lo firm am os de nuestros nombres ante el nuestro escribano público


y del cabildo en la dicha ciudad de la Asunción en vein te y dos
días del m es de mayo de m il y seiscien to s y vein te y dos años
Juan Rasquín, Lucas de B alhuena y Ocampo, ante mí F rancisco
V illegas, escribano público y del consejo, (Los tres con sus rú­
bricas). E s copia de su original. (A rchivo general de Indias). Es
copia de su original. S evilla 2 de enero de 1933. A udiencia dé
Charcas. L egajo 138.
(37) D escripción colonial por F ray Reginaldo de Lizárraga.
Libro segundo, pág. 21.
(38) En el “P roceso hecho por A lvar Núñez contra los ofi­
cia les reales, etc.”. El testig o B enito Luis, piloto, declal’a que:
“Al tiem po que el dicho puerto de Buenos Aires se alzó e despo­
bló, este testigo se halló e estaba en el dicho puerto, el cual
estab a muy fuerte e reformado en su cerca de árboles plantados
e casa fuertes fechas de m adera e una nao encallada en tierra
con m uchas rozas, bastim ento, ganado, hortalizas, gallin as e todas
las cosas necesarias, que era como estar en un lugar abundoso de
E spaña”. (H istoria de la conquista del Río de la P lata y del P a­
raguay, de Enrique de Gandía, pág. 92).
(39) Al fallecer el obispo de B uenos A ires, Pedro de Carranza,
el 29 de noviem bre de 1632, el gobernador E steban Dávila quiso
que se unieran las gobernaciones.
Xlll

BAJO LOS O BISPO S DE BUENOS A IR ES


\

Tras las confirmaciones de F ra y Tomás de Torres en


1621, no conservan los libros parroquiales de Ita tí constan­
cia de visitas pastorales hasta 1764* E l 9 de abril de este año
el undécimo obispo de Buenos Aires, M anuel Antonio de ia
T orre (1 ), acompañado por su secretario de cámara, Herme-,
g’ildo de la Rosa, dejó firm ado en los libros de bautismos su
auto de visita, p o r el que dispuso, entre otras cosas, que “ el
presente cura explique a sus feligreses tres o cuatro veces al
año la m ateria, forma, intención y modo de adm inistrar este
sacram ento (el bautismo) en los casos ap urados” , señalando
además form ularios para la redacción de las p artidas en los
bautismos solemnes y privados ( 2 )..
N ada más traen ni los libros ni el archivo parroquial de
Ita tí de esta visita del undécimo obispo de Buenos A ir e s ...
E l segundo obispo de Buenos Aires fué el benedictino F ra y
Cristóbal de Aresti, electo en 1635 y fallecido en 1638; el te r­
cero el dominico limeño F ra y C ristóbal de la M ancha y Ve-
lasco que gobernó desde 1641 h asta su m uerte en 1673; el
cuarto, don Antonio Azcona Im berto, gobernando desde 1677
hasta su fallecimiento el 19 de febrero de 1700, habiendo t r a ­
bajado du ran te su adm inistración en la construcción de la ca­
tedral, fábrica de escasa duración, como qiie en 1753 estaba
en ru in a ; el quinto, el franciscano F ra y Gabriel de A rregui,
prim er hijo ele Buenos Aires promovido al episcopado; go­
bernó dos años desde 1713 ; a sus empeños se debe la hoy ba­
282 LA V IR G E N DE IT A T I

sílica de San F ran cisco ; trasladado al obispado de Cuzco, a


consecuencia de una rodada de m uía al visitar su diócesis, m u­
rió en 1724; el sexto, el trin itario F ra y Pedro de F ajard o , que
gobernó desde 1717 hasta su fallecimiento en .17 de diciembre
de 1729; el séptimo, el franciscano porteño, herm ano del an­
terior A rregui fallecido en Cuzco, F ra y Juan. A rregui que
desde el 16 de ab ril de 1731 atendió la diócesis h asta el 17 de
diciembre de 1736, en que falleció; el octavo, el limeño F ra y
José P e ra lta B arnuevo R ocha B enavides, dominico, que llegó
a. Buenos A ires en junio de 1741, falleciendo el 17 de noviem­
bre de 1746, al estar por tra sla d a rse a Truji.Ho, p a ra cuyo
obispado había sido ascendido; el noveno, don Cayetano de Mar-
cella.no y A gram ont, de la Paz, que dió comienzo a la actual
catedral de la capital federal, habiendo gobernado de 1718 a
1759, en que fué promovido al arzobispado de la Paz (3) ; el
décimo, el porteño doctor José Antonio Bazurco, que gobernó
algo más de once meses, desde el 26 de febrero de 1760 hasta
el 5 del mismo mes de .1761, conservándose de su breve adm i­
nistración destacados ejemplos de generosidad, como el de la
donación de una casa, de mancoimín con su herm ana M aría
Josefa Bazurco, en favor de la iglesia catedral (4).

* *

Así como del undécimo obispo de Buenos Aires conser­


van los libros parroquiales de Ita tí un auto de visita del duo­
décimo también lo conservan. E ra éste n atu ra l de Galicia,
franciscano. No bien llegó en 1778 a Montevideo, F ra y Sebas­
tián de M alvar y P into se internó en su gira pastoral hasta
Misiones. Abandonó la diócesis de Buenos Aires por haber
sido agraciado con el arzobispado de Santiago de Galicia, don­
de falleció colmado de méritos y de honras con el título de ca­
ballero gran Cruz de la real orden de Carlos T i l . . . Su auto
de visita está firm ado en Ita tí con .fecha 13 de mayo de 1779.
Insiste el auto en que se cum plan las disposiciones de su pre­
decesor, “ de feliz recordación” , acerca de los bautismos p ri­
vados; “ pues, sólo •en una p artid a se notan once bautizados
p riv a d a m e n te ... todos los que no puede creerse fuesen bau-
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA VTRtìEìs

tizados con verdadera necesidad, y más habiendo sobrevivido


todos ellos” . Ordena además que no aparezcan, como apare­
cían, imágenes en las hostias, por lo que dispone que “ de ios
hierros hostiarios se borre la imagen que sé descubre en ellos,
y se sustituya en su lugar u n a cruz solamente como está m an­
dado por la Sagrada Congregación de R itos” .
E n este auto de visita se precisan varios detalles históri­
cos. Los bienes de la V irgen y los de la Comunidad adm inis­
trábanse en cuenta común, lo que, además de la confusión que
padecía, restaba generosidad a los peregrinos que no confia­
ban en el destino de sus limosnas, no por suspicacias contra la
adm inistración, sino por la m odalidad del sistema. Puso reme­
dio a esta, deficiencia el obispo de connivencia con el teniente
de gobernador de la provincia, J u a n García de Cossío, ordenan­
do cuentas aparte al adm inistrador del pueblo, que h asta .1781
lo fué siempre en Ita tí el cura. Lo era en la fecha de la visita
del prelado el activísimo y famoso F ra y Antonio José de
Acosta que, no en 1764, como repetidas veces se ha escrito,
sino a lo más en 1768 en que fué nombrado párroco, empezó
un nuevo templo. E n 1764 regentaba la parroquia F ra y Ro­
que F e rre y ra Abad. Probablem ente Acosta dió comienzo al
proyecto de la obra en 1773 al volver de España, adonde fu e­
ra en 1771 con el (propósito de defender a los indígenas ante
la corte del rey. E l templo de Acosta no m iraba de oeste a este,
como el actual, sino de sur a norte. E n 1779 sólo contaba con
una nave sin techar, y el obispo ordenó la venta de las alha­
jas de la V irgen que no fu eran aptas p ara su aliño y así se h a ­
b ilitara esa nave. E l auto de F ra y Sebastián M alvar y P into
dice: “ M anda tam bién S.S. lim a , en su general visita que
los bienes de la V irgen lleven sus cuentas particulares dis­
tin ta s de las del pueblo, y que anualm ente se den con anuencia
del señor Teniente de Gobernador de la provincia conforme a la
ley real; y procediendo con este arreglo se aum entarán las li­
mosnas, y se dará satisfacción a la piedad de los devotos; y
que el día en que se celebre la función de la V irgen se pue­
d an rifa r las alhajas, que dejó separadas por inútiles o in­
capaces de ponerse en el aliño de nuestra Señora; y que con
284 LA V IR G E N DE IT A T I

esta ayuda y demás limosnas se cierre cuanto antes la nave


de la izquierda de la nueva iglesia que m ira de sur a norte, y
celébrense allí los divinos oficios, porque la iglesia vieja ame­
naza ru in a ” .

Y llegamos a la últim a visita pastoral de los tiempos de


la colonia, realizada por el décimo cuarto obispo de Buenos
Aires, el afamado doctor Benito de Lué y Riega. E l décimo
tercero lo fué el doctor Manuel de Azamor y Ramírez, andaluz,
que tomó posesión del obispado el 16 de abril de 1788, y gober­
nó hasta su fallecimiento en 2 de octubre de 1796; era hom­
bre de buen ingenio, de vasto saber, con mucho don de gentes,
teólogo y canonista eminente, hum anista y orador destacado,
de santa vida y de trato encantador. Poseía colmada bibliote­
ca, la que sirvió de base en 1810 p ara fu n d a r nuestra biblio­
teca nacional.
E l asturiano Lué y Riega tomó posesión de su obispado
el 22 de abril de 1803. Hombre severo y a las veces en extre­
mo rigorista, por lo que fué con frecuencia resistido, no se
apeaba de los cánones; pero, por sus virtudes innegables, por
su energía, de la que dió laudables pruebas en los años de las
invasiones inglesas, y después en los días de mayo, en que su
patriotism o español no debe moralm ente vituperarse por más
que haya* sido hijo de un criterio basto y de su poca visión del
p orvenir; por esto y otras condiciones de carácter supo impo^
uerse en medio de la torm enta social, y Sobrenionte pedía que
se lo nom brara arzobispo y caballero de la G ran Cruz de C ar­
los II I , y Linier.s, en su comunicación al secretario de Estado
de fecha 2.1 de enero de 1809, lo consideraba como “ uno de los
obispos m ás edificantes y más p a trio ta s de la A m é r ic a ...”
F ué consagrado el 6 de junio de 1803 en Córdoba por el obis­
po M oscoso; consagró la ca te d ral de Buenos A ires que bendi­
je ra su predecesor, y m urió repentinam ente en la noche del
21 de marzo de 1812 (5).
“ E n este pueblo de nuestra Señora de Ita tí, a nueve días
del mes de agosto de mil ochocientos y cinco, el Ilmo. Señor
Don Benito de Lué y Riega, por la gracia de Dios y de la
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 285

S anta Sede Apostólica, obispo de la Santísim a T rinidad,


puerto de S anta M aría de los Buenos Aires y su obispado,
del consejo de S. M. y Teniente Vicario General de los Rea­
les ejércitos y A rm ada N .” así comienza el auto de la visi­
ta de este prelado al pueblo de la V irgen. P rolijo y práctico
ordena al cura doctrinero, que lo era en la fecha F ra y P edro
Luis A rrióla, que salve los viejos libros parroquiales, que re­
ponga los cuadernillos y hojas sueltas, y los encuaderne “ con
m ayor cubierta que la que tienen de pergam ino” .
U na de las más intensas preocupaciones del ilustre p re­
lado era la instrucción religiosa dol pueblo, y en todos los
autos que hemos leído de su visita pastoral hace hincapié en
los deberes, no sólo de los párrocos sino de todo sacerdote en
este sentido. Puede de él afirm arse qne el celo de la casa de
Dios lo devoraba. E n Ita tí dejó estas disposiciones: “ Como los
párrocos son los m inistros, a quienes directa o indirectam ente
está encargada por los cánones la instrucción de los fieles en
los principios y rudim entos en n u estra fe católica y en las má­
ximas del santo Evangelio, para que puedan arraigarse en
aquella, y al mismo tiempo aprendan el verdadero camino
de su salvación y los medios de desempeñar las obligaciones
y deberes de su respectivo estado, exhorta y m anda S.S. Tima, al
actual cura doctrinero F ra y Pedro Luis A rrióla, que por p re­
texto ni motivo alguno omita la explicación del santo Evangelio
en los domingos y días festivos del año después del prim er evan­
gelio, y la doctrina cristiana catequísticam ente en sus tardes,
y especialmente en las de adviento y cuaresma, juntando a este
fin todos sus feligreses a toque de campana, preguntando de­
lante de ellos a los jóvenes, y explicándola con toda claridad
y pureza, sobre lo cual se le carga gravem ente la concien­
cia. . . La misma obligación de explicar el Santo Evangelio,
o un punto de doctrina, o el de leerla por espacio de inedia
hora en uno de los catecismos aprobados en los días festivos
de ambos preceptos después del prim er evangelio, impone S.
S . Urna., pena de suspensión Ipso fació inc.urvenda, a todos
y a cualquiera presbítero, así seculares como regulares, que
celebren en las capilla u oratorios públicos sitos en el distrito
de este pueblo de indios, siempre que concurran a ellos más
286 I.A V IR G EX DE IT A T I

de doce personas, para qne les conste y no puedan alegar ig­


norancia. De este, decreto se sacará por el nominado padre
cura una copia certificada, y la- h ará f ija r en aquellos, quien de­
berá celar su observancia, quedando exceptuados de ella los
sacerdotes que vayan de paso y 110 se detengan en la capilla
más tiempo que el de ocho d ías” .
Y 110 solam ente ordene el obispo Lué que se in stru y a
al pueblo sino además que se lo acostumbre a la oración vocal
y a la meditación, por lo que dispone: “ que diariam ente en
las tém poras de adviento y cuaresma, tan venerables, convo­
que este cura a sus feligreses al toque del Ave M aría y, des­
pués de rezado el rosario, tenga, con ellos u n cuarto de hora
de lección espiritual y otro de m editación sobre el punto que
se ha leído, y en lo restante del año todos los domingos y
días festivos de ambos preceptos ten d rá con ellos igual ejerci­
cio por la tarde después del catecismo, procurando no ser mo­
lesto ” .

* *

Ya no era Itatí el Ita tí de medio siglo atrás. E l cuidado


patern al del cura ■adm inistrador 110 consultaba, dirigía ni vi­
gilaba todos los detalles de la reducción. Otros vientos sopla­
ban en las inteligencias y en los corazones. Y a no sonaba la
vieja arm onía que oyera P arras sino sólo u n remedo de tiem ­
pos mejores. La oración en común y el alegre trabajo iban car­
comiéndose por el mal ejemplo de los que merodeaban en la
población, so pretexto de visitas a la Virgen, por las malas
costumbres contraídas en las largas ausencias de los indios
aprovechados por sus encomenderos y por los vicios que iban
infiltrándose en ese organismo y a sin el hondo entusiasmo del
sentim iento religioso de prácticas disciplinadas y constantes.
Sin personal, la orden franciscana 110 siempre llenaba las ne­
cesidades espirituales de la com unidad con los debidos doc­
trineros. Epoca m ala en que la fe debilitada m arginaba los
pasos de la licencia, y así 110 era extraño que clérigos sueltos
P L E N IL U N IO D E L C U LTO A LA V IR G E X 287

y frailes no muy avisados, so capa ele necesidades ineludibles,


de viajes perentorios o de simples puerilidades se detuvieran de
sobra en la doctrina, lo que motivó para el auto del enérgico as­
turiano providencias severas. Las reducciones sujetas a enco­
miendas jam ás llegaron a la altu ra moral y progresiva de las
reducciones de los naturales independientes de las misiones
jesuíticas. Y si la doctrina de Ita tí hasta la extinción de su
comunidad destacó sobre todas las reducciones su nombre, no
fué por la acción de los encomenderos ni por el apoyo del go­
bierno civil, que más que flores le ofrecieron abrojos. G ran­
des franciscanos la establecieron, y bregaron en su defensa.
Pero, más que a esos franciscanos, su cuna, su vida y su fa­
ma la debe Ita tí a su imagen, a esa Imagen cuyas plantas be­
saron casi todos los obispos del P araguay y de Buenos Aires,
por Io cual pudo llam ársela: Reina del Episcopado de la cuen­
ca del Rio de la Plata.

(1) Manuel Antonio de la Torre llegó como obispo del P ara­


guay, y visitó ambos obispados. Pontificó en la v illa de Lujan el
1 de enero de 1762. A sistió a un concilio provincial de La Plata,
donde falleció el 20 de octubre de 1776, por contagio en la a sisten ­
cia de un moribundo, (del A rchivo E clesiástico de la m etropoli­
tana de Buenos A ires).
(2) Según apuntes del santuario, concedió el Exmo. Sr. Dr.
Manuel Antonio de La Torre 40 días de indulgencia a los fieles
que, ante la im agen de nuestra Señora de Itatí, rezaren la Salve,
y las m ism as indulgencias a los que, ante ella arrodillados, reci­
taren tres Avem arias. '
(3) No conservan los libros parroquiales auto de visita de
este obispo. Sólo se conservan apuntes de que concedió 80 días de
indulgencia a los fiele s que arrodillados rezaren la Salve ante la
im agen.
(4) Constan todos esto s datos en el Archivo de la Curia E cle­
siástica de B uenos Aires.
(5) Raúl Montero Bustam ante. en un interesan te escrito pu­
blicado en “La P rensa” de B uenos A ires, con fech a junio de 1925,
trae lo sigu iente: “La revolución fué, sin duda, para el obispo Lué,
una catástrofe inexplicable. N i su m entalidad, ni su concepto de
la autoridad real, ni su fidelidad al rey, ni su absolutism o integral
pudieron explicarse jam ás aquella destrucción del orden histórico,
aquella alteración sacrilega de valores. Más feliz que Cisneros y los
oidores de la Real Audiencia; más feliz que otros prelados españo­
288 LA V IR G E N DE IT A T I

les de Am érica, arrojados todos ellos al destierro, el obispo de


B uenos A ires, pudo perm anecer en m edio del turbión revolucio­
nario, que no cesaba de girar frente a su palacio, en donde vivió
confinado dos años sin comprender el espectáculo extraordinario
que se desarrollaba a su vista. E l 21 de marzo de 1812 asistió a
un convite que le fué ofrecido por algunos am igos fiele s para c ele­
brar el día de su patrono. Al retirarse a sus habitaciones se sin tió
enferm o, y se recogió en seguida. Cuando al otro día fueron a des­
pertarlo lo hallaron muerto en el lecho. E l cadáver fué revestid o
con lo s ornam entos episcopales y expuesto a la veneración del
pueblo en la ig lesia catedral, donde se celebraron suntuosos fu n e­
rales an tes de inhum arlo en el panteón de los obispos”.
XIV

GOBERNADORES DE CORRIENTES: EL
CITRA DE IT A T I FRAY JERONIMO
DE AGUILERA

No es posible prescindir de los tenientes de gobernador


en la historia de la Virgen de Ita tí. Difícilm ente algunos de
ellos lian de haber dejado de orar a sus plantas y, a su tiem ­
po, no fa lta rá n plum as más eruditas que la nuestra que en­
riquezcan, con 110 pocas, las viejas noticias itateñas arranca­
das al tesoro escondido en los archivos.
Si la solem nidad del Corpus en la vieja ciudad de V era
era la preocupación religiosa m ás arraigadla en todas late
capas sociales, no le iban en zaga el culto a la Sma. Cruz
de los M ilagros y la devoción a la V irgen de Ita tí. Puede
afirm arse que la capital vivía bajo la influencia de la pin ­
toresca reducción de la Inm aculada. E m este rincón del
P a ra n á el punto sim pático de los corazones. Y en sus fies-
tais patronales, resonantes siem pre, no era sólo el hum ilde
peregrino el que a ellas se lle g a b a : lo era, tam bién el go­
b ern ad o r .
Pero, no todos los justicias m a 3rores ab rig ab an alm a de
peregrinos, como Io iremos notando en esta somerísima re­
seña de los gobernadores de la C orrientes española.
El p rim er teniente de gobernador, Aloníso de V era y
A ragón, con tod'as las solem nidades de costum bre prestó
ju ram en to ante el cabildo el 7 de abril de 1588. Dos días
290 LA V IR G E N DE IT A T I

antes, el 5 de abril, despachó el -cabildo como p ro cu rad o r


general ante la corte a Diego Gallo de Ocampo con dos car­
tas, debiendo e n tre g a r la una en las propias manos de su
M ajestad, y la o tra en su S e a l Consejo de Indias (1). P or
estas cartas, que van en notas, queda deshecha la b urla con
que no pocos recu erd an el ray o desprendido de lo alto sobre
los incendiarios de la Cruz de los M ilagros, reduciéndolo a
u n tiro de arcabuz qu& asustó a los indígenas, como estru en ­
do p o r ellos nunca o íd o ... ¿Cómo podían asustarse esos
indios p or u n sim ple disparo de arcabuz, cuando eran ellos
los que asustaban a los conquistadores en sus viajes entre
las ciudades de la Asunción, Santa F e y Buenos Aires, por
lo .que determ inaron el asiento de la nueva ciudad p ara sus
continuas b atallas contra los indios indóm itos? ¿Que no fué
el arcabuz, sino el cañón cito que traje ro n los fundadores,
según quiere M antilla, que con ta n poca seriedad b a ra ja
estos asuntos? A más de estar acostumbrados los ribereños
de n u estro g ra n río a esa a rtille ría m enuda de los conquis­
tadores, el ilu strad o cronista parece ig n o ra r que no fué uno
el cañoncito: en juicio de residencia se pidió en 1607 cuen­
ta al tesorero Diego Ponce de León de los dos versos de
bronce, o culebrinas, y d'e dos y tre s cám aras que fig u rab an
en las existencias de la fundación.
A pesar de sus em paques de gobierno, especialm ente
con los nativos de la tierra , con disgusto sobrado del mismo
H ernaudarias, se distinguió por su valentía, por su incan­
sable dedicación al m ejoram iento de la ciudad, por su gene­
ro sid ad en rem ed iar las necesidades de sus amigos y p o r su
cristian d ad . E n documento público se lo llamó Padre de la
Patria', y el cabildo del 2 0 de agosto de 1588 suplicó al rey
que, no obstante su cercano parentesco con el A delantado,
se lo conservara en el gobierno contra el ten o r de la pro­
visión real tra íd a p o r J u a n Caballero B azán el 16 de agosto
d el mismo año, que prohibía conferir cargos a los parientes
h asta el cuarto grado. F u é encargado de la petición ante la
R eal A udiencia de la P la ta Diego R odríguez de N atera. Al
ser nombrado gobernador del Río de la Plata Bartolomé de
Sandoval d'e Ocampo, el cabildo del 9 de agosto de 1593
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IK G E N 291

insiste en esa misma petición, por ser Alonso de V era: “ padre


de esta población, que se ha gastado su hacienda, y entende­
mos que con su ayuda irá esta ciudad en aum ento’'.
L a reducción franciscana de Y aguarí ]e debió prosperidad
y m ejoras, especialm ente en el acrecentam iento de su po­
blación; pues, iba rem itiendo a dicha doctrina desde Ja me­
m orable acción de A ra zaty elem entos indígenas, que con
ta n ta abnegación catequizaban los PP. F ranciscanos.
Sin embargo, en las postrim erías del gobierno del Tupí,
las encomiendas em pezaron a p ro d u cir sus fru to s nefastos.
P rev alid o s los paniaguados del gobierno de la confirm ación
que otorgó en .1594 el gobernador general F ernando de Za­
ra te en fa v o r de la legitim idad de su teniente Alonso de
V era en la ciudad de las C orrientes, se entregaron a todo
género de g ran jerias. Ni^ poblaban su.s tierras ni m oraliza­
ban a sus encomendados. En nombre de una m ejor liber­
tad asentada en los principios cristianos, que en. realidad no
se les hacía conocer ni se Ies concedía, se los privaba de sus
tristes, pero al fin libertades nativas. Y así enviábaselos por
cuatro meses a recoger plum as de m artinetas. Y al volver car­
gados con el fru to de su trabajo, se les salía al encuentro, y
los aprovechadores de la candidez de los hijos de la selva
les cam biaban las plum as p o r “ y erb a que dicen del P ara g u ay
y tabacos que á ellos les cuesta m uy poca p la ta ” , con lo
que, según las A ctas C apitulares, los esquilm ados indios
dab an “el trab a jo de cuatro meses p o r lo qne no vale el
jornal de un d ía ” . . . En su visita del 6 de setiembre de
1596, el gobernador del Río de la P la ta, J u a n R am írez de
Velazco, impuso so pena de perder sus derechos a. los te rra te ­
nientes que poblaran, sus posesiones que no se com prara
nada a los indígenas sin qne antes fija ra precio el. goberna­
dor de la ciudad : resoluciones de telaraña, que ni estorbaban
a los señores ni escudaban a los súbditos.
D eja de ser gobernador Alonso de V era y Aragón, y es
elegido por Ju an Ram írez de Velazco el capitán Garcinón de
A rellano, que tomó posesión el 24 de noviembre de 1596. Go­
bernó un día, pues el .25 se trasladó a la Asunción por exi­
gencias del servicio de M. I\f. Lo substituyó Diego Ponee de
292 LA V IR G E N DE IT A T I

León, g ran adm inistrador, que m ejoró con sabias disposicio­


nes Ja propiedad particular, e iiizo suyas ]as peticiones del
procurador de la ciudad, Nicolás de Yillanueva, establecien­
do el arancel de zapateros, carpinteros y sastres, salvando el
ganado suelto destinado a huérfanos y viudas y procurando
ocupación a los menores de edad, sin p erm itir en m anera al­
guna la vida de vagancia a que estaban acostumbrados.
T ras los brevísim os gobiernos de A ntonio Jácom e (2)
y de Gonzalo de Mendoza, en 1598 y 1599 respectivam ente,
en tra al gobierno, p o r F ran cés de B elm ont, a fines de este
últim o año el célebre cap itán Diego M artínez de Irala, de
v ida activísim a, g ran defensor de la ciudad contra las irru p ­
ciones de los indios que h asta se llevaban las canoas del
puerto, gran defensor asimismo de los indios contra los
com erciantes que, de paso por la ciudad y los campos, los
esquilm aban cuand'o no los secuestraban para, su servicio
en tie rra s lejanas, severísim o contra los encom enderos que
d escu id ab an el b ien estar de sus encom iendas. Tiempos en
que todos los horizontes am enazaban, nadie “ni soldado, ni
indio ni m u je r” podían dorm ir fu e ra de la ciudad sin su
licencia. Incansable, los días se le hacían cortos y parecía
no conocer las noches.
• Nombrado con fecha 6 de noviembre de 1601 por Felipe I I
cap itán general del Río de la P la ta el famoso ITernanda-
rias, (3) confirm ó a Ira la por su teniente de gobernador de
la ciudad de San J u a n de Y e ra el 22 de agosto de 1602.
E n ese año m anifiesta Ira la la energía de su carácter
irred u ctib le. L a ciudad padecía ham bre y fa lta b a el m etá­
lico. Sin pago en m onedas los agricultores no querían ven­
d er trigo. H a sta los mismos guaraníes de Y aguarí, que enton­
ces empezaban a ser conocidos por indios del Ita tín , lo que
p ru eb a que y a la V irgen h ab ía sido tra íd a a la población
p o r Bolaños, no vendían sus productos sino por m etálico v,
como eso 110 era posible ¡se declararon en huelga! Irala con­
m inó con penas a los agricultores, y tuvieron que co n ten tar­
se con las llam adas m onedas de la tie rra (4).
E n la m ita d p rim era de 1603 concluyó el gobierno de
este hombre eminente que bajó a las hum ildades .del llano
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N

después de beneficiar, como ú ltim a consagración de sus ac ti­


vidades, al pueblo con el nom bram iento de un aventajado
m aestro de escuela (5).
E n esto llega de L a P la ta , con intención de to rn a r de
inm ediato a ella después de solventar algunos negocios p a r­
ticulares, el g ra n poblador de la reducción franciscana de
Y ag u arí y p rim er gobernador de la ciudad de V era, Alonso
de V era y A ragón y, con aplausos de los vecinos, los capi­
tu lares nóm branlo Alcalde ordinario y de la santa H erm andad,
poniendo en sus manos lá dirección de la cosa pública, honor y
cargos que declina Alonso por eximírselo así sus negocios. H er-
nandarias, que por cierto 110 le debió siempre m uy buenas aten­
ciones, justo y noble como era aplaudió el entusiasm o capi­
tu la r, e hizo acep tar a Alonso el honor y los cargos hasta,
que tu v ie ra reem plazante^eon el nom bram iento de un nuevo
ten ien te de gobernado^.
E l 27 de setiembre de 1603 empuñó la. vara de Justicia
M ayor Diego M artínez de la O rta por sólo u n d í a ; pues,
con títu lo m ás valedero el 28 fué reconocido por gobernador
P edro López de Enciso, substituido en el mismo año por A nto­
nio González Dorrego que hasta 1607 se preocupó con acti­
v id ad de las cosas m ás m inuciosas p a ra bien de la hacienda
y del pueblo. H uérfanos, viudas y pobres en co n traro n en
él un padre. P ro cu ró la asistencia de los niños a la escuela,
la construcción de las casas consistoriales y atendió las
necesidades del culto ( 6 ), proveyendo a la iglesia m atriz,
d:e que era cura F ra y A ntonio De la Cruz, y a los demás tem ­
plos de sebo para la luz del Santísimo, por falta absoluta de
a c e ite : pobreza atroz, con las comunicaciones del comercio
o bstru id as p or los indios sublevados.
E l 1- de febrero de 1607 recibe, su título de gobernador
B ernardino de Espíndola y, como en ese mismo año abandona
Ja ciudad para dirigirse a. la Asunción, lo sustituye Pedro Ló­
pez de Enciso que fallece en 1610, siendo elegido Salvador
Barbosa de A.guilar, quien gobernó hasta 1613, año en que
sube al gobierno el capitán Diego Ponce de León (7).
294 LA V IR G E N D-E IT A T I

D esde 1613 a 1633 no aparecen actas capitulares en el


archivo de C orrientes, así como del 7 de ab ril a mayo de 1588.
Si las hay, no hemos dado con ellas. .
No parece ser esto u n a sim ple coincidencia sino la obra
sistem ática de una mano enemiga de las más puras glorias
da le Mesopotamia arg en tin a: la Cruz de los Milagros y la
V irgen de Ita tí. A sí como no se conservan las sesiones de
los cabildantes d u ra n te un mes tra s los hechos portentosos
de A razatv, de que nos da cuenta el P adre Jim énez por h a­
berlos leído, tampoco se conservan las actas correspondien­
tes a los años en que se fu n d a Ita tí, en que se realizan los
grandes milagros de la V irgen y en que C orrientes con Ita tí to­
man la p arte más destacada en el escarmiento de la indiada
de las selvas del Caro con motivo del m artirio de los bien­
av enturados Roque G-onzález de S an ta Cruz, Alonso R o d rí­
guez y J u a n del Castillo.
E l m artirio del bienaventurado Roque González de S anta
Cruz, misionero del distrito de Y aguarí, fundador en él de
la reducción de S an ta A na ( 8 ) y poblador de Ita tí con la
entrega de su doctrina a la de los franciscanos, tuvo lugar
bajo el gobierno del lugarteniente Simón de Meza, siendo
-gobernador de Buenos A ires F rancisco Ja v ie r de Céspedes,
y obispo P edro de C arranza.
D u ran te la gobernación de (9) Simón d:e Meza, que ya
figura, según M antilla, como lugarteniente en 1622, el maes­
tre de campo general, el g ra n devoto de lá V irgen de Itatí,
M anuel Cabral de Alpoim labra por los años de 1633 con
sus propias m anos y ay u d a del carpintero Francisco de Sa-
nabria, a quien p ag a su jornal, las p u ertas que dona a la igle­
sia m ayor, siendo director de las obras el P. F ra y J u a n de
G am arra, el venerable cura y doctrinero de Ita tí, entonces
cura vicario de la ciudad de C orrientes.
E n este tiem po el gobernador de Buenos Aires, P edro
E steban D ávila, no podía olvidar la destrucción de Concep­
ción del B erm ejo, y menos las tropelías de los calchaquíes
que habían m atado al gobernador C alderón y a veinte y dos
vecinos. Quiso escarm entarlos y envió p ara ello a su hijo
P edro Dávila con milicias de las reducciones jesuíticas y
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA VIRG UN 295

con guaraníes de Ita tí. ¡C uánto sen tiría F ra y J u a n de Ga-


m arra no poder acom pañar a sus am adísim os hijos de Ita tí!
Ya sus fuerzas no lo sostenían. H abía renunciado a su cargo
de cura vicario y juez eclesiástico de la ciudad, y esperaba
tranquilo, cargado de años y de m éritos, la liberación de la
m uerte en las calladas celdas del convento de San A ntonio
de la ciudad de C orrientes que adm iraba su ciencia, su ac ti­
vidad y su v irtu d .
* *

Se desprende del acta c a p itu lar del 16 de enero de 1634


el erro r de M antilla en confundir el fuerte de la ciudad con
la estacada que sirvió de fu e rte en los comienzos de la fu n d a­
ción y presc'nció el m ilagro de la Cruz, y fué mejorado según
órdenes del adelantado J u a n Torres de Vera y Aragón. E l
fuerte prim itivo así como 1 p erm ita para cuya limpieza eran lla­
mados frecuentem ente los garantes del pueblo de la Virgen
estaba en A razaty, en las llam adas cha-carillas o pueblo viejo,
de (pie hace mención el cabildo del 26 de marzo de 1636.
El fu e rte de la -ciudad lo hizo co n tru ir el cabildo en 1634
p o rque la ciudad;, rodeada de enemigos, pedía con urgencia
un lu g ar seguro para repa.ro de la gente en caso de asalto. Y
tan oportuna pareció la resolución de los cabildantes que toda
la ciudad acudió con sus bueyes acarreando m ateriales p ara
su construcción.
A este gobierno de orden sucedió otro de verdadero desor­
den, p o r provisión de la re al audiencia de L a P lata. Sube al
mando el 24 de enero de 1634 Luis N avarrete (10). No era ve­
cino y estaba, además según se decía em parentado con la autori­
dad prom otora. El cabildo lo defendía so pretexto de ser tiem­
pos de g u erra y poseer una encomienda. E l pueblo protestaba,
pero, sólo el cura vicario, Luis A rias M ansilla, tuvo la ente­
reza. de presen tarse a las sesiones del cabildo v en ro strar al
mismo interesado y a sus defensores la ilegitim idad de esa
elección p or oponerse a provisiones y cédulas reales.
No fueron tan to las provisiones y ’cédulas reales el mo­
tivo de la actitu d del cura de la iglesia m ayor como la anar-
296 LA V IR G E N DE IT A T I

q uia m ateria l y esp iritu al alim entada por el desgobierno de


Navarrete. P o r lo que, interviniendo el gobernador de B ue­
nos Aires P edro E steb an de D ávila, lo reem plazó el 2 de
noviem bre de 1634 con M anuel C abral de Alpoim.

* *

No nos es, p o r cierto, desconocido este famoso m aestre


de campo, una de las glorias culm inantes por su piedad re ­
ligiosa y por su honradez adm inistrativa, en la lu gartenen-
cia de C orrientes. P o r lo mismo, si mucho se lo honró a
p esar de su origen portugués, m u e lo se lo persiguió, y se
discutieron sus m enores acciones y h a sta en m ala hora ap a­
reció su nom bre en la tab lilla de los excom ulgados fija d a
ju n to a la p u erta m ayor de la iglesia m atriz. Robusto, de espi­
gada estatura, trab ajad o r y decidido, rio lo enloquecían los
am igos ni 3o arred ra b an los ad v ersario s; y así m ane­
jab a con clara discreción la plum a como en continuos en tre­
veros con la b arb arie su legendaria lanza de más de veinte y
cinco palm os de largo. C orrían p arejas con su caballerosid’a d
y entereza sus erogaciones generosas p ara el 'culto divino, de­
m ostrando con esto su inm ensa g ra titu d a la V irgen de Ita tí
p or el fav o r dispensadlo a la viu d a de Alonso de V era y A ra ­
gón, p rim er teniente de gobernador de C orrientes, con la que
co n trajo m atrim onio poco después de su llegada a la expre­
sada ciudad en 1627. Con haber puesto su predilección en
los asuntos religiosos, au n con peligro de su vida, no les lia
sid:o posible aún a los historiadores liberales negarle el aplauso
m ás rotundo. Dice de él M an tilla: “L a tenencia de gober­
nador fué activa en sus manos. E n el interior estimuló e
hizo progresar la edificación urbana, los cultivos, la cría
de haciendas, las faenas de cuero del ganado cim arrón, que
y a a b u n d a b a ; fundó las reducciones de Santiago Sánchez,
sobre el río Em pedrado, y S anta Lucía de los Atos sobre la
desembocadura del río S anta Lucía (11) ; expedicionó sobre
los charrúas, que invadieron el norte del río Corrientes,
reunió nuevos pueblos en Ohoma, G uacaras e Ita tí. L a ren ta
general triplicó bajo su adm inistración, alcanzando a 697
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 297

pesos en 1637. Hizo v arias cam pañas en el Chaco con el


doble propósito de a le ja r el peligro de los asaltos de los abi­
pones y p ro c u rar el restablecim iento de la Concepción del
B erm ejo. El gobernador P edro E steb an D ávila recompensó
la útilísim a consagración de Cabra] de Alpoim a los intere­
ses públicos nom brándolo Maese de Campo general de la
gobernación” ( 1 2 ).
No podía ser más lam entable la situación a que había
reducido N av arrete la cosa pública con el descuido del g an a­
do cim arrón, del que se aprovechaba a su antojo con licen­
cia in tere sa d a de vaquerías, llevando sus arb itraried ad es, por
enriquecerse como así acostum braron m uchos gobernadores,
h a sta ab u sar cruelm ente de las m itas y de los indios de -las
reducciones especialm ente de los de Ita tí. M anuel, asesorado
p o r el cabildo y m uy de cerca por el F iel E je c u to r Gonzalo
de A lcaraz y por Mateo González de S anta Cruz, a quien se
nom bró P ro cu rad o r general ae la ciudad, salvó en gran
p a rte la dism inución del ganado, de que fué siem pre p rin ci­
p al e in teligente accionero, atendió a la construcción de las
casas consistoriales con la cooperación de la reducción de
la V irgen; sujetó tocio lo vendible a precios equitativos; dis­
puso el acondicionam iento de corrales de com unidad entre
la ciudad y las chacarillas de A razaty p a ra el ganado, con
qne se rem ed iaría a las viudas, a los huérfanos y a los pobres,
y, a más de otras sabias providencias, se esmeró con el ejem­
plo de sus prácticas religiosas en m oralizar al pueblo. E ra
ternísim a su devoción a la m ilagrosa imagen de Itatí. Y en
verdad: que con ese títu lo la M adre de Dios fué la salvadora
de esos -momentos difíciles, en que no había n i médicos ni
cirujanos, y en que la pobreza ra y ab a en la m iseria, en que,
si una vaca se conseguía p o r cuatro pesos, u n queso mise­
rab le sólo se saboreaba p o r diez, cosa de no adm irarse en
una población sin gente de industria ni con tiendas propia­
m ente tales, no tra b a ja n d o nadie “según su oficio sino según
su ingenio” (13).
E n 1636 fué citado el em inente gobernador por la Real
audiencia de L a P la ta p a ra responder a las reclam aciones
acerca del ganado de la viuda del adelantado .Juan De Vera
29S LA V IR G E N DE IT A T I

y Zarate, M aría de Figueroa;. E m prende el viaje, no sólo


por este motivo, 'sino p ara hacer gestiones, en nombre suyo
y del cabildo, an te la R eal A udiencia, el V irrey y dem ás
auto rid ad es en fav o r de su tenencia que nadie m ejor que él
conocía y am aba, dejando como suplente, m ientras 110 lle­
g a ra el su stitu to A m ador Báez de Alpoim nom brado por el
g o b ernador de Buenos A ires, a P edro D ávila Enríquez. Bra
éste hijo del cap itán general que hallábase de visita, dele­
gado p or su p ad re, con om nímodas atribuciones llevando la
v a ra alta de la re al ju sticia en las ciudades, pueblos, red u c­
ciones, chacras y estancias de españoles e indios. Em peñado
en rep o b lar la d estru id a Concepción del Berm ejo y castigar
a los guaieurúes y calehaquíes p o r la m uerte que infligieron
en M atará al gobernador y a veinte y dos pobladores y, no
contando con fuerzas suficientes, m anifiesta al cabildo su re­
solución de d irigirse a la A sunción con el p rocurador de la
despoblada ciudad p a ra poner en m anos del gobernador del
P a ra g u a y la em presa vengadora. Y en v irtu d de sus pode­
res de su p erin ten dente nom bra en su reem plazo el prim ero
de diciembre al alférez Gabriel de Morera, que ejerció el
cargo h asta el 29 de diciem bre, fecha de la llegada del ca­
pitán A m ador Báez de Alpoim, gobernador en las ausencias
del titu la r M anuel Cabral. Se distingue este in terin ato por
v arias acertad as disposiciones de orden público, algunos pro­
gresos edilicios, el nom bram iento de Pediro de M edina como
m aestro de niños que de tiem po a trá s se hallab an sin es­
cuela, arreglo del archivo cuyos papeles corrían en manos
de particu lares, corrección de encom enderos y m edidas con­
tr a los “m uchos mozos h arag an es que dañaba campos y
chacras” .
De reto rn o de su m isión, tom a posesión del gobierno el
27 de julio de 1637 Manuel Cabral de Alpoim que, por reso­
lución del cabildo, vuelve el 9 de setiembre a ser substi­
tuido. A m ador Báez se encarga del gobierno por ser nece­
saria la intervención del titu la r en la pacificación de los
indios de S an ta L ucía y de los m erodeadores de la ciudad.
E n estos trab a jo s llegó p a ra el titu la r y el substituto
la hora m ala, y con m ás rudeza p a ra el titu la r. Divididos los
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IK G E X 299

reinos ele P o rtu g al y E spaña, p o r m ás que portugueses como


Cabra! fuesen por sus servicios en el am or v civilización de
estas tie rra s m ás españoles que los de E sp añ a v m ás afin­
cados que los mismos criollos, se los reputaba por extran­
jeros y peligrosos por sólo haberse mecido su cuna en un
país que no recordaban. Y así desde el 9 de diciem bre de
1637 empezó p a ra el pundonoroso C abral u n a v ida azarosa
de persecuciones, calum nias y pleitos que soportó con ente­
reza, con paciencia cristian a y no pocas veces correspon­
diendo a la animosidad con servicios manifiestos, que eran la
humillación silenciosa pero elocuente de sus inhábiles eue-
migos (14).
* #

Tiempo de d u ras pruebas fueron p a ra C orrientes y para


las orillas paranenses de su territo rio los del. sucesor Nico­
lás de V illanueva. La invasión de los indios del Chaco y
en especial de los guaicurúes sem braban en 1638 el pánico en
las reducciones del río abajo, en Ita tí y, am enazada la capi­
tal, el p ro c u rad o r de la ciudad, J u a n de Leneinas, el super­
in ten d en te P edro B áv ila E nriquez y el gobernador no des­
cansaban en defenderla,'. Se desm ontaron las calles y los alre­
dedores p a ra ev itar asechanzas, y se resolvió lo que siem pre
se resolvía y n u n ca se hacía, la construcción de u n fu erte
salvador, en cuya obra como en las del cabildo prestaro n su
tra b a jo varios indios de los encom enderos de Ttatí (15). Y
no p arab a to d a la preocupación en la in d iad a levantisca: los
indios de las reducciones estab an a punto de alzarse ante
Jas exacciones de los colonos y fué necesaria una severa in te r­
vención co n tra los españoles que v ejab a n a Ttatí por las
legítim as vaquerías del cacique Ju a n M ondirayú. A ñádase a
esto las co rrerías de m ercaderes trash u m an tes que agolpa­
ban la hacienda en grandes cantidades, y se la llevaban a
ven d er en S an ta F e p o r el p u erto de S antiago Sánchez, y
en el P araguay por el puerto de Itatí, dando tarea desespe­
ra d a a los alcaldes de la Santa H erm andad que de ordinario
los persiguían en vano, huyendo esta tropa de m ercaderes
300 LA V IR G E N DE IT A T I

con eaballos, m uías, vacas y busíes, después de esquilm ar


campos y d estru ir chacras (16).
Corrientes poseía con Villaim eva el gobernador que ne­
cesitaba en ta n crueles momentos. No sólo atendía la de­
fensa de la ciudad, rem ediaba la despoblación de S anta
Lucía, castigaba el despotism o de algunos encom enderos con­
tr a los guaraníes de Ita tí, sino que ponía cuidado en los de­
talles más insignificantes del orden público y vigilaba m uy
de cerca la educación que a los niños se im partía en la es­
cuela de los andenes o dependencias de la iglesia m atriz (16).

* *

Es de n o tar, en las relaciones de la colonia con ei ele­


m ento indígena, cómo era éste, a pesar d:e ordenanzas reales
y buen acierto de algunos virreyes y gobernadores, el recurso
aprovechado p a ra el tra b a jo y el huérfano dejado siem pre
al m argen de la civilización, expediente por otra p arte prác­
ticam ente obligado de todas las colonizaciones. Sólo la reli­
gión se em peñaba en salv ar los principios civilizadores, pol­
lo que se p resen tab an de suyo continuados conflictos en tre
sus m inistros y las autoridades civiles.
Ita tí fué acaso la reducción en que el indígena gozó algo
m ás de los beneficios de la lib e rta d cristiana, y no por otro
m otivo sino p o r la noble entereza de sus curas y doctrineros
franciscanos y, m ás que nada, p o r las m aravillas de la Reina
y M adre de esa población aborigen. Contemplaban los hijos
de la tie rra que la arrogancia colonizadora se po strab a en
las fiestas patronales ante ella como ellos, y com prendían po­
seer con una misma m adre unos mismos derechos a la justicia
y a la caridad, .
P o r eso, en medio de su sencillez y del achatam iento
educativo im puesto p o r las condiciones entonces inapelables
del tiem po y de los caracteres del sistem a, la voz de Ita tí se
hizo fam osa como su im agen.
Esa voz de protesta t'uvo su eco más de una vez en las altas,
au to rid ad es de la Corte y en la gobernación general de B ue­
nos Aires. E n u n pliego de órdenes del eapitán de lanzas
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA VIRGEN 301

españolas, Mend:o de la Cueva y Benavídez, caballero va­


lentísimo y uo poco bravucón en sus órdenes, a quien acom­
pañó buen golpe de indios itateños en el castigo de los cal-
chaquíes, disponía el 6 de noviem bre de 1639 que el cabildo
de C orrientes rem ediara la despoblación de S an ta Lucía, y
que se tr a ta r a bien a los indios, porque “ él no es persona
p a ra b u rlas” ; que los indígenas son sus súbditos, y los “quiero,
estimo y honro como se ha visto, y más que ningún gober­
nad o r de las In d ias lo h a 'h e c h o ” , y que “a nadie le parezca
que son esclavos, porque se a rre p e n tirá algún día”;.
No caía, en verdad, Vilianueva bajo estas amenazas, por
ser de su confianza, y m erecerla. Mas, no eran todos ni m u­
cho menos hom bres que buscaran el cum plim iento de las leyes
y no su m edro personal. C ristianos de m ucha apariencia de
fe, pero m uy reales paganos en las costumbres y sobra­
dam ente in justos p a ra los hijos del trab ajo , padecim iento no
ajeno a la inm ensa m ayoría de los cristianos de hoy, satis­
fechos de su religión por alguno^ rezos y prácticas piadosas,
y sin escrúpulos de conciencia ante el vil salario de sus em plea­
dos y su desatención con los p o b res: cristianos que, no hon­
ra, sino son lacras de la religión.
Cuando el dedo de Dios los castigaba, volvían a él como
el cabildo d-el 30 de julio de IBifi que. ante una atroz sequía,
suplicaba, al cura vicario F rancisco de A larcón rogativas y
procesiones públicas “ p a ra que Dios N uestro Señor nos m ire
con ojos de p ied ad ”, y se re c u rría con frecuencia al “glo­
rioso y bienaventurado San Ju an B autista, patrón de esta ciu­
d a d ” , y se refaccionaba “ la erm ita de San Roque y San
S eb astián ” , y se determ inaba, como el 30 de mayo de 1650,
fe ste ja r al patro n o con regocijos populares y con cañas, de­
biéndose n o m brar los cuadrilleros, añadiendo los cabildan­
tes que, en razón de h aber librado S an A ntonio de P ad u a a
la. ciudad de m uchas plagas, por voto se lo ten ía como abo­
gado, y se ordenaba qne todos los vecinos hicieran, en las
vísperas de su festividad, u n a m anifestación pública mon­
tados a caballo. Y ¡esto en tiempos del gobernador J u a n de
Vargajs M achuca, uno de los peores entre los malos sufridos,
p o r la colonia!
302 J.A V1HGEN' DE IT A T I

T ras el breve gobierno de Francisco de Agüero, sucesor


de V illanueva, sube al poder, p o r Jac in to de Láriz, el capi­
tá n J u a n de A vendaño, en cuyo tiem po estuvo de paso para
su obispado del P a ra g u a y el talentoso, vehem ente orador, pero
no menos ra ro y ambicioso F ra y B ernardino de C árdenas
que prom ovió en C orrientes, como en todos los lugares don­
de ^ actuó, un incidente que alborotó la tranquilidad del ca­
bildo y de los hogares. A unque en obispado ajeno a, su ju ris ­
dicción, el 8 de febrero de 1647, en pública asam blea de auto­
ridades, p or medio de su notario el clérigo J u a n García, exco­
m ulgó al alcalde ordinario Luis A ntúnez Gómez por no haber
cumplido órdenes que Je im partiera. E n pleno cabildo pro­
testa el .11 de febrero A ntúnez: es él hijo fiel de la Iglesia;
C árdenas debía entenderse con su obispado del P a ra g u a y y
no con los ajenos, y él, A ntúnez, sólo estaba dispuesto a pres­
ta r obediencia, m áxim e en sus oficios de alcalde, a su p re­
lado de Buenos A ires y al juez eclesiástico de la ciudad y
cu ra vicario de la iglesia m atriz, el licenciado Luis A rias de
M ansilla.

Como breve el de A güero, breve fué el gobierno de Aven*


daño. Jacin to de Láriz, que el 28 de setiembre de 1647 visitó
la gobernación, presentó como su lugarteniente a Amador
Báez de Alpoim, no obstante ser extranjero, por haber éste
contribuido no pocas veces a la conquista y a la defensa
con armas y caballos. Y es aceptado por el cabildo del 3
de octubre de 1647. E ufem io, apenas podía atender su cargo,
y el 14 de enero del año siguiente entregaba al S eñor su.
alm a.
Ja c in to de Láriz, amigo incorregible de arbitrariedades,
co n tra rian d o los deseos del cabildo, nom bra lu g arten ien te a
u n cabildante de S anta F e, al logrero alférez J u a n de V ar­
gas M achuca, que el. 7 de agosto de 1648 llegó a la c iu d a d
E l cabildo lo rechaza. L áriz lo impone. P o r e v ita r pleitos
es aceptado, aunque no sin protesta. L áriz se b u rla de pro­
visiones reales y conveniencias de vecindarios, y va en igua­
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 3 03

les condiciones h abía im puesto a J u a n de Aven daño y a


A m ador ISáez de Alpoim.
Se conform a resignado el cabildo; pero, el cura de la
P u ra y L im pia de Ita tí, F ra y Jerónim o de A guilera, no sólo
no se conforma, sino que se presenta repetidas veces al ca­
bildo con cédulas y provisiones reales que, a su juicio, in­
validaban la legitim idad del nuevo gobernador. V erdad es
que los documentos reales de 1619 y de 1627 habían cadu­
cado: el prim ero, qne exigía dentro del año la aprobación de
Iai lieal Audiencia del candidato elegido por el superior gobier­
no, sólo a causa de habérselo dejado caer en desuso; y el
segundo, que requería fuesen vecinos del. lugar los candidatos,
p or resolución contraria del 26 de agosto de 1645.
No por eso desistía el cura de Itatí, moviéndolo a ello
razones de defensa de su parroquia. E l pueblo, el clero secu­
lar y regular y el cabildo lo asistían en su noble actitu d . . .
E ra Machuca un sim ulador y desaforado aprovechador de
los bienes de las reducciones. a\las que rodeaba, so pretexto
de protegerlas, con su cohorte de aduladores. Enriquecíase
con lag coimas de los m ercaderes explotadores, que p e rju d i­
caban la hacienda m ás que los vecinos del P a ra g u a y la es­
casa. moneda de la provincia, en la vendían la yerba,
conseguida por 2 reales a 1 0 y 1 2 pesos, y a 18 pesos la
arro b a de azúcar y m iel de 4 pesos. Con los guaraníes de
I ta tí reb asaro n su codicia y sus vio len cias: im ponía hechuras
suyas por corregidores y escandalizaba la com unidad con.
sus introm isiones, a m ás de sacar indios a su placer irritá n ­
dolos con el tra b a jo desm edido del remo y en mil o tras
faenas p a ra sola su utilidad, haciéndoles pag ar mitas a tra ­
sadas y dispersándolos en viajes de antojo hasta, p a ra Buenos
Aires, por lo que quedaba destruida, según F ra y Aguilera, la
d o ctrin a de la V irgen.
E l cabildo se declara p a rtid a rio y defensor del cura de
Itatí. M achuca dirige oficios ofensivos al cabi'do,1. El cabil­
do replica con serenidad; pero, le pide la vara de la ju sti­
cia m ayor. Irrita d o V argas M achuca con el cabildo, y m u­
cho más con el cura de Ita tí por haberlo am enazado éste con
304 LA V IR G E N DE IT A T I

el castigo de la Virgen, se desata en escritos injuriosos, pero,


cede al fin al cabildo el gobierno hasta qne solucione el
conflicto el gobernador de Buenos Aires. E¡ra en marzo
de 1649.
C riatu ra del gobernador general, el 14 de octubre de
ese mismo año triu n fa Machuca. Láriz reprende al cabildo co­
mo atropellador de su investidura. Que se devuelva a M achu­
ca la vara de la Ju sticia m ayor y los frutos de sus encomien­
das. Y entre otras penas que se destituyan los cabildantes.
E l cabildo obedece, pero, p rotesta: “ prim ero están las reales
provisiones que los gobernadores” . E l gesto del cura de Ita tí
lo tenia m alhum orado a Láriz, que resolvió que los corregido­
res de reducciones debían ser naturalm ente españoles puros
y que los clérigos y frailes no pudieran ser oídos sin autori­
zación de sus superiores je rá rq u ic o s .. . Lo cierto es, sin em­
bargo, que siguieron siendo los indios los corregidores de Ita ­
tí, y tam bién siguieron los mismos cabildantes ejerciendo sus
oficios de la adm inistración de M achuca.
P ercatáb ase algo más, aunque no del todo, el mal traíd o
g o b e rn a d o r.. . Y a p asab a de sobra el año señalado pava la
aprobación de la R eal A udiencia. E l p rocurador general de
la ciudad pide al cabildo la exoneración del mal querido lu­
g arteniente. Se reúne el cabildo el 30 de junio de 1650. Oye
la intim ación M achuca: él no e n tre g ará la v ara h a sta que
sea nom brado su sustituto!. Se la requiere el cabildo. El no
la entrega, p o r servir al rey. E l cabildo le echa en cara que,
no p o r serv ir al rey sino a sí mismo, se em pecinaba en su
puesto sin más aspiraciones que enriquecerse, molestando a
pueblos e indios. M achuca se hace el sordo y abandona la
sala cap itu lar llevándose la in s ig n ia ... E l 11, como si tal
cosa, se p resen ta al ca b ild o ; se declara, gobernador sin apro­
bación como otros lo hab ían sido. Y oye lo que acaso no
esperaba: que aquellos gobernadores, por cierto m ejores qne
él, habían sido sólo tolerados, y que esa tolerancia fué castiga­
da por reales cédulas; que su arb itraried ad lo llevaba a enri­
quecerse h asta con las vacas de las red u ccio n es; que se a rro ­
gaba el derecho de visitar doctrinas, competencia de sólo
los gobernadores generales, perteneeiém lole a él únicam ente
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 305

el em padronam iento y el arreglo de m itas. A nte éstos y otros


cargos, Machuca no se am ilana, y asegura al cabildo que el
visitador Garabito de León está en ¡Santa Fe, y trae la apro­
bación de su títu lo . . . E l cabildo tam poco se am ilana, y el
tre in ta de julio publica la exoneración de Machuca.
Efectivam ente, en setiembre llegó Garabito de L eón; pe­
ro, en vez de entregarle a Machuca, entrega el gobierno al
cabildo. Y y a no es aquél sino éste el que nom bra corregido­
res, como en 8 de mayo de 1651, habiendo fallecido el ten ien ­
te y alcalde m ayor de la “ Reducción del I t a t í n ” nombró el
cabildo en su reem plazo al cacique principal del pueblo don
F e rn a n d o . . .
H onra del cura de Ita tí, F ra y Jerónim o de Aguilera, fué
este triu n fo contra el despotismo aproveehador: arresto no­
bilísimo sin más finalidad que la libertad p a ra el trabajo del
pueblo y la defensa de los n atu ra les de la tierra.

\
(1) Carta de la ciudad de Vera a su M ajestad en sus reales
manos dando cuenta de su fundación. Vera, 5 de abril de 1588 —
Archivo General de Indias, 14-41-1 — Charcas número 16. — Señor:
con el celo que siem pre hem os tenido de servir a V uestra M ajestad
lo s españoles que en esta s provincias del Río de la P lata v ivim os
anim ados por el licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, ade­
lantado y gobernador de ellas, salim os de la A sunción en su compa­
ñía ciento y cincuenta soldados, los más de ellos con m ujeres e
hijos, arm as y caballos y todo género de ganado a conquistar las
provincias del gran río Paraná, distante de la ciudad de la Asun­
ción sesen ta leguas; háse poblado en nombre de N uestro Señor y
de V uestra Majestad la ciudad de Vera en tal sitio y calidades que
esperam os en Dios que con el favor de V uestra M ajestad será una
de las m ejores de la India, dem ás de que s e evitan los corsarios
indios que andaban en e ste Río de la Plata y se aum entará el co­
mercio de España, Brasil, Chile, Tucumán, como más largam ente
dará relación D iego Gallo de Ocampo m aese de campo general de
esta s provincias que v a por procurador general de esta ciudad y a
suplicar hum ildem ente en nom bre de ella a V uestra M ajestad sea
servido de hacernos m ercedes y favorecerla conform e a la instruc­
ción que lleva nuestra como esta ciudad lo espera; suplicam os a
V uestra M ajestad que con sus acostum bradas clem en cias sea ser­
vido de oírle, cuya católica persona de V uestra M ajestad N uestro
Señor prospere con mayor aum ento de reinos, señoríos como los
LA V IR G E N DE IT A T I

vasallos de V uestra M ajestad deseam os, de esta ciudad de Vera.


5 de abril del 1588 años. F rancisco1 Gracia de Acuña — D iego Ponee
de L eón —■Juan de R ojas — Martin Alonso de V elasco — E steban
V allejos — Francisco de León — D iego Rodríguez de Natera —
F rancisco Pérez Cabrera — A seucio González — Pedro López de
E n ciso — Por mandato del cabildo y regim iento, N icolás de V illa­
nueva, escribano público y de cabildo (todos rubricados). (Al clavo
se lee). V ista no hay que responder. (H ay una rúbrica). Es copia
sim ple. Sevilla, 17 de diciembre de 1932.
Número 9568 —■ Carta de la ciudad de Vera a su M ajestad en
su Real Consejo de Indias, dando cuenta de su fundación — Vera, 5
de abril de 1588 — Archivo General de Indias, 74-4-1 — Charcas nú­
mero 1G — Muy Poderoso Señor: como el mejor ejercicio que en
estas tierras de la s provincias del Río de la P lata tenem os son las
arm as y conquistas, viendo el licenciado Juan de Torres de Vera y
A ragón adelantado y gobernador de ellas d este gran Río de la
Plata no todas veces se podía navegar por causa de los indios de
la s provincias del Paraná que en canoas salían a robar y matar los
españoles que de las ciudades de Santa F e y Buenos Aires venían
a la ciudad de la A su n c ió n ... propuso hacer una jornada y con­
quistar a los dichos indios con que e s t o s . . . les y peligros se ev i­
tan y proponiéndonos su voluntad y nosotros teniéndola siem pre de
servir a Vuestra A lteza y morir en su real servicio, pospusim os
toda nuestra quietud, gastando nuestras haciendas, salim os con el
dicho gobernador ciento y cincuenta soldados, los más de ellos con
m ujeres y hijos, con nuestras arm as y caballos, con todos géneros
de ganados, y pobló en nombre de N uestro Señor y de Vuestra
A lteza la ciudad de Vera, riberas del Río de la P lata, a la boca del
gran río Paraná, en la m ejor parte que en todas estas provincias
se halla, así para obviar los m ales arriba dichos como para el bien
de los indios y españoles que en esta s provincias estam os, de donde
se hará gran aumento y com ercio con España, B rasil, Chile, Tucu-
mán y Perú, por respecto de estar en medio de las provincias del
Guairá y del Río Bermejo, adonde está poblada la ciudad de la
Concepción de Buena Esperanza camino del Perú, ahora nuevam en­
te fundada por el dicho vuestro gobernador Juan de Torres de Vera,
tien e la gobernación de Tucumán al poniente, al norte la ciudad de
la Asunción y al oriente las provincias del Guairá y al sur las ciu ­
dades de Santa F e y Buenos A ires, sólo resta para su am pliación
y perpetuidad el favor y m erced de V uestra A lteza las cuales va a
pedir el m aestre de campo general de estas provincias que es Diego
Gallo de Ocampo en nuestro nombre, como procurador general de esta
ciudad; suplicam os a V uestra A lteza sea servido de oírle y hacernos
m erced, cuya católica persona de V uestra A lteza N uestro Señor
guarde con mayor aum entos de reinos y señoríos como los vasallos
de V uestra A lteza deseam os de esta ciudad de Vera. 5 de abril- de
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 307

1588 años. Francisco García de Acuña — D iego Ponce de León —


Juan de R ojas — Martín Alonso de V elasco — D iego Rodríguez
— A sencio González — E steban V allejos — F rancisco dé León —
D iego Rodríguez de Natera. — Francisco Pérez Cabrera — Pedro-
López de Enciso — Por mandado del cabildo y regim iento, N icolás
de V illanueva, escribano público y de cabildo (todos rubricados),
(al claro se le e ), (hay una rúbrica). Es copia simple: — Sevilla, 17
de diciem bre de 3932. .

(2) Bajo este gobierno se trasladó la iglesia mayor al. arrimo


de la plaza en octubre de 1598.

(3) En este gobierno de H ernandarias se delim itan con Santa


Fe, 2 de noviem bre de 1602, la posesión de indios y encom iendas.

(4) Al vecino Hernando de la Cueva oblígalo Ira,la a que in ­


m ediatam ente trille la m itad de su cosecha y la distribuya, so pena
de $ 20. Y se le pagaría por el trigo lo justo.

(5) En el cabildo del 10 de marzo de 1603 hace nombrar m aes­


tro de escuela al vecino Ambrosio de A costa “para servicio de D ios
y de S. M. y bien y aum ento de esta república”.

(6) Bajo este gobierno se im ponen penas a los cabildantes in ­


a sisten tes a las sesion es de los lunes y a los que no oyeren m isa,
en sus asien tos de la iglesia, los domingos.

(7) T iem pos p elig ro sísim o s• para la colonia eran éstos. L leva­
ba ventaja la barbarie contra la civilización. El pánico se iba apo­
derando de los ánim os. D iego M artínez de Irala, ante el cabildo del
17 de septiem bre de 1603 protesta porque no se guarnece el fuer­
te, porque se descuida la defensa y porque no se rem edia para ello
la falta de recursos bélicos. A sunción y Corrientes hubieran des­
aparecido, a no haber restado enem igos B olaños con sus reduccio­
n es de guaraníes en el Paraguay y en la vieja provincia de Santa
Ana, y Roque González de Santa Cruz con el am ansam iento de
los inquietos y feroces guaicurúes del Chaco.

(8) M antilla en su ‘‘Crónica histórica de C orrientes” (tom o I,


pág. 50) entre otros m uchos errores históricos y no poca grosería
irreligiosa, asegura que Roque González “destitu yó” a la “ Pura
y Limpia Concepción”, que daba denom inación a la “Doctri­
n a”, y se puso a ésta el nombre de ‘‘Santa Ana”. “Ignórase si la
perjudicada se quejó” . . . No, no se quejó de su amado siervo, que
no puso el nombre de Santa Ana a Itatí sino a su reducción del
Yberá. Padece este historiador, en asom ando la R eligión, de fobia
francam ente ridicula. Al tratar de la fundación de Buenos A ires
'308 LA VIRGEN" D E ' IT A T I

afirm a categóricam ente (Id., pág. 7) que Mendoza le puso el nom ­


bre de la capital de España, Madrid, pero en castellano, por sig n i­
ficar la voz árabe Madrid, Buenos Aires. N i Madrid sign ifica eso
(véase E spasa en la voz de Madrid), ni en 1536 era capital de
España.

(9) “Crónica histórica de C orrientes”, tom o I, pág. 56.

(10) “Gonzalo de Carbajal, jefe de la expedición contra los in­


dios que destruyeron la Concepción del Bermejo, em itía este juicio
contra el gobernante de Corrientes: “L uis N avarrete es para T e­
n iente como yo para Papa”. (M antilla: “Crónica de C orrientes” , to­
mo I, pág. 57). . .

(11) Podrá llam árselo fundador en cuanto sostuvo y orna­


m entó sus capillas; pero de esta s reducciones se hace mención en
actas capitulares antes de que viniera a Corrientes Manuel Cabral

(12) “Crónica h istórica de C orrientes”, tom o I, págs. 58-69.'

(13) A cta del cabildo del 28 de diciem bre de 1635.


