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ICE

Reyes de Sacramento 5

MAYA R. STONE
©Maya R. Stone, 2022.
Todos los derechos reservados

Esta novela es una obra de ficción y parte de una serie.


Nombres, personajes, hechos y sucesos son producto
de la imaginación del autor. Cualquier parecido con
personas reales, vivas o muertas, o hechos ocurridos,
es pura coincidencia.
UNO.
DOS
TRES.
CUATRO.
CINCO.
SEIS.
SIETE.
OCHO.
NUEVE
DIEZ.
ONCE.
DOCE.
TRECE.
CATORCE.
QUINCE.
DIECISÉIS.
DIECISIETE.
DIECIOCHO.
ICE
Engreído, encantador y soltero, Philip Travis, alias Ice, es el capitán de
ruta de los Reyes de Sacramento. El club y sus hermanos moteros son su
familia.
No se toma las cosas demasiado en serio: la vida le ha enseñado que
nada dura, y menos lo bueno. Debajo de su fachada de hombre
despreocupado, yace la convicción que no merece ser amado. Una pena,
porque Sandy....
Ah, Sandy. Le gusta demasiado. Como nadie antes. Sin embargo, ella es
la hermana de su presidente y, por tanto, es fruta prohibida.
SANDY
Ha amado a Ice desde que era una adolescente, pero ha perdido toda
esperanza de que algo romántico suceda entre ellos. Él nunca la verá como
la mujer que es. Es gentil, pero un mujeriego.
Está cansada y herida, y sabe que tiene que seguir adelante. Un buen día
se decide, con el corazón destrozado. La distancia es lo único que puede
funcionar.
¿Por qué solo vemos lo que queremos cuando lo perdemos? Sandy se
ha ido, y la vida de Ice se desmorona. Entonces descubre que ella está en
peligro, y una fría determinación lo inunda. Nadie le impedirá protegerla, ni
siquiera la misma Sandy. Pero ¿y si es demasiado tarde para ellos?
UNO.

Sandy no podía despegar los ojos de Ice, como era habitual. El apuesto
hombre de ojos carbón, alto y musculoso, con su sonrisa brillante y amplia
se divertía. La furia hirvió en ella con el mismo calor que debía existir en la
boca de un cráter activo. Nada nuevo, otra vez.
Era la sensación que solía nacer en ella luego de un rato de estar cerca
suyo, y que hacía que la excitación de verlo se desvaneciera. Su boca se
frunció en un intento por contener sus palabras, pero fue inevitable.
—¡Miren a ese grandísimo gilipollas, siempre con su comportamiento
de gigoló! ¡Inmaduro idiota, pensando con su polla!
La frase sonó mordida, amarga, y no por casualidad. Sandy vertió en
ella su decepción, y escucharse no fue grato. Pero no estaba en ella cerrar la
boca cuando Ice se comportaba como un imbécil.
El Capitán de Ruta de los Reyes de Sacramento estaba en la entrada del
club, recibiendo con ostentosa algarabía, beso y palmadas en el culo
incluidas, a las mujeres que entraban en el local. Las Conejitas. Se le
revolvía el estómago con la escena. Repetida, usual. Quitó su mirada con
esfuerzo.
—¿Cómo es que no puede respetar a las viejas que tanto dice querer?
Sabe que Betty… Que todas ustedes odian a esas putas rondando a sus
hombres—dijo con pasión.
—Deja de hacerte mal, Sandy. No lo mires más. Es Ice, no hay nada
nuevo en lo que hace—contestó Fiona, encogiéndose de hombros—. Así es
su comportamiento, y se vuelve peor cuando lo confrontas. Se complace en
molestarte, creo yo. Además, no es que nos guste, pero esta es una ocasión
especial. Sabes cómo piensan los solteros de este club. Quieren desahogo
sexual fácil y evitan la cacería, y le pidieron a tu hermano que permitiera a
las zorras estar aquí. Solo esta noche, esa fue la promesa que el presidente
le hizo a Betty. Y le haremos ajustarse a eso.
Evitan la cacería. No podía haber palabras más raras para definir lo
hermoso del galanteo, las citas, conocerse, conectar, pensó. Muchos de
estos hombres, los que no tenían una vieja a su lado, eran desconfiados y, a
pesar de su tamaño y rudeza, real o aparente, les era difícil exponerse.
Y cortejar a una mujer decente que no hacía de abrir sus piernas para
cualquiera su día a día, era un riesgo. Eso creían. O eso pensaba Sandy que
temían. No todos, por supuesto.
La mayoría de los más fieles amigos de su hermano Fury, miembros de
la directiva del club de moteros, habían dado saltos de fe y tenían a una
mujer que los amaba al lado, y darían la vida por ellas.
Hustle, Baldie, Bear, Patriot, y su hermano. Ella se había deleitado en
verlos caer a los pies. Le daba esperanzas de que algún día… Suspiró, y
meneó su cabeza, volviendo a concentrarse en el presente.
La fiesta que se estaba desarrollando en la sede del club era una ocasión
especial, y de ahí la efervescencia inusitada de todos, y razón para que Fury
hubiese aceptado suspender la prohibición a las Conejitas de estar aquí
antes de la medianoche y en un día que no era habitual.
El objetivo principal de la reunión era estrechar los lazos entre los dos
clubes de moteros de Sacramento: los Reyes y los Caballeros Oscuros, y
Sandy sabía que la idea había sido bien recibida por los dos lados.
Los últimos seis meses habían sido duros y llenos de problemas e
imprevistos, y algunos casi habían puesto a ambos clubs de rodillas. Los
Reyes habían ayudado a Mason, el vicepresidente de los Caballeros
Oscuros, a proteger a su hermana Ava de amenazas de la mafia y de
moteros rivales dentro del club.
Además, Fury había dado la orden de hacer lo posible para lograr que
los miembros más valiosos de los Caballeros, los que optaban por la
legalidad, vencieran el motín interno que casi hizo trizas a los Caballeros.
Eso implicó costos altos para los Reyes, pues elegir un lado implicó
peligros extras y decisiones extremas. Como tener que llevar a las familias
al bunker de las afueras, donde mujeres y niños, además de los moteros,
habían vivido con miedo y expectativa de que sus hombres murieran.
Eso era agua pasada, sin embargo. Habían triunfado, y no poco se debía
a los talentos excepcionales de estos hombres a los que Sandy consideraba
familia. Exmilitares, valientes, honestos, frontales. Ahora todo iba bien; y
era motivo de celebración.
Los Caballeros Oscuros habían salido fortalecidos al eliminar del club a
aquellos que lo querían retrotraer a sus raíces de delito. Sus negocios eran
legales, había una alianza y compromiso de no permitir a otros clubs traer
su mierda a Sacramento.
Ava, la hermana de Mason, había enamorado a Hustle, el estoico
Sargento de Armas de los Reyes, y este incluso sonreía seguido estos días,
su expresión agria suavizada por su evidente amor por la dulce dama.
—Deja de estar pendiente de Ice, Sandy. Te impide disfrutar de la fiesta
—le aconsejó Susan, la vieja de Baldie, en su tono más amable.
Sandy adoraba a la cariñosa bibliotecaria, y sabía que el suyo era un
intento de ayudarla a desprenderse de la situación que estaba ocurriendo en
la puerta principal, pero no es como si eso fuera posible.
No podía evitar que sus ojos se desviaran hacia el motorista engreído y
juguetón que la desvelaba tanto como la ponía de los nervios. Lo intentaba,
Dios sabía que lo hacía. No era mujer de darse la cabeza contra la pared,
excepto con él. No había encontrado la forma de endurecer su piel en lo que
a Ice se refería.
El suyo era un enamoramiento tan antiguo como la presencia de Ice en
el club. Ella lo admiraba desde los catorce años, desde el mismo día que lo
vio por primera vez. Recordaba claramente ese instante.
Su hermano Sam… Fury había retornado luego de años de su misión en
Oriente Medio, y con él lo habían hecho Hustle, Baldie e Ice. Ella conocía a
los dos primeros, en especial a Hustle, porque los había visto desde que era
una niña junto a su hermano.
Ice era nuevo en su vida, y entró en ella como una luz brillante que la
deslumbró. Su corazón adolescente había sido flechado al instante por esa
sonrisa conquistadora y la actitud desenfadada, que incluyó flirteo. Uno que
luego entendió que era su modo habitual, y no exclusivo para ella.
Oh, pero eso vendría más adelante. En aquel momento Sandy pensó que
había caído una estrella en el club. Una que miraría sin cesar, día tras día.
Desde aquel entonces no había dejado de quererlo. Era el secreto peor
guardado del club, claro, porque ella adoraba la tierra que él pisaba.
Al menos hasta hacía unos dos años, cuando se había comenzado a
convencer de que él y ella juntos era una fantasía que le impedía conocer a
un buen hombre que la quisiera de verdad. Estaba en el proceso de deglutir
la cruda y amarga realidad, empero.
La esperanza latía aún en su pecho, porque bien decían que era lo último
que uno perdía. Desilusión tras desilusión, la suya persistía. No podía
negarle obcecación a la condenada.
—Concéntrate con nosotros, Sandy—le dijo Betty, su cuñada, y le
sonrió con el calor que acostumbraba. Sandy asintió—. Toma, bebe esto, te
sentará bien.
Su cuñada le sirvió un Martini extra seco, y se concentró en sorberlo,
codos sobre la barra que Betty dirigía con pericia. Ella desempeñaba varios
roles, pues además de la principal vieja del club, dirigía la cafetería,
aconsejaba y mandoneaba a Fury, atendía a sus hijos.
Y se ocupaba de servir bebidas en el bar cuando había mucho trabajo.
Como hoy. La bebida estaba muy buena, por lo que Sandy volvió a beber.
Pensativa, suspiró y sacudió la cabeza. Era inútil, no podía quitarse a ese
cabrón mujeriego de la cabeza.
—Vamos, chica. ¡Anímate! Deja de pensar en ese capullo. ¡Esto es una
fiesta! No necesitas a Ice, él no te merece. Tú vas a conseguir a alguien que
te ame, y mucho. Repítelo en tu mente, escríbelo a diario, y acabarás por
creerlo. Y se notará en tu cara—la conminó Kelly, la vieja de Patriot.
La maestra que era se manifestaba en cada frase y acción, y Sandy
sacudió la cabeza con una sonrisa.
—Claro, eso es. Además, hay muchos moteros solteros aquí hoy, y
algunos son bastante guapos y limpios. Estarían encantados de que les
dieras tu atención—dijo Fiona, guiñando un ojo.
La pelirroja, vieja de Bear, era pura chispa y no se andaba con rodeos.
—Claro, si te gustan de ese tipo—dijo Ava, y luego enrojeció—. Quiero
decir que los nuestros son mucho mejores.
El resto de las damas se rio, y Sandy también lo hizo. Se sintió mejor.
Éstas eran sus amigas, y las adoraba a todas y cada una, diferentes como
eran. Eran una Hermandad, como las había bautizado. Se apoyaban
incondicionalmente, y no podía pensar en mejores mujeres a quien confiar
sus penas y alegrías.
Los miembros ejecutivos del club se habían enamorado de ellas…
Mejor dicho, habían caído rendidos a sus pies, y se merecían la felicidad en
que vivían. Había amor en sus vidas, habían conformado familias y los
hijos habían ido llegando, proveyendo la que sería la futura sangre motera
que continuaría la tradición de los Reyes.
Sandy se sentía feliz por ellos. Joder, su hermano había sido salvado por
Betty, prácticamente. No habían sabido lo mucho que el síndrome de estrés
postraumático lo estaba destruyendo hasta que ella llegó y le dio amor y lo
apuntaló para sanar. Le había dado niños que ella adoraba sin límite. Y
consentía, por supuesto.
Pero estar rodeada de parejas que no podían dejar de mirarse y tocarse la
hacía sentir excluida, y la sensación de que no tenía algo propio la sacudía.
No tenía un novio o un amante, tampoco un trabajo estable. Ni siquiera un
proyecto del que ocuparse.
Tenía algunos admiradores, por supuesto, su auto estima no era baja en
ese sentido. No era una mujer sin atractivos. Mas no lograba que la
atrajeran o interesaran. Ella era una mujer tonta, obcecada, deprimida por
no recibir la atención del que quería.
Un hombre que no sentía lo que ella. Oh, claro que él se jactaba de
quererla, como hacía con las otras viejas. Siempre dispuesto a ayudarlas,
dispuesto y gentil, Ice se preocupaba por su seguridad, porque ella era parte
del club. La hermana de su presidente.
No la observaba como la mujer que era. Como la mujer que lo miraba
con hambre y deseo y se entregaría a él sin pensarlo. El prefería a otras, no
la veía. Y la lista de las que estaban fascinadas de follarlo era larga, y no
solo incluía a las odiosas zorras del club. Bebió el resto del Martini y colocó
la copa en la barra.
—Sírveme otro, Betty, por favor. Esta va a ser una noche larga.
—Señoras, buenas noches—saludó una voz masculina.
Gruesa, con un dejo que intentaba a las claras ser seductor. Las seis
damas se dieron la vuelta para ver al hombre, y el movimiento de sus
cabezas hacia arriba fue lo siguiente, porque el hombrón era como una
torre.
—Hostia puta, pero eres enorme. Incluso más grande que Hulk, y eso…
—dijo Sandy.
Era mucho decir. Hulk era el motero más grande que había conocido
antes de este hombre. Su sonrisa complacida demostró que lo dicho
satisfacía su ego. Hombres, pensó ella. Como si el tamaño corporal fuera
sinónimo de coeficiente intelectual. Este no estaba tan mal, sin embargo. Su
chaqueta tenía la insignia de los Caballeros Oscuros.
—Tú lo has dicho, nena. Soy un hombre grande. En todos lados—hizo
un movimiento sugestivo y Sandy rodó sus ojos. La obviedad del
comentario. Él se inclinó para susurrarle en la oreja—. Puedo ser el que te
saque varios gritos esta noche.
Ella se estremeció, disgustada por el olor a bebida y sudor que
acompañó el movimiento que invadió su espacio personal.
—Me temo que voy a pasar. Gracias por el ofrecimiento, pero tengo
compromisos contraídos con anterioridad—le dijo, y se dio la vuelta.
La zarpa masculina le envolvió el antebrazo con rudeza,
sorprendiéndola y trastabillo, mientras era obligada a girar para mirarlo. La
voz masculina sonó áspera:
—¿Crees que no soy suficiente para ti, puta? ¿Qué puedes darme la
espalda con desprecio como si…?
—¡Suéltame!
Lo empujó, entre disgustada y asustada, pero fue como intentar mover
una pared de ladrillos. El gigante no se movió, y tampoco quitó su mano de
su brazo. Ella se removió para alejarse, sin éxito.
—Bueno, bueno, tenemos una gatita salvaje aquí. Excelente. Me gusta
domar fieras—se rio y pretendió elevarla.
—¡Suéltame, imbécil! No sabes con quien te estás metiendo.
Lo golpeó con sus dos puños y le dio una patada, pero él la apretaba con
fuerza. Se asustó.
—Vamos a conocer a mis hermanos. Les gustarás—dijo él, y la atrajo
hacia su pecho, levantándola sin esfuerzo.
Los gritos de las otras mujeres se unieron a los suyos, y en segundos
hubo un pandemonio que se alzó por encima del potente rock que sonaba
desde los parlantes. Kelly, Susan y Fiona se unieron para empujar y golpear
al gigantón, procurando hacerla zafar de su abrazo.
Pero era como si no lo sintiera, y las empujó, dándose vuelta con ella a
cuestas para alejarse. Sandy golpeaba frenética, pero el bastardo estaba
demasiado borracho como para darse cuenta de que estaba cometiendo un
gran error.
—¡Déjala ahora mismo! Suéltala, hijo de puta, ¡o no respondo!
Sandy reconoció la voz de Ice y contuvo la respiración. Él, entre todos,
venía a defenderla. El gigantón giró para mirar al que lo amenazaba, la
apretó más contra sí y la manoseó, y ella se sintió físicamente enferma.
—Oblígame, guapetón—respondió con sorna, un gesto desagradable en
su rostro.
—Como quieras—contestó Ice, y lo siguiente que Sandy supo fue que
estaba golpeando el suelo con fuerza, y un dolor agudo se extendió por su
cráneo.
Unas manos se esforzaron por ayudarla a ponerse en pie, y trató de
concentrarse. Ice estaba de pie, sus largas y musculosas piernas abiertas, y
una sonrisa arrogante distendía su rostro, mientras hacía gestos con las
manos al gigantesco motero, que gritó y lo embistió como un toro a un paño
rojo.
Sandy contuvo la respiración y gritó, al igual que el resto de las mujeres,
pero cuando el choque parecía inevitable, Ice se movió con elegancia y
agilidad y, cuando el hombrón pasó a su costado, lo golpeó en la cara con
fuerza. La sangre voló como si algo hubiera explotado, probablemente su
nariz. El gigante rugió, cayendo de rodillas.
—Las torres altas se derrumban con ruido—dijo Ice, con un gesto
despectivo en su faz.
—Te voy a matar, maldito bastardo—rugió su contrincante poniéndose
en pie y cargando a ciegas una vez más.
Ice lo esquivó, haciendo gestos con sus manos al público que vitoreaba,
o mejor arengaba, y giró sobre sí mismo y le asestó una patada en una de
sus piernas, por lo que el grandulón volvió a caer. Mas esta vez pudo
encajar un golpe con la cabeza en la pelvis de Ice.
Todos los hombres que presenciaban la pelea hicieron el instintivo gesto
de cubrirse los testículos, gestos de horror en sus rostros y sonidos de siseos
y expresiones varias. Ice cayó de rodillas, pálido como un fantasma. Sandy
intentó correr hacia él para ayudarle, pero entonces dos voces rugieron al
mismo tiempo:
—¡Suficiente!
—¡Paren la pelea ya mismo!
Fury y Mason aparecieron desde rincones opuestos de la sede del club, y
sus rostros eran tormentosos, el de Mason en particular.
—¿Es esta la forma en que tus hombres se comportan, Mason? ¿Es esta
la manera en que tus hermanos nos agradecen por salvar sus traseros? —
gritó Fury, sus manos en las caderas, a dos metros de Mason.
En el medio, el grandote de los Caballeros se limpiaba la sangre y
miraba con furia a Ice, y este se levantaba con dificultad.
—Sabes que no, Fury. No puedo contener a todos los idiotas de turno.
Tú—Mason señaló al grandote. —Estás fuera. Ve a la sede. Hablaremos
más tarde.
—¡Ese bastardo trató de llevarse a Sandy! —dijo Betty, con la rabia
cubriendo su rostro, y Fury se puso pálido.
—Hermana, ¿estás bien?
Fury se acercó y la revisó, acariciando su rostro, y Sandy asintió.
Su hermano era protector por naturaleza y si ella armaba un escándalo o
magnificaba la situación, la fiesta para confraternizar y estrechar lazos se
convertiría en un fiasco. No tenía sentido ahogar el trabajo de meses por la
estupidez y exceso de alcohol de un imbécil.
—Estoy bien, Sam. Ese hombre está borracho y no distingue entre las
Conejitas y las demás. Pensó que yo era…
Fury frunció sus labios. La explicación no le gustó para nada.
—La diferencia es clara, sin embargo. Y…
—Confusión o no, no debería tratar así a ninguna mujer—dijo Susan, y
todas asintieron.
Sandy cruzó sus brazos en su pecho y miró a su alrededor. Los
principales miembros del club estaban a su alrededor, convocados por la
situación y con sus brazos alrededor de la cintura de sus damas. Su vista se
dirigió al lugar donde estaba Ice, en pie, pero respirando con dificultad. El
pobre había recibido un feo golpe, y de algún modo era su responsabilidad.
—Encárgate de la basura que tienes en tu club, Mason—gruñó Baldie, y
Mason asintió.
—Lo haré. Pero no dejemos que esta ingrata situación empañe la noche.
Estamos haciendo algo bueno. Sandy, me disculpo en nombre de ese
gilipollas. Te prometo que no volverá a tratar así a nadie, so pena de ser
expulsado del club—le dijo, haciendo una mueca, y ella asintió.
—¿Estás bien, tío?
Hustle golpeó a Ice amistosamente en la espalda. Tenía sangre en su
mejilla y sus nudillos estaban raspados.
—Ven conmigo a la cocina del club, héroe. Limpiaré y curaré esas
heridas—le dijo ella, pero él sonrió y negó con la cabeza.
—Estoy bien, chica. Aléjate de los problemas. Esto no es nada.
—Deberías hacerte revisar tu equipo, Ice. Tus nadadores tienen que
estar un poco agitados. Ya sabes—dijo Fiona, señalando su pelvis, y el resto
de las mujeres soltaron una risita, Sandy incluida.
—Pobres Conejitas. Te echarán de menos esta noche—indicó Sandy con
una sonrisa traviesa, los ojos clavados en él, pero Ice se encogió de
hombros y pintó su gesto típico.
Travieso, juguetón, despreocupado. Como él.
—¿Quién dijo que estaba fuera del espectáculo, señoras? Esto no es
nada, descuiden. Estoy perfecto y listo para jugar.
—Si tú lo dices—Sandy contestó con gesto serio, volviendo a sentir la
desazón envolverla.
Creer que algo había cambiado porque él la había defendido era una
tontería.
—Lo digo—enfatizó él, guiñándole un ojo, para luego caminar con su
clásico vaivén de caderas hacia la esquina opuesta del mostrador, donde
Hulk, Skull y otros solteros estaban bebiendo.
DOS.

¡Maldita sea! El dolor agudo que le llegaba en oleadas desde la ingle lo


hizo apretar los dientes, aunque había disminuido de insoportable a intenso.
El jodido motero del otro club era una bestia con poca agilidad y nula
destreza física, pero había tenido una oportunidad y la aprovechó. Le había
asestado un cabezazo atroz en sus joyas.
¡Manda huevos! ¿Quién le mandaba a ir todo Superman contra él?
Debería haber dejado que Hulk o Bear lidiaran con él. Nahhh, ni hablar,
pensó luego. Era su tarea, él fue el primero en ver lo que ocurría y no iba a
permitir que algo le pasara a Sandy. Jamás.
Suspiró, y se incorporó con cuidado para coger la botella de whiskey
que estaba a disposición sobre el mostrador y vertió una buena medida.
Necesitaba la bebida para calmarse.
—¿Qué pasa, Ice? —dijo Skull, palmeando su espalda y haciendo que se
atragantara con la bebida.
Maldijo su suerte y empujó a Skull con fuerza.
—¡Ten cuidado, cabrón!
—Veo que estás de mal humor y susceptible—Skull rio, meneando su
cabeza, y se sentó a su lado—. Lo comprendo. Esa sí que fue una pelea
rápida, tío. Pensé que tendríamos tiempo de hacer alguna apuesta. Ese
bastardo es enorme.
—Lo lidié muy bien. Si Mason y Fury no me hubieran detenido habría
terminado victorioso.
—Ese Caballero habría golpeado tu lamentable trasero sin dudar—dijo
Skull—. Todo terminó para ti cuando su cabeza conectó con tu escroto. Tu
polla debe sentirse como una pasa de uva ahora mismo.
Ice suspiró y asintió. No tenía caso negar lo obvio.
—Nada de follar para mí esta noche.
—A Sandy le encantará saber que no pudiste divertirte con las zorras
porque la jugaste de héroe. Su héroe. La salvaste del malvado motorista
gigante. Ice, el caballero de la armadura brillante de los Reyes. O mejor, el
caballero cromado. O…
—¡Vete a la mierda, Skull! —gruñó, fastidiado por la referencia a
Sandy.
Le disgustaba que bromearan con ella y él como eje principal. Le
molestaba que parecieran burlarse de posibles sentimientos románticos de
Sandy hacia él. Era obvio que no había más que fastidio e impaciencia de su
parte. Eso creía, aunque… No, no, nada de ir por esa senda, se instó.
—Cálmate, hombre. Bromeo—Skull cambió su gesto, dejando atrás el
burlón y bromista para señalar—. Ese Caballero cometió un gran error.
Borracho o no, fue un imbécil. Mason le colgará de las pelotas por joder
con la fiesta de reconciliación. Se suponía que esto iba a ser pura paz y
armonía y no habría rollos entre ambos clubes.
Ice asintió.
—La mayoría de ellos son tipos decentes, pero el alcohol y los coños
gratis siempre joden la cabeza de los hombres. Ahora, de ahí a confundir a
Sandy con…
La llegada de Joker cortó su frase.
—Con ambos estoy de acuerdo—dijo el recién llegado, poniéndose al
lado de Skull y mirando fijamente a Ice. —Fui testigo de la situación desde
que comenzó; ¿sabes? Cuando ese gilipollas molestó a Sandy. Y déjame
decirte, Ice...—cortó el discurso y lo miró con una solemnidad que lo puso
de los nervios.
—¿Qué? —ladró, mirándolo con desconfianza.
Joker era ruidoso, y le gustaba cotillear como una vieja. Cualquier
tontería podría brotar de esa boca.
—Nunca había visto a un hombre correr tanto para proteger a una dama
como tú lo hiciste con Sandy. Creo que...
—Estás borracho, eso es obvio. No corrí, solo...
—Bueno, estabas al lado de la habitación de reuniones. Son al menos
cuarenta metros hacia allá—señaló los espacios—. Yo estaba bastante más
cerca de las mujeres, y empecé a caminar cuando vi el problema. Pero tú
llegaste antes. Volaste como Superman para salvar a tu Luisa Lane.
Tanto Skull como Joker chocaron sus vasos, riéndose de él.
—¡Que os jodan a los dos! Hice lo que debía, ayudar a una mujer, que
además es la hermana de nuestro Prez. Haría lo mismo por cualquiera de
nuestras mujeres. Las viejas son intocables. Y yo soy un hombre
encantador, no puedo evitarlo. Pero claro, ¿cómo lo van a saber ustedes,
gilipollas? Apenas hablan inglés, no se les puede pedir buenos modales.
—Lo que yo creo es que tú has salvado a Sandy, y ella debería
agradecértelo con un beso, un abrazo, incluso un...
—¡No te atrevas a ir allí, Joker! —La voz de Ice se volvió gélida, y su
habitual tono sureño perdió su encanto—. Es una dama, la familia de Fury.
Parte sagrada del club. Intocable. Nadie piensa en ella en términos sexuales.
Es como una hermana.
—Pero no lo es, Ice—Skull hizo un gesto—. Y lo sabes. Lo sabes muy
bien, pero eliges hacerte el tonto. Deliberadamente, y me hace curioso.
Lo miró sin expresión.
—Sabes donde puedes meterte tu curiosidad y mierda psicológica, ¿no
es así? Dedícate a tus computadoras, a la Internet.
—Ay, pero qué sensible—resopló Skull.
—Ice, no confundas lo que quise decir. Obvio que respeto y quiero a
Sandy, joder—indicó Joker—. Pero todos aquí sabemos que ella está
enamorada de ti.
—No, no lo está—negó Ice, enfático—. Ella cree que soy un mujeriego
impenitente y no deja de hacerme notar que le disgusto. Solo ustedes
pueden confundir desprecio moderado con enamoramiento. Con razón no
pueden follar a nadie fuera de las Conejitas—masculló.
—Bueno, una cosa no quita la otra. Eres un mujeriego, pero lo del
disgusto… No me cuela—dijo Skull.
—¡Eso sí que es gracioso! —contestó exasperado—. ¡Somos solteros en
nuestra mejor edad! ¡Tú te follas a todo lo que se mueve, Joker! ¿Por qué
solo yo porto la etiqueta de mujeriego?
—Sandy lo repite una y otra vez. Y es porque está celosa de cada mujer
con la que hablas o a la que sonríes. He visto su cara cuando estás
seduciendo a una chica, Ice—Skull meneó su cabeza y bebió—. Su rostro
es un poema.
—De superioridad y desagrado, a no dudar. No des más entidad a esto,
Skull. Ella se burla de mí o me insulta, son las dos reacciones más comunes
que obtengo. De todos modos, eso importa poco. Es de la familia, y nadie
se mete con la familia.
—¡Eso es, hermano! —indicó Joker, elevando su vaso—. Ahora, esto es
una fiesta, ¿no? ¿Dónde están esas Conejitas? —Miró a su alrededor—
¡Joder! Rex y Hulk están acaparando demasiado. Vamos a divertirnos.
Ice sonrió y les hizo un gesto con el vaso para decir que iba justo detrás,
pero una mano en su hombro lo detuvo. Se giró para encontrar a Fury y
Hustle a su lado.
—Ice, gracias por ayudar a Sandy—le indicó el primero, y él negó.
—No hay nada que agradecer, Prez. ¿Está todo bien? —inquirió, con el
ceño fruncido.
Los conocía, tan serios y compuestos, implicaba que se traían algo entre
manos, era obvio.
—Sí. Solo que Hustle y Mason han estado conversando sobre un tema
que involucra a ambos clubes y queremos tu opinión al respecto.
—Soy todo oídos—dijo, acodándose en el mostrador.
—Se nos ocurrió que sería buena idea el patrullar la ciudad juntos, los
Reyes y los Caballeros. Es una forma de profundizar nuestros lazos, por
empezar, pero también es una medida práctica. Reduciría nuestros costos y
nos proveería de hombres para las patrullas. Mejoraría los tiempos de
recorrido. Cubrir la ciudad insume una logística importante, lo sabes bien.
Son horas y horas sobre las motos, y no podemos controlar tanto como nos
gustaría.
—Cualquier hueco o zona sin vigilar es oportunidad para que los Riders
ingresen y reestructuren sus redes—dijo Hustle—. No podemos dar por
sentado que los derrotamos definitivamente.
—Quedaron muy desarticulados. Pero entiendo el punto. Ellos, u otro
club procurarán reestablecer el negocio de las drogas.
Los moteros de los Reyes de Sacramento eran todos ex soldados, y
estaban comprometidos a mantener a la ciudad libre de la amenaza de los
clubes de moteros fuera de la ley. Era una forma de limpiar el aire y cuidar
el espacio en el que sus familias crecían.
Fury, Hustle y Patriot fueron sus compañeros de armas, y quienes le
invitaron a venir a esta ciudad, a formar parte de esta hermandad que eran
los Reyes de Sacramento. Le habían hablado del club cada día en el frente.
Estaban orgullosos de él, extrañaban el ambiente, la posibilidad de montar
sus motocicletas y disfrutar del estilo.
Habían sido claros en su sueño: querían que los ciudadanos de
Sacramento los miraran con confianza. Había una parte de la sociedad que
pensaba que los moteros eran basura. Algunos clubs lo eran, atraían lo peor
de la sociedad, eso era evidente, pero la mayoría aspiraba a vivir en paz y
compartir la pasión por las motocicletas.
—Podría funcionar, creo—asintió Ice, pensativo. Los puntos a favor
eran varios— Eso si Mason selecciona a los hombres adecuados para
trabajar con nosotros. La disciplina es lo más importante. La mayoría de
ellos beben como si no hubiera un mañana, no obstante, además de ser
desordenados y no sé cuan fiables. Se necesita compromiso y
perseverancia.
Hizo un gesto hacia los grupos de motoristas que gritaban y bromeaban.
Aunque el objetivo de la fiesta era que Reyes y Caballeros confraternizaran,
los moteros de ambos clubes no se habían mezclado, con excepción de
Mason y Viper.
—Mason confía en que hay hombres adecuados entre ellos. Y confío en
él. Ha demostrado que es de fiar y tiene buen criterio. Quiero que te hagas
cargo de este proyecto, Ice—le dijo Fury, e Ice miró a Hustle, quien asintió
con la cabeza.
Ice se complació con la confianza que ambos le demostraban. Era
importante, y la oportunidad de hacer algo más por el club. Su rol como
Capitán de Ruta era divertido, y estaba agradecido a estos hombres. Le
habían dado todo. Le habían abierto las puertas cuando más lo necesitaba.
Él había vuelto de Irak luego de años de misiones peligrosas y en las
cuales había presenciado la peor mierda de la humanidad. Su retorno fue a
una casa vacía en Carolina del Norte, pues su abuela, la que lo crio y
protegió, la que fue como su madre, había muerto mientras él estaba en
Oriente Medio. No le quedaba familia.
Sam y Colt, alias Fury y Patriot, se mantuvieron en contacto, y al
conocer su situación lo invitaron a formar parte de su club en Sacramento, y
no se lo pensó dos veces. Le encantaban las motocicletas, esa había sido la
parte fácil. Mas siempre había sido como un lobo solitario.
Cuando conoció el club y sus miembros, fue como amor a primera vista.
Como pertenecer. Cuando los viejos moteros murieron o se hicieron
demasiado viejos, Fury y Patriot fueron elegidos presidente y
vicepresidente respectivamente, y lo nominaron para ser el Capitán de Ruta.
Habían confiado en él, y lo seguían haciendo. Por eso, se sentía agradecido
y en deuda.
—Lo haré, por supuesto. Mañana mismo comienzo—aseguró, la cabeza
ya rondando sobre lo que tenía que hacer—. Me reuniré con los hombres
que Mason elija, y luego armaré duplas integrándolos a nuestros hombres.
Esto sin dudar ayudará a mantener a los Riders fuera de nuestra ciudad.
Cuando vean que ambos clubes están trabajando para barrerlos
definitivamente...
—Espero que no vuelvan. Los bastardos ya se han metido bastante con
nosotros, y nos hemos asegurado de que tengan para arrepentirse—gruñó
Hustle—. Esto funcionará bien. Dime, Ice, ¿cómo está tu pobre polla? —
inquirió, una leve sonrisa distendiendo su faz.
—Jaja, todos divertidos con la desgracia del pobre Ice—resopló—.
Mejora minuto a minuto, si deben saberlo. Creo que podría trabajar con mi
herramienta en unas horas—Rio—. Todavía tengo que conseguir una mujer
que la maneje con cuidado, exigiéndola lo necesario, sin forzar.
—No me parece que vayas a tener problemas con eso—gruñó Fury—.
Esta decisión de dejar entrar a las Conejitas hoy podría estallarme todavía
en la cara—murmuró.
Hustle asintió, e Ice sonrió. No dudaba que la enérgica Betty no estaría
nada feliz con el hecho de que la norma que había impulsado en el club se
hubiera roto por hoy, para beneplácito de los solteros.
Miró a su alrededor. La mayoría de las zorras estaba ya con alguien. No
es que eso fuera un verdadero problema. Compartir es sano y hace bien,
pensó. Tal vez Joker lo vería como él. Entonces, su mirada se clavó en la
mujer que le observaba con fijeza mientras hablaba con Ava y Betty.
Ah, Sandy, Sandy. Era muy hermosa; no era algo que pudiera negarse, o
ignorar, aunque lo pretendiera. Deslenguada, burlona, inteligente, y con
unas curvas de muerte. Sería un espectáculo en el asiento trasero de una
moto. Solo que no en la suya. No, eso no podía ser.
Optó por ignorarla, la táctica habitual menos costosa, y se volvió hacia
el mostrador. Ya Fury y Hustle se habían ido con sus mujeres. Tendría que
moverse si quería follar hoy. Bebió, sintiendo que el whiskey le quemaba la
garganta.
—¡Hola, guapo! —dijo una voz femenina y gutural en el tronco de su
oreja, y el escozor del perfume barato le llegó a la nariz y le hizo fruncirla.
A su lado estaba Callie, una chica nueva en el club. Una morena sexy
con tetas turgentes y un culo de burbuja que llamó la atención de su pene
inmediatamente. Podía tolerar el olor barato cuando estaba sobre un cuerpo
tan follable.
Sonrió ampliamente. Esto era lo que necesitaba: una dama dulce y sexy
que ayudara a sus joyas a recuperarse de su shock.
—¡Callie, querida! —se inclinó para besar la mejilla de la Conejita, y
ella sonrió abiertamente—. No sabes cuánto me alegro de verte. No sé si
estabas aquí más temprano, pero tuve una pelea que me provocó un
problema que creo que puedes resolver.
—¿De verdad? Estoy a tu servicio, Ice, lo sabes.
Ella soltó una risita y batió sus pestañas, densamente maquilladas.
—Creo que tienes las herramientas adecuadas. Verás, un tipo malo me
golpeó en mi zona blanda. Necesito unos labios almohadillados que la
besen y la hagan sentir mejor.
—Seguro que puedo hacerlo—dijo ella, su voz casi un ronroneo, y se
colgó de su antebrazo.
—Vamos arriba, nena. Te mostraré y tú verás qué puedes hacer.
—Ah, Callie, puedes conseguir algo mejor—gritó Joker cuando pasaron
a su lado—. Sus partes están dañadas, no digas que no te avisé.
Le hizo un gesto con su dedo mayor, y las risotadas atrás aumentaron.
Sus ojos se posaron en Sandy al pasar cerca, y fingió ignorar la dura mirada
que esta le dirigió cuando subían las escaleras.
Dame un respiro, pensó. Necesitaba un desahogo; el sexo era algo
natural, una necesidad. ¿Por qué tenía que ser tan necia y sindicarlo como el
único pecador de los Reyes? Él no tenía una bella, dulce y cariñosa dama
propia, como tenían sus hermanos. Él tenía a las Conejitas, por un rato.
Tenía que ser suficiente para alguien que, como él, huía del compromiso
y de las relaciones. Estas costaban demasiado. Dolían demasiado. Lo sabía;
sus padres habían sido la peor pareja del mundo.
Se habían amado, luego se habían odiado, y después habían muerto en
un accidente de coche, dejándole atrás, triste y solo, con los peores
recuerdos. Y, a pesar de ello, extrañándolos y deseando volver a estar
inmerso en aquel ambiente tóxico donde al menos había algo en común: lo
querían.
Su abuela viuda había hecho lo que estuvo en sus manos para brindarle
un hogar y rodearlo de cuidados, pero habían sido una familia de dos. Un
niño solitario de cuatro criado por una anciana atormentada por las pérdidas
de su vida. Su esposo, su hija. Ice creció sabiendo que la felicidad era un
suspiro, y que el dolor estaba a la vuelta de las relaciones.
No era la convicción más saludable, y los casos alrededor suyo estos
últimos años parecían desmentirlo. O no. Sus hermanos estaban cayendo
como moscas en relaciones hermosas. Como fuera, no era su caso. Las
Conejitas eran suficiente para saciar sus deseos.
TRES.

