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Reyes de Sacramento 5
MAYA R. STONE
©Maya R. Stone, 2022.
Todos los derechos reservados
Sandy no podía despegar los ojos de Ice, como era habitual. El apuesto
hombre de ojos carbón, alto y musculoso, con su sonrisa brillante y amplia
se divertía. La furia hirvió en ella con el mismo calor que debía existir en la
boca de un cráter activo. Nada nuevo, otra vez.
Era la sensación que solía nacer en ella luego de un rato de estar cerca
suyo, y que hacía que la excitación de verlo se desvaneciera. Su boca se
frunció en un intento por contener sus palabras, pero fue inevitable.
—¡Miren a ese grandísimo gilipollas, siempre con su comportamiento
de gigoló! ¡Inmaduro idiota, pensando con su polla!
La frase sonó mordida, amarga, y no por casualidad. Sandy vertió en
ella su decepción, y escucharse no fue grato. Pero no estaba en ella cerrar la
boca cuando Ice se comportaba como un imbécil.
El Capitán de Ruta de los Reyes de Sacramento estaba en la entrada del
club, recibiendo con ostentosa algarabía, beso y palmadas en el culo
incluidas, a las mujeres que entraban en el local. Las Conejitas. Se le
revolvía el estómago con la escena. Repetida, usual. Quitó su mirada con
esfuerzo.
—¿Cómo es que no puede respetar a las viejas que tanto dice querer?
Sabe que Betty… Que todas ustedes odian a esas putas rondando a sus
hombres—dijo con pasión.
—Deja de hacerte mal, Sandy. No lo mires más. Es Ice, no hay nada
nuevo en lo que hace—contestó Fiona, encogiéndose de hombros—. Así es
su comportamiento, y se vuelve peor cuando lo confrontas. Se complace en
molestarte, creo yo. Además, no es que nos guste, pero esta es una ocasión
especial. Sabes cómo piensan los solteros de este club. Quieren desahogo
sexual fácil y evitan la cacería, y le pidieron a tu hermano que permitiera a
las zorras estar aquí. Solo esta noche, esa fue la promesa que el presidente
le hizo a Betty. Y le haremos ajustarse a eso.
Evitan la cacería. No podía haber palabras más raras para definir lo
hermoso del galanteo, las citas, conocerse, conectar, pensó. Muchos de
estos hombres, los que no tenían una vieja a su lado, eran desconfiados y, a
pesar de su tamaño y rudeza, real o aparente, les era difícil exponerse.
Y cortejar a una mujer decente que no hacía de abrir sus piernas para
cualquiera su día a día, era un riesgo. Eso creían. O eso pensaba Sandy que
temían. No todos, por supuesto.
La mayoría de los más fieles amigos de su hermano Fury, miembros de
la directiva del club de moteros, habían dado saltos de fe y tenían a una
mujer que los amaba al lado, y darían la vida por ellas.
Hustle, Baldie, Bear, Patriot, y su hermano. Ella se había deleitado en
verlos caer a los pies. Le daba esperanzas de que algún día… Suspiró, y
meneó su cabeza, volviendo a concentrarse en el presente.
La fiesta que se estaba desarrollando en la sede del club era una ocasión
especial, y de ahí la efervescencia inusitada de todos, y razón para que Fury
hubiese aceptado suspender la prohibición a las Conejitas de estar aquí
antes de la medianoche y en un día que no era habitual.
El objetivo principal de la reunión era estrechar los lazos entre los dos
clubes de moteros de Sacramento: los Reyes y los Caballeros Oscuros, y
Sandy sabía que la idea había sido bien recibida por los dos lados.
Los últimos seis meses habían sido duros y llenos de problemas e
imprevistos, y algunos casi habían puesto a ambos clubs de rodillas. Los
Reyes habían ayudado a Mason, el vicepresidente de los Caballeros
Oscuros, a proteger a su hermana Ava de amenazas de la mafia y de
moteros rivales dentro del club.
Además, Fury había dado la orden de hacer lo posible para lograr que
los miembros más valiosos de los Caballeros, los que optaban por la
legalidad, vencieran el motín interno que casi hizo trizas a los Caballeros.
Eso implicó costos altos para los Reyes, pues elegir un lado implicó
peligros extras y decisiones extremas. Como tener que llevar a las familias
al bunker de las afueras, donde mujeres y niños, además de los moteros,
habían vivido con miedo y expectativa de que sus hombres murieran.
Eso era agua pasada, sin embargo. Habían triunfado, y no poco se debía
a los talentos excepcionales de estos hombres a los que Sandy consideraba
familia. Exmilitares, valientes, honestos, frontales. Ahora todo iba bien; y
era motivo de celebración.
Los Caballeros Oscuros habían salido fortalecidos al eliminar del club a
aquellos que lo querían retrotraer a sus raíces de delito. Sus negocios eran
legales, había una alianza y compromiso de no permitir a otros clubs traer
su mierda a Sacramento.
Ava, la hermana de Mason, había enamorado a Hustle, el estoico
Sargento de Armas de los Reyes, y este incluso sonreía seguido estos días,
su expresión agria suavizada por su evidente amor por la dulce dama.
—Deja de estar pendiente de Ice, Sandy. Te impide disfrutar de la fiesta
—le aconsejó Susan, la vieja de Baldie, en su tono más amable.
Sandy adoraba a la cariñosa bibliotecaria, y sabía que el suyo era un
intento de ayudarla a desprenderse de la situación que estaba ocurriendo en
la puerta principal, pero no es como si eso fuera posible.
No podía evitar que sus ojos se desviaran hacia el motorista engreído y
juguetón que la desvelaba tanto como la ponía de los nervios. Lo intentaba,
Dios sabía que lo hacía. No era mujer de darse la cabeza contra la pared,
excepto con él. No había encontrado la forma de endurecer su piel en lo que
a Ice se refería.
El suyo era un enamoramiento tan antiguo como la presencia de Ice en
el club. Ella lo admiraba desde los catorce años, desde el mismo día que lo
vio por primera vez. Recordaba claramente ese instante.
Su hermano Sam… Fury había retornado luego de años de su misión en
Oriente Medio, y con él lo habían hecho Hustle, Baldie e Ice. Ella conocía a
los dos primeros, en especial a Hustle, porque los había visto desde que era
una niña junto a su hermano.
Ice era nuevo en su vida, y entró en ella como una luz brillante que la
deslumbró. Su corazón adolescente había sido flechado al instante por esa
sonrisa conquistadora y la actitud desenfadada, que incluyó flirteo. Uno que
luego entendió que era su modo habitual, y no exclusivo para ella.
Oh, pero eso vendría más adelante. En aquel momento Sandy pensó que
había caído una estrella en el club. Una que miraría sin cesar, día tras día.
Desde aquel entonces no había dejado de quererlo. Era el secreto peor
guardado del club, claro, porque ella adoraba la tierra que él pisaba.
Al menos hasta hacía unos dos años, cuando se había comenzado a
convencer de que él y ella juntos era una fantasía que le impedía conocer a
un buen hombre que la quisiera de verdad. Estaba en el proceso de deglutir
la cruda y amarga realidad, empero.
La esperanza latía aún en su pecho, porque bien decían que era lo último
que uno perdía. Desilusión tras desilusión, la suya persistía. No podía
negarle obcecación a la condenada.
—Concéntrate con nosotros, Sandy—le dijo Betty, su cuñada, y le
sonrió con el calor que acostumbraba. Sandy asintió—. Toma, bebe esto, te
sentará bien.
Su cuñada le sirvió un Martini extra seco, y se concentró en sorberlo,
codos sobre la barra que Betty dirigía con pericia. Ella desempeñaba varios
roles, pues además de la principal vieja del club, dirigía la cafetería,
aconsejaba y mandoneaba a Fury, atendía a sus hijos.
Y se ocupaba de servir bebidas en el bar cuando había mucho trabajo.
Como hoy. La bebida estaba muy buena, por lo que Sandy volvió a beber.
Pensativa, suspiró y sacudió la cabeza. Era inútil, no podía quitarse a ese
cabrón mujeriego de la cabeza.
—Vamos, chica. ¡Anímate! Deja de pensar en ese capullo. ¡Esto es una
fiesta! No necesitas a Ice, él no te merece. Tú vas a conseguir a alguien que
te ame, y mucho. Repítelo en tu mente, escríbelo a diario, y acabarás por
creerlo. Y se notará en tu cara—la conminó Kelly, la vieja de Patriot.
La maestra que era se manifestaba en cada frase y acción, y Sandy
sacudió la cabeza con una sonrisa.
—Claro, eso es. Además, hay muchos moteros solteros aquí hoy, y
algunos son bastante guapos y limpios. Estarían encantados de que les
dieras tu atención—dijo Fiona, guiñando un ojo.
La pelirroja, vieja de Bear, era pura chispa y no se andaba con rodeos.
—Claro, si te gustan de ese tipo—dijo Ava, y luego enrojeció—. Quiero
decir que los nuestros son mucho mejores.
El resto de las damas se rio, y Sandy también lo hizo. Se sintió mejor.
Éstas eran sus amigas, y las adoraba a todas y cada una, diferentes como
eran. Eran una Hermandad, como las había bautizado. Se apoyaban
incondicionalmente, y no podía pensar en mejores mujeres a quien confiar
sus penas y alegrías.
Los miembros ejecutivos del club se habían enamorado de ellas…
Mejor dicho, habían caído rendidos a sus pies, y se merecían la felicidad en
que vivían. Había amor en sus vidas, habían conformado familias y los
hijos habían ido llegando, proveyendo la que sería la futura sangre motera
que continuaría la tradición de los Reyes.
Sandy se sentía feliz por ellos. Joder, su hermano había sido salvado por
Betty, prácticamente. No habían sabido lo mucho que el síndrome de estrés
postraumático lo estaba destruyendo hasta que ella llegó y le dio amor y lo
apuntaló para sanar. Le había dado niños que ella adoraba sin límite. Y
consentía, por supuesto.
Pero estar rodeada de parejas que no podían dejar de mirarse y tocarse la
hacía sentir excluida, y la sensación de que no tenía algo propio la sacudía.
No tenía un novio o un amante, tampoco un trabajo estable. Ni siquiera un
proyecto del que ocuparse.
Tenía algunos admiradores, por supuesto, su auto estima no era baja en
ese sentido. No era una mujer sin atractivos. Mas no lograba que la
atrajeran o interesaran. Ella era una mujer tonta, obcecada, deprimida por
no recibir la atención del que quería.
Un hombre que no sentía lo que ella. Oh, claro que él se jactaba de
quererla, como hacía con las otras viejas. Siempre dispuesto a ayudarlas,
dispuesto y gentil, Ice se preocupaba por su seguridad, porque ella era parte
del club. La hermana de su presidente.
No la observaba como la mujer que era. Como la mujer que lo miraba
con hambre y deseo y se entregaría a él sin pensarlo. El prefería a otras, no
la veía. Y la lista de las que estaban fascinadas de follarlo era larga, y no
solo incluía a las odiosas zorras del club. Bebió el resto del Martini y colocó
la copa en la barra.
—Sírveme otro, Betty, por favor. Esta va a ser una noche larga.
—Señoras, buenas noches—saludó una voz masculina.
Gruesa, con un dejo que intentaba a las claras ser seductor. Las seis
damas se dieron la vuelta para ver al hombre, y el movimiento de sus
cabezas hacia arriba fue lo siguiente, porque el hombrón era como una
torre.
—Hostia puta, pero eres enorme. Incluso más grande que Hulk, y eso…
—dijo Sandy.