(14) Se decía de. Manuel Cabral de Alpoin que vejaba a los
pobres con ocasión de las vaquerías, cuando fué el salvador del
ganado cim arrón y la providencia de las reducciones y de los m e­
nesterosos, no perm itiendo el aprovecham iento d e los paniaguados.
Se recurre a los jesu ítas M iguel de Ampuero, Tom ás de Brueña y
F rancisco de Ojeda para protestarle sus derechos de accionero, y< to ­
dos quedan conform es con el expediente presentado por Cabral. Y
cuando el cabildo del 14 de febrero de 1639 quiso entenderse en
asunto del ganado alzado, entró en convenio con Cabral, y la ex­
posición de é ste fué tan precisa y justa que el 21 de febrero la
dió el cabildo por aprobada con este elogio: . . . “habiendo visto
que está en bien, pro y utilidad de esta república, que no tienen que
decir m ás ni m enos, quitar ni añadir cosa alguna al dicho a sie n ­
to ” . . . Cuando en 1650 se da la noticia de la v isita del oidor Andrés
Garabito de León, entre los que habían de recibirlo, se cuenta en
prim er térm ino Manuel Cabral de Alpoim como el más indicado pa­
ra informar al visitador sobre las cosas de la tie r r a .. . N ada valen
esta reputación y servicios: era portugués, y el gobernador general
Láriz ordena, según acta del 9 de julio de 1651, por orden de S. M.
“que todos los portugueses y en esp ecial Alpoim, qué tien e herm anos
en B rasil y Santa Fe, sean expulsados en las v u eltas de Tucumán y
Perú con sus bienes, sean quienes fueren, aún de la Santa Cruza­
da e Inquisición”.
(15) Los indios que se sacaban de Itatí eran pagados general­
m ente; pues, pocas m itas encom endadas había en esta reducción.
En las dem ás c a si todos eran m itayos.
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 309'

(16) No es para extrañar que el procurador de la ciudad, Juan


de L encinas, se opusiera al envío de 15 hom bres para la defensa
de los jesu ítas, contra los m am elucos, n ecesitándolos la defensa de
la ciudad, siendo por otra parte pocos para vencer a “tantos
y buenos arcabuceros como son los m am elucos portugueses, sol­
dados toda su vida ejercitados en ese m inisterio, y adem ás de eso,
como es público y notorio, traen consigo siem pre y de continuo
m ás de tres mil tupíes, indios valerosos y ejercitados con alfanje
y rodela, que es ese su pelear”. Sin embargo V illanueva, obede­
ciendo órdenes de Buenos A ires le s envió, porque, según decía,
él no paraba la atención en nada sino en obedecer a órdenes supe­
riores term inantes, y que lo que n ecesitab a la jurisdicción de la
ciudad para su defensa él lo había dispuesto convenientem ente.
(17) Al m aestro Pedro de Medina se le asignó por hono­
rarios: "1 peso m ensual por cada niño que escribe; % por el que
lee, y dos reales por el que reza. Un diputado del Cabildo in s­
peccionaba la escu ela”.
CAPITULO XV

EL OIDOR JIJAN BLASQUEZ DE VALVERDE


Y FRAY JU A N DE BAQUEDANO

E l 4 cíe noviem bre de 1652 es recibido el nuevo teniente


de gobernador P ed io A rias G aitán que entró a] gobierno
con Ja peste y con el hambre que asolaban la población, y
fué su p rim er cuidado a y u d a r al cabildo en el abastecim ien­
to de los corralitos existentes entre la ciudad y la erm ita
de la Santísim a Cruz de los M iragros, salvando así él sus­
tento de la ciudad. Seguía cebándose la peste y el ham bre
en indios y españoles aun en la fecha de la elección del su­
cesor de G aitán en 14 de m ayo de 1653, J u a n A rias de
Saavedra, cuyo gobierno vino a ser más p erju d icial que el
ham bre y la peste.
A poco de ocupar la gobernación de .Santa Fe, como su
su stitu to L azara del Pesso no obtiivo la aprobación de la
Real Audiencia, vuelve al gobierno de Corrientes Saavedra
por disposición de Pedro B aigorria Ruiz en agosto de 1655,
y em piezan sus arb itraried ad es. Y a en junio de 1653 el cura
de Ita tí, Gabriel B azán se presentó ante las aiüoridades de
la ciudad p a ra defender a sus indios. Aquello no fué n ad a
com parado con los atropellos del gobernador Saavedra, se­
gún aparece en los diversos oficios que dirigió al cabildo en
1656 J u a n Blásquez de V alverde, oidor de la Real A udien­
cia del P la ta, capitán general de la provincia del P ara g u ay
y v isitad o r de las de U ruguay y Río de la P lata.
312 h.\ VIRGEN" PE IT A T I

E ra devotísimo de la V irgen de Ita tí, y se dejó estar


algunos días en su visita a la población, a la que llegó en
las prim eras horas del 8 d? setiembre de 1656, asistiendo
piadosam ente a los solemnes cultos de la N atividad de Ma­
r í a . . . “ A nte su san ta Im agen, escribe el oidor de la R eal
Audiencia, me parecen alejadas todas las penalidades de mi
viaje, y asegurados los riesgos de la navegación que me falta
de este río, y espero de su intercesión santísima me ha de dar
m uy buen su ceso .. . Con notable desconsuelo he estado en esta
reducción oyendo las quejas y clamores de estos pobres in­
dios” . Y pide al cabildo que ponga remedio a las extrali-
mitaciones del teniente de gobernador contra los indios que
clam an porque los lleva p a ra sus vaquerías y balsas con­
traviniendo las ordenanzas de Alfa.ro. A ctualm ente “ están
llorando, agrega el oidor, anticipadam ente por una vaque­
ría m uy gruesa que piensa h acer el gobernador en com pa­
ñía de otro a costo d:e ellos y de su tra b a jo ” . Y, como p ara
azuzar a los del cabildo, les dice que ellos se tienen la culpa
por 1 no hacer cum plir la provisión real de “ que no pueda ser
ten ien te en esa ciudad ningún forastero de los que vienen
con la capa al hombro, sino vecino que tenga qué com er” ;
que, p or fa lta de comisión, él no podía d estitu ir gobernado­
res ; pero, al cabildo le toca hacer re sp etar la p ro v isió n . . .
E n ese mismo oficio censura duram ente lo que más de una
vez hubo de reprenderse y procurar rem ediar en los tiempos
que corremos: habla de “ mozos de Corrientes que, so 'pre­
texto de v isita r a la V irgen, venían a m eter desórdenes en
la población” . P o r estos juveniles desaguisados el cura se
veía en la necesidad 1 de c e rra r las p u ertas del san tu ario se­
gún orden de sus prelados, y dispuso el oidor que sólo se
ex pusiera la im agen en la m isa y salve de los sábados y en
las festiv id ad es de la V irgen p a ra los que quisieren visi­
ta rla . . . Y el 10 d-e setiembre, por interm edio de F ra y Ju a n
B aquedáno, p ro cu rador de su orden en el convento de San
Francisco, escribe al alcalde capitán Nicolás de V illanueva,
conm inándolo a que tom e en cuenta las quejas de las reduc­
ciones, y en especial las de Ita tí, contra las extra!im itaciones
del gobernador Ju an Arias de Haavedra. Y le advierte ade­
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA YTTMÍKK 3 13

más que atien d a al referido P ad re , el cual lleva provisiones


reales, por las que debe ser depuesto el gobernador.
Con esto el oidor de la Real A udiencia no liizo sino
o rie n ta r las quejas del expresado F ra y Ju a n de Baquedano,
cu ra y vicario de la m a ltra ta d a reducción de Santiago Sán­
c h e z ... Con santa indignación quejábase el atribulado fra n ­
ciscano del “que se in titu la ser ju sticia m ayor de esta ciu­
d ad ” p o r las tiran ías que usaba, con los indios de todas las
reducciones, quedando éstas sin servicio. E l gobernador los
exp lo tab a en su provecho “sin pagarles ni un re a l”, como
hizo con ocho de Santiago Sánchez enviados por trigo a
S an ta Fe. G obernador que no era tal, por ser fo rastero, y
sus pobrísim os fiadores, irresponsables.
Blásquez, conocedor de lo fundado de estas quejas, le
aconseja que las exponga al cabildo'. Y en extenso oficio,
F ra y J u a n de B aquedano p u n tu aliza que S aavedra es fo­
rastero con casa, y m ujer en el puerto de Buenos A ires;
que, siendo el cargo de teniente sin salario, p ara allegar re­
cursos veja a los indios; no se atreve con los vecinos de la
ciudad, pero sí con los m iserables Indígenas, acaudalándose
con sus sudores, y teniéndolos tan apurados que piensan
h u ir a los bosques; que, por aten d er a viajeros y com ercian­
tes, en lo que lleva grandes ganancias, los esclaviza el año
entero sin d ejarles modo p a ra aten d e r a sus m ujeres e hijos
y sin retrib u irlo s con paga alg u n a; que cerraba los caminos
p a ra sus coim as; que en la cuaresm a los obligaba a traerle
diariam ente pescado fresco y leña sin darles u n m aravedí y
sin darles qué com er. . . T rae B aquedano Jen ese oficio: “ Su­
cedió que en la sem ana santa, en la reducción de Ita tí que,
siendo de más de cien indios tributarios, no se hallaron cua­
tro en la Iglesia a cum plir con el precepto de ella, de con­
fesar y comulgar, porque los tenía todos alquilados y re p ar­
tidos en tra jin e s de balsas y sacas de ganado y vaquerías,
teniendo librado en esto su interés y aprovecham iento”.
E¡1 cabildo notifica las quejas a Saavedra. señalándole
el plazo de un día p a ra resp o n d er a los cargos. Simula in­
314 LA V IR G E N DE IT A T I

mensa indignación escandalizándose por tantas calum nias. Y


“p or e v ita r distu rbios”, sin lev an ta r ios cargos, pone la in­
signia de su dig n idad es m anos del cabildo, que encarga el
gobierno a Nicolás de V illanueva.
Nuevam ente, asesorado p o r el oidor de la P lata, doctor
J u a n Blásquez de V alverde, hijo devotísimo de la V irgen de
Itatí, fu é un hum ilde franciscano el defensor del trab a jo del
pueblo, de la libertad am ericana, de la justicia social con­
tra las altas m agistraturas abusadoras y prepotentes.
CAPITULO XVI

LA INMACULADA EN CORRIENTES
Y SERVICIOS DE ITA TI

E l pánico sobrecogió a la ciudad de las Siete Corrientes.


De sobresaltos fué el año de 1657. Las consecuencias de la
desorganizada adm inistración de >Saavedra se dejaban sen­
tir. L a num erosísim a in d iad a delincuente y brava, de que
se había valido p ara sus encomiendas, atropellaban estan­
cias y m ataban vecinos. El cadáver del capitán Esteban Gó­
mez Moreno, destrozado en los campos por los indios, arraneó
un grito de te rro r a los colonos. El"Chaco h erv ía ; el alarido
salvaje llegaba al oído de la c iu d a d ; se cerró el cabildo.
Los viejos capitanes de la conquista fueron consultados, y
no tu v iero n más consejo que el de re c u rrir por ayuda al go­
bierno de Buenos Aires. Y como tom ando p a rte en el p á­
nico de sus moradores, los edificios públicos se derrum ba­
b a n : el archivo de las casas capitulares se traslad ó al solar
de Manuel Cabral de Alpoim ; los indios de las reducciones
fueron encargados de salv ar los conventos de San A ntonio
y de la M erced que se iban al suelo, y en 4 de junio se pidió
a “ los indios del Ita tín ” que refaccionaran, la iglesia m a­
yor que se caía, pagándoseles ochenta varas de lienzo de
algodón.
Y a no se pensaba en arm a r pleitos antojadizos al gran
devoto de la Virgen de Itatí, Manuel C abral de Alpoim.
Se esperaba mucho de él, y se lo nom bró alcalde de p rim er
voto, elección que aprobó el m aestre de campo P edro de
316 LA V IR G E N »K IT A T I

B aig o rri “p o r co ncurrir en él las p arte s y calidades necesa­


rias, y haber sido Ju stica M ayor en dicha ciudad y ocupado
otros oficios* en cuyo ejercicio lm m irado al bien de los
pobres y u tilid ad de ellos, levantando algunos templos, ayu­
dando a ello con su persona y hacienda” .
L a verd ad es que con la rehabilitación del gran devoto
de 1a, Inm aculada Concepción de la V irgen de Ita tí, rehabi­
litación sólo resistida en todo tiempo por los encomenderos
simuladores de] bien común, gozaron ia ciudad, y los campos
y las reducciones de re la tiv a tran q u ilid ad . A él se le deben,
bajo la adm inistración del lugarteniente Miguel Viergol Ve-
lazco, a quien el cabildo entregó el 7 de agosto de 1657 el
gobierno, nuevas cam panas p a ra los tem plos de la ciudad,
campanas, que hizo construir en una reducción y, exigiendo és­
ta en pago quinientas vacas, de su hacienda se las llevó el ge­
neroso m aestre de campo. Debitlo además a su devoción por
los P P . de la Compañía d-e -Jesús, a quienes favoreció en
las p enurias del gran M ontoya, eran los jesuítas requeridos
con ansias por la tra b a ja d a ciudad de Vera. E l 27 de junio
de 3658 resuelve el cabildo p edir “ al reverendísim o P ad re
Generalísimo ele la sagrada religión de la Compañía de Je sú s”
que se “ pueble en esta ciudad un colegio de P adres de la
C om pañía” p ara que así “ los hijos de esta ciudad, que son y
en adelante fueren, tengan doctrina, que es justo deben sa­
ber, y en especial estudio gram ático, que es la p u erta por
donde se viene a alcanzar m ayores ciencias” . La petición
fué firm ada por el cabildo y por lo más representativo dei
pueblo. Iba. dirig ida a Córdoba, y el R ector del Colegio M á­
ximo en 2 de agosto se lam en ta p o r la fa lta de personal, pero
aconseja solicitar la correspondiente licencia real y la del
P. G eneral de la Compañía..

4 *

El 27 de agosto se recibe de la tenencia Roque de Men-


dieta y Zarate. E n junio de 1659 Manuel Cabra!, de Alpoim
es nuevam ente honrado en uno de sus hijos, Blas Meló de
Alpoim, a quien entrega, con los oficios de Regidor y Alférez
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 317

el qne corría con esos títulos, F elipe Ruiz de A güero, el es­


ta n d a rte real, con motivo de hab er sido éste castigado con
ia pena de destierro. E ra Blas niño de quince años, y si bien
se le reconocieron los títulos, el uso de <?.l'os pasó al herm ano
del m á rtir del Caró, Mateo González de Santa Cruz, hasta el
10 de julio d§ 1662, en que el joven Blas empuñó garbosamen­
te el estandarte real traído solemnemente a toque, de caja. Y
con esto se lo consagró Regidor efectivo de prim er voto y Al­
férez Real “ p or ser ya hom bre” . Contaba diez y ocho años.

. * *

H abiendo renunciado por enferm edad M iguel V iergol


Velasco. fué aceptado, a. pesar de ser vecino de S anta Fe, el
7 de agosto de 1658 como gobernador Roque de M endieta y
Z arate, siendo los hechos m ás salientes de su gobierno la
proclam ación de la V irgen de la M erced por p atro n a de la
ciudad en 1660 y el requerim iento del cura de Ita tí, F ra y
Baquedano, porque los regidores de indios no fu eran nom­
brados por el gobierno, .según lo prohibían las Ordenanzas
de A lfa ro : los cabildos indígenas anualm ente los nom bra­
ban, y sólo com petía a la au to rid a d central la aprobación de
las elecciones.
L a proclam ación del p atro n ato de la V irgen de la M er­
ced fué solem nísim a, y bajo juram ento y voto. E ra n malos
tiem pos p a ra la, a g ric u ltu ra y la salud pública. E n todas las
iglesias se h acían ro g ativ as p a ra co n ju ra r la sequía y las
epidemias. Los indios de las reducciones llamados para salvar
sem enteras y ganados, estaban agobiados en el trabajo de
acarrear agua y de llevar los animales a los lejanos y n a tu ­
rales abrevaderos. El l.'i de setiembre de 1660 el cabildo en
pleno proclam a y ju ra “ P atro n a de esta ciudad y su con­
torno para, siem pre jam ás” a la V irgen de la M erced. Y
p o r voto se com prom ete el cabildo a p a g a r anualm ente los
gastos del novenario, de las vísperas, de la solem nidad y
de la procesión. Y p ara docum entar más el voto, piden los
cap itu lares al v isitad o r gen eral F ra y A ntonio V aldés, al
318 LA VIRGJON' DE IT A T I

com endador y dem ás religiosos del convento que atestigüen


y confirm en lo que "decimos,, juram os y prom etem os” . . .
Y, respondiendo a esa profesión de fe, la V irgen en su advo­
cación de las M ercedes, como respondió la. Inm aculada de
Ita tí al hom enaje del templo nuevo de G am arra con los
m ilagros de 1624, las sem enteras reverdecieron con lozanía
a favor de lluvias tan copiosas que, según expresión del cabildo
del 8 de noviembre, “ robaban las calles” . . . E ste prim er ju ­
ram ento y voto fué confirm ado, aún con m ayor solem nidad,
en 1661 bajo el gobierno del sucesor de Mendieta, Sebastián
Crespo Flores. Los capitulares del 22 de agosto “recibieron
y nom braron por P atrona. y Abogada de esta dicha ciudad y
su contorno a la Serenísim a R eina de los ángeles y M adre
de Dios en la advocación de N uestra Señora de las Mer­
cedes. y que con su intercesión libre de mal a toda esta
repúblicá y sus vecinos. Y p a ra ello ju raro n y prom etieron,
en. nom bre de to da esta ciudad y sus vecinos que son y
en adelante fueren, festejarle su fiesta, y sus vísperas y
ten erla nueve días en novenas en el dicho convento de N ues­
tra Señora de la M erced” . Y se juntaban, en las vísperas
todos los moradores y vecinos con sus caballos y con lum inarias.
Es curiosa el acta capitular del 26 de setiembre de
ese mismo año de 1661, como que de ella se desprende que
la ciudad de C orrientes siem pre estuvo ubicada donde hoy
está, sin haber sido trasladada nunca según algunos han
opinado, y además es una prueba evidente, esa acta de los
hijos de los fundadores de la ciudad, de la veracidad del tr a ­
dicional m ilagro de 1a. cruz de A razatv. El cabildo, recor­
dando una vieja costumbre en momentos de tribulación, re ­
suelve: “ p a ra que Dios sea servido de m ira r-a este pueblo
con ojos de m isericordia acordaron que se continúe la an ­
tigüedad que los antiguos pobladores tuvieron, y se lleve
la M adre de Dios del R osario en procesión a la erm ita del
Milagro, (pie es la (nificjilcdad nf.figua (sic) en concurso de
todo el pueblo; adonde esté nueve días rogando y supli­
cando a su preciosísim o H ijo se apiade de este pueblo y sus
criatu ras, enviándonos su rocío” . Se pide p ara ello licencia
P L E N IL U N IO BEL C U LTO A LA V ÍR G E N 319

al juez eclesiástico; se hace lista de los vecinos p a ra que


en los nueve días se tu rn e n dos con luces en la erm ita, y
se ponen guardias tn la “ santa erm ita” “ per el riesgo que
puede haber de his personas devotas que fueren y vinieren” .
Es de n o tar el movimiento de fe religiosa que caracte­
rizó éste y el an terio r gobierno. Todo se esperaba de Dios, y
en los tran ces difíciles, sin acobardarse en el tra b a jo , a él
se recu rría. Y es de n o ta r al mismo tiem po cómo la paz
h asta con las indiadas levantiscas había construido sus rea­
les en la ciudad. L a pobreza era m ucha ( 1 ), pero m ayor la
alegría del pueblo que ponía sus encantos, así como en ei
mate cimarrón o con aziu-ar qium ada o con el perfum ado
naranjo rogin/ (2) del atardecer, bajo el jazm ín o la m a­
dreselva de los aleros de sus hum ildes m oradas, en los ju e­
gos de caña del “Señor Juan. B autista, P atró n de esta ciu­
d a d ” (3), en sus rom erías a la “ ermita santa” ; en las p e re ­
grinaciones llenas de recuerdos, soñadoras como el c h irria r
quejum broso de las carretas, camino a la reducción de la
Señora de Ita tí, y acaso con m ayor entusiasm o en aquellas
procesiones del Corpus, en que salían a lucir toda la belleza
de la. naturaleza sobre balcones y calles y todo el escondido
a ju a r de las viejas arcas, procesiones que arrancaban “ desdela
iglesia m ayor por la esquina del sargento m ayor B ernardo
de C enturión, dando vuelta río abajo, por la calle y esquina
de A tanasio de Sosa, h asta la esq u in a.d e A ndrés Ma ei el, y
de ahí, dando v u elta “p or l'as casas de cabildo, h asta la
iglesia m ayor (4 )” .
F u ero n tiem pos de tran q u ilid ad , en que h asta se sus­
pendían a. menudo las guardias por no haber enemigos que
am enazaran en las. fronteras, pudiendo el gobernador Sebas­
tián Crespo F lores em padronar sin estorbo el 17 de abril
de 1662 a los indios de Ita tí y el 8 de mayo dirigirse a la
d o ctrin a de Ohoma p a ra hacer edificar la Ig lesia: ta n cierto
es que unidas v an las bendiciones del cielo a las prácticas
re lig io sas; el orden se enseñorea de la población, la paz p re­
side las relaciones sociales, aparece la am able lib ertad y las
cárceles se c ie rra » . B ra entonces costumbre soltar algunos
320 LA VJRGJSN 3;J£ IT A T I

presos en la P ascua de Resurrección:. Unos días antes d el


17 de ab ril de 1661,. domingo de R esurrección, van los ca­
pitulares a la c á rc e l... ¡E n la cárcel de Corrientes n a
había preso alguno! (5).

* *

P rovidencial p or cierto, como una enseñanza de pode­


rosa influencia par« las costumbres en la civilización del
Río de la P la ta , fué el culto trib u ta d ^ a la Inm aculada.
La P u ra y Lim pia Concepción de N uestra Señora de
Ita tí abrió el cim iento esp iritu al rioplatense. Y, al cobrar
su devotísim a im agen desde las prim eras horas famoso re­
nombre por sus maravillas, agrupó el corazón de las ciudades
y de las reducciones.
P a ra la h isto ria n u estra esa es una gloria franciscana
y española. . . Ita tí, casi tre s siglos antes de la proclam a­
ción del dogma de la Inm aculada, se hizo paladín de ese-
m isterio como si h u b iera querido consagrar la fervorosa p ro ­
pag an d a de R aim undo Lullio y Duns Escoto y la vehemencia
de las universidades españolas, llegando algunas, como la
de G ranada, a obligarse con voto de sangre en defensa de
la lim pieza de la concepción de la V irgen.
Así, no es p a ra asom brarse de las fiestas que se cele­
braron en honor de la Inm aculada en 1663 con ocasión de
las concesiones otorgadas, a instancias de Felipe IV, por
A lejandro. V II.
A l recibirse la noticia en el cabildo el 4 de octubre, se
creyó que la bula del soberano P ontífice, al respecto, era
ya la proclam ación dogm ática del privilegio de M aría, Así
lo entendieron el cabildo, los fieles y h asta no pocos religio­
sos como F ra y González de M edina, predicador y guardián
del convento de San Francisco. El júbilo fué delirante. Los
capitulares del 1 1 de octubre e x p re sa b a n : “el regocijo espi­
ritu al que todos sentimos con tan gran m isterio” . Y se
ap laud ía sin descanso la bula y la cédula real. El 19 de
noviembre decían los cabildantes: . . . ” por dem ostrar la
obligación que tenem os como fieles cristianos, y por lo que
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V1RWEN 321

nos toca, por el gusto y regocijo (jue hemos sentido en nues­


tras almas de que en nuestro tinnpo digamos llegado a ver
una cosa ta n deseada de todos nuestros antepasados y toda
la cristiandad, este cabildo p o r sí y en nom bre de todos los
vecinos y m oradores de esta dicha, ciudad, que son y ade­
lan te fueren, aclam a y dice que: L a V irgen M aría M adre de
Dios y Señora N uestra es concebida sin m ancha ni culpa
de pecado o rig in al; y p ara dem ostrar en algún tanto nuestra
aleg ría y regocijo, este cabildo con el dicho señor corregi­
dor ordenam os y m andam os se h agan todas las fiestas y
regocijos que se pudieren hacer en alabanza de tan gran m iste­
rio, y así ordenamos que para ocho del mes que viene de diciem­
bre, que cae la festividad de nu estra Señora de la Lim pia
Concepción, se ju n te n todos los vecinos y m oradores, y en
la v íspera se enciendan lum inarias por todas las casas, y
suban a -caballo aquella noche todos los vecinos con sus lu ­
m inarias, y se co rran cañas, y se jueguen toros y todas las
demás fiestas que se pudieren h acer” . . . Y se organizaron,
los festejos religiosos de acuerdo con el cura vicario, el
licenciado F rancisco A lvarez de A lm irón y con el g u ardián
F ra y González de M edina, resolviéndose que la im agen de
la In m acu lad a d u ra n te tre s días quedara expuesta entre
luces en San Francisco, con misa cantada diaria y sermón,
cultos que sucesivamente se efectuarían con la misma solemni­
dad en la iglesia m atriz y e n 'la de la Merced.
F ué aún más solemne la glorificación de la Inm aculada
el 2 de febrero de 166fi, fecha a la que se trasladó ese año el
culto exterior por razón de trabajos agrícolas de suma necesidad
en diciembre!. Se dió a esos cultos el carác te r de ro g ativ a
p a ra im p etrar de la Cruz de los Milagros, m ediante la I n ­
m aculada, el beneficio de la lluvia. D ebían asistir el cabildo
en pleno con todo el pueblo a la grandiosísim a procesión,
sin fa lta r en ella ningún estan d a rte de las num erosas co­
frad ías. Léese en el ac ta cap itu lar del 191 de e n e ro : “ se acor­
dó que el día de la P urificación de la V irgen, que es a dos
de febrero, quede en la iglesia m atriz la im agen santísim a,
y dicho día p or la m añana se lleve a la Cruz de los M ilagros,
adonde esté tre s días y se le cante m isa con salve p a ra que,
322 LA V IR G E N DE IT A T I

coluo M adre dei Ilijo de Dios, repare con su amado H ijo


esta ta n g ra n necesidad en que está este pueblo del rocío del
cielo por ser la seca ta n grande que perecen las chacras y
ganados. Y así se acude a este recu rso ; y dice este cabildo
que se acuda con toda devoción y p u n tu alid ad en esta roga­
tiv a p a ra que Dios nuestro Señor nos favorezca en esta- gran
aflicción, que haciendo con afecto, es cierto se aleanzairá
p o r medio e intercesión de su santísim a M adre” .. . A hí que­
dó la im agen de la Inm aculada h asta el viernes por la ta r ­
de, en que se la llevó a San. Francisco, y el lunes en pro­
cesión de sangre h asta el convento de la M erced.
No toda era festejos religiosos y rogativas, ni re p ara­
ción de la erm ita de S an R oque y San Sebastián, ju rad o s
pro tecto res y abogados de la ciudad por los prim eros po­
bladores (6). ni reedificación de la iglesia de San J u a n Bau­
tis ta que fué lev an ta d a “ por fundación y voto de lo¡v p ri­
m eros pobladores y conquistadores de esta ciudad” (7 ); ni
ayunos de cuaresm a p o r lo que se hacía venir indios pesca­
dores especialm ente de I ta tí; ni aderezos p a ra las procesio­
nes deí C o rp u s: los pueblos piadosos son pueblos morales y
trab a jad o res, y la ju sticia se im pone cuando sus autoridades
tam bién lo son. E n 1665 h abían y a fallecido todos los p ri­
meros pobladores, y hacía cincuenta, años que las viejas re ­
particio n es de la tie rra no se am ojonaban. Los que hab ían
precedido desde la fundación de la ciudad no fu ero n tiem pos
p a ra cuidarse de ello, como que el guerreo m ás o menos
continuado con los indios lo im pedía. P erdidos los mojones,
se suscitaron pleitos, y m enudearon los aprovechadores de
lo a jen o ; p o r lo que, a instancias del p ro cu rad o r general
G abriel López de A rrió la, se hizo ju stic ia a los herederos
legítim os, y se señ alaron los linderos. E n eso no estuvo todo
el beneficio del gobierno de Pedro Gómez de A guiar que
sucedió a Crespo F lores en 1663, sino en la división de la
tie rra p a r a chacras y estancias. E n la costa del P ara n á, h a­
cia abajo de la ciudad h a sta la boca del R iachuelo o Río
de las P alm as y hacia a rrib a desde la L aguna Seca h asta
la de Garzas, se extendían las chacras p a ra la subsistencia de
la nueva población que vivía de sus f r u to s : maíz, legum bres
PL E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIR G EN 523

y trigo. A poco se alim entaba casi exclusivam ente del ga­


nado cim arrón, que de pescado usaba únicam ente en los días
de abstinencia y d e ayuno, haciéndoselo tra e r a los indios
de las reducciones, porque no era la ciudad pescadora. L a
sem entera, obsesión de la colonia, rendía poco por la esca­
sa fe rtilid a d de la tie rra ribereña. Con buen acuerdo se se­
ñaló, en vista de esto, el pago de L a Loma a las chacras,
con gran provecho de los agricultores, por ser fértilísim o ese
pago y, por consiguiente, con n a menos utilidad p ara la subsis­
ten cia de la población, que veía lleg ar a sus hogares la ri­
queza de las lomas, escalonadas en suavísimas curvas dsede
el Río de las Palm as hasta las cabezadas de las estancias del
P aran á.
E l pueblo ag ric u lto r bendijo al cabildo, que así los li­
b ra b a de los vejám enes de los terraten ien tes y accioneros
del ganado cim arrón, los que, validos de su abolengo y de
su poder, convertían las chacras en ¡pastoreo de sus hacien­
das : achaque siempre padecido por la avaricia de Acab ante,
la viña de Nabot.
E stas y otras muchas providencias del bien público, como
atención y v isita de reducciones y especialm ente de I t a t í;
prohibición de ven der el ganado a menos de cuatro reales
p or cabeza, castigando a los„-usureros trash u m an tes que se
las llevaban p o r dos; rep aració n d e casas capitulares, con­
ventos y puentes; ayuda al gobernador de Tucum án con­
tra los calchaquíes; pedido a las reducciones jesuíticas p ara
que acu d ieran con tre in ta indios cada dos meses a los po-
bi’es ag ricultores y a las obras de la ciudad, prom etiendo
conseguirlo así los jesu ítas consultados J u a n de R ojas y
J u a n Romero, se llevaron a cabo en el corto y buen gobier­
no de P edro Gómez de A guiar h asta el 12 de noviem bre de
1665, en que volvió a encargarse de la tenencia S ebastián
Crespo P lo re s : . . . gobiernos religiosos m inea lo fueron de
atraso, y menos al am pararse bajo la influencia moraliza-
do ra de la Inm aculada.
324 LA V IR G E N DE IT A T I

Si alguien d ijera que C orrientes siem pre, y m uy espe­


cialm ente en sus viejos días, fué el Q uijote del Río de la
P lata, no diría extravagancia repudiable, que lo fué, y lo fué
porque su gobierno estaba empapado en las abnegaciones sim­
bolizadas en la portentosa cruz de su escudo y en las te rn u ­
ras m aternales desprendidas de) santuario de la Virgen de
Ita tí, visitado de continuo, no sólo 'por los hijos del pueblo,
sino de modo detenido por sus magistrados.
Y es de n o tar que Itatí entrañaba en esas lejanas horas
la p alab ra de la lib ertad y de la ju stic ia fren te a los mismos
gobernadores que Io visitaban. Dispuesto a obedecer, pero
no a ser atropellado, humilde como los frailes que discipli­
naban su alma, pero como ellos enérgico en la defensa de sus
derechos, 110 daba de »¡anos en casos de urgencia al recurso an­
te audiencias, y virreyes y ante el rey mismo. P or otra parte,
a Ita tí se lo tenía muy en cuenta y respeto, no únicam ente
por su com petencia en artes y oficios, sino hasta por la re ­
lativ a cu ltu ra de ese pueblo de indígenas, arrim ado a la pa­
ciente enseñanza franciscana en aquellos tiem pos en que la
capital, cuando no pasaban años “sin escuela para aprender
a rezar, leer y escribir’’, a guisa de tesoro poseía en triste
¡escuelita por maestro, en 1670, al casi analfabeto sacristán
de la M atriz, P edro de Traía, al que se lo reem plazó por el
com petente M atías Gómez, y m ás tard e por Isidro de Val-
denegro y J u a n de F igueroa, m aestro en dos escuelas, tan
sin asistencia que el procurador de la ciudad, Antonio de Soto,
pedía, a mediados de 1689. que se exigiera la concurrencia de
los niños de 8 años a esas escuelas, insistiendo en que se
en señaran oficios de “h errería y carp in tería clásica” , porque
era vergonzoso, dadas las ap titu d es de los hijos de la ciu­
dad, el re c u rrir al P ara g u ay p a ra obtener artefactos decen­
tes (8).
Pudo aseverar el gobernador Sebastián Crespo F lo ­
res, en su visita al pueblo de la V irgen, en agosto de 1666,
como m ás ta rd e sus sucesores Ju a n de Cuenca Gallegos, F ra n ­
cisco de Villanueva, Alonso Alvarez Delgadillo y Atienza y
Gabriel de Toledo que, si Ttatí entendía en asuntos de ha­
ciendas y chacras, de comercio y de contrabando alguna vez,
PL E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIRGEN 325

(9). poseía además, músicos para las fiestas de la capital


y soldados para los campos de batalla. Y así, cuando se reci­
bió, en marzo de 1667 noticia del fallecimiento de Felipe IV en
17 de setiembre del 65, por disposición del cabildo, el li­
cenciado Francisco A lvarez de Alm irón, cura de la M atriz,
■empezó el 38 de abril los solemnes funerales, a los qne dió
realce u n terno de chirim ías y cantores enviados por los ca­
ciques itateñ o s; y en los cultos de acción de gracias celebra­
dos asimismo en la M atriz, con ocasión del m atrim onio de
Carlos TI con M aría L uisa de Orleáns el 31 de agosto de
1680 en Fontainebleau, se recabó para la solemnidad toda
la orquesta y cantores de Ttatí. Así tam bién cuando, al correr
la noticia en 1672'de la invasión de ingleses y franceses, or­
denó el gobernador de Buenos A ires que Francisco de V illa­
nueva le enviara 150 españoles y otros tantos indios, contribu­
yó Santiago Sánchez con 20, con 26 Ohoma, con 8 Santa L u­
cía e Ita tí con 80.
Siempre dispuesta la vieja población de la V irgen a pres­
ta r sus servicios a Corrientes, ya con el aporte de su famosa
orquesta, ya con sus tra b a jo s de albañilería en la construc­
ción de sus casas consistoriales, en la refacción de sus tem ­
plos y de su erm ita de los M ilagros, en el acom odam iento de
los ranchos de los pobres, y en ofrecerle, así como a Buenos
Aires, el v alo r g u errero cté sus hijos; no p o r eso, sin em­
bargo. se vió correspondida por los tenientes de gobernador
de la ciudad beneficiada p o r sus servicios. Se tem ía v ejarla
porque, a más de ser esa población la que daba, por los pro­
digios de su im agen, prestan cia a C orrientes en todo e] vi­
rreinato de] Perú, .su cabildo de indígenas, bien asesorado
p or el hábito seráfico y por los protectores de naturales, no
•se conformaba con ser m anejado como un hato de incoscien-
tes. No obstante, la am bición de com odidades o de dinero,
la condescendencia con paniaguados o los intereses creados
p o r los m ercaderes trashum antes, podían con frecuencia,
m ás en los gobernadores que los m andatos de la justicia. Y
así, ante las quejas de los naturales, el p ro cu rad o r de la doc­
trin a de Ita tí, S antiago Sánchez y S an ta Lucía, F ra y F ra n ­
cisco F ern án d ez de A güero, apoyado por el provincial Pe-
326 LA V IR G E N DE IT A T I

dro de A lbarracín, por eclesiásticos y civiles, acusa eu .1689


al lu g arten ien te G abriel de Toledo, fig u ra colonial por otra
p arte llena de m eritos por su valor e inegables dotes de go­
bierno, de que molestaba a los indios con continuas vaque­
rías, y los re p a rtía a v iajero s negociantes, im posibilitándo­
les la atención de sus chacras y la edificación de sus igle*
sias; por lo que Toledo fué exonerado de su cargo y hubo
de p resen tarse an te el gobernador de Buenos Aires, José de
H e rre ra Sotom ayor. L a R eal A udiencia de L a P la ta negó a
Buenos A ires intervención en el asunto, y volvió el acusado
a su gobierno, a fines de 3687 : difíciles aquellos tiempos de
intangibles com petencias y distancias desesperantes.

(1) La pobreza era mucha; pero, no por eso dejóse de hacer


colecta de dinero y de m oneda de la tierra- para' responder al pedi­
do del rey a todas las Indias, con m otivo de la paz con Francia y
del enlace de la hija del rey de España con su sobrino el rey de
Francia. (V éase acta del 23 de junio de 1661). Y en Itatí como en
todas partes se hizo el pedido de donaciones v o lu n ta r ia s... E sa
paz habíase sellado años an tes, en 1659, por el tratado de la isla
de los F aisanes, por el que se resolvió el casam iento de Luis XIV con
la hija de F elipe IV, María T eresa.
(2) Cogollito de naranjo.
(3) A cta capitular del 5 de julio de 1662.
(4) A cta capitular del 8 de junio de 1661.
(5) A cta capitular del 9 de abril de 1661. ....
(6) A cta capitular del 3 de marzo de 1664.
(7) A cta capitular del 5 de m ayo de 1664.
(8) E sta pobrisim a situ ación escolar de Corrientes movió el
ánim o del procurador de la ciudad, capitán Juan N úñez de A valos,
para pedir al cabildo la fundación de un colegio de PP. Jesuítas.
El cabildo atendió la petición en 5 de noviem bre de 1685. Y como
el 25 de enero del sigu ien te año estuvo en la. ciudad, de regreso de
M isiones para Córdoba, el provincial Tom ás de TJnvides, el cabil­
do conferenció con él, y se le dió con stan cia escrita de los recur­
sos que se le facilitarían en caso de acceder a la petición: sitio en
la ciudad, chacras y suerte de tierra, en San Ignacio Guazú 7.000 va­
cunos. 12.000 en Corrientes y 900 durante tres años para los gastos
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA A 'IUGEN 327

de peones en la obra. C ontestaría desde Córdoba, después de


pedido el correspondiente perm iso al obispo Antonio de A zcona
Imberto y al capitán general José de H errera Sotom ayor y el be­
neplácito del prepósito general de la Compañía tras los inform es
del caso. El general de lo s jesu íta s en 31 de* marzo de 1688 otorgó
licen cia para esa fundación, y el P. Sebastián de Toledo la presen­
tó al cabildo en 5 de diciem bre de 1689. E l 13 de marzo de 1690 se
da cuenta al cabildo de la llegad a de los jesu ítas. D esalójase la
cuadra que da a la P unta de San Sebastián, y el P. Toledo fundó
el colegio, dándosele el pago de Santa Catalina, que fué de Manuel
Cabral de Alpoim por herencia de su mujer Inés de M ansilla, y lo
dem ás del contrato. Se le s adjudicó adem ás a los jesu ítas, en 26
de m ayo de 1691, todo lo de la Punta de San Sebastián y su capilla
para celebrar m ientras no tuvieran edificada su iglesia, reserván­
dose la ciudad la organización de la festividad en honra del santo.
(9) Acta del cabildo del 25 de mayo de 1671.
CAPITULO XV II

ENTEREZA DEL PUEBLO


ANTE EL GOBIERNO

L a segunda m itad del siglo XVII. fué en verdad movi­


d a y trágica. A unque no era C orrientes una población me­
drosa, ni apática en su vida ciudadana, como que hasta las
m ujeres intervenían entusiastas en las elecciones capitulares,
por lo que resu ltab an , co n tra las disposiciones reales, b an ­
derías fogosas y lam entables perturbaciones, ni tampoco
am iga sed en taria de la ru tin a , llevando m uchos de sus ve­
cinos la audacia de sus iniciativas particulares, contra ley
y reclam o, h asta salpicar los campos con ran chadas aprove­
chad oras de] ganado cim arrón, origen de nuestras estancias
( 1 ) ; aunque no era m edrosa, n i apática, ni recelosa, hubo
mom entos, y no pocos, en que la "ciudad tem blaba ante la
b arb arie am enazadora de Ja s selvas, mucho más cuando de­
bía d istra e r sus elem entos de defensa p a ra responder a exi­
gencias del p u erto de Buenos A ires, perla apetecida por los
salteadores del océano como allá en diciem bre de 1695 en
que, según com unicación de S ebastián de C astro de Caldas,
gobernador de Río de -Janeiro, se venían hacia el estuario,
cinco bien arm ados navios de diversas nacionalidades con
cap itan a inglesa y alm iran ta francesa. No era como para
aten d e r ajenos gritos de socorro, cuando la propia casa lo
pedía y, sin em bargo, socorría sin ser socorrida.
E n 1672 los indios chaqueños, después de algunas m uer­
tes de vecinos del P arag u ay , encendían sus fuegos frente a
330 LA V IR G E N . D E IT A T I

ia plaza de la ciudad. R eem plaza al gobernador J u a n de


Velazeo en 1674. el m aestre de campo Ju a n A rias de Saa­
vedra, sólo p o r te n e r m ayores ap titu d es p a ra rechazar irru p ­
ciones. Y las am enazas no descansan;. E n 1688 los abipones
m atan y roban en el paso de Lomas, m ientras el gobernador
Toledo pelea con los salvajes del Chaco, y se encom ienda la
defensa al cap itán Maciel, y se p reten d e perseguir a los te rri­
bles abipones con canoas remendadas. E n mayo de 1689 To­
ledo re p a ra el fu e rte que “ tiene la ciudad p ara la defensa” , y
el cabildo de setiembre afirm a que durante el año y medio no
se ha podido so frenar a los indios, a pesar de las guardias de
la costa, cerniéndose sobre los hogares el espectro del ham bre
p o r el necesario abandono de las sem enteras.
E n las dificultades de esa h o ra se piensa, como en m u­
chas otras, en la ayuda del pueblo de la V irgen. Y envía el
cabildo del 14 de noviem bre de 1689 al teniente Lucas U rba­
no p a ra h acer cum plir en Ita tí, la siguiente o rd en : “Debe­
mos m an d ar y m andam os al alcalde m ayor del pueblo de
N uestra Señora de la Lim pia Concepción de Ita tí que. sin
excusar ninguno de los que hubiere, dejando los cantores
que tiene el P ad re y algunos jubilados, nos despache h asta
cu aren ta indios” . No se am ilanó el cabildo ita te ñ o : prom e­
tió ayuda, pero no to ta l acatam iento a los térm inos de esa
orden. Dejemos hablar al delegado: “ E n veinte y uno del
mes de noviem bre llegué yo, dicho alcalde de la S an ta H er­
m andad, ten ien te Lucas U rbano, a este pueblo de N tra. Sra',
de Ttatí, a las dos de la m añana, con este anto de la Seño­
ría del cabildo de la ciudad de San J u a n de V era, que se
me dió p a ra que hiciese notorio, a toque de cajas en las
casas del cabildo, y a las diez de mi llegada, luego hice tocar
la c a ja ; se recogió el cabildo con su corregidor, y pronuncié
dicho auto a alta voz y, habiéndolo oído y entendido dicho
cabildo y corregidor, dijeron que no había indios y que da­
rían ocho indios, y porque conste lo firm o junto con los tes­
tigos que son presentes, (¡ue form an conmigo, esta diligen­
cia que me toca h a b e r hecho. — Lucas Urbano; testigos: Pe­
dro de Moreira, José Gaúna, Matías Gómez de Irala v Fran­
cisco Polo”.
P L E N IL U N IO D EL CULTO A LA VIRGEN 331

A nte esta desobediencia, atroz al parecer, al cabildo


de Han J u a n de Vera, ordena éste al capitán Francisco Maciel
del A guila que, trasladándose a Ita tí, ponga remedio. P o r fa lta
de brazos C orrientes m oría de ham b re; lo m ás “flo rid o ” de
la ciudad y m uchos indios estaban con Toledo en su e n tra ­
da al Chaco. Y lo autoriza, además, p ara que traig a preso al co­
rregidor Cañindeyú. Llega Maciel del Aguila el 27 de no­
viem bre a Ita tí. R eúne el cabildo. F orm ula los cargos
correspondientes. Y el cabildo le p ru e b a que no hubo tal
desobediencia; que se otorgaron ocho indios al delegado
U rb an o ; que se en viarán más, en term inando los trabajos
de chacras y estancias; que ya la ciudad podía contar con
.treinta desocupados, y que m ás ta rd e estaría en condiciones
el pueblo de au m entar el contingente de a u x ilio : entereza
y buen criterio, qué fué u n a lección del cabildo indígena a
la orden desaprensiva e irresp etu o sa d d cabildo urbano,
• *

Desde 1693 a 1696 se intensificó el m alón de los desier­


tos. F u ero n años de calam idad p ara el pueblo de la Virgen.
Así como el impetuoso P a ra n á se llovó, en el gobierno del
cap itán P ed ro M arín F lores en 1693, gran p a rte de Ja cua­
d ra de los jesuítas aledaña al río así los abipones y guaicu-
rúes, confederados con o tras parcialidades especialm ente
del Chaco, em pezaron a llevarse desde ese mismo año vidas
y haciendas de todo lo que m edia en tre S an ta Lucía e Ita tí,
pasando el ím petu del alud a cinco leguas de la ciudad.
Í>1 -protector general d© los naturales, capitán -Miguel
de In sau rrald e, m anifestaba en diciem bre de 1695 al cabil­
do el estado m iserable en que se hallaba Ita tí a causa de
la am enaza de los indios alzados; pero, ¿qué podía hacer
S an J u a n de V era, si le dolían- circunstancias aún peores?
E l pueblo de Ita tí poseía, en v erd ad , am paro suficiente en
su po rten to sa im agen, y la ayuda, que no pudieron p re s ta r­
les los hom bres, se la prestó su reina y p atro n a, no perm i­
tiendo que fu e ra atacada, como m ás tard e ab riría ante la
caballada bravia de una. invasión la famosa torrentera de qne
habla la tradición con ol nombre de El Atajo.
332 LA V IR G E N Das IT A T I

Pero, el m alestar de Ita tí en esos años no lo cons­


titu ía tan to el indio atropellador como los m ercaderes sin
conciencia, dedicados al contrabando en connivencia las
m ás d;e las veces con los tenientes de gobernador. V erdad
es que en 1692 el lugarteniente Nicolás Pesoa y Figueroa
persiguió el contrabando aunque lo tra je ra la em barcación
“N u estra Señora de I ta tí” , propiedad del capitán J u a n de
V illanueva, p ilo tead a por P edro B o g arín ; tam bién es cier­
to que en 1681 se ordenaba que salieran de Ita tí con sus
caballos los españoles, y que no perm itiera su corregidor
que se disipara la población con pasos de ganado al P a ra ­
guay y Santa Fe, descuidando sementeras y encom enderos;
pero, esas telas de a ra ñ a se las llevaban por adelante todos
los que ten ían alguna influencia con las autoridades de la
capital, sujetan d o el pueblo y d octrina de Ita tí a contratos
leoninos, como lo comprueba la petición fechada en 1696 por
el protector general <le los naturales, capitán H ernando de
Rivera Mon dragón, en nombre del pueblo, petición en que se
destaca la veneración p ro fu n d a a la V irgen de Itatí.
E stá d irigida la súplica al gobernador de Buenos Aires,
A gustín de Robles. Y d ic e : “ Señor g o b e rn a d o r: El protector
general de los naturales de esta provincia ante Usía parece en
nom bre de don Antonio, cacique, y don Diego, alcalde y de­
más indios del pueblo de N tra. Sra. del Itatí, (que) está situa­
do en la jurisdicción de la ciudad de San Ju a n de V era de las'
Corrientes de este gobierno, y dice que el cabildo, Justicia y
Regimiento de ella, con pretexto de no tener propios la dicha
ciudad, hizo un contrato con el capitán Francisco Díaz ele Po­
m ar, m ercader tra ta n te en ella, de darle cierta cantidad de
indios de los pueblos que hay en dicha jurisdicción, p a ra fab ri­
car una embarcación en las costas del río P araná, y otros
p a ra navegarías, obligándose al susodicho a d ar a dicha ciu­
dad sesenta arrobas de yerba netas en cada viaje de los
que hiciere- con dicha embarcación desde la- provincia del P a ­
rag u ay a ellas, y m ás de sesenta' si pasan a la de S anta F e ”.
Sigue el docum ento diciendo que todo esto se hacía por con­
tra to público; que dos años antes la fabricación de una
em barcación ya h abían sido llevados indios de Ita tí y que
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IK G E X 333

estaban aún en la obra, y los campos sin sem brar, y las m u­


jere s y los hijos en la m iseria; que “el nuevo contrato es
nulo y funesto p a ra la población. Y a en Ita tí hay quienes
tien en que com er fru ta s silvestres” . Pídese que no sean sa­
cados los indios sino p a ra servicio de su M ajestad o p a ra
p ag a r las tasas a sus encomenderos. Además, que se deje a
los indios p a ra “que puedan edificar la iglesia de dicho pue­
blo, a que se debe aten d e r con u n p a rtic u la r cuidado, por el
culto y veneración que todos debemos ten er a Dios N uestío
Señor, y a u-na imagen de su bendita M adre tan milagrosa,
como es la que está, en él de cuija poderosa intercesión se
están experimentando coda día tantos milagros, como es no­
torio en todas estas ¡Provincias” . . . Sería por eso que no
se docum entaban, por lo notorios, porque nadie dudaba, p o r­
que todos “en todas estas provincias” debían algo m uv se­
ñalado y m uy de v erd ad a la V irgen de Ita tí.
P o r su p arte, los que no querían favores de la Virgen.,
sino m ilagrosa facilidad en el rendim iento de sus em pre­
sas lucrativas, querían, buscaban y aprovechaban los favo­
res del pueblo acom odado y famoso y, como afirm a el citado
procu rad o r, “el pueblo desaparece, y los indios no re g resan ”
y añaden el nombrado cacique y el quejoso cabildo que en
S anta F e h ab ía muchos indios que se habían llevado los m er­
caderes, y 110 volvían. Y suplicaban se los hiciera volver.
E l sargento general de batallas de los ejércitos de su
M ajestad, gobernador de B uenos Aires, A gustín de Robles,
reconoció razón com pleta y justicia-* a los reclam os de Ita tí,
y despachó en 28 de enero de 1696 auto, en que dió “ por
n u la y de nin g ú n v alor ni efecto la escritura de contrato
com prom isal que el cabildo, ju sticia y regim iento de la di*
cha ciudad de San J u a n de V era de las Siete C orrientes, ce­
lebró con el dicho don F rancisco P om ar” . G abriel de Tole­
do, gobernador por ausen-cia del titu la r P edro M arín F lo­
res, recibió orden de hacer cum plir el auto. Se traslad a al
pueblo, y el 2 de mayo deja constancia ante el corregidor
C ristóbal P achué y cabildo del expresado auto.
334 LA VIRGEN DE IT A T I

Si los hijos de C orrientes, por sus desinteresados sei’-


vicios con daño propio en la defensa, de todo el litoral para-
naense y de la llave de las tie rra s m eridionales, fueron los
Q uijotes generosos de la organización civilizadora, no ha de
olvidarse que a sus espaldas poseían la m ina, el tesoro, el
resg u ard o p a ra la distracción de sus fuerzas. Y esa vena de
vid a no era sino el triu n fo esplendoroso de la religión por
los m isioneros franciscanos y jesuítas, vena vital a la que con
frecuencia re c u rría la ciudad de C orrientes p a ra sus em pre­
sas d$ salvación p ropia y e x tra ñ a : ta n cierto es que la R eli­
gión concentra en la form ación del hom bre la to talid ad de
las v irtu d es desde la hum ildad del corazón h asta el heroís­
mo del guerrero, por lo que no es de e x tra ñ a r que los solda­
dos de Corrientes, empapados en el amor a la Cruz del P u ­
c a rá y a la V irgen de Ita tí, hicieran escribir, por el gober­
n ad o r de Buenos Aires, A gustín de Robles, en 1698,. al cabildo
de la ciudad de V era esta afirm ación gloriosa: “A seguro a
v u estras m ercedes que tengo ta n ta fe y confianza a la gente
de esa ciudad que, si la tu v iera yo aquí, me sirv iera de gran
consuelo, m ás que tu v ie ra mil hom bres de otras p a rte s”.
No debe tam poco olvidarse que, si la verd ad era civiliza­
ción, va a la paz que es h ija del orden, en p a rte alguna p ri­
m aba ese principio como en las poblaciones indígenas. Y de
ah í su viejo esplendor que decayó en vez de p ro g resar p a ra
m o rir definitivam ente por haberse introducido en ellas la am­
biciosa tira n ía de la política liberal (2).
C otéjense ligeram ente la ciudad y las aldeas de los tiem ­
pos que vamos estudiando, y se n o tará m ás com postura espi­
ritu a l en la aldea franciscana que en la ciudad, no liberal en­
tonces en d o ctrin a, pero sí en las costum bres de muchos ciu­
dadanos de viso social.
J)e 1697 a 1719 contó la ciudad con varones eminentes,
cuyos servicios eran ju stam en te valorados y requeridos por
los capitanes generales, varones de la ta lla de G abriel de To­
ledo, al que se lo pudo llam ar p ad re de la p a tria como al
p rim er gobernador de V era, J u a n Alonso de V era y A ragón,
y al famoso M anuel Cabra) de Alpoim, de Pedro Gómez de
PLU XILU N IO DEL C U LTO A LA V 1R GE X 335

A guiar, B altasar ila c ie l y Francisco de Noguera Salguero; pe­


ro, en tanto que la aldea franciscana de Ita tí llevaba una vida
de oración y de trab a jo , tran q u ila por los propios medios, ve­
ja d a por los extraños, en la ciudad de las C orrientes im es­
p íritu de protestantism o práctico dejaba en muchos la fe em­
pobrecida. con los a rra stre s del m edro personal, contribuyen­
do 110 poco a esto la división de cargos que antes se unifica­
ban en el prim er magistrado, por lo que venían a ser continuas
las discordias entre justicias mayores, capitanes de armas y
cabildos, extrem ándose estas disidencias escandalosam ente en
el gobierno del general A lberto R odríguez de Sotom ayor, al­
zado con el capitán de arm as contra el apresam iento del in­
trig an te Antonio Arias por el cabildo (3).
L a V irgen de Ita tí aquietó la inquina del gobernador
que, acaso no tan to por-cu m p lir el deber de em padronar la
población guaranítica, trasladóse a ella en busca de descanso
p ara su espíritu irritado, orando como todos sus predeceso­
res ante el altar de Ja Im agen el. 12 de noviembre. Tras su
vuelta a Corrientes, postrolo su últim a enferm edad. Delegó
sus cargos, antes do m ediar el mes de diciembre, en m a­
nos del alcalde de prim or voto con estas cristianas palabras:
" . . . E n tanto que Dios. Nuestro Señor, sea servido m ejorar
mis horas o llevarme de esta v id a ” . Recibió devotamente los
últimos sacramentos, y a poco abandonó la inquietud de este
mundo.
Como la V irgen de! I ta tí fué siem pre la providencia p a ra
to d a la tie rra paranaense, su población lo era entonces y en
todas las horas de la h isto ria vieja auxilio ponderable p a ra
la ciudad de las Siete C orrientes. Y no siem pre se le corres­
pondía . Y así, m ientras en setiembre de 1716 van cien ita ­
teños a d efender las fro n te ra s de S an ta F e contra los cal-
chaquíes, algunos miembros del cabildo urbano, escandali­
zados de las inasistencias del gobernador R odríguez de Soto-
m ayor “ divertido en sus negocios p artic u la res”, tam poco
asistían ellos a las sesiones por hallarse tra n sp o rta n d o ga­
nados en el pu erto itatien se de L a M anga. Y de ello no se
escandalizaban, como que L a M anga, punto obligado p ara
336 LA V IR G E N DE IT A T I

el comercio con el P ara g u ay , les resu ltab a b a ratam en te


aprovechable, no m olestándoles la conciencia el perjuicio'
causado a los brazos de la com unidad ni la. consiguiente des­
m oralización del pueblo de la V irgen, en cuyas tierra s, fá­
cilm ente ten id as p or realengas, iban asentándose extraños a
la doctrina, como en los p arajes de Y aguacuá e Ita tip y tá
u n ta l Domingo Lezcano (4).
Y al p a sa r los gobiernos del burlón v desaprensivo Pe­
dro M arín de Flores, de Maciel, B artolom é Conzález, F e r­
nández M ontiel, a rre b a ta d o r de esclavas (o), de R ivarola,
de C arballo, de Sotom ayor, llegó en los comienzos de 1717.
u n a h o ra realm ente som bría d u ra n te el gobierno del m aes­
tre de campo F rancisco de N oguera Salguero. El varón dé­
las providencias insospechadas, el g ra n Gabriel de Toledo,
h ab ía fallecido en 1713. Como único recurso de salvación-
pensó el cabildo de C orrientes en la ayuda de los guaraníes,,
de los hum ildes hijos de la catequización de los misioneros-
de Cristo, y en especial del pueblo de la V irgen, siem pre
abnegado en sus servicios, ya cu 1701 atendiendo el arreglo
de l.as easas de los pobres de la ciudad tras. el fallecimiento-
repentino, en 15 de mayo, del general B altasar Maciel (6)
cuando la am enaza de los terrib les abipones hacía p e n sa r
en el traslad o de 1a. capilla de la Cruz de los M ilagros, pro­
yecto en que se insistió nuevam ente ante el atropello del. fu e r­
te del poniente en 21 de febrero de 1707 y de la expresada
capilla, salvándose la cruz pero no una cam pana de la er­
m ita, así como carenando el único bote de la ciudad en 1710,
siendo g o b ernador José de R ivarola y cura del pueblo F ra y
J u a n de Toi*anzo, o como en 1712 recorriendo am bas orillas
del P ara n á, piloteando la chalupa de la ciudad contra lo&
indios fronterizos, y por fin en 1716, según lo tenemos di­
cho, defendiendo a S an ta F e con cien guaraníes- de la V irgen
de Itatí.
Temerosa era la situación de las Corrientes en los alboras
de 1717. L a pobreza apenas p erm itía vestir con decencia,
curiosa es la disculpa p re sen tad a por el regidor José A nto­
nio M ieres al cabildo del 22 de febrero del año antedicho,
P L E N IL U N IO DEL CULTO A LA VIR G EN 3á7

“por no ten er decencia de su persona por estar su vestuario


o capote de su uso puesto en ejecución” . Y digna es de leer­
se el acta de mayo, en quei llo ra el cabildo por no saber po­
n e r coto a las invasiones, especialm ente a las de los paya-
guaes, “nación ta n poderosa”, “ta n p rá ctica en m antenerse
por' el río, veloces en la navegación como en el hecho de sus
ejecuciones” . Pídese al cap itán general “ que sirva a p ia d a r­
se de esta m iserable ciudad y sus vecinos, que se h allan ta n
■combatidos con la concurrencia de ta n ta s naciones” . . . ,
“ pues, de lo contrario, resultará la total ru in a de esta mise­
rable ciudad, por ser intolerable el trabajo que al presente se
tiene en la defensa” . . . Y aseguran que tan ta p en u ria “pon­
d rá en térm inos qne los vecinos, por redim ir sus padeci­
mientos, desamparen su vecindad, y la dejen en total inde­
fen sa”. Los hogares ham brientos, los tem plos en r u i n a s ...
Y ¿de qué horizontes aguardaba rem edio la asu stad a m ira­
da del c a b ild o ? ... ¡Que vengan los guaraníes, y com batan,
y salven las ruinas, y c o n s tru y a n !

(1) Se quejaba de esto en marzo de 1689, el procurador de la


ciudad Antonio de Soto.
(2) No es de extrañar que el liberalism o general en las cos­
tum bres influyera en la población indígena que, a fin es del sig lo
XVIII, no era ya su delicadeza cristiana lo que a sus principios.
E l respeto a la mujer estaba en la conciencia del indígena cristiano,
al que, como lo hem os hecho notar con respecto a las inform aciones
del P. Parras, consideraba éste incapacitado para las ideas mora­
les. Y sirva, en contra de prueba, el hecho de julio de 1700, en que
el cacique principal de Itatí presentó, por el procurador general
Adrián de E squivel, una queja al cabildo de Corrientes, acusando
al corregidor Cristóbal de Pachué, por haber castigado a una m ujer
casada.
(3) Tan apasionados estaban los ánim os, en punto a juris­
dicción, que basta recurrían al chism e, la delación y la calum nia,
por lo que tuvo que sufrir mucho de parte del cabildo el com edi­
do clérigo Juan José de Luciani. Los PP. de la Compañia, en cuyo
colegio se refugió el sargento mayor Antonio Arias, hicieron todo
lo posible para serenar el conflicto, interponiendo sus buenos ofi­
cios el R ector, que consiguió la libertad de algunos presos.
338 LA V IR G E N DE IT A T I

(4 ) A c ta d e l c a b ild o d e l 19 d e o c tu b r e d e 1716 (A rc h iv o de
C o rrie n te s ).

(5) I s a b e l d e A v a lo s h a b ía d o n a d o a lo s p a d r e s m e r c e d a rio s
la e s c la v a A g u s tin a . S in m á s M o n tie l la a r r e b a ta . Q u e ré lla lo e l
c o m e n d a d o r d e l c o n v e n to , A n to n io M o n z ó n d e M e n d o z a. E l g o b e r­
n a d o r d e B u e n o s A ire s , A lo n so J u a n de V a ld é s e In c lá n , c o n fía
c a r t a s e n e l a s u n to a G a b rie l d e T o le d o y le im p o n e , b a jo p e n a de
$ 1 .0 0 0 , q u e o b e d e z c a y n o m u e s tr e re p u g n a n c ia .
(6) E n e n e r o d e l a ñ o d e l f a lle c im ie n to d e e s te g r a n b a ta l la ­
d o r se re s o lv ió c e r c a r lo s d o s f u e r t e s d e s g u a rn e c id o s d e lo s c o s ta ­
d os d e la c iu d a d c o n m a d e r a s d e p a lm a s , d o tá n d o lo s , a d e m á s , c o n
s e n d o s g a lp o n e s d e r e s g u a r d o , n e c e s a r io s e s p e c ia lm e n te e n e l in ­
v ie rn o .
CAPITULO X V III

IT A TI Y LOS COMUNEROS

En tan to que la acción m isionera salvaba con sus doc­


trin as, la existencia de los indios, y los in stru ía y los edu­
caba, consiguiendo fo rm a r adimirables colonias de artistas,
músicos, soldados y trab a jad o res, los que a esta, acción se
oponían, so pretexto cl-e m ayor libertad, fueron la causa de
la decadencia y de la casi to tal desaparición del indio (1).
So pretex to , decimos, porque no era la lib ertad am ericana
lo que anhelaban sino su esclavitud p a ra provecho de sus
negocios o de la ro tu ra de sus costum bres. E n tre éstos se
destacan A n teq u era y Mompó, dignos p o r cierto del v itu ­
perio histórico y no de m onum entos como se han em peña­
do en levantarles los que contunden las empresas demoledo­
ras con las constructivas.
Con ideas aparentem ente de independencia popular, las
desprestigiaron, excediéndose en su concepto y práctica, y
m ás a.ún, p or sus contradicciones tirán ica s y sus costum bres
escandalosas. Su paso en la h isto ria ríoplatense filé u n a ho­
ra de desorden, de engaño, de atropello y de vergüenza.
I ta tí cayó en las redes del em b u ste; pero', en Ita tí, a los
pies de la Virgen, en largas horas de meditación se inspi­
ró el buen Z abala en la pacificación de la m ar revuelta de
los ánimos.
¿Quién fué A ntequera, y quién M ompó?. . . No le fa lta ­
ba al prim ero saber, ni al segundo astucia.
Caballero del orden de A lc á n ta ra y p ro tecto r general
340 LA V IR G E N DE IT A T I

de los indios, el doctor José de A ntequera y C astro era po-


brísim o, y a to d a costa quería ser rico. Supo aprovecharse
de las rev u eltas del P ara g u ay . H abiendo resuelto 3a A udien­
cia de Chuquisaca enviar u n juez pesquisidor a la A sun­
ción, el cual en tendiera en las acusaciones del cabildo con­
t r a el gob ern ad o r Diego de los R eyes B alm aceda, obtuvo
el 15 de enero de 1721 del v irre y arzobispo F ra y Diego M or­
cillo el nom bram iento de ta l y el de gobernador del P a ra ­
guay, en concluyendo Reyes su período. A ntequera se dió
y a p o r gobernador, y en su paso p o r S anta F e y Corrientes,
sedujo a muchos, y se alzó con buenos préstam os.
Desde que llegó a la Asunción, el aprovecham iento, es­
pecialmente del • trabajo del indio, fué su pesadilla. Curiosa
es su carta de noviembre de 1721 al cabildo de Corrientes,
quejándose de que en el P araguay no se encontraba ningún
indio p a ra darlo a lo,s navegantes, p o r lo que sufría el co­
m ercio.” “ P a ra los presidios de esta costa, añade, y fábrica
de botes, sólo lie pido hallar, aún quitándoles a los enco­
menderos algunos de los suyos, veinte y tantos indios, que
es vergüenza decirlo” . Ya puede uno im aginarse el sistema
civilizador que tra ía este D efensor de los N a tu rales: su sis­
tem a consistía en m uchas ganancias p a ra sald ar los com­
prom isos de sus m uchas prom esas, y p a ra ello ech ar m ano
de las reducciones jesuíticas, em baucando a no pocos cléri­
gos y religiosos con las g ra n je rias que obten d rían al susti­
tu ir a los jesu ítas, los que por cierto llevaban u n pobrísim o
p asa r en medio de sus poblaciones, en que los natu rales go­
zaban de u n a re la tiv a h o lg u ra m ientras ellos padecían el
rudísim o tra b a jo de todas las abnegaciones.
Sin esp erar el plazo que le fué señalado, se a^za con 3a
gobernación, deponiendo a Diego de los Reyes B alm aceda,
que hu y e a Buenos A ires, donde en febrero de 1722 recibe
del v irrey arzobispo despacho de reposición, y A ntequera
de re to rn a r al P erú. N i a este despacho obedeció ni al del
7 de junio de 1723, disponiéndose secretam ente a vengarse
dé Reyes refugiado en C orrientes.
PL E N IL U N IO D E L CULTO A LA V IR G E N 341

E n los comienzos de ese año de 1723 los indiscutidos


señores de los ríos, los terribles payaguaes, hacían estrem e­
c e r la v ieja ciudad de V era y todas sus poblaciones. E l va­
liente gobernador Francisco de N oguera. Salguero, que ha­
bía sido depuesto en 1721 por Alonso del Pesso y Garro, juez
■de residencia, que lo sustituyó por M artín G utiérrez de V alla­
dares (2 ), y repuesto por el juez m ayor de residencia, como
que no le correspondía al juez delegado tales atribuciones,
puso todas sus energías en d esb a ratar la invasión p av ag u á;
pero, en su desánim o, afirm ab a al cabildo del 14 de enero
de 1723 que no podían sostenerse ni Ita tí, ni Santiago Sán­
chez, n i Ohoma ni S an ta Lucía. L as guardias o rd in arias
eran insuficientes, e im posible refo rzarlas siquiera con cin­
cuenta soldados. Desde 1718, asegura el cabildo abierto del
19 de enero, estab an los payaguaes apoderados del P araná-
E l inform ante, alcalde de p rim er voto, Jerónim o F ernández,
refiriéndose a los medios de salvación, tra e en su escrito este
doliente párrafo.- “ N inguno con m ás afecto que yo desea
concurrir a ello, por ser mi patria esta ciudad, y verla en
estado m iserable y a sus m oradores sin sosiego, p o r estar
como están continuam ente con las arm as en las manos, sin
ten er tiempo de cuidar la m anutención de sus fam ilias” . Tras
el incendio de Santiago Sánchez, de que ya dimos cuenta,
desde esta población h asta la cercanía de la A sunción era
continuo el asolam iento de las rib e ra s; los payaguaes no te­
n ían n ad a que p e rd e r y ganaban m ucho; si corrían peligro
se p erd ía n a cien leguas m ás allá de la desembo-cadiura del
P arag u ay , b u rlan d o la vigilancia de los fo rtin es costaneros;
los cristianos perdieron eu esta invasión doscientos treinta-
iuna personas entre indios, españoles y sacerdotes, numerosos
barcos, arm as y el fru to de las chacras. Salvóse Ita tí por el
socorro de veinte hom bres capitaneados por u n sarg'ento
m ayor, y más por la protección de la V irgen y valor de sus
guaraníes, que no sólo defendían su pueblo sino, además,
co n cu rrían como rem adores de los botes de la ciudad én
persecución de los asaltantes. P rodigiosa y benéfica era la
v italid a d de esta población que muchos, en aquella época,
q u erían que fu e ra tra sla d a d a tie rra adentro, p o r ser el p u n ­
342 LA V IR G E N DE IT A T I

to más apetecido del salvajism o fluvial, proyecto al que se


opuso acertadam ente el alcalde F ern á n d ez: desguarnecidas
las costas, el te rrito rio caería de im proviso en m anos de in­
vasiones sigilosam ente urdidas. E fectivam ente, cuando en
1698 se desalojaron las orillas cercanas al actual Paso de la
P a tria p o r h ab er la in d iad a devastado las estancias y dado
m uerte a todos lo que aten d ían la del cap itán Domingo Ce­
rrad o esos lugares soportaban el merodeo salvaje, y en 1709
cuatrocientos indígenas .se internaron hasta la Ensenada
y hubieran arrasado todas las chacras del Riachuelo a no
haber recibido Corrientes aviso de Itatí, por lo que B al­
tasar Maciel, repoblando las orillas abandonadas, conjuró
el peligro. P o r otra parte, la situación geográfica de I ta ­
tí, resultaba intocable; pues “ ei pueblo de Itatí, decía el
citado alcalde, es tan precioso como que en él sólo se halla
paso cómodo para los que van y vienen por tierra a la pro:
vincia del P a ra g u a y ” Debía hab er añadido el a lc a ld e : En
él, como escuadrón puesto en orden de batalla, habitan los
continuos p o rtentos de la V irgen, que rem edia las necesida­
des y detiene la rach a salvaje. No sólo el solar d:e la Reina,
del P araná se salvaba a sí mismo, sino salvaba también a
otros. E n la devastadora invasión de los pavaguaes fué el re­
fugio desde 37.18 de los moradores de Santiago Sánchez que,
por m ediación de la V irgen, se salvaron con su cura. F ra y
José A ntonio Jim énez, en la sac ristía del tem plo, envuelto
en llam as, que c o n tra toda ley no se propagaron hasta el
pajizo escondite, sino después que las dos chalupas de Co­
rrientes pusieron en fuga a los enemigos. E l 30 de enero de
1723 los romeros de Santiago Sánchez vuelven a su destrui­
da población, escoltados por doce soldados enviados por
el justicia m ayor p ara desenterrar las alhajas y ornamentos
del templo de la. Virgen de la Candelaria.