El humor de Sandy fue en picada desde el instante en que vio a Ice


marchar con esa Conejita a las habitaciones. Se había ilusionado por unos
minutos fantaseando con que la manera en que él la había defendido
significaba algo. Interés genuino, celos, tal vez. Empollona que era.
No pasaron más de veinte minutos luego de que él subió las escaleras
que ella decidió que era hora de irse, a pesar de las quejas de sus amigas
que trataron de detenerla. No se necesitaba ser muy listo para entender el
motivo de su malestar, y su malhumor no era sutil. Más que eso, las
emociones que la embargaban eran la de tristeza, decepción, rabia.
No tenía ganas de fiesta; la actitud indiferente, prescindente, despegada
de Ice le arruinó la noche. Como solía pasar cada vez que coincidían.
¡Gilipollas! ¡Bastardo gigoló! Hijo de... Resopló, consciente de que se
equivocaba, y secó las lágrimas de sus mejillas con rabia.
No era su culpa, en realidad. ¿Cómo responsabilizarlo? Él vivía su vida,
actuaba de forma similar a la de Joker, Rex o Skull. Y ella no miraba mal o
focalizaba en cada paso que estos daban o frase que pronunciaban. Porque
no le importaban, más allá de sentirlos como parte de la hermandad del
club.
La que había puesto demasiadas expectativas en Ice era ella. Había
invertido demasiado tiempo, energía, fantasías y esperanzas en un hombre
que no la veía. Un hombre hermoso con el comportamiento de una abeja,
volando de flor en flor, succionando el néctar que lo hacía feliz, sin
distinguir entre matices, colores o formas.
Le gustaban todas. Ella no era especial. Y estaba tan cansada de sentirse
así. A veces amargada, a veces triste, y la mayor parte del tiempo, sin
esperanza y sin amor.
Caminó unos metros alejándose de la entrada en la que había varios
moteros charlando y riendo. No quería que la vieran penar como una tonta.
Enderezó la espalda y respiró el aire fresco, mirando arriba. Era una noche
hermosa, plena de estrellas.
No debería sentirse así, desorientada y sin control. Era afortunada. Tenía
una buena vida. Tenía unos padres cariñosos que la dejaban ser, no la
presionaban, y un hermano protector. Una cuñada a la que quería como a
una hermana, sus sobrinos dulces y traviesos, las chicas del club.
Su entorno era especial. La querían, se preocupaban y ocupaban más de
lo necesario. Ella, Sandy, era el problema. Ella, que no tenía nada
verdaderamente suyo. Un trabajo que le importara y que la ilusionara,
proyectos concretos o siquiera un plan para conseguir lo que ansiaba. Nada
que la motivara a crecer, o a cambiar.
Tampoco tenía un hombre que la amara y la hiciera sentir adorada,
cuidada, necesitada. Es absurdo cómo te desvive esto último. En pleno siglo
XXI esto no debería ocurrirte. No necesitas un hombre para ser feliz.
Su lento caminar la llevó a su vehículo. Destrabó la portezuela y se
sentó, pero no encendió el motor. Fijó la vista adelante, pensativa. Era un
hecho que no cambiaría su vida si no tomaba decisiones. La más obvia
involucraba al Capitán de Ruta de los Reyes de Sacramento.
Philip Travis, aka Ice, era su maldición. No había podido mirar con
interés o salir con ningún hombre después de conocerlo. Ah, recordaba con
prístina claridad la primera vez que se encontró con él. Años habían pasado,
y ella era una adolescente.
Su hermano lo había llevado a la casa y lo había presentado como un
compañero de armas y nuevo miembro del club. Frío, reservado, tan
deliciosamente masculino montado en su Harley, sus ojos oscuros intensos,
carbones encendidos que parecían quemar aquello que miraban.
Y cuando lo vio sonreír... Carajo, aquello había sido un espectáculo que
hubiera pagado por observar por horas. Su rostro había cambiado, sus
rasgos mutando de su expresión adusta por una encantadora. Como un
mago, había cautivado a todo el mundo alrededor. A las mujeres en
particular, por supuesto.
Su mirada y su sexy acento sureño le pusieron la piel de gallina, y cayó
bajo su hechizo. No había podido dejar de mirarlo, para su vergüenza,
porque él se percató y le guiñó el ojo. Se había refugiado en la habitación,
solo para pensar en él.
Esa atracción magnética no hizo más que aumentar con los años. La
adolescente Sandy, con frenillos y coletas, dio paso a la joven mujer y a la
adulta, y todas sus versiones lo tuvieron como protagonista de sus sueños,
deseos y fantasías.
A la par que él se volvió parte del club, ella se integró a este tanto como
pudo sin que esto fuera un problema para Sam. Su hermano dejó claro
desde un principio que era una hermana más para todos, con la obvia
intención de protegerla, aunque en su momento había querido caerle a
hostias.
Lo que ella sentía por Ice no era fraternal, nunca lo sería. No debería
haberse preocupado, pensó amargamente tomando el volante con fuerza.
Fue evidente desde el inicio que él no tenía interés particular en ella. Ice no
la veía como ella quería o como necesitaba.
Cada vez que había hecho sutiles esfuerzos por estar más cerca,
creyendo que era cuestión de mostrarse para que él la percibiera, él había
hecho algo que le recordaba que era una más, y eso le dolía. Suspiró y
encendió el motor, maniobrando con cuidado para no derribar alguna de las
costosas motocicletas en el aparcamiento.
Este nudo que se formaba en su estómago cuando lo veía, esa excitación
que no podía evitar. Este dolor en el pecho cuando volvía a recibir su
indiferencia... Estaba harta de sentir así. Sus emociones no eran sanas. No
sentía verdadero gozo hacía mucho tiempo. Su vida era una decepción tras
otra, y no actuaba para detener esta caída. Era como rodar y rodar por la
pendiente.
Tengo que irme de aquí, pensó. Alejarme. Encontrar un lugar donde
pueda respirar y olvidar. Empezar desde cero. Demostrar que puedo.
Demostrarme que puedo, se corrigió.
Esta era una idea que rondaba por su cabeza desde hacía algún tiempo,
de manera lateral. Un pensamiento que aparecía aquí y allá, y que había
desechado antes. No había sido inteligente y valiente como para
considerarla una opción real.
Pues ahora lo pienso, se dijo. Noche de revelaciones era esta. Rio sin
ganas. Era como si ver a Ice subiendo esa escalera con una Conejita del
brazo hubiera liberado algo en ella. No era la primera vez, pero supuso que
había llegado al final de sus fuerzas.
Reconocía la derrota. Comprendía que no había lugar para ella en la
vida de Philip. Y lo que quedaba de auto preservación le decía que
recogiera sus pedazos e imaginara otra vida.
Lo comprendía, y no pondría edulcorantes a esto. Él no era suyo. Nunca
lo sería. Ella había montado una obra romántica sobre la nada. Cualquier
escenario que hubiera imaginado con él como protagonista era ilusión, pura
escenografía creada por su ansiedad y adoración.
No tenía nada que hacer en Sacramento. Claro que no quería irse, su
familia estaba aquí, pero lo estarían siempre y le eran incondicionales. A
ella le dolía esta ciudad. Tenía que irse para conseguir lo que necesitaba y
merecía.
Paz de espíritu. Proyectos. Una vida donde hubiera alegría, con un
hombre que la amara y la adorara. Un hombre que deseara su cuerpo y no
pudiera esperar a llegar a casa para hacerle el amor. Niños, un hogar.
Suspiró largo, las lágrimas fluyendo mansas, persistentes. Entender la
situación y decidir algo tan drástico era necesario, pero no significaba que
no lastimara. Encendió la radio y dejó que la música la envolviera como un
suave manto, calmando su alma y alimentando su resolución.
Ella era fuerte. Podía irse, dejar su familia por un tiempo y empezar en
un lugar diferente. Podía desafiarse a sí misma para crecer y lograr algo
propio. Sus padres la habían criado orgullosa y con recursos. Podía hacer
frente a cualquier cosa que la vida le lanzara a la cara.
Decían que la vida era un viaje, ¿no era así? Pues ella en este momento
sentía como si hubiera estado varada en una estación esperando por su tren,
uno que no llegaba. Y no había preguntado por él, no había pedido
indicaciones. Solo había permanecido, inactiva. Tenía que moverse. Tenía
que volar y encontrar su vida. Ir por ella.
Entonces, el universo pareció conspirar para que su voluntad se hiciera
realidad. El canto de Rascal Flatts en la radio fue su último empujón:
I’m moving on… I’m moving on
Life has been patiently waiting for me
And I know there are no guarantees, but I’m not alone…
I have made up my mind…
(Voy hacia adelante, estoy avanzando
La vida ha estado esperando pacientemente por mi
Y sé que no hay garantías, pero no estoy sola
He tomado una decisión)
¡Gracias, gracias!, pensó, acelerando y saliendo del espiral en que su
mente la había sumergido. Tenía que llegar a su… a la casa de sus padres lo
antes posible. Había mucho por planificar. Debía encontrar un destino para
su nueva vida.
Una nueva ciudad. Y tendría que convencer a mucha gente de que esto
no era una locura, porque por años había dicho que no planeaba irse nunca.
Las cosas habían cambiado. Había experimentado un dejá vu. Súbita
comprensión. Luz. Y quería más.
Tendría que vender esto como la mejor idea que había tenido, porque
sabía que su padre y Sam estarían en contra. Incluso sus amigas tratarían de
convencerla de que se quedara y luchara por lo que quería.
Ella no daría un paso atrás. Su mente estaba clara, por primera vez en
años la telaraña de sus sueños arrancada de su cerebro. Incluso cuando sus
miedos aparecieran, mañana, persistiría. Oh, sí, se conocía.
La siguiente mañana, después de dormir unas horas, su mente
consideraría los pros y los contras, y su lado cobarde le rogaría que
cambiara de opinión. No lo haría. Punto final.
Aparcó el coche a toda prisa, y entró en la casa por la puerta trasera. Sus
padres estaban viendo la televisión, el brazo de su padre alrededor de la
cintura de su madre. Los miró sin hacer ruido. No quería molestarlos.
Sonrió, enternecida por el amor que se tenían y demostraban
constantemente. Había sido novios en la Universidad y no se separaron
desde entonces. El tiempo no había desvanecido su romance.
Ella quería exactamente eso. Un vínculo tan fuerte que pudiera
enfrentarse a la tristeza y a los problemas sin flaquear. Una relación llena de
alegría y amor. Un equipo de dos, y luego hijos. ¿Por qué conformarse con
menos?
Y no lo conseguiría si se quedaba aquí, atada a las miradas y acciones de
Ice. Anhelando lo que no pasaría. Era una adulta que se había negado a
abrir sus alas y volar. Vivía con sus padres, trabajaba a tiempo parcial en un
camión de comida y editaba escritos desde casa.
Su vida social giraba en torno a la sede del club, las viejas, e Ice. Esto
último era triste. ¿Cómo podía un hombre como él considerarla como una
mujer sensual y atractiva? Ella lo rondaba como un cachorro deseoso de
una caricia. Patético. ¿Cómo no se había dado cuenta de esto antes?
Esta era una noche de epifanías. Estaba viendo su realidad por como era
de verdad, por primera vez. Había actuado despistada, cómoda en su
adecuada vida, sin pensar que podía tener más. Que merecía tener más.
Ingresó a su habitación y miró en derredor. Algunos de los cuadros
databan de su época adolescente. Sus crush. Sus trofeos del colegio. No
parecía el dormitorio de una mujer hecha y derecha. No que no le gustara,
obvio. Pero agregaba a la lista que estaba componiendo mentalmente.
Se sentó frente a la pantalla de su portátil y cerró los ojos. ¿Adónde ir?
¿Qué lugar podría ser bueno para empezar? Uno lo bastante alejado como
para no poder correr a casa cada vez que tuviera un problema. Y no tanto,
como para que fuera posible visitarlos de vez en cuando.
Los iba a echar de menos. Mucho. Tanto. Suspiró y apretó los dientes.
No podía pensar así. Se las arreglaría; la tecnología era un puente. Llamaría,
harían videollamadas, enviaría y recibiría fotos, audios. Los medios
estaban. E irse era una necesidad, por su bien.
Abrió una de las opciones en pantalla, un mapa de Estados Unidos con
distancias y carreteras. Lo miró con atención, ensayando posibilidades.
Luego de mirar varias locaciones probables, la mejor parecía Oregon.
Portland.
Eso era. Exactamente 580 millas de distancia. Un viaje de nueve horas
en coche. Podía hacerlo. Sería una aventura desde el inicio. Su primer viaje
sola, a un lugar que no conocía, pero en el que ensayaría vivir.
Tendría que conseguir un lugar. Tenía dinero, suficiente para varios
meses, o eso creía. No había tenido que pagar un alquiler hasta ahora, y era
espartana. No tenía gustos caros.
Su único interés eran los libros, la tecnología y la comida. Corría y hacía
gimnasia para quemar todos los carbohidratos que comía. Debería encontrar
un gimnasio, una nueva ruta para correr, una cafetería para tomar su café
diario.
Esto le recordó la cafetería del club y a Betty, su cuñada, que hacía el
mejor café con leche de la ciudad. Suspiró. Encontraré un excelente barista
en Portland. Encontraré todo lo que necesito para empezar una nueva vida.
Un trabajo que me permita conocer gente. Nuevos amigos.
Esa era la principal razón por la que trabajaba a tiempo parcial en un
camión de comida de tacos. Había empezado cuando tenía dieciocho años,
y le encantaba la familia mexicana propietaria.
Cuando empezó su trabajo como editora de documentos, descubrió que
ganaba más dinero. Sin embargo, no dejó de ir al camión de tacos. No era
fantástico, pero conoció a gente que le gustaba mucho. Era una forma de
socializar con personas diferentes a las del club de moteros.
Bien, la noche estaba mejorando. Tenía un plan y nuevos objetivos. Se
tomaría un mes para lidiar con los detalles y las consecuencias de la
decisión. Sus amigas la ayudarían. Sería una forma de disfrutar las últimas
semanas con ellas.
Cuidaría a los hijos de Fury, por supuesto, e iría al spa con su madre. Le
pediría a Hustle o a Bear que le enseñaran más trucos de defensa personal.
Estaría por su cuenta en Portland, sin protección. Aquí, en Sacramento, su
hermano y el club la respaldaban.
Se estremeció. Era un poco abrumador pensarse lejos de Sacramento,
viviendo por su cuenta, sin alguien alrededor que la instara a dormir o
comer más. Pero lo conseguiría, y se acostumbraría a ello. El tiempo era la
clave de todo. No había nada que el tiempo no pudiera resolver.
Si se sentía perdida, volvería. El camino tenía dos vías. Ella lo
intentaría. Recorrería una senda diferente. Viviría una vida distinta.
Y cuando se sintiera lo suficientemente fuerte, volvería con esa vida a
cuestas. El hombre que consiguiera tendría que aceptar mudarse a
Sacramento con ella porque ese era su lugar en el mundo. La ida era su
forma de curar, y la medicina que era Portland la fortalecería para retornar.
CUATRO.

Los días siguientes a la celebración pasaron rápido para Ice, dedicado


como estuvo a darle forma a la nueva tarea que le fue asignada por Fury.
Era un trabajo adicional a su rol en la agencia de seguridad que poseía el
club, entre varias otras empresas, y obviamente alejado de su función como
Capitán de Ruta.
Él se ocupaba de los aspectos financieros y de la parte social de la
agencia, mientras que Hustle se ocupaba de la logística, lo que incluía
gerenciar a los guardaespaldas, su entrenamiento y la asignación de
misiones.
Esto que le había sido pedido, empero, era bien diferente. Integrar a
moteros de dos clubes y lograr que cumplieran tareas en común no era fácil.
Era un desafío. No importaba que ambos clubes estuvieran aliados, los
hombres desconfiaban unos de otros. Esto en relación con las intenciones
como las habilidades.
Los moteros de los Reyes eran en su mayoría antiguos Seals o Boinas
Verdes, él incluido. Conocían de disciplina, de estrategia, de armas. Los
Caballeros Oscuros, en cambio, eran una mezcla ecléctica de antiguos
delincuentes, moteros de fin de semana y algunos luchadores expertos.
Viper, el Sargento de Armas de los Caballeros, le había pasado la
nómina de seleccionados, y tenía que confiar en su criterio. Dijo haber
elegido a los mejores, pero Ice tuvo serias dificultades para hacerse oír y
obedecer.
Los Reyes lo conocían bien y sabían que era organizado, metódico,
hábil y con entrenamiento. Pero para los Caballeros era alguien nuevo, y su
talante relajado y bromista confundió a varios los primeros días.
Sin duda lo vieron débil e incompetente, como solían ocurrir con
muchos que lo subestimaban, pero pronto se dieron cuenta de su error.
Podía ser impenitente y dictatorial cuando debía, y tanto Fury como Mason
le habían dado las potestades. No dudó en aplicarlas.
Le costó dos semanas de duros entrenamientos y charlas motivacionales
diarias el hacerse entender. Dichas conversaciones fueron en realidad
monólogos en los cuales procuró trasmitir la importancia de comprometerse
a frenar a cualquier motero que pretendiera joder con los habitantes de
Sacramento y echar más tierra sobre el estilo de vida que elegían.
<<No somos uno por ciento. No somos criminales, tampoco héroes.
Solo ciudadanos comprometidos. Moteros dejando en alto nuestra forma de
vivir>>, repitió sin cesar.
Al cabo de ese tiempo, en el que conoció un poco más a los hombres,
pudo formar ocho equipos, que asignó a patrullar las calles con un horario
rígido. Hubo quejas y maldiciones varias, pero el sistema pareció funcionar
adecuadamente desde el inicio.
Era un nivel primario de vigilancia, y permitía a ambos clubes estar
seguros de que los Riders u otra escoria motera no estaban traficando con
drogas o amenazando a la gente para conseguir dinero.
Los Riders eran los peores enemigos de ambos clubes, y aunque habían
sido desterrados de la ciudad, seguían regresando en grupos pequeños e
intentando destruir a los Reyes, y también a los Caballeros.
Estos habían dejado de ser enemigos cuando abandonaron sus
actividades ilegales, en especial el tráfico de armas. Este fue el objetivo de
su presidente, Preacher, que para ello logró la ayuda de Mason y Viper, que
eran las cabezas visibles de los Caballeros.
Se acercaron progresivamente a los Reyes y trabajaron unidos en
algunas instancias. Cuando el motín interno pretendió hundirlos, fue lógico
que los Reyes los ayudaran. Que los Caballeros dejaran de ser enemigos y
se convirtieron en eventuales aliados quitó presión y fue de gran ayuda para
los Reyes.
Significaba menos enemigos, menos preocupaciones, más ayuda. Eso
era suficiente, e Ice no cuestionaba las decisiones u órdenes de Fury porque
confiaba ciegamente en él. Si su presidente le decía que era importante, lo
hacía.
Fury le salvó el culo más de una vez en Irak. Le dio esperanza y un
lugar en el mundo. Amaba al hombre y al club. Los amigos que había
cultivado allí. La noción de que hacía algo para contribuir a mejorar la
ciudad.
El tener varios roles implicaba bastante más trabajo y pocas horas libres.
Terminaba sus días bastante cansado, pero eso no le impedía estar en la sede
del club. Tenía un apartamento no muy lejos, pero siempre cenaba y pasaba
tiempo con Joker, Tooth, Rex o Skull.
Todos trabajaban y, con excepción de Rex, el tesorero, vivían en la sede
del club. Se encontraban para jugar a los dardos, a las cartas o para beber, y
eran los que de habitual cerraban el bar. El resto de los hombres tenían
esposas e hijos y otras tareas con las que lidiar.
Los mejores días en la sede eran los viernes, sin dudas. Como este. La
sede estaba abarrotada. El rock sonaba fuerte, había risotadas como
consecuencia de las bromas, y las burlas entre los miembros. Estaban
también las viejas en el costado menos ruidoso, cotilleando y bebiendo sin
prisa ese coctel que Betty había creado con poco alcohol. Sonrió. Eran
encantadoras.
No había lugar mejor en el mundo. Y después de la medianoche,
llegarían las Conejitas. La regla de Betty había sido una condición que Fury
aceptó e impuso, y el resto lo asumió a regañadientes, Ice incluido. Pasados
algunos años, se mostraba correcta y aceptada sin dudar.
A las damas de sus hermanos no les gustaban las zorras cerca de sus
hombres. No podía decir que las culpaba, aunque estaba seguro de que sus
amigos solo tenían ojos para ellas. Estaban atados de pies y manos a las
dulces mujercitas. Y eso estaba bien, porque implicaba más posibilidades
para los solteros como él.
—Ice—Patriot llamó su atención, y él se giró para hablar con su
vicepresidente.
—¿Qué pasa, viejo?
—Todo bien—le palmeó la espalda y se ubicó a su lado—. Hustle dijo
que estás haciendo un gran trabajo con los equipos de patrulla. Bien hecho,
Ice. Nuestro Sargento estaba preocupado por no poder encargarse. Sabes lo
obsesivo que es. Pero el embarazo de Ava le quita mucho tiempo.
La vieja de Hustle estaba embarazada, para júbilo del Sargento de
Armas, pero el médico había sugerido reposo.
—El pobre bastardo actúa como si fuera él cocinando ese bebé. Nunca
lo había visto así. No parece el hombre hosco y retraído que conocimos—
señaló Ice con un gesto de ironía, y Patriot asintió, sonriendo.
—Le aterra que algo pueda pasarle cuando él no está—Patriot se puso
serio—. Nos pasa a todos, pero eso se agudiza cuando tu vieja está
vulnerable. Lo entenderás cuando tengas la tuya.
—De ninguna manera—Sacudió la cabeza, negando con convicción—.
Eso no es para mí.
—Ya veremos. El futuro, o el amor, no es algo que puedas manejar a tu
antojo—Patriot miró a su alrededor—. ¿No ha llegado Fury aún?
—Lo hizo. Ha estado hablando con Betty y Sandy desde entonces—Se
acomodó y preguntó—. ¿Está pasando algo?
Estaba intrigado. No era habitual que el presidente estuviera tan
ensimismado en una charla y no recorriera las mesas y charlara con todos.
Era su manera de dedicar tiempo a su función, escuchar ideas, quejas.
—¿Por qué piensas eso? —preguntó Patriot, enarcando las cejas.
—Bueno, las mujeres suelen sentarse en aquella esquina para cotillear,
reírse y burlarse de mí o de Joker. Pero estos días han estado serias y
misteriosas. Planeando. Tramando algo, no lo sé.
Se encogió de hombros. Hoy era la primer noche que veía a Sandy luego
de días, y eso era extraño. Ella era una presencia habitual en la sede,
siempre bonita, conversadora y gruñona. Al menos con él.
—Nahh, nada raro. Fury está molesto… Desconcertado, diría yo, porque
Sandy se va. Y ya sabes lo protector que es con ella.
—¿Se va? ¿Viaja? —Rascó su cuello y miró hacia ella con curiosidad
—. ¿Adónde va?
Eso sí que era una novedad. ¿Se iba de vacaciones? Pues sería la
primera vez en años. Ella siempre estaba cerca. No recordaba un momento
a lo largo de los años en que no estuviera revoloteando alrededor. Como una
mariposa bonita.
—Se muda. Se va de la ciudad. ¿No lo sabías?—Patriot hizo un gesto de
curiosidad—. Probablemente seas él único. Las viejas han estado tristonas
por eso. Sabes cómo son con Sandy. Y Fury está preocupado. Es su
hermana pequeña… No tan pequeña, en verdad. La ha protegido desde que
era un bebé.
¿Sandy se iba de Sacramento? ¿Por qué lo haría? Ella amaba la ciudad,
el club, su familia. Adoraba a sus sobrinos y a las viejas. Estaba orgullosa
de la Hermandad, como se autodenominaban. Una emoción que no pudo
precisar se agitó en su interior.
—Pensé que era feliz aquí. Tiene todo lo que quiere.
—¿Lo tiene? —dijo Patriot con aire pensativo—. No lo sé. Es soltera,
vive con sus padres, no tiene amigos fuera del club. Eso puede ser opresivo
para una joven con algunas expectativas.
Ese era un buen punto. No había pensado en ello. Sandy encajaba en el
club, en la vida de los Reyes. Era natural en la sede, entre ellos. Formaba
parte. Así había sido desde que la conoció. Imaginarla lejos… Era extraño,
y no podía decir que le gustara.
—Se muda la semana que viene. Las viejas la ayudaron a conseguir una
casa, a empaquetar sus cosas, a etiquetar cajas, a buscar ofertas de empleo y
a enviar currículos.

¿Por qué no le había dicho nada? Todos estaban enterados, excepto él.
Sí, había estado ocupado, pero la había visto el viernes pasado. O el sábado.
No lo recordaba bien. Ella había estado bastante más seria de lo habitual,
ahora que lo recordaba. Solía actuar raro con él, por eso no le había llamado
la atención.
—Entonces, ¿a dónde va? —inquirió con curiosidad, su vista fija en la
mesa donde Fury gesticulaba y Sandy sacudía la cabeza.
Había una discusión allí, probablemente Fury intentando sentar un punto
y ella resistiendo. Tenía el carácter como para ello, sin dudas.
—A Portland.
—No es tan lejos—murmuró.
O sí, pero no es como si se fuera a la Costa Este. Ese era un punto a
favor, ¿no? Seguramente vendría de visita con asiduidad. Aunque no era lo
mismo, por supuesto. Los gemelos de Betty la extrañarían. Era una tía
excepcional, los mimaba mucho.
—Fury está frenético. No la quiere allí. Unos conocidos suyos, gente de
un club de allí le han dicho que se han visto Riders por la ciudad. Algunos
de ellos se han integrado a uno de los clubes. Uno de ilegales—agregó
Baldie, apareciendo junto a ellos e instalándose en el otro costado de Ice.
—¡Joder! —lo miró fijamente—¿Por qué Fury no impide a Sandy vaya?
Es peligroso, y...
—No es su decisión, no la controla. Es Sandy—frunció su frente Baldie
—. Y ella puede ser muy terca.
Oh, sí, esto era uno de sus rasgos, Ice lo sabía bien. Pero había asuntos
que ella debía considerar. Ignorar a Fury era tonto.
—Alguien tiene que hacerla entrar en razón. Si hay peligro...
—Ice, el peligro está en todas partes. La vida es peligrosa. No puedes
evitar que la mierda suceda. Fury está siendo ultra protector. La posibilidad
de que un Rider la encuentre o reconozca es casi inexistente—dijo Patriot.
—¿Permitirías que tu hijo fuera allí si supieras que hay una pequeña
posibilidad de que las cosas salgan mal?
Su tono era más áspero de lo que debía, pero se sentía al límite. ¿Qué
estaba haciendo Sandy?
—Yo no controlo la voluntad de la gente. Nadie lo hace, nadie debería
intentarlo. Si esto es lo que Sandy quiere, debemos respetarlo—cerró
Patriot.
Esto era una mierda. Sandy era una mujercita decidida y deslenguada,
pero también era ingenua y tenía poco mundo. Nunca había viajado sola.
Vivía con sus padres, ¡por el amor de Dios! Y estaba acostumbrada al
entorno de los Reyes. A sus hombres, que eran todos protectores. ¿Quién la
vigilaría en Portland?
—Hemos estado practicando algo de defensa personal, y Fury le dio una
pistola y le enseñó a disparar—dijo Baldie.
Eso era algo, pero más que hacerlo sentir seguro, lo molestó. ¿Por qué
ella había pedido la ayuda de todos menos la suya? ¿Tanto lo despreciaba?
Ese era un pensamiento decepcionante, porque Sandy era importante para
él.
—Mañana viajo a Portland—susurró Baldie—. Llevaremos las cajas y
algunos muebles. Pero pondremos cámaras en el apartamento que ha
alquilado. Ella no lo sabe. La vigilaremos desde lejos. Por si acaso.
Eso sonaba más como el controlador que Fury era. Ice respiró mejor.
Podría sonar absolutamente invasivo para un extraño, pero eso era por el
bien de Sandy. Y la tranquilidad de su familia.
—Yo iré, tío. Tú tienes mucho en tus manos.
Fue una oferta espontánea, le surgió sin pensarla. Sentía que tenía que
ver esa casa con sus propios ojos y verificar que era segura. Baldie lo miró
y luego asintió.
—Lleva a Tooth y a Hulk. Manténganse alertas, pero no lleven las
chaquetas o identificaciones. No queremos despertar suspicacias con otros
clubes de esa ciudad.
Asintió mientras volvía a mirar hacia la mesa donde estaba Sandy.
Esperó tener sus ojos sobre él en cualquier momento, y se sintió
sorprendido cuando ella no miró hacia su esquina ni una vez. Era como si
Sandy hubiera cambiado en pocos días.
Los estaba dejando atrás, eso hacía. Sin una mirada, sin remordimientos.
Al menos para él. Seguramente estos días habían sido diferentes con las
viejas, o con aquellos a los que apreciaba más, como Mathew o Tooth.
Se sintió un poco celoso al considerarlo. ¡Maldita sea! Ellos estaban en
el club apenas hacía un par de años. Ella lo conocía a él desde hacía mucho
tiempo. Años. Una década. Él había pensado que… Nada. Tonterías. Se
había equivocado, claramente.
CINCO.

