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Fazbear Frights

#1

Scott Cawthon
Elley Cooper
Copyright ©2020 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados.
Foto de TV estática: ©Klikk/Dreamstime
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Datos de catalogación en publicación de la Biblioteca del Congreso
disponibles.
Primera impresión 2020
Diseño del libro por Betsy Peterschmidt
Diseño de portada de Betsy Peterschmidt
e-ISBN 978-1-338-62696-4
Todos los derechos reservados bajo las convenciones
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Portadilla
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En el pozo
Para ser hermosa
Contando las formas
Acerca de los Autores
Epílogo
— L a zarigüeya muerta todavía está ahí. —Oswald estaba mirando por
la ventanilla del pasajero al cadáver gris y peludo al costado de la carretera.
De alguna manera parecía incluso más muerto que ayer. La lluvia de anoche
no ayudó.
—Nada se ve más muerto que una zarigüeya muerta —dijo el padre de
Oswald.
—Excepto esta ciudad —murmuró, mirando los escaparates y ventanas
tapiadas, que no mostraban nada más que polvo.
—¿Qué has dicho? —preguntó su padre. Ya estaba usando el estúpido
chaleco rojo que le pusieron cuando trabajaba en el mostrador de
delicatessen en el Snack Space. Oswald deseaba que esperara para
ponérselo hasta después de dejarlo en la escuela.
—Esta ciudad —respondió, más fuerte esta vez—. Esta ciudad se ve más
muerta que una zarigüeya muerta.
Su papá se rio.
—Bueno, no creo que pueda discutir eso.
Hace tres años, cuando Oswald tenía siete años, en realidad había cosas
que hacer aquí, una sala de cine, una tienda de juegos y cartas, y una
heladería con conos de waffle increíbles. Pero entonces el molino había
cerrado. Básicamente, el molino había sido la razón por la que existía la
ciudad. El padre de Oswald había perdido su trabajo, al igual que cientos
de mamás y papás de otros niños. Muchas familias se habían mudado,
incluido el mejor amigo de Oswald, Ben, y su familia.
La familia de Oswald se había quedado porque el trabajo de su madre
en el hospital era estable y no querían mudarse lejos de la abuela. Así que
papá terminó con un trabajo a tiempo parcial en el Snack Space, que pagaba
cinco dólares la hora menos de lo que ganaba en el molino. Oswald vio
morir a la ciudad. Un negocio tras otro cerró, como los órganos de un
cuerpo moribundo, porque ya nadie tenía dinero para películas o juegos o
conos de waffle increíbles.
—¿Estás emocionado de que sea el último día de clases? —preguntó
papá. Era una de esas preguntas que los adultos siempre hacían, como—:
¿Cómo estuvo tu día? ¿Te lavaste los dientes?
Oswald se encogió de hombros.
—Eso creo. No tiene nada que ver con que Ben se haya ido, pero la
escuela es aburrida, y la casa también.
—Cuando tenía diez años, no estaba en casa en verano hasta que me
llamaban para cenar. Montaba mi bicicleta, jugaba béisbol y me metía en
todo tipo de problemas.
—¿Estás diciendo que debería meterme en problemas?
—No, estoy diciendo que deberías divertirte. —Papá se detuvo en la
línea de entrega frente a la escuela primaria Westbrook.
«Diviértete». Lo hizo sonar tan fácil
Oswald atravesó las puertas dobles de la escuela y se topó con Dylan
Cooper, la última persona a la que quería ver. Sin embargo, Oswald era
aparentemente la primera persona a la que Dylan quería ver, porque su
boca se abrió en una amplia sonrisa. Dylan era el niño más alto en quinto
grado y claramente disfrutaba vislumbrar sobre sus víctimas.
—¡Bueno, si es Oswald el Ocelote! —dijo, con su sonrisa haciéndose
increíblemente más amplia.
—Ese nunca envejece, ¿verdad? —Oswald pasó junto a Dylan y se sintió
aliviado cuando su torturador decidió no seguirlo.
Cuando Oswald y sus compañeros de quinto grado eran preescolares,
había una caricatura en uno de los canales para niños pequeños sobre un
gran ocelote rosado llamado Oswald. Como resultado, Dylan y sus amigos
comenzaron a llamarlo “Oswald el Ocelote” el primer día de jardín de
infantes y nunca se detuvieron. Dylan era el tipo de niño que elegiría
cualquier cosa que te hiciera diferente. Si no hubiera sido el nombre de
Oswald, habría sido sus pecas o su mechón.
Los insultos habían empeorado mucho este año en la historia de Estados
Unidos cuando supieron que el hombre que disparó contra John F.
Kennedy se llamaba Lee Harvey Oswald. Oswald preferiría ser un ocelote
que un asesino.
Como era el último día de clases, no hubo ningún intento de hacer
ningún tipo de trabajo real. La Sra. Meecham había anunciado el día anterior
que a los estudiantes se les permitía traer sus dispositivos electrónicos
siempre y cuando asumieran la responsabilidad de que cualquier cosa se
pierda o se rompa. Este anuncio significó que no se haría ningún esfuerzo
hacia ninguna actividad educativa de ningún tipo.
Oswald no tenía ningún aparato electrónico moderno. Es cierto que
había una computadora portátil en casa, pero toda la familia la compartía y
no se le permitió traerla a la escuela. Tenía un teléfono, pero era el modelo
más triste y anticuado imaginable, y no quería sacarlo de su bolsillo porque
sabía que cualquier niño que lo viera se burlaría de lo patético que era.
Entonces, mientras otros niños jugaban en sus tabletas o consolas
portátiles, Oswald se sentó.
Después de que sentarse se volvió intolerable, sacó un cuaderno y un
lápiz y comenzó a dibujar. No era el mejor artista del mundo, pero podía
dibujar lo suficientemente bien como para que sus imágenes fueran
identificables, y había cierta calidad caricaturesca en sus dibujos que le
gustaba. Sin embargo, lo mejor de dibujar era que podía perderse en ello.
Era como si cayera en el papel y se convirtiera en parte de la escena que
estaba creando. Era una escapada bienvenida.
No sabía por qué, pero últimamente había estado dibujando animales
mecánicos: osos, conejos y pájaros. Los imaginó con el tamaño de un
humano y moviéndose con las sacudidas de los robots en una vieja película
de ciencia ficción. Eran peludos por fuera, pero la piel cubría un esqueleto
de metal duro lleno de engranajes y circuitos. A veces, dibujaba los
esqueletos de metal expuestos de los animales o los esbozaba con la piel
despegada para mostrar algunos de los mecanismos mecánicos que había
debajo. Fue un efecto espeluznante, como ver el cráneo de una persona
asomando por debajo de la piel.
Oswald estaba tan inmerso en su dibujo que se sorprendió cuando la
Sra. Meecham apagó las luces para mostrar una película. Las películas
siempre parecían el último acto de desesperación de un maestro el día
antes de las vacaciones, una forma de mantener a los niños tranquilos y
relativamente quietos durante una hora y media antes de dejarlos libres
para el verano. La película que eligió la Sra. Meecham era, en opinión de
Oswald, demasiado infantil para una habitación llena de estudiantes de
quinto grado. Se trataba de una granja con animales parlantes, y la había
visto antes, pero la volvió a mirar porque, en realidad, ¿qué más tenía que
hacer?
En el recreo, los niños se paraban lanzando una pelota de un lado a otro
y hablando sobre lo que iban a hacer durante el verano:
—Voy al campamento de fútbol.
—Voy al campamento de baloncesto.
—Voy a pasar el rato en la piscina de mi vecindario.
—Me quedaré con mis abuelos en Florida.
Oswald se sentó en un banco y escuchó. Para él, no habría campamentos
ni membresías en piscinas ni viajes porque no había dinero. Y entonces
hacía dibujos, jugaba a sus viejos videojuegos que ya había derrotado mil
veces, y de vez en cuando iba a la biblioteca.
Si Ben todavía estuviera aquí, sería diferente. Incluso si sólo estuvieran
haciendo las mismas cosas de siempre, lo harían juntos. Y Ben siempre
podía hacer reír a Oswald, haciendo riffs sobre personajes de videojuegos
o haciendo una perfecta personificación de uno de sus maestros. Ben y él
se divirtieron sin importar lo que hicieran. Pero ahora un verano sin Ben
bostezó ante él, amplio y vacío.

✩✩✩
La mayoría de los días la mamá de Oswald trabajaba a partir de las 12
p.m. hasta las 12 a.m., por lo que su papá tenía que preparar la cena. Por
lo general, se las arreglaban con comidas congeladas como lasaña o potpie
de pollo, o con embutidos y ensalada de papas del deli Snack Space que
aún eran lo suficientemente buenas para comer pero no lo suficientemente
buenas para vender. Cuando papá cocinaba, por lo general eran cosas que
sólo requerían agua hervida.
Mientras papá preparaba la cena, el trabajo de Oswald era alimentar a
Jinx, su muy malcriada gata negra. Oswald a menudo pensaba que usaba
casi la misma habilidad en la cocina para abrir la lata de comida apestosa
para gatos de Jinx que usaba su padre en los preparativos de la cena.
—Sabes, estaba pensando —dijo papá, echando ketchup sobre sus
macarrones con queso. («¿Por qué hizo eso?» Se preguntó Oswald.)— Sé
que tienes la edad suficiente para quedarte en casa solo, pero no me gusta
la idea de que te quedes solo todo el día mientras tu mamá y yo estamos
en el trabajo. Estaba pensando que podrías ir a la ciudad conmigo por las
mañanas y yo podría dejarte en la biblioteca. Podías leer, navegar por la
red–.
Oswald no podía dejarlo pasar. ¿Qué tan anticuado podría estar su
padre?
—Ya nadie dice “navegar por la red”, papá.
—Lo hacen ahora... porque lo acabo de decir. —Papá se bifurcó unos
macarrones—. De todos modos, pensé que podrías pasar el rato en la
biblioteca por las mañanas. Cuando tengas hambre, puedes dirigirte a Jeff's
Pizza para tomar una porción y un refresco, y yo podría recogerte ahí una
vez que termine mi turno a las tres.
Oswald lo consideró por un momento. Jeff's Pizza era un poco raro. No
estaba exactamente sucio, pero estaba deteriorado. El vinilo de los asientos
de las cabinas se había reparado con cinta adhesiva y las letras de plástico
se habían caído del tablero del menú sobre el mostrador, por lo que los
ingredientes enumerados incluían pepperon y am urger. Estaba claro que
Jeff's Pizza solía ser algo más grande y mejor de lo que era ahora. Había
toneladas de espacio en el piso sin usar y muchos enchufes eléctricos sin
usar a lo largo de la base de las paredes. Además, en la pared del fondo
había un pequeño escenario, aunque no había actuaciones ahí, ni siquiera
una noche de karaoke. Era un lugar extraño, triste y que lo había sido desde
antes, no como el resto de la ciudad.
Dicho esto, la pizza era decente y, lo que es más importante, era la única
pizza de la ciudad si no contaba las del departamento de alimentos
congelados del Snack Space. Los pocos buenos restaurantes de la ciudad,
incluidos Gino's Pizza y Marco's Pizza (que, a diferencia de Jeff's, tenían
nombres reales de pizzeros), habían cerrado sus puertas poco después de
que lo hiciera el molino.
—¿Me darás el dinero para la pizza?
Desde que papá perdió el trabajo, la mesada de Oswald se había
reducido a prácticamente nada. Papá sonrió, a Oswald le pareció una
especie de sonrisa triste.
—Hijo, estamos mal, pero no estamos tan mal. No te daré trescientos
cincuenta por una rebanada y un refresco.
—Está bien —dijo Oswald. Era difícil decir que no a una rebanada de
queso caliente y pegajoso.
Como no era una noche de escuela y no volvería a serlo durante
bastante tiempo, Oswald se quedó despierto después de que papá se fue a
la cama y vio una vieja película japonesa de monstruos, con Jinx
ronroneando acurrucada en su regazo. Oswald había visto muchas películas
de terror japonesas de grado B, pero esta, Zendrelix contra
Mechazendrelix, era nueva para él. Como siempre, Zendrelix parecía un
dragón gigante, pero Mechazendrelix le recordaba a los animales
mecánicos que dibujaba cuando les quitaba la piel. Se rio de los efectos
especiales de la película (el tren que Zendrelix destruyó era claramente un
juguete) y de cómo los movimientos de los labios de los actores no
coincidían con el inglés doblado. De alguna manera, sin embargo, siempre
se encontraba apoyando a Zendrelix. A pesar de que era sólo un tipo con
un traje de goma, de alguna manera se las arregló para tener mucha
personalidad.
En la cama, trató de contar sus bendiciones. No tenía a Ben, pero tenía
películas de monstruos, la biblioteca y porciones de pizza a la hora del
almuerzo. Era mejor que nada, pero aun así no iba a ser suficiente para que
siguiera adelante durante todo el verano. «Por favor», deseó, con los ojos
cerrados con fuerza. «Por favor, deje que suceda algo interesante».

✩✩✩
Oswald se despertó con el olor a café y tocino. No podía prescindir del
café, pero el tocino olía increíble. El desayuno significaba tiempo con su
madre, a menudo la única vez que pasaba con ella hasta el fin de semana.
Después de una pausa necesaria, se apresuró por el pasillo hacia la cocina.
—¡Bueno, mira eso! ¡Mi estudiante de sexto grado! —Mamá estaba de
pie junto a la estufa con su albornoz rosa difuso, con su cabello rubio
recogido en una cola de caballo, volteó algo–oh, mmm, ¿eran esos
panqueques?
—Hola, mamá.
Ella abrió los brazos.
—Exijo un abrazo por la mañana.
Oswald suspiró como si eso le molestara, pero se acercó y la abrazó.
Fue divertido. Con papá, siempre decía que era demasiado mayor para los
abrazos, pero nunca rechazó los brazos abiertos de su mamá. Tal vez fue
porque no pasaba mucho tiempo con ella durante la semana, mientras que
él y papá pasaban tanto tiempo juntos que a veces se ponían de los nervios.
Sabía que mamá lo extrañaba y se sentía mal por tener que trabajar
tantas horas. Pero también sabía que, dado que el trabajo de papá en el
Snack Space era sólo a tiempo parcial, las largas horas de trabajo de mamá
eran la principal razón por la que se pagaban las facturas. Mamá siempre
decía que la vida adulta era una lucha entre tiempo y dinero. Cuanto más
dinero haya ganado para gastar en facturas y necesidades, menos tiempo
tendrá para dedicarlo a su familia. Es un equilibrio difícil.
Oswald se sentó a la mesa de la cocina y le agradeció a su mamá cuando
le sirvió el jugo de naranja.
—Primer día de vacaciones de verano, ¿eh? —Mamá volvió a la estufa
para recoger un panqueque con su espátula.
—Uh-Huh. —Probablemente debería haber intentado sonar más
entusiasta, pero no pudo reunir la energía.
Ella deslizó el panqueque en su plato y luego le sirvió dos tiras de tocino.
—No es lo mismo sin Ben, ¿eh?
Sacudió la cabeza. No iba a llorar.
Mamá le revolvió el pelo.
—Sí. Es un fastidio. Pero, oye, tal vez un nuevo amigo se mude a la
ciudad.
Oswald miró su rostro esperanzado.
—¿Por qué alguien se mudaría aquí?
—Está bien, veo tu punto —dijo mamá, apilando otro panqueque—.
Pero nunca se sabe. O tal vez alguien genial ya vive aquí. Alguien a quien ni
siquiera conoces todavía.
—Tal vez, pero lo dudo. Sin embargo, estos panqueques son geniales.
Mamá sonrió y volvió a alborotarle el pelo.
—Bueno, tengo eso a mi favor. ¿Quieres más tocino? Si lo quieres, será
mejor que lo tomes antes de que su padre entre aquí y lo aspire todo.
—Por supuesto. —La política personal de Oswald era no rechazar
nunca más tocino.

✩✩✩
La biblioteca fue realmente divertida. Encontró el último libro de una
serie de ciencia ficción que le gustó y un manga que parecía interesante.
Como siempre, tuvo que esperar una eternidad para usar las
computadoras porque todas fueron tomadas por personas que parecían
no tener otro lugar donde estar, hombres con barbas descuidadas con
capas de ropa andrajosa, mujeres demasiado delgadas con ojos tristes y
dientes en mal estado. Esperó su turno cortésmente, sabiendo que algunas
de estas personas usaban la biblioteca como refugio durante el día, luego
pasaban la noche en las calles.
Jeff's Pizza era tan extraño como recordaba. El gran espacio vacío más
allá de las cabinas y las mesas era como una pista de baile donde nadie
bailaba. Las paredes estaban pintadas de amarillo pálido, pero debían haber
usado pintura barata o sólo una capa, porque las formas de lo que había
estado en las paredes antes todavía eran visibles. Probablemente había sido
una especie de mural con personas o animales, pero ahora eran sólo
sombras detrás de un delgado velo de pintura amarilla. Oswald a veces
trataba de averiguar cuáles eran las formas, pero estaban demasiado
manchadas para distinguirlas.
Luego estaba el escenario que nunca se usó, parado vacío pero
aparentemente esperando algo. Aunque una característica aún más extraña
que el escenario estaba en la esquina trasera derecha. Era un corral
rectangular grande rodeado por una red amarilla, pero había sido
acordonado con un letrero que decía NO UTILIZAR. El bolígrafo en sí
estaba lleno de bolas de plástico rojas, azules y verdes que probablemente
habían sido de colores brillantes una vez, pero ahora estaban descoloridas
y borrosas por el polvo.
Oswald sabía que los pozos de bolas habían sido características
populares en los parques infantiles, pero habían desaparecido en gran parte
debido a preocupaciones sobre la higiene; después de todo, ¿quién iba a
desinfectar todas esas bolas? No tenía ninguna duda de que si los pozos de
pelota hubieran sido populares cuando era pequeño, su madre no le habría
dejado jugar en uno. Como enfermera práctica con licencia, siempre se
alegraba de señalar los lugares que encontraba demasiado llenos de
gérmenes para jugar, y cuando Oswald se quejaba de que ella nunca le
dejaba divertirse, le decía—: ¿Sabes qué no es divertido? Conjuntivitis.
Excepto por el escenario vacío y la piscina de bolas, la característica más
extraña de Jeff's Pizza era el propio Jeff. Parecía ser la única persona que
trabajaba ahí, tomaba pedidos en el mostrador y preparaba las pizzas, pero
el lugar nunca estaba lo suficientemente lleno como para que esto fuera un
problema. Hoy, como todos los demás días, parecía que Jeff no había
dormido en una semana. Su cabello oscuro estaba levantado en lugares
extraños y tenía bolsas alarmantes debajo de sus ojos inyectados en sangre.
Su delantal estaba manchado con salsa de tomate antigua y reciente.
—¿Qué puedo traerte? —le preguntó a Oswald, sonando aburrido.
—Una rebanada de pizza con queso y un refresco de naranja, por favor
—dijo Oswald.
Jeff miró a lo lejos como si tuviera que pensar si la solicitud era
razonable o no. Finalmente dijo—: Está bien. Tres cincuenta.
Una cosa que se podría decir sobre las porciones de pizza de Jeff es que
eran enormes. Jeff las sirvió en endebles platos de papel blanco que pronto
se mancharon de grasa, y las esquinas de los triángulos siempre se
superponían a los bordes de los platos.
Oswald se instaló en un reservado con su rebanada y refresco. El primer
bocado, la punta del triángulo, siempre fue la mejor. De alguna manera, las
proporciones de todos los sabores en ese bocado eran perfectas. Saboreó
el queso caliente y derretido, la salsa picante y la corteza agradablemente
grasosa. Mientras comía, miró a los otros pocos clientes a su alrededor.
Un par de mecánicos del cambio de aceite habían doblado sus rodajas de
pepperoni y las comían como si fueran sándwiches. Oswald supuso que
una mesa llena de oficinistas atacaba torpemente sus rebanadas con
tenedores y cuchillos de plástico para que no goteara salsa en sus corbatas
y blusas.
Después de que Oswald terminó su rebanada, deseó una más, pero
sabía que no tenía dinero para ella, así que se secó los dedos grasientos y
sacó su libro de la biblioteca. Tomó un sorbo de su refresco y leyó,
cayendo en un mundo donde los niños con poderes secretos iban a una
escuela especial para aprender a luchar contra el mal.

✩✩✩
—Niño. —La voz de un hombre sacó a Oswald de la historia. Miró hacia
arriba para ver a Jeff con su delantal manchado de salsa. Oswald supuso
que se había quedado más tiempo que su bienvenida. Se había sentado a
leer durante dos horas después de haber comprado una comida que
costaba menos de cuatro dólares.
—¿Sí, señor? —dijo Oswald, porque la cortesía nunca hace daño.
—Conseguí un par de rebanadas con queso que no se vendieron en el
almuerzo. ¿Las quieres?
—Oh. No gracias, no tengo más dinero. —Sin embargo, deseaba haber
aceptado.
—Va por la casa. Tendría que tirarlas de todos modos.
—Ah, okey. Claro. Gracias.
Jeff tomó la taza vacía de Oswald.
—Te traeré más refresco de naranja mientras las traigo.
—Gracias.
Fue divertido. La expresión de Jeff nunca cambió. Se veía cansado y
miserable incluso cuando estaba siendo muy amable.
Jeff trajo dos rebanadas apiladas en un plato de papel y una taza de
refresco de naranja.
—Aquí tienes, chico —dijo, dejando la taza y el plato.
—Gracias. —Oswald se preguntó por un minuto si Jeff sentía lástima
por él, si Jeff podría pensar que era terriblemente pobre como los
vagabundos que se pasaban el día en la biblioteca, en lugar de ser el pobre
normal y que apenas llega a fin de mes.
Pero luego pensó que si había pizza gratis frente a ti, tal vez no era el
momento de preocuparse por las razones. Quizás era hora de comer.
Oswald no tuvo problemas para pulir las dos enormes rebanadas.
Durante el último mes, su apetito había sido imparable. Cuando mamá le
cocinaba montones de panqueques por la mañana, dijo que debía de estar
creciendo rápidamente, lo que hacía que comiera como si tuviera una
pierna hueca.
Su teléfono vibró en su bolsillo en el segundo en que sorbió lo último
de su refresco. Miró el mensaje de su padre: estaré al frente de jeff's
en 2 minutos.
El tiempo perfecto. Había sido un buen día.

✩✩✩
Los días en la biblioteca y Jeff's Pizza empezaron a acumularse. Las
primeras semanas habían sido geniales, pero ahora la biblioteca no tenía el
siguiente libro de la serie que estaba leyendo y se había aburrido de su
juego de fantasía en línea, que, aunque se anunciaba como gratuito, ahora
no permitía avanzar más sin pagar dinero. Se había cansado de no tener a
nadie de su edad con quien pasar el rato. Todavía no se había cansado de
la pizza, pero estaba empezando a imaginar que podría hacerlo en el futuro.
Esta noche era “la noche de divertirse en familia”, un evento de una
noche a la semana que variaba según el horario de trabajo de mamá.
Cuando el molino todavía estaba abierto, La noche de divertirse en familia
significaba cenar en un restaurante, pizza, comida china o mexicana.
Después de la comida, hacían una actividad divertida juntos. Iban al cine si
mostraban algo amigable para los niños, pero si no, iban a la bolera o la
pista de patinaje donde mamá y papá solían ir a citas cuando estaban en la
escuela secundaria. Mamá y papá eran grandes patinadores y Oswald era
terrible, pero ellos patinaban a cada lado de él sosteniendo sus manos y
manteniéndolo despierto. Por lo general, remataban la velada con un cono
de waffle en la heladería del centro. Oswald y mamá se burlaban de papá
porque no importa qué sabores de helado estuvieran disponibles, él
siempre quería vainilla.
Sin embargo, desde que cerró el molino, la noche de divertirse en familia
se había convertido en un asunto en casa. Mamá preparaba algo para la
cena que era fácil pero festivo, como tacos de una mezcla o salchichas.
Comían y luego jugaban juegos de mesa o miraban una película que habían
alquilado en Red Box. Seguía siendo divertido, por supuesto, pero a veces
Oswald deseaba en voz alta los viejos tiempos de ver películas nuevas en
el cine y comer conos de waffle después, y papá tuvo que recordarle que
lo importante era que todos pudieran pasar tiempo juntos.
A veces, cuando hacía buen tiempo, tenían una noche de diversión
familiar donde prepararían un picnic de embutidos y ensaladas cortesía del
Snack Space y se dirigirían al parque estatal. Cenarían en una mesa de
madera y observarían las ardillas, los pájaros y los mapaches. Después,
darían un paseo por una de las rutas de senderismo. Estas salidas siempre
eran un cambio agradable, pero Oswald también sabía por qué eran las
únicas noches de diversión familiar que los sacaban de la casa, los picnics
eran gratis.
Esta noche se quedarían en casa. Mamá había hecho espaguetis con pan
de ajo. Habían jugado un juego de Clue, que mamá ganó como solía hacer,
y ahora estaban apilados en el sofá juntos en pijama con un enorme cuenco
de palomitas de maíz entre ellos, viendo una nueva versión de una vieja
película de ciencia ficción.
Una vez que terminó la película, papá dijo—: Bueno, estuvo bastante
bien, pero no tanto como la versión real.
—¿Qué quieres decir con la versión real? —preguntó Oswald—. Esa
fue una versión real.
—En realidad no. Quiero decir, estaba ambientado en el mismo
universo que la versión original, pero fue una especie de imitación barata
de la que salió cuando yo era un niño.
Papá siempre tuvo que ser tan obstinado. Nunca podría simplemente
mirar algo y disfrutarlo.
—¿Entonces las mejores películas son siempre las que veías cuando eras
niño? —dijo Oswald.
—No siempre, pero en este caso sí.
Oswald se dio cuenta de que papá se estaba adaptando a una de sus
cosas favoritas, una buena discusión.
—Pero los efectos especiales en la versión original apestan. Todos esos
títeres y máscaras de goma.
—Tomaré una marioneta o un modelo sobre CGI cualquier día —dijo
papá, recostándose en el sofá y apoyando los pies en la mesa de café—.
Ese material es tan hábil y falso. No tiene calidez, no tiene textura. Y
además, te gustan esas viejas películas de Zendrelix, y los efectos especiales
en ellas son terribles.
—Sí, pero sólo miro esas para burlarme —dijo Oswald, aunque
realmente pensaba que Zendrelix era muy bueno.
Mamá entró de la cocina con cuencos de helado. No es tan bueno como
el lugar del cono de waffle, pero tampoco nada por lo que levantar la nariz.
—Está bien, si ustedes no eliminan los argumentos de nerds, voy a elegir
la próxima película que veamos. Y va a ser una comedia romántica.
Oswald y su padre se callaron de inmediato.
—Eso es lo que pensé —dijo mamá, pasando los tazones de helado.

✩✩✩
Mientras Oswald estaba acostado en la cama dibujando sus animales
mecánicos, su teléfono vibró en su mesita de noche. Sólo había una
persona, además de sus padres, que alguna vez le envió un mensaje de
texto.
Hola, Ben había escrito en la pantalla.
Hola, tecleó Oswald. ¿Cómo va tu verano?
Increíble. Estoy en Myrtle Beach de vacaciones. Es genial.
Árcades y mini golf por todas partes.
Qué envidia, escribió Oswald, y lo decía en serio. Una playa con
árcades y mini golf realmente sonaba increíble.
Ojalá estuvieras aquí, escribió Ben.
Yo también lo quisiera.
¿Cómo va tu verano?
Bien, Oswald envió un mensaje de texto. Estuvo brevemente tentado
en hacer que su verano sonara mejor de lo que era, pero nunca podría
mentirle a Ben. He ido mucho a la biblioteca y he almorzado en
Jeff's Pizza.
¿Eso es todo?
Parecía patético comparado con un viaje familiar a la playa. Más o
menos, sí.
Lo siento, esa pizzería es espeluznante. Le respondió Ben.
Charlaron un poco más, y aunque Oswald estaba feliz de saber de Ben,
también estaba triste de que su amigo estuviera tan lejos y se lo pasara tan
bien sin él.

✩✩✩
Es lunes por la mañana y Oswald estaba de mal humor. Incluso los
panqueques de su madre no ayudaron. En el coche, papá puso la radio
demasiado fuerte. Era una canción estúpida sobre un tractor. Oswald
alcanzó el pomo y lo bajó.
—Oye, amigo, el conductor elige la música. Lo sabes —dijo papá. Volvió
a subir la horrible canción aún más fuerte.
—Es música mala. Estoy tratando de salvarte de ti mismo.
—Bueno, no me gustan esas canciones de videojuegos que escuchas.
Pero no voy a irrumpir en tu habitación y apagarla.
—Pero tampoco te obligo a escucharlas.
Papá bajó la radio.
—¿Qué pasa con la actitud, hijo? Lo que sea que te moleste, no es sólo
que me guste la música country.
Oswald no tenía ganas de hablar, pero claramente se veía obligado a
hacerlo. Y una vez que abrió la boca, se sorprendió al sentir que las quejas
brotaban de él como lava de un volcán.
—Estoy cansado de que todos los días sean exactamente iguales. Ben
me envió un mensaje de texto ayer. Está en Myrtle Beach pasándolo genial.
Quería saber qué estaba haciendo, y le dije que iba a la biblioteca y a Jeff's
Pizza todos los días, ¿y sabes lo que me respondió? “Lo siento, esa pizzería
es espeluznante”.
Papá suspiró.
—Lamento que no podamos irnos de vacaciones y pasar un buen rato.
Las cosas están difíciles en este momento en lo que respecta al dinero.
Lamento que te afecte. Eres un niño. No debería tener que preocuparse
por el dinero. Espero que me cambien a tiempo completo en la tienda en
otoño. Eso ayudará mucho, y si me ascienden a gerente de Delicatessen,
será otro dólar cincuenta la hora.
Oswald sabía que no debería decir lo que estaba a punto de decir, pero
así fue de todos modos.
—El padre de Ben consiguió un trabajo que paga incluso mejor que su
antiguo trabajo en la fábrica.
Papá apretó el volante con más fuerza.
—Sí, bueno, y el padre de Ben tuvo que mudarse a quinientas millas de
distancia para conseguir ese trabajo. —Su voz sonaba tensa, tan tensa como
su agarre en el volante, y Oswald se dio cuenta de que tenía la mandíbula
apretada—. Tu mamá y yo hablamos mucho sobre eso, pero decidimos no
mudarnos, especialmente porque tu abuela vive aquí y necesita ayuda a
veces. Esta es nuestra casa, y las cosas no son perfectas, pero sólo tenemos
que aprovecharlas al máximo.
Oswald sintió como cruzaba la línea de las quejas. Pero, ¿por qué algunas
personas obtuvieron lo mejor de todo y otras tuvieron que conformarse
con visitas gratuitas a la biblioteca y pizza barata?
—Y así todos los días me arrojas a la calle como basura. Si esto es la
mejor de las cosas, ¡odiaría ver lo peor!
—Hijo, ¿no crees que es un poco dramático–?
Oswald no se quedó para escuchar el resto de las críticas de su padre.
Salió del coche y cerró la puerta de un portazo.
Su padre se alejó a toda velocidad, probablemente contento de
deshacerse de él.
Tal como predijo, la biblioteca todavía no tenía el libro que quería.
Hojeó algunas revistas, de las que tienen animales exóticos de la jungla, que
por lo general le gustaban, pero que hoy no hacían mucho por él. Cuando
le llegó el turno de usar una computadora, se puso los auriculares y miró
algunos videos de YouTube, pero no estaba de buen humor para reír.
A la hora del almuerzo, se sentó en Jeff's Pizza con su porción y refresco.
Todos los días, una loncha de queso. Si su padre no fuera tan tacaño, le
daría otro dólar para que pudiera comer pepperoni o salchicha. Pero no,
tenía que ser la pizza más barata que pudiera conseguir. Claro, el dinero
era escaso, pero en realidad, ¿otro dólar al día iba a romper el banco?
Miró alrededor del lugar y decidió que Ben tenía razón. Jeff's Pizza era
espeluznante. Estaban esas figuras oscuras pintadas en las paredes, el
polvoriento pozo de bolas abandonado. Y cuando pensaba en ello, Jeff
también era un poco espeluznante. Parecía tener cien años, pero
probablemente sólo tenía treinta. Con esos ojos inyectados en sangre de
párpados pesados, el delantal manchado y el habla y el movimiento lentos,
era como un pizzero zombi.
Oswald pensó en su discusión con papá esa mañana. Pronto papá le
enviaría mensajes de texto, esperando que fuera al auto. Bueno, hoy iba a
ser diferente. Hoy papá tendría que venir a buscarlo.
Había un lugar perfecto para esconderse.
Oswald iba al pozo.
En verdad el pozo era bastante asqueroso. Claramente intacto durante
años, las esferas de plástico estaban cubiertas de un polvo gris y difuso.
Pero esconderse ahí sería una gran broma para su padre. Su padre, que
siempre lo dejaba y lo recogía como si fuera la tintorería de alguien, tendría
que salir del auto y hacer un esfuerzo para variar. Oswald tampoco se lo
pondría fácil.
Se quitó los zapatos. Sí, el pozo de pelotas era repugnante, pero al
menos entrar en él haría que el día de hoy fuera diferente de todos los días
anteriores.
Se subió al pozo y sintió que las bolas se separaban para dejar espacio a
su cuerpo. Movió brazos y piernas. Era como nadar, si pudieras nadar en
esferas de plástico secas. Encontró su pie en el fondo del pozo. Algunas de
las bolas estaban extrañamente pegajosas, pero trató de no pensar en por
qué. Si iba a engañar a su padre, tendría que hundirse por completo.
Respiró hondo, como si estuviera a punto de saltar a una piscina, y cayó
de rodillas. Eso lo puso hasta el cuello. Moviéndose de modo que estaba
sentado en el suelo del pozo, también metió la cabeza debajo. Las bolas se
separaron lo suficiente como para que pudiera respirar, pero estaba
oscuro y lo hacía sentir claustrofóbico. El lugar apestaba a polvo y moho.
—Conjuntivitis —podía oír la voz de su madre que decía—: Te vas dar
conjuntivitis.
El olor realmente lo estaba afectando. El polvo le hizo cosquillas en la
nariz. Sintió que se acercaba un estornudo, pero no podía mover la mano
a través de las esferas lo suficientemente rápido como para alcanzar su
nariz y amortiguarlo. Estornudó tres veces, cada una más fuerte que la
anterior.
Oswald no sabía si su padre lo estaba buscando todavía, pero si lo
estaba, el pozo de pelotas con estornudos probablemente había revelado
su ubicación. Además, estaba demasiado oscuro y demasiado asqueroso
ahí. Tenía que salir a tomar aire.
Mientras se levantaba, sus oídos fueron asaltados por el sonido de
dispositivos electrónicos y niños gritando y riendo.
Sus ojos tardaron unos segundos en adaptarse de la oscuridad del pozo
al brillo que ahora lo rodeaba, las luces parpadeantes y los colores vivos.
Miró a su alrededor y alguien murmuró—: Toto, no creo que estemos más
en Kansas.
Las paredes estaban revestidas de relucientes gabinetes que albergaban
juegos de los que había oído hablar a su padre desde su propia infancia: la
Sra. Pac-Man, Donkey Kong, Frogger, Q-bert, Galaga. Una máquina de garras
iluminada con neón mostraba criaturas de felpa azul parecidas a elfos y
gatos de dibujos animados de color naranja. Miró hacia el pozo y se dio
cuenta de que estaba rodeado de niños pequeños revolcándose en los
orbes de plástico extrañamente limpios y ahora de colores brillantes. Se
paró sobre los niños en edad preescolar como un gigante. Salió del pozo
para buscar sus zapatos, pero ya no estaban.
De pie sobre la colorida alfombra en calcetines, miró a su alrededor.
Había muchos niños de su edad y menores, pero había algo diferente en
ellos. Todos tenían el pelo peinado y esponjoso, y los chicos llevaban polos
de colores en los que muchos chicos no se dejarían poner, como el rosa o
el aguamarina. El cabello de las niñas era increíblemente grande, con
flequillos que sobresalían de sus frentes como garras, llevaban blusas de
color pastel que combinaban con sus zapatos de color pastel. Los colores,
las luces, los sonidos, fue una sobrecarga sensorial. ¿Y cuál era esa música?
Oswald miró a su alrededor para ver de dónde venía. Al otro lado de la
habitación, en un pequeño escenario, un trío de animales animatrónicos
parpadearon con sus grandes ojos en blanco, abrieron y cerraron la boca
y giraron hacia adelante y hacia atrás en sincronía con una canción molesta
y estridente. Había un oso pardo, un conejo azul con una pajarita roja y
una especie de niña pájaro. Le recordaron a los animales mecánicos que se
había sorprendido dibujando últimamente. La diferencia fue que nunca
pudo decidir si los animales en sus dibujos eran lindos o espeluznantes.

Estos eran espeluznantes.


Sin embargo, extrañamente, la docena de niños pequeños que rodeaban
el escenario no parecían pensar eso. Llevaban gorros de fiesta de
cumpleaños con imágenes de los personajes, bailaban, reían y se lo pasaban
en grande.
Cuando el olor a pizza golpeó la nariz de Oswald, lo entendió.
Todavía estaba en Jeff's Pizza, o más exactamente, en lo que Jeff's Pizza
había sido antes de que Jeff se hiciera cargo. La piscina de pelotas era nueva
y no estaba acordonada, todos los enchufes de la pared tenían juegos de
árcade conectados a ellos, y se dio la vuelta para mirar hacia la pared
izquierda. En las formas de las sombras en la pared de Jeff's Pizza había un
mural de los mismos personajes “actuando” en el escenario: el oso pardo,
el conejo azul y la niña pájaro. Debajo de sus caras estaban las palabras
FREDDY FAZBEAR'S PIZZA.
Las entrañas de Oswald se convirtieron en agua helada. ¿Cómo había
sucedido eso? Sabía dónde estaba, pero no sabía cuándo era ni cómo había
llegado ahí.
Alguien chocó con él y saltó más de lo normal. Dado que sintió el
contacto físico, esto no debe ser un sueño. No podía decidir si este hecho
era una buena noticia o no.
—Lo siento, amigo —dijo el niño. Tenía más o menos la edad de Oswald
y vestía un polo amarillo claro con el cuello levantado, metido en lo que
parecían unos jeans de papá. Los tenis blancos que tenía puestos eran
enormes, como zapatos de payaso. Parecía como si hubiera pasado mucho
tiempo arreglándose el cabello—. ¿Estás bien?
—Sí, por supuesto —dijo Oswald. No estaba seguro de estar bien en
realidad, pero no sabía cómo empezar a explicar su situación.
—No te había visto aquí antes —dijo el niño.
—Oh… sí —dijo Oswald, tratando de encontrar una explicación que
no sonara demasiado extraña—. Estoy de visita aquí… me quedo con mi
abuela durante unas semanas. Sin embargo, este lugar es genial. Todos
estos juegos viejos–.
—¿Juegos viejos? —dijo el chico, levantando una ceja—. ¿Estás
bromeando no? No sé de dónde eres, pero Freddy's tiene los juegos más
nuevos por aquí. Por eso las filas para usarlos son tan largas.
—Oh, sí, sólo estaba bromeando —dijo Oswald, porque no podía
pensar en nada más que decir. Había escuchado a su padre hablar sobre
jugar muchos de estos juegos cuando era niño. Partidas absurdamente
difíciles, dijo, en las que había perdido muchas horas y muchos trimestres.
—Soy Chip —dijo el niño, pasándose los dedos por el cabello
esponjoso—. Mi amigo Mike y yo —señaló con la cabeza a un chico alto y
negro que vestía anteojos enormes y una camisa con amplias franjas rojas
y azules— estábamos a punto de jugar un poco de Skee-Ball. ¿Quieres venir
con nosotros?
—Claro.
Fue agradable pasar el rato con otros niños, incluso si parecían ser niños
de otra época. No creía que esto fuera un sueño, pero seguro que era tan
extraño como uno.
—¿Tienes un nombre? —preguntó Mike, mirando a Oswald como si
fuera una especie de espécimen extraño.
—Oh, por supuesto. Soy Oswald. —Se había sentido demasiado
extraño para recordar presentarse. Mike le dio una palmada amistosa en la
espalda—. Bueno, tengo que advertirte, Oswald. Soy una bestia en Skee-
Ball. Pero voy a ser bueno contigo ya que eres nuevo aquí.
—Gracias por tener misericordia de mí. —Los siguió hasta el área de
Skee-Ball. En el camino se cruzaron con alguien con un traje de conejo que
parecía una versión amarilla del conejo animatrónico en el escenario. Nadie
más parecía estar prestando atención al chico conejo, por lo que Oswald
no dijo nada. Probablemente fue un empleado de Freddy Fazbear
disfrazado para entretener a los niños pequeños en la fiesta de cumpleaños.
Mike no bromeaba acerca de ser una bestia en Skee-Ball. Venció
fácilmente a Chip y Oswald tres veces, pero era un buen jugador y se
pasaron todo el tiempo bromeando. Se sintió bien estar incluido.
Pero después de otro par de juegos, Oswald comenzó a preocuparse.
¿Qué hora era realmente? ¿Cuánto tiempo lo había estado buscando su
papá? ¿Y cómo iba a volver a su vida real? Claro, él quería darle un pequeño
susto a papá, pero no quería asustar tanto al anciano para que involucre a
la policía.
—Bueno, chicos, será mejor que corra —dijo Oswald—. Mi abuela…
—Casi dijo “me envió un mensaje de texto”, pero se dio cuenta de que
Chip y Mike no tendrían idea de lo que estaba hablando. Dondequiera que
fuera, no había teléfonos móviles—. Se supone que mi abuela me recogerá
en unos minutos.
—Está bien, amigo, tal vez te veamos más tarde —dijo Chip, y Mike
asintió un poco y saludó con la mano.
Oswald dejó a sus compañeros, se paró en un rincón en calcetines y se
preguntó qué hacer. Estaba teniendo algún tipo de experiencia mágica,
llegaba tarde y le faltaban los zapatos. Era como una especie de Cenicienta
confundido.
¿Cómo puedo volver? Podría salir por la puerta principal de Freddy
Fazbear's, pero ¿a dónde lo llevaría eso? Podría ser el lugar adecuado para
encontrar el auto de su papá esperando, pero no era el momento. Ni
siquiera la década adecuada.
Entonces se dio cuenta. Tal vez la salida fue de la misma manera que
entró. En la piscina de pelotas, una madre les estaba diciendo a sus dos
niños pequeños que era hora de irse. Intentaron discutir con ella, pero ella
encendió su voz severa de mamá y los amenazó con irse temprano a la
cama. Una vez que salieron, él entró.
Se hundió bajo la superficie antes de que nadie pudiera ver que un niño
por encima del límite de altura estaba en la piscina de bolas. ¿Cuánto
tiempo debía permanecer debajo? Al azar, decidió contar hasta cien y luego
ponerse de pie.
Se puso de pie y se encontró de pie en el polvoriento y acordonado
pozo de pelotas de Jeff's Pizza. Salió y encontró sus zapatos justo donde
los había dejado. Su teléfono vibró en su bolsillo. Lo sacó y leyó: Estaré
ahí en 2 minutos.
¿No había pasado el tiempo en absoluto?
Se dirigió hacia la puerta y Jeff gritó—: Nos vemos, chico —detrás de
él.

✩✩✩
—Esto se ve muy bien, mamá —dijo Oswald, clavando un eslabón de
salchicha con su tenedor.
—Estás de buen humor hoy. —Mamá deslizó un waffle en su plato.
—Todo un contraste con ayer cuando eras el Sr. Pantalones Gruñón.
—Sí —dijo Oswald— se supone que hoy debe llegar mi libro a la
biblioteca. —Esta afirmación era cierta, pero no era la razón por la que
estaba de buen humor. Por supuesto, no era como si pudiera decirle la
verdadera razón. Si decía: “Descubrí una piscina de pelotas en Jeff's Pizza
que me permite viajar en el tiempo”, mamá dejaría caer los waffles y cogería
el teléfono para llamar al psicólogo infantil más cercano.
Oswald recogió su libro en la biblioteca, pero estaba demasiado
impaciente para leerlo. Se dirigió a Jeff's Pizza tan pronto como abrió a las
once.
Jeff estaba en la cocina cuando llegó ahí, así que se dirigió directamente
al pozo.
Se quitó los zapatos, entró y se hundió en las profundidades. Como
había parecido funcionar antes, contó hasta cien antes de ponerse de pie.
La banda animatrónica estaba “tocando” una extraña canción tintineante
que fue parcialmente ahogada por los pitidos, y tintineos de una variedad
de juegos. Deambuló por el piso y observó los videojuegos, el Whac-A
Mole, los succionadores de fichas iluminados con neón que te permiten
ganar algunos boletos (pero probablemente no) si presionas el botón en el
momento adecuado. Los niños mayores se apiñaban alrededor de los
videojuegos. Los niños en edad preescolar se subieron al equipo de juego
de colores de crayón. «Conjuntivitis», pensó Oswald, aunque no tenía
derecho para hablar, por la forma en que se zambullía en la piscina de
pelotas en estos días.
Todo se veía como antes. Incluso había visto un calendario colgado en
una oficina abierta que le ayudó a precisar la fecha: 1985.
—¡Oye, es Oswald! —Chip llevaba un polo azul celeste con los jeans
como los de su papá y zapatillas gigantes esta vez. Ni un pelo de su cabeza
estaba fuera de lugar.
—Oye, Oz —dijo Mike. Llevaba una camiseta de Regreso al futuro.
—¿Alguien te ha llamado así, como el Mago de Oz?
—Lo hacen ahora —respondió Oz, sonriendo. Había pasado de tener
el verano más solitario a tener dos nuevos amigos y un apodo. Es cierto
que todo esto parecía estar sucediendo a mediados de la década de 1980,
pero ¿por qué obsesionarse con los detalles?
—Oye —dijo Chip— acabamos de pedir una pizza. ¿Quieres venir?
Pedimos una grande, así que hay más de lo que podemos comer.
—Habla por ti mismo —dijo Mike, pero estaba sonriendo.
—Está bien —dijo Chip— ¿qué tal si digo que es más de lo que
deberíamos comer? ¿Quieres unirte a nosotros?
Oswald tenía curiosidad por saber cómo se comparaba la pizza de
Freddy Fazbear con la de Jeff.
—Por supuesto. Gracias.
De camino a su mesa, se cruzaron con alguien con el mismo traje de
conejo amarillo que estaba parado en un rincón, inmóvil como una estatua.
Chip y Mike no lo vieron o lo ignoraron, por lo que Oswald trató de
ignorarlo también. Sin embargo, ¿por qué esconderse en un rincón así? Si
trabajaba para el restaurante, seguramente no se supone que actúe de
manera espeluznante.
En la mesa, una joven de gran cabello rubio y sombra de ojos azul les
sirvió una pizza grande y una jarra de refresco. De fondo, seguía sonando
la banda animatrónica. La pizza era de pepperoni y salchicha con una
corteza crujiente, un buen cambio de las simples rebanadas con queso.
—Sabes —dijo Mike entre bocados— cuando era pequeño, amaba la
banda de Freddy Fazbear. Incluso tenía un Freddy de peluche con el que
solía dormir. Ahora miro hacia arriba y esas cosas me dan escalofríos.
—Es extraño, ¿eh? ¿Cómo las cosas que te gustan de niño se vuelven
espeluznantes cuando eres mayor? —Chip se sirvió otra rebanada—.
Como los payasos.
—Sí, o muñecas —dijo Mike entre bocados—. A veces miro las
muñecas de mi hermana, todas alineadas en el estante de su habitación, y
es como si me estuvieran mirando.
«O como ese tipo con el disfraz de conejo amarillo», pensó Oswald,
pero no dijo nada.
Después de que arrasaron la pizza, jugaron algo de Skee-Ball, Mike
trapeando el piso con ellos de nuevo pero siendo muy amable al respecto.
Oswald ya no se preocupaba por el tiempo, porque aparentemente el
tiempo aquí no pasaba de la misma manera que en su propia zona horaria.
Después de Skee-Ball, se turnaron para jugar al hockey de aire en parejas.
Oswald fue sorprendentemente decente en eso e incluso logró vencer a
Mike una vez.
Cuando empezaron a quedarse sin fichas, Oswald les agradeció por
compartir su riqueza y dijo que esperaba volver a verlos pronto. Después
de despedirse, Esperó hasta que nadie mirara y desapareció en el pozo.

✩✩✩
Salir con Chip y Mike se convirtió en algo normal. Hoy ni siquiera
estaban jugando. Estaban sentados en una cabina, bebiendo refrescos y
hablando, tratando de ignorar la música molesta de los animales
animatrónicos tanto como podían.
—¿Sabes qué película me gustó? —preguntó Chip. Su polo era de color
melocotón hoy. Oswald amaba al chico, pero en realidad, ¿no tenía una
camisa que no fuera del color de un huevo de Pascua?— “La Canción
Eterna”.
—¿De verdad? —pregunto Mike, empujando sus enormes lentes hacia
su nariz—. ¡Esa película es tan aburrida! Pensé que “La canción eterna” es
el título perfecto para esa película porque no creo que vaya a terminar
nunca.
Todos se rieron y luego Chip dijo—: ¿Qué te pareció, Oz?
—No la he visto —respondió. Decía eso mucho cuando estaba con
Chip y Mike.
Siempre los escuchó hablar sobre películas y programas que les
gustaban. Cuando mencionaban uno que no conocía, lo buscaba en línea
cuando llegaba a casa. Hizo una lista de las películas de los ochenta que
quería ver y revisó los listados de televisión en el DVR para ver cuándo
podrían estar mostrando alguna de ellas. Participó en las conversaciones
de Chip y Mike tanto como pudo. Era como ser un estudiante de
intercambio. A veces tenía que fingir su camino sonriendo y asintiendo con
la cabeza y siendo en general agradable.
—Hombre, necesitas salir más —dijo Mike—. Quizás puedas ir al cine
con Chip y conmigo alguna vez.
—Eso sería genial —dijo Oswald, porque ¿qué más podría decir? «En
realidad, soy del futuro lejano, y no creo que sea físicamente posible para
mí verte en otro lugar que no sea en Freddy Fazbear's en 1985». Ambos
pensarían que fue una broma de Mike porque su película favorita era
Regreso al futuro.
—Nombra una película que hayas visto que te guste mucho —le dijo
Chip a Oswald—. Estoy tratando de averiguar cuál es tu gusto.
La mente de Oswald se quedó en blanco. ¿Cuál era una película de los
80?
—Uh… ¿E.T.?
—¿E.T.? —Mike dio una palmada en la mesa, riendo—. E.T. fue, como,
hace tres años. ¡Realmente necesitas salir más! ¿No tienen salas de cine de
dónde vienes?
«Las hay. Y tienen Netflix y PlayStation y YouTube y redes sociales».
Como era de esperar, Chip y Mike hablaron de tecnología de la que
sólo tenía un vago conocimiento, como videograbadoras, equipos de
sonido y cintas de casete. Y constantemente tenía que recordarse a sí
mismo que no debía hablar de cosas como teléfonos celulares, tabletas e
Internet. Trató de no usar camisetas con personajes y referencias que
pudieran confundirlos a ellos o a los otros clientes de 1985 Freddy
Fazbear's.
—Sí, definitivamente necesitamos ponerte al día —dijo Chip.
«Si supieras», pensó Oswald.
—Oye, ¿quieres ir a jugar? —pregunto Mike—. Siento que el Skee-Ball
me llama, pero les prometo que seré bueno con ustedes.
Chip se rio.
—No, no lo serás. Nos matarás.
—Ustedes, adelántense —dijo Oswald—. Creo que me quedaré en la
mesa.
—¿Qué, y ver el espectáculo? —preguntó Mike, asintiendo con la cabeza
en dirección a los espeluznantes personajes en el escenario—. ¿Hay algo
mal? Si de repente has decidido que te gusta la música de Freddy Fazbear,
necesitamos ayuda rápidamente.
—No, no pasa nada —respondió Oswald, pero en realidad, algo sí
pasaba. Durante sus primeras visitas a Freddy Fazbear en 1985, ni siquiera
se le había ocurrido que básicamente se estaba burlando de la generosidad
de Chip y Mike porque nunca tuvo dinero propio, e incluso si no estuviera
arruinado en su propia zona horaria, ¿el dinero que trajo de la actualidad
funcionaría en 1985? Fue un poco lamentable estar arruinado en dos
décadas.
Finalmente dijo—: Siento que siempre estoy aceptando tu dinero
porque nunca tengo nada.
—Oye, amigo, es genial —dijo Chip—. Ni siquiera nos habíamos dado
cuenta.
—Sí —dijo Mike—, pensamos que tu abuela nunca te dio dinero. Mi
abuela no lo hace excepto cuando es mi cumpleaños.
Estaban siendo muy amables, pero Oswald todavía se sentía
avergonzado. Si habían hablado de su falta de dinero, eso significaba que lo
habían notado.
—¿Qué tal si voy a pasar el rato contigo mientras juegas? —dijo Oswald.
Cuando se puso de pie, sintió una extraña pesadez en los bolsillos. Algo
en ellos era tan pesado que sintió como si sus jeans se cayeran. Metió la
mano en los bolsillos y sacó dos puñados de fichas de juego de Freddy
Fazbear de 1985. Sacó puñado tras puñado y las arrojó sobre la mesa.
—O todos podríamos jugar con esto. —No tenía idea de cómo explicar
la magia que acababa de ocurrir—. Supongo que olvidé que estaba usando
estos pantalones… los que tenían todas estas fichas.
Chip y Mike parecían un poco confundidos, pero luego sonrieron y
empezaron a recoger monedas de la mesa en sus vasos de refresco vacíos.
Oswald hizo lo mismo. Decidió simplemente dejarse llevar por la rareza.
No sabía cómo llegaron ahí las fichas, pero tampoco sabía realmente cómo
llegó él.

✩✩✩
Por la mañana, mientras papá lo conducía a la biblioteca, Oswald
preguntó—: Papá, ¿cuántos años tenías en 1985?
—Yo era sólo un par de años mayor que tú. Y aparte del béisbol, todo
en lo que podía pensar era en cuántos cuartos tenía que gastar en la sala
de juegos. ¿Por qué preguntas?
—No hay ninguna razón en particular. Acabo de estar investigando un
poco. Jeff's Pizza, antes de que fuera Jeff's Pizza, era una especie de sala de
juegos, ¿no?
—Sí, lo fue. —La voz de papá sonaba extraña, quizás nerviosa. Se quedó
callado durante unos segundos y luego dijo—: Pero se cerró.
—Como todo lo demás en esta ciudad.
—Sí —dijo papá, deteniéndose frente a la biblioteca.
Tal vez fue la imaginación de Oswald, pero parecía que su padre se sintió
aliviado de llegar a su destino para no tener que responder más preguntas.
A las once en punto, Oswald se dirigió a Jeff's Pizza, como se había
convertido en su costumbre. Sin Jeff a la vista, se dirigió al pozo. Después
de contar hasta cien, se puso de pie. Hubo ruidos, pero no los habituales
de Freddy Fazbear. Niños llorando. Gritos pidiendo ayuda. Las pisadas
rápidas de gente corriendo. Caos.
¿Estaban Chip y Mike aquí? ¿Estaban bien? ¿Alguien estaba bien aquí?
Él tenía miedo. Una parte de él quería desaparecer de nuevo en el pozo,
pero estaba preocupado por sus amigos. Además, estaba ardiendo de
curiosidad por lo que estaba pasando, aunque sabía que lo que fuera, era
horrible.
«No estás en peligro», se dijo a sí mismo, porque esto era el pasado,
una época mucho antes de que él naciera. Su vida no podría estar en peligro
antes de que él existiera, ¿verdad?
Con el estómago hecho un nudo, se movió entre la multitud, pasando
por madres llorando y corriendo con sus niños pequeños en sus brazos,
pasando por padres agarrando las manos de los niños y guiándolos
rápidamente hacia la salida, con sus rostros envueltos en conmoción.
—¿Chip? ¿Miguel? —llamó, pero sus amigos no estaban a la vista. Quizás
no habían venido hoy a Freddy Fazbear. Quizás estaban a salvo.
Asustado, pero sintiéndose como si tuviera que saber lo que estaba
pasando, caminó en la dirección opuesta a todos los demás con una
creciente sensación de pavor.
Delante de él estaba el hombre con el disfraz de conejito amarillo… si
era un hombre ahí abajo. El conejito abrió una puerta que decía PRIVADO
y entró.
Oswald lo siguió.
El pasillo era largo y oscuro. El conejo lo miró con ojos en blanco y una
sonrisa inmutable, luego caminó por el pasillo. Oswald no perseguía al
conejo. Estaba dejando que el conejo lo guiara, como si estuviera en una
versión aterradora de Alicia en el país de las maravillas, bajando por la
madriguera del conejo.
El conejo se detuvo frente a una puerta con un letrero que decía SALA
DE FIESTA e hizo una seña para que Oswald entrara. Oswald estaba
temblando de terror, pero tenía demasiada curiosidad para negarse.
Además, seguía pensando; «no puede lastimarme. Ni siquiera he nacido».
Una vez dentro de la habitación, tardó unos segundos en registrar lo
que realmente estaba viendo y unos segundos más para que su cerebro lo
procesara.
Estaban alineados contra la pared que estaba pintada con imágenes de
las mascotas del lugar: el oso sonriente, el conejito azul y la niña pájaro.
Media docena de niños, ninguno de ellos mayor que Oswald, con sus
cuerpos sin vida apoyados en posiciones sentadas, con las piernas estiradas
frente a ellos. Algunos tenían los ojos cerrados como si estuvieran
dormidos. Los ojos de los demás estaban abiertos, congelados en una
mirada vacía, parecida a la de una muñeca.
Todos llevaban gorros de fiesta de cumpleaños de Freddy Fazbear.
Oswald no podía decir cómo habían muerto, pero sabía que el conejo
era el responsable, que el conejo había querido que él viera su obra. Quizás
el conejo quería que él fuera su próxima víctima, que se uniera a los demás
alineados contra la pared con sus ojos ciegos.
Oswald gritó. El conejo amarillo se abalanzó sobre él y él salió corriendo
de la habitación y recorrió el pasillo negro. Quizás el conejo podría
lastimarlo, tal vez no podía. No quería quedarse el tiempo suficiente para
averiguarlo.
Corrió a través de la galería ahora vacía hacia la piscina de bolas. Afuera,
los gritos de las sirenas de la policía coincidían con los de Oswald. El conejo
corrió tras él, acercándose tanto que una zarpa peluda rozó su espalda.
Oswald se sumergió en el pozo. Contó hasta cien tan rápido como
pudo.
Cuando se puso de pie, lo primero que escuchó fue la voz de Jeff.
—¡Ahí está el pequeño mocoso!
Oswald se volteó para ver a su padre pisoteando hacia él mientras Jeff
miraba. Papá se veía furioso y Jeff tampoco se veía feliz, no es que alguna
vez lo pareciera.
Oswald se quedó paralizado, demasiado abrumado para moverse.
Su padre lo agarró del brazo y lo sacó del pozo.
—¿En qué estabas pensando escondiéndote en esa vieja cosa asquerosa?
¿No me escuchaste llamarte?
Después de que Oswald salió, su padre se inclinó sobre el pozo.
—Mira lo sucio que está esto. Tu madre–.
Un par de brazos amarillos salieron del pozo y empujaron a papá hacia
abajo.
La lucha habría sido caricaturesca si no hubiera sido tan aterradora. Los
pies de papá con sus botas de trabajo marrones subieron a la superficie,
sólo para desaparecer debajo, luego aparecieron un par de grandes y
difusos pies amarillos, sólo para desaparecer también. Las bolas en el pozo
se agitaron como un mar tempestuoso, y luego se quedaron quietas. El
conejo amarillo se levantó del pozo, se ajustó la pajarita púrpura, se cepilló
la parte delantera y se dirigió hacia Oswald, sonriendo.
Oswald retrocedió, pero el conejo estaba a su lado, con su brazo
firmemente alrededor de sus hombros, guiándolo hacia la salida.
Oswald miró a Jeff, que estaba detrás del mostrador. ¿Quizás Jeff lo
ayudaría? Pero Jeff usó la misma expresión de perro avergonzado que
siempre usaba y sólo dijo—: Hasta luego.
—¿Cómo podía Jeff, cómo podía alguien, actuar como si esta situación
fuera normal?
Una vez que el conejo lo sacó, abrió la puerta del pasajero del auto de
papá y empujó a Oswald adentro.
Oswald observó cómo el conejito se abrochaba el cinturón de seguridad
y arrancaba el coche. Trató de abrir la puerta, pero el conejo había activado
el bloqueo eléctrico desde el lado del conductor.
La boca del conejito estaba congelada en una sonrisa sardónica. Sus ojos
miraban sin comprender.
Oswald volvió a presionar el botón de desbloqueo a pesar de que sabía
que no funcionaría.
—Espera. ¿Puedes hacer algo como esto? ¿Incluso puedes conducir un
coche?
El conejito no dijo nada, pero puso en marcha el coche y lo sacó a la
calle. Se detuvo en un semáforo en rojo, por lo que Oswald pensó que
debía poder ver y conocer las reglas básicas de conducción.
—¿Qué le hiciste a mi papá? ¿A dónde me llevas? —Podía oír el pánico
en su voz. Quería sonar fuerte y valiente, como si se defendiera a sí mismo,
pero en cambio sonaba asustado y confundido. Que lo estaba.
El conejito no dijo nada.
El automóvil giró a la derecha y luego a la izquierda en el vecindario de
Oswald.
—¿Cómo sabes dónde vivo? —preguntó.
Todavía en silencio, el conejito giró hacia el camino de entrada frente a
la casa estilo rancho de Oswald.
«Correré. Tan pronto como esta cosa abra la puerta del auto, correré
a la casa de un vecino y llamaré a la policía una vez que esté a salvo dentro».
Las cerraduras hicieron clic y Oswald saltó del coche.
De alguna manera, el conejo estaba parado justo frente a él. Lo agarró
del brazo. Trató de liberarse, pero su agarre era demasiado fuerte.
El conejo lo arrastró hasta la puerta principal, luego tiró de la cadena
alrededor del cuello de Oswald que tenía la llave de su casa. El conejo giró
la llave de la puerta y empujó lo al interior. Luego se paró frente a la puerta,
bloqueando la salida.
Jinx, la gata, entró en la sala de estar, echó un vistazo al conejo, arqueó
la espalda, infló la cola y siseó como un gato en una decoración de
Halloween. Oswald nunca la había visto actuar asustada o antipática antes,
la vio dar media vuelta y huir por el pasillo. Si Jinx sabía que esta situación
era mala, debía ser realmente mala.
—No puedes hacer esto —le dijo Oswald al conejo, entre lágrimas. No
quería llorar. Quería verse fuerte, pero no pudo evitarlo—. ¡Esto… esto
es un secuestro o algo así! Mi mamá llegará pronto a casa y llamará a la
policía.
Fue un engaño total, por supuesto. Mamá no estaría en casa hasta pasada
la medianoche. ¿Estaría vivo para cuando mamá llegara a casa? ¿Su padre
estaba vivo ahora?
Sabía que el conejo lo agarraría si intentaba correr hacia la puerta
trasera.
—Me voy a mi habitación, ¿de acuerdo? No estoy tratando de escapar.
Sólo voy a mi habitación. —Retrocedió y el conejito se lo permitió. Tan
pronto como entró a su habitación, cerró la puerta de un portazo. Respiró
hondo y trató de pensar. Había una ventana en su habitación, pero era alta
y demasiado pequeña para escalar. Debajo de su cama, Jinx dejó escapar
un gruñido.
Podía oír al conejo fuera de su puerta. Si hacía una llamada telefónica, lo
oiría. Pero tal vez podría enviar un mensaje de texto.
Sacó su teléfono y con manos temblorosas envió un mensaje de texto:
¡Mamá, emergencia! Le pasa algo a papá. Ven a casa ahora.
Sabía incluso mientras le enviaba un mensaje de texto que ella no
volvería a casa ahora. Debido a que siempre estaba lidiando con
emergencias médicas en el trabajo, a veces le tomaba mucho tiempo revisar
su teléfono. Era papá a quien se suponía que debía contactar en caso de
emergencia. Pero obviamente eso no iba a funcionar ahora.
Pasó una hora miserable hasta que el teléfono de Oswald vibró.
Temiendo que el conejo todavía pudiera estar escuchando fuera de su
puerta cerrada, contestó sin decir hola.
—Oswald, ¿qué está pasando? —Mamá parecía aterrorizada—. ¿Tengo
que llamar al nueve uno uno?
—No puedo hablar ahora —susurró.
—Estoy de camino a casa, ¿de acuerdo? —ella colgó.
Quince minutos parecieron pasar más lentamente de lo que Oswald
creía posible. Entonces alguien llamó a la puerta, su puerta.
Oswald dio un salto, con el corazón en la garganta.
—¿Quién es?
—Soy yo —dijo mamá, sonando exasperada—. Abre la puerta.
Abrió la puerta sólo un poco para asegurarse de que realmente era ella.
Una vez que la dejó entrar, cerró y echó el cerrojo a la puerta detrás de
ellos.
—Oswald, tienes que decirme qué está pasando. —La frente de mamá
estaba fruncida por la preocupación.
—¿Por dónde empezar? ¿Cómo explicarlo sin sonar como un loco? Es
papá. Él está… no está bien. Ni siquiera estoy seguro de dónde está–.
Mamá le puso las manos en los hombros.
—Oswald, acabo de ver a tu padre. Está acostado en la cama de nuestro
dormitorio viendo la televisión. Te preparó un plato de pollo para la cena.
Está sobre la estufa.
—¿Qué? No tengo hambre. —Trató de pensar en las palabras de su
madre—. ¿Viste a papá?
Mamá asintió. Ella lo miraba como si fuera uno de sus pacientes en lugar
de su hijo, como si estuviera tratando de averiguar qué le pasaba.
—¿Y él está bien?
Ella asintió de nuevo.
—Él está bien, pero estoy preocupada por ti. —Le puso la mano en la
frente como si buscara fiebre.
—Estoy bien. Quiero decir, si papá está bien, yo estoy bien.
Simplemente… no parecía estar bien.
—Tal vez sea una buena idea ir a la escuela de nuevo. Creo que estás
pasando demasiado tiempo solo.
¿Qué podía decir él? «En realidad, ¿estuve pasando tiempo con mis
nuevos amigos en 1985?»
—Tal vez sea así. Probablemente debería irme a la cama. Tengo que
despertarme temprano por la mañana.
—Creo que es una buena idea —Le puso las manos en las mejillas y lo
miró directamente a los ojos—. Y escucha, si me vas a enviar un mensaje
de texto al trabajo, asegúrate de que sea una emergencia real. Me asustaste.
—Pensé que era una verdadera emergencia. Lo siento.
—Está bien, cariño. Descansa un poco, ¿de acuerdo?
—Okey. —Después de que mamá se fue, miró debajo de la cama. Jinx
todavía estaba ahí, agachada en una bola como si estuviera tratando de
hacerse lo más pequeña e invisible posible, con los ojos muy abiertos y con
expresión aterrorizada—. Está bien, Jinxie —dijo Oswald, metiendo la
mano debajo de la cama y moviendo los dedos hacia ella—. Mamá dice que
es seguro. Puedes salir ahora.
El gato no se movió.
Oswald yacía despierto en la cama. Si mamá dijo que papá estaba ahí y
que estaba bien, entonces debe ser verdad. ¿Por qué mentiría?
Pero él sabía lo que había visto.
Había visto la cosa amarilla, había empezado a pensar en ella,
arrastrando a su padre al pozo. Había visto a la cosa amarilla salir del pozo,
había sentido su agarre en su brazo, se sentó a su lado en el auto mientras
lo conducía a casa.
¿O lo había hecho? Si mamá dijo que papá estaba en casa y estaba bien,
debe estarlo. Oswald confiaba en su madre. Pero si papá estaba bien,
significaba que Oswald no había visto lo que pensó que vio. Y eso debe
significar que Oswald estaba perdiendo la cabeza.

✩✩✩
Después de sólo unas pocas horas de sueño intermitente, Oswald se
despertó con el aroma del jamón frito y galletas horneadas. Su estómago
rugió, recordándole que se había perdido la cena anoche.
Todo se sentía normal. Tal vez debería tratar el ayer como un mal sueño
e intentar seguir adelante. Un nuevo año escolar, un nuevo comienzo.
Se detuvo en el baño, luego se dirigió a la cocina.
—¿Te sientes mejor? —preguntó mamá. Ahí estaba ella, con el pelo
recogido en una cola de caballo, vestida con su albornoz rosa y peludo,
preparando el desayuno como siempre. Algo en este hecho hizo que
Oswald se sintiera tremendamente aliviado.
—Sí. En realidad tengo bastante hambre.
—Eso es un problema que puedo solucionar. —Dejó un plato con dos
galletas de jamón y le sirvió un vaso de zumo de naranja.
Oswald se comió la primera galleta de jamón en tres grandes bocados.
La cosa amarilla entró y se sentó frente a él en la mesa del desayuno.
—Uh… ¿Mamá? —El corazón de Oswald latía como un martillo
automático en su pecho. La galleta de jamón pesaba en su estómago
revuelto.
—¿Qué pasa, cariño? —Estaba de espaldas mientras usaba la cafetera.
—¿Dónde está papá?
Se dio la vuelta con la cafetera en la mano.
—¡Oswald, tu papá está sentado frente a ti! Si se trata de una especie
de broma elaborada, puedes terminarla ahora mismo porque oficialmente
ha dejado de ser graciosa. —Se sirvió una taza de café y la dejó frente a la
cosa amarilla, que miraba al frente, con la boca con una mueca inmutable.
Oswald sabía que no llegaría a ninguna parte. O estaba loco él o su
mamá.
—Está bien, lo entiendo. La terminaré. Pido disculpas. ¿Me pueden dejar
salir para poder prepararme para la escuela?
—Por supuesto —dijo mamá, pero lo estaba mirando un poco raro otra
vez.
Oswald se detuvo en el baño para lavarse los dientes y luego fue a su
habitación a buscar su mochila. Echó un vistazo debajo de su cama para
encontrar a Jinx todavía escondida.
—Bueno, es bueno saber que hay alguien más en esta familia que tiene
cierto sentido común.
Cuando volvió a la cocina, la cosa amarilla estaba junto a la puerta, con
las llaves del coche en la pata.
—¿Papá… eh… me vas a llevar a la escuela? —No sabía si podría
soportar sentarse a su lado en el coche de nuevo, esperando que estuviera
mirando la carretera mientras miraba a través del parabrisas con los ojos
vacíos.
—¿No es así siempre? —dijo Mamá. Podía escuchar la preocupación en
su voz—. Que tengas un buen día, ¿de acuerdo?
Al no ver otra opción, se subió al coche junto a la cosa amarilla. Una
vez más, cerró todas las puertas del lado del conductor. Salió del camino
de entrada y pasó a un vecino que hacía jogging, que lo saludó con la mano
como si fuera su padre.
—No entiendo —dijo Oswald, al borde de las lágrimas—. ¿Eres real?
¿Esto es real? ¿Me estoy volviendo loco?
La cosa amarilla no dijo nada, se limitó a mirar el camino por delante.
Cuando se detuvo frente a la escuela secundaria Westbrook, el guardia
de cruce y los niños en el cruce de peatones no parecieron darse cuenta
de que un conejo amarillo gigante conducía el automóvil.
—Oye —dijo Oswald antes de salir del coche— no te molestes en
recogerme esta tarde. Sólo tomaré el autobús.
El autobús escolar era una cosa grande y amarilla que podía manejar.
Debido a que era una especie de ley cósmica, la primera persona que
Oswald vio en la sala fue Dylan, su torturador.
—Bueno, bueno, bueno, si no es Oswald el Oce–.
—Dame un descanso, Dylan —dijo Oswald, empujándolo a su lado—.
Tengo problemas mucho más grandes que tú hoy.
Era imposible concentrarse en clase. Por lo general, Oswald era un
estudiante bastante decente, pero ¿cómo podía concentrarse con su vida
y posiblemente su cordura derrumbándose? Tal vez debería hablar con
alguien, el consejero escolar o el oficial de policía de la escuela. Pero sabía
que cualquier cosa que saliera de su boca sonaría peligrosamente loco.
¿Cómo podría convencer a un oficial de policía de que su padre había
desaparecido si todos los que miraban la cosa amarilla veían a su padre?
No había nadie que lo ayudara. Iba a tener que descubrir cómo resolver
él mismo este problema.
Durante el recreo, se sentó en un banco junto al patio de recreo,
agradecido de no tener que fingir que escuchaba a un maestro. Sólo podía
pensar, no podía imaginar cómo su vida podría volverse más extraña. La
cosa amarilla pareció pensar que era su padre. Esto era bastante extraño,
pero ¿por qué todos los demás pensaban que también era su padre?
—¿Te importa si comparto tu banco? —Era una chica que Oswald nunca
había visto antes. Tenía el pelo negro y rizado y grandes ojos marrones,
sostenía un libro grueso.
—Claro —dijo Oswald.
La niña se sentó en el extremo opuesto del banco y abrió su libro.
Oswald volvió a sus pensamientos confusos y confusos.
—¿Has estado en esta escuela durante mucho tiempo? —le preguntó la
chica después de unos minutos. No miró a Oswald cuando habló; ella
seguía mirando las páginas de su libro. Oswald se preguntó si eso significaba
que era tímida.
—Desde el jardín de infantes —respondió, y luego, como no podía
pensar en una sola cosa más que decir sobre sí mismo, preguntó—: ¿Qué
estás leyendo?
—Mitología griega. Cuentos de héroes. ¿Has leído mitología?
—No, en realidad no —dijo, sintiéndose estúpido inmediatamente
después. No quería dar la impresión de que era el tipo de persona que
nunca lee libros. Desesperado, agregó—: Aunque me encanta leer —y
luego se sintió aún más estúpido.
—Yo también. Probablemente he leído este libro una docena de veces.
Es como un libro de consuelo para mí. Lo leo cuando necesito ser valiente.
La palabra valiente tocó la fibra sensible de Oswald. Valiente también era
lo que necesitaba ser.
—¿Y eso porque?
—Bueno, los héroes griegos son súper valientes. Siempre están
peleando con algún tipo de monstruo grande, como el minotauro o la hidra.
Pone las cosas en perspectiva, ¿sabes? No importa cuán graves sean mis
problemas, al menos no tengo que luchar contra un monstruo.
—Tienes razón —dijo Oswald, a pesar de que estaba tratando de
averiguar cómo luchar contra un monstruo, un monstruo amarillo de
orejas largas, en su propia casa. Sin embargo, no podía contarle a esta chica
sobre la cosa amarilla. Pensaría que estaba loco y dejaría el banco
compartido a toda prisa—. Así que, dijiste que leías ese libro cuando
necesitas ser valiente. —Estaba sorprendido de tener esta conversación
dada la forma en que su mente corría. Por alguna razón, era fácil hablar
con esta chica—. Quiero decir, puede que no sea de mi incumbencia, pero
me preguntaba por qué necesitas… ser valiente.
Ella dio una pequeña sonrisa tímida.
—Primer día en una nueva escuela, tercer día en una nueva ciudad.
Todavía no conozco a nadie.
—Sí, lo sé. —Le tendió la mano—. Soy Oswald. —No sabía por qué
estaba ofreciendo su mano como si fuera una especie de hombre de
negocios, pero sentía que era lo correcto.
Ella tomó su mano y la estrechó con sorprendente firmeza.
—Soy Gabrielle.
De alguna manera, esta era la conversación que Oswald necesitaba
tener.

✩✩✩
Tomó el autobús a casa desde la escuela. Cuando entró, la cosa amarilla
estaba aspirando la sala de estar.
No le hizo más preguntas. No era como si de todos modos pudiera
darle alguna respuesta, y además, si iba a hacer que su plan funcionara,
tendría que actuar como si todo fuera normal. Y como sabía cualquiera
que lo hubiera visto en la obra de teatro de cuarto grado, actuar no era
uno de sus talentos.
En cambio, hizo lo que se suponía que debía hacer cuando la vida era
normal, cuando su verdadero padre estaba limpiando la sala de estar. Sacó
el plumero del armario de la limpieza y sacudió el polvo de la mesa de café,
las mesitas auxiliares y las lámparas. Vació la papelera y ordenó los cojines
del sofá. Luego fue a la cocina y sacó la basura y el reciclaje. Una vez que
estuvo afuera, fue tentador correr, pero sabía que correr no era la
respuesta. Si todos veían a la cosa amarilla como su papá, nadie lo ayudaría.
La cosa amarilla siempre lo atraparía.
Regresó adentro.
Terminadas sus tareas, pasó junto a la cosa amarilla.
—Voy a relajarme un rato antes de la cena —dijo, aunque la posibilidad
de relajarse de cualquier forma era inimaginable. Fue a su habitación, pero
no cerró la puerta. En cambio, se quitó los zapatos, se tumbó en la cama y
comenzó a dibujar en su cuaderno de bocetos. No quería dibujar animales
mecánicos, pero parecían ser todo lo que podía dibujar. Cerró su cuaderno
de bocetos y comenzó a leer un manga, o al menos a fingir que lo hacía. El
plan sólo podría funcionar si actuaba como si todo fuera normal.
Cuando el conejo apareció en su puerta, logró no jadear. Lo llamó de la
misma manera que lo hizo cuando lo condujo a la sala de asesinatos en
Freddy Fazbear's, y él lo siguió hasta la cocina. Sobre la mesa había una de
las pizzas de la tienda de comestibles que su padre guardaba en el
congelador, horneada a un agradable color marrón dorado, y dos vasos del
ponche de frutas que le gustaba a Oswald. La pizza ya estaba cortada, lo
cual fue un alivio, porque Oswald no podía imaginar lo que habría hecho si
hubiera visto la cosa sosteniendo un cuchillo. Probablemente saldría
corriendo y gritando a la calle.
Oswald se sentó a la mesa y se sirvió una porción de pizza. No tenía
muchas ganas de comer, pero sabía que no podía actuar como si algo
estuviera mal. Tomó un bocado de pizza y un sorbo de ponche.
—¿No vas a comer nada… papá? —preguntó. Fue difícil llamarlo papá,
pero se las arregló.
La cosa amarilla se sentó frente a él en silencio con su mirada sin
parpadear y su sonrisa congelada, con una porción de pizza sin tocar en un
plato frente a él junto a un vaso de ponche intacto.
«¿También podrá comer?» ¿Necesitaba hacerlo? ¿Qué es de todos
modos?» Al principio pensó que era un tipo con traje, pero ahora no estaba
tan seguro. ¿Era algún tipo de animal animatrónico altamente sofisticado o
un conejito gigante real de carne y hueso? No sabía qué posibilidad era la
más inquietante.
Con gran esfuerzo, terminó su porción de pizza y su vaso de ponche,
luego dijo—: Gracias por la cena, papá. Voy a tomar un vaso de leche e ir
a hacer mi tarea.
La cosa amarilla simplemente se quedó ahí.
Oswald fue al frigorífico. Comprobó que la cosa amarilla no estuviera
mirando y vertió un poco de leche en un cuenco. Una vez que estuvo en
su habitación, no cerró ni trabó la puerta porque no lo haría si estuviera
en casa con papá. Lo normal. Normal para no despertar sospechas.
Deslizó el cuenco de leche debajo de la cama, donde aún se escondía
Jinx.
—Vas a estar bien —susurró.
Esperaba tener razón.
Se sentó en su cama y en unos minutos escuchó a Jinx lamiendo la leche.
Sabía por experiencias pasadas que incluso cuando estaba aterrorizada, ella
no podía rechazar los productos lácteos. Hizo un intento a medias en su
tarea, pero no podía concentrarse. Todo en lo que podía pensar era en su
padre. La cosa amarilla había arrastrado a su padre al pozo y debajo de la
superficie. ¿Significaba que su padre estaba en Freddy Fazbear's alrededor
de 1985, deambulando por una sala de juegos que había jugado de niño?
Esa era la explicación más probable, a menos que la cosa amarilla lo hubiera
matado…
No. No podía permitirse pensar eso. Su papá estaba vivo. Tenía que
estarlo. La única forma de saberlo era volver al pozo.
Pero primero iba a tener que salir de la casa sin que la cosa amarilla se
diera cuenta.
Oswald esperó hasta que oscureció, luego esperó un poco más.
Finalmente, agarró sus zapatos y salió de puntillas de su habitación hacia el
pasillo en calcetines. La puerta del dormitorio de sus padres estaba abierta.
Echó un vistazo al interior mientras pasaba sigilosamente. La cosa amarilla
yacía boca arriba en la cama de sus padres. Parecía estar mirando al techo.
O tal vez no estaba mirando. Quizás estaba dormido. Era difícil de decir
ya que sus ojos no se cerraban. ¿Necesitaba siquiera dormir?
Conteniendo la respiración, pasó junto a la habitación de sus padres y
entró de puntillas en la cocina. Si la cosa amarilla lo atrapaba, siempre podía
decir que sólo estaba tomando un trago de agua. La cocina era la mejor
ruta de escape. Ahí, la puerta chirriaba menos que la puerta principal.
Se puso los zapatos y abrió la puerta lentamente, centímetro a
centímetro. Cuando estuvo lo suficientemente abierta, se deslizó y la cerró
suavemente detrás de él.
Luego corrió. Corrió por su vecindario y pasó a vecinos paseando a sus
perros y niños en bicicleta. Algunas personas miraban a Oswald de manera
extraña y él no podía entender por qué. La gente corría en este vecindario
todo el tiempo.
Pero luego se dio cuenta de que no estaba corriendo como si lo
estuviera haciendo para hacer ejercicio.
Corría como si algo lo estuviera persiguiendo. Y podría estar pasado.
Era un largo camino hasta Jeff's Pizza a pie, y sabía que no podría mantener
este ritmo en todo el camino. Redujo la velocidad a una caminata después
de haber salido de su vecindario y eligió caminar por calles laterales en
lugar de la ruta más directa, por lo que sería más difícil de seguir.
Temía que Jeff's Pizza estuviera cerrado para cuando llegara, pero
cuando llegó, acalorado y sin aliento, el letrero de ABRIERTO iluminado
seguía encendido. Dentro, Jeff estaba en el mostrador, viendo un juego de
baseball en la televisión, pero por lo demás el lugar estaba vacío.
—Sabes que sólo servimos pizzas enteras por la noche. No hay cortes
—dijo Jeff en su habitual tono monótono. Como siempre, parecía agotado.
—Sí, vengo por un refresco para llevar —dijo Oswald, con su mirada
vagando hacia la piscina de pelotas acordonada.
Jeff pareció un poco desconcertado, pero finalmente dijo—: Está bien,
déjame sacar un pastel del horno, luego te lo traeré. Naranja, ¿verdad?
—Sí. Gracias.
Tan pronto como Jeff desapareció en la cocina, Oswald corrió a la
esquina trasera y se zambulló en el pozo.
El familiar olor a humedad llenó su nariz mientras se hundía bajo la
superficie. Se sentó en el suelo del pozo. Contó hasta cien como siempre
lo hacía, aunque no estaba seguro de que sirviera de nada para que diera
el salto a Freddy Fazbear's en 1985. Se movió en el piso del pozo y sintió
algo sólido presionando contra su espalda baja.
Un zapato. Se sentía como la suela de un zapato. Se dio la vuelta y lo
agarró. Era una bota, una bota de trabajo con punta de acero como la que
solía usar su padre para trabajar en la fábrica y que ahora usaba para su
trabajo en el Snack Space. Movió un poco la mano. ¡Un tobillo! Un tobillo
en el tipo de calcetín grueso que le gustaba a su padre. Se arrastró más
lejos por el suelo del pozo. La cara. Tenía que palpar la cara. Si fuera una
cabeza peluda gigante como la de la cosa amarilla, nunca dejaría de gritar.
Pero tenía que averiguarlo.
Su mano encontró un hombro. Llegó al pecho y palpó la tela barata de
una camiseta blanca. Estaba temblando cuando llegó más alto. Sintió un
rostro inconfundiblemente humano. Piel y barba. La cara de un hombre.
¿Es papá, y él–?
Tenía que estar vivo. Tenía que estarlo.
Oswald había visto programas en los que las personas que habían estado
en situaciones de emergencia de repente desarrollaron una fuerza
asombrosa y se encontraron capaces de levantar la parte delantera de un
automóvil o tractor. Este era el tipo de fuerza que necesitaba encontrar.
Su padre no era un hombre grande, pero aún era un hombre y pesaba al
menos el doble que su hijo. Tenía que trasladar a su padre si quería salvarlo.
Si incluso este era su padre. Si esto no fuera una especie de engaño cruel
creado por la cosa amarilla para atraparlo. Oswald no podía permitirse
pensar en otra cosa, no si iba a hacer lo que tenía que hacer.
Se colocó detrás de la persona, lo agarró por las axilas y tiró. No pasó
nada. «Peso muerto. No, no muerto, por favor… no muerto».
Tiró de nuevo, esta vez con más fuerza, haciendo un ruido que estaba
en algún lugar entre un gruñido y un rugido. Esta vez, el cuerpo se movió
y Oswald tiró de nuevo, poniéndose de pie y sacando la cabeza y los
hombros de la persona de la superficie. Era su padre, pálido e inconsciente,
pero respirando, definitivamente respirando, y alrededor de ellos, no
Freddy Fazbear's en 1985, sino la rareza normal actual de Jeff's Pizza.
¿Cómo pudo Oswald sacarlo? Podría llamar a mamá. Como enfermera,
sabría qué hacer. Pero, ¿y si pensaba que estaba loco o que estaba
mintiendo? Se sentía como el niño que lloraba por nada.
Lo sintió antes de verlo. La presencia detrás de él, la conciencia de algo
en su espacio personal. Antes de que pudiera darse la vuelta, un par de
peludos brazos amarillos lo rodearon en un abrazo aterrador.
Dejó su brazo derecho lo suficientemente libre para golpear con el codo
en la sección media de la cosa amarilla. Se soltó, pero la cosa estaba
bloqueando la salida al pozo. No podía salir del pozo solo, y mucho menos
con su pobre padre desmayado.
Actuando más que pensando, Oswald fue en contra del conejo con la
cabeza gacha. Si tan solo pudiera desequilibrarlo o tirarlo bajo la superficie,
tal vez podría hacer que terminara en 1985 Freddy Fazbear's y conseguirle
a Oswald y su padre algo de tiempo para escapar.
Le dio un cabezazo a la cosa amarilla y la tiró contra las cuerdas y la red
que rodeaba el foso de pelotas. Tropezó un poco, se enderezó y luego,
con los brazos extendidos, se lanzó hacia Oswald. Empujó a Oswald contra
la pared del pozo. Con los ojos muertos como siempre, abrió sus
mandíbulas para revelar filas dobles de colmillos afilados como cimitarras.
Con la boca abierta de forma extraña, se abalanzó sobre la garganta de
Oswald, pero él la bloqueó con el brazo.
El dolor atravesó su antebrazo cuando la cosa amarilla hundió sus
colmillos en su piel.
Oswald usó su brazo sano para golpear al conejo con fuerza en la cara
antes de que los colmillos lo perforaran demasiado profundo. Colmillos.
¿Qué tipo de conejo tenía colmillos?
Las mandíbulas de la cosa soltaron su agarre, pero no hubo tiempo para
examinar el daño porque la cosa se tambaleaba hacia el padre de Oswald,
con las mandíbulas abiertas de par en par, como una serpiente a punto de
tragarse a su presa desprevenida.
Sus colmillos estaban rojos con la sangre de Oswald.
Oswald dio un codazo a la cosa amarilla a un lado y se movió entre ella
y su padre aún inconsciente.
—¡Deja… a mi papá… EN PAZ! —gritó, luego usó la red para rebotar
y trepar a la espalda de la cosa amarilla. Le golpeó la cabeza con los puños,
rascó los ojos, que no se sentían como los ojos de una criatura viviente. El
conejo tropezó con las redes y las cuerdas, luego agarró a Oswald por los
brazos y lo tiró con fuerza de sus hombros hacia el pozo.
Oswald cayó de cabeza bajo la superficie, agradecido de que el fondo
del pozo fuera blando. Le palpitaba el brazo, todo su cuerpo estaba
exhausto, pero tenía que levantarse. Tenía que salvar a su papá. Como esos
antiguos héroes griegos de los que Gabrielle le había hablado, tenía que ser
valiente y enfrentarse al monstruo.
Oswald se puso de pie, vacilante.
De alguna manera, cuando sacudió a Oswald, la cosa amarilla debió
haberse enredado en las cuerdas y redes que se alineaban en el pozo de
pelotas. Una cuerda fue enrollada alrededor de su cuello, y agarró la cuerda
con sus grandes patas, tratando de liberarse. Oswald no podía entender
por qué no lograba liberarse hasta que vio que los pies de la cosa amarilla
no tocaban el suelo del pozo. La cosa amarilla estaba suspendida de la
cuerda que estaba atada firmemente a una varilla de metal en la parte
superior del pozo de pelotas.
El conejo se había ahorcado. Su boca se abría y cerraba como si
estuviera jadeando, pero no salió ningún sonido. Sus patas arañaron
desesperadamente las cuerdas. Su mirada, todavía aterradora en su
inexpresividad, estaba dirigida en dirección a Oswald, como si le pidiera
ayuda. Él ciertamente no iba a rescatarlo.
Después de unos segundos más de luchar, la cosa amarilla se quedó
quieta. Oswald parpadeó. Colgando de la cuerda no había nada más que un
disfraz de conejo amarillo vacío y sucio.
Los ojos de su padre se abrieron. Oswald corrió a su lado.
—Por qué estoy aquí. —Su rostro estaba pálido y sin afeitar, con sus
ojos hinchados con medias lunas oscuras debajo de ellos—. ¿Qué pasó?
Oswald debatió qué decir: «fuiste atacado por un conejo gigante
malvado que trató de reemplazarte, y yo era la única persona que podía
ver que no eras tú. Incluso mamá pensó que eras tú».
No. Sonaba demasiado loco, y a Oswald no le agradaba la idea de pasar
años en terapia diciendo: Pero el conejo malvado ERA real.
Jinx era el único otro miembro de la familia que sabía la verdad y, como
era un gato, no iba a decir nada en su defensa.
Además, su padre ya había sufrido bastante.
Oswald sabía que estaba mal mentir. También sabía que mentir no era
una habilidad que tenía. Cuando lo intentaba, siempre se ponía nervioso y
sudoroso y decía “uh” mucho. Pero en esta situación, una mentira podría
ser la única forma de avanzar. Tomó un respiro profundo.
—Así que, eh… me escondí en el pozo de pelotas para gastarte una
broma, la cual no debería haber hecho. Viniste a buscarme y supongo que
debiste golpearte la cabeza y perder el conocimiento. —Oswald respiró
hondo—. Lo siento, papá. No era mi intención que las cosas se salieran de
control.
Esta parte, al menos, era la verdad.
—Acepto tus disculpas, hijo. —No sonaba enojado, sólo cansado—.
Pero tienes razón, no deberías haberlo hecho. Y Jeff realmente debería
deshacerse de esta piscina de bolas antes de tener una demanda en sus
manos.
—Definitivamente —respondió Oswald. Sabía que nunca volvería a
poner un pie en el pozo. Extrañaría a Chip y Mike, pero necesitaba hacer
amigos en su tiempo libre. Su mente pasó rápidamente a la chica en el
banco durante el recreo. Gabrielle. Ella parecía agradable, también
Inteligente. Habían tenido una buena charla.
Oswald tomó la mano de su padre.
—Déjame ayudarte a ponerte de pie.
Con Oswald estabilizándolo, papá se puso de pie y dejó que su hijo lo
llevara a la salida del pozo de pelotas. Hizo una pausa para mirar el traje
amarillo que colgaba.
—¿Qué es esa cosa espeluznante?
—No tengo ni idea.
Esta también era la verdad.
Salieron del pozo y caminaron por Jeff's Pizza. Jeff estaba limpiando el
mostrador, todavía viendo el partido de baseball en la televisión del
restaurante. ¿No había visto ni oído nada?
Aun sosteniendo la mano de Oswald, ¿cuándo fue la última vez que él y
su papá se tomaron de la mano? Papá levantó el brazo de su hijo y lo miró.
—Estás sangrando.
—Sí, debo haberme raspado el brazo cuando intentaba sacarte del pozo.
Su papá negó con la cabeza.
—Como dije, esa cosa es un problema de seguridad pública. No basta
con pegar un cartel que diga MANTÉNGASE ALEJADO. —Soltó el brazo
de Oswald—. Te limpiaremos el brazo en la casa, y luego tu mamá puede
vendar la herida una vez que llegue del trabajo.
Oswald se preguntó qué diría su madre cuando viera las marcas de los
colmillos.
Cuando se acercaron a la puerta principal, Oswald dijo—: Papá, sé que
a veces puedo ser un dolor de cabeza, pero realmente te quiero, ya sabes.
Papá lo miró con una expresión que parecía a la vez complacida y
sorprendida.
—Lo mismo digo, chico. —Le revolvió el pelo a Oswald—. Pero tienes
un gusto terrible para las películas de ciencia ficción.
—¿Oh si? —dijo Oswald, sonriendo—. Bueno, tienes un gusto pésimo
para la música. Y te gustan los helados aburridos.
Juntos, abrieron la puerta al aire fresco de la noche. Detrás de ellos, Jeff
gritó—: ¡Oye, niño! ¡Olvidaste tu refresco!
«P lana y gorda». Esas fueron las dos palabras en las que pensaba Sarah
cuando se miraba en el espejo. Lo que hacía mucho.
¿Cómo podría alguien con un vientre tan curvo ser tan plana como una
tabla de planchar en cualquier otro lugar? Otras chicas podrían describir
sus formas como si fueran un reloj de arena o una pera. Sarah tenía la
forma de una papa. Al mirar su nariz bulbosa, sus orejas prominentes y
cómo todas sus partes parecían pegadas a su cuerpo al azar, recordó la
muñeca Mix-and-Match que tenía cuando era niña. La que tiene diferentes
ojos, oídos, narices, bocas y otras partes del cuerpo que puedes pegar en
ella para que se vea tan divertida como quisieras. Y ese fue el apodo que
se le ocurrió: Sra. Mix-and-Match.
Pero al menos la Sra. Mix-and-Match tenía al Sr. Mix-and-Match. A
diferencia de las chicas de la escuela a las que llamaba las hermosas, Sarah
no tenía novio ni perspectivas de tenerlo. Claro, había un chico al que
miraba, con el que soñaba, pero sabía que él no la estaba mirando ni
soñando con ella. Supuso que ella, como la Sra. Mix-and-Match en sus días
de soltera, tendría que esperar hasta que llegara un tipo igualmente
desafortunado.
Pero mientras tanto, necesitaba terminar de prepararse para la escuela.
Sin dejar de mirar a su peor enemigo, el espejo, se aplicó un poco de
rímel y bálsamo labial teñido de rosa. Para su cumpleaños, su mamá
finalmente le había dado permiso para usar un poco de maquillaje ligero.
Se cepilló con cuidado su cabello castaño oscuro y apagado. Suspiró. Era
tan bueno como iba a ser. Y no estuvo bien.
Las paredes de la habitación de Sarah estaban decoradas con fotos de
modelos y estrellas del pop que había recortado de revistas. Sus ojos
estaban humeantes, sus labios llenos, sus piernas largas. Eran delgadas,
curvilíneas y seguras de sí mismas, jóvenes pero femeninas, y sus cuerpos
perfectos vestían ropa que Sarah ni siquiera podía soñar con pagar. A veces,
cuando se preparaba por la mañana, sentía como si estas diosas de la
belleza la miraran con decepción. Oh, parecían decir, ¿Eso es lo que llevarás
puesto? O, no hay esperanza de una carrera como modelo para ti, cariño. Aun
así, le gustaba tener a las diosas ahí. Si no podía ver la belleza cuando se
miraba en el espejo, al menos podía verla cuando miraba las paredes.
En la cocina, su madre estaba vestida para el trabajo con un vestido largo
con estampado floral, con su cabello color sal y pimienta largo y suelto por
la espalda. Su madre nunca se maquillaba ni hacía nada especial con su
cabello, y tenía tendencia a engordar alrededor de las caderas. Aun así,
Sarah tuvo que admitir que su madre tenía una belleza natural que ella
carecía. «Tal vez se salte una generación», pensó Sarah.
—Oye, magdalena —dijo mamá—. Recogí algunos bagels. Tengo de ese
tipo que te gusta con todas las semillas. ¿Quieres que te ponga uno en la
tostadora?
—No, sólo tomaré un yogur —dijo Sarah, aunque se le hizo la boca
agua al pensar en un panecillo tostado de Everything untado con queso
crema—. No necesito todos esos carbohidratos.
Mamá puso los ojos en blanco.
—Sarah, esos pequeños vasos de yogur con los que vives tienen sólo
noventa calorías. Es una maravilla que no te desmayes de hambre en la
escuela. —Dio un gran mordisco al bagel que se había preparado. Ella había
juntado la parte superior e inferior al estilo de un sándwich, y el queso
crema se aplastó cuando lo mordió—. Además —dijo mamá con la boca
llena— eres demasiado joven para preocuparte por los carbohidratos.
«Y eres demasiado mayor para no preocuparte por ellos», quiso decir,
pero se detuvo. En cambio, dijo—: Un yogur y una botella de agua serán
suficientes para sostenerme hasta la hora del almuerzo.
—Como quieras. Pero te lo digo, este bagel es delicioso.

✩✩✩
A diferencia de la mayoría de las mañanas, Sarah llegó a tiempo al
autobús escolar, por lo que no tuvo que caminar. Se sentó sola y miró los
tutoriales de maquillaje de YouTube en su teléfono. Tal vez en su próximo
cumpleaños mamá le dejaría usar algo más que rímel, crema BB y bálsamo
labial con color. Podía conseguir lo que necesitaba para hacer algunos
contornos reales, para que sus pómulos parecieran más pronunciados y su
nariz menos bulbosa. Hacer sus cejas profesionalmente también ayudaría
mucho. En este momento, ella y sus pinzas estaban librando una batalla
diaria contra una uniceja.
Antes del primer período, cuando sacó su libro de ciencias de su
casillero, las vio. Caminaban pavoneándose por el pasillo como
supermodelos haciendo un desfile de pasarela, y todos, todos, dejaron de
hacer lo que estaban haciendo para mirarlas. Lydia, Jillian, Tabitha y Emma.
Eran porristas. Eran de la realeza. Eran estrellas. Eran quienes todas las
chicas de la escuela querían ser y con quienes todos los chicos de la escuela
querían estar.
Ellas eran las hermosas.
Cada chica tenía su propia marca particular de belleza. Lydia tenía
cabello rubio y ojos azules y una tez sonrosada, mientras que Jillian tenía el
cabello rojo intenso y ojos verdes felinos. Tabitha era morena con ojos
color chocolate y cabello negro brillante, y Emma tenía cabello castaño y
enormes ojos castaños parecidos a los de una cierva. Todas las chicas
tenían el pelo largo, mejor para llevarlo lujosamente sobre sus hombros, y
eran delgadas pero con suficientes curvas para llenar sus ropas en el busto
y las caderas.
¡Y su ropa!
Sus ropas eran tan hermosas como ellas, todas compradas en tiendas
de lujo en las grandes ciudades que visitaban en sus vacaciones. Hoy todas
vestían de blanco y negro, un vestido negro corto con cuello y puños
blancos para Lydia, una camisa blanca con una minifalda de lunares en
blanco y negro para Jillian, una raya blanca y negra–.
—¿Qué son, pingüinos? —Una voz cortó los pensamientos de
admiración de Sarah.
—¿Eh? —Sarah se volteó para ver a Abby, su mejor amiga desde el jardín
de infancia, parada a su lado. Llevaba una especie de poncho espantoso y
una falda larga y holgada con estampado de flores. Parecía que debería estar
dirigiendo un puesto de adivinación en el carnaval de la escuela.
—Dije que parecen pingüinos. Esperemos que no haya focas
hambrientas alrededor. —Ella emitió un fuerte ladrido y luego se rio.
—Estás loca. Creo que se ven perfectas.
—Siempre lo haces. —Estaba abrazando su libro de estudios sociales
contra su pecho—. Y tengo una teoría sobre por qué.
—Tienes una teoría sobre todo.
Eso era cierto. Abby quería ser científica, y todas esas teorías
probablemente le serían útiles algún día cuando estuviera trabajando en su
doctorado.
—¿Recuerdas cómo solíamos jugar a las Barbies cuando éramos
pequeñas? —preguntó Abby.
Cuando eran pequeñas, Sarah y Abby tenían cada una estuches rosas
llenos de Barbies y sus diversas ropas y accesorios. Se habían turnado para
llevar sus maletas a las casas de la otra y habían jugado durante horas,
deteniéndose sólo para tomar jugos y pausas de galletas. La vida había sido
tan fácil en ese entonces.
—Sí. Era divertido.
Abby no había cambiado mucho desde esos días. Todavía llevaba el pelo
recogido en las mismas trenzas, todavía llevaba gafas con montura de
alambre dorado. Los aparatos ortopédicos en sus dientes y unos
centímetros de altura eran las únicas diferencias. Aun así, cuando Sarah
miró a Abby, al menos pudo ver que la oportunidad de la belleza estaba
ahí. Abby tenía una tez impecable de café con crema y unos asombrosos
ojos color avellana detrás de esas gafas. Tomaba clases de baile después de
la escuela y tenía un cuerpo elegante y esbelto, incluso si lo escondía debajo
de horribles ponchos y otras ropas holgadas. Sarah no tenía belleza y eso
la atormentaba. Abby tenía belleza, pero no le importaba lo suficiente
como para darse cuenta.
—Mi teoría —dijo Abby, animándose como lo hacía cuando estaba
dando una conferencia— es que te encantaba jugar con Barbies, pero ahora
que eres demasiado mayor para ellas, necesitas un sustituto de Barbie. Esas
fashionistas de cabeza hueca son tu sustituto de Barbies. Por eso quieres
jugar con ellas.
«¿Jugar?» A veces era como si Abby todavía fuera una niña.
—No quiero jugar con ellas —dijo Sarah, aunque no estaba segura de
que fuera exactamente cierto—. Soy demasiado mayor para querer jugar
con nadie. Yo sólo… las admiro, eso es todo.
Abby puso los ojos en blanco.
—¿Qué hay para admirar? ¿El hecho de que puedan combinar sus
sombras de ojos con sus atuendos? Si me disculpas, creo que seguiré
admirando a Marie Curie y Rosa Parks.
Sarah sonrió. Abby siempre había sido una nerd. Un nerd adorable, pero
aun así, una nerd.
—Bueno, nunca te ha interesado mucho la moda. Recuerdo cómo solías
tratar a tus Barbies.
Abby le devolvió la sonrisa.
—Bueno, estaba la que afeité. Y luego estaba la del pelo que teñí de
verde con un Rotulador Mágico para que pareciera una especie de
supervillana loca. —Movió las cejas—. Ahora, si esas reinas adolescentes
me dejaran jugar con ellas de esa manera, podría estar interesada.
Sarah rio.
—Tú eres una supervillana.
—No. Sólo una sabelotodo. Por eso soy mucho más divertida que esas
porristas. —Abby hizo un pequeño saludo con la mano y luego se apresuró
a ir a clase.
A la hora del almuerzo, Sarah se sentó frente a Abby. Era viernes, que
era el día de la pizza, y en la bandeja de Abby había una de las rebanadas
rectangulares de pizza de la escuela, una taza de cóctel de frutas y un cartón
de leche. La pizza de la escuela no era la mejor, pero seguía siendo pizza,
así que estaba bastante buena. Sin embargo, demasiados carbohidratos.
Sarah había ido a la barra de ensaladas y había comprado una ensalada verde
con aderezo de vinagreta baja en grasas. Le gustaba mucho más el rancho
que la vinagreta, pero el rancho agregaba demasiadas calorías.
Los otros chicos en la mesa eran los nerds que se apresuraron durante
su almuerzo para poder jugar juegos de cartas hasta que sonó la campana.
Sarah sabía que las hermosas la llamaban la mesa de los perdedores.
Sarah apuñaló su lechuga con su tenedor de plástico sin filo.
—¿Qué harías —le preguntó a Abby— si tuvieras un millón de dólares?
Abby sonrió.
—Oh, eso es fácil. Primero–.
—Espera —dijo Sarah porque sabía el tipo de cosas que Abby iba a
decir—. No te permitiré decir que se lo darías a la Sociedad Protectora de
Animales o las personas sin hogar o lo que sea. El dinero es sólo para
gastarlo en ti misma.
Abby sonrió.
—Y como es dinero imaginario, no tengo que sentirme culpable.
—Así es —dijo Sarah, masticando una zanahoria pequeña.
—Está bien. —Abby tomó un bocado de pizza y masticó
pensativamente—. Bueno, en ese caso, lo usaría para viajar. París primero,
creo, con mi mamá, mi papá y mi hermano. Nos alojaríamos en un hotel
elegante e iríamos a la Torre Eiffel y al Louvre y comeríamos en los mejores
restaurantes y nos atiborraríamos de pasteles y tomaríamos café en cafés
elegantes y observaríamos a la gente. ¿Tú qué harías?
Sarah empujó su ensalada en su plato.
—Bueno, definitivamente me blanquearía los dientes de manera
profesional, iría a uno de esos salones de lujo y me cortaría y teñiría el
cabello. Rubia, pero una rubia de aspecto realista. Recibía tratamientos para
la piel y un cambio de imagen con un maquillaje realmente bueno, no del
tipo barato de farmacia. Y me harían una operación de nariz. Hay otros
procedimientos cosméticos que me gustaría hacerme, pero no creo que
los hagan en una niña.
—¡Y no deberían! —dijo Abby. Parecía sorprendida, como si Sarah
hubiera dicho algo realmente malo—. En serio, ¿te someterías a todo ese
dolor y sufrimiento sólo para cambiar tu apariencia? Me sacaron las
amígdalas y fue horrible. Nunca me volveré a operar si puedo evitarlo. —
Miró a Sarah intensamente—. ¿De todos modos, qué le pasa a tu nariz?
Sarah se llevó la mano a la nariz.
—¿No es obvio? Es enorme.
Abby se rio.
—No, no así. Es una nariz normal. Una bonita nariz. Y cuando lo piensas,
¿alguien realmente tiene una nariz hermosa? Las narices son un poco raras.
De hecho, me gustan más las narices de animales que las de personas. Mi
perro tiene una nariz muy linda.
Sarah echó un vistazo a la mesa de las hermosas. Todos tenían narices
diminutas perfectas, botoncitos adorables. Ni una nariz de patata en el
montón.
Abby miró hacia la mesa donde estaba mirando Sarah.
—Oh, ¿las pingüinos otra vez? De acuerdo, lo que pasa con las pingüinos
es que pueden ser lindas, pero todas se parecen. Eres una persona y
deberías parecer un individuo.
—Sí, un individuo feo —dijo Sarah, apartando su plato de ensalada.
—No, eres una persona atractiva que se preocupa demasiado por su
apariencia. —Abby extendió la mano y tocó el antebrazo de Sarah—. Has
cambiado mucho en los últimos dos años, Sarah. Solíamos hablar de libros,
películas y música. Ahora todo lo que quieres hablar es de lo que no te
gusta de tú apariencia y de toda la ropa, los peinados y el maquillaje que
desearía poder pagar. Y en lugar de tener fotos en tu pared de lindos
animales bebés como solías, tienes fotos de todas esas modelos delgadas.
Me gustaban mucho más los animales bebés.
Sarah sintió que la ira subía como bilis a su garganta. ¿Cómo se atrevía
Abby a juzgarla? Se suponía que los amigos eran las personas que no te
juzgaban. Se levantó.
—Tienes razón, Abby —dijo, lo suficientemente alto como para que las
otras personas en la mesa se voltearan a mirarla—. He cambiado. Yo he
crecido y tú no. Pienso en cosas para adultos, ¡y tú todavía compras
calcomanías, miras dibujos animados y dibujas caballos!
Sarah estaba tan enojada que se marchó y dejó su bandeja sobre la mesa
para que alguien más la limpiara.
Cuando terminó la escuela, Sarah tenía un plan. Ya no iba a sentarse a
la mesa de los perdedores porque no iba a ser una perdedora. Iba a ser tan
popular y tan bonita como fuera posible.
Fue asombroso lo rápido que su plan se puso en marcha. Tan pronto
como estuvo en casa, buscó en el cajón de su tocador donde guardaba su
dinero. Tenía veinte dólares de dinero de cumpleaños de su abuela y le
quedaban diez de su mesada. Era suficiente.
La tienda de productos de belleza estaba a unos quince minutos a pie
de su casa. Podía ir y volver y hacer lo que tenía que hacer antes de que su
madre llegara a casa a las seis.
La tienda estaba muy iluminada, con fila tras fila de productos de belleza:
cepillos y rizadores, secadores de pelo, esmalte de uñas y maquillaje. Se
dirigió al pasillo etiquetado COLOR DE CABELLO. No necesitaba un
millón de dólares para convertirse en rubia. Podría hacerlo por unos diez
dólares y parecer de un millón. Eligió una caja marcada PURE PLATINUM,
decorada con la imagen de una modelo sonriente con cabello largo,
luminoso y dorado blanco. Era hermosa.
La mujer en el mostrador de la caja obviamente se había teñido, tenía el
pelo rojo brillante y pestañas postizas que la hacían parecerse a una jirafa.
—Ahora, si quieres que tu cabello se vea como en la foto, primero
tendrás que decolorarlo —dijo.
—Decolorarlo ¿cómo? —preguntó Sarah. Su mamá usaba lejía y agua
para limpiar los pisos a veces. Seguramente esto no era lo mismo.
—Necesitas el peróxido que está en el pasillo dos.
Cuando Sarah regresó con la botella de plástico, la mujer la miró con
los ojos entrecerrados.
—¿Tu mamá sabe que estás a punto de teñirte el pelo, cariño?
—Oh, sí —dijo Sarah, sin hacer contacto visual—. A ella no le importa.
—No sabía si a su mamá le importaría o no. Supuso que lo averiguaría.
—Bien, eso es bueno, entonces —dijo, marcando las compras de
Sarah—. Quizás ella pueda ayudarte. Asegúrate de que el color sea
uniforme.
En casa, Sarah se encerró en el baño y leyó las instrucciones de la caja
de color de cabello. Parecían bastante simples. Se puso los guantes de
plástico que venían con el kit de tinte para el cabello, se echó una toalla
alrededor de los hombros y se aplicó el peróxido en el cabello. No estaba
segura de cuánto tiempo dejar el peróxido, así que se sentó en el borde
de la bañera y jugó algunos juegos en su teléfono y vio algunos tutoriales
de maquillaje de YouTube.
Primero le empezó a picar el cuero cabelludo. Luego empezó a arder.
Ardía como si alguien le hubiera arrojado un puñado de fósforos
encendidos en el pelo. Rápidamente escribió en su teléfono, cuánto tiempo
dejar el peróxido en el cabello.
La respuesta que apareció fue; no más de 30 minutos.
¿Cuánto tiempo lo había dejado? Se puso de pie de un salto, agarró el
cabezal de ducha desmontable, abrió el grifo del agua fría, inclinó la cabeza
sobre la bañera y comenzó a rociar. El agua helada calmó su cuero
cabelludo ardiente.
Cuando se miró en el espejo del baño, su cabello era completamente
blanco, como si se hubiera convertido en una anciana mucho antes de su
tiempo. El baño apestaba a lejía, haciéndole caer mocos por la nariz y
lágrimas en los ojos. Abrió la ventana y abrió la botella de tinte para el
cabello.
Era hora de completar la transformación.
Sacudió los ingredientes del color del cabello en una botella exprimible
y roció la mezcla por todo su cabello y lo masajeó. Puso la alarma en su
teléfono para que sonara en veinticinco minutos y se dispuso a esperar.
Para cuando su madre llegara a casa, Sarah se vería como una persona
completamente nueva.
Jugó alegremente en su teléfono hasta que sonó la alarma, luego se
enjuagó de nuevo con el cabezal de ducha desmontable. No se molestó en
usar el acondicionador que venía con el kit de color de cabello porque
estaba demasiado ansiosa por ver los resultados. Se secó el cabello con
una toalla y se acercó al espejo para ver su nueva ella.
Gritó.
Gritó tan fuerte que el perro del vecino empezó a ladrar. Su cabello no
era rubio platino sino verde agua. Pensó en Abby cuando eran pequeños,
coloreando el cabello de su Barbie con un marcador mágico verde. Ahora
ella era esa Barbie.
¿Cómo? ¿Cómo podía hacer algo para ponerse bonita y terminar aún
más fea que antes? ¿Por qué la vida era tan injusta? Corrió a su habitación,
se arrojó sobre la cama y lloró. Ella debe haber llorado hasta quedarse
dormida porque lo siguiente que supo es que su madre estaba sentada en
el borde de la cama diciendo:
—¿Qué sucedió aquí?
Sarah miró hacia arriba. Podía ver la conmoción en los ojos de su madre.
—Yo… estaba tratando de teñirme el pelo —gritó Sarah—. Quería ser
rubia, pero soy–soy…
—Eres verde. Puedo ver eso. Bueno, yo diría que habría consecuencias
si te tiñes el cabello sin mi permiso, pero creo que ya estás experimentando
algunas de ellas. Sin embargo, vas a limpiar el baño. Pero por ahora,
necesitamos ver qué podemos hacer para que te parezcas menos… a un
marciano. —Tocó el cabello de Sarah—. ¡Oof! Se siente como paja.
Escucha, ponte los zapatos. La peluquería del centro comercial aún debería
estar abierta. Quizás puedan arreglar esto.
Sarah se puso los zapatos y se metió la trenza color musgo debajo de
una gorra de béisbol. Cuando llegaron al salón y Sarah se quitó la gorra, el
estilista se quedó sin aliento.
—Bueno, es bueno que hayas llamado al nueve uno uno.
Definitivamente se trata de una emergencia capilar.
Una hora y media después, Sarah volvió a tener el cabello castaño, ahora
unos centímetros más corto porque el estilista tuvo que cortar las puntas
dañadas.
—Bueno —dijo mamá, una vez que estuvieron en el auto camino a
casa—, esa era una gran parte de mi cheque de pago. Probablemente
debería haberte dejado ir a la escuela con el pelo verde. Te hubiera servido
de lección.

✩✩✩
Sarah regresó a la escuela no en un resplandor de gloria rubio platino,
sino como su habitual yo marrón ratonero. Aun así, cuando llegó la hora
del almuerzo, decidió que, incluso sin el pelo rubio, no se sentaría en la
mesa de los perdedores. Se sirvió ella misma de la barra de ensaladas y
pasó junto a donde estaba sentada Abby. No necesitaba que Abby la
criticara hoy.
Se le formó un nudo en el estómago cuando se acercó a la mesa de las
hermosas. Debieron haber decidido que hoy era el día de los Jeans porque
todas vestían lindos jeans ajustados con blusas ajustadas de colores joya y
zapatos de lona sin cordones a juego.
Sarah se sentó en el extremo opuesto de la mesa, lo suficientemente
lejos como para que no pareciera entrometerse, pero lo suficientemente
cerca como para que pudieran incluirla si quisieran.
Esperó unos minutos, esperando que una de ellas le dijera que se fuera,
pero nadie lo hizo. Se sintió aliviada y esperanzada, pero luego se dio
cuenta de que ninguna de ellas parecía siquiera verla. Simplemente
siguieron con su conversación como si fuera invisible.
—¡Ella no dijo eso!
—¡Oh, sí, lo hizo!
—¡No!
—¡Sí!
—¿Y luego qué dijo?
Sarah empujó su ensalada en su plato e intentó seguir la conversación,
pero no tenía idea de quién estaban hablando y ciertamente no iba a
preguntarles. Probablemente ni siquiera la escucharían si dijera algo. Si no
podían verla, probablemente tampoco podrían oírla. Se sintió como un
fantasma.
Cogió su bandeja y se dirigió hacia el bote de basura, desesperada por
salir de la cafetería, en realidad, desesperada por salir de la escuela. Pero
todavía tenía que sufrir el séptimo y octavo periodo, estudios sociales
aburridos y matemáticas estúpidas. Perdida en su sufrimiento, se topó
directamente con un chico alto, tirando los restos de su ensalada sobre su
reluciente camisa blanca.
Miró los ojos azul marino de Mason Blair, el chico más perfecto de la
escuela, el chico que siempre esperó que se fijara en ella.
—Oye, mira por dónde vas —dijo, quitando una rodaja de pepino de su
costosa camisa de diseñador. La verdura cubierta de vinagreta había dejado
un perfecto círculo aceitoso en medio de su pecho.
—¡Perdón! —chilló, luego tiró el resto de su ensalada, lo que no tenía
Mason, a la basura y medio salió corriendo de la cafetería.
Qué pesadilla. Quería que Mason se fijara en ella, pero no de esta
manera. No como la chica fea y torpe de cabello castaño frito y encrespado
que le dio un nuevo significado a las palabras ensalada. ¿Por qué todo tuvo
que salir mal para ella? Las hermosas nunca hicieron nada estúpido o torpe,
nunca se humillaron frente a un chico lindo. Su belleza era como una
armadura que las protegía del dolor y la vergüenza de la vida.
Cuando el día escolar finalmente llegó a su fin, Sarah decidió caminar a
casa en lugar de tomar el autobús. Dado cómo había sido su día, no sentía
que debería correr el riesgo de volver a estar con un gran grupo de
personas. Sería simplemente un desastre.
Caminaba sola, diciéndose a sí misma que bien podría acostumbrarse a
la soledad. Ella siempre estaría sola. Pasó por el Brown Cow, el puesto de
helados donde las hermosas iban con sus novios después de la escuela,
riendo mientras se sentaban juntos en las mesas de picnic, compartiendo
batidos de leche o helados. Y, por supuesto, las hermosas podían comerse
todo el helado que quisieran y no ganar ni un gramo. La vida era tan injusta.
Para llegar a su casa tuvo que pasar por el patio de demolición. Era una
fea extensión de tierra llena de cadáveres destruidos de automóviles. Había
camionetas pickup destrozadas, SUV aplastados y vehículos que se habían
reducido a nada más que montones de basura oxidada. Estaba segura de
que ninguna de las hermosas tenía que pasar por un lugar tan espantoso de
camino a casa.
A pesar de que el depósito de chatarra era horrible, o tal vez justamente
porque era tan horrible, no pudo evitar mirarlo cuando pasó. Era como un
conductor que pasaba mirando boquiabierto un accidente al costado de la
carretera.
El coche más cercano a la cerca definitivamente encaja en la categoría
de “montón de basura”. Era uno de esos sedanes grandes y viejos que sólo
conducían personas muy mayores, el tipo de automóvil que la mamá de
Sarah llamaba yate terrestre. Este yate había visto días mejores. Antes había
sido azul claro, pero ahora era en su mayor parte marrón anaranjado
oxidado. En algunos lugares, el óxido había atravesado todo el metal y la
carrocería del automóvil estaba tan maltratada que parecía que había sido
atacado por una multitud enfurecida que empuñaba bates de béisbol.
Entonces vio el brazo.
Un brazo delgado y delicado sobresalía del maletero del automóvil, con
su manita blanca con los dedos extendidos como si estuviera saludando. O
pidiendo ayuda con la mano, como si se estuviera ahogando.
Sarah ardía de curiosidad. ¿A qué estaba unida la mano?
La puerta estaba abierta. Nadie parecía estar mirando. Después de mirar
a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie cerca, entró en el
patio de demolición.
Se acercó al viejo sedán y le tocó el brazo, luego la mano. Era de metal,
por lo que sentía. Encontró la manija en el maletero y tiró de ella, pero la
palanca no se movió. El coche estaba tan abollado y estropeado que el
maletero ya no se abría ni se cerraba correctamente.
Sarah pensó en la historia que una maestra le había leído a su clase una
vez en la escuela primaria sobre el Rey Arturo sacando una espada de una
piedra cuando nadie más podía hacerlo. ¿Podría sacar esta muñeca, o lo
que fuera, de este vehículo destrozado? Miró a su alrededor hasta que
encontró una pieza de metal fuerte y plana que tal vez podría funcionar
como un sustituto de palanca.
Apoyó el pie contra el parachoques arrugado del coche, deslizó el metal
dentro de la puerta del maletero y empujó hacia arriba. La primera vez que
lo intentó, no cedió en absoluto, pero la segunda vez, se abrió y la hizo
perder el equilibrio. Cayó hacia atrás y aterrizó de trasero en la tierra. Se
puso de pie para inspeccionar al dueño de la mano que había visto
sobresalir del baúl.
¿Era la muñeca desechada, que una niña pequeña le dejó atrás y la arrojó
a la basura para terminar en el basurero? El pensamiento entristeció a
Sarah.
Sacó la muñeca del baúl y la puso de pie, aunque una vez que la miró,
no estaba segura de que muñeca fuera la palabra correcta para describirla.
Era unos centímetros más alta que la propia Sarah y estaba articulada de
modo que las extremidades y la cintura parecían móviles. ¿Era una especie
de marioneta? ¿Un robot?
Fuera lo que fuera, era hermosa. Tenía unos ojos grandes, verdes y de
largas pestañas, con los labios arqueados de Cupido y círculos rosados en
las mejillas. Su rostro estaba pintado como el de un payaso, pero un payaso
bonito. Su cabello rojo estaba recogido en trenzas gemelas en la parte
superior de su cabeza, y su cuerpo era elegante y plateado, con un cuello
largo, una cintura diminuta y un busto y caderas redondeados. Sus piernas
y brazos eran largos, delgados y elegantes. Parecía una versión robótica de
las hermosas supermodelos cuyos cuadros colgaban de las paredes de la
habitación de Sarah.
¿De dónde había salido? ¿Y por qué alguien querría deshacerse de un
objeto tan hermoso y perfecto?
Bueno, si quien sea que puso esto en el basurero no lo quería, entonces
Sarah sí. Cogió el robot con forma de niña y la encontró
sorprendentemente ligera. La llevó de lado, con el brazo alrededor de su
delicada cintura.
En casa, en su habitación, dejó a la niña robot en el suelo. Estaba un
poco descolorida y polvorienta, como si hubiera estado en el basurero por
un tiempo. Sarah fue a la cocina y tomó un trapo y una botella de limpiador
que se suponía que era seguro para las superficies metálicas. Roció y limpió
la parte delantera del robot, centímetro a centímetro, de la cabeza a los
pies. El brillo la hizo aún más hermosa. Cuando se colocó detrás del robot
para limpiar el otro lado, notó un interruptor de encendido y apagado en
la parte baja de la espalda. Después de que terminó de limpiarla, colocó el
interruptor en la posición de encendido.
No pasó nada. Sarah se volteó, ligeramente decepcionada. Sin embargo,
el robot todavía era genial, incluso si no hacía nada.
Pero entonces un sonido de traqueteo hizo que Sarah se volteara. El
robot estaba temblando por todas partes, como si fuera a acelerar o a
averiarse por completo. Luego se quedó quieto.
Sarah se resignó una vez más a la idea de que el robot no iba a hacer
nada.
Hasta que lo hizo.
La cintura del robot pivotó, haciendo que la parte superior de su cuerpo
se moviera. Lentamente levantó los brazos y luego los bajó. Su cabeza se
dirigió hacia Sarah, pareciendo mirarla con sus grandes ojos verdes.
—Hola, amiga —decía, en una versión que sonaba ligeramente metálica
de la voz de una niña—. Mi nombre es Eleanor.
Sarah sabía que la cosa no podía estar hablando con ella personalmente,
pero sentía que sí.
—Hola —susurró, sintiéndose un poco tonta por iniciar una
conversación con un objeto inanimado—. Soy Sarah.
—Encantada de conocerte, Sarah.
—¡Vaya! ¿Cómo había dicho su nombre? «Debe tener una computadora
incorporada bastante sofisticada o algo así». Era el tipo de cosas que su
hermano podría conocer; estaba en la universidad con especialización en
ciencias de la computación.
El robot dio unos pasos sorprendentemente suaves hacia Sarah.
—Gracias por rescatarme y limpiarme, Sarah —dijo Eleanor—. Me
siento como nueva. —Dio un giro bonito y femenino, con su falda corta
ondeando.
Sarah tenía la boca abierta. ¿Era esta cosa capaz de tener una
conversación real, de un pensamiento real?
—Um… ¿De nada?
—Ahora —dijo Eleanor, colocando su manita fría y dura en la mejilla de
Sarah—. Dime lo que puedo hacer por ti, Sarah.
Sarah miró fijamente la cara inexpresivamente bonita del robot.
—¿Qué quieres decir?
—Hiciste algo bueno por mí. Ahora debo hacer algo bueno por ti. —
Eleanor ladeó la cabeza como un adorable cachorro—. ¿Qué quieres,
Sarah? Quiero hacer realidad tus deseos.
—Uh, nada, de verdad. —No era la verdad, pero en realidad, ¿cómo
podía este robot hacer realidad sus deseos?
—Todo el mundo quiere algo —dijo Eleanor, apartando el cabello de
Sarah de su rostro—. ¿Qué quieres, Sarah?
Sarah respiró hondo. Miró las imágenes de modelos, actrices y estrellas
del pop en sus paredes. Bien podría decirlo. Eleanor era un robot; ella no
la juzgaría.
—Quiero… —susurró, sintiéndose avergonzada—. Quiero ser
hermosa.
Eleanor aplaudió.
—¡Ser hermosa! ¡Qué deseo tan maravilloso! Pero es un gran deseo,
Sarah, y yo soy pequeña. Dame veinticuatro horas y tendré un plan para
empezar a hacer realidad este deseo.
—Está bien, por supuesto —dijo Sarah. Pero no creyó ni por un minuto
que este robot tuviera la capacidad de transformar su apariencia. Ni
siquiera podía creer que estuviera teniendo una conversación real con este.

✩✩✩
Cuando Sarah se despertó a la mañana siguiente, Eleanor estaba parada
en un rincón tan quieta y sin vida como los otros objetos decorativos en
la habitación de Sarah, no más viva que el Freddy Fazbear de peluche que
había tenido en su cama desde que tenía seis años. Quizás la conversación
con Eleanor había sido un sueño particularmente vívido.

✩✩✩
Esa tarde, cuando Sarah llegó a casa de la escuela, Eleanor giró la cintura,
levantó y bajó los brazos y se acercó suavemente a Sarah.
—Te hice algo, Sarah. —Eleanor se puso las manos a la espalda y sacó
un collar. Era una gruesa cadena de plata con un gran colgante de corazón
plateado de dibujos animados colgando de ella. Fue inusual. Lindo.
—¿Hiciste esto para mí?
—Así es. Quiero que me hagas una promesa. Quiero que te pongas este
collar y nunca jamás te lo quites. ¿Prometes que lo mantendrás puesto,
siempre?
—Lo prometo. Gracias por hacerlo. Es hermoso.
—Y tú también serás hermosa. Ya que tu deseo es tan grande, sólo
puedo concederlo poco a poco. Pero si te pones este collar y te lo dejas
puesto, cada mañana, cuando te despiertes, estarás un poco más hermosa
que el día anterior. Eleanor extendió el collar y Sarah lo tomó.
—Está bien, gracias —dijo Sarah, sin creerle a Eleanor por un minuto.
Pero se puso el collar de todos modos porque era bonito.
—Te queda bien. Ahora, para que el collar funcione, tienes que dejarme
cantarte hasta que te duermas.
—¿Cómo, ahora? —preguntó Sarah.
Eleanor asintió.
—Aunque es temprano. Mamá ni siquiera ha vuelto del trabajo
todavía…
—Para que el collar funcione, tienes que dejarme cantarte hasta que te
duermas —repitió Eleanor.
—Bueno, supongo que podría tomar una pequeña siesta —dijo Sarah,
no del todo segura de no estar ya dormida y soñando.
—Métete en la cama —dijo Eleanor, moviéndose en su suave paseo
hacia el lado de la cama de Sarah. A pesar de que era un robot, todo en
Eleanor era femenino y encantador.
Sarah apartó las mantas y se metió en la cama. Eleanor se sentó en el
borde de la cama y acarició el cabello de Sarah con su pequeña mano fría.
Ella cantó,
Ve a dormir, ve a dormir
Ve a dormir, mi dulce Sarah,
Cuando despiertas, cuando despiertas
Todos tus sueños se harán realidad.
Antes de que Eleanor cantara la última nota, Sarah estaba dormida.

✩✩✩
Sarah generalmente estaba atontada y gruñona por la mañana, pero esta
mañana se despertó sintiéndose muy bien. Notó que Eleanor estaba parada
en un rincón de la habitación en su pose de objeto inanimado. De alguna
manera, el hecho de que Eleanor estuviera ahí hacía que se sintiera segura,
como si ella estuviera haciendo guardia.
Quizás Eleanor era sólo un objeto inanimado, pensó Sarah mientras se
sentaba en la cama. Pero luego extendió la mano y sintió el colgante
plateado del corazón colgando justo debajo de su garganta. Si el collar era
real, la conversación que tuvo con Eleanor también debía ser real. Cuando
apartó la mano del collar, notó algo más.
Su brazo. Ambos brazos, en realidad. Eran más delgados y tonificados
de alguna manera, y su piel, que generalmente era cetrina, estaba sana y
brillante. Los parches secos de piel a los que era propensa habían
desaparecido, y ambos brazos estaban suaves y tersos al tacto. Incluso sus
codos, por lo general agrietados, eran tan suaves como las narices de los
gatitos.
Y sus dedos, mientras se tocaba los brazos con ellos, también se sentían
diferentes. Extendió las manos para inspeccionarlas. Sus dedos, una vez
regordetes, eran largos, elegantes y afilados. Sus uñas, antes cortas y
nudosas, ahora eran más largas que las yemas de sus dedos y tenían forma
de óvalos perfectos. Sorprendentemente, también fueron pintadas de un
hermoso y suave rosa, cada uña como un pétalo de rosa perfecto.
Sarah corrió hacia el espejo para inspeccionarse a fondo. Misma mezcla
y combinación de cara, nariz y cuerpo, pero ahora con un par perfecto de
brazos y manos. Pensó en las palabras de Eleanor de anoche: «Cada
mañana, cuando te despiertes, estarás un poco más hermosa que el día
anterior».
Sarah definitivamente era un poco más hermosa. ¿Era así como iba a
funcionar, que cada mañana una parte diferente de ella se transformaría?
Se lanzó hacia la esquina donde estaba parada Eleanor.
—¡Amo mis nuevos brazos y manos! ¡Gracias! —le dijo al robot
inmóvil—. Entonces, ¿me voy a despertar todas las mañanas con una parte
nueva hasta que esté totalmente transformada?
Eleanor no se movió. Su rostro mantuvo la misma expresión pintada.
—Bueno, tal vez tendré que esperar y ver, ¿eh? Gracias de nuevo. —Se
puso de puntillas, besó al robot en su mejilla fría y dura y luego se apresuró
a ir a la cocina a desayunar.
Su mamá estaba sentada a la mesa con una taza de café y medio pomelo.
—Vaya, ni siquiera tuve que gritarte para que te levantaras de la cama
esta mañana. ¿Qué sucede?
Sarah se encogió de hombros.
—No lo sé. Me acabo de despertar sintiéndome bien. Dormí bien,
supongo. —Vertió unas hojuelas de maíz en un bol y las empapó con leche.
—Bueno, ya te habías desmayado cuando llegué a casa. Pensé en
despertarte para la cena, pero estabas inconsciente como una roca, —dijo
mamá. Vio como Sarah echaba cereal con una pala—. Y también estás
comiendo comida de verdad. ¿Te gustaría la otra mitad de esta toronja?
—Claro, gracias.
Mientras alcanzaba la toronja, su madre la agarró de la mano.
—Oye, ¿cuándo dejaste que te crecieran las uñas?
Sarah sabía que no podía decir “anoche”, así que dijo—: Durante las
últimas dos semanas, supongo.
—Bueno, se ven fantásticas —dijo mamá, dándole un apretón en la
mano antes de soltarla—. Te ves saludable también. ¿Has estado tomando
esas vitaminas que te compré?
Sarah no lo había hecho, pero dijo que sí de todos modos.
—Bien —dijo su mamá, sonriendo—. Definitivamente está dando sus
frutos.
Después del desayuno, Sarah eligió una camisa rosa que complementaba
el color de sus uñas y se tomó un tiempo extra con su cabello y maquillaje.
En la escuela se sintió un poco menos invisible.
Mientras estaba en el baño lavándose las manos, entró Jillian, una de las
hermosas. Comprobó su rostro y cabello perfectos en el espejo, luego
miró las manos de Sarah.
—Ooh, me encanta tu esmalte —dijo.
Sarah estaba tan sorprendida que apenas pudo decir—: Gracias.
Jillian salió del baño, sin duda para unirse a sus amigas populares.
Pero ella había visto a Sarah. Se había fijado en Sarah y le había gustado
al menos una cosa de ella.
Sarah sonrió para sí misma durante el resto del día.

✩✩✩
Eleanor era mayoritariamente nocturna. Cuando la última luz del día de
invierno comenzó a desvanecerse, giró la cintura, movió los brazos hacia
arriba y hacia abajo y cobró vida.
—Hola, Sarah —dijo con su vocecita diminuta—. ¿Eres un poco más
hermosa hoy de lo que eras ayer, como te prometí?
—Sí. —No recordaba haberse sentido nunca tan agradecida—. Gracias.
Eleanor asintió con la cabeza.
—Bien. ¿Y estás un poco más feliz hoy que ayer?
—Lo estoy.
Eleanor aplaudió con sus manitas.
—Bien. Eso es lo que quiero. Conceder tus deseos y hacerte feliz.
Sarah todavía no podía creer que todo esto estuviera sucediendo.
—Eso es muy amable de su parte. ¿Pero por qué?
—Te dije por qué. Me salvaste, Sarah. Me sacaste del montón de basura,
me limpiaste y me devolviste la vida. Y ahora quiero concederte deseos
como un hada madrina. ¿Te gustaría eso? —Su voz, aunque metálica,
también sonaba amable.
—Sí. ¿A quién no le gustaría un hada madrina?
—Muy bien. Entonces nunca jamás te quites ese collar y déjame cantarte
hasta que te duermas. Cuando despiertes estarás un poco más hermosa de
lo que eres hoy.
Sarah vaciló. Sabía que su madre había pensado que era extraño cuando
llegó a casa ayer por la noche y encontró a Sarah ya dormida. Si Sarah se
quedaba dormida temprano todas las noches, a su madre le preocuparía
que estuviera enferma o algo así. Además, estaba el problema de la tarea.
Si dejaba de hacer sus deberes, eso también despertaría sospechas, tanto
en casa como en la escuela.
—Voy a dejar que me cantes hasta que me duerma. ¿Pero podría ser en
unas horas? Necesito cenar con mi mamá y luego hacer mi tarea.
—Sí, entiendo —dijo Eleanor, sonando un poco decepcionada—. Pero
es necesario que me dejes dormirte lo más temprano posible. Es
importante que descanses tu belleza.
Después de una cena de espaguetis y una hora y media de matemáticas
e inglés, Sarah se dio una ducha rápida, se cepilló los dientes y se puso el
camisón.
Luego se acercó a Eleanor, que estaba quieta en su rincón.
—Estoy lista —dijo Sarah.
—Entonces métete en la cama como una buena chica.
Sarah se metió bajo las mantas y Eleanor se acercó a la cama con su
andar rodante. Se sentó en el borde de la cama y extendió la mano para
tocar el colgante en forma de corazón de Sarah.
—Recuerda mantenerlo puesto siempre y nunca, nunca quitártelo —le
dijo Eleanor.
—Lo recordaré.
Eleanor acarició el cabello de Sarah con su pequeña mano fría y cantó
su canción de cuna:
Ve a dormir, ve a dormir
Ve a dormir, mi dulce Sarah,
Cuando despiertes, cuando despiertes
Todos tus sueños se harán realidad.
Una vez más, Sarah se quedó dormida antes de saber qué la golpeó.
Se despertó sintiéndose renovada, y cuando se puso de pie, pareció
estar un poco más erguida, un poco más orgullosa, un poco… ¿MÁS ALTA?
Corrió hacia el espejo y se subió el camisón para dejar al descubierto
sus piernas.
Eran magníficas. Ya no era la rechoncha señora Mix-and-Match con los
pies sin piernas pegados a su regordete cuerpo. Sus piernas eran largas y
bien formadas, con pantorrillas tonificadas y tobillos delicados, piernas de
modelo. Cuando pasó las manos por ellas, la piel estaba suave y tersa. Miró
hacia abajo y notó que las uñas de sus perfectos y adorables dedos de los
pies estaban pulidas del mismo color rosado que sus uñas de las manos.
Sarah usualmente usaba jeans para ir a la escuela, para cubrir mejor sus
miembros regordetes. Pero hoy iba a usar un vestido. Corrió a su armario
y sacó un precioso vestido lavanda que su madre le había comprado la
primavera pasada. No le había gustado la forma en que se veía entonces,
pero ahora mostraba sus largos y bien formados brazos y piernas. Se puso
unas bailarinas y admiró su reflejo en el espejo.
Todavía no se veía exactamente como quería (para empezar, esa nariz
de patata tenía que irse), pero definitivamente estaba progresando. Se puso
el poco de maquillaje que le permitían ponerse, se cepilló el pelo y bajó a
desayunar.
Su mamá estaba de pie junto a la estufa, revolviendo huevos en una
sartén.
—¡Mírate! ¡Te ves maravillosa! —Mamá la miró de arriba abajo,
sonriendo—. ¿Es un día de fotos o algo así?
—No —dijo Sarah, sentándose a la mesa y sirviéndose un vaso de jugo
de naranja—. Simplemente tenía ganas de hacer un esfuerzo hoy.
—¿Hay alguien especial por quien estás haciendo un esfuerzo? —
preguntó mamá en tono burlón.
La mente de Sarah vagó por un momento hacia Mason Blair, pero luego
la imagen se convirtió en ella chocando contra él y cubriéndolo con
ensalada.
—No, sólo para mí, supongo.
Mamá sonrió.
—Vaya, es muy agradable escuchar eso. Oye, ¿quieres huevos?
Sarah sintió un hambre repentina y voraz.
—Claro.
Su mamá sirvió huevos revueltos y tostadas para cada una y luego se
sentó.
—No sé qué es, pero durante los últimos dos días te hiciste mucho más
madura y alguien con quien es fácil de hablar. —Bebió un sorbo de café y
pareció pensativa—. Tal vez acababas de pasar por una etapa incómoda
durante el último año y estás empezando a superarla.
Sarah sonrió.
—Sí, creo que puede ser. «La etapa incómoda fue toda mi vida antes de
conocer a Eleanor».
En la escuela, Sarah vio a Abby en el pasillo y sintió una punzada de
extrañarla. Las dos tenían mucha historia juntas, que se remontaba a los
días de pintar con los dedos y Play-Doh. Pero Abby era terca. Si Sarah
esperaba a que Abby se disculpara con ella, es posible que nunca sucediera.
Caminó hacia Abby en su casillero.
—Oye —le dijo Sarah.
—Hola. —Abby buscó en su casillero y no hizo contacto visual con ella.
—Escucha, lamento haberte dicho esas cosas malas el otro día.
Abby finalmente la miró.
—Oye, no te equivocaste. Todavía me gustan los dibujos animados, las
pegatinas y los caballos.
—Sí, y no hay nada de malo en eso. Las pegatinas, los caballos y los
dibujos animados son agradables. Y eres agradable. Y lo siento. ¿Amigas?
—Extendió la mano y Abby se rio y la abrazó.
Cuando Abby se apartó del abrazo, miró a Sarah de arriba abajo.
—Oye, ¿te has vuelto más alta o algo así?
No había forma de que pudiera explicarlo.
—No, sólo estoy trabajando para tener una mejor postura.
—Bueno, definitivamente lo estás logrando.

✩✩✩
Eleanor había hecho dormir a Sarah con su dulce canción habitual la
noche anterior. Esta mañana, todavía acostada en la cama, miró su cuerpo
para ver si podía saber qué partes habían mejorado. Para su sorpresa, las
partes de ella que habían sido suaves y flácidas ahora estaban tensas y
tonificadas, y las partes que habían sido planas e infantiles ahora eran
redondeadas y femeninas.
Sarah eligió una camiseta ajustada y una minifalda de mezclilla para ir a
la escuela. Su pequeño sostén de entrenamiento ya no se enganchaba, así
que se las arregló con el sostén deportivo que usó para la clase de gimnasia.
Fue un ajuste perfecto.
En el desayuno le preguntó a su mamá—: ¿Podemos ir de compras este
fin de semana?
—Bueno, me pagan el viernes, así que ir de compras no estaría fuera de
lugar —dijo mamá, sirviéndose más café—. ¿Algo en particular que estés
buscando?
Sarah miró su pecho, luego sonrió tímidamente.
—¡Oh! —dijo su mamá, sonando sorprendida—. Bueno, esas
ciertamente se me acercaron a hurtadillas. Por supuesto que podemos
comprarte sujetadores que te queden bien. —Ella sonrió y sacudió su
cabeza—. No puedo creer lo rápido que estás creciendo.
—Tampoco puedo creerlo. —Eso era cierto.
—Se siente como si sucediera de la noche a la mañana.
«Porque así es».

✩✩✩
En la escuela, Sarah podía sentir ojos sobre ella. Ojos de chicos. Por
primera vez, se sintió notada. Se sintió vista. Fue vertiginoso. Emocionante.
En el pasillo de camino a inglés, un trío de chicos, chicos guapos, la
miraron, luego se miraron y susurraron algo, luego se rieron. Pero no fue
una risa cruel o burlona.
Preguntándose qué habían dicho, volvió a mirarlos y se topó
directamente con–¡no, no podía ser! ¡Otra vez no!
Mason Blair.
Sintió que su rostro se sonrojaba y se preparó para que él le dijera que
mirara hacia dónde iba… otra vez.
Pero en cambio, sonrió. Tenía unos dientes realmente bonitos, rectos y
blancos.
—Tenemos que dejar de chocarnos así.
—En realidad, creo que soy yo quien choca contigo —dijo Sarah—. Al
menos no llevaba ensalada esta vez.
—Sí. —Su sonrisa fue deslumbrante—. Eso fue muy divertido.
—Sí —dijo Sarah, aunque le pareció extraño que él dijera que el
incidente de la ensalada era divertido ahora. Cuando sucedió, pareció
molesto.
—Bueno, si vas a seguir chocándome, al menos necesito saber tu
nombre. No puedo seguir llamándote chica ensalada.
—Soy Sarah. Pero puedes llamarme chica ensalada si quieres.
—Encantado de conocerte, de verdad, Sarah. Soy Mason.
—Lo sé. —Podría haberse pateado a sí misma. Era demasiado para
jugársela.
—Está bien, bueno, te veré por ahí, Sarah, la chica de la ensalada. —Él
le dio un último destello de sonrisa.
—Nos vemos —dijo Sarah. Continuó su camino hacia inglés, pero todo
lo que podía pensar era que acababa de tener una conversación, una
conversación humana real, con Mason Blair.
Sarah se sentó junto a Abby en clase.
—Mason Blair acaba de hablarme —susurró Sarah—. Como me hablo–
hablado–me hablo.
—No me sorprende —respondió Abby en un susurro—. Hay algo en ti
últimamente.
—¿Qué quieres decir?
Abby arrugó la frente como lo hacía cuando pensaba mucho.
—No lo sé. No puedo expresarlo exactamente con palabras. Es como
si estuvieras brillando de adentro hacia afuera.
Sarah sonrió.
—Sí, así es. —Pero en realidad, eran los cambios en el exterior los que
la hacían brillar por dentro.

✩✩✩
Por la noche, después de que Eleanor hiciera sus movimientos antes de
despertar, Sarah la abrazó. Se sentía extraño abrazar algo tan duro y frío,
y cuando los brazos de Eleanor rodearon a Sarah, sintió un destello de lo
que podría haber sido miedo, pero rápidamente apartó ese sentimiento.
No había nada que temer. Eleanor era su amiga.
—Eleanor —dijo Sarah, alejándose del abrazo— no podría estar más
feliz con mi nuevo cuerpo. Es perfecto. ¡Muchas gracias!
—Me alegro —dijo Eleanor, ladeando la cabeza—. Todo lo que quiero
es que seas feliz, Sarah.
—Bueno, estoy mucho más feliz de lo que estaba antes de encontrarte.
Hoy fue como si pudiera sentir a toda esta gente viéndome. Y les gustó lo
que vieron. El chico del que he estado enamorada durante meses incluso
se fijó en mí y me habló.
—Eso es maravilloso. Me alegro de haber podido hacer realidad todos
tus deseos.
Una nube oscura pasó de repente sobre el brillo del estado de ánimo
de Sarah.
—Bueno, no todos. —Alzó la mano y se tocó la nariz de papa.
—¿De verdad? —Eleanor parecía sorprendida—. ¿Qué es lo que aún
deseas, Sarah?
Sarah respiró hondo.
—Amo mi nuevo cuerpo. Realmente lo hago. Pero soy lo que algunos
chicos llaman bonita desde lejos, pero lejos de ser bonita.
Eleanor volvió a ladear la cabeza.
—¿Bonita desde lejos? No lo entiendo, Sarah.
—Bueno, ya sabes, los chicos dirán; Se ve muy bien desde lejos, pero
no te acerques demasiado a su cara.
—¡Oh! ¡Lejos de ser bonito! Ahora entiendo. —Se rio, con un tintineo
metálico—. Es muy divertido.
—No lo es si alguien lo está usando para describirte.
—Supongo que no —Se acercó y tocó la mejilla de Sarah. Sarah, ¿de
verdad quieres que cambie todo esto? ¿Quieres una cara nueva?
—Sí. Quiero una nariz pequeña, labios carnosos y pómulos altos.
Quiero pestañas largas y oscuras y unas cejas bonitas. Ya no quiero
parecerme a la Sra. Mix-and-Match.
Eleanor volvió a reír con su risa tintineante.
—Puedo hacer esto por ti, Sarah, pero tienes que entender, es un gran
cambio. Puedes mirarte en el espejo y ver piernas más largas o una figura
más curvilínea, y parece que has crecido. Quizás más rápido de lo esperado,
pero aun así, el crecimiento es normal para un niño. Es algo que sabes que
sucederá. Sin embargo, toda tu vida te has mirado en el espejo, has visto
tu rostro y has dicho: “Esa soy yo”. Es cierto que tu rostro cambia un poco
a medida que creces, pero aún es reconocible como tú. Ver una cara
totalmente diferente como tu reflejo puede ser bastante impactante.
—Es una sorpresa lo que quiero. Odio mi cara tal como es.
—Muy bien, Sarah —dijo Eleanor, mirándola a los ojos—. Siempre que
estés segura.

✩✩✩
Después de que Sarah cenó con su madre e hizo su tarea, se duchó y
se preparó para que Eleanor la durmiera una vez más. Pero mientras se
acurrucaba bajo las mantas, se le ocurrió una idea inquietante.
—¿Eleanor?
—¿Sí, Sarah? —Ella ya estaba de pie junto a la cama de Sarah.
—¿Qué pensará mi mamá si me siento a desayunar por la mañana y
tengo una cara totalmente diferente?
Eleanor se sentó en la cama.
—Es una buena pregunta, Sarah, pero ella no se dará cuenta, no
realmente. Puede pensar que te ves especialmente descansada o bien, pero
no se dará cuenta de que tu rostro sencillo ha sido reemplazado por uno
hermoso. Las madres siempre piensan que sus hijos son hermosos, así que
cuando tu madre te mira, siempre ha visto una gran belleza.
—Oh, está bien —dijo Sarah, sintiéndose relajada de nuevo. No es de
extrañar que su madre no entendiera sus problemas. Ella pensaba que su
hija ya era hermosa—. Estoy lista, entonces.
Eleanor tocó el colgante del corazón de Sarah.
—Y recuerda…
—Siempre tengo que tenerlo y nunca jamás podré quitármelo. Sí, lo
recuerdo.
—Bien. —Eleanor acarició el cabello de Sarah y cantó una vez más,
Ve a dormir, ve a dormir
Ve a dormir, mi dulce Sarah,
Cuando despiertes, cuando despiertes
Todos tus sueños se harán realidad.

✩✩✩
Al igual que antes, Sarah sintió los cambios antes de verlos. Tan pronto
como se despertó, extendió la mano y se tocó la nariz. No sintió un bulbo
parecido a una patata, sino un puntito atrevido. Se pasó las manos por los
lados de la cara y sintió pómulos claramente definidos. Se tocó los labios y
los encontró más regordetes que antes. Saltó de la cama para echar un
vistazo.
Era increíble. La persona que miraba a Sarah era una persona totalmente
diferente a la anterior. Eleanor tenía razón, fue impactante. Pero fue una
buena conmoción. Todo lo que había odiado de su apariencia había
desaparecido y había sido reemplazado por la perfección absoluta. Sus ojos
estaban muy abiertos y de un azul más profundo y estaban bordeados por
largas pestañas llenas de hollín. Sus cejas eran delicados arcos. Su nariz era
diminuta y perfectamente recta, y sus labios eran un moño rosado de
Cupido. Su cabello, aunque todavía castaño, era más abundante y brillante
y caía en bonitas y suaves ondas. Se miró de arriba abajo. Se sonrió a sí
misma con sus dientes blancos y rectos. Era hermosa. Era el paquete
completo.
Inspeccionó la ropa de su armario. Nada parecía digno de su nueva
belleza. Quizás cuando mamá la llevó a comprar sujetadores, también
pudieron elegir algunos conjuntos. Después de mucha deliberación,
finalmente eligió un vestido rojo que se había comprado por capricho pero
que nunca pudo encontrar el valor para usar. Ahora, sin embargo, merecía
ser el centro de atención.
La escuela fue una experiencia totalmente nueva. Podía sentir los ojos
de todos sobre ella, chicos y chicas por igual. Cuando miró a las hermosas,
que también estaban vestidas de rojo hoy, ellas la miraron, no con desdén,
sino con interés.
En el almuerzo, saludó a Abby con los labios y luego caminó
directamente hacia donde estaban sentadas las hermosas. Esta vez ella no
se sentó directamente a su mesa, sino que hizo una demostración de que
paseaba casualmente por delante de ellas.
—Hola, chica nueva —llamó Lydia—. ¿Quieres sentarte con nosotras?
No era ni remotamente una chica nueva en la escuela, pero era una
chica nueva en su apariencia.
—Claro, gracias. —Trató de sonar casual, como si no le importara si se
sentaba con ellas o con alguien más, pero por dentro estaba tan
emocionada que estaba dando volteretas.
Todas las hermosas estaban comiendo ensaladas como ella.
—Entonces —dijo Lydia— ¿cómo te llamas?
—Sarah. —Había esperado que Sarah fuera un nombre que encontraran
aceptable. No estuvo tan mal. No era como Hilda o Bertha ni nada.
—Soy Lydia. —Lydia agitó su brillante cabello rubio. Era tan bonita, lo
bastante bonita para ser modelo. Encajaría perfectamente con los cuadros
de las paredes de la habitación de Sarah—. Y estas son Jillian, Tabitha y
Emma.
No necesitaban presentación, por supuesto, pero Sarah dijo “hola”
como si nunca antes las hubiera visto.
—Entonces —dijo Lydia— ¿de quién es tu vestido?
Sarah había visto suficientes desfiles de moda en la televisión para saber
que Lydia estaba preguntando por el diseñador.
—Es de Saks Fifth Avenue. —Eso era cierto. La etiqueta del vestido
decía SAKS FIFTH AVENUE. Sin embargo, Sarah y su mamá lo habían
comprado en una tienda de segunda mano local. Su mamá estaba tan
emocionada cuando lo encontraron. Le encantaba ahorrar.
—¿Con qué frecuencia vas a Nueva York? —preguntó Lydia.
—Una o dos veces al año —mintió Sarah. Había estado una vez en
Nueva York cuando tenía once años. Ella y su madre habían visto un
espectáculo de Broadway, subieron en un ferry a la Estatua de la Libertad
y subieron al Empire State Building. No habían hecho compras en tiendas
lujosas. La única ropa que Sarah había comprado era una camiseta que decía
I LOVE NEW YORK en una tienda de regalos. Unos pocos lavados la
habían desgastado dejándola tan delgada como un pañuelo de papel, pero
todavía dormía en ella a veces.
—Dime, Sarah —dijo Emma, mirándola con ojos marrones como los de
una cierva— ¿en qué se ganan la vida tu mamá y tu papá?
Sarah trató de no enojarse visiblemente ante la palabra papá.
—Mamá es trabajadora social y papá… —Antes de que su papá dejara
a Sarah y a su mamá, él había sido conductor de camiones de larga distancia.
Ahora ni siquiera estaba segura de lo que hacía o de dónde vivía. Se mudó
mucho, cambió mucho de pareja. La llamó en Navidad y en su
cumpleaños—. Él es… él es un abogado.
Las hermosas asintieron en señal de aprobación.
—Una pregunta más —vino de Jillian, la pelirroja de ojos verdes
felinos—. ¿Tienes novio?
Sarah sintió que se le encendía la cara.
—No en este momento.
—Bueno —dijo Jillian, inclinándose hacia adelante—. ¿Hay algún chico
que te guste?
Sarah sabía que su rostro tenía que estar tan rojo como su vestido.
—Sí.
Jillian sonrió.
—¿Y su nombre es…?
Sarah miró a su alrededor para asegurarse de que no estuviera cerca.
—Mason Blair —medio susurró.
—Ooh, él es sexy —dijo Jillian.
—Definitivamente sexy —repitió Lydia.
—Sexy —repitieron las otras chicas como un coro.
—Y bien… —dijo Lydia, mirando a Sarah—. No nos sigas como a un
cachorro ni nada, pero si quieres sentarte con nosotras a la hora del
almuerzo, siéntate. Los domingos por la tarde vamos al centro comercial
y nos probamos ropa y maquillaje. Es patético, pero es algo que hacer. Esta
ciudad es tan aburrida. —Bostezó teatralmente.
—Tan aburrido —asintió Sarah, pero por dentro estaba llena de
emoción.
Lydia asintió.
—Saldremos un poco y veremos cómo van las cosas. Si funciona, tal vez
puedas salir como organizadora el año que viene. Considera esto como un
período de prueba.
Sarah salió de la cafetería sonriendo para sí misma. Abby la alcanzó.
—Parecía que estabas teniendo una especie de intensa entrevista de
trabajo ahí —dijo Abby. Llevaba pantalones de chándal grises con un
voluminoso suéter morado que no hacía nada para mostrar su forma.
—Sí, más o menos. Sin embargo, me invitaron a pasar el rato, así que
supongo que pasé la prueba. —No pudo evitar sonreír.
Abby arqueó una ceja.
—¿Y esas son el tipo de amigas que quieres? ¿De esas que te hacen pasar
un examen?
—Son geniales, Abby. Saben todo sobre moda, maquillaje y chicos.
—Son superficiales, Sarah. Son tan superficiales como un charco de
lluvia. No, lo retiro. Son tan poco profundas que hacen que un charco de
lluvia parezca el océano.
Sarah negó con la cabeza. Amaba a Abby, realmente la amaba, pero ¿por
qué tenía que ser tan crítica?
—Pero ellas gobiernan la escuela. Así es como funciona. Son las
personas hermosas las que obtienen lo que quieren. —Miró la hermosa tez
morena de Abby, sus llamativos ojos color avellana—. Tú también podrías
ser hermosa, Abby. Serías la chica más bonita de la escuela si perdieras los
anteojos y las trenzas y compraras ropa que no fuera tan holgada.
—Si no usara mis anteojos, estaría chocando contra las paredes —dijo
Abby, con un poco de filo en su voz—. Y me gustan mis trenzas y mi ropa
holgada. Especialmente este suéter. Es acogedor. —Se encogió de
hombros—. Supongo que me gusto tal y como soy. Lo siento si no soy lo
suficientemente elegante para ti. No soy como las porristas o todas esas
modelos y estrellas del pop cuyas fotos has pegado por toda tu habitación.
¿Pero sabes qué? Soy una buena persona y no juzgo a las personas por su
apariencia o cuánto dinero tienen, y no tengo que darle a una persona una
prueba sorpresa para decidir si la dejo pasar el rato conmigo. ¡O no! —
Abby miró el rostro de Sarah inquisitivamente. —Has cambiado, Sarah. Y
no para mejor. —Abby le dio la espalda a Sarah y marchó por el pasillo.
Sarah sabía que Abby estaba un poco enojada con ella. Pero también
sabía que una disculpa y un abrazo arreglarían las cosas una vez que tuviera
tiempo de calmarse.
Después de la campana, mientras caminaba hacia el autobús escolar,
Sarah se dio cuenta de repente de una presencia a su lado.
—Hola —dijo una voz masculina.
Se volteó para ver a Mason Blair, luciendo perfecto con una camisa azul
que resaltaba el color de sus ojos.
—Oh hola.
—Lydia dijo que ustedes estaban hablando de mí en la cafetería hoy.
—Bueno, yo… eh… —Sarah luchó contra el impulso de correr.
—Dime, si no tienes nada más que hacer, ¿quieres ir al Brown Cow y
tomar un helado conmigo?
Sarah sonrió. Apenas podía creer su buena suerte hoy.
—No tengo nada más que hacer.
El Brown Cow era básicamente un pequeño cobertizo de bloques de
hormigón que vendía helados y batidos suaves. Estaba justo enfrente de la
escuela, pero Sarah solía resistir la tentación de detenerse ahí, ya que
siempre había estado preocupada por su peso.
Se paró junto a Mason en el mostrador donde la misma anciana
aparentemente aburrida siempre recibía órdenes.
—¿Chocolate, vainilla o remolino? —le preguntó a ella.
—Remolino —dijo, haciendo un movimiento para abrir su bolso.
—No —dijo Mason, levantando la mano—. Yo tengo. Es una cita barata.
Puedo manejarlo.
—Gracias.
Él había dicho cita. Era una cita real. La primera de Sarah.
Se sentaron uno frente al otro en una mesa de picnic. Mason atacó su
cono con entusiasmo, pero Sarah dio pequeños lamidos. No quería comer
como un cerdo delante de Mason y tenía miedo de que el helado goteara
sobre su vestido y la hiciera parecer una vagabunda. Sin embargo, incluso
con su timidez, tuvo que admitir que la delicia fría y cremosa era deliciosa.
—No he comido helado en mucho tiempo.
—¿Porque? —preguntó Mason—. ¿Cuidando tú peso?
Sarah asintió.
—No hay necesidad de preocuparse por eso. Te ves genial. Es gracioso.
Llevas mucho tiempo yendo a esta escuela, ¿verdad? No sé cómo acabo de
notarlo.
Sarah sintió que se sonrojaba.
—Te diste cuenta cuando me choqué contigo con esa ensalada, ¿verdad?
Mason la miró con sus ojos azul océano de pestañas oscuras.
—No me di cuenta de ti entonces de la forma en que debería haberlo
hecho. Claramente necesito prestar más atención.
—Yo también, así no sigo chocando con la gente con bandejas de
ensalada.
Mason se rio, mostrando esos hermosos dientes blancos.
Sarah estaba asombrada por la confianza que le daba su nueva apariencia.
Podía comer helado con un chico lindo y hacer bromas con él. La vieja
Sarah habría sido demasiado tímida. Pero no es que un chico lindo hubiera
invitado a la vieja Sra. Sarah a tomar un helado en primer lugar.
Una vez que terminaron sus conos, Mason dijo—: Oye, ¿tu casa está
bastante cerca? Podría acompañarte de regreso si quieres.
Sarah sintió una punzada de ansiedad. El padre de Mason era médico y
su madre era una exitosa agente de bienes raíces cuyo rostro estaba
pegado en vallas publicitarias. Su familia probablemente vivía en una
mansión en el lado elegante de la ciudad. Ella no estaba lista para que él
caminara con ella más allá del vertedero de basura hasta el pequeño y
sencillo bungalow de dos habitaciones que compartía con su madre soltera
que vivía de sueldo en sueldo.
—Uh… de hecho tengo que hacer un par de recados esta tarde. ¿Tal
vez en otro momento?
—Uh, seguro. Está bien. —¿Era imaginación de Sarah o parecía un poco
decepcionado? Se miró los zapatos y luego volvió a mirar a Sarah—. Oye,
tal vez podríamos salir de verdad en algún momento. ¿Pizza y una película,
tal vez?
Sarah estaba bastante segura de que su corazón acababa de dar un
vuelco.
—Eso me gustaría.
Su expresión se iluminó.
—¿Qué tal este sábado por la noche? Si estás libre, por supuesto.
Sarah luchó contra las ganas de reír. ¿Alguna vez hubo un sábado por la
noche en el que no estuviera libre? De todos modos, no quería parecer
demasiado ansiosa.
—Eso creo, sí.
—Genial.

✩✩✩
Sarah no podía esperar a que Eleanor se despertara para poder contarle
cómo fue su día. Finalmente, después de lo que parecieron siglos, Eleanor
giró la cintura, levantó los brazos y dijo—: Hola, Sarah.
Sarah corrió hacia Eleanor y tomó sus manos entre las suyas.
—¡Oh, Eleanor, acabo de tener el mejor día de mi vida!
Eleanor movió la cabeza.
—Cuéntamelo todo, Sarah.
Sarah se dejó caer en la cama y se apoyó en una almohada.
—Apenas sé por dónde empezar. Las hermosas me dejaron sentarme
en su mesa durante el almuerzo y luego me invitaron a ir con ellas en el
centro comercial el domingo.
Eleanor asintió.
—Esas son buenas noticias, Sarah.
Sarah se inclinó hacia adelante y abrazó al viejo osito de peluche Freddy
Fazbear en su cama.
—¡Y luego Mason Blair me llevó a tomar un helado después de la escuela
y me invitó a cenar y ver una película el sábado!
—Eso es muy emocionante. —Eleanor se acercó a Sarah, se inclinó por
la cintura y tocó la mejilla de Sarah—. ¿Es un chico guapo?
Sarah asintió. No podía dejar de sonreír.
—Sí. Mucho.
—¿Estás feliz, Sarah?
Sarah se rio y repitió—: Sí. Mucho.
—¿Te he dado todo lo que deseabas?
Sarah no podía pensar en ningún otro deseo. Ella era hermosa y
perfecta, y su vida era hermosa y perfecta para combinar.
—Sí, definitivamente.
—Entonces también tengo todo lo que deseaba. Pero recuerda, aunque
todos sus deseos sean concedidos, el collar todavía tiene que quedarse.
No debes–.
—Nunca, nunca quitármelo. Lo recuerdo —dijo Sarah. Siempre estaba
tentada de preguntarle a Eleanor qué pasaría si se lo quitaba, pero una
parte de ella temía saber la respuesta.
—Hacerte feliz me hace feliz, Sarah.
Sarah sintió que las lágrimas brotaban de sus nuevos y hermosos ojos
azules. Sabía que nunca tendría una mejor amiga que Eleanor.

✩✩✩
El sábado, Sarah fue una bola de energía nerviosa. Desde el momento
en que se despertó, todo lo que podía pensar era en la cita. En el desayuno,
estaba demasiado nerviosa para comer mucho a pesar de que mamá había
hecho tostadas francesas, las favoritas de Sarah.
—Me llevarás a la pizzería y me dejarás a las seis, ¿verdad?
—Por supuesto —dijo mamá, hojeando el periódico.
—Y me dejarás ir sola, ¿verdad? ¿No entrarás conmigo ni nada?
Mamá sonrió.
—Te prometo que no pondré en peligro tu relación si permites que tu
nuevo novio eche un vistazo a mi horrible rostro.
Sarah rio.
—No es eso, mamá. De hecho, eres muy bonita. Es sólo que parece un
poco infantil cuando tu mamá va contigo, ¿sabes?
—Lo sé —dijo mamá, sorbiendo su café—. Yo también tuve catorce
años, una vez, lo creas o no.
—¿Y montaste en tu dinosaurio cuando salías en citas? —preguntó
Sarah.
—A veces. Pero normalmente sólo invitaba al chico a pasar el rato en
la cueva familiar. —Alargó la mano y despeinó el cabello de Sarah. —No
seas demasiado sabelotodo, o podría decidir que soy demasiado vieja y
decrépito para llevarte esta noche. ¿Ya sabes qué te vas a poner?
Ante esta pregunta, Sarah dejó escapar un gemido dramático.
—¡No puedo decidir! Quiero decir, es sólo pizza y una película, así que
no quiero vestirme como si fuera el evento más importante de mi vida.
¡Pero al mismo tiempo, mi apariencia es realmente importante!
—Usa jeans y una camisa linda. Eres una chica hermosa, Sarah. Te verás
genial en lo que elijas.
—Gracias mamá. —Recordó lo que había dicho Eleanor sobre las
madres que siempre pensaban que sus hijos eran hermosos. Sabía que su
madre le habría dicho lo mismo incluso antes de que consiguiera la ayuda
de Eleanor.

✩✩✩
Cuando la mamá de Sarah entró en el estacionamiento del Pizza Palazzo,
su estómago estaba tan lleno de mariposas que no podía imaginar que
hubiera espacio para una pizza. Sin embargo, sabía que se veía bien, así que
eso era un poco de consuelo.
—Envíame un mensaje de texto cuando termine la película y vendré a
buscarte —le dijo mamá. Se acercó y apretó la mano de Sarah—. Y
diviértete.
—Lo intentaré. —Hasta hace poco, la idea de salir con Mason Blair
habría sido tan realista como la idea de que ella saliera con una gran estrella
del pop. Había sido una fantasía, algo con lo que había soñado pero que
nunca imaginó que se haría realidad. ¿Por qué estaba tan nerviosa cuando
esto era algo que había querido durante tanto tiempo? Tal vez eso era lo
que la ponía nerviosa… el hecho de que lo deseara tanto.
Pero cuando cruzó la puerta del Pizza Palazzo y vio a Mason esperándola
frente a la estación de la anfitriona, inmediatamente se sintió más a gusto.
Se puso de pie y mostró su hermosa sonrisa.
—Hola. Te ves genial.
—Gracias. —Ella pensó que la blusa turquesa que había elegido iba bien
con sus ojos—. Tú también te ves genial. —Estaba vestido de manera
informal con una sudadera con capucha y una camiseta para algún
videojuego, pero él se vería genial con cualquier cosa.
Después de que se acomodaron en uno de los puestos de cuero rojo
con manteles a cuadros a juego, Mason tomó un menú y dijo—: Entonces,
¿qué tipo de pizza quieres? ¿Corteza delgada? ¿Corteza gruesa? ¿Algún
aderezo favorito?
—Soy una persona flexible con la pizza. —A pesar de su nerviosismo
anterior, en realidad estaba empezando a sentir hambre—. Me gusta la
pizza en general. Excepto por una cosa. La piña en la pizza, jamás.
—¡De acuerdo! —dijo Mason, riendo—. La pizza con piña es una
abominación. Debería ser ilegal.
—Me alegra que estemos de acuerdo en eso. Si no lo hubiéramos hecho,
probablemente habría tenido que salir de aquí y abandonarte.
—Y me lo hubiera merecido totalmente. Las personas que comen piña
en la pizza merecen estar solas.
Estuvieron de acuerdo en una pizza de pepperoni y champiñones de
masa fina y charlaron cómodamente sobre sus familias y sus pasatiempos
mientras comían. Mason tenía muchos intereses y Sarah se dio cuenta de
que probablemente no tenía suficientes. Antes de Eleanor, había pasado
demasiado de su tiempo libre preocupándose por su apariencia. Ahora que
ese problema estaba resuelto, necesitaba diversificarse un poco: escuchar
más música, leer más libros, tal vez empezar a practicar yoga o nadar.
Cuando era niña, le encantaba nadar, pero una vez que llegó a la escuela
secundaria, se sintió demasiado cohibida para permitir que la viera en traje
de baño.
Cuando ella y Mason caminaron al lado del cine, Sarah sintió que se
estaban conociendo bastante bien. No sólo era lindo. También era
agradable y divertido. Y en el teatro oscuro, cuando se acercó y tomó su
mano entre las suyas, fue el momento más perfecto de la noche perfecta.
Cuando regresó a casa y se estaba poniendo el camisón, Eleanor se
acercó silenciosamente detrás de ella y le puso la mano en el hombro.
Sarah se sorprendió, pero se recuperó rápidamente.
—Hola, Eleanor.
—Hola, Sarah. ¿Cómo estuvo tu cita?
Sarah sintió que una sonrisa se extendía por su rostro sólo de pensar
en ello.
—Fue genial. Es hermoso, pero también me gusta mucho como persona,
¿sabes? Me preguntó si quería ir al partido de baloncesto con él la semana
que viene. No estoy interesada en el baloncesto, pero definitivamente
estoy interesada en él, así que iré.
Eleanor se rio con su pequeña risa.
—Así que esta noche, ¿fue todo lo que esperabas que fuera?
Sarah le sonrió a su amiga robótica.
—Fue incluso mejor.
—Estoy feliz de que estés feliz —dijo Eleanor, luego regresó a su lugar
en la esquina. Buenas noches, Sarah.

✩✩✩
Por la mañana, Sarah encontró a su mamá en la lavandería.
—¿Puedes llevarme al centro comercial para encontrarme con mis
amigas esta tarde?
Mamá levantó la vista de descargar la secadora y sonrió.
—Estás bastante sociable este fin de semana. ¿A qué hora se supone que
debes encontrarte con ellas? Dobló una toalla y la puso en el cesto de la
ropa sucia.
—Simplemente dijeron por la tarde —dijo Sarah.
—Eso es bastante vago, ¿no? —dijo mamá, doblando otra toalla.
—No lo sé. Por la forma en que lo dijeron, sentí que debería saber a
qué se referían. —Estaba tan sorprendida de ser aceptada, incluso en un
período de prueba, por ser las hermosas tenía miedo de hacer preguntas.
—¿Tus nuevas amigas esperan que seas psíquica?
—No te gustan mis nuevas amigas, ¿verdad?
—No conozco a tus nuevas amigas, Sarah. Sólo sé que antes eran chicas
que no te daban la hora del día anterior, y ahora de repente te invitan a
pasar el rato con ellas. Es un poco extraño. Quiero decir, ¿qué ha
cambiado?
«He cambiado. Sólo mírame».
—Quizás finalmente se dieron cuenta de que soy una persona agradable.
—Sí, pero ¿por qué tardaron tanto? ¿Sabes qué amiga tuya me gusta?
Abby. Ella es inteligente y amable, y es sencilla. Siempre sabes cuál es tu
posición con una persona como Abby.
Sarah no quería decirle a su mamá que ella y Abby no se estaban
hablando en ese momento, así que dijo—: Las dos. ¿Qué tal si me llevas al
centro comercial a las dos en punto?
—Okey. —Mamá le tiró una toalla—. Ahora ayúdame a doblar.

✩✩✩
Una vez que dejaron a Sarah en el centro comercial, se dio cuenta de
que Lydia tampoco había dicho nada sobre dónde encontrarlas. El centro
comercial no era tan grande, pero sí lo suficientemente grande como para
convertir su búsqueda en un juego de escondite bastante difícil. Podía
enviarle un mensaje de texto a Lydia, supuso, pero parecía que para ser
aceptada por el grupo, tenía que averiguar la forma en que hacían las cosas
sin molestarse. Si sólo la aceptaban en el grupo durante un período de
prueba, no quería dar ningún paso en falso. Un movimiento en falso y
volvería a almorzar en la mesa de los perdedores.
Después de pensarlo unos momentos, decidió dirigirse a Diller's, los
grandes almacenes más caros del centro comercial. Las hermosas
definitivamente no estarían pasando el rato en un lugar barato.
Su intuición era buena. Las encontró en la parte delantera de la tienda
en la sección de cosméticos, probándose lápices labiales.
—¡Sarah, lo lograste! —dijo Lydia, dándole una sonrisa de labios
carmesí. Tan pronto como Lydia le sonrió, las otras chicas también
sonrieron.
—Hola —dijo Sarah, devolviéndole la sonrisa. Ella realmente lo había
logrado, ¿no es así? Y no sólo al centro comercial. Tenía una gran
apariencia; un novio hermoso y agradable; y la amistad de las chicas más
guapas del colegio. Nunca podría haber predicho que su vida sería tan
buena.
—Oh, Sarah, deberías probarte este lápiz labial —dijo Jillian,
sosteniendo un tubo dorado—. Es rosa con destellos. Se vería perfecto
con tu tono de piel.
Sarah tomó el tubo, se inclinó sobre el espejo del mostrador de
maquillaje y se alisó el lápiz labial. Realmente fue bonito para ella. Hacía
juego con el esmalte de uñas rosado que nunca parecía desaparecer de sus
dedos de manos y pies.
—Parece el lápiz labial que usaría una princesa —dijo, estudiando su
reflejo con placer.
—Realmente lo parece —dijo Tabitha, abriendo un tubo de un color
diferente—. Su Alteza Real, Princesa Sarah.
—Deberías llevarlo —dijo Lydia, mirándola con aprobación.
Sarah trató de comprobar sutilmente el precio en el envase de la barra
de labios. Cuarenta dólares. Esperaba que no se notara su sorpresa. Eso
era más de lo que había pagado por el atuendo que llevaba. Pero, de nuevo,
probablemente no podría comprar lápiz labial en una tienda de segunda
mano.
—Lo pensaré.
—Oh, vamos —dijo Emma—. Date un capricho.
—Primero quiero explorar un poco más, acabo de llegar.
No quería admitir que el único dinero que tenía en su bolso era
suficiente para cubrir un yogur helado y un refresco. Las hermosas, sin
embargo, compraron lápices labiales y sombras de ojos, rubor y lápices
para cejas, sacando fajos de dinero en efectivo o las tarjetas de crédito de
sus padres.
Después de terminar en el mostrador de maquillaje, fueron a buscar
vestidos formales porque, como dijo Lydia, “El baile de graduación está a
la vuelta de la esquina”.
—¿No es sólo para estudiantes que están de tercer y cuarto año? —
preguntó Sarah.
—Es para estudiantes que están de tercer y cuarto año y sus citas —
dijo Lydia—. Entonces, si puedes encontrar a alguien de tercero o cuarto
para que te acompañe, entonces está a la vuelta de la esquina. —Le dio un
codazo a Sarah—. Lástima que Mason no sea mayor.
—Sí —dijo Sarah. Pero ella no lo decía en serio. A ella le gustaba Mason
con la edad que tenía. Además, no estaba segura de estar lista para salir
con un chico mayor.
Los vestidos eran realmente hermosos. Eran del color de las joyas:
amatista, zafiro, rubí, esmeralda. Algunos eran brillantes, otros eran
satinados y brillantes, y otros eran translúcidos con encajes y tul. Se
turnaron para probarse vestidos, modelarlos frente al espejo y tomarse
fotos con sus teléfonos. Después de media hora de mirarlos con una
expresión amarga en su rostro, una vendedora se acercó y preguntó—:
¿Estaban realmente interesadas en comprar algo, o simplemente estaban
jugando a disfrazarse?
Se deshicieron de los vestidos y huyeron del departamento de ropa
formal, riendo tontamente.
—No creo que le agrademos mucho a la vendedora —dijo Jillian
mientras salían de la tienda.
—¿A quién le importa? —dijo Lydia, riendo—. No puede juzgarme. Sólo
trabaja en una tienda. Gana el salario mínimo si tiene suerte. Apuesto a que
ni siquiera puede permitirse comprar la ropa que vende.
Fueron al patio de comidas, comieron yogures helados y se rieron de lo
traviesas que habían sido.
—¿Tienen la intención de comprar algo, o sólo están jugando a
disfrazarse? —dijo Lydia una y otra vez, imitando a la vendedora.
Todas se rieron y Sarah se rio con ellas, a pesar de que pensó que
podrían haber sido un poco duras con la vendedora, que sólo estaba
tratando de hacer su trabajo. Jillian y Emma habían dejado los vestidos que
se habían probado en montones arrugados en el suelo del vestidor. La
vendedora probablemente tuvo que limpiarlos después.
Pero, ¿quién era ella para criticar a las hermosas? Fue un honor que la
invitaran a salir con ellas. Fue glamoroso y emocionante, como si fuera una
invitada en un programa de televisión. No importa lo que dijeran o hicieran,
ella estaba feliz de ser incluida. Ayer su cita con Mason había sido perfecta,
y ahora tenía que salir con las hermosas. ¿Cómo podría expresarle su
gratitud a Eleanor? Nada de lo que pudiera decir sería suficiente.
Esa noche, cuando Eleanor cobró vida, Sarah se levantó de un salto y
abrazó el pequeño cuerpo duro del robot.
—Gracias, Eleanor. Gracias por un fin de semana perfecto.
—De nada, Sarah. —Eleanor le devolvió el abrazo y, como siempre, la
sensación fue extraña. No hubo suavidad en su abrazo—. Es lo mínimo que
puedo hacer. Me has dado tanto.
Sarah se acomodó felizmente para dormir, pero su descanso fue
perturbado por un extraño sueño. Ella estaba en una cita con Mason,
sentada en el cine, pero cuando él se acercó para tomar su mano, no fue
su mano la que tomó, sino la de Eleanor: pequeña, blanca, metálica y fría,
la misma mano a la que ella había agarrado. Cuando se movió para mirar a
Mason en el asiento junto a ella, se había transformado en Eleanor. Eleanor
sonrió, revelando una boca llena de dientes afilados.
En el sueño, Sarah gritó.
Abrió los ojos para encontrar a Eleanor de pie sobre su cama, con la
cabeza gacha, mirándola con sus ojos verdes en blanco.
Sarah jadeó.
—¿Hice ruido mientras dormía?
—No, Sarah.
Sarah miró a Eleanor, que estaba tan cerca de su cama que la tocaba.
—Entonces, ¿qué estás haciendo parada junto a mi cama?
—¿No lo sabías, Sarah? —dijo Eleanor, extendiendo la mano para
cepillar el cabello de Sarah hacia atrás—. Hago esto todas las noches. Yo
te vigilo. Te mantengo a salvo.
Tal vez fue por el sueño, pero por alguna razón, Sarah no tenía ganas de
dejar que Eleanor la tocara.
—¿A salvo de qué?
—A salvo del peligro. Cualquier peligro. Quiero protegerte.
—Uh, está bien. Gracias, supongo. —Apreciaba la preocupación de
Eleanor, apreciaba todo lo que Eleanor había hecho por ella, pero aun así,
era espeluznante que alguien te observara cuando no sabías que te estaban
observando… incluso si lo estaban haciendo con las mejores intenciones.
—Puedo quedarme junto a la puerta si te hace sentir más cómoda.
—Sí, eso sería grandioso. —Sarah estaba bastante segura de que no
podría volver a dormirse con Eleanor de pie junto a ella de esa manera.
Eleanor se acercó a la puerta y montó guardia ahí.
—Buenas noches, Sarah. Duerme bien.
—Buenas noches, Eleanor.
Sarah no durmió bien. No sabía qué, pero algo andaba mal.

✩✩✩
En la cafetería, Sarah hizo fila con las otras hermosas mientras esperaban
para vaciar sus bandejas. Lydia le había enviado un mensaje de texto la
noche anterior diciendo que todas llevarían sus jeans ajustados hoy, por lo
que Sarah también llevaba los suyos. Había comprado los jeans y algunas
blusas y un par de lindos zapatos cuando su mamá la había llevado de
compras la semana pasada. También habían comprado unos sujetadores
que le hacían justicia a su nueva figura.
—¿Puedes creer lo que lleva puesto? Viste como una niña en edad
preescolar —dijo Lydia.
—Como una niña en edad preescolar de una familia pobre —agregó
Tabitha.
Con horror, Sarah se dio cuenta de que la chica a la que estaban
criticando era Abby, que estaba vaciando su bandeja delante de ellas. Es
cierto que Abby vestía un mono rosa, por lo que el comentario de la niña
en edad preescolar no estaba muy lejos de la realidad. Pero parecía una
mala intención reducir todo el valor de alguien como persona a la ropa que
usaba.
—Esa es Abby —se oyó decir Sarah—. Ella es muy agradable. Ha sido
mi amiga desde el jardín de infancia. Casi se encontró diciendo mejor amiga,
pero se detuvo a tiempo.
—Sí —dijo Lydia, riendo—. Pero has comprado ropa nueva desde el
jardín de infancia y ella no.
Las hermosas también se rieron. Sarah intentó sonreír, pero no pudo
lograrlo.
Cuando fue el turno de Sarah de tirar la bandeja, pisó algo resbaladizo
cerca del bote de basura. Sus zapatos nuevos eran bonitos, pero no tenían
mucho agarre. La caída se sintió como si fuera una eternidad, pero estaba
segura de que sólo fue cuestión de segundos. Luego se tumbó de espaldas,
justo en frente de toda la escuela.
—¡Sarah, eso fue muy gracioso! —dijo Lydia—. ¡Qué torpe! —Estaba
doblada, riendo.
Todas las hermosas se reían con ella, diciendo:
—¿La viste caer?
—Cayó al suelo como una tonelada de ladrillos.
—Qué vergüenza.
En el estado de aturdimiento de Sarah, realmente no podía decir qué
chica estaba diciendo qué. Sus voces sonaban distantes y distorsionadas,
casi como si intentara escucharlas bajo el agua.
Intentó incorporarse, pero algo extraño le estaba sucediendo a su
cuerpo. Escuchó extraños choques y sonidos metálicos y no pudo
averiguar de dónde venían. No tenía ningún sentido, pero se sentían como
si vinieran de su interior.
Estaba temblando y sacudiéndose, y no podía hacer que su cuerpo se
moviera como solía hacerlo. Su cuerpo ya no estaba bajo su control. Estaba
asustada. ¿Se había lastimado gravemente? ¿Alguien debería llamar a su
mamá? ¿Llamar una ambulancia?
¿Y por qué sus nuevas amigas no la estaban ayudando? Todavía se reían,
todavía bromeaban sobre lo estúpida que se veía y lo gracioso que era.
Luego, la risa de las hermosas fue reemplazada por gritos.
Como desde una gran distancia, Sarah escuchó a Lydia decir—: ¿Qué le
está pasando? ¡No entiendo!
—¡No lo sé! —dijo una de las otras chicas—. ¡Alguien tiene que hacer
algo!
—¡Traigan un maestro, rápido! —dijo otro.
A Sarah se le ocurrió una idea terrible. Se llevó la mano a la garganta. El
collar que le dio Eleanor, el collar que nunca jamás se iba a quitar, había
desaparecido. Debió haberlo perdido durante la caída. Dirigió la cabeza y
lo vio en el suelo a un poco más de la distancia de un brazo. Tenía que
recuperarlo.
Una mano se agachó para ayudarla. Miró hacia arriba para ver que la
mano pertenecía a Abby. Ella la tomó y permitió que la levantaran a una
posición de pie incómoda.
Cuando Sarah miró su cuerpo, vio el motivo de los gritos de las chicas.
Su cuerpo estaba cambiando. De cintura para abajo, ya no era una chica de
carne y hueso, sino una colección desordenada de engranajes, radios y
tapacubos de bicicleta, piezas de metal oxidado y extremos. Piezas
desechadas e inútiles que pertenecían a un desguace.
Miró a Abby a los ojos y vio el horror de su amiga por lo que era, por
lo que se había convertido.
—Yo… tengo que irme —dijo Sarah. Su voz sonaba diferente, metálica
y áspera.
Abby le tendió el collar.
—Dejaste caer esto. —Las lágrimas brillaron en sus ojos.
—Gracias, Abby. Eres una buena amiga. —No les dijo nada a las
hermosas, quienes se habían alejado de ella y estaban susurrando entre sí.
Agarró el colgante y corrió tan rápido como sus nuevas, tambaleantes
e improvisadas piernas metálicas la sacarían de la cafetería y de la escuela.
Casa. Tenía que volver a casa. Eleanor sabría qué hacer, sabría cómo
ayudarla.
Sarah todavía estaba cambiando. Su torso se estaba endureciendo y
cuando corría hacía ruidos como el de una puerta con bisagras que
necesitaban aceitarse. Trató de volver a abrocharse el collar alrededor del
cuello, pero sus dedos se habían vuelto demasiado rígidos para sostener el
broche.
Mientras se apresuraba por la acera con un paso ruidoso y tambaleante,
la gente se detuvo para mirarla. Los conductores redujeron la velocidad de
sus coches para quedarse boquiabiertos. La gente no parecía comprensiva
o simplemente confundida. Parecían asustados. Ella era un monstruo, como
algo creado por un científico loco en un laboratorio. Era sólo cuestión de
tiempo hasta que los pueblerinos comenzaran a perseguirla con horquillas
y antorchas. Tenía ganas de llorar, pero aparentemente la clase de cosa en
la que se estaba convirtiendo era incapaz de producir lágrimas. Aun peor,
quizás las lágrimas la harían oxidarse.
Sus articulaciones se estaban poniendo cada vez más rígidas, y cada vez
era más difícil correr. Pero tenía que volver a casa. Eleanor era la única que
podía ayudarla.
Finalmente, después de lo que le parecieron horas, llegó a su casa. De
alguna manera se las arregló para abrir la puerta con la llave. Tintineó y
tintineó a través de la sala de estar y por el pasillo gritando—: ¡Eleanor!
¡Eleanor! —Su voz era un terrible raspado metálico.
Eleanor no estaba en su rincón habitual de la habitación de Sarah. Sarah
registró el armario, miró debajo de la cama, abrió el cofre a los pies de la
cama. Eleanor no estaba.
Atravesó la casa, buscando en la habitación de su madre, el baño, la
cocina, todo el tiempo llamando a Eleanor con su nueva y horrible voz.
El garaje era el único lugar donde no había mirado. Usó la entrada de la
cocina, pero los pomos de las puertas se estaban volviendo difíciles de
manejar. Finalmente, después de unos minutos desesperados de tocar
insistentemente, estaba en el garaje a oscuras.
—¡Eleanor! —llamó de nuevo. Tenía la mandíbula rígida y cada vez era
más difícil formar palabras. El nombre de Eleanor salió como “Eh-nah”.
Quizás la chica robot se estaba escondiendo de ella a propósito. Quizás
fue algún tipo de broma o juego. Miró el armario de almacenamiento que
llegaba hasta el techo contra la pared trasera del garaje. Parecía un buen
escondite. Con cierta dificultad, agarró la manija de la puerta del armario
y tiró.
Fue una avalancha. Bolsas de plástico transparente que contenían
diferentes objetos con diferentes pesos y tamaños se cayeron del gabinete
y cayeron al piso con un golpe sordo y repugnante.
Sarah miró al suelo. Al principio, su cerebro ni siquiera podía procesar
lo que veía. Una bolsa contenía una pierna humana, otra un brazo humano.
No eran partes del cuerpo de un adulto y no parecían ser el resultado de
un accidente. La sangre se acumuló en el fondo de las bolsas, pero las
extremidades habían sido cortadas cuidadosamente, como en una
amputación quirúrgica. Otra bolsa, llena de entrañas ensangrentadas como
serpientes y lo que parecía ser un hígado, se deslizó del estante del armario
y aterrizó en el suelo con un chapoteo húmedo.
¿Por qué había partes de cuerpo en su garaje? Sarah no entendió del
todo hasta que vio la pequeña bolsa que contenía una nariz con forma de
patata de aspecto familiar. Gritó, pero el sonido que salió de ella fue como
el chirrido de los frenos de un auto.
Detrás de ella llegó una risa metálica y tintineante.
La parte inferior del cuerpo de Sarah estaba casi inmóvil, pero se
arrastró para mirar a Eleanor.
—Hice que tu deseo se hiciera realidad, Sarah —dijo el bonito robot
con risita metálica—. Y a cambio…
Sarah notó algo que nunca antes había visto en Eleanor, un botón en
forma de corazón justo debajo de su garganta que era el doble del colgante
en forma de corazón de Sarah.
Eleanor se rio de nuevo y luego apretó el botón en forma de corazón.
Ella se sacudió y tembló, pero también se suavizó visiblemente, su acabado
plateado se volvió del tono rosado de la piel caucásica. En cuestión de
momentos, ella era la doble muerta de Sarah. La vieja Sarah. La verdadera
Sarah. La Sarah que, mirando hacia atrás, no se había visto tan mal después
de todo. La Sarah que había pasado demasiado tiempo preocupándose por
su apariencia.
Abby tenía razón. Ella tenía razón en muchas cosas.
Eleanor se puso un par de jeans viejos de Sarah, uno de sus suéteres y
sus tenis.
—Bueno, ciertamente hiciste realidad mis deseos —dijo Eleanor,
sonriendo con la vieja sonrisa de Sarah. Apretó el botón que abrió la puerta
del garaje. La luz del sol inundó la habitación y Eleanor/Sarah hizo un
pequeño saludo con la mano, luego saltó al sol y bajó por la acera.
Los oídos de Sarah se llenaron de un tintineo y ruido ensordecedores.
No podía controlar sus movimientos. Diferentes piezas metálicas oxidadas
se separaron de ella y cayeron al suelo con estrépito. Se estaba cayendo a
pedazos, colapsando en un feo montón de basura, una espantosa e inútil
colección de basura para tirarla y olvidar. En un viejo espejo apoyado
contra la pared del garaje, se vio a sí misma. Ya no era una chica bonita, ni
una chica en absoluto. No se parecía a ningún ser humano. No era más que
un montón de basura oxidada y sucia.
Se sintió triste, después se asustó. Y luego no sintió nada en absoluto.
—¿ P ero si es Millie Fitzsimmons? —dijo una voz profunda y
retumbante. En la oscuridad, era difícil saber exactamente de dónde venía,
pero se sentía como si estuviera a su alrededor—. Silly Millie, Chilly Millie,
la chica gótica que siempre sueña con la muerte. ¿Estoy en lo cierto?
—¿Quién eres tú? —demandó Millie—. ¿Dónde estás? —Por encima de
ella, un gran par de terroríficos ojos azules rodaron hacia atrás, mirando
hacia la cámara.
—Estoy aquí, Millie. O tal vez debería decir que estás aquí. Estás dentro
de mi vientre. En el vientre de la bestia, supongo que se podría decir.
—Entonces… ¿eres el oso? —Millie se preguntó si se había quedado
dormida después de subirse al interior del viejo robot, si estaba soñando.
Todo esto era demasiado extraño.
—Puedes pensar en mí como un amigo. Tu amigo hasta el final. Sólo
tenemos que decidir si el final será lento o rápido.
—Yo-yo no entiendo. —El espacio comenzaba a sentirse claustrofóbico.
Probó la puerta. No se movía.
—Lo entenderás muy pronto, Chilly Millie. Ustedes las chicas góticas
me hacen reír… todas vestidas como dolientes profesionales, tan serias
todo el tiempo. Sueñan despiertas con la muerte como si fuera el cantante
principal de una banda de chicos y que cuando lo conozcan será amor a
primera vista. ¡Feliz Navidad, Millie! Voy a hacer realidad tus sueños. No
es una cuestión de “si”, sino de “cómo”.
¿Qué estaba pasando? Definitivamente estaba despierta. ¿Había perdido
la cabeza, había caído en la locura como un personaje de una historia de
Edgar Allan Poe?
—Me… me gustaría salir ahora —Su voz sonaba pequeña y temblorosa.
—¡Disparates! Te vas a quedar aquí, con todo agradable y acogedor,
por mientras averiguaremos cómo vas a tener la cita de tus sueños con la
muerte. La elección es toda suya, pero será un placer para mí presentarte
algunas opciones.
—¿Opciones de cómo morir? —Millie sintió el frío y metálico sabor del
miedo en el fondo de la garganta. Las fantasías sobre la muerte eran una
cosa, pero esto parecía una realidad.

✩✩✩
Millie. Qué nombre tan estúpido. Fue nombrada en honor a su bisabuela
Millicent Fitzsimmons. Pero Millie no era el tipo de nombre con el que
cargabas a una persona. Un gato o un perro, tal vez, pero no un humano.
El gato negro de Millie se llamaba Annabel Lee en honor a la hermosa
niña muerta del poema de Edgar Allan Poe, lo que significaba que el gato
de Millie oficialmente tenía un nombre mejor que ella.
Pero, Millie pensó que tenía sentido que sus padres inventaran un
nombre tan ridículo. Los amaba, pero eran personas ridículas en muchos
sentidos, frívolos y poco prácticos, el tipo de personas que nunca pensarían
lo difícil que sería la escuela primaria para una niña cuyo nombre rimaba
con tonto (En inglés tonto se dice silly). Sus padres iban de un trabajo a
otro, de un pasatiempo en otro, y ahora, al parecer, de un país a otro.
Durante el verano, al padre de Millie le habían ofrecido un trabajo de
profesor de un año en Arabia Saudita. Su mamá y su papá le habían dado
una opción: podía ir con ellos (“¡Será una aventura!”, repetía su mamá) y
recibir educación en casa. O podría mudarse con su abuelo chiflado por un
año y comenzar en la escuela secundaria local.
Hablaba sobre una situación en la que todos pierden.
Después de mucho llanto, enfado y enfurruñamiento, Millie finalmente
había elegido la opción del Abuelo Kooky en lugar de quedarse varada en
un país extranjero con sus padres bien intencionados pero poco confiables.
Y ahora Millie estaba aquí en su pequeña y extraña habitación en la gran
y extraña casa victoriana del abuelo. Tenía que admitir que la idea de vivir
en una casa vieja y extensa de 150 años, donde seguramente alguien tenía
que haber muerto en algún momento, le sentaba bastante bien. El único
problema era que estaba lleno hasta el tope con la basura de sus abuelos.
El abuelo de Millie era coleccionista. Mucha gente tiene colecciones, por
supuesto: cómics, naipes o figuras de acción. Pero el abuelo no recopiló un
tipo específico de cosas, sino que acumuló muchas cosas diferentes.
Definitivamente era un coleccionista, pero un coleccionista de qué, Millie
no estaba segura. Todo parecía muy aleatorio. Mirando alrededor de la sala
de estar, pudo ver matrículas viejas y tapacubos colgados en una pared,
viejos bates de béisbol y raquetas de tenis en otra. Una armadura de
tamaño natural montaba guardia a un lado de la puerta principal, y un lince
de taxidermia de aspecto sarnoso estaba al otro lado, con la boca abierta
y los colmillos al descubierto de manera amenazadora. Una vitrina en la
sala de estar no contenía nada más que viejas muñecas de porcelana con
dientes diminutos y ojos de vidrio fijos. Eran espeluznantes, y Millie trató
de mantenerse alejada de ellas, aunque todavía aparecían a veces en sus
pesadillas con esos pequeños dientes mordiéndola.
Su nuevo dormitorio había sido el cuarto de costura de su abuela, y
todavía contenía la vieja máquina de coser a pesar de que su abuela había
muerto antes de que naciera Millie. El abuelo se había movido a una cama
estrecha y una cómoda para acomodar a Millie y sus pertenencias, y ella
había tratado de hacer la habitación suya. Cubrió la lámpara de noche con
un pañuelo de encaje negro transparente para que emitiera un brillo tenue.
Cubrió el tocador con velas chorreantes y colgó carteles de Curt Carrion,
su cantante favorito, en las paredes.
En un póster, el diseño de la portada de su álbum Rigor Mortis, los labios
de Curt se despegaron para revelar un conjunto de colmillos de metal. Una
perfecta gota de sangre roja brillaba en su barbilla.
Sin embargo, el problema era que, por mucho que Millie tratara de hacer
coincidir la decoración de la habitación con su personalidad, nunca
funcionó del todo. La máquina de coser estaba ahí, y el empapelado era de
color crema y estaba decorado con diminutos capullos de rosa. Incluso con
el rostro con colmillos de Curt Carrion ceñido en la pared, había algo en
la habitación que parecía dulce y de una vieja dama.
—¡La sopa está lista! —El abuelo llamó desde el pie de las escaleras. Así
era como siempre anunciaba la cena y, sin embargo, nunca había servido
sopa.
—Estaré ahí en un minuto —gritó Millie. Sin importarle realmente
comer o no, se arrastró fuera de la cama y bajó las escaleras lentamente,
tratando de no chocar o tropezar con el desorden que parecía llenar cada
centímetro cuadrado de espacio de la casa.
Se reunió con el abuelo en el comedor, donde las paredes estaban
decoradas con platos de recuerdo impresos con los nombres y puntos de
referencia de los diferentes estados que había visitado con la abuela cuando
estaba viva. La pared opuesta mostraba réplicas de espadas antiguas. Millie
no estaba segura de qué se trataban.
El abuelo era tan extraño como sus colecciones. Su cabello gris ralo
siempre estaba desordenado y salvaje, y siempre usaba el mismo cárdigan
marrón andrajoso. Parecía que podía interpretar a un inventor loco en una
película antigua.
—La cena está servida, madame —dijo el abuelo, poniendo un plato de
puré de papas en la mesa.
Millie se sentó en su lugar en la mesa y examinó la comida visualmente
repugnante: pastel de carne de aspecto blando, puré de papas instantáneo
y crema de espinacas que sabía que habían sido empaquetadas y congeladas
en un bloque sólido hasta que lo metió en el microondas. Era una comida
que podías comer incluso si no tenías dientes, lo que, supuso Millie, iba con
tener a un anciano cocinando para ti.
Millie cargó su plato con puré de papas, ya que eran lo único comestible
en la mesa.
—Asegúrate de llevar también un poco de pastel de carne y espinacas
—dijo el abuelo, pasándole el plato de verduras—. Necesitas hierro.
Siempre te ves muy pálida.
—Me gusta estar pálida. —Millie usaba un polvo ligero para hacer que
su rostro se viera aún más pálido en contraste con el delineador de ojos
negro y la ropa negra que le gustaba.
—Bueno —dijo el abuelo, sirviéndose un pastel de carne—, Me alegro
de que no te cocines al sol como lo hacía tu madre cuando tenía tu edad.
Aun así, podrías usar un poco de color en tus mejillas. —Le tendió la fuente
de pastel de carne.
—Sabes que no como carne, abuelo. —La carne era asquerosa. Y
también asesinato.
—Entonces come un poco de espinaca —dijo el abuelo, sirviendo un
poco en su plato—. Tiene mucho hierro. Ya sabes, cuando aprendí a
cocinar lo poco que puedo manejar, todo se trataba de carne: pastel de
carne, filetes, rosbif, chuletas de cerdo. Pero si me ayudas a encontrar
algunas recetas vegetarianas, seguro que intentaré cocinarlas.
Probablemente sería mejor para mi salud comer menos carne de todas
formas
Millie suspiró y empujó las espinacas en su plato.
—No te molestes. Realmente no importa si como o no.
El abuelo dejó su tenedor.
—Por supuesto que importa. Todo el mundo tiene que comer. —
Sacudió la cabeza—. No hay nada que te agrade, ¿verdad, nena? Estoy
tratando de ser amable y descubrir qué te gusta. Quiero que seas feliz aquí.
Millie apartó su plato.
—Es una pérdida de energía intentar hacerme feliz. No soy una persona
feliz. ¿Y sabes qué? Me alegro de no ser feliz. Las personas felices
simplemente se mienten a sí mismas.
—Bueno, si no hay nada reservado para ti más que miseria, supongo
que podrías empezar a hacer tu tarea —dijo el abuelo y se comió su último
bocado de puré de papas.
Millie puso los ojos en blanco y salió de la habitación. La tarea era una
miseria. La escuela era una miseria. Toda su vida era una miseria.
En su miserable habitación, abrió su computadora portátil y buscó
“poemas famosos sobre la muerte”. Volvió a leer sus viejos favoritos,
“Annabel Lee” (el gato con el mismo nombre estaba acurrucado en su
cama) y “El cuervo” de Poe, luego probó uno que nunca había visto antes
de Emily Dickinson. El poema habla de la muerte como un chico que busca
a una chica para una cita. Una cita con la Muerte. La idea hizo que Millie se
sintiera mareada. Pensó en la Muerte como un extraño apuesto y vestido
de negro que la elegiría como a quien le quitaría el aburrimiento y la miseria
de la vida cotidiana. Se imaginó que se parecía a Curt Carrion.
Inspirada, tomó su diario de cuero negro y comenzó a escribir:
Oh, Muerte, muéstrame ahora tu rostro devastado,
Oh, Muerte, cuánto anhelo tu abrazo gélido.
Oh, Muerte, mi vida es una miseria
De la que sólo tú puedes liberarme.
Sabía que los poemas no tenían que rimar, pero Edgar Allan Poe y Emily
Dickinson rimaban, así que ella también rimaba su poema. No está mal,
decidió.
Suspirando de pavor por lo que le esperaba, cerró su diario y sacó su
tarea. Álgebra. ¿De qué le servía el álgebra frente a la inevitable mortalidad
de los seres humanos? Nada. Bueno, nada excepto que si no pasaba todas
sus clases, sus padres le cortarían la asignación que su abuelo le daba cada
semana. Y estaba ahorrando para más joyas de luto azabache. Abrió su
libro de álgebra, tomó su lápiz y comenzó.
Unos minutos más tarde, alguien llamó a la puerta.
—¿Qué? —espetó Millie y cerró de golpe su libro, como si la hubieran
interrumpido haciendo algo que realmente disfrutaba.
El abuelo abrió la puerta con el pie. Llevaba un vaso de leche y un plato
de fragantes galletas con chispas de chocolate.
—Pensé que podrías necesitar un poco de combustible para el estudio,
Sé que el chocolate siempre me sirvió.
—Abuelo, ya no soy una niña. No puedes comprar mi felicidad con unas
galletas.
—Está bien —dijo el abuelo, todavía sosteniendo el plato—. ¿Quieres
que me las lleve, entonces?
—No —dijo Millie rápidamente—. Déjalas.
El abuelo negó con la cabeza, sonrió un poco y dejó el plato y el vaso
en la mesita de noche de Millie.
—Voy a dar vueltas en mi taller durante una hora más o menos, niña.
Llámame si necesitas algo.
—No necesitaré nada —dijo Millie, volviendo a su tarea de álgebra.
Esperó hasta estar segura de que se había ido y luego devoró las galletas.

✩✩✩
—Opciones de cómo morir. ¡Exactamente! —dijo la voz en la
oscuridad—. Estás entendiendo ahora, chica brillante. Ahora llamaría a las
primeras opciones las opciones perezosas. No me exigen que haga nada
más que mantenerte aquí y dejar que la naturaleza siga su curso. La ventaja
de estos es que son fáciles para mí, pero no tan fáciles para ti. Lento, con
mucho sufrimiento, pero ¿quién sabe? Eso podría apelar a tu sensibilidad
mórbida. Muchas oportunidades para angustiar. Te gusta angustiarte.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Millie. Cualquiera que fuera la
respuesta, sabía que no le iba a gustar.
—La deshidratación es una opción. Sin agua en absoluto, podrías
empezar a morir en tan sólo tres días o hasta siete. Eres joven y estás sana,
así que apostaría mi dinero a que te lleve un tiempo. Privar el cuerpo de
agua tiene efectos fascinantes. Sin fluidos para filtrar y enjuagar, los riñones
se apagan y tu cuerpo comienza a envenenarse, lo que lo enferma cada vez
más. Una vez que esos venenos tienen tiempo de acumularse, puedes sufrir
una insuficiencia orgánica total o un ataque cardíaco o un derrame cerebral.
Pero eso es la muerte para ti. Tan glamoroso. Muy romántico.
—¿Te estás burlando de mí? —La voz que salió de Millie era pequeña y
suave, la voz de una niña asustada.
—Para nada, querida. Me agradas, Millie, y por eso estoy aquí para hacer
realidad tus deseos. Como un genio, excepto que eres tú la que está
atrapada en la botella—. La voz dejó de reír—. El hambre es otro clásico
también, pero en realidad es un tren lento. El cuerpo tarda semanas en
agotar sus reservas de nutrientes, descomponer todas sus proteínas y
activarse a sí mismo. Pueden pasar semanas. Algunas personas incluso han
durado un par de meses.
Millie sabía que su abuelo la rescataría antes de que pudiera morir de
hambre.
—Eso nunca funcionará. El abuelo viene aquí a divertirse después de la
cena todas las noches. Él me encontrará.
—¿Cómo? —preguntó la voz.
—Me escuchará aquí. Gritaré.
—Grita todo lo que quieras, chuleta de cordero. Está insonorizado.
Nadie te escuchará. Y de todos modos, después de unos días, estarás
demasiado débil para gritar.

✩✩✩
Faltaba sólo una semana para las vacaciones de invierno y toda la escuela
estaba decorada con coronas de flores, árboles de Navidad y velas de
menorah.
Millie no sabía por qué la gente se emocionaba tanto durante las
vacaciones. Era sólo un intento desesperado de inventar algo de felicidad
frente a la absoluta falta de sentido de la vida. Bueno, no podían engañarla.
La gente podía desearle feliz Navidad y felices fiestas hasta que se pusieran
trajes rojos de Papá Noel, pero ella no se lo diría.
No es que la gente estuviera haciendo todo lo posible para desearle lo
mejor a Millie. Mientras caminaba por el pasillo hacia el comedor, una
animadora rubia (Millie ni siquiera sabía su nombre) dijo—: Me sorprende
verte a la luz del día, hija de Drácula. —La animadora miró a sus amigas
igualmente rubias, con quienes había estado hablando más de lo que
realmente había estado hablando con Millie, y todas se rieron.
El asunto de la hija de Drácula había comenzado porque llevaba consigo
una copia en rústica del Drácula de Bram Stoker, y uno de los chicos
populares y jocosos había dicho—: Oh, mira, qué dulce. Está leyendo un
libro sobre su padre.
A partir de entonces, ella había sido la hija de Drácula.
Por supuesto, todos sabían que en realidad era la hija de Jeff y Audrey
Fitzsimmons, lo que la convertía en una inadaptada casi tan grande como
lo habría sido si Drácula fuera su verdadero padre. Los Fitzsimmonses eran
una especie de broma en el pueblo, famosos por su tendencia a emprender
proyectos con mucho entusiasmo para luego abandonarlos. Habían
comprado una hermosa casa colonial en ruinas alguna vez cuando Millie
tenía diez años y se habían lanzado a renovarla. La habían mantenido
durante unos tres meses hasta que se les acabó el tiempo, el dinero y la
energía. Como resultado, la casa tenía una extraña calidad de mosaico: la
sala de estar y la cocina se volvieron a pintar y tenían accesorios nuevos,
pero las habitaciones todavía tenían papel de pared viejo y descascarado y
pisos con tablas chirriantes. Las tuberías del baño chirriaban cuando
encendías el agua y la bañera, el lavabo y el inodoro antiguos nunca parecían
limpios, sin importar cuánto se fregaran.
Sin embargo, lo más comentado fue el exterior de la casa. El padre de
Millie había vuelto a pintar el frente y un lado de un bonito y suave azul
con adornos color crema, pero la pintura era cara, la pintura era agotadora
y realmente no le gustaba subir por las escaleras. Como resultado, la parte
delantera de la casa estaba hermosamente pintada, pero la parte trasera y
el otro lado todavía estaban cubiertos con pintura blanca vieja y
descascarada. La mamá de Millie dijo que nadie se daría cuenta. Era como
cuando la gente acomodaba el árbol de Navidad de modo que el lado feo
mirara hacia la pared.
La gente se dio cuenta.
La gente también notó la incapacidad de los Fitzsimmons para mantener
un trabajo estable. Los padres de Millie siempre estaban ideando algún plan
nuevo que finalmente les traería el éxito de sus sueños. Un año su mamá
estaba haciendo velas y vendiéndolas en el mercado de agricultores,
mientras que su papá abrió una tienda de suplementos nutricionales que
cerró sus puertas después de seis meses. Después de eso, su mamá y su
papá abrieron una tienda que vendía hilo y suministros para tejer, y podrían
haberlo hecho si alguno de sus padres hubiera sabido más sobre hilo y
tejido. Y luego compraron un camión de comida, a pesar de que ambos
eran cocineros terribles.
Millie no podía entender cómo sus padres podían permanecer tan
optimistas con fracaso tras fracaso, pero lo hicieron. Atacaron cada nuevo
proyecto con gran entusiasmo y luego, después de unos meses, tanto el
proyecto como el entusiasmo se esfumaban. No eran pobres, no
exactamente, siempre había comida para comer, incluso si el final del mes
tendía a reducirse a mezcla para panqueques y macarrones con queso en
caja, pero siempre había preocupación por cómo se pagarían las facturas.
Millie sabía que su abuelo les ayudó algunos meses. Su abuelo también
era considerado raro en la ciudad, pero se le cortó un poco porque era
viejo y viudo y había sido un excelente profesor de matemáticas en la
escuela secundaria durante muchos años. Como resultado, se ganó el título
de “excéntrico” en lugar de “extraño”.
Algunas personas dijeron que tal vez al aceptar este trabajo de profesor
en Arabia Saudita, Jeff finalmente lo estaba logrando y siguiendo los pasos
de su padre. Millie sabía, sin embargo, que su padre desperdiciaría esta
oportunidad como había hecho con tantas otras.
Entonces, ¿la hija de Drácula o la hija de Jeff y Audrey Fitzsimmons?
Cualquiera de los dos era un boleto de ida para ser un paria social.
En la cafetería, Millie se tomó un segundo para adaptarse al estruendo
ensordecedor de cientos de adolescentes hablando y riendo. Pasó junto a
una mesa llena de chicas populares y vio a su mejor amiga de la escuela
primaria, Hannah, sentada con ellas, riéndose de algo de lo que se reían
todas las demás. Millie y Hannah habían sido inseparables desde el jardín
de infancia hasta el quinto grado, jugando en los columpios o saltando la
cuerda juntas en cada recreo y jugando muñecas o juegos de mesa en las
casas de cada una después de la escuela.
Pero en la escuela secundaria, la popularidad comenzó a ser cada vez
más importante para Hannah y se alejó de Millie y se acercó a la multitud
que siempre se reía de la ropa y los chicos. Lo que Millie entendió pero
Hannah no, fue que esas chicas nunca aceptaron a Hannah como algo más
que un parásito. Hannah vivía en una casita sencilla en un pequeño
vecindario sencillo y no tenía el dinero ni el estatus social para hacer el
corte. Las chicas populares no la apartaron, pero tampoco la dejaron
entrar en su círculo íntimo. Millie se entristeció de que Hannah prefiriera
aceptar migajas de las chicas populares en lugar de una amistad real de ella.
Pero entonces, muchas cosas entristecieron a Millie.
Millie estaba sentada sola, mordisqueando el sándwich de ensalada de
huevo y las rodajas de manzana que le había preparado su abuelo y leyendo
Tales of Mystery and Imagination. Estaba logrando ahogar todo el ruido de
la cafetería y concentrarse en la historia que estaba leyendo, “La caída de
la casa Usher”. Roderick Usher, el personaje principal de la historia, no
podía soportar ningún tipo de ruido.
Pero luego se sintió observada.
Levantó la vista de su trabajo y vio a un chico larguirucho con gafas con
montura de cuerno y cabello rizado que había sido teñido de rojo
bombero. Ambas orejas estaban tachonadas con aretes de plata. Millie
codiciaba su chaqueta de cuero negra.
—Hola, um, me preguntaba… —asintió con la cabeza hacia la silla
frente a Millie— ¿hay alguien sentado ahí?
¿Este tipo estaba pidiendo sentarse con ella? Nadie antes pidió sentarse
con ella.
—Mi amiga imaginaria —dijo Millie. Espera… ¿eso fue una broma? Ella
nunca bromeaba con la gente.
El chico sonrió, revelando un montón de aparatos ortopédicos.
—Bueno, ¿le importaría a tu amiga imaginaria si me siento en su regazo?
Millie miró la silla vacía por un segundo.
—Ella dice: Haz lo que quieras.
—Está bien —dijo, dejando su bandeja—. Gracias. A las dos. Realmente
no conozco a nadie todavía. Soy nuevo.
—Encantada de conocerte, nuevo. Soy Millie. —¿Qué, era comediante
ahora?
—Mi nombre es Dylan. Me acabo de mudar aquí desde Toledo. —Hizo
un gesto hacia su libro. Sus uñas eran cortas pero de un negro pulido—.
Fan de Poe, ¿eh?
Millie asintió.
—También me gusta. Y Howard Phillips Lovecraft. Amo a todos los
viejos escritores de terror.
—Nunca he leído Lovecraft. —Es mejor ser honesta que tratar de fingir
conocimientos y arrinconarse—. Aunque he oído hablar de él.
—Oh, lo amarías —dijo Dylan, sumergiendo un nugget de pollo de la
cafetería en un charco de salsa de tomate—. Es súper oscuro y retorcido.
—Miró alrededor de la cafetería, su rostro era una máscara de desdén—.
Entonces, ¿esta escuela es tan aburrida como parece?
—Aburrida —dijo Millie, marcando su lugar en su libro y cerrándolo. La
Casa Usher no se iría a ninguna parte y no recordaba cuándo había tenido
una conversación interesante por última vez.
—Bueno, te diré una cosa —dijo Dylan, haciendo un gesto con una
patata frita—. Hasta ahora, eres la única persona que he visto aquí que
parece genial.
Millie sintió que se le encendía la cara. Esperaba que un rubor no
enrojeciera su palidez.
—Gracias. A mí, eh… me gusta tu chaqueta.
—Y me gustan tus pendientes.
Alzó la mano para tocar una de las lágrimas negras que colgaban de los
lóbulos de sus orejas.
—Gracias. Son jet. Joyas victorianas de luto.
—Lo sé.
¿Él sabía? ¿Qué tipo de chico del instituto sabía sobre las joyas
victorianas de luto?
—Tengo algunas piezas. Las encuentro principalmente en eBay. Sin
embargo, no puedo comprar mi tipo favorita, que es–.
Dylan levantó la mano.
—Espera, no me digas. Es del tipo que entretejen el cabello de la
persona muerta en las joyas, ¿verdad?
—¡Sí! —dijo Millie, conmocionada y asombrada—. Esas piezas aparecen
a veces en eBay, pero siempre cuestan una fortuna.
La campana sonó, indicando que el período de almuerzo estaba por
terminar. Dylan se inclinó hacia Millie y medio susurró—: No preguntes
por quién doblan las campanas.
—Doblan por ti —finalizó Millie.

(Es parte de un poema de John Donne).


¿De dónde había venido este tipo? De Toledo, claro, pero ¿cómo era
tan sofisticado y conocedor? Nunca había conocido a nadie como él.
Dylan se puso de pie.
—Millie, ha sido un placer excepcional. ¿A ti y a tu amiga imaginaria les
importaría si las acompañara a almorzar mañana?
Millie sintió que las comisuras de su boca se contraían de una manera
desconocida.
—No nos importaría en absoluto.

✩✩✩
—Mira, yo también había pensado en congelarte hasta morir. Pensé que
podría cortar la energía aquí para que el calefactor se apague y mi cuerpo
de metal se enfríe bastante. Pero supuse que tu abuelo entraría y notaría
que no había luz en su precioso taller y lo arreglaría de inmediato. Así que
morir de frío es imposible. Lo siento si tenías tu corazón puesto en eso,
dulce guisante.
Millie temblaba no de frío, sino de miedo.
—No entiendo. ¿Por qué quieres matarme?
—Es interesante que pregunte. En realidad, hay un par de razones. La
primera es simplemente, es algo que hacer. Me senté en un depósito de
salvamento durante años antes de que tu abuelo me encontrara y me
trajera aquí, donde también estoy sentado. Estoy muerto de aburrimiento.
No es que tenga una calavera literal, pero ya sabes a qué me refiero.
—¿No hay otras cosas que puedas encontrar para hacer además de
matar gente? —preguntó Millie. Fuera lo que fuese este ser, obviamente
era inteligente. Quizás ella podría razonar con él.
—Nada tan interesante. Y además, existe mi segunda razón, que es que
la muerte es lo que quieres. Has estado dando vueltas desde que te
mudaste aquí, hablando de cómo quieres morir. Bueno, me gusta matar
gente y tú quieres morir. Es una relación de beneficio mutuo. Como esos
pajaritos que quitan los parásitos de los rinocerontes. El pájaro puede
comer y el rinoceronte se deshace de los pequeños insectos que le pican.
Ambos conseguimos lo que queremos. Es un ganar-ganar.
De repente, Millie se dio cuenta de que había hablado de la muerte,
escrito sobre ella, pero siempre había sido una idea interesante con la que
jugar. Ella nunca tuvo la intención de tomar ninguna medida para hacerla
realidad.
—Pero no quiero morir. No realmente.
Un horrible sonido retumbante rodeó a Millie y sacudió el cuerpo de la
máquina que la atrapaba. Le tomó unos segundos reconocer el sonido
como una risa.

✩✩✩
Para la cena, el abuelo preparó espaguetis con salsa marinara, pan de ajo
y ensalada César. Era mucho mejor que las comidas que solía preparar.
—De verdad vas a comer esta noche.
—Esto es realmente bueno —dijo Millie, haciendo girar espaguetis en
su tenedor.
—Está bien, finalmente encontré algo que te gusta comer. Lo agregaré
a mi repertorio limitado. Mantuve la salsa sin carne para ti y le agregué
albóndigas a la mía, para que todos estén felices, tanto los herbívoros como
los carnívoros.
—Bueno, “felices” puede ser mucho, —dijo Millie, sin querer admitir
que en realidad tuvo un buen día—. Pero los espaguetis son buenos, y mi
día en la escuela no apestó del todo.
—¿Qué sucedió? —preguntó el abuelo, clavando una albóndiga.
—Conocí a alguien que parece un poco genial.
—¿De verdad? ¿Una chica o algún chico?
A Millie no le gustó el tono insinuante del abuelo.
—Bueno, no es que importe, pero resulta que es un chico. Sin embargo,
no intentes convertirlo en una especie de historia de amor. Tuvimos una
conversación decente, eso es todo.
—Una conversación decente es algo, especialmente en estos días. La
mayoría de las personas de tu edad no levantarán la vista de sus teléfonos
el tiempo suficiente para decir “cómo estás” —dijo el abuelo—. No es para
poner el carro delante del caballo, pero conocí a tu abuela cuando yo era
un poco mayor que tú ahora.
—¿Y qué, ahora me tienes comprometida con este chico que acabo de
conocer? ¡Abuelo, tengo catorce años!
El abuelo se rio.
—Tienes razón en que eres demasiado joven para comprometerte. Y
tu abuela y yo tampoco nos comprometimos cuando éramos adolescentes.
Pero éramos novios en la secundaria y luego fuimos a la misma universidad.
Nos comprometimos en nuestro último año de universidad y nos casamos
en junio justo después de graduarnos. —Sonrió—. Y todo comenzó con
una buena conversación en el almuerzo, como la que tuviste hoy, así que
nunca se sabe.
—Más lento, viejo —dijo Millie, luchando contra una sonrisa.
Los ojos del abuelo se volvieron suaves y brumosos.
—Sólo estoy recordando. Ojalá hubieras conocido a tu abuela, Millie.
Ella era realmente algo especial. Y perderla cuando no tenía ni cuarenta–.
—Es como Annabel Lee.
—¿El poema de Poe? “Fue hace muchos, muchos años, en un reino junto
al mar…” Sí, supongo que fue algo así.
—¿Conoces a Poe? —preguntó Millie. Fue extraño escucharlo recitar
uno de sus poemas favoritos. El abuelo era una persona de matemáticas,
no esperaba que él supiera nada de poesía.
—Lo creas o no, soy un viejo bastante letrado. Me gusta Poe y muchos
otros escritores también. Sé que te gusta Poe porque es oscura y
espeluznante, y es fácil romantizar la muerte cuando eres joven y está tan
lejos. Pero Poe no escribió sobre la muerte porque pensara que era
romántica. Escribió sobre eso porque perdió a muchas de las personas que
amaba. Nunca has experimentado ese tipo de pérdida, Millie. Te… te
cambia. —Parpadeó con fuerza—. Sabes, durante años después de su
muerte, mis amigos siempre intentaron juntarme con otras mujeres, pero
nunca funcionó. Ella era la única para mí.
Millie nunca antes había pensado realmente en los sentimientos del
abuelo. Cómo debió haberse sentido cuando la abuela se enfermó y murió.
Qué tan solo debe haber estado después de que ella se fue. Cómo podría
estarlo todavía ahora.
—Eso debe haber sido difícil. Perder a la abuela.
El abuelo asintió.
—Lo fue. Todavía la extraño todos los días.
—Bueno, gracias por la cena. Supongo que será mejor que empiece con
mi tarea.
—¿Sin que te lo digan? —dijo el abuelo sonriendo—. Este es sin duda
un día especial.
En su habitación, Millie no pensó en la muerte. Pensó en Dylan y pensó
en lo que el abuelo había dicho sobre la abuela. Cuando recitó Annabel Lee
en su cabeza esta vez, parecía un poema sobre el amor en lugar de un
poema sobre la muerte.

✩✩✩
—Tonta Millie, para alguien que no quiere morir, seguro que pasaste
mucho tiempo hablando de eso —dijo la voz que la rodeaba—. Pero así
son las cosas, ¿no es así? Hablar siempre es más fácil que actuar.
—Eso creo —dijo Millie, olfateando— cuando dije que quería morir, lo
que realmente quería era escapar. No quería la muerte. Sólo quería que mi
vida fuera diferente.
—Oh, pero eso realmente requiere acción, ¿no es así? ¿Cambiar una
vida para mejor, especialmente cuando el mundo es un lugar tan mezquino
y podrido? Es mucho más fácil y, en última instancia, mucho más
satisfactorio, simplemente apagarlo. Lo que me lleva a mi segundo conjunto
de opciones. Mucho más interesantes. Estas son rápidas y fáciles para ti en
su mayor parte, pero requieren un poco más de esfuerzo por mi parte. Sin
embargo, no me quejo. No hay nada que me guste más que un buen desafío
para aliviar mi aburrimiento. Dime, te gusta Drácula, ¿no es así?
Millie apenas pudo encontrar la voz para responder.
—¿Por qué? ¿Vas a morderme el cuello?
—Dime, ¿cómo haría eso contigo en mi vientre, niña tonta? Sé que eres
fanática de Drácula. Los chicos de la escuela te llaman la hija de Drácula,
¿no? Bueno, lo que quizás no sepas es que el personaje de Drácula se
inspiró en una persona real, un príncipe llamado Vlad Drácula. Pero es más
conocido por su apodo, Vlad el Empalador.
El interior de Millie pareció volverse gelatina.
—Vlad mató a miles de sus enemigos, pero su mayor logro fue crear un
“bosque de los empalados” donde miles de sus víctimas, hombres, mujeres
y niños, fueron ensartados con estacas clavadas en el suelo. Ahora no soy
un príncipe y no puedo aspirar a ese nivel de logro, pero empalar un poco
no puede ser tan difícil, ¿verdad? Puedo simplemente tomar una de mis
varillas de metal y conducirla a través de la cavidad de mi cuerpo, y te
atravesará directamente y saldrá por el otro lado. Si el pico atraviesa sus
órganos vitales, la muerte llega rápidamente. Si no es así, puede haber
algunas horas de sangrado y sufrimiento. La gente que caminaba por el
bosque de los empalados hablaba de los gemidos y jadeos de las víctimas.
Entonces… ¡empalar! —El tono de la voz era alegre—. Puede funcionar
rápida o lentamente, pero al final el resultado es el mismo. Como dije, es
un ganar-ganar.
—No —susurró Millie. Quería a su mamá y a su papá. Quería a su
abuelo. La ayudarían si supieran. Incluso se conformaría con los tontos del
tío Rob y la tía Sheri siempre que acudieran a rescatarla. Incluso se pondría
un suéter de Navidad si eso los hiciera felices.

✩✩✩
Millie se sentó a su mesa en la cafetería expectante. Había tenido
especial cuidado con su apariencia esta mañana, eligiendo un top negro de
encaje y un collar de luto victoriano azabache de su pequeña colección. Su
polvo facial realzaba su palidez y su delineador de ojos negro tenía el
perfecto efecto felino.
A medida que pasaban los minutos, empezó a preocuparse. ¿Y si Dylan
no aparecía? ¿Y si se hubiera arreglado para nada? ¿Y si, como siempre
había sospechado, la vida no le ofreciera ninguna posibilidad de placer o
felicidad?
Pero ahí estaba él, con su chaqueta de cuero y cabello rojo y pendientes
plateados brillantes.
—Oye —dijo Millie, tratando de no sonar como si estuviera demasiado
feliz de verlo.
—Hola —dijo, dejando su bandeja sobre la mesa y sentándose frente a
ella—. Te traje algo.
El corazón de Millie latía de emoción. Esperaba no demostrarlo.
Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta de cuero y sacó un libro de
bolsillo gastado.
—Howard Phillips Lovecraft. Te estaba hablando de él ayer.
—Lo recuerdo —dijo Millie, tomando el libro—. La llamada de Cthulhu
y otras historias. ¿Dije eso bien, Cthulhu?
—¿Quién sabe? Howard Phillips Lovecraft se lo inventó y está muerto,
así que no podemos preguntárselo. Puedes quedarte con el libro. Recibí
una copia en tapa dura por mi cumpleaños. —Sonrió—. Mis padres son
geniales. No les importa que me gusten las cosas raras.
—Gracias. —Sintió que una pequeña sonrisa se apoderaba de ella.
Deslizó el libro en su bolso.
Ciertamente leería el libro, pero no era el libro en sí lo que la hacía
sentir muy sonriente. Era que Dylan había pensado en ella, no en su
presencia, pensó en ella. Mientras estaba en casa, encontró el libro, se lo
guardó en el bolsillo de la chaqueta y se acordó de dárselo. En su
experiencia, los chicos no solían ser tan atentos.

✩✩✩
Después de la cena, en su habitación, Millie comenzó a leer el libro de
Howard Phillips Lovecraft. Dylan tenía razón. Fue raro. Más extraño que
las cosas de Poe incluso, y aterrador de una manera que la hacía sentir
como si las arañas se arrastraran debajo de su piel. Pero ella lo amaba.
Fue el regalo perfecto para Dylan. Millie no era una chica del tipo de las
flores y los dulces.
Después de leer un par de historias, abrió su computadora portátil. En
lugar de buscar en Google “poemas sobre la muerte”, buscó “poemas
sobre el amor”. Encontró el famoso de Elizabeth Barrett Browning que
comenzaba: ¿Cómo te amo? Déjame contar las formas. Había leído el
poema antes y lo consideraba palabras bonitas, pero ahora podía apreciar
los sentimientos detrás de las palabras, sentimientos fuertes por la rara
persona que realmente te entendía y a quien tú entendías a cambio.
Sacó su diario de cuero negro, mordió su bolígrafo y pensó. Finalmente,
escribió;
Cortaste las enredaderas espinosas negras
Que se retorcían alrededor de mi corazón herido
Para que pudiera latir y sentir alivio del dolor.
Tú eres el jardinero que despierta las plantas
De la muerte gris y fría del invierno
Para que puedan volver a florecer como mi corazón,
Una rosa roja sangre de floración lenta.
Se leyó el poema para sí misma y suspiró con satisfacción. Su estado de
ánimo sólo se ensombreció levemente cuando dejó su diario a un lado para
comenzar con su tarea.

✩✩✩
—¿No? Lastima. Siempre pienso que empalar tiene un cierto estilo
dramático. ¿Quizás algo con un poco más de chispa? La electrocución es
siempre una opción eficaz. ¿Sabías que la idea de la silla eléctrica fue
desarrollada en el siglo XIX por un dentista llamado Alfred P. Southwick?
Se le ocurrió la idea de un sillón eléctrico basado en su sillón dental. Eso
no es exactamente reconfortante para las personas con fobias dentales,
¿verdad? No tengo una silla para atarte, pero tengo el poder de disparar
una serie de fuertes corrientes eléctricas a través de la cavidad de mi
cuerpo. Si la corriente golpea tu corazón o tu cerebro, morirás
rápidamente. Si no es así, tendrá algunas quemaduras desagradables y su
corazón entrará en fibrilación, lo que generalmente lo matará si no tiene
ayuda. Y creo que ya hemos establecido que no tienes a nadie aquí para
ayudarte.
Ayuda era una palabra que Millie quería gritar desesperadamente, pero
sabía que era un desperdicio de energía, energía que necesitaba conservar
si tenía alguna esperanza de supervivencia.
—Entonces, ¿qué piensas, magdalena? ¿Electrocución? Te sorprendería
lo eficaz que es. ¡Un momento increíblemente bueno! —Otra risa.
Millie había experimentado una vez un shock al desconectar un secador
de pelo de un enchufe de pared en una habitación de hotel mal cableada.
Había sentido la electricidad desgarrar dolorosamente su brazo y por unos
momentos se quedó sin aliento como si alguien le hubiera dado un
puñetazo en el estómago. No quería pensar en cómo se sentiría una
corriente eléctrica lo suficientemente fuerte como para matarla.
—Un buen momento para ti pero no para mí.

✩✩✩
El sábado por la tarde, cuando la mayoría de las otras chicas estaban en
el centro comercial o al cine o pasando el rato en la casa de los demás,
Millie caminó hacia la biblioteca pública. Era una caminata de unos veinte
minutos, por lo que la caminata de ida y vuelta con una o dos horas de
exploración y lectura intercaladas fue una forma agradable de pasar una
tarde de sábado en soledad.
Hoy, deambuló por las estanterías de la biblioteca en busca de material
de lectura adecuadamente oscuro. Había terminado La llamada de Cthulhu
y estaba decepcionada de que no hubiera más libros de Lovecraft en los
estantes.
—Hey —llamó una voz detrás de ella.
Jadeó y saltó, pero luego vio que era Dylan.
—No era mi intención asustarte. Oye, ¿leíste ese libro de Lovecraft?
Millie no podía creer que las estrellas se hubieran alineado de tal manera
que se hubiera encontrado con Dylan fuera de la escuela.
—Sí, me encantó. Esperaba que tuvieran más cosas de él aquí.
—Hmm… Apuesto a que puedo elegir otra cosa que te guste. Dame un
segundo. —Con una expresión pensativa, examinó los estantes, luego sacó
un libro delgado con una cubierta negra y se lo entregó.
—La lotería y otras historias de Shirley Jackson —leyó.
—Sí, lo amarás. Es el libro perfecto para continuar con tus clásicas
búsquedas de terror. Oye, estaba leyendo en esa mesa de ahí hasta que te
vi. Si también quieres sentarte ahí y leer, puedes hacerlo.
—Está bien. —Millie trabajó duro para no mostrar lo feliz que la hacía
esta invitación.
—Tengo que admitir que tengo un motivo oculto para invitarte —dijo
Dylan—. Quiero ver la expresión de tu rostro una vez que termines de
leer el primer cuento de ese libro.
Se sentaron en una mesa uno frente al otro y leyeron en un agradable
silencio. A Millie le encantaba hablar con Dylan, pero estar callada con él
también era agradable. Ella leyó “La Lotería” con una creciente sensación
de suspenso, y cuando llegó al final, Dylan se rio.
—Estás leyendo con la boca abierta. Es el final sorpresa definitivo, ¿no?
—Realmente lo es.
—Dime. Estaba pensando que después de revisar mis libros, podría
tomar una taza de té en el café de al lado. ¿Te gustaría hacer eso también?
Quiero decir, no tienes que beber té sólo porque yo lo hago. Puedes tomar
café o chocolate caliente.
—El té suena bien. —Esta tarde estaba resultando agradable.
Sorprendentemente.
Millie había pasado cientos de veces frente al café y el té You and Me,
pero nunca había entrado. Era un lugar agradable con paredes de ladrillos
a la vista que exhibían pinturas de artistas locales. Sentada con Dylan sobre
sus tazas humeantes, Millie dijo—: Creo que algún día me gustaría ser
bibliotecaria. —Nunca le había dicho a nadie esto antes. Siempre había
tenido miedo de que se rieran de ella.
—Eso sería genial. Te encantan los libros.
—Me encantan los libros y me encanta la tranquilidad —dijo Millie,
sorbiendo su té Earl Grey.
—También deberías vestirte con un estilo de bibliotecario gótico.
Podrías arreglarte el cabello y usar tus joyas de azabache y un vestido
victoriano negro y esos anteojos anticuados que simplemente se sujetan a
la nariz, ¿cómo se llaman?
—¿Pince-nez?
Dylan sonrió.
—Sí, esos. Y cuando te vistas así y calles a la gente en la biblioteca, ¡los
asustarás!
Millie se rio y tuvo que admitir que se sentía bien.

✩✩✩
Los días escolares eran mejores cuando sabía que almorzaría con Dylan.
Podría pasar la mañana deseando verlo y la tarde pensando en lo que se
habían dicho. A veces se sentía un poco tonta por pasar tanto tiempo
pensando en un chico.
Pero Dylan no era un chico cualquiera.
Hoy, cuando llegó a casa de la escuela, su abuelo la encontró en la
abarrotada sala de estar.
—Pensé que podríamos ir al bazar navideño de la escuela esta noche.
—En lugar de su cárdigan habitual, llevaba un feo suéter verde decorado
con espeluznantes árboles de Navidad sonrientes.
—El bazar navideño es estúpido. —Millie puso los ojos en blanco—.
Sólo son un grupo de personas que venden adornos para árboles de
Navidad feos hechos con palitos de helado.
—Oh, siempre pensé que el bazar era divertido cuando era maestro.
Este año hay una cena con chili y puedes elegir entre carne y chili
vegetariano. Y hay un buffet de galletas todo lo que puedas comer. Piensa
en esas palabras por un minuto, Millie. —Hizo una pausa dramática—.
Todo lo que puedas comer. Galleta. Bufé.
—Realmente te importa hacer esto, ¿no es así? —Nunca lo diría en voz
alta, pero era un poco lindo lo emocionado que estaba el abuelo.
—Me tomo las galletas muy en serio.
—Puedo ver eso. —Millie suspiró. Quizás sólo esta vez podría dejar que
el anciano tuviera algo que quiere. Los dos no salían mucho, y podría ser
bueno para él estar entre otras personas—. Está bien, supongo que iré
aunque no sea lo mío.
—¡Genial! Saldremos en aproximadamente una hora. —La miró de
arriba abajo—. ¿Quizás podrías usar algo además de negro? ¿Algo, ya sabes,
un poco más festivo?
—No pidas tanto, abuelo —dijo Millie. No podía creer que hubiera
aceptado asistir a un evento tan lamentable. Pero tal vez Dylan estaría ahí,
bajo presión, como ella, y podrían burlarse de ello juntos.
Los pasillos de la escuela estaban llenos de luces navideñas y Millie había
acertado al predecir la fealdad de los adornos a la venta. Pero el chile
vegetariano estaba delicioso y había una variedad impresionante de galletas
en el buffet, incluido el pan de jengibre, que era su favorito. Después de
que ella y el abuelo comieron hasta saciarse, deambuló por los pasillos,
dando la impresión de estar mirando las exhibiciones de artesanías pero
buscando realmente a Dylan.
Lo encontró en el pasillo del segundo piso. Pero no de la forma que ella
quería.
Dylan estaba de pie frente a un puesto que vendía adornos navideños
de renos hechos con bastones de caramelo. Pero no estaba solo. Estaba
con Brooke Harrison, una chica rubia hermosa y suave que estaba en la
clase de gobierno de Estados Unidos de Millie. Dylan y Brooke estaban
tomados de la mano y se reían de una broma privada de una manera muy
sercana.
Millie se mordió el labio para no jadear, se dio la vuelta, corrió por el
pasillo y bajó las escaleras. Tenía que encontrar al abuelo. Tenía que salir
de ahí.
—¿Dónde está el fuego, hija de Drácula? —le preguntó algún chico al
azar. Ni siquiera se molestó en procesar quién era. De todos modos, todos
eran iguales.
Corrió hacia la cafetería, buscando entre la multitud el feo suéter
navideño del abuelo. Desafortunadamente, mucha gente vestía suéteres
navideños feos.
Finalmente encontró al abuelo junto a la mesa de bebidas, tomando café
y charlando con un par de otros ancianos que también eran profesores
jubilados. Estos tipos aparentemente compraron en la misma fea tienda de
suéteres navideños que el abuelo.
—Tenemos que irnos —le siseó Millie.
El abuelo frunció el ceño con preocupación.
—¿Estás enferma o algo así?
—No, sólo tengo que irme.
—Está bien, cariño. —Les dio a los otros viejos una mirada que parecía
decir: Son tan emocionales a esta edad, y luego dijo—: Hasta luego,
muchachos. Feliz Navidad.
En el coche, el abuelo dijo—: ¿Qué te pasa, cariño? ¿Alguien en la escuela
dijo algo que hirió tus sentimientos?
Millie no podía creer que su abuelo fuera tan estúpido.
—Nadie en la escuela me dijo nada porque nadie en la escuela me dice
nada. ¡A nadie en esta escuela le importa si vivo o muero! —Ahogó un
sollozo y se secó los ojos para tratar de detener el flujo de lágrimas.
—Puedo recordar sentirme así cuando tenía tu edad. No volvería a
tener catorce años por nada, ni siquiera con todos los años que
recuperaría.
Las lágrimas no se detenían. Millie miró por la ventana e intentó ignorar
al abuelo. Posiblemente no podría entender. Nadie podía entender,
especialmente las personas que se entusiasmaban con los suéteres y las
galletas navideñas y todas esas falsas cosas felices con las que llenaban sus
mentes para protegerse del miedo a la muerte.
Millie no le tenía miedo a la muerte. En este momento, la muerte se
sentía como su única amiga.

✩✩✩
—Vaya, ciertamente somos quisquillosos, ¿no es así? Para alguien que
quiere el resultado final, somos muy quisquillosos acerca de cómo lograrlo.
Pero hay muchas más opciones. Me siento como un camarero hablando a
mi manera del menú en un restaurante elegante. La diferencia, por
supuesto, es que un menú te alimenta. Este menú te mata. —Hubo una risa
baja y retumbante—. Oh, me reí a carcajadas. Hmm… ya que estaba
hablando de comida, ¿qué tal hervir? ¿Sabías que Enrique VIII hizo de la
ebullición viva la forma oficial de castigo durante su reinado? Es curioso
que lo llamen hervir vivo porque Dios sabe que no se permanece vivo por
mucho tiempo. Pero fácilmente podría inundar mi interior con agua y luego
usar mis reservas de energía para subir la temperatura. Primero se sentiría
como un baño agradable y tibio, pero luego se volvería cada vez más
caliente. Me pregunto si te pondrías roja como una langosta.

✩✩✩
Millie se sentó miserablemente en su mesa en la cafetería, sabiendo que
estaba condenada a comer sola. Abrió una antología de historias de terror
que había sacado de la biblioteca de la escuela. Los libros, al menos, siempre
le harían compañía.
Pero luego Dylan se sentó frente a ella actuando como si no pasara
absolutamente nada.
—Hola.
—¿Cómo puedes sentarte frente a mí así?
Fue tan casual, abriendo sus paquetes de salsa de tomate y creando un
pequeño charco rojo en su plato, como siempre.
—¿Así cómo? —preguntó Dylan, luciendo perdido—. Me siento aquí
todos los días.
—Creo que te gustaría sentarte con Brooke.
—Brooke tiene un período de almuerzo diferente al mío. —Sin darse
cuenta, sumergió una pepita en su charco de ketchup y se la metió en la
boca.
Millie sintió que la ira le subía desde los dedos de los pies.
—¿Entonces qué yo soy? ¿Tu respaldo? ¿Su suplente?
Dylan se frotó la cara como si estuviera cansado.
—Lo siento, Millie. Estoy tratando entender; Realmente lo estoy
intentado. Pero no tiene ningún sentido.
Millie no podía entender cómo podía ser tan estúpido.
—Dylan, te vi. Con ella. En el bazar anoche.
—¿Sí? ¿Y qué?
Nunca se había sentido tan exasperada.
—Estaban tomados de la mano. Claramente estaban juntos.
—¿Sí? ¿Y qué? —Repitió. Pero luego una expresión de comprensión
apareció en su rostro—. Espera, Millie, ¿pensaste que tú y yo estábamos…
saliendo?
Millie tragó saliva y se dijo a sí misma que no debía llorar.
—Te diste cuenta de mí. Me trajiste un libro. Me invitaste a tomar el té.
Por supuesto que pensé que podríamos. En el futuro. Me refiero a la cita.
—Wow. Lamento si te engañé. Quiero decir, eres realmente genial y
muy bonita y todo eso, pero nunca quise hacerte pensar que éramos otra
cosa más que amigos. ¿Nunca has tenido un amigo que es un chico pero
que no es, ya sabes, un novio?
Hannah había sido la única amiga de Millie, pero la había abandonado.
No había forma de que Millie compartiera este hecho con Dylan.
—Claro que sí. Pero Dylan, me dijiste que era la única persona genial
que conociste en esta escuela.
—Lo dije. Pero ese fue mi primer día. He conocido a otras personas
interesantes desde entonces.
—¿Cómo Brooke? —La voz de Millie destilaba sarcasmo.
—¿Qué, no apruebas a Brooke?
—Ella es rubia y básica. —No había necesidad de andar con rodeos. La
verdad era la verdad.
—¿Alguna vez has tenido una conversación con ella? ¿Sabes siquiera
cómo es ella?
¿Millie había oído alguna vez a Brooke decir algo? Estaba callada en la
clase de gobierno de Estados Unidos, supuso Millie, porque no tenía nada
interesante o importante que decir.
—Nunca he hablado con ella. No hablo con cualquiera.
Dylan negó con la cabeza.
—Bueno, Brooke no es cualquiera. Es inteligente, culta y agradable.
Quiere ser veterinaria. ¿Por qué importa el color de su cabello? —Dylan
la miró con tanta fuerza que era como si estuviera mirando a través de
ella—. Millie, estoy decepcionado de ti. Tú, de todas las personas, con tu
guardarropa negro y delineador de ojos negro y esmalte de uñas negro.
Parece que sabrías mejor que nadie lo que es juzgar a una persona por su
apariencia. No te gusta cuando la gente hace eso y, sin embargo, eres
culpable del mismo crimen. Estoy bastante seguro de que a eso se le llama
hipocresía. —Él se paró—. Creo que esta conversación ha terminado.

✩✩✩
A medida que se acercaban las vacaciones de invierno, el estado de
ánimo de Millie se volvió más y más sombrío. Las frías temperaturas, los
cielos grises y los árboles desnudos encajaban perfectamente con su estado
emocional. Las alegres luces navideñas y los Santas de plástico en las casas
de la gente la llenaron de ira, y el sonido de los villancicos en las tiendas y
otros lugares públicos la enfureció. Sintió que no podría ser considerada
responsable de sus acciones si tenía que escuchar Winter Wonderland una
vez más.
La alegría navideña, la paz en la tierra y la buena voluntad eran sólo
mentiras que la gente se decía a sí misma. El invierno era la temporada de
la muerte.
En la cena, salteado de vegetales para Millie, pollo y vegetales salteados
para el abuelo, el abuelo dijo—: ¿Estás emocionada de que mañana sea el
último día antes de las vacaciones de invierno?
—En realidad no. Escucha, no voy a celebrar la Navidad este año.
El rostro del abuelo decayó.
—¿No celebrarás la Navidad? ¿Pero por qué no?
Millie picó un trozo de brócoli con el tenedor.
—Me niego a fingir ser feliz en un día en particular sólo porque la
sociedad me dice que se supone que debo serlo.
—No se trata de la sociedad. Se trata de la familia. Se trata de reunirse
y disfrutar de la compañía del otro. En Nochebuena, tu tía, tu tío y tus
primos vendrán, y tu mamá y tu papá usarán Skype para poder ser parte
de las cosas. Tendremos una gran cena e intercambiaremos regalos, y luego
tomaremos chocolate caliente y galletas y jugaremos juegos de mesa.
Millie sintió náuseas al pensar en toda esa alegría falsa.
—Estaré aquí porque no tengo ningún otro lugar adonde ir, pero me
niego a participar en las festividades.
—Eso es un hecho. —Apartó su plato—. Escucha, Millie, nunca has sido
una niña particularmente alegre. Dios sabe que eras el bebé más
quisquilloso que he visto en mi vida, y cuando eras una niña pequeña, tus
rabietas eran legendarias. Pero siento que estás especialmente descontenta
conmigo ahora, y lo lamento de verdad. Soy un hombre mayor y no soy un
experto en lo que les gusta a las chicas jóvenes, pero he tratado de hacer
las cosas lo más agradables que pude para ti. Tal vez hubiera sido mejor si
hubieras elegido mudarse al extranjero con su mamá y su papá. Sé que
debe ser difícil estar tan lejos de ellos.
—¡No extraño a mis padres! —gritó Millie. Pero incluso mientras lo
decía, no estaba segura de que fuera cierto. Claro, a veces la volvían loca
cuando estaban juntos, pero era extraño tenerlos tan lejos, y hablar por
Skype con ellos los domingos por la noche no era suficiente para
compensar su ausencia de su vida cotidiana. No ayudó que ella tendiera a
estar de mal humor durante sus sesiones de Skype, enojada con ellos por
haberse ido, por lo que las conversaciones no siempre eran agradables.
—Está bien, tal vez no. Pero algo te ha estado molestando últimamente,
¿tal vez un problema en la escuela o una pelea con un amigo? No digo que
pueda ayudar, pero a veces es útil tener a alguien que te escuche.
En contra de su voluntad, una imagen de Dylan apareció en su cabeza:
Dylan el primer día que lo conoció cuando no podía creer que este nuevo
chico genial, que podría haberse sentado en cualquier lugar que quisiera en
la cafetería, eligió sentarse justo enfrente de ella. Bueno, eso nunca más
pasó. Ahora estaba sentado en una mesa con esos tipos que nunca hablaban
de nada más que juegos de rol de fantasía, y Millie se sentaba sola con sólo
un libro como compañía.
—Te lo dije, no tengo amigos.
—Bueno, tal vez deberías intentar hacer uno. No tienes que ser una
mariposa social si no quieres, pero todo el mundo necesita un buen amigo.
—¡No sabes lo que necesito! —Millie se levantó de la mesa—. Voy a ir
a hacer mi tarea. —Realmente no tenía tarea ya que mañana era el último
día antes de las vacaciones, pero diría lo que sea para salir de ahí.
—Y yo voy a mi taller. No eres la única que puede salir así de la
habitación, ¿sabes? —Era la primera vez desde que se había mudado con el
abuelo que sonaba como si realmente estuviera enojado con ella.
En su habitación, Millie abrió su computadora portátil, fue a YouTube y
escribió “Videos musicales de Curt Carrion”. Hizo clic en “Death Mask”,
su canción favorita. El video estaba lleno de imágenes de cuervos y
murciélagos y buitres dando vueltas. En el centro de todo estaba el propio
Curt Carrion, gruñendo a través de las mórbidas letras, su cabello negro
puntiagudo, con su tez pálida, su delineador de ojos negro perfectamente
aplicado. Millie sintió que Curt Carrion podría ser la única persona en el
planeta que la entendería.
¿A quién estaba engañando? Nadie lo haría.

✩✩✩
—Por favor, no me hiervas viva —dijo Millie. Tenía que encontrar una
forma de escapar. De repente, desesperadamente, quiso vivir.
—¿Hirviendo no? Bueno, comprensible. Según todas las fuentes, es un
camino desagradable a seguir. Las personas que observaron hervidos
durante la época de Enrique VIII dijeron que era tan repugnante que
hubieran preferido ver una decapitación. ¡Oh! Hay uno bueno del que no
hemos hablado todavía. ¡Decapitación! —Lo dijo como si fuera una palabra
tan feliz—. Por supuesto, hay muchas formas de cortar una cabeza, y si la
hoja es lo suficientemente afilada, es bastante rápida e indoloro. Dicho
esto, si la hoja no es lo suficientemente afilada… bueno, la pobre María,
reina de Escocia, tuvo que recibir tres cortes con el hacha vieja y desafilada
del verdugo antes de que su cabeza fuera liberada de su cuerpo. Sin
embargo, la guillotina era rápida y limpia y no requería ninguna habilidad
especial por parte del verdugo, lo que facilitó la eliminación de todos esos
ricos despreciables durante la Revolución Francesa. Simplemente los
alinearon y los pasaron por la guillotina como una línea de montaje. ¡O
mejor dicho, una línea de desmontaje! —La voz se detuvo de nuevo para
reír. Fuera lo que fuese, parecía estar pasando un buen rato a expensas de
Millie—. Arabia Saudita, donde están tus padres, ¿no?, todavía usan la
decapitación como su forma preferida de pena capital. Usan una espada,
que encuentro más elegante y dramático.
«Arabia Saudita». Sus padres estaban tan lejos. Tan incapaces de
ayudarla. Y ahora, mientras se enfrentaba a la muerte, extrañamente sentía
más amor por ellos que nunca. Claro, eran raros y tomaban decisiones
extrañas y errores estúpidos, pero ella sabía que la amaban. Pensó en los
chistes horribles de su padre y en su madre leyendo una historia tras otra
a la hora de acostarse cuando era pequeña. Quizás sus padres eran
diferentes de los padres de otros niños, pero siempre se habían ocupado
de sus necesidades básicas y siempre la habían hecho sentir amada y segura.
Millie quería estar a salvo.