Era mucho decir. Hulk era el motero más grande que había conocido
antes de este hombre. Su sonrisa complacida demostró que lo dicho
satisfacía su ego. Hombres, pensó ella. Como si el tamaño corporal fuera
sinónimo de coeficiente intelectual. Este no estaba tan mal, sin embargo. Su
chaqueta tenía la insignia de los Caballeros Oscuros.
—Tú lo has dicho, nena. Soy un hombre grande. En todos lados—hizo
un movimiento sugestivo y Sandy rodó sus ojos. La obviedad del
comentario. Él se inclinó para susurrarle en la oreja—. Puedo ser el que te
saque varios gritos esta noche.
Ella se estremeció, disgustada por el olor a bebida y sudor que
acompañó el movimiento que invadió su espacio personal.
—Me temo que voy a pasar. Gracias por el ofrecimiento, pero tengo
compromisos contraídos con anterioridad—le dijo, y se dio la vuelta.
La zarpa masculina le envolvió el antebrazo con rudeza,
sorprendiéndola y trastabillo, mientras era obligada a girar para mirarlo. La
voz masculina sonó áspera:
—¿Crees que no soy suficiente para ti, puta? ¿Qué puedes darme la
espalda con desprecio como si…?
—¡Suéltame!
Lo empujó, entre disgustada y asustada, pero fue como intentar mover
una pared de ladrillos. El gigante no se movió, y tampoco quitó su mano de
su brazo. Ella se removió para alejarse, sin éxito.
—Bueno, bueno, tenemos una gatita salvaje aquí. Excelente. Me gusta
domar fieras—se rio y pretendió elevarla.
—¡Suéltame, imbécil! No sabes con quien te estás metiendo.
Lo golpeó con sus dos puños y le dio una patada, pero él la apretaba con
fuerza. Se asustó.
—Vamos a conocer a mis hermanos. Les gustarás—dijo él, y la atrajo
hacia su pecho, levantándola sin esfuerzo.
Los gritos de las otras mujeres se unieron a los suyos, y en segundos
hubo un pandemonio que se alzó por encima del potente rock que sonaba
desde los parlantes. Kelly, Susan y Fiona se unieron para empujar y golpear
al gigantón, procurando hacerla zafar de su abrazo.
Pero era como si no lo sintiera, y las empujó, dándose vuelta con ella a
cuestas para alejarse. Sandy golpeaba frenética, pero el bastardo estaba
demasiado borracho como para darse cuenta de que estaba cometiendo un
gran error.
—¡Déjala ahora mismo! Suéltala, hijo de puta, ¡o no respondo!
Sandy reconoció la voz de Ice y contuvo la respiración. Él, entre todos,
venía a defenderla. El gigantón giró para mirar al que lo amenazaba, la
apretó más contra sí y la manoseó, y ella se sintió físicamente enferma.
—Oblígame, guapetón—respondió con sorna, un gesto desagradable en
su rostro.
—Como quieras—contestó Ice, y lo siguiente que Sandy supo fue que
estaba golpeando el suelo con fuerza, y un dolor agudo se extendió por su
cráneo.
Unas manos se esforzaron por ayudarla a ponerse en pie, y trató de
concentrarse. Ice estaba de pie, sus largas y musculosas piernas abiertas, y
una sonrisa arrogante distendía su rostro, mientras hacía gestos con las
manos al gigantesco motero, que gritó y lo embistió como un toro a un paño
rojo.
Sandy contuvo la respiración y gritó, al igual que el resto de las mujeres,
pero cuando el choque parecía inevitable, Ice se movió con elegancia y
agilidad y, cuando el hombrón pasó a su costado, lo golpeó en la cara con
fuerza. La sangre voló como si algo hubiera explotado, probablemente su
nariz. El gigante rugió, cayendo de rodillas.
—Las torres altas se derrumban con ruido—dijo Ice, con un gesto
despectivo en su faz.
—Te voy a matar, maldito bastardo—rugió su contrincante poniéndose
en pie y cargando a ciegas una vez más.
Ice lo esquivó, haciendo gestos con sus manos al público que vitoreaba,
o mejor arengaba, y giró sobre sí mismo y le asestó una patada en una de
sus piernas, por lo que el grandulón volvió a caer. Mas esta vez pudo
encajar un golpe con la cabeza en la pelvis de Ice.
Todos los hombres que presenciaban la pelea hicieron el instintivo gesto
de cubrirse los testículos, gestos de horror en sus rostros y sonidos de siseos
y expresiones varias. Ice cayó de rodillas, pálido como un fantasma. Sandy
intentó correr hacia él para ayudarle, pero entonces dos voces rugieron al
mismo tiempo:
—¡Suficiente!
—¡Paren la pelea ya mismo!
Fury y Mason aparecieron desde rincones opuestos de la sede del club, y
sus rostros eran tormentosos, el de Mason en particular.
—¿Es esta la forma en que tus hombres se comportan, Mason? ¿Es esta
la manera en que tus hermanos nos agradecen por salvar sus traseros? —
gritó Fury, sus manos en las caderas, a dos metros de Mason.
En el medio, el grandote de los Caballeros se limpiaba la sangre y
miraba con furia a Ice, y este se levantaba con dificultad.
—Sabes que no, Fury. No puedo contener a todos los idiotas de turno.
Tú—Mason señaló al grandote. —Estás fuera. Ve a la sede. Hablaremos
más tarde.
—¡Ese bastardo trató de llevarse a Sandy! —dijo Betty, con la rabia
cubriendo su rostro, y Fury se puso pálido.
—Hermana, ¿estás bien?
Fury se acercó y la revisó, acariciando su rostro, y Sandy asintió.
Su hermano era protector por naturaleza y si ella armaba un escándalo o
magnificaba la situación, la fiesta para confraternizar y estrechar lazos se
convertiría en un fiasco. No tenía sentido ahogar el trabajo de meses por la
estupidez y exceso de alcohol de un imbécil.
—Estoy bien, Sam. Ese hombre está borracho y no distingue entre las
Conejitas y las demás. Pensó que yo era…
Fury frunció sus labios. La explicación no le gustó para nada.
—La diferencia es clara, sin embargo. Y…
—Confusión o no, no debería tratar así a ninguna mujer—dijo Susan, y
todas asintieron.
Sandy cruzó sus brazos en su pecho y miró a su alrededor. Los
principales miembros del club estaban a su alrededor, convocados por la
situación y con sus brazos alrededor de la cintura de sus damas. Su vista se
dirigió al lugar donde estaba Ice, en pie, pero respirando con dificultad. El
pobre había recibido un feo golpe, y de algún modo era su responsabilidad.
—Encárgate de la basura que tienes en tu club, Mason—gruñó Baldie, y
Mason asintió.
—Lo haré. Pero no dejemos que esta ingrata situación empañe la noche.
Estamos haciendo algo bueno. Sandy, me disculpo en nombre de ese
gilipollas. Te prometo que no volverá a tratar así a nadie, so pena de ser
expulsado del club—le dijo, haciendo una mueca, y ella asintió.
—¿Estás bien, tío?
Hustle golpeó a Ice amistosamente en la espalda. Tenía sangre en su
mejilla y sus nudillos estaban raspados.
—Ven conmigo a la cocina del club, héroe. Limpiaré y curaré esas
heridas—le dijo ella, pero él sonrió y negó con la cabeza.
—Estoy bien, chica. Aléjate de los problemas. Esto no es nada.
—Deberías hacerte revisar tu equipo, Ice. Tus nadadores tienen que
estar un poco agitados. Ya sabes—dijo Fiona, señalando su pelvis, y el resto
de las mujeres soltaron una risita, Sandy incluida.
—Pobres Conejitas. Te echarán de menos esta noche—indicó Sandy con
una sonrisa traviesa, los ojos clavados en él, pero Ice se encogió de
hombros y pintó su gesto típico.
Travieso, juguetón, despreocupado. Como él.
—¿Quién dijo que estaba fuera del espectáculo, señoras? Esto no es
nada, descuiden. Estoy perfecto y listo para jugar.
—Si tú lo dices—Sandy contestó con gesto serio, volviendo a sentir la
desazón envolverla.
Creer que algo había cambiado porque él la había defendido era una
tontería.
—Lo digo—enfatizó él, guiñándole un ojo, para luego caminar con su
clásico vaivén de caderas hacia la esquina opuesta del mostrador, donde
Hulk, Skull y otros solteros estaban bebiendo.
DOS.
¿Por qué no le había dicho nada? Todos estaban enterados, excepto él.
Sí, había estado ocupado, pero la había visto el viernes pasado. O el sábado.
No lo recordaba bien. Ella había estado bastante más seria de lo habitual,
ahora que lo recordaba. Solía actuar raro con él, por eso no le había llamado
la atención.
—Entonces, ¿a dónde va? —inquirió con curiosidad, su vista fija en la
mesa donde Fury gesticulaba y Sandy sacudía la cabeza.
Había una discusión allí, probablemente Fury intentando sentar un punto
y ella resistiendo. Tenía el carácter como para ello, sin dudas.
—A Portland.
—No es tan lejos—murmuró.
O sí, pero no es como si se fuera a la Costa Este. Ese era un punto a
favor, ¿no? Seguramente vendría de visita con asiduidad. Aunque no era lo
mismo, por supuesto. Los gemelos de Betty la extrañarían. Era una tía
excepcional, los mimaba mucho.
—Fury está frenético. No la quiere allí. Unos conocidos suyos, gente de
un club de allí le han dicho que se han visto Riders por la ciudad. Algunos
de ellos se han integrado a uno de los clubes. Uno de ilegales—agregó
Baldie, apareciendo junto a ellos e instalándose en el otro costado de Ice.
—¡Joder! —lo miró fijamente—¿Por qué Fury no impide a Sandy vaya?
Es peligroso, y...
—No es su decisión, no la controla. Es Sandy—frunció su frente Baldie
—. Y ella puede ser muy terca.
Oh, sí, esto era uno de sus rasgos, Ice lo sabía bien. Pero había asuntos
que ella debía considerar. Ignorar a Fury era tonto.
—Alguien tiene que hacerla entrar en razón. Si hay peligro...
—Ice, el peligro está en todas partes. La vida es peligrosa. No puedes
evitar que la mierda suceda. Fury está siendo ultra protector. La posibilidad
de que un Rider la encuentre o reconozca es casi inexistente—dijo Patriot.
—¿Permitirías que tu hijo fuera allí si supieras que hay una pequeña
posibilidad de que las cosas salgan mal?
Su tono era más áspero de lo que debía, pero se sentía al límite. ¿Qué
estaba haciendo Sandy?
—Yo no controlo la voluntad de la gente. Nadie lo hace, nadie debería
intentarlo. Si esto es lo que Sandy quiere, debemos respetarlo—cerró
Patriot.
Esto era una mierda. Sandy era una mujercita decidida y deslenguada,
pero también era ingenua y tenía poco mundo. Nunca había viajado sola.
Vivía con sus padres, ¡por el amor de Dios! Y estaba acostumbrada al
entorno de los Reyes. A sus hombres, que eran todos protectores. ¿Quién la
vigilaría en Portland?
—Hemos estado practicando algo de defensa personal, y Fury le dio una
pistola y le enseñó a disparar—dijo Baldie.
Eso era algo, pero más que hacerlo sentir seguro, lo molestó. ¿Por qué
ella había pedido la ayuda de todos menos la suya? ¿Tanto lo despreciaba?
Ese era un pensamiento decepcionante, porque Sandy era importante para
él.
—Mañana viajo a Portland—susurró Baldie—. Llevaremos las cajas y
algunos muebles. Pero pondremos cámaras en el apartamento que ha
alquilado. Ella no lo sabe. La vigilaremos desde lejos. Por si acaso.