—Parece que yo soy el único en el club que no sabía que te ibas a


mudar. Me tomó totalmente por sorpresa enterarme de ello esta noche. ¿Por
qué demonios te vas de Sacramento?
Sandy escuchó la voz grave de Ice, y algo en su interior se removió,
como siempre. Las cosas que él le provocaba sin siquiera intentarlo; era
enloquecedor. Era saberlo cerca, escucharlo, y su aplomo fallaba.
Suspiró, y se dio la vuelta para observarlo. Su rostro estaba serio, lo que
no era común, y sus ojos fijos la medían. Ni rastro de su habitual sonrisa.
Mmm. Okay. ¿Qué le respondía? Porque la verdad no era una opción. No
sin colapsar de vergüenza.
¿Cuál sería su reacción si le dijera? Si fuera honesta con él, sonaría algo
así como: Oh, sí, Ice. En verdad no es que quiera mudarme. No, para nada.
Este es mi lugar en el mundo. Pero sucede que estoy loca por ti. Es verte y
enloquecer de ansiedad, de amor, de lujuria. No puedo pensar con claridad
cuando estás cerca. Sé que no sientes lo mismo, y me duele, así que me
escapo. Simple, ¿no es así?
Él no entendería. Pensaría que estaba loca, y luego sentiría lástima.
Estar en el mismo lugar sería vergonzoso y arruinaría toda la diversión,
porque los amigos sentirían que tenían que tomar bandos.
Ella nunca había verbalizado lo que sentía por él, pero sus amigas lo
sabían, por supuesto. E imaginaba que sus esposos también. Pero eran tan
respetuosos, tan amables, que le permitían mantener el orgullo. Nadie la
miraba con lástima, algo que odiaba generar.
Esta era de las últimas noches que pasaría aquí, y no se iría confesando
una verdad incómoda. Esbozó una sonrisa que pretendió ser abierta y se
encogió de hombros.
—Oh, ¿no lo sabías? Bueno, no es que lo haya publicado, pero mi
familia, mis amigos, están enterados, obviamente. Me han ayudado
muchísimo.
Él no dejó de mirarla con el ceño fruncido y sacudió su cabeza,
acercándose, poniendo sus manos sobre la mesa. Sandy agradeció que Fury
y Betty estuvieran ocupados en el bar.
—Creí que yo era uno de tus amigos—respondió él, sus ojos
insondables pegados a ella.
Oh, Philip. Tú podrías hacer lo que quisieras conmigo, y es por eso…
Lo miró procurando no quebrarse, y se afirmó en su voluntad de callarse.
Mas luego decidió que le diría lo que pensaba.
—No, Ice, no eres mi amigo.
Nunca había pensado en él como uno. Sus pensamientos y sentimientos
por él estaban lejos de la amistad. Había soñado con ser su amante.
Fantaseaba con sus besos y abrazos. Había soñado con deshacerse en sus
brazos, con gritar al llegar al clímax, con sus fluidos y miembros enredados.
Él la miraba asombrado, y obviamente incómodo. Retrocedió, sus
manos a los costados y un gesto de sorpresa en su rostro que disolvió con
velocidad. Estaba acostumbrado a recibir sonrisas, miradas lujuriosas, voces
suaves y aprobación, como el hombre encantador y guapo que era.
—No creí que me odiaras.
Ahora estaba exagerando. Ella casi puso los ojos en blanco ante su
dramatismo.
—El mundo no es un péndulo, Ice. Hay grises.
Él se mordió los labios y asintió.
—No he escuchado que digas algo tan… No sé cómo definirlo. De
habitual eres amable, pero conmigo… No es así.
Sandy se rebeló e impacientó. ¿Tenía que calmarlo? ¿Sanar su orgullo?
Eres un hombre magnífico, todo el mundo te quiere, bla, bla. ¿No eres tú,
soy yo? ¡Por el amor de Dios!
—¿Por qué iba a odiarte, Ice?
—No lo sé—Se encogió de hombros—. Pero dime, ¿por qué todo el
mundo sabe de tu marcha y te ha ayudado con ella, y yo no tenía ni idea?
—Deberías preguntártelo, Ice—contestó—. No era mi intención que mi
mudanza se transformara en la preocupación dominante en el club. Pero ha
sido el tema por aquí. No es que yo quisiera—repitió.
Para nada. Intentó evitarlo, pero el rumor se extendió con rapidez, y
pronto casi todos los moteros y las viejas la detenían para inquirirla, y sobre
todo para expresarle su incertidumbre e incredulidad, lo cual era algo triste.
Ella necesitaba que la empujaran, que le dieran ánimos, que le dijeran
que sería fantástico, un nuevo comienzo. Sus amigas por fin lo habían
comprendido luego de las primeras reacciones de tristeza e incredulidad, y
se habían abocado a ayudarla a planificar los detalles y aspectos más
importantes de su nueva vida.
Eso había sido un alivio porque había muchas cosas que considerar.
Había alquilado un apartamento y había empaquetado sus posesiones bajo
la supervisión de Betty. Las viejas se encargaron de conseguirle muebles
adecuados, con eficiencia nacida de la práctica, una que ella no tenía.
Ella había pensado que una cama y un sofá serían suficientes, pero le
consiguieron hasta adornos. Unos moteros del club llevarían mañana todas
sus posesiones a Portland.
No había sido fácil convencer y calmar a sus padres y a Fury. Su familia
estaba muy sorprendida por su repentina decisión. Y su hermano era el peor
porque temía que le pasara algo.
Pero ella se había plantado firme y contrastó cada preocupación de Sam
con certezas. Le habló de sus necesidades y deseos, y él finalmente pareció
entenderlo, aunque esta noche había estado dando la tabarra nuevamente.
A Sam no le gustaba nada su súbita mudanza, pero ella tenía su apoyo al
cien por cien. Tuvo que disimular un poco las razones de su ida, claro.
Decirles que se iba porque su corazón se rompía cada día un poco más, y
que la causa de ello era Ice no era sabio.
Y hete aquí que la razón principal estaba frente a ella, cuestionando su
falta de comunicación. Enojado, si entendía bien, porque era el único que
ignoraba hasta hoy que no la vería más por un buen tiempo.
Esto sería divertido si no fuera triste. Porque era la muestra de lo que
había sido su no relación. Ella procurando que él la viera de verdad, él en
otra sintonía.
—En realidad he estado muy ocupado en la gestión de un nuevo rol en
el club. Me hubiera encantado ayudarte. De hecho, estoy a tu disposición si
necesitas algo—le dijo, su rostro menos tenso.
¿Una declaración de que me amas y no podrás vivir sin mí?
—No tienes que sentirte apenado. Tuve ayuda, y mucha.
Le sonrió amistosamente, y saludó enfáticamente a Fiona, llamándola a
su lado, porque no podía seguir hablando como si nada.
—Mañana conduciré el camión de la mudanza a Portland.
No, no lo harás, pensó ella, mirándole con sorpresa.
—Pensé que Hustle o Baldie serían quienes…
—Baldie tiene mucha tarea, y a Hustle le preocupa que pueda pasarle
algo a Ava. Me pareció sensato ofrecerme para sustituirlos.
—De acuerdo—dijo ella, aunque no lo era.
Había pensado que salir de Sacramento dejaría atrás su obsesión. Y hete
aquí que se enteraba que debería conducir su auto detrás del camión que él
manejaría. Él sería quien la ayudara a establecerse en su nuevo hogar.
¡Diablos! Él estaría en su apartamento, tocando sus cosas, dejando su
olor en su lugar. Generando recuerdos en un sitio que tenía que ser el
puntapié de algo nuevo. Suspiró. Negarse era tonto, generaría suspicacias.
—¿Por qué te vas de Sacramento? Nunca dijiste… No recuerdo haberte
escuchado mencionar que quisieras mudarte de la casa de tus padres.
No quería, pensó ella. No quiero. Pero la vida no está hecha solo de lo
que queremos. Tuve que hacerlo, por mi bienestar mental.
—Tengo mis razones—respondió, sin mayor compromiso.
—¿Son secretas? Si de independizarte se trata, podrías hacerlo sin dejar
la ciudad o el Estado.
¡Argh! Sigue con tu vida y no me hagas caso. No necesito tu
conversación e indagatoria justo ahora.
—¿Por qué te importa? —le preguntó.
—No es que me importe. Pero Fury, Betty, tus sobrinos... Ellos te van a
extrañar. Sé que la Hermandad lo hará. ¿No es así, Fiona, Susan?
Estas habían llegado y tomaron asiento junto a Sandy, y escuchaban su
diálogo como si fuera un partido de tenis. Ambas asintieron cuando Ice las
cuestionó.
—Ella lo sabe, Ice—dijo Susan con una sonrisa comprensiva—. Pero
una mujer necesita más.
—¿Qué podría necesitar que no pueda encontrar aquí? —preguntó,
obstinado, con el ceño fruncido.
¿Cómo puedes ser tan tonto? casi lloró, pero se pellizcó la palma de la
mano izquierda. ¿No ves que soy una mujer? ¿Una necesitada cuyo reloj
biológico está en marcha? Sintió que la furia la invadía. ¿Qué quería él?
¿Por qué tanta obstinación cuando de habitual apenas si la miraba?
—Creo que Ice no puede entenderlo, Susan. Debería verme primero
como mujer, no como un mueble de la casa club, o como uno de los
apéndices de Fury.
Su tono era tan gélido y las palabras tan amargas que Susan contuvo la
respiración e Ice la miró con los ojos muy abiertos.
—No pienso en ti...—ensayó una explicación.
—Está bien. No lo hagas.
Se puso de pie y se dio la vuelta para irse, y entonces la mano masculina
rodeó su muñeca. Ese toque pareció quemarla.
—Sandy, siento si mis palabras te han ofendido.
—No, para nada. Tendría que considerarte mi amigo para que me
afectaran.
Salió del lugar apremiada, aunque esto no se notó en sus pasos. Contuvo
sus lágrimas hasta que estuvo en su coche. ¡Qué mentirosa tan mala era!
Dio un golpe al volante, con ira. El repentino golpe en el cristal de la
portezuela la asustó y la hizo saltar.
Susan le hizo una señal para que bajara el cristal, pero ella abrió la
puerta y la invitó a sentarse a su lado. Estuvieron unos segundos sin hablar,
y entonces ella se quebró y sollozó.
—¡Oh, cariño! —le dijo Susan, y la abrazó fuerte, de forma que
quedaron incómodamente inclinadas.
Sandy moqueó unos momentos, y luego se instó a recomponerse.
Suspiró, con las lágrimas aun cayendo.
—No digas nada, Susan. Lo sé... soy... ¡una perdedora!
—No lo eres, Sandy. Eres una mujer enamorada. Herida, y te entiendo.
—Esa es la cuestión. Soy una idiota que no puede dejar de preocuparse
por el hombre equivocado.
—Los sentimientos no son algo que podamos manipular a nuestro
antojo, Sandy. Si fuera así, no había decepciones.
—Me encantaría poner estos sentimientos… Este amor que siento…
Compactarlo y removerlo, colocarlo en una caja y quemarla. Eliminarlo. Es
tan...— Sacudió la cabeza—. Tendrías que haber escuchado lo que dijo.
Está ofendido porque no le dije que me mudaría. ¡Como si le importara o
afectara mi decisión!
—No sé—dijo Susan—. A mí me pareció que estaba bastante dolido. Él
en verdad es un buen hombre. Le importa ayudarte. Llevará tus cosas a
Portland. Le afectó no saber.
—No me digas eso, Susan. No leamos entre líneas, no imaginemos. No
necesito falsas esperanzas. Ice está tratando de ser amable. Joder, él es
encantador, y servicial. Se lo reconozco; no soy tan perra como para ignorar
sus cualidades.
—¡Nadie piensa eso de ti, Sandy!—negó enfática.
—Lo sé, lo sé. Solo soy una pequeña reina del drama—guiñó el ojo, y
luego hizo una mueca.
No necesitaba fingir con Susan. No tenía que hacer como si no la
lastimara todo esto.
—Tienes derecho a tu drama y a la mierda que quieras decir y hacer,
Sandy. Tienes mi apoyo, y el de todas.
—¿Sabes? Pensé que me iría sin decirle adiós. Lo dejaría atrás, sería la
primera acción del plan olvido. Ahora resulta que conduciré nueve horas
detrás de su camión. Habrá paradas para tomar café y orinar, algunas horas
más para arreglar los muebles. Y luego el último adiós. ¡Joder! Esto va a ser
una tortura.
—Debes pensarlo como una forma de cierre entre ambos, Sandy. Si no
te despidieras, lo recordarías con pesar. Como algo pendiente.
—No sé. Puede ser—suspiró con ruido.
—¡Hey! —la voz masculina las hizo saltar, pero ambas sonrieron
cuando la cara del moreno Baldie apareció en la ventanilla.
—Cariño, ¿qué haces aquí? No te encontraba. Me has dado un susto de
muerte—le dijo a Susan, y Sandy le sonrió.
—Lo siento, Baldie. Susan me estaba escuchando dar la lata y me ha
dado consejos.
—Mi bonita dama es dulce e inteligente. ¿Estás bien, Sandy? —le
preguntó, con preocupación en los ojos.
—Ya lo estoy. Ve, ve—empujó a Susan para que descendiera y dejara
que Baldie la envolviera en un abrazo—. Sé lo impacientes que son estos
moteros.
Susan se rio y Baldie la besó. Luego ambos saludaron a Sandy y se
dirigieron a su motocicleta, el moreno susurrando cosas perversas al oído de
Susan. Palabras calientes y sexuales, Sandy estaba segura.
Se marchaban para ir a su casa a hacer el amor y disfrutarse. Bien por
ellos. Lo merecían, ambos, como también lo merecían Fiona, Betty, Ava. Y
también ella, aunque no sería aquí donde lo encontraría.
Condujo enfurruñada y dispersa, y llegó a su casa sin ser muy
consciente del camino. Dormir le resultó complicado. Era la última noche
bajo el techo de sus padres. Mañana es el primer día de muchos que
vendrán, pensó. Y serán brillantes y ocupados por la alegría y el amor.
¡Portland, espérame!
¿Era adjudicar demasiada esperanza a esa ciudad, a esa nueva vida? Ella
no lo creía. Las palabras tenían poder, y si las lanzaba al aire, quizás
conseguiría lo que tanto ansiaba.
SEIS.

Ice apartó la vista del cristal del retrovisor. Sandy conducía su Honda
Civic gris, justo detrás del camión de la mudanza. Habían dejado atrás
Sacramento hacía tres horas, cuando la luz del amanecer apenas se dejaba
ver.
Bostezó. Los dos cafés que había tomado no habían despejado las
últimas trazas del sueño. Debería haberse ido a dormir antes la noche
anterior, pero le había tocado patrullar la zona norte de la ciudad con uno de
los equipos.
Podría haberse excusado de la tarea pretextando este viaje, pero ¿qué
ejemplo sentaría con los hombres que tanto le costó domar y conciliar si,
como jefe que era, no cumplía su turno y labor?
Se aclaró la garganta y tamborileó sobre el volante. Estaba inquieto. No
le gustaba tener que conducir vehículos tan grandes como éste. De hecho,
cualquier medio que no fuera la motocicleta tenía su antipatía. Eran cajas,
no se podía sentir el viento en el rostro.
Y los que lo acompañaban no le daban seguridad tampoco. No le daría
el volante a Hulk, que era una amenaza, o más o menos. El grandulón solía
manejar tanques en Irak. Y tampoco se fiaba de Tooth para maniobrar un
camión de mudanza.
Así que aquí estaba, en la dirección del vehículo que transportaba los
muebles y el equipaje de Sandy hacia su nuevo hogar en Portland. Era
extraño pensar que ésta sería la última vez que la vería o hablaría con ella
en mucho tiempo, cuando solían...
¿Solíamos qué? pensó, con la mirada puesta de nuevo en el espejo
retrovisor. Podía apreciar una parte del rostro y el cabello de la morena. No
somos amigos, ella te lo dijo. No hablamos más de lo esencial. Me echa la
bronca cada vez que puede. Me desprecia de forma amistosa. No tenían un
vínculo cercano que justificara esta…
No supo cómo definir lo que sentía de manera acertada. Era molestia,
fastidio, confusión, pesar, todo mezclado. Lo que sí era seguro era que la
decisión de ella de irse lejos lo había tomado por sorpresa y lo había
desacomodado. No tenía una respuesta de por qué.
—No estoy acostumbrado a viajar tan encerrado, tío. Y apenas llevamos
un tercio del viaje. Tengo hambre—se quejó Hulk.
—No entiendo cómo es posible—le dijo, mirándolo sobarse el estómago
—. Betty se aseguró de proveernos de un desayuno digno de reyes. Ella te
conoce y sabe lo voraz que eres. Comiste las donas y el pastel de fresa
como si no hubiera mañana.
Tooth rio, y Hulk hizo un chasquido mientras se estiraba y empujaba a
ambos contra las portezuelas. El bastardo era enorme.
—¡Quítate, Hulk! ¿Cómo Baldie nos envía en esta caja diminuta con el
más grandote del club? —se quejó Tooth, e Ice asintió.
—Deja de quejarte. Me envía porque sabe que soy el que puede bajar
esos muebles con un dedo, a diferencia de ustedes. Y por eso necesito
combustible para mi cuerpo. El desayuno ya fue digerido. ¿Qué puedo
hacer? Soy un hombre grande. Para en la próxima gasolinera—indicó.
—Sí, hazlo. Yo necesito ir al baño—dijo Tooth—. Mucho líquido.
—¡Maldita sea! —gruñó—. Esto es como viajar con niños. ¿Qué tienen,
cinco años? Llegaremos mañana si tenemos que detenernos por cada antojo
que tengan—se quejó.
—¿Quieres que me haga encima, Ice?
—¡Está bien, joder! Pararemos. Compren lo que necesiten, orinen,
estiren las piernas, pero tienen diez minutos para todo. Luego
continuaremos y no nos detendremos por horas.
—Lo haremos. Pero déjame decirte que estás especialmente sensible
hoy, Capitán. No eres una persona mañanera. ¿Quién lo diría, con lo
divertido que sueles ser? ¡Allí! Para allí—Hulk gritó al ver la gasolinera
cien metros adelante—. Haz señas a Sandy—indicó a Tooth.
—Para eso están los señaleros—gruñó Ice, pero Tooth ya tenía medio
cuerpo afuera y hacía aspavientos.
Descendió la velocidad y tomó la entrada de la gasolinera, aparcando el
vehículo en el primer lote vacío que encontró. Sandy hizo lo mismo unos
lugares más lejos. El local parecía bastante grande, y Hulk y Tooth se
dirigieron al interior bromeando y empujándose, como si tuvieran el tiempo
del mundo. Gilipollas.
—Pensé que íbamos a conducir un buen rato más. No estoy cansada.
Sandy se acercó y le habló mientras se estiraba y balanceaba su peso de
un pie a otro. La blusa se elevó levemente y pudo ver una porción de la piel
crema. Observó cada movimiento con fijeza, atraído luego por la forma en
que su parte inferior era resaltada por los jeans ajustados.
Ella se quitó la coleta del cabello y lo ahuecó, y la mata caoba se
acomodó como el perfecto marco para su rostro delicado. Sus ojos, entre
marrones y verdes, con pestañas largas y oscuras daban mayor profundidad
a su mirada. Ice apartó la vista, y respondió:
—Hulk tiene hambre, para variar, y Tooth necesitaba ir al baño. ¿Qué
puedo decir? Me siento viejo al lado de esos dos.
Sandy sonrió con amplitud. Tenía una hermosa boca, el labio superior
levemente más grueso. La sonrisa hizo que su rostro pareciera brillar. Y
esos ojos lo atrajeron otra vez. Tan expresivos. ¡Qué bella era!
Uh. El pensamiento se le hizo tonto. Claro que era bella. O sea, él no la
solía mirar con atención, pero lo tenía por evidente. Lo que no hacía de
habitual era embeberse en cada detalle, como redescubriendo cada rasgo.
Claro, no es que hubiera tenido muchas posibilidades. Ella solía tener el
ceño fruncido y un gesto de perpetua molestia cuando estaban cerca.
Siempre mirándolo con reconvención y como si penalizara cada una de sus
acciones.
—Deberías sonreír más a menudo. Te sienta muy bien—le dijo, y de
inmediato lamentó el comentario.
No era habitual que se le escaparan palabras sin pensarlas, pero estas no
eran más que justicia. Ella lo miró, un poco desconcertada probablemente,
pero luego asintió.
—Gracias, supongo. Me lo tomaré como un cumplido, aunque creo que
sonrío bastante más de lo que piensas.
—Tal vez lo hagas para el resto del mundo, pero yo no estoy
acostumbrado a estar en la dirección en que lo haces, y confieso que me
gusta.
Ella parpadeó y abrió su boca para responder, pero luego meneó su
cabeza como arrepintiéndose, y dio la vuelta para dirigirse al interior de la
gasolinera. Ice resopló y se recostó contra la pared del camión de
mudanzas.
Esta mujer era frustrante. Le había dicho algo bonito. No es que
pretendiera que cayera de rodillas en agradecimiento, pero al menos podía
volver a sonreírle, dar las gracias. Las mujeres normales lo hacían.
Normales. Mmm. No tenía él la vara para medir el grado de normalidad
de una mujer. Y las que solía frecuentar no lo eran, precisamente, pensó.
Con todo lo que respetaba el libre albedrío y el empoderamiento femenino,
las Conejitas no eran el ejemplo más notorio de eso.
O sí, qué sabía él. Nunca se le había ocurrido cuestionar qué impulsaba
a esas hermosas chicas a dejarse follar por cuanto motero soltero se les
acercaba. Se beneficiaba de ello y nada más. Si eso lo hacía un bastardo
indiferente… Sí, tal vez lo hacía, decidió.
Esperó con impaciencia, y cuando ya iban más de quince minutos y
estaba a punto de entrar en el local para gritarles que se marchaban, los tres
salieron. A las risas, llevando varias bolsas en las manos, y con
despreocupación.
Sandy hablaba con gestos y ellos asentían. Había camaradería y
confianza entre los tres, y por un instante se sintió por fuera. ¿Por qué ella
era tan cariñosa con todos menos con él? ¿Qué había en él que le
desagradaba tanto?
No podía entenderlo, y eso le volvía loco. Esta... Esta no era la forma en
que las mujeres solían tratarlo. Ella se molestaba con facilidad, era
despectiva, incluso fría cuando se dirigía a él.
Hizo una mueca. Ella no había sido siempre así con él, recordó. Entornó
los ojos, las memorias llegando a él algo desvaídas. Mmm, sí. Ella era una
adolescente pecosa y enérgica. Era amable y servicial, divertida y amistosa
los primeros años luego de conocerla.
Cuando él llegó a Sacramento y se unió a los Reyes Sandy era una
adolescente alegre y entusiasta que hablaba mucho y siempre estaba en las
cercanías, como una mariposa multicolor. La imagen de ella embutida en
una chaqueta grande y con parches le vino como un chispazo que se disipó
de inmediato.
Ella estaba hablando con énfasis haciendo notar a Hulk que uno de los
snacks tenía demasiada sal. Su vista se fijó en el tatuaje pequeño en el dorso
de su mano, que iba desde la muñeca al dedo mayor. Delicado. Recordó
perfectamente cuando se lo hizo.
Fue luego de pelear a capa y espada con Fury, hasta que este cedió. Le
pidió a él que la llevara. al centro comercial. Ice estuvo con ella y le
aconsejó cuando le pidió opinión sobre qué hacerse. Luego le había
comprado un helado y la había llevado a dar una vuelta en su moto, a su
pedido.
Era como la hermana menor de todos. Luego alguien había comentado
que ella estaba deslumbrada y no sería raro que se enamorara de él, y esto
había sido suficiente para asustarlo. No es que tuviera la certeza de que
fuera verdad, pero no quería a Fury encima suyo, pensando lo que no era.
Tampoco quería herirla.
Así que, de ahí en más, se centró en mostrarse ocupado e indiferente
cuando ella estaba en la sede del club, o si le pedía ayuda. Cada vez que vio
la cara de decepción, no se echó atrás. Era una niña, y si sentía algo
especial, lo olvidaría. Eso pensó. Ella se decepcionó por su actitud, tal
como él quería. O lo que él creía que quería.
¿Cómo se había olvidado de esto? Resopló, y miró otra vez al trío, que
comía dulces como si fueran niñatos. El tiempo, las ocupaciones, eso lo
hizo olvidar esas vivencias.
No era raro que ella no lo considerara amigo, o tuviera afinidad con él
en el presente. Las amarras que podían haber tenido las cortó él, años atrás.
Pero no por eso molestaba menos. Y tal vez no debería importarle, pero lo
hacía.
Sus ojos estudiaron su rostro y luego su garganta, siguiendo el
movimiento de succión de sus labios al beber agua de una botella, y luego
los de su garganta al tragar. Tan delicada.
Su cabello sedoso volvía a estar atado en una cola de caballo. Le
sentaba, pero le gustaba más suelto. Le daba a su rostro un marco exquisito.
No necesitaba maquillaje o sofisticados peinados para impresionar. Se había
habituado a mirarla sin prestar atención a los detalles, y se había perdido un
mundo de estos.
—¡Ice, hermano, despierta!
La palma de Hulk en su espalda le hizo caer de cualquier nube en la que
estuviera, soñando despierto. ¡Soñando despierto! Casi gruñó con disgusto.
No sabía que mierda le pasaba, pero tenía que cortar con esta tontería.
Se sentía frustrado y extrañamente inquieto, y había sido así desde que
supo del viaje de Sandy. No es un viaje solamente. Es el comienzo de una
nueva vida. Ella está avanzando, está dejando atrás el club. Está eligiendo
crecer lejos de nosotros, de lo que ama.
¡No podía entenderlo! Creía que estaba cometiendo un error, y querría
hacerle ver los cambios drásticos a los que se enfrentaría. ¿Para qué irse tan
lejos a buscar lo que podía conseguir en Sacramento? Fury estaba mal, sus
padres también.
Pero no había nada que pudiera hacer para que cambiara de opinión.
Ella no lo consideraba un hombre de confianza. Su palabra no era
importante en su vida, y no podía culparla. Lo que restaba era darle apoyo y
procurar proveer algo de seguridad a esa nueva vida. Y en eso sí podía
intervenir.
—Desde ahora conducimos sin parar, chicas—dijo con una mueca, y
Tooth y Hulk rieron—. Tenemos que llegar a Portland con suficiente luz
para mover los muebles y ayudar a Sandy a instalarse.
—Y colocar las cámaras —añadió Tooth.
—¿Qué cámaras? —Sandy frunció el ceño e Ice puso los ojos en blanco.
Tooth no podía callarse, no.
—Fury nos dijo que pusiéramos dos o tres cámaras en tu puerta y
alrededor del edificio.
—¿Han perdido la cabeza? Los propietarios no consentirán algo así, y
no quiero problemas—gritó indignada, manos en las caderas.
Adorable, sonrojada y con los ojos brillando. Fuego, eso tenía Sandy
adentro.
—No se darán cuenta. No estamos hablando de cámaras visibles.
Tenemos tecnología sofisticada. No te darán problemas, lo prometo. Sabes
que tu hermano está mortificado con tu partida y lo obsesiona que te pase
algo. Permítenos poner algunos ojos en tu espalda, Sandy. Es una
precaución, y dará respiro a Fury. A todos.
—No quiero que Sam controle desde lejos lo que hago o a quién traigo a
mi casa. No soy una niñata que tenga que custodiar—refunfuñó.
—No lo hará—aseguró él. Aunque pensándolo bien, tener claro quién
estaba cerca de ella no era tan mala idea. Poder ver con quién salía era una
forma de cuidarla a distancia, pensó—. Piensa en ello con cuidado.
Tenemos seis horas hasta Portland. Escucha, tal vez sería conveniente que
rotemos. Yo conduciré tu coche en un rato.
—Estás conduciendo tú también. Estarás tan agotado como yo.
—No, no lo estoy. Tooth conducirá las próximas dos horas, luego Hulk.
Son pésimos conduciendo estas jaulas, pero...
—No es verdad—negó Hulk—. Pero prefiero mi Harley. Estas cajas
cerradas me hacen sentir sin aire. Pero tienes razón, uno menos en el
camión nos permitirá ir menos hacinados.
—Está bien, está bien, todo sea porque Hulk tenga el espacio para
respirar—dijo ella, e Ice se sintió mejor.
Aprovecharía el tiempo juntos para darle algunos consejos de seguridad.
Y entregarle el colgante al que había agregado un pequeño rastreador. Era
una joya simple, recuerdo de su madre, una que su abuela le había dado.
Tener cómo ubicarla era una buena idea, y no hacía daño.
Se lo daría como un regalo del club, uno de última hora. Seguro lo
aceptaría con más ganas y no se lo quitaría. Ella daba importancia a esos
detalles. Podía sonar como una táctica obsesiva, y no se lo dijo a nadie
excepto a Hustle, que había enarcado una ceja, pero había asentido después
de algunos minutos de consideración.
Si algo le llegara a ocurrir, y esta idea lo desolaba solo de imaginarla,
podrían rastrearla. Estaba exagerando, probablemente, tan protector como
Fury, pero una previsión no estaba de más y era inofensiva.
A menos que ella lo descubriera, por supuesto. Estaría furiosa. No le
habían gustado las cámaras de Fury. ¿Qué pensaría si le dijera que quería
ponerle un GPS? Nada bueno, nada bueno.
—¿Saben qué? —dijo ella—. Cuando estemos en Portland, y hayan
terminado de ayudarme a instalarme, les invitaré a cenar.
—Cariño, ¿vas a cocinar? —Hulk sonó dubitativo—. Prefiero mi
comida de una caja, francamente—dijo, y Sandy soltó una risita.
Ice sintió envidia y un poco de celos de su hermano motero. Bastaban
pocas palabras o gestos para obtener reacciones adecuadas de Sandy.
—Me parece una idea estupenda—dijo—. Hora de movernos, o Sandy
nunca llegará a su nuevo hogar y a su nueva vida. Y parece que la espera
con avidez.
—Lo hago—respondió ella, con una gran sonrisa en la cara, dando
palmas de emoción.
Resplandecía, entusiasmada, e Ice sintió que su ánimo decaía. No quería
ser un bastardo egoísta, pero la noción de ella por su cuenta no le sonaba
bien.
SIETE.

Había llegado el día de la partida, uno que había preparado durante un


mes, y los sentimientos eran intensos. Sandy intentó mostrar su cara más
brillante durante todo el proceso, y hoy en especial, porque la despedida fue
difícil.
Sus padres, su hermano, Betty, los gemelos, todos se congregaron en la
mañana para hacerle mil recomendaciones y desearle lo mejor. Fueron
tantos abrazos, besos, deseos y palabras esperanzadoras que se sintió
profundamente querida.
Afortunada. Excepto por el detalle no tan menor de que los dejaba atrás
para ir hacia un sitio donde estaría sola y los extrañaría a morir. ¡Cómo
costaba despegarse, y con cuántas ganas habría desarmado sus planes para
permanecer!
Pero se hizo fuerte. Esto era por su bien, por crecer y madurar, por
conquistar lo que quería y demostrarse que podía dejar atrás esta obsesión
con Ice. Se esforzó por no llorar y, cuando por fin se sentó al volante, sintió
que su corazón sangraba.
Se iba lejos, muy lejos de las personas que amaba por culpa de un
hombre. O por causa, mejor expresado. ¿Qué culpa podía tener él de su
tontera? Para colmo, y como si fuera un juego del universo, ese mismo
hombre era el que la acompañaba con su equipaje y se aseguraba de que
dejara Sacramento y se quedara en Portland.
Vale, eso no era justo. Ice era un caballero y se había ofrecido a
ayudarla. Él no tenía responsabilidad alguna de su estupidez. Por un
momento antes de salir casi tuvo una pataleta, pero apretó los dientes y se
conminó a marchar.
Repite Sandy: todo va a estar bien. Estarás bien. Encontrarás lo que
necesitas y mereces. Pon las manos en el volante y conduce. Todo el mundo
te está mirando.
Había intentado esbozar su sonrisa más amplia para demostrar valentía y
saludó a la pequeña multitud que estaba en la puerta de la casa de sus
padres. Hubo vítores y gritos, y cuando se alejó lentamente, unas gordas
lágrimas se deslizaron por sus mejillas. La despedida fue más dura de lo
que imaginó.
Pero era lógico. Había permanecido décadas en el mismo lugar, rodeada
de sus seres queridos, con las alas plegadas y viendo la vida transcurrir
como si estuviera en una cajita de cristal.
La había roto desde adentro y estaba dando pasos inseguros, pero la
conducían adelante, y se harían más firmes a medida que la emoción y
expectativa por lo nuevo la ganaran. Una vez que estuviera por su cuenta.
Cuando Ice, Hulk y Tooth la dejaran en Portland.
Su primera acción fue conectar su Spotify a la radio del coche y
seleccionar la lista de reproducción que había creado especialmente para el
viaje. Había elegido canciones alegres, y algunas que hablaban de futuros
brillantes y esperanzadores.
Eso era importante para asentar su ánimo: música y pensamientos
felices, y a comerse la autopista. A unos doscientos metros de salir, el
sonido de un claxon la hizo respingar, y el camión de mudanzas que llevaba
lo que sería su mundo material rebasó su Honda.
Ice conducía, y la sonrisa no podía ser más brillante. Suspiró y meneó la
cabeza. No tenía idea de lo mucho que la desestabilizaba, el jodido. Pero
sería por poco tiempo más.
No estaba habituada a manejar tanto, y eran al menos nueve horas de
trayecto, pero la emoción y la excitación eran altas y los planes se
acumulaban en su cabeza, por lo cual las primeras tres horas transcurrieron
rápidas.
No obstante, cuando se detuvieron para conseguir comida se sintió
aliviada. Ya el cansancio y aburrimiento se sentían, aunque no quiso decir
una palabra a Ice, que estaba echando mierda a Hulk y Tooth.
Se estiró, procurando llevar alivio a sus miembros acalambrados, y fue
cuando Ice la alabó por su sonrisa. Escucharlo le hizo sentir que una ola de
calor crecía en su pecho, como si las palabras fueran una medicina que se
vertía en una herida. En su orgullo, tal vez.
Llevaba tanto tiempo anhelando un gesto y palabras sentidas y bonitas.
Escucharle pronunciar halagos en su tono sureño y profundo, diciéndole
que era guapa y sexy, y que era digna de admiración. Tan necesitada que un
comentario sobre su sonrisa la hacía temblar. Se sintió enfadada, de
inmediato, porque su actitud era patética más que candorosa.
¿Por qué tenía que derretirse así? Empeoraba las cosas. Ella no
necesitaba su amabilidad, ya no. Necesitaba que él fuera desagradable y
malo, o displicente, como siempre, para poder reforzar su voluntad. Por ello
no le contestó ni una palabra, y se apresuró a ir a la tienda, a la segura
presencia de los otros dos hombres.
Aprovechó para blindar sus emociones y charlar sin sentido con Hulk
mientras compraba caramelos y otros pequeños bocadillos, y cuando se
sintió más como ella misma, regresó.
Necesitaba llegar a Portland tan rápido como pudieran. Nada de
detenerse ni hablar ni compartir emociones. Pero la sugerencia de cambiar
de choferes sonó lógica. Él tenía razón.
No tenía sentido sufrir un accidente por negarse a estar cerca de Ice. Y
viajar a su lado en el coche era muuuy cerca. Ms serían unas horas más.
Había pasado años ansiosa, expectante, furiosa, triste, revoloteando a su
alrededor. Podía tolerar un rato más.
Se concentró en pensar en cosas prácticas. Como lo que Tooth mencionó
sobre la idea de Fury de colocar cámaras en su nuevo hogar. A la aguda
indignación que la embargó al inicio, siguió la resignación. Estaba claro que
estos tres veían razón en las precauciones y seguirían las órdenes del
presidente a rajatabla.
Era una reacción exagerada de un hermano sobreprotector; y Fury era
así. Suspiró. Ella no le veía mucho sentido. ¿Para qué servirían las cámaras?
¿Para reconocer a sus asesinos o secuestradores?
Se estremeció y se dio una palmada en la cara. No pienses así.
Concédeles a estos moteros lo que quieren, Haz que los machos alfas se
sientan al mando. Y nadie te va a matar o secuestrar, deja el dramatismo.
Estarás bien.
La música y el azúcar de los snacks mejoraron su estado de ánimo, y
cantó alto y fuerte durante las dos horas siguientes, así que cuando
cambiaron e Ice cogió el volante de su Honda, se sentía confiada y
esperanzada. Nadie arruinaría sus esperanzas y la sensación de que éste era
el camino correcto.
Las siguientes horas demostraron que se había adelantado, y como la
montaña rusa que eran sus emociones, la llevaron a pique. Viajar al lado de
Ice y fingir urbanidad e indiferencia era una tortura. Una tortura.
¡Maldita sea! ¿Por qué olía tan bien? Su fragancia era embriagadora,
tanto que ella sentía la piel de gallina por todos sus brazos, y detrás de su
cuello. Era una sobrecarga sensorial porque su cercanía, el toque casual de
sus dedos en la rodilla de ella al hablar, su risa y su profundo rumor, la
ponían de los nervios y la excitaban.
Bajó la ventanilla para tomar todo el aire fresco que pudo, pero le costó
concentrarse y responder a su cháchara como si no le importara nada y todo
estuviera de maravilla.
—Sandy, no quiero que pienses que estoy en contra de que te mudes
lejos. Puede haberte sonado así, pero nada que ver.
—Okay.
—En realidad estoy contento de que vayas en pos de tus metas. Estoy
orgulloso de ti. Eres como una hermana para mí—le dijo.
Ah, una daga clavándose en su pecho debía doler menos, pensó, y miró
afuera, asintiendo.
—Gracias, Ice—contestó bajito, tan flemática como pudo.
—Solo... Tengo curiosidad...—lo miró y él tenía una ceja levantada—.
¿Por qué Portland? ¿Por qué ahora? Me refiero…
—Sé que piensas. Era más entendible años atrás, cuando podía haber
completado una carrera, o …
—No estoy juzgando ni…
—Lo sé. Es que…—¿Cómo explicar sin ser obvia? —. Siento que
necesito un nuevo comienzo en otro lugar. Lo he pospuesto demasiado
tiempo. Estuve muy cómoda, muy protegida, esperando…—se frenó.
Esperando a que me vieras, hubiese querido decirle. Esperando a que
dejaras de libar otras flores, a que entendieras que puedo ser… ¿Qué,
tonta? ¿La otra mitad que el destino le tiene guardada? No seas ilusa.
—¿Cuáles son tus planes?
—Vivir por mi cuenta. Conseguir un trabajo, hacer nuevos amigos.
Tener algunas aventura. Tal vez enamorarme—Para ello tengo que
desenamorarme de ti primero, pensó—. Estoy abierta a lo que el destino
quiera arrojarme a la cara.
—Podrías haber conseguido esto en Sacramento.
¡Qué insistente era el jodido!
—En realidad no lo creo—susurró ella.
—¿Por qué no? Estoy seguro de que...
—¿No crees que si eso fuera a pasar allí ya lo habría conseguido? —
gruñó ella.
¡Qué imbécil y ciego era!
—Quizás tú...
Lo interrumpió enfática, moviendo sus manos. Esta línea de
conversación no llevaba a nada útil o bueno.
—¿Sabes qué? Hablemos de otra cosa, o simplemente escuchemos la
música.
Ella no resistiría que él indagara en sus intenciones y emociones durante
las siguientes horas.
—Está bien, cariño.
—No me llames así. No me gusta.
—Es un término afectuoso. No...
—Sé lo que es. No soy analfabeta. Pero no me gusta. Lo usas en exceso.
Había un borde filoso en su voz, claramente sus celos haciéndose notar,
y se maldijo a sí misma. ¿Podría ser más obvia?
—Tienes razón, Sandy—contestó él, y Sandy vio con claridad su
intención de aplacarla.
Subió el volumen de la música, cerró los ojos y se puso cómoda,
echando el asiento hacia atrás. Estaba cansada y no necesitaba que él le
dijera lo que tenía que hacer. Ah, muy bien, perfecto. La canción adecuada
en el momento perfecto.
Selena Gómez tenía razón: la felicidad no es algo que se deba esperar
sentada. Cantó el estribillo de Dance Again como si estuviera en un
concierto.
Happiness
Ain't something you sit back and you wait for,
Mm—mm, ah—ah
Confidence
Is throwing your heart through every brick wall, Mm—mm, ah—ah
(La Felicidad
no es algo que te sientas a esperar
La confianza
es arrojar tu corazón a cada pared de ladrillo que tienes enfrente)