✩✩✩
—Millie, ¡al menos baja y saluda! —Llamó el abuelo por las escaleras.
Era Nochebuena, y el abuelo había estado tocando música navideña
todo el día, cantando Silver Bells y White Christmas y otros de los menos
favoritos de Millie fuera de tono en la cocina mientras horneaba el jamón
y decoraba las galletas.
Por el nivel de ruido de la planta baja, Millie supuso que habían llegado
su tía, su tío y sus primos. Este hecho no la llenó de alegría. No pasó nada.
Millie, de mala gana, se arrastró escaleras abajo. Estaban reunidos
alrededor de un antiguo ponchero de vidrio que el abuelo había sacado de
quién sabe en qué parte de esta casa llena de cosas.
Llevaban suéteres navideños, todos, incluso sus molestos primos. La tía
Sheri tenía una abominación que se podía usar con un reno que tenía una
nariz iluminada. El tío Rob, el tonto hermano de su padre, vestía un suéter
rojo con bastones de caramelo, y Cameron y Hayden vestían suéteres de
elfo a juego. Todo era tan espantoso que Millie temió que le sangraran los
ojos.
—¡Feliz Navidad! —La tía Sheri la saludó, abriendo los brazos para un
abrazo.
Millie no se movió hacia ella.
—Hola —su voz goteaba carámbanos.
—¿Vas a un funeral, Millie? —dijo el tío Rob, asintiendo con la cabeza
hacia su ropa negra y púrpura de la cabeza a los pies. Él siempre le decía
esto y aparentemente nunca dejó de encontrarlo gracioso.
—Ojalá —respondió Millie. Es mejor estar en un ambiente honesto y
triste que en uno falso y feliz. Y ciertamente preferiría la música fúnebre
de órgano a verse obligada a volver a escuchar Winter Wonderland.
—Millie no está celebrando la Navidad este año —dijo el abuelo—. Pero
al menos ella ha aceptado honrarnos con su presencia.
—¿Cómo es posible que no quieras celebrar la Navidad? —dijo Hayden,
mirando a Millie con grandes e inocentes ojos azules—. La Navidad es
maravillosa. —Tuvo un pequeño ceceo que salió cuando dijo maravillosa,
lo que, supuso Millie, algunas personas encontrarían lindo.
—¡Y los regalos son increíbles! —agregó Cameron, agitando el puño
con entusiasmo. Ambos niños estaban tan hiperactivos que era como si sus
padres les hubieran llenado sólo de café. Millie se preguntó si hubo un
momento en que se emocionó tanto por las vacaciones o si siempre lo
sintió igual.
—Nuestra cultura ya es demasiado materialista — les dijo Millie—. ¿Por
qué quieres más cosas?
Su tía, su tío y sus primos parecían incómodos. Bueno. Alguien de esta
familia necesitaba decir la verdad.
Sheri plasmó una sonrisa en su rostro.
—Millie, ¿no quieres al menos una taza de ponche de huevo?
—Beber ponche de huevo es como beber flema.
Realmente, ¿cómo se había convertido una bebida tan repugnante en
parte de una celebración tradicional? El ponche de huevo y el pastel de
frutas parecían más como parte de un castigo que de una celebración.
—¿Qué es la flema? —preguntó Hayden.
—Es esa cosa asquerosa y viscosa que tienes en la garganta y la nariz
cuando tienes un resfriado —le dijo la tía Sheri.
Cameron levantó su taza.
—¡Yum! ¡Mocos de huevo! —dijo, luego tomó un trago grande y vistoso
que le dejó un bigote de huevo en el labio superior.
Millie no pudo soportarlo. Tenía que salir de aquí.
—Voy a dar un paseo.
—¿Podemos ir nosotros también? —preguntó Hayden.
—No —respondió Milley—. Necesito estar sola.
—Bueno, no te alejes demasiado —dijo el abuelo—. Cenaremos en una
hora.
Mientras Millie se dirigía hacia la puerta, el abuelo la llamó para recordar
su abrigo, pero ella lo ignoró.
Todas las casas del vecindario tenían autos adicionales en sus entradas,
sin duda debido a la visita de miembros de la familia que celebraban la
festividad. Todas estas personas actuaban igual, hacían lo mismo. Regalos y
ponche de huevo e hipocresía. Bueno, Millie era diferente y no iba a
participar.
«Hipocresía», pensó de nuevo, y esta vez la palabra le dolió. Dylan había
dicho que era una hipócrita porque juzgaba a Brooke por su apariencia.
Pero los chicos, incluso los chicos que parecían geniales como Dylan, se
dejaban engañar por las apariencias. Si una chica rubia convencionalmente
bonita les presta atención, piensan que es una santa y una genio en uno.
De ninguna manera Millie era una hipócrita. Ella era una contadora de la
verdad, y si algunas personas no podían manejar la verdad, ese era su
problema.
Después de una vuelta alrededor de la cuadra, sentía bastante frío, pero
no había forma de que regresara a la casa todavía.
Se le ocurrió una idea. El taller del abuelo tenía un pequeño calefactor
que siempre hacía funcionar; podría mantenerla caliente mientras esperaba
a que terminara la fiesta. Él estaba demasiado ocupado organizando su
pequeña reunión navideña como para ir a su taller. Era el lugar perfecto
para esconderse.
El abuelo guardaba la llave debajo de una maceta junto a la puerta del
taller. Millie la encontró, abrió la puerta y tiró de la cadena de la bombilla
desnuda que iluminaba el pequeño espacio sin ventanas. Cerró la puerta
detrás de ella y miró a su alrededor.
El lugar estaba aún más abarrotado de cosas que la última vez que estuvo
ahí. El abuelo realmente debe haber estado golpeando las ventas de garaje,
los mercados de pulgas y los depósitos de salvamento. Cerca de su banco
de trabajo había una bicicleta antigua oxidada, de esas que tienen una rueda
delantera gigante y una trasera diminuta. También había muchos juguetes
mecánicos viejos: un banco de metal con un payaso que lanzaba monedas
en la boca, una caja sorpresa que la sobresaltó cuando el muñeco bufón de
adentro saltó, a pesar de que sabía lo que haría una vez que comenzó a
girar la manivela, incluso había uno de esos horribles muñecos de monos
sonrientes que hacían sonar platillos.
¿Por qué el abuelo quería todas estas cosas y qué planeaba hacer con
ellas? «Repáralo y luego usarlo para desordenar la casa un poco más»,
supuso.
El artículo más extraño entre muchos estaba escondido en un rincón
del taller. Era una especie de oso mecánico con pajarita, sombrero de copa
y una espeluznante sonrisa en blanco. Parecía que alguna vez había sido
blanco y rosa, pero años de negligencia lo habían dejado de un gris
deslucido. Era grande, lo suficientemente grande como para que una
persona entrara en la cavidad de su cuerpo, como en esas películas de
ciencia ficción donde la gente maneja robots gigantes. Las bisagras de sus
extremidades lo hacían parecer como si sus partes se hubieran movido una
vez. Debe haber sido una figura de una de esas atracciones para niños
mayores que presentaba animatrónicos de aspecto espeluznante. ¿Por qué
a los niños pequeños les habían gustado las cosas que les provocaban
pesadillas?
Desde fuera del taller, Millie escuchó risas y gritos. Eran Hayden y
Cameron, jugando en el patio trasero. No había pensado en cerrar la
puerta del taller desde el interior. ¿Y si intentaran entrar?
No podía dejar que la encontraran. Iban a contárselo a los adultos y
luego la arrastrarían de regreso a la casa y la sentenciarían a una celebración
obligatoria.
Millie se encontró mirando al viejo oso animatrónico, ahora no sólo
como una curiosidad, sino como una posible solución a su problema.
Abrió la puerta de la cavidad del cuerpo del oso mecánico, se arrastró
dentro y cerró la puerta detrás de ella. La oscuridad la envolvió. Era mucho
mejor que esas luces parpadeantes molestas y suéteres navideños
llamativos y brillantes.
Esto era perfecto. Nadie la encontraría ahí. Podría regresar a la casa
después de escuchar el auto del tío Rob y la tía Sheri saliendo del camino
de entrada. ¿Y qué si extrañaba hablar por Skype con sus padres? Les
serviría de lección por estar tan lejos de ella en Navidad.

✩✩✩
—¡Niños, es hora de la cena de Navidad! —Llamó el abuelo por la
puerta trasera.
—Millie, tú también entra, si puedes oírme.
Cameron y Hayden entraron corriendo, con las mejillas rosadas por el
aire frío.
—Huele muy bien aquí —dijo Cameron.
—Bueno, eso es porque te cociné un festín —dijo el abuelo—. Jamón,
batatas y panecillos y la cazuela de judías verdes de tu mamá. Ustedes,
muchachos, no vieron a Millie mientras estaban afuera, ¿verdad?
—No, no la vi —dijo Hayden—. Abuelo, ¿por qué es tan rara?
El abuelo se rio entre dientes.
—Tiene catorce años. También serás raro cuando tengas catorce años.
Ahora ve a lavarte las manos antes de sentarnos a comer.
En la mesa, el abuelo cortó el gran, pegajoso y hermoso jamón.
—Glaseé esto con Coca-Cola. Encontré la receta en Internet. He
estado buscando muchas recetas desde que Millie se mudó, la mayoría de
ellas vegetarianas para que no se muera de hambre. Le compré este pan
de pavo falso y extraño en la tienda de comestibles. Cuando regrese, puede
comerlo con la cazuela de judías verdes y batatas.
—Sigo sintiendo que deberíamos salir a buscarla —dijo Sheri.
—Oh, ella aparecerá cuando tenga hambre o cuando sienta que ha
dejado claro su punto. Ella y ese gato suyo no son tan diferentes. Tiene esa
edad, ya sabes. Ahora, hablando de hambre, ¿quién quiere jamón?

✩✩✩
—No tengo una espada como la de un verdugo de Arabia Saudita, Millie,
pero tengo una hoja de metal afilada que podría atravesar la cámara. Podría
pasar al nivel de su garganta, o podría golpear más abajo y dividirte en dos.
Y la bisección también es un camino seguro. De cualquier manera, ¡el
trabajo estaría hecho! Creo que sería suave como Madame Guillotine en
lugar de una muerte lenta y aburrida como la que experimentó Mary, la
reina de Escocia, pero no estoy cien por ciento seguro. Este será mi primer
intento de decapitación. ¡La tuya también, pero también será la última!
Mientras la voz se reía de su última broma, Millie empujó las paredes de
la cámara que la atrapaba. No se movieron. Pero entonces vio una pequeña
rendija de luz que brillaba a través del costado de la puerta. Tal vez si
pudiera deslizar algo, una herramienta de algún tipo, en esa rendija, de
alguna manera podría abrir la puerta. Pero, ¿qué podría usar como
herramienta?
Hizo un examen mental de sus joyas. Sus pendientes eran demasiado
pequeños y quebradizos, y su collar era una inútil cadena de cuentas de
azabache. Pero estaba el brazalete de plata en su muñeca. Se lo quitó, lo
empujó y lo dobló hasta que estuvo casi recto como una regla. El final
parecía del tamaño adecuado para deslizarse por la rendija de la puerta.
Pero tenía demasiado miedo para probarlo, estaba demasiado preocupada
de que su captor se diera cuenta.
—¿Millie? ¿Sigues ahí? Debes tomar una decisión.
Millie pensó. Si bajaba la cabeza y se acurrucaba en una pequeña bola
cuando la hoja la atravesara, la perdería. Sin embargo, tendría que ser
rápida y asegurarse de sacar toda la cabeza del camino, o de lo contrario
le arrancarían el cuero cabelludo. Si la hoja pasara más abajo para dividirla
en dos, realmente tendría que aplanarse en la parte inferior del pequeño
espacio.
—¿Hay alguna posibilidad de que me dejes ir? ¿Algo que pueda darte a
cambio de mi vida?
—Chuleta de cordero, no quiero nada de ti excepto tu vida.
Millie respiró hondo.
—Está bien. Entonces escojo la decapitación.
—¿De verdad? —La voz sonaba tremendamente complacida—. Buena
elección. Es un clásico. Te prometo que no te decepcionará. —Repitió su
risa baja y retumbante—. ¡No te decepcionará porque estarás muerta!
Millie sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Tenía que ser fuerte.
Pero aún podrías llorar y ser fuerte al mismo tiempo.
—Dime cuándo estás a punto de hacerlo, ¿de acuerdo?
—Bastante justo, supongo. No es como si fueras a ninguna parte. Dame
unos minutos para prepararme. Ya sabes lo que dicen: La preparación
previa evita un rendimiento deficiente.
La cámara se sacudió y traqueteó, luego los ojos del animatrónico se
dirigieron hacia afuera, lejos de la cámara.
Millie esperó, su corazón latía con fuerza. ¿Por qué había deseado alguna
vez la muerte? No importaba lo dura que pudiera ser la vida, lo deprimente
o decepcionante que fuera, ella quería vivir. Al menos, quería tener la
oportunidad de disculparse con Dylan por lo que había dicho sobre Brooke
y preguntarle si podían volver a ser amigos.
Se acurrucó en una bola tan pequeña como pudo, metiendo la cabeza
bajo los brazos. Esperaba más de lo que jamás había esperado que estuviera
lo suficientemente baja como para que fallará la hoja.
—Millicent Fitzsimmons, por la presente se le condena a morir por
Crímenes de la Humanidad.
—Espera. ¿Qué significa eso, crímenes de la humanidad?
—Tú, has sido grosera y rápida para enojarte. Te has apresurado a
juzgar a los demás. No has estado suficientemente agradecida con aquellos
que no te han mostrado nada más que amor y bondad.
La voz tenía razón. Diferentes incidentes de su propia rudeza e
ingratitud se reproducían en su cabeza como escenas de una película que
no quería ver.
—Culpable de los cargos. ¿Pero por qué esos crímenes son por los que
tengo que morir? Esos son delitos de los que todo el mundo es culpable
de vez en cuando.
—Es cierto. Por eso son crímenes de la humanidad.
—Pero si son algo de lo que todos los humanos somos culpables,
entonces ¿por qué tengo que morir por ellos? —La voz no respondió y
Millie sintió un pequeño cosquilleo de esperanza. Tal vez no tendría que
arriesgarse acurrucándose en el suelo de la cavidad. Tal vez todavía podría
convencerse a sí misma de salir de esto.
—Porque tú eres la que se metió en mi vientre.
Gimiendo, Millie se hizo lo más pequeña que pudo en el fondo de la
cavidad. Si salía, se esforzaría por ser más amable con el abuelo. Realmente
había sido bueno con ella, acogiéndola y soportando sus estados de ánimo
y enseñándose a sí mismo a cocinar todas esas recetas vegetarianas.
—En el espíritu de la Revolución Francesa, ¡ahora haré una cuenta
regresiva en francés antes de soltar la espada! ¡Un, Deux, TROIS! —Rápida
como un disparo, la hoja atravesó la cámara.
✩✩✩
El abuelo sacó una fuente de galletas de azúcar y las puso sobre la mesa
de café.
—Vuelvo enseguida con el chocolate caliente. —En la cocina, finalmente
se derrumbó y llamó al número de celular de Millie. Su teléfono sonó desde
el bolsillo de su chaqueta que colgaba en el perchero del pasillo—. Oh bien.
Ella regresaría cuando sintiera que había demostrado su punto. Sin
embargo, odiaba pensar que estaría afuera sin chaqueta. Hacía bastante frío
ahí fuera.
El abuelo sirvió cinco tazas de chocolate caliente y las cubrió con un
generoso puñado de mini malvaviscos. Llevó las tazas humeantes en una
bandeja a la sala de estar.
—¿Quién está listo para los regalos?
—Yo lo estoy —gritó Cameron.
—¡Yo lo estoy! — gritó Hayden aún más fuerte.
—¿Crees que deberíamos esperar a Millie? —preguntó Sheri.
—Ella no está celebrando la Navidad, ¿recuerdas? —dijo Rob—. ¿Por
qué deberíamos esperar por ella sí ha decidido ser una mocosa?
Al abuelo no le gustaba que se usara la palabra mocosa para describir a
Millie. Ella no era una mala niña. Estaba en una edad difícil. Ella vendría. Se
agachó bajo el árbol de Navidad y dispuso todos sus regalos en una gran
pila para que estuvieran ahí para ella cuando regresara.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's y, si bien es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
Texas con su esposa y cuatro hijos.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Apoyando el pie en un cajón abierto, el detective Larson se reclinó en
su silla de escritorio de madera. Su típico crujido sonaba inusualmente
fuerte en ausencia del caos diurno de la oficina divisional. El bullpen
estaba abarrotado con doce escritorios, el doble de sillas, el triple de
computadoras, monitores e impresoras, un puñado de tablones de
anuncios y gabinetes de almacenamiento y mesas de trabajo, y la única
cafetera defectuosa atascada en la esquina. La cafetera arrojó un café
pésimo, pero emitió un silbido musical que un par de detectives pensaron
que sonaba como Paseo de las valquirias. Estaba en uno de sus
crescendos más chirriantes en este momento.
Larson negó con la cabeza. Sólo se dio cuenta de lo deprimente que
era el lugar cuando toda la gente se había ido, como lo estaba el lunes
por la noche. Él también debería haberse ido, pero no tenía prisa por
volver a su apartamento vacío. Desde que su esposa, Ángela, lo dejó,
solicitó el divorcio y se embarcó en una misión para asegurarse de viera a
su hijo de siete años, Ryan, lo menos posible, Larson no vio el sentido de
volver a casa. El hogar no era el hogar. Era un edificio sin ascensor de dos
habitaciones que, según Ryan, olía a pepinillos y tenía la alfombra más fea.
Se había dicho a sí mismo que se quedaría hasta tarde y se pondría al
día con los informes, pero en realidad estaba sentado ahí sintiendo
lástima de sí mismo.
¿Era realmente el padre horrible que Ángela le acusaba de ser? Claro,
el trabajo lo obligó a perderse muchos juegos y eventos escolares de
Ryan. Sí, le había roto muchas promesas a su hijo.
Estaré en casa a tiempo para lanzar la pelota, Ryan, se convirtió en: Lo
siento. Tengo un caso nuevo.
Te llevaré de campamento este fin de semana, se convirtió en: Lo siento.
El jefe me llamó.
—Es tu hijo, Everett —le decía Ángela antes de irse—. No es una
ocurrencia. Él debería ser tu razón de ser, no algo a lo que ver algún día.
Ángela simplemente no entendió. Amaba a su hijo, por supuesto, pero
este trabajo no era sólo un trabajo.
Sí, definitivamente estaba sintiendo lástima por sí mismo. No es el
mejor uso de su tiempo.
Larson se movió, tratando de encontrar la siempre esquiva posición
cómoda en la silla de su escritorio. Miró a su alrededor en el lugar donde
había pasado dos tercios de su vida durante los últimos cinco años.
Realmente era una habitación desolada. Paredes beige sucias, luces
fluorescentes parpadeantes, piso de linóleo gris rayado, todos esos
muebles en perpetuo desorden… ¿Eran los detectives tan humildes que
merecían ese entorno, o simplemente estaban demasiado ocupados para hacer
algo al respecto?
Larson desvió la mirada hacia la línea de estrechas ventanas que
marchaban a lo largo de la pared exterior de la habitación. Al final de la
fila, notó una enredadera de hiedra delgada que crecía a través de un
espacio entre el marco de la ventana y una ventana sucia que dejaba
entrar el resplandor amarillo enfermizo de una farola.
—Ahí está mi tonto favorito.
Larson reprimió un gemido. Eso es lo que consiguió por no volver a
casa.
—Jefe.
El jefe Monahan se abrió paso entre los escritorios vacíos, arrugando
la nariz cuando pasó junto al monumento a la baba del detective Powell.
—¿Qué es ese hedor? —El jefe miró los montones de papeleo y
envases de comida vacíos.
—No lo sé. No quiero saber. —Desde donde estaba sentado Larson,
la oficina olía a desinfectante. Su socio, el detective Roberts, cuyo
escritorio se enfrentaba al ordenado dominio de Larson, rociaba el
material incesantemente para enmascarar lo que fuera que parecía haber
muerto en el escritorio de Powell.
El jefe apoyó un pie en la silla adicional al lado del escritorio de Larson.
Le tendió un sobre. Larson lo miró. Tenía una fuerte sospecha de que no
le iba a gustar lo que había en él, así que no hizo ningún movimiento para
tomarlo.
El jefe arrojó el sobre sobre el secante de escritorio verde manchado
de Larson. Aterrizó junto a la hilera de lápices recién afilados que Larson
había alineado para el trabajo penoso de la noche.
—El Stitchwraith —dijo el jefe—. Nadie más lo quiere.

(Su traducción sería algo como; espectro cosido).


—No lo quiero.
«Difícil». La palabra sonaba exactamente igual cuando la dijo el jefe. Un
hombre compacto, prematuramente canoso, el jefe dejó en claro al
principio de su carrera, su tamaño y color de cabello no tenían nada que
ver con su habilidad para patear traseros. No era grande, pero podía
hacer lo que cualquier hombre grande podía hacer. Y sonaba como un
hombre grande, con una voz fuerte y áspera con la que no discutías a
menos que fuera absolutamente necesario.
Larson tenía que decirlo. No quería ver lo que había en el sobre.
—El Stitchwraith es una leyenda urbana —protestó Larson, todavía sin
tocar el sobre, que yacía como una gran babosa junto a su pie.
—Ya no. ¿Escuchaste lo último? —El jefe Monahan claramente no iba a
escuchar la disidencia.
Larson suspiró.
—¿Cómo podría no haberlo hecho? Estaba en todas las noticias y el
público exigía respuestas.
Una adolescente local, Sarah algo, desapareció una semana atrás, y los
detectives asignados al caso, (no Larson, quien dio gracias por pequeños
favores) tenían varias docenas de testigos presenciales que afirmaron que
la niña se había convertido en basura ante sus ojos. Ahora es cierto que
los testigos presenciales eran niños de escuelas públicas, no siempre los
proveedores más estelares de la verdad, pero en este caso, sus historias
tenían un tono de autenticidad, a pesar del contenido extravagante.
—Lo escuché —admitió Larson.
—No puedo hacer ni cara ni cruz, lo sé. Pero esta mañana, la mayoría
de los testigos regresaron para ver a los psicólogos. Los psiquiatras
confirman que los testigos creen lo que están diciendo. Lo mismo ocurre
con las personas que han visto El Stitchwraith.
Larson puso los ojos en blanco y luego dijo con voz profunda dijo—:
Una extraña figura encapuchada que deambula por las calles. —Volvió a
su voz normal y corriente—: ¿Me fui a dormir y me desperté en una
película de terror?
El jefe resopló y luego señaló el sobre con un movimiento de su
mandíbula cuadrada.
—No has escuchado la mejor parte. Ábrelo.
Larson respiró hondo y apoyó el pie en el suelo. Inclinó su silla hacia
adelante. Crujió de nuevo, esta vez más fuerte, como si tampoco él
tuviera interés en El Stitchwraith y necesitara expresar su propia
objeción. Larson recogió el sobre. Sacó una pila de papeles de una
pulgada de grosor y hojeó algunos informes de testigos. Al igual que los
informes de los escolares, todos los testimonios de estos testigos
sonaban similares, aunque todavía tenían suficientes detalles para
disminuir la posibilidad de un engaño.
El Stitchwraith, dijeron testigos, era una figura envuelta en una especie
de capa o abrigo con capucha. Tenía una caminata tambaleante, un
completo desinterés por los demás a menos que se molestara y una
obsesión por los contenedores de basura. Por lo general, se lo veía
arrastrando bolsas de basura llenas de quien sabe qué. Había escuchado
todo esto antes. Él y la mayoría de sus compañeros detectives lo habían
descartado como una tontería.
Dejando a un lado los informes de los testigos, hojeó las siguientes
hojas del sobre. Todos eran informes de muertes sospechosas.
Larson mantuvo el rostro en blanco mientras leía, y se alegró de que
el jefe no pudiera ver el escalofrío de terror que recorría sus
terminaciones nerviosas. Sintió que los informes arrojaron una piedra al
estanque de su vida, y ahora su impacto se extendía inexorablemente
hacia un futuro que no le iba a gustar.
Larson hojeó la pila.
—¿Cinco? Cinco cuerpos marchitos con… —miró hacia abajo y leyó
en la pila de informes superior— ojos negros que sangraban por los lados
de la cara. ¿Más de esto? —Desafortunadamente, la forma de muerte no
era nueva para Larson, pero sólo conocía a una víctima. Y no sabía que
tenía algo que ver con El Stitchwraith.
El jefe Monahan se encogió de hombros.
Larson leyó con más atención. Dos de los muertos encontrados tenían
antecedentes penales impresionantes. Larson reconoció a uno de los
muchachos; lo había agarrado por asalto hace unos años. Separó los dos
informes y los pulsó.
—Apuesto a que estos dos intentaron asaltar al tipo.
El jefe Monahan se encogió de hombros, finalmente se había sentado
en la silla de visita de Larson, asintió.
—Estoy de acuerdo. —Se inclinó hacia delante y señaló una pila de
fotografías que Larson aún no había visto—. Mira eso.
Larson hojeó las fotos tomadas por las cámaras de seguridad cerca de
los avistamientos del Stitchwraith. Entrecerró los ojos a una que
mostraba a la figura sacando lo que parecía ser el torso de un maniquí de
un contenedor de basura.
—¿Qué diablos está haciendo?
El jefe no respondió.
Larson siguió revisando las fotos. Se detuvo de nuevo. De debajo de la
capucha de lo que parecía tal vez una gabardina larga, una cara blanca
voluminosa se asomaba a la noche. Larson se puso rígido para no
retroceder. Quería dejar la foto y alejarse lo más posible de su escritorio.
Pero él no lo hizo. Se limitó a mirar el extraño rostro y se concentró en
respirar normalmente. No iba a dejar que esta locura lo inquietara,
especialmente no frente al jefe.
El rostro no era un rostro, tampoco un rostro humano de todos
modos. ¿A menos que fuera un rostro humano dañado cubierto de
vendas, tal vez? Parecía más una máscara. La cara era redonda y sus
rasgos se dibujaban en la superficie blanca curva. Hecho con un marcador
negro grueso, los rasgos negros parecían haberlos hecho un niño.
Larson relajó deliberadamente los hombros, y se dio cuenta de que se
le habían acercado a las orejas. «Es sólo una estúpida máscara», se dijo a
sí mismo.
Larson miró al jefe Monahan.
—¿Una máscara?
—Tu conjetura es tan buena como la mía.
Larson volvió a mirar la cara. Tenía ojos oscuros, uno de los cuales
parecían ennegrecido, y tenía una boca aterradora a la que le faltaba un
diente y había algo atrapado entre los dientes frontales restantes. ¿Eran
esas manchas de sangre alrededor su boca?
—Tenemos una coincidencia. —El jefe apretó sus delgados labios en lo
que podría haber sido una sonrisa. Le gustaba crea emoción.
—¿Una coincidencia en qué? ¿Esto? —Larson señaló el rostro borroso
y extraño.
El jefe asintió.
—Y no vas a creer de dónde lo sacamos.
Fazbear Frights

#2

Scott Cawthon
Andrea Waggener
Carly Anne West
Copyright © 2020 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados
Foto de TV estática: ©Klikk/Dreamstime
Todos los derechos reservados. Publicado por Scholastic Inc.
Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
marcas comerciales y/o marcas comerciales registradas de
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El editor no tiene ningún control y no asume ninguna
responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su
contenido.
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2020
Diseño del libro por Betsy Peterschmidt
Diseño de portada de Betsy Peterschmidt
e-ISBN 978-1-338-62697-1
Todos los derechos reservados bajo las convenciones
internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida,
descargada, descompilada, sometida a ingeniería inversa o
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NY 10012.
Portadilla
Copyright
Fetch
El Freddy solitario
Agotado
Acerca de los Autores
Epílogo
E l oleaje, el viento y la lluvia estaban en guerra, golpeando contra el
viejo edificio con tanta fuerza que Greg se preguntó si sus paredes
derrumbadas podrían resistirlo. Cuando el estruendo del trueno golpeó la
ventana tapiada de nuevo, Greg saltó hacia atrás, tropezando con Cyril y
pisoteando su pie.
—¡Ay! —Cyril empujó a Greg, y apuntó con su linterna
espasmódicamente a la pared frente a ellos. La luz escaneaba secciones
colgantes de papel tapiz a rayas azules y lo que parecían ser dos letras
rojas—. Enserio. —Manchas de algo oscuro rociaron sobre las rayas—.
¿Eso es salsa de pizza? ¿O algo más?
Hadi se rio de sus dos amigos torpes.
—Es sólo por el viento, chicos.
Otra ráfaga golpeó el edificio y las paredes se estremecieron, ahogando
la voz de Hadi. La lluvia que golpeaba el techo de metal aumentó, pero
dentro del edificio, cerca, algo metálico tintineó lo suficientemente fuerte
como para ser escuchado sobre el viento y la lluvia.
—¿Qué fue eso? —Cyril se giró y movió su linterna en un arco salvaje.
Con apenas trece años, era un año más joven que Greg y Hadi, aunque
todavía estaba en su incipiente clase de primer año. Era bajo y delgado, con
rasgos juveniles y cabello castaño lacio, y tuvo la desgracia de sonar como
un ratón de dibujos animados. No le ayudó a ganar muchos amigos—.
Vamos a ver la antigua pizzería —Cyril imitó la sugerencia de Greg—. Sí,
esta fue una gran idea.
Era una fresca noche de otoño, y la ciudad costera estaba oscura,
despojada de energía por el asalto de la última tormenta. Greg y sus amigos
habían planeado un sábado por la noche de juegos y comida chatarra, pero
tan pronto como se cortó la luz, los padres de Hadi intentaron reclutarlos
para un juego de mesa, la tradición de la familia durante los cortes de
energía. Hadi había convencido a sus padres de que dejaran a los niños en
bicicleta la corta distancia hasta la casa de Greg, donde podrían jugar uno
de los nuevos juegos de estrategia de mesa de Greg. Pero una vez ahí, Greg
los reclutó para ir a la pizzería. Durante días había sabido que tenía que
hacer esto. Era como si se sintiera atraído por este lugar.
O tal vez se equivocó. Esta podría ser una búsqueda inútil.
Greg iluminó el pasillo con su linterna. Acababan de explorar la cocina
del restaurante abandonado y se sorprendieron al descubrir que todavía
estaba lleno de ollas, sartenes y platos. ¿Quién cierra una pizzería y deja
todo eso?
Después de salir de la cocina, se encontraron junto a un gran escenario
en un extremo de lo que alguna vez fue el área principal para comer de la
pizzería abandonada. Se había corrido una pesada cortina negra en la parte
trasera del escenario. Ninguno de los chicos se había ofrecido como
voluntario para ver lo que había detrás de la cortina… y ninguno de ellos
había mencionado haber visto la cortina moverse cuando pasaron por el
escenario.
Hadi se rio de nuevo.
—Mejor que salir con la familia… oye, ¿qué es eso?
—¿Qué es qué? —Cyril apuntó su luz en la dirección de la mirada de
Hadi.
Greg también giró su linterna de esa manera, hacia el rincón más alejado
de la gran sala llena de mesas en la que estaban. El rayo brillante aterrizó
en una hilera de formas descomunales alineadas a lo largo de un mostrador
de vidrio oscuro. Unos ojos brillantes reflejaron la luz hacia ellos desde el
otro lado de la habitación.
—Genial —dijo Hadi, pateando a un lado una pata rota de la mesa
mientras se dirigía hacia el mostrador.
«Tal vez», pensó Greg, frunciendo el ceño ante los ojos. Un par parecía
estar mirándolo directamente. A pesar de la confianza que había sentido
antes, comenzaba a preguntarse qué estaba haciendo exactamente aquí.
Hadi se acercó primero al mostrador.
—¡Esto es una droga! —Alcanzó algo y estornudó cuando el polvo se
elevó desde el soporte.
Antes de salir de su casa, Greg había sugerido que todos llevaran
pañuelos para cubrirse la nariz y la boca, pero no pudo encontrar ninguno.
Esperaba encontrar el restaurante vacío lleno de polvo, moho, hongos y
quién sabía qué más. Sorprendentemente, dado el clima costero húmedo,
la única descomposición que habían visto era el polvo, había mucho polvo.
Greg dio un paso alrededor de una silla de metal volcada y pasó a Cyril,
que tenía la espalda presionada contra un pilar sucio y sin pintura en el
medio del comedor. Aparte de una mesa rota y dos sillas al revés, el área
parecía que sólo necesitaba una limpieza profunda antes de que pudiera ser
adecuada para los comensales. Lo cual, de nuevo, era extraño. Greg sabía
que habría algo aquí, pero no esperaba que el edificio todavía tuviera platos
y muebles y… ¿qué más?
Greg miró lo que Hadi sostenía y contuvo el aliento. ¿Era esto por lo
que había venido? ¿Era por eso que el viejo lugar lo llamaba?
—¿Qué es? —preguntó Cyril, sin acercarse más al mostrador.
—Creo que es un gato. —Hadi giró el objeto abultado y rugoso que
sostenía—. ¿O tal vez un hurón? —Tocó lo que fuera que sea—. ¿Podría
ser un animatrónico? —Lo dejó y alumbró con su luz las otras formas a lo
largo del mostrador—. Genial. Son premios. ¿Ves? —Hadi examinó con su
luz las rígidas figuras.
Eso explicaba los cubículos en forma de cueva que se alineaban en el
amplio pasillo por el que Greg y sus amigos habían entrado para llegar al
comedor. Los pequeños recintos deben haber sido para gabinetes de
árcade y cabinas de juegos.
—No puedo creer que todavía estén aquí —dijo Hadi.
—Tienes razón. —Greg frunció el ceño, estudiando lo que parecía una
nutria marina rígida y un pulpo enredado. ¿Por qué estaban todavía aquí?
La vieja pizzería se mantuvo en pie, tapiada y bombardeada por
tormentas costeras y aire marino, quién sabe cuánto tiempo. La estructura
estaba claramente abandonada y no sólo parecía vieja sino antigua, al borde
del colapso. El revestimiento grisáceo y desgastado estaba tan descolorido
que apenas se podía decir qué era; el nombre de la pizzería había
desaparecido. Entonces, ¿por qué se veía tan bien por dentro? Desde
donde estaba Greg, el edificio parecía lo suficientemente sólido como para
resistir unos cien años.
Greg y sus padres se habían mudado a la pequeña ciudad cuando él
estaba en primer grado, así que conocía bien el lugar. Pero realmente no
lo entendia. Por ejemplo, siempre había pensado que era extraño que una
pizzería tapiada se hubiera dejado intacta en lo que se suponía que era un
lugar de vacaciones. Pero, de nuevo, esta no era exactamente una ciudad
turística elegante. La mamá de Greg la llamó una “mezcolanza”. Se podían
encontrar desde casas grandes y lujosas al otro lado de la calle y pequeñas
y feas cabañas de playa envueltas en sucios flotadores de pesca, rodeadas
de montones de madera vieja o muebles de jardín arrugados. La casa frente
a la de Greg tenía un enorme sedán cuadrado, como de los años setenta,
en bloques en el patio delantero. Aun así, Greg se preguntaba por qué una
pizzería no podía convertirse en algo útil en lugar de dejarse como un viejo
edificio fantasma retorcido que prácticamente gritaba “entrar” a los niños
del lugar.
Pero, extrañamente, no parecía que nadie hubiera entrado antes de que
lo hicieran Greg, Cyril y Hadi. Greg había imaginado que encontrarían
huellas, basura, grafitis, evidencia de que otros “exploradores” habían
estado aquí antes que ellos. Pero… nada. Era como si el lugar estuviera
abandonado, sumergido en formaldehído y preservado hasta que Greg de
repente sintió que se suponía que debía venir aquí.
—Apuesto a que todavía están aquí porque los premios son realmente
buenos —dijo Hadi.
—Nadie gana los premios buenos —dijo Cyril. Se había acercado un
poco más al mostrador, pero todavía estaba a varios metros de distancia.
—No hay payasos, Cyril. —Greg tuvo que asegurarle a Cyril que no
habría payasos en el restaurante abandonado para convencerlo de que
viniera. No es que Greg lo supiera de una forma u otra.
—¿Qué es eso? —Cyril señaló a una figura de cabeza y nariz grande.
Estaba debajo de un letrero que decía: PREMIO MAYOR.
Greg lo recogió antes de que Hadi pudiera hacerlo. Era pesado y su
pelaje se sentía enmarañado y áspero. Se sintió extrañamente atraído por
el animal, fuera lo que fuera. Estudió las orejas puntiagudas, la frente
inclinada, el hocico largo y los penetrantes ojos amarillos. Entonces notó
el collar azul alrededor del cuello del animal. Algo reluciente colgaba del
cuello. ¿Una placa de identificación? Lo levantó.
—Fetch —leyó Hadi por encima del hombro de Greg—. Es un perro,
llamado Fetch.
Greg amaba a los perros en su mayor parte, pero esperaba no ver nunca
uno como este en la vida real. Sostuvo al perro y lo giró de un lado a otro.
Incluso el viejo pero bravo perro que vivía al lado de Greg no era tan
feo. Fetch parecía como si alguien hubiera cruzado al lobo feroz con el
tiburón de Jaws. Su cabeza (¿seguramente era de él?) era un triángulo,
puntiagudo en la parte superior y con una boca demasiado ancha para
comodidad en la parte inferior. Al pelaje de Fetch, que parecía marrón
grisáceo a la luz manchada de sus linternas, faltaba en algunos lugares,
revelando el metal deslustrado debajo. Un par de cables sobresalían de las
grandes orejas y una cavidad parcialmente expuesta en su vientre reveló lo
que parecía una placa de circuito primitiva.
—Mira esto. —Cyril, sorprendentemente, ahora estaba interesado en
el mostrador y tomó un folleto dentro de una funda de plástico—. Creo
que son las instrucciones.
—Déjame ver. —Greg arrancó el folleto de las manos de Cyril.
—Oye —chilló Cyril.
Greg ignoró sus protestas. Esto podría ser lo que buscaba.
Devolvió a Fetch a la encimera, sacó el folleto del plástico y leyó las
instrucciones. Hadi leyó por encima del hombro. Cyril metió la cabeza
entre el pecho de Greg y el folleto, lo que obligó a Greg a sostener el
folleto más lejos para que todos pudieran leer juntos. Fetch, explicaban las
instrucciones, es un perro animatrónico diseñado para sincronizarse con
su teléfono, recuperar información y otras cosas para usted.
—¿Eso está encendido? —dijo Hadi—. ¿Creen que todavía funciona?
—¿Cuánto tiempo ha estado vacío este lugar? —preguntó Greg—.
Parece que Fetch es más viejo que mi papá, pero los teléfonos inteligentes
no han existido tanto tiempo.
Hadi se encogió de hombros. Greg finalmente lo hizo también, y
comenzó a hurgar en Fetch para encontrar el panel de control. Hadi y Cyril
perdieron el interés.
—No va a funcionar. Es tecnología más antigua; no será compatible con
nuestros teléfonos —dijo Cyril, encogiéndose cuando el viento volvió a
azotar el edificio.
Greg sintió un escalofrío deslizarse por su espalda. No estaba seguro de
si estaba relacionado con el sobrecogedor ataque de viento o con alguna
otra cosa.
Greg devolvió su atención a Fetch. Quería ver si podía conseguir que el
perro hiciera lo que se suponía que debía hacer. Tenía el presentimiento
de que esto podría ser lo que había sentido en el campo, lo que lo había
llamado aquí.
El pesimismo de Cyril sobre Fetch no sorprendió a Greg. No
reconocería una oportunidad aun si lo golpeara entre los ojos.
Hadi, por otro lado, fue implacablemente positivo. Tenía una disposición
tan alegre que logró lo que Greg pensó que era nada menos que un truco
de magia. Hadi era aceptado por la multitud popular, a pesar de pasar la
mayor parte de su tiempo con Greg y Cyril, dos de los niños más nerd de
la escuela. Quizás tuvo algo que ver con su apariencia. Greg había
escuchado a las chicas hablar de Hadi. Hadi estaba “bueno”, “lindo”,
“fuerte” o simplemente “mmmm”, dependiendo de la chica que estaba
hablando.
Hadi se alejó del mostrador y Cyril se dejó caer en una silla en la mesa
más cercana.
—Creo que deberíamos irnos —dijo.
—Nah —Hadi le restó importancia—. Todavía hay mucho que explorar.
Greg los ignoró a ambos. Cogió a Fetch y encontró un panel debajo del
vientre de Fetch. Haciendo malabares con las instrucciones, Fetch y su
linterna. Se mordió el labio y se concentró en presionar los botones
correctos en la secuencia correcta.
Por un instante, el viento y la lluvia amainaron, dejando el edificio en un
silencio que se sintió casi amenazador. Greg miró hacia el techo. Notó una
gran mancha sobre su cabeza. ¿Una mancha de agua? Distraído de su tarea
por un segundo, iluminó con su luz todo el techo. Sin otras manchas, de
hecho, ¿por qué no goteaba todo el interior del restaurante? Pensó que
había visto que faltaba parte del techo de metal cuando miró por primera
vez el edificio. ¿Por qué no tenía fugas?
Encogiéndose de hombros, devolvió su atención a Fetch. En este punto,
sólo estaba presionando botones al azar. Ninguna de las secuencias
establecidas en las instrucciones estaba haciendo nada.
Tan abruptamente como se había detenido, el viento y la lluvia
comenzaron de nuevo en crecientes temblores maníacos, golpes y
lamentos. Fue entonces cuando Fetch se movió.
De repente, con un zumbido, Fetch levantó la cabeza. Luego se abrió
más la boca abierta y llena de dientes. Gruñó.
—¡Qué demonios! —Greg dejó caer a Fetch sobre el mostrador y saltó
hacia atrás. Simultáneamente, Cyril salió de su silla.
—¿Qué? —preguntó Hadi, volviendo con sus amigos.
Greg señaló a Fetch, cuya cabeza y boca estaban en posiciones
claramente diferentes a las que estaban cuando lo encontraron.
—Qué miedo —dijo Hadi.
Todos miraron a Fetch, retrocediendo en un acuerdo tácito de que un
poco de distancia era una buena idea en caso de que Fetch hiciera algo más.
Esperaron.
Fetch también.
Hadi se movió primero. Apuntó con su linterna en dirección al
escenario.
—¿Qué crees que hay detrás de esa cortina?
—Creo que no quiero saber —dijo Cyril.
Detrás de ellos, una puerta se cerró de golpe… dentro del edificio.
Como uno, los chicos corrieron por el comedor y por el pasillo hasta
el almacén en el que habían entrado. Aunque era el más pequeño, Cyril
llegó primero a la habitación. Salió por el estrecho espacio que habían
logrado crear en la puerta de servicio atascada antes de que los otros
pudieran pasar.
Afuera, azotados por la lluvia que caía a cantaros, agarraron sus
bicicletas. Greg supuso que el viento soplaba a más de ochenta kilómetros
por hora. De ninguna manera podrían ir en bicicleta a casa. Miró a Hadi,
cuyo cabello negro y rizado estaba enmarañado contra su cabeza. Hadi se
echó a reír y Greg se le unió. Cyril vaciló y luego se echó a reír también.
—Vamos —gritó Hadi sobre el viento aullante. Sin mirar atrás al
restaurante, bajaron la cabeza y empujaron sus bicicletas contra la
tormenta.
Mientras caminaba con dificultad junto a sus amigos, Greg pensó en por
qué quería que vinieran al restaurante abandonado. Habían dejado mucho
de él sin explorar… como el área detrás de la cortina. También había tres
puertas cerradas en el pasillo. ¿Qué había detrás de ellas? Greg temía no
haber obtenido lo que estaba ahí. ¿Había hecho lo que se suponía que debía
hacer?

✩✩✩
Greg estaba cerca de casa cuando una mujer gritó—: ¿Es lo
suficientemente lluvioso para ti?
Se detuvo, se secó los ojos y entrecerró los ojos bajo la lluvia.
—Oiga, señora Peters —gritó cuando vio a su vecina anciana de pie en
su porche delantero cubierto.
Ella levantó sus delgados brazos.
—¡Amo estas tormentas! —cantó.
Él se rio y la saludó con la mano.
—¡Disfrute! —gritó él.
Ella también saludó con la mano y él siguió adelante. Cuando se acercó
a la casa alta y moderna frente al mar de sus padres, Greg se sorprendió al
ver una luz en la ventana de la sala de estar. La ciudad todavía estaba a
oscuras. Cuando se separó de Cyril y Hadi, las únicas luces que había visto
eran sus linternas moviéndose como espíritus incorpóreos y los parpadeos
de lo que parecían velas dentro de un par de casas. La luz de su ventana,
sin embargo, era brillante y constante.
Cuando aparcó su bicicleta junto a los pilotes que elevaban la casa a un
piso del suelo, descubrió por qué había visto la luz. Al principio, ahogado
por los atronadores sonidos del viento y la lluvia, no escuchó el motor
hasta que prácticamente entró en él. Un generador nuevo y reluciente se
encontraba debajo de la casa, traqueteando, un cable que se extendía más
allá del garaje para dos autos y subía las escaleras hasta la puerta principal.
Se quitó la chaqueta impermeable que goteaba mientras subía los
escalones, pero antes de llegar a la puerta principal, esta se abrió.
—¡Ahí estás, chico! —El tío de Greg, Darrin, le sonrió, su montañoso
cuerpo de dos metros y medio y hombros anchos llenó la puerta—. Estaba
a punto de montar un grupo de búsqueda. No contestaste tu teléfono.
Greg llegó a la entrada e intercambió su saludo característico con su tío:
medio abrazo, doble puño y golpe.
—Lo siento, Dare. No lo escuché. —Sacó el teléfono de su bolsillo y lo
golpeó. Dare le había enviado mensajes de texto y lo había llamado varias
veces—. Wow. Te juro que no lo escuché.
—¿Quién podría escuchar algo con este viento? Entra.
—¿De dónde vino el generador? —preguntó Greg. Realmente no le
importaba. Estaba tratando de distraerse de pensar por qué no escuchó su
teléfono en el restaurante. No había sido tan ruidoso por dentro. ¿Podría
haber sido porque…?
—Lo conseguí en Olympia. Tu padre ha estado diciendo durante años
que no necesita uno, pero eso es una tontería. Le dije que desearía tener
uno. Han estado diciendo que las tormentas serán mucho peores este
invierno. No lo sabía, pero comenzaron vinieron a principios de este año.
¿Y qué tal esa lluvia que tuvimos la semana pasada para Halloween? —Dare
negó con la cabeza—. Por supuesto, tu papá no escuchará.
Greg no recordaba ese argumento. Pero claro, el padre de Greg y Dare
tenía tantas discusiones, ¿cómo podía recordar una en específico?
El tío Darrin era el hermano de la madre de Greg, su único hermano, y
eran cercanos, pero Greg y Dare eran aún más cercanos. Pero el padre de
Greg odiaba a Dare por las mismas razones por las que Greg lo amaba,
porque era extravagante y divertido.
—Darrin necesita crecer —decía el padre de Greg una y otra vez.
Con el pelo largo, morado muerto, una trenza, y un guardarropa de
trajes y corbatas de colores brillantes combinados con camisas con
estampados dolorosos, Dare tenía su propio estilo distintivo. El hecho de
que Dare también fuera un rico y exitoso inventor de piezas de automóvil
y tuvo la suerte más asombrosa con las inversiones y el dinero en general
fue el clavo en su ataúd en lo que respecta al padre de Greg.
—La gente como él no se merece el éxito —se quejaba a menudo. El
padre de Greg era un contratista y trabajaba más de lo que quería para
pagar su gran casa y los coches caros que le gustaban. El hecho de que
Dare viviera en una propiedad de diez acres y ganara toneladas de dinero
“retocando” en su taller era “demasiado”.
Greg amaba a Dare de la forma en que deseaba poder amar a su padre.
Dare no había hecho nada más que aceptar a Greg desde el día en que su
cabecita aplastada entró en el mundo, a pesar del hecho de que Greg nunca
fue un bebé lindo, y no se había convertido en un niño lindo. Su rostro era
demasiado largo, sus ojos estaban demasiado juntos y su nariz era
demasiado pequeña. Compensó todo eso con un cabello rubio largo y
ondulado, una “gran sonrisa” (o eso había dicho una chica de su anterior
clase de octavo grado), y suficiente altura y músculos para pensar que no
sería una causa perdida total, después de eso en la escuela secundaria nunca
se sintió atraído por las cosas típicas de los niños como los autos y los
deportes, sin importar lo mucho que su padre trató de obligarlo a
tragarlos, Greg encontró un aliado en Dare, que no cuestionaba sus gustos
o disgustos. Aceptó a Greg tal como era.
—¿Dónde está mamá? —le preguntó Greg a Dare.
—En el club de libros.
Greg no preguntó por su padre. Uno, no le importaba. Dos, sabía que
su padre estaría jugando al póquer con sus amigos. Así era como pasaba
sus sábados por la noche, incluso si tenía que jugar a las cartas a la luz de
las velas.
—¿Dónde estabas con este clima? —preguntó Dare.
—Um, ¿puedes mantener eso en secreto?
Dare inclinó su enorme cabeza y se acarició la perilla canosa.
—Seguro. Confío en ti.
—Gracias.
—¿Quieres jugar al backgammon? —preguntó Dare.
—¿Puedo tomar un descanso por la lluvia?
—¡Ha! Buena. —Dare señaló el abrigo todavía goteando de Greg.
Greg negó con la cabeza.
—Fue involuntario. Um, ¿sólo quiero leer un poco?…
—Está bien. No hay problema. Sólo vine a instalar el generador para
ustedes. Cuando no estabas aquí y no podía comunicarme contigo, pensé
que me quedaría hasta que la preocupación me destruyera los circuitos y
me hiciera llamar a la policía.
Greg sonrió.
—Me alegro de haber llegado a casa antes de que llamaras a la policía.
—Yo también. —Dare empezó a alcanzar su impermeable magenta,
luego vaciló y chasqueó los dedos—. Oh, por cierto, escuché que
conseguiste tu primer trabajo como niñero. Me alegro de que finalmente
hayas escuchado a tu viejo.
—Realmente fue gracias a ti. Una vez que tiraste tus dos centavos,
fueron tres contra uno. La próxima semana estaré sentado para el hijo de
los McNallys, ¿Jake? Necesitan que alguien lo vigile los sábados.
—¡De ninguna manera! Su mamá y yo nos remontamos. Tal vez pase
por aquí alguna vez, les traeré un regalo… o a mi nuevo cachorro. He
estado pensando seriamente en tener un perro.
—¿De verdad? ¡Genial!
—Sí, un amigo tiene un Shih Tzu que pronto tendrá cachorros. Creo
que ya llevo bastante tiempo sin perro. Extraño tener un perro que
abrazar.
Greg rio.
—Sólo asegúrate de que sea un lindo Shih Tzu. Creo que la bestia de al
lado es un Shih Tzu.
—¿Ese mestizo de dientes desgarrados? No, ningún perro mío será así.
Recuerdalo —dijo Dare, levantando su dedo índice derecho, en el que
llevaba su anillo de oro y ónix favorito— tengo…
—El dedo mágico de la suerte —dijeron Dare y Greg al unísono.
Se rieron.
“El dedo mágico de la suerte” había sido una broma constante desde
que Greg tenía unos cuatro años. Un día, estaba llorando porque quería el
pulpo relleno en una máquina de garras. No había podido conseguirlo
cuando su madre puso dinero en la máquina y lo intentó con la garra. Dare
había golpeado el cristal de la máquina con su dedo índice derecho y había
dicho con voz profunda: Tengo el dedo mágico de la suerte. Te traeré el pulpo.
Y lo logró en el primer intento. Después de eso, Dare llamó al dedo mágico
de la suerte para que las cosas salieran como él quería. Casi siempre
funcionaba.
Greg dejó de reír, pensando de nuevo en el perro del vecino.
—Sí, todavía no puedo creer que esa cosa me mordió.
Los vecinos de al lado se habían mudado el año anterior, y dos días
después, su perro, un chucho pequeño pero malvado con dientes muy
afilados y un ojo perdido, cargó contra Greg y lo mordió en el tobillo. Tuvo
diez puntos.
—Está bien, me iré y te dejo con tu lectura —dijo Dare—. Sin embargo
antes de irme, asegurémonos de que todo funciona bien.
Quince minutos más tarde, Greg estaba descansando en su cama de
matrimonio leyendo a la agradable luz brillante de su lámpara de lectura
colgante roja. Dare le había conseguido a la familia un sistema de
transferencia de energía para el generador que se conectaba a la caja de
interruptores. Con sólo presionar algunos interruptores, se restableció la
energía en toda la casa.
—Tengo esto especialmente para tu necesidad de diversión —dijo Dare
antes de darle a Greg otro medio abrazo, doble puño y marcharse.
A pesar de que realmente quería comenzar a leer, Greg se tomó el
tiempo para hacer su rutina de yoga nocturna antes de deslizarse bajo la
gran manta que Dare le había tejido. Dare también le había enseñado yoga
y le encantaba. No sólo lo calmaba antes de acostarse, también lo ayudaba
a mantenerse en forma. No es que esa “buena forma” fuera lo
suficientemente buena.
Se paró frente al espejo y examinó sus estrechos hombros y su ligero
pecho. A pesar de que tenía músculos en brazos y piernas, su torso seguía
siendo demasiado delgado. Y su cara…
El teléfono de Greg sonó. Lo cogió y miró un mensaje de texto de Hadi.

¿Te recuperaste?
Greg resopló. Como si estuviera lo suficientemente asustado como para
necesitar recuperarse. ¿De qué? respondió, haciéndose el tonto.

No puedes engañarme.
Está bien, respondió Greg. Sí, estoy bien. Necesito más coraje,
supongo.
Necesitas el cerebro de Brian Rhineheart. No le teme a nada.
Greg rio. Buen punto. Brian Rhineheart era el corredor estrella del
equipo de fútbol. También podría usar sus piernas. Ser rápido,
para huir.
LOL ¿Qué hay de los hombros de Steve Thornton? Es lo
suficientemente fuerte como para golpear cosas aterradoras.
Greg se rio de nuevo. Pero sabía que decía algo más. Si iba a hacer lo
que se había propuesto, ¿por qué no eligió lo que quería?
Está bien, tecleó, pero yo también quiero el pecho de Don
Warring.
Greg sonrió ante la idea de construir un cuerpo a partir de partes de
jugadores de fútbol. Sin embargo, necesitaba una buena cara. Especialmente
si quería que una chica le prestara atención.
Quiero los ojos de Ron Fisher, le envió un mensaje de texto.
Mensaje recibido. ¿Qué hay de la nariz de Neal Manning?
Greg sonrió y escribió: Obvio.

¿Boca?
Greg lo pensó. Respondió, de Zach.

Es jodidamente grande.
Greg sonrió. Podía imaginarse la “gran sonrisa maldita” de Hadi.

¿Cabello?
Me gusta el mío, respondió Greg.

¿Mucho ego?
Greg rio.

GG
Hasta luego.
Greg se dejó caer en su cama.
Cogió su diario y el libro sobre el punto de campo cero que necesitaba
comprobar. Echó un vistazo a sus plantas antes de comenzar a leer. Ellas
fueron la clave para esto, ¿no es así? Hicieron que el intercambio que
acababa de tener con Hadi fuera más que un juego tonto. Bueno, al menos
fueron el catalizador. Aprender acerca de los experimentos de Cleve
Backster es lo que lo había lanzado por el camino en el que estaba.
Pero las plantas no lo ayudarían esta noche. Necesitaba revisar lo que
sabía sobre los generadores de eventos aleatorios, o REG. Hojeó su libro.
Sí, ahí estaba. Máquinas y conciencia. Causa y efecto. Dejó el libro y hojeó
su última entrada del diario.
No había malinterpretado lo que había recibido, ¿verdad? No. No lo
creía así. O estaba en el camino correcto o no. Y si no lo estaba, no creía
que quisiera saber en qué pista estaba. La forma en que se había sentido
atraído por ese lugar no podía haber sido una coincidencia.

✩✩✩
La tormenta duró otro día, pero se terminó el domingo por la noche.
Volvió la energía. La escuela estaba funcionando como de costumbre el
lunes por la mañana.
Greg aguantó la primera mitad del día y se sintió aliviado cuando la 1:10
p.m. finalmente rodó y pudo pasar a Teoría Científica Avanzada. La Teoría
Científica Avanzada era una clase reservada para estudiantes de primer año
que habían ganado premios de la feria de ciencias en los dos años
anteriores. La clase tenía sólo doce estudiantes. Era enseñada por un
maestro visitante, el Sr. Jacoby, quien también enseñó en el Grays Harbor
Community College.
Como siempre, Greg fue el primero en llegar al aula. Se sentó al frente.
Sólo Hadi se sentaría cerca de él.
El Sr. Jacoby estaba prácticamente rebotando en el frente del salón de
clases de paredes amarillas cuando sonó la campana. Era alto y larguirucho
pero tan lleno de energía que a Greg le recordaba a un resorte largo y
enroscado, el Sr. Jacoby era un maestro entusiasta que no se dejaba
intimidar por los estudiantes desinteresados. Greg amaba la ciencia, todas
las ciencias, no sólo la tecnología, y su pasión le había valido el título de la
mascota del maestro.
El Sr. Jacoby siempre sermoneaba mientras se lanzaba al frente del aula
como si tuviera insectos en los pantalones. A veces garabateaba en la
pizarra. Más a menudo, simplemente divagaba. Pero era algo interesante.
Esa pequeña habitación, llena de altas mesas de laboratorio de madera y
sillas a la altura de un mostrador, era uno de los lugares favoritos de Greg
en la escuela. Le encantaba la Tabla Periódica y los carteles de
constelaciones en las paredes. Le encantaba el olor del fertilizante que
alimentaba a las plantas híbridas que crecían al fondo de la habitación, le
hacía pensar en la ciencia y el aprendizaje.
Pasando una mano por su rebelde cabello rojo, el Sr. Jacoby comenzó:
—En física cuántica, hay algo conocido como el Campo de Punto Cero.
Este campo es una prueba científica de que no existe el vacío, ni la nada. Si
se vacía todo el espacio de materia y energía, todavía se encontrará, en
términos subatómicos un montón de actividad. Esta actividad constante es
un campo de energía que siempre está en movimiento, la materia
subatómica interactúa constantemente con otra materia subatómica. —El
señor Jacoby se frotó la nariz pecosa—. ¿Están todos conmigo?
Greg asintió con entusiasmo. Hadi, que estaba sentado a su lado en la
mesa del laboratorio de tres personas, le dio un codazo.
—Ese es tu truco.
Greg lo ignoró.
El Sr. Jacoby le sonrió a Greg y asintió con la cabeza para representar a
toda la clase, lo cual fue imprudente, pero a Greg le pareció bien.
—Bien. —El Sr. Jacoby continuó—. Así que esta energía se llama Campo
de Punto Cero porque las fluctuaciones en el campo todavía se encuentran
en temperaturas de cero absoluto. El cero absoluto es el estado de energía
más bajo posible, donde todo se ha eliminado y no debería quedar nada
para hacer ningún movimiento. ¿Tiene sentido?
Greg asintió de nuevo.
—Estupendo. Entonces, la energía debería ser cero, pero cuando miden
la energía, matemáticamente, nunca llega a cero. Siempre queda algo de
vibración debido al continuo intercambio de partículas. ¿Aún están
conmigo?
Greg asintió con entusiasmo. No tenía idea de que el Sr. Jacoby debía
hablar de eso hoy. ¿Cuáles eran las probabilidades? Sonrió. No hubo
probabilidades. Fue el campo. Estaba tan emocionado que se perdió los
siguientes minutos de la conferencia del Sr. Jacoby. Pero no importaba.
Sabía estas cosas.
Sin embargo, volvió a sintonizar cuando Kimberly Bergstrom levantó la
mano. Escuchó su pregunta—: ¿Esto es sólo una teoría?
También escuchó el comienzo de la respuesta del Sr. Jacoby.
—No completamente. Considera la tendencia científica. Antes de la
revolución científica…
Ahí es donde Greg volvió a desconectarse. Quedó atrapado mirando a
Kimberly. ¿Quién no lo haría? Cabello largo y negro como la tinta.
Increíbles ojos verdes. Más bonita que cualquier modelo que hubiera visto
jamás.
Greg sintió que se sonrojaba y apartó la mirada de Kimberly antes de
que alguien lo sorprendiera mirándola.
Demasiado tarde.
Hadi le dio un codazo de nuevo, y cuando Greg lo miró, Hadi lo miró
con ojos tontos. Greg volvió a centrar su atención en el señor Jacoby.

✩✩✩
Como de costumbre, Greg fue el último en salir del salón cuando
terminó la clase. El Sr. Jacoby le sonrió mientras Greg recogía sus cosas, y
este pensó de nuevo en hablar con su maestro. Hasta que sintió vibrar su
teléfono. Saludando al Sr. Jacoby, sacó su teléfono mientras caminaba
hacia el pasillo. Miró la pantalla.

El número de teléfono no le resultaba familiar. Miró a su alrededor.


¿Quién le estaba enviando mensajes de texto? Estoy bien. ¿Quién
eres? Luego miró su pantalla.

—Oh, muy gracioso, Hadi —murmuró Greg. Envió un mensaje de


texto con lo que dijo.
La respuesta no fue la que esperaba:

? 4U.
¿Cuál es tu pregunta?

Greg puso los ojos en blanco. Eres muy gracioso.


Greg sintió un golpe en el hombro.
—Vas a llegar tarde al español —le dijo Hadi.
Greg se dio la vuelta. Hadi enarcó una ceja. Y Cyril, que estaba a su
lado, dio un paso atrás tartamudeando.
—¿Por qué me envías mensajes si estás aquí? —le preguntó a Hadi.
—Amigo, ¿estás loco? ¿Parece que te estoy enviando mensajes?
«De hecho, no». El teléfono de Hadi no estaba a la vista.
Greg volvió a mirar su teléfono. Quien le estaba enviando un mensaje
de texto había repetido:

Greg miró a Cyril.


—¿Me enviaste un mensaje?
—No. ¿Por qué lo haría?
—No sé por qué me enviaste un mensaje. Y deja de hablar en español
—dijo Greg.
Cyril lo ignoró.
—Venga. —Tiró de la manga de Greg.
—Odio el español.
Cyril miró más allá de Greg y dijo—: Hola, Manuel.
Greg se volteó para mirar a Manuel Gómez, quien se había transferido
a la escuela un par de semanas antes desde Madrid, España.
—Hola, Cyril. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. ¿Tú?
—Bien.
—Oye, Manuel, ¿conoces a Greg? —preguntó Cyril, señalando a Greg.
—No. —Manuel le sonrió a Greg y le tendió la mano—. Encantado de
conocerte.
—Sólo dijo, “Encantado de conocerte” —le dijo Cyril a Greg.
—Lo sé —respondió Greg—. No soy un idiota total en español.
—Estás lo suficientemente cerca de serlo—dijo Cyril.
Manuel se rio.
—Greg tiene muchos problemas con el español —le dijo Cyril a Manuel.
—Estaría feliz de poder ayudarte con el español en cualquier
momento —le dijo Manuel a Greg—. ¿Quieres que te dé mi número? —
Levantó su teléfono.
—Seguro.
Greg y Manuel intercambiaron sus teléfonos y números.
—Oye, Mousie —le gritó alguien a Cyril—. ¿Cómo está tu mamá? ¿Sigue
siendo un fenómeno como tú?
Greg se volteó y se enfrentó al matón de Cyril. Se aclaró la garganta y
dijo en voz alta—: Recuerda esto, Trent. “Tres cosas en la vida son
importantes. Lo primero es ser amable. Lo segundo es ser amable. Y lo
tercero es ser amable”. Eso dijo Henry James.
Trent empujó a Greg.
—Eres un raro.
Mientras Trent se alejaba, Hadi le dio un codazo a Greg.
—Lees demasiado.
—No lees lo suficiente.
Al unísono, dijeron con exageradas voces profundas—: El universo en
equilibrio. —Chocaron los puños y terminaron con un—: ¡Cha!
Un par de niños en el pasillo empujaron deliberadamente a Greg, y uno
de ellos dijo—: Ustedes son raros.
—Y orgullosos de ello —cantó Greg.
Hadi negó con la cabeza.
Manuel tocó el hombro de Greg.
—A mí también me gusta Henry James. —Sonrió y le tendió un puño.
Greg chocó los puños con Manuel; luego, metiendo el teléfono en el
bolsillo, siguió a Cyril y Hadi al español. No iba a hablar con ellos sobre los
mensajes de texto ahora. Pero tampoco dejó de pensar en los textos. Si ni
Hadi ni Cyril los enviaron, ¿quién lo hizo? ¿Había alguien más en el
restaurante con los chicos el sábado por la noche? ¿Fue quien cerró esa
puerta de un portazo? ¿O alguien los vio irse y luego entrar y buscar a
Fetch?
La idea de que los habían observado hizo que se le erizara la piel. Pero
la idea de que no los habían observado hizo que se le pusieran los pelos de
punta. ¿Podría ser? No lo pensaría. Aún no.

✩✩✩
Al día siguiente, estaba pensando en ello. Era difícil no hacerlo. Había
recibido una docena de mensajes de texto de Fetch. A estas alturas, se dio
cuenta de que los textos tenían que ser del animatrónico. No podían ser
de nadie más porque nadie más podía saber sobre Fetch. Obviamente,
Fetch llamó a Greg, por así decirlo. Rápidamente quedó claro que Fetch
estaba sincronizado con su teléfono y estaba tratando de estar a la altura
de su nombre (Fetch significa buscar). Cuando Greg le dijo a Cyril que
necesitaba más tiempo para hacer algunos deberes, Fetch le envió un
enlace a un artículo sobre administración del tiempo y apareció una
aplicación de reloj en su teléfono. Cuando Greg buscó REG en línea,
recibió un enlace, de Fetch, a un artículo sobre las últimas investigaciones
sobre intención y REGs. Cuando terminó el artículo, Fetch envió un
mensaje de texto:

Esto desconcertó a Greg hasta que pensó en el artículo que acababa de


leer. El artículo hablaba de los experimentos que se estaban realizando que
usaban REGs para medir si una persona podía pensar lo suficiente como
para tener un efecto en un resultado en el mundo físico. Greg sabía que
los REGs generaban unos y ceros aleatorios. «Unos y ceros», pensó Greg.
¿Es posible?
Greg copió el texto de Fetch en un convertidor de binario a texto y,
efectivamente, Fetch envió un mensaje de texto—: ¿Estás bien? —en
código binario.
Greg se estremeció mientras le respondía el mensaje, Muy bien. No
estaba seguro de que estuviera bien en absoluto. Era más espeluznante que
“bien”.
Entonces las cosas se pusieron más extrañas… como si recibir mensajes
de texto de un viejo perro animatrónico no fuera extraño para empezar.
Un día Greg le dijo a su mamá por teléfono que tenía ganas de comer
chocolate. Ella dijo lo que siempre decía cuando él mencionaba dulces:
—No es bueno para ti. Come una manzana.
Más tarde ese día, cuando llegó a casa de las compras, sacó una barra
de chocolate de la bolsa.
—¿Cómo llegó esto aquí? —preguntó molesta, metiendo su cabello
rubio hasta la barbilla detrás de una oreja—. No compré esto. —Revisó su
recibo y descubrió que la barra estaba en el pedido que había realizado en
línea—. Debe ser un problema técnico. Tendré que enviarles un correo
electrónico. —Cuando sorprendió a Greg mirándola, dijo—: Bueno, es tu
día de suerte —y le arrojó a la barra.
Cuando agarró la barra de chocolate, estaba bastante seguro de que
todavía no podía comerla. Estaba demasiado emocionado. Si tenía razón,
Fetch acababa de traerle una barra de chocolate.
¿Qué más podía hacer el perro animatrónico?
¿Y cómo lo estaba haciendo?
Greg apenas podía aceptar que Fetch estuviera sincronizado con su
teléfono. Pero Fetch no estaba sincronizado con el teléfono de su madre,
¿verdad?
Los mensajes de texto continuaron día tras día. A veces Greg respondía,
simplemente porque sí. A veces no. De cualquier manera, mantuvo un
registro en su diario. Esto le estaba dando una retroalimentación
importante para su proyecto.
Muchos de sus intercambios con Fetch no tenían sentido. Como el día
que Fetch envió un mensaje de texto:

Servicio de Drogas y Alcohol de Dyfed.


¿Por qué haría algo estúpido? —Greg respondió.

No sé.
A veces, los textos eran claros. Un día, Greg le envió un mensaje de
texto a Cyril diciéndole que tenía problemas con la tarea de español y
necesitaba la traducción de “No sé cómo hacer pan de plátano sin huevos
ni harina”. Cyril no respondió, pero Fetch envió un mensaje de texto:
No sé cómo hacer pan de plátano sin huevos ni harina.
Cyril no respondió hasta bien entrada la noche. Cuando lo hizo, su
traducción fue la misma que la de Fetch.
¿Era hora de que Greg les contara a sus amigos lo que estaba pasando?
Decidió esperar.
Pero luego vino la araña.

✩✩✩
Un sábado, un par de semanas antes de Navidad, Greg estaba en casa
cuidando a Jake, con su ahora habitual trabajo de niñero los sábados. Dare,
o “Tío Dare” para Greg y Jake gracias a la estrecha amistad de Dare con
la Sra. McNally, había sugerido que hicieran “un día de campo lluvioso”,
con una manta de picnic amarilla con caritas sonrientes, algunas plantas en
macetas, un juguete de goma, insectos, y una canasta de mimbre llena de
sándwiches creativos como ensalada de alcachofas con provolone y pasas
sobre pumpernickel y pollo y mantequilla de maní sobre centeno.
Afortunadamente, Dare sabía que Greg no era tan aventurero con la
comida como él, por lo que también incluyó un par de sándwiches de
ensalada de atún comunes. Organizaron su picnic en la sala de estar, frente
al gran ventanal con vista a las dunas y al océano. Apenas se podía ver el
océano a través de la lluvia, un tono de gris se fusionaba con el siguiente.
A Jake, de cuatro años, le encantaba el picnic, pero no le gustaba la
enorme araña de goma que acechaba cerca del borde de la manta de picnic.
Estaba tan agitado que Greg sugirió que pusieran el picnic en espera. Sacó
dos espátulas e hizo una gran producción recogiendo la araña y metiéndola
en una bolsa de plástico sellada. Eso no fue suficiente para Jake.
—¡Afuera! —demandó, señalando con un dedo regordete hacia la
puerta.
Así que Greg se puso su impermeable y salió bajo la lluvia. Mientras
Dare y Jake supervisaban desde debajo del refugio de la casa, Greg cavó un
agujero en el barro y enterró la araña de goma.
Satisfecho, Jake se comió el resto de su almuerzo campestre sin
comentarios.
—Buen trabajo, muchacho —dijo Dare.
Greg disfrutó de los elogios. Estaba seguro que nunca recibió ninguno
de su padre, que, como de costumbre, estaba trabajando. Sin embargo,
cuando Dare estaba cerca, no parecía importarle tanto la desaprobación
de su padre. Su tío hacía que todo pareciera mejor.

✩✩✩
Un par de días antes de Navidad, Greg y Hadi estaban hablando por
teléfono sobre Trent.
—Es un idiota —dijo Greg. Se acostó en su cama observando sus
plantas, enviándoles pensamientos específicos como si se enviaran a un
REG. Al igual que en los experimentos de Cleve Backster, sus plantas
parecían responder bien a sus últimas intenciones.
—Realmente no le presto atención —respondió Hadi— pero sé que
molesta a Cyril.
—Sí.
—Necesita que le hagan una broma —dijo Hadi—. Estaba pensando en
arañas. Lo escuché el otro día decirle a Zach que le tiene miedo a las arañas.
Greg rio.
—¿En serio? Tengo una de goma enterrada en mi patio trasero. Tal vez
si deja de llover la desenterraré antes de ir.
—Sí, hazlo. Ho Ho Ho. Sería una agradable sorpresa en su calcetín.
Greg esperó unas horas, pero la lluvia no cesó. Zumbaba
implacablemente en el techo. Si no le hubiera prometido a Hadi que iría a
envolver los regalos, no habría salido de la casa.
Pero lo prometió, así que se preparó para la lluvia y salió.
Casi gritó cuando miró hacia abajo y vio una enorme araña cubriendo
el BIENVENIDOS AMIGOS en el tapete de entrada de yute de su madre.
Saltando hacia atrás, miró fijamente a la araña, dándose cuenta ahora de lo
que era.
Greg sintió que se le aceleraba el pulso.
Ahí estaba. No era posible.
Pero ahí estaba. Era la araña de goma que había enterrado, todavía en
su bolsa de plástico ahora embarrada.
Nadie excepto Dare y Jake sabía dónde estaba esa araña. Jake y su familia
habían ido a Hawái para Navidad, y Dare estaba de viaje de esquí con
amigos.
—Ojalá pudieras estar aquí para nuestra blanca Navidad, muchacho —
le había dicho Dare por teléfono la noche anterior.
Inclinándose y recogiendo la bolsa de plástico de la esquina, como si
fuera una criatura mortal en sí misma, Greg sostuvo la bolsa frente a su
cara.
¿Había marcas de dientes a lo largo del borde inferior?
Dejó caer la bolsa.
Su teléfono vibró. Contuvo el aliento y buscó a tientas su teléfono.

Feliz Navidad.
Feliz Navidad a ti también, Fetch. Greg entró mientras intentaba
ignorar el hecho de que le temblaban los dedos.
No esperó una respuesta. Haciendo caso omiso de la urgencia de
arrojar el teléfono a los arbustos en el borde de su jardín, se lo guardó en
el bolsillo. Era hora. Tenía que hablar con sus amigos.

✩✩✩
El día después de Navidad, los niños se reunieron en la habitación de
Greg, en la cama. Greg se sentó con la espalda apoyada en la cabecera
acolchada azul marino, con sus amigos tendidos uno al lado del otro a los
pies. Miró alrededor de la habitación, sintiéndose cómodo en su entorno
familiar. Los carteles de películas musicales se alternaban con carteles de
cachorros en las paredes, y dos estanterías llenas de libros flanqueaban la
ventana que daba al océano. El cielo exterior era gris mate, como si un
artista sin sentido de la profundidad acabara de esparcir pintura por el
horizonte. En la pared opuesta a la ventana, sus plantas estaban colocadas
en hileras en estanterías debajo de un banco bajo de luces de cultivo. Su
antiguo escritorio con tapa enrollable, un regalo de Dare, estaba junto a la
puerta. Un plato de galletas de jengibre que Greg había horneado dos días
antes estaba en medio de la cama.
Agarrando una galleta, Hadi preguntó—: ¿De qué se trata esta reunión
urgente?
—Sí —chilló Cyril—. Iba a ir a las rebajas de Navidad del día después
de la Navidad con mi mamá.
Hadi negó con la cabeza.
—Enserio amigo. ¿Te escuchas a ti mismo? También podrías usar una
camiseta que diga: Búrlate de mí.
Greg le arrojó un calcetín sucio a Hadi.
—Déjalo en paz. Si le gusta comprar con su mamá, le gusta comprar
con su mamá y ya está.
Hadi le hizo una reverencia a Greg.
—Tienes un punto. —Asintió con la cabeza hacia Cyril, esta vez dijo de
verdad—: Lo siento.
—Está bien.
En el silencio que siguió, Greg sopesó cómo iba a explicar todo. Bueno,
tal vez no iba a explicar todo. Quizás sólo algunas cosas. Seguro que tenía
que hablarles de Fetch.
Miró hacia su mesa de noche, que contenía montones de libros, papeles
y su teléfono, aun recibiendo mensajes de texto de Fetch. Su más reciente,
una hora antes de que aparecieran Cyril y Hadi, decía:

¿Necesitas comida para 4 para la reunión?


No, gracias. Respondió Greg.
Respiró hondo y arrugó la nariz ante el aroma del ambientador lavanda
que su madre había puesto en algún lugar de su habitación. (Lo había estado
buscando pero aún no lo había encontrado. Prefería el olor de su ropa
sudada, muchas gracias).
—Está bien, entonces no hay forma de decir esto más que decirlo —
comenzó.
Hadi y Cyril lo miraron.
—Fetch me ha estado enviando mensajes de texto.
Sus amigos lo miraron. Parpadearon al unísono.
—¿Quién es Fetch? —preguntó Hadi.
—Espera, ¿te refieres a esa cosa del perro? ¿Ese premio de la pizzería?
¿Esto es una broma? —preguntó Cyril.
Greg negó con la cabeza. Cogió uno de los montones de papeles de su
mesita de noche, todos los mensajes de texto que había impreso, y se lo
tendió a Cyril.
—Mira.
Esperó mientras Cyril y Hadi se deslizaban juntos para poder leer los
textos al mismo tiempo.
—Esto no puede ser real —dijo Cyril. Su voz era incluso más alta de lo
normal.
Hadi tomó la pila de copias impresas y las hojeó. Miró a Greg y luego le
dijo a Cyril—: No nos haría una broma así.
—No, no lo haría —dijo Greg—. ¿Quieres ver mi teléfono? Soy
inteligente, pero no lo suficientemente inteligente como para falsificar
mensajes de texto en mi teléfono.
Hadi negó con la cabeza. De repente se puso de pie y comenzó a
caminar en un círculo diminuto sobre la alfombra trenzada azul y granate
de Greg.
—Debe haberse sincronizado con tu teléfono —dijo finalmente.
Greg asintió.
—Sí, excepto–.
—Wow, espera —dijo Cyril—. No soy un experto en tecnología, pero
no veo cómo algo tan antiguo como ese perro animatrónico podría
sincronizarse con un teléfono inteligente moderno. Simplemente no es
posible.
—Sin embargo, obviamente lo es —dijo Hadi.
—No se trata sólo de sincronizar. —Greg tomó la bolsa de plástico
embarrada que contenía la araña y la levantó. Sintió que debería decir,
“Prueba A”, pero no lo hizo.
—¿Qué es eso? —Cyril se alejó tan rápido que se cayó de la cama con
un ruido sordo.
Greg reprimió una risa mientras Cyril se levantaba de un salto.
—Lo siento —le dijo Greg—. No es real. —Les contó la historia del
picnic y luego la aparición de la bolsa desenterrada en su puerta.
Cyril lo miró boquiabierto, luego miró de Hadi a Greg y de nuevo a
Hadi.
—De ninguna manera.
—Déjame ver eso. —Hadi le arrebató la bolsa a Greg y la examinó—.
¡Esas son marcas de dientes!
—De ninguna manera —repitió Cyril.
—Muy bien —dijo Hadi.
—Es como mis plantas, creo —comenzó Greg. Era hora de compartir
lo que estaba seguro que estaba detrás de todo esto.
Hadi y Cyril lo miraron.
—¿Qué? —preguntó Hadi.
—¿Han oído hablar de Cleve Backster? —preguntó Greg, bastante
seguro de que no lo habían hecho.
Negaron con la cabeza.
—Era un experto en polígrafo que comenzó a hacer experimentos con
plantas en la década de 1960.
—Está bien —dijo Hadi—. ¿Y qué?
—En la década de 1960, Backster tuvo la idea de conectar una planta a
una máquina de polígrafo para ver si podía medir cuánto tiempo tardaba la
ósmosis. Aunque no aprendió nada sobre la ósmosis, se topó con algo más,
algo genial. —Greg se detuvo.
Cyril y Hadi seguían mirando a la araña en la bolsa. Probablemente ni
siquiera lo estaban escuchando, e incluso si lo estuvieran, Greg se dio
cuenta de que no había forma de que estuviera listo para contarles su
teoría.
—¿Y si alguien estaba en el edificio con nosotros y ahora te está
observando? —preguntó Cyril, confirmando que él y Hadi no habían estado
escuchando.
—¿Qué? ¿Cómo un acosador? —preguntó Hadi.
—¿Y puso micrófonos en mi teléfono o algo así? —preguntó Greg—.
Eso es una locura.
Pero, ¿fue más loco de lo que pensaba que estaba pasando?
El teléfono de Greg sonó. Lo cogió y leyó el texto entrante. Dejó caer
el teléfono en la cama.
Hadi y Cyril miraron el teléfono y luego a Greg.
Lo señaló. Cuando se inclinaron para mirarlo, él también miró y volvió
a leer el texto:
EL.
—¿Qué es EL? —preguntó Cyril.
Hadi se puso pálido. Se encontró con la mirada de Greg con los ojos
abiertos de par en par.
—Risa malvada —dijeron al unísono.
Un perro animatrónico que quisiera ayudar era una cosa. Un perro
animatrónico que quisiera ayudar y tuviera sentido del humor estaba bien.
Pero un perro animatrónico que estaba al corriente de todo… eso era,
bueno, aterrador.
Después de eso, Greg dejó de intentar que Hadi y Cyril entendieran lo
que pensaba que estaba pasando con Fetch. Cuando terminaron de
asustarse por el texto de Fetch, les dijo que los mantendría informados y
decidió que era hora de realizar más experimentos.
Ir al restaurante abandonado en sí mismo había sido una prueba, y
todavía no estaba seguro de cómo había resultado. Había comenzado con
él poniendo una intención, un deseo respaldado por su voluntad de que se
desarrollara. Eso había llevado a un impulso de actuar. El impulso lo había
llevado al restaurante, donde encontró a Fetch. Pero, ¿cómo jugó Fetch en
el gran esquema de las cosas?
Tenía que averiguarlo.
Decidió comenzar con algo pequeño y específico.

✩✩✩
Al día siguiente, obtuvo el resultado de su primer experimento. En
Teoría Científica Avanzada, el Sr. Jacoby, luciendo aún más nerd de lo
habitual con una camisa de manga corta a cuadros azul debajo de un
chaleco suéter de rombos rojos y azules, comenzó su charla con—: Ahora
que entendemos el Campo de Punto Cero, veamos si podemos averiguar
qué significa para el mundo real. Con este fin, vamos a hablar de REGs.
«¡Impresionante!» pensó Greg.
—Un generador de eventos aleatorios, generalmente denominado REG
—dijo Jacoby— es una máquina que básicamente lanza una moneda al aire.
En realidad no, por supuesto. Pero es una máquina que está diseñada para
generar una salida aleatoria, lo mismo que obtendrías lanzando una
moneda, asumiendo que no estás engañando.
El Sr. Jacoby sonrió y luego continuó.
—En lugar de cara o cruz, los REG producen un pulso positivo o
negativo y luego convierten los pulsos en unos y ceros, que como saben es
código binario, el lenguaje de las computadoras. Una vez que los pulsos
están en código binario, se pueden almacenar y contar. Los investigadores
construyeron los REG como una forma de estudiar el impacto que tiene el
pensamiento enfocado en los eventos. ¿Tener sentido?
Greg asintió y notó que Kimberly también lo hacía.
—Excelente. —El Sr. Jacoby aplaudió una vez—. Ahora deben tomar un
REG pequeño, es el momento de hacer algunos experimentos de intención
con él. Estaré asignando parejas.
Greg contuvo la respiración. «¿Funcionará?»
Sólo tuvo que esperar dos parejas para averiguarlo.
—Greg y Kimberly —dijo Jacoby— emparejados.
Kimberly se volteó graciosamente en su silla, con su cabello barriendo
el aire como si estuviera en un comercial de champú. Le sonrió a Greg y
sus huesos casi se desintegraron. Tuvo que agarrarse a la mesa del
laboratorio para permanecer en su asiento.
Su intención había funcionado.
Le sonrió a Kimberly y saludo con tanta exuberancia que su propia
sonrisa vaciló un poco, se obligó a permanecer sentado. Tenía suficiente
ingenio para saber que si hacía un baile feliz, se reirían de él durante años.
El Sr. Jacoby hizo que todos se movieran para que las parejas se sentaran
juntas. Les indicó que intercambiaran números de teléfono porque tendrían
que mantenerse en contacto. Greg tuvo que concentrarse para mantener
su mano firme cuando le pasó su teléfono a Kimberly y tomó su teléfono,
metido en una funda de color púrpura brillante, para ingresar su número.
Después de que se devolvieron los teléfonos del otro y el Sr. Jacoby
comenzó a explicar las instrucciones del experimento, el teléfono de Greg
sonó y, según las reglas de la clase, lo ignoró. No fue hasta que estuvo en
el pasillo, después de que él y Kimberly fijaron una hora para reunirse para
hacer el primer paso del experimento, que revisó su teléfono. Fetch había
enviado un mensaje de texto.

Felicitaciones.

✩✩✩
Al final del día, Greg estaba ansioso por llegar a casa para registrar el
triunfo en su diario. Desafortunadamente, había perdido el autobús esa
mañana y había tenido que ir en bicicleta a la escuela. Eso no era un
problema, pero ahora el viento soplaba del sureste y no podía andar en
bicicleta con la fuerza suficiente para superar las ráfagas que intentaban
empujarlo de regreso hacia la escuela. Finalmente se rindió y caminó en
bicicleta el resto del camino hasta su casa. Estaba tan perdido en sus
pensamientos que se olvidó del pequeño terror que vivía al lado.
Era como si un misil peludo rabioso se precipitara hacia él a toda
velocidad. Casi saltó a Marte cuando el perro se lanzó desde una mesa al
aire libre y se arrojó por encima de la cerca directamente hacia él.
—¡Maldición! —Soltó su bicicleta y dejó caer su mochila, agarrando al
perro justo cuando golpeaba su pecho y comenzaba a morder su yugular.
¿Qué le pasaba a este perro? Por reflejo, empujó al perro hacia atrás sobre
la cerca corta.
Cuando el perro golpeó el suelo, se levantó ladrando y gruñendo, y se
arrojó contra las tablas de madera. Greg no esperó a ver qué haría a
continuación. Agarró su bicicleta y su mochila y corrió hacia su casa. Una
vez dentro, se dio cuenta de que estaba hiperventilando. Hundiéndose en
el suelo en el charco creado por su abrigo goteando, le envió un mensaje
de texto a Hadi. El perro demonio acaba de intentar cortarme la
garganta. Me asusté muchísimo.
¿Estás bien? Respondió Hadi.

Agitado no revuelto. (Juego de palabras que quiere decir que se asustó pero tampoco
es para tanto).

Hadi respondió, LOL.

✩✩✩
Esa noche, Greg tuvo pesadillas. No era una sorpresa. Pasó toda la
noche en la pizzería abandonada siendo perseguido alternativamente por
Fetch, un hombre sin rostro, y el perro de al lado mientras las plantas
crecían tan rápido dentro del restaurante que el lugar se convirtió en una
jungla. En el escenario, un REG arrojaba 0 y 1 casi demasiado rápido para
que sus ojos lo registraran.
Greg se despertó cubierto de sudor. ¿El sueño significaba que estaba
funcionando… o no?
Sacudiéndose de la mala noche, frunció el ceño por la ventana ante la
lluvia lateral. ¿Más viento? Aparentemente, Dare tenía razón sobre las
tormentas invernales de este año.
Se puso algo de ropa rápidamente, ya tarde para la escuela. Corriendo
hacia la puerta, saludó a su madre, que estaba hablando por teléfono.
Ignoró a su padre, que miraba con el ceño fruncido una hoja de cálculo en
su computadora portátil mientras bebía café.
Greg se puso su impermeable, agarró su mochila, salió por la puerta y
bajó las escaleras. Ahí fue donde se detuvo tan abruptamente que perdió
el equilibrio y tuvo que agarrarse a la barandilla de la escalera.
Sus ojos se agrandaron. Su pulso se aceleró y su estómago se apretó.
Esto no podría estar sucediendo.
Se apartó de lo que tenía delante, se tambaleó hasta el arbusto más
cercano y vomitó. Todo lo que tenía en el estómago era agua, que subía
junto con bilis amarilla. Luego, a pesar de que su estómago estaba vacío, se
sacudió un poco más y soportó un par de rondas de arcadas secas.
Finalmente, se derrumbó en el último escalón de las escaleras y se secó
la boca. Tenía los dedos rígidos y fríos.
Respiró hondo varias veces, encogiéndose ante el olor agrio de su
vómito y el hedor que venía junto a su bicicleta. Se puso de pie. No quería
pararse, y sus piernas se sentían tan débiles que estaba claro que tampoco
estaban de acuerdo con la idea, pero tenía que hacer algo antes de que
salieran sus padres.
Mirando a su alrededor salvajemente, como si alguien pudiera aparecer
para ayudarlo (que en realidad era lo último que quería) trató de averiguar
qué hacer. Bueno, sabía lo que tenía que hacer. Tenía que moverlo. Lo que
significaba que tenía que tocarlo.
De ninguna manera iba a tocarlo.
Se golpeó a sí mismo en la frente.
—¡Piensa, tonto!
La amonestación funcionó. Sacó las llaves del bolsillo y se dirigió al
cobertizo del jardín escondido en la parte trasera de su casa. Dejando caer
las llaves dos veces antes de que pudiera meter la correcta en la cerradura,
estaba empapado cuando entró al cobertizo y recuperó la bolsa de basura
de plástico negro que estaba buscando.
Ahora que estaba en acción, se movió a alta velocidad. Cerró de golpe
la puerta del cobertizo, sin preocuparse por el sonido porque el viento y
la lluvia ahogaban todo. Corrió de regreso a su bicicleta.
Y una vez más, tuvo que enfrentarse a lo que no quería mirar. Esta vez,
se obligó a mirar, realmente mirar.
El perro del vecino yacía, muerto, contra la rueda trasera del neumático
de la bicicleta de Greg. Su garganta estaba desgarrada, su vientre
destripado, con los intestinos cayendo sobre el cemento. Estaba rígido y
sus ojos estaban muy abiertos, como si mirara con miedo, tal vez por
primera… y última… vez de su vida. Greg se obligó a examinar las heridas
fatales del perro. Sí. Es justo lo que le dijo su subconsciente en su primera
mirada. El perro no había sido asesinado con un cuchillo u otro objeto
afilado. Había sido ferozmente rasgado por dientes y garras. Había sido
atacado por otro animal.
Greg se atragantó y tragó otro trago seco. Respirando por la boca, abrió
la bolsa de plástico y la puso sobre el perro. Una vez que lo tuvo cubierto,
deslizó la bolsa debajo del animal y usó el plástico para recoger las entrañas.
Cuando lo tuvo todo, llevó la bolsa a los arbustos entre su casa y la de su
vecino y la vació entre los arbustos. El perro cayó al suelo con un
repugnante golpe.
Miró hacia su casa para asegurarse de que ninguno de sus padres miraba
por la ventana. No. Todo está bien. La casa del vecino era de un solo piso.
No podían ver el interior de su patio, y esta parte del patio estaba
protegida de la calle. Nadie lo estaba mirando. Aun así, probablemente este
no fue el mejor plan del mundo.
Pero era lo mejor que tenía.
Si el perro fuera un humano, los forenses señalarían a Greg en un
nanosegundo. Pero el cadáver era un perro. No pensó que habría mucha
investigación cuando se encontrara el cuerpo. Parecía que un coyote había
mutilado a la pequeña y desagradable criatura.
Pero no fue así.
Por mucho que le encantaría convencerse a sí mismo de que eso es lo
que sucedió, sabía que ningún coyote mataría a un perro y luego lo
colocaría junto a su bicicleta. Porque el perro claramente había sido
posado. Aunque un poco de sangre del cuello y los intestinos del perro
manchó el cemento junto al neumático de Greg, no era suficiente sangre
para el salvajismo de las heridas del perro. El perro debió haber sido
asesinado en otro lugar.
No, los coyotes no tenían nada que ver con la muerte del perro.
Greg se dio cuenta de que estaba congelado en su lugar por el arbusto.
Arregló la bolsa de plástico, trotó hasta el cubo de basura debajo de su
casa y la metió dentro de una de las bolsas de basura de la cocina. Cerró
la tapa.
Fue entonces cuando su teléfono sonó.
No quería mirarlo.
Pero tenía que hacerlo. El texto entrante era, como Greg sabía que
sería, de Fetch:

Greg todavía estaba mirando la pantalla cuando llegó otro mensaje de


texto, este de Hadi: ¿Y tú?
Debería haber estado en la casa de Hadi para tomar el autobús ahí hace
unos minutos. Rápidamente le envió un mensaje de texto, Lo siento, se
me hizo tarde.
Luego agarró su bicicleta y pedaleó bajo la lluvia, esperando que el
viento en su espalda lo ayudara a llegar con Hadi antes de que llegara el
autobús.

✩✩✩
Greg pasó el día prestando muy poca atención a lo que sucedía a su
alrededor. Cada vez que tenía la oportunidad, sacaba su teléfono y se
desplazaba hacia atrás para borrar los mensajes de texto antiguos.
La araña lo había asustado. Pero el perro muerto lo había
aterrorizado… Fetch había matado al perro para ayudar a Greg. ¿Qué otra
“ayuda” trataría de ofrecerle?
No pasó mucho tiempo después de encontrar al perro para que Greg
llegara a la conclusión de que Fetch podía hacer todo tipo de cosas
desagradables con lo que Greg había dicho que quería. Así que trató de
encontrar cualquier texto en el que hubiera sugerido que quería o
necesitaba algo.
Pero el problema era que Fetch parecía estar haciendo más que acceder
a mensajes o conversaciones antiguas. Parecía estar escuchando la vida de
Greg. «¿Cómo?»
Greg necesitaba hablar con Hadi y Cyril. Necesitaba su ayuda.
Desafortunadamente, pasaron dos días antes de que pudiera convencer
a Hadi y Cyril de que lo ayudaran a hacer lo que sabía que tenía que hacer.
No pudo hablarles del perro del vecino hasta después de la escuela. Como
era de esperar, estaban asustados. Cyril quiso olvidarlo tan pronto como
lo escuchó. Hadi, sin embargo, quería ver el cuerpo. Así que siguió a Greg
a casa, y se quedaron juntos bajo la lluvia mirando al perro muerto, que
ahora era un montón húmedo y espeluznante de vísceras y pelaje.
—Quiero volver al restaurante —le dijo Greg a Hadi una vez que
estuvieron en la habitación de Greg.
Hadi lo miró fijamente.
—Después de eso —hizo un gesto con la mano en la dirección de donde
yacía el perro muerto— ¿quieres volver?
—Bueno, querer probablemente no sea la palabra correcta. Pero
necesito hacerlo. Tengo que saber qué está pasando.
Hadi negó con la cabeza y dijo que se iba a casa.
Pero Greg fue persistente. Acosó implacablemente a Hadi y Cyril a
través de mensajes de texto esa noche y en persona a la mañana siguiente
y por teléfono a la tarde siguiente hasta que los convenció de que
regresaran al restaurante con él. Después de la escuela, se acurrucaron en
el vestíbulo de la escuela antes de correr bajo la lluvia hacia su autobús.
—Esta noche seguirá lloviendo —les dijo Greg—. Abra menos gente.
—Sí. Lo que sea —dijo Hadi.
—Vamos a morir —dijo Cyril.
Greg rio.
—No vamos a morir.
—Entonces, ¿por qué su estómago estaba revuelto y su corazón se
trasladó a su garganta?

✩✩✩
Fue un poco más difícil alejarse de sus familias un miércoles por la noche,
pero lo lograron diciendo que iban a hacer la tarea juntos en la casa de
Greg. Sus padres, como de costumbre, estaban fuera. Su madre había
tomado un trabajo a tiempo parcial como recepcionista en un hotel. No
estaba seguro de qué se trataba y no preguntó. Su padre estaba trabajando
hasta tarde en su versión más reciente—: Odio el trabajo de acabado —
se había quejado esa mañana—. Ahí es cuando el cliente siempre se pone
quisquilloso.
La primera vez que fueron al restaurante, Greg y sus amigos iban
armados únicamente con una palanca y linternas. Esta vez, también cada
uno trajo cuchillos de cocina, y Hadi metió su bate de béisbol en su mochila.
Fue simple irrumpir en el restaurante la segunda vez… en realidad,
incluso más fácil. La cerradura de la puerta de servicio que había sido rota
no había sido reparada ni reemplazada. Sólo tenían que tirar de la pesada
puerta para abrirla y pasar.
Una vez dentro, encendieron sus linternas y las iluminaron. Empezaron
por el suelo. Claramente, todos tenían la misma idea. Buscaban huellas
distintas de las suyas en el polvo que cubría el suelo de linóleo azul
agrietado. Desafortunadamente, habían raspado tanto el polvo en su
primer viaje que era imposible saber con certeza si alguien más había
estado ahí.
—¿Tenemos un plan? —preguntó Cyril cuando salieron al pasillo.
Greg notó que los tres respiraban rápido. Su voz sonó sin aliento
cuando dijo—: Creo que deberíamos empezar por encontrar a Fetch.
Caminaron hombro con hombro por el pasillo. Esta vez estaba mucho
más tranquilo en el edificio porque la lluvia, aunque constante, era suave.
También había niebla. Eso tendía a amortiguar los sonidos.
—Descubrí algo sobre el restaurante —dijo Cyril. Su voz sonaba
demasiado fuerte y forzada.
—¿Qué? —preguntó Hadi.
—Esto era parte de una cadena de pizzerías que… cerró después de
que algo sucedió en una de ellas.
—¿Qué pasó? —preguntó Greg.
—No sé. Me tomó mucho tiempo incluso encontrar lo que encontré.
Acabo de encontrar una referencia en un tablero de mensajes para
personas a las que les gusta explorar lugares abandonados.
Hadi se detuvo en seco, con el haz de su linterna parpadeando en el
suelo frente a él.
—¿Qué? —dijo Cyril.
Greg miró a lo largo del haz iluminado de la luz de Hadi.
Cyril chilló.
Greg no podía culparlo.
Las huellas de perros salieron del área de comedor de la pizzería y se
dirigían hacia el vestíbulo.
—Qué–? —Hadi todavía no se había movido.
—Lo encendiste —le dijo Cyril a Greg.
—Oh sí, así se hace, amigo —dijo Hadi.
Antes de que Greg pudiera responder, un estrépito vino del interior de
una de las puertas cerradas a lo largo del pasillo.
Cyril chilló de nuevo. Hadi dejó caer su linterna.
—Necesitamos ver qué hay en esas habitaciones —dijo Greg.
Hadi recuperó su linterna y la enfocó en el rostro de Greg. Greg cerró
los ojos con fuerza y se dio la vuelta.
—¿Estás loco? —preguntó Hadi.
—Probablemente. Pero tengo que saber qué está pasando. Voy a
comprobarlo. No tienes que venir si no quieres.
—Yo no quiero —respondió Cyril.
—Muy bien. —Greg sacó la palanca de su mochila, miró el cuchillo y
concluyó que no tenía suficientes manos para sostener una palanca, un
cuchillo y su linterna. Así que agarró firmemente la palanca y la linterna,
luego dio cinco pasos hacia la puerta cerrada más cercana. Notó una
pequeña señal que se había perdido la última vez. Decía SALA DE CONTROL.
Se puso la palanca bajo el brazo y alcanzó el pomo de la puerta.
Hadi apareció a su lado.
—No puedo dejarte entrar solo. —Sacó el bate de béisbol de su
mochila y lo agarró con fuerza.
Cyril se acercó corriendo.
—¡No estaré esperando aquí solo!
—Gracias —le dijo Greg.
Giró el pomo, respiró hondo y abrió la puerta. Rápidamente se volvió a
armar con la palanca.
Los tres rayos de la linterna atravesaron la polvorienta oscuridad y
revelaron un grupo de viejos monitores de computadora, teclados y lo que
parecían paneles de control llenos de diales y perillas. No había nada más
en la habitación.
—No veo nada que pueda haber hecho ese sonido —dijo Hadi.
Greg asintió.
—Probemos en la siguiente habitación.
—Esperen. —Hadi se acercó al teclado más cercano y pulsó las teclas.
Giró un par de diales en los paneles de control. No pasó nada. Se encogió
de hombros—. Tenía que comprobar.
Cyril, ganando valor con su amigo, entró más en la habitación y también
pulsó botones. No pasó nada.
Greg salió de la habitación y se dirigió a la siguiente puerta cerrada.
Como pensó que harían, sus amigos lo siguieron.
Esta puerta estaba marcada como SEGURIDAD y la habitación detrás de
ella era similar a la primera. Monitores de computadora más anticuados
volvieron a mirar a los chicos sin comprender. Nada funcionaba.
Una última puerta cerrada. Esta tenía la etiqueta ALMACENAMIENTO.
—El sonido debe haber venido de aquí —dijo Greg. Cogió el pomo.
Pero Cyril lo agarró del brazo.
—¡Espera!
Greg miró a Cyril.
—Nunca nos dijiste lo que querías hacer. ¿Por qué estamos aquí?
—Sí, amigo —coincidió Hadi—. Decías que tenías que “ver”. ¿Ver qué?
¿A Fetch? ¿Qué vas a hacer cuando lo veas? ¿Interrogarlo? ¿Razonar con él?
Es una pieza de maquinaria.
—Sí —respondió Cyril— cuando lo dejamos, no estaba ahí. Señaló la
puerta. Greg no sabía cómo explicar por qué necesitaba estar aquí—.
Tengo que saber si alguien más estuvo aquí y nos está haciendo una broma.
Y si es Fetch, quiero ver cómo funciona.
No se molestó en explicar por qué tenía que buscar en esta habitación.
Antes de que pudieran protestar de nuevo, abrió la puerta.
Y volvió a mirar a sus amigos. Cyril gritó. Hadi jadeó.
Mirando hacia atrás a los chicos, en las brillantes corrientes de sus luces,
había cuatro personajes animatrónicos de tamaño natural. Eran al menos
cinco veces más grandes que Fetch, que era del tamaño de un Beagle.
Greg se recuperó primero. Apuntó su luz alrededor de la habitación.
Cada vez que el rayo aterrizaba en algo, se quedaba sin aliento. La
habitación no sólo albergaba a los cuatro personajes. También estaba lleno
de partes animatrónicas y disfraces de personajes, era todo un guardarropa
lleno de ellos.
Docenas de pares de ojos ciegos los miraron fijamente a través de la luz
de la linterna. O al menos Greg esperaba que estuvieran ciegos.
Sus amigos no habían hablado desde que abrieron la puerta. De repente,
un zumbido áspero llenó la habitación. Las luces de los chicos se deslizaron
por todo el espacio, buscando el origen del sonido.
Uno de los personajes animatrónicos pareció mover su pierna, y luego
algo pequeño, oscuro y peludo salió disparado de detrás de ellos, hizo un
arco hacia los niños, ladró y luego salió disparado de la habitación. Antes
de que pudieran hacer algo más que jadear al unísono, lo que fuera
desapareció de la vista.
Cyril chilló y salió de la habitación. Greg y Hadi le pisaron los talones.
Este no era un momento para pensar.
Ese era Fetch quien saltó sobre ellos, ¿no es así?
Tenía que ser.
Aunque Hadi o Greg podrían haber golpeado a Fetch, o lo que fuera,
con el bate de béisbol o la palanca, el cerebro de Greg ni siquiera lo
consideró. Al parecer, el de Hadi tampoco. Sólo tenían una idea consciente
en la cabeza: correr.
Mientras corrían por el pasillo hacia la salida, Greg trató de no escuchar
los gruñidos y los golpes de garras que los seguían. También cerró
firmemente la puerta en su mente cuando trató de hacer preguntas sobre
cómo Fetch… «¡No! No iré ahí».
«Sal, sal, sal». Ese era su único pensamiento.
Sólo tardaron unos segundos en llegar a la puerta y pasar a través de
ella, Cyril a la cabeza y Greg a la cola. ¿Fue un mordisco en el talón lo que
lo tocó justo antes de pasar el pie y cerrar la puerta?
«Tampoco voy a ir ahí».
Sin hablar, los chicos agarraron sus bicicletas, pero justo cuando lo
hicieron, un gemido detrás de ellos los hizo detenerse. Con mano
temblorosa, Greg apuntó con su linterna a la pizzería.
Un perro callejero mojado trotó hacia ellos, pero cuando Cyril gritó de
miedo, el perro se desvió hacia los abetos que rodeaban el edificio
abandonado.
—No era Fetch. —Greg soltó su bicicleta.
—No me importa —dijo Cyril.
—Sí importa —respondió Greg—. Quiero encontrar a Fetch y
averiguar qué está haciendo. Voy a volver a entrar.
—Me voy a casa —contestó Cyril.
Hadi miró de Greg a Cyril y viceversa. Greg se encogió de hombros,
aunque un poco tembloroso, y se dirigió hacia la pizzería.
—No puedes entrar solo. —Hadi soltó también su bicicleta y lo siguió
Greg. Miró a Cyril.
—El perro real hizo ese ruido que escuchamos y probablemente
también las huellas.
Cyril se abrazó a sí mismo y luego suspiró.
—Si muero, volveré y los mataré a los dos.
—Es justo —respondió Greg.
Los chicos volvieron a entrar en la pizzería. Se quedaron pegados
mientras bajaban por el pasillo, cerrando la puerta de la sala de
almacenamiento al pasar. Sin hablar, se dirigieron al comedor.
Los rayos de sus linternas se dispararon de un lado a otro como focos,
cruzaron la habitación hacia el mostrador de premios. Sólo llegaron a la
mitad del camino antes de que se detuvieran.
No tuvieron que acercarse más para ver lo que vinieron a ver.
Fetch ya no estaba en el mostrador.
Greg arrojó su viga al suelo y luego pasó alrededor del mostrador de
premios. No estaba Fetch.
—Tal vez se cayó detrás del mostrador —sugirió Hadi, sin sonar
particularmente convencido de su teoría.
—Quizás.
Como ninguno de sus amigos se movió, Greg respiró hondo y avanzó
arrastrando los pies.
—Avísenme si ven algo —les dijo a sus amigos.
—Te cubrimos —dijo Hadi.
Greg no estaba tan seguro, pero tenía que saber si Fetch estaba ahí.
Ignorando el hilo de sudor que le corría entre los omóplatos, llegó al
mostrador y comenzó a caminar de puntillas alrededor.
—Amigo —dijo Hadi— ¿no crees que ya nos habría escuchado?
Greg se estremeció. Era un buen punto. Él se rio, pero el sonido era
más un croar cuando salió. Así que se apresuró a rodear el mostrador y
arrojó su rayo de luz a todos los lugares a los que podía llegar.
Fetch no estaba ahí.
Greg se volteó y miró a sus amigos.
—Fetch se ha ido.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Cyril.
—No… no estoy seguro —confesó Greg.
Hadi, como siempre optimista, intervino.
—¿Qué pasa si le envías un mensaje de texto para que se detenga? ¿O
dejarte solo? Tiene que escucharte, ¿verdad? Está en su programación.
—Probé eso. —Greg suspiró—. No funcionó.
—¿Podrías darle una tarea imposible? —preguntó Cyril—. ¿Algo que
ocupara su tiempo para siempre?
—¿Cómo qué?
—No lo sé, sólo estoy tratando de encontrar una solución fácil.
—No hay una solución fácil —espetó Greg—. Sólo… necesito tiempo
para pensar.
Como unidad, los chicos se dirigieron de regreso por donde habían
entrado. Nadie sugirió mirar más a su alrededor. Ni siquiera Greg. Ninguno
habló. Simplemente volvieron a salir, se montaron en sus bicicletas y
pedalearon con fuerza en la niebla que ahora era tan densa que el
restaurante desapareció en ella. Pedalearon en un silencio sólo roto por la
lluvia, el sonido de sus ruedas sobre el pavimento mojado y su respiración
jadeante.
En la esquina donde normalmente se detenían para despedirse antes de
ir en bicicleta a sus respectivas casas, nadie redujo la velocidad. Todos se
dirigieron a casa. Greg lo entendió. Ninguno de ellos estaba dispuesto a
hablar sobre lo que acababa de suceder.
Greg no lamentó llegar a casa y descubrir que sus padres aún estaban
fuera. De hecho, se sintió aliviado de que no lo vieran. Cuando se miró en
el espejo del baño, estaba tan pálido que sus rasgos casi desaparecieron en
la blancura de su rostro.
Una ducha larga y caliente le devolvió el color a su piel y le devolvió el
pensamiento consciente a la mente. ¿Dónde estaba Fetch?
Aunque sabía que Fetch habría tenido que salir del restaurante para
desenterrar la araña y matar al perro del vecino, Greg se había convencido
a sí mismo de que Fetch regresó al restaurante cuando cumplió con su
deber. La idea de que él estuviera ahí fuera, en algún lugar, al acecho…
Se le erizó el pelo de la nuca. De repente, recordando su teléfono, se
quedó mirando el suéter verde que había dejado arrugado en el suelo. Su
teléfono estaba en uno de los bolsillos.
Respiró hondo, se inclinó y recuperó el teléfono, buscando mensajes de
texto perdidos.
Ahí estaba el último mensaje de Fetch:

Espero verte pronto.


—Sí, bueno, yo no espero verte pronto —murmuró Greg.

✩✩✩
Greg no se permitió hacer todas las preguntas que quería hacerse
después de su último encuentro con Fetch. En cambio, decidió
concentrarse en la escuela para variar, específicamente en español. Si no
superaba su tarea de español, iba a reprobar la clase. El sábado por la
mañana, le envió un mensaje de texto a Manuel preguntándole si tenía
tiempo para ayudarlo. Manuel no respondió.
Greg se encogió de hombros. De acuerdo, tendría que salir adelante
solo. Abrió su cuaderno de español y tomó su lápiz.
Luego partió su lápiz por la mitad cuando se dio cuenta de lo que
acababa de hacer.
—¡Oh no! —gritó Greg. Se levantó de un salto. Tengo que ir a…
—¡Tonterías! ¡No sé adónde tengo que ir!
Greg tomó su teléfono y llamó a Cyril.
—No voy a volver ahí —le dijo Cyril.
—No es por eso que estoy llamando. ¿Sabes dónde vive Manuel?
—Sí. Está a unos ochocientos metros calle arriba de mí. Así fue como
nos conocimos. —Le dio a Greg una dirección—. ¿Por qué lo necesitas…?
—Tengo que irme. Lo siento. Te lo explicaré más tarde. —Greg se
metió el teléfono en el bolsillo y salió de su casa. Agarrando su bicicleta,
ignoró la niebla constante y pedaleó tan fuerte como pudo.
✩✩✩
Greg casi se derrumba de horror cuando llegó a la casa de Manuel y vio
que la puerta principal estaba abierta de par en par. ¿Llegó demasiado
tarde?
Inmediatamente después de enviarle un mensaje de texto a Manuel, se
dio cuenta de que Fetch podría haber interpretado ese texto como una
instrucción para recuperar a Manuel. Dado lo que Fetch le había hecho al
perro del vecino, temía que Fetch castigara a Manuel por no estar
disponible para ayudarlo. O peor aún, Fetch podría matar a Manuel y
arrastrar su cuerpo a la casa de Greg. No sabía de qué era capaz la bestia
animatrónica.
Dejando su bicicleta en el camino de concreto, corrió hacia la puerta y
se asomó a la entrada cubierta de azulejos de la pequeña casa de un piso.
Empezó a sudar frío cuando vio huellas de patas embarradas en los
cuadrados grises.
—¿Manuel? —gritó, dando un paso dentro de la casa.
—¿Qué pasa? —llamó una voz detrás de Greg.
Un perro ladró.
Greg se dio la vuelta. Manuel y un labrador amarillo estaban parados al
borde de un patio delantero lleno de parches de césped y tierra expuesta.
El perro tenía una bola roja en la boca y sus patas estaban embarradas.
El corazón de Greg, que había estado tratando de establecer un récord
de velocidad, ahora se instaló en un ritmo más normal.
—Hola, Manuel.
—Hola Greg. —La sonrisa de Manuel era amistosa pero confusa.
No es una sorpresa. ¿Cómo podía explicar por qué estaba aquí?
—Um, te envié un mensaje de texto, pero no respondiste. De todos
modos, necesitaba un paseo en bicicleta, así que pensé en pasar por aquí,
Cyril me dijo que vivías en la misma calle que él. Me preguntaba si tienes
tiempo para ayudarme con mi tarea de español.
La confusión de Manuel desapareció.
—Seguro. Perdón por no responder. Dejé mi teléfono adentro. Puedo
hacerlo ahora, si Oro nos lo permite. —El perro a su lado ladró.
Greg, tan aliviado de haber imaginado un peligro que no existía, le sonrió
al perro.
—Hola, Oro. ¿Quieres que lance la pelota?
Oro movió la cola pero no se movió.
Manuel se rio.
—Entiende español. Di, “Tráeme la pelota”.
Greg repitió la orden.
Oro le trajo la pelota.
Greg rio.
—Quizás no necesito tu ayuda. Quizás Oro pueda ayudarme.
Manual también se rio, y durante la siguiente hora, Greg se olvidó de
Fetch mientras jugaba con Oro y mejoraba su español.

✩✩✩
El resto del fin de semana transcurrió sin incidentes inquietantes. Y
cuando llegó el lunes, Greg estaba de muy buen humor. Se trataba de su
triunfo más reciente, conseguir a Kimberly como su compañera de
laboratorio. Él lo había planeado; había sucedido. Y después de que su
intención más reciente con Fetch pareció frustrarlo, parecía que en
realidad estaba aprendiendo a usar el Campo de Punto Cero. ¡Bien!
Greg y Kimberly tuvieron su primera reunión después de la escuela al
día siguiente en el laboratorio de ciencias. A cada equipo se le había dado
un tiempo establecido para usar la máquina REG que el Sr. Jacoby consiguió
para sus experimentos. Greg y Kimberly fueron los segundos en usar la
máquina.
Su tarea era intentar controlar, con sus mentes, los 0 y 1 generados por
la máquina. Ambos debían centrar su voluntad en 0 o 1 (Greg tomó 0 y
Kimberly 1) durante un total de diez minutos cada uno. Debían registrar
sus resultados, y luego se suponía que debían escribir un artículo sobre
algún aspecto de la investigación REG y cómo impactaba a la sociedad. Greg
había pensado que tendría que ser él quien sugiriera un tema, pero
Kimberly se le adelantó.
Sentada en el suelo con las piernas cruzadas después de usar la máquina
REG, Kimberly dijo—: Tengo una idea para el artículo. —Sacó su teléfono
y lo pulsó. Greg miró sus manos. Tenía las manos más bonitas. Hoy, sus
uñas eran de un azul brillante. Hacían juego con el ajustado suéter azul que
llevaba. Trató de no mirar…
—¿Me estás escuchando?
—Lo siento. ¿Qué decías?
Aunque Greg conocía a Kimberly desde hacía siete años, estaba bastante
seguro de que nunca le había dicho más de dos palabras a la vez. Cada vez
que tenía la oportunidad de hablar con ella, su cerebro se escurría por sus
piernas y se encharcaba en sus zapatos. Ahora la había conseguido como
pareja, pero ¿cómo iba a hablar con ella?
—Dije que creo que deberíamos escribir sobre cómo los REG influyen
en los grandes desastres mundiales.
Guau. ¿Ella sabía eso?
Si no había estado enamorado antes, seguro que lo estaba ahora.
—Sí —estuvo de acuerdo—. Eso suena perfecto.
—¿Lo sabes? —Ella lo miró.
Greg todavía estaba sentado en su silla, pero ahora se deslizó hacia el
piso de baldosas beige para poder verla mejor. Animado por su idea, se
olvidó de estar nervioso.
—Sí. He estado siguiendo la forma en que se han utilizado los REG para
estudiar el poder del pensamiento hace un par de años.
—¡Eso es Gucci! —Kimberly le dedicó una de sus sonrisas completas.
Él le devolvió la sonrisa como un idiota.
Estaba tan emocionado con el tema de su papel que no estaba tan
molesto por el hecho de que a Kimberly le hubiera ido mejor con la
máquina REG que a él. No importa cuánto se concentró, los resultados de
su máquina estaban apenas por encima de una lectura aleatoria normal.
—Traté de hablar con mis padres al respecto —dijo Kimberly—. Tienen
una mente bastante abierta, pero mamá dijo que era demasiado “extraño”
y papá dijo que las máquinas probablemente se estaban configurando para
obtener los resultados que la gente quería. ¡Pero no es cierto!— Kimberly
se inclinó hacia adelante con los ojos brillantes.
Greg no podía creer que ella estuviera tan metida en estas cosas como
él.
—Lo sé —dijo Greg, inclinándose también—. ¿Y sabías que tienen picos
antes de los grandes eventos deportivos? —Dudó sólo un segundo antes
de decir—: ¿Conoce a Cleve Backster?
Kimberly parpadeó.
—No. ¿Quién es él?
—Era instructor de interrogatorios de la CIA y daba clases sobre el uso
del polígrafo.
—Okey. —Kimberly apoyó los codos en las rodillas, claramente
concentrada en lo que estaba diciendo.
No podía creer que tuviera toda su atención. Trató de no dejarse
distraer por su perfume de melocotones y crema.
—¿Y qué hizo?
Greg se aclaró la garganta.
—Bueno, comenzó a usar la máquina del polígrafo para hacer
experimentos con plantas y descubrió que las plantas pueden sentir
nuestros pensamientos.
—Mi madre le canta a sus plantas porque dice que las hace crecer más
rápido.
Greg asintió.
—Probablemente lo haga.
—Por eso me sorprendió que mi madre no creyera en las cosas de REG.
—Creo que asusta a la gente —dijo Greg.
Kimberly asintió.
—Entonces, ¿qué más hay sobre este tipo del polígrafo?
—Backster experimentó con las reacciones de la planta a sus acciones.
Quemó una planta y tuvo una reacción, pero no sólo en la planta quemada.
¡Las plantas cercanas también reaccionaron! Y luego sólo pensó en quemar
las plantas, y al segundo que tuvo ese pensamiento, el polígrafo registró
una reacción en todas las plantas. Como si las plantas le hubieran leído la
mente.
—¡Whoa!
Greg asintió con tanta fuerza que se sintió como un muñeco
bobblehead.
—¡Si lo sé! —sonrió—. La mayoría de la gente no le creyó a Backster
cuando publicó sus resultados. Pero siguió experimentando, no sólo con
plantas sino con células humanas, y demostró que las células pueden sentir
pensamientos. Tienen conciencia.
Kimberly hizo girar un mechón de su brillante cabello con el dedo índice.
—Entonces, si las células tienen conciencia, ¿por qué es un salto tan
grande pensar que nuestros cerebros pueden influir en una máquina?
—¡Exactamente!
—Deberíamos incluir eso en nuestro documento —dijo Kimberly—. Es
algo interesante.
—Sí. Pensé que era tan genial que decidí hacer mis propios
experimentos.
Mi tío me compró una máquina de polígrafo y comencé a probar cosas
con mis plantas. Realmente funciona. Saben lo que estoy pensando…
bueno, al menos las cosas simples.
—¡Guau!
—También he estado probando otras cosas. —Greg vaciló. ¿Debería
decírselo?
—¿Cómo qué? —preguntó.
Greg se mordió el labio. Oh, ¿por qué no? Se acercó a ella y bajó la voz.
—¿Recuerdas lo que dijo el Sr. Jacoby sobre el Campo de Punto Cero,
que significa que toda la materia en el universo está interconectada por
ondas subatómicas que conectan una parte del universo con todas las
demás?
—Sí.
—Bueno, leí sobre el campo durante el verano, y cuando lo hice, me
emocioné mucho. Leí que los investigadores dicen que este campo podría
explicar muchas cosas que nadie podía explicar antes, cosas como el chi, la
telepatía y otras habilidades psíquicas.
—Tengo una prima que es psíquica. Siempre sabe cuándo habrá un
examen en su escuela. —Kimberly se rio—. He estado tratando de que
ella me enseñe cómo hacer eso.
Greg sonrió.
—Entonces lo conseguirás.
—¿Conseguir qué?
—Bueno, tengo algunas cosas buenas en mi vida, pero hay muchas cosas
que odio. Como mi papá y… bueno, sólo cosas. Entonces pensé que podría
aprender a usar el campo, ¿sabes? Comunicarme con él. Decirle lo que
quiero y hacer que me diga qué hacer. Así que estuve practicando con mis
plantas, viendo si respondían a mi intención, y luego comencé a
concentrarme en las cosas que quería y ver si tenía alguna idea, ya sabes,
como…
—¿Guía?
—Sí.
Kimberly asintió lentamente.
—Entiendo lo que estás tratando de hacer. —Arrugó su nariz
perfecta—. El problema es, bueno —se encogió de hombros— me
pregunto si tratar de hacer que el campo funcione es como un mono que
intenta pilotar un avión. Se va a estrellar y arder antes de que pueda
resolverlo.
Greg trató de que ella no viera que sus palabras se sentían como una
patada en el estómago. Sin embargo, obviamente entendió: No es que seas
un mono, quiero decir. Sólo quiero decir que las cosas cuánticas son
difíciles. A mí también me gusta, y he intentado leer sobre ellas, pero no
las entiendo. Realmente no puedo.
—¡Oye! —Trent White irrumpió en la habitación—. ¿Ustedes dos están
aplastando sus cara aquí o qué?
Kimberly se sonrojó de un rojo intenso.
—Cállate, Trent —dijo Greg.
—Cállate. Se te acabo el tiempo. Es nuestro turno. —Trent hizo un
gesto hacia su socio del proyecto, otro atleta de la escuela, Rory.
Greg todavía no podía creer que ambos estuvieran en Teoría Científica
Avanzada.
—Hemos terminado. —Kimberly se puso de pie.
Ella y Greg salieron de la habitación.
—Reunámonos durante el fin de semana para hablar más sobre el
artículo —sugirió.
—Está bien.

✩✩✩
Después de que Greg llegó a casa de la escuela, envió un mensaje de
texto a Hadi y Cyril, pidiéndoles que vinieran.
Mientras esperaba, miró el último mensaje de Fetch:

Demasiado fácil.
¿Qué es demasiado fácil?, respondió Greg.

Todo lo anterior.
¿Todo lo anterior? ¿Qué?, preguntó Greg.
411.
¿Toda la información anterior era demasiado fácil? ¿Qué quería decir
Fetch? ¿Estaba hablando de su conversación con Kimberly? ¿Estaba diciendo
que Greg estaba facilitando demasiado el Campo de Punto Cero? ¿Y por
qué a Greg le importaba la opinión de un perro animatrónico de todos
modos?
Quería ignorar a Fetch, pero luego Fetch envió un mensaje de texto:

REG M2.
Fetch envió un mensaje de texto con un enlace a un sitio web que vendía
REGs pequeños.
Greg no entendía qué quería decir Fetch con REG M2. ¿Quería decir
M2? —¿Yo también? —¿Eso significaba que Fetch estaba diciendo que él
también quería un REG? ¿O estaba diciendo que era un REG? ¿O como un
REG?
Greg frunció el ceño y le respondió: Gracias. Pensó que fuera lo que
fuera lo que Fetch estaba diciendo, debería permanecer en el lado bueno
de este.
Hadi y Cyril iban a llegar y traerían pizza. Sorprendentemente, los
padres de Greg estaban en casa, pero se vieron atrapados en una discusión
intensa y ambos dijeron—: Está bien —cuando Greg preguntó si sus amigos
podían venir con pizza.
Los chicos pasaron sus primeros quince minutos devorando pizza de
pepperoni y bebiendo Coca-Cola. Cuando Hadi eructó, en voz alta, Greg
decidió que era hora.
—Necesitamos hablar sobre lo que pasó la otra noche.
—¿De verdad? —preguntó Cyril.
—Sí —dijo Greg—. ¡Fetch está ahí fuera en alguna parte!
—Bueno, ahora sólo estás siendo un idiota —dijo Hadi—. ¿Eso es lo
que te molesta? ¿Qué está por ahí en alguna parte? Sí, está ahí fuera. Es
seguro. Fetch es un animatrónico, y obviamente lograste encenderlo. Pero,
¿qué tal el hecho de que Fetch desenterró la araña para ti o el hecho de
que mató a un perro por ti?
—Sí, exactamente —coincidió Greg.
—Creo que deberíamos destruirlo —dijo Hadi.
—Creo que deberíamos mantenernos alejados de eso —dijo Cyril.
—Sí, pero ¿Fetch se mantendrá alejado de nosotros? —preguntó Greg.
Hadi lo fulminó con la mirada.
—Tú fuiste quien lo activó.
Greg levantó las manos.
—¡Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo!
—Bueno, tienes que averiguarlo —dijo Hadi—. Tú eres el inteligente.
—Sí —estuvo de acuerdo Cyril.
—Suenas como si estuvieras enojado conmigo —acusó Greg a sus
amigos.
Cyril miró sus diminutos pies.
Hadi dijo—: Bueno…
—¡Estás enojado conmigo! ¿Qué hice?
—Tú eras el que quería ir ahí en primer lugar —dijo Cyril.
Greg abrió y luego cerró la boca. Él se levantó.
—Bien. Entonces ustedes dos pueden irse a casa. Me haré cargo solo.
Hadi y Cyril lo miraron y luego se miraron el uno al otro.
—Como sea, amigo —respondió Hadi—. Vamos. —Se levantó y le
indicó a Cyril que lo siguiera.

✩✩✩
Una hora más tarde, vestido con un chándal raído y una camiseta vieja
teñida de corbata, acostado de espaldas en la cama en la oscuridad, Greg
le dijo al techo—: Necesito dinero.
Si tuviera dinero, más dinero del que podría obtener cuidando niños,
podría tener todo lo que necesitara para sus experimentos. Podría
establecer su propio proyecto de conciencia. Entonces sabría qué hacer
con Fetch.
Tomó su teléfono. Durante el verano, había leído un artículo sobre este
emprendedor de trece años que estableció un negocio desde casa y estaba
obteniendo toneladas de ganancias. Greg tenía catorce años y era
inteligente. ¿Por qué no podía tener un negocio? Pulsó en una búsqueda,
cómo ganar dinero rápido.
Pasó la siguiente hora hojeando los sitios de ganar dinero en casa. Al final
de la hora, estaba frustrado, confundido y cansado. Así que se preparó para
irse a la cama. Justo antes de acostarse, tomó su teléfono y le envió un
mensaje de texto a Dare: Necesito el Dedo Mágico de la Suerte.
¿Me puedes enseñar a ganar dinero?
Dare no respondió. Greg supuso que probablemente estaba dormido.
Solía irse a la cama antes que él.
Antes de apagar la luz, su teléfono sonó. Tenía un mensaje de texto de
Fetch:

Buenas noches, dulces sueños.


—Dulces sueños para ti también —respondió Greg, ignorando el
escalofrío que le recorrió la espalda.
Frunció el ceño, molesto por algo; pero no estaba seguro de qué era.
Estaba tan cansado que no pensaba con claridad. No podía mantener los
ojos abiertos. Así que los cerró y se durmió de inmediato.

✩✩✩
Cuando Greg se despertó, todavía estaba oscuro. Salió de la cama y
parpadeó frenéticamente para concentrarse. ¡Su último mensaje! ¿Qué
había estado pensando?
—¡Idiota! —tomó su teléfono y borró su mensaje de texto a Dare.
Luego llamó a Dare.
Sin respuesta.
Sacó el número de teléfono fijo de Dare y lo llamó. Incluso si Dare
estuviera dormido, ese teléfono lo despertaría.
Sin respuesta.
¿Qué debía hacer?
No tenía forma de llegar solo a la casa de Dare. Estaba demasiado lejos
para ir en bicicleta. Ahí no pasaban autobuses. ¿Cómo podía llegar a Dare
y advertirle?
Un paseo. Necesitaba que lo llevaran. ¿Pero quién? De ninguna manera
podía preguntarle a sus padres.
Pensó en la señora Peters tres puertas más abajo. Ella siempre era
amable con él. Quizás…
Se quitó el pijama y se puso una sudadera gris y una sudadera con
capucha azul marino.
Agarró su teléfono y salió corriendo de su habitación.
No estaba seguro de cómo iba a explicarle a la Sra. Peters por qué
necesitaba que lo llevaran a… ¿qué hora era? Lo chequeó. Las cuatro y
media.
Bueno, tendría que averiguarlo.
En calcetines, bajo las escaleras de dos en dos. Dentro de la puerta
principal, se detuvo para ponerse las botas de lluvia en la entrada. Luego
echó hacia atrás el pestillo y abrió la puerta. Comenzó a presionarse a
través de la puerta.
Pero luego miró hacia abajo.
Sus piernas flaquearon de debajo de él y cayó al suelo. Comenzó a
jadear, se tapó la boca y apartó la mirada de lo que estaba encima de la
alfombra de BIENVENIDOS AMIGOS.
Sin embargo, apartar la mirada no ayudó. La imagen quedó grabada de
forma indeleble en sus retinas. En su mente podía ver el grueso dedo de
Dare, la base desgarrada y ensangrentada, parte del hueso sobresaliendo a
través de la sangre. El dedo era oscuro y tenía mechones de cabello claro.
La sangre era de un rojo brillante. Incluso solamente en su memoria, los
detalles eran insoportables. Incluso notó que la sangre se había coagulado
antes de que el dedo cayera sobre la alfombra porque la M blanca no estaba
ensangrentada.
—¿Greg? ¿Qué estás haciendo aquí? —La mamá de Greg bajaba las
escaleras.
Greg no pensó. Cogió el dedo y se lo metió en el bolsillo de la sudadera
con capucha. Agarrando el marco de la puerta, se puso de pie y cerró la
puerta.
—Creo que estaba sonámbulo —respondió. Era poco convincente.
Pero estaba demasiado distraído para pensar en algo mejor.
Entonces notó que su mamá estaba llorando.
—¿Qué ocurre?
Tenía los ojos y la nariz enrojecidos. Su rímel estaba manchado. Tenía
las mejillas húmedas. No vestía nada más que su túnica rosa y borrosa
sobre una camiseta blanca con volantes. Se secó las mejillas y se hundió en
el tercer escalón desde la parte inferior de las escaleras.
—¿Qué ocurre? —repitió. Corrió a las escaleras y se sentó junto a su
mamá.
Ella tomó su mano.
—Lo siento. No es el fin del mundo. Estoy sorprendida, eso es todo. Es
tu tío Darrin.
Greg se puso rígido.
—¡No lo vas a creer! —dijo su mamá, sollozando—. Fue atacado por
algún tipo de animal salvaje. ¡Le arrancó el dedo!
Greg no podía respirar. Miró su bolsillo con capucha. Puso su mano
sobre él, sintiendo el anillo todavía envuelto alrededor de la base
grotescamente rasgada. Cuando vio el dedo, habría sabido que era de Dare
incluso sin la presencia del ónix y el anillo de oro. ¿Pero el anillo? Eso, más
que los huesos y las venas expuestos, era lo que más lo había consternado.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se aclaró la garganta obstruida y dijo—:
¡Eso es terrible!
—También está todo arañado y con heridas. Ha sido trasladado en avión
al hospital. No puedo creer esto.
Greg no pudo consolarla. Estaba demasiado ocupado dándose cuenta.
—Oh no, no, no —gimió.
Su madre, sin comprender, lo abrazó.
—Está bien. Estoy segura de que estará bien. Probablemente hará una
broma por perder el dedo. —Ella rompió en llanto de nuevo.
—No, no, no —repitió Greg. Era como un mantra, como si decirlo lo
suficiente y haría que todo se detuviera y volviera a ser como antes.
Separándose de su madre, tocó el bolsillo de la sudadera con capucha y
dijo—: Necesito aire. —Corrió hacia la puerta principal, la abrió de par en
par y bajó corriendo las escaleras.
No estaba lloviendo, pero si lo hubiera estado, no le habría importado.
Tenía que escapar. No podía afrontarlo. No podía aceptar lo que había
hecho.
Porque lo había hecho. Evidentemente, lo había hecho.
Greg no sabía adónde había planeado ir cuando salió de su casa, pero
antes de que pudiera ir a ninguna parte, se detuvo en seco. ¿Era…?
Sí, lo era.
Bajo los pinos de la orilla agrupados cerca de la parte trasera de su
jardín, junto a la hierba de marram en el borde de las dunas, Fetch se sentó.
Sus ojos brillaban rojos a la luz antes del amanecer, sus orejas estaban
inclinadas hacia adelante, como si estuviera en duda. Greg estaba tan
enojado y molesto que ni siquiera pensó en huir. En cambio, agarró el bate
de béisbol del montón de equipo deportivo de su padre y dio un paso hacia
Fetch. Luego otro. Y otro. Y luego estaba corriendo a toda velocidad.
Fetch se puso de pie. Con sus ojos brillantes y miró a Greg.
Si Fetch hubiera sido un perro de verdad, Greg habría pensado que era
lindo. Pero no era un perro de verdad. Era un asesino animatrónico hecho
para parecerse a un perro. No iba a dejar que la mirada aparentemente
feliz lo detuviera.
Cuando llegó a Fetch, no lo dudó. Hizo girar el bate en busca de la
cabeza.
El primer golpe abrió la parte superior de la cabeza de Fetch, revelando
una calavera de metal y cables rotos. Las chispas volaron cuando Greg
terminó para otro golpe.
—¡¿Qué hiciste?! —le gritó Greg al Fetch.
La boca de Fetch se abrió con bisagras en lo que parecía una sonrisa
tonta. Greg giró el bate y golpeó la boca de Fetch. Los dientes de metal
salieron disparados y más chispas chisporrotearon en el extremo de los
cables que colgaban por la abertura de su boca.
Pero Fetch seguía mirando a Greg con lo que parecía una mirada
ansiosa.
—¡Para! —chilló Greg.
Balanceando el bate en un amplio arco, lo arrojó sobre la cabeza de
Fetch tan fuerte como pudo. El metal resonó. Más chispas volaron hacia la
hierba húmeda de las dunas. Siguió atacando. Golpeó a Fetch con el bate.
Una, dos, tres, cuatro veces. Finalmente, la cara de Fetch quedó
pulverizada. Pero Greg no había terminado. Volvió a levantar el bate y
golpeó lo que quedaba de la máquina. Pronto, los restos del asesino
animatrónico no se parecían a nada más que a una pequeña pila de
escombros industriales. Aun así, no se detuvo… no hasta que tuvo
ampollas en las palmas de las manos y estaba masticando el aire del mar en
frenéticos tragos con la boca ancha.
Finalmente, dejó caer el bate.
Cayó de espaldas en las descuidadas y húmedas dunas. Se quedó
mirando la pila de metal, bisagras, piel sintética y cables mientras se sentaba,
recuperando el aliento. El oleaje era fuerte, su rugido rítmico como el
cántico de un millón de hombres enojados. Para Greg, era el sonido del
juicio. Fue su acusador. ¿Cómo se atrevía a pensar que sabía lo suficiente
sobre el campo como para pensar en la suerte y esperar ganar dinero? ¿Y
en qué estaba pensando cuando le envió un mensaje de texto a Dare sobre
el Dedo Mágico de la Suerte? Él era el que se había equivocado. ¿Cómo
podía culpar a Fetch de esto?
Fetch podría haber sido como una máquina REG en el sentido de que
parecía estar reaccionando a los pensamientos de Greg, pero no era una
máquina REG. ¿Era él?
No entendía lo que estaba pasando, pero pensó que Fetch estaba
respondiendo a algo más que a sus mensajes de texto. De alguna manera,
estaba observando sus acciones y tal vez incluso estaba leyendo sus
pensamientos de la forma en que lo hacían las plantas de Greg. Fetch no
era el Campo de Punto Cero, pero era parte de él. Parecía estar actuando
como si fuera el perro del campo o algo así, consiguiendo lo que el campo
pensaba que Greg quería.
Fuera lo que fuese Fetch, era culpa de Greg que a Dare le arrancaran el
dedo.
—Greg, ¿estás ahí fuera? —Llamó la mamá de Greg.
Greg miró el animatrónico destruido.
—¿Greg? —Su madre empezó a bajar los escalones.
Greg y los escombros estaban parcialmente ocultos en la hierba de
marram, pero si su madre entraba al patio trasero, los vería. Greg miró a
su alrededor y vio una bache debajo del tronco cubierto con los dientes
de Fetch. Rápidamente metió todas las partes de este en el agujero y
gritó—: Ya voy.
Su madre quería que Greg supiera que Dare estaría en cirugía por un
tiempo para reparar los nervios dañados y coser sus laceraciones. Pasaría
algún tiempo antes de que pudieran ir a visitarlo, así que ella iba a trabajar
hasta entonces. Abrazó a Greg antes de irse. Su papá ya se había ido.
Cuando Greg entró, se dio cuenta de que había salido de la casa sin su
teléfono. ¿Y si alguien hubiera estado tratando de comunicarse con él?
«¿Alguien?»
Seamos realistas. Se refería a Fetch. ¿Fetch le había enviado un mensaje
de texto antes de que él lo viera?
Sí. Fetch había enviado un mensaje de texto, lo descubrió cuando llegó
a su habitación. Fetch le había preguntado cómo iba a usar el Dedo Mágico
de la Suerte.
Esta pregunta puso a Greg en posición fetal en la cama y provocó una
nueva oleada de lágrimas. Las palabras de Kimberly se reprodujeron en una
pista repetida en su cabeza: «Se va a estrellar y arder antes de que se dé
cuenta».
Estrellar y arder.
Estrellar y arder.
Estrellar y arder.
Greg se sentó, se levantó y gritó—: ¡Noooo! —Agarró uno de los libros
de su mesita de noche y lo disparó contra la planta más grande de su
colección. La planta salió volando del estante y la tierra explotó en el aire.
Agarró otro libro y lo tiró. Otro libro, lo tiró. Hizo esto una y otra vez
hasta que cada una de sus plantas estuvo en el piso, y la suciedad estaba
por todas partes. Aspiró el olor almizclado de la tierra húmeda.
Se recostó y trató de calmar su respiración. Esto hizo que volvieran las
lágrimas, pero estaba bien. Se quedó ahí y lloró hasta que se durmió.

✩✩✩
Cuando se despertó, el sol se estaba poniendo por el oeste. Era media
tarde.
Cuando recuperó la plena conciencia, recordó todo.
—Qué herramienta tan completa —se reprendió a sí mismo.
¿Qué había estado pensando? ¿De verdad creía que podía averiguarlo?
¿Qué nadie más, ni la CIA, ni las universidades ni los expertos, habían
descubierto? Si pudiera hacerse, ¿no se habría hecho?
Había sido un imbécil egoísta. Ahora se dio cuenta de lo poco que sabía
y eso significaba que cualquier cosa que pensara que sabía, cualquier cosa
que pensara que había sido lo correcto, podría haber sido exactamente lo
opuesto a eso. ¿Fue realmente guiado al restaurante? ¿O se le ocurrió la
tonta idea a él mismo? Y si fue guiado, ¿qué lo guio? Había asumido que
estaba haciendo algo para conseguirle lo que quería, pero…
Cuando sonó su teléfono, se quedó paralizado.
Entonces se dio cuenta de que estaba siendo estúpido. Fetch no llamaba;
le enviaron un mensaje de texto. Miró su teléfono. Era Hadi.
—Oye, amigo, ¿estás bien? No fuiste a la escuela.
Greg miró sus plantas destruidas. Se había olvidado por completo de la
escuela. Se había olvidado por completo de la vida.
—Sí. Algo le pasó a Dare.
—¿Qué? ¿Él está bien?
—Amigo, lo siento.
Greg podía oír a Hadi hablando con otra persona.
—Cyril también dice que lo siente —dijo Hadi.
—Gracias.
—¿Podemos hacer algo?
—No, a menos que puedas hacer magia.
—Siento decepcionarte.
—Da igual.
—Oye, no estoy seguro de que te haga sentir mejor, pero Kimberly te
estaba buscando.
Greg se sentó y se peinó el cabello con los dedos, se contuvo y puso
los ojos en blanco. No era como si ella estuviera en la habitación. ¿Verdad?
—Dijo que tienes una buena idea sobre el artículo y que está lista para
trabajar en ello.
Claro. El artículo. Se desplomó. Había estado tan emocionado con eso,
y ahora no quería ni pensar en el tema.
Aun así, si eso significaba pasar tiempo con Kimberly…
Se dio cuenta de que Hadi estaba hablando.
—¿Qué? ¿Lo siento?
—Dije, después de verte en la luna por esa chica siempre, sería bueno
verte con ella.
—No ha sido siempre. Sólo desde segundo grado.
¿Realmente había pasado tanto tiempo desde que amaba a Kimberly?
—Bueno.
—Sí, sería bueno verla.
—Entonces no pierdas tu oportunidad. Llámala y trabaja en ese artículo.
¡Gánatela, amigo!
Greg sonrió. Luego frunció el ceño. Se sentía mal sentirse esperanzado
después de lo que le había sucedido a Dare.
—Tengo que irme —dijo.
—Seguro. Dinos si quieres pasar el rato.
—Okey.
Greg colgó el teléfono y se fue a tomar otra ducha caliente. Apestaba a
sudor y aire salado del mar.
Cuando salió de la ducha y se vistió, tomó el teléfono para llamar a
Kimberly. Fue entonces cuando vio un mensaje de texto de Fetch… enviado
hace cinco minutos. Decía:

La recuperaré.
—Noooo —gimió Greg.
Se metió el teléfono en el bolsillo y salió de su habitación. Galopó
escaleras abajo y salió a las dunas.
¿Fetch estaría ahí?
Cuando llegó al borde de su jardín, redujo la velocidad. Casi tenía miedo
de mirar. Pero tenía que hacerlo.
Se adentró en las dunas y miró debajo del tronco de madera flotante.
Las piernas de Greg cedieron. Cayó de rodillas en la hierba húmeda de
las dunas.
Aunque algunos tornillos pequeños, piezas de metal, cables y una bisagra
estaban esparcidos debajo del tronco, la gran mayoría de los restos habían
desaparecido. «Desaparecido».
Miró a su alrededor. Las únicas huellas que vio en la arena fueron las
suyas. Pero la arena contaba una historia: alrededor de la madera flotante,
la arena húmeda estaba surcada con marcas de arrastre irregulares. Por lo
menos una docena de manchas se extendieron por debajo del tronco, y
luego se inclinaron una hacia la otra hasta que formaron una marca de
arrastre desordenada que terminaba en un grupo aplanado de hierba de
dunas.
Greg luchó por ponerse de pie y se alejó de las dunas. Girándose, entró
al galope en la casa y subió a su habitación. Ahí, se dejó caer al suelo y puso
la cabeza entre las manos.
Instantáneas de las últimas semanas pasaron por su cabeza. La araña. El
perro muerto–el perro muerto destrozado. El dedo cortado de Dare.
Todo lo que había querido era suerte. No quería el dedo de su tío. Pero,
obviamente, Fetch se tomó las cosas literalmente.
No tenía ninguna duda de que Fetch estaba funcionando de nuevo.
¿Cómo? Greg no lo sabía, no necesitaba saberlo. Sólo sabía que Fetch
todavía funcionaba.
Entonces, si Fetch interpretó su solicitud de suerte como una necesidad
de arrancarle el dedo a Dare, ¿cómo exactamente “recuperaría” y, lo que
es más importante, quién o qué iba a recuperar? ¿Especialmente ahora que
lo había golpeado?
—¡No! —Greg se levantó de un salto y se guardó el teléfono en el
bolsillo. Metiéndose los pies en zapatillas negras para correr, salió volando
de su casa.
Kimberly vivía a una milla de distancia, más al sur, en la misma calle en
la que vivía. Sería un viaje directo.
Agarrando su bicicleta, pedaleó con fuerza. Por supuesto, el viento se
estaba levantando de nuevo y venía del sur. Sus pulmones estaban gritando
cuando llegó a la mitad del camino hacia su casa. Los ignoró y siguió
adelante. Tenía que llegar a Kimberly antes que Fetch.
Si aún no era demasiado tarde.
Cuando llegó a la casa de Kimberly, saltó de su bicicleta y se preparó
para correr hacia la puerta. Pero se contuvo cuando se dio cuenta de que
la casa estaba a oscuras. No había coches en el camino de entrada, nadie
estaba en casa.
Kimberly había mencionado que su madre generalmente la recogía
después de la escuela y, a menudo, se detenían para hacer recados camino
a casa. Si Kimberly todavía estaba en la escuela cuando Hadi llamó,
probablemente Greg le ganó al llegar.
Greg se inclinó para recuperar el aliento y tomó su bicicleta. Llevándola
a los arbustos en el borde del jardín de Kimberly, se agachó para esperar.
Consideró buscar a Fetch, pero no sabía cuándo llegaría Kimberly a casa,
y podría extrañarle si estaba buscando a Fetch. No podía arriesgarse.
Esperó.
Mientras esperaba, trató de calmarse con respiraciones de yoga. No
funcionó.
Estaba demasiado tenso cuando el sol comenzó a ponerse a las cuatro
y media, sintió que sus extremidades se romperían si intentaba deshacerlas
de su posición agachada. Pensó que sería mejor que intentara moverse
ahora antes de que Kimberly llegara a casa.
Justo cuando comenzaba a estirar las piernas y ponerse de pie, vio los
faros que se acercaban por la calle. Se inclinó de nuevo.
El coche pasó, pero antes de que pudiera enderezarse, otro lo siguió.
Este era el indicado.
Un todoterreno azul oscuro se detuvo en el camino de entrada. La
puerta del pasajero se abrió y Kimberly, vestida con jeans y una linda blusa
que hacía juego con sus ojos, rebotó fuera del auto. Hablaba con su madre
mientras lo hacía.
—Creo que si le ponemos orégano quedaría bueno.
—Quizás con albahaca también —dijo su madre.
Era alta y esbelta, con una cara bonita y cabello negro corto y canoso,
la Sra. Bergstrom tenía alrededor de sesenta y tantos años. Cuando estaban
en segundo grado, Kimberly dijo que su madre tenía cincuenta y un años
cuando nació.
—Yo era un bebé milagroso. Supongo que eso significa que debería ser
amable con mis padres. —Kimberly se rio con su risa musical.
Greg sabía que el padre de Kimberly era incluso mayor que su madre.
Estaba jubilado. Había sido propietario de un par de hoteles en Ocean
Shores y los había vendido el año pasado.
—Ahora juega mayormente al golf —oyó Greg a Kimberly decirle a un amigo.
Greg había conocido a los dos Bergstrom. Aunque el Sr. Bergstrom era
un poco gruñón, la Sra. Bergstrom era agradable.
¿Pero ella escucharía?
Greg se preparó para salir de los arbustos y decirle a Kimberly que
estaba en peligro, pero se dio cuenta de lo loca que iba a sonar su historia.
Tal vez si pudiera hablar solamente con ella, ella podría convencer a sus
padres de que la escucharan.
Antes de decidir qué hacer, un sedán negro se detuvo detrás de la
camioneta. Crujió sobre la grava esparcida por el camino de asfalto y el
señor Bergstrom salió.
El viento cogió velocidad justo cuando los pies del señor Bergstrom
tocaron el suelo. Le voló la gorra roja de béisbol y Kimberly saltó tras ella.
—Gracias, cariño —llamó el Sr. Bergstrom. Alisó su ralo cabello blanco
y abrazó a su hija.
El océano no estaba tan ruidoso ahora como lo había estado esa mañana
cuando Greg corrio por las dunas. ¿Fue en serio esa misma mañana que se
enteró de Dare y trató de destruir a Fetch? Se sentía como hace un año,
al menos.
Aunque no fue tan fuerte, el insistente murmullo del océano ahogó lo
que Kimberly y sus padres decían mientras caminaban hacia la casa. Greg
comenzó a levantarse de nuevo, todavía sin saber qué hacer.
Justo cuando se levantaba, el sombrero del señor Bergstrom voló una
vez más y lo siguió a grandes zancadas. El sombrero aterrizó justo en frente
del arbusto en el que se escondió Greg, y el Sr. Bergstrom lo vio.
—Oye, chico, ¿qué estás haciendo en los arbustos? —La voz del señor
Bergstrom era estridente y aguda.
Greg cuadró los hombros y se puso de pie. Tenía que intentar
advertirles.
—Hola, señor Bergstrom.
—¿Quién eres tú? No, espera. Te he visto.
—Greg, ¿qué estás haciendo aquí? —Kimberly gritó desde su camino de
entrada. Se acercó a Greg y su padre.
La señora Bergstrom la siguió.
—Um, Kimberly, sé que esto va a sonar loco.
—¿Qué va a sonar loco? ¿Qué significa esto? —gritó el señor
Bergstrom.
Greg respiró hondo y se sumergió en su explicación.
—Kimberly, estás en peligro. Un grave peligro. Creo que, bueno, creo
que alguien, eh… algo va a intentar matarte.
—¿Qué? —El señor y la señora Bergstrom estallaron al unísono. El tono
de Bergstrom fue duro e indignado. El tono de la señora Bergstrom era un
chillido agudo de miedo.
Kimberly no dijo nada, pero sus ojos se habían ensanchado.
—Kimberly, ¿recuerdas de lo que estábamos hablando, los REGs, las
plantas, las células, la conciencia compartida, la guía?
Ella asintió.
—No tengo idea de cómo explicar esto, pero parte de la guía que recibí
fue que tenía que saber qué había dentro de esa pizzería abandonada. Así
que hice que Cyril y Hadi entraran ahí conmigo…
—¿Tú qué? —Farfulló el señor Bergstrom.
Greg lo ignoró.
—Y encontramos un perro animatrónico que está diseñado para
sincronizarse con tu teléfono celular.
El señor Bergstrom intentó interrumpir de nuevo, pero Greg habló más
alto y más rápido.
—Tenía curiosidad, así que lo hurgué y no pude hacer que funcionara.
O al menos pensé que no podría hacer que funcionara. Pero
aparentemente lo hice, porque me ha estado enviando mensajes de texto
y haciendo cosas por mí. Al principio hizo cosas útiles, pero luego empezó
a hacer cosas que no quería que hiciera. Mató a un perro que me
molestó…
Greg sabía que Kimberly, una amante de los perros, contuvo el aliento.
Él se encogió de hombros.
—Sí, lo sé. Fue horrible. Quiero decir, este era un perro horrible, pero
aun así, era un perro, y la forma en que lo mataron fue… De todos modos,
entonces quería un poco de suerte, y mi tío tenía este Dedo Mágico de la
Suerte, y deseé tenerlo y luego encontré su…
—Joven —gritó el Sr. Bergstrom.
Greg lo ignoró y habló aún más alto.
—Encontré su dedo. Y esta tarde, dije, bueno, dije que quería estar
contigo, y ahora me temo que Fetch va a–.
—¡Jovencito! —gritó el señor Bergstrom.
Greg se detuvo porque, bueno, ¿qué más podía decir?
Fue entonces cuando notó que el Sr. Bergstrom se puso un teléfono
celular en la oreja—: Sí, ¿podría enviar un oficial a mí casa? Un adolescente
loco está molestando a mi hija. Quiero que lo arresten.
Greg miró a Kimberly. Ella articuló—: Lo siento.
Sacudió la cabeza.
Había fallado de nuevo.

✩✩✩
Cuando el oficial de policía le preguntó a Greg sobre irrumpir en el
restaurante, Greg se repetía a sí mismo que Kimberly estaría bien. Ella
estaba bien ahora, y si Fetch estaba siguiendo lo que estaba pasando a
través del teléfono celular de Greg, seguramente sabría qué quería que
Kimberly se quedara en paz.
—Me había olvidado por completo de esa vieja pizzería —dijo el policía
de mediana edad cuando Bergstrom informó sobre Greg—. ¿Sigue ahí?
«¿Sigue ahí?» pensó Greg. ¿Era el lugar como Brigadoon o algo así?
Cuando el oficial de policía puso a Greg en su camioneta y lo llevó a la
estación de policía, Greg se repetía a sí mismo que Kimberly estaría bien.
Sus padres estarían en guardia. Fetch no podría “recuperarla”.
Pero no importaba cuantas veces se dijera a sí mismo que todo estaría
bien, temía volver a su casa. La policía tardó dos horas en procesarlo e
interrogarlo. La policía tardó otras dos horas en localizar a sus padres y
otra hora y media en llegar a la comisaría porque ambos estaban en
Olimpia. ¿Y si Fetch había llegado a Kimberly en ese tiempo?
Sus padres finalmente aparecieron en la estación, su madre con los ojos
enrojecidos y su padre cabreado por, bueno, todo. La policía había decidido
dejar a Greg bajo el cuidado de sus padres. Sería libre, lo que también
significaba que podía vigilar a Kimberly. Tan pronto como sus padres se
fueran a la cama, él saldría a hurtadillas e iría a cuidarla. Lo haría durante el
tiempo que le tomara encontrar a Fetch y encontrar una manera de
desactivarlo.
Greg casi no pudo soportar salir de la camioneta de su padre cuando su
padre la llevó al garaje. Greg arrastró los pies, abrió de mala gana la puerta
del coche y pisó el cemento. Se acercó con cautela a la escalera que
conducía a la puerta principal. Luego se armó de valor y miró a su
alrededor.
Todo parecía normal. El cuerpo de Kimberly no estaba debajo de la casa
ni en la alfombra delantera.
Casi se desmaya de alivio.
—¿Qué diablos te pasa? —preguntó el padre de Greg cuando este se
hundió contra la barandilla de la escalera.
—Nada.
Cuando Greg y sus padres entraron en su casa, el padre de Greg lo
agarró del brazo. Greg apretó los dientes.
—Diría que estoy decepcionado, pero hace años que no espero nada
bueno de ti.
La mamá de Greg suspiró.
—Steven.
—Hillary.
Greg los ignoró a ambos y subió las escaleras hacia su habitación.
Se quitó la ropa tan pronto como estuvo en el espacio oscuro y fue a
tomar otra ducha. Apestaba… de nuevo. No sólo por el duro viaje en
bicicleta y el pánico por salvar a Kimberly lo hicieron sudar a mares, sino
que se sentó en lo que olía a orina seca en la camioneta de policía.
Pensó que la ducha caliente podría devolverle la vida. Tenía que reunir
la energía necesaria para volver a la casa de Kimberly. Su bicicleta todavía
estaba en la parte trasera de la camioneta de su padre. El policía la había
metido en su camioneta cuando llevó a Greg, y se la había devuelto cuando
él y sus padres dejaron la estación.
Pero cuando salió de la ducha, estaba agotado. Miró la hora en su
teléfono. También buscó mensajes de texto. Nada. Eso era bueno.
¿Verdad?
Tal vez podría tomar una siesta antes de ir a casa de Kimberly para
asegurarse de que estaba bien. Diablos, tal vez se había equivocado en todo
el asunto. Tal vez Fetch le estaba recogiendo un bocadillo o información
que ni siquiera se había dado cuenta de que había solicitado. Quizás
realmente no había nada de qué preocuparse.
Greg se puso una camiseta amarilla y un pantalón de dormir de franela
gris. Luego abrió la puerta del baño.
Apenas conteniendo un grito, se alejó tambaleándose de la puerta y cayó
al suelo de baldosas, con su mente luchando por aceptar lo que estaba
mirando.
Había algo envuelto en una sábana, tirado al otro lado de la puerta.
Mientras miraba, la sábana una vez beige se estaba volviendo de un rojo
oscuro y profundo, brillaba húmeda en la luz tenue de la habitación.
¿Quién estaba debajo de la sábana? ¿Qué había debajo de la sábana? Greg
no pudo moverse para poder averiguarlo.
No necesitaba mirar más. Sabía todo lo que necesitaba saber.
El teléfono de Greg en el mostrador del baño vibró. No pudo evitarlo;
lo recogió y lo miró.
Fetch había enviado un mensaje de texto: Nos vemos luego.
— M alo. —Alec siempre había argumentado, que era una palabra muy
subjetiva. Su propia definición fue determinada por la línea de base de otra
persona. Era una palabra que tenía un propósito: juzgar. Y Alec había sido
juzgado toda su vida.
Su primer recuerdo fue decididamente terrible. Estaba en preescolar y
era más grande que los otros niños. Reconociendo esta ventaja a una edad
temprana, descubrió que podía moverse al frente de cualquier fila con
sorprendente facilidad. Los otros niños estaban felices de jugar los juegos
que él dictaba, y nunca tuvo que buscar un asiento en la mesa del almuerzo.
Fue sólo cuando su maestra de preescolar lo hizo a un lado en ese primer
día memorable que Alec comprendió que era “malo”.
—Eres un matón —le había dicho la maestra, una palabra que asumió
que era positiva y sonrió cuando ella se la ofreció. En lugar de darle una
palmada en el hombro como haría su madre cuando se comía toda su
comida, la maestra se apartó de él con horror. De hecho, era esa expresión
precisa en el rostro de su maestra de preescolar lo que Alec recordaba
más que nada. Más que la forma en que las sillas de plástico azul en el aula
se pegaban a la parte posterior de sus piernas en verano. Más que la forma
en que una caja nueva de crayones sin usar olía bajo sus narices. Más que
la forma en que los melocotones enlatados que servían como bocadillos se
deslizaban por su lengua en medio del almíbar pegajoso y el regusto
metálico.
Alec ni siquiera recordaba el nombre de su maestra de preescolar.
Simplemente recordó su mirada de horror cuando no entendió que él era
“malo”.
A medida que crecía, se dio cuenta de que “malo” se definía por
comparación. Y eso fue principalmente una construcción viable para Alec.
Hasta que llegó Hazel.
Hazel, que lleva el nombre de una querida abuela que Alec nunca había
conocido. Hazel, cuyos finos rizos rubios estaban retorcidos en rígidos
arcos. Hazel, que dormía toda la noche sin ningún problema.
Alec no recibió el nombre de nadie. Era un compromiso entre el
“Alexander” que su madre había querido y el “Eric” por el que su padre
había presionado. Los rizos de Alec eran rebeldes, domesticados con agua
del grifo y un cepillo con respaldo de madera. Las noches de Alec estaban
divididas por pesadillas y episodios de fuerte vigilia.
Durante los primeros cinco años de su vida, el comportamiento de Alec
fue más o menos la búsqueda constante de los muros que separan el bien
del mal. Después de que nació Hazel, saltó la pared y aterrizó en tierras
inexploradas. No fue tan fácil de rastrear en este nuevo espacio. A veces
era “malo”, sí, pero la mayoría de las veces no tenía límites. Pasó sin ser
descubierto. Era en ese espacio donde “bueno” y “malo” no existían. Si no
había nadie que lo guiara hacia los límites, si no había nadie mirando, el
comportamiento, en todo caso, era una ocurrencia tardía.
—Tal vez no debas destacarlo tan a menudo, Meg —decía la tía de Alec,
Gigi—. Los niños responden mucho mejor al refuerzo positivo.
La tía Gigi también le había sugerido a la mamá de Alec en esa misma
conversación que cambiara a la leche orgánica; las hormonas agregadas en
los lácteos regulares aumentaron la agresión en los niños, según algunos
estudios. La tía Gigi no tenía hijos y no deseaba tenerlos. La mamá de Alec
a menudo estaba de humor para un consejo, y su hermana mayor siempre
estaba feliz de dárselo.
—Gigi, no es la leche —había argumentado la mamá de Alec—. Beben
la misma leche. Y no es agresivo. Es sólo… no sé… está en su propio
mundo. Es como si las reglas no se aplicaran a él.
—Bueno, entonces sabes que será un líder cuando sea mayor. ¡Genial!
—había postulado la tía Gigi.
—Sí —había respondido la mamá de Alec—. Quizás. No sé. No parece
que le gusten mucho las otras personas.
—Tiene diez años, Meg. Odian a todo el mundo.
—No todo el mundo —había argumentado su madre—. Mira a Gavin.
—¿Quién?
—El hijo de Becca.
—¿Ese niño que siempre le sonríe a todos?
—Eso no es algo malo —le había dicho su madre.
—No, es algo espeluznante —había dicho la tía Gigi—. Créeme, no
quieres más Gavins pequeños corriendo por el mundo. Ese es el tipo de
niño que encuentras parado junto a tu cama una noche sosteniendo un
cuchillo de carnicero. No, gracias.
Eran momentos como esos en los que Alec se preguntaba si había
nacido de la hermana equivocada, y la tía Gigi era realmente su madre. Pero
su nariz vuelta hacia arriba y su cabello rubio como el heno eran los rasgos
distorsionados de su madre, sin duda.
También eran momentos como estos en los que Alec deseaba no ser
tan bueno escuchando a escondidas. Sus padres le habían advertido sobre
eso muchas veces, pero inevitablemente, se encontraba encaramado en la
parte superior de la escalera, escuchando las conversaciones que nadie
realmente intentaba esconder con tanta fuerza. Era casi como si quisieran
que él escuchara.
Escuchando a escondidas fue la forma en que se enteró del plan.
Alec probablemente debería haberlo visto venir; después de todo, era
abril. El mes del milagro mágico, también conocido como el mes en que
nació su preciosa Hazel. Alec tenía un día, el día dieciocho de agosto para
ser precisos. Ese era su día especial cuando sus padres fingieron que no
era un problema. ¿Pero Hazel? Hazel recibió treinta días completos de
adoración.
—Alguien tiene un día especial dentro de dos semanas —decía su padre.
—¿Estás emocionada por tu fiesta? —preguntaba su mamá.
Y los ojos de Hazel brillarían, y actuaría como si fuera demasiado
alboroto, y sus padres se lo tragarían. Se lo había ganado, decían. Ella
debería disfrutarlo. Luego mirarían a Alec y esperarían a que aceptara, lo
que rara vez hacía. ¿Por qué molestarse? No es como si fuera a cambiar
nada; ella todavía tendría la fiesta. Tal vez hubiera sido decente de su parte
ser amable con Hazel de vez en cuando, pero Alec simplemente no podía
ver dar a sus padres la satisfacción.
Entonces, cuando escuchó a sus padres hablar sobre El Plan, se
sorprendió francamente de que les hubiera tomado tanto tiempo idearlo.
Deben haber estado atrasados en su lectura.
—Está en el Capítulo Cinco. ¿Ya llegaste al Capítulo Cinco? —La mamá
de Alec le preguntó a su papá al otro lado de la mesa de la cocina dónde
removieron su café descafeinado esa noche.
—Pensé que el Capítulo Cinco hablaba de dejar que el niño elija su
propio camino —dijo su padre. Ese tono de exasperación en su voz se
estaba volviendo más habitual.
—No, no, eso es de El Niño Resplandeciente —corrigió su mamá—. Me
refiero a El Planificador. ¡Este médico dice que las teorías de El Niño
Resplandeciente están equivocadas!
Alec recordaba bien El método del niño resplandeciente.
Aparentemente, ese autor creía que cada niño era simplemente una gota
de arcilla esperando ser moldeada por sí mismo, lo que involucraba algunos
ejercicios completamente locos como dejar que Alec se cambiara el
nombre a sí mismo. Así que se decidió por Capitán pantalones de trueno
y pasó toda la semana tirándose pedos en la casa y alegando que no podía
evitarlo, era su homónimo.
Eso no fue tan ridículo como el momento en que leyeron que
necesitaban plantar un jardín con él para que pudiera cultivar algo, o el
momento en que les dijeron que fueran a acampar en familia para volver a
su “núcleo familiar”. El experimento del jardín terminó cuando Alec
enterró el anillo de bodas de su madre en el suelo para ver si crecían más
diamantes. El viaje de campamento se convirtió en una especie de situación
Señor de las Moscas después de que Hazel se metiera un mosquito en la
nariz, y Alec pudo haberla convencido, o no, de que pondría huevos en su
conducto nasal. El viaje realmente no tuvo oportunidad después de eso.
—Honestamente, Meg, cuanto más leemos, más estoy convencido de
que ninguno de estos supuestos médicos sabe de qué diablos están
hablando —dijo su padre, pero la madre de Alec no era de las que debía
ser disuadida.
—Bueno, Ian, ¿cuál es la alternativa? ¿Nos damos por vencidos?
Esta no era la primera vez que Alec escuchaba una conversación como
esta. Parecía suceder en los espacios entre cada otro libro que sus padres
leían para tratar de entender por qué su hijo era tan diferente a ellos.
No era la primera vez que Alec había escuchado este tipo de
conversación y, sin embargo, formaría la misma piedra dura en su estómago
cada vez. Porque no importaba cuántos libros leyeran o cuántos jardines
le hicieran plantar o leches orgánicas que bajaran por la garganta, lo único
que nunca intentaban era hablar con él.
—Por supuesto que no nos daremos por vencidos —le dijo su papá a
su mamá, batiendo su pequeña cucharadita alrededor de los lados de su
taza de café hasta que Alec se la imaginó formando un pequeño remolino
descafeinado contra la cerámica.
—Sólo pregúntame —susurró Alec, y por sólo un segundo, por una vez
en sus quince años, sus padres guardarían silencio, y pensó que tal vez lo
escucharían—. Sólo pregúntame qué pasa.
Si hubieran preguntado, podría haber dicho—: No soy como tú, y no
soy como Hazel, y eso debería estar bien.
Pero sus padres simplemente siguieron hablando.
—Sólo tienes que pasar al Capítulo Cinco —dijo su madre.
—¿No podemos pasar a la parte en la que me dices lo que se supone
que debemos hacer? —contestó su padre.
—Sólo lee el capítulo, Ian. La fiesta es el próximo fin de semana, y
realmente creo que tenemos que sentar las bases antes del sábado.
Su padre suspiró tan profundamente que Alec podía oírlo desde las
escaleras, y así fue como supo que su padre volvería a leer un libro inútil
sobre algún método inútil para ayudarlos a comprender el enigma de un
niño.
Siempre era lo mismo.
Y debido a que sus padres siempre escondían su colección de libros
para padres en algún lugar súper secreto que Alec nunca había podido
descubrir, él estaría partiendo de una desventaja como siempre, viendo
cómo se desarrollaba el plan y el contenido del capítulo cinco durante el
transcurso de la próxima semana.
Arriba, en el baño de Jack y Jill que separaba la habitación de Alec de la
de Hazel, se miró en el espejo y trató de verse a sí mismo como lo hacían
sus padres. Vieron el mismo cabello rubio, los mismos ojos verde claro, la
misma mandíbula apretada en rígida determinación de nunca colgarse del
asombro, de nunca romper en una sonrisa inesperada. Alec no era más que
deliberado.
Sólo Hazel era quien de vez en cuando lo tomaba por sorpresa.
—¿Estás bien? —preguntó desde su puerta, y él fijó su rostro enfadado,
pero era un poco tarde para hacerlo, y temía que ella lo hubiera visto
sobresaltado.
—¿Por qué no lo estaría? —preguntó, llamándola con el mismo tipo de
pregunta que siempre hacía. Había dominado el arte de la desviación.
Hazel se encogió de hombros y agarró su cepillo de dientes, jugando a
ser indiferente también, pero no era tan buena en eso como él.
—Mamá y papá están actuando raro otra vez —dijo, taquigrafía para la
explicación. Quería decir: Mamá y papá se están metiendo contigo de
nuevo. Pero Alec no se dejó engañar tan fácilmente. Su hermana era la
peor de ellos. Engañó a todos los demás con sus preguntas que pretendían
ser inocentes, y su sonrisa que podría haber hecho que cualquiera pensara
que lo decía en serio.
—No te preocupes. No afectará a tu fiesta.
Él había querido que fuera un desaire con ella, pero ella lo entendió mal
y pensó que realmente le importaba.
—Realmente no me importa mucho la fiesta, ya sabes —dijo, mirando
su reflejo en el espejo en lugar de mirarlo directamente.
Así es como supo que ella estaba mintiendo
Comenzó a cepillarse los dientes y Alec se tomó un momento para
estudiarla mientras ella miraba hacia el fregadero para escupir.
Es casi como si pudiera desear que cada parte de sí misma fuera
perfecta. Su cabello nunca se encrespó. Su nariz nunca goteó. Sus pecas
estaban espaciadas uniformemente, como si hubieran sido pintadas con una
mano firme. Incluso sus dientes estaban rectos. Probablemente nunca
necesitaría aparatos ortopédicos. Alec había comenzado a creer que nunca
se quitaría los frenillos.
—No seas tonta —dijo finalmente—. Por supuesto que te preocupas
por tu estúpida fiesta.
Su rostro se sonrojó con un tono rosado perfectamente uniforme.
—Apuesto a que no vendrá mucha gente.
Alec ni siquiera pudo reunir una respuesta a una súplica tan ridícula de
falsa simpatía. Sólo resopló.
—Sí, está bien —dijo y la dejó para terminar de enjuagar la pasta de
dientes de su boca. Un día de tener su propio baño en su propia casa con
sus propias reglas y nadie que se preguntara por qué era tan diferente a
ellos… ese día no podía estar muy lejos.
Las estrellas habían comenzado a salpicar el cielo cuando el trance de
Alec se rompió con el crujido de la puerta del baño del lado de Hazel.
Esperó a que pasara la interrupción, pero cuanto más esperaba, más claro
estaba que Hazel no estaba ahí para ir al baño. Después de unos segundos
más, la puerta de su habitación desde el baño se abrió una rendija, y se
derramaron los rizos rubios de su hermana mientras rompía una regla
cardinal.
—Fuera —dijo, y ella volvió a meter la cabeza en el baño, sobresaltada.
Pero eso no duró.
En cambio, abrió la puerta un poco más y, ante la total incredulidad de
Alec, se atrevió a dar un paso dentro de su habitación.
La vio mirar a su alrededor por un segundo, como si hubiera entrado
en un extraño mundo nuevo, y en cierto modo, lo había hecho. Si alguna
vez sospechó que ella se coló aquí cuando él no estaba cerca, esa pregunta
fue respondida por la forma en que miraba a su alrededor ahora. Ella era
una seguidora de las reglas, incluso cuando nadie la miraba.
—Tienes un deseo de morir —dijo, y pudo oírla tragar.
Aun así, dio otro paso hacia él.
Tenía un par de opciones. La intimidación verbal habitual no funcionó.
Podría usar la fuerza bruta. El dolor era un excelente motivador. Podía
jugar a cargar contra ella: quitarse las sábanas de sí mismo y lanzarse fuera
de la cama lo suficiente para ahuyentarla.
O podría utilizar trucos psicológicos. Podía yacer ahí, perfectamente
quieto, sin decir ni una sola palabra más. Podía observarla tan de cerca
como la estaba mirando ahora, esperar a que ella se acercara, para lograr
cualquier objetivo loco que debiera tener para venir aquí y desafiar toda
lógica, y ver cómo su valor flaqueaba cuanto más se adentraba en su
habitación.
Tal vez era la emoción de ejercer ese nivel de control sobre la situación,
o tal vez tenía curiosidad por ver qué haría. De cualquier manera, optó por
la tercera opción.
Y esperó.
Extrañamente, por más de cerca que él la estudió, Hazel lo estudió con
la misma atención. Dio otro paso hacia su cama, luego otro, y aunque él se
dio cuenta de que estaba temblando, pudo ver que desde el momento en
que asomó la cabeza, continuó caminando hacia adelante. No fue hasta que
ella estuvo a sólo un par de pasos de su cama que se dio cuenta de que
estaba sosteniendo algo.
Dio los dos últimos pasos rápidamente, como si su valor estuviera
agotando, y puso la cosa a los pies de la cama de Alec. Luego dio dos pasos
hacia atrás, girando sobre sus talones, y corrió de regreso al baño,
cerrando la puerta de su habitación detrás de ella.
Alec miró fijamente el libro al pie de su cama durante mucho tiempo
antes de que finalmente recogerlo.
Era verde con letras blancas en negrita, con el título centrado con
precisión y ligeramente levantado de la sobrecubierta. Estaba marcado con
una nota adhesiva de color rosa brillante justo al comienzo del Capítulo
Cinco. Y cuando lo abrió, escritas con la letra fina a lápiz de la cuidadosa
mano de su madre, había notas que su padre y ella debían seguir en los días
previos a la fiesta de la perfecta Hazel.
Desafiando a sus padres, desafiando toda lógica, reglas e intereses
personales, Hazel había robado El Panificador de la biblioteca secreta de sus
padres mientras dormían.
Y lo había compartido con él.
El corazón de Alec se aceleró mientras leía los pasos cuidadosamente
prescritos del Capítulo Cinco, el método que prometía convertir a su hijo
malo en bueno y lograr la armonía familiar que sus padres habían leído una
y otra vez era posible.
Luego, cuando terminó de hojear las páginas que su padre aún no se
había molestado en leer, pero había accedido a probar con su problemático
primogénito, Alec miró fijamente la puerta del baño cerrada que su
hermana había reunido el coraje para abrir, sabiendo la ira que
seguramente incurriría. Se preguntó durante el resto de la noche por qué
lo había hecho. ¿A qué tipo de juego estaba jugando? ¿Qué tipo de
hechicería estaba practicando, tratando de calmarlo en un falso sentido de
camaradería?
Luego permitió que su memoria cayera hacia atrás. Volvió sobre las
veces que la había confundido en el pasado, los momentos en los que
simplemente asumió que ella estaba intentando sacarlo de su juego. Hubo
una vez que ella le horneó galletas en su horno de juguete después de que
sus padres ignoraran sus súplicas de dulces en la tienda. Hubo un momento
durante el viaje de campamento condenado al fracaso cuando ella se rio de
una broma involuntaria que él había hecho, incluso mientras se arañaba
desesperadamente la nariz en busca del mosquito rebelde. Hubo un día de
la madre en el que ella había añadido su nombre a la tarjeta porque se había
olvidado.
Alec miró por la ventana durante el resto de la noche, hasta que las
estrellas punteadas dieron paso al amanecer azul. Era demasiado tentador
creer que su hermana le había traído el libro porque de repente una alianza
le había parecido una buena idea. Diez años de observar los misteriosos
hechizos que podía lanzar sobre sus padres y el resto del mundo le habían
enseñado que no era tan fácil confiar en ella.
«No», pensó mientras la noche se convertía en día. «Este es sólo otro
truco».
Ella había sido capaz de engañar a todos los demás menos a él hasta este
punto. Una falsa oferta de paz no iba a engañarlo para que pensara que ella
estaba de repente de su lado. Aun así, le inquietaba un poco no saber qué
estaba haciendo exactamente. En realidad, sólo había una forma de resolver
ese misterio.
—Seguiré el juego —se susurró a sí mismo—. Mostrará sus cartas
eventualmente.

✩✩✩
—Lo estás haciendo demasiado complicado —dijo Hazel. Parecía que
estaba adoptando esta nueva alianza con una comodidad sorprendente.
Estaban sentados junto a la piscina en el patio trasero, con sus pies
colgando en el agua clorada mientras el sol golpeaba contra sus espaldas.
Alec no necesitaba un espejo para saber que su cuello comenzaba a brillar
de color rosa.
—¿De qué estás hablando? Es el plan perfecto —dijo.
Alec tenía la costumbre de despedir con frialdad a su hermana, que era
excepcionalmente difícil fingir que la tomaba en serio. Pero si iba a
descubrir la trampa en la que estaba tratando de atraerlo, tenía que ser
convincente.
Sin embargo, extrañamente, al fingir seguir su consejo, estaba
empezando a verla de manera diferente. Era extraño la forma en que esta
persona con la que estaba tan estrechamente relacionado se sentía “real”
y cercana de repente frente a él, como si hubiera estado viviendo con un
holograma todo este tiempo.
Ella era una estafadora completamente formada.
—Así que déjame aclarar esto —dijo, poniendo los ojos en blanco—.
¿Tu gran plan para que mamá y papá dejen de pensar que eres un sociópata
total es actuar como un sociópata total?
Después de leer el Capítulo Cinco la noche anterior, Alec se enteró de
que El Plan era una versión tremendamente simplista del cerebro
adolescente. Si los padres querían un niño predecible y que se portara bien,
simplemente necesitaban tratarlos como lo opuesto a eso. Era lo peor de
la psicología inversa tonta, y nada irritaba más a Alec que tener su
inteligencia insultada.
De modo que su contraataque era sencillo; simplemente actuaría peor,
mucho, mucho peor. Estaba fingiendo, por supuesto. Sabía que su
contraataque era terrible. Pero necesitaba que Hazel fuera a quien se le
ocurriera la idea, no a él. Era la única manera de hacerle creer que se estaba
encantado de su gesto de amor entre hermanos.
Una vez que bajara la guardia, él sería capaz de averiguar qué estaba
haciendo en realidad.
—¿Cómo soy el sociópata en este escenario? —preguntó, esforzándose
por no sentirse realmente ofendido. «Es sólo un acto», se recordó a sí
mismo. «Es sólo un acto»—. ¡Creen que la mejor manera de hacerme
bueno es tratarme como si fuera malo! —Añadió Alec con fingida
indignación—. Si me preguntas, eso es bastante sociópata.
Ahora estaba fingiendo argumentar que fingir actuar mal era la mejor
manera de contrarrestar la fingida ira de sus padres por su mal
comportamiento real. Todo se estaba poniendo como una obra. Alec podía
sentir un dolor de cabeza formándose detrás de sus ojos.
—Mira —dijo Hazel, de repente sonando mayor que ella por casi diez
años—. No te lo tomes a mal, pero has estado perdiendo tu toque.
—¿Mi toque? —dijo Alec, poniendo su mano en la parte más caliente de
su cuello para tratar de protegerlo. Apenas ayer, Hazel habría estado
aterrorizada de ser tan franca con él. Tal vez realmente estaba perdiendo
su habilidad para la intimidación.
—Solías ser bastante bueno para ocultarlo —dijo, y lo miró con dureza,
por lo que supo que estaba esperando a que él se diera cuenta.
Cuando él no respondió, ella suspiró y dijo—: Solías salirte con la tuya
mucho más.
—¿Cómo es eso mi culpa? —respondió, sin gustarle mucho la forma en
que sonaba enfurruñado—. ¡En todo caso, es tu culpa!
Ella le parpadeó lentamente.
—Sólo empezaron a pensar que yo era el malo cuando se dieron cuenta
de que tú eras la buena.
Hazel miró hacia el agua, y esta vez, pensó que tal vez vio algo de la vieja
Hazel, la que parecía caminar de puntillas a su alrededor con una disculpa
en los labios, como si fuera una causa perdida pensar que alguna vez lo
serían amigos.
Para gran asombro de Alec, sintió una punzada de remordimiento por
eso, un sentimiento que rápidamente enterró.
—Está bien, ¿cuál es tu contraataque? —preguntó.
Su solución era demasiado simple.
—Sé bueno —dijo.
Alec se rio.
—¿Qué más puede ser?
—¿Esa es tu clase magistral para interpretar a nuestros padres?
¿Psicología inversa-inversa?
Ella se encogió de hombros.
—Si actúas un poco mejor y yo un poco peor, tal vez neutralice su
atención lo suficiente como para que nos dejen en paz.
Alec dejó que su mandíbula hiciera esa cosa donde cayó. Dejó que su
cuerpo experimentara el impacto total que había contenido durante tanto
tiempo, y lo hizo frente a la persona menos probable: La dorada Hazel. La
niña que hizo lo que le dijeron cuando le dijeron que lo hiciera. El as recto
y los dedos de piano coordinados, la limpiadora de platos y la ayudante de
clase. La conferencia fácil entre padres y maestros. La niña de oro.
Quizás ya no quería ser perfecta.
¿Cómo nunca se le había ocurrido que su suerte en la familia era tan
onerosa como la de ella? ¿Por qué nunca había captado su atención el
pequeño brillo de sus ojos, el que decía: Cambiemos de lugar por hoy?
¿Cuándo dejó de ser la Hazel de oro y simplemente comenzó a ser Hazel
una niña?
«Razón de más para no confiar en ella», pensó, endureciendo su
resolución. Estaba cansada de fingir ser la buena. Estaba lista para avanzar
al estado completo de chica mala. Lo que significaba que definitivamente
estaba tramando algo.
—¿Crees que puedas hacerlo? —preguntó, no queriendo decirlo como
un desafío, sino como una pregunta real—. ¿Ser mala?
—¿Puedes ser bueno? —preguntó, para ella definitivamente era un
desafío.
Acordaron probar su teoría esa noche como una especie de prueba.
Evidentemente, sus padres estaban comprometidos con su propio
experimento prescrito por El planificador. Habían estado en el caso de Alec
todo el día: lo habían regañado por no sacar su ropa del tendedero. Lo
habían amonestado por jugar videojuegos antes de completar su tarea, a
pesar de que eran las vacaciones de primavera. Incluso le habían
sermoneado sobre la importancia de usar hilo dental, una extraña batalla
por elegir después de un chequeo impecable durante su última limpieza
dental.
Para cuando llegó la cena, la cara de Alec dolía de sonreír. Le dolía el
cuello de asentir. Su sangre había hervido tantas veces ese día que le
sorprendió no haberse cocinado de adentro hacia afuera. Se había tragado
cada regaño, sin ceder nunca a la tentación de insultar a sus padres.
Y fiel a su palabra, en cada enfrentamiento a lo largo del día, Hazel había
estado ahí para quitarle una parte de la carga. Había elegido esa mañana
para mostrarle a su madre la calificación menos que estelar en su examen
de ortografía de la semana anterior. Había dejado caer “accidentalmente”
las camisas de su padre en el barro cuando las sacó del tendedero. Y en
respuesta al gran debate sobre el uso del hilo dental del lunes por la tarde,
había marcado una novedad para sí misma, Hazel murmuró—: ¿Cuántas
caries tuvo en su último chequeo? —al alcance del oído de su madre.
—Jovencita, ¿qué te pasa hoy? —dijo su mamá.
Y cuando Alec y Hazel doblaron la esquina para retirarse a sus
habitaciones separadas después de la hora de la cena, tocaron las yemas de
los dedos y ocultaron sus sonrisas.
Pero tan pronto como Alec cerró la puerta de su propio dormitorio,
repasó cada momento del día para analizar las acciones de su hermana: la
forma en que saltaba con demasiada facilidad para desviar la reprimenda
que se dirigía a él, la forma en que había estado tan dispuesta al regreso
inteligente a su madre, la vez que le guiñó un ojo conspirador en la mesa
de la cena. Todo era demasiado perfecto, todo ese pequeño espectáculo
que le estaba montando.
«No eres lo suficientemente inteligente para jugar a este juego», pensó
esa noche antes de irse a la cama. «Estoy por encima de ti, hermana». Tenía
cinco años sobre ella jugando el papel de mala semilla. Si pensaba que iba a
usurpar ese título, le esperaba un rudo despertar.

✩✩✩
El día siguiente fue más o menos una repetición del anterior.
Cuando sus padres denunciaron la falta de modales de Alec en la mesa
del desayuno, Hazel eructó. Cuando el padre de Alec lo acusó de rayar el
costado del auto con su bicicleta, Hazel asumió la culpa sin pedir disculpas.
Cuando la madre de Alec se preguntó en voz alta cuándo fue la última vez
que había ingerido un vegetal, la rápida respuesta de Hazel fue preguntar
cuándo fue la última vez que sus padres habían cocinado uno comestible.
Esa noche, cuando Hazel se unió a Alec en su posición en la parte
superior de las escaleras, escucharon a sus padres durante los últimos dos
días.
—¿Soy sólo yo, o Hazel parece estar pasando por una… fase? —su
mamá le susurró a su papá, cucharaditas tintineaban contra los lados de sus
tazas de café.
—Pensé que era sólo mi imaginación al principio —estuvo de acuerdo
su padre.
El asombro de sus padres era inconfundible.
—¿Escuchaste lo que me dijo esta tarde? —preguntó su mamá—. ¡Dijo
que pensaba que estaba empezando a verme “demacrada”! ¡Demacrada,
Ian! ¿Me veo demacrada?
—No, pero suenas demacrada —murmuró Alec.
Hazel tuvo que reprimir la risa, pero Alec estaba demasiado irritado
para encontrar el humor. Sus padres estaban exasperando. ¿Era realmente
tan increíble que Hazel pudiera ser incluso más desagradable que el
predeciblemente podrido Alec?
—Bueno, ¿alguien podría culparte por estar demacrada? —preguntó su
padre.
—Oooh, respuesta incorrecta —susurró Hazel, y esta vez, Alec
encontró el humor, y su risa lo tomó desprevenido.
—¿Entonces me veo demacrada? —preguntó su mamá, y Alec pudo
escuchar una cucharadita tintineando cada vez más rápido contra la
cerámica. Uno de ellos se agitaba compulsivamente.
—Por supuesto que no, Meg. ¿Podemos intentar concentrarnos en los
niños?
Su madre soltó un único y poco caritativo—: ¡Ja! Oh, ahora mira quién
está listo para ser el adulto.
Alec y Hazel se inclinaron hacia atrás, haciendo una mueca.
—Eso no va a salir bien —dijo Alec.
—¿De verdad, Meg?
—Sólo creo que…
—Oh, sé lo que piensas. Lo has dejado bastante claro. Dios santo, Ian,
crece.
Pero cuando Alec miró a Hazel, ella simplemente estaba sonriendo.
Como si todo estuviera yendo exactamente según el plan. Por supuesto,
desde su perspectiva, así era.
Luego le devolvió la sonrisa. Si Alec no hubiera podido ver a través de
ella, podría haber estado tentado a creer que era genuina. Si él fuera del
tipo que se enamora de una manipulación tan obvia, incluso podría haber
sentido una pizca de calidez hacia ella, una hermana simplemente en busca
de una relación real con su hermano.
Era un poco lindo, pensó, cómo ella creía que podía ser más astuta que
él.
—Está bien, está bien —dijo su padre, y Alec lo escuchó tomar una
respiración profunda.
—No podemos pelearnos el uno contra el otro.
Su madre suspiró.
—Estás bien. Vámonos a la cama. Ha sido un largo día. Ah, y para tu
información no puedo encontrar el libro.
—Olvídalo —dijo su padre—. Lo buscaremos por la mañana.
Dos juegos de patas de sillas rasparon contra las baldosas de la cocina,
y Alec y Hazel se pusieron de pie de un salto y entraron en sus habitaciones
justo cuando la luz de las escaleras se encendió, anunciando que sus padres
se acercaban.
Acostado en la cama, Alec pensó en todas las variaciones de su propio
plan, el Contador del Contraataque, por así decirlo.
Mañana era el día de la planificación de la fiesta. Había escuchado a su
mamá recordárselo a su papá mil veces, no es que importara ya que él
estaría en el trabajo y ella estaría arrastrando a Alec y Hazel para
encontrarse con la tía Gigi en la pizzería.
Fue ahí donde Alec realmente intensificaría su reconocimiento. Si iba a
descubrir qué estaba haciendo Hazel en realidad, lo descubriría en el lugar
donde todos estos planes y contraataques iban a culminar. No podía pensar
en ninguna otra razón por la que Hazel estaba tan decidida a sabotear su
propia fiesta de cumpleaños al permitir que Alec fuera… bueno, él mismo.
Tenía algo que ver con su cumpleaños el sábado. Fuera lo que fuera lo que
estaba planeando, todo se acabaría entonces.
La única opción real de Alec era sentarse y dejar que Hazel mostrara
sus cartas. Era cuestión de tiempo antes de que sucediera, y aunque había
demostrado ser más astuta de lo que él le había dado crédito
originalmente, no era un genio malvado.
Ese título estaba reservado para Alec.
Algún tiempo después de que Alec escuchó la puerta del dormitorio de
sus padres cerrarse por la noche, la puerta del baño que compartía con
Hazel se abrió y ella asomó la cabeza hacia adentro.
—Hoy fue divertido —dijo, y Alec hizo un rápido cambio a su acto de
“hermano conspirador”.
—Sí. Buen trabajo con la cocina.
—Gracias.
Hazel se rio tímidamente.
«Oh, por favor», pensó Alec, pero se las arregló para no poner los ojos
en blanco.
—Oye, no crees que los vamos a romper ni nada, ¿verdad? —preguntó
Hazel.
—No. Ellos pueden manejarlo. Créeme, los he sometido a cosas mucho
peores.
Hazel asintió con la cabeza, luego le dio una sonrisa tímida más antes de
cerrar la puerta y caminar por el baño de regreso a su propia habitación.
Pasaron unos minutos antes de que Alec se diera cuenta de que él
también estaba sonriendo y se detuvo. Sin sonreír porque estaba contando
todas las formas en que había vencido a su hermana en su propio juego.
Sin sonreír porque la había expuesto por el fraude que es para que sus
padres, amigos y todos los demás en el mundo la vean. No todavía, de
todos modos.
Sonreía porque disfrutaba de su compañía.
«Contrólate», se regañó a sí mismo.
Luego se repitió una y otra vez que no era tan buena como pretendía
ser, que sólo lo estaba usando como un medio para un fin. Se recordó a sí
mismo que esta alianza era falsa y temporal, que una vez que la hubiera
revelado como un fraude, volverían a sus extremos separados del baño, y
Alec podría proceder sin restricciones a hacer lo que quisiera hacer, sólo
esta vez sin la constante comparación con la dorada Hazel.
Borró esa sonrisa patética de su rostro y se durmió con la venganza en
su mente.

✩✩✩
—Gigi, ¿qué piensas? ¿Deberíamos ir por los Fazbear Funwiches
adicionales?
La mamá de Alec y Hazel estaba destrozada el miércoles. Se había
quedado dormida y tuvo que empujar a Alec y Hazel al auto sin tomar una
ducha o incluso cepillarse los dientes. Llevaba el pelo recogido bajo una
vieja gorra de béisbol y los círculos oscuros bajo los ojos la hacían parecer
casi esquelética bajo la sombra del ala del sombrero.
Hazel no la había ayudado mucho al preguntarle, con su voz más
preocupada, si tenía algo porque se veía absolutamente enferma. Y Alec la
había ayudado siendo… amable.
—Te ves bien, mamá —le había dicho, lo que hizo que su mamá se
volviera loca, ella sólo podía parpadear antes de abrocharse el cinturón y
pasar dos señales de alto para encontrarse con la tía Gigi a tiempo a Freddy
Fazbear's.
Ahora estaba de pie en la sala de fiestas con un organizador de fiestas
completamente desinteresado que estaba esperando con impaciencia las
respuestas sobre el sábado.
—¿Qué diablos es un Funwich? —preguntó la tía Gigi, apoyando la mano
sobre una mesa y levantándola inmediatamente después de detectar algo
pegajoso.
—Es un… un… es un… —intentó su madre, pero se distrajo al ver a
Alec y Hazel que parecían jugar juntos junto a las máquinas Skee-Ball.
—Eres realmente terrible en este juego —dijo Alec.
—¡No lo soy! —respondió Hazel, pero después de su tercera bola de
canalones seguida, Alec se rio.
—Está bien, no soy buena. Brillo más en la categoría de Pinball.
—¿Puedes siquiera ver por encima de los controladores? —preguntó,
frotando la parte superior de su cabeza con rudeza.
Hazel sonrió, y también Alec, pero por una razón diferente. Se sintió
renovado después de una buena noche de sueño, renovado en su misión
de derribar a su hermana.
—Es un delicioso rollo de media luna relleno con tu elección de
macarrones fritos, tater tots o malvaviscos de chocolate —le dijo el
organizado de fiestas a la tía Gigi.
—Eso suena absolutamente repulsivo —le respondió la tía Gigi.
El organizador de fiestas no discutió.
—Sí, pero son sólo veinte dólares más, y honestamente, no estoy segura
de si el paquete de fiesta Súper Sorpresa viene con suficiente comida —se
preocupó su madre, finalmente apartando la mirada de los niños y
volviendo a la tarea que tenía entre manos.
—¿Así que eso es un sí en la fuente de Fazbear Funwich con salsas
adicionales? —dijo el organizador de la fiesta, que ya había tenido suficiente
de toda esta interacción.
—Sí. Hagámoslo —dijo su mamá, claramente aliviada por haber tomado
la gran decisión—. ¿Tengo estos cupones del periódico para el especial
Pirate Palooza de Foxy? ¿Puedo usarlos?
Mientras su madre y la tía Gigi arreglaban los últimos detalles, Alec y
Hazel deambulaban por la pizzería vacía fuera del alcance del oído de su
madre y su tía.
—Entonces, ¿cuál es el problema con este lugar? —preguntó Alec,
preocupado de que se estuviera delatando.
La profunda y oscura verdad era que siempre había querido tener su
propia fiesta de cumpleaños en Freddy Fazbear's, pero nunca había hecho
suficientes amigos para justificar el gasto de una gran fiesta. En cambio, sus
padres siempre habían organizado una celebración fortuita en casa y la
llamaban “fiesta en la piscina”, pero era difícil ignorar la realidad de que los
únicos otros niños ahí eran todos los amigos de Hazel a quienes se le había
permitido invitar.
Hazel se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.
—No sé.
—Mentirosa. Has tenido tu cumpleaños aquí durante los últimos cuatro
años.
Fue la perfecta doble salida psíquica. Él la incitaría a que le dijera qué era
tan importante sobre su estúpida fiesta de este año, y ella simplemente
pensaría que estaba tratando de tener una conversación fraternal con ella.
—¿Por qué no me lo preguntas? —desafió, atrapando a Alec en medio
de la mirada. No se había dado cuenta de lo que estaba mirando hasta que
Hazel lo hizo, entonces rápidamente desvió la mirada.
—Buen intento —dijo, inclinando la cabeza hacia el Yarg Foxy en el
escenario.
Ahí estaba él, con toda su grandeza pirata y astuta: este zorro naranja
con parche en el ojo, patas de palo y blandiendo ganchos. En este
restaurante, fue posicionado como una figura de felpa de tamaño humano
apoyado en el escenario, presumiblemente ahí para tomar fotografías. Pero
jugaba un papel diferente en cada Freddy Fazbear, a veces saludando a los
visitantes en la puerta, a veces tocando en la banda en el escenario con los
demás. Sin embargo, dondequiera que estuviera, Alec lo veía. Sin duda
alguna, era su personaje favorito. Solía meter el pie en una maceta de
plástico y enrollar un tubo de cartón alrededor de su mano y fingir ser
Yarg Foxy.
Claramente, también era posible que Hazel en algún momento hubiera
presenciado en silencio dicho juego de roles.
—Lo que sea —dijo—. Cosas estúpidas de niños. Y además, estamos
hablando de ti, no de mí.
Ahora estaban parados en el pasillo entre la galería y el escenario.
Alec miró la plataforma donde Freddy Fazbear y todos sus amigos
realizaban rutinas animatrónicas. Siempre estaba un poco inquieto por la
forma en que sus cuerpos robóticos estaban inquietantemente quietos
después del espectáculo, mientras que el resto del restaurante sonaba con
los tintineos y timbres de los juegos.
Se alejó del escenario inconscientemente, y sólo se dio cuenta de que
se había movido cuando la parte de atrás de su talón golpeó algo. Se giró
para encontrarse incómodamente cerca de una plataforma elevada que
sostenía una versión más pequeña del oso en el escenario, sólo que este
oso tenía un letrero apagado que decía FREDDY SOLITARIO.
Era un nombre extraño para un juguete, pero las partes más extrañas
eran más difíciles de definir. El oso estaba rígido, casi atento. Sus ojos
miraban directamente al escenario, pero Alec tenía la extraña sensación de
que todavía lo estaba mirando.
—Tal vez quiero que este año sea diferente —dijo Hazel, y Alec saltó
un poco al oír su voz. Se había perdido tanto en la mirada fija de Freddy
que se olvidó de que ella estaba ahí.
—¿Y qué, quieres más regalos? Sabes qué vas a conseguir todo lo que
quieras de todos modos —dijo, y esta vez, dejó escapar un poco del
veneno. No pudo evitarlo. ¿Qué tan ingrata podía ser? Era él a quien nadie
le agradaba, que tenía que luchar por todo, que era constantemente
incomprendido.
—Hay algunas cosas que ni siquiera mamá y papá pueden hacer —dijo,
y si Alec estaba empezando a quebrarse, Hazel también. Podía verla
poniéndose un poco a la defensiva.
—Créeme, por ti, moverían montañas.
Hazel le frunció el ceño.
—Lo intentan, ya sabes.
—Sí, lo intentan por ti.
Ella apretó la mandíbula.
—La única razón por la que hacen tantas cosas por mí es porque se
sienten muy culpables por preocuparse tanto por ti. ¿Tienes idea de cuánto
tiempo pasó papá planeando ese viaje de campamento?
Alec lo sabía, de hecho. Los había escuchado desde lo alto de las
escaleras mientras orquestaban cada detalle del viaje para mantener a Alec
calmado. Como si fuera una especie de bomba que tenían que evitar
estallar.
Sus ojos se desviaron de nuevo al oso. Tuvo la sensación más extraña,
como si quisiera trasladar su argumento a otra parte.
«Freddy solitario», pensó para sí mismo. «Es más como Freddy
entrometido».
Hazel se puso las manos en las caderas.
—Apuesto a que ni siquiera sabías que se mudaron aquí por ti.
—¿De qué estás hablando? —pregunto Alec, genuinamente confundido.
Su guardia estaba resbalando, pero este fue un giro en los eventos que no
había estado esperando.
—La única razón por la que vivimos aquí en lugar de nuestra antigua
casa es porque esta está más cerca de la tía Gigi, y creen que te gusta más
porque ella te entiende —respondió, moviendo los dedos entre comillas.
—Bueno… —dijo Alec, incapaz de discutir. Le agradaba más su tía que
sus padres.
—¿No crees que quizás eso hirió un poco sus sentimientos? ¿Qué te
agrade más la hermana de mamá?
¿Qué estaba pasando aquí? ¿De dónde venía toda esta ira? Alec estaba
tan confundido. ¡Hazel estaba actuando como… como… él!
—Sí, ellos son tan buenos y yo soy tan malvado —dijo Alec, perdiendo
de vista a su contra-contraataque— ¿entonces por qué me ayudas a mí y
no a ellos?
De todos los momentos para callar, Hazel hizo precisamente eso.
Recuperó su fachada más rápido que Alec, lo que sólo funcionó para
enfurecer más a Alec. De alguna manera se las arregló para tomar ventaja
a pesar de sus cinco años de experiencia sobre ella.
—¡Hazel! Hazel, ¿dónde estás?
Los ojos verdes de Hazel dejaron de perforar a Alec el tiempo suficiente
para llamar a su madre.
—¡Ya voy!
Giró sobre sus talones y trotó alrededor de la esquina hacia la sala de
fiestas, dejando a Alec en compañía del Freddy que escuchaba a escondidas.
—¿Qué estás mirando? —le gruñó al oso, y tuvo que reprimir un
escalofrío porque juró que había visto un reflejo en los ojos del oso. Casi
como un destello.
—Entrometido —le dijo antes de correr por el mismo camino que su
hermana había hecho segundos antes.
El organizador estaba de vuelta con otra pregunta, y su madre había
llegado al punto máximo de agotamiento por decisiones.
—Hazel, cariño, ¿quieres ir al túnel de viento?
Señaló el gran recinto en forma de tubo con las palabras TÚNEL DE
VIENTO formado en la forma de un tornado sobre el artilugio. En el interior,
quedaban trozos de papel y confeti de la última fiesta. Había boletos para
el juego y cupones de juguetes gratis y tiras relucientes de confeti de
celofán pegadas al interior del tubo.
—Me da igual —dijo, pero era una mentira tan obvia.
Alec no se dejó engañar, ni tampoco su madre.
—Pero cariño, podrías tener la oportunidad de ganar un Yarg Foxy. ¿No
es eso lo que quieres?
—¿Espera qué? —dijo Alec, completamente traicionado. No pudo
evitarlo. Era la máxima traición.
Alec nunca había visto la cara de Hazel ponerse de ese tono de rojo.
Todo su rostro y cuello parecían prácticamente escaldados. Como si
pudiera sentir su mirada a través de la parte posterior de su cabeza, se dio
la vuelta para confirmar que Alec había sido testigo de todo el intercambio.
«Oh, lo vi», pensó. «Lo único, lo único que sabías que quería».
—Está bien, voy a preguntar —dijo la tía Gigi, interviniendo justo a
tiempo para dar pistas sobre todos los no iniciados—. ¿Qué es un Yarg
Foxy?
El organizador simplemente señaló el nivel superior del estante de
premios a un enorme letrero rojo que proclama su precio: 10,000 boletos.
—Es ese zorro pirata —dijo su madre con desdén.
La tía Gigi se acercó al estante de premios para tratar de ver más de
cerca.
—No lo entiendo —dijo.
El organizado de la fiesta suspiró.
—Yo tampoco —respondió su madre— pero los niños se vuelven locos
por esa cosa.
Hazel miró al suelo, con sus orejas escarlata.
—¿Hace algo? —preguntó la tía Gigi.
—Se balancea como un gancho —dijo su mamá.
—Oh. Entonces, ¿qué hace el siguiente para los niños? —dijo la tía Gigi,
dirigiendo su pregunta a su mamá.
—¿Eh?
—Ya sabes —respondió la tía Gigi, chasqueando los dedos para intentar
activar el recuerdo—. El oso o lo que sea.
—Oh, claro —dijo su madre, dirigiéndose hacia el organizador, cuyos
ojos tardaron en dejar su teléfono.
Luego, sin responder a la pregunta de su madre, giró un dial en su
walkie-talkie sujeto a la cadera y presionó su dedo en su auricular.
—Que alguien haga que Daryl haga una demostración del Freddy
solitario.
Pudieron escuchar la respuesta del auricular incluso cuando lo
presionaba contra su cabeza—: Daryl está de descanso.
El organizador soltó un suspiro tan largo que Alec se preguntó cómo
no se desmayó. Luego, sin una palabra, cruzó el restaurante hacia una
plataforma que sostenía un oso de sesenta centímetros de aspecto familiar.
Los demás se dieron cuenta después de un minuto y lo siguieron como
pequeñas codornices.
El organizador dobló el codo y colocó la mano con la palma hacia arriba
hacia el oso que parecía idéntico al que Alec había mirado entre el
escenario y la sala de juegos. Misma postura erguida. La misma mirada
muerta en la distancia.
—Este es un Freddy solitario —comenzó el organizador, leyendo un
guion de memoria en un tono entre la apatía y el desprecio.
—En Freddy Fazbear's, creemos que ningún niño debería tener que
experimentar la maravilla y el deleite en la Pizzería Familiar de Freddy
Fazbear's solo. Usando tecnología patentada y un toque de la magia de
Freddy Fazbear, su hijo puede participar en una sesión para conocerse con
el oso. Freddy aprenderá todo sobre las cosas favoritas de su hijo, como
un verdadero amigo.
La tía Gigi se inclinó hacia su madre.
—¿Soy sólo yo, o el Freddy solitario suena como la cura para niños no
deseados?
—¡Gigi!
—Meg, en serio, es un último recurso mecánico. Nadie quiere jugar con
esos niños, así que aquí hay una máquina que lo hará.
El organizador estando lo suficientemente cerca para escuchar, arqueó
una ceja pero no discutió.
Alec tosió y murmuró—: Perdedores. —Pero era un acto tan terrible.
Si alguna vez hubo un niño al que le hubieran puesto a un Freddy solitario
en una fiesta de cumpleaños, habría sido Alec. Él podría haberlo sabido si
alguna vez lo hubieran invitado a uno.
—Por la seguridad de sus hijos, debemos pedirle que se abstenga de
trepar, montar o maltratar a los Freddys solitarios. Los padres y/o tutores
asumen la plena responsabilidad por la salud y el bienestar de sus hijos en
presencia de esta tecnología patentada.
Y con eso, el guion del organizador llegó a su fin, y caminó de regreso
a la sala de fiestas. El resto lo siguió, la decisión sobre el túnel de viento
aún no se había tomado. El desvío del Freddy solitario no había hecho nada
para resolver la cuestión en sí, y estaban probando la última pizca de
paciencia ya agotada del organizador.
La tía Gigi se inclinó hacia su madre y murmuró—: ¿No puedes
simplemente comprar al zorro y saltarte el drama? ¿Qué pasa si no obtiene
el cupón ganador en ese túnel de viento?
Su mamá parecía frenética.
—No es lo mismo que ganarlo.
Hazel escuchó su debate, y aunque Alec se dio cuenta de que estaba
tratando de jugar con calma, los ojos de Hazel seguían volviendo al estante
superior del mostrador de premios, donde un Yarg Foxy nuevo estaba en
su caja, listo para ser llevado a casa, debajo de un letrero rojo brillante que
decía ¡GANAME EN EL TÚNEL DE VIENTO!
Era obvio que ella quería al zorro, así que ¿por qué fingía no quererlo?
Por supuesto, todo lo que importaba era que ella lo quería.
«Y cuando no lo consigas, todo el mundo te verá como la pony mimada
que eres».
Finalmente, el Contra-Contraataque de Alec se estaba formando.
—Hazel, deberías hacer el túnel de viento —le dijo con una voz
cuidadosamente calibrada al volumen justo para que la oyeran tanto ella
como su madre. La tía Gigi ladeó la cabeza hacia Alec y luego se inclinó
hacia su madre.
—¿Cambiaste a la leche orgánica?
Su madre se pellizcó el puente de la nariz como lo hacía cada vez que
sentía que se acercaba una migraña, luego se dirigió hacia el organizador.
—Simplemente agregue el túnel de viento al paquete.

✩✩✩
De vuelta en casa, Alec y Hazel mantuvieron su nueva rutina, con Alec
jugando al héroe y Hazel jugando al villano. Su madre le ordenó
deliberadamente a Alec que se mantuviera alejado del piso de la cocina
recién fregado, y Hazel respondió caminando por las baldosas con zapatos
embarrados. Su madre le pidió a Alec que clasificara el reciclaje, y Hazel
arrojó las botellas y los periódicos directamente en el contenedor de
basura de la casa.
—Hazel, ¿qué diablos te ha pasado? —su madre finalmente se rompió,
y la tía Gigi miró con los ojos abiertos y asombrada mientras Hazel
respondía.
—No tengo idea de lo que estás hablando —dijo, luego corrió escaleras
arriba y cerró de golpe la puerta de su habitación.
Alec tomó asiento en su paso habitual en la parte superior de las
escaleras.
—¡Es como si estuviera poseída! —dijo su mamá.
—Es como si tuviera diez —respondió la tía Gigi, y Alec tuvo que reír
porque la tía Gigi no tenía idea de que estaba ayudando a su pequeña a
actuar. Cuanto más pensaban sus padres que estaban locos, más tentados
estarían de acabar con todos los libros para padres y recordar que Alec no
era un problema que resolver. O en este caso, supuso, Hazel.
—Es como si hubieran cambiado de lugar, Gigi. ¡Es espeluznante! —dijo
su mamá.
—¿Qué es eso? —pregunto la tía Gigi, pero Alec no podía ver a qué se
refería desde su lugar en las escaleras.
—Es sólo este libro —respondió su madre, el cansancio en su voz
dejaba en claro que había perdido la fe en El Planificador.
—Meg, sabes que creo que es genial cómo tú e Ian siempre están
trabajando para asegurarse de no criar a un par de asesinos en serie.
—Gracias, Gigi —dijo su madre secamente—. Me alegra saber que
nuestros esfuerzos son evidentes.
—Lo digo en serio. Creo que ustedes son realmente buenos padres.
—Estoy sintiendo un “pero” en alguna parte.
—Pero, ¿nunca te preguntas si en todos tus esfuerzos por convertirlos
en niños normales, sea lo que sea que eso signifique, si tal vez…?
—¿Si tal vez qué? —su madre no sonaba tanto a la defensiva como
petrificada por la respuesta.
—Tal vez los hayas convertido en lo que son —dijo la tía Gigi, haciendo
una pausa por un momento antes de agregar—: Hazel es la fácil. Alec es el
difícil. Es como si los pusieras en sus propias pequeñas islas.
—Gigi, te amo.
—Estoy sintiendo un “pero” aquí.
—Pero si una persona más me dice cómo criar a mis hijos, voy a gritar.
Para su crédito, la tía Gigi guardó silencio después de eso.
—Sólo quiero que seamos una familia. Una familia normal —dijo la
madre de Alec, y él pensó que ella nunca había sonado más cansada que en
ese momento.
—Felicitaciones —dijo secamente su tía Gigi—. Tú lo eres.
Cuando Alec se levantó para escabullirse a su habitación, escuchó a su
madre reírse de la broma de la tía Gigi, aunque en realidad no tenía nada
de gracioso.
Al igual que Hazel, la madre de Alec tenía todo lo que quería, pero aún
quería más. Quería los niños perfectos con los modales perfectos en la
casa perfecta. No fue suficiente para Hazel tener todos los amigos del
mundo y la fiesta más épica cada año por su cumpleaños. También tenía
que tener un zorro estúpido. ¿Por qué? Porque es lo único que no tenía en
su malcriada vida.
Bueno, Alec lo entendió ahora. Vio a su hermana como la Hazel falsa y
autoritaria que realmente era, y había hecho todo lo posible para hacer
que él fuera el mimado, todo para que no arruinara su estúpida fiesta
especial.
«Buen intento, hermana», pensó, y pudo sentir una capa exterior
endurecerse alrededor de su corazón que latía rápidamente. «Buen
intento, pero te espera una gran sorpresa el día de la fiesta».
Su Contra-Contraataque estaba en pleno apogeo.

✩✩✩
Los padres de Alec estaban a punto de quebrarse. Hazel sólo había
estado bromeando esa noche en que preguntó si Alec pensaba que los
romperían, pero parece que su pregunta estaba arraigada al menos en una
pequeña realidad.
Apenas los estaban aguantando el jueves. Alec y Hazel los habían
atormentado hasta una pulgada de sus vidas. Alec había traído a casa una
araña lobo “mascota” y Hazel la había dejado libre en la cama de sus padres.
Alec ordenó “amablemente” una pizza para la cena, pero Hazel agregó
secretamente anchoas dobles debajo del queso. Un juego amistoso de
charadas iniciado por Alec terminó con su mamá prácticamente llorando
cuando surgió la palabra CABRA, y Hazel hizo la mímica de “¡A qué huele
mamá!”
El viernes fue más borroso, con su padre haciendo todo lo posible para
mantener la paz el día antes de la fiesta de Hazel, a pesar de que ninguno
de sus padres se sentía particularmente a gusto de celebrar a su dorada
Hazel.
—Tiene que ser hormonal o algo así —podían escuchar a su padre decir
mientras Alec y Hazel escuchaban a escondidas desde su posición en la
parte superior de las escaleras.
—Probablemente esté nerviosa por asegurarse de que todos sus
amiguitos se diviertan en la fiesta.
—Ian, anoche me desperté con una araña del tamaño de la palma de mi
mano arrastrándose por mi cabello —dijo su madre, con voz temblorosa
mientras se acercaba a las lágrimas por enésima vez esa semana.
—Oh, hombre, pensé que encontraron eso ayer —susurró Alec, y se
estremeció cuando una punzada de culpa real golpeó su estómago.
—Lo hicieron —dijo Hazel—. Yo, um, la rescaté de nuevo.
Alec miró fijamente a este extraño que pensó que era su hermana. Su
determinación de exponerla puede haberse duplicado, pero no podía negar
que estaba genuinamente impresionado. No podría haber pensado en la
mitad de los mini desastres que ella había desatado en su casa durante la
semana pasada. Se encontró lamentando el regreso a sus islas separadas
una vez que todo este engaño terminara. Independientemente de las
razones o del doble y triple cruce en juego, la iba a extrañar. No recordaba
la última vez que había sentido una camaradería tan estrecha con esta
pequeña extraña.
Tal vez no lo recordaba porque nunca antes había pasado.
El sábado por la mañana, sus padres hicieron algo que no habían hecho
en años: dejaron que Alec y Hazel durmieran todo el tiempo que quisieran.
Hazel se despertó mucho antes que Alec, pero eligió quedarse en su
habitación, jugando en silencio hasta que Alec finalmente se levantó a las
nueve en punto.
Tan pronto como los muelles de su cama crujieron y se levantó para
sentarse en el borde de la cama, escuchó los suaves pasos de Hazel irse de
su dormitorio al suyo. La puerta del baño se abrió con un chirrido y ella
entró en su habitación con una naturalidad inaudita hace siete días.
—Es el gran día —dijo Alec, estudiando su rostro en busca de una
reacción.
Había esperado emoción, o presunción, tal vez incluso una punzada de
culpa por toda la tortura que habían sometido a sus padres, una especie de
práctica a la que no estaba acostumbrada, sin importar cuánto hubiera
decidido que quería ser una mujer un poco menos de oro.
Sin embargo, no vio nada de eso en su rostro. Vio las habituales pecas
espaciadas uniformemente, los ojos grandes de color verde claro, los
perfectos rizos rubios que formaban un halo en su cabeza. Pero había algo
más. Era imposible creer que fuera otra cosa que una tristeza abyecta.
—Estás a punto de conseguir todo lo que quieres —dijo, escrutándola,
pero ella no reveló nada.
—Sí —dijo, aunque estaba claro que no estaba de acuerdo.
—Sabes, después de esto, probablemente puedas volver a ser amable y
te perdonarán por completo.
Él, por otro lado, podría volver a ser su podrido yo habitual después de
esto, y no recibiría ningún crédito por haber sido decente con su familia
durante la última semana.
—Sí, probablemente tengas razón —dijo, sentándose en la alfombra
junto a su cama.
Cuando empezó a quitar la pelusa de la alfombra, Alec empezó a
preguntarse si eso era lo que quería, volver a ser la buena.
Y se sorprendió al descubrir que, independientemente de lo que ella
quisiera, eso era lo que él quería. Toda esta trama y contratrama se estaba
volviendo agotadora. Pensó que podía superar a su hermana y proteger su
condición de huevo podrido, y tal vez todavía pudiera. Pero, de todos
modos, ¿para qué fue todo? ¿Para poder mantenerse exiliado en su propia
pequeña isla en la casa?
¿De verdad había sido tan malo pasar el rato con ella durante la última
semana? Ella comenzó a levantarse y caminar hacia la puerta, evitando el
contacto visual con Alec, y él se encontró diciendo lo que dijo a
continuación sin siquiera pensar.
—Feliz cumpleaños —dijo, y esta vez, ella se volteó para mirarlo.
Ella sonrió. Pensó que era real. No quería pensar que fuera otra cosa
que eso. Esta mañana había sido muy confusa.