Eso sonaba más como el controlador que Fury era. Ice respiró mejor.
Podría sonar absolutamente invasivo para un extraño, pero eso era por el
bien de Sandy. Y la tranquilidad de su familia.
—Yo iré, tío. Tú tienes mucho en tus manos.
Fue una oferta espontánea, le surgió sin pensarla. Sentía que tenía que
ver esa casa con sus propios ojos y verificar que era segura. Baldie lo miró
y luego asintió.
—Lleva a Tooth y a Hulk. Manténganse alertas, pero no lleven las
chaquetas o identificaciones. No queremos despertar suspicacias con otros
clubes de esa ciudad.
Asintió mientras volvía a mirar hacia la mesa donde estaba Sandy.
Esperó tener sus ojos sobre él en cualquier momento, y se sintió
sorprendido cuando ella no miró hacia su esquina ni una vez. Era como si
Sandy hubiera cambiado en pocos días.
Los estaba dejando atrás, eso hacía. Sin una mirada, sin remordimientos.
Al menos para él. Seguramente estos días habían sido diferentes con las
viejas, o con aquellos a los que apreciaba más, como Mathew o Tooth.
Se sintió un poco celoso al considerarlo. ¡Maldita sea! Ellos estaban en
el club apenas hacía un par de años. Ella lo conocía a él desde hacía mucho
tiempo. Años. Una década. Él había pensado que… Nada. Tonterías. Se
había equivocado, claramente.
CINCO.
Ice apartó la vista del cristal del retrovisor. Sandy conducía su Honda
Civic gris, justo detrás del camión de la mudanza. Habían dejado atrás
Sacramento hacía tres horas, cuando la luz del amanecer apenas se dejaba
ver.
Bostezó. Los dos cafés que había tomado no habían despejado las
últimas trazas del sueño. Debería haberse ido a dormir antes la noche
anterior, pero le había tocado patrullar la zona norte de la ciudad con uno de
los equipos.
Podría haberse excusado de la tarea pretextando este viaje, pero ¿qué
ejemplo sentaría con los hombres que tanto le costó domar y conciliar si,
como jefe que era, no cumplía su turno y labor?
Se aclaró la garganta y tamborileó sobre el volante. Estaba inquieto. No
le gustaba tener que conducir vehículos tan grandes como éste. De hecho,
cualquier medio que no fuera la motocicleta tenía su antipatía. Eran cajas,
no se podía sentir el viento en el rostro.
Y los que lo acompañaban no le daban seguridad tampoco. No le daría
el volante a Hulk, que era una amenaza, o más o menos. El grandulón solía
manejar tanques en Irak. Y tampoco se fiaba de Tooth para maniobrar un
camión de mudanza.
Así que aquí estaba, en la dirección del vehículo que transportaba los
muebles y el equipaje de Sandy hacia su nuevo hogar en Portland. Era
extraño pensar que ésta sería la última vez que la vería o hablaría con ella
en mucho tiempo, cuando solían...
¿Solíamos qué? pensó, con la mirada puesta de nuevo en el espejo
retrovisor. Podía apreciar una parte del rostro y el cabello de la morena. No
somos amigos, ella te lo dijo. No hablamos más de lo esencial. Me echa la
bronca cada vez que puede. Me desprecia de forma amistosa. No tenían un
vínculo cercano que justificara esta…
No supo cómo definir lo que sentía de manera acertada. Era molestia,
fastidio, confusión, pesar, todo mezclado. Lo que sí era seguro era que la
decisión de ella de irse lejos lo había tomado por sorpresa y lo había
desacomodado. No tenía una respuesta de por qué.
—No estoy acostumbrado a viajar tan encerrado, tío. Y apenas llevamos
un tercio del viaje. Tengo hambre—se quejó Hulk.
—No entiendo cómo es posible—le dijo, mirándolo sobarse el estómago
—. Betty se aseguró de proveernos de un desayuno digno de reyes. Ella te
conoce y sabe lo voraz que eres. Comiste las donas y el pastel de fresa
como si no hubiera mañana.
Tooth rio, y Hulk hizo un chasquido mientras se estiraba y empujaba a
ambos contra las portezuelas. El bastardo era enorme.
—¡Quítate, Hulk! ¿Cómo Baldie nos envía en esta caja diminuta con el
más grandote del club? —se quejó Tooth, e Ice asintió.
—Deja de quejarte. Me envía porque sabe que soy el que puede bajar
esos muebles con un dedo, a diferencia de ustedes. Y por eso necesito
combustible para mi cuerpo. El desayuno ya fue digerido. ¿Qué puedo
hacer? Soy un hombre grande. Para en la próxima gasolinera—indicó.
—Sí, hazlo. Yo necesito ir al baño—dijo Tooth—. Mucho líquido.
—¡Maldita sea! —gruñó—. Esto es como viajar con niños. ¿Qué tienen,
cinco años? Llegaremos mañana si tenemos que detenernos por cada antojo
que tengan—se quejó.
—¿Quieres que me haga encima, Ice?
—¡Está bien, joder! Pararemos. Compren lo que necesiten, orinen,
estiren las piernas, pero tienen diez minutos para todo. Luego
continuaremos y no nos detendremos por horas.
—Lo haremos. Pero déjame decirte que estás especialmente sensible
hoy, Capitán. No eres una persona mañanera. ¿Quién lo diría, con lo
divertido que sueles ser? ¡Allí! Para allí—Hulk gritó al ver la gasolinera
cien metros adelante—. Haz señas a Sandy—indicó a Tooth.
—Para eso están los señaleros—gruñó Ice, pero Tooth ya tenía medio
cuerpo afuera y hacía aspavientos.
Descendió la velocidad y tomó la entrada de la gasolinera, aparcando el
vehículo en el primer lote vacío que encontró. Sandy hizo lo mismo unos
lugares más lejos. El local parecía bastante grande, y Hulk y Tooth se
dirigieron al interior bromeando y empujándose, como si tuvieran el tiempo
del mundo. Gilipollas.
—Pensé que íbamos a conducir un buen rato más. No estoy cansada.
Sandy se acercó y le habló mientras se estiraba y balanceaba su peso de
un pie a otro. La blusa se elevó levemente y pudo ver una porción de la piel
crema. Observó cada movimiento con fijeza, atraído luego por la forma en
que su parte inferior era resaltada por los jeans ajustados.
Ella se quitó la coleta del cabello y lo ahuecó, y la mata caoba se
acomodó como el perfecto marco para su rostro delicado. Sus ojos, entre
marrones y verdes, con pestañas largas y oscuras daban mayor profundidad
a su mirada. Ice apartó la vista, y respondió:
—Hulk tiene hambre, para variar, y Tooth necesitaba ir al baño. ¿Qué
puedo decir? Me siento viejo al lado de esos dos.
Sandy sonrió con amplitud. Tenía una hermosa boca, el labio superior
levemente más grueso. La sonrisa hizo que su rostro pareciera brillar. Y
esos ojos lo atrajeron otra vez. Tan expresivos. ¡Qué bella era!
Uh. El pensamiento se le hizo tonto. Claro que era bella. O sea, él no la
solía mirar con atención, pero lo tenía por evidente. Lo que no hacía de
habitual era embeberse en cada detalle, como redescubriendo cada rasgo.
Claro, no es que hubiera tenido muchas posibilidades. Ella solía tener el
ceño fruncido y un gesto de perpetua molestia cuando estaban cerca.
Siempre mirándolo con reconvención y como si penalizara cada una de sus
acciones.
—Deberías sonreír más a menudo. Te sienta muy bien—le dijo, y de
inmediato lamentó el comentario.
No era habitual que se le escaparan palabras sin pensarlas, pero estas no
eran más que justicia. Ella lo miró, un poco desconcertada probablemente,
pero luego asintió.
—Gracias, supongo. Me lo tomaré como un cumplido, aunque creo que
sonrío bastante más de lo que piensas.
—Tal vez lo hagas para el resto del mundo, pero yo no estoy
acostumbrado a estar en la dirección en que lo haces, y confieso que me
gusta.
Ella parpadeó y abrió su boca para responder, pero luego meneó su
cabeza como arrepintiéndose, y dio la vuelta para dirigirse al interior de la
gasolinera. Ice resopló y se recostó contra la pared del camión de
mudanzas.
Esta mujer era frustrante. Le había dicho algo bonito. No es que
pretendiera que cayera de rodillas en agradecimiento, pero al menos podía
volver a sonreírle, dar las gracias. Las mujeres normales lo hacían.
Normales. Mmm. No tenía él la vara para medir el grado de normalidad
de una mujer. Y las que solía frecuentar no lo eran, precisamente, pensó.
Con todo lo que respetaba el libre albedrío y el empoderamiento femenino,
las Conejitas no eran el ejemplo más notorio de eso.
O sí, qué sabía él. Nunca se le había ocurrido cuestionar qué impulsaba
a esas hermosas chicas a dejarse follar por cuanto motero soltero se les
acercaba. Se beneficiaba de ello y nada más. Si eso lo hacía un bastardo
indiferente… Sí, tal vez lo hacía, decidió.
Esperó con impaciencia, y cuando ya iban más de quince minutos y
estaba a punto de entrar en el local para gritarles que se marchaban, los tres
salieron. A las risas, llevando varias bolsas en las manos, y con
despreocupación.
Sandy hablaba con gestos y ellos asentían. Había camaradería y
confianza entre los tres, y por un instante se sintió por fuera. ¿Por qué ella
era tan cariñosa con todos menos con él? ¿Qué había en él que le
desagradaba tanto?
No podía entenderlo, y eso le volvía loco. Esta... Esta no era la forma en
que las mujeres solían tratarlo. Ella se molestaba con facilidad, era
despectiva, incluso fría cuando se dirigía a él.
Hizo una mueca. Ella no había sido siempre así con él, recordó. Entornó
los ojos, las memorias llegando a él algo desvaídas. Mmm, sí. Ella era una
adolescente pecosa y enérgica. Era amable y servicial, divertida y amistosa
los primeros años luego de conocerla.
Cuando él llegó a Sacramento y se unió a los Reyes Sandy era una
adolescente alegre y entusiasta que hablaba mucho y siempre estaba en las
cercanías, como una mariposa multicolor. La imagen de ella embutida en
una chaqueta grande y con parches le vino como un chispazo que se disipó
de inmediato.
Ella estaba hablando con énfasis haciendo notar a Hulk que uno de los
snacks tenía demasiada sal. Su vista se fijó en el tatuaje pequeño en el dorso
de su mano, que iba desde la muñeca al dedo mayor. Delicado. Recordó
perfectamente cuando se lo hizo.
Fue luego de pelear a capa y espada con Fury, hasta que este cedió. Le
pidió a él que la llevara. al centro comercial. Ice estuvo con ella y le
aconsejó cuando le pidió opinión sobre qué hacerse. Luego le había
comprado un helado y la había llevado a dar una vuelta en su moto, a su
pedido.
Era como la hermana menor de todos. Luego alguien había comentado
que ella estaba deslumbrada y no sería raro que se enamorara de él, y esto
había sido suficiente para asustarlo. No es que tuviera la certeza de que
fuera verdad, pero no quería a Fury encima suyo, pensando lo que no era.
Tampoco quería herirla.
Así que, de ahí en más, se centró en mostrarse ocupado e indiferente
cuando ella estaba en la sede del club, o si le pedía ayuda. Cada vez que vio
la cara de decepción, no se echó atrás. Era una niña, y si sentía algo
especial, lo olvidaría. Eso pensó. Ella se decepcionó por su actitud, tal
como él quería. O lo que él creía que quería.
¿Cómo se había olvidado de esto? Resopló, y miró otra vez al trío, que
comía dulces como si fueran niñatos. El tiempo, las ocupaciones, eso lo
hizo olvidar esas vivencias.