* *

No fué el desafuero de los hijos de las selvas lo peor de


ese año sino el de A ntequera. Violando jurisdicciones y de­
rechos de asilos, en la m edianoche del 21 de agosto, con si­
gilosa traieió n hace a sa lta r p o r m ás de trein ta soldados,
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 343

bajo las órdenes del famoso amoral llam ón de las Llanas,


en connivencia con disimulados antequeristas de Corrientes, el
domicilio del gobernador de] Paraguay, y sacándolo de su
lecho, lo embarcan desnudo y descalzo en uno de los dos botes
que traía n rumbo a ftatí para pasar a la Asunción. Grande
fué la sorpresa del pueblo en viendo desem barcar a esa sol­
dadesca sobre las cuatro de la tarde del 2 2 , y mucho más
la del cura F ra y F rancisco Maeiel, al que se le pedían reses.
E] capellán de la V irgen com prendió de inm ediato que no
era de ley esa gente, y con to d a energía se opuso. A los
asaltantes no le convenía perder tiempo y, sin más, llevaron
su presa a A ntequera, empezando el inhum ano m artirio del
m alav en tu rad o Reyes. Y a pudo el P a d re Maciel in fo rm ar
al lu g arten ien te (3 ), y éste al capitán general, m ientras pro­
testab a el cabildo, recrim inando el atropello de jurisdicción
y asilo a! mismo Antequera, este no entendía de más nor­
mas que su volu n tad según aquellas sus p a lab ras: “A quí yo
soy u n a d eid ad ; a otros gobernadores, los hom bres; a mí
Dios me ha hecho g obernador” . P o r toda contestación a Co­
rrie n te s se burló de ella y la am enazó (4).
Desde esta ciudad en diciembre del mismo año comunicó
Zabala a A ntequera que pasaba a hacerse cargo de la capita­
nía general del Paraguay, por orden del virrey, el coronel B al­
tasar García Ros. .
A ntequera contestó con la expulsión de los jesuítas de
su colegio asunceño.
E l 18 de julio de 1724 el virrey José de A rm endáriz en­
comienda a B runo de Zabala la pacificación del P araguay.
Llega a Corrientes en enero de 1725. E l 5 de marzo huye
A n teq u e ra; pero, como pensaba ser repuesto, nom bra como
subsistuto al b ru tal Ramón de las L lanas. E n la Asunción
da Zabala el mando al no m uy fiel M artín de B arú a y des­
pacha a Reyes para S anta Fe. M artín de B arúa se entrega a
los antequeristas. Pasados los cinco años de su gobierno, el
v irrey nom bra gobernador a Ignacio Soroeta. Se simula una
brillante recepción para, a los'cuatro días de su llegada, des­
terrarlo. El antequerism o no había desaparecido, m aguer la
buena v o lu n tad .d e Zabala. A ntequera desde su cárcel de Li­
34 4 LA V IR G E N DE IT A T I

m a había regalado al P arag u ay u n elemento de seductora pa­


labra, aventurero y carcelario, que desde el p rim er momen­
to aduló las ambiciones de los antequeristas, haciéndose di­
rector de todos sus movimientos anárquicos, y se impuso a la
adm iración del paisanaje con las desorbitadas exageraciones
de los llamados Derechos del Común. F ernando Mompó de
Zayas (5 ), in trig an te si los hubo, fué el creador y doctor de
las ridiculas doctrinas de los comuneros. Pero, no comülgan-
do con sus extralim itaciones el alcalde José Luis B arreiro, en
ejercicio del cargo de justicia mayor, lo apresa y lo lleva a
Ita tí donde, según Lozano, estando B arreiro conversando con
el cura, logra Mompó asilarse en el templo. E l vicario eclesiás­
tico de C orrientes autoriza su extradición. Se lo conduce a Co­
rrientes, y del cepo de su cárcel a Buenos Aires, de Buenos
A ires a Lima, consiguiendo fugarse en el camino p ara a p a ­
recer con una tienda de m ercader en Río de Janeiro
Lloraba entretanto A ntequera en la cárcel de Lim a sus
desvergüenzas lascivas y públicos adulterios, sus pro fan a­
ciones en la iglesia de la Encarnación de la capital paragua­
ya, sus embustes, sus malas artes en allegar riquezas y su odio
m ortal contra los jesuítas, llamándolos a su lado, pidiéndoles
de rodillas perdón, y no pensando sino en arreg lar cuentas
con Dios antes de presentarse a su tribunal. P or más que la
Com pañía (3e Jesús procuró que se lo indultara, el 3 de ju ­
lio de 1731 fué condenado a ser conducido al cadalso “ con
chía y capuz en bestia de silla en lu tad a” . Y el 5 fué fusilado
antes de llegar al cadalso por temerse un gran desaguisado
de las tu rb as alborotadas. Así acabó este hombre reconcilia­
do con los jesuítas y con Dios, y dejando en la cárcel, como
resumen de su m al vivir, escrito de su puño y letra, por lo
que el historiador Lozano se lo atribuye, el siguiente soneto
que, si adolece del mal gusto de la época, entraña toda una
lección:
E l tiempo está vengando, ¡ oh suerte m ía !
el tiempo que en el tiempo no he m irado;
yo me vide en un tiem po en tal estado
que al tiempo en ningún tiempo le temía. ,
Bien me castiga el tiem po la porfía
PIVENILUNIO D E L CULTO A LA VIR G EN 3 45

de haberme con el tiempo descuidado,


que el tiempo tan .sin tiempo me ha dejado,
que ya no espero tiempo de alegría.
P asaron tiempos, horas y momentos
en que del tiempo pude aprovecharme
p ara excusar con tiempo mis tormentos.
Mas, pues de tiem po quise confiarm e,
teniendo el tiempo varios movimientos,
de mí, que no del tiempo, es bien quejarm e.
No concluyó con esto el alzamiento, no de oportuna y sa­
n a independencia,, sino de desórdenes anárquicos que, de h a­
ber triunfado, hubiera llevado al precipicio la civilización de
estas tierras como que todo él reposaba prácticam ente en la
■esclavitud del indígena y de la masa popular ignorante bajo
la ambición desmedida y tirán ica de unos pocos.
Los que lograron pacificar esta aventura fueron varo­
nes preclaros: M auricio B runo de Zabala como brazo y, como
defensor heroico de las reducciones jesuíticas e im pugna­
dor tenacísimo de las atrocidades de los comuneros, el emi­
n en te franciscano, obispo del P arag u ay , F ra y José Palos.
Zabala, uno de los varones más completos que honraron
la colonización española, entrañó en su gobierno el am or a
la paz y a la justicio.. P o r-su caballerosidad era de todos res­
petado, temido por su integridad y en su prudencia se que­
brab an las torm entas de la insidia. Conocía perfectam ente
los peligros de la situación. E l movimiento cundía, y la t e ­
nencia de Corrientes amenazaba separarse de Buenos Aires
p a ra adherirse hasta territo ria lm y jte a la ju n ta general de
los comuneros del P arag u ay : enorme ora el núm ero de los em­
baucados así entre los civiles como los eclesiásticos, algunos
de los que procedían con todo el entusiasmo de la buena fe,
cerrados extrañam ente los ojos a la perversa intención del
sistem a (6 ) . Zabala, prudente m oderador de ánimos, supo
to lerar p a ra u rg ir a su tiem po. Y así, al traslad a r tras el
asalto paraguayo de 1723 al gobernador Salguero a Buenos
A ires y n o m b rar en su reem plazo al fidelísim o Jerónim o
Fernández, a quien le correspondía el gobierno como alcal­
de de p rim er voto, por evitar conflicto ante la resistencia del ca-
346 LA V IR G E N DE IT A T I

bildo tolera el nombramiento del alcalde de segundo voto,


B artolom é Rodríguez, hasta el .12 de julio de 1725, en que
queda nombrado el valiente capitán Pedro Griveo, quien en
el año siguiente supo escarm entar a los abipones, los que, por
la gran bajante del P araná, lo atravesaban a caballo, llenan­
do de pánico toda la comarca desde Santa Lucía hasta Ita tí,
y no sólo escarmentó a Ja. indiada en su jurisdicción sino ade­
más salvó con cien hombres a Santa F e que, con gran dis­
gusto y reprensión de Zabala, correspondió ingratam ente a la,
abnegación de los hijos de Corrientes. Duró el gobierno de
este devoto de la Virgen, el cual hacía solemnizar el pasco
del estandarte real en las procesiones de] patrono de la ciu­
dad, San J u a n B autista, con los clarines y chirim ías de Itati,
h asta el 17 de mayo <k> 1729 c-on aplausos por buen compor­
tamiento.
Tenía siempre Zabala el ánimo puesto en elegirlo como
gobernador de Corrientes *il incorruptible Jerónim o F e r­
nández, hijo de la ciudad. Seguía de cerca el sesgo de los
acontecimientos correntines y si no eran m uy de su agrado la
división del mando m ilitar y civil por los conflictos que aca­
rreaba y mucho menos el hervidero anárquico de los comuneros,
hubo de h aber halagado sus esperanzas d'e pacificación el buen
criterio, la nobleza y la religiosidad que entrañaban las no-
licias recibidas de la abnegada ciudad de V era: la persecu­
ción constante d u ra n te el año 1729 de la indiada en el go­
bierno político del alcalde de segundo voto, Diego F ern á n ­
dez, siendo los tripulantes de la chalupa perseguidora doce
guaraníes de Ita tí bajo las órdenes del virtuoso m aestre de
campo Antonio Sánchez Moreno; las peticiones de 1 procura­
dor. general Antonio de A guirre al cabildo, proponiendo p a ­
ra el progreso de la. ciudad y de la campaña lo que no llegó
a realizar más tarde el intelectualism o de Sarmiento’ conde­
nado acerbamente por A lb erd i: Antonio de A guirre en ene­
ro de 1730 insistía en que se obligara a todos los niños de la
jurisdicción urbana, la asistencia al colegio de los jesuítas, lo
que por cierto no m irarían bien los del Común, y al mismo
tiempo pedía que se establecieran colegios de artes y oficios
p ara huérfanos y vagabundos, y que se levantaran escuelas
PL E N IL U N IO D E L CULTO. A LA VIR G EN

en los pagos y en las estancias “ p ara que aprendan —son sus


palabras— oficios y artes liberales y m ecánicas” ; el entusias­
mo popular que en marzo del mismo año inflam ó el corazón
religioso de la ciudad de Corrientes con motivo de la trasla­
ción de la Cruz de los Milagros (7), traslación que sirvió de
raíz a la delincación de las calles de la ciudad por el inteli­
gente piloto y matemático francés (a quien el acta del ca­
bildo nom bra Salvador) llamado al efecto de Ttatí, donde se
hallaba en mayo de visita h la V irg e n ; todo esto y el empeño
del cabildo en que el vicario capitular, sede vacante, de Bue­
nos A ires enviara sacerdotes y les señalara jurisdicción p a­
ra que atendieran la instrucción religiosa de la ciudad y la
cam paña (8), dispusieron a Bruno de Zabala para nom brar
en enero de 1737, siendo gobernador político Gregorio de
Ocampo Azcona, como su lugarteniente a Jerónim o F e rn á n ­
dez en lo civil y m ilitar.
No en m uy buenas se halló el nuevo teniente gobernador.
Las fuerzas m ilitares no eran suyas, eran del Común y, por
cierto, indisciplinadas, sim uladoras y, dada la ocasión, en he­
chos atrevidas. P o r orden de Z abala doscientos hom bres de­
bían estar preparados p ara defender al ejército guaraní de
las reducciones en caso de que los comuneros, por adueñarse
d'e ellas, quisieran a tra v esar el Tebicuarí, lím ite de las dos go­
bernaciones por real cédula del 6 de noviembre de 1726. El
gobernador F ernández se acuartela en 1732 con ellos en Ita ­
tí, y éstos lo apresan, lo engrillan, lo llevan a Corrientes, lo
encarcelan, y de la cárcel lo destierran al P arag u ay con un
desparpajo e insolencia, de que puede uno darse cuenta por
la carta de J u a n José Vallejo al alcalde-de prim er voto de
S anta Fe, A ndrés López P in tad o : “ El pueblo más vil del
mundo, el que se tiene m irado con mal gesto por S . E ., me­
neó el cogote y sacudieron la cerviz, prendieron a Jerónim o
Fernández el guapo, y con un p ar de grillos lo traje ro n de
Itatí, y a los tres días lo rem itieron al P araguay por ser
tiempo de frío, y sabemos que aquella tie rra es caliente. Be
no conceder lo que se pide conceda S. E ., Paraguay nos lla­
mam os” (9).
El cabildo de Corrientes no quiso llam arse P araguay, e
3 48 LA V IR G E N DE IT A T I

inform ó del hecho a Zabala, y protestó indignado ante el Co­


m ún que, form ando eomo un estado dentro del estado, le iba
contestando con amenazas desde el paraje La Cruz de Cam­
posano, a media legua de la ciudad.
E s de n o tar que la Virgen de Ita tí fué la estrella que
apaciguó las olas de ese m ar agitado.
Si permitió, pai'a precipitar el derrum be del desorden,
la prisión del gobernador en su pueblo y poco después el
levantam iento sedicioso de su mismo pueblo, no perm itió que
los jesuítas fu eran engañados por los comuneros paragua­
yos en el mismo día del apresam iento de Fernández, según
estaba, convenido ( 1 0 ) .
Apoderados de la capitanía de guardia de Itatí, azuza­
ban los comuneros eorrentinos a los paraguayos porque de una
vez atra v esaran el T ebicuarí p a ra tra sp a sa r ellos el anchu­
roso paso del P araná, y así desorganizan por las espaldas el
ejército guaraní. Lo cómico está en que estos comuneros, mes­
tizos en g ran parte, no perm itían que los naturales los imi­
ta ra n ; pero dejem os h ab lar a Lozano: “E l mal ejem plo de
los ma.yo.res es fortísim o im pulso que a r ra s tra tra s sí a los
m enores y los despeña en su pro p ia ruina. E xperim éntase
esta verdad p o r este tiempo en los indios de 1 a. reducción de
N uestra Señora de Ita tí, que está a cargo de la religión se­
ráfica, donde era párroco el Reverendísimo P. predicador
F ra y Alonso Maréeos, fidelísimo a S. M. y que, como tal,
nunca fué visto bien por los antequeristas, ni ahora de los
comuneros. C ontra este religioso, corrompidos los indios sus
feligreses con el mal ejemplo de los españoles, quisieron tam ­
bién, a im itación de ellos, form ar su Común, con ánimo de
prenderle y echarle de su curato, como los españoles querían
expulsar de su colegio a los jesuítas, a quienes su párroco
ha sido siempre aficionadísimo. Y sin duda el que los indu­
cía tirab a en este designio a tener ocupado aquel im portante
puesto, que es el paso más frecuentado del P araná, por p er­
sonas que m irasen menos bien a los jesu ítas y a sus misiones.
Pero, no perm itía Dios prevaleciese mucho tiempo la maldad,,
porque los mismos cabos del Común correntino acudieron, y
pusieron el remedio cual se pudiera esperar de personas más
P L E N IL U N IO D E L CULTO A LA VIR G EN 343

fieles; pues, privaron de su oficio al indio corregidor del


pueblo que conmovía los ánimos, y refrenaron a otros p rin ­
cipales que habían fom entado el tu m u lto : con que todo que­
dó sosegado e hicieron esta buena obra entre tantas malas con
que m ancharon la buena opinión de su fid elid ad ” .

P o r otra parte, el común eorrentino nunca abrigó la


pertinacia del paraguayo si llegó a sus extrem as violencias.
Pudo aquel engrillar y desterrar a su gobernador Fernández,
pero no llevó su odio hasta m atarlo como éste traidoram ente
al suyo, M anuel A gustín de Ruiloba Calderón. P o r lo que
no le fué tan cuesta arriba a Zabala acallar la aventura anár­
quica con la delegación del obispo de Buenos Aires, F ra y
•Tuan de A rregui, y con el nom bram iento de gobernador en
■favor del cristianísim o Antonio Sánchez Moreno. Con esto
quedó en Corrientes “ sepultado el nom bre del Común para
siempre jam ás” , según expresión, en noviembre de 1732, del
bueno del obispo, dem asiado bueno, de intenciones candoro­
sas que lo llevaron, para mal suyo y aprovechamiento de los
comuneros paraguayos, a ser, por disposición de éstos, go­
bernador intruso del P arag u ay hasta 1734, siendo en julio ci­
tado por el virrey p ara presentarse en Lima.

• •

E n auge los desórdenes de los envalentonados comune­


ros paraguayos, p o r orden superior, B runo M auricio de Za­
bala, no ya gobernador, que lo era^Miguel de Salcedo, fué en­
cargado de la pacificación del P araguay. Con este objeto lle­
gó a Corrientes el 23 de noviembre de 1734, y a fines de este
mes estuvo en Ita tí, donde perm aneció h asta el 18 de enero
del siguiente año por no serle posible vadear el río entonces
crecidísimo. Se diría que la V irgen quiso retenerlo p ara que
.los adversarios se aquietasen intim idados, no tanto por los
preparativos bélicos, como por las sim patías generales que
iba despertando la noble fig u ra de Zabala en todo el P a ra ­
350 LA V IR G E N DE IT A T I

guay y especialm ente en los vecinos de Villa, Rica. Dos falle­


cim ientos teníanlos tam bién preocupados a los del C om ún: el
del famoso comunero M atías Saldívar que acompañaba aca­
so sinceram ente desengañado a B runo, falleciendo en Itatí,
y en la Asunción poco después, el 28 de diciembre, el defen­
sor de la ju n ta general de los comuneros, J u a n Ortiz de V er-
gara.

• •

H uelga detenerse en la adm iración de los guaraníes ita ­


teños contemplando al plenipotenciario del virrey del P erú
arrodillado en sus meditaciones ante el trono de la V irgen de
Ita tí. E l 18 de enero vadeó el gran río, el 30 de mayo de 1735
entró triunfalniente en la Asunción, y después de pacificar
con sabias disposiciones e incorruptible justicia los ánimos,
dejó en enero de .1736 la Asunción, y pasó en ese mismo mes
por Corrientes.
A poca distancia ele este puerto falleció, y provisoria­
m ente fué enterrado a los tres días, por exigirlo así la p u tre­
facción de su cadáver, en la soledad, de las orillas elel Para-
n á el fu n d ad o r de M ontevideo, el caballero cortés y enérgico,
el salvador de las reducciones jesuíticas, como si hubiera que­
rido la V irgen de Ita tí que las inmensas aguas del inmenso
río guaraní besaran los restos mortales de su devoto.

(1) M o tiv o s o b e ra n o t u v ie r o n lo s j e s u ít a s e n o p o n e rs e a la
c o n v iv e n c ia d e e le m e n to s e x tr a ñ o s c o n lo s in d io s d e s u s re d u c c io n e s .
D e b ía n é s to s c iv iliz a rs e y n o c o rro m p e r s e . S ig n if ic a tiv o s s o n lo s
d a to s q u e v a n a c o n tin u a c ió n : E n e l c a b ild o d e l 3 d e m a rz o d e 1722,
s e le e u n a q u e ja d e l p r o c u ra d o r A d r iá n d e E s q u iv e l. L a s e s ta n c ia s
s e a r r u i n a b a n p o r e l e n tr e te n im ie n to e s c a n d a lo s o d e s u s p o se e d o -
r e s c o n m u c h a s in d ia s f o r á n e a s . Y e l c a b ild o r e s u e lv e d i s t r ib u i r ­
la s a s e ñ o re s q u e la s e d u q u e n y v is ta n .
T r a s la f u n d a c ió n d e iN ueva O r á n , c e r c a de u n a r e d u c c ió n de
in d io s , e s c rib ía el P a d r e E s t e b a n d e A y a la el 13 de m a y o d e 1804 a l
o b isp o A n g e l M o sco so : “ S o n t a n t o s lo s e x c e so s q u e se c o m e te n , m e z ­
c lá n d o s e los c r is tia n o s c o n lo s in d io s , q u e m e c a u s a e l m á s v iv o d o lo r.
P L E N IL U N IO DEL C U LTO ' A LA V ÍR G E N

A seguro a Y. S. I. que en los prim eros años que estuve en esta m i­


sión no conocían los indios el m al venéreo, y desde la fundación de
Orán hasta ahora ya no hay indio o india joven que, no lo padezca”.
(La civilización cristiana del Chaco - Fray Gabriel Tom asini - se
Kunda parte - pág. 253).
(2) E stuvo éste de visita en Itatí por el m es de noviem bre
de ese año.
(3) Según el archivo oficial de Corrientes, la carta dice así:

“ Señor general: ayer como a la s cuatro de la tarde, entraron a mi
celda V icente Calvo y otros que no conocí, me p id ieron .................
reses, sin saber de donde venían, y les dije que no podían pasar;
enton ces se me descubrieron que ni uno ni otro podían atajarlo,
por cuanto tenían dos em barcaciones, y en ellas a Don D iego de los
R eyes, y se volvieron a embarcar, que nos le s di crédito, y bajé al
río con el sargento mayor de este pueblo y vi, según m e parece,
que va el m aestre de campo M ontiel; pero no llegué a hablar con
ellos, y viendo ellos que no m e llegaba se apartaron, y siguieron
su viaje a la otra banda, del Paraná miní, que m e dijeron como sus
com pañeros, de por tierra, ya los estarían esperando, y discurro
que no quedará buey en la otra banda, según 1a, máquina de gente
que vi en las dos em barcaciones, y discurro lo llevarían por tierra
................... a entender y el ................... había despachado dos carre­
tas para.t ransporte de la ropa . . . : sabe D ios si hallarían
.

bueyes y ..................... cas esto avisó a uno que no venga ...................


no se sabe lo que harían esos hom bres, de que realm ente, cuando
me pidieron las reses que ..................... m ás de dos en el corral; si
se las hubiera dado se hubieran detenido dos días y se hubiera
................... guna diligencia, que no pensé pudieran ser ................. ..
vendrían muy necesitados, por lo .................. aquí algunos soldados.
se hubiera apre ....................... dos, que vinieron a pedir las reses,
que al principio los tuve por gen te de Santa Fe; es cierto sep . . . .
dió gran lance y llegan hasta aquí los soldados correntinos;
y ruego a D ios dé salud a V. M. y ................... por ms as de vida.
B. I. m. de V, M. C a p e l l á n . — F r a y F r a n c i s c o M a c ie l"

(4) H istoria de la s revoluciones de las provincias del Para


guay - Padre Pedro Lozano - T. I - pág. 280.
(5) E l historiador Lozano, testig o que no poco sufrió con los
alborotos de los com uneros, traza £?n su “H istoria de las revolucio­
n es de las provincias del Paraguay”. - Tom. II - 3, esta sem blanza:
“A los últim os del m es de julio del año 1730, llegó a la ciudad de
la Asunción, capital del Paraguay, un notable personaje que se in­
titulaba don Fernando Mompó de Zayas y decía ser natural del reino
de Valencia, y que era doctor en ley es y había abogado en la corte
de Lima: así decía él, valga lo que valiere su dicho, que no trato
de ponerlo a pleitos, pues tenía otras apreciables recom endaciones,
352 LA V IR G E N DE IT A T I

porque se sabe fué morador algún tiem po de las cárceles de ,1a


Inquisición: el porqué él lo sabía, aunque lo ocultó siem pre y
sólo sabem os que no salió de ellas con palm as. Por no dejar cárcel
qüe no autorizase con su persona, ocupó tam bién la de corte, por­
que en nombre de cierto sujeto, que ocupaba puesto en el p a la d a
del virrey, sacó cierta cantidad de un m ercader, y huyéndose con
ella y causando un disturbio en Cajamarca, se volvió a Lima, don­
de al fin fué preso, y m etido en dicha cárcel, concurrió en ella
con don J o sé de Antequera, donde trabó estrecha am istad, apren­
dió sus m áxim as, y le bebió el espíritu”.
(6) Y a sí se anulaba la acción in telig en te del padre de lo s
Casajús, Pedro B. de Casajús, apresándolo y desterrándolo a Bue­
nos A ires, m ientras aplaudía la prisión del gobernador Jerónim o
Fernández por lo s com uneros el vicario ecle siá stico Ignacio de
Ruiloba en un serm ón de acción de gracias a la Cruz de los Mi­
lagros.
(7) A cta del 4 de marzo: ‘‘En la ciudad de San Juan de Vera
de las Corrientes, a cuatro de marzo de mil setecien tos treinta, el
cabildo, ju sticia y regim iento de ella, los que infra firm arem os, y
no concurrieron los dem ás capitulares por estar en las chacras y
haciendas de campaña, con a siste n cia del señor ju sticia mayor,
juntos y congregados en esta sala de nuestros acuerdos, como lo-
hem os de uso y costum bre, a tratar y conferir m ateria del servicio
de S. M. y bien de esta República, com o tam bién para efecto de con­
vidar las R eligiones para el acom pañam iento de la Santísim a Cruz
de los M ilagros, que se tien e dispuesto hoy el que se traiga en pro­
cesión de donde ha estado en la capilla antigua a la nueva que se-
ha edificado, y siendo esta buena práctica de tiem po inm em orial en
esta dicha ciudad, la de la Santísim a Cruz, de un acuerdo y confor­
midad hem os acordado se h aga el dicho convite como se ha acor­
dado, y para ello diputam os a lo s señores alférez real don Grego­
rio de Azcona, alférez real, a don F rancisco Molina Salazar, regidor
propietario, como tam bién pasarán el m ism o convite al m aestre de
campo don Antonio Sánchez Moreno, a cuyo cargo e stá el gobierno
m ilitar, y se dé voz a toda la ciudad para que concurra al mismo
efecto de acom pañar a la Santísim a Cruz con el culto y veneración
que nuestros antepasados lo han hecho, im itando sus pasos, por se r
el santuario que en esta dicha ciudad se tien e” , Firm an: Diego Fer­
nández, Ju a n C ris ó sto m o D lzid o y Z a m u d io , G re g o rio de O cam p o’
A zco n a , Ignacio de Soto, S e b a stiá n de V iila n u e v a , F ra n c is c o M olina
de S a la z a r y A n to n io de A g u ir re .
A cta del 15: “'Se acordó por este cabildo el que se ponga por e s­
crito, para que en todo tiem po conste el día del1traslado de la San tísi­
ma Cruz de lo s M ilagros de su cap illa antigua a la nueva, donde al
presente se halla colocada y venerada por lo s fie les cristianos, cuya
traslación fué el viernes pasado, y se contaron diez del corriente
de este presente año, a las tres de la tarde, a la que concurrieron
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 353

las Sagradas R eligion es de San Francisco, jesu ítas y m ercedarios,


cabildo, su cura y dem ás individuos de esta ciudad. Y, habiéndose
fijado en su altar de su capilla nueva, se le cantaron la s vísp eras
con toda solem nidad, y el día sigu ien te fué sábado, once de marzo;
le cantó la m isa el R. P. R ector de este Colegio, Lorenzo Dafei, con
diácono y subdiácono, cuyo triunfo y m ilagro de dicha Santísim a
Cruz lo predicó e l R. P. José Gaete de la Compañía de Jesús de
este colegio, con el espíritu y elocuencia tan em inente de dicho
Rdo. P., que dejó su predicación adm iración a sus oyen tes, infun­
diendo con m ás fervor la sagrada devoción a los vecin os de esta
ciudad”.
(8) E fectivam ente, pasaba entonces como un escándalo que
la ciudad de Corrientes contara con una sola parroquia. Y sólo tuvo
una en lo s com ienzos del sig lo X X ! . . . A l pedir inform es Zabala,
por requerim iento del vicario capitular, el cabildo inform a que, a.
causa de la escasez de parroquias y sacerdotes, m uchos fie le s no
oían m isa, no confesaban, ni sabían lo necesario, por serlo todo
esto im posible; que la ciudad estab a ‘‘muy acrecentada de gente e s­
pañola y de servicios indios, m estizos, negros y m ulatos, esclavos
y libres, causa porque con dificultad pueda un único cura asistirlos a
todos, en esp ecial en tiem po de epidem ias” ; que por lo m enos se eri­
giera una nueva parroquia para los naturales, “siéndole al cura de la
Matriz suficiente feligresía de gente española, que habita dentro de
esta ciudad, la que reside en el pago que llam an de la Loma, la que
habita en el R iachuelo, la del R iachuelito, de una y otra parte de
ambos y dem ás poblaciones que h ay hasta la inm ediación de las
chacras del pueblo de Itatí, que será la mayor d istancia de doce le ­
guas poco m ás o m enos”. Señalaba tam bién el cabildo la necesidad
de otros dos curas: uno con jurisdicción en Garavata, Arroyito, ríos
de Empedrado, San Lorenzo y A m brosio en am bas orillas de esos
ríos y pueblos de indios de Ohoma, que estaba vacan te por no ani­
m arse nadie a encargarse de él; otro para los parajes del río da
Santa Lucía, de una y otra parte, Muchas, Islas, Lagunas Saladas,
Mbucuruyá, Zapallos y Caa Catí. La escasez de sacerdotes era an­
gustiosa. E l vicario Ignacio de Ruiloba y dos clérigos m ás: el M aes­
tro Francisco Ignacio Caballero Bazán y el doctor León de P esoa y
Figueroa. '
(9) “H istoria de las R evoluciones de las P rovincias del Para-
Ifuay”. Lozano - 7 - II - pág. 187,
(10) Id. - T. II - pág. 175.
X IX

IT A T I Y EL GOBERNADOR
M ANUEL JO SE R IV ER A M IRANDA

Con ahondar en los hechos históricos se descubre la in­


tervención de la divina justicia en esos hechos: se había alza­
do, disim ulada en los derechos individuales y colectivos de
las m asas populares, la avaricia contra la acción salvadora de
los misioneros con la intención de convertir el brazo de los
pueblos guaraníes en esclavo hacedor de sus concupiscencias,
y como respuesta a este inconfesable atropello de la vida
libre y feliz de los naturales cristianos, se desplomó la b a r­
barie de la indiada infiel sobre los pueblos, las chacras y las
estancias de ta l m anera que hubo de traerse m ás de u n a vez
a carretadas los m uertos por ellos en los campos p a ra ser en­
terrados en lu g ar sagrado. Y como siem pre Ita tí se m an­
tuvo sin su frir destrucción alguna por más que destruirlo era
el g ran deseo de las selvas, que pudieron aprovechar el gana­
do de las estancias y m atar en sus calles a algunos vecinos,
pero no incendiarlo ni cuartear su templo como lo hicieron
con las demás reducciones correntinas.

• •

Años luctuosos, en que payaguaes, abipones, mbocobíes


guaicurúes y vilelas vagaban como fantasm as de la m uerte en
toda la extensión occidental de la provincia poniendo a p ru e­
ba el heroísmo del sargento m ayor Nicolás González, del maes-
35 6 LA VIRG 1CX D E IT A T I

tre de campo Gregorio de Casajús, del famoso comandante


general de fronteras Felipe Cevallos y del noble y abnegado
caballero Pedro B autista de Casajús, nombrado lugarteniente
de C orrientes p or Miguel de Salcedo, el 3 de setiembre de
1734.
E n 1738 los guaieurúes, merodeadores del poniente de
las riberas del P araguay, gigantes, como los agaces y paya-
guaes, más ágiles, robustos y espigados que los patagones, lle­
gando no pocos a dos metros y de ordinario a u n metro y se­
ten ta centímetros (1 ), atropellaron la población de Ita tí, y
se alzaron con todo, según el historiador M antilla; lo que no
es verdad, que el todo de Ita tí fué y es la Virgen, y no se la
llevaron. N a rra u n a leyenda de esa época que una p artid a de
guaieurúes penetró en el templo, y uno de ellos, al ver la m i­
lagrosa imagen, arrojóle u n a fle c h a ; silbó ésta, pero, en vez da
clavarse en la imagen, con estupor y pánico de los guaicu-
rúes, retrocediendo se. incrustó en el pecho del indio sacrile­
go. E l entonces capitán Gregorio de Casajús con doscientos
hombres los persiguió, arrebatándoles gran p arte del, botín.
No sólo quedó en pie Ita tí, sino además fué el refugio
preferido de los indios fieles y de los agricultores y hacen­
dados despavoridos ante los abipones, mbocovíes y vilelas,
quienes el 7 dé octubre de 1739 destruyeron la reducción de
Ohoma, y el l’3 del mismo mes y año acabaron con Santiago
Sánchez y dieron m uerte a su cura F ra y Santiago Alegre.
Y a pudo llegarse en 1746, bajo la adm inistración del mae-
se de campo Gregorio de Casajús, a concertar la paz con la
indiada invasora, esa paz resultó más movediza que los ban­
cos de arena del P araná, ’y sólo se consiguió alguna quietud
con la fundación de San F ernando del Río Negro, la actual
Resistencia, poniéndola el teniente de gobernador Nicolás
P atró n en manos de los jesuítas, que tuvieron el m érito de su
subsistencia por su abnegación y generosidad a toda prueba,
cayendo esa reducción de ábiponés en el más lamentable de
los fracasos con el extrañam iento de los hijos de Loyola por
la m alhadada e inconsulta P ragm ática publicada en el virrei­
nato el 2 de febrero de 1768 (2 ) . Unicamente el misionero
¡sosegaba al aborigen, y en el aborigen reducido encontraba 1«,
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 357

colonia, su defensa más eficaz. Cuando el 8 de mayo de 1747


Nicolás P atró n pidió inform e al cabildo acerca de las enco­
m iendas de Itatí, contestóle el cabildo que “ los indios del
pueblo de N uestra Señora de la p u ra y limpia concepción de
Ita tí, siem pre lian estado y están prontos a acudir a ay u d ar
a la defensa de esta ciudad con sus armas, canoas, y en estas
últim as expediciones con caballos, y servido con obediencia en
las entradas que se lian lieclio a las tierras del enemigo infiel
y auxilio de la ciudad de S anta Fe, y que en el estado pre­
sente se hallan sus habitadores en suma necesidael... ” ¿Có­
mo no habían de hallarse en suma, pobreza los guaraníes de
Ita tí si, a más del abandono de sus estancias p ara p restar ser­
vicios a los gobernadores maese de campo Nicolás P atró n (3),
al interino Diego Fernández, se veía de continuo molestado
cisco Solano Oabral, al del mismo título B ernardo López y
al interino Diego Fernández, se veía de continuo molestado
por las exigencias de sus encomenderos? (4 ). P o r más que se
haya querido disculpar con el socorrido argum ento de las
conveniencias de la época la institución de las encomiendas,
•a éstas debióse en gran •pai'te el decrecimiento de los "natu­
rales (5 ), -su estancam iento cultural, sus sublevaciones san­
grientas y el motivo principal del odio de los infieles a los
cristianos. Ya puede Al faro cortar abusos, el aprovechamien-
1 o del brazo autóctono siguió siendo, salvo excepciones, el
ham bre de las encomiendas y de los comuneros y el acicate
de los rencores contra sus adversarios más tenaces, los jesuí­
tas, enhebrándose en esta cam paña de desprestigio las más ri­
diculas monstruosidades, achaque de que adolecía casi toda
la casa de Casajús, siendo curiosa aquella orden del cabildo
de C orrientes: “ Mandamos al dicho Sebastián de Casajús
ponga perpetuo silencio y se contenga en presentar tantos
escritos” ; espíritu pleitista y absorbente, característico hasta
de los que en esa fam ilia vestían sotana, como la vestía José
de Casajús, cura de Salad-as, quien, al. pedir los vecinos de
Caá Catí y Zapallos, por el sargento m ayor Sebastián de A lar-
cón, la erección de esos vecindarios en parroquia el 25 de ju ­
nio de 1755, sin más razón los proclamó excomulgados.
3 58 LA V IR G E N DE IT A T I

No es de ex trañar que la influencia de este espíritu le­


vantisco, no democrático .sino demagógico, hiciera en esos
tiempos resucitar la bulla comunera, que puso a prueba la
entereza del cabildo de Corrientes y promovió un noble ges­
to del pueblo de la V irgen: habiendo fallecido el lugarteniente
B ernardo López en 1763, fué electo como sucesor Manuel J o ­
sé R ivera M iranda, hombre de 110 muchas dotes de gobierno
y, como no afecto a la indisciplina reinante, u n a sublevación mi­
lita r y populachera lo apresó en octubre de 1764 con el pro­
pósito no realizado de arrojarlo río abajo en el barco de un
tal Domingo de Bermúdez. F ueron inútiles las protestas del
cabildo y la intervención amistosa del Rector del Colegio
Fluentino, Roque B allester; la sonada fué inflexible. E l 12 de
agosto del siguiente año el cura de Itatí, el famoso asunceño
F ra y Roque F erreyra, maestro habilísimo en artes y oficios
que dotó al humilde templo refaccionado por él de artísticas
obras trab ajad as en el taller guaraní del santuario, en ebanis­
te ría y esculturas de piedra hoy desaparecidas, a excepción de
tres grandes bancos y la pila bautismal, dirigióse por dos ve­
ces al cabildo de Corrientes suplicándole que pusiera en li­
bertad al gobernador. A grado y gracia causaron a los cabil­
dantes estas misivas, contestándole al buen P adre que aplau­
dían su actitud, significándole al mismo tiempo que les sor­
p ren d ía el creerlo al cabildo verdugo del lugarteniente cuan­
do era su abogado. Dada la noble actitud del cura y del pue­
blo de Ita tí, el 31 del mismo mes el cabildo de Corrientes en­
cargó al regidor Cristóbal Cañiudeyú el am paro y custodia de
R ivera M iranda, libre por fin bajo fianza, y el 3 de setiem­
bre se labró acta, por la que se comprometió el cabildo itate-
ño aliviar en su infortunio al gobernador de Corrientes ( 6 ).
E n esta ocasión afirm ó el cabildo del pueblo, como más tarde
lo afirm aría el comandante Ju an Antonio (rüerí, que Ita tí
siem pre estuvo con la autoridad. No fué esta docilidad apoca­
m iento de carácter, como lo demostró en sus elecciones el ayun­
tam iento itateño oponiéndose a las exigencias de M iranda, lo
que acaso fué motivo de la remoción del buen párroco Roque
F errey ra. No estuvieron, en verdad, ni en la prudencia ni en
la g ra titu d los resortes cleí corazón del lugarteniente, como a po­
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IK G E N 359

co volvió a patentizarlo en el asunto de u n a perm uta de terrenos


concedidos a los P P . jesuítas (7 ). No es sin embargo de extra­
ñ ar esa su actitud. Pocos en esos años tenían la entereza de
defender a la Compañía. H acía tiem po que la m asonería in­
ternacional envenenada tenía la conciencia de muchos con ca­
lum nias tan disparatadas que asquean hoy al historiador si ha
de recordarlas. La firm a de la Real P ragm ática Hanción del 27
de febrero de 1767, arrancada por A randa a Carlos TIT, mo­
narca de cortas vistas que con el pacto de fam ilia ayudó a la
independencia norteam ericana impulso de la de sus dominios,
devoto de la Inm aculada e inescrupuloso en violentar a la silla
apostólica, fué celebrada en Corrientes por algunos que, sin
creer en las calumnias, abrigaban esperanzas de supuestas gran-
gerías. Temíase que hiciera el rey una excepción con los jesuítas
de América por no ocultársele a nadie los beneficios incalcula­
bles allegados por estos insignes misioneros al progreso no
.sólo espiritual sino tam bién temporal de sus dominios; pero,
al publicarse la Pragm ática el 2 de febrero de 1768 y subir en
abril de ese mismo año al gobierno, nombrado interinam ente
por Bucareli, el gran adversario de la Compañía Lázaro de
Alm irón, lloró una inmensa m ayoría de la ciudad de C orrien­
tes la inhum anidad usada con el Colegio F luentino que con­
tab a con jesuítas correntiuos adm irados por su ciencia y
virtudes. F u é esa una hora de luto p ara la civilización de los
naturales de la tierra, hora de m uerte, cam panada de la deca­
dencia y de la dispersión que repercutió en todos los pue­
blos de indios, aún en los adm inistrados por los franciscanos,
por la inhabilidad y fa lta de corazón de los civiles que reem ­
plazaron la providencia de los curas, padres de los hijos de
la tie rra am ericana.

(1) “La Ciudad de la A sunción” - Fulgencio R Moreno - pá­


gina 40.
(2) Siendo c.ura doctrinero de San Fernando el Padre José
Clein, en un pedido de ganado al cabildo, escribe: ‘‘Se ha hecho un
pueblo tan num eroso que ya no h ay tierras para tantos vecinos, te ­
niendo libres de todo peligro sus haciendas, y vida y comercio, y por
360 I-A V IR G E N DE IT A T I

otra parte consta 110 m enos el gran trabajo, afán y gasto que se lian
empleado en m anutención de estos indios por parte de nosotros
los Padres que estam os con ellos” . Y afirmaba que se oponían a
mayor éxito ‘‘la mucha altivez y soberbia de los indios y por otra
parte el gran desorden de los <;ue pasan” lo que restaba no poco
beneficio a las “tantas y tan crecidas lim osnas que han dado en
particular las m isiones de los guaraníes, este Colegio y toda esta
v e c in d a d ...”. Extrañados los jesu ítas, d esastrosa fué la suerte de
San Fernando del Río Negro: al año, el cura Ignacio P érez la aban­
dona, porque no podía vivir con tanta pobreza; en 1770 el cacique
Naré am enaza con retirarse a otra población, ya en San Fernando
no se tenía sacerdote; en 1773 es exonerado de su adm inistración
por su insu ficiencia moral el religioso lusitano Fray Pablo Cara-
bailo, que estuvo de paso en Itatí, y resuelve el cabildo de Corrien­
te s desam parar la población, asignando a sus indios el paraje de
Isla Alta, en la costa de Santa Lucía; en 1777 Naré robaba caba­
llo s de las reducciones de San Javier y de San Pedro, tan flo re­
cientes en los tiem pos de su fundador, el abnegado jesu íta Florián
Paucke. Dejó de ser San Fernando de Garzas la floreciente pobla­
ción de San Fernando del Río N egro del tiem po de los jesu ítas;
en 1813, su adm inistrador Pedro Antonio N ieto pide su relevo por
110 poder entenderse ni vivir con indios tan disidiosos. Llegó a tanto
la anarquía que a poco el pueblo desapareció, siendo confinadas las
fam ilias abiponas a Itatí h asta que en junio de 1822 se resolvió reunir­
ía s en el cuartel general de Santa Lucía, y el 14 de junio, el cabil­
do lanza una proclama al vecindario de Corrientes para que se
com padezcan de esas fam ilias custodiadas en Itatí, arropándolas
“con cualquier cosa por m ás trivial que se a ”, por estar desnudas.
S e reunieron en P aso del Rubio 150 personas entre niños y adultos.
D espués, la absoluta dispersión.
(3) Digno es este gobernador del viejo Corrientes de un'libro,.
Fué resistido por su afición a los Padres jesu ítas y por sus m iras
en el asiento del pueblo de Saladas. De la jerarquía superior no ob­
tuvo sino elogios, y tras lo s servicios prestados, acaso con repug­
nancia suya, con m otivo d el lam entable tratado de 1750, fué a scen ­
dido en 1758 al gobierno político y m ilitar de Guanta, con título de
general.
(4) E stos abusos y mil otros que de los naturales se hacían
determ inaron al cura de Itatí Fray José A ntonio de Acosta pre­
sentar personalm ente sus quejas al rey en 1770 estando ausente
h asta 1773, en que volvió a h acerse cargo de la parroquia. A m bicio­
nada era la encom ienda de Itatí: La viuda de Bernardo de Casajús,
R osa Ruiz de Bolaños, a raíz del asesin ato de su esposo por indios
sublevados de la estan cia de San Pedro, pidió la encom ienda d'í
Itatí. Adjudicada esa encom ienda por disposición real a l prim ogé­
nito F rancisco Javier, menor de edad, no se hizo lugar al pedido de
la madre, y ejerció la tutoría el ven erab le abuelo, el mejor de lo*
Casajús, Pedro Bautista, cuya ten en cia de gobernador le había ta-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 361

lido el aplauso general. La negativa a la solicitud de R osa Ruiz de


B olaños se basaba en que ésta había contraído segundas nupcias.
' (5) En tiem pos de .Alvar Núñez se reunieron en el dominio
de Moquiracé 10.000 guaraníes guerreros; a fin es del siglo XVI
sólo se contaban 3.000. ( “La ciudad de la A sunción” - pág. 177. —
Fulgencio Moreno),
(6) El 17 de abril 1766, los com isionados para resolver el con­
flicto, Carlos Morphy, gobernador del Paraguay, y Juan M. de La-
bardén, auditor de guerra, a los que acompañaba R ivera Miranda,
fueron recibidos en el santuario de la Santísim a Cruz de los Mi­
lagros por el cabildo y lea les, siendo repuesto el gobernador y con­
denada la “ inicua sublevación”.

(7) E l cabildo de Corrientes cedió la Isla Cabral a los jesu í­


tas el 12 de enero de 1767 en cam bio de otras tierras. Y se alzó la
grita d el gobernador y de S ebastián de Casajús. E l procurador de
la ciudad, hechura de los enem igos de la Compañía, presentó un
escrito, ferm ento de todo el odio despertado por los com uneros con­
tra los benem éritos h ijos de Loyola. El cabildo aflojó. Y el P. Ro­
que B allester dirigió al cabildo la sigu ien te nota, digna de ser co­
nocida por su nobleza tan opuesta a las calum nias que se hacían
correr: “Muy ilustre cabildo: A la diputación que V. S. se sirvió
hacerm e el día 16 del corriente, aunque respondí ya de palabra, he
tenido por conveniente responder tam bién por escrito para m auifes-
tar m ás por extenso el rendim iento con que venero y recibo aún las
insinuaciones de V. S. Y viniendo al punto sobre que fué. Ja diputa­
ción, digo que la Isla de Cabral la pidió este Colegio con una total
indiferencia, sin embargo de los m otivos que tenía para pedirla, ofre­
ciendo a este cabildo otro equivalente terreno de los que goce el
m ism o Colegio, Paraná arriba, expresando en nuestro pedim ento ser
nuestra intención, como siem pre ha sido, no perjudicar a la jurisdic­
ción y a sus vecinos. Su Señoría por entonces lo juzgaría así; pues
convino y concedió la perm uta de los terrenos con gusto y con pleno
acuerdo. Que nuestra intención sea la que llevo dicho lo pueden afir­
mar todos los que están poseyendo nuestras tierras y gozando y per­
cibiendo sus frutos ya en las estan cias de ganados que tien en pobla­
das, ya en la s chacras y labranzas, ya en los m ontes de que se han
sacado m uchas carretas y cantidad de m aderos para otros usos, em ­
pleándose en este beneficio común la mayor parte de las tierras que
tiene este Colegio en la jurisdicción y, aunque algunas de ellas están
arrendadas, no percibe este Colegio otro fruto, por lo común, que sin­
sabores, disgustos y pesadum bres. Y porque las dichas tierras, en
el concepto de algunos, no tienen otro defecto que tener y reconocer
por dueño a este Colegio, hem os acordado años ha el venderla a
precio bien moderado para que se agusten sus ánim os; pues, el des­
poseerse este Colegio de las dichas tierras sin utilidad suya es agra­
viar la liberalidad cristiana con que ese ilustre cabildo y otros nobles
362 LA V IR G E N DE IT A T I

vecinos beneficiaron a este Colegio en su fundación con algunos


terruños, y es faltar a la razón, con que p osee los otros, habién­
dole costado su dinero al m ism o Colegio. Y supuesto que Y. S. ha
encontrado en la dicha Isla nuevas utilidades, n ecesarias para el
bien común de lo s vecin os, y siendo tan propio de V. S. el procurar
este bien a los m ism os vecinos, m e suplicó cediese e ste Colegio el
derecho que, según la sabia disposición del Sr. T eniente General,
Don Juan Manuel Labardén, tiene adquirido sobre la Isla, a lo que
dije y digo que con mucho gusto ced e este Colegio y sacrifica su d e­
recho al bien y utilidad de la jurisdicción de sus vecinos; y sólo pide
a V S. se le devuelvan los instrum entos del terreno que por modo de
cambio cedió este Colegio al R ey N. S. y a ese ilu stre cabildo. Mas,
como en este n egocio, sin embargo, de no haber habido de parte
nuestra la m ás m ínim a contradicción, repugnancia o dificultad, el
condescender con el gusto de V. S., el procurador de la ciudad ha he­
cho una inform ación en que, m e aseguran, están envueltas graví­
sim as y perjudiciales equivocaciones con algunas falsed ad es y per­
jurios; aunque nuestro deseo es y ha sido vivir en paz y no tener
pleitos, aunque sea perdiendo y cediendo de nuestro derecho, se ha
de servir V. S. de darnos un tanto autorizado para certificarnos de las
dichas equivocaciones, falsed ad es y perjurios, y hacerlas p atentes a
ese ilustre cabildo, si las- hay. Y porque ha sabido que con dicha in ­
form ación y dem ás acuerdos sobre este asunto recurre V. S. al E x­
celentísim o Señor Gobernador para que S. E. determ ine sobre la
dicha Isla y su destino, se ha de servir V. S. agregar tam bién un
tanto de esta m i respuesta, insertando el original en los libros ca­
pitulares para que en todo tiem po con ste del deseo que tengo y tie ­
ne este Colegio de servir a V. S. — Roque B allester”.
CAPITULO XX

LA VIRG EN DE ITA TI FAMOSA EN AMBAS


AMERICAS Y EN EUROPA

H asta 1781 Itatí 110 tuvo •adm inistradores civiles. Desde


.1768, en qne fué nom brado cura y adm inistrador del pueblo
el dinámico F ra y Antonio José de Aeosta, decidido defensor
de los derechos de la aldea guarauítica y de su cabildo fre ­
cuentem ente vejado por los oficiales de la G uardia cuya mi­
sión consistía en tu telar la. frontera y no en inmiscxiirse' al.
gobierno, debiendo estar su intervención m ilitar en asuntos
de justicia a las órdenes de los alcaldes. Esto y su actividad
en la organización descaecida del pueblo y en cortar abusos,
en regular el trabajo de las industrias y de las estancias, en
realizar obras de utilidad pública y especialmente en em pren­
d er con entusiasmo la construcción de un templo grandioso
de tres naves, le atrajeron, achaque arrim ado siempre a lo bue­
no, las calumnias de unos y la emulación envidiosa de otros,
hasta el punto de creerse obligado tras dos escasos años de vida
itateña, en salvaguardia de su carácter sacerdotal a pedir an
certificado de su acción al cabildo de Corrientes. E l 14 de
agosto de 1770 el cabildo certifica “ en prim er lugar que es
constante haber cumplido exactísimamente con las obligacio­
nes de celoso pastor y vigilante del bien' espiritual de las a l­
mas que han estado a su cargo. Asimismo es co n stan te. que
ha cumplido con la obligación de adm inistrador más allá de
lo que esperábamos en aquellas circunstancias y deplorable’
estado en que halló dicho pueblo de su cargo; pues, es noto-
364 LA V IR G E N DE IT A T I

rio que ha emprendido-'la obra de la iglesia en la conform idad


que dice, y que otro que él, de quien tenemos experiencia de
su pericia y económico modo de em prender y continuar así
esta obra como otras muchas que tiene em prendidas, dificulta­
mos que aún en el estado de adelantam iento en que se hallan,
haya quien las fenezca según su ard u id ad y poco costo sin p er­
juicios de los haberes del pueblo con que las ha em prendido
y las continúa; pues, es constante por las visitas que se han
hecho que no sólo no se reconoce disminución, antes hay ade­
lantam iento en los haberes de dicho pueblo; y que los n a tu ­
rales se hallan más bien asistidos en la ocasión así de m ante­
nim ientos que de vestuarios y lucimiento en sus funciones;
asimismo es constante que en su vida y costumbres no ha da­
do la menor nota en ninguna m ateria, como a todos los indi­
viduos de este ayuntam iento y particulares de todo el pue­
blo les es constante de su religiosidad, sin que en esta ciudad
hayan hecho la menor arm onía las voces que ciertos émulos
o maldicientes han querido esparcir contra su inocencia, por­
que todos sabemos el fin inicuo a que se end-erazaban sus im­
posturas, como en caso necesario le será m uy fácil a dicho-
R. P. cura poder ju stificar, y últim am ente no halla este ca­
bildo la más m ínim a nota, sino que queda corto en los elo­
gios que de justicia debíamos darle en obsequio de sus m éri­
tos y distinguidas p re n d as” .
H abía ido cobrando auge asombroso el culto de la V ir­
gen de Ita tí, no tanto por el recuerdo de la vieja tradición
cuanto por los continuos favores que recibían sus devotos en
esos calamitosos tiempos de luchas y epidemias. Y tales eran
las m aravillas que, según documento del archivo de Co­
rrientes de esa época, la V irgen de Ita tí había extendido el
im perio de sus m isericordias en A m bas A m éricas y en E uropa.
Y sin embargo no contaba la m ilagrosa imagen con una casa
que pud iera llam arse templo. L a tercera iglesia, la de Gama-
rra seguía prestando sus oficios como una ru in a refaccio­
n ada de continuo. Otros tres edificios se empezaron y, con el
cambio de párrocos, no se concluyeron. F ra y Antonio José
de Acosta desde los comienzos de su adm inistración propú­
sose salvar esa deficiencia lam entada, más que por el pue-
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 365

bio, por los innum erables prom esantes que de los cuatro vien­
tos del Río de la P la ta venían a depositar sus exvotos y do­
naciones a los pies fie la Virgen. Y el nnevo tem plo de sesen­
ta m etros de largo por veinticuatro de ancho, de tres n a­
ves en qne se utilizaron ladrillos, piedras del río y la
cal de la llam ada Calería, vecina a la población, fué le­
vantando su m ajestuosa mole m uy poco a poco por el en­
torpecim iento de las mitas, p o r las exigencias m ercantilistas
de La Manga, por la ausencia del cura en defensa de sus in ­
dios ante la corte real y por la recrudescencia de las perse­
cuciones subsiguientes de p arte de los eternos enemigos de
la dignificación de los naturales y de la acción de los misio­
neros. Intim am ente am argados sus superiores, por evitar con­
flictos, resuelven su remoción. C orría en enero de 1779 la
especie de que A costa había renunciado, y aparece en el ca­
bildo de Corrientes del 1 1 de enero del expresado año u n es­
crito, que copiamos íntegram ente por sus interesantes datos:
“ E l Sr. Alcalde de prim er voto y Justicia M ayor interino
propuso a este cabildo, «orno a quien privativam ente compe­
te el celar y atender el bien y utilid ad de esta república por
p artic u la r privilegio y facultad que le ha concedido el rey
N . S ., que Dios guarde, en sus leyes y ordenanzas reales,
que habiéndose noticiado que los P relados regulares de la
Religión de San Francisco habían removido del curato del
pueblo de Ita tí al P . F ra y Antonio José de Acosta, que actual­
mente lo está sirviendo, con motivo de haber hecho renuncia
el expresado cura, y pareciéndole que en las presentes cir­
cunstancias no debía perm itírsele, si no fuese por notoria
im posibilidad, le escribió u n a carta de oficio, cuya respuesta
m anifestó igualm ente a este cabildo, en la que afirm a no h a­
b er hecho ta l renuncia n i h ab e r tenido m otivo decente p a ra
hacerla en tiem po en que ten ía v arias faenas em prendidas p a­
ra subsidiar los precisos costos que había im pendido en la
fábrica del templo que tenía en obra ya en las cornisas, y
más no estando falto de salud y sin otro grave inconveniente
que pudiese obligarle a. desistir de ta n laudable em presa;
con lo cual consideró su Señoría ser de su precisa obliga­
ción y de la de este cabildo representar al Exmo. Señor V i­
366 LA ViKÜMN DE ITATI

rrey de estas provincias, -como vicepatrón real, los graves in­


convenientes que se seguirían a esta república, cuyo miem­
bro es el citado pueblo, como que está, a su dirección y cui­
dado su subsistencia y adelantam iento p ara que, inteligen­
ciado de todo el Exmo. Señor, se sirva determ inar ló conve­
niente. P rim eram ente pone presente a este cabildo que, des­
de la conquista v fundación del pueblo de Itatí, ha sido cé­
lebre aquel santuario por las m aravillas que Dios nuestro
Señor se ha servido hacer en crédito d? la venerable imagen
de la limpia concepción de M aría Santísima, nuestra Seño­
ra, que se venera en aquella iglesia, cuya, fama ha llenado' to­
das las Américas y aún la. Europa, como lo comprueban mu­
chas veneras y preciosas alhajas con que han m anifestado su
reconocimiento las personas más distinguidas de ambos reinos; y
que dicha santa imagen se halla colocada en una iglesia po­
co decente, tal cual pudo (haber) fabricado la devoción en la
inopia del tiempo de la fundación del pueblo; y queriendo
re p ara r esto los superiores, a quienes toca hacerlo, han em­
prendido ya por tres veces la fábrica del templo decente a
depositar en él tan milagrosa imagen, y aun estando ya di­
cho templo en térm ino de concluirse han removido a los cu­
ras que han em prendido fabricarlos, y los que les han suce­
dido, con diferentes pretextos y coloridas censuras a la obra,
no sólo los han dejado de proseguir hasta su conclusión, sino
que con inmenso trabajo los han demolido con pérdida de
costosos m ateriales y de crecido número de cándales que se
habían consumido con su fábrica y el trabajo y el sudor de
muchos devotos, que voluntaria y personalmente concurrían
a la fábrica, y quedando el pueblo y toda la vecindad de es­
pañoles del dilatado partido de la Ensenada que le está con­
tig u a en lam entable necesidad de iglesia correspondiente a
su num erosidad, por ser como una ayuda de esta parroquia
de españoles y lugar donde frecuentem ente concurren mu­
chísimos fieles por el crédito de sus milagros, y siendo ya
ta n antigua, reducida y de inferior fábrica, está amenazan­
do su to tal ru in a y demoliéndose en parte por sí misma (y
por) la in ju ria de los tiempos, lo que puso en la precisión
al actual cura a, em prender con gran empeño la fábrica de
V irg e n sin sus sobrepuestos
P L E N IL U N IO DEL C U LTO A LA V IR G E N 367

la iglesia, si bien que la dirección del m aestro que la trabajó


no fué la más acertada eu d añ a rla (¿delinearla?) m ayor de
lo que pedía el lugar. las circunstancias y fondos del pue­
blo, que causó excesivos gastos, y más siendo fabricada de
cal, ladrillos y piedras; pero, hoy se hallan las tres naves de
ellas en las cornisas, cerrada la bóveda del coro y una sa­
cristía ; y que habiendo sido los costos correspondientes a la
ornatividad del edificio, se consumió gran parte ele las ha­
ciendas del pueblo y aún fué preciso contraer algunas de­
pendencias pai’H el subsidio de los trab a jad o res, lo cual re ­
conocido se determinó suspender la obra, y tom ar otras fa e­
nas, así p ara satisfacer los descubiertos como p ara subvenir
a las necesidades del pueblo, sin d ejar de trab a jar, aunque
con menos número de peones, en hacer m aterial para cuan­
do se tratase de la conclusión de la obra; y siendo lo más
preciso acopiar cuanto fuese posible ganado vacuno p a ra el
preciso consumo como prin cip al fundam ento del pueblo
y sus faenas, fué ei prim er cuidado del cura el procurarlo por
todos los medios, y en su consecuencia hizo trato con este
real secuestro, para re p ara r la ru in a que amenazaba la me­
dia n aran ja y por consiguiente toda la iglesia nueva de San
Sebastián, que se le pagó en ganado vacuno; o empeñóse tam ­
bién después a rem atar un diezmo de cuatropea, y de una y otra
p artid a formó un cuerpo de ganado suficiente a m antener
el pueblo y sus faenas, ocupando el resto de los indios.en la
labranza de la tierra, de que le ha resultado no poca u tili­
dad con las remesas de sus frutos a Buenos Aires, así para
pagar, sus deudas como p a ra rem ediar las urgencias y fo r­
m ar algún fondo p ara concluir la obra en la m ayor parte
vencida, fu era de u n a faena de madera, en ésta actualm ente
entendiéndose; y que en substancia este era el estado del
pueblo, según consta a los vecinos de esta ciudad y a este
cabildo, que con ansias desean la conclusión de obra ta n útil
al culto divino 3' bien de los fieles; pero, que todo se frus­
trará, y lo más cierto será que esta iglesia, que tanto ha. cos­
tado y se halla y a cerca de su conclusión, la h ará demoler
otro nuevo cura, como ha sucedido en el mismo pueblo
368 LA V IR G E N DE IT A T I

rep'etidas veces, y más siendo el qne se dice qne ha de e n tra r


ha conocido, y p o r consiguiente q u ed arán insolutas las de­
ha concido, y p o r consiguiente quedarán insolutas las de­
pendencias que faltan de pagar por cesación de las actuales
faenas e introducción de o tra s que em prenda el nue­
vo cura, que se negará a pagar las contraídas por sn ante­
cesor como suele regularm ente suceder, y lo m anifiesta a
cada m utación de estas la experiencia y aun con erran dificul­
tad se conseguiría la obra de la iglesia de San Sebastián que
resta aún el pueblo; que todo esto y mucho m ás'que su m erced
omite decir 110 ten d ría presente el Ti, P . provincial p ara de­
term in ar esta repentina, o intem pestiva promoción, propo­
niendo al Exmo. Sr. V irrey otro sujeto para cura y su Excia.
indubitablem ente estará menos inform ado de estas tangibles
verdad'es así por la distancia que le dificulta su vista como
por la noble satisfacción de lo que le hubiese propuesto d i­
cho prelado u otra persona que careciese del genuino cono­
cimiento práctico del asunto; por Io que era su parecer se
infórm ase al Exm o. Señor del hecho de la verdad con testim o­
nio de este acuerdo; sobre qne habiendo largam ente confe­
rido este ayuntam iento de común dictamen dijeron que a
todos costaba ser así como el Señor Justicia Mayor expo­
ne, sin que haya en ello la menor duda, y que desde luego se
escribiese una carta de reverente súplica al Exmo. Señor V i­
rre y con inserción del testimonio de este acuerdo, a fin de
que, inform ado de todo, S. Excia. como facultativo y vice­
patró n real se digne atender a las .justas razones que van
expuestas, y no perm itir en las presentes circunstancias la
remoción del actual cura de Ita tí, con prevención de que
cualquiera providencia que venga antes de la respuesta de
su Excelencia a esta representación, siendo conforme a derecho
será obedecida, pero se suspenderá su ejecución por esta sú­
plica, hasta la determ inación de su Excelencia, que será su­
m isam ente obedecida y p/untualmente ejec u tad a’'.
No tuvieron efecto estas y otras solicitudes (1). Aconta
se. retiró en marzo de 1781. Pero, ahí queda en el escrito 110
atendido esta glorificación de la imagen de la pura y lim­
PLE N ILU N IO D E L CULTO A LA VIBGBN 369.

p ia concepción de la V irgen de Ita tí “ Pone presente a este


cabildo que, desde la conquista y fundación del pueblo de
Ita tí, ha sido célebre aquel santuario por las m aravillas que
Dios nuestro »Señor se ha servido hacer en crédito de la ve­
nerable imagen de la lim pia concepción de M aría Santísi­
ma, n uestra Señora, que se venera en aquella iglesia, cuya
fam a ha llenado todas las Américas y aún la Europa, como
lo com prueban muchas veneras y preciosas alhajas con que
han m anifestado su reconocimiento las personas más distin­
guidas de ambos re in o s .. . L a Virgen de Ita tí ¡m aravilla
fam osa de América y de E u ro p a !