✩✩✩
La fiesta era todo el caos apenas controlado como había sido en años
anteriores. Niños parados en sillas frotándose globos en la cabeza unos a
otros para crear estática. Los padres gritando—: ¿Dónde está Jimmy?
¿Alguien ha visto a Jimmy? —El personal de Freddy Fazbear esquivando con
destreza la bebida de naranja derramada y respondiendo a solicitudes de
más aderezo ranchero.
En medio del caos, Alec pudo ver a uno o dos niños de la fiesta
caminando por el restaurante con un Freddy solitario de dos pies a cuestas.
Podría haber sido lindo si no hubiera sido tan espeluznante ver a este oso
no muy alto pero no muy bajo seguir a su “amigo” alrededor, escuchando
y esperando señales antes de actuar de manera autónoma. El comentario
de la tía Gigi puede haber sonado demasiado cierto para el consuelo de
Alec, pero ese día, vio esa verdad en toda su calvicie: los niños que jugaban
demasiado rudo, cuyas narices formaban costras alrededor de sus fosas
nasales, cuyos rostros se torcían en amargos ceños eran seguidos por los
osos y nadie más.
Hazel no era exactamente la Hazel de oro que había sido en años
anteriores, pero estaba más o menos de regreso a su antiguo yo.
Cortésmente agradeció a sus amigos por comprarle los regalos y actuó
como si no los estuviera esperando. Ayudó a su mamá a pasar el pastel a
todos los invitados y a sus padres antes de comer ella misma. Pasó el mismo
tiempo con cada niño que asistió, asegurándose de que nadie se sintiera
excluido mientras pasaban de un juego a otro en la sala de juegos.
Alec se sentó en un rincón y desempeñó su papel de hermano mayor
adolescente y enfurruñado. Con todos los derechos, si hubiera querido
uno, fácilmente podría haberse ganado su propio Freddy solitario.
En un extraño giro de los acontecimientos, sus padres parecieron
aliviados al ver que todo volvía a su inadecuada existencia normal. Mientras
que en años anteriores, lo habían estado instando a ir a jugar con su
hermana, empujándolo a sonreír, empujándolo para que los ayudara a llevar
los regalos al auto, este año parecían estar bien con permitirle que se
encorvara en una silla y fruncir el ceño a los asistentes a la fiesta.
—Creo que todo va bastante bien, ¿no crees? —le preguntó su papá a
su mamá y a su tía Gigi.
—¿Alguien le recordó al personal que Charlotte no puede comer
chocolate? Probablemente debería ir a recordárselo —dijo su mamá.
—Todo va muy bien —dijo la tía Gigi, mirando de reojo a Alec, quien
simplemente se encogió de hombros.
De hecho, iba muy bien. Su hermana volvió a ser reconocible para sus
padres, a la fiesta sólo le quedaba una hora para que las cosas se calmasen
y nadie había resultado herido o envenenado. Considerándolo todo, un
éxito notable.
Excepto que no era un éxito. Alec todavía no había podido jugar su carta
de triunfo. Y no había podido interpretarla porque Hazel ya no
desempeñaba su papel.
Ella había hecho de todo: jugó Skee-Ball, luchó contra zombis en el
campo de batalla de realidad virtual, disparó alrededor de un millón de
canastas, vio dos presentaciones completas de la banda Freddy Fazbear…
Sin embargo, cada vez que el organizador había entrado en la habitación
tratando de convencerla para dirigirse al Túnel de Viento y agarrar el cupón
de su premio, encontró una razón para no entrar. En cambio, miraba a
Alec, como si estuviera en una especie de enfrentamiento silencioso, y le
decía al organizador—: No sé si quiero hacer eso.
—Pero cariño, eso es todo de lo que has estado hablando durante
semanas, tratar de ganar el Yarg Foxy —decía su madre, pero cada vez,
ella se escurría del organizador y se escapaba para jugar algún otro juego
con sus amigos.
La tía Gigi se encogió de hombros.
—Tal vez ya no lo quiera. Los niños son volubles.
Alec estaba tan preparado. Se había escabullido cuando nadie estaba
mirando. Había examinado tres cubos llenos de cupones, boletos y confeti
que se le pegaban como telarañas, hasta que por fin encontró el boleto
único de Yarg Foxy en los materiales destinados al túnel de viento. Se había
metido el cupón en el bolsillo y había seguido su camino de mal humor, y
nadie se dio cuenta.
Pero si Hazel no iba a tomar su turno en el túnel de viento, todo fue en
vano.
Alec se dio cuenta de que si iba a exponerla como la mocosa que era,
tendría que asumir un papel más activo del que había estado asumiendo.
—Tal vez ella tenga miedo de sentirse decepcionada —le dijo a su
mamá, y ella pareció pensar que era una idea bastante razonable.
—Alec, ustedes dos se han llevado muy bien últimamente. Quizás
deberías intentar convencerla. Sólo tengo miedo de que se vaya hoy y
lamente no intentarlo.
—Claro, mamá —dijo Alec, poniéndolo un poco grueso, pero engañó a
su mamá, y asintió con aprobación mientras se dirigía a la sala de juegos
para buscar a su hermana.
La encontró junto a las mesas de Whack-a-Mole.
—Oh, Hazel, una cosa —dijo, tirando de ella por el codo con una
sonrisa cursi mientras sus amigos se distraían.
Se encontró de nuevo de pie en el pasillo entre el escenario de Fazbear
y la sala de juegos. Sólo que esta vez, no había ningún oso espeluznante que
mirara fijamente en la distancia. La plataforma y el oso habían sido
removidos, dejando sólo una huella en la alfombra frente al pilar.
—¿Qué sucede? —preguntó Alec una vez que estuvieron fuera del
alcance del oído de los demás.
—¿Qué quieres decir? —ella realmente tuvo el descaro de decirlo,
retorciéndose de su agarre mientras miraba hacia atrás para saludar a sus
amigos.
—Quiero decir que has vuelto a ser la perfecta pequeña Hazel, y mamá
y papá se han dado cuenta —dijo, esperando que ella mordiera el anzuelo.
—¿De qué estás hablando? Mamá y papá están encantados. Todo ha
vuelto a la normalidad.
Parecía enojada con él por alguna razón, y él se preguntó por un
segundo si había descubierto su plan de exponerla por la farsa.
Quizás por eso jugó de forma un poco agresiva.
—Sabes, la fiesta casi ha terminado. Te irás a casa sin tu estúpido juguete
si no entras en ese túnel de viento.
Ella se encogió de hombros y miró hacia abajo. Sus pecas prácticamente
desaparecieron bajo sus mejillas enrojecidas.
—Quizás ya no necesito el juguete.
—¡Por supuesto que sí! —dijo, desatando toda la magnitud de su ira.
Claramente estaba haciendo todo lo posible para llevarlo a su límite—. No
vas a conseguir todo lo que quieres para siempre. Pronto, vas a envejecer,
y no serás tan preciosa, y entonces, ¿a quién le vas a gustar?
En sus diez años, fuera de los meses de la infancia, Alec nunca había visto
llorar a su hermana. Tal vez ella había tenido un ataque o dos cuando era
una niña pequeña, pero él siempre encontraba mejores lugares para estar
cuando ese tipo de drama pasaba.
Pero en ese momento, por razones que no podía empezar a
comprender, vio cómo sus ojos verde claro se llenaron de lágrimas. Y
aunque ella no dejaría que se le cayeran por sus mejillas, él se dio cuenta
de que fue un esfuerzo monumental de su parte mantenerlas dentro.
—Bien —dijo, y ni una palabra más. Ella lo empujó y caminó
directamente a través de su multitud de amigos en la galería hacia la sala
de fiestas, saludando a su mamá, papá y tía sin una sonrisa antes de exigir
que la dejaran entrar al túnel de viento.
—¡Oh… oh, sí! ¡Okey! —dijo su madre, no con el entusiasmo con el
que había estado hablando, pero se apresuró a actuar—. ¡Está lista para el
túnel de viento! —llamó al personal de Freddy's como si fueran sus damas
de compañía.
Dos empleados prepararon la cámara vaciando los cubos de boletos de
juego y cupones y confeti de celofán pegajoso en la parte superior del tubo
antes de accionar un interruptor para activar una luz estroboscópica que
no se podía mirar durante mucho tiempo sin causar un toque de náuseas.
Otro movimiento de un interruptor, y el viento en el túnel se activó,
enviando el surtido de papel y mylar girando a través del tubo, mezclando
los cupones de premios en un frenesí vertiginoso.
Apagaron la máquina de nuevo, luego agarraron a Hazel por las muñecas
sin ceremonias y la empujaron a través de la pequeña puerta de entrada al
tubo. Las luces estroboscópicas se reactivaron, y mientras las polillas se
convertían en una llama parpadeante, sus amigas emigraron de la sala de
juegos de regreso a la sala de fiestas para presenciar el tornado de posibles
premios de la cumpleañera.
—¿Estás lista? —preguntó un empleado.
Hazel simplemente asintió con la cabeza, y Alec observó con mesurado
asombro cómo la tormenta se levantaba a su alrededor, azotando sus rizos
dorados frente a su cara y ocultándola momentáneamente detrás del caos.
—¡Coge las entradas! —gritaron sus amigas detrás de Alec.
—¡Oh! ¡Oh, el cupón de Yarg Foxy! ¡Está ahí, cariño, está ahí! —gritó
su madre, saltando arriba y abajo como si eso pudiera ayudar. Pero Alec lo
sabía. Tocó el lado del bolsillo de sus jeans donde residía el cupón arrugado
de Yarg Foxy.
Sin embargo, Hazel apenas reaccionó a los gritos. Extendió las manos al
azar, haciendo mínimos intentos de agarrar cualquiera de los frenéticos
papeles que entraban y salían de sus dedos.
—¿Se encuentra bien? —preguntó su padre, entrecerrando los ojos ante
el caos del tubo—. No crees que vaya a vomitar, ¿verdad?
—Oh, eso sería un desastre —dijo la tía Gigi, y Alec tuvo que reprimir
un bufido.
—¡Vamos, Hazel! —gritó por encima de la multitud, fingiendo animar
junto con ellos. ¡Obtén ese cupón! ¡Consigue ese zorro!
Pero fue inútil. O no podía oír, o simplemente no le importaba.
Cuando sonó el temporizador del túnel de viento, los asociados de
Freddy Fazbear desconectaron obedientemente y la tormenta dentro del
recinto llegó a su fin abruptamente.
—¡Está bien, niños y niñas! —gritó el empleado en un micrófono—.
¡Veamos qué ha ganado la cumpleañera!
Los niños de la fiesta empujaron hacia el cilindro con Hazel dentro, y
ella esquivó sus manos codiciosas mientras agarraban los boletos gratis
como si fueran billetes de dólar reales.
—Bueno, Hannah, ¿qué tenemos? —dijo el empleado.
—Es Hazel —corrigió la tía Gigi.
—¡Okey! —dijo el empleado, ignorando a la tía Gigi y acercándose
dramáticamente a Hazel mientras ella le lanzaba una mirada cautelosa—.
¡Veamos!
Ella le entregó todos los papeles que había agarrado de mala gana contra
su cuerpo, lo que le permitió examinar los distintos cupones y anunciar
cada uno como si hubiera ganado la lotería.
—¡Una bebida de la fuente gratis! ¡Una ronda de bonificación en el Sky
Dunk! Uno, no, ¡dos tazas promocionales de personajes de Freddy
Fazbear!
Cuando el empleado llegó al final de la pila que Hazel había capturado,
su madre comenzó a moverse nerviosamente.
—No consiguió el zorro —Alec la escuchó preocuparse con su padre.
—Meg, relájate. Ya ni siquiera lo quiere.
—Sí, lo quiere, Ian. Ella sólo está tratando de actuar como una niña
grande.
—Bueno, Hannah, ¡esto es un gran botín! —dijo el empleado una vez
terminó de leer todos los premios.
—¡Hazel! —gritó la tía Gigi, y esta vez el locutor miró por encima del
hombro el tiempo suficiente para mirarla de reojo.
—Hazel —corrigió, haciendo una mueca a la tía Gigi, quien le devolvió
la sonrisa más falsa.
—¡Espere! —gritó la niña llamada Charlotte que no podía comer
chocolate—. ¡Miren su cabello!
Efectivamente, mientras sus amigas la hacían girar hacia un lado, los rizos
de Hazel acunaban un pequeño boleto reluciente que se veía diferente a
cualquiera de los otros que había logrado capturar en el túnel.
Pero Alec lo reconoció de inmediato.
—¡Es el Yarg Foxy! ¡Es el Yarg Foxy! —gritó Charlotte.
«No es posible», pensó Alec. La ira burbujeó en la boca de su estómago
y comenzó a agitarse, lista para estallar en cualquier segundo.
Recordó el tubo antes de que se encendiera el túnel de viento. Había
pequeños trozos de la última ronda. Y en esa pequeña pila de confeti y
boletos relucientes, un sólo cupón de Yarg Foxy debe haber estado
escondido, esperando ser pateado nuevamente por un viento renovado.
Alec estaba seguro de que ella no había querido que se viera, pero su
rostro se transformó por completo. Fue sólo por una fracción de segundo,
pero la estaba mirando en el momento justo. Y en esa fracción de segundo,
vio su alivio absoluto por haber ganado el premio que estaba decidida a no
querer cuando llegara el día de conseguirlo.
Y nadie llegaría a ver la rabieta épica de la perfecta Hazel, la chica que
lo tenía todo pero no consiguió el zorro.
—¡Así es, niños y niñas! ¡Hazel ha ganado su propio Yarg Foxy! —gritó
el locutor, y los chicos de la fiesta empezaron a convulsionar.
Siguieron al empleado hasta el mostrador de premios y lo rodearon
mientras levantaba el Yarg Foxy en caja del estante más alto, otorgándoselo
a Hazel como si acabara de ser coronada como la reina.
—¡Qué alivio! —Su madre suspiró y se dejó caer en una silla.
Alec la miró como si le acabara de crecer una segunda cabeza. ¿Un
alivio?
—¡Es una broma! —dijo, y ella frunció el ceño a Alec.
—¿Cómo puedes decir eso? Sabes lo mucho que quería ese juguete.
—¿Parece que quiere el estúpido juguete? —se quejó, todavía furioso
porque Hazel estaba haciendo todo lo posible para ocultar el hecho de que
ella era la mimada.
Alec observó mientras sacaba de la caja al zorro y lo sostenía en sus
manos, sonriéndole como si fuera una especie de tesoro olvidado hace
mucho tiempo.
—¡Déjame ver, déjame ver! —sus amigos suplicaron, pero Hazel sonrió
tímidamente y negó con la cabeza.
—Cariño, ¿por qué no quieres jugar con él? —preguntó su padre, y
Hazel simplemente objetó. No fue hasta que sus amigas perdieron el
interés y emigraron de regreso a la sala de juegos que su madre finalmente
llevó a Hazel a un lado.
—Cariño, ¿qué sucede? ¿Ya no quieres al zorro? —preguntó.
Alec casi dijo todo lo que podía decir.
—¡Por supuesto que no! ¡Obtiene todo lo que quiere y todavía no está
satisfecha! Pero, ay, ¿no es triste que Hazel ya no quiera al zorro? —gritó.
Se burló. Pero nadie estaba escuchando.
Fue entonces cuando Hazel se disculpó durante un buen rato. Debían
haber sido al menos diez minutos.
—Te dije que iba a vomitar —dijo su padre—. Iré a ver cómo está.
Pero justo cuando se dirigía a la habitación trasera donde Hazel había
desaparecido, reapareció con el zorro, todavía agarrándolo en sus manos
como si de repente fuera muy importante para ella después de todo.
—Hazel, cariño, ¿te sientes bien? —preguntó su mamá, acariciando los
rizos de Hazel, y de repente, Hazel no se veía tan triste o distraída (o con
náuseas, para escuchar a su papá decirlo). En cambio, se inclinó hacia su
madre y le susurró algo que hizo que su madre prácticamente se derritiera
en un pequeño charco, ahí mismo en el piso de Freddy Fazbear.
Entonces su mamá hizo algo inesperado.
—Alec, ven aquí, cariño. —Alec los miró a ambos con sospecha. Para
ser justos, también lo hicieron su padre y la tía Gigi—. Sólo ven aquí —dijo
su madre, poniendo los ojos en blanco, pero seguía sonriendo.
Alec se acercó a su madre y a su hermana con precaución. Tenía la clara
impresión de que estaba cayendo en una trampa.
—Continúa, Hazel. Dile lo que me dijiste —dijo su mamá.
Hazel parecía mortificada. Su rostro estaba prácticamente enterrado en
la felpa del zorro.
—Mírate. Tímida como siempre. Está bien, estaré justo aquí —susurró
su madre, y Alec estaba a punto de sacarse la piel.
—¿Qué demonios estás haciendo? —susurró con los dientes apretados.
Estaba tan cerca, tan cerca, de vencer a su hermana en su propio juego.
No, su juego. Esto era suyo para ganar.
—Nada. Ya no quiero hacer esto.
—¿Hacer qué? —pregunto Alec, poniéndose nervioso. Miró a sus
padres, pero no parecía que hubieran escuchado nada.
—Ya no quiero fingir que soy mala. Fue sólo para agradarte.
Alec se quedó sin habla.
—¿Eh?
—Toma —dijo, y empujó el Yarg Foxy en su pecho—. Es para ti.
—¡Oh, cariño, mira! —dijo su mamá, y su papá la hizo callar, pero sus
padres y la tía Gigi continuaron mirando.
—No puedes hablar en serio —dijo Alec.
—Sólo lo quería para poder dártelo.
—¿Qué diablos voy a hacer con un estúpido zorro? —preguntó. No,
exigió. Todo esto era demasiado. ¿Cómo lo había superado tan
expertamente?
—Quería que dejaras de odiarme tanto. Sólo tómalo, ¿de acuerdo? —
dijo, y se lo metió en el pecho.
Nada de esto estaba saliendo como se suponía. Se suponía que debía
perderse al zorro, lanzar el ataque épico que él sabía que había estado
guardando dentro toda la semana, y cuando sus padres y todos sus amigos
la vieran como la mocosa malcriada que realmente era, la vida debería
haber vuelto a la forma en que Alec lo había disfrutado antes: con él para
actuar en relativa oscuridad, sin la carga de la constante bondad de la
perfecta Hazel.
Pero ahora tenía al zorro, ¿y qué estaba haciendo? ¡Se lo estaba dando!
En un acto de absoluta santidad, le estaba dando su posesión más preciada.
Se lo ganó. Porque sabía cuánto siempre había querido uno.
Ella acababa de hacer jaque mate.
—No —dijo, arrojándole el zorro—. No, no lo quiero.
—¡Alec! ¿Qué forma de actuar con tu hermana es esa? ¡Te dará su
regalo en su cumpleaños! —lloró su mamá.
—¡Es una farsante! ¿No pueden verlo? ¡Es el peor tipo de falsa malcriada!
¿Cómo no pueden ver eso?
Alec estaba despotricando ahora. Fue todo lo que pudo hacer para
evitar que la cabeza le diera vueltas en el cuello, al estilo exorcista.
—¿Quieres que me lleve al zorro? —dijo, y sólo pudo adivinar por la
forma en que su madre lo miró que se veía positivamente maníaco—. Está
bien, me quedaré con el zorro.
Arrancó el juguete del agarre de su hermana lo suficientemente fuerte
como para romper el brazo, enviando suaves mechones de relleno flotando
en el aire.
Su madre soltó un chillido involuntario y la tía Gigi puso su mano sobre
el hombro de su hermana.
—Meg, cálmate. Lo estás empeorando.
Su padre trató de mejorarlo.
—Alec, vamos. No hagas esto hoy.
—Oh, ya veo, porque era tan predecible que Alec arruinaría la fiesta.
Era tan inevitable que Alec arruine el buen rato de la perfecta pequeña
Hazel —dijo, gruñendo a su familia, que sólo podía mirarlo con horror.
Todos, es decir, excepto Hazel. Hazel simplemente se quedó ahí, con
los brazos flácidos a los costados mientras lo miraba.
Y ahí estaban. Las lágrimas.
No las había dejado caer antes. Las había guardado todas para ese
momento, cuando tenía la audiencia perfecta. Fue entonces cuando dejó
que se abrieran las compuertas. E incluso aun así, sólo dejó caer unas pocas.
—¡No lo soporto más! —Alec enfureció, y llevado por el viento de los
verdaderamente poseídos, huyó de la escena de su peor crimen hasta el
momento. Había hecho que todo el grupo se derrumbara a su alrededor,
tal como todos habían predicho que lo haría. Había hecho todo lo posible
para vencer a su hermana y, al final, ella todavía había ganado.
Y si eso no fuera suficiente, en realidad le había hecho creer, por un
breve momento, que realmente era tan buena como pretendía ser. Y que
hubiera querido ser su amiga.
Abriendo un camino a través de la pizzería, Alec pasó zumbando junto
al personal de aspecto confundido y la pandilla de amigos de su hermana y
uno o dos Freddys solitarios, sin apenas registrar nada, incluida la amiga de
Hazel, Charlotte, que estaba a punto de vomitar porque alguien había
ignorado toda advertencias y la alimentó con chocolate.
No dejó de correr hasta que se empujó a través de al menos tres juegos
de puertas y dejó la cacofonía de niños, juegos, campanas y cantos detrás
de él. Estaba en algún lugar del estrecho laberinto de cuartos traseros que
formaban el funcionamiento interno de la pizzería familiar de Freddy
Fazbear.
Redujo la velocidad a un paseo mientras trataba de recuperar el aliento,
pero no fue hasta que se detuvo por completo que se dio cuenta de por
qué no parecía poder exhalar. Era porque seguía tragando aire.
Era porque estaba sollozando. Como un niño pequeño. Como un
mocoso malcriado.
Se apoyó contra una pared y tiró los hombros contra ella, una y otra
vez, metiendo la barbilla contra su pecho mientras dejaba que sus hombros
absorbieran todo el impacto.
—No es mi culpa —dijo una y otra vez—. No es mi culpa.
Pero cuanto más escuchaba sus patéticas palabras en sus oídos, más
sabía que no eran ciertas. Era su culpa, todo. Había arruinado la fiesta,
arruinado a Hazel, arruinado sus quince años al creer que todos querían
capturarlo. Cerró los ojos mientras arrojaba los hombros una y otra vez
contra la pared mientras se imaginaba los ojos llorosos de Hazel, las líneas
arrugando la frente de su madre, la cabeza de su padre sacudiéndose por
la decepción.
Finalmente, se había cansado lo suficiente como para dejar de golpear la
pared, sólo para darse cuenta de que no era una pared en absoluto; era
una puerta. Y lo que había pensado que era el sonido de su propia rabieta
era en realidad un sonido que venía del otro lado de la puerta, algo que
sonaba como un fuerte golpe.
Presionando su cabeza contra la puerta para escuchar más de cerca,
miró arriba y abajo del pasillo para asegurarse de que nadie venía antes de
meterse en la habitación con el extraño sonido.
El interruptor de la luz estaba profundamente dentro de la habitación a
su derecha, y tuvo que caminar varios pasos en la oscuridad, tanteando la
pared hasta que finalmente la encontró, la puerta se cerró con un fuerte
golpe justo después de que él entró.
Cuando la habitación finalmente se iluminó, vio que era una especie de
almacén, sólo que mucho más abarrotado de lo que parecían ser juguetes
abandonados, juegos de árcade y maquinaria, nada de las existencias
adicionales de servilletas y vasos de papel que esperaba. La pared trasera
estaba llena de juegos de árcade que Alec recordaba haber sido popular
hace unos diez años. Las mesas dobladas estilo cafetería estaban apiladas
en filas contra una pared lateral, sus asientos circulares adjuntos le daban
a la disposición una apariencia de dominó. La pared más cercana a él
consistía en hileras de rejillas de alambre, cada una con varios juguetes
rotos o anticuados que alguna vez pudieron haber sido parte de la
exhibición del mostrador de premios. Ahora, los estantes abarrotados de
juguetes tristes y sin dueño parecían menos premios y más cosas que se
pierden debajo de las camas de los niños.
Se desplomó en uno de los asientos de una mesa de la cafetería que se
había caído de su lugar contra la pared, su nariz todavía estaba goteando
por su derrumbe en el pasillo, y cuando levantó la mano para pasársela por
la cara, sintió un cosquilleo de felpa y recordó que todavía sostenía al zorro.
Su brazo desgarrado colgaba de unos hilos rebeldes. El resto del juguete
era nuevo y reluciente, tal como se le había prometido a la niña que tuvo
la suerte de obtener ese estúpido cupón.
—Ni siquiera se suponía que estarías aquí —le dijo al zorro, pero no
pudo reunir la rabia para morder las palabras. Estaba demasiado enojado.
De hecho, apenas podía sentir nada más que la vergüenza de haber
fracasado tan miserablemente en exhibir a su hermana.
Sus palabras resonaban en sus oídos: «quería que dejaras de odiarme
tanto».
Esto no puede ser. Esto no podía ser lo que su hermana había querido
todo este tiempo, ganar un juguete que nunca había conseguido porque los
niños buenos ganaban 10,000 premios en boletos y los niños malos eran
seguidos por un oso como amigo.
Alec sostuvo su cabeza entre sus manos, esperando que su mente se
quedara quieta. Pero los recuerdos de su hermana regresaron
rápidamente, atravesándole el cráneo y haciendo ping-pong en el interior
de su cerebro como un juego de árcade anticuado.
Los dibujos que ella dibujaba para él y se deslizaba al azar por debajo de
la rendija de la puerta del baño.
Los chistes tontos que hacía de los que sólo ella se reiría.
El último trozo de pastel de calabaza que nunca comería en Acción de
Gracias porque sabía que era su favorito.
Hubo todos los momentos de la semana pasada, momentos en los que
pensó que ella lo había superado, tratando de superar su astucia.
Momentos en los que había pensado que la había sorprendido mirándolo,
pero no podía entender lo que estaba pensando. Simplemente había
asumido que ella estaba tramando algo. Pero, ¿y si sólo estaba mirando? ¿Y
si sólo estaba esperando a que él la mirara?
¿Y si sólo estaba esperando que él fuera un hermano mayor?
Alec apenas podía formar un pensamiento convincente.
Parecía imposible que se hubiera equivocado tanto, la atención que sus
padres le prodigaban y le dedicaban a él; la etiqueta de mala semilla que se
había puesto a sí mismo y que estaba tan seguro de que le había dado la
familia; los días, meses y años que había pasado lamentando su condición
de forastero. ¿Y si todos realmente lo hubieran querido con ellos?
Pensó en lo que Hazel le dijo el otro día, en cómo parecía tan molesta,
y no podía entender por qué.
Apuesto a que ni siquiera sabías que nos mudamos aquí por ti.
Ella estaba tratando de decírselo, de hacerle entender.
Quería que dejaras de odiarme tanto.
Alec no podía controlarse. Agarró al zorro pirata, exprimiéndole la vida
que no tenía antes de arrojarlo tan fuerte como pudo en los estantes a su
lado, tirando un cubo de juguetes obsoletos y no deseados al suelo junto
con el nuevo Yarg Foxy con el brazo desgarrado. Todos los juguetes
cayeron en un montón colectivo al suelo, esparciéndose por el suelo
polvoriento con varios golpes y chirridos.
—Genial —dijo Alec—. Simplemente fantástico.
No era suficiente que hubiera arruinado la fiesta y lastimado a Hazel,
ahora se iba a meter en problemas por destrozar la trastienda de Freddy
Fazbear.
Se agachó detrás del estante de la estantería y comenzó a examinar los
juguetes, arrojándolos de nuevo al contenedor del que se cayeron mientras
hacía todo lo posible por localizar al zorro. Después de todo lo que ya
había hecho, perder el juguete que ella le dio no era una opción. No si
alguna vez tuvo alguna esperanza de hacer las cosas bien.
Pero encontrar el Yarg Foxy resultó ser una tarea más difícil de lo que
había pensado. Había patos de goma, serpientes de plástico y marionetas
de fieltro, pero no había ningún zorro con patas de palo con un brazo
trágicamente desgarrado.
—Vamos, ¿en serio? —dijo Alec, exasperado y completamente
exhausto en este momento.
Todo lo que quería era que este horrible día terminara.
Estaba tan perdido en el mar de juguetes que se olvidó de los golpes,
ese extraño sonido que había escuchado al otro lado de la puerta antes de
abrirse paso. No lo había escuchado de nuevo desde que abrió la puerta,
pero los golpes habían vuelto ahora, resonando en alguna parte de la
habitación que no podía ver. Ahora que estaba detrás de la estantería, sin
embargo, podía decir que el sonido venía de algún lugar cercano.
Miró hacia el rincón más alejado de la habitación, en un área
desordenada detrás de la última estantería que cubría la pared. Ahí,
escondido en un rincón oscuro, había un gran contenedor verde tipo
basurero, con un candado que sellaba la tapa.
Alec dio unos pasos lentos más cerca del contenedor de basura,
esperando más allá de toda esperanza que los golpes no vinieran del
interior de ese contenedor.
Ahora, al lado del contenedor, no había escuchado más golpes en los
últimos segundos, y estaba mayormente seguro de que se había
equivocado. Claramente, el golpe tenía que provenir del otro lado de la
pared contra la que se apoyaba el contenedor de basura.
Pero justo cuando deslizó sus dedos debajo de la tapa para mirar a
través de la rendija permitida por la cerradura, el contenedor traqueteó y
golpeó, y se tambaleó hacia atrás, alejándose lo más lejos posible del
contenedor.
Su corazón latía con tanta fuerza en su pecho que pensó que podría
explotar, pero cuando nada salió de debajo de la grieta de la tapa, su pulso
finalmente comenzó a disminuir a un ritmo normal.
Ratas. Debían ser ratas o algún otro tipo de alimaña.
—Me alegro de no haberme comido la pizza —se dijo a sí mismo y sintió
que se le revolvía el estómago.
Apoyado en los codos, se encontró encajado entre la pared y la
estantería más alejada de la puerta, enterrado detrás de un mar de cosas
olvidadas.
Y ahí, mirándolo desde debajo de un dosel de colores como algo que
podría haber visto en un circo, estaba un oso Freddy solitario, justo como
el que había visto mirando a ninguna parte ese día que discutió con Hazel.
—Tú de nuevo. ¿Estás siendo castigado o algo así? —Pero
inmediatamente le disgustó la idea de que el oso ya inquietante se
hubiera… portado mal.
Miró al oso mientras estaba atento en su plataforma debajo del dosel,
pareciendo mirar algo justo por encima del hombro de Alec.
Alec se giró y miró el contenedor de basura verde detrás de él, pero
cuando se dio la vuelta, se sorprendió al descubrir que los ojos del Freddy
solitario de alguna manera habían cambiado.
Parecían mirar directamente a Alec.
—Te he estado esperando, amigo —dijo el oso.
Alec se detuvo y miró al oso.
—Um, eso es genial —le dijo, y eso debería haber sido el final.
Alec no esperaba que dijera algo más.
—Deberíamos ser mejores amigos.
—¿Qué? —dijo Alec, mirando un poco más al oso. ¿Era así como se
suponía que debía funcionar? Pensaba que se suponía que debía tener una
especie de entrevista con él. Pero el oso no le hacía preguntas tanto
como… le decía cosas.
—Mejores amigos —dijo el oso.
—Está bien —respondió Alec, tratando de quitarse el escalofrío que
seguía corriendo por su brazo.
«Es un animal de peluche. Es un juguete estúpido».
Pero era extraño que no importaba cuántas veces lo intentara, Alec
parecía no poder levantarse. No parecía poder apartar la mirada del oso.
Todo lo que pudo hacer fue sentarse ahí y mirarlo mientras le devolvía la
mirada.
Alec nunca antes había notado los ojos del oso. ¿Siempre habían sido
tan azules? Y si no lo supiera bien, pensaría que casi brillaban. Pero eso era
una locura.
Entonces empezó a hacerle preguntas.
—¿Cuál es tu color favorito?
—¿Mi color favorito? —preguntó Alec, casi como si ya no tuviera el
control de su propia voz—. Mi color favorito es el verde.
El oso pasó inmediatamente a la siguiente pregunta. ¿No se suponía que
debía compartir cosas sobre él también?
—¿Cuál es tu comida favorita?
—Lasaña —dijo Alec, con una respuesta automática e inmediata.
—¿Qué quieres ser cuando seas grande?
—Un skater profesional.
—¿Cuál es la materia en que mejor te va en la escuela?
—Historia.
Continuó así durante lo que a Alec le pareció horas, pero no pudo haber
sido tanto tiempo. Le estaba costando mucho sentir el suelo debajo de él
o la sensación en sus dedos. Era como si estuviera flotando, como si
estuviera escuchando cada pregunta que le llegaba desde el final de un largo
túnel.
Luego, las preguntas del oso tomaron un rumbo diferente.
—¿A quién admiras?
—Mi tía Gigi.
—¿Qué es lo que más temes?
—La oscuridad.
—¿Qué harías si te pidieran que lastimes a alguien que amas? —Se sentía
como si el oso estuviera metiendo su suave zarpa en su alma y extrayendo
las respuestas que mantenía más ocultas. Y lo estaba haciendo sin esfuerzo.
Sus ojos eran tan azules y profundos como una fosa oceánica.
—¿Cuál es tu mayor arrepentimiento?
Y ante esta pregunta, Alec se detuvo. Se resistió al principio, o tal vez
simplemente no sabía la respuesta. Pero el oso no se movió. Preguntó de
nuevo.
—¿Cuál es tu mayor arrepentimiento?
Aun así, Alec vaciló, y el tirón desde dentro de él comenzó a volverse
doloroso, como si algo lo apretara desde su centro.
—¿Cuál es tu mayor arrepentimiento… Alec?
Con la presión acumulada desde su interior, apenas podía respirar por
el dolor, y a través de los diminutos espacios en sus dientes apretados, la
respuesta se filtraba.
—Herir a Hazel.
La presión disminuyó y la sensación finalmente regresó al cuerpo de
Alec, calentando sus extremidades hasta la mitad de él. Pero cuando su
cuerpo volvió a la vida, algo se sintió fundamentalmente diferente.
Miró fijamente a los ojos azules que habían ardido a través de su alma,
y buscó sus propias respuestas, pero sólo salió con más preguntas porque
los ojos azules del oso de repente se habían vuelto verde claro.
—¿Qué está sucediendo? —Trató de preguntarle al oso, porque de
repente, el oso parecía ser el que tenía todas las respuestas, pero Alec no
podía abrir la boca.
Él miró y miró, y el oso simplemente le devolvió la mirada.
Una sensación de pánico comenzó a subir por su pecho.
«Sólo necesito salir. Necesito un poco de aire».
Pero respirar no era su problema. Era moverse.
Intentó extender la pierna para ponerse de pie, pero no pasó nada.
Quería empujar su palma hacia el suelo para prepararse, pero no pudo.
Voces, débiles al principio pero cada vez más fuertes a medida que se
acercaban, le dieron un toque de esperanza renovada. Las reconoció de
inmediato.
—¡Mamá! ¡Hazel! —gritó, o al menos lo intentó, pero cada vez que
sentía que su garganta se flexionaba para gritar, las palabras luchaban por
encontrar una salida.
—No te preocupes, cariño, lo encontraremos —podía oír decir a su
madre.
Los golpes del cubo gigante detrás de él se dispararon de nuevo, y tenía
tantas ganas de alejarse de él, pero nada funcionaba. Cada músculo de
repente se sintió cristalizado.
—¿Está adentro? —Alec escuchó a Hazel decir desde el otro lado de la
puerta.
—¡Sí! —gritó Alec—. ¡Aquí adentro! ¡Mira aquí!
Podía oír la puerta abrirse desde el otro lado de la habitación, pero no
podía ver alrededor de la estantería. Todo lo que podía ver era el oso
mientras sus nuevos ojos verdes lo atravesaban.
—No creo que podamos estar aquí —dijo la mamá de Alec, y él pensó
que nunca se había sentido más aliviado al escuchar su voz.
—¡Mamá, mira! —dijo Hazel.
Por un segundo, el corazón de Alec dio un salto. Lo habían visto. No
podía verlas, pero tal vez ellas lo vieron a él.
«¿Y si tengo algún tipo de convulsión?» pensó.
Sin embargo, no importaba. Su mamá y su hermana estaban aquí para
ayudar ahora.
Pero, ¿por qué no estaban hablando con él? ¿Por qué no se habían
acercado al costado de la estantería?
—Aw, ¿ves? —dijo su mamá—. Te dije que lo encontraríamos.
«¡Pero no me han encontrado!» Alec trató desesperadamente de
gritar—: ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!
Los golpes del cubo de la basura se habían silenciado en el momento en
que se abrió la puerta, ¿y por qué ahora? ¿Por qué no podía volver a oír el
ruido ahora?
—Él simplemente… lo tiró aquí —dijo Hazel, y el dolor en su voz era
suficiente para hacer que Alec se sienta como la cucaracha más pequeña y
repugnante.
—Hazel —dijo su madre, con su voz muy suave—. Él te quiere. Yo sé
que él lo hace. A su manera, realmente quiere. Al igual que nosotras lo
queremos.
La garganta de Alec se apretó en un nudo, y este era el momento. Este
era finalmente el momento en que les diría cuánto lo sentía, lo equivocado
que estaba, lo mucho que se había perdido al querer tanto creer que estaba
excluido.
Ahora todo lo que sentía era que de alguna manera estaba atrapado…
adentro.
—Vamos, cariño. La fiesta terminará pronto. Vamos a comer ese pastel,
¿de acuerdo?
—Espera —dijo Hazel.
—Por favor, mírame —suplicó Alec en silencio—. Mírame.
—Oh, no te preocupes por el brazo, cariño. Puedo arreglar eso cuando
lleguemos a casa —dijo su mamá.
Entonces escuchó el peor sonido. Escuchó a Hazel ahogarse en un
sollozo.
—Oh, cariño —dijo su madre.
—Él me odia.
—Él no te odia. Nunca te ha odiado.
Sin embargo, esa era la cuestión. Alec la había odiado. Era la peor y más
terrible confesión que nunca hizo, pero no tenía por qué hacerlo, porque
su hermana lo había sabido todo el tiempo.
Lo que ella no sabía, lo que él no le había dicho cuando debería haberlo
hecho, era que ya no la odiaba. Si estuviera contando su propio secreto
más profundo y oscuro, le habría dicho que se odiaba a sí mismo mucho
más de lo que nunca la odió a ella.
Y le había gustado más la semana pasada de lo que le había gustado
desde el día en que ella nació, y fue porque se lo había pasado conspirando
con ella.
—Vamos —dijo su madre, y prácticamente podía oírla apretar el
hombro de Hazel—. Esto se acabará. Estas cosas siempre pasan. No
dejemos que arruine tu cumpleaños.
—¡No no! —Alec intentó gritar—. ¡No me dejen! ¡No puedo moverme!
Pero era inútil. No importaba lo fuerte que fuera la voz en su cabeza,
no podía sacar el sonido de su garganta.
El pánico aumentaba en la base de su cráneo y comenzaba a preguntarse
qué pasaría si nadie regresaba a buscarlo. ¿Simplemente se irían a casa sin
él? ¿Alguien lo extrañaría siquiera?
Alec miró fijamente a los ojos ahora verdes del oso y reunió cada gramo
de fuerza que pudo encontrar en su interior. Parecía tomar todo lo que
tenía, pero de repente, el oso que tenía delante se había ido, escondiéndose
del otro lado de los ojos cerrados de Alec.
Había descubierto cómo cerrar los ojos.
«Bien, ahora respira. Sólo cuenta hasta diez y sigue respirando».
Respiró hondo por la nariz, espiró por la boca y repitió el ejercicio diez
veces, y justo cuando alcanzó la décima exhalación, sintió que las puntas de
sus dedos se contraían.
Estaba tan emocionado que abrió los ojos y se sorprendió al
encontrarse muy solo detrás de la estantería.
El oso se había ido, su plataforma personalizada estaba vacía.
«¿Dónde…?»
Pero ahora no tenía tiempo para pensar en eso. Acababa de recuperar
el más mínimo movimiento en las yemas de sus dedos y no iba a detenerse
ahí. Cerró los ojos una vez más y repitió la respiración, esperando que
hiciera el truco de nuevo. Efectivamente, cuando llegó a los diez, encontró
con gran alivio que podía mover el dedo gordo del pie.
Repitió el ejercicio una y otra vez, volviendo a enseñarle a su cuerpo
cómo moverse, y muy pronto, pudo doblar las rodillas y los codos e incluso
girar la cabeza.
Los golpes en la papelera detrás de él comenzaron de nuevo, y de
repente se enfureció porque el sonido regresó ahora que ya era demasiado
tarde para hacerle algún bien.
«Cállate».
Desafortunadamente, a pesar de que sus miembros habían comenzado
a cooperar, su voz aún no había regresado, ni su capacidad para abrir la
boca.
«No hay tiempo para preocuparse por eso ahora», pensó.
Estaba empezando a sentir que su función motora volvía a funcionar, tal
vez un poco torpemente, pero mientras pudiera ponerse de pie, era lo que
realmente importaba. Seguramente una vez que sus padres y la tía Gigi lo
vieran, verían que necesitaba ayuda. Simplemente tenía que salir de esta
habitación trasera.
Parecía que tenía que apretar todos los músculos de su cuerpo para
poder poner los pies debajo de él. Continuó cerrando los ojos y
respirando, alentado por las pequeñas victorias: pierna doblada, pierna
doblada, cuerpo equilibrado, otra pierna doblada. Y aunque le tomó una
eternidad, por fin logró pararse derecho sobre dos piernas.
Sin embargo, lo más extraño era que casi parecía que todavía estaba
sentado. El estante parecía mucho más alto de lo que había sido
inicialmente. De hecho, toda la habitación parecía más grande de alguna
manera, como si el techo se hubiera elevado.
Se movió rígidamente al principio, sus piernas se sacudían más que
caminar, y tuvo que trabajar extraordinariamente para controlarlas, pero
después de varios pasos y tantas pausas, logró encontrar un ritmo lo
suficientemente adecuado para llevarlo al otro extremo de la habitación.
Pero cuando llegó a la puerta, se sorprendió al descubrir que no podía
alcanzar el picaporte. Estaba al menos a treinta centímetros por encima de
su cabeza.
«¿Qué?»
Utilizando la misma práctica que había empleado para que sus piernas
trabajaran, cerró los ojos y respiró hondo varias veces y, finalmente, pudo
levantar las manos lo suficiente por encima de su cabeza para mover la
manija de la puerta.
Empujó la puerta después de lograr empujar la manija lo suficiente para
abrirla, y cuando tropezó en el pasillo, nuevamente tuvo que hacer una
doble toma para asegurarse de que estaba en el lugar correcto para
encontrar el camino de regreso al restaurante.
El pasillo era mucho más largo que antes. Parecía casi interminable, y se
sentía muy pequeño por dentro.
Pero siguió adelante. Sólo tenía que volver a la sala de fiestas. Sólo tenía
que regresar con su familia. Sabrían lo que estaba mal. Sabrían cómo
ayudarlo.
El final del pasillo estaba bloqueado por otra puerta que recordaba
haber sido un obstáculo mucho menor. La manija estaba aún más alta aquí
de lo que había estado en la sala de almacenamiento, y no importaba cuán
alto estirara los brazos en el aire, no podía alcanzar la palanca que le
permitía regresar al restaurante.
«Que no cunda el pánico», se dijo a sí mismo. «Es probable que alguien
regrese aquí en algún momento».
Tuvo que esperar mucho más de lo que pensaba. Apoyado contra la
pared al lado de la puerta, trató de no dejar que su mente divagara
demasiado.
Tenía miedo de volver a caer en el trance en el que de alguna manera
había caído en la sala de almacenamiento.
La forma en que ese oso se había metido en su cabeza… no tenía nada
de natural. No estaba seguro de qué o cómo, pero algo le había sucedido
algo horrible.
Sólo esperaba que no fuera irreversible.
Esperaba que se pudiera revertir mucho de lo que sucedió hoy.
De repente, la puerta se abrió de par en par, casi aplastando a Alec
detrás de ella, y tuvo que lanzarse por la abertura antes de que la puerta
se cerrara de golpe de nuevo.
Su nariz estaba en el piso de la alfombra de Freddy Fazbear, estaba
nuevamente rodeado por los gritos desgarradores y las campanas de juego
de la sala de árcades.
En el segundo que Alec aterrizó en el suelo, sintió que el viento lo dejaba
sin fuerzas.
—¡GOOOOOOOOOOLLLL! —escuchó que alguien decía, y luego
escuchó a otros reír, pero eso fue todo mientras se elevaba por el aire,
todavía tratando de encontrar el aliento.
Aterrizó con un golpe doloroso, esta vez boca arriba y mirando las
pantallas de lámparas de vidrio grabado que cubrían cada una de las mesas
de la pizzería. Los pies golpeaban a su alrededor, estaban peligrosamente
cerca de su cabeza, e hizo una mueca cuando zapatilla tras zapatilla por
poco no aplastaba una parte de él.
«¿Por qué todos actúan como si no me vieran?»
Tan pronto como se le ocurrió la idea, fue agarrado bruscamente por
el brazo y aferrado con fuerza a un chaleco de lana que le picaba.
—¡Yo lo vi primero! —dijo una voz, y de repente, alguien estaba tirando
con fuerza de su pierna.
—¡No, dámelo! —dijo el niño que lo sostenía, y ¿qué tan grandes eran
estos niños para poder jugar tira y afloja con él?
—¡No yo!
—¡¡Yo!!
Le tiraban de la pierna con tanta fuerza que le aterrorizaba que se le
saliera en cualquier segundo. Quería volver a no ser visto.
Entonces, tan rápido como había comenzado el tira y afloja, una voz en
la distancia gritó—: ¡La pizza está aquí! —y volvió a caer sobre la alfombra.
Se quedó tendido de costado tratando de recuperarse, pero la rueda de
un cochecito se bamboleaba directamente hacia su cabeza, y apretó los
ojos con fuerza mientras esperaba una muerte segura.
—Jacob, mueve esa cosa fuera del camino, ¿quieres? —dijo la persona
detrás del cochecito, y alguien empujó a Alec con el pie, apretándolo
contra el rodapié.
«¿Mover esa cosa?» pensó Alec, y si no estuviera tan loco, confundido
y con una buena cantidad de dolor, podría haberse ofendido.
Se las arregló para apoyarse contra la pared y ponerse de pie, pero
estaba tan tambaleante que no estaba seguro de poder cruzar la habitación
sin caerse.
Aun así, estaba decidido. Tenía que regresar a la sala de fiestas. Sólo
tenía que regresar con su familia. Seguramente ya lo estarían buscando, ¿no
es así?
Alec se tambaleó y zigzagueó por el restaurante, esquivando los pies
pisando fuerte y derramando bebidas, siendo rociado con parmesano y
pimientos machacados de las cocteleras de la mesa. Después de varias
experiencias cercanas a la muerte, encontró su camino hacia el otro lado
de la habitación cavernosa en medio de la multitud de niños y familias.
Al doblar la esquina, vio el enorme tubo cilíndrico que formaba el Túnel
de Viento, ahora inactivo y esperando al próximo cumpleañero una vez
que terminara la fiesta de Hazel.
Luego estaba su familia: su mamá con sus jeans oscuros y su papá con
sus pantalones de pana más cómodos y su camisa de franela, la tía Gigi con
el cabello recogido en su diadema.
Y ahí estaba Hazel, con sus rizos rubios colgando frente a su cara pero
aún sin oscurecer la sonrisa que no pudo evitar iluminar la habitación. Sus
amigas estaban recostadas en sus sillas, frotándose la barriga llena y
rebuscando en bolsas de regalos mientras esperaban a que sus padres las
recogieran.
Todos parecían tan felices. Hazel estaba especialmente radiante. Era
como si alguien hubiera vuelto a encender la luz dentro de ella. De repente
se sintió aliviada de la carga que Alec le había puesto al ser… él mismo.
Excepto que no era el yo que quería ser, ya no. Quería ser la razón por la
que ella sonreiría así más a menudo. Estaba listo.
Fue entonces cuando Alec vio que, de hecho, él era la razón por la que
estaba radiante. Ahí, sentado al otro lado de la mesa de su hermana y sus
padres, estaba… Alec.
Era la misma camiseta arrugada que se había puesto esa mañana antes
de la fiesta, los mismos jeans rotos. Los mismos rizos dorados rebeldes
que contrarrestaban los perfectos rizos de Hazel. Eran sus ojos verde
claro, sus dientes ligeramente torcidos, sus miembros larguiruchos.
Y estaba sonriendo. Sonriéndole a Hazel.
—Oye —dijo Alec, la voz en su cabeza era tranquila al principio, pero
rápidamente, estaba gritando—. ¡Oye! ¡Ese no soy yo! ¡Ese no soy yo!
Pero cualquiera que mire al niño frente a Hazel no estaría de acuerdo.
En todos los sentidos, esta persona era sin duda él. Aquellos que lo
cuestionaran podrían señalar el hecho de que no estaba enfurruñado como
el Alec que conocían. No miraba a su hermana con el ceño fruncido de la
forma en que se sabía que lo hacía la mayoría de las veces.
Pero parecía haber estado haciendo un esfuerzo durante toda la semana
para pasar una nueva página, ¿no es así? Sus padres habían estado probando
esta nueva técnica, un método respaldado por un médico de renombre y
autor de best-sellers. Algunos niños simplemente tardaron más en
recuperarse.
¿No era agradable que Alec se las hubiera arreglado para hacer
precisamente eso, y en el cumpleaños de su hermana? Que dulce. Qué
perfecto.
Qué linda familia estaban resultando ser.
Alec forzó sus piernas rígidas hacia adelante y cayó al salón de fiestas,
pero apenas podía ver por encima de la mesa cuando entró. Pensó que tal
vez podría intentar trepar por una de las patas de la mesa, pero estaba
demasiado resbaladizo.
Pasó de niño en niño apiñándose alrededor de la mesa, haciendo todo
lo posible para atraer la atención de sólo uno de ellos. Tenía que subirse a
esa mesa. Tenía que mirar a su mamá a los ojos. Entonces tendría que
reconocerlo, ¿no es así? ¡Por supuesto que lo haría!
—¡Mira abajo! ¡Alguien, por favor, miren hacia abajo! —Su mente gritó,
pero al igual que antes, su garganta se negó a soltar sus súplicas.
«Es un mal sueño. Esto tiene que ser una pesadilla loca y elaborada».
Pero no se sentía como una pesadilla. De hecho, nada se había sentido
más real en sus quince años.
Vio a la chica llamada Charlotte sentada acurrucada en una silla en un
rincón, agarrándose el estómago. Era la única niña que no hablaba con otra
persona. Era su mejor oportunidad para llamar la atención.
Pero mientras él agitaba los brazos para tratar de señalar su interés, ella
se giró de repente y vomitó por toda su cabeza, vómito caliente goteó en
sus ojos y corría por su rostro.
—¡Oh! Oh no, Charlotte, cariño, ¿todavía te molesta el estómago?
Alec apenas podía ver a través del vómito vertiéndose en ríos sobre sus
ojos, pero el sonido de la voz de su madre fue un gran alivio. En un minuto,
todo este loco día llegaría a su fin y él podría reunirse con su familia.
—¡Oh, qué asco! —gritó alguien, y para su horror, era su propia
hermana—. ¡Vomitó sobre uno de los osos!
«¿Espera, qué?»
—Haré que uno de los miembros del personal venga y lo limpie —dijo
su padre.
—Aquí, déjame ayudarte —dijo la tía Gigi, y observó desde su periferia
cómo la hermosa y maravillosa tía Gigi se apresuraba a llegar a su rincón
de la habitación.
«Gracias», gimió en su cabeza. Su tía Gigi sabría qué hacer.
Pero en lugar de acudir en ayuda de Alec, la tía Gigi tiró suavemente a
Charlotte de su silla y la sentó en el banco más cerca de Hazel y el falso
Alec, que le pasó servilletas para que pudiera limpiarse.
—Toma un poco de agua —dijo Hazel, ofreciéndole una taza.
—Tienes algo en el pelo —dijo el falso Alec.
Luego dirigió su mirada hacia Alec. Sus ojos, sus ojos verdes robados en
su cuerpo robado, brillaron ante Alec mientras estaba de pie en la esquina,
goteando vómito, viendo a su familia darle la bienvenida a su redil.
Y luego, el falso Alec sonrió.
—Sí, justo por aquí. Lo siento. Creo que arruinamos a uno sus osos —
escuchó Alec decir a su padre desde fuera de la habitación, y en ese
momento, un empleado de Freddy's llegó con un trapeador y un balde.
—No hay problema, señor. Nos encargaremos de esto. Vuelve a
disfrutar de la fiesta.
Y con eso, Alec fue arrojado a un balde y se alejó rodando, con su visión
aún oscurecida, pero no demasiado como para que no viera al falso Alec
guiñarle un ojo desde la mesa antes de devolver su atención a Hazel
sonriente y riendo con ella. La familia sonriente y feliz.
En el cubo, Alec fue llevado rápidamente a la parte trasera de la pizzería
una vez más, las puertas en las que había trabajado tan duro para mover se
abrieron y cerraron con facilidad por el empleado. Hizo una parada rápida
en el baño de hombres, donde empujó el cubo con ruedas y la fregona a la
esquina y sacó el trapo en el fregadero de mantenimiento antes de tirarlo
por el costado del cubo, salpicando el espejo junto a ellos con grandes
gotas de agua.
Alec se levantó lentamente hacia el espejo y sólo entonces se dio cuenta
de que estaba aparcado al lado.
Ahí, en el reflejo, se veía a un Freddy Fazbear de dos pies de ojos azules,
con el pelo enmarañado y comenzando a formar una costra por el vómito,
con los brazos extendidos y listos para un abrazo.
«Esto no puede ser. Esto no puede ser posible».
Pero Alec no tuvo tiempo de contemplar qué era y qué no era. Antes
de que se diera cuenta, estaba en movimiento de nuevo.
El empleado pellizcó la pata de Alec entre dos dedos.
—Eww —dijo, arrugando la nariz antes de sostener a Alec tan delante
de él como pudo—. A la papelera.
Abrió la puerta de la habitación de una patada y fue rápidamente por el
pasillo hasta la sala de almacenamiento a la que Alec se había escapado
antes.
—Espera —trató de decir—. ¡Espera!
Pero como siempre, fue inútil.
El empleado sacó una colección de llaves de un cordón retráctil en la
presilla de su cinturón mientras se dirigía a la parte trasera de la sala de
almacenamiento hacia un contenedor verde grande y familiar.
—¿Cuál es? —murmuró para sí mismo antes de aterrizar su atención
en el derecho—. ¡Ajá! Aquí está.
Luego, el empleado metió la llave en el candado sobre la tapa del
contenedor y, con un giro brusco a la izquierda, el candado se abrió.
—¡Diviértete con tus amiguitos! —dijo, y soltó su pellizco en la pata de
Alec, enviándolo a caer por el aire y al contenedor.
La luz de la habitación iluminó su entorno en el contenedor el tiempo
suficiente para que Alec viera por qué no le había dolido cuando se cayó.
Su caída había sido interrumpida por docenas de osos de peluche que se
veían exactamente como él.
Docenas de Freddys solitarios tirados.
—Buenas noches —dijo el empleado, y así, la luz sobre él se apagó con
el cierre y bloqueo de la tapa.
El pánico se filtró en los poros de Alec… o en lo que alguna vez
pudieron haber sido poros.
En su cabeza, gritó y gritó. Pero al final, el único sonido que se escapó
de su desquiciada y disecada boca de oso fue un chillido mínimo.
—¡Ayuda! —pensó que se escuchó a sí mismo decir.
Entonces se dio cuenta de que no había sido él en absoluto. Había sido
el oso a su lado en la papelera.
Luego estaba el oso al otro lado de él.
Muy pronto, fueron todos los osos en el contenedor, sus gritos finos y
silenciosos de ayuda se tragaron por el metal y la oscuridad que los
sepultaron. Alec y sus nuevos amigos.
Docenas de los solitarios.
E ra muy propio de Oscar estar en el lado perdedor del trato. Siempre
había sido así, desde el momento en que su papá fue al hospital para una
amigdalotomía y contrajo una infección fatal, hasta el momento en que
tuvieron que mudarse al extremo más barato de la ciudad, hasta todas las
veces que tuvo que ayudar a su mamá en el Hogar de Ancianos Royal Oaks
mientras el resto de sus amigos gastaban sus mesadas en el centro
comercial.
Así que no fue una sorpresa para Oscar cuando se enteró de que el
Plushtrap Chaser, un conejo verde masticador activado por la luz y, por
mucho, su personaje favorito del mundo Freddy Fazbear, saldría a la venta
el día más ridículo, en el momento más ridículo imaginable.
—Mañana de viernes. «¡Mañana de viernes!» —Oscar echaba humo.
—Hombre, tienes que superarlo —dijo Raj, pateando la misma piedra
por la acera que había estado torturando todo el camino a la escuela.
—¡Pero es injusto! Es un juguete para niños. ¿Por qué saldría a la venta
cuando todos los niños del universo conocido están en la escuela? —Oscar
dio un manotazo a la rama de un árbol que colgaba bajo como si le hiciera
daño.
—¿Escuchaste que Dwight ya tiene uno? —preguntó Isaac, alzando lavoz
en la parte trasera.
—¿Qué? —Raj se detuvo, ahora suficientemente indignado—. ¡Ni
siquiera había oído hablar de Freddy Fazbear antes del año pasado!
—Aparentemente, su padre hizo una “llamada”. Su padre siempre está
haciendo llamadas. —Isaac hizo un puchero.
—Dwight es un idiota —dijo Raj, y en eso, todos los chicos estuvieron
de acuerdo.
Era mucho más fácil odiar a Dwight que admitir que no eran del tipo
que tenían padres que podían hacer llamadas para conseguir unos feos
conejos verdes que tenían la altura de un niño pequeño y mantenían la
velocidad de un conejo real.
—Nunca lo conseguiremos, no si tenemos que esperar hasta las cuatro
—dijo Isaac.
—Podríamos… —comenzó Oscar, pero Raj lo interrumpió.
—No, no podemos.
—¿Cómo–?
—No podemos desviarnos del camino.
—Tal vez yo–.
—No es posible. Ya tengo dos strikes. Uno más y mi mamá me enviará
al campo de entrenamiento.
—Vamos, ella no hablaba en serio sobre eso —dijo Oscar.
—No conoces a mi mamá —dijo Raj—. Una vez, mi hermana le
respondió y no la dejó hablar durante una semana.
—Eso no sucedió —se rio Isaac.
—¿Ah no? Pregúntale a Avni. Dice que al sexto día parecía que hubiera
olvidado cómo hablar.
Raj miró a lo lejos, atormentado por el espectro de su madre mientras
Oscar se dirigía hacia Isaac.
—No me mires. Tengo que acompañar a Jordan a casa.
Oscar sabía que no podía discutir con eso. Incluso cuando los hermanos
pequeños se van, Jordan estaba bien, y Oscar sabía con certeza que la
madre de Isaac se volvería loca si él siquiera pensara en dejar a Jordan solo
hasta que ella llegara a casa del trabajo a las tres en punto.
No había forma de evitarlo. A pesar de todas las grandes ideas de Oscar,
sabía que tenía demasiado miedo para llevarlas a cabo. Dejar la escuela era
como un pecado mortal para su madre, que había luchado duro por su
educación mientras lo criaba sola.
Oscar y sus amigos tendrían que esperar hasta las cuatro.
El día fue angustiosamente largo. El Sr. Tallis hizo que toda la clase
recitara el preámbulo de la Constitución una y otra vez hasta que lo
entendieron bien. La Sra. Davni hizo un cuestionario completamente
injusto sobre isótopos. El entrenador Riggins les hizo correr vueltas
alrededor del campo a pesar de que todavía estaba embarrado por la última
lluvia. Oscar pensó que tal vez nunca se había enfrentado a un día más
miserable.
Luego, a las 2:33, empeoró.
Dos minutos antes de que sonara la campana final, Oscar fue llamado a
la oficina principal.
—¿Ahora? —le suplicó al señor Enríquez.
Su maestro de geometría se encogió de hombros, impotente por no
rescatar a Oscar, a pesar de que él era su alumno favorito.
—Lo siento, señor Ávila. Nadie dijo que el segundo año estaría libre de
crueldad.
Se dirigió hacia Raj e Isaac en la única clase que habían compartido desde
que se conocieron en el patio de recreo en tercer grado.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, trató de no ahogarse con su
ofrenda de sacrificio—: Espérenme hasta las tres y media. Si no estoy de
regreso para entonces…
Toda la clase se sentó como testigo.
—…entonces vayan sin mí.
Raj e Isaac asintieron solemnemente. Oscar recogió sus cuadernos y su
bolso y lanzó una última mirada al señor Enríquez.
—Es tu mamá —murmuró, palmeando firmemente a Oscar en el
hombro. El Sr. Enríquez sabía que la madre de Oscar a veces necesitaba la
ayuda de Oscar en el Hogar de Ancianos Royal Oaks. No sabía
exactamente cuál era el trabajo de su madre, pero tenía algo que ver con
asegurarse de que todo el lugar no se deshiciera. Su mamá era importante.
La secretaria de la recepción esperaba impaciente a Oscar, con el
auricular en la mano.
—Pensé que te habías extraviado —dijo sin humor—. ¿Sabe tu mamá
que es por eso que la mayoría de los padres les dan teléfonos celulares a
sus hijos?
Oscar enseñó los dientes en algo que simulaba una sonrisa.
—Creo que a ella simplemente le gusta escuchar su voz de forma
regular —dijo, y la secretaria igualó su sonrisa—. Además, los teléfonos no
están permitidos en la escuela.
«No es que podamos permitirnos uno», pensó, no sin un poco de
veneno hacia la secretaria.
Oscar le quitó el teléfono de la mano rápidamente porque parecía que
estaba a punto de golpearlo con él.
—PH, el Sr. Devereaux no está bien hoy —dijo la mamá de Oscar. Su
madre sólo usaba su apodo, “PH”, código para Pequeño Hombrecito,
cuando su necesidad era extrema.
No esto. Hoy no. El Sr. Devereaux era posiblemente el hombre más
viejo del mundo, y cuando estaba de mal humor, sólo había unas pocas
personas que podían razonar con él lo suficiente como para que tomara
sus medicamentos o comiera algo. Por alguna razón inexplicable, Oscar era
una de esas personas.
—¿Dónde está Connie? —se quejó Oscar, refiriéndose al único
asistente a quien el Sr. Devereaux respondía.
—Puerta Vallarta, donde debería estar —dijo su mamá—. Además, está
preguntando por ti.
Oscar le devolvió el teléfono a la secretaria, que ya tenía su bolso en la
mano mientras golpeaba con la uña de punta blanca el mostrador entre
ellos.
—Espero que estés listo. Tengo que llegar a Toy Box antes de que se
agoten los Plushtraps. Tengo cinco sobrinos.
Fue casi demasiado para que Oscar lo soportara. Cinco Plushtraps
menos después de que la Sra. Bestly (la Sra. Bestia en su cabeza) enganchara
lo que pudiera quedar para sus sobrinos que no lo merecían. Oscar
arrastró sus pies en la miseria todo el camino hasta el autobús urbano
número 12, se transfirió a la línea 56 y caminó el cuarto de milla desde la
parada del autobús hasta el trabajo de su madre, entrando abatido en el
vestíbulo del Hogar de Ancianos Royal Oaks.
Irvin, sentado en el mostrador de recepción, lo saludó con la cabeza
desde debajo de sus auriculares.
—¡El tipo está muy mal, grandullón! —dijo Irvin en voz alta, su volumen
no estaba controlado por la línea de base profunda que emanaba de su lista
de reproducción—. ¡Dice que Marilyn quiere robarle el alma!
Oscar asintió. Irvin conocía bien las rarezas del Royal Oaks, incluida la
paranoia crónica e infundada del señor Devereaux. Escuchar a Irvin
confirmar lo que su madre ya le había dicho por teléfono no alteró la
posición de rendición incondicional de Oscar. Estaría aquí toda la tarde,
probablemente hasta bien entrada la noche, intentando calmar al señor
Devereaux. El Plushtrap Chaser, si alguna vez hubiera tenido la
oportunidad de conseguirlo en primer lugar, nunca sería suyo ahora.
Las puertas automáticas se abrieron con un silbido, revelando la espalda
de la alta figura de su madre. Le devolvió un portapapeles a un asistente
que Oscar no había visto antes. Este lugar pasaba por asistentes como
Oscar pasaba por Electric Blue Fruit Punch.
—Asegúrese de que la Sra. Delia no consuma productos lácteos
después de las cuatro de la tarde —dijo su madre—. Se tirará tantos pedos
que tendremos que poner la habitación en cuarentena, y prometo que me
aseguraré de que seas el único asignado a esa sala durante toda la noche.
El nuevo asistente asintió con seriedad, claramente conmocionado, y se
apresuró a alejarse con el portapapeles justo cuando la madre de Oscar se
volteaba para sonreírle con los brazos extendidos. Eso era lo que pasaba
con su madre: siempre se podía contar con ella para un abrazo lo
suficientemente fuerte como para romperle las costillas. Incluso cuando
amenazó con recompensar a Oscar después de que él “rescató” a un
murciélago y lo dejó libre en la casa, logró abrazarlo lo suficientemente
fuerte como para que le doliera al día siguiente.
—El señor Devereaux cree que Marilyn–.
—Quiere robarle el alma. Lo escuché —dijo Oscar.
—Después de dieciocho años, uno pensaría que Marilyn se había ganado
el beneficio de la duda.
—No hay descanso con los verdaderamente sospechosos —dijo Oscar,
y su mamá le sonrió.
—Gracias, Hombrecito. Tú eres mi ángel.
—Mamá —respondió, mirando a su alrededor para asegurarse de que
nadie escuchara, a pesar de que los únicos que lo harían pasar un mal rato
estaban a kilómetros de distancia en Toy Box, reclamando el último
Plushtrap sin duda. La idea de Raj e Isaac alineándolos para batallas épicas
y mordaces en el patio era agonía pura.
Oscar comenzó a pensar en compromisos. Quizás si le daba a Raj o
Isaac la mitad de la cantidad, se podría persuadir a uno de ellos para que le
permitiera tomar la custodia parcial de Plushtrap.
Oscar logró sonreír débilmente a su madre y se preguntó si el destino
podría otorgarle un Plushtrap si eran testigos de su comportamiento
angelical. Sin embargo, sabía que era mejor no tener esperanzas.
Cuando llegó a la puerta del señor Devereaux, encontró al anciano
mirando hacia la esquina de su habitación, con sus ojos entrenados como
láseres listos para vaporizarte.
—Ha comenzado —dijo Devereaux, con su voz apenas por encima de
un susurro.
—¿Qué ha comenzado? —preguntó Oscar, no tanto curioso como
ansioso por comenzar este proceso.
—Ella ha estado conspirando todo este tiempo. Debería haberlo sabido.
Esperó hasta que bajé la guardia.
—Vamos, señor D, realmente no cree eso.
—Puedo sentir que mi alma se escapa. Está rezumando por mis poros,
Oscar.
El señor Devereaux no parecía asustado; más bien, parecía resignado a
su destino, y Oscar pensó que tal vez tenían algo en común hoy.
—¿Pero por qué haría eso? —preguntó Oscar—. Ella lo ama. Ella ha
compartido su habitación todas las noches durante casi dos décadas. ¿No
crees que si quisiera su alma, ya la habría tomado?
—La confianza no se puede apresurar, joven —dijo Devereaux—. La
buena fortuna no se puede predecir.
Fueron estas semillas de sabiduría las que mantuvieron a Oscar
interesado en el residente más antiguo del Royal Oaks. No importa cuántas
veces el Sr. Devereaux dejara escapar alguna observación sabia, Oscar se
sorprendía cada vez, como si el Sr. Devereaux pudiera sentir lo que
ocupaba su mente, incluso si la propia mente del Sr. Devereaux era como
un colador, sus pensamientos se deslizaban a través de agujeros en algún
abismo sin fondo.
—Quizás Marilyn no le esté robando el alma. Quizás la está
protegiendo. Ya sabe, como guardarla para custodiarla —postuló Oscar.
El señor Devereaux negó con la cabeza.
—Pensé en eso. Es una teoría tentadora… pero debería haberme
pedido permiso.
Estos son los momentos en que Oscar luchaba, cuando la lógica tenía
que ganar.
—No es como si realmente pudiera preguntarte.
—¡Por supuesto que puede! —El señor Devereaux se enfureció y Oscar
levantó las manos, tratando de aliviar al señor Devereaux antes de que el
nuevo asistente llegara corriendo por la esquina.
—Está bien, pero quédese conmigo un minuto, Sr. D. —dijo Oscar,
entrando a hurtadillas dos pasos en la habitación del Sr. Devereaux—. Tal
vez pensó, ya sabe, ya que estaba lo suficientemente cerca, que no le
importaría si… eh… tomaba prestada su alma por un momento…
El señor Devereaux miró a Oscar con recelo.
—Ella no te dijo que dijeras eso, ¿verdad?
—¡No! No, no, por supuesto que no. Nadie podría interponerse a la,
eh, relación que tienen.
El Sr. Devereaux miró hacia la esquina de la habitación que había atraído
su atención hasta ese momento.
—Bueno, Marilyn, ¿qué tienes que decir?
Oscar siguió la mirada del señor Devereaux, y ahora ambos estaban
mirando a la misma gata calicó anciana que había dormido en la almohada
junto a la ventana de la habitación del señor Devereaux tanto tiempo como
el señor Devereaux había dormido en su propia cama. No vino aquí con el
señor Devereaux, al menos según la leyenda. Ella había sido una callejera
del vecindario. Pero un día, el personal la encontró en la habitación, y sin
objeciones del elenco rotatorio de residentes, Marilyn se había quedado,
encontrando la compañía del Sr. Devereaux, la más agradable, a pesar de
su desdén periódico o su odio franco. Ninguna cantidad de rascarse detrás
de las orejas u ofrecer hierba gatera por parte de nadie más podría alejarla
del Sr. Devereaux.
Quizás ella realmente estaba detrás de su alma.
Marilyn parpadeó con su lento parpadeo de gato al Sr. Devereaux.
—Bueno, creo que ambos sabemos lo que eso significa —improvisó
Oscar, y por un segundo, el Sr. Devereaux pareció confundido, pero
después de otro momento de contemplación del fuerte ronroneo de
Marilyn, algo dentro de él se calmó.
—De acuerdo entonces. Parece que Marilyn te debe otra deuda más de
gratitud, jovencito.
Marilyn se estiró lánguidamente en su silla y bostezó, pero Oscar no
buscaba la gratitud de un gato. Estaba buscando una salida.
—Siéntate, joven, siéntate —dijo el Sr. Devereaux, y Oscar dejó escapar
lo último de su esperanza. Esta iba a ser toda su tarde.
Oscar se desplomó en la silla más cercana a la puerta. El señor
Devereaux lo miró con los ojos llorosos de un anciano.
—Mi alma puede estar en problemas, pero tu corazón ha sido robado.
Oscar trató de reír. Si no lo hacía, podría llorar. Era sólo lo último en
lo que se estaba convirtiendo en casi toda una vida. Casi había llegado al
béisbol Varsity, pero se dislocó el codo. Casi había ahorrado lo suficiente
para un teléfono celular, pero alguien le robó en el tren. Casi había tenido
una familia completa, pero luego perdió a su padre.
Si pudieras ganar un trofeo por casi, probablemente se quedaría atrás
del honor.
—Ah, sí —continuó el Sr. Devereaux—. El amor es algo muy
espléndido… hasta que te aplasta en pedazos.
—No es así —dijo Oscar. Era ridículo dejar las cosas claras; El Sr.
Devereaux podría o no recordar esta conversación. Pero necesitaba a
alguien a quien conocer, necesitaba a alguien en quien confiar, y realmente
nunca había conocido a un oyente mejor que este hombre al que nunca
había visto de pie, cuyo primer nombre ni siquiera conocía.
—Es… sólo ese estúpido juguete —dijo Oscar, pero incluso mientras
trataba de disminuir el Plushtrap, sintió que se le oprimía el corazón.
—¿Se rompió? —preguntó el Sr. Devereaux.
—Ni siquiera fue mío —dijo Oscar, y el Sr. Devereaux asintió
lentamente.
Marilyn comenzó la larga práctica de limpiarse ella misma.
—¿Y supongo que el juguete nunca será tuyo? —preguntó el Sr.
Devereaux. Oscar se sintió ridículo al escucharlo en esos términos, algo
que difícilmente debería estar causando la desesperación de un niño de
doce años.
—Ni siquiera es tan especial —mintió Oscar.
—Ah, pero el juguete es sólo el tallo que rompe el suelo —dijo
Devereaux, y Oscar levantó la vista de sus pies para mirar a los ojos del
anciano. Podría haber estado cayendo en uno de sus lapsos.
Pero Oscar se sorprendió al ver al Sr. Devereaux mirándolo
directamente—: La razón del deseo es lo que hay debajo. Es el suelo el que
alimenta el deseo.
El Sr. Devereaux se inclinó un poco más hacia Oscar, presionando su
brazo venoso contra la barandilla lo suficiente como para poner nervioso
a Oscar.
—Creo que has labrado bastante tierra en tus pocos años en este
mundo —dijo—. Tantas ganas… pero nunca has podido arrancar del suelo
los frutos de tu trabajo, ¿verdad?
Oscar nunca fue bueno para cultivar cosas. Mató todas las plantas que
intentó regar, todos los peces que intentó criar.
—No creo que lo sepa —comenzó, pero el señor Devereaux no lo dejó
terminar.
—Los mejores cultivadores son los que saben cuándo es el momento
adecuado para recoger la cosecha —dijo, y Oscar lo estaba intentando,
realmente lo estaba, pero el Sr. Devereaux lo estaba perdiendo
rápidamente.
—Señor. D., es muy agradable intentar–.
—Ugh —el Sr. Devereaux gimió como si algo le doliera.
Se apartó de su posición contra la barandilla y arqueó la espalda. Oscar
pudo oír algo en el interior de los desvencijados huesos del hombre.
Marilyn detuvo su baño el tiempo suficiente para asegurarse de que el
señor Devereaux estuviera bien.
—Un cultivador, tal vez, pero un pensador no eres —le dijo Devereaux
a Oscar—. A veces tienes que saber cuándo hacerlo, incluso cuando no
parece posible.
Oscar miró al señor Devereaux.
—¡Deja de sentarte aquí y ve a buscar tu preciado juguete! —gritó el
Sr. Devereaux, su garganta flemática se atascó con las palabras, y comenzó
a toser. Marilyn se envolvió en una bola apretada en su silla.
El nuevo asistente apareció de la nada, de pie en la puerta pero reacio
a caminar más cerca.
—¿Está todo bien, Sr. Dev–?
—¡No, no todo está bien, tonto hurón! Ve y tráeme un vaso de agua,
por el amor de–.
El asistente se escabulló, pero Oscar no parecía poder levantarse de su
silla. Estaba congelado en su lugar, contemplando la profecía que había
recibido en una bruma de pelo de gato y desinfectante.
—¿Qué? ¿No crees que parece un hurón? Nadie debería tener una cara
tan pequeña —le dijo Devereaux a Oscar.
—¿Pero y si se agota en todas partes? —dijo Oscar, su cerebro
finalmente volvió a estar en línea.
—¿No tienen Internet los jóvenes? ¿O los teléfonos de tu computadora
o i-whatzits? Alguien debe tener el estúpido juguete en alguna parte —dijo
el Sr. Devereaux, tosiendo un poco más de flema—. El punto es, dejar de
labrar. Es hora de elegir.
El asistente regresó con una pequeña taza amarilla, y el señor Devereaux
se la quitó bruscamente antes de ponerse de lado, de espaldas a él ya
Oscar.
Marilyn asomó una oreja para asegurarse de que todo estaba bien antes
de volver a acomodarse.
En el espacio de cinco segundos, el Sr. Devereaux roncaba
ruidosamente, sus costillas subían y bajaban dentro de su pijama raído.
—Parece que lo ayudaste —le dijo el asistente a Oscar mientras salían
arrastrando los pies por la puerta, cerrándola detrás de ellos—. Eres mi
héroe.
Oscar se sintió mareado cuando regresó a la recepción. Su madre se
apresuraba por el pasillo con tres ayudantes a cuestas, cada uno siguiéndola
como patitos luchando por mantenerse al día.
—Eres un alma buena —le dijo su madre a Oscar sin levantar la vista de
su portapapeles. Sin embargo, Oscar sabía que lo decía en serio. Ella estaba
ocupada.
—Él llama hurón al nuevo asistente —dijo Oscar.
Su madre se encogió de hombros y murmuró algo sobre una cara
pequeña.
—Como sea, les dije a Raj e Isaac que me reuniría con ellos —dijo
Oscar, echándose la mochila al hombro.
—¿Oh? ¿Harán algo divertido? —preguntó, todavía absorta en su
papeleo. Uno de los enfermeros estaba tratando de llamar su atención.
Oscar miró fijamente la parte superior de la cabeza de su madre, la raya
gris que iba desde su mechón hasta su coronilla de repente parecía más
grande, como si la edad se hubiera derramado sobre su cabeza mientras
dormía una noche.
—No. Nada especial.
Ella tomó su barbilla suavemente en su palma, finalmente miró hacia
arriba, y Oscar le devolvió la sonrisa porque ella siempre estaba
esforzándose al máximo. Ella siempre lo había hecho.
Giró sobre sus talones hacia las puertas.
—Oh, Oscar, ¿puedes comprar un poco de yog–?
—¡Lo siento mamá! ¡Tengo que correr! —dijo Oscar mientras huía del
vestíbulo y regresaba a la seguridad del vestíbulo. Casi había salido por la
puerta cuando Irvin, todavía inclinando la cabeza a lo que sea que sonaba
en sus oídos, gritó por encima de la música.
—¡Tienes un mensaje!
—¿Eh? —dijo Oscar.
—¿Qué? —dijo Irvin, luego se colocó los auriculares alrededor de su
cuello—. Tienes un mensaje. Es breve, ¿cómo se llamaba? Isaac.
—¿Me llamó aquí? —preguntó Oscar, completamente confundido. No
recordaba ni una sola vez que sus amigos hubieran intentado comunicarse
con él aquí, a pesar de que parecía que pasaba tanto tiempo en Royal Oaks
como en su propia casa. En todo caso, a veces Raj o Isaac esperaban a que
Oscar terminara de ayudar a su madre, perdiendo el tiempo en el vestíbulo
mientras Irvin los ignoraba.
—Dijo que tienes que encontrarte con ellos en el centro comercial.
—¿El centro comercial? ¿No es Toy Box? Espera, ¿Hace cuánto
llamaron? —preguntó Oscar, lo que llamó la atención de Irvin.
—Bueno, déjame ver el servicio de mensajería —le dijo, alcanzando un
bloc de notas imaginario.
—Lo siento, es sólo–.
—Hace diez minutos tal vez —dijo Irvin, suavizándose.
Diez minutos. Si le toma veinte en el autobús, otros diez para caminar
desde la parada del autobús hasta el centro comercial, todavía podría haber
tiempo para llegar antes de que cierren.
—¡Me tengo que ir!
—Diviértete… meh, lo que sea —dijo Irvin mientras se tapaba los oídos
con los auriculares, las puertas ya se cerraban detrás de Oscar.
Oscar bailó alrededor de la parada de autobús como si tuviera que
orinar, inclinándose en la acera hacia la calle para ver si podía ver la
marquesina en cada autobús que pasaba. Los conductores le tocaron la
bocina para apartarlo del camino, pero él apenas los notó.
Finalmente, llegó el autobús número 56, reduciendo la velocidad hasta
una parada angustiosamente larga y suspirando para encontrarse con la
acera. Sólo había espacio para estar de pie, y Oscar sintió una furia
irracional hacia cualquiera que se atreviera a tirar del cordón. Parecía que
no había un tramo de dos cuadras en el que no se detuvieran para dejar
que alguien entrara o saliera, por lo que estaba a punto de estallar de
impaciencia.
Cuando finalmente llegó la parada del centro comercial, estaba tan
ansioso por bajarse que casi se olvidó de tirar del cable por sí mismo.
—¡Pare, pare, aquí! —le gritó al conductor, quien refunfuñó algo acerca
de no ser su chofer personal. Oscar gritó una rápida disculpa por encima
del hombro mientras lo reservaba a través de la espesa arboleda de
eucaliptos que definitivamente eran propiedad privada de alguien para
llegar a la entrada este del centro comercial, la más cercana al Emporium.
El Emporium casi había cerrado en tres ocasiones diferentes, siempre
estando al borde de la bancarrota, siempre rescatado en el último minuto
por algún misterioso financiero que, según los nuevos presentadores de la
transmisión nocturna, no podía soportar ver a otro negocio independiente
sucumbir a una de las grandes cadenas de jugueterías. Podría haber sido un
acto de caridad si el Emporium no fuera sido tan asqueroso.
Oscar estaba bastante seguro de que el lugar nunca había sido fregado.
Misteriosas salpicaduras se alineaban en los zócalos alrededor de la
cavernosa tienda, ni una sola mancha se movía. El propio Oscar había hecho
una de esas manchas cuando tenía once años, vomitando un gran sorbo
verde radiante justo en frente de la exhibición de la pelota de playa. Aunque
trató de no mirar, cada vez que entraba en el Emporium, veía las
reveladoras motas verdes que nunca habían sido limpiadas completamente
de la pared del fondo.
La tienda parecía estar siempre medio iluminada, las luces fluorescentes
en lo alto zumbaban y parpadeaban como si les molestara estar encendidas.
Pero quizás la parte más deprimente del Emporium eran sus estantes
perpetuamente vacíos. Llevarían tal vez un puñado de los juguetes
realmente buenos que todos clamaban por ese año, pero el resto de la
tienda cavernosa estaba ocupada por exhibiciones medio vacías de
muñecas genéricas polvorientas, muñecos de acción y juegos a los que
padres que también habían llegado tarde o estaban demasiado arruinados
tenían que recurrir. Oscar sabía a ciencia cierta que su madre se había
detenido en el Emporium más de un par de veces, siempre al final de su
turno de noche, buscando el facsímil más cercano a un juguete de marca
que su pequeño cheque de pago pudiera comprar. Oscar nunca la dejó ver
su decepción.
Pero el Emporium era la única tienda de juguetes ubicada en el centro
comercial; todo el resto de la ciudad eran las grandes tiendas
independientes. Si Isaac le estaba diciendo que se reuniera con ellos ahí,
debían saber algo que todos los demás en todo el pueblo no sabían.
Sólo que ese no pareció ser el caso una vez que abrió la puerta de la
entrada este. Incluso desde muy lejos, pudo ver una fila de personas que
se retorcían tratando de meterse en el Emporium. Hubo más tráfico
peatonal del que probablemente vio la tienda en un año.
Oscar redujo la velocidad a un paseo mientras se acercaba a la multitud
con cautela, desconcertado por la vista de tanta gente empujando para
entrar en el Emporium de todos los lugares.
Efectivamente, ahí, en la caja registradora junto a la puerta, un solo
adolescente petrificado fallaba espectacularmente al instar a la gente a ser
paciente. El pobre probablemente no tenía ni idea de lo que le esperaba
ese día para su turno.
—¡Oscar!
Oscar buscó a Isaac entre la multitud, pero como Irvin le había
recordado menos de una hora antes, Isaac era el más bajo. Era bastante
difícil de encontrar en una multitud con ese tamaño.
—¡Aquí!
Esa vez, era Raj, y finalmente, después de barrer a la multitud que
empujaba tres veces, Oscar vio a su amigo saltando sobre las cabezas
circundantes. No estaba tan lejos del frente de la fila, lo que tenía que
significar que de alguna manera obtuvieron un puesto.
Oscar se abrió paso entre un grupo de clientes enojados.
—Oye, hay un sistema aquí, chico —gruñó un tipo, y Oscar tuvo que
ocultar su risa porque… ¿en serio? ¿Este era un sistema?
Oscar esquivó un par de quejas más antes de llegar finalmente a Raj e
Isaac, con este último de puntillas tratando de ver qué tan lejos estaban del
frente.
—Amigo, probamos Toy Box, Marbles y ese lugar en Twenty-Third y
San John —dijo Raj, yendo directamente al grano.
—Incluso fuimos a ese extraño lugar orgánico en Fifth Street que sólo
vende juguetes de madera —dijo Isaac.
—Si alguna vez lo tuvieron, se agotaron en cinco minutos —dijo Raj.
—¿Pero el Emporium los tiene? —preguntó Oscar, todavía incrédulo.
En realidad, no había visto a nadie irse con uno, y para él era ver para creer.
—No en los estantes —dijo Raj, llegando a la parte buena—. Vimos a
Thad fuera de Rockets, y él estaba sosteniendo una gran bolsa Emporium,
así que sabíamos que algo tenía que suceder. No quería, pero nos mostró.
—Bueno, nos mostró la parte superior de la caja, pero definitivamente
tenía uno. Él estaba todo engreído al respecto —dijo Isaac—. Supongo que
su hermana está saliendo con el subdirector de aquí, y él dijo que tenían
un pequeño inventario de ellos, pero que el director no los estaba
guardando.
—Probablemente quería venderlos él mismo en línea —dijo Raj—.
Imbécil.
—Supongo que se corrió la voz —dijo Oscar, mirando a la multitud que
miraba a todos los demás. Nadie quería ser el primero en la fila en
escuchar—: Acabamos de vender el último.
La multitud se levantó de repente, empujando a toda la cuasi-línea hacia
adelante, y un rugido general de protesta estalló entre los clientes.
Isaac cayó contra Oscar, quien cayó contra la dama frente a él, quien se
quejó más fuerte que el resto.
—Te cuidado —dijo, volteándose sólo a medias para lanzarle a Oscar
una mirada fea.
La secretaria. Sra. Bestia. La de cinco sobrinos.
—Oh no —susurró Oscar—. ¡Ella los va a terminar! —les siseó a Raj e
Isaac.
—No puede. El límite es uno por cliente —le respondió Raj—. No te
preocupes, tengo un buen presentimiento.
—Oh, bueno, si tienes un presentimiento —Oscar puso los ojos en
blanco, pero en secreto estaba agradecido por el optimismo de Raj. No es
como si Oscar tuviera algo propio que ofrecer. La charla de ánimo del Sr.
Devereaux sobre la cosecha era un recuerdo lejano.
Después de que había pasado un eón, la fila avanzó lentamente y la
secretaria de la escuela de niños era la siguiente.
—¿Qué quieres decir con limitar uno por persona?
—Lo siento, señora, esa es la regla —dijo el empleado, luciendo como
si estuviera a unos segundos de un colapso.
—¿De quién es la regla?
—De mi gerente, señora —dijo, y la fila detrás de ellos suspiró con
fuerza.
—¿No ha estado escuchando, señora? Ya lo ha dicho cientos de veces
—gruñó un tipo lo suficientemente desafortunado como para estar
apretado contra el estante más cercano a la puerta.
—Bueno, ¿qué se supone que debo decirles a mis sobrinos? —preguntó
la Sra. Bestia, igualando el mal humor del tipo.
—¿Qué tal si les dices, oh, no sé, que el límite era uno por persona? —
respondió el tipo, y Oscar tuvo que admirar su coraje. Nadie en la escuela
se había atrevido a hablar con la secretaria de esa manera.
—Señora —interrumpió el empleado— puedo venderle uno, o tendrá
que pasar el siguiente.
La secretaria le dio una mirada que Oscar estaba bastante seguro de
que podría derretir cerebros humanos.
—Quiero decir, eh, ¿le parece bien? —dijo, pero ya era demasiado
tarde.
La Sra. Beastly golpeó su bolso gigante en el mostrador y resopló
mientras contaba su dinero en efectivo, luego lo cambió por un glorioso
Plushtrap Chaser.
Era la primera vez que Oscar veía uno en persona… o relleno, o lo que
sea.
Incluso desde detrás de la ventana de celofán de la caja, la cosa se veía
perfectamente aterradora. Sus ojos de plástico sobresalían de las cuencas
oculares aún más anchas, lo que hacía que la cara pareciera esquelética. La
boca colgaba abierta para revelar líneas de inquietantemente puntiagudos
dientes caninos. Con el juguete de casi un metro de altura, el empleado
tuvo que ponerse de puntillas para sacar la caja del mostrador y llevarla a
las manos de la secretaria, y ella ahuyentó la bolsa de plástico que él le
ofreció, decididamente terminada con toda esta transacción. Se alejó
enojada, docenas de ojos siguieron su compra por la puerta antes de
regresar su atención al guardián del tesoro.
La multitud se abalanzó hacia adelante, pero no fue necesario. Oscar,
Raj e Isaac prácticamente gateaban sobre el mostrador.
—¡Un Plushtrap Chaser, por favor! —dijo Oscar sin aliento—. Si sólo
queda uno, podemos dividirlo. —Los chicos se metieron las manos en los
bolsillos para juntar su dinero, un compromiso que ni siquiera habían
necesitado discutir. Si un Plushtrap era todo lo que podían conseguir,
entonces tendrían que compartirlo, uno para todos y esas cosas. Entendían
cómo funcionaba la escasez.
—Lo siento —dijo el tipo detrás del mostrador, pero no parecía más
apenado que aterrorizado.
—¿A qué se refieres con “perdón”? —peguntó Oscar, pero en algún
nivel ya lo sabía.
—No… nonononononono —Isaac negó con la cabeza—. No lo diga.
El empleado tragó, con su nuez subiendo y bajando por su cuello.
—Están agotados.
La multitud estalló en protesta, y ya sea que estuviera consciente o no,
el empleado se agarró al mostrador como si esperara que el piso se cayera
debajo de él.
—No puede ser —dijo Raj, pero Oscar apenas podía oírlo por encima
del rugido de los clientes enojados. Miró a Oscar como si le suplicara que
mintiera y le dijera que todo era sólo una broma. Había suficiente para
ellos. No se irían con las manos vacías.
No era posible que Oscar hubiera llegado tan lejos para esto. Miró el
rostro petrificado del empleado. ¿Qué razón tendría para mentir ahora?
Más que eso, ¿qué razón tendría para enfurecer a una multitud que ya está
al borde de la revuelta?
La semilla de la decepción estaba brotando sus raíces en el estómago de
Oscar mientras la escena que tenía ante él se desarrollaba en cámara lenta.
Se imaginó a sí mismo alejándose con Raj e Isaac, dando vueltas por el
centro comercial y arrastrando los pies de regreso a la parada del autobús,
incapaz de encontrar las palabras para expresar este tipo particular de
decepción. Incapaz de describir cómo no era por el Plushtrap Chaser, no
realmente. Era la confirmación de que personas como él no tenían la
intención de esperar cosas.
Mientras el empleado permanecía de pie con las manos en alto, como si
sus palmas temblorosas pudieran consolar de alguna manera a las masas
enojadas, Oscar se acercó al mostrador y trató de procesar otra
decepción. Se sintió aislado de la escena que lo rodeaba… hasta que unas
pocas palabras intrigantes desviaron su atención de las estridentes
protestas de la multitud y las débiles respuestas del empleado.
—… llama… a la policía —dijo una voz de mujer.
—¿Quién… regreso? —preguntó la voz áspera de un hombre.
—… real —dijo una voz chillona de adolescente.
—¿… humano? —preguntó la mujer.
Oscar pasó poco a poco más allá del mostrador y miró alrededor de
algunas pilas de cajas de cartón. Un poco más allá de las cajas, tres
empleados se agruparon alrededor de algo que no pudo ver.
Aunque en su mayoría estaban de espaldas a Oscar, ahora estaba lo
suficientemente lejos de la multitud como para escuchar a los empleados
discutir lo que sea que estuvieran mirando.
—No hay duda de eso. Se ven… reales —dijo un miembro del personal
adolescente mientras se inclinaba sobre la cosa.
—Seguro que no son del fabricante —dijo un hombre con aspereza, a
quien Oscar supuso que era el gerente codicioso, a juzgar por su tono
autoritario.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó un tercer empleado, con su cola de
caballo baja colgando sobre su hombro mientras se arrodillaba junto a los
adolescentes—. ¿Alguien miró este antes de que se vendiera?
—Alguien se habría dado cuenta, ¿no es así? —preguntó el adolescente.
—Sigo pensando que deberíamos llamar a la policía —dijo la mujer de
la cola de caballo, bajando la voz de modo que Oscar tuvo que esforzarse
para escucharla.
—¿Y decir qué? —preguntó el adolescente—. “Creemos que tenemos
una situación aquí. Mire, alguien devolvió un juguete y, historia divertida,
¡ahora el juguete se ve demasiado realista! ¡Ayuda, oficial, ayuda!”
—¡Mantén baja tu voz! —regañó el quizás-gerente.
—Quiero decir, en realidad no pueden ser reales, ¿verdad? —preguntó
la mujer.
Los otros dos no dijeron nada, y como si fuera una señal, los tres se
alejaron de lo que estaban rodeando, y Oscar finalmente pudo ver lo que
estaban examinando.
Ahí, encima de una pequeña mesa de trabajo, había una caja destrozada
que parecía haber sido rescatada de un compactador de basura. Su ventana
de celofán estaba sucia, con marcas blancas de arrugas extendidas como
venas por el frente. Las esquinas de la caja estaban blandas y gastadas, y la
solapa superior estaba unida por una tira de cinta de embalaje. Pero incluso
a pesar de todo este daño, Oscar pudo ver una cabeza verde y ojos
saltones.
¡Un Plushtrap Chaser de felpa!
Más allá de Oscar, la infelicidad de la multitud se convirtió en un rugido
y el empleado apareció de repente detrás de los palcos. No se dio cuenta
de Oscar. Estaba demasiado asustado.
—¡Ayuda! —gritó a los demás empleados—. ¡Están enfurecidos!
Antes de que se dirigieran, Oscar se deslizó alrededor de las cajas. Sin
escuchar más a los empleados, corrió hacia sus amigos, que todavía estaban
presionados contra el mostrador.
La mujer apareció junto a la caja registradora, el empleado estaba presa
del pánico. La etiqueta con su nombre decía que era “Tonya, Subgerente”.
—Lo siento mucho —dijo Tonya— pero el juguete Plushtrap ya no está
disponible.
—No, no lo cierto —dijo Oscar, en voz demasiado baja al principio, era
imposible escuchar entre la multitud tumultuosa.
Cuando Tonya no respondió, gritó—: ¡Oiga!
Ella se dirigió hacia él, con sus ojos oscuros intensos.
—¿Qué? —chasqueó.
—Tienen uno ahí atrás —Acusó. Señaló donde sabía que el Plushtrap
Chaser estaba detrás de las pilas de cajas.
Tonya lanzó otra mirada a la multitud, luego miró en la dirección que
apuntaba Oscar. Ella miró de esa manera demasiado tiempo, luego miró a
Oscar como si de repente fueran las únicas dos personas en la tienda.
—Ese está dañado —dijo.
—Me parece que está bien —mintió Oscar, presionando su suerte. No
estaba seguro de qué habían estado hablando Tonya y los otros empleados,
pero era lo suficientemente inteligente como para saber que algo extraño
le sucedió al Plushtrap Chaser devuelto. Sin embargo, no le importaba. Su
necesidad del juguete lo consumía todo.
—No está bien, chico. Es… um, defectuoso —Tonya se cruzó de brazos
mirándolo—. Créeme, no quieres ese.
—Pero–.
—¡No está a la venta! —dijo Tonya con los dientes apretados antes de
gritar a la multitud—: Amigos, lo siento, ¿de acuerdo? ¡Estoy segura de que
tendremos más en algún momento!
Luego se quejó para sí misma—: Será mejor que lo hagamos.
—¿Cuándo será eso? —exigió una mujer con una camisa que decía
MANTENGA LA CALMA Y BAILE.

—Yo no–.
—¿Qué se supone que debo decirle a mi hija? —preguntó un chico de
traje y corbata.
—Señor, debe–.
—¡Su empleado dijo que tenía Plushtraps para todos! —gritó una dama
tan cerca de Oscar que en su oído sonó con un eco agudo.
—Dudo que haya dicho–.
La multitud estaba al borde del motín, pero Oscar apenas los registró.
—Será mejor que salgamos de aquí —dijo Isaac.
—No es un chiste —dijo Raj—. Mi mamá me arrastró una vez a una
venta de sábanas. Cuando se acabaron, vi a esta mujer morder a alguien.
Estaba en busca de sangre.
Isaac miró a Raj con horror.
—No quiero que me muerdan.
Pero Oscar seguía escuchando a medias.
—No me importa si está dañado. Lo compraré de todos modos —le
dijo a Tonya, pero la multitud era demasiado ruidosa para que ella lo oyera.
Estaba desenrollando el cable del intercomunicador.
—¡Gente, por favor cálmense! —gritó en el micrófono mientras la
retroalimentación perforaba el aire, haciendo que todos hicieran una pausa
por un momento para taparse los oídos.
Pero eso sólo pareció irritarlos más, y pronto los clientes comenzaron
a asaltar e inundar la tienda, arrancando juguetes de los estantes mientras
buscaban Plushtrap Chasers ocultos como si estuvieran en una especie de
demente búsqueda de huevos de Pascua.
—Llamaré a seguridad —gritó Tonya, luego cambió el micrófono por el
receptor bronceado debajo de la caja registradora—. No me pagan lo
suficiente.
—Oh vamos, compraremos el que tienes ahí atrás —insistió Oscar. Era
demasiado, la idea de irse después de estar tan cerca. No podía soportarlo.
—¡Piérdete, chico! —gritó Tonya por encima del hombro antes de
presionar el auricular contra su oído—. ¿Dónde está el Sr. Stanley? Dile
que necesito ayuda aquí —dijo por teléfono.
Entonces Tonya le dio la espalda al mostrador.
Oscar no pensó.
Si hubiera estado pensando, nunca habría corrido alrededor del
mostrador y detrás de las pilas de cajas. Nunca habría empujado a un lado
al empleado adolescente y al quizás-gerente que estaban boquiabiertos
ante la arrugada caja de un metro que se interponía entre ellos. Seguro que
no habría agarrado la caja. No la habría levantado, golpeando
accidentalmente al empleado adolescente en la barbilla mientras el
empleado y Tonya le gritaban a Oscar que se detuviera, que esperara, que
lo dejara. Si hubiera estado pensando, Oscar habría respondido a Raj e
Isaac cuando de repente aparecieron a su lado, preguntándole qué diablos
estaba haciendo.
En ese momento, lo único que rebotó en la cabeza de Oscar fueron las
palabras del Sr. Devereaux: «El punto es, deja de labrar. Es hora de elegir».
Oscar arrojó el montón de dinero en efectivo acumulado encima de la
mesa de trabajo. Apretó la caja larga y estrecha contra su pecho, se dio la
vuelta y corrió alrededor del mostrador. Luego dejó caer el hombro para
abrirse paso entre la multitud que apenas se percató de él, comprometidos
en su propio caos.
—¡Para! ¡PARA! —gritaron los empleados, pero Oscar ya estaba en la
puerta principal del Emporium, que de repente quedó despejada ahora que
la multitud se había mudado al interior.
—Amigo, ¿qué estás haciendo? —llamó Raj, pero estaba casi al lado de
Oscar, por lo que estaba claro que fuera lo que fuera lo que estaba
haciendo, no lo hacía solo. Oscar podía escuchar las cortas piernas de Isaac
trabajando el doble para mantenerse detrás de ellos.
El empleado gritó, todavía demasiado cerca de Oscar para estar
cómodamente lejos—: Se lo llevaron. ¡Lo robaron!
—¡Detente! —gritó otra voz, y esta de alguna manera sonó más
autoritaria.
—¡Oh hombre, es seguridad! —jadeó Isaac y, de repente, era más
rápido que Oscar y Raj, corrió delante de ellos y abrió el camino para salir
del centro comercial, con la entrada este ahora a la vista.
—Estamos muertos —dijo Raj, pero seguía el ritmo de Oscar—.
Estamos tan increíblemente muertos.
Oscar no pudo decir nada. Apenas podía procesar lo que estaba
haciendo su cuerpo. Su mente había abandonado completamente el
edificio.
De repente, Isaac se desvió, y Oscar sólo tardó un segundo en ver por
qué. Saliendo de la entrada de un baño a la derecha, había un confuso
guardia de seguridad del centro comercial subiéndose los pantalones,
mirando la escena frente a él desarrollarse con lento reconocimiento del
problema.
Oscar y Raj lo pasaron a toda velocidad justo cuando el guardia detrás
de ellos gritaba—: ¡Detenlos!
La entrada este brillaba adelante como un faro de seguridad, e Isaac
irrumpió por la puerta primero, sosteniéndola mientras balanceaba su
brazo hacia Oscar y Raj.
—¡De prisa, de prisa, de prisa!
Oscar y Raj corrieron a través, y los chicos corrieron como una flecha
a toda velocidad, Isaac a la cabeza, mientras giraban a la derecha hacia el
bosquecillo privado de eucaliptos, pero el estacionamiento era una gran
extensión de obstáculos frente a los árboles.
Isaac vaciló, y Oscar tomó la delantera, esquivando minivans y SUV
como si estuvieran jugando un juego de árcade humano, los obstáculos en
uniformes de seguridad probablemente saldrían de cada esquina.
Excepto que todavía eran sólo las dos voces que Oscar podía escuchar
detrás de ellos, y cuando se aventuró a mirar brevemente por encima del
hombro, de hecho seguían siendo sólo dos, y al menos el de la puerta del
baño parecía que estaba empezando a salir corriendo de vapor.
—Vamos… —resopló entre zancadas— ¡Atrás… aquí!
—¡Los estamos perdiendo, vamos! —dijo Oscar finalmente, su voz
sonaba como la de otra persona. Era como si hubiera abandonado su
cuerpo por completo, y este escapista criminal y ladrón se hubiera
apoderado de él. No era Oscar. En este momento, no era nadie a quien
reconociera.
—Ya casi llegamos —jadeó Raj, y todos supieron que se refería al
bosque de eucaliptos. El aire mentolado estaba sobre ellos y el fuerte olor
cubría el interior de los pulmones ardientes de Oscar.
—¡Eso es propiedad privada! —Oscar pudo oír los gritos del otro
guardia de seguridad, pero ahora sonaba más lejos. Era casi como si se lo
estuviera diciendo eso a sí mismo, no a Oscar, para no tener que perseguir
a los chicos una vez que cruzaran la línea de árboles.
Oscar arrojó la caja por encima de la cerca y la siguió, cayendo al suelo
y rodando entre las hojas que habían comenzado a caer ahora que el otoño
estaba aquí. Isaac cayó sobre la cerca, seguido por Raj, y echaron un vistazo
colectivo más a través de los listones de la cerca para confirmar lo que
Oscar ya sabía, los guardias de seguridad habían abandonado su
persecución, dejándole tiempo para el más grande descanso, puso sus
manos en sus rodillas mientras se inclinó, resoplando y escupiendo.
Sin embargo, los chicos no habían terminado de correr. Era propiedad
privada, y tampoco deberían estar ahí, pero era más que eso. Estaba mal.
Sabían que todo lo que acababan de hacer estaba mal. Especialmente lo que
había hecho Oscar. En lugar de enfrentar eso, trató de dejarlo atrás.
Corrió todo el camino hasta su calle, incluso cuando Raj e Isaac le
suplicaron que redujera la velocidad, que el peligro había pasado, que se
estaba volviendo loco. Suplicaron enojados, de hecho, y Oscar supo que
tal vez era porque los había metido en este lío. Él fue quien agarró el
Plushtrap Chaser. Él había sido el que había corrido como si lo persiguiera
un oso. Él había sido quien los había hecho decidir correr con él o dejarlo
con su propia terrible decisión y todas sus consecuencias.
Cuando finalmente llegaron a la casa de Oscar, con los pulmones
ardiendo y el cuello sudando, con sus piernas temblando lo suficientemente
fuerte como para ser inútiles, se derrumbaron en el piso de la pequeña sala
de Oscar, extendidos en un círculo alrededor de la caja de un metro de
largo que estaba húmeda con transpirado y decorado con hojas muertas
pegadas.
—Técnicamente, no fue un robo —dijo Oscar, primero para recuperar
el aliento y posiblemente el ingenio.
—Eres un idiota —dijo Isaac, y lo decía en serio.
—Dejé nuestro dinero en el mostrador —dijo Oscar, pero sabía que
era ridículo, y Raj subrayó ese hecho riendo sin alegría.
—Eres un idiota —dijo Isaac de nuevo, sólo para asegurarse de que se
registró esta vez, y Oscar asintió.
—Sí, lo sé.
Esta vez todos se rieron entre dientes, ni siquiera era una risa, y ninguno
de ellos lo dijo en serio, pero fue suficiente para que Oscar supiera que a
pesar de que odiaban lo que hizo, no lo odiaban a él. Y además, ahora
tenían un Plushtrap Chaser, sin importar cómo lo obtuvieron.
Pero ahora que podía recuperar el aliento, Oscar tuvo tiempo de
reflexionar sobre la conversación silenciosa que había escuchado entre los
empleados de Emporium. ¿Qué fue lo que dijeron? ¿Algo acerca de que las
partes parecen demasiado reales? Era difícil ver por qué eso sería un
problema. Cuanto más realista, mejor, ¿verdad?
Aun así, la forma en que todos se habían alejado del juguete… algo
definitivamente no estaba bien al respecto.
Raj e Isaac se arrodillaron junto a él. Estaban mirando su Plushtrap
Chaser obtenido ilegalmente.
Raj miró a Oscar.
—¿Lo vamos a abrir?
¿Realmente eran ellos? Habían llegado tan lejos. ¿Oscar realmente iba a
permitir que algunos empleados descontentos de la juguetería más triste
del mundo lo alejaran del Plushtrap Chaser ahora? ¿Después de que
finalmente se apoderó de él? ¿Después de que finalmente hubiera
arrancado los frutos de todos sus trabajos?
—Amigo, ¿abriremos esto o no? —preguntó Raj.
—Está bien —respondió Oscar—. Veamos qué puede hacer esta bestia.
Tuvo que hacer algo para sacar la cosa de su caja. El estuche de plástico
moldeado que debería haber formado una capa protectora sobre el juguete
había sido aplastada junto con el resto del empaque, y ahora era casi una
con el juguete en sí, el plástico estaba encajado en cada articulación de los
brazos y piernas del conejo. Las ataduras que lo sujetaban al molde se
habían doblado en nudos duros que debían desenrollarse con cuidado. Y
entre las letras marcadas manchadas y gastadas, las instrucciones eran
esencialmente ilegibles.
Una vez que los chicos finalmente lo sacaron de su empaque, Oscar
colocó el Plushtrap Chaser sobre sus pies de gran tamaño y enderezó las
articulaciones de las rodillas para estabilizarlo. El juguete era relativamente
liviano considerando la maquinaria que tenía que estar dentro. Las partes
más pesadas del conejo eran sus patas (presumiblemente para facilitar el
movimiento y el equilibrio) y la cabeza (presumiblemente para facilitar la
masticación).
—No sé por qué, pero no es exactamente como lo había imaginado —
dijo Raj.
Oscar e Isaac estaban callados, lo que significaba un acuerdo silencioso,
aunque reacio. Sin embargo, no lo decían en serio. Oscar había recibido
juguetes ligeramente dañados o reacondicionados, el subproducto de tener
más deseos que dinero. Y aunque Raj e Isaac podían pagar más, ellos nunca
pusieron eso sobre su cabeza.
Era más como si nada pudiera estar a la altura de la publicidad que había
precedido al lanzamiento de este juguete que, seamos sinceros, no hacía
gran cosa. Corría… rápido. Y masticaba… rápido. La simplicidad, la
sencillez de su funcionalidad, había atraído a Oscar, pero más que eso,
necesitaba el Plushtrap. Era lo que todos tendrían ese año. Era lo que sólo
los desafortunados, los que constantemente pasaban por alto, tendrían que
prescindir. Oscar no podría volver a ser ese niño. Simplemente no podía.
—Um, ¿soy sólo yo o los dientes se ven mal? —Isaac señaló los dientes
rectos, ligeramente amarillos, de aspecto humano que eran visibles a través
de la boca parcialmente abierta de Plushtrap.
—No hay duda de eso. Se ven… reales.
Oscar tuvo que admitir que los dientes se veían un poco fuera de lugar,
definitivamente no eran como los que había visto en los anuncios o en el
que vio comprar a la Sra. Bestia.
—Sí, no son puntiagudos —dijo Raj—. ¿Por qué no lo son?
Oscar no ofreció nada como voluntario.
—No son puntiagudos, pero son espeluznantes —dijo Isaac—. Se ven
—tragó— humanos.
—Sí —dijo Raj—. Se ve… extraño.
—¿Y qué pasa con los ojos? —preguntó Isaac. Extendió la mano y tocó
uno de los ojos verdes nublados—. ¡Ew! —echó la mano hacia atrás y
movió el dedo—. ¡Es blando!
No había cómo negarlo. Lo que fuera que estuviera mal con los dientes
y los ojos de este Plushtrap Chaser era definitivamente lo que los
empleados estaban discutiendo en la parte trasera de la tienda.
«Sin embargo», pensó Oscar, «no hay forma de que las partes sean
reales».
Ahora, había visto el globo ocular cuando Isaac lo tocó. Hubo una
mínima deformación, como si hubiera presionado una uva pelada. No hubo
golpes de su uña como debería haber sido en plástico duro.
Y luego estaban los dientes…
—Por eso están tan asustados —murmuró Oscar, y sólo se dio cuenta
de que había dicho eso último en voz alta cuando Raj e Isaac se movieron
para mirarlo.
«Este es mi castigo», pensó Oscar. «Esto es lo que me pasa por ser un
idiota y robar este estúpido juguete».
—Está bien, entonces tengo que decir algo que escuché en la tienda —
dijo Oscar al final de un largo y dolorido suspiro.
—¿Escuchaste algo ahí? —preguntó Isaac, enfocándose en la pregunta
equivocada.
Oscar negó con la cabeza.
—Cerca de la trastienda. Los empleados… estaban todos parados
alrededor de la caja hablando sobre cómo la habían devuelto y cómo
deberían llamar a la policía porque…
—¡Porque los ojos y los dientes son HUMANOS! —espetó Raj, como
si sus imaginaciones mórbidas más salvajes se hubieran hecho realidad.
—Uh, sí —respondió Oscar—. Supongo que cuando lo dices en voz
alta, suena un poco ridículo.
—Sí, completamente ridículo —dijo Raj, mirando al Plushtrap Chaser.
—Totalmente —dijo Isaac, alejándose un par de centímetros del
juguete.
—Quiero decir… no es como si ninguno de nosotros pudiera ver uno
de cerca —razonó Oscar—. Probablemente todos se vean así–.
—¿De pesadilla? —adivinó Isaac.
Raj dirigió su mirada hacia Oscar.
—Te las arreglaste para robarnos el único Plushtrap Chaser que parece
un híbrido mitad humano.
—Creo que sus ojos me están siguiendo —dijo Isaac.
—Quizás si lo vemos en acción, nos sentiremos mejor —dijo Oscar,
tratando de reiniciar el entusiasmo de todos.
Raj se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
Isaac se encogió de hombros también, pero luego mostró las
instrucciones estropeadas.
—Creo que estamos solos.
—Veamos qué pueden hacer esos dientes humanos —dijo Raj.
Isaac se estremeció.
—Deja de llamarlos así.
Oscar intentó tirar de la barbilla de Plushtrap, pero la mandíbula no se
movió. La boca sólo estaba lo suficientemente abierta para vislumbrar los
dientes humanos, pero no se abriría más.
—Tal vez si empujas desde su nariz —dijo Raj, agarrando la mitad
superior de la cara del conejo mientras Oscar seguía tirando de la
mandíbula.
—Aquí, necesitas más palanca —dijo Isaac, tomando los bigotes del
conejo en sus puños tirando.
—Amigo, le vas a arrancar la cara —dijo Oscar, y dejó de tirar
demasiado rápido, haciendo que Raj e Isaac se balancearan sobre sus
talones.
—Sólo necesitamos algo para abrirlo —dijo, trotando hacia la cocina
para tomar un cuchillo de mantequilla del cajón. Cuando regresó, metió el
extremo plano del cuchillo en la boca parcialmente abierta. Pero cuando
presionó el cuchillo, el metal delgado cedió de repente y la punta del
cuchillo se rompió dentro de la boca del conejo. El extremo puntiagudo
parecía estar atorado en sus extraños dientes.
—Vaya —dijo Raj—. Dime que no le costó el mordisco al cuchillo.
Oscar lo miró, una vez más cansado de la lucha que traía el juguete. La
recompensa de sus acciones era cada vez más difícil de alcanzar.
—No mordió el cuchillo, Raj. Lo rompí.
—Tal vez sólo necesita encenderse antes de que se abra —dijo Isaac,
finalmente, uno de ellos estaba pensando con claridad.
Oscar y los chicos separaron el pelaje del lomo del conejo, buscando
un interruptor que indicara que estaba apagado. Todo lo que encontraron
fue una línea de velcro cerrada sobre un compartimiento de batería, con
una batería rectangular de 9 voltios metida en su lugar. Debajo del
compartimento de la batería había un patrón de pequeños agujeros.
—¿Eso es un altavoz? —preguntó Isaac—. Espera, ¿habla?
—No —respondió Raj—. No en ninguno de los anuncios. —Su frente
se arrugó—. ¿Cómo suena un conejo?
—Caballeros, concéntrese. Estamos buscando el interruptor de
encendido. Revisen sus patas —dijo Oscar, y efectivamente, cuando le
dieron la vuelta, un pequeño interruptor negro señaló la posición de
encendido.
—Okeeeey —dijo Isaac, y alcanzó el interruptor, lo apagó, lo encendió
y lo apagó de nuevo.
—Tal vez necesite otra batería —intervino Raj, y eso parecía una razón
tan buena como cualquier otra.
Oscar regresó a la cocina y rebuscó en el cajón de la basura, pasando
bandas de goma y cupones de jugo de naranja hasta que encontró un
paquete abierto de baterías de 9 voltios, con una en la caja.
—Prueba esta —dijo Oscar, apresurándose de regreso a la sala de estar.
Los chicos sacaron la batería existente de su lugar, raspando la pequeña
costra blanca que había corroído el interior. Colocaron la batería nueva en
el compartimento y cerraron la tapa.
Raj juntó las manos y se frotó.
—¡Eso es todo!
Oscar levantó al conejo y encendió el interruptor, pero el Plushtrap
permaneció inactivo, con la boca bloqueada en una posición casi cerrada.
—¡Oh vamos! —se quejó Isaac, el estrés del día claramente comenzaba
a tener efecto.
—Espera, espera —le dijo Oscar, haciendo todo lo posible por calmar
la habitación. Estaba dando vueltas a la caja en sus manos, y ahí, en letras
en negrita dentro de una explosión de prisioneros de guerra al estilo de
un cómic, había un detalle:
¡PASEOS EN LA OSCURIDAD!

¡SE CONGELA EN LA LUZ!

—Chicos, sólo funciona cuando las luces están apagadas —dijo Oscar,
y su corazón se llenó con la más mínima esperanza de que no todo estaba
perdido.
—Oh —dijeron Raj e Isaac al unísono, como si tuviera perfecto sentido.
Por supuesto. De alguna manera, todos se las habían arreglado para
olvidar este detalle crucial.
Los chicos se pusieron manos a la obra, cerraron las cortinas y apagaron
las luces, rodeando al conejito en la mayor oscuridad posible. Pero todavía
se filtraba suficiente luz del día a través de las cortinas para iluminar la
decepción en sus rostros. El Plushtrap Chaser no perseguiría nada.
—Simplemente no está lo suficientemente oscuro todavía —dijo Isaac.
—Probablemente alguien tenga que hacerse cargo —ofreció Raj.
Pero cuando ni Isaac ni Raj presionaron para llevarse el Plushtrap a casa
por la noche, la última esperanza de Oscar se evaporó, dejando su interior
seco y agrietado. Fue como todo lo demás. Había tenido el descaro de
pensar que algo bueno podría surgir en su camino. Incluso había hecho lo
único que se juró a sí mismo, a su madre y a cualquiera cuya opinión le
importara y que nunca haría: robar. Todo por una pequeña gota de lo que
podría haber sido una probada, sólo una probada, de buena suerte.
Ahora se quedó sin un tercio de $ 79,99, sin un Plushtrap Chaser, y tal
vez incluso al borde de perder a los dos amigos que se habían esforzado
por él cuando su sed se había vuelto demasiado grande.
La mamá de Oscar llamó esa noche.
—¿Ha ocurrido algo emocionante hoy? —preguntó ella, la misma
pregunta que siempre le hacía cuando estaba en el trabajo y él en casa,
alimentándose de la cena y acostándose mientras ella trabajaba en el turno
de noche y se ocupaba de los ancianos.
—Nada en absoluto —respondió, como siempre hacía. Sólo que esta
vez, dolió mucho más decirlo porque parecía haber sucedido algo
emocionante… y luego no fue así.

✩✩✩
Oscar se despertó con el olor a café como la mayoría de las mañanas.
Su madre prácticamente vivía de eso. Cómo llegaba a casa a las tres de la
mañana y se despertaba a las siete, Oscar nunca había podido averiguarlo.
Cuando rodó fuera de la cama, se sorprendió momentáneamente por
los ojos pegajosos que nadaban en los huecos abiertos de una cara peluda
verde. Realmente parecían humanos.
—Eh, hola —le dijo al Plushtrap. El conejo estaba firme junto a su cama,
justo donde lo dejó anoche, con el pequeño fragmento de la punta de un
cuchillo de mantequilla todavía atrapado entre dos de los incisivos visibles.
Pero al igual que ayer, no hizo absolutamente nada. No es que debiera,
dada la luz del día que entraba a través de las finas cortinas detrás de la
cama de Oscar. Era posible que se hubiera ido a la cama con la esperanza
de que una noche en su habitación oscura cargara cualquier fuente de
energía que los chicos no hubieran activado el día anterior. Sin embargo,
era sólo otra estúpida esperanza.
Oscar se arrastró por el pasillo en sus pantalones de franela y besó a su
madre en la mejilla como siempre lo hacía. Si Raj o Isaac lo veían hacer eso,
nunca dejarían que lo olvidara, pero sabía lo que significaba para su madre
y no le importaba mucho. Después de la muerte de su padre, Oscar tomó
el hábito sin que su madre se lo pidiera. Cuando era demasiado bajo para
alcanzar su cabeza, le había besado el codo y luego el hombro. Era sólo un
beso, apenas dado el beso metió los labios en la boca, decepcionar a su
madre no era realmente una opción.
Después de que se sirvió un vaso de jugo y un tazón de hojuelas de
azúcar, masticó como de costumbre hasta que finalmente miró hacia arriba
y notó que su madre no le había dicho una palabra. Ella estaba mirando el
periódico que todavía le entregaban todas las mañanas porque, como ella
dijo, una suscripción era más barata que un plan de teléfono inteligente.
No había mirado hacia arriba ni por un segundo.
Su estómago cayó instintivamente.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz sonó un poco más alta de lo habitual.
Su madre sorbió su café lentamente antes de apartar la taza de su boca,
con la cabeza todavía gacha.
—Parece que hubo algún tipo de incidente en el centro comercial ayer
por la tarde.
Oscar no pensó que fuera posible que su estómago se hundiera más,
pero encontró una nueva profundidad a toda prisa.
—¿Ah sí? —dijo, metiéndose un montón de copos de azúcar en la boca
y haciendo todo lo posible por no tirarlos de nuevo.
—Mmhhmm —dijo su mamá—. Aquí dice que el Emporium tuvo que
llamar a seguridad y todo —tomó otro sorbo de café.
—Oh, vaya —dijo Oscar, llevándose a la boca más copos de azúcar a
pesar de que no había terminado de masticar la primera cucharada.
—Todo por un estúpido juguete. Aparentemente, un par de niños
incluso se llevaron uno durante la conmoción.
Entonces la mamá de Oscar miró hacia arriba, fijando sus ojos marrón
oscuro en los de Oscar. La gente siempre les decía lo mucho que se
parecían, con sus facciones suaves y ojos como el carbón.
—¿Puedes creerlo? —preguntó, y Oscar comprendió que estaba
preguntando exactamente eso… si podía creerlo. Porque si supiera algo al
respecto, cualquier cosa, no sería tan difícil de creer que fuera verdad.
—Irvin mencionó algo sobre ustedes yendo al centro comercial ayer —
dijo, dándole a Oscar tantas oportunidades de no mentir. Había abierto
todas las puertas a la verdad, invitando a Oscar a pasar, para ser honesto.
Ella le estaba rogando que no la decepcionara.
Pero ya no era sólo la mentira lo que proteger. Oscar se había
asegurado de eso cuando arrastró a Raj e Isaac con él. Entonces, tomó una
decisión: decepcionar a su mamá para salvar a sus amigos.
—Debe haber sido después de que llegamos ahí —dijo Oscar. Luego se
encogió de hombros. Un punto al final de la mentira.
La madre de Oscar lo miró fijamente durante tanto tiempo que pensó
que tal vez podría disculparse sin decir una palabra. Esperaba que su mamá
pudiera escucharlo. En cambio, finalmente soltó su mirada y apuró la última
gota de café de su taza, dobló el papel sobre sí misma y lo arrojó a la
papelera de reciclaje sin decir una palabra más.
Oscar nunca se había sentido más pequeño. Pasó el resto del día en
casa, evitando las llamadas de Raj y fingiendo que no oyó a Isaac llamar a
su puerta. En cambio, se acostó en la cama, mirando los ojos saltones del
Plushtrap mientras le devolvía la mirada.
—Eres peor que inútil —le dijo. O tal vez se lo dijo a sí mismo.

✩✩✩
Los siguientes días pasaron como un borrón, y finalmente, Isaac y Raj lo
arrinconaron en la cafetería.
—Mira, si estás poseído o algo, lo entenderemos, ¿de acuerdo? —dijo
Isaac—. Sólo parpadea dos veces si necesitas ayuda.
—Vamos hombre. Si está atrapado ahí, permítenos ayudarte —dijo Raj,
asintiendo con la cabeza con Isaac.
—No estoy poseído —dijo Oscar, pero no pudo obligarse a sonreír.
—Amigo, ¿esto es por el asunto de Plushtrap? —dijo Isaac, y Oscar
pensó que era una forma divertida de referirse a un delito menor.
—No es sólo eso —respondió Oscar, y Raj e Isaac se callaron. Oscar
pensó que probablemente lo entenderían. Habían sido amigos el tiempo
suficiente para que se dieran cuenta de que los zapatos de Oscar nunca
tenían el logo correcto, que su mochila tenía que durar dos años escolares
en lugar de uno.
—La tecnología de primera generación siempre es mala —dijo Raj—.
Ahorraremos para la segunda generación. Nos dará la oportunidad de
resolver todos los errores.
Isaac asintió y Oscar realmente se sintió mejor. No lo odiaban. Tenía
una mamá y un Plushtrap, pero también tenía dos amigos. Las cosas estaban
empezando a equilibrarse. Eso es probablemente lo que hizo que lo que
tenía que decir a continuación fuera aún más difícil.
—Tengo que devolverlo.
Isaac se llevó la palma de la mano a la frente y Raj sólo cerró los ojos.
Claramente, lo habían visto venir.
—¿Con esos ojos y esos dientes? —preguntó Raj—. Vamos, amigo,
déjalo ir.
—No puedo. Mi mamá lo sabe.
Ambos miraron hacia arriba.
—¿Cómo estás vivo? —preguntó Isaac.
—Quiero decir, ella no dijo que lo sabe, pero lo sabe.
—¿De qué servirá? —preguntó Raj—. Está roto. Nuestro dinero ya se
fue. ¿Y realmente deseas responder preguntas sobre esas, um,
“actualizaciones”?
Raj e Isaac miraron a su alrededor para asegurarse de que nadie los
hubiera escuchado. Oscar lo entendió. Ya era bastante malo reconocer el
robo. Raj tenía razón; absolutamente no quería responder ninguna
pregunta sobre los inquietantes ojos humanos y el conjunto de dientes a
juego.
«Lo que todavía parece imposible», se dijo Oscar a sí mismo, a pesar de
que no había reunido el valor para tocarle los ojos por sí mismo y juró que
anoche, esos mismos ojos lo habían seguido a través de la habitación.
Sacudió el recuerdo.
—Ese no es el punto —dijo Oscar, y Raj e Isaac no pudieron decir nada
porque sabían que era verdad.
No se trataba del dinero ni del juguete. Se trataba de haberlo tomado.
Y Oscar no era un ladrón. Ninguno de ellos lo era.
—Ustedes no tienen que venir. Fui yo quien lo hizo.
Pero Raj e Isaac simplemente suspiraron y miraron sus zapatos, y Oscar
supo ahí mismo que no estaría solo caminando hasta el centro comercial
esa tarde. Sus amigos estarían ahí con él.
—Eres un idiota —le dijo Isaac.
—Lo sé.

✩✩✩
Por alguna razón, la caja se sintió más pesada en las manos de Oscar en
el camino de regreso al centro comercial. Tal vez era por todo el dinero
que habían invertido.
—¿Y si volvemos a ver a esos guardias de seguridad? —preguntó Isaac,
y ellos se detuvieron justo afuera de las puertas de la entrada.
Raj negó con la cabeza.
—¿Qué van a hacer, arrestarnos por devolver lo que robamos?
—Buen punto —dijo Isaac, y comenzaron la caminata lenta hacia el
Emporium.
Pero cuando llegaron, el Emporium no estaba.
—¿Qué? —susurró Oscar mientras leía y releía las grandes letras
naranjas que iluminaban el lugar sobre las puertas de vidrio que solía ser
amarillo. Ahora deletreaban PASILLO DE HALLOWEEN.
—¿Vinimos por la entrada equivocada? —preguntó Raj, pero todos
sabían que no.
Cualquier duda que quedaba se disipó en el momento en que entraron
por la puerta. El mismo piso manchado y mugriento se extendía a lo largo
de la tienda, pero ahora, en lugar de estantes llenos de juguetes
polvorientos y espacios oscuros, todo tipo de accesorios de Halloween se
derramaban de los estantes de metal. Había un pasillo para decoraciones y
luces, otro para regalos de fiesta, dos para dulces y lo que parecía ser cinco
o seis pasillos llenos de todo tipo de disfraces, desde asesinos hasta
princesas brillantes.
—¿Caímos por un agujero de gusano o algo así? —preguntó Isaac,
rascándose la nuca.
—Chicos, miren —Raj se rio entre dientes, sacando un disfraz verde de
Plushtrap Chaser del perchero y sosteniéndolo contra él.
—¿Amigo, en serio? —dijo Isaac, arrancando el disfraz de las manos de
Raj y volviéndolo a colocar.
Oscar se dirigió al mostrador en la parte delantera de la tienda, donde
se había desarrollado el escenario del colapso de la humanidad hace ni
siquiera una semana atrás.
—¿Dónde está el Emporium? —preguntó Oscar aturdido.
La chica detrás del mostrador usaba un par de antenas amarillas en
largos resortes que rebotaban cuando miraba a Oscar desde su puesto.
—¿El qué?
—La tienda que estaba aquí antes.
—Oh, sí —dijo sin responder a la pregunta, y aparentemente sin
importarle.
—¿A dónde fue? —preguntó Oscar.
—Ni idea —respondió la chica, volviendo centrar su atención a la
pantalla de su teléfono—. Acabo de llenar la solicitud y puf —dijo, agitando
la mano con pereza. — Yo estoy aquí.
—Pero tengo que devolver esto —dijo Oscar, sintiéndose de repente
muy joven y pequeño al lado de esta chica mayor.
La chica volvió a mirarlo y sus ojos se abrieron lo suficiente como para
saber que finalmente había llamado su atención. Sin embargo, duró sólo un
segundo.
—¿Eso es lo que creo que es? —preguntó, mirando su pantalla de
nuevo—. ¿Por qué querrías devolverlo? Podrías vender esa cosa por una
fortuna.
—Es que… no es mío —dijo Oscar, mirando hacia abajo. Cuando volvió
a mirar hacia arriba, la chica había levantado la ceja más cercana a él.
—Así están las cosas ahora.
Oscar volvió a mirar la caja en sus manos, el cartón lucía más arrugado
que nunca.
Cuando se reunió con Raj e Isaac, estaban completamente vestidos de
hockey, máscaras y alas de duendecillo.
—Voy por un ambiente de hada asesina —dijo Raj.
—No puedo devolverlo —dijo Oscar, e Isaac y Raj se quitaron las
máscaras.
—Bueno… nadie puede decir que no lo intentamos, ¿verdad? —dijo Raj.
—Tal vez sea lo mejor —intervino Isaac, pero no dijo nada más, por lo
que Oscar sabía que no podía pensar en una razón.

✩✩✩
Diez minutos y tres juegos de alas de duendecillo y máscaras de hockey
más tarde, los chicos regresaron a la casa de Oscar para idear un plan para
pedir dulces. Cada año, prometían llegar al otro lado de las vías del tren,
donde se rumoreaba que estaban los buenos dulces. Cada año, se les
acababa el tiempo, distraídos por la falsa promesa de cosas buenas más
cercanas.
—Caemos en la trampa cada vez —dijo Raj—. No este año. Este año,
comenzamos en el otro lado de las pistas y luego caminamos de regreso.
Oscar e Isaac estuvieron de acuerdo. Era un buen plan.
Con el plan establecido, Raj e Isaac se sumergieron profundamente en
un partido a muerte en el nuevo juego de consola de Raj, turnándose
después de limpiar el sudor de la palma de los controles antes de cada
turno.
—Vas a perder —dijo Raj, pero sus pulgares se atascaron furiosamente
en los botones mientras Isaac se sentaba sonriendo.
—Siempre —respondió Isaac—. Lo dices todo el tiempo. Un día,
simplemente tendrás que admitir–.
—No eres el campeón —dijo Raj, mientras se le formaban gotas de
sudor en la frente.
Sin embargo, Oscar apenas prestaba atención. Estaba quitando la fuga
restante de la batería del compartimento en la parte trasera del Plushtrap
Chaser.
El viento se estaba levantando afuera, y parecía que la tormenta de la
que habían estado parloteando las noticias durante la última semana
finalmente iba a golpear. La electricidad seguía parpadeando, lo que sólo
contribuía más a la racha perdedora de Raj.
—Vamos, no cuenta si se corta la luz —se quejó Raj.
—Yo no hago las reglas —le dijo Isaac, bastante presumido de su suerte.
Enfurecía aún más a Raj que el juego fuera suyo; también lo era la
consola. Pero mayoría del tiempo la mantenían enchufada en casa de Oscar
porque él era el único sin hermanos rogando por jugar. Sin embargo, Oscar
no estaba interesado en los videojuegos en ese momento.
—Oscar, ayúdame aquí. Los cortes de luz justifican tener otro intento,
¿no es así? —preguntó Raj mientras esperaban a que volviera la energía. La
luz del exterior se estaba apagando rápidamente.
—¿Mmm? —preguntó Oscar. Había intentado raspar el resto de la
suciedad, cambiar la batería por una en el pequeño ventilador que estaba
en la mesita de noche de su madre, incluso girar la batería para enfrentar
la carga opuesta, con la esperanza de que tal vez fuera un defecto de
fabricación. Sin embargo, nada impulsaba al Plushtrap Chaser.
—¿Por qué sigues jugando con eso? —preguntó Isaac, claramente
cansado del drama que había traído a los últimos días.
—Tiene razón —dijo Raj en un raro momento de acuerdo—. Es inútil,
Oscar. Sólo déjalo ir.
—Creo que, literalmente, deberíamos dejarlo ir —dijo Isaac—
deberíamos deshacernos de él. —Torció la boca por un segundo—. No
sólo está roto, está… no lo sé. Simplemente mal.
Oscar no estaba en desacuerdo, pero no iba a admitirlo. Ignoró a Isaac
y también a Raj. No sintió que fuera inútil. Se habían escapado de la
seguridad del centro comercial. Le había ocultado la verdad a su madre.
Habían intentado hacer lo correcto y devolverlo. Era como si hubiera
alguna razón por la que tenía que quedarse con esa cosa.
Le dio la vuelta y se quedó mirando los turbios y brillantes ojos verdes
del feo conejo.
—Si estás poseído, parpadea dos veces —le dijo al conejito, riendo en
voz baja. Sin embargo, aunque el Plushtrap no parpadeó, emitió un sonido.
Una especie de chirrido silencioso, tan rápido que podría no haber
sucedido en absoluto.
—¿Escucharon eso?
—¿Escuchar qué? —preguntó Raj.
La energía volvió a encenderse y el videojuego se reanudó, junto con las
discusiones de Raj e Isaac mientras continuaban su torneo hasta la muerte.
Entonces, justo cuando Oscar se estaba preparando para darle la vuelta
al conejo nuevamente y darle su milésima mirada al compartimiento de la
batería, vio un pequeño agujero en el costado de la mandíbula de metal del
conejo. Al principio, no parecía más que un tornillo que sujetaba la bisagra
de la mandíbula inferior. Sin embargo, desde este ángulo, pudo ver que no
era un cerrojo en absoluto.
Era un puerto.
El teléfono de la casa de Oscar empezó a sonar cuando las luces
volvieron a parpadear.
Con el Plushtrap todavía en sus manos, Oscar corrió a la cocina para
recibir la llamada antes de que contestara la máquina. Incluso si pudieran
pagar dos planes de teléfono, la madre de Oscar habría insistido en
mantener una línea fija.
La línea estaba entrecortada y Oscar preguntó tres veces quién era
antes de que pudiera escuchar claramente la voz de su madre.
—Uf, esta tormenta —dijo su madre—. ¿Qué tal ahora?
—Sí, puedo oírte —respondió Oscar, apenas escuchando. Estaba
tratando de ver más de cerca el puerto de Plushtrap, pero era difícil cuando
la luz de la cocina seguía apagándose.
—Hombrecito necesito tu ayuda mañana.
—Claro, mamá —dijo, sin escuchar.
—Lamento preguntar. Sabes cuánto odio preguntar. Es sólo que con la
tormenta de anoche, hemos tenido muchas personas que se han reportado
enfermas, estaremos completamente ocupados con la ropa sucia y… ¿estás
escuchando?
—Uh ajá —mintió Oscar, pero de repente se dio cuenta de por qué ella
sonaba como si estuviera disculpándose.
—Espera, no, mamá. No, mañana no.
—Sabía que estarías molesto, cariño, pero es…
—¡Mamá, mañana es Halloween! —dijo Oscar, repentinamente presa
del pánico por lo que había acordado, no es que hubiera tenido mucho que
decir en el asunto de cualquier manera.
—Me doy cuenta de eso, pero cariño, ¿no son tú y tus amigos un poco
mayores para…?
—¡No! ¿Por qué siempre haces esto? —dijo Oscar, llevándolo un poco
lejos, pero ahora era demasiado tarde.
—¿Hacer qué?
Oscar ahora apenas podía oír a su mamá. La tormenta estaba invadiendo
las líneas telefónicas y sacudiendo la casa desde el exterior.
Tal vez fue el hecho de que sonaba tan lejos lo que hizo que Oscar
sintiera que podía decir lo que dijo a continuación.
—Actúas como si fuera mayor, como si debería ser como tú. Como
debería ser papá. Nunca me dejas ser un niño. Papá murió, y esperaste que
simplemente creciera.
—Oscar, yo–.
—Lo robé, ¿está bien? Robé el estúpido peluche Plushtrap. ¡Tú
hombrecito lo robó! —dijo Oscar, y sabía que era cruel, pero estaba muy
enojado porque estaba sucediendo de nuevo. Una vez más, se estaba
perdiendo lo que todos los demás disfrutarían.
Las luces se apagaron y se encendieron en la cocina y, de repente, su
madre se había ido.
—¿Mamá?
Todo lo que lo recibió fue el silencio, luego el eco de su propia
respiración y, finalmente, el tono rápido de la señal de ocupado del circuito.
Oscar caminó lentamente de regreso a su habitación, justo a tiempo
para ver a Isaac dar los últimos pasos al luchador de Raj. Sin embargo, todo
lo que Oscar pudo hacer fue mirar el pequeño puerto junto a la mandíbula
del Plushtrap. El daño que podría haberle hecho a su madre era demasiado
para contemplarlo de una vez.
—Raj, necesito el cargador de tu teléfono celular —dijo Oscar.
—¿Qué? ¿Ahora mismo? ¡Estaba ganando! —dijo, señalando la pantalla.
—No, no lo estabas —dijo Oscar.
—Escucha al hombre —dijo Isaac—. Dice la verdad.
Oscar se estremeció ante la referencia a él como un "hombre" y siguió
a Raj hasta el pasillo, donde sacó un cordón anudado de un cajón y se lo
entregó a Oscar.
Oscar sabía que era una bondad por parte de Raj no preguntar para qué
necesitaría un cargador de teléfono si no tenía un teléfono, pero Raj seguía
siguiendo los movimientos de Oscar con interés.
De vuelta en la habitación de Oscar, Isaac había reducido los caballos
de fuerza del luchador de Raj al diez por ciento.
Oscar tomó un pequeño respiro y lo contuvo, luego llevó el conector
del cargador al agujero en la cabeza del Plushtrap. Cuando el enchufe
encajó perfectamente en su lugar, exhaló.
—Eso es, Raj. Te estoy sacando de tu miseria en tres…
El sonido del luchador de Isaac se preparó para su movimiento de
muerte, pulsó en los oídos de Oscar mientras conducía el Plushtrap y el
cargador hacia la toma de corriente al otro lado de la habitación.
—Dos… —dijo Isaac mientras las luces comenzaban a parpadear en lo
alto.
—Sólo acaba con esto —dijo Raj miserablemente.
—Y estás–.
Oscar no recordaba haber enchufado el adaptador a la pared. No
recordaba que se apagaran las luces ni que el luchador de Isaac ganara el
cinturón dorado. Si estaba presionado, es posible que no pudiera recordar
su propio nombre.
Todo lo que sabía por el momento era que la habitación estaba a
oscuras y que él estaba al otro lado.
—¿Qué…? —podía oír a Isaac decir.
—¿Huele a quemado? —podía oír a Raj decir.
—Oh, oh hombre, Oscar —lo llamó Isaac.
—¿Oscar? ¡Oscar! —dijo Raj.
Oscar no podía entender por qué parecían tan asustados. Apenas podía
distinguir el contorno de sus cabezas a la luz de la luna que iluminaba la
habitación con movimientos y látigos mientras las ramas de los árboles
afuera ondeaban bajo la tormenta.
—Oscar, ¿cuántos dedos tengo? —dijo Raj.
—No estás sosteniendo nada —dijo Isaac, y Raj negó con la cabeza.
—Verdad. Lo siento.
—Estoy bien —dijo Oscar, sin estar seguro de que fuera cierto, pero
se estaba volviendo extraño con ellos actuando tan preocupados—. ¿Qué
les pasa a ustedes?
—Uh, ¿no recuerdas haber atravesado la habitación? —preguntó Raj, y
ahora parecían aún más preocupados.
—Ya basta —gritó Oscar, usando la pared como apoyo mientras
luchaba por ponerse de pie. Sentía la cabeza como si estuviera atrapada en
una pecera.
—No te estamos tomando el pelo —dijo Isaac, y una mirada más
cercana a sus rostros le dijo a Oscar que era verdad.
—Hace un momento estabas conectando el cargador, al minuto
siguiente, estabas en el aire. Creo que fue la corriente.
Afuera, la luna luchó por el espacio en el cielo contra las nubes
invasoras. En el interior, la visión de Oscar se volvió borrosa por un
momento más hasta que finalmente sintió que las cosas se enfocaban.
—Tal vez deberíamos llamar a su mamá —escuchó decir a Isaac.
—¡No! No, no la llamen —dijo Oscar, y ambos parecían preocupados
de nuevo.
—¿Qué pasa si tu cerebro tiene un cortocircuito o algo así? —dijo Raj.
—Todavía sería más inteligente que tú —murmuró Oscar.
—Está bien —dijo Isaac.
Oscar probó el interruptor de la luz junto a la puerta.
—Muerto.
Isaac probó el control remoto de la televisión, pero la pantalla
permaneció oscura.
—Nada.
—Bueno, supongo que eso lo soluciona —dijo Raj, dirigiéndose a la sala
de estar donde estaban sus sacos de dormir—. No tenemos más remedio
que enfermarnos con Scorching Hot Cheese Knobs y eliminar el plan de
mañana por la noche.
Raj e Isaac se dirigieron a la sala de estar, pero Oscar se quedó atrás en
su habitación. Halloween: durante un precioso minuto, se había olvidado
de que no podría ir a pedir dulces. Mientras las nubes se alejaban de la luna,
Miró al otro lado de la habitación y vio la línea de quemaduras ennegrecidas
comenzando en la salida y subiendo por la pared.
—Genial —murmuró Oscar—. Algo más por lo que disculparse.
Ya estaba formulando su explicación a su mamá cuando juró que vio un
parpadeo de movimiento del Plushtrap Chaser, todavía milagrosamente
enchufado al tomacorriente quemado.
—¿Fuiste tú? —pregunto, pero el feo conejo verde simplemente lo miró
fijamente, el brillo de la luz de la luna hacía que sus ojos saltones parecieran
brillar. Oscar cerró la puerta de su dormitorio para no tener que mirar su
serie de errores.
Justo cuando la puerta se cerró con un clic, Oscar juró, más allá de toda
razón, que escuchó la voz de Raj desde el otro lado de la puerta.
—Luces apagadas —dijo, con el más leve hilo de una risita al final de la
oración.
Oscar abrió la puerta de golpe, sus ojos se movieron directamente al
Plushtrap.
—¿Qué dijiste?
—¿Eh? —preguntó Isaac, ya en el pasillo de camino a la sala de estar.
—Escuchaste eso, ¿verdad?
—¿Escuchar qué?
Oscar volvió a su habitación.
—Vamos, Raj, no es gracioso.
—¿Qué no es gracioso? —preguntó Raj, asomando la cabeza por la
esquina del otro extremo del pasillo.
Oscar negó con la cabeza.
—Nada. No importa.
—¿Estás seguro de que estás bien? —le preguntó Isaac, y Oscar conjuró
otra carcajada.
—La estúpida tormenta me está haciendo oír cosas.
En la sala de estar, Raj e Isaac habían roto dos bolsas de papas fritas y
estaban sorbiendo Electric Blue Fruit Punch a un ritmo récord.
Isaac eructó.
—Está bien, entonces sí comenzamos aquí, un poco más allá de las vías
del tren, podemos trabajar hacia el sur.
Estaban estudiando el teléfono brillante de Raj, abierto a un mapa de la
ciudad que se centraba en la división de la línea de ferrocarril entre el lado
este y el oeste. Oscar no pasó por alto que vivía en el lado equivocado de
las vías, una broma que era un poco demasiado descarada para hacerla
incluso con sus amigos.
—No, tenemos que empezar hacia el sur y avanzar hacia el norte —dijo
Raj.
—Pero perderemos todo nuestro tiempo en tránsito —argumentó
Isaac, puntuando su punto con otro fuerte eructo.
—Amigo, puedo olerte desde acá —dijo Raj, alejándose—. Y nos
moveremos más rápido entre las casas si aún no estamos llenos de dulces.
—Se trata de aerodinámica —dijo.
Oscar había estado observando el plan desde la cocina mientras se
derrumbaba silenciosamente. Los chicos finalmente lo notaron.
—Bien, Oscar puede romper el empate —dijo Raj—. ¿Por dónde
empezamos, Oscar? ¿Extremo norte o sur de las vías?
—No puedo ir.
Raj dejó caer su teléfono al suelo. Él e Isaac intercambiaron una mirada,
y Oscar se esforzó por no creer que no lo habían visto venir. Él siempre
tenía que perderse los planes cuando su madre llamaba a su hombrecito.
—Es mi mamá —dijo innecesariamente—. Ella necesita… —Ni siquiera
se atrevió a terminar.
—Eh —dijo Isaac, haciendo su mejor acto—. De todos modos iba a ser
patético.
Raj siguió el juego como de costumbre.
—Apuesto a que las barras de chocolate de gran tamaño son sólo un
mito.
Isaac asintió.
—Y dividiremos las cosas en tres.
Oscar sabía que estaban mintiendo acerca de que era patético. Sabía
que repartirían su botín con él. Sabía que estaban decepcionados. Pero
nunca se había sentido más agradecido por sus amigos.
—Vaya, ¿eso es una raya blanca en tu cabello? —preguntó Isaac,
señalando a la cabeza de Oscar, girando la conversación.
Oscar alcanzó su cabeza.
—¿En serio?
Isaac se rio entre dientes.
—No, pero estoy seguro de que fritaste algunas células cerebrales ahí.
—Raj se rio—. No es que puedas permitirte perder alguna.
Por primera vez esa noche, Oscar se sintió tranquilo. Quizás todo
estaría bien. No tenía un Plushtrap Chaser o un teléfono celular o
Halloween. No tenía a su papá. Pero tenía una mamá que lo necesitaba y
tenía amigos que lo respaldaban.
Oscar acababa de tomar su lugar junto a Raj e Isaac en el piso de la sala
cuando una lanza de relámpago atravesó el cielo. La luz era tan brillante
que al principio Oscar pensó que su visión se había desvanecido. Pero
cuando la luz no regresó, y sólo las sombras y las formas de su sala de estar
lo rodearon, se dio cuenta de que el resto de la energía de la casa debía
haberse apagado.
—Uh, creo que tal vez hiciste un poco más de daño que simplemente
cortar el enchufe —dijo Raj en la oscuridad.
Oscar se puso de pie y tanteó su camino hacia la ventana, que era más
difícil de ver que antes porque cualquier luz de luna que había logrado
atravesar la tormenta antes se había ido ahora, cubierta por una gruesa
capa de tormentas.
—No —dijo, presionando su mejilla contra el cristal—. Hay un corte
de energía en todas partes. Un rayo debe haber golpeado la rejilla.
Isaac resopló.
—Apuesto a que no está en el lado este. ¿Alguna vez te has preguntado
cómo ellos parecen nunca sufrir nada?
—Espera, buscaré algunas linternas —dijo Oscar—. Mamá compró una
segunda después de la última vez que se cortó la luz.
—Esa vez duró casi dos días —recordó Raj—. Tuvimos que tirar la
mitad de la comida en nuestro refrigerador.
—Dos días sin televisión, sin juegos —dijo Isaac, temblando.
—Mi teléfono perdió carga a la mitad del primer día —dijo Raj.
Los chicos miraron sus recuerdos del Gran Apagón de Mayo antes de
sacudirse el horror.
Oscar le entregó a Isaac la linterna barata y liviana y se quedó con la
más pesada.
—Vamos a tener que usar la linterna de tu teléfono —le dijo Oscar a
Raj—. Sólo tenemos dos.
—Claro, adelante. A terminar mi batería —Raj hizo un puchero.
De repente, los chicos escucharon un golpe que venía del otro extremo
de la casa.
Oscar podría haber sido capaz de descartarlo como su imaginación si
Isaac y Raj no hubieran reaccionado también.
—¿Ahora tienes un gato o algo? —preguntó Isaac.
Oscar negó con la cabeza, luego recordó que no podían verlo. Encendió
su linterna e Isaac siguió su ejemplo.
Otro golpe resonó en el mismo lugar, y Oscar tragó audiblemente.
—Tal vez es la rama de un árbol contra la ventana —ofreció Raj, pero
no parecía convencido.
Isaac negó con la cabeza y se dirigió hacia adelante.
—Esto es estúpido.
—Espera… —dijo Oscar, pero Isaac ya estaba en la mitad del pasillo.
Cuando doblaron la esquina, otro golpe, este decididamente más fuerte,
los recibió desde detrás de la puerta cerrada del dormitorio de Oscar. La
casa estaba demasiado oscura para detectar cualquier tipo de sombra en la
rendija debajo de la puerta, pero la fuente del sonido era inconfundible.
Algo golpeaba lentamente contra la puerta de la habitación de Oscar.
—Entonces es un “no” para el gato —susurró Isaac, con la voz
temblorosa.
—No es un gato —siseó Oscar, y Raj los hizo callar.
Como en respuesta a sus voces, los golpes cesaron y los chicos
contuvieron una respiración colectiva.
Luego, de repente, empezaron de nuevo los golpes, esta vez dos veces
más rápido, y con tanta fuerza que hizo temblar la puerta.
Los chicos retrocedieron lentamente, pero no se atrevieron a apartar
los ojos de la puerta.
—¿Todavía crees que es la rama de un árbol? —Isaac le disparó a Raj.
—No, a menos que el árbol se haya subido a mi habitación —dijo Oscar.
—¡Chicos, cállense! —dijo Raj, levantando la mano—. ¿Escuchan eso?
—¿Qué es eso? —susurró Oscar.
—Suena como… raspaduras —dijo Isaac.
No tuvieron que esperar mucho para averiguarlo. Ahí, debajo del pomo
de la puerta, comenzó a emerger un agujero dentado en la madera
contrachapada, cavado por una hilera de dientes persistentes de apariencia
humana lo suficientemente fuertes como para morder un cuchillo de
mantequilla. Mientras cavaban, los dientes parecían cambiar de forma,
afilándose a medida que trabajaban.
—No es posible —suspiró Oscar.
—¡Pensé que estaba roto! —gritó Raj, casi acusadoramente.
—¡Lo estaba! —dijo Oscar.
—¿Podemos discutir sobre esto en otro lugar? —dijo Isaac, observando
el rápido progreso que estaban haciendo los dientes en forma de sierra en
el área alrededor del pomo de la puerta.
—Amigo, es un juguete —dijo Raj—. ¿Qué crees que va a–?
Luego, con dos golpes más poderosos contra la puerta, el pomo de
bronce cayó de la puerta del dormitorio y se abrió para revelar una sombra
de un metro con orejas largas y torcidas. Y aunque el Plushtrap era una
mera sombra, sus relucientes dientes brillaban incluso en la oscuridad.
¿Y esa sangre estaba alrededor de los bordes de los dientes frontales?
¿Cómo era eso posible? A menos que los dientes fueran humanos y las
encías también lo fueran, pero entonces, ¿seguirían sangrando? Todo era
imposible… tan imposible que no se atrevía a decir nada en voz alta.
Luego, de una vez, el Plushtrap Chaser corrió directamente hacia Oscar,
Raj e Isaac.
—¡Corran! ¡Corran! ¡Corran! —gritó Raj y corrieron por el pasillo.
Oscar escuchó un pequeño golpe y casi tropezó con lo que fuera.
—¡Aquí!
Los chicos se lanzaron a la habitación más cercana, la de la madre de
Oscar, y cerraron la puerta detrás de ellos. Raj empujó a los demás a un
lado para cerrarla.
—¿Crees que puede girar perillas? —preguntó Isaac, tratando de
recuperar el aliento.
—¡No sé qué diablos puede hacer! —gritó Raj.
Entonces comenzaron los golpes, esta vez en la puerta más cercana a
ellos, y los chicos se alejaron al unísono, viendo cómo la puerta se arqueaba
bajo la fuerza de un conejito de un metro.
Los ojos de Oscar se agrandaron al escuchar los reveladores sonidos
de raspaduras. El Plushtrap también estaba a punto de atravesar esta
puerta.
—¿Cómo podemos detenerlo? —dijo Isaac—. El interruptor está
debajo de su pie, ¿verdad?
Continuaron retrocediendo a medida que el raspado se hacía más
rápido, y las habilidades del conejo parecían mejorar con la práctica.
Oscar miró frenéticamente alrededor de la habitación.
—Bueno, será mejor que pensemos en algo rápido, o esa cosa también
va a comer a través de esta puerta, y no creo que todos podamos caber
en el baño —dijo Raj.
—Uh… uh… —Oscar comenzaba a ponerse frenético a medida que la
masticación se aceleraba.
—Oscar —dijo Isaac, e Isaac apuntó con su linterna al agujero que
comenzaba a formarse junto al pomo de la puerta.
—Rápido, suban a algo. ¡Lo más alto que puedan! —dijo Oscar, y cada
uno encontró una superficie: Oscar en el tocador, Isaac en la cómoda y Raj
precariamente posado en la parte superior de la cabecera.
En poco tiempo, el conejo también había atravesado esta puerta y, con
un fuerte golpe, el pomo de la puerta cayó a la alfombra. Lentamente, la
puerta se abrió con un crujido para revelar una vez más la mirada vacía y
las orejas torcidas del conejo verde.
Los chicos contuvieron la respiración y esperaron a ver qué haría
Plushtrap. Le tomó muy poco tiempo al conejito tomar una decisión. Una
máquina empeñada en su único trabajo, se dirigió directamente hacia el
objeto que tenía delante, la cómoda, y empezó a arrastrar sus dientes
dentados por la madera de las patas del armario.
—¿Me estás tomando el pelo? —gritó Isaac, mirando con horror como
el conejito hacía un trabajo rápido con una de las ornamentadas piernas de
la cómoda.
En otro minuto, la pierna se reduciría al ancho de un palillo e Isaac caería
al suelo justo en frente de este conejo despiadado.
—Piensa en algo —suplicó Isaac—. ¡Alguien piense en algo rápido!
—¿De qué otra forma lo apagamos? ¿Cómo lo apagamos? —Oscar no
preguntó a nadie en particular, pero pequeñas pilas de aserrín se estaban
formando en la base de la cómoda, e Isaac ya estaba comenzando a
deslizarse.
—¡La luz! —gritó Raj desde la cabecera, momentáneamente perdiendo
su agarre en la repisa y contándose a sí mismo—. ¡La caja dice que se
congela bajo la luz!
—¡Mi linterna está en el pasillo! —gritó Isaac, deslizándose unos
centímetros más cerca del conejo.
Oscar tardó demasiado en recordar que sostenía la otra linterna.
—¡Oscar, ahora! —gritó Raj, y Oscar recuperó los sentidos y encendió
el rayo al Plushtrap Chaser, pero no funcionó.
—¡Ponla al frente! —gritó Isaac, y Oscar se deslizó hasta el borde del
tocador y estiró su brazo tanto como pudo para que el rayo de luz brillara
directamente en los ojos del conejito. De repente, el juguete se congeló a
medio roer mientras se abría de par en par para dar el último mordisco en
la pata del tocador.
La habitación se quedó en silencio mientras los chicos jadeaban por
respirar, la viga del conejito temblaba bajo el tembloroso agarre de Oscar.
—Mantenla firme —susurró Isaac, como si temiera que pudiera
despertar a la bestia con el sonido.
—Lo estoy intentando —siseó Oscar.
El tocador se balanceaba debajo de Isaac, tratando de averiguar cómo
pararse sobre tres piernas y media, no lo iba a sostener por mucho más
tiempo, con o sin el Plushtrap mordiendo.
—Tengo que bajarme —dijo Isaac, más para sí mismo que para sus
amigos, pero ellos entendieron. Estaba tratando de reunir el valor.
—No puede moverse mientras Oscar mantenga la luz encendida —dijo
Raj, sintiendo la desconfianza de Isaac por el armisticio momentáneo.
—Es fácil para ti decirlo —dijo Isaac, sin apartar la vista de la cosa verde
en la base del armario—. No estás a centímetros de una maldita trituradora
de madera. ¿Y qué diablos pasa con sus dientes? ¡No se supone que sean
así!
—Creo que es seguro decir que hay muchas cosas sobre esta situación
que “no se supone que sean así” —contestó Raj—. Ahora, ¿te bajarías de
la estúpida cómoda?
—Tiene razón —animó Oscar—. Mientras haya luz, no se supone que
pueda moverse.
—No se suponía que pudiera moverse de todos modos, ¿recuerdas? —
dijo Isaac.
—¿Cómo cobró vida de repente?
Ni Raj ni Oscar tenían una buena respuesta que ofrecer, especialmente
no en este momento.
—¿Quizás el corte? ¿Algo cuando estaba enchufado? No sé. Lo que sí
sé es que la cómoda está a un segundo de colapsar —dijo Oscar.
Isaac asintió, aceptando su destino. Iba a tener que aventurarse a bajar
al suelo.
Isaac se deslizó lo más lejos posible de la boca abierta de la Plushtrap,
pasó una pierna por el costado de la cómoda, luego la retiró,
desequilibrando su equilibrio.
—Hombre, vamos —dijo Raj, el suspenso lo mataba.
—Oye, eliges qué miembro prefieres arrancar —gruñó Isaac, y Oscar
intentó un enfoque diferente.
—Rápido y fácil, un vendaje —sugirió, y a Isaac pareció gustarle más ese
enfoque.
—Rápido y fácil —repitió Isaac. Justo cuando Isaac se preparaba para
deslizarse por la cómoda, desde el rincón más alejado de la habitación, un
rincón donde no había nadie, una voz gritó:
—¡Chicos, por aquí!
Sin embargo, no era cualquier voz. Era la voz de Raj.
Oscar no quiso mover la luz a la esquina. Fue instinto.
—¡Vuelve a ponerla! ¡PONLA DE NUEVO!
Oscar hizo malabarismos con la linterna en sus manos y barrió el rayo
hacia la mirada de Plushtrap justo cuando sus dientes se preparaban para
cerrarse sobre la pierna deslizante de Isaac.
—Lindo truco, Raj. ¿Crees que podrías practicar tu acto de ventrílocuo
en otro momento? —dijo Oscar, luchando por recuperar el aliento.
Pero Raj simplemente miró fijamente a la esquina con los ojos muy
abiertos.
—¿No fuiste tú, verdad? —preguntó Isaac, sosteniendo su pierna casi
sacrificada.
—Oh vamos. ¿En serio? —dijo Oscar—. ¿Puede imitar voces?
—Nuestras voces —dijo Raj, tragando saliva—. Para distraernos.
La madera dañada debajo de Isaac gimió, se deslizó al suelo y corrió más
rápido de lo que Oscar lo había visto moverse. Luego se deslizó por el
suelo y se unió a Oscar en el tocador.
—¿Ahora qué? —preguntó Raj, y Oscar estaba listo con una respuesta.
—Dejamos la linterna justo aquí, justo encima. Bloqueamos la puerta y
pedimos ayuda.
Isaac y Raj lo pensaron durante un segundo y luego aceptaron en
silencio.
Raj se movió primero, alejándose lentamente de la cabecera y
retrocediendo hacia la puerta, sin apartar los ojos del conejito demente,
que, bajo el resplandor de la linterna de Oscar, había adquirido un tono
verde enfermizo en medio de las sombras circundantes de la habitación.
Entonces, justo cuando Oscar e Isaac comenzaron a descender también
a la alfombra, el haz de luz de la linterna comenzó a parpadear,
parpadeando en intervalos de una fracción de segundo. Presa del pánico,
Oscar golpeó el costado de la luz y le devolvió la vida, pero sólo por un
segundo, cuando una vez más falló y reapareció.
—Oscar —dijo Isaac en voz baja—. ¿Hay alguna posibilidad de que no
se esté agotando la batería de la linterna?
El rayo parpadeó y reapareció de nuevo, pero esta vez permaneció
apagado el tiempo suficiente para que pudieran oír la mandíbula del
Plushtrap cerrarse.
—Um… comenzó Oscar, pero no tuvo tiempo de terminar.
Cuando el rayo parpadeó esta vez, se quedó apagada.
—¡CORRAN! —gritó Oscar, y él e Isaac clamaron por la puerta, tan
cerca de Raj que le rasparon los talones con los dedos de los pies.
Corrieron por el pasillo hacia el baño, e Isaac pateó su linterna caída
delante de ellos. Cerraron la puerta de golpe, arrojando sus espaldas
contra ella justo a tiempo para sentir la fuerza de un metro de metal y felpa
golpear el otro lado. El conejo no perdió tiempo en pasar sus dientes rotos
por la madera, atacando nuevamente el área alrededor del pomo de la
puerta.
Isaac se dejó caer al suelo y buscó a tientas su linterna perdida, haciendo
malabarismos con ella antes de encontrar el interruptor y arrojar el rayo
hacia la puerta. Pero todos sabían que sólo funcionaría en el conejito una
vez que hubiera mordido la puerta.
Una vez estuvieran cara a cara con él.
—Raj, ¿dónde está tu teléfono? —preguntó Oscar.
Raj lo sostuvo en alto como un talismán, su pantalla brillaba en azul en
el baño oscuro.
—Olvida la luz —dijo Oscar—. Sólo pide ayuda.
—Bien —dijo Raj, entendiendo. Marcó rápidamente el 9-1-1 y esperó
el alivio que vendría en la forma de la voz de operador.
—¿Por qué está tomando tanto tiempo? —preguntó Isaac, mirando el
mango mientras comenzaba a moverse en su soporte de aflojamiento.
—No pasa nada —dijo Raj, intentando de nuevo.
—¿Qué quieres decir? Es el 9-1-1. Alguien tiene que contestar —dijo
Isaac.
—Me refiero a que la llamada ni siquiera se ha realizado. ¡No hay
servicio o algo así, no lo sé! —dijo Raj, cada vez más desesperado.
—Está bien, está bien —dijo Oscar, tratando de pensarlo bien, pero los
dientes de Plushtrap comenzaban a asomarse por la puerta de nuevo.
Estaba dejando diminutos hilos verdes en las astillas alrededor del pomo
de la puerta—. Esto es lo que vamos a hacer. Voy a abrir la puerta–.
—Mala idea —dijo Raj, el pánico entrelazando su voz—. Horrible idea.
—Espera —dijo Oscar, tratando de mantener la calma—. Voy a abrir la
puerta, y voy agolparlo con la luz para aturdirlo. Ustedes dos salgan
mientras yo enciendo la luz y vayan a la cocina. Pueden llamar para pedir
ayuda con el teléfono fijo.
—¡¿Entonces estás diciendo que deberíamos dejarte solo con esta
cosa?! —preguntó Isaac.
—A menos que quieras quedarte aquí conmigo.
—No, no, no, iremos a la cocina —intervino Raj rápidamente.
—En sus marcas —dijo Oscar, absolutamente no listo para dar la marca,
pero estaba sucediendo de una forma u otra; el pomo estaba a punto de
caer.
—Tres… dos… —dijo Oscar, y agarró el pomo de la puerta antes de
que perdiera su lugar en la puerta—. ¡VAYAN!
Oscar abrió la puerta de golpe. El Plushtrap Chaser irrumpió y se quedó
rígido a la luz. Sus ojos estaban tan embarrados bajo el rayo cercano de la
linterna que era difícil recordar que solían ser verdes. Los orbes sin rasgos
eran de alguna manera más aterradores que los ojos vivos normales. Su
boca colgaba abierta hambrienta, con los dientes aún más ensangrentados
de lo que habían estado la última vez que Oscar los había mirado de cerca.
Sus brazos articulados se extendían directamente frente a él, listos para
empujar a través de la puerta.
Respiraciones superficiales llenaron el pequeño baño mientras Isaac y
Raj competían por un espacio lo más lejos posible del Plushtrap, pero
estaba parado en la entrada. Tendrían que abrirse paso.
Isaac aspiró su estómago, pero el pelo áspero del conejo todavía
agarraba su camisa. Raj hizo una mueca de dolor e hizo lo mismo, la parte
superior del brazo del conejo rozó su oreja mientras pasaba y se paraba
con las piernas temblorosas en el pasillo con Isaac.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó Raj a Oscar.
—No —respondió Oscar—. Sólo date prisa.
Los chicos corrieron por el pasillo y sacaron el auricular de la base del
teléfono en la cocina. Pero mientras Oscar miraba a los ojos saltones del
Plushtrap, supo por la forma en que sus amigos discutían que tampoco
estaban comunicando con el 9-1-1 a través del teléfono fijo.
Cuando reaparecieron en la puerta, Raj fue quien les dio la mala noticia.
—Las líneas telefónicas deben estar caídas.
Como una confirmación, el viento azotó la casa, sacudiendo el espacio
detrás de las paredes donde las tuberías serpenteaban a través del
aislamiento.
—Entonces, para recapitular —dijo Oscar, su luz cuidadosamente
enfocada en el conejito.
—Estamos atrapados en mi casa con una máquina de comer sin sentido
con una linterna en funcionamiento
—Dos si cuentas mi teléfono —interrumpió Raj.
—Durante una tormenta que destruyó las líneas eléctricas y las líneas
telefónicas.
—Y el agua —dijo Isaac, y los muchachos esperaron una explicación—.
Tengo sed. Probé el grifo.
—Puede masticar casi cualquier cosa, así que… —dijo Raj.
—…entonces, ¿qué pasará cuando nuestras luces se queden sin
baterías? —dijo Oscar. Todos los chicos miraron fijamente a Plushtrap
como si pudiera darles una respuesta.
Simplemente miraba fijamente a la luz que Oscar no se atrevía a quitarle
de la cara.
—Oye, Oscar —dijo Raj, y a Oscar no le gustó el tono de su voz; era
obvio que se le acababa de ocurrir un nuevo horror.
—¿Qué?
—¿Cómo vas a salir de ahí?
—¿Qué quieres decir? De la misma manera que ustedes lo hicieron.
—Uh, uh —dijo Raj, sacudiendo la cabeza lentamente—. Salimos
porque estabas iluminando su rostro con la luz.
—¿Sí?
—Lo pasamos. Estamos detrás de eso.
Oscar finalmente lo entendió. La luz no sólo tenía que estar en el
conejo.
—Necesita verla —dijo, estremeciéndose ante la perspectiva de que
esos horribles ojos humanos muertos vieran algo.
—Espera —dijo Isaac—. Podemos usar el espejo.
Los chicos intentaron inclinar el Plushtrap hacia el mostrador mientras
las manos de Oscar hacían temblar la viga.
—Mantenla firme —dijo Isaac.
—Lo estoy intentando. ¿Sabes lo difícil que es mantener algo nivelado
durante tanto tiempo? Mi brazo me está matando.
—¿Podrían callarse ustedes dos? —dijo Raj, apoyándose con fuerza
contra el Plushtrap.
—Isaac, ayúdame con esto.
—Amigo, no es tan pesado.
Raj se apartó del conejo.
—Inténtalo.
Pero Isaac tampoco pudo hacer que se moviera.
—Es como si sus engranajes estuvieran bloqueados en su lugar o algo
así.
Se quedaron callados un minuto más.
—Está bien, esto es lo que vamos a hacer —dijo Oscar—. Uno de
ustedes va a sostener la linterna sobre su cabeza, entre las orejas.
—No —dijo Raj.
—Pasaré a hurtadillas, y luego todos huiremos.
Raj asintió.
—Sí, eso podría funcionar. Tan pronto como se de la vuelta,
simplemente retrocedemos y mantenemos la linterna encendida todo el
tiempo que podamos.
—Exacto. Nos dará tiempo para al menos llegar al final del pasillo.
Fue la mejor idea que pudieron reunir. Y podría haber funcionado si la
linterna más pequeña y barata no hubiera comenzado a parpadear en ese
momento exacto. El gran apagón de mayo había agotado las pilas
prematuramente.
—¡Nononononononono! —dijo Oscar.
—¿Por qué mueren todas tus linternas? —acusó Isaac.
—¡Cállate y mantenla en su lugar! —dijo Oscar, y todos empezaron a
entrar en pánico. Isaac se encogió mientras sostenía su brazo entre el pelaje
áspero de las orejas del conejo, inclinándose para iluminar sus ojos saltones
mientras Oscar se aplastaba contra el marco de la puerta.
—Déjame entrar, usaré la luz de mi teléfono —dijo Raj sin aliento.
—Es demasiado tarde —le dijo Isaac—. No hay espacio para cambiar
de lugar.
Entonces, justo cuando Oscar estaba inmovilizado junto al Plushtrap,
escucharon una voz desde la puerta principal.
—¡Hombrecito, necesito tu ayuda!
—Ms. Ávila —Isaac llamó por encima del hombro—. ¡Quédate ahí, no
te muevas!
Pero fue Isaac quien se movió, sólo un poco al girar, pero lo suficiente
para mover el rayo de luz.
—¡Isaac, la luz! —gritó Oscar.
—¡Lo siento! —Isaac volvió a enfocar la luz en el conejo, pero su brazo
tembló y el rayo comenzó a vacilar, creando un efecto estroboscópico
profundamente inquietante. Ahora, la cabeza del conejo giró lentamente
en incrementos, durante los intervalos oscuros entre el haz de la linterna.
Cuando Oscar estuvo cara a cara con el conejo, la linterna falló por
completo.
—¡CORRAAAAN! —gritó Oscar, y los demás siguieron su ejemplo,
chillando al unísono mientras el Plushtrap hacía honor a su nombre,
persiguiéndolos con pasos mecánicos increíblemente suaves por el
estrecho pasillo de la casa de Oscar.
Raj trató de apuntar la pantalla de su teléfono hacia atrás, pero el rayo
de luz no era lo suficientemente brillante.
—¡La linterna! —gritó Isaac, y Raj lo intentó, pero en su pánico, el
delgado teléfono se deslizó entre sus manos sudorosas.
Si había alguna esperanza de que el teléfono hubiera sobrevivido a su
caída, el crujido inmediato que vino después extinguió esa esperanza. El
conejo lo había pisoteado.
—¡Al garaje! —logró jadear Oscar mientras huían del mayor
arrepentimiento de su vida.
Cerrando la puerta de golpe contra el conejo que se lanzaba, los chicos
escucharon con horror cómo una vez más comenzaba a atacar su
obstáculo con despiadada eficiencia.
—¡Este es el peor juguete del mundo! —jadeó Raj.
—¿Cómo supo la voz de tu mamá? —jadeó Isaac.
—¿Quién sabe? —respondió Oscar, lanzando sus manos al aire—. ¿Tal
vez la escucho por teléfono? —Se rio histéricamente—. ¡Las posibilidades
son infinitas!
Isaac puso una mano sobre el hombro de Oscar.
—Salgamos de aquí, no hay tiempo que perder, no importa como la
supo.
A diferencia de las otras habitaciones de la casa que tenían al menos el
beneficio de las sombras para ver el espacio a su alrededor, el garaje estaba
completamente a oscuras, y mientras los chicos buscaban a tientas algo que
pudieran usar contra el intruso, sólo lograron tirar herramientas fuera de
los estantes y tropezar con las decoraciones navideñas almacenadas.
—¿Supongo que es demasiado preguntar si tienes otra linterna aquí en
alguna parte? —preguntó Isaac, con su voz ronca por el miedo.
—Incluso si la hubiera, no sabría dónde encontrarla —respondió Oscar.
Raj apretó el botón de la puerta del garaje frenéticamente, pero con el
corte de energía, no sirvió de nada.
—¿No tienen estas cosas una salida de emergencia? —preguntó, la
lógica finalmente prevaleció.
La piel y los dientes comenzaban a salir por el agujero masticado de la
puerta del garaje.
—¡Hay una palanca! —dijo Oscar, tanteando hacia donde pensaba que
podría estar el centro del garaje—. Debería estar en algún lugar…
Comenzó a saltar, estirando las manos por encima de su cabeza
mientras golpeaba el aire en busca de la perilla atada a la cuerda que soltaba
la cerradura de emergencia del garaje.
Raj se unió a él en la búsqueda y ocupó un lugar diferente en el garaje.
—Chicos —dijo Isaac, su voz era inquietantemente tranquila.
—¡Espera, creo que mi dedo acaba de golpearlo! —dijo Oscar.
—Chicos —dijo Isaac de nuevo.
—¿Dónde? —dijo Raj.
—Aquí.
—¿Dónde está aquí?
—¡Aquí!
—¡Chicos! —dijo Isaac, y esta vez, ambos se detuvieron para escuchar.
El sonido de un raspado comenzó a hacerse más fuerte cuando el Plushtrap
hizo un trabajo rápido con la madera más gruesa de la puerta del garaje.
—¿Qué? —respondieron al unísono.
—¿A dónde vamos a ir después?
Oscar comprendió en cierto nivel primordial por qué Isaac sonaba tan
derrotado.
Sin luz por ningún lado, todo lo que podían hacer era… correr.
—¿Y qué, simplemente esperamos y nos convertimos en hamburguesas?
—dijo Raj, reanudando el salto.
El terror de Oscar alcanzó un nuevo nivel cuando Isaac no tuvo una
respuesta.
Y pensar en que hace menos de una hora, su pregunta más irritante
había sido sobre en qué extremo de las vías del tren comenzar su truco o
trato.
—¡El tren! —gritó Oscar, y justo cuando lo hizo, escuchó la mano de
Raj conectarse con la perilla de madera y la cuerda unida al desbloqueo de
emergencia del garaje. El pomo golpeó el metal de la puerta del garaje. Raj
saltó de nuevo, y de nuevo hizo girar la perilla.
—¡Ahí está!
—¡Chicos! — gritó Isaac, la urgencia lo encontró una vez más, y miraron
con los ojos muy abiertos mientras el pomo de la puerta comenzaba a
tambalearse.
—Está apunto… —dijo Isaac.
—Estoy apunto… —dijo Raj.
La voz de Isaac se rio desde el otro lado de la puerta.
—Eso es todo. Te estoy sacando de tu miseria en tres, dos–.
Las yemas de los dedos de Raj agarraron el pomo de madera, y esta vez,
tiró con fuerza de la cuerda, soltando el brazo automático que sujetaba la
puerta del garaje en su lugar.
—¡Ponte de ese lado! —dijo Oscar, e Isaac agarró el borde de la puerta
del garaje en un extremo mientras Raj tomó el medio y Oscar tomó la
izquierda.
Levantaron la puerta del garaje con suficiente fuerza para hacer que
golpeara la parte superior de su riel y volviera a caer. Justo cuando lo hizo,
la manija de la puerta que conducía al garaje cayó al piso de concreto, y la
puerta se abrió de par en par para revelar al Plushtrap Chaser, en su
destrucción sin sentido.
Los chicos abrieron la puerta del garaje con la misma fuerza, sólo que
esta vez, se agacharon antes de que se derrumbara de nuevo, poniéndolos
en el camino de entrada y al conejo en el garaje.
Se estrelló contra la puerta, arrastrando los dientes por el metal
mientras se estremecían bajo el sonido.
—Esto no va a aguantar por mucho tiempo —dijo Raj, y aunque el Oscar
de ayer podría haber dudado de que incluso un Plushtrap en
funcionamiento pudiera cortar el metal, el Oscar de esta noche tenía todas
las razones para creerlo. No se detendría hasta que tuviera una razón para
hacerlo.
—El tren —dijo de nuevo, luego se echó a correr, confiando en que los
otros dos lo seguirían.
Apenas habían llegado al final del bloque de Oscar cuando escucharon
el chirrido del metal retorcido y supieron que el tiempo prestado había
expirado.
Se abalanzaron sobre bicicletas abandonadas en patios de personas y
cajas de transformadores eléctricos, aplastando hojas muertas y basura que
se arremolinaba en el aire y los asaltaba, todo con la banda sonora de un
conejo mecánico en constante movimiento, con su mandíbula abriéndose
y cerrándose de golpe a la velocidad creciente de sus piernas
perseguidoras. Oscar se atrevió a mirar detrás de él sólo una vez,
encontrando al Plushtrap más cerca de lo que había temido. Lo
suficientemente cerca para ver el blanco brillante de sus ojos vacíos.
A medida que el conejo ganaba velocidad, Oscar y sus amigos perdían
la suya. Las vías del tren aún estaban a un cuarto de milla de distancia.
—¿Quiero saber qué tan cerca está? —preguntó Raj, su respiración
rápidamente se convirtió en sibilancia.
—Sólo sigue avanzando —dijo Oscar—. Hagas lo que hagas, no bajes la
velocidad.
A Oscar le ardían las piernas mientras movía los brazos, incluso Isaac
estaba empezando a desfallecer. Sólo necesitaban ir un poco más lejos.
—Cómo… —jadeó Isaac, tragando antes de intentarlo de nuevo—.
¿Cómo sabes que habrá un tren?
Isaac había adivinado el plan que Oscar no tuvo tiempo de explicar.
—No lo sé —respondió Oscar, e Isaac no dijo una palabra después de
eso. Él entendió.
Si no había un tren, entonces no había ninguna esperanza.
Sumergiéndose en el camino más claro que pudieron encontrar en la
tierra boscosa que conduce a las vías del tren, Oscar, Isaac y Raj levantaron
las manos sobre sus cabezas, protegiéndose la cara de las ramas bajas
mientras escuchaban cómo el Plushtrap chocaba contra un camino a través
del árboles, haciendo un trabajo rápido en cualquier rama que se atreviera
a interponerse en su camino.
Cuando el camino comenzó a inclinarse, Oscar supo que se estaban
acercando. Tenía los pulmones en llamas y Raj estaba empezando a toser
y farfullar de dolor.
Cuando llegaron a la cima de la colina, Oscar vio la más gloriosa de
todas las vistas.
Luz.
—¡Te dije! —jadeó Isaac—. ¡Nunca les sucede nada, nunca sufren
cortes!
Pero mientras caían por la pendiente que conducía a las vías, una vez
más perdieron de vista el lado este de la ciudad, y Oscar se dio cuenta de
que sin un tren que interviniera, nunca llegarían al lado este con gloria
iluminada.
El sonido fue débil al principio, casi imposible de escuchar sobre el
aullido de la tormenta y el zumbido de la Plushtrap acercándose a ellos.
Pero cuando Raj e Isaac miraron en la misma dirección, Oscar creyó oírlo;
sabía que no era sólo un ruido fantasma.
—La bocina del tren. Está viniendo. ¡Está viniendo! —gritó Isaac, y ellos
gritaron un grito colectivo, llenos de alivio al escuchar acercarse a su
salvador.
Pero aún no podían verlo. Y cuando se dieron la vuelta, lo que vieron
congeló la sangre de Oscar en sus venas. La sombra de un conejo se cernió
sobre sus pies antes de que el conejo ascendiera a la cima de la colina.
—No va a llegar a tiempo —susurró Isaac.
—Llegará a tiempo —dijo Oscar.
El Plushtrap se inclinó hacia adelante en la cima de la colina y se lanzó,
corriendo colina abajo con una precisión experta y mortal.
—Vamos a morir. Es todo, vamos a morir —dijo Raj.
—Llegará a tiempo —repitió Oscar, sin apartar la vista del conejo.
Estaba a mitad de la colina cuando escuchó el hermoso sonido de la bocina
del tren cortando el zumbido de la tormenta.
Los ojos del conejo se abrieron, sus orejas se clavaron en el aire en un
ángulo antinatural. Y mientras descendía por la segunda mitad de la colina,
Oscar incluso pudo ver fragmentos de metal destrozado de la puerta del
garaje que sobresalían de sus dientes afilados como huesos de pollo.
Oscar se atrevió a apartar los ojos de Plushtrap el tiempo suficiente
para ver un pequeño círculo de luz en el extremo visible de la pista.
—Vayan —les dijo Oscar.
—De ninguna manera, hombre —dijo Raj—. Vamos todos juntos.
—Sólo confía en mí.
—¿¡Estás loco!? —dijo Isaac.
—Crucen las vías —dijo Oscar, una extraña calma se apoderó de su
cuerpo mientras medía la distancia en cada periferia de su visión: el
Plushtrap que se aproximaba y el tren que se aproximaba. Su cerebro
estaba haciendo cálculos que ni siquiera sabía que era capaz de hacer.
El cuerno resonó en el aire. El tren estaba a sólo unos segundos de
distancia. También Plushtrap.
—Chicos, va a funcionar. Esta vez, todo saldrá bien. ¡Sólo vayan!
Raj e Isaac echaron un vistazo más al tren que se aproximaba antes de
saltar sobre las vías y caer al otro lado.
Oscar también podía oírlos gritarle que cruzara. Podía oírlos, pero no
escuchaba. En todo lo que podía concentrarse en ese momento, en esa
fracción de segundo entre la posible vida y la muerte segura, era la voz
crepitante pero obstinadamente viva del Sr. Devereaux.
«A veces tienes que saber cuándo hacerlo, incluso cuando no parece posible».
Y en ese espacio de tiempo increíblemente pequeño e infinitamente
grande, Oscar finalmente entendió lo que quería decir el anciano: A veces
no se encuentra la suerte. A veces se hace suerte. Y cuando la es, hay que
saber cuándo agarrarla.
Con el coro de los gritos de sus amigos y el sonido de la bocina del tren
y el rechinar de los dientes del conejo, dio tres pasos gigantes hacia la
derecha hacia el tren, se subió a las vías y esperó el segundo justo cuando
el Plushtrap Chaser corrió hacia las vías y se dirigió hacia Oscar y el haz
brillante de la luz del tren.
Oscar tuvo una fracción de segundo para registrar los ojos siniestros.
De su boca hambrienta y ensangrentada salió la voz de la mamá de Oscar:
—¡Hombrecito, te necesito!
Entonces Oscar saltó.
El aire que lo rodeaba olía a acero y fuego y, al principio, no supo qué
hacer con la luz. ¿Estaba en un hospital? ¿Estaba atrapado debajo del tren?
—¿Morí? —escuchó su voz en sus oídos, y parecía separada de su
cuerpo.
—Honestamente, no sé cómo, pero no —dijo Raj, tragando aire en el
lado este de las vías, con su cuerpo temblando lo suficientemente fuerte
como para que Oscar sintiera el suelo temblar debajo de él. O tal vez ese
era el tren. Aún podía oír el sonido de la bocina en la distancia.
Oscar miró a Isaac, cuyas manos estaban en sus rodillas mientras
cerraba los ojos y negaba lentamente con la cabeza.
—Eres un idiota.
—Lo sé.
Pero una vez que el suelo dejó de vibrar y sus piernas dejaron de
tambalearse, se deslizaron hacia la parte de la pista donde Oscar había
jugado su juego de gallina más peligroso.
Ahí, retorcido y aplastado en los lazos de concreto y el suelo
endurecido debajo, yacían los restos de un Plushtrap Chaser, un conejo
verde que muerde activado por la luz y que ya no es el personaje favorito
de Oscar del mundo Freddy Fazbear. El pelaje verde oscuro flotaba en
nubes alrededor del conejo aplastado, mientras que otros grumos se
pegaban con grasa a las vías. Pequeños dientes dentados brillaron bajo la
luna recién descubierta, las nubes finalmente se separaron después de que
ya era demasiado tarde para ayudar. Se reflejó a los dientes destrozados y
encía humana ensangrentada. Oscar tragó bilis y desvió la mirada.
Oscar bajó la mirada hacia el único ojo grotesco que permanecía semi
intacto, medio enterrado pero aún abultado por la tierra compacta debajo
de la pista. El otro ojo era tejido destrozado, muerto, pero con un aspecto
más humano que nunca. Se estremeció y se movió para alejarse. No podía
soportar mirar al asesino sin pestañear.

✩✩✩
La noche siguiente, Oscar ayudó a entregar caramelos a los residentes
del Hogar de Ancianos Royal Oaks mientras su madre encendía fuegos
debajo de los enfermeros y puso los ojos en blanco ante los más nuevos y
tontos. Era una especie de truco o trato al revés, con los dulces llegando
a la gente, ya que no podían ir por los dulces. Cuando Oscar llegó a la
habitación del señor Devereaux, Marilyn estaba acurrucada a los pies de su
cama.
—Alguien se siente audaz —le dijo Oscar, pero el señor Devereaux fue
el que respondió.
—He decidido que si va a robarme el alma, se ha ganado el derecho —
dijo, y aunque para Oscar no tenía sentido, para el Sr. Devereaux parecía
tener suficiente sentido para ya no mirar al gato leal con sospecha—.
Entonces, ¿cómo estuvo la cosecha? —preguntó, y nuevamente Oscar se
encontró en compañía de uno de los momentos lúcidos del Sr. Devereaux.
Más que lúcido, incluso. Es como si hubiera estado parado ahí mismo en
las vías del tren con él cuando más lo necesitaba.
—Mala cosecha este año —dijo, y el señor Devereaux asintió
lentamente, como si hubiera estado ahí antes. Oscar intentó y no pudo
imaginar al Sr. Devereaux con su propio conejo masticador de un metro
de altura—. Pero me alegro de haber hecho la excavación —y con eso, el
Sr. Devereaux se sintió lo suficientemente satisfecho como para volver a
quedarse dormido, con Marilyn amasando con avidez el espacio entre sus
pies extendidos.
En la sala de descanso, Oscar encontró a su madre, con quien no había
hablado desde la mañana, y sólo para explicarle que el juguete había hecho
“un poco de daño” a las puertas, y que pasaría el próximo fin de semana
parchándolas y probablemente el resto de su vida ahorrando para una
nueva puerta de garaje. Sin embargo, su madre apenas pareció darse
cuenta. Supuso que su pelea por teléfono en la noche había dejado un
agujero más enorme en ella que cualquier cosa que Plushtrap pudiera haber
hecho.
Debido a que se había sentido tan mal por eso, hizo algo que sabía que
no lo compensaría, pero sabía que tenía que intentarlo. Así que tomó lo
que le quedaba de dinero y se detuvo en PASILLO DE HALLOWEEN y recogió
una pequeña calabaza de plástico y dos bolsas de las almendras cubiertas
de chocolate que tanto amaba. Llenó la calabaza con los chocolates y la
guardó en un gabinete en la sala de descanso hasta que supo que ella estaría
tomando su primer café de la noche.
Cuando se lo entregó, ella sonrió, pero él pensó que no se había visto
tan triste desde la muerte de su padre.
Aun así, lo atrajo para darle el abrazo más fuerte y rompedor en su
memoria reciente, y aunque apenas podía respirar bajo su feroz agarre,
estaba tan feliz de saber que no la había destruido por completo.
—Nunca quise depender tanto de ti —susurró mientras lo sostenía, y
Oscar se sorprendió. Había pensado que su padre era el motivo de su
tristeza. Nunca había considerado que él podría ser la razón.
—Está bien —y se sorprendió a sí mismo al decirlo en serio. Realmente
estuvo bien. No todo el tiempo, pero pensó que tal vez eso hacía que los
buenos tiempos fueran mejores. Como cuando a su mamá le gustó el
regalo que le hizo. O cuando sus amigos arriesgan sus vidas reales sólo
para que él no se enfrente a un monstruo solo.
—Está bien —dijo, y la dejó abrazarlo durante un buen rato.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
Texas con su esposa y cuatro hijos.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de
reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las
computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la
costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
Carly Anne West es autora de las novelas juveniles The Murmurings y
The Bargaining y novelas de grado medio basadas en los videojuegos Hello
Neighbor. Vive en Seúl, Corea del Sur, con su esposo y sus dos hijos.
G rim no siempre era lúcido. Bueno, no era bueno mentir. La verdad
era que Grim rara vez estaba lúcido. Estar lúcido hacía que le dolieran los
dientes. Le duelen los dientes cuando le duelen los ojos y los oídos. Cuando
estaba lúcido, el mundo tenía esta forma de asaltar sus ojos y sus oídos.
Todo era demasiado intenso, demasiado. Grim prefería pasar el rato en su
propio mundo loco donde gobernaban las voces en su cabeza, incluso
cuando sabía que estaban locas.
Los dientes de Grim duelen esta noche.
En las sombras, presionado contra los lados de metal corrugado de un
cobertizo de almacenamiento cerca de las vías del tren, Grim apretó su
sucia manta acrílica rosa alrededor de su cuerpo. Aunque la manta estaba
húmeda y no le proporcionaba calor, lo consoló. Además, debido a que no
sólo estaba sucia, estaba tan sucia que tenía que hacer palanca en las fibras
de la manta con una uña para encontrar un toque de rosa, le dio camuflaje.
El camuflaje era bueno. Desde que se alejó de su vida, había hecho todo lo
posible para ser invisible, encorvó sus cinco pies y ocho pulgadas en varios
centímetros menos que eso, comió lo suficiente para mantener la piel
colgando de sus huesos, cubrió su largo cabello castaño y fibroso con un
sombrero gris flexible, escondió su rostro alargado bajo una barba
enmarañada. Y renunció a su nombre por el apodo que le habían dado.
Cumplió su objetivo de ser invisible.
Especialmente no quería ser visto en este momento. De ninguna
manera.
No quería que lo vieran porque no le gustaban los golpes. Y no le gustó
lo que estaba viendo. Veía cosas siniestras, cosas que le lastimaban los
dientes.
Durante los últimos cinco minutos, la mirada de Grim había estado
clavada en las vías del tren. O de nuevo, la verdad era importante, no en
las vías en sí, sino en lo que había en las vías. Lo que estaba en las vías lo
estaba perturbando mucho.
En las vías, iluminado por el resplandor periférico de una luz de
seguridad, una figura encapuchada sacaba objetos extraños de los rieles. La
figura estaba ligeramente encorvada y se movía con un paso incómodo de
cabeceo y balanceo que le recordó a Grim la forma en que la gente
caminaba después de bajar de un bote. Grim estaba a sólo unos seis metros
de la persona encapuchada, pero podía ver claramente tanto la figura como
lo que estaba recolectando.
La persona parecía no darse cuenta de Grim, y Grim tenía la intención
de mantenerlo así. Los dientes de Grim querían castañetear, y su cuerpo
quería temblar, pero se obligó a sí mismo a quedarse quieto mientras
observaba la misteriosa figura golpear al final de lo que parecía una palanca
de un pie de largo con un extremo amarillo brillante. El extremo amarillo
seguía retorciendo pedazos libres de algo que Grim no podía identificar.
Hasta ahora lo había visto reunir una mandíbula con bisagras, una hilera
irregular de lo que parecían dientes humanos ensangrentados, ojos
humanos mutilados, varios tornillos, un puerto de computadora y trozos
de metal con mechones de pelaje verde oscuro.
Continuó mirando mientras la figura levantaba uno y luego dos objetos
alargados de color verde. ¿Qué eran esos?
Como si respondiera a la pregunta interna de Grim, la figura levantó las
piezas.
Incluso en la luz tenue, pudo discernir de inmediato lo que eran. En su
vida anterior, había sido profesor, e incluso al ritmo que había estado
decapando sus células cerebrales, todavía tenía muchas a su disposición.
Orejas de conejo verde.
Oh, sus dientes.
La figura volvió a hacer palanca y se liberó de las huellas una gran pata
de conejo de metal.
Grim tuvo que admitir para sí mismo un mínimo de curiosidad sobre lo
que estaba haciendo la figura. Pero su sentido de autoconservación era más
fuerte. De modo que se sentó, con los dientes adoloridos, tan quieto como
los restos de detritos que estaba acumulando la figura, hasta que la figura
metió todas las partes arrancadas en una bolsa y desapareció en la
oscuridad.

✩✩✩
El detective Larson llamó a la puerta de una casa marrón de un piso y
medio que estaba en cuclillas junto a una casa de artesano de dos pisos
cuatro veces su tamaño. Miró hacia el porche bien mantenido en el que
estaba. Parecía que tenía pintura fresca. Había notado que toda la casa
estaba en condiciones similares. Pero la pintura y el orden no estaban
teniendo el efecto que probablemente se pretendía. La casa frente a la que
se encontraba se veía disminuida, no sólo en relación con su vecina más
grande y elegante, sino en general. Si las casas tuvieran caras, esta casa se
vería apagada.
Una puerta estilo misión se abrió frente a Larson. Una mujer joven y
guapa con ojos casi de dibujos animados y cabello castaño largo hasta los
hombros miró al detective sin ningún interés en absoluto.
—¿Sí?
—Señora, mi nombre es Detective Larson. —Mostró a la mujer su
escudo. Ella le dio la misma falta de atención que le estaba dando a él—.
Como parte de una investigación de rutina en curso, necesito echar un
vistazo a las instalaciones. ¿Tiene alguna objeción?
La mujer lo miró de reojo. Creyó ver el destello de algo latente en su
mirada, como si tuviera una chispa que se hubiera casi extinguido, pero no
del todo. Se preguntó si esa chispa estaría a punto de encender una
objeción a su entrada. No sabía qué haría si lo hiciera porque no tenía una
orden judicial.
La mujer se encogió de hombros.
—Está bien.
Cruzando el umbral hacia una sala de estar meticulosamente limpia y
ordenada, miró a su alrededor y vio que una pequeña cocina y un comedor
estaban en condiciones similares, esto a pesar del hecho de que la casa
tenía al menos cuatro gatos, que holgazaneaban en varias exhibiciones de
propiedad real en la parte posterior de los muebles o en los charcos de luz
del sol en las alfombras trenzadas.
—Soy Margie —dijo la mujer. Ella le ofreció la mano.
Larson la tomó. Estaba fría y flácida.
Ella lo miró con una ceja levantada, como si estuviera esperando que él
respondiera una pregunta no formulada. Él le sonrió pero no dijo nada. Se
preguntó qué vio cuando lo miró. ¿Vio al chico de treinta y tantos años y
aspecto decente que solía ver en sí mismo o vio las líneas profundas que
se formaban alrededor de su boca y ojos, que era todo lo que podía ver
ahora cuando vislumbró su rostro en el espejo?
Ella apartó la mirada, su mirada se posó en dos de los gatos. Frunció el
ceño y negó con la cabeza.
—Perdón por todos los gatos. No estoy segura de cómo sucedió esto.
Me dieron uno para que me hiciera compañía después de… um, bueno,
sólo para hacerme compañía. Resultó que estaba embarazada. No podía
soportar regalar a los cuatro gatitos. Me sentí como su mamá y me pareció
un abandono. Así que aquí estoy. Una señora de los gatos. —Soltó una risa
seca y luego tosió.
Larson tenía la sensación de que solía reír mucho y que últimamente
había dejado de practicarlo. Se preguntó qué le habría pasado. Estuvo
tentado de preguntar, pero no era por eso que estaba aquí.
Larson empezó a deambular por la casa. Margie lo siguió.
—¿Cuánto tiempo ha vivido aquí? —preguntó. Había descubierto que
conversar con los propietarios tendía a distraerlos cuando estaba
revisando su casa. Le dio más tiempo para hurgar antes de que comenzaran
a sentirse incómodos o incluso a la defensiva.
—Poco más de tres años —dijo con su voz entre “tres” y “años”.
La miró.
Parecía que iba a llorar, pero sus ojos estaban secos y su rostro estaba
plácido.
—Me contrataron para cuidar a un niño enfermo mientras su padre
servía en el extranjero. Falleció y me dejó la casa.
«El padre o el niño», se preguntó Larson. No preguntó.
Larson había entrado en un pasillo corto con tres puertas. Un quinto
gato apareció desde el interior de la última puerta. Era un pequeño gato
atigrado gris. Se sentó en el medio del pasillo y comenzó a limpiarse solo.
Larson miró a un baño pequeño y reluciente y luego a un dormitorio de
tamaño decente, el que obviamente estaba usando la mujer. Una túnica
amarilla difusa estaba cuidadosamente doblada a los pies de una cama de
matrimonio, y los cosméticos estaban alineados con la misma pulcritud en
una cómoda de color cereza. Aparte de esos toques, pensó que la
habitación tenía una sensación claramente masculina.
Larson decidió no comentar sobre la relación de la mujer con su
empleador fallecido, cualquiera que fuera esa relación. No necesitaba
arriesgarse a ponerla nerviosa. Continuó por el pasillo.
La vieja casa crujió y se movió, emitiendo algo que sonó como un
gemido. Estaba bastante seguro de que Margie se estremeció ante el ruido.
Un gato gris oscuro deambuló por el pasillo, olió al gato atigrado gris y
luego se frotó contra los pantalones negros de Larson. Se inclinó y lo rascó
detrás de las orejas. Sabía que lo lamentaría más tarde. Era alérgico a los
gatos, pero le gustaban.
Al entrar en lo que obviamente era el segundo dormitorio, se quedó
mirando la cama individual en el medio de la habitación. Aparte de la cama,
la habitación sólo tenía un pequeño armario.
No estaba seguro de qué pensar de esa habitación, pero se vio obligado
a permanecer en ella. Específicamente, el gabinete llamó su atención.
Junto a él, Margie estaba callada. Ella estaba lo suficientemente cerca
para que él oliera lo que supuso que era su jabón o champú. Tenía un
aroma fresco pero limpio, nada pesado ni atractivo como perfume o
colonia. A pesar del maquillaje que llevaba, tuvo la impresión de que a
Margie no le importaba mucho hacer cosas para impresionar a los demás.
Se preguntó si era por eso que la encontraba atractiva. Le gustaba su simple
transparencia. No, no le estaba contando las entrañas de la manera molesta
que solían hacer los testigos nerviosos, pero tampoco estaba tratando de
ser algo que no era. Él podría decir eso.
Se aclaró la garganta mientras deambulaba por la cama hacia el armario
que había capturado su interés.
—Hemos estado persiguiendo a una persona de interés en el caso en
curso que mencioné. El caso ha estado casi paralizado. Se ha ido sin ninguna
pista, hasta hace poco. Ahora tenemos esto. —Metió la mano en el bolsillo
interior de su chaqueta deportiva gris y sacó una foto, que levantó para
que la viera Margie.
Margie no dijo nada, pero su rostro tenía mucho que decir. Primero, se
sonrojó. Luego, tan rápido como sus mejillas se pusieron rosadas,
perdieron todo el color y ella palideció. Sus ojos se agrandaron. Su boca
se abrió levemente. Oyó que su respiración se aceleraba.
A punto de llamarla por su reacción, el detective Larson dio un paso de
sorpresa cuando el gato atigrado gris saltó repentinamente a la cama
individual.
—Lo siento —dijo Margie de nuevo. Cogió al gato. Inmediatamente
comenzó a ronronear.
Larson no pudo evitarlo. Extendió la mano y frotó un lado de su cara.
De repente, consciente de que estaba muy cerca de Margie, dio un paso
atrás.
El armario estaba justo enfrente de él. No se había dado cuenta de que
lo había alcanzado. Ahora, tenía que ver qué había dentro.
Al mismo tiempo que se sintió atraído por ella, sintió una inexplicable
renuencia a abrir la puerta del armario. Estornudó.
—Disculpe.
—Son los gatos —dijo Margie.
—Está bien. —Él estaba mintiendo. Sería miserable el resto del día.
Se dio cuenta de que estaba posponiendo la apertura del armario. Lo
cual era absurdo. Así que agarró la perilla del gabinete y tiró de ella.
El armario estaba vacío, pero las paredes interiores del armario no lo
estaban. Estaban cubiertas de ásperos garabatos negros apretados unos a
otros. Lo que parecían letras sin sentido hechas con un marcador grueso
cubría casi cada centímetro del interior del gabinete. Larson no vio ningún
significado en los garabatos, pero sin embargo le dieron la misma sensación
que había tenido cuando había visto los recientes informes de muerte
grotescos. Se giró y miró a Margie.
—¿Qué pasó en esta casa?
Fazbear Frights

#3

Scott Cawthon
Elley Cooper
Andrea Waggener
Copyright © 2020 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados.
Foto de TV estática: © Klikk/Dreamstime
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Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
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El editor no tiene ningún control y no asume ninguna
responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2020
Diseño de portada por Betsy Peterschmidt
e-ISBN 978-1-338-62698-8
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Portadilla
Copyright
1:35 A.M
Espacio para una más
El chico nuevo
Acerca de los Autores
Epílogo
— O h, hurra, zumbido, zumbido, zumbido —cantó una voz
tintineantemente fuerte.
La estúpida canción llegó como un gancho de mango largo al agradable
sueño de Delilah y la sacó del bendito retiro del sueño.
—¿Qué…? —murmuró Delilah mientras se sentaba en medio de sus
sábanas de franela arrugadas, parpadeando ante el sol que perforaba los
huecos de sus persianas.
—Me haces sentir tan alegre —continuó la cantante.
Delilah arrojó su almohada contra la pared inadecuada que separaba su
apartamento del de al lado. La almohada hizo un ruido sordo cuando
golpeó un póster enmarcado que representaba una serena escena playera.
Delilah miró el cartel con nostalgia; representaba la vista que deseaba
tener.
Pero Delilah no tenía vista al mar. Tenía una vista de los contenedores
de basura y la parte trasera sucia del restaurante de veinticuatro horas
donde trabajaba. Ella tampoco tenía serenidad. Tenía a su vecina molesta,
Mary, que seguía cantando a todo pulmón—: Gracias, gracias, gracias por
iniciar mi día.
—¿Quién le canta a su despertador? —espetó Delilah, gimiendo y
frotándose los ojos. Ya era bastante malo tener una vecina cantando; era
mil veces peor que la vecina cantante se inventara sus propias canciones
estúpidas y siempre comenzara el día con una para un despertador. ¿No
eran suficientemente malos los despertadores por sí solos?
Hablando de eso. Delilah miró su reloj.
—¿Qué? —se catapultó de su cama.
Agarrando el pequeño reloj digital que funciona con pilas, miró fijamente
su esfera, que marcaba las 6:25 a.m.
—¿De qué sirve? —exigió Delilah, arrojando el reloj sobre su edredón
azul brillante.
Dalila tenía un odio patológico por los despertadores. Era un vestigio
de los diez meses que pasó en su último hogar de acogida, hace casi cinco
años atrás, pero la vida en el mundo real requería el uso de ellos, algo con
lo que Delilah todavía estaba aprendiendo a lidiar. Aunque ahora había
descubierto algo que odiaba más que los relojes de alarma, relojes de
alarma que no funcionaban.
Sonó el teléfono de Delilah. Cuando lo cogió, no esperó a que la
persona que llamaba hablara. Hablando por encima del sonido de platos
traqueteando y un zumbido de voces, dijo—: Lo sé, Nate. Me quedé
dormida. Puedo estar ahí en treinta minutos.
—Ya llamé a Rianne para cubrirte. Puedes tomar su turno de las dos en
punto.
Delilah suspiró. Odiaba ese turno. Era el más abrumador.
De hecho, odiaba todos los turnos. Odiaba los turnos, punto.
Como jefa de turno en el restaurante, se esperaba que trabajara en el
turno que mejor se ajustara al horario general. Así que sus “días” variaban
de seis a dos, de dos a diez y de diez a seis. Su reloj biológico estaba tan
estropeado que prácticamente dormía mientras estaba despierta y
despierta mientras dormía. Vivía en un estado de perpetuo agotamiento.
Su mente siempre estaba oscura, como si la niebla hubiera entrado por sus
oídos. La niebla no sólo disminuyó su capacidad para pensar con claridad,
sino que también hizo que su cerebro tuviera dificultades para interactuar
con sus sentidos. Parecía como si su visión, audición y papilas gustativas
estuvieran siempre un poco apagadas.
—¿Delilah? ¿Puedo contar contigo para estar aquí a las dos? —ladró
Nate en el oído de Delilah.
—Sí. Sí. Estaré allí.
Nate soltó un gruñido y colgó.
—Yo también te quiero —dijo Delilah en el teléfono antes de dejarlo.
Delilah miró su cama de matrimonio. El grueso colchón y su almohada
especial de espuma viscoelástica la llamaban como una amante lánguida,
invitándola a volver. Delilah quería ceder. Le encantaba dormir. Le
encantaba estar en su cama. Era como un capullo, una versión adulta de los
fuertes de mantas que le gustaba construir cuando era pequeña. Pasaría
todo el día en su cama si pudiera. Deseaba poder encontrar uno de esos
trabajos de ama de casa que le permitían trabajar en la cama en pijama. No
sería ideal para su empleador, porque preferiría simplemente holgazanear
y dormir, pero sería mejor para su salud. Podía establecer sus propios
turnos si trabajaba por sí misma.
Pero con toda su búsqueda de un trabajo así no había encontrado más
que estafas de trabajo desde casa. El único lugar que la contrató después
de que ella y Richard se separaran, era el restaurante. Todo porque tenía
antecedentes penales y había abandonado la escuela secundaria por
razones que apenas recordaba. La vida apestaba.
Delilah miró su inútil despertador. No. No podía arriesgarse. Tenía que
permanecer despierta.
¿Pero cómo?
En la casa de al lado, Mary estaba en al menos una tercera repetición de
su estúpida canción de despertar. Delilah sabía que no serviría de nada
golpear la pared o ir a la puerta de al lado para pedirle a Mary que bajara
la voz. Delilah no estaba segura de qué le pasaba a la mujer; sólo sabía que
sus quejas anteriores habían desaparecido en el vacío que parecía tomar la
decisión escondida bajo el espeso cabello gris de Mary.
Delilah no quería quedarse en su apartamento y escuchar a Mary. Bien,
podría hacer algo útil.
Arrastrando los pies en su pequeño cuarto de baño de azulejos rosas,
Se cepilló los dientes y se vistió con sudaderas grises y una camiseta roja.
Pensó que también podría ir a trotar. Habían pasado al menos tres días
desde que hizo ejercicio. Quizás eso tuvo algo que ver con la niebla en su
cabeza.
No. Sabía que eso no era cierto. Había intentado hacer ejercicio como
solución a su agotamiento constante. No parecía importar cuánto se
ejercitara. A su cuerpo simplemente no le gustaba saltar de un horario a
otro como un colibrí revoloteando.
—Es sólo porque es invierno —le dijo Harper, la mejor amiga de
Delilah—. Cuando llegue la primavera, te despertarás, como las flores.
Delilah había dudado de eso, y con razón. La primavera estaba aquí.
Todo estaba floreciendo… excepto sus niveles de energía.
Pero ya sea que le sirva de ayuda o no, Delilah se puso los zapatos para
correr y guardó las llaves, el teléfono, algo de dinero, la licencia de conducir
y una tarjeta de crédito en su bolsa para correr, que luego colgó alrededor
de su cuello.
Al salir de su pequeño y ruidoso apartamento, Mary seguía cantando,
Delilah salió a un pasillo alfombrado que olía a tocino, café y pegamento.
¿Qué pasaba con el pegamento?
Delilah resopló mientras trotaba por tres tramos de escalones
estrechos e irregulares.
El superintendente probablemente estaba arreglando la pared o algo así.
Ella no vivía exactamente en un lugar exclusivo.
Dos adolescentes hoscos y desgarbados deambularon por el vestíbulo
del edificio cuando Delilah llegó. La miraron. Ella los ignoró y atravesó la
puerta de metal gris rayada justo a tiempo para ver cómo el sol se escondía
detrás de una nube blanca y esponjosa.
Era uno de esos días de primavera brillantes y ventosos que Harper
amaba y Delilah odiaba. Tal vez si viviera en la costa o en un bosque, podría
apreciar el sol feliz y las corrientes de aire vivaces. Rodeado de naturaleza
y tal vez algunas flores, un día así se sentiría bien. ¿Pero aquí?
Aquí, en este conglomerado urbano de centros comerciales, talleres
mecánicos, concesionarios de automóviles, lotes baldíos y viviendas para
personas de bajos ingresos, la luz y la brisa no eran agradables; era
discordante. Una tiara se vería más adecuada en un cerdo.
Tratando de ignorar los olores de lechuga podrida, gases de escape y
aceite rancio para freír, Delilah apoyó el pie en el costado de la maceta
vacía frente a su edificio cuadrado de paredes grises. Tal vez se sentiría más
como primavera si los plantadores estuvieran cultivando flores en lugar de
rocas. Se estiró y luego negó con la cabeza ante su negatividad.
—Lo sabes bien —se regañó a sí misma.
Saliendo a trotar a un ritmo medio, se dirigió hacia el norte, lo que la
llevaría a través del área de viviendas más cercana, donde podría correr
más allá de las casas y los árboles en lugar de los negocios y los automóviles
en dificultades.
Necesitaba salir de esa espiral oscura en la que estaba. Había tenido
suficiente terapia cuando era adolescente para saber que tenía una
“personalidad obsesiva”, una vez que se aferraba a una perspectiva, no
había forma de desengancharla. En este momento, estaba atrapada en la
idea de que su vida apestaba. Iba a seguir apestando si no escogía una nueva
idea.
Cuando sus pies se encontraron con la acera irregular, trató de despejar
la niebla de su cerebro pensando en cosas felices.
—Cada día, estoy mejorando cada vez más —coreó. Después de unas
diez rondas de esta afirmación, estaba empezando a sentirse malhumorada.
Así que cambió las afirmaciones por una imagen de la vida que quería vivir.
Eso la hizo pensar en la vida que había estado viviendo con Richard, lo que
la hundió aún más en el pozo de la negatividad.
Cuando Richard decidió que quería reemplazar a su señora de cabello
y ojos oscuros por una esposa rubia de ojos azules, Delilah no tenía muchas
opciones. Había firmado un acuerdo prenupcial antes de casarse con
Richard. Ella no tenía nada que ver con el matrimonio y no obtuvo nada en
el divorcio. Bueno, no nada. Recibió un acuerdo suficiente para conseguirle
un apartamento, algunos muebles de segunda mano y su sedán compacto
color canela de quince años. Los obtuvo después de encontrar el único
lugar que estaba dispuesto a contratarla y capacitarla. Dado su
impresionante currículum de “completó la mitad del duodécimo grado”,
“cuidó niños” y “trabajó en un restaurante de comida rápida”, tuvo suerte
de obtener lo que obtuvo. Y, dejando a un lado las horribles horas, el
trabajo había sido bueno para ella. Nate la había enviado a una capacitación
en administración y había ascendido de servidor a gerente de turno en sólo
unos meses. A los veintitrés años, era la jefa de turno más joven del
restaurante.
—¿Ves? —jadeó Delilah—. Las cosas están mejorando.
Se aferró a ese pensamiento tenuemente positivo mientras trotaba por
el viejo y andrajoso vecindario que daba a un parque industrial. El
vecindario estaba demasiado deteriorado para ser llamado bonito, pero
estaba lleno de hermosos arces viejos y álamos altos y nervudos que se
balanceaban con el suave viento que venía por la calle. Todos los árboles
estaban llenos de nuevos brotes de color verde claro. Las tiernas hojas
alentaron pensamientos más esperanzadores, aunque sólo sea por uno o
dos minutos.
Se preguntó si las personas que vivían en el área alguna vez dejaban que
los árboles las inspiraran. Mirando a su alrededor, lo dudaba. Unos pocos
niños apáticos esperaban los autobuses escolares amarillos que eructaban
gases de diésel cuando llegaron traqueteando detrás de Delilah. Un anciano
con una brillante cabeza calva cortaba un jardín lleno de malas hierbas, y
una mujer cuya actitud parecía ser peor que la de Delilah estaba en el
porche de su casa mirando fijamente una taza de café.
Delilah decidió que había tenido suficiente del vecindario, y suficiente
de su carrera. Dio la vuelta a una tienda de repuestos de automóviles
desaparecida y se dirigió a casa.
«Casa».
Si tan solo estuviera en casa. Pero su apartamento no estaba en casa.
Había tenido dos hogares en su vida. Uno que compartió con sus padres,
hasta que murieron cuando tenía once años. Los “hogares” de acogida en
los que había vivido después de eso no eran más que lugares para esperar
el momento oportuno. Su otra casa estaba con Richard. Ahora ella sólo
tenía un lugar donde dormía, y nunca podía dormir lo suficiente.
Últimamente, sentía que la vida era sólo una interrupción molesta del
sueño, como si el mundo fuera una alarma que seguía sonando y
despertándola de sus sueños, el único lugar donde podía encontrar un
pensamiento verdaderamente feliz.

☆☆☆
De vuelta en su apartamento, Delilah hizo todo lo posible por ignorar
sus paredes casi vacías de color verde pálido; no se había levantado para
volver a pintar desde que se había mudado. Se quitó los zapatos y los puso
cuidadosamente junto a la puerta principal. Se acercó a su desgastado sofá
de dos plazas de cuero beige y enderezó la manta verde y amarilla que
cubría su espalda. A Delilah no le gustaba el afgano, pero Harper se lo había
hecho a ganchillo. Un día, Harper pasó por allí y se sintió destrozada
cuando no vio la manta. Después de eso, Delilah la volvió a quitar.
—Sólo tienes que tener cuidado de meter los pedazos torcidos —le
dijo Harper a Delilah cuando presentó el regalo. Dado que había muchos
de esos bits, la colocación adecuada fue un desafío.
Mary continuó gorjeando en la puerta de al lado mientras Delilah se
quitaba la camiseta sudada y abría el armario donde guardaba su alijo de
galletas. El armario estaba vacío. Por supuesto.
Suspirando, abrió su refrigerador. Sabía que era una acción inútil porque
no cocinaba y, por lo tanto, no guardaba nada en el refrigerador excepto
agua embotellada, jugo de manzana y comida para llevar a medio comer del
restaurante. Una de las ventajas de trabajar en el restaurante era que tenía
dos comidas gratis en cada turno. Eso la mantenía bastante bien alimentada.
Así que todo lo que realmente necesitaba eran sus galletas, leche, algunas
barras de proteínas y cenas congeladas para las noches que no trabajaba.
El refrigerador reveló que necesitaba no sólo galletas, sino también leche.
La voz de Mary flotó a través de la pared.
—Ha llegado la primavera y han llegado los gusanos…
—Sí, eso es de lo que tengo miedo, Mary —dijo Delilah.
No podía quedarse aquí.
Al entrar en su pequeño cuarto de baño, se dio una ducha tibia, luego
se vistió con unas mallas marrones y una chaqueta a cuadros dorada y
negra. Evitó mirarse en el espejo mientras se secaba el cabello ondulado
hasta los hombros. Ya no usaba maquillaje. En lugar de gastar dinero en
cosméticos que atrajeron atención masculina no deseada, dejó su rostro al
descubierto y puso los dólares adicionales en su cuenta de ahorros. Incluso
sin maquillaje, era lo suficientemente bonita como para llamar la atención.
Una agencia de modelos a la que solicitó una vez le dijo que era un poco
tímida para tener rasgos clásicamente hermosos. Dos agencias le habían
dado los nombres de los cirujanos plásticos y le habían dicho que regresara
después de que le hicieran un pequeño trabajo en la barbilla y la mandíbula.
Delilah pensó que si no iba a maquillarse, ¿por qué mirarse al espejo?
Sabía cómo se veía y, últimamente, no estaba muy interesada en
encontrarse con su propia mirada. Vio algo ahí que la asustó, algo que la
hizo preguntarse qué le deparaba el futuro.
En la casa de al lado, Mary cantaba a todo pulmón sobre visitar Marte.
—Ve tú, Mary —dijo Delilah, deseando que Mary fuera a Marte… y no
regresara.
Agarrando su bolso, Delilah se dirigió a su coche. Pensaba que podría
llegar a la tienda, comprar galletas y leche y volver a tiempo para tomar
una pequeña siesta antes del trabajo.
Después de una visita a la tienda de comestibles para reponer su alijo
de galletas de avena y su suministro de leche, salió de la tienda por la parte
trasera del estacionamiento. Le gustaba abrirse camino de regreso al
apartamento por las tranquilas calles del vecindario en lugar de los
congestionados cuatro carriles que atravesaban el corazón de la zona
industrial y minorista en la que vivía.
Ese barrio era un poco más bonito que el que atravesaba. Tenía casas
más grandes, céspedes más verdes y autos más nuevos. La compensación
era que el vecindario más antiguo tenía esos grandes arces y álamos, y este
nuevo vecindario tenía cerezos enanos. Sin embargo, tenía que admitir que
las flores rosadas eran bonitas.
Al doblar la esquina junto a un árbol particularmente florido, vio un
letrero de venta de garaje. Su flecha apuntaba hacia adelante, por lo que,
por capricho, se fue por ese camino. Dos letreros más le indicaron que
girara a la derecha y, finalmente, se encontró frente a una casa de estilo
español de dos pisos que se cernía sobre varias mesas de juego llenas de
artículos para el hogar.
Delilah no pudo evitarlo. Tenía que detenerse.
Así como a Delilah le gustaba quedarse atrapada en un patrón de
pensamiento, le gustaban las ventas de garaje. Se había enganchado a ellas
desde que era adolescente. Una de sus terapeutas, Ali, tenía una teoría al
respecto. Ali pensó que a Delilah le encantaban las ventas de garaje porque
le permitían vislumbrar la vida familiar. Le recordaron cómo se veía
“normal”.
Delilah no era una compradora obsesiva de las rebajas de garaje. Sí, de
vez en cuando compraba, había obtenido todos sus muebles actuales de las
ventas de garaje. Sin embargo, en su mayoría, era una observadora de
ventas de garaje, una arqueóloga de artículos para el hogar, una detective
privada de “cosas”. Quería saber qué usaba la gente, qué coleccionaba, qué
amaba y qué no quería tener más. La entretenía.
Calculando que su leche podría quedarse en el coche durante unos
quince minutos, aparcó el coche detrás de una camioneta roja sucia. La
camioneta y un Cadillac azul claro eran los únicos autos estacionados
frente a la casa. Sólo dos personas deambulaban entre las mesas. Una
persona era una mujer corpulenta que parecía concentrada en los
utensilios de cocina. El otro era un joven delgado que estaba hojeando
montones de libros y discos. Delilah asintió con la cabeza a ambos y
también a la mujer de mediana edad que estaba sentada junto a una mesa
de picnic que contenía una caja de metal, un bloc de notas y una
calculadora.
—Bienvenida —gritó la mujer. Tenía el pelo castaño corto y puntiagudo,
y sus ojos estaban rodeados de un delineador de ojos negro pesado.
Llevaba un traje de deporte amarillo y un chihuahua color caramelo que
era tan silencioso y dócil que Delilah empezó a preguntarse si era real.
Pero cuando se acercó para acariciarlo, el perro movió la cola.
—Este es Mumford —dijo la mujer.
—Hola, Mumford. —Delilah rascó a Mumford detrás de las orejas,
convirtiéndose en su nueva mejor amiga.
Alejándose de Mumford y su humana, Delilah exploró las fascinantes
pilas de cada mesa. Hurgó en pequeños electrodomésticos, herramientas,
juegos, rompecabezas, aparatos electrónicos y ropa, y encontró una
chaqueta de cuero negro que la intrigó hasta que la olió y se le llenó la
nariz de bolas de naftalina rancias. Caminando hacia la mesa de al lado, se
encontró en la sección de juguetes. Una mirada a una pila de muñecas de
moda oscureció su estado de ánimo ya precario porque las muñecas le
recordaron lo imposible que era evitar que otros niños adoptivos jugaran
con sus cosas cuando ella estaba creciendo. Blocks le hizo pensar en un
hermano adoptivo pequeño al que se había acercado en el hogar de acogida
número tres, sólo para perderlo en adopción una semana antes de que la
trasladaran a un hogar diferente. Se estaba preparando para alejarse de la
mesa, en busca de artículos de decoración para el hogar, cuando su mirada
se posó en una muñeca diferente.
Con cabello castaño rizado, grandes ojos oscuros y mejillas rosadas y
regordetas, la muñeca se veía casi exactamente como el bebé que Delilah
había imaginado tener algún día con Richard. Al comienzo de su
matrimonio, su bebé era tan real para ella como cualquier cosa en el mundo
físico. Estaba segura de que iba a ser madre, tan segura que nombró al bebé
antes de que fuera concebido. Su nombre sería Emma.
Intrigada, Delilah rodeó la mesa para acercarse a la muñeca. Escondida
en una gran caja de madera llena de peluches y aparatos electrónicos, la
bonita carita de bebé estaba parcialmente ensombrecida por el sombrero
azul de la muñeca. El ala ancha del sombrero, con flecos de volantes rosas,
parecía incongruente encajado entre una consola de juegos y lo que parecía
un avión de control remoto. Delilah tuvo que mover ambos elementos
para liberar a la muñeca, que medía unos sesenta centímetros de altura.
Con un vestido azul brillante con mangas abullonadas, de la década de
1980, de falda amplia con ribete rosa con volantes y un gran lazo alrededor
de la cintura, la muñeca era mucho más pesada de lo que Delilah esperaba
que fuera. Cuando examinó la muñeca, se dio cuenta de que se debía a que
la muñeca era electrónica.
Delilah tomó la etiqueta rosa brillante y el folleto de instrucciones que
colgaba de la muñeca.
Mi nombre es Ella, decía la etiqueta.
«Ella. Tan parecido a Emma». Delilah sintió un extraño cosquilleo
deslizarse por su cuerpo. ¿Qué tan raro era eso? Una muñeca que se
parecía a su bebé largamente deseado y un nombre demasiado parecido
para ser una coincidencia. Aunque tenía que ser una coincidencia, ¿no?
Delilah abrió el librito. Sus ojos se agrandaron. «Guau». Esta era una
muñeca de alta tecnología.
Según el folleto, Ella era una “muñeca ayudante” fabricada por Fazbear
Entertainment.
—Fazbear Entertainment —susurró Delilah. Ella nunca había oído hablar
de eso.
El folleto tenía una lista de para qué estaba diseñada Ella, y la lista era
impresionante. Ella podía hacer todo tipo de cosas. Podía dar la hora y
servir como reloj despertador, administrar citas, llevar un registro de listas,
tomar fotos, leer historias, cantar canciones e incluso servir bebidas.
«¿Sirve bebidas?» Delilah negó con la cabeza.
Delilah miró a su alrededor y se sintió aliviada al ver que nadie prestaba
atención a su interés por la muñeca. La mamá de Mumford estaba ayudando
al joven a mirar registros. La mujer corpulenta estaba ocupada apilando
platos de porcelana junto a la caja de metal. Nadie más había aparecido.
Delilah siguió leyendo. Ella, decía el folleto, podía probar los niveles de
pH en el agua y también podía hacer evaluaciones de personalidad cuando
respondías su lista programada de 200 preguntas. ¿Cómo era posible que
un juguete viejo fuera tan sofisticado?
Tanto el diseño de Ella como el de su folleto sugerían que su ropa
coincidía con su año de fabricación. Ella no era nueva, ni siquiera estaba
cerca de serlo. «¿Realmente hace todas estas cosas?»
Delilah le dio la vuelta a Ella y encontró una nota pegada a su vestido.
La nota explicaba que la única de las funciones de Ella que funcionaba era
el despertador. Delilah volteó a Ella nuevamente, y vio que tenía un
pequeño reloj digital incrustado en su pecho. Concentrándose en seguir
las instrucciones, Delilah intentó activar la función del reloj de alarma
presionando una secuencia de pequeños botones que se encuentran en el
vientre redondo de Ella.
Delilah casi deja caer a la pobre Ella cuando el último botón que
presionó hizo que Ella abriera los ojos de golpe. Contuvo el aliento ante el
chasquido, y los latidos de su corazón se cuadriplicaron en un nanosegundo
cuando Ella pasó de dormida a despierta en un instante.
Delilah sostuvo a Ella frente a ella. Bueno, necesitaba un despertador.
Comprobó la pequeña etiqueta de precio blanca pegada en la parte
posterior del cuello de Ella. «No está mal». Delilah podría manejar eso. Y
tal vez podría bajar el precio. Sus cientos de visitas a la venta de garaje la
habían convertido en una muy buena regateadora.
Recogió a Ella y se dirigió hacia Mumford y su madre, quienes estaban
detrás de la caja de efectivo. El joven estaba cargando una caja de discos
en su camioneta.
—¿Quitaría quince dólares a este precio? —preguntó Delilah—. ¿Dado
que sólo tiene una función?
La mujer le tendió una mano con uñas de un rojo brillante. Le dio la
vuelta a Ella, miró el precio, luego miró a Delilah, quien trató de verse
ansiosa y pobre al mismo tiempo.
—Está bien. Puedo hacer eso.
Delilah sonrió.
—Estupendo.
Mientras pagaba, se ordenó a sí misma que se diera cuenta de que su
día realmente mejoraba a medida que avanzaba. No apestaba tener una
buena carrera, comprar más galletas y encontrar una muñeca de alta
tecnología genial a un buen precio en una venta de garaje. Ella haría un tema
de conversación genial para sentarse en la vieja mesa de café de roble de
Delilah. Harper iba a amar a Ella.
¡Y ahora Dalila tenía un despertador que funcionaba! Podía irse a casa,
tomar una siesta y tener una forma de asegurarse de que se levantaría a
tiempo para ir al trabajo. Sí. Las cosas estaban mejorando. Tal vez, después
de todo, podría borrar la idea de “la vida apesta”.

☆☆☆
De vuelta en su apartamento, Delilah puso a Ella en su mesita de noche,
debajo de su lámpara de tarro de jengibre blanco. Ella, con su vestido todo
esponjoso y extendido a su alrededor, se veía bien ahí, incluso contenta.
En realidad, parecía un poco satisfecha consigo misma, lo que, por
supuesto, era una proyección, porque Ella ni siquiera era consciente de sí
misma. Era Delilah quien estaba satisfecha consigo misma. Estaba orgullosa
de haber encontrado una manera de cambiar el día. Había superado su
molestia. Eso era bastante impresionante.
Delilah miró su reloj y puso el reloj de Ella para que coincidiera con esa
hora. Eran apenas las 11:30 a.m., así que iba a poder dormir un par de
horas. Poniendo la alarma de Ella para la 1:35 p.m., alisó las sábanas y la
manta y se acostó encima de ellas, subiéndose el edredón hasta la barbilla,
no porque hiciera frío en su apartamento sino porque la hacía sentir segura.
Agradecida de que Mary estuviera dormida, fuera a hacer recados o se
hubiera arruinado las cuerdas vocales por cantar demasiado, Delilah se
recostó y se dejó llevar por las corrientes de la somnolencia hasta la
dichosa inconsciencia.

☆☆☆
El teléfono atravesó la paz de Delilah como un cohete rompiendo las
paredes de un monasterio. Se puso de pie y agarró su teléfono,
reprendiéndose por no apagarlo para que su siesta no fuera interrumpida.
—¿Qué? —gruñó ella.
—¿Dónde demonios estás? —gruñó Nate en respuesta.
—¿Eh? Es… —Delilah miró a Ella. Su reloj marcaba las 2:25 p.m. —. Oh
mierda.
—Será mejor que estés aquí en quince minutos o no volverás.
Delilah se sacó el teléfono de la oreja justo a tiempo para evitar el
aplauso que sabía que venía. Nate usaba un teléfono con cable antiguo, de
esos que tienen un gancho de metal para el auricular. Se expresó a través
de la fuerza con la que colgó el teléfono después de una llamada. Estaba
enojado.
Delilah corrió a su baño, rasgándose la ropa mientras caminaba. Se echó
agua en la cara. Pasándose un cepillo por el cabello, regresó al dormitorio,
se puso el uniforme azul oscuro y agarró sus zapatos de trabajo, feos
zapatos negros sin resbalones que Nate hacía que todos los empleados
usaran. Mientras se los ataba, su mirada se posó en Ella.
——Bueno, eres una decepción —le dijo a la muñeca.
Ella la miró a través de sus espesas pestañas. Uno de sus rizos se había
caído sobre un ojo. Casi parecía traviesa.
No es de extrañar que la muñeca fuera tan barata. Lo único que
funcionaba era el reloj en medio de su pecho. Pero sin la función de alarma,
¿de qué servía el reloj? Ella seguía siendo una muñeca bonita, y todavía se
parecía al bebé deseado por mucho tiempo de Delilah, pero ahora era más
un recordatorio de su frustración que cualquier otra cosa.
Terminando con sus zapatos, Delilah arrebató a Ella de la mesita de
noche. Por un segundo, se maravilló del realismo de la “piel” suave de bebé
de Ella. Pero luego entró en la sala de estar, agarró su bolso y se dirigió
hacia la puerta. Corriendo por el pasillo hasta las escaleras, negó con la
cabeza cuando escuchó a Mary gritar—: Me encanta el mundo grande y
brillante.
Afuera, el sol había cedido el cielo a un techo de nubes bajas que
escupían gruesas gotas de lluvia. Delilah hizo una pausa para mantener la
puerta abierta para dos ancianas que tardaron un tiempo
insoportablemente largo en entrar. Luego dio la vuelta al costado del
edificio, dirigiéndose a los contenedores de basura.
Tres enormes contenedores de basura verdes estaban sentados como
un trío de trolls en el borde del estacionamiento del edificio de
apartamentos. Dos estaban abiertos. Uno estaba cerrado. Delilah apuntó
hacia el segundo contenedor de basura abierto, y giró a Ella en un arco,
soltando la mano de Ella en el vértice de la curva. Ella voló a través de la
precipitación intermitente y aterrizó con un golpe metálico reverberante
en uno de los contenedores abiertos. Delilah se estremeció un poco ante
el sonido, sintiéndose culpable por arrojar una muñeca que se parecía a su
bebé, una muñeca con manos sorprendentemente reales.
Delilah no vio en qué basurero aterrizó porque Nate apareció en la
puerta trasera del restaurante. Delilah lo saludó con la mano.
—¿Llegas tarde porque estabas jugando con tu muñeca? —gritó.
—Muy divertido. —Delilah corrió hacia el restaurante y llegó a la puerta
justo cuando las gotas de lluvia se convertían en sábanas de lluvia.
Nate dio un paso atrás para dejarla pasar, luego cerró la puerta en lo
que ahora era un aguacero. Delilah olió la loción para después del afeitado
de Nate, un sutil aroma a whisky, del que estaba extraordinariamente
orgulloso.
—Varonil, ¿no te parece? —preguntó la primera vez que probó el nuevo
producto.
Delilah tuvo que admitir que lo era.
Desafiando el estereotipo del típico dueño de un restaurante, Nate era
alto, en forma, apuesto y bien arreglado. Alrededor de los cincuenta, tenía
el pelo negro corto y canoso y una barba bien recortada. También tenía
ojos de color gris peltre que podrían empalarte con su disgusto. Ahora
apuntaba esos ojos a Delilah.
—Tienes suerte de ser buena y que los clientes te adoren. Pero
necesitas controlar tu tardanza. No puedo dejar que te deslices para
siempre.
—Lo sé. Lo estoy intentando.
—Esfuérzate más.

☆☆☆
El turno de Delilah fue rápido. Esa fue la ventaja de trabajar de dos a
diez. La prisa podría patear tu trasero, pero al menos el tiempo pasó
volando.
Delilah regresó a su apartamento alrededor de las 10:30 p.m.,
afortunadamente se perdió una de las canciones de buenas noches de Mary.
El edificio estaba bastante silencioso. Todo lo que podía escuchar era
música rap proveniente de uno de los apartamentos al final del pasillo y el
sonido de una risa proveniente de un televisor en el piso de arriba.
Cerrando la puerta a lo que olía a coles de Bruselas quemadas, Delilah
esperaba que el olor nocivo no la siguiera, y no fue así. Su apartamento olía
a limpiador de pino y naranjas. Olía mejor que Delilah, que olía a grasa,
como siempre al final de un turno.
Se quitó la ropa y la depositó dentro del arcón de cedro que estaba
junto a la puerta. El cofre, combinado con una bolsa purificadora de aire
de carbón dentro de él, resolvió el problema del olor a grasa que había
tenido durante semanas cuando consiguió el trabajo de restaurante por
primera vez.
En la ducha, se lavó el resto del olor a grasa. Luego se puso un camisón
rojo de manga larga y se acomodó en la cama con medio recipiente de
stroganoff de ternera y judías verdes. El cocinero que trabajaba en el turno
de dos a diez era el mejor que tenía Nate. El stroganoff era genial. Mientras
comía, vio la repetición de un programa de comedia en la vieja televisión
que estaba encima de su antiguo tocador de arce. El espectáculo no la hizo
reír. Ni siquiera la hizo sonreír. Simplemente la ayudó a sentirse menos
sola mientras comía.
Alrededor de las 11:30 p.m., colocó su recipiente de poliestireno vacío
encima de una pila de revistas de decoración del hogar en su mesita de
noche. Apagó su lámpara de jengibre y se acurrucó de lado. Las farolas que
se cernían sobre el estacionamiento exterior proyectaban siniestras
sombras distorsionadas por toda su habitación. Parecían dedos huesudos
gigantes que se extendían hacia la cama.
Delilah cerró los ojos y deseó que el sueño viniera rápidamente… y así
fue.
Terminó con la misma rapidez.
Los ojos de Delilah se abrieron de golpe. La esfera iluminada de su reloj
sin despertador le dijo que eran las 1:35 a.m.
Se sentó y miró a su alrededor.
¿Qué la había despertado?
Mirando hacia su ventana, se frotó los ojos. Había sido un sonido, una
especie de sonido intrusivo procedente de fuera de su ventana. ¿Había sido
un sonido de timbre? ¿Un zumbido?
Delilah inclinó la cabeza, escuchando. No podía oír nada más que el
zumbido de los coches en la carretera.
Volvió a mirar el reloj. Ahora eran las 1:36 a.m.
Espera. Se había despertado a las 1:35 a.m.
Había puesto la alarma de la muñeca a la 1:35. ¿Y si hubiera confundido
el a.m. / p.m.?
—Ups —susurró—. Lo siento, Ella.
Delilah pensó en salir a buscar la muñeca que posiblemente aún
funcionaba, pero estaba demasiado cansada. Miraría por la mañana.
Se acurrucó bajo las mantas y volvió a dormirse.

☆☆☆
—¿La tiraste? —Harper frunció el mentón, arqueó una ceja y arqueó la
boca en su expresión de: ¿Qué estabas pensando?
—Pensé que estaba rota.
—Sí, pero podría ser un objeto de colección. Podría valer algo.
Los enormes ojos azules de Harper se iluminaron ante la idea de los
signos de dólar. Delilah casi podía ver una calculadora sumando cantidades
imaginarias en la mente de Harper.
Delilah y Harper se sentaron en una mesa redonda elevada en el lugar
de expreso favorito de Harper. Dalila tomó un sorbo de té de canela.
Harper estaba bebiendo una especie de elegante expreso cuádruple.
Harper era adicta al café.
El café expreso era un espacio estrecho de paredes de ladrillo con
mucho acero inoxidable y cromo y muy poca madera. Poco antes de las
11:00 a.m., no era muy concurrido. Una mujer de piel oscura con coletas
se sentó en una mesa concentrándose en lo que fuera que estuviera en su
computadora portátil, y un anciano masticaba un panecillo mientras leía el
periódico. Detrás del mostrador, las máquinas chisporrotean.
—¿No te he enseñado nada? —preguntó Harper—. Siempre trata de
vender antes de tirar. ¿Recuerdas?
—Llegué tarde al trabajo. Estaba un poco estresada.
—Necesitas aprender a meditar.
—Entonces faltaría al trabajo porque me perdería en la meditación.
Harper se rio. Y todos en el lugar se voltearon para mirarla.
La risa de Harper era como el ladrido de un león marino resonante. Se
notaba lo gracioso que pensaba que algo era por la cantidad de ladridos. El
comentario de Delilah justificaba sólo uno.
—¿Qué te parece la nueva obra? —preguntó Delilah.
—Es divertido yippy skippy. Mis líneas son todas una mierda. Pero amo
a mi personaje.
Delilah sonrió.
Harper había sido la mejor amiga de Delilah durante casi seis años,
desde que las dos niñas aterrizaron juntas en un hogar de acogida.
Decididas a que el hogar de acogida sería el último, se unieron para
ayudarse mutuamente a sobrevivir a la estructura reglamentada impuesta
por Gerald, el exmarido militar de la pareja que los había acogido.
Cada vez que Gerald las amonestaba por no cumplir con su horario,
recordándoles que esto tenía que suceder a las 05:00 y que tenía que
suceder a las 06:10, Harper murmuraba algo como—: Y puedes saltar de
un acantilado a las diez.
Hacía reír a Delilah, lo que la ayudó a sobrevivir.
Completamente opuestas tanto en apariencia como en personalidad,
Harper y Delilah probablemente nunca hubieran sido amigas si no hubieran
sido arrojadas juntas al infierno de programación. Sin embargo, hicieron
funcionar su amistad. Cuando Harper anunció su travieso plan para
conseguir que un dramaturgo famoso la incluyera en sus obras, Delilah
simplemente dijo—: Cuídate. Cuando Delilah dijo que se casaría con su
caballero de brillante armadura y tendría bebés, Harper simplemente
dijo—: No firmes un acuerdo prenupcial. Harper siguió el consejo de Delilah
y tuvo la gentileza de no decir—: Te lo dije, cuando Delilah no siguió el
suyo.
—Creo que deberías buscarla —dijo Harper.
—¿Qué?
—Ella. Creo que deberías buscarla. —Harper jugueteó con una de las
doce trenzas rubias que se había enrollado alrededor de la cabeza. Llevaba
un maquillaje de muchos colores y un vestido verde ceñido, tenía un
exótico look de Medusa.
—Porque podría valer algo. —Delilah asintió.
—No es sólo eso. Dijiste que se parecía al bebé que pensabas que ibas
a tener. Eso es algo bastante extraño, ¿no crees? ¿Qué encontraras una
muñeca que se parece a ese bebé imaginario? ¿Y si es una especie de señal?
—Sabes que no creo en las señales.
—Quizás deberías.
Delilah se encogió de hombros y pasaron el resto de su visita hablando
de la obra de teatro de Harper y su último novio. Luego se recordaron,
como siempre, el infierno del que habían escapado.
—No, no puedes usar el baño. No hasta las 09:45. Ésa es la hora
programada para orinar —entonó Harper. Hizo grandes imitaciones y tenía
a Gerald en el clavo. También podía, inquietantemente, imitar la alarma que
Gerald había usado para señalar cada evento programado en la casa. La
alarma era una especie de cruce entre un timbre, un zumbido y una sirena.
Delilah siempre se tapaba los oídos cuando Harper se sentía obligada a
personificarlo.
Richard una vez le preguntó a Delilah por qué ella y Harper necesitaban
revivir su pasado con regularidad. Ella dijo—: Nos recuerda lo buenas que
son las cosas ahora, incluso cuando no parecen tan buenas. Cualquier cosa
es mejor que vivir con Gerald.
Como siempre ocurría cuando Delilah y Harper estaban juntas, el
tiempo desapareció. Cuando Delilah salió a su coche, se dio cuenta de que
apenas tenía tiempo de llegar a casa y cambiarse antes de su turno.

☆☆☆
—¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? —le preguntó Delilah a
Nate cuando llegó para sus dos menos diez.
Se paró frente al horario publicado en el tablón de anuncios en la sala
de descanso de los empleados. Nate había programado a Delilah para el
turno de dos a diez durante una semana completa consecutiva. No
recordaba la última vez que había trabajado en el mismo turno durante una
semana. Y este turno era especialmente bueno en este momento porque
siempre que se fuera a la cama dentro de un par de horas después de
terminar su turno, se despertaría con suficiente tiempo para trabajar. Ni
siquiera necesitaría un despertador. Podía aguantar las prisas vespertinas a
cambio de un sueño decente.
Nate levantó la vista de hacer su papeleo diario en la mesa redonda
junto al tablón de anuncios.
—Es lo mejor para mí. Me gusta cuando llegas a tiempo al trabajo.
—Bueno, es más fácil llegar a tiempo al trabajo cuando mi cuerpo puede
averiguar qué hora es —dijo Delilah.
—Floja.
—Amo de esclavos.
—Llorona.
—Mezquino.
Delilah comenzó su turno tan feliz como lo había estado en algún
tiempo. El trabajo iba bien. Cuando Nate bromeaba, Nate estaba feliz.
Cuando Nate estaba feliz, las cosas iban bien.
Delilah se lo pasó tan bien en el trabajo que volvió al apartamento de
buen humor. Comió pan de carne y brócoli de buen humor y se fue a
dormir de buen humor. Sin embargo, el buen humor desapareció cuando
se sentó en la cama, con los músculos rígidos, escuchando.
¿Quién estaba susurrando?
Alguien estaba susurrando. Delilah podía oír palabras sibilantes
indescifrables que venían de… ¿de dónde?
Bien despierta, miró su reloj. Eran las 1:35 a.m.
¿De nuevo?
Delilah se esforzó por comprender los susurros. Pero se detuvieron.
Ahora todo lo que podía oír eran coches en la carretera.
¿De dónde vino ese susurro?
¡Ella!
Tenía que ser ella.
Harper tenía razón. Delilah debería haber buscado a Ella. Debería
haberla comprobado, no porque Ella pudiera haber sido valiosa o porque
fuera una señal, sino porque aparentemente su alarma seguía sonando a las
1:35 a.m. Pero Delilah no había tenido tiempo antes de ir a trabajar. Lo
comprobaría hoy con seguridad. No podía creer que la alarma de Ella fuera
tan poderosa que podía escucharla desde aquí, pero, de nuevo, ¿no era el
canto de Mary una prueba suficientemente dolorosa de las delgadas
paredes del apartamento?
Delilah se recostó y cerró los ojos. El rostro de Ella llenó su visión
interior. Delilah abrió los ojos. Se sentó de nuevo.
«No voy a dormir hasta que la encuentre».
Delilah se levantó y se puso una sudadera. Metió los pies en un par de
zuecos sin cordones y buscó una linterna en el cajón de su mesita de noche.
Los contenedores de basura estaban bien iluminados, pero si Ella estaba
parcialmente enterrada, podría tener problemas para encontrarla.
Delilah se puso un feo cárdigan multicolor que Harper le había tejido a
ganchillo, salió de su apartamento, bajó por el pasillo silencioso y las
escaleras y salió del edificio. Afuera, el aire era frío, pero el cielo estaba
despejado. Algunas estrellas incluso lograron brillar a través del resplandor
espumoso de la noche urbana.
Delilah se detuvo justo afuera del edificio y miró a su alrededor para
asegurarse de que estaba sola. Lo estaba.
Caminando por el edificio, se dirigió a los contenedores de basura. Los
enormes cubos de basura verdes estaban feos y bajo los focos de las farolas
y los focos del restaurante. Uno de los dos que había estado abierto antes
estaba cerrado y el que había estado cerrado estaba abierto. Se veían como
si los hubieran movido.
«Estupendo». Si los habían movido, encontrar a Ella sería como jugar un
hat trick. Esto podría llevar más tiempo de lo que había imaginado.
Mirando alrededor de nuevo, se encogió de hombros. Bien podría
terminar de una vez.
Acercándose al contenedor de basura del medio, en el que pensó que
había arrojado a Ella, levantó la tapa, se puso de puntillas y encendió la luz
del interior. La luz aterrizó en un montón de bolsas de basura de plástico,
una manta vieja y raída, un puñado de contenedores de comida para llevar
y una pizca de latas vacías. Su luz no reveló el desagradable olor a pañales
sucios que la nariz de Delilah descubrió tan pronto como abrió la tapa.
Delilah cerró la tapa con cuidado de no dejar que se cerrara. Si Ella estaba
en este contenedor de basura, estaba enterrada.
Delilah decidió que prefería revisar los otros dos contenedores de
basura antes de sumergirse en cualquiera de ellos. Así que hizo su rutina
de apuntar con la luz de puntillas primero en el abierto que pensó que
también había estado abierto cuando arrojó a Ella a un contenedor. Lo
único que distingue a este contenedor de basura del primero que miró era
un par de docenas de libros de bolsillo viejos que caían en cascada sobre
las pilas de bolsas de basura rellenas. Delilah estuvo tentada de tomar uno
de ellos, pero tenía una mancha roja sospechosa. No quería saber de qué
era la mancha.
El último contenedor de basura que revisó era el que estaba bastante
segura de que estaba cerrado cuando tiró a Ella. Así que no le sorprendió
encontrar más del mismo tipo de basura y ni rastro de Ella.
Aturdida, apagó la linterna y pensó por un momento. ¿De verdad tenía
que meterse en estos contenedores de basura y cavar en busca de Ella? No
sabía con certeza que era Ella la que la estaba despertando. Posiblemente,
era Mary cantando una tonta canción de medianoche o un gato en celo.
Sí, pero ¿por qué se despertó precisamente a las 1:35 a.m. tanto anoche
como esta noche? ¿Coincidencia? Era posible, ¿no? Harper pasó una vez
por este período cuando se despertaba a las 3:33 a.m., y luego vio 333 por
todas partes durante un par de meses. Harper investigó el número y
descubrió que era una especie de señal espiritual.
¿Y si 135 fuera una señal espiritual sólo para Dalila?
Resopló y le dio la espalda a los contenedores de basura. Ahora sólo
estaba siendo tonta. Regresó al frente del edificio. Se apegaría a la teoría
de la coincidencia por ahora. Era más fácil y olía mejor que asumir que Ella
era el problema.

☆☆☆
La explicación de la coincidencia se tensó cuando Delilah se despertó a
las 1:35 a.m. por tercera noche consecutiva. Esta vez, estaba segura de que
había habido un sonido contra su ventana. ¿Había sido un sonido de
rasguño? ¿Un golpe?
Fuera lo que fuese, había sido tan siniestro que Delilah inmediatamente
tomó su linterna y apuntó a sus persianas. Luego, después de mirar
fijamente sus persianas inmóviles durante un minuto, se armó de valor para
cruzar la habitación de puntillas y mirar detrás de ellas.
No había nada en la ventana. Y abajo, en el estacionamiento, los
contenedores de basura no se habían movido de las posiciones en las que
estaban la noche anterior.
Delilah soltó aire. Iba a tener que registrar cada uno de esos
contenedores de basura.
¿Debería esperar a que amaneciera? Eso lo haría más fácil, ¿no? Y si
alguien le preguntaba qué estaba haciendo, respondía con sinceridad que
tiró algo que no debería haber tirado.
Delilah salió de la ventana y dio un paso hacia su cama.
Se detuvo. ¿Qué día era?
Trabajando en todo tipo de turnos extraños, rara vez sabía qué día de
la semana era. Pensó por un segundo. Miércoles.
—Mierda —refunfuñó.
Los contenedores de basura se vaciaban temprano los jueves por la
mañana. Si esperaba, Ella se iría.
Pero espera, eso era algo bueno, ¿verdad? Si Ella se iba, su alarma no
podía sonar y despertarla. Delilah no creía que Ella valiera nada, y estaba
segura de que el parecido de Ella con Emma era una casualidad. No había
ninguna razón por la que tuviera que trepar por la basura apestosa. Podría
dejar que el camión de la basura le quitara el problema.
Sonrió y volvió a la cama.

☆☆☆
El jueves por la noche, o mejor dicho, el viernes por la mañana
temprano, los ojos de Delilah se abrieron para ver las 1:35 a.m., de nuevo.
Inmediatamente estuvo completamente alerta. Su corazón latía fuerte,
rápido y constante como el latido de un timbal. Este ritmo maníaco no fue
causado sólo por la hora. También fue una reacción a la inquietantemente
fuerte sensación de Delilah de que había algo debajo de su cama. Algo se
movía debajo de su cama.
Pero eso no podía ser.
¿O sí?
Delilah escuchó. Al principio no escuchó nada, pero luego se preguntó
si estaba escuchando un sonido de deslizamiento en la alfombra debajo de
su cama.
Se sentó y comenzó a balancear una pierna sobre el costado de la cama.
Se detuvo. ¿Y si había algo debajo? ¡Podría agarrar su pie!
Rápidamente colocando su pie debajo de las sábanas, extendió la mano
y encendió la lámpara de su mesita de noche.
Tan pronto como su habitación estuvo iluminada, se inclinó y revisó el
piso alrededor de su cama. No vio nada más que la alfombra de color
crema y bronceado que había comprado en una venta de garaje.
Acababa de imaginar el sonido.
O algo todavía estaba debajo de su cama.
Delilah alcanzó el cajón de su mesita de noche. Agarró su linterna, la
encendió, respiró hondo, luego se colgó sobre la cama y encendió la luz
debajo de ella. No había nada.
De acuerdo, esto se estaba volviendo loco. Fueron cuatro noches
seguidas.
Tenía que ser Ella.
Pero los contenedores de basura se habían vaciado.
Delilah cruzó las piernas y se frotó los brazos. Estaban cubiertos de piel
de gallina.
¿Qué pasa si los recolectores de basura no vaciaron completamente los
contenedores? ¿O qué pasaría si Ella se hubiera caído mientras se vaciaba
el contenedor?
Delilah tenía que comprobarlo, y tenía que comprobarlo ahora.
Necesitaba saberlo.
Entonces, repitiendo sus pasos de dos noches antes, salió a los
contenedores de basura con su linterna. Esta noche, todos estaban
cerrados. Por lo general, lo estaban después de la recolección de basura
los jueves.
Delilah se acercó a los contenedores de basura en orden, de derecha a
izquierda. Levantó tres tapas e iluminó con su linterna tres contenedores
casi vacíos. Todo lo que encontró fueron dos bolsas de basura doméstica,
una bolsa de pañales sucios (y su correspondiente olor desagradable), una
lámpara rota y un triste montón de ropa de anciano. Lo único que pudo
haber escondido a Ella era la pila de ropa, así que, conteniendo la
respiración, se colgó del borde del contenedor de basura que tenía la ropa
y usó su linterna para hurgar en la pila. Lo único debajo de la ropa era más
ropa.
Delilah se abrió camino entre los contenedores de basura y alrededor
del área que los rodeaba. Enfocó su linterna en cada rincón oscuro o grieta
que vio. Ella no estaba.
La muñeca se había ido. Con seguridad. Ella no estaba ahí.
No podía ser lo que despertaba a Delilah a las 1:35 a.m.
Entonces, ¿qué era?

☆☆☆
Delilah se despertó a las 10:10 de la mañana siguiente, y lo primero que
hizo al levantarse, además de taparse los oídos para no oír a Mary cantar
sobre quitar el polvo de los libros, fue llamar a Harper y pedirle que pasara.
Despertó a Harper, pero Harper nunca dejó que cosas como esas la
molestaran.
—Claro, estaré allí en un rato —chilló. Cuando Harper llegó, dejó caer
su voluminoso bolso de cuero estilo saco en el suelo, se dejó caer en el
sofá de dos plazas y dijo—: ¿Cuál es el problema?
—¿Cómo sabes que hay un problema? —Delilah se sentó a su lado.
—Normalmente no me pides que venga.
—Oh sí. —Delilah básicamente había convocado a su amiga. Eso
demostró lo nerviosa que estaba—. Tengo una pregunta.
—Debe ser una buena.
—¿Rescataste a Ella del contenedor de basura ayer?
—¿Qué?
Mary cantó—: Porque me siento efervescente, sí.
Harper sonrió. Le gustaban las canciones de Mary.
—La muñeca. Ella. ¿La sacaste del contenedor de basura?
Harper frunció las cejas.
—¿Por qué haría eso?
—Dijiste que podría valer algo.
—Bueno, podría, pero es tu muñeca. No es mía. Si fuera a buscarla, te
lo diría.
Delilah se frotó la cara con las manos.
—Sí, debería haberlo sabido.
—¿Porque lo preguntas? ¿La buscaste y no la encontraste?
—Sí, miré, algo así. No hurgué en la basura. Pero luego se vaciaron los
contenedores de basura.
—Okey. Entonces Ella se ha ido. ¿Cuál es el problema?
Delilah no le había dicho a Harper que la despertaban a las 1:35 a.m.
todas las mañanas. Le acababa de decir que había encontrado la muñeca y
la había tirado cuando no funcionó. No podía pensar en una manera de
decirle a Harper que se despertó a la misma hora cuatro noches seguidas
sin sonar como si estuviera exagerando. Además, Harper volvería a hablar
de las señales si Delilah se lo dijera.
—Ya que estoy aquí, ¿quieres ir a almorzar? —preguntó Harper.

☆☆☆
De vuelta en su apartamento, Delilah comió suficientes galletas y leche
para disipar la inquietud que se había llevado al salir de la casa vacía.
—Plan B.
Colocando su computadora portátil en su cama, se puso cómoda.
Consultó su reloj. Tenía unos cuarenta y cinco minutos antes de tener que
ir a trabajar.
Tiempo suficiente.
En la casa de al lado, Mary cantaba sobre setas, pero a Delilah no le
importaba.
Estaba en una misión. Pensó que podría encontrar información sobre
Ella en Internet.
Comenzó su búsqueda en la web con “Muñeca Ella”. Temía que fuera
demasiado general, pero uno de los millones de resultados le dio alguna
información. La producción de la muñeca Ella, descubrió Delilah, se
suspendió por razones no reveladas. Saltando de ese hecho, trató de
averiguar más sobre la muñeca, pero seguía tropezando con la misma
información inútil o el texto del folleto de instrucciones que ya había leído.
Al quedarse sin tiempo, comenzó a intentar búsquedas locas: “muñeca
Ella encantada”, “muñeca Ella rota”, “muñeca Ella única”, “muñeca Ella
defectuosa”, “muñeca Ella especial”. Estas búsquedas la llevaron a muchos
blogs sin sentido que no tenían nada que ver con la muñeca Ella. Pero una
de las búsquedas de “muñeca Ella especial” la llevó a un anuncio en línea
publicado por un usuario llamado Phineas que estaba tratando de
encontrar una de las muñecas. Su anuncio hacía referencia a la “muñeca
Ella especial” y decía que estaba dispuesto a pagar un premio por la energía
de la muñeca. Lo que sea que eso signifique.
Delilah miró su reloj. Tenía que irse a trabajar.
Hasta aquí sus ingeniosas ideas. Todo lo que habían hecho era ponerla
más nerviosa de lo que ya estaba.

☆☆☆
Tres noches más. Tres despertares más a las 1:35 a.m.
Una noche, Delilah se despertó segura de que la estaban observando.
Cada vello de su cuerpo se había erizado como pequeñas antenas que le
indicaban que estaba bajo escrutinio. En su mente, vio los enormes ojos
oscuros de Ella perforando su alma. Cuando se abalanzó sobre su luz,
pensó que algo le había tocado el brazo. Pero la luz reveló que estaba sola.
La noche siguiente, escuchó un crujido tan débil que ni siquiera debería
haberse notado. Pero aun así, se despertó de un sobresalto. Cuando abrió
los ojos, el sonido se hizo más fuerte. Venía de su armario, como si alguien
estuviera rebuscando en su ropa. Buscando a tientas la luz, Delilah se
levantó, se acercó a la puerta de su armario y la abrió. El armario no
contenía nada más que su ropa y zapatos.
La noche siguiente, un golpeteo la despertó. En su sueño, el golpe vino
de un pájaro carpintero. Sin embargo, cuando se despertó, se dio cuenta
de que el golpe venía del suelo. Algo estaba debajo de las tablas del piso
golpeando la madera, como si tratara de encontrar una salida. Luchando
contra la histeria, Delilah logró encender la luz. Tan pronto como se
iluminó la habitación, cesaron los golpes.
Delilah estaba empezando a asustarse un poco. Estaba tan asustada que
ahora tenía problemas para dormir.
Después de su turno, estaba tan agotada que se caía en la cama y se
dormía. Pero entonces algo la despertaba a las 1:35 a.m. Algún sonido o
sensación, algo que estaba más allá de la periferia de la conciencia de
Delilah, se entrometía en su sueño y la arrastraba a la vigilia.
Esta noche, era el sonido de algo en la pared entre su apartamento y el
de Mary.
Era un sonido de rasguño, ¿no? ¿O era un zumbido? ¿Pudo haber sido
una alarma? No, Delilah no lo creía. Estaba bastante segura de que algo se
movía en la pared.
Delilah encendió la luz y miró su dormitorio vacío. Se llevó las rodillas
al pecho y trató de controlar su corazón al galope.
Aquí estaba el problema con todas estas intrusiones nocturnas: todas
sonaban como algo que intentaba llegar a ella, algo que se acercaba
sigilosamente o la llamaba de alguna manera. Delilah estaba segura de que
era Ella.
La muñeca todavía estaba cerca. Tenía que ser ella. Y esta era funcional.
Ella simplemente no era funcional de una manera útil.
Delilah había pensado mucho en esto. Un montón de pensamientos.
Básicamente era todo en lo que había pensado durante días.
Había pensado que a Ella no le complació en absoluto que la echara. Tal
vez al ser botada activó alguna subrutina que encendía nuevas funciones,
funciones ocultas. Tal vez la persona que hizo a Ella tenía un sentido del
humor enfermizo y pensó que sería un truco divertido jugar con alguien
que tuvo la audacia de tirar su creación. O tal vez Ella funcionaba mal.
La conclusión era que Ella quería atrapar a Delilah. A Delilah no se le
ocurrió otra explicación para lo que estaba sucediendo.
Pero, ¿qué podía hacer al respecto?
Se quedó mirando la delgada barrera entre su dominio y el de Mary.
Mary.
¿Y si Mary tenía la muñeca?
El apartamento de Mary miraba hacia los contenedores de basura y ella
estaba en casa todo el día. ¿Y si vio a Delilah tirar la muñeca y salió a
buscarla?
Delilah tenía que averiguarlo.
Empezando a levantarse de la cama para llamar a la puerta de Mary, se
detuvo. Era la mitad de la noche. Golpear la puerta de alguien en medio de
la noche era una buena forma de iniciar una confrontación. Ella no quería
una confrontación. No quería que Mary se pusiera a la defensiva y
escondiera a Ella. No. Tendría que esperar hasta la mañana e intentar que
Mary renunciara a Ella de buena gana.

☆☆☆
Mary estaba cantando sobre pingüinos cuando Delilah salió de la ducha
a las 7:30 a.m. Vestida con su ropa deportiva porque pensó que necesitaría
correr después de hablar con Mary, Delilah fue a la cocina y calentó la
rebanada de pastel de melocotón que había traído de la cafetería la noche
anterior. No sabía mucho sobre Mary, pero sabía que le gustaba el pastel,
especialmente el de melocotón.
Delilah salió de su apartamento cuando Mary cambió a un verso sobre
los osos polares. Cuando llamó a la endeble puerta de entrada de Mary,
Mary cantó una línea sobre un iceberg y luego se quedó en silencio. Un
segundo después, la puerta se abrió.
—¡Señorita Delilah! ¡Qué linda sorpresa! —Mary sonrió y extendió la
mano para agarrar a Delilah.
Delilah apenas tuvo tiempo de mover el pastel a un lado antes de que
los grandes brazos de Mary la abrazaran con fuerza. La nariz de Delilah se
hundió en el hombro sustancial de Mary. Mary olía a salchichas, sudor y
lavanda.
—Hola, Mary —dijo Delilah cuando Mary la soltó.
Siguió a Mary al pacífico oasis inspirado en Japón que era el apartamento
de Mary.
La primera vez que Delilah llamó a la puerta de Mary para hablar con
ella sobre el canto, esperaba encontrar un apartamento desordenado lleno
de chucherías y libros. Mary se parecía a ese tipo de mujer.
Mary tenía unos 5'8 de pelo gris bien acolchado y mediana edad, tenía
el pelo gris con permanente, una cara arrugada y gafas redondas de concha
de tortuga encaramadas en una nariz ligeramente respingada. Llevaba ropa
en capas: chalecos sobre camisas sobre faldas sobre vestidos, por lo general
en una mezcolanza de colores desiguales.
Pero el apartamento de Mary no se parecía en nada a Mary.
—Por favor, quítate los zapatos —cantó Mary cuando Delilah se olvidó.
—Oh, claro. Lo siento. —Delilah sostuvo el pastel en una mano
mientras se balanceaba sobre un pie y luego el otro para quitarse los
zapatos para correr. Dejó los zapatos en el pequeño perchero que había al
otro lado de la puerta. Luego se inclinó ante Mary cuando Mary se inclinó
ante ella.
—Te traje pastel de melocotón. —Delilah le tendió el recipiente de
pastel caliente.
—¡Oh, estupendo! —Mary agarró el recipiente, volvió a inclinarse ante
Delilah y se deslizó hasta su impecable cocina para buscar palillos.
Delilah no sabía si la decoración y el estilo de vida de Mary provenían
de una historia con la cultura japonesa o si Mary simplemente se imaginaba
japonesa. Ella nunca había preguntado porque se sintió de mala educación
decir—: ¿Qué pasa con las cosas japonesas? Pero Delilah había leído lo
suficiente como para saber que estaba de pie sobre una estera de tatami y
que una mampara de bambú ocultaba la puerta del dormitorio y que la
llevaban a unos zabutons azules y grises colocados alrededor de un
chabudai en el lado más alejado de la sala de estar. Un bonsai nudoso en
un recipiente azul se sentó en el chabudai. Aparte del tapete, la mesa y las
almohadas japonesas, la sala de estar estaba vacía.
Mientras Delilah se sentaba en uno de los cojines grises, comenzó a
cuestionar su idea de que Mary se hubiera llevado la muñeca. ¿Qué querría
esta extraña mujer con una muñeca? Definitivamente no parecía adaptarse
a su decoración interior. Pero claro, Delilah nunca había visto el dormitorio
de Mary. ¿Y si esa puerta escondiera una colección de muñecas con
vestidos con volantes?
Mary colocó un juego de té en el chabudai, junto con un plato de galletas
de almendras, el recipiente para tarta y los palillos. Habiendo pasado por
el ritual antes, Delilah dejó que Mary sirviera el té y le ofreciera una galleta
antes de decir algo. Mientras Mary cogía hábilmente una rodaja de
melocotón con sus palillos, Delilah dijo—: Fui a una venta de garaje genial
el otro día.
Mary se llevó la rodaja de melocotón a la boca, cerró los ojos y masticó
con lo que parecía pura alegría. Cuando terminó de masticar, se inclinó
hacia Delilah y agitó un palillo delante de la cara de Delilah.
—Las cosas de segunda mano aportan energía de segunda mano. Manos
viejas. Malas manos. Manchadas de historia —cantó Mary. Agitaba el palillo
de un lado a otro como un metrónomo siguiendo el ritmo de su canción.
—¿No te gustan las cosas de segunda mano?
Mary dejó los palillos, agarró el cuello de su blusa amarilla con ambas
manos y se quitó el cuello de la piel para sacudirlo varias veces. Cantó—:
Pingüinos, pingüinos, atrapan el frío. Los osos polares ahuyentan a los
viejos.
Delilah frunció el ceño. Pensó que había descubierto la canción de
segunda mano, pero este nuevo verso la desconcertó.
Mary se soltó el cuello y volvió a coger los palillos.
—Sofoco. —Rompió un trozo de corteza y lo pinzó entre sus palillos.
Delilah tomó un sorbo de té y se preguntó qué hacía ahí. ¿Cómo iba a
obtener una respuesta de Mary? Sería mejor noquear a la mujer y registrar
su apartamento.
Delilah miró a Mary comer. Incluso si fuera capaz de noquear a alguien,
lo cual no era así, pensó que no sería una buena idea enfrentarse a Mary.
Mary no sólo era más alta y más grande, probablemente conocía algún tipo
de arte marcial o algo así.
—El pasado deja manchas —dijo Mary.
—¿Qué?
—Nada de ventas de garaje, nada de tiendas de antigüedades, nada de
tiendas de segunda mano. No quiero abrir puertas viejas —entonó Mary.
Delilah asintió. Estaba bastante segura de que entendió eso. Si a Mary
no le gustaban las cosas viejas porque pensaba que las cosas viejas tenían
manchas del pasado, no era probable que hubiera sacado una muñeca vieja
de un contenedor de basura.
No, a menos que lo hubiera hecho y ahora sólo estuviera jugando con
Delilah.
Delilah miró a Mary a los ojos. Mary dejó de comer pastel y le devolvió
la mirada. Sus ojos eran de color verde pálido, veteados con remolinos de
amarillo, algo extraño. Delilah parpadeó y miró hacia otro lado. Se puso de
pie.
—Necesito salir a correr —dijo Delilah.
—Tengo que terminar mi pastel —dijo Mary.
—Lo siento, pero tengo que irme.
—No lo siento, no lo siento, no lo siento. Sólo sé, sólo sé, sólo sé —
cantó Mary.
—Okey. Uh, adiós, Mary.
Por supuesto, la despedida de Mary fue cantada—: Adiós, adiós, hasta
luego. Ta-ta, toodle-oo, hasta más tarde, cocodrilo.
Delilah saludó a Mary y huyó del apartamento de la mujer.

☆☆☆
En la décima noche de escalofriantes despertares a las 1:35 a.m., Delilah
tiró su lámpara al piso en pánico puro para encenderla. En cambio, la había
roto y estaba gimiendo de miedo cuando sacó la linterna del cajón de la
mesita de noche y accionó el interruptor.
Estaba tan segura de que la linterna iba a revelar a Ella al lado de su cama
que gritó cuando la luz iluminó la habitación.
Pero no había nada ahí.
Con zarcillos helados que se deslizaban por todo su cuerpo, disparó el
haz de luz de la linterna por toda la habitación. La luz se estremeció
mientras escudriñaba la oscuridad porque la mano de Delilah estaba
temblando. Con cada nuevo cambio en la dirección de la linterna, esperaba
absolutamente que la luz revelara el rostro de Ella emergiendo de la
penumbra.
¿A dónde se había ido la muñeca?
Ella había estado aquí. Delilah estaba segura de ello.
¿Qué otra cosa podría haber hecho esos pequeños y suaves pasos que
la arrebataron de su sueño? Delilah había estado soñando que estaba
tumbada en una hamaca, sola. Luego escuchó pasos, pequeños y ligeros,
que se acercaban cada vez más. Se había despertado cuando la alcanzaron.
Delilah siguió cambiando el haz de luz de su linterna. Y escuchó. Allí.
Suaves pasos. Apuntó su luz a la puerta de su dormitorio. Estaba abierto.
¿La había dejado abierto?
No podía recordar.
Pensó que lo había cerrado, pero no podía estar segura.
Se inclinó hacia la puerta y ladeó la cabeza, deseando que sus oídos le
dijeran lo que estaba escuchando. ¿Eran esos pasos en la sala de estar?
Escuchó un clic. ¿Era esa su puerta de entrada?
Queriendo ir a mirar sin querer ir a mirar, decidió ceder a la inercia. Se
quedó dónde estaba, agarrando su linterna con una mano y agarrando sus
sábanas cerca de su cuerpo con la otra.
Aun escuchando con cada gramo de su ser, pensó que escuchó un
sonido en el pasillo. ¿Era esa la puerta de Mary abriéndose y cerrándose?
Delilah vaciló unos segundos más, luego saltó de la cama, corrió hacia la
pared y encendió la luz. Miró alrededor de su dormitorio. Todo era
normal.
Se movió, abrió la puerta del dormitorio el resto del camino y corrió
hacia la sala de estar para encender la luz. Una vez más, todo se veía como
debería. La puerta de su apartamento estaba cerrada y con pestillo. Estaba
sola.
Ese era el problema, ¿no?
Delilah se acercó a su sillón y se echó la manta de Harper sobre los
hombros. Se sentó de lado con las piernas dobladas debajo de ella.
Para cuando Delilah conoció a Harper, se había resignado a estar sola.
Claro, estaba rodeada de niños adoptivos, pero no eran familia, y tampoco
eran amigos… hasta Harper. Ninguno de ellos la amaba y ella no los amaba.
Ninguno de sus padres adoptivos la había amado tampoco.
Nadie amaba a Delilah hasta que apareció Harper. E incluso entonces,
Harper no podría amarla lo suficiente.
Después de la muerte de sus padres, Delilah no pensó que volvería a
ser amada como sus padres la habían amado… hasta que conoció a Richard
en una fiesta de Halloween. Ella estaba en el último año de la escuela
secundaria. Él era un estudiante de segundo año en la universidad. Sus
miradas se clavaron en un globo ocular y un puñetazo de sangre, y pasaron
el resto de la noche bailando. Cuando Richard decidió tomar un “año
sabático” de la universidad, le rogó a Delilah, “el amor de su vida”, que lo
acompañara. Sólo le faltaban dos semanas para cumplir los dieciocho, así
que esperaron y, en su cumpleaños, se despidió de Harper y del feliz
Gerald. Se fue a Europa con Richard. Era enero, así que la llevó a los Alpes
y le enseñó a esquiar.
Durante año y medio visitaron por toda Europa. Finalmente, el padre
de Richard exigió que Richard regresara a casa y comenzara a trabajar en
el negocio familiar si no iba a terminar la universidad. Richard le propuso
matrimonio a Delilah. Sus padres y su hermana, con evidente desgana,
dieron la bienvenida a Delilah a la familia. Tuvieron una boda de cuento de
hadas; Delilah se había sentido como una princesa. Luego se mudaron a la
casa de huéspedes de sus padres. A partir de ese momento, todo lo que
tenían que hacer era ceñirse a su plan. Richard ascendería en la empresa.
Tendrían bebés. Eventualmente obtendrían su propio lugar. Iban a vivir
felices para siempre.
Pero en cambio, Delilah estaba aquí. Sola.
«O no».
No estaba segura de qué era peor.

☆☆☆
Todos los días, a las 4:30 p.m., Mary salía de su apartamento para ir a
por su “diario constitucional”. Incluso si Mary no le hubiera explicado esto
a Delilah, lo habría sabido porque Mary cantaba sobre ello.
Delilah tuvo que pasar dos días laborales más y dos despertares más
aterradores a las 1:35 a.m. antes de tener un día libre, por lo que estaba
en casa a las 4:30 p.m.
Ambas noches, había escuchado sonidos de pit-a-pat y rat-a-tat que la
convencieron de que Ella se estaba retirando al apartamento de Mary
después de atormentar a Delilah. Delilah estaba convencida de que Mary
tenía a Ella, sin importar lo que Mary dijera sobre las cosas viejas. Así que
decidió que iría al apartamento de Mary y buscaría la muñeca.
Este plan sólo era posible porque trabajar en un restaurante tenía
algunas ventajas: conocías a una gran variedad de personas con una gran
variedad de habilidades. Uno de los clientes habituales de Delilah era un
detective privado, Hank, y la noche anterior, Delilah le había preguntado
qué tan difícil era abrir una cerradura.
—Depende de la cerradura —había dicho Hank, ajustando el chaleco
de uno de los trajes de tres piezas que siempre usaba.
—Simple cerradura de la puerta del apartamento —había dicho.
—¿Cerrojo?
Delilah había negado con la cabeza. Mary no usaba su cerrojo. Cantaba
mucho sobre la confianza y la fe.
Delilah había pensado que el detective le preguntaría por qué quería
saberlo, pero en lugar de eso, sólo preguntó si alguna de las mujeres en el
lugar tenía una horquilla, y le había quitado una a la Sra. Jeffrey, una anciana
que venía a diario por arroz con leche. Había llevado a Delilah a la puerta
del almacén del restaurante y, en cinco minutos, le había enseñado a abrir
una cerradura. Menos mal que Nate no estaba. No le hubiera gustado saber
lo fácil que era robar los suministros.
Así que, gracias a Hank, Delilah sólo tardó un minuto en irrumpir en el
apartamento de Mary. Una vez dentro, tuvo que tomarse otro minuto para
controlar su respiración. Su corazón se sentía como si estuviera dando
saltos espasmódicos como aceite caliente en una estufa plana. Sus piernas
se sentían raras, como si estuvieran tratando de escapar mientras estaban
quietas.
«Adrenalina», pensó.
Claramente, ella no estaba hecha para ser una espía. Era un desastre, y
todo lo que había hecho era entrar por la puerta.
—Bueno, ¿por qué no sigues adelante para que puedas terminar? —se
preguntó a sí misma.
No creía que esto fuera a llevar mucho tiempo. Ella no estaba en la sala
de estar a menos que fuera invisible. Eso dejó los gabinetes de la cocina, el
dormitorio y el baño.
Delilah se obligó a moverse.
Como sospechaba, los gabinetes de la cocina de Mary estaban
escasamente llenos y bien organizados. Ella no estaba escondida entre la
loza o dentro de los sartenes de Mary. Tampoco estaba en el frigorífico ni
en el congelador.
El baño estaba igualmente casi vacío. Sólo para estar segura, revisó el
tanque del inodoro. No sólo estaba vacío de elementos ocultos, sino que
estaba inusualmente limpio.
Delilah pasó al dormitorio. Ahí, se enfrentó a su primer desafío. El
dormitorio de Mary estaba lleno de contenedores de almacenamiento:
pilas y pilas de contenedores de almacenamiento de plástico negro. Se
alinearon en todas las paredes, y una pareja de dos componían las mesitas
de noche de Mary. Aparte de los contenedores de almacenamiento, todo
lo que contenía el dormitorio era un futón y una almohada, ambos tirados
en el suelo.
Delilah miró su reloj. Tenía unos cuarenta minutos antes de que Mary
regresara. Quería irse en treinta o menos, para estar a salvo. Entonces
comenzó a abrir contenedores.
Delilah descubrió mucho sobre Mary en los siguientes treinta y cinco
minutos. Se enteró de que Mary fue en algún momento maestra, que era
viuda, que hacía o alguna vez hizo joyas de abalorios, que le encantaban los
musicales, que venía de una familia con tres hijos y que una vez había tenido
un hijo suyo que había muerto en un incendio. Dalila pensó que eso le daba
a Mary el derecho a ser un poco rara. Mary tenía una computadora portátil,
que aparentemente usaba para ver sus películas, y tenía una vieja máquina
manual de escribir. Mary escribía sus canciones. Llenaban siete de los
cincuenta y tres contenedores de la habitación.
Dalila, se movía tan rápido que estaba empapada de sudor después de
los primeros once contenedores, miró en todos los contenedores. Ella no
estaba en ninguno de ellos.
Rindiéndose y a punto de dirigirse hacia la puerta, dio marcha atrás y
empujó con cuidado el futón y la almohada. Eran los únicos lugares que
quedaban donde Ella podría estar escondida. No estaba.
Delilah miró a su alrededor para asegurarse de que había vuelto a apilar
todos los contenedores de forma ordenada. Esperaba haberlos puesto en
el orden correcto.
Incluso si no lo hubiera hecho, tenía que irse. Ahora. Había superado
con creces su margen de seguridad.
Apenas llegó a tiempo a su apartamento. Inmediatamente después de
que cerró y echó el pestillo a la puerta, escuchó la voz cantada de Mary
trinando—: Sangre fluyendo, corazón latiendo sano, feliz. ¡Qué gusto!
Delilah se apoyó contra la puerta y luego se deslizó hasta el suelo. Estaba
agotada y desconcertada. Si Mary no tenía a Ella, ¿quién la tenía? ¿Y por qué
Ella no la dejaba sola?

☆☆☆
En la decimotercera noche del infierno de invasión del sueño de Delilah,
escuchó una alarma real a las 1:35 a.m. Era tan fuerte que soñó que estaba
siendo atacada por una abeja enorme. Estaba huyendo de la abeja cuando
abrió los ojos y alcanzó la lámpara que había comprado en una venta de
garaje. Esta lámpara era de metal con bombillas LED. No se rompería.
Aunque Dalila podría hacerlo.
La noche anterior, se había preguntado, sin mucha expectativa, si había
logrado sobrevivir a las Doce Noches de Ella. Quizás simplemente se
detendría. Debido a que Delilah no sabía con certeza por qué había
comenzado, podría simplemente detenerse. ¿Verdad?
Error.
No se detenía. De hecho, ahora Delilah todavía podía escuchar un
zumbido en sus oídos, como un zumbido agudo. ¿De verdad estaba
escuchando eso? ¿O le pasaba algo en los oídos? ¿Cómo sonaba el tinnitus?
Había oído hablar del tinnitus a uno de los ancianos que se reunían en el
restaurante a diario para quejarse del estado de sus cuerpos y del estado
del mundo en general. Había dicho que sus oídos sonaban todo el tiempo.
Delilah no oía un timbre. Era un… No era nada. Se había detenido.
Delilah se dio la vuelta y hundió la cara en la almohada. ¿Por qué Ella no
la dejaba sola? ¿Y dónde estaba?
Si Delilah podía destruir a Ella, se detendría. Pero no podía destruir lo
que no podía encontrar. El día después de que registró la casa de Mary,
Había comenzado a preguntarse si alguno de sus otros vecinos había
sacado la muñeca del contenedor de basura. Había pasado tres horas
llamando a todas las puertas del edificio para preguntar si alguien había
encontrado a Ella. Sorprendentemente, sólo ocho puertas habían quedado
sin respuesta. Todas las personas con las que habló parecían genuinamente
desorientadas sobre cómo encontrar una muñeca. Al día siguiente y al
siguiente, había llegado al resto de los habitantes del edificio. Se había
enterado de que la octava puerta sin respuesta pertenecía a una unidad
vacía.
A las 1:45 a.m. de la mañana siguiente, abrió la cerradura del
apartamento vacío y buscó a Ella allí. No estaba.
Dalila estaba empezando a tener un problema que iba más allá de que la
despertaran todas las noches a las 1:35 a.m. La cuestión era que no sólo se
despertaba todas las noches a las 1:35 a.m. La aterrorizaban todas las
noches a las 1:35 a.m. Cada noche, algún sonido, olor o sensación se
infiltraba en su sueño y la devolvía a la vigilia. Y ahora, por primera vez en
su vida, tenía problemas para dormir. Este problema tenía dos puntas.
Primero, estaba teniendo problemas para conciliar el sueño al comienzo
de la noche. En lugar de sentir el estrés salir de su cuerpo cuando golpeaba
la cama, como siempre lo había hecho en el pasado, ahora cuando se
acostaba, su estrés se multiplicaba exponencialmente. Tan pronto como su
cabeza tocaba la almohada, tenía una sensación de muerte inminente. Se
sentía como si su corazón estuviera rebotando en su pecho. Comenzaba a
sudar y temblar. Su garganta se apretaba. Alternativamente se sentía fría y
luego humeante. A pesar de lo rápido que latía su corazón, no podía
recuperar el aliento.
En la segunda noche de esta, que fue la decimoquinta noche de toda la
prueba, Delilah llamó a Harper.
—Creo que voy a morir —le dijo a su amiga.
—Habla —dijo Harper—. Tienes dos minutos. Estoy a punto de salir.
—Oh. Lo siento.
—Un minuto, cincuenta y cinco segundos. Habla.
Dalila describió lo que estaba experimentando.
—Estás teniendo un ataque de pánico. ¿Qué ha estado pasando
últimamente?
—No me creerías si te lo dijera.
—Cuéntame. Pero hazlo en un minuto.
Delilah le dio a Harper la versión abreviada de su tortura a las 1:35 a.m.
—¿Por qué le estás dando tanta importancia? ¿Entonces te despiertas a
la misma hora todas las noches? Vuelve a dormirte.
—No lo entiendes.
—Aparentemente no. Intenta de nuevo mañana. —Harper colgó.
Cuando la llamaban el escenario, era todo lo que obtendría.
Dejada sola, de nuevo, Delilah buscó ataques de pánico en su
computadora. Descubrió una variedad de sugerencias para lidiar con ellos:
respiración profunda, relajación muscular, concentración deliberada,
visualización de un lugar feliz. Delilah se concentró en los dos primeros, y
logró quedarse dormida, sólo para ser despertada a las 1:35 a.m. por el
sonido de su cerrojo al ser arrojado hacia atrás. Lanzándose de su cama,
atravesó su apartamento para detener a su intruso. Pero nadie se
entrometía. Su cerrojo estaba seguro. Y su pánico regresó.
Esto la llevó al segundo aspecto de su problema de sueño. Las
incursiones nocturnas de Ella en el sueño de Delilah dejaron a Delilah
sintiéndose petrificada. Literalmente estaba temblando cuando lo que sea
que la despertó se desvaneció en el silencio. Tuvo que usar la misma
respiración profunda y relajación muscular para volver a dormirse. Y
parecían estar perdiendo efectividad.
Pero aun así lo intentó. Acostada de espaldas ahora, contó sus
respiraciones dentro y fuera. Había llegado hasta 254 antes de que
comenzara a sentirse incluso un poco somnolienta. En algún lugar
alrededor del 273, finalmente se volvió a dormir.

☆☆☆
—¿Entonces crees que esta muñeca… qué? ¿Te atormenta? —preguntó
Harper. Tomó un sorbo de su expreso y se dio la vuelta a su cola de caballo
larga y alta, que iba bien con el vestido de flores estilo años cincuenta con
falda amplia que tenía puesta hoy.
—No. No del tipo embrujada —respondió Delilah—. Ella no es un
fantasma. Ella no está poseída o lo que sea. Ella es tecnología. Creo que
tiene una programación defectuosa.
—¿Y ella es qué? ¿Invisible? ¿Tienes las llaves de tu cerrojo? ¿Es capaz de
atravesar paredes? —Harper levantó las manos y la multitud de brazaletes
alrededor de sus delgadas muñecas tintinearon—. Quiero decir, está la
tecnología y luego está la magia. De lo que estás hablando va un poco más
allá de la tecnología, ¿no crees? Especialmente para una muñeca vieja.
Delilah frunció el ceño y negó con la cabeza. Le enfurecía que Harper
estuviera sacando a relucir los mismos puntos en los que Delilah estaba
colgada de sí misma. Su teoría no tenía sentido. Pero, ¿qué otra teoría
había?
—¿Haz investigado el significado del número en sí? —preguntó Harper.
Miró hacia el mostrador y le guiñó un ojo a un chico lindo que pedía un
café con leche. Volviendo su atención a Dalila, dijo—: Tal vez tú
subconsciente esté tratando de decirte algo.
—¿Te refieres a la cosa 333?
Harper se encogió de hombros.
—Cada número tiene un significado, una resonancia.
—Uh-huh.
Desde que Delilah conocía a Harper, había estado un poco por ahí.
—Soy un espíritu libre de cerebro derecho —dijo Harper la primera
vez que Delilah se rio de uno de los vuelos espirituales de la fantasía de
Harper—. Tratar con este.
—No estoy bromeando. Veamos. —Harper sacó su teléfono de su
bolsillo y lo tocó un par de veces—. Okey. Aquí lo tienes. Oh, oye, esto
es interesante. —Ella buscó.
—No me importa —dijo Delilah—. No quiero saber. De todos modos,
no creo en esas cosas.
Harper se encogió de hombros.
—Lo que sea. Es tu funeral.
☆☆☆
Esa noche, la respiración profunda no ayudó a Delilah a conciliar el
sueño. Después de una hora de estar acostada en su cama, exhausta pero
todavía demasiado asustada para dormir, se sentó, agarró su almohada y
su edredón, y salió a la sala de estar. Ahí, se acurrucó en el sofá, se tapó
con el edredón y se quedó dormida en tan solo unas pocas respiraciones
más profundas.
Estaba dormida hasta que algo comenzó a arrastrarse por el techo
encima de ella.
Los ojos de Delilah se abrieron de golpe. Agarró su linterna, apretó el
botón y apuntó al techo. Esperaba ver a Ella aferrada al techo sobre su
cabeza; incluso podía oír las uñas raspando contra el panel de yeso.
Pero no había nada ahí. Nada en absoluto. Delilah iluminó todo el techo
con la linterna. Y escuchó.
Poniéndose rígida, apuntó con la luz a la esquina del techo, donde sonó
como si algo se estuviera arrastrando hacia la pared. Delilah entrecerró los
ojos, como si al hacerlo pudiera ayudarla a ver a través de las opacas
estructuras de su apartamento. Por supuesto, entrecerrar los ojos no
ayudó.
Y tampoco dormir en el sofá.

☆☆☆
El sofá tampoco impidió que Ella interrumpiera a Delilah de dormir a las
1:35 a.m. de la noche siguiente, pero sí pareció ayudarla a volver a
dormirse. Fue sólo después de que el extraño sonido de risa se retiró a la
cocina que Delilah pudo ralentizar su respiración lo suficiente como para
encontrar el sueño nuevamente.
La noche siguiente, sin embargo, el sofá no tenía nada que ofrecerle.
Primero, tardó tanto en conciliar el sueño en el sofá como en su cama. En
segundo lugar, el sofá no pudo calmarla después de que sintió un ligero
toque en su hombro a las 1:35 a.m.
Esta vez, Delilah se despertó, no tuvo que encender una luz cuando se
despertó. Nunca apagó las luces. El hecho de que no viera a Ella tan pronto
como abrió los ojos le dio a Delilah una pista sobre lo avanzada que estaba
su némesis. Ella podría desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, o en la
apertura de un ojo.
Sabía que Ella había desaparecido tan rápido porque la muñeca había
estado ahí. Tenía que haber estado ahí. Algo tocó a Delilah. El toque había
sido suave como un bebé. Suave. Dedos pequeños. Sólo un indicio de un
roce contra el hombro cubierto del camisón de Delilah. No más que una
pizca de contacto. Pero había sido suficiente para convertir los intestinos
de Delilah en una masa enmarañada de miedo y transformar su sangre en
nitrógeno líquido. Se sentía como si estuviera congelada y separada desde
dentro.
Delilah se puso de pie, apretando su edredón y su almohada. No podía
quedarse aquí en la sala de estar.
Miró a su alrededor como una gacela en busca de un lugar al que el león
no pudiera llegar. Su mirada aterrizó en la puerta del baño. Corrió hacia la
pequeña habitación y se sumergió, con su edredón y almohada, en la
bañera. Se acurrucó en la bola más apretada que pudo manejar y se tapó
la cabeza con el edredón.

☆☆☆
La noche siguiente, Delilah durmió en la bañera. Y aun así, Ella la
encontró. A las 1:35 a.m., escuchó algo arrastrándose por las tuberías
debajo de la bañera. Seguramente que la mano de Ella iba a salir a través
de la porcelana y agarrarla, Delilah había salido de la bañera a la esquina del
baño, contra la puerta, donde pasó las siguientes cuatro horas tratando de
respirar. Ni siquiera intentó dormir.
A las 5:35 a.m., Delilah se vistió y se acercó al comedor. Nate, como
ella sabía que sería, estaba horneando galletas y panecillos de canela.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó cuándo Deliah entró en la
cocina—. Pensé que ponerte en el mismo turno todo el tiempo había
eliminado tu confusión horaria. Ahora estás llegando a turnos que no te
corresponden. —Nate cortó la masa de galleta en cuadritos ordenados y
comenzó a tirarlas en líneas perfectamente rectas en una bandeja para
hornear enorme.
El restaurante olía gloriosamente normal. Aromas de café mezclados
con aromas de suero de leche y canela. Los sonidos también eran
reconfortantes y normales. Un par de sus primeros clientes habituales
estaban discutiendo el clima en el mostrador. Uno de los meseros estaba
silbando. El armario frigorífico zumbaba.
—Necesito que me pongas en la noche —le dijo Delilah a Nate.
Nate se detuvo a medio tiro. Se giró y arqueó ambas cejas.
—¿Estás jugando conmigo?
Delilah negó con la cabeza.
—Tengo problemas para dormir por la noche. Es… bueno, es una cosa.
Me imagino que si trabajo de noche, podré dormir durante el día. Sé que
Grace odia manejar el turno de noche. Ella estaría feliz de intercambiar
conmigo, estoy segura.
—Eres la mejor gerente. Me gusta tenerte aquí cuando está ocupado.
—Gracias.
—Eso no fue un cumplido. Fue una declaración de hecho y una denuncia.
—Eres sólo un oso de peluche bajo toda esa bravuconería.
Eso era cierto. Nate se quejaba de todos los empleados, de todos los
clientes y del comensal en general, y los amaba a todos.
—Díselo a cualquiera y tendré que matarte.
Delilah simuló cerrar la boca.
Nate suspiró.
—Okey. Cambiar. Pero haz lo que puedas para resolver la “cosa”.
—Gracias.
—Ven aquí a las diez. Y no llegues tarde.
—Voy a comprar dos despertadores nuevos ahora mismo.
—Buena chica.

☆☆☆
Delilah no sabía por qué no pensó en eso antes. ¿Cómo podía Ella
atormentar a Delilah a las 1:35 a.m. si Delilah ya estaba despierta a esa
hora? No había forma de que Ella pudiera acercarse sigilosamente a Delilah
en el restaurante. Así que todo lo que tenía que hacer era trabajar por las
noches hasta que Ella se quedara sin batería o lo que sea. Problema
resuelto.
A pesar de que a Delilah nunca le había gustado el turno de noche
cuando lo había trabajado antes, estaba tan animada por su plan de liberarse
de Ella que fue a trabajar con el mejor humor que había tenido durante
mucho tiempo. Estaba tan optimista cuando llegó a las 9:55 p.m. que Glen,
el cocinero del turno de noche, le preguntó si se encontraba bien.
—Libertad, Glen. Así es como se ve la libertad.
—Pareces extraña —dijo. Pero él sonrió para hacerle saber que no se
la reprochaba.
Glen era un tipo enorme con un estómago que a veces se incendiaba
cuando lo colgaba sobre la parrilla. A pesar de su tamaño, era enérgico.
Ella pensaba que era bastante joven, tal vez cerca de los veintitantos. Tenía
cara de bebé, patillas hasta la barbilla y amables ojos marrones. A ella le
gustaba trabajar con él.
Durante tres horas y treinta y nueve minutos, Delilah se sintió genial.
Charló con todos los clientes habituales de la noche, dejando que un par
de viejos coquetearan con ella. Ni siquiera le importaban las parejas, las
que llegaban después de los shows tardíos, las que solían hacerla sentir
desesperadamente sola.
A las 1:34 a.m., entró en el refrigerador para tomar un poco de queso
y lechuga. Por alguna razón, las ensaladas fueron populares esta noche.
Se estaba inclinando para alcanzar el queso cheddar cuando escuchó una
alarma en la cocina. Levantándose, golpeó su cabeza en el estante encima
de ella. Ignoró el dolor y miró su reloj. Eran las 1:35 a.m.
Saliendo del vestidor, giró en círculo en la cocina.
—¿De dónde viene eso? —gritó.
Glen levantó la vista de la parrilla. Jackie, la mesera nocturna, dejó caer
un plato y miró a Delilah con los ojos muy abiertos.
—¿De dónde viene eso? —preguntó Glen.
—¡Que!
La alarma era similar al dispositivo de tortura que había usado Gerald.
Tenía la misma ondulación sonora, zumbante y chillona.
Delilah corrió hacia la freidora y miró sus controles. No, no iban a
estallar. Comprobó los hornos. Ni siquiera estaban siendo utilizados.
Irrumpió en la sala de descanso de los empleados. No, el sonido no venía
de allí. Fue en la cocina. Regresó al centro del laberinto de acero inoxidable
y comenzó a buscar en ollas, sartenes y utensilios. No lo hizo de forma
ordenada o metódica, y cuando arrojó su tercer plato, Glen la agarró del
brazo.
—Oye, Lady Delilah, ¿estás alucinando?
—¿Qué? —Delilah arrancó su brazo del agarre de Glen—. No. ¿No
escuchaste–?
El sonido se detuvo. Delilah inclinó la cabeza y escuchó, pero todo lo
que podía oír ahora eran los ruidos normales de los comensales.
Miró a Glen y a Jackie, que seguían mirando como si Delilah acabara de
convertirse en un elefante.
—¿Ustedes dos no escucharon eso? —preguntó.
—Te escuché gritar y tirar sartenes —respondió Glen.
Delilah miró a Jackie. Un año o dos más joven que Delilah y aún insegura
de sí misma, Jackie usaba anteojos de color azul brillante; los lentes hacían
que sus ojos parecieran enormes por la conmoción.
Jackie negó con la cabeza.
—No escuché nada. Quiero decir, um, aparte de, um, tú, y las cosas
habituales.
Esto no podía estar sucediendo.
¿Cómo pudo Ella haber seguido a Delilah hasta aquí?
Bueno, ¿por qué no podría seguir a Delilah hasta aquí? ¿No había
demostrado ya que podía hacer prácticamente lo que quisiera?
Lo que era una locura. Esto era sólo tecnología defectuosa. ¿Verdad?
—¿Estás bien? —preguntó Glen.
Delilah asintió con la cabeza.
—Sí.
Y pensó que lo estaría. Al menos no tenía que intentar irse a dormir
con el corazón latiendo tan fuerte que estaba segura de que Glen y Jackie
podían oírlo y estaban siendo demasiado educados para decirlo.
Así que su plan no había funcionado, pero la ventaja era que podía usar
su oleada de energía impulsada por la adrenalina para trabajar en lugar de
tratar de luchar contra ella para poder irse a dormir. Y tal vez mañana por
la noche, porque estaba preparada para el sonido de la alarma ahora, podría
ignorarlo y seguir con su turno. Quizás su nuevo plan funcionaría después
de todo.