No era raro que ella no lo considerara amigo, o tuviera afinidad con él
en el presente. Las amarras que podían haber tenido las cortó él, años atrás.
Pero no por eso molestaba menos. Y tal vez no debería importarle, pero lo
hacía.
Sus ojos estudiaron su rostro y luego su garganta, siguiendo el
movimiento de succión de sus labios al beber agua de una botella, y luego
los de su garganta al tragar. Tan delicada.
Su cabello sedoso volvía a estar atado en una cola de caballo. Le
sentaba, pero le gustaba más suelto. Le daba a su rostro un marco exquisito.
No necesitaba maquillaje o sofisticados peinados para impresionar. Se había
habituado a mirarla sin prestar atención a los detalles, y se había perdido un
mundo de estos.
—¡Ice, hermano, despierta!
La palma de Hulk en su espalda le hizo caer de cualquier nube en la que
estuviera, soñando despierto. ¡Soñando despierto! Casi gruñó con disgusto.
No sabía que mierda le pasaba, pero tenía que cortar con esta tontería.
Se sentía frustrado y extrañamente inquieto, y había sido así desde que
supo del viaje de Sandy. No es un viaje solamente. Es el comienzo de una
nueva vida. Ella está avanzando, está dejando atrás el club. Está eligiendo
crecer lejos de nosotros, de lo que ama.
¡No podía entenderlo! Creía que estaba cometiendo un error, y querría
hacerle ver los cambios drásticos a los que se enfrentaría. ¿Para qué irse tan
lejos a buscar lo que podía conseguir en Sacramento? Fury estaba mal, sus
padres también.
Pero no había nada que pudiera hacer para que cambiara de opinión.
Ella no lo consideraba un hombre de confianza. Su palabra no era
importante en su vida, y no podía culparla. Lo que restaba era darle apoyo y
procurar proveer algo de seguridad a esa nueva vida. Y en eso sí podía
intervenir.
—Desde ahora conducimos sin parar, chicas—dijo con una mueca, y
Tooth y Hulk rieron—. Tenemos que llegar a Portland con suficiente luz
para mover los muebles y ayudar a Sandy a instalarse.
—Y colocar las cámaras —añadió Tooth.
—¿Qué cámaras? —Sandy frunció el ceño e Ice puso los ojos en blanco.
Tooth no podía callarse, no.
—Fury nos dijo que pusiéramos dos o tres cámaras en tu puerta y
alrededor del edificio.
—¿Han perdido la cabeza? Los propietarios no consentirán algo así, y
no quiero problemas—gritó indignada, manos en las caderas.
Adorable, sonrojada y con los ojos brillando. Fuego, eso tenía Sandy
adentro.
—No se darán cuenta. No estamos hablando de cámaras visibles.
Tenemos tecnología sofisticada. No te darán problemas, lo prometo. Sabes
que tu hermano está mortificado con tu partida y lo obsesiona que te pase
algo. Permítenos poner algunos ojos en tu espalda, Sandy. Es una
precaución, y dará respiro a Fury. A todos.
—No quiero que Sam controle desde lejos lo que hago o a quién traigo a
mi casa. No soy una niñata que tenga que custodiar—refunfuñó.
—No lo hará—aseguró él. Aunque pensándolo bien, tener claro quién
estaba cerca de ella no era tan mala idea. Poder ver con quién salía era una
forma de cuidarla a distancia, pensó—. Piensa en ello con cuidado.
Tenemos seis horas hasta Portland. Escucha, tal vez sería conveniente que
rotemos. Yo conduciré tu coche en un rato.
—Estás conduciendo tú también. Estarás tan agotado como yo.
—No, no lo estoy. Tooth conducirá las próximas dos horas, luego Hulk.
Son pésimos conduciendo estas jaulas, pero...
—No es verdad—negó Hulk—. Pero prefiero mi Harley. Estas cajas
cerradas me hacen sentir sin aire. Pero tienes razón, uno menos en el
camión nos permitirá ir menos hacinados.
—Está bien, está bien, todo sea porque Hulk tenga el espacio para
respirar—dijo ella, e Ice se sintió mejor.
Aprovecharía el tiempo juntos para darle algunos consejos de seguridad.
Y entregarle el colgante al que había agregado un pequeño rastreador. Era
una joya simple, recuerdo de su madre, una que su abuela le había dado.
Tener cómo ubicarla era una buena idea, y no hacía daño.
Se lo daría como un regalo del club, uno de última hora. Seguro lo
aceptaría con más ganas y no se lo quitaría. Ella daba importancia a esos
detalles. Podía sonar como una táctica obsesiva, y no se lo dijo a nadie
excepto a Hustle, que había enarcado una ceja, pero había asentido después
de algunos minutos de consideración.
Si algo le llegara a ocurrir, y esta idea lo desolaba solo de imaginarla,
podrían rastrearla. Estaba exagerando, probablemente, tan protector como
Fury, pero una previsión no estaba de más y era inofensiva.
A menos que ella lo descubriera, por supuesto. Estaría furiosa. No le
habían gustado las cámaras de Fury. ¿Qué pensaría si le dijera que quería
ponerle un GPS? Nada bueno, nada bueno.
—¿Saben qué? —dijo ella—. Cuando estemos en Portland, y hayan
terminado de ayudarme a instalarme, les invitaré a cenar.
—Cariño, ¿vas a cocinar? —Hulk sonó dubitativo—. Prefiero mi
comida de una caja, francamente—dijo, y Sandy soltó una risita.
Ice sintió envidia y un poco de celos de su hermano motero. Bastaban
pocas palabras o gestos para obtener reacciones adecuadas de Sandy.
—Me parece una idea estupenda—dijo—. Hora de movernos, o Sandy
nunca llegará a su nuevo hogar y a su nueva vida. Y parece que la espera
con avidez.
—Lo hago—respondió ella, con una gran sonrisa en la cara, dando
palmas de emoción.
Resplandecía, entusiasmada, e Ice sintió que su ánimo decaía. No quería
ser un bastardo egoísta, pero la noción de ella por su cuenta no le sonaba
bien.
SIETE.
2 meses después
Ice no entendía qué le estaba pasando, pero no era agradable. Estas ocho
semanas transcurridas desde que dejó a Sandy en Portland habían sido de
desasosiego, además de que parecieron arrastrarse y ser eternas. Eso a pesar
de que el trabajo no era poco; por el contrario, su tiempo estaba bien
ocupado.
¿Por qué sentía como si la partida de Sandy hubiera marcado un antes y
un después? Al fin y al cabo, no eran más que conocidos del club. Más que
conocidos, bueno, pero el punto era que él sintió el impacto de su adiós
cuando su puerta se cerró tras él, Hulk y Tooth.
El sabor amargo de la despedida no se diluyó durante todo el viaje de
vuelta, y el malhumor consiguiente lo sufrieron sus compañeros, que
terminaron por decirle de todo menos que era buen mozo.
Cuando llegaron de vuelta a Sacramento, estaban hartos, y pasaron
varios días hasta que pudo ver a Hulk sin que se pusiera de malas. Como si
el gigantón tuviera algo que ver con su ánimo.
Uno que no mejoró con los días. Se sentía cansado e inquieto, incluso
malhumorado, y esto era un shock. Él era conocido por su buen
temperamento, era fácil de llevar; solía fluir con la corriente.
Estos días, no obstante, eso no se le daba, y su ánimo solo mejoraba
cuando se sentaba frente a las cámaras de la sala de control de la agencia de
seguridad, a altas horas de la noche.
La verdad es que no se reconocía. Se había convertido en un acosador,
esa era la definición que mejor se ajustaba a su accionar. Era espeluznante,
pero cierto. Había desarrollado una adicción, y no sabía cómo desprenderse
de ella.
Había empezado por curiosidad, o por preocupación amistosa, eso se
dijo a sí mismo. Eso había mutado, y se había convertido en una necesidad
visceral. Necesitaba ver a Sandy, saber cómo estaba, comprobar con sus
ojos que volvía a diario a su casa, sana y salva.
No era saludable ni inteligente; lo entendía perfecto. Todos habían
encajado la marcha de Sandy con madurez, manifestando su alegría por lo
que consideraban que era una seña de crecimiento. Incluso Fury se estaba
tranquilizando por la marcha de su hermana, y preguntaba por la
videovigilancia una o dos veces por semana.
Las viejas, en particular Betty y Susan, estaban en estrecho contacto con
ella; e Ice lo sabía y rondaba cerca de ellas cuando estaban en la sede del
club, atento a cualquier detalle cuando hablaban de ella.
Así fue como se enteró de que había conseguido trabajo en una librería y
de que había salido de compras con Lora. Había investigado a fondo los
antecedentes de la damita vecina, y lo que había encontrado la mostraba
como una buena chica.
No tenía antecedentes penales, su familia estaba limpia, y de hecho su
padre era pastor. Tenía un trabajo aburrido de 9 a 5. No había peligro para
Sandy con ella. Por el contrario, y le alegró.
La intención de Fury de que se revisaran las grabaciones para ver si
detectaban alguna amenaza sobre su hermana era sana. No pretendía ser una
vigilancia veinticuatro horas ni involucrarse con su intimidad. Pero él de
algún modo transformó la herramienta y la puso al servicio de una creciente
obsesión.
Una que lo comenzaba a preocupar, por lo intensa y sin sentido, pero
que no parecía capaz de domar. ¿Qué te pasa? Apaga el monitor. Vete a
dormir, deja de mirarla. No tienes derecho a invadirla así. Todas esas frases
sonaban fuerte y claras en su cerebro, pero no lo detenían.
Todas las noches, luego de que el personal de la agencia se retiraba,
Hustle incluido, se sentaba a pasar las cintas y verla. Observaba con
atención su expresión al retornar del trabajo, la ropa que vestía, sus gestos.
Las cámaras colocadas monitoreaban el vestíbulo y el exterior del
edificio, y por tanto veía sus salidas y sus llegadas. El rastreador de su
colgante le decía dónde había estado, y hubo varias oportunidades en las
que la ubicó.
Viernes y sábados, para ser honesto, para saber adónde iba. Se dijo que
era necesario, pero… En rigor, estaba comportándose como un acosador
invisible. Espeluznante, otra vez.
Esta noche se sentía particularmente inquieto, y la razón era lo que había
escuchado decir a Betty. Sandy tenía una cita, eso le dijo a Fury, que había
torcido el gesto y no había evitado enviar un mensaje sugiriendo cuidado
¿Con quién iba a salir? Dos meses no era nada de tiempo para conocer a
un hombre en profundidad. ¿Habría usado una aplicación de citas? La
posibilidad lo hizo encajar los dientes. Eso era peligroso, potencialmente.
Además de que la mayoría de los hombres en ellas no buscaba más que
diversión de una noche.
Esta era la razón por la que la lejanía era tan mala. ¿Cómo la
protegerían? Si ese hombre era peligroso, si le hacía daño, o la drogaba y...
Apretó los dientes. ¿Cómo podía evitarse que algo le ocurriera?
No es tu misión protegerla, imbécil. Apenas le prestaste atención
cuando estaba aquí. ¿Por qué te importa ahora? Además, ¿por qué pensar
siempre en lo malo? Hay muchos hombres honestos por ahí. Tú estás
obsesionado. Eso era. Se bebió su whiskey y le ladró a Mathew para que
trajera otro.
—¿Qué ocurre, Ice? Pareces molesto—dijo Hustle, sentándose a su
lado.