(1) l)e d ocum entos que co n se rv a la b ib lio teca del c o n v en to


d e S an F ra n c isc o , de B uenos A ires, se d e sp re n d e n d a to s su g e re n -
te s qu e nos h a fa c ilita d o g e n tilm e n te el e ru d ito h is to ria d o r F ra y
A ntonio S. C. C órdoba. A co sta fu é rem o v id o po rq u e, en su celo p o r
la v e rd a d y la m o ral, no se d o b leg ab a ni a n te los v ic e p a tro n o s d el
v irre in a to . E ra e stric to , a u s te ro y n o ta b le o rad o r, de p a la b ra c la ra
7 ferv o ro sa . E n 1773 pred icó con ta l v eh e m e n c ia en B uenos A ires
c o n tra los b ailes de m á s c a ra , que le v a n tó u n a ra b io sa p o lv areda
de re s iste n c ia . E n I t a tí a rre m e tió e n é rg ic a m e n te c o n tra los a b u siv o s
g u a rd ia s m ilita re s, c o n tra los m e rc a d e re s sin co n cien cia, c o n tra lo s
en co m en d ero s a p ro v ech a d o re s, c o n tra todo lo que se ñ a la b a un g esto
de esclav itu d p a ra lo s ab o ríg en e s y, a p e sa r de e s ta r con él los ca ­
bildos de I ta tí y de C o rrie n te s, fué. rem ovido, dándosele, acaso p o r
despecho, el títu lo de C ura ju b ilad o de indios.
T E R C E R A PA R T E

DECADENCIA DEL CULTO A LA VIRGEN


CAPITULO I

LA MALA HORA

E n el ocaso del siglo X V III y eu los principios del siglo X IX


soportaron estas regiones, como toda Ja civilización cristiana,
la influencia enferm iza de la filosofía m aterialista. L a ra ­
zón desorbitada, si no pudo anular, redujo a segundo plano
la fe de muchos. Y subrepticiam ente fueron infiltrándoselos
Impulsos del individualism o subversivo, repleto de dudas, de
objeciones y de distingos soberbios en los espíritus hasta de
muchos por o tra p arte creyentes sinceros y fervorosos.
Esto le era necesario al espíritu del mal p ara inyectar
disim uladam ente su veneno disgregador en las entrañas de
la u n id ad católica de las masas populares. L a voz del sacer­
docio fué escuchándose sólo al traslu z de la ciencia hum ana
y no de la revelación que, iluminádola, la encauza en los
caminos seguros de la verdad, que son de la palabra in fa ­
lible de Dios y no de la falible de los hombres. Y no otro fué
el móvil encarnado en el enciclopedismo dieciochesco al li­
b ra r su batalla calum niadora contra el ejército educador del
pueblo por la escuela de la revelación, m artillo incesante en
sus golpes al libre exam en; ejército eminente en toda cien­
cia hum ana pero siempre al servicio de la fe : los jesuítas.
Con la expulsión de éstos se produjeron las grandes caí­
das: las órdenes religiosas y el clero en general quedaron
desprestigiados; no se los tuvo en cuenta por su m inisterio
d irector de conciencias sino por su m ayor o m enor aporte en
los asuntos políticos; se intensificó el patronato con todos
374 LA V IR G E N DE IT A T I

los aires de un señor j)or derecho y no de un auxiliador por


g ra c ia ; las ridiculas supersticiones de la tie rra revivieron,
mezclándose con ella la degeneración del culto católico en el
alm a popular, por habérsele restado ese enorme contingente
de ilustración y apostolado realizado por la dirección de la
Compañía en las ciudades, y de un modo m aravilloso en la
conciencia de las reducciones indígenas.
Se apagó esa gran luz. Y las sombras del desierto- en tu r­
biaron el catecismo de los hijos de la tierra con los temerosos
fantasm as de las supersticiones prehistóricas, inyectándose
en la fe, en el culto y en las costumbres una gran dosis de­
idolatría.
No había de ser Ttatí una excepción en esa perniciosa in­
fluencia de la mala hora. Puso la Orden F ranciscana gran
empeño en evitar los desórdenes morales que iban in filtrá n ­
dose en la población; pero, la escasez dp personal y el haber
de atender con lo más destacado de la Ot'den las grandes re­
ducciones jesuíticas, su universidad, sus templos y sus co­
legios, no sum inistró siempre al pueblo elementos de verda­
dera valía en discreción y virtud.
Ya pudo el cura de Itatí, F ra y José Antonio de Acosta,
organizar sabiamente en 1770, al p a rtir p ara España en de­
fensa de los indios, la adm inistración popular de la comu­
nidad, el cura interino F ra y Manuel Fernández de tal mo­
do hizo mangas y capirotes con las disposiciones del propie­
tario que hubo de in terv en ir el gobernador L ázaro A lm irón,
el cual encargó, durante la ausencia de Acosta y m ientras no
se nom brara un adm inistrador laico, el hacer cum plir la
acertada organización del sabio franciscano al regidor del
pueblo Cristóbal C añindeyú.
Retirado el P. Acosta del curato y adm inistración del
pueblo en 1781, separóse de las atenciones del párroco la ad­
m inistración de la comunidad, ertregándosela a adm inistra­
dores civiles aprobados por Jos virreyes de Buenos Aires y
más tard e por los caudillos que dom inaron la provincia.
Ju sto es reconocer que fueron personas consagradas al bie­
nestar de la hacienda del pueblo, pero no todas ecuánimes
en sus relaciones con los párrocos, creyéndose algunos más.
D E C A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 375

aptos en el cuidado de los bienes y alhajas de la V irgen que


la misma, autoridad eclesiástica, achaque que después pade­
cieron u n a buena p arte de los síndicos de iglesias, resultan­
do además un notable descenso en la m oralidad pública des­
de que esos adm inistradores, alzados más o menos a padres
espirituales de los cabildos, no los asesoraban en nombre de
Dios como sus representantes sino en nombre de la honesti­
dad social y del decoro personal, jerga socorrida del laicis­
mo y burlada por sus discípulos cuando a éstos no los mue­
ve el arraigo profundo de la Religión
E l prim er adm inistrador, con el visto bueno del virrey
M arqués de Loreto, José Morales, a poco de ser nombrado
falleció en 1789, siendo encargado provisoriam ente de la ad­
m inistración por e] gobernador intendente Miguel Jerónim o
G ram ajo el párroco del pueblo, F ra y M iguel P erevra, que
entregó la adm inistración, por disposición del virrey Nico­
lás de Arredondo, en 22 de marzo de 1790 a, Manuel Mantilla,
y los Ríos, (‘obrando éste por la prolijidad de su trabajo
ta n ta , fam a que en Jos prim eros años de la independencia
pasó a ser jefe de la tesorería, de la Provincia, cargo que des­
empeñó con honradez intachable a pesar del desbarajuste po­
lítico de los caudillos a los que fué forzoso soportar (1). Una
de las atenciones de este adm inistrador fué ap u n talar el tem ­
plo próximo a derrum barse, templo que no era sino el erigi
do en 1785 p o r F ra y J u a n I. Pérez, que demolió la'» nave h a ­
bilitada del gran santuario de Acosta. No resultaron los p u n ­
tales ; pues, el sucesor de M antilla, José Luis M adariaga, se­
gún u n a de sus comunicaciones al cabildo de Corrientes, ha­
llábase desde 1811 ocupado en la edificación de una nueva igle­
sia, sobre cuyo cimiento se alzaría m ás tarde la actual, o sea
la del gobernador P u jo l y F ra y J u a n Nepomuceno Alegre,
que p restará aún sus servicios por algunos años antes de ha­
bilitarse solemnemente la que desafiará los siglos con la en­
cantadora silueta de su gigantesca mole.
376 bA VXItGEN DE IT A T I

Tras la breve adm inistración de M ad ariag a, ocupó la


difícil tarea Francisco Ignacio Ramos, hombre tranquilo por
tem peram ento, que vivió sin embargo en continua pesadilla
p or recuperar los papeles del archivo de los adm inistradores
que le antecedieron, papeles dispersos en manos extrañas según
sus quejas al cabildo de Corrientes, acibarando aun más la paz
de sus nervios el pedido de ponchos, lienzo y dinero p ara las tro ­
pas de la p a tria o de la antipatria, dado el viento que soplara en
aquella época, en que la independencia corría al albur de las am­
biciones del individualism o soberbio am ortajador de todas
las provincias argentinas signadas con el crespón de la anar­
qu ía; época así gloriosa como tristísim a: gloriosa por los pro­
ceres que crearon abnegadam ente la libertad en las batallas
de la. independencia; tristísim a p o r esos hom bres potros que,
de buena o m ala fe, se creyeron señores incondicionales del
momento, sin más argum ento organizador qne su yo, sem­
brando la desunión en los corazones para atarlos, proceso de
la historia de todos los tiempos, a una tiran ía violenta y sin
control que produjo lo irrem ediable: u n a reacción tam bién
violenta que, no la libertad, sino, el desenfreno del libe­
ralismo va hoy pidiendo un remedio que sólo la m isericor­
d ia de Dios otorgarlo puede.

• *

Si Ramos hechura fu é 'd e A rtigas, lo fué aún más su su­


cesor Francisco Antonio Rivero, a pesar de la poca gracia
que le hacía el movimiento artiguista de los indios misione­
ros. Un buen golpe de ellos, perseguido por los portugueses,
hospedóse con el comandante de Candelaria, Ignacio Mbaibé,
en la población, huéspedes g ratuitos, indisciplinados, rateros
y mal avenidos con todo el vecindario ru ral. Llegaron esos
indios el 12 de febrero de 1817, y desde Ita tí estaban aún ex
26 del mismo mes “ amenazando siem pre a todos” , según
p arte del comandante de E nsenada Grande, Ju a n B autista
Fernández, al cabildo de Corrientes. E l artiguista Rivero te­
mió que llegaran los portugueses en persecución de Mbaibé
y se apoderaran de las alhajas de la Virgen, que él guardaba
DECADENCIA DEL CULTO A LA VIRGKN 877

contra todos los justos reclam os del cura, pbro. M anuel A n­


tonio Gara.y; por lo que propuso trasladarlas a Corrientes
p a ra que su cabildo las custodiara.
Con esta proposición llegaba también a conocimiento del
cabildo de Corrientes el conflicto entre el adm inistrador R i­
vero y el cura Garay. Yendo éste a prestar sus servicios re ­
ligiosos a un preso,' fué mal recibido por los que lo atendían.
Tem peram ento fuerte, y no m uy avisado, el párroco re­
prendió severamente el desacato, reprensión que arrancó al
adm inistrador procederes hum illantes en palabras v hechos.
E l escándalo pasó a resolución del cabildo de Corrientes, y
éste comunicó lo ocurrido al gobernador J u a n B autista Mén­
dez que se hallaba en Gova.
Méndez, el salteador, en nombre de Artigas, de la go­
bernación provincial, tan conocido por su poco valor en las
batallas y por su audacia tem eraria en los entretelones de la
justicia, resolvió sin embargo con bastante criterio ei con­
flicto, escribiendo el .12 de agosto al cabildo: ‘ 1 Contesto su
comunicación del 7 diciendo que desde luego ha sido u n gra­
ve atentado que ha cometido el P rocurador del pueblo de
Ita tí contra .el cura Don M anuel Antonio G aray en el acto de
« star ejecutando e l ' acto religioso en la persona del reo
facineroso (2) J u a n Torancio;; pgro, el dicho señor cura en
p arte fué m uy causante p a ra sem ejante insulto, y a que pues
a las prim eras instancias nada pudo conseguir, hubiera evi­
tado la ocasión, y no haberse puesto a reprender a una gen­
te caliente y enfurecida, y más viendo a un compañero m uer­
to. —-Yo había consentido que el tal Torancio había m uer­
to-—, cuando por su oficio 9 vengo a saber que había, vuelto
a vivir,, p or quien inm ediatam ente mandé una p artid a al
m ando del abanderado ciudadano Ju a n Pascual de Meza a
traerlo p ara obrar lo que convenga” .
Más acertado estuvo en lo referente a las alhajas de la
Virgen, permitiéndose sin embargo dogm atizar acerca de la
m ansedum bre sacerdotal, como si ésta no tuviera en ciertas
circunstancias el derecho de la defensa por el respeto de su
m inisterio an te el pueblo. Reza así lo que ordena el 25 de
agosto de 1817 al cabildo: “ P asará el adm inistrador con el
,378 LA V IR G E N DE IT A T I

mismo Regidor actuante al pueblo de Itatí, y en presencia de


aquel cabildo ren dirá cuenta de todos los cargos que se le
hacen, y de las alhajas de la Virgen se le tom ará cuenta y
razón teniendo presente a la vista tanto el form ulario que
existe en el archivo como el que existe en ese cabildo, y de
sus resultados se me im pondrá con toda individualidad. Aca­
bada esta operación, el pueblo con sp cabildo que elija un
adm inistrador según las disposiciones rectas de nuestro co­
m ún Protector, en el que deberán residir todas las tem po­
ralidades, m enos las alh ajas de la V irgen, que de hoy en
adelante deberán residir en el señor cura, quedando archiva­
dos los form ularios en sus respectivos lugares; y el finali­
zante adm inistrador asistirá a su casa al reparo de su fa ­
milia, sin que ninguno sea osado a trae r a la memoria lo pa­
sado^, sin ser triplicadam ente castigado el que tal aten tara—
No dejará V . >S. de hacer conocer al señor cura de aquel
pueblo la censura en que ha incurrido por haberse dejado
llevar de los ím petus naturales, cuando debía haber ense­
ñado con su ejemplo 3a mansedumbre de Jesucristo cuyo mi­
nisterio ejerce” .
P o r lo que se ve, el cabildo gobernador interino, en au­
sencia del propietario, sin éste nada resolvía. Ni el gober­
n ad o r p ropietario resolví de ordinai’io algo, porque todo
debía hacerse con conocimiento y aprobación de A rtigas
h asta en las cosas más insignificantes, recibiendo en caso con­
trario exacerbadas rep rim en d as: apariencias, dem ocráticas;
realidad, dictadura tiránica.
B arajado por el escándalo venido de fuera, que co­
rrom pía la fam ilia in d íg en a; por las intromisiones de Iív
guardia m ilitar que desorganizaba la unidad del gobierno
m unicipal; por el aprovechamiento de los bienes de la comu­
nidad de p arte de los cabecillas políticos insolventes (3) ;
por el brusco cambio de vida que forzosamente impuso la
época inflam ada de la independencia exigiendo servicios pa­
ra la defensa del propósito de Mayo y custodia de las fron­
teras amenazadas de continuo, y mucho más por 1 ?. declara­
ción, m uy ju sta pero en sus consecuencias abrum adora, de
la ciudadanía en favor de los indios, proclam ada por el con­
D ECA D EN C IA DEL CULTO A LA VIRGEN 379

greso de 1813, con tocios sus derechos y obligaciones, derechos


que no les beneficiaron, obligaciones que los dispersaron en
campamentos y servicios 110 siempre impuestos por lá justicia
y, en definitiva, deberes aprovechados desavisadamente para
sus alzamientos y su completa r u in a ; barajado el glorioso
pueblo franciscano por estos y otros extremos de la época,
no era ya el Ita tí tranquilo, alegre y virtuoso de las viejas
tradiciones (4), ni siquiera el Ita tí de 1781 en que, reco­
rriendo el famoso arcedián de la catedral de Córdoba del
Tucum án, Dr. Lorenzo Suárez de ¡¿antillana, fundador de mi­
siones en el Chaco, los Guaracas, las Ensenadas, C urupayty y
Ñeembucú al tener noticia de que perecía de ham bre su induc­
ción de Santiago de los Mbocobíes, tras haber recurrido en
solicitud de doscientas cabezas de ganado al cabildo de Co­
rrientes, las que 110 consiguió por la pobreza de la ciudad,
I ta tí puso esas doscientas cabezas solicitadas a disposición
de Santillana.
No era tampoco el Ita tí d í 1782. Seguía aún siendo en­
tonces la luz y el buen ejemplo que despertaba la emulación
de la misma capital. Pueblo indígena, educado a los pies de
la V irgen, tra b a ja b a , oraba y poseía u n a m ediana instrucción
en sus hombres y hasta en stI b niños, desconociéndose el va­
gabundaje de que adolecía casi todo lo restante de la comar­
ca correntina, lo que puso en boca del procurador general
de la ciudad, Antonio de Hidalgo, este consejo del 28 de fe­
brero de 1782: “Debe celar V. S. m andando a todos los mi­
n istro s de la jurisdicción que cada uno en sus respectivas
jurisdicciones m antenga escuela para la precisa crianza y
educación de la juventud, no sólo de las prim eras letras,
sino de la doctrina cristiana como ú til a la vida hum ana, cu­
ya fa lta se nota en muchos' partidos, de que se originan mil
m alas consecuencias en deservicios de Dios N uestro Señor por
la poca o ninguna crianza de la juventud, en cuyo particu lar
debe V. S. cargar toda su consideración” .
No era ya el viejo Ita tí 111 en sus costumbres ni en sus
trabajos, n i lo podía ser, dado el vuelco de los últimos años
380 LA V IR G E N DE IT A T I

de Ja colonia y Jas novedades de la independencia, necessaria,


y gloriosa, pero trab a jad a por u n sinnúm ero de egoísmos
ambiciosos, creídos en qne liabía sonado su hora de fig u ra­
ción no em bargantes su desaviso e incapacidad p ara la di­
fícil y serena constitución de u n nuevo orden de gobierno: de
ahí Ja anarquía política y el granizo violento de los caudi­
llos improvisados de las masas hipnotizadas.

(1) En su visita pastoral d e 1805 el obispo Lué y R iega aplau­


dió la adm inistración de M antilla y los R íos, como puede ju zgarse
por el sigu iente docum ento: Oficio de M antilla al subdelegado de
los pueblos, Manuel de B asabe, fech a 1 de octubre de 1805: E stan­
do en este pueblo de mi cargo el Exmo. Señor Obispo en su santa
visita, me pidió para v isita r el libro en que constan las entradas
de lim osnas y gastos de la estan cia d e la Virgen, que está a m i cui­
dado, como tam bién m e pidió para ver y visitar las alhajas de la
Virgen; con efecto así lo ejecuté, poniéndole presente no sólo dicho
libro y alhajas sino tam bién lo s inventarios, cuenta que tengo ren­
didas y libros de m i m anejo; y, habiéndose enterado a fondo del
m iserable estado del pueblo e ig lesia s, que todo consta de inventa­
rios y enterado de lo s aum entos que tien e el pueblo y bienes de la
V irgen desde mi ingreso; atendiendo a m i trabajo y a la pública
voz y forma con que a sí los indios y españoles m e acreditaron en
su presencia, m e despachó título form al de mayordom o de los bie­
nes de la Virgen, encargándom e que, cuando su p iese estaba de re*
greso en Buenos A ires, m andase las alhajas de la Virgen, que no
tienen uso, para su venta, con los conocim ientos necesarios de su:
valor para que con anuencia del Exmo Sr. Virrey, por quien le ex­
puse estaba encargado de dichos bienes, se determ inase levan tar
una iglesia a nuestra Señora para que así el culto y devoción se
aum entase en este s a n tu a r io ...

(2) F a c in e ro s o era para A rtigas y los suyos todo el que no


pensaba como él, así como sería inm u nd o todo el que no pensara
como Rosas.

(3) Vaya, entre los m uchos docum entos que podrían citarse
al respecto, la sigu ien te contribución de los bienes del santuario
al un día com elitón de A rtigas, y después su adversario y defini­
tivo vencedor, general F rancisco Ram írez: “Señor: en cum plim ien­
to de la petición de V. esquela, rem ito el número de vein te y cuatro
caballos de la hacienda de la V irgen a cargo de Don A ndrés Ojeda,
quien se dirige a esa de Caa Catí, a entregarlos a disposición de V.
E. o del que tenga sus veces. Los caballos no están gordos, por el
D E C A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 381

continuo servicio que sufren en las postas, ni m enos m uy m ansos


todos, sino redom ones: no va m ás núm ero por 110 privar a la estan­
cia y postas de los necesarios para el desem peño común, en que m e
dispensará V. E., comunicándome de su recibo para mi satisfacción.
N uestro Señor guarde la im portante vida de V, E. m uchos años.
— Itatí, noviem bre 29 de 1820. — Su atento capellán P resb ítero M a­
nuel A n to n io G a ra y . — Señor gen eral don F ra n c is c o R a m íre z ” .

(4) Ya en 1810 el presbítero M a n u e l A n to n io G a ra y , párroco


desde 1809, certificó in v e rb o s a ce rd o tis ante el com andante José
Ignacio de Añasco, juez com isionado por Pedro de Fondevila, los e s­
cándalos del regidor Juan Cuarasí, que ten ia sublevada la pobla­
ción con sus continuas borracheras y desm anes. El viejo cabildo
guaraní, la escuela, el trabajo en las estan cias, todo degeneró en
conflicto, frecuentem ente intervenidos por las autoridades de la ca­
pital desde la introm isión civil en la otrora piadosa y unida po­
blación.
Imagcn qne se venerei en el santuario, durante
cl exìlio en el Paraguay
CAPITULO II

LA LECCION DE LAGUNA BRAVA

B asta, insistim os, en que se recuerden los últim os años


de la colonia y los prim eros de la independencia p a ra no
ex tra ñ ar la decadencia, especialmente religiosa, que restó
al culto a la V irgen de Ita tí su antiguo esplendor.
No fué este retroceso en la República, como algunos lo
han afirm ado, corolario del alzamiento de Mayo, sino signo
de la época. A seguir bajo la dominación española, acaso se
hubiera llegado a menos, A la orden del día, y desembozado,
estaba el liberalismo en la M adre P atria. Su influencia hu­
biera sido desastrosa en América, a no haberse emancipado,
por las imposiciones abusivas entonces del patronazgo de
Indias.
Se temió, con la independencia, el cisma de la América
española. Y resultó todo lo contrario. L a S i'la A postólica, a
poco correr de la in dependencia, recibía directam ente del
episcopado iberoamericano del norte las inform aciones de
sus diócesis con la más obsecuente adhesión, m ientras el go­
bierno constitucional de M adrid, en tirantísim a relación con
Roma, expulsaba el 28 de enero de 1823 al Nuncio de su San­
tidad.
No se produjo el tem ido cism a; pero , el vendaval del in ­
diferentism o en religión nos llegaba del viejo m undo en li­
bros, folletos, papeles y en propagandistas sectarios como el
famoso holandés Burke, que inyectaba veneno en las con­
ciencias. No descansó la masonería en tu rb a r el alma ameri-
384 LA V IR G E N DE IT A T I

cana. Y con la hipocresía característica de sus íuañerías, sí


no asestó de buenas a prim eras golpes paladinos a las tra d i­
ciones cristianas, alentó el patronato, no el concedido a la
casa de A ustria, sino el apañado p o r la casa borbónica, cru­
do regali.smo de qne se aprovecharon no \)ocos gobernantes
patriotas, algunos de ellos acaso de buena fe por su ignoran­
cia del derecho eclesiástico, p ara sus avances en los nom bra­
mientos de autoridades del clero regular y secular con el con­
siguiente escándalo y menoscabo de 3a vida espiritual del
pueblo, arrogándose una supremacía anglicana, como llam a­
ba el célebre nuncio Giustiniani al beneplácito regio p ara
las V isitas ad Limina, no obstantes las protestas de Pío V
y de Benedicto X IV
La acefalía de las fuerzas jerárquicas ( 1 ) ; los trabajos
de zapa del protestantism o b ritá n ic o : la am oralidad política
prohijadora de los mal avenidos'con la austeridad de los
claustros como B eltrán y A ldao; el exacerbado jacobinismo
de algunos proceres como O astelli; las intrigas sectarias co­
mo las del vanidoso M onteagudo que ocasionaron Ja expul­
sión im política por San M artín del venerable y gran arzo­
bispo de Lima, Bartolomé M aría de las H eras (2) ; la ador­
m ida comunicación de nuestros gobiernos con la Silla apos­
tólica, que ta n ta pena causaba al eximio patriota y virtuo­
sísimo sacerdote Pedro Ignacio de (’astro Barros, quien en­
vidiaría sin duda la correspondencia en clásico latín del h u ­
m anista A ndrés Bello en asuntos eclesiásticos con Roma, en
nom bre de los gobiernos autónom os del n orte su ra m e rican o ;
la inquietud de Jas masas populares soliviantadas por el ren­
cor de 1 a. guerra civil a merced de personalismos audaces o
de ideales políticos sin más capacidad de triu n fo que la suer­
te de las arm as y sin más trabajo de razón que el odio incon­
ciliable entre rojos y azules; todo esto fructificó para la
anarquía, y en la anarquía lo prim ero que agoniza es el es­
p íritu religioso, siendo como es aquélla arpía sin entrañas,
m adre de la corrupción.
Insistim os nuevamente en que no i'ué la decadencia, así
religiosa como moral, producto de la emancipación; fué ió-
giea consecuencia de las postrim erías de la colonia desde la
D EC A D EN C IA DEL C U LTO A I.A V IR G E N 38»

segunda m itad del siglo xvm , agudizándose la despreocu­


pación en las p rácticas cristianas, con el extrañam iento de
los jesu ítas, en todos los órdenes sociales y liasta lam en ta­
ble en el mismo santuario (3), siendo 110 pocos los párrocos
que, no sólo no contrarrestaban la m ala corriente, sino que, dor­
midos, la dejaban avanzar, poniendo esto en la boca del pro­
curador de la (dudad de (Corrientes,. Bartolomé Cabra!, ante
el obispo, Lué y Riega, en 9 de julio de 1805, u n a honda
queja por la desatención espiritual de u n a ciudad de 2 2 .0 0 0
habitantes sin predicación en domingos y fiestas y sin ca­
tecismo, lo que rebajaba las costumbres hasta el punto de
generalizarse en los hogares la poca decencia de “ dejar com­
pletam ente desnudos a los niños hasta ad u lto s” . Esto no se
veía en Ita tí, y sin em bargo el desaprensivo cronista M anuel
E. M antilla alza su voz escandalizada contra la vestim enta
holgada de las reducciones jesuíticas y franciscanas: 110 es­
taban desn u d as!
Dados todos estos extrem os, se com prende el descaeci­
m iento del cu lto .a la V irgen de Ita tí en todo el inmenso im ­
perio de su fam a. Y aun en. su pueblo fué a menos. E l golpe,
más rudo asestado a la devoción del pueblo, fué e] paso brusco
de la adm inistración de los curas a los civiles, sin m ayor ase­
soría de los primeros. Si el virrey .Tuan José de Vértiz, al
com unicar en 25 de mayo de 1782 al cabildo de C orrientes,
la resolución de que la p arro q u ia de S an ta Lucía debía ser
m ixta, de españoles y “de com unidad p a ra los indígenas,
porque la vida libre la d estru iría en dos días” , esa d estru c­
ción empezó en todas las reducciones con los adm inistra­
dores civiles. Eso pasó'con Ttatí; lo mismo con las reduc­
ciones del Chaco hacia el B erm ejo, a pesar de la -Junta Re-
duccional, com puesta p o r el coronel Francisco Gabino A rias
y el arcediano Lorenzo S uárez de S antillana, y no obstante
algunos subsidios de la estancia jesuítica del Rincón de L una
con que el gobierno de Corrientes las favorecía. Vivieron siglos,
y con relativo desahogo, las doctrinas fu ndadas por francis­
canos y jesu ítas; se disiparon como globos de jabón las del
poder civil. I ta tí siguió y sigue v iv ien d o ; pero no como po­
blación de guaraníes, que ya en 181.3, según aeta capitular,
386 LA V IR G E N DE IT A T I

casi no ex istían n a tu ra le s : sólo cuatro pudo enviar el al­


calde do prim er voto del cabildo Itat?ño Ignacio A rarí, bajo
la adm inistración de Ramos, al requerim iento de trab a jo s
en C orrientes. E l I ta tí g u aran í había m ás o menos desapa­
recido p o r v o lu n taria y frecuente deserción de nativos o por
llam ados de los cam pam entos, adelantándose en los deberes
de ]a em ancipación a la declaración de la Soberana R epre­
sentación de las P rovincias U nidas, por lo que se les im po­
n ían “la obligación sag rad a de p re sen tar su brazo en defen­
sa de la lib e rta d ”. Y a no era el pueblo, que, antes de la sa­
lida del sol, entonaba en las calles, m ien tras golpeaba
las p u ertas de los dorm idos vecinos, los cantos religiosos de
la au ro ra, rum bo a la m isa tem p ran era p a ra suplicar las ben­
diciones de lo alto sobre las faenas del día. E l d esp e rtar
de m odalidades nuevas, a las que no pudo encauzar la es­
casez de fuerzas espirituales, p ro d u jo aquí como en todo el
virreinato, m arcado descenso en piedad, costum bres y en tu ­
siasmos populares por la casa de Dios (4).
Sería, sin em bargo, in ju sto no reconocer que así los go­
bernadores de Corrientes como m uy en especial el viejo ca­
bildo de la capital, que fué casi siem pre en todos los siglos
de su existencia glorioso exponente de religión, decidido
prom otor de la educación pública, valeroso defensor de los
derechos territo ria le s y económicos de la provincia (5), mo­
delo de honestidad, prudencia, patriotism o y abnegación de
sus ediles ( 6 ), sería in ju sto no reconocer q u e 1 ni los gober­
nadores ni el cabildo de C orrientes com ulgaron con la m ala
corriente de esos tiem pos cuando no dependieron de Jos cau­
dillos in tru so s sino de las fuerzas m orales de la autonom ía
provincial, que conservaba en sus hijos destacados el sedi­
m ento religioso del Colegio F luentino, sedim ento salvado y
acrecido m ás ta rd e p o r la E scuela de L atinidad, de que fué
p recep to r en 1791, el que sería cura de Ita tí, M anuel A nto­
nio G aray, ten ien te cura en 1804 de la hoy población p a ra ­
guay a P ed ro González, fu n d ad a por u n vecino de C orrien­
tes del mismo nom bre, y de u n modo especial por la fam osa
escuela del convento de San F rancisco, hum ildísim o centro
educacional, pero de intensa form ación en el am or a Dios y
DECADENCIA D E I. C U I/ro A LA VTRGlíN 387

a la P a tria , que supo inculcar desde 1797 liasta 1854. el emi­


nente lego franciscano, José de la Quintanaj.
T anto los gobernadores eomo el cabildo lam entaban la
perdición de las costum bres, y la atrib u ían a lo que debían
atrib u irlo , a la fa lta de instrucción religiosa. Ya en 1780
pidieron al obispo M alvar y P intos, la construcción de igle­
sias p arroquiales en E m pedrado, M bucuruyá, E nsenadas,
S anta A na de los Guacaras, en el naciente del rincón de San­
ta L ucía y en la desem bocadura del alto P aran á. Se re ite ra
en 1788 esta solicitud, haciendo constar la observación de
los curas de la Cruz de los M iíagros y de la M atriz, J u a n
José Arce y B ern ardo Báez, que p edían lo mismo p ara el
num eroso pago de M aría, d istán te veinte leguas de San Ro­
que : buenas intenciones, que la carencia de. sacerdotes y la
im posibilidad de la subsistencia de los párrocos im pidieron
realizarlas. H ubo de ser en los tiem pos de la Independencia,,
y con g ra n éxito en los días del gobernador P ed ro F erré, p a ­
trio ta indiscutible, no exento de errores pero que, así daba
anim osam ente lecciones de legítim a federación a Rosas, como
organizaba la economía de la provincia, lev an ta b a m onu­
m entos a sus tradiciones religiosas y conseguía la erección
de parroquias.
No era dable, con tales deficiencias, conservar el a n ti­
guo esplendor de la fe en esos tiem pos de confusionismo. Y a
podían gobernadores y cabildo h o n ra r el culto católico y
con públicas consagraciones sostenerlo, la influencia de las
nuevas d octrinas y la ignorancia de las niasas populares, so­
cavaron la in teg rid ad de las prácticas cristianas, y fluyó
como u n to rre n te n a tu ra l la an a rq u ía en los pensam ientos y
la desaprensión m oral h asta en las b a rria d a s de las ciuda­
des: el gobierno de Buenos A ires en 1812, p ara contener el
continuo atropello de los hogares, organizó p o r decreto u n a
comisión de ju sticia que ju ra b a “por Dios y la P a tria ” sal­
v ar la sociedad p o rteñ a de “ ladrones y asesinos” . En ese
mismo año se au m entaban en C orrientes las p a tru lla s con­
tr a ra te ro s y salteadores, desde el p araje de A razaty h asta
el de Poncho Y erde, o sea en todo el sem icírculo que une la
ciudad al río P ara n á. Y e ra tal en los campos el (leseen cier­
388 LA V IR G E N DE IT A T I

to mora] que. tras los efímero,s gobiernos de Joaquín Legal


y Córdoba, Carlos Casal y Eusebio B aldenegro. el nuevo go­
b ern ad o r Toribio de L uzuriaga, reem plazante de C alvan por
bailarse éste destinado al ejército de la patria, fué robado
en su v iaje a la capital por u n a h o rd a de facinerosos: ¡Como
p ara que los prom esantes de la V irgen arriesg aran así como
q u iera sus peregrinaciones!
Desde el lu g arten ien te J u a n G arcía de Cossío hasta, la
caída de Rosas, C orrientes en su vida política e Ita tí en su
tran q u ilid ad vivieron, si bien m inutos de éxitos gloriosos,
larg o s años de ineertidum bre, conflictos, dolores y sacrifi­
cios. Con sólo u n a som era m irada a los acontecim ientos de
aquellos años ora de atropello al derecho, o ya de lucha por
la independencia, o bien de defensa del territorio, o sea de
irrupciones de la b arbarie, cuando no del encadenam iento
de la provincia bajo la d u ra ley de los voceadores apasiona­
dos del caudillism o propio y extraño!; con sólo contem plar
ese cuadro convulsivo d esarrollarse, m ás que en la censura,
en el conflicto; m ás que en la organización, en el cam pa­
m ento ; más que p o r la idea, p o r la espada p o r m ás que los
gobernadores y especialm ente el cabildo conservaran y aun
to m ara n m edidas p a ra que no p erecieran sino aum entaran
las tradiciones religiosas, desm ejoraba la cu ltu ra 'Cristiana
p o r la consiguiente relajació n de las costum bres, p o r la es­
casez de instrucción catequística, por la carencia de clero,
p or la «asi n in g u n a vigilancia p a sto ra l en la disciplina de
las parroquias y por mil otros extremos imprescindibles en
épocas, por más glorias que entrañen, de lucha por la li­
b ertad y la organización frente al encono de los partidos y a
la terquedad de las tiranías.

Y en esa época, m uy al principio de la independencia,


la Virgen de Ita tí, o m ejor dicho, la justicia de Dios, en
desagravio de la ofensa in ferid a a su M adre, dió una se­
vera lección a los que am algam an la superstición con el cul­
to, m aterializándolo en la suposición de que la V irgen dis­
D ECADENCIA D E L CULTO A LA VIR G EN 38!»

p en sara sus favores por las jo y as o el dinero prom etidos y


no p o r el hom enaje de la fe y del amor.
Nos referim os a la. conocida trad ició n de la L aguna
B rava. T radición hemos dicho, y lo es, como asentada en el
relato sustancialm ente uniform e de los ancianos vecinos de
L aguna B rava, que conservan la m em oria del hecho reali­
zado en tiem po de sus abuelos; trad ició n sim plem ente se­
cular, y 110 inmemorial cual la suponen los que de oídas y a
la distancia del lu g ar del suceso han hilvanado y publicado
n arraciones fan tásticas, trocando la tradición en leyenda de
h ad as y aparecidos|.
Y así el, por otra p arte , erudito escrito r Ram ón Con-
•treras. dejándose llev ar de la im aginación trash u m an te y no
del buen criterio, recogió la siguiente leyenda volandera res­
pecto a los p o rten to s de L ag u n a B rava, leyenda que publicó
en EL Litoral, periódico de Corrientes, con fecha 20 de se­
tiem bre de 1891:
“La V irgen aludida, en m uchas ocasiones h a devuelto
la v ista al ciego, y otros portentos en la m edicina, que la
m ism a ciencia no h a podido conseguir.
“L a historia, a que hemos querido llegar, cuenta que
una rica hacendada de la ciudad de V era de las Siete Co­
rrien tes, a consecuencia del desarreglo hecho, perdió com­
pletam ente la vista.
“ TTn día le vino a la memoria los prodigios del poder de
la V irgen de Ita tí, y resolvió hacerle una ofrenda si, en u n
tiem po dado, conseguía re cu p erar la vista.
“L a V irgen oyó los votos de la enferm a, y cum plió fiel­
m ente sus deseos.
“L legada la o portunidad de cum plir la prom esa, 1a. rica
estan ciera hizo equipar u n as seis c a rre ta s; cargó sus alha­
ja s ofrecidas, y alzó a la esclava que debía entregar.
“ P artió a Itatí, y una vez allí, mandó decir la misa, en­
treg ó todas sus alhajas, y dejó la esclava al servicio de la
V irgen.
“R egresaba tran q u ila y alegre por haber cumplido con
la m ilagrosa V irgen.
390 LA V IR G E N DE IT A T I

1 ‘E n la dirección del pueblo de M batará, hoy S an ta Ana,


la tro p a tuvo que detener la m archa p a ra d ar descanso a.
los anim ales y to m ar alg ú n alim ento.
“A la p a rte sud de este lu g a r se divisaba una inm ensa
laguna. Los patrones alm orzaron y d u ran te la comida, la
señora que había recobrado la. vista gozaba embebida en la
contem plación de la n atu ra leza y la belleza del paisaje. En
medio de su entusiasmo exclam ó: ‘ ‘ ¿ E s posible que Dios me
h aya negado la v ista tan to tiem po, y que hoy p o r unas alha­
ja s ven g a a re co b ra rla?” Acostóse en seguida, y al levan­
tarse, ¿cuál sería su asombro cuando se despertó y la encon­
tró al pie a la esclava entregada, y esparcidas en el suelo es­
taban las alhajas regaladas? Al mismo tiempo un hermoso
toro colorado salía bufando del estero próxim o, y se diri­
gía hacia donde p astab a n los bueyes de la tropa.
E l toro era de los más hermosos de su raza; el pelo brilla­
ba y las astas despedían fuego.
“El p atró n ordenó que se a ta ra a u n a ca rre ta p a ra ad­
quirirlo p o r cualquier precio que el dueño le pidiera, pues
era ta l la form a y tam año del anim al que quiso conservar­
en su poder aquel ejem plar.
“E l toro de p o r sí arrim óse lleno de m ansedum bre, sien­
do uncido a la c a rre ta de la fam ilia, precisam ente.
“ Al em prender la marcha, el toro principió a inquietar­
se, y luego em prendió la d isp arad a en dirección de la la g u ­
na, sin que h u b iera peso ni fuerza que lo a ta ja ra n . Tomó el
centro de la laguna, donde se sep u ltaro n carreta, bueyes y
fam ilia hasta el día de hoy del presente siglo” .
Y añade el doctor C o n treras: “L a laguna desde ese ins­
tan te quedó bautizada con el nombre de Brava, con que es
conocida actu alm ente” .
“ T an célebre laguna tiene u n a extensión inm ensa, y
dista unas cuatro leguas de la cap ital hacia el este, y a tra ­
viesa el' d ep artam en to de S an Luis, yendo a confundirse
■con las corrientes del Riachuelo.
“L a b a ta lla de L aguna B rav a (7), dada el 6 de m aye de
3843, donde obtuvo un espléndido triu n fo el general Jo aq u ín
DECADENCIA DEL CULTO A LA A'lliGKX 391.

M adariaga sobre los federales, tuvo lu g ar en la planicie que


se extiende al sud de dicha laguna.
“Tal es el origen prehistórico de esta célebre lag u n a
que hoy b aña u n a región en tre g ad a en su m ayor p a rte a la
ag ric u ltu ra.
“L a L aguna B rava constituye u n estero de agua dulcí­
sim a poblado de juncos, y donde el cazador encuentra abun­
d an te caza. Am bas orillas rib ete an espesos m ontes, cobijan­
do con sus som bras p ro tecto ras de los vendavales que pue­
den oscurecer sus cristalinas aguas”¡. .
L a fa n ta sía po pular es em inentem ente creadora, y en­
vuelve las tradiciones orales más asentadas en hechos reales
con u n florilegio trágico capaz de asom brar al mismo toro
ígneo del p u b licista C ontreras. R azón ésta por la que debe
lim piarse to d a trad ició n como se lim pia un ja rd ín de la m a­
leza que se le ha adherido. E n cuanto a la tradición de la
L ag u n a B rava, no es obra de rom anos esa limpieza, siendo
como es u n a trad ició n de a y e r: no arrib a a siglo y medio
su origen.
C onsultados p o r nosotros, en 1932, los m ás ancianos del
expresado paraje, y en especial los herm anos Anastasio y Gil
Fernández, de más de ochenta años en esa fecha, nacidos
así como sus p ad res y abuelos en el citado p araje, ninguno
habló de toro de fuego, n i siete c a rre ta s ni de lo p re h istó ri­
co del hecho, sino de u n suceso trágico, de sencilla y pro­
vidente lección, acaecido, según todos, en poco m ás de vein­
te años antes de la m em orable b a ta lla de L ag u n a B rava en
1843. A sígnase p or lo común al acontecim iento el año 1818.
E l relato de los ancianos de L aguna B rav a es sencillísi­
mo, y él corre en tre 'a m asa popular p ereg rin a del norte de
la provincia. ,
E n dos carretas llegó a I ta tí una fam ilia procedente de
C orrientes. Uno de sus m iem bros, m u jer casada, entregó a
la V irg en unas joyas de oro prom etidas en acción de g ra­
cias por haber recobrado Ja vista perdida.
De regreso, detúvose la fam ilia en la orilla del norte
de la laguna, conocida hoy p o r L ag u n a B rava, sobre el me­
diodía p a ra alm orzar. Com entando el favor de Ja V irgen, la
392 LA V IR G E N DE IT A T I

prom esante se atrevió a d ecir: “H abía sido in teresad a la


rica c h in ita : ¡por mis joyas me devolvió la v is ta !” Sus fa ­
m iliares corearon en risas la blasfem ia, lo que im presionó
desagradablem ente al boyero y a unos vecinos del lugar
am igos de la fam ilia.
Concluido el alm uerzo, se durm ió la siesta. Al despertar,
notóse nuevam ente ciega la prom esante, y sus fam iliares ha­
llaron en la cabecera de su descanso las joyas devueltas por
la Virgen;.
A m enazaba to rm en ta del norte. Se uncieron p recip ita­
dam ente los bueyes a las carretas. U na rá fa g a de viento, al
em prenderse la m archa, arrem olinó el som brero del boyero
e n tre l^s p atas de los bueyes de u n a de las carretas, los que
enloquecidos se p re cip itaro n h a sta lo m ás hondo de !a„.la­
guna, así como la o tra c a rre ta que fué d esaten tad a en su
seguim iento. Y pereció la fam ilia menos el boyero.
E l A tajo, la L ag u n a B rava, lecciones del culto de la
V irg en : prem io de la hum ilde súplica que confía; castigo
del corazón desagradecido que protesta.
Tómese como trad ició n histórica o como simple leyen­
d a él relato de la L ag u n a B rava, su significado es e x a c to :
L a V irgen es siem pre d u lz u ra ; pero, tiene u n hijo omnipo­
ten te que vela por la honra de su am adísim a M adre.

(1) En 1819 vacaban las sed es de Buenos A ires, Córdoba y


Salta, y estaba dem ente el obispo del Paraguay, Pedro de Panes.
Y se tenía en mucha duda la legitim idad canónica de los vicarios
Juan Dámaso de F on seca en B uenos A ires, Manuel Paz en Córdoba,
Gabriel Figueroa en Salta y A ntonio Céspedes en el Paraguay.
(2) E ste em inente obispo, octogenario, español como el que
más, pero que abrazó la causa de la Independencia cual hecho con­
sum ado y de ningún modo por él resistido, cordialm ente am igo de
San Martín, no conservó para é ste resentim iento alguno, pues lo
sabía influenciado por los em bustes de Monteagudo. En la sigu ien ­
te carta de despedida a San Martín, se m an ifiesta la generosa gran­
deza de su alm a: "Mi estim ado amigo: H e sentido no poder dar a u s­
ted un abrazo antes de mi partida, ratificarle mi constante y buena
DECADENCIA DEL CULTO A LA VÍRGEN 393

voluntad, y darle, con el afecto m ás ingenuo, las debidas gracias por­


que m e lia aliviado de una carga superior a m is fuerzas, llenando mis
deseos de acabar m is días sin ella, para dedicarm e a pedir a D ios el
perdón de m is pecados hasta mi m uerte, que no debe estar distante,
en la edad octogenaria en que m e hallo. Quiero pedir a Vd., en señal
de nuestra recíproca am istad, y es que me perm ita la satisfacción
de aceptar de m is m uebles, una carroza y un coche que entregará
a Vd. a su regreso mi secretario, y juntam ente un dosel de tercio­
pelo y dos sillas; pueden servirle para los días de etiqueta, y una
im agen de la V irgen de B elén, que ha sido m i devota. Créame Vd.,
¡amigo, que lo encom iendo a D ios diariam ente para que dé la paz
al reino cuanto antes. Ja m á s o lv id a ré las e x p re sio n e s de afecto y
c o n sid e ra c ió n con que me ha d is tin g u id o cua nd o nos hem os visto ,
y lo seré en tod as oca sio n e s su m ás a p asiona d o am ig o y cap ellá n
q .b .s .m . — Lima, setiem bre 5 de 1821. — B a rto lo m é M a ría de las
H e ra s” .

(3) Quejábase el cabildo de Corrientes, en 3 de febrero de


1780, de que el cura de la M atriz, Antonio M artínez de Ibarra, no
había enseñado la doctrina en sus vein te y siete años de m in iste­
rio, ocupándose en su obra de tejas.
(4) Ya en 1787 el cabildo de Corrientes, notando la poca
atención a las viejas tradiciones, in sistía el 2 de julio en que la
ciudad debe c o s te a r las sig u ien tes solem nidades: ‘‘La del Patrón
principal y titular San Juan B autista con los correspondientes re­
gocijos. La del Santísim o Cuerpo de Cristo que no. se tuvo antes
presen te con su octavario. La de N uestra Señora de la Merced
por patrona m enos principal, jurada dos v eces por la ciudad con
voto de costear su fiesta y octavario de m isas solem n es con el
Santísim o Sacram ento expuesto en lo s tres prim eros días; y las
del Sr. San Sebastián y el Sr. San Roque, a quienes igualm ente
juró la ciudad por patrones m enos principales”.
(5) Vaya, entre los m uchos, el sigu ien te dato: Pide en 1785
e l cabildo, haciéndose eco del procurador general Carlos José de
A ñasco, que se perm ita el plantío de tabaco para provecho de la
tierra porque, según el director intendente general, "el tabaco que
se da en este país, de cuya Mandad nadie ha dudado, excede con ven ­
taja al del Paraguay”. Como vulgarm ente se dice, no se llevó el
apunte: Corrientes hubo de acostum brarse a ser la abandonada de
la. República.
(6) La honradez hasta la abnegación era tim bre común de
nuestros antiguos m unicipales. E l 21 de junio de 1814, con m otivo
de la fiesta del patrón San Juan, resu elve el cabildo que se fran­
quee libram iento de $• 50 al alcalde de segundo voto y regidor a lfé­
rez de la Patria, Juan José Fernández Blanco, herm ano del noble
patriota Angel, contra los fondos m unicipales. E l alférez de la P a­
394 J,A V IR G E N DE IT A T I

tria contesta: “que de ningún modo adm itiría cantidad alguna,


porque cuanto se h iciese anexo a obsequio e ilum inación de plaza
quería íu e se de su peculio; pues, le era muy sen sib le que en la e s­
casez de fondos en que se hallaba la municipalidad su friese un
desem bolso de esta naturaleza”.
(7) E sta batalla fam osa ganóla el juñado de v a lien tes del ge­
neral Joaquín M adariaga contra los num erosos fed erales ro sista s
adueñados del gobierno de la provincia. El éxito fué debido a la no­
ticia que dió una hum ilde mujer a Madariaga, asegurándole que
las tropas enem igas vivaqueaban desordenadam ente en la s costas
de la laguna. Inm ediatam ente atropelló Madariaga, obteniendo una
com pleta victoria. Pasada la acción, hizo buscar el general a la
mujer para recom pensarla. Pero, no se la encontró, lo que dió mar­
gen a la leyenda de que esa mujer era la V irgen de la Merced, la
V irgen de los D olores o la de Itatí.
A ncianos de General Paz, y entre ellos Juan C. Duarte, nacida
el 27 de enero del año de la batalla, d esm ienten esa leyenda; pues,,
le s consta que la hum ilde m ujer era generalpaceña, de nombre T o­
m asa Soto, esposa de Genaro E ncinas. Su tum ba e stá en el v iejo
cem enterio de General Paz, sin que figure en su lápida inscripción
alguna que recuerde su servicio a la Patria. (V éase M ensajero de
N uestra Señora de Itatí - Nro. 209 - año 1933).
CAPITULO III

EL CABILDO DE ITA TI

Como- la decadencia del pueblo, era lógica la decadencia


del interesante cabildo indígena de Ita tí.
Desde 1615 lá doctrina franciscana de Ita tí, aunque con­
servara su nombre de Reducción y sus costumbres de comu­
nidad p o r ser ésta la vida de subsistencia necesaria a la mo­
dalidad poco más que rudim entaria de sus moradores, pasó a
la categoría de pueblo con parroquia y cabildo. Componíase
este últim o de indígenas vecinos de la población con Corre­
gidor, a veces Teniente de Corregidor, Alcalde de prim ero y
segundo voto, dos Alcaldes de H erm andad o de campo, cua­
tro Regidores, Alférez, Alguacil Mayor, Mayordomo- y Secre­
ta rio . E l Corregidor, que en realidad no era cabildante sino
Teniente del Teniente de G-obernador, con frecuencia sim­
ple hechura de sus inspiraciones, presidía no obstante las se­
siones del cabildo. Su cargo ds duración indeterm inada do­
m inaba la reducción en las causas contenciosas y gubernativas
y en el castigo de los abusos. E stas atribuciones seducían a
los gobernadores, procurando muchos de ellos nom brar corre­
gidores españoles p a ra las doctrinas, so pretexto de mejores
costumbres y m ayor inteligencia, lo que en la práctica resul ­
tó un fracaso, u n semillero de conflictos y u n desbarajuste
económico. Los demás miembros del cabildo, elegidos anual­
mente p o r los votos del mismo cabildo cesante, elección v a le ­
dera con aprobarla el gobernador, entendían en hacer cum plir
las resoluciones del cabildo con m ultas y castigos y en resol-
396 LA V IR G E N DE IT A T I

ver en prim era instancia lo relativo al fuero civil y crim inal


por medio de sus alcaldes de prim ero y segundo voto en la
planta, urbana, y de sus alcaldes de herm andad en los cam­
pos; en la buena m archa g e n i a l de la economía del. pueblo
por sus regidores; en ejecutar las órdenes y fallos por el al­
guacil m ayor; en honrar la suprem a autoridad civil pasean­
do solemnemente el estandarte real en las grandes festivida­
des por el alférez real que ocupaba el prim er asiento entre
los reg id o res; en disponer todo lo concerniente a las chacras
y estancias de la comunidad, casi único tesoro m aterial del
pueblo, por el procurador, el cual se valía para sus m últiples
atenciones de sobrestantes, capataces e inspectores ( 1 ).
Sería demasiadamente ingenuo afirm ar que el cabildo indí­
gena de Ita tí tenía conciencia plena de sus responsabilidades y
que desarrollaba su acción sin las directivas superiores de u n a
inteligencia orientadora en las mriltiples cargas que a aquél
le com petían: la preparación intelectual y la cu ltu ra moral
ele los cabildantes, forzosamente rudim entarias, dadas la de­
generación ética de la raza y la insuficiencia irrem ediable
de la educación en las doctrinas, exigían la vigilancia conti­
n u a de una providenc-a m oderadora. Sin embargo, afirm ar,
como así lo afirm an no pocos, que ese cabildo 110 pasaba de
ser u n a reunión de niños mayores a merced de los caprichos
del cura adm inistrador es desconocer Ut influencia ennoblece-
dora del Cristianismo en el carácter de los indígenas y a tri­
b u ir al sacerdocio, que fué siempre la palabra directora m ás
dem ocrática de la civilización, caprichos propios de concien­
cias aniñadas y no aquel apostolado dignificador de los mi­
sioneros, verdaderos padres de la inteligencia y del corazón
de sus neófitos, a los que acicateaban con la voz de la v irtu d ,
de la verdad y del taller en las vías de las am plias conquis­
tas de la justicia en el derecho y en el deber.
Y a fué un- paso enorme en los caminos de la civilización,
de la vieja doctrina franciscana, ese cabildo de Ita tí, organi­
zado por Bolaños. El. indígena, al tom ar parte directiva en
el gobierno de la comuna, aunque 110 fuera sino bajo el con­
D E C A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 3S7

sejo del doctrinante, quedaba rehabilitado como elemento in­


dependiente y civilizador en su tierra, gracias únicamente a
la conquista espiritual, que si la m aterial no se opuso siem pre
y con alguna frecuencia fué una ayuda efectiva, .jamás llegó
a ennoblecerlo como aquélla.

* *

No fué ei cabildo indígena de Itatí un cabildo analfabe­


to. Ya en 1621, el gobernador de Buenos Aires constataba
que esa población guaranítica sabía leer y escribir, cosa en
aquellos tiempos no de poco lustre.
E s de n o tar el amplio fsp íritu de sana autonom ía que
procuraron siempre in filtra r los doctrinantes de Ita tí en el
ánimo y en las deliberaciones de los cabildantes. U na simple
lectura de las actas de ese viejo cabildo indígena descubre esa
acción libérrima de los misioneros franciscanos (2 ). En la re­
dacción misma de las actas 110 intervenían sino a lo más co­
mo correctores del castellano, idioma que en buena m ayoría
hablaba y escribía la población (3). Win embargo, el cabildo
podía red actar sus actas en guaraní, como lo hizo en los tiem ­
pos de F ra y Simón de Ramos, Domingo de A guirre y Alonso
Mareeo. Con todo son pocas las actas guaraníticas. E n la
población se p refería el castellano, teniéndose como dignifi­
cado el indígena en hablarlo y escribirlo. Cuando el 9 de ma­
yo de 1742, asistiendo el. gobernador, maestro de campo Pe­
dro Cabral, ai cabildo habido en esa fecha con motivo del
nom bram iento de Francisco Cañindeyú como corregidor, al­
calde m ayor y capitán a guerra con la misión especial de
defender al pueblo contra los abipones y pavaguaes que ame-
zaban in v ad ir la reducción, el. cura Kray B uenaventura Cá-
ceres les halló a los cabildantes en su “ lengua general” (gua­
ran í) “ sin embargo de s -r prácticos en la lengua castellana” .
Hemos leído las actas publicadas y las que aun guardan
los anaqueles del archivo de la provincia, apesadumbrados
por la devastación, no tanto por acción de la polilla cuanto
por los extravíos de esos papeles que, como todos los de la.
398 LA V IR G EN DE IT A T Í

colonia, sugieren la puntualidad de las sesiones, la hidalga se­


riedad en los debates, la conciencia de la responsabilidad por
el bien público y el respeto razonable a las autoridades su­
periores e incondicional a las leyes de Dios. Mucho podrían
ap render nuestras instituciones colegiadas de los viejos cabil­
dos de la colonia.
“ L a Revista del A rchivo” de Corrientes tiene publica­
das las actas de las elecciones anuales desde 1670 hasta 1785.
E n 1930, por resolución de la intervención nacional, se p u ­
blicaron los acuerdos capitulares desde 1799 hasta 1806, las
cuentas de adm inistración de la comunidad desde 1790 a 1797
y las sesiones del cabildo desde el 25 de setiembre de 1812
hasta el 26 de junio de 1814.
A rrasada como, a barrisco casi toda la documentación de
Ita tí p o r la desidia en p arte y en parte por las irrupciones
del salvajismo y de la civilización amiga de alzarse con lo >
viejo, queda sin embargo lo bastante para asegurar que la
vieja comuna de Itatí espeja la vida de un pueblo entregado
alegrem ente al trabajo, a la oración y al culto fervorosísimo de
la M adre de Dios. E ra la opulenta herencia de los grandes fra n ­
ciscanos J u a n de Rivadeneira, Gregorio de Osuna, Alonso de
San B uenaventura, Luis de Bolaños, Luis Gámez y J u a n de
G am arra, todos ellos varones prodigiosos en el apostolado de
Cristo.
# *

Es de lam entar que las actas de los prim eros cincuenta


y cinco años no se conozcan: a rro ja ría n no pequeña luz sobre
los orígenes de la población y de su culto a la Virgen. Acaso
el cabildo no se reuniera en sus comienzos m uy a menudo por
la azarosa existencia que exigía la defensa y particularm en­
te p o r el flagelo de las viruelas (4).
De los acuerdos de ese famoso cabildo guaraní, hemos es­
crito en 1930. se desprende la puntualidad nunca interrum ­
pida de sus sesiones: el gran empeño que ponía p ara el au­
mento del bienestar popular, por lo que en la población no
se carecía de nada, llevándose una vida próspera y feliz, sien­
do atendidos con esmero los huérfanos y los enfermos, acu-
El templo de O b ie ta
D E C A D E N C IA DEL O ÜLTO A LA V IR G E N 399

ciada con frecuencia la iniciativa de los indios en los trab a­


jos de su propiedad p a rtic u la r; atendidas las seis estancias y
faenas rurales con una escrupulosidad encomiable; socorrido
siem pre el pueblo en la refacción de sus casas y en la. lim ­
pieza de sus calles; dotado de lanchas, canoas y tinglado se­
guro en La Manga p ara el pasaje de su ganado y venta de
su ag ricu ltu ra; la cautela y vigilancia, que desplegaba p ara
que reinara la decencia y la cultura en las costumbres p ú ­
blicas; la nobilísima entereza de su carácter que no perm itía
injusticias contra < 1 pueblo, aunque vinieran de los altos es­
trados del poder, y asr el 3 de diciembre de 1803, requerido
el cabildo, por oficio del virrey, por atraso en el pago de los
trib u to s reales, protesta en nota contra el apercibimiento, obe­
deciendo e l . atraso a no ordenarse, como era de justicia, el
empadro?)amiento de la gente, por lo que resultaba p erjudi­
cado el pueblo; p o r último, el cuidado paternal para con los
enfermos, no mezquinándose en este sentido ni dinero ni sa­
crificios : léanse los acuerdos que al respecto aparecen en 1800|
y 1805, y se verá cómo por la m ulata Rosalía, esclava de la
Virgen, se trae de Corrientes al médico Cesáreo M artínez
Miño, y cómo para evitar la propagación de la viruela fueron
llam ados dos médicos, tam bién de Corrientes, a efecto de ino­
cular las viruelas a los naturales, atajándose la epidemia y
pagándose generosamente los gastos de médico y botica. Si
A rtigas arran ca clamorosos aplausos al poeta J u a n Zorrilla
de San M artín p or haber, años más tarde, dispuesto la vacu­
nación contra la peste de viruelas en los pueblos de la p ro ­
vincia, mayores aplausos merece este cabildo indio, verdade­
ra m adre en caso de enfermedades y epidemias.

* *

H urgando en las actas de ese cabildo indígena, recoge­


mos algunas espigas que bueno es que se conserven en el gra­
nero de la h is to ria .. . Habiendo de em prender viaje en 1680,
p a ra asistir al capítulo provincial de Córdoba el cura y
adm inistrador del pueblo y de sus seis estancias, F ra y Sal­
vador Jim énez toma nota el cabildo, a requerim iento de di-
400 LA V IR G E N DE IT A T I

cho cura, de las deudas de la com unidad “ atendiendo a que


somos m ortales y no tenemos seguridad de la v id a ” . Las deu­
das arro jaro n setecientas cabezas de ganado vacuno en favor
de Silvestre M. Negrón, otras setecientas en favor del alfé­
rez A ndrés de M aquedá y trescientas en favor del que fué va­
rias veces teniente de gobernador de Corrientes, el alférez Ma­
nuel Báez de Alpoim . Se procede al pago inmediato. Y al
final del acta fig u ra esta coletilla: “ Pagó el pueblo todas
las p artid as y no debe n a d a .. .. ” . Al aprobar las elecciones-
anuales del cabildo guaraní en 1720 el gobernador de C orrien­
tes Francisco de Noguera Salguero, m aestre de campo y vein­
ticu atro perpetuo de la cruz de S anta Fe, ordena al dicho ca­
bildo que utilice en los inform es y escritos la buena plum a de
uno de los “ m aestros de los m uchachos”, llamado Miguel Gua-
recoetá, y lo “ tengan por su escribiente, sin por %3to deje
de atender a lo que tiene a. su cuidado ” . . . E n tanto era
respetado el buen criterio de este cabildo guaraní que el maes­
tre de campo, teniente de gobernador de Corrientes, Grego­
rio de Casajús, dándose cuenta de que la casa Cañindeyú era
resistida, a pesar de la presión del gobernador anterior, por el
pueblo, recuerda en 3 de enero de 1744 la real cédula que con­
cedía completa libertad a dicho cabildo p ara que la elección de
este cargo “ lo hagan en la persona que por bien tu v ie ra n ” . Y
resultó electo como corregidor Lorenzo Guarú. A poco, sin
embargo, el buen cabildo de Ita tí se dejó dom inar por Cristó­
bal Cañindeyú, que ocupó los puestos de corregidor, maestro-
de capilla y mayordomo m ayor del convento. B ra el cacique
principal con toda la astucia y movediza ambición de sus an­
tepasados guaireños. E n la visita que hizo el gobernador de
Corrientes, M anuel José de R ivera M iranda, a la población,
p o r noviembre ■de 1765, comprendiendo acaso Cañindeyú lo
ilegal de su situación, junto con el cabildo propuso al gober­
nador la elección p a ra corregidor en favor de Francisco Güe-
rí, padre del más tard e fam osojaatriota y comandante de I ta ­
tí, J u a n A ntonio G üerí. Asintió con aplauso el gobernador, y
se extendió dicho nombramiento. De regreso a Corrientes. Ma­
nuel José de R ivera M iranda, quedó el nombramiento como no
hecho, y a más en las elecciones de enero del 66 vuelve a ser
D E C A D E N C IA DEL C üLT O A LA VIRGKN 40Í

elegido corregidor Cristóbal C añindeyú y Pachué. Irrita d o el


gobernador, en oficio del 2 de juuio de 1766, reprende al ca­
bildo, anula la elección, y confirm a en el cargo de corregidor
a Francisco Güerí. Mas, Cañindeyú y Pachué, no por ser ambi­
cioso, dejaba de ser prudente y de buenos modos en la ad m i­
nistración de la justicia. Se lo resistía y se lo buscaba como
una necesidad para el orden público. Y así el cabildo lo reeli­
ge en 1767 con aprobación del gobernador J u a n Manuel de
Labardén. Cuando, en 1770, el nuevo corregidor Pascual Gua-
hayú le sucede, el desorden señorea la doctrina; los castigos
se aplican a m ansalva: el “ gobierno de las chinas” se h a­
ce un desbarajuste; las chinas, que así sin mayores m iram ien­
tos se las llamaba, hasta en notas oficiales, a las obreras de
los telares itateños, eran objeto de no pocas pellejerías; por
lo qne el cabildo destituye al corregidor, y pide al gobernador
Lázaro de Alm iróh que lo sustituya “ p ara pacificación y
consuelo del pueblo” Cristóbal Cañindeyú y Pachué. Y así se
hizo, insistiendo el gobernador entre otros extremos en que
ninguna autoridad del pueblo y reducción de Ita tí, del co­
rregidor abajo, resolviera n ad a sin consultar antes con el cu­
ra adm inistrador, por ,1o que. “ todos los días después de las
oraciones” debían presentársele p ara recibir órdenes. F u é en
tiempo del g ran defensor de la raza indígena, F ra y A nto­
nio José de Acosta que, en los tres años de su ausencia, tuvo
como reem plazante en la adm inistración del pueblo, no a los
dos curas interinos que se sucedieron, sino al viejo corregi­
dor Cristóbal Cañindeyú y P achué: honrosa designación que
p rueba hasta qué punto se desarrollaban las aptitudes del
indio en la escuela de C risto ................. P or cierto que no
siem pre el cabildo itateño brillaba por su pacífica ap titu d ni
p or su decoro, y alguna vez según disposición superior era des­
titu id o el corregidor por beodo y a algunos de sus miembros, por
levantiscos, se les arrancaba las insignias p ara atarles los g ri­
llos; pero, en sus elecciones raram ente un cabildo pudo h a ­
ber tenido la honra que tuvo el cabildo de Ita tí el prim ero de
enero de 1794. Delegado p a ra asistir a las elecciones por A n­
tonio Hidalgo, alcalde de prim er voto de la ciudad de Co­
rrientes, M anuel Gómez de Cossío oyó el elogio que el admi-
402 LA VJRÍilON' DE IT A TI

lu strad o r del pueblo, Manuel M antilla y los Ríos, tributó a


los componentes del cabildo de .1793 proponiendo que fueran
todos reelegidos en sus cargos. El cabildo elector otorgó su
beneplácito, y el comisionado aprobó la moción y a los reelec­
tos sin procedimiento electoral dió “ las gracias po í lo bien
que han ejercido sus empleos con todo celo y desempeño” .

# *

Y llegaron los malos tiempos de este cabildo ejem plar


arrim ado p o r completo, antes que a los intereses materiales,
a su dignidad de cabildo de la Virgen bajo los dictados de la
égida franciscana,
D escartada la persuación inm ediata de lo sobrenatural
en la conciencia de los nativos, las persuaciones hum anas acer­
ca de la decencia social, del honor y del buen parecer lle­
garon a lo que siem pre lleg an : a lo retum bante en las pala­
bras y a lo vacío en los hechos, que es vano que el hombre
trab aje sino preside Dios el trabajo. Y así, a p a rtir de 1780
h asta la disolución en 1825, barranca abajo, este simpático
cabildo contempló, con la hum illación •de su vida espontánea,
el derrum be de sus costumbres tradicionales y la dispersión
de los bienes de sus estancias en manos prim eram ente de la
desidia ds los nativos no aguijoneados y a p o r la adm irable
escuela que fortalecía el trab ajo en alas de la m úsica y de
la oración, y después en manos del sobresalto de la política
movediza, encontrada e inescrupulosa.
Quedaron sin embargo, como auténticas reliquias de la
vieja disciplina, algunos exponentes preciosos de la estirpe y,
entre ellos, el casi olvidado Ju a n Antonio Güerí, digno de
alabanza y eterna m em otia en los anales de la historia ita­
teña.
Cristiano de ley de la prestigiosa casa de Cañindeyú,
fueron sus padres el alcalde de cabildo Joaquín Güerí y Ma­
ría Tupasy Celedonia A randa. El mismo día de su nacim ier
to, 26 de abril de 1784, recibió el bautismo (5).
De carácter apacible y firm e al mismo tiempo y de no es­
casa inteligencia, aprovechó como el que más la enseñanza
T)K0A1»RNCIA 1»KI. CU LTO A LA VJ.RliKX

de la entonces vergonzante escuela del lugar, llam ando la aten­


ción, a poco de abandonar los estudios, el criterio y la co­
rrección de sus comunicaciones escritas, corrección no m uy li­
teraria, pero que podía ser envidiada por la m ayoría de los
escribanos públicos de los cabildos españoles.
E sp íritu amplio y de actividades m últiples, a él acudían el
pueblo en sus necesidades y conflictos y las m udadizas au­
toridades de la capital en reclamo de servicios de variadísi­
mo orden. Como alcalde, procurador de cabildo, juez, co­
m andante m ilitar del departam ento llenó páginas de continua
labor e intachable honradez.
E n sus veintiséis años llega a sus-oídos el .grito de la in­
dependencia, y se adhiere con entusiasmo vigilendo, al re ­
clamo cié Belgrano, las costas del P aran á amenazadas por la
invasión posible de los realistas paraguayos. P rocurador del
cabildo al año siguiente, .en vista del aprovechamiento de tra ­
ficantes inescrupulosos, de la inconciencia de los naturales
ile com unidad y especialmente de los horros, hace que se cas­
tigue a los que venden sus ropas por bebidas, a los que las
introducen, a los que enajenan cueros y otros bienes de la
com unidad en beneficio propio y, como una medida en cier­
to modo drástica, pero previsora, a los naturales libres que
vendían sin autorización los m ateriales de sus casas. En ur.
concienzudo oficio protesta ante el cabildo de Corrientes del
despojo iniciado de las tierras de Itatí, sin advertir lo que
pueden las zarpas del león que en breve dispersarían esas tie­
rras con nuevos departam entos, reduciendo el amplio domi­
nio regado por los sudores de 1a. gloriosa doctrina guaraní
a Jo más estrecho y ¡pobre del antiguo Y aguarí, donde re­
sonó por prim era vez la palabra cristiana, de la civilización
sobre las riberas de las caudalosas arterias rioplatenses: ya
no podría Güerí, en sus iiltimos años, firm ar contratos con el
vecino de Corrientes Angel Esteban Alsina, como en 1818,
con motivo del corte de m aderas en la isla de A pipé Grande,
posesión entonces de Ita tí, ni podría tampoco, como en ju ­
lio de 1820, re cu rrir a S an ’ Antonio, hoy Berón de A strada,
que estaba a su mando, para enviar albañiles que rep araran
las casas consistoriales de Corrientes, pues los «le Itatí, “ se
404 LA V IR G E N DE IT A T I

necesitan todos, según anotaba Güerí, porque de tres meses


a trá s se están refaccionando las casas arruinadas del pueblo” .
E n revisando los oficios de Güerí al cabildo de C orrien­
tes, se destaca la am argura do su corazón ante el desbarajus­
te del caudillismo. Exígesele en 1823 que presente los docu­
mentos de propiedad del pueblo. Y en su larga exposición trae
lo que sigue: “ Contesto diciendo: que dichos documentos no
existen en este archivo por más que los he buscado, y considero
que en el trasto rn ó que sufrió este pueblo cuando la entrada
de la gente de Don A ndrés A rtigas, en que a mí con todo el
cabildo nos bajaron precipitadam ente presos a esa ciudad,
y cuanto hubo a mi cargo quedó todo tirad o ; entonces se per­
dieron como otros muchos papeles im portantes, pero los ori­
ginales de dichos documentos deben existir en el archivo ge­
neral de 1 a. ciudad, y 'e s indispensable buscarlos, a Io menos,
si p o r fa lta de ellos, ha de padecer perjuicios mi pueblo” .
¡Mi pueblo! Con la arrogancia del nativo, heredero de
las nobles tradiciones del terruño prehistórico de sus mayo­
res. parece decirlo, y al mismo tiempo con m arcada am ar­
gura, al verlo a su pueblo cuarteado por los malos vientos
de las anarquías de gobierno. Hom bre de orden, m iraba con
repugnancia ese tra jín de gobiernos que desasosegaban de con­
tinuo a la provincia; pero, a pesar de su repugnancia, en los
momentos de confusión pedía consejo, no a sus opiniones ni a
los que como él las tenían adversas a la situación política, sino a
las autoridades legítimas, p a ra evitar las im prudencias de
los alzamientos desapercibidos. Y así, en la caída de A rtigas,
cuando el analfabeto M anuel A ntonio Ledesma se presentó
en C orrientes con tre in ta hombres p ara custodiar la ciudad
co ntra los artiguistas el 12 de agosto de 1820i, Güerí escribió
al cabildo de la c a p ita l: ‘ ‘ E n atención de hallarm e confuso
y sin saber la situación de la provincia y de la capital, me
es de necesidad cerciorarm e de Y . S . . a qué jefe principal
estamos sujetos, p a ra que con el aviso de Y . S . me m aneje
como d e b o . . . . ” . A nte lo irrem ediable de la hora, el cabil­
do proclam aba en 27 de agosto, refiriéndose al intruso de
E n tre Ríos, Francisco R am írez: “ H ay que obedecerlo ciega­
m ente. Y el comandante m ilitar de Ita tí m antuvo la tran -
D EC A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 405

quilidad popular, pero no ciegam ente: al escuchar la voz de


la autonomía del pueblo correntino, im pulsada eficazmente
p o r el que había de ser uno de sus mejores gobernadores, P e­
dro F erré, puso inm ediatam ente su persona y ciento sesenta
itateños a sus órdenes.
Comprendemos que estaría fuera de su lugar en estas p á ­
ginas u na biografía, que bien se lo merece, de este activo, p a­
trio ta y puwloroso (6) m ilitar de p u ra estirpe americana.
Dejaremos, pues, sin detallar su cuidadosa providencia con
los ciento cincuenta abipones que se custodiaban en Itatí, y que
los rem itió en 1822 a S anta Lucía con ocasión del arreglo de
paz del gobernador J u a n José Blanco con los indios chaque-
ños; así como sus continuas atenciones con los gobernadores
ayudándolos en las necesidades de gobierno y especialmente
en la lucha contra la barbarie de las selvas, enviando en 1823
al jefe de dragones A gustín Díaz Colodrero, que se hallaba
en Esquina, tre in ta soldados bajo el cargo del capitán F élix
V erdún, y en 1826 rem itiendo al gobernador F erré, fundador
del pueblo de Bella Vista, todo lo que en Ita tí poseía en al­
h ajas y ganado la imagen famosa de C aacaraí (bosque sa­
grad o ), imagen de la V irgen del Carmen venerada en las mi­
siones jesuíticas del alto P aran á, que pasó a ser patrona de
la flam ante población.
La seriedad de su conciencia en los trabajos y a como al­
calde, bien como procurador del cabildo, ora como adm inis­
trad o r de los bienes de la V irgen de Caacaraí, sea en su de­
licadísimo cargo de comandante m ilitar y por últim o como
juez, consecuencia fué de sus convicciones religiosas, emi­
nentem ente prácticas. Am aba a su pueblo y lo quería bien
atendido en sus necesidades espirituales, como lo probó en la
epidem ia de viruelas qne azotó la población a principios de
1817; hallábase el párroeo M anuel A . G aray postrado en
cama a causa de u n accidente que lo dejó baldado; inm edia­
tam ente Güerí con el cabildo de Ita tí pide al de Corrientes
u n sacerdote “ siendo necesario urgentem ente, porque la vi­
ruela estaba haciendo estragos” .
No concebía la soltería prolongada por evitar las car­
gas morales del hogar y así, en 180L a sus diez y siete años
406 LA V IR G E N DE IT A T I

contrajo matrim onio con M aría Candelaria Avalo,s y, como


ésta falleciera a poco, en segundas nupcias se unió con Melehora •
Cabusú. Su virtuoso hogar era lu g ar de cita del pueblo que
lo adm iraba como u n ejemplo y lo amaba por su generosidad.
P o r lo que fué el 12 de! junio de 1833 día de consternación pa­
ra Ita tí al cu n d ir la noticia de la m uerte repentina de Ju an
A ntonio Güerí. Todo Ita tí asistió el 13 al entierro solem­
nísimo de este preclaro hijo suyo (7).
Contaba sólo 49 años. E ra sobre Ja siesta del 12 de ju ­
nio. Según su costumbre fué a sorber algunos mates cim arro­
nes a la som bra de los naranjos agrios del fondo de su pro­
piedad. Y entre m ate y mate u n síncope cardíaco se lo llevó.
E l luto y el llanto de la población se dieron cita en la
casa am plia de buen estilo colonial fabricada p ara siglos por
Güerí, casa en que parece vagar alegre la sombra del ilustre
guaraní, al verla convertida esa casa en los talleres del vo­
cero de las glorias de la M adre y Reina de C orrientes: “ EI
Mensajero de N uestra Señora, de I t a t í ” .