☆☆☆
En el segundo turno de noche, Delilah se aseguró de no estar sola a las
1:35 a.m. Se quedó cerca de Glen, lo que no pareció importarle. Pero a
pesar de estar con él, todavía estaba alterada.
No pudo evitarlo. Esa noche, por primera vez, no sólo había escuchado
o sentido algo. Había visto algo. Había visto un destello de azul brillante en
el vestidor cuando Jackie abrió la puerta. Cuando vio lo que estaba segura
que era Ella saliendo de la cabina, gritó y se apretó contra Glen. A él
tampoco pareció importarle eso, pero le preguntó por qué estaba gritando.
Ella no tenía respuesta para él.
A las 1:30 a.m. de la tercera noche del cambio de Delilah al turno de
noche, estaba detrás del mostrador. Había decidido que la forma de
asegurarse de que nada la asustara esta noche era quedarse aquí al aire
libre, lejos de la puerta de entrada.
Cuando la Sra. Jeffrey, una clienta habitual, entró en el restaurante,
Delilah estaba encantada. Podría atender a la Sra. Jeffrey y las 1:35 a.m.
simplemente pasarían.
—Hola, Delilah. —La Sra. Jeffrey tomó asiento en uno de los taburetes
acolchados y giratorios del mostrador. Tenía los ojos hinchados.
Delilah se apoyó en el mostrador.
—Hola, señora Jeffrey. ¿Tiene problemas para dormir?
La Sra. Jeffrey le dio unas palmaditas en el pelo revuelto.
—Supongo que es obvio. Espero que todavía te quede algo de arroz con
leche.
—Absolutamente. Sólo-. —Delilah se detuvo. Miró por encima del
hombro. Luego miró el reloj. Eran las 1:33 a.m.
¿Dónde estaba Jackie?
De ninguna manera Delilah quería volver a entrar. Estaba segura de que
Ella estaría ahí esperándola.
—¿Jackie? —llamó. Sin respuesta—. ¡Jackie! —Salió como un bramido.
Glen asomó la cabeza por la cocina.
—¿Hay algún problema?
Delilah intentó calmar su respiración. Se estaba preparando para un
ataque de ansiedad en toda regla y no quería tener uno de esos frente a
sus clientes y compañeros de trabajo.
Miró a la señora Jeffrey. Los ojos marrones de la anciana estaban muy
abiertos.
—Lo siento —dijo Delilah—. Es sólo…
Se detuvo cuando el taburete del mostrador al lado de la Sra. Jeffrey
comenzó a girar hacia adelante y hacia atrás. Parpadeó y se dio cuenta de
que Ella estaba en el taburete.
¡Ella estaba jugando en el taburete!
—¡Para! —Delilah trepó por encima del mostrador y agarró el taburete.
Fue entonces cuando Jackie entró al comedor. Delilah miró a Jackie y
se dio cuenta de que estaba tendida sobre el mostrador, con el trasero en
el aire. No es de extrañar que Jackie la mirara boquiabierta.
—¿Estás bien, querida? —preguntó la Sra. Jeffrey.
Delilah se deslizó fuera del mostrador.
—¿No viste la muñeca en el taburete?
—¿Muñeca? Ese es mi bolso, querida. La Sra. Jeffrey dio unas palmaditas
en un bolso azul brillante, que estaba en el taburete junto a ella.
Delilah se apartó del mostrador. Ella miró el reloj. Por supuesto que
eran las 1:35 a.m.

☆☆☆
La noche siguiente sucedió algo similar. Delilah se quedó en el comedor,
pero todavía estaba traumatizada a las 1:35 a.m. cuando vio algo
moviéndose en el contenedor de basura debajo del mostrador. Quiso
creer que era un ratón, aunque eso hubiera sido horrible para el comensal,
usó un tenedor para buscar la basura. No encontró un ratón. Pero vio un
volante rosa que la hizo soltar el tenedor y saltar hacia atrás. Había
resistido el impulso de gritar, pero no había podido resistir el impulso de
tirar el cubo de la basura por la puerta trasera del restaurante, tirando
basura pero no a Ella, quien, como de costumbre, se había movido
instantáneamente sobre el pavimento.
Delilah simplemente no podía contener sus reacciones. Sabía que Glen
y Jackie la estaban mirando, pero eso no era suficiente para mantener la
calma.
Era la quinta noche del turno de noche.
Aunque todavía no había funcionado tan bien, Delilah todavía pensaba
que el lugar más seguro era el comedor principal. Hizo todo lo posible para
evitar lugares cerrados como el vestidor, la sala de suministros y la oficina
de Nate.
A las 1:30 a.m. de la quinta noche, el restaurante estaba vacío de clientes.
Delilah y Jackie estaban llenando los pequeños recipientes de vidrio para
sal y pimienta.
Dalila tenía la sal, Jackie tenía la pimienta. Tenían la bandeja de
contenedores colocada en una mesa junto a la ventana delantera del
comensal, y se sentaron en lados opuestos de la mesa. Mientras trabajaban,
Jackie charlaba sobre sus clases universitarias.
Delilah trató de prestar atención, pero estaba contando mentalmente
los minutos y segundos hasta las 1:35 a.m.
¿Qué iba a pasar esta noche?
Todos los músculos y articulaciones del cuerpo de Delilah estaban
rígidos de terror.
Pero cuando vio algo azul brillante revoloteando a través del
estacionamiento frente al restaurante, sus músculos y articulaciones se
relajaron y entraron en acción. Se levantó de un salto, tiró la bandeja del
salero y el pimentero al suelo con un fuerte estrépito y salió corriendo por
la puerta principal del restaurante.
Corriendo por el estacionamiento casi vacío, buscó el vestido de Ella.
Estaba segura de que eso era lo que había visto. Había visto el borde de
fuga del vestido esponjoso de Ella. La muñeca estaba ahí. Ella había estado
mirando a Delilah.
Cuando no vio a Ella, comenzó a mirar debajo de los dos autos
estacionados en el borde del estacionamiento. Se estaba inclinando para
mirar debajo del primero cuando alguien la agarró del hombro.
Gritó.
—Estás bien. —Era Glen. Su rostro se veía pálido a la luz moteada.
—¿La viste? —preguntó Delilah.
—¿Ver a quién?
Miró a Glen a los ojos. Él era muy comprensivo y preocupado.
Delilah se derrumbó en los brazos de Glen y comenzó a llorar.

☆☆☆
Delilah pensó que era bastante sorprendente que hubiera pasado
veintitrés noches de horror a las 1:35 a.m. sin llorar. De hecho, ni siquiera
se había dado cuenta de que no lloraba.
Pero una vez que empezó a llorar, no pudo parar. Lloró tanto que
después de que Glen la hizo entrar, llamó a Nate y le pidió que viniera.
Nate llegó mientras Jackie estaba limpiando vidrios rotos del piso del
comedor. Mientras Delilah se sentaba en una cabina trasera y trataba de
que su cuerpo dejara de temblar, Nate habló con Glen y Jackie. No pudo
oír lo que dijeron, pero pensó que debería decir algo en su propio nombre.
Ella se puso de pie.
—Ven conmigo —le dijo Nate.
Bien. La estaba llevando a su oficina. Allí podría explicar las cosas.
O no. Tan pronto como entraron a su oficina, Nate cerró la puerta
detrás de él.
—Lo siento, Delilah. Tengo que despedirte.
Delilah miró a Nate con los ojos tan abiertos que se sentían magullados
y lacerados.
—No me mires así. —Nate rodeó su escritorio y se dejó caer en su
silla de cuero.
Delilah torció la boca y trató de no gemir.
—Te he dejado todo tipo de holguras por llegar tarde. He trabajado en
tu “cosa”, pero esto es demasiado. Jackie dice que has estado actuando
“súper raro” —le dio a las palabras comillas al aire— las últimas cuatro
noches. Y ahora esto. No puedo mantener a una empleada que asusta a los
clientes y rompe bandejas llenas de saleros y pimenteros.
—Nate, yo–.
—No lo hagas. Ni siquiera intentes contarme una historia triste. No soy
tu padre. Lo que sea que tengas que te haya hecho hacer lo que hiciste esta
noche es algo que debes hacer por tu cuenta, fuera de este restaurante.
Eres una buena trabajadora cuando estás aquí y estás concentrada, pero
no puedo permitirme los riesgos de que actúes así. —Se frotó la barba—.
Haré que alguien le traiga tu último cheque mañana.
Delilah se paró frente al viejo escritorio lleno de cicatrices de Nate y
miró todos sus pequeños montones. Ella cambió de expresión. No iba a
rogar por el trabajo.
Al salir de la cafetería, ni siquiera pensaba en el trabajo. Estaba pensando
en Ella.
Cada noche empeoraba. ¿Cómo iba a pasar otra 1:35 a.m.?

☆☆☆
Cuando Richard le pidió a Delilah que se mudara de la casa de
huéspedes de sus padres, ella no tenía adónde ir, así que se fue con Harper.
Harper la recibió con los brazos abiertos, pero desafortunadamente,
Harper vivía en una casa con otros diez actores en apuros. Todo lo que
Harper tenía para ofrecer era la mitad de un colchón del tamaño de una
cama doble en el suelo de lo que alguna vez fue un enorme vestidor
(enorme para un armario, no tanto para un lugar para dormir). Harper
amaba su “retiro”. Consiguió la cama y consiguió organizar toda su ropa
en los percheros y estantes del armario. Delilah odiaba el espacio diminuto.
Le daba claustrofobia. Además, Harper roncaba y hablaba mientras dormía.
Delilah sólo se había quedado con Harper tres días antes de conseguir su
apartamento con el dinero que Richard le había dado.
Llamó a Harper cuando llegó a casa del trabajo, le dijo mucho sobre su
estado de ánimo cuando y le preguntó si podía quedarse con ella por
algunas noches.
—Seguro —dijo Harper—. Tendremos una fiesta de pijamas. Ni siquiera
sabrás que las 1:35 a.m. llegó antes de que se vaya.
Delilah quería creer que eso era cierto. Trató de creerlo.
Harper estaba actuando esa noche, como lo hacía seis noches a la
semana, así que dejó a Delilah al cuidado de uno de sus compañeros de
casa, un tipo raro llamado Rudolph, que pasó la tarde y la noche
enseñándole a Delilah el juego de cartas que él había creado. Ella nunca lo
entendió completamente, pero tenía que admitir que era entretenido.
Rudolph también era divertido y agradable.
Para cuando Harper llegó a casa alrededor de las 12:30 a.m., Delilah
estaba sorprendentemente relajada.
—Está bien —dijo Harper, arrastrando a Delilah lejos de un Rudolph
decepcionado—. No puedes tenerla como mascota, Rudy —le reprendió.
Sacó el labio inferior y luego sonrió a Delilah mientras Delilah seguía a
Harper hasta el segundo piso de la casa.
—Tengo bocadillos —dijo Harper—. Del tipo salado. Garantizado para
mantener alejadas a las muñecas de alta tecnología.
El estómago de Delilah dio un vuelco al oír la palabra muñeca.
Harper llevó a Delilah a su “dormitorio”, arrojó varias bolsas y cajas de
papas fritas y galletas en el colchón y luego dijo—: Necesito lavarme la
pintura de la cara. Vuelvo enseguida.
Delilah se sentó en el colchón, abrió una caja de galletas de queso y
mordisqueó una. Su estómago seguía haciendo gimnasia.
Cuando Harper regresó, entretuvo a Delilah con historias sobre la
actuación de esa noche.
—Primero, Manny olvidó su línea, y luego dijo mi línea —dijo Harper
mientras metía una bolsa de papas fritas a la barbacoa—. Imbécil. Tuve que
pensar rápido. Así que lo besé.
—¿Eso estaba en el personaje?
—Mi personaje es un poco garabateado. Prácticamente cualquier cosa
está en el personaje.
Delilah miró su reloj. Eran las 12:55 a.m.
—¿Acabas de mirar tu reloj? —Harper agarró a Delilah del brazo—.
Dame eso.
Delilah no se resistió cuando Harper le quitó el reloj y lo metió debajo
de una almohada. No lo necesitaba de todos modos. Sabría cuando serían
las 1:35 a.m.
—Sin reloj. No hay 1:35 a.m. —Harper se secó las manos en un gesto
de “eso es”.
Delilah quería que fuera así de fácil.
Pero no fue así. Supo exactamente cuándo llegaron las 1:35 a.m. Lo supo
porque de repente, una voz dijo—: Es hora.
Delilah se levantó de un salto y se golpeó la cabeza con la rejilla sobre
la cama.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Harper al mismo tiempo que
Delilah agachó la cabeza debajo del estante y dijo—: ¿Hiciste eso?
Luego ambas hablaron al mismo tiempo de nuevo.
—¿Qué quieres decir? —dijo Dalila.
—¿Hacer qué? —dijo Harper.
Ambas se detuvieron. Delilah todavía podía escuchar la voz de Gerald
en su oído repitiendo, «es hora» en un eco que se aleja.
Delilah miró a Harper.
—¿Escuchas eso?
Harper miró a Delilah con el ceño fruncido.
—No escucho nada excepto la música antigua de Raúl y la película que
Kate y Julia están viendo abajo.
—¿No imitaste a Gerald?
Estoy sentada aquí, frente a ti. Estoy comiendo papas fritas. ¿Cómo pude
haber imitado a Gerald? Harper se metió un chip en la boca con deliberado
énfasis. Masticó ruidosamente.
Delilah negó con la cabeza. Se dio cuenta de que estaba temblando.
Tuvo que apretar los dientes para evitar que castañetearan.
—Entonces debes tener a Ella.
—¿Qué?
El cuello de Delilah estaba empezando a doler por su posición
contorsionada debajo del estante del armario. Y sus piernas se sentían
débiles. Se hundió en la cama.
—Sabes cómo suena Gerald.
—¿Y…?
—Para poder programar a Ella para que suene como él, deberías
grabarte o algo así.
Harper apartó la bolsa de patatas fritas y se inclinó hacia Delilah.
—Quiero estar segura de que entiendo lo que estás diciendo. —
Entrecerró los ojos—. Estás diciendo que tomé tu muñeca loca, de alguna
manera la hice funcionar, y grabé mi imitación de Gerald en la muñeca para
que pudiera jugarte una broma. ¿Eso es lo que estás diciendo?
Delilah negó con la cabeza.
—¿No? —preguntó Harper—. Entonces, ¿qué estás diciendo?
—Eso es lo que estoy diciendo. Sólo soy–.
—Estás loca. No tengo la muñeca estúpida. Nunca vi a la estúpida
muñeca. Si hubiera visto la muñeca y me hubiera llevado la muñeca, seguro
que no habría grabado algo en ella para asustarte. ¿Por qué haría eso?
—No sé. —Delilah se miró las manos. Se sintió un poco estúpida. ¿Por
qué Harper haría eso?
Entonces recordó la voz que escuchó.
—Pero, ¿quién más podría haberlo hecho?
—Dímelo tú —dijo Delilah—. ¿Por qué lo hiciste?
—¡No lo hice! —gritó Harper.
Delilah se estremeció. Luego susurró—: Pero no hay otra explicación.
Harper miró a Delilah.
—Dios. —Empujó la comida chatarra de la cama y se acurrucó de lado
de espaldas a Delilah—. Me voy a dormir.
—Ojalá también pudiera.
—Podrías. Sólo saca eso de tu cabeza.
—No soy yo. Es Ella.
Harper suspiró, luego comenzó a respirar profunda y uniformemente.
—Debe ser agradable poder dormir —murmuró Delilah.

☆☆☆
Al día siguiente, Delilah pasó la mayor parte del día con Harper y sus
compañeros de casa. Debido a que no se durmió hasta casi las 7:00 a.m. y
Harper la despertó cuando se levantó alrededor de las 10 a.m., Delilah
estaba confundida por la falta de sueño. Se sentía como si alguien le hubiera
llenado el cerebro con algodón de azúcar.
Cuando se levantó, Harper parecía haber olvidado las acusaciones de
Delilah o las había perdonado. No dijo nada sobre lo que había sucedido
entre ellas, y estuvo todo el día con su vivacidad habitual. Delilah decidió
no decir nada más sobre Ella. Sin embargo, también decidió que no se
quedaría aquí esta noche. Se iría mientras Harper estaba en el teatro.
No supo hasta que salió a su auto a las 4:35 p.m. adónde iba a ir. Se le
ocurrió en un destello de brillante intuición. Iría a un motel, un motel al
otro lado de la ciudad. Ella no podría encontrarla allí. Delilah tampoco
pensó que nadie más, como Harper, la encontraría allí. No iba a usar un
nombre falso ni nada por el estilo, pero Harper no procesaba las cosas de
la forma organizada en que se le ocurriría hacer una búsqueda en moteles
y averiguar si su amiga se estaba quedando allí.
Entonces, a las 6:15 p.m., después de que comiera una hamburguesa y
papas fritas en un lugar de comida rápida, se registró en el Motel Bed4U
en las afueras del lado más desaliñado de la ciudad. El nivel de calidad del
hotel era evidente tanto en su nombre como en el hecho de que el letrero
que se desvanecía anunciaba una cama y un televisor en cada habitación.
—Suena de lujo —dijo Delilah cuando estacionó su auto sobre la maleza
que crecía a través de las grietas en el asfalto gastado por el tiempo.
Sin embargo, el precio estaba bien. Tratando de no respirar los olores
de lejía y repollo guisado en el pequeño vestíbulo marrón del hotel, pagó
por tres noches. Estaba feliz de que el total apenas hiciera mella en el límite
de crédito de su única tarjeta de crédito. También estaba feliz de haber
conseguido una habitación en el extremo más alejado del edificio largo y
bajo en la parte de atrás, lejos del tráfico. La mujer corpulenta detrás del
escritorio no estaba interesada en Delilah en absoluto. Estaba demasiado
ocupada viendo un documental sobre arañas en un televisor viejo montado
en la pared junto al mostrador de facturación.
La vieja habitación del hotel estaba sorprendentemente limpia y
ordenada. Hecho en los mismos tonos marrones feos que Delilah había
encontrado en el vestíbulo, la habitación no ganaría ningún premio de
belleza, pero olía a fresco y todo funcionaba. La cama era incluso cómoda.
Debido a que las únicas otras superficies en la habitación adecuadas para
sentarse eran un par de sillas cubiertas de tela con respaldo recto, Delilah
se dejó caer en la cama tan pronto como cerró la puerta y dejó sus cosas
en el escritorio bajo frente a la cama. Se alegró de descubrir que el motel
estaba bastante bien aislado. El tráfico en la concurrida carretera frente al
motel era sólo un lejano shhh, y Delilah no podía oír nada más. Había
pensado que podría ver algo de televisión cuando entró en la habitación,
pero estaba tan cansada que se arriesgó a recostarse en la almohada. Tensa,
esperando los síntomas habituales de un ataque de pánico, se emocionó
cuando no sintió nada más que agotamiento.
Cerró los ojos.
Y el sueño la llevó de la habitación del motel a la promesa… o
presagio… de sus sueños.

☆☆☆
El sonido se deslizó a través de su sueño como una araña arrastrándose
por sus sinapsis y dejando senderos sedosos a lo largo de sus neurovías.
Era un sonido de roce, como si algo se deslizara sobre una superficie
rugosa.
Su mente no podía entenderlo lo suficiente como para integrarlo en su
sueño de montar a caballo. Así que el caballo de su sueño la despidió y se
encontró cara a cara con la araña.
Gritó. Y el grito la devolvió a la conciencia. Los ojos de Delilah se
abrieron y se dio cuenta de que todavía estaba gritando. Apretó los labios
y se mordió la lengua. Quería levantarse y correr, pero no pudo. Estaba
paralizada.
Espera. ¿Estaba despierta?
Pensó que sí.
Por encima de ella, algo se arrastraba por el techo. Hizo un sonido
similar al de su sueño, pero este sonido era peor. No era sólo el sonido
de una araña haciendo sus cosas. Este era un sonido estratégico. Empezó.
Se detuvo. Se movió aquí. Se movió allí. Era un sonido de búsqueda. Era el
sonido de algo con un objetivo.
Y Delilah sabía que ella era el objetivo.
Ella había encontrado a Delilah. Estaba buscando una forma de entrar
en la habitación del motel.
Gimiendo como un gatito perseguido por un coyote, Delilah luchó por
liberar sus extremidades de cualquier fuerza que la mantuviera inmóvil.
Pero todavía estaba inmovilizada en la cama. Lo único que pudo hacer fue
mover la cabeza. Así que movió la cabeza y miró el reloj digital en la mesita
de noche. Por supuesto, decía las 1:35 a.m.
Tan pronto como vio la hora, descubrió que podía moverse. Se liberó
de la colcha, que se las había arreglado para envolverse ella misma mientras
dormía. Saltó de la cama y se agachó contra la pared junto a la puerta, con
la mirada clavada en el techo.
La luz intermitente de color rojo oscuro de un letrero de neón al lado
del motel se extendía por el techo como salpicaduras de sangre. Estaba
iluminado esporádicamente por las parpadeantes lámparas fluorescentes
que iluminaban los pasillos y el estacionamiento del motel.
Esto significaba que Delilah podía ver lo que necesitaba ver. Nada
entraba por el techo. Pero eso no la consoló. Ella tenía otras formas de
entrar en la habitación. E incluso si no entraba en la habitación, el mero
hecho de que estuviera fuera de la habitación, en el techo, significaba que
el breve respiro de Delilah había terminado.
No había forma de escapar de Ella.
Dalila comenzó a balancearse hacia adelante y hacia atrás como una niña.
Y tarareó hasta que amaneció. Al principio no sabía lo que estaba
tarareando, pero luego reconoció la melodía. Tarareaba la vieja canción de
cuna que su madre solía cantarle cuando era pequeña.

☆☆☆
Aunque Delilah había pagado por tres noches, salió de la habitación del
motel alrededor del mediodía del día siguiente. No tenía sentido quedarse.
No podía dormir. No estaba a salvo ahí.
Estaba bastante segura de que no estaba a salvo en ningún lado, pero
pensó que moverse no era una mala idea. Sin embargo, con esto asumió
que los circuitos de Ella habían notado la marca, el modelo, el color y tal
vez incluso la matrícula del automóvil de Delilah. Ella, después de todo, se
había dirigido al apartamento en el coche. Probablemente había dejado
algún tipo de rastreador en él. Los viajes de Delilah fueron sin duda una
pérdida inútil de tiempo y gasolina.
Pero, ¿qué más podía hacer?
Entonces condujo.
Condujo toda la tarde y toda la noche. Condujo por toda la ciudad,
explorando barrios que no sabía que existían. Contempló con nostalgia las
grandes casas familiares y los niños que jugaban en el parque. Recorrió el
distrito comercial, recordando lo que era poder comprar lo que quisiera,
y también recordando el poco placer que eso le había proporcionado.
Nunca había querido cosas. Quería amor.
Cuando el sol empezó a ponerse un poco después de las seis, se dio
cuenta de que estaba siendo estúpida. Muy estúpida. ¿Por qué se estaba
quedando en la ciudad? ¿Por qué no salir de la ciudad, conducir al campo?
¿No sería más difícil para Ella llegar allí?
Delilah giró en una esquina muy transitada y señaló con su coche hacia
la autopista.
Luego, inmediatamente se regresó de nuevo, regresando al vecindario
que acababa de dejar.
Quizás no estaba siendo estúpida después de todo. ¿Y si la ciudad estaba
ayudando a mantenerla a salvo? ¿Qué pasaría si Ella fuera libre de hacer lo
que quisiera con Delilah si estaban lejos de un área poblada?
Además, en el campo estaba oscuro. Muy oscuro. Delilah sólo tenía una
pequeña linterna. No creía que pudiera estar de pie frente a las 1:35 a.m.
en la oscuridad total. No. Se quedaría en la ciudad.
¿Pero dónde?
Al entrar en al servicio al auto de un lugar de burritos de comida rápida,
Delilah compró un burrito de pollo y arroz con crema agria. Extrañamente,
a pesar de que estaba tan asustada que probablemente era sólo una
conmoción más de la histeria en toda regla, todavía tenía el apetito. Tal vez
su cuerpo sabía que necesitaba nutrición para manejar lo que se le
avecinaba.
Delilah se comió su burrito en un autocine que descubrió en el extremo
oeste de la ciudad. No tenía idea de que estaba allí. Sin embargo, estaba
feliz de encontrarlo. La mantuvo despierta hasta casi la medianoche. Fue
entonces cuando terminó la última película, una película de acción con
escenas de persecución, y tuvo que unirse a la fila irregular de autos que
salían del autocine. Fue entonces cuando tuvo que decidir dónde debería
estar cuando llegaran las 1:35 a.m.
Había pensado en aparcar su coche detrás de un edificio oscuro o en
un barrio tranquilo cerca de una casa desocupada. Pero, ¿de verdad quería
facilitarle el acceso a Ella?
No. Sería mejor si condujera a las 1:35 a.m. Nunca lo había intentado
antes. Quizás ese era el truco.
Así que a medida que sus extremidades se pusieron más nerviosas, su
respiración se aceleró y sus pulmones se tensaron, condujo cada vez más
cerca del centro de la ciudad. Quería estar donde la gente todavía
deambulaba por las aceras y las luces brillantes convirtieran la noche en
día.
A la 1:33 a.m., Delilah tuvo una idea aún más inspirada. Conduciría hasta
uno de los grandes puentes. Seguramente Ella no podría llegar a ella allí,
especialmente porque la decisión de tomar la rampa de acceso al puente
fue lo más espontánea posible.
A pesar de que era medianoche, al menos una docena de autos estaban
en el puente. A Delilah le sudaron las manos y las volvió a colocar en el
volante. Parpadeó varias veces para aclarar su visión, que se estaba
volviendo borrosa. Se concentró en la carretera y se obligó a no mirar el
reloj digital del tablero.
Pero ella supo cuando llegó las 1:35 a.m.
Lo supo porque fue entonces cuando escuchó el desbloqueo de la
puerta del pasajero. Jadeando y perdiendo el control del coche por un
instante, Delilah giró el volante para volver a su carril. El silbido del viento
que entraba por la puerta del pasajero abierta la golpeó justo antes de que
oyera que la puerta del pasajero se cerraba de golpe. Miró a su derecha,
con todo su cuerpo cargado de terror. Esperaba ver a Ella sentada en el
auto junto a ella.
Pero no había nada ahí.
Todo lo que vio en su auto fue una bolsa de basura de comida rápida,
su bolso y su linterna.
Casi al otro lado del puente, volvió a mirar la carretera. Entonces algo
golpeó el techo de su auto con un ruido sordo.
Delilah gritó y pisó el acelerador con el pie. Su coche se deslizó hacia
adelante y ella se apartó para pasar una minivan, sin apenas perder el
parachoques trasero. Luego volvió a poner su auto en el carril derecho
para poder tomar la primera salida del puente.
Conduciendo como una loca, corrió hacia la carretera industrial que
corría paralela al río y se detuvo cuando llegó a una fábrica tapiada. Su
coche patinó hasta detenerse, salpicando grava.
Tenía el motor apagado y estaba fuera del automóvil en el momento en
que el vehículo dejó de moverse. No se molestó en cerrarlo. Simplemente
agarró su bolso y su linterna, cerró la puerta del conductor detrás de ella
y se echó a correr.
Corrió hacia el río, detrás de la fábrica. Con los pies crujiendo sobre el
concreto desmoronado y la basura, corrió hasta que se escondió de la
carretera. Su coche tampoco estaba a la vista.
Aún podía ver adónde iba porque la fábrica, aunque vacía, estaba bien
iluminada. Dejó de correr y miró a su alrededor.
No tenía idea de dónde estaba, pero no se sentía segura. ¿Dónde se
sentiría segura de nuevo?
Girando en un círculo completo, escaneó su entorno. Tal vez si pudiera
esconderse de Ella ahora, la muñeca no la encontraría más tarde.
Pero, ¿dónde podría esconderse?
Delilah vio una tubería de drenaje en el extremo más alejado de la
fábrica. Era enorme, tal vez cuatro pies de diámetro. Podría meterse en
eso fácilmente.
Caminando por un lote de tierra y grava lleno de baches, se dirigió hacia
la tubería de drenaje. Pero a mitad de camino, se detuvo. No podía llevarse
su bolso. No podía llevarse nada con ella. No sabía qué la vinculaba con
Ella.
Dando la vuelta en otro círculo, vio una pila de vías de ferrocarril. Eso
debería funcionar. Comprobó su entorno de nuevo. Todavía estaba sola.
Corrió hacia las vías del ferrocarril y escondió su bolso en una grieta. Luego
miró a su alrededor una vez más y corrió hacia la tubería de drenaje. Se
arrastró dentro y se agachó. Se dio cuenta de que estaba mareada. Se
estaba hiperventilando.
Inclinándose, con la cabeza entre las rodillas, intentó acortar la
respiración, tomando menos oxígeno del que estaba segura que necesitaba.
Deseó tener una bolsa de papel. Había una en el coche, pero no podía
volver. No podía volver a ningún lugar en el que hubiera estado antes. No
podía volver a su vida.
Ella la iba a encontrar en cualquier lugar.
Incluso aquí.
Delilah cayó sobre su trasero y se acurrucó en una bola, abrazando sus
piernas. Trató de permanecer en silencio, pero no pudo. Comenzó a
lamentarse.
El sonido que provino de ella no se parecía a ningún sonido que hubiera
hecho antes.
Ni siquiera cuando sus padres murieron.
Ni siquiera cuando su primer hogar de acogida se negó a quedarse con
ella.
Ni siquiera cuando su cuarto padre adoptivo la golpeó.
Ni siquiera cuando Gerald programó cuándo podría sonarse la nariz.
Ni siquiera cuando Richard la echó.
El sonido contenía todo el dolor, el miedo y la aplastante decepción que
había tenido; todo se convirtió en un chirriante rechazo de dolor. El sonido
que hizo fue el sonido de una mujer a la que no le quedaban fuerzas. Ya no
podía luchar.
Delilah cerró la boca. Le dolía la garganta. Le dolían los pulmones. Le
dolía el corazón.
Y no podía dejar de temblar. Todo su cuerpo estaba casi convulsionado
por la aprensión.
No, no era aprensión.
Delilah estaba tan lejos de cualquier versión conocida del miedo que ya
no se sentía humana.
Nunca volvería a estar a salvo.
Sollozó mientras se ponía de rodillas. No podía quedarse ahí. Ella sabría
dónde estaba.
Arrastrándose lo más rápido que pudo, con las manos ardorosas por la
superficie de concreto rugoso que le irritaba la piel, salió del tubo de
desagüe. Se puso de pie.
¿A dónde podría ir?
Delilah volvió a correr. Corrió paralela al río, escaneando de un lado a
otro, buscando una salida, buscando una escotilla de escape, un asiento
eyectable, algo que la llevara lo más lejos posible de Ella.
No supo cuánto tiempo corrió antes de tropezar con lo que parecía un
sitio de construcción abandonado. Sus contornos abultados estaban
envueltos por la oscuridad, pero las farolas enviaban suficiente luz sobre él
para revelar sus contornos básicos. Aminoró el paso, apuntó con la linterna
y estudió el letrero desgastado que anunciaba el proyecto. Parecía un
complejo de oficinas.
Empujando una tabla sucia que cubría una abertura en el costado de lo
que parecía ser una estructura de tres pisos, entró sigilosamente en el sitio.
La respuesta a su difícil situación estaba aquí. Estaba segura de eso.
En algún lugar aquí, iba a encontrar una manera de escapar de Ella para
siempre. ¿Pero dónde?
Caminando sobre tablas desnudas salpicadas de clavos y tornillos,
tejiendo entre pilas de madera y paneles de yeso, se dirigió a una habitación
que estaba casi terminada. El panel de yeso no sólo estaba levantado;
también estaba texturizado y pintado. Y allí, en lo alto de la pared interior,
estaba su respuesta.
Era una abertura de ventilación, descubierta, apenas lo suficientemente
grande para que ella se deslizara por esta. Ese era el camino. Ahí era donde
podía dejar de huir de Ella.
Mirando alrededor de la habitación en busca de una forma de impulsarse
hasta la abertura, vio un caballete volcado. Trotó hacia él, lo enderezó y lo
llevó a un lugar debajo del respiradero. Era fuerte y estable.
Deteniéndose para escuchar, para asegurarse de que estaba sola, se
subió al caballete, se puso de puntillas y pudo enganchar las manos sobre
la parte delantera de la abertura de ventilación. A partir de ahí, se levantó
con sólo los brazos, agradecida por toda la fuerza de la parte superior del
cuerpo que obtuvo gracias a la limpieza profunda en el restaurante.
Una vez que su cabeza estuvo al nivel de la abertura de ventilación,
metió un brazo en busca de algún tipo de asidero. No encontró ninguno,
pero su mano sudorosa se pegó al metal lo suficiente como para darle algo
de apoyo. Pudo mover la parte superior de su cuerpo en la abertura de
ventilación yendo una mano a la vez. Una vez que estuvo tan adentro del
respiradero, sólo tuvo que mover todo su cuerpo, como una serpiente,
hacia el respiradero.
Pero todavía no se sentía segura.
Dejó de retorcerse por un momento, haciendo balance. Encendiendo
su linterna, vio un giro hacia abajo en el respiradero. Avanzó poco a poco
hacia él.
Sí. Esto era.
Apuntando su cabeza hacia el espacio similar a una rampa, se deslizó
hacia adelante.
Un poco más lejos.
Y un poco más lejos.
Su linterna se deslizó de su mano sudorosa y tintineó contra las paredes
de ventilación de metal cuando cayó fuera del alcance de Delilah. Escuchó
cómo chocaba contra algo con un crujido agudo. Debió haberse roto
porque el espacio se oscureció.
Los hombros de Delilah la encajaron con tanta fuerza en el compacto
recinto metálico que supo que finalmente lo había encontrado. Aquí era
donde Ella no podría encontrarla.
Nadie la encontraría aquí.
Tratando de moverse sólo para estar segura, confirmó que estaba
atascada, completamente atascada.
Su respiración se hizo más lenta. Se relajó.
No podía moverse en ninguna dirección.
Nunca más tendría que huir de Ella.
A decir verdad, a Stanley no le gustó el lugar. Algo en la forma en
que estaba oculto a los transeúntes le hizo preguntarse qué secretos se
guardaban allí. ¿Era incluso un negocio legítimo o se estaban haciendo
tratos incompletos debajo de la mesa? Stanley no lo sabía. Cuando fue
contratado, el supervisor le había dicho que su trabajo se basaba en la
necesidad de saber y, en lo que respecta al negocio, Stanley no necesitaba
saber nada. Después de un año y medio en el trabajo, lo único que sabía
con certeza era que sus cheques de pago siempre se liquidaban en el banco.
Para llegar al trabajo, tenía que caminar a través de un patio de
almacenamiento lleno de madera, bloques de concreto y vigas de acero.
Oculta en medio de todos los materiales de construcción había una
escalera que conducía al subterráneo. Una sola bombilla de bajo voltaje
iluminaba los escalones oscuros lo suficiente para que él pudiera encontrar
el camino hacia abajo con seguridad. Al pie de las escaleras, tuvo que pasar
por el mismo contenedor de residuos biológicos apestoso por el que
pasaba todas las noches. Siempre tenía exactamente la misma mezcla de
malos olores: algo químico, algo así como comida podrida y, lo que es más
inquietante, algo parecido a cómo se imaginaba el olor de la carne en
descomposición. El hedor marcó el tono de la noche que Stanley estaba a
punto de pasar.
Al igual que el contenedor de residuos biológicos, el trabajo de Stanley
apestaba.
Escaneó su placa de identificación y la enorme puerta de metal se abrió
con un gemido que siempre parecía expresar cómo se sentía Stanley acerca
de su próximo turno. A veces, él gemía junto con esta.
La instalación estaba oscura y carecía de ventilación adecuada. Debido
a su ubicación subterránea, siempre había un nivel de humedad en el aire
que hacía que Stanley se sintiera húmedo. Supuestamente, el edificio era
una fábrica, pero incluso en el interior, no proporcionaba ninguna pista
sobre qué tipo de trabajo podría haberse realizado allí. El edificio era una
red de pasillos en penumbra débilmente iluminados por luces verdosas
enfermizas. Redes de tubos negros serpenteaban por encima. A lo largo de
los pasillos había gigantescas puertas metálicas cerradas. Stanley no tenía
idea de lo que sucedía detrás de ellas.
Si el lugar fuera una fábrica, sería lógico que hubiera personas en las
instalaciones fabricando algo. A veces, Stanley podía oír los golpes y el
retumbar de algún tipo de maquinaria detrás de las grandes puertas
cerradas. Supuso que debía haber otros trabajadores en el edificio,
personas operando la maquinaria, pero durante todo su tiempo en el
trabajo, aún no había visto a otro ser humano.
Era extraño ser un guardia y no saber realmente qué era lo que estaba
protegiendo.
Stanley caminó por uno de los pasillos, escuchó silbidos y golpes desde
detrás de una de las puertas de metal, y luego escaneó su placa de
identificación para ingresar a la oficina de seguridad. Se sentó en su
escritorio, donde podía ver todas las entradas y salidas del edificio en los
monitores de alta tecnología de la instalación.

☆☆☆
Stanley había sido contratado para trabajar en esta instalación hace un
año y medio. En su entrevista de trabajo, se hizo evidente que este trabajo
no se parecía a ningún otro puesto de guardia de seguridad que hubiera
tenido antes. El supervisor que lo contrató era un extraño hombrecito
calvo con un traje demasiado grande que se inquietaba y parecía tener
dificultades para mirar a Stanley a los ojos.
—No es un trabajo difícil —había dicho el hombre—. Te sientas en la
oficina de seguridad, observas las salidas del edificio en los monitores y te
aseguras de que no salga nada.
—¿Qué no salga nada? —había preguntado Stanley—. En otros trabajos,
siempre he observado para asegurarme de que nadie ingrese.
—Bueno, no se trata de otros trabajos —había respondido el
hombrecillo nervioso, interesándose repentinamente por los papeles de su
escritorio—. Sólo mira las salidas y estarás bien.
—Sí, señor —había dicho Stanley. Estaba confundido, pero no quería
causar problemas. Lo habían despedido de su puesto anterior y las facturas
se estaban acumulando. Necesitaba este trabajo.
—¿Cuándo crees que puedas empezar? —le había preguntado el
hombre, mirando en la dirección general del rostro de Stanley pero sin
mirarlo a los ojos.
—Tan pronto como me necesite, señor. —Stanley esperaba una
entrevista más rigurosa. Por lo general, para los trabajos de seguridad,
había muchas preguntas, pruebas de personalidad, referencias a las que se
debía dar seguimiento y una revisión exhaustiva de antecedentes. Las
empresas querían asegurarse de no contratar al zorro para cuidar el
gallinero, como solía decir la abuela de Stanley.
—Excelente —había dicho el hombre con lo que era casi parecía una
sonrisa—. Hemos tenido una vacante repentina, me temo, y necesitamos
con urgencia a alguien para ocupar el puesto.
—¿El tipo se ha ido sin más?
—Es una forma de decirlo —había dicho el hombre, mirando más allá
de Stanley—. Desafortunadamente, el guardia de seguridad anterior…
falleció repentinamente. Fue muy trágico.
—¿Qué le sucedió? —había preguntado Stanley. Sabía que había peligros
inherentes en el trabajo, pero si el guardia anterior había sido asesinado en
el cumplimiento de su deber, sintió que debería ser informado. Si este
trabajo era especialmente peligroso, necesitaba saber en qué se estaba
metiendo y tomar una decisión informada.
—Me temo que un infarto masivo —respondió el hombre, mirando
hacia abajo y revolviendo algunos papeles en su escritorio—. Nunca
sabemos cuánto tiempo tenemos, ¿verdad?
—No, señor —había dicho Stanley, pensando en su padre, a quien había
perdido recientemente.
El hombre asintió pensativamente y luego miró a Stanley.
—Pero creo que le resultará un trabajo fácil. Sólo mantenga un ojo en
esas salidas, asegúrese de que todo lo que se supone que deba estar en el
edificio permanezca en el edificio y todo irá bien.
—Sí, señor. Gracias. —Había extendido la mano para estrechar la fría y
huesuda mano del hombre, y así, obtuvo el trabajo.
Como resultado, Stanley había pasado el último año y medio
monitoreando las salidas para asegurarse de que “no saliera nada”, aunque
no estaba del todo seguro de lo que significaba esa frase. ¿Por qué el
hombre que lo había contratado había dicho “nada” en lugar de “nadie”?
¿Qué era exactamente lo que estaba esperando Stanley? Había pensado
que algún día podría preguntarle al extraño y nervioso hombrecillo, pero
desde esa breve entrevista de trabajo, nunca lo volvió a ver.
Stanley desatornilló la tapa de su termo de café y se preparó para otra
noche larga y solitaria.
No le importarían tanto las noches solitarias si sus días no fueran
también solitarios. Hasta hace dos semanas, cuando Amber, su novia desde
hace más de dos años, lo dejó, sus días habían sido más brillantes. Durante
sus aburridas horas de trabajo, Stanley en realidad esperaba ansioso el
tiempo que le esperaba una vez que marcaba la salida a las 7:00 a.m.
Caminar hacia el City Diner al otro lado de la calle para tomar un gran
desayuno: huevos, tocino, tostadas y crujientes croquetas de patata con
cebolla. Una vez que su estómago estaba lleno, caminaba de regreso a su
apartamento y se quedaba dormido exhausto durante unas horas. Después,
se despertaba, se comía un sándwich, limpiaba un poco o lavaba la ropa y
luego jugaba videojuegos hasta que Amber salía del trabajo en la tienda de
comestibles a las cinco.
Amber siempre traía ingredientes para la cena. Le encantaban los
programas de cocina de la televisión y le gustaba probar nuevas recetas, lo
que le parecía bien a Stanley. Le encantaba comer y tenía la barriga para
demostrarlo. No estaba gordo exactamente, sólo bien acolchado, como un
cómodo sofá. Costillas de cerdo con salsa de ciruela, adobo de pollo,
espaguetis a la carbonara: cualquier receta nueva con la que Amber quisiera
experimentar, Stanley estaba feliz de comérsela. Amber y Stanley
preparaban la cena juntos, y luego se sentaban uno frente al otro en su
pequeña mesa de la cocina y comían y hablaban sobre sus días. Dado que
Amber realmente veía gente en su trabajo, a menudo tenía historias
divertidas sobre cosas que habían sucedido en la tienda. Después de cargar
el lavavajillas, se acurrucaban en el sofá y miraban programas de televisión
o una película hasta que llegaba el momento de que Stanley se preparara
para trabajar. La mayoría de sus citas eran noches acogedoras, pero en las
noches libres de Stanley, salían a cenar, por lo general a Luigi's Spaghetti
House o Wong's Palace, y veían una película o iban a jugar a los bolos.
El tiempo de Stanley con Amber siempre se sentía feliz y cómodo, y
había pensado que ella sentía lo mismo. Pero en el terrible día en que
rompió con él, dijo—: Esta relación está tan estancada como un estanque
de ranas. No va a ninguna parte.
Stanley, sin entender la situación dijo—: Bueno, ¿a dónde te gustaría que
fuera?
Ella lo había mirado como si su pregunta fuera parte del problema.
—Eso es todo, Stanley. No deberías tener que preguntar.
Stanley tenía apenas veinticinco años y Amber era la primera novia seria
que había tenido. La amaba y se lo había dicho, pero no se sentía ni
emocional ni financieramente preparado para el compromiso o el
matrimonio. Había pensado que lo que él y Amber tenían era suficiente
por ahora. Era una lástima que ella no se sintiera así también.
Unos días antes, Stanley había ido a la fiesta del quinto cumpleaños de
su sobrino Max en la casa de su hermana Melissa. Era la primera vez que
salía de la casa para ir a cualquier lugar que no fuera el trabajo desde la
ruptura. Al principio, la vista de los niños en edad preescolar juguetones y
la festividad familiar de los globos, el pastel y los regalos lo animaron un
poco. Había ido con su uniforme porque sabía que Max pensaba que era
genial, y resultó que los otros chicos de la edad de Max también pensaban
que era genial. Lo habían asaltado diciendo cosas como—: ¡Tu placa es muy
brillante! y ¿Persigues a los malos? —A Stanley le gustaban los niños
pequeños. Desde siempre.
Después de que los niños volvieron a sus juegos de la fiesta, Stanley
escuchó a los padres que estaban parados, hablando y riéndose de las cosas
que sus hijos decían o hicieron. Había empezado a pensar, ¿y si Amber
hubiera sido su última oportunidad de establecerse y tener hijos y lo
hubiera arruinado? ¿Y si estuviera condenado a ser siempre el tío soltero
en la fiesta de cumpleaños de su sobrino, parado al margen, y nunca el
marido de alguien, el padre de alguien?
No ayudó que Todd, el cuñado de Stanley, se hubiera acercado
sigilosamente a él y le dijera—: Oye, hombre, estaba recogiendo un pedido
para llevar en Luigi la otra noche y vi a tu ex en una cita con el gerente del
Snack Space.
Stanley casi se atragantó con su pastel de cumpleaños.
—¿Ella ya está saliendo con alguien más?
—Estoy seguro de que parecía una cita. Probablemente lo tenía
planeado incluso antes de romper contigo —había dicho Todd—.
¿Conoces al hombre? —Stanley había negado con la cabeza—. Bueno, odio
decírtelo, pero es alto y está en forma. Una vestimenta elegante también.
Revisé su auto en el estacionamiento cuando me fui. Era un coche
deportivo.
Stanley era bajo y rechoncho y no tenía auto, y si lo tuviera, seguro que
no sería nada tan caro como un auto deportivo. Quizás por eso su relación
con Amber se había estancado. Ella quería ascender en la escala social y él
estaba contento donde estaba.
Stanley estancado, debería llamarse.
Tenía que dejar de cavilar, se dijo. Estaba en el trabajo, por lo que
debería estar trabajando. Bebió su café y monitoreó la falta de actividad en
el edificio. Todas las salidas estaban despejadas. No deseaba correr peligro,
pero sería bueno tener algo que hacer.
Incluso con la cafeína, sus párpados empezaron a pesarse y su cabeza se
sentía como una bola de boliche que intentaba llevar sobre sus hombros.
Empezó a cabecear. Esto era típico. En cualquier turno dado, era probable
que pasara cuatro de las ocho horas profundamente dormido. Esa fue una
de las razones por las que no se esforzó demasiado en buscar otro trabajo
a pesar de su aburrimiento y soledad. ¿Cuántos lugares te pagarían por
dormir? Pronto Stanley estaba durmiendo en su silla, con la cabeza echada
hacia atrás y sus grandes pies apoyados en el escritorio.
¡Beep! ¡Beep! ¡Beep! ¡Beep!
Stanley fue despertado por una alarma. Desorientado por un segundo,
lo confundió con el despertador de su casa, pero luego recordó dónde
estaba y miró los monitores. Se había activado un sensor de movimiento
en un conducto de ventilación de la oficina de seguridad. Bueno, al menos
no tendría que ir muy lejos para comprobar las cosas. Se estiró, se levantó
de su silla y agarró su linterna.
Se puso en cuclillas en el suelo, quitó la tapa del respiradero y enfocó la
linterna en la oscuridad. No vio nada.
Realmente, el respiradero era demasiado pequeño para que algo
demasiado peligroso pasara a través de él. Quizás un ratón o una rata
habían activado el sensor. Si el problema continuaba, podría completar un
informe (aunque nunca estuvo realmente seguro de quién recibía y leía los
informes que enviaba) y sugerir que la gerencia llamara a una empresa de
control de plagas.
Stanley bostezó y volvió a su silla. Era hora de volver a su siesta.
Dos horas después, se despertó sobresaltado. Se sentó, se limpió la
baba de la boca y miró los monitores. Nada. Pero en su escritorio había un
objeto que no había estado ahí antes. No fue evidente de inmediato qué
era.
Tras una inspección más cercana, parecía ser un juguete, una especie de
muñeca con brazos y piernas articuladas. Llevaba un diminuto tutú blanco
y sus patitas estaban pintadas de blanco, por lo que parecía que llevaba
zapatillas de ballet. Tenía los brazos en alto como una bailarina que estaba
a punto de hacer una pirueta. Stanley sonrió para sí mismo ante su
conocimiento rudimentario de la terminología del ballet. Todos esos
momentos en que lo arrastraron a los recitales de ballet de su hermana
mayor cuando era niño al menos le habían enseñado algo. La simple muñeca
articulada también le recordó un poco a las muñecas articuladas que había
en la sala de arte de su escuela secundaria. Las muñecas de madera se
pueden colocar en una variedad de posiciones para enseñar a los
estudiantes a dibujar la forma humana. Pero a diferencia de las muñecas de
la sala de arte, que no tenían rostro, esta muñeca bailarina tenía rostro.
Pero no era la cara que esperarías.
Parecería lógico que se pintara la cara de una muñeca bailarina para que
pareciera la de una chica hermosa. Esta no. Su rostro era blanco de payaso.
Sus grandes cuencas de ojos negros estaban en blanco y vacías. No tenía
una nariz discernible, pero su gran boca negra era un enorme agujero sin
dientes, sonriente. La cara no coincidía en absoluto con el cuerpo. ¿Por
qué alguien pintaría la cara de una muñeca bailarina con un estilo tan
macabro?
La mente de Stanley estaba llena de preguntas. ¿Qué era esta cosa
extraña y qué estaba haciendo en su escritorio? ¿Quién la había puesto ahí?
Cogió la muñeca. Pasó unos momentos doblándola en diferentes
posiciones. «¡Mira! ¡Ahora ella está haciendo las divisiones! ¡Ahora está
haciendo un baile folclórico ruso!» Stanley se rio entre dientes por lo
fácilmente que se divertía. Realmente pasaba demasiado tiempo solo en
estos días. Debería tener un pasatiempo. Inclinó la muñeca para hacer que
ella hiciera el pino.
Una pequeña voz desde el interior del cuerpo de la muñeca dijo—: ¡Nos
gustas!
—¿Qué fue eso? —dijo Stanley, inclinando la muñeca de nuevo. Debía
tener algún tipo de chip de sonido en su interior que reaccione al
movimiento.
—¡Nos gustas! —Era la voz de una niña pequeña, aguda y risueña. Linda.
—¿A quiénes más? —preguntó Stanley, sonriendo a la muñeca—. Sólo
veo a una de ustedes. —La inclinó.
—¡Me gusta estar cerca de ti! —chirrió la muñeca.
—Bueno, créeme, ha pasado un tiempo desde que una chica me dijo
eso —respondió Stanley, levantando la muñeca para mirarla mejor—.
Lástima que seas diminuta y no seas una humana real. También tienes un
aspecto extraño. —La inclinó de nuevo. Se preguntó cuántas frases
grabadas había en su vocabulario.
—¡Eres tan cálido y blando! —dijo la muñeca con una risita.
Eso era nuevo. Pero era cierto, o al menos la parte de blando lo era.
Había estado comiendo como un elefante desde que Amber rompió con
él. Siempre había sido un gran comensal, pero esto era diferente. Ahora
estaba comiendo debido a la tristeza: tarrinas enteras de helado de masa
de galleta con chispas de chocolate, bolsas tamaño familiar de papas fritas
con salsa de cebolla francesa, media docena de tacos de comida rápida de
una sola vez. Alimentación emocional, lo llamaron los expertos en Internet.
Comer emocionalmente lo había convertido en un desastre cálido y
blando. Debería empezar a comer más sano: ensaladas y frutas y pollo a la
parrilla. Y necesitaba volver al gimnasio. Tenía una membresía en el
gimnasio. Simplemente no podía recordar la última vez que la había
usado… tal vez antes de que él y Amber fueran pareja.
—Creo que eres una buena influencia para mí —le dijo a la muñeca,
sonriendo mientras la inclinaba.
—¡Llévame a casa contigo! —dijo la muñeca con esa misma risita en su
voz.
La volvió a dejar en su escritorio.
—Podría hacer eso, pequeña muñeca. Es casi como si te hubieran dejado
aquí como un regalo para mí. —Pero, ¿quién se la habría dejado? Volvió a
mirar el cuerpo de bailarina de la muñeca y su extraño rostro parecido a
una máscara—. Eres un regalo extraño, pero no sé… me gustas un poco.
—Se inclinó.
—¡Nos gustas! —dijo la muñeca.
—Así que el sentimiento es mutuo —dijo Stanley, riendo de nuevo.
Dejó la muñeca y miró los monitores. Nada en las salidas. Era hora de
terminar esa siesta.
Stanley estaba en Luigi’s Spaghetti House comiendo solo en una mesa. Estaba
cortando los espaguetis en palitos con su cuchillo de mantequilla, lo que solía
volver loca a Amber. Se suponía que debes girarlo en tu tenedor, decía, usando
la cuchara para evitar que los fideos se cayeran. Para Stanley, eso siempre le
parecía una demora innecesaria para llevarse la comida a la boca. Él sentía lo
mismo por los palillos cuando comían en Wong's Palace, que Amber siempre
insistía en usar mientras Stanley le metía eficientemente el pollo de General Tso
con un tenedor.
Pero Stanley y Amber ya no comían juntos en ningún lado. Estaba sentada en
una mesa acogedora en un rincón con un hombre guapo y bien vestido. Estaban
hablando y riendo y comiéndose bocados unos a otros de sus platos. Stanley se
sintió avergonzado de estar sentado solo en su mesa, pero Amber y su cita no
parecían verlo. Era como si fuera invisible. Stanley miró alrededor del comedor
para evitar mirar a Amber y su nuevo novio. En la cabecera de la habitación,
donde normalmente había un piano, había un ataúd. El padre de Stanley yacía
dentro, con sus mejillas hundidas demasiado rosadas por el maquillaje donde el
funerario había tratado de disfrazar su palidez de muerto.
Dondequiera que mirara, Stanley veía a alguien a quien había amado y
perdido. Miró su plato para evitar ver a nadie más. Sus espaguetis se habían
convertido en una maraña de gusanos retorciéndose.
—Los gusanos entran, los gusanos salen. Te comen las tripas y las escupen…
—Stanley recordó la canción espantosa del patio de recreo cuando era niño. Era
morboso, seguro, pero ¿qué sabían de la muerte en ese entonces? Pero ahora su
infancia se había ido, su padre se había ido, Amber se había ido… ¿por qué todo
lo bueno tenía que desaparecer? Cogió el plato de gusanos y lo arrojó al otro lado
de la habitación. El plato se hizo añicos contra la pared y dejó una mancha roja
de salsa de espagueti salpicada de fideos picados.
Stanley se despertó sin aliento. «Está bien», se dijo a sí mismo. «Fue sólo
una pesadilla». Pasaron cinco minutos hasta que terminó su turno y la
muñeca que había estado en su escritorio se había ido. Fue extraño. Nadie
más que él estuvo aquí. ¿Quién habría entrado en la oficina de seguridad y
se la habría llevado? Tal vez la misma persona que había entrado y la había
dejado en primer lugar, quienquiera que fuera.
Por una fracción de segundo consideró presentar un informe al
respecto, pero se dio cuenta de que no había forma de que pudiera hacerlo.
¿Qué diría? «Me quedé dormido en mi puesto a las 3:02 a.m. Me desperté
y encontré una muñeca en mi escritorio. Me volví a dormir, me desperté
y se había ido». Esa era una forma rápida de ser despedido.
Si Amber todavía estuviera presente, tendría una historia que contar
sobre algo interesante que sucedió en el trabajo por una vez. Esos fueron
algunos de los momentos más tristes de los ya tristes días de Stanley,
cuando pensaba: «¡Espera a que se lo diga a Amber!» y luego recordaba
que no había Amber a quien contarle.
Stanley se tapó la nariz al pasar junto al contenedor de residuos
biológicos fuera de las instalaciones. Salió de las escaleras hacia un día
brillante y soleado. Después de permanecer en un agujero oscuro durante
ocho horas, sus ojos siempre necesitaban unos minutos para adaptarse a
la intensidad de la luz del día. Entrecerró los ojos y parpadeó, como un
lunar que acaba de salir de su túnel subterráneo.
Stanley cruzó la calle hacia el City Diner, se sentó en su habitual
reservado de vinilo rojo y colocó su taza de café boca abajo en posición
vertical. Casi como por arte de magia, Katie, la mesera, estivo ahí para
llenarlo. Stanley sabía un poco sobre Katie por tener una pequeña charla
con ella. Tenía más o menos su edad y estaba tomando algunas clases en el
colegio comunitario ahora que su hijo había comenzado el preescolar.
—¿Quieres lo de siempre, Stan? —preguntó. Su sonrisa era amistosa y
sus ojos eran muy azules. Era más bonita de lo que Stanley recordaba que
era.
Quizás estaba solo. Desde la ruptura, a menudo pasaba días enteros en
los que Katie era el único otro ser humano con el que hablaba.
—En realidad, creo que hoy podría echar un vistazo al menú, Katie. —
Si iba a tomar decisiones más saludables, sería mejor que comenzara ahora,
aunque era difícil de hacer con el irresistible olor a tocino flotando en el
restaurante.
Ver lo que comían otras personas tampoco ayudó. El tipo en la mesa
frente a él estaba comiendo una pila de panqueques altos, dorados, bañados
en mantequilla y jarabe de arce. Se veían deliciosos. Katie le entregó la
carpeta plastificada.
—Cambiando desde esta mañana, ¿verdad?
—Pensé que podría hacerlo. —Revisó el menú en busca de opciones
más saludables. Ninguna de ellas sonaba tan sabroso como su orden
habitual, pero si iba a ponerse menos “blando”, tendría que hacer algunos
sacrificios—. Creo que tomaré la tortilla de champiñones y clara de huevo
con la salchicha de pavo y la tostada integral.
Katie sonrió mientras anotaba su orden.
—Estoy impresionada. Vas ponerte a dieta, ¿verdad?
Sonrió y se palmeó el vientre.
—Estoy pensando en ello.
Después de que Katie se fue para hacer su pedido, Stanley dejó que su
mirada vagara por el restaurante. En el último reservado de la esquina, un
anciano estaba sentado con una taza de café y leyendo el periódico. Estaba
en el City Diner todas las mañanas, siempre solo, y tomaba un café mucho
después de que su plato de desayuno se hubiera limpiado. Stanley podía
sentir la soledad del anciano con tanta seguridad como podía sentir la suya
propia. Se preguntó, ahora que Amber lo había dejado, si su destino sería
el mismo que el del anciano. ¿Envejecería y se sentiría tan solo que se
sentaría durante horas en lugares públicos sólo para tener la ilusión de
tener alguna compañía?
¿No era eso lo que el propio Stanley estaba haciendo en este momento?
—Aquí tienes —dijo Katie, entregando su desayuno con una sonrisa.
La tortilla de clara de huevo era sorprendentemente decente, pero
cuando trató de comer su tostada integral, tuvo dificultades para tragarla.
De repente, le dolía la garganta y se sentía como si estuviera hinchada y
parcialmente cerrada. Fue extraño. No recordaba la última vez que había
tenido dolor de garganta. Apartó su plato de desayuno.
—¿Las cosas saludables no saben tan bien? —preguntó Katie, limpiando
sus platos—. Usualmente eres miembro del club de plato limpio.
—No, estuvo bien —dijo Stanley, con voz ronca—. Me duele mucho la
garganta. Hace que sea difícil comer.
—Bueno, hay todo tipo de bichos circulando. Muchos niños y maestros
están enfermos en el preescolar de mi pequeño. Espero que no te ocurra
algo.
—Yo también lo espero —respondió Stanley. Pero era muy posible que
pasara. ¿Quién sabía cuántos gérmenes se arremolinaban alrededor de esa
instalación subterránea oscura y húmeda a la que nunca llegaba el aire
fresco o la luz del sol?
De camino a casa, se detuvo en la farmacia y compró unas pastillas para
el dolor de garganta. Sacó una tan pronto como las hubo pagado. Tragar
se estaba volviendo cada vez más doloroso y difícil.
Cuando Amber iba a diario, Stanley había mantenido su apartamento
razonablemente limpio. Ahora, cuando entró, se sintió como una sorpresa
doblemente desagradable. Estaba el desorden, pero también estaba el
significado detrás del desorden: era un recordatorio de que Amber se había
ido. La mesa de café estaba abarrotada de latas de refrescos medio vacías,
envoltorios de hamburguesas, cajas de pollo frito y recipientes chinos para
llevar. La ropa sucia estaba esparcida en pilas al azar por el suelo. Una parte
de él quería limpiarlo, pero el resto de él dijo: «¿Qué importa? Ella no va a
volver y no hay nadie más que yo para ver el desastre».
Stanley desenvolvió una pastilla para la garganta y se la metió en la boca.
Definitivamente se estaba poniendo enfermo. Estupendo. Eso era justo lo
que necesitaba. Una cosa más para hacer su vida un poco más miserable.
Su madre siempre había creído mucho en el vapor cuando él o su
hermana estaban resfriados, así que decidió tomar una ducha caliente. Si la
congestión era lo que le causaba dolor de garganta, respirar un poco de
vapor podría ayudar. Al quitarse la camisa del uniforme de seguridad, le
costó mucho sacar el brazo izquierdo de la manga. Una vez que finalmente
se quitó la camisa, pudo ver el problema. Su brazo izquierdo estaba
hinchado a casi el doble del tamaño del derecho. El brazo también se sentía
extraño. Entumecido, como cuando un pie “se duerme”. Sacudió su brazo,
tratando de despertarlo, pero aún le faltaba sensación.
¿Qué tipo de enfermedad extraña le provocaba dolor de garganta y un
brazo entumecido e hinchado? No era médico, pero sabía que esos dos
síntomas no iban juntos.
Stanley subió la temperatura de la ducha lo más caliente que pudo.
Cuando mantuvo su brazo izquierdo debajo del rociador de la boquilla,
no pudo sentir ni el calor ni los chorros de agua golpeando su piel. Después
de salir de la ducha, se puso una camiseta y pantalones deportivos, tomó
dos ibuprofenos, tomó otra pastilla y se metió en la cama. Cualquiera que
sea esta enfermedad, tal vez el descanso la arreglaría.
Durmió durante ocho horas, una siesta oscura y sin sueños. Cuando se
despertó, sintió como si le hubieran cortado la garganta. Se agarró el
cuello, apartó la mano y la miró, casi esperando ver sangre. Se sentó
lentamente, con la cabeza confusa, adolorida y desorientada. Su brazo
izquierdo todavía estaba entumecido y se sentía pesado y débil, un objeto
plomizo que se vio obligado a arrastrar pero no le sirvió de nada.
Tomó otra pastilla para la garganta a pesar de que la primera no había
comenzado a tocar su nivel de dolor. En el baño, se miró en el espejo.
Tenía los ojos inyectados en sangre y parecía que no había dormido
durante días a pesar de que debería haber descansado bien. Un dolor de
garganta… ¿Qué solía darle su mamá para el dolor de garganta cuando era
un niño? Recordó los días en que se quedaba en casa enfermo y no iba a la
escuela y su madre lo cuidaba. Té caliente con limón y miel, eso era lo que
ella siempre le había preparado. Estaba bastante seguro de que tenía
algunas bolsitas de té en alguna parte. Fue a la cocina y rebuscó en los
gabinetes hasta que encontró una caja de bolsitas de té que había estado
ahí desde quién sabe cuándo. «El té no caduca, ¿verdad?»
Puso una taza de agua en el microondas y sumergió la bolsita de té en
ella. Encontró un pequeño paquete de plástico de miel en el cajón que
estaba lleno de paquetes de mostaza, salsa de tomate y salsa de soja para
llevar del restaurante. Agregó la miel al té. Recordó a su mamá diciendo
que la miel era reconfortante porque te cubría la garganta. No recordaba
para qué era el limón, pero tendría que prescindir de él.
Encendió la televisión para comprobar los resultados deportivos y tomó
un sorbo de su bebida caliente. Ayudó un poco. Cuando terminó, volvió a
la cocina y abrió una lata de sopa de pollo con fideos. Se suponía que la
sopa de pollo era buena para las personas enfermas, ¿verdad? Calentó la
sopa en la estufa, luego llevó un tazón a la sala de estar para comer frente
al televisor. Rápidamente descubrió que todo lo que podía hacer era tomar
un sorbo del caldo. Los trozos de pollo y los fideos dolían demasiado al
bajar. Se sentía como si estuviera tragando piedras.
Stanley tomó más ibuprofeno y chupó otra pastilla para la garganta y
esperaba sentirse mejor a medida que avanzaba la noche. Pero la sensación
de dolor en su garganta no desapareció más de lo que volvió la sensación
de algo en su brazo izquierdo. Jugó con la idea de llamar diciendo que
estaba enfermo, pero sabía que no podía perderse ocho horas de paga. El
dinero era demasiado escaso. Apenas tenía suficiente para el alquiler y los
comestibles. Cuando se puso el uniforme, la manga izquierda de la camisa
estaba tan apretada que apenas podía doblar el codo.
No fue fácil caminar hasta el trabajo, con su garganta dolorida y su brazo
izquierdo sin vida, pero finalmente llegó al patio de almacenamiento y bajó
las escaleras ocultas. Como de costumbre, contuvo la respiración al pasar
junto al apestoso contenedor de residuos biológicos y escaneó su placa de
identificación en la puerta. En la instalación, dejó que sus ojos se adaptaran
a la tenue luz verdosa por un momento antes de dirigirse a la oficina de
seguridad. Comprobó los monitores y no vio nada fuera de lo normal. Bien.
Estaba cansado, con dolor y listo para una siesta. Se reclinó en su silla y
dejó que el agradable olvido del sueño se apoderara de él.
Se despertó con un grito ahogado, sintiendo que lo estaban observando.
Miró a su alrededor y comprobó los monitores. Nada. Pero la muñeca
estaba de nuevo en su escritorio.
La recogió y le sonrió.
—¿Tú otra vez? —Su voz se estaba volviendo más ronca—. ¿De dónde
vienes? ¿Alguien está jugando conmigo? —Quizás tenía un admirador
secreto, pensó, pero inmediatamente descartó la idea por ridícula. ¿Qué
tipo de admirador secreto extraño le dejaría una muñeca bailarina? No es
el tipo de admirador secreto que le gustaría, eso es seguro. Inclinó la
muñeca para activar su voz.
—Nos gustas —chirrió en su tono de niña feliz.
—A mí también me gustas, muñequita. No estoy seguro de por qué,
pero lo hago. —Tal vez tener a la muñeca parlante con él en el trabajo era
como si las personas mantuvieran la televisión encendida de fondo todo el
tiempo en sus hogares. Un poco de ruido era un recordatorio de que,
aunque no se sintiera así, no estabas solo en el mundo. Triste pero
comprensible. El mundo era un lugar solitario. Volvió a darle la vuelta a la
muñeca.
—Llévame a casa contigo.
—Bueno, ayer te iba a llevar a casa conmigo, pero cuando desperté, te
habías ido. Supongo que perdiste tu oportunidad, ¿eh? ¿A quién perteneces
de todos modos? —La inclinó.
—Llévame a casa contigo.
Examinó la muñeca.
—Quizás perteneces a la hija de alguien más que trabaja aquí. No quiero
quitarle el juguete a una niña. Estarías mejor con una niña pequeña que
conmigo. —La inclinó.
—Llévame a casa contigo —volvió a decir la muñeca.
Era una lástima que las mujeres reales no insistieran tanto en tener su
compañía.
—Alguna niña podría enfadarse mucho si su muñeca se va. Y soy un gran
hombre adulto. —Entonces, ¿por qué estaba hablando con esta muñeca
como si pudiera entender lo que decía y haciendo que le doliera la garganta
en el proceso? «Este virus o lo que sea debe estar volviéndome loco»,
pensó. Y ahí fue de nuevo, inclinando la cosa para escuchar lo que diría.
—Llévame a casa contigo.
Dejó la muñeca sobre el escritorio. Oficialmente había cruzado la línea
de lindo a molesto.
—Bien, bien. Si te quedas en este escritorio hasta que termine mi turno,
te llevaré a casa conmigo. Pero ahora es la hora de la siesta. —Bien entrada
la noche. Se reclinó en su silla y volvió a quedarse dormido.
Stanley llegaba tarde al trabajo. Estaba tratando de prepararse, pero sus
grandes dedos gordos eran demasiado torpes para abrocharse la camisa de su
uniforme o atarse los zapatos. Necesitaba ayuda, pero estaba completamente
solo. Finalmente, sabiendo que llegaría terriblemente tarde si no se marchaba de
inmediato, salió corriendo a la calle con la camisa a medio abotonar y los zapatos
desatados. Pero cuando miró a su alrededor, todos los puntos de referencia
familiares de su vecindario habían desaparecido. ¿Dónde estaba Greenblatt’s
Deli? ¿Dónde estaba la tintorería de la chica holandesa? Miró hacia un letrero de
la calle y vio que los nombres de las calles habían cambiado. El letrero que una
vez decía "Forrest Avenue" ahora decía "Fazbear Avenue". No tenía sentido, pero
estaba perdido. ¿Cómo pudo pasar eso cuando estaba a sólo diez pasos de la
puerta de su edificio de apartamentos?
Finalmente, llamó a un taxi y le dijo al conductor la dirección del patio de
almacenamiento que ocultaba su lugar de trabajo. Ninguna de las calles o
edificios le resultaba familiar mientras recorría la ciudad, pero el conductor
parecía saber a dónde se dirigía. Stanley se dijo a sí mismo que debía respirar y
relajarse. Estuvo bien; las cosas estaban bajo control ahora.
El taxi se detuvo en una calle lateral oscura que Stanley no reconoció.
Quizás, después de todo, el taxista no sabía adónde iba.
—Oye, amigo. No creo que sepas la dirección correcta.
Cuando el taxista se dio la vuelta, su rostro no era humano. Era una extraña
versión robótica de la cara de un animal, rosa y blanco con un hocico largo, orejas
grandes y ojos amarillos brillantes. La cara, aparentemente con bisagras, se abrió,
revelando los orbes completos de los ojos de la criatura y una boca llena de
dientes como cuchillos. Abrió más las mandíbulas y se abalanzó hacia Stanley en
el asiento trasero, rompiendo el panel de vidrio que los separaba.
«¿Había gritado?» se preguntó Stanley mientras trataba de deshacerse
de la pesadilla. Probablemente su dolor de garganta lo había dejado tan
ronco que no podría haber gritado si lo hubiera intentado. Pero incluso si
lo hubiera hecho, ¿quién lo habría escuchado, escondido en su pequeña y
oscura oficina? Podría morir aquí y nadie se daría cuenta. Nadie vigila al
guardia de seguridad.
¿Qué era esa cosa en su sueño, de todos modos?
Cuando finalmente se despertó del todo y pudo reorientarse a su
entorno familiar, notó que la muñeca se había ido de nuevo. Fue raro.
Quería contárselo a alguien, pero ¿a quién se lo diría?
En el City Diner, Katie llenó su taza de café.
—Te ves como si podrías necesitar esto —le dijo.
Stanley hizo una mueca mientras trataba de tragar un sorbo del líquido
hirviente. El café probablemente fue una mala idea.
—¿Quieres lo de siempre o quieres volver a tomar la ruta saludable?
—Avena —dijo Stanley, con su voz con graznido rasposo—. Sólo un
tazón de avena.
Katie frunció el ceño.
—¿Estás bien, Stan? No suenas tan bien.
Fue agradable que le importara lo suficiente como para preguntar.
—El dolor de garganta está peor. —Se frotó el cuello—. No creo que
pueda comer alimentos sólidos.
—Okey. Avena será. ¿Pero has visto a un médico? Sabes, la farmacia a
la vuelta de la esquina tiene una pequeña clínica ambulatoria. Cuando tuve
una infección de oído el mes pasado, me dieron un medicamento que me
ayudó a curarme. También son bastante económicos.
—No. No quiero médicos. —La gente siempre pensaba que los médicos
podían arreglarlo todo. Pero cuando el padre de Stanley se puso tan
enfermo que ya no podía trabajar, fue al médico, tomó todos los
medicamentos y realizó todos los tratamientos tortuosos que le habían
dicho que hiciera. En seis meses, estuvo muerto de todos modos.
—En realidad, es una enfermera en lugar de un médico en la clínica —
dijo Katie—. Ella es muy buena. Sólo te hará algunas preguntas, le echará
un vistazo a sus oídos, nariz y garganta, y luego le dará una receta.
—Es sólo un bicho. Continuará su proceso —dijo Stanley con voz
ronca. Sin embargo, tenía que admitir que sonaba terrible.
—Como quieras. Te traeré tu avena. Y también te traeré un gran jugo
de naranja a cuenta de la casa. Un poco más de vitamina C no puede hacer
daño.
—Gracias. —A Stanley le sorprendió lo cariñosa que era Katie. Se
preguntó si estaría soltera. Sería bueno tener a alguien que se preocupara
por él.
Comer la avena se sintió como tragar arena caliente. Con la esperanza
de encontrar alivio, tomó un sorbo de jugo de naranja, pero le quemó la
garganta como el ácido de una batería. De camino a casa, se detuvo en la
farmacia y compró unas pastillas para la garganta que se suponía que eran
más fuertes que las que había estado usando. Dudaba que fueran lo
suficientemente fuertes. Una vez que estuvo de regreso en su apartamento,
se quitó los zapatos y se derrumbó en la cama sin siquiera quitarse el
uniforme. Se durmió en segundos.
Se despertó siete horas después con su teléfono sonando. Tenía la boca
seca como el polvo y le ardía la garganta. Cogió el teléfono con el brazo
sano, pero rápidamente descubrió que ahora también estaba adormecido
e hinchado.
Torpemente, se las arregló para levantar el teléfono y acercárselo a la
oreja.
—¿Hola? —su voz era un susurro áspero.
—¿Stan? ¿Eres tú? —era su hermana mayor, Melissa.
—Sí. Soy yo. —No la había visto desde la fiesta de cumpleaños de su
sobrino, pero por lo general ella llamaba de vez en cuando para ver cómo
estaba.
—Suenas horrible. —Stanley pudo escuchar la preocupación en su
voz—. ¿Estás enfermo?
—Es un resfriado —dijo. No quería decir más que el número mínimo
de palabras necesarias para comunicar el significado. Hablar dolía
demasiado.
—No es de extrañar. Trabajas por las noches en esa fábrica oscura y
sin aire. Es como estar en las catacumbas. Me sorprende que no estés
enfermo todo el tiempo. Oye, escucha, los niños están en casa de mamá y
Todd estará jugando a los bolos esta noche. Hice una olla de chile y un
poco de pan de maíz. Pensé que podría llevarte algo y podríamos cenar
juntos.
Aunque se sentía horrible, todavía estaba agradecido por la oferta de
compañía. Al menos no tenía que afrontar otra noche solo.
—Suena bien —dijo con voz ronca.
—Está bien, estaré a las seis. ¿Necesitas que te recoja algo de la
farmacia?
«Una garganta nueva», pensó Stanley, pero dijo—: No, gracias.
Con dificultad, se arrastró fuera de la cama y entró al baño. Se miró en
el espejo para examinar el daño, que era bastante significativo.
Se habían formado sombras oscuras bajo sus ojos inyectados en sangre,
y su piel tenía un tono grisáceo poco saludable. Sin embargo, lo que más le
preocupaba era su brazo derecho. Al igual que el izquierdo, ahora estaba
tan hinchado que la manga de su uniforme era como la envoltura de una
salchicha gorda. No sabía si podría quitarse la camisa sin rasgarla.
Probablemente sería mejor dejarla puesto por ahora.
Se echó un poco de agua en la cara y logró controlar su brazo derecho
entumecido lo suficiente como para pasar un peine por su cabello y
exprimir un poco de pasta de dientes en su cepillo de dientes. Cepillarse
los dientes fue tan insoportable que se le llenaron los ojos de lágrimas.
Sentía la garganta como una herida abierta y el interior de la boca también
estaba en carne viva e inflamada. Cuando se enjuagó la boca y escupió el
agua, estaba manchada de cintas rojas de sangre. Se miró de nuevo en el
espejo. El aseo que había podido manejar no había mejorado mucho. Su
barbilla y mandíbula estaban sombreadas por una barba incipiente, pero no
confiaba lo suficiente en su brazo entumecido como para usar una navaja.
Esto tendría que ser suficiente. Se tambaleó hacia la sala de estar y se dejó
caer en el sofá, incapaz de encontrar ni siquiera la energía suficiente para
levantar el control remoto del televisor.
Melissa, quien aparentemente había sido una persona responsable desde
su nacimiento, llegó a las seis en punto como prometió, con una olla grande
de metal y una de las bolsas recicladas que usaba para la compra. Su cabello
castaño rizado estaba recogido en una cola de caballo ordenada, y todavía
llevaba la camisa abotonada y pantalones caqui que usaba para trabajar.
—Hola, hermano —dijo, entrando por la puerta. Su saludo fue seguido
de—: ¡Ay! ¿Qué pasó aquí?
Stanley sabía que las cosas estaban desordenadas, pero en realidad no
había pensado mucho en la apariencia del apartamento. Sin embargo, al
verlo a través de los ojos de Melissa, supo que era un área de desastre.
Estaba avergonzado, pero no quería demostrarlo. Se sentó en el sofá e
intentó encogerse de hombros con indiferencia.
—Amber rompió conmigo —gruñó.
—Sí, lo sé —dijo, mirando a su alrededor con la misma expresión de
repulsión que tenía cuando era niña y él le había puesto gusanos en el
pelo—. ¿Pero qué pasó con este lugar? Amber no era quien limpiaba,
¿verdad?
—No, yo lo hacía. Empecé a preocuparme menos una vez que dejó de
venir. Sin Amber, limpiar no vale la pena, el esfuerzo. Pocas cosas lo hacen.
La mirada de Melissa pasó del disgusto a la simpatía.
—Pobre hermanito. Espera, déjame poner este chile en la estufa para
que se caliente. —Desapareció en la diminuta cocina del apartamento y
luego resurgió con un puñado de bolsas de basura.
—También está un poco mal aquí. ¿Están todos los platos sucios?
—Bastante —dijo Stanley.
Melissa respiró hondo.
—Está bien, esto es lo que voy a hacer por ti. Voy a recoger todas estas
latas y botellas y las cargaré en mi coche para llevarlas al centro de reciclaje.
Voy a taparme la nariz y recoger la basura y tirarla. Y luego voy a cargar tu
lavavajillas, ponerlo en funcionamiento y lavar a mano cualquier otro plato
sucio que quede. —Ella miró las piezas de ropa al azar que habían sido
arrojadas al suelo—. Se pasa de la raya tocar tus calcetines sucios y tu ropa
interior. Esos son tu problema.
—Muy bien —graznó Stanley—. Gracias. Desearía poder ayudar. —Sus
brazos estaban tan débiles y pesados que no podía imaginarse levantando
nada.
—No te preocupes, descansa. Te pareces a la Muerte sosteniendo una
galleta, como solía decir la abuela. —Dejó caer una vieja caja de pollo frito
en la bolsa de basura.
Stanley se permitió sonreír un poco.
—Sí, nunca entendí esa expresión. ¿Por qué la Muerte estaría
sosteniendo una galleta?
—Yo tampoco la entendí —dijo Melissa—. ¿Por qué el Grim Reaper
necesitaría un bocadillo? ¿No es básicamente un esqueleto? —Miró
alrededor de la habitación como un general ideando un plan de ataque—.
Escucha, te voy a preparar una taza de té con miel y limón como solía
prepararnos mamá, y luego me pondré en marcha con la limpieza.
—No tengo limones —dijo Stanley con voz ronca.
—Traje el té, el limón y la miel —respondió Melissa.
Por supuesto que lo hizo.
—Piensas en todo —dijo Stanley.
Melissa sonrió.
—Hago lo mejor que puedo.
Cuando eran pequeños, Melissa siempre había organizado qué juegos
jugarían y cómo los jugarían. En ese momento, había pensado que esa
tendencia era mandona y molesta, pero ahora vio que tenía sus puntos
buenos, especialmente ahora que su vida se había hundido en el caos.
En unos minutos, Stanley estaba sentado con una taza de té en sus
manos mientras Melissa lanzaba una ofensiva de una sola mujer contra toda
la basura en la sala de estar.
—Eres increíble —le dijo. Si no podía ayudarla, al menos podría alabarla.
—Bueno, es bueno tener una audiencia agradecida. Mis hijos seguro que
no piensan así —dijo Melissa, arrugando la nariz mientras tomaba un viejo
recipiente de comida china entre el índice y el pulgar y lo dejaba caer en
una bolsa de basura—. Me pregunto qué solía ser esto.
—Lo mein, creo —respondió Stanley. Hizo una mueca mientras tomaba
un trago de té—. Siento haber dejado que las cosas se pusieran tan mal.
No es tu trabajo limpiar por mí.
—No, no lo es —dijo Melissa, arrojando algunos envoltorios de tacos
arrugados a la bolsa de basura—. Pero es mi trabajo asegurarme de que
estés bien, y no he estado haciendo mi trabajo.
—Eso no es cierto. Me has llamado–.
—Sí, te he llamado varias veces desde la ruptura para asegurarme de
que estás bien, y siempre has dicho que sí. Y apareciste en la fiesta de
cumpleaños de Max, lo que pensé que era una buena señal. Pero
claramente debería haber venido antes y comprobar las cosas aquí. —Hizo
un nudo en la parte superior de la bolsa de basura que ya estaba llena—.
Porque tú, hermano pequeño mío, definitivamente no estás bien.
—No, no lo estoy —medio susurró. Sentía que iba a llorar, lo que sería
vergonzoso, llorar frente a su hermana mayor como si fuera un bebé de
nuevo. Stanley no solía llorar. No había llorado desde que murió su padre.
Pero al ver su vida desordenada a través de los ojos de Melissa, pudo ver
lo mal que estaba. Su vida estaba tan bien equilibrada: tenía un título
universitario, un trabajo que le gustaba en el juzgado, un buen marido y dos
hijos a los que se dedicaba por completo. Comparado con su vida, la de él
era patética y vacía. Y su garganta le dolía tanto, tanto que el dolor por sí
solo casi le hizo llorar.
Melissa debe haber sentido su angustia porque le dio una palmada en el
hombro y dijo—: Te diré una cosa. Déjame tomarme un descanso de la
limpieza y traernos algo de cenar. El chile ya debería estar picante y es
posible que te sientas un poco mejor una vez que hayas comido algo.
Stanley sollozó y asintió.
El chile era una receta familiar y, por lo general, era una de las comidas
favoritas de Stanley. En general, era bueno para al menos dos tazones
llenos, a veces incluso tres. Pero esta noche, a pesar de que el chile estaba
perfecto y tenía queso cheddar rallado encima y pan de maíz a un lado
como a él le gustaba, no pudo comer mucho. El caldo picante le quemó al
bajar, haciendo que se sintiera como si alguien estuviera sosteniendo una
cerilla encendida contra su garganta ya inflamada.
—Este no es el Stan que yo conozco —dijo Melissa cuando dejó a un
lado su tazón casi lleno—. ¿Recuerdas como mamá solía llamarte a la hora
de comer?
Stan sonrió un poco.
—Gran niño hambriento.
—Ella solía decir que debes tener una pierna hueca porque no podía ver
dónde lo ponías todo. —Melissa limpió sus tazones y comenzó a cargar el
lavaplatos con tazas, platos y cubiertos sucios para dos semanas—.
Escucha, sé que vas a discutir conmigo sobre esto, pero ¿por qué no me
dejas concertar una cita con la doctora Todd, los niños y yo? Es muy
agradable y es fácil hablar con ella.
—No quiero médicos —graznó Stanley. Una imagen no deseada
apareció en su mente de su padre en su cama de hospital, pálido y
esqueléticamente delgado, atado a tubos de plástico que serpenteaban por
todo su cuerpo.
Melissa puso los ojos en blanco.
—Sí, sabía que dirías eso. Mira, sé que nunca te ha gustado ir al médico
y dejaste de ir una vez que eras demasiado mayor para que mamá te
obligara. Luego te volviste aún más extraño con los médicos después de
que papá se enfermó.
—No es extraño. Los médicos lo enfermaron más y luego murió.
Quimioterapia, radiación, lo llenaron de veneno.
Melissa negó con la cabeza. Esta era una vieja discusión entre ellos.
—Stan, papá sabía que algo andaba mal y esperó demasiado para recibir
atención médica. Meses y meses. Cuando vio a un médico, ya era
demasiado tarde para ayudarlo. Le dieron una oportunidad a la
quimioterapia, pero el cáncer ya se había extendido. Probablemente
hubiera funcionado si lo hubieran hecho antes. —Lo miró a los ojos—. Y
ahora estás siendo demasiado terco para ir al médico también. Es como si
se tratara de una extraña tradición familiar. Bueno, no es algo que debamos
seguir.
—No tengo cáncer —dijo Stanley con voz ronca. Al menos tenía eso a
su favor—. Estaré bien.
—Sé que no tienes cáncer, pero tienes una extraña combinación de
síntomas. Te duele la garganta y tus brazos se ven rígidos e hinchados. Tal
vez sea sólo algún tipo de virus aleatorio, pero creo que deberías hacer
que lo revisen.
—Se pasará —dijo Stanley. También sabía que era una extraña
combinación de síntomas, pero no se lo iba a admitir.
Melissa suspiró.
—Te diré algo. Voy venir a verte en tres días, y si no estás mejor para
entonces, te llevaré al médico, incluso si tengo que pedirle ayuda a Todd y
sus grandes y corpulentos amigos de la liga de bolos para que te arrastren
hasta allí.
—Está bien —dijo Stanley porque sabía por experiencia que, en última
instancia, no podía discutir con su hermana mayor—. Tres días.
En una hora, Melissa había recogido todas las botellas y latas vacías y
había lavado todos sus platos sucios. Excepto por la ropa sucia en el suelo,
la sala de estar ahora estaba despejada.
—Bueno, esto es una mejora de todos modos —dijo, mirando a su
alrededor a las superficies recién limpias—. No puedo agradecerte lo
suficiente —dijo Stanley con voz ronca. Estaba asombrado por todo el
trabajo que ella había hecho mientras él estaba sentado en el sofá sin hacer
prácticamente nada.
—No quiero que me des las gracias —dijo Melissa, poniéndose la
chaqueta.
—Lo que quiero que hagas es que te reportes enfermo para trabajar
esta noche y descansar un poco.
—Lo pensaré —dijo, sabiendo que no podía permitirse el lujo de dejar
pasar el dinero.
—No lo pienses. Hazlo. —Melissa se inclinó sobre el sofá y le dio un
abrazo rápido—. Y recuerda, si no mejoras en tres días, te llevaré al
médico.
—Ya sé. —Sabía que ella no iba a dejar que lo olvidara.
—Está bien, te quitaré el pelo ahora. —Ella le dio unas palmaditas en la
parte superior de la cabeza—. Lo que te queda de él.
Stanley se rio. Definitivamente había heredado la línea del cabello en
retroceso de su padre.

☆☆☆
Stanley no tenía ninguna intención de reportarse enfermo para trabajar.
Como ya tenía puesto su uniforme, no tuvo que hacer mucho para
prepararse después de que Melissa se fuera. Es cierto que la caminata al
trabajo fue más agotadora de lo habitual. Su garganta ardía y escocía, y sus
brazos entumecidos e hinchados eran tan pesados que prácticamente los
estaba arrastrando como una bola y una cadena. Aun así, lo logró. Y ahora
aquí estaba de nuevo, bajando las escaleras ocultas y pasando el apestoso
contenedor de residuos biológicos para llegar a su oscuro y subterráneo
lugar de trabajo.
Recorrió el pasillo en penumbra. La luz verdosa le dio a su piel ya pálida
un tono aún más enfermizo. Escaneó su placa de identificación y se sentó
en su escritorio en la oficina de seguridad para comprobar los monitores.
Como siempre, no hubo nada inusual. Era el trabajo menos exigente de
todos. Sabía que su hermana quería que él se quedara en casa y descansara,
pero ¿por qué no ir al trabajo donde podía tomar una siesta y recibir un
pago por ello? Se reclinó en su silla y pronto roncó levemente.
Cuando el dolor de garganta lo despertó un par de horas después, la
muñeca bailarina estaba nuevamente en su escritorio.
Era extraño la forma en que la cosa seguía apareciendo así, sólo para
desaparecer de nuevo. Realmente debería preguntarle a alguien sobre eso,
pero nunca vio a nadie para preguntar.
Por costumbre, tomó la muñeca y la inclinó.
—Nos gustas.
Estudió los ojos vacíos de la muñeca y su sonrisa negra y abierta. De
verdad, ¿quién había pensado que era una buena idea hacer una muñeca
con este aspecto?
—Sí, sí, sí, así que sigues diciendo eso —dijo. ¿De dónde había salido la
muñeca? ¿Quién la había fabricado? ¿La habían hecho aquí en la fábrica? Le
dio la vuelta para ver si encontraba algún tipo de sello en ella.
—Llévame a casa contigo —dijo la muñeca.
—Ves, sigues diciendo eso, pero cuando estoy listo para irme a casa, tú
siempre te vas. Me estás diciendo mensajes contradictorios, muñequita —
dijo Stanley. Realmente debería conservar su voz. Era apenas por encima
de un susurro. Volvió a inclinar la muñeca.
—Llévame a casa contigo.
Stanley dejó la muñeca sobre el escritorio y tomó otra pastilla para la
garganta.
—Te diré algo. No puedo llevarte a casa si sigues desapareciendo, pero
si te quedas y todavía estás en el escritorio cuando me despierte, puedes
venir a casa conmigo. —«Eso es genial, Stanley. Intenta razonar con un
objeto inanimado». Estaba en un estado lamentable. Se reclinó en su silla y
cerró los ojos.
Stanley estaba trabajando, pero por alguna razón las luces verdosas que
solían proporcionar la única iluminación del edificio se habían apagado. Recordó
una excursión escolar a una cueva. El guía turístico había explicado que los peces
en el estanque subterráneo de la cueva no tenían ojos porque incluso si los
tuvieran, estaría demasiado oscuro para que pudieran ver algo. El edificio estaba
así de oscuro.
Su linterna fue lo único que le permitió encontrar el camino por el pasillo.
Iluminó en las paredes, en las puertas de metal, en el piso delante de él, creando
pequeños círculos de luz en la oscuridad. «¿Todo el edificio está sin electricidad?»
se preguntó. No podía ser porque todavía podía escuchar el retumbar y el ruido
metálico de la maquinaria detrás de las puertas metálicas cerradas.
Tenía la fuerte sensación de que algo no andaba bien. Necesitaba llegar a la
oficina para ver si los monitores de seguridad estaban funcionando o si estaban
apagados debido al corte de energía. Si así fuera, supuso que tendría que caminar
en la oscuridad y comprobar que todas las salidas fueran seguras. Alumbró con
su linterna hacia adelante. Se iluminó el letrero que decía “Oficina de seguridad”
en su puerta.
El escáner de su placa de seguridad no funcionaba, así que usó la llave que
guardaba en caso de emergencia.
La oficina de seguridad estaba tan oscura como el resto del edificio. Todos los
monitores estaban apagados. Alumbró la habitación con la linterna, dejando que
su haz se posara sobre objetos familiares: el escritorio, la silla, el archivador.
Movió el haz de luz de la linterna hacia la esquina izquierda de la habitación.
El rayo iluminó un rostro. El rostro no pertenecía humano.
Era la cara de un animal de dibujos animados (¿un oso, tal vez?) Que llevaba
una pajarita y un sombrero de copa. Cuando Stanley lo iluminó con la luz, los
dos lados de la cara se abrieron como puertas dobles para revelar una horrible
calavera metálica hecha de alambres y cables serpenteantes. Miró a Stanley con
ojos en blanco y saltones y saltó hacia él, con las mandíbulas chasqueando.
Stanley se despertó sobresaltado. Nunca había tenido pesadillas como
las que había experimentado estas últimas noches mientras dormía la siesta
en el trabajo. ¿Cuáles eran estas extrañas criaturas mecánicas que
acechaban sus sueños? ¿Fueron estos terrores causados por su tristeza por
perder a Amber, o fueron síntomas de su enfermedad física? O tal vez las
dos cosas estuvieran conectadas. Una cosa era segura: nunca se había
sentido tan mal física y emocionalmente al mismo tiempo.
Miró a su escritorio. Estaba vacío. La muñeca no había seguido sus
órdenes de quedarse quieta.
Stanley se puso de pie y se estiró. Sacudió la cabeza como si al hacerlo
pudiera descifrar su confuso cerebro.
Por supuesto que la muñeca no iba a seguir sus órdenes de quedarse
quieta, porque era una muñeca. No podía entender lo que estaba diciendo.
No importa cuántas veces dijera lo contrario, la muñeca realmente no
quería irse a casa con él; no quería nada porque no estaba viva, y las
palabras que parecía decir eran simplemente sonidos pregrabados. Sin
embargo, nada de eso explicó cómo la muñeca apareció en su escritorio y
luego desapareció. No podía moverse por sí sola, entonces, ¿quién la
estaba poniendo ahí y se la estaba llevando? ¿Alguien estaba jugándole una
broma?
Pero, ¿quién le gastaría una broma? Que él supiera, nadie más que
trabajaba aquí lo había visto nunca.
Después de su turno, fue al City Diner. Le hubiera gustado ver a Katie,
pero le dolía demasiado la garganta como para comer algo, y la idea de la
comida le producía náuseas. Vio fugazmente su reflejo en el escaparate de
una tienda. Rostro gris, sudoroso, con barba incipiente y brazos hinchados
y flácidos. Sin lugar a dudas, si sólo tuviera una galleta en la mano, se vería
exactamente como la Muerte.
Pensó en Katie recomendando a la enfermera de la clínica ambulatoria.
Quizás debería detenerse allí. Las enfermeras no eran lo mismo que los
médicos; recordaba a la enfermera de la escuela cuando era niño, era muy
amable. Tenía que hacer algo. No podía seguir sintiéndose tan mal.

☆☆☆
La enfermera era realmente agradable: una mujer rubia y maternal que
tenía aproximadamente la edad de su madre real. Tan pronto como lo vio,
dijo—: Vaya, te sientes terrible, ¿no?
—¿Es tan obvio? —preguntó Stanley. Su voz era débil y ronca.
La enfermera asintió.
—¿Dolor de garganta?
—Sí, señora. Uno fuerte. —No le contó lo de su brazo entumecido.
Tenía demasiado miedo de lo que ella pudiera decir. No quería terminar
en un hospital.
Cuando su padre fue al hospital, no salió vivo.
—Bueno, echemos un vistazo y veamos si podemos hacer que se sienta
mejor.
Ella le hizo un gesto para que la siguiera a la pequeña sala de exámenes
en la parte trasera de la farmacia. Le metió un termómetro en la oreja y
leyó los resultados.
—Sin fiebre. Pero sigo pensando que será mejor que nos limpiemos la
garganta y hagamos una prueba de estreptococo.
La prueba no fue agradable. Ella le dijo que abriera bien la boca y se le
acercó con un hisopo de mango largo, que se lo metió en la boca y lo bajó
por la garganta. El suave algodón le dolía como un metal afilado contra su
garganta irritada, y sintió náuseas. Cuando sacó el hisopo grande, el
algodón estaba salpicado de sangre.
—Bueno, eso no es bueno —dijo, frunciendo el ceño—. Déjame hacer
esta prueba y luego averiguaremos qué hacer. A los pocos minutos
regresó—. No hay estreptococos, pero por muy irritada que esté la
garganta, creo que hay al menos alguna infección. Y la sangre es
preocupante. Voy a escribirle una receta para algunos antibióticos, pero si
no nota la diferencia para el lunes, quiero que me prometa que irá a ver a
su médico habitual.
—Lo prometo —dijo Stanley, a pesar de que no tenía un médico de
cabecera y no tenía planes de conseguir uno.
Aunque todavía se sentía físicamente mal caminando a casa, también
tenía un poco de esperanza. Había actuado. Ahora tenía una verdadera
medicina. Seguramente eso arreglaría las cosas.
Stanley se miró en el espejo del baño. No fue agradable. Llevaba puesto
su uniforme casi cuarenta y ocho horas. Estaba pálido y sudoroso, y olía
tan mal como ese contenedor de desechos biológicos por el que pasaba
todos los días. El uniforme tenía que desaparecer. Se desabotonó la camisa
y luego se desabrochó los puños de las mangas. Se puso la manga izquierda,
pero su brazo estaba tan hinchado que estaba apretado dentro del tubo de
tela. El brazo derecho no estaba mejor. Se tiró de la manga y giró el torso,
esperando encontrar alguna posición mágica que hiciera que sus brazos se
liberaran de su prisión de poliéster.
Finalmente, desesperado, agarró unas tijeras. Deslizó una hoja debajo
de su manga izquierda. Estaba ajustado, pero la puso en un ángulo tal que
pudo cortar la manga y abrirla a lo largo de su brazo. Aunque trabajar con
la mano izquierda era más difícil, hizo lo mismo con la otra manga y se
quitó la sudorosa camisa arruinada. Ni siquiera era su camisa. La empresa
era propietaria de los uniformes y se los prestaba a los empleados. El costo
definitivamente saldría de su cheque de pago.
Estaba inestable en sus pies en la ducha y se apoyó contra la pared para
evitar resbalones y caídas. Dejó que el agua caliente golpeara su espalda
con la esperanza de que aliviaría un poco la tensión. No sentía nada, ni el
calor ni el agua, en sus abultados brazos derecho e izquierdo.
Agotado por el esfuerzo hercúleo en el que se había convertido el
desvestirse y ducharse, agarró una camiseta y unos pantalones de pijama.
Se metió dolorosamente en la garganta con una de las pastillas de
antibiótico con un pequeño sorbo de agua y luego se desplomó en la cama.

☆☆☆
Cuando se despertó e intentó ponerse de pie, inmediatamente cayó al
suelo. Su pierna derecha no soportaba el peso como se suponía que debía
hacerlo. Tan pronto como intentó ponerse de pie, se arrugó debajo de él
como si no tuviera músculos ni huesos. Sentado en el suelo, Stanley se tocó
el muslo derecho y no sintió nada. Lo abofeteó y luego lo golpeó con fuerza
con el puño. Todavía nada. El brazo y la mano que había usado para golpear
también estaban entumecidas. ¿Qué le estaba pasando? ¿Era algún tipo de
enfermedad degenerativa que podría dejarlo en una silla de ruedas por el
resto de su vida? Pero si lo era, ¿no era un poco extraño que una
enfermedad degenerativa progresara tan rápidamente? Quizás ir a la clínica
sin cita previa no había sido suficiente. Tal vez debería dejar que Melissa le
conceda una cita con el médico. Probablemente necesitaba ver a algún tipo
de especialista. Incluso si el médico lo lastimaba, no podría ser peor de lo
que estaba sintiendo ahora. Se preguntó si, como su padre, ya había
esperado demasiado para buscar ayuda.
Con gran esfuerzo, se dio la vuelta, puso las manos sobre la cama y se
puso de pie. Caminaba arrastrando los pies lentamente, arrastrando su
pierna derecha detrás de él y dejando que su pierna izquierda hiciera la
mayor parte del trabajo.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había comido o bebido algo?
No podía recordarlo. «Agua». Al menos necesitaba agua. Se dirigió a la
cocina, todavía limpia por los esfuerzos de Melissa, y sacó un vaso del
armario. Lo llenó de agua del grifo y trató de beber.
Agonía. Tragar incluso un sorbo de agua fría se sintió como tragar vidrio
molido. Vomitó sobre el fregadero, haciendo que saliera agua rosada con
sangre. Había pensado que podría intentar calentar un poco de sopa, pero
si ni siquiera podía beber, comer estaba fuera de discusión. Y la sola idea
de tragar algo caliente era insoportable.
Su teléfono sonó, haciéndole recordar, miserablemente, que lo había
dejado en el dormitorio. Se arrastró hacia el timbre insistente, pero cuando
llegó allí, se había detenido. El identificador de llamadas decía: Mamá. Sabía
cómo era ella. Si no le devolvía la llamada, automáticamente pensaría que
estaba muerto.
—¿Hola? ¿Stanley? —respondió al primer timbre.
—Hola mamá. —Stanley trató de hacer que su voz sonara normal, pero
salió ronca con un chillido de ratón al final.
—Suenas terrible.
—Sí, la gente sigue diciéndome eso. —Se acostó en la cama para hablar.
No era necesario desperdiciar la energía necesaria para sentarse erguido.
—Melissa vino a recoger a los niños después de que estuvo en tu casa
anoche. Dijo que eras un desastre.
—Es agradable escuchar eso. No hay nada mejor que saber que tu
madre y tu hermana habían estado hablando de lo perdedor que eres.
—No es algo de lo que bromear, Stanley. —Su madre estaba usando su
voz severa, la que había dominado cuando él solía meterse en problemas
cuando era niño—. Ella cree que necesitas ir a un médico.
—Fui a una clínica sin cita previa esta mañana, mamá. La enfermera me
recetó unas pastillas. Simplemente no han tenido tiempo de trabajar
todavía. Voy a estar bien. —Realmente no creía que iba a estar en ningún
lugar del vecindario de “bien”, pero no quería asustar a su madre. Había
pasado por tanto miedo y preocupación cuando su padre estaba enfermo,
que merecía vivir el resto de su vida en paz.
—Melissa también dice que cree que deberías salir más, ver a algunas
personas. Una vez que estés mejor, por supuesto. Ella dice que estás solo.
—Probablemente tenga razón. Es simplemente difícil. Aún no he
terminado con Amber. —Sintió que se le formaba un nudo en su ya
dolorosa garganta. Justo lo que necesitaba. Llorarle a su mamá.
—¡Por supuesto que no la has olvidado, cariño! Sólo han pasado dos
semanas. Pero con el tiempo, tu corazón sanará y habrá alguien más.
Alguien que te aprecia por lo que eres. Sé que soy parcial, pero nunca
pensé que Amber fuera lo suficientemente buena para ti. Sabes, nunca
pensé que volvería a tener citas después de la muerte de tu padre, pero un
año y medio después, conocí a Harold. Y tienes que admitir que Harold es
un tipo muy agradable.
—Lo es, mamá. —A Stanley no le había gustado Harold al principio;
había sentido que sería desleal a la memoria de su padre. Pero Harold era
bueno con su madre y evitaba que se sintiera demasiado sola. Salían a cenar
todos los viernes por la noche. Los domingos caminaban por el parque si
hacía sol o por el centro comercial si llovía. Siempre se tomaban de la mano
en sus paseos, lo que a Stanley le parecía dulce. Se alegraba de que se
tuvieran el uno al otro.
—Ahora, ¿necesitas que vaya allí y te lleve sopa, comida o algo? —
preguntó su mamá.
—No gracias, mamá. Sólo necesito tomar mi medicina y descansar. —
No quería que ella viera lo mal que se veía. Sabía que si lo hacía, lo
arrastraría a la sala de emergencias.
—Está bien, pero te llamaré mañana para ver cómo estás. Y si necesitas
que vaya, lo haré.
—Gracias mamá.
—Y si no estás mejor pasado mañana, ¿prometes que dejarás que
Melissa te haga una cita con su médico? —Sabía que era inútil discutir con
ella. Melissa había heredado la terquedad de su madre.
—Lo prometo.
—Te amo, Stanley.
—Yo también te amo, mamá. —Decir estas palabras lo hizo sentir triste
y vulnerable. Si iba a estar tan enfermo, casi deseaba poder volver a ser un
niño pequeño. Podía quedarse en la cama con su pijama y su madre podía
cuidarlo y llevarle té caliente, pudín de chocolate e historietas. Nadie te
cuida así una vez que eres adulto.
Después de colgar, supo que no podía quedarse en la cama. Si lo hacía,
se desmayaría. Con una mano en la pared para apoyarse, entró cojeando a
la sala de estar, se dejó caer en el sofá y encendió la televisión.
Supuestamente estaba comprobando los resultados deportivos, pero no
podía concentrarse lo suficiente para seguirlos. Se limitó a mirar sin
comprender las luces y los colores de la pantalla, pensando sólo en cuánto
le dolía la garganta y lo rápido que le estaba fallando el cuerpo. Era como
si se hubiera convertido en un anciano decrépito de la noche a la mañana.

☆☆☆
Demasiado pronto, llegó el momento de prepararse para el trabajo.
Cuando se puso los pantalones del uniforme, la pierna derecha estaba
demasiado apretada. Se veía extraño, tener una pernera normal de
pantalón y otra que le apretaba el muslo como un par de mallas de mujer.
La camisa de su uniforme todavía estaba hecha un montón en el piso de su
habitación. Decidió que solo usaría su camiseta blanca lisa para trabajar y
luego trataría de encontrar una camisa de uniforme de reemplazo en la sala
de almacenamiento cuando llegara allí. O no. ¿Qué importaba? De todos
modos, nadie lo veía allí. Podría ir a trabajar en ropa interior y nadie se
enteraría.
Como la perspectiva de ir caminando al trabajo parecía imposible,
decidió tomar el autobús. La corta caminata hasta la parada del autobús fue
bastante difícil, y una vez que llegó el autobús, apenas pudo levantar su
pierna entumecida e hinchada lo suficiente como para subir al vehículo.
Podía sentir a la gente detrás de él cambiando de un pie a otro y esperando
con impaciencia. Mientras se tambaleaba hacia su asiento, los otros
pasajeros lo miraron con preocupación. Se sentó junto a una señora mayor
que se levantó y se trasladó a otro asiento más atrás. Probablemente
parecía que tenía algo contagioso.
Cuando llegó a su parada, se levantó de su asiento con gran dificultad y
se tambaleó hacia la puerta. Tropezó al bajar y cayó al pavimento. La caída
debería haberle dolido, pero sus brazos y piernas no sintieron nada. La
ausencia de dolor era más aterradora de lo que hubiera sido el dolor
normal.
—¿Estás bien, amigo? —preguntó el conductor del autobús.
Stanley asintió y levantó su brazo derecho entumecido para despedirlo.
Sabía que no estaba bien, pero no era como si el conductor del autobús
pudiera ayudarlo. Ni siquiera sabía si un médico podría ayudarlo en este
momento. Estaba bastante seguro de que los antibióticos no funcionarían.
Agarró la señal de la parada de autobús y la usó para ponerse de pie. Estaba
inestable sobre ambos pies. Se agachó y se dio una palmada en la pierna
izquierda. No sintió nada. Debería haberle dicho a la enfermera en la clínica
sin cita previa sobre el entumecimiento en sus extremidades. ¿Qué había
estado pensando?
Se tambaleó por la acera. Los transeúntes lo miraban fijamente, algunos
parecían preocupados, otros simplemente molestos, como si les molestara
ver a otra persona sufrir. Se dirigió al patio de almacenamiento y se aferró
a pilas de madera como apoyo mientras trataba de impulsarse hacia las
escaleras que conducían a las instalaciones. Se agarró a la barandilla de la
escalera con ambas manos y se concentró en dar un minucioso paso a la
vez. Su progreso era demasiado lento y tenía miedo de llegar tarde, por lo
que finalmente se sentó en un escalón y se deslizó sobre su trasero, paso
a escalón, como su sobrino cuando era un niño pequeño y le asustaba las
escaleras. No era digno, pero lo llevó a donde tenía que ir.
Pasó junto al apestoso contenedor de residuos biológicos. Al menos su
nariz todavía funcionaba. De todos modos, eso era algo.
En el momento en que escaneó su placa de identificación y se abrió la
puerta quejumbrosa, estaba tan agotado que le tomó toda su
concentración simplemente poner un pie delante del otro. Había pensado
que podría ir al almacén para buscar una camisa limpia, pero lucir
profesional ya no se sentía como una prioridad. Descansar. Esa era su única
prioridad. Se arrastró hasta la oficina de seguridad, escaneó su placa de
identificación y se derrumbó en su silla, jadeando como un perro enfermo
y sudando profusamente.
No estaba en condiciones de trabajar. No estaba en condiciones, punto.
Al mirar hacia abajo, vio que su pierna derecha y su pierna izquierda
estaban ahora igualmente hinchadas, estirando la tela de sus pantalones tan
apretada que estaba en peligro de romperse. Todo se sentía apretado. Sus
brazos hinchados, sus piernas hinchadas. Incluso su pecho se sentía
apretado. ¿Era esto lo que se sentía al tener un ataque al corazón? ¿Podría
estar sufriendo un infarto? Llamaría a Melissa por la mañana y le diría que
hiciera la cita con el médico. No más problemas con las clínicas sin cita
previa y los antibióticos. Esto era grave, y ahora le tenía menos miedo a los
médicos que a esta enfermedad.
«Amber». Seguía pensando en Amber. Cuando ella rompió con él, él la
miró estúpidamente, demasiado en estado de shock para decir algo. Había
tanto que podría haberle dicho, tanto que necesitaba decir. ¿Y si nunca más
tuviera la oportunidad de decirlo?
Con manos temblorosas y sudorosas, buscó en su escritorio y encontró
un bolígrafo y papel. Desde alguna reserva de energía de emergencia muy
dentro de sí mismo, escribió:
Querida Amber,
Con su brazo entumecido y su mano temblorosa, las palabras parecían
escritas por un alumno de segundo grado. Pero no podía dejar que eso lo
detuviera. Siguió escribiendo.
¿Recuerdas cómo nos conocimos en la tienda de comestibles? Traje mis cosas
a tu registro. Me las escaneaste, y todo ese tiempo yo te estuve observando.
Estaba demasiado nervioso para invitarte a una cita, pero seguí yendo a la tienda
y comprando cosas que no necesitaba sólo para poder verte. Finalmente dijiste:
¿Te gusto o algo así? Creo que me sonrojé, pero dije que sí y tú dijiste: Entonces,
¿por qué no me invitas a salir? Cuando lo hice y dijiste que sí, creo que fue lo
más feliz que he estado. Amber, sé que no siempre fui el mejor o el más
interesante novio, pero quiero que sepas que de verdad te amaba y que todavía
te amo. Últimamente he estado muy enfermo, y si estás leyendo esto
probablemente sea porque me ha pasado algo malo. Por favor, no te sientas
triste por mí. Sólo quiero que sepas que lamento no haberte hecho más feliz y
no haberte dado lo que necesitabas, pero no fue porque no te amaba. Lo hago
y mucho. Te deseo mucha felicidad en tu vida, tanta felicidad como la que me
trajiste cuando estábamos juntos.
Siempre te amaré,
Stanley.
Eso fue todo. No era un poeta y su letra se veía terrible, pero había
dicho lo que tenía que decir. Temblando y exhausto, dobló la carta y se la
guardó en el bolsillo. Cuando se reclinó en su silla y cerró los ojos, no se
quedó dormido como de costumbre. En cambio, se desmayó como si
alguien le hubiera golpeado en la cabeza con un bate de béisbol.

☆☆☆
Cuando recuperó la conciencia, se sintió tembloroso y sudoroso. Y
apretado. Estrecho es la única forma en que pudo pensar para describirlo,
como si de alguna manera su cuerpo hubiera sido estirado al límite. Sus
pantalones estaban ajustados a sus piernas, y ahora su camiseta, espaciosa
cuando se la había puesto unas horas antes, se pegaba a cada bulto y
contorno. Pero no era sólo la ropa la que estaba ajustada.
Su piel también se sentía tensa, como si fuera a estallar como la cáscara
de una fruta demasiado madura.
La muñeca bailarina estaba sobre el escritorio. No estaba de humor para
jugar. No la recogió. Ni siquiera quería tocarla.
—Me gusta estar cerca de ti.
—Claro que sí —murmuró, pero luego pensó: «Espera». Se cubrió la
cara con las manos y trató de encontrarle algún sentido a su mente confusa.
«¿No habla la muñeca sólo cuando la inclinas?» Antes, sólo había hablado
cuando la inclinaba. «Quizás realmente no escuché eso. Quizás estoy tan
enfermo que estoy alucinando».
—Llévame a casa contigo.
Stanley supo que la escuchó esa vez, pero no respondió. Uno de sus
muchos problemas recientes era su tendencia a hablar con objetos
inanimados. Melissa tenía razón. Necesitaba salir más; toda esta soledad no
era buena para él. Ya estaba preocupado por su salud física. No quería
tener que preocuparse también por su salud mental.
Pero, ¿por qué hablaba la muñeca si nadie la activaba? Quizás estaba
rota; tal vez hubo algún problema con el mecanismo que hizo que se
apagara la activación por voz. Cualquiera que fuera la causa, a Stanley no le
gustó el efecto.
—Nos gustas —decía con la misma risita que una vez le había parecido
encantadora.
Con mano temblorosa, Stanley tomó la muñeca para inspeccionarla.
Quizás había un interruptor que no había notado antes que controlaba el
mecanismo de voz. Quizás podría apagarla.
A la muñeca le faltaba un brazo. Era extraño. Había estado intacta la
noche anterior.
—¿Qué le pasó a tu brazo? —preguntó Stanley.
—Llévame a casa contigo —dijo la muñeca de un brazo.
—No. —Había decidido que no iba a hablar más con la muñeca,
entonces, ¿por qué lo estaba haciendo?
Por alguna razón, la muñeca ya no parecía tan linda. No podía decir por
qué, pero la idea de tenerla en su apartamento era aterradora. Tampoco
estaba tan entusiasmado por tenerla aquí.
Stanley recordó que cuando había manipulado la muñeca la noche
anterior, había notado un pequeño rasguño en la pintura de su cara. Esta
noche, el rasguño no estaba ahí. Otra noche, recordaba ahora, había
notado que había habido un pequeño desgarro en el tutú de la muñeca.
Esta noche, como había sido anoche, el tutú estaba bien.
«Nos gustas».
«Nos».
De repente, lo entendió. No había sido la misma muñeca en su
escritorio todas las noches. Siempre había sido una muñeca diferente.
Seguro, había sido el mismo tipo de muñeca, pero siempre había habido
ligeras diferencias.
Pero, ¿qué significaba? Fuera lo que fuera, era extraño y perturbador, y
no quería participar en ello. Abrió un cajón del escritorio, dejó caer la
muñeca manca dentro y cerró el cajón de golpe. Ahí. Fuera de su vista,
fuera de su mente.
Después de ver al médico y solucionar los problemas de salud, que se
resolverían, Stanley decidió que buscaría un nuevo trabajo, como Melissa
siempre lo animaba a hacer. Dijo que siempre estaban buscando buenos
guardias de seguridad en el juzgado donde trabajaba. De esa manera, podría
trabajar durante el día y ver a la gente y hablar con ella. Tal vez él y Melissa
podrían tomar el almuerzo juntos a veces. Si trabajaba de día, su horario
ya no sería el opuesto al de todos sus amigos, y tal vez podría comenzar a
salir con los chicos nuevamente. Podría invitarlos a su apartamento, que
mantendría escrupulosamente limpio, y podrían pedir pizza y ver fútbol
juntos.
¿Quién sabe? Incluso podría empezar a salir en citas de nuevo.
Comenzaría por invitar a salir a Katie. Incluso si ella lo rechazaba,
preguntarle sería una buena práctica, un paso en la dirección correcta.
Tan pronto como recuperara su salud, un trabajo en el juzgado podría
ser la solución a todos sus problemas. Sería un lugar de trabajo sociable y
soleado, no como éste, todo oscuro, espeluznante y solitario. Stanley
pensó en el futuro y sintió una pequeña sensación de esperanza.
Se dijo a sí mismo que no se volvería a dormir. Iba a hacer su trabajo.
Las pantallas se llamaban monitores porque se suponía que él debía
monitorearlas. Pero su cuerpo, por alguna extraña razón médica, se estiró
más allá de sus límites y el cansancio se apoderó de él. Su cabeza cayó hacia
atrás mientras se desplomaba en la silla y cerró los ojos. Descendió a la
oscuridad.
Estaba en la silla de un dentista. El asistente dental era un robot equipado
como bailarina. A diferencia de la muñequita, su cara estaba pintada para verse
femenina y bonita, con pestañas largas, labios rosados y círculos rosados en sus
mejillas. Su “cabello” de metal azul estaba esculpido en un moño de ballet. Ella
se cernió sobre él, sosteniendo lo que parecían varios cinturones anchos.
—Tenemos que atarte —dijo, con su voz femenina y sensual—. Al doctor no
le gusta que se muevan. —Ató a Stanley a la silla con correas de cuero alrededor
de sus hombros, brazos y piernas. Quería moverse, quería luchar contra el
control, pero no podía hacer que su cuerpo actuara. Estaba paralizado.
El dentista entró con gafas de seguridad oscuras y una mascarilla quirúrgica.
Stanley estaba echado hacia atrás, con la boca abierta y las manos apretadas
con los nudillos blancos en los apoyabrazos de la silla. El dentista estaba silencioso
y brusco, estaba tratando de estirar la boca de Stanley para abrir más y más.
«No», estaba diciendo Stanley en su cabeza. «¡Para! ¡No se abrirá tanto! ¡No
puedo!» El dentista extendió la mano y se quitó las gafas y la mascarilla. El rostro
que vio Stanley era una máscara blanca de payaso con grandes ojos negros y
una amplia sonrisa negra. Un iris amarillo brillante brillaba a través de las
cuencas de los ojos morados. La cara. Conocía esa cara… las manos de la cosa
abrieron su boca aún más, más de lo que podía soportar. Sus labios iban a
partirse en las comisuras, su mandíbula se iba a romper…
Stanley se despertó, pero la sensación de estiramiento no se detuvo.
Esa cara en el sueño. Conocía ese rostro. Era…
Stanley se distrajo de sus pensamientos por una sensación en su propio
rostro. Algo se movía en su rostro.
La muñeca bailarina estaba parada sobre su barbilla, usando un brazo y
una de sus piernas para tratar de estirar su boca lo suficiente… ¿lo
suficientemente para qué?
El corazón de Stanley se aceleró cuando finalmente entendió. «Lo
suficiente para que pudiera caber dentro».
Stanley levantó su brazo derecho entumecido y dio un manotazo a la
muñeca. Era liviana y atravesó la habitación, golpeando la pared con un
ruido sordo, aterrizando en un montón arrugado en el suelo. Apoyó las
manos en el escritorio para ponerse de pie. Mientras estaba de pie, sintió
una opresión en sus brazos, sus piernas, su vientre, su pecho. Ahora sabía
que lo que estaba sintiendo era la sensación de docenas de miembros
diminutos presionando su piel desde el interior. Dentro de sus brazos, sus
piernas, su pecho, su vientre, ¿cuántas de ellas había ahí?
El dolor de garganta había comenzado después de la noche en que
apareció la primera muñeca.
No es de extrañar que le duela demasiado comer o beber algo. Noche
tras noche, las muñecas habían estado subiendo a su boca y bajando por su
garganta mientras dormía, abriéndose paso a través de los estrechos
pasillos de su cuerpo como exploradores en una cueva oscura y húmeda.
La comprensión le dio náuseas. Sintió la necesidad de vomitar, pero no
había nada en su estómago. Nada más que ácido y miedo.
Deseaba poder volver a no saber qué le pasaba, a pensar simplemente
que había contraído algún virus o infección inusual. La gente siempre decía
que cuando se trataba de condiciones físicas, saber era mejor que no saber.
En este caso, se equivocaron. Saber era mucho, mucho peor.
Stanley salió tambaleándose de la oficina y recorrió el pasillo. Todo en
su cabeza le gritaba que corriera, pero estaba demasiado débil para correr.
Las paredes de la instalación parecían estar cerrándose a su alrededor.
Nunca le había gustado este lugar. Tenía que salir de aquí para siempre, y
lo haría incluso si tuviera que gatear. La presión dentro de él estaba
aumentando. Se sentía como si las muñecas estuvieran enojadas, como si
sus muchos puños diminutos lo estuvieran golpeando y sus muchos pies
diminutos lo patearan. Vio que el letrero de SALIDA se iluminaba en verde
más adelante. Verde significa irse. Si pudiera salir, si pudiera estar donde
hubiera luz de luna y aire fresco para respirar, podría averiguar qué hacer.
Se apoyó contra la pared y cojeó hasta la señal de SALIDA.
Afuera, trató de tomar una bocanada de aire fresco, pero en su lugar
aspiró el hedor del contenedor de desechos biológicos. Estaba tan cansado
y enfermo que quería tumbarse en la acera, pero tenía que encontrar la
manera de subir las escaleras. Subió las escaleras, subiría a un taxi e iría
directamente a la sala de emergencias, qué les diría– «¿qué? Hay decenas
de muñequitas viviendo dentro de mí. Se arrastran por mi garganta
mientras dormía». No había duda de que en ninguna sala de hospital lo
atendería con una declaración como esa. Pero tal vez si pudiera convencer
a un médico para que tomara una radiografía, podrían ver que las muñecas
eran reales…
Voces. Los pensamientos de Stanley fueron interrumpidos por pequeñas
y apagadas voces infantiles. Estaban amortiguadas porque venían de su
interior.
De su brazo izquierdo—: Me gusta estar cerca de ti.
De su pierna derecha—: Nos gustas.
Desde su vientre—: Eres tan cálido y blando.
Stanley se tambaleó hacia atrás y estuvo a punto de caer. Ponerse de
pie era cada vez más difícil. La presión se estaba acumulando dentro de él,
volviéndose insoportable. Sintió que podría explotar. ¿Podría pasar eso?
¿Podría una persona explotar?
La pequeña muñeca de un brazo estaba de pie enmarcada en la puerta
de la instalación, posada como si estuviera a punto de hacer una pirueta.
Los iris amarillos de sus cavernosos ojos negros se enfocaron en Stanley
como láseres. Su sonrisa era amplia.
Inclinó la cabeza de una manera que en otras circunstancias podría haber
sido linda.
—¿No hay espacio para una más? —chilló.
Toda la fuerza de Stanley se había ido. Cayó de rodillas. La muñeca
manca saltó hacia él con la gracia de una bailarina.
Stanley no pudo evitarlo. Abrió la boca para gritar.
— E s un día brillante y soleado, el tipo de día que te hace sentir que
tienes que hacer algo. Tienes que hacer algo divertido, o tienes que “ser
productivo”. —Devon usó su dedo índice y medio izquierdo para hacer
citas al aire, confiando en que nadie notaría sus cutículas masticadas y sus
uñas mordidas. Luego continuó en lo que esperaba que fuera un tono
siniestro—: Es el tipo de día en que tu mamá te obliga a cortar el césped.
Pero hoy no es un día de cortar el césped. Hoy es un día con fiesta de
cumpleaños.

Devon escuchó un susurro en el salón de clases. Alguien se rio


disimuladamente, pero él no levantó la vista de sus papeles. Mantuvo la
cabeza inclinada, con su largo cabello colgando como un escudo protector
entre él y la clase.

Normalmente, odiaba tener que pararse frente a la clase… por


cualquier motivo, pero hoy estaba en una misión. Si tenía que leer una tarea
estúpida para la clase de inglés, haría que saliera bien.

Devon continuó con su historia, describiendo la escena de la fiesta de


cumpleaños de un grupo de niños de cuatro años que gritaban. Leyó sobre
los globos y los payasos y la casa inflable de colores brillantes instalada en
medio del césped verde.

—Pero esta no es una casa inflable ordinaria —leyó Devon—. Nadie lo


sabía todavía, pero lo iban a descubrir… ahora. —Devon hizo una pausa
para hacer efecto. No escuchó nada. Por lo que sabía, su maestra, la Sra.
Patterson, y sus compañeros de clase estaban en silencio. Pero no iba a
mirar hacia arriba para ver.

Devon prosiguió—: Porque ahora la pequeña Halley se está metiendo


en la casa inflable. Ella es la primera en entrar. Su hermana gemela, Hope,
va justo detrás de ella.

¿Fue un grito ahogado lo que Devon escuchó desde la tercera fila de


escritorios? Pensó que sí. Bien. Tenía su atención. Sonrió mientras seguía
leyendo.
—Halley llega casi hasta la casa inflable, su vestido rosa brillante choca
con el piso de vinilo rojo hinchado de la casa.

—Más rápido —insta Hope a Halley, empujando el trasero de Halley.


Halley todavía gateaba lentamente, hasta que, de repente, es succionada
dentro de la casa. Hope se ríe y la sigue.

Devon dejó de leer de nuevo. Estaba llegando a la parte buena.

—Pero en un segundo, Hope va a desear no haber seguido a su


hermana. En sólo un segundo, mira hacia abajo mientras se arrastra hacia
adentro, pero ahora, está adentro. Mira hacia arriba y ve el cuerpo
parcialmente devorado de su hermana que yace inmóvil sobre el vinilo rojo.
¡No, esperen! El vinilo no es rojo. Está cubierto de sangre. —¿Fue un
chillido lo que Devon acababa de escuchar? Siguió leyendo—: Y la casa no
es una casa. Es una boca enorme, y la boca está masticando, y ahora se
abre más, y Hope, ahora gritando, se desliza hacia…

—¡Es suficiente! —gritó la Sra. Patterson.

Devon parpadeó. Seguía sin levantar la vista. No había terminado.

—Devon Blaine Marks. —La Sra. Patterson soltó cada uno de los tres
nombres de Devon como si cada uno fuera un escupitajo. Antes de que
pudiera responder, la gran mano cuadrada de la señora Patterson apareció
frente a la mirada dirigida hacia abajo de Devon y le arrebató la historia de
las manos. Las páginas traquetearon y sintió el pinchazo de un papel en la
telaraña de piel entre el pulgar y el índice.

El aula estaba tan silenciosa que Devon podía oír el gorjeo de un pájaro
fuera de la ventana. Finalmente miró a la Sra. Patterson.

—¿Qué?

—¿Qué? —La Sra. Patterson negó con la cabeza, enviando su cola de


caballo rubia a un baile salvaje.

La Sra. Patterson era profesora de inglés, pero también entrenadora de


baloncesto femenino. Era una mujer enorme, alta y de hombros anchos.
Ella se elevaba sobre Devon, y Devon ya medía 5'9, era alto para su
edad. Si tan sólo tuviera la coordinación suficiente para ser jugador de
baloncesto. Quizás entonces sería parte de–.

—Devon. —La Sra. Patterson suavizó su voz profunda y Devon


finalmente levantó la mirada para mirar su rostro ancho. Incluso se las
arregló para encontrarse con sus intensos ojos azules. Los ojos de la Sra.
Patterson daban miedo. Todos en la clase pensaban lo mismo. Ella podría
reducirlo a una pila de humo y cenizas con sólo una mirada. Devon estaba
feliz de que todavía estuviera de pie.

—Preséntese en la oficina del Sr. Wright —ordenó la Sra. Patterson.

Devon miró su historia, arrugada en la mano de la Sra. Patterson. Quería


discutir, pero se encogió de hombros y se dirigió hacia la puerta del aula.

Heather se sentaba en el segundo asiento de la puerta, en la tercera fila.


Al pasar por esa fila, se encontró con su mirada. ¿Había funcionado?

Heather lo estaba mirando directamente. ¡Mirándolo directamente! ¡Sí!

Heather Anders, una de las chicas más populares de su clase y, por


mucho, la más bonita, nunca, ni una sola vez, jamás, había mirado a Devon.
Para Heather, y casi toda su clase de noveno grado, Devon no existía. O si
ella se había dado cuenta de que él existía, no era más que parte del
escenario, como una pizarra o una silla. Si no fuera por el mejor y único
amigo de Devon, Mick, y su madre bien intencionada pero muy molesta,
Devon se preguntaría sí, de hecho, existía. A veces no estaba tan seguro.

Pero hoy existía. Y Heather lo vio. Triunfante, le sonrió y le dio un


pulgar hacia arriba mientras caminaba hacia la puerta del salón.

Heather puso los ojos en blanco y dijo—: Vaya, Devon. Eso fue de mal
gusto.

Devon sonrió más ampliamente y se mantuvo erguido mientras asentía


con la cabeza y luego salió del aula como si se dirigiera a una reunión
importante en lugar de a la oficina del director.

Lo había hecho.
Aunque Heather nunca se fijó en Devon, él había estudiado
detenidamente a Heather. La miró. La escuchó. Quería saber todo sobre
ella.

La semana anterior, mientras Mick hablaba de su última obsesión con


los superhéroes, Devon escuchaba a Heather hablar con sus amigas. Se
quejaba de sus hermanas gemelas de cuatro años, Halley y Hope.

—Me vuelven loca —le dijo a Valerie, su mejor amiga—. Me refiero a


loca en serio. Siempre tengo que cuidarlas y lo odio. Siempre se meten en
problemas, rompen algo o lo que sea, y luego yo me meto en problemas.
¡Las odio!

Ese mismo día, la Sra. Patterson entregó la tarea de escribir una historia
corta original. Fue entonces cuando Devon vio su oportunidad. La vio. La
tomó. Y la había aprovechado al máximo.

¿A quién le importaba si le costaba un viaje a la oficina del director? Los


mejores artistas creativos tenían profundidades ocultas al acecho debajo
de la superficie… y, por lo general, esas profundidades se
malinterpretaban.

☆☆☆

Devon y Mick se encontraron después de la escuela en su lugar habitual


en la parte de atrás, al borde del estacionamiento de los maestros. Devon
estaba ansioso por hablar con Mick sobre lo que había sucedido con
Heather. No había pensado en mirar a Mick antes de dejar la clase de inglés.
No estaba seguro de que su amigo hubiera visto lo que había sucedido.
Mick tendía a soñar despierto. A menudo lo atrapaban mirando por las
ventanas de la escuela a quién sabía qué.

Cuando Devon alcanzó a Mick, Mick estaba haciendo malabarismos con


su mochila violeta brillante, un tigre de papel maché, una taza de plástico
con una pajita, una pila de libros que obviamente no cabían en la mochila
mullida y un paquete a medio comer de cupcakes de chocolate. El glaseado
blanco del pastelito que faltaba estaba pegado a su labio inferior.

Devon señaló el glaseado.


—¿Eh? ¿Qué? Oh. —Mick se secó la boca con el dorso de la mano que
sostenía al tigre. Le hacía parecer como si lo estuvieran atacando. También
le hizo dejar caer la pila de libros, que golpeó el suelo y se dispersó.

Devon negó con la cabeza y se inclinó para recogerlos. Los metió en su


propia mochila azul marino, que estaba casi vacía. Él ya había hecho su tarea
del día mientras estaba en la oficina del Sr. Wright y, a diferencia de Mick,
Devon nunca leía un libro que no estaba obligado a leer.

—Lo siento. Oh, ¿me sostienes esto? —preguntó Mick—. Gracias. —


Mick miró a Devon con los ojos entrecerrados a través de sus gafas
redondas de montura metálica. Empujó su flequillo rubio rojizo de su frente
pecosa, terminó pegado hacia arriba.

—¿Dónde está tu proyecto de arte?

—Lo tiré a la basura.

—¿Por qué? Ese pulpo de cuatro cabezas era retorcido y genial.

Devon se encogió de hombros. No le dijo a Mick que pensaba que hacer


animales de papel maché era para niños, y que el profesor de arte, el Sr.
Steward, le había dado a Devon una D en el proyecto y una conferencia
sobre cómo seguir instrucciones en lugar de hacer lo que quisiera.

—Se suponía que eran representaciones de animales reales, señor


Marks —había dicho el señor Steward.

—¿Cómo sabe que no hay pulpos de cuatro cabezas? —había


respondido Devon—. Sólo se ha explorado el cinco por ciento del fondo
del océano.

Eso había hecho callar al señor Steward.

A Devon no le gustaba leer libros, pero eso no significaba que no leyera.


Pasaba la mayor parte de su tiempo libre en Internet.

Mick se metió el segundo bizcocho en la boca. Los chicos empezaron a


alejarse de la escuela.
Mick tomó un sorbo ruidoso a través de su pajita.

—Esa fue una historia corta y asquerosa, Dev. Me hizo vomitarme en la


boca.

Devon le dio a Mick un suave empujón.

—Tonto.

—No es más grosero que tu historia.

—Lo sé. Sin embargo, ¿viste lo que hizo Heather?

—Ella era… como, muy blanca, su cara, quiero decir. Pensé que se iba
a desmayar.

—¿Sí? ¿Pero la viste mirarme?

Mick miró a Devon, que se inclinó para recoger una piedra redonda. Lo
arrojó a una señal de STOP, y golpeó el centro de la O con un resonante
tintineo metálico.

—Um, la vi mirarte como si quisiera matarte.

—Nah. ¿No escuchaste lo que dijo?

Mick ajustó su mochila.

—Sí. Dijo que la historia estaba enferma.

—No, ella dijo que era “sic”, como genial.

Mick arrugó su cara redonda.

—Um, no lo creo.

Devon volvió a encogerse de hombros, cogió otra piedra y la disparó


contra un poste de luz. Obtuvo un bong resonante como recompensa.

—El caso es que ella se fijó en mí. Ella me habló.

Mick torció su pequeña boca.


—¿Eso es algo?

—¡Seguro que lo es!

Los chicos habían llegado al patio del ferrocarril que estaba a un


kilómetro de su escuela. Comenzaron a abrirse paso entre los vagones
estacionarios cubiertos de grafitis. El patio del ferrocarril olía a aceite y
creosota, y estaba lleno de los sonidos de las ruedas de los trenes
golpeando letárgicamente sobre los rieles viejos y sucios. En el otro
extremo del patio, los muchachos se adentraron en el bosque que se
extendía por millas hacia el norte más allá del patio del ferrocarril y desde
varias millas al este del patio hasta la parte trasera de su vecindario al oeste.
El bosque estaba lleno de enormes abetos y abetos que estaban tan juntos
en lugares que bloqueaban el sol, creando un crepúsculo perpetuo. En un
día nublado, el bosque era aún más oscuro, como si fuera una gran sombra
que envolviera y silenciara la locura demasiado ruidosa, demasiado brillante
y demasiado ocupada que la mayoría de la gente llama la vida real. A Devon
le encantaba la oscuridad y, en un día soleado como hoy, era un alivio
agacharse entre los árboles y dejar atrás la luz resplandeciente.

A mitad de camino desde el patio del ferrocarril hasta el vecindario, si


se quedaban cerca del borde del bosque, llegarían a su “casa club”, el lugar
de reunión que habían establecido en una vieja gasolinera abandonada que
daba al bosque. Durante los seis años que habían sido amigos, habían
pasado casi todas las tardes después de la escuela y gran parte de los fines
de semana en su casa club.

Si Devon era honesto, que no lo era, pensaba que estaban envejeciendo


un poco para tener una casa club. Estaba bien cuando estaban en la escuela
primaria y tal vez incluso el año pasado en la escuela secundaria, pero ahora
que estaban casi al final de su primer año, era demasiado de “niño
pequeño” para ellos. Devon había superado sus juegos de simulación de
piratas y vaqueros espaciales, y ya no veía la colección de basura que habían
acumulado a lo largo de los años como “tesoros”. No quería ser uno de
los dos chicos que no tenían otro lugar al que ir después de la escuela que
no fuera una gasolinera vacía que se derrumbaba. Pero eso no significaba
que tuviera un problema con su casa club. Puede que ya no sea divertido
para él, pero era un lugar para alejarse de toda la basura de la vida real. Era
un lugar al que podía ir y olvidarse de la escuela y olvidarse de toda la
presión que su madre siempre le ponía para “ser alguien”.

—No termines como yo, Devon. Sé alguien —le decía una y otra vez
y–.

—¿No crees? —preguntó Mick.

—¿Qué? —¿Cuánto tiempo había estado caminando sin escuchar a su


amigo? Devon no tenía idea de lo que se había perdido, pero pensó que
probablemente no era importante. El último tema de conversación favorito
de Mick era el juego de matemáticas digital en el que estaba trabajando.

—Va a ser como jugar a espiar, como a cifras —le había explicado Mick
a Devon.

Mick y Devon obtenían principalmente B y C, salpicado en de D


ocasionalmente. Sin embargo, eso no era porque fueran estúpidos. No lo
eran. Devon nunca se preocupó lo suficiente por la escuela como para
“aplicarse”, según las palabras de su madre. La escuela lo aburría. ¿Por qué
trabajar duro en eso? El problema de Mick era un poco más serio. Tenía
algunos trastornos del aprendizaje que Devon no entendía realmente y
solía tener problemas de atención.

—No vamos a etiquetar al niño —dijo el padre de Mick (según Mick),


por lo que Mick nunca había sido tratado por nada. Básicamente, por lo
que Devon podía decir, Mick era como un sabio que no sabía cómo jugar
el juego de la escuela. Y a Mick no le importaba el juego de la escuela.
Estaba enamorado de la comida (la razón de su forma suave y ligeramente
regordeta) y de los mundos de fantasía de cualquier tipo. Mick era un niño
demasiado grande, casi tan alto como Devon. Los pantalones de pana de
cintura alta y las camisas de manga corta abotonadas de Mick gritaban
“nerd”, pero no parecía molestarle. Devon pensaba que algún día Mick
probablemente sería dueño de una compañía de juegos y sería un
multimillonario.

—¡Devon! —Mick tiró de la manga de la camiseta de Devon.

—¿Qué? —Mick parpadeó y miró a su alrededor. Ya deberían estar en


la casa club. Sí, estaba el viejo cedro con el tronco partido, así que–.
¿Dónde estaba la gasolinera?

—Ya no está —dijo Mick en voz muy baja.

Él estaba en lo correcto. La gasolinera ya no estaba ahí. En su lugar, una


enorme retroexcavadora amarilla estaba inactiva junto a una masa de
escombros como un dragón esperando arrojar fuego contra su enemigo
derrotado.

Mick se dejó caer sobre un tronco caído.

—Pero… —Parpadeó y olfateó.

—Nuestros tesoros.

Devon, que se sentía extrañamente emocionado por la demolición de


la casa club, miró a su amigo. Los grandes ojos marrones de Mick estaban
húmedos. Se frotó la nariz.

Devon se sentó junto a Mick y le pasó un brazo por los hombros.

—Oye, está bien.

—¡No! ¡Mira!

—Sí, estoy mirando.

—Todos nuestros tesoros —repitió Mick.

—Sí. Pero podemos encontrar más. —No es que Devon quisiera, pero
Mick no necesitaba saber eso.

—¡Pero ahora no tenemos casa club!

Devon le dio a Mick un medio abrazo, contento de que nadie pudiera


verlos.

—Encontraré algo para nosotros.

—¿Eso crees?
—Seguro. Y mientras tanto, tenemos el bosque. —Agitó un brazo
detrás de ellos.

—Bueno, sí, eso funcionará en días como hoy, pero–.

—Déjamelo a mí —dijo Devon—. Por ahora, pasemos el rato aquí. No


importa qué, estamos juntos, ¿verdad? —Extendió su dedo índice derecho.

Mick sonrió y asintió.

—Estamos juntos. —Extendió su dedo índice derecho y lo vinculó con


el de Devon. Ambos tiraron con fuerza y luego se soltaron.

Devon se sacó la mochila y abrió la cremallera del bolsillo exterior.

—Guardé la galleta con chispas de chocolate de mi almuerzo. Es tuya si


la quieres.

Mick se animó.

—¿De verdad?

Devon puso los ojos en blanco para sus adentros. Estaba acostumbrado
a la costumbre de Mick de usar jerga obsoleta o incluso inventada, pero
eso no significaba que siempre le gustara.

Mientras Mick masticaba la galleta, Devon dijo—: Creo que hoy es un


gran día. Tal vez eso —señaló con la mano el montón de gasolinera
destruida— sea una señal de que se avecina algo nuevo, algo grande.
Quiero decir, después de todo, Heather me habló hoy. Todo lo que tengo
que hacer ahora es aprovechar eso y encontrar otras formas de llamar su
atención.

Mick dejó de masticar. Se sacudió las migas de galleta de la barbilla.

—Um… no estoy seguro de que llamar su atención sea necesariamente


algo bueno. Hay diferentes tipos de atención, ¿verdad?

Devon se encogió de hombros.


—Lo sé. —Devon estaba contento con la forma en que se desarrolló
su plan hoy; no iba a dejar que Mick le disuadiera de su euforia—. Oye,
¿por qué no buscamos en ese montón y vemos si podemos encontrar
algunas de nuestras cosas?

Mick, que había terminado la galleta, sonrió.

☆☆☆

La señora Patterson parecía guardar rencor por la historia de Devon.


En lugar de ignorarlo como de costumbre, ella lo fulminó con la mirada
mientras él ocupaba su lugar habitual en la parte trasera de la habitación
junto a Mick. Heather aún no llegaba.

Tan pronto como Devon se sentó, Mick se inclinó y le dio un golpe en


el brazo.

—Oye, Dev, necesitas conocer a Kelsey. —Mick se inclinó hacia atrás y


señaló a un niño nuevo sentado a la izquierda de Mick—. Kelsey, él es
Devon. Dev, este es Kelsey.

—Hola —dijo Kelsey. Le mostró a Devon lo que parecía una auténtica


sonrisa amistosa.

¿Era en serio?

Devon había visto a Kelsey esa misma mañana. Había estado pasando el
rato cerca de las escaleras mirando a los otros niños. Tanto entonces como
ahora, Devon pensó que Kelsey no parecía el tipo de niño que sería
amigable con Mick y Devon. Aunque Devon no se vestía con un abandono
nerd como lo hacía Mick, de ninguna manera se parecía a un chico normal.
Era demasiado delgado para su estatura, Devon sabía que tenía muchas
cosas en su contra: sus dientes estaban muy torcidos y su madre no podía
permitirse el lujo de conseguirle aparatos de ortodoncia; sus orejas eran
demasiado grandes, a pesar de que llevaba su cabello oscuro largo y lo más
desordenado posible las orejas todavía querían sobresalir; su cuello era
demasiado largo; y sus ojos oscuros eran demasiado pequeños y demasiado
juntos. Cuando estaba en la escuela primaria, uno de los matones de la
escuela lo llamó “hombre pájaro”. A su madre le gustaba decir que era un
“cisne dormido”. Sí lo que sea.

Pero aquí estaba este chico nuevo, este chico nuevo muy guapo (Devon
sabía lo que las chicas buscaban en los chicos), sonriéndole a Devon como
si Devon fuera alguien a quien valiera la pena sonreír. Devon había visto a
Kelsey sonreír a muchos niños de la misma manera cuando estaba en las
escaleras.

La sonrisa de Kelsey hizo que Devon se sintiera ridículamente bien.

—Kelsey se acaba de mudar aquí —dijo Mick.

Devon resistió la tentación de decir “Duh”.

—Su padre es un contratista —continuó Mick—. Él está aquí para dirigir


ese hotel/complejo de oficinas en el que mi papá hizo una oferta y no
consiguió. —Su sonrisa y sus ojos brillantes dejaron en claro que no
pretendía ningún despecho con estas palabras. Aun así, Devon notó que la
sonrisa de Kelsey vaciló por un segundo.

Devon no tenía idea de qué decir a eso, así que simplemente dijo—:
Está bien. —Ya era bastante malo que Mick acabara de mencionar a su
padre, a menudo sin trabajo, a quien le gustaba quejarse de que otros
electricistas siempre le superaban en las ofertas. Pero Devon esperaba que
esta conversación no terminara con él teniendo que decir lo que hacía su
madre. Ella era una limpiadora de casas. Ni siquiera tenía su propio negocio
de limpieza de la casas. Trabajaba para otras personas. Apenas ganaba
suficiente dinero para vivir, pero parecía pensar que él debería estar
orgulloso de que lo estuvieran “haciendo”. No lo estaba.

—Invité a Kelsey a sentarse con nosotros durante el almuerzo —dijo


Mick.

—Está bien —dijo Devon, no del todo seguro de que Kelsey realmente
quisiera sentarse con ellos.

Kelsey sonrió.

—Agradezco la invitación.
Devon arqueó una ceja y examinó el cabello rubio ondulado de Kelsey,
ojos azules, dientes rectos, hombros anchos, jeans rotos y una camiseta
negra descolorida.

—Está bien —repitió.

El sonido inconexo de múltiples conversaciones, el roce de la ropa, el


roce de las sillas y el ruido sordo de los libros en los escritorios le hicieron
saber a Devon que el aula se estaba llenando. Olió el aroma a limón de
Heather, y se giró en su asiento para mirar el brillo lustroso de su cabello
castaño rojizo. Llevaba una camisa verde oscuro que combinaba muy bien
con su cabello.

—Está bien, que cese y desista del caos —dijo la Sra. Patterson—.
Vamos a empezar.

☆☆☆

Para sorpresa de Devon, Kelsey se sentó con Mick y él durante el


almuerzo. Era otro día brillante, y todos estaban afuera, agrupados en las
mesas de picnic instaladas cerca de la entrada de la cafetería o descansando
en el césped que se extendía desde la pasarela frente a la escuela hasta el
estacionamiento. Devon y Mick se apoyaron contra la base del muro de
piedra que rodeaba los postes de la bandera.

La piedra era áspera pero cálida. Devon estaba buscando a Heather, y


Mick estaba hablando de lo deliciosos que eran los sándwiches de
mantequilla de maní y miel, cuando Kelsey se acercó y se dejó caer con las
piernas cruzadas frente a ellos.

Devon miró hacia arriba y alrededor de ellos para ver si alguien estaba
mirando este impactante desarrollo social. Varias personas lo hicieron. Un
par de deportistas gritaron—: Hola, Kelsey —mientras pasaban
pavoneándose. Kelsey les sonrió.

—Hola, Kurt. Hola, Brian. —También saludó a un grupo de chicas en la


mesa de picnic más cercana, y ellas le devolvieron el saludo. Luego centró
su atención en Mick y Devon.
—Escuché que la comida apesta aquí, así que traje mi propio almuerzo
—dijo.

Mick hizo un gesto con la mano en torno a su “delicioso” sándwich y


dijo en boca de mantequilla de maní—: Es la mejor opción.

Kelsey se rio. En realidad se rio, no como si se estuviera riendo de Mick,


sino como si pensara que Mick era divertido. Abrió una arrugada bolsa de
papel marrón.

—Me gusta la buena ensalada de pollo. Mi mamá hace una excelente


ensalada de pollo. —Hizo un gesto hacia el saco de Devon—. ¿Qué tienes?

Devon se encogió de hombros.

—En realidad no tengo hambre. —Metió su saco en su mochila. La


verdad era que tenía mortadela con pan blanco. Su mamá compró ambos
al por mayor. Y odiaba ambos. Odiaba el sabor y odiaba que le recordaran
a la escuela primaria, cuando pensaba que mortadela era lo mejor del
mundo. Había superado la cantidad de comida, pero su presupuesto no
estaba a la altura de sus papilas gustativas.

Kelsey mordió su sándwich y miró a su alrededor.

—Me gusta aquí. Me gusta el sol.

—¿Ves, Dev? A la gente normal le gusta el sol. —Mick le dio un codazo


a Devon con un pie y le dijo a Kelsey—: A Dev le gustan las nubes. Si no
lo conociera bien, pensaría que es un vampiro.

Kelsey inclinó la cabeza y estudió a Devon durante un par de segundos.


Durante esos dos segundos, Devon tuvo la extraña sensación de que lo
estaban evaluando. Pero entonces, Kelsey se rio y se inclinó hacia Devon.

—Bueno, no brilla al sol como esos vampiros de películas. —Rio de


nuevo—. Probablemente no sea un vampiro.

Devon dijo con espeluznante acento de vampiro—: No quiero chuparte


la sangre.
—Hola, Kelsey —gritó la voz de una niña como una campana.

Devon se sentó con la espalda recta. Era Heather.

—Hola, Heather —respondió Kelsey—. ¿Encontraste ese libro del que


te estaba hablando?

Se paró a unos metros de ellos y sonrió a Kelsey.

—Yo hice. Voy a empezarlo esta noche. —Lanzó una mirada a Mick y
Devon—. Oh, hola, Devon.

El tono de voz de Heather cuando saludó a Devon fue totalmente


diferente al que usó para Kelsey. Devon lo notó, por supuesto.

Parte de su cerebro le dijo que los tonos agudos y pesados de cada


sílaba de su nombre representaban sarcasmo. A una parte de su cerebro
no le importaba; sólo le importaba que ella le dijera hola.

—Hola, Heather.

Ella le arrugó la nariz, le dedicó una gran sonrisa a Kelsey y se alejó.

—Es una chica bonita —dijo Kelsey en voz baja después de que Heather
se fuera. La observó durante unos segundos, luego escaneó al resto de los
estudiantes, su mirada descansaba de vez en cuando en alguien antes de
continuar.

—Sí —dijo Mick—. Devon piensa–.

—Sí, lo es —interrumpió Devon. Se volvió y le dio a Mick una mirada


que claramente decía “Cállate”. Mick fue lo suficientemente listo como
para volver silenciosamente a su sándwich.

Kelsey comenzó a hablar sobre el experimento que habían hecho en la


clase de ciencias y Devon se desconectó. Observó a Heather hablando
animadamente con sus amigas mientras escuchaba a medias a Kelsey y Mick
discutir sobre reactivos químicos ¿Era esto lo que se sentía al encajar
realmente? Tal vez no del todo, pero estaba más cerca de lo que había
estado en años.
☆☆☆

Devon prácticamente flotó durante el resto del día. No se había sentido


tan bien en mucho tiempo. Incluso levantó la mano una vez en matemáticas
y respondió una pregunta correctamente. La boca del señor Crenshaw se
abrió.

En su camino por la escuela para encontrarse con Mick después de su


última clase, Devon se cruzó con Heather y sus amigas merodeando por
los casilleros. Heather estaba de espaldas al pasillo. Sus amigas formaron
un semicírculo frente a ella.

Estaban Valerie y Juliet, junto con su tercera mejor amiga, Gabriella.

El novio de Gabriella, Quincy, también estaba cerca; por alguna razón


que Devon no entendía, Quincy siempre parecía estar saliendo con las tres
chicas.

—He decidido que voy a hacer mis propias películas. —Heather se echó
el pelo hacia atrás por encima del hombro—. No quiero ser actriz. Quiero
estar detrás de la cámara.

Devon no pensó. Se detuvo junto a Heather y comenzó a hablar.

Ignorando a los amigos de Heather, se empujó de costado frente a


Heather y dijo—: Si vas a hacer películas, deberías hacer películas de terror.
Incluso las películas de terror cursi pueden tener un buen reconocimiento.

Heather dio un paso atrás y miró a Devon de arriba abajo.

Siguió hablando.

—Si decides hacer películas de terror, avísame. Tengo una prima que
tiene disfraces y maquillaje de payaso. Podrías hacer una historia de payasos
espeluznantes.

Heather golpeó con un dedo índice de uñas rojas el pecho de Devon.

Haciendo hincapié en cada palabra con lo que podría haber sido


desprecio… pero tal vez no, pronunció—: No eres original. Eso ya se hizo,
se hizo, y se hizo. —Ella se volteó y se alejó dando tumbos. Sus amigas la
siguieron, pero no antes que Valerie, con sus rizos rubios rebotando
mientras ella negaba con la cabeza hacia Devon y le dijera—: Eres muy
raro.

Devon los vio alejarse mientras frotaba el lugar que tocó Heather.

¡Ella lo tocó!

☆☆☆

Mientras Mick y Devon se alejaban de la escuela, Mick esperó a que


Devon hablara sobre su búsqueda de una nueva casa club, pero Devon no
habló de eso.

—¡Ella realmente me tocó! —estaba diciendo Devon. Acababa de


decirle a Mick cómo había hablado con Heather en el pasillo. A Mick le
pareció que Devon se había hecho parecer un idiota total, pero Devon no
lo veía de esa manera. Devon realmente pensó que valía la pena
emocionarse por el comentario de Heather y su dedo en el pecho.

Mick estaba un poco preocupado por Devon. Parecía que se estaba


volviendo un poco delirante.

No es que Mick pensara que Devon no merecía llamar la atención de


Heather. Seguro que sí. Los padres de Mick le habían enseñado que la
apariencia no significa nada y que todos merecen amor y otras cosas buenas
por igual.

Mick tuvo que admitir que no estaba realmente seguro de que el mundo
funcionara de esa manera. No había visto evidencia de esta actitud en la
escuela, pero confiaba en sus padres.

Una abeja pasó zumbando por la nariz de Mick, y él saltó hacia atrás y
agitó su taza delante de su cara. El líquido del interior se derramó. Vio a
Devon arrojar una piedra al acoplamiento al final de uno de los vagones.
Lo acertó de lleno.

Pero se estaba perdiendo mucho con sus conclusiones sobre Heather.


El último intento de conversación de Devon fue un swing y un gran
error.

Mick sonrió. Su padre estaría orgulloso de la metáfora del deporte. A


Mick no le gustaban los deportes cuando era más joven, pero últimamente
se había aficionado al béisbol, que a su padre le encantaba. A Mick le
gustaron las estadísticas.

Cuando Mick y Devon se adentraron en el bosque, Mick dijo—: ¿Eh,


Dev? ¿Qué está pasando con la búsqueda de una nueva casa club?

—¿Eh? —Devon había estado hablando del cabello de Heather.


Parpadeó y miró a Mick.

—¿La nueva casa club? —repitió Mick.

—Verdad. Todavía estoy buscando algo bueno, pero mientras tanto,


escondí una manta, una lona y algunas cuerdas en el bosque esta mañana
temprano. Pensé que podríamos construir un fuerte y convertirlo en
nuestro campamento.

Mick sonrió.

—¡Badonkadonk! Ese es el jefe.

Mick notó que Devon suspiraba. Sabía que a Devon no le gustaban sus
expresiones, pero no le importaba. Hacían feliz a Mick, y a Mick le gustaba
hacer todo lo posible para ser feliz. Estaba bastante seguro de que Devon
pensaba que a Mick no le importaba encajar en la escuela. Pero a Mick le
importaba. Le importaba tanto que en realidad le dolía pensar en lo mucho
que todos los ignoraban a ambos, pero la alternativa, exponerse y ser
rechazados, era decididamente algo que Mick no quería. Tanto él como
Devon solían lidiar con eso de la misma manera, ignorando a todos los
demás y haciendo lo suyo. Ahora Devon parecía querer intentar encajar,
mientras que Mick todavía quería intentar permanecer en su mundo de
fantasía. El mundo de fantasía se sentía bien. El mundo real definitivamente
no.

Unos minutos más tarde, llegaron a un pequeño grupo de abetos que


albergaba un par de rocas. Devon se acercó a una de las rocas y sacó una
manta, una lona y un poco de cuerda. Entre los dos, lograron colgar la lona
para formar un techo inclinado y hundido, y extendieron la manta en el
suelo entre las rocas.

—Hagamos una lluvia de ideas —dijo Dev cuando se acomodaron, y


Mick le ofreció una papa frita a la barbacoa de la bolsa que compró en la
máquina expendedora después de la escuela. Todos los días, su mamá le
daba dinero para que comprara algún tipo de comida chatarra de esa
máquina. Era su recompensa por pasar otro día en la escuela. Algunos días
tomaba algo azucarado y, cuando lo hacía, por lo general se lo comía de
inmediato. Algunos días tomaba algo salado y, por lo general, lo guardaba
para compartirlo con Devon.

—¿Sobre la casa club? —preguntó Mick—. ¿Sobre eso


intercambiaremos ideas?

Devon masticó un chip y dijo—: ¿Qué? No. Sobre Heather y cómo


puedo relacionarme más con ella.

—¿Um? Amigo, todavía no estoy seguro de que hayas llamado su


atención o algo.

Devon ignoró a Mick.

—Necesito encontrar una manera de impresionarla.

—Eso nunca es una buena idea —dijo Mick.

—¿Qué no lo es?

—Hacer algo para intentar impresionar a alguien. Mi mamá dice que ahí
es cuando los chicos cometen errores estúpidos.

Devon arrojó una piedra a un helecho que crecía en la base de uno de


los árboles que sostenían su lona.

—Bueno, ¿a quién le importa lo que diga tu mamá?

—¿Um? ¿A mí?

—Sí, bueno, no debería.


—¿Qué tal si hablamos de la caminata que vamos a hacer el sábado?
Papá dice que si vamos un par de millas más al norte de lo que normalmente
vamos, encontraremos una cascada bastante ondulada.

—Tal vez deberíamos buscar ubicaciones para sus películas —dijo


Devon—. Podría darle una lista de buenos lugares. Eso debería hacerla feliz.

—Al parecer, hay una especie de planta rara que crece junto a la cascada
—intentó Mick de nuevo—. Sería genial encontrarla.

—¿Por qué querría Heather frijoles? —preguntó Devon.

Mick se rio, pero luego se dio cuenta de que Devon hablaba en serio.
No había escuchado nada de lo que dijo. Mick suspiró. Era como si Devon
hubiera sido hechizado por una bruja. Mick se preguntó cómo podría
romper el hechizo.

☆☆☆

Para sorpresa de Devon, Kelsey volvió a almorzar con Devon y Mick al


día siguiente. Incluso les trajo sándwiches de ensalada de pollo a sus nuevos
amigos.

—Pensé que les gustaría probarlos. Mamá también hace su propio pan.
Es bastante impresionante.

Hoy, el clima fue más del agrado de Devon. Muchos mechones de nubes
se agrupaban en lo alto que bloqueaban la mayor parte del sol.

—Oye —dijo Kelsey, señalando con el pulgar hacia el cielo—. Es tu tipo


de clima.

«¿Se acordó de eso?» Devon sonrió.

—Sí.

Devon había observado a Kelsey en las dos clases que compartían.


Parecía que Kelsey se estaba haciendo amigo de todos los chicos de la
clase. ¿Cómo hizo eso?
¿Fue sólo porque era guapo? ¿Fue la ropa? Hoy, vestía pantalones negros
holgados con una camiseta gris. Llevaba una camisa a cuadros roja y negra
atada a la cintura. Devon nunca se había preocupado lo suficiente por la
ropa como para saber qué estaba bien y qué estaba mal. No había ninguna
razón para preocuparse.

Su mamá podía permitirse comprarle dos pares de jeans y un montón


de camisetas cada año. Eso limitó sus opciones de moda.

—¿Conoces todos los tipos de nubes? —preguntó Kelsey—. Las


aprendimos en la escuela el año pasado, y la única que puedo recordar es
stratus. ¿Cuáles son esas? —Hizo un gesto por encima de su cabeza.

—Cumulus —dijo Devon sin pensar.

Quizás eso era todo. Kelsey le habló como si realmente le importara lo


que te gustaba. ¿Realmente le importaba o era un acto? Devon entrecerró
los ojos y estudió a Kelsey mientras Kelsey le preguntaba a Mick sobre su
reloj de superhéroe.

—Vi la última película. Fue estupenda.

Kelsey estaba empezando a poner de los nervios a Devon.

«Espera un minuto. ¿Qué? ¿Por qué?» Devon frunció el ceño. ¿Por qué
Kelsey lo estaba molestando? Debería alegrarse de que el chico nuevo
estuviera con ellos. Estaba contento. Pero él también estaba molesto. A
Kelsey le resultaba todo muy fácil. No era justo.

Devon resopló.

Mick y Kelsey lo miraron.

—¿Qué? —dijo Mick.

—Oh, lo siento. Sólo tuve un pensamiento estúpido. Nada importante.

Kelsey ladeó la cabeza y miró a Devon con tanta fuerza que se sintió
como si Kelsey estuviera mirando dentro de su alma. Entonces Kelsey
sonrió y asintió con la cabeza como si entendiera exactamente. Pero,
¿cómo podría hacerlo?

—¿No odias cuando tu cerebro va y viene con pensamientos estúpidos?


El mío hace eso todo el tiempo. Es como si tuviera mente propia. —Se rio.

Mick también se rio.

—El cerebro tiene mente propia. Esa es buena.

Devon se obligó a reír.

—¡Sí! Jaja.

De hecho, se había estado riendo de sí mismo porque había sonado


como un bebé cuando pensó que no era justo. Como sí, a estas alturas, él
de todas las personas debería saber que la vida no era justa.

—¿Qué hacen después de la escuela? —preguntó Kelsey—. He estado


investigando lo que está disponible y todavía no he decidido en qué entrar.

Devon no quiso responder esa pregunta. Él y Mick no estaban


involucrados en ningún deporte o club… excepto su “club” de dos. No
tenían nada.

Mick no se dejó intimidar por la pregunta. Con ingenua honestidad,


dijo—: Teníamos una casa club, era un lugar de reunión realmente genial
en una gasolinera abandonada, pero la derribaron. Dev dijo que nos
buscará un nuevo lugar.

Kelsey terminó su sándwich y se secó la boca con una servilleta negra.


¿Quién usa servilletas negras?

—¿Un lugar de reunión? —Se inclinó hacia adelante—. Bueno, ya sabes,


los mejores lugares para pasar el rato son los edificios abandonados. Mis
amigos y yo en mi última escuela realmente nos metimos en la exploración
urbana. Encontramos algunos lugares interesantes. Cuando supe que
vendría aquí, le pedí a uno de mis amigos que me hiciera saber si hay algo
por aquí que valga la pena echarle un vistazo. Lo está investigando.
—Genial —dijo Mick.

—Pero hasta entonces, todavía puedo ayudar con el tema de pasar el


rato.

—¿Puedes? —Mick también terminó su sándwich, pero no se limpió la


ensalada de pollo untada en su mejilla.

Kelsey lo señaló y, sin reírse, dijo—: Tienes una pequeña mancha.

—Oh. Gracias. —Mick se secó la cara con el dorso de la mano.

Kelsey sonrió.

—Mis padres compraron una enorme y antigua casa de campo en las


afueras de la ciudad. Mamá dice que es histórico o algo así. No me importa
eso, pero me gusta que haya un gran taller viejo detrás de la casa. Es un
desastre, como hundirse y empezar a desmoronarse, y necesita pintura y
un techo nuevo y esas cosas. Papá está construyendo una oficina en casa y
una tienda en el otro lado de la casa, así que dijo que podría tener el taller
como lugar de reunión para fiestas y lo que sea si lo arreglaba. ¿Quieren
ayudarme? Papá dijo que compraría todos los suministros. Sólo tengo que
hacer el trabajo. Él me enseñó cómo construir cosas. Pero es más divertido
con amigos. Podríamos rehacer el taller y convertirlo en nuestro lugar de
reuniones.

¿De verdad acababa de decir “es más divertido con amigos”? Devon
estuvo tentado de apuñalar a Kelsey y ver si era un robot. Los niños
simplemente no decían cosas así.

Mick no parecía tener ningún problema con eso. Prácticamente estaba


rebotando.

—¡Eso suena perfecto!

Kelsey se rio.

—Me alegro de que pienses eso. —Le sonrió a Devon—. ¿Y tú?


—Perfecto —dijo Devon con la mayor sequedad posible. Pero él
sonrió—. Eso suena bastante bien.

Y así era. A pesar de que le molestaba la facilidad con la que Kelsey se


deslizaba hacia su clase, tenía que admitir que sería increíble si ser amigos
de Kelsey les diera un boleto al círculo íntimo. Si ayudaban a construir el
lugar de reunión y Kelsey tenía fiestas, los invitarían.

—Genial —respondió Kelsey. Sacó su teléfono y envió un mensaje de


texto—. Es este viejo, George, un vecino del que me he hecho amigo. Le
envié un mensaje de texto para ver si nos puede llevar a la tienda de
suministros de construcción mañana después de la escuela. Me dijo que
podía llevarme cuando lo necesitara.

Un par de segundos después, el teléfono de Kelsey tocó un riff de


guitarra. Lo miró.

—Sí, se apuntó. —Consultó su reloj y se puso de pie.

Mick y Devon también se pusieron de pie. Era hora de ir a clase.

—Nos vemos mañana después de la escuela junto a los postes de la


bandera —dijo Kelsey—. Papá tiene una camioneta pickup doble grande
con una cabina adicional. Mucho espacio para todos nosotros. Es de color
rojo brillante. No podrás ignorarla.

—¡El capital, mi hombre! —dijo Mick con un falso acento británico.

Kelsey se rio y le ofreció a Mick un puño para golpear.

—Muy bien —siguió el juego. También le ofreció el puño a Devon.


Devon lo golpeó y dijo—: Nos vemos —mientras entraban a la escuela.

Se dio cuenta e ignoró el aleteo en su estómago mientras sacaba los


libros de su casillero. Estaba entusiasmado con la oferta de Kelsey, pero
no estaba seguro de que fuera una buena idea entusiasmarse demasiado
con ella. La vida tenía una forma de decepcionarlo.
Sin embargo, tal vez las cosas iban a cambiar. Mientras Heather pasaba
a su lado y lo miraba con frialdad, se permitió creer en la posibilidad de un
cambio.

☆☆☆

Mick estaba tan emocionado que apenas podía quedarse quieto. No


había podido dormir la noche anterior porque estaba demasiado
emocionado por ayudar a Kelsey a construir la nueva casa club. O bien la
casa club para pasar el rato. Lo que sea.

Su madre había notado que Mick tenía círculos oscuros debajo de los
ojos cuando se levantó, así que le dejó tomar una taza de café. Ahora estaba
drogado con cafeína.

Le había hablado a Devon de camino a la escuela y, en todas las clases,


su pierna rebotaba como una pelota de baloncesto lanzada por un
profesional. ¡Vaya! Había otra metáfora del deporte y ni siquiera le gustaba
el baloncesto. ¿Qué pasa con eso?

Era el tercer período del día. Estaban en estudios sociales. No es su


clase favorita, pero aguantaría.

Como de costumbre, Mick y Devon se sentaron en la parte de atrás del


aula con las paredes alineadas con mapas y el severo Sr. Gentry
asomándose sobre los niños de la primera fila. Mick notó que Kelsey estaba
al final de la tercera fila sentada junto a un par de jugadores de fútbol.
Kelsey estaba recostado en su silla de lado, por lo que estaba mirando a
los niños en el lado izquierdo de la habitación en lugar de al Sr. Gentry al
frente. Mick vio como la mirada de Kelsey se posó en Devon y Mick. Kelsey
les dio una media sonrisa y asintió.

—Hoy —dijo Gentry— estamos hablando de justicia. —Miró por


encima de sus gafas de lectura negras de montura gruesa, que generalmente
colgaban del extremo de su nariz puntiaguda.

Mick pensó que el señor Gentry se parecía un poco a un águila. Tenía


el pelo blanco y por lo general vestía marrón. Tenía los ojos cerrados como
Devon. Y tenía esa nariz.
—¿Qué es la justicia? —preguntó el señor Gentry.

Nadie levantó la mano.

«Reconozco una pregunta retórica cuando la escucho», pensó Mick.

—Cada cultura tiene su propio concepto de justicia —continuó el Sr.


Gentry.

—Este concepto generalmente se deriva de muchos campos de estudio.


Nuestro sistema de justicia, por ejemplo, proviene de la ética, el
pensamiento racional, la ley, la religión y sólo las ideas generales sobre la
equidad. Sin embargo, detrás de todo eso suele haber una especie de
instinto. La justicia es, en la mayoría de los casos, intuitiva. Lo sabemos
cuándo lo sentimos. —Miró a la clase—. Entonces, ¿qué significa la justicia
para ustedes?

Esta no era una pregunta retórica. Sin embargo, Mick ni siquiera pensó
en levantar la mano. Levantar la mano en clase requeriría un trasplante de
cerebro o tal vez ser poseído o infectado por un simbionte alienígena.

Kelsey levantó la mano y dijo—: La justicia equilibra la balanza.

—¿Qué significa eso? —preguntó el señor Gentry.

—Elimina las desventajas, por lo que las desventajas no pueden superar


las ventajas.

—Interesante perspectiva —dijo Gentry.

Heather levantó la mano.

Mick frunció el ceño.

«Heather».

¿Qué tenía Heather que fascinaba tanto a Devon?

Claro, era bonita, pero a Mick le parecía bastante superficial. Y ella no


era tan bonita. Había muchachas mucho más bonitas en la clase. Pensó que
Devon estaba un poco loco por Heather, aunque Devon parecía un poco
loco en general. Mick estaba empezando a pensar que tal vez Devon había
captado un simbionte. Había algo en sus ojos, algo que no estaba del
todo… bien.

—Creo que la justicia es venganza —dijo Heather.

—Venganza —repitió el Sr. Gentry.

—Sí —respondió Heather—. Por ejemplo si alguien te despreciara,


tienes que devolverle el favor.

—Venganza, parece un poco vago. Quizás esté demasiado abierto a la


interpretación. ¿Qué pasa si la venganza va demasiado lejos?

Heather se encogió de hombros.

—Los accidentes ocurren. —Ella se rio y la clase se rio con ella. Devon
se rio más fuerte.

Mick notó que Kelsey no se reía. Mick tampoco se reía. Un escalofrío


se deslizó por su espalda.

☆☆☆

Devon pensó que el día no terminaría nunca. Cada clase fue lenta y
aburrida, y estudios sociales ganaron el premio. Excepto por el hilarante
comentario de Heather sobre “los accidentes ocurren”, el resto de la clase
había estado más seco que el pollo asado de su madre, que estaba tan seco
que era difícil creer que el pájaro hubiera estado vivo alguna vez.

Pero finalmente, el día terminó, y él y Mick se dirigieron al frente de la


escuela para encontrarse con Kelsey. Al frente de la escuela. ¿Qué tan
asombroso era eso? No más que escabullirse por la parte de atrás de una
casa club para perdedores.

Mick trotó hasta Devon justo al cruzar la puerta principal de la escuela.


Los niños pasaban a empujones junto a ellos, corriendo hacia los autobuses.
Por una vez, Devon no encontró molesto el zumbido del viernes por la
tarde en el aire. También sintió el zumbido, como pequeñas anguilas
eléctricas deslizándose sobre su piel.
Se había dado cuenta de que Mick había estado actuando como si
estuviera enchufado a una toma de luz todo el día. Estaba nervioso y
espástico. Pero Devon lo entendía. También se sentía extrañamente feliz
por todo. Por una vez, estaba disfrutando de las paredes amarillas en el
pasillo de la escuela (que la mayoría de las veces le recordaba a la yema de
huevo cruda y le daban ganas de vomitar). No le importaban todos los
olores de la escuela: el olor químico de la alfombra, el olor polvoriento de
la tiza, el sudor, el chicle, el aliento a ajo del almuerzo escolar de ese día.
En lugar de sentirse extraño, se sentía familiar.

—¿Estás listo? —preguntó Mick, tirando de la manga de Devon.

Devon sonrió.

—Listo.

Se abrieron paso a través de las puertas de vidrio doble y ambos


escanearon el camino de entrada en busca de una camioneta doble roja
brillante. Kelsey tenía razón. No podían perdérselo.

Se dirigieron hacia él y se encontraron con Kelsey mientras él trotaba


desde el gimnasio.

—Están aquí. —Kelsey sonaba genuinamente complacido.

Devon se sorprendió.

Kelsey levantó una mano y saludó a un hombre barbudo al volante de


la camioneta. El hombre le devolvió el saludo, sonriendo.

Devon se preguntó cómo sería tener a un hombre adulto sonriéndote.

No, en serio, digamos la verdad aquí. Se preguntó cómo sería tener un


hombre adulto, digamos, como un padre.

El único recuerdo que tenía de su papá era de un hombre enojado que


le arrojaba cosas a su mamá. Devon tenía tres años cuando su padre se
fue. Él y su mamá habían estado solos desde entonces.
Kelsey llevó a Devon y Mick a la camioneta. Devon notó que algunos
niños miraban a Mick y a él, como si fueran hombres de las cavernas que
habían escapado de la Edad de Piedra. Un avión de papel pasó junto a la
cabeza de Devon, sin apenas fallarle la nariz; no se molestó en voltearse y
ver de dónde venía. Mantuvo la mirada fija en la enorme camioneta roja.

—Hola, George —dijo Kelsey cuando llegaron a la camioneta. Él y


George hicieron un elaborado aleteo con los dedos en un golpe en el
hombro—. Este es Devon —Kelsey asintió con la cabeza a Devon— y él
Mick.

—Un placer conocerlo señor. —Mick extendió la mano… y dejó caer


los libros que se había metido bajo el brazo.

Antes de que Devon pudiera alcanzarlos, Kelsey se inclinó para


recogerlos.

George, que parecía tener unos sesenta y tantos años, estrechó la mano
de Mick.

—No es necesario el “señor”. Llámame George. —Se volvió hacia


Devon y le ofreció la mano.

Devon la estrechó. Era espesa y callosa.

—Hola, eh, George.

Kelsey apiló los libros de Mick y se los devolvió a Mick. Mick los movió
y sonrió.

—¡Gracias!

—Está bien —dijo George—. Qué tal si–.

—¡Hola, Kelsey! —sonó la voz de Heather.

Devon se giró para mirarla. Hoy llevaba una camisa ajustada de color
rojo brillante. Se había pasado la mayor parte de la clase de inglés mirándola
y estaba feliz de volver a verla ahora.
Heather ignoró su mirada, pero Gabriella le dio a Devon una mirada de
párpados pesados diseñada para hacerlo sentir como un gusano. Él le hizo
una mueca fea y ella agarró a Quincy, quien la atrajo hacia sí y le dijo a
George—: Buen equipo.

—¡Gracias! —George sonrió y dio unas palmaditas en el capó de su


camioneta como si fuera un perro—. Aquí tengo un V8 de 6.2 litros debajo
del capó, 420 caballos de fuerza y 460 libras de torque.

—Vaya —dijo Quincy—. Genial. —Se apoyó contra la parte delantera


de la camioneta como si estuviera posando para un anuncio. Gabriella se
rio y posó junto a él.

Devon apretó la mandíbula.

Quincy y Gabriella eran las personas más bonitas de la escuela. Gabriella


era hispana y, de hecho, algún día podría llegar a ser la estrella que les dijo
a todos que iba a ser. Ella era muy hermosa. Quincy, de cabello oscuro
pero con la piel más clara, tenía el aspecto de chico malo que Devon una
vez había tratado de lograr cortando sus jeans, rasgando sus camisetas y
encorvándose más.

No funcionó para Devon; todo lo que recibió fue un sermón de su


madre sobre cómo cuidar sus cosas y mantenerse erguido.

—¿Qué vas a hacer este fin de semana, Kelsey? —preguntó Heather.

Kelsey hizo un gesto hacia Mick y Devon.

—Vamos a ir a la tienda de materiales de construcción para comprar lo


que necesitamos para poder convertir un antiguo taller en un gran lugar
para pasar el rato.

Heather lanzó una mirada a Devon y luego sonrió a Kelsey.

—Eso suena divertido. Me encanta el bricolaje.

Kelsey sonrió.

—Eso es genial.
Heather puso una mano sobre el brazo de Kelsey.

—Sabes, soy una diseñadora realmente buena. Ayudé a mi mamá a hacer


una cueva del hombre sorpresa para mi papá. —Se dirigió hacia sus
amigas—. ¿Recuerdas haber construido esas estanterías de pared a pared?

Las tres chicas se rieron, empujándose unas a otras con deleite por
alguna broma privada. Devon quería vomitar. Valerie, una chica muy
pequeña que usaba suficiente maquillaje para diez chicas, tenía una voz nasal
que se convertía en un bocinazo cuando se reía. Y Juliet, alta y delgada,
soltó una risita de niña que hizo que a Devon le dolieran los dientes.

Quincy se apartó del camión.

—Tengo una increíble habilidad para martillar.

Kelsey miró a Quincy sin expresión por un segundo. Luego sonrió y


dijo—: Eso es genial.

Devon no pensó que Kelsey pensara que era genial. Parecía molesto.
¿Pero por qué?

Heather tomó la mano de Kelsey.

—¿Qué tal si organizas una fiesta de construcción este fin de semana?


Todos podemos ir y ayudar.

Kelsey abrió la boca, pero antes de que dijera nada, George sonrió y
dijo—: Oye, eso suena genial. Puedo ayudarte a preparar una barbacoa.

Heather hizo un gesto hacia la camioneta.

—Entonces vayamos a buscar algunos suministros.

Kelsey miró de Heather y sus amigos a Mick y Devon.

Heather prosiguió.

—El hermano de Quincy nos iba a llevar a casa, pero tenía que estar en
algún lugar. ¿Podríamos ir contigo a la tienda de suministros y luego tal vez
podrías llevarnos a casa?
—Claro —dijo George. Estoy feliz de hacerlo. Pero… —miró al grupo
—No todos van a encajar.

Heather dijo—: Seguro que lo haremos. Sólo somos cinco más tú y


Kelsey.

—Siete más Kelsey y yo —dijo George, señalando a Devon y Mick.

Heather miró a Devon y Mick. Agitó una mano en el aire.

—Oh, pueden viajar en la parte de atrás.

—No. Lo siento. Eso es contra la ley.

Desde el momento en que aparecieron Heather y su equipo, Devon


sintió que estaba viendo cómo se desarrollaba la escena desde el interior
de un capullo de cristal. Comprendió lo que todos decían, pudo escuchar
la risa molesta de las chicas, pero todo estaba en silencio. A pesar de que
estaban parados a pocos metros de Devon, se sentían muy lejos, casi como
si los estuviera viendo en una pantalla de cine. Sus otros sentidos parecían
haberse apagado. Ya no podía oler el escape del autobús cuando los
autobuses aceleraban y se alejaban de la escuela. No podía sentir la ropa
en su cuerpo o el pavimento bajo sus pies. Ahora se sentía como si la niebla
entrara en su pequeño capullo y se filtrara dentro de él, poniendo su
cerebro en una oscuridad que hacía que pensar fuera casi imposible. Tal
vez por eso se sorprendió cuando vio a Mick dar un paso al frente y decirle
a Kelsey—: ¿Um? Pensé que sólo Devon y yo íbamos a ir contigo hoy.

Kelsey frunció el ceño y miró a todos. Devon conocía el problema.


Kelsey se preguntaba a sí mismo—: ¿Debería ser un idiota y dejar a los dos
perdedores, o debería ignorar a las chicas bonitas? —No iba a ser una
elección difícil. ¡Kelsey todavía sostenía la mano de Heather!

George habló.

—¿Qué tal esto? Haremos dos viajes. Llevaré a algunos de ustedes,


niños, y luego regresaré por el resto. Está a sólo diez minutos en coche.
La espera no será tan larga.

Kelsey soltó un suspiro reprimido.


—Gracias, George.

Heather le sonrió a Kelsey y tiró de él hacia la puerta del pasajero de la


camioneta.

—Vamos. Podemos compartir el asiento delantero. Soy lo


suficientemente pequeña como para que los dos podamos caber debajo del
cinturón de seguridad. —Ella se rio.

Kelsey se encogió de hombros y dejó que Heather lo condujera al frente


de la camioneta. Los demás se amontonaron en la parte trasera de la
camioneta. Quincy empujó a Mick hacia atrás mientras se apretujaba detrás
de las otras tres chicas.

Por un segundo, pareció que George iba a protestar por la cantidad de


niños en el asiento trasero, pero luego se encogió de hombros y se puso
al volante. Las cuatro puertas se cerraron de golpe.

George bajó la ventanilla.

—Volveré por ustedes, muchachos.

Tan pronto como George puso en marcha su V8 de 6.2 litros, sea lo


que sea, el capullo de Devon se derrumbó. De hecho, sintió que se le
saltaban los oídos cuando el aire a su alrededor pareció adaptarse al
espacio real y al tiempo de nuevo. Sus sentidos también se pusieron en
alerta máxima.

Lo primero que olió fue el refresco de uva en la copa de Mick. Luego


sintió una bocanada de gasolina cuando el gran camión rojo se alejó con el
breve optimismo de Devon. Sabía que era demasiado bueno para ser
verdad.

Sintió que Mick tiraba de su camisa.

—¿Quieres sentarte allí y esperar? —Mick señaló el bordillo y chupó su


pajita. Dejó su trasero acolchado en la acera y apiló su mochila y libros
adicionales a su lado.
Un coche lleno de niños pasó a toda velocidad junto a ellos y alguien
dejó escapar un silbido estridente.

Alguien más gritó—: ¡Perdedores!

Devon dio la espalda al camino de entrada. Se dirigió hacia el bosque y


dijo—: No estaré esperando. Me voy a casa.

Mick sacó la boca de la pajita. Su labio superior estaba teñido de


púrpura.

—¿Um? ¿Por qué?

Devon miró a Mick. Se veía patético sentado allí con su copa. Devon
quería criticarlo y alejarse, pero diez años de amistad y miles de vínculos
con los dedos de “juntos en esto” mantuvieron su temperamento bajo
control.

—¿Es en serio? ¿Me preguntas por qué?

Mick frunció el ceño y luego asintió.

Devon suspiró y se sentó en la acera junto a Mick.

—¿De verdad crees que después de los treinta minutos que le tomará
a George llevarlos allí, volver por nosotros y nos llevará allí, seremos
bienvenidos en el grupo? ¿No crees que podría ser solo un poco, y estoy
siendo muy, muy sarcástico ahora mismo en caso de que te lo pierdas,
incómodo?

Mick tuvo que pensar en eso durante varios segundos. Devon esperó.

Finalmente, Mick suspiró.

—Sí, veo lo que quieres decir. —Olió y chupó su pajita—. ¿Por qué
Kelsey hizo eso? ¿Por qué no los hace esperar?

—De nuevo. ¿En serio? ¿Estás preguntando eso? ¿No lo viste hacer un
movimiento con Heather?
Mick torció los labios y miró por el rabillo del ojo como si estuviera
viendo una repetición en una pequeña pantalla hacia arriba y hacia la
derecha. Frunció el ceño.

—Pensé que ella hizo un movimiento con él.

—¡Lo que sea! Él estuvo de acuerdo cuando ella sugirió que


compartieran el asiento delantero.

Mick pensó en eso y asintió.

—Cierto.

Devon se puso de pie.

—Entonces, ¿vienes conmigo o no?

Mick suspiró.

—Sí, supongo que sí. —Levantó su mochila y Devon recogió la pila extra
de libros de Mick.

—¿Esto significa que no podemos tener nuestra casa club en la casa de


Kelsey? —preguntó Mick mientras comenzaban a caminar hacia el bosque.

—Sí, creo que eso es exactamente lo que esto significa.

☆☆☆

Mick todavía se sentía un poco desanimado por lo que sucedió con


Kelsey cuando se encontró con Devon para su caminata el sábado por la
mañana. Trató de no dejar que las cosas le molestaran demasiado. Si lo
hiciera, sería miserable todo el tiempo. Realmente no quería ser miserable.

Mick y Devon vivían en un vecindario que no era tan agradable como


Mick deseaba. No era horrible; había visto cosas mucho peores. Pero
tampoco era bueno. Las casas de su vecindario, que quedaron de cuando
la ciudad era propiedad de la empresa maderera, eran pequeñas, viejas y
prácticamente idénticas, excepto por los autos y la basura que había junto
a ellas. Cuando Mick y sus padres se mudaron a su casa, le dijeron a Mick
que sólo era temporal, que no tendría que compartir su habitación con su
hermana pequeña para siempre. Pero todavía compartía su habitación con
su hermana pequeña, Debby, algo que era soportable sólo porque Debby,
a quien le gustaba coser, hizo una cortina para dividir su diminuta
habitación. Eso y el hecho de que ambos tenían auriculares y pasaban la
mayor parte del tiempo leyendo o en sus computadoras les impedía querer
matarse entre sí.

A veces, Mick envidiaba a Devon porque Devon tenía su propia


habitación, pero luego recordaba que Devon no tenía padre, ni siquiera un
padre vago que nunca ganaba suficiente dinero. Al menos Mick tenía un
padre, y su padre lo amaba. Eso era mejor que tener su propia habitación,
supuso.

Mick, con su mochila llena de bocadillos de comida chatarra, refrescos,


agua, su pequeña cámara y protector solar adicional, trotó por el camino
agrietado y polvoriento hasta la puerta azul descolorida de Devon. Todas
las casas del vecindario tenían revestimientos grises y puertas de entrada
azules, algunas eran más brillantes que otras.

Mick casi tenía miedo de llamar a la puerta. ¿Y si Devon no estaba?

La forma en que Devon había estado actuando la noche anterior hizo


que Mick se preguntara si Devon se estaba volviendo cada vez menos el
amigo al que estaba acostumbrado Mick. Era como si algo estuviera
mordisqueando a Devon desde dentro. Estaba devorando sus sonrisas y,
bueno, su personalidad.

Mick parpadeó cuando se abrió la puerta azul.

—Hola, señora Marks —le dijo a la mujer alta y delgada con el pelo
oscuro corto y revuelto. La Sra. Marks vestía una camisa de uniforme
amarillo pálido con pantalones de uniforme azul oscuro. Sus ojos marrones
tenían círculos debajo de ellos y sus delgados labios estaban apretados.
Cuando vio a Mick, logró esbozar una media sonrisa.

—Está casi listo, Mick.

Devon apareció detrás de su mamá. Mick notó que la casa olía a avena
y limones.
—Muchachos, diviértanse hoy —dijo la Sra. Marks.

Devon levantó su mochila y sonrió.

—¡Lo haremos!

Mick casi se equivoca. Devon parecía francamente entusiasmado con su


caminata. ¿Había vuelto el viejo Devon?

Si era así, sería genial.

☆☆☆

La cascada estaba donde el padre de Mick había prometido que estaría,


y estaba tan animada como él había prometido. Los niños encontraron una
gran roca plana cerca de la base de las cataratas, lo suficientemente lejos
para estar fuera del alcance de la pulverización, pero lo suficientemente
cerca como para ver la espuma agitándose en la base de las cataratas. Las
cataratas no eran tan altas, pero eran anchas y bastante poderosas,
probablemente porque era primavera y eran alimentadas por la escorrentía
de la nieve del invierno. A Mick le encantaba oír el rugido del agua cuando
se precipitaba desde lo alto del acantilado hasta la cuenca de piedra de
abajo.

Las cataratas estaban escondidas en un grupo de abetos que encerraban


el espacio alrededor de las cataratas; se sentía como si los chicos estuvieran
en una cueva verde y exuberante en una tierra lejana. Era bastante mágico,
pensaba Mick. No le habría sorprendido que las ardillas salieran bailando
del bosque y comenzaran a cantar. Por supuesto, sabía que eso no iba a
suceder, pero las caídas lo hacían parecer posible.

El estado de ánimo de Devon también lo hacía parecer posible. Devon


había estado emocionado toda la mañana. Tenía esto, ¿qué era? Estilo.
Actuaba como si fuera todo eso. Era una locura.

Mick tuvo que admitir, sin embargo, que le gustaba más este Devon que
el que lo había estado poniendo nervioso durante los últimos días. Sí,
Devon todavía estaba obsesionado con esa chica, Heather, pero al menos
estaba hablando y sonriendo.
Devon se puso de pie y tomó una fotografía del abeto más alto más allá
de las cataratas.

—Creo que este sería un excelente lugar para una escena de una de las
películas de Heather —dijo Devon.

—Uh-huh. —Mick no sabía qué decir cuando Devon hablaba de


Heather. Señalar que a Heather claramente no le gustaba Devon no parecía
servir de nada. Así que estaba usando la técnica “NASAMLN” de su
madre—: asentir, sonreír y hacer ruidos de escucha.

Devon tomó un par de fotos más y luego se sentó y sacó un paquete de


galletas saladas con mantequilla de maní de su mochila. Le dio un codazo a
Mick.

—Tengo una sorpresa para ti.

—¿Trajiste postre? —Mick ya había comido sus cupcakes empaquetados


y todavía tenía hambre.

Devon se rio.

—No. Nada de postre. Lo siento. Pero encontré una nueva casa club.

Mick se sentó con la espalda recta.

—¿De verdad? ¿Dónde?

—Eso es parte de la sorpresa. Hice lo que sugirió Kelsey. Busqué lugares


abandonados cerca de aquí y encontré uno. Te llevaré allí el lunes después
de la escuela.

—¿Por qué no hoy?

Devon sonrió de una manera maliciosa que hizo que Mick se quedara
sin aliento por un segundo.

—Está muy lejos. Tenemos que ir al este en el patio del ferrocarril en


lugar de al oeste hacia nuestras casas como solemos hacer.
—Um… está bien. —¿Por qué Mick de repente sintió que Devon estaba
escondiendo algo? Abrió la boca para preguntar qué era, pero luego la
cerró. Quizás aquí se necesitaba un enfoque más sutil. Independientemente
de lo que estuviera pasando con Devon, Mick pensó que sería más
inteligente mirar y esperar en lugar de enfrentarlo de frente.

Devon terminó sus galletas, se sacudió las migas de la cara y se puso de


pie.

—Vamos. Quiero buscar más lugares para Heather.

Mick suspiró.

—Okey. —Metiendo envoltorios de comida chatarra vacíos en su


mochila, Mick dijo—: ¿Pero no preferirías jugar a la búsqueda del tesoro?

Llevaban jugándolo desde que eran pequeños y a Mick le encantaba. Uno


de ellos elegiría un objeto para que lo encontraran, y quien encontrara lo
más cercano a él obtendría una recompensa de comida chatarra del otro.
Así es como obtuvieron la mayoría de los tesoros que perdieron cuando
derribaron su antigua casa club. Un anillo de plata se convirtió en una
pestaña de una lata de refresco. Un avión se convirtió en una enorme rama
de árbol en forma de avión. Una pizza se convirtió en una gran roca plana
con motas en forma de pepperoni.

Devon se encogió de hombros.

—Está bien, también podemos hacer eso.

Mick sonrió y se puso de pie.

—Okey. Escogeré el primer objeto. Busquemos un ventilador.

Devon se adelantó.

—Seguro. ¿Por qué no?

Les tomó casi una hora volver sobre sus pasos desde las cataratas y
regresar a una parte familiar del bosque. Tomó tanto tiempo porque Mick
estaba corriendo por todas partes buscando algo como un ventilador.
Cuando encontró una gran fronda de helecho, decidieron que servirían
hasta que localizaran algo mejor. No parecía que fueran a encontrar algo
mejor… hasta que un cuervo hizo caca sobre el hombro de Devon.

Mick lo vio suceder. Paseaban por el suelo del bosque acolchado con
agujas de abeto, y Devon hacía malabarismos con tres piedras a medida
que avanzaban. El cuervo se sentó en una rama alta sobre sus cabezas.
Había graznido cuando se acercaron al árbol en el que estaba. Mick lo miró.
Al pasar por debajo, el cuervo agitó las plumas de la cola y una gran mancha
blanca apareció en el hombro de Devon en sincronía con un sonido blando
y aplastante.

Mick se echó a reír, pero luego respiró hondo cuando Devon soltó
instantáneamente una de las piedras que llevaba, enviándola como un rayo,
como un misil hacia el cuervo. La piedra golpeó al cuervo con un ruido
sordo que le revolvió el estómago, y el cuervo cayó al suelo en lo que
pareció una cámara lenta. Aterrizó unos metros delante de ellos.

Mientras Mick trataba de procesar lo que acababa de suceder, Devon


señaló al pájaro claramente muerto.

—Si lo quieres, un ala sería un mejor ventilador —dijo Devon.

Mick miró fijamente al pájaro. El bosque comenzó a girar a su alrededor,


y se tambaleó hacia atrás, apoyándose contra un árbol.

—¿Estás bien? —preguntó Devon.

La boca de Mick estaba tan seca que no podía hablar. Devon comenzó
a alejarse, quitándose la camisa a medida que avanzaba.

Mick sacó una botella de agua de su mochila y tomó un gran trago.

—Um, no necesito un mejor fan —dijo Mick cuando encontró su voz,


que no sonaba nada normal.

Devon se encogió de hombros.

—¿Puedes darme un poco de agua para limpiar mi camisa?


Mick le entregó su botella de agua sin hablar. No tenía idea de qué decir.
O tal vez tenía miedo de decir algo.

☆☆☆

El lunes por la mañana, Kelsey estaba esperando a Mick y Devon en sus


casilleros. Mick estaba sorprendido pero complacido. Tal vez, después de
todo, pudrían pasar el rato con Kelsey.

—Hola, Kelsey —dijo.

—Hola, Mick. Hola, Devon.

Mick no estaba seguro de qué esperar de Devon. Sabía que Devon


estaba enojado con Kelsey.

Pero Devon sonrió y golpeó a Kelsey en el hombro. Mick notó que


Devon tenía un vendaje de gasa en la mano, pero antes de que pudiera
preguntar al respecto, Devon le dijo a Kelsey—: ¡Amigo! ¿Tuviste un buen
fin de semana? —Mick sintió que sus cejas se levantaban. «¿Eh?»

Las cejas de Kelsey también subieron un poco. Miró a Devon con los
ojos entrecerrados por un segundo.

Luego sonrió y dijo—: Miren, muchachos, lamento mucho lo del viernes.


Eso fue incómodo. No estaba seguro de qué hacer. Luego, cuando George
volvió a buscarte, dijo que no estabas allí. No tenía sus números para
llamarlos.

—No hay problema —dijo Devon—. Fue incomodo, y no fue tu culpa.

«¿Incomodo?» Mick nunca había escuchado a Devon decir eso antes.

Kelsey soltó aire. La sonrisa tentativa que había lucido desde que se
acercó a ellos se transformó en una amplia sonrisa.

—¡Estoy tan aliviado! Pensé que ustedes estarían enojados conmigo.


Tendrían todo el derecho a estarlo.

Devon negó con la cabeza.


—Nah. Todo está bien.

«¿Todo está bien?» Mick sintió como si estuviera escuchando un clon


defectuoso de Devon.

—Estupendo. —Kelsey asintió con la cabeza a varios chicos que se


apresuraron y lo saludaron.

Luego se rio entre dientes y dijo—: No progresamos mucho este fin de


semana. Quincy y Gabriella me criticaron. Y… —Kelsey miró a su
alrededor—. Honestamente, Heather y sus otros amigos no fueron de
mucha ayuda. —Guiñó un ojo—. Pero todavía no me importaría tenerlos
cerca. ¿Sabes?

Devon le dio a Kelsey una sonrisa con los labios cerrados. Luego le
dijo—: Lo sé.

¿Fue una contracción muscular en la mandíbula de Devon?

Antes de que Mick pudiera responder esa pregunta en su cabeza, Devon


se inclinó hacia Kelsey.

—Escucha, encontré un lugar, un lugar abandonado como del que


estabas hablando. De hecho, podríamos usar eso como un lugar de
reunión, o simplemente podríamos tomar parte de las cosas geniales para
tu lugar de reuniones. Los materiales recuperados crean espacios súper
creativos.

«Esto es mejor que una película de ciencia ficción», pensó Mick. «¿Crear
espacios súper creativos?» Ahogó una risa.

Kelsey sonrió.

—¿Sí verdad? ¿Encontraste un edificio abandonado? Eso es genial.

—Mi amigo nunca me dijo nada. ¿Estás sugiriendo que hagamos una
exploración urbana?

—Exactamente —respondió Devon—. Podemos encontrarnos después


de la escuela, en la parte trasera. No está lejos. Podemos caminar hasta allí.
—Okey. —Kelsey le dio a Devon un puñetazo y se interrumpió para ir
a su primera clase.

Devon miró a Mick. Al parecer, al ver algo en la cara de Mick, dijo—:


¿Qué?

Mick negó con la cabeza.

—Nada. —Seguía pensando que no debería decir nada sobre el extraño


comportamiento de Devon.

☆☆☆

A Devon no le habría sorprendido que Kelsey no hubiera aparecido


después de la escuela. Pensó que Kelsey podría sospechar algo. Pero no.
Aparentemente no lo hizo, porque ya estaba esperando detrás de la
escuela con Mick cuando Devon dejó que la gruesa puerta de metal se
cerrara de golpe detrás de él. Bien. Hasta aquí todo bien.

—Entonces, ¿dónde está este lugar? —preguntó Kelsey, entrecerrando


los ojos hacia el implacablemente brillante sol y caminando hacia los otros
chicos.

—Es como en el bosque, a una milla al este del patio del ferrocarril —
dijo Devon mientras los chicos se alejaban de la escuela.

—¿Cómo es que nunca hemos oído hablar de ese lugar? —preguntó


Mick—. Ambos hemos vivido aquí desde que nacimos —le dijo a Kelsey.

Devon se encogió de hombros.

—No lo sé.

Con Devon a la cabeza, los chicos se abrieron paso con cuidado a través
del patio del ferrocarril, cruzando los rieles detrás de una hilera de pesados
vagones de carga metálicos que rodaban por las vías. En el otro extremo
del patio, Devon los condujo hacia el bosque, y tomaron un sendero
sinuoso e irregular bordeado de troncos podridos cubiertos de musgo y
gruesos racimos de arándanos y salal. El aire estaba húmedo y rico con un
olor arcilloso que hizo pensar a Devon en los días de lluvia. Le gustaban
los días lluviosos por la misma razón que le gustaban los días nublados.

Mick y Kelsey charlaban mientras caminaban, principalmente sobre


programas de televisión. Mick hablaba sobre un programa de ciencia ficción
que seguía una sociedad apocalíptica en la que la gente era asesinada incluso
por los errores más pequeños.

—Eso suena interesante —dijo Kelsey—. Como en Mi Callejón, de una


manera extrema.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Mick.

Kelsey se encogió de hombros.

—Oh, sólo quiero decir que me gustan los programas legales, los
dramas judiciales. Voy a ir a la facultad de derecho para poder ser un
verdadero juez algún día.

«¿Un verdadero juez?» Devon se preguntó qué significaba eso.

—¿No quieres ser un constructor como tu papá? —preguntó Devon.

—No. Me gusta construir cosas, pero me gusta más la justicia. Papá


entiende eso. Dice que todos debemos hacer lo que nos apasiona.

«Es cierto», pensó Devon.

Unos cien metros antes de llegar a su destino, los árboles se adelgazaron


y los rayos del sol tocaron su piel. Devon sintió que la luz y el calor
golpeaban su rostro y, por un segundo, sus pies vacilaron.

—¿Estás bien? —preguntó Kelsey.

—Sí. Me tropecé.

Tan rápido como se entrometió, el sol se retiró. Devon se salió del


camino y se metió en una parte más densa y oscura del bosque. Los chicos
lo siguieron.
—¿Ya llegamos? —preguntó Kelsey… luego se rio—. Mi hermana
siempre pregunta eso cuando estamos en el auto.

—El mío también —dijo Mick.

Devon los ignoró. Casi estaban allí. Los condujo alrededor de un abeto
nudoso y allí estaba. Se detuvo y esperó a que Kelsey y Mick lo alcanzaran.

Cuando lo hicieron, los escuchó tomar aire al unísono.

—Vaya —dijo Kelsey.

—Espeluznante —dijo Mick.

Kelsey se rio.

Agachado en el bosque frente a ellos, un gran edificio bajo con una línea
de techo poco profunda y pequeñas ventanas tapiadas se aferraba, apenas
a la vida. Aunque el edificio estaba intacto, se hundió y se inclinó, como si
estuviera demasiado cansado para permanecer de pie. Debido a que un
tragaluz en forma de burbuja, sucio pero intacto, sobresalía del centro de
la parte superior del edificio, parecía que llevaba un bombín. Era difícil saber
de qué color había sido el edificio cuando se construyó; ahora era
mayormente verde y negro, veteado de moho, hongos y musgo. También
lo consumían las zarzamoras silvestres. Regimientos agresivos y espinosos
de las enredaderas flanqueaban el edificio por todos los lados que los
chicos podían ver desde donde estaban. Las enredaderas crecían bajas,
apenas llegaban al fondo de las pocas ventanas del edificio, pero eran
gruesas, compactadas en una barrera que exigiría un sacrificio de sangre
para pasar.

—No esperas que pasemos por eso, ¿verdad? —le preguntó Mick a
Devon.

Devon se rio.

—¿Parezco estúpido? —Él se rio más fuerte—. Espera. No respondas.

Sus risas eran agudas, algo femeninas. Mick lo miraba con extrañeza.
—Vamos —dijo Devon, guiando a los chicos alrededor del edificio.

—¿Qué era este lugar? —preguntó Kelsey.

Devon señaló la pared por la que pasaban. Un letrero viejo y


descolorido colgaba torcido de debajo de los aleros desgastados por la
intemperie. El letrero estaba tan descolorido que sólo se podía distinguir
una F, una z y una P. Pero junto a las letras, la imagen de algo redondo
desafiaba los elementos.

—¿Eso es una pizza? —preguntó Mick.

—Eso creo —respondió Devon—. Creo que esto era una pizzería.

—Me encanta la pizza —le dijo Mick a Kelsey.

Kelsey sonrió.

—A mí también. Oye, Mick, saca tu teléfono celular y mira si puedes


averiguar algo sobre el lugar. Lo haría, pero olvidé mi teléfono en casa. Me
di cuenta después del almuerzo. No creo que haya hecho eso antes. Me
siento desnudo sin él.

Mick se rio y sacó su teléfono.

—No te molestes —dijo Devon—. No hay señal en este edificio.

Mick levantó su teléfono y se volvió en círculo.

—Bueno, eso es un poco espeluznante.

—Vamos. —Devon les indicó a los chicos que lo siguieran por el lado
opuesto del edificio. Cuando sus zapatillas comenzaron a hacer sonidos de
raspado en lugar de los golpes sordos que habían hecho en el bosque, hizo
un gesto hacia el suelo—. ¿Ven? Creo que este era el estacionamiento.

—Sí. Miren. —Kelsey señaló al otro lado del lote a un letrero clavado
en el tronco de un árbol. Probablemente una vez fue blanco, ahora era gris,
pero cuando Devon entrecerró los ojos, pudo ver la carta.

—Sólo para clientes —dijo Kelsey.


—¿Podemos estar aquí? —preguntó Mick.

Devon lo miró.

—¿Por qué no podríamos? ¿Parece que a alguien más le importa este


lugar? Además, a nadie le importó que pasáramos el rato en la gasolinera
abandonada.

—Tienes razón —dijo Kelsey.

—Ven aquí —dijo Devon. Aunque este lado del edificio parecía estar
tan ahogado por arbustos de moras como el otro lado, Devon lo hacía
mejor. Pasó por encima de un trozo de cemento roto y se inclinó—. Hagan
lo que yo hago —les dijo a los otros dos.

Inclinado casi en dos, Devon asomó la cabeza en lo que parecía un


arbusto de moras infranqueable, pero una vez que se acercó, estaba claro
que el arbusto estaba creciendo alrededor de algo. Devon no tenía idea de
qué era ese algo, pero tenía una apertura. Cayó de rodillas.

—Tienen que gatear —gritó.

Mick gimió, pero Kelsey se encogió de hombros y dijo—: Esa es la vida


de un explorador urbano.

Devon sonrió. Kelsey vestía jeans con las rodillas rotas. Devon estaba
seguro de que eran del tipo que compras ya rotos, del tipo que cuestan al
menos cien dólares, más de lo que su madre pagaría por un par de jeans.

—Valdrá la pena, lo juro. Ven despacio —le animó Devon.

Se arrastró hacia adelante. Sabía que Mick y Kelsey lo seguirían. Tenían


demasiada curiosidad para no hacerlo. Después de unos cuatro pies de
hacer un túnel a través de una abertura estrecha, llegó al lugar donde podía
ponerse de pie. Así lo hizo, sacudiéndose las piernas mientras esperaba a
los demás.

Miró hacia arriba y alrededor. Todavía no estaba seguro de qué era esto.
Era un recinto redondeado, como una especie de entrada novedosa, tal
vez, al restaurante. Pensó que parte de la entrada se había derrumbado,
que era lo que había hecho esa entrada en forma de túnel y lo que había
protegido esta parte del clima y el aire húmedo del bosque.

—Esta es una salsa increíble —dijo Mick, apareciendo junto a Devon.


Su aliento olía a su refresco de uva favorito y su cabello olía a sudor.

Kelsey se puso de pie y miró a su alrededor. Devon notó que una de las
rodillas de Kelsey estaba sangrando.

—¿Qué es? —preguntó Mick.

—Solía vivir junto al océano —dijo Kelsey— y había una tienda de


regalos que tenía una cabeza de tiburón en la entrada. Creo que esto es
así. No un tiburón, obviamente, sino una especie de cabeza de animal. ¿Ves?
Ahí están los ojos.

Devon miró hacia donde señalaba Kelsey. Lo había echado de menos


cuando estuvo aquí antes. Para darse crédito, la primera vez que estuvo
aquí, estaba oscuro. Eso fue el viernes por la noche. Quería encontrar un
edificio abandonado antes de que pudiera hacerlo el “amigo” de Kelsey de
su último pueblo. Así que se había marchado después de cenar. Su madre
se había quedado dormida en el sofá, como siempre. Había ido al bosque
para explorar. No estaba seguro de por qué iba de noche.

Quizás esperaba perderse. Realmente no le habría importado. Sólo


quería olvidar lo que había sucedido esa tarde.

Pero en lugar de perderse, había encontrado este lugar. Mientras lo


exploraba, se formó una idea. Había alimentado esa idea todo el sábado y
hasta el desayuno del domingo por la mañana con su madre. Cuando ella
se durmió, de nuevo, regresó y hurgó un poco más, y su idea se convirtió
en un plan completo.

Los “ojos” que señaló Kelsey eran dos ventanas redondas y sucias
colocadas donde estarían los ojos si esto fuera, de hecho, una cabeza. Y el
lugar donde estaba el área colapsada era donde podría estar el hocico de
un animal.

—Creo que tienes razón —dijo Mick. Mick se dio la vuelta y señaló la
puerta tapiada. Le dijo a Devon—: ¿Y ahora qué?
En el lado izquierdo de la puerta había dos tablas apoyadas contra la
pared. Devon extendió la mano y movió las tablas, revelando una ventana
lateral junto a la puerta. El cristal de la luz lateral estaba roto.

—¿Hiciste eso? —preguntó Mick.

—Claro que sí. ¿Quieres llevarme a la cárcel?

—Ja ja. —Mick frunció el ceño—. ¿Esperas que pase por ahí?

Es cierto que la luz lateral era estrecha, pero Devon se había deslizado
sin problemas, y supuso que incluso Mick podría manejarlo si contraía el
estómago y le daban un empujón—. Sí. Por eso traje esto. Sacó de su
mochila un rollo de cinta adhesiva y, mientras Mick y Kelsey miraban,
Devon cubrió el interior del marco de la ventana, que había sostenido el
vidrio, con cinta gruesa—. De esta manera no te cortarás cuando pases —
le dijo a Mick.

Kelsey miró a Devon durante un par de segundos y luego dijo—: Que


considerado.

—Sí, gracias —dijo Mick.

«Ese soy yo», pensó Devon, «el señor buen chico».

Cuando terminó de poner la cinta, se movió de lado y se deslizó por la


abertura. Una vez dentro, gritó—: A pesar de que el tragaluz está sucio,
deja entrar suficiente luz para ver, en su mayoría. Mick, ¿por qué no vienes
a continuación? Tiraré si te quedas atascado, y Kelsey, tú empujas.

—Está bien —corearon Mick y Kelsey.

El hombro suave y redondo de Mick se abrió paso a través de la


abertura. Agitó una mano y Devon la agarró y tiró.

—¡Ay! —Mick protestó mientras escapaba por la abertura y tropezaba


para recuperar el equilibrio.

Kelsey se deslizó detrás de Mick.

—¿Estás bien?
Mick se frotó el vientre.

—Sí.

Todos miraron a su alrededor.

—¡Genial! —dijo Mick.

Estaban parados en medio de una enorme habitación cuadrada llena de


imágenes de extravagantes personajes de animales que se alternaban con
locos y coloridos patrones geométricos. Una pila de sillas en forma de
dominó descansaba contra una pared, y otra pila de mesas se alineaba en
la otra pared. En un extremo de la sala, un escenario, con sus cortinas de
terciopelo rojo y flecos corridos, presidía la sala. Y en el escenario–.

—¡Miren! —Mick estaba clavado en el suelo de linóleo rojo sucio, con


su mirada fija en las tres figuras en el escenario.

—¿Qué es eso? ¿Un pollo? —preguntó Kelsey, boquiabierto en la misma


dirección.

—Eso creo —dijo Devon.

—¿Por qué tiene un cupcake? —preguntó Mick.

—Tal vez sea un pollo horneado —dijo Kelsey e inmediatamente se rio


a carcajadas.

Devon no pudo evitarlo. Se rio.

—Esa fue buena.

Mick también se rio.

—Sí. —Su estómago gruñó—. Ojalá fuera un pastelito de verdad.

—Vamos. —Kelsey caminó hacia el escenario.

Bien. Se estaba acercando en eso. Devon sonrió.


Él y Mick siguieron a Kelsey al escenario y miraron las figuras de cerca.
Las figuras parecían mirar hacia atrás, pero, por supuesto, eso no era
posible.

Devon tuvo que admitir que se sentía más cómodo estando aquí hoy
que el día anterior. Ayer, estaba asustado. Sólo regresó hoy porque...

—Son animatrónicos —dijo Kelsey.

—Sí —dijo Devon—. Eso es lo que pensé.

—¿Animatrónicos? ¿Te gustan los robots? —preguntó Mick.

—Algo así —respondió Kelsey—. Los animatrónicos se pueden


alimentar de diferentes formas. A veces usan energía neumática o
hidráulica, a veces electricidad. A veces funcionan con una computadora.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Devon a su pesar.

—Papá trabajó una vez en el proyecto de un parque de diversiones.


Tenían pájaros animatrónicos.

—¿Por qué hay un pollo, un conejo y un oso? —preguntó Mick.

—Un pollo, un conejo y un oso entraron en una pizzería —dijo Kelsey,


y los tres chicos se rieron.

Devon tenía que admitir que Kelsey era un tipo divertido. Lástima que
tenía que…

Mick jadeó.

—¿Eso es un gancho?

A la izquierda del escenario, una protuberancia en forma de cueva


envuelta en una pesada cortina negra se anunciaba a sí misma como Pirate's
Cove. Devon no había mirado detrás de esa cortina. Algo sobre ese
gancho…

—Vamos. Hay más para ver.


Como una línea de conga corta y sin música dirigida por la linterna de
Devon, los chicos hicieron un recorrido por la pizzería sucia. Cuando
Devon exploró la pizzería por primera vez, sintió que había caído en una
especie de distorsión temporal. Aunque el interior del edificio estaba
húmedo y había moho en algunos lugares del techo y las paredes, no tenía
el aspecto de destrozado que esperarías en un edificio abandonado. Parecía
que el restaurante había estado cerrado y nadie había entrado desde
entonces.

Encontraron la cocina despojada de sus electrodomésticos y otros


equipos, pero curiosamente, tenía varias jarras de agua destilada alineadas
en el piso junto a una de las paredes. Una pequeña oficina con un viejo
escritorio de metal rayado también tenía un archivador que estaba
intrigantemente cerrado. Si Devon no tuviera otros planes, querría abrirlo.
Kelsey lo sugirió, pero Devon dijo que llegarían a eso más tarde. Condujo
a los otros chicos a una habitación con grupos de paneles de control y
pantallas de computadoras antiguas y gruesas, y luego visitaron un par de
baños repugnantes con baldosas rotas, lavabos rotos y tuberías expuestas.
Mientras estaban en el baño, Devon estaba bastante seguro de haber
escuchado algo deslizándose a través de las paredes. No dijo nada. Por la
forma en que palidecieron los rostros de los otros chicos, supo que ellos
también lo escucharon. Tampoco lo mencionaron, pero todos rápidamente
atravesaron la puerta del baño y terminaron en el pasillo estrecho.

—La mejor parte está aquí —dijo Devon, haciendo señas a los demás
para que lo siguieran.

La frecuencia cardíaca de Devon se aceleró. Casi podía escuchar su


adrenalina acelerando en la línea de salida. Reprimió una sonrisa. ¿Por qué
pensó en eso? No le gustaban los coches. «6.2 litros V8», cantaba en su
cabeza.

—¿Almacenamiento? —preguntó Mick—. ¿Esto es lo que quieres que


veamos?

Devon sonrió.

—Sí. Vamos.
Empujó la puerta del almacén para abrirla, apuntó con la linterna a la
habitación y dio un paso atrás para que pudieran ver. Era como mirar
dentro del armario de una persona trastornada.

Animales sin cabeza colgaban de largas varas que se alineaban en dos


paredes de la habitación.

Bueno, está bien, en realidad no son animales sin cabeza, sino trajes de
animales sin cabeza. Los trajes estaban sucios y polvorientos. Algunas
estaban oscuros por el moho. Todos parecían rígidos y andrajosos, sin pelo
en algunas partes. En la pared opuesta, tres filas de estantes tenían cabezas
de animales: osos, conejos, pájaros y perros. Todas las cabezas parecían un
poco maltrechas, como si hubieran sido utilizadas como una bola de
boliche o algo así, pero los ojos estaban en su lugar en todos ellos. Todos
miraban al frente como si estuvieran alineados para pasar lista.

—Espeluznante —dijo Mick.

Devon miró a Kelsey. Los ojos de Kelsey estaban brillantes. Comenzó


a hurgar en los gabinetes que se alineaban en las paredes a ambos lados de
la puerta.

—¡Miren todas estas cosas! —dijo él. Señaló contenedores de clavos,


tornillos, soportes, cables y lo que parecían juntas de metal. Se dio la vuelta
y le sonrió a Devon—. Eres un genio, Devon. Creo que puedo salvar uno
de esos trajes y tal vez construir nuestro propio personaje animatrónico
para mi lugar de reuniones.

Devon no pudo evitar notar el uso de la palabra “mi”. La semana pasada,


Kelsey había dicho “nuestro”.

Un sonido similar al del agua corriendo llenó sus oídos. Estaba bastante
seguro de que era sangre corriendo por sus venas de emoción.

—Mira aquí. —Hizo un gesto para que Kelsey lo siguiera y fue al fondo
de la habitación hacia un pequeño armario en la esquina. Sus pies hacían
raspaduras ásperas en el suelo que sonaban extrañamente amenazadoras.

Devon había visto el armario cuando estuvo aquí por primera vez,
parcialmente escondido detrás de los disfraces que colgaban de la pared
interior de la habitación. Había visto el potencial en ello y eso le había dado
su idea. Sin embargo, fue su segunda visita la que lo iluminó, por así decirlo.

Kelsey miró a Devon, luego agarró la manija de metal del armario.

Dando un paso atrás y hacia un lado, lentamente abrió la puerta unos


centímetros.

Satisfecho de que nada iba a saltar sobre él, abrió la puerta el resto del
camino. El haz de luz de la linterna de Devon se reflejó en un par de grandes
ojos redondos.

Mick se apiñó detrás de ellos.

—¿Qué es eso?

Kelsey tomó el brazo del oso amarillo de tamaño humano que estaba
frente a ellos. Devon sabía lo que descubriría. El brazo pesaba.

Este no era sólo un traje peludo como los que cuelgan de las varillas.
Este traje era–.

—Es un traje animatrónico —dijo Kelsey—. Tiene habilidades


animatrónicas, supongo, pero se puede usar como un disfraz. He leído
sobre algunas cosas de vanguardia que están haciendo con estos, donde
entras y el traje lee tus signos vitales y responde a tu pulso y temperatura
y esas cosas. Algunos incluso pueden responder a comandos específicos:
deja que el usuario hable con la voz del personaje. Sin embargo, estoy
seguro de que no es eso. Es demasiado viejo. Me pregunto cómo funciona.
—Volvió a tirar del brazo—. Vamos a sacarlo. Creo que podemos sacarlo
entre los tres.

—Claro —dijo Devon—. Podemos hacerlo.

Esto iba incluso mejor de lo que imaginaba. Pensó que iba a tener que
convencer a Kelsey de esto, pero parecía que iba a hacerlo todo por su
cuenta.

Era como estaba destinado a ser.


Los tres chicos gruñeron de esfuerzo, Mick estornudó un par de veces
cuando el polvo y los mechones del pelaje del oso se soltaron. Trabajando
juntos, lograron sacar el traje de oso del armario y llevarlo al centro del
piso de la sala de almacenamiento. Pusieron al oso boca arriba. Jadeando
para recuperar el aliento, miraron al extraño personaje, cuyos ojos ciegos
miraban directamente hacia el techo bajo el moteado de la linterna de
Devon y las sombras oscuras de la habitación.

—Vamos a arrastrarlo a la sala principal para que podamos verlo mejor


—sugirió Devon.

—Sí —dijo Kelsey.

Más gruñidos y estornudos llevaron al traje de oso amarillo a la parte


principal de la pizzería. Una vez que lo pusieron en el medio del piso,
Devon supo que era el momento.

—Mick, ¿por qué no vuelves y buscas las tapas de esos contenedores


de tornillos y esas cosas? Puedes apilarlos y sacarlos. Podemos llevarlo con
nosotros para el lugar de Kelsey.

Mick miró por encima del hombro al lúgubre pasillo.

—Toma mi linterna —le dijo Devon.

Mick volvió a mirar al oso. Devon pudo ver a Mick estremecerse.

—Está bien —estuvo de acuerdo.

Tan pronto como Mick salió de la habitación, Devon se dirigió a


Kelsey—: Ese oso se parece a ti.

—¿Eh?

—Bueno, no es tan genial, pero su cabello es del mismo color, y está


sonriendo como lo haces normalmente. Si logras que este traje funcione,
podría ser como la mascota de tu lugar de reuniones.

Kelsey sonrió.
—No está mal. —Se inclinó y tomó la cabeza del oso con ambas
manos—. ¿Esto sale? —Tiró y la cabeza del oso se soltó del traje. Miró la
parte superior del torso y olió—. No huele tan mal, no peor que el resto
del edificio.

—También me di cuenta de eso. —Le dio un codazo a Kelsey y le


sonrió—. Inténtalo.

Kelsey estudió la abertura del cuello del traje y luego se encogió de


hombros.

—¿Por qué no? —Se sentó y comenzó a moverse hacia el torso. Una
vez dentro, dijo—: Esto es bastante cómodo. —Sonrió—. Ahora la cabeza.

Devon acababa de golpearse la cabeza cuando Mick entró arrastrando


los pies a la habitación arrastrando una pila de contenedores de plástico.

—No estoy seguro de cómo vamos a poder sacar estas cosas… —Se
detuvo y miró al oso en el suelo. Miró a su alrededor.

—¿Dónde está Kelsey?

—Estoy aquí —gritó Kelsey.

Los ojos de Mick se agrandaron.

—Qué–.

Kelsey se sentó y dijo—: No estoy seguro de cómo estar de pie en esta


cosa, pero oye, podría intentarlo. —Comenzó a lanzar sus brazos
alrededor en elaborados movimientos de baile.

Cuando lanzó ambos brazos hacia los costados, un aplauso metálico que
apuñaló sus oídos resonó en las cuatro paredes a su alrededor. El aplauso
fue seguido por un sonido de uñas en una pizarra. Tan abruptamente como
comenzó, el sonido de raspado terminó con un fuerte golpe. Esto
desencadenó una cascada de chasquidos, como docenas de trampas de
acero para animales que se colocan una tras otra.

Kelsey comenzó a chillar con el primer chasquido.


Una vez, cuando Devon era pequeño, su madre lo condujo a la escuela
y atropelló a un gato en la calle. El gato no murió de inmediato. En cambio,
emitió un sonido que era como si todos los sonidos del sufrimiento se
juntaran en uno: gritos, lamentos, aullidos y otras voces que Devon ni
siquiera podía describir. Esa firma sónica estaba incrustada en el cerebro
de Devon. Siempre había pensado que sería lo peor que oiría en su vida.

Él estaba equivocado.

Esto fue lo peor.

Y el sonido no fue la parte mala. Fue malo, sí. Pero lo malo, lo realmente
malo, fue la forma en que el traje comenzó a sacudirse en un baile
espasmódico y espantoso. Parecía que el oso dorado apolillado y manchado
de moho estaba convulsionando.

Pero no era el oso. Devon sabía que no era el oso.

Era Kelsey.

«Que hice», pensó Devon.

—Algo está mal con él —gritó Mick.

Devon saltó. Estaba tan hipnotizado por el sufrimiento de Kelsey que se


había olvidado de que Mick estaba allí.

Los chillidos de Kelsey se detuvieron, como si alguien o algo le hubiera


cortado las cuerdas vocales. Y el traje se quedó quieto.

Fue entonces cuando Devon notó que se estaba poniendo rojo. Rojo
profundo, oscuro y húmedo.

—¿Eso es–? —Mick señaló. Cayó de rodillas—. ¡Eso es sangre!

Sí, eso era sangre.

Devon se sentó en el suelo y apretó los pies contra su cuerpo. La sangre


saturó el pelaje enmarañado del oso en segundos y comenzó a acumularse
en el suelo. Como el linóleo era rojo sangre, la sangre de Devon se mezcló
con el suelo. La única razón por la que Devon podía verlo era que la sangre
de Kelsey se movía. Había formado un charco parecido a una ameba que
parecía alejarse del traje de oso ahora saturado.

Devon miró fijamente la sangre en movimiento. Parecía ser un ser vivo,


un lago líquido rojo pensante que se extendía, buscando…

Devon se alejó aún más. Gimió y dejó caer la cabeza entre las manos.

Esto no era lo que pretendía hacer. Había planeado atrapar a Kelsey con
el traje de oso y dejarlo así durante una hora más o menos para asustarlo,
como venganza por lo que había sucedido. Si hubiera pensado por un
minuto que esto es lo que…

Estaba enojado, sí, celoso. Desde el viernes por la tarde, y tal vez incluso
antes, había odiado a Kelsey más de lo que nunca había odiado a nadie ni a
nada. Incluso había odiado a Kelsey más de lo que odiaba a su padre
desaparecido.

Odiaba a Kelsey porque Kelsey tenía todo lo que Devon quería. Justo
cuando parecía que tenía una oportunidad con Heather… Está bien, tal vez
se había estado engañando a sí mismo sobre eso, pero aun así, ni siquiera
tuvo la oportunidad de averiguarlo. Kelsey llegó y se hizo amigo de todos
en, como, dos segundos. Devon había estado intentando durante toda su
vida hacer un amigo que no fuera Mick. ¡Kelsey no tenía derecho a que
todo le fuera tan fácil!

Pero eso no significaba que se lo mereciera.

—¿Dev?

Devon se secó las lágrimas que no se dio cuenta que se le habían


formado en los ojos.

—¡Dev!

Se secó la cara y miró a Mick. Mick estaba sentado en el suelo en el lado


opuesto del traje de oso ensangrentado. «Sí, seguro. Traje de oso
sangrante».
Devon todavía se engañaba a sí mismo. El traje de oso no sangraba.
Kelsey lo hacía.

Devon escuchó un hipo de Mick y se dio cuenta de que Mick estaba


llorando. Su rostro sucio estaba surcado de lágrimas, lo que le daba un
aspecto extrañamente tribal, como si tuviera franjas verticales de pintura
de guerra en las mejillas. «Pobre chico», pensó Devon. Mick no era lo
suficientemente maduro para manejar algo como esto.

¿Y Devon lo era? Ladró una carcajada.

La mirada de Mick, que había estado clavada en el traje de oso y la sangre


que fluía, se dirigió a Devon.

—¿Por qué te ríes? —su voz estaba aguda.

Devon negó con la cabeza.

—Es… no importa. Estoy, creo que estoy… tal vez sea por el shock.

Mick lo miró fijamente durante unos segundos, luego volvió a centrar


su atención en el traje. Él se estremeció.

—Míralo. Todavía se está moviendo. Todavía está vivo. Tenemos que


sacarlo de ahí.

Devon miró el traje. En cierto modo pulsaba, como si fuera un gran


corazón ensangrentado en sus últimos latidos.

Mick repitió—: Tenemos que sacarlo de ahí.

—No podemos —dijo Devon.

—¿Qué quieres decir?

Mick, con la boca abierta, lágrimas aun goteando, la nariz goteando,


continuó mirando el traje que ocasionalmente temblaba durante… ¿cuánto
tiempo? Devon no estaba seguro.

Ya no sentía que realmente estuviera ahí. Obviamente, lo estaba. Pero


no era así. Estaba de vuelta en su pasado. Estaba viendo a su padre alejarse
el día que se fue y nunca regresó. Estaba viendo a su madre cansada
preparar otra comida de macarrones con queso en caja. Estaba en la
escuela viendo a los demás niños reír y bromear entre ellos. Estaba
saliendo con Mick en la casa club de la gasolinera. Estaba mirando a
Heather, deseando que ella se fijara en él. Estaba disfrutando el momento
en que ella dijo su nombre.

La escuchaba hablar sobre justicia en la clase de estudios sociales.

Podía verla, con su jersey rojo, y podía oír su voz tintineante: «Creo
que la justicia es venganza».

Venganza. Eso era todo lo que pretendía hacer. Quería justicia.


Venganza.

Kelsey lo había lastimado. Había hecho que Devon sintiera que podía
ser parte de algo, y luego había echado a Devon. Le picaba, como si le
hubieran apuñalado con un objeto afilado.

Sólo quería que Kelsey sintiera algo similar. Y tal vez hubiera querido
que Kelsey terminara con cicatrices, como Devon estaba marcado por cada
rechazo que había soportado.

Pero él no había querido esto. No lo quería.

«Los accidentes ocurren» trinó Heather en su mente.

Devon gritó cuando Mick le sacudió el hombro. ¿Cómo llegó Mick hasta
aquí? Devon frunció el ceño y negó con la cabeza llena de telarañas.

—¿Por qué no me respondes? Sigo preguntándote a qué te refieres.


¿Qué quieres decir con que no podemos sacarlo? —Mick estaba cerca,
demasiado cerca.

Devon vio que los mocos se secaban bajo la nariz de Mick.

—Quiero decir, no podemos porque… —gimió Devon.

Mick lo estudió durante varios segundos y luego se alejó lentamente de


Devon.
—¿Hiciste esto a propósito?

Devon no le respondió.

—¡¿Lo hiciste a propósito?!

Devon trató de humedecer su boca lo suficiente como para tragar.

—¿Lo mataste? —gritó Mick.

—¡No! —Devon se levantó del suelo y empezó a caminar de un lado a


otro. De repente, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y no pudo
detenerlas—. ¡No!

—¿Pero qué acaba de pasar? —Mick abrazó sus rodillas y se meció.

Devon se quedó mirando el traje ensangrentado. Se frotó la cara.

—Quería vengarme de él.

—¡¿Matándolo?! —Mick se puso de pie.

—¡No!

—¿Entonces qué?

—Cuando estuve aquí antes, encontré el traje y traté de ponerme el


brazo. —Sus palabras distorsionaron sus sollozos, lo sabía. Podía ver a Mick
concentrado, tratando de entenderlo—. El traje tiene estas cosas con
cerraduras adentro. Una vez que lo colocas en su lugar, es casi imposible
quitártelo por ti mismo. —Devon golpeó la gasa en el dorso de su mano,
donde se había arrancado un poco de piel que escapaba del pesado brazo
del traje.

—¿Entonces sabías lo que pasaría?

—No. Quiero decir, sí. Pero no. Quiero decir, ¡sólo quería asustarlo!
Pensé que una vez que estuviera encerrado lo dejaríamos en este lugar
hasta la puesta del sol… ¡sólo para hacerlo sudar un poco! Quería que
sintiera algo injusto, ¡como lo que nos hizo! Como lo que sentí cuando él
y su vecino se fueron con… Quería que se lastimara. Aunque no quería
que se lastimara realmente… ¡no así!

El traje dorado se estremeció y Kelsey dejó escapar un gorgoteo.

—Todavía está vivo —susurró Mick. Se dirigió hacia el traje, pero


Devon lo agarró del brazo.

—¡No lo toques!

Mick se soltó, miró fijamente a Devon durante un segundo y luego


corrió hacia la entrada del edificio.

—¡Tenemos que conseguir ayuda!

Devon corrió tras él y volvió a agarrarlo del brazo.

—¡No podemos hacer eso!

—¿Qué? ¿Por qué?

—Iremos a la cárcel.

—Irás a la cárcel.

—¿Quieres que vaya a la cárcel?

—¡No! Por supuesto que no.

—¿No hemos estado siempre juntos?

—Bueno… sí.

—Nosotros también estamos juntos en esto. —Devon se volteó y miró


a Kelsey y la sangre en el suelo. Los riachuelos rojos no se extendían tan
rápido, pero todavía se movían, arrastrándose como un ejército de
soldados rojos por el linóleo.

—No podemos conseguirle ayuda lo suficientemente rápido. Ha


perdido demasiada sangre.
—Si lo intentamos, sólo nos meteremos en problemas.

Mick miró a Devon con más dureza.

—¿Te arrepientes de que esto haya pasado?

—¡Claro que sí! —gritó Devon.

Mick levantó las manos.

—Está bien. —Respiró entrecortadamente—. Está bien.

Devon se dio cuenta de que estaba temblando. Sintió temblores en


ambas piernas. Tenía que concentrarse para permanecer de pie.

Era un asesino.

Un escalofrío le recorrió el cuello. No estaba seguro de si lo que estaba


sintiendo era por lo que había hecho o porque temía meterse en problemas
por lo que había hecho.

Respiró hondo y cuadró los hombros.

—Está bien. Esto es lo que vamos a hacer.

Mick se frotó la nariz y miró a Devon como si éste fuera a hacer que
todo fuera mejor.

Devon nunca podría hacer que todo fuera mejor.

—No podemos deshacer lo que pasó —dijo.

—¿Podemos? —objetó Mick—. Lo haces sonar como si yo fuera parte


de eso. ¡Yo no formaba parte de esto!

—Está bien. Yo. No puedo deshacerlo. Entonces, a partir de aquí,


tenemos una opción. O lo decimos y yo voy a la cárcel o no lo contamos
y yo no voy a la cárcel. De cualquier manera, Kelsey estará igual. Ojalá no
lo hubiera hecho. Lo siento. Estoy muy muy apenado. Pero eso no ayuda a
Kelsey. Que yo vaya a la cárcel tampoco lo ayuda.
—Estás diciendo que deberíamos dejarlo. —La voz de Mick era baja.

Devon respiró hondo y soltó el aire.

—Sí. Eso es lo que estoy diciendo.

Durante al menos un minuto, los chicos se quedaron ahí parados.

Afuera, un cuervo graznó. Otro respondió. En el interior, los únicos


sonidos eran los de la respiración boquiabierta de Devon y Mick. Ambos
estaban llenos de llanto. Los sonidos irregulares y rápidos de bufidos que
estaban haciendo eran espeluznantes.

Pero no tan espeluznante como ese seco sonido de deslizamiento. ¿Qué


era eso?

Devon agarró a Mick del brazo.

—Vamos. ¿Dónde dejaste tu mochila?

Mick señaló. Estaba contra la pared cerca de la entrada, justo al lado de


la mochila de Devon. Devon se obligó a darse la vuelta y buscar su linterna.
Estaba junto a la pila de papeleras que Mick había sacado del almacén.
Haciendo un amplio arco lejos del traje de oso y la sangre, Devon cruzó la
habitación y tomó su linterna.

—¿Dejaste algo más? —Trató de ignorar el hecho de que el sonido de


deslizamiento provenía del traje de oso.

Mick, cuyos ojos parecían vidriosos, parpadeó y miró a su alrededor.

—Creo que no.

Devon deseaba que sus piernas funcionaran correctamente. Todavía


sentía que estaba temblando por todas partes y todavía tenía problemas
para respirar. Pero tenía que sacarlos de aquí. Metió la linterna en la
mochila y agarró a Mick del brazo.

—Vamos.
Devon se deslizó a través de la luz lateral y tiró de Mick detrás de él.
Mick gruñó, pero no se quejó.

Sin embargo, una vez que se arrastraron hacia el sol de la tarde, Mick
habló.

—¿Qué hay de la mochila de Kelsey?

Devon volvió a mirar el edificio. ¿Debería ir a buscarla? ¿Y qué haría con


ella? No. Nadie iba a entrar aquí. Y si lo hicieran, encontrarían a Kelsey.
¿No es así? Entonces, ¿qué importaba si su mochila también estaba ahí?

Devon miró a Mick, que miraba el bosque como si estuviera tratando


de averiguar qué era. Devon lo agarró del brazo.

—Vamos.

☆☆☆

Devon tenía miedo de irse a dormir esa noche. Pensó que tendría
pesadillas.

Pero no fue así. Estaba tan cansado al final del día que dormir era como
un vacío negro. Y el vacío negro era su amigo. No sólo fue como un manto
de dichosa nada que borró los eventos del día, sino que tuvo un efecto
prolongado a la mañana siguiente. Actuaba como una de las cortinas
transparentes que su madre había colgado en su cocina. Aún se podía ver
a través de esta, pero oscurecía los detalles.

El martes por la mañana, Devon sabía lo que había hecho el día anterior.
Recordaba todo, pero era lo suficientemente turbio como para sentirse
irreal, como si lo hubiera visto en una película de terror en lugar de vivirlo.

Antes de que él y Mick se separaran para regresar a casa la tarde


anterior, Devon le había dicho a Mick—: Estamos en esto juntos.

Mick había repetido las palabras rotundamente, como un robot que se


queda sin energía.
Eso había preocupado a Devon antes de irse a la cama anoche. Esta
mañana, no estaba preocupado. Mick estaría callado, y Mick, de hecho,
estaba callado. Muy silencioso.

Una de las cosas con las que Devon había podido contar durante los
diez años anteriores era que sus días escolares empezarían con Mick
parloteando. Hoy, sin embargo, Mick no estaba parloteando.

Los chicos ahora se estaban acomodando contra la pared de piedra


donde les gustaba almorzar afuera, y Mick no había dicho más que—: Hola,
Dev —desde que Devon se había reunido con él para caminar a la escuela.

Devon todavía estaba en un estado de negación parecido al crepúsculo,


pero el “crepúsculo” estaba desapareciendo. Cuando la Sra. Patterson
notó la ausencia de Kelsey de la clase, la barrera entre Devon y lo que
había hecho se rompió un poco. Los detalles volvíeron.

Mick abrió su bolsa de almuerzo sin el entusiasmo habitual.

Devon intentó animar a su amigo.

—¿Qué trajiste hoy?

La mamá de Mick siempre ponía al menos una “golosina” en el almuerzo


de Mick.

—¿Eh? —Mick resopló—. Oh. No sé.

Devon suspiró.

Mick dejó su saco y se inclinó hacia Devon. Susurró—: No puedo dejar


de pensar en él.

—Shh —siseó Devon—. Aquí no.

Los ojos de Mick se humedecieron y su rostro se puso rojo.

Devon miró a su alrededor y luego palmeó la mano de Mick.

—Está bien. Hablaremos de eso esta tarde, ¿de acuerdo? Iremos a


nuestro campamento.
Esperaba que las palabras “nuestro campamento” tranquilizaran a Mick.
A Mick le gustó cuando Devon llamó a su improvisado lugar de reunión
temporal cubierto por una lona “nuestro campamento”.

Mick se secó los ojos.

—Está bien. —Pero lo dijo en voz tan baja que Devon apenas pudo
oírlo.

☆☆☆

Sentado con las piernas cruzadas en el suelo del bosque fresco pero
seco, Mick jugaba con un montón de diminutos conos de abeto. Devon lo
miró, esperando que su amigo hablara.

Esperó varios minutos.

Finalmente, Mick dijo—: ¿Y si todavía está vivo? —Levantó la vista de su


arte de cono de abeto, luego miró hacia abajo—. Eso es en lo que no puedo
dejar de pensar.

¿Y si todavía está vivo? Devon no respondió. Él también pensó en eso,


pero intentaba no hacerlo.

—Casi vomito cuando lo llamaron por su nombre en clase —dijo Mick.

Devon podía identificarse, pero no lo dijo. En cambio, dijo—: No creo


que todavía esté vivo.

Mick levantó la cabeza y miró a Devon parpadeando.

—Pero no estás seguro.

Devon negó con la cabeza. Casi podía oír el sonido de desgarro cuando
la endeble barrera que lo protegía del día anterior se abrió un poco más.

Cerró los ojos con fuerza… como si eso fuera a ayudar.

—No, no estoy seguro.

☆☆☆
Miércoles. Jueves. Viernes.

Para el miércoles, el miedo y el misterio aterrorizados recorrieron la


escuela como ondas de conmoción que irradian hacia afuera desde un
evento de zona cero. Era de lo único que hablaba todo el mundo. ¿Dónde
estaba Kelsey? Se había llamado a la policía.

Mick no asistió a la escuela y estuvo enfermo durante los tres días.


Cuando Devon fue a verlo, Mick juró que no le diría nada a nadie. Pero
Mick no podía retener la comida. Su madre pensó que tenía una gripe
estomacal.

Devon manejó todo mejor que Mick. Sus años viviendo fuera de los
grupos sociales de la escuela le habían dado la habilidad de mantener su
rostro neutral, sin importar cómo se sintiera por dentro. Pudo ocuparse
de sus asuntos de manera casi invisible. Estaba seguro de que se veía
normal… a pesar de que era todo lo contrario. Cada músculo de su cuerpo
se sentía rígido. Le dolía moverse.

Pero tampoco podía quedarse quieto. Al final de la semana, Devon casi


se había mordido las uñas.

El viernes por la tarde, el Sr. Wright anunció a la escuela que la policía


concluyó que Kelsey se había escapado. Aparentemente, nadie había visto
a Kelsey salir de la escuela con Devon y Mick, y aparentemente, Kelsey no
le había dicho a nadie adónde iba. Ninguna de estas cosas sorprendió a
Devon. Hasta donde él sabía, sólo él y Mick dejaron la escuela como lo
hicieron; fueron los únicos que atravesaron el patio del ferrocarril. Y, por
supuesto, Kelsey no le diría a nadie que iba a algún lugar con Mick y Devon.
Sólo tenías que estar en la escuela un par de días para saber que era un
suicidio social pasar el rato con Mick y Devon. Kelsey era lo
suficientemente inteligente como para darse cuenta de eso. Devon todavía
estaba sorprendido de que Kelsey incluso se hubiera disculpado con ellos
el lunes. Había pensado que sería mucho más difícil de lo que era atraer a
Kelsey a…

«Los accidentes ocurren».

☆☆☆
Devon visitó a Mick el viernes por la tarde. Mick estaba comiendo un
plato de sopa cuando llegó Devon.

—Está reprimiendo la comida —dijo la madre de Mick, dándole un


abrazo a Devon en la puerta de la habitación de Mick—. Dudo que sea
contagioso o algo así. Entra.

—Gracias, Sra. Callahan. —Devon le sonrió a la redonda mujer,


pelirroja y pecosa.

Se sentía como si tuviera insectos trepando por sus brazos. Era su


abrazo. Había sentido lo mismo cada vez que su madre lo abrazó durante
la semana. No se merecía abrazos.

—¿Quieres sopa, querido? —preguntó la Sra. Callahan—. Hay mucha.

Devon negó con la cabeza.

—No. Quiero decir, no, gracias.

La Sra. Callahan lo tiró debajo de la barbilla.

—¡Ustedes chicos están creciendo tan rápido! —Ella se alejó


apresuradamente.

Devon se dejó caer en el puf rojo que había junto a la puerta del cuarto
de Mick y Debby.

—Hola. —Miró la cortina divisoria de lunares azules y amarillos


brillantes.

Mick, escondido debajo de una manta roja de superhéroe en su cama,


apoyado con almohadas en estuches a juego, se secó la boca.

—Hola. —Parecía que iba a decir algo más, pero luego volvió a comer
su sopa de un enorme tazón de naranja.

Devon miró alrededor de la diminuta media habitación.


A diferencia de la habitación de Devon, que estaba bastante vacía a
excepción de algunos carteles de la naturaleza y un par de colecciones de
rocas, la habitación de Mick estaba llena de juguetes.

No parecía la habitación de un quinceañero; parecía la habitación de un


niño.

La parte de la habitación de Mick no tenía muchos muebles, sólo una


cama, una mesita de noche y algunos estantes con un escritorio desplegable
integrado. Los estantes contenían libros, pero también estaban llenos de
superhéroes y figuras de acción de ciencia ficción y pilas de juegos de mesa.

Devon volvió a mirar la cortina. Mick debió haberlo notado.

—Debby está en casa de un amigo.

Devon asintió.

Mick dejó caer su cuchara. Golpeó el cuenco con estrépito. Se secó la


boca y luego dijo a través de la servilleta que sostenía contra su cara—: ¿Y
si todavía está vivo?

Devon se dio la vuelta para asegurarse de que la puerta aún estuviera


cerrada.

—Ella está en la cocina —dijo Mick—. Papá no está en casa. —Apartó


la bandeja—. No le he dicho a nadie, y no voy a hacerlo. Pero no puedo
dejar de pensar en él. ¿Y si está vivo?

—Han pasado seis días.

—Sí pero–.

—No está vivo.

—Pero podría estarlo.

—¿Cómo? No puede moverse. Y no tiene agua.

—¿Cuánto tiempo puede la gente pasar sin agua? —preguntó Mick.


Antes de que Devon pudiera intentar responder a esa pregunta, Mick
dijo—: ¡Espera! Había agua. En la cocina.

Devon se tensó. Mick tenía razón.

—¿Y si Kelsey lograra llegar a eso? —preguntó Mick.

—¿Cómo? Ese traje era muy pesado y perdió mucha sangre.

La subestimación del año.

Mick torció la boca y pensó en eso.

—Es cierto, pero ¿y si el traje funcionara con él? Como dijo, algunos
trajes sí pueden. ¿Y si le ayudara a llegar a la cocina?

A Devon le pareció que sonaba bastante exagerado, pero ¿qué parte de


lo que había sucedido no era exagerada?

—¡Si eso sucediera, aún podría estar vivo, y no podemos dejarlo allí así!
—Mick se inclinó hacia adelante—. Me quedaré callado. Lo juro. Pero
primero, tenemos que regresar y asegurarnos de que él está, bueno, ya
sabes… o no. Si está vivo, tenemos que ayudarlo. Simplemente lo hacemos.
Eso es todo. —Mick no iba a dejar pasar eso.

—Está bien. Pero no vamos. Iré.

—Pero…

—De ninguna manera tu mamá te dejará ir al bosque. Cree que has


tenido gripe. Y si tiene razón, no podemos esperar más. Iré.

—¿Y si está vivo? ¿Cómo lo llevarás a un hospital?

—Llamaré a alguien después de ver cómo está. —Al recordar la zona


muerta del teléfono celular del edificio, dijo—: Quiero decir, llevaré vendas
y cosas para poder… ¿cómo lo llaman? Estabilizarlo. Entonces puedo
estabilizarlo. Lo que puedo hacer es quedarme con él y cuidarlo hasta que
mejore. Puedo llevar comida y esas cosas. Luego, cuando esté mejor, me
iré y me acercaré al teléfono celular para pedir ayuda. Eso también me dará
tiempo para convencerlo de que no le cuente nada a nadie.
Mick se frotó la nariz y pensó en esto. Finalmente, dijo—: Es una buena
idea.

Devon miró a su inocente amigo. Mick no tenía ni idea.

Devon se levantó con dificultad del sillón puf y se acercó a la cama de


Mick. Puso una mano sobre el hombro de Mick.

—Tienes que hacerme una promesa.

—¿Qué?

—No sé cuánto tiempo me tomará sacar a Kelsey del traje y ayudarlo


a recuperarse. Tienes que cubrirme.

Mick asintió.

—¿Cómo?

—Voy a decirle a mi mamá que voy a pasar unos días aquí porque
necesitas compañía ya que Debby no está. Ella estará de acuerdo con eso.

—Está bien.

—Y si no regreso el lunes, tienes que decirles a los maestros que estoy


enfermo en casa. ¿Entendido?

—Está bien. Puedo hacer eso.

—Y por el tiempo que sea necesario. Sigue diciéndoles que estoy


enfermo. ¿Estás seguro de que puedes hacer eso?

Mick asintió.

—No importa qué. No puedes decirle a nadie dónde estoy.

—Está bien. Lo juraré si quieres.

Devon se encogió de hombros.


—Bien. —Extendió el dedo índice y escuchó el juramento de Mick de
que cubriría el rastro de Devon todo el tiempo que fuera necesario.

—Eres un buen amigo —le dijo Devon.

Mick sonrió.

☆☆☆

Cuando llegó a casa después de visitar a Mick, Devon le dijo a su madre


que iba a regresar.

—Oh, eso es muy amable de tu parte, chico. —Ella pareció aliviada.


Devon supuso que estaba pensando en irse a la cama temprano.

Devon entró en su escasa habitación. Él miró a su alrededor. Todavía


no estaba seguro de qué iba a hacer cuando regresara a la pizzería, pero si
iba a regresar, necesitaba herramientas.

Se sentó en el borde de su cama gemela. Se hundió bajo su peso y oyó


que uno de los muelles de caja gemía.

¿Y si no regresaba y le decía a Mick que había regresado y había


encontrado a Kelsey muerto?

No, no podía hacerlo. Aunque había dormido bien el lunes por la noche,
todas las noches desde entonces había tenido pesadillas. En cada pesadilla,
Kelsey era un zombi que acechaba a Devon sin importar a dónde fuera.

No. Tenía que regresar y estar seguro.

Recogió su mochila. Sacó sus libros y su teléfono. Miró el teléfono y


suspiró. Estupendo. Estaba muerto. «Oh, fantástico». Lo puso en el
cargador. De todos modos, no podría usarlo cerca del edificio. Volvió a
mirar a su alrededor. Su mirada se posó en el martillo que yacía en el suelo
de su armario abierto. Lo había sacado del escaso suministro de
herramientas de su madre para arreglar un estante un par de semanas
antes, y nunca lo había guardado. Eso serviría para abrir el traje… si llegaba
a hacer eso.
☆☆☆

El sol comenzaba a hundirse en el horizonte cuando Devon llegó al


edificio asfixiado por moras. Antes de agacharse bajo la abertura de la
cabeza del animal colapsada, sacó su linterna y el martillo.

Como lo había hecho desde que había entrado en el bosque, hizo todo
lo posible por ignorar los chirridos y crujidos que escuchó en el bosque.
«Sólo son pequeños animales del bosque», se repetía a sí mismo mientras
comía nerviosamente la barra de chocolate que le serviría de cena.

¿Y qué estaría esperando dentro del edificio?

Devon respiró hondo, se arrastró hacia la entrada exterior del edificio


y luego dudó sólo unos segundos antes de deslizarse a través de la luz de
noche. Una vez allí, sin embargo, se quedó paralizado, iluminando su
linterna con espasmos espasmódicos.

Casi esperaba que Kelsey, con el traje de oso ensangrentado, apareciera


frente a él y atacara. Estaba listo para escapar a través de la luz lateral.

Pero no ocurrió nada. Él estaba solo. Bueno, excepto por el cuerpo de


Kelsey en el traje de oso y los personajes animatrónicos en el escenario.

Devon dio un paso vacilante y se detuvo. Escuchó. El edificio estaba


totalmente en silencio. Se sentía siniestro. Devon tenía ganas de correr a
pesar de que nada se movía, nada lo perseguía.

Reprimió sus miedos y siguió adelante.

Sin pasar por el traje de oso empapado en sangre en el medio del piso,
hizo un recorrido por todo el edificio. Entró en cada habitación y encendió
su luz en cada rincón y grieta. Había visto suficiente televisión para saber
que había que “despejar el edificio” antes de bajar la guardia.

Todo estaba exactamente como lo habían dejado cuando estuvieron


aquí el lunes… excepto por el olor. El olor metálico terroso de la sangre
había golpeado a Devon tan pronto como entró en el edificio. Otro olor
también combatió con el olor a sangre. Era un dulzor enfermizo, un olor
nauseabundo. Devon estaba bastante seguro de que era el olor a
descomposición. Pero no estaba seguro.

Bueno. Lo había pospuesto todo lo que podía.

Devon se acercó al traje de oso con pasos lentos y arrastrados. Se


detuvo cuando llegó al borde exterior del charco de sangre. Fue fácil de
detectar. La sangre se había ennegrecido al secarse. Ahora estaba más
oscura que el suelo, y sus contornos se destacaban crudamente a la luz de
la linterna de Devon.

Devon apretó los dientes, se inclinó y tocó el borde de la sangre.

Tiró de su mano hacia atrás. Todavía estaba un poco pegajoso.

Bueno. Eso estaba bien. Estaba preparado para esto. No sabía cuánto
tiempo tardaba la sangre en secarse por completo, pero supuso que la
atmósfera húmeda del edificio ralentizaría el proceso.

Devon se quitó la mochila y sacó la lona de plástico que había doblado


y metido en ella. En lugar de traer la comida y las vendas que le había
prometido a Mick que llevaría, había traído la lona. Sabía que Kelsey no
podía estar vivo, y no quería tener que examinar en la sangre para
comprobarlo…

Devon se obligó a dejar de pensar. Dejó su mochila contra la pared y


extendió la lona sobre la sangre cerca de la cabeza del traje.

Tuvo que respirar por la nariz porque aquí, la sangre y los olores a
descomposición eran más fuertes. Kelsey tenía que estar muerto.

Devon no podría dormir a menos de que estuviera seguro.

Apuntó su luz a la cabeza del oso. Sus músculos se tensaron porque


esperaba ver los ojos de Kelsey mirándolo a través de los agujeros de los
ojos en la cabeza del oso. Pero…

Nada.

Los ojos estaban vacíos, oscuros.


Devon se inclinó más cerca, apuntando la luz hacia los agujeros. ¿Por
qué no podía ver la cara de Kelsey?

Miró por encima de su hombro para asegurarse de que todavía estaba


solo. ¿Se habían movido los personajes en el escenario? Respiró hondo y
pasó el haz de luz de su linterna sobre ellos. Frunció el ceño. No recordaba
cómo los habían posicionado antes. Observó durante varios segundos más
antes de regresar la linterna a su tarea. Acercó su cara a la del oso. Seguía
sin poder ver nada.

Tendría que quitarle la cabeza. Eso significaba tocar el pelaje


ensangrentado.

Menos mal que también se había preparado para eso.

Buscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un par de guantes de limpieza


de goma de su madre. Se los puso. Apoyando la linterna en el pecho del
oso para apuntar al cuello y dudando un segundo para asegurarse de que
el pecho no se movía, Devon buscó el mecanismo de bloqueo que mantenía
la cabeza en su lugar. Le tomó sólo unos segundos encontrarlo. Pero no
saldría. Empujó. Tiró. Pellizcó. Finalmente lo golpeó con su martillo.