Sintió sus ojos sobre él y se negó a mirar al Sargento de Armas. Este era
observador y lo conocía bien, demasiado bien. Habían sido años de
misiones juntos, de luchar y protegerse, de confesiones. No quería decir
algo de lo que se arrepintiera luego. Si no tenía idea de qué cuernos le
pasaba.
—Estoy bien. Cansado. El gerenciar las patrullas además de llevar los
libros y las reuniones con los clientes de la agencia me está pasando factura.
Nada que unas noches de sueño no quiten.
No estaba siendo deshonesto. De verdad había mucho trabajo, pero este
iba muy bien. Los equipos conformados estaban funcionando
correctamente, los moteros de los Reyes y los Caballeros cada vez más
aceitados. Los frutos se evidenciaban, porque varios delitos habían sido
frustrados exitosamente.
Se había llegado a tiempo para impedir un asesinato, frustraron cinco o
seis robos, frenaron un intento de violación y habían encontrado pruebas de
tráfico de drogas que fueron enviadas a la policía.
Pero no era toda la explicación. No. Dormía poco, descansaba mal.
Estaba todo el día preocupado. Y por el amor de Dios, no había follado a
nadie en semanas. Este no era él, no. Y no había razones certeras para su
estrés. O si las había, estas se negaban a revelarse. ¿Sería que necesitaba ir
con un loquero?
—Sé que eso es verdad. Y estoy muy conforme con lo que has logrado.
Lo mismo Fury. Pero…—Hustle tamborileó en el mostrador e Ice lo miró.
El Enforcer tenía la vista fija en él, inexorable—. También sé que estás
acechando a Sandy—soltó sin elevar la voz y como si fuera algo normal—.
Dime qué pasa.
Ice tragó saliva, impactado por lo directo de la pregunta y actitud. Luego
suspiró. Este era Hustle, así era él. No había sutileza ni vueltas con él.
Como había creído que se le iba a escapar lo que hacía, era absurdo.
Se revolvió el pelo en un gesto nervioso. Hustle había preguntado en
tono bajo y con calma, y si no le daba una buena explicación, estaba jodido.
Y la realidad es que no tenía una.
—No pasa nada—suspiró—. Es que... estoy preocupado por ella.
Portland es una ciudad conocida por su peligrosidad, y ella está sola.
Deberíamos preocuparnos más; es uno de nosotros. Las estadísticas dicen…
—Ella es de los nuestros—asintió Hustle—. Pero eligió irse y hacer su
vida allí. Es necesario respetar eso. Y no me jodas ni me trates de tonto. Lo
que tú haces... Es intrusivo, tío.
—¡Lo sé! —estalló y luego bajó la voz porque vio que varios hermanos
los miraban. —¿No crees que no veo que estoy actuando como un tonto?
¿Cómo un jodido acosador? Pero...—sacudió la cabeza—. No entiendo lo
que me pasa, Hustle—dijo—. Es superior a mí. Necesito ver que está a
salvo.
—Oh, carajo—Hustle sacudió la cabeza y luego lo miró con fijeza—.
Siempre supe que te gustaba ella.
—Eso es obvio. ¿A quién no le gustaría? Es un encanto.
—No te hagas el listo conmigo. Yo la quiero, es como una hermana para
mí. La conozco desde que era una niña. Era una bebé cuando Fury y yo
deambulábamos por el vecindario buscando riña. Tú… Es distinto. A ti te
gusta como mujer. Lo vi desde el inicio. Siempre pensé que la ibas a
invitarla salir algún día, que habría una relación entre ustedes.
—¿Qué? ¿De dónde sacaste eso, joder? Nunca me pasó por la cabeza el
jugar a las casitas con ella. ¿Salir con ella? Eso es absurdo—negó con más
firmeza de la que sentía.
—¿Por qué no? Ella se merece eso y más.
—¡Se lo merece todo! De eso se trata, precisamente. ¿Qué podría darle
yo? Soy un desastre. No tengo familia. Soy un hombre sin aspiraciones.
Alguien que hace de las relaciones efímeras su objetivo. Y ella es la
hermana de mi presidente. Quiero a Fury, y lo sabes bien. Nunca, nunca le
fallaría y le faltaría el respeto—anunció con pasión.
—¿Por qué le fallarías a Fury por tener una relación con Sandy?
Hustle se encogió de hombros. El hombre era un bastardo estoico, e Ice
lo respetaba y lo quería, pero no siempre lo entendía. A veces parecía
indiferente y ajeno a todo, otras, como ahora, era el epítome de Cupido.
—Nunca expondría a Sandy a mi inestabilidad. Soy el producto de un
hogar terrible. Mis padres siempre estaban peleando, faltándose al respeto
hasta que murieron. Mi abuela me crio con amor y orgullo, pero no tengo
nada. Ella se merece algo mejor.
Hustle le miró fijamente sin hacer ningún gesto. Tenía que reconocerlo:
nada parecía afectarle. Excepto Ava, y su futuro hijo. Pero no había lástima
en él, no lo compadecía, y eso era un alivio. No tenía intención de gritar su
mierda en voz alta, pero se sentía al límite.
Tal vez había guardado esos sentimientos durante tanto tiempo que
habían impregnado cada una de las decisiones que había tomado desde que
vino del frente. El impacto de estar solo, de la muerte de su abuela, había
sido mucho. Se veía a sí mismo como un perdedor, un hombre triste y
solitario que no tenía nada que dar.
Así que utilizaba una fachada: una amplia sonrisa y un humor
despreocupado que encantaba a la gente de alrededor. Pero, como un
hechizo, duraba poco tiempo, y él sentía que no podía mantener una
relación larga sin corromperla.
—Creo que te equivocas, Ice. Cálmate y deja de acosar a Sandy. Nivela
tu cabeza. Tienes que darte tu justo valor, Ice. Los demás lo hacemos.
—Los demás ven lo que les muestro. Por dentro no me siento valioso.
—Es increíble—suspiró Hustle—. Que sea yo el que deba
psicoanalizarte, pero bueno… Mira, demostraste en Irak tu fortaleza y
empatía. Lo demuestras en el club, cada día. Y tienes mucho. Tienes una
familia, Ice. Eso somos. Tienes un trabajo, y eres jodidamente bueno en él.
—Ah, cabrones, llegué justo. Me encantan las sesiones de terapia—
Baldie se acodo a su lado, una sonrisa gigante en su rostro, e Ice rodó los
ojos. Lo que le faltaba—. Ice, viejo, te quiero. Mereces amor—Lo abrazó, e
Ice lo empujó, pero los tres rieron.
—No sé qué carajos harás, pero hay detalles que los demás sabemos
bien. Como el hecho de que Sandy está enamorada de ti.
—Por favor, ella apenas me toleraba.
—Joder, mira que eres cateto—dijo Baldie—. El hecho de que hayas
ignorado la forma en que Sandy te miraba no me entra en la cabeza.
—La tienes dura, eso hay que decirlo—gruñó Hustle, y Baldie ni se
inmutó, y se marchó orondo a sentarse con las viejas.
Hustle retomó la conversación.
—Saca la cabeza de tu culo y ve a buscarla. O no, pero vive con eso y
déjala en paz—se incorporó y se dirigió a su mujer, que le esperaba con el
resto de las damas.
Ice suspiró. El Sargento de Armas era tan sutil como un cadenazo en los
dientes. Pero tenía buenas intenciones, Ice lo sabía. No diría una palabra si
no le importara, e Ice sintió un calor en el pecho. Estos hombres, este club...
Eran su hogar. Miró a las viejas y vio que le miraban, así que levantó su
copa y les sopló un beso.
Tomó lo que restaba de su bebida, y decidió que era hora de ponerle fin
a la noche por acá. Salió de la sede del club con prisa. No, no estaba en él
dejar de preocuparse por Sandy.
Tenía que averiguar dónde estaba y si había vuelto a su apartamento esta
noche. Ella tenía una cita. ¿Y si ella consideraba que ese tipo merecía más
de una noche? ¿Si le daba por pensar que era el adecuado, el hombre de sus
sueños?
Las citas eran una lotería, pero algunas personas tenían suerte. Hustle
tenía razón. Tenía que sacar la cabeza del culo y dejar atrás sus miedos.
NUEVE.
Esto tenía que ser un sueño. O tal vez era que aún los vapores del
alcohol le provocaban que tuviera niebla en el cerebro. Había tomado varios
tragos la noche anterior, más de lo que debería. No había sido prudente,
pero ella y Lora lo habían disfrutado. Al menos hasta que esos imbéciles
moteros las abordaron.
Cerró los ojos e intentó pensar en algo coherente. Era difícil porque
varios monos gritaban en su cabeza. Concéntrate, Sandy; ¡despierta de una
puta vez! Ice está aquí, vino de Sacramento y te está diciendo que siente
algo por ti. ¡Él! Te ha echado de menos. Y a menos que estés pirucha, o
alucinando, él parece haber mencionado que está enamorado de ti.
Tenía que ser un universo paralelo. Se pellizcó, aunque sabía que estaba
despierta. Solo estaba ganando tiempo para pensar. Porque esto, tanto como
parecía ser su sueño vuelto realidad, era desconcertante. ¿Cómo podía ser?
Ella penó por años, tanto que no tuvo otra que mudarse a kilómetros y
kilómetros de distancia y ¿ahora el gilipollas aparecía y decía que la
amaba? Era una locura.
Vale, vale, no lo era. No lo era. Esto era bueno, mucho. Y tenía que
aceptarlo, ¿no? Esto era lo que había anhelado durante años. Si él dice que
me ama, ¿quién soy yo para decirle que está equivocado? Si es lo que
desea, pues…
No, la actitud de excitable aceptación no le cabía, porque… Porque no
le creo..., se dijo, sacudiendo su cabeza y dando la vuelta para huir al único
espacio en que estaría segura. Su dormitorio.
Sí, se acostaría, pensaría. Y su mente más lúcida le diría que no, que
este era Ice diciendo tonteras. No tonteras, tal vez las creía, pero… Caminó
un paso pero Ice se le plantó adelante y la hizo mirarlo.
¡Qué hombre tan exasperante! ¿No la había evitado por años? ¿Por qué
no lo hacía ahora? Venía aquí con sus palabras bonitas y su actitud de perro
apaleado, justificando su indiferencia como temor a dañarla.
Joder, la había cagado bien si eso había intentado. Porque ella había
vivido con el corazón fracturado por largo, largo tiempo. Y él no se percató
nunca.
—Confía en mí, Sandy. Te quiero, te lo voy a repetir sin parar hasta que
lo creas. Entiendo que dudes. Me parte en dos, porque es muestra del
absoluto imbécil que fui. Iremos de a poco, lo prometo. Te quiero conmigo,
y a salvo. Esto es lo prioritario en este instante. Cuéntame lo que pasó en el
bar, bonita.
Ella parpadeó y asintió. Eso, podía concentrarse en eso. Centrarse en
otro tema la ayudaría a recuperar la lucidez y la capacidad de hablar. Las
emociones agitadas en su interior en furiosa tempestad tenían que ser
relegadas.
—Okay, Okay—se aclaró la garganta y caminó para alejarse unos
metros. La cercanía, lo intenso de su mirar, su fragancia, la distraían—.
Fuimos a ese bar, como dijiste. Había otras mujeres. Los moteros se
pusieron un pelín intensos, pero nada raro, excepto dos de ellos.
Él asintió y la animó a seguir, y ella carraspeó. Estaba tan buen mozo,
aunque algo pálido, y con ojeras oscuras. ¿Sería que no dormía bien? No
descansaba. Eso no era bueno. Concéntrate, sigue relatando.
-Los vimos entrar. El ambiente cambió de inmediato, fue muy obvio.