(1) Llamaban los indios de las reducciones al Corregidor, Po-


ro cu a ita ra (el que dispone lo que hay que h a cer); a los alcald es
Y b y ra y a ru z ú (el primero entre los que llevan v a r a s); a los regido­
res, C a b ild o ig u a rá (capitular); al alguacil mayor, Y b y ra y a ra o Y b y -
ra y a (el que lleva las v a r a s ); al secretario, C u a tiá -a p oh a ra (el que
trabaja en los escrito s), y a los bienes del común, T u p a m b a é — (Or­
ganización social de las doctrinas guaraníes de la Compañía de J e­
sús. — P a b lo H e rn á n d e z S. J. — Tomo X - pág. 110, 111 y 112).
(2) N inguna presión ejercían, por lo regular, los doctrineros.
En las eleccion es anuales de las autoridades del cabildo resp eta­
ban el voto indígena. En el acta de las eleccion es del 1 de enero
de 1699, aparece la sigu ien te coletilla del cura Fray Gervasio de
Ortega, que por otra parte era de rúbrica: “certifico en cuanto pue­
do, por haberm e hallado presente en dichas elecciones, que fueron
hechas librem ente y sin contradicción, n i fuerza, en la m anera que
van expresadas”.
(3) No es de extrañar que en algunas actas se firmaran a
ruego de los cabildantes que no sabían firmar; pues, como en n u es­
tros m ism os tiem pos, parábase a las v e c es la atención, m ás que en
las Tetras, en influencia de circunstancias.
D E C A D E N C IA D ED C V r.T O A JjA VIHWEX 407

(4) Mantilla, en su ‘‘Crónica”, atribuyí? el escaso aumento ur­


bano de las poblaciones m isioneras al m aléfico influjo de la R eli­
gión. y pone por ejem plo lo poco que progresó Itatí entre e l prim e­
ro y segundo censo. Creyendo dar un golpe a la R eligión, cayó en
la m ás crasa ignorancia. La raza indígena, que por excepción en
algunas reducciones crecía, iba en todas partes desastrosam ente a
m enos. Entre otras m enores causas está la de las epidem ias de las
viruelas, traídas por un negro de N arváez, y del saram pión, por un
español, que llegó con esa enferm edad. E sos fla g elo s se llevaron
m illones de indios. “La p este no se detenía ni ante los cercados,
puestos, a los españoles en las D octrinas: entre los guaraníes se los
llevaba a hecho, a pesar de los cuidados de los Padres; a si en 1637,
se llevó la mitad de los in d io s en algunos pueblos”. (España en In­
dias, por Constantino B ayle - pág. 163).
(5) Partida de bautism o de Giierí: “E l día 26 de abril del 84,
bauticé solem nem ente a Juan Antonio Giierí, hijo de Joaquín Güe-
rí y de María Tupasí, de casa de Cañindeyú, que sus padrinos Juan
Cabirá y de Ignacia Riba, a quienes advertí cognación espiritual
que había contraído y dem ás obligaciones y por verdad. —- F ra y
Ju a n Ignacio P é re z” .

(6) No perm itía Güerí que se desconocieran las atribuciones


de' sus derechos. Habiendo procedido indebidam ente el tenientte
F rancisco Cabaña, lo castigó en 1822. BI juez pedáneo del distrito,
Juan B autista Sánchez, quejóse al cabildo de Corrientes por con si­
derar que a él le correspondía la im posición del castigo. Al saberlo
Güerí, escribe inm ediatam ente a dicho cabildo, no para sincerarse,
sino para señalar la intrusión en su derecho del juez pedáneo
por no corresponderle a éste, como civil, el castigo, sino a él. como
m ilitar”.
(7) D el Libro I de D efunciones: “El día 13 de junio de 1833
enterré el cadáver de Don Juan Antonio Güerí, actual Juez, y con­
junta persona de Melchora Cabusú, entierro mayor en 6 posas, misa,
de cuerpo presente cantada, con vigilia y responso c a n t a d o ...”.
CAPITULO IV

LOS PARROCOS DEL VIEJO ITA TI

Sobre ios relejes abiertos en los caminos de la liistoria


itateñ a de más de tres siglos no detenerse p a ra nom brar si­
quiera a los párrocos que atendieron el culto, que organizaron
las estancias, alegraron .el trabajo, ennoblecieron el cabildo
y dieron suave y cómoda vida al pueblo de la Virgen, sería
prescindir de lo que pide la justicia.
A la orden franciscana corresponde todo lo grande del
viejo Ita tí y, al llegar la penum bra de la decadencia al final
del siglo X V III, llególe tam bién a la Orden franciscana la
im posibilidad de atender, entre otras causas por escasez de
personal, la más famosa de las poblaciones guaraníes por su
indiscutible influencia en el movimiento civilizador del sur
americano.
T ras la antigua y azarosa evangelización del Y aguarí,
establece la p arroquia de Ita tí y es su p rim er cura F ra y
Luis de Bolaños, de cuya m aravillosa actuación tenemos ya
algo anotado. Sólo permaneció unos meses, retirándose al
concento franciscano de Buenos Aires a principios de 1616.
Sucedióle en el curato F ra y Luis Gámez, el buen lengua
como lo llam an las crónicas de su tiempo, evangelizador de to­
do el distrito de Y ag u arí; m urió santam ente en su parroquia
p o r el año de 1619. Reemplazólo su coadjutor, F ra y J u a n de
Ortega. Siendo éste de poco guaraní, se lo sustituyó al año si­
guiente p o r el celosísimo discípulo de Bolaños, F ra y J u a n de
G am arra, a quien nuestros lectores conocen por sus relevantes
410 LA V IR G E N DE IT A T I

prendas de piedad, por su fervoroso amor a la V irgen y por


sus empresas apostólicas así en Ita tí como en Corrientes, don­
de el convento franciscano de San Antonio recibió sus ú lti­
mos suspiros más o menos en 1644. Y descaece la docum enta­
ción. Los libros parroquiales no pueden subsanarla, desde
que empiezan sólo en 1734.
Felizm ente, lo que no alum bra el archivo parroquial en
ei espacio de ciento’ diez y nueve años, lo rem edian en gran
p arte las actas de las elecciones anuales del simpático cabildo
guaraní, actas existentes desde 3673, que señalan los nom­
bres de los curas, encargados de d ar testimonio a la autori­
dad superior de las elecciones y de entregar las varas y de­
más insignias a los cabildantes electos.
(Desde 1644, o sea desde Gam arra hasta 1671, sólo el ca­
bildo de C orrientes de 1848 nos habla de un cura de Ita tír
del famoso F ra y Jerónim o de Aguilera, que se opuso enérgi­
camente como lo hemos visto en su lugar, al gobernador de
la ciudad de V era en defensa de los naturales de la tierra.
E n 3672 fig u ra como párroco F ra y Salvador Jiménez
que vuelve en 1674 a regentar la parroquia tra s el interina­
to de F ra y P edro de Villazán. E n los nueve años de su adm inis­
tración muchas actas del cabildo escribe Ita tí con acento cir­
cunflejo en la últim a vocal (Ita tí), comprobación de que es
nasal la pronunciación de la i, significando por consiguien­
te el vocablo eminencia o nariz de piedra. D urante este cu­
rato tuvo la gloria Ita tí de p re sta r servicio a lo que más amó
y ama la capital de la provincia: en 1683 propuso el sargento
m ayor Alonso Sánchez Moreno al cabildo de Corrientes, con
fecha 19 de marzo, que los- indios del “ pueblo y reducción
de Nuestra Señora de la lim pia concepción de I t a t í ” m ejo­
rasen “ la erm ita de la santa Cruz del M ilagro” . M ejora­
ron 1a. erm ita, cerrada años hacía por los riesgos de las inva­
siones salvajes y así pudo la ciudad celebrar en la adecentada,
capillita el prim er centenario del m ilagro de A razaty, au n ­
que diez años más tarde, en 1698, la irrupción abipona abrió
la erm ita y se llevó, menos la cruz, todo, hasta la cortina
punzó que ocultaba el venerando madero, y en 1707 otra inva­
sión atropelló, aunque sin resultado, la ciudad el 21 de fe-
D EC A D EN C IA DEL C U LTO A LA VIRG EX 4 11

brcro, alzándose sóJo con la cam pana de la erm ita, por lo que
el cabildo del 28 de ese mismo mes y año resolvió traslad a r la
erm ita, lo que no se realizó sino en 1730.
E n 1682 fué nombrado párroco F ra y J u a n González,
guardián del convento del P uerto de San Francisco de Itatí,
erigido en 1618, a ser exacta la afirm ación de F ra y Ju an
Nepomuceno Alegre en su panegírico de la V irgen del 25
de diciembre de 1853.
F u é tam bién g uardián del convento y cura de la pobla­
ción su sucesor F ra y José de Velazco, Lector de Teología, em­
pezando su m inisterio parroquial el 10 de diciembre de 1684.
E n 1686 fué nombrado cura F ra y B uenaventura de Villas
Boas; en 1688, F ra y Francisco Fernández de A güero; en
1689, F ra y M anuel C abra!; en 1690, F ra y Gervasio d e 'O rte ­
ga, que se distinguió por su ardiente celo en el apostolado;
en 1693, F ra y Ju an G rande; en 1695, F ra y Lucas de G aray;
en 1699, vuelve al curato F ra y Gervasio de Ortega, y liacen
constar las actas que en las once elecciones anuales presidi­
das p o r este párroco reinó la paz y la unión más completa.
E n 1707 fig u ra como cura F ra y Simón de Ram os; en
1709, F ra y Francisco Sandoval; en 1710, F ra y J u a n de To-
ranzo; en 1712, F ra y P edro de Ramos; en 1714, vuelve a
ser párroco F ra y Simón de R am os; en 1715, F ra y Luis Car-
bailo ; en 1716, F ra y Francisco de C endra; en 1717, F ra y
Lucas F ru to s ; en 1718, vuelve a ser párroco F ra y Luis Car-
bailo; en 1719, F ra y Ramón de Barcelona, en 1721, nueva­
mente F ra y Lucas F ru to s ; en 1722, F ra y Francisco Maciel,
que no condescendió con los comuneros cuando, de paso por
Ita tí, llevaban apresado para la Asunción al gobernador
Reves.
Sucedieron a este párroco, cuya entereza fué muy elo­
giada p or los P P . jesuítas, F ra y B altasar López, en 1723;
F ra y Domingo de A guirre en 1724, en cuya adm inistración
se redactaron las actas en idioma g u aran í; F ra y Alonso M a­
réeos en 1728, que advierte a Jos qne hacían correr la espe­
cie de que los adm inistradores del pueblo ejercían presión
sobre la libertad de los naturales )o falso de esos rumores,
pues Ja preocupación franciscana era acostum brarlos a to­
412 LA V IR G E N DE IT A T I

das las manifestaciones paladinas y honestas de la libertad


personal.
Sucedió a Maréeos en 1739 F ra y B uenaventura Cáceres
de Abendaño o A vendaño. D urante su adm inistración asis­
tieron en 9 de mayo de 1742 a u n a sesión del cabildo el go­
bernador M aestre de Campo Pedro Cabra] y el protector ge­
neral de naturales Sargento M ayor Tomás de Villanueva. Esa
visita respondía a las inquietudes en que se hallaba el pue­
blo por rum ores de atropellos de los salvajes de las selvas.
E l día anterior el Teniente de Gobernador había reform ado
las elecciones anuales del cabildo, nom brando en vez del elec­
to Santiago M ondirayú por corregidor y capitán a guerra a
Francisco Cañindeyú, im partiéndole el título de corregidor,
alcalde m ayor y capitán a g u erra. E stando el cabildo en
sesión, llega Cañindeyú y presenta su título al cabildo, que sin
contradicción lo acepta. Y de seguido prom ete solemnemente
Cañindeyú conservar el pueblo en quietud y defenderlo con­
tr a la amenaza de abipones y payaguaes. No únicam ente
en las libérrim as repúblicas de nuestros tiempos, y d-e todos
los tiempos, la presión politiquera es moneda corriente, que
tam bién lo fué a las veces en el pueblo de la Virgen, F ra n ­
cisco Cañindeyú, como lo sería Cristóbal Cañindeyú, era un
señero tem ible de bandería aldeana. E l nuevo adm inistra­
dor y cura F ra y Francisco Morilla, al recibirse en 1743 y
presid ir p or medio de F ra y -Tose de V illanueva las eleccio­
nes de ese año, se percató de ello, e inauguró las elecciones
de 1744 exhortando a elecciones de verdad, efectuadas con
conciencia y librem ente. Y resultó lo que tenemos dicho en
páginas anteriores.
Los sucesores de M orilla fueron F ra y Lucas de Dissido
y Zamudio en 1751, F ra y Roque F e rre y ra Abad en 1756,
F ra y José Antonio José de Acosta en 1767, F ra y Francisco
Antonio Pérez en 1779, F ra y Miguel P ereyra en 1783, enér­
gico defensor de los derechos del pueblo: en 1785 dirigióse
al Teniente de Gobernador Alonso de Quesada, m anifestan­
do que algunos de otras jurisdicciones tenían pobladas, con
perjuicio de las haciendas de la comunidad, tierras de I ta ­
tí, al norte de sus fronteras que llegan al su r hasta el Ria-
D EC A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 418

ciruelo y el arroyo de Avalos, donde estaba situada la estan­


cia de San A ntonio; u n comisionado del gobernador reco­
noció el hecho, y se devolvieron esas tierras a Ita tí. Sucedie­
ron a P erey ra F ra y Antonio José M artínez en 1798; F ra y
Pedro Luis A rrió la en 1800, y por último F ra y M anuel A n­
tonio Amarillas; que entregó la parroquia al presbítero Ma­
nuel A ntonio G aray en 1809 m uy a pesar suyo como puede
verse en nota del final de este capítulo (1). ■
, * * .
E n toda la época corrida desde la fundación de “C orrien­
tes h asta un año antes de la independencia de nuestra repú­
blica atendieron el distrito de Y aguarí, llamado después de
Ita tí, sesenta y tres sacerdotes franciscanos cuyos nombres
se conocen. Tuvo que haber llegado el núm ero por lo menos
al centenar; pues, ha de tenerse en cuenta que desde 1615
hasta 1734 no fig u ran los conventuales del P uerto de San
Francisco de Itatí, los que, bajo la dirección del cura, subve­
n ían a las necesidades espirituales y tem porales del pueblo.
A p rim era vista desconcierta el que u n a población gua-
ran ítica de no más de mil almas por lo común, abrigara ta n ­
to personal p ara ser atendida, no bajando éste generalm ente
de cuatro sacerdotes y llegando alguna vez a nueve. Mas, con
tener entendida la organización de Ita tí, no era ello super­
fluo n i siquiera suficiente: sólo la atención espiritual de los
diversos cacicazgos de la población que si bien de suyo p a­
recían nominales, requerían de hecho continua dedicación y
sum a prudencia, la evangelización en renovación incesante
de u n vecindario movedizo con deserciones frecuentes y con-
tigencia espontánea de nuevos neófitos o enviados por la
conquista. de los cuatro vientos de las entradas m ilitares; la
vigilancia heroica de las prácticas religiosas desde el alba
hasta el ocaso; el cuidado escrupuloso diario y nocturno de
los peregrinos, entre los que no pocas veces, achaque de to­
dos los tiempos, se in filtrab a la disipación de los escandalo­
sos, arrancando bandos enérgicos a las autoridades civiles;
sólo esa exigencia de orden espiritual reclam aba algo más que
u n párroco y un compañero.
414 LA V IR G E N DI? IT A T I

Añádase a esto lo tem p o ra l: la dirección, sin atropello


de la libertad, del cabildo indígena; las relaciones con la
g uard ia m ilitar y con los encomenderos; las variadísim as
aptitudes requeridas por la m agnífica orquesta del pueblo,
por las festividades populares y religiosas, por los talleres
de artes y oficios, por la escuela de prim eras letras, por la fis­
calización de los numerosos telares y de la fabricación de
adobes, tejas, tejones, ladrillos, baldosas, objetos de alfare­
ría, pedidos especialmente por la ciudad de C orrientes; los
trab ajo s de chacras y estancias del Tupambaé (propiedad de
Dios) que* así se llam aban los bienes de la comunidad, y del
Abambaé (propiedad del indio), llam ada así la propiedad
p articu lar de los hogares, siendo acaso la más ímproba tarea
de los P P ., a causa de la desidia e imprevisión de los na­
turales. E l renglón de las estancias contribuía en prim er té r­
mino a la subsistencia del cabildo. Cinco fueron las estancias
de la milagrosa im agen. A una orden del V irrey pidiendo
como establecida por el óbolo de los prom esantes p ara el culto
de la milagrosa imagen. A una orden del V irrey y pidiendo
inform e respecto a los terrenos del pueblo, el cabildo del 22 de
enero de 1805 contesta: “ Los terrenos que son conocidamente
del pueblo empiezan desde el bajo de la Laguna Verde en la
p u n ta de las Ensenadas Grandes hasta el río de S anta Lucía,
que en su longitud tendrán de veinticinco a tre in ta leguas
y de la titu d o anchura tendrán en partes tres leguas, en
otras m ás o menos, según lo perm iten el río P a ra n á y R ia­
chuelo que les sirven de costa, hasta más allá de la estancia
de la Asunción. E n estos terrenos m antiene el pueblo sus
chacras y estancias en la forma siguiente: San Isidro, puesto
donde el pueblo m antiene sus chacras; San Francisco, p ri­
m era estancia, distante de San Isidro como dos leguas; La
Cruz, segunda estancia, distante de San Francisco como dos
leguas; L a Lim osna, tercera estancia, de la V irgen, distante
de dicha estancia, como dos leguas; Asunción, cuarta estan­
cia, distante del puesto de Urubuc.uá como seis leguas; San
Antonio, q u in ta estancia, distante de Asunción como ocho
leguas, tiene dos puestos, uno llamado Santa Isabel, y otro
Sanio Domingo; Itaybaté sexta estancia, distante de San
camarín del Obispo Niella
D EC A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 4 1 .5

Antonio como ocho leg u as. . Sigue este inform e con el


estudio de los terrenos. Y a 110 estaba el departam ento de la
V irgen trabajado en su propio beneficio como en el tiempo
de los adm inistradores franciscanos; labradores de todos los
horizontes circundaban las estancias y las perjudicaban así
como las cimeras. Y asegura el informe que era ta n infeliz la
suerte de estos labradores que veíanse obligados a ir frecuen­
tem ente al. pueblo “ p ara no morirse de ham bre y desnudez” .
P o r eso. en el mismo documento aboga el cabildo porque no
se extinga la vida de la com unidad: “ que están m ejor así
y no con las apariencias de la lib e rta d ” . Y al respecto aduce
la imprevisión de los indios h o rro s: entre la estancia de San
Antonio y de la Asunción, glosa el informe, existía la llam a­
da de Yaliapé, propiedad p artic u la r floreciente que por heren­
cia recogió Antonio Arevú, quien con su hijo y su yerno con­
virtiéronla en desierto.
Todas estas estancias poseían sus capillas, hasta los mis­
mos puestos, m ejor dieho sus pequeñas erm itas dedicadas al
patrono o patrona de las estancias y puestos, celebrándose
e n e ll a s los divinos oficios con cierta frecuencia. E n la es­
tancia de San Antonio formóse en la m itad del siglo xviti po­
co menos que u na población, y en 1764 uno de los conventua­
les de Itatí,- F ra y B ernardo Sánchez, edificó u n a capilla con
aires de iglesia form al en esa alejada y próspera estancia,
origen y cabeza, del actual departam ento de B erón de A strada.
Cuatro años antes, en 1760, el teniente gobernador de
Corrientes, B ernardo López Inclán, inform aba que “ Ita tí se
eomponía de diez y ocho parcialidades agrupadas en cinco
encomiendas con un total de 880 personas de todas eda­
d e s” . . . Haciendo caso omiso de puestos y estancias menores
y de las tierras que poseía el pueblo p ara el engorde del ga­
nado en la aledaña costa paraguaya hasta los lím ites de P e­
dro González, nos dice que “ poseían los indios las estancias
de La Cruz y San Antonio con 11.032 cabezas de ganado va­
cuno, 2.890 yeguas de cría, 486 caballos mansos y redomo­
nes, 170 muías, 310 bueyes, 500 ovejas” . . . Y, refiriéndo­
se a los bienes de la Virgen, añade: “ L a V irgen milagrosa
del pueblo era dueña de muchas alhajas de oro, plata y pe­
416 LA V IR G E N DE IT A T I

d rería y de luía estancia con 8 .0 0 0 cabezas de ganado vacu­


no, 202 caballos, 1.506 yeguas de cría ; 60 bueyes y 89 ove­
j a s ” -. .. “ Además, agrega el informe, de las faenas agrícolas,
pastoriles y oficios mecánicos, los indios se ocupaban en la
fabricación de vasijas de barro por el sistema y el gusto
prim itivos de los guaraníes; tam bién se dedicaban a pasar
ganados al territo rio paraguayo, para lo cual disponían de
embarcaciones que ellos mismos trabajaban, cobrando por su
trab ajo el diez por ciento; que ingresaba ai fondo de la co­
m u n id ad ” .
E l enunciado anterior es exponente de la m últiple y p a­
ciente tarea franciscana que, si todo tuvo que enseñarlo, le
era- aún más arduo el m antenerlo contra viento y m area de in­
trusos, m ercaderes y encomenderos. Comodidad dentro de la
pobreza, limpieza en los hogares y honestidad en el vestir y
u na disciplina un tanto monótona pero amable en las mani­
festaciones de la vida, social y en las del culto religioso fue­
ron, hasta la intervención de los adm inistradores seculares,
el program a invariable de esa población. D iariam ente asis­
tía a misa como iniciación del tra b a jo ; seis muchachos con
el sacristán prestaban sus servicios en los días ordinarios, y
doce en los festivos, el coro lo constituían once hombres y ocho
niños en el canto diario de la misa, acompañado por la n u ­
trid a orquesta que, como ya lo notamos, comparó el visita­
dor P a rra s con las mejores de las catedrales españolas, or­
questa enviada en balsa a Corrientes p a ra todas sus solem­
nes manifestaciones religiosas y civiles. Todo ello exigía enér­
gico régim en disciplinario, al que los naturales se sometían con­
vencidos del bienestar en que los colocaba, superior al goza­
do por la capital de la provincia, hasta en el decoro de sus vi­
viendas: sencillas eran las del pueblo de la V irgen; pero, am­
plias y cómodas, enjalbegadas con la cal de la vecina cale­
ra ( 1 ) ; nada de tejas de palm a; las cubrían tejas cocidas,
con el subtecho de fuertes tacu aras; vivienda de anchos co­
rredores sostenidos por .férreos horcones ds árboles de Apipé
traíd o s generalm ente por el corregidor mismo.
(1) F ray Manuel Antonio Am arillas, al sei- desposeído de su
curato, protesta ante su R eal M ajestad desde Corrientes, en 3 de
D E C A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 417

agosto de 1809, apoyándose en antiguos documentos, originales en


el archivo de Indias, Sevilla, E stan te. 124, cajón 2, leg. 5 . . . Son és­
tos los siguientes: “Señor Obispo del Paraguay: por cuanto el R ey
nuestro señor, en su R eal Cédula de A ranjues a tres de junio de m il
setecien tos sesen ta y seis con respecto a la consulta que en carta de
cloce de agosto de setecien tos sesen ta hizo m i antecesor el Exmo. se­
ñor Conde de Superanda la verdadera in teligen cia del R eal D espa­
cho de vein te y tres de junio de cincuenta y siete, declaratorio del
modo en que se debía poner en práctica el de primero de febrero del
cincuenta y tres, en asunto de separar a los regulares de las D oc­
trinas o Curatos que servían en esto s Dom inios ,de la Am érica, y po­
nerlas en clérigos seculares, se ha dignado declarar que la gracia
concedida a cada R eligión de poder gozar en cada P rovincia una o
dos doctrinas de las m ás pingües, debe entenderse regulando poi-
P rovincia, no el distrito de cada regim iento, sino el gobierno ele los
conventos que están debajo del mando y potestad de cada provin­
cial, lo que fué servido participarm e para que le tenga entendido, y
me arregle a esta resolución en los casos ocurrentes. Por tanto para
que se ejecute .................... Lim a, diez y nueve de junio de m il se te ­
cientos sesen ta y siete. — Amat. — Martín de M artiarena” ...............
“Tlustrísimo Señor: R em ito a Y. S. la Tabla de nuestra Congrega­
ción, celebrada, gracias al Señor, con sum a paz, para que se sirva
darle con su aprobación su perfección últim a, y en cuanto a mi obe­
decim iento a la R eal Cédula sobre la dejación de los pueblos de
indios que en ésa el del Paraguay estaban al cuidado de nuestra pro­
vincia, participo a Y. S. como por la s dos que Su M ajestad nos conce­
de, eligió este V enerable D efinitorio el Oaazapá e Itatv, renunciando
como renunciam os todos los dem ás en manos de sus resp ecti­
vos Ordinarios para que los provean de curas en falleciendo los que
están, por m uerte o rem oción que de ellos hagan sus P r e la d o s ...
Queda toda esta provincia a la disposición de V. S., e tc ... — B uenos
A ires, agosto, veintd y ocho de m il setecien to s sesen ta y nueve. B e­
sa, etc.. .. Capellán F ray F rancisco Calbo”.
Apoyados en estos docum entos, Fray Manuel Antonio Amari­
llas escribe al R ey: “San F rancisco de Corrientes. 3 de agosto de
1809”. (D espués de historiar los D ecretos y Cédula anteriores, en
que se concedía a cada R eligión que elig iese una o dos doctrinas de
las más pingües para que su b sistiesen un E clesiástico Regular con
independencia de los resp ectivos Prelados Ordinarios, d ic e ): "Obe­
decida la R eal Orden en esta provincia del Paraguay por el1 P. Fray
Francisco Calbo, entonces su V icario Provincial, asociado a su V ene­
rable D efinitorio en la parte que tocaba a mi Seráfica R eligión, hizo
dejación de todas las D octrinas que servían sus religiosos en m anos
de los Señores D iocesanos, y eligió para mi R eligión los Pueblos o
D octrinas de Caazapa e Itatí, que han subsistido h a sta ahora bajo
el mando y potestad del Rvdo, Padre P rovincial de esta Provincia, y
servidos de religiosos franciscanos así en lo espiritual como en lo
tem poral en virtud de la sobredicha gracia y determ inación Real. Y
418 LA V IR G E N DE IT A T I

aunque es verdad que dichas doctrinas han subsistido así, pero algu­
nos años a esta parte han padecido la insufrible novedad de ponér­
seles adm inistradores seculares, contraviniendo en esta parte inm e­
diatam ente la sobredicha soberana determ inación, y se han padecido
y padecen mucho deterioro y decadencia sum a en sus tem porali­
dades. D espués de esto, este actual Sr. Ilmo, de B uenos A ires D .
B enito Lué y R iega se ha avanzado en poner en edicto el año
próximo pasado para el concurso de curatos, que celebró el mismo
año, la D octrina de Itaty; y prevenido esto por mi actual Rvdo. Padre
P rovincial Fray Ramón Alvarez que aquella Doctrina le estab a inhi­
bida por la referida Cédula, respondió que siem pre que apareciese
la Cédula, e l clérigo que fu ese nombrado para dicha D octrina Be
tendría por no nombrado; pero llegó el caso, que, aun viéndola, no
ha cejado, antes ha llevado a debido efecto (no sé con que auto­
ridad) el despojar a esta m i R eligión de la referida D octrina conce­
dida a ella graciosam ente por la R eal liberalidad; y a mí que en la
actualidad que la servía de D octrinero me hizo salir con violencia
despojándom e de la cura de aquellas alm as, y poniendo en ella uu
clérigo secular que, aunque es natural de esta parte, no es a propósi­
to para aquel destino, por no poder adm inistrar los santos sacram en­
tos, ni la divina palabra en el idioma de aquellos naturales, por igno­
rarlo, punto diam etralm ente opuesto a todas las R eales L eyes de
Indias, que hablan de las calidades que debe tener un cura doctrinero.
Para despojarm e con m ás violen cia de este m inisterio se valió del
poderoso brazo del Exmo. Sr. V irrey y V ice Patrono Real, Don San­
tiago L iniers, quien a este efecto me escribió una carta orden, en que
m e mandó en tregase inm ediatam ente dicha Doctrina, desatendiendo
la ya referida determ inación Real. Obedecí inm ediatam ente, y entre­
gué el Pueblo, después de haberm e intim ado, por parte de dicho
D iocesano, un com isionado suyo censuras, a fin de que h iciese deja­
ción del curato, y m e restitu yese a m i convento, donde esto y ” . . . (S i­
gue el Padre A m arillas pidiendo que proceda de acuerdo a su piedad
y lo restituya a su doctrina, poniéndolo a cargo de lo espiritual y
t e m p o r a l)... ¡Era mucho y tardío p e d ir ! ... 'No fué únicam ente
contra los jesu ítas la intención de la pragm ática de Carlos III.
(2) Según e l sabio Martín de M oussy, la industria de la cal y
del yeso daría buena riqueza a este litoral correntino. RI banco cal­
cáreo se extiende a orillas del río encim a de las rocas areniscas for-
madoras del fondo del suelo de esta parte de la provincia, y su explo­
tación habría de ser casi indefinida. En lo s m ism os parajes se en ­
cuentran piedras de sulfato de ca l cristalizada o sea de yeso.
CAPITULO V

E N LA HORA PRECARIA

¡ Lágrim as tle las cosas y del pueblo! dirían los clásicos.


De la antigua alegría, que ponía su sello sonriente en todas
las m anifestaciones de la población guaraní, no conservaron
sino melancólicas añoranzas los años corridos desde la ausen­
cia de Ja ad m in istración.franciscana h asta la caída de la dic­
ta d u ra . Cuando las ideas se hacen encontradizas y se codean
el confusionismo con el orden, el corazón se separa y 110
eantan los labios. Y mucho m ás si el rem edio religioso am ino­
ra Ja acción salvadora. De ordinario, sobre los hombros de
sólo u n sacerdote, párroco del departam ento, pesaba la m úl­
tip le y trem enda responsabilidad del glorioso solar m a ñ a ­
no del noreste argentino. Llenaron esa época de lustre p ara
las arm as de la R epública, de luces y som bras p a ra Ja polí­
tica, de anarquías acaudilladas por la ambición desaprensiva y
de remedios sin más resorte que la servidum bre popular como
lo predijo desde Chile con visión profética San M artín, ya pro­
pietarios, y a interinos, los párrocos M anuel Antonio G aray
en 1809, José Domingo Ruiz en 1836, R am ón N avarro en
1839, Santos Centeno en 1844 y José M aría Vázquez en 184.9.
N inguno de los gobernadores de C orrientes 'dejó de aten ­
der más o menos el pueblo de la Virgen, tomando providen­
cias p ara su buena adm inistración. Antes de la gobernación
de F e rré lev an táro nse dos inventarios, y por ellos, leyendo
entre líneas, puede notarse que ya I ta tí había, dejado de ser
420 LA V IR G E N DE IT A T I

u n a población indígena e iba cayendo bajo la acción ruinosa


del tiem po su antiguo esplendor.
El ten ien te gobernador Eusebio V aldenegro y a poco
Toribio L uzu riag a encargaron a M anuel Francisco Z arate,
ay u d an te m ayor y juez comisionado del p artid o de L as E n ­
senadas, p a r a que con m otivo de la en treg a por p a rte del
ad m in istrad o r José Luis M ad ariag a de los bienes del pueblo
a su sucesor Francisco Ignacio Ramos, inventariase esos bie­
nes, lo que se realizó el 19 de octubre de 1812 (1).
A los tres años, en 19 de agosto de 1815 aparece el “in­
ven tario de las alh aja s y dem ás bienes de N u estra Señora
de Ita tí, pertenecientes a la Virgen. F irm a el inventario el
ad m in istrad o r Francisco Ignacio Ramos. F ig u ra n en este
inventario ocho pollerilas de los angelitos de la Virgen. E sta ­
ban estos angelitos, que con instrum entos músicos rodeaban
a la Virgen, adheridos con clavos al nicho. B astantem ente gro­
seras eran esas hechuras del ta lle r itateño, que no quiso d ejar
sin un testim onio gráfico el hecho portentoso de las m elodías
angélicas oídas p or el pueblo d u ra n te el canto de la Salve (2).

t *

Y llegó la h o ra en que Ita tí perdió su nom bre de pueblo


indio, que lo qne es su aspecto ya lo tenía perdido. Rato hacía
que su vida de com unidad no tenía razón de ser tras el co­
m entario práctico de las declaraciones del Congreso del trece,
P o r otra p arte el mestizaje, la m ultiplicación de las propie­
dades fu era de la comunidad, la intrusión de elementos fo rá­
neos y, m ás que todo, lo inadecuado de ese sistem a, bene­
ficioso en la colonización p a ra los n atu ra les im previsores, pe­
dían la elim inación de esa tu to ría como opuesta a los dere­
chos y deberes de la ciu d ad a n ía popular.
Y en 1825 se resolvió la extinción de la com unidad itateña.
La H onorable S ala de R epresentantes de la P rovincia en 14
de febrero de ese año, bajo la presidencia del destacado sa­
cerdote J u a n F rancisco C abral, autorizó al P. E. p a ra que
procediera a dicha extinción.
E l gobierno, valido de esa autorización, se expedió el
18 de mayo de 1826 con el. siguiente decreto: “ F acultado el go-
D ECADENCIA DEL CULTO A LA VIR G EN 42 1

bienio por ]a H. S. de RR. ele la- Provincia, con fecha 14 ele fe­
brero del año próximo anterior, p ara proceder a un nuevo a rre ­
glo del Pueblo de Ita tí, dando a sus intereses el giro que ver­
daderam ente les corresponde, y al efecto de prom over las me­
jo ras y ventajas que ofrece u n a localidad de ta n ta im portan­
cia; en su v irtu d y habiendo dado el más exacto cumplimiento
a la citada honorable resolución, ha acordado y d ec reta:
A rtículo 1’ — Queda extinguida la com unidad, bajo cuyo
régim en se h a gobernado h a sta ahora el pueblo de Ita tí y
sus intereses. ■
A rt. 29 — Los h ab itan tes se pob larán en adelante, su je­
tándose precisam ente al nuevo orden establecido en la dem ar­
cación de dicho pueblo.
A rt. 39 — Se conocerá los ejidos del pueblo m il varas
de distancia hacia el oeste, al este hasta el arroyo llamado
San Ju a n , y por ambos costados, rum bo al su r h asta los con­
fines de los quebrachales y algarrobales.
A rt. 4" — Queda señalada en la nueva área o pico, una
suerte de terreno a cada cabeza de fam ilia de las legítimas
del pueblo, cuya ad judicación co n tra erá la ventajosa circuns­
tan cia de poder cada u n a desde ah o ra disponer librem ente
de la que le toca, vendiendo o enajenándola a su arbitrio.
A rt. 5° — E l Gobierno a este respecto lib ra rá los corres­
pondientes títu lo s de propiedad en la form a acostum brada.
A rt. 6P— A cada fam ilia de las referid as se designará
tam bién fu e ra de los ejidos del pueblo en su campaña, un
lugar p ara chacareríos, en cantidad de varas que se expresa­
rá n en el títu lo que p o r separado lib ra rá el Gobierno en favor
de cada una, bajo la condición de que sobre dichas tierras no
ten d rán el dominio ni acción libre, .'ñno cumpliendo el té r­
mino de cuatro años contados desde la publicación de este
decreto.
A rt. 79 — A. D. N arciso P arch ap e comisionado por el Go­
bierno p ara el arreglo y nueva plantificación del pueblo,
igualm ente que p ara la demarcación de las suertes destinadas
en la campaña a c a d a ^ n a de las familias, se le adjudica en
dominio y propiedad, en recom pensa de su trab ajo , la suerte
de terreno C£ue m edia entre la Lim osna y el Tribu-cuá,'.
422 LA V IR G E N DE IT A T I

A rt. 8 9 — Consultando el beneficio y fomento de la po­


blación, se concede respectivam ente a cada vecino de los po­
bladores de aquel territorio una suerte de terreno en lo inte­
rio r del pueblo, en la misma calidad que a las antedichas fa­
milias, y se ordena que los lugares donde tienen sus estable­
cimientos de campaña, se les venda al precio que resulte de
su tasación.
A rt. 99—'L os lugares de estancia, a excepción del de la
Cruz y S an Antonio, ocupados p o r un gran núm ero de po­
bladores, se llam arán a rem ate en pública subasta, con la con­
dición de que los rematadores, de algunos de los enunciados
parajes donde hay postas, deberán recibirlos con la misma
pensión.
A rt. IO9 — D el producido de dichas ventas como de los
muebles y algunas fincas, pertenecientes al mencionado pue­
blo, que deben venderse por .su tasación, se in v ertirá en ú ti­
les destinados a la necesidad de cada u n a de las fam ilias,
p articu larm en te con el objeto de los adelantam ientos que se
desean en la agricultura, lo que se verificará del modo que el
Gobierno determ ine.
A rt. 11. — U na Comisión com puesta del Colector Gene­
ral e In te rv e n to r de A duana queda encargada de la ejecu­
ción del presente decreto.
A rt. 12¡. — L a antedicha Comisión procederá a la venta
de los terrenos, fincas y m uebles a rrib a expresados, con a rre ­
glo a la razón que se le pasará, con indicación, de la s 'ta s a ­
ciones acordadas.
A rt. 13. — Será así mismo del cargo de la Comisión cla­
sificar las deudas que resulte en pro y en contra del pueblo,
teniendo a la v ista los docum entos que al efecto se le tra n s­
m itan.
A rt. 14. — Si resultase alguna acreencia en favor del
pueblo, la Comisión procederá oportunam ente a exigir el co­
bro, sin adm itir demora que sea en perjuicio de los intereses.
A rt. 15. — L a Comisión por lo mismo deberá represen­
ta r los derechos del pueblo de cuyo interés se tra ta , así p ara
poder resolver sobre cualquier duda que se ofrezca, con con-
DECADENCIA DEL CULTO A LA VIRGEN

cerneneia a ellos, como p a ra que proceda a hacerse entender


las escrituras, seg'im derecho, de los terrenos y demás cosas
que se vendan.
A rt. 16^— L a Comisión no p o d rá proceder al cumpli­
m iento del artículo 9, sino después que se haj?an pagado las
deudas consolidadas co n tra el pueblo, y p ercib irá su tr a ­
bajo el dos p o r ciento de entradas.
A rt. 1 7 .— E l presente decreto se circulará a quienes co­
rresponda p ara los efectos consiguientes. Corrientes, mayo 18
de 1826. Pedro F e r r é ” .
Decreto del gobierno. — “ Deseando el Gobierno se cum­
p la con ex a ctitu d la resolución del 25 de ab ril pasado, p o r
la que la H . S. de R epresentantes de las Provincias les autoriza
p a ra proceder a la v enta de las alhajas pertenecientes al
santuario de Ita tí, que aparecen en sn inventario como n a­
da útiles al servicio y decoro p articu lar de la V irgen titu ­
la r de aquel pueblo, debiendo invertirse su im porte en la re ­
edificación de su tem plo, en su v irtu d , y p a ra el debido
cum plimiento ha acordado y d e c re ta :
A rtículo l 9 — Se nom bre u n a comisión p a ra que p ro ­
ceda a la venta de dichas alhajas precedida su tasación.
"Art. 2? — L a comisión se com pondrá del Colector Gene
ra l y el C ontador P rin cip al In te rv e n to r de A duanas.
A rt. S5 — L a antedicha comisión n o m b rará dos p erito s
de cuyo cargo sea el tasar las alhajas, justipreciando su va­
lor como corresponde.
A rt. 4P — Se p asarán inm ediatam ente a la Comisión,
todas las alh ajas d estinadas a este objeto con el inventario
o riginal de to d as ellas.
A rt. 59 — C orrespondiendo al mismo santuario la ca­
pilla o casa situ ad a en la estancia de la Cruz, se procederá
igualm ente a su venta, en conform idad a su tasación hecha
p o r Don Narciso Parehape, en cantidad de cien pesos.
A rt. 69 — E l producto de estas ventas se m antendrá al
cargo de la m isma comisión, h asta que el gobierno resuelva
lo conveniente.
Transcríbanse a quieneS corresponda, p a ra los efectos con­
siguientes. Corrientes mayo 20 de 1826. — Pedro F e rr é ”.
424 LA V IR G E N DE IT A T I

A nteriorm ente, en 1" ch mayo, pidió el gobernador al


agrim ensor N arciso P archappe, afam ado por los trab a jo s de
su oficio, un estudio respecto a las tie rra s del departam ento
itateñ o . Y con fecha 12 de mayo de ese mismo año de 1820,
lo que significa dedicación extraordinaria en la tarea, P a r­
chappe presentó al Gobierno una “ Memoria sobre los te rre ­
nos de I t a t í ” , clara y prolija (3).
No son p ara extrañadas estas providencias de antelación
al decreto. E l gobernador F erró fué siem pre expeditivo en sus
iniciativas, y las ejecutaba de inmediato en husmeando la
buena volu n tad del P oder Legislativo,. Y así, antes del ag ri­
m ensor P arch ap p e, el com andante m ilitar de Ita tí, J u a n A nto­
nio Güerí, fué encargado del inventario de los bienes y u te n ­
silios del pueblo, inventario que fechó el 26 de abril de 1826
(á). Resolvió F e rré el 20 de mayo de ese mismo año la venta
en pública subasta de los terrenos pertenecientes al pue­
blo (5 ). Se excluyó de la venta la estancia de San Antonio de
Ita tí, que con relativa abundancia de pobladores y regular
iglesia ofrecía todas las condiciones de pueblo form ado y lle­
garía su centro urbano a ser cabeza de u n departam ento con
el actual nombre de Berón de A strad a; asimismo se excluye­
ron de la venta las fértiles tierras entre la Limosna y el U ru-
bucuá, donadas a Parchappe.
La v en ta de la estancia de’ la V irgen, L a Limosna, y d e '
las alhajas no exigidas por el adorno de la imagen tuvo como
fin alid ad la refacción del tem plo que se iba en ruinas. E l 24
de mayo del expresado año se in v en taria ro n las alhajas, orna­
mentos y muebles del santuario, pasando la m ayordom ía de
m anos del párroco G aray a los síndicos Ju a n A ntonio G üerí
y teniente cura Garay Vicente F e rre r (4). Efectivam ente, se
refaccionó el san tu ario pero ta n m ezquinam ente que fué sos­
teniéndose c-omo un baldado en zancos hasta 1853. Con las
debidas licencias del delegado eclesiástico J u a n Francisco
C abral, ordenó el gobernador en fecha 2 de noviem bre de
1827 al coadjutor F e rre ra que bendijera el tem plo nuevo en
la fiesta de la P atro n a, 25 de diciem bre. Cae el gobierno de
F erré el 29 de n o v iem b re; sucédele P edro Dionisio C a b ra !; el
DECA D EN C IA DEL CULTO A LA VIRGEN 42»

fiel G-üerí d eja de ser síndico; es reem plazado por Anselmo


P are d es; el v o ltario F e rre r prosigue en su cargo con P a re ­
d e s ; m uy amigo de F erré, lo es m ás del nuevo gobernador
que el 5 de diciem bre le hace e n tre g a r la dirección de Ja
escuela de prim eras letra«, regentada h asta entonces por
J o a q u ín Q uijano; y el 25 de diciem bre de 1827, sobre las
diez de la m añana, bendice el nuevo santuario.
Acaso llam e la atención el que se celebrara la fiesta de
la In m acu lad a Concepción de I t a t í el 25 de diciem bre, día
de la N ativ id ad del Señor. R ecordarse debe que la solem ni­
d ad litú rg ic a de la Inm aculada, p a ra la Iglesia universal sólo
quedó fija d a en 8 de diciem bre con m isa y oficio propio al
proclam arse el dogm a en 1854. E l culto ex terio r a la Concep­
ción de M aría an terio r a esa fecha era privilegio regional
concedido p o r la S an ta Sede. Y es de n o ta r que las fam osas
im ágenes de la V irgen bajo la advocación del m isterio de
la inm aculada concepción tienen fu e ra del 8 de diciembre
d ía señalado p a ra la festividad. Así, entre mil, la Inm acu­
lada de L u jan y la Inm aculada de nuestro Itatí, p articu lari­
zándose de este modo p o r la g ra titu d de los pueblos los bené­
ficos santuarios de las imágenes portentosas de la Inm acu­
lada que el 8 de diciembre reúne en un haz toda la cristiandad.
Con adm irarse los P P . franciscanos de la afluencia in ­
calculable que h asta de la lejan ía se aglom eraba en Ja po­
blación de la V irgen p a ra asistir a las conmovedoras ceremo­
nias que acostum braban los hijos del Locuelo del Niño de B e­
lén, resolvieron festejar tam bién en el día de N avidad a la Ma­
dre del divino In fante. Se observó esa costumbre hasta la admi­
nistración del benemérito presbítero Antonino de Obieta, quien
recabó de la au to rid ad eclesiástica la fa cu ltad de celebrar
las fiestas de la P a tro n a el 8 de diciem bre. Y con buen
acuerdo el p rim er obispo de C orrientes, Luis M aría Niella,
pidió a Rom a y obtuvo que se señalara el 9 de julio como día
dedicado a la V irgen de Itatí. ¡ Si es ella, a fu e r de civilizadora
de N avidad, o b ra en nuestro poder una relación recogida
R especto a las fiestas p atro n ales del pueblo en el díte
de Navidad, obra en nuestro poder una relación recogida
p or el presbítero Teodoro .Kuchem, cura de Ita tí por muchos
426 -L A VIR G EN DE IT A T I

años desde 1888. L a relación pertenece a uno de los vecinos


m ás ancianos del pueblo, de nombre Ramón V argas y, por lo
ingenua e in teresan te, la tran scrib im o s: “La novena em pe­
zaba el día 14 de diciem bre con m ucha concurrencia de fieles
que a propósito b ajab a n de los - pueblos vecinos. E l 24 se
can tab an vísperas solemnes 'con asistencia de varios sacer­
dotes invitados p o r el cura de la parroquia;. A la m edia noche
se cantaba la Misa del ();ülo, antes de la cuál la gente solía
v isitar los pesebres que se hacían en las casas particulares, en­
caminándose todos a la iglesia p a ra asistir a la misa que se
cantaba ante el pesebre del Niño Dios. Ai. am anecer el estruen­
do de bombas y sohetes anunciaba que algo grande se apro­
xim aba; pues, se celebraba la solem nidad de la m ilagrosa V ir­
gen de Ita tí, reverenciada hoy día por toda la R epública A rgen­
tin a y lim ítrofes naciones. L as cam panas con sus m elodiosas
y argen tin as voces alegraban los corazones de todos ya antes
de que el benéfico sol luciera sus dorados rayos sobre el pin­
toresco pueblo de Ita tí. A las diez se cantaba la m isa solem­
ne con sermón que los m ayordom os encargaban a algún cura
extraño, y enseguida se daba principio a la procesión. H ay
que observar que la V irgen de I ta tí nunca salió de su nicho
y que, en sus veces, era llevada en procesión otra estatua
que rep resen tab a el trán sito de n u e stra Señora. L a procesión
venía form ada y era a b ierta p o r los escolares que form aban
dos hileras, a la izquierda los niños y a la derecha las niñas.
E n seguida seguían los hom bres destinados a carg ar la V ir­
gen, los respectivos sacerdotes con sus músicos, y por últim o
seguían las m ujeres, eii orden, rezando el rosario. Cuando el
tiempo no perm itía qne se hiciera la ‘p rocesión por la ma­
ñana, se dejaba p a ra la tarde, y era encabeza da por cuatro
compañías de niños montados a caballo adornados todos, caba­
llos y jinetes, con cintas o cresp o n es; se llam aban turcos,
moros, cristianos. (E l nombre de la cuarta compañía no lo
recordaba el cronista. Si la procesión tenía lu g ar por la
m añana, las cuatro com pañías co rrían por la tard e el juego
de la so rtija, y el últim o en g an a r venía adornado p o r unas
g u irn ald as de laurel, y era saludado y obsequiado por todos
los dueños de las casas. E n los campos se enseñaba a b ailar
DECA D EN C IA D E L C U LTO A LA V IR G E N 427

a los caballos; se los tra ía así instruidos, y bailaban al compás


de la g u ita rra y tam bores, cosa que d iv ertía mucho al pueblo.
Y si p or desgracia fa lla b an los caballos b ailarines, y a la
fiesta no ten ía el esplendor que se deseaba). A la noche se
quem aban fuegos artificiales costeados por los m ayordom os
o p o r suscripción pública” .
Si in teresan te es esta crónica de la fiesta de la V irgen,
recogida de boca del anciano Vargas, lo es aún más la
so’em nidad del Corpus en el viejo I ta tí: “E n la víspera del
C orpus se plantaban alrededor de la plaza dos hileras de arbo-
litos postizos atados con sendos hilos. P o r orden del cura se
tra ía n toda clase de pájaros vivos, los que, atados a los
hilos de los arbolitos, hacían m agnífica vista al pasar su
divina M ajestad. E n cada esquina de la plaza se p lan tab a
u n a cruz, la que era custodiada p o r tig res o leones atados,
que los estancieros h abían traíd o p a ra m ayor realce de la
dicha fiesta. La iglesia la adornaban algunas señoras con
flores que se conseguían h asta de m uy lejos. E n aquel enton­
ces la m úsica form aba u n a pequeña orquesta, consistente en
violines, flau ta s y clarinetes, que tocaban los indios del pue­
blo, armonizando los divinos oficios.. A cudían de los subur­
bios y h a s ta del P a ra g u a y m uchísim as personas. Los niños
en o rdenadas filas acom pañaban a su divina M ajestd, y lle­
vaban en las manos faroles y velas con cintas- de papeles de
colores. U na corporación de caballeros, encabezados p o r el
^juez de paz, asistían a todas las solemnidades. Su divina Ma­
jestad quedaba de m anifiesto hasta, oraciones, hora en que se
hacía la reserva, después de haberse velado al Santísimo Sa­
cram ento con velas y hachones por los esclavos.

• •

L a extinción del régim en de com unidad, decidido propó­


sito del gobernador F e rré , apoyado por la Sala de R epre­
sen tantes, se efectuó con prem ura. E ra lógica consecuencia
de los nuevos tiempos. Pero, si bien con explicables num ero­
sas fallas, la verdad es que hubo filtraciones. Y. por otra
p a rte , ,1 a población nativa, no preparafla p a ra las iniciativas
IjA V TUCEN DE ITA TI

individuales, tuvo que ceder la posesión de sus propiedades


a generaciones ex trañ as a la tie rra m ás avezadas en la lucha
de Jas actividades económicas. Además, como ]o tenem os insi­
nuado, los vientos políticos, sum am ente recios de la época,
im pelieron el ap o rte de 1oü> hogares guaraníes hacia todos los
campos de batalla. No fué nn conflicto político entre fede­
rales y unitarios, como de ordinario se lo recuerda: fué una
desavenencia nacional entre el pueblo y la autoridad, entre
los anhelos justísim os de u n a organización p a ra el ejercicio
de las libertades ciudadanas y la dictaura unipersonal y
a rb itra ria a la que, por algunos gestos innegables de argen­
tinismo. se la quiere endiosar hasta en su ideología anticris­
tian a, y en sus explosiones de violencia tiránica, cuando no
ridiculas. Los. pueblos, se h a dicho, tienen el gobierno que se
merecen, y si en aquellos años de anarquía fué oportuna la
dictad u ra, y p o r consiguiente providencial, no por hab er sido>
m ala en sus m edios fu é beneficiosa, sino porque Dios en su
m isericordia, y sólo E l puede hacerlo, sacó bien del mal,
enseñando a pueblo y gobierno que, no la violencia, sino la
prudencia es la p rim era p a la b ra de todo régim en político.
Pero ¿iban a ceñirse al m andato de la prudencia los po­
bladores de Ita tí en 1 8 4 9 ? ... Y no lian faltado quienes hayan
aplaudido al I ta tí de ese año por haberse llevado al P a ra ­
guay la im agen p atro n a del pueblo como una p ro te sta de la
libertad contra la tir a n ía : signo de aquel desbarajuste en
que se apabiülaba el esp íritu y el m aterial religioso como
esclavos incondicionales de los cam aleones banderizos, lle­
gando los unos y los otros a p ro fa n a r la enseñanza evangé­
lica del pulpito con la lectu ra obligatoria de gacetas, muchas,
veces atib o rra d as de desahogos insultantes, o haciendo fla­
m ear en las filas de alg ú n caudillo este lem a m ahom etano:
¡R eligión o M uerte! .

* •

La insurrección ita te ñ a a n tirro sista alzóse en la noche


del 4 de octubre de 1849. “E l P arag u ay o Independiente”, pe­
riódico de la Asunción, con fecha 13 del expresado mes, n a rra
que: " e n la m adrugada del 5 de octubre se dejó ver en la eos-
D E CADENCIA DEL CULTO A LA VIRGEX 429

ta izquierda del río un grupo bastante numeroso de gente que


llam aba a gritos y con. señas las canoas que hacen la policía
del río. Habiéndose aproxim ado una de éstas con las p re­
cauciones convenientes, los del grupo le dijeron qne en la
noche anterior se habían insurreccionado; que habían preso
(sie) al com andante del pu n to D. Inocencio Corrales, un. h e r­
m ano de éste y otros dos oficiales; que querían lib e rta r su
provincia del yugo porteño y que, p a ra conseguirlo, el go­
bierno de la República los auxiliase, los protegiera en su mo­
vim iento, haciendo p a sa r alg u n a tropa. P usieron abordo de
la canoa a las re ferid a s cuatro personas que tenían presas.
E l com andante de la guardia estacionada frente a Ita tí dió
cuenta de esta ocurrencia; se le mandó responder que el go­
bierno de la R epública no daba auxilio a revolucionarios.
Entonces pidieron se les diese asilo en la R epública” . . . Y
¿ por qué pidieron ese as i l o?. . . Noticiado el gobernador y ca­
p itán general, B enjam ín Yirasoro, del alzamiento itateño, es­
cribía desde los cuarteles de S an Roque a su herm ano M iguel,
gobernador delegado, dieiéndole que ese m ovim iento “no es-
sino la traición de los perversos italianos encabezados por el
malvado titulado alférez Ballejos, protegidos de una gavilla
de cincuenta p araguayos” y le ordena que nombre al coro­
nel M anuel A ntonio Ocampo, p a ra perseguir con trescientos
hom bres de caballería y 'cincuenta infantes m ontados “la
larg a dom inación de los salvajes unitarios, desbaratando esa
gavilla de salteadores” . T ardía resolución; ya, sin ella, estaba
resu elta p o r M iguel Y irasoro. A m archas forzadas, se dirigió
Ocampo desde San L uis del P alm ar a San Cosme, y persiguió
las guerrillas de E l P ájaro , así apodado el jefe del alzamiento-
M anuel V allejos, desde el Ipucú hasta el A tajo. Y aquí la
V irgen, como en la vieja tradición, volvió a p ro teg er a su
pueblo. ¿Qué hub iera sido de él si en la noche del 6 al 7
hubiera proseguido el perseguidor su avance, trayendo como
tra ía la consigna de e n tra r al pueblo a horca y cuchillo ? La
V irgen dió tiem po al éxodo, iniciado y a por la noche. P ern o ctó
Ocampo en el A tajo, y en la m añana del 7 escribía desde
Ita tí a Miguel V irasoro: “ E n tré al pueblo donde no he en­
contrado u n a sola alma^ pues los salvajes habían hecho em­
430 LA V IR G E N DE IT A T I

b arcar a todas las fa m ilias... y, lo que es: más, Exmo. Sr., hasta
la V irgen h an llevado del tem plo” . . . A enemigo que huye,
p u ente de p la ta : así no lo soportó el coraje de las milicias
rosistas que, am u ralladas por las grandes piedras del río, dis­
p araro n sus armas contra los fugitivos. E n la balsa, en que
se llevaban la m ilagrosa im agen, se ag ru p aro n alrededor de
ésta las gloriosas m ujeres de I ta tí p a ra defender de las balas
con su cuerpo a la M adre y Reina de la Provincia en su for­
zada pereg rin ació n a las costas sureñas del P arag u ay .
Al respecto, el citado “ P arag u ay o Independiente” nos
dice que “ en la m añana del 7 continuaba el pasaje, cuando
aparecieron en la costa veinte y tan to s hom bres que, am pa­
rándose de las piedras que h ay en aquel puerto, rom pieron
fuego sobre una de las canoas que iban al pasaje. De tres
soldados que m ontaban esta canoa, sólo uno pudo hacer
fuego, y logró d errib ar dos que, a la vista, eran oficiales que
m andaban a aquella guerrilla, en el momento que uno y otro se
hicieron accesibles. Con lo que se retiró la p artid a y se con­
cluyó el p asaje sin desgracia de nin g ú n soldado nuestro ni
de persona alg u n a de la em igración, quedando asiladas en
el te rrito rio de la R epública m ás de cuatrocientas personas
de todo sexo, edad' y condición con inclusión de algunas fa ­
m ilias que h an hecho su p asaje en la gu ard ia de C errito. El
gobierno nacional ha m andado proveerles subsistencias y so­
corros, pues venían com pletam ente d e stitu id a s. . . Los emi­
grados de I ta tí se tra je ro n la im agen de la V irgen Tie esta
advocación con algunas alh ajas de las que se m andó tom ar
razón firm ad a-p o r los mismos que aparecían a la cabeza de la
e m ig ra c ió n ... Su E> el Sr. P resid en te de la R epública, que
se h allaba en el cam pam ento de Paso de la P a tria , dispuso
inm ediatam ente que todos los refugiados fuesen internados en
puntos distantes de la costa del P araná, de modo que el gobierno
de Corrientes nada pudiese tem er” . Asimismo el gobierno p ara­
guayo, que acogió generosam ente a los sublevados de Ita tí,
dispuso que los apresados p o r el m ovim iento re v o lu cio n ario :
Inocencio y Francisco Corrales, Vicente Miño e Inocencio Del­
gado fu eran restituidos a su provincia.
E l gobernador B enjam ín V irasoro simuló ver en esta inci-
O b ispo s de la C o r o n a c ió n . — Sentados (de izquierda a derecha): Monseñores Isa-
sa, Espinosa, de la Lastra y Padilla. — De pie (de izquierda a derecha): Monseñores
Bonco, Bogaría, Romero 3 ' Benavente
D E C A D E N C IA DEL C U LTO A LA VIRG EN 431

deucia política, ta n triste y pobre m ilitar y m oralm ente, una


v ictoria estu p en d a e n '“servicio de la C onfederación A rgen­
tin a ” según su c a rta del 9 de octubre, qne concluye con esta
fenom enal alabanza al pueblo de Ita tí, al que atrib u y e toda
la responsabilidad del m ovim iento “ que en si sólo h a demos­
trad o que únicam ente obró la m aldad y p erfidia de los indios
de Itatí, escoria del pueblo eorrentino” .
E l párroco de Ita tí, F ra y José M. Vázquez, irreflexiva
h echura de los sim uladores del gobierno, no se em barcó con la
im agen p a ra el P a ra g u a y ; requirió el abrigo de la capital y
el 12 de octubre escribía a M iguel V irasoro, en tono poco evan­
gélico y en m al castellano, co n tra sus feligreses “por a tre ­
verse a cometer el más horrendo y sacrilego delito, arrebatan­
do con im properio a la V irgen del santuario, que era la joya
que m iraba la Provincia de C orrientes y el mundo entero, el
am paro y refugio de todas nuestras necesidades bajo el títu lo
de Nuestra. Señora de I t a t í ” . Y le pide permiso, a su prelado
M iguel V irasoro, p a ra ir a I ta tí con el propósito de fe lic itar a
los triu n fad o res con u n a m isa y u n tedéum de acción de g ra ­
cias “correspondiente, por haberle salido (a los itateños) nulo
sus planes v que h aigan escarm entado el peso justo de las
arm as federales” . Y añade acerca de los em igrados: “ Estos creo
verdaderam ente que serán aliados con esos inventes enemigos
los paraguayos” .
Los papeles de la época hay que ponerlos en cuarentena
porque de ordinario unas cosas dicen y otras quieren. Ni U r-
quiza ni los herm anos V irasoro com ulgaban con R osas: procu­
ra b an engañarlo p a ra m ilitariz ar en contra sus provincias. Y
no reparaban en presentarle víctimas como las del malogrado
joven Benigno G aray y com pañeros que tom aron p a rte en la
asonada de M anuel V allejos: M aquiavelo es de todos los tiem ­
pos. Y así, m ien tras el m odesto pueblo de Ita tí, no escoria sino
em inente gloria correntina, que nunca fué espontáneam ente ni
del intruso A rtigas ni del rosismo arbitrario, ofreciendo siem­
p re sus brazos g uerreros en contra, llo rab a la ausencia de su
h o g ar y aten d ía a su M adre y R eina en tie rra ex trañ a, U rquiza,
que el 10 de octubre ^ co n se ja b a a B enjam ín V irasoro respecto
a] alzam iento itateño “ e jec u tar a todo aquel que h asta ese
4 32 LA V IR G E N DE IT A T I

extremo llevase su degradación y perversidad” , B enjam ín


Virasoro, que daba la noticia a Urquiza, el 6 del mismo
mes, “ de h ab er invadido recientem ente esta Provincia, por el
pu n to de Ita tí, u n a fuerza p arag u ay a de cinco mil hombres, y
cuyo objeto es m archar y atacar a esta c a p ita l” , noticia fo r­
ja d a que sulfuró a llosas, quien hizo comunicar, por su Minis­
tro de Relaciones Exteriores Felipe A rana al plenipotenciario
de la A rgentina ante el em bajador de] Brasil, que recabai’a la
a c titu d brasileñ a al respecto y que “en el caso de apoyar- ese
gabinete la invasión de las tro p as del gobierno rebelde de la
P rovincia del P a ra g u a y a la de C orrientes, Y. E. re q u e rirá
su pasap o rte” , esos simuladores, que enm ascaraban su convic-
ciones h asta con caretas de sangre, darían a poco u n abrazo a
los refugiados itateños y se p resen tarían en Caseros.
No h ay que d u d arlo : Dios, único poder que del m al saca
el bien, perm itió este extravío del alzam iento itateño p a ra que
la excelsa P eregrina del noreste platense visitara su viejo
dominio mai'ginado por el Tebicnarí, el P a ra n á y el P araguay,
dei’ram ando en sus aguadas y en sus selvas un germen im pere­
cedero de sus gracias que hoy sigue fecundando el sur de la
vecina R epública como u n a tradición de honor v de gratitud!.
E stá esto fu e ra ‘de d u d a ; pero, tam bién fu e ra de duda
que desde 1849 a Ü852 el culto a la Virgen soberana cayó en
suprem a decadencia. Los libros parroquiales guard ab an silen­
cio; el pueblo abandonado en su soledad sólo presenciaba
el salvajismo del saqueo y oía sólo las carcajadas de los
aprovechadores; el trono estaba vacío y su resplandor
proscrito. Y allá, en la capital de la provincia, el alm a de
la ciudad y las angustias de sus devotas m atronas alzaron
el treno, no del llanto acobardado e im potente, sino del
llanto que en su pena organiza y triu n fa.
Y si u n siglo de liberalism o en las ideas y de in d iferen ­
cia en las costum bres -carcomió el pedestal del culto a la
V irgen, llegó u n siglo, aún no concluido, de am plia consa­
gración de ese culto.
Post nubila, phoebus.
D ECADENCIA DEL CULTO A LA VIR G EN 433

(1) Don Manuel F rancisco Zarate, Ayudante Mayor y juez


com isionado del Partido de las E nsenadas, etc. Por orden que m e
tiene conferido el señor ten ien te Gobernador de la ciudad de Co­
rrientes, como Sub-Delegado de Pueblos, Don E usebio Valdenégro,
y posterior, Don Toribio Luzuriaga, para el efecto de las entregas,
que debe hacer Don José L uis de Madariaga a Don F rancisco Ignacio
Ramos de los bienes p erten ecien tes al pueblo de N uestra Señora
de Itatí, vine al pueblo, e hice com parecer a l cabildo y adm inistra­
dor, como tam bién a. dicho Don Francisco, a quienes puse de m ani­
fiesto mi com isión, la que aceptaron gu stosos lo mandado por la
Exma. Junta, y por adm inistrador legítim o, al citado Don F rancisco,
y se resolvió dar principio a las entregas sin perder momento, en
16 de setiem bre de 1812.
U na casa de habitación de Curia, con su aposento, dos puer­
tas, las dos con cerraduras y llaves. - U na ventana con vidrieras
rotas. - Un par cuartos con sus puertas de medio punto, con ventana,
llave y cerradura. - Dos m esas con cajones. - U n estan te para li­
bros. - D os sillas buenas. - Una silla inservible. - D os catres. - Una
tinajera inservible - Un cuarto m ás con su correspondiente aposen­
to, tres puertas, una de ellas con cerradura y llave y una ventana. .
U nos libros viejos. - Una m esa redonda con sus cajones. - Una m esa
cuadrada. - Ocho silla s v iejas. - D os catres. - T res cuartos viejos,
con una puerta. - Todas las habitaciones se hallan cercadas de pa­
red de piedra, con una puerta, cerradura y llave. - Una silla de bra­
zos. - Colegio: Un cuarto chico, con puerta sin cerradura, con dos ala­
cenas en la pared con cuatro tablas. - Otro cuarto con dos puertas. -
Una m esa con un cajón. - S iete silla s viejas. - U n escaño viejo. - Un
cuarto con dos puertas, la una con cerradura y llave. - Tres sillas, la
una inservible. - U n catre viejo. - Un cuarto con puerta de dos m anos,
con cerradura y llave. - D os ventanas. - Tres sacos de maíz. - Una si­
lla inservible” - Un cuarto con puerta sin cerradura, dos ventanas. -
U na caja grande inservible. - U n cuarto con sala y aposento, con dos
ventanas, tres puertas, una de dos m anos, y dos con cerradura y
llave. - U na ventana más. - U na caja. - Dos bancos. - Cuatro cajo­
nes. - U na alacena sin puerta. - T res botijuelas vacías. - Un cuarto
con puerta y cerradura in g lesa con ventana. - D os bancos. - U na
papelera vieja con cinco cajones. - Una rinconera. - Dos m ates de
m adera guarnecidas de plata, inservible con pies de palo, id. - Un
alm irez de bronce con su m ano vieja. - La rinconera con sus dos
cajones, sus puertas con cerradura y llaves. - Una tetera. - Un sa l­
sero. - Diez platillos de cafó. - N ueve platos de loza, tres in servi­
bles. - Cuatro fu en tes de loza inservibles. - D os fuentes, una chica
y otra grande. - D os tazas quebradas y una m ás sana. - D iez fu en ­
te s de peltre, inservibles. - Cuatro platos de peltre, inservibles. -
U na batea para amasar. - Otra batea inservible. - U na botijuela. -
D os sillas. - Una f r a s t e r a con cerraduras y llaves con frascos v ie ­
jos. - U n frasco con un poco de vinagre. - U n salero de cristal. -
N ueve cuchillos viejos. - Cuatro tenedores de hierro. - Cuatro cu­
434 TíA VIHGKX DE IT A T I

charas de estaño. ■ Doce arrobas, de harina. - S iete arrobas de sal.