Pero la cabeza no soltaba el torso.

«Genial». Devon insertó la parte de la garra del martillo en la boca del


oso.

Usando su otra mano como palanca, abrió la boca.

Contuvo el aliento ante el sonido de trinquete que hizo la boca cuando


se abrió. Sonaba como si dientes rechinaran. Lo que no tenía sentido. Se
estaba abriendo, no cerrando.

Devon dejó escapar el aliento y encendió la boca que se abría con su


linterna. Inclinó la cabeza y miró lo más adentro de la cabeza que pudo.

No había nada dentro de él.

«¿En serio?»
Devon apuntó un poco más a la cabeza con la linterna. Definitivamente
estaba vacío.

¿El traje de oso le cortó la cabeza a Kelsey? «Sí, ¿y qué hizo con ella? ¿Se
la comió?»

A Devon se le puso la piel de gallina porque le recordó la historia de la


casa inflable. Si una casa inflable puede comerse a un niño pequeño, un
disfraz de oso podría comerse a un adolescente. ¿Verdad?

—Contrólate —murmuró.

En algún lugar del edificio, algo chisporroteó débilmente. Devon giró la


cabeza y apuntó con la linterna por toda la habitación. Había sonado como
un chisporroteo, como una exhalación ronca. ¿Había venido detrás de él?
¿O frente a él?

Giró hacia atrás rápidamente para poder inspeccionar el traje de oso de


nuevo. Su pelaje ensangrentado brillaba a la luz, pero no se movía.

«Sigue adelante» se ordenó Devon a sí mismo.

Se inclinó y volvió a dirigir su luz hacia la boca del oso. Esta vez, se
concentró en tratar de ver el torso.

Al principio no vio nada, pero luego le pareció ver algo más abajo. ¿Se
había deslizado Kelsey de alguna manera dentro del traje? ¿Era su pelo lo
que podía ver? Giró la luz hacia un lado y otro, pero no pudo ver mejor.
Tendría que tocarlo.

Feliz por los guantes que llevaba, Devon cuadró los hombros y respiró
hondo. Luego deslizó su brazo por la boca del oso, hacia abajo dentro del
traje de oso, hasta que todo menos la parte superior de su brazo estuvo
adentro. Palpó con la mano y todavía no sintió nada.

Pero escuchó algo. Alguien, o algo, lo llamó por su nombre.

—¡Devon!
Devon se sacudió y empezó a quitarle el brazo del traje. Pero la boca le
apretó el brazo y se cerró con un ruido metálico y un crujido simultáneos.
El crujido fue el hueso del brazo de Devon.

Devon gritó ante el dolor punzante que se disparó desde su bíceps hasta
la punta de sus dedos. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Gimió de agonía
y miedo. También trató de sacar su brazo del traje de oso. Mala idea.

Aulló y se quedó muy quieto. El sudor se unió a las lágrimas que corrían
por su rostro.

Mover su brazo era una tortura pura. Se sentía como si el oso estuviera
tratando de arrancarle el brazo del cuerpo.

Las náuseas subieron desde su estómago y lo ahogaron. Se atragantó y


giró la cabeza para vomitar en todo su regazo. El olor ácido y el pútrido y
grumoso escupitajo le provocaron náuseas de nuevo y soltó otro torrente
de vómito.

Gritando ahora, Devon pidió ayuda, aunque sabía que la ayuda no


llegaría.

—¡Ayudaaaaa! —El sonido que hizo fue incluso peor que el sonido que
había hecho Kelsey cuando el traje lo empaló. Definitivamente fue peor
que el gato moribundo. Era el sonido de la angustia y la desesperación. Era
el sonido de la desesperanza.

Saliva goteó de su boca cuando su grito se disolvió en un sollozo.


Haciendo caso omiso del tormento del dolor de lava caliente en su brazo
derecho, Devon usó su mano izquierda para golpear ineficazmente la boca
del oso. Seguía golpeándose el brazo con la cabeza del martillo y chillaba
cada vez que lo hacía. Aun así, siguió tratando de golpear la boca para
abrirla.

Cuando finalmente perdió la fuerza para sostener el martillo y rebotó


en el torso del oso y golpeó el suelo ensangrentado con un ruido sordo,
empezó a intentar arrastrar el traje de oso por el suelo. Estaba mal, no
pensaba con lógica. Sabía que no podía mover el traje.
Devon, hundido en su propio hedor repugnante, se acurrucó de
costado, gimiendo ante cada nueva oleada de dolor que le atravesaba el
brazo. Trató de ignorar la leve sensación de calor húmedo que le bajaba
por los bíceps.

«Cálmate», se dijo a sí mismo. Mick sabía dónde estaba. Mick lo vendría


por él.

Devon gimió.

No, no lo haría. Mick haría lo que Devon le dijo que hiciera.

¿Cuánto tiempo tardaría en morir desangrado? No mucho, si sangraba


mucho. Pero no se sentía como si estuviera sangrando mucho. El hilo de
calor se detuvo en la articulación del codo y ya no se movía. No, no iba a
morir desangrado.

Entonces, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que muriera por falta de


agua? Eso era lo que iba a pasar. No había traído agua porque no había
planeado ayudar a Kelsey. Así que ahora no podía evitarlo.

Dentro del traje, flexionó los dedos. Gimió cuando el movimiento envió
otra descarga de dolor a su brazo. Luego se congeló, contuvo el aliento y
apretó los dedos en un puño.

¿Había sentido que algo se movía dentro del traje?

—No, no… —Otro leve roce de algo en movimiento le rozó los


nudillos.

—Bichos —susurró Devon. Había visto suficiente televisión para saber


sobre los insectos a los que les gustaban los cadáveres.

Eran bichos, ¿verdad? No… No. No puede ser... ¿Kelsey?

Devon golpeó todo su cuerpo, retorciéndose violentamente en un


pánico enloquecido. Metió todo su cuerpo en él, gritando por el dolor que
le causó el golpe en el brazo. El vómito se esparció y la lona de plástico
crujió a su alrededor. No se detuvo. Luchó por liberarse con toda la fuerza
que tenía.
Pero no fue suficiente.

De hecho, estaba empeorando las cosas.

Después de uno de sus movimientos bruscos, Devon sintió que su brazo


se aflojaba por un instante, pero en el segundo que lo hizo, no empezó a
salir. Se fue más adentro.

Miró el traje con pavor y se dio cuenta de que la boca se había abierto
más. El traje estaba sujeto alrededor de su hombro en lugar de su bíceps.

Ahora lo sabía. Iba a morir aquí. No podía liberar el brazo y no podía


mover el traje. Y Mick se aseguraría de que nadie viniera a buscarlo. Mick
había estado en desacuerdo con Devon muchas veces a lo largo de los
años, pero nunca fue contra de él. Ni una sola vez.

Devon pensó en la película que vio en la que el hombre se cortó el


brazo para liberarse cuando lo atrapó bajo una roca. Se atragantó y vomitó.
No era un buen pensamiento. Y tampoco es útil. Incluso si tuviera un
cuchillo o una sierra, no creía que pudiera hacer eso.

Devon se movió en un intento más de liberarse. La boca se abrió aún


más y Devon vio de repente el interior del traje.

Jadeó y, por un momento, la conmoción bloqueó su dolor.

Abajo, más allá de su brazo, pudo ver un cuerpo, un cadáver, justo como
pensó que lo encontraría cuando regresara aquí para comprobarlo. Pero
no era exactamente como pensó que lo encontraría. El cuerpo que pensó
que encontraría no tenía el pelo rubio. Éste tenía el pelo negro y rizado.

El cuerpo en el traje no era Kelsey.

Devon sólo tuvo un segundo para tratar de darle sentido a esto antes
de que su hombro fuera absorbido por el traje. Gritó, pero nadie lo
escuchó.

☆☆☆
El lunes por la mañana, Mick se sintió decepcionado cuando Devon no
se reunió con él para caminar a la escuela. Mick esperaba encontrar a
Devon esperándolo en los casilleros, esperando para decirle que Kelsey
iba a estar bien, o incluso esperando para decirle que Kelsey estaba
muerto. Eso no era tan bueno, pero sería mejor que la forma en que
dejaron las cosas la semana pasada. No saber si Kelsey estaba muerto era
como ser devorado vivo, como ser digerido por esa casa inflable de estilo
escalofriante en la historia que Devon leyó en la clase de inglés hace un par
de semanas.

¿Eso fue hace sólo un par de semanas?

Hablando de la clase de inglés, se suponía que Mick leería un poema en


voz alta hoy. Recordar eso hizo que se le revolviera el estómago. Le
retorció tanto las entrañas que no se preocupó demasiado de que Devon
no estuviera en la escuela. Devon le había dicho que podría llevar un
tiempo que Kelsey se recuperara lo suficiente como para moverlo.

Algo sobre eso parecía…

Alguien chocó con Mick y dejó caer su mochila. Se inclinó, la recogió y


se fue a clase.

En la clase de inglés, Mick estaba leyendo su poema una y otra vez


mientras la Sra. Patterson pasaba lista. Estaba tan metido que saltó cuando
la Sra. Patterson gritó—: ¡Mick!

—¡Aquí!

—Sí, sé que estás aquí. Te pregunté si sabes dónde está nuestro


incipiente escritor de terror.

—¿Eh?

—Devon. ¿Dónde está Devon?

—Oh, lo siento. Está enfermo en casa.

—Okey. —Mick sonrió. Él había hecho su parte.


«Juntos en esto durante el tiempo que sea necesario».

☆☆☆

Kelsey se apoyó en una columna en la rotonda de su nueva escuela.


Observó a los otros niños, y sonrió o asintió con la cabeza a todos los que
pasaban junto a él, diciendo—: Hola —cuando alguien saludaba.

Su mirada seguía volviendo a un par de chicos que se demoraban fuera


de las puertas de entrada de la escuela. Uno de los chicos vestía todo de
negro; el otro vestía vaqueros raídos y una camiseta descolorida. Otros
niños que ingresaban a la escuela ignoraban a los chicos o les lanzaban
miradas mordaces. Ambos muchachos ocasionalmente se reían de los
niños que pasaban.

Kelsey se apartó de la columna y caminó hacia los chicos cuando


finalmente entraron en la escuela. Se detuvo frente a ellos y dijo—: Hola,
soy Kelsey, soy nuevo aquí.

Ambos chicos lo miraron con las cejas levantadas.

Les dio a cada uno una gran sonrisa amistosa.

—Así que… ¿Hay algún lugar genial para pasar el rato por aquí?
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
Texas con su esposa y cuatro hijos.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de
reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las
computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la
costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
L arson se sentó en el elegante escritorio de roble con tapa enrollable
que dominaba un extremo de su sala de estar, por lo demás todo era
menos elegante. Estaba sentado en el escritorio, en la parte superior del
cual sostenía una lámpara de banquero verde antigua y sobre la cual colgaba
una impresión de un águila volando sobre un prado, estaba de espaldas al
resto de la habitación. Desde aquí, podría fingir que la otra parte de su sala
de estar no existía. Todo lo demás en la habitación, la mesa de juego
manchada, dos sillas plegables, un sillón andrajoso y un puf de vinilo azul,
sólo hacían que el lugar pareciera más vacío y triste.
Tomando un sorbo del vaso que sostenía en equilibrio contra su pecho,
miró la foto enmarcada de Ryan que la lámpara del banquero iluminaba.
Ryan tenía seis años cuando se tomó la fotografía. Acababa de perder sus
dos dientes de leche delanteros. La brecha resultante le dio a su rostro
pecoso y de ojos azules una mirada traviesa que a Larson le encantaba. La
gente decía que Ryan era la viva imagen de su padre. Larson supuso que lo
vio. Seguro que él y su hijo compartían cabello rubio sucio, pecas, ojos
azules y una boca ancha. Ryan le había pillado la nariz a su madre, lo cual
era bueno para Ryan. Pero a veces, todo lo que Larson veía cuando miraba
a su hijo eran las diferencias entre ellos. Para Larson, su propio rostro
parecía duro y cerrado, mientras que el de Ryan todavía estaba ansioso y
abierto.
¿Cuánto tiempo permanecería así?
Unos días antes, Larson había vislumbrado cómo se vería Ryan cuando
las posibilidades de la infancia se derrumbaran en las obligaciones de la edad
adulta. Larson le había prometido, jurando sobre una pila de cómics nada
menos, que llevaría a Ryan a ver el estreno de una película. El trabajo se
había interpuesto en el camino y Larson había cancelado. Ryan no se lo
había tomado bien.
—¡No haces nada de lo que dices que harás! —había gritado Ryan. Su
rostro estaba rojo y contorsionado por una aplastante decepción.
—Lo siento, Ryan.
Ryan había sollozado.
—El maestro dice que los papás son como superhéroes. Pero no lo
eres. Los superhéroes no rompen las promesas.
Sonó el teléfono de Larson y lo cogió. Cualquier cosa que pudiera
salvarlo del recuerdo de sus muchos arrepentimientos sería bienvenido.
—El Stitch Wraith fue visto de nuevo —dijo el jefe Monahan con voz
ronca—. Quiero que vayas allí.
—¿Dónde?
—El antiguo lugar del incendio… ¿recuerdas ese extraño incendio?
—Sí. —Larson dejó su bebida, contento de haber tomado sólo un par
de sorbos—. Estaré allí en diez minutos. —Se levantó—. Espere. ¿No es
esa la segunda vez que se le ve allí?

☆☆☆
Don abrió la pesada puerta de metal de la antigua fábrica, y él y Frank
se dirigieron al camión de comida estacionado en medio de lo que solía ser
una de las salas de reuniones de la desaparecida fábrica. El camión, que ya
no se movía, se colocó permanentemente en la habitación y estaba
rodeado de mesas de picnic de madera. Era una configuración extraña,
pero entonces, el Dr. Phineas Taggart, el hombre que lo poseía todo,
también era extraño.
Don vio a Phineas sentado en uno de los bancos de la mesa de picnic y
le dio un codazo a Frank. Observaron a Phineas sacar cuidadosamente la
cola de su impecable bata blanca de laboratorio de debajo de él y alisarla,
luego con el mismo cuidado extendió una servilleta de lino blanco sobre la
tosca mesa frente a él. Sacudió una mota de tierra de la esquina de la
servilleta, luego abrió el envoltorio de su sándwich en el centro exacto de
la servilleta.
—Gracias —le dijo Phineas al sándwich—. Células, procesen esta
comida con amor.
—¿Sigues hablando con tu comida, Phineas? —llamó Don. Puso los ojos
en blanco y le guiñó un ojo a Frank.
Frank simplemente negó con la cabeza.
Vieron a Phineas cerrar los ojos. Parecía que estaba rezando, pero una
vez les dijo que estaba creando un “escudo mental a partir de la luz”
cuando hizo eso. Lo que sea que eso signifique.
—Hola, Don —dijo Phineas—. Como he explicado anteriormente, no
me refiero a mi comida. Me refiero a las células, tanto a las células de los
alimentos como a las de mi cuerpo.
—Bien, bien. —Don le dio un codazo a Frank de nuevo—. ¿Puedes decir
un sándwich antes de un picnic? —le murmuró a Frank.
Frank, que tenía el mismo rostro y antebrazos bronceados y hombros
anchos y gruesos que tenía Don, dejó su casco en la mesa de picnic junto
a la que estaba sentada Phineas, y se acercó al camión de comida para pedir
su comida.
—¿Cómo va ese “escudo”? —preguntó Don, dejando su casco junto al
de Frank. Phineas vio a Rubén escribir la orden de Frank, luego miró a Don.
—Estoy desarrollando un mínimo de experiencia con la creación de
escudos —respondió Phineas.
Frank regresó de ordenar y se dejó caer en el banco de la mesa de
picnic.
El polvo se elevaba desde sus muslos cuando se sentó. Don notó que la
nariz de Phineas se movía. Probablemente no estaba encantado con lo
sudorosos que olían él y Frank.
Phineas era un poco remilgado.
—Tiene que escuchar esto, Frank —dijo Don. Asintió con la cabeza
hacia Phineas—. Dile.
Phineas miró su sándwich, pero luego enderezó su estrecha corbata roja
y ajustó el rígido cuello de su camisa gris de vestir. Se aclaró la garganta.
—La creación de un campo personal tiene su origen en el trabajo de un
psicólogo que hizo una serie de experimentos sobre el efecto de ser
mirado.
—¿Por qué alguien estudiaría eso? —preguntó Frank.
Don, que estaba en el mostrador de Rubén ordenando su comida,
dijo—: Odio que me miren. Hace que se me ponga la piel de gallina. —Le
encantaba darle cuerda a Phineas y escucharlo hablar sobre todas las cosas
raras que se le metían.
—Precisamente por eso —dijo Phineas—. Por eso este psicólogo
estaba estudiando el fenómeno. ¿Por qué nos molesta cuando la gente nos
mira? Para medir los resultados de la prueba, el psicólogo utilizó lecturas
de EDA (actividad electrodérmica). Las lecturas muestran respuestas del
sistema nervioso simpático.
—Eso tiene mucho sentido —mintió Don. Le guiñó un ojo a Frank,
quien sonrió.
Phineas no se dio cuenta de su diversión. Continuó su descarga
informativa.
—Los resultados de sus experimentos fueron que aquellos a los que se
les miraba mostraban una actividad electrodérmica significativamente
mayor cuando se les miraba de lo que se hubiera esperado por casualidad.
Frank se encogió de hombros.
—¿Y qué? —Le puso los ojos en blanco a Don, que se rio entre dientes.
—Entonces —continuó Phineas —este hombre también hizo otros
experimentos. Quería saber si era posible que las personas influyeran en
otras con intenciones negativas. Si así fuera, ¿podría uno protegerse de
estas intenciones negativas? Llevó a cabo más experimentos, en los que un
grupo de sujetos no recibieron instrucciones y otro grupo recibió
instrucciones de visualizar un escudo o barrera protectora que protegería
la interferencia de la mente de otra persona. Luego, los experimentadores
intentaron elevar todos los niveles de EDA de los sujetos mirándolos y
deseando que los niveles aumentaran. El resultado fue que el grupo que se
había protegido mostró muchos menos efectos físicos que los otros
sujetos sin blindaje.
—¿Entonces tu escudo dejará disparar a toda velocidad? —Don se rio
mientras tomaba su jamón asado y queso de manos de Rubén.
Phineas sonrió.
—Las balas a toda velocidad no son tan peligrosas como las emociones
humanas. —Cogió su sándwich y le dio un mordisco.
Frank resopló. Con la boca llena, dijo—: Eso es simplemente estúpido.
La ira de mi vecino no puede dispararme en el estómago, pero la escopeta
de la anciana sí.
—Estás mirando sólo la línea de tiempo a corto plazo. Ves el resultado
de la energía de la escopeta, entonces te parece más grande. La emoción
humana tiene un impacto más lento, más insidiosa. Emana de nosotros o
se excreta de nosotros, por así decirlo, como sudor o lágrimas, y flota
hacia afuera como una nube nociva, empapándose de los alrededores.
Durante algún tiempo, he estado estudiando el efecto de estas emociones.
Me estoy acercando a un gran avance.

☆☆☆
Phineas dejó a sus amigos sustitutos junto al camión de comida y regresó
a la parte principal de la ex fábrica: su área privada. También deseaba que
el camión de comida fuera su área privada, pero, lamentablemente, Rubén
no estaría de acuerdo con eso.
Cuando Phineas solía trabajar en Evergreen Laboratories, el camión de
comida de Rubén solía estar estacionado afuera del feo edificio de concreto
que albergaba los laboratorios. Cuando Phineas se jubiló, le pidió a Rubén
que se instalara en la fábrica de Phineas convertida en laboratorio porque
le encantaba la comida de Rubén. Rubén estuvo de acuerdo, sólo si podía
permanecer abierto al público en general. De ahí la presencia de hombres
como Don y Frank. Phineas sabía que ellos y otros pensaban que estaba
loco, pero de vez en cuando disfrutaba de su compañía.
Phineas se cepilló los dientes después del almuerzo y se aseguró de que
todavía se viera elegante. Estar jubilado no era excusa para volverse
descuidado. Así que todavía vestía como lo había hecho para el trabajo, y
todavía mantenía su cabello canoso recortado y su rostro redondo y
hogareño bien afeitado. Cuando era niño, su madre le dijo—: Ser feo no
es excusa para ser un vago. —También le preguntaba con frecuencia—:
¿Qué más necesitas cuando tienes ese cerebro?
Phineas estuvo de acuerdo con su madre, razón por la cual el trabajo
de su vida, no el trabajo farmacéutico inútil que hacía en su trabajo, sino su
verdadera vocación, fue el estudio de lo paranormal, el estudio de la
energía y sus efectos en toda la materia, animada y supuestamente
inanimado.
Satisfecho de que estaba presentable, salió del baño y caminó por el
estrecho pasillo hasta su Habitación Protegida. Marcando su código de
seguridad y desactivando el sello neumático que protegía sus tesoros de
energías errantes como las de las esporas de moho y similares, entró en la
sala completamente blanca de estanterías y vitrinas. Dándose un capricho,
como lo hacía a diario, paseaba de un lado a otro de las filas mirando su
recompensa acumulada.
Phineas sabía que para el ojo inexperto, los elementos de esta habitación
parecerían basura o la colección de un aficionado a las películas de terror.
Todo dependía de la perspectiva. Sólo Phineas sabía que se decía que todos
los elementos de esta habitación estaban “embrujados”.
“Embrujado” no era un término que él mismo usaba. Usualmente usada
como palabra para referirse a algo encarnado por un fantasma, la palabra
también podría significar parte de lo que Phineas sabía que era cierto para
todas las cosas. “Embrujado” podría significar mostrar signos de tormento
o algún tipo de angustia mental. Y esta era la definición más importante de
la palabra. Estos artículos en los estantes de Phineas no estaban poseídos
por fantasmas; los que estaban verdaderamente embrujados fueron
energizados por la agonía.
El estante, la trituradora de cabezas, la rueda, la cuna de Judas: estos
dispositivos de tortura eran algunos de los ejemplos más puros que Phineas
había reunido, pero también tenía de todo, desde la imagen de la Virgen en
una tostada hasta muñecas no mecánicas que abrían los ojos por sí mismas
y sillas que se balanceaban por sí solas. Había adquirido todos estos objetos
especiales de subastas en línea. Amaba a todos y cada uno de ellos.
Pero no podía quedarse aquí todo el día. Tenía trabajo que hacer.
Al salir de la habitación protegida, regresó a su pequeña oficina, donde
había una computadora portátil en medio de un simple escritorio de roble.
Allí, comenzó a mecanografiar sus últimos hallazgos: “Como esperaba”,
escribió, “la emoción humana extrema parece impactar su entorno de
manera mucho más poderosa cuanto más negativa es. Estoy convencido de
que la agonía irradia más de las personas que cualquier otra emoción. El
amor tiene su influencia, pero los experimentos que se están haciendo con
cristales de agua se han malinterpretado. El hecho de que el amor forme
hermosos cristales de hielo no significa que sea la emoción más poderosa.
Ayer, imité la metodología del cristal de hielo, y al permitir que todo el
dolor y la ira que normalmente mantengo bajo control estallaran, vi cómo
el agua manifestaba un horrible cristal en cuestión de segundos”.
Phineas se puso de pie y se acercó a la luz del crecimiento sobre su
colección de flores exóticas. Pasó las yemas de los dedos por la Heliconia
amarilla y naranja en forma de garra de langosta, la flor de loto lavanda
satisfactoriamente simétrica, los racimos rojos de jengibre en flor y las
pasiflora perfumadas de un rojo más brillante que le recordaban a las
estrellas de mar empapadas de sangre.
Otros investigadores tenían su agua. Phineas tenía sus flores. Creía que
las flores, no el agua, eran los recipientes más puros de la naturaleza para
la emoción. Se sintió particularmente atraído por la pasiflora porque se
sabía que la pasiflora tenía una vibración tan pura e inocente que su energía
podía reconfigurar la conciencia. Phineas se inclinó e inhaló el penetrante
y dulce aroma de la flor. Esta flor, había aprendido de un experto en
esencias de energía floral, era conocida por reparar el ego. Literalmente,
podría reparar el superyó y facilitar la iluminación. Creía que se acercaba
el día en que estaba tan en sintonía con el flujo de su propia energía que
podía resonar con esta extraordinaria flor.
Pero no ahora. Phineas miró su reloj. Era hora.

☆☆☆
Cada semana, Phineas recibía un nuevo envío de artículos cargados de
emociones. Esta semana, tenía algunos objetos muy especiales en camino.
Apresurándose por el pasillo hasta el muelle de carga en la parte trasera
de su antigua fábrica de ladrillos, Phineas prácticamente saltó el suelo de
piedra. No podía esperar a ver sus nuevas compras.
—Hola, Phin —gritó un hombre corpulento y calvo cuando Phineas
subió a la plataforma de hormigón—. Hola, Flynn.
Phineas rebotó sobre la punta de los pies y se frotó las manos. Se inclinó
hacia adelante para mirar dentro de la camioneta de Flynn.
—¿Que tienes? —Flynn se inclinó y tomó una caja. Sonrió.
—Me estás engañando. Sabes lo que has pedido. Hoy es el día especial,
¿verdad?
Phineas se rio.
Flynn se echó hacia atrás y abrió mucho sus cálidos ojos marrones.
—Whoa, doc. Esa es la risa malvada de un científico loco lo que tienes
ahí.
—¿Te gusta? He estado practicando.
—Suena bien. —Flynn, con su cabeza rosada brillando bajo el sol y los
músculos de la espalda ondeando bajo su camiseta negra, comenzó a
descargar cajas en el muelle.
Phineas no se molestó en explicarle a Flynn que Phineas ni siquiera tenía
una risa natural. Una de las razones por las que estaba tan fascinado por el
ancho de banda de las emociones humanas era porque nunca parecía poder
acceder a toda la gama de emociones por sí mismo. No tenía una risa
natural porque nunca había sentido una alegría real.
Sin embargo, lo que sentía ahora tenía que estar cerca. Flynn descargó
la cuarta caja del envío de Phineas, revisó su manifiesto y dijo—: Eso es
todo, doc. Déjeme coger el carro de mano y te llevaré estas cosas a tu
laboratorio.
—Gracias, Flynn. —Phineas tuvo cuidado de no agregar un “apúrate”, a
pesar de que quería hacerlo. Flynn no estaba perdiendo el tiempo. Phineas
estaba impaciente.
Flynn arrojó la carretilla de mano al muelle, luego se levantó de un salto
y apiló las cajas. La torre estaba sobre su cabeza, pero dijo—: Lo tengo —
y se fue por el pasillo, sosteniendo las dos cajas superiores del carro con
la mano izquierda mientras empujaba el carro con la derecha. Phineas
corrió tras él.
Sólo tomó unos segundos llegar al laboratorio principal, que era el
núcleo abovedado de la fábrica, lo que alguna vez fue el piso de la fábrica.
Anteriormente lleno de equipos de ensamblaje automatizados, este
espacio ahora albergaba los diversos métodos de Phineas para medir la
energía. Como Braud, tenía su EDA. También tenía su EEG, su REG, su
MRI y sus máquinas de rayos X. Las había usado todas en un momento u
otro en experimentos diseñados para medir la energía emocional que
quedaba en los objetos que habían estado cerca del lugar de una tragedia.
—Aquí, Flynn. —Phineas señaló dos grandes mesas desnudas, y Flynn
colocó la pila de cajas en el suelo entre ellas. Saludó a Phineas.
—Buena suerte.
—La tendré.
Antes de que Flynn diera un paso, Phineas estaba rompiendo la primera
caja.
Al mirar dentro, vio una pila de platos de fiesta.
—Maravilloso.
Abrió la segunda caja, que era plana y alargada. Cuando la caja estuvo
abierta, se encontró mirando su propio reflejo. Este era el espejo de pared
decorativo que había visto a un hombre asesinar a toda su familia. «Oh,
¿qué agonía podría contener esto?» Phineas pasó las manos por la brillante
superficie.
Luego respiró hondo y abrió la gran caja cuadrada. Como sospechaba,
esta caja contenía otra caja, una caja de sorpresas vacía. Maravilloso. Esto
iba a tener mucha agonía jugosa.
Y por último, pero no menos importante… sí, ¡ahí estaba! Tumbado en
un puffery de cacahuetes de espuma de poliestireno, un endoesqueleto del
tamaño de un hombre yacía, esperando ser activado y dado un propósito.
Phineas sacó el endoesqueleto de la caja y frunció el ceño cuando colgó
sin fuerzas sus brazos. «No esperaba que estuviera tan roto. Bueno, no
importa». Por el momento, no parecía nada, sólo una red de metal rota
hecha para reemplazar los huesos humanos. Pero no sería nada por mucho
más tiempo.
—No te preocupes —dijo Phineas—. Yo te lo proporcionaré un
propósito.
Phineas se puso manos a la obra. Conectando las líneas y los electrodos
de sus diversos dispositivos de medición de energía, estableció lo que
pensó que era una cascada de energía. La máquina vertía la energía ya
capturada de elementos anteriores en el primer elemento nuevo, en este
caso las placas, y luego introducía esa energía a través de todos los
elementos nuevos adicionales hasta que culminaban en el endoesqueleto.
Phineas dio un paso atrás para observar el proceso. No es que hubiera
nada que ver. Desafortunadamente, la transferencia de energía emocional
ocurrió con una frecuencia que el ojo humano no pudo discernir. Si Phineas
apagaba todas las luces y usaba una luz azul, podría detectar sólo un poco
del flujo de energía.
Sin embargo, había descubierto que la luz azul tendía a distorsionar el
campo. No podía arriesgarse a encenderla ahora.
En cambio, prestando atención a los gruñidos de su estómago, decidió
regresar al camión de comida para cenar temprano.

☆☆☆
—¿Cómo está tu hija? —le preguntó Phineas a Rubén mientras Rubén
frió el hongo portobello para la hamburguesa vegetariana de Phineas.
Rubén se encogió de hombros, balanceando su cola de caballo negra.
—Todavía dolorosamente tímida.
—Podría darte un remedio para eso, una esencia floral llamada Mimulus.

Rubén se apoyó en el mostrador e inclinó la cabeza con una sonrisa.


—¿Qué es una esencia floral? —dejó en claro que se estaba burlando
de la idea.
Phineas ignoró el tono de Rubén.
—A principios del siglo pasado, un homeópata descubrió que las
energías diluidas de varias plantas y flores tenían un impacto en las
emociones y el cuerpo físico. Una esencia floral llamada Mimulus
transforma el miedo en fuerza.
—Así que una flor la haría menos tímida. —Rubén negó con la cabeza y
miró hacia el techo en lo que incluso Phineas pudo notar que era una
expresión de “Ahora lo he escuchado todo”.
Phineas ignoró el despido.
—No exactamente. La energía de una flor la haría sentir más segura.
Sólo una molécula o dos de una flor determinada se suspenden en una
solución de agua y alcohol para cada remedio floral.
—Oh maldición. —Rubén se dio cuenta de que había quemado el
hongo—. Lo siento. —Empezó de nuevo—. Entonces, ¿es en eso en lo que
estás trabajando? ¿Flores… energías?
—No exactamente. —Phineas se enderezó y juntó las manos—. Verás,
estoy convencido de que la agonía tiene un mayor radio y poder energético
que cualquier otra emoción. He realizado numerosos experimentos para
medir, capturar, contener y estudiar la emoción sobrante incrustada en
objetos que estaban cerca de una tragedia. Mi trabajo se centra en mi
hipótesis de que puedes tomar una saturación de agonía, agregar cualquier
tipo de inteligencia, incluso una artificial, y se combinarán para transmutar
la energía de la emoción en la energía de la acción física. Creo que esto es
lo que explica lo que la gente llama objetos “embrujados”.
Rubén se rio, negó con la cabeza y se las arregló para cocinar
adecuadamente el portobello de Phineas.
—Sin faltarle el respeto, doctor, pero me alegro de no creer en la magia.
Sus esencias florales suenan a que tal vez tenga razón. Pero el resto de esas
cosas que acabas de decir no.
—Tal vez —admitió Phineas—. Pero tal vez sea la clave para
comprender la energía de todas las cosas.

☆☆☆
Cuando Phineas regresó a su laboratorio, el endoesqueleto se iluminó
como un árbol de Navidad cuando Phineas probó sus niveles de energía.
Estaba listo. Ahora sólo necesitaba darle un poco más de presencia para
que pudiera expresar adecuadamente la agonía que había absorbido de los
otros elementos.
Phineas se apresuró a ir a su habitación protegida. Sabía exactamente lo
que necesitaba, por lo que sólo tomó unos minutos colocar los artículos
en cajas separadas y regresar al laboratorio. Allí, puso las cajas en la mesa
junto al endoesqueleto desnudo.
Pasando sus manos sobre el esqueleto de metal, se deleitó con la energía
eléctrica bailando en la punta de sus dedos.
—Primero, una cabeza —susurró.
Metiendo la mano en la primera caja que había puesto sobre la mesa,
sacó una muñeca blanca de un metro de altura cubierta de dibujos hechos
con marcadores de colores. La muñeca era realmente una abominación del
exceso decorativo. Tenía las yemas de los dedos de arcoíris, las rodillas
verdes, manchas marrones en el cuerpo y las piernas, y varios baberos y
mechones pegados, uno de los cuales parecía ser un borrador de cara
sonriente.
Sin interés en el cuerpo de la muñeca, Phineas agarró la cara plana
dibujada con marcador negro de la muñeca y la sacó del cuello de la
muñeca. Luego colocó la cabeza en la parte superior del endoesqueleto.
—Así está mejor. Te da un poco de personalidad.
Metió la mano en la segunda caja.
—Y ahora un poco de corazón.
El elemento de la segunda caja era un perro animatrónico que
claramente ya no funcionaba. Phineas puso los hombros y se preparó para
tocarlo. El perro era un perro feo, tan feo como el propio Phineas, con su
pelaje marrón grisáceo enmarañado, la cabeza en forma de triángulo y la
boca ancha llena de dientes afilados. Pero no sólo era feo. De alguna
manera estaba mal. De todos los artículos de la colección de Phineas,
encontró que este perro era el más amenazador. Sintió que el perro había
sido responsable de una poderosa agonía. Nunca se había sentido del todo
cómodo con eso. Pero ahora lo iba a desarmar, por lo que no sería una
amenaza.
Con unas tijeras afiladas, Phineas rasgó el pelaje del perro. Luego usó
pinzas para sacar cables y circuitos. En minutos, había revelado la batería
del perro, ubicada en su pecho, donde habría estado su corazón si hubiera
sido un perro de verdad. Phineas levantó la gran unidad revestida de
plástico que arrastraba una maraña de cables entrelazados y estudió el
endoesqueleto. ¿Dónde instalarlo?
Phineas descartó los complementos en la cabeza y el cuello del
endoesqueleto y en su lugar encontró un puerto adecuado en el pecho del
endoesqueleto.
Sonrió cuando lo miró.
—Ahí. Ahora mi Hombre de Hojalata tiene corazón. —Se rio entre
dientes.
En el momento en que el endoesqueleto obtuvo su corazón, se
convirtió en más que un endoesqueleto. Se convirtió en un ser
animatrónico de gran energía. Y se movió.
Phineas se rio, se rio genuinamente, de puro regocijo.
El ser de gran energía reaccionó a la risa de Phineas moviéndose para
mirar a Phineas con sus ojos de marcador negro. Phineas siguió riendo y el
ser se acercó para tocar a su creador.
Phineas contuvo la respiración cuando los dedos metálicos tocaron su
piel.
Luego, en un instante lleno de agitación, sucedieron tres cosas: Phineas
vio que la batería del ser parpadeaba en rojo brillante. De repente sintió el
peligro e intentó lanzar un escudo mental. Comenzó a convulsionar,
agarrándose la cabeza para intentar contener el insoportable dolor que
aniquilaba su conciencia.

☆☆☆
Aunque Phineas era el dueño del edificio donde Rubén dirigía su
negocio, Rubén pensó en la habitación cavernosa que contenía su
camioneta y las mesas de picnic que la rodeaban como su propio espacio.
El resto del edificio era el espacio de Phineas, y Rubén nunca había entrado
en el espacio de Phineas. No es que estuviera fuera de los límites.
Simplemente parecía descortés vagar por los dominios de Phineas.
Esta tarde, sin embargo, Rubén pensó que tenía que aventurarse en el
corazón del viejo edificio de ladrillos. Estaba preocupado por Phineas.
En los dos años transcurridos desde que él y Phineas llegaron a su
acuerdo, Phineas nunca se había perdido una comida en la camioneta de
Rubén. Hoy, había estado ausente tanto para el desayuno como para el
almuerzo. Algo estaba mal.
Así que Rubén fue a donde nunca antes había ido, y en minutos,
descubrió por qué Phineas se había perdido sus comidas.
Phineas estaba muerto.
No sólo estaba muerto, estaba marchito y casi momificado, con la boca
abierta y sin ojos. Cuando Rubén encontró a Phineas, inmediatamente se
tambaleó hacia su camioneta.
Llamó a la policía, que llegó, investigó y anunció que sospechaban que
algún tipo de descarga eléctrica mató a Phineas.
Rubén no estaba tan seguro. Pasó el resto del día tratando de no ver el
cuerpo de Phineas en su mente. No quería ver eso o el extraño laboratorio
con sus flores exóticas marchitas. Especialmente no quería ver las rayas
negras de lágrimas que habían manchado el rostro del científico muerto.

☆☆☆
En medio de la pila de pertenencias de Phineas en la camioneta de Flynn,
el ser energético yacía debajo de una lona grande y pesada que olía a
trementina. Sus extremidades metálicas vibraban con el estruendo del
motor del camión, el ser se sentó. Girándose, examinó sus alrededores
hasta que su mirada aterrizó en un montón de ropa.
El ser tomó una capa de la pila y se la puso.
Fazbear Frights

#4
Scott Cawthon
Andrea Waggener
Elley Cooper
Kelly Parra
Copyright © 2020 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados
Foto de TV estática: © Klikk/Dreamstime
Todos los derechos reservados. Publicado por Scholastic Inc.
Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
marcas comerciales y/o marcas comerciales registradas de
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El editor no tiene ningún control y no asume ninguna
responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su
contenido.
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2020
Diseño de portada por Betsy Peterschmidt
e-ISBN 978-1-338-62699-5
Todos los derechos reservados bajo las convenciones
internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida,
descargada, descompilada, sometida a ingeniería inversa o
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Portadilla
Copyright
Acércate
Baila conmigo
Regresando a casa
Acerca de los Autores
Rompecabezas
L os ojos amarillos de Foxy brillaron en la oscuridad de la habitación. Su
mandíbula colgaba abierta, mostrando dientes afilados. Foxy levantó su anzuelo
y cortó con su punta afilada frente a la cara de Pete, con el anzuelo zumbando
junto a su nariz. Pete rodó fuera de la cama, su cuerpo temblaba. Su estómago
dio un vuelco mientras yacía indefenso en el suelo y Foxy giró, cerniéndose sobre
él. El cambio de engranajes llenó la habitación cuando Foxy se balanceó hacia
arriba con su gancho.
—Puedes ser un pirata, pero primero tendrás que perder un ojo y un brazo.
—No —suspiró Pete.
Cuando Foxy golpeó con su gancho en el ojo de Pete, sonó un estallido audible.
La sangre brotó de la cuenca del ojo cuando Pete gritó…
Freddy Fazbear's Pizza estaba llena de niños pequeños locos y sus
acosados padres idiotas. La música bramaba a través de los parlantes de la
pared y los juegos de árcade vibraban. El aroma de pepperoni quemado
flotaba en el aire, mezclado con el aroma del algodón de azúcar. Pete estaba
encorvado contra una pared, con los tobillos cruzados y la gorra de béisbol
hacia atrás, bebiendo una cola con sabor a cereza mientras mascaba chicle
de sandía. Su hermano pequeño y sus amigos estaban apiñados alrededor
de un juego de árcade.
Pete no quería estar allí, pero su madre tenía que trabajar y Chuck tenía
que volver a estar con sus amigos después de la escuela. Así que eso dejó
a Pete para jugar a la niñera. Por centésima vez, se preguntó, ¿por qué
siempre era su trabajo? ¿Y, el mocosito estaba agradecido?
No.
Chuck siempre se quejaba de su inhalador. Siempre lloriqueaba que
tenía hambre. Siempre hacía un montón de preguntas. Siempre algo. Desde
que su padre se había ido, Pete estaba a cargo de Chuck.
Las palabras de su madre se quedaron grabadas en su cabeza. «Ahora
eres el hombre de la casa, Pete. Cuida a tu hermano pequeño».
¿Cómo se suponía que Pete iba a ser el hombre cuando sólo tenía
dieciséis años? ¿Alguien le preguntó qué pensaba de sus nuevas
responsabilidades?
No.
Pete vio a un niño caminar hacia un par de empleados que limpiaban las
mesas de cumpleaños. Tiró de la manga del tipo. El hombre miró al niño y
sonrió.
—¿Te puedo ayudar en algo? —preguntó.
—Me preguntaba, ¿dónde está Foxy el pirata? —dijo el niño.
La voz del hombre era dulce como un almíbar.
—Oh, Foxy está de vacaciones en este momento. Esperamos tenerlo
de regreso pronto.
El niño asomó el labio, pero asintió mientras se alejaba.
El otro empleado se rio entre dientes.
—Muy buena —le dijo al hombre.
—Sí, de vacaciones en la sala de mantenimiento. No sé cuándo volverán
a sacarlo.
Pete estaba pensando en eso cuando se dio cuenta de que alguien estaba
diciendo su nombre.
—¿Pete?
Apartó su atención de la conversación y dirigió su mirada hacia María
Rodríguez, que estaba parada a su lado. Su cabello negro le rozaba los
hombros y sus labios eran de un rojo brillante. Tenía estos ojos verdes
brillantes con pestañas largas y algunas pecas en la nariz. Ella era una
animadora en su escuela secundaria y él la conocía desde sexto grado.
Entonces, ¿por qué de repente se sintió tan nervioso con ella?
—Hola, María.
—Atrapado aquí con el pequeño Chuckie, ¿eh?
Pete frunció el ceño.
—Sí.
—Yo También. Es el cumpleaños de mi hermana pequeña. —María
señaló una mesa de cumpleaños frente al escenario, con niños pequeños
con sombreros de cono y comiendo pastel.
—No puedo creer que solíamos ser como ellos.
Él sonrió de oreja a oreja.
—No sé tú, pero yo nunca fui así.
María sonrió.
—Seguro. Y dime, ¿dónde has estado? No te he visto en la práctica
últimamente.
Había sido expulsado del fútbol por rudeza innecesaria y mala actitud
en múltiples ocasiones. ¿Hola? ¡Esto era fútbol! Así que simplemente lo
dejó por completo. La verdad era que Pete nunca solía renunciar a nada.
Solía terminar todo lo que empezaba. Pero después de ver que sus padres
se abandonaban, terminar las cosas ya no importaba tanto. Además, no
necesitaba más dolor por parte del entrenador, ya tenía suficiente de sus
maestros y su madre. Un único chico no podía soportar tantas quejas.
Se encogió de hombros.
—Me cansé de todo, ¿sabes?
—Entiendo. Entonces, ¿qué vas a hacer con todo tu tiempo libre ahora?
—Bueno…
Alguien saludó a María desde la mesa de la fiesta y su rostro se iluminó.
—¡Sí! Finalmente es hora de irse. —Antes de irse, agregó—: Oye, un
grupo de nosotros nos reuniremos bajo el viejo puente Beacon, por si
quieres venir a pasar el rato más tarde.
Pete sonrió.
—¿Sí?
Ella asintió.
—Será divertido.
Luego negó con la cabeza.
—No puedo. Tengo que estar con Chuck el tonto.
—Ah, está bien. Quizás la próxima vez. Nos vemos en la escuela.
La irritación se apoderó de Pete mientras veía a María alejarse. Todo
esto era culpa de Chuck. «Mocoso». Todo era siempre sobre su hermano
pequeño. No importaba lo que Pete quisiera porque nada importaba
cuando se trataba de Pete. Papá se había ido. Mamá estaba en su propio
pequeño mundo. Pensaron que simplemente pondrían a Pete a cargo de
Chuck porque no tenían tiempo para ocuparse de él por sí mismos. Pero
Pete nunca se había inscrito para hacerse cargo de sus responsabilidades.
Él era un niño y los niños deberían ser libres, sin preocuparse por las cosas.
Deberían poder hacer lo que quisieran, como pasar el rato con otros niños
en lugar de mirar a los hermanitos. Pero a sus padres no les importaba
nada de eso, obviamente. Después de todo, nunca le preguntaron a Pete si
quería que se separaran en primer lugar. Se acaban de divorciar y eso fue
todo. Nada de eso fue justo.
Pete tenía tantas emociones dentro de él que a veces simplemente no
sabía qué hacer con ellas. A veces se sentía como una bomba de relojería
a punto de explotar, como si la tensión en su cuerpo estuviera justo debajo
de su piel, pidiendo alivio. Durante un tiempo, el fútbol ayudó. Había sido
una bestia en el campo, derribando jugadores, echando a la gente fuera del
camino. Al final de la práctica, estaba exhausto y vacío. Se sentía bien.
Pero como estaba fuera del equipo, se quedó sin salida. Odiaba estos
sentimientos. Odiaba todo a veces. Vio a su hermano separarse de sus
amigos para dirigirse al baño y entrecerró los ojos ante la nueva
oportunidad. Pete arrojó su refresco a una mesa vacía y caminó
rápidamente hacia el lado de su hermano, agarrándose a su brazo con
fuerza.
La cara de Chuck se arrugó.
—¡Ay, Pete!
—Cállate y camina —murmuró, luego sopló una burbuja hasta que
estalló.
—¿Por qué? ¿A dónde vamos?
—Ya verás. —Con una rápida mirada por encima del hombro, Pete
empujó a su hermano pequeño por un pasillo largo y oscuro. El suelo
estaba descolorido y viejo, y carteles de animatrónicos descascarados se
alineaban en las paredes. El lugar necesitaba una mejora seria. Pete había
vagado por aquí antes y había descubierto la gran sala de mantenimiento.
Ahora que sabía lo que era tomarse unas vacaciones adentro, no podía
esperar para llevar a Chuck a una pequeña aventura, considerando que su
hermano siempre había tenido miedo de cierto animatrónico.
Chuck empezó a protestar.
—¿A dónde vamos?
—¿Qué te pasa, estás asustado?
—¡No! ¡Sólo quiero quedarme con mis amigos!
—Vamos a comprobar algo.
Chuck hipeó y se lamió los labios secos alrededor de los aparatos
ortopédicos. Sonaba como un sapo cuando estaba nervioso.
—Déjame en paz o se lo diré a mamá.
—Eres un soplón. Ahora realmente vas a entrar.
Pete arrastró a su hermanito sorprendentemente fuerte a través de la
entrada de la sala de mantenimiento para encontrarse con Foxy el pirata.

☆☆☆
La pesada puerta se cerró de golpe detrás de ellos y los envolvió en la
oscuridad.
—¡Pete, déjame ir!
—Tranquilo. Alguien podría escuchar y no quiero escucharte lloriquear
como un bebé. ¿Sabes lo molesto que es eso? —Pete no soltaba el agarre
que tenía sobre su hermano. No, era hora de darle una lección a Chuck.
Había llegado el momento de que Pete hiciera lo que quisiera y ahora
mismo eso significaba darle un buen susto a su hermano.
El pequeño Chuck el tonto incluso podría orinarse en los pantalones.
Pete se rio entre dientes ante la idea.
Con una mano todavía firmemente en el brazo de su hermano, sacó su
teléfono del bolsillo y encendió la luz para guiarlos lentamente a través de
la oscuridad. El área estaba extrañamente tranquila, como si no estuviera
conectada a un barco lleno de gente al final de un pasillo. El olor aquí estaba
estancado y mohoso, y el aire parecía… sin vida. Como si nadie hubiera
puesto un pie en el lugar recientemente. Lo cual era extraño cuando el
resto del edificio estaba lleno de actividad.
Hipo.
El pie de Pete tiró una botella al suelo. Golpeó algo y se hizo añicos.
Pete y Chuck se quedaron paralizados, preguntándose si alguien los
escucharía, pero no parecía haber nadie cerca.
Hipo.
Pete examinó el suelo con la luz, revelando baldosas a cuadros en blanco
y negro desgastadas. Mesas polvorientas y algunas sillas rotas estaban
esparcidas por la gran sala. Había cajas de cartón en las mesas, medio vacías
con sombreros de fiesta y platos esparcidos a su alrededor. Su luz brilló en
una gran araña negra sentada en el borde de una caja.
—Aw, mira eso, tonto. ¡Es enorme! —dijo Pete.
La araña saltó y los chicos retrocedieron.
—Odio las arañas. Vámonos de aquí —se quejó Chuck de nuevo.
—Aún no. Hay mucho más por explorar. Piensa en esto como uno de
esos juegos de aventuras que te gusta jugar. Tenemos que encontrar el
tesoro secreto. —Dijo Pete, riendo entre dientes. Tenía que asustar un
poco más a su hermano.
Hizo brillar la luz de vuelta al suelo. Se detuvo en lo que parecían velas
oscuras derretidas y extrañas marcas negras.
—¿Qué es eso? ¿Esos son símbolos? —quería Chuck saber.
—A quién le importa. —Pete continuó moviendo la luz alrededor.
Luego vio el pequeño escenario con la cortina púrpura cerrada, y una
sonrisa se abrió en su boca.
Fijado a la cortina, había un cartel torcido con las palabras FUERA DE
SERVICIO.
—Grandioso. Con suerte, todavía funciona.
Hipo.
—Pete… no deberíamos estar aquí. Podríamos meternos en problemas.
Un gran problema. Como invadir, ¿sabes? Eso es contra la ley.
—Eso es contra la ley —Pete lo imitó con una vocecita—. Eres un nerd,
¿lo sabías? ¿Qué vas a ser de mayor, Chuck? ¿Un policía? Me aseguraré de
comprarte una dona de camino a casa.
Pete iluminó la luz junto al escenario, revelando una caja de control
oxidada en una mesa auxiliar. Se rompió la tapa de la caja.
—Esto va a ser tan bueno. —Arrastró a su hermanito al pie del
escenario—. Disfruta el espectáculo.
—¡Basta, Pete!
Agarró a Chuck por la camisa y los pantalones, dándole un buen calzón
chino mientras lo lanzaba al pequeño escenario. Chuck se estrelló contra
la plataforma con un “ugh” y Pete corrió hacia la caja de control.
Golpeó con la palma de la mano un botón que decía INICIO. Una y otra
vez. Sonó un zumbido bajo, seguido de un clic amortiguado y un ruido
metálico.
—¡Oh, vamos! —gritó Pete cuando no pasó nada.
Finalmente, la pequeña cortina comenzó a abrirse.
Hipo—hipo—hipo.
Con un movimiento rápido, Chuck rodó hacia un lado.
—Chuck, ¡cobarde! —Pete corrió al escenario, agarrando a Chuck por
sus zapatillas para mantenerlo allí. En los movimientos rápidos que sólo el
miedo puede provocar, Chuck logró evadir a su hermano. Se puso de pie,
saltó de la plataforma y corrió.
Fue lo más rápido que Pete había visto correr a su hermano. Si no
hubiera estado huyendo de Pete, incluso podría estar impresionado. Pete
se movió para recuperarlo, luego se detuvo frente al escenario cuando su
camisa se enganchó en algo.
—Maldición —murmuró. Tiró de su camisa, pero estaba atrapada en un
estúpido clavo.
Música entrecortada sonó en el aire cuando las cortinas se abrieron por
completo. Pete se quedó congelado frente a un animatrónico Foxy
fracturado que lo estaba mirando. Los ojos amarillos brillaron bajo las cejas
rojas y un parche en el ojo se colocó sobre su ojo derecho. Una mandíbula
con dientes afilados y puntiagudos colgaba flojamente mientras el gran
zorro comenzaba a cantar una canción inconexa sobre convertirse en
pirata. Un brazo tenía un gancho por mano y la otra mano estaba despojada
de piel, mostrando su esqueleto robótico. Extraños sonidos de engranajes
girando chirriaron y parecieron resonar en el silencio de la habitación. El
pecho del robot apareció desgarrado, exponiendo más de su cuerpo
mecánico. Foxy se movió despacio, inquietantemente. Aunque Pete sabía
que era un robot, su cuerpo deteriorado parecía medio devorado por
quién sabía qué.
Un escalofrío recorrió la espalda de Pete.
Se tragó el chicle.
No podía apartar la mirada de los ojos amarillos de Foxy mientras
cantaba.
No sabía por qué… sólo era un viejo y tonto robot…
—¡Puedes ser un pirata, pero primero tendrás que perder un ojo y un brazo!
¡Yarg!
—¡Primero tendrás que perder un ojo y un brazo! ¡Yarg! —¡Primero tendrás
que perder un ojo y un brazo! ¡Yarg! —¡Primero tendrás que perder un ojo y un
brazo! ¡Yarg!
El antiguo animatrónico estaba atascado en la misma letra…
—¡Primero tendrás que perder un ojo y un brazo! ¡Yarg!
Pete parpadeó cuando una extraña sensación se apoderó de él, como si
una manta invisible, fría y pesada cubriera cada centímetro de su cuerpo,
luego se hundiera a través de su piel y sus huesos.
—¡Primero tendrás que perder un ojo y un brazo! ¡Yarg!
La habitación se quedó en silencio repentinamente, pero Pete
permaneció allí de pie en la oscuridad. Inmóvil.
Parpadeó y miró a su alrededor, tratando de recordar dónde estaba.
Estaba en la oscuridad. Solo. Su pulso se aceleró cuando dio un paso atrás.
Luego vio que su camisa estaba atrapada en un clavo, y todo volvió a él. Se
frotó los ojos, quitó la camisa del clavo y salió del escenario para buscar a
su hermano.
—¡Maldita sea, Chuck!

☆☆☆
Pete vio a Chuck chupar una bocanada de su inhalador antes de sentarse
a la mesa. Se dio cuenta de que los nervios de su hermano pequeño aún
estaban disparados desde que Pete lo llevó a ver a Foxy el pirata. Chuck
miró a Pete al otro lado de la mesa y se retorció. Pete no sabía por qué
estaba tan molesto. El pequeño mocoso ni siquiera pudo ver la mejor parte
del espectáculo. Se había escapado y se había pegado a sus amigos hasta
que llegó el momento de volver a casa.
—¿Cómo estuvo Freddy Fazbear's Pizza, chicos? —preguntó su mamá
mientras colocaba platos de jamón y papas frente a ellos.
—Bien —dijo Chuck, sin levantar la vista de su plato.
—Sí, simplemente genial —murmuró Pete, tragando puré de papas.
—¿Qué? ¿Paso algo?
—No, nada —dijeron los hermanos juntos.
Pete le dirigió a Chuck una mirada de advertencia. «Mejor no lo digas…»
Mamá arqueó las cejas mientras se sentaba.
—Okey. Bueno, yo tengo algo emocionante para compartir con los dos.
Pensé que era hora de que hiciéramos algo como familia. Y algo que fuera
bueno para el mundo.
Pete se mordió las palabras que probablemente herirían los
sentimientos de su madre. «¿Qué familia?» Habían pasado casi seis meses
desde que papá se había ido y rompió a su familia. ¿Y cuándo su madre se
había convertido en una benefactora?
—Algo nuevo. Algo que representa un nuevo comienzo para los tres
como unidad familiar. Algo que también podría darle a otra persona un
nuevo comienzo. —Sacó un papel de una carpeta y lo dirigió hacia ellos.
Pete leyó las letras en negrita con incredulidad.
—¿Donantes de órganos?
Mamá asintió emocionada.
—Sí, seremos donantes familiares. ¿No suena genial?
La mirada de Chuck se encontró con la de Pete con asombro.
—¿Estas son tus emocionantes noticias? ¿De verdad quieres que
renunciemos a partes de nuestro cuerpo? —Le preguntó Pete.
Hizo un gesto con la mano a Pete.
—¡Sólo si nos pasa algo, tonto!
Lo que obviamente no queremos. Pero si fuera así, podríamos ayudar a
otras personas que están enfermas y necesitan un nuevo corazón o un
riñón. Podríamos salvar la vida de alguien. Seríamos héroes.
—Seríamos héroes muertos —dijo Chuck.
Ella rio.
—¡Oh, Chuckles, me haces reír!
—Sí, Chuckles, eres un revoltoso —dijo Pete, inexpresivo.
Chuck arrugó la cara.
—Oye, mamá, ¿sabes lo que hizo Pete en la pizzería?
Pete miró a Chuck con los ojos entrecerrados. Sabía que el mocoso no
podía mantener la boca cerrada.
—¿Qué hizo?
—Bebió demasiados refrescos. —Chuck sonrió, mostrando los dientes.
Mamá suspiró.
—Pete, vamos. Te dije lo que todo ese refresco le hace a tus dientes.
Pete se limitó a mirar a su madre. ¿Qué le pasaba últimamente? El mes
pasado había comenzado a ver a alguien que se llamaba a sí misma una
“entrenadora de vida”. Luego, su madre comenzó a practicar yoga, se cortó
el pelo largo y se sometió a una extraña limpieza con jugo. También había
reunido un montón de sus cosas y las había regalado a organizaciones
benéficas. Ahora… ¿ella quería donar partes de su cuerpo?
—Aquí, lee el volante, Pete —dijo mamá—. Te convencerá, seguro.
Pete agarró el papel que su madre le puso debajo de la nariz. La lista de
donaciones de órganos era bastante larga: huesos, corazón, riñón, hígado,
páncreas, piel, intestino, globos oculares…
Globos oculares.
Puedes ser un pirata, ¡pero primero tendrás que perder un ojo y un brazo!
¡Yarg!
Pete volvió a mirar a Foxy. Se imaginó a Foxy saliendo repentinamente
del escenario y acechando hacia él con su gran y afilado gancho. Sus pies
mecánicos raspando el suelo.
El puré de papas de Pete hizo un lento giro en su estómago, y de repente
se sintió mareado. Parpadeó la imagen.
—Qué idea más tonta, mamá.
—Pete, no es tonto. Y me duele que pienses eso.
Sí, a mamá también le gustaba expresar sus sentimientos últimamente.
Empujó su silla lejos de la mesa y se puso de pie mientras su rostro brillaba
frío, luego caliente.
—No lo voy a hacer, mamá.
—Pete.
—No quiero hablar de eso. Me voy a la cama. —Pete salió del comedor.
—¿Qué pasó? —escuchó a su mamá preguntar.
Chuck suspiró.
—Pubertad.
☆☆☆
—¡Date prisa, Pete!
A la mañana siguiente, Chuck golpeó la puerta del baño. Si Pete no salía
pronto, Chuck llegaría tarde al autobús a la escuela secundaria W. H.
Jameson. Si perdía el autobús, entonces tendría que andar en bicicleta cinco
millas hasta la escuela y su madre se asustaría de que fuera solo. Era
paranoica, algo le pasaría si Pete no estaba con él, lo cual no entendía, ¡ya
que tenía casi doce años! (Bueno, once y medio.) Muchos de sus amigos se
quedaban solos todo el tiempo, pero Chuck no. Pete siempre decía que
era porque Chuck era el bebé y su mamá no podía dejar de pensar en él
de esa manera.
Escuchó a Pete tirar el inodoro y Chuck dio un paso atrás y se encogió.
«Pete está enfermo». El labio de Chuck se curvó un poco. «Eso es lo
que se merece por intentar asustarme ayer». Luego dejó ir ese
pensamiento mientras Pete jadeaba de nuevo, retrocediendo y apoyándose
contra la pared para esperar.
Chuck sabía que la partida de papá había cambiado a todos. Pete estaba
enojado todo el tiempo. Mamá siguió buscando cosas nuevas para hacerla
feliz. ¿En cuanto a él…? Sólo trató de mantenerse ocupado. Le gustaba
pasar el rato con sus amigos, le gustaba jugar videojuegos en línea y estaba
muy interesado en los rompecabezas.
Sí, la escuela secundaria apestaba, pero ir a la escuela era sólo una parte
de la vida que tenías que atravesar. De vez en cuando, se sentía desafiado
por un proyecto, luego lo completaba y se aburría de nuevo hasta que algo
más llamaba su interés. Comprendió por qué Pete lo odiaba la mitad del
tiempo, porque mamá hacía que Pete lo cuidara tanto. Trató de no ser
molesto. Pero todo lo que salía de su boca parecía molestar a Pete. ¿Quizás
era así con todos los hermanos? Chuck no lo sabía porque no tenía otro
hermano con quien comparar.
El inodoro se descargó. Un minuto después, Pete abrió la puerta. Una
oleada de mal olor se apoderó de Chuck y agitó una mano frente a su nariz.
Pete no se veía tan bien. Su rostro estaba tan pálido que sus pecas se
destacaban como pequeños insectos en sus mejillas. Su cabello oscuro se
levantaba en diferentes direcciones como si se atascara el dedo en un
enchufe y se sorprendiera, y había círculos debajo de sus ojos.
—Vaya, Pete, ¿qué te pasa?
—Nada —escupió Pete—. Algo no me sentó bien. Probablemente algo
de esa estúpida pizzería.
Chuck no lo creía.
—¿Quieres que llame a mamá?
Pete lo empujó a un lado.
—No, no soy un bebé como tú, Chuck el tonto.
Chuck sintió que se le ponían rígidos los hombros. Odiaba ese estúpido
apodo.
—Lo que sea —murmuró. Cerró de golpe la puerta del baño detrás de
él.

☆☆☆
Pete tomó una bebida energética con triple cafeína mientras corría hacia
su clase de biología, pero aún se sentía agotado. Anoche había tenido
algunos sueños bastante locos. No recordaba mucho, sólo que había mucha
sangre. Estaba por todas partes, cayendo sobre él, bajando por su rostro y
sobre su pecho y brazos. Cuando se despertó de un tirón, sus mantas
estaban enredadas alrededor de su cuerpo. Se había caído al suelo tratando
de desenrollar las mantas sólo para poder correr al baño.
Se estremeció de sólo pensar en eso, pero rodó los hombros y empujó
ese no tan divertido recuerdo. Probablemente debería haberse quedado
en casa, pero llamar a su madre al trabajo la habría asustado y le estaría
haciendo un millón de preguntas. Había decidido pasar el día de alguna
manera.
Entró en su salón de clases cinco minutos después de la campana.
—Señor. Dinglewood, llega tarde —dijo el señor Watson con voz
aburrida.
—¿Lo siento?
Pete se quitó el gorro y negó con la cabeza. Se sentó en un taburete
vacío en la estación de trabajo en el fondo, junto a un chico con una
chaqueta de cuero negra y cabello morado. Pete se metió la cremallera del
sombrero en la mochila y la dejó en el suelo, luego se secó un poco de
sudor de la frente. Se movió torpemente en el taburete. ¿Por qué parece
que no puede quedarse quieto?
—Como estaba diciendo, clase, hoy diseccionaremos una rana —dijo el
Sr. Watson—. Todos ustedes han sido interrogados sobre las reglas de
seguridad para las herramientas y el procedimiento. Trabajarán en equipo
con un compañero para completar la hoja de laboratorio. Espero que
todos sean jóvenes maduros. Sé que será difícil para algunos de ustedes,
pero aquí no hay nada gracioso o fracasarán. No quieren fallar. Tienen
treinta minutos a partir de ahora.
Cuando ambos se dirigieron hacia la rana muerta tendida frente a ellos,
el tipo de la chaqueta de cuero se inclinó hacia adelante.
—Amigo… ¿qué te pasa?
Pete negó con la cabeza.
—Nada.
El tipo de la chaqueta de cuero le dio una mirada de está bien y tomó
un pequeño bisturí.
Diez minutos después, Pete bostezó. Tenía la boca seca y su mano
estaba empezando a temblar por el corte preciso.
El tipo de la chaqueta de cuero sonrió.
—Oye, mira esto —dijo, y le dio un golpe a la rana en el ojo con el
bisturí. Un líquido extraño brotó—. Enfermo, ¿verdad? —Luego empujó la
hoja en el brazo de la rana y la cortó. Cogió la pequeña mano y la agitó
hacia Pete.
Pete negó con la cabeza.
—Necesito un descanso.
—Mira, lo siento. Te juro que dejaré de jugar. —Extendió la manita de
rana—. Aquí, vamos a sacudirlo.
El chico se rio entre dientes cuando Pete se levantó del taburete y se
dirigió a la fuente de agua del aula. Tomó un par de tragos largos. Maldita
sea, tenía sed. ¡Y estaba hambriento! Su estómago decidió gruñir entonces,
ya que se había saltado el desayuno tratando de llegar a la escuela a tiempo.
Se dirigía de regreso a su estación de trabajo cuando el Sr. Watson lo
detuvo.
—¿Todo bien, Sr. Dinglewood? —preguntó.
El Sr. Watson era más bajo que él, con cabello blanco y bigote blanco.
Anteojos colgaban de la punta de su nariz roja, como si de alguna
manera estuviera mirando a Pete, a pesar de que eso era físicamente
imposible.
—Sí, las cosas están bien —espetó Pete.
El Sr. Watson frunció el ceño.
—Me alegra oírlo. Ahora, regrese a su laboratorio de disección. Tú de
todas las personas no puedes permitirte el lujo de fracasar.
—Lo sé —murmuró Pete, dándose la vuelta.
Todo fue cuesta abajo desde allí.
Pete dio un paso rápido y largo y su pie aterrizó en la correa de su
mochila en lugar de aterrizar de forma segura en el suelo. Fue entonces
cuando resbaló, perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Sintió que su dedo
del pie se conectaba con el chico de la chaqueta de cuero de una manera
brutal. El chico gritó y el Sr. Watson gritó algo en respuesta.
Pete aterrizó de espaldas y se quedó sin aliento. Parpadeó y cuando
abrió los ojos vio el bisturí del chico en el aire. El cuchillo pequeño debe
haber salido volando al impactar. Pero entonces, incrédulo, Pete vio que el
bisturí perdía gravedad y caía hacia su rostro, la punta de la pequeña hoja
se dirigía directamente a su ojo.
La adrenalina le recorrió el cuerpo. Con los rápidos reflejos que venían
de años de jugar al fútbol, Pete golpeó la herramienta como un insecto
mortal justo cuando la hoja estaba a punto de cegarlo. El bisturí golpeó el
soporte de la estación de trabajo y cayó al suelo.
—Santo… —siseó el tipo de la chaqueta de cuero.
—Querido Señor, Peter, ¿está bien? —dijo el señor Watson,
cerniéndose sobre él como un padre asustado—. No te muevas, llamaré a
la enfermera. ¡Clase, quédense sentados! ¡Nadie se mueva! ¡Procedimiento
de emergencia, por favor! ¡Fuera del camino!
La clase ignoró al Sr. Watson y se apiñó alrededor de Pete mientras su
pecho subía y bajaba con respiraciones profundas. No creía que se hubiera
golpeado la cabeza, pero se sentía mareado y un poco fuera de sí. Por no
hablar de lo mortificado que estaba.
Alguien susurró—: Así se hace, Dingleberry.
Un par de chicos se rieron.
—Sí, qué perdedor. Ahora sabemos por qué fue expulsado del equipo
de fútbol.
Pete se sentó lentamente mientras su rostro se sonrojaba. Maldita sea,
no había duda de que debería haberse quedado en casa.
De alguna manera, Pete logró pasar el resto del día escolar. La
enfermera lo había revisado, le había dado una bolsa de hielo y lo había
dejado seguir su camino. Fue un alivio cuando sonó la campana final, caminó
rápidamente alrededor de los niños que se movían lentamente, atravesó
las puertas y bajó los escalones del frente de la escuela.
Cuando revisó su teléfono, vio que tenía un nuevo mensaje de texto de
su madre. Se pasó una mano en la cara.
¿Ahora qué? ¿No podría pasar un día sin que ella le pidiera que hiciera
algo? Sí, amaba a su mamá, pero ahora que ella no tenía a su papá para
ayudarla, Pete siempre estaba de guardia. Será mejor que no le pida que
vuelva a salir con Chuck. No lo haría. Él diría: No, lo siento, estoy enfermo.
—Hizo clic en el texto:
Hola Pete, después de la escuela, ¿podrías pasar por el carnicero y
recoger mi pedido de chuletas de cerdo?
Él respondió rotundamente: Bien.
Ella respondió: ¡Gracias! (Emoji de corazón).
Pete se metió un chicle de sandía en la boca y se dirigió a la carnicería,
que estaba a un par de manzanas de su camino.
Quería obtener su licencia, y ese era el plan hace seis meses, antes del
divorcio, pero ahora todos parecían haberlo olvidado.
Finalmente llegó a la tienda Barney's Butcher. No había coches
aparcados delante, lo que era perfecto, porque podía conseguir la orden y
salir rápido. Pete empujó la puerta de cristal y ni siquiera había nadie detrás
del mostrador. Los precios de oferta estaban publicados en el cristal y en
la parte de atrás se escuchaba algo de música rock antigua.
Caminó hasta la vitrina de carnes crudas, escudriñando a la izquierda,
luego a la derecha.
—¿Hola? —gritó—. Tengo una orden para recoger.
No había una campana para sonar, así que se quedó un minuto
esperando a que alguien lo ayudara. Golpeó el mostrador de vidrio un par
de veces.
—¡Holaaaaaaa!
Finalmente, tomó el asunto en sus propias manos, caminando detrás de
la alta vitrina.
—¿Hay alguien aquí o qué?
Al otro lado de la vitrina había una mesa larga de carnicero con un
líquido rojo y aguado. El abrumador olor a carne y sangre hizo que sus
tripas se agitaran de nuevo. La goma de mascar en su boca se volvió amarga.
Se llevó una mano al estómago como para aliviarlo. «No vomitaré. No
vomitaré». Miró a su alrededor para distraerse, pero todo lo que vio
fueron fotografías de animales masacrados. Cuando giró la cabeza en otra
dirección, estaba rodeado de hileras de cuchillos y cuchillas de aspecto letal
que colgaban sobre su cabeza. Una nueva oleada de mareos se apoderó de
él. Extendió la mano para mantener el equilibrio sobre la mesa de
carnicero, sintió el líquido acuoso en las yemas de los dedos y empezó a
sudar frío.
Un enorme cuchillo de carnicero se estrelló contra la madera y apenas
le faltó la muñeca. Pete salió disparado hacia atrás, protegiendo su mano
contra su pecho, golpeando la vitrina con su mochila. Contempló el cuchillo
de carnicero incrustado en la madera. El mango vibró en el aire como si la
fuerza hubiera sido increíblemente fuerte. Su mirada se dirigió rápidamente
hacia las herramientas colgantes.
Un gancho vacío se balanceaba lentamente. El cuchillo de carnicero se
había caído del gancho. ¿Caído? No creía que algo pudiera caer con tanta
fuerza por sí solo, pero ¿qué más podría haber pasado?
—Oye, ¿qué estás haciendo aquí atrás? —Un hombre mayor y
rechoncho que vestía un delantal ensangrentado entró contoneándose en
el área, secándose las manos con una toalla—. Sólo empleados. ¿No puedes
leer las señales?
Pete señaló la cuchilla clavada en la mesa del carnicero.
—Yo, yo–
—Ah, no. No puedes jugar con mis cuchillos. ¿Estás tratando de
meterme en problemas, chico? El departamento de salud se llevará mi
licencia.
—Yo, yo…

—Escúpelo. ¿Qué pasa?


—No toqué nada. Simplemente se cayó.
El anciano entrecerró los ojos.
—De ninguna manera estos cuchillos se caen de esos ganchos, chico. Si
ese fuera el caso, me faltarían muchos más dedos de los que ya corté. —El
anciano levantó la mano izquierda para mostrar un meñique que faltaba y
un dedo anular con la parte superior cortada. La piel se veía suave en los
dos muñones de dedos de formas extrañas.
Cuando Pete comenzó a temblar, el hombre se rio.
—¿Asustado? ¿Nunca has visto a alguien a quien le faltan dedos? Bueno,
mantén tus dedos y manos alejados de objetos afilados y estarás bien.
Quizás. —Se rio de nuevo.
Pete tragó saliva.
—Vine aquí… para recoger un pedido de… Dinglewood.
El carnicero hizo un gesto con la mano hacia la trastienda.
—Sí, lo tengo en la nevera. Chuletas, ¿verdad? Enseguida regreso.

☆☆☆
Pete abrió la puerta principal de su casa y la cerró de golpe tan pronto
como entró. Arrojó su mochila al suelo y se dirigió a la cocina, donde abrió
la nevera, echó las chuletas y tomó un refresco. Cerró la puerta con la
cadera y tragó toda la lata. La cola le calmó la garganta y la dulzura lo calmó
un poco.
Qué día tan extraño.
Se quitó la gorra y se pasó la mano por la cabeza. Sólo necesitaba comer,
descansar y olvidarse de todo lo demás. No más sueños locos, ni chicos
raros con bisturí, y definitivamente no más carnicerías. Su madre iba a tener
que recoger la carne ella misma de ahora en adelante. Miró por la ventana
de la cocina cuando escuchó que la puerta del patio trasero se abría con
un crujido. Chuck empujó su bicicleta y la apoyó en el costado de la casa
antes de entrar por la puerta lateral.
Pete sintió que su irritación bullía.
—¿Estás loco? —le preguntó a Chuck—. Si mamá se entera de que fuiste
en bicicleta a la escuela…
—Alguien acaparó el baño esta mañana y llegué tarde al autobús.
—Y no te recogí, estoy acabado.
—No lo diré.
—¡Sí claro! Siempre me delatas.
Chuck puso los ojos en blanco.
—No le dije que me obligaste a entrar en la sala de mantenimiento,
¿verdad?
—Aún no. Pero vi cómo querías contárselo anoche en la cena. Pensaste
que eras muy gracioso.
Chuck levantó las manos exasperado.
—¡Bueno, no lo hice! Eso tiene que contar como algo.
Pete se encogió de hombros.
—Aun así, no se puede confiar en ti.
—¡¡Bien, debería decirle que te castigue!! ¿Qué tal eso?
—¿Ves? ¡Eres un soplón!
—¡Cállate, tú lo eres!
—¡Cállate, pequeño imbécil!
Chuck cedió.
—Lo que sea, idiota —murmuró. Agarró una barra de pan de la caja de
pan, luego la mantequilla de maní de la despensa, luego la mermelada de la
nevera. Sacó un cuchillo de mantequilla del cajón y empezó a prepararse
un sándwich.
Cuando vio a Pete mirando su sándwich, arqueó las cejas.
—¿Qué? ¿Quieres uno?
Pete vaciló.
—No lo sé.
—Bueno, haz el tuyo.
Pete se llevó una mano al estómago, debatiendo si podría manejarlo.
—¿Sigues enfermo o algo así? —quería saber Chuck.
Él se encogió de hombros.
—Sólo ha sido un mal día.
—¿Por qué, qué pasó?
Pete espetó—: No te preocupes por eso. No es asunto tuyo. —De
ninguna maldita manera le diría a nadie más sobre el vergonzoso incidente
en la clase biológica y las cuchillas voladoras. Especialmente no a su
hermano idiota que correría y le diría a mamá y la asustaría.
—Bien. —Chuck terminó de hacer el sándwich y lo deslizó sobre el
mostrador hacia Pete. ¿Una ofrenda de paz?
Pete arqueó las cejas con sorpresa cuando Chuck comenzó a hacer
otro.
—¿Sabes que mamá llenó el papeleo de donación de órganos por
nosotros? —dijo Chuck, como si fuera una conversación casual.
Pete se quedó boquiabierto.
—¿Qué? ¿Por qué?
Chuck asintió, mostrando sus aparatos ortopédicos, luciendo casi
complacido.
—Ella dijo que eventualmente entenderías la idea.
—¡Pero le dije que no lo hiciera!
—¿Desde cuándo mamá escucha lo que queremos? —Chuck le dio un
mordisco a su sándwich y siguió hablando con la boca llena—. No es gran
cosa, de todos modos. Estás muerto cuando te quitan los órganos. Tu vida
o alma o lo que sea se ha ido. ¿Y a mí que me importa? ¿Por qué te
preocupas tanto?
Pete ni siquiera sabía por dónde empezar. ¡Aquí estaba él, tratando de
salvar partes de su cuerpo todo el día, y su mamá estaba tratando de
regalarlas!
—¡Es… es una idea estúpida!
Chuck lo miró con curiosidad.
—Espera. Estás asustado, ¿no es así?
—¡No, cállate!
—Lo busqué. ¿Quieres saber cómo te cortan y te quitan los órganos?
¡Es tan bueno! Te abren, como en una incisión en “Y”, luego tus tripas
están colgando. Después lo quitan todo pieza por pieza. —Hizo una mueca,
con los ojos en blanco y la lengua fuera—. Los intestinos son muy largos,
así que simplemente los sacan como una cuerda larga de salchicha. —
Chuck hizo un movimiento con las manos como si estuviera sacando un
largo trozo de cuerda de su estómago.
—¡Dije que te callaras! —Pete agarró el sándwich y huyó a su
habitación.

☆☆☆
A la mañana siguiente, Pete tomó un sorbo de su bebida energética con
triple cafeína mientras caminaba hacia la escuela. Salió el sol, lo que mejoró
mucho la caminata. Hoy tenía que ser mejor que ayer, pensó. Anoche
volvió a tener sueños extraños, pero afortunadamente los detalles se
esfumaron tan pronto como se despertó. Y no había vomitado nada en el
inodoro, así que eso era bueno.
Apenas había hablado con su madre anoche o esta mañana. ¿Por qué lo
había inscrito como donante cuando él le había dicho que no lo hiciera? Ni
siquiera quería comerse las chuletas de cerdo que había recogido anoche;
todo lo que hicieron fue recordarle que casi había perdido la mano.
Cuando pasó por un sitio en construcción, se detuvo un momento. Miró
al otro lado de la calle y decidió no cruzar con todo el tráfico; en cambio,
pasaría justo debajo del andamio. Pete examinó las tablas sobre él,
asegurándose de que no hubiera ninguna herramienta extraña que pudiera
caer sobre su cabeza.
Escuchó sierras motorizadas y taladros sonando desde el interior del
sitio, pero nada proveniente del andamio. Cuando pensó que estaba a
salvo, se relajó un poco.
Por si acaso, caminó con cautela debajo de las tablas, con miradas
rápidas por encima de él. Una cosa que había aprendido recientemente era
que no podía ser demasiado cuidadoso. Mientras se acercaba al final del
andamio, respiró aliviado.
«Es un juego de niños».
Desde el interior del sitio, escuchó un zumbido divertido y luego un
sonido metálico. Los pelos de los brazos de Pete se erizaron.
—¡Qué diablos, cuidado! —gritó alguien.
Pete vio algo que se movía rápido en su visión periférica. Giró la cabeza
a tiempo para ver una hoja de sierra circular volando en su dirección,
recordándole un Frisbee volador con dientes afilados.
Su mandíbula se aflojó. Su adrenalina se disparó. Se zambulló hacia atrás
mientras la hoja redonda volaba por el aire hacia él. Levantó la mano en
defensa, como si pudiera atraparla, luego se dio cuenta de que era lo peor
que podía hacer y trató de apartar la mano del camino de la hoja voladora.
Pensó que estaba a salvo cuando sintió que le cortaba la carne justo por
encima de la muñeca, seguido de un agudo ardor.
Se estrelló contra el suelo, su bebida se derramó sobre él. El aire brotó
de sus pulmones. Sus ojos estaban muy abiertos cuando levantó el brazo,
mirando en estado de shock como la sangre se derramaba por su piel.
—¡Oh hombre, chico! ¡Alguien llame al 911! —Un trabajador de la
construcción corrió a su lado, agarrándose el casco como si no estuviera
seguro de qué hacer con las manos—. Déjame conseguir un trapo limpio.
¡No te muevas! —El trabajador salió corriendo y otras personas
comenzaron a reunirse alrededor.
—Niño, ¿estás bien? —Un hombre de traje se paró encima de Pete y se
inclinó.
Tenía un teléfono pegado a la oreja.
—Hola, sí. Ha habido un accidente. Hay un adolescente, está sangrando.
En el brazo. En un sitio de construcción en Willington y Salisbury. Dense
prisa, por favor… no te preocupes, chico, la ayuda está en camino. Sí, está
consciente…
Aturdido, Pete miró la herida abierta en su brazo. No era muy profunda.
Pero…
Podría haber muerto.

☆☆☆
—¡Pete! —gritó Mamá tan pronto como entró a la casa—. ¡Pete!
—En mi habitación —gritó. Estaba acostado en su cama, mirando al
techo. Después de que el paramédico lo vendó en el sitio de construcción,
llamó a su madre y regresó a casa caminando. Ni siquiera quería esperar a
que lo llevaran, quería alejarse lo más posible del sitio de construcción.
Ahora su energía se había gastado. Se había dado cuenta de que le dolía
la espalda, así que fue al baño y se levantó la camisa frente al espejo. Como
si su brazo cortado no fuera lo suficientemente malo, también tenía un
montón de rasguños frescos en la espalda por caer en la acera.
Ayer, había tenido un par de situaciones difíciles, pero este último
accidente fue más peligroso. Esta vez había sangre real.
Mamá entró en su dormitorio con una oleada de nervios.
—¡Oh Dios mío! ¡Oh mi bebe!
Pete suspiró.
—Mamá, estoy bien. Es una pequeña herida. No necesitaba puntos de
sutura. Todo está bien.
Ella agarró su mano, escaneando el vendaje en su brazo.
—¿Cómo pasó esto? —le tocó la mejilla, le pasó una mano por la cabeza
y le dio un beso en la frente.
Pete miró su brazo y respondió con sinceridad.
—No lo sé, de verdad.
Sus ojos se agrandaron.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ¿No estabas prestando
atención? ¿El trabajador de la construcción estaba siendo negligente?
¿Necesitamos llamar a un abogado? Quizás deberíamos ir al hospital.
—No. ¿De acuerdo mamá? Relájate. —Si bien fue agradable tener toda
su atención por una vez, su ansiedad lo puso nervioso.
—No, no puedo relajarme. Realmente podrías haberte lastimado. —Ella
se enderezó y se cruzó de brazos con una mirada decidida en su rostro.
—Ya no iras caminando a la escuela. Puedes tomar un autobús o pedir
que te lleven. Quizás pueda cambiar mi horario. Los llevaré a ti y a tu
hermano a la escuela. Creo que puedo hacer que todo funcione. —Luego
puso sus manos en sus caderas como si de repente fuera la Mujer Maravilla
y no hubiera nada que pudiera detenerla—. Haré que funcione.
—Mamá, detente. Fue sólo un… extraño accidente. —Lo que había
estado teniendo mucho últimamente.
Hubo un golpe en la puerta principal antes de que se abriera.
Pete se disparó en su cama, sobresaltado.
—¿Quién diablos es?
—Pete, tu lenguaje.
—Hola, ¿hay alguien en casa? —gritó una voz familiar.
Pete miró a su madre acusadoramente.
—¿Llamaste a papá?
Ella respondió—: Por supuesto que llamé a tu padre. Por aquí, Bill. En
la habitación de Pete.
Rápidamente, comenzó a recoger la ropa sucia que había tirado al suelo.
—Tengo que llamarlo cuando hay una emergencia. Dios, Pete, esta
habitación es un desastre.
Como si eso fuera algo nuevo.
Papá llenó la puerta, vestido con pantalones cargo y una camiseta, con
su chaleco de bolsillo y un sombrero de lona flexible. Había una sonrisa
forzada enterrada bajo su barba desaliñada.
—Ahí está mi chico.
—¿Estabas pescando? —le preguntó mamá, sorprendida.
—No, aún no. Me tomé el resto del día libre. Haciéndolo un fin de
semana temprano.
—Estoy aquí para llevar a mi primogénito al lago. ¿Cómo estás ahí, Pete?
Veamos ese brazo. —Su padre se acercó a la cama, pateando botellas de
agua mientras se alejaba. Su mandíbula se endureció, pero no dijo nada
sobre el desastre.
Pete levantó el brazo para que su padre lo inspeccionara, sin saber qué
pensar de su visita. No había visto a su padre en un par de meses. Sólo
habló con él por teléfono unas cuantas veces. De repente estaba en casa,
como realmente en casa. No había estado dentro de la casa en casi seis
meses. Solía ser tan normal tener a mamá y papá juntos en casa y ahora…
se sentía muy incómodo.
Papá hizo un sonido de humph.
—No se ve tan mal. Estarás como nuevo antes de que te des cuenta.
—Um, sí, bueno. No creo que pueda pescar hoy, papá. —De hecho,
sabía que no estaba a la altura. Estaba adolorido y quería acostarse e irse a
dormir. Pete le dio a su mamá una mirada suplicante. «Ayúdame».
Ella vaciló.
—Está cansado, Bill. Tal vez en otro momento. Está mañana ha sido una
locura.
Papá hizo un gesto con la mano.
—Disparates. Él está bien. La pesca calma los nervios y relaja la mente.
Vamos, prepárate para partir, Pete. Ya tengo los bocadillos empacados. Va
a ser un gran momento, ya verás.

☆☆☆
El sol era brutal incluso a través de una bruma de nubes. Pete se reclinó
en una silla plegable junto a su padre en un viejo muelle. Había una hielera
entre ellos y una vieja caja de aparejos abierta a los pies de su padre. A
Pete le dolía el brazo, por lo que no lanzó mucho el hilo de pescar. En
cambio, se fijó en la escena.
Un puñado de botes pequeños estaban en el lago con gente, en su
mayoría ancianos. Cada pocos minutos, el agua se agitaba con la fuerte
brisa y traía consigo el aroma de peces y plantas en descomposición. Pete
no recordaba a su padre pescando en el lago local. Se preguntó si alguien
había atrapado algo aquí, alguna vez.
Parecía extraño pescar solo con su papá. Probablemente habían pasado
un par de años desde que habían estado en el lago, y Chuck solía
acompañarlos, llenando el silencio con un montón de preguntas para papá.
Chuck siempre tenía que saber cosas. Por qué algo funcionó o cómo
funcionó o dónde se hicieron las cosas. Pete no estaba seguro de si Chuck
realmente quería las respuestas o la atención, pero de cualquier forma
estaba acostumbrado. A Chuck le gustaba hacer preguntas y a Pete no le
importaba mucho hablar.
—Entonces, Pete, quiero saber cómo estás —dijo papá.
Pete se levantó el sombrero, se rascó la cabeza y volvió a ponerse la
gorra.
—Estoy bien, papá.
—Tu madre dice que dejaste de jugar al fútbol y que no te llevas bien
con tu hermano. —Su padre no usó un tono acusador, pero Pete podía
sentir su desaprobación, al igual que lo había hecho con su habitación
desordenada. Su padre siempre actuaba como si fuera culpa de Pete cuando
las cosas iban mal.
Los eventos externos, como, por ejemplo, las acciones de los padres,
no entrabann en la ecuación.
«Debe ser genial ser un adulto y tener razón todo el tiempo».
Pete se encogió de hombros a pesar de que su padre no lo estaba
mirando.
—He terminado con el fútbol. Ya no es para mí. —Sopló la brisa y el
hilo de pescar de alguien pasó volando junto a la cara de Pete. Se
estremeció y miró a un tipo que flotaba en su bote a un par de metros de
distancia, sin prestar atención a dónde estaba lanzando su línea.
—Está bien. Esa es tu elección. Pero eres el hermano mayor de Chuck,
y no hay otra opción en eso.
Pete no necesitaba exactamente que se lo recordaran, pero su padre
prosiguió.
—Y como hermano mayor, tienes cierta responsabilidad. Yo era un
hermano mayor, de tu tía Lucy. Todavía lo soy cuando ella me necesita.
Ahora tiene marido, así que ya no depende mucho de mí… —En el tema
del marido, pareció sentirse un poco incómodo.
Pete apretó los dientes. Lástima que se olvidó de su chicle. Las
conferencias siempre eran aburridas y una pérdida de espacio aéreo, pero
al menos el chicle habría sido una distracción. Miró al otro lado del lago,
esperando que algo pudiera romper este momento incómodo.
—Pero de todos modos… a veces la responsabilidad puede ser mucha
para un niño —dijo su padre, aclarándose la garganta—. Ya sabes, con la
escuela, las calificaciones y las chicas haciéndote sentir tonto. —Su padre
lo miró de reojo—. ¿Tienes alguna pregunta sobre las chicas?
Las mejillas de Pete ardieron y sacudió la cabeza rotundamente en
negativo.
—Está bien, bueno, mi punto es que si necesitas hablar con alguien,
estoy aquí para ti, hijo. —Su padre se volvió hacia él completamente
entonces, mirándolo como si estuviera esperando que Pete dijera algo
grande.
Pete frunció el ceño.
—Uh, está bien.
Su padre se pasó una mano por la barba.
—O si es más fácil hablar con un extraño, puedo buscarte un consejero.
—¿Qué? No, no necesito un consejero.
—Bueno, con tu muñeca… —Sus ojos se posaron en el vendaje de Pete.
—¿Qué pasa con esto? Fue un accidente.
La mirada de su padre se volvió más intensa.
—¿De verdad, Pete?
Pete se echó hacia atrás.
—¿Crees que me hice esto a mí mismo?
—Escuché que el divorcio puede afectar a las familias de diferentes
maneras.
—No me lastimé, papá. Demonios. —Pete se pasó una mano por la cara
con frustración. Un hilo de pescar pasó por su cara de nuevo y se giró
hacia la izquierda para evitarlo. ¡Si tan solo los viejos vieran lo que están
haciendo!
—No es un juicio, hijo, por si lo hiciste. Sólo quiero que recuerdes que
siempre estaré aquí para ti y tu hermano.
Pete se rio de repente y con dureza.
—Sigues diciendo eso pero apenas te he visto desde el divorcio. No
estás aquí por mí ni por Chuck. Tú y mamá esperan que yo ocupe tu lugar
con él. —Pete pensó que se sentiría mejor después de decir la verdad, pero
se sintió mal. Había una sensación extraña en su pecho, como si alguien
pusiera una mano allí y empujara con fuerza.
Los hombros de papá se hundieron.
—Eso no es cierto, Pete. Vivo al otro lado de la ciudad y sabes que
trabajo en horas extrañas. Estoy haciendo lo mejor que puedo. Tú y Chuck
necesitan saber eso. Quiero decir… me esforzaré más. Los amo a ambos.
Sí, Pete escuchó mucho eso de sus padres, pero las palabras ya no eran
suficientes. Si Pete quisiera, realmente podría llorar ahora mismo. Pero
llorar dolía aún más que enojarse, así que se decidió por el enojo.
—Esto —Pete levantó su brazo vendado a la cara de su padre —fue un
extraño accidente. Hubo testigos, ¿de acuerdo? A no ser que usara mi
mente para hacer que una hoja de sierra volara hacia mí y tratara de
arrancarme la mano… Sí, claro. No es posible. Sólo llévame a casa, papá.
¡Se acabó!
—Por favor, cálmate, Pete.
—Por favor, llévame a casa. —Pete se puso de pie tan rápido que su
silla plegable se deslizó hacia atrás. Una ráfaga de viento sopló contra él,
casi llevándose el sombrero. Lo agarró antes de que pudiera flotar. Luego
escuchó un sonido muy débil antes de que algo afilado le atravesara la
mejilla justo debajo del ojo.
Algo tiró de su rostro hacia adelante.
—¡Ahhhhh!
—¡Pete!
Dejó caer su caña mientras sus manos volaban a su rostro para
encontrar un anzuelo clavado en su piel. El anzuelo estaba sujeto a un hilo
de pescar, tratando de arrancarle la piel. Se inclinó hacia adelante, gritando.
La conmoción y el dolor lo inundaron. Su corazón latía tan rápido que
pensó que podría explotar fuera de su pecho.
La línea estaba tan apretada que Pete dio un paso adelante de nuevo
para tratar de aliviar la presión. Sólo había agua oscura debajo de él y no
podía detenerse.
«Primero voy a ir de cabeza al lago».
Sintió que el brazo de su padre lo rodeaba para evitar que se cayera.
—¡Quédate quieto! —Su padre sacó un pequeño cuchillo de caza y
cortó la línea. La presión se liberó instantáneamente.
Pete se encorvó con un dolor intenso. La sangre goteó en el agua.
Su papá lo abrazó.
—Está bien, amigo, te tengo. —Lo apartó del borde del muelle.
—¡Lo siento! —llamó alguien—. ¿Él está bien? El maldito viento sopló
mi caña hacia ustedes. ¡No puedo creerlo!
—Pete, mírame. Vamos, veamos el daño.
Su padre lo inclinó hacia atrás. Pete apenas podía ver el gancho que le
sobresalía de la cara. Se le humedecieron los ojos, le corrían mocos por la
nariz y las lágrimas se mezclaban con la sangre que le caía por las mejillas.
Papá dejó escapar un suspiro.
—Oh sí. Te hirió bastante, pero estarás bien. Tenemos suerte de que
no te haya sacado el ojo.

☆☆☆
—Así que supongo que Pete tuvo un mal día.
Pete y papá llegaron a casa y mamá corrió hacia Pete. Su cara estaba
toda vendada.
Los ojos de Chuck se agrandaron. ¡Vaya, casi se parecía a Frankenstein!
Pero tendría que guardar ese apodo para otro día.
—¿Cómo pasó esto? —Mamá prácticamente chilló—. Oh, Pete, tu
pobre cara.
—¡Hola, Chuck, muchacho!
—Hola, papá —le dijo Chuck, y saludó con la mano. Recordó cuando
era pequeño y solía trepar por las piernas de su papá hasta que lo cargaba.
Chuck se preguntó cuándo dejó de hacer eso.
Papá alzó las manos al aire.
—Ahora, Audrey, mantengamos la calma. Fue un accidente raro. Un
gancho lo alcanzó en la mejilla. No estuvo tan mal, así que pude arreglarlo
yo mismo.
Sus ojos se agrandaron.
—¿Otro extraño accidente, el mismo día? ¿Cómo es eso posible?
Papá se pasó una mano por la barba.
—No estoy seguro. Creo que necesita quedarse en la cama, descansar
un poco. Estoy seguro de que estos accidentes pasarán.
—Descansar era lo que se suponía que debía hacer —espetó mamá—.
Fue tu brillante idea llevarlo al lago para que pudiera engancharse como un
pez. ¿Por qué no lo estabas cuidando?
Papá se quitó el sombrero de lona y dejó al descubierto su cabeza calva.
—Audrey, esto no es justo. Estaba sentado a mi lado. Fue un día
tormentoso. Una cosa rara…
Pete se derrumbó en el sofá. Parecía aturdido mientras veía a mamá y
papá ir y venir, hablando de él. Chuck no estaba acostumbrado a ver a su
hermano tan… vulnerable. Era más grande que él, bocón y siempre
molesto. Ahora, sentado en el sofá, parecía pequeño y casi frágil.
Chuck fue y se sentó junto a Pete, mirando el rostro de su hermano.
—Te ves «como Frankenstein» mal, Pete. ¿Te duele?
—¿Qué crees? —murmuró.
Chuck asintió con la cabeza como si entendiera.
—Bastante mal día, ¿eh? Entonces… ¿qué crees que te está pasando?
¿Caminaste debajo de una escalera? ¿Rompiste un espejo? ¿Se te cruzó un
gato negro?
Pete frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—¿Qué hiciste para ganarte una racha de mala suerte?
Pete se limitó a negar con la cabeza.
—No es mala suerte y no soy propenso a los accidentes —insistió—.
No sé qué es.
Chuck se humedeció los labios secos y se inclinó más hacia su hermano.
—Sin embargo, es algo extraño, ¿verdad? Primero, estabas enfermo y
mamá me contó sobre el extraño accidente en el sitio de construcción y
ahora la pesca. —Chuck había estado pensando en las cosas raras que se
habían acumulado en la vida de su hermano; tenía todas las características
de un rompecabezas realmente bueno—. Todo esto comenzó cuando
trataste de asustarme en Freddy Fazbear's Pizza —señaló.
Pete intentó fruncir el ceño, pero hizo una mueca cuando el gesto le
hirió la cara.
—¿Qué? ¿Ahora estás tratando de decir que esto es algo así como
karma? De ninguna manera. No creo en esas cosas.
Chuck se encogió de hombros.
—No puedes negar que es extraño.
Pete guardó silencio un momento y luego dijo en voz baja—: No han
sido sólo estas cosas.
Chuck arqueó las cejas, intrigado.
—¿Qué quieres decir?
Pete negó con la cabeza.
—No puedo hablar de eso ahora. Te diré después. —Señaló a sus
padres con la cabeza como si no quisiera que lo escucharan.
Chuck fue a su habitación, se sentó en el suelo frente a su televisor y
comenzó a jugar videojuegos. Realmente no creía que Pete le dijera nada
más, pero un par de horas después, Pete entró en su habitación y se sentó
en su cama. Tenía la mejilla hinchada debajo del ojo y los ojos inyectados
en sangre.
Chuck detuvo su juego y sólo lo miró, esperando.
—Ayer en la escuela, resbalé y caí en la clase de biología. Pateé a un
chico y su bisturí salió volando. Cuando golpeé el suelo, el bisturí iba a por
mí ojo.
La boca de Chuck se abrió.
—De ninguna manera.
—Lo golpeé antes de que pudiera golpearme.
Chuck quedó impresionado.
—Pensamiento rápido.
Pete pareció complacido por un segundo.
—Sí, cuando tienes las habilidades…
—¿Qué más?
Pete se encogió de hombros.
—Fui a recoger las chuletas a la carnicería para mamá y no había nadie
detrás del mostrador. Así que caminé por la parte de atrás tratando de
encontrar a alguien. De la nada, una cuchilla cae de un gancho y se estrella
contra el bloque del carnicero con mi mano.
—¡Santo cielo! ¡Eso estuvo cerca!
—Sí, muy cerca. Quiero decir, si creyera en cosas raras, pensaría que
algo estaba pasando. Pero no creo en nada como…
—¿Maldiciones?
Pete frunció el ceño.
—Sé realista, Chuck.
Chuck suspiró. ¿Por qué tenía un hermano tan terco?
—¿Qué más puede explicar esto? ¿Cuatro veces? Tiene que ser algo.
Vamos, Pete.
—Sea lo que sea, ya ha terminado. —Pete se aclaró la garganta—. Por
si acaso, es por, ya sabes, arrastrarte para ver a Foxy. —Le tendió la mano
a Chuck.
Los ojos de Chuck se agrandaron mientras lo miraba.
Más vale que así sea, pensó Chuck. Vacilante, tomó la mano de su
hermano y la estrechó.
Pete retiró la mano e incluso se disculpó.
—Lamento intentar asustarte. Fue tonto. Hagamos una tregua entre
nosotros, ¿de acuerdo?
Chuck sonrió.
—Está bien, tregua. Gracias, Pete.
Pete se puso de pie, vacilante.
—Volveré a la cama. Hasta luego.
—Hasta luego —murmuró Chuck, mientras su hermano salía de su
habitación. Luego comenzó a pensar, rebuscando en su escritorio en busca
de un cuaderno para escribir.
Es posible que su hermano quiera ignorar todas sus ideas, pero tenía
que haber una explicación. Tenía que haberla.

☆☆☆
—¿Qué juego estás jugando? —le preguntó Pete a Chuck desde la
puerta de su dormitorio. Había pasado la mayor parte del sábado en la
cama y ahora sentía la necesidad de levantarse y caminar por la casa. Estar
acostado en su cama le dio demasiado tiempo para pensar. Siguió
repitiendo cada extraño accidente en su cabeza y no estaba bien.
—Sólo es un juego indie de aventuras. ¿Quieres echarle un vistazo?
Pete se encogió de hombros y se sentó con las piernas cruzadas con su
hermano en el suelo. La habitación de Chuck era muy diferente a la de
Pete. En primer lugar, Chuck usaba su cesto en lugar de dejar caer la ropa
por el suelo. Su cama estaba hecha. Su escritorio estaba libre de papel
extra. Tenía una estantería con libros sobre extraterrestres y teorías
conspirativas. Un par de carteles de jugadores estaban pegados
cuidadosamente en la pared.
Chuck explicó el juego.
—Verás, soy el mago, y tengo que buscar todos los ingredientes ocultos
para hacer una poción para detener a un mago malvado. Él tiene mi aldea
bajo un hechizo y necesito ayudar a romper la maldición con la poción y
liberar la aldea antes de que sea demasiado tarde.
—¿Qué pasa si llegas demasiado tarde?
—Entonces los pierdo para siempre. Permanecen bajo el control del
mago malvado. Y eso no está sucediendo.
Pete sonrió.
—Te gusta ser el héroe, ¿no?
—Es la única forma de ganar. ¿Quieres jugar conmigo?
—Seguro.
Los ojos de Chuck se iluminaron cuando agarró el otro controlador.
—Puedes ser mi aprendiz.

—¿Por qué soy el aprendiz? ¿Por qué no puedo ser el mago y tú el


compañero?
Chuck negó con la cabeza.
—Tienes mucho que aprender.
Pete dirigió su mirada hacia su mamá, que estaba apoyada en la puerta.
Estaba sonriendo.
—Hola, mamá —le dijo Pete.
—¿Necesitan algo? ¿Qué tal unas palomitas de maíz?
—Me vendrían bien, gracias.
—Y una caja de jugo para mí —dijo Chuck.
Pete jugó el juego durante un par de horas y luego volvió a la cama.
Tenía que admitir que era agradable volver a llevarse bien con su
hermano pequeño. Después de estrechar la mano y pedir una tregua, fue
casi como solía ser cuando eran pequeños. Cuando no les importaba nada
en el mundo. Antes de los resentimientos, los insultos, el divorcio. Tenía
que admitir que extrañaba esos días.
Antes de que Pete se diera cuenta, llegó la noche del domingo y empezó
a prepararse para volver a la escuela. Para su alivio, la hinchazón de su
rostro había disminuido. Se había quitado el vendaje del brazo, dejando al
descubierto una costra reciente en la herida justo encima de su muñeca.
Le hizo pensar en su padre acusándolo de hacerse daño. Claro,
pensamientos de escapar de sus padres cruzaban por su mente a veces,
pero no de la forma en que pensaba su padre.
Pete había pasado la mayor parte del día viendo televisión en exceso.
No se había atrevido a salir de casa por miedo a tener otro extraño
accidente. De todos modos, no es que su madre lo hubiera dejado salir.
Ella lo había vigilado de cerca todo el fin de semana, realmente lo había
apoyado. Tal vez le daría un respiro cuando empezara a acumular un
montón de cosas para que él las hiciera de nuevo.
Si todos estos extraños accidentes hubieran sido algo extraño de karma,
se había disculpado con Chuck, ¿no es así? Así que eso significaba que
debería estar libre de lo que fuera. Pero todavía tenía una sensación que
permanecía en sus entrañas como una enfermedad. Le preocupaba que no
hubiera terminado todo.
Que tal vez nunca lo haría.
Entonces alguien llamó a su puerta.
—Adelante —gritó, y Chuck asomó la cabeza. Normalmente, le gritaba
que saliera de su habitación, pero las cosas eran diferentes con la tregua.
Molestar a su hermano pequeño ya no parecía tan divertido.
No es que él le fuera a decir eso.
—¿Sí? —dijo Pete.
Su hermano entró con un cuaderno en una mano y cerró la puerta
detrás de él. Sacó su inhalador del bolsillo de sus pantalones cortos, dio
una bocanada y luego se lo volvió a meter.
—¿Cómo estás? —le preguntó a Pete.
—Estoy bien, supongo.
—¿Estás listo para volver a la escuela mañana?
—Sí, claro.
Chuck mostró sus aparatos ortopédicos y se pasó una mano por el pelo.
—Sólo estoy comprobando.
—¿Qué pasa con el cuaderno?
—Es algo en lo que he estado trabajando este fin de semana desde que
me hablaste de los accidentes. —Chuck se acercó a Pete, abrió su
cuaderno y le mostró una especie de gráfico escrito a mano. Había cinco
cajas dispuestas en círculo, con flechas apuntando entre ellas. En la parte
superior de la tabla había un recuadro etiquetado: FOXY EL PIRATA. Los
siguientes recuadros decían: CLASE DE BIOLOGÍA, CARNICERÍA, LUGAR DE
CONSTRUCCIÓN y LAGO. La última flecha apuntaba a FOXY EL PIRATA.

—¿Qué significa esto? —quiso saber Pete.


—Creo que el punto de origen, donde comenzó todo esto, fue en la
sala de mantenimiento con Foxy.
—Sí, ya hablamos de eso.
—A partir de ahí, cada extraño accidente llevó al siguiente y ahora, para
que todo esto termine, debes regresar y arreglar lo que hiciste en primer
lugar.
—Lo hice. Me disculpé por la estúpida broma, ¿de acuerdo? Todo
debería estar bien ahora. Me perdonas, ¿verdad?
—Sí, somos hermanos. Por supuesto que te perdono. Pero en todos los
juegos que juego tienes que enfrentarte al villano definitivo. El villano. Al
igual que con el juego que jugamos anoche. El mago tuvo que luchar contra
el mago malvado al final para liberar a la aldea con la poción.
Pete se obligó a reír mientras su estómago se encogía de miedo.
—¿Villano? ¿Quién? Foxy, ¿el animatrónico?
—Tal vez… pero… ¿qué pasó exactamente después de que salí
corriendo de allí ese día?
Pete volvió a mirar su televisor, vislumbrando una película de acción.
—Nada, Foxy cantó una canción y luego me fui. No es gran cosa.
Puedes ser un pirata, ¡pero primero tendrás que perder un ojo y un brazo!
¡Yarg!
El pulso de Pete se aceleró cuando escuchó las palabras en su cabeza.
—¿Cuál era la canción, Pete?
Sacudió la cabeza.
—Sólo una canción estúpida sobre ser un pirata.
—¿Cuáles fueron las palabras exactamente?
—¿A quién le importa cuáles fueron las palabras?
—Por favor, Pete, es importante.
—Bien. Algo sobre cómo si quieres ser pirata… tendrás que perder un
ojo y un brazo. ¿Ves? ¡Estúpido!
Chuck se humedeció los labios secos. Luego tomó un lápiz del
desordenado escritorio de Pete y comenzó a escribir.
—¿Qué estás haciendo?
—Espera un segundo.
Después de un minuto, puso el cuaderno en las manos de Pete. Chuck
había escrito notas adicionales debajo de las casillas:
FOXY EL PIRATA: Canción pirata. Pierde el ojo. Pierde el brazo.
CLASE BIO: Ojo casi perdido.
CARNICERÍA: Casi se pierde el brazo.
LUGAR DE CONSTRUCCIÓN: Brazo casi perdido.
LAGO: Ojo casi perdido.
Pete negó con la cabeza.
—No —murmuró mientras comenzaba a temblar—. Te equivocas.
—No puedes ignorar los hechos, Pete. Foxy quiere que te conviertas
en pirata y los accidentes son cada vez más peligrosos.
—¡No! —gritó en respuesta— ¡Foxy es un maldito robot! Está hecho
de metal y engranajes.
Arrancó la página del cuaderno y empezó a triturarlo.
—Todo esto está inventado en tu desordenado cerebro de jugador. ¡Es
fantasía! ¡Es irreal!
—¡Pete, detente!
—¡Cállate! ¡Sólo sal de mi habitación! —Empujó a su hermano y le
arrojó su cuaderno.
Chuck se tambaleó hacia atrás en estado de shock, su rostro se puso
rojo.
—¡Estoy tratando de ayudarte!
Pete clavó un dedo en el aire hacia Chuck.
—No, ¡estás tratando de asustarme por todas las veces que te he
asustado! Siempre está ganando, ¿verdad? Bueno, ¡este no es un juego para
que lo ganes!
—Yo sé eso. No intento ganar. ¡Estoy tratando de resolver esto!
Mamá apareció en la puerta.
—Chicos, ¿qué son todos los gritos? ¿Qué está pasando?
—¡Dile a Chuck el tonto que salga de mi habitación!
—¡No me llames así, cara de Frankenstein!
La cara de Pete se arrugó.
—Oh, has estado esperando para usar eso, ¿no es así? ¡Vas a pagar por
eso! ¡Oficialmente la tregua ha terminado!
—¡Bien por mí! ¡Puedes tomar tu estúpida tregua y metértela en la nariz!
—¡Chicos, cálmense! —gritó mamá.
—Dije, ¡SAL DE MI HABITACIÓN!
—¡LO ESTOY HACIENDO! —Chuck recogió su cuaderno y salió
corriendo.
Pete le dio la espalda a su mamá. Al cabo de un momento, con un suspiro
exagerado, cerró la puerta.
Pete estaba tan malditamente enojado que comenzó a llorar.

☆☆☆
Pete dio vueltas y vueltas en la cama, ya que su mente estaba
completamente despierta. Su pijama se sentía demasiado abrigado, sus
mantas demasiado pesadas. Su dormitorio estaba oscuro excepto por la
luz de la luna que se filtraba a través de la cortina de su ventana. Mientras
miraba la cortina, creyó ver algo oscuro destellar detrás de la tela.
Pete se puso de pie y se acercó a la ventana, apartando la cortina.
El patio delantero estaba en silencio. Había un coche aparcado junto a
la acera. Una hilera de árboles bordeaba la calle. Nada fuera de lo común.
Giró los hombros para liberar la tensión y luego volvió a la cama. Golpeó
su almohada un par de veces para ponerse cómodo. Luego miró al techo
y miró un poco más. Todavía no podía conciliar el sueño.
Pasó un momento cuando vio que sus ojos volvían a la ventana.
«No te levantes. No mires».
Pero no pudo evitarlo, algo se sintió extraño. Estaba solo en su
habitación, pero sentía que lo estaban observando. Lo cual era
completamente estúpido. Suspirando, se puso de pie y caminó hacia la
ventana, nuevamente empujando la cortina a un lado. Estaba a punto de
alejarse cuando captó un movimiento detrás de los árboles. ¿Había alguien
ahí?
El pulso de Pete se aceleró.
Se frotó los ojos, parpadeó y buscó más movimiento, pero no había
nada allí. Su mente estaba jugando con él. ¡Estaba malditamente paranoico!
Respiró hondo y lo soltó. Probablemente era sólo el viento que soplaba las
ramas. Se restregó las manos por la cara y se recostó en la cama. El viento
aullaba y de alguna manera eso lo calmó un poco.
Entonces la puerta del patio trasero crujió.
La puerta debe haberse abierto con el viento… ¿verdad? Para estar
seguro, Pete escuchó con atención. Un búho ululó. Una puerta crujió. Un
segundo después, se enderezó de un tirón, su corazón latía con fuerza. ¿Era
eso un crujido dentro de la casa? Se arrastró hasta la puerta de su
dormitorio y la abrió lentamente. Buscó en el pasillo vacío. No había nadie.
Estaba empezando a asustarse. Mamá y Chuck estaban dormidos.
Nadie más estaba en la casa. «¡Sólo vete a dormir!» se dijo a sí mismo.
Se acercó a la cama, se tiró al suelo y cerró los ojos con fuerza.
Creyó oír unos pasos.
«Sólo duerme».
El suelo crujió fuera de su puerta y un escalofrío le recorrió la espalda.
«No hay nadie más aquí».
Se dijo a sí mismo que era sólo su imaginación, pero el aire pareció
cambiar a su alrededor. Se le erizaron los vellos de los brazos y ya no podía
negar su malestar.
Cuando abrió los ojos, ¡Foxy estaba encima de él!
El terror absorbió el aire de los pulmones de Pete. No podía moverse.
No podía hablar.
Los ojos amarillos de Foxy brillaron en la oscuridad de la habitación. Su
mandíbula colgaba abierta, mostrando dientes afilados. Foxy levantó su
anzuelo y cortó la punta afilada frente a la cara de Pete, con el metal
zumbando junto a su nariz. Pete se levantó de la cama, su cuerpo temblaba,
pero no podía levantarse del suelo. Foxy se giró y se cernió sobre él. El
cambio de engranajes llenó la habitación cuando Foxy se balanceó hacia
arriba con su gancho.
Puedes ser un pirata, pero primero tendrás que perder un ojo y un brazo.
—No —suspiró Pete.
Foxy golpeó con el gancho en el ojo de Pete y se escuchó un chasquido
audible.
La sangre brotó de la cuenca del ojo mientras Pete gritaba. El pie
mecánico de Foxy se estrelló contra su brazo derecho, aplastando el
músculo y aplastando contra el hueso.
Pete se convulsionó de dolor. Trató de apartar a Foxy de él. Pero era
muy pesado. Muy fuerte.
El corazón de Pete latió con fuerza. Lágrimas y sangre corrían por su
rostro.
Foxy atacó, su gancho se desgarró en la mano de Pete, astilló el hueso
y desgarró el músculo hasta que fue arrancado por completo. Foxy levantó
su anzuelo y vio la mano de Pete colgando, la sangre derramándose.
Pete gritó.

☆☆☆
Se despertó gritando en su almohada. Como le costaba respirar, se
levantó de un salto, jadeando en busca de aire. El sudor le pegaba la camisa
a la piel. La luz del sol se filtraba a través de su ventana. Estaba en casa. En
su habitación. Extendió las manos, con los dedos abiertos, y vio que estaban
unidas. Se llevó la mano a los ojos y ambos seguían allí. Estaba vivo y podía
ver. Todas las partes del cuerpo estaban intactas.
Respiró hondo de alivio.
Sólo fue pesadilla.
«¿Por qué tenía que parecer tan real?»
Pete tragó saliva cuando su estómago se revolvió y empezó a temblar.
Se sintió como si hubiera tenido una versión del mismo sueño antes,
pero esta vez recordaba cada detalle.

☆☆☆
Con una capucha puesta sobre su cabeza, Pete entró en North Hillside
High School el lunes por la mañana y miró boquiabierto el enorme letrero
que colgaba en el pasillo: ENCUENTRA TU TESORO EN ALTA MAR: CARNAVAL DE
BIENVENIDA HOY EN EL ALMUERZO. Se dibujó una cabeza de pirata bajo el lema
que decía: “¡Aye, Matey!” mientras mostraba un gancho por mano. Pete
casi se dio la vuelta y caminó a casa. Pero sabía lo nerviosa que estaba su
madre cuando lo dejó en la escuela.
—Todo va a estar bien, Pete —había dicho, como si estuviera tratando
de convencerse a sí misma.
—Sí, mamá, todo estará bien —la tranquilizó—. ¿Mamá?
—¿Sí, cariño?
—Eres una buena mamá.
Parpadeó rápidamente y sonrió.
—Gracias, hijo, me haces muy feliz.
La verdad era que esperaba que todo estuviera bien. Se dio cuenta de
que todo lo que quería era que todo volviera a la normalidad, con clases
aburridas y pruebas innecesarias e incluso cuidando a su hermano pequeño.
Estaba listo para que todo terminara, y ahora podía ver que tenía una vida
buena incluso si sus padres no estaban juntos. Sus padres lo amaban a él y
a Chuck, a pesar de que a menudo estaban envueltos en sus propias
preocupaciones y obligaciones. Tenía una casa agradable y cómoda. Unos
pocos amigos. No era uno de esos chicos que sacaban lo mejor de la
escuela secundaria, pero lo superaría como todos los demás. Caminó por
el pasillo, mirando los carteles en las paredes.
Había barcos piratas, loros, calaveras y tibias cruzadas, y cabezas de
piratas por todos lados. El consejo estudiantil siempre hacia todo lo posible
por la semana de bienvenida.
Podía sentir a la gente boquiabierta ante el lío en su rostro, pero trató
de no prestar atención mientras susurraban y señalaban. Caminó hacia su
casillero y giró el combo, teniendo cuidado de evitar a un niño con un
disfraz de pirata y un parche en el ojo. Sacó algunas tareas atrasadas de su
mochila y luego sacó su libro de biología para su primera clase.
—Amigo, ¿qué te pasó en la cara? —le preguntó Duncan Thompson.
Duncan era el vecino del casillero de Pete, un tipo bajo y rechoncho
con la cabeza zumbada; solían jugar al fútbol juntos. Para su versión del
espíritu escolar, tenía calaveras y tibias cruzadas pintadas en ambas mejillas.
Pete se encogió de hombros mientras cerraba su casillero.
—Accidente de pesca. No es la gran cosa.
—¿Cómo sucedió? ¿Te cortaron con un cuchillo o algo así?
Pete no quiso entrar en detalles.
—Algo así. Sin embargo, te hace lucir intimidante. Como si nadie
debería meterse contigo. ¿Sabes a lo que me refiero? —Pete esbozó una
sonrisa.
—Eso es genial.
—Te extrañaré en el juego de bienvenida esta semana, amigo. Te habrías
visto bastante intimidante en el campo, luciendo una cicatriz fresca en tu
rostro.
—Sí, gracias —dijo Pete.
Duncan sonrió y levantó el puño. Pete lo golpeó.
Se alejó de su casillero sintiéndose un poco mejor. Mantuvo la cabeza
en alto mientras la gente lo miraba, ignorando las estúpidas decoraciones
y disfraces piratas. Definitivamente, tenía la vibra de “no te metas conmigo”
y le gustó.

☆☆☆
Las clases de la mañana de Pete transcurrieron sin problemas. No se
atrevió a levantarse de su asiento durante la clase y se mantuvo alejado de
cualquier objeto afilado. Cuando sonó la campana del almuerzo, se sintió
sorprendentemente bien, como si realmente hubiera terminado con su
racha de accidentes. Ahora sólo necesitaba hacer las paces con su hermano
menor…
La peor parte era que había arreglado todo antes de echarlo a perder
gritándole a Chuck y echándolo de su habitación. Simplemente no quería
creer lo que Chuck creía, que todo no había terminado todavía. Que tenía
que volver a enfrentarse a Foxy.
Pete se estremeció. Se disculparía con Chuck y restablecería su tregua.
Y Chuck lo entendería, estaba bastante seguro. Su hermano pequeño
pareció perdonarlo fácilmente. Pete estaba realmente listo para empezar
de nuevo, como solía decir su madre a veces. Sería como un nuevo
comienzo. Él nunca entendió realmente lo que ella quería decir con eso
hasta ahora.
Había salido el sol cuando salió al patio de la escuela donde se estaba
celebrando el carnaval. Se instalaron y distribuyeron puestos de comida y
juegos. Los niños deambulaban comiendo algodón de azúcar y comida
chatarra. Había un tanque de agua con su subdirector y el Sr. Sánchez,
esperando ser sumergido. Se organizó un concurso de comer pasteles,
junto con una mesa de lucha libre, carreras de pistolas de agua y más. Un
DJ tocaba música y regalaba camisetas. Pete se quitó la capucha y caminó
esperando encontrar algo bueno para comer. No mucho después de que
comenzara a caminar, se encontró con María.
Ella estaba trabajando en una cabina.
—¡Oh, hola, Pete! —le dijo ella. Llevaba un pañuelo rojo alrededor de
la cabeza y pendientes grandes y redondos—. Whoa, ¿qué te pasó? —
señaló su propia mejilla.
—Hola, María. —Pete se encogió de hombros—. Fue un tonto
accidente de pesca.
—Ay, eso apesta. Parece que no has estado mucho por aquí.
Pete arqueó las cejas. ¿Ella lo había notado?
—Uh, sí, están sucediendo algunas cosas. Sin embargo, todo está bien.
Ella asintió con la cabeza como si entendiera.
—Entonces, ¿quieres ganar algo? Todo lo que tienes que hacer es meter
la mano en esta caja y ver qué obtienes. —Ella asintió con la cabeza hacia
una mesa grande con un agujero en el centro.
Pete metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—No, es genial, pero estoy bien.
Ella sonrió.
—Vamos, es sólo por diversión. ¿No quieres un premio?
El estómago de Pete se estremeció cuando sacó su mano derecha,
cerrando su agarre en un puño. Todas las cosas raras habían terminado, se
aseguró a sí mismo. Ahora estaba a salvo.
—Está bien, supongo. —Vacilante, metió la mano en el agujero, y
después de unos segundos estaba rodeada de algo.
—¿Qué demonios?
María soltó una pequeña risa.
—¿Qué obtuviste?
Tiró de su mano hacia atrás pero estaba atascada. Tiró más fuerte y el
agarre de su mano se apretó. La inquietud lo invadió. El sudor brotó de su
frente. Pete plantó los pies y tiró con tanta fuerza que la mesa comenzó a
levantarse.
—¡Pete, detente! ¡Vas a romper la mesa!
—¡Mi mano está atascada!
—Lo sé, Pete, cálmate. —María golpeó la mesa con mucha fuerza—.
¡Está bien, detente! ¡Dije que pararas!
De repente, Pete sacó la mano y la sujetó a algo que parecía una trampa
para dedos china, excepto que era lo suficientemente grande como para
cubrir toda su mano. Pete la miró con incredulidad. Cuanto más fuerte
había tirado, más se apretaba la trampa que había agarrado su mano.
María parecía culpable.
—Lo siento, Pete, es sólo una broma que les hemos estado jugando a
los estudiantes. Ya sabes, sólo un poco de diversión. Todos los demás
pensaron que era divertido.
—No soy todos los demás —espetó.
Un chico asomó la cabeza por el agujero de la mesa. Su cabello era
puntiagudo y tenía un pendiente en la nariz
—Amigo, relájate. Es una broma, ¿por qué te alteras?
Pete ni siquiera sabía qué decir, estaba muy asustado.
—¡No es genial! —tartamudeó, tratando de quitarse la trampa de la
mano. De alguna manera simplemente se apretó más fuerte, exprimiendo
su circulación. Tragó saliva. Se sentía como pequeños cuchillos clavándose
bajo su piel—. ¡Quítame esto de encima!
—Espera, te ayudaré. Sé cómo hacerlo. —María salió corriendo de la
cabina hacia Pete y acercó la trampa a su mano para que finalmente se
soltara—. Lamento que estés tan molesto.
—¡Sí claro! Sólo quítatelo ya —dijo, apenas conteniéndose.
—Lo estoy intentando, ¿de acuerdo? Está atascado por alguna razón.
Espera. —Corrió alrededor de la cabina para agarrar algo.
No sólo estaba atascado, se apretaba cada vez más. Su mano comenzó
a palpitar de dolor. «No de nuevo», fue todo lo que pudo pensar.
—Oye —se quejó el chico de la caja—. No lo cortes. Entonces no
podremos usarlo más.
María regresó con unas tijeras.
—Tengo que hacerlo, no se va a soltar. —Cortó desde el extremo
abierto de la trampa hasta que finalmente liberó su mano.
Para cuando se lo quitó, la piel de Pete se veía completamente morada
y se sentía completamente entumecida. Abrió y cerró su agarre para que
la circulación volviera a funcionar.
Los ojos de María se agrandaron.
—¡Oh, Dios mío, Pete! ¡Lo siento mucho! No puedo creer que esto
haya pasado. Te ves como un…
—No lo digas —la interrumpió—. No deberías haber hecho eso. No
deberías haber intentado engañarme. Pensé que nos llevábamos bien.
—Estamos… —Cuando sus mejillas se enrojecieron e inclinó la cabeza,
a Pete se le hizo un nudo en la garganta—. Dije que lo siento, Pete.
—Mira, lo que sea. No es gran cosa. Me tengo que ir. —Luego, antes
de que ella pudiera decir algo más, se marchó furioso, tratando de calmar
sus nervios mientras se frotaba la mano. Qué broma más estúpida. ¿Cómo
se suponía que eso fuera incluso divertido? Y era otra cosa extraña. Tragó
saliva mientras su garganta se apretó aún más. No podía soportar más
accidentes. Simplemente no podía o perdería la cabeza.
Una avalancha de niños de repente lo rodeó como una manada de
ganado, empujándolo a través de la puerta de un laberinto de espejos
mientras corrían hacia adentro.
—Oigan, tengan cuidado —gritó. Trató de salir de la manada pero había
demasiados. Simplemente se apretó contra la pared cuando finalmente
pasaron, riendo y gritando.
—Amigo, mira, ¡somos como veinte en los espejos! —gritó alguien
mientras desaparecían.
Pete intentó volver a salir por la entrada, pero de alguna manera se
encontró perdido en el maldito laberinto de espejos. Caminó en la
dirección opuesta para llegar directamente a la salida. Sin embargo, llegó a
un callejón sin salida, y un pirata apareció en el espejo, con un sombrero
inclinado para cubrir su rostro y un gancho letal en su brazo. Cuando
finalmente movió el sombrero, Pete pudo ver que el pirata tenía la cara de
un zorro. Pete se estremeció. Miró detrás de él, pensando que el zorro
pirata estaría parado allí, pero sólo había otro espejo.
Los latidos de su corazón se aceleraron y su cerebro se vació de todos
los pensamientos menos uno: «tengo que salir de aquí». Dio media vuelta
y recorrió pasillos estrechos, huyendo hacia la salida. Imágenes del pirata
zorro y de él mismo se reflejaban en todos los espejos. Cuando corría, el
zorro corría. El sudor goteaba por la cara de Pete. Todo lo que sabía era
que no podía dejar que el zorro pirata lo atrapara.
Respiraba con dificultad cuando finalmente vio una luz al final de un
pequeño pasillo con espejos. Pero antes de que pudiera llegar allí, el zorro
pirata saltó frente a él, levantando su anzuelo.
Como por instinto, Pete retrocedió y golpeó al zorro pirata en la nariz.
Entonces el pirata se tambaleó hacia atrás, con una mano en su máscara,
mientras Pete salía corriendo.
Pete estaba prácticamente hiperventilando cuando regresó al carnaval.
Estaba inestable y desequilibrado, como si acabara de salir de un carrusel.
Los niños se rieron y miraron mientras las preguntas daban vueltas y
vueltas en su mente. «¿A dónde voy? ¿Qué debo hacer?» Dio un paso atrás
y chocó con alguien. Se dio la vuelta para ver a un payaso con un sombrero
de pirata. El payaso saludó con la mano, pero Pete lo empujó y corrió hacia
una tienda, empujando a través de las solapas de la pesada lona. Necesitaba
salir del carnaval, pero estaba tan confundido que no sabía a dónde iba. Se
encontró corriendo a una cabina con varios globos clavados en la pared.
Un dardo se acercó a él y le raspó la mejilla. Golpeó al siguiente con la
mano.
Alguien gritó
—¡Oye, hay alguien ahí!
El propio Pete se adelantó para decirles que se detuvieran, pero ya era
demasiado tarde. Fue entonces cuando el último dardo dio en el blanco,
clavándose en la piel al lado de su ojo interior.
Gritó de dolor.
Los chicos jadearon. Alguien gritó.
Pete se estiró lentamente y sacó el dardo. Un hilo de sangre le resbaló
por la cara. Lanzó el dardo y salió corriendo por el otro extremo de la
tienda, preso del pánico. Corrió a otra tienda. Las aves exóticas estaban
enjauladas dentro, tuiteando y graznando.
Un loro chilló—: ¡Pierde un ojo! ¡Pierde un brazo!
Pete se detuvo y dirigió su mirada hacia el pájaro. Su cuerpo estaba
temblando.
—¿Qué dijiste?
—¡Squawk! ¡Squawk! —El pájaro era de un verde brillante con un pico
negro. Agitó sus alas hacia Pete—. ¡Squawk!
Pete agarró la jaula y la agitó. Plumas se esparcieron. Todos los pájaros
de la tienda empezaron a volverse locos.
—¿Qué dijiste, pájaro estúpido? Foxy, ¿estás ahí? —No, no tenía ningún
sentido que Foxy estuviera dentro del pájaro, pero a Pete no le importaba.
¿Desde cuándo algo de esto tenía sentido? Lo que sea que le estaba
pasando todavía le estaba pasando y ya había tenido suficiente—. ¡No vas
a ganar! ¿Me escuchas? No. Vas. A. Ganar.
—¡Oye, chico, cálmate! —Alguien agarró a Pete por el hombro y le dio
la vuelta—. ¿Qué te pasa?
Pete se apartó del hombre, un maestro de la escuela. Sr. Berk o algo así.
—No pasa nada. —Pete se secó el sudor de la frente y la sangre de la
mejilla—. Nada.
Nada, excepto una cadena de accidentes extraños que implicó la pérdida
de un ojo o un brazo. Nada excepto un zorro robótico que quería que se
convirtiera en pirata, o se muriera, lo que ocurriera primero. Chuck tenía
que tener razón. Tenía que volver a enfrentarse a Foxy para terminar esto
de una vez por todas.
El Sr. Berk extendió una mano.
—No te ves muy bien. Estás sangrando por el ojo. Vayamos con la
enfermera para que lo revise.
Pete se apartó.
—¡No! ¡Estoy bien! —insistió.
—Está bien, cálmate. ¿Qué le pasó a tu mejilla?
—Me han pasado demasiadas cosas. —Pete se limitó a negar con la
cabeza—. Demasiadas.
¿Cómo podía empezar a explicar?
—Sólo quiero ayudar —dijo Berk—. ¿Cuál es tu nombre?
—No, no puede ayudarme. Nadie puede. Él está detrás de mí y nunca
se detendrá. Ahora le creo, pensé que podría arreglarlo todo
disculpándome. —Pete se rio amargamente—. Sí, es gracioso, ¿eh? Como
si “lo siento” alguna vez arregla algo. Pero tenía que intentarlo, ¿verdad?
—¿Quién está detrás de ti, chico? ¿Cuál es su nombre? Podemos
sentarnos con el director. Resolvamos todo esto. Sólo tienes que calmarte,
respirar hondo…
—¡No lo entiende! ¡No hay que sentarse ni hablar! ¡Es un maldito robot!
Los ojos del señor Berk se agrandaron.
—¿Un robot? Ayúdame a entender. Sentémonos un momento. Puedes
hablar conmigo, ¿de acuerdo? A veces pensamos que las cosas son peores
de lo que realmente son. Pero una vez que nos detenemos y miramos el
panorama completo, no es tan malo en absoluto. Créeme. Pasa todo el
tiempo.
—No, está mal. Muy mal. Pero sé lo que tengo que hacer ahora. Todo
terminará pronto. Tengo que volver al punto de origen, donde empezó
todo. Tengo que enfrentarme al villano. —Antes de que el maestro pudiera
detenerlo, Pete se escabulló.

☆☆☆
Lo reservó en el pasillo de la escuela, empapado en sudor. Un monitor
del pasillo le llamó a gritos, pero Pete ignoró lo que estaba diciendo. Tenía
que salir. Tenía que acabar con esto. Cuando abrió las puertas de un
empujón, mirando hacia atrás por encima del hombro, el monitor del
pasillo estaba hablando por su radio. Pete falló un paso y se cayó,
tropezando por los escalones de la entrada de la escuela. Sus rodillas y
palmas estaban raspadas, y su cuerpo se sentía magullado, pero se puso de
pie para seguir corriendo.
Mientras corría por el césped de la escuela, sacó su teléfono y marcó el
número de Chuck. Fue directamente al buzón de voz porque Chuck
todavía estaba en clase.
Pete golpeó el teléfono, sin aliento.
—¡Tenías razón! Ha sido Foxy todo el tiempo. ¡Tengo que regresar para
enfrentarlo! Todavía están sucediendo cosas extrañas, pero de ninguna
manera va a ganar Foxy, Chuck. ¡De ninguna manera! ¡Siento no haberte
creído, hermanito! ¡Reúnete conmigo allí tan pronto como puedas!
¡Podemos terminar esto juntos!
Presa del pánico ciego, Pete salió corriendo de la acera y salió a la calle.
Sintió que algo se aceleraba hacia él y se volteó; fue entonces cuando un
camión se estrelló contra él con extrema fuerza. Su cuerpo salió volando,
sus extremidades se retorcieron, y un momento se sintió como una
eternidad. Luego se estrelló, con su cuerpo golpeando el duro suelo. Sintió
un crujido, luego un estallido. La fuerza le quemó la piel contra la carretera
mientras rodaba y rodaba, dejando un rastro de sangre detrás de él. El
dolor estaba en todas partes, luego todo se oscureció.

☆☆☆
¡Tenías razón! Ha sido Foxy todo el tiempo. ¡Tengo que regresar para
enfrentarlo! Todavía están sucediendo cosas extrañas, pero de ninguna manera
va a ganar Foxy, Chuck. ¡De ninguna manera! ¡Siento no haberte creído,
hermanito! ¡Reúnete conmigo allí tan pronto como puedas! ¡Podemos terminar
esto juntos!
Chuck colgó el teléfono, miró por encima del hombro y saltó ágilmente
la valla de su escuela secundaria. Luego corrió. Tenía que llegar a Freddy
Fazbear's Pizza. ¡Tenía que ayudar a Pete!
Movió los brazos con fuerza y rapidez para perderse de vista de la
escuela. Cuando se sintió a salvo fuera su vista, sacó su inhalador, dio dos
inhalaciones y caminó hasta recuperar el aliento. Aún le quedaban algunos
kilómetros por recorrer. Deseaba tener su bicicleta, pero no la tenía y no
defraudaría a Pete. No lo dejaría enfrentarse a Foxy solo.
Empezó a correr de nuevo, pero no duró mucho. No era un gran atleta.
Chuck podía correr, pero por lo general eran distancias cortas; siempre lo
hacía mal en la milla cronometrada en la clase de gimnasia. Miró a su
alrededor y se puso rígido cuando vio un coche de policía. ¡Oh, no! Se
metió en una tienda de donas y esperó a que se fuera. No estaba
acostumbrado a romper las reglas y abandonar la escuela. Esta era la
primera vez que hacía algo como esto. ¿Qué pasaría si mamá se enterara?
¿Lo castigaría? Pete probablemente se reiría de él por estar tan asustado.
Pero eso estaba bien, Pete podía reírse de él todo lo que quisiera una vez
que todo esto terminara.
Estaba sin aliento cuando llegó a Freddy Fazbear's Pizza y tenía la camisa
pegada a la espalda por el sudor. Empujó las puertas delanteras y sintió
alivio cuando el aire fresco y acondicionado golpeó su rostro. Los niños
pequeños corrían de un lado a otro mientras se dirigía al pasillo que
conducía a la sala de mantenimiento. Había una especie de gerente parado
frente a la pasarela. «Maldita sea». Chuck saltó sobre sus pies, esperando
que el tipo se alejara. Fingió jugar a un juego de árcade hasta que el chico
finalmente siguió adelante.
Chuck caminó lentamente hacia la puerta, se deslizó y corrió por el
pasillo hasta llegar a la puerta. Se abrió para revelar la oscuridad absoluta.
Tragó saliva cuando entró y la puerta se cerró de golpe detrás de él. El
miedo casi se lo traga por completo, pero sacó su teléfono del bolsillo para
encender una luz.
Hipo.
Se llevó una mano a la boca para tratar de detener el hipo. Encendió la
luz del teléfono hacia la izquierda y hacia la derecha. Sin fantasmas extraños,
sin robots. Sacó su inhalador y dio una rápida bocanada mientras seguía
mirando a su alrededor. Todavía las mismas mesas polvorientas con viejas
cajas de suministros y sillas rotas, como la primera vez que lo habían
visitado. Por alguna razón, eso se sintió como hace semanas.
—Pete —susurró—. ¿Dónde estás?
Hipo.
Cuando no hubo respuesta, se preguntó si Pete estaba tratando de
asustarlo de nuevo. Luego apartó ese pensamiento. Pete había sonado
realmente molesto en el buzón de voz. Había sido herido físicamente y
finalmente creyó en la teoría de Chuck de que todo comenzó con Foxy.
Finalmente estaban de acuerdo en algo.
Ahora Pete lo estaba tratando como a un verdadero hermano en lugar
de ser un problema con el que tenía que lidiar todos los días.
—Pete. ¿Estás aquí?
Cuando le respondió el silencio, Chuck marcó el número de su
hermano.
Sonó y sonó, finalmente fue al buzón de voz.
—Pete, ¿dónde estás? Hipo. Estoy aquí con Foxy, esperándote. Llámame.
O simplemente date prisa y ven aquí. Sabes que este lugar me da
escalofríos.
Hipo. Hipo.
Chuck terminó la llamada y dio un paso adelante, apuntando la luz del
teléfono al pequeño escenario. Un escalofrío lo recorrió y se estremeció.
El instinto le dijo que se alejara mucho, muy lejos del escenario. «Sal». Sin
embargo, no pudo. No se trataba de sus miedos. Se trataba de su hermano.
Tragando saliva, se acercó a la caja de control. Averiguaría qué le pasó a
Pete ese día. Realmente necesitaba saber si Foxy de alguna manera
perseguía a su hermano. Su mano estaba sobre el botón de INICIO cuando
su teléfono sonó y saltó en el aire.
Hipo, hipo, hipo.
Respondió rápidamente.
—¿Pete?
—No hijo, es papá. ¿Dónde estás? Fui a la escuela a buscarte, pero no
estabas allí.
De repente, Chuck tuvo miedo de meterse en problemas por escapar
de la escuela. Su garganta se apretó.
—Um, lo siento, papá, hipo, Pete me necesitaba. Me tuve que ir. Hipo.
No lo volveré a hacer nunca. Lo prometo.
—¿Pete? ¿Qué quieres decir? ¿Hablaste con él?
—Um, no exactamente. Me dejó un mensaje para encontrarnos. Pero
aún no ha llegado. No sé dónde está. No contesta su teléfono. Hipo.
—Oh, hijo… —se le quebró la voz.
—¿Qué? ¿Qué pasa, papá? —Una oleada de pavor lo invadió—. ¿Por
qué fuiste a recogerme a la escuela? Hipo.
—Chuck… ha habido un accidente.

☆☆☆
Papá recogió a Chuck en Freddy Fazbear's Pizza y condujo más rápido
de lo normal hasta la escuela secundaria de Pete. No hizo ninguna pregunta
sobre por qué se suponía que Chuck se encontraría con Pete allí. Dijo que
mamá había ido directamente a la escuela cuando recibió la llamada de que
Pete había sido atropellado por un camión.
—Por el momento, mantengamos la fuga de la escuela lejos de tu madre.
Ella no necesita más en su plato en este momento.
Chuck sintió la culpa como un puñetazo en el estómago.
—Está bien, papá. Tienes que entender que fue por Pete. De lo
contrario, nunca lo haría.
—Lo sé, hijo. No te preocupe demasiado por eso. Los hermanos se
cuidan unos a otros.
Chuck asintió. Mientras se acercaban a la escuela secundaria, Chuck vio
luces intermitentes. Los coches de la policía bloqueaban la calle y las
barricadas retenían a los niños lejos de la acera.
Chuck tragó saliva.
—Pete va a estar bien, ¿verdad, papá?
Papá se detuvo a un lado de la carretera, a una cuadra de los vehículos
de emergencia, y apagó el motor.
—Va a estar bien. —Pero su voz sonaba extraña, como si tuviera la
garganta apretada. Sus ojos parecían asustados e inseguros, como si no
creyera en sus propias palabras.
Chuck salió corriendo del coche con su padre. Se dirigieron hacia las
luces intermitentes.
Un oficial de policía levantó los brazos.
—Lo siento, no puedo dejarlo pasar.
—Ese es mi hijo. Necesito verlo. Mi esposa está aquí.
—¿Apellido?
—Dinglewood. El nombre de mi hijo es Pete Dinglewood. Él es el que
fue golpeado.
El policía asintió con la cabeza y los dejó entrar. Pasaron junto a más
trabajadores de emergencia de los que Chuck podía contar, y un camión
que fue detenido a un lado, con una gran abolladura en la parte delantera
del parachoques. Chuck jadeó y esperaba que la abolladura no viniera de
golpear a Pete. Había un hombre sentado en la acera, hablando con un
oficial de policía. Tenía el sombrero en las manos y estaba llorando.
Chuck miró hacia el medio de la calle y se quedó paralizado cuando vio
el zapato de Pete tirado allí. Era una simple zapatilla de deporte blanca, lo
que hacía que la sangre salpicada sobre ella fuera horriblemente
perceptible. Todo lo que podía pensar era que Pete necesitaba su zapato.
Pequeños números negros en tarjetas de plástico dobladas estaban
esparcidos por la carretera, como para una investigación. Chuck tragó
saliva y siguió a su papá hasta que finalmente vieron a su mamá parada junto
a una camilla. Estaba de espaldas a ellos y sus hombros temblaban.
—Ahí está mamá —dijo Chuck, aunque estaba bastante seguro de que
papá ya la había visto. Papá corrió a su lado y la rodeó con el brazo.
Chuck se contuvo, temeroso de ver a Pete en esa camilla. Sacó su
inhalador y dio una bocanada antes de acercarse. Detrás de las barricadas,
había otros estudiantes de secundaria. Algunos rostros estaban en shock,
algunos niños lloraban y otros vestían disfraces de piratas. A Pete
probablemente le encantó eso. La idea hizo que los labios de Chuck se
torcieran, pero no pudo obligarse a sonreír.
—Chuck —dijo papá, extendiendo una mano—. Ven aquí, hijo. —Él
estaba llorando. Nunca antes había visto llorar a su padre.
Chuck no quería moverse. No quería caminar hasta la camilla. Si hubiera
podido, habría ido en la dirección opuesta. Pero forzó un paso adelante y
luego otro. Se sentía aturdido y en cámara lenta, como si estuviera
caminando entre un almíbar espeso. Cuando finalmente alcanzó a su papá
y mamá, se movió entre ellos en busca de apoyo.
Pete estaba acostado en la camilla. Tenía los ojos cerrados y se veía
increíblemente pálido. Los rasguños del accidente de pesca se destacaban
como líneas rojas de enojo en su rostro, y tenía raspaduras recientes
grabadas en su frente.
Chuck esperó a que abriera los ojos. Esperaba a que se moviera,
parpadeara, lo que fuera.
—Se ha ido, Chuck —dijo papá entre lágrimas. Sus palabras hicieron
llorar a mamá aún más fuerte.
Un hombre con una camisa de uniforme blanca se acercó a ellos.
—Siento su pérdida. Podemos reunirnos con usted en el hospital
cuando esté listo.
Papá respondió—: Sí, gracias.
El hombre llevaba guantes azules. Agarró la gran cremallera del pecho
de Pete y la subió, sellando a Pete en una gran bolsa de lona. Así, Pete se
había ido.

☆☆☆
Pete se sintió congelado, como si no pudiera mover ninguna parte de
su cuerpo. Curiosamente, no sintió frío ni calor ni dolor. Estaba rodeado
de oscuridad. Hubo voces distantes… sonidos de movimiento…
¿Hola? ¿Dónde estoy? él se preguntó.
Extrañamente, no podía mover los labios.
¿Qué diablos? Parecía que había pasado mucho tiempo. Finalmente,
escuchó algo como un sonido de cremallera, luego apareció una luz
brillante a su alrededor. Había un hombre encima de él con gafas
transparentes, una gorra de tela azul y una mascarilla que le cubría la nariz
y la boca. ¿Era un médico?
Oye, amigo, tienes que ayudarme. Me siento raro.
Pete supuso que debía estar en el hospital. Lo había herido el camión.
Recordó. Estaba tratando de llegar a la pizzería, pero se había olvidado de
la regla que su madre le había inculcado desde que era pequeño. Mirar a
ambos lados antes de cruzar la maldita calle. Bueno, ahora lo arreglarían
con una cirugía. El alivio lo inundó. Lo arreglarían y luego él y Chuck se
enfrentarían a Foxy juntos y luego todo terminaría. Finalmente.
Otro hombre apareció por encima de Pete, mirando hacia abajo con
ojos tristes.
—Pobre niño. Tan joven.
—Sí, odio cuando son jóvenes así.
—Realmente es una lástima. A veces me da escalofríos.
—Por tus propios hijos, ¿verdad?
—Sí, me aseguraré de darles un abrazo extra cuando los vea.
—Yo también.
Los dos hombres levantaron el cuerpo de Pete y lo colocaron sobre
una mesa dura.
Por alguna razón no puedo moverme. ¿Qué pasa conmigo? ¿Me dieron algo
para adormecerme? Esto me está asustando un poco y he tenido una semana
muy mala, ¿saben? Así que, por favor, díganme que todo está bien.
A Pete se le ocurrió una idea terrible. Oh no, ¿el camión me lastimó las
piernas? ¿Podré volver a caminar? ¿Es por eso que no puedo sentirlas? ¿Por qué
no me hablan? ¡Necesito respuestas! ¡Necesito ayuda!
Un hombre puso sus dedos enguantados sobre los ojos de Pete.
—Qué extraño.
—¿Qué?
—No puedo cerrar sus párpados. Es como si estuvieran congelados
abiertos.
—Ha sucedido antes.
—Sí, pero no me gusta. Los quiero cerrados.
El otro hombre se rio.
—Qué más da. Tenemos trabajo que hacer. —Cogió una pantalla de
mano—. Una cosa buena, aquí dice que el niño es un donante de órganos.
Espera. ¿Qué?
—Sí, partes de él irán a algunos destinatarios afortunados. Es joven, sus
órganos están sanos. Sin embargo, tenemos que trabajar rápido.
¡No! ¡Hay un error! ¡Estoy bien! No estoy listo para renunciar a mis órganos.
¡Mamá! ¡Papá! ¿Dónde están? ¡No dejen que me hagan esto!
Los hombres agarraron unas tijeras grandes y comenzaron a cortarle la
ropa. Unos minutos después, la música llenó la habitación.
Espera un minuto… ¿es esta otra pesadilla? ¿Estoy soñando? Por favor, que
esto sea un mal sueño. Que esto no sea real. ¡Despierta ahora, Pete! ¡Despierta
maldición!
—¿Tienes planes para esta noche?
—Sí, llevar a los niños a Freddy Fazbear's Pizza. Les encanta ese lugar.
—A mis hijos también les encanta ese lugar. Esas cosas animatrónicas
me asustan un poco, pero a los niños les encantan. Lo que sea que los haga
felices.
¡Deténganse! ¡Estoy vivo! ¡No puedes tomar mis órganos antes de que muera!
¡Alguien ayúdeme! ¡Por favor!
El primer hombre agarró un bisturí y colocó su punta en el pecho de
Pete.
—Oh, espera un minuto —dijo el otro hombre, leyendo de nuevo en la
pantalla.
—¿Qué pasa?
Oh, gracias a Dios. Dile que todo esto es un error. Dile que sigo vivo. ¡Dile
que no me corte!
—Tenemos un caso urgente, que necesita los ojos y una mano. Aquí
dice que el niño es una pareja exacta. La mano no tiene mucho daño.
Funcionará, pero tenemos que poner todo en hielo rápidamente. El
transporte estará aquí antes de que nos demos cuenta. Hagámoslo
primero.
¡Noooooooo!
El hombre del bisturí miró a Pete.
—Buen trabajo, chico. Vas a ayudar a mucha gente. —Cogió unas pinzas
pequeñas con la otra mano. El segundo hombre encendió una pequeña
sierra circular y la hoja se convirtió en un borrón circular.
—Pongámonos a trabajar.
Pete comenzó a escuchar la música de Foxy en su cabeza…
Puedes ser un pirata, ¡pero primero tendrás que perder un ojo y un brazo!
¡Yarg!
Pete observó con impotente horror cómo el primer hombre se
inclinaba para mirarlo a los ojos.
Cuatro semanas después…
Chuck fue en bicicleta a Freddy Fazbear's Pizza. Las nubes eran pesadas
y oscuras, y había una ráfaga de frío en el aire. Cuando llegó a casa de la
escuela, no había nadie. Aunque Chuck sabía que la casa estaba vacía,
gritó—: ¿Hola? ¿Pete?
El refrigerador respondió con un leve zumbido.
La casa no era muy grande, pero a Chuck le parecía enorme y vacía.
Solía querer tener la edad suficiente para quedarse solo en casa. Ahora que
había cumplido su deseo, deseaba compañía.
Mamá finalmente pudo volver al trabajo después de semanas de llanto.
Papá también estaba trabajando. De alguna manera, el dolor de perder
a Pete había reunido a sus padres, y papá se había mudado a casa después
del funeral. Un día, Chuck los vio a ambos limpiar la habitación de Pete.
Recogieron la ropa sucia, tiraron un poco de basura, le hicieron la cama y
cerraron la puerta. No se había abierto desde entonces.
Chuck no se había reunido con sus amigos en un tiempo. Se suponía
que debía estar en casa haciendo su tarea. Pero algo lo había estado
impulsando a regresar… De vuelta a Freddy Fazbear's Pizza. Volver a ver
a Foxy.
Nunca le había dicho a nadie lo que él y Pete realmente habían pensado
sobre los extraños accidentes de Pete. Cómo creían que había comenzado
el problema, o por qué habían planeado encontrarse en Freddy Fazbear's
Pizza para enfrentarse a Foxy de una vez por todas.
Durante semanas, Chuck había sentido esta pesadez en el pecho, como
si se suponía que debía hacer algo que nunca pudo hacer, como si tuviera
un rompecabezas incompleto.
Había repetido el último mensaje de Pete una y otra vez desde el funeral.
¡Tenías razón! Ha sido Foxy todo el tiempo. ¡Tengo que regresar para
enfrentarlo! Todavía están sucediendo cosas extrañas, pero de ninguna manera
va a ganar Foxy, Chuck. ¡De ninguna manera! ¡Siento no haberte creído,
hermanito! ¡Reúnete conmigo allí tan pronto como puedas! ¡Podemos terminar
esto juntos!
La muerte de Pete fastidiaba a Chuck día y noche. A veces, cuando
estaba sentado en clase, sonaba la campana y se daba cuenta de que el
período había terminado antes de darse cuenta de que había comenzado.
Se estaba quedando atrás en todos los temas.
Los profesores lo miraron, pero nadie dijo mucho. Todos sabían que
había perdido a su hermano. Todos sabían que había cambiado. Chuck se
sentaba solo durante el almuerzo, escribiendo en su cuaderno, llenándolo
con notas, ideas y escenarios sobre lo que podría haberle sucedido a Pete
y cómo pudieron haberlo detenido antes de que Pete… se fuera.
Bueno, se acabaron los “y si”. Chuck había terminado de preguntarse.
Dejó su bicicleta en el portabicicletas frente a Freddy Fazbear's Pizza.
Cuando cruzó las puertas, el familiar aroma de pepperoni lo inundó. Los
pings y los sonidos del juego musical vibraron a su alrededor. Caminó por
la sala de juegos y vio a un grupo de niños apiñados alrededor de un juego.
Ese solía ser él. Siempre le había encantado este lugar, hasta ese fatídico
día, cuando Pete lo arrastró por el pasillo hasta la sala de mantenimiento y
todo había cambiado.
Caminó por el área de juegos y se acercó a las mesas de cumpleaños y
observó a un par de familias sentadas frente al escenario. Todos parecían
tan felices. Los niños pequeños estaban comiendo pizza, cautivados por el
espectáculo de animatrónicos. Algunos cantaban con la boca llena. Los
niños aplaudieron y vitorearon después de que terminó la canción.
Chuck caminó hacia el pasillo que conducía a la sala de mantenimiento.
Miró por encima del hombro para ver si alguien estaba mirando, luego se
deslizó. Caminó lentamente por el pasillo oscuro, más allá de los viejos
carteles, hasta que llegó a la puerta. Extendió la mano hacia el mango y le
tembló la mano.
Respiró hondo y abrió la pesada puerta, entrando en la oscuridad.
La puerta se cerró de golpe en su espalda, el sonido resonó en sus oídos.
Sacó su inhalador mientras su respiración se debilitaba y tomó una
bocanada. Luego se metió el inhalador en el bolsillo y apagó la luz del
teléfono. Fue directamente al pequeño escenario y directamente a la caja
de control abierta. No más pérdidas de tiempo.
Un escalofrío le recorrió la espalda, pero lo ignoró. Si dudaba, sabía que
no lo haría y había estado repitiendo este momento una y otra vez en su
cabeza. Tenía que hacerlo. Tenía que averiguar qué le pasó a Pete.
—Esto es por Pete —dijo en el cuarto oscuro—. Me enfrentaré al
villano y ganaré el juego.
Se preparó y apretó el botón de INICIO.
Esperó a que la cortina se abriera… a que Foxy comenzara a cantar…
Pero nada pasó.
Todo lo que Chuck escuchó fue un completo silencio.
L as estrellas parecían pequeños puntitos de luz que brillaban a través
de una sábana de terciopelo negro. Kasey yacía de espaldas sobre un muro
bajo de piedra, mirando al cielo, sintiéndose maravillada por ser incluso
una pequeña parte de un universo tan hermoso. Recordó una canción
infantil de cuando era pequeña, había una hoja para colorear en el jardín de
niños con las palabras de la canción infantil y una imagen de estrellas
sonrientes. «Twinkle, twinkle pequeña estrella», pensó. «Cómo me
pregunto… qué soy».
—¡Kasey! —la voz de Jack la sacó de su trance—. ¡Mira allá! —Kasey se
sentó y miró el restaurante para niños brillantemente iluminado al otro
lado de la calle, Circus Baby's Pizza World. Una mujer y dos niños
pequeños estaban parados frente a su puerta roja. La mujer buscaba a
tientas su bolso.
—Vamos —susurró Jack.
Kasey se puso de pie y cruzó la calle casualmente con Jack, metiéndose
en el callejón junto al Circus Baby's, lo suficientemente cerca como para
escuchar a la niña charlando con su madre.
—¡Creo que Circus Baby es bonita! —dijo la pequeña niña de cabello
castaño. Llevaba una camiseta decorada con las espeluznantes mascotas de
Circus Baby's Pizza World.
—Es bonita —dijo la madre, luciendo un poco aturdida, probablemente
porque había pasado demasiado tiempo rodeada por las luces brillantes y
los ruidos fuertes del emporio de pizzas para niños.
—¿Puedo usar coletas como Circus Baby? —preguntó la niña, tirando
de dos puñados de su cabello en mechones. No podía tener mucho más
de tres años, pensó Kasey. Cuatro, como máximo.
—Claro que puedes —dijo la madre—. Toma la mano de tu hermano
mientras busco las llaves del auto.
—Sus manos están pegajosas por los dulces —se quejó el niño. Estaba
en edad de asistir a la escuela primaria. Quizás tenía siete.
—Mami, tengo mucho sueño —dijo la niña—. ¿Puedes llevar mi bolsa
de regalos? —Levantó una pequeña bolsa de plástico con el nombre del
restaurante impreso.
La madre había encontrado sus llaves.
—Claro. La pondré aquí en mi bolso.
—¿Puedes cargarme? Tengo demasiado sueño para caminar.
La madre sonrió.
—Está bien, ven aquí, niña grande. —Su bolso colgaba de su antebrazo
izquierdo mientras se inclinaba para levantar a su hija.
—¡Ahora! —ladró Jack al oído de Kasey.
Kasey se puso el pasamontañas por la cara y salió corriendo de su
escondite en el callejón. Pasó corriendo junto a la madre y agarró su bolso
con un movimiento rápido y seguro. Ella siguió corriendo mientras la mujer
gritaba—: ¡Oye! —y la niña gritó.
Mientras Kasey corría, escuchó al niño decir—: ¡Atraparé al malo, mami!
—No —respondió la madre con firmeza—. Quédate aquí.
Si decían algo más, Kasey no se quedaría a escucharlo. Kasey sabía que
era rápida y sabía que no había forma de que la madre pudiera alcanzarla a
pie, no con dos niños pequeños en sus manos.
Después de que Kasey hubo puesto cierta distancia entre ella y la escena
del crimen, se quitó el pasamontañas y se lo metió en el bolsillo de la
chaqueta. Aminoró la marcha y cargó el bolso con indiferencia, como si le
perteneciera. Y ahora, supuso, lo hacía.
Se reunió con los chicos en su casa, o en lo que usaban como casa.
Kasey, Jack y AJ se quedaban en un almacén abandonado. No había
electricidad, tenían que arreglárselas con linternas para acampar. Pero
había un buen techo y el edificio estaba bien aislado, lo que lo hacía más
cálido que estar afuera. Dormían en sacos de dormir y calentaban la comida
en una pequeña estufa de dos quemadores, del tipo que la gente usa en los
viajes de campamento. En realidad, vivir en el almacén era una especie de
campamento interior. Esa era una forma de verlo, pensaba Kasey.
Se sentó en una de las cajas de madera que usaban como sillas,
sosteniendo el bolso robado en su regazo.
—¿Cuánto obtuvimos? —preguntó Jack, inclinándose sobre su hombro.
Tenía la nariz afilada y estaba nervioso, como una rata.
—Me gusta cómo dices “obtuvimos” a pesar de que fui yo quien asumió
todos los riesgos —dijo Kasey, abriendo la cremallera del bolso.
—Ese es el código de la Guarida de los Ladrones —dijo AJ, sentado en
la caja junto a ella. Era grande y corpulento, el musculoso del grupo—.
Compartimos todo.
—Sí —dijo Jack—. Es como cuando los entrenadores dicen que no hay
“yo” en “equipo”. Excepto que no hay “yo” en “ladrón”.
—Sí, pero en realidad hay un “yo” en “ladrón” —dijo Kasey, riendo. Se
apartó las largas trenzas de la cara y miró dentro del bolso. Lo primero
que sacó fue la bolsa de regalos de la niña. No era de extrañar que la niña
hubiera gritado. No quería perder todos los dulces y la basura de plástico
que había “ganado” en la pizzería. Kasey guardó la bolsa de regalos en el
bolsillo de su chaqueta y luego encontró lo que estaban esperando: la
billetera de la mujer.
—¿Cuánto? —preguntó Jack. Temblaba de anticipación.
—Mantén tus cabales —le dijo Kasey, desplegando la billetera y sacando
todos los billetes. Ella contó—. Parece que… ochenta y siete dólares. —
No es genial, pero tampoco terrible. La gente ya casi nunca llevaba dinero
en efectivo.
—¿Qué hay con las tarjetas? —preguntó AJ.
—Estoy buscando. —Miró brevemente la licencia de conducir de la
mujer y luego desvió la mirada. Siempre se sentía mal cuando pensaba que
la víctima tenía una cara y un nombre, que tenía que esperar en la fila del
DMV para obtener una nueva licencia. Sacó las tarjetas de plástico.
—Una tarjeta de crédito para gasolina, una tarjeta de crédito general.
La tarjeta de gasolina era de uso limitado ya que no tenían coche. Aun
así, podrían usarla en las gasolineras. Y definitivamente podrían aprovechar
la tarjeta de crédito antes de tener que deshacerse de ella. Kasey
necesitaba urgentemente unos calcetines y un par de botas nuevas. Los que
llevaba estaban maltratados y sujetos con cinta adhesiva, por lo que le
dolían los pies todo el tiempo.
—Vamos a probar las tarjetas mañana —dijo Jack—. Mientras tanto,
ochenta y siete dólares divididos en tres es —hizo un gran espectáculo
haciendo las matemáticas, “escribiendo” en el aire como si estuviera
resolviendo un problema en la pizarra en la escuela— Veintinueve dólares
cada uno. Tomaré veinte de eso ahora, señorita Kasey. Voy a salir y ver
cuánto puede festejar una persona con veinte dólares. ¿Vienen ustedes dos
conmigo?
—Lo haré —dijo AJ—. Dame veinte también, Kasey. —Le tendió la
mano.
—Creo que me quedaré aquí —dijo Kasey. Ella no era una fiestera
como Jack y AJ. Su madre había salido mucho de fiesta y Kasey había
crecido sabiendo que la tendencia de su madre a gastar todo su dinero en
una noche sin preocupaciones significaba que tenían que vivir con las
consecuencias hasta su próximo cheque de pago.
—¿Por qué? —preguntó Jack—. Eso no es divertido.
—Estoy cansada —volvió a guardar la billetera en el bolso robado—.
Yo fui la que corrió, ¿recuerdas?
Después de que los chicos salieron, Kasey se puso encima de su saco
de dormir y rebuscó en la bolsa de plástico de Circus Baby's Pizza World.
Sacó un par de vasos de cartón con endebles lentes de plástico. El cartón
estaba decorado con una imagen de una extraña bailarina robot. Kasey se
puso las gafas brevemente, pero la hicieron sentir extrañamente mareada.
Y si había algo que se suponía que debía estar viendo, estaba demasiado
oscuro para verlo. Los guardó en el bolsillo de su chaqueta para más tarde.
Todo lo demás en la bolsa eran dulces. Kasey y sus compañeros
ladrones comían para sobrevivir. Tenían hamburguesas baratas de comida
rápida cuando tenían un poco de dinero, estofado de carne enlatada o
ravioles robados en tiendas de conveniencia cuando estaban en quiebra.
Había pasado mucho tiempo desde que Kasey había comido un caramelo.
Encontró una piruleta roja, la desenvolvió y se la metió en la boca,
disfrutando del dulce sabor a cereza artificial y sintiéndose como una niña
de nuevo.
Una niña pequeña. Ella le había robado a una niña. A Kasey se le ocurrió
un dicho: como quitarle un caramelo a un bebé. Eso es literalmente lo que
había hecho hoy. Ella no estaba orgullosa de eso, pero al mismo tiempo, la
mamá de la niña tenía buenos zapatos y un lindo bolso y un auto. Si tenía
suficiente dinero para llevar a sus hijos a comer pizza y juegos de árcade,
podría permitirse comprarles más dulces.
¿Por qué la vida de Kasey era como era y no como la de la mujer a la
que robó? Kasey no había planeado ser una ladrona que dormía en un
almacén. Dudaba que esos fueran los objetivos profesionales de alguien.
La mamá de Kasey no estaba loca por ser mamá. Trabajaba por las
noches y dormía los días y, a menudo, cuando Kasey llegaba a casa de la
escuela, su madre la miraba con una mezcla de sorpresa y molestia, como
si pensara: Oh, lo olvidé. Tengo una hija, ¿no? La cena solía ser un plato de
cereal o un sándwich antes de que su madre saliera a trabajar al club.
Mientras su madre no estaba, Kasey hacía su tarea, se daba una ducha y
miraba televisión hasta la hora de acostarse. Tenía instrucciones de ir al
apartamento de la anciana de al lado si alguna vez había una emergencia,
pero nunca la hubo. Kasey era buena para cuidar de sí misma.
Cuando Kasey era una adolescente, su madre consiguió un nuevo novio
que parecía que iba a quedarse más tiempo que su anterior serie de novios.
Tenía un trabajo estable y podía ayudar a su madre con dinero. El único
inconveniente era que no quería a una adolescente alrededor para
“aprovecharse”, como él lo llamaba. Dijo que se había mudado de la casa
de sus padres y había conseguido un trabajo cuando tenía la edad de Kasey,
y por eso tuvo tanto éxito. Cuando le pidió a su madre que eligiera entre
él y Kasey, ella no se lo pensó dos veces. Kasey salió a la calle antes de
cumplir los diecisiete años.
Los profesores de Kasey le habían suplicado que no abandonara la
escuela secundaria. Sus calificaciones eran buenas y ella era una atleta, por
lo que existía la posibilidad de becas universitarias, dijeron. Pero ella no
podía permanecer en la escuela y aun así ganar suficiente dinero para
sobrevivir. Ella se retiró y pasó de un trabajo sin futuro a otro, trabajando
muchas horas pero nunca ganando lo suficiente para cubrir el alquiler y los
comestibles. A veces se quedaba en pequeñas habitaciones tristes que
alquilaba por semanas; otras veces acampaba en los sofás de sus amigos
hasta que se acababa su hospitalidad.
La primera vez que robó fue en Famous Fried Chicken, el restaurante
de comida rápida donde trabajaba. Era un trabajo terrible. Se quedaba
sudando sobre la freidora durante horas, y todas las noches se iba a casa
sintiéndose como si la hubieran sumergido en una tina de grasa. Un día,
cuando estaba barriendo el piso del comedor, notó que un tipo había ido
al baño y había dejado su chaqueta colgando en el respaldo de su asiento.
La esquina de un billete de veinte dólares se asomaba del bolsillo. Fue
demasiado tentador.
Barriendo el suelo junto a la mesa, Kasey pellizcó el billete y lo escondió
en su manga. Fue sorprendentemente fácil y de alguna manera estimulante.
Sabía que el tipo nunca sospecharía de un robo. Simplemente pensaría que
debería tener más cuidado.
Para ganar el salario mínimo, de pie junto a las freidoras, Kasey habría
tardado más de dos horas en ganar el dinero que le tomó menos de un
minuto robar. Había algo emocionante en eso: saber que se había salido
con la suya, había vencido al sistema.
Pronto estaba robando en lugar de trabajar: robando carteras, robando
bolsillos, robando comida y otras necesidades. Un día estaba en un festival
callejero, sacando carteras y billetes sueltos de los bolsillos de la gente,
cuando dos hombres se acercaron a ella. Al principio tenía miedo de que
pudieran ser policías, pero no parecían policías. Uno era un tipo blanco
escuálido e inquieto con muchos tatuajes; el otro era un tipo negro de
anchos hombros con la apariencia de un ex jugador de fútbol de la escuela
secundaria.
—Te hemos estado observando, y estás bien —dijo el delgado y
aparentemente nervioso—. ¿Alguna vez has pensado en trabajar en equipo
en lugar de volar sola?
—Nos cuidamos unos a otros —dijo el grandullón—. Y dividimos
nuestra participación. Más gente trabajando, más dinero.
Se unió a Jack y AJ porque habían estado en las calles más tiempo que
ella y estaban dispuestos a compartir sus conocimientos sobre cómo
sobrevivir. Claro, eran más imprudentes que ella, y desperdiciaban el
dinero que robaban, pero había seguridad en los números. A pesar de que
los chicos la ponían de los nervios a veces, prefería tener su compañía antes
que intentar salir adelante por su cuenta.
Kasey terminó la piruleta roja y se acurrucó en su saco de dormir. Se
durmió con el dulce sabor aún en su lengua.

☆☆☆
Se despertó con la luz del sol que entraba por los tragaluces del almacén.
Jack y AJ seguían durmiendo en sus sacos de dormir. Kasey no tenía idea
de a qué hora habían llegado anoche. Se deslizó fuera de su saco de dormir
y decidió que usaría dos dólares de la toma de ayer para comprar un
desayuno barato en el Burger Barn. Una galleta de salchicha y un café
pequeño con recargas gratuitas podrían durarle todo el día si fuera
necesario. Kasey agarró su mochila y caminó hacia el brillante sol de la
mañana.
El Burger Barn estaba a sólo media cuadra de Circus Baby's Pizza World,
el lugar del atraco de ayer. Kasey se rio entre dientes, pensando en algo
tan dramático como un atraco, ya que implicaba robarle una bolsa de dulces
a una niña.
Entró al Burger Barn, hizo su pedido y luego se sentó en una cabina de
vinilo naranja debajo de un mural de dibujos animados de animales de
corral. Añadió crema y azúcar a su café, desenvolvió su bizcocho y se tomó
su tiempo para desayunar.
Mientras mordisqueaba su galleta y sorbía su café, miró a los otros
clientes. La mayoría de ellos estaban recibiendo órdenes para irse mientras
se apresuraban a sus trabajos en oficinas, tiendas o sitios de construcción.
Todos parecían estresados y con prisa.
Eso era algo bueno en la vida de Kasey. Podía tomarse su tiempo.
El único momento en que tenía que darse prisa era cuando se escapaba
con el bolso o la billetera de alguien.
Comprar el desayuno en el Burger Barn le daba derecho a usar el baño
de mujeres sin que la echaran. Este era un derecho que ella atesoraba.
Después de terminar su comida, se dirigió al baño para arreglarse para el
día. Se encerró en un cubículo y tomó una especie de baño de esponja con
toallitas húmedas para bebés, luego se cambió los calcetines, la ropa
interior y la camisa. Después de terminar en el cubículo, fue al fregadero,
se lavó la cara y se cepilló los dientes.
Una mujer vestida con la camisa abotonada y los pantalones caqui de un
trabajo de oficina le dio a Kasey una mirada desagradable, pero Kasey la
ignoró. Tenía tanto derecho a estar allí como cualquier otra persona. Kasey
llenó su botella de agua y la puso en su mochila. Ella estaba lista para su día.
A la luz del sol, con el estómago lleno de comida y café, Kasey se sintió
bien.
Pensó que podría dar un paseo por el parque antes de volver al almacén
para ver qué estaban haciendo los chicos. Mientras caminaba, metió las
manos en los bolsillos de la chaqueta y palpó los vasos de cartón de la bolsa
de regalos de la niña. Ella sonrió para sí misma y los sacó.
No se había dado cuenta de que un pequeño trozo de papel enrollado
estaba pegado al auricular izquierdo de las gafas. Despegó la cinta con
cuidado, desenrolló la hoja de papel y leyó: Ponte las gafas y Ballora bailará
para ti.
Kasey se puso las gafas y sintió el mismo mareo que la noche anterior.
Miró por la acera hacia Circus Baby's Pizza World. Allí, a lo lejos, vio la
imagen de una bailarina, con las manos sobre la cabeza, de puntillas y dando
vueltas. No era una imagen muy nítida, azul y un poco borrosa. Un
holograma. Así era como se llamaban este tipo de imágenes, recordó de
repente. Pero incluso si estaba distante y borrosa, había algo fascinante en
la extraña muñeca bailarina girando.
Una pirueta. Esa era la palabra para ese tipo de giro. Cuando era
pequeña, Kasey había querido ser bailarina, al igual que muchas otras niñas.
Pero no había dinero, y su madre le había dicho que incluso si hubiera
habido dinero, no lo desperdiciaría en algo tan inútil como las clases de
baile.
Kasey se paró en la acera y miró la imagen como hipnotizada. Era
hermosa y había poca belleza en la vida cotidiana de Kasey. Kasey se sintió
abrumada por la tristeza, el anhelo y también por otro sentimiento…
¿arrepentimiento? ¿Se estaba arrepintiendo de la forma en que vivía? Una
vida debería tener belleza, ¿no es así? La vida debería ser algo más que
supervivencia.
Después de un rato, Kasey comenzó a sentirse mareada, como si ella
fuera la que hiciera las piruetas. Temiendo estar enferma, se quitó las gafas
y se apoyó contra el costado de un edificio para orientarse.
Miró el par de anteojos que tenía en la mano. Realmente, la bailarina era
un efecto visual bastante impresionante para lo que parecía un juguete tan
barato.
No es de extrañar que la niña se enojara cuando Kasey le arrebató su
bolsa de regalos. Para una niña pequeña, estas gafas le parecerían
francamente mágicas.
Kasey se guardó las gafas en el bolsillo. Decidió saltarse el parque y
volver al almacén. Tenía que mostrarles a los chicos este loco juguete.

☆☆☆
Jack y AJ se estaban despertando cuando ella regresó.
—¿A qué hora llegaron anoche? —preguntó Kasey, sentándose en una
caja.
—No sé. ¿Dos? ¿Tres? —Jack bostezó y apoyó en un codo en su saco
de dormir—. No importa. No tengo que fichar nadie.
AJ abrió la cremallera de su saco de dormir y se sentó en el suelo con
las piernas cruzadas.
—Oye, estábamos diciendo que podríamos llevar la tarjeta de gasolina
que has robado al Gas'n Go y ver si podemos usarla para comprar comida.
—Claro —dijo Kasey—. Sería bueno tener algo de comida en casa. Pero
primero quiero mostrarles algo.
Fuera del almacén, junto a un contenedor de basura, Kasey sacó las
gafas.
—Estas estaban en la bolsa de regalos de la pizzería. Pruébatelos. —Le
tendió las gafas a Jack.
Jack se las puso, adoptó una pose “genial” y luego se rio.
—Mira frente a ti. ¿La ves?
—¿Ver a quién?
—A la bailarina.
—No veo a nadie. Simplemente hacen que todo se vea azul, eso es todo.
—Déjame probarlos —dijo AJ, tomando los lentes de Jack y
poniéndoselos. Miró a su alrededor—. Yo tampoco veo nada.
—¿No ves a la bailarina? —preguntó Kasey. No tenía sentido. ¿Por qué
no podían verla?
—No. Todo es azul, como dijo Jack. —AJ le devolvió las gafas a Kasey.
Kasey estaba confundida. ¿Quizás las gafas sólo funcionaban frente a
Circus Baby's Pizza World? Pero eso tampoco tenía sentido. ¿Por qué
alguien haría un juguete que sólo funcionara en un lugar?
Se puso las gafas y miró directamente al frente, al otro lado de la calle.
La bailarina, Ballora, según las instrucciones, estaba allí, bailando en un
callejón sembrado de basura entre dos almacenes. Pero pronto el mareo
se apoderó de ella, y nuevamente sintió esa sensación de inquietud que
había tenido antes.
—Bueno, la veo —dijo Kasey, quitándose las gafas antes de perder el
equilibrio o vomitar—. Quizás hay algo mal en sus ojos.
—Quizás hay algo mal en tu cerebro —dijo Jack, riendo y dando un
codazo a AJ, quien también se rio.
Kasey ignoró sus nervaduras y volvió a guardar las gafas en el bolsillo de
la chaqueta.
Pero ella se preguntó. ¿Tenían razón? ¿Le pasaba algo?
En el Gas 'n Go, tomaron mucha más comida de la que la mayoría de la
gente compraría en una tienda de conveniencia: una barra de pan gigante,
un frasco de mantequilla de maní, seis bolsas de papas fritas, latas de
ravioles y estofado de carne, y doce paquetes de refresco.
Kasey sabía que ella sería la que pagaría en la caja registradora porque
Jack y AJ siempre decían que tenía una cara honesta. Además, era menos
probable que las personas sospecharan que una mujer realizaba actividades
delictivas.
La cajera parecía aburrida y con los ojos adormilados cuando llamó y
empaquetó todos los artículos. Kasey escaneó la tarjeta robada en la
máquina y contuvo la respiración.
Sólo tomó unos segundos, pero parecieron siglos hasta que la palabra
“Aprobado” apareció en la pantalla.
Kasey, Jack y AJ agarraron las bolsas y esperaron hasta que estuvieron
fuera de la tienda para reírse de su buena suerte.
—Bueno, no tendremos que preocuparnos por la comida durante unos
días —dijo Jack—. Guarda esa tarjeta, Kasey.
Kasey puso la tarjeta en un pequeño compartimento de su mochila.
—Lo haré, pero no sé si seremos capaces de volver a usarla. —Por lo
general, las compañías de tarjetas de crédito cancelaban rápidamente las
tarjetas que sospechaban que habían sido robadas.
De vuelta en el almacén, se deleitaron con sándwiches de mantequilla
de maní y papas fritas y refrescos que aún estaban fríos del refrigerador de
la tienda. Jack y AJ todavía estaban drogados por la adrenalina de usar con
éxito la tarjeta robada. Se reían y bromeaban, pero algo molestaba a Kasey
y ella no podía identificar qué. Ella sonrió ante las bromas de Jack y AJ, pero
algo que se sentía como preocupación estaba molestando en el fondo de
su cerebro. Lo extraño era que, aunque lo sentía, no sabía realmente de
qué estaba preocupada.
Siempre existía la preocupación del ladrón de ser atrapado. La
preocupación de ser arrestado, juzgado, encarcelado. Esa preocupación
nunca desaparecía, pero este sentimiento era otra cosa. De alguna manera
tenía que ver con las gafas, con el hecho de que ella podía ver a la bailarina
mientras que Jack y AJ no podían, con la extraña forma en que mirar a la
bailarina que giraba la hacía sentir.
Después de que terminaron de comer, Kasey agarró una de las bolsas
de plástico de la tienda.
—Pongan su basura aquí —les dijo a Jack y AJ— y la llevaré al
contenedor de basura.
—Siempre limpiando. Como una pequeña ama de casa —dijo Jack,
dejando caer su botella de refresco vacía en la bolsa.
—Oigan, no puedo evitarlo si ustedes son unos vagos. No quiero tener
un problema de bichos aquí.
Kasey había crecido en una serie de apartamentos cada vez más
miserables. Su madre era desalojada por no pagar el alquiler y luego se
mudaban a otro lugar que era más pequeño y sucio que el anterior. Siempre
había cucarachas y en verano un desfile interminable de hormigas.
Cuando Kasey creció, lavaba los platos y sacaba la basura que su mamá
dejaba amontonada. La limpieza ayudó en algo, pero los insectos seguían
llegando de los apartamentos de otras personas, como los fiesteros que
buscan comida y bebida gratis. Kasey siempre pensó que cuando creciera,
tendría un pequeño apartamento propio, limpio y libre de insectos. A
diferencia de su madre, ella pagaba el alquiler a tiempo todos los meses.
El almacén no era exactamente lo que tenía en mente, pero al menos
podía hacer su parte para mantener alejados a los insectos. Sacó la bolsa
de basura y la arrojó al contenedor de basura.
Tal vez saldría a caminar. Sintió una repentina necesidad de estar sola.
Sabía que, dentro del almacén, Jack y AJ harían planes para la noche. Como
era viernes, probablemente querrían ir al centro, donde estaban los clubes.
Si esperabas lo suficiente hasta que la gente había estado de fiesta durante
horas, era fácil. Kasey podía pasar junto a un grupo de chicos y levantar
tres de sus billeteras sin que ninguno de ellos se diera cuenta.
Los bolsos siempre eran más complicados porque no se podían agarrar
sin que el propietario se diera cuenta. Pero Kasey era rápida. Había estado
en atletismo antes de dejar la escuela secundaria. No había forma de que
una chica borracha con tacones pudiera atraparla.
Por lo general, a Kasey le gustaba planificar el trabajo de la noche con
los chicos. A ella le gustaba elaborar estrategias sobre cómo hacer la mayor
toma posible, cómo maximizar sus posibilidades de éxito. Era como
resolver un rompecabezas.
Pero ahora mismo no tenía ganas de juntar piezas de un rompecabezas.
Tenía ganas de caminar, aclarar su cabeza de los pensamientos confusos
que se arremolinaban en su interior.
Remolino. Remolino rimado con remolino. ¿Por qué no podía quitarse
de la cabeza esa muñeca bailarina que giraba?
Caminó hasta el parque. Los trabajadores de oficina en sus pausas para
el almuerzo se sentaban en bancos y comían sándwiches. Un paseador de
perros estaba de alguna manera paseando a cuatro perros de diferentes
tamaños sin que se enredaran las correas. Kasey sonrió al pequeño Yorkie
que lideraba la manada como si fuera el perro más grande de todos.
En el patio de recreo, los niños pequeños trepaban, se deslizaban y se
balanceaban, gritando y riendo. Sus mamás los vigilaron, asegurándose de
que estuvieran a salvo. Kasey envidiaba a esos niños ¿Cómo debe ser, se
preguntaba, jugar a gusto y saber que cada vez que tienes hambre o sed, tu
madre sacará de su bolso unas galletas y un zumo frío? ¿Saber que, cuando
estuvieras cansada, podrías irte a casa y tu mamá te acomodaría en tu
agradable y suave cama para tomar una siesta?
Incluso cuando era una niña, Kasey nunca había conocido ese tipo de
seguridad.
Caminó hacia la zona más boscosa del parque porque le gustaba la
sombra y la soledad. Las hojas otoñales, rojas, doradas y naranjas, caían a
la deriva de las ramas de los árboles. Las hojas que ya habían caído crujían
bajo sus pies.
Era la cosa más extraña. No quería ver a Ballora. No le gustó la forma
en que se sintió al ver a Ballora. Sin embargo, sintió que alcanzaba las gafas
de cartón y se las ponía. Sintió el mareo familiar, se apoyó contra un árbol
y miró hacia el bosque frente a ella, donde la luz del sol brillaba a través de
los huecos de las ramas.
Allí estaba Ballora, haciendo piruetas entre las coloridas hojas otoñales.
Mientras giraba, las hojas brillantes fueron absorbidas por su vórtice.
Volaron a su alrededor, al principio suavemente, luego más rápido, como
si estuvieran atrapadas en un torbellino.
Durante unos segundos, Kasey admiró la belleza, pero luego pensó:
Espera.
Si Ballora es sólo una imagen, un holograma, ¿cómo está manipulando a
los objetos que la rodean? No tiene sentido.
Además, ¿no estaba Ballora más cerca de Kasey que ayer? Parecía que
sí. La imagen era más clara, por un lado. No tan borrosa, podía ver las
articulaciones en los brazos y piernas de la figura parecida a una muñeca,
podía ver los ojos azules y los labios rojos en la cara blanca. La cara pintada
parecía un payaso, pero a diferencia de la mayoría de los payasos, Ballora
no sonreía. Los ojos azules vacíos no parpadeaban, pero de alguna manera
Kasey sintió que la estaban mirando. Ballora estaba mirando a Kasey y no
le gustó lo que vio.
De repente, Kasey no pudo recuperar el aliento. Se dobló, temiendo
desmayarse. ¿Por qué estaba asustada por un estúpido juguete? Se quitó las
gafas y se las guardó en el bolsillo de la chaqueta. Estaba siendo ridícula y
tenía que detenerse. Si quería sobrevivir, tenía que mantener la cabeza fría
en todo momento.
Debería volver al almacén y hablar con los chicos. Necesitaba conocer
los planes para esta noche.

☆☆☆
Después de la medianoche, Kasey, Jack y AJ fueron a los clubes. No
entraron en ellos, sino que se escondieron en la oscuridad del exterior.
Los chicos habían apuntado a un par de bares diferentes, y Kasey estaba
esperando en el callejón afuera de un club de baile frecuentado por muchos
estudiantes universitarios, con los bolsillos y las carteras llenas con el
dinero de su mamá y su papá.
Vio a su objetivo. La chica llevaba un vestido corto de color rosa claro
con tacones rosas increíblemente altos. Su bolso era de diseñador, del
mismo tono de rosa que el vestido y los zapatos, colgaba de una correa
delgada que le colgaba del hombro. La chica de vestido rosa estaba
hablando en voz alta y riendo con su novio.
Kasey tenía una herramienta para trabajos como estos, un par de tijeras
fuertes que podían cortar la correa de un bolso de cuero como si solo
estuviera hecho de papel. Sacó las tijeras y se interpuso entre la multitud.
Se deslizó detrás de la chica y colocó las tijeras para cortar la correa.
Mientras cortaba, alguien chocó con ella por detrás. Ella resbaló y la punta
de las afiladas tijeras encontró carne. Cuando Kasey agarró el bolso, vio un
corte superficial pero ensangrentado en el brazo de la chica.
—¡Ay! ¿Qué pasó? —gritó—. Oye, mi bolso…
Kasey corrió.
Corrió hasta estar segura de que había puesto suficiente distancia entre
ella y su víctima, luego redujo la velocidad a un paseo casual, metiendo el
bolso de noche rosa dentro de su chaqueta.
En su mente, Kasey seguía viendo el brazo de la chica cortado por las
tijeras, la sangre roja vívida contra la piel pálida.
Kasey no había tenido la intención de lastimarla. Claro, que te arrebaten
el bolso podría asustarte un poco, podría ser un inconveniente, pero no
causa ningún daño físico.
Kasey había robado a docenas, tal vez incluso cientos, de personas, pero
nunca había lastimado a nadie físicamente hasta esta noche. Derramar
sangre cambió las cosas.
«Fue un accidente», pensó Kasey. ¿Pero realmente lo fue? La chica no
se habría cortado si Kasey no se hubiera abalanzado sobre ella con las
tijeras. Kasey no había tenido la intención de cortarla, pero no podía decir
exactamente que fuera inocente.
Kasey golpeó a los otros chicos para que regresaran al almacén. Agarró
una linterna y se sentó en su saco de dormir para ver lo que había anotado.
Abrió el bolso rosa y sacó su contenido: una licencia de conducir, un lápiz
labial y un billete de veinte dólares que, de acuerdo con las reglas del Den
de los Ladrones, tendría que dividirse en tres.
Kasey volvió a guardar los artículos en el bolso y suspiró. No había
valido la pena el esfuerzo ni el derramamiento de sangre. Se acomodó en
su saco de dormir, pero pasó mucho tiempo hasta que se durmió.
☆☆☆
Al día siguiente, Kasey, Jack y AJ caminaron hacia el centro, buscando
posibles lugares para un trabajo. Pasaron por el parque donde Kasey había
visto a Ballora.
Kasey miró hacia un bosquecillo de árboles y vio que las hojas se
elevaban y giraban como lo habían hecho alrededor de la muñeca bailarina.
Se puso las gafas y ahí estaba Ballora, más cerca que antes. Ella se estaba
acercando cada día. Si Kasey pudiera hacer que los chicos vieran la muñeca,
se sentiría mucho mejor. Kasey se quitó las gafas y se apresuró a alcanzar
a Jack y AJ.
—Esperen, chicos —dijo Kasey. Ella le tendió las gafas—. Ponte esto y
mira allí, justo en medio de esos árboles.
—¿De nuevo? —preguntó AJ—. Yo no veo nada. Te quiero como a una
hermana, Kasey, pero he terminado con esta rareza.
Jack puso los ojos en blanco pero dijo—: Está bien. Dámelos a mí. —Se
los puso y miró hacia donde apuntaba Kasey—. Nada.
—¿Nada? —el corazón de Kasey se hundió.
—Nada —dijo Jack—. A mi modo de ver, hay dos soluciones a este
problema. Uno es encerrarte en una habitación blanda, y el otro es… esto.
Dejó caer las gafas en un bote de basura cercano—. Problema resuelto.
¿Okey?
Kasey sintió una oleada de alivio invadirla. Jack tenía razón. Sin gafas, no
había problema.
—Okey. —Incluso sintió que sonreía un poco—. Gracias, Jack.
—De nada —respondió Jack—. Ahora tienes que enfocarte. La Guarida
de los Ladrones necesita tu ingenio rápido y tus dedos ágiles. No más
locuras por cosas raras.
Kasey asintió. No podía creer que se hubiera dejado desmoronar por
culpa de un juguete barato.
—Ingenio rápido y dedos ágiles. Los tengo —dijo Kasey, moviendo los
dedos—. ¿Por qué no tomamos el autobús al All-Mart y vemos si podemos
hacer funcionar la tarjeta de crédito de esa señora?
—Excelente idea —dijo Jack—. ¿Ves? Ya estás mejor.
Los chicos se dirigieron hacia la parada del autobús, pero Kasey vaciló.
Las gafas fueron lo que le hizo ver a Ballora. Al deshacerse de ellas, no vería
a Ballora. Pero eso no significaba que Ballora no estaría allí. Todavía podría
seguir a Kasey, acercándose a ella todos los días, pero Kasey no tendría
forma de saber dónde estaba. La idea de una Ballora invisible era más
aterradora que la idea de una visible. Kasey metió la mano en el bote de
basura, recuperó las gafas y se las guardó en el bolsillo antes de correr
hacia la parada del autobús.
En la gran tienda, Kasey eligió un nuevo par de botas: pesadas, cómodas
y prácticas. Todos agarraron paquetes de calcetines, ropa interior y
camisetas. Comprar demasiadas cosas despertaría sospechas, por lo que
trataron de limitarse a las cosas que más necesitaban.
Como siempre, Kasey fue la que hizo la compra por su rostro honesto.
Sin embargo, su rostro no importaba mucho, porque la cajera llamó a los
artículos sin mirarla y luego preguntó robóticamente—: ¿Débito, crédito o
efectivo?
—Crédito —dijo Kasey, sosteniendo la tarjeta robada.
La mujer escaneó la tarjeta en la máquina, frunció el ceño y volvió a
intentarlo.
—Lo siento, señora. Esta tarjeta ha sido rechazada. ¿Tiene otra tarjeta
que le gustaría usar hoy?
—No gracias. —Kasey agarró la tarjeta inútil, abandonó sus intentos de
compra y caminó rápidamente hacia la puerta principal donde Jack y AJ
estaban esperando—. Rechazada.
—Bueno, eso apesta —dijo Jack mientras salían por la puerta. AJ negó
con la cabeza. La señora debe haber denunciado que se la robaron. Qué
pena. Tenía muchas ganas de estrenar calcetines y ropa interior nuevas.
—Sólo queda una cosa por hacer —dijo Kasey. Sacó sus grandes tijeras,
cortó la tarjeta en pequeños pedazos y esparció el confeti en el bote de
basura más cercano.
De regreso al almacén, pasaron por el parque. Kasey escuchó el susurro
de las hojas y miró hacia arriba para verlas arremolinándose, pero eso no
significaba que Ballora estuviera allí, se dijo a sí misma. Apretó los puños
para evitar sacar las gafas del bolsillo. El remolino de hojas sólo significaba
que era un día ventoso de otoño. Eso era todo.

☆☆☆
El trabajo de esta noche tenía que compensar su racha de mala suerte.
Se sentaron acurrucados en el almacén, comiendo ravioles enlatados con
las manos y tratando de pensar en su próximo movimiento.
—Podríamos probar la pizzería de nuevo —dijo Jack—. La gente lleva
dinero en efectivo a esos lugares.
—No. —La respuesta de Kasey fue automática y contundente.
—¿Por qué no? —preguntó Jack—. ¿Tienes miedo de que acabes con
algún juguete poseído aterrador?
—No es eso —respondió Kasey. Probablemente se merecía la burla.
Había dejado que la cosa de las gafas se saliera de control—. Simplemente
no me gusta involucrar a los niños, ¿de acuerdo?
—No hemos ido a la estación de tren en un tiempo —dijo AJ—. Es muy
fácil mezclarse con la multitud allí y apoderarse de algunos bolsillos. Podría
ser una buena forma de recuperar tu confianza, Kasey.
—Sí, hagámoslo —dijo Kasey. Eso era lo que necesitaba. Un trabajo
sencillo.

☆☆☆
Ni siquiera tuvieron que entrar a la estación, sólo esperaron hasta la
hora punta cuando un grupo de personas salieron por la salida de la
estación y luego se metieron entre la multitud sin ser vistos. Kasey se abrió
paso entre la masa de gente, buscando hombres de negocios de aspecto
próspero con bultos en forma de billetera en los bolsillos traseros. Ella
acababa de encontrar uno y lo estaba alcanzando cuando alguien la agarró
del brazo. Se sobresaltó, luego vio que era Jack. Él articuló la palabra Vamos.
Cuando vio las luces azules parpadeantes, lo entendió.
Un coche de policía se había detenido junto a la acera. Kasey, AJ y Jack
caminaron con la multitud, agradable y casualmente, como si ellos mismos
acabaran de bajarse del tren. Kasey no respiró tranquilamente hasta que la
luz azul estuvo detrás de ellos.
—¿Pudo haber sido peor este día? —preguntó Jack una vez que
estuvieron de vuelta en el almacén.
—La mala suerte siempre viene de tres en tres —dijo AJ, levantando
tres dedos.
—Así que tenemos dos abajo y uno para ir.
—No creo en la superstición —dijo Jack—. Nada de gatos negros o
espejos rotos. Nada de eso.
Hacía frío en el almacén, era más cálido que afuera, pero todavía no
hacía calor.
Kasey decidió dejar su chaqueta puesta. Cada vez hacía más frío por las
noches, y sus manos estaban frías. Pronto tendría que comprar o robar
unos guantes. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta para
calentarse. Allí estaban las gafas. ¿Dónde estaba Ballora? ¿Ballora estaba a
punto de atraparla? ¿Era esa la tercera mala suerte? Su corazón latía con
pánico, y pasó corriendo junto a Jack y AJ, fuera del almacén. Ahora el frío
era la menor de sus preocupaciones.
Afuera, se llevó las manos a la cabeza y se paseó de un lado a otro.
Finalmente, con una mano temblorosa, metió la mano en el bolsillo y sacó
las gafas.
Como no pudo evitarlo, se las puso. Allí, bajo el rayo de luz de una
farola a sólo unos metros de distancia, Ballora dio vueltas. Estaba más cerca
de lo que nunca había estado antes. Kasey podía ver cada articulación de
su cuerpo, cada detalle de su rostro, torso y tutú. Era hermosa y horrible
al mismo tiempo, y definitivamente se estaba acercando.
Kasey se quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo. Se sentó en la acera
fría y húmeda y trató de pensar. Cada vez que había visto a Ballora, había
estado un poco más cerca. ¿Qué iba a pasar cuando Ballora se acercara lo
suficiente para tocarla? ¿Podría Ballora atraparla?
Kasey sintió que estaba esperando un castigo. No sabía si sería rápido y
seguro o largo y tortuoso. Ella no quería saber.
Tiene que haber una forma de escapar, pensó Kasey. Ballora había
aparecido por primera vez afuera del Circus Baby's Pizza World, en la
escena en la que Kasey había robado los vasos. Desde entonces, Ballora la
había acechado por toda la ciudad. Tal vez, pensó Kasey, Ballora sólo
podría seguirla en la ciudad donde había ocurrido el crimen. Tal vez si
pudiera irse, ir a otro lugar, podría dejar a Ballora atrás.
Valia la pena el intento.
Kasey esperó hasta que Jack y AJ se durmieron, luego se coló en el
almacén y silenciosamente enrolló su saco de dormir, agarrando su mochila
de pertenencias. Ella tomó su parte del dinero del escondite de la Guarida
de los Ladrones y dejó a Jack y AJ el resto. Ella no les robaría. Habían sido
como hermanos para ella, molestos a veces, pero buenos a su manera.
Fue un largo paseo hasta la estación de autobuses. Miró la lista de salidas.
El siguiente autobús que salía se dirigía a Memphis a las 6 a.m. Ella supuso
que iba a Memphis. Compró un boleto, que le costó la mitad de todo su
dinero, luego se instaló en un banco para intentar dormir un par de horas.
Se despertó a las 4:30, consciente de que había alguien cerca de ella. Agarró
su mochila para proteger sus pertenencias de personas como ella.
—Lo siento. No era mi intención despertarte. —La voz pertenecía a
una anciana de cabello gris y piel un par de tonos más oscura que la de
Kasey.
Llevaba un vestido de flores de color amarillo mantequilla y un
sombrero a juego. Parecía que iba a la iglesia.
—Está bien —dijo Kasey—. Necesitaba despertar de todos modos. Mi
autobús sale en una hora y media.
—¿A dónde te diriges? —La dama se sentó junto a Kasey.
Por un segundo, Kasey se preguntó si debería decírselo, pero el tono
de la anciana era tan amable que no vio el daño en eso.
—Memphis.
—Oh, no será un viaje demasiado largo —dijo la señora—. Me voy a
Chicago para ver a mi hijo, a mi nuera y a mis nietos. Será una visita
agradable una vez que llegue allí, pero será un largo viaje en autobús.
¿Tienes familia en Memphis?
—No, señora. Sólo estoy buscando un nuevo comienzo. —No era
como si pudiera decirle a la anciana que estaba huyendo de una muñeca
bailarina que posiblemente quería hacerle daño. Eso haría que la anciana se
moviera del banco muy rápido.
—¿Tienes un trabajo preparado? —preguntó la anciana.
—No, pero encontraré algo. Siempre lo hago.
—Bien por ti —dijo la dama, acariciando el brazo de Kasey—. Me gusta
ver a una persona joven con algo de coraje. —Cogió una gran bolsa de paja
y empezó a rebuscar en ella—. ¿Tienes hambre, cariño? Empaqué suficiente
desayuno, almuerzo y cena para un ejército. No hay forma de que esté
pagando la comida de la estación de autobuses. Es caro, sabe mal y es mala
para para la salud.
Kasey tenía hambre. No se había dado cuenta hasta que la dama
mencionó la comida.
—Sólo un poco, sí. Pero no tiene que compartir si no…
—Tengo mucha, cariño. —De la bolsa sacó una pequeña botella de jugo
de naranja, frío y húmedo por la condensación. Luego le entregó a Kasey
algo envuelto en papel de aluminio—. Galleta de jamón. No eres una de
esas jóvenes que no comen cerdo, ¿verdad?
—No, señora. Me comeré cualquier cosa que me pongan delante.
Gracias. —La galleta era casera y esponjosa, y el jamón tenía la cantidad
justa de dulce y salado. Era la mejor comida que Kasey había comido en
mucho tiempo—. Está delicioso.
—Me alegro de que te guste. —La anciana le dio una palmada en el
brazo a Kasey una vez más y luego se levantó rígidamente del banco. Será
mejor que vaya al baño de mujeres antes de subir al autobús. Esos baños
en el autobús no son divertidos. Me gusta un baño que se queda quieto.
Kasey se rio.
—Estoy de acuerdo. —Fue la conversación más agradable que
recordaba haber tenido en mucho tiempo.
La anciana miró a Kasey durante un largo rato.
—Escucha, sé que no soy nadie para ti, pero ya que no voy a volver a
verte, podría decir lo que pienso. Pareces una joven que está huyendo de
algo. En mi experiencia, a veces, si intentas huir de tus problemas, esos
problemas simplemente terminan siguiéndote. ¿Lo entiendes?
Kasey asintió. No podía mirar a la dama a los ojos.
—Es mejor construir puentes que quemarlos, cariño. Recuérdalo.
La anciana se alejó tambaleándose y Kasey sintió un escalofrío ante la
perspectiva de que sus problemas la siguieran. De Ballora siguiéndola.
Esperaba con todo su corazón que la anciana estuviera equivocada.
Kasey durmió durante la mayor parte del largo viaje en autobús,
despertando ocasionalmente para mirar por la ventana el paisaje que
pasaba. Este era el viaje más largo que había hecho en su vida, así que bien
podría disfrutar del paisaje.
Cuanto más viajaba, más esperanzada se sentía. Un nuevo comienzo.
Eso es lo que le dijo a la anciana, y tal vez realmente sería así.
No más robar, no más vivir con miedo, no más ser acosada por una
muñeca bailarina espeluznante que gira.

☆☆☆
Kasey salió de la estación de autobuses y se sumergió en el sol de
Memphis. El letrero en un motel de color aguamarina en ruinas llamado
Best Choice Inn anunciaba habitaciones por $29,99 la noche. Kasey dudaba
seriamente que fuera la mejor opción, pero era mejor que dormir en la
calle y tenía cuarenta dólares en el bolsillo.
Entró en la oscura oficina del motel y entregó un diez y un veinte a una
mujer demacrada que vestía bata de casa y pantuflas.
La habitación tenía paneles baratos de décadas de antigüedad y una
alfombra que alguna vez estuvo bronceada manchada por huéspedes
descuidados de muchos años. Pero había una cama doble y televisión por
cable y un baño que Kasey podía tener para ella sola.
El primer paso en su nuevo comienzo era una ducha.
Kasey dejó que el agua caliente le golpeara el cuello y los hombros. No
recordaba la última vez que se había lavado el cabello y usó todo el frasco
de champú que le había dado el motel para enjabonarse las trenzas y el
cuero cabelludo. Se enjabonó de la cabeza a los pies y dejó que los chorros
de agua caliente la enjuagaran.
Era el cielo. Kasey siempre trató de mantener su higiene, viviendo en la
calle, pero no había forma de que las toallitas para bebés y el lavabo de un
baño de comida rápida pudieran compararse con una verdadera ducha
caliente.
Después de secarse, se cepilló los dientes y se puso la ropa más limpia
que tenía. Era hora de encontrar su nuevo comienzo.
Caminando por las calles de Memphis, se encontró con un antiguo
restaurante llamado Royal Café que tenía un letrero escrito a mano en la
ventana que decía: SE BUSCA AYUDANTE. El café no era mejor que el motel
donde se alojaba, pero era la mejor opción, tenía que ser realista.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había tenido un trabajo de
verdad?
No desde su época en Famous Fried Chicken, donde había robado esos
veinte dólares y había comenzado su vida delictiva.
Dentro del Royal Café, una camarera rubia teñida que podría haber
tenido entre treinta y cinco y sesenta y cinco años dijo—: Siéntate donde
quieras.
—Estoy aquí por el trabajo.
La camarera giró la cabeza y gritó—: ¡Jimmy!
Un hombre de piel aceitunada y ojos cansados salió de la cocina
secándose las manos con una toalla. Su delantal estaba manchado con grasa
de varias edades.
—¿Sí?
—Ella está aquí por el trabajo —dijo la camarera. Su tono implicaba que
no creía que Kasey fuera una buena candidata.
—¿Alguna vez has limpiado las mesas y has lavado los platos? —preguntó
el hombre, presumiblemente Jimmy.
—Por supuesto —dijo Kasey. No lo había hecho, pero ¿qué tan difícil
podría ser?
—Esas bandejas y platos pueden ser bastante pesados. ¿Crees que
puedes manejarlos? Eres una cosa diminuta.
—Soy pequeña, pero soy fuerte.
Él sonrió un poco.
—¿Tienes un nombre?
—Kasey.
—¿Cuándo puedes empezar, Kasey?
No fue una entrevista muy exigente. Ni siquiera le había dicho su
apellido.
—¿Cuándo me necesitaría?
—¿Qué tal ahora?
No era como si tuviera otra cosa que hacer. Bien podría empezar a
ganar dinero de inmediato.
—Me parece bien. ¿Pero no necesito entrenamiento o algo así?
Jimmy la miró como si acabara de hacer una pregunta estúpida.
—Tienes una bandeja. Quitas los platos de las mesas y los pones en la
bandeja. Llevas los platos a la cocina, los enjuagas con agua caliente en el
fregadero, luego los colocas en el lavavajillas y lo enciendes. Cuando los
platos están limpios, descargas el lavavajillas y apilas los platos en los
estantes. ¿Lo tienes?
—Sí, señor.
—Bien. Ese fue tu entrenamiento. Es el salario mínimo, que se paga en
efectivo al final de la semana. De siete a dos de lunes a viernes, con una
comida gratis por turno. ¿Te parece bien?
—Sí, señor. —La paga era baja, pero saldría del trabajo a las dos y una
comida caliente gratis todos los días la ayudaría mucho.
—Bien. Ponte a trabajar.

☆☆☆
El trabajo no estuvo tan mal. Jimmy gritó mucho, pero nunca fue nada
personal. Kasey pudo alquilar su habitación en el Best Choice Inn por una
semana. Aprovechó el lavadero, la ducha y la televisión por cable, y una
gran comida al día en el restaurante contribuyó en gran medida a
mantenerla alimentada. Además, Jimmy era un buen cocinero. Dijo que
estaba demasiado delgada y que sus platos azules especiales de pastel de
carne, pavo y aderezo comenzaban a ponerle un poco de carne en los
huesos. El trabajo era físicamente duro pero lo suficientemente absurdo
como para poder soñar despierta con lo que quisiera.
Su único problema en el trabajo era que Brenda, la mesera que había
conocido la primera vez que entró al lugar, parecía no haberle gustado.
—¿Es ese tu verdadero nombre, Kasey? —le preguntó Brenda un día
mientras Kasey estaba recogiendo una mesa.
—Lo es. —Ella no miró hacia arriba, simplemente siguió cargando platos
en la bandeja.
—Me lo preguntaba porque ni siquiera le diste a Jimmy tu apellido.
Puede que él no tenga sentido común, pero yo sí.
—¿Eso es verdad? —preguntó Kasey, tirando los cubiertos en la bandeja
con estrépito.
—Me pareces sospechosa —le dijo Brenda, mirándola con los ojos
entrecerrados—. Es como si estuvieras escondiendo algo.
—Todo el mundo esconde algo —dijo Kasey a la ligera, recogiendo la
pesada bandeja—. Incluso si es sólo su ropa interior vieja y perforada
debajo de la ropa.
Llevó la bandeja del autobús llena a la cocina. No había manera de que
Brenda pudiera averiguar sobre el pasado de Kasey como ladrona.
Afortunadamente, no tenía registros de arrestos ya que nunca la habían
capturado. Aun así, Brenda hizo que Kasey se sintiera como si la estuvieran
observando, y era una sensación que a Kasey no le gustaba.
Una tarde, cuando Kasey estaba recogiendo mesas, vio dos billetes de
cinco dólares debajo del salero y el pimentero.
Los dos cinco dólares le recordaron ese billete de veinte que levantó
con tanta facilidad en el Famous Fried Chicken.
Le picaban los dedos.
Brenda había salido a tomar un descanso de cinco minutos y Kasey
estaba segura de que no había visto el dinero.
Con un movimiento rápido, tomó un billete y dejó el otro donde estaba.
En realidad, no era un robo, decidió Kasey. Simplemente dividía la
propina cincuenta por ciento entre la persona que servía al cliente y la
persona que limpiaba los desechos del cliente. La limpieza también era más
difícil. Los clientes eran desordenados. Dividir la propina era
perfectamente justo.
Kasey se prometió a sí misma que no tendría el hábito de aceptar
propinas.
Y no lo hizo, en realidad no. Sólo robaba cuando Brenda estaba en un
descanso o mirando hacia otro lado, y nunca tomaba toda la propina. Si un
cliente dejaba tres dólares, Kasey tomaba uno. Si un cliente dejaba siete,
Kasey tomaba dos. No era mucho, pero le ayudaba con las pequeñas cosas:
lavar la ropa en el motel, comprar bocadillos y refrescos para comer
cuando miraba la televisión.
Y además, Brenda siempre era mala con ella. Tomar un poco de su
propina era como recibir un pago extra por un trabajo peligroso.

☆☆☆
Hoy, Kasey se sintió inusualmente hambrienta cuando caminaba hacia el
trabajo. Ignoró las hojas otoñales que se arremolinaban cerca de ella y dejó
sus gafas en el bolsillo de su chaqueta.
Se obligó a no pensar en Ballora, sino en la comida.
Por lo general, tomaba una comida gratis por turno en el almuerzo, pero
hoy pensó que podría pedir el desayuno en su lugar. Decidió pedir el
desayuno especial. Tres tortitas de suero de leche, dos huevos por
encargo, tocino y patatas fritas caseras. Esta mañana iba a salir temprano,
así que tendría tiempo de comer antes de que llegaran los primeros
clientes.
Cuando entró al restaurante, Jimmy y Brenda estaban sentados juntos
en un reservado, como si la estuvieran esperando. No parecían felices.
—Kasey, me alegro de que hayas llegado temprano —dijo Jimmy,
haciéndole un gesto para que se sentara frente a ellos—. Necesitamos
hablar.
Según la experiencia de Kasey, cuando alguien decía que tenían que
hablar, las palabras que venían después no iban a ser buenas. Nadie nunca
decía: Necesitamos hablar. Entonces, ¿qué tal un aumento y este plato de
galletas calientes?
Con una sensación de hundimiento, Kasey se sentó.
Jimmy cruzó las manos frente a él.
—Brenda me ha dicho que, desde que empezaste a trabajar aquí, ha
estado recibiendo mucho menos dinero en propinas. ¿Sabes algo sobre
eso?
El hambre en el estómago de Kasey fue reemplazada por miedo.
—¿Cómo se supone que voy a saber lo que Brenda gana en propinas?
—Bueno, los clientes dejan sus propinas sobre la mesa y, a veces, el
dinero todavía está sobre la mesa cuando la limpias, así que–
—¡Sé que has estado robando mis propinas de la mesa! —Interrumpió
Brenda. Su rostro estaba rojo de rabia—. No todo el dinero, pero lo
suficiente para que pienses que no me daría cuenta. ¡Pero me doy cuenta!
Conozco a mis clientes habituales. Sé lo que piden y sé cuánto dan de
propina.
Kasey recordó la primera regla de la guarida de los ladrones: si se
sospecha o se descubre, niega, niega, niega.
—Mira, Brenda, sé que no te agradaba desde el momento en que entré
por la puerta. Y está bien. No es necesario que te agrade, pero eso no
significa que tengas derecho a acusarme de cosas de las que no sé nada.
—¿Ves? —Brenda le dio un codazo a Jimmy—. Como dije, lo evade.
¿No vas a despedirla?
Jimmy cerró los ojos y se masajeó las sienes como si tuviera el peor
dolor de cabeza del mundo.
Estuvo callado tanto tiempo que Kasey finalmente rompió el silencio y
dijo—: ¿Me estás despidiendo, Jimmy?
Jimmy abrió los ojos.
—No estás siendo despedida. Estarás siendo vigilada. Si lo que dice
Brenda es verdad, deja de hacerlo o serás despedida. Ahora vuelve al
trabajo.
—Sí, señor.
—¿Dejar de hacerlo? —preguntó Brenda—. ¿Eso es todo?
—Como dije, la estaré vigilando —respondió Jimmy, luego miró hacia
la puerta.
—Aquí viene la multitud de la madrugada. Será mejor que te pongas a
trabajar también.

☆☆☆
De camino a casa, Kasey pasó por una zona cubierta de hierba donde
las hojas otoñales se elevaban y formaban un círculo. Bien, se dijo a sí
misma, y se puso las gafas. Allí estaba Ballora, girando más cerca que nunca.
Claramente, no había forma de escapar de ella.
El mareo se apoderó de Kasey.
—¿Por qué? —gritó ella—. ¿Por qué sigues siguiéndome? —Varias
personas se voltearon a mirarla como si estuviera loca. ¿Estaba loca? Ella
ni siquiera estaba segura.
Esa noche, Kasey soñó que estaba sentada en un asiento de terciopelo
rojo en un hermoso teatro con un techo abovedado dorado. El teatro
estaba vacío excepto por Kasey. Las luces se apagaron, enviando la
habitación a la oscuridad, y la música orquestal aumentó.
Las luces se encendieron en el escenario y Ballora bailó de puntillas.
Bailó hacia el lado izquierdo del escenario, y una enorme pancarta de salín
púrpura y oro se desenrolló del techo. Estaba impresa en letras elegantes
con la palabra MENTIROSA. Ballora se llevó las manos a las mejillas como
asustada y luego levantó los brazos para hacer una larga pirueta. Bailó hacia
el lado derecho del escenario, donde se desenrolló otra gran pancarta
púrpura y dorada. Esta estaba impresa con la palabra LADRÓNA. Ballora se
llevó las manos a las mejillas de nuevo, luego bailó hasta el centro del
escenario, giró y miró directamente a Kasey. La señaló y una pancarta más
se desplegó en el centro del escenario. Ésta decía: TÚ. Kasey se despertó
jadeando, sudando frío. Se levantó, se puso algo de ropa, abrió de un tirón
los cajones de la cómoda y metió el resto de la ropa en la mochila junto
con la lata de café con el dinero que había ahorrado trabajando en el Royal
Café. No podía volver allí. La habían descubierto.
Dejó un par de billetes en la mesita de noche para cubrir el resto del
alquiler y luego caminó hacia la estación de autobuses.
El aire fresco la calmó un poco. Metió las manos en los bolsillos.
Allí estaban las gafas. Decidió echar un último vistazo. Esta vez, ella
realmente estaba dejando atrás a Ballora. Con mano temblorosa, los sacó
y se las puso.
Ballora estaba bailando a pocos metros de ella. Kasey podía ver cada
bisagra, cada pequeño defecto en el trabajo de pintura. Si caminaba veinte
pasos, las dos estarían lo suficientemente cerca como para tocarse. Kasey
se estremeció y se quitó las gafas.
«Está bien, lo entiendo. Realmente no comencé de nuevo. Robé y mentí
al respecto. Pero si puedo alejarme, alejarme de ella, realmente empezaré
de nuevo. Seré una ciudadana modelo».
El próximo autobús que salía de la ciudad iba a Nashville. «Nashville.
¿Por qué no? Una nueva ciudad, un nuevo trabajo, un nuevo comienzo. De
verdad esta vez».
Una vez que se acomodó en el autobús, Kasey se hundió en un sueño
sin sueños.
☆☆☆
El Music City Motel, donde Kasey alquiló una habitación, tenía los
mismos paneles baratos y la misma alfombra manchada que el motel de
Memphis, pero costaba cinco dólares más la noche. Tumbada en el colchón
lleno de bultos, mirando los anuncios de búsqueda en el periódico, Kasey
se dijo a sí misma que necesitaba hacer una vida real. Necesitaba vivir en
lugar de simplemente sobrevivir. Necesitaba un trabajo que pudiera darle
algún tipo de futuro. Necesitaba hacer algunos amigos, ahorrar algo de
dinero y conseguir ese pequeño apartamento con el que había soñado
cuando era niña. Tal vez podría volver a la escuela por la noche y obtener
su diploma. Y podría conseguir un perro. Ella todavía quería un perro.
Al examinar los anuncios de búsqueda, uno le llamó la atención:
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Responda a las llamadas entrantes de una importante empresa


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Debe poder trabajar en un entorno ajetreado y acelerado.
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mérito.
Entrevistas abiertas lunes hasta el viernes, de 9:00 a. m. a 2:00 p. m.
Sonaba mejor que lavar los platos. Pero Kasey no tenía nada que
ponerse para una entrevista de un trabajo de oficina. Recordó una clase de
comunicación empresarial que había tomado en la escuela secundaria. El
libro de texto tenía un capítulo completo sobre cómo vestirse y
presentarse para una entrevista de trabajo. Los jeans rotos y descoloridos
y las botas viejas reparadas con cinta adhesiva definitivamente no estaban
en la lista de prendas aceptables.
Kasey sacó la lata de café de donde la había escondido en el cajón de la
cómoda. Dejó todo su dinero en la cama y lo contó. $229,76.
Cuando apartó lo que tendría que pagar por la habitación y los pocos
comestibles que compraría, eso la dejó con 44,76 dólares. Seguramente
podría comprar algo para ponerse con eso.
Salió a pie en busca de una tienda. Supuso que las bonitas tiendas de
ropa no estarían en este lado de la ciudad, con sus moteles baratos, casas
de empeño y oficinas de fianzas. No quería gastar su escaso dinero en un
viaje en autobús al centro comercial. Además, de todos modos, no podría
pagar nada en una de las bonitas tiendas.
Después de una hora de caminar, le dolían los pies con sus botas
maltratadas, encontró una tienda llamada Unique Fashions. En la ventana,
maniquíes calvos, blancos y sin rostro modelaban coloridos vestidos.
Seguramente una tienda en este vecindario no sería demasiado cara.
Kasey abrió la puerta y se sobresaltó un poco cuando sonó una
campana. Pasó junto a un espejo que le llegaba hasta el suelo y se vio a sí
misma como debía verse para otras personas: su ropa era vieja, holgada y
mal ajustada, con su rostro cansado para su edad. No parecía pertenecer
a esta tienda con sus luces brillantes y elegantes estantes de vestidos, blusas
y faldas. Quizás debería irse.
—Dime si hay algo en lo que pueda ayudarte, cariño —dijo la mujer
detrás del mostrador. Tenía alrededor de la edad de la madre de Kasey,
vestía un vestido amarillo canario con una bufanda brillante y maquillaje
perfectamente aplicado.
Kasey se preguntó si alguna vez se vería tan ordenada.
—No gracias —dijo.
Kasey hojeó los estantes de ropa, sin estar segura de qué sería lo mejor
para una entrevista de trabajo, ni siquiera estaba segura de qué talla era.
Finalmente, encontró un vestido carmesí salpicado de flores color crema.
Recordó que una vez un chico lindo en la escuela secundaria le había dicho
que el rojo era su color. Sabía que le quedaría bien.
La vendedora que había estado en la caja registradora apareció a su lado
como por arte de magia.
—¿Quieres probártelo, cariño?
Kasey asintió.
—El problema es que no me he puesto un vestido durante tanto tiempo
que ni siquiera sé qué talla soy.
La dama la miró de arriba abajo.
—Bueno, eres igual de pequeña como una niña. Probaría con un seis. —
Kasey sonrió—. Ha pasado mucho tiempo desde que tenía seis años, ¡Fue
hace unos tres niños!
—Apuesto a que todavía no tienes ninguno, ¿verdad?
—No, señora, todavía no. —Kasey se aferró al vestido y trató de
imaginar un futuro con un trabajo estable, un lugar cómodo para vivir, tal
vez incluso un esposo e hijos. ¿Podría ese tipo de vida estar en las cartas
para alguien como ella? Era difícil siquiera imaginar cómo sería.
—Los probadores están allá —dijo la vendedora—. Sólo grita si
necesitas algo.
—Gracias. —Kasey se encerró en una de las pequeñas habitaciones y
se quitó las botas, la chaqueta, los jeans y la camiseta. Se pusó el vestido
por la cabeza y se miró en el espejo. La vendedora tenía razón. Kasey era
talla seis. El vestido le quedaba perfectamente, ni demasiado holgado ni
demasiado ajustado, y el estampado carmesí y crema complementaba su
tono de piel. Ella parecía respetable. Como una persona normal que va a
una entrevista de trabajo habitual.
Excepto que se había olvidado de una cosa.
De pie frente al espejo, Kasey se miró los pies descalzos, que
ciertamente no eran aceptables en un trabajo de oficina. No podía llevar
botas maltrechas y encintadas con su bonito vestido nuevo. Había olvidado
que necesitaría zapatos, y los zapatos eran caros.
Sintiéndose desanimada, se quitó el vestido y se puso su ropa vieja y
raída. Sacó el vestido del probador.
Había una pequeña sección de zapatos en la parte trasera de la tienda.
Pensó que también podría ver cuánto costaría un par. Había unos zapatos
bronceados de aspecto decente de su talla a la venta por 21,97 dólares,
pero tampoco podía pagar los zapatos y el vestido, incluso con el precio
con descuento.
Desesperada, presa del pánico, Kasey miró alrededor de la tienda. No
había cámaras de seguridad visibles y la vendedora estaba ocupada
ayudando a otra clienta, una anciana probándose una chaqueta de traje
rosa.
Esta sería la última vez, se prometió Kasey a sí misma. Sólo lo estaba
haciendo para poder ir a la entrevista de trabajo. Enrolló el vestido lo más
pequeño que pudo y lo metió en su mochila. Respiró hondo, agarró la caja
de zapatos con los zapatos planos y se dirigió a la caja registradora. Cuando
la vendedora vino a verla, dijo—: ¿Decidiste no comprar el vestido?
—Sólo esto por hoy —dijo Kasey, entregándole a la vendedora un
billete de veinte y diez.
Al menos estaba pagando los zapatos y no robándolos también, pensó
Kasey. Además, habría sido difícil meterlos en su bolso.
La vendedora le dio a Kasey su cambio, metió la caja de zapatos en una
bolsa y se la entregó.
—Gracias, cariño. Espero que vuelvas pronto a vernos.
Cuando Kasey se acercó a la puerta principal, un zumbido horrible llenó
la tienda. El estómago de Kasey se hizo un nudo de miedo. El vestido debía
tener algún tipo del dispositivo antirrobo que activó la alarma. La habían
atrapado. Nunca antes la habían atrapado.
—Espera un segundo, cariño —llamó la vendedora—. No debí haber
escaneado esos zapatos correctamente.
Kasey estaba a punto de huir, pero afuera de la puerta principal de la
tienda, cientos de hojas otoñales se arremolinaron furiosamente como un
mini tornado.
Kasey no tuvo que ponerse las gafas para saber que Ballora estaba en el
centro de la tempestad. El corazón le latía con fuerza en el pecho.
Kasey sabía que si salía disparada por la puerta, chocaría directamente
con Ballora.
Ella estaba atrapada. De una forma u otra, la atraparon. Al menos si se
quedaba en la tienda, tendría alguna idea de cuáles serían las consecuencias.
Si se entregaba a Ballora, no tenía idea de lo que sucedería.
Seguía imaginando las uñas largas y afiladas de Ballora. Sus dientes.
El zumbido de la alarma lastimó sus oídos, haciéndole imposible pensar
con claridad.
—¿Hay algún problema, Helen? —Otra mujer bien vestida,
probablemente la directora, había salido de la parte trasera de la tienda.
En segundos, el gerente y la vendedora estaban al lado de Kasey.
—Déjame ver tu bolsa por un segundo —dijo la vendedora.
Kasey se lo entregó, esperando que no se dieran cuenta de lo fuerte
que estaba temblando.
La vendedora le mostró el recibo al gerente.
—Mira, ella pagó por su compra.
El gerente miraba a Kasey como si pudiera ver todas las fechorías que
Kasey había cometido.
—Creo que será mejor que revisemos su mochila también. —Se dirigió
hacia Kasey—. Señorita, necesitamos que abra su mochila y nos deje mirar
adentro. Si todo está bien, podrá ir con nuestras disculpas por las
molestias.
Kasey miró hacia afuera. Las hojas se arremolinaban más cerca y más
fuerte, golpeando contra el vidrio de la puerta.
Ella tragó saliva. No había elección.
Kasey abrió su mochila. El carmesí del vestido metido dentro era tan
brillante como la sangre.
—¡Ese es el vestido que se probó! —dijo la vendedora. Ella sonaba
como si el robo de Kasey fue una traición personal.
El gerente agarró a Kasey del brazo.
—Bueno, eso es todo. No tengo más remedio que llamar a la policía.
Kasey miró hacia afuera, a los remolinos de hojas, luego volvió a mirar
los rostros severos de las dos mujeres. Sus ojos se llenaron de lágrimas, lo
cual era extraño porque Kasey no recordaba la última vez que había
llorado. Pero ahora lloraba por todas las cosas que había perdido, por
todas las cosas malas que había hecho y todas las cosas buenas que nunca
había experimentado.
—Por favor —dijo Kasey, sollozando—. No llame a la policía. Yo…
necesito el vestido y los zapatos para una entrevista de trabajo, pero no
tenía suficiente dinero para los dos.
—¿Entonces pensaste que robar el vestido era una buena solución a ese
problema? —El gerente todavía sostenía a Kasey del brazo.
—Sabía que no era una buena solución —dijo Kasey entre lágrimas—.
Fue la única solución que se me ocurrió. Lo siento mucho. —¿De dónde
venían todas estas lágrimas? Era como si fuera una cascada humana.
—Tengo una solución. —Una voz vino de detrás de ellos. Era la anciana
a la que la vendedora había estado ayudando antes. Su cabello estaba
perfectamente peinado y vestía elegantemente con un traje pantalón color
crema—. Le compraré el vestido a la señorita.
—Señora Templeton, no podríamos dejar que hicieras eso —dijo el
gerente.
—Por supuesto que puede —dijo la Sra. Templeton—. Gasto mucho
dinero en esta tienda. Soy un buen cliente y el cliente siempre tiene la
razón. Sonrió al gerente y a la vendedora—. ¿Verdad?
—Bien —dijo el gerente, pero sonaba reacio.
—Bien. —La Sra. Templeton abrió su bolso y sacó su billetera.
—Ahora no es necesario llamar a la policía, y esta joven puede ir a su
entrevista de trabajo.
—¿Qué pasa si no hay una entrevista de trabajo? —dijo el gerente—.
¿Y si ella es mintiendo?
La Sra. Templeton miró a Kasey de arriba abajo.
—Bueno, ese es un riesgo que estoy dispuesta a correr. Pero creo que
está diciendo la verdad. Tiene un rostro honesto. Simplemente estaba en
una situación desesperada y no usó su mejor juicio.
—Gracias —dijo Kasey, las lágrimas aún fluían—. Le devolveré el dinero
cuando pueda.
—Disparates. —La Sra. Templeton rechazó la oferta de Kasey—.
Simplemente ayuda a alguien más cuando lo necesite.
Kasey salió de la tienda entre las hojas arremolinadas.
Mientras caminaba por la calle, todavía lloraba y atraía miradas
preocupadas de los transeúntes. No podía explicarlo, pero sentía que
estaba cambiando, como si algo duro dentro de ella se ablandara y se
rompiera.
Se detuvo en un parque para descansar unos minutos. Estaba cansada
de tanto caminar, de todo el estrés y el miedo. Se sentó en un banco y su
mano se metió en el bolsillo para coger las gafas antes de saber siquiera lo
que estaba haciendo. ¿Había perdido a Ballora después de que la mujer de
la tienda había arreglado las cosas?
No. Ella estaba ahí.
Ballora se paró frente a ella y giró, a sólo un poco más de la distancia
de un brazo. Pareció mirar a Kasey con sus ojos azules en blanco, y luego
giró y giró, creando una brisa que Kasey podía sentir en su rostro. Ella
estaba lo suficientemente cerca para tocarla.
—¿Por qué? —gritó Kasey—. ¿Por qué no puedo deshacerme de ti? —
Se metió las gafas en el bolsillo y echó a correr. Se escapó de Ballora a
pesar de que en su corazón sabía que Ballora estaba allí con ella. Corrió al
Music City Motel y cerró la puerta detrás de ella, jadeando.
Las palabras de la anciana en la estación de autobuses le volvieron de
repente a su mente: «A veces, cuando intentas huir de tus problemas, esos
problemas terminan siguiéndote».
Rascar, rascar. El sonido venía de la ventana. Kasey corrió la cortina y no
vio nada. Luego se puso las gafas. Ballora estaba pegada a la ventana. Su
rostro, bonito desde la distancia, era aterrador de cerca, dividido por la
mitad, con una boca roja abierta y ojos brillantes, ojos que Kasey pensó
que veían directamente en su alma. Las largas uñas pintadas de azul de
Ballora rasparon el cristal con un horrible chirrido metálico. Kasey se
apartó de la ventana.
—Está bien, Ballora. Por favor. Déjame ir primero a esta entrevista de
trabajo. Sé lo que tengo que hacer.
Ballora no dijo nada, sólo observó con sus brillantes ojos azules.
Kasey se sentó en la cama y buscó en su mochila hasta que encontró lo
que estaba buscando: la licencia de conducir de la mujer cuyo bolso había
robado afuera de Circus Baby's Pizza World.

☆☆☆
Sarah Avery. Ese era el nombre en la licencia de conducir. Y aquí, donde
Kasey estaba parada con su nuevo vestido carmesí y zapatos planos color
canela, estaba la dirección de Sarah Avery. Era una casa suburbana de dos
niveles, no demasiado elegante, pero mucho más agradable que cualquier
otro lugar en el que Kasey hubiera vivido.
No había sido fácil llegar aquí sin tarifa de autobús, pero finalmente
Kasey conoció a un conductor de camión de largo recorrido que se dirigía
hacia aquí y estaba dispuesto a dejarla viajar. Kasey se había puesto las gafas
una vez durante el viaje y había visto la cara de Ballora presionada contra
la ventana del lado del pasajero, todavía mirándola.
Mientras Kasey estaba de pie en la pasarela frente a la casa, reuniendo
el coraje para ir y tocar el timbre, las hojas otoñales se arremolinaban a su
alrededor. No se puso las gafas, pero sintió a Ballora detrás de ella,
compartiendo el espacio en el ojo del pequeño tornado. Ballora estaba lo
suficientemente cerca para tocarla, esperando a que Kasey tuviera los
nervios de punta.
Kasey respiró hondo, se acercó a la puerta y tocó el timbre. Las hojas
volaron junto a ella con un zumbido gigante, y sintió una repentina y
desconocida sensación de calma y paz.
Una mujer de cabello castaño abrió la puerta. Llevaba pantalones
deportivos y una camiseta de una carrera de 5 km con fines benéficos.
—¿Hola? —dijo, sonando un poco perpleja.
—Hola. —La voz de Kasey tembló—. No me conoce, y esto es
realmente incómodo. Uh… ¿recuerda esa vez hace un par de meses
cuando le robaron el bolso afuera de Circus Baby's Pizza World?
—Por supuesto. Fue terrible. Nadie olvida algo así. —Frunció el ceño y
miró a Kasey—. ¿Eres… una policía?
Estaba tan desviada que Kasey no pudo evitar sonreír.
—No, en realidad, soy la ladrona que robó su bolso. Ex-ladrona, eso.
La mujer se quedó boquiabierta.
—¿Tú? Pero te ves tan bien… ¿Por qué viniste aquí?
—Vine porque quería darle esto. —Sacó la billetera de Sarah de su
mochila—. Estoy segura de que ya ha reemplazado su licencia, pero la
anterior está ahí. También hay veinte dólares allí, mi primera cuota para
devolver lo que te quité. Tengo un trabajo ahora. Empiezo el lunes. Le
enviaré más dinero después de recibir mi primer cheque de pago.
Sarah tomó la billetera.
—Esto es increíble. ¿Qué te hizo decidir hacer esto?
Kasey pensó en Ballora girando salvajemente.
—Supongo que alguien finalmente me asustó para que hiciera lo
correcto. He cambiado. Quiero decir, todavía estoy cambiando. Y quería
decir que lo siento y preguntar si alguna vez podría perdonarme.
—Por supuesto que puedo. Tan poca gente admite que ha hecho mal.
Es reconfortante recibir una disculpa real. Considérate perdonada. De
hecho, sólo estaba haciendo un poco de té. ¿Te gustaría entrar y tomar
una taza conmigo?
—¿Yo? —preguntó Kasey, como si Sarah pudiera estar hablando con
alguien más—. ¿No tienes miedo de que robe en su casa o algo así?
—De hecho, no. Adelante.
Sarah mantuvo la puerta abierta y Kasey entró en la casa luminosa y
soleada. Un gran perro marrón la saludó moviendo la cola.
En la cocina, la niña que Kasey recordaba de esa noche estaba sentada
a la mesa coloreando un dibujo con crayones. Primero miró a Kasey, luego
a su mamá.
—Mami, ¿conocemos a esta señorita? —preguntó ella.
—No, cariño, pero la estamos conociendo —le respondió Sarah,
vertiendo agua caliente en tazas para el té.
Kasey sonrió. De alguna manera, sintió que se estaba conociendo a sí
misma.
—Soy Kasey —le dijo a la niña.
—Soy Isabella —dijo la niña. Sus ojos eran grandes y azules, pero
brillantes y vivos, no en blanco como los de Ballora.
—Isabella, creo que tengo algo que te pertenece —dijo Kasey.
Isabella saltó de su silla.
—¿Qué es? —Kasey metió la mano en su bolso, sacó las gafas de cartón
y las sostuvo frente a Isabella.
Los grandes ojos azules de Isabella se abrieron aún más. ¡Son mis gafas
Ballora! ¡Son mis gafas Ballora las que me robaron, mami!
Sarah puso dos tazas de té y una taza de jugo sobre la mesa.
—Estás en lo correcto. Dale a Kasey gracias por devolverlas.
—Gracias por devolver mis gafas, Kasey —dijo Isabella, sonriéndole.
Kasey le devolvió la sonrisa.
—No hay de qué. —Kasey sabía que ya no las necesitaba. Y además,
realmente siempre habían pertenecido a Isabella.
Isabella se puso las gafas y dejó escapar un pequeño grito de sorpresa.
—¡Ahí está ella! —dijo Isabella. La niña se quedó quieta un momento
con las gafas puestas y la boca abierta de asombro. Y luego empezó a bailar.
S usie escuchó el crujido de la grava bajo los neumáticos de la vieja
minivan de su familia mientras su madre maniobraba para pasar junto a
Oliver, el gran roble frente a su casa. Susie fue quien nombró a Oliver. Su
hermana, Samantha, pensó que nombrar un árbol era una estupidez. Sus
padres dijeron que normalmente no se hacía, pero eso no significaba que
no pudiera hacerlo. Entonces ella lo hizo.
Oliver era realmente grande. El padre de Susie dijo que Oliver era
mayor que su casa, y eso era muy viejo. La tatarabuela de la mamá de Susie
había nacido en esta casa hace más de 150 años, y para entonces Oliver ya
estaba allí.
—Tan pronto como tengamos los comestibles guardados —dijo la
mamá de Susie —empezaré con la cena—. Habló lentamente, con espacios
extraños entre algunas de sus palabras.
Susie pensó que sonaba como si alguien estuviera tratando de evitar que
su mamá hablara y su mamá estaba trabajando muy duro para hablar de
todos modos.
Susie pensaba en las voces como colores. Su madre solía ser de color
naranja brillante.
Ahora era de un marrón opaco. Había sido este nuevo color durante
mucho tiempo. Susie extrañaba el color antiguo.
—¿Suenan bien los espaguetis? —preguntó la mamá de Susie con la
misma voz inquietante.
Susie no respondió a la pregunta porque no le importaba la cena y sabía
que a Samantha le importaría. Samantha se preocupaba por todo; le gustaba
ser la jefa.
—Creo que deberíamos comer esos fideos curlicue en su lugar —dijo
Samantha.
Susie sonrió. ¿Ves?
La voz de Samantha también había cambiado de color. Nunca había sido
brillante, su voz solía ser una especie de azul pálido, pero ahora era gris.
Susie se volteó y apretó la nariz contra la ventana lateral de la minivan
para poder ver a Oliver con más claridad. Frunció el ceño. Oliver parecía
triste, incluso más de lo que solía estar en esta época del año. Esparcidas
en una corona irregular alrededor de la base de su tronco grueso y nudoso,
hojas de color amarillo pálido y rojo opaco revoloteaban sobre sus raíces
expuestas en la brisa de la tarde. Más de la mitad de las ramas de Oliver
estaban desnudas, incluida la rama gruesa que suspendía el columpio de
Susie. El resto de las ramas que se sostienen tenían hojas del mismo color
que las que yacían en el suelo.
Oliver siempre perdía todas sus hojas en otoño. Tres años antes,
cuando Susie tenía cuatro años y Samantha tres, Susie se molestó mucho
por las hojas que caían del roble. Le dijo a su mamá que el árbol estaba
llorando. Y si el árbol lloraba, se sentía mal, y si se sentía así, necesitaba un
nombre. Fue entonces cuando lo llamó Oliver. Samantha, aunque era un
año más joven, dijo que nombrar un árbol era “frívolo”. Frívolo fue una
palabra que aprendió de Jeanie, su madrina. A Samantha le gustaba
aprender palabras. Le gustaba aprender, y punto. No le gustaban las cosas
frívolas como a Susie.
La mamá de Susie explicó que Oliver no estaba llorando cuando perdió
las hojas. Se estaba preparando para el invierno. Tenía que soltar las hojas
para poder alimentar su tronco durante los meses fríos. Luego, después de
los meses fríos, le crecían hojas nuevas.
—Tiene que soltarse antes de poder volver a crecer. Todos tenemos
que hacer eso a veces.
Susie entendió esto, pero todavía pensaba que Oliver estaba triste. Lo
único que la hacía sentir bien con las hojas que caían eran sus hermosos
colores. Normalmente, las hojas que caían de Oliver eran de color amarillo
dorado y rojo brillante.
Mientras la madre de Susie tiraba de la minivan por un lado de la casa,
Susie se movió para mirar a Oliver. Sus hojas se veían diferentes este año.
Más apagadas y secas.
Susie se preguntó si tendría algo que ver con los elfos que vivían en su
tronco. Ella sonrió. Sabía que Oliver no tenía elfos en su tronco; ella sólo
estaba siendo tonta. Pero una vez le dijo a Samantha que sí, sólo para
molestarla.
Tan pronto como la minivan se detuvo en las escaleras a la izquierda del
porche envolvente, Samantha se desabrochó el cinturón de seguridad y
abrió la puerta.
Samantha siempre tenía prisa.
La mamá de Susie no se movió, incluso después de apagar el motor.
Hacía mucho esto, había notado Susie. Su madre se quedaba atascada,
como si fuera un juguete de cuerda que no se enrolla lo suficiente.
Simplemente se detenía en medio de hacer algo y miraba a lo lejos.
Asustaba a Susie, porque no estaba segura de sí su mamá todavía estaba
allí. Parecía que sí, pero se sentía como si hubiera dejado su cuerpo atrás,
una especie de marcador para mantener su lugar mientras sus
pensamientos llevaban el resto de ella a otro lugar.
El motor del coche hizo tictac un par de veces antes de quedarse en
silencio. Susie olió las cebollas en una de las bolsas de la compra en la parte
trasera de la minivan. Ella también olió algo más. No, no olía. No era su
nariz lo que le dijo que algo estaba en el aire. Fue… ¿qué? ¿Sus otros
sentidos? ¿Qué sentidos?
Jeanie le dijo una vez a Susie que ella era especial, que Susie tenía una
habilidad que la mayoría de los demás no tenían. Estaba “conectada”, dijo
Jeanie. Susie no tenía idea de lo que eso significaba, pero le gustaba cómo
sonaba. Jeanie dijo que esa era la razón por la que Susie sentía cosas que
otras personas no sentían. En ese momento, Susie sentía que algo andaba
mal. Ese algo era como un olor, como el olor de algo… ¿pudriéndose? ¿Se
está volviendo rancio? Susie no estaba segura.
Susie quería decir algo para que su madre se moviera de nuevo, pero
luego notó que Samantha estaba parada junto a la minivan, mirando por la
ventana de Susie. Samantha tenía esa expresión en su rostro, la mirada que
solía usar últimamente. Susie no entendía la mirada. Estaba en parte
enojada, en parte triste y en parte asustada.
La mamá de Susie finalmente se movió. Suspirando, negó con la cabeza
y sacó las llaves del encendido. Cogió su bolso y abrió la puerta.
—Necesitamos llevar estos comestibles adentro. Podría llover.
Susie miró a través del parabrisas hacia las nubes grises que colgaban
más allá del empinado techo verde de la vieja casa. Las nubes eran pesadas
y oscuras.

☆☆☆
La casa grande tenía mucho espacio, así que Susie y Samantha tenían
cada una su propia habitación. Sin embargo, a Susie le gustaba pasar el rato
en la habitación de Samantha. Pensaba que Samantha preferiría que no lo
hiciera, pero aunque a Samantha le gustaba mandar a la gente, no era mala.
A ella y a Susie les gustaba que la gente fuera feliz. Entonces, como a Susie
le gustaba jugar en la habitación de Samantha, Samantha la dejaba.
Sin embargo, Samantha no era tan buena compartiendo otras cosas.
Como juguetes. Ella insistía en que Susie y ella jugaran con sus propios
juguetes.
Susie siempre deseó que ella y Samantha pudieran hacer cosas juntas,
no sólo estar una al lado de la otra. Cuando Susie consiguió su genial juego
de hornear para Navidad hace un par de años, el que tiene todos los
alimentos de plástico divertidos y las ollas y sartenes y el delantal rosa
fuerte, quería jugar al restaurante con Samantha. Pero Samantha no lo hizo.
Ella insistió en jugar en su lugar con su propio kit de construcción. Incluso
si ambas estaban jugando con muñecas, Samantha quería mantener sus
muñecas separadas.
Como ahora. Susie se sentó en la gruesa alfombra azul que yacía en el
suelo junto a la gran cama de Samantha. La alfombra hacía juego con las
cortinas de la ventana que miraba a Oliver. Susie lo miró. Parecía que se le
habían caído algunas hojas más. Las que le quedaban colgaban sin fuerzas a
la tenue luz gris del atardecer.
Frente a ella, las muñecas de Susie estaban dispuestas en bloques
dispuestos en semicírculo. Era un coro, y ella los iba a dirigir, pero primero
tenía que asegurarse de que todos estuvieran en el lugar correcto. Movió
las muñecas, decidiendo quién cantaría qué parte de la canción, tarareando
mientras lo hacía.
Normalmente no tarareaba, su madre lo hacía. Pero no había oído a su
madre tararear en mucho tiempo.
En el lado opuesto de la alfombra, Samantha tenía sus propias muñecas
encaramadas frente a cajas. Las cajas eran “estaciones de trabajo”, dijo
Samantha. Susie no estaba segura de sí las muñecas estaban en la escuela o
en el trabajo. De cualquier manera, estaba bastante claro que las muñecas
de Samantha no se divertirían tanto como las de Susie. ¿Samantha también
veía eso? Tal vez por eso seguía mirando las muñecas y los bloques de
Susie.
Susie cruzó las piernas y miró a su alrededor. La habitación de Samantha
estaba muy organizada, con contenedores de lona azul claro apilados
cuidadosamente en estantes blancos, un gran escritorio blanco con una
lámpara de escritorio de metal súper brillante, la gran cama con su simple
marco de metal y sus cuadros azules y blancos perfectamente hechos,
colcha, las dos ordenadas mesitas de noche blancas con sus pequeñas
lámparas azules, y el asiento de la ventana cubierto con su sencillo y fino
cojín azul. La habitación de Susie, que podía ver a través de una puerta
comunicante, estaba llena de color y caos. También tenía un asiento junto
a la ventana, grueso, con mechones y cubierto de terciopelo púrpura.
Estaba lleno de almohadas con flores. Sus estantes de color púrpura no
tenían contenedores. Susie odiaba los contenedores. Le gustaba ver sus
juguetes, libros y animales de peluche porque la hacían sentir feliz. Todos
se quedaban al aire libre en los estantes, como si estuvieran celebrando
una gran fiesta.
Samantha volvió a mirar las muñecas de Susie. Apretó los labios con
tanta fuerza que hizo que la piel alrededor de su boca se frunciera. La
expresión la hacía parecer un perro pequinés enojado. Uno de esos perros
solía vivir en la casa de al lado y la primera vez que Susie lo vio se rio
porque le recordaba a Samantha.
Susie se preguntó si alguna vez se parecería a un perro. Ella no lo creía.
A pesar de que ella y Samantha tenían un cabello similar y básicamente los
mismos ojos, no se veían iguales. El cabello castaño claro de Susie le caía
por la cara; El de Samantha estaba apretado en una cola de caballo. Susie
parecía salvaje y traviesa, y Samantha parecía una buena chica. Los ojos
marrones de Susie generalmente estaban muy abiertos, mientras que los
de Samantha a menudo entrecerraban los ojos, por lo que Susie parecía
ansiosa y Samantha parecía cautelosa. Susie tenía una nariz y una boca más
pequeñas y por lo general se le llamaba linda. Samantha tenía la nariz y la
boca más grandes de su padre, y Susie una vez escuchó a su abuela decir
sobre Samantha:
—Ella crecerá en su apariencia y se convertirá en una mujer hermosa.
Samantha volvió a mirar las muñecas de Susie antes de reorganizar las
suyas propias para colocarlas en sus “estaciones”. Pobres cosas. Cuando
Samantha terminara con sus muñecas, tendrían que volver a sus
contenedores.
—¿Tus muñecas quieren estar en mi coro? —preguntó Susie.
Samantha no respondió.
Susie resopló. Ella arrugó la nariz. El aire olía a salsa de espagueti y pan
de ajo. También tenía ese otro olor, el que ella no entendía.
Pues bien. No necesitaba las muñecas de Samantha para tener un buen
coro.
Haciendo un último ajuste, Susie tomó una regla y la golpeó en el bloque
que había colocado frente a sus muñecas. Luego comenzó a agitar la regla
de un lado a otro de la forma en que había visto a los directores hacerlo.
Antes de que Susie pasara por tres olas, Samantha de repente se levantó
y pateó las muñecas de Susie de sus bloques. Luego también pateó los
bloques. Todas las muñecas y los bloques cayeron sobre la alfombra mullida
y chocaron contra el suelo de madera oscura más allá. Susie hizo una
mueca. Ahora tendría que montar un hospital con los bloques y curar a sus
muñecas.
Samantha miró a Susie antes de salir corriendo de la habitación. Susie
pensó en gritarle, pero pelear con Samantha nunca llegaba nada. Había
aprendido que era mejor estar callada y dejar que las cosas pasaran.
Aun así… La mamá de Susie apareció en la puerta. Alta y delgada con
cabello castaño oscuro, la mamá de Susie solía verse como si pudiera ser
modelo. Susie recordó cuando el cabello de su madre era realmente
brillante y elástico, cuando los grandes ojos de su madre siempre estaban
maquillados con largas pestañas postizas y su boca ancha siempre estaba
pintada con un atrevido lápiz labial rojo. Ahora, su mamá no usaba
maquillaje y parecía cansada. Vestida con jeans descoloridos y una camiseta
azul arrugada, la mamá de Susie miró los juguetes en la alfombra.
Susie se levantó y se acercó a ella.
—¿Mamá? —Su madre seguía mirando los juguetes—. ¿Estás bien? —
Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas y Susie sintió como si alguien
le apretara el corazón—. Siento que algo anda mal —le dijo a su mamá—.
Sucedió algo malo, pero no sé qué es.
Susie realmente quería que su mamá le dijera que todo estaba bien, pero
su mamá se tapó la boca con la mano y dejó que las lágrimas le cayeran por
los ojos. Susie sabía que su madre no respondería ahora. A ella nunca le
gustaba hablar cuando lloraba. ¿Y no eran las lágrimas una respuesta de
todos modos?
Normalmente, después de la cena, su mamá iba al tercer piso y
trabajaba.
Ella tenía un gran estudio allí porque era una artista textil, hacía grandes
edredones modernos y mantas tejidas que la gente nunca usaba en sus
camas. Las mantas de su mamá estaban colgadas en las paredes, lo que
Susie pensó que era extraño, pero a su mamá le gustaba hacerlas y, según
su mamá, las bonitas mantas “pagaban las cuentas”. Lo cual era algo bueno,
porque papá ya no estaba aquí. Susie no entendió por qué se fue. Pero se
fue. ¿Eso era lo malo?
Susie envolvió sus brazos alrededor de sus rodillas. No. Ella no lo creía.
Ella pensó que era otra cosa.
Se preguntó si debería intentar abrazar a su mamá. Probablemente no.
A su madre no le gustaba que la abrazaran cuando lloraba.
Susie se quedó allí parada, esperando que su mamá se detuviera para
que pudieran hablar.
Pero su mamá no dejó de llorar. Ella simplemente se apartó de la jamba
de la puerta y caminó por el pasillo silencioso.

☆☆☆
Samantha estaba afuera, deambulando por el patio delantero y haciendo
burbujas. Cualquiera que la viera pensaría que se estaba divirtiendo, pero
Susie sabía que Samantha no hacía burbujas para divertirse. Lo hacía para
estudiar las corrientes de aire.
Susie sabía que era mejor no preguntar si ella también podía hacer
burbujas. Samantha diría que no; estropearía su “investigación”.
Pero Susie quería estar cerca de su hermana, así que se acercó a Oliver,
le dio unas palmaditas en su tronco áspero y húmedo y se metió en el
columpio negro descolorido.
Empujándose desde el suelo, puso en marcha el columpio, luego echó la
cabeza hacia atrás para mirar hacia el cielo sombrío mientras el columpio
giraba en un círculo perezoso.
El aire de la tarde era frío, pero no demasiado frío, y tenía ese olor
otoñal que Susie había oído a otros describir como fresco. No sabía a qué
olía “fresco”. Pensó que el aire otoñal era un olor de dos caras: agrio y
almizclado al mismo tiempo. Y, por supuesto, el aire otoñal alrededor de
su casa todavía tenía ese otro olor que no le gustaba.
Susie cerró los ojos y refrescó su giro. Podía oír a Samantha trotando
por el patio; Las hojas secas de Oliver crujieron bajo sus pies.
Entonces Susie escuchó voces. Abrió los ojos y se volteó para poder
ver la acera.
Hace mucho tiempo, su casa era una granja que se encontraba en medio
de una gran cantidad de tierra. Pero a medida que pasaron los años y todas
esas bisabuelas pasaron de ser niñas a ancianas, la familia tuvo que vender
parte de la tierra, así dijo la mamá de Susie. Finalmente, la abuela de Susie
vendió lo último del terreno a alguien llamado “urbanizador”, y el
urbanizador construyó una gran subdivisión que rodeaba la casa. Las casas
nuevas se construyeron para parecerse un poco a la antigua granja; la
madre de Susie dijo que todas eran victorianas. Pero las casas nuevas no
tenían la personalidad de la casa antigua. Las nuevas estaban todas en
colores serios como gris, bronceado y crema. La casa de Susie tenía
muchos colores divertidos. Principalmente era amarilla, pero el ribete, y
había muchos ribetes, era morado, azul, rosa, gris, naranja y blanco. La
mamá de Susie llamó al adorno “pan de jengibre”, lo que no tenía sentido
para Susie porque el adorno no estaba hecho de galletas… aunque deseaba
que lo fuera. Susie siempre pensó que parecía que su casa estaba bien
vestida para salir, y las otras casas usaban ropa de trabajo de todos los días
todo el tiempo.
La acera frente a las casas nuevas era amplia y estaba más cerca de la
casa de lo que la mamá de Susie quería. A Susie no le importaba eso. Le
gustaba ver pasar a la gente, especialmente desde el columpio de los
neumáticos. Un gran seto de laureles a lo largo de la parte delantera de su
jardín bloqueaba la vista de la parte inferior del tronco de Oliver y el
columpio de los neumáticos. A Susie le gustaba quedarse allí y jugar a
“espiar”, mirando a la gente a través del seto sin que se dieran cuenta de
que ella estaba allí.
El grupo que pasaba ahora era de cinco Estaba bastante segura de que
estaban en la clase de Samantha. Había tres chicas, caminaban en bicicleta.
Un cuarto chico, un chico alto, estaba jugando en una patineta, y el último,
un chico más pequeño, estaba en una scooter. No parecía que supiera
exactamente cómo usarlo.
—Date prisa, Drew —le espetó una de las chicas al chico.
Era rubio y tenía el pelo recogido por toda la cabeza.
—Sí —dijo otra de las chicas. Ambas chicas tenían cabello oscuro y
vestían jeans y sudaderas con capucha azules—. Este lugar es espeluznante.
Susie redujo la velocidad del giro de los neumáticos y escuchó a los
chicos. ¿Escalofriante? ¿Ellos también sintieron esa cosa que Susie no
entendió?
—¡Hola, profesora! —gritó la tercera chica. Esta chica tenía el pelo
rojizo y su chaqueta de cuero negro colgaba abierta para mostrar una
camisa rosa claro debajo.
Susie sabía que la “profesora” era Samantha. Incluso si la palabra no se
había dicho en un tono sarcástico, Susie sabía que se suponía que era un
insulto. Desde que Samantha comenzó la escuela primaria, sus compañeros
de clase se habían burlado de ella por ser demasiado seria. Susie odiaba
que hicieran eso, y la primera vez que sucedió, trató de defender a
Samantha.
—¿Qué hay de malo en ser inteligente? —les gritó a las personas
burlándose de su hermana—. ¡Están celosos de que ella sepa más que
ustedes!
Susie había pensado que Samantha agradecería este apoyo, pero
Samantha se molestó.
—No necesito que me cuides —le dijo a Susie—. Tengo que estar de
pie sobre mis propios pies.
Susie sabía que Samantha había sacado esa expresión de su abuela, pero
no discutió. Y nunca más intentó detener a nadie de sus burlas.
Así que no habló ahora cuando una de las chicas gritó—: ¡Fenómeno!
—Vamos, Drew —le dijo el chico de la patineta al chico del scooter.
—Odio pasar por esta casa —dijo la chica de la chaqueta de cuero.
—Sí —asintió una de las otras chicas, temblando.
La tercera chica dijo—: Solía jugar con ella cuando estaba en el jardín
de infancia. Siempre hablaba en serio —señaló a Samantha— pero al menos
hablaba. Ahora es como si estuviera… —Se encogió de hombros—. No
sé.
Los jóvenes habían pasado la casa, pero Susie se volteó para mirarlos y
siguió escuchando.
—Realmente no puedes culparla —dijo un chico.
—Vamos, Drew —dijo la chica de la chaqueta de cuero—. Vamos a
pasar, ¿eh?