Reconocí los parches de su club, los Manipuladores del Infierno. Le dije a
Lora que era hora de irnos, y cuando ellos se fueron para otra zona del bar
intentamos salir. Nos interceptaron cuando estábamos cerca de la puerta—
Se estremeció con disgusto—. Uno de ellos me cogió por el antebrazo.
Intenté zafar… Me insultó… El que le acompañaba también gritó, pero
logramos avanzar...—. Se paró a pensar y entrecerró los ojos. —Me pareció
raro, pero entonces no presté atención. Intentaba que estuviéramos a salvo,
afuera.
—Fuiste muy inteligente, Sandy. Pero, ¿qué fue lo extraño?
Su mirada era atenta, pero no la juzgaba, decidió, y suspiró. Ella sí, por
otra parte. En su intención de matar su nostalgia se había metido en un lío
importante. Todo se hubiera evitado si hubieran pedido pizza, o chino.
Pero también era cierto que Ice estaba acá por esto. ¿Mostraba a su
cerebro muy jodido si veía esto como piezas que habían encajado para
reunirlos? Tal vez.
—¿Sandy?
Ella parpadeó y se concentró.
—Uno de ellos dijo << ¿Crees que eres una reina y que sólo los Reyes
pueden follarte? >>Pensé que era una frase, una insinuación... Sonó…
—Te reconoció, Sandy, esa frase lo establece. Y te siguió hasta aquí.
¡Hijo de puta! —gruñó—. No cuesta trabajo imaginar lo que estarán
pensando esos cabrones. Tú, la hermana del presidente del club de
Sacramento que expulsó a los Riders en Portland. Sin protección.
Él se mesó el pelo con nerviosismo.
—¿Esos? ¿Plural?
—Sabíamos que muchos de los Riders se habían refugiado en clubes de
Portland. Por eso Fury fue tan vehemente en su interés de instalar las
cámaras aquí. Quería que estuvieras protegida.
—Y tú… Tú te comprometiste en la tarea de revisar las grabaciones y
cuidar que estuviera cuidada. Si no lo hubieras hecho no habrían detectado
a ese Rider… A esos hombres siguiéndome.
Tembló ante lo que podría haber pasado. Ante lo que podría pasar.
—Hustle o Baldie las revisaban dos veces a la semana. Yo... lo hice a
diario, y por provecho personal, me temo.
Resopló, y el leve tinte rojizo en sus mejillas asombró a Sandy. Ice, el
que no tenía vergüenza alguna, supuestamente, ¿se sonrojaba? Este no era
la actitud del hombre que había observado por años. Sí, no obstante, se
parecía al que conoció durante su adolescencia.
—Te agradezco eso, entonces. Aunque pareces avergonzarte—agregó.
—Es que… Me obsesioné contigo. Las revisaba todas las noches porque
era una forma de verte, de estar más cerca de ti. Esas semanas fueron...
duras. Tuve que enfrentarme a mi verdadero yo y aceptar mis sentimientos.
No más esconderme, no más mentirme a mí mismo.
—No creí que fuera tan difícil para ti aceptar que amabas a alguien.
Excepto... Quizás fue difícil porque crees que esa persona no es digna, no
…—susurró.
Él se apresuró a acercarse a ella y la atrajo hacia sí.
—¡No te atrevas a tergiversar mis palabras! ¿Cómo podría despreciarte,
Sandy? — Había convicción en su rostro, seguridad—. Tú eres una gema,
la mejor y más fina mujer de la Tierra. Solo podía soñar, fantasear con
tenerte en mi cama, en mi vida. Fui un imbécil. Me centré en alejarte
porque veía a mis debilidades como impedimentos para estar contigo.
—Nunca mostrabas emociones... Bueno, como no fuera esa engreída
sonrisa que parecía contar de tu felicidad y liviandad. No me imaginaba que
te sintieras así.
—Una cara feliz puede esconder muchas cosas—dijo él.
—Te veía como un imbécil engreído, sin una preocupación en la vida,
tirándote mujeres a diestra y siniestra.
—Me hiciste saber que detestabas eso, y tal vez… Mi mente pequeña
creyó que era la forma de evitarte el problema de quererme.
—Pero te amé de todos modos, con tus debilidades y fortalezas—
susurró Sandy—. ¿No es ese el principal logro del amar? Es incondicional,
buscar cuidar, aceptar, y mejorar juntos.
Él la miró con asombro, y luego se inclinó hacia delante y le rozó
suavemente sus labios. Ella cerró los ojos y disfrutó de la sensación de la
boca masculina en la suya. Suave, un roce exploratorio que le supo a gloria.
El primer beso que él le daba. Abrió su boca y lo recibió, anhelante, aunque
terminó antes de lo que quisiera.
Las manos de él se posaron en sus hombros y la miró con fijeza, y ella
interpretó la pasión que ardía en sus ojos oscuros. Su mirada, feroz y
decidida, le contó de sus sentimientos mejor que sus palabras. Había dolor y
arrepentimiento en ellos, pero también determinación.
—Tienes razón, Sandy. Dices bien. Si tú supieras…—sacudió su cabeza
y sonrió. Un sonrisa especial, diferente a las que solía prodigar—. Voy a
hacer de contarte lo que siento mi nueva tarea. Y te prometo que no volveré
a decepcionarte. Dame la oportunidad de redimirme, Sandy.
Se inclinó para darle suaves picos por su frente, sus pómulos, la
comisura de sus labios. Como roces de alas de mariposas, eso parecían sus
labios sobre su piel. Sandy se estremeció y un calor increíble creció y
recorrió su cuerpo.
Quería someterse al sortilegio que él estaba lanzando sobre su piel. Con
todas sus fuerzas. Sus suaves besos y sus palabras habían hecho renacer la
esperanza en su corazón. Durante años se había sentido dejada de lado, su
corazón tiritando de frio, privado de alimento sin su amor.
Y hoy él llegaba para ofrecérselo, haciéndole promesas, diciéndole...
Diciéndole lo que quería escuchar. Ella quería... necesitaba eso. Lo
correcto, lo sano, hubiera sido negarse a darle cualquier oportunidad. Era
exponerse. ¿Qué tal si él se equivocaba?
Implicaba un salto de fe de su parte, por supuesto, que se hacía más
complejo porque lo debía considerar en el medio de una situación peligrosa,
amenazada por la posibilidad de que unos moteros quisieran cobrar
venganza con ella.
Aunque eso podía esperar. Esos hombres no se atreverían a entrar en su
edificio, y ellos estaban a salvo. Aquí y ahora, estaban como en una
burbuja. Acarició la mejilla de Ice y su sombra de barba, que lo volvía más
seductor, si eso era posible. Oh, quería besarlo sin pausa ni prisa, saborearlo
y fundirse en su pecho, y hacerse un nido allí.
Separó los labios, mirando los suyos, y la decisión se reveló en su mente
sin forzarla. Su dedo índice trazó el contorno de los labios masculinos,
lento, la mirada fija en la sensual caricia que hizo que Ice cerrara sus ojos.
La boca de este hombre era una obra de arte, labios sensuales y gruesos,
bien dibujados, un boca hecha para besar. Envolvió sus brazos detrás de su
nuca, se puso de puntillas y tiró de él para acercarlo y permitirse el besarlo
con pasión.
Sus labios húmedos y tibios se unieron en un beso abrasador que erizó
cada vello de su cuerpo. Él la abrazó y la pegó a sí, partiendo los labios de
Sandy con su lengua con decisión, para ingresar en su cavidad.
La suavidad de su apéndice deslizándose sobre sus dientes, y luego
enredándose con su propia lengua la hizo temblar. Ambas danzando y
saboreándose. Las bocas se fundieron como si quisieran devorarse y con
ello desquitar los años perdidos.
Esta era una rendición dulce, intensa, enloquecedora, que llevó a ambos
al límite, porque ese beso arrollador puso en alerta cada sentido de sus
cuerpos. Como si la presa que contenía la pasión y los deseos mutuos
elevara sus puertas y permitiera que estos se derramaran sin control.
Ice deslizó sus manos por los lados de Sandy para luego posarse sobre
sus glúteos, elevarla e inmovilizarla contra la pared, y ella envolvió sus
caderas con sus piernas.
El beso no se cortó, por el contrario, pareció apresurarse más,
desesperado, hecho de succiones de labios, de mordiscos leves, de lenguas
acariciándose. Un gruñido profundo reverberó en el pecho de Ice, y las
manos vagaron codiciosas por el cuerpo de Sandy, despertando su piel,
calentándola.
La electricidad corría por sus venas y sus terminaciones nerviosas
estaban en alerta máxima. Toda ella ardía. Parecieron besarse eternamente,
hasta que la necesidad de respirar los hizo separar, ambos jadeando y
tomando aire con dificultad como si hubieran corrido una maratón.
Sandy pensó que estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco, porque su
corazón latía como loco. Se sintió abrumada, y algunas lágrimas anegaron
sus ojos.
—No, Sandy, no llores. Por favor, lo lamento, no quería disgustarte—se
apresuró él a consolarla acariciando su pómulo y mostrando
arrepentimiento en su voz suave y su mirada alerta.
—No, no te equivoques. Estas lágrimas… No son de tristeza o disgusto
—Lo miró sin vergüenza, sin duda. Esto parecía apresurado, una rendición
sin lucha, pero era lo que había querido por años-. Estoy feliz, Ice. Son
lágrimas de felicidad. He soñado con esto, ¿sabes? Tantas veces. Pero había
perdido toda esperanza. Tuve que arrancarme del club, de Sacramento, de
ti... Confieso que hubo momentos en que creí que me quebraría, que no
podría seguir. Que hayas venido a mí, es…
Era como sueño porque parecía demasiado bueno para ser real, pero lo
era. Lo es. Él está aquí, conmigo. Besándome como si no hubiera mañana.
Entre sus brazos, sus brazos y piernas enredados en él, contra esta pared,
estaba más que bien. En el sitio que había deseado.
Posó su rostro en el cuello musculoso y besó su nuez, con suavidad,
oliendo su fragancia masculina, y él la dejó hacer, acariciando su cabello
con suavidad. Luego la separó brevemente y su mano izquierda levantó la
barbilla y besó la punta de su nariz, y descendió para susurrar sobre sus
labios:
—Me alegra saber que te sientes feliz. Yo también. Mucho. No pensé
que… Decirte lo que siento fue como liberarme. Como permitirme el soltar
lo que tenía bajo siete llaves. Y ahora que lo hice…—Se separó más y la
observó con fija seriedad, sus ojos negrura insondable—. Eres mi mujer,
Sandy. Este es mi deseo. Que seas mía.
Ella suspiró y tembló, impactada por la fiera pasión de esas palabras que
eran un reclamo casi ancestral, antiguo, y probablemente una expresión
poco adecuada para tiempos feministas.
Pero ella lo entendió bien, y en ese momento no pudo pensar en nada
mejor que él. Porque el reclamo era bidireccional. Ella se entregaría sí, pero
él haría lo mismo. Ella no era propiedad, era extensión. Se pertenecían.
Se mordió el labio inferior, asintiendo levemente, sin hablar, dejando
que fueran las acciones las que comandaran. Volvió a besarlo, y el contacto
de labios empezó suave, pero luego se volvió caliente y profundo, con las
dos lenguas tocándose.
Un beso devastador que mostró que ambos necesitaban más, más, más.
Sandy agradeció a los cielos que él la abrazara con fuerza porque sus
miembros se sentían como gelatina.
—Sé que no parece el momento adecuado para esto… Para más... Pero
te necesito. Te deseo con una fuerza que me asusta—dijo él, la lujuria
evidente en sus ojos brillosos y en la forma en que la abrazaba y acariciaba.