- Un patio, - Una mesa. - Un horno de cocer pan, con su g/ilpón,
cubierto de teja de palma. - U na silla vieja. - un banco viejo que
sirve para la tinaja. - Una sala con dos trascuartos, la sala cuatro
puertas, tres con cerradura y llaves. - Cuatro m esas con dos cajones. -
Cinco cen efas de puerta otra de estrado. - En im o de los
trascuartos, dos cajas viejas con cerraduras y llave. - D os Hie­
los trascuartos, dos cajas viejas con cerradura y llave. - Dos m e­
sas. - Dos ventanas. - Una cenefa. - Un cuadro pintado. - Dos bancos
con tres tablas, que sirven de cama. - En el sigu ien te una puerta
con cerradura y llave - Una ventana. - U na escalera para subir al
altillo, ique cubre las tres piezas. - Diez arm ajes de cornucopias. -
Un estan te viejo. - Una papelera vieja. - Una ventana al sur del
altillo. - Una ventana. - Cuatro colchones. - Una silla poltrona. -
U na caja con cerradura y llave en ella, - Doce casacas de hilo colo­
rado viejas. - Once casacas de hilo azul. - Una casaca de seda car­
m elita. - N ueve ch alecos listad os de colores. - U n chaleco bordado,
de color. - D os chalecos dichos bordados con hilo de oro y plata. -
Un par de calzones de seda carm elita. - Un par de calzones de lila
azul. - S iete calzones de colonia. - Ocho pares de m edias nuevas. -
T res pares de pistoleras bordadas, terciopelo, viejo. - Tres m andi­
les viejos. - Un caparazón colorado, viejo. - Dos chapeados com pues­
to s de dos cabezadas, dos pretales, dos pares de estribos, y tres
pares de espuelas con sus pasadores. - D os frenos con copas. - Dos
pretales de plata. - Un embudo viejo. - V einte y dos cucharas de
estaño, - Dos toallas de lienzo hechizo. - S eis m an teles viejos. - Diez
varas y inedia de m an teles nuevos. - D oce servilletas de pecho, v ie ­
jas. - Un vaso de cristal. - S eis pares de botas in servib les. - Seis
eandeleros, dos inservib les, de metal. - Un cajón de pino. - Un ga­
lápago para, hacer tejón, - U na prensa para papeles. - U na cocina
con tres viviendas, con techo de teja cocida, pared francesa, arrui­
nada, con tres puertas viejas, una con lla v e y otra con cerradura de
palo, con dos ventanas. - T res ollas de hierro. - Dos tachi-
tos, uno inservible. - Un catre viejo. - Dos hornos de cocer
pan, cubiertos de teja cocida. - Una casa de tahona de m aterial co-
eido, y teja. - U na tahona corriente. - Una tejeduría que se compo­
ne de una pieza, cubierta de teja y barro, que se com pone de lo si­
guiente: Una puerta con cerraduras; Cinco ventanas; Cuatro ca­
jas de cedro. - Dos urdidores. - U n trozo con agujero y argollas para
urdir. - Siete tela res. - Ocho liso s, dos arrojados por inservibles. -
D oce lanzaderas. - N ueve cajas de telar. - Quince plegadores. - Tres
palas de tejer poncho. - Cuatro tablas de hacer liso. - Ocho pares
de rondanas de m adera. - Un gato de alza prim a. - U n cuaderno
Inservible. - Cinco peines de tejer. - U na silla. - U n a m esa con car­
peta. - U na balanza de cobre con cruz de hierro, con m arco de ños
libras. - Un cuarto con puerta de dos m anos, cerradura y llave. -
D os fondos inservibles. - Un fondo de m etal campanil. - Dos ollas
de hierro, una inservible. - U na chigua de sebo. - U n cuarto coa
puerta y ventana, con los cueros sigu ien tes: De toro 184. - De vaca
D E C A D E N C IA DEL CU LT O A LA V IRH K X ’ 435

085. - U na p ieza que sirv e d e e sc rito rio , co a u n a p u e rta con c e rr a ­


d u ra in g lesa. - U n a v e n ta n a co n r e ja de h ierro , con v id rie ra , a lg u ­
n a s q u eb rad as. - U n e s ta n te con seis divisiones, dos idem com ple­
ta s y llav es. - Cinco cajo n es. - U n a m esa con cinco cajo n e s. - S eis
faro les de crista l, con a lg u n o s v id rio s chicos ro to s. - U n fa ro l de c ris ­
ta l de m ano, con dos c ris ta le s ro to s. - U n as b a la n z a s con u n m arc o
de tr e s onzas. - U n a la n z a d e ra . - Dos esp ab ila d o ra s. - U n a ca su lla
con to d o s lo s ú tiles, - g u a rn e c id o s con m elin d re de p la ta . - C u atro
s o ta n a s co lo rad as. - D os s o ta n a s am a rilla s. - U n p añ o ta r c ito r de
p año de sed a g u a rn ec id a con g alo n es de p la ta . - U n a b a n d a de t a ­
fetán . - U n ritu a l rom an o viejo. - C u a tro p aq u ete s. - U n paño de
a ta ú d ; paño de seg u n d a con g aló n dei oro. - U n a cen e fa de ta f e tá n
rosad o, con dos c in ta s de tis ú y en caje. - C u atro cíngulos, dos con
borlones. - U na so brep elliz de ponteví. - Un edificio que se com po­
ne de tr e s piezas a p ie d ra la b ra d a , y m a te ria l cocido, con su s co­
rred o res. - P rim e ra pieza, su alm ac é n con u n a p u e rta de u n a m ano,
c e rra d u ra in g lesa, u n a v e n ta n a de dos h o ja s, re ja de palo. - U n a
c a ja v ieja. - D os cajo n e s de pino. - S iete fre n o s in ú tile s. - U n a c a ­
den a de h ie rro con dos grillo s. - C u atro b a rre ta s , la una pie de c a ­
b ra. - S iete p alas n u e v a s. - T re s p a la s de b uen uso. - U n a p a la de
ca rp ir, v ieja. - C u atro h a c h a s in se rv ib le s. - N ueve h a c h a s de se rv i­
cios. - N ueve m a rc a s de h e r r a r - T re s de cuero. - C u atro in s e rv i­
bles. - Dos ro m an as con su s p ilones, v ie jísim a s, con c u a tro a lc a y a ­
ta s con su s h e m b ra s p a ra la p u e rta de la ig lesia. - C u atro m achos
sin h em b ras. - C u atro g a n ch o s de c u rtid u ría . - S eis h ie rro s de ca ­
la fa te de servicio. - U n tin a jo . - U n h ie rro de h a c e r sirg as. - U na
silla de m o n ta r, p o r in serv ib le a rro ja d a . - C u atro p a re s de g rillos. -
U n p a r g ru eso con un a ro - U n a ro m ás chico suelto . - T re s m a c h e ­
te s de ro z a r viejos. - D os c u c h a ra s de a lb añ iles. - D os c u c h a ra s d i­
chas. - U na plom ada. - C u atro h a c h a s in serv ib les. - Dos corvos de
p a re s de "tijeras, in se rv ib le s. - U n a c a m a re ta in serv ib le. - Cinco
p a re s de tije r a s in se rv ib le s. - U n a c a m a re ta in serv ib le . - C u atro
picos, y azu ela a la b r a r p ied ra. - D os p u n zo n es de h a c e r r o s a ­
rios, in serv ib les. - Cinco h o ces in se rv ib les. - U n p estillo viejo. -
Dos b o tiju e la s de b arro . - U tiles de h e rre ría : D os yunques. - U n
m azo. - U n punzón. - U n co rtad o r. - U n m azo. - C u atro lim as. -
U tiles de p la te ría : Dos to rn o s . - U n y u n q u e . - U na big o rn ia, -
Dos m oldes de bronce. - D os m a rtillo s. - U na pinza. - Un y u n ­
que de ah o n d ar. - U n a ten az a. - U n a lic ate . - V e in te lim as y
lim ato nes, se is in serv ib le s. - U tiles de m ú sica: U n arp a . - C u atro
violines. - D os violones, u n o viejo. - U n a tro m p a m a rin a . - T res
c h irim ía s in serv ib les. - D os c h irim ía s de uso serv ib le. - Dos b a jo n e s
in serv ib les. - U na fla u ta dulce. - Cinco tíld eles. - U n a c o rn e tilla
p o rtu g u esa. - U na c a ja v ie ja de g u a rd a r in stru m e n to s. - U tiles de
c a rp in te ría : Cinc<J*bancos de c a rp in te ría , dos con to rn o s. - T re s
b a rrile te s. - U n acan alad o r. - T re s b a rre n a s, tr e s in g lesas. - Seis
b a rre n a s in serv ib les - T re s h ac h as. - Dos azu elas. - T res a zu elas
de m ano. - Once fo rm o n es y esg u rb ias. - Dos e sg u rb ia s in serv ib les. -
436 LA V IR G E N DE IT A T I

T res escoplos. - Tres lim as inservibles, - Doce cajas de moldar. -


Dos cepillos. - Una garlopa. - Un guillam en. - Una untera. - Dos se ­
rruchos. - U na sierrita de mano, - Siete hojas de sierra in servi­
bles. - Tres puertas y alcayata de hierro. - Un .cancel. - T res si­
llas. - Una m esa. - Dos piedras de afilar. - Una sala capitu­
lar, con dos puertas de do:, manos sin llave - Una m esa grande
de pie de cabra, con cuatro cajones. - N ueve cuadros, uno sin cris­
tal. - T res cuadros pintados grandes. - Un cuadro de Jesús. - Un
cuarto chico, que es la de cárcel, - Un cepo de m adera y un perno
de hierro. - U na puerta de una mano. - U n galpón para la carpin­
tería de dos lances, cubierto de paja. - Diez y seis hojas de puertas
y ventanas de talle viejo., inservibles. - Un cancel de tableros
tallados. - Dos hojas de una ventana de la sacristía nueva. - Trece
cueros para resguardo de la gente, inservibles. - Un nicho nuevo
para adorno de la sacristía. - Una puerta para la sacristía, sin con ­
cluir, - Cinco m arcos nuevos, tres chicos y dos grandes. - S iete ca­
tres. - Una plaza, que se com pone de cuatro acera de casas, que
son pared francesa, cubierta ele teja s y cocidas. - Una iglesia v ie­
ja: Una iglesia nueva, de cuarenta y ocho varas de largo, y diez
de ancho, de piedra labrada y m aterial cocido, con seis y tres cuar­
tas de alto, con su frente y .u n San Antonio de piedra en dicho
frente, con sus tres m arcos en las puertas, con ocho hembras. -
Dos m arcos de idem, de puertas de la sacristía, el uno con cua­
tro machos. - Una ventana que cae en e í altar mayor, con reja
de hierro. - Ocho m il ladrillos cocidos, existen tes. - Cuatro mil id.
crudo. - V einte y cinco fanegas de cal hechiza en el pueblo - Un hor­
no de cal. - U n rancho viejo para el depósito de la cal, destruido. -
Un horno de ladrillos. - U n galpón de dos lances. - Un galpón de
uno solo. - U n galpón de cinco lan ces para cortar el m aterial. - Diez
y n ueve adoberas, la s diez dobles. - Cuatro galápagos. - U n pisade­
ro. - Cinco corrales, el uno con su correspondiente m anga para el
pasaje. - Un rancho cubierto de paja, pared francesa. - S iete canoas,
la una inservible. - U nos palos y escaleras para el m onum ento v ie ­
jísim o. - Tres m esas, una inservible. - S iete libras de acero. - Dos
frascos, el uno rajado. - Una lim eta de cristal. - U na tina gran­
de ele palo, sin fondo. - Una piedra m olejón con su cigüeña. -
Una caldera de calentar agua para m ates. - Maderas existen tes:
Mil cuatrocientas varas de tablas de cedro. - S eiscien ta s varas
tirantillos. • T rescientas varas de tirantes dobles. - Cuatrocien­
tas de alfagías y 44 más. - Diez y: nueve varas de lapacho y
cedro. - Relación de los papeles: Un testim onio de inventario
autorizado por Don Juan Cossio co n el Nro. 1. - Un testim onio for­
malizado por Casajús, Nro. 2. - Una razón firm ada por los rev e­
rendos padres Fray F rancisco Pérez A costa, Nro. 3, - Una carta de
Don B enito Gómez de la Fuente en que acredita deber al pueblo,
Nro. 4. - Una carta con un recibo de Don Pedro M iguel Burde, a
derado que fué del Paraguay, Nro. 5. - Un cuerpo de autos con Don
Bartolom é Quiroga, Nro, 6. - Un legajo de cartas, de Don Tomás
D ECADENCIA DEL CULTO A LA V IR G E N 437

G u z m á u , a p o d e ra d o de B u e n o s A ire s, N ro . 7. - U n c u a d e rn o d© o fi­
cio c o n s e jile s d e l pueblo* N ro . 8. - U n le g a jo d e g u ía s d e R e a l
E s ta n c o y A d u a n a , N ro . 9. - U n le g a jo e n q u e c o n s ta h a b e r s a t i s ­
fe c h o p o r e s t a c o m u n id a d a l R e a l S e c u e s tr o , N ro . 10. - U n le g a jo
d e D o n C ris tó b a l A g u irre , a p o d e r a d o d e B u e n o s A ire s , N ro. 11. -
U n le g a jo d e c a r t a s e in s tr u c c io n e s de D o n J u a n T o m á s Y e d ro , a p o ­
d e ra d o e n e l P a r a g u a y d e liq u id a c ió n d e c u e n ta s , N ro . 12. - U n a
c a r t a e s c r i t a p o r D on A n to n io M a rtín e z a l P a d r e P e r e ir a , s o b re d é ­
b ito d e t e s ta m e n t a r í a , N ro . 13, - U n a o b lig a c ió n d e D on J u a n d e
la G r a n ja a fa v o r d e l p u e b lo , N ro. 14. - U n re c ib o d e D on J u a n
B a u ti s t a A lv a re n g a , N ro . 15. - C on u n a o b lig a c ió n q u e s e p e rd ió c o n
e l N ro . 16, de D on J o s é Ig n a c io B e la u s te g u i d e c a n tid a d de c ie n p e ­
so s. - Id e m t r e s o b lig a c io n e s d e D on S e ra p io B e n íte z , y s e j u s t if i c a
e l r e s t o q u e a d e u d a a l p u e b lo , N ro . 17. - O tro d e Don. F r a n c is c o J a ­
v ie r A ré v a lo s , do d iez y s i e te p e s o s , N ro . 18; - O tro d e D o n M a n u e l
R o ló n , q u e in c lu y e c ie n p e s o s d e l c o m e rc io e n v e in te y c in c o c a b e ­
z a s de g a n a d o , N ro. 19. - O tr a d e D o n J o s é F e r n á n d e z d e L e n s a , de
v e in te y d o s c a b e z a s d e g a n a d o , N ro . 20. - O t r a d e D o n F e lip e D íaz
C o lo d re ro , d e d iez to r o s , a c e p ta d a c o n el N ro . 21. - U n le g a jo de
c a r t a s p a r tic u la r e s , re c ib o s y c u e n ta s d e v a r io s s u je to s . N ro . 22. -
O tro id e m de o fic io s y ó r d e n e s y d if e r e n te s c o n te s to s , N ro . 2S. -
T r e s c u e rp o s d e a u to s q u e c o n tie n e l a p ro p ie d a d d e A p ip é , q u e se
d o n ó p o r e l p u e b lo a la R e a l H a c ie n d a , c o n s u s d o c u m e n to s c o n el
N ro . 24. - O tro c u e rp o d o c u m e n to q u e c o n tie n e la p r o p ie d a d d e la s
t i e r r a s q u e c a e n e n tr e e l R ia c h u e lo y a rro y o d e A v a lo s c o n e l 'N ro 25.
- U n a r e a l c é d u la a f a v o r d e lo s n a tu r a le s p a r a q u e n o p u e d a n s a c a r
a é s to s , lo s G o b e rn a d o re s p a r a g r a n je r ia s p ro p ia s n i a je n a s , c o n el
N ro . 26. - U n a p ro v in c ia p a r a q u e lo s e n c o m e n d e ro s no p u e d a n d e ­
t e n e r a lo s in d io s a c a b a d a s u m is ió n , c o n e l N ro. 27. - D os d o c u m e n to s
a favor del pueblo, por Don Manuel Cabral Alpoim, Nro. 28. - Unas
ordenanzas form adas por Don Francisco J a v i e r de Bucareli, con se ­
sen ta y una foja y media para gobierno de los pueblos. Nro. 29. -
Otra para que los corregidores den cuenta para lo q u e cediesen los
curas doctrineros y diferentes m aterias, dos v isita s del pueblo, con
el Nro. 30. - Dos dichas del pueblo h ech as por Don Juan'G arcía de
Cossío y Quezada, Nro. 31. - Por diez com probantes de pagos h e­
chos, Nro. 32. - Por una contrata cancelada de Don José Tabares,
Nro. 33. - Por unos autos de Don V icen te Goitía, Nro. 34. - U na
orden de Don A lfonso Quezada, N ro. 35. - D os recibos de pagam en­
tos de tributos, Nro. 26. - U na obligación de Don A lfonso Quezada
de ciento treinta pesos en ganado, hay q u e rebajar cinco sierras
m ontadas, cuya obligación se traspapeló en las v isita s de los se ­
ñores subdelegados, Nro. 37. - Señor M anuel P esoa, cincuenta y un
pesos tres reales sin docum ento, y un doccm ento que contiene h a­
ber recibido cincuenta y cinco libras de oro, a vein te reales, Nro.
38. - Don Sebastián A legre debe, sin documento, treinta p esos pla­
ta. - Don Sebastián V allejos, once pesos dos reales, sin docum en­
tos. - Don Bernardo González, debe ocho pesos. - Don R afael Re-
43S LA V IE S E N DE IT A T I

g u e jo , t r e s p e s o s c u a tr o r e a le s . - D o n Ig n a c io B e la n d o , s ie te p e s o s
d o s r e a le s . - D o n V ic e n te G o itía , d iez y s e is p e s o s p l a t a c o n d o c u ­
m e n to s , c a to r c e c a b a llo s , d o c e a d o s p e s o s y d o s a d o c é r e a l e s , sin
d o c u m e n to s , y p o r c u e n ta de los a n te c e s o r e s , d o s c ie n to s c in c u e n ta
p e s o s d e l c o m e rc io , N ro . 39. - U n le g a jo p e r te n e c ie n te a c o n tr a ta ,
c o n D o n N ic o lá s G u r s in a r r e ta , N ro . 40. - U n a o b lig a c ió n d e D on
F r a n c is c o M á rq u e z C a b a lle ro , d e tr e s c i e n t o s p e so s, d e l c o m e rc io ,
y se r e b a j a c ie n to c in c u e n ta , p e s o s re c ib id o s , m á s t r e i n t a y s e is
p e s o s « e is r e a le s , N ro. 41. - U n le g a jo d e v a r ia s d ilig e n c ia s de D on
M a n u e l D o m ín g u e z , N ro . 42. - U n le g a jo d e e le c c io n e s d e l c a b ild o ,
N ro . 44. - U n le g a jo d e oficio , N ro . 45. - O tro le g a jo de a p o d e ra d o
g e n e r a l, N ro . 46 - D o s c a r t a s d e l s e ñ o r M a n u e l P e s o a , N ro . 47. -
U n lib r o d e c u e n ta g e n e r a l, d e l fin a d o D o n A n g e l M o ra le s c o n v a ­
rio s p a p e le s y d o c u m e n to s s u e lto s . - U n lib r o d ia rio o r ig in a l d e la s
c u e n ta s q u e lle v ó F r a y M ig u e l P e r e ir a , e n su p r i m e r a a d m i n i s t r a ­
ció n . - U n lib r o d e c u e n ta c o r re s p o n d ie n te a la a d m in is tr a c ió n i n ­
te r i n a r í a , p o r fa lle c im ie n to de M o ra le s . - U n te s tim o n io d e la s c u e n ­
t a s d e la a d m in is tr a c ió n in te r i n a r í a . - C in co o fic io s d e l J u z g a d o d e
C o r rie n te s . - D os lib r o s a c u e r d o s c a p itu la r e s . - U n a v i s t a F is c a l d el
P r o t e c t o r d e N a tu r a le s . - U n p a g a r é d e D o n A n to n io Iz q u ie rd o c o ­
m o c o n s ta d e in v e n ta rio . - U n a c o n t r a t a de D o n F e lip e D ía z C olo-
d re ro , c a n c e la d a . - U n le g a jo d e o fic io s y c u e n ta s d e ila n z a s . - O tro
le g a jo de c ir c u la r e s d e r e n ta d e C o rre o s. - O tro le g a jo de p a g a r é s
cancelados. - O tro legajo de Don Joaquín Legal. - P e r m is o para
hacer un bote en el pueblo. - Un legajo de Don Juan J o sé Helando. -
Un legajo de la iglesia destruida. - Un testim on io de v i s i ta de Don
Juan García de Cossio. - U n legajo de Don León Martínez de Iba­
rra. - Un legajo de in v e n ta rio s del R everendo Padre Fray Antonio
de A c o sta . - U n in v e n ta rio del pueblo, por Sub-Delegado Don J o s é
Ponciano Rolón. - U n libro diario del testigo Mantilla. - Un li­
bro del m ism o. - L n libro donde están form adas las cuentas. - O tro
de cuentas del pueblo de 1790 o 1797. - Un legajo de cuentas, con
D o n J u liá n d e M o lin o T o r r e s , s o b r e f á b ric a . - U n a v i s i ta e n d iez y
o c h o d e ju lio d e 1802. - U n lib ro y rc c ib o s d e la l ib e r t a d d e lo s i n ­
d io s lib e r ta d o s . - U n lib ro d ia rio d e l a ñ o 1790. - U n le g a jo d e l h ilo
d e l re y , p a r a e l e s ta n c o . - U n le g a jo d e O fic io s v a rio s . - Deudas a
fa v o r del p u e b lo : D o n A n to n io P é r e z Iz q u ie rd o , d e c ie n to v e in te y
do s p e so s, c o n d o c u m e n to s . - E l Reverendo P a d r e C o m e n d a d o r de
la M e rce d , F r a y J o s é L u is G o n zález, d e b e o c h o p e so s. - D on J u a n
E s t e b a n M a rtín e z , p o r c u a tr o c a b a llo s , d e b e o ch o p e so s, - D o n J o a ­
q u ín L e g a l y C ó rd o b a , d e b e c ie n to u n p e so , dos r e a le s y m ed io , p o r
cuenta de ilanzas y tejeduría de lienzo, más debe la hechura de
dos p u e r ta s ordinarias y tres v e n ta n a s , son treinta pesos. - Don
A n to n io Hidalgo, debe cincuenta varas de lienzo, más diez y seis
pesos de una carretilla, de m edia carga. - Cuarenta y ocho caballos
debe la R eal H acienda, que por la Sub-D elegación de C o rrie n te s ,
se le entregaron a Don Pedro F o n d e v ila , para la bandera de su
cargo. - Don Francisco Javier de Ruda debe treinta y cinco pesos
DECADENCIA DEL CULTO A I.A \'1RGKX 43»

c in c o r e a le s y m ed io , a ju s ta d a s c u e n ta s . - D o n J o s é L ó p e z S a a v e ­
d ra , d e b e s i e te p e so s. - D o n J u a n E s t e b a n L e s c a n o , d e b e a l a d m i­
n i s t r a d o r s a lie n te , v e in te y c in c o p e s o s , p o r c u e n ta d e lo s m o n te s
y r e s e s . - D eudas co n tra el pueblo: A l fin a d o D o n R a m ó n G a rc ía ,
m a e s tr o d e e s c u e la de e s te p u e b lo , s e is c ie n to s c u a r e n ta y s ie te p e ­
so s s e is r e a le s . - A D o n M a n u e l G óm ez d e C o ssio , d o s c ie n to s d iez y
oclxo p e s o s s e is r e a l e s u n c u a r tillo , s e g ú n su c u e n ta y re c ib o d e l
m a e s tr o c a r p in te r o . - A D o n M a te o d e O r ta y A z a n io r. p o r s u s r e ­
c ib o s q u e h izo , se g ú n c o n s ta de la s a c t a s c a p itu la r e s , y d ia rio d el
m e s d e fe b r e r o de, 1811, la c a n tid a d d e 724 p e s o s s e is r e a le s . - C h a ­
c ra de San Isidro: U n a r m a je d e u n a c a p illa n u e v a de d o s la n c e s ,
c u b ie r ta d e t e j a de b a r ro . - S e is p u e r ta s , u n a d e d o s m a n o s , t r e s
v e n ta n a s to d a s v ie ja s . - D o s c u ja s . - T r e s m e s a s , d o s in s e rv ib le s . -
U n b a r r i l v a c ío . - S e is c ie n ta s t e j a s c o c id a s. D os s a c o s d e m a íz en
e s p ig a s . - U n e sc a ñ o . - D o s h a c h a s . - U n e sc o p lo . - U n a a z u e la . -
U n a p ie d r a d e a fila r . - D o s c a n d e le r a s de m a d e r a . - U n a tr il. - U n
b u lto d e S a n Is id ro . - D os y u g o s de m a d e r a c o n a ra d o s . - U n a t o a lla
d e lie n z o c r ib a d a v ie ja , - M e d ia a r r o b a ele c e ra . - U n lie n z o p in ta d o
d e S a n Is id ro . - U n f r o n t a l v ie jo d e ta b la s . - U n a c a m p a n illa . -
U n a c a r r e t a e n b u e n u s o . - D os c a r r e ta s n u e v a s . - V e in te y. n u e v e
b u e y e s - T r e i n t a y c u a tr o c a b a llo s . - U n c o rra l. - U n a c h a c r a con
u n p o c o de t r ig o co m o d e d o s a lm u d e s d e p o s tu ra . - C u a tr o c ie n to s
liñ o s d e m a íz y a lg u n o s q u e s e m b r a r . -‘ C ie n liñ o s d e a lg o d ó n . - S e is
h o c e s d e s e g a r, v ie ja s . - Q u in c e v a c a s . - T r e s a z a d a s . - U n a p a l a A -
C u a r e n ta y c u a tr o v a r a s d e lie n z o . - E s ta n c ia de S a n F ra n c is c o :
U n a c a s a c o n d o s p u e r ta s , y d o s c u p ia le s , c u b ie r ta de p a ja , un. l a n ­
ce c o n c u p ia l, id em . - C u a tro la n c e s m á s e s ta n c a d o s , id em . - U n ro d e o
p a lo a p iq u e. - T r e s c o r ra le s . - U n a c u ja . - D o s b a n c o s v ie jo s - T re s
fre n o s . - S e is h a c h a s . - U n a a z u e la d e c a r p in te r ía . - D os p a la s v ie ­
ja s . - T r e s a z a d a s . - D o s c h u z a s d e m a t a r to ro s . - U n b a r r i l v a c ío . -
U n m a r tillo . - D o s a z u e la s v ie ja s . - D os d e s p a b ila d e r a s p a r a l a ig le ­
s ia , - D os s e r r u c h o s v ie jo s . - U n fo rm ó n , - U n e sc o p lo d e a b o c in a r. -
U n m a c h e te co rv o . - U n a lim a . - U n a c h irim ía . - Q u in ie n ta s c in ­
c u e n ta y s ie te c a b e z a s d e g a n a d o s e n p a s to r e o . - D iez y o c h o b u e ­
y e s m a n s o s . - V e in te y c in c o re d o m o n e s . - D o s c ie n to s o c h e n ta y n u e ­
v e c a b a llo s y re d o m o n e s . - S e te n ta y c u a tr o c u e ro s d e to ro s . -
V e in te y c in c o de v a c a s . - U n a c h a c r a c o n s e t e n t a y c in c o liñ o s de
a lg o d ó n . - P u e s to de La C ru z : U n a c a p illa c u b ie r ta d e t e j a co­
c id a, c o n u n a p u e r ta de d o s m a n o s , c o n la c ru z e n c a jo n a d a , s a c r i s ­
t ía c o n p u e r ta y v e n ta n a s . - U n a c a s a con d o s la n c e s c o n u n a p u e r ­
ta . - U n a c a s a c o n dos c u p ia le s . - O tr a c a s a con su c u p ia l. - U n
c u p ia l m á s , c o n p u e r ta y v e n ta n a s . - D o s t a b u r e te s v ie jo s- . D os
b a n c o s. - D o s h a c h a s . - U n e sc o p lo . - D os p a ñ o s do c ru z de lie n z o . -
D os f r o n ta le s v ie jo s. - V e in te b u e y e s . - D iez y. n u e v e v a c a s. - T r e in ­
t a y d o s o v e ja s . - D o ce ín u la s m a n s a s . - V e in te y o ch o c a b a llo s . -
C a to rc e r e d o m o n e ^ - S e t e n t a y c u a tr o y e g u a s . - U n a c a r r e ta . -
T re s c o rra le s . - C u a r e n ta y s e is c u e ro s . - U n a p ie d r a d e a f ila r . -
E s ta n c ia de Asur.íción: U n ra n c h o c o n u n c u p ia l con d o s p u e rta s ,.
440 I.A V IR G E N DE IT A T I

,1a u n a con a lc a y a ta d e h ie r r o . - O tro ra n c h o c o n d o s c u p ia le s , y


u n a p u e r ta . - O tro ra n c h o a r r u in a d o . - C u a tro c o rra le s .. - U n a m e ­
sa . - D os e s c a ñ o s . - D os c u ja s . - T r e s h a c h a s . - U n a azada?. - U n a
p a la . - U n a b a r r e ta . - U n s e rr u c h o . - U n a c a r r e ta . - V e in te y t r e s
b u e y e s, u n o la s tim a d o d e l tig re . - S e t e n t a y s ie te y e g u a s . - O c h e n ta
y c in c o c a b a llo s . - V e in te r e d o m o n e s . - S e is a r c o s d e u n b a r r i l d e s ­
h e c h o . - E s ta n c ia de San A n to n io : U n a c a p illa d e dos la n c e s c o n
u n a p u e r ta d e dos b a tie n te s , d o s v e n ta n a s , la s a c r i s tí a c o n u n a
p u e r ta y v e n ta n a . - U n a m e s a . - U n c u a r to c o n d o s p u e r ta s y u n a
v e n ta n a . - D os c a m p a n a s , tin a g r a n d e y . o t r a c h ic a . - U n a c a m p a ­
n illa . - U n c h u z o n u e v o . - U n f r o n t a l d e m a d e r a p in ta d a , - U n S e ­
ñ o r C ru c ific a d o . - D os im á g e n e s d e S a n A n to n io . - U n a im a g e n de
S a n to D o m ingo. - D o s a lb a s d e S a n A n to n io , u n a de m u s e lin a y o t r a
de b r e ta ñ a . - U n a m ito . - D o s c a s u lla s d e b r o c a to b la n c o y a zu l
c o n e s to la y c fn g u lo d e c in ta d e tis ú . - U n m a n te l d e lie n z o con
su p a lia . - U n a im a g e n de N u e s t r a S e ñ o ra c o n su c o ro n a d e p l a t a . -
U n a p o lle r ita d e r a s o c o lo ra d o , c o n m a n to y c o n g a ló n d e p la ta . -
O tr a de p a n a n e g r a n u e v a , c o n g a ló n d e oro , c o n b a ta d e lo m ism o . -
D os c a m is a s d e la V irg e n . - U n p a r de z a r c illo s de p ie d ra c o lo ra ­
d a , e n p la ta . - U n a s a r t a de c o ra le s , c o n 12 g r a n o s de p la ta . - U n a
sa i’t a de g r a n a t e s , c o n a lg u n o s g r a n o s d e oro. - N u e v e v a r a s de
c in t a c o lo ra d a , r e ta c e a d a . - U n a t r i l y c o n fe s io n a rio . - D os ta m b o ­
re s . - U n n ic h o g r a n d e d e S a n A n to n io . - S e is c a n d ile ja s d e m a d e ­
ra . - U n a b a n d e r a de ta f e tá n . - O ch o e s ta m p a s c o n m a rc o s d o r a ­
do s, lo s c in c o s in c r is ta l. - U n a c ru z c o n m a n g a n e g ra . - C in co c r u ­
c es g ra n d e s . - T r e s p a ñ o s d e c r u c e s . - U n a c a s a c o n t r e s la n c e s ,
c in c o p u e r ta s y d o s v e n ta n a s . - T r e s c a s a s , c a tr e s . - U n e s c a ñ o . -
U n a m e s a . - U n t a b u r e te v ie jo . - U n c a n d e le r a d e m e ta l. - C u a tro
b a n c o s la rg o s . - O tr a c a s a d e c u a tr o la n c e s , c o n t r e s p u e r ta s . - U n
h o rn o d e .cocer p a n . - U n a c a s a v i e j a d e la s h o r n a lla s . - T r e s h o rn a -
lla s v ie ja s . - U n a d e s p e n s a c o n s u p u e r ta , c o n a rg o lla s . - D o s t r a ­
p ic h e s . - C in co fo n d o s e l u n o a g u je r e a d o . - U n a b a te a de la m ie l
c o n su c a n a l. - C u a tro h a c h a s , y dos c h ic a s de c o r ta r h u e s o s . -
U n a a z u e la . - U n s e r r u c h o v ie jo . - U n e sc o p lo . - U n m a c h e te v ie jo . -
U n a a z a d a v ie ja . - U n a p a la r o ta . - U n a r o m a n a c o n p iló n . - U n a s
b a la n z a s v ie ja s . - U n a c a r r e ta . - U n a h u e r t a d e n a r a n j o s y f r u t a l e s . -
S e s e n ta liñ o s de c a ñ a tr o n c o . - O c h e n ta liñ o s tro n c o . - T r e i n t a y
o ch o liñ o s n u e v o s. - N o v e n ta liñ o s d e a lg o d ó n tro n c o , s e s e n t a y
c in c o liñ o s n u e v o s. - U n ro d e o c o n t r e s c o r ra le s . - U n p o tr e ro . - T r e s
c o rra le s . - U n c h iq u e ro . - N o v e n ta y u n c a b a llo s m a n s o s - S e te n ta
y u n re d o m o n e s . - V e in te b u e y e s . - C ie n to o c h o o v e ja s . - U n ro d e o
g r a n d e d e p a lo a p iq u e , s u m a n g a a lg o a r ru in a d a . - Puesto de S a n ­
to D o m in g o : U n c u p ia l c o n su c o c in a . - O cho c a b a llo s. ~ V e in te
y d o s re d o m o n e s . - U n c o r ra l g r a n d e . '- U n a c a s a . - Un. p o tre r o . -
P u esto de S a n ta Isabel: U n p o tr e ro . - U n ra n c h o . - U n c o r ra l. -
Estanlcia de Ita-lbaté: U n a c a s a c o n c u p ia l y d o s p u e r ta s . - O tr a
c a s a c o n d o s p u e r ta s y d o s c u p ia le s . - O tro ra n c h o c o n p u e r ta s . -
Otra casa estanteada. - Dos hachas y una de guerra. - U n a azuela. -
DECA D EN C IA DEL CULTO A LA V IR G E N 441

Un escoplo. - Dos frenos m ulares. - U na carreta. - P u esto de Sa n ta


U na casita con cupial. - Un corral. - Doce caballos. - Cin­
L u c ía :
cuenta y dos caballos de la estancia. - V einte y siete redom ones. -
Cincuenta y dos muías. - Ciento seten ta y sie te yeguas. - Siete bu­
rros hechores. - Seis bueyes viejos. - 16 descornados para bueyes,
redomones. - Tres corrales. - Un potrero. - Una huerta con fruta­
les. - Pu esto de Y b a h a y : Ciento treinta y cinco burros de cría. -
V einte y dos caballos. - S etenta y cinco liños de algodón. - Cin­
cuenta de maíz. - P u eb lo: Dos cam aretas de bronce. - D os bom­
billas de plata jíara m ate. - D os trozos de cedro de 18 varas, e x is­
ten te en Corrientes, cobrados a los paraguayos, que robaron de la
ribera de e ste pueblo. - Tres trozos de lapacho en el Cerrito, en
poder de José Pesoa, a quien' se le restan vein te vacas, por la m a­
dera que s e le tom ó al dicho P esoa. - NOTA: Queda en poder del
A dm inistrador salien te, Don José A lsina, los libros m ayores y m e­
nores, con los docum entos que puedan ser útiles para la form ación
de sus cuentas, y concluida se rem itirán, para archivarlas en
e ste pueblo, todos los que no fu esen rem isibles a la superioridad;
a sí m ism o se anota d eb érseles a las tem poralidades del Hincón de
Luna trescien tas treinta cabezas de ganado (digo treinta y seis)
de la s cuatrocientas que adeudó el pueblo en la A dm inistración
de don Manuel M antilla y los R íos, como tam bién d oscientos cue­
ros a don Juan V icente Tabares, ........................... ................ en la del
adm inistrador saliente los tributos de tres afios, que no se han sa tis­
fecho lo s salarios que devengaban los capataces y p eon es de las
estan cias, por h acerse cargo de ellas el adm inistrador Don F ran­
cisco Ignacio de Ramos, los que se iban a cubrir con las hacien­
das de campo que se han recibido, cuya sum a asciende a seiscien tos
seten ta y ocho pesos m edio real, en una conformidad lo firm am os,
formando dos inventarios origin ales, para los dos adm inistradores,
■en este pueblo de N u estra Señora de Itatí, 19 de octubre de 1812.
NOTA: Se advierte que los edificios del cuerpo del Pueblo, ser an­
tiquísim os, y por lo m ism o en precisión de refaccionarlos, y por v er­
dad firm am os en el dicho pueblo, m es y año. — M a n u e l F r a n ­
c is c o Z a ra te . — F ra n c is c o Ignacio R a m os. — José L u ís de M ada­
riag a. —■ Ignacio A r a r í, A lcalde de prim er voto y corregidor in teri­
no. — M a ria n o C a b a ñ a s, secretario del cabildo.
(2) In ven ta rio de las a lh a ja s , y dem ás bienes de N u e stra S e ­
ñora de Itatí, fo rm a liz a d o el 19 de agosto de 1815. — Inventario de
lo s efectos y dem ás ú tiles p erten ecien tes a la mayordom ía de la
V irgen N uestra Señora de Itatí, entregados el 19 de agosto de 1815.
Prim eram ente una cadena de oro, eslabonada. - Otra cadena con
cruz de piedra morada, que sirve de pectoral. - Otra; cadena do oro
m ás mediana, con qjmz de oro y esm alte, que sirve de pectoral. -
Otra venera con fallo de una piedra de esm eralda. - Otra chica, de
oro m acizo, con cruz de esm eralda. - D os rem ates de oro con tres
piedritas, faltando una, con perlas alrededor. - Dos cruces de oro
LA V J L K C tE N BE IT A T I

filig ran a. - O tra dich a de oro m acizo, con p e n d ie n te de p erlas. - U n


a h o g ad o r de oro m acizo. - U n p a r de zarcillo s de oro e sm a lta d o ,
con perlas. - O tro p a r de zarcillo s e sm altad o , con lo rito s de oro. -
O tro zarcillo e sm alta d o con p e rla s de oro. - O tro zarcillo m ás m e­
diano co n p e rla s en oro. - O tro p a r de zarcillo s con c ris ta l en oro. -
O tro p a r de zarcillo s co n c ris ta l de p ie d ra s, a l p a re c e r m orados,
fa lta n d o u na. - Dos re lic a rio s de c ris ta l en oro. - S eis s o rtija s de
oro esm altad o . - Ocho s o r tija s con v a ria s p ie d rita s fin a s e n oro. -
S eis s o rtija s con p ie d ra s o rd in a ria s en oro. - Dos s o r tija s con p e r­
las. - D os de oro, u n a m aciza, y o tr a q u eb rad a. - D iez y! se is piece-
s ita s de oro con e sm e ra ld a y e sm alte. - Dos g ra n o s de o ro y fili­
g ra n a . - T re s p ed ac ito s de o ro c h afalo n ía. - U n c in to de tr e s h ilo s
y c u a tro re m a te s de p erla s. - U nos b o to n cito s de oro chicos. - U n a
p alo m ita de oro. - U n a h o g ad o r de oro con p ie d ra s y fa lta n a lg u ­
n as. - U n a cru z de o ro filig ra n a . - U n p a r d e zarcillo s dé oro con
unas, p e rlita s chicas. - U na s o r tija de oro con cinco p ie d ra s y c h is­
pas de d ia m a n te s con fa lla de u n a en el m edio. - U n a cruz de o ro
de filig ra n a . - C u atro s o r tija s de p ie d ra s, de oro, con u n a ro de
tu m b ag a. - Ocho p ie c ita s de oro e sm altad o , con p ie d ra s y p erla s. -
C u atro h ilos de p e rla s m e d ia n ita s con dos p ie d ra s m o rad as, em b u ­
tid a s e n oro. - C u atro h ilo s d ic h a m ás g ru e sa . - U n a cruz c h ic a de
oro, con to p acio s y tr e s p e rla s m ed ian as. - U n p a r de zarcillo s de
p la ta con p ied ras. - U na c o ro n a de p la ta so b re d o ra d a d el oro de
la V irgen. - Dos fig u ra s de p la ta m ac iz as chicas. - U n ch ap ad o de
p la ta con o c h e n ta y dos p ieza s la s c ab ezad as. - U n p re ta l con sie te
piezas de p lata. - C u a re n ta g ra n o s de oro chicos. - V ein te y o cho
de id. - U n a c a d e n a de oro. - U n p a r de zarcillo s de oro, de c ris ­
tal. - U n c o llar de c u a tro h ilo s de p e rla s con g ran o s de oro. - Un
rosicler y zarcillos de plata con topacios. - T res pares de canda­
dos de oro. - Cuatro sortijas de oro con piedras. - Dos sortijas de
filigrana. - U n aro d e oro con piedras faltando dos. - D os rascam o­
ños en plata de piedra, faltando una. - Dos rosarios de granate, el
uno con. cruz de oro con treinta y cuatro granitos de id. - U nos
zarcillos de oro con perlas. - Un m ondadiente de oro. - Un monda-
diente de plata. - S iete granitos de oro. - U n alfiler de plata con
piedra. - Una sortija de oro con piedra topacio y chispas de dia­
m antes. - U nos aros de plata descom puestos. - D os cajas de p o lv i­
llos d e p la ta . - U n a cru z e m b u tid a en p la ta. - Dos c u c h a ra s de
p lata. - Seis a ra n d e la s de p lata . - U n a c a jita de alm o h ad illas, con c e ­
rr a d u ra y llave. - O tra de v id rio co n c e rra d u ra y llav e. - U n ro sic le r
de oro con zarcillo s c o rre sp o n d ien tes. - Dos ro s ic le re s chicos. - U n
p a r zarcillos con p e rla s fa lsa s en oro. - U n ro sic le r con p ie d ra s en
oro. - U n p a r zarcillo s con p e rla s fa lsa s en oro. - U n ro s ic le r con
p ie d ra s en oro. - U n p a r d e can d ad o s de oro. - U n a s o r tija de o ro
con p ie d ra s y cu a tro p e rla s fin as. - O tra s o rtija con p ie d ra falsa . -
U n ro s a rito de m o sta z a con diez y ocho g ra n o s de oro y cruz de
oro. - Una crucesita de oro chica. - Ocho cuentas de cristal. - N o­
venta granos de oro; - Un rosarito de granate con trece granitos
DECADENOIA D E L CULTO A DA VIRGEN'

de oro. - Un par de hebillas de plata de seis onzas. - Un rosicler


de oro con piedras verdes, diez granos de cristal y tres de oro. -
U nos zarcillos de cristal em butidos en oro. - Un zarcillo de dicho
em butido en oro con perlas finas. - Dos im ágenes d e la Concepción
em butidas en oro, la una con unas perlitas. - Diez y ocho perlas
finas. - Un nicho con la im agen de la Concepción con corona de
plata, - U na cam panilla de cristal. - Una corona dé plata, grande. -
Un vestido de brocato nácar. - Otro de lam a de oro. - Un velo de
brocato blanco - Un m anto de brocato dicho. - Un velo de brocato
rosado. - U n manto de brocato azul. - U nos m anguitos de brocato
blanco. - Una túnica m ejicana morada. - Un vestido de la Virgen
de raso blanco guarnecido de galoncito fino y esm alte. - Una peche­
ra de cinta con dos galones de oro y encaje. - Ocho polleritas de
an g elito s de raso blanco con galoncito de oro y esm alte. - S eis pa­
ños de raso azul a flores. - S eis paños colorados con flores y cin tas
rosadas. - U na m anta de sarga de flores. - Seis paños de raso n e ­
gro. - Un pedazo de brocato colorado como de una vara. - Cuatro
varas de galón de plata. - Tres albas de coco calados. - Otra de
m uselina. - Otra m uselina con file te del país de vara de ancho. -
Dos toallas viejas. - Ocho' palios de lienzo viejo. - Ocho más de bre­
taña. - Cinco cornialtares, el uno con una rosa de cinta. - Un pa­
ñuelo inservible. - Un paño de altar m uselina con volado. - Una tú ­
nica de bretaña rosada y una alba que sirve para San Juan. - Una
túnica de m uselina. - Dos esto la s de cinta celeste, guarnecida con
cin ta de oro que sirve para los an gelitos del altar. - Seis pedazos
de cin ta de a dos y m edia vara para adornar la iglesia. - Dos cen e­
fas de cinta de dos y tres cuartas con blonda blanca. - N oventa y
dos retazos de cinta para adornar las vela s del altar. - D os ram os
de flores de plata tirada, - V einte y siete flores chicas de plata. -
ESCLAVOS DE LA VIRGEN: R osalía Mulata con sus hijos varo­
nes, d o s .,- María Celedonia con dos hijas, Concepción y Jacoba,
dichas hijas casadas con libres, la Concepción con dos h ijos varo­
nes, la Jacoba con una hija. - U n tacho de cobre con remiendo. -
PAPELES DE LA VIRGEN. - Un inventario de los bienes de la V ir­
gen del tiem po del Padre A costa. - Otro de Don Manuel M antilla,
de quien lo recibió el pueblo. - Un libro diario del dicho. - DEUDAS
A FAVOR DEL PUEBLO. - Don José Cisneros y Ram os, seten ta
vacas nuevas, con documento. - Don R afael Aguayo debe seten ta y
se is toros y veinte y cuatro yegu as, a pagar en yerba para la fábri­
ca, con documento. - EFECTOS DE LA ESTANCIA DE LA LI­
MOSNA. - Una casa cubierta de paja, pared francesa; en ella cu a­
tro puertas, una de dos manos, con dos ventanas. - Una cocina b as­
tante arruinada. - Tres cujas. - U na m esa. - Cuatro sillas viejas. -
U n rodeo con tres a r r a le s . - Y uno más con tres corrales con m an­
ga algo destruida. - Diez hachas, la una sin calce. - Una azada. •
Sierra. - S iete cuchillos. - U na chuza de matar toros. - Una piedra
de afilar. - Una carreta, - Cuarenta bueyes. - S eiscien tos seten ta y
cinco cabezas de ganado y toros. - Un nicho con la im agen de la
444 LA V IR G E N DE IT A T I

C oncepción .'- Cuatro frenos, dos quebrados - Ciento cuarenta ca­


ballos. - Cincuenta y cinco muías. - Un rancho cubierto de paja, pa­
red francesa. - AUMENTOS. - Una cadena de oro antejuelada. -
Otra cadena delgadita. - Un par de zarcillos ele crisolitas. - Dos sor­
tijas de topacios. - Más cinco sortijas de distintas clases. - Un par
zarcillos de tres pendientes. - Una cruz de oro con piedra de topa­
cios. - Dos pares de candado de oro. - Dos pares zarcillos con pel­
las. - Una cruz de oro. - Un rem ate de oro. - Cuatro cuentas de
fuego. - Cincuenta y dos pesos de plata corriente. - Una esclava
llamada María del Rosario. - Una alfombra de Nota. — Francisco
José Ramos.
(3) M e m o ria sobre los te rre n o s de Itatí: El territorio que
pertenecía al pueblo de Itatí tien e de extensión del E ste al Oeste
vein te y dos leguas y media en línea recta, y del N orte al Sur de dos
a tres leguas, de modo que forma un cuadrilongo que linda con el
partido de las E nsenadas, al N orte con el Río Paraná, al E ste con
el arroyo y estero de Santa Lucía, al Sur con el Riachuelo. .
E stim ando su anchura media a dos legu as y m edia la superficie
total del terreno se compone de cincuenta y se is leguas cuadradas,
poco m ás o m enos, de las cuales sólo diez leguas cuadradas son
propias para habitaciones, !o dem ás del terreno com poniéndose de
anegadizo, m alesales y bosques inm ensos que únicam ente pueden
servir para hacer ganados.
De las diez leguas sólo la m itad es tierra firme, propia para
la labranza, y la otra mitad se com pone de la clase de tierra, que
los habitantes llam an muerta, y con siste en unos pajonales cuyo
piso se hace inútil para la. agricultura en los años lluviosos.
Los terrenos m ás feraces son los del paraje llam ado Y ataity,
del rincón de San Isidro,, algunos puntos de la costa del Paraná
como el Guiray y el Guayú, la parte Sur y E ste de la lom a San An­
tonio, y sobre todo la lom a de Ybahay, a lo cual se debe añadir
parte de la lom a de Y aguacuá en toda la costa del Paraná desde
el arroyo Iribueuá hasta las barranqueras, sobre una extensión de
quince leguas en lín ea recta, no hay absolutam ente en donde for­
mar una chacra, y sólo en unos años favorables, se pueden apro­
vechar algunos albardoncitos.
Los m ontes desde las E nsenadas hasta la Lim osna están en
partes destruidos porque de ellos han tenido que proveerse los ha­
bitantes del pueblo y de las chacras inm ediatas: los de )a L im os­
na hasta Yribucuá son esp esos y abundantes en m aderes excelen ­
tes, tanto a la costa del Paraná como a 1a. del R iachuelo, y en ésta
a m ás del m onte, se halla un palmar bastante extendido. D el arro­
yo de Yribucuá hasta la A sunción, el m onte de la costa del Paraná
es m uy delgado y de poca madera. D esde la Asunción hasta los
confines del territorio, los m ontes son esp esos y pueden con sid e­
rarse como vírgenes a excepción del beneficio que se ha hecho en
ellos de la cáscara de Curupay, beneficio que en el día tiene alcanza­
dos los m ontes de Ita-Ybaté.
D E C A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 415-

L os lu g a re s propios p a ra e sta b le c e r e sta n c ia s son los m ism o s


que a n tig u a m e n te se h a b ía n elegido p a ra la s del pueblo, es decir, la
Cruz, la L im osna, la A sunción, Y aapé, S a n ta Isab.el, Ita-Y baté, con
la a d v e rte n c ia de que se p u e d e n p a r tir e n s u e rte m ás p eq u eñ a,
h ab ien d o p a ra fo rm a r p u esto s y rodeos, alg u n o s a lb a rd o n es in te r­
m ediados, como se r el e sp in illa r que se a lca n z a a l s a lir de la c a ­
ñ ad a de Y ribucuá, e] a lb a rd ó n de S an Jo sé, el de C am b aco rá y tod a
la lom a de Ib ah ay , cuya a ltu ra y situ a c ió n en m edio de los a n e g a ­
dizos, p e rm ite e x te n d e r la v is ta a u n a la rg a d ista n c ia a l co n to rn o ,
y ofrece a m á s de esto la v e n ta ja de u n suelo m uy fé rtil. E l p a ra je
llam ado Y ag u acá m erece p rim e ro p or su situ a c ió n e l s e r co n sid e­
rado im p e n e tra b le por su fondo, y que e n c ie rra en e lla to d a s la s
c o n v en ie n tes que se p u ed en d e se ar, m o n tes de p rovecho, te rre n o s
p a ra c h acras, a g u a s p e rm a n e n te s, y m alezas de m ucho e n g o rd e.
Su am p litu d es de dos le g u a s del E s te a l O este, y m ás de le g u a
de N o rte a Sur, fo rm an d o u n a b o lsa en cuyo m edio la lom a ocupa
u n a le g u a de larg o sob re c u a rto de leg u a de ancho, fu e ra del a lb a r­
dón llam ado T ap ecu aru zú , que es u n a lg a rro b a l que sigue h a c ia
Y aapé, y puede se rv ir de p u esto a o tro esta b lec im ie n to .
R e su lta de la m e n su ra , que acab o de h a c e r, que to d a s la s d is­
ta n c ia s son m en o res de lo que la s h a b ía n estim ad o con re lo j o p o r
ei tra n c o del caballo, es in e v ita b le que se c o m eta un e rro r en m ás
en un o s cam inos que p o r su n a tu ra le z a son m uy penosos, y segíin
la esta c ió n casi in tra n s ita b le s ; yo puedo a s e g u ra r que a p e s a r de
la im perfección de los in s tru m e n to s que m e h a n p ro p o rcio n ad o y
de la p o ca p rá c tic a de los o p e ra rio s que me h a n ayudado, lá m e n ­
s u ra p ra c tic a d a por m í d ifiere poco de la p e rfe c ta e x a c titu d , y asi
puede se rv ir el m ap a que aco m p a ñ a p a ra el a rre g lo de la s ostas:
E s tr is te sin duda el v e r que en im te rre n o ta n ex ten d id o se a ta n
reducido el piso h a b ita b le p or el ho m b re, y m ás cu and o se c o n si­
d ere que e ste defecto es g e n e ra l en lo m ás de la p ro v in c ia; p ero lo
que debe s e rv ir de consuelo al gob iern o que an h e le el a d e la n ta ­
m iento del país, es la fa c ilid a d que p ro p o rcio n a p a ra d esag u ad ero
del P a ra n á y d em ás río s que c o rta n su s su p e rfic ie s en cu ad rilo n g o s
de poca a n c h u ra, y la lla n u ra del suelo que fa c ilita en sum o g rad o
la n ivelación que p ro ce d er e s ta e m p re sa : de su e rte que cuando u n a
población m ás n u m e ro sa su m in istre Iqs brazo s n ecesario s, es in d u ­
dable que el p rim e r objeto de la m ano in d u strio sa se rá el r e s titu ir
a la población y a la a g ric u ltu ra e sto s in m en so s an eg ad izo s que
cu b ren la m ay o r p a rte de n u e s tra p rovincia.
A sí se co n seg u irá el e sta b le c e r com unicaciones d ire c ta s y fa c ­
tib le s e n tre los v ario s p u n to s del país, y de co n sig u ie n te se d a rá
valor a su producto, in c re m e n to a su com ercio, y en fin se a ñ a ­
d irá nn sin n ú m ero de v e n ta ja s a la s conque la n a tu ra le z a le fa ­
voreció.
E s ta s son las íinicas n o ta s que m e h an p erm itid o , re c o g e r la
rap id ez con que h e corrid o e ste te rrito rio , y que, a p e sa r de su
in su ficien cia, com unico al g obierno p ara cu m p lir con la o rd en que
446 LA V IR G E N DE IT A T I

trasm itió en su oficio (fn a .): 1 de mayo. Itatí, mayo 12 de 1826.