☆☆☆
Cuando llegó la noche, cayó sobre la casa como si alguien en el cielo
arrojara abruptamente una manta negra sobre todo. Las chicas se
prepararon para irse a la cama como de costumbre y, como de costumbre,
Samantha no protestó cuando Susie se metió en la cama.
Sabía que Susie odiaba dormir sola.
Aun así, Samantha siempre dormía de espaldas a Susie, y siempre dormía
lo más lejos posible de ella, especialmente ahora. Susie miró hacia la
ventana. Aunque la ventana tenía una sombra, nunca se abrió. La mamá de
Susie dijo que la casa debería tener la mayor cantidad de luz posible: luz
del sol o de la luna.
A Susie le gustaba estar despierta y mirar la forma en que la luz de la
luna daba vida a las cosas en la habitación. El espeluznante resplandor
proyectaba sombras sobre los contenedores de Samantha, haciéndolos
parecer como grandes bocas tratando de devorar la luna. También le
gustaba mirar las estrellas y nombrarlas.
Esta noche, las estrellas se estaban escondiendo, y sólo el más leve
destello de la astilla de la luna logró atravesar las nubes. La única luz que
entraba en la habitación llegaba tenuemente desde las luces del porche
sobre las puertas delantera y trasera.
La habitación estaba fría y el frío molestaba a Samantha más que a Susie.
Así que las chicas se acostaron bajo dos mantas gruesas y suaves. Susie
apartó las mantas de su boca.
—¿Estás despierta? —le preguntó Susie a su hermana. Mantuvo su voz
en un susurro.
Samantha no respondió. Eso no era inusual. No le gustaba hablar de
noche. Pero eso no detuvo a Susie.
—Sigo teniendo ese mal presentimiento, como si algo estuviera mal —
susurró Susie. Ella no esperó una respuesta—. El mundo huele raro. —
Torció la boca, tratando de describir el olor—. Me recuerda un poco a
cuando dejamos las sobras en un recipiente demasiado tiempo y luego
mamá nos dice que las limpiemos y tenemos que taparnos la nariz y hablar
así. —Se tapó la nariz y habló con la voz divertida que resultó. Ella se rio
de sí misma.
Samantha permaneció en silencio. Nunca pensó que las voces divertidas
de Susie fueran tan divertidas. Y tal vez ella estaba realmente dormida.
Susie se quedó quieta para que las suaves sábanas azules de Samantha no
hicieran ese sonido de silencio que hacían cuando te movías en la cama. Se
centró en la respiración de Samantha. Era profunda y uniforme.
Susie jaló las piernas con más fuerza y apoyó la cabeza más en la
almohada.
—Y las hojas de Oliver no son del color correcto. No son lo
suficientemente brillantes.
Samantha respiró… inhalaba y exhalaba.
—Y mamá está actuando de manera extraña. ¿Sabes?
Samantha no respondió.
Susie suspiró. Cerró los ojos y trató de dormir.

☆☆☆
Golpe.
Los ojos de Susie se abrieron de golpe.
¿Se había quedado dormida? ¿Soñó con ese sonido amortiguado que
acaba de escuchar?
Permaneció perfectamente quieta, escuchando.
Golpe… golpe… golpe.
No, ella no lo soñó. Alguien… o algo… caminaba por el porche. El
sonido era el de un gran pie golpeando las tablas de madera.
Susie se sentó, agarrando las suaves sábanas y las suaves mantas blancas
de Samantha.
Ella ladeó la cabeza para escuchar con atención. Fue entonces cuando
escuchó los golpes entre los golpes.
Golpe… golpe… golpe… golpe… golpe.
Susie no se movió, pero de repente Samantha se sentó. Inmediatamente
pasó las piernas por el borde de la cama, pero no se puso de pie. Ella
simplemente se sentó allí, con la espalda rígida.
—Tú también lo escuchaste —susurró Susie.
Samantha no respondió, por lo que Susie decidió que tenía que hacer
algo por su cuenta. Se obligó a soltar las mantas y luego dejó caer las
piernas fuera de la cama. Ignoró el aire frío que golpeaba sus tobillos, salió
de la habitación y bajó las escaleras hacia la cocina.
Susie se detuvo junto a la isla y miró el destello amarillo pálido que se
colaba por la ventana de la cocina. Irradiaba de la luz del porche sobre la
puerta trasera.
El reloj digital sobre la estufa brillaba en rojo en la habitación oscura:
11:50.
El frigorífico zumbaba. El grifo goteaba. Susie sabía que había goteado
durante bastante tiempo: un goteo cada diez segundos.
Esperó durante dos goteos mientras escuchaba la secuencia de golpes
continuos afuera en el porche. Cuando los sonidos se desvanecieron lo
suficiente como para hacerle pensar que lo que sea que estaba haciendo el
sonido estaba en el lado opuesto de la casa, fue a la puerta trasera, respiró
hondo y la abrió.
En ese momento, Samantha extendió la mano por encima del hombro
de Susie y cerró la puerta de golpe.
Susie se dirigió hacia su hermana. Los ojos de Samantha eran enormes.
Tenía los labios comprimidos. Y por primera vez desde que le dio las
buenas noches a su madre, Samantha habló—: No hay nada ahí fuera.
Regresa a la cama. —Se volvió y salió de la cocina, dejando muy claro que
se suponía que Susie la seguiría.

☆☆☆
La voz de Jeanie era tan cálida y fuerte que, aunque llegaba a través de
la línea telefónica, sonó como si estuviera en la habitación.
—Eres más que la mamá de Susie, Patricia —dijo.
Patricia se llevó el teléfono a la oreja con una mano mientras se cepillaba
el cabello lacio con la otra. Se sentó en el borde de la cama tamaño king,
la cama que era demasiado grande para ella sola. Pero había sido demasiado
pequeña para ella y su esposo. Por eso tuvo que irse… para que pudieran
dejar de entrometerse en el espacio del otro. Aunque nunca le quedó claro
por qué habían necesitado todo ese espacio.
—Y más que la mamá de Samantha —continuó Jeanie—. Eres tú, y te
encontrarás a ti misma de nuevo. Finalmente.
Patricia suspiró.
—Samantha no me habla, excepto para darme órdenes.
Jeanie se rio.
—Ella es su propia mujer.
Patricia no estaba segura de sí reír o llorar por eso. La idea de que su
hija de ocho años actuara como una mujer era divertida. Pero la idea de
que su hija se hubiera visto obligada a convertirse en una mujer diminuta
no era nada divertida.
—Se pondrá mejor —dijo Jeanie—. Siempre lo hace.
Patricia asintió con la cabeza a pesar de que Jeanie no podía verla. Jeanie
sabría que había asentido.
Patricia y Jeanie eran amigas desde la edad de Samantha.
Juntas, habían pasado por la escuela, la universidad y la escuela de
posgrado, ambas en arte.
Cuando Patricia se casó con Hayden, Jeanie era su dama de honor, y
cuando Patricia tuvo a sus hijas, Jeanie se convirtió en su madrina. Jeanie
era como la hermana que Patricia nunca tuvo.
—No sé si estoy haciendo esto bien —dijo Patricia.
—No hay ninguna pauta a seguir —dijo Jeanie.
Eso hizo que todo fuera más difícil de alguna manera.
—Ojalá… —Se detuvo y se congeló.
¿Qué acababa de oír? ¿Venía de fuera o de dentro?
—¿Estás ahí? —preguntó Jeanie.
Patricia se quedó en silencio, escuchando.
—¿Patricia?
Patricia negó con la cabeza. Ella estaba imaginando cosas.
Ella soltó aire.
—Estoy aquí.

☆☆☆
Susie había seguido a su hermana de regreso a la cama, pero ahora se
estaba alejando.
Esta vez, se detuvo un segundo fuera de la habitación de su madre.
Probablemente estaba hablando por teléfono con Jeanie. Hablaban casi
todos los días, ya sea en persona o por teléfono. Si Jeanie estaba en la
ciudad, vendría, pero viajaba mucho por su trabajo. Su trabajo consistía en
comprar arte para la gente. Susie pensó que sonaba como un trabajo muy
divertido.
Susie acechaba en el pasillo, esperando oír reír a su madre. Pero una
risa nunca llegó.
En cambio, los pasos volvieron a sonar. Golpe… golpe… golpe… golpe.
Susie echó los hombros hacia atrás y se volvió hacia lo alto de las
escaleras.
Descendiendo lentamente, deteniéndose en cada escalón, Susie miró
por encima de la barandilla de roble encerado hacia la ventana con cristales
en la parte delantera de la casa. Las cortinas transparentes desdibujaban el
contorno de las barandillas del porche y, más allá de ellas, la sólida
presencia de Oliver; estaba de pie como un guardia incansable en medio
del patio delantero.
Pero las cortinas transparentes no pudieron bloquear la forma que Susie
vio acechando más allá de las ventanas del porche delantero. La forma era
demasiado grande para esconderse. Todo lo que podían hacer las cortinas
era distorsionarlo y disfrazar lo que era.
La forma se movió lenta, pero deliberadamente, dando bandazos en
sincronía con el sonido de su paso: golpe… golpe… golpe… golpe. Mientras
se movía, su cabeza giró. Cada pocos pasos, Susie podía ver el reflejo de
ojos agudos mientras registraban el interior de la casa. Cada vez que esos
ojos miraban en su dirección, Susie se convertía en piedra, deseando
desaparecer en el fondo.
Aunque quería esconderse, Susie no volvió a la cama. No podía. Lo
sabía.
Así que continuó bajando las escaleras, logrando un paso por cada seis
pasos que escuchaba en el porche delantero. Cuando llegó al primer piso,
la forma pasaba por la última de las ventanas altas del lado izquierdo de la
casa. Susie se adelantó de puntillas y, al meterse en lo que solía ser la oficina
de su padre, vio la forma que pasaba por la ventana de la oficina y se dirigía
hacia el lado de la cocina de la casa. Dudando sólo un momento en la
habitación vacía llena de estantes polvorientos, Susie empujó el marco de
la puerta y fue a la cocina por segunda vez esa noche.
Se agachó detrás de la isla mientras la forma atravesaba la luz amarilla
fuera de la ventana de la cocina. Una vez que se hubo movido, dirigiéndose
hacia la parte delantera de la casa, Susie se puso de pie. Apretó los puños
y luego los soltó. Y fue a la puerta principal.
La puerta de entrada era tan antigua como la casa. Construida con
madera gruesa y manchada tantas veces que la puerta siempre quería
quedarse pegada cuando intentabas abrirla, la puerta de entrada tallada le
recordó a Susie que el tiempo no se podía detener, sin importar cuánto
quisieras que pasara.
Los pasos se detuvieron.
Susie escuchó. No escuchó nada en absoluto.
Cogió el pomo de la puerta delantera y abrió la puerta.
Abrió la puerta en incrementos. Dos pulgadas. Seis pulgadas. Un pie.
Respiró hondo, dio paso alrededor de la puerta… y miró hacia arriba.
Esperó. Como siempre lo hacía. Cada noche. Asustada. Familiar.
Persistente.
Susie no se estremeció ni tembló ni saltó hacia atrás, a pesar de que
hubiera sido razonable para ella hacer alguna o todas esas cosas. En cambio,
ella dijo—: ¿Es hora de volver ya?
Chica extendió su mano amarilla. Su boca no se movió.
Susie sabía que Chica no respondería porque Chica no hablaba con ella.
Susie se apartó del pollito animatrónico del tamaño de un hombre que
estaba frente a ella. Miró hacia las escaleras. Anheló.
Pero el anhelo no servía de nada.
Susie volvió a mirar al pollito animatrónica. Ignorando la boca abierta de
metal con todos los dientes, Susie se concentró en el cuerpo amarillo
brillante de Chica y el gran babero blanco que colgaba de su cuello, el que
decía: Let’s Eat! Luego miró el cupcake que sostenía. Susie pensó que el
cupcake daba más miedo que Chica. Tenía ojos, dos dientes de conejo, y
una vela se levantaba directamente desde el medio. Susie no sabía por qué
era la vela. ¿Un día? ¿Un año? ¿Un niño?
Dejando que Chica la tomara de la mano, Susie se alejó de su casa. Cada
paso la hacía sentirse menos ella misma. Cuando pasó por delante de las
hojas de Oliver, que seguían cayendo, estaba perdida.

☆☆☆
Patricia miró a través de la puerta principal abierta al roble que estaba
dejando caer sus hojas por todo el césped delantero. Tenía la sensación de
que se había perdido algo importante.
Varios minutos antes, había escuchado el sonido de nuevo. Esta vez, no
pudo convencerse a sí misma de no hacerlo.
Salió de su dormitorio y salió al pasillo. Cuando miró por las escaleras,
la puerta principal estaba abierta de par en par.
Con el corazón acelerado, había corrido a la habitación de Samantha y
miró dentro. Una mirada redujo su ritmo cardíaco. Bueno. Su peor
pesadilla no se estaba desarrollando.
Pero, ¿por qué estaba abierta la puerta? Agarrando un par de agujas de
tejer y sosteniéndolas frente a ella como un cuchillo, se arrastró por la
casa, buscando un intruso. No había nada.
Patricia cerró la puerta, giró el pestillo y apretó las manos contra la
puerta, empujando con todas sus fuerzas como si pudiera apartar la
realidad, tal vez presionarla en alguna otra forma.
Retiró las manos bruscamente y contuvo el aliento. Había algo que no
había considerado. ¿Y si alguien hubiera entrado por la puerta aún abierta
mientras ella registraba la casa?
Se volvió y subió corriendo las escaleras hasta la habitación de
Samantha.
Casi se derrumba de alivio. Todo estaba bien.
Samantha estaba despierta. Se sentó en la cama, con las sábanas hasta el
cuello, los puños apretados y los nudillos completamente blancos. Las
lágrimas le hacían brillar los ojos a la tenue luz de la lámpara de su mesilla
de noche.
Patricia se sentó junto a su hija. Quería tirar de Samantha en un fuerte
abrazo, un abrazo de nunca dejar que te vayas. Pero a Samantha no le
gustaría eso. Todo lo que toleraba era el más mínimo toque.
Así que Patricia puso brevemente su mano sobre el hombro de
Samantha antes de decir—: Sé que la extrañas. Yo también la echo de
menos.
Samantha parpadeó y dos lágrimas escaparon de sus ojos, serpenteando
por sus delgadas mejillas. No se molestó en limpiarlas.
Patricia se sentó junto a Samantha durante mucho tiempo, pero ni
madre ni hija volvieron a hablar. Finalmente, Patricia se puso de pie, besó
la coronilla de su hija y regresó a su enorme cama.

☆☆☆
Samantha esperó a que su madre se fuera antes de moverse. Se tumbó
de espaldas mirando la luz y las sombras jugando al gato y al ratón en el
techo.
Si Susie estuviera aquí, inventaría alguna historia sobre las sombras y la
luz, sobre ellas peleándose o bailando o algo así. Ella siempre estaba
inventando cosas.
Susie sacó eso de su padre. A pesar de que su mamá era la artista y su
papá era el que iba a trabajar con traje y corbata y hacía cosas para
“negocios” que ni Samantha ni Susie entendían, él era el que amaba las
historias. En su tiempo libre, siempre estaba leyendo un libro o viendo una
película. También podía inventar buenas historias. Cuando estaba en casa,
las niñas siempre habían tenido una historia original a la hora de acostarse.
Su madre ni siquiera intentaría inventar una historia. «Te leeré una historia
en su lugar» decía cuando su padre estaba fuera de la ciudad. Ahora ella no
decía, “en su lugar”. Ella sólo preguntaba qué libro estaría leyendo esta
noche.
Una de las historias que inventó su padre fue sobre un niño pequeño
que tenía un lugar secreto en una habitación escondida de su casa. Desde
esa habitación, pudo resolver todos sus problemas, sin importar cuáles
fueran. Contó cientos de estas historias, inventando un nuevo problema
para que el niño lo resolviera cada vez.
Susie estaba convencida de que estas historias significaban que había una
habitación secreta en su casa. Siempre le preguntaba a su papá sobre eso.
Su respuesta era siempre la misma; fingía cerrar los labios y tirar una llave
invisible.
Susie dijo que pensaba que el camino a la habitación secreta estaba en
la oficina de su padre en la parte trasera de la casa. Samantha pensó que
era sólo una historia, y se alegró de que la oficina estuviera siempre cerrada
para que Susie no pudiera convencerla de que se metiera en problemas
buscando la habitación secreta.
Ahora, la oficina no estaba cerrada porque su padre se había ido. Pero
Susie ya no hablaba de buscar una habitación secreta.
Samantha apretó los labios, disgustada consigo misma por pensar en
Susie y la estúpida habitación secreta. Luego pensó en los sonidos que
escuchaba por la noche. Trató de convencerse a sí misma de que los
imaginaba. Eso tenía que ser cierto, porque cuando miraba hacia afuera,
nunca veía nada en absoluto.
Pero yaciendo aquí sola en el silencio, en la extraña tierra a mitad de
camino de la noche, no podía convencerse a sí misma de que lo había
inventado todo.
Estaba bastante segura de que algo había estado afuera, pero ¿qué? ¿Y
por qué?

☆☆☆
En el fresco aire de la madrugada, Patricia y Jeanie se sentaron una al
lado de la otra en el columpio del porche acolchado con cojines florales
amarillos. Patricia era consciente de que, para cualquier transeúnte, ella y
Jeanie eran parte de una escena idílica: ambas mujeres, con sombreros de
paja de ala ancha para protegerse la cara del sol que se inclinaba hacia el
porche, bebían té para protegerse del frío otoñal. Probablemente parecían
lo más relajadas posible. No lo estaban. O al menos Patricia no lo estaba.
Patricia estudió a su amiga. Jeanie era casi su opuesto perfecto en
tamaño y color. Mientras que Patricia era alta y delgada con cabello oscuro,
Jeanie era baja y regordeta con cabello rubio. A pesar de estas diferencias,
ambas mujeres solían tener una cualidad en común: ambas sonreían y reían
con facilidad.
Patricia ya no podía hacer eso.
Patricia tomó una respiración temblorosa.
—Me pregunto si debería llevar a Samantha a otro consejero. —Se
encogió por la forma en que su voz parecía marcar el aire—. Rhonda es
agradable, y a Samantha le gusta, creo, honestamente, es difícil de decir. —
Ella apartó una mosca—. Pero hablé con Rhonda la semana pasada, y dice
que Samantha está estancada. Samantha claramente se está guardando algo
para sí misma, pero nada de lo que esté haciendo Rhonda la hará hablar.
—Samantha siempre ha hecho las cosas a su manera —señaló Jeanie.
Sonrió.
—Esa niña tiene una opinión sobre todo. —Patricia intentó sonreír,
pero solo llegó a la mitad.
—¿Recuerdas cómo arengaba implacablemente a Susie sobre el nombre
de ese árbol? —Jeanie señaló el viejo roble—. ¿Cuál es su nombre?
—Oliver. —Patricia se echó a llorar.
Jeanie dejó su té y tomó la mano de Patricia.
—Lo siento. Eso fue insensible.
Patricia se secó los ojos y negó con la cabeza.
—Ha pasado un año. Yo debería…
—No hay ningún deber cuando se trata de perder a un hijo. ¿No es eso
lo que te dijo tu consejero?
Patricia asintió.
—No hay libro de reglas.
Bebieron té en silencio durante varios minutos. Patricia vio a Oliver
soltar otra docena de hojas. La persistente brisa de la noche anterior se
había llevado cientos de las hojas restantes de Oliver. No le quedaban
muchas en sus ramas nudosas. Muy pronto, necesitaría su bufanda.
Jeanie le dio unas palmaditas en la rodilla a Patricia.
—Estás pensando en la bufanda de Oliver.
A Patricia le dolía literalmente pensar en cómo Susie, de cuatro años,
había entrado corriendo después de que Oliver dejara caer su última hoja
ese primer año que ella lo nombró. Cuando regresó, sostenía uno de los
pañuelos de cuello que Jeanie le había tejido.
Patricia miró a Oliver y sintió que podía ver la escena de tres años antes
desplegándose frente a ella ahora. La escena era un poco confusa en
algunos lugares, pero por lo demás era casi real.
Con los bracitos cruzados y el ceño fruncido, Susie dijo—: Va a tener
frío porque no tiene hojas. —Estaba vestida con su chaqueta naranja
brillante.
Cuando Susie descubrió que la bufanda no era lo suficientemente grande
para Oliver, se le rompió el corazón… hasta que Patricia sugirió que Susie
le pidiera a su madrina que teja una bufanda específicamente para Oliver.
Ahora, Jeanie tejía una bufanda nueva para Oliver cada año.
—Ya la he tejido —susurró Jeanie.
Las lágrimas se derramaron por las mejillas de Patricia. Estaba
sorprendida de que todavía tuviera lágrimas para llorar.
—Ella siempre estaba antropomorfizando —dijo Patricia—. Nunca vi un
problema con eso.
—No hubo ningún problema con eso. Era una niña empática con una
imaginación vívida.
—Por eso fue atraída tan fácilmente… —Patricia no reconoció su
propia voz. Normalmente suave, ahora era tan dura y áspera como el
tronco de Oliver—. Debería haber desanimado sus vuelos de fantasía.
Debería–
—¡Para! —Jeanie se movió para mirar a Patricia—. No todos los niños
asesinados eran como Susie. No sabes que hubiera sido diferente si ella
hubiera sido un tipo diferente de niña. No puedes seguir intentando
encontrar razones para culparte.
Patricia miró hacia abajo.
—Odiaba ese lugar —susurró—. Siempre me pareció espeluznante.
Pero a Susie le encantó.
Jeanie frunció el ceño.
—¿Estás segura de que quieres repasar esto de nuevo?
—Necesito–
—No, no es así.
—Sí. No puedo simplemente olvidar.
—¿Por qué no? ¿Cómo ayudas a Susie torturándote con los detalles una
y otra vez?
Patricia quería gritarle a Jeanie que se callara, pero no tenía energía.
Jeanie tomó las dos manos de Patricia.
—Tú hija fue asesinada por un asesino en serie. Fue atraída a su muerte
en un lugar donde debería haber estado a salvo. Listo. Lo hemos
desenterrado de nuevo. ¿Te sientes mejor?
Patricia tiró de sus manos hacia atrás y comenzó a ponerse de pie. Jeanie
la agarró del brazo y la mantuvo en su lugar, con su agarre pellizcando la
piel de Patricia.
—¡No huyas! —gritó Jeanie. Luego bajó la voz pero la mantuvo firme,
un poco tímida para regañar—. No se puede desenterrar el pasado y luego
huir de él. Si insistes en sacarlo para torturarte regularmente, al menos
deberías hacerlo de frente. Si no lo haces, estarás huyendo toda tu vida y
nunca podrás dejar ir a Susie.
Un coche pasó velozmente por la carretera, con el motor en marcha.
El olor a escape llegó hasta el porche. Algo en el olor borró la ira de
Patricia.
—Llevaba su suéter favorito, el que tú tejiste para ella.
—Magenta con rayas rosas —dijo Jeanie.
—Quería lentejuelas.
—Y no me dejaste poner nada en el suéter.
—Así que le pusiste pedrería en sus jeans.
Jeanie se rio.
—Estabas realmente enojada conmigo.
Patricia se secó los ojos.
—Es una estupidez por la que estar enojada.
Jeanie apretó suavemente el brazo de Patricia y luego la soltó.
Una brisa llegó al porche desde el patio y Patricia se estremeció.

☆☆☆
Susie vio a Samantha apoyarse en un rastrillo y fruncir el ceño a Oliver.
—No es su culpa —dijo Susie—. No puede evitar que sus hojas caigan
al suelo cuando las deja ir.
Samantha suspiró.
Susie trató de no enfadarse.
—Dije que yo lo haría —le recordó a Samantha.
Justo después de llegar a casa esa tarde, su madre dijo—: Tal vez puedas
rastrillar un poco antes de la cena.
Susie había dicho—: Lo haré.
Pero antes de que Susie pudiera llegar al rastrillo, Samantha lo agarró y
ahora no lo soltó. Prefiere “hacerlo bien” y no le gusta dejar que otra
persona lo haga “mal”. Bien. Dejaría que Samantha rastrille. Susie estaría
con Oliver.
Al escuchar el chirrido y el rastrillado del rastrillo, Susie dio la vuelta a
la parte trasera de su trono, se alejó de la carretera y lo abrazó. Oliver olía
a humo y a humedad. Apoyó el lado de su rostro contra su tronco y
escuchó.
A veces, cuando escuchaba con mucha atención, estaba segura de poder
oírlo respirar.
—¡Hola, Samantha!
El saludo llegó desde la acera. Susie miró alrededor de Oliver para ver
quién llamaba a su hermana. Era Drew, el chico de la scooter y el pelo
rubio y puntiagudo. Hoy estaba solo.
Sosteniendo su scooter, Drew miró al otro lado del patio. Samantha le
devolvió la mirada como si fuera un toro a punto de atacarla.
Drew saludó con la mano.
—Te veo mucho en la escuela, y pensé en saludarte. Soy Drew.
Samantha miró a su alrededor como si sospechara una trampa. Susie
quería ir a su lado y animarla a hablar con el niño, pero Samantha odiaría
eso. Así que Susie permaneció escondida y miró.
Drew se rascó la nariz y su scooter se cayó. Se inclinó para recogerlo.
—Hola —le dijo Samantha.
Drew se enderezó y sonrió.
Samantha sostuvo el rastrillo como un arma. Susie no pensó que eso se
veía muy amigable.
—Acércate a él —le susurró Susie a su hermana.
Samantha la ignoró. Susie sabía que escuchar la conversación de otra
persona era de “mala educación”, según su madre. Así que corrió al jardín
lateral y empezó a hablar con las plantas sucias de los macizos de flores.
¿Le dirían por qué su madre las ignoraba?

☆☆☆
Samantha deseaba que el chico se fuera, pero también esperaba que se
quedara. Él era lindo.
¿Pero estaba siendo amable o simplemente jugando con ella?
Drew se acercó para estar justo en el borde de la acera.
—Um, lamento mucho lo que le pasó a tu hermana.
Samantha miró hacia abajo, pero logró murmurar—: Gracias. —Dio un
paso vacilante hacia la acera.
Drew miró a Samantha. Luego miró hacia la casa. Bajó su voz.
—¿La has vuelto a ver?
Samantha se quedó quieta. Sintió que la sangre se le escapaba de la cara
y agarró el rastrillo con tanta fuerza que le dolió.
Drew dejó caer su scooter y dio varios pasos hacia el patio. Luego abrió
la boca y las palabras salieron tan rápido que se amontonaron unas sobre
otras.
—No estoy tratando de ser malo y no me estoy burlando. De verdad.
Es sólo que creo en los fantasmas, y creo que las personas que mueren
pueden quedarse si quieren. Tuve un tío que murió, y lo vi la noche en que
murió, y luego regresó un par de años después de eso. Estaba esperando
que mi papá lo perdonara por algo. Creo que los fantasmas andan por ahí
si quieren algo, ¿sabes? Así que sólo estaba preguntando, y no quería
molestarte.
—La cena estará lista en cinco —llamó la mamá de Samantha desde el
porche. Ella no se dio cuenta de Drew.
Samantha no tenía idea de qué decir, así que sólo dijo—: Está bien —
luego se dio la vuelta para entrar.
—Adiós.

☆☆☆
Samantha no podía dormir porque seguía pensando en Drew. Sobre lo
que había dicho. Pensar en Drew fue agradable. Pensar en lo que dijo no.
Sus palabras rebotaron en su cabeza. «Los fantasmas merodean si quieren
algo».
Un leve chasquido y silbido vino de abajo.
Samantha se sentó. Sabía exactamente qué era ese sonido. ¿Debería
bajar? ¿O espera?
Los temblores que siempre comenzaban con ese sonido comenzaban a
sus pies y subían por sus piernas. Ignorándolos, saltó de la cama y atravesó
su habitación hasta el pasillo. No salió ningún sonido de la habitación de su
madre.
Ahora tampoco nada de abajo. ¿Pero era una corriente fría?
Samantha apretó la mandíbula y se obligó a bajar las escaleras. Al final,
hizo una pausa, luego cruzó de puntillas el comedor y miró hacia la cocina.
Como sabía que sería, la puerta trasera estaba abierta de par en par. Y
ahora podía oír el otro ruido, procedente del porche. Golpe… golpe…
golpe… golpe.
Gimiendo, se abrió paso a través de su terror. Corrió a través de la
cocina, cerró la puerta trasera. Luego corrió tan rápido como pudo hasta
su cama.
Una vez allí, intentó convencerse a sí misma de que lo estaba inventando
todo.

☆☆☆
En todos los meses que llevaba viéndola, Rhonda nunca la había puesto
en contacto con Samantha. ¿Era una especie de prueba?
Samantha frunció el ceño y trató de averiguar qué estaba pasando. Ella
miró alrededor de la habitación. Era sencilla y ordenada, el tipo de
habitación que le gustaba a Samantha.
Todo lo que contenía era una gruesa alfombra marrón, la silla de
escucha de Rhonda, una silla de felpa color crema con respaldo bajo y
brazos gruesos, un sofá a rayas color crema y bronceado y una mesa de
madera del tamaño de un niño junto a un baúl lleno de juguetes. La
habitación era interesante para Samantha porque se extendía fuera, como
una caja, flotando a unos sesenta centímetros del suelo. Tres de los lados
de la caja eran de vidrio.
Un largo suspiro de Rhonda hizo que Samantha parpadeara, y Rhonda
finalmente se giró para mirarla.
—Lo siento —dijo Rhonda—. He estado tratando de averiguar algo.
La arruga entre sus espesas cejas negras era inusual. Rhonda no fruncía
el ceño. En todo caso, sonreía demasiado, en opinión de Samantha. No era
normal, especialmente para alguien que escuchaba los problemas de otras
personas todo el día.
—Me gusta resolver las cosas —dijo Samantha.
—Lo sé. —Rhonda se echó hacia atrás su largo cabello negro.
Samantha miró fijamente a los grandes ojos marrones de Rhonda.
—Entonces, ¿qué está tratando de averiguar? —preguntó.
—Estoy tratando de averiguar cómo evitar que tu mamá te envíe con
otra persona.
Samantha hizo un gesto con la cabeza hacia arriba.
—¿Por qué mi mamá quiere enviarme a otro lugar?
—Porque no estás progresando conmigo.
—¿Qué significa eso?
Rhonda se inclinó hacia adelante.
—Samantha, sé que algo está atascado en tu cabeza. Un pensamiento.
Una creencia. Algo que sigues pensando está atrapado allí, en tu cerebro,
y no lo estás dejando escapar.
Rhonda tenía razón, pero Samantha no le diría eso.
Samantha miró fijamente sus zapatillas azul marino cuidadosamente
atadas. Le gustaba que las cosas estuvieran en su lugar correcto. No le
gustaba el desorden.
El cambio fue complicado. La terapia también fue complicada. Antes de
que empezara a ver a Rhonda, su madre la había llevado con otras dos
personas que estaban allí “para ayudarla”. Ambos habían querido que ella
jugara con una pila de juguetes desordenada en una habitación
desordenada. Le había rogado a su mamá que no la hiciera volver.
Finalmente, su mamá la trajo aquí. No le encantaba estar aquí, pero
tampoco lo odiaba. Rhonda era diferente. Esta habitación era diferente.
Samantha estaba bien con eso.
—Tuvimos una pelea —le dijo.
Tenía que decirle a Rhonda lo que estaba atascado para que su madre
no la hiciera ir a otro lugar.
—¿Tú y Susie?
Samantha asintió.
—Okey. —Rhonda garabateó en su libreta. Eso solía molestar a
Samantha… los garabatos, pero se había acostumbrado.
—Se trataba de Gretchen.
—¿Quién es Gretchen?
—La muñeca que mi mamá dijo que teníamos que compartir.
—¿De quién era la muñeca?
—Mamá nos lo dio a las dos, juntas. —Samantha puso los ojos en
blanco—. Odiaba eso. Quiero que lo mío sea mío. No tomo las cosas de
Susie, así que debería tener mis propias cosas.
—Okey.
—Pero mamá dijo que teníamos que compartir.
Rhonda asintió.
—Así que traté de explicarle a Susie que cada uno debería usar a
Gretchen por un tiempo determinado. Cuando Gretchen estaba conmigo,
estudiaba. —Rhonda sonrió y asintió de nuevo—. Susie se molestó por
eso. Dijo que a Gretchen no le gustaba estudiar. A Gretchen le gustaba ir
al zoológico. Quería que Gretchen pasara el rato con sus peluches todo el
tiempo. Dijo que si Gretchen tenía que estudiar, estaría triste. —Samantha
se detuvo y recordó a Susie de pie en su habitación, con las manos en las
caderas y el labio inferior sobresalido—. Cuando Samantha insistió en que
Gretchen necesitaba estudiar, Susie hizo una rabieta. Ella gritó—: ¡Pero
odiará eso!
—¿Entonces qué pasó? —preguntó Rhonda.
Samantha balanceó sus piernas.
—Cuando traté de poner a Gretchen frente a un libro, Susie la agarró
y salió corriendo. Ella…
—¿Ella qué?
Samantha contó sus respiraciones de la forma en que Rhonda le enseñó.
Se suponía que ayudaría con la sensación de que los insectos subían por
sus piernas.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
En la cuarta exhalación, Samantha dijo—: Se escapó y escondió a
Gretchen. Luego regresó y me dijo lo que había hecho. Le dije que
encontraría a Gretchen y Susie se volvió a disgustar. Antes… de esa
noche… ella me dijo que iba a encontrar un mejor escondite para
Gretchen, y nunca la encontraría ahora. —Samantha apretó las manos en
puños y las sostuvo frente a su cara.
Luego dijo—: Creo que estaba pensando dónde esconder a Gretchen,
y por eso se la llevaron. Ella pensó que quienquiera que se la llevara la
ayudaría a esconder la estúpida muñeca.
Rhonda respiró hondo.
—Gracias por decírmelo.
—¿Ya no estoy atascada?
—No creo que lo estés.
Samantha asintió una vez. Bien.
—¿Dónde está la muñeca ahora? —preguntó Rhonda.
—No la he encontrado.

☆☆☆
Susie pensó que Samantha estaba inusualmente habladora hoy. No se
había callado desde que su madre la recogió en la divertida casa de cristal
que visitaba Samantha tres veces por semana. A pesar de que Samantha
estaba hablando de cosas aburridas, de multiplicar y dividir cinco, su mamá
parecía estar escuchando bien. Ella siguió asintiendo mientras conducía a
través del tráfico. Sin embargo, ella no sonreía. Tampoco Samantha.
Samantha estaba tan rígida que parecía un robot. También sonaba como un
robot. Era raro. Hablaba como si tuviera que hablar o pasaría algo malo.
Si tuviera que hablar, ¿no podría hablar de algo bueno?
—¿Qué tal si hablamos de cosas lindas? —preguntó Susie.
Samantha y su mamá no debían haberla escuchado porque Samantha
seguía hablando de números y matemáticas. Susie suspiró.
¿Qué sentido tenía pasar el rato con ellas si iban a ignorarla?
Susie se acercó y miró la oreja derecha de Samantha. Las orejas de
Samantha no estaban perforadas como las de Susie. A Susie le gustaba llevar
pendientes de colores bonitos.
Samantha se negó a que la perforaran, no quería que le perforaran las
orejas. Susie se preguntó, «si soplo lo suficientemente fuerte, ¿puedo sacar
todas las aburridas palabras de su cabeza?»
Susie se acercó y sopló lo más fuerte que pudo en el oído de Samantha.
Samantha dejó de hablar.
—¡Ah!
Susie sonrió.
—¿Terminaste con tu historia? —le preguntó la mamá de Susie a
Samantha.
Samantha no respondió. Ella se sentó perfectamente quieta en su
asiento.
Susie no estaba segura de que el silencio fuera mejor que la charla sin
parar. No era un silencio suave y confortable, como un oso de peluche
mullido. Era un silencio agudo, como los extremos puntiagudos de las cosas
metálicas que se clavan en tu piel. El silencio hirió sus oídos… y su corazón.
Susie empezó a cantar para ahogar el silencio. Nadie cantó con ella, pero
a ella no le importó. Cantó hasta que su madre giró camino a casa.
Entonces Susie se detuvo y esperó ansiosamente para ver su casa y ver
cómo estaba Oliver.
La mamá de Susie se detuvo para esperar a que pasara un automóvil
antes de entrar en el camino de entrada. El intermitente del coche hizo su
clic-tic hasta que la mamá de Susie dio la vuelta. Susie imitó el ruido. Nadie
le dijo que se detuviera.
Oliver había perdido muchas más hojas. Sólo le quedaban unas pocas.
¿Durarían lo suficiente?

☆☆☆
Susie se sentó a los pies de la cama de Samantha y vio a su hermana leer
un libro.
Samantha parecía tensa. Sostuvo el libro con rigidez y tardó mucho en
pasar las páginas.
—Tengo una confesión —dijo Susie. Samantha no miró hacia arriba.
—Las echo de menos cuando estamos separadas. Y sé que tú también
me extrañas.
Samantha pasó una página. Su mano tembló.
—Y extraño a Gretchen. ¿La extrañas?
Samantha siguió leyendo.
A Susie nunca le gustó que Samantha la ignorara, pero no dejó que eso
la callara.
—No sé por qué, pero no recuerdo dónde escondí a Gretchen. —Susie
se mordió un nudillo—. No creo que…
Dejó de hablar. Esto no estaba funcionando. Samantha no la iba a ayudar.
¿Por qué Susie no recordaba dónde escondió a Gretchen?
Recordó lo enojada y molesta que estaba porque Samantha iba a hacer
que Gretchen estudiara. Gretchen era una muñeca sensible. Pecosa y de
cabello rubio rizado, el rostro suave y redondo de Gretchen estaba pintado
con una sonrisa tímida, el tipo de sonrisa que le decía a Susie que se
asustaba fácilmente. Cuando Susie escondió a Gretchen, llevaba un vestido
de lunares rosa y morado que Jeanie hizo. Se suponía que el vestido era
divertido. Se suponía que ayudaría a Gretchen a ser más feliz.
Pero luego Samantha iba a presionar a Gretchen para que “aprendiera
cosas”. Ni siquiera los lunares podrían vencer eso.
Susie sabía que Gretchen todavía necesitaba estar con ella. Susie era la
única persona que la entendió. Ella sabía lo que era querer ser feliz y
divertirse en un mundo que quería que aprendieras y que siguieras
mejorando en las cosas. No podía dejar a Gretchen sola, perdida en algún
escondite olvidado. Deseó que Samantha la escuchara. Susie alargó la mano
sobre el libro que sostenía Samantha. Ella agitó su mano alrededor.
La cara de Samantha se puso blanca y se quedó muy quieta. ¿Qué estaba
pensando ella? se preguntó Susie. Ella habría preguntado, pero sabía que
Samantha no le respondería.
A veces, Samantha actuaba así y, a veces, Samantha actuaba con
normalidad. Su abuela solía decir—: Esa Samantha, es una niña difícil de
leer. Pero Susie es un libro abierto. —Si Susie era tan abierta, ¿por qué
Samantha no podía entender lo que Susie estaba tratando de decirle?
¿Cómo podía Susie hacerle entender a Samantha?
Samantha saltó de la cama y dejó su libro prolijamente en la esquina de
su escritorio. Sentada en su silla de escritorio blanca de respaldo recto,
abrió un cajón y sacó cartulina y crayones.
¡Eso era! Quizás Susie podría hacer un dibujo. Samantha lo vería y
recordaría a Gretchen.
O tal vez si Susie hiciera un dibujo, recordaría dónde había escondido a
Gretchen.
Susie miró el papel y los crayones. ¿Samantha los compartiría?
—Samantha, ¿podrías venir aquí, por favor? —llamó su madre.
Perfecto. Susie esperó a que Samantha saliera de la habitación y luego
robó un papel rosa y un crayón morado que apenas se había usado. Se dejó
caer sobre la alfombra azul de Samantha y se tumbó boca abajo. Metiendo
su lengua firmemente entre sus labios, Susie comenzó a dibujar. Necesitó
toda su concentración para asegurarse de que el dibujo apareciera en la
página, pero lo hizo.
Dibujar era todo lo que podía hacer. Si escribiera una nota, Samantha
no la leería.
—No dibujes demasiado —dijo la mamá de Susie, en el pasillo—. Iré a
arroparte pronto.
Susie escuchó los pasos de Samantha llegar. Se apresuró a terminar su
dibujo. Cuando terminó, lo dejó tirado en el suelo y se retiró al asiento de
la ventana.
Metiéndose en una pequeña bola, Susie miró por la ventana. No podía
ver a Oliver porque la ventana reflejaba la habitación luminosa de
Samantha.
Sin embargo, pudo ver un par de hojas empujando contra la ventana.
Inclinándose hacia adelante, se dio cuenta de que pertenecían a Ivy, la
enredadera que trepaba por el enrejado sobre el techo del porche.
Susie sonrió. Recordó cuando su padre había puesto ese enrejado en la
casa. La hiedra de su madre, a la que Susie había llamado Ivy, por supuesto,
se había subido a los postes del porche en la parte delantera de la casa, y
su madre había querido cortarla. Susie pensó que sería triste.
—¿No puedes dejar que Ivy suba más alto? —había preguntado.
Su mamá le dijo—: Bueno, si tuviéramos un enrejado…
Ahora parecía que Ivy había llegado a la parte superior del enrejado y
estaba tratando de trepar a la habitación de Samantha. ¿Ivy tendría más
suerte haciendo que Samantha hablara?

☆☆☆
Samantha irrumpió en su habitación y se dirigió hacia su escritorio. Si
quería terminar su dibujo esta noche, tendría que darse prisa.
Sin embargo, antes de llegar a su escritorio, Samantha notó algo en el
suelo. Se suponía que no había nada más que la alfombra en el suelo. Pero
encima había un trozo de papel rosa. El papel no estaba allí cuando salió de
la habitación.
Ella estaba segura de eso.
Su mamá había estado con ella abajo todo el tiempo. Nadie más estaba
en la casa.
Eso significaba…
Samantha no quiso mirar. Si ella mirara…
Samantha ya no tenía prisa por dibujar y se quedó mirando el papel rosa
durante mucho tiempo.
Finalmente, se convenció a sí misma de que recogerlo era mejor que
dejarlo allí. Mientras estuviera en el suelo, a Samantha se le podrían ocurrir
todo tipo de razones aterradoras para que estuviera allí. Si lo recogía,
seguramente sabría cuál era correcta.
Susie siempre pensó que Samantha no tenía mucha imaginación. Eso no
era cierto. El problema era que Samantha tenía demasiada imaginación.
Tenía tanta imaginación que podía asustarse a sí misma con sólo un
pensamiento o dos.
Con pasos lentos y silenciosos, Samantha caminó hacia la alfombra. No
apartó los ojos del papel mientras caminaba. Ella no podría haber dicho por
qué. ¿Pensó que iba a saltar del suelo y atacarla? ¿Y hacer qué? ¿Darle
recortes de papel?
Samantha se había hecho uno de esos cuando era pequeña. Susie había
llorado cuando vio la sangre. Samantha no lo hizo. Sí, le dolió un poco,
pero pensó que era más interesante que doloroso. ¿Cómo podría cortarte
algo tan endeble como el papel?
Cuando Samantha recogió el papel, vio algunas líneas onduladas de color
púrpura. Pero mientras miraba el papel y las líneas onduladas, comenzaron
a tomar formas que tenían algún tipo de sentido.
El dibujo tenía tres partes, como los paneles de las historietas de los
periódicos.
La primera parte, en el extremo izquierdo de la página, era un dibujo de
dos niñas.
Una tenía una cola de caballo y otra tenía el pelo que volaba alrededor
de su rostro.
La chica de cabello volador sostenía lo que parecía un espejo en una
mano. Extendió el espejo hacia lo que parecía ser un bebé flotando en el
aire, con la otra mano tendida hacia la chica de la cola de caballo. Entre el
bebé y la niña, un pollito grande con dientes puntiagudos levantó las manos.
¿Eh?
La segunda parte del dibujo, que estaba separada de la primera por una
línea vertical, mostraba la luna sobre una casa que se parecía un poco a la
casa de Samantha. La chica de cabello volador se alejaba de la casa, cogida
de la mano de ese mismo pollito grande. A la derecha de este segundo
dibujo, otra línea vertical separaba el segundo dibujo de un tercero. El
tercero también tenía una luna, una casa y la chica de cabello volador que
se alejaba de la mano del pollito. Pero después del tercer dibujo había una
línea oscura y gruesa. Samantha pudo ver dónde se había movido el crayón
una y otra vez hasta que creó una forma gruesa y cortante que Samantha
no entendió.
Frunciendo el ceño, miró la imagen. ¿Lo había dibujado y luego lo había
olvidado?
Si tan sólo pudiera creer eso.

☆☆☆
—Ojalá pudieras hablar conmigo —susurró Susie—. Extraño cuando
solíamos hablar. Sé que piensas que hablo demasiado, pero aun así me
escuchabas. Realmente me gustaría que alguien me escuchara.
Ella estaba muy frustrada. Esto le recordó a jugar a las charadas. Una
vez, había jugado a charadas en la fiesta de cumpleaños de su amiga Chloe.
A Susie le gustaban todos los juegos, pero las charadas no eran tan
divertidas como ella quería. Ella pensó que estaba siendo muy clara con sus
pistas actuadas, pero nadie entendió lo que estaba tratando de hacerles
ver. Nadie acertó. Cuando se lo contó a su mamá más tarde, su mamá
dijo—: No piensas de la misma manera que otras personas. Eso es bueno.
Eres súper creativa.
«No lo suficientemente creativa», pensó Susie mientras miraba el dibujo
que había dejado en la alfombra.
¿Qué otra cosa podía hacer?
Susie se levantó de un salto del asiento de la ventana y corrió hacia el
escritorio de Samantha. Se dio cuenta de que Samantha levantó la vista del
dibujo rosa y violeta cuando pasó corriendo, pero Susie no se molestó en
decir nada. Cuando Samantha actuaba así, no tenía sentido. Además, Susie
quería dibujar algo más.
En el escritorio de Samantha, Susie agarró un trozo de papel amarillo
pálido y un crayón negro. Se dejó caer en la silla del escritorio de Samantha
y comenzó de nuevo.

☆☆☆
Samantha había sentido el cambio de aire, pero no quería pensar en por
qué cambió. También sabía, de alguna manera, que no podía darse la vuelta.
Samantha se tapó la boca con la mano para no reír.
Samantha no solía reír. Bueno, a veces, su padre podía hacer que se
riera haciéndole cosquillas. Pero esto no era una risa tonta. Esta risa vino
de algún lugar aterrorizado dentro de ella, un lugar donde estaba
“histérica”.
Esa era una palabra que su padre solía usar para su madre antes de
dejarlas.
Samantha no quería ponerse histérica.
Contó sus respiraciones como lo hacía en terapia.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
El aire en la habitación de Samantha se había vuelto espeso y pegajoso,
como melaza.
Samantha no sabía qué hacía que el aire se sintiera como melaza, pero
no se sentía bien estar dentro del aire de esa manera. Tenía que salir de
aquí.
Dejando el dibujo donde lo encontró, empezó a salir corriendo de la
habitación. Pero en la puerta, se detuvo. Algo yacía sobre su escritorio.
Otro dibujo.
Samantha hizo una mueca y se encogió, pero no pudo apartar la mirada.
Como el primer dibujo, este tenía tres casillas. En la primera, la misma
niña de cabello volador se alejaba de la puerta principal de la misma casa.
La luna era una fina franja, algo así como la luna que Samantha había
visto la noche anterior. En la segunda casilla, la misma niña se alejaba por
la misma puerta, pero la luna era una astilla más grande. Y luego, en la
tercera casilla, la niña ni siquiera estaba allí. Esta casilla mostraba la puerta
de la casa y una luna aún más grande.
—¿Estás lista para irte a la cama? —llamó la mamá de Samantha.
Haciendo caso omiso del aire extraño de la habitación, Samantha
recogió los dibujos y los metió debajo de las mantas. Los miraría más tarde,
con una linterna.

☆☆☆
Susie generalmente esperaba hasta que su mamá se fuera para meterse
en la cama con su hermana, pero esta noche era diferente. No quería
perder ni un segundo estando separada. Acurrucándose en el lado de la
ventana de la cama de Samantha, Susie observó a Samantha realizar su
divertido ritual a la hora de acostarse.
Primero, Samantha tuvo que sentarse en su escritorio y escribir un
párrafo, al menos un párrafo en su diario. Luego tuvo que cruzar el pasillo
hasta el baño y lavarse los dientes. Luego tuvo que orinar, y luego tuvo que
beber medio vaso de agua.
—Eso te hará tener que volver a orinar —le había dicho Susie a su
hermana una noche. Samantha simplemente sacó la lengua.
Después del agua, Samantha se tocó los dedos de los pies cuatro veces
y se cepilló el cabello cincuenta veces. Luego fue a su contenedor de
muñecas y les dio las buenas noches a sus muñecas. Luego se metió en la
cama.
Ninguna de estas cosas era divertida por sí misma, pero la forma en que
Samantha las hacía todas de la misma manera todas las noches, en el mismo
orden, era divertida. Al menos para Susie.
Esta noche, la rutina fue un poquito diferente porque Samantha sacó su
pequeña linterna del cajón de su mesita de noche. Cuando Samantha se
deslizó debajo de las sábanas, empujó la linterna debajo de las sábanas con
los dibujos que había metido allí, y los dibujos se arrugaron. Susie los
escuchó crujir mientras Samantha los empujaba más hacia abajo y luego se
acomodaba como una princesa dormida. Finalmente, gritó—: Estoy lista,
mamá.
Susie estudió el perfil de Samantha mientras esperaban a que su mamá
entrara a la habitación. Samantha tenía una pequeña protuberancia en la
nariz a mitad de camino desde la punta redondeada. A Susie le gustaba ese
bulto. Susie no tenía una protuberancia, y pensaba que las protuberancias
hacían que las narices fueran interesantes. También le gustaba la pequeña
cicatriz en forma de marca de verificación debajo del ojo derecho de
Samantha. Susie tenía una cicatriz, pero la de ella estaba escondida debajo
del cabello en la parte superior de la frente.
Susie tenía la cicatriz porque estaba haciendo algo que se suponía que
no debía hacer. Samantha tenía la cicatriz porque Susie estaba haciendo
algo que se suponía que no debía hacer.
A Susie le encantaba subirse a las cosas cuando era pequeña. Una de sus
cosas favoritas era subirse a la barandilla del porche e intentar caminar
alrededor de la casa en ella. Era buena para mantener el equilibrio sobre la
barandilla, pero trepar alrededor de los postes que la sostenían podía ser
difícil porque sus brazos eran demasiado cortos para rodearlos. Se caía
mucho, por lo general aterrizaba en los macizos de flores de su madre y
se metía en problemas. Su madre hablaba muy en serio con sus flores.
Un día, mientras Susie se cepillaba la suciedad de su última caída,
Samantha dijo—: Hay una mejor forma de evitar los postes.
—¿Quién lo dice?
—Yo lo digo.
—¿Cómo lo sabes?
—Simplemente lo sé, y también sé cómo hacerlo.
—Está bien, entonces enséñame —dijo Susie.
—No. Mamá dijo que no subiera allí.
—Bueno, entonces ¿por qué dijiste eso?
—Porque hay una mejor manera.
—Pero si no me la vas a mostrar, ¿a quién le importa si hay una mejor
manera? Sólo estás siendo un sabelotodo.
—No lo soy.
—Lo eres.
Las chicas se enfrentaron juntas a las begonias amarillas al costado de la
casa.
Con las manos en las caderas, se miraron la una a la otra, prácticamente
nariz con nariz. Aunque Susie era un año mayor, no era más alta que su
hermana.
—Creo que estás mintiendo sobre una la mejor manera —dijo Susie.
—No estoy mintiendo.
—Sí lo haces.
—No es verdad.
A estas alturas, estaban gritando.
—¿Por qué están peleando chicas? —llamó su mamá.
Estaba dentro de la casa lavando la ropa y Susie quería que se quedara
allí para que pudieran seguir jugando. Se inclinó hacia Samantha hasta que
le tocaron las narices y susurró—: Sí, lo haces.
Samantha puso su cara de pequinés y dijo—: Bien. —Luego marchó
alrededor de Susie y se subió a la barandilla junto a uno de los postes.
La boca de Susie se abrió.
Samantha la volvió a poner en el poste.
—Mira, tienes que rodearlo mirando hacia afuera, no hacia adentro. De
esa manera, el peso de tu trasero no te sacará de la barandilla.
Samantha empezó a hacer una demostración, pero su pie resbaló.
Perdió su agarre y cayó de la barandilla hacia el macizo de flores. Susie se
había caído allí antes y se había ensuciado, pero de alguna manera la cara
de Samantha golpeó la parte superior de una de las estacas que sostenían
la clemátide de su madre.
Samantha estuvo enojada con Susie durante días después de eso, no
sólo porque tenía que tener puntos de sutura, sino porque se metió en
muchos problemas por estar en la barandilla.
—¡Fue idea suya! —había gritado Samantha, señalando a Susie.
—Ya sabes bien lo que te he dicho sobre eso —le dijo su madre a
Samantha—. No hagas ninguna cosa que no quieras hacer.
Ella tenía razón en eso.
Como ahora.
—Esa historia no —le decía Samantha a su mamá—. Quiero que leas el
del fantasma feliz.
Susie sonrió. Últimamente, esta se había convertido en la historia
favorita de Samantha.
Parecía que la madre de Susie iba a discutir, pero luego suspiró y tomó
el libro de arriba de la ordenada pila de la mesa de noche de Samantha. La
mamá de Susie se sentó en el borde de la cama.
Susie deseaba poder hacer algo por su madre. Se veía muy pálida… no,
más que pálida. Parecía que su piel se estaba volviendo invisible. Susie podía
ver las venas de su madre arrastrándose sobre su frente y sus manos y
brazos. Parecían gusanos azules.
La primera vez que Susie vio venas así en una anciana, pensó que eran
gusanos y gritó. Su madre le había explicado qué eran las líneas irregulares
azules.
—En una casa alta y vieja, en la cima de una montaña alta y vieja, el
fantasma alto y viejo flotaba por el salón principal —comenzó a leer la
mamá de Susie.
Susie se acomodó la almohada debajo de la cabeza y se acercó a
Samantha. Samantha se quedó sin aliento y se convirtió en un tronco de
Samantha, como si una bruja malvada la hubiera congelado de repente.
Susie resopló y retrocedió. ¿Por qué Samantha estaba tan enojada con
ella?
—El fantasma alto y viejo de la casa alta y vieja no era un fantasma bonito
—leyó la mamá de Susie—. Pero era un fantasma feliz. Era un fantasma
muy, muy feliz.
Susie notó que los ojos de su mamá estaban brillantes y húmedos. Susie
también notó que la voz de su madre sonaba ahogada y entrecortada.
—Sigue —le dijo Samantha.
Su madre suspiró de nuevo.
La mamá de Susie volvió a la historia familiar sobre el fantasma que
estaba feliz porque pudo pasar una eternidad con su familia… hasta que
descubrió que no pasaría una eternidad con ellos, ya que se estaban
mudando. Esa parte siempre entristecía tanto a Susie como al fantasma de
la historia. No podía imaginarse mudarse de esta casa. ¿Quién cuidaría de
Oliver?
La mamá de Susie leyó rápidamente, hasta que llegó a la parte donde el
fantasma descubrió que si se alejaba de la casa, a un lugar especial de luz
brillante donde los fantasmas verdaderamente felices pasaban el rato, el
fantasma nunca podría separarse de su familia no importaba a dónde fueran.
Redujo la velocidad en esa parte y se aclaró mucho la garganta.
Susie pensó que sería muy agradable estar en un lugar donde nunca
estarías separado de tu familia. Le encantaba estar con su mamá y
Samantha. Samantha podía ser un fastidio, pero era la hermana de Susie.
Cuando terminó la historia, la mamá de Susie se puso de pie, vaciló y se
dirigió a la puerta.
—Duerme cariño —dijo.
Susie deseaba que su mamá les diera un beso y un abrazo de buenas
noches como solía hacerlo. Pero Samantha había decidido que eran
demasiado mayores para eso y no dejaría que su madre hiciera eso nunca
más. Aparentemente, su madre pensó que Susie estaba de acuerdo con
Samantha, pero no lo estaba.
Tan pronto como su mamá apagó la luz, Samantha se acurrucó de lado.
—Buenas noches, Samantha —dijo Susie, pero su hermana no
respondió.
Susie se encogió de hombros y se hizo una bola frente a la ventana. Ella
miró la delgada pieza curva de la luna que se asomaba a la habitación. Su
luz no era lo suficientemente brillante para ver, pero era lo suficientemente
brillante como para crear muchas sombras divertidas. Dos de las sombras
parecían hipopótamos bailarines, y tres de ellas se combinaron para
parecer un payaso a caballo. Una de ellos se parecía un poco a…
Susie cerró los ojos. Escuchó a Samantha respirar y se preguntó si su
hermana había entendido los dibujos. Samantha no había dicho nada antes
de que los metiera debajo de las sábanas. ¿Por qué los puso allí?
Afuera, un golpe sordo sonó en el porche.
«¿Ya?»
Susie no quería irse todavía. Esperaba que Samantha volviera a mirar los
dibujos. ¡Sólo tenía que entenderlos!
El ruido sordo fue seguido por un leve chirrido, el sonido del columpio
del porche moviéndose. Luego, el ruido sordo se convirtió en el patrón de
pasos al que Susie estaba tan acostumbrada:
Golpe… golpe… golpe… golpe.
¿Por qué ese sonido le puso la piel de gallina?
¿Por qué sentía que debería saber lo que había ahí fuera? ¿Por qué sentía
que tenía que saberlo?
Susie apartó las mantas y se levantó de la cama como si algo la estuviera
sacando de su seguridad. Era como uno de esos rayos tractores que había
visto en las películas espaciales que a su padre le gustaba ver. Ella no tenía
el control. Quería quedarse en la agradable y cálida cama. Pero en cambio,
salió de la habitación y bajó las escaleras.
Al pie de las escaleras escuchó los pasos y vio una gran sombra pasar
por la ventana del comedor. Una vez que pasó, trotó hacia la cocina y abrió
la puerta trasera.
Esperó.
A veces, Samantha venía y cerraba la puerta trasera, y ellas volvían a la
cama. Pero no esta noche.
Esta noche, Susie sólo podía quedarse allí… escuchando los pasos
acercándose cada vez más. En el último minuto, justo antes de que los
escalones doblaran la esquina, cerró la puerta de la cocina.
Trató de volver arriba, pero no pudo. En cambio, sus pies la llevaron a
la entrada.
La casa tenía una entrada realmente grande, una entrada “formal”, la
llamaba su mamá. Le había dicho a Susie que, en los viejos tiempos, solía
haber una mesa redonda en el medio de la entrada. La mesa siempre tenía
un jarrón lleno de flores del jardín, pero la mamá de Susie había guardado
la mesa cuando la primera caminata de Susie se convirtió en una carrera
salvaje, porque Susie seguía chocando contra la mesa y tirando el jarrón.
—Rompió siete jarrones antes de que me rindiera —le gustaba decirle
a la mamá de Susie a la gente. Ella nunca lo dijo como si estuviera loca.
Parecía hacerla feliz por alguna razón.
Ahora la gran entrada sólo tenía una alfombra trenzada de color granate
y azul marino.
Susie fue al centro de la alfombra y esperó.
Cuando las sombras se movieron afuera y la forma que rodeaba la casa
se acercó a la puerta principal, Susie dio un paso adelante y la abrió.
Como Susie sabía que estaría, Chica se mantuvo erguida y rígida fuera
de la puerta principal. La luz del porche jugaba con el cuerpo amarillo de
Chica, haciendo que pareciera que el animatrónico estaba respirando. Susie
miró los ojos rosáceos violáceos de Chica. ¿Se movieron las grandes cejas
negras de Chica?
Susie miró hacia abajo rápidamente. Los pies anaranjados de Chica
estaban plantados en la alfombra de BIENVENIDO, un pie sobre la B y un pie
sobre el D. Como siempre, Susie vaciló. Pero luego hizo lo que sabía que
debía hacer. Extendió la mano y dejó que Chica envolviera sus dedos
rígidos y fríos sobre los suyos.
Chica se volteó y caminó hacia los escalones que conducían al césped
delantero cubierto de hojas. Susie no tuvo más remedio que seguirla.
Ahora los pequeños golpes de sus propios pasos se unieron a los de Chica.
Y las hojas crujieron bajo sus pies cuando dejaron la casa de Susie detrás
de ellas.

☆☆☆
En silencio, Samantha escuchó para asegurarse de que su madre
estuviera en su habitación. Tuvo que escuchar con atención porque las
gruesas paredes bloqueaban los pequeños sonidos.
Sin embargo, finalmente escuchó un crujido que reconoció como la
cama de su madre.
Esperó unos minutos más antes de encender la linterna debajo de las
mantas y alcanzar los dibujos.
Samantha casi no necesitaba verlos. Habían estado en su mente desde
el momento en que aparecieron. En ese momento, se permitió admitir que
sabía que la primera foto era de ella y Susie. Pero, ¿qué significaba?
Colocando su sábana y su manta, apuntó con la linterna al dibujo de las
niñas.
Al principio, Samantha pensó que la chica de cabello volador, Susie,
sostenía un espejo, pero rápidamente se dio cuenta de que era una lupa.
Se parecía a la que su papá solía tener en el cajón de su escritorio en su
oficina, la que a veces dejaba que las niñas usaran para mirar las cosas de
cerca. Samantha nunca había olvidado ver de cerca la corteza de la madera
de Oliver. Fue como ver un mundo completamente diferente. Susie podía
nombrar las cosas todo lo que quisiera, pero Samantha preferiría
estudiarlas.
Para eso usó la lupa: estudiar de cerca. Sin embargo, Susie la usó para
cazar.
Después de que Susie usó la lupa para mirar de cerca una oruga, decidió
usarla para encontrar insectos “diminutos” en el césped. Estaba segura de
que iba a encontrar algo que nadie había visto antes. Cuando Samantha usó
la lupa para mirar la corteza de Oliver, Susie la agarró y apuntó a una parte
diferente de su tronco.
—Tal vez encontremos algunos elfos —dijo.
Bien, si Susie estaba sosteniendo una lupa, estaba buscando algo. ¿Pero
qué? ¿El bebé flotante?
«Oh. No, no es un bebé».
La cosa flotante era una muñeca.
Samantha frunció el ceño. Si Susie estaba buscando una muñeca, sólo
podía ser una muñeca.
Tenía que ser Gretchen. Así que Susie la quería de vuelta.
Pero ¿qué pasa con el pollito? ¿Qué era eso? Samantha no entendió al
pollito dentudo. ¿Y qué significaba el otro dibujo?
Samantha apuntó su linterna al segundo dibujo. Era tal como lo
recordaba: tres paneles con la chica del cabello volador alejándose de una
puerta en los dos primeros, sólo la puerta en el tercero, y lunas que eran
un poco más grandes en cada panel. ¿Qué significaba eso?
¿Qué tal si las lunas cada vez más grandes significan que cada panel es
un día diferente? Como esta noche, mañana por la noche y la noche
siguiente.
Samantha pensó en su hermana, la muñeca y las lunas.
¡Ella lo entendió! Apagando la linterna, pensó, «Susie sólo estará aquí
dos noches más».
Estaba bastante segura de que tenía razón. Pero el pollito.
—¿Para qué está ahí el pollito? —susurro
Susie, por supuesto, no respondió, porque se había ido.

☆☆☆
La alarma de Samantha la despertó antes de que saliera el sol.
Afortunadamente, ella tenía el sueño ligero, por lo que no le tomó mucho
tiempo escucharla, y estaba segura de que no molestaría a su madre. Su
madre tenía problemas para dormir, pero una vez que se dormía, tenía los
mismos problemas para despertarse. Samantha había escuchado a su madre
decirle a Jeanie que sólo podía dormir con la ayuda de pastillas. Las pastillas
parecían hacer las mañanas realmente difíciles y Samantha había aprendido
a no hablar con su madre antes de la escuela.
Una vez, Samantha había olvidado parte de un proyecto escolar. Ella y
su mamá ya estaban corriendo porque su mamá se había quedado dormida.
Finalmente salieron corriendo de la casa y se dirigieron al coche, y su
madre había conducido hasta el final del camino de entrada, cuando
Samantha se dio cuenta de lo que había dejado en su habitación.
—Tengo que volver —dijo.
Su madre frenó con tanta fuerza que la cabeza de Samantha se disparó
hacia adelante y hacia atrás.
Pensó que su mamá regresaría rápidamente a la casa. En cambio, su
madre se inclinó y golpeó su cabeza varias veces en el volante.
Susurró algo una y otra vez mientras lo hacía. Samantha pensó que
sonaba como—: No puedo seguir con esto.
Ahora Samantha yacía en la oscuridad, sosteniendo su despertador
durante varios minutos. No le gustaba levantarse temprano. Susie había
sido la que siempre había querido saltar de la cama y empezar a jugar antes
de que saliera el sol. Susie era como su padre, quien decía que la mejor
parte del día era justo antes del amanecer, cuando todo estaba en un
“estado de posibilidad”.
—Huele este aire —le decía a Samantha las pocas mañanas que podía
convencerla de que se levantara temprano—. Mira esa luz rosa. Es tan
bonita —chillaba Susie.
«No es lo suficientemente bonita para levantarse tempranos».
Esta mañana, sin embargo, no fue el olor ni el color lo que sacó a
Samantha de la cama. Era lo que necesitaba hacer.
Sólo tenía dos días más para encontrar a Gretchen.
No sabía qué pasaría si no encontraba a Gretchen. No entendía por qué
una muñeca perdida podía significar tanto para su hermana muerta. Susie
era un fantasma… ¿no es así? ¿Por qué un fantasma querría algo como una
muñeca?
Pero no importaba. Susie la quería, y después de lo que le había pasado,
se merecía obtener lo que quería.
Samantha apartó las mantas.
El aire frío golpeó sus piernas desnudas y se le puso la piel de gallina.
Ignoró su deseo de volver a meterse en la cama. En cambio, se puso de
pie, dejando que la tela gruesa y suave de su camisón de franela azul
bloqueara algo del aire frío. Metió los pies en las zapatillas de cuero tipo
mocasín que Jeanie le había comprado (a Samantha no le gustaban las
zapatillas peludas de animales como a Susie), agarró la ropa que había
tendido durante la noche y trotó hacia el baño de puntillas.
Agradecida por el pequeño calefactor que descansaba en un robusto
taburete junto a la puerta del baño, Samantha lo encendió y se paró frente
a él un par de minutos para calentarse. Luego hizo una versión corta de su
rutina matutina antes de vestirse.
Después de darse cuenta de lo que significaban los dibujos de Susie,
Samantha había intentado permanecer despierta el tiempo suficiente para
que las píldoras de su madre funcionasen para poder empezar a buscar a
Gretchen. Pero seguía escuchando crujir la cama de su madre, lo que
significaba que su madre no estaba profundamente dormida. Los ojos de
Samantha habían comenzado a cerrarse, por lo que había puesto la alarma
para la mañana.
Cuando terminó en el baño, apagó la calefacción y abrió la puerta. Al
salir al pasillo, se paró sobre el corredor trenzado de color verde oscuro
y pensó dónde podría haber escondido Susie a Gretchen.
Samantha miró la puerta cerrada de Susie. Ella sacudió su cabeza. La
muñeca no estaría ahí.
Cuando Samantha y Susie se pelearon por Gretchen, Susie estaba tan
molesta como pudo. No habría puesto la muñeca en su habitación, donde
Samantha podría encontrarla fácilmente. E incluso si estuviera allí, ese sería
el último lugar donde Samantha miraría. No había estado en la habitación
de Susie desde esa horrible noche cuando…
Samantha bajó por el pasillo hacia las escaleras. Si iba a buscar la muñeca,
lo haría de forma organizada. Tenía sentido empezar desde el fondo de la
casa y trabajar. Además, en el primer piso, había menos posibilidades de
que despertara a su madre.
El resplandor amarillo pálido de la luz del porche se extendía por las
escaleras a través de la ventana de vidrio de plomo en la puerta principal.
La luz estaba moteada y misteriosa.
—¿Cómo puede el vidrio ser plomo? —había preguntado Susie cuando
su padre les dijo cómo se llamaba el vidrio de la puerta.
Samantha sonrió ahora mientras bajaba las escaleras. Susie siempre
estaba haciendo preguntas como esa. Samantha nunca estuvo realmente
segura de sí Susie estaba siendo graciosa o tonta.
Al pie de las escaleras, Samantha miró a ambos lados. Podía ir al
comedor o al salón. Además de la cocina, las únicas otras habitaciones en
el primer piso eran un pequeño baño y la oficina de su padre.
Dudaba que la muñeca estuviera en cualquiera de esas habitaciones,
porque allí no había ningún escondite.
Comenzó en el comedor.
Este comedor era al menos el doble del tamaño de cualquier comedor
que Samantha hubiera visto en la televisión. Realmente no podía
compararlo con los comedores de otras personas porque no había visto
ningún otro. Ella no tenía amigos. Cuando Susie estaba viva, a veces
invitaban a Samantha a las fiestas a las que iba Susie, pero dejó de ir después
de asistir a una. Eran estúpidas y aburridas, y los niños siempre eran malos
con ella.
Samantha se secó la frente para borrar sus recuerdos. Encendió el
interruptor de la pared para que la lámpara sobre la mesa se apagara.
La luz era una gran rueda de metal con velas falsas a lo largo de su borde.
Jeanie dijo que la lámpara era “estilo granja”, lo que tenía sentido.
—¿Por qué se llama un accesorio? —preguntó Susie cuando eran
pequeñas—. No da acceso a nada.
Samantha se acercó al alto aparador tallado que estaba detrás de un lado
de la larga y oscura mesa del comedor. Abrió las puertas inferiores. La
conejera estaba llena de porcelana y cristal, platos y vasos que su familia
nunca usaba. Miró detrás de las pilas de platos y cuencos. No estaba
Gretchen.
Pasando al gabinete largo y bajo en la parte trasera de la habitación, el
“aparador”, lo llamó Jeanie, Samantha abrió todos los compartimentos y
encontró muchos platos y jarrones para servir. No estaba Gretchen.
Fue al frente de la habitación y abrió la tapa del asiento de la ventana.
Estaba lleno de manteles y servilletas. Sólo para estar segura, cavó
debajo y entre las pilas. No estaba la muñeca.
Luego fue a la sala de estar. Afuera, en la calle, escuchó el rugido del
camión de basura vaciando los botes de basura frente a todas las casas. Ella
se mordió el labio inferior. ¿Despertaría el camión de la basura a su mamá?
Era mejor que se apresurara.
La sala de estar era grande y estaba llena de muebles cómodos y
esponjosos. Era una lástima que apenas los usaran.
Samantha miró con nostalgia el largo sofá a cuadros que daba a la
chimenea de piedra en un extremo de la habitación. Dos sofás de dos plazas
de color burdeos macizo se unieron al sofá para formar una U. Lleno en
las esquinas con mesas laterales de roble macizo y centrado alrededor de
una otomana verde cuadrada, este era el lugar donde la familia solía jugar
junto al fuego.
En el otro extremo de la sala había otro gran sofá y un par de sillones
reclinables frente a un televisor de pantalla plana. A veces, su madre dejaba
que Samantha viera esa televisión, pero la mayoría de las veces, se suponía
que debía ver programas en la computadora de su habitación.
Alrededor de los bordes de la habitación, los estantes y gabinetes de
roble empotrados estaban llenos de libros y cuadros enmarcados.
Samantha recordó los sentimientos de Susie sobre esos estantes y algunos
de los otros muebles.
—¡¿Roble?! —dijo Susie un día cuando tenía unos seis años—. ¿Roble,
como Oliver?
—Los muebles están hechos de madera —respondió su padre— y la
madera proviene de los árboles.
—¿Entonces matan árboles para hacer muebles? —chilló Susie.
Sus padres habían pasado la mayor parte de una hora tratando de
convencerla de que los árboles no sentían dolor cuando los talaban. Nunca
lo lograron. Susie estaba segura de que a los árboles le dolía.
Samantha comenzó a buscar en todos los gabinetes, comenzando en la
esquina frontal y trabajando en sentido horario. Cuando no encontró nada,
buscó detrás de todos los libros de los estantes. Pero sólo pudo llegar a
las tres filas inferiores.
Trotó hasta la despensa de la cocina y tomó la escalera de mano que se
guardaba allí. Desafiando su plan ordenado, registró la despensa mientras
estaba allí. Encontró evidencia de que alguien, además de ella, había estado
escondiendo dulces: una vieja bolsa endurecida de malvaviscos, dos
paquetes a medio comer de galletas con chispas de chocolate, una caja sin
abrir de donas anticuadas con una fecha de caducidad que era hace un año,
y un recipiente de metal con caramelos duros que estaban todos pegados.
Pero no encontró a Gretchen.
Arrastrando la escalera hasta la sala de estar, la subió y bajó catorce
veces para mirar detrás de libros e imágenes. No encontró nada más que
mucho polvo, lo que la entristeció, porque su madre solía querer que la
casa estuviera “impecable”. Recordó cómo la casa solía oler a limones por
el aerosol que usaba su mamá cuando quitaba el polvo. Ahora, sólo olía a
polvo.
Cuando hubo agotado todos los escondites de la sala de estar, Samantha
miró el gran reloj de madera del abuelo en el pasillo trasero. Tenía que
prepararse para la escuela pronto y tenía que despertar a su madre.
Antes de arrastrar la escalera hacia la cocina, asomó la cabeza hacia la
oficina. El único escondite potencial aquí era el escritorio vacío de su padre.
Se apresuró a entrar, abrió todos los cajones y miró en el cubículo donde
una vez había estado junto a las rodillas de su padre cuando era muy
pequeña. Nada.
No había nada que ver en toda la habitación, sólo el escritorio y los
estantes vacíos. La única otra cosa que vio Samantha mientras salía
corriendo de la habitación fue un pequeño trozo de alfombra gracioso
pegado debajo del borde delantero de uno de los estantes.
Arriesgándose a registrar la cocina antes de despertar a su madre, abrió
un armario y un cajón tras otro, palpando detrás de platos, ollas y sartenes,
recipientes de plástico, cestas y utensilios. Gretchen seguía oculta.

☆☆☆
Samantha sintió la presencia de Susie tan pronto como se subió a la
minivan después de la escuela ese día. ¿Cómo lo hacía Susie? Samantha
estaba segura de que Susie no había estado esa mañana, y sabía que Susie
nunca iba a la escuela. Samantha ignoró la insistente presencia de su
hermana y miró la parte de atrás del cabello desordenado de su madre.
¿Sabía su mamá que Susie estaba aquí?
Samantha se preguntó si debería preguntar.
Quizás no mientras su mamá conducía.
Cuando su madre se detuvo en el camino de entrada, Samantha se
volteó para mirar a Oliver, casi como si alguien la estuviera obligando a
hacerlo. Por lo general, ignoraba a Oliver. ¿Susie la estaba haciendo mirar?
¿Cómo?
A Oliver sólo le quedaban unas pocas hojas. Tal vez saldría a contarlas
antes de la cena. No. Tenía que seguir buscando a Gretchen.
—¿Frijoles y salchichas para cenar? —preguntó su mamá.
Algo que se sintió como una ola fluyó a través de Samantha. La ola era
oscura y un poco aceitosa. Quería aferrarse a Samantha de la forma en que
la tristeza se había adherido a ella desde que Susie se había ido.
Pensó que la ola era emoción. ¿Pero era de ella o de Susie?
A Susie le encantaban los frijoles y las salchichas. ¿Estaba triste por no
poder comer?
¿Tenían comida donde ella había ido cuando murió?
—Los frijoles y las salchichas están bien —respondió Samantha—.
¿Podemos comer piña también?
En su mente, vio que Susie arrugó la cara con disgusto. ¿Susie puso esa
imagen allí? A Samantha siempre le había gustado la piña con frijoles, y Susie
pensaba que era asqueroso.
Su madre le dio a Samantha una media sonrisa.
—Seguro.

☆☆☆
Susie siguió a Samantha mientras se apresuraba de una habitación a otra
en busca de Gretchen. Samantha había estado buscando a Gretchen desde
que llegaron a casa. ¡Los dibujos de Susie habían funcionado!
Desafortunadamente, Samantha no estaba teniendo suerte. Esto se
debía en parte a que estaba buscando en lugares tontos.
Por ejemplo, Samantha había intentado encontrar a Gretchen en el
agujero del tronco del árbol de Oliver. Al iluminar el agujero con la luz y
murmurar sobre los elfos, Samantha contuvo la respiración y metió la
mano en el interior del árbol.
Susie se reía todo el tiempo. ¡Samantha le había creído cuando le habló
de los elfos!
Ahora estaban adentro recorriendo toda la casa. El sonido del agua
corriente y el tintineo de sartenes y cubiertos dejó en claro que su madre
todavía estaba en la cocina. Obviamente, Samantha estaba tratando de
buscar arriba antes de que su mamá terminara de preparar la cena.
Comenzó con el estudio de su mamá.
—Nunca habría escondido a Gretchen aquí —le dijo Susie a Samantha
cuando abrió la puerta del estudio. Samantha no le prestó atención a Susie.
Esto no fue una sorpresa; Samantha estaba siendo terca.
¿Por qué Susie no recordaba dónde puso la muñeca?
Sabía dónde la puso la primera vez que la escondió. Había estado en su
habitación, debajo de su cama, que sabía que era un escondite poco
original. Un par de horas después, la había movido. ¿Pero a dónde?
Susie estaba de pie en la entrada del estudio de su madre mientras
Samantha se apresuraba a cavar en montones de telas apiladas en estantes
de color amarillo pálido, en montículos de hilo amontonado en enormes
cestas de mimbre debajo de una hilera de ventanas, y en contenedores de
lona de lana junto al telar de su madre. Susie pensó que todo esto era muy
valiente porque una de las reglas de la casa era que el estudio estaba fuera
de los límites. Samantha incluso abrió la puerta del trastero en el otro
extremo del estudio. Cuando entró a buscar, Susie no la siguió.
A Susie le encantaba jugar y ser tonta, pero no era una loca valiente. El
almacén contenía el trabajo terminado de su madre, las cosas que vendía
para ganar dinero.
Nunca se les permitió tocarlo. Una vez, cuando Susie tenía cinco años,
su mamá había dejado uno de sus “tapices” en la mesa del comedor porque
alguien venía a recogerlo. Susie, curiosa, entró en el comedor, se subió a
la silla y miró el tapiz. Estaba cubierto de mullidos mechones de suave tela
redonda que la deleitaba. Tenía que tocarlos. Olvidando que acababa de
comer galletas con chispas de chocolate, Susie puso sus dedos pegajosos
sobre los mechones de color melocotón claro. Cuando vio las manchas de
chocolate, trató de limpiarlas, lo que las esparció aún más. Esto la hizo
llorar y la asustó lo suficiente como para intentar salir corriendo de la
habitación. En su prisa, terminó derribando una silla y cayendo. Tratando
de contenerse, agarró el tapiz y se golpeó la cabeza contra la mesa, lo que
la hizo chillar. Cuando su madre entró corriendo en la habitación, Susie
estaba en el suelo con el tapiz manchado de chocolate en una mano y
sangrando en otra parte del tapiz por un corte en la frente.
Su mamá estaba muy enojada. Había asustado a Susie. La asustó tanto
que nunca volvió a acercarse al trabajo de su madre.
Gretchen no estaba en el estudio de su madre. Pero Susie sólo podía
esperar a que Samantha se diera cuenta por sí misma.
Una vez que lo hizo, Samantha pasó al dormitorio de su madre. Primero,
se detuvo en el pasillo para escuchar. Más sonidos de la cocina animaron a
Samantha a entrar.
—Gretchen no está aquí —le dijo Susie mientras Samantha se agachaba
para mirar debajo de la cama de su madre. La falda de la cama azul oscuro
cubría la cabeza de Samantha como una bufanda.
Samantha se levantó del suelo, inclinó la cabeza para escuchar un
segundo y luego fue al armario de su madre. Samantha comenzó a barrer
la ropa colgada, a abrir y cerrar cajas de zapatos.
—¿No crees que ya lo habría encontrado si estuviera aquí? —dijo Susie.
Samantha no respondió.
Samantha miró los estantes sobre la ropa colgada.
—Simplemente treparía por los estantes —murmuró Samantha.
Susie sonrió.
—Sí, lo haría.
Samantha giró en círculo, frunciendo el ceño. Samantha vio el banco que
estaba al final de la cama de su madre y lo arrastró al armario.
Susie se sintió mal por quedarse allí mirando. Pero Samantha estaba
perdiendo el tiempo.
Samantha se paró en el banco. Incluso de puntillas, tuvo que esforzarse
para ver los estantes superiores del armario de su madre.
Terminando con el armario, se trasladó al tocador de su madre. Susie
se mordió el pulgar. Estaba segura de que iban a gritarle a Samantha por lo
que estaba haciendo. Samantha también tenía que saber eso, pero no iba a
dejar que eso la detuviera. Samantha buscó en toda la ropa interior, medias,
calcetines y bufandas de su madre.
—¡Samantha!
—¡¿Qué?! —chilló Samantha, cerrando de golpe el último cajón de la
cómoda.
—Cena en cinco.
—¡Okey!
Samantha corrió a la mesa de noche de su madre y la registró, luego
hizo lo mismo con la de su padre. El suyo estaba vacío. El de su madre
estaba lleno de libros, muestras de telas y píldoras. Gretchen no se
escondía ahí.
—Te lo dije —dijo Susie mientras seguía a Samantha desde la habitación
de su madre. Sabía que estaba siendo una bebé sarcástica, pero no pudo
evitarlo. Casi podía oír un tic-tac en su cabeza.

☆☆☆
—Samantha ha estado husmeando en mis cosas —le dijo Patricia a Jeanie
por teléfono.
Al descubrir que sus materiales habían sido revisados, Patricia decidió
llamar a su amiga en lugar de gritarle a su hija.
—¿Qué cosas?
—Por lo que pude ver, todas mis cosas. —Presionó tres dedos en su
sien—. Samantha sabe que no debe hacer eso.
—Exactamente. Así que debe haber tenido una buena razón —dijo
Jeanie.
—¿Qué razón podría tener?
—No lo sé, pero sé que tiene una. ¿No falta nada o algo está dañado?
—Nada que haya visto.
—Entonces déjalo así.
—Pero…
—En serio, Patricia. Es hora de dejarlo.

☆☆☆
Chica llegó a medianoche. Como de costumbre, Susie se sintió tirada
de la cama de Samantha. Como de costumbre, se sintió obligada a pasear
por la casa y ver la silueta oscura de Chica en el exterior. Como de
costumbre, abrió la puerta trasera, luego la cerró y fue al frente.
Como de costumbre, se preguntó por qué tenía que hacer lo que tenía
que hacer. ¿Por qué tenía que dejar a su familia?
Susie abrió la puerta principal y la brisa de la noche sopló un par de
hojas de Oliver pasando los pies de Chica y dentro de la casa. La noche
era más brillante que las dos noches anteriores porque la luna estaba más
llena. Las nubes también se habían ido. Las estrellas eran tan espesas en el
cielo que le recordaron a Susie el azúcar en polvo que su mamá solía poner
en las galletas de chocolate arrugadas que hacía en Navidad. En algunos
lugares, las estrellas se volvieron borrosas en una extensión de luz blanca
brillante.
Susie esperaba que Chica la tomara de la mano, como de costumbre. En
cambio, Chica levantó una mano y empujó a Susie a un lado. Entonces
Chica entró en la casa.

☆☆☆
Una pesadilla despertó a Samantha. Sus ojos se abrieron de golpe y se
agarró a las mantas, escuchando los latidos de su corazón.
«Era sólo un sueño». Sintió que su corazón comenzaba a ralentizarse.
Luego se aceleró de nuevo y Samantha se sentó.
¡No fue sólo un sueño!
—Chica —susurró.
Su sueño le acababa de decir más sobre el pollito del dibujo de Susie. El
pollito era Chica. Chica había estado persiguiendo a Samantha en el sueño.
Samantha había estado tratando de mover un estante en la oficina de su
padre, y Chica la había estado acechando.
Samantha jadeó. «¡La oficina de papá! Ahí es donde…»
Samantha se congeló cuando escuchó sonidos.
Golpe… golpe… golpe… golpe.
Samantha empezó a temblar.
Esos eran los sonidos. Eran los mismos sonidos que Samantha había
escuchado tantas veces durante los últimos meses, los sonidos que había
intentado convencerse a sí misma que había imaginado.
No los había imaginado.
Esos eran los sonidos.
Excepto que no eran exactamente iguales.
Estaban más cerca.
Mucho más cerca.
Samantha siempre había pensado que los sonidos que había escuchado
provenían del exterior de la casa. Ahora sabía que estaban dentro y se
acercaban.

☆☆☆
Cuando Chica empezó a subir las escaleras, Susie trató de seguirla. Pero
ella no pudo. Era como si estuviera pegada a la puerta, atrapada allí por
cadenas invisibles.
—¡Chica, detente! —gritó.
Chica no se detuvo. Subió lenta pero constantemente las escaleras.
Iba por Samantha; Susie estaba segura de ello. Susie luchó por liberarse
de todo lo que la mantenía en su lugar. Intentó y trató de moverse. Luego
empezó a llorar e hizo lo único que podía hacer para ayudar a su hermana.
—¡Samantha! ¡Corre!

☆☆☆
Samantha saltó de su cama y corrió hacia la puerta de su dormitorio.
¿Podría llegar a la habitación de su madre antes de que lo que subiera las
escaleras llegara?
Abriendo un poco la puerta, miró hacia las escaleras. No. Demasiado
tarde. Un pollito del tamaño de un hombre de color amarillo brillante con
horribles dientes afilados estaba a un paso de la cima, a sólo unos metros
de la puerta de Samantha.
Cerró la puerta de golpe y miró alrededor de su habitación. Cuando los
pasos se acercaron, se sumergió debajo de la cama.
Cuando la puerta comenzó a abrirse, Samantha se puso rígida y contuvo
la respiración mientras unos pies de metal naranja cruzaban el piso de
madera.
Esto no puede ser real.
Pero lo era.
Temblando, Samantha vio los pies rodeando su cama. No pudo contener
la respiración por más tiempo, así que dejó entrar un poco de aire con
cuidado.
Los pies se detuvieron.
Se voltearon.
Comenzaron a volver alrededor de la cama. Luego hicieron una pausa.
Samantha escuchó un zumbido aterrador y, de repente, la colcha que
colgaba del costado de la cama se movió. Un rostro amarillo con ojos
violáceos y dientes mortales miró a Samantha.
Samantha se apartó de la cara y se retorció hacia el lado opuesto de la
cama. Una vez fuera de debajo de la cama, miró sobre su hombro,
preguntándose si podría pasar para huir de su habitación antes de que el
pollito se enderezara…
No. Ya estaba de pie, mirando.
Samantha corrió hacia la ventana. Trató de no escuchar el golpe…
golpe… golpe… golpe mientras buscaba a tientas la cerradura de la ventana.
Temblores, como alas de mariposa, revoloteaban entre sus omóplatos.
Los ignoró.
Los pasos se amortiguaron cuando cruzaron su alfombra. Ella sólo tenía
unos segundos.
Arrastrándose por la ventana, Samantha agarró los diamantes
entrelazados del enrejado y sacó las piernas. El sonido de la tela rasgándose
la hizo mirar hacia atrás a través de la ventana. ¡El pollito estaba allí!
Sostenía un trozo de su camisón azul pálido en su mano.
Samantha gimió y bajó por el enrejado. Manteniendo la mirada fija en la
enredadera que se aferraba al enrejado, fue tan rápido como pudo. Estaba
en calcetines, por lo que la madera se sentía afilada contra sus plantas, pero
no le importaba.
Tampoco miró hacia arriba. No quería saber si la perseguían.
Cuando sus pies encontraron una superficie sólida y rugosa, supo que
había llegado al techo del porche. Entonces miró hacia arriba.
Nada bajaba por el enrejado tras ella. Bien. Pero no tan bien. Si no era
lo suficientemente rápida, Chica podría regresar a la casa y buscarla cuando
llegara al porche. Chica. La mente de Samantha finalmente la había obligado
a ver lo que no había querido ver. El pollito de la casa era Chica.
En su dibujo, Susie había estado tratando de decir que Chica no quería
que Susie encontrara a Gretchen.
¿Por qué?
Samantha no lo sabía. Pero ella sabía que tenía razón.
Chica venía tras ella porque estaba buscando a Gretchen.
Samantha apretó los dientes mientras se inclinaba sobre el borde del
techo del porche para agarrarse a uno de los postes del porche. ¿Podría
agarrarlo lo suficientemente bien como para dejar caer las piernas hasta la
barandilla?
Ella tenía que hacerlo. Por Susie.
Samantha iba a bajar y volver a entrar en la casa. Luego iba a encontrar
a Gretchen… porque gracias a su sueño, sabía dónde buscar.
¿Pero podría llegar antes que Chica?

☆☆☆
Susie no sabía cuánto tiempo estuvo atrapada en la puerta escuchando
los sonidos de los pasos de Chica en el piso de arriba. También escuchó
varios golpes más, pero nunca escuchó a Samantha gritar. Esperaba que
fuera una buena señal, pero no estaba segura, pensó que estaría en la puerta
para siempre. El tiempo pasó y siguió y siguió.
Luego vio a Chica en lo alto de las escaleras. Ella estaba bajando.
Y ella no tenía a Samantha.
Si hubiera podido moverse, Susie se habría caído al suelo aliviada.
En cambio, todo lo que pudo hacer fue ver a Chica bajar los escalones.
Entonces, de repente, ¡Samantha apareció desde afuera!
Con el rostro pálido y los ojos muy abiertos, el cabello enredado,
Samantha pasó corriendo junto a Susie.
Samantha tenía la cabeza gacha y la mirada fija en sus pies. No miró a
Susie. Ni siquiera miró a Chica por las escaleras.
Susie vio a Samantha entrar en el comedor y desaparecer hacia la cocina.
¿A dónde iba Samantha?

☆☆☆
Samantha no sabía por qué no pensó en eso antes. Tal vez fue porque,
aunque seguía pensando en él, realmente quería olvidar a su padre. Ya era
bastante malo que a Susie la secuestraran. Al menos Susie no se fue a
propósito. Ella no quería irse. La secuestraron y la asesinaron. Eso, pensó
Samantha, es una buena excusa para dejar a la familia.
Su padre, sin embargo, no tuvo que irse. Se fue porque era “demasiado
difícil”.
Eso fue lo que dijo—: Es muy difícil.
—Pero es por eso que te necesitamos, papá —le había dicho.
Simplemente apretó los labios, algo que ella había aprendido de él, y dijo
que tenía que irse.
Por eso Samantha estaba sola ahora. Su papá se había ido. Su madre
estaba drogada y dormida. Su hermana estaba muerta. Si Samantha iba a
sobrevivir, tendría que salvarse por sí misma.
Aunque Samantha no miró hacia las escaleras, sabía que Chica estaba
allí. Por eso corrió hacia la cocina.
No sabía lo inteligente que era Chica, pero pensó que valía la pena
intentar engañarla. Quería que Chica la siguiera hasta la cocina y la buscara
allí. Si hubiera juzgado bien, le daría suficiente tiempo.
Cuando llegó a la cocina, Samantha encendió la luz. Luego atravesó la
entrada trasera de la cocina y corrió por el pasillo que comunicaba con la
oficina de su padre.
En su oficina, dejó la luz apagada. Sabía adónde iba.
Corrió hacia el estante con la alfombra. Agarró el borde del estante a
la altura del pecho y tiró de él. No se movió. Se inclinó y tiró del de abajo.
Sin movimiento. El de arriba. Atascado. Estirándose, alcanzó el que estaba
encima de eso. Todavía nada.
¡Tiene que ser aquí! En su frustración, pateó el estante justo al lado de
la pequeña alfombra. Y la estantería se desprendió de la pared y se abrió a
la habitación.
Susie tenía razón. Una habitación oculta había estado aquí todo el
tiempo.
Samantha no esperó a que la puerta de la estantería se abriera del todo.
Se empujó a través de la abertura y buscó a tientas un interruptor de luz.
Encontró uno justo dentro de la abertura. Al accionar el interruptor, se
quedó quieta y escuchó.
Podía escuchar los pasos de Chica en la cocina. Bien. Funcionó.
Miró a su alrededor. La habitación estaba llena de todo tipo de cosas
extrañas: hojas secas, piedras, vidrios rotos, juguetes viejos, pilas de
papeles y libros.
Samantha no sabía si estaba mirando el alijo de tesoros de Susie o el de
su padre. No importaba. Sólo importaba que Gretchen, con el pelo rizado
lleno de polvo pero su vestido de lunares tan brillante como el día que
desapareció, estaba sentada en lo alto de una de las torres de libros
inclinadas.
Samantha agarró la muñeca y se apresuró a cruzar la oficina de su padre.
Cuando llegó a la puerta, miró a su derecha. Chica venía por el pasillo;
ella estaba a sólo unos metros de distancia.
Samantha huyó a través de la sala de estar y salió por la puerta principal.
Jadeando, miró hacia el patio.
Estaba vacío, por supuesto. Sabía dónde estaba Susie y sabía dónde
estaba Chica. Sólo Oliver estaba en el patio, Oliver y su última hoja de
color amarillo pálido. Samantha corrió hacia él y se escondió detrás de su
enorme y sólido tronco.

☆☆☆
Susie vio a Samantha esconderse detrás de Oliver, luego se volteó y
esperó a que Chica llegara a la entrada. ¿Qué haría Chica? ¿Cómo podría
Susie mantener a Chica alejada de Samantha?
Resultó que no tenía que hacerlo. Cuando Chica alcanzó a Susie, Chica
hizo una pausa y le tendió la mano. La mano de Susie se levantó y alcanzó
la de Chica a pesar de que eso era lo último que quería que hiciera. Sintió
el metal animatrónico tocar sus dedos.
—¡Pero no estoy lista! —le dijo a Chica.
Chica miró hacia abajo y sus dientes brillaron a la luz de la luna. Susie
retrocedió. Los dedos de Chica agarraron los de Susie con fuerza, y Susie
no pudo apartarlos. Cuando Chica se movió, Susie sintió que la arrastraban
fuera de su casa.
Sabía que tenía que dejar de resistirse. Ella tenía que estar de acuerdo.
Así que dejó de luchar y comenzó a caminar tranquilamente junto a
Chica.

☆☆☆
Samantha vio a Chica tomar la mano de su hermana, y vio a su hermana
y Chica cruzar el porche, bajar los escalones y caminar hacia Oliver.
Samantha se tensó. ¿Qué debería hacer? ¿Qué podía hacer?
Antes de que pudiera decidir, Chica y Susie desaparecieron.
Sin pensar, Samantha gritó—: ¡Espera!

☆☆☆
Susie escuchó el grito de su hermana. Chica no se detuvo, pero Susie sí.
Por mucho que Chica estuviera deseando que siguiera caminando, algo
igual de fuerte la impulsaba a retroceder. Atrapada en el medio, Susie, una
vez más, no podía moverse.
—¡Susie! —Samantha lloró el nombre de su hermana.
—Tengo que volver —dijo Susie—. Tengo que hacerlo.
Esperó conteniendo la respiración. Entonces sintió que algo se movía
en el aire a su alrededor.
Chica le soltó la mano.

☆☆☆
Samantha salió de detrás de Oliver y se paró a su lado, con Gretchen
colgando de su mano derecha. Las lágrimas llenaron sus ojos.
Llegó demasiado tarde.
No. ¿Qué era eso?
Las hojas cerca del tronco de Oliver se arremolinaron desde el suelo y
luego se alejaron de él. La noche era ventosa, pero el viento no se movía
en círculos. También soplaba hacia Oliver, no lejos de él.
Samantha volvió a mirar su única hoja superviviente.
Y fue entonces cuando Susie apareció de repente frente a Oliver.
Tenía el mismo aspecto que tenía el día que fue secuestrada. Incluso
vestía la misma ropa: su suéter de rayas magenta y rosa y los jeans que
Jeanie había tachonado con pedrería.
Samantha miró a su hermana. Luego extendió a Gretchen.
Susie abrió la boca como si quisiera decir algo. Pero luego tomó la
muñeca regordeta y la apretó contra su pecho.
—Te he echado mucho de menos —le dijo Samantha.
Susie asintió. Ella se acercó y Samantha ni siquiera dudó. Dio un paso en
el abrazo ofrecido.
Susie se sentía tan sólida como cuando estaba viva. Quizás incluso más.
Samantha nunca fue una abrazadora. Por lo general, abrazaba a Susie a
medias cuando Susie insistía en un abrazo. Ahora abrazó a Susie con todas
sus fuerzas.
—Te quiero —susurró.
Sintió una ola de emoción fluir sobre ella, como la que había sentido en
el auto. Pero esta no era oscura ni aceitosa. Este era ligera, cálida y
burbujeante. Samantha estaba bastante segura de que esta ola era una ola
de amor.
Susie la soltó y Samantha se secó las lágrimas que corrían por sus
mejillas.
Susie sonrió y luego dirigió su mirada hacia Chica. Samantha vio a Chica
tomar la mano de su hermana. Luego vio a Chica llevarse a Susie y
Gretchen lejos.
Desaparecieron justo cuando Oliver soltó su última hoja.
—Adiós —susurró Samantha.
Samantha sintió que la soltaba. Y sintió la promesa de algo nuevo.
Susie se iba, sí. Pero esto no era el final. Samantha sabía que era un
comienzo. Al igual que el fantasma feliz de la historia, Susie iba adonde
podría estar con su familia para siempre.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
Texas con su esposa y cuatro hijos.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de
reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las
computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la
costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Kelly Parra es autora de las novelas de Graffiti Girl, Invisible Touch y
otros cuentos sobrenaturales. Además de sus trabajos independientes,
Kelly trabaja con Kevin Anderson & Associates en una variedad de
proyectos. Vive en Central Coast, California, con su esposo y sus dos hijos.
J ake se miró a sí mismo y trató de acostumbrarse al hecho de que “él
mismo” no se parecía en nada al mismo al que estaba acostumbrado antes.
Lo último que recordaba era que era un niño. No había sido un niño en un
tiempo… no sabía cuánto tiempo.
Así que no era del todo extraño que ya no estuviera en el cuerpo de un
niño. Pero todavía era bastante extraño que estuviera en algo que no
estaba vivo. También era extraño que no pudiera recordar exactamente
quién había sido cuando era un niño. Tenía recuerdos vagos, pero no tenían
sentido. Por ejemplo, recordaba haber pensado que sería divertido volver
a la vida como un cachorro o un gatito. Pero, ¿por qué pensaría eso?
Ahora, aquí, estaba dentro de una cosa de metal. No sabía lo suficiente
sobre nada para entender qué era. Pero sabía que no estaba solo.
Compartía este extraño espacio. Fue como despertarse en la casa de otra
familia.
—¿Hola? —dijo Jake.
—¿Quien está hablando? —preguntó la voz de un niño. El niño sonaba
un poco como un niño que Jake solía conocer en la escuela, un niño que
siempre le respondía al maestro y se metía en problemas.
—Oh, hola —dijo Jake—. Soy Jake. ¿Quién eres tú?
—¿Qué te importa?
—Um, sólo estaba siendo amigable.
Jake recordó haber aprendido que la forma de lidiar con niños así era
dejarlos ser tan duros como quisieran.
—Lo siento. Soy Andrew. —La voz del niño era áspera. No sonaba
como si estuviera diciendo su nombre. Sonaba como si estuviera lanzando
un desafío.
—Hola, Andrew.
—¿Por qué no puedo ver nada? —demandó Andrew.
—¿No puedes ver el camión? —preguntó Jake.
—Si pudiera ver el camión, ¿crees que diría que no veo nada?
Jake pensó que Andrew sonaba enojado. Muy enojado.
—Lo siento. Um, ¿entonces estamos en la parte trasera de lo que creo
que podría ser un camión de basura? Estamos con mucha basura.
—Me lo imagino —dijo Andrew.
—¿Por qué? —preguntó Jake.
—Es la historia de mi vida.
—¿Qué quieres decir?
Andrew ignoró la pregunta.
—¿Cómo es que puedes ver y yo no? —Sonaba como si se estuviera
preparando para una rabieta.
—Lo siento mucho. No estoy seguro. Quiero decir, sé que estamos en
algún tipo de cosa de metal, no sé, ¿algún tipo de entidad o algo así? Puedo
ver lo que hay al alrededor, pero no sé cómo llegué aquí, así que no sé
cómo llegaste aquí. Y seguro que no sé por qué puedo ver y tú no. Pero
tal vez pueda ayudarte a ver. ¿Sabes cómo llegaste aquí?
Andrew guardó silencio durante un minuto. Jake esperó.
—Bueno, ¿podría haber tenido algo que ver con las cosas en las que
estaba?
—¿Qué cosas?
—No es de tu incumbencia —gruñó Andrew.
Jake suspiró.
—Sé que no lo es. Sólo pensé que sería bueno ser amigos y que los
amigos se conocieran. Así que me preguntaba qué querías decir con estar
en cosas.
El camión se detuvo y se hizo el silencio.
—No he tenido un amigo en mucho tiempo —dijo Andrew. Su tono
era defensivo, como si estuviera desafiando a Jake a burlarse de él.
—Lo siento mucho —respondió Jake. Sus recuerdos eran inconexos y
confusos, pero recordó que había tenido amigos—. Eso es horrible.
Jake quería saber más, pero sabía que era mejor no seguir haciendo
preguntas.
La parte trasera del camión se abrió y un tipo con un mono comenzó a
descargar toda la basura.
—Podría ser tu amigo —dijo Jake.
—¿Por qué querrías ser mi amigo?
—Simplemente me gusta hacer amigos.
—¿Entonces cómo hacemos eso?
—¿Hacer qué?
—¡Ser amigos! —Andrew soltó un resoplido exasperado—. Demonios,
eres un tonto.
Jake sintió que estaba haciendo el primer contacto con una nueva
especie, como en las películas de ciencia ficción que recordaba haber visto.
—Hablamos, nos contamos cosas y nos entretenemos, y luego nos
hacemos amigos —dijo Jake. Supuso que estaba lo suficientemente cerca.
—¿Cómo qué cosas?
—Lo que quieras. —Jake quiso volver a preguntar qué quería decir
Andrew con estar metido en cosas, pero esperó.
Andrew guardó silencio durante unos segundos.
—¿Alguna vez has estado tan enojado que sólo querías que todos lo
supieran?
Jake lo pensó y recordó un momento en el que estaba realmente
enojado porque tuvo que dejar la escuela. ¿Pero por qué? No importaba.
—He estado muy enojado, pero supongo que no necesitaba que todos
lo supieran. Pero tenía alguien con quien hablar. ¿Tuviste a alguien así?
—No.
Jake no estaba seguro de qué decir, así que se quedó callado.
—¿Quisiste vengarte de la persona con la que estabas enojado? —
preguntó Andrew.
—No creo que fuera una persona. Creo que tuvo que ver con estar
enfermo o algo así. Mis recuerdos son algo confusos.
—Confusos. Sí. También los míos. Pero sí recuerdo haber querido
vengarme de alguien que me hizo daño. Creo que me apegué a él. Me metí
en su alma, me aseguré de que no pudiera seguir adelante cuando debería
haber muerto. Recuerdo que quería que sufriera, como él me hizo sufrir a
mí. Pero no recuerdo lo que hizo. Sólo sé que aguanté, sin importar lo que
le hicieran para intentar salvarse. Quería que le doliera.
En un momento, Jake no pudo reprimirse más. Él soltó—: Es terrible
que te sintieras tan mal.
—Cállate. Sólo cállate. ¡No necesito tu estúpida simpatía!
—Lo siento.
Pasaron varios segundos.
Entonces Andrew tuvo más que decir.
—Recuerdo que intentaron matarlo. Pero no iba a dejarlo ir hasta que
estuviera listo. Es extraño. Recuerdo estar tan enfadado y decidido, pero
no sé por qué.
A Jake le dolía estar tan cerca de tanto odio. Pero no se habría ido si
hubiera podido. Andrew lo necesitaba.
—¿Todavía estás ahí? —le preguntó Andrew a Jake.
—Sí. Estoy escuchando. Me dijiste que me callara.
Andrew rio.
—Sí, lo hice, ¿no?
Jake estaba callado. Luego dijo—: Entonces, ¿dónde está la persona
ahora, con la que estás enojado?
—No estoy seguro. Sé que estaba en él cuando llegamos a este gran
lugar con muchas cosas interesantes. Todo lo que puedo recordar después
de eso es querer estar en todas partes. Puedo recordar estar por todas
partes en todo tipo de cosas. Y recuerdo a este perro animatrónico, Fetch.
Se rompió en una tormenta eléctrica. Juguete de mierda. No estaba hecho
bien. —Andrew hizo un sonido de frambuesa. Luego suspiró—. Así que
creo que estaba en Fetch, más o menos. Creo que así es como llegué aquí.
No sé por qué pienso eso. Solamente lo hago.
Jake se quedó en silencio. Seguía mirando al hombre descargar el
camión.
—Puedes hablar ahora —dijo Andrew.
—No sé qué decir. Me siento mal por haber pasado por algo que fue
realmente malo.
El hombre alcanzó el contenedor de Jake y Andrew. Jake se había estado
preguntando qué hacer con el hombre. Pensó que si se movía en lo que
estaban, el hombre se asustaría. Pero ahora no tenía realmente otra
opción. No quería que el hombre lo echara a él y a Andrew.
Entonces Jake se movió, lo que significaba que la cosa en la que estaban
se movió. Jake vio que el hombre miraba alarmado. Queriendo consolar al
hombre, Jake extendió la mano para tocar su rostro.
El hombre gritó y se agarró la cabeza. Colapsando sobre la grava detrás
del camión, el cuerpo del hombre comenzó a marchitarse como si fuera
una esponja escurrida por una mano invisible. Mientras su cuerpo se
succionaba sobre sí mismo, sus ojos cayeron hacia adentro,
desapareciendo. Y rayas negras corrían por sus mejillas.
—¿Qué acaba de suceder? —gritó Jake. Saltó de la camioneta y miró el
cuerpo del hombre calvo.
—No puedo ver, tonto —espetó Andrew—. ¿De qué estás hablando?
—¡Sólo pensé en tocarle la cara a un hombre y murió! ¡¿Por qué
moriría?! —Jake se dio cuenta de que estaba gritando, pero no pudo
evitarlo.
—¿Por qué me preguntas? —Andrew volvía a sonar a la defensiva.
—Otro tipo también murió. Lo acabo de recordar —dijo Jake.
—Probablemente fui yo —dijo Andrew.
—¿Podría ser Fetch, el perro? —preguntó Jake.
—No, seguro que fui yo.
—¿Quieres matar gente?
—¡No!
—¿Entonces por qué…?
—Sólo quiero asustar a la gente, ¿de acuerdo? Como, ya sabes, dales un
zap.
—¡El zap los está matando!
—Bueno, eso no era lo que quería.
—Okey. —Jake pensó un segundo—. Entonces, si lo que estás haciendo
no es lo que quieres, tal vez estés haciendo algo que alguien más quiera.
Quizás haya algo más aquí con nosotros.
—¿En esta cosa quieres decir?
—Sí. Como un autoestopista o como una pulga en un perro.
—Eso es estúpido. Hiciste autostop con el hombre que te mató. ¿Por
qué no puede alguien más hacer autostop con nosotros? —Andrew se
quedó en silencio por un segundo, luego dijo—: Suena tonto.
—La cosa es que si lo hiciste de alguna manera, lo que sea que te esté
causando hacerlo podría estar en todo lo que te metiste.
—Los infecté. Ahora lo recuerdo.
—¿Qué?
—Yo infecté todo a lo que arrojé mi enojo.
—Okey. Entonces, todo lo que infectes podría lastimar a las personas.
Gente inocente.
—Oye, yo no soy así. Sólo quería lastimar al malo.
—Pero dijiste que contagiabas cosas con tu ira. ¿No pensaste que eso
los lastimaría?
—Cállate.
—Bien, me callaré. Pero vamos a buscar todas las cosas que infectaste.
—¿Cómo vas a hacer eso?
—¿No me ayudarás?
—¿Por qué debería?
Jake pensó por un segundo y luego intentó algo. No estaba seguro de
poder hacerlo. Pero…
Sí, podía. Podía sentir los pensamientos de Andrew. Sería capaz de
encontrar las cosas que Andrew infectó, incluso sin la ayuda de Andrew.
Fazbear Frights

#5

Scott Cawthon
Elley Cooper
Andrea Waggener
Copyright © 2020 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados
Foto de TV estática: © Klikk/Dreamstime
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Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
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El editor no tiene ningún control y no asume ninguna
responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2020
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internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
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Contenido

Portadilla
Copyright
El conejito despertador
En la carne
El hombre de la habitación 1280
Acerca de los Autores
Rompecabezas
E l sol salió de detrás de unas nubes grises bajas y casi cegó a Bob.
Entrecerró los ojos, frunció el ceño y bajó la visera mientras desaceleraba
para maniobrar su anémica minivan alrededor de la millonésima curva
cerrada en esta carretera sinuosa aparentemente interminable que se abría
paso a través de montañas densamente boscosas.
«Esto es… simplemente… genial», pensó Bob.
Lo único que había estado esperando de este viaje era el tiempo lluvioso
previsto. Su familia estaba “desanimada” por eso, pero él estaba
secretamente alegre. La lluvia significaba que la ráfaga de actividades se
cancelaría y lo dejarían en paz para pescar un poco, tomar siestas y leer un
libro.
—¡Cariño, mira esto! —La esposa de Bob, Wanda, cantó—. ¡Sol!
—Oh, ¿eso es lo que es?
Juguetonamente le dio una palmada en el hombro.
—Pásame mis gafas de sol —dijo Bob.
Bob apartó la vista de la carretera durante un par de segundos y vio a
Wanda inclinarse hacia adelante para sacar las gafas de sol de la guantera.
Admiró sus brillantes rizos castaños y los suaves contornos de su perfil.
Wanda era baja y delgada, pálida y pecosa, con rasgos pequeños. Incluso
después de doce años de matrimonio y tres hijos, ella seguía siendo la
animadora bonita y alegre de la que se había enamorado cuando estaban
en el último año de la escuela secundaria. La única diferencia notable era
su ropa, habiendo cambiado sus pompones y faldas plisadas por la última
moda. Hoy, vestía pantalones cortos negros de cintura alta y una blusa
lavanda de malla sobre una camiseta sin mangas negra. La parte superior se
caía de un hombro. Se veía genial.
Con la mirada puesta en la carretera, Bob se puso las gafas de sol. Luego
se tomó un par de segundos para mirarse en el espejo retrovisor. Un par
de segundos fue todo lo que tomó para confirmar que no se parecía al
deportista que había sido en la escuela secundaria. Atrás quedaron el
cabello largo, espeso y negro, la línea de la mandíbula afilada, los traviesos
ojos castaños oscuros y la amplia y despreocupada sonrisa. En su lugar
había un cabello corto y canoso, una mandíbula suave, ojos cansados y los
labios apretados en una curva hacia abajo. La mayoría de sus músculos se
habían ido a donde se había ido demasiado cabello. No tenía tiempo
suficiente para hacer ejercicio… y se notaba.
Bob rápidamente centró su atención en el camino. Detuvo la minivan
en el carril derecho cuando la carretera comenzó a subir, y los dos carriles
se convirtieron en tres, creando un carril para adelantar. Dos sedán
deportivos salieron de detrás de Bob para pasar junto a él.
Bob suspiró.
—Extraño mi MG.
Wanda lo miró, pero no mordió el anzuelo. Ella nunca lo hacía. Ella lo
había convencido de que vendiera su amada MG cuando tuvieron su
segundo hijo.
Lo había lamentado desde entonces. Echaba de menos todo lo
relacionado con ese coche, incluso su olor, el distintivo olor a aceite de
motor/asiento de cuero que siempre le hacía sentirse varonil… y joven.
Bob negó con la cabeza y trató de no inhalar los aromas de la camioneta:
mantequilla de maní, calcetines sucios y jugo de uva.
—¿Adivinen qué? —gritó Wanda.
—¿Qué? —corearon los niños.
—¡Han cambiado el pronóstico! —Wanda hizo un pequeño baile feliz
en su asiento mientras miraba la pantalla de su teléfono.
Bob se sorprendió de que el teléfono todavía tuviera servicio. Se sentía
como si estuvieran a miles de kilómetros de la civilización.
—En lugar del ochenta por ciento de probabilidad de lluvia constante
—dijo Wanda— ahora dice veinte por ciento. ¡Vamos a tener sol!
—Feliz sol, sol sonriente, sol sal a jugar —la hija de Bob de tres años,
Cindy, comenzó a cantar desafinando.
—Sol brillante, sol agradable, es un día hermoso —se unió Wanda a Cindy.
Cindy se rio y comenzó de nuevo con la melodía chirriante. Sus coletas
rizadas de color castaño rojizo rebotaban mientras saltaba a través de la
canción. Lo que a Cindy le faltaba en talento para cantar lo compensaba
con ternura y entusiasmo.
Las pecas y una sonrisa feliz conquistaban a todos los que la conocían.
—¡Vamos, cantemos todos! —gritó Wanda.
Aaron, de siete años, se sentó al lado de Cindy, en el asiento del coche
que le hacía ilusión pronto dejar. Compartía las pecas y el cabello castaño
rojizo de su hermana, así como su energía y, como era de esperar, se unió
al canto. Tyler, de diez años, larguirucho y moreno con hombros anchos
que transmitían la complexión atlética que tendría pronto, descansaba en
su propio espacio en la tercera fila de asientos. A Tyler le gustaba separarse
porque era el mayor, pero todavía era lo suficientemente joven como para
querer ser incluido en la “diversión” familiar. Todavía amaba la noche de
juegos, la noche de cine, los picnics de los domingos y las canciones. Ahora
hizo su parte proporcionando su parte en la canción.
—Feliz sol, sol sonriente, sol sal a jugar —cantaba la familia de Bob.
—¡Vamos, Bob —engatusó Wanda —canta!
Bob gruñó, luego apretó los dientes mientras su familia repasaba las dos
líneas al menos media docena de veces. «Dame un poco de rock clásico y
me cantaré mejor de ellos», pensó Bob. Pero no iba a cantar sobre el sol
apestoso.
Bob mantuvo los labios apretados y los ojos fijos en la carretera, donde
el pavimento aún húmedo relucía bajo el sol recién resplandeciente. La
doble línea amarilla era una cuerda que tiraba inexorablemente de la
minivan hacia su destino. Bob podía estar conduciendo, pero no tenía el
control. No realmente.
¿Cuándo fue la última vez que tuvo el control? ¿Antes de que Tyler
naciera? ¿Cuándo se casó con Wanda? ¿Antes de conocerse? ¿Desde que
nació? ¿Era el control una ilusión?
Finalmente, la canción terminó y Aaron hizo la vieja pregunta—: ¿Ya
llegamos?
—¿Ya llegamos? ¿Ya llegamos? —repitió Cindy como un loro.
—¿Cuánto falta? ¿Ya llegamos? —le preguntó Wanda a Bob.
—Tú también —dijo Bob con un suspiro.
Wanda se rio. Miró el mapa que había desplegado y respondió a su
propia pregunta.
—Veintisiete millas más.
A Bob le pareció entrañable que Wanda insistiera en que leer mapas era
más divertido que usar un GPS. Era una de las muchas peculiaridades que
amaba de ella. Inventar canciones, como la tonta canción del sol, era una
de las muchas peculiaridades que no le gustaban tanto. Insistir
continuamente en la unión familiar era una de las peculiaridades que
realmente odiaba.
Cuando Tyler era joven, no era tan malo. Llevar a su hijo a viajes de
pesca y a juegos de pelota no fue ningún problema. Incluso las caminatas
que había planeado Wanda fueron divertidas. Cuando nació Aaron, las
actividades familiares se habían vuelto más complicadas, pero aun así eran
factibles. Agregar a Cindy a la mezcla había multiplicado por diez el factor
de caos. Cindy no era una mocosa ni nada; en realidad era una niña muy
dulce. Pero su nivel de energía estaba por las nubes, y por alguna razón,
todo lo que hace es animar a los chicos. Últimamente, parecía que Bob
nunca tenía paz ni tranquilidad, ni siquiera por la noche. Podía estar seguro
de que uno o más de sus hijos terminarían sumergiéndose en la cama con
Wanda y él en algún momento, todas las noches, sin falta.
Bob solía tener tiempo para sí mismo, ahora su tiempo le pertenecía a
todos menos a él. Su trabajo se llevaba una tajada. Sus hijos tomaban un
trozo. Wanda otro trozo. Nunca solía envidiar el tiempo que se tomaba
Wanda, pero eso era porque ella quería su tiempo para cosas divertidas.
Ahora todo lo que quería era que él se pusiera uno de sus muchos
sombreros de “hombre de familia”: entrenador, maestro, compañero de
juegos, cocinero, personal de mantenimiento, conductor, comprador,
conserje, recaudador de dinero.
Un par de meses atrás, el mejor amigo de Wanda le había contado a
Wanda sobre el Campamento Etenia.
—Etenia es un nombre nativo americano que significa “rico” —leyó
Wanda en el folleto que casi cubría el grosor de una revista que describía
el lugar—. Llamamos a nuestro campamento familiar Etenia porque un
hombre que tiene familia es realmente rico —continuó leyendo—. ¿No es
hermoso, Bob?
—Mm —dijo distraídamente.
Bob había pensado que Wanda estaba leyendo sobre el lugar de la
misma manera que leía sobre Groenlandia, Noruega y Albania. Wanda
quería viajar y le encantaba investigar destinos. Pero resultó que Wanda
hablaba en serio con el Campamento Etenia.
—¿Por qué no enviamos a los niños al campamento y nos quedamos en
casa y pasamos el rato en la hamaca? —le preguntó Bob cuando Wanda
siguió hablando de eso. La agarró y le acarició el cuello—. Sólo nosotros
dos.
Wanda no se lo creía. Tampoco aprobó su idea de que fueran a un hotel
agradable y dejaran a los niños junto a la piscina para que pudieran pasar
tiempo juntos a solas. Finalmente hizo todo lo posible y sugirió un complejo
de alto precio que prometía entretener a los niños mientras los padres
descansaban bajo grandes sombrillas en las playas de arena blanca. Bob
quería relajarse. Wanda quería algo más.
Así que aquí estaba… de camino al Campamento Etenia.
Bob miró por el espejo retrovisor para averiguar por qué de repente
había tanto ruido en la minivan. Ahora sus tres hijos estaban inmersos en
un elaborado juego de aplausos.
Wanda se inclinó hacia Bob.
—A Zoie y a mí nos encantaba el campamento cuando éramos niñas —
le dijo por décima vez—. El único inconveniente era que teníamos que
estar lejos de mamá y papá. ¿No es increíble que no tengamos que hacer
pasar a los niños por eso? ¡Estaremos todos juntos durante una semana
completa!
—Impresionante.
Si Wanda notó su sarcasmo, lo ignoró.
Un ciervo cruzó corriendo la carretera frente a la minivan y Bob frenó.
Afortunadamente, la minivan no iba muy rápido. No podía. No tenía ningún
impulso para las pendientes empinadas, especialmente en las altitudes
elevadas. A pesar de que fácilmente pasó por alto al ciervo, Bob sintió que
le subía la presión arterial.
—¿Pueden bajar el volumen? —le gritó a sus hijos—. Estoy tratando de
conducir.
Silencio momentáneo.
—¿Crees que hay hadas ahí, papá? —le preguntó Cindy. Estaba mirando
por la ventana lateral al denso bosque que se amontonaba al costado de la
carretera.
—¿Por qué no? —respondió Bob.
Wanda le había dicho una y otra vez que Cindy era muy sensible. Él
nunca podría “reventar su burbuja”. Si quería creer que había hadas, era su
trabajo aceptarlo.
Wanda cambió de tema.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer cuando lleguemos allí? —preguntó a
los niños.
Bob gimió.
—No otra vez.
Los tres empezaron a gritar a la vez:
—¡Grandes burbujas, concurso de talentos, karoke, búsqueda de
escáner, títeres, rocas pintadas, tampolín, baile, hula hooping, gimnasia! —
gritó Cindy.
—¡Trampolín, tiro con arco, paseos a caballo, piragüismo, tubing,
bicicleta de montaña, senderismo! —gritó Aaron.
—Agilidad, kayak, buceo, vela, natación, tira y afloja, correr, ping pong,
voleibol, puenting, tirolesa —gritó Tyler.
Wanda se rio encantada. Hizo eso a propósito para darles vueltas a los
niños.
Bob tuvo la tentación de taparse los oídos con ambas manos. Pero,
obviamente, no podía hacer eso y conducir.
«¿Y la pesca?» pensó él. A Bob le encantaba pescar.
Wanda lo odiaba. Pero Wanda podía manipularlo cuando lo necesitaba.
Ella había usado el amor de Bob por la pesca en su contra cuando lo
convenció de este viaje.
Cuando quedó claro que Bob iría al Campamento Etenia, le gustara o
no, Bob se consoló con la idea de que podía pasear y pescar por su cuenta.
Fue entonces cuando salió la verdad.
—Bueno, no podrás irte solo —admitió Wanda—. Tienen torneos de
pesca, y tal vez puedas convencer a los chicos de que participen en uno
contigo.
¿Por qué tenía que estar todo tan organizado?
Los niños siguieron disparando actividades. Bob pensó que tendrían que
quedarse unos cinco años para hacer todo lo que los niños querían hacer,
y se quedarían solamente una semana.
«“Solamente”. Sí claro».
Siete días era una eternidad.
—Siete días de diversión —le decía Wanda mientras preparaba a todos
para el viaje. Hizo que pareciera que se suponía que eso era algo bueno.
¿Cómo iba a sobrevivir Bob?

☆☆☆
Bob tuvo que admitir que el Campamento Etenia era un lugar muy
atractivo. O lo habría sido si no estuviera infestado de familias ruidosas.
Ubicado en un valle estrecho entre dos cadenas montañosas altas y
boscosas coronadas por rocas escarpadas, el campamento Etenia abrazaba
los bordes de un enorme y serpenteante lago de agua dulce de color azul
profundo, el lago Amadahy. Según el folleto del campamento, Amadahy era
la palabra Cherokee para “agua del bosque”. Ese habría sido un nombre
apropiado para un lago en el bosque, excepto por el hecho de que el
campamento no estaba cerca del territorio Cherokee. Cuando Bob le
señaló eso a Wanda, a ella no pareció importarle.
Accedido a través de un camino de tierra y grava de diez millas que
dejaba la carretera al final de una pendiente empinada, el Campamento
Etenia no se anunciaba hasta que estabas casi sobre él. Luego, un sencillo
letrero rústico casi escondido detrás de un arce les aseguraba a los viajeros
cansados que estaban en el lugar correcto: CAMPAMENTO ETENIA: JUSTO
ADELANTE.

El campamento en sí era tan pintoresco como sus alrededores. El


albergue principal era una enorme cabaña de troncos flanqueada por dos
chimeneas de piedra y un amplio porche que recorría el frente y los lados
del edificio. La estructura estaba cubierta con un techo de metal verde
brillante. Las treinta y cinco cabañas del campamento parecían los niños
del albergue; Pequeños edificios de troncos y piedra estaban esparcidos
cerca de la cabaña principal como patos bebés nadando alrededor de su
madre. Bob y su familia estaban programados para estar en la cabaña #17,
Cabina Nuttah. Nuttah, aparentemente, era un nombre de Algonquin que
significa “fuerte”.
Los niños de Bob pensaron que “Nuttah” era un nombre gracioso.
—Nos vamos a quedar en un manicomio —les había dicho Tyler a todos
sus amigos cuando recibieron su asignación.
—No te metas con mi Nuttah —seguía diciendo Aaron.
—¿Tendrá muchos cacahuetes, papá? —había preguntado Cindy varias
veces.
Wanda dijo—: ¡Nos volveremos locos!
Bob respondió—: Me estoy volviendo loco.
Pensó que el nombre era idiota porque, de nuevo, la tribu Algonquin
tampoco vivía cerca de aquí. Los propietarios del Campamento Etenia
parecían haber llegado a un remolino de nombres de nativos americanos y
eligieron algunos al azar.
El estacionamiento del campamento Etenia era un rectángulo de grava
sombreado y protegido por árboles detrás del albergue principal. Cuando
Bob estacionó la minivan en el estacionamiento, se acordó de que no podía
conducir su auto hasta su cabina.
—Eso arruinaría el ambiente —dijo Wanda cuando Bob se quejó.
—¿El insoportable dolor de espalda por cargar con toda nuestra basura
también forma parte del ambiente? —preguntó Bob.
Wanda le sonrió y se aplicó un nuevo brillo de labios.
«Bueno, supongo que eso responde a esa pregunta», pensó Bob.
Ahora que estaba aquí junto a una minivan repleta de equipaje y
juguetes, sin mencionar un portaequipajes lleno de más de lo mismo, la
espalda de Bob comenzó a palpitar sólo con la idea de llevar todo a la
cabina. Y, por supuesto, la Cabina Nuttah era la más alejada del
estacionamiento.
—Está justo en el borde del bosque, Bob —había dicho Wanda cuando
les asignaron la cabaña.
—Oh, alegría y dicha —dijo Bob.
Y aquí estaban. El cielo de una mujer era el infierno de un hombre.
Bob miró hacia el cielo traidor, que había cambiado sus nubes por vastas
extensiones de azul pálido. El sol estaba casi directamente sobre sus
cabezas y brillaba con ferocidad. Bob supuso que había al menos veinticinco
grados, el aire se sentía pesado y húmedo.
Con los pies crujiendo sobre la grava, Wanda y los niños prácticamente
bailaban alrededor del auto. Cindy estaba dando vueltas en círculos, Aaron
estaba haciendo una especie de baile y Tyler tamborileaba en el capó de la
minivan. Wanda estaba gritando: Hola y ¿Cómo estás? para todos los que
estuvieran el oído al alcance.
—¡Mira! —chilló Cindy.
Bob siguió la dirección del regordete dedo puntiagudo de Cindy y vio
una mariposa monarca desaparecer en un grupo de arbustos de salmón.
Recordó su infancia, recordó cuando su padre lo llevó a acampar y
recolectaron moras de salmón para acompañar su cena de trucha fresca
frita.
—Vamos, papá —dijo Aaron— tenemos que inscribirnos o nos
perderemos todas las cosas buenas.
—Bob, ¿por qué no te encargas de todo eso? —Wanda le entregó a
Bob cuatro hojas de papel cubiertas con listas.
Sabía que las listas eran las actividades que cada niño había elegido y las
que Wanda había decidido que harían en familia. Él suspiró. Le iba a tomar
toda la tarde hacer eso.
—Los niños y yo veremos las cosas y comenzaremos a conocer gente.
Cuando hayas terminado con el registro, puedes traer cosas a la cabaña.
—Oh, ¿puedo? Bien —murmuró Bob.
—¿Qué pasa, cariño?
—Nada.
Bob vio a su familia alejarse, pero no se movió. Deseó poder
simplemente entrar en el coche y marcharse. Miró el asiento del
conductor. ¿Qué pasaría si él hiciera eso?
Los dulces aromas de las flores silvestres lucharon con los penetrantes
olores de los gases de escape, pero dominando a ambos, los poderosos
aromas de enebro y pino llamaron su atención. Le hicieron pensar en un
gin-tonic, su bebida favorita.
—Sabe a árbol de hoja perenne —le había dicho Wanda la primera vez
que le hizo uno. Después de eso, comenzó a llamar al gin-tonic “esa bebida
de árbol” y, finalmente, lo acortó a “un árbol”.
—Hazme un árbol —decía Wanda ocasionalmente después de que los
niños se dormían los viernes por la noche.
Le vendría bien “un árbol” ahora mismo. De repente, lo empujaron por
detrás. Alguien gritó—: Lo siento —como Bob se tambaleó hacia el
costado de su minivan. Agarrando la puerta abierta de la segunda fila, notó
que un hombre de mediana edad con sobrepeso, sudoroso, luchaba con
varias bolsas de lona y maletas. El hombre miró a Bob a los ojos y Bob le
dedicó una sonrisa comprensiva. Entonces Bob cerró las puertas de la
minivan y miró a su alrededor.
Inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho.
Contemplar el campamento desde detrás del asiento del conductor y
ver a su familia salir de la minivan con incontenible entusiasmo había sido
bastante malo. Ver todo este purgatorio desde un ángulo amplio era
prácticamente insoportable.
Los niños corrían por todas partes, como si les hubieran dado una droga
que los dejaba sin sentido pero los mantenía en perpetuo movimiento. Los
hombres se estaban transformando en mulas de carga; los papás sudorosos
se tambaleaban bajo el peso de sus cargas.
Las mamás estaban socializando y organizándose. En medio del caos, los
trabajadores del campo tocaban silbatos y gritaban instrucciones
incomprensibles.
Bob intentó descifrar lo que decían, pero no pudo. Armándose de valor,
se acercó a una trabajadora rubia de ojos azules y cola de caballo. Hizo
sonar su silbato cuando él estaba a sólo cuatro pies de ella. El chillido agudo
se catapultó a sus oídos y zigzagueó alrededor de su cerebro durante varios
segundos antes de que pudiera hablar.
—Disculpe, pero ¿de qué manera se inscribe en las actividades?
Ridículamente, volvió a hacer sonar el silbato, pero esta vez fue al menos
una ráfaga corta, y señaló un tramo de escaleras poco profundas en un
extremo del albergue.
—Sube esas escaleras y sigue la pasarela hasta el porche delantero.
Póngase en la fila y lo llevará a las mesas de registro en el interior. —Volvió
a hacer sonar el silbato.
Los dedos de Bob ansiaban quitarle el silbato del cuello, pero se
contuvo.
—Gracias —dijo con una sonrisa asesina.
Bob subió las escaleras y encontró la fila en el porche delantero del
albergue.
Desde aquí, podía ver que su familia ya se estaba instalando. Cindy
estaba tomanda de la mano a otra chica, esta con trenzas negras, y giraba
en un gran muelle que se extendía sobre el lago. ¿Qué pasaba con los niños
pequeños y el giro? Cerca de Cindy, Wanda estaba hablando con una mujer
mientras los niños de Bob y otro niño se turnaban para tratar de saltar
rocas por la superficie del lago.
Y aquí estaba él, de pie en una fila para poder ocuparse del papeleo.
La historia de su vida.
Bob perdió la cuenta de cuánto tiempo esperó. Las moscas zumbaban
alrededor de su cabeza, y sintió que su nariz comenzaba a arder. Eso le
enseñaría a ignorar el consejo de Wanda de ponerse protector solar.
—Va a llover —le había dicho con confianza.
—Nunca se sabe —había dicho. Era sorprendente la frecuencia con la
que ella sabía lo que él no.
En algún lugar cercano, alguien tocaba una guitarra. En algún lugar aún
más cercano, alguien comía carne seca. Bob arrugó la nariz. El olor hizo
que se le revolviera el estómago.
Otros padres estaban charlando en la fila, pero Bob mantuvo la cabeza
gacha. Por primera vez desde que había sacado la minivan de su camino de
entrada, pudo pensar en la propuesta en la que deseaba estar trabajando
en casa. No tenía tiempo para tomarse una semana de vacaciones, y si las
tenía, seguro que no quería tomarla haciendo actividades con un montón
de extraños.
¿Honestamente? Necesitaba estar solo.
Bob se volteó para mirar a su familia de nuevo. Cindy y su nueva amiga
jugaban ahora a un juego improvisado de rayuela entre el césped y el lago,
mientras los niños intentaban mantener el equilibrio sobre los pilotes a lo
largo del borde del muelle. Estaba seguro de que pronto iba a escuchar un
chapoteo.
Bob finalmente llegó a la puerta del albergue. Era difícil de creer, pero
eventualmente sería su turno. Curioso a su pesar, miró alrededor del
interior del albergue. Era tal como lo mostraba el folleto: paredes de
troncos a la vista, muchos muebles grandes de madera pesada acolchados
con cojines cubiertos con patrones vagamente nativos americanos. La
enorme cabeza de un ciervo presidía la chimenea y los candelabros que
colgaban del techo de troncos estaban hechos de astas. Este no era el
mejor lugar para ser un ciervo.
Bob echó un último vistazo a su familia antes de entrar por completo
en el edificio. Como era de esperar, los chicos cayeron al lago. Cindy siguió
jugando a la rayuela. Wanda se rio de sus hijos… sólo porque ellos también
se reían.
Si alguien le hubiera preguntado a Bob si amaba a su familia, habría
respondido con vehemencia—: ¡Sí! Porque lo hacía. Pero eso no significaba
que le gustaran todo el tiempo y, últimamente, le habían gustado cada vez
menos. Siempre querían algo.
—Papá, mira el dibujo que dibujé —decía Cindy.
—Papá, ¿puedes tirarme la pelota? —preguntaba Aaron.
—Papá, por favor ayúdame con mi proyecto escolar —suplicaba Tyler.
—Cariño, la puerta del garaje está atorada, por favor arregla eso —
ordenaría Wanda.
Sí, orden. Ella siempre decía “por favor”, pero no se sentía igual a como
cuando su jefe decía—: Haz eso hoy, por favor.
Bob estaba cansado de todas las peticiones, todas las obligaciones.
Necesitaba respirar.
—Es tu turno, amigo. —Alguien tocó a Bob en el hombro.
Él miró a su alrededor.
Un padre joven que obviamente todavía amaba la paternidad estaba
detrás de Bob.
El padre sonrió y señaló por encima del hombro de Bob.
—Está libre.
En la mesa frente a Bob, una mujer corpulenta y bronceada con cabello
rubio sucio súper corto y líneas de sonrisa alrededor de sus ojos lo miró.
—Hola. Soy Marjorie. —Ella le dedicó una gran sonrisa y él admiró sus
dientes muy blancos y uniformes mientras señalaba la etiqueta de plástico
blanca con su nombre prendida en su camisa verde del Campamento
Etenia—. Bienvenido al Campamento Etenia.
—Oh, ¿es aquí donde estoy? —Su objetivo era el humor seco, pero
aparentemente no dio en el blanco.
La sonrisa de Marjorie vaciló. Ella frunció el ceño por un segundo y luego
dijo—: ¿Apellido?
—Mackenzie.
La mujer pulsó las teclas de una computadora portátil inalámbrica.
—Bob, Wanda, Cindy, Aaron y Tyler.
—Así es.
—Está bien, vamos a inscribirlos. ¿Ha preparado su lista de actividades?
Bob le entregó a la mujer las listas ordenadas de Wanda. El campamento
ofrecía 112 actividades y pedía que los campistas vinieran preparados con
listas de al menos veinte, ordenadas de preferencia. Las listas de Wanda
tenían setenta y dos actividades en total.
Bob se preguntó qué haría Marjorie con eso.
Pero ella no pareció sorprendida en absoluto.
—Perfecto —dijo Marjorie mientras comenzaba a escribir.
Bob la miró con la mandíbula apretada. Una de las objeciones que tenía
Bob sobre Campamento Etenia (de hecho, cualquier campamento de
verano) era la rigidez de todo. No tenía problemas para estar al aire libre
o hacer cosas divertidas, pero hacer las cosas en un horario, siguiendo una
lista, eso lo volvía loco.
¡Ja! Tal vez sí pertenezca a la Cabaña Nuttah.
En serio, sin embargo, ¿no tenía suficientes horarios y listas que seguir
en el trabajo? Al menos en el trabajo le pagaban. ¿Por qué tenía que ser
sometido a esta mierda en casa también?
Marjorie dejó de escribir.
—No pude llevarlos a todas las actividades enumeradas, pero logré
hacerlo con las veinte mejores para cada uno de sus hijos y para su familia
en general.
—Jugo increíble. —Bob disfrutó usando uno de los dichos favoritos de
Tyler.
Tyler en realidad lo decía en serio cuando lo dijo, pero para Bob “jugo
increíble” significaba “eso apesta” o “no podría importarme menos”.
Marjorie le devolvió las listas de Bob, luego miró a ambos lados y hacia
atrás antes de inclinarse hacia adelante. Cuando habló, su voz estaba apenas
por encima de un susurro. Bob escuchó: ¿Quiere?, pero el resto fue
incomprensible.
Se inclinó hacia adelante.
—¿Lo siento?
Marjorie también se inclinó hacia adelante. Su aliento olía a chocolate.
—¿Quiere registrarse para El Conejito Despertador? —preguntó ella.
Debe haberla escuchado mal. Bob preguntó—: ¿Qué es eso?
Marjorie se regresó y señaló a un conejo alto que estaba parado en el
rincón más alejado de la enorme habitación, debajo de una canoa antigua
que colgaba del techo abovedado. El conejo, que tenía el pelaje de color
naranja brillante, vestía un chaleco a cuadros blanco y negro, una pajarita
de lunares amarillos y blancos y un sombrero de copa negro, a través del
cual sus orejas caídas sobresalían hacia arriba. El conejo sostenía platillos,
como solían tener los monos de cuerda a la antigua. Bob parpadeó.
¿Cómo se le había pasado el conejo cuando miró por primera vez a su
alrededor? Era como perder una anaconda en un corral lleno de cachorros.
El conejo no coincidía. Realmente no coincidía.
Bob quedó hipnotizado por el conejo durante varios segundos. No
podía decir si el conejo era una persona que vestía un disfraz o una de esas
cosas animatrónicas espeluznantes que había visto en un par de
restaurantes que su familia había visitado cuando era joven. En cualquier
caso, no era el tipo de conejo que te daban ganas de abrazarlo. Sus ojos
eran demasiado grandes para ser amigables; rosaban la locura.
—¿Señor Mackenzie? ¿Bob?
Bob parpadeó.
—¿Eh?
Marjorie le sonrió y le guiñó un ojo.
—Cuando te inscribes en El Conejito Despertador, el conejo de allí, su
nombre es Ralpho, visitará su cabaña.
Bob volvió a mirar al conejo, Ralpho.
—Llegará a su cabaña gritando, haciendo sonar los platillos y girando la
cabeza. —Marjorie se rio entre dientes—. ¡Es realmente algo aterrador de
contemplar!
Bob se lo podía imaginar.
—Es gran despertador —agregó Marjorie.
Bob no lo entendió.
—¿Despertador?
—Oh, cierto, no lo dije. Ralpho hace sus rondas entre las cinco y las
seis de la mañana. Durante esa hora, visitará todas las cabañas que se
inscriban. Es una broma un poco traviesa que les hacemos a los niños el
primer día aquí. A la mayoría de ellos les encanta tener esa oleada de terror
cuando se asustan tontamente a primera hora de la mañana. —Marjorie
volvió a reír. En su voz baja, el sonido recordaba a la risa diabólica de un
villano—. ¿Está interesado?
Bob miró de Marjorie a Ralpho y viceversa. Pensó en su familia
molestamente feliz y en su insistencia en que pasara su única semana libre
este verano en este centro de detención mal disfrazado para padres con
exceso de trabajo. Pensó en cuánto tiempo había estado en esta estúpida
fila inscribiéndose en todas las estúpidas actividades. Pensó en todo el
equipaje que aún tenía que llevar a la cabaña Nuttah.
Luego pensó en cómo reaccionaría su familia a los ruidos fuertes de la
mañana. Ese pensamiento comenzó a hacer brotar algo de su buen humor
a la superficie.
—¡Seguro! —Él sonrió—. ¡Eso iba a ser un tumulto!
—Maravilloso —dijo Marjorie. Tocó el teclado de nuevo—. Listo.
Todos se inscribieron. —Ella le sonrió y él le devolvió la sonrisa.
Fue la primera sonrisa genuina de Bob del día. Fue el primer momento
desde que se programó este viaje que sintió algo más que resentimiento y
molestia. Incluso se sintió un poco encantado.
Marjorie se inclinó para agarrar una pila de papeles que acababa de
imprimir. Los puso delante de Bob.
—Puede volver a leerlos para asegurarse de aprobarlos, y luego poner
sus iniciales en cada página. —Ella le entregó un bolígrafo. Suspiró y leyó
las atroces listas una vez más. No lo aprobaba en absoluto, pero puso sus
iniciales en las páginas de todos modos.
Marjorie sonrió.
—¡Excelente! —Revolvió los papeles y engrapó algunos de ellos—. Aquí
están sus horarios. Ralpho los visitará por la mañana y el resto de tus
actividades están en el calendario.
Le entregó a Bob una llave y un librito.
—Llave de la Cabina Nuttah y un libro de reglas del campamento —
explicó.
Oh, hermoso. Un libro de reglas. Bob necesitaba más reglas… como si
necesitara algunos trabajos más o algunos niños más.
No dijo eso en voz alta. Simplemente tomó el libro de reglas y la llave.
—Diviértase y no dude en preguntar si necesitas algo —dijo Marjorie.
Bob asintió con la cabeza, le dio a Ralpho una última mirada y luego
salió.
Notó que su paso se sentía más ligero. Estuvo tentado de dar un
pequeño giro mientras se dirigía hacia la puerta. En cambio, se volvió hacia
Ralpho por última vez y le dio un sombrero imaginario a su nuevo “amigo”.
—Gracias, amigo —dijo Bob en voz baja. Ralpho le había dado a Bob el
sentimiento de satisfacción más profundo que había tenido en semanas.

☆☆☆
Bob arrastró la última carga de equipaje a la Cabaña Nuttah y salió para
recuperar el aliento. Básicamente era un marco en A con un porche poco
profundo, la Cabaña Nuttah era una estructura simple de troncos con dos
pequeñas ventanas laterales, una ventana panorámica en el frente y una
pequeña ventana en el nivel del desván. Bob negó con la cabeza en la
cabaña. No era el hotel de cinco estrellas en el que había imaginado pasar
sus vacaciones.
—¿Bob? —llamó Wanda.
Entró en la cabaña y Wanda le dio lo que había llegado a considerar
como “la mirada”. La mirada era una expresión de labios arqueados hacia
los lados con una ceja levantada que significaba “No estás haciendo lo que
quiero que hagas”.
—¿Qué? —preguntó Bob.
—Necesitas moverte. Es hora del picnic del día inaugural —se quejó
Wanda, acercándose a Bob y agitando el horario bajo sus narices—. ¿Ves?
Cuatro p.m. Vamos a llegar tarde.
—Nadie llega a tiempo para los picnics —dijo Bob.
Wanda arrojó un par de pantalones cortos de color caqui y un polo azul
marino en su dirección.
—Aquí. Cámbiate. Hueles a sudor.
—¿Eso crees? —Las palabras de Wanda habían sonado acusatorias, y él
quería preguntarle cómo se suponía que había llevado todas sus cosas a la
cabaña sin sudar un poco. En cambio, vio a Wanda instalar el “kit para
dormir” de Cindy, una pequeña bolsa de vinilo metida en una canasta de
mimbre blanca. La bolsa contenía una máscara para dormir, tapones para
los oídos, y la canasta incluía una taza de agua con tapa.
Desde el principio de su relación, Bob había sabido que Wanda roncaba
ruidosamente; una vez se había quedado dormida sobre su hombro en un
concierto al aire libre, y sus ronquidos eran de alguna manera audibles
sobre la música a todo volumen. Cuando tuvieron hijos, descubrió que los
ronquidos eran genéticos y, desafortunadamente, venían con una
propensión al sueño ligero y una reacción exagerada al despertar con
ruidos fuertes o luz brillante. En estos días, Wanda y los niños llevaban
tapones para los oídos y antifaces para dormir para dormir. Bob nunca se
molestó con una máscara, pero los ronquidos de Wanda lo obligaron a
usar tapones para los oídos, e incluso esos no eran suficientes para evitar
que se sintiera como si pasara todas las noches en un aserradero en
funcionamiento. Esa era otra cosa de este viaje que le disgustó: ¿Los cuatro
miembros de su familia que roncaban en un área pequeña? Bob no vio que
durmiera mucho durante los siguientes siete días. Una de las razones por
las que se divirtió tanto la idea del Conejito Despertador, pensó que
impondría un poco de justicia. Si tenía que ser torturado toda la noche, al
menos recibirían un pequeño susto por la mañana.
La Cabaña Nuttah era tan básica por dentro como por fuera. En el
primer piso, la cabina tenía un sofá cama doble con una cama nido plegable
debajo, una mesa con cinco sillas, una cómoda y un pequeño refrigerador.
Una puerta conducía a un baño diminuto. Arriba, en el desván, dos
camas individuales con mesitas de noche a juego estaban escondidas bajo
la pendiente empinada del techo. La cabaña no tenía estantes ni armarios.
En su lugar, varios percheros se alineaban en varias de las paredes y se
colocaron bancos bajos debajo de los ganchos, presumiblemente para
guardar equipaje. Wanda ya había escondido todas sus maletas
ordenadamente en filas. También había apilado bocadillos, platos y vasos
de papel, y un rollo de toallas de papel encima del refrigerador.
—Pensé que habría literas —había dicho Aaron cuando Bob llegó a la
cabaña—. Las literas hubieran sido divertidas.
—Cuando tenía tu edad, tu tío y yo nos quejábamos de que teníamos
que tener literas —le dijo Bob a su hijo—. Pensábamos que las camas
separadas hubieran sido divertidas.
—Sí, pero eres mayor.
Bob se preguntó qué tenía que ver eso. No se consideraba viejo, aunque
con cada día que pasaba la etiqueta estaba más cerca de pegarse. Pero
incluso si era viejo, ¿viejo automáticamente significaba malo? Empezaba a
pensar que sí.
Bob examinó las camas de la cabaña, complaciéndose en un momento
de anticipación por el Conejito Despertador. Todas las camas de la cabaña
estaban cubiertas con una manta roja y las sábanas eran de color verde
oscuro. Esto le dio al lugar una sensación decididamente navideña que se
realzó con las cortinas a rayas verdes y rojas en las ventanas. Bob pensó
que era un poco extraño y lo había dicho cuando entraron por primera
vez a la cabaña, pero Wanda había insistido—: Es festivo.
—Exactamente mi punto —había dicho Bob.
Aunque a los chicos no les gustó la falta de literas, sí les gustó una de
las características de la cabaña: tenía una trampilla en el suelo.
—¿Para qué es eso? —preguntó Aaron cuando la encontró.
Bob hizo que Aaron esperara mientras él entraba por la trampilla y
miraba lo que había debajo. Resultó que era sólo un espacio de acceso de
la cabaña.
Bob pensó que habían decidido poner la puerta del espacio de acceso al
interior para evitar que los bichos se metieran debajo de las cabañas. O tal
vez fue una cosa de aislamiento.
Fuera lo que fuese, encantó a los chicos, que entraron y salieron del
espacio de acceso varias veces, parloteando sobre tesoros escondidos.
Wanda chasqueó los dedos frente a la cara de Bob.
—¿Por qué estás ahí parado? —Ella le dio un empujón—. ¡Cámbiate!
Obedientemente, Bob comenzó a quitarse la ropa sudada y la reemplazó
por otras limpias. Cuando terminó de cambiarse, se paró fingiendo
atención frente a su esposa, que ya se había cambiado a un simple vestido
verde esmeralda.
—¿Paso el examen?
Wanda sonrió, le dio un abrazo y lo besó en la mejilla. Ella retrocedió.
—Oh. Áspero. Necesitas afeitarte.
—Estoy de vacaciones —le recordó Bob.
—¿Esa es una excusa para pegarle los bigotes a tu esposa?
Bob suspiró. ¿Alguna vez tendría un descanso de algo? Cogió su kit de
afeitado.
—¡Ahora no! Llegamos tarde.
Bob dejó caer el kit con frustración.
—Bueno, entonces dime exactamente cuándo, dónde y cómo, y haré
exactamente lo que quieras. —Wanda no pareció escuchar la acritud en
sus palabras. Probablemente pensó que hablaba en serio, porque le sonrió
y entrelazó su brazo con el de él.
—Vamos al picnic.

☆☆☆
Repartido sobre una vasta extensión de césped que descendía hasta una
playa de arena, el picnic era una masa caótica de comida, juegos y
socialización. Bob quería correr y esconderse en el bosque en el momento
en que él y su familia llegaron a los límites del tumulto.
¡CAMPAMENTO ETENIA LE DA LA BIENVENIDA!gritaba un estandarte de color
verde brillante desde su lugar extendido entre dos abetos enormes. Bob
dudaba que el Campamento Etenia le diera la bienvenida a alguno de ellos.
Era más probable que el campamento quisiera que todos se fueran. De
hecho, Bob estaba bastante seguro de que el Lago Amadahy deseaba que
nunca se hubiera construido el campamento.
Bob había entrado en el estudio de arquitectura como aprendiz nada
más salir de la escuela, y en los doce años que llevaba trabajando allí, había
aprendido mucho sobre la forma, la función, la energía y el paisaje.
Caminando por los sitios para preparar planes, a menudo tenía la sensación
de cuándo un lugar aceptaba una estructura y cuándo no. No es que alguna
vez compartiera ese dato con nadie. Mantuvo su sentido intuitivo de un
lugar en mente cuando diseñó estructuras, pero nunca les dijo a sus clientes
que estaba reposicionando un edificio en un sitio porque la tierra lo quería
de esa manera. Tenía una especie de sentido extraño sobre la tierra y la
naturaleza, pero no era estúpido.
—Vamos, Bob. —Wanda tiró de su brazo. Deja de holgazanear. Pareces
un ciervo en los faros.
—Me siento como un ciervo en los faros. Probablemente me montarán
en una de las paredes de la cabaña antes de fin de semana.
—Muy divertido. —Wanda remolcó a Bob hasta el final de una fila de
mesas de picnic.
Estaban alineadas, cubiertas con telas de vinilo de color verde oscuro y
valientemente tratando de contener varias toneladas de comida. Wanda le
entregó un plato de papel resistente.
—También podríamos comer mientras los niños juegan. Luego los
acorralaré y los ayudaré a conseguir sus propias comidas.
Bob buscó a los niños con la mirada. Los chicos parecían haberse
convertido en guerreros ninja. Ahora llevaban diademas verdes y estaban
teniendo peleas de espadas con palos largos. Miró hacia un grupo de niños
pequeños que trepaban alrededor de un payaso, que estaba untando
pintura en la cara a una niña pelirroja. Cindy estaba saltando arriba y abajo
junto a la chica.
—Yo también. Yo también —chilló lo suficientemente fuerte como para
que Bob pudiera escucharla claramente desde una gran distancia—. Quiero
una abeja zumbadora —ordenó Cindy.
Bob hizo una mueca y se volvió hacia la comida. Odiaba a los payasos.
—¿No huele bien? —Wanda señaló las fuentes de ensalada de papas,
ensalada de frijoles, ensalada de macarrones, ensalada de pasta, ensalada
verde, huevos rellenos, verduras crudas y salsa, papas fritas y salsa, frijoles
horneados y varios guisos que cubrían las mesas de picnic.
—¿Honestamente? Todo lo que puedo oler son perros calientes
quemados —dijo Bob.
Se instaló una barbacoa a medio camino entre las mesas de comida y el
albergue.
Por los olores carbonizados y las llamas que eructaban en el aire
demasiado alto para la seguridad, Bob no estaba seguro de que el “chef”,
un empleado del campo delgado con una cara estrecha y sonrojada, supiera
lo que estaba haciendo.
Wanda arrugó la nariz.
—Los hot dogs son la razón por la que animé a Cindy a que se pintara
la cara. Pero realmente, ¿no puedes oler el eneldo en esta ensalada? ¿Y el
tomillo en esa? Dales una oportunidad.
—Guau —dijo Bob antes de oler obedientemente las ensaladas. Todavía
no podía oler nada excepto la barbacoa recocida.
Wanda se rio.
—Vamos. Estás retrasando la fila.
Bob suspiró y empezó a servir las ensaladas. Mientras apilaba comida en
su plato, trató de no temer la inevitable escena que se desarrollaría cuando
Cindy se diera cuenta de que estaban consumiendo perritos calientes a su
alrededor.
Cindy pensaba que los perros calientes eran “crudos”, es decir, crueles.
—¡No puedo comer perritos! —había protestado Cindy la primera vez
que le ofrecieron perros calientes. Ningún tipo de explicación la convenció
de que el término “perrito caliente” no era una descripción precisa de lo
que estaba comiendo.
—¿Bob? —Wanda le dio un suave empujón—. Cariño, sea lo que sea
en lo que estés pensando, puedes pensarlo más tarde. Vamos. —Wanda lo
llevó a una larga mesa de picnic llena de parejas risueñas.
—¿Están ocupados estos asientos? —preguntó Wanda a una de las
parejas.
—No, son todos suyos —cantó una mujer grande y bulliciosa con un
gran cabello y una boca a juego—. ¡Levanta un banco! —se rio como si
acabara de decir la cosa más divertida del mundo. Su risa era un trino agudo
que sonaba como el canto de apareamiento de un pájaro.
Su esposo, un hombre pequeño, de cabello color arena y orejas
quemadas por el sol, miró hacia arriba y ofreció una réplica poco
convincente de una sonrisa. Bob lo combinó con su propia demostración
social de los dientes. Wanda se dejó caer en el banco y se deslizó para
dejar espacio para Bob.
—Soy Darlene —dijo la mujer grande—. Y este es Frank. —Señaló al
tipo de las orejas quemadas por el sol.
Frank levantó un tenedor y volvió a comer.
—No le hagas caso —dijo Darlene—. Cuando tiene comida frente a él,
se olvida de cómo hablar. Come como un caballo, mi Frank, míralo. No es
justo. Como una zanahoria y gano una libra.
Bob no tenía idea de qué decir a eso, así que dejó que Wanda se
encargara de ello. La escuchó decir algo comprensivo mientras él ponía su
atención en su comida.
El banco era duro y estrecho, y le dolía el trasero. Se movió y se golpeó
la rodilla contra el marco de la mesa de picnic. Se movió de nuevo, y una
astilla del tamaño de un cuchillo pequeño lo pinchó en el muslo. Un par de
moscas en picado bombardearon su plato y él las ahuyentó.
¿Se suponía que esto iba a ser divertido?
Apuñaló un trozo de papa y se lo metió en la boca. No estaba
completamente cocido. Odiaba las patatas crujientes en ensalada de
patatas. Hizo una mueca mientras masticaba, deseando poder escupirlo,
deseando poder escupir toda esta miserable experiencia.
Mientras Bob comía, comenzó una animada conversación sobre las
actividades del campamento.
Todos en la mesa ofrecieron su opinión sobre lo que iba a ser lo más
divertido de hacer en Campamento Etenia. Incluso Frank, que había
terminado de comer, se unió con aparente regocijo cuando habló sobre el
torneo de tenis que comenzaría al día siguiente. Cuando Wanda habló para
decirles a todos que toda su familia estaba compitiendo en una
competencia de capturar la bandera al día siguiente, Bob casi gruñó en voz
alta. Había olvidado que había aceptado eso. La sola idea de correr por el
bosque tratando de agarrar un trozo de tela hacía que le dolieran los
dientes. Bob esperaba poder pasar el resto del día sentado en una tumbona
después del picnic, pero recordó por qué rara vez se molestaba en
mostrarse optimista. El picnic terminó a las seis y Wanda le informó que
su familia estaba inscrita en competencias por equipos de seis a nueve, en
dardos, herraduras y el juego de cartas Mano y Pie. Después de eso, habría
una gran fogata y asado de malvaviscos.
—Va a ser muy divertido —dijo Wanda un poco más tarde mientras
limpiaba la salsa de tomate untada en la cara de Cindy.

☆☆☆
Como era de esperar, la familia de Bob terminó última en dardos y
herraduras, y séptima en el torneo Mano y Pie, pero Tyler fue el único que
tuvo un problema con eso. Afortunadamente, su decepción no duró
mucho. Tyler era como su mamá; no se detenía en lo que no podía cambiar.
Simplemente pasó a la siguiente posibilidad a la vuelta de la esquina.
—De eso se trata la vida, Bob —le decía siempre Wanda—.
Posibilidades. Cada día está lleno de posibilidades. Sólo tienes que
buscarlas.
Bob había pensado que esto era adorable durante los primeros años
que estuvo con Wanda. Ahora le molestaba… tal vez porque no veía
muchas posibilidades que le agradaran.
Esta, por ejemplo, no ocupaba un lugar destacado en su lista de “buenos
tiempos”.
La fogata de la noche era una conflagración masiva que expulsaba humo
que flotaba en asfixiantes remolinos sobre todo el césped y la playa. Los
ojos de Bob ardían y sentía la garganta en carne viva.
—¡Mira el gran incendio, papá! —dijo Cindy, tirando de su mano para
que pudieran acercarse.
Bob había agarrado instintivamente la mano de Cindy tan pronto como
vio el fuego. A ella le encantaban las cosas brillantes, y él sabía que ella iba
directamente hacia ellas, lo cual hizo.
—El fuego está caliente, cariño. Lo veremos desde aquí. —Trató de
llevarla a un par de sillas de jardín bien lejos de las llamas, pero ella no
aceptaba nada.
—¡No el fuego! ¡Pequeños malvaviscos!—demandó Cindy.
Wanda tomó la otra mano de Cindy.
—Yo la llevaré. Ve a sentarte.
Bob soltó la mano de Cindy.
—Gracias.
Wanda le lanzó un beso y trotó con Cindy hacia los malvaviscos y el
fuego crepitante. Bob se volvió hacia las sillas de jardín, pero, por supuesto,
todas estaban ocupadas ahora. Escaneó el área en busca de un lugar para
sentarse. Suspirando, se dirigió hacia uno de los troncos colocados
alrededor de la fogata y se posó torpemente en el borde curvo. Un
mosquito apareció de inmediato y aterrizó en su rodilla. Se golpeó la rodilla
y mató al mosquito.
—Pensé que a ustedes no les gustaba fumar —le dijo al insecto muerto.
—Creo que se acostumbran —dijo un hombre calvo con un gran
estómago mientras se dejaba caer sobre el tronco junto a Bob—. Tal vez
desarrollen tolerancia en lugares como este. —Su voz era profunda y
suave. Pudo haber sido una personalidad de la radio.
—¿Tal vez? —dijo Bob sin comprometerse. Le tendió la mano—. Bob
Mackenzie.
—Steven Bell. —El hombre estrechó la mano de Bob—. En realidad,
creo que mi teoría está llena de eso. Los mosquitos no viven lo suficiente
para desarrollar tolerancia. ¿Sabías que el mosquito hembra promedio vive
unos cincuenta días y el macho promedio vive unos diez días?
—Cifras —dijo Bob—. Las hembras y los bebés nunca los dejan solos.
Steven se rio.
—Tienes razón. —Hizo un gesto hacia un par de chicas rubias muy
bonitas que Bob supuso que tenían trece o catorce años. Las chicas estaban
coqueteando con un par de chicos adolescentes que vestían pantalones tan
holgados que estaban a punto de caerse—. O se mueren de preocupación.
Esas dos chicas son mías. —El hombre negó con la cabeza—. No duermo
mucho.
Bob asintió.
—Puedo ver porque.
—¿Tienes chicas?
—Una. Ella sólo tiene tres años. Dos chicos también.
—La paternidad no es para los débiles de corazón. Pero es muy
divertido.
Bob ofreció un asentimiento socialmente aceptable que no representaba
en absoluto lo que estaba pensando.

☆☆☆
Eran casi las 11:00 p.m. para cuando toda la familia estaba de regreso en
la cabaña y los niños estaban listos para irse a la cama. Los muchachos se
despidieron y cayeron en sus camas gemelas, durmieron casi en el
momento en que golpearon los colchones. Sus ronquidos comenzaron a
hacer vibrar las vigas expuestas del techo de inmediato.
Cindy, por otro lado, estaba despierta. Usando uno de los edredones
adicionales de la cabaña como capa, bailaba por el lugar gritando—: ¡Soy
una princesa!
—Si eres una princesa, ¿dónde está tu corona? —preguntó Bob.
—Oh, lo has hecho, Bob —dijo Wanda.
Y efectivamente, Cindy empezó a llorar porque no tenía corona.
—Ups —dijo Bob.
Wanda tardó varios minutos en convencer a Cindy de que podían
hacerle una corona de princesa durante el día siguiente. Mientras tanto,
Cindy tenía una corona invisible.
—Está bien —dijo Cindy finalmente.
Wanda y Bob suspiraron aliviados.
Cindy todavía no estaba lista para irse a dormir.
—¡Historia! —suplicó, arrastrándose hasta el regazo de Bob.
Bob se sentó con la espalda apoyada en la estructura de metal del sofá
cama doble. Estaba bastante seguro de que el marco, en una vida anterior,
había sido un dispositivo de tortura medieval. Se las arregló para atacar
tanto su columna vertebral como sus riñones al mismo tiempo.
Bob envolvió sus brazos alrededor de Cindy y trató de no inhalar su
olor a humo. Normalmente, Cindy olía a fresas y vainilla por la noche; el
aroma de fresa era de su champú y la vainilla era de la leche tibia de vainilla
y almendras que le gustaba beber antes de acostarse. Wanda decidió
saltarse la hora del baño de los niños esta noche porque el día había sido
muy largo, y Cindy ya se sentía “tonta” por demasiados malvaviscos como
para dejar espacio para su habitual tratamiento antes de acostarse.
Bob vio a Wanda abrir la ventana en el lado más alejado de la cabaña.
Ella era fanática de tener aire fresco por la noche, sin importar el frío que
hiciera afuera. Al menos no era tan gélida esta noche.
Wanda cruzó la cabaña, retiró las mantas y se sentó junto a Bob.
Miró a su hija.
—Está bien, ¿qué historia contarás esta noche? —le preguntó a Cindy.
Esta era la rutina. Bob abrazaba a su hija y Wanda le contaba una historia.
Bob podía diseñar e incluso construir casas, pero no podía armar una
historia para salvar su vida. Wanda era la narradora.
Cindy gritó casi directamente en el oído de Bob.
Él se encogió pero no la apartó.
—Okey. —Wanda se inclinó y besó la parte superior de la cabeza de
Cindy. Ella estornudó, luego se acurrucó cerca de Bob, apoyando la cabeza
en su hombro. A partir de ahí, empezó a contar una intrincada historia
sobre una oruga que construyó mal su capullo y tuvo que rehacerlo para
poder convertirse en mariposa. En un momento, Bob estuvo tentado de
insertar un par de detalles arquitectónicos sobre el proceso de
construcción, pero sabiamente permaneció en silencio.
Al comienzo de la historia de Wanda, Cindy seguía expresando su
opinión sobre cómo deberían ir las cosas. Cada vez que lo hacía, se retorcía
y terminaba dándole un codazo a Bob en alguna zona sensible de su
anatomía. Era como intentar abrazar a un canguro pequeño. Bob no era un
gran admirador de la experiencia. Pero unos cinco minutos después, cerró
los ojos y su cuerpo quedó flácido.
Esta fue la parte de la noche que a Bob le gustó. De hecho, le encantó
mucho. Cuando Cindy se relajó, su dulce niña llenó los brazos de Bob con
una suave y cálida suavidad, y luego abrazarla fue una de las cosas más
dulces y reconfortantes del mundo. A veces era tan reconfortante que se
olvidaba de quién era y qué tenía que hacer al día siguiente. Olvidó sentirse
abrumado, enojado y resentido. Lo llevó de regreso a su infancia, a los
recuerdos de acurrucar a su desgastado osito de peluche.
—Tapones para los oídos —susurró Wanda, sosteniéndolos.
Bob tomó los tapones para los oídos y los insertó suavemente en los
oídos de Cindy mientras Wanda se ocupaba de los suyos. Le dio a Bob un
beso en la mejilla, se puso su antifaz para dormir y dijo—: Buenas noches,
mientras se acurrucaba a su lado junto a él.
Wanda y Cindy empezaron a roncar casi al mismo tiempo. El primer
zumbido de Cindy aterrizó en el mismo oído en el que había gritado unos
momentos antes. Esta vez, Bob movió a Cindy en sus brazos. Pero no la
transfirió de inmediato a la cama nido. Se quedó allí sentado, sosteniendo
a su hija y escuchando los ronquidos retumbantes de su familia.
Más allá de los ronquidos, los ruidos del bosque nocturno llegaron a los
sentidos de Bob; eso, combinado con la tierna dulzura de su familia
acurrucándose cerca, alivió la tensión restante en su cuerpo. La noche en
el bosque era en realidad una de las cosas con las que estaba bien en este
viaje. Recordó estar acostado en su saco de dormir junto a su papá, bajo
las estrellas, escuchando los grillos. Desde entonces, los sonidos nocturnos
de la naturaleza lo habían calmado. Bob trató de oír los grillos ahora, pero
todo lo que podía oír eran el pequeño resplandor de Cindy, el esplendor,
los fllllbbs en su oído. Eso también estuvo bien.
«Espera. ¿Eso fue un búho?»
Bob escuchó con atención. Sí, un búho ululó no muy lejos de la cabaña.
El papá de Bob, un amante de la naturaleza y los animales, estaba interesado
en el simbolismo animal. Le había enseñado a Bob que a menudo se veía a
los búhos como presagios de la muerte, pero también podían ser presagios
de renovación y renacimiento. ¿Qué mensaje tenía este búho para Bob?
Bob no lo sabía, pero sí sabía que durante esos momentos preciados
con Cindy, podía convencerse a sí mismo de que tenía cosas buenas en la
vida. Podía convencerse de la mentalidad de “todo está bien” que Wanda
vivía todos los días.
De repente, Bob se puso rígido. La imagen de un conejito naranja con
un chaleco a cuadros blanco y negro pasó por su mente.
«¡Ralpho!»
—Oh, hombre —susurró Bob. ¿Cómo pudo haber contratado una
broma tan cruel para su familia? Probablemente iba a traumatizar a Cindy
de por vida.
Al escuchar el concierto de ronquidos que se desarrollaba a su
alrededor, Bob pensó en lo molestos que siempre estaban su esposa y sus
hijos cuando los despertaban abruptamente. Hacer eso a propósito no era
lo mejor del mundo. «No, dime la verdad, Bob», se reprendió a sí mismo.
La verdad era que inscribir a su familia en eso no fue una buena idea.
¿Qué había estado pensando?
Había estado pensando en sí mismo.
Ahora pensaba en su esposa e hijos que dormían pacíficamente. Sin
importar lo agobiado que se sintiera en este viaje, desquitarse con ellos no
era justicia en absoluto. Fue egoísta e infantil.
Él suspiró. Bueno, ya era demasiado tarde.
Con suerte, el Conejito Despertador no sería tan malo.
Bob se alejó poco a poco de su esposa y colocó cuidadosamente a Cindy
en la cama nido. Luego se puso sus propios tapones para los oídos y se
recostó en la almohada. A pesar de su cansancio, permaneció tendido allí
mucho tiempo antes de quedarse dormido.

☆☆☆
Bob se sentó en la cama y se arañó los tapones para los oídos.
Excavándolos frenéticamente de sus oídos, sintió que su corazón martillaba
contra su caja torácica como si estuviera desesperado por salir. El sudor
pegó su camiseta gris y sus calzoncillos a su cuerpo.
¿Qué demonios? Por lo general, Bob no dormía tan bien, pero no era
propenso a sufrir ataques de pánico o sudores nocturnos. Entonces, ¿qué
lo despertó?
Miró alrededor de la cabaña. ¿Estaba todo bien?
Parecía ser así. Su esposa e hijos roncaban en una armonía extrañamente
entrañable de zumbidos y bocinazos. Las puertas estaban cerradas, pero a
través de la ventana abierta todavía podía escuchar los sonidos pacíficos
con los que se había quedado dormido. Nada parecía estar mal.
Bob trató de calmar su respiración, pero no se ralentizó. Se concentró
en tratar de recordar lo que había estado soñando antes de–
Ralpho.
Eso era con lo que había estado soñando. Había estado soñando con
Ralpho. Evidentemente, su culpa lo había seguido hasta dormido.
Bob respiró hondo y se levantó de la cama. Agarró la linterna de su
llavero.
Usó su linterna para encontrar un pasaje seguro más allá del extremo
de la cama nido y luego unos metros por el suelo hasta el baño. Allí, cerró
la puerta y encendió la luz del fregadero. Se miró en el espejo. Seguía siendo
el mismo Bob. ¿O no? Este Bob parecía un poco salvaje. Tenía los ojos
inyectados en sangre y el pelo suelto. Su boca se estiró en una amplia
mueca. Este Bob parecía como si hubiera hecho un trato con el diablo. ¿Lo
había hecho?
Bob resopló y negó con la cabeza. Notó que sus cejas se estaban
volviendo demasiado pobladas. En el último año más o menos, Bob había
comenzado a perder cabello en la parte superior de la cabeza y había
comenzado a crecer vello donde no quería más. ¿Cómo era eso justo?
«Olvídate de lo justo».
Inclinándose sobre el fregadero, dejó correr agua fría y se salpicó la cara.
Mientras su familia seguía roncando, volvió a pensar en Ralpho. Miro su
reloj. Eran las 11:50 p.m. Apenas había dormido antes de despertarse. Esto
no auguraba nada bueno para una buena noche de sueño.
Poco más de cinco horas antes de que apareciera Ralpho. ¿Podría
cancelarlo? Si pudiera, ¿cómo lo haría?
¿Estaban disponibles los trabajadores del campamento durante la noche?
Sí, lo recordaba. Las cabañas no tenían teléfonos y el campamento Etenia
no tenía cobertura de telefonía celular. Pero una ojeada inactiva del libro
de reglas había revelado que cada cabaña estaba equipada con una campana
grande que se podía usar para pedir ayuda en caso de una emergencia. Bob
no creía que se tratara de una emergencia de timbre. De hecho, estaba
bastante seguro de que si tocaba un timbre para cancelar al Conejito
Despertador, lo echarían del campamento.
…Entonces.
Bob negó con la cabeza. No iba a humillar a su familia haciendo sonar
una campana de emergencia para cancelar una broma, incluso si eso podría
sacarlo de estas supuestas vacaciones. Además, si hacía eso, sabrían lo que
había preparado.
Bob se inclinó de nuevo sobre el fregadero y bebió un poco de agua.
Enderezándose y limpiándose la boca, decidió que estaba haciendo
demasiado por una broma tonta. Ralpho era sólo un chico con un traje de
conejo, ¿verdad? Todo lo que Ralpho haría era asustar un poco a los niños,
probablemente molestar a su esposa, y eso sería todo. No era gran cosa.
¿No era parte de la crianza preparar a los hijos para el gran y malo mundo?
Si un conejo naranja ruidoso los podía deshacer, ¿cómo tendrían alguna
esperanza de sobrevivir a las batallas del mundo real, como las que Bob
enfrentaba todos los días?
Bob asintió con la cabeza en el espejo y apagó la luz del baño.
Se había convencido a sí mismo de que el Conejito Despertador sería
bueno para sus hijos.
Bob les estaba haciendo un favor a sus hijos.
¿Y Wanda?
Bueno, Wanda era una niña grande. Ella podría manejarlo. Y si no,
bueno, ella lo arrastró a este absurdo lugar. Un poco de venganza no
estaría tan mal. ¿Verdad?
Bob asintió de nuevo y se dirigió a la cama.

☆☆☆
Bob yacía de costado en la oscuridad. ¿Cuánto tiempo había pasado
desde la última vez que lo comprobó? Apretó el botón en el costado de su
reloj, y la diminuta luz reveló números digitales que le informaban que sólo
habían pasado diecinueve minutos desde la última vez que comprobó
compulsivamente la hora.
Y antes de esos diecinueve minutos, habían pasado veintitrés minutos.
Antes de eso, habían pasado treinta y tres minutos. Antes de eso, fueron
treinta y siete minutos. Antes de eso, fueron cuarenta y nueve minutos. Si
mantenía este patrón, se despertaría cada dos minutos durante la siguiente
media hora.
Aproximadamente dos horas y cuarenta minutos de agitarse en la cama
y abrir los ojos para mirar su reloj, qué gran noche estaba teniendo Bob.
Al parecer, no creía todos sus argumentos racionales a favor del Conejito
Despertador.
Bob cerró los ojos y trató de volver a dormirse.
Bastante acertado. La siguiente vez que miró su reloj, habían pasado
trece minutos. Luego siete. Y ahora tres.
Se acercaba a las 3:00 a.m. Dos horas más.
Una hora y media.
Una hora.
Media hora.
Quince minutos.
Cinco minutos.
Sus ojos se sentían como si algo hubiera estado tratando de abrirse
camino a través de sus iris durante toda la noche. Bob miró alrededor de
la cabaña, pero sólo vio mucha oscuridad.
En casa, la casa nunca estaba tan oscura. Su casa tenía luces exteriores
y la subdivisión tenía farolas.
Las cabañas del campamento Etenia no tenían luces exteriores porque,
según el folleto del campamento, eso “arruinaría la experiencia de la
naturaleza”. Wanda había traído una lamparita de casa, pero los chicos se
negaron a dejarla enchufarla.
—Arruinará la experiencia de la naturaleza, mamá —dijeron al unísono
antes de reír a carcajadas.
Y así, la Cabaña Nuttah no era más que un vacío sin rasgos distintivos.
Si no fuera por los sonidos de los ronquidos de su familia, Bob podría
haberse convencido a sí mismo de que estaba solo en el vacío.
Bob se quedó muy quieto y escuchó. ¿Ralpho estaba en movimiento?
¿Estaba él en algún lugar? ¿Estaba justo fuera de la cabaña?
Bob sintió que los vellos de sus brazos se erizaban y temblaban en la
oscuridad.
—Cobarde —susurró.
Deseó poder escuchar algo más que ronquidos. Ralpho podría estar
justo afuera de la puerta, y Bob no lo sabría hasta que la puerta comenzara
a abrirse.
Bob buscó a tientas su linterna y apuntó a la puerta del camarote. Dejó
escapar el aliento. Bueno. Bien. Podría ver lo que viniera ahora.
¿Y ahora qué? ¿Debería esperar aquí a que Ralpho irrumpiera y asustara
a su familia hasta la muerte?
¿Qué tipo de papá hacía eso?
Bob apartó las mantas y se levantó.
Wanda resopló y se dio la vuelta. Cindy hizo un ruido que sonó como
una carcajada.
Bob volvió a iluminar la puerta con la luz. ¿Debería mirar afuera?
«Sí, idiota. Estar parado aquí en la oscuridad no está logrando nada».
Bob se acercó a la cómoda entre la cama y la ventana del lado derecho
de la cabaña. Buscó en el cajón superior un par de sudaderas. Al
encontrarlas, se los puso. Luego fue a la puerta de la cabaña y se puso las
sandalias que estaban cuidadosamente alineadas con una hilera de sandalias
más pequeñas contra la pared. Abrió la puerta, tenso porque casi esperaba
que le dieran un golpe en la cabeza con un platillo.
Pero el pequeño porche de la cabaña estaba vacío.
Bob miró hacia la oscuridad que rodeaba la Cabaña Nuttah. Miró hacia
el cielo. Sin LUNA. Sin estrellas. Al parecer, las nubes habían vuelto. Pero,
¿de qué servían de noche? ¿Y dónde estaba esa lluvia?
No importaba. Se estaba distrayendo del asunto en cuestión.
Bob resistió la tentación de encender la linterna y dejó que sus ojos se
adaptaran a la oscuridad. No le tomó mucho tiempo poder distinguir
formas. Podía ver los vagos contornos de las tres cabañas más cercanas, y
también podía ver el patrón vertical del bosque en el borde del
campamento. Entre dos de las cabañas, un puñado de formas
distorsionadas desconcertó a Bob hasta que recordó que allí había un patio
de recreo rústico.
Bob vio una pequeña chispa de luz en el área de juegos. Él se congeló.
¿Era Ralpho? ¿Y si Ralpho estaba usando una linterna como la de Bob?
Bob se esforzó por ver en la oscuridad. Entonces se dio cuenta de que
estaba mirando la punta encendida de un cigarrillo. «Bien. Los conejos no
fuman».
Bob contuvo una carcajada. ¿Los conejos no fuman? ¿Era la cabaña
Nuttah? ¿Realmente lo está volviendo loco? Ralpho no era un conejo de
verdad.
Bob observó el minúsculo círculo de luz. Subió y bajó un par de veces.
Entonces se dio cuenta de que podía distinguir la silueta de un hombre.
«Un hombre. No es un conejo».
Bob cerró la puerta de la cabaña detrás de él y salió del porche de la
cabaña.
Cruzó los treinta metros hasta el cigarrillo encendido.
El aire de la madrugada era fresco y pesado con el aroma dulce y espeso
de los bosques y el aroma fresco de la hierba recién cortada. Rocío
humedeció los dedos de los pies de Bob mientras caminaba. Lejos de su
cabaña llena de ronquidos, podía oír los sonidos nocturnos con mayor
claridad; los grillos chirriaban laboriosamente. También escuchó el susurro
y el crujido de las ramas de los árboles inclinándose por la voluntad del
viento que aparentemente había comenzado a soplar durante la noche.
Cuando Bob se acercó al diminuto destello de luz, escuchó los pies de un
hombre arrastrarse contra el suelo rocoso, y luego un fuerte suspiro.
—Hola —dijo Bob en voz baja.
La diminuta luz se sacudió.
—Siento haberte asustado. Yo… yo no puedo dormir.
Bob escuchó a un hombre aspirar humo y luego expulsarlo. El olor a
mentol hizo que a Bob le temblaran las fosas nasales.
—Yo tampoco —dijo el fumador innecesariamente.
Se encendió una linterna y el fumador iluminó su propio rostro con un
rayo de luz. Hacía que el fumador se viera siniestro, especialmente con el
humo saliendo de su nariz, pero Bob se dio cuenta de que el tipo
probablemente tenía un aspecto bastante normal durante el día. Tenía una
espesa cabellera de color claro y tenía lo que podrían ser ojos azules. Los
ojos, sin embargo, parecían tristes.
Bob encendió la linterna y la iluminó en su propio rostro. Él se rio entre
dientes.
—No es nuestro mejor lado, ¿eh?
El fumador pareció sonreír. Era difícil decirlo. Los macabros efectos de
su linterna convirtieron la sonrisa en una mueca de desprecio.
—Soy Bob. —Bob le ofreció la mano.
—Phillip. —Phillip dio la última calada de su cigarrillo y lo pellizcó entre
dos dedos antes de tomar la mano de Bob y estrecharla.
Bob se sintió un poco intimidado por el movimiento de pellizcar un
cigarrillo encendido, pero se dijo a sí mismo que debía crecer. Apuntando
con la luz alrededor, vio que Phillip estaba apoyado contra el extremo del
columpio. Bob tuvo la tentación de sentarse en uno de los columpios, pero
luego se sentiría aún más como un niño pequeño de lo que ya se sentía.
—¿También te inscribiste en el Conejito Despertador? —preguntó
Phillip.
La respiración de Bob chisporroteó como una vela encendida. Tuvo que
pasar la lengua por el interior de su boca antes de responder.
—Sí.
Phillip encendió y apagó el encendedor y luego se lo guardó en el
bolsillo.
—Probablemente no sea mi mejor decisión.
Su expresión parecía un poco severa para la situación. ¿No es así?
—He estado despierto la mayor parte de la noche pensando en eso —
admitió Bob. Miro su reloj.
—¿Qué hora es? —preguntó Phillip.
—Son las 5:08 —dijo Bob.
—¿Por qué no se arrastra el tiempo cuando las cosas van bien? —
preguntó Phillip.
Bob no respondió. ¿Qué sentido tenía?
Así que se quedó en la oscuridad con Phillip y escuchó el viento.
También escuchó el tic-tac de un reloj imaginario. Marcaba más fuerte que
cualquier reloj real que Bob hubiera escuchado.
Ralpho podría aparecer en cualquier momento.
Los hombres escucharon y esperaron. Los intestinos de Bob se sentían
como serpientes luchando y agitándose dentro de su vientre. Bob estuvo
a unos segundos de vomitar, pero logró controlarse. La serpiente se
deslizó de nuevo hacia sus entrañas, pero no dejó de retorcerse.
—Mi mamá coleccionaba cosas —dijo Bob.
Phillip se movió ante las inesperadas palabras. Su espalda resopló contra
el columpio.
Bob también se sorprendió. No sabía que iba a decir en voz alta lo que
estaba pensando. Sin embargo, desde que empezó, pensó que terminaría.
Era mejor que pasar el rato aquí esperando un conejo naranja mientras su
ansiedad lo devoraba vivo por dentro.
—Sus objetos de colección favoritos eran cestas y tazas de té de
porcelana. —Una imagen de la madre de Bob llenó su mente. Su madre
había sido de la vieja escuela y muy femenina. Siempre vestía pantalones de
color pastel y blusas de seda floral, incluso el día de la limpieza. Ella siempre
trató de ser la esposa perfecta. Si era honesto, ella había malcriado a Bob.
Había pensado que tendría una vida como la de su padre. Llegaba a casa
del trabajo, ponía los pies en alto y leía el periódico…
Hablaba sobre la diferencia. No es que Wanda no fuera una gran esposa.
Bob recordó que estaba contando una historia.
—Ella guardaba sus cestas más preciadas en la parte superior del
aparador en el comedor, y las tazas de té estaban encima del aparador que
estaba al lado del aparador. —Bob hizo una pausa y escuchó el viento. Ese
era el viento, ¿no?
Cuando no apareció nada de la noche, continuó.
—Un día, pensé que sería divertido tratar de ver si podía tirar mi pelota
de baloncesto en una de sus canastas. No tengo idea de por qué me pareció
una buena idea. Tenía nueve años. —Phillip no dijo nada.
La sensación de urgencia que Bob había sentido desde que se levantó
de la cama de repente se multiplicó por diez. Se apresuró a contar su
historia.
—Así que lanzé la pelota en un arco perfecto. Estuve practicando y
aterriza en la canasta más grande. Estuve saltando como si hubiera ganado
un torneo, haciendo todos los ruidos de la multitud, gritando y vitoreando.
Pero entonces la pelota comienza a inclinar la canasta y la canasta comenzó
a volcarse. Ocurre en cámara súper lenta, como una millonésima de
pulgada por pocos segundos. O al menos eso es lo que parece. Y luego la
canasta está de lado, y la pelota pasa por las otras canastas y baja por el
costado de la conejera. Puedo ver lo que va a pasar y estoy en movimiento
de inmediato. Pero no hay forma. De ninguna manera pude detenerlo. La
pelota baja y aterriza en el aparador, esparciendo las tazas de té de mamá
por todo el lugar. Todas menos una se rompieron. Mamá estuvo devastada.
Bob se detuvo y se aclaró la garganta.
—Una vez que tome la decisión, el resto estaba fuera de mi control. —
Sacudió la cabeza—. Creo que hoy tomé una decisión como esa con ese
Conejito Despertador.
Un fuerte grito medio aullante, medio aullido sonó en la distancia.
Bob y Phillip se dieron la vuelta.
¿Fue el viento?
¿O algo más?
Phillip tosió, se aclaró la garganta y dijo con voz desgastada por el
humo—: Mi mamá murió cuando yo tenía cinco años. Apenas la recuerdo.
Pero recuerdo cómo era mi papá antes de que ella muriera. Fue un gran
padre. Me enseñó a lanzar una pelota, siempre me mostró en qué estaba
trabajando cuando arreglaba cosas, me leía cuentos por la noche. Pero
luego, después de que mamá murió, mi papá… —Phillip hizo una pausa
cuando un sonido agudo atravesó el campamento y atravesó a ambos
hombres.
Los músculos de Bob estaban tensos por el miedo y el pavor.
Bob no pensó que Phillip iba a terminar su historia, pero de repente
Phillip dijo—: Mi papá se perdió. Simplemente se perdió. Ya no podía hacer
nada por mí. Todo era sobre sí mismo. Se convirtió en un padre horrible.
—Phillip se apartó del columpio. Encendió su linterna.
Phillip se volvió y miró a Bob a los ojos.
—Me he vuelto como él.
Antes de que Bob pudiera responder, Phillip apagó la linterna y se alejó.
La noche lo arrancó de la realidad de Bob y lo depositó en un lugar más
allá de sus sentidos. Bob se quedó solo con más conocimiento de sí mismo
de lo que nadie quisiera tener.
—Es suficiente —dijo Bob.
Iba a detener al Conejito Despertador.
Bob se dirigió hacia el bosque, yendo en la dirección general, pensaba
en donde se originaron los dos últimos sonidos. En la misma dirección que
el albergue. Tal vez había alguien allí, alguien que pudiera encontrar a
Ralpho y cancelar la solicitud del Conejito Despertador Mackenzie.
Había unos cien metros hasta el albergue, pero se sentía mucho más
lejos cuando Bob intentó llegar, usando sólo su pequeña linterna, el camino
cubierto de grava a través del bosque espeso y las cabañas oscurecidas.
Comenzó a caminar, pero rápidamente pasó a trotar, esperando no
tropezar con una raíz, una bola errante o un remo. No podía permitirse
perder el tiempo. Ralpho podría aparecer en la Cabaña Nuttah en cualquier
momento. Por lo que Bob sabía, ¡Ralpho podría estar allí ahora!
Cuando Bob rompió el último grupo de árboles en el borde del área
abierta frente al albergue, sus hombros se hundieron. El albergue estaba
completamente a oscuras. Estaba tan oscuro que parecía abandonado. Eso
era una locura, por supuesto.
Alguien tenía que estar ahí.
Bob vaciló en medio del césped en pendiente empapado de rocío.
¿Debería golpear las puertas de la cabaña y despertar a alguien?
Una ráfaga resonó a través de los árboles. Bob se dio la vuelta para
mirar hacia atrás, hacia el camino por el que había venido. Dejó de pensar
y simplemente entró en acción.
Trotando de nuevo, volvió sobre sus pasos hasta que estuvo a medio
camino de su cabaña.
Su familia.
Luego escuchó un sonido de deslizamiento que congeló sus serpientes
intestinales y convirtió su columna en hielo.
¿Era Ralpho?
Bob apuntó el haz estrecho de su linterna hacia la maleza a ambos lados
del camino. La luz blanca pálida aterrizó en las hojas caídas de un
rododendro salvaje. La planta parecía temblar.
Seguramente Bob se lo estaba imaginando.
Por supuesto que lo estaba. El viento agitaba las resbaladizas hojas
verdes.
¿Era el viento? Las hojas no se movían en una dirección que tuviera
sentido.
Una abrupta explosión de chasquidos y crepitaciones provocó un
crujido que pareció alejarse en ángulo recto con el camino. Sin pensar en
las consecuencias, Bob se desvió del camino y se sumergió en la espesa
vegetación. Siguió los sonidos.
Música pop. Crinkle. Ting.
¿Qué era ese sonido?
Bob se detuvo abruptamente y perdió el equilibrio. Extendió una mano
para agarrarse y se raspó la palma con la corteza áspera. Apagó su linterna.
Escuchó.
Ahí estaba de nuevo. Apenas. Un traqueteo ligeramente metálico.
¿Era un platillo?
Tratando de hacer el menor ruido posible, Bob comenzó a moverse de
nuevo, siguiendo los sonidos. Se alejaron constantemente de él,
dirigiéndose hacia el borde del campamento… en dirección a la Cabaña
Nuttah.
Pero no necesariamente a la Cabaña Nuttah. Había al menos otras cinco
cabañas alrededor.
«Sí, sigue diciéndote eso», pensó Bob mientras seguía los sonidos a
través del bosque. Ahora se movía por el tacto, temeroso de volver a
encender la linterna. Tenía la loca idea de que Ralpho se estaba metiendo
con él, jugando un aterrador juego de escondite.
¿Con qué estaba lidiando Bob? ¿Era un consejero de campamento con
sentido del humor o un animatrónico con sus circuitos cruzados… o algo
más traicionero que cualquiera de esos?
Bob obligó a su cerebro a apagar sus centros de pensamiento y
concentrarse sólo en mantener su cuerpo en movimiento. Se concentró
en dónde estaba poniendo los pies. Abrió el bosque de la misma manera
que Wanda atravesaba a los compradores en una venta después de
Navidad. Tenía un objetivo: detener al conejo naranja.
No se dejaría disuadir de ese objetivo.
Pero espera…
Bob se detuvo junto a un enorme cedro.
Escuchó… y escuchó.
No escuchó… nada.
Absolutamente nada.
¿Había imaginado todos los sonidos que creía oír?
¿O había Ralpho terminado de jugar con Bob?
¿Y si Ralpho se estaba acercando a la Cabaña Nuttah? ¡¿Y si ya estaba
ahí?!
Bob regresó al camino y, cuando lo alcanzó, encendió la linterna para
iluminar su camino. Luego corrió a toda velocidad.
Bob no había corrido desde que estaba en el equipo de fútbol en la
escuela secundaria. Había trotado un poco, pero nunca se mantuvo firme.
Así que cuando llegó a la cabaña, apenas podía respirar. Todo lo que pudo
hacer fue abrir la puerta y caer dentro.
Una vez allí, cerró la puerta con firmeza y se deslizó hasta el suelo, con
las piernas extendidas frente a él. Hizo un esfuerzo para llevar aire a sus
pulmones agotados en oxígeno. Hacía tanto ruido de succión y jadeo que
casi ahogaba los ronquidos de su familia. Casi, pero no del todo.
La importancia de eso lo golpeó. Todavía estaban durmiendo. Todo
estaba bien.
Bob miró su reloj.
Eran sólo las 5:25 a.m.
Frunció el ceño. ¿Cómo era eso posible? Se sentía como si hubiera
estado corriendo por el bosque durante al menos una hora.
Bob se encogió de hombros. No importaba. Lo que importaba era que
estaba aquí y Ralpho no lo estaba.
La puerta detrás de la espalda de Bob vibró cuando sonó un golpe. Bob
gimió.
Se quedó muy quieto. Tal vez si nadie abría la puerta, Ralpho se
marcharía.
Otro golpe. Este más fuerte.
Bob se puso de rodillas. Esperó.
Otro golpe. Más insistente.
De acuerdo, jugar a la zarigüeya no iba a funcionar. Muy pronto, Ralpho
estaría llamando a la puerta y despertaría a toda la familia de Bob. ¿No era
eso lo que estaba tratando de detener?
Bob se volteó, agarró el pomo y abrió la puerta unos centímetros. Miró
hacia afuera.
Fue todo lo que pudo hacer para no gritar.
Ralpho se había sorprendido al contemplarlo desde el otro lado del
enorme vestíbulo del albergue. De cerca, Ralpho era simplemente
alarmante. Dando medio paso hacia atrás, Bob apoyó un pie detrás de la
puerta, sujetó el pomo de la puerta con firmeza y bloqueó la abertura con
su cuerpo. Bob miró el rostro de Ralpho. Sí, arriba. Demasiado lejos.
Ralpho medía más de seis pies y medio de altura, ¡justo hasta la coronilla!
Sus orejas subían otro pie más o menos. Y hablando de su cabeza… era
una cabeza inquietantemente grande, casi del tamaño de una de esas
pelotas de ejercicio en las que a Wanda le gustaba sentarse.
Bob se obligó a no apartar la mirada de los ojos de Ralpho, a pesar de
que eran de un inquietante color rosa brillante. Ralpho miró a Bob y
esperó.
—Eh, Ralpho. —La voz de Bob se quebró como si fuera apenas mayor
que Tyler.
Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo.
—Ralpho, ah, me gustaría solicitar respetuosamente, ah, cancelar al
Conejito Despertador.
Ralpho no se movió.
—Lamento que hayas venido hasta aquí —continuó Bob— y yo, ah,
agradezco tu tiempo, pero he decidido que no es lo mejor para mi familia.
Ralpho era inmutable.
—Entonces, como dije —continuó Bob— con el debido respeto, no
necesitaremos sus servicios.
Bob contuvo la respiración.
Un segundo. Dos segundos. Tres segundos. Cuatro segundos.
Ralpho asintió lentamente, se volteó y bajó los escalones de la Cabaña
Nuttah.
Bob cerró la puerta, echó el cerrojo y se apoyó contra ella, suspirando
profundamente. Las lágrimas llenaron sus ojos. No recordaba la última vez
que se había sentido tan aliviado.
Se terminó. Después de todo, había podido corregir su error.
Bob volvió a hundirse en el suelo. Se sentó y escuchó los ronquidos.
Hizo una nota mental para grabar estos sonidos antes de que dejaran el
Campamento Etenia. Podría empezar a usarlos para eliminar el estrés.
—¿Bob?
Bob volvió la cabeza tan rápido que la golpeó contra la puerta.
Escuchó a Wanda moverse en la cama doble.
—¿Dónde estás? —preguntó Wanda.
—Aquí. —Bob encendió la linterna y se puso en pie.
—¿Por qué estás levantado?
—No estoy seguro. —Bob no apuntó con su luz a Wanda para ver
cómo funcionaba su respuesta. Esperaba que todavía estuviera
mayormente dormida. Por lo general, el cerebro de Wanda no se activaba
por completo hasta que llevaba un par de horas despierta.
—¿Podrías apuntar tu luz al baño? No es necesario que encienda la luz
también. ¿Qué hora es? —Mantas y sábanas crujieron. La vieja caja de
resortes debajo del colchón doble chirrió.
Bob volvió a consultar su reloj.
—Son las 5:28.
Apuntó su luz frente a Wanda. Iluminaba la habitación lo suficiente como
para que él pudiera ver que tenía su antifaz para dormir en la parte superior
de la cabeza. Ella no miró en su dirección, lo cual era bueno porque él no
tenía idea de cómo explicar por qué estaba parado frente a la puerta de la
cabaña.
—Mm. Demasiado temprano para levantarse —dijo.
—Absolutamente.
Bob escuchó lo que sonaba como pasos arrastrando los pies fuera de la
puerta de la cabaña.
Se quedó sin aliento e inclinó la cabeza para escuchar. ¿Era sólo un pino
que soplaba a través del porche? Quizás era sólo eso.
Wanda fue al baño y cerró la puerta. No se veía luz debajo de la puerta.
La oyó hacer lo suyo, pero luego volvió a oír el arrastrar de pies.
Sshh, pff, sshh, pff, sshh, pff. Era demasiado rítmico para ser un pino.
¿Ralpho había vuelto?
Bob se apretó contra la puerta. No podría haber dicho por qué.
Apoyarse en la puerta no impedía que Ralpho hiciera ruido. Y si Ralpho lo
hacía mientras Wanda estaba despierta, se acabó la fiesta.
Wanda salió del baño, con la mirada fija en el camino iluminado de la
linterna de Bob. Ella ni siquiera lo miró.
—Regreso a dormir —dijo Wanda—. ¿Vienes?
—Ya voy —respondió Bob. «Espero».
Fuera de la puerta, el sonido se acercó. Sshh, pff, sshh, pff, sshh, pff.
Bob se convirtió en una estatua. No tenía idea de lo que debía hacer.
Wanda volvió a la cama.
—Luz —dijo.
Apagó la linterna y la escuchó acurrucarse la almohada. Ella exhaló de
satisfacción.
Algo golpeó suavemente contra la puerta detrás de él. La puerta se
movió levemente. Bob empujó su espalda con más firmeza contra la
madera lisa.
Los ronquidos de Wanda se unieron a los de los niños.
Junto a la cadera de Bob, el pomo de la puerta se movió.
¿Qué demonios?
Bob se apartó de la puerta de un salto y apuntó al pomo con su linterna.
Extendió una mano, preparándose para agarrar el pomo, abrir la puerta y
preguntarle a Ralpho, o a quienquiera que estuviera ahí fuera, qué pensaba
él, ella o aquello que estaba haciendo eso. Sin embargo, antes de que
pudiera tocar la perilla, sintió algo como una descarga estática, sólo una
leve carga en la punta de sus dedos.
Bob sabía que era una advertencia. Simplemente lo sabía.
Abrir la puerta sería una muy mala idea.
Bob frunció el ceño. ¿Qué? Eso era ridículo. Estaba perdiendo la cabeza.
Sí, alguien estaba afuera de la puerta. Alguien estaba probando el pomo.
Pero ese alguien era Ralpho u otro campista. Bob podía manejar cualquiera
de las dos.
¿Podía hacerlo?
Un sonido metálico de arañazos vino de la puerta. Bob se inclinó y
escuchó. Alguien estaba intentando abrir la cerradura.
La piel de gallina estalló en los brazos desnudos de Bob. ¡Ralpho, o
alguien, estaba intentando entrar en la cabaña!
¿Qué debía hacer?
Bob miró a su alrededor como loco. Necesitaba… ¿qué necesitaba? ¿Un
teléfono?
No. No hay teléfonos aquí.
¡La campana! No, eso no funcionaría. La campana estaba afuera. Estaba
afuera, y estaba al pie del porche. Bob tendría que pasar por delante de
quien estuviera intentando entrar para llegar al timbre. «¡Muy buena esa
campana de emergencia!»
Un arma. Bob necesitaba un arma. Barrió la cabaña con su luz. Por
supuesto, no tenía armas tradicionales. Sin armas. Sin cuchillos. Sin espadas.
Este era un campamento de verano, no un campamento de entrenamiento.
Ni siquiera un bate, sus hijos no se habían inscrito en el softbol.
Su luz aterrizó en raquetas de tenis y cañas de pescar. Bob se tragó una
risita histérica cuando su cerebro le ofreció una imagen de él luchando
contra un conejo naranja con una raqueta de tenis en una mano y una caña
de pescar en la otra.
Bob escuchó un tintineo y un clic.
Bueno, ¡tenía que hacer algo!
Agarrando una de las sillas con respaldo de escalera colocadas alrededor
de la mesa, Bob la inclinó y la empujó debajo del pomo de la puerta.
Justo a tiempo.
La puerta empezó a abrirse, pero se enganchó contra la silla. Bob miró
fijamente la silla y la puerta, y contuvo la respiración.
Algo golpeó contra la puerta, y la puerta se movió un centímetro hacia
adentro, empujando la silla por el piso de madera lisa. Bob apretó la silla
debajo del pomo y la mantuvo en su lugar. Esto detuvo el movimiento de
la puerta. Pero a estas alturas, estaba abierto cinco centímetros. Bob,
respirando rápido, iluminó el hueco con su linterna. Se inclinó para ver
mejor.
La punta de una pata naranja peluda trató de deslizarse por la abertura.
Bob saltó hacia atrás. Al mismo tiempo, siseó—: ¡Vete! Dije que quería
cancelar esto.
A Ralpho no parecía importarle lo que Bob quisiera. Movió la pata de
un lado a otro en la puerta que se abrió durante varios segundos. Bob
empujó la garra de Ralpho con su linterna, queriendo empujar la garra hacia
afuera por la puerta.
¡Pero Ralpho intentó agarrar la linterna! Bob le arrebató la luz y luego
golpeó la pata de Ralpho con ella. La pata se movió un poco pero no salió
de la abertura, por lo que Bob golpeó la pata de Ralpho con tanta fuerza
como pudo con el puño.
El dolor atravesó los nudillos de Bob y vio aparecer algo oscuro y
húmedo en la pata naranja. Sin embargo, antes de que Bob pudiera darse
cuenta de lo que estaba mirando, la pata se retiró del espacio de dos
pulgadas.
Bob respiró hondo y soltó el aire. Bueno. Quizás Ralpho se marcharía
ahora. Bob miró la hora. Eran las 5:36. Seguramente Ralpho se rendiría e
iría a visitar otras cabañas. Bob se preguntó si podría volver a la cama.
Sentía como si sus ojos estuvieran llenos de cristales rotos. ¿Cómo
participaría en las actividades del campamento durante un día completo sin
dormir?
Un golpe sonó debajo de la ventana panorámica. Bob giró en esa
dirección. Ralpho no intentaría entrar por una ventana, ¿verdad? Bob
apuntó rápidamente su linterna a la gran abertura rectangular cubierta de
vidrio sobre la mesa y las sillas. Contuvo el aliento cuando su luz captó la
sombra de una gran cabeza deforme.
—Oh no, no, no —susurró Bob mientras saltaba hacia la ventana. Estaba
cerrado, ¿no?
La ventana empezó a abrirse.
No, aparentemente no estaba cerrada. O lo estaba y Ralpho se las había
arreglado para abrirla. O las cerraduras eran irrelevantes para Ralpho, tan
irrelevantes como la petición de Bob de que se marchara.
La ventana se abrió más y una pata naranja la atravesó. Luego una oreja.
«¿Por qué no te quedas aquí y miras? Ese es un buen plan, Bob».
El diálogo interno sarcástico de Bob hizo un punto. Necesitaba moverse,
así que lo hizo. Pero cuando se abalanzó sobre una de las raquetas de tenis
apoyadas contra la pared, se cortó un poco. Después de todo, era
razonable quedarse estupefacto ante la presencia de un intruso peludo de
color naranja.
Tanto las orejas como la mayor parte de un brazo de Ralpho estaban a
través de la ventana cuando Bob comenzó a golpear las orejas y el brazo
con la raqueta de tenis.
Con cuidado de no perder al conejo y golpear la ventana, los golpes
defensivos de Bob fueron relativamente silenciosos. Los ronquidos de su
familia no cesaron.
Ralpho tampoco. Aparentemente insensible a los golpes, Ralpho siguió
metiendo la mano en la cabina.
—¡Sal! —susurró Bob.
Ralpho no respondió.
Bob miró la pata de Ralpho, que estaba a unos centímetros del pecho
de Bob. La pata estaba cubierta de sangre.
¡¿Qué?! ¡¿Sangre?!
Bob dejó de golpear con la raqueta de tenis. Apuntó con su linterna a
Ralpho, cuya cabeza ahora se adentraba más en la cabaña. Bob miró
fijamente a los ojos inquietos de Ralpho.
—¿Estás bien? —preguntó Bob.
Ralpho miró a Bob, pero no habló.
¿No era sólo un tipo con un extraño traje de conejo? Ralpho no era
real, ¿verdad?
La cabeza de Ralpho se deslizó un poco más dentro de la cabaña.
Fuera lo que fuera Ralpho, Bob no podía dejarlo entrar. Así que Bob
cambió su agarre en la raqueta de tenis. En lugar de golpear más a Ralpho,
usó la raqueta para empujar la cabeza invasora de Ralpho. Gruñendo,
empujó a Ralpho con todas sus fuerzas. Durante unos segundos, Ralpho
retrocedió. Era como un extraño tira y afloja al revés. Pero Bob pensó en
su familia durmiente, y eso le dio el empuje extra que necesitaba.
Ralpho salió de la cabaña. Bob cerró la ventana rápida pero
silenciosamente. Al darse cuenta de que estaba respirando fuerte, se tomó
unos segundos para recuperar el control. Soltando un largo suspiro en
silencio, se alegró cuando ya no sonaba como la locomotora de un tren.
¿Cómo podía estar sangrando Ralpho?
Si Ralpho era un tipo con traje, ¿por qué estaría dispuesto a lastimarse
para hacer una broma?
Hasta ahora, el cerebro lógico de Bob había estado tratando de decirle
que el esfuerzo que estaba haciendo para mantener a Ralpho fuera de la
cabina era más que absurdo. Quienquiera que llevara a Ralpho estaba
siendo persistente, sí. Pero probablemente era sólo parte de una broma
escandalosa del personal del Campamento Etenia, se burlaban de
cualquiera que tuviera la audacia de intentar detener al Conejito
Despertador. El sentido de urgencia de Bob, su convicción de que estaba
luchando contra un enemigo verdaderamente peligroso, probablemente
estaba todo en su cabeza.
Pero un Ralpho ensangrentado puso un serio entredicho en la teoría de
Bob. ¿Y si Ralpho realmente quisiera entrar a la cabaña y lastimarlo a él y
su familia?
Quizás Bob estaba perdiendo la cabeza.
Pero, de nuevo, tal vez no.
La ventana del lado izquierdo de la cabina comenzó a abrirse.
Bob gimió. Había olvidado que Wanda había abierto esa ventana.
Bob cargó hacia la ventana. Justo cuando la garra anaranjada sangrante
de Ralpho comenzaba a llegar a través de la abertura, Bob cerró la ventana
de un golpe y atrapó la garra intrusa. La garra sangraba con más fuerza y
se movía, extendiéndose. Bob agarró la caja de aparejos que estaba debajo
de la ventana y golpeó la pata con la caja. El contenido de la caja traqueteó
y el ruido hizo que Bob se detuviera. La pata se curvó hacia la ventana y
Bob la abrió lo suficiente para empujar la pata hacia afuera con el extremo
de la caja de aparejos. Empujó la ventana y la cerró con llave.
Bob volvió a iluminar la cabaña con su linterna. ¿Qué haría Ralpho a
continuación?
«Vamos, piensa», se reprendió Bob.
Pensar, sin embargo, fue una mala idea. Si pensaba, tendría que afrontar
el hecho de que realmente era Ralpho, un Ralpho muy decidido dispuesto
a desangrarse para alcanzar su objetivo, intentando meterse en la cabaña.
¿Qué más podía querer? Bob ciertamente no quería pensar en eso. En ese
momento, cada uno de sus instintos le decía que mantuviera fuera a Ralpho
a cualquier precio.
Esto había ido más allá de intentar evitar que Ralpho asustara a su esposa
e hijos. Se trataba de detener a Ralpho, punto. Bob no podría haberle
explicado lo que estaba pasando, incluso si alguien le hubiera puesto una
pistola en la cabeza y le hubiera exigido que se explicara, pero sabía que
habría consecuencias horribles si Ralpho entraba en la cabaña.
Bob inclinó la cabeza y escuchó. Se dio cuenta de que no tenía idea de
dónde estaba Ralpho. ¿Estaba todavía fuera de esta ventana o se había ido
a otra diferente?
Bob se mantuvo perfectamente quieto de nuevo y escuchó un poco más.
Al principio no escuchó nada. Consultó su reloj. Eran las 5:43.
—Diecisiete minutos para que termine —susurró Bob.
Y quedaba una ventana más que Ralpho podría atravesar. ¿Por qué Bob
estaba ahí parado?
Afuera, el rítmico arrastrar los pies pasó por la puerta de la cabina. Sshh,
pff, sshh, pff, sshh, pff. El sonido se alejaba de Bob. Ralpho se dirigía hacia la
otra ventana, la que estaba junto a la cama doble donde dormía Wanda.
Bob sabía que tenía que asegurarse de que la siguiente ventana estuviera
cerrada, pero estaba clavado al suelo. Sshh, pff, sshh, pff, sshh, pff. Ralpho
estaba casi al borde del porche delantero, a punto de doblar la esquina.
Bob se movió.
Corrió a través de la cabaña tan suavemente como pudo, pasando junto
a su esposa e hija dormidas. Justo cuando llegó a la ventana, comenzó a
moverse. Bob se agarró al borde de la ventana y trató de cerrarla.
Ralpho siguió intentando abrirla.
Bob se guardó la linterna en el bolsillo y usó ambas manos para cerrar
la ventana. Se concentró en mantener la respiración uniforme y superficial.
No se permitió gruñir ni gemir de esfuerzo. Simplemente empujó la
ventana para cerrarla mientras Ralpho empujaba la ventana para abrirla.
Punto muerto.
¿Cuánto tiempo estuvo allí, esforzándose por cerrar la ventana?
Parecieron horas, tal vez días. Los músculos de Bob comenzaron a sufrir
espasmos. Se sentía como si sus bíceps estuvieran llenos de fuego líquido
que se extendía hacia sus hombros. Quería gritar de dolor y frustración.
Afuera, la tenue luz anterior al amanecer alejaba la oscuridad. Bob pudo
distinguir la gigantesca cabeza y las orejas de Ralpho. Bob estaba a sólo
unos centímetros de su adversario. Sólo el vidrio de la ventana los
separaba: el vidrio de la ventana y la determinación de Bob de proteger a
su familia. Bob cerró los ojos y dio todo su esfuerzo.
De repente, la ventana se cerró. El SNICK de engancharse en su lugar
pareció increíblemente ruidoso.
Wanda se movió, pero no se despertó.
Débilmente, Bob cerró la ventana. Luego dejó caer los brazos y los
sacudió. Se sentían como si se hubieran convertido en un par de endebles
cuerdas para saltar de Cindy.
Bob se apartó de las camas y se secó el sudor que le cubría la cara.
Sintió una ridícula sensación de logro.
Un golpe y un estrépito vinieron de debajo de la cabina. Ralpho
continuaba.
Bob sacó la linterna del bolsillo y la apuntó al suelo. ¡La trampilla!
Bob corrió hacia la trampilla y se subió a ella. Inmediatamente se sintió
como un imbécil. Su peso por sí solo no sería suficiente para mantener la
trampilla cerrada, al menos no si estaba de pie. Ralpho fácilmente podría
desequilibrar a Bob al abrirla. ¿Funcionaría sentarse en la trampilla?
Bob se sentó. Escuchó los golpes bajo el suelo, cada vez más cerca.
Cuanto más se acercaban, más pensaba en lo grande que era Ralpho. Bob
no era un tipo diminuto, pero estaba bastante seguro de que quienquiera
que estuviera en el traje de Ralpho era lo suficientemente fuerte como
para sacar a Bob de una trampilla.
¿Y entonces qué?
¿Qué podía hacer ahora? Miró a su alrededor, buscando una solución.
Su mirada se posó en la cómoda.
Saltando y corriendo hacia la comoda, le dio un empujón tentativo.
Pesaba, pero se deslizaba con facilidad. El único problema era que el sonido
del deslizamiento era ruidoso. Los ronquidos de Cindy se detuvieron por
un segundo y luego se reiniciaron.
La mirada de Bob recorrió la cabaña. «Piensa, piensa, piensa».
Vio la colcha doblada al final de la cama nido. Agradeció mentalmente a
Cindy por jugar con él. Si no lo hubiera hecho, probablemente él no lo
habría notado.
Agarró la colcha y la dejó en el suelo.
Otro golpe y una pelea desde debajo de la cabina. Ralpho estaba casi en
la trampilla.
Bob inclinó la cómoda hacia él, por lo que se inclinó de lado. La dejó
todo el camino hasta por el suelo encima de la colcha. Luego se inclinó,
agarró el borde de la colcha y comenzó a arrastrar la cómoda hacia la
trampilla lo más rápido que pudo.
La trampilla empezó a abrirse.
Bob saltó a la puerta. Cerró con un chasquido que hizo que Bob se
estremeciera.
Pero los ronquidos a su alrededor continuaron.
Se inclinó hacia atrás y agarró los bordes de la colcha, arrastrando la
cómoda hacia él tan rápido como pudo. La trampilla empezó a subir bajo
sus pies de nuevo. Rápidamente, retrocedió y empujó la cómoda hacia la
puerta. Luego puso la cómoda boca arriba y se sentó sobre él. La cómoda
comenzó a retorcerse y Bob se sintió como si estuviera en un silencioso y
malévolo parque de diversiones.
¿Sería suficiente el peso combinado de Bob y la cómoda?
La cómoda volvió a torcerse y Bob estuvo a punto de caer. Agarró
ambos lados de la cómoda y se colgó. Bob nunca había montado un toro o
un toro mecánico, y se preguntó si sería así. Su cabeza seguía dando vueltas,
y pronto tendría un latigazo si Ralpho no se detenía.
Pero Ralpho se detuvo.
Los sonidos de raspado bajo la cabaña se alejaron de la trampilla y se
dirigieron hacia la pared exterior. Bob se desplomó sobre la cómoda.
Ahora, ¿había terminado?
Bob miró su reloj. Eran las 5:56. Cuatro minutos. Sólo cuatro minutos.
Bob escuchó atentamente los silbidos y golpes debajo de la cabaña.
Ralpho casi había salido de debajo del edificio.
Toda su familia seguía roncando, pero Wanda se movió en la cama.
Cualquiera de los niños podría despertarse pronto, y Bob no quería dejar
la cómoda tirada en el medio del suelo. Después de unos segundos de
escuchar, Bob se convenció a sí mismo de que Ralpho ya no estaba debajo
de la cabaña, por lo que rápidamente acercó el cofre a la pared y lo
enderezó. Luego hizo un intento poco entusiasta de doblar la colcha y la
dejó caer al final de la cama.
Entonces Bob pensó en las patas sangrantes de Ralpho. ¿Ha entrado algo
de sangre en la cabaña? ¿Y en la raqueta de tenis o en la caja de aparejos?
Bob decidió que no quería mirar. En cambio, trotó hacia la nevera y sacó
algunas toallas de papel del rollo que Wanda había puesto encima.
Rápidamente limpió tanto la raqueta de tenis como la caja de aparejos;
además, limpió todas las ventanas y el piso debajo de cada una.
Ahora, con muchas ganas de meterse en la cama, Bob esperó. Sus
instintos le decían que tenía que mantenerse alerta.
¿Pero por qué?
La cabaña estaba segura. Ralpho se estaba retirando.
Un golpe repentino golpeó la parte de atrás de la cabaña.
¿La parte de atrás de la cabaña? ¿Qué estaba haciendo Ralpho allí?
No había nada ahí atrás.
«No, espera». ¡La ventana del desván! El estómago y el corazón de Bob
cambiaron de lugar.
¡Se había olvidado por completo de la ventana del desván!
Bob se apretó los dientes con la linterna y subió la escalera hasta el
desván lo más rápido que pudo, a pesar de que cada paso elevaba su temible
metro más alto. Realmente no quería subir al desván en absoluto. Si Ralpho
estaba allí, Bob no sabía si podría manejarlo.
Pero tenía que hacerlo. Después de todo, sus muchachos también
estaban en el desván.
Cuando la cabeza de Bob llegó a lo alto de la escalera, vaciló. Luego
tomó una respiración profunda y temblorosa. Alumbró con su luz la
ventana de la pared del fondo mientras miraba hacia el desván.
La luz de Bob reveló la mitad superior de Ralpho ya a través de la
ventana.
Bob soltó un grito ahogado. Afortunadamente, su asombro cortó el
sonido de su garganta y sus chicos siguieron roncando.
Bob quedó momentáneamente paralizado al mirar a Ralpho
boquiabierto. Esta situación estaba tan lejos de cualquier cosa que su mente
pudiera procesar que se sintió total y completamente cerrado. Todo lo
que pudo hacer fue mirar.
Pero tenía que moverse. Tenía que mantener a Ralpho alejado de su
familia.
¿Por qué seguía mirando boquiabierto?
Y de repente… Ralpho hizo una pausa en su ascenso por la ventana.
Miró a Bob y ninguno de los dos emitió un sonido.
Bob tembló y se agarró a la escalera del desván con tanta fuerza que le
dolían las manos.
Afuera, llegó el amanecer y la luz brilló alrededor de la cabeza naranja
de Ralpho, haciéndolo parecer, por un instante, como una especie de
monstruo supernova. Bob estaba súper pegado a la escalera. Escuchó su
propia respiración irregular.
Y Ralpho empezó a retroceder por la ventana.
Ralpho se retiró por completo de la cabina. Su cabeza cayó por debajo
del nivel de la ventana.
Entonces… silencio.
Silencio por todos lados.
Bob cerró los ojos y dejó caer la cabeza hasta el último escalón de la
escalera del desván.
—¿Padre?
De repente, la cabina se llenó de una intensa luz blanca. La intrusión
luminosa en su conciencia se sintió tan invasiva que Bob parpadeó varias
veces y trató de averiguar dónde estaba. Se sentía como si lo hubieran
transportado a otro lugar, a otro mundo.
Bob entrecerró los ojos. Reconoció el rostro con los ojos muy abiertos
de su hijo arrugado por el sueño.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Aaron. Se paró debajo de la cuerda
de tiro de la bombilla expuesta que ahora iluminaba el desván.
Todo volvió a su lugar en cascada: el Conejito Despertador, Ralpho, la
frenética determinación de Bob de detener la amenaza a su familia.
—¿Qué hora es? —preguntó Bob.
—¿Eh?
—La hora.
Aaron tomó su teléfono celular de su mesita de noche. Realmente, la
única función que tenían sus teléfonos aquí era como reloj.
—Son las seis —dijo Aaron.
Las lágrimas llenaron los ojos de Bob.
—¿Padre? —Repitió Aaron—. ¿Qué estabas haciendo?
Bob lo ignoró. Ahora Tyler estaba sentado, frotándose los ojos.
—¡Mamá, arriba! —La voz aguda de Cindy exigió abajo del desván.
—Papá, ¿por qué estás colgado de la escalera? —preguntó Tyler. Apartó
las mantas y se movió hasta el borde de la cama.
Bob no sabía si podría moverse. Sintió como si todos sus músculos
hubieran abandonado su cuerpo. Pero no pudo quedarse donde estaba. No
tenía fuerzas.
Entonces, ¿hacia arriba o hacia abajo? Arriba estaba más cerca. Bob
subió el resto del camino hasta el desván. Sin responder a la pregunta de
Tyler, porque aún no sabía cómo responderla, Bob se derrumbó junto a
Tyler. Hizo un gesto a Aaron para que se uniera a ellos.
Mirando a su padre como si le hubiera crecido una segunda cabeza,
Aaron se acercó lentamente a la cama de Tyler. Bob palmeó el espacio
junto a su cadera y Aaron frunció el ceño pero se sentó.
Tyler y Aaron intercambiaron una mirada. Entonces Bob pasó la mano
por la nuca de los chicos y los acercó a ambos. Dejó caer los brazos
alrededor de sus hombros y los apretó en un abrazo largo y fuerte. Quería
decir algo, pero estaba demasiado emocionado para hablar. Sólo quería
aferrarse a sus muchachos, sus preciosos muchachos, mientras…
—¿Padre? Nos estás exprimiendo la vida —dijo Tyler.
Bob soltó el abrazo pero no los dejó ir. Se aclaró la garganta y consiguió
que su voz funcionara.
—Los amo chicos. Mucho. —Los miró a ambos uno por uno.
Ambos chicos tenían arrugas en las mejillas debido a su sueño nocturno.
Sus ojos estaban llenos de costras y tenían un aliento agrio de la mañana.
A Bob no le importaba. Eran sus hijos. Eran perfectos.
—Saben cuánto los amo, ¿verdad? —les preguntó.
Tyler y Aaron se miraron de nuevo.
—Um, ¿sí? —dijo Aaron.

—Sí —estuvo de acuerdo Tyler.


—Nosotros también te amamos, papá —dijo Aaron.
Se escuchó un clic desde el primer piso de la cabaña y más luz atravesó
el pequeño edificio. Wanda estaba despierta.
—Bob, ¿qué estás haciendo ahí arriba? —La voz ronca de Wanda sonaba
maravillosamente normal.
—Vamos, muchachos —dijo Bob.
Los chicos no se movieron cuando Bob se levantó. Pero Bob les sonrió
antes de bajar la escalera.
—¡Qué maravillosa mañana! ¡Es genial estar vivo!
Al pie de la escalera, Bob se volvió hacia la cama doble y levantó a su
hija.
—¡Cindy Lee, mi abeja animada! —exclamó antes de zumbar en su
pequeño oído.
Cindy inmediatamente comenzó a reír histéricamente. Luego extendió
los brazos a los costados y dijo—: ¡Vuela, papá, vuela!
Bob la levantó felizmente y corrió por la habitación con su pequeña,
gritando—: Zoom dice la abeja zumbadora. Zoom, zoom. Buzz Buzz.
—Zoom, zoom. ¡Buzz Buzz! —repitió Cindy. Luego se soltó con un
chillido agudo de júbilo.
—¿Bob? —dijo Wanda. Estaba de pie junto a la cama con su pijama de
seda amarillo brillante y las manos en las caderas.
—¿Qué? —preguntó.
—Algo raro está pasando.
—¿Qué te hace pensar eso?
Wanda frunció el ceño.
—No tengo idea. —Ella sacudió su cabeza—. Debo haber estado
teniendo un sueño extraño.
Cindy chilló de nuevo. Wanda miró a su hija… y a Bob. Su boca se abrió
y sus ojos se agrandaron. La luz brillante en la cabina resaltó los mechones
más rojos del cabello de Wanda. Bob no la recordaba nunca más hermosa.
Voló su abeja zumbadora hacia su esposa, y envolvió a la esposa y a la hija
en un abrazo largo y fuerte.
—Te amo. Te amo. Te amo —declaró mientras Cindy decía—: Buzz,
buzz.
Wanda preguntó—: ¿Qué está pasando?
Bob no le respondió. Sólo las apretó.
—Ay —dijo Cindy—. Abeja aplastada.
Bob las soltó. Miró sus hermosos rostros, ruborizados y sonrientes. Es
cierto que la sonrisa de Wanda era vacilante y estaba mezclada con lo que
parecía ser confusión. Pero ella estaba sonriendo.
—Papá, pipí —dijo Cindy.
Bob dejó a su hija en el suelo. Wanda tomó la mano de Cindy y la llevó
al baño.
En el momento en que Wanda y Cindy estaban en el baño, Bob miró
alrededor de la cabaña, verificando su limpieza de sangre. No vio nada que
se hubiera perdido.
¿Y qué hizo con las toallas de papel que había usado?
Revisó sus bolsillos y las tocó allí, pero no las sacó porque Aaron y Tyler
bajaban por la escalera. Bob se quitó de la cabeza a Ralpho y volvió a
abrazar a sus hijos. Toleraron los abrazos durante unos segundos, hasta
que Tyler anunció—: Tengo hambre.
Se abrió la puerta del baño. Cindy, con los brazos extendidos a los lados,
comenzó a zumbar de nuevo. Bob extendió la mano y agarró a Wanda de
la mano para acercarla.
—Es un día hermoso y estamos juntos, y tenemos mucho que hacer hoy
—dijo, haciendo girar a Wanda en un baile alrededor de la cabina.
Wanda se rio.
—¿Quién eres y qué has hecho con mi marido? —Luego se rindió y
permitió que él la llevara al baile.

☆☆☆
Dirigiéndose a desayunar en el albergue principal, Cindy se adelantó,
pero Bob agarró con fuerza la mano de Wanda.
El sol ya ascendía hacia un cielo azul brillante. Las ramas de los árboles
de hoja perenne eran de un verde brillante a la luz de la mañana y parecían
dirigirse hacia ese cielo, como en celebración del nuevo día. Los
carboneros jugaban en la maleza del bosque. Sus llamadas “Tazas abejas”
se unieron a los gritos de “Phew chuck” de los pájaros azules occidentales
que Bob podía ver revoloteando entre las ramas más altas de los árboles.
Un pájaro carpintero agregó un rat-a-tat desde un árbol que estaba fuera
de la vista. En una rama baja cerca del sendero, una ardilla parloteó, “Spwik,
spwik, spwik”, mientras esponjaba su cola. Bob sintió que él y todo lo que
lo rodeaba habían sido caricaturizados. Todo se sentía demasiado colorido,
demasiado alegre, bueno, caricaturesco. Después de todo lo que había
sucedido la noche anterior, no le habría molestado que las familias que lo
rodeaban se pusieran a cantar.
El campamento Etenia estaba saltando esta mañana, ya que todos se
dirigían al albergue para desayunar. Los niños corrían y jugaban a medida
que avanzaban. Aaron y Tyler corrieron para unirse a algunos nuevos
amigos en un juego que involucraba muchos gritos. Hoy, toda la actividad
no molestó a Bob. Todavía estaba en lo más alto de su profundo alivio.
—¿Supongo que has decidido que este lugar no es tan malo? —preguntó
Wanda.
Bob le sonrió.
—Hay lugares peores.
«Mucho peores», pensó Bob quince minutos más tarde mientras se
sentaba a la mesa con su familia, comiendo algunos de los panqueques más
gruesos y sabrosos que había conocido.
—Guau. ¿Cómo se hacen estos? —le preguntó a una de las empleadas
del campamento que vino a completar su café.
La alegre mujer de cabello gris se inclinó y susurró—: El secreto es la
canela y la vainilla, pero no le digas a nadie lo que te dije. —Ella sonrió y se
alejó apresuradamente.
El desayuno se servía en el comedor principal, que, al igual que el
vestíbulo principal del albergue, tenía un techo abovedado de troncos y
paredes de troncos dorados.
Bob agradeció que la sala estuviera llena de docenas de mesas redondas
para que las familias pudieran comer juntas en lugar de verse obligadas a
reunirse con todos los demás en largas mesas comunitarias. La única mesa
larga era la que estaba al frente de la sala y parecía estar reservada para el
personal del Campamento Etenia.
Bob dio otro bocado y miró a sus hijos comer. Aaron y Tyler estaban
metiendo tantos panqueques como podían, actuando como si nunca fueran
a tener otra oportunidad de comer, nunca. Cindy tenía tantos panqueques
como almíbar untado adorablemente por toda su cara.
A su alrededor, decenas de conversaciones llenaron la habitación con
un zumbido animado que se mezclaba con los tintineos y traqueteos de los
cubiertos y el gres. El aire era dulce con el aroma del arce y la mantequilla.
—¡Perdonen! —El fuerte tint, tint, tint de una cuchara golpeando el
costado de un vaso redujo el nivel de decibelios en la habitación
parcialmente.
—¿Puedo tener la atención de todos? —Bob y su familia, y la mayoría
de los demás comensales, miraron hacia la mesa del personal. En medio de
ella, un hombre alto, bronceado y con barba saludaba a todos—. Por aquí
—llamó. Bob lo reconoció del picnic y la fogata de la noche anterior.
El ruido se calmó. Unos cuantos susurros y murmullos más dieron paso
al silencio. Todos miraron al hombre.
—¿Me recuerdas de anoche? Soy Evan, el propietario del Campamento
Etenia y su anfitrión. Espero que todos hayan tenido una buena primera
noche.
Bob se tensó pero mantuvo una sonrisa en su rostro. Casi todos los
demás vitorearon.
—Bien, bien —dijo Evan—. Okey. Algunos anuncios.
Bob se preparó para desconectarse. Pensó que Wanda le haría saber
todo lo que necesitaba saber.
—Primero, con respecto al Conejito Despertador.
Todas las células del cuerpo de Bob se pusieron en alerta máxima. Él
sintonizó.
—Mis disculpas a aquellos que se inscribieron —dijo Evan.
«Deberían hacer más disculparse», pensó Bob.
—No se pudo hacer esta mañana porque el trabajador que suele usar
el traje se quedó dormido. Ralpho no pudo hacer sus rondas hoy.
Bob miró a Evan.
—Estos son panqueques realmente geniales —dijo Wanda—. ¿No es
así, Bob?
— E res tan afortunado. Sólo tienes que sentarte y jugar videojuegos
todo el día.
Si Matt tuviera un dólar por cada vez que alguien le hubiera dicho eso,
en realidad podría sentarse y jugar videojuegos todo el día en lugar de ir a
la oficina y trabajar en el desarrollo de las cosas.
El desarrollo de juegos era más difícil de lo que la gente pensaba. Era un
gran trabajo, el trabajo con el que Matt siempre había soñado cuando era
un niño y fingía estar enfermo para poder quedarse en casa y no ir a la
escuela y hacer juegos simples en la computadora de la casa de su familia.
Pero había una gran diferencia entre trabajar en juegos y jugarlos. Muchas
partes del proceso eran estimulantes: ese primer estallido de inspiración
cuando se le ocurría una idea, el momento triunfal en el que veía cómo
todos sus planes se hacían realidad. Pero entre la primera inspiración y la
realización final, había muchas oportunidades para golpear la cabeza de
frustración y rabia y dar puñetazos a través de la pared. Un pequeño error
de programación podría estropear todo un juego, y dar marcha atrás para
tratar de identificar tal error era increíblemente tedioso. Las personas a
las que les encantaba jugar a juegos a menudo pensaban que sus habilidades
en los juegos también les daban las habilidades para diseñar juegos, pero
esto no era más cierto que pensar que, dado que sabías cómo leer un buen
libro, también sabías cómo escribir uno.
Por ahora Matt estaba comiendo, durmiendo y respirando como era su
trabajo. Había conseguido el papel de crear y perfeccionar la IA en La
Venganza de Springtrap's, un nuevo juego de realidad virtual de vanguardia
que iba a ser la próxima entrega de la popular serie Five Nights at Freddy's.
Era el juego de más alto perfil en el que había trabajado y sabía que iba a
ser un gran éxito. ¿Cómo podría no ser así, con la emocionante
combinación de realidad virtual y los personajes establecidos de Five Nights
at Freddy que a los jugadores les encantaba temer? Los primeros fallos del
juego se habían resuelto, y ahora Matt estaba a punto de hacer lo que los
no aficionados suponían que era la única parte de su trabajo: iba a jugar
probando el juego.
Matt se aseguró el visor de realidad virtual sobre los ojos y se aseguró
de que todo el dispositivo le quedara bien ajustado. Iba a entrar.

☆☆☆
Había una pared a cada lado de él. Estas paredes formaban el pasillo oscuro
que era la entrada al laberinto. En este punto, Matt sólo podía ver el pasillo al
frente; aún no se veían entradas ni a la izquierda ni a la derecha. Justo cuando
estaba a punto de avanzar, vio a su creación y su adversario, un gran conejo
verde, aparecer al final del pasillo y luego salir por la izquierda.
El hecho de que fuera un conejo no significaba que fuera lindo. Matt siempre
había encontrado a los humanos con disfraces de conejo espeluznantes, como lo
evidenciaba una vieja foto que su madre le había tomado cuando tenía tres años,
gritando asesinato sangriento en el regazo de un Conejito de Pascua sonriendo
sin comprender en el centro comercial.
Springtrap, el conejo del juego, era incluso más aterrador que el conejito de
Pascua del centro comercial que habita en el valle. Su traje estaba tan hecho
jirones que algunas de sus partes mecánicas eran visibles debajo de la tela, y
faltaba la mayor parte de una oreja. Sus ojos eran orbes malignos que brillaban
en verde cuando veía a su presa, y su sonrisa era amplia y espantosa.
Definitivamente era combustible de pesadilla, que era absolutamente lo que Matt
había querido que fuera.
Matt estaba especialmente orgulloso de su personaje principal. Quería hacer
de Springtrap el tipo de personaje horrible que perduraría, que visitaría las
pesadillas de las personas durante las generaciones venideras. Desde Drácula
hasta Hannibal Lecter, había una especie de inmortalidad en una creación
verdaderamente horrible, y de alguna manera un poco de esta inmortalidad
también tocaba al creador.
Matt había realizado una investigación exhaustiva para desarrollar al conejo
asesino. Había visto docenas de películas de terror clásicas, estudiando las
personalidades de sus asesinos a sangre fría. Leyó libros y artículos sobre asesinos
en serie, sobre cómo su apetito por la violencia sólo podía saciarse por un
tiempo… hasta que tenían que elegir otra víctima.
Cuanto más miraba y leía, más entendía. Para los asesinos que vivían en la
imaginación de la gente, el asesinato era una fuente de alegría, un medio de
autoexpresión, como pintar para el artista o tocar un instrumento para el músico.
Matt quería que Springtrap mostrara este tipo de alegría, este tipo de profunda
autorrealización en el arte de matar.
Quería crear un personaje que pudiera abrir la yugular con la misma emoción
feliz con la que un niño abre un regalo de cumpleaños.
Matt no era un asesino, por supuesto. Si lo fuera, no habría tenido que
investigar tanto. Pero Matt sabía lo que era sentir rabia, sentirse tan agraviado,
tan mal utilizado, que ardía en el deseo de destruir, aplastar, de enseñar a las
personas que le habían hecho daño una lección que nunca olvidarían.
Durante el desarrollo del juego, Springtrap se convirtió en el lugar donde Matt
podía poner todos estos sentimientos, un depósito para todos sus impulsos
destructivos. Springtrap era el hijo de la ira de Matt.
El objetivo al principio del juego parecía simple: encontrar la salida del
laberinto antes de que Springtrap pueda matarte. Pero el laberinto era
absurdamente difícil, aún más por la perspectiva en primera persona que
necesitaba la realidad virtual. Springtrap era rápido y sigiloso y podía aparecer
aparentemente de la nada y matarte antes de que supieras lo que te golpeó.
Matt se dirigió al final del pasillo de entrada y decidió girar a la derecha ya
que era la dirección opuesta a la que había visto elegir al conejo. Terminó, como
sabía que haría, en una habitación grande y cuadrada con cuatro puertas
cerradas. Tres de estas puertas conducían a nuevos pasajes en el laberinto.
Uno conducía a Springtrap y a una muerte segura. Debido a la forma en que
estaba programado el juego, Matt no tenía más idea que cualquier otro jugador
de qué puerta escondía a Springtrap. ¿Qué puerta debía elegir?
Después de una ronda rápida de eeny-meeny-miney-mo (rima estadounidense, un
juego de contar para niños), Matt eligió la puerta que estaba directamente frente a
él. Dio un paso hacia esta, giró el pomo y abrió la puerta. La banda sonora emitió
un chillido ensordecedor, y el conejito se abalanzó sobre él, con el brazo
extendido, cortándolo con un cuchillo grande y brillante. La realidad virtual hizo
que el ataque de Springtrap se sintiera inquietantemente realista.
El cuchillo cortó lo que parecía peligrosamente cerca de sus ojos, y cuando
Springtrap levantó el cuchillo en alto y lo hundió hacia abajo, Matt no pudo evitar
prepararse como si estuviera a punto de experimentar un dolor físico real. Luego,
la perspectiva cambió a tercera persona para que Matt pudiera ver el cadáver
de su avatar tirado boca abajo en el suelo. Springtrap, mostrando la alegría
retorcida que Matt había querido, sonrió con una mirada de verdadera felicidad.
Se arrodilló junto al avatar de Matt y usó su cuchillo para cortar la oreja de Matt.
Springtrap levantó la oreja que goteaba sangre, un trofeo que conmemora su
logro. Las palabras GAME OVER aparecieron en la pantalla.
Matt estaba furioso consigo mismo por elegir la puerta equivocada, furioso
con la creación de su conejo por sentir un placer tan obvio con su derrota. Ni
siquiera se quitó los auriculares para tomar un descanso. Simplemente reinició el
juego y recorrió el pasillo hasta que estuvo en la habitación con las cuatro puertas
nuevamente. Tenía el instinto de que la puerta de la izquierda era la que debía
abrir.
Se acercó a la puerta, giró el pomo y la abrió.
Springtrap se abalanzó sobre él con las mandíbulas bien abiertas. Se escuchó
el chirrido de la banda sonora, seguido de un espantoso chasquido. Matt se
estremeció porque sintió por todo el mundo que Springtrap estaba a una fracción
de segundo de arrancarle la cara de un mordisco. El cadáver del avatar de Matt
una vez más yacía boca abajo (lo que quedaba de su rostro, de todos modos) en
un nuevo charco de sangre.
Springtrap sonrió ante su victoria, con los dientes manchados de rojo.
Lentamente se lamió la sangre de los labios. Las palabras GAME OVER llenaron la
pantalla de nuevo.

☆☆☆
Matt maldijo, se quitó las gafas y las arrojó sobre su escritorio.
Probablemente debería haber tenido más cuidado con el costoso equipo,
pero no le importaba. ¿Por qué seguía perdiendo ante Springtrap? ¿Por qué
no pudo ganar un juego que había diseñado en gran medida? Caminó y
maldijo, luego tomó una taza de café y la tiró. La taza se rompió en pedazos
diminutos y dejó una mancha marrón en la pared blanca y limpia. «Bien».
Todos sus pensamientos eran destructivos.
Se oyó un golpe suave en la puerta, acompañado de las palabras “Toc,
toc”. ¿Por qué la gente hacía eso? ¿No era suficiente llamar a la puerta?
—¿Si? —Matt espetó, no queriendo ser molestado.
La puerta se agrietó y Jamie se asomó desde el cubículo más cercano a
su oficina. Era una de esas mujeres que parecía que no había cambiado de
peinado o de estilo de ropa desde tercer grado. Llevaba el flequillo recto
en la frente y parecía llevar un jersey.
—Escuché ruidos y quería asegurarme de que estabas bien.
—Estoy bien. Al menos lo estaba antes de que me interrumpieras —
espetó Matt.
Todos en la oficina parecían amar a Jamie. Se entusiasmaron con el pan
de plátano casero que dejaría en la sala de descanso y cómo siempre estaba
dispuesta a ayudar con un problema, ya fuera profesional o personal. Pero
ella no engañó a Matt. Sabía que Jamie era una entrometida. Era como si
fuera un vampiro que se alimentaba del drama de la oficina.
—¿Supongo que esos eran sólo los sonidos del proceso creativo que
estaba escuchando? —bromeó Jamie, arrugando la nariz mientras sonreía.
Era una sonrisa acobardada y complaciente, como un perro que mueve la
cola cuando lo pillas haciendo pipí en la alfombra.
—Así es —dijo Matt, sin devolverle la sonrisa. ¿Qué se suponía que
tenía que decir, que se enojó porque el gran conejito lo había matado dos
veces seguidas? ¿Qué había arrojado su taza de café contra la pared porque
no podía soportar el hecho de que estaba perdiendo contra su propia
creación? Matt comenzaba a sentirse como la versión desarrollador de
videojuegos del Dr. Frankenstein.
—Bueno, buena suerte. Nos vemos más tarde —dijo Jamie, saludando
con la mano con los dedos—. ¿Quieres que vuelva a cerrar la puerta?
—Nunca quise que lo abrieras en primer lugar.
Iba a entrar de nuevo. Esta vez tomaría mejores decisiones. Pasaría al
conejo asesino. Descartaría la persistente sospecha de que este era un
juego que no podía ganar.
A veces Matt sentía que la vida era un juego que no podía ganar. Seguro,
tenía todas las trampas de una existencia feliz. Se había graduado de una
buena escuela y se había casado con Hannah, su novia de la universidad.
Había conseguido el trabajo de sus sueños, y él y Hannah habían comprado
una bonita casa de cuatro dormitorios con un amplio espacio para su
oficina en casa, su enorme colección de videojuegos y, según esperaba
Hannah, una familia en crecimiento.
De vuelta en la universidad, Matt había disfrutado de la emoción de
perseguir y finalmente ganar a Hannah. La había conocido en una clase de
química asesina en el primer año, donde ella tenía un promedio A y él
estaba luchando. Le pidió que fuera su tutora y se reunían dos veces por
semana. Trabajaron en química, pero también hablaron y se rieron mucho.
Finalmente, le había preguntado—: ¿Estarías dispuesta a tener una cita con
alguien que sea mucho peor en química que tú?
Ella dijo que sí, y pronto se volvieron inseparables. Una vez que
realmente estaban saliendo, ni siquiera le importaba dejar que él copiara
sus conjuntos de problemas. Les dio más tiempo para pasar juntos
haciendo otras cosas más divertidas. Su historia de “encuentro lindo” fue
un gran éxito cuando la gente preguntaba cómo se hicieron pareja. Siempre
decían—: Teníamos química.
Después de graduarse, a Matt le había encantado perseguir y conseguir
el trabajo de sus sueños, buscar y adquirir la casa adecuada. Pero una vez
que ganó el premio, no había nada que hacer más que mantenerlo. Y el
mantenimiento no era tan interesante. La casa de sus sueños tenía muchos
problemas de plomería, tantos que parecía que deberían simplemente
pedirle a un plomero que se mudara a uno de los dormitorios adicionales.
El trabajo era excelente a veces, pero también había innumerables
reuniones aburridas durante las cuales personas que sabían mucho menos
que él hablaban una y otra vez sobre detalles insignificantes, y se esperaba
que los escuchara con respeto, lo que no siempre era posible. ¿Cómo
podría hacerlo, cuando claramente tenía las mejores ideas en la sala?
Y luego estaba el problema de mantener un matrimonio. Cuando
estaban saliendo, Matt había estado tan preocupado por ganarse el amor
de Hannah que nunca pensó en el costo de ese premio, es decir, que se
estaba comprometiendo a pasar el resto de su vida con una sola persona.
Se había vuelto aburrido rápidamente. Las interminables noches en casa,
las mismas conversaciones sobre sus días, las mismas pechugas de pollo y
ensalada verde para cenar y los mismos programas de televisión después.
Hannah seguía siendo bonita, inteligente y agradable, pero la novedad se le
había pasado, como cuando compras un auto nuevo y es emocionante al
principio, pero luego se convierte en tu auto, confiable y útil, pero ya no
es una fuente de emoción.
También había habido otros problemas. Hannah había querido formar
una familia de inmediato, y Matt no. De hecho, cuanto más tediosa se había
vuelto la rutina diaria del matrimonio, menos deseaba agregar niños a la
ecuación. Toda la perspectiva de la paternidad se abría ante él como una
serie de responsabilidades desagradables que se extendían durante
décadas: la alimentación y los cambios de pañales y las noches de insomnio
de la infancia, el transporte interminable de niños en edad escolar a la
escuela y lecciones y prácticas, el drama y la rebelión los años de la
adolescencia. Todo eso, más el estrés de tener que pagar la universidad.
¿Quién lo necesitaba?
Aparentemente, Hannah lo había necesitado. O de todos modos, había
pensado que sí.
Todos los viernes por la noche, cuando iban al Napolitano, su
restaurante italiano favorito, ella esperaba hasta que Matt se ablandaba con
un par de copas de vino y decía—: Creo que es hora.
Matt siempre decía—: ¿Hora de postre? a pesar de que él sabía muy
bien que el tiramisú no era de lo que estaba hablando.
—Es hora de formar una familia —diría inevitablemente.
Había tratado de disuadirla de varias formas. Él había dicho que todavía
necesitaban algunos años para concentrarse en sus carreras, pero Hannah
había dicho que, como llevaba su negocio de diseño gráfico desde casa,
ahora podía compaginarlo con la crianza de los hijos.
Una vez, Matt le había sugerido que, si ella quería algo de lo que cuidar,
deberían tener un perro en lugar de tener un bebé. Esa táctica no había
funcionado bien.
Sin embargo, lo peor fue cuando trató de argumentar que el embarazo
y la maternidad arruinarían su pequeña y atractiva figura. Esa vez, ella lo
llamó superficial, le arrojó el contenido de su vaso de agua a la cara y salió
furiosa del restaurante.
El hecho de que Hannah no estuviera dispuesta a escuchar razones
sobre tener un bebé definitivamente había estropeado su matrimonio. Y
luego estaba el asunto de la pequeña amistad inofensiva que Matt había
entablado con Brianna, una camarera del restaurante donde almorzaba con
frecuencia. No era nada serio y ciertamente no era asunto de Hannah, pero
se molestó mucho cuando Matt dejó su computadora abierta y vio que
Brianna le había enviado una foto de ella en bikini. No tenía idea de por
qué Hannah había sido tan irracional. Los amigos hacían ese tipo de cosas
todo el tiempo.
Hannah había sugerido que los dos recibieran asesoramiento
matrimonial, pero Matt se negó y su matrimonio terminó en divorcio poco
después de su primer aniversario. Desde entonces, Matt había tenido una
serie de novias, siendo la primera Brianna del restaurante. Ninguna de estas
relaciones había durado más de tres meses, y Matt era siempre el que era
abandonado.
Esta serie de rupturas fue uno de los principales contribuyentes a la
rabia que Matt pudo provocar al crear Springtrap.
Las mujeres estaban locas, había decidido Matt. Y no valía la pena el
esfuerzo.
Para combatir su soledad y frustración, Matt se había lanzado al diseño
del juego de realidad virtual de manera aún más obsesiva que de
costumbre. Fue la ironía más cruel que el juego, al igual que sus relaciones,
parecía haberse vuelto en su contra.
Pero esta vez, iba a burlar al conejo y salir vivo del laberinto.

☆☆☆
Matt corrió por el pasillo oscuro y giró a la derecha hacia la habitación con
las puertas. Miró a su alrededor y eligió la puerta detrás de él. Cuando giró el
pomo y abrió la puerta, la entrada estaba despejada.
Caminó por otro pasillo oscuro. No había ni rastro de Springtrap.
Giró a la izquierda hacia el pasillo que conducía a un pasillo de espejos. Él
conocía su camino, por supuesto. El truco consistía en asegurarse de que no lo
siguieran. Se abrió paso entre los paneles de vidrio, todos idénticos. Quizás estaba
a doce pasos de la salida cuando sintió la presencia de algo detrás de él. En un
espejo, vio el reflejo del gran conejo verde parado detrás de él. El conejo lo agarró
por el pelo y levantó un cuchillo reluciente hacia la garganta de Matt.
Matt casi podía sentir el rápido y seguro corte.
Una vez más, Matt vio a su avatar tendido boca abajo, esta vez en un charco
de su propia sangre que se extendía. El conejo lamió la sangre de la hoja del
cuchillo y se rio, con los hombros temblorosos.
Pero no parecía que el conejo se estuviera riendo del avatar mortalmente
herido de Matt.
Se sentía como si el conejo se estuviera riendo del propio Matt.

☆☆☆
Entonces el conejo quería jugar sucio, ¿verdad? Matt se quitó el casco.
Extendió los brazos y limpió su escritorio, enviando todo su contenido al
suelo. Le mostraría a ese conejo quién estaba a cargo; sólo necesitaba un
poco de espacio para esparcirse. Él tenía el control del juego, por lo que
tenía el control del conejo. De lo que podía y no podía hacer, donde podía
y no podía ir. Le mostraría quién era el jefe. Cuando se fuera a casa más
tarde, no tendría tanto control sobre su vida, pero aquí, dentro del juego,
él era el gobernante absoluto, y todas las decisiones eran suyas.
Programó el juego de tal manera que Springtrap estaba condenado a
vagar por el laberinto sólo toda la noche, sin víctimas a las que acechar y
sin salida. También aceleró el tiempo del juego en mil, de modo que por
cada minuto que pasaba en tiempo real, pasaban mil minutos para
Springtrap. Matt se encontró riendo más fuerte y más fuerte de lo que se
había reído en mucho tiempo.
Claro, el conejo podría matar a su avatar, pero eso no era nada
comparado con la forma en que Matt podía alterar la realidad de
Springtrap, podía controlar el tiempo y el espacio e imponer un castigo
cósmico como una especie de dios antiguo y vengativo.
Matt salió de la oficina y se rio un poco más en el camino a casa.
Hannah había obtenido la casa en el divorcio, por lo que Matt se había
mudado a uno de esos complejos de apartamentos con piscina y canchas
de tenis, que se anunciaba como un “lujo asequible”. Había amueblado el
apartamento con piezas sencillas y funcionales y muchas estanterías para
su colección de videojuegos. Cuando su amigo Jason de la universidad había
sido pateado por su novia al mismo tiempo que una de las relaciones de
tres meses de Matt se había roto, Matt lo había invitado a mudarse a la
habitación adicional y dividir el alquiler.
Cuando Matt entró al apartamento, Jason estaba sentado en el sofá
frente al televisor de pantalla grande con un controlador de videojuego en
la mano. Aún no eran las seis y ya se había puesto el pijama. Una botella de
refresco de dos litros y una bolsa abierta de bollos de queso decoraban la
mesa de café.
—Hola —dijo, sin apartar la mirada de los zombis que estaba disparando
en la pantalla.
—Hola —respondió Matt.
—¿Y cómo está Springtrap? —preguntó Jason, como si preguntara por
la tía enferma de un amigo.
Matt sonrió.
—Springtrap va a tener una velada interesante.
—¿Qué?
—Nada. —Matt arrojó su bolso en el sofá—. El juego va muy bien. A
los niños les va a encantar.
—A los niños grandes también. No puedo esperar para jugarlo yo
mismo. Oye, ¿qué quieres cenar esta noche? ¿Pizza? ¿Algo Tailandés?
¿Chino? —Asintió con la cabeza hacia la pila de menús para llevar en la
mesa de café.
Matt se encogió de hombros.
—Lo que sea. Escoge tú. Voy a darme una ducha rápida.
Se había puesto todo sudoroso y agitado durante su batalla con el
conejo antes, pero ahora podía relajarse y vengarse al mismo tiempo,
sabiendo que la indefensa criatura estaba condenada a vagar sin rumbo fijo
por el laberinto toda la noche.
Matt y Jason comieron su comida tailandesa para llevar directamente de
los contenedores mientras estaban sentados en el sofá y vieron un episodio
de Reign of Stones que Jason había grabado en el DVR. Vivir con Jason era
como estar en la universidad de nuevo. Al principio había sido divertido:
sin emociones femeninas complicadas, sin reparaciones en el hogar, sin
jardín que segar. Después del trabajo, todo era comida para llevar,
televisión y videojuegos, a menos que uno de ellos tuviera una cita.
Pero últimamente, el ambiente universitario despreocupado había
comenzado a debilitarse, y Matt había comenzado a sentir que estaba
retrocediendo, perdiendo terreno en un momento de la vida en el que
debería estar ganando terreno. Además, Jason había comenzado a ponerlo
de los nervios. Era muy poco ambicioso, trabajaba en un trabajo de centro
de llamadas sin salida y nunca buscó nada más lucrativo o desafiante. ¿Cómo
puede una persona estar tan relajada todo el tiempo? En poco tiempo, Matt
iba a tener que tomar algunas decisiones sobre cómo seguir adelante con
su vida.
A medida que el episodio de Reign of Stones se volvió más violento, los
pensamientos de Matt se dirigieron a Springtrap en el juego de realidad
virtual, vagando sin fin, sin rumbo fijo, sin ningún lugar adonde ir ni nadie a
quien matar. Matt sonrió. Le serviría de lección al conejito psicótico por
matarlo todas esas veces.
Era extraño que pensar en el Springtrap atrapado hiciera que Matt se
sintiera un poco mejor. Tal vez no podía controlar a las personas que lo
rodeaban, pero estaba a cargo en lo que respecta al juego. Si no le gustaba
cómo iban las cosas, sólo tenía que programar un poco para cambiar el
resultado.