Eran dos buscando ser uno, pensó Sandy, cualquier precaución o prurito
dejado atrás, barrido por su necesidad y su exaltación, por la exhilarante
idea de que no habría mejor momento que este para la entrega.
Ella lo quería, quería a Ice en ella, tomándola, conquistando su cuerpo,
eclipsando su mente para que creyera que estaba aquí para ella y por ella.
Solo para ella.
—Quiero esto, Ice. Estoy tan segura que me asusta un poco, pero no
quiero enlentecer o frenar nada. Hemos dejado pasar mucho… Tómame,
Ice. He esperado demasiado tiempo...—le dijo, su voz un susurro, y el
gruñido bajo y profundo fue la respuesta.
—¡Joder! Ahh—Tragó saliva—. No tienes idea de lo que te he deseado,
Sandy. Cada noche, cada maldita noche estos meses, no podía pensar más
que en tu boca, en tu cuerpo. En lo que sería tocarte, hacerte mía. Me
masturbé una y otra vez sin piedad, pensándote, soñándote.
Sandy se estremeció ante su lenguaje explícito, pero no se arredró. No le
estaba diciendo nada que le fuera ajeno. Ella y su vibrador habían hecho lo
mismo, por años.
Fiestas solitarias con fantasías de él en su cabeza. Ya no más. Él estaba
aquí, diciéndole que la quería y la deseaba con urgencia. Y ella lo aceptaba,
lo quería.
—Te quiero toda, nena. Alma, corazón, mente, cuerpo. ¿Lo entiendes?
—preguntó él, y ella asintió—. Necesito que lo entiendas, que te lo tengas
claro.
—Lo sé—asintió.
—Solías decirme que era un mujeriego, un hombre guiado solo por su
lujuria, y así me comporté. Pero esto es muy, muy diferente, Sandy.
Créeme, quiero que creas que puedo ser tu hombre. Solo tuyo—aseguró.
—Lo creo. Creo en tus palabras, Ice.
—Me honras—dijo con humildad.
Era un salto de fe, y como todos esos, tenía sus riesgos. Pero tanto como
él la había herido con su ostensible sexualidad por años, jamás había
mentido. No jugaba, no tomaba ventajas. Eso lo sabía. Era una de las
razones por las que lo amaba.
Amor-odio, eso había sido por tanto tiempo. Pero eso estaba atrás. Él
había desnudado su alma y prometía amarla y cuidarla. Y como su hermano
Fury, Patriot, o Hustle, Ice era un hombre de honor.
—Hazme tuya, Ice. Lo quiero todo contigo, todo.
Él gruñó, sus ojos brillantes y grandes, su polla brutalmente pulsando
contra ella, y la besó fieramente mientras caminaba para llevarla al
dormitorio.
CATORCE.
Ice sentía que le era difícil lidiar con las emociones que se agolpaban en
su mente y en su corazón. La preponderante era el asombro. Esta
maravillosa mujer a la que había herido y decepcionado le decía que lo
quería y lo aceptaba. Lo elegía y perdonaba a pesar de sus errores y
debilidades.
La felicidad se sentía como una nube ligera que lo envolvía y apuntalaba
sus deseos de protección y amor por Sandy. Su mente enfatizaba como un
rezo la promesa de vivir para hacerla feliz, para adorarla y disfrutarla, para
apoyarla en sus decisiones. En su camino, que sería el suyo también.
No le cabía duda de que estaba sintiendo y atravesando por lo mismo
que Fury, Baldie, Patriot, Hustle y Bear. Aquel enamoramiento ciego sobre
el que había ironizado, la pulsión de amar, proteger, cuidar e idolatrar, era
exactamente lo que sentía él. En lugar de debilitarlo, como creía, lo llenaba
de energía, de poder. Era tan raro, y a la vez tan correcto.
Pero ahora lo que necesitaba era hacerla suya, convertirse en uno con
ella, follarla hasta dejarla sin sentido. Los nervios y la incertidumbre se
habían esfumado, y en su lugar quedaban el amor y el deseo, y este última
jugaba con su cuerpo y empujaba todo el razonamiento a un segundo nivel.
Era consciente de que tenía que estar en su mejor estado mental, con la
mente clara y concentrada en el peligro que significaban esos moteros de
Portland, pero sería imposible hasta que se hundiera en ella y la reclamara
como suya. Solo mía. Mía. Cuanto antes, mejor. No era apresurado si
consideraban que lo había evitado por años, como el cateto que era.
Ella le hizo saber que confiaba en él y le pidió que la tomara. Esas
palabras lo eran todo. Significaban perdón, deseo, amor correspondido, y lo
volvieron loco. Sandy era suya para besar, acariciar, tocar y lamer.
La idea le hizo flaquear mientras la trasladaba urgido al lecho, y justo en
el borde la despegó con suavidad y reticencia de sus caderas y la dejó
parada, para cogerla de inmediato por la cintura en un abrazo férreo que
contaba que no quería tenerla lejos.
Volvió a besarla, y sus labios se abrieron para él como la gazania[1] lo
hacía cuando el sol tocaba sus pétalos. Dulces, pulposos, húmedos,
palpitaban con anhelo, y no parecía poder saciarse.
Ella lo besó de vuelta, con fiereza, como si quisiera calcinarlo en su
calor, e Ice se sintió como el fénix, porque en su locura estuvo seguro de
que en su boca podría morir y renacer.
—Desnúdate, Sandy. Quiero verte desnuda—gruñó, su voz cambiada,
en un comando que ella no desobedeció.
Se quitó la parte superior del pijama en un abrir y cerrar de ojos, y
empujó los pantalones para deshacerse de ellos con impaciencia. No hubo
jugueteo sensual, no hubo intención de tentarlo con un striptease, no hubo
sexualidad manifiesta en el acto. Ice había estado con muchas mujeres
como para entender la diferencia.
Sandy se exponía a él con la sensualidad ingenua y la honestidad que la
caracterizaba. Y Ice no se había sentido jamás así. Excitado a mil, urgido,
pero a la vez maravillado y con la convicción de que esta era la intimidad
que deseaba de aquí en más. Con ella. Solo con ella.
Su cuerpo desnudo era puras curvas. Los pesados senos eran redondos y
naturales, coronados por picos oscuros que el sujetador de encaje no
disimulaba. Su cintura pequeña se abría en caderas amplias y el suave
triángulo de pelo en su pelvis le hizo tragar saliva.
Se lamió los labios en un gesto predatorio instintivo, y su mano viajó
hasta su monte de venus y rodeó el obsceno bulto, sintiendo cómo su polla
crecía y se llenaba de sangre.
—Gloriosa, Sandy. Hermosa—susurró, acariciando su vulva a través de
la tela—. Quítate el sujetador—comandó, y ella obedeció de maravilla.
No había hablado todavía, y la observó con atención, queriendo detectar
cualquier rastro de confusión. No lo percibió. Sus ojos brillaban y la punta
de su lengua mojó los labios. Él desmesuró sus ojos. Un gesto tan pequeño,
tan usual y repetido, adquiría en ella otra dimensión.
Sandy era una mezcla de timidez, sumisión y desafío, e iba a acabar con
él. Lo iba a arruinar para otra. Lo pondría de rodillas, pero estaba más que
bien con eso.
Rendirse a su belleza, morir la pequeña muerte entre sus muslos y
brazos era la experiencia más increíble que podía soñar.
—¡Qué jodidamente hermosa eres! —la halagó una vez más, tragando
con dificultad porque se sentía excitado al mil por ciento.
Su garganta seca, su polla como garrote, sus testículos pulsando. Ella
sonrió sensualmente mientras se desabrochaba el sujetador y lo dejaba caer
al suelo. Sus pechos rebotaron alegres y pesados, y él estiró sus manos para
envolverlos, rozando con los pulgares los pezones, excitándolos.
—Duros y suaves al mismo tiempo—susurró.
Se inclinó para chupar uno de los picos rosados, succiones que alternó
con lametazos de su lengua codiciosa y mordiscos suaves, y ella gimió y
respondió a cada estímulo, echando la cabeza hacia atrás y jadeando.
Era una hembra magnífica, vocal, no se guardaba nada. No se apresuró,
porque por Dios que disfrutaría de esta experiencia y la quería al borde,
ansiosa de más, y lista para él. Repitió la dulce tortura en el otro pecho.
—Ice... por favor...—gimió ella con la voz ahogada, y él sonrió.
Sabía lo que ella necesitaba, pero se tomaría el tiempo para tenerla
preparada, para llevarla al borde del orgasmo y luego retirarse y volver a
hacerlo. Edging. Adoraba esa práctica, aunque no era usual que la aplicara.
Sus experiencias con las zorras del club eran rápidas y sin juegos. Pero con
Sandy… Ah, lo probarían todo, joder.
—Estoy aquí para ti, nena. Pero quiero devorarte entera, pedazo a
pedazo. Sin prisa.
Restregó sus dientes sobre sus montículos mientras deslizaba sus manos
por su cintura y los huesos de la cadera, y luego sus manos se unieron en el
triángulo de su sexo y se colaron por debajo de las bragas. La humedad que
encontró lo hizo rugir de gozo.
—Estás tan mojada, preparándote para mí, Sandy. Oh, nena, joder,
quiero hacerte tantas cosas. Tanto… Pero no sé si podré contenerme…
Ella suspiró, y él la atrajo contra sí, fundiéndola con su cuerpo, con su
erección atrapada entre ellos.
—¿Me sientes, amor? ¿Ves lo duro que me pones? ¿Lo jodidamente
necesitado que estoy?
—Sí...—susurró ella, y deslizó los dedos para desabotonar su camisa, y
él la dejó hacer.
Cuando tuvo la prenda abierta, introdujo sus manos y acarició sus
pectorales, enredando sus dedos en el vello de su pecho, y luego descendió
para envolver su cintura y abrazarlo. Las pieles en contacto extremo
parecían afiebradas, y así se sentía él.
Sandy frotó sus senos contra los duros planos de su pecho, y él jadeó. La
lengua rosa se deslizó por su cuello y bordeó la rosa tatuada en su pecho, el
más especial de sus tatuajes, en homenaje a su abuela.
—Soy porque fuiste—leyó ella bajito, y él asintió.
—Mi abuela fue mi roca, la que me dio refugio y amor.
—Quiero ser tu refugio, tu amor…
—Oh, preciosa, lo serás.
Ella asintió y retomó sus caricias, y el breve lapso de razón volvió a
cerrarse y él se estremeció de lujuria, y tuvo que respirar profundamente
para calmarse. No podía ceder al impulso de tomarla ya, ahora. Esto era
especial. La primera vez entre ambos. Era especial.
La empujó suavemente, y ella cayó sobre la cama, de espaldas, con un
chillido de sorpresa, pero sonrió. Ice se arrodilló y tomó las bragas para
deslizarla por sus piernas quitarlas del camino.
Entonces la miró fijamente mientras su mano le acariciaba el coño,
suavemente, para luego abrirlo y observarlo con obsesión. Su centro era
rosado y estaba semicubierto de pelo rizado, y brillaba con sus jugos.
La acarició con reverencia, sus dedos jugando con los pliegues,
disfrutando de la visual de su lugar más sagrado, extendiendo su humedad
desde la parte delantera hasta su agujero trasero, sus dedos ansiosos por
hundirse en el apretado canal.
—Sandy... quiero follarte. Me estoy muriendo aquí… Eres perfecta…
¿Sientes igual? —ella asintió con vehemencia, sus ojos brillando y sus
dientes apretando su labio superior—. Sí, tú también lo quieres. Estás tan
empapada para mí...
—Ice... Yo... Yo no he...—musitó, y su frase se cortó cuando él deslizó
dos dedos por su canal mientras el pulgar hizo círculos sobre su clítoris—.