— Narciso Parchappe.
(4) Inventario de los bienes y u ten silios p erten ecien tes al
pueblo de N uestra Señora de Itatí a pedim ento del señor gobernador
de la provincia. - Prim eram ente una casa con altillo, se is p u eíta s y
seis ventanas. - Ün cuarto bajo con tres ■'puertas y tres ventanas. -
Más un cuarto con puerta y ventanas. - El cuarto que hace de escri­
banía con puerta y ventana y llave de hierro. - Una puerta en el
corralón con cerrojo de hierro. - E l zaguán con una puerta sin llave. -
Más en seguida al zaguán, cinco cuartos. - E l primero, puerta con
llave de hierro y dos ventanas. E l segundo, una puerta con llave de
hierro con dos ventanas. - El tercero, dos puertas y llave de palo. -
El cuarto, dos puertas, una con llave de hierro, una ventana. - El
quinto, con una puerta y llave de palo. - Mas un cuarto que ha ser­
vido de tejeduría, con una puerta y llave de hierro con cinco ven ta ­
nas. - Mas en seguida otro cuarto, que es la escuela, con dos puertas
una de ellas inservible. - Mas en seguida otro cuarto deshecho, con
una puerta regular. - Mas dos cuartos al frente con dos puertas in ser­
vibles. - U na m esa con cinco cajones. - Una m esa de pie de cabra
con un cajón. - Mas una m esa de pie de cabra con cajón, y encim a
un nicho de vela y un escritorio, con cinco cajones. - Una m esa en
la guardia de pie de cabra, con dos cajones. - Mas una m esa pie de
cabra sin cajón en el cuarto del m aestro de niños. - Una m esa
en la escuela. - Mas una m esa larga para el uso de comer. - Tres
m esas m ás regulares, una de ella con cajón. - Dos escañ os en la sala
principal. - Dos escañ os m as regulares. - V einte y .dos silla s una de
ellas inservible. - Un banco que se halla en la escuela. - Cuatro cajas
grandes de guardar ropa una de ellas prestada en lo del señor Cura. -
U na rinconera en el cuarto bajo con dos cajones de bastante uso. -
Un escritorio sin cajones. - Un escritorio más, sin cajones, deshecho. -
Un cajón de guardar papeles, con dos pilaritos arriba. - U n estante
viejo de poner libros. - Cinco cam as de dormir, con forro de cue­
ro. - U na caja inservible en la tejeduría, de guardar ropas. - (Dos
telares servib les de tejer lien zo que se halla en la tejeduría. - Una
atahona inservible; con dos piedras de m oler trigo, con macho
de hierro, y un estribo de hierro, que por no term inado llam an
dador. - Seis hachas. - Tres ollas de hierro de mayor a menor. -
Cuatro azadas. - Cinco palas usadísim as. •• Tres fondos grandes. -
Uno mediano. - U na olla grande de bronce de cocer mosto. - Una
barreta de hierro. - D os barriletes de carpintería. - Una esgurbia. -
U n formón. - Ocho h o ces de segar trigo. - Un pie de m ate de m a­
dera chapeado en plata. - Un calderón con tapa de hacer choco­
late. - Un alm irez con mano, de p isar esp ecies. - Una balanza
grande con marco de bronce de diez y seis onzas. — U na romana
con pilón. - U nas tenazas de hierro de herrería. - D os pares de
grillos. - U na cadena con dos g rilletes. - D os pizones de hierro. -
Cinco m olduras de carpintería de m edia caña. - Un cepillo chico,
y una juntera de carpintería. - Una bigornia de platería. - Un yunque
Templete en que se celebró la coronación de N uestra Señora. Plaza de la cruz durante
la ceremonia
D EC A D E N C IA DEL C U LTO A LA V IR G E N 447

g ra n d e de h e rre ría . - U n escoplo y u n a azuela. - U n tra p ic h e casi


in serv ib le. - Dos c a tre s g ra n d e s p e rte n e c ie n te s al tra p ic h e . - Dos
sie rra s g ra n d e s de c o rta r m a d e ra. - U n serru ch o . - U n a p ala de
hiervo. - Dos p a re s de esp u e las de p lata, un p a r grande, y o tro
chico. - U n p a r de e strib o s liso s de p la ta . - U n estrib o sólo sin
com pañero y liso de p lata. - C u atro p re ta le s de p la ta , y, u n a c ab e­
zad a de p la ta sin frenos. - U n p a r de esp u ela s de p la ta , y u n fren o
de p la ta que llevó el ca p itá n M arian o C am bay en tiem p o de A rti­
g as. - U na m a rc a de m a rc a r a n im ales, p e rte n e c ie n te al pueblo. -
U n to rn o de h ierro de h e rr e ría chico. - U n m azo de h e rre ría , de
h ierro . - Y no h allán d o se m ás que h a c e rs e p re se n te , se concluye
e ste in v en tario . E n e ste pueblo de N u e stra S e ñ o ra y M adre de
Ita tí, a 26 d ías del m es de a b ril de 1826. - J u a n A ntonio Gtterí.
(5) Razón de las su ertes de te rre n o s p e rte n e c ie n te s al pueblo
de Ita tí que deb en v en d e rse en p ú b lica su b a s ta de c u e n ta de dicho
pueblo. I*: E l rin có n de Y ag u arí, desde el m ojón T ab ac u é que
divide los te rre n o s de la E n se n a d a h a s ta el a rro y o d e S an Jo sé con
leg u a y m edia de fondo a l su d e ste . 2 ': L a e sta n c ia L a L im o sn a
e n la fo rm a de su v en ta. 3’ : U n a leg u a del fre n te al n o rte so b re
el P a r a n á desde el a rro y o Y ry b u cu á ru m b o a l e ste, su fo n d o al
s u r h a s ta el R iachuelo. 4i>: O tra su e rte ig u al sig u ien d o el m ism o
rum bo siendo su fondo p o r la p a rte del o e ste h a s ta el R iachuelo,
y por el costado del e ste h a s ta el m alezal que fo rm a el rin c ó n
de Y aguacuá. 59: L a e sta n c ia de la A sunción co m p u e sta de dos
leg u as de fre n te so b re el P a ra n á y su fondo h a s ta el e ste ro que
fo rm a el rin có n de Y aguacuá. 6’ : E l rin c ó n de Y ag u acu á d e jan d o
lib re a la p a rte del e ste la lom a que lla m a n T ap é C uruzú. 7": U n a
legua desde el m ojón que divide el te rre n o de la A sunción, ru m b o
a l e ste, su fre n te al n o rte so b re el P a ra n á , y su fondo a l s u r h a s ta
el R iachuelo, qued ando in c lu sa en e s ta su e rte la lo m a que lla m an
el T ap é C uruzú y la m ay o r p a rte del A lb ard ó n qué lla m a n C am bá
C orá. 8o: L a ^estancia de Y ah ap é, Con u n a legua, de fre n te sobre
el P a ra n á , s u 'fo n d o a l su r h a s ta e l R iachuelo. 9«: L a su e rte que
se sigue a l a n te rio r ru m b o al este, de u n a leg u a de fre n te sobre
el P a ra n á . 10: O tra su e rte ig u a l y g ira n d o a l m ism o ru m b o de
un a legua ,-de fre n te so b re el P a ra n á . 11: L a e s ta n c ia de S a n ta
Isa b e l de dos leg u as de fre n te so b re el P a ra n á , y le g u a y m ed ia
de fondo al su r. 12: L a su e rte que se sigue ru m b o a l e ste con u n a
leg u a de fre n te al P a ra n á y su fondo h a s ta la lo m a de Ib ah ái, to ­
m ando u n a p a rte de ésta. 13: Siguiendo el m ism o rum bo, o tra s u e r­
te de u n a legua de fre n te al P a ra n á y su fondo h a s ta S a n ta L ucía,
quedando en el m edio p a r te de la lom a de Ib ah ái. 14: L a e sta n c ia
de Ita-Y baté, desde la# in m ed ia cio n e s de la p u n ta d el m o n te de
Ib ah ái, h a s ta las b a rra n q u e ra s o a rro y o s de S a n ta L u cía con dos
leg u as poco m ás de fre n te al P a ra n á y su fondo h a s ta S a n ta L ucía.
C o rrien tes, m ayo 20 de 1826.
(T>) Inven tario F o rm a l de las a lh a ja s de oro y plata p e rte ­
n e c ie n te s al S a n tu ario de N u e stra S eñ o ra de Ita tí, o rn a m e n to s y
448 LA Y IR G E N DE IT A T I

dem ás m uebles de él, entregados por el cura exmayordomo, pres­


bítero don Manuel Antonio Garay, a los síndicos nuevam ente nom ­
brados por el gobierno del com andante m ilitar don Antonio Güerí,
y el ten ien te cura Fray V icen te Ferrer a cuyo cargo quedan ex is­
ten tes, con excepción de otro crecido núm ero de alh ajas de oro y
plata, del m ism o globo rem itido a disposición del Superior Gobierno
que consta de recibo otorgado a favor del expresado ex-mayor-
domo. A saber: Una custodia adornada con piedras fa lsa s y toda
ella sobre dorado qne ex iste dentro del sagrario. - Un copón llano
de plata, sin sobredoraxse por dentro que sirve para dar la Comunión,
y ex iste dentro del sagrario chico. - Una cajita chica de plata, de
llevar el viático a los enferm os. - T res cálices sobredorados por
dentro y fuera, el uno de ellos adornado de piedras falsas. - T res
m ás de plata, sin sobredorarse ni por fuera ni por dentro, uno
de estos con patena y dos sin ellas, y los tres sin cucharas. - Cuatro
pares de vinajeras de plata, con sus correspondientes platillos,
algunos descom puestos. - Un h ostiario de plata, adornado con una
piedra falsa encim a. - Dos portapaces d e plata. - Una bujía de plata
adornada de dibujos y piedras, con se is arandelas. - Un atril cha­
peado en plata que sirve para las funciones. - U na sacra chapeada
en plata, con sus correspondientes cuadros. - Dos incensarios de
plata, con sus correspondientes n avetas y cucharas. - Una pileta
de plata, con su hisopo. - Un v aso de plata, para dar agua a lo s que
comulgan. - Una corona de regular tam año, y una diadem a chica
toda de plata. - T res crism eras, dos de plata y una de estaño con
sus correspondientes punzones, y un salero de estaño. - Dos vasos
pequeños de plata, el uno que sirve en la pila bautism al,, y el otro
en el altar para purificar. - Cuatro llaves de plata, tres para lo s
sagrarios, y uno para el nicho de la Virgen. - Dos sortijas de plata,
con piedras falsas para los m atrim onios. - Cuatro cam panillas ele
plata, tres chicas y una grande. - Cuatro blandones grandes de plata,
y dos m ás pequeños de plata. - Doce candeleros bajos de plata;
cuatro chicos dibujados para la Virgen. - S eis m echeritos de plata
para el nicho de la Virgen. - U na Cruz parroquial de plata, con
crucifijo de plata y' canutos de plata. - D os cirios de plata con can­
deleros de plata. - S eis cañas forradas en plata que % sirven para
el palio. - T res cañas m ás en igual condición, una de guión y dos
de banderas, - T res arañas, dos de plata, lai grande con su vaso de
plata y m echeros correspondientes, y la tercera de m etal, con m e­
chero. - Un sitial chapeado en p lata con esp ejo y adornos. - Diez
y seis cam panillas de m etal, cuatro sin badajo. - Dos cam panillas
de platilla, una de ellas con el cabo quebrado. - Dos blandones de
m etal amarillo para e l uso. común. - Ornam entos: Cinco casullas de
brocato blanco, tres com pletas, una con manípulo, estola y paño de
cáliz sin bolsa, y la últim a con estola solam ente. - U na casulla de
brocato blanco de regular uso, com pleta. - D os casullas correspon­
dientes a San A ntonio, la una nueva de brocato blanco, y la otra
de regular uso de espolín de. flores guarnecidas de galón de oro. -
D ECADENCIA DEL CULTO A LA VIR G EN 449

Dos dalm áticas de brocato blanco con el correspondiente galón


de oro. - Tres capas de coro de brocato blanco, con galón de oro. -
Cinco capas de coro de diferentes colores. - U n paño de tasítor de
brocato blanco. - Tres casullas de tafetán morado, con todo lo corres­
pondiente. - Otra casulla colorada con galón de oro m enos el paño
de cáliz. - Dos casullas verd es com pletas. - Dos casullas blancas
de raso de flores para el usó común com pletas. - Dos casullas ne­
gras, para el uso común com pletas. - Siete casullas inservibles de
diferentes colores. - S iete esto la s inservibles. - N ueve m anípulos
inservibles. - Doce bolsas de cálices, inservibles. - U na m uceta de
terciopelo colorado, con sobrepuesto bordados de hilo de plata,
bastante viejos. - Cinco fron tales, dos de ellos colorados de raso
de flores y guarnición galón de plata, uno verde de orocatillo y
flores de oro, con guarnición de galón, otro morado con galón de
oro am arillo, y el otro raso negro en galón de oro. - Tres frontales
de brocato blanco, con bastidores. - Un palio de damasco, colorado
con guarnición de galón de plata. - Un guión con su marco de
hierro cubierto, con damasco colorado bordado, con seda de dife­
rentes colores. - Tres m angas d e cruz, una morada de anafalla
con galón de seda am arillo, otra de brocato blanco, con encajes
anchos de lo mismo, y otra de pana negra. - Dos bandas, una
blanca, con fleco de plata tirada, y la otra de tafetán morada. - Un
paño de facistol de paño de sed a negro, con galón de plata ordi­
nario. - T res m isales bien usados. - Un ritual viejo. - T res aras que
sirven en los altares, y dos de reserva chicas y una de ellas que­
brada. - Cuatro cíngulos de u so común. - U na cruz chica de m e­
tal, con vetas de adorno . - Un espejo que sirve en la sacristía,
para revestirse los sacerdotes. - Ropas blancas ex isten tes en un
baúl: Tres albas de coco calado. - U na de m uselina con flores
de plata. - Cuatro m ás de m uselinas. - T res m ás de Irlanda. - Seis
roquetes de pontebí de algodón con sus encajes. - Seis m ás de
pontebí de hilo con sus en cajes. - Diez y siete sotan illas para los
m onaguillos. - Seis azules, cinco negras nuevas, unas y otras y
seis coloradas usadas. Un sobrepelliz' de coco. - Catorce corpora­
les. - V einte y dos purificadores. - Dos palias. - Cuatro hijuelas. -
Diez cornualtares. -'"Tres paños de agua manil. - Un paño negro,
de paño negro para féretro guarnecido con galón de plata. - H ábi­
tos y estandartes de los Santos. - D os hábitos de San Francisco,
uno de lana y otro de seda. - U n hábito de anafalla morada con
galón de oro de Jesú s ¡Nazareno. - Seis banderas, una negra de
seda, una de raso, morada, una carm esí, una de tafetán blanco, y
dos de coco blanco, donadas por el señor com andante don Juan
Antonio G-üerí, para el uso del santuario. - Otra de dam asco car­
m esí del uso común. - Una cortina de listadillo, para cubrir el altar
mayor en la sem ana de pasión. - Adornos perten ecien tes a la Vir­
gen existen tes en su propia caja: cuatro tocadores de la Virgen. -
T reinta y siete retazos de cinta encarnada para vela s de flores. -
picadas de plata tirada. - Diez y ocho m ás de am artillo. - Cuatro
chales, dos blancos, y dos colorados. - Cuatro más, dos de m orselina
450 LA V IR G E N DE IT A T I

y dos de punto. - Cuatro varas de cinta de tisií. - S iete varas y


m edia de cin ta de raso verde pintada. - S eis velas de encaje. -
T reinta y siete retazos de cinta encarnadas para v ela s de flores. -
Cuarenta de retazos de azul para lo mismo. - Ocho retazos verdes para
lo mismo. - Una casaquita azul, con pollera correspondiente que
sirve para la Verónica. - D os varas de m uselina. - Dos cam isas ordi­
narias de la Virgen. - Un v estid o de la Virgen, de brocato colorado
com pleto. - Ocho polleritas del m ism o brocato para los niños. - Un
vestid o de brocato blanco com pleto de la Virgen. - Un v estid o de
brocato am arillo com pleto con' sie te polleritas de los niños de la
V irgen. - Un frontal su elto de brocato blanco, con galon es de oro. -
D os carpetas, una de seda azul, y otra de raso colorado con hechu-
gu illa de cinta am arilla. - U n v elo de paquin azul, con galón de
plata. - U na cenefa de tafetán encarnado de bastante uso, con guar­
nición de cinta de tisú y un galón en m edio y fleco de encaje. -
Otra de ídem., de tres varas con cinta azul y encaje. - Dos varas
tres cuartos de espolín rosado. - S eis retazos de raso azul con flores.-
Cinco retazos de raso encarnado con flores. - Cuatro varas y m edia
de raso encarnado. - Siete varas de tafetán rosado- - Cuatro varas
tres cuartos de tafetán amarilo. - N ueve varas de coco rosado, para
adornos de la grada, - Una cen efa de brocato rosado. - Un paño con
tres caras de Jesús, pai'a Sem ana Santa. - Un pañuelo de coco usado. -
Un pañuelo de seda am arillo, con guarda morada, - Tres cam isitas
de los niños, - Cuatro brazaletes de m uselina blanca para la s andas. -
U na cortina de zaraza colorada en cuatro piezas para el castillo de
San Antonio. - Otra de zaraza blanca con pinta verde, perten ecien ­
te al castillo de la Virgen. - D os bandejas de palo pintadas de
negro con flores de oro. - T res alfom bras, una de ellas tripe riza­
do. - Cuatro retazos de dam asco carm esí. - Un cajón con treinta y
tres m ariposas de esm eralda y ocho ram os aterciopelados. - Otro
cajón con doce pies de ram os de m adera pintados. - S eis velas
de flores, con sus cintas correspondientes y cuatro ram os de flo ­
res de trapo. - Dos planchas de planchar ropas. - Una docena' de
cucharas de m etal blanco y siete tenedores de hierro, - Cuatro
fu en tes de loza blanca, dos grandes y dos pequeñas. - Muebles
de la iglesia. - S eis faroles de cristal con ostras, ya deteriorados
que sirven para llevar el viático. - S eis cristales grandes gruesos
que servirán para el camarín de la Virgen. - Un sepulcro dorado
que sirve para el entierro de Cristo. - Un sitia l de m adera grande
dorado con puerta de cristal todo tallado, con un San Miguel arriba
por extrem o tjue sirve para el m onum ento y una cadena de oro con
su llave de plata. - Dos escaparates bajos, de tableros llanos. - Seis
escaños, cuatro dibujados y dos llanos. - Dos confesionarios ta ­
llados. - Una pila bautism al de piedra. - Una frontalera para guar­
dar frontales. - Siete m esas, entre chicas y grandes. - Tres sillar
doradas y bien adornadas que sirven para las funciones. - T res más
tratables para el uso común. - Tres altares, dos con sagrarios. -
Cuatro floreros de loza. - M uebles de la Sacristía. - U na m esa larga
DECADENCIA DEL CULTO A LA VIR G EN 451

con seis cajones para ornam entos y v estirse los sacerdotes. - U n


escaparate pequeño de guardar cálices. - Una caja grande donde se
guarda el Santo Cristo de la agonía. - Dos liostiarios de hierro para
hacer hostias, uno inservible. - Catorce chuces, nueve tratables, y
los dem ás viejos. - Dos andas doradas con sus aderezos, una de
la Virgen y la otra de San A ntonio. - Dos cajas usadas. - Un agua
manil, con su tornillo. - Diez y se is bultos de Santos, de varias
advocaciones fuera de los que están colocados en los altares. - Un
órgano inservible con algunas flautas en el coro. - Uno chico con
una im agencita de bulto de ¡Nuestra Señora de Itatí recaudadora
de la lim osna de la campaña, el nicho adornado con capitel dorado. -
Dos violines, uno con caja. - T reinta y siete pesos co n tres rea les,
plata lim osna. - Para consum o del Santuario. - N ueve libras de
cera de Santiago. - Una tinaja grande, con tres arrobas de grasa. -
U na cazuela, con dos arrobas de sebo derretido. - Medio almud de
harina para hostias. - T res cuartas y m edia de vino para m isas. -
E sclavas. - María Celedonia Aranda. - C oncepción Güerí, - Cipria-
na R ivas. - María del P ilar R ivas. - R osalía A costa. - Jervasia Ole-
char. - María V ísencia Olechar. - María de la Soledad Olechar. - E scla ­
vos. - Juan de la R osa Olechar. - Mariano Roque Olechar. - Tori­
bio Núñez. - V ictoriano Esquivel. - H ilario Núñez, Florencio Núñez. -
Y no habiendo más que poner y añadir, a e ste inventario que se
hizo con asisten cia de lo s síndicos nom brados y el exm ayordom o
y los demás' testig o s que firm an en conform idad con dichos síndi­
cos, lo concluim os en e ste pueblo de N uestra Señora de Itatí a
24 de Mayo de 182G. - Juan Antonio Güerí, síndico. - Fray V icen te
Ferrer, presbítero. - Manuel Antonio Garay, testigo. - V icente Garay,
testigo. - Adriano Aranda, testigo. - José Joaquín Quijano. ■— NOTA:
M uebles p ertenecientes al pueblo y ex isten tes en casa del cura y
vicario de esta parroquia don Manuel Antonio Garay, de su uso
común: T res m esas, dos cuadradas grandes, y una redonda que
se le entrega al ten ien te cura F ray V icen te Ferrer para su uso. -
U n estante para libros. - U na docena de taburetes con parches
grabados. - Una tinaja vieja. - Todo lo que queda siem pre a cargo
del expresado Vicario. - Güerí, síndico. - Ferrer. - Garay, cura,
testig o Garay, testigo Aranda, testig o Quijano.
CUAKTA PA R T E

CONSAGRACION DEL CULTO A LA VIRGEN


CAPITULO I

EL SANTUARIO DE ALEGRE

E sta c u a rta p a rte respecto al culto trib u tad o a la V ir­


gen en su imagen de la p u ra y lim pia concepción de nues­
tra Señora de Itatí, desde 1853 a 1944, no exige a nues­
tr a plum a detalles, no precisam ente porque son conocidos po­
pularm ente, sino porque los anales de lo aun ya casi presen­
te bueno es prudenciarlos, dejándolos, m adurar en los anaque­
les documentales y en la depuración tradicional, si ha de evi­
tarse el peligro del ditiram bo y la protesta exacerbada del
resquem or: la historia es u n a lección fija y severa, y a dis­
cutida y probada; y su aparición pública es oportuna, cuan­
do se han apagado las malas luces de la falacia del apasio­
nam iento. E n la consagración del culto a la V irgen de Ita ­
tí aparecieron muchas glorias y no pocas som bras. Señala­
remos lo intergi ver sable, y dejaremos que duerm an las cró­
nicas : más tarde despertarán éstas con la sanidad de la ra ­
zón y sin las imaginaciones del sonambulismo.
Volviendo a n uestra M adre y líeina, ¿qué pasó con ella
en su forzada peregrinación al P a ra g u a y ? ... Oigamos a un
hijo de Ita tí, Valerio Bonastre, cuya erudición en achaques
históricos es de todos conocida. E n 1925 público entre otros
datos los siguientes: “ La P a ra y Lim pia Concepción perm a­
neció en I tá Corá, de la república herm ana, siendo depositada
en una casa de corredor donde se construyó una modesta ca­
pilla que era atendida por la num erosa emigración correnti-
na y p o r muchos fieles paraguayos. Aun se conservan restos
456 LA V IR G E N DE IT A T I

de la casa que le sirvió de albergue, siendo conocido el p a ra ­


je en que se h allan con la denom inación de. Ita tí Cué.
Posteriorm ente fué trasladada al pueblito de Laureles,
distante algunas leguas de la costa del Paraná!
E n octubre de 1849, el gobernador delegado Miguel Vi-
rasoro aprovechando la breve estada en esta ciudad del ca­
p itán de caballería Antonio de la Cruz E stigarribia, que era
conductor de unos pliegos del gobierno paraguayo p a ra el de
Buenos Aires, le m anifestó que se determ inaba m andar un
buque por dicha imagen a los efectos de su entrega . A nálo­
ga solicitud se hizo al doctor José Berges en noviembre de
185], cuando en un cañonero paraguayo arribó a este puerto
a su paso p a ra Montevideo, en donde iba en cumplimiento de
una delicada misión diplomática. E l plenipotenciario p ara­
guayo. escribió al general Francisco Solano López, jefe de
las fuerzas destacadas en Paso de la P a tria (P arag u ay ), don­
de a la sazón se encontraba la imagen “ ponderando los de­
seos del bello sexo de la ciudad de Corrientes por la restitu ­
ción de dicha im agen” . . .
Con estos antecedentes el Gobernador Provisorio don Do­
mingo L atorre envió al pailebot “ M entor” a cargo del ca­
p itán don Rafael R uarto, de nacionalidad italiana, con des­
tino a Ita tí llevando despachos p ara el Comandante M ilitar
de dicho punto para que con ellos se presentara al puerto de
Paso de la P a tria y recabara la devolución de la milagrosa
imagen. R uarto, apartándose de sus instrucciones, se dirigió
directam ente al puerto mencionado (17 de noviembre de
1851), pero con tan poca fo rtu n a que al llegar fué detenido
el “ M entor” por la guardia m ilitar paraguaya, conserván­
dose en tierra a su capitán y tripulación. E sta desagradable
incidencia dió lu gar a u n cambio de notas entre el Oficial
Prim ero, encargado del despacho del gobierno de Corrientes,
don Francisco Rojas, y el M inistro interino de relaciones ex­
teriores del P araguay, don Benito V arela. E ste en u n a ex­
tensa nota, de fecha 4 de diciem bre, desvirtuó de un modo
categórico los cargos hechos por el funcionario correntino,
expresando ser inexactas las declaraciones atribuidas al ca-
p itá E stig arrib ia y al doctor Berges, lo mismo que la de­
CONSAGRACION B E L CULTO A LA VIRGEN 457

tención del “ M entor” y sus trip u lan tes que por llegar a
una hora inconveniente al puerto nombrado, se le impidió
proseguir viaje hasta el día siguiente, circunstancia que apro-
eharon p a ra desembarcar y dorm ir en tierra. A gregaba: “ el
señor P residente 110 acostum bra hacer encargos verbales ni en
lo in terio r a evitar abusos que pudieran tener lu g ar con tal
motivo, cuanto más para, haber empleado sem ejante m anera
incivil con el Exmo. Gobierno de C o rrien te s...
“ E n tre tanto, el gobierno de la República jam ás ha
pensado retener la imagen, y en esta ocasión se hubiera
llevado sin que tu v iera lugar el suceso desagradable que mo­
tiva esta correspondencia, si el señor G-obernador Provisorio
hubiera tenido a bien dirigir sobre el p articu lar una simple
com unicación” . Terminaba m anifestando que “ se había dado
una orden p a ra que la imagen de la V irgen de la Concepción
de Ita tí sea entregada con sus propiedades a la persona o
personas que designe S. E. el Sr. Gobernador Provisorio
Con esta advertencia, el Gobernador Latorre, encomen­
dó al ciudadano don J u a n F rancisco'A lsina, cuya misión la
desempeñó sin m ayor em barazo.
La nota que sigue, tran scrita literalm ente, in stru irá al
lector en la dureza de un castellano sui gèneris de la form a en
que llegó la celestial viajera a su querido hogar después de
dos años y medio de nostálgica ausencia: “ V iva la Confede­
ración A rgentina! E l com andante m ilitar del departam ento
de Ita tí, diciembre 24 de 1851. Al Exmo. Sr. Gobernador P ro ­
visorio de la Provincia don Domingo Latorre.
Con arreglo al oficio de V. E . fecha 15 del corriente, me
hallaba listo para- el recibimiento de nu estra Señora de Con­
cepción, p ara el efecto aportó el buque en este p u erto el Co­
misionado Don J u a n P. Alsina haciéndome una invitación
con algunos hombres p ara el acompañamiento de la expresa­
da imagen y atención a la anterior disposición de V. E . qne
me ha dirigido a este respecto, acepté dicha invitación, y lo
acompañé con algunos hombres de este pueblo hasta recibir­
la, y hoy mismo lie colocado en su antiguo trono con la posi-
458 LA V IR G E N DE IT A T I

ble form alidad. E l inventario de los intereses recibidos en­


treg ará a Y.' E. el expresado Alsina p ara su satisfacción.
Dios guarde a Y . E . Ms. As. E xm o. Señor •—■M ariano
Soto M ayor” . ’
* *

Volvió la Soberana a su trono, la M adre al abrigo de


la devoción de sus hijos predilectos, que y a no eran la escoria
del pueblo correntino, sino patriotas vejados por ,1a tiran ía.
Y el mismo juez de crim en del gobierno de los Virasoros,
Ram ón G alarraga, esposo de J u a n a V irasoro, de cuyo fallo
en co n tra de los que no ac ertaro n a h u ir en 1849 afirm a el
historiador Oontreras que “ si se suspendió en la horca al es­
timable joven Benigno G aray y compañeros por haber aquél fa l­
sificado la firm a del com andante C orrales en u n a revolución
contra éste por el coronel Vallejos (a E l P á ja ro ), no fué sino
efecto de u na legalidad, mal entendida quizás por aquel juez,
que con los códigos de las Recopiladas y las supletorias de Las
P artid as obró draconianam ente previo un proceso, acusación,
defensa y p ru e b a ” ; ese mismo G alarraga, publicado el pro­
nunciam iento de Urquiza, fué a volcar su sim patía en el co­
razón de los revolucionarios llamados a reintegrarse sin culpa
y pena a sus hogares: posee la bandería de todas las edades
la v irtu d de la piel del camaleón.
Ya podrá el lector im aginarse el areoiris de luces y som­
bras que cobijó esta vuelta de la Virgen a su tro n o : alegrías
de toda, la provincia al reto rn ar la M adre; tristeza especial­
mente del pueblo al contem plar el trono indignísimo, más
que indecoroso p a ra ser en él colocada ta n excelsa Reina.
Se caía en pedazos el S antuario galpón alzado por los adm i­
nistradores civiles, y luego algo así como apuntalado por el
G obernador F e rré con algunos mezquinos aportes desglosados
del enorme acervo que debió p ro d u c ir la v en ta de los bienes
del Ita tí colonia], de las tierras cuajadas de ganado en ambas
orillas del P ara n á y acaso de Los Campos de la Virgen de Ita ­
tí, con ese nom bre señaladas en uno de los m apas fiel atlas
de M artín de M oussy,. tierras espaciosas situadas sobre la
margen izquierda al sur del Río Negro. Xo hemos llegado a
CONSAGRACION D E L CULTO A LA VIR G EN 459

precisar datos acerca de esas tie rra s ; pero, a ser posesión de


la Viraren, lo. sería como un recurso inmediato de emergencia
bajo la atención del subdelegado del pueblo, Manuel Gasave,
en los pedidos de los adm inistradores seculares. L a verdad
es que bien pudo el sabio ingeniero Narciso Parchappe, de
cuyo apellido originóse castellanizado el de los Chapo de
Corrientes, tras la venta de los bienes de la com unidad ita ­
teña en 1826. proceder a la de los nombrados campos; pues,
según n o ta de M oussy: “ E l n a tu ra lista Alcides D ’Orbigni
asistió a la fundación de Bahía B lanca en 1828; lo acompa­
ñaba entonces el ingeniero P archappe, el que, por disposición
del gobierno, de consuno con el coronel Estomba, organizó
esa colonia” . Los campos de la Virgen de Ita tí no estaban
lejos. •
E n el retorno de la m ilagrosa imagen, cuando el cuadro
parecía ensombrecido en un calvario de m uerte, brilló el
alba de la consagración de su culto. Tres grandes figuras
alu m b raro n esa alb a: P ujol, Rolón y A legre; el uno como
justicia, el otro como apóstpl y el tercero como obrero: Ju a n
Gregorio P ujol, modelo de gobernantes, terciario franciscano,
cristiano convenc.iclo y práctico, lo que le valió en la “ Cró­
n ica” del irreligioso M antilla la acrim onia del desprestigio
contra toda la tradición histórica, varón era, no em bargante
su fu ste aristocrático, de obras netam ente republicanas, y así
adm iró por sus luces intelectuales como por su dinamismo
en todo género de progreso social y de beneficiencia pública,
y no redujo sus creencias en la prim era m ag istratu ra de la
provincia al ocultismo de los medrosos, sino que la m anifes­
tab a paladinam ente asistiendo con sus compañeros de gobier­
no a las solemnidades del culto católico, especialmente en los
días de la Semana M ayor porque, según sus palabras “ los
gobernantes deben d ar ejemplo al pueblo” , y de tal m anera
se destacó por la ecuanim idad de su carácter, por la p ru ­
dencia de sus gestiones, por él ilustrado y cordial amor a su
tie rra señalando sus glorias y defendiendo sus derechos qne
al mismo P residente de la Confederación, Justo José de Ur-
quiza, le arrancó, disimulado o no, un m eaculpa <le recon­
ciliación con la m ártir inquebrantable provincia de las libcr-
460 LA V IH (-5EN DIO IT A T I

tades argentinas (1) ; José M aría Rolón, el canónigo ilu stra­


dísimo, sacerdote lleno de v irtu d es y celo por la causa de
Dios, ciudadano al que alzaron las sim patías populares de sus
coterráneos a la prim era m agistratura de la provincia, renun­
ciándola a poco por no adm itir su corazón defender su go­
bierno en lucha sangrienta contra las ambiciones revoluciona­
rias de inquietas banderías, era ante todo un apóstol de la
devoción a la Cruz de los Milagros y a la Virgen de Itatí,
devociones que se empeñó en ilustrar, desarraigando supers­
ticiones y encendiendo el am or a la E ucaristía como finali­
dad p ráctica de toda devoción, p a ra lo que reco rría a las veces
con seis franciscanos los pueblos m isionando con fru to ta n
maravilloso que, de la misión llevada a cabo en Saladas, nos
dicen las crónicas de entonces eme toda la población, a ex­
cepción de tres extranjeros, se acercó al banquete eucarísti-
co, porque Rolón no era sólo el hombre de fe que supo con­
denar con valientes exhortaciones a los fieles la solapada in­
fluencia de la m asonería en la capital eorrentina, lo que le
atrajo el m alquerer de los sectarios apolíticos y políticos, sino
además el adalid ardientem ente convencido de la fe práctica,
lo que arrancó con motivo de Su acción misional en 1858, es­
te suelto a “ La O pinión” del 22 de octubre del mismo año:
“ Dos cosas podemos asegurar sin equivocarnos: prim era, que
a la actividad, celo y prudencia del señor Delegado se le debe
la m ayor p a rte del fru to de la m isión; segunda, que el señor
D octor Rolón h a dejado en todos los pueblos num erosas sim­
patías. Todas las clases de la población han quedado prenda­
das de su sencillez, hum ildad y benevolencia en el trato, de
su paciencia en su frir 1a. im portunidad y la ignorancia de las
pobres gentes, de su discreción y prudencia en arreglar los
asuntos difíciles, de la facilidad y serenidad en expedirse
siempre con acierto en los negocios más arduos” ; J u a n Ne-
pomuceno Alegre, el segundo Bolaños, según la hiperbólica
comparación de M artín de Moussv, religioso franciscano, de
ardiente empeño en exhum ar las glorias del pasado de su pro­
vincia, que brilló por su estudiosa afición a las ciencias exac­
tas, que le dieron versación no despreciable en astronomía, geo­
m etría, arq u itectu ra y mecánica, descubridor de las ruinas del
CONSAGRACION D E I. C'ÜI/TO A I-A VIRGEN 4 (3 1

fuerte de A razaty, que él como todos los historiadores juzgaron


ser el prim itivo de V era y Aragón cuando no pudo ser sino
el reedificado sobre el mismo p a ra je por H ernandarias, deli­
neador de los pueblos de San Antonio de Ttatí, hoy Berón
de A stradas, y del pueblo de la Virgen, fué el hombre pro­
videncial .del que se valió el gobernador P ujol p ara la cons­
trucción del santuario de Ja V irgen de Itatí. Y en 1853,
siendo cura. del. pueblo Alegre, levantó el templo, del que di­
jo M'oussy ser el mejor de la provincia edificado para siglon.
Con m ayor entusiasmo que el acostumbrado en 'todas sus
empresas el dinámico franciscano, como queriendo eternizar­
se junto a la Virgen, edificó su habitación de trabajo al este
de Ja plaza, habitación aprovecliada hoy provisoriam ente por
la escuela nacional del pueblo, y sobre los cimientos del de­
rruido templo emergió el nuevo. Xo fué por cierto una obra
de a r t e : u n a modo de galpón con una nave de veinte y siete
metros y cincuenta centím etros de largo y nueve metros de
ancho, siendo de once metros el presbiterio y el techo de ti­
jeras sobre caballetes con revestimiento de m adera y tejas de
barro, asegurado todo con. llaves de m adera y, sin torres,
drogoneaban como si lo fu eran dos a guisa de hornos empo­
trados en la conclusión este de los m uros del templo. Sin
ser artística, fué esa obra la adm iración de su tiempo y el
acicate de los peregrinos que aum entaban considerablemente
por contem plar a su R eina en su flam ante santuario. El
mismo gobernador J u a n Gregorio P ujol, con distinguidas fa­
milias de Corrientes asistió a las fiestas inaugurales el 26 de
diciem bre que resultaron, según las crónicas, lucidísim as.
F u é la consagración del culto de la m ilagrosa imagen
por p arte del gobierno de la provincia. Tuvo todos los rega­
tes de la g ra titu d que reconoce y del desagravio que se arro­
dilla. F u é el corazón de los hijos arrebujados, a fu er de ho­
m enaje de alabanza y expiación, a los pies de esa. benigní­
sima Peregrina, que fué llenando la( historia de 1os grandes ríos
con sus ininterrum pidos milagros, a. pesar de su fatigosa
odisea, de los u ltrajes inferidos por Ja selva salvaje y de la
proscripción im puesta por las revoluciones irreflexivas.
Nadie ignora las glorias de Pujol : pero todas quedan co­
462 LA V IR G E N DÉ ITA TI

mo apagadas ante la brillantez de su gesto de glorificación


a la M adre del pueblo correntino. No era sólo el santuario
sino toda Ja m anzana de su ubicación lo que se le debía a la
V irgen. Y P u jo l así lo entendió. Y el 4 de marzo de 1856
ordena al Ju ez de Paz clcl departam ento de Ita tí lo que si­
gue: "A l Ju ez de Paz del departam ento de I ta tí: .■—• E l go­
bierno, deseoso de indem nizar los injustos perjuicios que en la
adm inistración de Don Pedro F e rré se han causado a los
bienes pertenecientes al templo de N uestra Señora de Ita tí,
a quien se ha despojado hasta de sus alhajas, como consta
de documentos que obran en esta secretaría, ha ordenado con
fecha de hoy que las tierras de ptiblica propiedad que cons­
titu y e n el área de ese pueblo se afecten a dicho templo en
el mismo Jocal en que se halla, ubicado la extensión de u n a cua­
d ra en cuadro. E n esta v irtu d se ordena a Ud. eleve a
conocimiento del cura párroco de ese pueblo esta superior
disposición p a ra que se registre en el archivo de aquella igle­
sia. y sirva en lo sucesivo de título justificativo de la pro­
piedad que se le adjudica. Si e n ,la extensión de la cuadra
en cuadro de terreno, destinado al templo p a ra objetos de
servicio eclesiástico, se hallase com prendida alguna propie­
dad p articular, dispondrá TJd. se le indemnice al p ropieta­
rio con otra suerte de igual núm ero de varas de frente y
fondo en cualquier otro sitio de este pueblo y a elección
de dicho propietario. — Dios guarde a Ud. — J u a n Pujol.
— Wenceslao D. de Colodrero” . Así se realizó, posesionán­
dose el santuario de toda la manzana.

* *

E n 1853 no ten ía cam arín la V irgen. Recibía vene­


ración desde una hermosa h o rnacina del altar mayor, que es
hoy el a lta r de San Antonio de P adua, de Ram ada Paso.
F ra y J u a n Nepomuceno Alegre dotó al tem plo de u n modes­
tísimo camarín _ abriendo en la p ared interpuesta entre éste y
el templo un nicho para que pudiera ser venerada, según las
distribuciones del día. ya en la iglesia, y a en el camarín.
Resultó el nicho inadecuado: el rostro de la imagen aparecía
CO NSA G RA CIO N DEL C t’ LTO A LA V IR G E N 463

sombreado a causa de la reducida curva de aquel. E n vez de


ag ran d ar el construido nidio, resolvióse empequeñecer la im a­
gen, sustituyendo por otro menos alto el pedestal de la ima­
gen. Lo lam entable es que en el prim itivo pedestal fig u ra ­
ban, como en todos los iconos de la Inm aculada, cabezas ala­
das de ángehs, de querubines según ia expresión de los an­
cianos del pueblo, ángeles que se arrebujaban a los pies de
la V irgen adheridos al pedestal, viéndose sus tobillos y parto
de las piernas sobre las que caían el escapulario y el m anto
algo cortos; lamentable, decimos, porque todo esto se a rra n ­
có, quedando la imagen desproporcionada en su altu ra (2).
El antiguo pedestal, que no era sólo pedestal sino también
p arte integrante de la efigie, fué depositado tra s el altar y
hasla el presente no podemos d ar razón de su desaparición.
Y empezaron los retoques de la im agen. Leemos en el
pedestal de A legre: “ E sta imagen fué retocada p o r Angel
M. González, 1853, siendo cura F ra y J u a n N. A legre” . —
“ Nuevam ente retocada por el mismo González, siendo cura
P bro Antonio de Obieta - 1884” . — “ F u é nuevam ente reto­
cada por Pedro José González en el mes de febrero de 1894,
siendo cura. Teodoro Kuchen, P resbítero.”
Lo del cercenamiento del pedestal merece censura seve­
r a ; lo de los retoques, en m anera alguna. Se diría que en
esa imagen, que dedicaron a su P urísim a Concepción los n a­
tu rales de la tierra, quiso la M adre de Dios, como una lección
^ de vida cristiana, reproducir providencialm ente el calvario
de su existencia redentora: vejámenes y huidas en su origen,
atropellam ientos de sus templos y astillarse de su imagen,
su apresam iento- por la barbarie y el continuo pánico de su
población ante la amenaza de los horizontes siem pre a tu r­
bonados. Sus m ilagros brillaba]) en ese su calvario, y sus
predilectos hijos sobrevistieron a la M adre para disim ular su
vestidura destrozada y más tarde, tras las horas trágicas, ade­
rezaron sus cabellos, su rostro y su cuerpo, quedando como
am ortajada bajo yeso y lienzos reparadores.
Se retocó tam bién su rostro, dándole form a ovalada en
sustitución de la redonda de su fabricación. Cuando así apa­
reció al culto, se d ijo: ¿.por qué se la retocó reform ando su
464 LA V IR G E N DE IT A T I

se m b la n te ? ... Pero, si quien por prim era vez retocó el ros­


tro de la V irgen de Ita tí ¡fué la misma M adre del A ltísi­
mo ! . . . E n 1624, ante todo el pueblo y prom esantes de Co­
rrien tes y p arajes circunvecinos, al canto de la Salve, se
transform ó repetidas veces su rostro redondo en ovalado de
celestial belleza. Así la quería la Virgen a su imagen. La V ir­
gen guadalupana de Tepeyac o Tepeyácac, al aparecerse al
vidente J u a n Diego, im prim ió su imagen en el ayate indio;
al aparecerse la excelsa Reina de los cielos del pueblo corren-
tino se adhirió a la grosera hechura india, la retocó, y se
presentó a sus hijos como ella es. Y en esa aparición está
en realidad el sello original y milagroso ele la V irgen de
Ita tí.
E s de esperar el momento en que la escultura de la V ir­
gen sea lo que es y no lo que se la ha hecho. E s u n a escul­
tu ra con vestidura propia. La necesidad o el m al gusto de
sobrepuestos la ha desfigurado y entregado al manoseo del
vestir. E sa no es la V irgen de I t a t í ; la vestim enta propia
es otra respondiendo a la antiquísim a iconografía de la„ I n ­
m aculada. Así se la veneró en un principio y así conviene
que se la venere sin esa arm adura de vestidos tiesos u n día
celestes, otro azul de P rusia y de ordinario desteñidos y ti­
rando a blanco. N ada de esto necesita p a ra la estética de la
escultura de la Virgen. Corregidos los desperfectos de los re­
toques y restituidos los pies y el pedestal angélico, aparece­
rá lo que en*verdad es: la efigie devotísima y llena de ele­
gancia de nuestra Madre, Señora y Reina.

(1) E n su vuelta del Paraguay, e l presidente Justo José de U r-


quiza, detúvose en Corrientes en 1859 y, al despedirse pronunció
la sigu ien te arenga: “C orrentinos! Os quisiera estrechar a todos en­
tre m is brazos al despedirm e con pesar de vosotros. Abrazo a todos
en mi ilustre am igo él gobernador Pujol. E s digno del amor que le
proíesáis; conservádselo. E l ha hecho mucho por esta situación fe ­
CONSAGRACION D E L CULTO A LA VIR G EN 465

liz, porque la bella Corrientes e s conducida a un gran porvenir. Y»


reconozco en él todo el m érito de un gobernante patriota e ilu s­
trado, y la Confederación le debe un lugar distinguido entre aque­
llos de sus hijos, cuyos nom bres debe recoger la historia. Salud a él
j unión y prosperidad a l pueblo eorren tin o!”
(2) Sin los pies sobre su antiguo pedestal, la s dim ensiones de
la im agen son las sigu ien tes: altura, m ts. 1.26; ruedo del corpino,
1.96; ancho del hombro, 0.3 0 ; largo de la m anga, por debajo del
brazo h asta cerca de la muñeca, 0.51; ruedo de la cabeza, 0.47% ;
alto desde m edia fren te a la coronilla, 0.9% .
CAPITULO TI

EL TEMPLO DE O B jljü ta

Uno de los títulos característicos de la Virgen de Ita tí


es sin d u d a: L a Excelsa P eregrina del Noreste Argentino.
Su trono se vió con frecuencia vacío por las ausencias de su
Señora, y en su proscripción al P araguay, de que dimos no­
ticia, veneróse en su trono una p in tu ra de la Inm aculada,
que se halla hoy deteriorada en poder de una devota vecina
de Ram ada Paso.
Si un disturbio político se la llevó al sur paraguayo,
una guerra la obligó a abandonar su solio p a ra ocultarse a
algo más de dos leguas en el paraje de C urupayty, antiguo
puesto de San Isidro, de Ram ada Paso. F u é en 1866. L a casa
de Francisco Mayol la h<4pedó en la m ejor de las piezas, y
atendió el culto el párroco E frén Carreras.
La prensa de Corrientes fustigó el poco aporte de la T ri­
ple A lianza ante la invasión de las tropas paraguayas m an­
dadas por el ilustre general E duvijis Díaz. F ué inocua la ac­
titu d del general oriental Gregorio Kuárez. En esta guerra
desde su principio hasta su fin, triste tragedia de cinco años
entre hermanos a los que no perm itieron comprenderse la
im previsión por u n a p arte y la ambición por otra, fueron hi­
jos de Ita tí los que más se destacaron por su fidelidad, por
su avizoraren en to en la orientación de la lucha y por su va­
lentía a toda prueba. Dejaremos dorm ir en estas páginas esos
laureles, despertados por el historiador B onastre en sus o b r as :
468 LA V IR G E N DE IT A T I

glorias cívicas que, sin atingencias inm ediatas con el culto a


la Virgen, sólo prueban que la población de la F u n d ad o ra
de la civilización del Río de la P lata, así en la guerra de la
T rip le A lianza como en toda su historia, supo ser devota en
la paz y soldado en la lucha (1).

• *

Relatando la toma de Ita tí por las fuerzas paraguayas,


«scribía el periódico “ La E sp eran za” , de Corrientes, en su
edición del domingo 25 de febrero de 1866: “ ¡ Quién lo cre­
y era! E n medio de un ejército de 50.000 hombres y de una
escuadra ta n form idable como se necesitaría para, bom bardear
Sebastopol, las canoas paraguayas dom inan nuestros r o s y
nuestras eostas. . . Saquean las propiedades argentinas. Cau­
tivan y estropean a sus ciudadanos. .. P a ra invadir el pueblo
argentino de Ita tí, los paraguayos han bajado en tres vapor-
citos mercantes, arrastran d o a remolque algunas canoas, cha­
tas y angadas (sic) cargadas por tropas hasta las Tres Bocas,
y de ahí han rem ontado el P aran á, pasando por fren te al Paso
de la P atria, donde está el ejército, h asta I t a t í ” .
P o r comunicación del Ju ez de P az de Ita tí, Dionisio Me­
dina, al M inistro general del gobierno de E varisto López, sá­
bese que el abordaje del pueblo se efectuó el lunes, 19, a las
8 .3 0 ; que el ejército oriental se retiró a dos leguas y m edia;
que el m ayor Sánchez, dejado por el general Suárez, en ob­
servación, retiróse a m edia legua bajo el fuego enemigo; que
el 'pueblo fué abandonado; que la invasión de más de tres
m il hombres quemó ranchos y saqueó los negocios y echó abajo
todas las p u ertas de las habitaciones abandonadas, y se alzó
con todo el archivo del juzgado, que todo esto lo presenció el
cura E fré n C arreras, apresado por los invasores en m itad de
la plaza. E n la tarde de ese mismo día se retiraron.
Ya puede uno imaginarse la desolación del pueblo al vol­
v er a sus hogares: ese cuadro no es p a ra que lo describa el
historiador sino p ara que lo contemple el lector según el tem ­
peram ento de sus sensaciones individuales. Pero, p a ra glo­
ria del pueblo, no fueron sus desgracias lo que prim eram ente
C O N SA G RA CIO N D E L C U LTO A LA V IR G E N 469

lo preocuparon. Corrió al santuario y, viendo que no se h a­


bían llevado a la V irgen como lo tem ía, todo ese pueblo se
unió en. un mismo pensamiento. Era urgente salvar la ve­
n erad a imagen, porque iba de boca en boca el rum or de que
to rn aría la invasión con el propósito de alzarse con ella. E l
cura se o p u so : En su oficio dei 20 de febrero el juez de paz,
D ionisio Medina, dice al m inistro L agraña: “ Sin embargo
de haberle hecho presente al cura párroco el peligro en
que se hallaba el santuario, no ha querido e n tra r en razón;
su respuesta fué negarse en todo, tratándonos con palabras
chocantes e indecorosas, ofreciendo balas al que se determ i­
nase subir a su tr o n o ; y en nuestro concepto de ningún mo­
do convendría la perm anencia de la imagen en el pueblo” .
Como persistía el párroco en resistirse a entregar la imagen,
el sargento mayor, Manuel Serapio Sánchez, dirigió al go­
bernador la siguiente solicitud: “ P ara d a San Isidro, febrero
23 de 1866. — Exmo. Señor Gobernador de la Provincia, D.
E varisto López: E l que firm a pone en conocimiento de S. E .
que el vecindario cíe este pueblo y departam ento me h a po­
dido haga tran sp o rta r a la Santísim a V irgen de Ita tí a un
punto de seguridad del mismo departam ento, para que en
un nuevo ataque que hagan al pueblo los paraguayos no se
la lleven y saqueen la iglesia como lo han prom etido; y, h a ­
biendo recurrido al Señor Cura Párroco, Don E fré n C arre­
ras, se les negó absolutamente, diciéndoles que «1 no salía
del pueblo; que, si qqjejí'au, arrim asen carretas y llevasen
cuanto había en la iglesia; que él. no entregaba la imagen.
Como este vecindario es celoso de su V irgen y todo lo que
pertenece a su capilla (es presente que lo ha hecho por ser
de su vocación) y están prontos a sacrificarse por ella, de­
sean conservar a su Santísim a Virgen. P iden que se lo obli­
gue al referido cura abandone el pueblo, trayendo todo lo
que sea movible de su iglesia a donde se le reu n irá todo el
vecindario, y que no haya peligro de que se apoderen de ella
los enemigos. Como este delicado asunto es ajeno a mis a tri­
buciones de soldado, lo pongo en conocimiento de V. E. p ara
que, si lo halla por conveniente, obligue al cura p a ra que ponga
a salvamento la Santísim a V irgen de Ita tí, lo que pertenece
4 70 LA V IR G E N DE IT A T I

a sus alh ajas y lo que sea de p ro n ta m o v ilid ad ; p a ra el efec­


to se tom ará un inventario, siendo depositarios responsables
el síndico, el juez de paz y vecinos caracterizados de este de­
partam ento, que se nom brarán al efecto. Lo que pongo en co­
nocimiento de V. E. p ara lo que estime conveniente. Bios guar­
de a V. E. m uchos años. — M anuel Serapio Sánchez."
Inm ediata fué la contestación del gobierno: “ M inisterio
de Gobierno — Corrientes, febrero 24 de 1866 ■ — Al Se­
ño r Comandante accidental del departam ento de Itatí,
Sargento M ayor S. Sánchez. - Instruido S. E. el Sr. Gober­
n ad o r de p arte de TI. S . de fecha de ayer, relativo a la afli­
gente situación, en que se halla el pueblo, y a la resistencia del
cura de esa parroquia a la ju sta dem anda del vecindario y
de sus autoridades de extraer del templo las imágenes y
demás objetos que puedan ser arrebatados por el invasor
vandálico del P araguay, me ha encargado decir a V . que ya
ha dictado las disposiciones necesarias p ara que sean saca­
dos y puestos a cubierto de toda profanación los objetos a
que V . se refiere. . Dios guarde a V . — J u a n L a g ra ñ a ” .
Y la dulce y resignada P eregrina, después de bendecir
por unas semanas los campos de C urupicayty, fué entroni­
zada nuevam ente con -entusiasta júbilo del pueblo y prom e­
santes, a raíz del p asaje del ejército arg en tin o a te rrito rio
paraguayo, del 15 el 16 de marzo del mismo año. Y desde
entonces hasta el presente no se la obligaría a' peregrinar
fuera d-e su pueblo para ser salvada sino una sola \e z para
ser reconocida en su título de Reina por la capital, de. la
provincia.
Y si nunca, ni en los tiem pos de la decadencia de su culto,
dejó su nombre de ser requerido como u n a estrella am para­
dora en las empresas del trabajo, en las torm entas políticas,
en la tragedia de las batallas y en la arm ada gloriosa de la
República (2), desde 1853 fué recuperando su culto en el
corazón de las masas populares su antigua extensión para
aparecer hoy como una consagración agradecida y universal
de su historia de m aternales favores y de estupendos mila-
CO NSA G RA CIO N DEL C U LTO A LA VÍRGK.V 471

Decía en 1856 M artín de Moussy que el templo de Ju an


Nepomuceno Alegre era el m ejor y más sólido de la provincia-
Lo de m ejor fué por poco tiem p o ; lo de más sólido muy a
escaso rato de su construcción probó que no lo era. Lo que
puede afirm arse es el haberse aum entado desde entonces las
peregrinaciones individuales y colectivas, llegando diaria­
mente promesantes a los pies de la Virgen y con frecuencia
curiosos sin más finalidad que la de contem plar la flam ante
y famosa, construcción, modelo no por cierto de. arte, ni para
siglos como en esa hora se dijo. De ese tem plo sólo conocemos
hoy las paredes laterales, y aún esas, corregidas.
E ra el 12 de enero de 1876, y ya m uy avanzada la noche.
Yacía en una capilla ardiente de sil domicilio el cadáver de
Ju an Simón Gómez, acaudalado vecino de setenta y cinco
años. Velábalo lo más granado de la población. De pron­
to, oyóse como el fragoroso estrépito de im gran derrum be.
E l pánico hizo abandonar el lecho a muchos de los que te­
nían sus m oradas en las m anzanas adyacentes a la plaza, y
la oración p or el difunto a los concurrentes al velorio.
Se indagó la causa de ese tro n ar en esa noche estrellada.
Y al ser conocida, corrió la noticia despertando a los dorm i­
dos: Ita tí entero, más que com entar el suceso, entregóse en­
mudecido a intensa pena. . . . . U na gran parte del techo del
santuario sobre el coro de los cantores se había desplomado.
El p rim er pensamiento del cura y del pueblo fué el pe­
ligro que corría la ‘m ilagrosa imagen bajo un templo que se
derrum baba. Y no se la obligó a p ereg rin ar lejos del pueblo,
se la obligó a retirarse de su trono, abrigándola en la m ejor
de las piezas de los cuartos bajos, llamados así unas pobres
viviendas situadas detrás del camarín y la sacristía, reem pla­
zadas hoy por*el edificio parroquial, donde se la veneró hasta,
el 25 de marzo de 1877. .
E l presbítero Antonino Obieta, piadoso y celosísimo pá­
rroco, que se había desvivido por d ar esplendor al culto de
la Virgen, resucitando la finada orquesta del santuario, buen'
músico y em inente pistón, orquesta que aun la añoran
ancianos- que a ella pertenecieron; sacerdote de verdad que
tuvo la honra, como pocos curas de la diócesis, de ser aproba­
472 I-A V IR G E N DE IT A T I

do en todos los extremos de su adm inistración parroquial por


el inco rru p tib le y austero obispo José M aría G elabert y Cres­
po ( 3 ) ; el susodicho presbítero, al ra y a r el alba del día 13,
y a ten ía propuesto, no sólo re p a ra r el desastre, sino valerse
del desastre p ara una más decorosa y sólida iglesia. O rgani­
zó comisiones en toda la provincia y obtuvo del gobierno que
g ratificara a los arquitectos Nicolás G-rosso y J u a n Deside­
rio, como lo hizo donándoles tres leguas del campo del R in­
cón de Tunas, en Misiones.
Completo el éx ito : al año y dos meses se tuvo el santua­
rio que todos conocemos. E l templo de 1853 carecía de pe­
ristilo ; se levantó uno sostenido por seis columnas dobles do
ladrillo y cal de las próxim as barrancas del P ara n á que se ex­
tienden hacia el arroyo San Ju an . No poseía to rres; se cons­
tru y ero n dos de altu ras proporcionadas a las dimensiones del
templo, adornadas con azulejos, m irando a la plaza hacia ei
este, y formando ángulo recto saliente con el templo y el pe­
ristilo. No tenía corredores; por donación del cura Obieta
se edificó uno interior a lo largo de.las habitaciones y sacris­
tía que dan a la pared del templo. E l techo del templo era de
tije ras sobre caballetes con revestim iento de m adera y tejas
de barro, asegurado todo con llaves de m a d e ra ; se cu­
brió la nave (que es de 27 mts. 50 ctms. de largo y 9 m ts de
ancho, siendo de 11 m ts. el presbiterio) con un bien cons­
tru id o techo de bóveda asegurado con piernas de hierro. Con
las tijeras del techo se techaron el peristilo y la galería in­
terior. Sobre la ventana de hierro, que da exteriorm ente al
coro, hallábase un nicho eon un San A ntonio; a causa del peris­
tilo tuvo que cegarse el nicho, y esa imagen de San Antonio
es la que actualm ente se venera en la capilla de Ram ada Paso.
E l 25 de marzo do 1877, aderezado suficienrem ente el
santuario p ara el culto divino, procedióse a u n a piadosísima
manifestación de aclamaciones a la V irgen llevada por las
calles sobre hombros de doncellas hasta su trono. E n la gran­
diosa procesión cantaban el rosario num erosas voces de ni­
ños y de hombres acompañados por la arm onía de u n a orques­
ta organizada, como ya dejamos dicho, por el buen músico
y excelente pistó)), presbítero Antonino Obieta. Integraba la
C O N SA G RA CIO N D E L C Ü LTO A LA V IR G E N

orquesta Pedro Pascual González, Mateo Bogado, Lorenzo


Esquive!,. Pío Cuyuá. Nolaseo Burgos. Gregorio Aquino, Ga­
briel López, M anuel Vedoya, Ramón Aquino, difuntos, y Gre­
gorio Chamorro que aún vive. A rrancó la procesión de la
portada que daba a los cuartos bajos siguiendo al oeste por
la calle Chile, después R ivadavia y hoy Luis M aría Niella,
hasta la calle Bolívar, hoy J u a n de G am arra; desde esta calle,
hacia el sur hasta Perú, hoy Desiderio S osa; desde P erú, h a­
cia el este, hasta A rgentina, hoy Bartolomé M itre; luego, ha-'
cia el sur hasta Ayacuclio, hoy San Luis del P alm ar; por
ésta, hacia el este hasta Colombia, hoy Castor de León-; por
la calle Colombia hacia el norte hasta Chile, hoy Luis M aría
Niella y, por fin, prosiguió la procesión por esta calle has­
ta el santuario.

• *

Si el gran católico, sabio y publicista francés, M artín


de Moussy, hubiera contemplado como contempló el templo
de Alegre, el de Obieta, habría de haber tejido p a ra éste m a­
yores y más acertados elogios. No es ese santuario, que aún
se alzará p o r unos años a modo de m in iatu ra arrim ada a la
erg u id a mole de la actual basílica, exponente de grandiosidad
alguna, pero sí el jhás decoroso de los recintos alzados en
los pasados siglos sHIa R eina de los grandes ríos de la P atria.
Ese m érito es de Obieta, que si no llegó a más, fué porque
no se lo perm itieron los recursos. H asta tuvo que recurrir,
con venia de la au toridad eclesiástica, a la venta de algu­
nas suertes de la m anzana del santuario (4), y pensó tam ­
bién en enajenar las alhajas que no sirvieran al adorno de
la im agen, cuyo perm iso no obtuvo. E n los trece años de su ad­
m inistración, 1873 a 1886, puso toda su alma en la glorifi­
cación de la Virgen, y m ucha fué su alegría en los últimos
años de su curato al poner en vigencia la disposición de la
au to rid ad eclesiástica aboliendo la costumbre de cd eb rar los
fiestas patronales del pueblo en la pascua de Navidad. 1la-
habían de celebrarse esas fiestas el 8 de diciembre, día dedicado
a. la solemnidad de la Concepción Inm aculada de María. El
474 LA V IR G E N DE IT A T I

prim er obispo de Corrientes. Luis M aría Niella, como home­


naje ¡i la Reina de la civilización del Río de la P lata por los
milagros y favores dispensados a la p atria, obtuvo de Roma,
que el 9 de julio, fecha de la proclamación de la .independen­
cia argentina, se fija ra p ara las fiestas patronales de la p u ­
ra y lim pia concepción de la V irgen de Itatí, P atro n a ju rad a
del pueblo de su nombre y de las diócesis de Corrientes y
Misiones.
E l presbítero Antonino Obieta, el gran ayunador, según
la voz corriente de sus feligreses, como que se pasaba en­
teras las cuaresmas en riguroso ayuno, por sus peniten­
cias y trabajos llegó a tal agotamiento que lo indujo a reque­
rir los aires de su tie rra o para la partida definitiva o para
la reacción que esperaba por intercesión de la Virgen. A los
dos años regresó de E spaña sano y robusto. Atravesó el océa­
no, tan sólo p a ra visitar a la Virgen y agradecerle, arrodi­
llado a' sus pies, la salud recuperada.

Y llegó la hora de reparación y consagración m agnífica


del culto a la Inm aculada en su advocación de N uestra Se­
ñora de Ita tí. ,
Sabemos que la consagración del culto a la M adre de
Dios no la in stitu ye el hombre.' E lla es la m adre del hom­
bre y de. la Iglesia y su culto fué consagrado p o r Dios mis­
mo, como u n a prom esa en el E d én y como u n a realidad' v ital
en la prim era página del Evangelio. E l E sp íritu Santo
la llamó llena de gracia; creó el alm a de Cristo y la unió a
un cuerpo organizado con la m ejor sangre de la Virgen, que
hizo suya sustancialm ente el divino Verbo. Con esto recibió
M aría la consagración de M adre de la divina gracia, de M adre
verdadera del Redentor, de M adre de todos los hombres, cu va.
fratern id ad asumió su H ijo y, por lo mismo, de M edianera
im prescindible y C orredentora del linaje hum ano. E sa es la
razón, la consagración de su culto. Ese es el dogma, que ha.
C O N SA G RA CIO N DEL C U LTO A LA V IR G E N 475

ido proclam ando en tiempo oportuno la Iglesia, no por ser


dueña inventora de dogmas, sino depositaría infalible de la
verdad revelada para bien de la inteligencia y de la moral
de] hombre en su camino a la eternidad.
Al señalar, pues, la consagración del culto a la venerada
imagen de nuestra Señora de Ita tí sólo nos referim os al reco­
nocimiento histórico y solemne de que esa imagen, por más
de tres siglos y medio, ha sido elegida con milagros y favo­
res de todo género en su culto, como u n a prueba de sus ternuras
p ara estas regiones, por aquella m u jer benditísim a a Ja que
se la llevó la Santísim a T rinidad en cuerpo y alma de este
desierto sombrío a la eterna luz p a ra consagrarla y coronar­
la em peratriz de toda la creación.

E l santuario del presbítero A.ntonino de Obieta es el que


ha presenciado toda la exaltación creciente del culto a la
joya itateñ a desde 1876 hasta el presente, y sólo cederá su
lugar, p ara dormirse en su glorioso recuerdo, a la adm irable
construcción del segundo obispo de Corrientes, templo que sin
duda se ennoblecerá con el título de basílica; obra esplendo­
rosa que sella, consagración agradecida, una larga historia
civilizadora dei' m aternal amor.
Pero, d e s e r t a d o estaría el historiador con atrib u ir a
los hombres el resultado de esa histeria. Itatí, humildísimo
rincón de la conquista ibérica, hubo m il veces de haber pe­
recido. Y, al no desaparecer y contar hoy con anales de un
pasado desconcertante hum anam ente considerado por la poca
correspondencia de causas y efectos, lo debe todo a la asistencia
poderosa de l a M adre de Dios por medio de la imagen de su in­
m aculada concepción. Se derrum baron en todos los horizon­
tes circundantes poblaciones con títulos de ciudades, de pro-
misora prosperidad y am uralladas por la audacia de sus hi­
dalgos, la aldehuela franciscana golpeada sin cesar por las
concupiscencias de 1a. barbarie, por las exacciones de las en­
comiendas, por Ja voluntaria deserción a veces de sus .natu­
rales y otras por el extrañam iento de su? moradores ejercido
476 LA V IR G E N PE IT A T I

p o r m ercaderes astutos o por la política desaprensiva, vivió


siem pre hum ilde pero sólidamente al arrim o de favores so­
brenaturales. La Virgen es la solución de su existencia como
lo es de la fam a de su nombre. Y la Virgen en su devotísima
im agen no quiso abandonar, a pesar de todos los pesares, es­
tas tierras de su predilección, y se m anifestó en su acción ita­
teñ a del mismo modo que en el decurso terreno de su vida
m ortal. No se impuso p o r el constante resplandor del Tabor
sino más aún p or el doloroso viacrucis que comunica a su im a­
gen la imagen fiel del original. Y sufrió esa imagen el sin­
sabor de las huidas, el atropello de la crueldad hasta el des-
astillam iento de su cabeza, de sus brazos y de su vestidura,
las am arguras de los desalojos y hasta los sacrilegios de al­
gunos Ju d a s de su santuario. Y hoy se levanta, porque
así lo ha querido el original, esa im agen en su resplandeciente
cam arín y reproducida en la a ltu ra que besan las nubes, por­
que es la m adre y esperanza de la plegaria de los pecadores.
Se h a dicho que la V irgen de Ita tí se ha defendido sola.
Pero de ahí a desconocer el m érito de la m ayoría de francis­
canos y clérigos que entraron en esa defensa no sólo es iló­
gico sino blasfem o; es abom inar del Colegio apostólico p o r­
que contó con u n tra id o r y con la negación del que sería la
cátedra, infalible del dogma y la m oral p a ra fundam ento sal­
vador de la civilización humana.
Desde el presbítero M anuel Antonio Garay hasta el pres­
bítero Antonino de Obieta adm inistraron el santuario, unos
como párrocos titulares y otros como interinos, los francis­
canos Domingo Ruiz, A lejandro F rutos, Ramón N avarro,
Santos Centeno de poco recomendable recuerdo, José M.
Vázquez, el de la traslación de la imagen al P araguay, Ju a n
N. Alegre, B ernardo Diez, de ejem plarísim as virtudes, M ar­
celino Osenda, F rancisco R istorto, Columba.no M assuchi, A u­
relio P atrici, E stanislao B attipaglia, Vicente Barrios, Pedro
Ja ra , Conrado Portillo, Gabriel Grotti, el presbítero E frén
C arreras que tuvo que acom pañar la imagen de la Virgen
cuando su traslación al puesto de San Isidro, los francisca­
nos José Calvo y Venancio Ziloehi, los presbíteros J u a n Are-
chabaleta y Antonino de Obieta que honró su adm inistración
CO N SA G RA C IO N D E L C U LTO A LA V IR G E N 47 í

de 1873 a 1886 con sus obras y sacerdotales virtudes. T ras


esta feeba atendieron el santuario el presbítero M anuel P u -
jato, los franciscanos Miguel Alfonso, Vicente B arrios y J o ­
sé Solís. E n 1888 el párroco presbítero Teodoro Ruchem dotó
el tem plo con dos altares laterales y con el m ayor de estilo
gótico construidos en P ara n á por Carlos P iebernat y dorados
por J u a n Debat y V alentín Demetria. E n 1899 el franciscano
Ludo vico B ertacagni tuvo la satisfacción de estar al frente
del curato cuando en 1900 la venerada imagen fué solemne­
m ente coronada por breve pontificio de León X III, pero tuvo
tam bién la honda pena de verse injustam ente apresado con
motivo del robo de la corona de la Virgen, sacrilegio cometido
en la noelie del 27 de noviembre de 1902 (5), sacrilegio, cu­
y a historia, como la de muchos sucesos sonados del próximo
ayer, debe ilum inarlo el historiador de m añana, no el de hoy.
que la historia es del pasado dormido en los documentos y
en la larg a y dep urada tradición. Afligido p o r los sucesos
de 1902, el obispo de P a ra n á encargó el curato a un joven
sacerdote, Santiago Rezzónico, de cuya energía esperaba m u­
cho. Sólo Dios sin equivocaciones penetra el corazón y el
porvenir: u n año de párroep, y en ese año la apostasía más
lam entable, y en ese año de apostasía, u n a bala por la espal­
da lo despachó a la eternidad con esta, exclamación en sus
labios, que quiera el ^ e ñ o r le haya v alid o : ¡ Je s iis!. Sucedióle
el benedictino Viceni^f Saubaber, que edificó la capilla de R a­
m ada Paso bajo la advocación de San Antonio de P adua, y
desde 1910 hasta fines de 1921, una celosísima comunidad de
monjes de San Benito, regentó el santuario, sucediéndose en el
curato los P P . Jav ier Gelós, F erm ín Ospital. y Vicente Sau-
baber. F u é u n a adm inistración de eficacia m aterial y espiri­
tual : se organizó la piedad del pueblo; resucitóse en algo la
an tigua orquesía del santuario con cuatro violines, dos flau­
tas, dos clarinetes, u n a corneta, un trom bón y un contrabajo;
sublimóse el altar de la V irgen con el blasón heráldico de la
prim era página del Evangelio, adornando su retablo con las
preciosas imágenes de San Joaquín y S anta Ana, padres de
M aría, de San J u a n B autista, precursor dei Salvador del
mundo y de San José, esposo de la Reina de la creación; se
478 LA V IR G E N DE IT A T I

instaló la Escuela P arro q u ial; y bajo la acción directiva del


prim er obispo de Corrientes, Luis M aría Niella, consagrado
el 4 de junio de 1911, se adquirieron tierras y las hermosas
islas P a c u ríe s ; se estableció, en 1914, el sem inario m enor, tra s ­
ladado más tard e por disposición de Roma a la sede episco­
p a l; se construyó la casa parroquial, se ensanchó la sacris­
tía ; se dotó el santuario de luz eléctrica y de aguas corrientes;
se favoreció a los peregrinos con las comodidades de la Casa
de Prom eseros; se alzó el suntuoso cam arín de la Virgen por
donación generosa de Monseñor Niella, y prescindimos de
m uchas otras obras, como la fundación en 1916 de la revis­
ta “ E l M ensajero de N uestra Señora de I t a t í -’, de no menor
cuantía en el orden espiritual y m oral del culto a la Virgen.
Todo ésto fué atendido y aum entado con plausible dedicación,
desde .1921 basta 1936, por clérigos diocesanos: por el virtuo­
so J u a n Crisóstomo Osés; por César P . Zoni, que puso toda
su energía en el sostenimiento de la Escuela P arroquial y del
Sem inario Menor, en los trabajos de lo que había de ser un
santuario nuevo, proyecto iniciado que, por circunstancias
imprevistas, no se llevó a cabo, debiéndose además, al pres­
bítero César Zoni la continuación de “ E l M ensajero” , desa­
parecido m omentáneamente p o r ausencia de los P P .-benedic­
tinos. Siguiéronle los párrocos Jerónim o Ordóñez, F id e l Ros,
A gustín A rrásola, A sterio Acevedo, A rturo A rribillaga, José
Severino y Francisco B ersanino que se destacó por sus con­
diciones de adm inistrador de las bienes del santuario. Y a
p a rtir del 26 de febrero de 1936, los Religiosos “ H ijos de la
D ivina P ro v id en cia” atienden con el celo característico de es­
ta reciente Congregación, fu n d ad a por el siervo de Dios, Luis
Orione, que visitó a nuestra Reina, y llevó a Italia u n a p re­
ciosa estatua copia de nuestra V irgen de Ita tí, p a ra colocar­
la en uno de los altares del santuario de Tortona. E l prim er
párroco, perteneciente a esa congregación, fué el P. Vicente
E rra n i. y hoy lo es el dinámico P. Benito Anzolín

El discreto templo de Obieta, humilde violeta como la


morad-ora de su recinto, ha contemplado todo ese movimien­
CONSAGRACION DEL Cl. LTO A LA VJUGRX 479

to del resurgim iento de la vieja gloria y la consagración defi­


nitiva de esa misma gloria por el sello confirm atorio de la.
C iudad E tern a . Cuando se lo dem uela, el ja rd ín que reem pla­
ce su alfom bra de oración, exhalará para su Reina el p erfu ­
me de sus flores.