—Menudo espectáculo eres, cantando y moviéndote así—dijo él, y ella


lo miró con una sonrisa.
Su mirada oscura sobre ella era pensativa e intensa, y se centraba en su
boca. Ella desvió la vista, y se encogió de hombros.
—Me gusta la música. Soy bastante ecléctica, e hice esta lista de
canciones para animarme. Me sentía un poco... asustada. Es difícil dejar mi
vida atrás—susurró, en una confesión espontánea.
—A mí también me gusta la música. Y entiendo tu miedo. Dejar el lugar
donde uno creció y donde las raíces están es... difícil. Doloroso—murmuró.
Ella le observó, y dejó que la curiosidad se filtrara.
—Tú… Naciste en el sur, ¿no es así? Es obvio, por tu tono, pero…
Ella sabía poco de su pasado, con excepción de que estuvo en el Ejército
con su hermano. Él no mencionaba nada personal cuando charlaba, en
realidad. Su conversación solía ser liviana, plena de chanzas. Sí, también
sobre el trabajo de la agencia o los asuntos del club, pero nada personal.
Nada que contara cómo era él, qué pensaba o creía.
—Nací en Carolina del Norte. Mi familia vivió por generaciones allí.
Era muy pequeña. No dejé a nadie atrás cuando me mudé, empero. Mi
abuela murió mientras yo estaba en Irak. Ella era la única que me quedaba.
Su voz sonó sin inflexiones, metálica, pero su rostro no era inexpresivo.
Hubo algunas líneas marcándose en su faz al hacer un gesto con su boca
que lo delataron.
—Lo siento, Ice—dijo ella y le apretó la mano en un movimiento de
confort espontáneo.
Él la miró y dibujó una sonrisa, una que a juicio de Sandy costó más
armar, y era diferente de las habituales, porque no alcanzó a sus ojos.
—Está bien, cariño... Perdón, mi error. Sandy.
Le guiñó un ojo y Sandy puso los suyos en blanco.
—Así que ese acento sureño tan sexy es de Carolina del Norte—dijo
ella.
—Ohhh—se llevó una mano al corazón y rio abiertamente—. No lo
puedo creer. Te surgió un halago, este día debe ser anotado. Piensas que soy
sexy, ¿eh? Me siento reconfortado.
Ella se sonrojó y se maldijo por el desliz.
—No es como si no supieras que muchas lo piensan. Tu ego debe estar
bastante inflado a estas alturas. Tantas muescas en la cabecera de tu lecho.
Trató de no mostrar cuánto le molestaba esto. Lo que le había dolido
cada vez que una Conejita se colgaba de su brazo y lo besaba y acariciaba
como si le perteneciera. No pocas veces enrostrándole con suficiencia que
lo tenía. Esas zorras eran desagradables. No todas, por supuesto.
—Sé que piensas que soy un mujeriego sin remedio—dijo él, mirando
adelante —Pero solo soy un hombre solitario.
—Un hombre solitario y cachondo—añadió ella.
—Ahí me has pillado. ¿Pero sabes qué? Ellas no significan nada. Son
solo... una liberación. Unas horas de diversión. No me llenan el alma.
Sonó sincero, y lo dijo en tono bajo, como para sí. Era la primera vez
que le escuchaba decir algo así, que hablaba con ella con sinceridad y
profundidad.
—Es un poco triste, ¿no crees?
—Lo es—Se encogió de hombros, y sonrió—. Pero bueno,
¡animémonos! Estás a horas de empezar tu nueva y emocionante vida. No
destroces mi autoestima haciéndome ver que la mía está vacía—Se rio, y
luego dio un respingo—. ¡Oh, mierda! ¿Viste eso? Hulk casi choca con el
coche gris. ¡Ese gigantón es una amenaza sobre ruedas!
Tocó el claxon varias veces y el brazo de Hulk se asomó por la
ventanilla, el dedo mayor en evidente gesto de insulto. Ambos rieron, y
Sandy sintió que el clima se distendía.
Tardaron dos horas en arribar a Portland, y otra más en llegar a su nuevo
hogar, y la conversación fluyó sin más profundidad, y hubo silencios largos,
pero no molestos. Llegar a la zona y apreciar el que sería su nuevo hogar la
llenó de excitación, y se concentró en mirar con atención.
El vecindario parecía agradable, y varias casas pintadas en alegres tonos
rodeaban el edificio donde estaba su apartamento. Este era encantador. Lo
había visto bien en las fotos, pero en persona le impactó gratamente. No
podía ocultar lo emocionada que se sentía y apremió a los tres para que
bajaran sus pertenencias.
Estos se movieron con eficiencia, pero tardaron un buen rato en bajar los
muebles y desembalar sus cosas, además de colocar las cámaras. Estaba ya
anocheciendo cuando por fin terminaron.
Sandy estaba en el proceso de pedir pizzas y bebidas por una aplicación
cuando un golpe en la puerta los sorprendió. Ice abrió y una mujer menuda,
de cabello entre rubio y pelirrojo, y con curvas marcadas le sonrió desde el
vano de la puerta, y luego saludó a Sandy.
—¡Hola! Bienvenidos. Soy Lora. Soy tu vecina. Quería ser la primera
en darte la bienvenida. Hablamos por teléfono, estoy...
—¡Oh, hola, Lora! —se acercó—. Encantada de conocerte en persona.
Chicos, Lora es la prima del dueño de este apartamento.
—Hola, Lora. Un nombre muy dulce—dijo Hulk, acercándose y dedico
a la chica su más amplia sonrisa, pero Lora se sonrojó y dio un paso atrás.
—No te dejes impresionar por el tamaño de Hulk, Lora. Te prometo que
es inofensivo. Son los amigos de mi hermano Sam, y pertenecen a un club
de moteros, los Reyes. No hay que dejarse llevar por la apariencia, son de lo
mejor. Familia. Me están dando una mano con la mudanza. En verdad, lo
han hecho todo—rio—. ¿Te gustaría entrar?
Miró a su alrededor. Todo estaba en proceso de armado.
—Oh, no, no, está bien. Acomódate, tendremos mucho tiempo para
hablar. Estaré al lado cuando me necesites. No dudes en preguntarme lo que
quieras.
—¡Muchas gracias! Lo haré. Voy a necesitar una amiga en la ciudad.
Estoy por mi cuenta.
—Cuenta conmigo, Sandy. Me encantará ayudarte, y una amiga no me
viene nada mal—sonrió dulcemente Lora.
Saludó y se retiró, cuando Sandy cerró la puerta no pudo evitar reír ante
la cara de Hulk, que parecía alelado.
Había dicho la verdad cuando lo describió. Era tan gentil como enorme.
—Creo que me he enamorado, Sandy. ¿Puedo quedarme aquí hasta que
esa hermosa dama me corresponda y le pueda pedir la mano?
—Pobre bastardo. Parece flechazo—rio Tooth, e Ice asintió con la
cabeza con una sonrisa enorme plasmada en su rostro.
Un buen rato más tarde la comida llegó, en abundancia, porque Sandy
conocía lo que consumían. Cuando llegó la hora de despedirse la abrazaron
con cariño, deseándole lo mejor y repitiendo sin parar que se comunicara,
que ante cualquier peligro los llamara, y dándole consejos.
Ice fue el último después de besar su mejilla y sonreírle. Esperó a que
desaparecieran y cerró la puerta y apoyó la frente en la madera. Había
llegado la hora de la verdad. Estaba sola, por su cuenta. El amor de su vida
se había ido y ella estaba aquí para olvidarlo y conseguir uno nuevo.
OCHO.

2 meses después

Ice no entendía qué le estaba pasando, pero no era agradable. Estas ocho
semanas transcurridas desde que dejó a Sandy en Portland habían sido de
desasosiego, además de que parecieron arrastrarse y ser eternas. Eso a pesar
de que el trabajo no era poco; por el contrario, su tiempo estaba bien
ocupado.
¿Por qué sentía como si la partida de Sandy hubiera marcado un antes y
un después? Al fin y al cabo, no eran más que conocidos del club. Más que
conocidos, bueno, pero el punto era que él sintió el impacto de su adiós
cuando su puerta se cerró tras él, Hulk y Tooth.
El sabor amargo de la despedida no se diluyó durante todo el viaje de
vuelta, y el malhumor consiguiente lo sufrieron sus compañeros, que
terminaron por decirle de todo menos que era buen mozo.
Cuando llegaron de vuelta a Sacramento, estaban hartos, y pasaron
varios días hasta que pudo ver a Hulk sin que se pusiera de malas. Como si
el gigantón tuviera algo que ver con su ánimo.
Uno que no mejoró con los días. Se sentía cansado e inquieto, incluso
malhumorado, y esto era un shock. Él era conocido por su buen
temperamento, era fácil de llevar; solía fluir con la corriente.
Estos días, no obstante, eso no se le daba, y su ánimo solo mejoraba
cuando se sentaba frente a las cámaras de la sala de control de la agencia de
seguridad, a altas horas de la noche.
La verdad es que no se reconocía. Se había convertido en un acosador,
esa era la definición que mejor se ajustaba a su accionar. Era espeluznante,
pero cierto. Había desarrollado una adicción, y no sabía cómo desprenderse
de ella.
Había empezado por curiosidad, o por preocupación amistosa, eso se
dijo a sí mismo. Eso había mutado, y se había convertido en una necesidad
visceral. Necesitaba ver a Sandy, saber cómo estaba, comprobar con sus
ojos que volvía a diario a su casa, sana y salva.
No era saludable ni inteligente; lo entendía perfecto. Todos habían
encajado la marcha de Sandy con madurez, manifestando su alegría por lo
que consideraban que era una seña de crecimiento. Incluso Fury se estaba
tranquilizando por la marcha de su hermana, y preguntaba por la
videovigilancia una o dos veces por semana.
Las viejas, en particular Betty y Susan, estaban en estrecho contacto con
ella; e Ice lo sabía y rondaba cerca de ellas cuando estaban en la sede del
club, atento a cualquier detalle cuando hablaban de ella.
Así fue como se enteró de que había conseguido trabajo en una librería y
de que había salido de compras con Lora. Había investigado a fondo los
antecedentes de la damita vecina, y lo que había encontrado la mostraba
como una buena chica.
No tenía antecedentes penales, su familia estaba limpia, y de hecho su
padre era pastor. Tenía un trabajo aburrido de 9 a 5. No había peligro para
Sandy con ella. Por el contrario, y le alegró.
La intención de Fury de que se revisaran las grabaciones para ver si
detectaban alguna amenaza sobre su hermana era sana. No pretendía ser una
vigilancia veinticuatro horas ni involucrarse con su intimidad. Pero él de
algún modo transformó la herramienta y la puso al servicio de una creciente
obsesión.
Una que lo comenzaba a preocupar, por lo intensa y sin sentido, pero
que no parecía capaz de domar. ¿Qué te pasa? Apaga el monitor. Vete a
dormir, deja de mirarla. No tienes derecho a invadirla así. Todas esas frases
sonaban fuerte y claras en su cerebro, pero no lo detenían.
Todas las noches, luego de que el personal de la agencia se retiraba,
Hustle incluido, se sentaba a pasar las cintas y verla. Observaba con
atención su expresión al retornar del trabajo, la ropa que vestía, sus gestos.
Las cámaras colocadas monitoreaban el vestíbulo y el exterior del
edificio, y por tanto veía sus salidas y sus llegadas. El rastreador de su
colgante le decía dónde había estado, y hubo varias oportunidades en las
que la ubicó.
Viernes y sábados, para ser honesto, para saber adónde iba. Se dijo que
era necesario, pero… En rigor, estaba comportándose como un acosador
invisible. Espeluznante, otra vez.
Esta noche se sentía particularmente inquieto, y la razón era lo que había
escuchado decir a Betty. Sandy tenía una cita, eso le dijo a Fury, que había
torcido el gesto y no había evitado enviar un mensaje sugiriendo cuidado
¿Con quién iba a salir? Dos meses no era nada de tiempo para conocer a
un hombre en profundidad. ¿Habría usado una aplicación de citas? La
posibilidad lo hizo encajar los dientes. Eso era peligroso, potencialmente.
Además de que la mayoría de los hombres en ellas no buscaba más que
diversión de una noche.
Esta era la razón por la que la lejanía era tan mala. ¿Cómo la
protegerían? Si ese hombre era peligroso, si le hacía daño, o la drogaba y...
Apretó los dientes. ¿Cómo podía evitarse que algo le ocurriera?
No es tu misión protegerla, imbécil. Apenas le prestaste atención
cuando estaba aquí. ¿Por qué te importa ahora? Además, ¿por qué pensar
siempre en lo malo? Hay muchos hombres honestos por ahí. Tú estás
obsesionado. Eso era. Se bebió su whiskey y le ladró a Mathew para que
trajera otro.
—¿Qué ocurre, Ice? Pareces molesto—dijo Hustle, sentándose a su
lado.
Sintió sus ojos sobre él y se negó a mirar al Sargento de Armas. Este era
observador y lo conocía bien, demasiado bien. Habían sido años de
misiones juntos, de luchar y protegerse, de confesiones. No quería decir
algo de lo que se arrepintiera luego. Si no tenía idea de qué cuernos le
pasaba.
—Estoy bien. Cansado. El gerenciar las patrullas además de llevar los
libros y las reuniones con los clientes de la agencia me está pasando factura.
Nada que unas noches de sueño no quiten.
No estaba siendo deshonesto. De verdad había mucho trabajo, pero este
iba muy bien. Los equipos conformados estaban funcionando
correctamente, los moteros de los Reyes y los Caballeros cada vez más
aceitados. Los frutos se evidenciaban, porque varios delitos habían sido
frustrados exitosamente.
Se había llegado a tiempo para impedir un asesinato, frustraron cinco o
seis robos, frenaron un intento de violación y habían encontrado pruebas de
tráfico de drogas que fueron enviadas a la policía.
Pero no era toda la explicación. No. Dormía poco, descansaba mal.
Estaba todo el día preocupado. Y por el amor de Dios, no había follado a
nadie en semanas. Este no era él, no. Y no había razones certeras para su
estrés. O si las había, estas se negaban a revelarse. ¿Sería que necesitaba ir
con un loquero?
—Sé que eso es verdad. Y estoy muy conforme con lo que has logrado.
Lo mismo Fury. Pero…—Hustle tamborileó en el mostrador e Ice lo miró.
El Enforcer tenía la vista fija en él, inexorable—. También sé que estás
acechando a Sandy—soltó sin elevar la voz y como si fuera algo normal—.
Dime qué pasa.
Ice tragó saliva, impactado por lo directo de la pregunta y actitud. Luego
suspiró. Este era Hustle, así era él. No había sutileza ni vueltas con él.
Como había creído que se le iba a escapar lo que hacía, era absurdo.
Se revolvió el pelo en un gesto nervioso. Hustle había preguntado en
tono bajo y con calma, y si no le daba una buena explicación, estaba jodido.
Y la realidad es que no tenía una.
—No pasa nada—suspiró—. Es que... estoy preocupado por ella.
Portland es una ciudad conocida por su peligrosidad, y ella está sola.
Deberíamos preocuparnos más; es uno de nosotros. Las estadísticas dicen…
—Ella es de los nuestros—asintió Hustle—. Pero eligió irse y hacer su
vida allí. Es necesario respetar eso. Y no me jodas ni me trates de tonto. Lo
que tú haces... Es intrusivo, tío.
—¡Lo sé! —estalló y luego bajó la voz porque vio que varios hermanos
los miraban. —¿No crees que no veo que estoy actuando como un tonto?
¿Cómo un jodido acosador? Pero...—sacudió la cabeza—. No entiendo lo
que me pasa, Hustle—dijo—. Es superior a mí. Necesito ver que está a
salvo.
—Oh, carajo—Hustle sacudió la cabeza y luego lo miró con fijeza—.
Siempre supe que te gustaba ella.
—Eso es obvio. ¿A quién no le gustaría? Es un encanto.
—No te hagas el listo conmigo. Yo la quiero, es como una hermana para
mí. La conozco desde que era una niña. Era una bebé cuando Fury y yo
deambulábamos por el vecindario buscando riña. Tú… Es distinto. A ti te
gusta como mujer. Lo vi desde el inicio. Siempre pensé que la ibas a
invitarla salir algún día, que habría una relación entre ustedes.
—¿Qué? ¿De dónde sacaste eso, joder? Nunca me pasó por la cabeza el
jugar a las casitas con ella. ¿Salir con ella? Eso es absurdo—negó con más
firmeza de la que sentía.
—¿Por qué no? Ella se merece eso y más.
—¡Se lo merece todo! De eso se trata, precisamente. ¿Qué podría darle
yo? Soy un desastre. No tengo familia. Soy un hombre sin aspiraciones.
Alguien que hace de las relaciones efímeras su objetivo. Y ella es la
hermana de mi presidente. Quiero a Fury, y lo sabes bien. Nunca, nunca le
fallaría y le faltaría el respeto—anunció con pasión.
—¿Por qué le fallarías a Fury por tener una relación con Sandy?
Hustle se encogió de hombros. El hombre era un bastardo estoico, e Ice
lo respetaba y lo quería, pero no siempre lo entendía. A veces parecía
indiferente y ajeno a todo, otras, como ahora, era el epítome de Cupido.
—Nunca expondría a Sandy a mi inestabilidad. Soy el producto de un
hogar terrible. Mis padres siempre estaban peleando, faltándose al respeto
hasta que murieron. Mi abuela me crio con amor y orgullo, pero no tengo
nada. Ella se merece algo mejor.
Hustle le miró fijamente sin hacer ningún gesto. Tenía que reconocerlo:
nada parecía afectarle. Excepto Ava, y su futuro hijo. Pero no había lástima
en él, no lo compadecía, y eso era un alivio. No tenía intención de gritar su
mierda en voz alta, pero se sentía al límite.
Tal vez había guardado esos sentimientos durante tanto tiempo que
habían impregnado cada una de las decisiones que había tomado desde que
vino del frente. El impacto de estar solo, de la muerte de su abuela, había
sido mucho. Se veía a sí mismo como un perdedor, un hombre triste y
solitario que no tenía nada que dar.
Así que utilizaba una fachada: una amplia sonrisa y un humor
despreocupado que encantaba a la gente de alrededor. Pero, como un
hechizo, duraba poco tiempo, y él sentía que no podía mantener una
relación larga sin corromperla.
—Creo que te equivocas, Ice. Cálmate y deja de acosar a Sandy. Nivela
tu cabeza. Tienes que darte tu justo valor, Ice. Los demás lo hacemos.
—Los demás ven lo que les muestro. Por dentro no me siento valioso.
—Es increíble—suspiró Hustle—. Que sea yo el que deba
psicoanalizarte, pero bueno… Mira, demostraste en Irak tu fortaleza y
empatía. Lo demuestras en el club, cada día. Y tienes mucho. Tienes una
familia, Ice. Eso somos. Tienes un trabajo, y eres jodidamente bueno en él.
—Ah, cabrones, llegué justo. Me encantan las sesiones de terapia—
Baldie se acodo a su lado, una sonrisa gigante en su rostro, e Ice rodó los
ojos. Lo que le faltaba—. Ice, viejo, te quiero. Mereces amor—Lo abrazó, e
Ice lo empujó, pero los tres rieron.
—No sé qué carajos harás, pero hay detalles que los demás sabemos
bien. Como el hecho de que Sandy está enamorada de ti.
—Por favor, ella apenas me toleraba.
—Joder, mira que eres cateto—dijo Baldie—. El hecho de que hayas
ignorado la forma en que Sandy te miraba no me entra en la cabeza.
—La tienes dura, eso hay que decirlo—gruñó Hustle, y Baldie ni se
inmutó, y se marchó orondo a sentarse con las viejas.
Hustle retomó la conversación.
—Saca la cabeza de tu culo y ve a buscarla. O no, pero vive con eso y
déjala en paz—se incorporó y se dirigió a su mujer, que le esperaba con el
resto de las damas.
Ice suspiró. El Sargento de Armas era tan sutil como un cadenazo en los
dientes. Pero tenía buenas intenciones, Ice lo sabía. No diría una palabra si
no le importara, e Ice sintió un calor en el pecho. Estos hombres, este club...
Eran su hogar. Miró a las viejas y vio que le miraban, así que levantó su
copa y les sopló un beso.
Tomó lo que restaba de su bebida, y decidió que era hora de ponerle fin
a la noche por acá. Salió de la sede del club con prisa. No, no estaba en él
dejar de preocuparse por Sandy.
Tenía que averiguar dónde estaba y si había vuelto a su apartamento esta
noche. Ella tenía una cita. ¿Y si ella consideraba que ese tipo merecía más
de una noche? ¿Si le daba por pensar que era el adecuado, el hombre de sus
sueños?
Las citas eran una lotería, pero algunas personas tenían suerte. Hustle
tenía razón. Tenía que sacar la cabeza del culo y dejar atrás sus miedos.
NUEVE.

Sandy terminó de colocar los libros en las estanterías y revisó el


catálogo con atención. Listo, eso era todo. Las novedades estaban
correctamente en exhibición, las compras realizadas online habían sido
enviadas, y no había clientes deambulando por los pasillos de la librería.
Corrió hasta la puerta principal y dio vuelta al cartel para que fuera
obvio que estaba cerrado y ningún cliente de último minuto se colara.
Suspiró y se estiró, procurando que su espalda se alargara. Hora de irse. Era
viernes de tarde, y hoy se sentía doblemente entusiasmada.
Era su día preferido, desde siempre, pero, además, tenía una cita. Una a
ciegas. Las citas le daban repelús desde siempre, pero tenía que conocer
gente nueva. Estaba en Portland para eso, ¿no?
Hasta ahora había hecho dos amigos. Lora, la primera, y era afortunada
de tenerla a dos pasos de su apartamento. El otro era Andy, el dueño de la
librería, que era un encanto.
Amable y generoso, un hombre de mediana edad amante de la literatura
que la había contratado en un abrir y cerrar de ojos sin dudar. Decía tener
una intuición especial con las personas y que vio la bondad en ella. Esto era
bueno, porque sustituyó su falta de experiencia.
Le dio un trabajo a tiempo completo, lo que era una novedad que le vino
bien, porque tenía mucho tiempo de su día por llenar. En Sacramento gran
parte de su semana la pasaba en el entorno del club. Sin este en su día a día,
sin las chicas, sin sus padres, sin el camión de tacos, había huecos que eran
difíciles de completar y le provocaban ganas de llorar.
Por ello agradecía a Andy y se le había ofrecido para hacer horario extra
en más de una ocasión, en especial cuando este tenía algún plan. Estaba
bien, no se quejaba. Se había adaptado, tenía una casa, una labor, ganaba
dinero suficiente para lo básico.
Estaba contenta, aunque apostaba a más. Por ello esta cita era
importante. Era el primer paso para sumergirse en la búsqueda de su
hombre perfecto. Había descargado varias aplicaciones de citas y había
abierto su perfil.
Tomarse una foto que fuera adecuada le llevó un rato, escribir sus
intereses. Y luego se dedicó a explorar, tanto que el dedo le quedó cansado
de pasar perfiles. Había muchos hombres, pero ninguno le había llamado la
atención todavía.
Y los mensajes que recibía… Puf. Algunos tontos, otros francamente
groseros. Y no faltaron las tomas en primer plano de penes. Caray, entendía
que algunos tuvieran muy en alto su amor propio, pero nada había más
desestimulante, más des—erotizante que una imagen no solicitada de una
salchicha humana, no importaba cuan grande fuera.
Lora escuchaba sus quejas y toleraba su fastidio con la paciencia de una
verdadera amiga, y eso afianzó su vínculo. La mujercita tenía dos años más
que ella, y era bastante tímida, pero también decidida. Le comentó que su
primo tenía un amigo de la infancia, un hombre bastante agradable que
podría interesarle.
—Sin garantías, Sandy—le comentó—. Ha sido siempre muy atento y
educado, y sé que es de confiar.
Sandy aceptó sin dudar. Convenció a Lora para ir de compras en pos de
un atuendo adecuado para la ocasión. Joder, esta lo ameritaba. Fue muy
divertido y le recordó los tiempos en que salía con las viejas en Sacramento,
lo que también le hizo picar el bichito de la nostalgia.
Las echaba mucho de menos, la verdad. Estaban en contacto constante a
través de mensajes, videollamadas, o audios, pero no era lo mismo.
Hablaban y cotilleaban de todo, porque no quería perderse nada de lo que
ocurría a la distancia. Mas no preguntaba por Ice, y ellas tampoco le
hablaban de él.
No quería ser consciente del inexistente impacto que su ausencia había
causado en el Capitán de Ruta o incluso en el resto de los hombres. La haría
llorar y arruinaría lo que estaba logrando.
Cerró el local y caminó sin prisa para llegar a su apartamento. Otra de
las fortalezas de su empleo: la librería estaba cerca de su edificio, lo que era
excelente. No necesitaba mover su Honda Civic.
Se bañó frotándose con aceites esenciales, se depiló las piernas, porque
nunca se sabía lo que podía pasar, bueno o malo. Las palabras de su madre
eran claras: lleva siempre bragas limpias y sanas, por si las dudas.
Se pintó las uñas de pies y manos con un esmalte rosa bebé. Después, se
vistió con la falda lápiz y la blusa que había comprado, combinándola con
unos bonitos tacones. Lora estaba tan excitada como ella y la ayudó con el
maquillaje.
El resultado fue mejor de lo que esperaba. Hizo muecas frente al espejo
y sonrió. Se sentía hermosa, y esto era una inyección de entusiasmo. Tenía
una noche por delante para divertirse y conocer a alguien. Fuera como
fuera, todo estaba bien.
—Estás guapísima, Sandy—dijo Lora—. Ahora, trabajemos en tu auto
estima. Repite después de mí: soy una mujer asombrosa, inteligente, y voy a
sorprender a este tipo. Comerá de la palma de mi mano cuando la noche
termine.
Sandy se rio y repitió cada palabra con confianza. Reforzamiento
positivo, estaba en sintonía con eso.
—Gracias, Lora—la abrazó—. Me alegro tanto de haberte encontrado.
Y de que seas mi amiga. Estaría sola y triste de otro modo. Probablemente
bebiendo vino, y quizás con un gato o dos. Seguro que no tan bien portados
como tu Sr. Jones, pero…
Lora adoraba y reverenciaba a su gato. Las dos se rieron.
—Oh, Sandy. No sabes cuánto me alegro de que hayas venido a
Portland. Estaba bastante sola, ya ves. Ahora podemos compartir nuestra
soledad hasta que consigamos los hombres que nos merecemos. ¿Quién
sabe? Quizá este sea el adecuado para ti.
Sandy asintió y apartó el pensamiento intruso que le decía que el
correcto vivía en Sacramento, pero no la quería. No, nada de eso. Ice no
tenía permitido vivir en su cabeza aquí. Ice no era para ella. Lo había
entendido y le parecía bien.
Condujo hasta el restaurante donde habían quedado de encontrarse y se
sorprendió cuando la camarera le dijo que Sean, así se llamaba, ya estaba
ocupando la mesa. Ambos habían arribado temprano, eso era una buena
señal, pensó. Interés.
El hombre que la recibió, incorporándose con gentileza, era apuesto y
tenía una sonrisa muy agradable. Cortés, se presentó y la besó en la mejilla
sin tomarse licencias, y luego le acercó la silla. Un perfecto caballero.
A ella le pareció muy atractivo. Alto, más o menos metro ochenta, con
ojos azules cálidos, el cabello castaño oscuro corto, y de complexión
decente, vestía un traje a medida.
Era conversador, y eso se notó de inmediato, porque tomó la posta de la
charla sin esfuerzo y la hizo sentir cómoda, sin aplastar su conversación ni
dominarla. La cita fue perfecta de principio a fin, tal y como se supone que
deben ser.
Él le preguntó sobre su vida, su trabajo, sus gustos y disgustos, y le
contó sobre él. Parecía interesado. Realmente interesado. Le habló de su
trabajo y de su familia. Le mostró fotos de sus perros y de sus sobrinos, le
habló sobre la música, las películas y los libros que prefería.
Ella trató de seguirle, de ser tan encantadora como él, pero al final de la
comida estaba… aburrida. Hizo su mayor esfuerzo, le reconoció el suyo,
pero no sentía que hubiera química. Era perfecto, al menos la primera
impresión lo aparentó, pero no era el hombre para ella. Suspiró, fastidiada
con ella misma.
—Te estoy aburriendo—dijo él con una sonrisa amable, y ella se
sonrojó.
—¡No, no, no es así! —contestó con vergüenza—. Hoy he tenido un
largo día de trabajo y me siento un poco cansada.
—Entiendo. Eres una mujer muy hermosa, Sandy.
Le acarició la mano, y ella sonrió, pero la retiró y la puso en su regazo.
—Gracias. Eres un caballero, y esta cena fue excelente. Lo has hecho
todo bien...
—Pero si te digo de salir otra vez, probablemente no estés interesada—
dijo él con expresión resignada—. Puedo ver que tu corazón no está aquí.
—Me disculpo si te parezco mal educada. No eres tú... Vale, no diré esa
frase tan manida. Aunque es cierto. Creo que no estoy preparada para salir
con alguien. Ni siquiera sé si lo estaré algún día.
Resopló, frustrada. ¿Qué era esto? ¿No había acordado consigo misma
que haría lo necesario para cambiar? Carajo, que modo de boicotearse.
—Bueno, no sé qué te ha pasado, pero te aseguro que el tiempo lo cura
todo. Lo sé—levantó las mano—otra frase manida, pero es verdad.
—En realidad no pasó nada—suspiró—. Es que… Hay un hombre…
Alguien en quien no puedo dejar de pensar, a quien no puedo dejar atrás.
—¿Quieres decir que amas a un hombre y él no lo sabe? ¿O que él no te
ama?
Había interés y simpatía en su mirada y en su voz, y por eso continuó
contándole. Después de todo era un desconocido y no creía que la juzgara.
—Creo que ambas cosas son correctas y pintan acertadamente el cuadro
—asintió ella.
—Pero no estás segura, y esto está jugando con tu cabeza.
—No. Sí—suspiró—. No sé. Tengo dudas. Dejé Sacramento y mi
familia por él. No, no, eso no es justo—se corrigió—. Fue por mí. Vine aquí
buscando un nuevo comienzo.
—Bien, entiendo. Aunque… Si me permites…—la miró esperando
algún gesto, y ella asintió—. Me parece que no lo estás dejando atrás. De
hecho, él está en tu cabeza y en tu corazón, y hasta que intentes
arrancártelo…
—¡Lo hice! —dijo ella—. Me concienticé de que me aferraba a una
utopía, decidí mudarme, venirme lejos… Me moví hacia adelante.
—¿Lo hiciste? Físicamente, sí, pero mentalmente no lo has hecho.
Tienes que esforzarte más. Sal, diviértete, métete en líos. Baila, conoce
gente. ¿Lo has hecho?
—Es la primera vez que salgo en los dos meses que estoy aquí—
reconoció.
—Bueno, es un comienzo. Acepto que no somos una buena pareja. Pero
tienes que empezar a tratar con más brío, niña—sonrió.
Ella lo pensó y sonrió. Él tenía razón, y así se lo dijo. Charlaron un poco
más y luego se despidieron sin dramas, lo cual fue un alivio. Llegó a casa
con su primer cita contándose como un fracaso, desde una perspectiva
sentimental, pero era un buen comienzo y había pasado un buen rato. Y
había afirmado su resolución de continuar en el mundo de las citas.
Llamó a la puerta de Lora y esta le abrió con algarabía, ansiosa por
saber los detalles de la salida. Se sintió un poco decepcionada cuando le
contó que no habían conectado a un nivel romántico, pero cuando Sandy le
manifestó que se había afirmado en su intención de salir mucho más, Lora
le dijo que se apuntaba.
—Visitaremos todas las discotecas y bares que estén en el candelero,
Lora—dijo Sandy. —¿Pero sabes qué se me antoja de verdad? Dirás que
estoy loca, pero echo mucho de menos el ambiente del club de moteros en
el que me crie. Mañana buscaremos un bar aquí en Portland donde se
respire el espíritu motero.
—¿Estás segura? —respondió Lora con duda en sus ojos.
Lo entendió, pero estaba decidida. ¿Qué podía ir mal? No estaba
hablando de ir a la sede de un club, ni se le ocurría. Nada de eso. Pero un
bar, para ver chaquetas de cuero, motocicletas, escuchar rock, eso era
viable.
Sean tenía razón. Tenía que coger el toro por los cuernos, y salir,
disfrutar, conocer a nuevos chicos. Tardó dos meses en darse cuenta, pero
tenía la mente clara en este momento y eso era lo importante.
—Estoy segura. Ven a mi apartamento y tomemos un poco de vino.
Buscaremos un lugar agradable para visitar mañana por la noche.
Tendremos que buscarte otra ropa—la miró críticamente—. Ese look de
ratón de biblioteca no funcionará.
—¡Ey! Bien, sí, tienes razón.
Lora tenía predilección por sus pantalones deportivos y sweaters
extragrandes.
—Soy una mujer que prácticamente vivió dos tercios de su vida en un
club de moteros. Confía en mí.
—Lo haré. Dime, ¿debería llevar una chaqueta de cuero? Me encantan.
—¿Tienes una?
—No, pero quiero una.
—Mañana por la mañana vamos de compras. Joder, se me va a ir el
salario en estas salidas.
—No exageres. ¿Crees…? ¿Crees que no desentonaré? —inquirió con
algo de ansiedad, y Sandy asintió.
—Claro que no. No te inquietes. No es que vamos a meternos en el
medio de ellos. Vamos a sentarnos en una mesa, tranqui, a disfrutar de
bebidas y del ambiente. Será bueno para mí, porque estoy extrañando, y
también para ti, por lo novedoso.
—Nunca me he subido en una moto—dijo Lora, pensativa.
—Pues yo… Durante muchos años soñé con estar en el asiento trasero
de la moto del hombre que...—Se interrumpió—. Es todo un tema en el
seno de un club, ¿sabes? El asiento trasero de una motocicleta es exclusivo
para la vieja de un motero. Para su amor. Me equivoqué de cabo a rabo.
Joder—se le ocurrió—. ¿Por qué no pensé en comprarme una motocicleta?
—¿Porque soñabas con el hombre y no con la motocicleta? —preguntó
Lora.
—¡Brillante que eres! —le sonrió.
Luego vertió vino en sendas copas y se abocaron a buscar información
en la red. Había varios clubes, era cuestión de ver cuál les convenía. No se
trataba de caer en el corazón de uno lleno de moteros criminales. Podría
preguntarle a Fury, pero se alarmaría, y prefería experimentar.
DIEZ.