Ahh, joder—gimió.
—¿Te gusta esto? Estás a salvo conmigo—La estimuló y observó
fascinado como producía más humedad y luego miró su rostro, contraído de
deseo—. En cualquier momento que quieras parar, lo hacemos—le dijo.
Ella negó con la cabeza, jadeando, sus bonitos ojos amplios y brillantes,
y la punta de su lengua se lamió los labios, y luego se mordió el labio
inferior.
—Ice… No quiero parar, nunca…—susurró, y él rio, fascinado. Él
tampoco—. Soy virgen.
Lo dijo sonrojada, y él se congeló ante la confesión. ¿Virgen? No
había… ¿Cómo era posible? Eso era… Sacudió su cabeza, su mente un
torbellino, pero la implicancia no tuvo el mismo impacto en su ingle.
Su mente procesaba la información buscando qué hacer, cómo seguir. Su
jodido miembro estaba exultante de que nadie la hubiera follado. Porque
sería el primero y único. Lo primario del pensamiento lo descolocó.
—Sandy... Oh, mi... No imaginé...
No sabía qué decir. Ella estaba intacta. ¿Pero cómo podía ser? Era tan
hermosa, tan dulce. Aunque nunca la había visto con un hombre, nunca
había presentado a nadie en el club.
—No quiero que esto sea un impedimento, Ice—murmuró ella, y él la
vio hacer un mohín, y amagó a retirarse—. Sé que te gustan las mujeres con
experiencia, y...
¿Qué? Entrecerró sus ojos. Follaba a las Conejitas del club porque eran
fáciles, accesibles, no implicaban compromiso. Esto… Ella era lo que
quería, y que además se hubiera preservado, antigua como sonaba la idea,
era erótico y elevaba su libido todavía más.
—Te deseo, Sandy, como a ninguna. Y lo que me dices… Estás
logrando que mi cabeza y mi polla vuelen, preciosa. Saber que soy tu
primer hombre, el único... Esto es demasiado bueno. No me merezco esto,
pero lo voy a aceptar, cariño. Soy un cabrón con suerte, y voy a
comportarme con la dignidad que esto amerita—afirmó.
No habló más, porque tenía que demostrar lo que decía, con hechos. Le
besó suavemente los labios y luego trazó un suave camino de besos de
mariposa desde la clavícula hasta los pechos, y le siguieron los huesos de la
cadera y los muslos.
Regó su piel de besos dejando hilos de su saliva, y con cada uno fue
demostrando su sumisión a su perfección.
Lamió y mordisqueó la piel de sus muslos hasta su coño, y luego aplanó
su lengua para formar una pala que acariciara pliegues, abriéndolos con la
punta, encontrando el clítoris, y torturándolo durante mucho tiempo.
Dibujó círculos y ochos en el pequeño manojo de nervios, escuchando
los gemidos de Sandy como cánticos que lo hacían seguir.
No se cansaba de lo bien que sabía, de su olor. Hundió un dedo y luego
otro en el estrecho canal, penetrándola con los dedos con cuidado, abriendo
su calor para él, preparándola para su polla.
Podía sentir sus paredes internas palpitando contra sus dedos, y no dejó
un segundo de lamer y acariciar, hasta que encontró un punto que la hizo
elevar sobre sus talones y gritar. Se estremeció y apretó su intimidad contra
su cara, instándolo a seguir, a no parar, y él no lo dudó.
Ella alcanzó el orgasmo con gritos de placer, produciendo más humedad
e Ice lo recibió en su cara, sin dejar de comerla hasta que ella dejó de
temblar.
Solo entonces se incorporó y se quitó la ropa velozmente, y se tendió
junto a ella besándola con intensidad, haciéndole sentir su propio sabor.
—La mejor comida de mi vida. Tu coño sabe a gloria—declaró y sonrió
de forma depredadora.
—Eso... Eso fue maravilloso—dijo ella, sonrojada, y él le acarició la
mejilla, asintiendo.
—Lo fue, pero no termina aún…—Tomó su mano y la puso sobre su
polla. Su durísima y gruesa polla que parecía estar a punto de derramarse
sin más estímulo—. Quiero hacerte el amor, Sandy. Enterrarme en ti y
hacerte mía por completo. ¿Me dejarás, preciosa mía?
Ella gimió, débil por el clímax reciente, pero a la vez altamente excitada
por su lenguaje, por lo erótico que era verlo así, desnudo en toda su
magnífica masculinidad.
—Ice… Dios, esto es…
—¿Quieres mi polla en tu centro? Porque juro que yo quiero estar
dentro de ti. No puedo pensar en nada más en este momento.
—La quiero—susurró-. Quiero tu miembro haciéndome ver las estrellas
—dijo ella, su mano envolviendo su polla, acariciándola con lujuria,
trazando la vena que la recorría de glande a base, y desparramando las gotas
que coronaban la cabeza—. Puedo ser virgen, pero no soy ingenua. Esperé
porque quería la mejor experiencia.
—Me estás volviendo loco… Seré lo que deseas y más, nena.
La besó y envolvió la mano que hacía la íntima caricia con la suya, de
modo que ambos masturbaban su miembro.
—Quiero que me des todo, Ice. No lo quiero suave, no soy quebradiza.
¡Fóllame!
La miró con una sonrisa que era mezcla de ternura, deseo e
incredulidad. Porque no podía creer que por fin estaba con ella, en la
intimidad más preciosa que hubiera compartido antes.
—Sé que eres fuerte, Sandy. Y suave a la vez. La mezcla perfecta—
Mordisqueó su lóbulo y luego lo succionó, y ella se estremeció—. Seré
gentil hasta que puedas tomar mi increíble miembro—le guiñó un ojo,
imponiendo algo de ironía en la situación, porque la quería relajada y lista,
sin presiones. Quería que su primera vez, la de ambos juntos, fuera la
perfección—. Entonces, te voy a dejar atornillada al colchón, lo prometo.
Besó uno de sus pechos, y se puso de pie para coger un condón, que
deslizó lentamente sobre el largo de su pene, haciendo un espectáculo solo
para ella.
Sandy abrió las piernas y él se tumbó sobre ella, acariciando su coño
con la polla, arriba y abajo, y posó uno de sus pulgares para que acariciara
su clítoris. Se sentía acelerado, ansioso, imposiblemente duro, y respiró
para calmarse y no penetrarla de una embestida, como comandaban sus
instintos.
Haciendo uso de la disciplina aprendida en su vida militar, procedió con
quirúrgica precisión y cautela. Ella era fuego, pasión y desenfreno en sus
deseos, pero era virgen, y él se cortaría la polla antes de hacerle daño.
Colocó la punta de su miembro en la entrada de su vagina y la tibieza
húmeda de su cavidad lo recibió. Cerró los ojos, transido de deseo, y
empujó lentamente, dando empujones poco profundos para ensanchar su
canal.
Joder, ¡qué apretado era! La cueva inexplorada era el guante más
ajustado que hubiera probado, y supo que no había vuelta atrás aquí.
Tenía que estimularla, llevarla alto, para que se abriera. Chupó sus
pezones con ruido, trazó las líneas desde su escote hasta el punto de su
pulso, y mordió los lóbulos de sus orejas, susurrando cosas perversas
mientras su polla seguía enterrándose en ella. La necesitaba drogada,
mareada por la lujuria.
Cuando encontró una suave barrera en su camino hacia el nirvana, se
detuvo y la distrajo con besos, y luego dio una embestida con fuerza para
lograr romper el himen que, como muro, cortaba el paso.
Ella se quedó quieta y gimió con dolor, y él se quedó estático, pero sin
dejar de decirle lo hermosa que era, las muchas cosas que quería hacerle.
Cuando los músculos femeninos se relajaron, él empezó a pujar en ella, más
y más fuerte, hasta que ambos casi gritaban de necesidad e incontable
placer.
Ice nunca había sentido esto. Esta pasión, este desenfreno, esta gloriosa
sensación de estar cabalgando a lo más sublime. Ella alcanzó el orgasmo
primero, con un grito y arqueándose, su espalda en el aire y su cabeza atrás,
y él la siguió de inmediato.
Ambos enredados, volando cada vez más alto en el éxtasis. Fueron
segundos, minutos, horas, no lo supo, pero el entorno pareció girar y
volverse negro, y luego blanco. Se derramó en varios chorros en el condón,
rugiendo.
Cuando la niebla se desvaneció lentamente, salió de ella y se tumbó a su
lado, atrayéndola hacia su pecho, diciéndole que la adoraba, que era bella, y
ella suspiró y asintió, refugiada en su cuerpo. Fue cuestión de nada el que se
quedaran dormidos.
El sonido de su teléfono y los golpes en la puerta los despertaron a
ambos, e Ice maldijo, levantándose de un salto. La miró y se apresuró a ir al
baño. Volvió con un paño húmedo y le limpió los muslos y la vagina con
cuidado, y luego la volvió a cubrir. Mientras se vestía, le dijo:
—Rex y los demás están aquí. Quería hablar un poco más antes de su
llegada, pero... Lo haremos, amor—La besó y le acarició la mejilla. —
Espero que esto haya sido tan maravilloso para ti como para mí.
Ella asintió, sonrojada.
—Fue… increíble. Mejor de lo que soñé—susurró.
—Voy a abrir la puerta a los gilipollas, o Hulk la derribará. Vístete, y
hablaremos de los Riders y de lo que haremos.
QUINCE.
FIN
Estimado lector,
Quiero darte las gracias por comprar y leer mis libros. Me alegras el día
y me ayudas a hacer crecer mi sueño.
Apreciaría tu reseña, tus estrellas, opiniones y sentimientos después de
leerlo. Expresa exactamente lo que sentiste y pensaste.
Lo próximo en esta serie es la historia de Hulk y Lora. El grandulón y la
tímida mujer tendrán una historia dulce y apasionada para entregarles. Ah, y
sabrán más del Sr. Jones, por supuesto.
Pueden reservarla aquí: https://rxe.me/ZYQS4M
Sinopsis:
Lora
Su vida no había sido de muchas vicisitudes. De hecho, la suya era una
existencia plana hasta que conoció a Sandy, y esta la introdujo al mundo de
los Reyes. Esto ocasionó que debiera dejar Portland, instalarse en
Sacramento para empezar de nuevo, con otro trabajo, otra rutina, y ¡oh,
maravilla, amigas! Eso era increíble y un poco… bastante atemorizante. Al
menos tenía a su gato, el Señor Jones. O más bien, lo tenía Hulk de
momento.
Ese hombre enorme, que le sacaba dos cabezas y la doblaba en peso, era
intrigante. Buen mozo, a su modo. Sexy… No, no, mala Lora. No tenía que
pensar así. Sus padres no habían criado una mujer liviana. Tenía que
conservar su moral. Aunque se le estaba haciendo difícil, joder, y eso la
tenía al borde.
¿Quién sabe qué podía pasar si cedía a la obvia tentación que él
suponía? Porque que él quería algo con ella no era nada difícil de adivinar.
Nop.
Hulk
Lo suyo no es la sutileza. ¿Para qué? Si encontró a la mujer que quiere
como su vieja. Si solo ella no fuera tan tímida, tan esquiva, tan difícil de
entender. Igual de arisca que ese condenado gato que le cuida y que parece
importarle infinitamente más que él. ¡Jodido y afortunado animal! Pero la
paciencia es su virtud más notable, y no va a darse por vencido. Los
premios más valiosos son los que valen más sacrificios. Lora va a ser su
mujer, solo que no lo ha entendido.
[1]
Es una de las tantas flores denominadas “rayitos de sol”, ya que se abre durante las horas de luz,
mostrando en ese momento su esplendor