(1) Q ue I t a t í en s u v ie ja h i s t o r ia h a y a sid o de n e r v a t u r a b é ­
lic a , ya lo h a n in s in u a d o s u f ic ie n te m e n te lo s a p u n te s d e e s te lib ro ,
y q u e e n t a l c a r á c t e r c o n tin u ó d e s d e la in d e p e n d e n c ia e s p o r to d o s
c o n o cid o . S u a r ro jo m ilita r fig u ró e n to d o s lo s c a m p o s d e b a ta lla , a s i
a l lla m a d o d e B e lg ra n o co m o a l o r g a n iz a r s e e l B a ta lló n C o rre n -
t in o q u e de t a n t a g lo r ia se c u b rió e n lo s h e c h o s d e a r m a s d e la
p a t r i a . . . N u n c a d e s c a n s ó s u m ilic ia , y c u m p le s e ñ a la r lo s s ig u ie n ­
t e s d a to s q u e n o s fa c ilitó e l h is to r ia d o r V a le rio B o n a s tr e , com o j u s ­
tic i a a a lg u n o s s o ld a d o s i t a t e ñ o s . . ¡g>En a b r il d e 1825 e l E s c u a d r ó n
d e I t a t í c o n ta b a c o n dos c o m p a ñ ía s . D e la p r im e r a e r a c a p itá n S e ­
b a s tiá n R o ja s ; c a p itá n a g re g a d o , F e lip e S a n tia g o B e r d ú n ; a lfé re z ,
P e d r o J o s é A le g re ; p o rta g u ió n , S a n tia g o R o d ríg u e z y s a r g e n to s A to.
L e d e s m a , G a s p a r N ú ñ e z , M el. A to. E n c in a s , M el. S e g o v ia ; c a b o s :
In o c e n c io C a ñ e te , P e d r o P a s c u a l O je d a , -José d e la C. D e lg a d o , L o ­
re n z o P a r a g u a r y , T o m á s O r te g a ; s e s e n t a y o c h o s o l d a d o s . .. D e la
s e g u n d a c o m p a ñ ía e r a c a p itá n R u fin o A y a la ; t e n i e n te , M el. A to.
Z a c a r ía s ; a lf é r e z , M ig u e l R iq u e lm e ; s a r g e n to s , C ris ó s to m o G ü ira -
yú, 'R a m ó n G óm ez, J u a n B a u ti s t a S a n t a C ruz, M a rc e lin o H e r n á n ­
d e z ; c ab o s, N ic o lá s P n c h u é , F r a n c is c o C a b ifiu rá , J o s é A. Y a su c á ,
M a n u e l R ío s y v e in te y n u e v e s o ld a d o s . E n e n e r o d e 1845 f ig u r a
e n el fa m o s o C a m p a m e n to G e n e ra l d e V illa N u e v a e l E s c u a d r ó n
de I t a t í c o m o s ig u e : c a p itá n A n g e l M a te o d e L e ó n ; te n ie n te s , M a­
t í a s G a rc ía , C o sm e M o n tie l; a lfé r e z , J u a n C a n d ia ; s a r g e n to p r im e ­
ro , C lau d io S o s a ; s a r g e n to s ¡segundos, G re g o rio B on, Ig n a c io M o­
ra le s , In o c e n c io D e lg ad o , M a n u e l Q u iñ o n e s, J u a n B e rd ú n ; c ab o s,
P i l a r R a m íre z , F r a n c is c o G ay o so , B a u ti s t a B a r rio s , S e b a s tiá n A re ­
co, F e lip e G a la r z a ; so ld a d o s : G e rv a s io M b o y c u á , L a C ru z S u á re z ,
B e r n a b é S a la s , F r a n c is c o T a b a r e s , F lo r e n c io O rtíz , R a m ó n C áce-
r e s , J o s é P ir iz , J o s é G ü e rí, F lo r e n c io P a r a n e r á , C e fe rin o C a n d ia ,
C a rlo s D u a rte , C a rlo s F e r n á n d e z , U b a ld o T a b a r e s , C lau d io G óm ez,
J u a n G o n zález, M a rc e lin o F e r n á n d e z , M a ria n o T a p e r a ty , R o m á n
A re y íi, S in fo ria n o S a c ú , M a ria n o B e rd ú n , L in o R u b io , M a tía s R u ­
b io , S ilv e s tr e A lm iró n , D io n isio G a u n a , R u fin o G óm ez, R u fin o R a ­
m íre z , A n g e l T o le d o , M a n u e l A re y ú , C e s á re o L o v e ra , R a m ó n G a r­
c ía , N o rb e rto A re co , L a C ru z Q u in ta n a , J u a n M o n d ira y ú , F r a n c is c o
R iq u e lm e , L u c ia n o M aciel, S a lv a d o r B e n íte z , J u a n V e ra , T o rib io
480 LA V IR G E N 1)K IT A T I

Z a m u d io , Ig n a c io R ío s, B ra u lio S o lís, F r a n c is c o B a n d y , S e g u n d o S e ­
g o v ia, M ig u e l M e d in a, B e n ig n o P o r itú , J u a n G odoy, C e fe rin o C a­
ñó, F r a n c is c o V a rg a s , F e lip e R a m íre z , S a n tia g o A g u ile ra , J u a n J o ­
sé L e z c a n o , F r a n c is c o L ó p ez , T r ifó n B o g a d o , D e m e trio M eza, L a
R o s a O le c h a r, S im ó n G óm ez, M a rc o s D e L e ó n y J o s é A n to n io
A c o s ta .
E n tr e ios m ilita r e s q u e r e c u e r d a I t a t í con m a y o r s im p a tía a p a ­
re c e n M a n u e l V a lle jo s, C a s to r de L e ó n y D e sid e rio S o s a . . . M a n u e l
V a lle jo s tu v o to d o s lo s a r r e s t o s d e l h é ro e . D e n o ta b le h e r m o s u r a f í ­
s ic a y d e a rd id o e n tu s ia s m o e n s u s a r e n g a s e n g u a ra n í, e r a el íd o lo
d e la s m a s a s . M uy le jo s d e s e r h o m b re d e l e t r a s , d á b a n le m é r ito
s u h o m b r ía d e b ien , su a r r o jo y s u s r e c u r s o s d e m o n to n e r o ; d e s ­
c o n c e rtó y v e n c ió t r o p a s p a r a g u a y a s d e c u a tr o c ie n to s h o m b r e s e n
L im o s n a c u é y C u ru z ú c o n só lo s e s e n t a s o ld a d o s q u e u s a b a n d iv is a
b la n c a . P o r c ie r to q u e m e r e c ía e l a p o d o d e E l P á j a r o co m o m o n to ­
n e r o ; p e ro ta m b ié n su g ra d u a c ió n d e c o ro n e l co m o so ld a d o d is c i­
p lin a d o , h a b ie n d o lu c h a d o en P a g o L a rg o , C a g a n c h a , Q u e b ra d o H e ­
rr a d o , S a n C alá, F a m a illá , C a a g u a z ú , A rro y o G ra n d e , L a g u n a B r a ­
v a , V e n c e s, C e p e d a y p o r f in e n 1872 e n la a c c ió n d e l T a b a c o , L a
g u e r r a d e la T rip le A lia n z a lo vió e n s u s f ila s com o g u ía e n 1a. t o ­
p o g r a fía d e la l u c h a . M u rió p o b re sin m á s r e c u r s o q u e e l d e la fa ­
m ilia V a lle jo s q u e le dió su a u l l i d o . R e c ib ió d e v o ta m e n te lo s sa ­
c ra m e n to s , y s o b re su tu m b a lo d e s p id ie ro n c in c o s a lv a s de fu s ile ­
r í a . . . C a s to r d e L e ó n , d e m u c h a má.s ilu s tr a c ió n q u e V a lle jo s , fu é
m ilita r , m a e s tr o y c o m a n d a n te d e l p u e b lo , d is tin g u ié n d o s e p o r su v a ­
lo r e h id a lg u ía . A b a n d o n ó la e n s e ñ a n z a p o r d e fe n d e r l a lib e r ta d d e
s u t ie r r a . E l G e n e ra l P a z a p la u d ió s u s d o te s m il i ta r e s . T r a s la
c ió n d e V e n c e s, c a y ó e n p o d e r ele l a s fu e rz a s r o s i s t a s q u e lo u lti­
m a ro n c o n in c o n fe s a b le s to r m e n to s . C o n ta b a t r e i n t a y s e is a ñ o s . . .
D e sid e rio S o s a c r e ó y f u é je fe d e l B a ta lló n C o rr e n tin o , t a n g lo rio ­
so e n la g u e r r a d e l a T rip le A lia n z a . E s el h é ro e ita te ñ o m á s co­
n o c id o p o r h a b e r s e s u f ic ie n te m e n te e s c rito a c e r c a de su v id a c o n ­
ju g a d a p o r v ic to r ia s ; t r a s to r n o s p o lític o s , a p la u s o s d e lir a n te s y r e ­
c r im in a c io n e s e x a c e rb a d a s .
P r e s c in d im o s d e m u c h a s o t r a s f ig u r a s i ta t e ñ a s que. com o la s
s e ñ a la d a s , f u e ro n h o n o r d e l t e r r u ñ o , a s í a n te s co m o d e s p u é s de la
in d e p e n d e n c ia , d ig n a s d e s e r e x h u m a d a s m á s p o r la h is t o r ia p ro ­
fa n a q u e p o r la r e lig io s a d e l p u e b lo de la V irg e n .
(2) D e sd e a n tig u o m u c h o s b a r c o s m e r c a n te s o s te n ta b a n el
n o m b r e d e la V ir g e n d e I ta tí.
D e sd e e l P a lm a r , d e p a r ta m e n to de C a á C a tí (h o y G e n e ra l P a z )
c o n f e c h a 9 d e n o v ie m b re d e 1820, e s c rib ía a l je f e s u p re m o de la
R e p ú b lic a d e E n tr e R ío s, F r a n c is c o R a m íre z , e l fa m o s o c a u d illo
L e ó n E sq u í v e l lo s ig u ie n te : “ S e ñ o r de to d o m i r e s p e to : c o n m o ­
tiv o d e lo s m u c h o s tr a b a jo s y p e r s e c u c io n e s qxie p a d e c í en el a n te ­
r i o r g o b ie rn o , lo s q u e n o se o c u lta n a la p e n e tr a c ió n d e V . E .,
h ic e p r o m e s a a N u e s t r a S e ñ o r a de I t a t í (a m i r e t i r a d a a P o r tu g a l)
que, si s a lía c o n b ien y v o lv ía a d i s f r u t a r d e l d e s c a n s o d e m i c a s a
C'ON'SAGR.U'IOX DHL CULTO A LA VIRGEN

y fa m ilia a lg ú n d ía. ir e n p e rs o n a a h a c e r le u n a v is ita en su s a n ­


tu a r io . P o r s u in te r c e s ió n y p o r el b e n ig n o c o ra z ó n de V . E . h e
c o n s e g u id o lo q u e d e s e é c u a tro a ñ o s, y só lo m e f a lta c u m p lir lo
p ro m e tid o ..
E n l a a c c ió n d e P a g o L a rg o , 1839, e l so ld a d o de la s f ila s d e l
g o b e rn a d o r B e ró n de A s tra d a , S e b a s tiá n C a ro so , c e rc a d o p o r l a s
t r o p a s v ic to rio s a s d e E c h a g ü e , p ro rru m p ió e n e s t a s ú p lic a : “ Oh,
V irg e n de I t a t í , lib r a d m e d e e s te p e li g r o ! ” ; u n s a n ta f e s in o le o f re ­
ce u n b u e n c a b a llo ; lo c a b a lg a C a rd o s o ; a tr o p e lla la m u ltitu d e n e ­
m ig a a s a b la z o s y se p ie rd e sa n o y sa lv o e n lo s d e s ie r to s . U am -
bón, e n s u s “ L e c c io n e s d e H i s t o r i a A r g e n tin a ” , to m . II, p á g . 108,
t r a e : “L a a r m a d a d e G u ille rm o B ro w n c o n s ta b a d e lo s s ig u ie n te s
b u q u e s : H é r c u le s ( f r a g a t a de 32 c a ñ o n e s y 200 h o m b r e s ) ; B elfa s t
( c o rb e ta d e 18 c a ñ o n e s y 130 h o m b r e s ) ; A g ré a b l e ( c o r b e ta de 1G
c a ñ o n e s y 120 h o m b r e s ) ; H a lc ó n (c o rb e ta d e 16 c a ñ o n e s y 110
h o m b r e s ) ; Z á firo ( b e rg a n tín d e 14 c a ñ o n e s y 140 h o m b r e s ) ; N a n ­
c y ( b e r g a n tín de 10 c a ñ o n e s y 120 h o m b r e s ) ; F o rtu n a , T r i n i d a d ,
Ju lie ta e Itatí (g o le ta s d e 4, 12, 7 y 16 c a ñ o n e s r e s p e c t iv a m e n t e ) ;
T o r t u g a y San L u i s (c a ñ o n e r o s ) .
(3) E n el a u to d e v is ita d e l 1 '.' d e ju lio d e 1880 f ig u ra lo s i ­
g u ie n te : “ Y o c u p á n d o s e S . S . l im a , de to d o a q u e llo q u e tie n e r e ­
la c ió n c o n e l' m e jo r g o b ie rn o y a d m in is tr a c ió n d e la p a r ro q u ia y
b ie n e s p ir itu a l de lo s f ie le s , d ijo e s t a r s a tis f e c h o d e la a d m i n i s t r a ­
ció n d e l a c tu a l c u r a D o n A n to n in o O b ie ta d u r a n te e l p e río d o t r a n s ­
c u r rid o d e s d e su ú ltim a v is ita , c u y a s d is p o s ic io n e s r e la ti v a s a l m e jo r
g o b ie rn o d e la p a rro q u ia , a l s is te m a q u e d e b ía o b s e r v a r s e p a r a lle ­
v a r lo s R e g is tr o s c o n r e g u la r id a d , lim p ie z a , e tc ., h a b ía n s id o e x a c ­
t a m e n te c u m p lid a s , lo m is m o q u e l a s r e f e r e n te s a l L ib ro de F á ­
b ric a . c u y a s c u e n ta s h a e x a m in a d o d e te n id a m e n te y, e n c o n tr á n d o ­
la s b ie n lle v a d a s , la s a p r u e b a p o r el p r e s e n te a u to ” .
(4) E s t a s s u e r t e s d e la a n tig u a m a n z a n a d e l s a n tu a r io h a n
id o r e c u p e r á n d o s e en p a r te d e s d e e l c u r a to d e l m o n je b e n e d ic tin o
V ic e n te S a u b a b e r, e n 1904, h a s t a el p r e s e n te .
(5) L a in ju s tic ia d e la p ris ió n d e l P a d r e B e r ta c a g n i e r a e v i­
d e n te , A m u y p o c o s c o n v e n c ía e s a m e d id a . Y e s t a b a e n e l c o m e n ­
ta r io g e n e r a l la p e r v e r s id a d d e e se s a c rile g io de m a la s in te n c io n e s
c oa m á s c a r a del a p r o v e c h a m ie n to p a la d in o de e s e ro b o . C om o s o r ­
tile g io de h a d a s se e n c o n tr ó l a c o ro n a la m id a p o r la s a g u a s e n la
orilla, a r e n o s a d e l P a r a n á a le d a ñ o a l p u e b lo , y lo s ju e c e s la e n t r e ­
g a ro n a la a u to r id a d e c le s iá s tic a , r e p o n ié n d o s e s o le m n e m e n te s o ­
b r e l a s s ie n e s d e la V irg e n e l 25 d e m a rz o d e 1908, A p e s a r de i n ­
f o r m a r e s to la c o n c ie n c ia p ú b lic a , se p e rm itió “ C a ra s y C a r e t a s ” ;
c o n o c id a r e v is ta p o r te ñ a , i n s i s t i r a c e r c a d e l a c u lp a b ilid a d del c u ­
r a de Ita tí, p o r lo q u e el m o n je b e n e d ic tin o .Tavier G elós, p á rro c o
e n e se tie m p o d e l s a n tu a r io , a b o g ó p o r la v e rd a d c o n la s ig u ie n te
p r o t e s ta : “I t a t í , 25 d e d ic ie m b re de 1912. Al Sr. D ir e c to r de ‘‘C a ra s y
C a r e t a s ” , B u e n o s A ir e s . M uy s e ñ o r m ío : E n e l a r tíc u lo q u e p u ­
b lic a “ C a ra s y . C a r e t a s ’' n ú m e ro 739 s o b re la V irg e n de Tía tí. el
482 LA V IR G E N DE IT A T I

a u t o r in c u r r ió e n g r a v e s e r r o r e s e n lo r e f e r e n te a l ro b o d e la c o ro ­
n a ; e r ro r e s q u e c re o d e b e r e c t if i c a r e n h o n o r d e la v e r d a d h i s t ó r i ­
c a , y p a r a v in d ic a r l a m e m o ria d e M o n s e ñ o r de L a L a s t r a y d e l
R e v e re n d o P a d r e B e r ta c a g n i, O b isp o de e s t a D ió c e s is e l p rim e ro ,
y g u a r d iá n d e e s te s a n tu a r io e l s e g u n d o , c u a n d o s e p ro d u jo e l r o ­
bo s a c rile g o .
E s ía l s o q u e a n te r io r m e n te a l r o b o d e l a c o ro n a e l G o b ie rn o
o r d e n a r a u n a in v e s tig a c ió n , p a r a a v e r i g u a r s i la s p ie d r a s d e la m is ­
m a e r a n v e r d a d e r a s o f a ls a s .
F a ls o p o r c o n s ig u ie n te q u e e l O b isp o “ o rd e n ó a l P . B e r ta c a g ­
n i q u e n o f a c i li t a r a e l e x a m e n ” .
F a ls o ta m b ié n qu e, “p a r a q u e n o h u b ie s e in v e s tig a c ió n e l p á ­
rro c o s e c u e s tr ó l a c o ro n a y d e n u n c ió e l r o b o ” ; lo q u e c o n s titu ir ía
u n a n o ta p a r tic u la r m e n te i n f a m a n te p a r a l a m e m o ria d e a q u e l s a ­
c e rd o te .
F a ls o q u e h a b ié n d o s e d a d o c u e n ta a l a p o lic ía , " s e e n c o n tró q u e
q u ié n t e n í a s e c u e s t r a d a la c o ro n a e r a e l p á r ro c o ” . E l la d r ó n e r a
m u y o tr o : s u n o m b re c o r r ía e n to n c e s d e b o c a e n b o c a , i d íc e se
q u e s i n o fu é c o n d e n a d o , e s p o rq u e n o se lo q u iso c o n d e n a r.
E s fa ls o , e n fin , q u e e l R e v e r e n d o P a d r e F r a y L . B e r ta c a g n i,
h a b ie n d o sid o e n c a r c e la d o , h a y a fa lle c id o ‘‘d e p e n a e n su e n c ie ­
r r o ” ; p u e s a p e n a s e s tu v o p r e s o u n o s d í a s . L a v o z p ú b lic a lo d e c la ­
r ó in o c e n te d e s d e u n p rin c ip io , y lo s t r ib u n a l e s n o t a r d a r o n e n h a ­
c e r le j u s tic ia , p o n ié n d o lo e n l ib e r ta d . M á s t a r d e v o lv ió a I ta lia , su
p a tr i a , d o n d e m u rió .
E s p e r o d e s u c a b a lle r o s id a d se s e r v i r á p u b lic a r e s t a s s e n c i­
lla s r e c tif ic a c io n e s e n u n o d e lo s p ró x im o s n ú m e ro s d e s u r e v is ta .

S a lu d o a TJd. m u y A t t e ..— J a v i e r G elós, C u ra V ic a rio de I ta tí.


CAPITULO n i

CETRO Y TRONO

No es, precisamente, el recuento prolijo fie favores estu­


pendos lo que abrillanta la sustancia histórica del culto de las
imágenes en los santuarios famosos do la cristiandad, sino la.
influencia moral de ese culto en las masas populares de una.
región. Y en ese sentido, pocas como la de la P u ra y Lim pia
de Ita tí han culminado más subidamente. Y puede afirm ar­
se que ese culto ha sido y es germen civilizador d í extraor­
dinarios beneficios espirituales. E n los tiempos idos, aun an­
tes de la fundación de Corrientes, la doctrina franciscana de
la frontera paranaense fué «1 punto preciso en que derram a­
ba el ejemplo de sus virtudes y su palabra ardiente el apos­
tolado de C risto: ahí se detenían los prim eros custodios fra n ­
ciscanos del Tucum án y los evangelizadores de Asís y de Lo­
yola.
La finalidad entrañaba una conquista espiritual, y es
sabido que en esta clase de conquista no es la fuerza hum ana
la que triu n fa sino la intervención sobrenatural. E l hom bre
puede poco, o más acertadam ente dicho no puede nada, con
u n a propaganda combativa de principios radicalm ente opues­
tos a las tendencias avasalladoras de los errores y costumbres
de la naturaleza viciada de los evangelizados. P or eso, como
u n argum ento irreductible de la verdad u ltraterren a, apare­
cen en la iniciación de las grandes em presas espirituales los
santos y los m ilag ro s: la intervención maravillosa del poder
de Dios sellando la palabra misionera del Evangelio. P udo la
484 I.A V IR G E N DE IT A T I

espada proteger, pero Am érica 110 admitió la fe ni se doblegó


ante la austeridad de la moral cristiana sino al contem plar
el resplandor estupendo de la divinidad en las calzadas de
sus ciudades, sobre la cima de sus cordilleras, entre la espe­
su ra de sus selvas, llovido en las tolderías de sus inconmensu­
rables llanuras, junto a las rom pientes de sus océanos y cabe
el caudal de sus lagos majestuosos y de sus ríos como mares.
No fué ese resplandor ei del hombre valiente, sabio y
-elocuente; fué el del hombre de Dios, santo o m ártir, aureo­
lado por el prodigio avasallador de hechos y virtudes que no
origina el m u n d o : un Toribio de Mogrovejo, una Rosa de Li­
ma, u n Francisco Solano, una M aría A na de Jesús Paredes,
un Pedro Claver, un Alonso de -San B uenaventura, un Luis
B eltrán, un J u a n de Zum árraga, un Roque González de San­
ta Cruz,, un Felipe de Jesús, un M artín de Torres, u n Ju a n
Diego, nn Luis de Bolaños, un Ju an de San B ernardo, un
José de Anehieta, un Cristobalita de Axotécalt- y mil otros:
ángeles de carne hum ana que depositaron sobre la frente ame­
ricana el ósculo de Dios, om nipotencia de la misericordia,
germen divino de todo lo que posee de auténtica verdad la
civilización del nuevo mundo. E sa conquista espiritual, qne
más que conquista es elevación, no debe olvidarla jam ás nues­
tr a América, porque es el blasón insuperable de su ennoble­
cimiento en la vida del espíritu, vida que le ha dado el título
de h ija de Dios, de Dios que, siendo la eterna verdad, es el
único principio valedero de las libertades legítim as de los
individuos y de los pueblos.
Y así como la manifestación extraordinaria de la P ío-
videncia en las prim eras horas de la América cristiana, así
aconteció en la cuna de la evangelización de la cuenca del
Río de la P lata, dilatándose la noticia de esas m anifestacio­
nes extrahum anas, según actas capitulares del viejo archivo
de Corrientes en ambas Américas y en Europa.” . Los m ila­
gros desprendiéndose como una lluvia de las manos juntas
de la imagen de la V irgen de Itatí y especialmente la m ara­
villosa y repetida transfiguración de esa imagen en la belleza
del rostro celestial de la M adre de Dios sellaron, argum en­
tos inapelables de la autoridad de la revelación divina en la.
CO N SA G RA CIO N P E Í , C U LTO A I,A V IR O K N 4S5

historia, la verdad de la doctrina católica ante la ru d a inteli­


gencia y el m aterializado corazón de los indisciplinados abo­
rígenes. Los misioneros no m entían. Dios era quien hablaba.

* *

La -Medianera de todos los tesoros redentores no dejó un


instante, en los más de tres siglos y medio de la presencia de
su imagen sobre la risueña ondulación itateña, de obrar por­
tentosas manifestaciones de su misericordioso poder. Feliz­
mente, consérvanse los documentos escritos de la prim era ho­
ra, cu c[ue reposa la razón del culto extraordinario de la im a­
gen. No sabemos que se hayan documentado después, con todo
el rigor de una fehaciente comprobación, ni favores ni m ila­
gros. .Pero, si esto a prim era vista es lamentable, no Jo es con
reflexionar eu lo que esa p ro lija documentación exigiría;
trabajo fu era de noche y de día sin dar abasto. No pasó ni
pasa casi momento sin peregrinos en el cam arín, llenos de
alabanzas a la M adre por sus portentos.
Si 110 les satisfaciera, de sobra la tradición varias veces
centenaria, ya pueden llegarse los difíciles de convencer a
contem plar y escuchar prom esantes p ara convencerse perso­
nalm ente de Jas m aravillas de la V irgen de Ita tí. Ya verían
hechos, como el que escribe estas páginas. El 8 de diciembres
de 1924, un joven del entonces seminario de Ita tí, por liabei'
enfermado de tifus debía, a la m añana siguiente, ser trasla­
dado a . C orrientes p ara su curación, según orden term inante
del médico de la población; se form uló ante la Virgen una
promesa, y se le pidió que la fiebre desapareciera a media no­
che y que el médico lo encontrara sano al enfermo en am a­
neciendo y, en amaneciendo, comprobó el médico 1a- realización
del. pedido, y asombrado m anifestó que esa curación, la cien­
cia. humana, no podía explicarla, y autorizó al qne esto escribe,
para que se invocara, su nombre al respecto: fné el doctor
J u a n Carlos (Jarcia. hoy tan ventajosam ente conocido en la
ciudad de C orrientes. . . No hace muchos meses presentóse an­
te el. cura aclual de llatí, un matrim onio con una hija de míos
ocho años en brazos <le la. madre, por estar la pequiña para­
lítica. Sube el matrim onio al camarín. Presenta la madre a la
486 LA V IR G E N DE IT A T I

V irgen-su pobre carga. Y ésta se desprende de los brazos de


su madre, recorre el camarín, b aja ias escaleras, y apenas
pueden seguirla sus padres en delirante llanto de jú b ilo . . .
Y no se docum enta el hecho, y en el territorio del Chaco, te­
rrito rio de la V irgen del Rosario de Concepción del Río B er­
mejo, los portentos de la M adre de Ita tí así conmueven la
fe po p u lar que se levantan capillas en su honor, como en la
progresista ciudad de Roque Sáenz P eña y se la proclam a
p atro n a del pueblo y de su parroquia como Machagav, y bajo
su títu lo se am paran colegios, como en R esisten cia.. . Y si­
guen no documentándose los portentos, muchos de ellos estu­
pendos, acaso por ser ta n de la V irgen de Ita-tí el prodigar­
los que huelgan comprobaciones escritas. Sobra su lluvia,
y bastan los ojos. .. Pero, si esto ocurre con las gracias tem ­
porales, mucho más con las espirituales, con las reacciones
virtuosas del alma, finalidad del culto de la Virgen. No se
nos oculta las fallas de la buena fe, y aún más de la fe ilus­
trad a, en bastantes romeros de las continuas peregrinaciones;
mas, el fru to espiritual es inmenso y el fervoroso ejemplo dé­
las m ultitudes despierta del sepulcro m uchas almas m uer­
tas y de su lecho de tibieza muchos corazones dormidos. R a­
rísimo es el peregrino que no golpee la p u erta del trib u n al de
la penitencia y que no se encienda en la llam a de la eucaris­
tía : no es el deleite de la curiosidad o del paseo lo que ca­
racteriza el santuario itatiense; es la acción de gracias o la
limpieza del alma a los pies de la Virgen.

Sin embargo, hubo u n momento en que pareció eclip­


sar u n cendal de tinieblas la aurora de la consagración del
culto iniciado en 1853. Sobre la m itad de la segunda m itad
del pasado siglo, el laicismo de la escuela cortó las alas espi­
rituales de la infancia, y sin redención y sin esperanzas, sin
Cristo y sin M aría, la arrojó moralmente indefensa a la ba­
talla de la edad de los ideaks. de las inquietudes y entusias­
mos juveniles. La enemiga ju ra d a de la Virgen, la disimula­
da e hipócrita serpiente del mal, enroló 1111 crecido núm ero
CO N SA G RA C IO N D E L C Ü LTO A LA V IR G E N 487

de jóvenes de la m ejor sociedad en las filas de las iniciacio­


nes secretas del sectarismo. Alzó su trib u n a pública la Escue­
la Positiva, y derram ó en el periodismo, en la escuela y en
las inteligencias jóvenes, las híbridas apariencias científicas
del racionalismo. Y en tono de rabiosa ironía u n publicista,
de indiscutido talento histórico en todo lo ajeno a los p rin ­
cipios religiosos, propagó irritad a s blasfemias contra la San­
tísim a Cruz de los M ilagros y contra la m ilagrosa imagen de
Itatí, partiendo de esta tesis que sostenía, tesis característica
de u n cerebro ciego y de u n a cara sin ojos: “ E n el mundo no
h a acaecido jam ás m ilagro alguno” .
C arcajadas sonaron, las aplaudió la resaca del m ateria­
lismo en la escuela y en el periodismo. L a voz audaz del sar­
casmo, sin más argum ento que el estrépito clamoroso de que
nos hablan las E scrituras, del jum ento vacío de inteligencia,
recorrió la Provincia, profetizándole que la Cruz de los
M ilagros y la V irgen de Ita tí se sepultarían en la m ente ob­
tusa de los analfabetos.

» *

De pronto, como en la cuna de la fundación de C orrien­


tes y en Jos orígenes del culto a la V irgen de Ita tí, apareció,
lampo fulm inante que deshizo la negra amenaza de la borras­
ca impía, la intervención divina despertando y encendiendo
todas las fuerzas vitales de la Provincia. Se irguió Corrientes
con toda la altivez de sus poderosas gestas ancestrales en con­
t r a de la propaganda, satánica, y proclamó que la Cruz de los
Milagros brillaba por derecho en su escudo y que la V irgen de
I ta tí era la M adre indiscutida de su historia.
Y no fu é u n a proclamación palabrera. Construyó -un nue­
vo templo p a ra glorificar el sagrado leño de su fundación, y
ciñó las sienes de la imagen itateña con espléndida corona
de R eina de la Provincia.
Los sepultados por la im piedad fueron consagrados co­
mo palpitación viviente de las m isericordias de la Providen­
cia en todos los anales de estas tierras signadas en su cuna
48 8 L,A V IR G E N DE IT A T I 1

cristiana por el beso milagroso del Pucará. Y al amanecer


nuestro siglo en la sucesión del tiempo, resonaron en vítores
todos los ámbitos en la dilatada cuenca del Río de la P lata
ante la R eina de su civilización. E l 16 de julio de 1900, su co­
rona r e a l; el 23 de abril de 1918, su patronato de la diócesis, y
en m itad de este siglo X X , su entronización bajo un dombo que,
desde sus ochenta y tres metros, avizora bendiciendo los le­
janos horizontes: cetro y trono consagrados por la Santísim a
Trinidad y que, al reconocerlos el hombre, desaparecen [os rep ­
tiles y se encienden las redentoras llam aradas del amor.

Con motivo de la proyectada coronación de la milagrosa


imagen decíamos en 1900 lo que s i g u e H a c í a trescientos on­
ce años que se había firm ado el acta de la fundación de la
'heroica ciudad de Corrientes. La Provincia propúsose obtener
la coronación de la P u ra y Lim pia Concepción de N uestra
Señora, de Itatí, y reuniéronse al efecto en un mismo pensa­
m iento de amor y g ra titu d hacia ella las autoridades religio­
sas y civiles.
Nadie pensó en el día en que se levantaría la tal solicitud.
P ropuesta la idea en 1899, dispuso la sabia providencia
qne se realizara esa solicitud el 3 de abril, fecha del acta de
la fundación de la capital correntina (1). ¡H erm osa coinci­
dencia ! La. Reina de Corrientes quería que ésta pidiera la
coronación de la m ilagrosa imagen en el aniversario de la fu n ­
dación definitiva, de esta bella provincia, como p ara indicar
que el pueblo entero, que todo Corrientes, con prescindencia
de tiempos, se levantaba agradecida p a ra decirle con el Can­
ta r de los C antares: “ Yen, hermosa Madre, ven y serás coro­
n a d a !”
F irm ada, pues, en esta fecha la solicitud de la coronación
de la Virgen de Ita tí, y enviada al Exmo. Sr. Obispo del
P araná. l) r Rosendo de la L astra y Gordillo, p ara que la. hi­
ciera valer ante la S anta Sede, el eab'ldo Eclesiástico del P a ­
C O N SA G RA CIO N DEL C U LTO A LA V IR G E N 439

ran á se unió a este ardiente deseo, rem itiendo carta a S. Bxcia


Rma., con el mismo objeto, el clía 7 de abril del mismo año (2).
Embajada, tan hermosa ante la cátedra de P edro llenó
de júbilo el corazón del prelado el cual, yendo a. Roma con
motivo del Concilio Plenario Suram ericano, lo prim ero que
hizo fué im plorar de S .S . León X I I I tan señalada m er­
ced (3).
E l Humo Pontífice, por cuya benévola disposición se co­
ronaron las celebres imágenes de L u jan en 8 de mayo de .1887,
del Valle en 12 de abril de 1891 y de Nuestra. Señora del Mi­
lagro en 1- de octubre de 1892, accedió gustoso al pedido, con­
cedió indulgencias y bendijo la corona. Los Breves al res­
pecto llevan las fechas de 17 de junio, 11 de julio y 16 de
este mismo mes (4).
Apenas llegó telegráfica noticia a Corrientes, se entre­
gó la capital y la. provincia a las más vivas demostraciones
de alegría.
E l entonces Vicario Foráneo de Corrientes, F ra y Ig n a ­
cio. M. M artí, dirigió con fecha 21 de junio u n a carta de fe ­
licitación al Sr. Obispo, como anteriorm ente Jo hiciera la Co­
misión C entral de la Coronación, form ada de distinguidas
m atronas y señoritas de la sociedad correntina. E n estas ca r­
tas se le insinuaba al Sr. Obispo la oportunidad de que dicha
coronación se realizara en la capital de la Provincia.
Al efecto, habiendo regresado ya del Concilio Plenario
Suram ericano, pidió el Exmo. Sr. Obispo de P ara n á la opi­
nión de sus hermanos en el episcopado argentino.
Compulsadas las opiniones, determ inó S. E. lim a , que se
llevara a cabo la coronación en Corrientes, y fijó la fecha,
liara el .16 de julio de 1900.
Desde entonces todo ha sido entusiasmo en Jos p rep ara­
tivos p a ra la coronación, poniéndose al fren te de ellos los RR.
P P . del Colegio Apostólico de Ja Merced, F ra y Ignacio M.
M artí y F ra y Cornelio Casali, m ostrándose por otra parte
m uy activas y celosas las sub-comisiones de la campaña, há­
bilmente dirigidas por la Comisión C entral de la Coronación,
que ha. sabido llenar los deseos del pueblo corrent.ino.
490 LA V IR G E N DE IT A T I

E l desinterés con que todo el pueblo ha contribuido y si­


gue contribuyendo con su óbolo p ara el lucim iento de las
fiestas de la coronación, debía ser im itado por el gobierno;
y así sucedió: pues, tras un breve debate, en que la protesta
inconsiderada de algunos :le la cám ara de diputados cayó en
el vacío, se sancionó p ara gastos .1 0 . 0 0 0 pesos” .

• •

B ra el 8 de julio de 1900. Sobre las barrancas costeras


del P aran á, aledañas a Ita tí, sollozaba el pueblo. E l eco con­
movedor del lamento perdíase en las lejanías de las selvas
y en las aguas del gran río. ¿P or qué se la llevaban a la Ma­
dre? ¿P o r qué no se la coronaba en su tr o n o ? .. . . Y sobre
las barrancas paranenses de Corrientes, al asomar el barco
empavesado p o rtador de la Virgen, en explosión de júbilo se
alzó la voz de la m ultitud de la capital, como respondiendo al
llanto itateño con esta p aráfrasis del C antar de los C anta­
res : i Ven, am ada y dulcísima M adre de todos los pueblos de
C orrientes; ven, y en la capital de esos pueblos serás coro­
n ad a !
L a generosa ciudad de la Santísim a Cruz de los M ila­
gros, la ciudad de las heroicas y seculares defensas del cris­
tianismo contra la barbarie atropelladora de las selvas y de
las llanuras, la ciudad salvadora a veces y siem pre ayudadora
desinteresada de las poblaciones del litoral argentino, la ciu­
dad que embraza el escudo de la fe y se arreb u ja bajo el m anto
de la ternísim a D am a de su historia se presentó aguirnalda­
da y con arcos triunfales en homenaje a la que sería huésped
de sus enardecidos amores desde el 8 al 20 de julio. Al ser
llevada procesionalmente desde el desembarcadero, atravesan­
do la ciudad hasta la ap artad a iglesia M atriz, entre repiques
de campanas, estallidos de bombas y salvas de artillería, los
que liemos asistido a esa solemnísima recepción notamos algo ca­
racterístico que jam ás podremos olvidarlo: lo sobrenatural
se reflejaba en la sagrada imagen. Coronada de blancas flo­
res, aparecía su rostro como ilum inado por una hum ildad ni-
CO NSA G RA CIO N DEL CU LTO A LA V IR G E N 491

traterren'a. A su paso, callaban las aclamaciones de la m ulti­


tu d en las calzadas al contem plar de cerca ése semblante de
honda belleza y de profundísim a hum ildad, sellábanse los la ­
bios, y de casi todos los ojos se desprendían lágrim as, pero
lágrim as sonrientes. E sa ra ra transfiguración facial, comen­
tada en los días de Ja coronación, a más de uno hizo recordar
aquellas palabras de la V irgen en la aldea de J u d á : “ Miró el
Señor la hum ildad de su sierva, e hizo m aravillas en mí el que
es poderoso” . Y, por cierto, fué m aravillosa la pleitesía presen­
tad a a la Virgen, con ocasión de la coronación de su ima­
gen de Ita tí, en la ciudad de Corrientes, pleitesía tributada,
no únicam ente por la capital de Ja provincia, sino además
por las autoridades civiles, m ilitares y eclesiásticas de toda la
república y por delegaciones de las naciones fronterizas, jus­
tificándose prácticam ente su título efectivo de R eina de la in ­
conm ensurable cuenca del Río de la P lata.
E n el novenario del 8 al 16, la iglesia M atriz, converti­
d a en u n cielo de piedad V de alabanzas, presenció de continuo
llena la mesa eucarística de muchedumbres enfervorizadas y es­
cuchó poemas de g ra titu d amorosa tejidos por ocho obispos,
tras solemnes po n tificales: por Antonio Espinosa, a poco p re­
conizado arzobispo de Buenos A ires; .por A gustín Boneo, va­
lentísim o obispo de S anta F e ; por el obispo titu la r Gregorio
Romero que fué orador elocuentísimo en el acto de la co­
ronación; por Pablo Padilla, el de las pastorales de im peca­
ble clasicismo, obispo de T ucum án; por Marcolino Benaven­
te, predicador de larg a fama, obispo de San J u a n ; por Rosen­
do de la L astra y Gordillo, obispo de P araná, que coronó la.
imagen como delegado de León X I I I ; por R icardo Isasa,
obispo uruguayo, en representación de su república, y por
Sinforiano Bogarín, obispo paraguayo, hoy arzobispo de la
Asunción, en delegación de esa nación vecina que ama a la
V irgen de Ita tí como u n a joya de su historia y de su cora­
zón agradecido.
Y llegó el 'gran día 16 de julio de 1900. Desde antes del
alba, como el m urm ullar de las rom pientes de la m ar oíase
el rum or de la ciudad despierta, cansada ya de esperar el sol
de ese su día de gloria. Y al salir el sol, los hogares vacíos; no
492 LA VIRG EN DE IT A TI

se descubrían Jas calles sino Ja oleada hum ana que, en abi­


garrado avance de clérigos y militares, de magistrados y pue­
blo, de peatones y millares de jinetes llegados de las cercanas
poblaciones, se apresuraban por buscarse el m ejor lugar ju n ­
io al templete, en que se coronaría a la Virgen, cabe el atrio
del santuario de la Santísim a Cruz de los Milagros. A barro­
tó la m uchedum bre la actual plaza de la C ruz; todo el espacio
que hoy ocupa la escuela Centenario y las calles adyacentes.
Y al ser depositada sobre las sienes de la Virgen la corona,
real, tembló la ciudad, sacudida por las aclamaciones popu­
lares, por las voces broncíneas de todos los templos, por las
sirenas de los barcos del puerto, por las salvas de los caño­
nes de la p a tria y por las tradicionales camaretas que en los
barrios más apartados respondían a la campana y al cañón.
Ita tí dejó de llorar. La envió el 8 coronada de flores; la
recibió el 20 coronada como Reina.

* m

Corrientes debe ser una sede episcopal. Ese. fué el. anhelo
m anifestado du ran te los días ele la. coronación ele la. V irgen en
las conferencias, en las veladas, en las conversaciones del pue­
blo y en las recepciones en homenaje a los obispos.
Y desde 1911 Corrientes es obispado, y un hijo de Co­
rrientes fué su prim er obispo, un hijo de Corrientes que, en
las fiestas de la coronación, arrancó lágrim as a su auditorio
por la elocuencia conmovedora con que ensalzó los beneficios
de la V irgen de Ita tí en favor del cuerpo y del alm a de los
m oradores de estas tierras.
E l orador sagrado, que enardeció el corazón de la ciu­
dad de su cuna en el tercer centenario de la fundación de
Corrientes, no se contentó con recabar, al ascender a la ple­
n itu d del sacerdocio, de la Sede Apostólica, p a ra el nuevo
obispado el títu lo de "D iócesis de la Sma. Cruz de los Mila­
gros y de la V irgen de I t a t í ” : Corriendo S. E. Luis M aría
Niellas sus giras pastorales a través de la provincia de Co­
rrientes y del territorio de Misiones se empeñó en aum entar
CO NSA G RA CIO N DEL C U LTO A LA V IltU E X 493

el culto a Ja milagrosa imagen, estableciendo instituciones


piadosas en su honor y resolviendo que en ningún templo de
la diócesis faltara, una. escultura dedicada a la soberana Se­
ñora de la Mesopotamia arg en tin a; observó el cam arín de
la Virgen, modestísimo, casi indecoroso, y volco a los pies de
la Reina todo su propio haber, edificándole el artístico y sun­
tuoso cam arín que todos conocemos. Y con motivo de su in au ­
guración, obtenida la autorización de Ja suprem a autoridad
eclesiástica, procedió a la. im ponente ceremonia de la procla­
mación de la Virgen de Ita tí como Patro.ua y P rotectora ju ­
rada. de la diócesis. Si la coronación en Corrientes tuvo el
sello de la magnificencia, Ja proclamación en Ita tí caracteri­
zóse por la grandiosidad de la abnegación en la fe de Jos mi­
llares de peregrinos que, abandonando sus hogares y sin nin ­
guna comodidad en el imposible Jiospedaje, se presentaron en­
tusiastas ante su "Reina. Y al requerim iento del ilustre p re­
lado, las autoridades civiles de la provincia, los delegados de
los pueblos y el océano de peregrinos ju raro n y aclamaron,
por P atro n a y P rotectora de la diócesis a la V irgen de Itatí.
F u é el 23 de a b r ir de 1918. No se tejieron como en los
días de la coronación poemas de alabanzas como los tejieron
en griego, latín, alemán, italiano, catalán, francés y caste­
llano poetas en estas tierras cosmopolitas, Jlegando algunos
de esos cantares hasta de la ciudad de Roma (4), pero, el. 23 de
abril de 1918 completó el concepto que del cetro de la Virgen
debe ab rig ar el alma c ristia n a ; cetro de poder, es R e in a ; cetro
de patronato y protección, es Madre.

Faltaba, el trono. No sólo un cam arín suntuoso ni un san­


tuario reducidos eran adecuados p ara esa Reina. La historia
de su m unificente realeza de amor lo exigía, lo pedían las
peregrinaciones m u ltitudinarias en aumento siempre. V erdad
es por otra p arte que en todos los tiempos, tra s los famosos
m ilagros de la Virgen, Jos templos a ella dedicados resulta­
ban pequeños. Se ha dado hasta el .presente enum erar las
peregrinaciones generales desde pocos años anteriores a la
494 LA V IR G E N DE IT A T I

coronación, recordando como única peregrinación general de los


tiempos viejos la de Santiago Sánchez, señalando todos los que
hasta ahora, han escrito al respecto el año de 1618 cuando es­
ta peregrinación, según Ks actas capitulares del cabildo de
Corrientes, se realizó un siglo más tarde, en 1718. P eregrina­
ciones generales las ha habido siem pre desde la Asunción, des­
de Santa P e j r especialmente desde Corrientes que, en las fies­
tas patronales de la Virgen, presidido por el teniente de go­
bernador, un g ran golpe de peregrinos llegaban a ofrecer sus
promesas y corazones. E stas peregrinaciones, insinuadas por
historiadores como Lozano y por visitadores de reducciones,
doctrinas y pueblos de indios como P arras, no ten d ría n la
periodicidad y organizaciones de las que han venido realizán­
dose desde 1896, pero eran generales y tan espontáneas sino
m ás que las presentes. Coronada la V irgen por breve ponti­
ficio, m ultiplicáronse esas peregrinaciones generales de modo
asombroso, llevándose la palm a hasta el presente el departa­
mento de San Luis del P alm ar, que anualm ente por espacio ya
de más de cuarenta y cinco años, sigue volcando a los pies de la
venerada imagen m illares de peregrinos en los aniversarios de
su coronación; es esa. adm irable peregrinación algo así como
u n a odisea de la fe y como una epopeya del amor. E l cuadro
que presenta, en llegando a Ita tí, es emocionante: autom óvi­
les, y vehículos inverosímiles, innum erables filas de jinetes,
m u ltitu d de a pie, de la que muchos han debido salvar veinte
y más leguas, orden, cánticos, rezo del rosario y aclamaciones,
con frío intenso a las veces y otras bajo el azote de la tem ­
pestad, han hecho exclam ar a quienes presenciaron las rome­
rías del Valle y de L u já n : E sta grandiosidad de la fe y ab­
negación de las masas populares no se ve en ninguna o tra
parte.
U na M adre y Reina, requerida por el am ante vasallaje
■de tantos hijos, no podía perm anecer en la pequeñez del tem ­
plo de Obieta. Así lo pensó el p rim er obispo de Corrientes,
y em prendió la construcción de u n santuario de vastas pro­
yecciones. No pudo coronar su p royecto: el ábside de ese tem ­
plo quedó bajo tierra. Recogió la herencia de ese propósito
el segundo obispo, y hoy alza sus espigadas líneas el monu-
CO NSA G RA CIO N DEL C U LTO A LA V IR G E N 495

menta] santuario de la Virgen, el trono de la Reina que abriga


su camarín, el más asombroso de las Américas, y corona el
dosel de ese trono en las alturas con una esbelta imagen de
la Reina del camarín, gigantesca imagen que, al beso del sol,
de las estrellas y de las tempestades, bendice las dilatadas re ­
giones de su imperio.
Empezamos este libro sin más prólogo que el grabado del
m onum ental santuario, y con intención de responder a es­
ta p reg u n ta: ¿For qué en la casi aldea de Ita tí emerge a las
nubes tan enorme monumento?
E stas desmalazadas páginas han procurado d ar la razón
suficiente.
Y acaso no falten quienes, como nosotros, propicien es­
tos dos títulos que la historia impone:
Pora la Virgen de Ita tí: R E IN A D E LA C IV IL IZ A ­
CION D E TODA LA CUENCA D E L RIO D E LA P L A T A ;
Para el pueblo de Ita tí: MONUM ENTO H ISTO R IC O
PO R E X C E L E N C IA D E LA R E P U B L IC A A R G EN TIN A .
De o Virgninique Laus!

(1) Solicitud de las autoridades de la P rovincia de Corrien­


tes: Ilmo, y Riño. Sr. Obispo D iocesano del Paraná, Dr. R oseado
de la L astra y Gordillo: Ilmo, y Rmo. Sr.: Juan E. M artínez, Go­
bernador de la Provincia d e Corrientes, sus M inistros de Estado,
Tiburcio G. F onseca y José E. Robert, el Intendente Municipal
Leandro Caussat, Fray Ignacio M. Marti, V icario Foráneo de la
m ism a Provincia, Fray Cornelio Casali, Guardián del Colegio de Mi­
sioneros Franciscanos, que por encargo de S. S. I., guardan el Sa­
grado Santuario de la S antísim a V irgen de Itatí, en su propio nom­
bre y en representación del clero secular y regular y dem ás fie les
de esta Provincia, ante S. S. I. y R., se presentan, y con el mayor
respeto exponen:
Que debiendo partir S. S. I. y R. a la Ciudad Eterna, con m oti­
vo del Concilio Plenario Sudamericano, a que ha congregado N u es­
tro Santísim o Padre el inm ortal León XIII, el pueblo católico de
esta Provincia quiere aprovechar esta tan auspiciosa y propicia opor­
tunidad para solicitar de V os, S. S. nuestro amado Padre y Pastor,
una gracia que desde m ucho tiem po constituye su m ás fervien te
anhelo, y que sin duda sería para esta sociedad, una prenda de
salud y celeste protección.
496 LA V IR G E N DE IT A T I

No ignoráis, Ilmo, y Rmo. Sr., que la Provincia de Corrientes


tiene 1a. dicha de guardar en su seno, desde muy rem ota antigüe­
dad, no lejos de esta ciudad, en el pueblo denominado ‘‘Itatí”, una
im agen sagrada de la Santísim a V irgen bajo la advocación de la
Purísim a.
E sta Im agen secu lar y venerada ha presidido los d estinos de
este pueblo, a cuya historia está. íntim am ente vinculada; pues, su
antigüedad y su influencia bienhechora parece alcanzar la época
d el descubrim iento de esta s region es por los españoles.
E s no sólo in sign e por su respetable antigüedad, sino tam bién
por los singulares beneficios reportados por cuantos la han invo­
cado bajo su popular advocación de V irgen de Itatí, por los pro­
digios y portentos obrados por su poderosa intercesión, como lo
confirm an las innum erables ofrendas y ex votos que en todo tiem po
ha poseído su histórico y querido Santuario, y lo ponen de m ani­
fiesto los docum entos au tén ticos que obran en poder del m alogra­
do P. Salvaire, encargado de escribir la historia de esta m ilagrosa
im agen. Siendo muy de notar io que se refiere por una res­
petable tradición, que, destruidas e incendiadas las reducciones de
los indios convertidos a la fe, se salvó no obstante, de una m anera
prodigiosa, la sagrada im agen de la Santísim a Virgen, hasta que en
7 de diciembre del año m il seiscien to s quince, el R. P. Fray Luis
de Bolaños, con el auxilio de unos indios piadosos, que habían so­
brevivido a aquellas catástrofes, pudo descubrir el lugar en que se
encontraba la m ilagrosa im agen que fué trasladada primero a u n a .
capilla pajiza, y después a otra m ás decente aún, y por últim o a
b u actual santuario, que fué term inado el año m il ochocientos cin ­
cuenta y tres.
Por otra parte, desde la época del coloniaje hasta nosotros, esa
sagrada im agen ha sido honrada y venerada con esp eciales cultos
y la m ás tierna devoción, sin que se pueda citar una sola época
en que se haya interrum pido e se hom enaje de amor a la que es in ­
vocada con el dulce y sim pático nombre de la V irgen de Itatí, y
en tiem pos m ás recien tes ese culto y devoción parece haber to ­
mado m uy grande increm ento, pudiendo agregarse a los innum era­
bles peregrinos no sólo de la Provincia, sino tam bién de las repú­
b licas del Paraguay, B rasil y U ruguay, las num erosas y solem nes
peregrinaciones que se han realizado en los últim os tiem pos, pre­
sididas algunas de e lla s por la s m ás altas autoridades de la Igle­
sia y del Estado, como ser el Exm o Sr. Arzobispo de B uenos A i­
res, Dr. U ladislao C astellano, el Exmo. Sr. Gobernador de la Pro­
vincia, acompañado de altos funcionarios del Estado y cuanto tie ­
ne de m ás distinguido esta sociedad en todas sus esferas, y Vos.
Ilmo, y Rmo. Señor, que con tanta piedad y celo habéis realzado
por dos v eces esta s piadosas rom erías con vuestra presencia, para
ir a postraros en unión de vuestro pueblo e implorar para él las
piedades de tan bondadosa e idolatrada madre, formulando allí vo­
tos de prosperidad y de paz para la Patria, que han acreditado
una vez más la celestia l protección de tan gran Señora.
CONSAGRACION D H L CULTO A LA V IR G E N 497

En vista de estos hechos, y por tal motivo, y queriendo ofre­


cer a nuestra siem pre amada y bendita Virgen de Itatí una coro­
na de oro adornada de piedras preciosas, ofrenda piadosa qu«' que­
rem os legar a las generaciones del porvenir, como un testim on io
elocuente de nuestra fe, de nuestro amor y reconocim iento a las
bondades de tan tierna madre, hem os convenido en pedir, como mt
efecto pedim os form alm ente a V. S. I. y R„ que se digne solicitar
y poner todo em peño en conseguir de la benevolencia de nuestro
S. P. el Papa León XIII, felizm en te reinante, se le conceda a e sta
célebre im agen de la Santísim a V irgen de Itatí los honores de la
coronación canónica y a su Santuario las gracias y privilegios.,
que suelen concederse a los de su índole, a fin de que en adelante,
m ediante su invocación, crezca y se arraigue m ás y m ás la devo­
ción del pueblo fiel para la mayor honra y gloria de D ios y de la.
m ism a Santísim a V irgen María.
Corrientes, segundo día de la P ascua de R esurrección a 3 de
abril de 1899. — Juan E. Martínez, J o sé E. Robert, T. G. F on seca.
H ay rúbricas y sello de gobierno. — Leandro Caussat. — Rúbrica.
j sello municipal. — Fray Ignacio M. Martí, O. M. V icario Forá­
neo. — Sello y rúbrica. — P. F. Cornelio Casali O. M ., Guardián. —
Rúbrica y sello .
Lo firmaron y sellaron el Exmo. Sr. Gobernador de la Provin­
cia y sus M inistros de E stado, el Sr.- Intendente Municipal, S. S. el
Sr V icario Foráneo y e l R. P. Guardián del Colegio de M isioneros
F ranciscanos por ante mí, de que doy fe. — A m ancio Rodríguez-
notario ad hoc. — Hay rúbrica.
(2) Solicitud del Capítulo Catedral del Paraná: Ilmo. Señor:
Tocios los bienes viniéronle a la P rovincia de Corrientes, en esta.
República Argentina, del culto a la Inm aculada V irgen María bajo
el título de Itatí: no sólo débese a la singular protección de la B ea­
tísim a Virgen el haberse conservado incólum es la fe y los piadosos
sentim ientos, sino que aún florecien tes en aquella Provincia, y esto,
a pesar de continuas guerras civ iles e infección en parte de doctri­
nas im pías y escasez de sacerdotes celosos.
Por todas esa s razones, no m enos que por la reconocida d e­
voción de este Ilustre Capítulo Catedral del Paraná, a S. S. lim a.,
pide con toda decisión y voluntad se digne elevar nuestras precea
a S. S. el Papa León XIII, para que benignam ente conceda la so ­
lem ne coronación de la T eligiosa im agen de la B eatísim a V irgen
María, que se venera en Itatí.
Indudablem ente que su culto, ya muy celebrado, aum entaría y
se difundiría, enriqueciendo a lo s suyos con m ayores y m ás efica ­
ces gracias para desbaratar y confundir la im piedad, que de una
m anera espantosa invade toda la República y muy en particular a
los literatos y opulentos.
Ojalá sean nuestras súplicas atendidas favorablem ente por la
Santa Sede A postólica, porque ciertam en te brillará m ás la piedad
Se los pueblos, y serán m ás y m ás frecu en tes y en mayor número
498 J,A V IR G E N 1>K IT A T I

los peregrinos y las peregrinaciones al único santuario en toda la


D iócesis dedicado a la Bienaventurada Virgen María.
Dado en la sala Capitular del Paraná eu la sesión del 7 de abril,
año del Señor de 1899. — Pantaleón Galloso, decano. — S. Sabater,
secretario capitular. — Súplica del Sr. Obispo del Paraná a S. S. León
XIII. — “B eatísim o Padre: R osendo de la Lastra, Obispo D iocesano
del Paraná, en la República A rgentina, hum ildem ente postrado a los
p ies de V. S. os pide el privilegio de la solem ne coronación del sa ­
grado sim ulacro de la Santísim a Virgen María, Madre de Dios, bajo
el título de la Inm aculada Concepción, que se venera en el pueblo
llamado Itatí, en la Provincia de Corrientes, jurisdicción de su
obispado.
La sagrada im agen de ¡Nuestra Señora de Itatí, B. P„ celebrada
desde muy antiguo tiem po por los favores dispensados a los habi­
ta n tes de la P rovincia de Corrientes y a lo s de la vecin a Repú­
blica del Paraguay, que la invocaron en sus n ecesid a d es y afliccio­
nes, es hoy día igualm ente invocada y celebrada, siendo conside­
rable el núm ero de fieles, que concurren a su Santuario a cumplir
lo s votos hechos a la Madre de D ios: habiéndose verificado en los
últim os años cuatro peregrinaciones piadosas al ya célebre San­
tuario de las que N os m ism o hem os presidido dos, quedando conso­
lado nuestro corazón^ ai ver que de nuevo revive el espíritu cris­
tian o entre los fieles de nuestro Obispado, m ediante la devoción
a la Santísim a V irgen María.
N uestro V enerable Deán y Cabildo E clesiá stico nos ha p resen ­
tado súplicas, para que pidiéram os a V. S. el privilegio de la so ­
lem ne coronación; lo m ism o han hecho el clero de Corrientes, el
Gobernador de la P rovincia y el pueblo; éste ha depositado en
nuestras m anos preciosas joyas para fabricar la corona, que su pie­
dad y devoción quieren poner sobre las sien es de la sagrada im a­
gen de María Inmaculada, com o testim on io de su agradecim iento
por los favores dispensados y como una prenda de las nuevas gra­
cias que espera.
N os, pues, B. P., en nombre de todos ellos y de los buenos
católicos de nuestra D iócesis, en virtud de nuestra particular de­
voción a. la Santísim a Virgen María y, deseando promover la mayor
gloria de D ios y de su Santísim a Madre y el increm ento de la fe
y piedad entre los fie le s que n os están encom endados, hum ilde­
m ente os pedim os B. P*, que nos concedáis vuestra autoridad apos­
tólica para coronar en V uestro Nombre con solem ne rito la sagra­
da im agen de la Inmaculada Concepción de la Santísim a Virgen
María del pueblo de Itatí, en la P rovincia de Corrientes.
E s gracia que im ploram os de V. S. hum ildem ente. — Rosendo,
Obispo de Paraná.
— S. S. el Papa León XIII, se dignó acceder benignam ente a esta
súplica, como consta por el B reve expedido por la Curia Romana,
y con fecha 16 de julio de 1899. bendijo la corona de oro y piedras
C O N SA G RA CIO N D E I, C U LTO A LA V IR G E N 499

preciosas destinada para coronar la sagrada im agen. Nos, pues,


deseando que se conserven esto s docum entos perpetuam ente en el
Santuario de Itatí, mandam os que se archiven. — Paraná, setiem ­
bre 12 de 1899. — Rosendo, Obispo del Paraná. — Luis A. N iella,
Secretario.
(4) Breve de indulgencias: A todos los cristianos que vieren
las presentes letras, salud y bendición apostólica. Atendiendo con
piadosa solicitud al aum ento de la religión en los fieles, y a pro­
m over la salud de la s alm as por medio de los celestia les tesoros
de la Iglesia, concedem os m isericordiosam ente en el Señor indul­
gencia plenaria y perdón de todos los pecados a todos los cristia­
nos de ambos sexos que verdaderam ente arrepentidos se con fesa­
ren y com ulgaren y visitaren todos los años devotam ente el San­
tuario de N U E ST R A SEÑORA DE ITATI en la Provincia de Co­
rrientes, D iócesis del Paraná, en un día de entre año, (el que des­
tinare el Ordinario por una sola v ez) desde las prim eras vísp eras
hasta las segundas de dicho día, y en él rogaren devotam ente a
Dios por la concordia entre lo s P ríncipes cristianos, por la extir­
pación de las herejías, conversión de los pecadores y exaltación
de la S. Madre Iglesia.
■ Siendo adem ás costumbre, como hem os sabido, de celebrarse
en dicho. Santuario la fiesta de la Concepción de la B, Virgen María,
r;on el novenario en preparación a la m ism a, N os a todos los fie le s
que asistieren a dicha n ovena siquiera por cirvco v eces y que ver­
daderam ente arrepentidos se confesaren y comulgaren, en el m is­
mo día de la fiesta o en uno cualquiera de los inm ediatos anterio­
res a la fiesta, y visita ren dicho Santuario rezando en él, confor­
me se ha dicho, concedem os tam bién m isericordiosam ente en el
Señor indulgencia plenaria y perdón de todos sus pecados. Cuyas
indulgencias, todas y cada una de ellas, concedem os que puedan
aplicarse a m anera de sufragios por las alm as del Purgatorio. Las
presentes letras valdrán por un septenio.
Dadas en Roma, cerca de San Pedro, bajo el anillo del P esca ­
dor, a XVII días de junio de MDOCCIC, de N uestro Pontificado el
año vigésim o segundo. — L X S. — Por el Sr. Cardenal Macchi. —
(F irm ado:) N ic o lá s M a r i n i, Sub.
C o n c e sió n de la C o ro n a c ió n . — LEON PAPA XIII: Venerable
Hermano, salud y bendición apostólica. Los honores que se rinden
a la V irgen Madre,' al paso que acrecientan y ponen de m an ifiesto
i a devoción de los cristianos hacia la Soberana Ma dre de la m ise­
ricordia, nos hacen tam bién propicios a D ios, por medio de su in ­
tercesión. Por tanto, benigna y gozosam ente recibim os la súplica
que tú, venerable herm ano, a nombre del gobernador de esa pro­
vincia de Corrientes, y tam bién del pueblo y del clero, nos presen­
taste, a fin de que conoronásem os la sagrada im agen de la R Virgen
María, Inmaculada, que se venera en el pueblo de TTATÍ en fu D ió­
cesis del Paraná, y te concedem os benévolam ente esta gracia, que
será de consuelo a Ti y a tu pueblo. Lo cual otorgam os con tnnta
500 I, A V JR G EN ’ D E IT A T I

m ayor voluntad, por cuanto la dicha sagrada im agen, célebre pol­


la antigüedad y los m ilagros, es el amparo y dulce refugio de toda
la Provincia, y tam bién desde lejanas tierras acuden a ella lo s fie-
cada uno que favorecen esta s nuestras letras y absolviéndolos, en
vista solam ente de esto, de cualesquiera vínculos de excom unión y
entredichos y de otras sen ten cias, censuras o penas, im puestas por
cualquier m otivo o como quiera, (si por acaso hubiesen incurrido
en ellas) y declarándolos ab su eltos, en virtud de las p resentes, en­
cargam os a Ti, V enerable Herm ano, para que lícitam en te puedas
coronar a N uestro Nombre y por N uestra Autoridad con diadema
de oro y con la mayor pompa a la im agen de la B. V irgen Maria In­
m aculada de ITATI, que se halla en los lím ites de esa diócesis del
Paraná, el día que Tú destinares. Y para que esta solem nidad re­
dunde en bien de la s alm as, concedem os m isericordiosam ente en
el Señor indulgencia plenaria y perdón de todos los pecados,
aplicable tam bién a las alm as del purgatorio, a m anera de sufra­
gio, a todos los cristianos de am bos sexos que verdaderam ente
arrepentidos se confesaren y com ulgaren el día de la coronación
o en uno de los siete sigu ien tes y visitaren el santuario en donde
dicha im agen se venera, y allí, ante la im agen de la Inm aculada
V irgen Madre de D ios, rogaren devotam ente a D ios por la concor­
dia entre los príncipes cristianos, por la extirpación de las here­
jías, conversión de lo s pecadores y exaltación de la S. Madre Igle­
sia. No ob stan te cualquiera cosa en contrario.
Dado en Roma, cerca de San Pedro, bajo el anillo del1 Pescador,
a XI días de julio de MDCCCIC, de N uestro P ontificado el año v i­
gésim o segundo. — L. S. — (F irm ado:) L u i s C a rd e n a l M a c c h i.
B en dició n de la co ro n a e ind ulg encia . — EN EL NOMBRE DEL
SEÑOR A SI SEA: E l suscripto da fe y certifica que N uestro San­
tísim o Padre León XIII bendijo en su oratorio particular la coro­
n a de oro adornada con piedras preciosas, que h a de servir a la
coronación de la im agen de la B. V irgen María de ITATI, en la
D iócesis del Paraná, R epública A rgentina. D eclara tam bién que el
m ism o Santo Padre concedió benignam ente trescien tos días de ver­
dadera indulgencia, una v ez al día, a todos los cristianos que re­
zaren devotam ente tres avem arias ante la dicha imagen.
En fe de lo cual, etc. '
Dado en el palacio del V aticano, a 16 días de julio de 1899,
fiesta de la Santísim a V irgen del Carmen. — L. S. — Por orden
esp ecial de S. S. — (Firm ado:) N a za reno M a rz o li n i. cerem onista
A postólico
(5) N os referim os a la sigu ien te poesía, que con m otivo de la
coronación, publicó el entonces alum no del Colegio Pío Latino de
Roma, y luego Vicario General de nuestro ejército, Mons. André*
ca g n o :
CON'SAORAOKHf D E L CUl.TO A I.A VfR-flBN 501

A M ARIA SAN TISIM A DE ITATI

Como un beso de Dios depositado


en la frente virgínea de mi Patria;
como un astro radiante de su cielo,
dejando el curso eterno de su marcha
para lanzar sus vividos- fulgores
en un cielo mejor, te alzas gallarda,
bendita de Itatí V irgen María,
sobre el trono de amor, que un pueblo te alza
bajo el dosel de un cielo inmaculado,
que sus brisas eternas embalsaman,
teniendo por cantor de tus amores
el Paraná, que gim e entre las algas
de sus riberas con rumor extraño,
y que al com pás de sus livianas auras
va arrastrando su s v otos de cariño
entre las gasas de su espum a blanca.
N o hay zorzal en sus selv a s seculares
que tu amor una vez cantado no haya;
ni sauce que, al com pás de extraña endecha,
no te pague el tributo de una lágrima.
No am aneció jam ás sobre tu frente,
cual carm ínea explosión bella alborada,
sin guardar para ti su m ejor oro,
su m ejor arrebol, su mejor nácar;
las torm entas que ruedan vagarosas,
como turba in visib le de fantasm as,
a tu vista se aquietan, sem ejando
sonrís, perdido de una brisa de ámbar.
No se m ecen con tanta gallardía
las copas arm oniosas de las palm as,
perdidas en las arenas del desierto,
como flota el cabello en tus espaldas,
m ezcla confusa de bruñido ébano
con torrentes de luz e hilos de plata.
Tú escuch aste a los hijos de tu pueblo,
derramando a tus pies m uchas plegarias,
502 LA VIRGEN DE ITATI

m ás que cuentos oyeron las palm eras


de errantes genios o nocturnas hadas,
que cuentan a su paso en el desierto
m illares de confusas caravanas.
Y esas plegarias que no m ueren nunca,
crecen, se m ultiplican y se ensanchan,
y cual niveo vapor al cielo suben
del santo amor en las sublim es alas.
Andrés Calcagno.
ROMA. — Colegio P. L. Am ericano
A gosto 9-1944.
INDICE
PROLEGOMENOS DEL CULTO A LA VIRGEN

P rim kra pa rte

pfte.

P R O L O G O ................................................................................ 7

C apítulo I . — Ita tí y su d e p a rta m e n to ........................... 9


„ I I . —Orígenes del pueblo de I t a t í .................. 15
„ I I I . —L a Iglesia m isionera y E s p a ñ a ......................... 25
I V .—:L a V irgen en la civilización de A m érica 30
„ V .—F ranciscanos y J e s u íta s .......................... 37
„ V I .—E n la llam ada P rovincia de S an ta A na 53
„ V I I .— Los guaraníes y la V irg e n ..................... 71
„ V H I .—L a C ruz de A ra z a ty ................................. 79
I X .—L a leyenda y la historia de la im agen
de la V irg e n ............................................. 93

PLENILUNIO DEL CULTO A LA VIRGEN

S egunda pa r t e

C apítulo I . —E l nom bre del p u eb lo ................................ 111


„ I I . —L a im agen de la V irg e n .......................... 115
,, I I I . —E l A póstol B olaños.................................... 121
pa«.

I V .—E l m á rtir Beato Roque González de


S anta C ru z ....................................... 143

V .— Los portentos de la V irg e n ..................... 155

V I .— L a V irg e n en su nuevo tem p lo .............. 165

V I I .— El S an tillo ............................................. 169

V I I I .— E l juram ento d'e un p u eb lo .................... 177

I X .— A trav és de los p o rte n to s ...................... 185

X . — E n tre el atropello de la b a rb a rie .. .. 219

X I . — E l pueblo de la V irgen en la Colonia. . 239

X I I .— B ajo la jurisdicción de los Obispos del


P a ra g u a y ................................................. 257
X I I I .—B ajo los Obispos de Buenos A ir e s .. . . 281

X IV .— G obernadores de C orrientes: E l C ura


Ita tí F ra y Jerónim o de A guilera . . . 289
X V .—E l Oidor J u a n B lázquez de Valverd'e y
1 F ra y J u a n de B aq u ed a n o .................... 311
X V I .— L a Inm aculada en C orrientes y servi­
cios de I t a t í .................................... 315
X V I I .— E n tereza del pueblo ante el gobierno .. 329

X V I I I .— Ita tí y los C o m u n e ro s............................. 339

X I X .— Ita tí y el G obernador M anuel José R i­


vera M ira n d a ................... 355
X X .— La V irgen de I ta tí fam osa en am bas
A m éricas y en E u ro p a .................. 363
DECADENCIA DEL CULTO A LA VIRGEN

T ercera parte

pie,

C apítulo I . —La m ala h o ra .................................................... 373


„ I I . —L a lección cite L ag u n a B ra v a ..................... 383
I I I . — El .Cabildo de I t a t í ..................................... 395
„ I V .—Los P árrocos del V iejo I t a t í .................... 409
„ V .—E a la hora p re c a r ia ....................................... 419

CONSAGRACION DEL CULTO A LA VIRGEN

C uarta pa rte

C apítulo I . —E íl S an tu ario de A l e g r e .............................. 455


„ I I . — E l Templo de O b ieta.................................. 467
„ I I I . — Centro' y T ro n o ............................................ 483
Este libro se terminó de imprimir el
día 16 de Octubre de 1945 en los
Talleres G ráficos D if u s ió n
Callao 575 - Buenos Aires.
Im preso en la A rgen tim i
P rin ted in A rgentina

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