Ice tuvo la sensación de que se congelaba, su garganta seca y sin


posibilidad de formar palabras, prácticamente babeando ante la imagen que
estaba contemplando. La grabación era de la cámara externa del edificio de
Sandy y databa de algunas horas atrás.
Era paralela en el tiempo a su estancia en el bar de club, cuando se
enteró de la cita para la que evidentemente estaba vestida. ¡Y cómo! La
imagen la mostraba saliendo del edificio a las siete de la tarde, sonriendo y
hablando con su vecina, Lora.
Parecían superdivertidas, compinches, y eso era bueno. Una amiga en un
sitio nuevo era el soporte necesario para hacerla más fácil. Pero no estaba
en condiciones de pensar en el éxito de su adecuación a Portland, no cuando
ella vestía así. ¡Joder!
El conjunto que vestía, o mejor era decir abrazaba su figura, dejaba a las
claras que Sandy estaba para comer. Cada curva de su cuerpo era
suavemente trazada y resaltada por el atuendo, y no porque este fuera
revelador o deliberadamente sexual, nada de eso.
De hecho, era elegante y femenino, no mostraba más piel de la
necesaria, pero ponía en vergüenza a las casi desnudeces de las zorras del
club. La más exuberante de las Conejitas en micro-tanga, corpiño y botas
altas no tenía nada que hacer ante la sensualidad arrolladora de Sandy en
una ajustada falda que terminaba sobre la rodilla.
La prenda tubo o lápiz creía que se llamaba, pero podía equivocarse y le
valía madre, envolvía las curvas de sus caderas y su culo como una segunda
piel, y su erección fue instantánea. ¡Manda huevos! Estaba duro como un
bate por una imagen en el éter.
¿Cómo era que no había visto a Sandy vestir algo así en Sacramento?
Tan revelador, tan sexy. Tenía curvas por días. Podía avergonzar a cada
mujer con la que él había estado, se dijo. La blusa exponía una cantidad
decente de escote, sin exagerar, y se podían adivinar sus pechos grandes y
pesados. Unos que seguro se derramarían alrededor de sus manos.
Se lamió los labios, su garganta seca y su polla en alerta máxima, de
modo que sus jeans parecían una tienda de campaña. Cachondo como pocas
veces solo de mirar a aquella mujer tan asombrosa. Estaba bien jodido.
¡Cálmate, imbécil! Es Sandy, no puedes… No debes ponerte así. Es la
hermana de Fury, es… La más sexy de las mujeres. Increíble, una diosa. Su
mano se posó en su miembro y lo apretó, y la mezcla dolor y placer lo
centró, levemente.
Claro que ella no habría usado algo así en Sacramento. Fury la hubiera
mandado a tomar por culo, directo de regreso a su casa para que se
cambiara. Su hermano era protector y guardabosque, y bien por él, pensó.
Si alguno de los bastardos del club la hubiera mirado con lujuria él habría…
Tú nada, Ice. Tú no eres nada suyo. Pero viéndola así, ahora… ¡Cómo le
hubiera gustado!
Adelantó la imagen, frenético, queriendo saber a qué hora y con quién
regresaba. Farfullo entre dientes, aliviado, cuando la imagen de la hermosa
apareció nuevamente, dos horas más tarde. Ella volvió temprano en la
noche. Y llegó sola, conduciendo su Honda.
Suspiró dejando salir el aire que no había sido consciente de estar
conteniendo. Luego sonrió. Quien fuera el cabrón con el que había tenido la
cita, no había sido afortunado. Seguramente no había estado a la altura.
¡Eres idiota! Sintiéndote aliviado porque ella no pasó la noche con otro.
¿Vas a estar frente a las pantallas cada vez que escuches de una cita,
observando como sale y rogando que no encuentre un hombre que le guste
de verdad?
Por lo que sabía, no podía afirmar que hoy hubiera ido mal. Era la
primera salida; la gente normal daba pasos antes de llevar las cosas al
siguiente nivel. No era así en el club porque había suficiente coño gratis y
esto hacía que los moteros se olvidaran de cómo funcionaban las citas.
Detuvo la grabación y la acercó. Sandy parecía feliz, o al menos no
estaba triste. Movió botones hasta que encontró la imagen que tomaba la
cámara del pasillo donde estaba el apartamento. Sandy había golpeado la
puerta de Lora donde estuvo un ratico, y luego ambas salieron y se
internaron en el piso de Sandy.
Probablemente a cotillear sobre la noche, la cita, el tipo que la había
invitado. ¿La habría besado? Frunció el ceño, molesto, consciente de que la
idea le hacía enfadar mucho más de lo conveniente. Él debería ser… Nada,
Ice, cuida lo que estás pensando, jodido. Estás yendo por un camino
complicado y te embarras más y más.
Él debía ser uno de los gilipollas más grandes de los Estados Unidos, y
eso era decir, porque había decenas de miles. Pero solo así podría explicarse
esta contradicción andante que era.
La había tenido cerca por años, y la mantuvo lejos, sin darle o darse
espacio para actuar sobre lo que sentía. Porque, a ver, esta necesidad
acuciante de besarla y fundirla en su cuerpo no nacía de la contemplación
en las cámaras, no.
No. Esto venía de lejos, y había estado enterrado. Soterrado bajo
nociones como las de respeto a Fury, compromiso con él y el club. Lealtad,
honor. Y alimentado por la convicción de que no tenía nada bueno para dar
a alguien como Sandy.
Y como le gustaba flagelarse, se castigaba con la imagen de la bella y
con ideas de otro haciéndole lo que él querría.
No vayas ahí, Ice, no juegues con fuego. Suficiente es verla tan
seductora que te hace doler todo. No cometas el error de masturbarte con
su imagen, porque te condenas a vivir de fantasías que no tienen manera de
concretarse.
***
El ritual nocturno lo había atrapado y no había manera de que pudiera
despegarse de la agencia, a pesar y en contra del consejo de Hustle. Y de su
misma mente que le advertía de su insania. Las dos noches siguientes la
observó salir, en las dos oportunidades acompañada por Lora.
Ambas maquilladas, hermosas, y con un look semi formal que detallaba
que iban a divertirse. Con chaquetas de cuero obviamente nuevas, y sonrió
al pensar lo bien que Sandy se vería en su moto justo así vestida. Se gruñó
para hacer retroceder la idea.
Le gustaba verla feliz, con esa sonrisa amplia, y Portland le estaba
haciendo bien. Bien por ella, aunque probablemente significaba que
Sacramento la perdía. Y los Reyes.
Nostalgias de las noches en las que la veía sentada y riendo con las
viejas lo anegaron. Él había actuado como si no estuviera, aunque sus ojos
de tanto en tanto la observaran.
Ella lo criticaba sin piedad, haciéndole comentarios ofensivos sobre su
habilidad para atraer a todas las zorras de la redonda. Curioso que recién se
percatara de que ella había estado sobre su yugular por años, pero él había
estado feliz de tenerla cerca.
Lo hacía consciente cuando se había alejado, y era como quien hace el
duelo tardío. No había otra explicación. La había dado por sentada, como si
fuera parte del club y de su vida, y cuando Sandy se mostró como la mujer
que era, lo sorprendió y lo dejó sumido en la confusión.
Una de la que estaba recién saliendo, pero con la amarga conclusión de
que la extrañaba tanto como la quería. No era insania, no era que fuera un
acosador en ciernes, o un sobreprotector por naturaleza. Estaba
irremediablemente enamorado de Sandy. La revelación lo dejó anonadado y
sin aire. Me has liado la vida, cabrón, susurró a su corazón.
Cerró los ojos y meneó la cabeza con pesadez. Sí que elegía el veneno
que consumía y lo roía por dentro, ¿no era así? Se echó atrás y puso la
reproducción de las grabaciones en cámara rápida.
Las chicas llegaron bastante tarde los dos días que salieron, y
evidentemente achispadas. Lanzaban risitas tontas cada dos pasos y
atascaban las llaves en las puertas, amén de que se tropezaron más de una
vez.
Estaban disfrutando de su fin de semana, y bien por ellas. Eran jóvenes
y sin compromiso. Probablemente habían bailado y recibido las miradas e
invitaciones de muchos. Eran ambas bonitas, aunque a sus ojos Sandy era
una belleza suprema.
¿Qué hombre con sangre en las venas no querría abrazarla en la pista,
girar con ella, recorrer su cuerpo con sus manos mientras le susurraba a la
oreja lo que le encantaría hacerle a solas?
Se estremeció, su polla enervada y su ánimo en baja porque tenía celos
de esos hombres invisibles que podían rondarla e intentaban seducirla. Él
no podía. Estaba lejos. Ella construía su vida sin él, con entusiasmo.
Hacía lo posible por instalarse en esa ciudad en la que no pertenecía.
Ella pertenecía a Sacramento, a los Reyes de la Justicia. ¡A él! Gruñó, y dio
un puñetazo rabioso al escritorio que hizo caer bolígrafos y hojas.
¡No estás ahí, idiota! La dejaste volar lejos de ti. No moviste un dedo
para detenerla cuando pudiste. O lo hiciste. La llevaste a Portland. ¿Qué
dice eso de ti? Que era el más torpe de los hombres. Un ciego.
Hustle dijo que Sandy estaba enamorada de él, y él intuía que era cierto.
En el fondo de su corazón lo percibía, lo había visto durante años: la forma
en que ella lo miraba no era la de una mujer indiferente. No, Sandy nunca le
mostró indiferencia.
Sí rabia, decepción, sorna, pero eran la fachada con la que escondía la
atracción, el deseo y el enamoramiento. Y él se había cerrado, cada año
más, hasta dejar de considerarlo. Se había cegado. Había estado tan
asustado, sumido en su fiesta de auto compasión. Pobre Ice, solo y sin
familia, sin nada para ofrecer. Jodido cobarde era.
Apretó los dientes y respiró profundamente. Esta era la verdad. Cruda y
simple, aunque dolorosa. Era un hombre orgulloso que debía aceptar que
tenía problemas que resolver si quería estar con la mujer que quería.
Y ¡oh!, ¡cómo quería a Sandy! Lo veía claro. Quería tenerla a su lado,
conversar con ella, invitarla a cenar y a bailar. Estar horas y horas
discutiendo y besándola. Quería hacerle el amor con una intensidad que lo
desconcertaba.
Cada instante sin ella y con la posibilidad de perderla en los brazos de
un hombre más inteligente y menos complicado que él lo ponían de un
humor de perros. Era como estar metido en el centro mismo de una cutre
telenovela. Él solía reírse de ellas, de las complicaciones que la gente se
tomaba en las relaciones.
Había hecho de follar su casi exclusivo vínculo con el sexo opuesto. La
única excepción era la amistad que sentía con las viejas de sus amigos, y
esto porque las veía como una extensión de los que quería como hermanos.
Y todo este tiempo había estado contenido, frenando sus sentimientos
por Sandy, ahogándolos para no jugarse y sufrir, para no repetir el desastre
que sus padres habían sido como pareja. ¿Quién dice que no soy como mi
padre?, se dijo.
Su abuela le había dicho muchas veces que aquel había sido un hombre
celoso e inseguro, un egoísta que quería a su esposa, madre de Ice, solo para
él. Incluso había sido horrible como padre, disputándole tiempo al pequeño
y fastidioso Philip, como le llamaba. Aunque lo quisiera.
No soy mi padre, y Sandy está lejos de ser como mi madre. Yo jamás
pretendería que ella viviera solo para mí, y ella no lo permitiría. De eso
estaba seguro. Mas, ¿qué creía poder hacer con esta repentina revelación?
Develar los sentimientos que había tapado, contemplarlos y
confrontarlos no modificaba el hecho de que Sandy se había mudado para
armar una nueva existencia. Y la estaba construyendo: tenía un trabajo,
nuevos amigos, o uno al menos, una casa, citas.
¿Qué hacía él? Viajar a Portland y pararse alegremente frente a su puerta
para decir ¡Oh, hola, Sandy! ¿Sabes qué? Quiero estar contigo. Te necesito.
Fui un idiota y lo entendí por fin. Vuelve a Sacramento y exploremos estos
sentimientos.
Ella estaría azorada, desconcertada, probablemente furiosa,
eventualmente indiferente, y todas esas respuestas eran esperables y
correctas. Además, sus amigos estarían de malas y con algo para gritarle.
Fury, por empezar, y las viejas, así como cada uno de los Reyes que adoraba
a Sandy.
¿Estás seguro de eso?, le dijo la voz en su cerebro. Ninguno de ellos
quería a Sandy lejos. Podría ser que se enfadaran por su accionar a
destiempo y desprolijo, pero detrás de ello vendría el alivio al entender que
él se jugaba para traerla de vuelta a sus vidas. Al club. A Sacramento
Estás siendo un bastardo engreído. ¿Quién dice que ella te aceptaría?
Estás confiado en lo que te dijo Hustle, o lo que otros han susurrado antes,
y lo que crees porque te viene bien creerlo. Ella podría pasar de ti
alegremente. Eso era cierto.
Incluso si ella lo amaba, como él esperaba, ¿por qué daría un salto de
fe? Porque había que decirlo, no pocos tendrían dudas sobre Philip aka Ice
encarando una relación sentimental. Estaban habituados a su actuar
inconsistente y de picaflor.
Gruñó. Él tenía dudas, joder. La cabeza le dolía, le daba vueltas, y mirar
la imagen congelada de la mujer que lo desvelaba con la mano sobando su
polla dolorida le estaba haciendo sentir al borde.
Se le mezclaban las emociones y él era limitado, lo reconocía. Esto de
lidiar con el deseo, el enamoramiento, el temor y la confusión no era
simple. Las mujeres podían hacer diez cosas juntas, los hombres no. Él no,
al menos.
Por eso le había tomado este tiempo el percatarse de lo que sentía.
Cuando se había enterado de que ella se iba se sintió extraño, como
congelado. No había podido reaccionar, intentando comprender. Luego,
cuando la realidad de que ella no estaba alrededor se hizo incontrovertible,
se sintió perdido.
Se concentró en el trabajo en la agencia, en las patrullas, cubriendo
personalmente cada hueco que se generaba en las guardias cuando un
motorista estaba enfermo o faltaba a su llamada. Había trabajado mucho y
dormido poco.
Bebió demasiado estas semanas, y su humor era negro. Parte de esa
energía destructiva la había consumido en los entrenamientos y el
levantamiento de pesas. Lo que no había hecho era follar con otra mujer.
No podía. Cada vez que lo pensó, y actuó en consecuencia, flirteando,
veía su cara o pensaba en su cuerpo o en su voz. Después de que la segunda
Conejita con la que trató de matar su lujuria se desconcertó porque su polla
se plantó en huelga, dejó de intentarlo. Lo único que le faltaba era que no se
le parara de aquí en más.
Pero no era exactamente así. Su mano derecha había estado ocupada, y
en noches como ésta, con la imagen de ella en la pantalla, se había corrido
como un pervertido. Con la fantasía de que era ella; su boca, sus manos, su
coño.
La deseaba con una fuerza que lo asustaba, y no lo detenía lo mal o lo
vacío que se sentía después de masturbarse con su nombre en la boca.
—Así que es verdad.
La voz grave sonó fuerte detrás suyo, e Ice respingó y se puso de pie.
Baldie. El jodido le acababa de dar un susto de muerte.
—Es tarde, cabrón, Casi me matas del susto—lo miró hosco—. ¿Qué
haces aquí?
Los ojos entrecerrados de Baldie estaban fijos en el monitor, y luego lo
miró, meneando la cabeza.
—Tsk, tsk. Alguien echa de menos a la pequeña Sandy. No lo creí
cuando Skull me dijo que tenías fiestas solitarias en la sala de control.
¡Jodidos cabrones! Hablando de él a sus espaldas.
—¡Sois unos cutres cotillas! Uno pensaría que ex soldados con familias
no se comportarían como viejas chismosas.
Baldie hizo un gesto de indiferencia ante los exabruptos, y su sonrisa se
hizo más amplia.
—Oh, pero ¿dónde estaría la diversión entonces? Además, lo hacemos
cuando vemos a nuestro Capitán de Ruta comportarse como un niño
obstinado. Y cuando pensamos que si lo ayudamos a despejar la niebla de
su cabeza podría traer a nuestra querida chiquilla de vuelta.
—Baldie, vuelve a tu casa con tu mujercita. Susan te ha de estar
esperando. Tú que puedes, abrázala, bésala. Hazle el amor. Ese es tu rol,
amigo. Dejadme en paz.
—Claro que voy a ir, apenas diga lo que debo. Lo que estás haciendo
aquí, además de derramar fluidos, tiene un nombre: acoso.
—Ella no sabe que…
—Claro que no, idiota, y si lo supiera te habría caído a hostias. O peor,
le habría dicho a Fury y las hostias serían puñetazos y no de los livianos.
Escúchame, no necesitas comportarte como un imbécil. Ve a Portland, dile
que la quieres aquí contigo. Deja tu orgullo a un lado.
—¡No es una cuestión de orgullo, Baldie! —gritó—. Sé que piensan que
soy engreído, un hombre que vive fácil y sin compromisos…
—Ninguno de nosotros piensa eso, hermano—Baldie le miró fijamente
—. Nadie. Te conocemos. Te vemos todos los putos días, trabajando duro,
comprometido con el club, con nosotros. Te confiaría mi espalda sin dudar,
la vida de mi vieja, tío. Siempre lo hice, desde Irak. Y sé que Fury, Patriot,
Hustle, Rex, todos ellos piensan lo mismo.
—Sandy es demasiado buena para mí. No podría...
—Ella te ama. No puedes ignorarlo. Todos lo sabemos, desde siempre.
Solo tú y Fury actuaban como si no tuvieran idea, pero no me lo tragué
nunca.
—Ella se fue. Dejó el club, su familia, sus amigas...
—Porque ella estaba sufriendo, Ice—Baldie señaló con emoción—.
Susan me lo contó. Sandy pensó que no la veías, que nunca lo harías como
ella deseaba, cuando ella solo tenía ojos para ti. Decidió que la única
manera de dejarte atrás era mudándose a otro lugar. ¿No ves lo mucho que
sacrificó por ti?
—¿Ese eres tú tratando de animarme? Porque me estás haciendo sentir
culpable y amargado, como un cabrón malnacido que le hizo mal y…
—Oh, por amor a Dios, deja esa actitud. Necesitamos que vuelvas a ser
tú. O menos tú, pero feliz. Ve a Portland, dile que la quieres y tráela de
vuelta. Y punto. Sin ella aquí te comportas muy raro. Los demás solteros
primero festejaron las vacaciones que tu polla se tomó, pero están
preocupados ahora. Estás insoportable.
Lo estaba, lo sabía. No toleraba nada, ni a nadie por mucho tiempo.
—¿Y qué hay si ella ya me olvidó? —Su inseguridad apareció y se dejó
ver—. Si llego demasiado tarde...
—Entonces aceptas el golpe como un hombre. Te lo merecerías, debo
decir, y esto no significa que te lo desee. Pero has herido a Sandy
repetidamente con tu indiferencia y tu poca sensibilidad al florearte ante
ella con cada zorra con la que follabas.
—Nunca tuve la intención de herirla.
—Yo lo sé bien, Ice. Y te digo esto porque lo escuché de Susan y de
algunas conversaciones de las otras viejas, no porque sea el más observador
de los hombres. Piensa que antes de que Fury descubra que eres la razón de
la partida de su hermana, y lo hará eventualmente si Betty resbala y le
cuenta, necesitas ser la razón por la que ella regresa.
Ice asintió y apoyó distraídamente su mano sobre el escritorio. La
pantalla se activó cuando uno de sus dedos tocó el panel táctil.
—¿Qué es eso?
Baldie se movió rápidamente y señaló el monitor. Ice se adelantó para
mirar, y se apresuró a congelar la imagen de la cámara del exterior del
edificio. Luego la amplió y su corazón dio un salto de espanto.
Había dos motoristas en la acera de enfrente; y se habían detenido allí
apenas unos minutos después de que Sandy y Lora se bajaran de un taxi.
—Mira sus chalecos, Ice—la voz de Baldie era un susurro—. Son los
malditos Manipuladores del Infierno.
Ese club de moteros era uno de los más peligrosos de Oregon. ¿Qué
hacían en ese sitio? ¿Sería una casualidad?
—¡Joder! ¡Joder! ¿Qué hacen ahí? ¿Cree que acechan a Sandy? —
preguntó con nerviosa ansiedad.
—No lo sé, tío. Pero...
La sangre se heló en sus venas, y sus sienes latieron con fuerza. Sus
manos temblaban, y un sudor frío le cubría el cuello y la espalda. Eran las
mismas sensaciones que sentía cada vez que su división salía a patrullar
alguna aldea o porción del desierto en Irak. Algo no estaba bien, lo sentía.

La decisión surgió en su cabeza clarísima. Si había estado pensando que


debía ir a Portland, ahora era imprescindible que lo hiciera.
—Voy a volar esta misma noche, Baldie. Algo grave está pasando y no
podemos esperar a ver qué es. Dile a Hustle, dile a Fury.
Salió como un loco en dirección a su apartamento para coger lo
imprescindible. Iba hacia Portland en el primer vuelo disponible. Su mujer
podía estar en peligro. Esos moteros enfrente a su edificio, en la noche. Esto
no olía a coincidencia. Si se equivocaba, prefería que fuera por protegerla.
ONCE.

Sandy caminó a pasitos, sintiendo que todo giraba alrededor. Su objetivo


era el sofá a dos metros, y faltaba apenas medio cuando tropezó en un
pliegue de la alfombra, pero la suerte hizo que cayera sobre su meta.
Soltó una risita nerviosa y se acomodó mejor. Había sido una noche muy
agitada, variada. La mitad de ella más que agradable, pero la otra parte
bastante menos divertida, en realidad.
Al menos estaba en su casa, sana y salva. Bueno, el mareo no agregaba a
lo de sana, pero era de esperar cuando se bebía demasiado. Esta sería una
afirmación ridícula, porque solo habían sido tres tragos, pero no estaba
acostumbrada. Dos eran lo suyo allá en el club de Sacramento, y se ponía
tontita.
Suspiró y cerró los ojos mientras se hacía una bola. Debería desnudarse,
pero estaba cansada. El sofá estaría bien por la noche, al menos las primeras
horas. El sonido del mensaje entrante la hizo mirar la pantalla del móvil.
Lora.
Lora: La pasé bien, pero… No creo que vuelva a ese bar, Sandy.
Sandy: Yo tampoco. Nos divertimos, como dices, mas...
Lora: Esos moteros me dieron un susto de muerte.
Sandy: A mí también.
Joder, había sido un momento feo el que pasaron. Pobre Lora. La había
arrastrado de clubes con aplomo, diciéndole que estarían bien. Se sintió mal
por ella. Se incorporó y se dirigió al baño para mojarse las muñecas y la
cara con agua fría.
Luego fue al refrigerador y tomó una botella de agua, que bebió con
avidez. Se sintió más despejada, y volvió a tomar el móvil.
Sandy: Eran unos moteros fuera de la ley, estoy segura. Lo siento, Lora.
Lora: No te disculpes. La primer parte fue genial.
Sandy: A eso estoy habituada, por eso pensé que sería una buena idea.
Quería mostrarte un poco de la vida del club de moteros, pero no fuimos al
lugar adecuado. La próxima vez, elegiremos uno mejor, más tradicional.
¿Qué dices?
Lora: Está bien, pero déjame recuperarme. No me había divertido tanto
como lo hice hoy durante la primera hora.
Sandy: Esa parte estuvo genial. Duerme bien.
Se dirigió a su habitación y se sentó en el borde de su cama, pensativa.
Salir a ese club de moteros había sido una pulsión que no pudo evitar.
Echaba mucho de menos la vida del club.
Estaba habituada al ambiente en la sede de los Reyes en Sacramento,
que era divertido y seguro, y pensó que este bar sería igual. Se equivocó, no
lo era, aunque se suponía que era un lugar neutral, de encuentro de distintos
clubes.
Esta noche pudo dimensionar cuan diferente era el club que su hermano
lideraba del resto. Las pruebas fueron irrefutables. Los moteros que
formaban parte de los Reyes eran exsoldados, disciplinados y respetuosos.
Tenían reglas y las aceptaban.
Por supuesto, debía pesar el hecho de que ella había sido la hermana del
Prez, una mujer intocable para la mayoría de los hombres, y a la que veían
como una a la que proteger.
Mas en ese bar ella y Lora habían sido como presas, literalmente, y
había sido atemorizante. Revisó las últimas horas. La primera había sido
divertida, tal y como dijo Lora. El lugar era enorme, y estaba colmado de
gente. La decoración era interesante, aparatosa inclusive. Había dos motos
en plataformas giratorias, mesas de pool, dardos, rocolas.
Había grupos de moteros con parches de diversos clubes y mujeres que
deambulaban con todo tipo de ropa. Aunque la mayoría era bastante
reveladora, de hecho. Dos o tres grupitos de otras más similares a Lora y
ella, en la vestimenta y en la curiosidad con la que miraban todo, se habían
ido rápidamente. Habían sido inteligentes, como se demostró después.
Lora y ella se habían sentado en unos taburetes en la barra, y habían
pedido dos Martini secos, coqueteado con el hombre guapo y tatuado que
atendía la barra. Era sexy y se mostró divertido.
Varios moteros les habían tirado los tejos, y ellas habían disfrutado de
los halagos y la atención sin engancharse en conversación con ninguno.
Habían ido a explorar un poco, a ver si encajaban, a pasar un buen rato.
El rock pesado sonaba alto, por momentos ensordecedor, algo a lo que
estaba habituada, y se dedicó a enseñar aspectos a Lora, la que se sentía un
pelín abrumada por las conversaciones y las risotadas.
Le describió qué significaban los nombres y cargos que se leían en las
chaquetas, asociándolo a la persona que lo ostentaba en Sacramento. Lora
se rio mucho con su relato de lo alocado que era Baldie y también Rex, de
lo serio que era Hustle, lo encantador que era Patriot, y de la vez que los
grandotes Bear y Hulk había hecho una competencia de fuerza.
Podría decirse que se sumergieron en los recuerdos, y el tiempo pasó
rápido. Las bebidas las pusieron un poquitín achispadas, y los hombres se
volvieron demasiado insistentes. Era como si el aire se hiciera más espeso y
desagradable a medida que la noche transcurría, y Sandy se sintió
incómoda.
Miró a su alrededor con mayor atención, y la observación objetiva y
descarnada de este bar le hizo entender que se había equivocado. Satisfecha
la pulsión de revivir un poco del ambiente que había dejado atrás, lo
percibió como era.
Los que pululaban a su alrededor eran, en su mayoría, mujeres en busca
de una aventura de una noche y moteros deseosos de bebida y coño gratis.
Justo lo que más odiaba de la vida motera.
¿Cuántas veces había despotricado en contra de las furcias que asistían a
los clubes de moteros, despreciando la forma descarada en que daban
vueltas alrededor de estos como un grupo de aves de rapiña? Había muchas
así esta noche.
¿Qué estaban haciendo ella y Lora aquí? Esto no era lo que echaba de
menos. Echaba en falta a sus amigas, la hermandad que forjaban, el
ambiente conocido y seguro de los Reyes. La mayoría de los moteros de por
aquí eran forajidos; estaba segura de ello.
Y en su ansiedad por respirar mejor y estar cerca de lo que añoraba con
fuerza, había traído a Lora. Al menos la habían pasado bien, y el ambiente
fue el que la hizo abrirse y hablar tanto a Lora.
Estaba a punto de decirle a esta que era hora de irse cuando un grupo de
hombres entraron y se agolparon en el camino hacia la puerta de salida.
Hubo un giro obvio en el ambiente del bar, que se hizo más denso todavía.
No se le pasó por alto que los que ya estaban evitaban mirar a los recién
llegados como si estos fueran problemas. Y lo eran. Hell's Handlers, decían
sus chalecos. Manipuladores del Infierno.
¡Maldita sea! Estos moteros eran verdaderas bestias. Ese club era tan
malo como los Riders en Sacramento. Había oído historias horribles sobre
ellos. Se inclinó hacia Lora, que los miraba con abierta curiosidad, y le dijo:
—Lora, deja de mirar a esos moteros. Son peligrosos. Cuando se aparten
del camino, nos iremos con rapidez. Podemos dar por terminada la noche.
No es buena idea quedarnos.
—De acuerdo—Lora asintió—. Me alegro de que hayas tenido
suficiente. Me siento un poco fuera de lugar—esbozó una sonrisa.
Sandy se la devolvió y le apretó la mano sobre el mostrador. Era una
buena amiga. Había cedido a venir a un sitio que estaba por fuera de su
burbuja para complacerla. Sandy sabía que era afortunada de haberla
conocido.
Habría extrañado a sus amigas infinitamente más si Lora no hubiera
estado a su lado estos meses. La confianza entre ambas había nacido de
inmediato. Le contó sobre su familia, el club, y conocía lo que sentía por
Ice y sus intenciones al mudarse a Portland. Lora la había escuchado, la
había animado y tener a alguien al lado había sido fenomenal.
—Muy bien, Lora, ahora es el momento—le dijo cuando vio que el
grupo de Manipuladores del Infierno se movía hacia una esquina alejada,
donde estaban los dardos.
Se dirigieron a la puerta de entrada, sorteando las mesas con lentitud
porque la mayoría estaba colmada, con gente sentada y otra alrededor, y la
pista estaba cubierta por parejas que danzaban morosamente. Estaban cerca
de la puerta y Sandy a punto de suspirar de alivio cuando una mano como
un garfio se enredó en su antebrazo.
—¿Qué tenemos aquí? —señaló una voz aguda.
Se estremeció e intentó liberar su brazo, sin mirar atrás, pero el imbécil
no la soltó. Se giró dispuesta a insultarlo y darle una buena hostia si era
necesario. Las lecciones de Baldie y Hustle no se le habían olvidado, pero
su respiración se entrecortó cuando vio al desagradable motero detrás.
—Suéltame—le dijo, y utilizó su codo para golpear en el pecho del
hombre, pero esto no funcionó.
El bastardo era grande, y fue como golpear un saco de piedras. Hizo una
mueca y la preocupación la hizo tartamudear:
—Deja... Deja... mi... brazo—tartamudeó—. Estoy… Voy de salida.
Se maldijo a sí misma. No había que demostrar el miedo, esa era la regla
general, pues eso hacía que los depredadores tuvieran más ganas. Se
alimentaban de él, le había dicho Hustle.
Hagas lo que hagas, mantente inmutable. Eso podía hacerlo el Sargento
de Armas, Fury, pero ella, claramente no.
—No, no te vas. Quieres quedarte porque estoy aquí, chica. Tengo lo
que buscas— Hizo un movimiento de cadera hacia adelante y se sobó el
miembro, y ella sintió ganas de vomitar.
Dos moteros más con el chaleco de Manipuladores del Infierno se
unieron al gilipollas que la acosaba, y ella se aquietó. Podía sentir a Lora
temblando a su lado.
—No me interesa. Nos vamos—dijo, e hizo un movimiento bruco para
soltarse.
—¿Crees que eres demasiado buena para mí, zorra? —dijo el gilipollas,
con la cara contorsionada por la rabia—¡Puta de mierda! ¿Vienes en busca
de polla y crees que no te la puedo dar?
Sandy se movió rápido, y envolvió su mano en la muñeca de Lora para
obligarla a moverse. La pobre estaba muy asustada y se había quedado
tiesa. Ella también estaba al borde, pero se impulsó hacia la puerta.
Estaban llamando la atención de otros moteros, y el que la había
detenido estaba maldiciendo y gritándole los insultos más desagradables
que había escuchado. Estaban llegando a la puerta cuando oyó que otro
motero le gritaba, y lo miró sin detenerse. Tenía una expresión de desprecio
que le provocó miedo, y la hizo apresurar aún más.
—¿Crees que eres una reina y que solo los Reyes pueden follarte?
Pudo volver a respirar cuando estuvieron fuera y prácticamente corrían,
ella tirando de Lora por el aparcamiento, que estaba lleno de motocicletas.
Tenían que sacar el culo de este lugar de inmediato. Hizo señas frenéticas a
un taxi, y el vehículo se detuvo, gracias a Dios.
Resopló y miró a Lora mientras dejaban atrás el bar. Su pobre amiga
estaba blanca como una sábana y le temblaban las manos, pero le sonrió
con valentía, por lo que Sandy había concluido que su espanto se le debía
leer en la cara
—Lo siento, Lora. No pensé que la noche fuera a terminar así.
—No te disculpes. Quería venir a vivir la aventura. Aunque creo que
esto fue… Más de lo que imaginaba. Instructivo, pero…
—Dímelo a mí—dijo ella, temblando— No tenía esto en mente. Pero
ahora estamos a salvo—suspiró aliviada.
Y lo estaban. Habían llegado a sus casas un poco mareadas, pero
enteras. Ella había experimentado la vida de motorista en Portland, y no era
lo que quería. Para nada. Lo que realmente quería estaba muy lejos, en
Sacramento. Buscar un sustituto barato y peligroso no era lo que necesitaba.
Habría que explorar otras opciones. Tinder, tal vez. U otra aplicación de
citas. O permanecer el próximo año como una virgen. Lo que ella era, de
hecho. Un secreto que se guardaba, porque le daba vergüenza. Había
perdido tantos años esperando a Ice. Idiota que era.
DOCE.