☆☆☆
Después de una noche mayormente sin dormir, Matt estaba feliz de
estar de vuelta en el trabajo, donde al menos las cosas eran interesantes
algunas veces. En el área de descanso, se sirvió una taza de café que sabía
que sería malo, luego se dirigió a su oficina para ver cómo había sido la
noche de Springtrap. Al menos sabía de alguien que había tenido una noche
peor que la suya.
Matt se puso los auriculares y entró al juego. Caminó por el pasillo
oscuro y giró a la derecha para llegar a la habitación con las puertas. Eligió
la puerta de la derecha. Afortunadamente, Springtrap no estaba allí, por lo
que se le concedió acceso al resto del laberinto. Matt caminó por el
laberinto durante mucho tiempo, pero no había señales de Springtrap. Sin
sobresaltos, sin acercarse sigilosamente detrás de él, sin vislumbres rápidos
del conejo al final de un pasillo.
Era extraño. Por la forma en que se programó el juego, ya debería haber
visto Springtrap.
Matt se quitó los auriculares y abrió el registro de datos del juego.
Durante varios días de juego, Springtrap había vagado por los perímetros
del laberinto, buscando a alguien a quien matar. Esto era lo que Matt
esperaba, pero no esperaba lo que vio a continuación.
Después de todos esos días sin nadie a quien matar cuando matar era
el único propósito de su vida, Springtrap pareció generar una nueva versión
de sí mismo.
Inmediatamente, la nueva versión mató a la antigua. Y luego el Springtrap
actual de alguna manera produciría una versión más nueva, que luego lo
mataría.
El ciclo siguió y siguió: creación de una nueva IA, seguida de la recién
creada que destruía al creador. Los asesinatos se hicieron cada vez más
rápidos, uno tras otro, aparentemente tan pronto como el Springtrap más
nuevo podía generar un modelo aún más nuevo. Los asesinatos
aumentaron en violencia al igual que aumentaron en velocidad.
Apuñalamientos, cortes, decapitaciones. Cuando Matt vio la palabra
destripamiento en el registro de datos, sintió que el café le daba un vuelco
en el estómago.
Aunque extraño, el registro al menos respondió a la pregunta de cómo
Springtrap había pasado la noche. Lo que no respondió fue dónde estaba
Springtrap ahora.
El conejo estaba programado en el código del juego. No tenía la
capacidad de suicidarse verdadera y permanentemente. Siempre
reaparecería. Tenía que estar allí en alguna parte.
Matt buscó a Springtrap en la realidad virtual del juego. Buscó partes del
juego donde Springtrap ni siquiera estaba programado para estar. Después
de haber engendrado y asesinado a medio millón de versiones de sí mismo
en el transcurso de la noche, el conejo parecía haber desaparecido.
Excepto que en realidad no podía desaparecer. No era posible.
El código. La respuesta tenía que estar en el código.
Matt podía distraerse a veces. Hannah solía burlarse de él sobre su
infinita habilidad para perder las llaves del auto o su teléfono celular, pero
él tenía una memoria increíble cuando se trataba de programar. Como
resultado, fue impactante cuando miró el programa de Springtrap y vio que
ahora no se parecía en absoluto al programa que había creado. La
programación de Springtrap estaba fracturada, astillada, irreconocible. No
tenía más remedio que quitarla y empezar de nuevo.
Siguió los pasos habituales para eliminarla, pero el programa dañado
permaneció.
Pensó que, dado que estaba cansado, podría haber ingresado algo
incorrectamente. Lo intentó de nuevo, pero los resultados fueron los
mismos. Lo intentó de nuevo y de nuevo durante una hora. Dos horas.
Tres. Pero los resultados nunca variaron. El programa dañado no se pudo
eliminar.
Era como si Springtrap, en un último suicidio espectacular, se hubiera
volado a sí mismo en pedazos, y ahora todos esos pequeños pedazos de él
estuvieran esparcidos por el código del juego, tan imposibles de recuperar
como motas individuales de polvo.
Matt empezó a sudar. En todo Internet y en todas las tiendas de juegos,
abundaban los anuncios del nuevo juego de realidad virtual Five Nights at
Freddy's, que anunciaban una fecha de lanzamiento que era demasiado
pronto. ¿Y ahora el programa del juego estaba defectuoso de una manera
que aparentemente no se podía arreglar? La venganza de Matt contra
Springtrap parecía ridículamente pequeña en comparación con la venganza
de Springtrap sobre él.
Tal vez si entraba en el juego una vez más, podría encontrar alguna
forma de revertir el daño.

☆☆☆
El avatar de Matt corrió por la periferia del laberinto en busca de señales de
Springtrap. Dobló una esquina y vio algo verde más adelante.
El cuerpo sin vida de Springtrap yacía en la siguiente curva del laberinto.
Estaba tendido de espaldas con el torso abierto de par en par. Matt se arrodilló
para mirar más de cerca. Muelles y engranajes sobresalían del borde de la herida
abierta. ¿Cómo es posible que algo tan mecánico se las arregle para parecer tan
muerto? La mirada ciega y en blanco de Springtrap era horrible de contemplar.
Matt se acercó a los párpados del conejo para cerrarlos.
Tan pronto como hizo contacto físico, Matt sintió un agudo pinchazo
combinado con una leve sacudida eléctrica que le recordó el dolor de tatuarse
sus cartas de fraternidad en el tobillo en la universidad. Apartó la mano del
avatar.

☆☆☆
Matt estaba demasiado estresado por el extraño estado del juego como
para estar de humor para una cita, pero Jason había insistido. La chica con
la que Jason estaba saliendo le había prometido que su compañera de
cuarto sería perfecta para Matt. Se suponía que los cuatro cenarían juntos
en el antiguo restaurante italiano de Napolitano de Hannah y Matt. Ésta
era otra razón por la que Matt no quería ir: demasiados recuerdos, tanto
buenos como malos. Pero la razón principal era que pensaba que la
probabilidad de que esta chica fuera perfecta para él era equivalente a la
probabilidad de una tormenta de nieve en agosto.
Cuando sonó el timbre de la puerta, Matt respondió y encontró a dos
mujeres jóvenes, una de ellas rubia y atléticamente bonita con una tez
bronceada por el sol. Quizás esta noche sería mejor de lo que predijo.
—Bueno, hola —le dijo Matt, mostrando su sonrisa más encantadora.
—Esto es una agradable sorpresa. Por lo general, creo que Jason es un
poco idiota, pero cuando dijo que seríamos perfectos el uno para el otro,
definitivamente sabía de lo que estaba hablando. —Le tendió la mano.
La bonita rubia no tomó la mano que le ofrecía y sólo le devolvió una
pequeña sonrisa.
—Soy Meghan, la cita de Jason. Esta es tu cita, Eva. —Hizo un gesto
hacia la joven de cabello castaño que Matt ni siquiera había notado que
estaba a su lado.
—Hola —dijo Eva, sonriendo tímidamente. Estaba vestida con una blusa
de botones a rayas y pantalones de color caqui, como si fuera a trabajar en
lugar de a una cita.
—Hola —dijo Matt, sin molestarse en ocultar su decepción. Eva no era
exactamente fea. Era sólo que, de pie junto a un espécimen tan fino como
Meghan, parecía un gorrión junto a un ave del paraíso. Matt también notó
que la sonrisa de Eva no se había beneficiado de la ortodoncia. Sus padres
debían de ser demasiado pobres para pagar los frenos, supuso. Matt había
aprendido que el estado de los dientes de una persona era un indicador
preciso de la clase social. También los zapatos. Miró el calzado de Eva.
Zapatos baratos.
—Entonces, ¿podemos entrar? —preguntó Meghan.
—Por supuesto —dijo Matt, haciéndose a un lado—. ¡Oye, Jason! —
llamó él—. Las damas están aquí.
Jason entró a trompicones en la sala de estar, con el pelo todavía
húmedo por la ducha.
Se acercó a Meghan y la besó en la mejilla, luego dijo—: Oye, Eva, ¿Ya
conoces a Matt?
—Sí, nos conocemos —respondió.
Matt no podía entender por qué ella no sonaba más entusiasta. Tenía
suerte de ir a esta cita. Un tipo como él normalmente estaría fuera de su
alcance. Y hablando de estar fuera del alcance de alguien, ¿cómo es que un
tipo idiota como Jason tuvo una oportunidad con una chica hermosa como
Meghan?
—Oye —dijo Jason— pensé que podríamos llevar autos separados al
restaurante. De esa forma, si queremos hacer algo por separado después
de la cena, estamos listos.
—Está bien por mí —respondió Matt. Llevar su propio coche le daría la
posibilidad de acortar la velada si resultara demasiado insoportable.
Matt vio a Jason abrir la puerta de su auto para Meghan, así que mordió
la bala e hizo lo mismo por Eva. Por supuesto, el coche de Jason era el
mismo que conducía desde la universidad, y el de Matt era un deportivo
nuevo. Le sorprendió que Eva no lo felicitara por eso.
De camino al restaurante, Eva dijo—: Jason me dijo que eres un
desarrollador de videojuegos. Eso es realmente genial.
—Sí —dijo Matt, tratando de no pensar en el código desaparecido que
estaba poniendo en peligro su proyecto de alto perfil—. Es realmente
genial. Ahora mismo estoy trabajando en el juego más nuevo de Five Nights
at Freddy's, el de realidad virtual. Va muy bien —dijo, tratando de
convencerse a sí mismo al menos tanto como estaba tratando de
convencerla a ella.
—Mi hermano pequeño se muere por conseguir ese juego tan pronto
como salga. Es prácticamente todo de lo que habla. No creerá que conozco
al desarrollador.
Bueno, ahora estaba mostrando algo de entusiasmo al menos. Matt
decidió lanzar la pelota a su cancha.
—Entonces, ¿qué es lo que haces? —No estaba particularmente
interesado, pero se dijo a sí mismo que debía intentar escuchar su
respuesta.
—Estoy en el departamento de TI de la empresa de equipamiento
recreativo donde trabaja Meghan. Esa es una de las razones por las que
Jason pensó que tú y yo podríamos llevarnos bien, porque a los dos nos
gustan las cosas tecnológicas. (Los departamentos TI supervisan la instalación y el
mantenimiento de los sistemas de redes informáticas dentro de una empresa.)

—Sí, bueno, lo último de lo que quiero hablar una vez que llegue a casa
del trabajo es de “cosas tecnológicas” —dijo Matt.
La sonrisa de Eva pareció forzada.
—Sí, yo tampoco.
No hablaron de nada más durante el resto del viaje hasta el restaurante.
Matt no había estado con el napolitano desde el divorcio. Era el mismo
de siempre, con poca luz y romántico con música de violín sonando
suavemente de fondo. El anciano maître lo miró con un brillo de
reconocimiento.
—¡Oh, te recuerdo! Solías venir aquí todo el tiempo con tu adorable
esposa.
—Bueno, ella ya no es mi adorable esposa —refunfuñó Matt. ¿Por qué
la gente no podía ocuparse de sus propios asuntos? El maître palideció,
pero rápidamente recuperó la compostura.
—Oh ya veo. ¿Mesa para cuatro, entonces?
Matt pidió el osso bucco, su favorito. Meghan ordenó lo mismo, lo que
Matt sintió que indicaba un gusto exigente. Tanto Jason como Eva pidieron
espaguetis con salsa de carne. Matt estaba consternado por su falta de
sofisticación. Bien podrían haber pedido del menú infantil.
Fue entonces cuando una idea comenzó a formarse en la mente de Matt.
¿No eran él y Meghan mucho más compatibles que Jason y Meghan?
Después de todo, Matt y Meghan eran personas atractivas y sofisticadas.
Jason y Eva, sin embargo… ambos eran amables por lo que valía, pero les
faltaba apariencia, empuje y sofisticación. Eran espaguetis con salsa de carne
para el ossobucco de Matt y Meghan.
¿Y si Matt pudiera usar esta cita como una oportunidad para alejar a
Meghan de Jason? Meghan era claramente más compatible con Matt, y tal
vez no habría resentimientos ya que Jason podría tener a Eva como premio
de consolación. Además, tal vez poner en orden su vida amorosa podría
darle a Matt la paz que necesitaba para descubrir cuál era el problema en
el juego y solucionarlo de una vez por todas.
Cuando llegó el camarero con sus ensaladas, Matt dijo—: Creo que nos
gustaría una botella de pinot grigio para la mesa.
—Muy bien, señor —dijo el camarero.
—Gracias, hombre —dijo Jason—. Un gastador.
Matt se encogió de hombros.
—No puedes ser tacaño si vas a pasar un buen rato. Se necesita dinero
para tener buena comida, buen vino, buenos amigos.
—No se necesita dinero para tener buenos amigos —dijo Eva.
Entonces, ¿ella iba a entablar una discusión con él?
—Bueno, se necesita dinero para pasar un buen rato con tus amigos.
¿Qué hay sobre eso?
—En realidad no —respondió Eva, empujando su ensalada alrededor de
su plato—. Algunos de los mejores momentos que he tenido con mis
amigos han sido simplemente pasar el rato y hablar.
—Sí, pero la buena comida y el buen vino sin duda mejoran la
conversación. ¿Qué piensas, Meghan?
—Bueno, puede. Pero estoy de acuerdo con Eva. A veces, los mejores
momentos son pasar el rato en pijama hablando toda la noche y comiendo
mantequilla de maní del tarro.
Matt pensó que Meghan no quería que su amiga se sintiera mal.
Cuando llegó el vino, Matt se ofreció a servirle un poco a Eva, pero ella
puso la mano sobre el vaso y dijo—: No, gracias. No bebo.
«Bueno, no es divertida», pensó Matt. Le sirvió vino a Jason y luego le
llenó la copa de Meghan. Cuanto más bebiera, más encantador lo
encontraría.
Durante la cena, Matt contó historias interesantes sobre su vida y sus
logros. Claro, es posible que se haya sentido un poco culpable por no haber
dejado que Jason dijera una palabra, pero era importante que Meghan
llegara a conocer el tipo de hombre que era.
Entre los platos principales y el tiramisú, Jason y Eva se disculparon para
ir al baño, dejando a Matt en la mesa solo con Meghan. La oportunidad no
podría haber sido más perfecta.
—Entonces, sé que tienes esto en marcha con Jason ahora porque…
bueno, los opuestos se atraen, supongo —dijo Matt, sonriéndole. La luz de
las velas brillaba sobre su cabello dorado. Realmente era encantadora—.
Pero sólo quiero decir que te encuentro devastadoramente atractiva, y me
gustaría darte mi número. En caso de que lo desees, ya sabes, para
referencia futura.
Los ojos azules de Meghan brillaron.
—Pensé que Jason y tú eran mejores amigos.
Matt se sorprendió al escuchar la ira en su voz.
—Bueno, lo somos, pero ya sabes lo que dicen, “todo es justo en el
amor y la guerra”.
—El hecho de que lo “digan” no significa que sea cierto —respondió
Meghan—. Toda la noche no has hablado de nada más que de ti mismo y
de lo genial que supuestamente eres. Tal vez Jason no esté tan bien vestido
como tú y no tenga un trabajo tan impresionante, pero es genial porque es
un tipo agradable y cariñoso.
Matt no iba a quedarse ahí sentado y aceptar este abuso de otra mujer
delirante.
—Bueno, espero que disfrutes tu vida de pobreza con tu amable y
cariñoso chico —dijo, levantándose de la mesa. Estaba tan enojado que
sintió que podría salir humo de sus oídos, como si fuera un personaje de
una vieja caricatura—. Esta noche ha sido un desastre total. Confío en que
tú y Jason serán lo suficientemente amables como para llevar a mí supuesta
“cita”, ¿cómo se llamaba? —Agarró la botella de vino y salió del
restaurante.
Fue sólo cuando estaba en el auto que se dio cuenta de que se había ido
sin pagar su parte de la factura. «Bien. Dejaré que ellos se encarguen. Les
serviría por no apreciarme». Condujo a casa demasiado rápido, pensando
en el día espantoso que había sido. Sentía que los problemas con el juego
lo habían infectado. Pero eso iba a cambiar.

☆☆☆
Matt se despertó sintiéndose extrañamente mareado. Por lo general,
los problemas de estómago matutinos eran un síntoma de que había bebido
demasiado la noche anterior. Se había acabado esa botella de vino anoche,
pero aun así, no había sumado más de tres vasos. No debería tener resaca.
Decidió que el café era la solución, como lo era para muchos de los
problemas de la vida. Se arrastró hasta la cocina y puso una olla a preparar.
Aunque la idea de comer era desagradable, dejó caer una rebanada de
pan integral en la tostadora en caso de que el vacío de su estómago fuera
la causa de su malestar.
Una vez que se terminaron de preparar y tostar, se sentó a la mesa de
la cocina. Un sorbo de café y un bocado de tostada más tarde, su estómago
se revolvió violentamente. Sin siquiera haber tomado la decisión consciente
de moverse, se encontró inclinado sobre el fregadero de la cocina,
vomitando no sólo las tostadas y el café, sino aparentemente todo lo demás
que había consumido durante los últimos días.
Enjuagó el fregadero, mojó una toalla de papel y la utilizó para secarse
la frente sudorosa. Su cuerpo no podría haber elegido un peor momento
para enfermarse. No podía faltar al trabajo. Tenía que arreglar el juego.
Decidió que lo arreglaría a la hora del almuerzo. Entonces podría
tomarse el resto del día libre para descansar y recuperarse.

☆☆☆
Era casi mediodía y el estómago de Matt todavía se agitaba como una
tormenta en el mar.
Había movido la papelera junto a su escritorio para poder arrojar el
vómito cuando fuera necesario. Almorzar era inimaginable.
Había estado trabajando sin parar para reparar el juego sin éxito. Había
consultado todos los manuales que tenía. Había leído mucho de una
variedad de sitios especializados en Internet. Incluso había hecho una
llamada telefónica a uno de sus antiguos profesores de la escuela de
posgrado, pero todo fue en vano. Matt no estaba acostumbrado a sentirse
estúpido o fracasado, pero ahora estaba experimentando ambas cosas
desagradables, desacostumbrados sentimientos. Era como si Springtrap, su
propia creación, lo hubiera superado.
Llamaron a la puerta de su oficina.
—Adelante. —Esperaba que fuera alguien que lo salvara o alguien que
lo sacara de su miseria.
—Hola, Matt. —No era ninguno de los dos. Era Gary, el jefe de su
departamento, quien le garantizó que en cualquier situación dada (a) no
sería de ninguna ayuda, y (b) profundizaría su miseria. Matt apretó los
dientes.
—Hola, Gary. —Matt esperaba que los signos de su angustia no fueran
visibles, pero estaba bastante seguro de que sí. Respiraba con dificultad y
sudaba como si acabara de correr un maratón. La intensidad de sus náuseas
le dificultaba hablar.
Temía que si abría la boca, saldría algo más que palabras.
Gary se sentó en la silla frente al escritorio de Matt. Estaba, como
siempre, impecablemente peinado, con el pelo recogido en una perfecta
raya de muñeco Ken y su costoso traje sin arrugas.
—¿Has estado en las redes sociales los últimos días? —Él sonrió,
mostrando sus dientes blancos y perfectamente rectos—. Los niños se
están volviendo locos con este juego, algunos adultos también. Va a ser
enorme, Matt. Enorme.
—Enorme —repitió Matt, tratando de sonreír pero fallando. Su boca se
negó a subir por las comisuras.
—¿Y qué tal te va? —preguntó Gary, inclinándose hacia adelante en su
silla—. ¿Todo avanza como es necesario? Porque el plazo se acerca.
Matt no necesitaba que le dijeran que se acercaba la fecha límite.
—Va muy bien —respondió, esperando sonar más convincente de lo
que se sentía.
—Es bueno escucharlo —dijo Gary, como si estuviera tratando de
decidir si le creía—. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
—No, todo va muy bien —repitió Matt, su voz se volvió un poco aguda
y quejumbrosa como lo hacía cuando estaba nervioso.
—¡Excelente! —Gary se levantándose de la silla—. No puedo esperar a
ver lo que has hecho. Estarás listo para presentarlo el viernes, ¿verdad?
—Viernes. Puede apostarlo —respondió Matt, tragando saliva.
Gary se fue, cerrando la puerta detrás de él. Matt apoyó la cabeza en su
escritorio con desesperación. Había comenzado la mañana sintiéndose
confiado en su capacidad para resolver el problema, pero el cielo se había
oscurecido.
Matt se tomó su descanso para almorzar, no para comer, sino sólo para
salir de la oficina y tratar de aclarar su mente. Caminó la media cuadra
hasta Gus's, un bar con poca luz que le recordaba los lugares baratos que
solía frecuentar en la universidad.
Tal vez podría simplemente tomar un sorbo de refresco para calmar su
estómago. Además, Gus's no estaría abarrotado a la hora del almuerzo, y
tal vez la combinación de un refresco y la oscuridad y el silencio lo ayudaría
a pensar.
Matt hizo su pedido y Gus lo llenó. Matt deseaba que todas las
relaciones fueran así de sencillas. Bebió un sorbo de cola y pensó. De
acuerdo, no había tiempo para un rediseño importante, pero ¿había algo
más que pudiera hacer que pudiera salvar el juego y salvar su trabajo?
Matt miró alrededor de la habitación. En la esquina había un par de viejos
gabinetes de videojuegos que probablemente habían estado allí desde que
los juegos eran nuevos en los años ochenta. Se quedó mirando la pantalla
de demostración de un viejo juego de laberinto, viendo a un extraño tipo
bola amarilla perseguido por fantasmas de colores dulces. Entonces se le
ocurrió la idea.
«Puedo programar un nuevo Springtrap, uno que siga la ruta que se
supone que debe hacer. El programa anterior está tan estropeado que de
todos modos no tendrá ningún impacto en el juego. Nadie sabrá siquiera
que está allí».
¿Por qué no había pensado en esto antes? El problema estaba
prácticamente resuelto. Se comió un puñado de cacahuetes de la barra y
terminó su refresco. Algo en la combinación de sabor salado y
efervescencia calmó su estómago. Luego regresó a la oficina para construir
un nuevo Springtrap, uno que siguiera el camino que se suponía que debía
seguir.
Y esta vez, Matt no se opondría al conejo. Había aprendido la lección.

☆☆☆
No había sido fácil piratear la computadora de la empresa, pero Gene
lo había hecho. Quizás era una señal de que las cosas estaban mejorando.
La vida no le había ido muy bien últimamente. Lo habían despedido de su
trabajo en el Equipo Nerd en la tienda de electrónica Good Deal y tuvo
que mudarse con sus padres hasta que pudiera encontrar algo más, lo que
aún no había sucedido. Eso era deprimente, ser un hombre adulto que vivía
en el dormitorio de su infancia, mirar todos esos viejos trofeos del
Scholar’s Bowl y el equipo de matemáticas y darte cuenta de lo poco que
significaban. Por eso había estado aumentando de peso. La depresión y la
comida casera de mamá eran una combinación peligrosa.
Pero ahora al menos tenía una cosa a su favor. Tenía su propia copia
temprana de La Venganza de Springtrap's. Debido a sus habilidades
superiores de piratería, iba a ser una de las primeras personas, si no la
primera, en jugar el juego. Y con sus habilidades de jugador superiores,
también podría convertirse en la primera persona en ganar el juego. Y eso
sería un logro.
Se puso las gafas de realidad virtual. Estaba listo para jugar.

☆☆☆
Gene creó un avatar que se parecía a su yo ideal, como volvería a verse una
vez que se recuperara. Gene pensó que entrar en el sistema informático y
conseguir este juego era una buena señal. Un éxito que sería el primero de una
serie de éxitos.
Una vez que se creó su avatar, se encontró de pie al final de un pasillo oscuro.
Caminó hasta el extremo opuesto. Había una puerta a la izquierda y una puerta
a la derecha. Al azar, eligió el de la derecha. Se encontró en una habitación con
cuatro puertas. Claramente, tenía que elegir una, y por sus experiencias pasadas
con los juegos de FNAF, sabía que la elección incorrecta resultaría en un susto de
salto y una pantalla GAME OVER.
Eligió la puerta de la izquierda. Respiró hondo, giró el pomo y tiró. Estaba
claro. Dio un suspiro de alivio, dio unos pasos hacia adelante y se encontró en
otro pasillo oscuro. Caminó hacia adelante hasta que se estrelló contra una
pared. Tenía que decir que las funciones de realidad virtual eran impresionantes.
Cuando su avatar chocó contra la pared, pudo sentir el golpe.
Tanteó su camino hacia la derecha, donde había un pasaje hacia adelante, y
continuó tanteando su camino a lo largo de la pared. Entre la perspectiva limitada
que ofrece la realidad virtual y la falta de luz, este laberinto obviamente no era
una broma. Pero si había un área en su vida en la que Gene tenía plena confianza
en sí mismo, era en los juegos. Iba a encontrar la salida.
Era extraño. Parecía que parte de la diversión de sortear el laberinto debería
ser evitar personajes espeluznantes que acechaban en las esquinas y saltaban
cuando menos se esperaba. Pero hasta ahora, no había personajes espeluznantes
a la vista, ni siquiera el personaje principal. El juego se llamaba La Venganza de
Springtrap's. Entonces, ¿dónde estaba Springtrap?
☆☆☆
—¡Gene Junior! ¡La cena está lista! —llamó una voz desde la cocina,
rompiendo la inmersión de Gene en el juego—. ¡Pimientos rellenos y
macarrones con queso!
—¡Estaré allí en un minuto, mamá! —gritó Gene en respuesta. Pero
sabía que sería más de un minuto. No dejaría el juego hasta que encontrara
a Springtrap.
Además, si había algo que sabía sobre mamá, era que no iba a dejar que
pasara hambre. Si tardaba demasiado en llegar a la mesa, ella le preparaba
un plato y se lo llevaba a su habitación, para que pudiera servirse la cena
mientras jugaba.

☆☆☆
Gene vio algo verde que sobresalía de detrás de una esquina del laberinto.
Fue a investigar, preparándose para un susto de salto, pero la versión de
Springtrap que encontró, aunque sin duda aterradora, era incapaz de saltar
sobre nadie.
El cuerpo de Springtrap yacía inmóvil y de espaldas, con el abdomen
desollado. Muelles y engranajes sobresalían de la herida. Sus ojos estaban
abiertos y vacíos.
Gene pensó que podría ser un truco, que en cualquier segundo el conejo verde
cobraría vida y agarraría el tobillo del avatar de Gene. Pero el conejo simplemente
se quedó ahí.
Gene hizo que su avatar lo empujara con el pie, pero estaba inerte. Parecía
un GAME OVER para Springtrap.
Pero eso no tenía ningún sentido. Si este juego trataba de que Springtrap se
vengara, ¿por qué el supuesto personaje principal estaría muerto al principio? ¿A
menos que la trama se convierta en una especie de historia de fantasmas?

☆☆☆
—¡Gene Junior! ¡Tú cena se está enfriando!
—¡Estaré allí en un minuto, mamá! Déjame terminar de… llenar esta
solicitud de trabajo —llamó Gene. Sabía que si ella pensaba que él estaba
solicitando un trabajo, se mantendría alejada de él durante unos minutos
más. Tenía que averiguar qué estaba pasando con La Venganza de
Springtrap, y la única forma de hacerlo era echar un vistazo en el código.
Era hora de volver a poner en práctica esas habilidades superiores de
piratería.
Después de algunas órdenes, estaba dentro. Pero lo que encontró no
tenía sentido.
Según el código, Springtrap se había extraído del mismo juego que
llevaba su nombre en el título. El programa que inició la extracción se
llamaba inexplicablemente “es_un_niño.exe”.

☆☆☆
Matt tenía hambre. Un hambre voraz. Estaba sentado en una mesa para
dos en Ye Olde Steakhouse. Su compañera en la mesa era Madison, quien,
afortunadamente, era tan bonita como sus fotos, con el pelo castaño
brillante y grandes ojos marrones como los de una niña.
Esta era su primera cita, pero Matt estaba teniendo dificultades para
concentrarse en la charla requerida porque tenía mucha hambre. Se dio
cuenta de que se había deslizado la panera frente a él y había estado
mordisqueando sin pensar los panecillos.
—Lo siento. ¿Quieres un poco de pan? —preguntó, obligándose a
empujar la canasta en su dirección.
—No, gracias —respondió con una sonrisa incómoda—. Estoy
cuidando mis carbohidratos.
—Yo no, obviamente —dijo Matt, tratando de poner humor mientras
cortaba otro trozo de pan con los dientes. —¿Qué era esto? ¿Rollo
número cuatro? ¿Número cinco?
El mesero apareció, y antes de que pudiera siquiera pedirles su pedido,
Matt dijo—: Bistec Porterhouse con una papa horneada cargada y crema
de espinacas al lado. Y vuelvan a llenar esta panera también.
—¿Y para usted, señorita? —El mesero se volvió hacia Madison. Matt
pensó que era un golpe sutil para él, un recordatorio de que se suponía
que debía dejar que la dama ordenara primero, pero estaba demasiado
hambriento para preocuparse por la etiqueta. Tenía tanta hambre que se
sentía como una emergencia médica.
—La ensalada Cobb, por favor, con aderezo de queso azul a un lado —
dijo Madison.
Matt esperaba que el mesero se apresurara a regresar con esa nueva
canasta de pan antes de comenzar a tratar de comerse el mantel.
—Sabes, siempre me he preguntado… las chicas siempre piden
ensaladas cuando tienen citas… como si no quisieran que un chico las vea
comer demasiado. Cuando sales con tus amigas, ¿pides algo más? ¿Cómo
un gran plato de costillas o algo así?
«Costillas. Las costillas suenan deliciosas».
Madison sonrió.
—Depende del hambre que tenga. A veces, cuando salgo con mi mejor
amigo, compartimos una hamburguesa y papas fritas.
—¿Divides una hamburguesa y papas fritas? Eso es como un aperitivo o
algo así.
Madison rio.
—Realmente no lo es. Media hamburguesa con queso es suficiente. Y
las chicas no pueden comer como ustedes. Si miro un trozo de tarta de
queso, aumento cinco libras.
«Tarta de queso de postre». Matt definitivamente quería tarta de queso.
Rara vez pedía postre, pero lo iba a hacer esta noche. «Detente. Deja de
obsesionarte con la comida y fíjate en tu cita».
—Bueno, lo que sea que estés haciendo, deberías seguir haciéndolo
porque te ves fantástica.
—Gracias —respondió sonriendo.
«Bien. En caso de duda, haz un cumplido. Siempre suaviza las cosas».
Cuando llegó la comida, Matt se sintió como un leñador hambriento. El
bistec se sentaba en un apetitoso charco de sangre, y cuando Matt lo cortó,
la carne estaba de un rojo purpúreo.
—Creo que acabo de escucharlo, muu —dijo Madison mientras Matt
sostenía un trozo de carne chorreando en sus labios.
—Bueno, no lo oirás por mucho tiempo porque va a estar en mi
estómago. —La carne casi cruda estaba deliciosa, tan intensamente que
Matt cerró los ojos mientras masticaba. Ignoró las verduras en su plato y
cortó la carne una y otra vez, cortando grandes trozos que llenaban sus
mejillas mientras masticaba. Le molestaba cómo el cuchillo y el tenedor
ralentizaban su alimentación.
Realmente, tendría mucho más sentido simplemente recoger el bistec y
cortar trozos con sus caninos. Para eso estaban, ¿no?
Los modales en la mesa, todas las reglas de etiqueta, en realidad, eran
sólo formas de retrasar que el cuerpo obtuviera lo que necesitaba. Y el
cuerpo de Matt necesitaba esta carne.
No estaba muy seguro de cuándo había recogido el gran T-bone del
centro del filete y comenzó a roerlo, gruñendo para sí mismo con placer
animal.
Pero luego sintió los ojos de Madison sobre él. Ella estaba sentada frente
a él, sosteniendo un tenedor con lechuga en el aire, mirándolo como si
fuera una exhibición en un zoológico.
Luego sintió también los ojos de los otros clientes en las otras mesas.
Dejó el hueso.
—Fui al médico el otro día —mintió—. Dijo que estaba terriblemente
anémico. Debo haber necesitado esta carne roja.
—Debes haberlo hecho —dijo Madison. Metió la mano en su bolso,
sacó su teléfono y lo miró por un segundo—. Oh no. Acabo de recibir un
mensaje de texto de mi compañero de cuarto. Mi gato está enfermo. Tengo
que ir. Gracias por la cena.
No se quedó el tiempo suficiente para escuchar a Matt decir—: Te
llamaré.
¿Por qué no pudo satisfacer este hambre sin fondo? Su bistec ya no
estaba, al igual que la papa al horno y la crema de espinacas. Se inclinó
sobre la mesa para coger el resto de la ensalada mayoritariamente sin
comer de Madison. Sería una lástima que se desperdiciara.

☆☆☆
Mientras Matt se desvestía para la ducha antes de acostarse, alcanzó a
ver su reflejo en el espejo del baño y casi no se reconoció. Su barriga era
definitivamente más grande. Estaba hinchado por la enorme cena que había
comido, pero esto parecía más que una hinchazón estándar después de la
comida. Matt miró su hermoso rostro y se encogió de hombros. ¿Qué eran
unas algunas libras más? Todavía se veía bien. E históricamente, ser un
hombre con un poco de peso extra era un signo de prosperidad.

☆☆☆
Matt se despertó con un objetivo que era muy claro en su simplicidad:
llegar al baño antes de que fuera demasiado tarde. Se quitó las mantas y
corrió, luego arrojó los restos de la enorme y costosa cena de anoche.
Tuvo muchas arcadas después de que no quedara nada que mencionar.
Curiosamente, todavía se sentía hinchado y su vientre lo estaba.
¿Se trataba de una especie de virus extraño, cuyos síntomas eran ciclos
de náuseas extremas seguidas de hambre extrema? Si se trataba de un virus,
sin duda estaba esperando mucho tiempo. Tendría que preguntar a las
personas en el trabajo si habían oído hablar de alguien más que tuviera los
mismos síntomas.

☆☆☆
—Matt, ¿te sientes bien? —preguntó Jamie mientras estaban sentados
en la sala de conferencias esperando que comenzara una reunión. Tenía el
ceño fruncido en una expresión de preocupación, pero Matt dudaba que
fuera genuina.
—Oh, es sólo este problema con el que me está costando luchar —
respondió Matt.
El olor del café en la habitación, generalmente uno de sus aromas
favoritos, era nauseabundo.
—O tengo náuseas o me muero de hambre, y estoy hinchado y con
gases. ¿Conoces algún virus con esos síntomas circulando?
—No. ¡Y sé todos los bichos porque tengo niños en la escuela que los
traen a casa! —Ella sonrió—. En serio, sin embargo, tal vez deberías pedirle
a un médico que te revise. Definitivamente estás hinchado y tu color no se
ve bien; estás un poco amarillento, como si tuvieras ictericia. Tal vez
deberías hacerte algunos análisis de sangre y controlar tu función hepática
sólo para estar seguros.
—Oh, los médicos no saben nada —dijo Matt. «Y Jamie tampoco».
Ni siquiera sabía por qué se había molestado en preguntarle algo.
Gary entró, lo que tuvo el efecto negativo de comenzar la reunión, pero
el efecto positivo de terminar cualquier otra conversación.
—Buenos días —dijo Gary, tomando su lugar en la cabecera de la mesa
de conferencias—. Bueno, la fecha de lanzamiento es en dos semanas, y las
revisiones de las primeras copias de proyección del juego están listas. Y los
resultados son —miró sus notas— mixtos.
Jamie dejó escapar un pequeño suspiro.
—Según los revisores, la trama es buena, el juego es desafiante y la
cantidad de sobresaltos es consistente con lo que esperan los fanáticos de
FNAF. —Se aclaró la garganta—. Sin embargo, todos los críticos
estuvieron de acuerdo en un hecho: el diseño de IA de Springtrap es
descuidada y no está a la altura de los estándares habituales de los juegos.
Gary no llamó a Matt por su nombre, pero bien podría haberlo hecho.
Con la extraña serie de regeneraciones y muertes de Springtrap después
de que Matt lo dejó vagando por el laberinto, Matt realmente había
necesitado apresurarse para crear una nueva IA para el juego. Pero estaba
seguro de que, a pesar de la naturaleza de último minuto del trabajo, aún
lo había hecho bien. Bueno, lo suficientemente bien, de todos modos.
—Oh, ¿eso es lo que dicen los críticos? —preguntó Matt. Su rostro se
encendió de ira—. ¿Va a decirme quiénes son estas personas o en realidad
son sólo usted?
—Oye, oye —dijo Gary, levantando las manos como si se estuviera
defendiendo—. No hay necesidad de irritarse. Sólo digo que en este clima
competitivo, nadie puede permitirse el lujo de hacer otra cosa que no sea
su mejor trabajo.
—¡Siempre hago mi mejor trabajo! —le respondió Matt, alzando la
voz—. De hecho, estaría haciendo algo de eso ahora mismo si no
estuvieras perdiendo el tiempo en esta reunión inútil.
Jamie extendió la mano para tocar el brazo de Matt, pero él lo apartó
de un tirón.
—Sé que estas reuniones te quitan el tiempo que usarías para trabajar
y pensar. Y te prometo que esto no durará mucho. Pero después de la
reunión, Matt, mientras trabaja y piensa, le sugiero que una de las cosas en
las que debería pensar es en la forma adecuada de hablar con su supervisor.

☆☆☆
Matt condujo a casa enfurecido. Rompió el límite de velocidad en dos
dígitos y pasó las luces rojas. «Dejaré que un policía me detenga».
Tanto la ira como el hambre lo devoraban, a pesar de que estaba tan
hinchado y con gases que sentía como si un pinchazo en el estómago lo
podría hacer estallar como a un globo. Cuando pasaba por una
hamburguesería, el olor a grasa caliente lo atraía a pasar. Pasó por el auto-
servicio y pidió una hamburguesa doble con queso y tocino, papas fritas
grandes y un batido de chocolate, comida que generalmente descartaría
como demasiado poco saludable para consumo humano. No queriendo
tener que ralentizar su alimentación porque también conducía, se detuvo
en un estacionamiento y devoró la carne grasosa y los carbohidratos como
un glotón hambriento.
Su hambre disminuyó un poco. Su ira no.
Cuando llegó al apartamento, Jason estaba empacando videojuegos de
su estante en una caja de cartón. Otras cajas llenas estaban esparcidas por
el suelo.
—¿Qué está pasando? —preguntó Matt, aunque tenía la sensación de
que lo sabía.
—Escucha, hombre —dijo Jason, sin mirarlo— Meghan finalmente me
dijo lo que hiciste. Ella dijo que casi no lo hizo porque somos compañeros
de cuarto, pero luego decidió que necesitaba saberlo. Dijo que la
coqueteaste cuando se suponía que ibas a conocer a Eva. Le diste tu
número cuando sabías que tenía una cita conmigo. No está bien, hombre.
—Está bien, si quieres que me disculpe, me disculparé. —Sin embargo,
no vio la necesidad de una disculpa. No había estado tratando de alejar a
Meghan de Jason por la fuerza. Él le había estado presentando opciones.
Jason negó con la cabeza.
—Mira, es todo. No quiero que te disculpes. Quiero que dejes de ser
un idiota. Pero, lamentablemente, no veo que eso vaya a suceder nunca.
Así que me voy a mudar. Pasaste toda nuestra comida la otra noche
hablando de lo próspero y exitoso que eres… justo antes de dejarnos la
cuenta. No necesitas mi ayuda con el alquiler. Puedes pagar este lugar sin
mí.
—Sé que puedo. Pero quiero que te quedes. —No sabía por qué, pero
tuvo una repentina y desesperada necesidad de no estar solo. Era una
sensación vaga pero persistente de que si lo dejaban solo, pasaría algo malo.
—Sí, y Eva quería que fueras amable con ella, pero tampoco se le
concedió ese deseo. Es una persona súper agradable, Matt. Ella se merecía
algo mejor.
—Sí, me conseguiste la chica con la “gran personalidad” —dijo Matt,
riendo amargamente—. Y te quedaste la bonita para ti.
Jason alzó las manos.
—Está bien, mira. No puedo tener esta conversación en este momento.
Me voy. Esta noche le voy a pedir prestada una camioneta a un amigo.
Volveré por la mañana y recogeré mis cosas cuando estés en el trabajo.
Creo que es mejor si tú y yo nos mantenemos fuera del camino del otro
por un tiempo.
Jason tomó sus llaves y salió por la puerta.
Matt sacó una cerveza de la nevera y se sentó en el sofá. ¿Cómo se
habían puesto tan mal las cosas tan rápido? Realmente no necesitaba
preguntar. Sabía la respuesta.
Fue el conejo. No podía explicarlo, pero de alguna manera el conejo
tenía la culpa.
La cerveza tenía un sabor amargo y desagradable, y Matt sintió el
enfermizo dolor de cabeza en la sien derecha. Extendió la mano para
masajear su cabeza y sintió una dura protuberancia presionando contra su
cuero cabelludo. ¿Era posible que se hubieran golpeado en la cabeza lo
suficientemente fuerte como para que se formara un nudo y no lo
recordara? Y si no lo recordaba, ¿qué significaba eso, que tenía algún tipo
de lesión cerebral que le estaba haciendo perder la cabeza? O tal vez era
su salud física, no su salud mental, por lo que debería estar preocupado.
Matt necesitaba a alguien con quien hablar sobre sus problemas, pero
no había nadie. Hannah lo había abandonado. Una serie de novias ingratas
lo había abandonado. Y ahora Jason, su mejor amigo, lo había abandonado.
Como si eso no fuera lo suficientemente malo, no era apreciado sino
criticado en el trabajo.
Quizás esa soledad era el triste precio a pagar por su brillantez. Como
tantos genios antes que él, fue aislado e incomprendido. Por primera vez
en su vida adulta, Matt se encontró llorando lágrimas de verdad.

☆☆☆
Matt no podía abrocharse los pantalones. Ayer, habían estado muy
ajustados, pero todavía encajaban, pero hoy era imposible. Hoy había
estado holgazaneando en pantalones de pijama todo el día, pero ahora,
tratando de encajar en pantalones reales, era evidente que su vientre se
había hinchado de tal manera que su cintura talla 34 era sólo un buen
recuerdo.
Probó con otro par más indulgente y luego con otro, todo fue en vano.
Los pantalones desechados yacían esparcidos sobre su cama.
El problema era que tenía una cita en unos minutos, y aunque
encontraba que la mayoría de las reglas de etiqueta eran estúpidas y
opresivas, aceptaba el hecho de que una cita pública generalmente requería
que uno usara pantalones. Buscó en su armario y encontró una talla 36 en
la parte de atrás. Se metió en ellos, pero todavía no se abrochaban sobre
su vientre. Finalmente, los bajó por debajo de la hinchazón montañosa y
logró cerrarlos. El botón todavía no se cerraba, pero logró asegurarlos con
un cinturón. No era la situación ideal, pero tendría que ser así.
Matt había acordado encontrarse con su nueva cita, otra conocida de
Internet, en un bar. De esta manera, razonó, si la cita resultaba tan
desastrosa como la anterior, al menos no tendría que pagar la cena.
El bar era uno de esos lugares elegantes y modernos preferidos por los
jóvenes profesionales urbanos, todo cromado y cristal e iluminación
indirecta. Al entrar, vio su reflejo en uno de los muchos espejos del lugar
y se sobresaltó momentáneamente. Su vientre estaba tan hinchado que los
botones de su camisa estaban tirando, los huecos entre los botones
revelaban su piel amarillenta. Su rostro y cabello estaban empapados de
sudor. ¿Y fue su imaginación, o su cabello también se estaba volviendo más
delgado?
Aun así, Matt sabía que tenía mucho más a su favor que cualquiera de
los perdedores en este bar. Emma, ese era el nombre de la chica nueva,
¿verdad? Emma tenía suerte de salir con él.
Al principio no la reconoció. Ella estaba sentada en una mesa sola y lo
saludó con la mano. Su rostro era bonito como si lo recordara en el sitio
de citas, al igual que su cabello rubio miel. Pero la foto que usó en el sitio
debe haber sido tomada hace unos buenos diez kilos. La chica era fornida.
Era una suerte que no se hubiera comprometido a invitarla a cenar.
Probablemente no podría permitirse el lujo de alimentarla.
Bueno, ya era demasiado tarde para escabullirse. Ella ya lo había visto.
Pegó una sonrisa y se acercó a la mesa.
—¿Emma?
—¡Matt! —ella sonrió ampliamente y le hizo un gesto para que se
sentara.
—¿Qué vamos a beber?
—Hmm… ¿Appletini? Una bebida afrutada para chicas. Déjame ir a
conversar con el camarero.
Se dirigió a la barra y pidió la bebida de chica para Emma y un martini
para él. Era fuerte, pero tenía la sensación de que lo iba a necesitar para
superar esta cita.
—Mmmm, gracias —dijo Emma cuando dejó la bebida verde de aspecto
tóxico frente a ella—. Gracias por elegir este lugar. Es bastante genial. Me
avergüenza admitir que no salgo mucho. La mayoría de las noches, después
del trabajo, me pongo el pijama y veo Netflix.
«Y comer un galón de helado», pensó Matt, pero se limitó a sonreír y
asentir.
—Sí, a veces acabo pasando el rato con mi compañero de piso y jugando
videojuegos —dijo Matt. Luego recordó que Jason ya no era su compañero
de cuarto. Sin embargo, no era necesario que le diga eso. Y ya había
decidido que nunca volvería a verla.
—Bueno, eres un desarrollador de videojuegos —dijo mientras tomaba
un sorbo de su cóctel.
—Entonces, cuando pasas el rato y juegas videojuegos, eso es como
investigar, ¿verdad?
Consiguió esbozar una sonrisa forzada. Algo estaba pasando en su
abdomen.
La presión aumentaba de una manera desagradable, casi como si una
fuerza empujara su vientre desde adentro. Tomó un sorbo de su martini,
que le golpeó el estómago como el ácido de una batería. Debió haber
hecho una mueca porque Emma le preguntó—: ¿Estás bien?
—Sí, sí —dijo. Pero no era así. Sintió que iba a estallar como una baya
demasiado madura. No podía sentarse aquí y hacer una charla cortés—.
Pero déjame seguir adelante y decirte ahora mismo que esto no va a
funcionar. Así que disfrutas tu bebida y te voy a dar las buenas noches.
—Espera un segundo. Apenas me has hablado. Es demasiado pronto
para saber si crees que soy una persona interesante o no. Entonces dime,
¿cómo sabes que esto no va a funcionar?
¿Iba a obligarlo a decirlo? Aparentemente sí.
—Está bien, Emma, estoy seguro de que tienes una gran personalidad.
Pero cuando publicas una foto tuya en un sitio de citas, debe lucir como
tú, no como hace veinticinco libras.
La boca de Emma se abrió.
—¡No puedo creer que tengas el descaro de decirme eso! En primer
lugar, es superficial y ofensivo. Pero en segundo lugar, ¿te has mirado al
espejo últimamente? ¡En tú foto en línea tienes por lo menos treinta y cinco
libras menos! ¿Me di cuenta de eso cuando entraste? Sí. Pero no me
molestó. ¡Lo que me molesta es que eres un tremendo hipócrita!
—Bien. Creo que lo único en lo que podemos estar de acuerdo es en
que esta cita ha terminado. —Matt se puso de pie, y cuando lo hizo escuchó
un extraño sonido pop-pop-pop como si alguien estuviera haciendo
palomitas de maíz. Luego sintió una brisa fresca sobre su torso. Al mirar
hacia abajo, se dio cuenta de que su vientre hinchado había provocado que
se le salieran todos los botones de la camisa y ahora estaba expuesto a la
vista del público en general.
Emma rio. Ella se rio tan fuerte que resopló. Ella se rio hasta que se le
llenaron los ojos de lágrimas.
—¡No puedo creerlo! —dijo entre risitas—. Esta es la mejor maldita
cita de mi vida. ¡Espera a que se lo diga a mis amigas!
Matt trató de apretar su camisa para cerrarla y huyó del lugar. Tan
pronto como golpeó la acera, la presión de su vientre rompió la hebilla de
su cinturón y tuvo que sostener sus pantalones con la otra mano para
evitar que se cayeran.
Abandonó el agarre de su camisa el tiempo suficiente para entrar en su
coche. Sólo necesitaba llegar a casa para que esta terrible noche terminara.

☆☆☆
De vuelta en su apartamento, Matt se puso una camiseta holgada y un
pantalón de pijama con cintura elástica. Mañana tendría que ir a comprar
ropa nueva. Pero, ¿qué podría ponerse mientras compraba? ¿Iba a
convertirse en una de esas personas de mal gusto que usaban pijamas en
público?
La presión en su estómago empeoraba, y el extraño nudo en su cabeza
le dolía donde estaba estirando la piel de su cuero cabelludo. Tal vez tenía
algún medicamento que pudiera ayudarlo. Fue a la cocina, masticó un par
de pastillas antiácidas y bebió un vaso de agua.
Esperó el alivio, pero no llegó. En cambio, la presión aumentó.
Incluso la suave camiseta que llevaba se sentía irritante. Se la quitó y
miró su vientre en forma de sandía. La presión desde el interior era
palpitante.
Miró la piel de su vientre. Había movimiento debajo.
Cuando sintió los golpes, una leve huella de una forma indeterminada
apareció en su piel. Matt ahogó un grito cuando se dio cuenta de la verdad:
algo estaba dentro de él y estaba tratando de salir.
El golpeteo doloroso se hizo más insistente, un tamborileo de agonía. Si
estaba fuera de él, fuera lo que fuera, el dolor se detendría. «Sácalo,
sácalo», pensó mientras cerraba los ojos y apretaba la mandíbula. Agarró
su camiseta desechada y mordió la tela sólo para tener algún tipo de
desahogo para el dolor.
Si lo sacaba, el dolor se detendría. ¿Pero cómo? No había un lugar
adonde ir.
Otra oleada de dolor lo golpeó, esta vez aplastante. Se dobló y se apoyó
en la encimera de la cocina. Su mirada se dirigió hacia los cuchillos de cocina
que colgaban de una banda magnética en la pared. Podría cortarlo. Cortar
aliviaría la presión y sacaría lo que fuera. Estaría libre de lo que fuera esta
carga. Quería ser libre.
Agarró el cuchillo de cocina más grande y afilado y se tumbó de espaldas
en el suelo. Comenzar la incisión fue la parte más difícil, pero el dolor
dentro de él era mayor que cualquier dolor que él mismo pudiera causar.
Hundió la punta del cuchillo en la parte superior de su abdomen y luego
empujó la hoja hacia abajo, mordiendo la camiseta para que los vecinos no
lo oyeran gritar.
Hubo dolor, pero también alivio. La presión se detuvo, la sangre fluyó y
Matt vio, emergiendo de la incisión, una larga oreja de conejo verde. El
conejo enterado emergió, mojado y viscoso por la mucosidad, un
Springtrap perfectamente formado del tamaño de un recién nacido sano.
Pero a diferencia de un bebé recién nacido, el conejo pudo salir de la
incisión, aterrizar de rodillas en el piso de la cocina y luego levantarse para
pararse.
La pérdida de sangre estaba haciendo que Matt perdiera la conciencia,
pero incluso en su estado de confusión, podía ver que la criatura que había
engendrado era Springtrap, pero de alguna manera no era Springtrap. Este
era más real, más orgánico que el del videojuego. La mente de Matt regresó
a una historia que su madre le había leído cuando era pequeño sobre un
conejo de peluche que había deseado tanto ser real que se volvió real.
El Springtrap que estaba sobre el cuerpo sangrante de Matt no era una
amalgama de códigos que alguien como él había programado en una
computadora. Este Springtrap era real.
El conejo verde se sentó en el suelo junto a Matt y apoyó la cabeza de
Matt en su peludo regazo. Se sintió bien. Matt estaba perdiendo mucha
sangre. ¿Podía una persona perder tanta sangre y seguir con vida?
El conejo acarició la mejilla de Matt. Matt no sabía si escuchó la palabra
salir de la boca del conejo o si sólo estaba en su propia cabeza:
Papi.

☆☆☆
—¿Entonces entraste en el apartamento y lo encontraste así? —El oficial
de policía estaba tomando notas mientras hablaban en la cocina empapada
de sangre.
—Sí, oficial. —Jason estaba temblando y podía sentir que el corazón le
latía con fuerza en el pecho—. Me estaba mudando del apartamento y vine
aquí a eso de las diez para recoger mis cosas.
—¿10 a.m.? —preguntó el oficial.
—Sí, señor. Pensé que Matt estaría en el trabajo, pero lo encontré…
aquí. —Escuchó el sollozo en su voz. Estaba tratando de mantenerse unido,
pero no lo estaba logrando.
—Entonces eran compañeros de cuarto, pero te estabas mudando del
apartamento. ¿Tuvieron una pelea?
—Sí, una especie de pelea, pero sólo una pequeña. Nada que me llevara
a hacer algo como… esto. Y quiero decir, no soy una persona violenta. De
todos modos, nunca podría hacer algo como esto. —Jason deseaba que
alguien cubriera el cuerpo, pero incluso cuando lo hicieran, sabía que no
podría dejar de verlo. Matt estaba destripado como un pez, su torso sin
camisa era un enorme agujero. La sangre había brotado de los lados de la
herida y ahora formaba un gran charco que se solidificaba en el piso de la
cocina. El cuchillo de cocina ahora ensangrentado que Jason había usado
innumerables veces para picar verduras estaba en la mano sin vida de Matt.
—¿Tu compañero de cuarto tenía enemigos, alguien que le deseara mal?
—preguntó el oficial.
—Bueno… quiero decir, Matt era un tipo espinoso, no siempre la
persona más fácil de tratar. Pero el hecho de que pueda ser molesto no
significa que alguien lo quisiera muerto.
El oficial asintió.
—¿Había mostrado algún signo de depresión o pensamientos suicidas?
—Creo que estaba un poco deprimido, sí. Había tenido un divorcio
desagradable y rupturas de algunas relaciones después de eso. También
tuve la sensación de que había mucho estrés en su trabajo, aunque él no
era el tipo de persona que hablaba mucho de ese tipo de cosas. —Jason
miró el cuerpo de su amigo. Era lo último que quería ver, entonces, ¿por
qué seguía mirándolo?— ¿Por qué alguien se haría esto a sí mismo?
El oficial levantó la vista de sus notas.
—Bueno, hijo, en mi línea de trabajo nunca dejas de sorprenderte de lo
que la gente es capaz de hacer. —Miró el cuerpo y luego entrecerró los
ojos como si estuviera viendo algo que no había notado antes. Se puso un
guante de plástico y luego se puso en cuclillas en el suelo para coger algo.
Era un grupo de algo verde y borroso, como la piel artificial de un animal
de peluche.
—¿Tienes alguna idea de lo que podría ser? —preguntó el oficial.
Jason miró el pelaje verde desconocido. Estaba cubierto de una baba
desagradable, como una mucosidad transparente.
—No tengo ni idea.
El oficial hizo rodar unos cabellos viscosos entre el dedo índice y el
pulgar, mirándolos con aparente confusión, luego se encogió de hombros
y se secó la mano con una toalla de papel limpia.
D e pie junto a la ventana manchada de la habitación 1280, las
enfermeras deliberadamente le dieron la espalda a su paciente y vieron al
sacerdote acercarse al hospital. Todas respiraron tan superficialmente
como pudieron, tratando de ignorar la sensación de ser observadas… y
juzgadas.
—Hay que advertirle —dijo una de las enfermeras.
—No nos creerá —dijo la segunda.
El rostro de la enfermera jefe estaba duro como una piedra.
—Entonces lo descubrirá por las malas.
Arthur pedaleó en su bicicleta de época, Ruby, a través del arco de
piedra en la base del camino que conduce al Hospital Heracles. El arco,
como gran parte del propio hospital, estaba envuelto en una espesa hiedra
verde.
Los neumáticos de globo antiguos de la bicicleta chirriaron contra el
pavimento húmedo, escupiendo hojas caídas a su paso. Una camioneta
negra pasó a Arthur, y el niño del asiento trasero se volvió para mirar a
Arthur hasta que la camioneta dobló la curva de la entrada hacia la entrada
con columnas del imponente centro médico.
Arthur sabía que él y Ruby hacían una imagen sorprendente. Arthur no
tenía que usar la sotana negra larga y suelta que ondeaba detrás de Ruby,
pero le gustaba usarla. Le animó, le hizo sentir como si estuviera siendo
levantado por alas de ángeles. O tal vez simplemente pensó que se veía
bien, en cuyo caso necesitaba hacerlo mejor con el primer pecado mortal.
Ruby también era una prueba de eso. Un sacerdote no necesitaba una
bicicleta de 1953 completamente restaurada con guardabarros cromados
relucientes y pintura roja brillante, pero un sacerdote podía disfrutar de lo
que tenía, ¿no? Ruby era un regalo de un moribundo. ¿Cómo podía Arthur
negarse a aceptarla?
Arthur sonrió para sí mismo. La verdad es que ni su apariencia ni la de
Ruby le interesaron mucho. En realidad, era sólo un hombre manso que se
permitía un par de instintos indulgentes porque lo hacían feliz.
Unas gotas de lluvia cayeron sobre el rostro de Arthur, haciéndolo
arrepentirse de haber dejado en casa su sombrero saturno de fieltro, del
tamaño suficiente para caber sobre su casco rojo de bicicleta.
—Va a llover —le había advertido la ama de llaves de Arthur, Peggy.
—El sol se posa detrás de cada nube, Peggy —le había dicho—. Sólo se
necesita un poco de fe para persuadirlo.
Peggy se había reído de él… como hacía a menudo.
Arthur miró hacia el turbulento cielo gris acero. Capas detrás del gris
había volutas de tinta de cirros que se curvaban como dedos llamadores.
Arthur bajó la cabeza y pedaleó más rápido. Sólo unos doscientos pies
más, y estaría bajo el pórtico del hospital, protegido bajo la dudosa
protección de la estatua de piedra de Cerberus que se encorvaba sobre las
columnas en la entrada del hospital.
El Hospital de Heracles era uno de los hospitales más imponentes a los
que habían llamado a Arthur. La estructura se había construido siglos antes
con piedra tallada en bruto extraída minuciosamente de la cantera local a
costa de innumerables vidas de hombres, y contenía generaciones de dolor,
lucha y dolor dentro de sus muros. Pero Arthur sabía que también contenía
esperanza, amor y alegría.
Eso era siempre lo que elegía ver.
Cuando levantó la vista de la carretera, la mirada de Arthur se dirigió al
cielo sobre el hospital. Él sonrió. Un rayo de sol dorado y corriente tocó
la parte trasera del techo de tejas rojas, atravesando la oscuridad y
atravesando las nubes grises que presionaban el edificio.
—¿Ves, Ruby? —Arthur dijo—: Como dije, sólo se necesita un poco de
fe.
Ruby no respondió, pero Arthur tuvo que reírse de sí mismo cuando,
justo cuando se acercaba al portabicicletas debajo del pórtico, la lluvia
comenzó a caer en grandes gotas. Salpican el pavimento y llenan el aire con
un dulce olor a ozono.
—Bueno, la lluvia también es buena —dijo mientras se levantaba el
dobladillo de su sotana y se bajaba del cómodo asiento de cuero de Ruby.
—¿Disculpe, padre? ¿Me estaba hablando? —dijo alguien.
Arthur se dio la vuelta para encontrar a una mujer joven con un
impermeable, su cabello rubio recogido en una cola de caballo tensa,
haciendo malabares con una mochila rosa, una bolsa naranja y un paraguas
rojo. Tenía un rostro cuadrado y una boca ancha que se salvaron de verse
masculinas por sus vivos ojos azules y el brillante maquillaje que usaba. Ella
le sonrió a Arthur tentativamente.
—Hola, señorita —dijo Arthur. Él le hizo una media reverencia.
Arthur había cumplido sólo cuarenta y siete la primavera anterior, pero
parecía mayor porque su cabello se había vuelto mayormente gris una
década antes, y emociones profundas habían tallado líneas en su rostro.
Recientemente, había decidido que ahora era lo suficientemente mayor
para referirse a las mujeres más jóvenes como “señorita”. Cuando era
joven, siempre le desconcertaba cómo llamar a las mujeres.
“Señorita” y “Señora” parecían ofender la mayoría de las veces, por
razones que confundían a Arthur. Y un “Hola tú” siempre era inapropiado.
—Hola —respondió la joven.
Arthur le tendió una mano.
—Soy el padre Blythe. —Interiormente, se encogió ante la formalidad.
Prefería que lo llamaran por su nombre de pila, pero su obispo había dejado
muy claro que sólo se tolerarían algunas de las idiosincrasias de Arthur.
—Soy Mia —dijo la joven. Ella estrechó la mano de Arthur.
La mano de Mia era pequeña, suave y muy, muy fría. Arthur la sostuvo
un poco más de lo debido, deseando que algo de su calidez cayera en la
frialdad de las yemas de sus dedos.
—Mia Fremont —dijo Mia cuando Arthur le soltó la mano—. Soy
enfermera aquí. O lo seré. O, quiero decir, lo soy. Bueno, a partir de quince
minutos lo seré. Supongo. ¿O lo soy porque ya me contrataron? La voz de
Mia era suave y dulce y llena de entrañable incertidumbre.
Arthur sonrió.
—Felicitaciones. —Miró a Mia más de cerca y vio que un uniforme de
enfermera azul oscuro se escondía debajo de su impermeable amarillo.
—Um, ¿gracias? —Mia miró la entrada del hospital y frunció el ceño. Su
labio inferior tembló por sólo un segundo.
Arthur sacó la cadena de una bicicleta y el candado de la cartera que
llevaba colgada del cuerpo. Se inclinó para asegurar a Ruby. Estaba
totalmente a favor de la fe, pero la prudencia también tenía un lugar en el
mundo.
Un automóvil se detuvo debajo del pórtico y dejó escapar a una mujer
grande que le gritaba órdenes a una mujer más pequeña, que la siguió hasta
el hospital. Una pareja mayor caminó lentamente hacia la entrada, de la
mano. Un conserje se sentó en un banco cercano y se miró los pies. Dos
palomas gordas saltaban por la pasarela, picoteando bocados invisibles.
La lluvia caía más fuerte ahora. Golpeó el pavimento y silbó bajo los
neumáticos de los coches que pasaban. Un sonido metálico de goteo
provino de los bajantes en el borde inferior de las columnas del hospital.
Arthur se enderezó y se dio cuenta de que Mia seguía de pie junto a él.
Se quedó mirando la entrada del hospital.
—¿Estás bien, Mia? —preguntó Arthur.
Mia parpadeó.
—¿Qué? ¿Yo? Seguro. Quiero decir, lo estaré. Ojala. Bueno, sí, estoy
mejor que antes. Yo… —Se detuvo y se giró—. ¿Por qué está ahí arriba el
perro de Hades? —señaló el techo del pórtico.
Arthur frunció el ceño. Él mismo no estaba seguro de eso. En la
mitología griega, Cerberus tenía la tarea de evitar que los muertos
abandonaran el inframundo.
Arthur no sabía si la estatua de Cerberus estaba destinada a sugerir que
evitaría que los muertos ingresaran al hospital o si evitaría que las personas
que murieron en el hospital siguieran su camino. El simbolismo se volvió
aún más turbio con el nombre del hospital. Heracles, hijo de Zeus y
Alcmena, era un héroe mitológico. Uno de sus “doce trabajos” fue capturar
a Cerberus. El nombre y las estatuas del hospital dejaron a Arthur
preguntándose si estaba en un lugar bueno o malo. De cualquier manera,
tenía un trabajo que hacer.
—No estoy exactamente seguro. Pero es sólo una estatua.
Mia no parecía convencida.
Arthur miró su sencillo reloj de banda negra.
—¿Debemos? —señaló las puertas correderas automáticas del hospital,
que se habían abierto y cerrado al menos una docena de veces desde que
Arthur encerró a Ruby.
Mia levantó la barbilla.
—Sí, supongo que tengo que hacerlo. —Ella miró su propio reloj—. Me
aseguré de llegar temprano y llegaré tarde si no entro ahora.
Arthur dio un paso, pero Mia no lo hizo.
Arthur se detuvo. Quería saber por qué estaba aquí, pero Mia parecía
necesitar ayuda. Y ayudar fue lo que hizo Arthur.
—¿Percibo una vacilación? —preguntó Arthur.
Mia suspiró.
—Este trabajo no fue mi primera opción. Quería el puesto en Glendale,
¿sabe?
Arthur asintió. Visitaba el Hospital Glendale con frecuencia y tenía que
admitir que también lo prefería. Sólo había visitado Heracles una vez hasta
ahora, sólo la semana pasada, y ya sabía que este no iba a ser su lugar
favorito.
Pero Arthur no podía ser exigente. Fue llamado a donde fue llamado.
—Heracles es en realidad mucho más moderno que Glendale —ofreció
Arthur para animarla.
Diez años antes, Heracles había sido comprado por un multimillonario,
que prácticamente destruyó el antiguo hospital antes de renovarlo y
convertirlo en un centro médico de última generación. La renovación se
aseguró de mantener todos los detalles arquitectónicos exteriores
originales, e incluso el interior del hospital fue diseñado para recordar una
era más antigua, con paredes blancas impecables, pisos de baldosas en
blanco y negro, zócalos gruesos y molduras de techo. El resultado fue una
especie de latigazo temporal donde la tecnología de punta compartía
espacio con candelabros de cristal y volutas de hierro forjado.
—Lo sé —dijo Mia—. Pero… —Suspiró de nuevo—. Supongo que es
mejor que el hospital de la prisión. Ahí es donde estaba antes.
Arthur se sorprendió.
—¿De verdad? Nunca te vi allí.
—¿Va a la prisión?
—Voy a donde me necesitan.
Una sirena chilló, graznó y luego burbujeó en un silencio abrupto cuando
una ambulancia se detuvo frente a la entrada de emergencia del hospital, a
quince metros de donde estaban Arthur y Mia.
—¿Entramos? —sugirió Arthur. Puso su mano suavemente en la parte
superior de la espalda de Mia en un intento de impulsarla hacia adelante.
No funcionó. Mia agarró la manga de la sotana de Arthur.
—¿Qué quiere decir con que va a donde lo necesitan?
Arthur dio un paso atrás para evitar a dos adolescentes que llevaban un
ramo de globos que parecía lo suficientemente grande como para
recogerlos y llevárselos. Hizo un gesto a Mia para que se uniera a él junto
a un grupo de hortensias en panícula, cuyas grandes flores cilíndricas
blancas colgaban valientemente a pesar de que el frío de principios del
otoño las apretaba.
Una vez apartado, Arthur se enfrentó a Mia.
—Doy a los moribundos sus últimos ritos.
Mia se estremeció.
—Pero parece tan alegre. Tan amable. ¿Cómo puedes ser así y estar
cerca de… la muerte?
Arthur sonrió.
—La muerte no es algo triste. Es una transición. Y soy una especie de
guía turística para las personas que hacen la transición. O quizás más como
un compañero de viaje. En lugar de dejar que el miedo se lleve a la gente,
intervengo y tomo el lugar del miedo. Una vez que el miedo se ha ido, el
alma puede llegar al otro lado en paz.
Mia miró a Arthur a los ojos y él se preguntó qué veía allí. Percibió que
sus ojos eran los aburridos ojos marrones de un hombre sencillo. ¿Pero
qué veían los demás? Arthur esperó, seguro de que todavía lo necesitaban
aquí más de lo que lo necesitaban en el ala del hospicio que lo había
convocado. Al menos por otro momento.
Finalmente, Mia respiró hondo y asintió.
—Me alegro de haberlo conocido, padre.
—Yo también, Mia.
Levantó el brazo con el codo extendido.
—Bueno, entonces, ¿podría acompañarme a mi primer día de trabajo?
Me han asignado al ala de cuidados paliativos y apuesto a que es allí adonde
se dirige.
Arthur sonrió y tomó a Mia del brazo.
—De hecho sí, Mia. Vamos.

☆☆☆
En el mostrador curvo de la enfermería del ala de cuidados paliativos,
Arthur y Mia pasaron a una mujer alta, de bordes afilados, con demasiados
dientes y una mirada de ojos oscuros que inquietó a Arthur. La enfermera
Ackerman era la jefa del ala de hospicio y Arthur la había conocido la
semana pasada cuando vino a presentarse.
Se había reprendido a sí mismo por no gustarle de inmediato, aunque,
para ser justos, dudaba que a muchos seres humanos les agradara. Dijo una
oración silenciosa por Mia, y por la enfermera Ackerman, y luego siguió la
espalda rígida y huesuda de la enfermera por el amplio pasillo.
Cuando pasaban por las puertas abiertas, Arthur ocasionalmente miraba
dentro de las habitaciones cuando se sentía impulsado a hacerlo. Algunas
habitaciones se sentían pesadas y sombrías, y Arthur dijo una oración por
los pacientes y las familias que se encontraban en ellas. Algunas
habitaciones se sentían exuberantes, a veces incluso efervescentes. Las
personas en esas habitaciones no necesitaban la ayuda de Arthur, entendían
la verdad del viaje que tenían por delante. De todos modos, oró por ellos.
Nunca podrías tener demasiado apoyo.
La enfermera Ackerman condujo a Arthur más allá de una habitación
tras otra, tan lejos por el largo pasillo que se preguntó si de alguna manera
habrían pasado a través de una barrera invisible a otro hospital. Cuanto
más caminaban, más denso se sentía el aire. También olía peor. Arthur
estaba acostumbrado a los olores del hospital a medicina amarga, orina
fuerte, desechos fétidos y antisépticos picantes. Pero esto era otra cosa,
algo acre y antiguo.
—El paciente que está a punto de ver —dijo la enfermera Ackerman—
es un caso especial.
Arthur casi saltó de su piel cuando la enfermera Ackerman abrió la boca.
Ya estaba sorprendido por su escolta por el pasillo; no había esperado que
ella también hablara. Apenas le había hablado la última vez que estuvo aquí,
y sólo para darle un número de habitación y dejarlo en camino.
Su voz era tan aguda como su apariencia, y tenía una inquietante
sibilancia que hizo que los pelos de la nuca de Arthur se erizaran. Cada
consonante sonaba como si la escupieran y luego la apuñalaran con una
lengua bífida.
Ella continuó—: El hombre ha estado en soporte vital durante años.
—¿Cuántos años? —preguntó Arthur.
Los omóplatos de la enfermera Ackerman se elevaron con fastidio.
—Eso es irrelevante —espetó.
—¿Ha estado aquí todo este tiempo?
La enfermera Ackerman ignoró a Arthur.
—Desde que el estado finalmente le quitó el soporte vital.
—¿Por qué el estado hizo eso? ¿Dónde está su familia?
La enfermera Ackerman se dio la vuelta y empaló a Arthur con una
mirada ardiente.
—¡No tiene familia! —Casi lo gritó. Su tono sugería que Arthur debería
haberlo sabido, de alguna manera. Sí, hizo una pequeña investigación sobre
este lugar, habló con un par de colegas. Pero no había oído hablar de ningún
caso especial.
La enfermera Ackerman se frotó el gran lunar debajo del ojo izquierdo.
Respiró hondo, se alejó de Arthur y siguió caminando.
Arthur miró hacia atrás por encima del hombro para asegurarse de que
todavía estaba en el Hospital Heracles y podría encontrar el camino de
regreso a Ruby. En ese momento, su bicicleta parecía increíblemente lejana.
—Como decía, el estado le quitó el soporte vital —continuó la
enfermera Ackerman con aire de sufriente—. Aun así, no moriría.
—Un milagro. —Arthur dijo una rápida oración de agradecimiento.
—¡Difícilmente! —La palabra sonó como un disparo, reverberando en
las rígidas paredes blancas y las puertas cerradas a su alrededor.
Puertas cerradas. Arthur miró las antiguas puertas anchas de madera
oscura de seis paneles con ventanas de vidrio esmerilado. Todas las puertas
estaban cerradas en este extremo del pasillo y ninguno de los paneles
revelaba luz desde el interior de las habitaciones. ¿Por qué? Arthur abrió
la boca para preguntar, luego lo pensó mejor y permaneció en silencio.
La enfermera Ackerman se detuvo ante una puerta que parecía
extrañamente más oscura que todas las otras puertas por las que habían
pasado, pero el panel de vidrio indicaba que la luz de la habitación estaba
encendida. Miró hacia arriba para comprobar las luces del techo. ¿Estaba
alguna apagada? Antes de que pudiera confirmar sus sospechas, la
enfermera Ackerman abrió la puerta.
—Él está aquí —dijo innecesariamente.
Arthur miró el número junto a la puerta: 1280.
Tan pronto como se abrió la puerta, el origen del olor que Arthur había
notado fue obvio. Provenía de lo que fuera que yacía en la cama del hospital
al otro lado de la habitación. De cerca, el olor era aún más nocivo y se
distinguía más fácilmente. Era un olor a humo, pero no se parecía a ningún
olor a humo que Arthur hubiera olido. Era como oler carne quemada,
plástico humeante y acero fundido al mismo tiempo. Arthur percibió los
inquietantes olores de carbono y azufre. ¿Qué había en esta habitación?
Arthur no tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre la pregunta,
porque la enfermera Ackerman se hizo a un lado e hizo un amplio gesto
con la mano hacia la cama frente a ella.
Le recordó a Arthur a esas mujeres en los programas de juegos, las que
indicaban detalladamente posibles premios.
Allí estaba el hombre al que había venido a ver. Arthur dejó de respirar.
Se agarró a la jamba de la puerta. Ordenó a sus piernas que siguieran
sosteniéndolo.
Este paciente no podría ser considerado un premio… excepto quizás
en el infierno.
Arthur había visto muchas cosas horribles en su mandato como
sacerdote. Había estado en accidentes automovilísticos y aviones y todo
tipo de desastres naturales.
Había orado por personas a las que les faltaban miembros, ojos, grandes
trozos de cuerpo. Había visto tanta desfiguración y horror físico que, hasta
este momento, se habría sentido bastante seguro al decir que había visto
todas las miserias que se podían imponer al cuerpo humano. Pero esto…
No fue sólo la apariencia del hombre lo que dejó sin aliento a Arthur.
Fue… ¿qué?
El olor. No.
¿La incongruencia? ¿La imposibilidad?
El cerebro de Arthur pedía oxígeno y se acordó de inhalar. Aspirando
una bocanada de aire rancio y teñido de descomposición, se secó las
lágrimas que de repente llenaron sus ojos. No eran lágrimas emocionales;
sus ojos estaban reaccionando a una desconcertante acidez en la
habitación.
Arthur se metió la lengua en la boca, recogiendo suficiente saliva para
hablar. Miró a la enfermera Ackerman y notó que tenía los ojos
entrecerrados y la nariz más apretada de lo habitual. Arthur preguntó.
—No lo sabemos. Ninguna familia lo ha reclamado. No tiene registros.
—¿Qué pasa con las huellas dactilares? —preguntó Arthur, e
inmediatamente se dio cuenta de lo estúpida que era esa pregunta.
La enfermera Ackerman dejó escapar un bufido que Arthur supuso que
pasaba por una risa.
—Se tomó una muestra de ADN, pero no coincide con ningún individuo
existente en la bases de datos de ADN.
Arthur asintió.
—Como puede ver —continuó la enfermera Ackerman— tiene función
cerebral.
Hizo un gesto hacia un monitor en el que una serie de irregulares líneas
verdes se dibujaban en una pantalla oscura.
—Ese es un patrón de sueño REM.
Arthur lo miró fijamente. Él tomaría su palabra, ya que las líneas altas y
puntiagudas no significaban nada para él.
—Según el Dr. Henner, el experto en sueño del hospital, ese patrón
REM en particular indica pesadillas… pesadillas horribles.
La mirada de Arthur, que se había fijado en el hombre de la cama, se
dirigió a la enfermera Ackerman. ¿Había demasiado júbilo en el tono que
usaba para “pesadillas horribles”?
Sí. Su boca se torció en la esquina como si quisiera sonreír.
Arthur frunció el ceño y ella alzó una ceja.
Un altavoz en el techo justo afuera de la puerta de la habitación 1280
sonó—: Enfermera Ackerman, por favor venga a la habitación 907.
—Se lo dejo a usted. Pero volveré. Hay más de que discutir.
¿Estaban discutiendo? Arthur no sintió que estuviera discutiendo nada.
Todo lo que estaba haciendo era tratar de aceptar lo que le decían sus
sentidos. También estaba tratando de recordar su formación, su
humanidad y su decencia.
Los pasos de la enfermera Ackerman golpearon el suelo mientras se
retiraba por el pasillo. Arthur no soltó el marco de la puerta.
Sabía que lo necesitaba. Tenía que entrar en la habitación.
Pero no todavía.
Primero, quería ver si podía hacer que su cerebro entendiera los hechos
que sus ojos reportaban como reales. Tenía que salvar una desconexión
antes de que pudiera intervenir en la situación y hacer algo, cualquier cosa,
además de gemir como un niño pequeño.
El hombre… ¿De verdad? ¿Arthur realmente podría llamar a esto un
hombre? ¿No era más un cadáver que un hombre? Bueno no. Algunos de
los hechos no coincidían con la designación de cadáver, como el monitor
REM, por ejemplo.
Hecho uno, el hombre parecía quemado hasta convertirse en cenizas.
Lo que yacía en la cama de la habitación 1280 se parecía a un ser humano
sólo vagamente, ya que tenía la forma necesaria. Tenía cabeza, torso, dos
brazos y dos piernas. Allí terminaba la similitud con los humanos.
Hecho dos. La quema había sido tan generalizada, tan completa, que lo
único que quedaba era esencialmente un esqueleto carbonizado. Casi. En
realidad, Arthur deseaba que el hombre fuera sólo un esqueleto
carbonizado. Si fuera simplemente huesos humanos ennegrecidos, habría
sido más fácil de ver. Pero el daño ruinoso del fuego se podía ver en todo
el cuerpo. Aunque no tenía pelo, el hombre tenía piel, o… ¿era piel? Arthur
nunca había visto nada como la dermis en este hombre. Parecía que el
fuego había quemado tantas capas que su piel era sólo una cubierta
cenicienta demasiado translúcida para su comodidad. Arthur supuso que el
fuego había extraído toda la humedad de la cubierta del cuerpo, dejándolo
con grandes grietas, como la superficie del lecho de un lago seco. A través
de esas grietas, Arthur captó destellos no deseados de tejido sin
carbonizar.
Hecho tres. Los órganos del hombre funcionaban, al menos los que
Arthur podía ver. Y eso en sí mismo era repugnante en formas que Arthur
nunca había experimentado antes. A través de las grietas de la piel
traslúcida, podía literalmente ver latir el corazón reseco y ennegrecido de
este hombre. Podía ver los pulmones encogidos por el calor
expandiéndose y contrayéndose. Pudo vislumbrar los riñones quemados y
una vejiga tan carbonizada que parecía que estaba a punto de colapsar
sobre sí misma.
Hecho cuatro. El hombre no tenía rostro. Un agujero en su cráneo
indicaba dónde solía estar su nariz. Pozos oscuros y cavernosos que
carecían de ojos no miraban nada. Una boca desdentada se abría sin labios
para protegerla.
Hecho cinco. El hombre tenía cerebro. El patrón REM sugería esto, y
desafortunadamente Arthur pudo ver pedazos de materia gris entre las
grietas en el cráneo quemado del hombre.
Hecho seis. El hombre tenía sangre corriendo por sus venas. Lo que
parecían gusanos quemados se deslizaba por encima y a través de los
tejidos tostados, pulsando debajo de la piel y alrededor del esqueleto
crujiente. Arthur supuso que se trataba de venas. La sangre de las sábanas
pareció confirmarlo.
Séptimo hecho, y este era el hecho más perturbador de todos. Era la
culminación de los demás hechos. Era el hecho de que Arthur no podía
encajar en su comprensión del mundo, su comprensión del universo, su
comprensión del poder que gobernaba todo. Este era el hecho de que este
hombre estaba vivo contra todo pronóstico.
¿Qué era él?
Arthur volvió a su pregunta original. ¿Era este paciente un hombre? Una
vez más, la función cerebral sugeriría que sí. Pero, ¿qué determinaba
verdaderamente la humanidad y la vida?
«El alma».
¿Tenía alma esta espantosa colección de restos humanos incinerados y
sangrientos?
Arthur decidió que era hora de entrar en la habitación. Después de
todo, era su trabajo averiguarlo.
Sacando los dedos de la jamba de la puerta y frotándolos para
devolverles la vida, dio un paso vacilante hacia adelante. Podía oír la succión
y la aceleración de su respiración incluso sobre el sonido de los pitidos
rítmicos del monitor y el silbido y el clic de la respiración inverosímil del
hombre.
Arthur se detuvo y miró alrededor de la habitación por primera vez
desde que la enfermera Ackerman había abierto la puerta. No había mucho
que ver.
La habitación tenía paredes blancas, como todas las demás habitaciones
del Hospital Heracles.
La cama del hombre estaba en el medio de la habitación, rodeada de
monitores. A un lado de la cama, un portasueros contenía una bolsa de…
¿qué? ¿Fluidos? ¿Nutrientes? ¿Este hombre necesitaba alguna de las dos?
Una vía intravenosa entraba en un puerto pegado con cinta adhesiva al
radio del hombre, o su cúbito, Arthur no podía decir desde dónde estaba
parado. A pesar de que no estaba en soporte vital, el hombre tenía cables
eléctricos colocados en la cabeza y el corazón. Fue surrealista ver este
equipo que afirma la vida unido a lo que parecía algo en una morgue. El
hombre incluso tenía un pulsioxímetro en el hueso del dedo índice
izquierdo. ¿Cómo funcionaba eso?
Empujada hacia un lado de la cama, una silla de visitas de vinilo acolchado
de respaldo alto estaba junto a una bandeja con ruedas vacía. La silla se
colocó de modo que el usuario pudiera ver por la ventana estrecha que
daba al estacionamiento del Hospital Heracles. La pared opuesta a la
ventana tenía una pizarra; en otras habitaciones, es posible que vieran los
horarios de los medicamentos escritos allí, pero esta estaba limpia. Junto a
la pizarra, y un visor de rayos X LED colgaba de la pared.
Cuando Arthur se acercó a la ventana, miró hacia afuera y vio el largo
camino de entrada que él y Ruby habían subido a pedaleo veinte minutos
antes.
¿Por qué sintió que eso había sucedido en otra realidad? ¿Quizás en otra
vida?
De pie junto a la ventana, de repente sintió que una crudeza helada le
hacía un agujero en la mitad de la espalda. La sensación era tan poderosa
que se dio la vuelta, torpemente estirando la mano hacia atrás y tratando
de frotar el área asaltada. ¿Qué fue eso? Se había sentido como si algo
estuviera tratando de llegar a su alma.
—Lo sentiste, ¿no es así? —La enfermera Ackerman había vuelto.
—¿Sentir qué? —preguntó Arthur.
—Sabe qué.
Arthur ignoró a la enfermera y se sentó en la silla de vinilo. No podía
volver a mirar al hombre todavía, así que miró a la enfermera Ackerman.
Los pantalones de su uniforme eran demasiado cortos. Podía ver sus
calcetines negros y una pulgada más o menos de piel blanca entre ellos y el
dobladillo de sus pantalones.
—Seríamos negligentes si no le avisáramos —dijo.
—¿Seríamos?
—Yo, la enfermera Thomas y la enfermera Colton. Hemos trabajado en
el ala del hospicio por más tiempo. Sabemos lo que —arrugó la nariz ante
la palabra— es eso.
—¿Y qué es… e-él? —tartamudeó Arthur.
—El mal, padre Blythe. La maldad pura y dura.
Arthur negó con la cabeza.
—Sólo porque se ve así…
—Ese no es el mal —interrumpió la enfermera Ackerman. Hizo un
gesto con la mano hacia la masa repugnante en la cama.
—Entonces, ¿qué es?
—Es lo que hay dentro de eso.
—¿Adentro? ¿Cómo en, debajo de los huesos? ¿En los órganos?
La enfermera Ackerman movió la mano como si Arthur estuviera
haciendo preguntas estúpidas.
—¿A quién le importa? Está ahí. —Ella negó con la cabeza y suspiró—.
Sabía que no me creería.
Abriendo un archivo que Arthur ni siquiera había notado que estaba
sosteniendo, se acercó al visor de rayos X. Allí, colocó tres imágenes de
escaneo cerebral en su lugar y señaló.
—Mire.
Arthur rodeó la cama del hombre con cautela como si fuera a atacarlo.
La enfermera Ackerman levantó la barbilla hacia los escáneres
cerebrales.
—¿Lo ve? Allí —señaló una parte del escaneo— y allí.
Arthur se inclinó hacia adelante. No tenía idea de lo que estaba mirando.
—Lo siento. Tendrá que explicarlo.
La enfermera Ackerman suspiró.
—Estas son las exploraciones coronal, sagital y transversal del cerebro
del hombre. Se puede ver lo mismo en todas ellas.
Arthur no pudo entender. Entonces dijo—: Deberá decirme lo que
estamos viendo.
Suspiró de nuevo.
—Nuestros cerebros tienen cuatro lóbulos: frontal, parietal, occipital y
temporal. —Hizo tapping en áreas de cada uno de los escaneos—. A
menos que un cerebro tenga un tumor o daño por un trauma como una
lesión o un derrame cerebral, las señales en cada uno de los cuatro lóbulos
deben ser relativamente coherentes. Aunque este hombre no muestra
signos de tumores o lesiones cerebrales, las señales de los lóbulos no son
coherentes. —Volvió a tocar los escáneres.
Arthur se centró en el escáner sagital, que mostraba el cerebro del
hombre de perfil. Allí pudo ver lo que parecían dos colores o texturas
diferentes en cada área. Las señaló.
—¿Es de eso de lo que está hablando?
La enfermera Ackerman asintió.
—Los médicos creen que cada lóbulo del cerebro de este hombre tiene
dos señales electromagnéticas distintas. Esto es inaudito.
—¿Qué significa? —preguntó Arthur.
La enfermera Ackerman hizo un chasquido.
—Los médicos afirman que no lo saben. Pero lo sabemos.
—¿Sabemos?
Ella le puso los ojos en blanco que indicaba claramente que estaba loco.
—Yo y mis compañeras enfermeras.
—¿Qué piensan que es?
—No lo pensamos. Lo sabemos.
—¿Qué saben?
—Dos señales —señaló en cada lóbulo— significa dos seres vivos. Dos
entidades. Ambas están compitiendo por el control del cerebro; por eso
están presentes en todos los lóbulos. Pero están en desacuerdo entre sí.
Creemos que se están atormentando una a otra.
Arthur no tenía idea de qué decir a eso, así que soltó lo primero que le
vino a la mente.
—¿Dónde está el mal?
La enfermera Ackerman levantó las manos. Luego saludó con la mano
los escáneres.
—¡Allí! ¿Cómo puede un cerebro tener señales en competencia? Es el
mismísimo patio de recreo del mal.
Arthur pensó que tal vez la enfermera Ackerman debería visitar un ala
diferente del hospital, tal vez el ala psiquiátrica. Pero no, eso no era amable.
Debería tener más empatía por la mujer. Cualquiera que estuviera
cuidando al hombre en esta habitación tenía derecho a tener una teoría
loca o dos. Al menos ella y las otras enfermeras tenían una teoría. Arthur
no tenía nada.
Nada más que su fe.
—Todo hombre tiene algo bueno en él —dijo Arthur.
—¡Eso no es un hombre!
—Okey. Toda criatura viviente tiene algo bueno.
La enfermera Ackerman extendió la mano y sacó los escaneos de la caja
de visualización.
—Sabía que no me escucharía.
Arthur se volteó y miró al… hombre… en la cama.
—Es mi trabajo ver lo bueno.
La enfermera Ackerman se limitó a negar con la cabeza y salió de la
habitación.

☆☆☆
Mia sacó una endeble silla de plástico beige de una de las mesas redondas
de la sala de descanso del personal. La habitación contenía una pequeña
nevera, una encimera, un microondas y media docena de mesas con sillas;
olía a salsa barbacoa y queso estropeado. Si Mia no hubiera tenido tanta
hambre, los olores le habrían arruinado el apetito. Pero tenía un apetito
tan fuerte que podría haber comido su almuerzo en una planta de
tratamiento de aguas residuales.
Mia abrió su bolsa de almuerzo y sacó el sándwich de pavo que su novio
le había preparado esa mañana. ¡Era tan dulce! Puso su thriller de bolsillo
frente a ella y abrió una cola. Dio un mordisco al sándwich y lo regó con
cola, notando los carteles de lo que se debe y no se debe hacer en todas
las paredes blancas. No la hicieron sentir bienvenida, ni la hicieron sentir
mejor acerca de su decisión de aceptar este trabajo.
Era un trampolín, ¿verdad? Eso es lo que dijo su novio.
—Mantén tu nariz limpia. Haz un buen trabajo y estarás ascendiendo en
poco tiempo —le dijo.
Mia tomó otro bocado de sándwich y masticó apreciativamente.
Fue entonces cuando su nueva jefa, la enfermera Ackerman, y las otras
dos enfermeras peces gordos del ala del hospicio entraron. Mia bajó la
cabeza de inmediato y fingió estar leyendo.
—¿Cuánto tiempo ha estado ahí? —preguntó la enfermera Thomas,
dejándose caer en una silla en la mesa detrás de Mia. Mia podía oler su
perfume cargado de lavanda.
—¿El Padre Blythe? —dijo la enfermera Ackerman—. Toda la mañana.
Imbécil.
Dos sillas rasparon el suelo y Mia supo que las otras dos enfermeras
también se habían sentado. La enfermera Colton estaba justo detrás de
Mia. Mia ya había notado varias veces que la enfermera Colton necesitaba
un desodorante más fuerte.
Mia ya había planeado escuchar lo que dijeran las enfermeras, pero
cuando escuchó el nombre del padre Blythe combinado con “Imbécil”,
sintonizó más de cerca. El padre Blythe era un sacerdote muy agradable
que la había acompañado hasta aquí para comenzar su nuevo trabajo. Había
sido tan amable y paciente con ella. Él también era lindo, no como un novio,
sino como un adorable anciano. Bajo y delgado, con abundante cabello gris
ondulado y suaves ojos marrones, el padre Blythe se parecía al abuelo que
Mia deseaba tener. Le había agradado de inmediato, y se enojó al escuchar
a alguien insultarlo.
La enfermera Ackerman era la idiota.
Mia había aprendido desde el principio en la escuela de enfermería que
no todas las enfermeras eran agradables.
Algunas eran tan desagradables que Mia se preguntó por qué se habían
dedicado a la enfermería en primer lugar. Pero la enfermera Ackerman era
la peor que había conocido hasta ahora. La mujer era simplemente
asquerosa. Sin sonreír, acechando órdenes de despido, la enfermera
Ackerman demostró de inmediato que Mia no obtendría nada de su nueva
jefa, excepto críticas y juicios. ¿Y qué pasa con el uso de apellidos?
—Usamos apellidos en este ala, enfermera Fremont —dijo la enfermera
Ackerman cuando Mia se presentó con un amistoso “Soy Mia”.
Bien. De todos modos Mia no quería hacer amigas.
Y luego estaba la enfermera Thomas. Ella era lo suficientemente amable,
pero no había mucho allí. Mia se preguntó cómo se las arregló la enfermera
Thomas para mantener su trabajo. Redonda y de aspecto dulce con cabello
negro canoso y rizado, la enfermera Thomas parecía que debería estar en
casa horneando galletas. Ella llamaba a todo el mundo “Cariño” y le
encantaba dar palmaditas en la espalda a la gente, pero no se acordaría de
llevar sus pies si no estuvieran pegados a los tobillos. Ya esa mañana, Mia
había pasado lo que parecía la mitad de su turno buscando cosas que la
enfermera Thomas había perdido.
La enfermera Colton era la única enfermera razonablemente normal
que Mia había conocido hasta ahora.
Mia supuso que, de unos cuarenta y cinco años, la enfermera Colton era
una mujer de aspecto atlético con el pelo castaño cortado en un corte
juvenil y un gran bronceado. Mia supuso que era bastante amable, pero era
demasiado seria, como si tuviera algo pesado en la cabeza.
Mia tomó su sándwich para darle otro bocado.
—¿Qué le dijiste? —La enfermera Colton le preguntó a la enfermera
Ackerman.
—Lo que sabemos. Le dije que hay maldad dentro del hombre.
Mia sostuvo el sándwich frente a su cara. «¿Maldad?»
—Él se niega a verlo, por supuesto —dijo la enfermera Ackerman con
desdén.
—Bueno, nosotras lo sabemos bien, ¿no es así, cariño? —dijo la
enfermera Thomas—. Apenas puedo pensar en eso sin tener tanto miedo
que quiero vomitar.
—Sí, lo sabemos bien —dijo la enfermera Colton.
La enfermera Ackerman se levantó y sacó una bolsa de plástico de
zanahorias de la nevera. «No es de extrañar que esté tan delgada».
—Es idealista —dijo la enfermera Ackerman.
—Yo también —dijo la enfermera Thomas— pero cuando la escritura
está en la pared, está en la pared.
Mia tomó un bocado de su sándwich y deseó ser invisible.
—Es nuevo —dijo la enfermera Colton—. Él lo entenderá.
—No estoy muy segura. Está decidido —respondió la enfermera
Ackerman.
—El tiempo lo dirá —dijo la enfermera Thomas—. Siempre lo hace.
Las enfermeras conversaron durante unos minutos más sobre algunos
de los pacientes que Mia ya había conocido. Se preguntó por el hombre
con maldad en su interior. ¿Era un paciente? Debía serlo si el padre Blythe
lo estaba visitando. O tal vez el padre Blythe estaba visitando a otra
persona. Mia escuchó, pero nunca escuchó una palabra más sobre el
sacerdote. ¿Necesitaba encontrarlo y advertirle? ¿Pero advertirle de qué?
Parecía que ya le habían advertido y no creyó en la advertencia.

☆☆☆
Arthur había estado sentado en la silla de visitas de vinilo durante más
de tres horas.
Durante ese tiempo, había logrado poco, excepto que ahora podía mirar
al hombre en la cama sin casi perder su desayuno. Esto lo hizo sentirse un
poco mejor consigo mismo, pero la autocomplacencia fue inmerecida.
Arthur sabía que ahora su estómago estaba vacío, así que no tenía
desayuno que perder.
Y tampoco tenía por qué estar complacido. Todavía no había podido
acercarse a la cama del hombre. Todavía sentía repulsión total, no sólo por
el hombre, sino también por las sábanas ensangrentadas sobre las que yacía
y lo que fuera que goteaba de los tubos que serpenteaban por debajo de
él, unidos a cielos-sabe-dónde. Esos tubos se curvaban fuera de la cama y
se metían en bolsas que colgaban del marco de la cama. Arthur podía
escuchar los desechos corporales goteando en bolsas de plástico que,
lamentablemente, eran transparentes. Arthur no se atrevió a mirar.
Desde que la enfermera Ackerman se fue, Arthur no había dicho una
palabra en voz alta. Todo lo que había hecho era mirar y rezar.
Ahora decidió que tenía que hacer otra cosa. ¿Y si el hombre quisiera
comunicarse?
Arthur no tenía idea de cómo o incluso si era posible, pero tenía que
darle una oportunidad al hombre. Sentarse en esta silla, a cinco pies de la
cama, no le estaba dando al hombre una oportunidad.
Arthur respiró hondo y acercó la silla un pie más.
—Sí, eso es muy valiente —murmuró Arthur para sí mismo. Él se rio
entre dientes.
Uno de los monitores emitió un pitido inusual, o más bien un pitido
normal en un momento inesperado. En tres horas, Arthur había aprendido
el ritmo del monitor, y justo ahora ese ritmo había variado. ¿Fue porque
habló?
Respirando superficialmente por la boca, porque cuanto más se
acercaba al hombre, peor eran los olores, Arthur arrastró la silla más cerca
de la cama. Hizo un chirrido en el suelo, pero los monitores no
reaccionaron a eso.
Colocó la silla a un pie de la cama, justo fuera de la distancia que pensó
que el hombre podría alcanzar. Sabía que no era amistoso o cariñoso, pero
no estaba listo para arriesgarse a tocar o ser tocado por el hombre todavía.
En las tres horas que había estado sentado aquí, se había dado cuenta
de que una parte de él, una parte verdaderamente traidora de él, creía a
medias lo que había dicho la enfermera Ackerman. ¿Había algo maligno que
mantenía vivo al hombre?
El sólo pensar eso lo perturbaba enormemente. ¿Cómo podía ser
sacerdote y creer que el mal tenía más poder sobre el cuerpo que el bien?
¿Y si algo bueno mantenía vivo al hombre? ¿No era eso más creíble?
«Por supuesto que lo es», se dijo a sí mismo.
Fue la energía divina la que creó los mundos. ¿No podría esa energía
sostener la vida más allá del momento en que la vida era viable?
Ciertamente podría. Aunque, argumentó el lado lógico de Arthur, la
energía divina no era el único tipo de energía en el mundo.
—Basta —se amonestó Arthur.
Y los monitores volvieron a sonar fuera de ritmo.
—¿Puede escucharme? —preguntó Arthur, acercando la silla a la cama
a su pesar.
Los pitidos del monitor tartamudearon. El hombre de la cama no se
movió.
Arthur se inclinó hacia adelante.
—Mi nombre es padre Blythe. No. Olvídelo. Mi nombre es Arthur. ¿Hay
algo que pueda hace por usted? Quiero ayudar.
Los monitores pitaron erráticamente durante varios segundos.
Arthur dijo una oración en silencio, pidiendo fuerza. Deshágase de las
nociones habituales de lo que es y no es bueno, lo que es y no es posible. Déjame
ver más allá de lo que me dicen mis sentidos. Dame la fuerza para ver a este
hombre como el amor que sé que es y ayúdame a interactuar con él en
consecuencia.
Arthur se quedó quieto y respiró lentamente varias veces antes de
estirar la mano y tomar los huesos de los dedos quemados del hombre en
su mano. Necesitaba cada gramo de su corazón para no retroceder ante
las falanges secas y crujientes en su mano. Se sentía como si estuviera
cogido de la mano de la rama de un árbol que acababa de atravesar un
incendio forestal. No, eso no era cierto. Fue mucho peor que eso. Porque,
además de los objetos duros y nudosos en su mano, podía sentir el
deslizamiento palpitante de las venas del hombre debajo de la piel reseca
que lo cubría.
Dame fuerzas, volvió a rezar Arthur.
Debe haberlo conseguido. Esa fue la única explicación de por qué no
gritó cuando los huesos de los dedos y las venas que sostenía se movieron.
Sin embargo, dejó caer la mano. Después de todo, era humano.
¿Fue porque era cortés o porque tenía miedo de cualquier entidad que
hubiera movido los dedos?
¿Entidad? ¿Qué estaba pensando? Esta no era una entidad. Este era un
hombre en horribles circunstancias. Este no era un enemigo al que vencer.
Él, él, era un ser humano digno de amor.
—Eres amado —dijo Arthur. Podía sentir la verdad de sus palabras. ¿No
es así?
De hecho, no estaba seguro. Por lo general, sentía una oleada de calidez
y una oleada de ligereza cuando decía esas palabras. ¿Pero ahora? Nada.
El hombre, sin embargo, sintió algo. Debe haberlo hecho. Porque
comenzó a mover su dedo índice.
Al principio, Arthur pensó que los movimientos de los dedos eran
aleatorios, reflejos causados por nervios que se disparaban
indiscriminadamente. Pero luego se dio cuenta de que el movimiento del
dedo tenía un propósito.
—¿Podrías hacer eso de nuevo? —preguntó.
No se permitió preguntarse cómo podía oírle el hombre. El hombre no
tenía oídos, y Arthur no quería mirar el tejido torturado en el costado del
cráneo del hombre para ver si sus tímpanos y cualquier otra cosa que
hiciera posible traducir la vibración en sonido todavía estaban intactos.
Al parecer, el hombre pudo oírlo, porque el dedo repitió el movimiento.
Arthur miró de cerca.
—¡Es una F! —dijo emocionado cuando se dio cuenta de que el dedo
acababa de escribir esa letra en el aire.
El dedo se detuvo. Arthur tomó eso como una afirmación.
—Sólo un segundo. —Arthur buscó en su cartera y sacó una pequeña
libreta de papel y un lápiz. Abriendo la libreta, escribió, F.
—Okey. Estoy listo.
¿Volvería a moverse el dedo?
¡Sí!
Esta vez trazó una A en el aire.
—¿Qué estás haciendo en nombre de todo lo bueno y santo? —La
enfermera Ackerman gritó desde la puerta.
Arthur buscó a tientas el lápiz que se le cayó de los dedos. Cuando se
inclinó para recogerlo, se golpeó la cabeza contra el armazón de la cama.
También inhaló el olor de cualquier líquido que saliera del hombre en la
cama. Olía como un cruce entre bilis y vómito, y el reflejo nauseoso de
Arthur se activó. Se puso de pie y se apartó de la cama, de cara a la
enfermera, tratando de no vomitar.
—¡Se está comunicando! —anunció Arthur.
La enfermera Ackerman entró en la habitación.
—¡Puedo ver eso! ¿Y qué le hace pensar que es una buena idea?
—¡Bueno, es un gran avance! Es un progreso. El progreso siempre es
bueno.
—Si piensas eso, es más tonto de lo que parece.
Arthur decidió ignorarla.
—¿Sabe siquiera lo que está comunicando? —preguntó la enfermera
Ackerman—. Por lo que sabemos, él podría estar hechizándolo.
—¿Hechizando? Arthur mantuvo su rostro en blanco.
Pero la enfermera Ackerman tenía razón. ¿Qué estaba tratando de
comunicar el hombre? ¿Estaría claro alguna vez?
—Bueno, averigüémoslo —dijo Arthur.
—Deberíamos haber llamado a un sacerdote diferente —espetó la
enfermera Ackerman.
—Sólo ignórela —le dijo Arthur al hombre de la cama. Se sentó de
nuevo y reposicionó su lápiz sobre la libreta—. Dígame la siguiente letra.
El dedo se movió de nuevo. La enfermera Ackerman jadeó y comenzó
a murmurar en voz baja.
Arthur anotó, Z.
¿FAZ?
—Está bien —dijo—. Continuemos.
Arthur había escrito “FAZBENTERDI” cuando la enfermera Ackerman
regresó a la habitación. Esta vez, ella no estaba sola. Tenía otras dos
enfermeras con ella.
Ambas con el mismo uniforme azul oscuro, las otras enfermeras
también tenían expresiones similares con la boca abierta y los ojos muy
abiertos. Obviamente estaban horrorizadas por lo que estaba haciendo el
hombre. Una de las enfermeras, una mujer redonda de aspecto de abuela,
se tapó la boca con una mano. La otra enfermera, una mujer bronceada
que parecía haber pasado los fines de semana escalando montañas, puso
sus manos en sus caderas y miró a Arthur. Esperaba que ella no se pusiera
agresiva con él, porque podría tomarlo sin sudar.
Sin embargo, no dijeron nada, así que Arthur siguió adelante.
Una letra a la vez, el hombre deletreaba su comunicación en el aire.
Cuando terminó, la finalización indicada por ningún otro movimiento
del hueso del dedo, Arthur tenía una serie de letras incomprensibles en su
libreta:
FAZBENTERDISCENTER.

¿FAZBENTERDISCENTER? ¿Qué significaba eso?


Arthur frunció el ceño ante las letras, insertando barras entre varios
conjuntos. Probó varias combinaciones:
CENTRO FAZBEN TERDIS

CENTRO DE FAZ BENTER DIS

FAZB ENTRAR DISCENTRO

FA ZB ENTER DIS CENTER

—Creo que entiendo el CENTRO —murmuró para sí mismo—. ¿Pero las


otras partes? —Dio unos golpecitos con el lápiz en la libreta.
Espera. ¿Y si se hubiera perdido letras? Había sido difícil interpretar los
movimientos del dedo huesudo.
—Está bien, ¿y qué tan si…? —Arthur jugó un poco más con las letras,
llegando finalmente a: ZNTRO DISTR ENTRET FAZB.
Arthur pensó en “ZNTRO DISTR”: había visto esa abreviatura antes en
algunas de las organizaciones benéficas con las que había trabajado.
—¡Centro de distribución! —gritó Arthur—. Tiene que serlo.
Pero, ¿qué era ENTRET FAZB?
—Necesito una guía telefónica —les dijo a las enfermeras, que
permanecieron a los pies de la cama mirando a Arthur como si fuera un
reality show en vivo—. Necesito buscar ENTRET FAZB.
—Entretenimiento Fazbear—susurró la abuela enfermera.
—¿Qué? —preguntó Arthur.
—Tranquila, enfermera Thomas —siseó la enfermera Ackerman.
La enfermera Thomas se tapó la boca con una mano regordeta. Pero
fue demasiado tarde. Arthur procesó lo que ella había dicho.
—¡Centro de distribución de entretenimiento Fazbear! —Arthur gritó
de júbilo—. ¡Esto es increíble!
Se volteó para mirar a las enfermeras. Todas estaban pálidas, incluso la
morena, y todas lo miraban a él y al hombre de la cama con evidente pavor.
—¡Esto es extraordinario! —dijo Arthur—. ¿Alguna vez ha hecho algo
como esto antes?
—¡Ciertamente no! —La enfermera Ackerman negó con la cabeza—.
No entiende las fuerzas con las que está jugando.
Arthur decidió que estaba harto de las enfermeras. Se regresó su
atención hacia el hombre.
—Veamos. ¿Cómo puede decirme qué significa este lugar para usted?
—Arthur pensó por un segundo. Consideró pedirle al hombre que
escribiera al aire por qué le acababa de dar el nombre de este lugar, pero
eso podría llevar horas, y Arthur pensó que el hombre no tenía la fuerza
para eso. Dado que debería haber muerto hace mucho tiempo, las
comunicaciones prolongadas no parecían una buena idea.
Además, a pesar de lo emocionado que estaba, Arthur realmente
necesitaba salir de esta habitación. Le pareció que el olor a azufre se estaba
volviendo más fuerte, y ahora había un indicio de un olor a heces flotando
desde la cama. ¿Funcionaban los intestinos del hombre?
Arthur no se había preguntado antes y no iba a mirar ahora.
—Tengo una idea —dijo, aliviado de haber tenido una idea.
Podía oír a las enfermeras susurrar en la puerta. Las ignoró.
—¿Por qué no hago conjeturas sobre por qué ese lugar es importante
para usted? Cuando llegue a la correcta, puede levantar un dedo o
simplemente reaccionar para que los monitores lo capten.
Los monitores hipearon, y Arthur lo tomó como asentimiento. Lanzó
su primera suposición.
—Es donde solías trabajar.
Nada.
—Tienes familia allí.
Nada.
—Tienes asuntos pendientes allí.
Sin reacción.
—Escondió algo allí.
Esa suposición hizo sonreír a Arthur. Era un claro indicio de que le
encantaban los libros y películas de misterio y aventuras.
Arthur notó que las enfermeras habían entrado más en la habitación.
Ahora estaban paradas en un semicírculo a un par de pies del final de la
cama. Arthur se preguntó por qué todavía estaban aquí. Si pensaban que lo
que estaba haciendo era tan abominable, ¿por qué no se marchaban?
—Era el último lugar en el que estuvo antes de que lo lastimaran.
Sin movimiento. Sin reacción del monitor.
—Necesita algo de allí.
Nada.
—Siempre ha querido ir allí.
Los monitores parpadearon tan infinitesimalmente que Arthur pensó
que se lo estaba imaginando. Pero, ¿y si así fuera?
—¿Quiere ir a ese lugar?
Los monitores reaccionaron.
—No puede ir a ningún lado, cariño —dijo la enfermera redonda—. Él
sólo puede ir, bueno, a otro lugar que no sea la tierra.
Arthur se puso de pie y se acercó a las enfermeras.
—¿Se refieres al infierno? —susurró.
La enfermera Ackerman asintió con la cabeza con un gesto brusco.
La enfermera bronceada dijo—: Bueno, claro.
Y los monitores de la sala se volvieron locos. Los pitidos sonaban tan
rápido que se desdibujaron juntos en un chillido largo.
Arthur se devolvió su atención hacia el hombre. De repente
comprendió.
—Quiere ir a este lugar antes de morir.
Todos los monitores se quedaron en silencio. Totalmente silencioso.
Durante cinco segundos, el único sonido en la habitación fue la
respiración combinada de Arthur, las enfermeras y el hombre.
Y luego los monitores empezaron a pitar a un ritmo normal de nuevo.
Arthur se dirigió hacia las enfermeras.
—Quiere ir al Centro de Distribución de Entretenimiento Fazbear
antes de morir.
—Imposible —respondió la enfermera Ackerman.

☆☆☆
Arthur se sentó en una silla de visitante azul oscuro de baja altura frente
a un escritorio desordenado que pertenecía al asistente del asistente del
administrador del Hospital de Heracles. A juzgar por la edad del hombre
(¿del niño?), Arthur sospechaba que había más de dos personas alejadas de
la persona a cargo. Pero eso estaba bien. Arthur sabía cómo subir escaleras
burocráticas.
—¿Entonces, no estoy seguro de lo que quiere? —dijo el asistente del
asistente. Su nombre era Peter Fredericks—. Llámame Pete —le había
dicho a Arthur.
El escritorio de Pete estaba en un cubículo de esquina en una habitación
de cubículos similares que no estaban cerca de la oficina del administrador
del Hospital Heracles. La mayoría de las personas en los cubículos hablaban
por teléfono. Aquellos que no estaban hablando por teléfono estaban
escribiendo en sus teclados; la habitación se llenó de medias
conversaciones y el clic-clic de escribir.
Arthur filtró los sonidos y se centró en Pete.
—Como dije, Pete, quiero saber si hay algo en el archivo del hombre
de la habitación 1280 que indique por qué podría querer ir al Centro de
Distribución de Entretenimiento Fazbear antes de morir.
—Bueno, sí, dijo eso. —Pete se rascó el escaso vello facial de la barbilla.
Parecía ser un intento fallido de usar una barba de chivo, probablemente
con la intención de cubrir el acné allí—. Pero no sé por qué quiere saber
eso —dijo Pete con una voz que aún no había encontrado una profundidad
de tono adulta.
—Quiero saberlo porque podría ayudarme entender por qué quiere ir
allí.
—El hombre de la habitación 1280 no se puede mover. —Cuando Pete
dijo “hombre en la habitación 1280”, miró a su escritorio y se mordió las
cutículas con gran concentración.
—Así me dijeron. Pero nada es imposible —respondió Arthur.
—Moverse, eh, él, no puede.
Arthur apoyó las manos en el cojín demasiado blando debajo de su
trasero y se maniobró, con esfuerzo, hacia adelante en su asiento.
—Pete, ¿no es la mera existencia del hombre en la habitación 1280 una
prueba de que nada es imposible? Si puede estar en esa habitación, todavía
respirando, todavía capaz de comunicar un deseo, ¿no sería posible
satisfacer ese deseo por él? Piensa en ello.
Pete miró a Arthur. Su rostro estaba tan blanco como las paredes del
pequeño cubículo. Pete estaba claramente pensando en el hombre de
1280… y no quería estar haciéndolo. Miró hacia abajo de nuevo y dio unos
golpecitos en la carpeta de archivos muy delgada del escritorio frente a él.
Un recipiente abierto de comida china se inclinó contra una pila de carpetas
más gruesas y amenazó con derramar su contenido. Por el aroma, Arthur
supuso que era pollo agridulce.
—Bueno, no hay nada aquí, nada sobre, uh, Fazbear nada.
—Ya veo —respondió Arthur. Luchó contra la silla durante unos
segundos y finalmente logró ponerse de pie—. Bueno, entonces, tendré
que hablar con alguien que pueda darme permiso para llevar al hombre al
Centro de Distribución de Entretenimiento Fazbear. Supongo que no eres
tú.
Pete se puso de pie, golpeó la gruesa pila de archivos en su escritorio y
derramó la comida china. Sí. Pollo agridulce.
Pete ignoró el lío pegajoso en su escritorio y corrió detrás de Arthur
mientras se giraba para irse. Agarrando la manga de la sotana de Arthur,
Pete dijo—: Nadie le va a dar permiso.
—Ya veremos.

☆☆☆
Arthur salió del hospital y se detuvo debajo del pórtico. Observó cómo
la niebla fluía hacia los lados en una brisa constante del sur. Él y Ruby
estarían empapados cuando llegaran a casa. Sin tener prisa por comenzar
su húmedo y frío viaje, escudriñó el cielo moteado de negro y plata. Ahora
no se veían rayos de sol. El crepúsculo se cernió. Arthur tomó una
profunda bocanada de aire limpio por la lluvia. Necesitaría un año de ese
tipo de respiraciones para limpiar su sistema olfativo de los tormentos que
había soportado hoy. No era amable pensar en lo mal que olía el hombre
de la habitación 1280, pero no pudo evitarlo. Después de más de siete
horas al lado del hombre, pensó que el olor no lo dejaría nunca más.
La enfermera Ackerman había intentado que Arthur se fuera justo
después de la ruptura de comunicación del hombre, pero Arthur se había
negado. Pasó las siguientes tres horas sentado con el hombre, orando,
pidiendo ayuda. Arthur necesitaba saber si simplemente estaba ayudando a
un alma torturada o… algo más.
Nunca obtuvo una respuesta clara, por lo que, ante la ausencia de
pruebas definitivas de lo contrario, optó por mantenerse positivo: se
trataba de un hombre que necesitaba su ayuda.
—Hola, padre, quiero decir, padre Blythe.
Arthur sonrió.
—¡Desaparecido en combate! —dijo mientras se giraba—. ¿Cómo
estuvo tu primer día de trabajo?
Arthur probablemente podría haber respondido la pregunta por ella. Su
cola de caballo se había deslizado más abajo sobre su cabeza, y docenas de
mechones se habían soltado para volar alrededor de su rostro. Siguió
soplando uno de ellos lejos de su nariz. Su rímel estaba manchado y había
una mancha negruzca en su uniforme.
—Estuvo bien, supongo. Bueno, no tan bien exactamente. Mi papá solía
decir cuando le hacía esa pregunta, “Bueno, Miamimia”… así me llamaba,
con una sola palabra como si fuera mi nombre, él decía, “Bueno, Miamimia,
fue un día”. Supongo que tuve un día. Fue un día.
Arthur asintió.
—A veces, todo lo que podemos hacer es tener un día.
Mia ladeó la cabeza y estudió a Arthur.
—¿Creo que usted también tuvo un día? ¿Quizás?
Arthur asintió.
—Así fue.
Un grupo de hombres bulliciosos con uniformes de fútbol convergieron
en el pórtico.
Estaban manchados de barro y hierba, y parecían estar celebrando una
victoria mientras se dirigían hacia la entrada del hospital. Arthur supuso
que uno de sus compañeros de equipo se había lesionado.
Mia se acercó a Arthur cuando uno de los hombres le silbó.
Arthur la acompañó de regreso a las amistosas hortensias de panícula
junto a las que habían estado esta mañana.
Esta Mañana.
Arthur no podía creer que hubiera pasado todo el día en Heracles.
Peggy estaría furiosa con él. La había llamado para que reprogramara sus
otras citas del día. Ahora iba a tener que decirle que reprogramara la
reprogramación.
—¿Ha estado aquí todo el día? —preguntó Mia.
—Estaba pensando en eso. Sí. No era mi plan, pero…
—Planes de hombre. Dios se ríe. —Mia se rio y se tapó la boca—. Oh,
espero que no sea como un insulto o algo para un sacerdote.
Arthur se rio.
—No. Para nada.
Se quedaron en silencio y vieron los coches que iban y venían bajo el
pórtico. Ambos tosieron cuando un motor diesel ruidoso eructó un tubo
de escape a un metro de distancia.
El estómago de Arthur gruñó y se dio cuenta de que no había comido
nada más que una barra de proteínas desde que había dejado la rectoría.
Pero Mia parecía querer decir algo, así que se quedó. Además, sólo
disfrutaba estar al aire libre mirando a un ser humano encantador.
—¿Padre Blythe?
—¿Sí, Mia?
—¿Puedo preguntarle algo?
—Por supuesto.
Mia miró a su alrededor y luego se acercó a Arthur. Su cabello olía a
amoníaco, pero su aliento olía a menta.
—Padre, ¿cree en el mal?
Arthur enarcó una ceja.
—Lo hago.
—¿Cree que hay maldad… ahí? —Mia levantó un hombro en dirección
al hospital.
Arthur frunció el ceño. Creía que el mal estaba en todas partes. Pero
también estaba el bien. La eterna batalla se libraba a diario en todo el
mundo.
—¿Por qué preguntas?
Mia arrugó la nariz y torció la boca.
—¿Puedo hacer otra pregunta?
Arthur asintió.
—¿Pasó el día con alguien en el ala del hospicio?
El ceño de Arthur se hizo más profundo. ¿Qué estaba buscando?
Bueno, decirle que estaba en el ala no revelaba ninguna confidencia.
—Sí, lo hice. ¿Por qué?
Mia abrió mucho los ojos. Arthur casi podía oír cómo las células de su
cerebro cambiaban de velocidad.
—No sé sobre las enfermeras de esa ala. Quiero decir, además de mí,
pero todavía no siento que sea realmente una de ellas. Son las otras, ya
sabe. Enfermera Ackerman, la Enfermera Colton y Enfermera Thomas.
—Ah.
—Así que es sólo que…
En ese momento, un veloz auto deportivo rojo entró en el camino de
entrada debajo del pórtico y tocó la bocina. El rostro de Mia se iluminó
cuando lo vio.
—¡Ese es mi novio! —Le lanzó un beso al apuesto joven que estaba
detrás del volante. Se volteó hacia Arthur.
—Um, lo siento. Me tengo que ir.
—Por supuesto.
Mia dio un paso hacia el auto rojo.
—¿Pero Mia?
Ella volteó.
—Algunas personas tienen mentes cerradas. Mantén la tuya siempre
abierta.
Ella lo miró, su rostro muy solemne.
—Lo haré —prometió—. Adiós, padre Blythe.
—Adiós, Mia.
Arthur vio cómo el auto deportivo se alejaba y pensó en el hombre de
la habitación 1280. Su intento de obtener respuestas en la oficina de
administración del hospital, y su desprecio por parte de Pete, dejaron en
claro que Arthur no iba a averiguar por qué el hombre quería ir al Centro
de Distribución de Entretenimiento Fazbear. Pero no importa. Eso no era
asunto de Arthur. Su trabajo era asegurarse de que el hombre fuera.
Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo. Pete y la enfermera
Ackerman no fueron los únicos en el Hospital Heracles que pensaron que
ese viaje era imposible. Arthur tenía una batalla por delante. Sólo esperaba
estar en el lado correcto.

☆☆☆
El segundo día de trabajo de Mia comenzó de manera extraña.
Incapaz de encontrar a sus compañeras de enfermería cuando llegó a la
estación de enfermería para sus asignaciones, Mia simplemente se encogió
de hombros y fue de habitación en habitación revisando a sus pacientes.
A Mia no le encantaba cuidar a los pacientes de cuidados paliativos
porque sentía demasiada empatía por las familias. Sabía que a menudo
sufrían incluso más que los pacientes. Pero encontró el trabajo satisfactorio
cuando lo hizo bien. No le habría importado tanto el nuevo trabajo si no
fuera por las otras enfermeras… y la otra cosa…
Mia negó con la cabeza y caminó rápidamente por el pasillo. Entrando y
saliendo de las habitaciones, revisó las vías intravenosas, ajustó las
almohadas, llenó las jarras y vació las bolsas de recolección de orina.
Cuando llegó a la última habitación que le habían dicho que atendiera el día
anterior, la habitación 1200, se preguntó por qué el resto de las puertas
del pasillo extrañamente largo estaban cerradas.
Ella se quedó en el pasillo justo afuera de la última puerta abierta. Frente
a ella había un trastero con la puerta entreabierta. Entonces Mia vio una
sombra pasar volando por esa abertura.
Tomando una respiración profunda, cruzó de puntillas el pasillo,
asegurándose de que sus suelas de crepé no chirriaran sobre las baldosas.
Vaciló fuera de la sala de almacenamiento. Estaba a punto de abrir la puerta
e investigar cuando escuchó voces.
Supo de inmediato que había encontrado a sus compañeras de
enfermería. Mia estaba a punto de entrar y preguntar qué estaba pasando,
pero luego escuchó la palabra “matar”.
Mia se quedó tan quieta y silenciosa como el suelo en el que estaba. Dio
un paso sigiloso hacia la pared y se apretó contra ella mientras apoyaba la
oreja en la astilla de una abertura en el lado de las bisagras de la puerta.
—Supongo que debemos hacerlo —dijo la enfermera Thomas.
—Alguien tiene que hacerlo —dijo la enfermera Colton—. No tengo
ningún problema con eso. No es como un asesinato, porque no es humano.
—Es el exterminio —dijo la enfermera Ackerman—. No estamos
haciendo ni más ni menos que librar al hospital de alimañas.
—Oh, creo que es mucho más —dijo la enfermera Thomas— ¿no?
Matar ratas o cucarachas es bueno, por supuesto. ¿Pero librar al mundo
del mal? Eso es más que la eliminación de plagas. Ese es un llamado. ¡Es,
bueno, es heroico! —La voz de la enfermera Thomas había subido a un
nuevo nivel de justicia propia.
«¿Heroico?» Los dedos de Mia se crisparon. Tenía tantas ganas de abrir
la puerta y preguntar de qué estaban hablando estas tres mujeres.
—Bueno, estoy de acuerdo con las dos —les dijo la enfermera
Ackerman— pero otros no lo verán de la misma manera. Técnicamente,
es uno de nuestros pacientes.
¿Iban a matar a un paciente?
Mia miró a su alrededor. ¿Qué debería hacer?
—No me pagan lo suficiente para llamar a esa… cosa… paciente —dijo
la enfermera Colton—. No necesito que la gente entienda. Sé lo que está
bien. Matar el mal está bien.
La enfermera Colton debe haber estado parada cerca de la puerta,
porque su olor corporal casi borró los olores de lejía y pulimento de
madera que generalmente emanaban del cuarto de almacenamiento. Mia
esperaba que ella misma no tuviera olor u olores reveladores. Se agarró el
extremo de la cola de caballo e inhaló, pero sólo percibió un leve olor a
su acondicionador.
—Absolutamente —continuó la enfermera Thomas.
Mia dejó caer su cola de caballo y volvió a escuchar.
—Entonces estamos de acuerdo —dijo la enfermera Ackerman.
Las mujeres debieron estar asintiendo, porque se quedaron en silencio.
—Yo seré quien lo haga. Soy la enfermera jefe. Es mi responsabilidad —
declaró la enfermera Ackerman.
—Haremos todo lo que necesites que hagamos —ofreció la enfermera
Colton.
—Necesitaré morfina —dijo la enfermera Ackerman.
—Puedo manipular el seguimiento —respondió la enfermera Colton.
—Podemos tomar un poco de aquí y un poco de allá de los otros
pacientes —agregó la enfermera Thomas.
—Tenemos que darnos prisa —dijo la enfermera Ackerman—. No
sabemos qué tan rápido se moverá ese sacerdote. Está lo suficientemente
decidido como para hacer que el hospital se derrumbe, y tenemos que
hacer esto antes de que la… cosa… en la habitación 1280 pueda irse.
Las enfermeras debieron haber asentido de nuevo, y ahora Mia podía
oír unos leves crujidos desde el interior de la sala de almacenamiento.
Decidió que era mejor que se fuera.
Mia se apartó de la pared y dio un paso. Y fue entonces cuando vio lo
que había estado tratando de convencerse a sí misma de que no había visto
antes.
Un niño se deslizó fuera de la sala de almacenamiento. Entró de lado a
través de la estrecha abertura de la puerta.
Mia se tapó la boca con una mano para sofocar un grito. Ella apretó los
dientes, exasperada consigo misma. Ella había tenido la misma reacción
cuando vio a este niño el día anterior. ¡Pero él era sólo un niño, un niño
lindo y juguetón! Con su cabello negro y rizado y sus mejillas sonrosadas,
el factor adorable del niño se vio disminuido, levemente, por sólo dos
cosas. Primero, llevaba una máscara barata de cocodrilo que le cubría la
frente y los ojos; la boca del cocodrilo descansaba sobre la nariz traviesa
del niño. En segundo lugar, el niño tenía una gran sonrisa, un poco
demasiado diabólica para ser entrañable, un nivel más allá de lo aceptable
en la escala de la travesura. Pero él era un niño, y a los niños pequeños les
gustaba verse así. El primo de Mia, Lucas, era un buen ejemplo. Ese niño
siempre parecía que no estaba tramando nada bueno, y por lo general así
era.
¿Por qué este niño hizo que Mia quisiera gritar?
Antes de que pudiera responder a su propia pregunta, el chico le guiñó
un ojo y corrió por el pasillo. Mia se volvió para mirar, pero se dio cuenta
de que las enfermeras estaban a punto de salir.
Mia se lanzó hacia la puerta abierta del último paciente al que había
atendido antes de deambular fuera de la sala de almacenamiento, buscando
al niño de nuevo. Pero no estaba.
Cuando Mia irrumpió en la habitación 1200, el señor Nolan, el ocupante
de la habitación, levantó la vista de su crucigrama.
—Hola, enfermera Fremont, qué fortuito. ¿Cuál es otra palabra para
infierno? Seis letras, comienza con una S.
—Sombras —soltó Mia, preguntándose por qué la palabra estaba en la
punta de su lengua.
El señor Nolan, cuyo rostro demacrado estaba atormentado por los
ojos hundidos del que pronto desaparecerá de este mundo, escribió
lentamente en su libro de acertijos.
—Perfectamente correcto. Eres un ángel.
☆☆☆
La enfermera Ackerman tardó dos días en adquirir suficiente morfina
para su tarea. Al menos esperaba que fuera suficiente; en realidad, no
estaba segura de qué era suficiente, en este caso. Las dosis de tratamiento
normales frente a las sobredosis nunca habían sido relevantes para el
hombre de la habitación 1280. Nada en él era normal, por lo que no había
razón para suponer que la medicación lo afectaría de la misma manera que
a otros humanos de su tamaño y peso. Permitiendo esto, la enfermera
Ackerman y sus colegas recolectaron suficiente morfina extra para matar
a un ala entera de pacientes malvados. Pensó que comenzaría con lo que
pensaba que podría funcionar y lo agregaría según fuera necesario.
Tan pronto como tuvo una cantidad de morfina que le dio al menos
cierto nivel de confianza en el éxito de su misión, no perdió el tiempo.
Un amigo que trabajaba en administración le había informado a la
enfermera Colton que el padre Blythe estaba siendo implacable en su
campaña para llevar al hombre de la habitación 1280 al Centro de
distribución de entretenimiento Fazbear.
La enfermera Ackerman caminó por el largo pasillo, con sus suelas de
goma golpeando las baldosas. Sus pensamientos sobre el padre Blythe
hicieron que sus pasos fueran aún más fuertes de lo habitual. Ella apretó
los puños. Estaba tan enojada con el hombre.
¿Cómo podía el padre Blythe ser tan desorientado y tan ciego? ¿No
podía ver que estaba siendo engañado, siendo utilizado como una
herramienta para la maldad? ¿No era precisamente el lugar que el hombre
quería visitar una pista?
La enfermera Ackerman había investigado Fazbear Entertainment y
estaba alarmada por lo que había encontrado. El centro de distribución de
la empresa era su eje central para todos los juguetes, disfraces y decoración
relacionados con Fazbear. Se enviaba a restaurantes y tiendas
especializadas y minoristas. Había mirado algunos de esos juguetes y
disfraces, y eran inquietantes por decir lo menos. ¿Qué mejor contenedor
para la malevolencia pura que un juguete espeluznante? La enfermera
Ackerman sospechaba que lo que fuera que había dentro del hombre en la
habitación 1280 tenía un plan. Un plan que necesitaba ser detenido.
La enfermera miró por encima del hombro una vez más y aceleró el
paso. Esperaba tener tiempo suficiente para terminar el trabajo que tenía
entre manos antes de que la enfermera Fremont terminara su almuerzo.
La enfermera Fremont fue el otro desafío que tuvieron que afrontar las
enfermeras. El momento de su incorporación a la lista del ala de hospicio
fue desafortunado. Ella era un poco demasiado alegre, un poco demasiado
enérgica para sentirse cómoda. La enfermera Ackerman le había hecho a
la enfermera Fremont una pequeña prueba en su primer día, hablando del
hombre de la habitación 1280 y del padre Blythe en la sala de descanso
mientras la enfermera Fremont comía. Si se hubiera vuelto y les hubiera
preguntado de qué estaban hablando, la habrían incluido. Pero ella acababa
de escuchar a escondidas, y la enfermera Ackerman no confiaba en los que
escuchaban a escondidas.
En la puerta de la habitación 1280, la enfermera Ackerman se detuvo.
Miró hacia atrás. El pasillo estaba vacío. Era hora.
Echando los hombros hacia atrás, entró en la habitación. Incluso
consideró cerrar la puerta, pero no pudo hacerlo. Ninguna de las
enfermeras se había encerrado nunca dentro de la habitación 1280.
Francamente, tenían miedo de hacerlo.
De todos modos, sólo necesitaba un minuto.
Cruzando hacia la cosa repugnante en la cama, la enfermera Ackerman
sacó su primer frasco de vidrio de morfina y lo colocó en el extremo de la
aguja de su jeringa.
Ignoró los aleteos de excitación que bailaron sobre su piel. No era que
estuviera ansiosa por matar. Era sólo que sería un gran alivio librar a su ala
de hospicio, su hospital, su mundo de esta mancha sobre la humanidad.
Con mano firme, inyectó la primera morfina en el puerto intravenoso
del hombre. Observó el monitor cardíaco. Su ritmo no vaciló.
Ella había sospechado que esto pasaría. Suavemente, sacó el segundo
vial.
Fue entonces cuando escuchó la risa.
La enfermera Ackerman giró hacia la puerta, pero no había nadie.
Se apartó de la cama, se dirigió a la puerta y miró hacia el pasillo. ¿Había
terminado la enfermera Fremont su almuerzo?
El pasillo estaba vacío.
Entonces la enfermera Ackerman escuchó otra risita, y esta vez fue
detrás de ella.
Una ráfaga de frío recorrió su columna vertebral y se apretó con fuerza
en sus intestinos. Lentamente, como si estuviera a punto de enfrentarse a
un animal salvaje al que no quería asustar, se volteó.
No sabía lo que esperaba ver. Estaba preparada para literalmente
cualquier cosa. ¿Cómo podría no estarlo? Cualquiera que tuviera al hombre
en la habitación 1280 como paciente tendría que estar preparado para
cualquier cosa.
Pero ella no vio nada.
Todo estaba igual que cuando entró en la habitación.
Aun así, estuvo de pie junto al hombre durante varios momentos para
estar segura, mirándolo para ver si podía discernir un cambio. No lo hizo.
Bueno, eso no era cierto. Notó un cambio.
El olor en la habitación era peor ahora que cuando ella entró por
primera vez. Se había intensificado, como si alguien hubiera estado jugando
con el termostato del hospital y hubiera dejado que la habitación se
calentara significativamente. El olor era espantoso.
«Será mejor que me ponga manos a la obra».
La enfermera Ackerman todavía sostenía el segundo frasco de morfina,
por lo que rápidamente insertó la jeringa y la vació por el puerto
intravenoso. De nuevo, miró.
Y de nuevo, nada. La enfermera Ackerman enderezó su columna y sacó
el resto de los viales de morfina de su bolsillo. Once más. Los dejó en el
borde de la cama, en una fila ordenada. Los inyectaría todos si fuera
necesario, uno tras otro. No iba a esperar un resultado.
Alcanzando el tercer frasco, escuchó la risa de nuevo. Su mano se
detuvo en el aire.
La risa vino de su lado.
Un niño pequeño de cabello negro estaba a su lado, mirando hacia
arriba. Sonreía con una sonrisa tan salvaje que actuaba como un sifón,
extrayendo la fuerza de las extremidades de la enfermera Ackerman. Sintió
que comenzaba a derrumbarse hacia el suelo y se agarró al borde de la
cama justo a tiempo.
Él era sólo un niño. ¿Por qué tenía tanto miedo?
Salió corriendo de la habitación y la enfermera Ackerman trató de
estabilizar su acelerado ritmo cardíaco. Necesitaba controlarse a sí misma
para poder volver a lo que tenía que hacer.
Pero su mente, sus recuerdos, no la dejarían encontrar la calma. En
cambio, fue transportada, totalmente en contra de su voluntad, a su pasado.
Fue depositada junto a la cama de su hijo moribundo, el que había dejado
este mundo y se había llevado con él todas las sonrisas que la enfermera
Ackerman hubiera podido sonreír. Sintiendo la agonía como si la estuviera
viviendo, experimentó por millonésima vez ese momento en el que la
muerte de su hijo había alcanzado su corazón y lo había destrozado.
No siempre había sido esta cáscara de mujer. Pero la muerte de Elijah
la había forjado, dejando a una persona que apenas funcionaba para
encontrar un lugar entre los seres vivos que la torturaban con
recordatorios de la vida que una vez había compartido con su hijo. A pesar
de que su corazón estaba congelado, se convirtió en enfermera de hospicio
para ayudar a otras personas que tenían que caminar en sus zapatos.
«¡Detén esto ahora mismo!» se amonestó a sí misma. No tenía tiempo
para esta miseria.
La enfermera Ackerman hizo a un lado su pasado, junto con la pregunta
de quién era el niño y por qué estaba aquí. Ella también encajó el
rompecabezas de por qué era tan aterrador. «Una cosa a la vez», se dijo a
sí misma.
Una vez más, tomó un frasco. Sin embargo, antes de que sus dedos
pudieran cerrarse a su alrededor, una sombra del tamaño de un niño brilló
frente a ella.
Al pasar, todos los frascos salieron volando de la cama y se precipitaron
hacia el suelo, donde se hicieron añicos con el impacto. La morfina se
encharcó inocuamente en las baldosas.

☆☆☆
El plan de la enfermera Thomas era simple porque la enfermera Thomas
era simple.
Amante del cultivo de flores, cocinar grandes cenas de engorde para su
familia y bordado de versículos de la Biblia, la enfermera Thomas (Beatrice
para sus amigos) se había convertido en enfermera porque también amaba
a las personas, simplemente las amaba. Quería servirles, como pudiera.
Estas verdades sobre la enfermera Thomas eran un poco contrarias a
dónde se encontraba actualmente y a lo que estaba haciendo actualmente.
En este momento, estaba fuera de la habitación 1280 sosteniendo una
almohada que tenía la intención de usar como arma.
Pero en realidad, los objetivos de la enfermera Thomas eran todos
congruentes, se dijo a sí misma.
Lo que estaba a punto de hacer era un acto de amor, un acto de amor
tan puro y simple como ella. Beatrice estaba haciendo esto por la misma
razón que hacía todo todos los días. Lo estaba haciendo para ayudar a la
gente.
La enfermera Thomas miró por encima del hombro. Ella estaba sola.
El hecho de que estuviera haciendo esto para ayudar no significaba que
quisiera que la vieran haciéndolo. Nadie, además de la enfermera
Ackerman y la enfermera Colton, parecía entenderlo.
Haciendo una pausa para decir una breve oración fuera de la habitación
1280, la enfermera Thomas abrazó la almohada y luego abrió la puerta.
Agachó la cabeza tan pronto como estuvo en la habitación. Siempre hacía
esto en la habitación 1280. Era una forma de ver lo suficientemente bien
como para hacer lo que tenía que hacer sin tener que mirar demasiado de
cerca lo que había en la cama.
No quería mirar lo que había en la cama porque era la cosa más grotesca
que había visto en su vida. Un macabro conglomerado de limo retorcido y
escoria marcada por fuego, la masa de hueso y tejido en forma de hombre
en la cama literalmente hizo que los ojos de la enfermera Thomas ardieran,
como si estuviera mirando un eclipse solar sin sombras. Este efecto fue tan
intenso que incluso intentó usar gafas de sol en esta habitación para ver si
la ayudarían, lo cual no fue así.
Respirando por la boca porque la enfermera Ackerman tenía razón, el
olor era mucho peor que nunca, la enfermera Thomas se acercó a la
cabecera de la cama. Dándole un último apretón a la almohada, la sostuvo
con las dos manos, frente a ella. Sabía que la enfermera Ackerman y la
enfermera Colton pensaban que su idea de matar la cosa en esta cama era
una tontería. Tal vez lo era. Pero a veces la solución más fácil era la mejor.
La morfina no había funcionado. Eso era seguro.
La enfermera Thomas y sus compañeras enfermeras habían pasado una
hora la noche anterior hablando del niño que había visto la enfermera
Ackerman. Tanto la enfermera Thomas como la enfermera Colton también
lo habían visto. Incluso consiguieron que la enfermera Fremont admitiera
que lo había visto. La enfermera Thomas no creía que la enfermera
Fremont les hubiera contado todo sobre lo que había visto, pero les había
dicho lo suficiente.
Hoy temprano, la enfermera Thomas había escuchado a un par de
enfermeros hablar sobre cómo la gente veía a un niño de cabello negro en
todo el hospital.
El misterio del niño no estaba necesariamente relacionado con la
habitación 1280.
¿O sí?
Después de que la enfermera Fremont se fue a casa, y luego de entregar
el ala del hospicio al turno de turno, las tres enfermeras compartieron café
en la cafetería y discutieron la pregunta que era aún más importante que el
niño.
—¿Qué crees que era la sombra? —La enfermera Thomas le había
preguntado a la enfermera Ackerman mientras trataba de ignorar todos
los olores de comida en la habitación. Tenía hambre y no podía esperar a
llegar a casa para cocinar macarrones con queso y una cazuela de judías
verdes.
—Creo que es… lo que sea que hay dentro de ese hombre.
—¿Cómo salió? —preguntó la enfermera Thomas.
—¡No puedo explicar nada de esto! —La voz de la enfermera Ackerman
era tan fuerte que sorprendió a varias enfermeras y médicos sentados
cerca. Las horquillas repiquetearon. Alguien dejó caer un vaso. De
inmediato bajó la voz a un susurro—. No importa. Lo que importa es que
tenemos que volver a intentarlo.
Fue entonces cuando la enfermera Thomas ofreció voluntariamente su
pequeño plan casero: sofocaría al hombre de la habitación 1280 con una
almohada.
La enfermera Ackerman había querido volver a intentarlo con morfina,
pero la enfermera Thomas la convenció de que el hombre de la habitación
1280, o lo que fuera que había dentro del hombre de la habitación 1280,
estaría preparado para eso. Tenían que tomarlo por sorpresa.
Así que aquí estaba ella.
La noche anterior, la enfermera Thomas había practicado. Había
investigado un poco y había descubierto que se tardaba unos tres minutos
en sofocar a alguien con una almohada. Tenía que averiguar si podía
sostener una almohada con fuerza sobre algo durante tanto tiempo, o
incluso más. Aprendiendo de la experiencia de la enfermera Ackerman, la
enfermera Thomas pensó que si las dosis normalmente letales de morfina
no mataban a la criatura, la asfixia también requeriría un esfuerzo adicional.
La enfermera Thomas también parecía acolchada, pero no lo estaba.
Horas de cocina, limpieza, jardinería y costura le habían dado una fuerza
inesperada a la parte superior de su cuerpo. La fuerza le resultó útil cuando
hizo su experimento con la almohada en una muñeca que le había
comprado a una sobrina. No tuvo problemas para sostener una almohada
sobre la muñeca durante siete minutos… aunque sus músculos estaban
ardiendo un poco cuando terminó.
Ahora recibiría la fuerza que necesitaba, estaba segura.
La enfermera Thomas dio un paso hacia la cama. Hizo una pausa y
escuchó, pero no hubo risas como las que había descrito la enfermera
Ackerman.
Al parecer, el niño no estaba cerca.
Apretando su agarre sobre la almohada, se dirigió a la cama y la empujó
con fuerza sobre el rostro del hombre, o al menos sobre donde debería
haber estado su rostro. Los músculos de la enfermera Thomas estaban
tensos, equilibrados y listos para cualquier cosa.
Sin embargo, no pasó nada… al principio.
Entonces la almohada comenzó a llenarse de sangre. Atravesó la mitad
de la almohada y pronto comenzó a extenderse hacia afuera, filtrándose
inexorablemente hacia los dedos de la enfermera Thomas. Pero ella no la
soltó. Ella se centró en el resultado final.
Después de seis minutos y medio, el bip… bip… bip continuo del
monitor aceleró su ritmo. Entonces, gloria sea, después de otro minuto
cambió al tono sostenido de una línea plana.
¡Ella lo estaba haciendo!
Sólo unos segundos más deberían ser suficientes.
La almohada estaba casi completamente saturada de sangre, y ahora la
enfermera Thomas notó que un líquido verde enfermizo también
atravesaba la almohada.
Ella se atragantó pero siguió presionando.
Fue entonces cuando una sombra se lanzó frente a la enfermera Thomas
y le arrancó la almohada de las manos. Antes de que pudiera siquiera
pensar en intentar recuperarla, la almohada se rompió, su contenido salió
disparado a la habitación… y por toda ella. Sangre pegajosa y odiosa entró
en su boca y subió por su nariz. Un limo pútrido voló hacia sus ojos. Y
trozos de tela y espuma se adhirieron a los fluidos que se deslizaron sobre
su piel y se coagularon en su cabello.
La enfermera Thomas no emitió ningún sonido, pero los monitores sí.
Pasaron de un tono plano constante a un ritmo estable y uniforme.
La enfermera Thomas se desmayó en medio del repugnante desastre
del suelo.

☆☆☆
Arthur se estaba frustrando. No se sentía frustrado a menudo porque
creía en la sincronización universal. Pero ese momento parecía estar un
poco fuera de lugar en este momento.
Habían pasado cinco días desde que el hombre de la habitación 1280
pudo comunicarse con él. Desde entonces, Arthur había vuelto a ver al
hombre todos los días, aunque sólo se había quedado un par de horas cada
vez. El resto del tiempo que estuvo en el hospital, estuvo en las oficinas de
administración tratando de que alguien lo escuchara.
—¿Qué daño podría hacer? —había dicho una y otra vez, al menos a
una docena de personas diferentes.
Simplemente no podía entender por qué trasladar al hombre de la
habitación 1280 era algo tan malo. O sobreviviría a la experiencia y
obtendría lo que quisiera de su visita al Centro de Distribución de
Entretenimiento Fazbear, o no lo haría. Y si no lo hiciera, bueno, Arthur
no pudo evitar pensar que sería una misericordia.
La administración del hospital no estuvo de acuerdo.
Ellos también estaban distraídos. Parecía que todo el hospital estaba
alborotado por los repetidos avistamientos de un niño de cabello oscuro
con una máscara de cocodrilo. Docenas de personas habían visto al niño,
pero hasta el momento, nadie había podido hablar con él.
Se había llamado a la policía para encontrar al niño y averiguar a dónde
pertenecía, pero ninguno de los oficiales lo vio. Cada vez que se veía al
niño y los oficiales corrían al lugar informado, el niño se había ido antes de
que llegaran los oficiales. Mientras tanto, los pacientes y el personal habían
visto al niño en diferentes lugares del hospital. Aparentemente, un conserje
incluso lo vio en el sótano del hospital, cerca de los generadores de
respaldo. Por lo que la administración del hospital y la policía pudieron
determinar, a nadie le faltaba un niño que coincidiera con su descripción.
Como nadie había hablado con el niño y nadie había podido agarrarlo,
la gente ahora se preguntaba si era un fantasma. Un fantasma con una
máscara de cocodrilo, de todas las cosas.
Pero eso no era asunto de Arthur. Tenía sus propios problemas que
resolver.
Y hoy se estaba tomando un respiro después de discutir con el personal
del hospital, estaba almorzando con Mia.
—Aquí estoy —gritó Mia mientras se abría camino a través de las mesas
de picnic de madera en el área para comer al aire libre junto a la cafetería.
Las mesas estaban colocadas sobre adoquines de piedra rosada, dentro
de un patio más grande bordeado de maceteros de piedra llenos de mamás
naranjas y amarillas. Media docena de juncos de ojos oscuros y un par de
gorriones saltaban entre las flores.
El sol había reafirmado su dominio sobre el cielo e iluminaba todos los
colores de las joyas del otoño, convirtiendo los árboles que rodeaban el
Hospital de Heracles en obras maestras de rojos, amarillos y naranjas
brillantes. Sólo la más leve de las brisas hacía oscilar las ramas de los árboles
y las hojas del suelo brincaban. Era un día glorioso.
La brillante presencia de Mia lo hizo aún mejor.
—Espero que no haya estado esperando mucho —dijo Mia.
—Para nada. —A decir verdad, Arthur había estado aquí durante
veinticinco minutos.
Pero sólo llegó quince minutos tarde.
—También espero que no haya traído su almuerzo, porque mi novio
hizo estos increíbles sándwiches de provolone y carne en conserva. Oh,
no es vegetariano, ¿verdad? ¿O puede comer carne en conserva? Es kosher
o lo que sea.
Arthur sonrió.
—No soy vegetariano.
—Oh, bien —respondió Mia. Sacó dos sándwiches gruesos en panecillos
embutidos, ambos bien envueltos en plástico, y le entregó uno.
—Entonces, ¿cómo le va con el administrador? —preguntó tan pronto
como tomó un bocado y lo regó con un refresco.
—No muy bien —admitió Arthur.
Tomando el hecho de que se había encontrado con Mia todos los días
que había estado en el hospital como una señal de aliento, Arthur
finalmente le había dicho que estaba tratando de obtener permiso para
sacar a un paciente del hospital a un lugar donde el paciente había solicitado
visitar.
Mia había sorprendido a Arthur cuando respondió—: Oh, ¿el hombre
de la habitación 1280?
—¿Cómo supiste? —preguntó.
—Escuché a la enfermera Ackerman y a las demás hablando de él, y me
sorprendieron escuchando, así que me hablaron de él. No lo he visto
todavía ni nada. Dicen que no estoy preparada para eso. Creo que estoy
más preparada de lo que creen, pero lo que sea. Estoy muy ocupada. —
Dio un mordisco a su sándwich.
—No estoy seguro de que estés lista. —Odiaba la idea de que esta chica
alegre lo tuviera que ver… Pero espera, eso no era muy amable, ¿verdad?
El hombre no podía evitar su apariencia.
Arthur mordió su sándwich e inmediatamente supo por qué Mia estaba
tan loca por su novio. El hombre era un santo del sándwich.
—Esto es increíble.
—Sí. ¿Verdad? —ella sonrió.
Ambos masticaron durante unos segundos. Cuando Mia terminó de
masticar, dijo—: ¿El hombre de la habitación 1280 es tan malo?
Arthur se encogió de hombros.
—También las he oído hablar de otras cosas —dijo Mia.
—¿A quiénes? —preguntó.
—La enfermera Ackerman y las demás.
Mia se quedó callada por un minuto, así que Arthur la instó.
—¿A qué otras cosas te refieres? —preguntó.
Mia se mordió el labio inferior. Luego hizo un gesto con la mano.
—No importa. —Ella tomó un trago de refresco—. Ha oído hablar del
niño, ¿verdad?
Arthur se rio.
—¿Cómo no iba a hacerlo? Todo el mundo habla de él.
—Lo vi —dijo Mia.
¿Estaba presumiendo?
—¿De verdad?
—Al menos cuatro veces hasta ahora. Siempre está usando una tonta
máscara.
Arthur se acomodó con su sándwich y escuchó a Mia describir al niño
de cabello rizado con una sonrisa diabólica. Tuvo que admitir una leve
curiosidad por el niño. El propio Arthur no lo había visto, pero estaba bien.
—Ya sabe —dijo Mia—. Podría usar al niño a su favor.
—¿Cómo?
Arthur no era fanático de usar a nadie, mucho menos a un niño
pequeño, pero pensó que bien podría escuchar lo que Mia tenía que decir.
Su voz le pareció tan reconfortante como uno de los ponches calientes de
Peggy en una noche fría—: Bueno, todo el asunto está causando un montón
de papeleo para la gente de administración. Es una pesadilla documentar
todos los avistamientos y coordinar con la policía, estoy segura. ¿Por qué
no sugiere que los seguirá y los fastidiará a menos que le dejen llevar al
hombre a dónde quiere ir? Solía hacer eso cuando era niña. Si sigues
preguntando, sigues molestando a las personas cuando están realmente
ocupadas, eventualmente dirán que sí solo para deshacerse de ti. Funciona
de maravilla. —Ella se rio y mordió su sándwich.
Arthur lo pensó por un segundo.
—Esa no es una mala idea.
Mia sonrió. Tenía un trozo de lechuga atrapado entre sus dos dientes
delanteros. En ella, era encantador.

☆☆☆
La enfermera Colton tenía un plan que estaba segura que era mejor que
los de la enfermera Ackerman y la enfermera Thomas. Tenía la ventaja de
ser simple y sofisticado. Y también debería ser letal, esperaba, suponiendo
que no se sintiera frustrada por la misteriosa sombra que había
descarrilado las acciones de sus compañeras conspiradoras.
Pero a diferencia de la enfermera Ackerman y la enfermera Thomas, la
enfermera Colton esperaba que interviniera la sombra. Tenía un plan para
detenerla.
La enfermera Thomas había estado enferma en casa durante dos días.
Ni la enfermera Ackerman ni la enfermera Colton sabían si la enfermedad
era física o psicológica. Obviamente, cualquiera que hubiera experimentado
un monstruoso diluvio de fluidos corporales repugnantes como los que
habían empapado a la enfermera Thomas tenía derecho a ponerse un poco
histérico. Desmayarse parecía una reacción apropiada. La enfermera
Colton no se enfadaba en absoluto con la enfermera Thomas por escapar
del conocimiento por un tiempo.
La enfermera Colton y la enfermera Ackerman estaban enmascaradas,
en bata y con guantes cuando limpiaron la almohada detonada. También se
ponían alcanfor en los labios superiores para amortiguar los olores. Sin
embargo, ambas se habían ahogado repetidamente durante la hora que les
llevó limpiar la habitación… y la enfermera Thomas.
¿Qué era la sombra?
Esa fue la discusión que tuvieron las tres mujeres en la casa de la
enfermera Thomas la noche anterior. Habían decidido que era una
extensión de la cosa en la cama… o lo que estaba dentro de la cosa en la
cama.
Por eso la enfermera Colton pensó que sabía qué hacer al respecto.
Tenía algo de experiencia con este tipo de cosas y se sentía bastante bien
con su plan.
Mientras que la Enfermera Ackerman se separó de sus emociones y la
Enfermera Thomas estaba demasiado esclavizada para ella, la enfermera
Colton pensó que ella era el equilibrio perfecto entre corazón y cerebro.
Sentía y sentía profundamente, sí, pero también tenía una razón profunda
de la que carecían las otras dos mujeres. Tenía que tener este equilibrio.
La enfermera Colton había estado sola desde los dieciséis años.
Cuando sus padres murieron, la enfermera Colton decidió renunciar al
cuidado de crianza.
En su lugar, huyó, encontró a una mujer que hacía identificaciones falsas
y consiguió un trabajo en un crucero, un trabajo que venía con alojamiento
y comida gratis. Con el tiempo, había ahorrado suficiente dinero para pagar
la escuela de enfermería. Ahora estaba aquí porque personas como ella
perdieron a personas como sus padres. Era correcto usar lo que sabía al
respecto para ayudar a los demás.
En su camino por el pasillo hacia la habitación 1280, la enfermera Colton
vio al niño correr hacia la sala de almacenamiento. Todavía no tenía idea
de si era real o sobrenatural. Sospechaba lo último, pero si era una especie
de fantasma, no sabía qué pensar de él y no sabía cómo hacer que se fuera.
Así que pensó que se enfrentaría a un misterio a la vez.
En la puerta de la habitación 1280, se detuvo y dejó el bolso de mano
que llevaba. Mirando hacia atrás por el pasillo, sacó aceite de eucalipto
combinado con un aceite portador. Se puso un poco de la mezcla de aceite
sobre el labio superior. El fuerte aroma, esperaba, bloquearía el
despreciable hedor de la habitación.
Después de una mirada más al pasillo, la enfermera Colton sacó una vela
de pilar blanca de su bolso. Entró en la habitación 1280 y dejó la vela. Luego
sacó otra vela y la puso a un par de pies de la primera. Una tras otra, colocó
velas alrededor del perímetro del espacio. Una vez que tuvo las velas en su
lugar, la enfermera Colton sacó un encendedor de su bolso y encendió
metódicamente todas las velas.
Después de que se encendieron las velas, cerró los ojos y se imaginó
expandiendo la luz de las velas hasta que llenó toda la habitación. Luego se
volteó y miró al hombre en la cama, y dijo—: Esta habitación está llena de
la luz del bien. Ninguna sombra puede entrar o hacer travesuras aquí.
Se quedó muy quieta para asegurarse de que su intención fuera lo
suficientemente fuerte. Sí, se sintió bien.
La enfermera Colton creía en el poder de la intención y la voluntad
humana. Ambos la habían ayudado a sobrevivir a la pérdida de sus padres
y a construir una vida en sus propios términos. Ambos le servirían ahora,
estaba segura.
Bien. Era hora.
La enfermera Colton dejó su bolso de mano y miró al hombre en la
cama.
A diferencia de la enfermera Thomas, la enfermera Colton prefirió
enfrentar la fealdad de la vida de frente. Sí, los huesos quemados por el
fuego y el interior casi calcificado del hombre la llenaron de repulsión, pero
podía manejarlo.
Ahora ella iba a librar al mundo de eso.
La enfermera Colton sacó una jeringa. No contenía droga. Era una
jeringa de aire.
Pensó que si la cosa en la cama podía respirar, podría morir de una
embolia gaseosa.
Inclinándose hacia adelante, comenzó a inyectar aire en el puerto
intravenoso en el antebrazo de la cosa. No tenía ninguna duda de que lo
conseguiría porque sabía que estaba en un círculo protector. Este círculo
era tan fuerte que incluso si la sombra, fuera lo que fuera, estaba dentro
del círculo cuando lo proyectaba, el círculo impediría que la sombra hiciera
lo que quería hacer.
Cuando comenzó a presionar el émbolo de la jeringa… su círculo de
protección falló.
Lacerando el aire frente a la enfermera Colton, una sombra recorrió la
jeringa. La jeringa saltó de su mano, girando sólo una vez antes de
dispararse como una flecha hacia la garganta de la enfermera Colton.
Clavándose profundamente en su piel justo por encima de la clavícula,
vibró, enviando nerviosismo a través de su cuello.
La enfermera Colton sabía que si no agarraba la jeringa de inmediato, el
aire en esa jeringa la mataría. Así que reaccionó instantáneamente, sacando
la jeringa de su cuello sólo para que se la arrebataran de nuevo. Esta vez,
levantó las manos en señal de rendición.
La jeringa cayó al suelo y se partió por la mitad. Luego, una ráfaga de
aire caliente y húmedo atravesó la habitación y apagó todas las llamas de
las velas. Las velas volaron hacia atrás y golpearon las paredes.
La enfermera Colton nunca había visto desafiada su intención de forma
tan violenta, y estaba nerviosa. Pero no iba a demostrarlo.
Miró la vil masa en la cama.
—Encontraremos una manera.
Una risita vino desde fuera del pasillo. La enfermera Colton corrió hacia
la puerta y se topó con la enfermera Fremont, que estaba de pie como una
estatua, mirando al final del pasillo.

☆☆☆
—Fue por ese camino —le dijo Mia a la enfermera Colton.
—¿Quién? —preguntó ella, luciendo atónita.
—El niño pequeño.
—Empiezo a pensar que no es un niño —admitió la enfermera Colton.
Mia asintió.
—Yo también.
Las enfermeras se quedaron en silencio, mirando hacia el pasillo.
Entonces Mia preguntó—: ¿Qué acaba de suceder?
—¿Lo viste?
Mia asintió. Ella no tuvo miedo.
La enfermera Colton ladeó la cabeza y estudió a Mia durante varios
momentos.
—Tienes curiosidad —concluyó correctamente.
Mia asintió de nuevo.
—Okey. Adelante. —La enfermera Colton volvió a la habitación 1280.
Mia intentó seguirla, pero tuvo que detenerse en la puerta y taparse la
nariz.
A Mia le gustaba hacer listas. Llevaba listas de las mejores cosas de la
vida: las mejores experiencias, las mejores vistas, los mejores sabores, los
mejores olores, los mejores sonidos, etc. Y llevaba listas de las peores
cosas de la vida. Tres de los olores en su lista de peores olores eran huevos
podridos, cadáveres (desafortunadamente una vez fue ella quien descubrió
el cuerpo de una anciana en un apartamento adyacente sin familiares que
la revisaba… era el olor lo que había provocado al descubrimiento), y un
spray de zorrillo.
El olor en esta habitación era peor que los tres peores olores de Mia
combinados.
—Oh —dijo ella.
—Prueba esto. —La enfermera Colton le entregó a Mia un pequeño
recipiente de aceite esencial.
Mia lo olió y luego se frotó un poco por encima del labio superior.
Era mejor pero no estupendo. Aun así, Mia entró en la habitación.
No sabía lo que esperaba ver, pero no era esto. ¿Qué era esto?
—Pobre, pobre hombre —susurró.
La enfermera Colton miró la cama y suspiró. Luego dijo—: Sí. Pero el
hombre no es el problema.
Mia miró a la enfermera Colton y luego volvió a mirar lo que había en
la cama.
Mia nunca había sido aprensiva. De hecho, disfrutaba con las cosas
sangrientas. Había mirado el cadáver anciano que había descubierto, miró
directamente a la masa de gusanos y pensó—: Genial. Es la naturaleza en
acción.
¿Pero esto?
Esto no era la naturaleza.
Esto era exactamente lo contrario de la naturaleza. Era una violación de
la idea misma de naturaleza.
Ni un esqueleto ni un hombre, este contenedor de huesos quebradizos
de órganos y tejidos en descomposición todavía de alguna manera se las
arregló para mantener la vida suficiente para producir la actividad cerebral
que Mia podía ver en uno de los monitores. Eso era simplemente imposible,
fundamentalmente imposible.
—Lo que hay dentro es el problema —dijo Mia.
—Sí —respondió la enfermera Colton.
Mia pensó en las conversaciones que había escuchado. Las
conversaciones sobre el mal y el exterminio. Ahora tenían contexto.
Mia se volteó y se encontró con la mirada directa de la enfermera
Colton y asintió.
—Creo que entiendo.

☆☆☆
Mia era una genio.
Arthur se había sentido como un niño mimado, siguiendo al personal de
administración, pidiendo una y otra vez permiso para llevar al hombre de
la habitación 1280 al Centro de Distribución de Entretenimiento Fazbear.
Sin embargo, no pudo discutir con los resultados.
A pesar de las vociferantes y numerosas objeciones expresadas por las
enfermeras en el ala del hospicio e incluso de otras personas en el hospital
(cuando firmaron una petición), Arthur recibió una llamada a última hora
de la noche antes de decirle que podía llevar al hombre de la habitación
1280 al Centro de Distribución de Entretenimiento Fazbear si entraba y
firmaba una multitud de papeles que absolvían al hospital de cualquier
responsabilidad por lo que pudiera resultar del viaje. Así que, una vez más,
Arthur pedaleó hacia el Hospital Heracles. Hoy, vestía ropa de lluvia
completa porque no se podía discutir con las colosales nubes de tormenta
que dominaban el cielo. Ni un sólo rayo de luz del sol se abría paso a través
de las nubes negras y grises que lo hacían parecer más como el crepúsculo
que las 10:10 de la mañana.
La lluvia comenzó a caer cuando el hospital apareció a la vista. Arthur
mantuvo la cabeza gacha, navegando por las marcas del carril para bicicletas
en el borde derecho del camino de entrada. Cada automóvil que pasaba a
toda velocidad rociaba a Arthur con agua y golpeaba a Ruby, por lo que
sus neumáticos se tambaleaban un poco en el pavimento. Arthur se sintió
aliviado cuando miró hacia arriba y vio que estaba casi en el pórtico.
Pero luego sus pies se toparon con los pedales de Ruby. ¿Acababa de
ver lo que pensó que había visto?
Al levantar la mirada hacia el pórtico, contemplar la majestuosidad de la
fachada cubierta de parras del edificio y su intrincada estatuilla, estaba
seguro de que acababa de ver la cabeza de un niño asomándose por detrás
del Cerberus de piedra.
Arthur frenó, se secó los ojos y miró a través de las cortinas de lluvia
que lo separaban del hospital. Entrecerró los ojos, concentrándose tan
intensamente como pudo en Cerberus y la parte superior de las columnas
que flanqueaban el pórtico.
No.
No había nada ahí.
Debió haber imaginado lo que había visto. Toda esa charla sobre el niño;
había puesto la idea en su mente.
Pero… no pensó que lo hubiera imaginado.
Arthur intentó echar un último vistazo, pero las cortinas de lluvia se
convirtieron en sólidas paredes de agua que golpeaban la tierra como si la
madre naturaleza estuviera tratando de aniquilar a un enemigo. Ahora
Arthur no podía ver nada más que lluvia, así que se paró sobre los pedales
de Ruby y se cubrió a sí mismo y a su pobre bicicleta ahogada.
Diez minutos más tarde, todavía goteando agua donde quiera que fuera
porque llevaba su ropa de lluvia mojada con él, Arthur se sentó frente a un
escritorio muy diferente de todos los escritorios frente a los que se había
sentado durante su campaña para el viaje al Centro de Distribución de
Entretenimiento Fazbear. Este no era el escritorio de un empujador de
papel de bajo nivel. Este era el escritorio de alguien con poder, en este
caso, poder legal. Arthur se sentó frente al escritorio de Carolyn Benning
Graves, abogada principal del Hospital Heracles.
La Sra. Graves tenía sillas mucho más agradables que Pete y todas las
demás en la oficina de administración. Arthur estaba bastante cómodo en
un sillón con respaldo de cuero color burdeos.
—¿Entiende, padre Blythe, que cualquier daño que resulte del
transporte de este paciente, ya sea de propiedad o personal, será total y
completamente su responsabilidad?
Arthur asintió.
—Entiendo. —Su estómago dio un vuelco. ¿Y si algo salía mal?
Arthur ajustó su actitud. ¿Dónde estaba su fe? Él y el hombre de la
habitación 1280 estarían cuidados.
La abogada empujó una pila de papeles por la superficie limpia y pulida
de su escritorio de caoba.
—Por favor lea estos acuerdos, firme donde se indique y ponga sus
iniciales donde se especifique.
Arthur comenzó a inclinarse hacia adelante.
—Aquí no, padre Blythe —dijo la Sra. Graves. Hizo un movimiento y
una joven delgada y bien vestida apareció y recogió los papeles.
—Por favor, vaya con la Sra. Weber aquí. Ella lo llevará a un lugar donde
pueda leer y firmar. Me temo que tengo otra cita.
Arthur abandonó obedientemente el sillón orejero, sintiéndose
victorioso.

☆☆☆
Mia flotaba en el pasillo fuera de las oficinas legales del hospital. Le
habían dicho que el padre Blythe todavía estaba firmando papeles que le
daban la autoridad para llevar al hombre de la habitación 1280 al Centro
de Distribución de Entretenimiento Fazbear. A pesar de esos papeles,
esperaba poder convencerlo de que renunciara a la idea.
Apoyada contra la pared, Mia asintió y sonrió a todos los que pasaban,
pero en realidad no vio a nadie. Su mente no estaba en este pasillo con
ella. Estaba revisando lo que la había llevado a este lugar y este tiempo y
esta misión.
Mia no había entendido realmente por qué el único trabajo que pudo
encontrar fue en el ala de cuidados paliativos del Hospital Heracles. Ella
estaba altamente calificada y tenía excelentes referencias. Debería haber
podido conseguir una mejor posición. De hecho, se había sentido bastante
resentida por estar atrapada con lo que había conseguido.
Si no fuera porque su novio le recordaba continuamente que el trabajo
era un trampolín, se habría sentido bastante miserable. Pero entre su
aliento, sus maravillosos sándwiches y su propia naturaleza naturalmente
optimista, ella había estado razonablemente contenta aquí… excepto por
ser asustada por sus compañeras de enfermería en el ala del hospicio y sus
inquietantes conversaciones silenciosas.
Pero ahora las entendía. ¡Oh, vaya sí que lo hizo!
Mia también entendió por qué había conseguido este trabajo. Ella era
necesaria aquí.
—Hola, Mia.
Mia se concentró y se dio cuenta de que el padre Blythe estaba frente a
ella.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Mia sonrió mientras observaba al padre Blythe hacer malabares con una
pila de papeles, ropa de lluvia naranja y su casco de bicicleta rojo brillante.
El impermeable goteaba sobre los zapatos de cuero negro del padre Blythe.
Por alguna razón, siempre olía a cocos.
—En realidad, estoy aquí para hablar usted, padre —dijo Mia. Miró
alrededor del concurrido pasillo, luego miró al final del pasillo hacia una
pequeña sala de espera—. ¿Podría venir conmigo un segundo?
El padre Blythe miró su reloj.
—Peggy se reunirá conmigo en el frente con la camioneta de la iglesia.
Es accesible para sillas de ruedas. Voy a cambiar su Ruby por la camioneta.
—Luego miró a Mia a los ojos—. Pero está bien.
Mia tomó al padre Blythe del brazo y lo condujo por el pasillo. Ella
sonrió a todos mientras avanzaban, notando que varias enfermeras
fruncieron el ceño con desaprobación al padre Blythe.
En la sala de espera, Mia se sentó en una de las sillas de felpa color canela
y señaló la que estaba al lado. El padre Blythe se sentó a su lado.
—¿Qué pasa, Mia? Pareces preocupada.
—Lo estoy.
Miró los cálidos ojos marrones del padre Blythe. Tenía una cara tan
amable, una cara tan abierta. Podía ver que él había conocido el sufrimiento,
pero también podía decir que estaba resuelto en su intención de ver lo
bueno en todo. Tenía una de esas bocas que se curvaban hacia arriba,
incluso cuando su rostro era inexpresivo. Fue diseñado para ver la luz en
la oscuridad.
Al darse cuenta de que estaba esperando a que hablara, Mia miró a su
alrededor para asegurarse de que estaban solos. Se inclinó lo más cerca
posible del padre Blythe sin ser rara, inhaló y luego dijo apresuradamente
dijo—: Padre, sé que le di ese consejo sobre cómo obtener permiso para
sacar al hombre de la habitación 1280 del hospital. Pero no puede
aceptarlo. Simplemente no puede. El hombre de la habitación 1280… no
puede salir de este lugar. No puedo explicar por qué sé esto, pero lo sé.
No puede ir a dónde quiere ir. No puede llevárselo. Las otras enfermeras
tienen razón. Pensé que eran locas. Lo admito. Lo pensé. Pero ahora lo
entiendo. Tienen razón. Hay algo en ese pobre hombre. Hay algo ahí y no
puedes llevarlo a dónde quiere ir. No puede. Será devastador, incluso
catastrófico, si lo hace. No sé cómo ni por qué, pero lo sé. Tiene que
creerme. Yo… —Mia se detuvo. Se dio cuenta de que podía soltar otros
mil o incluso un millón de palabras y el padre Blythe no iba a cambiar de
opinión. Estaba justo ahí en su cara.
Labios apretados en compasivo pesar, espesas cejas grises fruncidas,
arrugas en la esquina de sus ojos muy abiertos, mentón levemente doblado,
todo esto estaba telegrafiando lo que iba a salir de la boca del padre Blythe.
—Mia —dijo cuando terminó— lo siento mucho. Pero tengo que llevar
a este hombre a donde quiera ir. Es su última petición.
—El hecho de que sea su última petición no la convierte en una buena
—intentó en vano Mia.
—¿Por qué esto es tan importante para ti? —preguntó el padre Blythe.
Mia no tenía una respuesta lógica. No estaba dispuesta a explicar lo que
había visto en su habitación del hospital; sabía lo loco que sonaba y no
podía perder este trabajo. Pero más allá de lo que había visto, todo lo que
tenía era un sentimiento, una intuición.
Quizás era una premonición.
—Simplemente lo es —dijo finalmente.
El padre Blythe dejó su impermeable y su casco de bicicleta. Se metió
los papeles bajo el brazo y tomó la mano de Mia.
—Mia, he vivido lo suficiente para ver el tipo de maldad que existe en
nuestro mundo. No lo he visto todo, de ninguna manera, pero he visto
más que suficiente para entender que mi actitud de “el vaso siempre está
medio lleno” no tiene base en la realidad terrenal. Supongo que ya debería
estar harto. Debería ser pesimista, listo para ver lo peor. Pero no soy así.
No lo soy porque elijo no dejar que el pasado coloree la forma en que veo
el presente. Elijo esperar, en todo momento, encontrar lo que es bueno.
—¿Pero y si no lo encuentra?
—Entonces siempre habrá otra oportunidad.
—¿Y si no la hay? —Mia podía oír el miedo en su voz. Se secó las
lágrimas que amenazaban con derramarse.
El padre Blythe inhaló y exhaló lentamente.
—Entonces pasaré lo que sea que me depare el próximo viaje, supongo.
Eso es todo lo que podemos hacer. Eso es todo lo que intento hacer por
el hombre de la habitación 1280.
Mia tragó y asintió.
—No cambiará de opinión.
—Lo siento pero no.
Mia se puso de pie y el padre Blythe recogió sus cosas.
—¿Puedo abrazarlo, padre? —preguntó ella.
—Por supuesto.
Se abrazaron y ella trató de verter en el padre Blythe la
inexplicablemente enorme cantidad de calidez que sentía por él. ¿O era
preocupación?
Se separaron y él dijo—: Adiós, Mia. Te veré de nuevo pronto.
—Adiós, padre —respondió mientras él la saludaba con la mano y se
dirigía por el pasillo.

☆☆☆
El Centro de Distribución de Entretenimiento Fazbear era una
colección masiva de edificios rojizos y blanquecinos que Arthur no podía
creer que nunca hubiera notado antes. Con el aspecto de bloques largos y
planos con lados de metal colocados al azar en grupos por un niño
gigantesco, los edificios debían haber estado aquí al menos veinte años. De
baja altura y salpicados de ventanas estrechas, todos necesitaban pintura o
al menos una buena limpieza. (Arthur estaba bastante seguro de que los
edificios eran de un blanco brillante y de un rojo brillante cuando se
construyeron por primera vez). A lo largo de los lados de la mayoría de
los edificios, los caminos inclinados conducían a muelles de carga de
hormigón agrietados. Incluso los grandes remolques metidos en al menos
una docena de esos muelles parecían haber estado en servicio durante un
buen tiempo. Algunos estaban oxidados. Muchos estaban abollados. Todos
estaban sucios. Es cierto que era un día triste, pero Arthur estaba seguro
de que incluso con la luz del sol brillante, este centro de distribución
parecería que necesitaba mucho cariño.
La dirección del centro de distribución, que Peggy le había dado a Arthur
junto con las instrucciones para llegar allí, resultó no ser un edificio, sino
una pequeña caseta de vigilancia vacía y una puerta abierta. Una vez que
atravesó esta entrada abandonada, Arthur no sabía exactamente qué hacer.
Ahora se dio cuenta de que la designación del centro Fazbear por parte
del hombre era casi como elegir “Iowa” como el lugar que quería visitar.
¿A qué parte específica de este lugar quería ir el hombre? Arthur miró por
el espejo retrovisor el bulto envuelto en sábanas en la silla de ruedas,
bloqueado en su lugar detrás del asiento del pasajero de la camioneta.
Todavía no estaba acostumbrado a ver los órganos secos y las venas
palpitantes en posición vertical. Tampoco estaba acostumbrado al olor.
Aunque había tratado de convencerse a sí mismo de no hacerlo durante
el viaje del Hospital Heracles a Fazbear Entertainment, Arthur estaba
seguro de que el hombre olía peor con cada milla que recorrían. La
camioneta estaba llena de un hedor terrible a azufre, heces,
descomposición, sangre y bilis.
Desde que el hombre de la habitación 1280 había sido trasladado de su
cama a la silla de ruedas, había estado goteando sangre y fluidos negros
viscosos. Las mezclas espesas empapaban ahora la sábana que rodeaba al
hombre y se acumulaban en el suelo de la furgoneta. Arthur sabía que
llevaría horas limpiar la camioneta después de este viaje.
A pesar de esto, el hombre se sentó erguido en su asiento. Estaba atado,
pero su cabeza no se inclinaba. Por supuesto que no tenía ojos, pero las
cuencas de sus ojos estaban dirigidas hacia adelante, como si pudiera ver
exactamente dónde estaban.
Sintiéndose cada vez menos seguro de lo que estaba haciendo, Arthur
se dijo a sí mismo que debía dejar de juzgar al pobre hombre por su
apariencia. Se aclaró la garganta.
—Entonces, ¿sabe a dónde quiere ir?
Arthur realmente no esperaba una respuesta, pero la obtuvo.
El hombre levantó uno de los huesos crujientes de su dedo y lo señaló
en una dirección que parecía indicar el edificio más grande de la colección
Fazbear. Arthur notó ahora que también era el edificio que tenía un gran
patio cubierto que conducía a una pared con fachada de vidrio.
Probablemente esa era la entrada principal.
Arthur se dio cuenta de que debería haber llamado con anticipación
para obtener permiso para llevar al hombre al centro de distribución, pero
tal vez su fracaso al hacerlo había sido inconsciente. ¿Cuál era ese viejo
dicho? ¿Era mejor pedir perdón que permiso? Algo como eso. Arthur no
quería otra batalla como la que había tenido que pelear en el hospital.
Con ese fin, Arthur decidió no dirigirse a la entrada principal que el
hombre le había indicado.
—Voy a encontrar una entrada lateral, eso creo —dijo Arthur en voz
alta—. Algo más privado. ¿Está bien con eso?
El hombre no se movió, pero Arthur pensó que podía escuchar una
percusión descuidada que emanaba del pecho del hombre. ¿Estaba
escuchando los latidos del corazón del hombre? Arthur reprimió los
escalofríos que comenzaron en la parte superior de su cabeza e hizo un
arpegio por su cuello hasta su columna vertebral.
Arthur puso la camioneta en marcha y la condujo hacia el costado del
edificio principal. Los neumáticos de la furgoneta hacían ruidos
burbujeantes sobre el pavimento mojado. Arthur se preguntó cómo
transportaría al hombre al interior del edificio sin mojarlo. De alguna
manera, empapar un cuerpo con apenas piel no parecía una buena idea.
Tan pronto como dobló la esquina del gran edificio, vio la solución a su
problema. Este lado del edificio tenía muelles de carga del tamaño de una
camioneta debajo de un voladizo.
—Pide y recibirás —dijo Arthur, sonriendo. Dijo una oración de
agradecimiento por la ayuda.
En el otro extremo de esta fila de muelles de carga, un par de
trabajadores fornidos con tirantes en la espalda y el ceño fruncido cargaron
cajas en una camioneta blanca sucia. No prestaron atención cuando Arthur
detuvo la camioneta de la iglesia paralela a la plataforma en el extremo
opuesto de los muelles.
—Esto debería funcionar —le dijo al hombre. Por supuesto que no
obtuvo respuesta.
Saltando de la camioneta, Arthur inhaló una bocanada de aire fresco.
Bueno, no exactamente fresco. El aire olía a grasa y solventes, pero al
menos olía mejor que el aire de la camioneta.
Arthur abrió la puerta lateral, quitó la silla de ruedas y la colocó en
posición en la rampa. Tratando de no ser demasiado remilgado al respecto,
tocó la sábana manchada de sangre y la ajustó para cubrir mejor al hombre.
No tenía nada con qué limpiarse los dedos, pero ignoró el problema y llevó
al hombre al edificio.
Dentro de las aberturas de las puertas enrollables de los muelles de
carga, el edificio se reveló como el corazón del Centro de Distribución de
Entretenimiento Fazbear. Extendiéndose tanto en la distancia que Arthur
no podía ver el final de ellos, los estantes del piso al techo contenían pilas
y pilas de cajas y paquetes cerrados de plástico. Peggy le había dicho que
Fazbear Entertainment creaba partes y disfraces para animatrónicos
utilizados en restaurantes y otros lugares. También creaba disfraces para
que los humanos los usaran y varios juguetes y otras mercancías
relacionadas con sus personajes más famosos. Arthur supuso que eso era
lo que había en todas las cajas y paquetes. También explicaba los murales
descoloridos de las paredes de color amarillo pálido; los murales
mostraban una variedad de extravagantes personajes de animales de
propósito cuestionable. A pesar de su apariencia alegre, Arthur no podía
estar seguro de que tuvieran la intención de ser amigables.
Frente al área de las estanterías, una serie de transportadores
transportaban cajas y paquetes en viajes por el edificio, viajes que
probablemente terminarían cerca de los muelles de carga. Algunos
trabajadores monitoreaban los transportadores mientras que otros
conducían montacargas por las filas del área de estanterías. Un hombre alto
con el pelo rojo deambulaba con un sujetapapeles, pero no miraba hacia
ese lado.
El edificio estaba sorprendentemente silencioso. Sólo el ruido sordo del
transportador, el zumbido de los motores de la carretilla elevadora y
algunos gritos y golpes rompieron el cavernoso silencio del lugar.
—Bueno aquí estamos. —Arthur volvió para mirar al hombre.
Y luego el hombre comenzó a convulsionar.
Varios pensamientos se enredaron en la cabeza de Arthur mientras
observaba cómo los huesos, los órganos y el tejido de la silla de ruedas se
agitaban de manera tan incontrolable que algunas de las costillas del
hombre se partían. Cuando la sangre voló y las cenizas de los tejidos
comenzaron a escupir, Arthur pensó: «Deberían haber dejado traer una
enfermera, ¿qué debería hacer? y ¿Por qué firmé todos esos papeles? Por
favor guíame».
Arthur se inclinó sobre la silla de ruedas justo cuando el hombre
colapsaba en un montículo de huesos y una masa indescriptible de partes
humanas fritas. Desconcertado, comenzó a rezar en silencio.
Pero antes de que Arthur pudiera pronunciar dos palabras de su
oración, los restos del hombre se agitaron. Luego estallaron como un
huevo de pesadilla que se abre para dar nueva vida.
Expulsando sangre negra pegajosa de olor fétido y una sustancia
parecida al alquitrán en un espantoso rocío por todo Arthur y el piso de
concreto liso del edificio, la explosión de huesos, venas y órganos ocurrió
en un instante. En ese instante, Arthur vio un vacío en los restos como un
portal al mismísimo infierno.
Luego se estaba limpiando frenéticamente fluidos nauseabundos y partes
viscosas del cuerpo de su cara. Mientras hacía esto, vio el cuerpo del
hombre caer de la silla de ruedas y Arthur supo que el hombre estaba
muerto.
Instintivamente, comenzó a rezar de nuevo. Pero mientras oraba,
escuchó algo que borró incluso el pensamiento de la oración de su mente.
Escuchó una ráfaga de pasos, pequeños pasos enérgicos que se alejaban
dando cabriolas hacia el área de las estanterías del edificio.
Arthur se enjugó los ojos de nuevo y miró a su alrededor. Al principio,
todo lo que vio fueron los restos del hombre. Por primera vez desde que
había reunido el coraje para mirar al hombre, todo el interior expuesto
estaba quieto.
Luego, la mirada de Arthur se posó en un rastro de pequeñas huellas
que estaban grabadas en la sangre y los fluidos carbonizados del hombre.
Siguió el rastro y vio que las huellas se alejaban del hombre, grabando el
suelo en la sangre del hombre como jeroglíficos temibles que marcaban el
camino.
¿El camino a dónde?
El hombre había seguido adelante. Pero algo no lo hizo.
—¿Padre? ¿Está todo bien? —Una voz de hombre, aguda en estado de
shock, le preguntó Arthur.
Arthur se volteó.
El que hablaba era el pelirrojo del portapapeles. Miró al suelo, su rostro
palideció, sus ojos estaban muy abiertos.
—En realidad, no, no creo que todo esté bien —dijo Arthur. Por
primera vez en su vida, estaba seguro de ello.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
Texas con su esposa y cuatro hijos.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de
reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las
computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la
costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
L arson se sentó en su escritorio ignorando todo lo demás en la oficina.
En cualquier día normal, habría tenido problemas para concentrarse
mientras Roberts rociaba ambientador hacia el escritorio de Powell,
mientras Powell le gritaba a Roberts por rociar el sándwich de albóndigas
de ajo de Powell, mientras dos motociclistas borrachos arrestados por
pelear seguían tratando de agredirse entre sí y mientras el resto de la gente
de la oficina hablaba por teléfono o entre ellos. Pero hoy no era un día
normal. Hoy, una banda de música podría haber estado haciendo
formaciones entre los escritorios y a Larson no le habría importado. Hoy,
estaba en algo. O al menos pensó que lo estaba.
Inclinándose sobre los papeles y las fotos frente a él, protegiéndolas con
los codos para no tener que explicar sus ideas a nadie más, primero
examinó detenidamente las fotos de la escena del crimen de Phineas
Taggart.
Mostraban exactamente lo que recordaba haber visto cuando había
llegado a la fábrica-de-científico-loco-de-laboratorio hace semanas atrás.
Ver la escena había sido como mirar el laboratorio de un Frankenstein
moderno. La habitación donde se habían encontrado los restos del
científico estaba repleta de equipos de escaneo, modificada de manera
incomprensible y conectada a la colección de basura más extraña que había
visto en su vida. Gran parte de la basura había sido tan desconcertante
como las modificaciones del equipo: engranajes, bisagras, piezas de maniquí
y artilugios antiguos que parecían dispositivos de tortura medievales. Pero
una colección de basura se había combinado de una manera especialmente
inquietante. Mirarlo le había torcido las entrañas a Larson y le había
congelado la sangre.
Debido a que estaba tan perturbado por lo que estaba mirando, no lo
había mirado de cerca. Ahora, se dio cuenta, había sido un idiota. Debería
haber mirado mejor. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de lo que
era el Stitchwraith mucho más rápido.
¿O lo habría hecho?
Incluso si lo hubiera armado, ¿no le habría llevado algún tiempo
aceptarlo? Aunque ahora estaba seguro, no estaba totalmente seguro
porque lo que estaba seguro era una locura. Si estuviera realmente seguro,
se lo diría a sus colegas. En cambio, estaba mirando la evidencia como si
fuera un tesoro que no estaba dispuesto a compartir.
Larson miró el conglomerado de basura que tanto lo había horrorizado.
Y lo supo; estaba mirando los comienzos de la extraña figura que buscaba.
En la foto que sostenía, la cabeza del muñeco sólo se podía ver de lado.
Así también lo había visto Larson en el laboratorio de Phineas. Por eso
Larson no reconoció de inmediato la cara dibujada cuando vio la imagen
en el sobre del jefe. Pero esa cabeza, estaba seguro de que era la cabeza,
estaba unida a un endoesqueleto de metal.
De acuerdo, siempre se describía a la figura misteriosa con una capa con
capucha, pero Larson recordaba haber visto una gabardina larga y
voluminosa con capucha en la ropa de Phineas. Eso fácilmente podría haber
sido identificado erróneamente como una capa.
Larson dejó la foto y comenzó a leer la lista de inventario de la
propiedad de Phineas. Pasando el dedo por la lista, leyó los elementos en
voz alta a voz baja. Se detuvo en el décimo elemento abajo. Ahí estaba: un
perro robótico, desmontado, fabricado por Fazbear Entertainment.
Larson volvió a mirar el endoesqueleto. Parecía tener una adición.
Entonces, parte de ese perro podría haberse usado en el endoesqueleto.
«De acuerdo, tenemos un endoesqueleto animatrónico vinculado a una
parte que proviene de un perro robótico de Fazbear Entertainment».
¿Estaba dando un gran salto conectando los puntos?
El perro se conectaba a Fazbear Entertainment, que estaba relacionado
con los asesinatos de Freddy's. Y el perro se conectó con la cosa con la
cara dibujada. Eso significaba que la investigación actual de Larson podría
estar relacionada con los asesinatos de Freddy's.
Un avión de papel golpeó la parte superior de la cabeza inclinada de
Larson. Lo abofeteó y frunció el ceño, mirando hacia arriba.
—Tierra a Larson —dijo Roberts. Los ojos grises del detective, muy
juntos, apuntaban a las fotos que Larson estaba protegiendo—. Te
pregunté qué estabas haciendo.
—Pensando.
—¿Sobre qué?
—Cosas estúpidas, probablemente. —De ninguna manera Larson iba a
decirle a su compañero de flecha recta, que usaba chaquetas de tweed con
coderas de cuero y dueño demasiado orgulloso de una perilla
perfectamente arreglada, sobre su teoría incipiente.
—¿Quieres almorzar?
—No, gracias.
Roberts miró a Larson por un momento. Larson le devolvió la mirada,
con el rostro tan inexpresivo como pudo.
—Está bien —dijo Roberts.
Larson disparó el avión de papel a través de su escritorio hacia Roberts.
—Buena —dijo, con la esperanza de distraer a Roberts de cualquier
sospecha de que Larson estaba en algo. Roberts estaba casi tan orgulloso
de sus aviones de papel aerodinámicos como de su vello facial.
Roberts sonrió.
—Gracias. —Se levantó y se alejó de su escritorio.
Larson esperó hasta que Roberts se hubo marchado y luego se puso de
pie. Necesitaba ir al casillero de pruebas. En el camino, masticaría su teoría.

☆☆☆
El antiguo edificio de piedra había albergado originalmente el
departamento de policía de la ciudad, pero ahora era el anexo del
departamento, donde se llevaban a cabo las funciones más oscuras del
departamento de policía y donde se guardaban todos los registros y
pruebas. En los pasillos mohosos del sótano del casillero de pruebas,
Larson se paró en una escalera de mano y sacó una pila de tres cajas
estropeadas de un estante sobre su cabeza. Dejándolas en el suelo, las tres
cajas una al lado de la otra, Larson se puso en cuclillas frente a ellas y les
quitó las tapas.
Tosió cuando el persistente olor a humo se elevó desde las cajas. Luego
miró dentro de cada caja. El ritmo cardíaco de Larson estaba en modo algo,
golpeando fuerte y rápido en su pecho.
El incendio, hasta ahora en el pasado que era casi una historia antigua
en el departamento, nunca se había resuelto. Larson no sabía mucho al
respecto, pero sí sabía que el incendio estaba relacionado con uno de los
fundadores de Fazbear Entertainment. Su idea era que si Stitchwraith
estaba conectado a Fazbear Entertainment y fue visto en el lugar del
incendio, Stitchwraith podría haber estado buscando algo que se habría
puesto en evidencia hace años. No creía que fuera demasiado difícil llegar
a esta conclusión, pero los primeros tres recuadros no contribuyeron
mucho a reforzar su teoría. Volvió a colocar sus tapas y subió por la
escalera de mano. Volvió a bajar, movió la escalera, volvió a subir y sacó
otra pila de cajas de los estantes. Esta vez quitó las tapas una a la vez.
Cuando quitó la tapa de la tercera caja, enarcó las cejas y asintió.

☆☆☆
Grim no había vuelto al patio del ferrocarril desde que había visto a la
misteriosa figura arrancando partes sueltas de las vías. Algo en esa figura
había hecho algo más que hacer que le dolieran los dientes. Le había dado
ganas de cavar un hoyo muy profundo y meterse en él.
Como no tenía una pala ni la fuerza para cavar un hoyo así, Grim había
decidido trasladar su lugar de reunión habitual al otro extremo de la
ciudad, donde las fábricas abandonadas se codeaban con varios barrios
antiguos incondicionales y el muelle oeste del puerto. Encontró un
cobertizo oxidado pero resistente a las afueras de una de las fábricas
abandonadas, una fábrica que había sido desocupada tan recientemente que
una carretilla elevadora en mal estado todavía estaba en cuclillas cerca.
El cobertizo, aunque hermético y limpio, no había sido descubierto por
nadie más como Grim, por lo que instaló la casa debajo de un estante largo
y ancho debajo de una ventana sucia. Debido a que sabía que otros podían
sentirse atraídos por lugares tan desiertos, estaba feliz de haber
encontrado que el estante de su cobertizo era una plataforma de descanso
adecuada para vigilar su entorno.
Y fue una suerte que estuviera atento, porque en su tercera noche en
el cobertizo, vio a la misteriosa figura. Feliz de estar al menos en sus locos
pensamientos habituales esta noche, todavía tenía problemas para seguir
respirando mientras veía a la figura arrastrar una bolsa a través de una
abertura del tamaño de una puerta de garaje doble en la carcasa metálica
cuadrada de la fábrica.
¿Qué lo impulsó a seguir la figura para ver adónde iba? ¿Era esa
curiosidad que había sentido la última vez que vio la figura o era quizás un
impulso autodestructivo?
Quizás era esa voz loca en su cabeza.
Fuera lo que fuera, Grim se encontró a sí mismo corriendo
sigilosamente, y tal vez un poco inestable, hacia la abertura por la que
desapareció la figura. Cuando la alcanzó, dudó por un segundo,
cuestionando la sabiduría de sus acciones, pero atravesó la abertura de
todos modos.
Preparándose para ser asaltado en el segundo en que entró, Grim se
sorprendió y alivió al encontrarse en un espacio vacío del tamaño de un
garaje triple que se ensanchaba en otro espacio más allá. Y estaba aún más
sorprendido y complacido de escuchar movimiento en ese segundo espacio
y ver suficiente luz para abrirse camino sobre el piso de concreto
sembrado de escombros.
El movimiento de arrastre que escuchó fue desconcertante y habría
enviado a cualquier persona normal a correr por su vida. Sin embargo,
Grim no había sido normal durante varios años. Cuando Grim alcanzó el
borde delantero del segundo espacio, se detuvo. Esperó, escuchando hasta
que el sonido de raspar y sacudir de la bolsa al arrastrar estuvo lo
suficientemente lejos como para que se sintiera bastante seguro de que
podía seguirlo sin toparse con su presa.
No pasó mucho tiempo para que él sintiera que debía hacer su
movimiento. Tomando una respiración profunda en busca de valor, dio
otro paso. Y se detuvo.
Estaba en una enorme extensión cuadrada, una extensión con paredes
planas y techos altos, una extensión llena de montones de basura. Supuso
que este era el piso principal de la antigua fábrica. Tenía al menos un par
de miles de pies cuadrados de tamaño, y su techo alto llegaba a un banco
de tragaluces, lo que permitía que la luz del día iluminara el área.
Grim se dio cuenta de que estaba de pie en un borde elevado del suelo,
un borde de unos cinco metros de ancho. Corría alrededor del perímetro
del enorme espacio. Varios juegos de escaleras de hormigón con barandas
de metal conducían a un nivel unos seis pies más bajo. En ese nivel, en un
lado de la plaza cavernosa, un compactador de basura enorme, sucio y azul
se colocó parcialmente en el piso de concreto. Tenía un conducto sucio y
lleno de cicatrices que conducía desde el borde elevado hasta sus entrañas
metálicas. Estaba tranquilo y silencioso ahora, pero Grim podía imaginarlo
en acción, golpeando la basura y luego tirándola a un pozo de concreto
poco profundo cerca del final de su letal recinto. Cerca del conducto del
compactador de basura, un pequeño estante colgaba de la pared. El estante
contenía una maceta con dos flores de color rojo brillante con forma de
estrella de mar.
Grim no podía imaginar nada más fuera de lugar que esas dos flores
junto al poderoso devorador de basura.
Grim parpadeó y observó cómo la figura encapuchada arrastraba su
bolsa hasta uno de los montones de chatarra. No pudo ver lo que había en
la bolsa, pero vislumbró el brazo de una muñeca colgando de la abertura.
Vestida con un vestido azul brillante con volantes de un rosa igualmente
brillante, el brazo se veía tan inocente y dulce. No pertenecía a esta
habitación de chatarra metálica y mecánica. Nada pertenecía a una
habitación así. Porque la basura en esta habitación no era una basura
cualquiera. Era la basura de las pesadillas, la basura de historias
escalofriantes. La basura en esta habitación era una colección de las peores
monstruosidades mecánicas imaginables. Al ver los restos que había visto
retirados de las vías, Grim también vio el cadáver de un perro robótico y
varios personajes animatrónicos parciales. Parecía que alguien había volado
una fábrica de espeluznantes juguetes robóticos y luego había amontonado
sus restos.
Ni siquiera las voces locas en su cabeza pudieron convencer a Grim de
quedarse en esta habitación. Retrocedió y se retiró tan silenciosamente y
tan rápido como pudo a su cobertizo oxidado.

☆☆☆
Jake, consciente de que lo estaban observando pero no preocupado
porque podía sentir el alma y el carácter de la persona que miraba, vació
la última bolsa de artículos infectados en la pila más corta de la fábrica
abandonada.
Le entristeció ver el brazo de la muñeca. Bueno, todo eso lo entristeció,
en realidad.
Los juguetes no deberían haber sido cosas que tuvieran terror, ira y
miedo. Deberían haber sido contenedores de alegría, amor y risa.
Desde que Andrew le había contado a Jake sobre todas las cosas
infectadas, Jake había estado usando lo que él y Andrew tenían para reunir
todas las cosas que Andrew había infectado. Cuando tuvo la idea de hacer
eso por primera vez, no estaba seguro de cómo lo haría realmente. No
sabía en qué estaban él y Andrew entonces, sólo que estaba hecho de metal
y podía moverse. Pero luego comprendió que estaba en un endoesqueleto
animatrónico operado por un paquete de baterías. Y comprendió que
estaba mirando el mundo a través de los ojos de una muñeca. Nada de eso
le pareció extraño.
Lo único que le pareció gracioso fue que lo que llevaban era una
gabardina con capucha. Ir con una gabardina se sentía realmente tonto.
Y también era difícil repasar todo esto. Más difícil de lo que había
pensado que sería. ¡Andrew había infectado muchas cosas!
Jake no había entendido lo cansado que iba a ser usar su voluntad para
sacar las ubicaciones de la mente de Andrew y hacer que el animatrónico
recorriera el lugar encontrando las cosas. Jake se sentía tan agotado, como
antes de dejar su cuerpo de niño. No estaba seguro de poder seguir
haciendo lo que tenía que hacer, tal vez debería simplemente darse por
vencido y dejarlo ir. Jake no había hecho nada malo. ¿Por qué tenía que ser
él quien arreglara el lío de Andrew? ¿No era un buen chico? ¿No se merecía
divertirse?
—Creo que necesitamos cacahuetes, ¿no es así, Jake? —preguntó un
hombre sonriente.
Una multitud aplaudió y un hombre diferente gritó—: ¡Perritos
calientes! ¡Lleve su perrito caliente aquí!
—¿Quizás un perrito caliente también? —dijo el hombre sonriente.
Jake se quedó helado con la bolsa vacía en la mano.
¿Eso era un recuerdo? ¿Sólo tenía un recuerdo?
Él ladeó la cabeza. Desde que había estado en este endoesqueleto de
metal, no había tenido sentido del olfato. Pero ahora sentía como si
estuviera inhalando los aromas de cacahuetes y salchichas. También podía
sentir algo nuevo. Su rostro… o el rostro en el que estaba… de repente
se sintió cálido, como si estuviera afuera a la luz del sol en lugar de donde
estaba: adentro, en una sucia fábrica.
Esto tenía que ser un recuerdo, porque seguro que no estaba
sucediendo en este momento.
Se sintió como un recuerdo, y el hombre en su memoria había dicho su
nombre.
No, espera. No era sólo un hombre. Era su papá. ¡Jake acababa de
experimentar un recuerdo de su padre!
—¿Para qué son las flores? —preguntó Andrew.
Jake lo ignoró. Estaba concentrado. El recuerdo, si eso es lo que era, se
había sentido realmente bien. Jake quería más. Cerró los ojos y se centró
en los olores, los sonidos y las sensaciones.
—Vamos a tener ambos —dijo el padre de Jake. Hizo un gesto y un
hombre se acercó con una bandeja llena de cacahuetes tostados en bolsitas.
Jake sintió que se acomodaba en su cuerpo de niño. Miró a través de
los ojos del niño y vio un gran campo de césped y una gran multitud de
personas.
—¿Jake? ¿Y las flores? —preguntó Andrew.
Jake no respondió. En su lugar, tomó una regadera que había dejado
debajo del estante que sostenía la maceta. Se acercó a regar las flores.
Al mismo tiempo, volvió a su memoria.
Mientras Jake observaba a su padre cambiar dinero por una de las bolsas
de la bandeja, lo comprendió. Por primera vez desde que se dio cuenta de
estar en el animatrónico en el que estaba ahora, se conocía completamente
a sí mismo como realmente era. Era Jake, el niño pequeño, y estaba
reviviendo una tarde en un juego de béisbol con su padre. Se sentía tan
real, y… Jake comenzó a sentirse como si estuviera siendo succionado por
la cosa en la que estaba.
Se sentía como si fuera una bocanada de humo, y estaba siendo llevado
por una corriente de aire lejos del ser que lo había contenido. Podía
sentirse atraído hacia el recuerdo mismo, e intuitivamente comprendió que
si estaba envuelto en el recuerdo, podría permanecer en ese lugar feliz
para siempre.
El crujido de un murciélago resonó y la multitud se puso de pie,
vitoreando.
—¡Levántate el guante, Jake! —gritó su papá. Jake levantó su mano
enguantada.
Y se alejó aún más del animatrónico en el que había estado.
—¿Jake? ¿A dónde vas? ¡Jake! —gritó Andrew.
Jake se dio cuenta de que podía relajarse fácilmente en este maravilloso
recuerdo y permitir que todo lo que él era fuera extraído del animatrónico
que lo contenía a él y a Andrew. Podría dejar de esforzarse tanto. Podría
ir a divertirse.
—¿¡Jake!? —gritó Andrew.
Pero Jake no podía dejar a Andrew. Su nuevo amigo nunca había
conocido el amor, y si Jake se iba, Andrew estaría perdido para siempre.
Jake no podía permitir que eso sucediera.
Jake miró fijamente las pilas de basura en el compactador; forzó el
recuerdo de su mente. Al poner toda su atención en que estaba aquí ahora,
borró el recuerdo de su conciencia como si estuviera borrando una
pizarra.
Mientras lo hacía, volvió a sentarse en su lugar en el animatrónico. Regó
las flores e ignoró las repetidas preguntas de Andrew.
Fazbear Frights

#6
Scott Cawthon
Kelly Parra
Andrea Waggener
Copyright © 2020 por Scott Cawthon. Todos los derechos
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Portada diseñada por Betsy Peterschmidt
Primera impresión 2021
e-ISBN 978-1-338-73359-4
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internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
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Portadilla
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Blackbird
Por Andrea Waggener

El verdadero Jake
Por Andrea Waggener

Búsqueda-del-Escondite
Por Kelly Parra

Acerca de los Autores


Rompecabezas
— T iene que ser sangriento. —Nole se sentó hacia atrás en su silla,
con la espalda recta y las piernas abiertas. A pesar del plástico barato de la
silla y del ambiente poco lujoso de la habitación, Nole se las arreglaba para
parecer tranquilo y confiado. Sam se preguntaba cómo lo conseguía con
tanta facilidad.
Sintiéndose como el nerd que era, Sam trató de ajustar sus largas
piernas para adaptarse a otra de las sillas de plástico baratas. No estaba de
acuerdo con Nole—: El horror no está en la sangre. Está en el factor de
fluencia.
—Factor de fluencia —repitió Nole.
—Es un término técnico.
Nole asintió.
—Debo haberme quedado dormido cuando Grimmly estaba hablando
de eso.
—Lo más probable es que estuvieras mirando a Darla Stewart.
—Tienes un punto.
—Y no vamos a llegar a ninguna parte. —Sam suspiró y volvió a moverse
en su asiento. Tenía calambres en las piernas. Estaba hambriento. Y estaba
bastante seguro de que él y Nole eran la única pareja en la habitación a la
que todavía no se le había ocurrido una idea.
Aunque Sam estaba de espaldas al resto del espacio, podía escuchar el
revoltijo de ocho conversaciones silenciosas que se desarrollaban por toda
la habitación de paredes grises. El salón de clases tenía poco para
amortiguar el intenso balbuceo: algunas mesas plegables, algunas sillas de
plástico, un armario portátil repleto de equipos de sonido y una pantalla
de visualización. A través de una puerta abierta detrás de Nole, Sam podía
ver la sala de proyectos, que tenía un espacio abierto para filmar escenas,
una pantalla verde y varios estantes llenos de más equipos audiovisuales.
Las conversaciones entre los compañeros de clase de Sam eran en su
mayoría incomprensibles porque se llevaban a cabo en susurros y
murmullos cautelosos, para que no robaran una idea brillante. De vez en
cuando, sin embargo, alguien se emocionaba y Sam podía escuchar
pronunciar una palabra: asesino en serie, zombi, vampiro, demonio. Las
palabras que escuchó le quitaron algo de la tensión de los hombros. Si esas
eran las ideas de los otros equipos, tal vez él y Nole todavía tenían una
oportunidad. Todavía no tenían una idea, pero al menos no tenían una idea
poco original.
—Tienes que admitir que tiene un buen furgón de cola —dijo Nole.
Sam estiró las 37 pulgadas de sus piernas y miró sus enormes pies. Tanto
las piernas como los pies de Sam desafiaban las proporciones normales que
deberían haber ido con su cuerpo de dos metros y medio. Según una tabla
que le mostró su médico una vez, sus piernas deberían haber medido
aproximadamente 34½ pulgadas de largo. No pensarías que 2½ pulgadas
extra serían mucho, pero aparentemente fueron suficientes para hacer que
Sam pareciera una cigüeña o una garza o una grulla (había escuchado las
tres de varios compañeros poco amables). Y esos centímetros fueron
suficientes para hacerlo propenso a grandes demostraciones de torpeza
desgarbada, lo que le impidió convertir su altura en algo útil como, por
ejemplo, en una cancha de baloncesto. Lo único que hacían las piernas de
Sam, por lo que podía decir, era interponerse en su camino.
—Tierra para Sam.
—¿Eh?
—Parece que nos estamos quedando atrás, amigo. —Nole hizo un gesto
hacia la habitación detrás de los hombros de Sam. Sam miró a su alrededor.
Cuatro equipos salían de la sala. Dos se estaban preparando para irse. Sólo
otros dos equipos seguían hablando. Estupendo.
De hecho, era genial. Sam pensaba mejor en silencio. Él miro su reloj. El
aula estaría abierta otra media hora. Tenían treinta minutos para pensar en
algo.
—¿Podrías levantarte de esa silla? —Nole lanzó su pie y pateó el costado
del asiento de Sam—. Te estás retorciendo tanto que me recuerdas a mi
sobrino cuando necesita orinar.
—No puedo ponerme cómodo.
—Mi corazón sangra.
—Ahí tienes otra vez la sangre.
Nole sonrió.
—Se trata de la sangre.
—En serio. Tenemos que pensar.
—¡Oye! —La postura indiferente de Nole desapareció. Echó un vistazo
a los equipos restantes—. En serio, amigo, levántate de la silla. Ven aquí.
—Nole salió de su silla con envidiable gracia y dio un par de pasos hacia la
pared detrás de él. Deslizándose por la pared, dobló sus piernas de largo
normal, perfectamente proporcionadas para su estatura de seis pies y uno,
en una posición meditativa. Hizo un gesto a Sam de nuevo cuando Sam
vaciló.
Así que Sam se rindió en la silla demasiado pequeña y puso torpemente
su cuerpo delgado en el suelo frente a Nole. Tuvo que admitir que sus
piernas estaban más felices.
Nole se inclinó hacia adelante y habló en voz baja.
—¿Te acuerdas de Freddy Fazbear's Pizza? —El aliento de Nole olía a
regaliz.
Sam se apartó.
—Claro. ¿Por qué?
Nole bajó la voz a un susurro tan débil que Sam tuvo problemas para
entenderlo. Todo lo que escuchó fue una animación espeluznante. Pero
eso fue suficiente.
—¡Oh, esos! —Sam sintió la piel de gallina en sus brazos. Se alegraba de
llevar una camiseta de manga larga para que Sam no viera cómo le afectaba
la mención de los personajes—. Sí, esos eran espeluznantes, de acuerdo.
—Pensar en la pizza me dio la idea —dijo Nole.
—¿Qué idea?
Nole miró hacia el aula de nuevo. Sam también la comprobó. Sólo
quedaba otro equipo. Era la infame Darla, su fino furgón de cola, y su amiga
Amber, quien en realidad era la buena de las dos chicas. Tenían sus cabezas
juntas y parecían tener un desacuerdo susurrado.
No estaban prestando atención a Nole y Sam.
—Mi idea es escribir una trama de historia de terror en torno a un
animatrónico espeluznante propio —le susurró Nole a Sam.
Sam, nervioso por sólo pensar en los personajes animatrónicos de
Freddy Fazbear, tuvo que admitir que era una gran idea.
—¡Me gusta!
—Impresionante. —Nole extendió un puño y Sam lo golpeó.
—Entonces, ¿cuál sería un buen personaje? —preguntó Nole.
—¿Me estás preguntando?
—Tú eres el genio.
Sam no era un genio, pero obtenía buenas notas. Algunas personas,
como Nole, que tendían a ser un poco tontas, confundían esas cosas.
Sam se echó hacia atrás y volvió a mirar sus pies. «Un buen personaje
animatrónico. Un buen personaje animatrónico. Un buen animatrónico…»
Sam se miró las piernas. «Cigüeña, garza, grulla».
—¿Qué tal un pájaro? No un pollito, obviamente. Algo más obviamente
intimidante.
—No está mal. ¿Qué tal un ganso?
—¿Un ganso? —Sam repitió en voz alta. Él rio.
—No te rías. Un ganso me atacó cuando era pequeño. Todavía tengo
las cicatrices.
—¿En serio?
Nole se subió la pernera izquierda de sus vaqueros descoloridos. Señaló
una cicatriz blanca debajo de su rodilla.
—¿Te mordió?
—No. Me persiguió mientras estaba en mi bicicleta. Me caí de la bicicleta
y me corté la rodilla.
Sam se rio de nuevo. Nole dejó caer la pernera del pantalón.
—Lo siento —dijo Sam—. Puedo ver que estás traumatizado.
Nole miró fijamente a la distancia media.
—No tienes idea. Probablemente necesite terapia.
—No creo que quiera hacer una película de terror sobre un ganso
animatrónico —dijo Sam.
—Estás bien. Necesitamos el factor de fluencia. ¿Qué hace a un pájaro
espeluznante?
—Ustedes ganaron el premio del huevo podrido —llamó Amber desde
el otro lado de la habitación.
—Dejando lo mejor para el final —dijo Nole, sosteniendo sus manos
entrelazadas sobre su cabeza en un gesto de victoria.
Amber se rio.
—Eres un idiota.
Darla no dijo nada y las dos chicas salieron del salón, hablando de una
lectura de poesía para su clase de inglés.
—Le gustas —dijo Sam.
—Ella piensa que soy un idiota.
—Así que le gustas y te conoce.
Nole pateó el pie de Sam.
Sam volvió al problema.
—¡Oh, lo tengo! —Se sentó y dijo, en un tono solemne y ominoso—:
Érase una noche lúgubre…
—¿Eh?
—Oh vamos. No eres tan idiota.
—Podría serlo.
—Dijo el Cuervo —instó Sam.
—¿Eh? Oh espera. Yo se esto. Ese poema del tipo aterrador. Poe. Oh.
Un cuervo.
—Sí. Sólo que no, no del todo. El cuervo, obviamente, es un cliché.
Estoy pensando en un mirlo. Tiene la misma connotación, pero los mirlos
son un poco más pequeños. Son pájaros cantores, y en realidad tenemos
más de ellos en nuestra área que cuervos.
—¿Cómo sabes estas cosas?
—Soy un genio, ¿recuerdas?
—No. Lo había olvidado, porque soy un idiota.
Ambos rieron.
—Okey. Así que tenemos un mirlo espeluznante —dijo Nole—. ¿Ahora
qué?
—¿Alguna vez uno de ellos te miró fijamente? —preguntó Sam—.
Quiero decir, ¿realmente te miran fijamente?
—Había uno en el patio el otro día. Estaba pensando en saltarme Psych
201, y ese pájaro seguía mirándome, y me sentí tan culpable que fui a clase.
Sam chasqueó los dedos.
—Eso es tonto, pero creo que tienes algo.
—¿Qué?
—Culpa.
—Idiota aquí, ¿recuerdas? Tienes que deletrearlo.
—Nuestro animatrónico, “el Blackbird” —Sam le dio el nombre entre
comillas con los dedos— hará que confieses tus secretos más oscuros, y
luego, cuando lo hagas, vendrá a castigarte por tus pecados. Nunca te
dejará libre, nunca te dejará descansar. Podemos hacer que Blackbird
básicamente persiga a un pobre tipo hasta matarlo.
—¿Habrá sangre? —preguntó Nole.
—Eres un necrófago. —Sam se mordió el labio inferior—. En realidad,
un poco de sangre no estaría mal.
—“¿Si nos pinchas, no sangramos?”
—Wow. ¿Estás citando a Shakespeare? Tal vez tu cosa idiota sea todo
un acto.
—Nunca lo diré.
—El Blackbird te hará confesar —dijo Sam con una risa malvada.

☆☆☆
Sam y Nole finalmente terminaron de planear la película justo a tiempo
para su próxima clase. Aunque podría decirse que era demasiado alto para
el papel, Sam pensó que sería divertido interpretar al Blackbird. Nole, quien
honestamente no quería vestirse como un pájaro, dijo que el tamaño de
Sam haría que el Blackbird sea aún más aterrador. Eso dejó a Nole con el
papel del pobre culpable asediado.
—Puedo ser patético —dijo Nole con orgullo más tarde ese día
mientras compartían una pizza.
—Eso es posible —asintió Sam.
Cuando Nole y Sam estaban a la mitad de su pizza de pepperoni y
jalapeño, Amber entró en el restaurante de paredes de ladrillo y los vio.
—¿Tienen espacio para uno más? —Señaló el asiento de vinilo negro en
el que se sentaba Nole.
Nole se acercó.
—Seguro. Pero mantén tus guantes fuera de nuestra pizza.
—No quiero tu apestosa pizza —respondió Amber.
Sam le sonrió a Amber mientras llamaba a un mesero y pedía un
refresco.
—Entonces, ¿de qué trata su película? —preguntó ella.
—¿De verdad te gustaría saberlo? —dijo Nole, con los ojos
entrecerrados con sospecha.
Amber inhaló.
—Sólo estaba conversando.
—¿De qué se trata la tuya?
—Se trata de tejer. —Su sonrisa dijo que se sentía bastante bien con su
proyecto.
—¿Hablas en serio? —preguntó Nole.
—Absolutamente.
—¿Habrá sangre? —preguntó Nole.
Sam se rio y negó con la cabeza.
—Mucha —respondió Amber.
Nole señaló a Sam.
—¿Ves? Debe tener sangre.
Sam lo ignoró.
La pizzería estaba llena de gente y era ruidosa. Por encima de los olores
de pepperoni picante, salchichas y salsa de tomate, el pequeño espacio
vibraba con el ritmo del rock clásico proveniente de los altavoces del
techo. Sam saludó con la mano a algunos amigos, luego vio a Amber mirar
a Nole.
Sam no estaba seguro de por qué Nole no invitaba a salir a Amber. Ella
era linda. No del tipo de Sam… las pocas chicas con las que había salido
eran más altas y más serias que Amber.
¿Pero Nole? A Nole le gustaban las chicas con las que podía reír, y a las
chicas parecía gustarles los ojos azules de Nole, el cuerpo de atleta y el
pelo rubio desaliñado.
Amber, también rubia, de ojos azules y en buena forma, se veía bien
junto a Nole. Incluso se vestía como él, usualmente con jeans descoloridos,
camisas blancas y, cuando el clima lo permitía, chaquetas de cuero.
Sam parpadeó cuando Amber se inclinó sobre la mesa, soplando el papel
que envolvía el extremo de la pajita y hacia su cara.
—Me dijo que su película trata sobre un pájaro. Creo que está
mintiendo.
Sam sonrió.
—En realidad no.
—¿Te refieres a los pájaros?
Nole resopló y agitó una rebanada de pizza.
—No somos tan derivados.
—Oh. Gran palabra —dijo Amber.
Sam se rio. En realidad, estaban siendo un poco derivados, ¿no es así?
Estaban subiendo a cuestas de Freddy Fazbear's Pizza.
A Sam se le erizó el pelo de la nuca. ¿Por qué pasaba eso cada vez que
pensaba en el lugar?
Sam sacó su billetera y arrojó algo de dinero en efectivo sobre la mesa.
—Necesitamos empezar.
—¿En qué? —preguntó Amber.
—Nunca lo diremos —dijo Nole.
Amber le dio un golpe en el brazo.
«Ah. Amor verdadero», pensó Sam

☆☆☆
Muchos de los compañeros de clase de Sam pensaban que era patético
que viviera en casa, pero a él le encantaba. Primero, se llevaba muy bien
con sus padres, quienes lo apoyaban y lo divertían. En segundo lugar, tenía
mucha más privacidad y espacio del que tendría en un dormitorio; sus
padres habían remodelado el sótano para convertirlo en un amplio
apartamento para él con su propia cocina, baño, área para dormir y espacio
para sus proyectos cinematográficos. Y tercero, le gustaba salir del campus
al final del día. Sólo podía soportar una parte de la constante charla, la
angustia escolar y social y el ritmo frenético. Además, no tenía ningún uso
para la fiesta; trabajar en sus proyectos era más divertido que beber y
actuar como un idiota.
La casa de Sam estaba a unas dos millas de la universidad, una distancia
fácil para caminar, lo cual era bueno, ya que no tenía coche. Él también
disfrutaba de la caminata a casa. Siguió las vías del ferrocarril que corrían a
lo largo de la cima de una pendiente empinada y boscosa hacia una zanja
rocosa y una alcantarilla que separaba las tierras de cultivo de la extensa
superficie de la universidad. A Sam le gustaba fingir que era un viejo
vagabundo que caminaba, esperando para tomar un tren para viajar a
aventuras lejanas. De hecho, Sam estaba trabajando en un guion sobre
tolvas de carga, ambientado a mediados del siglo XX. Sabía que era un
estilo de vida duro, pero tenía un atractivo romántico para él, tal vez
porque nunca había sentido que encajara en la vida corriente.
Y, por supuesto, su proyecto actual no iba a ayudar con eso.
Tres días después de que Sam y Nole decidieran la trama de la película
de terror, Sam se sentó en la silla de escritorio de pedido especial que su
madre le había comprado, en la enorme mesa de manualidades del sótano.
Cubriendo la mesa de madera de color rubio pálido había montones y
montones de largas plumas negras. Afortunadamente, el padre de Sam era
un comerciante que tenía el don de encontrar artículos raros: podía
localizar prácticamente cualquier cosa que Sam necesitara para sus
proyectos. Hoy, su padre se había encontrado con Sam en el camino de
entrada con varias cajas de plumas, que había ayudado a Sam a transportar
por las escaleras del sótano. Antes de salir del sótano, el padre de Sam
cantó—: Adiosito, adiosito, Blackbird.
—Muy gracioso, papá —dijo Sam subiendo las escaleras.
Él sonrió ante la respuesta risa y comenzó a sacar plumas de las cajas.
La idea de Sam para el disfraz de Blackbird era tejer largas plumas negras
en una tela negra de red que luego se cosería en un traje negro para abrazar
el cuerpo, como una envoltura de plumas. Esto iba a requerir mucha
colocación, fijación y costura de plumas. Así que Sam puso bluesy jazz y se
puso a trabajar.
A las 11:30 p.m., Sam se sobresaltó cuando sonó el teléfono. Era Nole.
—Amber me invitó a salir.
—Bien.
—Pensé que se suponía que tenía que pedir que saliéramos.
—¿Alguna vez has oído hablar de la liberación femenina?
—Vagamente. Vengo de una familia de machistas. Todavía estoy en la
curva de aprendizaje.
—¿Qué le dijiste? —Sam hizo una mueca, apuñalando su dedo con la
aguja por centésima vez.
—Le dije sí. No pude pensar lo suficientemente rápido como para decir
nada más. Además, he decidido que su furgón de cola podría ser tan bueno
como el de Darla.
—Eso es importante.
—¿Cómo va el disfraz?
—Bien, creo. Debería tenerlo listo para mañana por la tarde, y podemos
trabajar en el set.
—Lo cual es una tragedia —se quejó Nole.
—¿El set?
—No trabajaré en eso mañana. Mañana es sábado. Los sábados son para
divertirse.
—Será la única vez que nos pueden asignar el estudio de rodaje —le
recordó Sam.
—Una pena.
Sam lo ignoró, colgó el teléfono y volvió a coser plumas.
Unas horas más tarde, dio los toques finales al disfraz: unió a la cabeza
dos ojos amarillos y negros y un pequeño pico puntiagudo de color naranja.
A pesar de que estaba exhausto, se puso el traje y se paró frente al espejo
de cuerpo entero detrás de la puerta del baño.
Sam casi gritó cuando se vio a sí mismo… porque lo que estaba mirando
ya no era él. No era tanto que estuvo tentado de arrancarse el traje y
encontrarse de nuevo. Sintió que su creación lo había asimilado.
Se había transformado. No podía ver ninguna parte de Sam. Todo lo
que vio fue un mirlo del tamaño de un monstruo. Su diseño había salido
exactamente como lo había imaginado: las proporciones de gran tamaño
hacían que el traje pareciera casi adecuado para los niños, pero los ojos
abiertos y muertos y las plumas de medianoche que goteaban eran
profundamente inquietantes. No tenía ninguna duda de que el pobre Floyd,
el personaje de su película, se arrepentiría seriamente de sus oscuros
secretos cuando se encontrara cara a cara con Blackbird.
Gracias a la enorme cantidad de plumas que su padre le dio, Sam había
podido aproximarse a la forma del vientre completo de un mirlo. Había
modelado la curva del vientre para que llegara hasta debajo de las rodillas,
de modo que las patas del pájaro comenzaran en sus canillas, transmitiendo
proporciones realistas. Su mamá lo había ayudado con la parte de los pies
del disfraz. Su madre, que amaba todas las cosas aterradoras, encontró un
par de zapatos para el agua que se ajustan al cuerpo y unas mallas negras
extra grandes con un patrón de escamas. También le mostró a Sam cómo
dar forma a los dedos de los pájaros con goma negra, en la que luego hizo
surcos profundos.
Juntos, usaron epoxi para esculpir garras de pájaro, que Sam insertó en
los dedos de los pies de goma. Unió las patas de pájaro a los zapatos de
agua para que pareciera que los dedos se extendían naturalmente. A
primera vista, Sam era un enorme mirlo. Y estaba más allá de lo
espeluznante.
Ahora sólo necesitaban un poco de sangre.
Sam se rio. Quizás entonces Nole se callaría sobre la sangre.

☆☆☆
Nole y Sam se reunieron el sábado por la tarde para diseñar su set de
filmación. Nole hubiera preferido jugar al voleibol con sus hermanos de
fraternidad, pero a pesar de su postura despreocupada, la clase de cine le
importaba. Además, estaba entusiasmado con la película.
Cuando Nole llegó al estudio de rodaje, Sam inmediatamente le mostró
una foto del traje Blackbird. Nole se alegró de que Sam no lo estuviera
mirando cuando vio la foto por primera vez. Estaba bastante seguro de que
se puso pálido. Se sintió como si se hubiera puesto pálido. De repente se
había puesto frío, débil y tembloroso. ¿Qué diablos estaba pasando?
Cuando Sam se volteó para preguntarle a Nole qué pensaba, Nole se
inclinó y fingió atarse el zapato.
—Es genial. Por encima y más allá, amigo.
—¿Si? Gracias. Me asusté un poco cuando me miré en el espejo —dijo
Sam.
Nole se levantó, bastante seguro de que había vuelto a su color normal.
Sam admitió que estaba asustado, no tenía ni idea de cómo ser genial. Era
demasiado honesto, demasiado abierto y demasiado él mismo para
acercarse a la distancia de lo cool.
—Está bien, entonces estamos pensando en el dormitorio, ¿verdad? —
Sam se paró en medio del set.
—Pesadillas. Terrores nocturnos. Sudores fríos. Autodefensa paranoica.
Llamadas telefónicas en pánico. Sí. Creo que es lo último en una película
para un set de una sola habitación. —Nole fingió hablar por un megáfono—
Acérquense, amigos. Obtengan todo su factor fluencia aquí mismo. Un solo
lugar para comprar.
Sam se rio.
Nole sonrió.
Sam no tenía mal aspecto cuando se rio, pensó Nole. El problema de
Sam era que siempre se veía muy serio. Con rasgos fuertes, una boca ancha
y una mandíbula afilada, Sam generalmente se mostraba duro y enojado
incluso cuando no lo estaba. Su rostro era como uno de esos tallados en
tótems. De hecho, cuando Nole conoció a Sam al comienzo del semestre
del año anterior, le preguntó a Sam si era un tótem. El tipo era tan alto y
vestía mucho negro, rojo y bronce.
—¿Tengo algo en mi cara? —preguntó Sam.
—Sólo tu feo rostro. —Nole le dio a Sam un puñetazo juguetón para
hacerle saber a Sam que estaba bromeando.
—Vamos hombre. —Sam le arrojó a Nole un destornillador—.
Pongámonos a trabajar.
Durante las siguientes dos horas, construyeron muebles, colgaron
cuadros, hicieron la cama y discutieron sobre qué artículos personales y
de decoración iban a dónde y por qué.
Sam parecía tener una opinión particularmente arraigada sobre los
calcetines sucios.
—Esta película trata sobre ventilar la ropa sucia y lo que te sucede
cuando lo haces. Los calcetines sucios deben ocupar un lugar destacado en
la narrativa visual, no simplemente tirarse a un lado —dijo Sam.
Nole levantó las manos.
—Bien.
Después de otra media hora, Nole se estaba aburriendo.
—Entonces, Sam, ¿qué oscuros secretos podría sacarte el Blackbird?
Sam dejó caer la pila de revistas que llevaba.
Nole se rio.
—¿Algo de mucha culpa?
Sam negó con la cabeza.
—Coincidencias.
—UH-Huh.
Nole miró a Sam.
—¿Y bien?
—No tengo ningún secreto oscuro —dijo Sam.
La forma en que limpiaba diligentemente las revistas hizo que Nole
pensara que Sam estaba escondiendo algo.
—Vamos, amigo, suéltalo. —Nole se rio—. Los secretos, no las revistas.
Sam terminó de apilar las revistas y se enderezó. Miró a Nole.
—No tengo nada que decir. ¿Qué tal tú?
«Sam es realmente un nerd», pensó Nole. No era el tipo de chico con
el que solía salir Nole, pero Sam era un genio en la clase de cine. «Siempre
engancha tu carro al mejor caballo», solía decir el abuelo de Nole. El abuelo
de Nole era multimillonario. Nole pensó que seguir el consejo de su abuelo
era bastante acertado.
—Está bien —concedió Nole—. Te diré el mío. —Se arrojó sobre la
cama y se puso las manos detrás de la cabeza.
—Oye —dijo Sam—. Los zapatos. Pedí prestada esa colcha.
—Bien, mamá. —Nole se quitó los zapatos.
Sam lo ignoró y comenzó a colgar cortinas sobre una ventana falsa.
—Entonces, no estoy orgulloso de esto —dijo Nole.
¿Pero era eso cierto? ¿Sería posible, realmente estaba diciendo la verdad
sobre su oscuro secreto, uno del que estuviera un poco orgulloso?
—Si es un oscuro secreto, no sé por qué estarías orgulloso de él —dijo
Sam.
—Okey. Lo que pasa es que cuando estaba en la secundaria, tendría
unos doce años, supongo… era un matón.
Sam se dio la vuelta y le dio a Nole una larga mirada.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Sam.
—Ya sabes, un matón. —Nole se rio entre dientes—. Un matón
bastante despiadado, en realidad.
—Dame un ejemplo.
¿Qué le pasaba a la voz de Sam? Sonaba rígido.
Nole miró al techo y recordó.
—Bueno, ya sabes, lo de siempre. Básicamente, los llamaba como los
veía.
Sam se apoyó contra la pared y miró a Nole.
—Todavía no lo entiendo.
Nole se sentó en la cama.
—Está bien, entonces estaba esta chica gorda realmente incómoda.
Tenía todos estos hábitos raros, como si no pudiera mirarte a los ojos,
y siempre apretaba las manos y tenía problemas para hablar.
No tartamudeaba, pero parecía tener problemas para averiguar cómo
hablar.
Ella era rara. Tenía expresiones faciales divertidas. Y llevaba la ropa más
estúpida que he visto en mi vida. Quiero decir, parecía que hacía todas sus
compras en tiendas de segunda mano, no en las geniales. Su ropa nunca
hacía juego y esas cosas. Así que comencé a llamarla Segunda Mano, SM
para abreviar, y cuando caminaba por el pasillo, yo decía, “Smmmm”. Se
puso de moda, y muy pronto todos lo estaban haciendo. —Nole se rio—.
Eso fue un tumulto. Ah, y luego una vez vino a la escuela con unos
pantalones de agua alta. Quiero decir, se veía tan estúpida. Así que mis
amigos y yo le echamos agua a la cara.
Toma. Agua alta. —Nole se rio—. Y También usaba esos lentes gruesos
y siempre parecía que estaba entrecerrando los ojos para encontrar su
camino. Así que puse un topo muerto en su casillero y le pregunté si estaba
de duelo por su mejor amiga. —Nole soltó una carcajada—. A veces
simplemente me reía a carcajadas.
Miró a Sam. Sam no se reía.
Sam sacó la silla que habían colocado frente al escritorio en la habitación
de Floyd.
—¿De verdad crees que esas cosas son divertidas? —preguntó Sam.
—Bueno, sí —dijo Nole—. ¿No es así? Tienes que admitir que es algo
inteligente, ¿verdad? Hubo una vez que conseguí un cubo lleno de
abrojos… eso también me llevó un tiempo. No es fácil reunirlos. Pero,
mira, el nombre de la chica era Christine Wilber. Recuerdo su nombre por
lo de los abrojos. Ella tenía un pelo largo y fibroso que nunca se veía lo
suficientemente limpio. Así que pensé en lanzar abrojos para Christine
Wilber. ¿Lo entiendes? abrojos para Wilber. En realidad era un
experimento. Quería ver si se pegaban al pelo graso. Por supuesto, tenía
que tener una contrapate, así que también se los lancé a su amiga, Valerie.
Valerie tenía el pelo encrespado y estaba seguro de que lo lavaba
demasiado. Y efectivamente, los abrojos se pegaron mejor en Valerie que
en Christine. Nunca olvidaré que estaban de pie en la puerta de la escuela
como un par de monos sacándose los piojos entre sí, tratando de quitarse
esos abrojos. Eso sí que fue divertido. —Nole se rio.
Sam negó con la cabeza.
—Eso no es divertido.
Nole enarcó una ceja pero no dejó de reír.
—¿En serio? Imagínalo.
—Eran como dos monitos. —Fingió ser un mono que arranca piojos a
otro mono.
Sam frunció el ceño, se puso de pie y comenzó a pasear por la habitación
falsa.
Nole se recostó de nuevo en la cama. Sacó una almohada de debajo de
la colcha y la arrugó.
—Acabo de hacer la cama —espetó Sam.
—Cálmate. La arreglaré cuando me levante.
Sam siguió caminando. Luego se detuvo abruptamente.
—A menos que seas ciego, debes haber notado que no soy un chico de
apariencia normal, ¿verdad?
Nole ladeó la cabeza.
—Eres alto, pero también lo son muchos de mis hermanos de
fraternidad.
—Son altos y atléticos —dijo Sam—. Yo sólo soy alto.
—Okey.
—Así que cuando estaba en la secundaria, ya era demasiado alto para
mi edad, y mis piernas parecían incluso más largas de lo que son ahora
porque estaba muy delgado. Así que adivina qué me pasó.
Nole pensó que Sam había sido intimidado, pero decidió esperar y dejar
que Sam contara su historia. Nole sabía que podía ser un idiota, pero no
lo era.
—Me acosaron básicamente desde que entré al primer grado hasta que
llegué a mi primer año en la escuela secundaria. Entonces ese año… bueno,
ese año, se detuvo. Pero puedo decirte que esos chistes que crees que son
tan divertidos, no son divertidos para las personas que los reciben. —Sam
se cruzó de brazos y miró a Nole.
Nole se rio.
—Amigo, pareces un tótem en este momento. O no, te pareces a una
de esas estatuas indias de madera. —Nole se sentó, cruzó los brazos y
entonó—: Así —Nole se dejó caer en la cama y se rio.
Sam negó con la cabeza y se dio la vuelta.
—Y eso es ofensivo. Terminemos con esto, ¿eh?
Nole se levantó de la cama. Todavía sonriendo, rehízo la cama, tal vez
no tan bien como Sam lo habría hecho, pero estaba hecha, y ¿quién dijo
que Floyd era compulsivo con su cama de todos modos?
—¿Estás bien, amigo? —le preguntó Nole. Sam le estaba dando la
espalda.
—Estoy bien. —Sam se dio la vuelta y examinó la habitación, sin mirar
a Nole—. Creo que hemos terminado aquí. ¿Qué tal si lo consideramos
bueno por ahora y mañana traeré mi disfraz de casa para que podamos
empezar a filmar?
—¿No quieres ensayar las líneas ahora?
—Tú eres el que tiene líneas. Pensé que habías dicho que ya las conocías.
—Lo hago.
—Bueno, entonces diría que hemos terminado. —Sam se acercó a la
cama y arregló el desordenado trabajo de hacer la cama de Nole.
—Está bien, kemosabe. —Nole se rio entre dientes.
Sam le lanzó una mirada a Nole, y dijo—: Nos vemos mañana —y salió
del set.
«Podría haber puesto en uno de los grandes nervios de ese tipo», se
dijo Nole.
Luego se rio entre dientes de nuevo. Se rio de sí mismo.

☆☆☆
Al regresar de su cita de esa noche con Amber, Nole se paseó por el
pasillo hasta su habitación individual en la fraternidad, moviendo la cabeza
al compás de la música que vibraba en las paredes. Los oradores estaban
en el primer piso, y este era el tercero, pero sus hermanos de fraternidad
estaban de fiesta esta noche. Toda la casa se estremecía. También olía a
cerveza, salchicha y ropa sucia.
Arrugó la nariz. A Nole no le importaba el ruido, pero no le gustaba el
olor.
Nole no se lo habría admitido a nadie, pero en realidad no era material
de fraternidad. Se había comprometido con esta fraternidad porque su
padre y su abuelo habían sido miembros, y se había asumido que él también
lo sería. Pero era una fraternidad genial, y Nole se trataba de hacer lo
necesario para ser genial. Así que estaba contento, especialmente porque
había ganado la lotería de la habitación a principios de año, lo que le valió
la mejor habitación individual en la mansión Tudor de tres pisos que
albergaba a la fraternidad.
La puerta por la que pasaba Nole se abrió de golpe, y un tipo musculoso
y arrugado con el pelo negro puntiagudo se rascó el vientre desnudo y
entrecerró los ojos ante las brillantes luces del pasillo.
—¿Qué hora es? —preguntó.
—Casi la medianoche —respondió Nole—. ¿Estás bien, Ian?
Ian era un jugador de fútbol, uno dedicado. Siempre hablaba de tratar
su cuerpo como un templo y cosas así. Le gustaba caminar con sus bóxers
mostrándoles a todos lo maravilloso que era ese templo.
Nole pensaba que Ian estaba un poco lleno de sí mismo, pero encontró
divertidos los calzoncillos del tipo. Tenía docenas de ellos, todos en
diferentes colores y patrones.
Los bóxers de esta noche eran blancos, pero estaban cubiertos con
patitos de goma de color amarillo brillante. Tal vez fueron los patos de
goma los que hicieron que Nole notara la tez gris arcillosa de Ian y las
manchas oscuras debajo de sus ojos. No se espera que alguien con patitos
de goma parezca tener una enfermedad terminal.
—No duermo últimamente. Y ahora esto. —Ian agitó una mano al ritmo
palpitante que aún masajeaba las paredes del edificio.
—¿La música te mantiene despierto?
—Sí. ¿No te mantiene despierto?
—Nah. Nada me mantiene despierto.
—¿En serio?
—En serio. Puedo dormir con casi cualquier cosa.
—Qué envidia. Tengo problemas para dormir todas las noches.
—Debe tener tu conciencia por la culpa —dijo Nole.
Los ojos de Ian se agrandaron.
—¿Qué…?
—Cálmate. Es una broma. —Nole se rio y le dio a Ian un puñetazo en
el cemento que llamó parte superior del brazo.
Ian le dio a Nole una débil sonrisa y se tambaleó por el pasillo hacia el
baño. Nole se frotó los nudillos y se dirigió por el pasillo hacia su
habitación.

☆☆☆
Nole regresó al estudio de rodaje al mediodía del día siguiente, a pesar
de que era domingo y generalmente pasaba los domingos viendo deportes
en la televisión o jugando pelota intramuros con sus hermanos de
fraternidad. Pensó que debería llegar al estudio a tiempo para arreglar las
cosas con Sam. Aunque Sam no había dicho mucho, claramente estaba
bastante molesto el día anterior. Nole podría haber ido demasiado lejos.
Sabía que a veces hacía eso.
Cuando Nole descubrió que Sam aún no estaba en el estudio, se estiró
en la cama para esperar. Cuarenta y cinco minutos después, seguía tendido
allí. Cerró los ojos y debió haberse quedado dormido, porque cuando
Amber entró en la habitación estaba tan asustado que casi se cae de la
cama.
—¿Escuchaste?
—¿Eh? —Se sentó—. ¿Escuchar qué? —Se frotó la cara—. ¿Qué hora
es?
—Son las dos y treinta. Las noticias sobre Sam.
—¿Qué noticias sobre Sam?
Amber se abrazó a sí misma.
—Creen que pudo haber sido atropellado por un tren. —Se frotó los
ojos hinchados.
—¡¿Qué?!
—Al parecer, hizo un disfraz para tu película, ¿uno con plumas negras?
Y encontraron plumas por todas partes, como a dos millas. Por todo el
lugar.
Nole salió disparado de la cama.
—¿Él está bien?
Amber negó con la cabeza.
—Esa es la cosa. No se sabe. Está desaparecido.
—Me tengo que ir. —Nole pasó junto a Amber y salió del edificio de
estudios cinematográficos.

☆☆☆
Las vías del tren corrían a lo largo de la parte trasera del campus, detrás
de la cafetería, el centro recreativo y el complejo de piscinas. Estaban a
media milla del edificio de estudios cinematográficos. Corriendo junto a los
chicos que lanzaban Frisbee en el patio y otros que estudiaban a la sombra
de los grandes cedros del campus, Nole ignoró varios saludos y se
concentró en llegar a las vías.
¿Atropellado por un tren? ¿Desaparecido? Nole no podía creerlo.
Cuando Nole llegó a las vías, se le encogió el estómago al ver media docena
de coches de policía aparcados junto a las vías y el doble de policías
caminando por la zona, con la mirada fija en el suelo. Empujándose entre
la multitud relativamente dócil que colgaba detrás de la cinta de la escena
del crimen custodiada por un policía grande y calvo, Nole se acercó al
policía y le dijo—: Soy amigo de Sam. ¿Ya lo han encontrado?
—¿Quién eres tú? —preguntó el policía.
—Amigo de Sam —repitió Nole—. Nole Markham. —Nole no vio
ninguna razón para mantener su nombre en secreto. No había hecho nada
malo. ¿Lo había hecho?
—¿Sabes algo sobre lo que pasó aquí? —preguntó el policía.
—Sólo sé lo que me dijo una amiga, que por las plumas creen que Sam
fue atropellado por un tren y no pueden encontrarlo.
El policía lo miró.
¿Podría el tipo haber sido más cliché? Gordo, cabeza brillante rodeada
por un mechón de cabello negro, ojos oscuros entrecerrados para tratar
de intimidar a Nole, manos gruesas descansando sobre el cinturón de su
arma; el policía podría haber salido de un televisor. Excepto que este policía
olía a gel para el cabello y colonia barata. Al menos los policías de televisión
no tenían olor.
Nole le devolvió la mirada al policía.
—Si no tienes algo que decirnos —dijo el policía, jugando con su
porra— regresa con todos los demás.
Nole no se movió. Se inclinó hacia la derecha para ver más allá del
policía. Incluso desde aquí, podía ver plumas negras revoloteando sobre las
vías. El policía cambió de postura y fue entonces cuando Nole notó que la
pareja alta estaba parada entre uno de los coches de policía y un Chevy
Suburban rojo brillante. Estaban hablando con un tipo con un traje holgado.
Nole se mordió el interior de la mejilla para no gemir en voz alta. Esos
eran los padres de Sam, Paul y Molly O'Neil. Los conoció cuando
organizaron una fiesta para celebrar los proyectos cinematográficos
completados del semestre anterior.
Gente realmente agradable. Ambos eran altos y morenos como Sam,
aunque la madre de Sam no era tan alta. Sin embargo, era casi tan alta como
Nole. Fuerte también. Si hubiera algo llamado liga de mamá en la NFL, ella
podría haber jugado.
—Llámame Molly —le había dicho cuando Nole la conoció.
—Señora O'Neil, es mi suegra. —Nole recordó que Molly tenía una
gran sonrisa y una risa aún mejor.
En este momento, ella no se estaba riendo. Estaba llorando, con la
cabeza presionada contra el hombro de su marido. Nole apretó los puños
con frustración. ¿Cómo podría ayudar?
Molly miró hacia arriba y vio a Nole.
—¿Nole? ¿Eres tú?
El policía que estaba con los padres de Sam le indicó al policía de la
televisión que dejara pasar a Nole. Nole no pudo evitar sonreír al policía
mientras pasaba. Pero su sonrisa murió rápidamente cuando vio el rostro
pálido de Molly.
Corrió hacia Nole y lo abrazó.
—¿Escuchaste? Oh, Nole, está desaparecido, pero dicen que
probablemente no podría haber sobrevivido… —Se le quebró la voz y se
volvió hacia Paul.
Paul sostuvo a Molly con un brazo y le ofreció la otra mano a Nole para
que la estrechara. Sosteniendo a Molly cerca, Paul dijo—: Debido a la forma
en que las plumas de su disfraz están esparcidas, creen que probablemente
fue aplastado por el tren y luego arrojado, pero no lo han encontrado.
Nole frunció el ceño y vio cómo una pluma negra se deslizaba por el
suelo cerca de los rieles. Fue entonces cuando notó sangre en la barandilla,
en el lado opuesto de las vías. No mucha sangre. Sólo una mancha. Pero
era una mancha grande. Un oficial de policía le estaba tomando una foto.
«Sangre», pensó Nole. «Tiene que haber sangre», seguía diciéndole a Sam.
Nole se quedó junto a las vías con los angustiados padres de Sam el resto
de la tarde. Para entonces, la policía había declarado a Sam desaparecido,
presuntamente muerto.
Se habían enviado varios grupos de búsqueda. Nole incluso había
formado parte de uno.
Pero nadie encontró nada.
Cuando Nole dejó las vías para regresar a su habitación, dejó que Molly
y Paul lo abrazaran, aunque él no quería que lo abrazaran. Estar cerca de
ellos era como estar al lado de un altavoz para las emociones; su dolor fue
amplificado por sus expresiones faciales y recuerdos sobre Sam. La
clamorosa sensación de pérdida era más de lo que Nole podía manejar. Ya
no podía soportar estar cerca de Molly y la policía. Tenía que escapar.

☆☆☆
Una vez que Nole comenzó a alejarse de la escena en las vías, no pudo
detenerse. Simplemente no podía procesar lo que había sucedido. ¿Cómo
podía Sam estar muerto?
«¿Es culpa mía?»
¿Qué? ¿Por qué pensó eso? No hizo nada.
Pero eso no era cierto, ¿verdad?
Él hizo algo. Había sido un poco idiota el día anterior, y Sam estaba
molesto. Había tratado de ocultarlo, pero Nole se dio cuenta de que Sam
estaba enojado cuando salió del estudio. Entonces, ¿y si estar molesto lo
había vuelto descuidado? «Pero sucedió esta mañana, no anoche», se dijo
a sí mismo. Sam no seguiría molesto esta mañana, ¿verdad?
Nole no se estaba convenciendo a sí mismo. ¿Por qué tenía que ser tan
idiota a veces?
—¡Oye, Nole, ven!
Nole miró hacia arriba para ver a uno de sus amigos de dentro
sosteniendo una pelota de fútbol y señalando. Nole trotó obedientemente
en la dirección indicada y atrapó una espiral algo tambaleante después de
hacer malabares con ella un par de veces. Estaba a punto de tirarlo hacia
atrás, con la intención de devolverla en una espiral perfecta eclipsante, pero
su mirada, mientras llevaba el brazo hacia adelante, aterrizó en una gran
forma negra justo en el borde de los árboles. Nole soltó la pelota, que cayó
por todo el lugar antes de aterrizar a quince metros de su objetivo.
—Cobarde —llamó el amigo de Nole.
Nole lo ignoró.
¿Qué acababa de ver?
Nole siguió ignorando a su amigo, que ahora gritaba comentarios
denigrantes sobre la capacidad de lanzamiento. Nole no había visto lo que
pensó que había visto, ¿verdad?
Cuando Nole llegó a los árboles, miró hacia las ramas caídas y luego
hacia la maleza enmarañada. No vio nada fuera de lo común. Debe haber
sido su imaginación. Toda esa charla de plumas negras y el disfraz de Sam
estaban jugando con su cabeza.
Poco después de las seis, el estómago de Nole se abrió lo suficiente
como para recordarle que no había comido desde antes de ir al estudio de
filmación. Necesitaba comida.
Así que se dirigió a la cafetería. No gran parte de lo que se sirvió allí
podría llamarse “comida”, pero en ese momento tenía suficiente hambre
como para comer casi cualquier cosa.
La cafetería estaba medio llena, como era habitual los domingos. Muchos
estudiantes se iban los fines de semana y aún más comían fuera. Por lo
general, sólo los nerds estaban por aquí ahora.
—Hola.
Nole no tuvo que voltearse para identificar al hablante. Era Amber. No
estaba seguro de qué decirle, su último intercambio se sintió como hace
años. Debe haber venido buscando una actualización sobre Sam.
Nole se giró.
—Hola… Yo, um, nunca te veo aquí los domingos.
Nole dejó escapar un suspiro de alivio ante el leve indicio de sarcasmo
que logró deslizar en casi todo lo que salió de su boca… incluso cuando el
sarcasmo no era necesario. No estaba seguro de poder hablar de Sam en
este momento.
—Eso es porque nunca estoy aquí los domingos.
—¿Entonces no estás aquí ahora?
—Obviamente.
Amber puso los ojos en blanco.
—Entonces, ¿tu clon se pondrá en fila o simplemente se quedará ahí
interponiéndose en el camino?
Nole no pudo evitarlo. Sonrió.
—Él se pondrá en la fila, sólo para que no te eche.
—Muy amable de su parte.
—En realidad es un tipo bastante agradable. —Nole dio un paso atrás y
le indicó a Amber que se adelantara a él.
—Él debería darte lecciones. —Amber le guiñó un ojo a Nole cuando
pasó a su lado.
Nole siguió a Amber a través de la fila, agarrando algo de esto y algo de
aquello. No tenía idea de lo que estaba poniendo en su bandeja. Ya estaba
distraído por lo que le había sucedido a Sam, además de que estaba
tratando de descifrar lo que había visto junto a los árboles. Y ahora Amber
lo estaba confundiendo. Recientemente se había dado cuenta de que podría
gustarle y habían ido a su primera cita la noche anterior. Había sido buena,
pero hoy había borrado la fecha de su mente. ¿Debería haberla llamado?
—Hubiera sido bueno —dijo Amber.
—¿Qué?
—Dijiste “¿Debería haberla llamado?”
—¿Lo hice?
—Lo hiciste. —Ella le lanzó una mirada de reojo.
Eso tenía que ser una prueba de su estado mental destrozado. Nole
decidió que tal vez debería dejar de pensar por completo.
Encontrándose en una gran mesa redonda cubierta de migas y manchada
con algo rojo, Nole se sentó. Se quedó mirando la mancha roja.
Seguramente no sangre.
Debía ser salsa de tomate.
«¿Por qué tengo sangre en el cerebro?»
Nole miró a Amber para asegurarse de que no había dicho eso en voz
alta.
Aparentemente no. Estaba poniendo aderezo de queso azul en una
ensalada grande. La cafetería estaba llena hasta un tercio. Las
conversaciones se silenciaron y los enfrentamientos entre cubiertos y
platos fueron intermitentes. Fuera de las ventanas de pared a pared, el
patio se estaba vaciando. El sol se hundía detrás de las copas de los árboles
donde Nole creía haber visto…
«Nada. No vi nada», se dijo.
Nole miró su bandeja. Parpadeó. De alguna manera se las había
arreglado para conseguir chucrut, remolacha, puré de papas, tres panecillos
sin mantequilla, dos pepinillos encurtidos y tres tipos de pastel.
—¿Estás embarazado? —Amber también estaba mirando su bandeja.
—Aparentemente. —Nole tomó una cuchara y se dio cuenta de que no
tenía tenedor.
Cavó en el puré de patatas como si todo estuviera bien en el mundo.
Notó que la cafetería olía a estofado de ternera. ¿Era ese el plato principal
que se había perdido?
Amber masticó y luego dejó el tenedor.
—Lamento lo de antes.
Por una vez, sus palabras estaban libres de sarcasmo.
—¿Antes?
—Cuando te hablé de Sam. No debería habértelo dicho como lo hice.
Nole tomó su vaso y tomó un trago de lo que contenía para lavar el
pegajoso puré de papas. Descubrió que había comprado té helado dulce.
Odiaba el té helado dulce.
—Está bien.
Amber puso su mano sobre el brazo de Nole.
—No. Lo siento. No me di cuenta de que ustedes dos eran tan
cercanos.
Nole la miró. ¿Estaba siendo sarcástica de nuevo? No, a juzgar por la
pequeña arruga entre sus cejas, estaba preocupada.
—No somos tan… —comenzó Nole. Entonces se dio cuenta de que,
sí, era bastante cerca de Sam. Habían comenzado como un completo
desajuste, asignados para trabajar entre sí. Nole estaba apresurando su
fraternidad. Sam vivía con sus padres. Nole era genial. Sam parecía hacer
todo lo posible para no ser genial, así que gritó su corte de pelo casi militar,
sus camisas recién planchadas (gracias a Molly) y ese maletín legal que solía
llevar en lugar de una mochila.
—¿No lo son? —preguntó Amber.
Nole negó con la cabeza.
—Sí, supongo que nos hemos acercado un poco. Es un tipo extraño,
pero inteligente y divertido. Es un chico agradable.
—Como tú —dijo Amber.
Nole la miró con el ceño fruncido. Se puso de pie tan abruptamente que
su rodilla golpeó la mesa y todos los platos tintinearon en las bandejas. Su
té se derramó.
—Me tengo que ir.
Amber lo miró.
—Es como un déjà vu.
—¿Eh?
Ella le indicó que se fuera.
—Llámame cuando encuentres tu cerebro.
—Está bien.
Nole se alejó de la mesa y dejó su bandeja en el área de regreso.
La comida no consumida le valió una mirada severa de una de las
mujeres redondas con redecillas que trabajaba en la cafetería. No le
importaba.
Sólo tenía que…
¿Qué fue eso?
Nole se detuvo justo afuera de las puertas de la cafetería y miró hacia
el pasillo. También miró hacia otro lado. Y luego se volvió para mirar detrás
de él.
Se frotó los ojos y volvió a revisar el área. Nada estaba fuera de lo
común. Suelo beige sucio, paredes amarillo pálido, carteles compitiendo
por espacio en un tablero de anuncios abarrotado que corría a lo largo de
la pared, algunos estudiantes entrando y saliendo de la cafetería; no hay
nada que ver aquí. ¿Verdad? Entonces, ¿por qué Nole estaba seguro de que
acababa de ver algo grande y negro revoloteando en la esquina al final del
pasillo?
¿Y qué fue ese ruido? Nole inclinó la cabeza y escuchó. Sonaba como un
susurro rítmico, una especie de susurro como… bueno, como plumas
mojadas que se arrastran por el suelo.
Nole trotó fuera del edificio de la cafetería, se detuvo, se inclinó y tomó
un par de bocanadas de aire fresco afuera.
—¿Estás bien, no?
Nole miró hacia arriba. Uno de sus hermanos de fraternidad, Steve,
estaba de pie al pie de las escaleras, con el brazo alrededor de una linda
chica pelirroja.
—Sí, estoy bien.
—Si tú lo dices —dijo Steve.
Nole levantó una mano y Steve y la chica se alejaron. Nole se dirigió a
la fraternidad.

☆☆☆
Nole se sentó en su cama, con las piernas abiertas y las manos sueltas
en el regazo. Giró la cabeza, escuchando el crujido de su cuello y respiró
hondo varias veces.
«Cuando estés tenso, adopta una postura relajada, afloja los músculos y
respira profundamente», le enseñó su madre cuando era pequeño y estaba
realmente alterado por algo. «Dile a tu cuerpo cómo te sientes y te
acompañará en el viaje».
Por lo general, eso funcionaba bastante bien. Pero no esta vez. Por una
buena razón.
Esta situación estaba un poco más allá de las técnicas de relajación de la
vieja escuela.
Entre salir de la cafetería y entrar en esta habitación, Nole había visto
algo, no a alguien, sino algo, siguiéndolo cuatro veces. ¡Cuatro veces!
Alguna cosa. ¿Pero qué?
Sam escuchó cuatro veces ese sonido extraño, una mezcla entre el
sonido del viento y un aleteo combinado con golpes de aire espaciados
regularmente.
No importa cuántas veces trató de decirse a sí mismo que estaba
escuchando algún tipo de artilugio mecánico o algún tipo de unidad de aire
acondicionado o ventilador conectado a uno de los edificios del campus,
no podía convencerse de la mentira. La verdad es que estaba escuchando
el sonido de las plumas, muchas, rozando el suelo y rozando los bordes de
árboles y edificios.
Podría haber sido más fácil creer sus mentiras sobre el sonido si no
hubiera visto también una gigantesca oleada de plumas ondulando justo en
el borde de su visión periférica. Cuatro veces, había visto estas formas
siniestras ondeando dentro y fuera entre los árboles y los edificios.
Bueno, visto así era un poco exagerado. De hecho, no estaba seguro de
lo que le habían dicho sus ojos. La palabra visto implicaba una visión directa
de algo. Nole no había tenido eso. Había tenido la idea de ver algo.
Pero cuanto más le daba vueltas a la idea, más se convencía de que había
visto algo. Algo había jugado con sus sentidos, algo que estaba más allá del
alcance de la seguridad visual. Ese algo había sido enorme, negro y plumoso.
Y ahí estaba de nuevo.
Una forma grande oscureció la pequeña ventana que daba al oeste de
Nole, tapando el sol poniente por un instante. Nole volvió a verlo con el
rabillo del ojo, pero estaba allí. Nole se inclinó y se llevó las manos a la
cabeza.
—Oh hombre, oh hombre, oh hombre, oh hombre.
Se enderezó.
«Contrólate» se ordenó a sí mismo.
Tomando una respiración profunda, miró alrededor de su habitación.
Nole podía parecer lo suficientemente descuidado como para ser genial,
pero le gustaba el orden en su entorno.
Era un minimalista. Su habitación estaba dulcemente blanca. Los muebles
de arce tenían líneas limpias, aunque estaban ligeramente manchadas. La
pequeña nevera que usaba para el agua embotellada y las sobras de pizza
ocasionalmente (si la dejaba en la cocina principal, seguramente se la
robarían) era blanca, con líneas elegantes. La cama estaba hecha, aunque
un poco desordenada, y cubierta con un edredón marrón claro. La
alfombra debajo de la cama era de sisal. El suelo y todas las superficies de
los muebles estaban libres de desorden. Lo único que había en sus paredes
eran algunas fotografías en blanco y negro de películas antiguas. Los
hermanos de la fraternidad de Nole intentaron que colgara las letras
griegas de la fraternidad en su habitación. Nole dijo que no las necesitaba
para saber en qué fraternidad estaba.
Ese rechazo fue sólo uno de los muchos que le habían valido el apodo
de “No”.
La forma negra pasó de nuevo por su ventana.
Nole corrió hacia la ventana y corrió la persiana blanca que oscurecía la
habitación. Una sombra revoloteó detrás de la persiana y Nole dio la
espalda a la ventana.
—Esto es simplemente estúpido. —Se acercó a la cama y volvió a
sentarse.
«¿Qué era?»
A Nole le gustaba pensar que era un tipo bastante razonable, pero sabía
lo que estaba pasando aquí y no era nada razonable. Era muy irrazonable.
No era razonable, pero estaba seguro de que era cierto: estaba viendo
a Sam, con el disfraz de Blackbird. Y Sam estaba acechándolo.
¿Por qué Sam estaba acechándolo?
Era obvio, ¿no? Sam estaba acechando a Nole porque ahora era el
Blackbird, y el Blackbird torturaba a quienes confesaban sus sucios
secretos.
Así que primero Sam iba a jugar con Nole de la misma manera que un
matón jugaba con su víctima, y luego Sam iba a matar a Nole por ser una
persona tan horrible. Nole estaba seguro de ello.
Y lo peor es que Nole se lo merecía.