Eran las ocho de la mañana cuando Ice detuvo el vehículo de alquiler en


la entrada del edificio de Sandy. Había cogido un vuelo de última hora
desde Sacramento y había rentado un coche para llegar hasta allí.
Todo el trayecto lo había transcurrido pensando y maquinado, tratando
de aclararse y planificar cómo debía proceder con ella. Su llegada sería
inesperada y sorpresiva, y Sandy no entendería.
Tenía que explicar qué habían descubierto y ser enfático en la necesidad
de que retornara a Sacramento. Sandy tenía que ver el peligro que corría. Él
estaba aquí para sacarla de Portland. No había otra solución.
Los Manipuladores del Infierno era un club grande, poderoso, y si esos
moteros habían puesto sus ojos en ella, como le aparecía evidente, no
estaría a salvo en la ciudad. Era cuestión de tiempo. Estos moteros eran
forajidos, traficantes de cualquier cosa que les diera dinero: drogas, armas,
mujeres.
Estaba todavía en el vehículo cuando recibió el mensaje de Skull, con la
respuesta a cómo Sandy había atraído la atención de esos moteros. Ice no
tenía duda de que Baldie lo había despertado y habían accedido a las
cámaras de las calles y comercios que rodeaban los lugares que solían
frecuentar.
El hacker de los Reyes era un puto genio, y una vez que vio los chalecos
de los moteros, se centró en investigar su sede, pero no hubo ningún éxito
allí. Fue diferente cuando revisó las cámaras de la calle de un bar al que
iban moteros de diferentes clubes, uno neutral.
Skull le envió imágenes que mostraban a Sandy y Lora entrando en el
local. No era raro que hubiera civiles acudiendo a esos bares, en especial
grupos de mujeres aventurándose a vivir una noche diferente, como un
desafío. Pero no era seguro.
Sandy… Golpeó su puño contra el volante, sin acreditar. Esas tontas
habían ido de salida a un lugar muy peligroso. ¿Qué tenía Sandy en mente?
¿Estaba loca? La otra chica no tenía idea, pero una mujer habituada a la
vida motera tenía que saber que estaba dando un paso en falso.
Salió del coche dispuesto a tirar abajo la puerta de esa niñata.
¡Exponerse así! ¿Qué hubiera pasado si no hubieran detectado la situación a
tiempo? Palideció de pensarlo e imprimió más velocidad a su paso. Ah, lo
iba a escuchar. No era posible que…
Cálmate. Si le caes como un misil gritándole que está loca, que se
expuso sin sentido, que no está lista para vivir lejos, la vas a cagar. Iban a
pelear y ella se pondría cabrona, porfiada.
Justo cuando estaba a punto de entrar en el edificio, recibió un audio de
Hustle. El Sargento sonaba grave y preocupado, y con razón. Le informó
que Skull había impreso las imágenes de los dos moteros que estaban fuera
del apartamento de Sandy, y la habían pasado al chat del club. Dos Reyes,
entre ellos Bear, habían reconocido a uno. Ambos dijeron que era un Rider,
y que no tenían dudas.
¡Joder! Esto era peor de lo imaginado. Ice maldijo en todos los colores.
Un nuevo audio de Hustle le hizo saber que Fury estaba al tanto y había
ordenado que viajaran refuerzos para ayudar, y que no debía hacer nada
hasta que estos no llegaran.
Hustle: Rex, Hulk, Mathew y cuatro más están en camino a Portland.
Van en dos coches y llevan las motos, amén de armas.
Ice: Creo que sería conveniente que nos apuremos. Van a demorar en
llegar. Puedo hacer que Sandy abandone el lugar. Si nos vamos ahora...
Hustle: No, eso no funcionará. Es terca como una mula. No va a aceptar
volver a Sacramento y dejar atrás la vida que está construyendo.
Llamó a Hustle.
—Hay fundadas razones para que deje esta ciudad—gruñó.
—Sandy cree que puede cuidar de sí misma, y es tan testaruda como tú.
Se mudó allá hace dos meses porque no encontraba en Sacramento lo que
necesitaba. Eres quien puede convencerla de que tiene razones de peso para
volver. De lo contrario, no veo cómo…
—¡Son los Manipuladores del Infierno, Hustle! Esto es muy peligroso.
—Tú lo sabes, yo también. La que tiene que entenderlo es Sandy.
Escucha, esta situación aún es manejable, pero debemos ser cautelosos. No
sabemos si esto es un movimiento de los Manipuladores o una idea aislada
de ese Rider.
—Podría ser un acto de venganza. Probablemente reconoció a Sandy y
la vio como una forma de llegar a nosotros.
Ice se estremeció, pensando en la horrible intención que el hombre debía
tener en su retorcida mente. La posibilidad de que llegara a Sandy y la
lastimara le puso la piel de gallina. Sobre mi cadaver, pensó. No me voy a ir
sin ella, o me tendrá a su alrededor de aquí en más.
—También podría ser algo más grande. Ese motorista no debe ser el
único Rider en Portland. Encárgate de que ella esté segura y quieta en su
apartamento mientras llega el resto de nuestros hombres. Skull y Tooth se
están ocupando de las cámaras, y te avisarán si esos cabrones vuelven.
—Gracias, tío. ¿Cómo está Fury?
Podía imaginarlo. Su temor se estaba haciendo real.
—Volviéndose loco de preocupación. Quería volar hoy, pero Patriot y yo
le convencimos para que se quedara. Necesitamos perspectiva, objetividad,
y él en Portland solo arrojaría nafta al fuego. Cabe la posibilidad de que
tengamos que negociar con los miembros ejecutivos de los Manipuladores.
Lo tendremos más claro cuando conozcamos toda la situación. Mantente en
contacto.
Colgó sin esperar respuesta, e Ice resopló. Cómo habían cambiado las
cosas en una noche, pensó. Había pasado de estar penando y
consumiéndose de nostalgia en Sacramento a estar a metros de Sandy,
teniendo que decirle que estaba en peligro y tenía que considerar el volver a
aquella ciudad.
Al menos la vería otra vez. No en las mejores circunstancias, no como
quisiera, pero era bueno. Más que bueno. El corazón se le aceleró ante la
perspectiva. ¿Sería que se atrevería a decirle lo que sentía? No parecía el
momento, aunque Hustle dijera que podía ser el empujón que ella
necesitaba para volver. Parecía demasiado simplista.
Observó que un hombre atravesaba el lobby del edificio y se dirigía a la
puerta de vidrio, y aprovechó para entrar cuando él salió. Esto allanó el
camino, aunque no pudo dejar de pensar que la seguridad aquí apestaba si
cualquiera podía ingresar al lugar sin escollos.
El ascensor estaba en la planta baja, y los segundos hasta que estuvo
frente a su puerta se le hicieron lentos. Cuando golpeó una y otra vez sin
consecuencia, comenzó a asustarse. Joder, ¿es que no estaba?
No era posible. Skull estaba mirando las cámaras y no le avisó que
hubiera salido. Insistió con energía para obtener respuesta. Cuando ella
abrió la puerta de golpe, sin preguntar ni mirar por la mirilla, la resaca era
evidente en su rostro.
—Hola, Lora, estaba…—dijo mientras bostezaba, pero cuando lo
reconoció, sus ojos se abrieron de par en par y su hermosa boca se abrió
como lo haría la de un pez de colores. —¿Ice? Pero... Pero...
Era tan adorable que por un brevísimo momento olvidó que estaba
enojado con ella por su comportamiento alocado. Solo la observó, bebiendo
de su imagen, del alivio que sintió al verla frente a sí.
—Buenos días a ti también, preciosa. ¿Me has echado de menos? —le
sonrió, deleitándose con la belleza de su rostro adormecido, e
inspeccionándola de pies a cabeza.
Su pijama era muy bonito, ajustado, y sus pezones eran visibles a través
del fino tejido. Estaba... Joder, estaba para comer. Era un espectáculo para
disfrutar. Su polla opinaba lo mismo, y se tensó en sus pantalones. No, no.
Abajo. Hay asuntos más importantes que el hambre que tienes y la sequía
de coño que llevas.
—Yo... Sí... Quiero decir, ¡no! —se corrigió, y se paró muy tiesa, las
manos cruzadas sobre el pecho, más consciente de su ligera vestimenta y de
la mirada depredadora que la recorría—. ¿Qué estás haciendo aquí, Ice?
Vale, bien. Su cerebro comenzaba a funcionar, pero era su tarea
despertarla más. La necesitaba activa y alerta.
—Necesito un café, Sandy. No he dormido y estoy muerto de hambre.
He pasado una noche de mierda. Y tú también necesitas cafeína, teniendo
en cuenta la noche que has tenido.
—Tengo la cafetera activada para que haya café caliente listo en las
mañanas. Pero no me has contestado. ¿Y cómo sabes…? —enarcó las cejas
y lo miró con más atención.
—Déjame entrar, Sandy—susurró.
Un vecino salió de su apartamento justo entontes y sus ojos se clavaron
en él, entrecerrados. No quería llamar la atención, y lo último que
necesitaban era una denuncia que trajera a la policía al lugar.
Sandy asintió y le permitió entrar, sonriendo al hombre con un gesto
tranquilizador. Era una chica inteligente. Una mujer motera hasta la médula.
Mía, pensó, mi mujer, y la torpe posesión que esa palabra significaba le
hizo parpadear.
—Vale, pasa, siéntate—fue a la cocina y sirvió dos tazas de café, que
trajo presta—Dime, ¿por qué estás aquí? No es que…—se detuvo,
probablemente consciente de que estaba siendo un pelín dura.
—Te he echado de menos, Sandy.
Ella amplió sus bonitos ojos, y él pudo ver varias expresiones cruzando
su cara. Alegría, tristeza, enfado. Era como un libro abierto para él. Siempre
lo había sido, aunque él había preferido mirar hacia otro lado y fingirse
iletrado. Leer otras expresiones, ignorar lo obvio para no complicarse la
vida. Y complicar la femenina. Como sea.
—No digas eso, Ice. No necesitas mentir—bebió un sorbo largo de café,
ocultando su cara.
—No estoy mintiendo. No lo haría. Sé que la he cagado, pero estoy en
camino de enmendar mis actos. Mira… He estado pensando. Estos dos
meses, han sido complicados. Tú te fuiste, y algo dejó de estar bien para mí.
Quiero decir…—se mesó el cabello.
No era fácil. Su discurso no fluía, a pesar de que tenía claro lo que
quería decirle, contarle. Estaba enredado con la inminencia del peligro, con
esos moteros amenazándola, con… ¡Uff!
—No sé lo que estás diciendo, Ice. ¿Por qué viniste? —susurró ella,
frotándose las manos, con las mejillas rojas.
—Lo sé, lo sé, no me expreso bien—. Él suspiró—. Déjame decir esto,
que es lo más importante de momento. Estás en peligro.
Su rostro se quedó tieso, y sacudió la cabeza con asombro e
incredulidad.
—¿Peligro? ¿De qué hablas, Ice?
—Dos moteros te siguieron a ti y a tu amiga hasta aquí, anoche.
Pertenecen a los Manipuladores del Infierno. Debes haber escuchado hablar
de ellos. Jodidos, basura. Y uno de ellos es un ex Rider, Sandy
Ella se congeló y se llevó las manos a la boca, repentinamente pálida, y
tembló tanto que él pensó que se desmayaría. Se apresuró a abrazarla por la
cintura y la acercó a su pecho, pegando su cuerpo contra el suyo, respirando
su increíble fragancia a cítricos y rosas. Cerró los ojos por un momento,
sintiéndose feliz por primera vez en semanas.
Acarició su espalda y dejó que sus dedos acariciaran su suave cabello
durante unos segundos, perdido en las increíbles sensaciones que ella le
hacía sentir. Se inclinó para susurrarle al oído, con un dedo en el punto del
pulso, con la boca a centímetros. La pulsión de besarla casi lo precipita a
tomarle los labios, y tuvo que respirar profundamente para controlar su
lujuria.
—Pero… No entiendo… O sea, ¿cómo es que tú sabes esto?
La confusión era comprensible, e Ice asintió.
—Las cámaras que instalamos, ¿recuerdas? Anoche las revisaba y lo vi.
No le diría que lo hacía todas las noches, que se deleitaba y castigaba
viéndola, soñándola, que fantaseaba y se corría como un lunático pervertido
con su imagen. No.
—Las cámaras, sí. Pero…
—Baldie imprimió imágenes y Bear y otro motero reconocieron al
bastardo. Creemos que el hombre te vio y te reconoció también, Sandy, pero
probablemente tú tengas una respuesta más certera, Sandy. ¿Qué hiciste en
ese bar? ¿Por qué fuiste allí, cariño? ¿Por qué fuiste a ese lugar tan
peligroso?
Trató de decir lo último sin que sonara a que la juzgaba. Quería que
viera que él estaba preocupado por ella, que quería ayudarla. Joder, estaba
aterrado de que algo le ocurriera, pero no podía mostrarlo.
Estar tan cerca le hizo percibir su enojo antes de que hablara, porque
ella se tensó en sus brazos y su respiración se hizo pesada, y entonces
reaccionó, empujándolo. Sus palabras fueron gélidas:
—¡No te atrevas a sermonearme, Ice! Soy una mujer libre. Puedo hacer
lo que quiera e ir donde yo decida. No tienes derecho a venir aquí, a mi
casa, a mi nueva vida, para decirme que me echas de menos. Después...
Después de todo lo que hice para dejarte atrás. ¡Nunca te importé! ¿Por qué
estás aquí? Mi familia… Fury debería estar aquí si hay algún peligro para
mí, no tú. Yo...
Puso ambas manos en su cara, acunando sus mejillas, y su boca se
acercó a ella, mientras le susurraba en los labios
—Me preocupo por ti. Siempre me has importado, cariño. Entiendo que
no fue la impresión que te di estos años, pero no hay nadie más importante
para mí.
—¿Por qué haces esto, Ice? No entiendes lo que significa… Lo que es…
Su voz fue apenas un susurro, y se incorporó, alejándose. No la dejó
escapar, la siguió. Se veía tan vulnerable, tan bella. Sabía que no era justo,
llegar a ella cuando recién despertaba, con vapores del alcohol todavía en su
sangre, traerle la noticia de que estaba en peligro, y encima hablarle de sus
sentimientos.
Pero no iba a continuar callando, esta era su oportunidad y la
aprovecharía.
—Voy a hablar con el corazón, Sandy. Te lo juro—tomó sus dos manos
—. He sido un asno, lo sé. Lo lamento. Tú fuiste un rayo de sol en mi vida,
incluso cuando eras una adolescente enérgica. Me encantaba consentirte,
compartir tiempo contigo. Pero luego vi que… Me hicieron ver que…
—Que estaba enamorándome de ti—completó ella, sonrojada, mirando
a un lado, y él no permitió que se escondiera, girando su rostro con su dedo
en el mentón.
—Sí. Pensé que tenía que evitar que ocurriera. Eres demasiado buena
para mí. No quería joderte la vida. Supuse que el tuyo era un
deslumbramiento y que pasaría. Por eso me concentré en mostrarte que no
valía.
—No tuvo éxito—sentenció ella.
—Eso me alegra—le dijo, y ella enrojeció.
—¡Idiota! ¿Tienes idea de los momentos horrendos que me hiciste vivir?
¿De las decepciones que sentí? ¿La humillación? No puedes entender lo
doloroso que es ver que quieres a alguien que no te ve, que no…
La pasión de su voz, sus palabras amargas, lo atravesaron y por primera
vez fue realmente consciente de cuánto la había herido. Había querido
alejarse para no quebrarla, y había logrado justo lo contrario.
—Lo lamento. Lo lamento, Sandy, de verdad.
Las gruesas lágrimas que corrían por sus mejillas lo devastaron, y se
sintió el bastardo más grande. ¿Cómo borra uno tanta tristeza y dolor del
corazón de la que ama? ¿Cómo demuestra que lo que hizo fue para
protegerla? Un intento fallido, torpe, pero bienintencionado.
De buenas intenciones estaba hecho el camino al Infierno, eso decían.
Cayó de rodillas frente a ella, tomando sus manos, y Sandy abrió la boca
con sorpresa mayúscula.
—¿Qué haces? Ice…
—No me va a dar la vida para pedirte perdón, Sandy. Pero te juro, por la
memoria de mi abuela, que nunca quise humillarte ni provocarte dolor. ¡Lo
juro! —dijo con énfasis, mirándola a los ojos.
Lejos estaba el arrogante que parecía llevarse el mundo por delante, o
cualquier otro gesto con los que había construido su fachada. Quería que lo
viera como era de verdad, y que percibiera que no le mentía.
—Ice… Yo… No te culpo. Fui yo la que construyó ilusiones con porfía.
No es necesario que…
—Lo es. Lo es. Porque te dañé sin pretenderlo. Tuviste que alejarte de
nosotros. Eso fue… Fue devastador, Sandy. Para mí, fue… Tanto tiempo me
aboqué a alejarte de mí que cuando no estuviste… Fue un baño de realidad
crudo…
—¿Qué dices?
Ella meneó la cabeza, aturdida, y él se incorporó.
—Pasé dos meses mirándote por las cámaras, cada noche. Extrañándote.
Pensándote.
La pasión de su voz y la intensidad de su mirada tenían que demostrar la
verdad de lo que decía. Ella parpadeó, y luego entrecerró sus ojos.
—Sí, lo hice. No podía hacerme a la idea de que no estabas en el club,
en Sacramento. Todos se habituaron a la idea de tu partida, aunque te
extrañan. Yo no. No podía, Sandy. Era superior a mí.
—Debes haber tenido muchas voluntarias dispuestas a consolarte—
murmuró, torciendo el gesto.
—No, no—envolvió sus manos con gentileza—. No es así. No me
interesó, Sandy.
—No lo creo. Tú…
—Por favor, créeme. No podía ni quería pensar más que en ti. No
miento, no juego, Sandy. Esto… Sabes que nunca he dicho algo así a
alguien. No sentía la necesidad, no… Pero te fuiste. Escapaste de mí, y eso
me despertó.
—Ice… Yo… ¿Cómo esperas que asuma lo que me dices con
seguridad? ¡Esperé por años, joder!
Se alejó, sus labios temblando, sus manos en puño, clavando sus ojos
como dagas en él. Pasión, rabia, incredulidad, todas las emociones se
conjugaban en su rostro expresivo.
—Tengo mucho por demostrarte, Sandy, y te juro que lo haré. Me voy a
redimir. Solo… Necesito saber si tengo alguna chance, si aún...
Ella meneó la cabeza, y luego lo miró con fijeza. Tanta expresividad,
tanta agitación había en esa mirada. Había sido tan ciego.
—No quiero armarme un mundo sobre ilusiones. No otra vez.
—Esto es más. Este soy yo diciéndote que sé que fui un redomado
imbécil. Pero créeme, Sandy. Me negué a dejarme llevar por temor a
dañarte. Al final lo hice, y me derrumbé en el proceso. Yo te quiero a mi
lado, Sandy. Como mi vieja. Nunca estuve más seguro de algo.
—¡Ice! —ella soltó su nombre con incredulidad, sus ojos desmesurados
y más lágrimas derramándose por su faz
—Aún sé que no soy suficiente para ti, pero lo seré—se acercó y enjugó
sus lágrimas con sus pulgares, besando su frente—. Te lo prometo. Deja que
me ocupe de ti. Esto… Esos moteros están detrás de ti, no es un juego ni
nada parecido. Por favor, créeme. No soy un mentiroso. Fury envió a otros
hombres. Están viniendo ahora mismo.
Ella se calmó y se separó de él con suavidad, y Ice sintió la pérdida de
inmediato. La quería de vuelta en sus brazos. Tenía muchas ganas de
besarla, y hacía un gran esfuerzo por contenerse.
—¿Cómo sabes lo del bar y los moteros? —preguntó ella, con el ceño
fruncido.
—Las cámaras...
—Sí, pero las colocaron afuera de este edificio. ¿Cómo sabes lo del bar?
Se aclaró la garganta.
—Tú y Lora bajaron de un taxi, los dos moteros se detuvieron un
minuto después.
—Podría no ser nada. Podrían vivir cerca, o simplemente tenían que
parar—porfió ella.
—Estaban aquí por ti. Estaba claro. Y no puede ser algo al azar. Fuiste a
un bar de moteros, uno que esos bastardos frecuentan, Sandy! —señaló sin
perder la calma.
—¡Lo hice, vale, sí! Sentí que necesitaba respirar un poco del ambiente.
Pensé que… Pensé que sería divertido, que así podría sentirme más cerca de
mi familia. Pero...—sollozó ella.
—¡No llores, querida mía!
—¡No me digas así, Ice! —gritó—. ¿Es que no ves que me rompes el
corazón al usar esas palabras como si fueran…?
—Las pronuncio como lo que son, Sandy. Verdad pura—afirmó él, y le
levantó la mandíbula para que sus ojos se encontraran con los suyos—. Sé
que piensas que son palabras sin peso, pero te aseguro que no. Dame
tiempo, tiempo para hacerte entender. Con acciones, con gestos. Voy a
protegerte, Sandy. Estoy aquí para eso.
TRECE.

Esto tenía que ser un sueño. O tal vez era que aún los vapores del
alcohol le provocaban que tuviera niebla en el cerebro. Había tomado varios
tragos la noche anterior, más de lo que debería. No había sido prudente,
pero ella y Lora lo habían disfrutado. Al menos hasta que esos imbéciles
moteros las abordaron.
Cerró los ojos e intentó pensar en algo coherente. Era difícil porque
varios monos gritaban en su cabeza. Concéntrate, Sandy; ¡despierta de una
puta vez! Ice está aquí, vino de Sacramento y te está diciendo que siente
algo por ti. ¡Él! Te ha echado de menos. Y a menos que estés pirucha, o
alucinando, él parece haber mencionado que está enamorado de ti.
Tenía que ser un universo paralelo. Se pellizcó, aunque sabía que estaba
despierta. Solo estaba ganando tiempo para pensar. Porque esto, tanto como
parecía ser su sueño vuelto realidad, era desconcertante. ¿Cómo podía ser?
Ella penó por años, tanto que no tuvo otra que mudarse a kilómetros y
kilómetros de distancia y ¿ahora el gilipollas aparecía y decía que la
amaba? Era una locura.
Vale, vale, no lo era. No lo era. Esto era bueno, mucho. Y tenía que
aceptarlo, ¿no? Esto era lo que había anhelado durante años. Si él dice que
me ama, ¿quién soy yo para decirle que está equivocado? Si es lo que
desea, pues…
No, la actitud de excitable aceptación no le cabía, porque… Porque no
le creo..., se dijo, sacudiendo su cabeza y dando la vuelta para huir al único
espacio en que estaría segura. Su dormitorio.
Sí, se acostaría, pensaría. Y su mente más lúcida le diría que no, que
este era Ice diciendo tonteras. No tonteras, tal vez las creía, pero… Caminó
un paso pero Ice se le plantó adelante y la hizo mirarlo.
¡Qué hombre tan exasperante! ¿No la había evitado por años? ¿Por qué
no lo hacía ahora? Venía aquí con sus palabras bonitas y su actitud de perro
apaleado, justificando su indiferencia como temor a dañarla.
Joder, la había cagado bien si eso había intentado. Porque ella había
vivido con el corazón fracturado por largo, largo tiempo. Y él no se percató
nunca.
—Confía en mí, Sandy. Te quiero, te lo voy a repetir sin parar hasta que
lo creas. Entiendo que dudes. Me parte en dos, porque es muestra del
absoluto imbécil que fui. Iremos de a poco, lo prometo. Te quiero conmigo,
y a salvo. Esto es lo prioritario en este instante. Cuéntame lo que pasó en el
bar, bonita.
Ella parpadeó y asintió. Eso, podía concentrarse en eso. Centrarse en
otro tema la ayudaría a recuperar la lucidez y la capacidad de hablar. Las
emociones agitadas en su interior en furiosa tempestad tenían que ser
relegadas.
—Okay, Okay—se aclaró la garganta y caminó para alejarse unos
metros. La cercanía, lo intenso de su mirar, su fragancia, la distraían—.
Fuimos a ese bar, como dijiste. Había otras mujeres. Los moteros se
pusieron un pelín intensos, pero nada raro, excepto dos de ellos.
Él asintió y la animó a seguir, y ella carraspeó. Estaba tan buen mozo,
aunque algo pálido, y con ojeras oscuras. ¿Sería que no dormía bien? No
descansaba. Eso no era bueno. Concéntrate, sigue relatando.
-Los vimos entrar. El ambiente cambió de inmediato, fue muy obvio.
Reconocí los parches de su club, los Manipuladores del Infierno. Le dije a
Lora que era hora de irnos, y cuando ellos se fueron para otra zona del bar
intentamos salir. Nos interceptaron cuando estábamos cerca de la puerta—
Se estremeció con disgusto—. Uno de ellos me cogió por el antebrazo.
Intenté zafar… Me insultó… El que le acompañaba también gritó, pero
logramos avanzar...—. Se paró a pensar y entrecerró los ojos. —Me pareció
raro, pero entonces no presté atención. Intentaba que estuviéramos a salvo,
afuera.
—Fuiste muy inteligente, Sandy. Pero, ¿qué fue lo extraño?
Su mirada era atenta, pero no la juzgaba, decidió, y suspiró. Ella sí, por
otra parte. En su intención de matar su nostalgia se había metido en un lío
importante. Todo se hubiera evitado si hubieran pedido pizza, o chino.
Pero también era cierto que Ice estaba acá por esto. ¿Mostraba a su
cerebro muy jodido si veía esto como piezas que habían encajado para
reunirlos? Tal vez.
—¿Sandy?
Ella parpadeó y se concentró.
—Uno de ellos dijo << ¿Crees que eres una reina y que sólo los Reyes
pueden follarte? >>Pensé que era una frase, una insinuación... Sonó…
—Te reconoció, Sandy, esa frase lo establece. Y te siguió hasta aquí.
¡Hijo de puta! —gruñó—. No cuesta trabajo imaginar lo que estarán
pensando esos cabrones. Tú, la hermana del presidente del club de
Sacramento que expulsó a los Riders en Portland. Sin protección.
Él se mesó el pelo con nerviosismo.
—¿Esos? ¿Plural?
—Sabíamos que muchos de los Riders se habían refugiado en clubes de
Portland. Por eso Fury fue tan vehemente en su interés de instalar las
cámaras aquí. Quería que estuvieras protegida.
—Y tú… Tú te comprometiste en la tarea de revisar las grabaciones y
cuidar que estuviera cuidada. Si no lo hubieras hecho no habrían detectado
a ese Rider… A esos hombres siguiéndome.
Tembló ante lo que podría haber pasado. Ante lo que podría pasar.
—Hustle o Baldie las revisaban dos veces a la semana. Yo... lo hice a
diario, y por provecho personal, me temo.
Resopló, y el leve tinte rojizo en sus mejillas asombró a Sandy. Ice, el
que no tenía vergüenza alguna, supuestamente, ¿se sonrojaba? Este no era
la actitud del hombre que había observado por años. Sí, no obstante, se
parecía al que conoció durante su adolescencia.
—Te agradezco eso, entonces. Aunque pareces avergonzarte—agregó.
—Es que… Me obsesioné contigo. Las revisaba todas las noches porque
era una forma de verte, de estar más cerca de ti. Esas semanas fueron...
duras. Tuve que enfrentarme a mi verdadero yo y aceptar mis sentimientos.
No más esconderme, no más mentirme a mí mismo.
—No creí que fuera tan difícil para ti aceptar que amabas a alguien.
Excepto... Quizás fue difícil porque crees que esa persona no es digna, no
…—susurró.
Él se apresuró a acercarse a ella y la atrajo hacia sí.
—¡No te atrevas a tergiversar mis palabras! ¿Cómo podría despreciarte,
Sandy? — Había convicción en su rostro, seguridad—. Tú eres una gema,
la mejor y más fina mujer de la Tierra. Solo podía soñar, fantasear con
tenerte en mi cama, en mi vida. Fui un imbécil. Me centré en alejarte
porque veía a mis debilidades como impedimentos para estar contigo.
—Nunca mostrabas emociones... Bueno, como no fuera esa engreída
sonrisa que parecía contar de tu felicidad y liviandad. No me imaginaba que
te sintieras así.
—Una cara feliz puede esconder muchas cosas—dijo él.
—Te veía como un imbécil engreído, sin una preocupación en la vida,
tirándote mujeres a diestra y siniestra.
—Me hiciste saber que detestabas eso, y tal vez… Mi mente pequeña
creyó que era la forma de evitarte el problema de quererme.
—Pero te amé de todos modos, con tus debilidades y fortalezas—
susurró Sandy—. ¿No es ese el principal logro del amar? Es incondicional,
buscar cuidar, aceptar, y mejorar juntos.
Él la miró con asombro, y luego se inclinó hacia delante y le rozó
suavemente sus labios. Ella cerró los ojos y disfrutó de la sensación de la
boca masculina en la suya. Suave, un roce exploratorio que le supo a gloria.
El primer beso que él le daba. Abrió su boca y lo recibió, anhelante, aunque
terminó antes de lo que quisiera.
Las manos de él se posaron en sus hombros y la miró con fijeza, y ella
interpretó la pasión que ardía en sus ojos oscuros. Su mirada, feroz y
decidida, le contó de sus sentimientos mejor que sus palabras. Había dolor y
arrepentimiento en ellos, pero también determinación.
—Tienes razón, Sandy. Dices bien. Si tú supieras…—sacudió su cabeza
y sonrió. Un sonrisa especial, diferente a las que solía prodigar—. Voy a
hacer de contarte lo que siento mi nueva tarea. Y te prometo que no volveré
a decepcionarte. Dame la oportunidad de redimirme, Sandy.
Se inclinó para darle suaves picos por su frente, sus pómulos, la
comisura de sus labios. Como roces de alas de mariposas, eso parecían sus
labios sobre su piel. Sandy se estremeció y un calor increíble creció y
recorrió su cuerpo.
Quería someterse al sortilegio que él estaba lanzando sobre su piel. Con
todas sus fuerzas. Sus suaves besos y sus palabras habían hecho renacer la
esperanza en su corazón. Durante años se había sentido dejada de lado, su
corazón tiritando de frio, privado de alimento sin su amor.
Y hoy él llegaba para ofrecérselo, haciéndole promesas, diciéndole...
Diciéndole lo que quería escuchar. Ella quería... necesitaba eso. Lo
correcto, lo sano, hubiera sido negarse a darle cualquier oportunidad. Era
exponerse. ¿Qué tal si él se equivocaba?
Implicaba un salto de fe de su parte, por supuesto, que se hacía más
complejo porque lo debía considerar en el medio de una situación peligrosa,
amenazada por la posibilidad de que unos moteros quisieran cobrar
venganza con ella.
Aunque eso podía esperar. Esos hombres no se atreverían a entrar en su
edificio, y ellos estaban a salvo. Aquí y ahora, estaban como en una
burbuja. Acarició la mejilla de Ice y su sombra de barba, que lo volvía más
seductor, si eso era posible. Oh, quería besarlo sin pausa ni prisa, saborearlo
y fundirse en su pecho, y hacerse un nido allí.
Separó los labios, mirando los suyos, y la decisión se reveló en su mente
sin forzarla. Su dedo índice trazó el contorno de los labios masculinos,
lento, la mirada fija en la sensual caricia que hizo que Ice cerrara sus ojos.
La boca de este hombre era una obra de arte, labios sensuales y gruesos,
bien dibujados, un boca hecha para besar. Envolvió sus brazos detrás de su
nuca, se puso de puntillas y tiró de él para acercarlo y permitirse el besarlo
con pasión.
Sus labios húmedos y tibios se unieron en un beso abrasador que erizó
cada vello de su cuerpo. Él la abrazó y la pegó a sí, partiendo los labios de
Sandy con su lengua con decisión, para ingresar en su cavidad.
La suavidad de su apéndice deslizándose sobre sus dientes, y luego
enredándose con su propia lengua la hizo temblar. Ambas danzando y
saboreándose. Las bocas se fundieron como si quisieran devorarse y con
ello desquitar los años perdidos.
Esta era una rendición dulce, intensa, enloquecedora, que llevó a ambos
al límite, porque ese beso arrollador puso en alerta cada sentido de sus
cuerpos. Como si la presa que contenía la pasión y los deseos mutuos
elevara sus puertas y permitiera que estos se derramaran sin control.
Ice deslizó sus manos por los lados de Sandy para luego posarse sobre
sus glúteos, elevarla e inmovilizarla contra la pared, y ella envolvió sus
caderas con sus piernas.
El beso no se cortó, por el contrario, pareció apresurarse más,
desesperado, hecho de succiones de labios, de mordiscos leves, de lenguas
acariciándose. Un gruñido profundo reverberó en el pecho de Ice, y las
manos vagaron codiciosas por el cuerpo de Sandy, despertando su piel,
calentándola.
La electricidad corría por sus venas y sus terminaciones nerviosas
estaban en alerta máxima. Toda ella ardía. Parecieron besarse eternamente,
hasta que la necesidad de respirar los hizo separar, ambos jadeando y
tomando aire con dificultad como si hubieran corrido una maratón.
Sandy pensó que estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco, porque su
corazón latía como loco. Se sintió abrumada, y algunas lágrimas anegaron
sus ojos.
—No, Sandy, no llores. Por favor, lo lamento, no quería disgustarte—se
apresuró él a consolarla acariciando su pómulo y mostrando
arrepentimiento en su voz suave y su mirada alerta.
—No, no te equivoques. Estas lágrimas… No son de tristeza o disgusto
—Lo miró sin vergüenza, sin duda. Esto parecía apresurado, una rendición
sin lucha, pero era lo que había querido por años-. Estoy feliz, Ice. Son
lágrimas de felicidad. He soñado con esto, ¿sabes? Tantas veces. Pero había
perdido toda esperanza. Tuve que arrancarme del club, de Sacramento, de
ti... Confieso que hubo momentos en que creí que me quebraría, que no
podría seguir. Que hayas venido a mí, es…
Era como sueño porque parecía demasiado bueno para ser real, pero lo
era. Lo es. Él está aquí, conmigo. Besándome como si no hubiera mañana.
Entre sus brazos, sus brazos y piernas enredados en él, contra esta pared,
estaba más que bien. En el sitio que había deseado.
Posó su rostro en el cuello musculoso y besó su nuez, con suavidad,
oliendo su fragancia masculina, y él la dejó hacer, acariciando su cabello
con suavidad. Luego la separó brevemente y su mano izquierda levantó la
barbilla y besó la punta de su nariz, y descendió para susurrar sobre sus
labios:
—Me alegra saber que te sientes feliz. Yo también. Mucho. No pensé
que… Decirte lo que siento fue como liberarme. Como permitirme el soltar
lo que tenía bajo siete llaves. Y ahora que lo hice…—Se separó más y la
observó con fija seriedad, sus ojos negrura insondable—. Eres mi mujer,
Sandy. Este es mi deseo. Que seas mía.
Ella suspiró y tembló, impactada por la fiera pasión de esas palabras que
eran un reclamo casi ancestral, antiguo, y probablemente una expresión
poco adecuada para tiempos feministas.
Pero ella lo entendió bien, y en ese momento no pudo pensar en nada
mejor que él. Porque el reclamo era bidireccional. Ella se entregaría sí, pero
él haría lo mismo. Ella no era propiedad, era extensión. Se pertenecían.
Se mordió el labio inferior, asintiendo levemente, sin hablar, dejando
que fueran las acciones las que comandaran. Volvió a besarlo, y el contacto
de labios empezó suave, pero luego se volvió caliente y profundo, con las
dos lenguas tocándose.
Un beso devastador que mostró que ambos necesitaban más, más, más.
Sandy agradeció a los cielos que él la abrazara con fuerza porque sus
miembros se sentían como gelatina.
—Sé que no parece el momento adecuado para esto… Para más... Pero
te necesito. Te deseo con una fuerza que me asusta—dijo él, la lujuria
evidente en sus ojos brillosos y en la forma en que la abrazaba y acariciaba.
Eran dos buscando ser uno, pensó Sandy, cualquier precaución o prurito
dejado atrás, barrido por su necesidad y su exaltación, por la exhilarante
idea de que no habría mejor momento que este para la entrega.
Ella lo quería, quería a Ice en ella, tomándola, conquistando su cuerpo,
eclipsando su mente para que creyera que estaba aquí para ella y por ella.
Solo para ella.
—Quiero esto, Ice. Estoy tan segura que me asusta un poco, pero no
quiero enlentecer o frenar nada. Hemos dejado pasar mucho… Tómame,
Ice. He esperado demasiado tiempo...—le dijo, su voz un susurro, y el
gruñido bajo y profundo fue la respuesta.
—¡Joder! Ahh—Tragó saliva—. No tienes idea de lo que te he deseado,
Sandy. Cada noche, cada maldita noche estos meses, no podía pensar más
que en tu boca, en tu cuerpo. En lo que sería tocarte, hacerte mía. Me
masturbé una y otra vez sin piedad, pensándote, soñándote.
Sandy se estremeció ante su lenguaje explícito, pero no se arredró. No le
estaba diciendo nada que le fuera ajeno. Ella y su vibrador habían hecho lo
mismo, por años.
Fiestas solitarias con fantasías de él en su cabeza. Ya no más. Él estaba
aquí, diciéndole que la quería y la deseaba con urgencia. Y ella lo aceptaba,
lo quería.
—Te quiero toda, nena. Alma, corazón, mente, cuerpo. ¿Lo entiendes?
—preguntó él, y ella asintió—. Necesito que lo entiendas, que te lo tengas
claro.
—Lo sé—asintió.
—Solías decirme que era un mujeriego, un hombre guiado solo por su
lujuria, y así me comporté. Pero esto es muy, muy diferente, Sandy.
Créeme, quiero que creas que puedo ser tu hombre. Solo tuyo—aseguró.
—Lo creo. Creo en tus palabras, Ice.
—Me honras—dijo con humildad.
Era un salto de fe, y como todos esos, tenía sus riesgos. Pero tanto como
él la había herido con su ostensible sexualidad por años, jamás había
mentido. No jugaba, no tomaba ventajas. Eso lo sabía. Era una de las
razones por las que lo amaba.
Amor-odio, eso había sido por tanto tiempo. Pero eso estaba atrás. Él
había desnudado su alma y prometía amarla y cuidarla. Y como su hermano
Fury, Patriot, o Hustle, Ice era un hombre de honor.
—Hazme tuya, Ice. Lo quiero todo contigo, todo.
Él gruñó, sus ojos brillantes y grandes, su polla brutalmente pulsando
contra ella, y la besó fieramente mientras caminaba para llevarla al
dormitorio.
CATORCE.

Ice sentía que le era difícil lidiar con las emociones que se agolpaban en
su mente y en su corazón. La preponderante era el asombro. Esta
maravillosa mujer a la que había herido y decepcionado le decía que lo
quería y lo aceptaba. Lo elegía y perdonaba a pesar de sus errores y
debilidades.
La felicidad se sentía como una nube ligera que lo envolvía y apuntalaba
sus deseos de protección y amor por Sandy. Su mente enfatizaba como un
rezo la promesa de vivir para hacerla feliz, para adorarla y disfrutarla, para
apoyarla en sus decisiones. En su camino, que sería el suyo también.
No le cabía duda de que estaba sintiendo y atravesando por lo mismo
que Fury, Baldie, Patriot, Hustle y Bear. Aquel enamoramiento ciego sobre
el que había ironizado, la pulsión de amar, proteger, cuidar e idolatrar, era
exactamente lo que sentía él. En lugar de debilitarlo, como creía, lo llenaba
de energía, de poder. Era tan raro, y a la vez tan correcto.
Pero ahora lo que necesitaba era hacerla suya, convertirse en uno con
ella, follarla hasta dejarla sin sentido. Los nervios y la incertidumbre se
habían esfumado, y en su lugar quedaban el amor y el deseo, y este última
jugaba con su cuerpo y empujaba todo el razonamiento a un segundo nivel.
Era consciente de que tenía que estar en su mejor estado mental, con la
mente clara y concentrada en el peligro que significaban esos moteros de
Portland, pero sería imposible hasta que se hundiera en ella y la reclamara
como suya. Solo mía. Mía. Cuanto antes, mejor. No era apresurado si
consideraban que lo había evitado por años, como el cateto que era.
Ella le hizo saber que confiaba en él y le pidió que la tomara. Esas
palabras lo eran todo. Significaban perdón, deseo, amor correspondido, y lo
volvieron loco. Sandy era suya para besar, acariciar, tocar y lamer.
La idea le hizo flaquear mientras la trasladaba urgido al lecho, y justo en
el borde la despegó con suavidad y reticencia de sus caderas y la dejó
parada, para cogerla de inmediato por la cintura en un abrazo férreo que
contaba que no quería tenerla lejos.
Volvió a besarla, y sus labios se abrieron para él como la gazania[1] lo
hacía cuando el sol tocaba sus pétalos. Dulces, pulposos, húmedos,
palpitaban con anhelo, y no parecía poder saciarse.
Ella lo besó de vuelta, con fiereza, como si quisiera calcinarlo en su
calor, e Ice se sintió como el fénix, porque en su locura estuvo seguro de
que en su boca podría morir y renacer.
—Desnúdate, Sandy. Quiero verte desnuda—gruñó, su voz cambiada,
en un comando que ella no desobedeció.
Se quitó la parte superior del pijama en un abrir y cerrar de ojos, y
empujó los pantalones para deshacerse de ellos con impaciencia. No hubo
jugueteo sensual, no hubo intención de tentarlo con un striptease, no hubo
sexualidad manifiesta en el acto. Ice había estado con muchas mujeres
como para entender la diferencia.
Sandy se exponía a él con la sensualidad ingenua y la honestidad que la
caracterizaba. Y Ice no se había sentido jamás así. Excitado a mil, urgido,
pero a la vez maravillado y con la convicción de que esta era la intimidad
que deseaba de aquí en más. Con ella. Solo con ella.
Su cuerpo desnudo era puras curvas. Los pesados senos eran redondos y
naturales, coronados por picos oscuros que el sujetador de encaje no
disimulaba. Su cintura pequeña se abría en caderas amplias y el suave
triángulo de pelo en su pelvis le hizo tragar saliva.
Se lamió los labios en un gesto predatorio instintivo, y su mano viajó
hasta su monte de venus y rodeó el obsceno bulto, sintiendo cómo su polla
crecía y se llenaba de sangre.
—Gloriosa, Sandy. Hermosa—susurró, acariciando su vulva a través de
la tela—. Quítate el sujetador—comandó, y ella obedeció de maravilla.
No había hablado todavía, y la observó con atención, queriendo detectar
cualquier rastro de confusión. No lo percibió. Sus ojos brillaban y la punta
de su lengua mojó los labios. Él desmesuró sus ojos. Un gesto tan pequeño,
tan usual y repetido, adquiría en ella otra dimensión.
Sandy era una mezcla de timidez, sumisión y desafío, e iba a acabar con
él. Lo iba a arruinar para otra. Lo pondría de rodillas, pero estaba más que
bien con eso.
Rendirse a su belleza, morir la pequeña muerte entre sus muslos y
brazos era la experiencia más increíble que podía soñar.
—¡Qué jodidamente hermosa eres! —la halagó una vez más, tragando
con dificultad porque se sentía excitado al mil por ciento.
Su garganta seca, su polla como garrote, sus testículos pulsando. Ella
sonrió sensualmente mientras se desabrochaba el sujetador y lo dejaba caer
al suelo. Sus pechos rebotaron alegres y pesados, y él estiró sus manos para
envolverlos, rozando con los pulgares los pezones, excitándolos.
—Duros y suaves al mismo tiempo—susurró.
Se inclinó para chupar uno de los picos rosados, succiones que alternó
con lametazos de su lengua codiciosa y mordiscos suaves, y ella gimió y
respondió a cada estímulo, echando la cabeza hacia atrás y jadeando.
Era una hembra magnífica, vocal, no se guardaba nada. No se apresuró,
porque por Dios que disfrutaría de esta experiencia y la quería al borde,
ansiosa de más, y lista para él. Repitió la dulce tortura en el otro pecho.
—Ice... por favor...—gimió ella con la voz ahogada, y él sonrió.
Sabía lo que ella necesitaba, pero se tomaría el tiempo para tenerla
preparada, para llevarla al borde del orgasmo y luego retirarse y volver a
hacerlo. Edging. Adoraba esa práctica, aunque no era usual que la aplicara.
Sus experiencias con las zorras del club eran rápidas y sin juegos. Pero con
Sandy… Ah, lo probarían todo, joder.
—Estoy aquí para ti, nena. Pero quiero devorarte entera, pedazo a
pedazo. Sin prisa.
Restregó sus dientes sobre sus montículos mientras deslizaba sus manos
por su cintura y los huesos de la cadera, y luego sus manos se unieron en el
triángulo de su sexo y se colaron por debajo de las bragas. La humedad que
encontró lo hizo rugir de gozo.
—Estás tan mojada, preparándote para mí, Sandy. Oh, nena, joder,
quiero hacerte tantas cosas. Tanto… Pero no sé si podré contenerme…
Ella suspiró, y él la atrajo contra sí, fundiéndola con su cuerpo, con su
erección atrapada entre ellos.
—¿Me sientes, amor? ¿Ves lo duro que me pones? ¿Lo jodidamente
necesitado que estoy?
—Sí...—susurró ella, y deslizó los dedos para desabotonar su camisa, y
él la dejó hacer.
Cuando tuvo la prenda abierta, introdujo sus manos y acarició sus
pectorales, enredando sus dedos en el vello de su pecho, y luego descendió
para envolver su cintura y abrazarlo. Las pieles en contacto extremo
parecían afiebradas, y así se sentía él.
Sandy frotó sus senos contra los duros planos de su pecho, y él jadeó. La
lengua rosa se deslizó por su cuello y bordeó la rosa tatuada en su pecho, el
más especial de sus tatuajes, en homenaje a su abuela.
—Soy porque fuiste—leyó ella bajito, y él asintió.
—Mi abuela fue mi roca, la que me dio refugio y amor.
—Quiero ser tu refugio, tu amor…
—Oh, preciosa, lo serás.
Ella asintió y retomó sus caricias, y el breve lapso de razón volvió a
cerrarse y él se estremeció de lujuria, y tuvo que respirar profundamente
para calmarse. No podía ceder al impulso de tomarla ya, ahora. Esto era
especial. La primera vez entre ambos. Era especial.
La empujó suavemente, y ella cayó sobre la cama, de espaldas, con un
chillido de sorpresa, pero sonrió. Ice se arrodilló y tomó las bragas para
deslizarla por sus piernas quitarlas del camino.
Entonces la miró fijamente mientras su mano le acariciaba el coño,
suavemente, para luego abrirlo y observarlo con obsesión. Su centro era
rosado y estaba semicubierto de pelo rizado, y brillaba con sus jugos.
La acarició con reverencia, sus dedos jugando con los pliegues,
disfrutando de la visual de su lugar más sagrado, extendiendo su humedad
desde la parte delantera hasta su agujero trasero, sus dedos ansiosos por
hundirse en el apretado canal.
—Sandy... quiero follarte. Me estoy muriendo aquí… Eres perfecta…
¿Sientes igual? —ella asintió con vehemencia, sus ojos brillando y sus
dientes apretando su labio superior—. Sí, tú también lo quieres. Estás tan
empapada para mí...
—Ice... Yo... Yo no he...—musitó, y su frase se cortó cuando él deslizó
dos dedos por su canal mientras el pulgar hizo círculos sobre su clítoris—.
Ahh, joder—gimió.
—¿Te gusta esto? Estás a salvo conmigo—La estimuló y observó
fascinado como producía más humedad y luego miró su rostro, contraído de
deseo—. En cualquier momento que quieras parar, lo hacemos—le dijo.
Ella negó con la cabeza, jadeando, sus bonitos ojos amplios y brillantes,
y la punta de su lengua se lamió los labios, y luego se mordió el labio
inferior.
—Ice… No quiero parar, nunca…—susurró, y él rio, fascinado. Él
tampoco—. Soy virgen.
Lo dijo sonrojada, y él se congeló ante la confesión. ¿Virgen? No
había… ¿Cómo era posible? Eso era… Sacudió su cabeza, su mente un
torbellino, pero la implicancia no tuvo el mismo impacto en su ingle.
Su mente procesaba la información buscando qué hacer, cómo seguir. Su
jodido miembro estaba exultante de que nadie la hubiera follado. Porque
sería el primero y único. Lo primario del pensamiento lo descolocó.
—Sandy... Oh, mi... No imaginé...
No sabía qué decir. Ella estaba intacta. ¿Pero cómo podía ser? Era tan
hermosa, tan dulce. Aunque nunca la había visto con un hombre, nunca
había presentado a nadie en el club.
—No quiero que esto sea un impedimento, Ice—murmuró ella, y él la
vio hacer un mohín, y amagó a retirarse—. Sé que te gustan las mujeres con
experiencia, y...
¿Qué? Entrecerró sus ojos. Follaba a las Conejitas del club porque eran
fáciles, accesibles, no implicaban compromiso. Esto… Ella era lo que
quería, y que además se hubiera preservado, antigua como sonaba la idea,
era erótico y elevaba su libido todavía más.
—Te deseo, Sandy, como a ninguna. Y lo que me dices… Estás
logrando que mi cabeza y mi polla vuelen, preciosa. Saber que soy tu
primer hombre, el único... Esto es demasiado bueno. No me merezco esto,
pero lo voy a aceptar, cariño. Soy un cabrón con suerte, y voy a
comportarme con la dignidad que esto amerita—afirmó.
No habló más, porque tenía que demostrar lo que decía, con hechos. Le
besó suavemente los labios y luego trazó un suave camino de besos de
mariposa desde la clavícula hasta los pechos, y le siguieron los huesos de la
cadera y los muslos.
Regó su piel de besos dejando hilos de su saliva, y con cada uno fue
demostrando su sumisión a su perfección.
Lamió y mordisqueó la piel de sus muslos hasta su coño, y luego aplanó
su lengua para formar una pala que acariciara pliegues, abriéndolos con la
punta, encontrando el clítoris, y torturándolo durante mucho tiempo.
Dibujó círculos y ochos en el pequeño manojo de nervios, escuchando
los gemidos de Sandy como cánticos que lo hacían seguir.
No se cansaba de lo bien que sabía, de su olor. Hundió un dedo y luego
otro en el estrecho canal, penetrándola con los dedos con cuidado, abriendo
su calor para él, preparándola para su polla.
Podía sentir sus paredes internas palpitando contra sus dedos, y no dejó
un segundo de lamer y acariciar, hasta que encontró un punto que la hizo
elevar sobre sus talones y gritar. Se estremeció y apretó su intimidad contra
su cara, instándolo a seguir, a no parar, y él no lo dudó.
Ella alcanzó el orgasmo con gritos de placer, produciendo más humedad
e Ice lo recibió en su cara, sin dejar de comerla hasta que ella dejó de
temblar.
Solo entonces se incorporó y se quitó la ropa velozmente, y se tendió
junto a ella besándola con intensidad, haciéndole sentir su propio sabor.
—La mejor comida de mi vida. Tu coño sabe a gloria—declaró y sonrió
de forma depredadora.
—Eso... Eso fue maravilloso—dijo ella, sonrojada, y él le acarició la
mejilla, asintiendo.
—Lo fue, pero no termina aún…—Tomó su mano y la puso sobre su
polla. Su durísima y gruesa polla que parecía estar a punto de derramarse
sin más estímulo—. Quiero hacerte el amor, Sandy. Enterrarme en ti y
hacerte mía por completo. ¿Me dejarás, preciosa mía?
Ella gimió, débil por el clímax reciente, pero a la vez altamente excitada
por su lenguaje, por lo erótico que era verlo así, desnudo en toda su
magnífica masculinidad.
—Ice… Dios, esto es…
—¿Quieres mi polla en tu centro? Porque juro que yo quiero estar
dentro de ti. No puedo pensar en nada más en este momento.
—La quiero—susurró-. Quiero tu miembro haciéndome ver las estrellas
—dijo ella, su mano envolviendo su polla, acariciándola con lujuria,
trazando la vena que la recorría de glande a base, y desparramando las gotas
que coronaban la cabeza—. Puedo ser virgen, pero no soy ingenua. Esperé
porque quería la mejor experiencia.
—Me estás volviendo loco… Seré lo que deseas y más, nena.
La besó y envolvió la mano que hacía la íntima caricia con la suya, de
modo que ambos masturbaban su miembro.
—Quiero que me des todo, Ice. No lo quiero suave, no soy quebradiza.
¡Fóllame!
La miró con una sonrisa que era mezcla de ternura, deseo e
incredulidad. Porque no podía creer que por fin estaba con ella, en la
intimidad más preciosa que hubiera compartido antes.
—Sé que eres fuerte, Sandy. Y suave a la vez. La mezcla perfecta—
Mordisqueó su lóbulo y luego lo succionó, y ella se estremeció—. Seré
gentil hasta que puedas tomar mi increíble miembro—le guiñó un ojo,
imponiendo algo de ironía en la situación, porque la quería relajada y lista,
sin presiones. Quería que su primera vez, la de ambos juntos, fuera la
perfección—. Entonces, te voy a dejar atornillada al colchón, lo prometo.
Besó uno de sus pechos, y se puso de pie para coger un condón, que
deslizó lentamente sobre el largo de su pene, haciendo un espectáculo solo
para ella.
Sandy abrió las piernas y él se tumbó sobre ella, acariciando su coño
con la polla, arriba y abajo, y posó uno de sus pulgares para que acariciara
su clítoris. Se sentía acelerado, ansioso, imposiblemente duro, y respiró
para calmarse y no penetrarla de una embestida, como comandaban sus
instintos.
Haciendo uso de la disciplina aprendida en su vida militar, procedió con
quirúrgica precisión y cautela. Ella era fuego, pasión y desenfreno en sus
deseos, pero era virgen, y él se cortaría la polla antes de hacerle daño.
Colocó la punta de su miembro en la entrada de su vagina y la tibieza
húmeda de su cavidad lo recibió. Cerró los ojos, transido de deseo, y
empujó lentamente, dando empujones poco profundos para ensanchar su
canal.
Joder, ¡qué apretado era! La cueva inexplorada era el guante más
ajustado que hubiera probado, y supo que no había vuelta atrás aquí.
Tenía que estimularla, llevarla alto, para que se abriera. Chupó sus
pezones con ruido, trazó las líneas desde su escote hasta el punto de su
pulso, y mordió los lóbulos de sus orejas, susurrando cosas perversas
mientras su polla seguía enterrándose en ella. La necesitaba drogada,
mareada por la lujuria.
Cuando encontró una suave barrera en su camino hacia el nirvana, se
detuvo y la distrajo con besos, y luego dio una embestida con fuerza para
lograr romper el himen que, como muro, cortaba el paso.
Ella se quedó quieta y gimió con dolor, y él se quedó estático, pero sin
dejar de decirle lo hermosa que era, las muchas cosas que quería hacerle.
Cuando los músculos femeninos se relajaron, él empezó a pujar en ella, más
y más fuerte, hasta que ambos casi gritaban de necesidad e incontable
placer.
Ice nunca había sentido esto. Esta pasión, este desenfreno, esta gloriosa
sensación de estar cabalgando a lo más sublime. Ella alcanzó el orgasmo
primero, con un grito y arqueándose, su espalda en el aire y su cabeza atrás,
y él la siguió de inmediato.
Ambos enredados, volando cada vez más alto en el éxtasis. Fueron
segundos, minutos, horas, no lo supo, pero el entorno pareció girar y
volverse negro, y luego blanco. Se derramó en varios chorros en el condón,
rugiendo.
Cuando la niebla se desvaneció lentamente, salió de ella y se tumbó a su
lado, atrayéndola hacia su pecho, diciéndole que la adoraba, que era bella, y
ella suspiró y asintió, refugiada en su cuerpo. Fue cuestión de nada el que se
quedaran dormidos.
El sonido de su teléfono y los golpes en la puerta los despertaron a
ambos, e Ice maldijo, levantándose de un salto. La miró y se apresuró a ir al
baño. Volvió con un paño húmedo y le limpió los muslos y la vagina con
cuidado, y luego la volvió a cubrir. Mientras se vestía, le dijo:
—Rex y los demás están aquí. Quería hablar un poco más antes de su
llegada, pero... Lo haremos, amor—La besó y le acarició la mejilla. —
Espero que esto haya sido tan maravilloso para ti como para mí.
Ella asintió, sonrojada.
—Fue… increíble. Mejor de lo que soñé—susurró.
—Voy a abrir la puerta a los gilipollas, o Hulk la derribará. Vístete, y
hablaremos de los Riders y de lo que haremos.
QUINCE.

Sandy se sentó en la cama y abrazó sus rodillas, apoyando la cara en


ellas. No era una persona madrugadora, pero hoy estaba bien despierta, y la
causa no podía ser más deliciosa. Sentía el cuerpo liviano y mariposas en el
estómago, y eran las mejores sensaciones porque la causa era Ice. Ice.
Cerró los ojos, turbada por la emoción. Suspiró y un ligero escalofrío
recorrió su cuerpo. Esto parecía un sueño, pero era tan real. Tan bueno, tan
correcto. Había perdido su tarjeta V, su castidad había sido barrida por el
hombre con el que había soñado que lo haría, y ella se sentía en el Paraíso.
Ice había sido lo que fantaseó y más, más. Sensual, caballero y perverso
al mismo tiempo. Sus palabras eróticas habían alimentado la lujuria y la
habían hecho perder sus inhibiciones. Se entregó toda, se abrió a él, a sus
manos, a su boca, a su polla, como había soñado tantas veces.
Tenía suaves magulladuras en las caderas, chupetones en la piel, dolor
en el coño y felicidad en el corazón. Todas ellas pistas de lo que acababa de
vivir con el hombre que amaba. El hombre que la amaba. Eso le dijo. ¡Ay,
Dios!
Se sentía como si su existencia hubiera transcurrido en cámara lenta por
años y hoy hubiera tomado velocidad. Pero estaba bien, ella estaba más que
bien, dispuesta a montar las olas que él estaba provocando en su vida.
Oyó las voces en su salón, graves y fuertes, y suspiró. Rex y Hulk
estaban allí, y eso era más que obvio. Eran los moteros más ruidosos del
club, junto con Baldie. Expresivos, gritones, y no tenían prurito en elevar la
voz a las… Miró su reloj y vio que eran las… Dio un salto. ¡Habían
dormido por horas! El buen sexo cansa, eso era claro.
Se puso de pie y buscó ropa interior limpia, y luego sus ojos
escudriñaron la habitación para encontrar la que había descartado en el
momento de pasión. Se moriría si los hombres los encontraban. Miró
frenética alrededor, y se agachó para escudriñar debajo de la cama, pero no
vio ni sus pantaletas o su corpiño.
No tuvo tiempo de buscar más, porque estaban gritando su nombre.
¡Joder! Se puso en pie de un salto mientras se ponía los jeans, una camiseta
y embutía los pies en las zapatillas.
—Ya voy—elevó la voz y puso los ojos en blanco la segunda vez que
Hulk gritó su nombre.
Se cepilló el pelo y entró en el salón, frunciendo el ceño ante los cuatro
hombres que se agolpaban en su espacio. Cuatro Reyes en el living lo
volvían diminuto, decidió.
—Joder—oyó maldecir a Rex, y sus ojos se centraron en el tesorero del
club de moteros.
La miraba a ella y luego a Ice, y entonces el pelirrojo le dio un puñetazo
en el hombro a Ice con un evidente enfado en el rostro.
—Sandy, quiero hablar contigo. A solas—ladró.
Rex era de los mejores amigos de su hermano y la conocía desde los
diez años. Ella frunció el ceño y parpadeó, mirando a Ice para que le diera
una pista de qué pasaba. Su... ¿Novio, amante, hombre? Vaya, sonaba tan
bien, tan correcto. Suyo. Ice era suyo.
Okay, Ice, tenía los dientes apretados y sus manos eran puños. Había
fastidio en su rostro, pero los otros tres le devolvieron la mirada ceñuda, y
de pronto parecieron al borde de liarse a puñetazos. Sandy parpadeó y su
mirada volvió a Rex.
—¿Qué pasa, Rex? Sé que estoy en peligro, Ice me dijo...
—¿Ah, sí? ¿Lo hizo? ¿Tuvo tiempo? Porque parece que estaba ocupado
aquí con otros… menesteres.
Rex era un buen tipo, leal y protector, pero su voz era airada, y su
expresión demostraba que estaba de muy mal humor. ¿Qué estaba pasando
con él?
—Déjalo, Rex. No te metas—dijo Ice—. Tenemos asuntos más
importantes de que ocuparnos.
—Los tenemos, pero quiero decir que no estoy ciego. Y no voy a …
—Nosotros tampoco lo estamos, cabrón. Sandy es de la familia. ¿Cómo
pudiste? —Hulk gruñó, y Mathew asintió, aunque se sonrojó.
Era dulce y tímido, pero también estaba enfadado. Sandy puso los ojos
en blanco. ¿En serio? Esos moteros estaban enfadados con Ice porque
creían que la había seducido.
—Esto no es asunto tuyo. Estás aquí...
—Para proteger a la hermana de nuestro prez. ¡Y tú también! Se supone
que no debías...—Rex detuvo su sermón y respiró profundamente.
—Sandy es mi mujer. Mía—Ice se acercó a Rex, con la cara
contorsionada por la ira—. No tienes nada que decir aquí. Ambos estamos
seguros de lo que hacemos. No tenemos que rendirte cuentas.
—Ella es...
—Una mujer. Inteligente, con libre albedrío, capaz de tomar mis propias
decisiones. No tienen nada que decir.
Su expresión se había tornado feroz y les habló señalándolos con su
índice. Que debió parecerles amenazante fue claro, porque desarmó
cualquier intento de pelea o discusiones.
Rex suspiró, Hulk frunció el ceño y Mathew dudó, pero Ice le sonrió.
Había tanto orgullo y amor en esos ojos que casi se desmaya.
—Están aquí porque les preocupa mi bienestar, y se los agradezco,
jodidos—les sonrió ampliamente—. Y saben lo mucho que los quiero a
todos—Se alegraba de verlos, de verdad, aunque se pusieran en plan
cavernícola con ella—. Ustedes son como hermanos para mí, pero Ice es...
No sabía cómo definirlo. Dudó.
—Soy su hombre. Y punto. Van a tener que aceptarlo, porque esto no
tiene discusión—dijo él.
—Puedo hacerlo si es lo que quiere Sandy. Okay, veo que tienen las
cosas claras, los dos. Me complace entender que Ice sacó la cabeza de la
tierra, como la avestruz que fue por años—sonrió Rex, y luego hizo una
mueca—. No puedo esperar a ver cómo se lo cuentas a Fury. Por favor,
quiero estar presente en ese momento.
Hulk se rio como un loco, y los tres chocaron los puños. Hombres, y
moteros, pensó ella. Pasaban de la ira a la risa en un santiamén.
—Vamos a trabajar, cabrones—dijo Ice, y los tres asintieron.
Sandy se retiró y preparó café para todos, y se sentó junto a ellos. Sus
muebles parecían al borde del colapso, en especial el sillón donde Hulk se
apoltronó.
—Pondremos guardias en la cuadra. Hemos escondido las motos y
tenemos coches con cristales tintados. Esto nos permitirá monitorear si
vuelven. Lo mejor que podría pasar es que su incursión por el vecindario
fuera la única, pero…—Rex sacudió la cabeza.
—No lo creo—dijo Ice. —Sandy piensa que uno de ellos la reconoció
en el bar al que fueron.
—¡Sandy!-se escandalizó Hulk.
—Joder, Sandy, ¿salir al mismo bar que frecuenta esta basura? ¿Qué
pensabas?-gruñó Rex.
—Seguro extrañabas—le dijo Mathew, y la calmada frase del más joven
desarmó la airada respuesta que ella estaba por gritar a Rex y Hulk.
Asintió, y todos gruñeron.
—Esta basura no se quedará quieta. Intentarán algo. Estoy seguro—dijo
Ice.
—También lo está Fury, y todos aquí—gruñó Hulk—. No la habrían
seguido si no tuvieran un plan.
—Skull y Tooth han escaneado las grabaciones de las cámaras cercanas
a ese club. Hemos reconocido al menos a cinco ex Riders con chalecos de
los Manipuladores del Infierno. Y tú, la hermana del Prez del club que los
desterró de Sacramento, por tu cuenta, es el perfecto botín para esos
bastardos. No te dejarán en paz— afirmó Rex, su mirada preocupada en
ella.
Esta recién estaba comenzando a sopesar la enorme mierda en la que se
había metido. Esos moteros no dejarían de seguirla, y no tenían límites.
Eran delincuentes, escoria de la peor especie, y los Reyes eran los
responsables de sus pérdidas.
—¿Qué voy a hacer? —susurró, y los brazos de Ice la rodearon por los
hombros.
—Es qué vamos a hacer, Sandy. No estás sola. Me tienes a mí—susurró
en su oreja.
—Estás protegida. Te cubrimos la espalda. No te harán daño—dijo
Hulk.
—Saben dónde vivo. Es cuestión de tiempo que conozcan mi lugar de
trabajo, mis rutinas...—se desesperó—. Y van a ir tras los que me rodean—
Desorbitó los ojos al pensarlo.
—Tienes que dejar Portland, Sandy. Es la única solución—dijo Ice, y
ella parpadeó y le miró.
—Apenas he comenzado mi vida aquí—murmuró.
—Tu vida está en Sacramento, con tu familia, tus amigos. Conmigo,
Sandy—le dijo él, y había tanta confianza y fuerza en su voz.
Ella se mordió los labios. Habían hablado, habían intimado, pero un
sombra de duda la hostigó.
—No quiero volver a lo mismo—susurró ella, y él le acarició el cabello
con ternura, sus ojos firmes en ella, sinceros.
—No lo harás. Hemos cruzado la línea. Estamos juntos, en buenas y
malas. Lo sé, lo entiendo—sus manos se posaron en sus hombros—. Lo
quiero. Pero primero tenemos que detener el peligro.
—De acuerdo.
Llamaron a la puerta y Hulk fue a abrir.
—¡Lora!
El grandullón prácticamente gritó y separó los labios en una amplísima
sonrisa. Parecía un enorme oso Teddy. Mathew puso los ojos en blanco y
Sandy soltó una risita.
—Hola… Mmm. Hulk, ¿verdad? —dijo Lora, con timidez y un leve
rubor cubriendo su faz.
—El mismo y único—respondió él, sin dejar su risa de maníaco—.
Pasa, pasa, muñeca—le allanó la entrada, sus ojos recorriendo la figura de
la menuda mujer una vez que esta le dio la espalda.
—Lora, ¿cómo te sientes? —inquirió Sandy.
—Bien, aunque mi cabeza...— dijo y se aclaró la garganta.
Probablemente no quería decir que estaba con resaca, pero debía ser así.
Si Sandy, que bebía ocasionalmente se había sentido mal, no podía imaginar
su amiga, que salía poco y nada.
—Conozco una excelente receta para lidiar después de una salida de
fiesta y con alcohol—Hulk le guiñó un ojo y Lora se sonrojó.
—Yo... creo que tenemos un problema, Sandy. No sé si es el momento.
No quiero interrumpir la visita de tus amigos...
Era tan educada y tímida, realmente.
—Somos especialistas en solucionar problemas, bella señorita—dijo
Hulk con una enorme sonrisa, mientras los demás miraban la escena con
diversión. Hulk estaba desconocido—Puede confiar en nosotros.
—Si, cariño, puedes confiar en el gran y tierno Hulk—ironizó Rex, y
Hulk lo fulminó con la mirada, pero no le prestó mayor atención.
Su foco era Lora.
—Fui a la cafetería y un motero me paró—dijo esta, claramente
asustada y sin dudar más.
Los oídos de todos se agudizaron. La voz de Lora se hizo más fuerte, y
la tensión erosionó su aparente estado de calma. Casi estaba llorando. Hulk
se acercó más, el ceño fruncido.
—Continúa—dijo Ice.
—Intentó acorralarme, y dijo que sabía dónde vivía, y que él y sus
compañeros moteros vendrían a por mí y mi amiga—Lora estaba temblando
ahora, y Sandy la abrazó. —Creo que los hombres del club nos siguieron,
Sandy. Tenían esos parches.
—Lora, cálmate, cálmate. Mis amigos están aquí para protegernos.
Tienes razón, son los mismos. Las cámaras los registraron anoche, afuera
del edificio. Nos siguieron, y son de un club de moteros enemigo del de mi
hermano y ellos. Me reconocieron—hizo un gesto de pesar.
—¿Qué? —Lora abrió los ojos muy grandes—. Eso es... ¡Eso es
horrible! ¿Por qué iban a.…?
Lora estaba en shock. La cogió de la mano y la llevó a la cocina. Era el
momento de ofrecerle un té de manzanilla y tranquilizarla. Era su culpa que
la pobre estuviera metida en esta situación.
No, no, se dijo. Son ellos, los Riders, amparados en este otro club. Era
mala suerte en verdad, toparse con ellos aquí y que la reconocieran.
Portland era enorme, y aquí iba ella directo a encontrarlos. Suspiró.
—Lo siento, Lora, de verdad. Te estoy haciendo pasar momentos muy
feos.
—No digas eso, Sandy. Tú no eres responsable del comportamiento de
esas bestias—negó su vecina indignada—. Tu mudanza fue una bendición
para mí. Eres mi amiga, y estoy de tu lado—señaló decidida—. Además,
esos moteros amigos tuyos…—se sonrojó—. Se ven fuertes y capaces.
—Lo son—sonrió—. Y su protección se extiende a ti, Lora. Hulk, en
particular, parece muy impresionado por ti.
Lora miró de reojo hacia la sala y su rubor se acentuó, porque Hulk la
miraba fijo desde allí, al menos hasta que Rex le dio un golpe en el hombro
para que atendiera la conversación que llevaban. Sandy no pudo evitar
sonreír. Esta era su familia, parte de ella.
DIECISÉIS.

Bebió su té mientras hablaba con Lora, y no se perdió detalles de las


acciones que los hombres hacían en la otra sala. Ice observó varias veces
por la ventana y Rex usaba su teléfono sin parar. Estaban en plena
planificación, y luego de media hora todos salieron, con excepción de Ice,
que se dirigió a ella.
—Tenemos que hablar. Hay que tomar algunas decisiones—dijo, serio y
compuesto—. Lora, esto también te involucra a ti, me temo—agregó, con
gesto de disculpa.
—¿Por qué a mí? —contestó Lora.
Sus ojos estaban tan abiertos que parecía un cervatillo desvalido y
deslumbrado.
—Ellos ya te identificaron y asociaron con Sandy. Es la misma lógica
que siguen con Sandy y los Reyes. Intentarán atraparla, y cuando no
puedan, no dudarán en usarte como cebo para llegar a ella.
—¡Oh, Dios mío! Dulce Señor, ¿en qué me he metido? —gimió Lora, y
Sandy se sintió desolada.
Era su culpa. Lora iba a sufrir por su culpa.
—Lo siento mucho, Lora. Nunca pensé... nunca quise fastidiar tu vida—
susurró, tomando su mano.
No pudo evitar que unas lágrimas, más de impotencia que de otra cosa,
se asomaran a sus ojos. Ice posó su mano en su hombro y lo apretó en un
gesto tierno que buscó mostrarle que estaba para ella.
—No te achaques responsabilidad cuando son esos hijos de perra los
que amenazan cada paso que damos—señaló—. Esos ex Riders, ellos son
los culpables. Pero no deben desesperar. Las protegeremos, y conocemos
sus planes y podemos detenerlos.
—Pero, ¿y si involucran a su actual club? ¿Los Manipuladores del
Infierno? —dijo Sandy, y justo entonces volvió Hulk.
—Esa es la razón por la que tú y Lora tenéis que dejar Portland—dijo el
grandulón.
—¿Yo? ¿Irme? — La cara de Lora plasmó su incredulidad—. Pero…
Pero… ¿Dónde podría ir yo? No tengo familia aquí, ni amigos. Mi
apartamento y mi trabajo son lo único que tengo—agregó, desolada.
—Vendrás a Sacramento, con nosotros—le dijo Hulk, colocándose a su
lado con gesto decidido—. Podemos ubicarte allá por tanto como sea
necesario, hasta que estemos seguros de que puedes volver. Quedarse en
Portland es peligroso. Sé que da miedo, pero tienes que creernos. No estás a
salvo aquí—dijo Hulk, bajando la voz y encorvándose, como tratando de
hacerse más pequeño para no parecer peligroso, supuso Sandy.
Como si eso fuera posible, pensó luego, poniendo los ojos en blanco.
Pero comprendió que quería tranquilizar y animar a Lora, y lo adoró por
eso. Y cimentó su decisión, la única inteligente.
—Voy a volver a Sacramento—dijo en voz alta, y los suspiros de Ice y
Hulk fueron audibles. No había nada que pensar: esos Riders estaban
obsesionados con la idea de hacerla pagar por lo que los Reyes les habían
hecho—. Estaremos juntas, Lora. El club te proveerá, te lo aseguro. No
estarás sola.
El primo de Lora era el propietario de los dos apartamentos, el suyo y el
de Sandy, pero vivía en Europa. Si Lora se quedaba, estaría sola. Sandy no
podía permitir que esto sucediera. Este sobresalto en la pacífica vida de
Lora se debía a ella.
—Pero... Pero...—La indecisión e intranquilidad de Lora era evidente, y
no la culpó. Le estaban pidiendo que dejara su reducto, su mundo aquí—.
Supongo que no tengo alternativa, ¿no es así? —suspiró bajito, y la miró—.
Y tú, volverás a Sacramento a pesar de haberlo dejado porque...
Lora dudó y miró a los dos hombres, sin atreverse a seguir hablando.
Sandy sonrió, adivinando que quería saber sobre sus sentimientos, y le
entibió el corazón que Lora se preocupara por ella en este momento de
estrés personal.
—Las cosas... han cambiado—dijo, con los ojos puestos en Ice. En
efecto, lo habían hecho, ciento ochenta grados, y la perspectiva de la
mudanza de vuelta no era pesada ni obligada, al contrario—. Debes venir
conmigo, Lora. O mudarte de este lugar, conseguir un nuevo hogar, un
nuevo trabajo... Creo que podemos resolver esos problemas por ti, en
Sacramento.
—¿Y si llamamos a la policía? Entiendo que es complicado, pero tal
vez...— dijo ella.
—No tenemos pruebas de lo que está ocurriendo. No hay nada sólido
hasta ahora, salvo nuestra convicción y los montajes de las cámaras, y un
pasado entre los Riders y los Reyes, pero en Sacramento. Y estos bastardos,
estos criminales están acostumbrados a escapar de la ley. Tienen mucho
tiempo y recursos con los que la policía no cuenta. Al final encontrarán un
momento y un lugar para atraparlas. No nos arriesgaremos con Sandy. Te
ofrecemos nuestra protección, pero es tu elección—dijo Ice.
Lora asintió, demudada, y se retiró a un costado, cabizbaja, en silencio.
Hulk hizo amague de ir a ella, pero Sandy le tocó el brazo y negó. Ella
necesitaba pensar sin presiones. Justo entonces el móvil de Ice sonó, y este
maldijo cuando leyó el mensaje.
—Tenemos compañía ahí abajo. Son tres moteros esta vez. Rex envió
una foto a Skull, y este confirmó que uno de ellos es el Enforcer de los
Manipuladores. Las cosas están escalando. Tenemos que movernos ya.
Sandy, empaca tus cosas—ordenó.
Ella se apresuró a su dormitorio y comenzó a colocar su ropa,
dispositivos, y las cosas más esenciales en una maleta. Lora se le unió.
—Bueno... no creo que tenga muchas opciones, ¿verdad?
Sandy negó con la cabeza.
—Coge tus cosas, Lora. Debemos movernos rápido.
—¿Y el señor Jones? —dijo, al borde de las lágrimas. El Sr. Jones era su
querido gato—. Nadie lo quiere en el edificio. No le dan de comer. Si lo
dejo va a morir. Oh, no podría soportarlo. Mi pobre Sr. Jones
—¿Sr. Jones? — preguntó Hulk, asomándose a la habitación.
—Es mi gato—dijo Lora.
—Lo llevaremos con nosotros—afirmó Hulk, y Sandy abrió su boca en
descrédito.
A Hulk no le gustaban las mascotas. Nada.
—¿Lo haremos? —La cara de Lora se iluminó y no esperó ni un minuto
más—. Trato hecho, voy a empacar—gritó, corriendo a su apartamento.
—Maldita sea—gruñó Mathew, y Sandy soltó una risita—. Yo soy el
que conduce, Hulk—le dijo—. Asegúrate de que la bestia esté en una jaula.
Hulk sonrió y se dirigió a la casa de Lora.
—Hulk—Ice llamó su atención antes de que saliera—. Diez minutos.
Mathew conducirá el coche con Sandy y Lora. Joker y Sniper los seguirán.
Rex, tú y yo iremos detrás. Hustle dice que Fury está a punto de hablar con
el presidente de los Manipuladores. Debemos dejar este lugar ahora.
—Tal vez Fury pueda llegar a un acuerdo. Si esos motociclistas están
actuando por su cuenta...—dijo Sandy, esperanzada.
—Ni Fury ni Hustle piensan eso. Tampoco yo. Ese club apoyó a los
Riders hace años porque compartían negocios. Por algo los acogieron
cuando los derrotamos. Nuestro club está en medio de su ruta de entrega de
drogas a Portland. Deben creerse afortunados por haberte encontrado. Es
una oportunidad dorada para chantajearnos.
—Fui tan tonta...
Sandy se sintió fatal. Los Reyes habían atravesado por mucha mierda y
problemas el año pasado, y ella añadía más.
—No eres más que dulce, adorable y comestible—la besó profunda y
lentamente—. La mujer que quiero y me ha devuelto la capacidad de
respirar a pleno.
Ella se refugió en su pecho y se permitió unos segundos de relax
respirándolo, llenándose de su aroma, de su calor. Luego se retiró con
renuencia y terminó de guardar lo más esencial, lo que no podía dejar atrás.
Hulk asomó la cabeza.
—Vamos a movernos—dijo.
Él e Ice llevaron los bolsos al ascensor, y tanto Lora como Sandy
caminaron detrás. No dijeron ni una palabra, y cuando estaban en el nivel
inferior, Mathew acercó el vehículo.
Los hombres metieron el cargamento en el maletero y las mujeres se
subieron al asiento trasero. Ice se arrodilló para abrazarla con fuerza y se
besaron apasionadamente.
—No te arriesgues—susurró ella, súbitamente aprensiva y renuente,
recordando lo mal que la habían pasado el año anterior cuando tuvieron que
refugiarse en el bunker suburbano.
Había sido duro, esperando lo peor, temiendo que alguno de los Reyes
fuera herido o muriera. Esto se parecía. Tenía un mal presentimiento.
—No lo haré.
Mathew se alejó y Sandy miró hacia atrás. Pudo ver otro vehículo y
reconoció a Joker. Lo último que vio antes de alejarse fue a Ice, Hulk y Rex
caminando hacia el aparcamiento donde tenían las motos. Suspiró.
—Bien, tenemos nueve horas por delante. Podemos turnarnos para
conducir, Mathew—le ofreció, y él asintió.
—Yo conduciré hasta que lleguemos a la frontera del Estado. Fury y el
resto intentarán alcanzarnos en la mitad del camino para aumentar la
protección. Supongo que las primeras horas serán las riesgosas. Tal vez
logremos salir sin que nos detecten.
—Vale, vale—dijo ella y apretó la mano de Lora. Su pobre amiga
parecía desolada. ¿Quién podía culparla? Toda su vida se había derrumbado
—. Estarás bien, cariño. Mi familia y mis amigos te querrán a ti y al señor
Jones.
—Nunca he salido de Portland—contestó, con la boca temblando.
—Considera este tu primer viaje, con todos tus gastos pagados.
Lora asintió y se estiró en el asiento, y Sandy hizo lo mismo. Esto se
sentía muy extraño. Estaba volviendo a su antigua vida, la que había
abandonado. La que anhelaba. Estaba a punto de encontrarse con la gente
que amaba y echaba de menos. Eso era estimulante, a pesar de las
circunstancias.
Excepto que sería más como una vieja vida 2.0 porque sería mejor.
Tendría a Ice a su lado. Él lo dijo, que estarían juntos. Los latidos de su
corazón se aceleraron. Su vida había sido sencilla y sin sobresaltos durante
años, pero seguro que ahora no lo era.
Había tomado las riendas de su vida cuando se mudó hace unos meses,
arrancándose de la seguridad y la familia. Había luchado por construirse un
camino alternativo, y entonces el destino se abrió paso.
Los Riders la encontraron, pero Ice apareció para rescatarla como un
ángel de la guarda. Su héroe. Se mordió el labio y cerró los ojos para
recordar sus palabras. Él le había dicho todo lo que ella quería oír. Todas las
frases que había soñado escuchar de sus labios.
Y él había adorado su cuerpo. Un calor líquido pareció recorrer sus
venas, recordando sus besos, los abrazos, la increíble sensación de estar
llena de él. Se perdió en el pensamiento y la evocación, en las ideas y los
deseos de su futuro juntos, y se durmió. Se despertó con Mathew gritando
frenéticamente:
—Sandy, Lora, ¡agáchense!
—¿Qué...? —dijo, parpadeando y sin entender
—Los hijos de puta están detrás de nosotros. Al menos una camioneta y
cinco motos. No asomen la cabeza por nada.
El coche rugió cuando él pisó el acelerador.
—¿Cómo nos han encontrado? ¿Dónde está Ice? —gritó.
—No lo sé. Joker me dijo que nos estaban siguiendo. Probablemente
algún motero que no vimos estaba espiando tu edificio. Los chicos van a
detenerlos. Estamos a dos horas de la frontera. Mantengan la calma.
Como si fuera posible. Sandy luchó con el miedo, pero se obligó a no
mostrar su terror, porque Lora temblaba a su lado. Pero la aprensión pudo
más…
—¿Y si es demasiado para Ice y los demás?
—Eran soldados, Sandy. Esos malditos no pueden compararse con
nuestros hermanos. Son fuertes, inteligentes y altamente entrenados.
Mathew tenía razón. Ice había sido Boina Verde. No le había contado
mucho sobre su pasado en el Ejército, pero si había pasado por la mitad de
lo que había pasado Fury, era un puto héroe. También lo eran Rex y Hulk.
Mathew condujo a una velocidad peligrosa durante más de una hora, y
solo entonces dijo que estaban a salvo. Entonces recibió la llamada de
Joker, y detuvo el vehículo y escuchó con el ceño fruncido de preocupación.
—¿Qué está pasando, Mathew? —gritó.
Lora estaba pálida, y hacía mucho que no emitía palabra.
—Hubo una pelea. Detuvieron a los Riders, pero Ice está herido. Le
dispararon. Lo están trayendo ahora.
Toda la sangre drenó de la cara de Sandy, y le dolió el pecho. Ice estaba
herido. ¿Cuán grave? Oh, Dios, ¿se estaba muriendo? No, no, no podía
morir, ni ahora ni nunca. No, no, no...
Sintió que se le oprimía el pecho y le costaba respirar, jadeando.
—Respira, Sandy—dijo Lora, sacudiéndola por los hombros—. Inhala,
exhala… Otra vez… Otra vez, Sandy. Tranquila… Es un ataque de pánico.
Respira hondo… Eso es, eso es.
Le llevó unos minutos el volver a la normalidad, y bebió lentamente el
agua que Lora le suministró. El rugido de los caños de escape y los frenos
llenó el aire, y entonces la camioneta conducida por Joker se detuvo a su
lado.
Sniper y Rex dejaron sus motocicletas y se acercaron a la carrera,
apresurándose a sacar a Ice del asiento trasero del vehículo. Estaba
inconsciente, con su hermoso rostro blanco, y tenía sangre por todo el
pecho. Sandy se llevó las manos a la cara, llorosa, horrorizada, y se
apresuró a ir a su lado para tocarlo.
—No lo hagas, Sandy. Tenemos que cambiar de vehículo para despistar
a los Manipuladores. Ayúdanos a poner a Ice en el asiento trasero.
—Lora, siéntate delante—ordenó Sandy, y ella se metió en el vehículo
—. Pon su cabeza en mi regazo. Presionaré la herida para detener la
hemorragia.
—Está bien.
Así lo hicieron, y pronto estaban de vuelta en el camino.
—Bear y Fury están cerca. Ambos saben cómo lidiar con heridas, ellos
tienen formación en primeros auxilios—le dijo Mathew, mirándola por el
retrovisor.
Sandy asintió, pero solo podía mirar a su hombre, inconsciente en sus
brazos, pálido y apenas respirando. No podía perderlo, no podía. Lágrimas
silenciosas cayeron por su rostro. Lo siguiente que supo fue que su hermano
y varios más le quitaron a Ice de los brazos. Quiso seguirlos, pero Hustle la
detuvo.
—Se pondrá bien, Sandy. Le ayudarán. Ahora está a salvo. Ven,
tenemos que lavarte esa sangre.
Se miró a sí misma, cubierta de la sangre de Ice, y fue como si las
paredes de su mente se derrumbaran. Lloró y lloró, y cuando los brazos de
Fury la envolvieron, se sintió vacía.
—Fury...—sollozó—. Ice… él...
—Ese cabrón se pondrá bien. Ha perdido mucha sangre, pero se
recuperará. Entonces voy a matarlo—sentenció, su expresión ceñuda, pero
la calidez de su mirada desmintió sus palabras.
Ella suspiró con profundo alivio.
—No harás nada. Necesito a ese hombre. Le quiero.
—Tiene suerte de que haya sido tan concienzudo con su vigilancia y
haya visto el peligro que corrías. Es lo que nos permitió actuar a tiempo, y
ponerte a salvo de esos bastardos. Estaba muy preocupado, hermanita—
susurró, y Sandy asintió.
—Ya estoy aquí. Y.…— miró a su alrededor, y luego hizo un gesto para
que Lora la acompañara—. Esta es Lora. Es mi amiga, y...
—Bienvenida a los Reyes de Sacramento, Lora. Cuidaremos de ti—dijo
Fury, y Sandy asintió.
Lora sonrió tímidamente y luego preguntó:
—¿Dónde está el motero grandote? Hulk? ¿Está... está bien?
—Lo está. Él, Joker y el resto están volviendo. Les costó, hubo
enfrentamientos feos, pero finalmente pudieron zafar. Tenemos un nuevo
gran enemigo, me temo. Pero lo vencimos hoy.
—Quiero ver a Ice—dijo Sandy, y Fury señaló una furgoneta negra.
—Puedes viajar con él. Todavía está inconsciente, pero estable. ¡Nos
vamos a casa! —gritó al resto, que comenzó a movilizarse.
Sandy le pidió a Mathew que cuidara de Lora y caminó rápidamente
hacia la camioneta. Necesitaba ver a Ice.
DIECISIETE.

Ice comenzó a ser consciente de su entorno a través de los sonidos que


se filtraron con lentitud. Abrió los ojos con dificultad, parpadeando para
acostumbrarse a la luminosidad. Intentó moverse girar la cabeza, moverse,
pero un dolor agudo le atravesó el hombro y jadeó.
—Tranquilo, mi amor—dijo la dulce voz de Sandy cerca de su oreja, y
volvió a forzarse, esta vez para volverse hacia el origen del sonido.
Ella le dedicó una amplia sonrisa que no disimuló sus ojeras ni sus ojos
rojos e hinchados.
—Sandy... Te ves… mal… Agotada…—señaló con esfuerzo, y casi no
reconoció su voz, apenas audible.
Joder, ¿es que estaba tan mal?
—Mmm, eso no es simpático, amigo. Y no te has visto tú—contestó con
un mohín, y le acarició la mejilla.
Cerró los ojos un momento, disfrutando del toque.
—¿Cuántas horas he estado inconsciente?
-Días. Dos.
Los recuerdos vinieron todos juntos, y frunció el ceño, alterado, pero el
pinchazo en su hombro lo tranquilizó otra vez.
Recordó estar montando su moto junto a Rex y Hulk, la urgencia por
frenar el avance de los Manipuladores cuando los vieron detrás, la
persecución, los disparos, y el dolor en el hombro y el pecho. Su
desesperación cuando pensó que esos bastardos iban tras Sandy. Se removió
con ansiedad.
—¿Qué pasó con el...?
—Shhh, cálmate. No necesitamos que se abran los puntos que tiene tu
hombro ni infectar la herida. Los médicos tardaron en detener la hemorragia
y en sacar las balas. Fue un trabajo de reconstrucción minucioso, pero dicen
que todo estará bien. Los enemigos fueron detenidos. Estamos sanos y
salvos en Sacramento. Tendrás que hacer fisioterapia, pero no prevén
complicaciones si eres disciplinado. Me encargaré de eso—enfatizó.
Suspiró aliviado. Estaban en su ciudad, en la tierra de los Reyes, y ella
había vuelto. Estaba otra vez donde debía.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó, con preocupación en su hermoso
rostro.
Él levantó una mano y trazó la línea de su mandíbula.
—Débil. Pero estoy seguro de que un beso ayudará. Para empezar.
Ella se inclinó y le besó con cuidado.
—Necesitaré más que eso—se quejó él, con una sonrisa en el rostro—.
Mucho más—susurró, mirándola con hambre.
Tal parece que su miembro no sentía la misma debilidad o la pulsión de
descansar que el resto de su cuerpo. El dolor no le quitaba la necesidad de
ella.
—Cuando estés totalmente recuperado. El médico dijo que no debías
forzar el hombro ni el brazo. Has tenido suerte—Ella se estremeció—. Unos
centímetros más abajo y...
—No era mi momento. El destino sería una perra si permitiera que esos
cabrones me mataran antes de poder vivir mi historia de amor.
La miró fijamente. ¡Joder! ¡Había temido tanto por ella!
—No pierdes tu encanto—sonrió ella, pero él vio que estaba conmovida
por sus palabras.
—Hablo en serio, Sandy. No quiero perderte. Quiero estar contigo.
—Yo también, Ice. Casi me vuelvo loca cuando te vi sangrando y no
abriste los ojos... Apenas respirabas—sollozó.
—Oye, estoy aquí. Shhh, no llores. Estaré bien. Estaremos más que
bien. Tenemos muchas cosas en las que pensar. Mucho que vivir.
Ella carraspeó y asintió, y le besó de nuevo, más profundamente esta
vez. Él se relajó con el maravilloso olor a cítricos y rosas que emanaba de
su piel. Tan femenina, tan sensual a su modo, sencilla pero no menos
atractiva.
—No quiero permanecer demasiado en esta cama. Odio los hospitales—
gruñó.
—Ten paciencia. El médico ha dicho que tardarás unos días en...
—Tsk, nada de eso. No voy a estar más de lo necesario. Este no es mi
primer rodeo. Sé cómo cuidarme y manejar heridas de bala, y …
—Te quedarás aquí y nos permitirás cuidarte, Ice—dijo, con el ceño
fruncido y las manos en las caderas. Tan mandona. Uh. Interesante. Luego,
el dolor hizo que su mente volviera a concentrarse en la herida—. Quiero
que te recuperes del todo. Podemos aprovechar este tiempo para hablar y
hacer planes.
—Me gusta la idea.
Realmente le gustaba. Tenían tantas cosas que compartir, sobre sus
vidas, sueños, deseos. Su llegada intempestiva a Portland y la catarsis que
había realizado para confesarle lo que sentía había allanado camino, y
mucho, pero había miles de aspectos por contarse. Quería toda la intimidad
con ella, la física, la emocional, la de la rutina diaria.
La puerta se abrió y Fury entró en la habitación como si fuera su dueño.
Patriot y Hustle ingresaron justo detrás. Ah, el momento de la verdad. No
era cobarde, para nada, pero ver a Fury y ser consciente de que podía estar
furioso con él por meterse con su hermana, y podría querer cortarle la
cabeza… Digamos que no estaba esperando con ansias esto.
—Me alegro de verte despierto, Ice—dijo Patriot con un guiño cómplice
—. Nos diste un buen susto.
—Gracias, Patriot. No estaba en mis planes.
—En los de nadie. Esto ha sido tan inesperado como rápido, por fortuna.
Se resolvió sin gran descalabro y antes de que escalara, y fue gracias a ti.
—A todos. Baldie fue el que detectó, y …
—Porque tú monitoreabas las cámaras. Un poco obsesivamente, al
parecer—Fury lo miró, pero para alivio de Ice no continuó por esa línea—.
Arriesgaste tu vida para salvar a mi hermana, y siempre te estaré
agradecido. Mi familia está en deuda contigo.
—Ice es parte de la familia—dijo Sandy.
Fury apretó los dientes y respiró hondo.
—Es lo que pretendo, al menos—Ice dijo, sin dudar. No dejaría que
Sandy llevara el peso de esta conversación. Él era su hombre. Era el
momento de reivindicarse—. Sandy es mi vieja.
—¿Ahá? ¿De verdad? ¿Y en qué momento de estos días se dio esta
situación? — preguntó Fury—. Saben qué, no importa. No quiero detalles.
—No tenía intenciones de dártelos—dijo Ice.
—Voy a actuar con calma y sin presionarte porque estás herido. Pero
déjame decirte que no lo considero un hecho firme hasta que lo hagas bien.
Te presentas ante mis padres, lo pones a consideración en la reunión del
club.
—¡Oye! Está herido, dale un respiro—increpó Sandy a su hermano con
su índice agitándose frente a su cara—. No fuiste tan formal cuando
reclamaste a Betty, ¿verdad? No me importa si...
—¡Sandy, tranquila! —dijo él—. Fury no niega nuestra relación. Solo
está siendo...
—¡Difícil! ¡Todos ustedes, hombres grandes, escúchenme! Si se atreven
a complicarme esto, o a retrasarlo, juro que les diré a vuestras viejas que
usen sus armas con vosotros. ¿Crees que los Riders o los Manipuladores del
Infierno son peligrosos? No saben el daño que puede hacer un grupo de
viejas dispuestas a hacerles pagar por su terquedad.
Los cuatro se quedaron asombrados ante su apasionado arrebato y
reaccionaron de forma diferente. Patriot se rio abiertamente, Hustle sonrió y
Fury frunció el ceño y luego puso los ojos en blanco.
Ice no podía hablar, porque la emoción lo embargó y se manifestó como
una sensación de calor que lo envolvió. Esta era su mujer, su vieja,
reclamando apasionadamente su derecho.
—Estoy de acuerdo con lo que dices y quieres, Sandy. No quiero que mi
Ava salte a mi yugular—dijo Hustle—. Bien jugado. Estoy seguro de que
Fury está de acuerdo.
El Prez asintió y suspiró.
—Tendrás que ordenarte, Ice.
—Mis días en las habitaciones de la sede del club han terminado Tendré
que vender mi apartamento, que debe estar mohoso u ocupado a estas
alturas. Compraré una casa, muebles, me haré pastor, lo que sea necesario—
dijo mirando a Sandy, y ella se sonrojó.
—Las finanzas del club están más que bien para darte un préstamo, tío.
Habla con Rex y él se encargará—dijo Patriot.
—Nuestros padres estarán decepcionados. Pensaban que te tenían de
vuelta en casa—dijo Fury.
—Saben que es temporal. Y mamá está empeñada en mimar a Lora
ahora.
—Oh, ¿está viviendo en casa de tus padres? —inquirió Ice, y Sandy
asintió—. ¿Cómo está?
—Acostumbrándose. Un poco agitada, como es esperable. Todo es
nuevo, pero está encontrando su lugar.
—Hulk es el que tiene problemas ahora, jejeje, pobre bastardo—señaló
Patriot—. La madre de Sandy es alérgica a los gatos, así que el grandulón
tiene al señor Jones con él. El gigantón nunca imaginó que terminaría con
una mascota mimada en sus manos.
Todos los hombres se rieron.
—El cabrón odia al maldito gato, pero no puede decir nada. Lora lo
tiene enredado en su dedo meñique—dijo Hustle.
—Ey, no es así. Ella es incapaz, es muy tímida.
—Hulk no puede con los ojos de cachorrito abandonado que ella le hace
—gruñó Patriot.
—Dejaremos que Sandy te mime, hermano. Cuando estés recuperado,
hablaremos de lo que ha pasado. Hay muchas cosas que considerar.
Detuvimos el peligro, pero nuestro club tendrá que lidiar con las
consecuencias—indicó Fury.
Todos se pusieron serios y se miraron con conocimiento de causa. La
venganza y la revancha eran el pan diario de clubes como los Riders y los
Manipuladores. Más aún cuando había dinero y negocios de por medio.
—Tema para otro momento—dijo Hustle, y los tres asintieron y se
retiraron.
Sandy se puso a su lado y se atareó comprobando que las máquinas que
controlaban sus latidos y medían otras variables estaban bien, y luego le
ofreció agua. Aceptó y ella le ayudó a beberla con una pajita. Luego pulsó
un botón para cambiar la posición de la cama.
—Gracias, preciosa—sonrió él—. No podría pensar en una enfermera
más hermosa.
—Bueno, yo no podría pensar en un paciente más guapo—respondió
ella con una voz ronca que fue directamente a su polla.
—Oh, Dios... Vas a ser mi muerte.
Él se puso la mano sana en la ingle y gimió, y ella sonrió
diabólicamente.
—Si eres un buen paciente, podría darte un regalo esta noche.
Dependerá de lo que diga el médico sobre tu evolución y tu
comportamiento.
—Seré un santo—prometió él.
—Eso espero. Cuanto antes te recuperes, antes serás libre.
—No quiero ser libre. Quiero ser tu esclavo sexual, cariño. Cuando
tengamos una casa, trabajaré para recuperar el tiempo que perdimos los
últimos años.
—Te haré cumplir tu palabra—susurró ella, y trazó el contorno de sus
labios con la punta de la lengua.
Él tembló de deseo.
—Esto que me haces es tortura. Pero me gusta. Voy a resistir la
tentación, y me concentraré en el desquite, apenas salga de aquí. Una dulce
venganza, eso será.
DESENLACE.

El sonido de los tubos de escape era ensordecedor, y Sandy miró a su


alrededor emocionada. Era la primera vez que participaba activamente en
un desfile, y estaba ansiosa.
Tenía todo el equipo, incluido un chaleco con su nombre en la espalda
que le había regalado Ice. No había querido la tradicional y machista frase
Propiedad de... escrita, aunque sabía que en este club era una fórmula, nada
más.
Pero sí tenía Philip, Ice, y el símbolo de infinito tatuado en la muñeca. Y
Ice hizo lo mismo. Fue lo primero que encararon juntos cuando se mudaron
a su nuevo hogar. Juntos. Vivían juntos. Parecía un sueño.
Ese cliché de que el tiempo vuela es tan real cuando estás feliz, pensó
Sandy, respirando profundamente y caminando hacia el lugar donde estaban
las otras mujeres.
Oh, qué maravilloso había sido reencontrarse con sus amigas. Tanto
alivio sintió. La habían recibido con algarabía, y habían llorado, hablado y
cotilleado mucho.
Retomar su rutina antigua se sintió bien, lógico. Infinitamente más
normal de lo que fue la suya en Portland.
Luego de que Ice saliera del hospital y de a poquito todos se enteraron
de que ambos eran una pareja, las chicas le habían hecho saber cómo habían
vivido el proceso de su inusual romance.
—Era obvio que Ice te evitaba por algo, no lo hacía con nosotras. Tenía
miedo, el jodido.
—Y siempre flirteando sin ahondar en ninguna relación. Varias veces lo
vi comerte con la mirada, pero como no se decidía, preferí no meterme—
agregó Fiona.
—Baldie me dijo que él siempre supo que Ice no quería líos con Fury.
Además—Susan había bajado la voz para contarles esto, porque las
interacciones se daban en el club, en la sede—, sus padres tuvieron una
relación horrenda. Fueron un muy mal ejemplo. Eso se vive y supongo que
uno teme repetir el ciclo—suspiró, y Sandy sabía que era así.
Les contó cómo había sido la declaración de Ice y se habían derretido.
Ella misma se emocionó al revivir aquellos instantes. Vistos desde la
tranquilidad que daba saberlo suyo, enamorado, dispuesto a encarar la vida
con ella y formar una familia, aquella mañana en Portland fue de las
mejores de su vida.
—Estuvo pegado a esos monitores de la agencia por meses, mirándote—
dijo Kelly—. Patriot dice que pensaba que nadie sabía, pero varios habían
apostado el que no tardaría en ir por ti.
—Tan romántico—dijo Betty—. Ice siempre me pareció un hombre
encantador, a pesar de que le hubiera dado una buena patada cada vez que te
hacía sufrir con su actitud. Confiaba en que te elegiría, y no me equivoqué.
La recuperación llevó su tiempo. Largas semanas de esfuerzo sostenido
para recuperar su hombro, y ella estuvo a su lado. Fue su bastón. Hicieron
planes, encontraron un lugar para vivir, compraron muebles.
Él apoyó sus esfuerzos por convertirse en editora a tiempo completo, y
su confianza creció. El proceso no fue fácil, porque las dudas y la
inseguridad la atenazaron las primeras veces que se cruzaron con algunas de
las zorras del club, temiendo que él tuviera la tentación de volver a sus
viejos hábitos.
No lo hizo. Rechazó cada invitación e intento de seducción, y cada vez
que alguna intentó minimizarla, no solo la fustigó con sarcasmo, sino que la
reclamó sin dudas, besándola, abrazándola. Haciendo que ella se sonrojara,
pero como sabía que lo hacía para demostrar que iba muy en serio, lo
disfrutaba.
Era una suerte que esas zorras estuviesen cada vez más raleadas del
club, tarea hormiga de las viejas y convicción de los que lideraban.
Hoy era el día más importante del año, una parada y desfile por calles de
Sacramento. Era una actividad tradicional, un paseo en el que participaban
todos los moteros.
Ella montaría el asiento trasero de su motocicleta, y como la
organización de este evento era el trabajo de Ice como Capitán de Ruta,
irían en la delantera.
—¡Sandy! Esto será emocionante— le gritó Susan, abrazada a la cintura
de Baldie.
—¡Tu primer viaje! Disfrútalo, cariño! — dijo Betty, y le besó la
mejilla.
Sandy la abrazó. Adoraba a su cuñada. La mujer había dado un vuelco a
la vida de Fury para bien. Y había estado a su lado, apoyándola.
—Tengo la intención de hacerlo—dijo ella.
Miró a la fila de motos y a los moteros con su parafernalia. Todos
ocupaban sus puestos, y se acercó a Ice. Su hombre la estaba esperando,
con una amplia sonrisa en la cara.
—Aquí estás. Sí que estás guapa—Levantó una ceja y se relamió los
labios.
Ella no pudo evitar mirar su sexy boca.
—Tú también—le susurró, y se inclinó para besarla.
Luego se colocó el casco y se montó en la moto. Ella subió detrás,
rodeándolo con las piernas, sus muslos contra sus caderas. Se abrazó a su
pecho y se fundió en su espalda.
—Esto es lo más sexy—dijo Ice—. Rodar por el asfalto, al lado de los
hombres que más quiero y respeto. El viento en mi cara, tus tetas y tu coño
sobre mí. La puta gloria—declaró.
—¡Cállate, Ice! Fury está justo detrás nuestro—dijo ella, mirando atrás
con nerviosismo.
Le encantaba el lenguaje sucio de su amante, pero la hacía sonrojar de
vergüenza.
—No puedo evitar decir la verdad—rio él—. Ahora, hagamos esto, mi
amor—Giró para mirarla, la visera de su casco baja—. Estoy muy orgulloso
de tenerte en mi asiento trasero, preciosa.
—No pensé que este día llegaría, pero no puedo estar más feliz.
—Afortunadamente, hiciste todos los movimientos correctos—se giró y
dio arranque al motor.
Entonces gritó la orden de salida, y los rugidos de los motores y los
gritos cubrieron el aire. La emoción y la alegría estaban por todas partes. La
fiesta de los Reyes se puso en marcha, y por dos horas, rodaron por la
ciudad.
Sandy pasó por muchas emociones. Se sintió despreocupada y se dejó
llevar por las sensaciones. Con su cara sobre el hombro masculino, sus
manos acariciando su cuello y su pecho, disfrutó de hermandad que
significaba toda esta gente junta. Eran una familia por elección.
La última parada del viaje fue en la sede del club, donde hubo una
barbacoa. Bailaron, hablaron, bebieron y se rieron tanto que ella sintió su
garganta adolorida y su cuerpo agotado.
—Es hora de irse, mi amor—le susurró él horas más tarde en la oreja, y
ella se estremeció.
—Creo que sí.
La cogió de la mano y se dirigieron a la entrada. Sandy soltó una risita
cuando vio a Hulk hablado con Lora, a dos metros de distancia. El pobre
estaba muy interesado en ella, pero la mujercita era tímida. Mucho.
Las cicatrices de los arañazos en los brazos y la cara, así como el gesto
compuesto y algo sufrido del grandulón eran prueba fehaciente de que Lora
y su gato no eran fáciles de convencer.
—¡Pobre Hulk! Lo está intentando, pero esa señorita es un hueso duro
de roer— dijo Ice.
—Ha pasado por muchos cambios inesperados. Y no se siente cómoda
con los hombres. Hay una historia ahí, pero no es mía para compartirla—
indicó ella.
—El tiempo lo dirá. Nosotros estamos escribiendo nuestra historia,
Sandy. Y no me equivoco si digo que va muy, muy bien.
—No podría estar más de acuerdo, amor.
Se besaron con hambre, y él la condujo rápido hacia la salida, y volvió a
besarla apoyándola sobre su motocicleta. Aprovechó para hacer que sus
manos recorrieran todo su cuerpo.
Ella gimió cuando las manos de él se deslizaron por debajo de la cintura
de sus pantalones de cuero y le acariciaron el coño.
—¿Sin ropa interior? Mmm, osada.
Él sonrió diabólicamente, y su muslo se abrió paso entre los de ella.
Sandy se montó sobre ese miembro y se restregó sin pudor, y él la besó
fieramente. Estaba tan mojada. Lo necesitaba. Lo quería dentro de ella.
—Ice... te necesito.
—Yo también. Ya… Nuestra casa está bastante cerca, pero te quiero
mojada y lista, así que...—La levantó en estilo nupcial—. Voy a decirte
exactamente lo que voy a hacerte esta noche. Y lo que espero de ti.
—Vale—dijo ella, con la voz rasposa y la piel de gallina—. Cuéntame.
—Primero, voy a quitarte la ropa. Una por una, lentamente, mientras
beso y muerdo tu piel—La colocó en el asiento trasero y montó la moto. Su
profunda voz sonó a través del sistema Bluetooth de los cascos—. Luego
voy a comerte el coño, a hacerme un festín con tu clítoris y tu vulva,
devorando tu dulce humedad.
Ella gimió y se apretó contra su espalda. Su mano le acarició el muslo.
Arrancó el motor y condujo la moto hacia la salida.
—Cuando estés a punto de llegar al orgasmo, me retiraré. Lo haré tantas
veces como quiera. Te retorcerás de lujuria. Entonces te voy a penetrar,
duro y profundo. Voy a empujar, y empujar, hasta que esté hasta las pelotas
en ti.
Sandy sintió que su piel ardía. Sus cuerpos estaban increíblemente
calientes, y cada frase de él la estaba volviendo loca de lujuria.
—Pero no voy a derramar mi leche en tu coño esta noche, no. Cuando
estés a punto de correrte, sacaré mi polla, y voy a ir por tu boquita. Tendrás
mi verga en tu garganta. Oh, joder, como quiero ver esos labios tuyos
alrededor de mi polla. en tu dulce boca. Voy a tomar tu boca. Vas a tener
que tragar mi polla, te atorarás con ella. Oh, los sonidos que harás…-Su voz
era rasposa y afilada, también excitado-. ¿Crees que puedes hacerlo?
¿Tomarme todo?
—Lo... intentaré—apenas pudo responder.
Lo abrazó más fuerte porque estaba temblando de deseo. ¿Cómo podía
él excitarla tanto, solo hablando?
—Entonces me correré en tu boca y tragarás hasta la última gota de mi
semen—dijo—. Sin derramar, o habrá consecuencias—declaró.
Sandy casi gritó de alivio cuando vio que su casa estaba justo adelante.
—Gra... Gracias a Dios—tartamudeó, y la risa de él fue fuerte.
—Estoy tan caliente como tú, nena. Casi me corro en los pantalones
mientras hablaba—Aparcó la moto y se bajó, cogiendo a Sandy en brazos
—. Ahora, la hora del espectáculo. ¿Estás preparada?
—Tan, tan lista—respondió ella y lo besó—. Llevo años preparada.
—Y por fin, el tonto lo ha entendido—dijo él, con sus ojos oscuros
puestos en los de ella—. Soy un hombre afortunado. Podrías haberme
dejado atrás. Superarme. Habría sido entendible.
—Te amo demasiado. Los dos somos afortunados por haberlo
entendido. Llévame adentro. Hazme tuya, una y otra vez. Que nos
encuentre el sol devorándonos, Ice.
—Te quiero—dijo él y puso su frente sobre la de ella.
Ella sintió que las lágrimas de formaban en sus ojos. Tanta espera y
amargura había valido la pena.
—¡Oh, Ice! Yo también te quiero.
—Te prometo que haré todo lo que esté en mis manos y más para que
esta sea una historia de amor digna de ser vivida y contada. No repetiré
errores. No tengas miedo, no te voy a fallar. Eres todo lo que quiero y
necesito. Quiero ser lo mismo para ti.
—Lo eres, Ice. No lo dudes nunca.

FIN
Estimado lector,
Quiero darte las gracias por comprar y leer mis libros. Me alegras el día
y me ayudas a hacer crecer mi sueño.
Apreciaría tu reseña, tus estrellas, opiniones y sentimientos después de
leerlo. Expresa exactamente lo que sentiste y pensaste.
Lo próximo en esta serie es la historia de Hulk y Lora. El grandulón y la
tímida mujer tendrán una historia dulce y apasionada para entregarles. Ah, y
sabrán más del Sr. Jones, por supuesto.
Pueden reservarla aquí: https://rxe.me/ZYQS4M

Sinopsis:
Lora
Su vida no había sido de muchas vicisitudes. De hecho, la suya era una
existencia plana hasta que conoció a Sandy, y esta la introdujo al mundo de
los Reyes. Esto ocasionó que debiera dejar Portland, instalarse en
Sacramento para empezar de nuevo, con otro trabajo, otra rutina, y ¡oh,
maravilla, amigas! Eso era increíble y un poco… bastante atemorizante. Al
menos tenía a su gato, el Señor Jones. O más bien, lo tenía Hulk de
momento.
Ese hombre enorme, que le sacaba dos cabezas y la doblaba en peso, era
intrigante. Buen mozo, a su modo. Sexy… No, no, mala Lora. No tenía que
pensar así. Sus padres no habían criado una mujer liviana. Tenía que
conservar su moral. Aunque se le estaba haciendo difícil, joder, y eso la
tenía al borde.
¿Quién sabe qué podía pasar si cedía a la obvia tentación que él
suponía? Porque que él quería algo con ella no era nada difícil de adivinar.
Nop.
Hulk
Lo suyo no es la sutileza. ¿Para qué? Si encontró a la mujer que quiere
como su vieja. Si solo ella no fuera tan tímida, tan esquiva, tan difícil de
entender. Igual de arisca que ese condenado gato que le cuida y que parece
importarle infinitamente más que él. ¡Jodido y afortunado animal! Pero la
paciencia es su virtud más notable, y no va a darse por vencido. Los
premios más valiosos son los que valen más sacrificios. Lora va a ser su
mujer, solo que no lo ha entendido.

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[1]
Es una de las tantas flores denominadas “rayitos de sol”, ya que se abre durante las horas de luz,
mostrando en ese momento su esplendor

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