☆☆☆
Los domingos por la noche en la fraternidad eran noches de cine y,
normalmente, Nole no se perdía eso, no sólo porque ayudaba a organizar
los eventos, sino porque los disfrutaba. Pero la película de esta noche era
una película de terror, con sangre, y Nole no estaba dispuesta a ello. Rogó,
ganándose una lluvia de palomitas de maíz y un coro de abucheos y silbidos.
Después de media hora de intentar estudiar y otra media hora de mirar
al techo, Nole deseaba haberse unido a la noche de cine, pero no quería
bajar ahora. Estaba demasiado nervioso.
El teléfono de Nole sonó y lo cogió, esperando que fueran noticias
sobre Sam.
«Sam está bien. Lo está, él está bien», pensó antes de decir—: Hola.
—¿Él es? —era Amber.
—¿Quién es?
—Dijiste “Él es” —dijo Amber.
¿Lo hizo de nuevo? Realmente necesitaba dejar de decir sus
pensamientos en voz alta.
—¿No se suponía que debía llamarte? —preguntó Nole.
—No lo hiciste.
—Lo sé.
—Imbécil.
El corazón de Nole intentó estrangularlo. Tragó para volver a colocarlo
en su lugar.
—Quizás tenía una razón —dijo.
—Estoy escuchando.
«Mi amigo se ha convertido en un gran mirlo y vendrá a matarme»,
pensó Nole. Luego apretó los dientes, esperando a que Amber le dijera
que lo había dicho en voz alta.
—¿Vas por la técnica de la llamada telefónica obscena? —preguntó ella.
—¿Qué?
—Estás respirando con dificultad en mi oído. No me excita.
—¿Estás segura? Tal vez haya una reacción tardía.
Amber se rio.
—Te lo haré saber.
Nole sonrió. A pesar de lo conmocionado que estaba, hablar con Amber
lo tranquilizó un poco.
—Llamé porque parecías un poco asustado en la cafetería.
—Um, sólo estaba…
—¿Qué? ¿Se trata de Sam?
Nole agarró el teléfono con tanta fuerza que le dolían los dedos.
—Oh, sí.
La voz de Amber se suavizó.
—Lo siento.
—Gracias.
Durante unos segundos, ambos guardaron silencio.
—Tal vez lo encuentres mientras duermes —dijo Amber.
—¿Encontrar qué?
—Tu cerebro.
Nole volvió a sonreír.
—Lo intentaré y te haré saber lo que sucede.
—Asegúrate de hacerlo.
Cuando Nole colgó el teléfono, trató de convencerse a sí mismo de que
sus pensamientos sobre Sam eran sólo una especie de locura causada por
la conmoción.
Quizás Amber tenía razón. Tal vez podría irse a dormir y encontrar su
cerebro, la versión sana de su cerebro, la que no estaba siendo acosada
por un amigo con un traje de pájaro.
Valía la pena intentarlo. Nole se puso de pie y se quitó la ropa.
Como Ian, orgulloso de su cuerpo, Nole dormía en ropa interior, pero
usaba calzoncillos tipo bóxer, blancos. No de patos de goma.
Deslizándose bajo las sábanas arrugadas que necesitaban
desesperadamente un viaje a la lavandería, Nole echó un último vistazo a
su habitación para asegurarse de que todo estaba como debería ser. Así
era. Cerró los ojos.
Al principio, el sueño no llegaba. Los músculos de Nole no se soltaban.
Estaban tan tensos que podrían haber sido ensartados en una guitarra y
punteados, y si los hubieran punteado, estaba seguro de que sonarían
disonantes. No había duda de que estaba desafinado.
Nole intentó cerrar los ojos. El sueño comenzó a apoderarse de él, y
tan pronto como lo hizo, imágenes de alas increíblemente enormes
rasparon sus párpados. Entonces sintió como unas plumas gigantescas
golpeaban todo su cuerpo. Estaba siendo aporreado por plumas rígidas que
le llegaban hasta los codos. Podía sentir cómo se frotaban contra su piel en
un espeluznante contraste entre lo suave y lo duro. ¿Cómo podía algo tan
ligero como una pluma golpearlo con tal poder y fuerza?
El miedo apartó el sueño de su conciencia. Sus ojos se abrieron de golpe.
Agitando el interruptor de la lámpara de su mesita de noche, Nole
escuchó el latido de su corazón.
«De acuerdo, eso fue alarmante. ¿Fue un sueño?»
No. No pudo haber sido un sueño porque nunca se había quedado
dormido.
Acababa de empezar a quedarse dormido.
Nole se puso de pie y sacó una botella de agua de su nevera. Dejando
caer la mitad, se sentó en el borde de la cama y calmó su respiración. Le
tomó varios minutos, y trató de no notar que su mano temblaba cuando
tomó otro sorbo de agua.
Nole dejó la botella de agua y luego dijo—: Cálmate.
Se acostó una vez más.
—Intentemos esto de nuevo —dijo Nole a la habitación.
Se acercó y apagó la luz. Cerró los ojos.
Y alguien, o algo, abrió la puerta de su habitación.
Nole se catapultó de la cama y derribó su lámpara, tratando de
encenderla. La bombilla golpeó el piso de madera y se rompió, por lo que
Nole corrió por la habitación y accionó el interruptor de la pared.
Él estaba solo. La puerta de su habitación estaba cerrada. Y estaba
bloqueada.
Nole miró fijamente su puerta.
¿Qué acababa de pasar?
Nole miró a su alrededor. A pesar de lo ordinaria que parecía, su
habitación se volvió repentinamente amenazadora.
Necesitaba un arma.
Manteniendo un ojo en la puerta, se dirigió a su armario y tomó su bate
de softball de aluminio. Sosteniéndolo como un garrote, se acercó a la
puerta.
Agarró con más fuerza el bate, luego abrió la puerta.
El pasillo estaba vacío.
Música siniestra llegó desde el primer piso. Mucho bajo y percusión.
Nole miró su reloj. Probablemente la película todavía estaba en marcha.
Nole retrocedió a su habitación y cerró la puerta. La cerró, se apoyó
contra él y se pasó una mano por el pelo. ¿Qué le estaba pasando?
Miró su cama. Luego miró fijamente el pomo de la puerta. De ninguna
manera iba a dormir a menos que cerrara mejor la puerta.
Sintiéndose un poco como el idiota que Sam solía decir que era, Nole
se acercó a su escritorio, agarró su silla y encajó la parte superior del
respaldo debajo del pomo de la puerta. Menos mal que había optado por
una silla de madera en lugar de la lujosa con ruedas que su madre pensó
que debería comprar.
Una vez que la silla estuvo en su lugar, miró la persiana sobre la ventana.
La ventana estaba cerrada, ¿verdad? Aun agarrando su bate de softball,
miró la ventana. Sí, estaba cerrada.
«Bien».
—¿Ahora puedes dejar de actuar como un paciente mental paranoico?
—se preguntó a sí mismo.
No se respondió a sí mismo porque no tenía idea de si podía detenerse.
No parecía estar bajo su control.
Nole se quedó en medio de su habitación durante varios minutos más.
Luego decidió que no había forma de que se fuera a dormir. Así que
enderezó su lámpara y fue a su armario en busca de una escoba, un
recogedor y una bombilla nueva. Después de limpiar la bombilla rota y
poner una nueva en la lámpara, agarró su computadora portátil y se metió
en la cama con ella. También podría trabajar en el nuevo guion que estaba
escribiendo. Esperaba que fuera el guion que él y Sam usarían para su
proyecto de mitad de período. ¿Ahora? Nole se encogió de hombros.
¿Quién sabía qué sería de eso? Pero trabajar en eso podría distraer su
mente de su locura. O hacerlo dormir. Lo que ocurriera primero estaría
bien para él.
Nole sólo tardó una hora en empezar a cabecear. Animado por el
silencio, no sólo en su habitación sino en la casa de la fraternidad en su
conjunto, dejó a un lado su computadora portátil, se aseguró de que su
bate de béisbol estuviera apoyado cómodamente contra el costado de su
cama y apagó la lámpara.
Inmediatamente la volvió a encender.
¿Era una sombra lo que vio justo cuando se apagaba la luz?
Echó un vistazo a la habitación. Nada. Por supuesto.
Nole decidió que necesitaba una linterna. Su lámpara podría no
sobrevivir a la noche si seguía arremetiendo contra ella.
Nole abrió el cajón de su mesita de noche y sacó la linterna que
guardaba allí para los cortes de energía. Era sorprendente la frecuencia con
la que uno de sus hermanos de fraternidad sobrecargaba los circuitos y
soplaba el interruptor. Dejando la linterna en la mesita de noche, miró a
su alrededor una vez más y luego apoyó la cabeza en la almohada con
cautela. Permaneció allí unos minutos, tan relajado como el indio de
madera que había acusado a Sam de ser.
Y ese pensamiento le hizo ponerse aún más rígido. Sus pulmones
parecían haberse encogido; no podían tomar suficiente aire.
Trató de dejar su mente en blanco.
«Piensa en las cosas buenas», le decía siempre su mamá cuando era
pequeño y se enfadaba. Luego cantaba esa canción que siempre cantaba
cuando él necesitaba animarse. Nunca tuvo el valor de decirle que la
canción no le gustaba.
No le gustaban tanto los arcoíris ni los gatitos.
Pero le gustaba Amber. Pensaría en Amber.
Amber tenía pecas, algunas de ellas cruzaban el puente de su nariz como
huellas de pájaros.
Nole se puso rígido de nuevo.
—Ixnay en el irdsbay —se dijo Nole.
Lo intentó de nuevo. Entonces Amber tenía estas pecas, y tenía un
rastro a juego en la parte superior de su pecho. Se dio cuenta de que se
asomaban por encima del escote de las camisetas sin mangas blancas que
le gustaba usar a Amber. A él también le gustaba eso de ella: se quedó con
jeans y camisas blancas. Nunca había conocido a una chica tan
despreocupada por la moda como ella. Pero aun así se las arreglaba para
lucir genial.
Tal vez era el cabello rubio ondulado, salvaje, largo hasta los hombros.
Los párpados de Nole comenzaron a cerrarse. Tratando de no contener
la respiración, extendió la mano y apagó la lámpara.
Se quedó quieto y escuchó. Nada.
«Bien».
Nole cerró los ojos…
…Y la ventana se abrió. Algo golpeó el suelo con un ruido sordo. Nole
tomó su linterna y terminó tirándola al otro lado de la habitación. La oyó
chocar contra la pared del fondo. Nole agarró su bate en la oscuridad con
la mano derecha y palpó con la temblorosa mano izquierda la luz. Logró
encenderla sin romper la bombilla.
La luz inundó la habitación y reveló… nada.
—¡¿Qué demonios?! —gritó.
Estaba seguro de haber oído abrirse la ventana. Sabía que había oído que
algo golpeaba el suelo.
¿Lo soñó?
Sacudió la cabeza.
De ninguna manera. Había sonado demasiado real.
Nole se acercó a la ventana y volvió a comprobar la cerradura. Estaba
cerrada.
Bueno. Dormiría con la luz encendida. ¿No le había dicho a Ian que podía
dormir prácticamente con cualquier cosa? Y podía. Así que lo haría.
Nole recuperó su linterna y la dejó sobre la mesita de noche.
Reposicionó su bate y se volvió a acostar en la cama.
Él miro su reloj. Eran sólo las 11:25. ¿Podía llamar a Amber y decir qué?
¿Quieres venir a escuchar a los intrusos invisibles conmigo? Había una línea
que nunca había probado antes.
Nole se tapó los ojos con el antebrazo, pero mantuvo los ojos abiertos.
¿Por qué presionó tanto a Sam ayer?
Nole se dio la vuelta y golpeó la almohada. «¿Este es realmente el
momento del psicoanálisis?» se preguntó a sí mismo. Sabía que no debería
haber tomado esa clase de psicología este semestre. Lo hizo porque su
asesor dijo que la psicología era útil para todos los escritores y cineastas.
No estaba preparado para lo mucho que lo obligó a examinar sus propias
acciones y motivos.
Pero como no quería cerrar los ojos todavía, ¿por qué no hacer las
preguntas difíciles?
Sabía que Sam estaba molesto ayer, pero lo seguía atormentando. ¿Por
qué?
Y aún más importante, ¿por qué había disfrutado tanto intimidando a
Christine en la secundaria? ¿Qué tenía ella que sacaba a relucir ese nivel de
crueldad?
Porque no había ninguna duda al respecto. Había sido cruel, tanto en la
secundaria como el día anterior.
¿Qué sacó de eso? ¿Le hizo sentirse mejor consigo mismo?
Intentó recordar algo útil de sus clases de Psicología 201. ¿Era el reflejo?
No. Eso era cuando actuabas como otra persona. ¿Era proyectarse? No.
¿No era eso trasladar tus sentimientos a otra persona? ¿Desplazamiento?
Mm. Acercándose. Eso era sacar tus frustraciones e impulsos en alguien o
algo menos amenazante que lo que te está molestando.
Ah. Podría estar en algo.
Pero estaba tan cansado.
Nole cerró los ojos y, finalmente, se quedó dormido.
Un chillido en algún lugar entre el zumbido de una alarma y el aullido de
una sirena, un sonido que apenas llegaba a niveles que dañaban los oídos,
sacó a Nole del cómodo olvido y lo arrojó de regreso hacia la Tierra. Al
mismo tiempo, un rayo que arrasó la columna quemó una imagen del
Blackbird en el cerebro de Nole, marcando la mente de Nole como una
marca terrible.
Nole luchó por encontrar el camino de regreso a la plena conciencia.
Pero no pudo llegar hasta allí.
Estaba lo suficientemente despierto como para saber que lo habían
sacado del sueño, pero eso era a todo lo que podía llegar. Era como si algo
lo mantuviera en su lugar, sujetándolo con restricciones en una estación
de paso entre el pensamiento y el no pensamiento. Se sintió literalmente
clavado a la cama. Incluso podía sentir la punzante presión de algo afilado
clavándose en su piel en las muñecas y los tobillos.
Trató de rechazar a su agresor, pero no pudo moverse en absoluto.
Estaba completamente paralizado. Podía sentir la presión cada vez más
fuerte, empujándolo más profundamente en su colchón. Sintió como si
estuviera siendo comprimido en la nada.
Y aun así, intentó luchar contra la fuerza que tenía por encima. Vertió
cada gramo de su voluntad en sus músculos, y gruñó y se esforzó por
liberarse.
Su confinamiento empeoró, no mejoró. Nole de repente sintió una
presencia maligna que se cernía sobre él. No, no flotando. Sentada. La
presencia estaba sentada en la cama de Nole. ¡Sentada en Nole! Lo estaba
presionando, envolviéndolo, insinuándose en cada parte de él.
Y luego, con un destello de luz, quedó libre. Se liberó de su extraño
cautiverio y se despertó tan completamente que cuando abrió los ojos,
estaba completamente alerta y tenía su bate en sus manos.
Eso fue algo bueno, porque Nole no estaba solo en su habitación. Una
presencia demoníaca de plumas tenebrosas se cernía sobre su cama.
Entonces Nole balanceó su bate.
En el nanosegundo en que se balanceó, o fue el nanosegundo antes de
hacerlo, la cosa sobre la cama desapareció en una erupción de plumas que
brotaron por toda la habitación. Entonces las plumas se desvanecieron en
la nada.
Sucedió tan rápido que Nole no podía estar seguro de que hubiera
sucedido en absoluto.
De lo único que podía estar seguro era que sí balanceó el bate. Sabía
esto porque su lámpara cayó al suelo. Y otra bombilla se hizo polvo.
El lapso de tiempo en el que Nole había visto la cosa emplumada fue
infinitesimal. No fue ni un segundo. La habitación de Nole pasó del ruido y
el caos al silencio absoluto y la quietud en un abrir y cerrar de ojos.
Y sin embargo…
Y, sin embargo, la imagen de lo que Nole había visto en ese parpadeo
se quemó en sus retinas. Porque no sólo había visto plumas. También había
visto como le perforaban el alma, ojos amarillos malévolos y un pico
puntiagudo y amenazador. Esos ojos se habían fijado en los ojos de Nole.
El pico afilado se había dirigido directamente al corazón culpable de Nole.
Nole estaba seguro de que era el Blackbird, inclinado sobre él con malas
intenciones. Esto no era sólo una toma fija. Esta era una película de terror
completa que se desarrollaba detrás de sus ojos, en el teatro de su propia
mente.
Sin sangre.
Sam tenía razón. No necesitabas sangre para tener horror. El factor de
fluencia era lo suficientemente horrible.
Nole emitió un sonido que era mitad gemido y mitad risa. Sonaba como
el sollozo ahogado de un hombre desquiciado.
Qué extraño que en tan sólo unas horas, hubiera pasado de ser un
universitario bien adaptado a un caso mental paranoico. Porque tenía que
estar loco, ¿no? ¿Creer que el horror que él y Sam habían creado sobre la
marcha había cobrado vida?
Nole se puso de pie y se paseó por la habitación. La adrenalina todavía
corría por su sistema y necesitaba sacarla.
Después de tres pases en forma de U alrededor de su cama, decidió una
cosa: su habitación no era lo suficientemente grande para su energía
nerviosa. Así que entró en su armario y tomó una sudadera, una camiseta,
una sudadera con capucha, calcetines y zapatillas para correr.
Cuando entró en el luminoso pasillo, reinaba un silencio inquietante en
la fraternidad. Volvió a consultar su reloj. Era casi la 1:00 a.m.
Espera un segundo. ¿A dónde fue la última hora y media? Nole se había
acostado en la cama pensando en psicología durante tanto tiempo… ¿o
había estado en ese estado incapacitado más tiempo del que pensaba? No
tenía ni idea. El martilleo de su corazón estaba ahogando cualquier
pensamiento racional en ese momento.
Caminando por el pasillo lo más silenciosamente posible, corrió hacia
las escaleras y las bajó corriendo sin hacer ruido. No era que le importara
despertar a sus hermanos de fraternidad; no quería tener que explicarle a
nadie lo que estaba haciendo. Sólo quería escapar.
Tan pronto como cruzó las pesadas puertas dobles y entró en el amplio
porche delantero de la casa de la fraternidad, Nole reconsideró sus
acciones. ¿Realmente quería ir a correr en la oscuridad con esa criatura
acosándolo? ¿Y si la cosa se cansaba de jugar con él y decidía tomarlo? ¿Y
si lo agarraba y despellejaba, como un águila despelleja a un roedor?
Ahora, eso sonaba como una locura. ¿Realmente pensó que el Blackbird
iba a volar y tomarlo del suelo? Incluso si alguna interpretación espantosa
de Sam y su disfraz venían por él, eso no significaba que pudiera volar,
¿verdad?
¿Por qué no? Nada de lo que sucedió hoy era posible, entonces
cualquier cosa podía ser posible.
Nole se volteó y volvió corriendo a su habitación.
Pasó las siguientes dos horas tratando de mantenerse despierto. Estaba
demasiado aterrorizado para intentar dormir de nuevo.
Así que hizo flexiones y abdominales. Escuchó música. Jugó juegos en su
computadora. Finalmente, comenzó a ver una película.
La película fue lo que lo mató. Tuvo que cerrar su computadora portátil,
y el sueño lo dominó.
Tan pronto como cerró los ojos, el agudo maullido comenzó de nuevo.
Trató de taparse los oídos, pero nuevamente quedó paralizado. Cada vez
que intentaba retorcerse contra cualquier fuerza que lo reprimiera, tenía
que superar el horror que aún jugaba en su cabeza: los ojos brutales que
miraban la oscuridad de su propia esencia; el pico, como una guadaña de
juicio, cortando su corazón.
En su conciencia entumecida, formas emplumadas de tinta se dirigieron
hacia él, luego se retiraron, una y otra vez. Se sentía como un gusano gordo
e indefenso que avanzaba lentamente por la tierra; el Blackbird
simplemente estaba jugando con él antes de arrancarlo del suelo y tragarlo
entero.
El sonido y la imagen lo desgarraban por dentro. Y aun así luchó, aún se
mantuvo en su lugar.
Hasta que no pudo más.
Como antes, Nole regresó a la tierra de los vivos con un rayo de luz
radiante y un silencio total. Como antes, se puso de pie inmediatamente.
Y como antes, el malvado intruso se desintegró en el olvido, como si nunca
hubiera estado allí. Lo cual claramente no era así… a pesar de que cada
ápice del ser de Nole estaba argumentando que sí.
Nole iba a perder la cabeza si no salía de esta habitación.
Una vez más, abrió la puerta y se dirigió a la casa de la fraternidad.
Esta vez, cuando llegó al porche, no se permitió pensar. Simplemente se
echó a correr por el camino de ladrillos que conducía al patio. Tenía que
escapar, y eso significaba correr.
El campus estaba todavía muerto. Nole ni siquiera podía oír un coche
en la distancia.
No le habría sorprendido descubrir que el campus había sido aislado
bajo una cúpula de cristal, pero no, todavía estaba en el mundo real. Parecía
ser un campus perfectamente normal, pasando el rato en la Tierra.
El cielo nocturno estaba negro; debían de haber entrado nubes. Los
arbustos giraban con una brisa que no había estado soplando unas horas
antes. De vez en cuando, un cartel roto o el envoltorio de una barra de
chocolate se deslizaban sobre los ladrillos.
El campus estaba iluminado por una serie de farolas de hierro forjado,
que proyectaban una malla de sombra y luz sobre el hormigón y el follaje.
A Nole le resultó un poco desorientador mirarlo; parecía ver una pluma
en cada brizna de hierba o rama errante.
Así que Nole mantuvo su mirada dirigida a un lugar en el suelo a unos
quince pies frente a él, para tratar de mantener su enfoque y también
centrar sus pensamientos. Había estado corriendo lo más rápido que podía,
como si corriera por su vida.
Podría haber estado corriendo por su vida. Algo lo torturaba sin
descanso. ¿Cómo podría escapar de él?
Por ahora, correría.
Nole se volteó para mirar detrás de él y su zapato se agarró a la raíz de
un árbol. Se salió del camino hacia los arbustos. Acostado de espaldas,
sujetándose un tobillo torcido y haciendo una mueca por el dolor agudo
que sugería que se había lastimado las rodillas y los codos, Nole echó la
cabeza hacia atrás y gritó—: ¡SUFICIENTE!
Cerró los ojos y los horrendos sonidos comenzaron de nuevo, la
escalofriante entidad emplumada se cernió sobre él.
Nole abrió los ojos y, por supuesto, estaba solo.
Nole se abrió paso entre los arbustos y se puso de pie. Ignorando el
dolor punzante en demasiados lugares para catalogarlo, dijo—: Sam, lo
siento.
Girando en círculo, Nole lo dijo una y otra vez. Casi como un ritual.
—Sam, lo siento. —Cuarto de vuelta—. Sam, lo siento. —Cuarto de
vuelta—. Sam, lo siento.
Cerrando los ojos por una fracción de segundo, Nole confirmó lo que
sospechaba, que sus disculpas no estaban logrando nada en absoluto. Pero
lo intentó una vez más. Levantó los brazos al cielo y gritó—: ¡Sam, lo
siento!
Esto obtuvo una respuesta. Le dio un rayo de luz cegador en la cara y
un policía del campus dijo—: ¿Estás borracho o drogado?
Nole puso los ojos en blanco y miró al hombre. Tenía la piel oscura y
el pelo muy corto. Una insignificante insignia estaba sujeta a su cinturón.
—Nada de eso. Tenía pesadillas, así que salí a correr.
El policía del campus enfocó su linterna desde los pies de Nole hasta la
coronilla.
Nole separó los brazos de su cuerpo, con las manos abiertas para
mostrar que no llevaba nada.
—¿Cuál es tu nombre? —El policía volvió a poner la luz en los ojos de
Nole.
Nole entrecerró los ojos y miró hacia otro lado, frunciendo el ceño a
los puntos que retozaban en sus retinas. Pero bueno, tal vez si fuera ciego
no podría ver al Blackbird.
Incluso pensar en el nombre hizo que la imagen se reafirmara.
—¿Nombre? —repitió el policía.
Nole Markham.
—¿Podría por favor no apuntar a mis ojos?
El policía bajó el haz de la linterna.
Nole no podía ver muy bien el rostro del policía, pero no parecía mucho
mayor que el propio Nole. Sin embargo, era mucho más alto que él, y la
forma en que se alzaba sobre la escena le recordó…
«¡Para!» se ordenó a sí mismo.
—¿Por qué estabas gritando? —preguntó el policía.
—Estaba tratando de sacar algo de mi sistema.
El policía devolvió la luz a los ojos de Nole.
—¿Drogas?
—No. No estoy drogado. Ni tampoco estoy borracho. Yo… —
Vaciló—. Hice algo para molestar a un amigo, y él está enojado conmigo.
Sólo estaba… no lo sé.
El policía del campus volvió a bajar la linterna. Durante unos minutos
permanecieron en silencio. Nole notó el chirrido de los grillos, que no
había escuchado mientras corría.
Entonces el policía del campus lo sorprendió. Él dijo—: Lo entiendo.
Quieres decir que lo sientes, pero estás un poco molesto de que él esté
tan molesto, así que estás gritando que lo lamentas para sacarte esa ira de
tu sistema.
Nole enarcó una ceja. Nada mal para un policía del campus.
—Eso es exactamente correcto.
—Está bien, bueno, ¿crees que has terminado de gritar?
Nole asintió.
—Puede ser, sí.
—Okey.
Nole esperó para asegurarse de que el tipo había terminado con él.
El policía señaló el camino con su linterna.
—Te sugiero que sigas corriendo. Es una excelente manera de sacar
cosas de su sistema.
—Sí. Gracias.
Se asintieron el uno al otro, y Nole se alejó de nuevo. Para cuando había
corrido una milla, el más mínimo indicio de rosa pálido estaba tocando la
cima de las colinas en el extremo este de la ciudad. Se acercaba el
amanecer. Y Nole realmente no había dormido nada.
¿Se volvería a dormir alguna vez?
Tenía que hacerle saber a Sam que lo sentía… de alguna otra forma que
gritando en medio del campus. ¿Pero cómo?
Nole corría de regreso a la casa de su fraternidad, cuando escuchó
pisadas que se acercaban por la izquierda. Reduciendo la velocidad,
tratando de no temblar de miedo, Nole miró en la dirección de las pisadas.
Trató de decirse a sí mismo que sonaba como una persona, no un pájaro.
Y tenía razón.
—¡Nole!
Por primera vez en horas, Nole se relajó. No se relajó por completo,
pero soltó la ansiedad suficiente para aflojar los músculos del cuello y los
hombros.
—Hola, Amber.
Amber trotó en su lugar frente a él. Vestida con sudaderas azul oscuro
y una camiseta blanca, estaba empezando a acumular una capa de sudor.
—Nunca te había visto correr por la mañana.
—No corro por las mañanas.
—Ah, ¿entonces este debe ser otro de tus clones?
Nole sonrió, y cuando se dio cuenta de lo bien que se sentía sonreír,
sonrió más ampliamente.
—Sí.
—¿Cuantos tienes?
—Todos los que necesito para todas las cosas que no hago.
Amber se rio.
—¿Quieres correr conmigo, clon de Nole?
—Seguro.
¿Por qué no? Nole no estaba preparado, ni siquiera un poco, para
afrontar su día. Todavía no había llegado a un acuerdo con la noche.

☆☆☆
Cuando terminaron de correr, terminaron en la cafetería nuevamente.
—Tenemos que dejar de reunirnos así. —Amber usó el dobladillo de
su camisa para limpiarse el sudor de la cara—. Nunca te había visto aquí
antes. Ese era el otro clon de Nole.
—Verdad. Me olvidé.
Las puertas de la cafetería se estaban abriendo. Un tentador aroma a
tocino flotaba a través de las puertas dobles. Sólo unos pocos estudiantes
con los ojos nublados comenzaban a caminar hacia el edificio. Amber puso
el pie en la barandilla junto a las escaleras y se inclinó para estirarse.
Nole sintió que el sudor le bajaba por la espalda. Cerró los ojos por un
segundo e inmediatamente los abrió de par en par para tratar de
despertarse. Luego se secó los ojos. Estaban secos y ásperos.
—¿Estás bien? —le preguntó Amber—. Es enserio. No te ves muy bien.
—Estoy bien, gracias.
Amber le dio una media sonrisa.
—Sabes a lo que me refiero. Tus ojos están realmente rojos.
—No he dormido.
—¿En toda la noche?
Nole negó con la cabeza.
—¿Hay algo que pueda hacer?
Nole la estudió. Fue divertido. En ese momento, se dio cuenta de que
ella le recordaba un poco a Christine, la chica a la que había acosado en la
secundaria. Tenía un color similar y su boca tenía la misma forma. Se
preguntó si era por eso que nunca la había considerado bonita hasta hace
poco. Amber había estado en varias de sus clases tanto el año anterior
como este, y nunca le había dado una segunda mirada hasta un par de días
antes. Ahora, se dio cuenta, le gustaba mucho.
Con “le gustaba” llegó la confianza, así que soltó—: ¿Cómo lo arreglarías
si hicieras algo realmente mal y fue hace mucho tiempo, pero luego lo
hiciste de nuevo recientemente y no puedes disculparte con la persona a
la que le acabas de hacer eso pero lo sientes y quieres hacer las paces de
alguna manera?
Amber inclinó la cabeza y frunció los labios.
—¿La culpa te mantiene despierto?
—Algo como eso.
Amber se sentó en uno de los escalones de cemento y palmeó el espacio
junto a ella.
Nole agradeció el saludo de un amigo y se sentó junto a Amber. El
cemento estaba frío y húmedo.
—Es bueno que te sientas culpable. Demuestra carácter. Muchos chicos
son demasiado estúpidos para saber cuándo deberían sentirse culpables.
Podría haber pensado que eras uno de esos.
—Entonces, ¿por qué quieres salir conmigo?
—Podría haber pensado que estaba equivocada.
Nole no estaba tan seguro de que lo estuviera. ¿Se sentía culpable
porque tenía carácter? ¿O porque no quería ser asesinado por el Blackbird?
—Creo que la culpa es como una mala hierba. —Amber levantó la cara
hacia el sol, que comenzaba a trepar por las copas de los árboles—. Es
mejor arrancarla de raíz.
—Así que disculparse con la primera persona… la primera persona con
la que necesito disculparme. ¿Pero cómo se compensa eso con la segunda
persona?
Amber dijo—: Es una cuestión de energía. Yin y yang. Equilibra la balanza
en un solo lugar y el equilibrio irradia hacia afuera.
Nole no estaba tan seguro de eso. Pero tenía que hacer algo.
—Ahí estás.
Nole se volvió al oír la voz de una chica.
Eran Darla y su grupo de amigas. Señaló a Amber y dijo—: No estabas
donde siempre nos encontramos.
Amber se levantó de un salto.
—Lo siento. Es su culpa. —Señaló a Nole y sonrió.
Él también se puso de pie.
—Necesito darme una ducha.
Amber asintió y se dirigió hacia sus amigas. Ella se volteó.
—Buena suerte.
—Gracias. —Sabía que la iba a necesitar.

☆☆☆
¿Cómo diablos iba a encontrar a Christine Wilber?
Nole contempló esta pregunta durante su tan necesaria ducha, cuando
regresó a su habitación, se paró en su ventana, viendo a la gente dirigirse a
clase. Ya había decidido que se saltaría todas sus clases del día. Ahora
agarró su computadora portátil y se preparó para encontrar a Christine.
Mirando su cama con nostalgia, Nole llevó su computadora portátil a su
escritorio. Tenía miedo de que si se sentaba en la cama, empezara a
quedarse dormido. Una búsqueda rápida en Internet no había ayudado.
Christine Wilber no aparecía en ninguna búsqueda. Aparentemente, no
usaba las redes sociales y no había hecho nada lo suficientemente
importante como para aparecer en el radar de un motor de búsqueda.
Entonces, ¿cómo podría encontrarla?
Un par de hermanos de fraternidad de Nole habían estado hablando de
Sam cuando Nole regresó a la fraternidad. Sam todavía estaba
desaparecido. Así que encontrar a Christine era la única forma de estar a
salvo de nuevo.
¿O simplemente se estaba volviendo loco?
¿Y si la noche anterior sólo hubiera sido un simple trastorno del sueño
causado por el impacto de la noticia del día? Ya no se sentía como si
estuviera en estado de shock, así que tal vez si intentaba dormir ahora,
estaría bien.
No había visto sombras oscuras ni atisbos de pájaros grandes en su
camino de regreso a la fraternidad. Esa era una buena señal, ¿no?
Nole cerró los ojos brevemente y sintió que podía quedarse dormido
sentado. Bueno. Eso fue todo. Iba a acostarse, irse a dormir y olvidarse por
completo de Christine Wilber, Sam y el Blackbird. Dado que las únicas
heridas que había sufrido en las angustiosas horas de la larga noche eran
las que él mismo se había causado, tuvo que concluir que la amenaza estaba
en su cabeza. Y si estaba en su cabeza, podría vencerla.
Resuelto, dejó a un lado su computadora portátil y se metió en la cama,
completamente vestido con jeans y una camiseta blanca. Suspiró,
estirándose. Apoyó la cabeza en la almohada, cerró los ojos y el sueño se
lo llevó…
Directo al infierno.
La segunda vez que las ondas cerebrales de Nole se desaceleraron, el
Blackbird apareció en un estruendo disonante de lamentos y zumbidos que
era tan intenso que se sentía como una invasión física que perforaba el
canal auditivo de Nole. Alas diabólicas se inclinaron sobre Nole
amenazadoramente.
Apuntando su pico directamente al ojo derecho de Nole, el Blackbird
se inclinó aún más cerca. Nole sabía que su ojo estaba cerrado porque
estaba dormido, pero en el mundo de los sueños, sus ojos estaban abiertos
para ver cómo el pico se movía cada vez más bajo. Al mismo tiempo, el
peso que lo golpeaba se hacía cada vez más pesado.
El pecho de Nole estaba siendo aplastado bajo la masa emplumada.
Aunque sabía que no serviría de nada, Nole se retorció y se sacudió de
un lado a otro, tratando de deshacerse de la espantosa criatura. Se
concentró en tratar de liberar sus piernas, pero eso sólo empeoró las
cosas. Sus piernas empezaron a tener espasmos y se sintió como si alguien
estuviera tratando de arrancarlas de su cuerpo. El dolor en sus
extremidades era insoportable.
El sonido también se transformó. Los tonos agudos disminuyeron, sólo
para ser reemplazados por una combinación de estática crepitante y un
fuerte zumbido, interrumpido a intervalos regulares por un ensordecedor
sonido ZAP que le recordó a Nole los insectos eléctricos que su abuelo
mantenía en su cubierta trasera. Sólo que este ZAP no fue diseñado para
mosquitos. Estaba sintonizado con algo del tamaño de un pterodáctilo.
Nole se dio cuenta de que ya no podía respirar. El peso sobre su pecho
aplastaba sus pulmones y detenía su corazón. Sintió como si lo estuvieran
arrastrando a otro reino, el reino del Blackbird. Y cuando dejó su mundo,
el mundo que se dio cuenta de que había dado por sentado toda su vida,
su cuerpo comenzó a sentir un hormigueo. El hormigueo se aceleró y se
convirtieron en vibraciones tan rápidas y poderosas que se sentía como si
cada célula de su cuerpo palpitara a un ritmo vertiginoso. Cada vez más
rápido, su cuerpo vibró y comenzó a emitir un zumbido.
Burrrrrrrrrrrrr.
Nole intentó gritar, pero ni siquiera pudo usar la boca. Se dio cuenta de
que ni siquiera podía sentir su boca… o el resto de su cuerpo. No sólo
estaba paralizado. ¡Estaba entumecido!
Todo lo que quedaba de Nole era su conciencia. Su mente todavía
funcionaba bien; de hecho, estaba funcionando demasiado bien. Le estaba
dando un resumen implacable de la falla de su cuerpo en todo el sistema.
La existencia de Nole retrocedió más y más en un olvido tintado y
emplumado. El ruido creció. El dolor se intensificó. Nole estaba seguro de
que estaba al borde de la aniquilación total.
Y luego todo se detuvo…
Excepto por un apretón de banco en su brazo, un molesto empujón de
su hombro y el sonido de alguien gritando—: ¡¡¡OYE!!!
Nole abrió los ojos.
Ian soltó su brazo y hombro y se alejó de la cama.
—Amigo —dijo, pero a un volumen más bajo.
Nole se dio cuenta de que estaba bañado en sudor. Sentía la piel húmeda
y la ropa se le pegaba. Le dolía todo.
—¿Estás bien? —preguntó Ian.
Nole no pudo responder esa pregunta, por lo que simplemente negó
con la cabeza y luego asintió. Eso debería aclarar las cosas.
Ian, vestido sólo con calzoncillos rojos cubiertos con toros de carga, se
dejó caer en la silla del escritorio de Nole. Nole lo miró. Nunca había visto
al grandullón lucir tan conmocionado. Nunca antes había visto a Ian en su
habitación. Sólo pasaban el rato cuando otros hermanos de fraternidad
estaban cerca, generalmente en el salón principal de la planta baja.
—¿Cómo entraste aquí? —preguntó Nole.
Ian parpadeó, luego torció la boca en una forma de niño pequeño
culpable.
—Oh, rompí tu puerta.
Nole miró para ver la jamba de la puerta astillada y la puerta colgando
de una bisagra.
—Lo siento. Pensé que te estabas muriendo.
Nole volvió a mirar a Ian y enarcó una ceja.
—Nunca había escuchado a nadie hacer un sonido así, amigo. Era fuerte
pero muy bajo, como un gruñido, como si estuvieras tratando como loco
de gritar pero alguien te tapara la boca con la mano. Y había golpes y golpes.
Pensé que alguien estaba tratando de matarte. Así que rompí la puerta para
entrar.
Las lágrimas llenaron los ojos de Nole. Estaba extrañamente conmovido.
Luego, chisporroteos de terror recorrieron su piel. ¿Y si hubiera estado
muriendo?
¿Qué hubiera pasado si Ian no hubiera entrado en su habitación para
despertarlo?
¿Habría podido el Blackbird llevar a Nole a otro… qué? ¿Reino?
¿Dimensión? ¿Nivel del infierno?
Se dio cuenta de que Ian estaba esperando a que dijera algo.
—Gracias, Ian. Estaba atrapado en una pesadilla realmente desagradable.
Me sacaste de eso.
Ian se encogió de hombros.
—Parecía bastante mala. —Miró a Nole con dureza—. ¿Estás seguro de
que estás bien?
Nole asintió.
—Nada que una ducha caliente y algo de comida no solucionen. —Se
sentó. Trató de ignorar la sensación de que la habitación daba vueltas y le
provocaba una oleada de náuseas.
Ian se puso de pie.
—Okey. Bien…
Nole no estaba seguro de poder ponerse de pie todavía, así que no lo
hizo.
—Siento lo de tu puerta —dijo Ian—. Puedo arreglarla por ti. —Se
acercó a la puerta y la miró—. Sólo necesito comprar un par de cosas en
la ferretería.
—No es necesario que hagas eso. Es mi culpa que la rompieras.
Ian negó con la cabeza.
—Nah. Quiero hacerlo. Me gusta arreglar cosas. Me quitará de la mente
de la prueba de maquillaje que tengo hoy más tarde. Necesito aprobar para
poder seguir jugando fútbol.
Nole asintió.
—Avísame si alguna vez necesitas ayuda con, eh, el trabajo de clase.
Ian lo miró de cerca, probablemente para ver si Nole estaba tirando de
su cadena.
No lo estaba. Podría haberlo sido el día anterior, dándole un momento
difícil al tonto deportista. Pero no hoy.
Ian asintió.
—Gracias. —Pasó por la abertura ahora desprotegida del dominio de
Nole.
—¿Uh, Ian? —llamó Nole.
—¿Sí? —Ian se volvió.
—Si tuvieras que encontrar a alguien de tu pasado, como de la
secundaria o algo así, ¿qué harías? Quiero decir, ¿si no estuviera en línea?
—Um, no lo sé. ¿Conoces a sus padres?
Nole chasqueó los dedos.
—Eso es brillante. Sí, gracias. Estupendo. Gracias de nuevo, Ian, por
irrumpir.
Ian se encogió de hombros.
—En cualquier momento.
—Espero que no sea así —murmuró Nole cuando Ian regresó a su
propia habitación.
Nole se puso de pie y, por segunda vez ese día, se dirigió a las duchas.
En la ducha, se reprendió a sí mismo por ser tan tonto. Sabía que los
padres de Christine Wilber todavía estaban en la ciudad porque su padre
era dueño de Wilbers Eats, un popular restaurante de cuchara grasosa en
el centro. ¿Cómo pudo haberlo olvidado? Una de las cosas que le había
dicho a menudo a Christine cuando la intimidaba era “Así que te has
comido todo lo que hay en el menú de tu padre, mil veces; ¿Qué me
recomiendas?”
Nole gimió ante el recuerdo y enfrió el agua. Se estremeció cuando el
mordisco helado le sacudió la piel. Pero necesitaba y merecía la sacudida.
Le ayudaría a hacer lo que ahora sabía que tenía que hacer.

☆☆☆
Nole se sintió aliviado al encontrar Wilbers Eats casi vacío cuando llegó.
Sólo una cabina de vinilo plateada era ocupada por una pareja de
ancianos que buscaba entre huevos revueltos y papas fritas. Y sólo un
taburete de vinilo rojo estaba ocupado por un tipo de aspecto soñoliento
con uniforme de conserje. Estaba bebiendo café y metódicamente arando
un gran trozo de tarta de cerezas.
El restaurante olía a restaurante, uno bueno. Los aromas provenían de
la comida (una mezcla extraña pero no desagradable de cebollas, pollo
frito, manzanas y chocolate) y el café, no de la grasa. Sonidos de chasquidos
y chisporroteos provenían de detrás de una pared divisoria baja que
separaba el comedor de la cocina. Había un gran paso para la comida, y
junto a él colgaba una de esas cosas de carrusel para recortar los pedidos.
Estaba vacío.
Una mujer delgada con cabello lacio teñido de rubio, se volteó para
saludar a Nole cuando entró.
—Siéntate donde quieras. —Hizo un gesto con la mano y volvió a su
tarea, preparando una nueva taza de café. La mujer vestía un uniforme
rosado y un delantal azul brillante. Su etiqueta con su nombre decía LOIS.
Nole no quería sentarse. Quería seguir adelante. Así que se acercó al
mostrador cerca de una caja registradora anticuada. Se movió de un pie al
otro.
Lois se volteó y arqueó una ceja.
—¿Querías comida para llevar?
—No. Gracias. Necesito ver al Sr. Wilber. ¿Está aquí ahora?
Lois se rio entre dientes.
—Claro que está. Prácticamente vive aquí ahora. Él cocina todo. Lois
giró hacia la cocina y gritó—: Earl, ven aquí. Alguien pregunta por ti.
Nole apretó los puños. No estaba ansioso por esta conversación.
Miró hacia arriba y vio a un hombre muy bajo que entraba por una
puerta batiente a la derecha del paso de comida. No era de extrañar que
Nole no hubiera visto al hombre. Apenas medía metro y medio de altura.
Y estaba delgado. Eso fue una sorpresa.
—Hola señor. —Nole le tendió la mano—. Mi nombre es Nole
Markham.
Earl Wilber sonrió y estrechó la mano de Nole.
—Es bueno conocerte.
A Earl le faltaba un diente frontal, pero de alguna manera eso se sumaba
a su sonrisa amistosa. A diferencia de su hija rubia, Earl tenía cabello
castaño y ojos marrones.
Pero Nole pudo ver a Christine en el rostro del hombre. ¿O sería al
revés? Ambos tenían bocas en forma de arco, pómulos anchos y ojos muy
juntos.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Earl Wilber. Sus modales
fueron deferentes.
Nole había estado tratando de pensar en una manera sencilla de sacar a
relucir el tema de encontrar a Christine, y no se le ocurrió nada. Así que
simplemente estalló—: Señor, necesito encontrar a su hija, Christine, y
esperaba que pudiera decirme dónde está.
La expresión amistosa de Earl Wilber no cambió. Él solo dijo—: ¿De
verdad? —Apoyó un codo en el mostrador frente a Nole. Nole notó que
el antebrazo de Earl Wilber estaba rayado con pequeñas cicatrices de
quemaduras. ¿De cocina rápida?
—¿Y por qué? —preguntó Earl.
—¿Eres dulce con ella? —preguntó Lois. Su voz era baja y rasposa.
Earl se rio y le dio unas palmaditas en el hombro.
—Bueno, Lois, supongo que eso es asunto suyo.
Afuera, el sol desapareció tan abruptamente que todos en el restaurante
se volvieron para mirar por la ventana panorámica. Nubes de tormenta
negras caían por el cielo. Debajo de las nubes, justo afuera del restaurante,
una enorme forma encorvada y emplumada pasó arrastrando los pies.
¿Qué?
Nole lo miró dos veces. ¿Acababa de ver eso o lo había imaginado?
Miró a su alrededor para comprobar si alguien más lo había visto. La
anciana en la cabina miraba más allá del hombro del anciano, su mirada se
centró en las nubes y su rostro se contrajo en lo que podría haber sido
miedo o preocupación. Pero tal vez a ella simplemente no le gustaban las
tormentas.
Ya sea que lo viera o lo inventara, Nole tenía la sensación de que
necesitaba moverse.
Mirando hacia atrás al padre de Christine, Nole dijo—: Le voy a decir la
verdad, aunque me hace ver… muy mal. Pero… —Se encogió de
hombros—. Estaba en la secundaria con Christine, y era, bueno, era un
matón. No fui amable con ella en absoluto, y necesito decirle cuánto
lamento haber sido tan malo con ella.
—¿Es esta una de esas cosas de reparación? —le preguntó Lois a Nole.
—No de manera oficial. Sólo… necesito que sepa que lo siento.
Earl Wilber se frotó la mandíbula.
—¿Eres el chico que le tiró abrojos?
Nole arrugó la cara de pura vergüenza. Miró hacia abajo.
—Sí. Ese fui yo.
Cuando Earl Wilber no dijo nada, Nole miró al hombre. Esperaba ver
ira en los ojos del hombre, pero todo lo que vio fue compasión.
Earl Wilber le sostuvo la mirada durante varios segundos. Nole se
retorció, pero no rompió la conexión. Tenía que afrontar lo que había
hecho. ¿Qué mejor manera que mirar al padre de su víctima a los ojos?
Finalmente, Earl Wilber dijo—: Está bien. Te diré dónde está.
—Es una chica tan dulce —dijo Lois.
Nole ignoró sus repentinas náuseas y aceptó las instrucciones que le dio
Earl Wilber. Luego salió, asegurándose de no mirar hacia arriba mientras
se apresuraba a su coche.

☆☆☆
El coche de Nole no era muy parecido a un coche. A decir verdad, era
básicamente una chatarra sobre ruedas. De hecho, era tan basura que Nole
nunca admitió siquiera que era dueño del coche. Lo guardaba en la casa de
su abuelo y sólo lo conducía cuando era necesario. Cuando se construyó
el automóvil, muchos, muchos años antes, era un automóvil genial. Pero
demasiados propietarios, demasiadas millas, demasiados choques en los
guardabarros y simplemente demasiado tiempo habían convertido el auto
en una colección de piezas de motor y metal rojo oxidado que apenas
lograban colgarse la mayor parte del tiempo para llevar a Nole a donde
tenía que ir.
Hoy, iba a estar presionando. Sólo tenía que recorrer unas treinta y
cinco millas, pero el pequeño campus donde Christine, estudiante de
segundo año, como Nole, estaba en las montañas. La escuela era una
universidad de música y artes, según el padre de Christine.
Las nubes de tormenta todavía flotaban y ponían a Nole muy, muy
nervioso. Siempre que accidentalmente miraba al cielo, veía alas
emplumadas batiendo las ondulantes nubes. También seguía viendo una
inmensa forma de plumas negras arrastrarse tras el esfuerzo de su vehículo.
Cada vez que eso sucedía, presionaba el pedal del acelerador con más
fuerza, lo que no ayudaba en absoluto porque ya lo tenía presionado hasta
el piso. El coche de Nole estaba luchando, como era de esperar, con el
camino cuesta arriba.
Sin embargo, después de unos cincuenta minutos, Nole llegó a un
elegante y moderno arco de cemento sobre un camino angosto que
conducía a una pequeña colección de estructuras escultóricas de vidrio y
cemento que casi cantaban “Artsy”. Tal como le había indicado Earl Wilber,
Nole siguió el camino de la izquierda mientras atravesaba dos edificios en
forma de triángulo invertido y lo llevó directamente al estacionamiento de
un dormitorio asimétrico de cuatro pisos.
Tan pronto como Nole apagó su auto, un trueno retumbó en la
distancia no lo suficientemente lejana. Una gran gota de agua golpeó el
brazo de Nole cuando salió del auto. Negándose a mirar a su alrededor,
trotó hacia el dormitorio, pero incluso sin ver a su opresor, sabía que
estaba allí. Podía oír el laborioso arrastre de las plumas por el pavimento,
y podía sentir las corrientes de aire detrás y alrededor de él cambiar a
medida que su cazador se acercaba.
Nole estaba sudando cuando entró al dormitorio. Las náuseas que
habían comenzado en el restaurante habían aumentado y se habían unido
a un fuerte dolor de cabeza.
Ahora Nole comenzaba a sentirse mareado. Tenía que darse prisa.
Prácticamente corriendo a través de un salón en expansión, con sus
omóplatos hormigueando con la sensación de ser rastreado, miró a algunas
chicas tumbadas en lujosos sofás seccionales, charlando. Curiosamente, se
dio cuenta mientras dejaba el salón detrás de él que no tenía idea de cómo
se veían las chicas o qué vestían. Sintió que su vista se estaba volviendo
borrosa.
El edificio olía a claveles y era notablemente silencioso para ser un
dormitorio. Sólo el más leve indicio de un latido entrecortado se podía
escuchar desde la distancia.
Eran un poco más de las 5:00 p.m., y Earl Wilber le había dicho a Nole
que Christine casi siempre estaba en su dormitorio a esa hora del día
porque comía temprano, antes de ir a practicar. Earl no dijo qué tipo de
práctica.
Nole encontró fácilmente el número de habitación que Earl le había
dado. Apoyado contra la pared para estabilizarse, Nole levantó una mano
y llamó.
—Adelante —llamó una voz alegre y musical.
Sonaba un poco como Christine, pero era demasiado optimista para ser
ella.
Nole abrió la puerta, miró alrededor de la habitación y se quedó
paralizado, mirando.
La habitación tenía sólo una persona, una chica. Y la chica era
obviamente Christine. Podría haberlo dudado si no hubiera estado con Earl
Wilber, esta chica tenía los rasgos de su padre, sin su color.
Christine seguía siendo tan rubia y pecosa como había estado en la
escuela secundaria. Ella todavía tenía los dientes ligeramente torcidos que
él recordaba. Pero por lo demás, era una Christine Wilber muy diferente.
—Hola. ¿Estás buscando a Claire?
—¿Eh?
—¿Mi compañera de cuarto?
Nole negó con la cabeza. Estaba teniendo problemas para mantenerse
erguido. Sus piernas se sentían débiles, y algo empujó contra su espalda y
hacia abajo sobre sus hombros como si tratara de empujarlo hacia el suelo.
—Entonces, ¿a quién estás buscando? —preguntó Christine. Torció la
nariz de la manera nerviosa que lo hacía cuando estaban en la secundaria,
pero no parecía ver nada detrás de Nole.
Trató de decirse a sí mismo, por enésima vez, que estaba imaginando
cosas.
Cuando Nole no respondió, Christine dijo—: ¿Creo que estás la
habitación equivocada? —Inclinó la cabeza con su oración/pregunta.
Christine se sentó en un pupitre de la escuela similar al de Nole. Tenía
un libro abierto frente a ella y sostenía un recipiente de plástico con
ensalada. Estaba casi vacío.
Cuando Nole no respondió a Christine, ella miró hacia abajo y bifurcó
un pepino. Mordió el pepino y su aroma distintivo llenó el aire.
También lo hicieron sus crujidos.
Nole siguió mirando.
Christine Wilber estaba sentada con las piernas cruzadas en la silla de
su escritorio y uno de sus pies descalzos seguía el ritmo de la música que
debía haber estado en su cabeza. No llevaba auriculares. Iba vestida con un
maillot celeste ceñido y largo.
Christine Wilber ya no tenía sobrepeso. Era obvio que estaba tan en
forma como Nole.
Esa no era lo único en que ella que era diferente. Aunque todavía tenía
los mismos rasgos faciales y expresiones extravagantes, Christine se
mantenía con un aire de confianza que dejaba en claro que era una chica
muy diferente a la que había conocido en la secundaria. Los procesadores
mentales de Nole luchaban por mantenerse al día con la información
inesperada. Sus neurovías anunciaban—: Esta entrada no se computa.
—¿Hablarás? —preguntó Christine. Ella vaciló y movió la boca como si
tratara de encontrar las palabras adecuadas. Luego dijo—: No estoy siendo
mala ni nada. Es sólo que estás parado ahí mirando. Juntó las manos y se
encogió de hombros.
Nole negó con la cabeza para intentar restablecer sus circuitos.
—No te acuerdas de mí.
—¿Eso es lo primero que me dirás? —Christine se rio.
Recordó esa risa. Sólo la había escuchado una vez en la secundaria,
cuando la vio jugar con un hurón que alguien había traído.
Su risa era un trino agradable que hacía que a él también le dieran ganas
de reír. Dejó la ensalada.
—Está bien, veamos. —Ella lo miró fijamente y luego negó con la
cabeza—. No, no te recuerdo. ¿Debería?
—Me gustaría.
—¿Qué debería hacer?
—Me acordaría de mí si yo fuera tú, quiero decir. —Nole se llevó la
mano a la frente.
Christine se encogió de hombros de nuevo.
—¿Por qué no me dices quién eres?
Nole soltó aire.
—Okey.
Un par de chicas pasaron por el pasillo detrás de Nole. Cantaban a todo
pulmón. Esperó hasta que pasaron por un tiempo, tratando de ignorar el
hecho de que habían sido seguidas por ese silbido y golpeteo que le dijo
que su némesis emplumado estaba cerca.
Abrió la boca y descubrió que no podía pronunciar las palabras. Sus ojos
se llenaron de lágrimas y tuvo que tragar.
Christine frunció el ceño.
—Oye, ¿estás bien?
Los ojos de Nole se humedecieron aún más. Ella era tan agradable.
—Yo era el tipo que te intimidaba en la secundaria. —Dijo las palabras
rápido, como quitarse un vendaje de culpa.
—¿Cuál? —preguntó Christine.
Nole parpadeó.
Ella se encogió de hombros y movió la nariz.
—El equipo de Odio-a-Christine era bastante grande.
—Empecé con lo de “Sm” y te lancé abrojos. —Nole sintió que medía
unos dos centímetros. No podía entender por qué alguna vez pensó que
era tan divertido… cuando lo hizo o cuando se lo contó a Sam.
—Oh, ¿fuiste tú? —ella enfocó sus pequeños ojos azules en él—. Lo
siento. Olvidé tu nombre.
—Nole Markham.
Ella asintió.
—Creo que te recuerdo. En ese entonces no tenías todo ese cabello.
También estabas más delgado. Sin músculos.
Nole se sonrojó. Había sido bastante delgado en la secundaria. ¿Qué le
había hecho pensar que era tan bueno que podía burlarse de otra persona?
Se secó los ojos aún húmedos.
Christine se puso de pie y cruzó la habitación hacia él tan rápido que
fue como si volara. Era extraordinariamente elegante y precisa en sus
movimientos. Nole se puso rígido, sin saber qué iba a hacer.
Ella lo abrazó.
No era así en absoluto como había pensado que sería.
Al principio, Nole se quedó allí parado, con los brazos rígidos a los
lados. Pero entonces la combinación de su amabilidad sincera y el aroma
dulce de miel de su cabello lo liberó de su resistencia. Él le devolvió el
abrazo, parpadeando para eliminar las lágrimas.
Christine lo soltó y se alejó. Estaba tan cerca que podía ver todas sus
pecas y algunas manchas oscuras en sus ojos azules.
—Ese no fue un abrazo de perdón. Fue de agradecimiento.
—¿Qué?
Christine le hizo un gesto para que entrara en la habitación, y él lo hizo,
sentándose en la silla del escritorio de su compañera de cuarto cuando
Christine la sacó. Regresó a su escritorio, se sentó y giró su silla para mirar
a Nole.
Juntó las manos y dijo—: No voy a decirte esto para librarte del
atolladero de la intimidación, pero parece que realmente lo lamentas.
—Realmente lo hago —dijo Nole con sinceridad. Estaba sorprendido
de lo mucho que lo lamentaba.
Asintió con la cabeza, pensó durante unos segundos y luego dijo,
entrecortadamente—: Voy a contarte esto sólo porque aprendí algo de
ello, y me imagino que tal vez pueda transmitirlo. En el primer ciclo de
secundaria, mi madre siempre estaba encima de mí por todo. Me sentía
mal conmigo misma. Tú y los demás no dejaban de menospreciarme, lo
que tampoco ayudaba. Para ser honesta, apenas te recuerdo. Pero
recuerdo lo mal que me sentía todo el tiempo. Sin embargo, con el tiempo,
dejé de sentirme mal y me enfadé. Decidí tratarme bien. Me gustaba bailar,
y empecé a bailar para divertirme, ya sabes, sólo en mi habitación. Pero
luego empecé a ir a un estudio de verdad, y descubrí que se me da bastante
bien. Cuando la música me envolvía, nada más importaba. Por supuesto, a
mi madre le encantaba que el baile me ayudara a perder peso, pero eso no
era suficiente para hacerla feliz. Creo que una parte de mí siempre luchará
en algún nivel con eso.
Nole se puso de pie y abrió la boca para protestar.
Ella se acercó y le indicó que se fuera.
—No lo hagas. Está bien. ¿Ves? Esa es la cosa. Todo ese acoso me obligó
a dar un paso al frente y amarme a mí misma, sin importar lo que vea en el
espejo o lo que la gente diga de mí. Yo conozco mi valor. En realidad estoy
aquí con una beca de baile. ¿Lo ves? A veces, cuando sucede algo malo,
conduce a algo bueno.
Nole asintió.
Christine lo miró directamente.
—Y te perdono. Puedes dejarlo ir. Estoy bien.
Los ojos de Nole se llenaron de lágrimas de nuevo. Se las secó con el
dorso de la mano.
Christine miró por encima del hombro de Nole. Ella le dio unas
palmaditas y le apretó la mano.
Luego salió al pasillo y ella cerró la puerta.
Nole se hundió contra la pared. Fue entonces cuando se dio cuenta de
que ya no sentía una presencia cercana.
No más plumas.
El pasillo estaba en silencio.
Su dolor de cabeza se había ido. Nole giró la cabeza de un lado a otro
y se encogió de hombros, luego soltó los hombros. Su tensión también se
había ido. Todo se había ido. Sintió como si acabara de dejar una mochila
llena de ladrillos.
Nole sonrió un poco y se abrió camino por el dormitorio. En el salón,
saludó a las chicas. Ahora podía verlas claramente. Estaban vestidas con
leotardos como los de Christine.
Afuera, Nole no se sorprendió al encontrar el sol abriéndose paso a
través de las nubes. Cerró los ojos y respiró aire perfumado por los
claveles en miniatura que crecían en una maceta en el borde del área de
estacionamiento. No los había notado al entrar.
Se dirigió a su coche y sonó su teléfono. Nole buscó en su bolsillo, sacó
su teléfono y lo contestó.
—¿Hola?
Las dos primeras palabras pronunciadas en su oído hicieron que Nole
se detuviera. Mientras escuchaba, comenzó a sonreír. Luego dijo—: ¡Estoy
en camino!
Corrió hacia su coche.

☆☆☆
Sam estaba esperando a Nole frente al edificio de estudios de cine
cuando Nole regresó.
—¡Sam! —gritó Nole. Corrió hacia su amigo.
Sam levantó una muleta y la agitó en el aire, luego la volvió a dejar
cuando Nole lo alcanzó. Nole agarró a Sam y lo abrazó. Lo mejor que
pudo, Sam le devolvió el abrazo con entusiasmo.
—Ahí está mi idiota favorito —dijo Sam—. ¿Dónde estabas?
—Fui… —Nole agitó el aire—. No importa. ¿Qué te pasó?
Sam puso los ojos en blanco.
—Aparentemente, he estado contigo demasiado tiempo. La idiotez
debe ser contagiosa.
Nole le dio una palmada en el hombro a Sam.
—Ay. Hola. Un tipo herido aquí. —Sam le guiñó un ojo—. En serio,
estaba siendo tonto. Caminaba por las vías con los auriculares puestos.
—Tonto es la palabra perfecta para eso.
Sam se rio.
—Sí. ¿Verdad? Así que me di la vuelta justo a tiempo para ver el tren y
salté de las vías, pero saltar nunca ha sido algo en lo que sea bueno, así que
no sólo algo en el tren me rasgó el brazo cuando salté (levantó un brazo
vendado) Perdí el equilibrio, me caí por el terraplén y me rompí la pierna.
Si hubiera tenido piernas de tamaño normal, probablemente hubiera estado
bien.
Nole se rio.
—Tú y tus piernas. Supéralo.
Sam ignoró a Nole.
—Estaba tratando de arrastrarme hacia arriba cuando resbalé y terminé
deslizándome hasta la alcantarilla. Luego me desmayé. Supongo que estaba
bastante bien escondido. Nunca escuché a nadie llamarme, y nadie me vio
hasta temprano esta mañana, cuando mis padres regresaron con un par de
policías para buscar nuevamente. —Sam golpeó el brazo de Nole—. Estoy
tan feliz de verte, hombre.
—No tan feliz como yo de verte. —Nole se dio cuenta de que lo decía
en serio, realmente lo decía en serio—. Y lo siento. —No se arriesgaría.
El hecho de que Sam estuviera aquí no significaba que el Blackbird se
hubiera ido.
—¿Por qué?
—Por ser tan idiota con el tema del acoso. Estás bien. No es gracioso.
Sam volvió a agitar el aire con su muleta.
—Estaba hipersensible al respecto. No es la gran cosa.
—No. Ser irreflexivo es un gran problema.
Sam negó con la cabeza.
—No estaré en desacuerdo con eso, pero no debería haber arrojado
piedras a una casa de cristal.
—¿Eh?
—Nunca te respondí cuando me preguntaste si tenía secretos.
Nole esperó.
Sam se inclinó.
—¿Recuerdas que dije que me intimidaron?
Nole asintió.
—Bueno, me vengué de uno de mis matones al acosarlo de vuelta. Le
jugué una broma muy mala justo antes del primer año.
—Imbécil.
Sam se rio.
—Un nuevo tú.
—No —dijo Nole—. No más clones idiotas.
—¿Qué?
Nole se rio.
—Oh, es una broma entre Amber y yo.
—“Amber y yo” ¿eh? Quiero escuchar sobre eso. ¿Quieres comer una
pizza?
—Claro, me muero de hambre. No he comido desde antes del
mediodía.
—¿Por qué?
—Larga historia. Tal vez te lo cuente alguna vez.
—El Blackbird te lo hará decir —dijo Sam.
El corazón de Nole tartamudeó, pero luego Sam se rio.
L a habitación del niño estaba abarrotada, a pesar de que sólo cabían
dos personas. Estaba abarrotada porque contenía muchas esperanzas y
muchos remordimientos. Estaba abarrotada porque contenía el potencial
de mucho más de lo que era.
—Vamos a ponerte cómodo. —Margie acunó los hombros de Jake
mientras se ponía detrás de él y recolocaba las almohadas. El ventilador de
la ventana sopló un mechón de su cabello castaño claro hasta los hombros
sobre su labio superior para que pareciera que tenía bigote. Frunció los
labios carnosos y echó el pelo hacia atrás en su lugar.
Jake trató de recordar la última vez que estuvo cómodo. ¿Quizás hace
tres años, cuando tenía seis?
No importa lo que Margie hiciera con las almohadas, Jake no estaría
cómodo, pero dejaba que Margie pensara que estaba haciendo algo útil.
Ella se esforzaba mucho y él no quería que supiera que no podía hacerlo
mejor, como ella quería.
Por encima del zumbido del ventilador, Jake podía escuchar a los niños
jugando en el jardín del vecino. Gritos de júbilo se alternaban con risas y
algún que otro grito. Inclinó la cabeza para que el olmo fuera de su ventana
no se interpusiera, y vio el final de un aspersor rociando un chorro de agua
a través del césped del vecino. En realidad, vio dos, pero sabía que uno era
sólo un eco del primero. Aunque el ventilador lo ahogó, el aspersor hizo
sonar su pft, pft, pft en su mente. Amaba ese sonido. Era el sonido de la
diversión. Solía ser uno de los niños que jugaba con ese aspersor y chillaba
de júbilo. Cuando el calor era mucho, la Sra. Henderson siempre dejaba
que los niños convirtieran su patio delantero en un parque acuático.
—¿Jake? —Jake desvió su atención de la ventana a Margie. Margie
también tenía un eco. Ambas Margies le fruncieron el ceño. Jake se
concentró en ignorar a la segunda Margie, ya que tuvo que ignorar la
segunda de todo lo que vio.
Su piñón le hacía ver doble. Era molesto, pero estaba acostumbrado.
Margie frotó la cabeza calva de Jake. Su palma era cálida y áspera, tan
diferente de lo que habían sido las palmas de su madre. No estaba seguro
de haberlas recordado bien porque habían pasado cuatro años desde la
muerte de su madre, pero recordaba las manos de su madre como suaves.
Aun así, le gustó cuando Margie le frotó la cabeza. Lo acercó un poco más
a encontrar el escondite de Comfy.
—Tierra a Jake.
Obviamente, ella había estado hablando y él no la había escuchado. Lo
hacía cada vez más en estos días. Era más feliz cuando no estaba donde
estaba, por lo que era difícil obligarse a prestar atención a lo que estaba
diciendo.
—Pregunté si te apetecía un poco de sopa de verduras. —Margie volvió
a quitarse el pelo de la cara mientras se preocupaba por las sábanas de
Jake. Sus mejillas llenas estaban enrojecidas por el calor y su rímel estaba
manchado.
Jake pensó que era divertido que Margie siempre usara maquillaje. No
era como si la vieran muchas personas. Por lo general, era sólo Jake.
—Creo que te ves bonita sin maquillaje —le dijo una vez—. Tienes unos
ojos muy grandes. Pareces una princesa de dibujos animados.
A Margie obviamente le había gustado eso, pero todavía se maquillaba.
—Es una cosa de chicas —le dijo. Supuso que se maquillaba por si algún
chico guapo llegaba a la puerta. Sin embargo, cuando él dijo eso, ella se rio
y dijo—: No estoy buscando un chico guapo. Sólo tengo veintisiete años.
Aún soy joven. Eres el único chico guapo que necesito.
Jake no creía que veintisiete sonaran jóvenes. Eso era tres veces mayor
que él ahora, y Margie era tres años mayor ahora porque lo había estado
cuidando desde que la comodidad se convirtió en parte de su pasado.
Jake no quería ser un problema, pero estaba demasiado caluroso para
la sopa y no estaba seguro de poder aguantarla.
—¿Galletas? —preguntó.
Margie se sentó en el borde de la cama. Ella siempre se sentaba allí, a
pesar de que una silla de felpa de cuadros verdes y azules estaba justo al
lado del otro lado de la cama. La cara sonriente en su camiseta se torció
para que pareciera que le estaba guiñando un ojo a Jake. A veces, Jake le
devolvía el guiño, pero hoy no tenía ganas. Estaba haciendo eso que Margie
dijo que nunca debería hacer.
—No te aflijas —decía siempre—. También conocido como “sentir
lástima por ti mismo”, “tener una fiesta de lástima”, “pobre de mí” y “¡oh,
el drama!”
Eso solía hacer reír a Jake. Hoy, no tanto.
Afuera, uno de los gemelos del otro lado de la calle se rio; tenía una risa
extraña que sonaba como un reloj de cuco, así que Jake la reconoció.
Volvió a dirigir la mirada hacia la ventana.
Margie se inclinó hacia Jake y suavemente usó sus dedos para volver su
rostro hacia ella.
—Sé qué ha pasado mucho tiempo desde que pudiste jugar con tus
amigos, pero estarás ahí con ellos en poco tiempo. Ya verás.
Jake asintió, aunque no estaba de acuerdo con ella.
Margie era una gran fanática del pensamiento positivo. Ella siempre decía
cosas como “Hoy es un día de milagros”, “Las cosas están mejorando”,
“Esto también pasará”, “Todo está bien” y “Siempre es más oscuro antes
del amanecer”. Tenía como un trillón de camisetas con caras sonrientes
con varios sombreros, atuendos o expresiones. Una vez, Jake le preguntó
dónde las había conseguido y ella dijo que un amigo que tenía una empresa
de camisetas las hacía para ella. Hizo una para Jake, una cara sonriente con
una gorra de béisbol con el logo de su equipo favorito. Solía usarla mucho,
pero no había querido ponérsela durante un tiempo.
Cuando Jake no dijo nada, Margie dijo—: Está bien, galletas entonces.
—Gracias —dijo Jake.
Ella le dio unas palmaditas en la rodilla. Luego saludó a una mosca.
—¿Cómo entraste aquí? —preguntó ella.
Jake miró un agujero del tamaño de una moneda de diez centavos en su
ventana, pero no reveló el secreto de la mosca. Le gustaba que lo visitaran
las moscas. Le gustaba verlas revolotear por la habitación y le gustaba
escucharlas zumbar. Un par de años antes, su padre le compró una
computadora portátil y una tableta para que las usara para hacer sus
lecciones y buscar cosas. Siempre tenía la tableta en la cama con él, porque
tenía muchas preguntas sobre todo, y la tableta era como un portal mágico
a las respuestas.
La tableta le decía que las moscas sólo viven veintiocho días. Menos de
un mes. Pensó que era por eso que siempre andaban dando vueltas. Tenían
que darse prisa y vivir todo lo que pudieran mientras tuvieran la
oportunidad. Le hacía sentirse estúpido por estar tanto tiempo acostado.
¿Por qué no se apresuraba como las moscas?
Bueno, porque no podía. Jake notó que Margie se dirigía hacia la puerta
de su habitación, con los brazos llenos de toallas que había usado para
limpiar su desorden. Este era el segundo día de la última ronda, y era peor
que la mayoría de los dos días.
—¿Margie?
Margie se volvió. Ella le mostró su amplia sonrisa.
—¿Qué?
—¿Cuándo llamará papá?
La sonrisa de Margie vaciló.
—No estoy segura, cariño. —Dejó las toallas sobre el escritorio que él
no había usado durante un tiempo y volvió a la cama. Ella se sentó de
nuevo—. Sabes que llama siempre que puede, ¿verdad?
Jake asintió.
—¿Y sabes que él piensa en ti todo el tiempo?
Jake frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No creo que lo haga.
Margie arqueó una ceja.
—¿Por qué no?
—Bueno, es un buen soldado, ¿verdad?
—Claro que lo es.
—Así que tiene que concentrarse en lo que está haciendo. Apuesto a
que no piensa en mí cuando se concentra en su trabajo. Pero eso está bien.
No quiero que piense en mí y termine pegándose un tiro en el pie o algo
así. —Jake se esforzó para poder levantar los brazos y pretender dispararle
el pie. Le dio a Margie una débil sonrisa.
Margie se rio.
—No, eso sería malo.
Jake se unió a ella cuando continuó.
—Muy, muy malo.
Se rieron juntos.
—Iré a buscar esas galletas. —Margie se puso de pie, se inclinó y besó
la frente de Jake.
Notó que sus ojos se llenaron de lágrimas cuando lo miró a los ojos.
Entendió por qué, así que no dijo nada. En cambio, preguntó—: ¿Puedes
traer galletas extra?
—Claro. ¿Tienes mucha hambre?
—Realmente no. Sólo he estado pensando que está mal que no le
ofrezca algo a Simón cuando me visita. Se supone que se debe hacer eso,
¿verdad? ¿Ofrecer comida, bebida o cosas a los invitados?
Margie arqueó una ceja.
—No sabía que Simón comía.
Jake se rio.
—Eso es una tontería. Por supuesto que come.
—Pensé que vivía en el armario.
—¿Entonces sí?
Margie ladeó la cabeza.
—¿Así que hay comida ahí?
Jake se encogió de hombros.
—No sé de dónde consigue su comida. Pero ayer hablamos sobre qué
tipo de pastel nos gusta. A él le gusta el chocolate, al igual que a mí.
—A Simón le gusta el chocolate, ¿eh?
—Sí. Y la mantequilla de maní. Tal como yo. Pero no le gusta el plátano.
Dice que si le dan un sándwich de plátano y nueces, quita los plátanos.
—Oh, lo hace, ¿verdad?
Jake asintió.
Margie negó con la cabeza y sonrió.
—Está bien. Galletas extra, entonces.
—¿De verdad?
—Bueno, no podemos ser groseros con Simón. —Margie le guiñó un
ojo.
Jake negó con la cabeza.
—No. También tendré que disculparme con él.
—¿Por qué?
—Porque no le he ofrecido nada todavía.
—Estoy segura de que no está molesto por eso.
Jake frunció el ceño.
—Eso espero.
Margie le apretó el pie.
—Estoy segura. —Ella se dirigió a la puerta.
Jake la vio cruzar los pocos metros entre su cama y el escritorio, donde
dejó las toallas. Sobre las toallas, un cartel de su personaje robot favorito
burbujeaba en el aire húmedo. Una esquina ondeaba con la brisa del
ventilador.
Cuando Margie salió de la habitación, Jake miró todos sus carteles.
Tenían un tema dual: películas de ciencia ficción y béisbol. Una pintura que
combinaba sus dos cosas favoritas colgaba sobre el pequeño armario
blanco en la pared opuesta a su ventana. Su padre hizo que un amigo artista
hiciera la pintura: mostraba un juego de béisbol que se jugaba en la luna.
Jake deseaba estar bien para ver eso en la vida real. Pero no pasaría.
Jake puso los ojos en blanco.
—¡Oh, el drama! —dijo en voz alta.
Volvió a inspeccionar su habitación. Sus cortinas verdes con dibujos de
béisbol giraban con un ritmo espasmódico que coincidía con las rotaciones
de su fan. Jake miró hacia su foto de béisbol en la luna. Luego miró su
pequeño armario.
El gabinete, que medía aproximadamente un metro y medio de alto y tal
vez dos pies de ancho, estaba en la habitación de Jake cuando sus padres
obtuvieron esta casa, al menos eso es lo que dijo su padre. Jake no usó el
gabinete. Estaba ahí, y normalmente, no le dio ni un pensamiento… hasta
hace poco. Ahora el gabinete se estaba volviendo importante para él,
porque su nuevo amigo, Simón, vivía en él. Jake tomó su tableta. Quería
ver si podía superar la puntuación de ayer en su juego de matemáticas.
Cuando se encendió la tableta, miró la hora.
Bien. Eran más de las cinco. Sólo faltaban cuatro horas para la hora de
dormir.
A Jake le encantaba la hora de dormir. Era su parte favorita del día.
Bueno, eso y dormir en sí. Dormir era mucho más divertido que estar
despierto. Podía hacer cosas mientras dormía que no podía hacer cuando
estaba despierto. Pero la hora de acostarse era incluso mejor que dormir.
Era entonces cuando Simón venía de visita.

☆☆☆
En el sótano, Margie colocó la última carga de toallas en la vieja lavadora
y la encendió, acariciando afectuosamente la tapa blanca llena de cicatrices
cuando la máquina comenzó el ciclo con su eficiencia habitual. Margie
estaba bastante segura de que la máquina y su colega, la secadora
estropeada junto a ella, eran reliquias de otra época, pero todavía no se
estaban rindiendo. Eso era bueno porque cuidar de Jake implicaba mucho
lavado, y Margie estaba bastante segura de que Evan, el padre de Jake, no
podía permitirse el lujo de reemplazar una lavadora y secadora. Estaba
bastante segura de que Evan, en su rango, apenas podía permitírselo. Él le
pagaba mejor de lo que la mayoría pagaría, y la verdad es que a estas alturas,
si hubiera podido, habría trabajado gratis. Amaba a Jake como a un hijo.
Y eso es lo que hacía que todo fuera tan difícil.
Margie se sentó en la silla de jardín de tela azul descolorida que estaba
colocada, por razones que nunca entendió, frente a los estantes junto a las
escaleras. Tenía que subir y llevarle a Jake sus galletas, pero necesitaba un
minuto.
El sótano estaba fresco en comparación con el resto de la casa. No por
primera vez, deseaba que pudieran traer la cama de Jake aquí. Su habitación
tenía exposición occidental y hacía mucho calor por las tardes. Pero estaba
demasiado húmedo aquí abajo. La radiación y la quimioterapia habían
aniquilado el sistema inmunológico de Jake. Un simple resfriado podría
matarlo.
Margie parpadeó para quitarse las lágrimas y miró las herramientas, los
juegos y el equipo de campamento apilados en los estantes de metal contra
la pared. Un par de docenas de cajas etiquetadas por año insinuaban los
recuerdos que esta familia había creado antes de que todo cambiara.
Primero, mataron a la mamá de Jake. Luego él se enfermó. No era justo.
Margie sacó su teléfono celular, hizo clic en su aplicación de grabación
y comenzó a hablar.
—El segundo día de la última ronda de quimioterapia. El Dr. Bederman
está esperanzado, pero hoy me dijo que Jake sólo puede tener dos rondas
más. Ya han superado la cantidad habitual de tratamientos para este
protocolo. El tumor sigue creciendo. —Hizo una pausa, tragó saliva y luego
continuó—: Pero las nubes de lluvia más oscuras traen los arcoíris más
brillantes. No voy a perder la esperanza. Todos los médicos están
trabajando arduamente para encontrar la combinación adecuada de
tratamientos. Todas las enfermeras lo apoyan. Jake es uno de los favoritos
en el ala de oncología. ¿Cómo podría no serlo? Es un amor muy agradecido
por todo lo que se está haciendo. Quiero decir, incluso cuando lo pinchan
con agujas y lo llenan de medicina tóxica y vomita hasta las tripas, sigue
diciendo: "Gracias por cuidarme". Es un ángel. Un maldito ángel.
Margie se pasó una mano por el cabello húmedo. Sacó el monitor para
bebés que tenía en el bolsillo. Estaba prendido. Por supuesto que lo estaba.
Pero lo comprobaba compulsivamente cuando estaba en el sótano o
cuando tenía que salir a sacar la basura o cortar el césped. Al menos no
había tenido que cortar el césped durante un par de semanas. Todo se
había dorado por el calor.
A veces, cuando miraba la hierba quebradiza y las plantas marchitas que
rodeaban la casa, sentía que el follaje estaba sintonizado con Jake. A medida
que su luz se atenuaba, también lo hacía todo lo demás en la propiedad.
Volvió a mirar el monitor. No quería perderse si Jake la llamaba. No es
que lo hiciera muy a menudo. Por lo general, sólo esperaba hasta que ella
estuviera en la habitación para pedirle lo que necesitaba. Una vez, ella fue
a su habitación y descubrió que había vomitado sobre sí mismo, pero no la
había llamado.
—Sabía que estabas en el sótano. No quería hacerte subir las escaleras
más de lo necesario —había dicho.
«Un ángel». Margie volvió a encender la grabadora.
—Ojalá hubiera empezado con esto cuando vine aquí por primera vez
a trabajar, pero acabo de recibir este teléfono y esta aplicación. Quiero
grabar todo lo que pueda recordar sobre estar con Jake y luego estar al
día con las cosas diarias a partir de ahora. —Ella suspiró—. Nunca pensé
que trabajaría aquí tanto tiempo. Se suponía que era un trabajo de
transición porque no obtuve la pasantía que solicité y necesitaba comer.
Evan obviamente estaba desesperado por encontrar a alguien que se
ocupara de Jake. Y luego, por supuesto, me enamoré de este niño, y
entonces… bueno, puedo hacer mi fotografía y dibujar más tarde, cuando
se recupere. —Margie pulsó el botón de pausa en su aplicación. Escuchó la
falsedad en su voz cuando dijo después de que él se recupere. Estaba más
preocupada de lo que admitiría.
Volvió a pulsar el botón de grabación.
—Jake tiene lo que él llama un “Piñón”. En realidad, era su versión de
lo que tiene, PNET, que significa tumor neuroectodérmico primitivo. Ese
es un nombre elegante para un tipo de tumor cerebral, y su tipo específico
de PNET es un pineoblastoma. Cuando Evan le explicó todo esto a Jake, lo
mejor que pudo, Jake dijo—: Genial. Tengo una nuez de pino. —Tenía
apenas seis años en ese momento. No creo que él piense que es tan genial
ahora. Ha recibido todos los tratamientos posibles para su tipo de tumor
y nada funciona. Sus dolores de cabeza y visión doble están empeorando.
Intentaron extirpar el tumor, pero no pudieron sacarlo todo, volvió a
crecer y ahora sigue creciendo. No voy a perder la esperanza, pero– —
Ella presionó detener. No iba a registrar lo que dijo el neurooncólogo jefe
de Jake.
«Las probabilidades están en su contra». Si lo grababa, lo haría real.
La lavadora golpeó mientras pasaba de agitar las toallas a drenar el agua
jabonosa. Margie se levantó de un salto. Llevaba demasiado tiempo aquí
abajo. Volvería a su grabación más tarde, después de que Jake se durmiera.

☆☆☆
—Batir. —Margie se inclinó sobre Jake y le besó la frente.
Sus labios estaban pegajosos por el brillo de labios, pero Jake siempre
esperaba hasta que ella se fuera para limpiar su frente. Jake le sonrió y
acurrucó su bate más cerca de su costado. El bate era un bate de béisbol
de felpa llamado Bodie. Margie se lo hizo poco después de convertirse en
su niñera.
Tres años antes, tan pronto como anunció que era demasiado mayor
para los osos de peluche, se arrepintió. Realmente amaba a su osito de
peluche, pero cada vez que su papá lo llamaba “mi hombrecito”, se sentía
como un bebé por querer aferrarse a algo por la noche. De alguna manera,
agarrar un bate de béisbol, a pesar de que era suave y blandito y tenía una
cara tonta y de ojos saltones, era más varonil que abrazar a un oso. Margie
lo entendió.
Jake amaba a Bodie, pero Bodie olía un poco amargo estos días. Jake
sólo había vomitado en Bodie una vez y Margie lo había limpiado, pero
Bodie estaba absorbiendo el olor de todas las medicinas en el cuerpo de
Jake. Podía olerlas en su sudor. Odiaba eso.
—Buenas noches, Margie —dijo Jake.
—Buenas noches, cariño.
Jake cerró los ojos.
Solía esperar hasta que ella saliera de la habitación para cerrar los ojos,
pero ahora los cerró para intentar que saliera más rápido de la habitación.
Esto no fue porque no le agradara. Él la amaba. Pero Simón no vendría si
ella estaba aquí.
Por lo general, la cosa de cerrar los ojos funcionaba. Esta noche no fue
así. Ella no se fue.
Jake no le había dicho a Margie que Simón sólo lo visitaría después de
que las luces estuvieran apagadas y él se fuera a dormir. Margie pareció
creerle cuando le habló de Simón. Sin embargo, pensó que a ella podría no
gustarle si supiera que Simón sólo hablaba con él después de que Margie
se despedía y se iba.
Jake se obligó a respirar lenta y uniformemente para que ella pensara
que se iba a dormir. Y aun así, se quedó. Sabía que ella lo estaba mirando.
A veces hacía eso. Se sentaba en el borde de su cama mientras pensaba
que estaba durmiendo. Por lo general, no lo estaba, pero fingía estarlo.
Jake se preguntó qué veía ella cuando lo miraba. ¿Veía lo que él cuando
se veía en el espejo: un niño calvo con piel grisácea, ojos verdes nublados
hundidos y círculos oscuros en sus pómulos? No había podido ver a Jake,
el verdadero Jake, en mucho tiempo.
Pero recordaba a ese Jake. El Jake que tenía un rostro redondo y
pecoso, ojos verdes brillantes, una gran sonrisa y una espesa maraña de
rizos castaños que por lo general caían sobre sus ojos.
La cama se movió, haciéndole saber que Margie estaba de pie. Esperó a
oír crujir su piso de madera en ese lugar entre la alfombra verde debajo de
su cama y la puerta. Cuando escuchó ese crujido, supo que sólo serían
unos minutos más… sólo unos minutos más hasta que Simón llegara.
Margie cerró la puerta de la habitación de Jake. Se acurrucó de costado
y abrazó a Bodie. Él esperó.
Mientras esperaba, contó. Sólo le tomó diecisiete cuentas antes de que
oyera la voz que entraba por la pequeña puerta del armario.
—Hola, Jake.
La primera noche que Simón había hablado con Jake, Simón había dejado
en claro que estaría en el armario hasta que Jake se recuperara lo suficiente
como para caminar hacia el armario, abrir la puerta y encontrarlo.
—Cuando puedas hacer eso, estaré aquí esperándote.
Al principio, Jake pensó que era extraño; pero no quería que Simón se
fuera, así que lo aceptó. A veces, se preguntaba por qué Simón tenía que
hablar con él desde el interior del armario, pero se estaba divirtiendo tanto
hablando con su amigo que se olvidaba de preocuparse por eso.
—¿Entonces, que hiciste hoy? —preguntó Simón.
Jake suspiró.
—No fue un gran día. Por lo general, dos días después de la
quimioterapia, estoy bien. Pero vomité un…
Simón hizo un sonido plrrb.
—No, ¿qué hizo el verdadero Jake hoy?
—Oh sí.
Jake no estaba seguro de por qué a menudo olvidaba las reglas de Simón.
Se suponía que Jake no debía hablar de las cosas como eran. Se suponía
que debía hablar de las cosas como serían si fuera un niño normal capaz de
hacer cosas normales.
Él sonrió.
—Jugué… oh, espera. ¡Casi lo olvido! ¿Quieres unas galletas? Tengo
algunas aquí para ti. —Jake hizo un gesto con la mano hacia el pequeño
plato de galletas que estaba en su mesita de noche. Junto a él había un
pequeño vaso de jugo. Margie había dicho—: Simón necesitará algo para
mojar las galletas.
—Eso es muy amable de tu parte, Jake —dijo Simón. Pero no, gracias.
Estaré aquí hasta que sea el momento de que me encuentres.
Jake se dio cuenta de que en realidad no había pensado en su idea de
ofrecerle algo de comer a Simón.
—Podría empujar las galletas hacia la puerta —dijo.
Simón se rio.
—Está bien. Basta con que hayas pensado en darme un poco. Me hace
sentir bien. Gracias.
—Okey.
—Ahora, dime qué hiciste hoy.
—Oh, bueno, hoy jugué en el aspersor con mis amigos.
—¿Cuáles amigos?
—Los chicos de Henderson, ya sabes, Patty, Davey y Vic. Y las gemelas
del otro lado de la calle, Ellie y Evie, estaban allí, y Kyle Clay y Garrett de
la calle detrás de nosotros. Estábamos tratando de ver quién podía
deslizarse más lejos.
—¿Te resbalaste en la hierba cuando estaba muy mojada?
La voz de Simón, ya un poco más alta que la de Jake, fue aún más alta.
Sonaba muy emocionado.
—¡Yo hice eso hoy! —dijo Simón—. Y tengo manchas de hierba en las
rodillas. ¡Todavía están verdes!
Jake se rio.
—Las mías también.
—¡Genial! ¿Qué más hiciste?
—Bueno, antes de que corriéramos en el aspersor, todos jugamos
softbol en el parque. Por eso fue tan bueno estar en el rociador más tarde.
Hacía mucho calor en el parque. Sudaba como un loco.
—¿Estaba realmente seco el suelo? Estaba muy seco donde jugaba, así
que cuando me deslicé primero, me rasgué la rodilla. ¡Deberías ver las
marcas!
—Yo también tengo algunos rasguños. Sin embargo, no están mal. No
me dolieron.
—Las mías tampoco me dolieron, pero mis rodillas se sienten como
papel de lija. Creo que es divertido. Mi papá dijo una vez que cosas como
esa son una insignia de honor.
—Sí. Me gusta eso. —Jake sonrió y alcanzó su rodilla perfectamente lisa.
Imaginó que se sentía dura. Si se concentraba, podía hacer creer a sus
dedos que tenía raspaduras en las rodillas. Incluso pudo sentir un poco de
escozor en su piel.
—¿Así que llegaste?
—¿Adónde?
—¿A primera base, cuando te deslizaste?
Jake sonrió.
—Claro que lo hice. ¡Luego robé la segunda también!
—¡Mi camino a seguir! ¿Y luego qué pasó?
—Llegué a tercera con un elevado profundo.
—¡Súper genial!
—Comencé a intentar llegar a arco en el siguiente elevado, pero no
estaba lo suficientemente lejos y Clay lo atrapó fácilmente. Así que tuve
que volver corriendo a la tercera.
—Lata de maíz.
—¿Qué?
—Así es lo que mi abuelo llamaba esas pelotas de vuelo fáciles.
—¿Por qué?
Simón se rio.
—Siempre te ha gustado saber por qué, ¿verdad?
—Sí. —Jake lo habría buscado en su tableta, pero tenía que mantener
los ojos cerrados.
—También quería saber por qué. Así que le pregunté a mi abuelo y me
dijo que lo de la “lata de maíz” podría haber comenzado de dos maneras.
La primera forma era por cuando solían vender abarrotes en tiendas
pequeñas con estantes altos. Los hombres que eran dueños de las tiendas,
dijo el abuelo, los llamaban tenderos, usaban palos largos para tirar latas
de verduras de los estantes altos y atraparlas con sus delantales. El maíz
era la verdura más popular, por eso se incluyó en el dicho.
—Creo que una vez vi a uno de esos tenderos en una película del oeste
—dijo Jake.
—¡Sí yo también! Era como dijo el abuelo.
—Entonces, ¿cuál es la otra manera?
—La otra… Oh, sí. Bueno, el abuelo dijo que la “lata de maíz” podría
haber comenzado porque hace muchos, muchos años, los juegos se jugaban
en los campos de maíz.
—Eso es genial.
—Sí, pero creo que sería muy difícil encontrar la pelota debajo de esas
grandes y altas plantas de maíz. Sería como jugar béisbol y al escondite al
mismo tiempo.
Jake se rio.
—Eso es gracioso.
Simón también se rio.
—Entonces, ¿qué pasó finalmente? ¿En el juego?
—Oh, um, bueno, Vic pegó un doble. Así que corrí por el campo.
—¡Impresionante!
—Fue divertido.
—Entonces, ¿qué hiciste después del juego?
—Um… fuimos por un helado.
—Mm, me encanta el helado. ¿Qué sabor escogiste?
—Chocolate. Duh.
Simón se rio.
—¡Yo también comí helado de chocolate hoy! Y terminé derramando
un poco en mi camisa. ¿Hiciste eso?
—Sí, lo hice. ¡Justo en mi camisa!
—A veces, las manchas de chocolate no salen con el lavado. Oh bien. Si
no es así, recordaremos ese helado durante mucho tiempo, ¿verdad?
—Sí, apuesto a que tienes razón —dijo Jake. Bostezó.
—Parece que estás cansado. ¿Qué tal si regreso mañana por la noche?
Jake quería decir que podía permanecer despierto, pero realmente no
podía.
—Está bien. Me gustaría eso.
—A mí también. Buenas noches, Jake.
—Buenas noches.

☆☆☆
Margie estaba despierta a la mañana siguiente cuando sonó el teléfono.
Era temprano, y esperaba que Jake durmiera durante el ring para poder
sorprenderlo.
—Hola, Evan —dijo.
—Hola, Margie. ¿Cómo está mi hombrecito?
—Es fuerte como su padre.
Evan se rio.
—La adulación no funciona con los soldados.
Margie sonrió.
—Valió la pena intentarlo.
—¿Ha tenido problemas con la quimioterapia?
—Sí. Uno de los peores hasta ahora. Todavía no entiendo por qué un
medicamento que se supone que lo mejora lo hace sentir mucho peor.
—Sí… ojalá algún día encuentren un mejor tratamiento. —Margie
escuchó a alguien gritar a través de la línea telefónica—. ¿Todo bien?
—Sí. Son chicos desahogándose.
—¿Alguna vez hiciste eso, Evan?
—¿Qué?
—Desahogarte.
—¿Yo? Es lo que me hace seguir adelante.
Margie se rio.
—¿Hay algo que necesites decirme? —preguntó Evan.
Margie recordó que tenía que mantenerse en el punto para que él se
asegurara de tener tiempo para hablar con Jake. Nunca se sabía cuándo
podrían interrumpirse estas llamadas.
—Ya envié un correo electrónico sobre la quimioterapia. Entonces no.
Estás actualizado.
—¿Y tú?
—¿Qué hay de mí?
—¿Cómo lo llevas?
—Estoy bien. Bueno, no estoy bien, pero estoy lo suficientemente bien
como para estar emocionada hasta la muerte si todos los demás, es decir,
tú y Jake, estuvieran tan bien como yo.
—Bueno, estás bien, entonces. —Evan se rio entre dientes.
Margie volvió a reír. Le encantaba que este hombre del otro lado del
mundo, este hombre que estaba en una situación de vida o muerte casi
todos los días, este hombre con el hijo muy enfermo, este viudo, este
soldado, siempre lograba hacerla reír…
Margie se puso de pie y se dirigió a la habitación de Jake.
—¿Asumo que estás listo para hablar con él? —le dijo a Evan.
—Totalmente.
Margie abrió la puerta de Jake y él levantó la cabeza. Señaló el teléfono
que tenía en la mano.
—Es tu padre.
Jake se incorporó y sonrió. Sus ojos destellaron un indicio de su antiguo
brillo por sólo un instante antes de que el dolor los atenuara nuevamente.
—Aquí está tu hombrecito —dijo Margie por teléfono.
—Cuídate —dijo Evan.
Ella no respondió. Le entregó el teléfono a Jake.
—¡Hola papá! —Margie ajustó las almohadas detrás de Jake para que
pudiera relajarse pero aún permanecer sentado más erguido.
Ella le sonrió cuando le habló a su papá,
—Sí, Margie ha sido mala conmigo como siempre. Realmente mala.
Su risa resonó cuando ella salió de la habitación.

☆☆☆
Esa noche, Jake se olvidó de nuevo y trató de contarle a Simón sobre
su conversación con su padre y su cita con el Dr. Bederman. Y, como de
costumbre, Simón dijo—: Quiero saber qué hizo hoy el verdadero Jake.
—Oh, sí, claro. —Jake se preguntó por qué no podía recordar eso. Pero
se preocuparía por eso más tarde.
—Hoy, mi papá y yo fuimos al cine —dijo Jake. Pensó que el verdadero
Jake tendría un padre en casa para hacer cosas con él.
—¿De verdad? ¿Qué fuiste a ver?
—Era una película de ciencia ficción sobre robots.
—¡Ohhh, eso suena genial! Yo también fui al cine. Yo comí palomitas de
maíz. ¿Tenías palomitas de maíz?
—¡Sí!
—Apuesto a que tienes mantequilla por toda la cara, ¿verdad? ¿Y en tu
ropa? ¿Y se te pegaron palomitas de maíz en los dientes? Ciertamente me
pasó.
—Sí. Justo entre mis dos dientes frontales.
—Genial. ¿Qué más hiciste hoy?
—Mis amigos y yo construimos un fuerte con palos en el patio trasero.
—¿Los mismos amigos con los que jugaste ayer?
—UH-Huh. Hacía calor y necesitábamos más sombra. Entonces
construimos sombra. Quiero decir, no realmente. Sin embargo,
construimos un fuerte.
—Me encanta construir fuertes. Yo también construí uno. Me enterré
una astilla. ¿Te enterraste una?
Jake sintió su dedo índice y dijo—: Sí. Todavía tengo una pequeña marca
marrón debajo de la piel en el extremo de mi dedo de donde me astillé.
—¿Otra insignia de honor?
—Sí, exacto.

☆☆☆
Margie se estiró en la cama doble acurrucada bajo los aleros de su
habitación con forma de cueva. Siempre había deseado ser más alta que sus
cinco pies y tres pulgadas, pero desde que comenzó a trabajar para Evan,
su tamaño le había servido.
El bungalow de Evan era pequeño, con una sala de estar, una cocina
diminuta, dos dormitorios y un baño en el primer piso; luego había una
habitación diminuta con techos inclinados arriba en lo que Evan llamaba el
“medio piso”. Había estado usando la habitación como oficina, pero la
limpió y puso una cama individual, una cómoda del tamaño de una muñeca
y una mesita de noche para Margie cuando aceptó el trabajo. El mobiliario
era escaso, pero la habitación tenía estantes y armarios empotrados.
También tenía una ventana que daba a las ramas superiores de los
manzanos en el patio trasero. Uno de los árboles se acercó a unos treinta
centímetros de la ventana. El año anterior había podido arrancar una
manzana del árbol de su habitación. Los árboles la hacían sentir como si
viviera en una torre boscosa como la princesa de dibujos animados que
Jake dijo que se parecía.
En este momento, la mayor parte de la ventana estaba oscurecida por
un ventilador de pedestal que no arrojaba suficiente aire a la pequeña
habitación. El cabello de Margie le pasó por la frente y se le pegó a la piel.
Odiaba tener el ventilador a alta velocidad porque era casi tan ruidoso y
zumbante como un motor. El sonido la puso nerviosa. Tenía miedo de no
poder oír a Jake si la llamaba.
Margie tomó su teléfono y pulsó la aplicación de grabación.
—Jake apenas comió nada esta noche. Sólo un par de galletas. Si no lo
conociera bien, pensaría que odia mi comida. —Ella se rio, pero el sonido
fue forzado—. Pero lo conozco bien. Cuando vine aquí por primera vez,
Jake no podía tener suficiente de mis macarrones con queso y mi lasaña.
—Suspiró—. Pero hace tiempo que no tiene apetito.
Margie hizo una pausa y escuchó. Se quedó mirando el monitor para
bebés que había colocado en su mesita de noche. Se cambió a volumen
alto. ¿Jake acababa de hacer un sonido?
No. Nada. Margie dejó su teléfono y se ordenó irse a dormir. Se
preguntó si podría para variar.

☆☆☆
La noche siguiente, Jake le contó a Simón sobre la pizza que él y sus
amigos comieron después de que jugaron nuevamente con el aspersor.
—¡Yo también comí pizza! —dijo Simón—. ¿Te manchaste la ropa y la
cara con salsa de pizza? ¡Ciertamente me pasó!
Jake se rio.
—Sí. Creo que todavía tengo algunas manchas. —Creyó sentir el sabor
de los tomates y el ajo en la comisura de la boca. Guau. Se estaba volviendo
bueno en esta cosa de la imaginación… porque todo lo que realmente
había cenado eran un par de bocados de huevos revueltos y dos bocados
de tostadas. Todavía se sentía mal por toda la comida que desperdiciaba.
Cuando se lo dijo a Margie, ella le dijo—: Oh, no te preocupes. Lo
empacaré y se lo enviaré a los niños necesitados.
Eso le había hecho reír tanto que resopló. Podía imaginarse un paquete
de huevos revueltos pasando por el correo.
—Se estropearía —había dicho entre risas.
—Y eso sería malo —había dicho Margie.
—Muy, muy malo —habían dicho juntos.
—Te diré una cosa —había comenzado Margie—. ¿Qué tal si enviamos
parte de su asignación a un lugar que ayuda a alimentar a los niños que
necesitan comida? ¿Eso te hace sentir mejor?
Jake había sentido una oleada de emoción.
—¡Sí!
—Buen trato —había dicho Margie.
—Entonces, ¿qué más hiciste? —preguntó Simón. Jake inmediatamente
se sintió mal por haber estado pensando en Margie mientras Simón estaba
aquí.
—Oh, um, bueno, después de comer pizza, fuimos a la casa de las
gemelas. Tienen aire acondicionado y todos teníamos mucho calor.
—¿Qué hiciste allí?
—Pintamos con los dedos. ¿Puedes creerlo? No lo había hecho desde
que era muy pequeño.
—Oh, me encanta pintar con los dedos. Toda esa pintura fría y
descuidada. Yo también hice eso hoy. Y tengo una pintura de diferente
color debajo de cada una de mis uñas. ¿Te pasó eso? ¡Apuesto a que sí!
Jake sonrió al pensar en un arco iris de colores debajo de sus uñas.
—Sí, yo también hice eso. Ahora mis dedos son un arco iris.
—¡Sí! ¡Los míos también!
Jake iba a decir algo más sobre las pinturas, pero en cambio, bostezó.
—¿Te estás cansando? —preguntó Simón.
—Un poco.
—Está bien. Puedo irme para que te pongas a dormir. Pero bueno,
recuerda lo que te dije. Cuando estés lo suficientemente bien como para
caminar y hacer cosas, entonces puedes abrir la puerta del armario. Estaré
aquí esperándote cuando sea el momento. ¿Está bien?
—Está bien.

☆☆☆
Margie salió al porche delantero para aclarar su mente antes de irse a la
cama. El movimiento en el patio de los Henderson la sobresaltó y se dio la
vuelta para mirar a través de la luz irregular.
—Lo siento —llamó Gillian Henderson en voz baja—. Sólo soy yo. —
Gillian entró en la luz proyectada por la lámpara del porche delantero.
Llevaba un traje de baño azul pálido debajo de una camiseta azul más
oscura. Y ella estaba empapada.
De repente, Margie se dio cuenta de que podía oír el sonido mesurado
del aspersor en el jardín de Gillian.
—¿Estabas corriendo por el rociador?
Gillian sonrió. Alta y de hombros anchos, Gillian tenía el rostro curtido
y el cabello despeinado y descolorido por el sol de la esposa de un granjero,
a pesar de que estaba casada con un contador. Una vez le dijo a Margie
que tenía su aspecto rudo por correr detrás de la mitad de los niños del
vecindario. Debido a que Gillian era una ama de casa con una paciencia
infinita, la mayoría de los niños solían reunirse en su casa. Y a pesar de
tener una casa llena de niños todos los días, Gillian siempre le preguntaba
a Margie si había algo que pudiera hacer para ayudar. Margie supuso que
Gillian era al menos quince años mayor que Margie, pero se harían buenas
amigas.
—La diversión no es sólo para los niños —dijo Gillian—. Y tenía tanto
calor que estaba segura de que iba a arder.
Margie se rio.
—Te escucho.
—Cuando los niños están despiertos, no quieren a mamá en el aspersor.
Es vergonzoso —imitó la voz de su hija.
—¿Ya tienen esa edad?
—Creo que los míos nacieron a esa edad —respondió Gillian.
Margie se rio.
—Oye, ¿quieres unirte a mí?
Margie miró su camiseta y sus pantalones cortos.
—¿Por qué no?
Entonces ella vaciló. El vigilabebés. Lo sacó del bolsillo y lo miró. No
podía mojarse tanto.
Gillian vio a Margie mirando el monitor de bebé.
—Espera aquí. —Trotó hacia su casa.
Margie escuchó a Gillian abrir y cerrar su puerta mosquitera chirriante.
Vio pasar un coche, luego miró hacia arriba para tratar de encontrar la Osa
Mayor. La vio segundos antes de escuchar la puerta mosquitera de Gillian
chirriar de nuevo. Miró hacia el Craftsman de dos pisos de Gillian. La casa
de Gillian compartía estilo con la de Evan, pero la de ella probablemente
era cuatro veces más grande.
Gillian se acercó trotando.
—Aquí. —Le entregó a Margie una bolsa de plástico con cierre.
—Aún podrás escucharlo, pero no se mojará.
—Eres brillante.
—Soy una mamá. Resolver problemas es mi especialidad.
Margie dejó caer el vigilabebés en la bolsa.
—Vamos —dijo Gillian.
Margie dejó que Gillian la llevara al patio adyacente y las dos mujeres
comenzaron a correr por el aspersor como niñas. De ida y vuelta, dentro
y fuera, girando y saltando, jugaban en el agua y bailaban sobre la hierba
empapada. Margie no recordaba la última vez que se había sentido tan
liviana y libre con la suciedad aplastando entre los dedos de los pies y el
agua salpicándole la cara.
Después de casi media hora, se tambalearon hasta el porche delantero
de Evan y se derrumbaron, goteando, en los escalones. Margie se dio
cuenta de que sus músculos estaban más relajados de lo que habían estado
en meses.
Durante varios minutos, respiraron y gotearon en silencio. Entonces
Margie se echó a llorar.
Gillian rodeó a Margie con su brazo y la acercó.
—Es una mierda —le dijo Gillian—. Simplemente es una mierda. Es un
gran chico.
—Sí, lo es.

☆☆☆
Al día siguiente, justo antes del mediodía, alguien llamó a la ventana de
Jake. Jake escuchó que lo llamaban por su nombre. Estiró el cuello para ver
alrededor del ventilador.
Los rayos del sol atravesaron la ventana y avanzaron casi todo el camino
a través de la habitación. El sudor le corría por la espalda.
—¿Jake? ¿Estás ahí?
Haciendo una mueca, Jake se incorporó.
—¿Eres tú, Brandon?
—Sí, soy yo. Vine a ver si querías escapar. La cara alargada de Brandon
apareció justo encima de la parte inferior de la ventana. La ventana
distorsionaba sus rasgos.
—Oh… Brandon, no puedo. Se supone que ni siquiera debo levantarme
sin ayuda. Estoy seguro de que no se supone que salga.
—Sí, pero ¿y si quisieras? —Brandon apretó la cara contra la ventana
para apretar la nariz. Le hizo muecas a Jake.
Jake se rio. Miró hacia la puerta entreabierta de su habitación. No estaba
seguro de dónde estaba Margie, pero sabía que ella estaba aquí en algún
lugar. Si tenía que salir de la casa, hacía que la Sra. Henderson se quedara
con Jake, y la Sra. Henderson siempre venía para darle un abrazo de saludo
cuando llegaba.
Sin embargo, Margie no se iba a menudo. Sobre todo, le entregaban
cosas a la casa. Si ella salía, él la acompañaba, porque la mayor parte de lo
que tenía que hacer era llevarlo a los médicos y a los tratamientos.
—Oh, vamos, Jake. No te he visto en una eternidad —se quejó
Brandon—. Te echo de menos.
Jake volvió a mirar hacia la ventana. Incluso a través de la ventana, podía
ver el cabello rubio de Brandon erguido. Él sonrió.
—Te he extrañado también.
Brandon era el mejor amigo de la escuela de Jake. Solían ser
inseparables.
Durante el primer año después de que los médicos encontraron el
piñón de Jake, fue a la escuela todo lo que pudo, a pesar de sus dolores de
cabeza. Luego se sometió a una cirugía cerebral para tratar de sacar el
tumor. Estuvo en casa varias semanas, pero volvió a la escuela tan pronto
como pudo. El año anterior, había ido a la escuela a medio tiempo. Ahora,
la escuela no era posible en absoluto. Estaba demasiado débil y enfermo.
Pero tal vez podría salir con Brandon. ¿No sería genial? Jake ya estaba
vestido. Se negaba a sentarse en la cama en pijama o ropa interior. Incluso
en sus peores días, quería estar vestido. Así que tenía unos pantalones
cortos verdes y una camiseta marrón. No tenía zapatos puestos, pero sabía
que había sandalias sin cordones, justo debajo de la cama. Él podría usar
esos.
—¿Vienes? —preguntó Brandon—. Pensé que podríamos ir a la sala de
juegos. Si estás cansado o débil, podemos jugar los juegos de carreras en
los que te sientas.
A Jake le encantaban los juegos de carreras. Bueno. ¡Iba a intentarlo!
—Está bien. Dame un minuto —dijo Jake.
—Okey. —Brandon retiró las comisuras de la boca y pegó la lengua a
la ventana. Luego dijo—: Estaré aquí derritiéndome. Si tardas demasiado,
puede que sea un charco, pero estaré aquí. Simplemente ponme en un
tazón o algo y podremos ir.
Jake se rio.
—Está bien.
Se sentó derecho y esperó mientras la habitación se acomodaba a su
alrededor. Parpadeó para asegurarse de que podía distinguir los ecos de
los ojos de las cosas reales. Había tenido visión doble durante mucho
tiempo, había aprendido a adaptarse, pero a veces, cuando buscaba algo,
como un calcetín, buscaba el calcetín que era el eco en lugar del calcetín
real.
Bastante seguro de que podía decir qué era real y qué no, Jake pasó las
piernas por el borde de la cama. Sus cuatro piernas pálidas eran huesudas.
—Vamos —les animó— sosténganme. No soy tan pesado.
Sus piernas aparentemente no estaban de acuerdo porque la primera
vez que trató de pararse, se dejó caer sobre el colchón, apenas. Casi se
cae al suelo, pero se agarró a la barandilla lateral de su cama de hospital.
Cuando recibió la cama de hospital por primera vez, estaba muy
molesto.
—¡No voy a dormir en eso! ¡No me estoy muriendo! —le había gritado
a Margie.
—Por supuesto que no —había dicho—. Pero eres un buen chico y
sabes que si algo me facilitará la vida, no te importa hacerlo.
Cuando ella lo había dicho de esa manera, ¿cómo podía negarse?
Y ahora se alegraba de tener la cama. Usando las barandillas laterales,
pudo mantenerse erguido mientras sus piernas recordaban lo que era estar
de pie por sí mismas. Se sentía como un caballo bebé que había visto una
vez en la televisión. Se tambaleaba por todo el lugar.
Pero los caballos estaban de pie, y él también.
Jake se concentró y se obligó a mantenerse erguido a pesar de que su
cabeza comenzó a latir con fuerza y la presión se acumuló detrás de sus
ojos. Miró hacia abajo, vio las sandalias y las buscó con el pie derecho. De
ninguna manera iba a poder inclinarse. Eso lo dejaría en el suelo seguro.
Doblar su rodilla para mover su pie derecho hizo que sus rodillas casi
cedan, casi, pero no del todo. Pudo enganchar la sandalia adecuada y
ponérsela. Luego plantó su peso sobre la sandalia, lo que le dio más
estabilidad, y comenzó a empujar la otra sandalia con el dedo del pie
izquierdo.
Eventualmente, también se enganchó con ese.
Desde fuera de la ventana, Brandon gritó con un grito ahogado—: ¡Me
estoy derritiendo!
—Shhh —siseó Jake—. Margie te escuchará.
Brandon se rio.
Jake se apartó de la cama y soltó la barandilla. Su cuerpo se balanceó
como un árbol flaco con un fuerte viento, pero no se cayó. Él podría hacer
esto.
—Oh, me olvidé de decirte —dijo Brandon, reapareciendo en la
ventana—. Oye, estás fuera de la cama. ¡Buen trabajo!
—¿Qué olvidaste decirme? —preguntó Jake. Se armó de valor y dio un
paso rígido y vacilante. Casi se cae de nuevo. Estaba empezando a pensar
que no era una gran idea.
—Oh, olvidé decirte que traje el carro de mi hermano —llamó
Brandon—. Pensé que podrías necesitar que te lleven a la sala de juegos.
Bueno, eso seguramente lo haría más fácil. Jake podría llegar a la ventana,
y luego Brandon podría ayudarlo a salir y subir al carro. Entonces Brandon
podría tirar de él. La idea le dio a Jake un poco más de confianza.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —gritó mientras daba otro paso. Esta
vez, fue un poco más estable.
—El sol ha derretido mi cerebro. Se me está esparciendo por los oídos.
—Ew.
—Sí. Exactamente. Apresúrate.
Jake dio otro paso. Se quedó estable. Tomó otro. Todavía estaba de pie.
Uno más. Todavía arriba. Uno más. Estaba agarrado al alféizar de la ventana,
mirando a Brandon, que estaba fingiendo luchar con una espada contra un
oponente imaginario, usando un palo.
—¡Ahí tienes! —Brandon dejó caer el palo y corrió hacia la ventana.
—Aquí estoy. —Jake apoyó la cadera contra el alféizar de la ventana y
extendió la mano para desmontar la ventana para poder empujarla hacia
afuera. Su cabeza se volvió un poco borrosa y la ventana doble se volvió
un poco difícil de separar. Sin embargo, lo logró, y cuando le dio a la
ventana lo que pensó que era un verdadero empujón, Brandon levantó la
ventana.
—Esto es tan asombroso —dijo Brandon.
—Sí —asintió Jake—. Está bien, dame un segundo.
—¿Puedo sostener tu brazo o algo?
—Sí. Eso podría ayudar. —Jake logró plantar su trasero en la cornisa.
Aferrándose a la jamba de la ventana con la mano izquierda, extendió la
mano derecha por la ventana abierta. Brandon tomó su mano.
—Te tengo.
Jake esperaba que fuera cierto. Apoyándose en la jamba de la ventana,
cambió su peso y pasó la pierna derecha por la ventana. Obtuvo demasiado
impulso, y casi lanzó todo su cuerpo.
Pero Brandon lo estabilizó.
Su dolor de cabeza empeoró y su estómago comenzó a dar vueltas.
Trató de ignorar a ambos.
Concentrándose, Jake pudo mover su otra pierna a través de la ventana.
Esta vez, tenía un poco más de control.
—Bien, ahora gira un poco más y deslízate por la ventana. Me aseguraré
de que no te caigas.
Jake hizo una pausa y miró hacia el mundo que veía tan poco en estos
días. Estaba brillante, caluroso y seco, tal como había estado la última vez
que había mirado. Una brisa abrasadora agitó las ramas del olmo, y
produjeron un sonido de arañazos contra el revestimiento marrón de la
casa. Jake escuchó a los gemelos reír al otro lado de la calle, y de repente
se sintió mareado, como si se estuviera escapando de la escuela. No es que
él alguna vez hubiera hecho eso. Pero también se sintió como buscar sus
regalos antes de Navidad. Él había hecho eso. Él también los había
encontrado, y luego, cuando llegó la Navidad, fue una decepción porque ya
sabía lo que obtendría. Eso fue una lección. A veces, esperar era mejor.
—¿Vienes el resto del camino? —preguntó Brandon.
—Oh. Sí. —Jake se estabilizó en la ventana abierta, respiró hondo y
luego salió.
Si Brandon no hubiera estado allí, habría terminado en el suelo.
Pero Brandon cumplió su palabra. Cogió a Jake y lo sostuvo.
—¿Estás bien? —preguntó Brandon.
—Estoy bien.
Brandon miró el rostro de Jake. Él frunció el ceño.
—Whoa. No lo sabía.
—¿Saber qué?
Brandon negó con la cabeza.
—Nada. —Él miró a su alrededor—. Si te llevo al árbol, ¿puedes
apoyarte en él hasta que llegue el carro?
Jake vio el carro rojo brillante estacionado en la acera.
—Claro.
Con Brandon sosteniéndolo con fuerza, Jake comenzó a caminar. Pero
las náuseas empeoraron. Y sus piernas se debilitaron.
De repente, Jake se derrumbó y vomitó sobre la hierba seca. Brandon
saltó hacia atrás justo a tiempo para evitar que lo vomitaran. Jake se alegró
por eso.
No miró a su amigo. Estaba demasiado avergonzado. Y sintió que estaba
agotado, como un tubo de pasta de dientes vacío, todo exprimido y flácido.
¿Cómo iba a volver a levantarse?
La respuesta a su pregunta llegó volando por la esquina de la casa. Era
Margie, corriendo hacia Jake, como si supiera que él la necesitaba.
—¿Qué diablos estás haciendo? —La voz de Margie era más alta de lo
que Jake había escuchado nunca.
Brandon dio un par de pasos hacia atrás más, distanciándose tanto del
vómito como del evidente malestar de Margie.
Jake oyó chirriar y golpear una puerta mosquitera, y la señora
Henderson salió corriendo de su casa.
—Acabo de ver lo que estaba pasando. ¿Qué puedo hacer?
Los ojos de Brandon se abrieron mucho. Miró de la señora Henderson
a Margie. De repente estaba tan pálido como Jake se sentía.
Margie se inclinó sobre Jake.
—Vamos, chico tonto, vamos a moverte un poco.
La Sra. Henderson se unió a ellos.
—Déjame ayudar.
—Gracias —dijo Margie.
Juntas, las mujeres levantaron a Jake y lo sacaron de su lío, sentándolo
de modo que su espalda estuviera contra el olmo. Su corteza se sentía
áspera a través del fino material de su camiseta. Jake presionó sus manos
contra las raíces del árbol y las sujetó. La Sra. Henderson se acuclilló junto
a él. Ella le pasó los dedos por la frente.
Margie se enderezó y señaló a Brandon con el dedo.
—¡Tú!
Brandon hizo una mueca.
Margie miró a Jake y a la señora Henderson. Luego respiró hondo y se
volvió hacia Brandon. Ella bajó la voz.
—Estoy segura de que tuviste buenas intenciones, pero tienes que irte
a casa. Y no intentes esto de nuevo. Él no… —Ella se aclaró la garganta—
no está lo suficientemente bien como para salir ahora mismo.
—Lo siento —dijo Brandon.
—Lo sé. —Margie suavizó sus palabras con una media sonrisa.
Brandon corrió hacia el carro y lo agarró por el asa. Corrió por la acera
con el carro traqueteando detrás de él. Jake miró hasta que Brandon se
perdió de vista. Estaba viendo cómo la diversión y la libertad se acababan
en su vida.
Margie se acuclilló junto a Jake y la Sra. Henderson.
—¿Qué estabas pensando?
—Pensé que podría ser el verdadero Jake.
La Sra. Henderson desvió la mirada. Margie torció la boca pero no dijo
nada.
—Espera aquí con la señora Henderson. Voy a buscar la silla de ruedas.
¿Okey?
—Okey.
—¿Lo prometes?
—Pinkie lo promete —dijo Jake.
Margie sonrió y curvó su dedo meñique alrededor del que Jake
extendió.
—Acabas de envejecerme varios años.
—Así que estás con ¿cuántos? ¿Cien ahora?
—Har de har —dijo Margie. (Es una risa sarcástica).
—Eso me daría doscientos más —dijo la Sra. Henderson.
Ella y Jake se rieron mientras Margie trotaba hacia la casa.

☆☆☆
Simón llegó tan pronto como Jake cerró los ojos esa misma noche, a
pesar de que se iba a dormir más temprano de lo habitual. Su pequeña
aventura fallida lo había agotado por completo. Apestaba.
—Hola, Jake. Hoy es un día caluroso, ¿eh? Entonces, ¿qué hiciste hoy?
Preguntó Simón.
—Brandon y yo íbamos a ir a la sala de juegos —dijo Jake.
—Quieres decir que fuiste a la sala de juegos.
—Oh sí. Sí, fuimos. —Jake sonrió mientras se acurrucaba.
—¿Y qué hiciste allí? —preguntó Simón.
—Nos divertimos mucho. Jugamos todos los juegos de carreras. Me
encantan los juegos de carreras.
—A mí también me encantan. Hoy también jugué uno de esos juegos de
carreras. Y gané suficientes boletos para conseguir un montón de lápices.
¿Ganaste? Apuesto a que ganaste.
—Lo hicimos. Obtuve borradores de caritas sonrientes con mis
boletos.
—Oh sí, esos son divertidos. ¡Yo también tengo uno de esos! Me gustan
porque me animan cuando me siento mal.
—¿Te sientes deprimido?
—Algunas veces. Sin embargo, no muy a menudo. ¡Estoy demasiado
ocupado divirtiéndome!
—Sí. Yo también.
—Así que, ¿Tomaste un granizado en la sala de juegos? —preguntó
Simón—. Tomé uno. Uno de uva. Me puso la lengua morada. ¿Conseguiste
uno?
Jake se rio. Sacó la lengua e imaginó que era púrpura.
—¡Sí! ¡Mi lengua también está morada!
—¡Poder púrpura! —dijo Simón.
—¡Poder púrpura! —repitió Jake.
Jake no podía creer lo mucho que realmente se sentía como si hubiera
ido a la sala de juegos ese día. Estaba seguro de haberlo hecho.
—Oh, jugamos ese juego de baile, donde pisas los cuadrados iluminados.
Brandon y yo, ¡estábamos bailando!
—¡Estoy totalmente impresionado, Jake! Quiero decir, soy bastante
malo en esas cosas. Cuando bailo, soy todo espástico y esas cosas.
Jake podía escuchar el crujir de la ropa y pequeños sonidos
entrecortados provenientes del interior del armario, como si Simón
estuviera haciendo un movimiento de baile en este momento.
—¿Sabes qué es gracioso? —preguntó Simón.
—¿Qué?
—También hice ese juego de baile, aunque soy un loco total en eso.
Estaba tan metido que pisé el cordón de mi zapato y terminé rompiéndolo.
¿Alguna vez has hecho eso?
—¡Hice eso hoy!
—¡No! Entonces, ¿sabes lo qué es eso?
—Insignia de honor —dijeron Jake y Simón al unísono. Luego se rieron
juntos.
—¿Qué otros juegos jugaste hoy? —preguntó Simón.
—Jugué al juego de disparos, ¿en el que disparas a los malos, como
ladrones y esas cosas? Brandon quería disparar a extraterrestres, pero a
mí no me gusta disparar a extraterrestres. Me gustan los extraterrestres.
Tampoco me gusta la caza. No me gusta disparar a los animales. Realmente
me gustan los animales.
—¡Estoy contigo en eso!
Jake sonrió. Pensar en los juegos de árcade que le gustaban le hizo
olvidar la necesidad de ver a Simón.
—¿Alguno de tus otros amigos estaba en la sala de juegos?
—Sí. Algunos de ellos.
—¿Jugaste al pinball?

☆☆☆
Margie se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, en el pasillo fuera
de la habitación de Jake.
Su espalda estaba presionada contra la pared.
La casa olía como el pudín de chocolate que le hizo a Jake un par de
horas antes y el betún de limón que había frotado en la moldura de madera
del pasillo esa mañana. Evan no esperaba que ella hiciera cosas como pulir
carpintería, pero Jake estaba mejor cuando la casa se mantenía libre de
gérmenes, y ella estaba mejor cuando seguía moviéndose, así que cuando
Jake dormía, encontraba cosas que hacer. Toda la casa estaba impecable y
brillante.
Margie, hundida contra el brillante zócalo de madera, dejó que las
lágrimas se deslizaran por su rostro. Ella no quiso escuchar; se sentía como
si estuvieran escuchando a escondidas. Pero a menos que se pusiera
tapones para los oídos, no podía evitar escuchar lo que decían Jake y su
“visitante”. Y ella nunca podría ponerse tapones para los oídos o usar
audífonos para el caso; siempre necesitaba poder escuchar a Jake.
Y así escuchó mientras Jake le decía a Simón que él no era el mejor
jugador de pinball del mundo, pero que le gustaba intentarlo.
—A mí también —contestó Simón.
Margie obtuvo un efecto estéreo distorsionado al escuchar la voz de
Simón. Venía a través de la puerta, amortiguado, y también a través del
teléfono que sostenía en su mano derecha, que estaba colocado al lado del
monitor de respaldo para bebés que sostenía en su mano izquierda.
Margie se sintió un poco como una maga, con los secretos mágicos
escondidos detrás de una cortina brillante. Si Jake se levantaba de la cama
y entraba al pasillo, vería cómo funcionaba la magia, pero no saldría de la
cama sin la ayuda de Margie. El secreto estaba a salvo.
Había sido idea de Evan y Margie pensó que era brillante.
Evan llamaba a Jake casi todos los días, y en los primeros meses después
de que se encontró el tumor, Jake fue receptivo al apoyo positivo de su
padre.
Cuando Evan decía—: Mantén la barbilla en alto —Jake siempre decía
alegremente—: Lo haré.
Pero cuando la cirugía falló y Jake tuvo que someterse a radiación y
quimioterapia, comenzó a ponerse hosco. Durante meses, Evan trató de
animar a Jake, y durante meses, Jake se negó a aceptar la ovación.
Evan le dijo a Margie que necesitaban algo de “magia”. Jake necesitaba
creer en alguien que pudiera sacarlo del horror que era su vida diaria y
llevarlo a la alegría de diferentes posibilidades. Y así nació “Simón”.
Jake sabía sobre el monitor para bebés que estaba encima de su cómoda.
No le gustaba, pero sabía que estaba allí y aceptó la necesidad de tenerlo.
Sin embargo, no sabía nada del monitor de respaldo que estaba dentro del
pequeño armario blanco. Ese monitor estaba vinculado con el que ahora
sostenía Margie, por lo que captó y reprodujo la voz disfrazada de Evan
desde el interior del gabinete.
Evan, todavía en el extranjero, era “Simón”.
Evan decidió que Jake sería más receptivo con alguien de su edad.
Entonces Evan descargó un distorsionador de voz que convirtió su voz
en la de un niño pequeño.
Cuando Evan sugirió la idea de convertirse en un pequeño amigo para
Jake, un amigo que vivía en el gabinete de Jake y sólo lo visitaba a la hora
de acostarse, Margie no estaba segura de que Jake escuchara a Simón más
de lo que él escuchaba a Evan, pero ella lo siguió. Estaba dispuesta a intentar
cualquier cosa.
Pero Jake escuchó. Claramente amaba las visitas nocturnas. La hizo
sonreír cuando él cerró los ojos justo después de que ella le diera las
buenas noches; ella sabía que estaba tratando de hacerlo salir de la
habitación más rápido.
—Cuanto más se imagine a sí mismo como un niño normal —le había
dicho Evan a Margie— mayores serán las probabilidades de que algún día
vuelva a serlo. Tiene que tener esperanza.
Margie había estado de acuerdo.

☆☆☆
Jake comenzó a tener sueño mientras Simón hablaba de máquinas de
pinball, pero quería escuchar lo que Simón decía.
—¿Conoces el secreto para ser realmente bueno en el pinball?
—¿Cuál? —preguntó Jake.
—Empuja e inclina.
—¿Qué significa eso?
—Bueno, algunas personas piensan que es una trampa, pero yo no. Es
como cuando empujas la máquina, ¿sabes? ¿Con tu cadera o algo así? A
veces, cuando las aletas no hacen lo que quieres, puedes salvar una pelota
con un pequeño golpe, más o menos.
—Ojalá… —Jake se detuvo. Estaba a punto de decir que deseaba poder
intentar eso algún día. En cambio, dijo—: Voy a intentar eso la próxima vez
que Brandon y yo vayamos a la sala de juegos.
—¿Sí? Genial.
Jake bostezó en voz alta.
—Creo que tienes que dormir.
Jake murmuró—: Sí, yo también lo creo.
—Y recuerda —dijo Simón— cuando puedas caminar de nuevo, abre la
puerta del armario. Estaré aquí esperando por ti.
—Tenlo por seguro —respondió Jake. Y se durmió.

☆☆☆
Margie se levantó rápidamente y se alejó de la puerta de Jake.
—¿Cómo están tú y Jake en el calor? —preguntó Evan cuando se llevó
el teléfono a la oreja.
Margie entró en la sala de estar y se sentó en la pequeña sección verde
oliva debajo de la ventana panorámica del frente.
—Estoy bien. Sin embargo, creo que lo está agotando más. Está más
débil de lo habitual.
Margie ya le había contado a Evan sobre el viaje a la sala de juegos
abortado. Evan estaba orgulloso del intento de Jake, pero aliviado de que
no llegara muy lejos.
—Eso podría haber sido malo —dijo.
—Muy, muy malo —dijeron Margie y Evan juntos.
Ella sonrió, recordando cómo había comenzado esa broma. Evan había
querido que Jake conociera a su tío por primera vez. Michael, el hermano
de Evan y su única familia viva, había vivido en Europa durante años y nunca
había conocido a Jake ni a la madre de Jake. Michael había vuelto a Estados
Unidos y Evan iba a llevar a Jake y a Margie a conocerlo. El viaje de ida fue
de varias horas.
—Michael es un tipo serio —había advertido Evan a Jake y Margie
mientras viajaban—. Él es, bueno, es un poco diferente. Es intenso en ganar
dinero y es realmente bueno en eso. Pero la forma en que lo hace, y la
forma en que es, puede hacer que parezca que no es humano.
—¿Así que es como un cyborg con mala programación? —había
preguntado Jake.
Todos se habían reído.
Justo antes de llegar al hotel donde se alojaba Michael, Jake se había
comido una barra de chocolate. Nadie pensó mucho en eso hasta que Jake
trató de abrazar a su tío. Michael, al ver los dedos de chocolate, se había
alejado del alcance de Jake.
—Debes tener cuidado. Podrías poner chocolate en mi traje, y eso sería
malo. Muy, muy malo.
Todos habían tenido una cena incómoda y dura juntos, y luego se
dirigieron a casa. Conduciendo por la autopista en la oscuridad, Evan había
dicho que deberían detenerse para cargar gasolina o se quedarían sin nada.
—Eso sería malo —había dicho Margie.
Y Jake había salido del asiento trasero diciendo, en una perfecta
imitación de su tío—: Muy, muy malo.
Margie sonrió al recordarlo.
—¿Margie? ¿Estás allí? —La voz de Evan se escuchó a través del teléfono.
—Lo siento. Estaba pensando en ese viaje para conocer a Michael.
—Oh, eso estuvo mal, fue…
—Muy, muy malo —volvieron a decir al unísono. Ellos rieron. Margie
se preguntó cuándo envejecería esa broma.
—Hablando de Michael, hablaré con él. Odio pedirle favores, pero no
puedo permitirme un aire acondicionado en este momento. Le pediré que
le consiga uno a Jake.
—A veces un soldado tiene que aguantar y tomar una decisión por el
equipo —dijo Margie.
Evan se rio.
—Haces eso todos los días.
—Lo que hago es un privilegio —dijo Margie.
Evan guardó silencio. Luego se aclaró la garganta y dijo que tenía que
irse.
Ahora Margie se apoyó en la puerta de Jake y escuchó su respiración
uniforme a través del monitor para bebés. Jake no roncaba, por lo que era
un desafío saber cuándo estaba profundamente dormido. Una vez, cuando
estaba segura de que se había ido a dormir, abrió la puerta de su habitación
sólo para que él se sentara y dijera—: ¿Qué pasa, Margie?
Había tenido que pensar rápido.
—Pensé que te escuché gritar —dijo.
Jake lo había aceptado.
—Debes haber estado soñando.
Esta noche, sin embargo, cuando Margie abrió la puerta, Jake no se
sentó. Siguió respirando profundamente, con largas inhalaciones y
exhalaciones. Él estaba dormido.
Pero Margie siguió sin moverse. Se quedó junto a la puerta con los ojos
cerrados, escuchando su respiración. Sus ojos cerrados bloquearon la
evidencia de la enfermedad de Jake. Borraron el soporte intravenoso que
acechaba en la esquina de la habitación.
Jake no lo necesitaba en este momento, pero a veces, cuando no podía
retener nada, tenían que conectarlo para recibir líquidos y nutrientes.
Sus ojos cerrados eliminaron la cama de hospital y la fila de frascos de
medicamentos recetados que marchaban por encima de la cómoda.
También transformaron la cabeza calva de Jake en el espeso cabello castaño
que Margie recordaba haber desenredado cuando empezó a cuidar de Jake.
A él le gustaba tener el pelo largo y Evan se lo permitía.
—No hay ninguna ley que diga que los niños deben tener el pelo corto
—dijo Evan. Margie pensó que era gracioso viniendo de un hombre con un
corte de cabello muy corto.
Margie abrió los ojos y se adaptó a la realidad.
Allí estaba Jake acurrucado de costado, con Bodie apretado contra el
pecho y el vientre de Jake, metido debajo de la barbilla. El resplandor
amarillo pálido de la luz de la noche iluminaba la cabeza calva de Jake y
proyectaba sombras más profundas de lo habitual bajo sus ojos.
Sonreía en sueños. Eso hizo feliz a Margie. Esperaba que estuviera
jugando en la sala de juegos o corriendo por los aspersores.
Lo que le recordó… necesitaba ir a trabajar.
Margie tenía tres noches de retraso en su proyecto en curso. Dos
noches antes, el sueño de Jake se había alterado. Siguió despertando.
Margie estaba segura de que fue causado por un cambio en la dosis de uno
de sus medicamentos.
Afortunadamente, Evan había dispuesto que ella tuviera la autoridad
para tratar directamente con los médicos sobre la atención de Jake. Así
que llamó al Dr. Bederman y le dijo que le devolvería a Jake la dosis original.
Eso funcionó, pero la noche siguiente, cuando él dormía, ella estaba tan
cansada que se quedó dormida y nunca avanzó a su proyecto.
Cuando Margie comenzó a trabajar para Evan, pensó que odiaría los
arreglos para dormir, estar atrapada en esa pequeña habitación en el
“medio piso”. Ella no había estado buscando un puesto de internado. Le
había gustado su pequeño apartamento, y estaba segura de que la
claustrofobia la acabaría si se quedaba aquí. Pero el puesto era a tiempo
completo, con Evan tan ausente.
Y con el tiempo, la casa terminó por encantarla.
Llena de molduras de madera y estanterías y gabinetes empotrados que
eran comunes en las casas de Craftsman, esta casa tenía aún más carácter
dentro de sus paredes. Evidentemente, a su propietario original le había
gustado ocultar las cosas, porque el constructor había puesto pequeños
escondites en todas las habitaciones. También había construido pequeños
muebles divertidos específicos para ciertas habitaciones, que se habían
quedado en la casa a lo largo de los años. Una de estas piezas era el
pequeño armario blanco de la habitación de Jake. Debido a que Jake tenía
mucho espacio de almacenamiento en su armario y en otras partes de su
habitación, el armario había estado vacío durante años. Ahora, sin embargo,
tenía un propósito.
El proyecto de Margie la esperaba en el pequeño armario de Jake, que
estaba a sólo unos metros de la cama de Jake, justo detrás y a la izquierda
de la fea silla de cuadros verdes. Aunque podía sacar su proyecto del
gabinete y trabajar en él en su habitación, nunca le pareció correcto
hacerlo. Su proyecto vivía en el gabinete pequeño. Moverlo se sentía mal.
Jake dejó escapar un profundo suspiro mientras dormía y Margie se
quedó paralizada con la mano en la puerta del armario. Inspiró y espiró,
entristecida por los astringentes olores medicinales de la habitación.
Cuando Jake no volvió a moverse, ella agarró el pomo y lentamente abrió
la puerta.
Margie se sentó en silencio frente a la puerta abierta. Esperó para
asegurarse de que Jake seguía durmiendo profundamente. Luego encendió
el faro que llevaba. Fue diseñado para artesanos que querían ver de cerca
y se adaptaba perfectamente a las necesidades de Margie. Le permitió
apuntar un pequeño rayo a su tarea sin iluminar demasiado la habitación.
Jake solía dormir profundamente, por lo que había pocas posibilidades de
que lo despertara, pero no quería correr riesgos.
A la luz de su faro, el proyecto de Margie la miraba con sus simples ojos
dibujados a mano, uno de los cuales estaba ennegrecido.
—Hola, lindo —susurró Margie.
El proyecto de Margie no respondió. Era algo bueno. El proyecto de
Margie era un muñeco. Si le hubiera respondido, se habría disparado, se
habría golpeado la cabeza y habría corrido por su vida.
Este muñeco era una creación de Evan. Con casi un metro de alto,
blanco liso (al menos originalmente), y ahora cubierto de evidencia de las
aventuras que Jake estaba teniendo en mente con Simón, el proyecto de
Margie era un ejercicio de esperanza.
O tal vez incluso más que esperanza. Era un ejercicio de fe.
Si le infundiera a un objeto suficiente amor e intención, ¿tendría vida?
Evan aparentemente pensaba eso, y tal vez Margie también lo pensaba
ahora.
El muñeco blanco sentado frente a Margie era uno de esos objetos.
Nacido simplemente como un muñeco de tela blanca sin rostro, sin ropa
y sin rasgos ni detalles de ningún tipo, ahora encarna la vida de una versión
saludable de Jake. Se dibujaron semanas de experiencias del “verdadero
Jake” en todo el muñeco. El ojo ennegrecido, por ejemplo, representó el
día en que el verdadero Jake se enfrentó a un matón de la escuela. Un
diente inferior faltante dibujado representó el día en que el verdadero Jake
intentó un truco difícil con una patineta. Los bolsillos de la muñeca estaban
llenos de dibujos de entradas para películas, parques de atracciones y
zoológicos. El cuerpo de la muñeca estaba manchado por las pruebas y
tribulaciones de la vida de un niño alegre. Este muñeco era un recordatorio
de que el niño en cuestión, aunque se estaba desvaneciendo, aún no se
había ido. Todavía tenía suficiente imaginación para conjurar otra aventura.
Margie dejó una bolsa con cremallera de marcadores de colores en el
suelo alfombrado de verde y sacó un trozo de papel del bolsillo de sus
vaqueros. El periódico contenía todas las actividades que el verdadero Jake
había realizado durante los tres días anteriores. Cuando Jake habló con
Simón, Margie tomó notas.
Dejando el papel en el suelo junto a la bolsa con cierre, Margie sacó un
marcador marrón grueso de la bolsa. Casi todos los detalles de la muñeca
habían comenzado con este marcador. A veces, sin embargo, Margie
necesitaba agregar color… como ahora. Margie puso una marca de
verificación junto a la mantequilla en su lista y también eligió un marcador
amarillo pálido.
Concentrándose, dibujó una mancha de mantequilla alrededor de la
boca del muñeco. Luego cambió el marcador amarillo pálido por el marrón
grueso y dibujó parte de un grano de palomitas de maíz entre dos dientes.
Parecía bastante realista si ella misma lo dijera. Sabía que su título de arte
sería bueno para algo. Tal vez se estaba perdiendo su vocación: debería
haber sido una decoradora de muñecos de niño real.
Margie sonrió y miró su lista. Ah, la astilla.
Aunque Margie usualmente dibujaba sus adiciones a la muñeca, a veces
usaba accesorios. Como hoy. Margie buscó en su bolsillo y sacó una
pequeña bolsa de plástico. Dentro de la bolsa había dos astillas. Una tenía
tal vez media pulgada de largo. La otra no era mucho más que una mota.
Puso una de las astillas en la yema del dedo índice de la muñeca y la otra
astilla en la punta del dedo medio de la muñeca.
Margie volvió a mirar su lista. Comprobó las palomitas de maíz y las
astillas, y pasó a la salsa para pizza. La muñeca ya tenía una mancha de salsa
de pizza en la barbilla. Margie añadió otra en la comisura de su boca. Luego
frotó un poco de ajo en polvo en la tela blanca. Le gustaba agregar aromas
para realismo cuando podía. Como la mancha de chocolate de hace unas
noches.
Ella había usado chocolate real para eso, así que la muñeca olía dulce a
chocolate.
Satisfecha con la mancha de pizza, pasó a los colores del arco iris de las
pinturas para los dedos debajo de las uñas. Eso fue divertido. Puso un color
diferente al final de cada uno de los dedos del muñeco.
Luego, con un marcador negro, sacó boletos de juegos que salían de los
bolsillos de la muñeca. Y una vez más, usó un accesorio cuando pegó un
borrador de cara sonriente en la mano del muñeco. Ella pensó que ese
pequeño detalle era tan importante que envió a la hija de Gillian, Patty, a la
sala de juegos para ganar un borrador para ella. Sólo le costó a Margie
cinco dólares en monedas de veinticinco centavos conseguirlo.
Después de colocar la goma de borrar, le dio a la muñeca una lengua
pequeña y coloreó manchas moradas en ella. Luego estudió los pies de la
muñeca. Ella nunca pensó en dibujar zapatos en la muñeca. Pero si iba a
dibujar un cordón roto, tenía que haber zapatos. Así que durante los
siguientes minutos, Margie se inclinó sobre los pies del muñeco y sacó unas
zapatillas de tenis verdes. El verde era el color favorito de Jake y, además,
el verde combinaba con las manchas de hierba en las rodillas. El muñeco
tenía muchas cosas en el área de las rodillas; además de las manchas de
hierba, las rodillas tenían raspaduras rojizas y varios tonos de manchas
marrones al deslizarse hacia la base sobre tierra y barro.
Cuando Margie terminó su trabajo de la noche, se sentó y estudió el
muñeco. Se estaba convirtiendo en un desastre con todos los detalles que
seguía agregando, pero sabía que cuando Jake llegara a verlo, le encantaría.
Tenía la intención de ser una sorpresa para cuando estuviera bien de
nuevo. Cuando pudiera caminar, iría al armario, abriría la puerta, buscaría
al muñeco y vería todas las cosas que el Jake real hacía mientras el enfermo
Jake se concentraba en curarse.
Margie ignoró el fuerte giro en sus intestinos cuando pensó en Jake
mejorando. Era su brújula interior la que le decía que la recuperación de
Jake no era de ninguna manera algo que pudiera esperar. De hecho, cada
día era menos posible.
—Basta —se regañó Margie en un susurro—. Él va a estar bien. —
Recogió sus materiales y se puso de pie. Se aseguró de cerrar la puerta del
armario antes de salir de puntillas de la habitación.

☆☆☆
Jake trató de concentrarse en sumar el dinero del alquiler que le debía
a Margie por aterrizar en su propiedad de hotel pesado. Él estaba teniendo
problemas para contar los millones de hoteles que tenía, principalmente
porque estaba luchando por averiguar cuáles eran los hoteles reales y
cuáles los hoteles eco. Tuvo el mismo problema con el dinero. ¿Cuál era
el dinero real y cuál era el dinero del eco? Por supuesto, no había dinero
“real”, pero Jake deseaba poder al menos estar seguro de lo que era parte
de este mundo y lo que estaba fabricando su Pine Nut.
Bueno, no, eso no era exactamente correcto. Su Pine Nut no hacía los
ecos.
Jake se concentró en recordar lo que le había dicho el Dr. Bederman.
Derecha.
El Dr. Bederman había dicho que debido a que el tumor de Jake estaba
cerca de los núcleos que estaban a cargo de los movimientos oculares, el
tumor los empujaba hacia lugares donde no debería. Así que eran los
núcleos los que hacían que Jake viera doble.
Jake tuvo que buscar núcleos para comprender lo que decía el Dr.
Bederman.
Descubrió que núcleos era la forma plural de núcleo. Entonces buscó el
núcleo y descubrió que un núcleo era un pequeño grupo de neuronas en
el sistema nervioso central. Por supuesto, luego tuvo que buscar neuronas
y sistema nervioso central. Descubrió que un núcleo era una célula
nerviosa, una célula “eléctricamente excitable”. Eso le hizo reír. Podía
imaginar una pequeña celda enchufada a la electricidad y bailando como
loca. Aprendió que el sistema nervioso central era la combinación del
cerebro, la columna y todos los nervios que hacían que los humanos
pudieran moverse, sentir y pensar.
Básicamente, este pequeño grupo de células excitables se estaban
volviendo demasiado locas, y mientras estaban de fiesta, estaban
molestando las células oculares de Jake. Le pareció un poco grosero y
deseaba que sus núcleos se calmaran. Estaba cansado de ver doble.
Jake volvió su atención a contar, pero se dio cuenta de que había
cometido un error. Tenía que empezar de nuevo. ¡No quería empezar de
nuevo!
Gruñendo, Jake extendió la mano y tiró el tablero de su cama, enviando
dinero falso y ecos de dinero falso volando por el aire, junto con casas,
hoteles y pequeñas piezas de juego. El pequeño perro casi golpea a Margie
en el ojo y ella dijo—: ¡Oye!
Jake se sintió mal de inmediato, pero luego se enojó porque se sentía
mal. Entonces gritó.
Gritó a todo pulmón.
Y Margie no lo detuvo. Todo lo que hizo fue levantarse y acercarse para
cerrar la ventana de su dormitorio.
Sin embargo, la ventana que se cerraba lo detuvo.
—¿Por qué la cerraste? ¿Tienes miedo de que la gente piense que me
estás asesinando?
Margie lo miró y puso los ojos en blanco.
—Niño, si quisiera, podría acabar contigo tan rápido que nunca harías
un sonido.
Los ojos de Jake se agrandaron y Margie estalló en una torpe pose de
ninja. Ella gritó—: ¡¡Aaiiiyah!! —y fingió patear hacia la cama de Jake.
Eso le hizo reír. Cuando Margie dejó caer el pie, pisó otra pieza del
juego y comenzó a saltar por la habitación, Jake se rio aún más fuerte.
—Claro, búrlate de mi dolor.
Jake siguió riendo.
Margie dejó de saltar y volvió a la ventana.
—¡Hace calor aquí! ¿Quién cerró la ventana?
Jake rio.
—Tú lo hiciste.
—Oh, ¿lo hice?
—Sí.
—Tomaré tu palabra. —Margie empezó a limpiar el juego—. ¿Asumo
que has terminado con esto por ahora? —preguntó, como si fuera normal
hacer un berrinche por un estúpido juego de mesa.
—Lo siento. Me frustré.
—Nooooo —dijo Margie fingiendo incredulidad—. ¿De verdad? Supuse
que tus cables se cruzaron o tus circuitos se estaban friendo.
Jake se rio de nuevo.
Margie le sonrió y volvió a recoger dinero falso, piezas de juegos y
pequeños hoteles y casas.
—Te quiero, Margie —le dijo Jake.
Margie dejó de moverse.
Ella estaba inclinada, con su rostro alejado de Jake. Le tomó un par de
segundos, pero finalmente se enderezó y lo miró. Sus ojos estaban
húmedos.
—Yo también te quiero, Jake.

☆☆☆
Margie se sentó en el columpio del porche delantero en la oscuridad.
Había terminado su proyecto diario. Jake dormía inquieto. Como de
costumbre, tenía el monitor de bebé en el bolsillo.
Hacía demasiado calor en su pequeña habitación para dormir. Había
intentado dormir en el sofá, pero sus pensamientos no se apagaban. Así
que aquí estaba ella, usando su pie para balancearse hacia adelante y hacia
atrás con la esperanza de que el movimiento relajante la relajara.
El cielo estaba lleno de estrellas, algo silenciado por las luces de la ciudad
en la distancia. Un par de luciérnagas entraban y salían del boj caído en la
esquina de la casa. Los grillos chirriaron. El sonido de la música antigua y
un programa de televisión con muchos disparos cruzaron la calle por las
ventanas abiertas.
El aire olía a polvo y a rancio. El verano había envejecido. Todo el mundo
contaba los días hasta que el otoño trajera la brisa fresca y el alivio de la
lluvia constante.
¿Jake la vería caer?
Margie gimió y agitó el columpio del porche más rápido.
Sus días se estaban volviendo más duros. No sólo la visión doble de Jake
se estaba volviendo más intensa, sus dolores de cabeza también estaban
empeorando. Los aumentos en las dosis de analgésicos lo debilitaron. Sus
dos últimas rondas de quimioterapia lo golpearon duro. Pero esa no era la
peor parte. La peor parte era que el Dr. Bederman había anunciado que el
equipo de oncología interrumpiría el tratamiento.
—No tenemos nada más —le dijo a Margie después de la última ronda
de quimioterapia de Jake—. Todo lo que podemos hacer es controlar sus
síntomas. Si llega a ser demasiado para usted, podemos trasladarlo a un
hospicio.
—No es para tanto —dijo Margie.
El Dr. Bederman asintió y le dio unas palmaditas en la mano.
—Entiendo.
¿Él lo hacía? Se preguntó Margie. Ella era “sólo la niñera”. Había
escuchado a una de las enfermeras decir eso la semana anterior. Alguien le
había preguntado a la enfermera si era la mamá de Jake, y la enfermera
había dicho—: No. La mamá está muerta. Ella es sólo la niñera. —A veces,
Margie deseaba ser como uno de los robots que le gustaban tanto a Jake.
Entonces ella podría ser “sólo la niñera”. Ella no tendría sentimientos
molestos con los que lidiar.
Pero ella no era sólo una niñera. Ella había comenzado de esa manera,
sí, pero había vivido con Jake durante tres años. Había pasado suficiente
tiempo con él como para conocerlo como a un hijo, incluso cuando estaba
bien, antes de convertirse en el inválido que se negaba a ser.
También había llegado a amar a Evan… no de una manera romántica,
más como a un hermano. Cuando estaba en casa de permiso, le dio a
Margie la opción de irse de vacaciones, pero ella no tenía un lugar donde
quisiera estar por más de unos días. Un par de veces, había ido a casa a
visitar a sus padres y a algunos viejos amigos mientras Evan estaba en casa.
Gillian había ayudado a Evan cuando Margie no estaba.
Pero Margie no se fue por mucho tiempo. Entonces los tres se
convirtieron en una pequeña familia, y ella fue incluida en las salidas, las
noches de cine, las noches de juegos y el tiempo de contar historias. Luego,
por supuesto, cuando Evan estaba en el extranjero, se convirtió en el
mundo entero de Jake. Y ahora él era todo su mundo, e incluso ella no
podía reunir la suficiente positividad para convencerse a sí misma de que
su mundo iba a seguir girando sobre su eje.
Los padres de Margie querían que volviera a casa.
—Vas a quedar devastada cuando ese chico muera. Deberías salir ahora
mientras puedas —le dijo su padre—. Deja que un marino retirado elimine
la emoción de la ecuación.
Como si pudiera dejar el cuerpo debilitado de Jake en un centro de
cuidados paliativos, recoger sus pocas cosas, marcharse y olvidarse de que
había oído hablar de un chico llamado Jake. Sólo pensarlo la enfurecía tanto
que quería atravesar la línea telefónica y estrangular a su padre.
—¿Qué pasó con no dejar a ningún hombre atrás, papá?
—¿Por qué crees que quiero que te vayas? Estoy tratando de traerte a
casa completa.
—Es demasiado tarde para eso.
Margie simplemente tuvo que lidiar con eso, como siempre lo había
hecho.
Pero entonces llegó la llamada.

☆☆☆
Margie y Gillian estaban haciendo galletas con chispas de chocolate. No
era un buen día para las galletas con chispas de chocolate porque hacía
tanto calor que probablemente hubieran podido freír las galletas en la calle,
pero Jake había pedido galletas con chispas de chocolate caseras y Margie
no iba a decir que no.
Así que Margie y Gillian sudaban juntas en la pequeña cocina.
Margie le había dicho a Gillian que no tenía que ayudar, pero Gillian
insistió. Dijo que podría sudar una libra o dos, pero Margie sabía que Gillian
estaba allí para ofrecer apoyo moral.
Fue una suerte que ella estuviera allí.
Mientras Margie había trabajado para Evan, sabía que “la llamada” era
una posibilidad. Aun así, nunca lo esperó. Estaba tan atrapada en Jake que
tendía a olvidarse del precario mundo de Evan.
Entonces, cuando llegó, no estaba preparada. Especialmente porque
vino de Michael.
—Margie —dijo Michael cuando contestó el teléfono. Su voz plana y
ronca era inconfundible.
—Hola Michael.
—Me han notificado que Evan está muerto.
Las piernas de Margie le fallaron. Si Gillian no hubiera estado en la cocina
con ella, se habría golpeado la cabeza contra el mostrador mientras bajaba.
En cambio, cayó sobre Gillian, quien, aunque robusta, era mucho más suave
que un mostrador. Gillian envolvió inmediatamente sus brazos alrededor
de Margie y la sostuvo.
—Aparentemente, un artefacto explosivo improvisado golpeó el
vehículo en el que estaba —dijo Michael.
Margie agarró el teléfono y trató de respirar. Sólo había conocido a
Michael una vez, y sabía que la forma en que procesaba el mundo era muy
diferente de lo que era “normal”, pero escuchar las noticias de esta manera
era…
—¿Sigues allí? —preguntó Michael.
Trató de hablar, pero no pudo. Ella se aclaró la garganta.
—S-sí.
—Tengo el testamento de Evan aquí. Te nombró tutora de Jake y te
dejó la casa y algunos ahorros. Soy el albacea. Seguiré los procedimientos
adecuados y presentaré lo que se debe presentar, y les llevaré los papeles
para que los firmen cuando estén listos.
Margie no pudo encontrar una palabra en su cerebro que tuviera
sentido. Gillian tomó el teléfono de su mano.

☆☆☆
La voz de Margie no volvió a funcionar durante una hora. Gillian llenó
el vacío.
Mientras Margie estaba sentada en una silla dura con respaldo de
escalera en la mesa de roble cerca de la cocina, Gillian le pidió más detalles
a Michael, revisó a Jake, le dio a Margie un vaso de agua, terminó las galletas
y trajo una carga de ropa sucia del sótano para doblar. Gillian no se echó
a llorar hasta que empezó a doblar las camisetas de Jake en pequeños
cuadritos. Margie había estado llorando todo el tiempo.
Después de apilar la ropa, las mujeres se sentaron juntas, tomadas de
las manos y mirando fijamente la mesa. La mente de Margie estaba en
blanco. Bueno, no completamente en blanco. Estaba tratando de averiguar
cómo hacer que su lengua trabajara en concierto con su garganta y sus
encías nuevamente.
Finalmente, encontró su voz.
—No estoy llorando por Evan.
Gillian miró hacia arriba y asintió.
—Lo sé.
Margie se secó los ojos.
—Sin embargo, eso suena horrible. Quiero decir, estoy devastada de
que se haya ido, por supuesto. —Ella sollozó.
Gillian acercó una caja de pañuelos a Margie, quien la ignoró y se secó
la nariz con el dorso de la mano.
—Es Jake por quien estoy molesta. —Margie dejó caer su rostro entre
sus manos—. ¿Cómo se lo voy a decir? —Sus palabras, amortiguadas por
sus palmas, eran tan blandas como sus pensamientos.
Gillian puso su mano sobre el hombro de Margie.
Margie miró hacia arriba.
—Su equipo de oncología no cree que tenga mucho más tiempo —
susurró, como si decir las palabras en un tono normal aceleraría su verdad.
Gillian apretó los labios y se le llenaron los ojos.
—Conozco a Jake desde que era un niño. —Su voz estaba rota. Ella se
aclaró la garganta—. Evan y Roxanne se mudaron aquí cuando Jake tenía
dos años. Incluso entonces, era creativo y amable. —Ella sonrió—. Amo a
mis hijos, pero en comparación son unos tontos. Me rompe el corazón…
—Ella negó con la cabeza y golpeó la mesa—. Pero no sirve de nada
lamentarse. Todo lo que podemos hacer es seguir adelante.
Margie asintió con la cabeza, queriendo hacer casi cualquier cosa menos
seguir adelante.
—Así que voy a preparar un poco de limonada. Vamos a beberla, y luego
descubrirás cuál es el mejor momento para decírselo a Jake.
Margie asintió de nuevo. Se sentía como si estuviera fuera de sí misma,
viendo a su cuerpo hacer cosas como asentir, sentarse y doblar la ropa. Se
sentía separada de esta yo ordinaria. Recibir las noticias sobre Evan la había
liberado de las preocupaciones del día a día.
—Es bueno que Michael se encargue de la propiedad de Evan. —Gillian
cortó en un limón. El olor agrio llenó la habitación y atrajo a Margie de
regreso a su cuerpo—. Nunca he conocido a Michael. Parecía un poco,
bueno, genio en el teléfono.
—Es un genio de los números, administra dinero para personas
adineradas y hace un gran esfuerzo al hacerlo. —Ella se secó la cara—. No
es un mal tipo. Simplemente no sabe cómo conectarse. No se siente como
nosotros.
—Podría envidiarlo —dijo Gillian.
—Yo también.

☆☆☆
—El robot tímido sabía que tenía que hablar sobre el problema técnico.
Si no lo hacía, el barco se estrellaría. Pero no pudo encontrar su voz. Todo
lo que pudo hacer fue emitir pequeños pitidos. —Margie se aclaró la
garganta y luego usó una voz muy chillona para decir, Bip. Blippity bip bip.
Bloopity blip, blip bloooop.
Jake trató de sonreír porque sabía que se suponía que era divertido,
pero sonreír requería más energía de la que tenía. Jake sólo escuchaba a
medias la historia de Margie. A pesar de sus intentos de ponerlo “cómodo”
de nuevo, él se sentía tan incómodo que escuchar era difícil, y la historia
tampoco era genial. Por lo general, Margie contaba historias increíbles,
historias emocionantes llenas de personajes interesantes que hacían cosas
geniales. Pero esta noche, los personajes de Margie eran aburridos. El
“robot tímido” era algo estúpido. No es que él le fuera a decir eso, por
supuesto.
Pero podía decirle que estaba cansado, así que lo hizo.
Margie frunció el ceño y se inclinó hacia Jake. Ella inclinó la cabeza para
estudiar su rostro. Luego tomó su muñeca para comprobar su pulso. Su
piel estaba sudada, y su cabello se pegaba a su cuello y los lados de sus
mejillas a pesar de que el ventilador trató de soplarlo. Jake pensó en el
ventilador como un caballero luchando contra un dragón arrojando aliento
de fuego caliente sobre todo en la habitación. Esta noche, el caballero
estaba perdiendo, a lo grande.
Margie soltó la muñeca de Jake y revisó su línea intravenosa. Una
enfermera había venido esa mañana para ponerla porque no podía retener
la comida. La aguja en el dorso de su mano pellizcó y picó. Lo odiaba, pero
no se quejó. Tampoco se quejó del catéter. Lo odiaba incluso más que la
intravenosa, pero estaba demasiado débil para ocuparse de las cosas por sí
mismo, y era demasiado mayor para mojar la cama.
—¿Qué puedo traerte? —preguntó Margie.
—Nada. Sólo quiero dormir.
Margie se mordió el labio inferior durante un segundo, luego asintió y
le entregó a Bodie. Aunque Jake sabía que Bodie lo haría sentir más
caluroso, acercó su bate de felpa.
No era cierto que quisiera dormir. Lo que quería era a Simón.
Estaba realmente emocionado de hablar con Simón esta noche porque
había pensado en algunas cosas interesantes que “hizo” hoy. Había estado
tan caluroso todo el día que se sentía como si el aire ya ni siquiera fuera
aire. Era lava fluyendo por la habitación, ahogando todo lo que tocaba. Jake
estaba teniendo problemas para respirar.
Pero a pesar de que estaba acostado en su cama demasiado débil para
hacer más que levantar la mano, decidió que quería estar en la playa. Si
estuviera en la playa con un calor así, podría saltar al océano y refrescarse.
Tal vez podría hacer body surf o incluso aprender a surfear de verdad. ¡No
podía esperar para decirle a Simón que hizo eso!
Margie se inclinó sobre Jake y le besó la frente. Su aliento olía raro. En
la superficie, olía a limonada, pero bajo ese buen olor había algo malo, algo
parecido a vómito… ¿o tal vez era su propio aliento lo que estaba oliendo?
Había vomitado esa cosa amarilla repugnante un par de veces esta tarde.
Jake cerró los ojos y, como de costumbre, Margie no salió de la
habitación. Ella se paró junto a su cama y lo miró. Mantuvo los ojos
cerrados y esperó.
Una vez, escuchó un leve arrastrar de pies y abrió un ojo para ver si
Margie se había movido. Ella no lo había hecho. Ella acababa de moverse.
Pasaron lo que parecieron varios minutos. Creyó oír un sollozo y estuvo
tentado de abrir los ojos y mirar a Margie. Pero se quedó quieto.
—¿Jake?
Abrió los ojos. Margie nunca le había hablado después de que cerrara
los ojos.
—¿Qué?
—No creo que Simón vaya a visitarnos esta noche.
Jake la miró parpadeando.
—¿Cómo sabes que Simón visita a la hora de acostarse?
Margie le guiñó un ojo. Estaba seguro de que se suponía que el guiño
era alegre, pero se veía mal, algo retorcido y fuera de lugar.
—Soy así de genial, chico. —Sus palabras tampoco sonaban bien. El tono
habitual de su voz había sido aplastado por algo que Jake no podía entender.
—No, en serio. —Jake no estaba de humor para que se burlaran de él,
especialmente cuando las burlas ni siquiera estaban bien hechas.
Margie se sentó en el borde de la cama.
—Te escuché hablar con él a través de la puerta —admitió.
—¿Estabas escuchando?
—Es mi trabajo asegurarme de que estés bien. Cuando escucho algo en
tu habitación, tengo que comprobarlo.
Jake pensó en eso. Estaba bien, decidió. No es como si le estuviera
contando secretos a Simón. No le importaba que Margie supiera todas las
cosas divertidas que había estado haciendo el verdadero Jake.
Él frunció el ceño.
—¿Pero por qué no viene esta noche?
Margie parpadeó varias veces y tragó.
—Bueno, él simplemente… no puede esta noche. ¿Sabes que a veces
simplemente no estás dispuesto a hacer las cosas que quieres hacer?
Jake asintió.
—Así es, lo sé.
Jake se frotó los ojos para que no revelaran lo molesto que estaba. Por
alguna razón, no quería que Margie supiera que estaba decepcionado.
—Está bien —le dijo a Margie.
Ella asintió.
—¿Estás seguro de que no quieres que termine la historia?
Sacudió la cabeza y volvió a cerrar los ojos.
—Me pondré a dormir.
Ella se inclinó y lo besó de nuevo. Su mejilla tocó la de él; la suya estaba
mojada.

☆☆☆
Margie apenas llegó a la puerta de Jake cuando sus piernas cedieron.
Rápidamente cerró la puerta detrás de ella y se deslizó por la pared hasta
el suelo, aterrizando como una muñeca de trapo, con las piernas
extendidas sobre la madera dura. Su piel sudorosa chirrió contra el esmalte
de madera.
Las lágrimas que había intentado reprimir en la habitación de Jake, las
que habían comenzado a resbalar por sus mejillas a pesar de su
determinación de no caer, ahora querían estallar como el agua de un
embalse liberada de su presa. Pero ella no las dejó. Si lloraba como si
quisiera llorar, Jake la oiría. ¡No iba a dejar que Jake la oyera llorar!
Así que cedió a algunos sollozos silenciosos, con los hombros agitados.
Luego, agarrándose el cabello con ambas manos, se sentó y se meció.
Margie no tenía idea de cuánto tiempo le llevó, pero finalmente se sintió lo
suficientemente asentada y lo suficientemente fuerte como para levantarse
del suelo. Presionando la espalda contra la pared, se apoyó en una posición
de pie. Haciendo una pausa por un instante para escuchar el monitor de
bebé, se dirigió por el pasillo hacia el baño. Pero terminó deteniéndose
frente a la puerta de Evan.
Miró el pomo de la puerta. Luego puso su mano sobre él.
Ella nunca entró en la habitación de Evan mientras él no estaba. Cuando
él estaba en casa, entraba en la habitación para pasar la aspiradora o
guardar la ropa sucia o lo que fuera. Sin embargo, cuando se iba, entrar
aquí se sentía como una invasión de la privacidad.
Ahora se había ido. Y esta casa era de ella. Ella todavía no podía creer
eso.
La habitación de Evan sería su habitación.
Quería que ella la tomara desde el principio.
—Tiene sentido —le dijo—. Estarías aquí junto a Jake, y la cama es más
grande y es más fresca en el verano.
«Sí, y me sentiría como si estuviera durmiendo en tu cama», pensó.
—No, gracias. Necesito mi propio espacio —le contestó.
No se dio cuenta hasta que Michael le dio la noticia de que el problema
real era que ella quería que Evan fuera más que un simple jefe, y estar en
su habitación cuando él no estaba la hacía sentir un poco como una
acosadora enamorada.
«Amarlo como a un hermano». Ella resopló. Vaya, se había estado
mintiendo a sí misma.
Margie abrió la puerta y entró en la habitación de Evan. Era tal como la
recordaba. Llena de muebles de cerezo estilo Mission, cortinas y
edredones de color verde oscuro y marrón claro, la habitación se sentía
discretamente masculina.
Limpia pero no demasiado limpia, la habitación revelaba a su ocupante.
Las paredes estaban cubiertas de fotografías familiares. El rostro feliz y
luego no tan feliz de Jake dominó a estas. Los estantes estaban llenos de
ficción que iba desde misterios en rústica hasta clásicos de tapa dura, no
ficción en docenas de géneros y libros instructivos que revelaban los
entresijos de hacer de todo, desde reconstruir el motor de un automóvil
hasta plantar un jardín. Obviamente, Jake había obtenido su insaciable
deseo de conocimiento de su padre.
Margie se dirigió a la cama de matrimonio y aspiró el aroma ligeramente
mohoso de la habitación. Iba a necesitar ventilarla.
Se sentó en el borde de la cama. E inmediatamente se disparó. Fue
demasiado pronto. Ella no podría estar aquí.
Margie huyó de la habitación, cerró la puerta y entró en el baño.
En el interior, cerró la puerta y luego se sonó la nariz varias veces. Abrió
el grifo, dejó correr agua fría y se lavó la cara.
Cuando se secó la cara, se atrevió a mirar en el espejo. Mal movimiento.
Su maquillaje estaba manchado. Eso significaba que estaba en la toalla.
Ella miró hacia abajo. Sí. Manchas marrones y negras surcaban la tela de
felpa color canela.
Margie metió la mano en el botiquín, sacó el desmaquillador y se secó
la cara. Luego recogió las toallas. No se iba a dormir pronto.

☆☆☆
Margie se sentó en la cama. «¿Qué fue eso?»
En testimonio de lo poco que se conocía a sí misma, Margie se había
quedado dormida en la silla de jardín del sótano mientras se lavaban las
toallas. Así que una vez que puso las toallas en la secadora, se fue a la cama.
Usando sólo un sostén de ejercicio y pantalones cortos, se había acostado
sobre las sábanas de su cama. Su abanico estaba dirigido directamente a
ella, pero todo lo que su aire cálido podía hacer era hacerle cosquillas en
los diminutos pelos de sus brazos. Margie había cerrado los ojos y se había
rendido al horno opresivo que era su habitación. Se había quedado dormida
casi al instante.
Pero ahora estaba despierta de nuevo. ¿Había escuchado algo?
Sí. Voces. Podía escuchar voces.
La luz de la lámpara exterior y una luna de tres cuartos se derramaba
en su habitación a través de la ventana abierta sobre su cama. Era suficiente
para iluminar la superficie de su mesita de noche.
¿Dónde estaba el monitor para bebés? Maggie respiró hondo. Lo había
dejado en el sótano.
Saltando de la cama, salió de su habitación y bajó los escalones hasta el
primer piso. Una vez allí, se detuvo. Aún podía oír las voces, pero apenas
eran más que murmullos. No podía distinguir las palabras. Tampoco pudo
identificar las voces. ¿Eran hombres? ¿Mujeres?
¿Era Jake? Si era así, ¿quién estaba hablando con él?
En lugar de bajar al sótano a buscar el monitor para bebés, Margie fue
hacia la habitación de Jake. El pasillo estaba oscuro, pero podía tantear el
camino.
Pasando su mano por la parte superior del revestimiento de madera
oscuro en el pasillo, escuchó mientras se acercaba a la habitación de Jake.
Pensó que las voces se hacían más fuertes, pero cuando llegó a la puerta
de Jake, las voces se quedaron en silencio.
Margie se quedó perfectamente quieta, escuchando.
Dentro de la habitación de Jake, su ventilador zumbaba en ondulantes
cambios de tono bajo a tono alto. En la cocina, el frigorífico añadió su voz
al coro del motor palpitante, y aún más lejos, el ventilador de Margie
contribuyó con un zumbido más profundo. Afuera, ladró un perro. En el
interior, la casa hizo un crujido, como si estuviera haciendo estallar sus
nudillos… como si las casas tuvieran nudillos para hacer estallar.
Margie había tardado mucho en acostumbrarse a los constantes
chirridos y gemidos del bungalow. En las oscuras noches de invierno, a
veces se preguntaba si la casa estaba viva. Parecía incómoda y estaba
tratando constantemente de cambiar a una mejor posición. En el verano,
parecía más contenta, pero de vez en cuando hacía algún sonido
inexplicable que paralizaba a Margie en seco.
Pero los sonidos eran sonidos. Las voces eran voces. Y Margie ya no
escuchaba voces.
Puso la mano en la puerta de Jake, tentada a abrirla y entrar. Sin
embargo, sabía que sus controles nocturnos a menudo lo molestaban. Si
estaba durmiendo, ella no quería despertarlo.
Así que Margie tomó el monitor para bebés y volvió a la cama.

☆☆☆
Cuando Margie revisó a Jake temprano a la mañana siguiente, supo que
ya no podía posponer lo que había estado evitando.
—Hola, Margie —susurró Jake cuando la vio. Sus ojos estaban apenas
abiertos. Su piel era de un gris casi translúcido, y estaba tan tensa en su
rostro Margie podía ver los contornos perfectos de sus huesos faciales y
su cráneo. Parecía mucho más un cadáver de lo que Margie quería admitir.
—Hola, chico. —Ella lo revisó, moviéndose alrededor de la cama como
si fuera un día normal y fueran a hacer cosas normales—. Nunca adivinarás
el pronóstico.
—Um, ¿caluroso?
—¡Oh, lo has adivinado! ¡Eres tan inteligente!
Jake hizo todo lo posible por sonreír. Ella lo vio tocar con su lengua un
par de pequeñas grietas en sus labios. Obviamente, le dolía mover la boca.
Margie tomó un tubo de crema hidratante para labios de la mesita de
noche y aplicó suavemente un poco a los labios de Jake.
—¿Qué haremos primero hoy? ¿Volar a la luna o construir una nave
espacial?
—Eres tonta.
—Me han llamado de peor manera. —Margie chasqueó los dedos—. Ya
sé. Primero construiremos un robot. Entonces él puede construir la nave
espacial y llevarnos a la luna.
—¿Margie?
Margie dejó de moverse. Ella lo miró, frunció el ceño y luego se sentó
en la cama.
—¿Qué, Jake?
—No quiero fingir hoy.
Margie respiró hondo. Cogió la mano huesuda y flácida de Jake.
—Está bien. No te obligaré. No quiero que te enojes.
—Está bien.
—Eso sería malo —dijo Margie.
—Muy, muy malo —dijeron juntos.
Entonces Jake volvió a quedarse dormido.

☆☆☆
Con una vieja blusa gris que no se había puesto en años, Margie se sentó
a la mesa del comedor y cortó metódicamente cada una de sus camisetas
con caritas sonrientes. Chrr, snip, chrr, snip… el sonido de las tijeras
deslizándose a través de la tela y luego cerrándose fue sorprendentemente
satisfactorio. Margie se perdió en su tarea. Cortó de manera constante.
Incluso cuando le empezaron a doler los músculos de la mano, siguió
cortando. Cuando cortó su último rostro amarillo feliz, dejó caer sus
restos en la pila y colocó cuidadosamente las tijeras junto a él.
Fue entonces cuando Gillian apareció en la puerta, como si supiera que
Margie iba a necesitar apoyo para hacer lo que tenía que hacer.
Al entrar en la sala de estar, Margie le indicó a Gillian que entrara.
Tan pronto como lo hizo, las lágrimas de Margie volvieron y Gillian se
acercó a ella. Tomó la mano de Margie y la apretó. Su barbilla se movió
contra la parte superior de la cabeza de Margie mientras masticaba chicle.
Margie olía a gaulteria.
—Puedes hacer lo que tengas que hacer —dijo Gillian.
¿Podría? Margie no estaba tan segura.
—Los niños se han ido de excursión con amigos. Dave está en el trabajo.
Estoy aquí. ¿Qué necesitamos hacer?
—Es hora de llamar al hospital y hacer arreglos para que lleven a Jake al
centro de cuidados paliativos.
Los ojos de Gillian se humedecieron, pero se frotó las manos y dijo—:
Entonces, sentémonos y hagamos eso.
Gillian pensó que el proceso sería complicado, pero el Dr. Bederman
había allanado el camino para la transferencia de Jake. Todo el papeleo
estaba hecho. Sólo necesitaban enviar una ambulancia con un par de
técnicos de emergencias médicas y una enfermera de cuidados paliativos.
—Podemos tener la ambulancia allí antes del mediodía —le dijo el
administrador a Margie.
—Gracias —dijo, sin sentirse agradecida en absoluto.
Ella se sintió resentida. Enfadada. Enfurecida.
¿Cómo es posible que todo el amor, el cariño y las expectativas positivas
hayan llevado a Jake a esto? Margie había estado tan segura de que podría
ayudarlo a superar esto.
Afuera, pasó un camión de helados. La música tintineante sonaba
extrañamente siniestra.

☆☆☆
La ambulancia llegó a las 11:32. El estómago de Margie se revolvió
cuando vio que se levantaba. No podía recordar la última vez que había
temido algo tanto como temía esto.
Margie había estado revisando el monitor del bebé con regularidad
desde que hizo la llamada. Ella no había escuchado nada. Había mirado una
vez para encontrar a Jake acurrucado de lado con Bodie, con sus hombros
moviéndose inestablemente arriba y abajo con su respiración irregular.
Entonces había pensado en ir a decirle lo que iba a pasar, pero no se atrevía
a hacerlo.
Había tanto que necesitaba contarle a Jake. Primero, por supuesto,
necesitaba decirle que su padre había muerto. En segundo lugar, dado que
su padre estaba muerto, pensó que debería revelarle a Jake la identidad de
su visitante nocturno. ¿No sería más reconfortante saber que su padre lo
amaba tanto que orquestó esas visitas que creer en un amigo anónimo que
vivía en un armario? En tercer lugar, tenía que decirle a dónde iba.
Había planeado hacer todo eso antes de que llegara la ambulancia, pero
ahora era demasiado tarde. De acuerdo, ella lo instalaría en un hospicio
antes de contarle cualquier otra cosa.
Margie paseaba por la sala de estar cuando la ambulancia entró en el
camino de entrada. Gillian estaba sentada en el sillón cerca de la puerta
principal, con las manos cruzadas en el regazo y los ojos cerrados.
Durante los primeros diez minutos después de que Margie hiciera su
llamada, Gillian había intentado conversar. Había intentado que Margie
hablara sobre cómo se sentía. Pero Margie no estaba preparada para hacer
eso, y Gillian había interpretado correctamente las respuestas
monosilábicas como una súplica de silencio. Aun así, ella se quedó. Margie
estaba agradecida por eso. No quería hablar, pero eso no significaba que
fuera lo suficientemente fuerte como para hacer lo que estaba haciendo
sola.
—Abriré la puerta —dijo Gillian mientras dos jóvenes técnicos de
emergencias médicas rubias y una enfermera de cuidados paliativos de
mediana edad y cabello oscuro salían de la ambulancia. Los técnicos de
emergencias médicas levantaron una camilla de la parte trasera de la
ambulancia mientras la enfermera del hospicio se acercaba a la puerta
principal. Llevaba un portapapeles y una bolsa de medicamentos.
Gillian le abrió la puerta a la enfermera.
—Soy Gillian, amiga y vecina. Esta es Margie. Es la niñera de Jake, uh, la
tutora.
La mujer baja, de rostro redondo y amable, le tendió la mano. Margie
se las arregló para sacudirla, pero no dijo nada. ¿Qué se suponía que tenía
que decir? ¿Gracias por venir?
—Soy Nancy —dijo la mujer. Sonrió tanto a Gillian como a Margie.
Claramente era una enfermera de cuidados paliativos con experiencia;
su sonrisa era lo suficientemente grande para ser amistosa pero lo
suficientemente reservada como para dar deferencia a la situación.
—Tengo un par de cosas para que firme —le dijo Nancy a Margie. Los
técnicos de emergencias médicas abrieron la puerta mosquitera y pasaron
la camilla.
Sus ruedas traquetearon a través del umbral, y Margie sintió como si la
casa estuviera siendo invadida por intrusos armados. Quería luchar contra
ellos y obligarlos a irse, lo cual era ridículo, porque los había llamado.
—Sólo un segundo, muchachos. —Nancy le tendió su portapapeles a
Margie.
—Firme aquí y aquí, para la admisión y para reconocer que sólo
brindaremos cuidados paliativos. Entonces podemos hacer que Jake sea
transferido e instalado.
Margie firmó los papeles, manteniendo la mente lo más en blanco
posible. Pero no estaba lo suficientemente en blanco. Sentía como si
estuviera firmando un papel confesando su completo y total fracaso como
cuidadora, tal vez incluso como ser humano.
—De acuerdo entonces. —Nancy volvió a poner los formularios en el
portapapeles—. Eso fue bastante fácil. Vamos a ver a Jake, ¿de acuerdo?
Los músculos de Margie se tensaron. Gillian obviamente lo sintió,
porque se inclinó y tomó la mano de Margie, ayudándola a levantarse de la
silla.
—Estás haciendo lo correcto —le susurró al oído a Margie cuando
Margie se puso de pie.
—Por aquí —dijo Gillian a los técnicos de emergencias médicas.
Condujo a Margie a través de la sala de estar y por el pasillo, deteniéndose
frente a la puerta de Jake. Miró a Margie y esperó.
Margie abrió la puerta de Jake.
En el segundo en que Margie entró en la habitación, lo supo. Ella lo
sintió.
La habitación estaba demasiado silenciosa, demasiado vacía, a pesar de
que el pobre cuerpo agotado de Jake yacía en la cama. Jake se había ido.
Debido a que Margie se convirtió en una estatua en la entrada, Gillian
prácticamente tuvo que levantar a Margie y hacerla a un lado para permitir
que los técnicos de emergencias médicas y Nancy entraran en la habitación.
Gillian no dijo nada. Margie estaba bastante segura de que Gillian sabía que
Jake también se había ido.
Nancy debe haberlo sentido también, porque frunció el ceño. Luego se
acercó a la cama y tomó el pulso de Jake. Miró a los técnicos de
emergencias médicas y les dio un ligero movimiento de cabeza. Dejaron de
hacer girar la camilla y ambos se quedaron mirando al suelo.
Nancy miró a Margie.
—Lo siento mucho. Ha fallecido.
Margie asintió. Por una vez, sus ojos estaban secos. Lo que estaba
sintiendo era demasiado para las lágrimas ordinarias. Lo que estaba
sintiendo requería un ataque de gritos o un colapso mental total. Como
ahora no era el momento para ninguno de los dos, no tenía una respuesta
que ofrecer. Ella era un humano vacío. Quería plegarse sobre sí misma y
caer en ese vacío. Quería dejar que la absorbiera de esta habitación, de
esta realidad. Pero sabía que no podría escapar tan fácilmente.
Así que Margie se obligó a trabajar con las piernas y se acercó a la cama
de Jake. Su cuerpo se veía tan pequeño y frágil. Ella se inclinó sobre él y
apretó los labios contra su frente.
—Te quiero, Jake. Te quiero mucho.
Bodie le hizo cosquillas en la barbilla.
Gillian se acercó por detrás de Margie y susurró—: Adiós, Jake.

☆☆☆
Los tres profesionales médicos no habrían tenido ninguna razón para
ver nada extraño. Por lo que sabían, era normal. Incluso Gillian no lo habría
comentado. Ella podría haberlo visto, pero no le daría ningún significado.
¿Pero Margie? Margie lo habría hecho. Pero ella no vio. Nadie lo vio.
Cinco personas. Cinco pares de ojos.
Y ninguno de ellos notó que la pequeña puerta del armario estaba
abierta de par en par.
¡T oby! ¡Toby! ¡Toby!

Los niños cantaban mientras Toby Billings se inclinaba sobre el juego de


árcade Ultimate Battle Warrior en Freddy Fazbear's Pizza and Games. Su
mano izquierda apretó el joystick con fuerza, moviéndose de izquierda a
derecha. Arriba y abajo. Su mano derecha presionó los botones de acción
de su personaje guerrero para golpear al oponente ghoul del cementerio
en la cara y patearlo en el estómago repetidamente.
Sangre negra y sudor verde salpicó del ghoul.
Fue increíblemente asombroso.
El sudor humedeció el labio superior de Toby. Pasó el palillo con sabor
a menta dentro de su boca de una mejilla a la otra. Los músculos de su
brazo se tensaron con fuerza. Estaba a punto de lograr su puntuación de
juego más alta para Ultimate Battle Warrior. Todo lo que quería era ser el
nuevo máximo anotador. Había estado concentrado en este juego toda la
semana, y casi estaba allí… casi.
Golpeó, golpeó, golpeó a su oponente.
¡Bam! ¡Derribó a ese tonto!
Winner apareció en la pantalla.
Toby abandonó el juego y levantó los brazos en señal de victoria.
—¡Diablos, sí!
Alguien le dio unas palmaditas en la espalda.
—¡Muy bien, Toby!
—¡Toma eso, tonto! —Toby dio un puñetazo al aire, sonriendo.
—Esta vez tienes que quedarte con el primer puesto, Toby.
Toby exhaló un suspiro, hizo crujir los nudillos, luego se tomó un
momento para ingresar sus iniciales TAB, dando golpecitos con el pie
mientras esperaba que las puntuaciones más altas aparecieran en la pantalla.
Su sonrisa se desvaneció mientras parpadeaba con incredulidad.
No. Maldita sea. Aún tenía el segundo lugar.
La derrota se hundió como una roca en sus entrañas.
—Aw, nah, tu hermano sigue teniendo la puntuación más alta.
¡Qué fastidio! Las manos de Toby apretaron los controles.
Efectivamente, las iniciales de su hermano mayor Connor, COB, todavía
figuraban como número uno.
Siempre el número uno.
Con la mandíbula apretada, golpeó con fuerza el juego con las palmas.
«¡Maldita sea!»
Los niños comenzaron a alejarse excepto por este tipo molesto llamado
Reggie.
—No te preocupes por eso —dijo Reggie, sorbiendo un batido. Su
cabello era una masa de rizos rojos que se ensanchaban como un halo
alrededor de su cabeza—. Vas a conseguirás superarlo en algún juego,
eventualmente. Estás sólo mil puntos por detrás. Eso es prácticamente
nada.
Toby frunció el labio. En todos los juegos de Freddy Fazbear's Pizza and
Games, su hermano figuraba como el mejor jugador. Pensó que tenía este
asegurado.
Hizo crujir los nudillos y se alejó del estúpido juego. Luego agarró su
taza de refresco de una mesa pequeña a su lado y bebió un sorbo de
cerveza sin alcohol a través de la pajita.
—Todavía está Búsqueda-del-Escondite —continuó Reggie—. Se abrió
hace una semana y tu hermano ni siquiera ha jugado ese todavía. Quiero
decir, no lo he visto, de todos modos. Y todavía tienes que jugarlo. Cuando
lo hagas, tendrás la ventaja. No hay problema.
No, no le había dicho a su hermano que se había abierto una nueva
atracción en Freddy's sólo por esa razón. Toby quería jugarlo primero y
quedarse con el primer puesto. Su hermano solía tener un trabajo de
medio tiempo en Freddy's cuando estaba en la escuela secundaria. Había
pasado sus descansos y horas después del trabajo jugando a todos los
juegos de árcade del lugar hasta que se convirtió en el máximo anotador
de todos los juegos. Ahora que se había graduado el año pasado y se había
trasladado, en sus palabras, a un trabajo real, Toby se había hecho cargo
de su antiguo trabajo ayudando a limpiar el restaurante familiar.
Hombre, quería vencer a su hermano en un juego sólo una vez.
¿Era demasiado pedir?
Toby se ajustó el gorro en la cabeza.
—Sí, supongo que sí.
Había estado viendo cómo las largas filas se apagaban en el nuevo juego,
esperando a que todos los niños tontos terminaran de jugar. Pasó media
hora antes de que comenzara su turno, y tuvo algo de tiempo para jugar
una ronda y familiarizarse con el juego.
—Más tarde —le murmuró a Reggie.
—¡Ve por eso, Toby! —gritó el niño, luego lo siguió con un molesto
aullido.
Ese tipo era un bicho raro. Toby escuchó las bolas de boliche chocar
contra los bolos desde la pequeña bolera mientras caminaba entre la
multitud en el área de juegos. Las voces y los sonidos del juego se
fusionaron, resonando en sus oídos. Todos eran sonidos a los que se había
acostumbrado en los seis meses que había trabajado en el restaurante. Olía
palomitas de maíz con mantequilla, algodón de azúcar y, por supuesto,
pizza, con la bomba hedionda ocasional que venía de estar cerca de un
grupo de niños sudorosos. Pasó junto a la etiqueta láser y la tienda de
premios, y finalmente se detuvo en la puerta de la nueva atracción del
juego, Búsqueda-del-Escondite. Un Bonnie el conejo de sombra negra
estaba junto al logo. ¡Ven a buscarme si puedes! fue impreso bajo el título del
juego.
Toby deslizó sus fichas y la puerta del juego se abrió. Cruzó la puerta,
examinando los detalles del juego mientras un ritmo instrumental sonaba
a través de los parlantes. En el interior, la habitación estaba dividida en
partes de una ciudad, con una barandilla que se deslizaba hacia arriba y
hacia abajo de la pared y terminaba detrás de recortes de tablas. Había un
parque que conducía a una tienda, una escuela, una comisaría y, por
supuesto, una pizzería. Cada sección tenía alrededor de tres recortes de
tablas detrás de los cuales Bonnie podía esconderse. Había una delgada
barricada colocada alrededor de las paredes para que los niños no se
metieran con el juego. Las reglas destellaban arriba en una gran pantalla
que colgaba del techo.
LAS REGLAS SON SIMPLES…

¡ENCUENTRA DÓNDE SE ESCONDE BONNIE EN 3 INTENTOS EN MENOS DE


3 MINUTOS O PIERDES EL JUEGO!

—¡Bienvenido a ¡Búsqueda-del-Escondite! Ingrese su nombre para tratar


de encontrar a Bonnie, ¡y comencemos! —gritó una voz profunda desde un
altavoz de pared.
Toby hizo crujir los nudillos.
—No hay problema —murmuró. Escribió su nombre como jugador
actual—. Eres mío, conejo.
—¡Aquí vamos, Toby!
Un recorte bidimensional negro de Bonnie se deslizó a lo largo de la
barandilla de la pared. La habitación se oscureció hasta quedar
completamente a oscuras. Toby escuchó el sonido silencioso de Bonnie
moviéndose a lo largo de la barandilla de la habitación.
—¡Tres… dos… uno!
Las luces volvieron a encenderse.
Toby parpadeó. Bonnie no estaba a la vista. Se sacó el palillo de la boca
y lo hizo rodar entre los dedos.
Se mordió el labio inferior mientras evaluaba los escondites. Podía ir a
cualquier parte del juego presionando un botón para ver dónde podría
estar escondido Bonnie. Se volvió a meter el palillo en la boca y se trasladó
a la comisaría para apretar el botón de un escritorio.
—¡Lo siento, Bonnie no está aquí!
Toby escudriñó la habitación, frotándose la barbilla. Tenía que ser la
pizzería. Se acercó y apretó el botón de las puertas de la cocina.
—¡Lo siento, Bonnie no está aquí!
Un intento más…
Se movió para presionar el botón de la oficina del director en la escuela.
—¡Uh-oh, perdiste!
Bonnie salió de una celda de la cárcel de la comisaría.
—¡Mejor suerte la próxima vez, Toby!
Toby frunció el labio. No había mucho en el juego, pero aún quería
ganar. Miró la pantalla que colgaba del techo. Alguien ya consiguió la
máxima puntuación al ser el mejor tiempo. Tom a las 2:58.
Eso no es nada.
Toby se volvió cuando escuchó que la puerta se abría detrás de él.
—¡Bienvenido a ¡Búsqueda-del-Escondite! Ingrese su nombre para tratar
de encontrar a Bonnie, ¡y comencemos!
Entró un niño con un gorro de fiesta de Freddy Fazbear.
—Oye, ahora es mi turno —dijo, con el labio inferior sobresaliendo.
Toby sacó más fichas y se las dio al niño en la palma de su mano. Agarró
al niño por el hombro y lo empujó hacia la puerta.
—Todavía tengo un turno más —le dijo.
—¡Oye, no es justo! ¡Es mi turno!
—Deja de lloriquear. Saldré en un minuto. —Toby le cerró la puerta al
niño y fue a escribir su nombre nuevamente.
—¡Aquí vamos, Toby!
Bonnie salió, la habitación se oscureció y comenzó la cuenta regresiva.
Escuchó a Bonnie moverse en silencio. Tan pronto como las luces se
encendieron, Toby corrió a la tienda y empujó el mostrador de la
panadería.
—¡Lo siento, Bonnie no está aquí!
Corrió al parque y eligió un árbol.
—¡Lo siento, Bonnie no está aquí! —Toby apretó los dientes y corrió hacia
la pizzería, golpeando con la palma de la mano la sala de juegos.
—¡Uh-oh, perdiste!
Bonnie salió de los arbustos del parque.
—¡Mejor suerte la próxima vez, Toby!
Toby escupió su palillo de dientes en el suelo mientras la molestia ardía
en sus entrañas.
Cerró los puños y salió furioso por la puerta de salida para comenzar
su turno.
«Juego estúpido».

☆☆☆
Toby entró en su casa después del trabajo. Escuchó la televisión
sonando y puso los ojos en blanco. Eso significaba que Connor estaba en
casa. «Estupendo». Papá trabajaba en el turno de noche en un almacén y
no estaba en casa la mayoría de las noches, por lo que por lo general eran
sólo él y su hermano.
Toby dejó caer una caja de pizza sobrante sobre la mesa de la cocina y
luego sacó un trozo de pepperoni. Ya estaba irritado porque había jugado
al Búsqueda-del-Escondite un par de veces más antes de llegar a casa y
todavía no había encontrado al conejo. El juego no era tan complicado.
¿Qué tan difícil podría ser encontrar un conejo escondido?
—¿Eres tú, Tobes? —gritó Connor.
¿Quién más sería? Toby caminó hasta la habitación del frente y se apoyó
contra la pared.
—Sí.
Connor se recostó en el sillón reclinable de papá viendo béisbol. Llevaba
una camisa de botones sucia manchada de grasa negra. Le mancharon las
mejillas y los brazos de grasa. Sólo sus manos estaban algo más limpias, con
aceite negro debajo de las uñas.
Connor se volvió para mirar a Toby y sonrió.
«¿Me ganaste en algún juego?»
—¿Me ganaste en algún juego, hermanito? —quería saber Connor.
«Vaya, ¿cómo sabía que iba a preguntar?» Toby mordió su pizza y
masticó.
—No.
Connor se rio.
—Ya lo creo. No va a suceder. Pero es halagador que sigas intentándolo.
Toby entrecerró los ojos.
—Oh, sucederá.
Connor enarcó las cejas.
—Quizá cuando los cerdos vuelen, tonto.
Toby cruzó los brazos contra el pecho. Quería decirle a Connor que
alguien más ya tenía la primera puntuación en un nuevo juego en la pizzería,
pero se mordió el labio. Nah. Quería obtener el primer lugar primero, y
no quería que su hermano estuviera cerca de Freddy's hasta que lo ganara.
Toby lo señaló con su porción de pizza.
—Los cerdos volarán. Lo verás, y tú serás el tonto, y yo seré el ganador.
—Oh por favor.
—Entonces ni siquiera sabrás qué hacer contigo mismo, excepto ir a
llorar a tu habitación.
Connor no se detuvo; se inclinó hacia adelante en el sillón reclinable.
—Oh, ¿te refieres a esa vez que ganaste mis jonrones en general durante
las Pequeñas Ligas? ¿O qué tal todas esas veces que me aplastaste jugando
a los bolos?
Toby frunció el ceño.
—Sólo cállate, Connor.
—Oh, lo sé, ¿debes referirte a tu tiempo total para la carrera de una
milla en la clase de educación física? Eres un verdadero velocista, ¿no es así,
Tobes?
Toby se apartó de la pared.
—¡Dije que te calles!
Los ojos de Connor se agrandaron.
—Oh, espera, nunca me has ganado en nada. ¡Y nunca lo harás porque
eres un lamentable perdedor que no puede ganar en nada!
Toby vio rojo. Le arrojó la pizza a su hermano, Connor sonrió con júbilo
mientras esquivaba la rebanada, y Toby se lanzó sobre Connor en el sillón
reclinable. Tuvo un momento de satisfacción cuando su puño golpeó el
estómago de su hermano.
Connor gruñó.
—Oh, vas a pagar por eso —siseó Connor.
Los puños volaron. Toby fue levantado y tirado al suelo. Golpeó la
alfombra. El aliento salió de su boca. Su hermano lo golpeó en la barbilla,
luego lo maniobró en un brazo fuerte alrededor de su cuello.
La cara de Toby se calentó. Estaba perdiendo aire. Tocó el brazo de su
hermano.
Su hermano lo soltó y lo empujó a un lado mientras Toby tosía.
Con los hombros agitados, Connor lo señaló con un dedo.
—Siempre te gano en todo, idiota. ¿Cuándo vas a conseguir que eso se
te quede en la cabeza? Yo siempre ganaré y tú siempre perderás como el
perdedor que naciste para ser. —Connor salió de la habitación, dejando a
Toby en el suelo.
Toby se quedó tendido en el suelo, respirando con dificultad, mirando
al techo.

☆☆☆
Al día siguiente, Toby estudió un bloque de madera en la clase de
carpintería, frotándose la barbilla con el dedo índice. Sierras circulares y
taladros sonaban a su alrededor. El olor a madera recién cortada llenó sus
fosas nasales. Se suponía que estaba trabajando en un pequeño proyecto
de tabla de cortar, pero en ese momento tenía otras ideas, como hacer
bloques de rieles para el escondite para que el conejo no pudiera
esconderse en algunas de las áreas del juego.
Sí, era una trampa.
Simplemente no le importaba.
Por una vez, quería empujar una puntuación ganadora directamente a la
cara de su hermano.
Sintió que la tensión se apoderaba de su cuerpo centímetro a
centímetro con sólo pensar en Connor. Cómo siempre tenía que ser el
número uno en todo lo que hacía. Cómo siempre tenía que restregárselo
a Toby en la cara.
Bueno, no iba a ser un perdedor esta vez aunque fuera lo último que
hiciera.
Todo había sido una gran competencia con Connor desde que Toby
podía recordar. Connor siempre tenía que tener la mejor puntuación, las
mejores notas, el mayor trozo de pastel. Tenía que ser más fuerte que
Toby en la lucha libre, vencerlo en el boxeo y ganar uno contra uno en el
baloncesto. Tenía que conseguir la mayor atención de papá y mamá cuando
ella había estado cerca. Había sido un mariscal de campo estrella en su
temporada de equipo junior hasta que se golpeó la rodilla y no pudo jugar
lo suficientemente bien después. Eso realmente le había afectado la cabeza
a su hermano. Toby lo recordaba abatido por la casa durante meses. Toby
incluso se había sentido mal por él durante un tiempo. Hasta que Connor
consiguió un trabajo en Freddy's y se embarcó en una misión de juego de
árcade derrotando todos los puntajes altos del lugar. Había sido
desagradable e insoportable desde entonces. Ahora que Toby trabajaba allí,
Connor tenía esa victoria de árcade definitiva sobre Toby casi todos los
días.
Eso volvió loco a Toby.
Por eso el reinado de Connor finalmente iba a llegar a su fin.
Determinado, Toby se puso a trabajar en el bloque de madera, cortando
cuadrados que pronto serían los bloques de riel perfectos para Búsqueda-
del-Escondite.
El señor Pedrick pasó junto a la estación de trabajo de Toby. Se ajustó
las gafas y miró a Toby recortando bloques.
—Esos son demasiado pequeños para una tabla de cortar, Toby.
—Sí, lo sé. Ahora voy a hacer la tabla de cortar.
El Sr. Pedrick se cruzó de brazos.
—La tabla de cortar es tu tarea ahora. Hay que entregarla al final del
período. ¿Cómo vas a hacerlo en treinta minutos? Eres un buen chico,
Toby. Sé que puedes hacerlo mejor que esto si te esfuerzas en tus
proyectos.
—Estoy comenzando el proyecto ahora mismo. —Irritado, Toby se
acercó a la mesa de madera y tomó otro trozo de madera para la tabla de
cortar.
Cuando el Sr. Pedrick se alejó, dejó la nueva pieza de madera a un lado
y continuó con los bloques de la barandilla. Algunas cosas eran más
importantes y tenían prioridad sobre el trabajo escolar.
Como golpear a un hermano molesto, ignorante y ruidoso.

☆☆☆
Después de que Freddy Fazbear's Pizza and Games cerrara esa noche,
Toby insertó sus monedas para una nueva ronda de Búsqueda-del-
Escondite. Sólo quedaban un par de empleados limpiando en la cocina y él
se había colado dentro de la sala de juegos cerca del final de su turno. La
voz del juego le dio la bienvenida al juego.
Antes de que Toby ingresara su nombre, se acercó a la pequeña valla
con barricadas que impedía que los jugadores se acercaran demasiado al
juego y saltaran. De su sudadera, sacó los pequeños bloques de madera
que había moldeado para encajar en la barandilla. Le dio a los bloques una
buena libra con la mano, encajando cada pieza de madera en los rieles para
cortar el acceso a la escuela, la estación de policía y la pizzería. Ahora los
únicos lugares donde el conejo podía esconderse eran el parque y la tienda,
que estaban uno al lado del otro.
Toby sonrió y asintió. Ahora definitivamente ganaría, y su nombre
aparecería en primer lugar.
«Oh sí, ¡hagamos esto!»
No podía esperar para frotar la cara de Connor con su victoria. Ahora
podía ver a su hermano: su cara se enrojecía, como siempre que algo no
salía como él quería, y salía disparado y golpeaba una pared en la casa como
un bebé grande. Papá le gritaba que se calmara, y luego papá miraba a Toby
y rodaba los ojos.
Toby se rio disimuladamente. No tendría precio.
Toby saltó hacia atrás sobre la pequeña valla y corrió para ingresar su
nombre en el juego.
—¡Aquí vamos, Toby!
—Sí, aquí vamos, conejo.
Bonnie se deslizó hacia afuera de la habitación ennegrecida.
—Tres…
Toby dio unos golpecitos con el pie mientras esperaba a que se
encendieran las luces.
—¡Dos… uno!
Tan pronto como la habitación se iluminó, corrió hacia el parque y
golpeó el tobogán.
—¡Lo siento, Bonnie no está aquí!
Golpeó el árbol.
—¡Lo siento, Bonnie no está aquí!
Agitado, fue a la tienda de delicatessen.
—¡Uh-oh, perdiste!
¡Toby se quedó boquiabierto de incredulidad! Su palillo con sabor a
menta cayó al suelo. «¡De ninguna manera!»
Bonnie se deslizó desde detrás de la caja registradora de la tienda.
—¡Mejor suerte la próxima vez, Toby!
Las manos de Toby se cerraron en puños mientras gruñía en voz alta de
frustración.
—Crees que eres gracioso, ¿no es así, conejo? ¿Crees que soy un
perdedor? Bueno, no lo soy, ¡idiota! ¡Eres un perdedor! ¡Ya verás!
Caminó de un lado a otro y se quitó el gorro de la cabeza. Todo su
cuerpo vibró con tensión.
—¡No voy a perder otra ronda contigo!
Se pasó las manos por la cabeza.
—Piensa. ¡Piensa!
Quería ganar. Necesitaba ganar.
De repente, se dio la vuelta cuando una solución rápida cruzó por su
mente.
—¡Sí! —Salió corriendo de la sala de juegos. Un minuto después, insertó
sus fichas y regresó con dos sillas de metal. Ya tenía la tienda, la escuela y
la pizzería cubiertas. Encajó el respaldo de las sillas en la barandilla del
parque y la tienda. La parte inferior de las sillas se inclinó hacia adelante en
la pequeña valla.
—¡Bienvenido a ¡Búsqueda-del-Escondite! Ingrese su nombre para tratar
de encontrar a Bonnie, ¡y comencemos!
—Sí, sí —murmuró. Toby retrocedió, con las manos en las caderas,
mirando su obra. Todo estaba bloqueado. ¡No había forma de que el
conejo pudiera esconderse!
—¡Hah! Te tengo ahora, tonto. ¿Quién es el ganador ahora? Se frotó las
palmas húmedas mientras se apresuraba a ingresar su nombre. Sintió una
capa de sudor en la frente y se la secó con el dorso de la mano.
Se sintió nervioso. Apagado. Como si no pudiera quedarse quieto. Giró
el cuello con un movimiento circular e hizo crujir los nudillos.
—¡Aquí vamos, Toby! —cantó la voz.
Bonnie se deslizó hacia afuera de la habitación ennegrecida.
—Tres…
El estómago de Toby se hundió repentinamente y su cabeza se iluminó.
Casi sintió ganas de vomitar.
—Dos…
Por un momento, una ráfaga de silencio pareció llenar la habitación.
Como si todo el aire fuera succionado fuera del área y sus oídos estuvieran
a punto de estallar. Sintió un extraño cosquilleo en la espalda y movió un
hombro para que desapareciera. Entonces, de repente, el sonido volvió a
sus oídos.
—¡Uno!
Las luces se encendieron.
Toby parpadeó. Se sintió desorientado. Se frotó los ojos y examinó las
paredes frente a él.
—Espera. —Bonnie… se había ido.
La cabeza de Toby giró de izquierda a derecha. Incluso hasta el techo.
No había forma de que el conejo pudiera esconderse en ningún lado.
—¿Qué demonios? ¿Adónde iría?
Corrió hacia la pequeña barricada cercada y saltó hacia los recortes de
la valla publicitaria, tratando de mirar dentro del pequeño espacio entre
los recortes y la pared.
Las ranuras estaban vacías.
No, esto no estaba bien. Su estómago se estaba revolviendo y su pecho
se sentía oprimido.
Continuó corriendo hacia cada recorte, mirando detrás de las pantallas
de madera.
No había ningún lugar al que el conejo pudiera haber ido. Esto no tenía
ningún sentido.
El corazón de Toby latía como un tambor. Una gota de sudor le caía
por un lado de la cabeza.
«No, no, no».
¡Esto no era justo! ¡El estúpido conejo no pudo ganar!
El calor brilló en su rostro. Un estallido de energía indefensa estalló por
todo su cuerpo. Su respiración aumentó. No era un perdedor.
¡No era un maldito perdedor!

☆☆☆
Corrió hacia la silla que había apoyado contra la barandilla, la levantó y
la arrojó por la habitación. Se estrelló contra una pared, haciendo un
agujero en la pizzería del juego. Tiró de una parte de la pequeña valla y la
derribó. Atravesó la barrera rota, se acercó a la otra silla y la arrojó contra
otra pared. Derribó otra sección de la cerca, alcanzó el árbol cortado en
el parque y, apretando los dientes, tiró de él con todas sus fuerzas. Se
arrancó de la pared cuando se estrelló contra el suelo. Sólo unas pocas
clavijas sobresalían en su lugar. Arrojó el árbol, se puso de pie y corrió a la
comisaría, rompiendo el recorte del escritorio.
«Siempre te gano en todo, idiota. ¿Cuándo vas a conseguir que eso te entre
por la cabeza? Yo siempre ganaré y tú siempre perderás como el perdedor que
naciste para ser».
Tiró y desgarró cualquier cosa que pudiera tener en sus manos. No
estaba seguro de cuánto tiempo pasó. Derribando. Destruyendo. Todo lo
que sabía era que tenía que deshacerse de este sentimiento de impotencia
dentro de él. Este sentimiento de debilidad e impotencia. Este dolor que
siempre parecía estar dentro de él. Lo odiaba.
¡Lo necesitaba fuera!
Finalmente, su cuerpo se cansó cuando tropezó con un trozo de un
recorte y cayó de trasero. Su pecho subía y bajaba. El sudor cubría su
rostro. Tenía las manos rojas y palpitantes. Miró a su alrededor para ver lo
que había hecho y la satisfacción lo llenó.
«Sí, toma eso», pensó.
Prácticamente había destruido el escondite.
Mientras miraba la destrucción, la realidad se derrumbó sobre él. Tragó
más allá de la sequedad de su garganta. Se frotó la cara con las manos y
luego siguió mirando el desastre que había creado. Había arruinado un
juego que no era suyo. Iba a meterse en muchos problemas.
Frenético, se puso de pie y agarró el árbol que había arrancado de la
pared. Rápidamente trató de volver a colocarlo en las clavijas, pero no
sirvió de nada. Simplemente se estrelló contra el suelo.
—¿Qué hice? —susurró. Luego hizo lo único que se le ocurrió: salió
corriendo de la habitación.

☆☆☆
Toby abrió los ojos. Parpadeó. Estaba en la oscuridad. Estaba acostado
boca abajo sobre una fría mesa de metal. ¿Dónde estaba? Luces brillantes
se encendieron sobre él y entrecerró los ojos. Trató de incorporarse pero
tenía las manos atadas por encima de la cabeza.
Tenía las piernas atadas a la altura de los tobillos y no podía moverlas.
—¿Qué demonios? —Toby intentó levantar un poco la cabeza—. ¡Hola!
¿Qué está pasando? ¿Connor? ¿Me estás tomando el pelo? Su voz pareció
resonar dentro de la habitación. Miró a su alrededor para ver paredes de
ladrillo a su alrededor—. Te van a arrestar por hacer esto.
Alguien se movió detrás de él.
Cuando nadie respondió, el pánico se apoderó de él. Connor ya se
habría estado balbuceando en la boca.
—¡Oye, seas quien seas, será mejor que me dejes ir! —Se tiró de las
manos, pero la cuerda le mordió las muñecas y le frotó la piel en carne
viva. Los latidos de su corazón parecían golpear contra la mesa fría debajo
de él. Luego vio algo oscuro en su visión periférica.
—¿Qué quieres? —Sintió que le tiraban de la camisa por la espalda,
luego escuchó unas tijeras cortándola—. ¡Para! ¡Déjame tranquilo! —El
aire frío golpeó su piel. Escuchó más movimiento, luego algo pequeño en
su espalda. Como una aguja— ¡Ay! ¡No me toques!
Le sacaron la aguja y luego sintió que le tiraban la piel.
—¿Qué diablos me estás haciendo? —Sacudió la cabeza de izquierda a
derecha, tratando de ver qué estaba pasando. El sudor le perlaba la frente.
Nuevamente, sintió que la aguja se clavaba en su piel y luego tiraba. La
sangre goteaba por su espalda a medida que el dolor crecía en intensidad.
—¡Detente, me estás lastimando! ¡Por favor, detente!
Pero quienquiera que fuera la figura oscura, no habló.
Y no se detuvo.
Toby sintió cada pinchazo y tirón de la aguja. Alguien estaba cociendo
algo en su espalda.
—¡Alguien ayúdeme! —gritó él—. ¡Por favor!

☆☆☆
Toby se despertó bruscamente. Se sentó en su cama, alerta. Latidos del
corazón. Respiración rápida. Estaba desorientado. Fue sólo una pesadilla.
La luz del sol entraba oblicuamente a través de las persianas de su ventana.
Él estaba bien. Estaba en casa. ¿Qué día era? ¿Era hora de ir a la escuela?
¿Se quedó dormido? Miró su despertador: 7:55 a.m. No puso la alarma
porque era sábado. ¿Verdad?
Se frotó la cara, luego miró el espejo montado en su tocador frente a
su cama. Su rostro estaba pálido y había círculos oscuros debajo de sus
ojos. Su cabello castaño se levantaba en direcciones locas. Vio su sombra
en la pared detrás de él y sintió un cosquilleo en la espalda.
¿Una sombra?
Frunciendo el ceño, inclinó la cabeza mientras la miraba en el reflejo del
espejo. Eso no parecía correcto. No había suficiente luz de las persianas de
la ventana para que él pudiera ver su propia sombra en su habitación. Se
movió y se inclinó hacia la derecha. Un segundo después, la sombra lo
siguió.
Los ojos de Toby se agrandaron. ¿Su propia sombra se demoró en
seguirlo?
Se inclinó rápidamente hacia la izquierda. Pero esta vez, la sombra se
movió rápidamente.
Sacudió la cabeza. Estaba extrañado. Probablemente aún no estaba
completamente despierto.
Toby bostezó y se rascó el pecho, luego estiró los brazos por encima
de la cabeza. La sombra lo siguió. Luego hizo una mueca. Su cuerpo estaba
adolorido.
La culpa de anoche regresó con estrépito. ¿Por qué tuvo que estropear
el juego así? ¿Qué iba a decir Dan, su jefe? ¿Lo iban a atrapar? Cuando bajó
los brazos, los brazos de la sombra aún estaban en alto.
Toby respiró hondo y saltó de la cama. Mirando la pared detrás de su
cama, no vio nada. No había sombra. Giró la cabeza hacia el espejo y vio la
sombra detrás de él.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Se acercó al gran espejo de su tocador y observó cómo la sombra lo
seguía de cerca. Cuanto más se acercaba, la sombra oscura lo seguía. Se
miró en el espejo y se le secó la boca.
La sombra tenía… orejas de conejo.
Toby se dio la vuelta como si pudiera atrapar la sombra de alguna
manera. Pero cada vez que se volvía, no había nada detrás de él. Era como
si de repente se agachara y se escondiera en algún lugar de su habitación.
Toby fue a su cama y miró debajo. Sólo un montón de polvo y basura. Fue
a su armario y vio más trastos. Pero incluso eso no tenía sentido. Miró
hacia atrás en el espejo, y la sombra todavía estaba detrás de él.
El único conejo en el que podía pensar era Bonnie el conejo del juego
Búsqueda-del-Escondite. Toby se congeló por un momento, tratando de
comprender lo que realmente estaba sucediendo. La sombra de un conejo
de un juego pegado a su espalda. Frunció el ceño. Espera, esto no podría
ser real. De repente, el alivio se filtró a través de él.
Se llevó una mano a la frente y soltó una carcajada.
—Todavía estoy soñando. Duh. —No había forma de que pudiera estar
viendo una sombra con la forma de un conejo. Esta era una pesadilla que
estaba teniendo porque temía que lo atraparan por romper el tonto juego.
Todo estaba bien, se aseguró a sí mismo. Bostezó de nuevo y decidió
volver a la cama. Cuando realmente se despertara de nuevo, la única
sombra que vería sería la suya. Volvió a meterse en la cama y se metió
debajo de las mantas. Se miró una vez más en el espejo y vio la sombra
flotando detrás de él.
Toby saludó con la mano y la sombra lo saludó.
Se acostó y cerró los ojos, quedando dormido.
Toby parpadeó y se despertó. Sus ojos estaban borrosos. Se frotó los
ojos y bostezó, estirando su cuerpo adolorido. Aunque había dormido
hasta tarde, se sentía agotado. Se sentó en la cama y miró por el espejo de
la cómoda.
La sombra seguía ahí.
El miedo le dio un puñetazo en el pecho, se empujó contra la pared y
se quitó las mantas de una patada. Saltó de la cama, se encorvó y se miró
en el espejo. La sombra acechaba justo a su espalda. Toby extendió la mano
detrás de él como si pudiera sentir la sombra, pero sólo tomó aire.
Tragó saliva mientras se mantenía erguido, y la sombra hizo lo mismo.
Se volvió a su lado para ver si podía ver la sombra de cerca, pero por
alguna razón, la sombra se quedó justo detrás de él.
—¿Quién eres? —preguntó a la sombra—. ¿Qué quieres?
La sombra no habló.
—Alejarte de mí.
No pasó nada.
—¡Dije que te vayas!
Nada.
Toby apretó los dientes mientras caminaba de un lado a otro,
frotándose el pelo con las manos. De acuerdo, había una sombra
siguiéndolo que no era su propia sombra. ¿Cómo podía estar pasando eso?
Esto era demasiado extraño.
Se detuvo de nuevo, se apoyó en la cómoda con las manos y miró en el
espejo. Cada vez que veía la oscuridad detrás de él, un escalofrío recorrió
todo su cuerpo, haciéndolo temblar. ¿Sentía su espalda más pesada de lo
habitual?
Toby estaba bastante seguro de que era porque esa cosa estaba unida a
él. ¿Qué debía hacer? Bueno, sabía lo que debía hacer. Necesitaba sacársela
de encima. Pero, ¿cómo podía hacer que desapareciera?
—Puedo hacer esto —murmuró—. Puedo sacármela de encima. Tiene
que haber una forma. Piensa.

☆☆☆
Toby, nervioso y magullado, se vistió, evitando el espejo. Salió de su
habitación y se dirigió a la cocina. La sensación de que alguien estaba a sus
espaldas no desaparecía. Era como si lo estuvieran observando.
Se sintió acechado. Atrapado.
Había una pila de platos en el fregadero y un olor a tocino quemado y
huevos. ¿De quién era el turno de lavar los platos? Probablemente suyo,
pero no le importaba.
Toby se volvió y entró en la habitación delantera. Su padre estaba en
pantalones cortos y una camiseta, reclinado en su sillón reclinable, con los
ojos borrosos y tomando café.
Toby tragó saliva y se hizo crujir los nudillos.
—Hola papá.
Papá gruñó y miró a Toby.
—Buenos días, Tobes.
—Buenos días. —A Toby le temblaban las manos. Las apretó con fuerza.
—Um, papá, ¿ves algo diferente en mí? —Su papá lo miró con los ojos
entrecerrados, mirándolo de arriba abajo—. A mí me pareces el mismo.
¿Te hiciste algo diferente? —Se rascó la nuca de la barbilla mientras lo
estudiaba—. ¿Finalmente te estás dejando crecer un poco de barba?
Toby negó con la cabeza de inmediato.
—No. Sólo preguntaba si podías ver algo fuera de lo común. Algo… que
se supone que no debería estar.
En ese momento, entró Connor.
—No te preocupes, Tobes. Sigues siendo el mismo pequeño perdedor.
Nada ha cambiado.
—Cállate, Connor —dijo, pero sin su habitual calor.
Connor extendió la mano y frotó la cabeza de Toby. Toby lo empujó
lejos.
—Ninguno… ¿ve mi sombra? ¿De verdad?
Connor hizo una mueca.
—¿De qué estás hablando, idiota?
Estiró los brazos.
—Una sombra, idiota. ¿La ves o qué? ¿No puedes responder una
pregunta simple?
Connor miró alrededor de Toby, sacudiendo la cabeza mientras
caminaba hacia la cocina.
—Tienes problemas, Tobes.
Toby se volvió hacia su padre, quien simplemente lo ignoró y continuó
viendo deportes.
¿Cómo no podían ver que había una extraña oscuridad siguiéndolo?
¿Seguía soñando? No, definitivamente estaba completamente despierto.
Su espalda todavía le dolía por golpearse contra la pared. ¿Era el único que
podía verla? ¿Eso lo volvió loco? ¿Connor finalmente lo había vuelto loco?
Fue hacia su padre, se inclinó hacia él.
—Papá, siente mi cabeza. —Papá olía a café y cigarrillos. Sus ojos
estaban un poco inyectados en sangre.
Papá suspiró.
—Tobes, ¿qué te pasa? —Le puso la mano en la frente—. No, estás
bien, hijo. Así que no se te ocurra faltar a la escuela, ¿de acuerdo? Luego
empiezo a recibir un montón de llamadas y mensajes de texto de la escuela
mientras trato de dormir antes de mi turno.
Toby se enderezó.
—No voy a hacerlo.
El teléfono sonó. Connor respondió.
—¿Si? Sí, espera. Oye, idiota, es para ti. Trabajo.
A Toby se le dio un vuelco. «Oh no, no, no». Caminó hacia Connor
mientras se reía de él. Toby le arrebató el teléfono.
—Sí. ¿Hola?
Toby, soy Dan. Puedes venir a trabajar, necesito hablar contigo sobre
algo muy importante. Toby se rascó el cuello.
—Um, sí, claro.
—Está bien. Nos vemos pronto.
—Okey. —Toby colgó.
Connor abrió mucho los ojos.
—Ooooh, Tobes está en problemas. ¿Qué hiciste ahora?
Toby transformó su expresión hasta la inocencia, lo cual era un poco
difícil.
—Nada.
Connor negó con la cabeza.
—Dan nunca llama a los empleados a menos que se equivoquen de
verdad. ¿Qué hiciste? ¿Olvidaste cerrar algo? ¿O rompiste algo y no le
dijiste?
Toby miró a su hermano con los ojos entrecerrados. ¿Sabía algo?
—No me equivoqué. Probablemente me esté llamando para decirme el
fantástico trabajo que he estado haciendo. Mucho mejor de lo que nunca
lo hiciste.
—Sí claro. Hago todo mejor que tú. Incluso ese estúpido trabajo.
—¡Santo cielo! —gritó Papá desde la habitación del frente—. ¡Bases
cargadas, bebé! ¡Chicos, vengan aquí! ¡Este juego se está volviendo bueno!
Connor perdió interés en Toby y entró en la sala del frente, uniéndose
a papá.
—¿Qué te digo? ¡Tienen este juego fácil! Siempre elijo al equipo
ganador, ¿verdad, papá?
Papá se rio.
—¡Lo haces, hijo, lo haces!
Toby puso los ojos en blanco y regresó a su habitación. Se dio cuenta
de que no tenía hambre en absoluto. Realmente no podía discutir con su
hermano acerca de que él estaba haciendo un mejor trabajo en Freddy's
en este momento. Se había equivocado de manera majestuosa al romper
Búsqueda-del-Escondite. No sabía qué iba a pasar cuando hablara con Dan.
Se miró en el espejo y la sombra acechaba detrás de él como un fantasma
oscuro que no lo dejaría solo. Se estremeció. Se miró las manos. Todavía
temblaba. Todo esto lo estaba asustando. Toby se puso un gorro en la
cabeza y respiró hondo en un intento de calmar sus nervios. Tenía que
enfrentarse a Dan. Luego averiguaría qué hacer con la sombra.

☆☆☆
Dan levantó su fornido brazo para abarcar toda la zona de desastre de
Búsqueda-del-Escondite.
—¿Puedes creerlo? Acabo de abrir este juego y ahora está destruido.
Dan tenía la constitución de un toro. El pecho grande y brazos carnosos,
pero piernas cortas y delgadas. Él era un buen jefe y siempre fue genial con
Toby. Por eso Toby se sintió muy mal por estropear su juego.
Toby contempló el caos de la habitación con los ojos muy abiertos. El
juego se veía incluso peor de lo que recordaba. La pantalla estaba apagada
ahora. Dan debía haberlo cerrado. Casi todos los recortes fueron
arrancados de la pared. Sólo quedaron clavijas sobresaliendo como
marcadores de posición. La mayoría de los recortes estaban rotos. Algunos
se partían totalmente por la mitad. Había algunas abolladuras en las
paredes.
—No… no puedo creerlo —dijo Toby, haciendo crujir los nudillos. No
podía creer que hubiera hecho todo este daño por sí mismo.
Dan se volvió hacia Toby, mirándolo con intensidad.
—¿Tienes idea de quién hizo esto?
Toby negó con la cabeza mientras la culpa pesaba mucho en su
conciencia.
—No, Dan. No sé quién pudo haber hecho esto.
—¿No viste a nadie sospechoso jugando anoche? Revisaste los baños,
¿verdad? ¿El área de juegos? ¿Nadie se escondía en ningún lado después de
cerrar?
—Hice el chequeo de rutina como siempre me dices. No, no vi a nadie
sospechoso.
Dan se pasó una mano por la espesa barba.
—Realmente me molesta, ¿sabes? Pongo un buen dinero en este lugar
para que la gente disfrute, ¿y así es como me pagan? Me hace enojar.
—Sí, lo entiendo.
—Cuando era niño, no tenían lugares como estos. Los niños jugaban al
aire libre y simplemente iban y comían una pizza. Pero me gustó la idea de
que las familias se reunieran para comer y jugar juntas, hacer una fiesta.
Este lugar no es mucho, pero es un sueño mío, así que realmente me
molesta cuando sucede algo como esto. —Dan suspiró—. Bueno, tengo
que traer al técnico aquí y ver qué puede hacer. Gracias por venir, Toby.
Toby asintió.
—Déjame ayudarte a limpiar.
Dan puso sus manos en sus caderas.
—Claro, pero tengo que quedarme con todas las piezas como seguro.
La policía ya tomó fotos.
Toby sintió un apretón en el estómago.
—¿La policía?
—Sí, tuve que reportar esto como un robo y vandalismo. Es posible que
deban hacerte algunas preguntas. Están hablando con todos los que
trabajaron anoche.
Toby tragó saliva y asintió.
—Seguro. No hay problema.
—Si pudieras recoger las piezas grandes y ponerlas en una pila y barrer
las cosas pequeñas, sería útil.
—Está bien.
—Gracias, Toby. Eres un buen chico. —Dan salió pisando fuerte de la
sala de juegos, murmurando algo en voz baja.
Los hombros de Toby se hundieron cuando empezó a limpiar el suelo.
Apiló los grandes recortes contra una pared. Cuando recogió el recorte
de los arbustos, vio su gorro de anoche. Su corazón dio un vuelco mientras
miraba detrás de él para ver si alguien había entrado en la habitación.
Rápidamente lo deslizó hacia arriba y se lo metió en el bolsillo trasero. De
repente, su cabeza se movió bruscamente hacia la barandilla.
Los bloques de madera que había hecho todavía estaban atascados en el
interior. Cogió un largo trozo de madera rota y empezó a sacarlos de la
barandilla, uno por uno. Con el corazón latiendo con fuerza, recogió
apresuradamente las tres piezas del suelo y las guardó en su sudadera.
Luego, tomando un respiro, continuó limpiando su desorden.

☆☆☆
Toby se sintió fatal el resto del fin de semana. La mayor parte del tiempo
se quedó en su habitación. Puso una sábana vieja sobre su espejo. Aunque
sabía que la sombra todavía estaba allí, no quería tener que mirarla. Cada
vez que lo hacía, su pulso se aceleraba y comenzaba a temblar porque se
suponía que no debía estar allí. Era como este secreto oculto, oscuro y
aterrador.
El domingo no comió casi nada y apenas durmió. No habló con su padre
ni con su hermano. Papá llamó a su puerta para ver cómo estaba, pero le
dijo que estaba cansado. Los escuchó gritarle a algún juego en la televisión.
Papá, Connor y Toby eran bastante cercanos, pero papá y Connor tenían
esta obsesión por los deportes que siempre habían compartido. Papá
trabajaba mucho o dormía, pero cuando no, pasaba el rato con Connor,
miraba deportes y se lo pasaba bien. Como a Toby no le gustaban tanto
los deportes, eso no dejaba mucho para el tiempo de papá y Toby.
Toby supuso que había sido más cercano a su madre, pero no estaba
seguro desde que ella se fue un día cuando Toby tenía unos cinco años y
Connor siete. Tenía un vago recuerdo de papá llevándolos a casa de la
práctica de la liga infantil de Connor y de que mamá se había ido. Papá la
había llamado, y luego Connor corrió por la casa buscándola. Papá había
encontrado una carta en la mesa de la cocina. Connor preguntó qué decía
y quiso saber dónde estaba mamá, pero papá leyó la carta, la desmenuzó
en la mano y se alejó. Esa noche fue la primera de cientos de cenas heladas
juntas. No se les dio ninguna explicación a Toby y Connor sobre mamá, así
que continuaron con su vida como si mamá nunca hubiera estado cerca.
Quizás fue entonces cuando Connor realmente comenzó a intentar ser el
mejor en todo. Toby no estaba seguro. Su hermano podría haber nacido
con un tornillo suelto.
Toby faltó a la escuela el lunes, pero decidió ir a su turno en Freddy's
esa tarde. No sabía si podría hacer el cambio. Su energía se había gastado,
su espalda se sentía tensa y pesada, y todo lo que quería hacer era acostarse
e irse a dormir.
Entró en Freddy's y Reggie se reunió con él en la sala de juegos. Tenía
una rebanada de pizza en la mano.
—Amigo, te ves terrible. —Mordió su pizza.
Toby simplemente se encogió de hombros mientras pasaba junto a él.
—Whoa, ¿qué pasa con la sombra? Parece intensa.
Los ojos de Toby se agrandaron mientras giraba. Corrió hacia Reggie y
agarró la pechera de su camisa con ambas manos.
—¿Puedes verla?
—Tómalo con calma. Oh, sí. Tu sombra es muy oscura, amigo. —
Mordió su rebanada y masticó frente a la cara de Toby.
—No puedo deshacerme de ella. Me está poniendo paranoico.
Reggie enarcó las cejas.
—Podría apostarlo. ¿Cómo la conseguiste?
Toby lo soltó y le hizo un gesto con el hombro.
—No sé. Simplemente sucedió una cosa rara.
—Lo entiendo, hombre, es personal. —Reggie se alisó la camisa con la
otra mano—. Eso realmente apesta, tienes que lidiar con eso.
—Sí. Pero eres el único que ha dicho que la ha visto.
Reggie asintió y sus rizos rojos se movieron con el movimiento.
—Lo veo totalmente.
—¿Ves las orejas?
Reggie frunció el ceño.
—¿Eh?
Toby negó con la cabeza.
—No importa. ¿Cómo puedes verla?
Reggie se encogió de hombros.
—La gente dice que veo las cosas de manera diferente.
Toby lo miró fijamente cuando no dio más detalles.
—Como sea. Creo que es…
Reggie tomó otro bocado de pizza.
—¿Qué?
—Creo que es de un juego en el que… eh… hice trampa
—Ah sí, ¿qué juego?
Toby no estaba seguro de poder confiar realmente en él. Era un habitual
en Freddy's y podía decirle a Dan todo lo que le dijera.
—No importa. Sólo necesito deshacerme de esto. No puedo seguir
caminando con esta cosa a mis espaldas. Es raro.
—Bueno, si yo fuera tú, intentaría cualquier cosa para quitarme esa cosa
de encima. —Reggie se estremeció—. Se ve totalmente espeluznante.
El solo hecho de ver la reacción de Reggie le devolvió el escalofrío.
—¿Intentar qué? No sé cómo hacerla desaparecer. ¿Qué crees que
debería hacer?
—Amigo, eres un jugador. Usa tu imaginación. Te he visto durante
semanas intentar superar la puntuación de tu hermano en casi todos los
juegos de esta sala de juegos. Eso arde, ¿sabes? ¿Dónde está ese fuego
ahora?
Toby se puso rígido y se hizo crujir los nudillos.
—Tengo fuego.
Reggie asintió.
—Entonces ponte manos a la obra, hermano.
Esa noche, Toby pensó en lo que dijo Reggie y se sintió inspirado.
Aún no estaba derrotado. Podría vencer a la sombra y quitársela. Podía
ganar este juego. Hizo una lista.
IDEAS PARA ELIMINAR LA SOMBRA:

QUITARLA DE COLPE (NO FUNCIONÓ)

FROTARLA

AHOGARLA

QUEMARLA (OLVIDAR ESO)

CORTARLA (QUIZÁS)

Toby entró en el garaje. Buscó entre el desorden la fregadora de lavado


de autos en un palo. Nadie había lavado sus coches en una eternidad, pero
Toby sabía que la fregadora todavía estaba en alguna parte. Tenía cerdas
gruesas que podrían quitarle la sombra de la espalda.
Podría funcionar totalmente.
Quizás.
Estaba bastante dispuesto a intentar cualquier cosa para quitarle esta
cosa.
Pateó cajas, haciendo un camino alrededor del garaje. Empujó la
cortadora de césped y pateó una pelota de fútbol desinflada. ¡Santo cielo!
Saltó cuando un ratoncito se deslizó por el suelo. Necesitaba recordar
decirle a su padre que comprara algunas trampas para ratones. Finalmente
encontró la fregadora atascada en una esquina con un viejo balde de lavado.
Agarró la fregadora y trató de alcanzarla por la espalda, pero el palo era
demasiado largo.
Miró a su alrededor y encontró una sierra oxidada en la vieja caja de
herramientas de su padre. Apoyó el palo en la arandela con la mano
izquierda y empezó a cortar el palo con la derecha. La hoja estaba desafilada
y tomó unos minutos, pero una parte del palo finalmente se rompió y cayó
al suelo.
Toby levantó el estropajo que tenía en la mano y palpó las cerdas con
los dedos.
—Sí, bonito y grueso. Servirás.
Inclinó el cepillo sobre su espalda y se frotó. Definitivamente
funcionaría. Decidido, se quitó la camisa y la puso sobre la secadora. Luego
tomó aliento, agarró el palo con ambas manos y comenzó a frotar su
espalda. Fue difícil.
—Ay, ay, ay. —Se restregó, haciendo una mueca de dolor. Las cerdas
mordían su piel.
Raspando. Raspado.
—A ver si te gusta —murmuró. Se restregó y se restregó la espalda,
sintiendo cómo la piel se desprendía hasta quedar en carne viva—. Cielos,
esto duele. —Fregó hasta que sintió que la espalda le ardía y no pudo más.
Temblando, dejó caer el estropajo y se arrodilló, aspirando aire entre los
dientes. Su visión se oscureció y parpadeó.
—Por favor haz que esto funcione. Por favor —susurró.
Agotado y dolorido, agarró su camisa y se la deslizó con cuidado por la
cabeza. Luego se puso de pie y tropezó de regreso a la casa y a su
habitación.
Toby se apoyó en su tocador y lentamente quitó la sábana que cubría el
espejo. Se veía horrible. Sus ojos estaban salvajes. Su cabello castaño estaba
pegado a su frente con sudor. Su rostro estaba pálido y su piel parecía seca.
Levantó la mirada para mirar detrás de él. La sombra se cernía sobre su
espalda y parecía ser más grande, incluso más oscura. Se movió cuando los
hombros de Toby se agitaron.
—No —dijo. No había funcionado.
Puede que no se haya quitado la sombra de la espalda, pero
aparentemente la marcó. Podía sentir su ira, su oscuridad, más
intensamente. Sentir las emociones era como estar metido en una caja
demasiado pequeña, y los lados se cerraban, asfixiándolo.
Toby golpeó con el puño su tocador.
—Te odio ¡Te odio!
Luego se sintió caer y todo se volvió negro.

☆☆☆
Toby se despertó bruscamente y se golpeó la rodilla con algo duro.
—Ay. —La saliva le salía por la boca y se la secó con el dorso de la
mano. Escuchó golpes. Levantó la cabeza y miró a su alrededor. La ropa
estaba desparramada a su alrededor. Estaba en el suelo de su dormitorio a
los pies de la cama. Se había golpeado la rodilla con la cómoda. ¿Había
dormido en el suelo toda la noche?
Más golpes en su puerta.
—¡Toby, levántate! ¡Papá dijo que tienes que ir a la escuela hoy! —
Connor gritó a través de la puerta.
—¡Está bien, estoy despierto! —gritó, y apoyó la cabeza en la alfombra.
Escuchó a su hermano alejarse. Toby se sentó lentamente, haciendo una
mueca. Su cabeza se sentía como si quisiera caerse. Su espalda ardía como
si estuviera en llamas. Se puso de pie y la habitación dio vueltas.
—Oh, maldición. —Se agarró a la cómoda para no volver a caer y
esperó a que la habitación dejara de girar.
Aunque no tenía hambre, tenía que comer algo para mantener su
energía. No le importaba mirarse en el espejo. Sabía que la sombra todavía
estaba allí. Podía sentir su peso, podía sentir la oscuridad que se cernía
sobre él como una amenaza.
Toby se las arregló para ducharse primero sin caerse, pero el rocío le
dolía demasiado, así que no dejó que el agua corriera por su espalda. Se
cepilló los dientes, ignorando la sombra que lo seguía en el espejo del baño.
Se vistió y entró en la cocina. Su hermano se había sentado a la mesa,
comiendo cereal, waffles y dos plátanos.
Connor dejó de masticar cuando vio a Toby.
—¿Estás realmente enfermo?
Toby no quiso contestar.
—Te ves mal. ¿Qué pasa contigo?
Toby simplemente negó con la cabeza mientras sacaba cereal y leche,
luego un tazón y una cuchara.
—¿Por qué no respondes, Tobes?
Él se encogió de hombros.
—Quizás deberías quedarte en casa otro día.
Toby miró a su hermano con sorpresa. ¿Dónde estaban todos los
comentarios estúpidos? ¿Todas las humillaciones?
—Voy a ir.
Cuando Toby finalmente respondió, Connor parecía satisfecho.
—Está bien, pero si tienes gripe, mantente lejos. —Devoró su cereal,
waffles y ambos plátanos. Tiró sus platos en el fregadero, soltó un eructo
retorcido y dijo—: Hasta luego. —Luego salió de la cocina. Un momento
después, la puerta principal se cerró de golpe.
Toby comió unas cucharadas de cereal, pero después de unos minutos,
sintió que volvía a subir. Corrió hacia la basura y vomitó. Su cuerpo se
estremeció con espasmos.
Logró enderezarse, con una mano en el estómago. La sombra parecía
estar chupando la vida de él. La idea de que algo lo dominara le fastidiaba
muchísimo.
Apretó los puños.
—No vas a ganar.

☆☆☆
Toby se sintió como un zombi en la escuela. Caminaba por los pasillos
lento y cansado. Lo miraron mientras pasaba, luego apartaban la mirada.
Toby les devolvió la mirada, sin importarle nada. De todos modos, a los
profesores no les importaba lo que hiciera. Nunca había sido un estudiante
estrella. De hecho, simplemente siguió los movimientos de la escuela. Papá
nunca se preocupó por sus calificaciones. Sólo quería que aprobara y se
graduara, así que eso es lo que Toby se propuso hacer. Fue a la escuela,
hizo los deberes que pudo, se saltó las tareas que no tenían ningún sentido
y obtuvo calificaciones aprobatorias. A veces apenas pasaba, pero era
suficiente.
Cuando Toby ingresó como estudiante de primer año y los maestros
descubrieron que era el hermano pequeño de Connor Billings, sonrieron
y le hicieron preguntas.
Connor era tan confiado, tan conversador. Genial en los deportes. Hizo
todo lo posible en las tareas escolares y extracurriculares. Un verdadero
emprendedor. El hermano pequeño Toby tenía que ser igual, era
hereditario, ¿verdad?
Falso. Descubrieron rápidamente que Toby no era muy extrovertido.
En realidad, nunca hizo amigos ni se unió a ningún club. No le importaba
hacer su mejor esfuerzo como lo había hecho Connor. Toby hizo lo que
tenía que hacer para caminar hasta su último año. Pronto los profesores
dejaron de ser amables y empezaron a enfadarse. Recibía miradas de
desaprobación y, sobre todo, tenía miradas de desinterés y desprecio…
como si no les importara.
Bueno, noticias de última hora. El sentimiento era mutuo.
Toby se desvió hacia el baño antes de caminar hacia su casillero. Había
un chico con auriculares, jugando con su cabello en el espejo. Estaba
subiendo y bajando. Toby usó el baño, y cuando se dio la vuelta para lavarse
las manos, el chico se quedó paralizado, mirándose al espejo. Su boca se
abrió en estado de shock. El chico señaló a Toby, o más probablemente a
la sombra detrás de él.
«Maldita sea. También debe poder ver la sombra en el espejo».
Toby hizo crujir los nudillos.
—Oye, mira…
El chico se dio la vuelta para mirar a Toby, frunció el ceño y luego se
miró en el espejo.
Antes de que Toby pudiera decir más, el chico salió del baño como si
estuviera huyendo de un fuego. O más como un monstruo de una película
de terror.
—Está bien, más tarde —murmuró Toby mientras se lavaba las manos.
Toby tenía clase de gimnasia durante el primer período, y se dio cuenta
de que era perfecto para el siguiente paso de su plan. Hoy su clase estaba
programada para jugar baloncesto.
El señor Dillonhall, un hombre alto y calvo con un chándal brillante, hizo
sonar su silbato. Ladeó la cadera y apoyó el portapapeles contra su gran
estómago.
—¡Está bien! ¡Hagan fila para pasar lista!
Toby, vestido con pantalones cortos y una camiseta, se alineó con los
demás. Había tenido cuidado de mantenerse alejado de los espejos del
vestuario. Sólo esperaba no volver a ver a ese chico asustado. Eso era todo
lo que necesitaba, para que un extraño rumor comenzara a circular por la
escuela.
Una chica se acercó y le entregó una nota al Sr. Dillonhall.
—¿Ahora qué? —murmuró el señor Dillonhall, luego hojeó la nota—.
Bien, ve a tomar asiento. —Puso los ojos en blanco dramáticamente antes
de pasar lista.
—¡Billings! —Toby levantó la mano cuando Dillonhall levantó la vista de
su gráfico—. Por el amor de Dios, hagamos un esfuerzo hoy, Billings.
Vamos, chico.
Toby se cruzó de brazos mientras el Sr. Dillonhall continuaba asistiendo,
ocasionalmente haciendo comentarios sarcásticos a los otros alumnos.
—Dillonhall es un idiota —murmuró Tabitha Bing. La llamaban Tab para
abreviar. Toby la miró y luego se alejó. Era una especie de marginada y le
gustaba rebelarse contra el sistema. Tenía un piercing en la nariz y vestía
mucho de negro. De vez en cuando, iniciaba peticiones para cambiar las
cosas en la escuela. Había intentado postularse para presidenta del cuerpo
estudiantil un par de veces, pero había perdido ante los populares. Siempre
estaba exagerando las pequeñas cosas, en opinión de Toby. Dado que ella
parecía ser todo lo contrario de Toby, por lo general se mantenía alejado
de ella.
—No hablas mucho, ¿verdad, Billings? —le preguntó ella.
Toby se volvió hacia ella y esta vez se encogió de hombros.
—No tengo mucho que decir en la escuela.
Ella enarcó las cejas y sonrió.
—A diferencia de mí, quieres decir.
—Tú lo dijiste, no yo.
—Está bien —ladró Dillonhall—. Vamos a dividirnos en sus grupos y
jugar un poco de baloncesto. Quiero ver un esfuerzo serio en la cancha.
Ninguna de esas excusas de “oh, me duele el pecho” o “me torcí el tobillo”,
gente. Quiero verdaderos atletas en la cancha. ¡Vamos!
Cuando los grupos se reunieron y comenzaron sus juegos, Toby salió
de su grupo para usar el baño. Salió del gimnasio, mirando por encima del
hombro. No había nadie en el pasillo. Se desvió hacia la piscina de la escuela
secundaria, que afortunadamente estaba libre durante el período. El fuerte
olor a cloro llenó sus fosas nasales mientras escaneaba el agua clara.
No pudo apartar la sombra de él. Tampoco pudo quitársela. Ahora era
el momento de tomar medidas más intensas.
—Espero que sepas nadar —le dijo en voz alta a la sombra—. O no. —
Buscó algo pesado a su alrededor, pero no pudo encontrar nada en el área
de la piscina que pesara. Corrió hasta la sala de pesas. Había algunos chicos
allí, levantando pesas, pero Toby logró colarse y agarrar un chaleco pesado.
De regreso a la piscina, se lo puso sobre los hombros y se lo abrochó al
pecho. Rebotó sobre la punta de los pies y sintió que el chaleco era un
buen peso para hundirlo hasta el fondo y mantenerlo allí. Caminó de
regreso a la piscina y miró el agua quieta.
Se mordió el labio inferior. No es que se admitiera a nadie, pero estaba
un poco asustado. Sabía nadar, pero no estaba acostumbrado a contener
la respiración durante mucho tiempo. Caminó de un lado a otro a lo largo
del fondo de la piscina.
«Vamos, puedes hacer esto».
«¿Qué puede salir mal?»
«Nada en realidad».
«Y bueno, esto realmente podría funcionar. Podrías liberarte de la
sombra y seguir con tu vida».
Finalmente dejó de caminar y se paró frente a la piscina. Después de
respirar profundamente, se pellizcó la nariz y saltó al fondo.
Toby se hundió lentamente hasta el fondo de la piscina. A pesar de que
la escuela afirmó que estaba climatizada, el agua todavía se sentía helada.
Con el chaleco sujetándolo, se sentó en la parte inferior y esperó.
Parpadeó, mirando alrededor de la zona de la piscina. Podía sentir el cloro
picando sus ojos. Se preguntó cuánto tiempo podría contener la
respiración y se preguntó si la sombra podría contener la respiración.
«¿Las sombras respiran?»
Supuso que lo descubriría.
«Esto tiene que funcionar». No podía vivir para siempre con la
oscuridad a sus espaldas. No sólo lo volvería loco, sino que sería un
recordatorio constante de que era un fracaso. Un perdedor.
«Yo siempre ganaré y tú siempre perderás como el perdedor que naciste para
ser».
No, no podría vivir así para siempre.
Demasiado rápido, sintió como si sus pulmones se cerraran con fuerza,
así que tiró de la hebilla para liberar el chaleco. Este fue todo el tiempo
que pudo aguantar aguantando la respiración. Con suerte, sería suficiente
para ahogar la sombra en él.
Pero cuando Toby pellizcó el mecanismo de liberación, la hebilla no se
soltó. Trató de presionar la hebilla para soltarla de nuevo, pero no se soltó.
Una oleada de ansiedad lo atravesó. Tiró de la hebilla, tratando de
abrirla. Tenía ganas de abrir la boca para respirar.
El pánico se apoderó de él cuando la adrenalina inundó su sistema. Se
empujó del suelo con los pies, pero el peso del chaleco tiró de él hacia
abajo. Se empujó hacia arriba de nuevo, moviendo los brazos, pateando las
piernas, tratando de nadar hasta la cima.
Pero estaba demasiado débil por no haber comido mucho los últimos
días.
Se hundió hasta el fondo, arañando el chaleco.
«Oh no. ¡Alguien ayúdeme! ¡Ayuda!»
Hubo un chapoteo en la piscina encima de él. Alguien nadó hacia él.
Toby ya no pudo luchar contra eso. Abrió la boca y tragó agua mientras
la persona tiraba de él por el chaleco hasta la parte superior. Toby pateó
con las piernas para ayudarlos a subir a la cima.
Rompió la superficie, vomitando agua. Agua y mocos le caían por las
fosas nasales. La persona ayudó a enganchar su brazo en el borde de la
piscina.
Tosió y aspiró el aire que tanto necesitaba. Le ardían los pulmones, todo
su cuerpo se estremecía con cada respiración.
Toby abrió los ojos para ver a Tabitha Bing empapada en la piscina junto
a él. Ella estaba colgada del lado de la piscina con un brazo. Le escocían los
ojos y presionó los dedos en ellos.
—¿Qué diablos estabas haciendo? —le espetó ella.
Toby se apartó el pelo de los ojos, respirando con dificultad.
—Tú… no me creerías… si te lo dijera.
—Bueno, será mejor que sea una buena razón para que no te informe
al director, idiota. —Se arrastró por la parte superior de la cornisa. El agua
manaba de su ropa de educación física empapada. Toby trató de salir
mientras Tabitha le sacaba el chaleco, luchando por llevarlo a la plataforma.
Su cuerpo se sentía como un peso muerto entre la ropa empapada y el
chaleco.
Con ambos ayudando, lograron sacar a Toby de la piscina.
Toby rodó sobre su espalda y Tabitha cayó a la plataforma junto a él.
—Para ser un tipo delgado, pesas una tonelada. —Ella se puso de pie y
lo miró. Gotas de agua corrían por sus brazos y piernas—. Encuéntrame
en el campo de fútbol a la hora del almuerzo o iré directamente a la oficina
para informar lo que hiciste.
Toby tosió.
—No es realmente asunto tuyo.
—Acabo de salvar tu vida. Lo estoy convirtiendo en mi negocio.
Entonces, ¿cuál es tu decisión? ¿Me verás o me iré directamente a la oficina?
Toby levantó una mano y la dejó caer.
—Sí, bien. Estaré allí.

☆☆☆
—No estaba tratando de lastimarme —dijo Toby a regañadientes a
Tabitha. Se sentaron juntos en las gradas del campo de fútbol durante el
almuerzo. Era un día agradable, pero la brisa seguía empujando nubes sobre
el sol de vez en cuando, haciéndolo un poco frío. Toby todavía estaba
helado por la experiencia de la piscina, así que se acurrucó dentro de su
sudadera. El cabello de Tabitha era negro y se apartaba de su rostro
pecoso. Normalmente, ella usaba maquillaje, pero el agua de la piscina
debió haberlo lavado todo. Estaba comiendo un sándwich que olía a
mantequilla de maní.
—Entonces, ¿por qué el chaleco lastrado?
—Sólo estaba tratando de quedarme abajo el mayor tiempo posible.
Pero la hebilla se atascó y no pude soltarla ni nadar lo suficientemente
rápido. —Toby hizo crujir los nudillos—. Así que, eh, gracias por
ayudarme.
—Oh, ¿te refieres a salvar tu vida? —Ella hizo un gesto con la mano—.
Es normal en un día de trabajo.
—Eres una nadadora bastante buena.
—Mis padres siempre dijeron que nací para nadar. Siempre he estado
yendo al campamento de salvavidas juveniles. —Ella se encogió de
hombros—. ¿Por qué querías quedarte en el fondo de la piscina durante
tanto tiempo?
Toby negó con la cabeza. ¿Cómo podía decirle que estaba tratando de
ahogar una sombra pegada a su espalda y que no había funcionado? Cuando
entró al vestuario a cambiarse, vio en el espejo que todavía estaba ahí
detrás de él. Más intensa y aterradora que antes.
—Toma, toma algo de mi almuerzo. Parece que lo necesitas —dijo,
entregándole la mitad de su sándwich.
Se llevó una mano al estómago.
—No, mi estómago está revuelto.
—Es sólo un poco de pan y mantequilla de maní. Inténtalo.
Toby aceptó el medio sándwich y le dio un pequeño bocado. Estaba
pegajoso en su boca, pero fue capaz de tragarlo. Parecía que él también
podía reprimirlo, se dio cuenta con alivio.
—¿Por qué me seguiste? —le preguntó Toby.
Agachó la cabeza y se encogió de hombros.
—Parecías… no lo sé. Como si te viniera bien un amigo.
Toby no tenía nada que decir al respecto. ¿Cómo se ve la necesidad de
un amigo?
—No me creerías si te lo dijera —le dijo.
—¿Qué?
—Eso es lo que dijiste en la piscina: no me creerías si te lo dijera. ¿Qué
quieres decir con eso?
Toby no estaba seguro de por qué, pero sintió el impulso de dejar de
lado la precaución y contárselo todo. Quería contárselo a alguien porque
guardarse todo esto para sí mismo lo estresaba. Sí, Reggie podía ver la
sombra, pero Toby no había querido contárselo todo a Reggie. Quizás era
hora de sacarlo todo de su pecho.
Con la mirada fija en su medio sándwich, empezó a contarle a Tabitha
sobre el escondite. Cómo hizo trampa en el juego y lo rompió. Cómo la
sombra ahora estaba unida a él y no parecía poder deshacerse de ella. Por
alguna razón, sentía que ella podía manejar la extraña verdad, que no se
escaparía y le diría a alguien que estaba loco. Fue algo liberador finalmente
revelar la totalidad de este loco secreto a otra persona. Se sintió exhalar
de alivio.
¿Quién diría que mantener un secreto así era tan agotador?
—Eso suena total y absolutamente aterrador —dijo, y miró hacia
atrás—. No puedo verla.
Toby asintió.
—Sólo la veo en un espejo.
—¿De verdad?
Él asintió.
—Sí. ¿Me crees?
—En realidad, suena demasiado loco para inventarlo. Sé que lo crees y
eso es todo lo que me importa. La gente se enfrenta a su propia oscuridad
en diferentes formas.
De acuerdo, ella no le creyó del todo, pero Toby lo entendió. Ni
siquiera podía creerlo, y la miraba todos los días en el espejo. Fue un alivio
sacarlo todo y que ella no le dijera que estaba loco.
—¿Y pensaste que podrías ahogarla? ¿Cómo te fue con eso?
—Estoy intentando todo lo que puedo. De todos modos, no funcionó.
—¿Le has dicho a tu mamá o papá?
—Es sólo mi papá. Intenté decírselo a él y a mi hermano, pero no
entendieron de qué estaba hablando. Ellos tampoco pudieron verla.
—Pero me lo has dicho.
Toby suspiró.
—No sé por qué.
Ella asintió.
—A veces es más fácil decírselo a un extraño. Lo entiendo. Entonces,
¿por qué hiciste trampa en el juego?
Toby picoteó el sándwich.
—¿Alguna vez has sentido que nunca eres bueno en nada?
—Bueno, sí, no puedes ser bueno en todo.
—No —la miró fijamente—. Nada bueno en cualquier cosa. Como un
total perdedor.
Ella sacudió su cabeza.
—No, y no eres un perdedor. —Sus labios se curvaron en una sonrisa
sarcástica. —Verdad. ¿No has visto la forma en que me miran los
profesores? ¿Cómo Dillonhall? No valgo su tiempo. Mira, la vida es lo que
haces. No puedes pensar así.
—No pienso así. Lo siento. De todos modos, no importa. Quería ganar
y pensé que la única forma en que podía hacerlo era haciendo trampa. Fue
estúpido.
Ella no dijo nada a eso y en su lugar sacó un pequeño espejo circular de
su bolso.
—Está bien, veamos.
Toby negó con la cabeza, alejándose de ella.
—De ninguna manera.
Agitó el espejo.
—Vamos, ¿por qué no?
—Porque es mala. «Muy mala». Ni siquiera entiendes cuán mala.
Ella lo miró fijamente.
—Puedo manejarlo.
La miró con los ojos muy abiertos.
—Ni siquiera puedo manejarlo.
—Está bien, está bien, no tienes que mostrármela. —Deslizó el espejo
hacia atrás—. Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto?
Toby miró fijamente el campo de fútbol, pero en realidad no lo estaba
viendo.
—Voy a vencerla. ¿Qué otra opción tengo?
Se sentaron unos minutos en silencio antes de que Tabitha dijera—:
Déjame ver tu teléfono.
Él la miró.
—¿Por qué?
—Déjame verlo —dijo molesta.
Toby le entregó su teléfono. Llamó a un número y sonó su teléfono.
Luego tecleó algo en su teléfono y se lo devolvió.
—Me agregué como contacto. Ya sabes, por si alguna vez necesitas que
te salve de nuevo.
Toby de hecho esbozó una verdadera sonrisa.
—Bien gracias.
☆☆☆
Toby se fue a casa después de la escuela. Por lo general, se moría de
hambre cuando entraba a la cocina, pero hoy se sentía diferente. Nervioso,
agitado y definitivamente tenía una seria pérdida de apetito. Agarró un
plátano, cuando su teléfono lo alertó con un mensaje de texto de Tabitha.

Oye, conozco un excelente consejero con el que puedes


hablar.
De ninguna manera lo haré.
Está bien.
Toby negó con la cabeza y colgó el teléfono, pero no pudo evitar sonreír
un poco. Tabitha era un poco genial. Ella asimiló todo lo que él le dijo y no
lo miró de manera extraña. Era genial tener una nueva amiga, no es que él
fuera a decirle eso. Toby hablaba con algunos chicos en la escuela, pero no
los llamaría amigos. Solía tener un mejor amigo llamado Manny, pero se
mudó con su familia cuando Toby estaba en la escuela secundaria. Desde
entonces, Toby se aisló de otros chicos. Quizás era hora de volver a
abrirse.
Sólo para mantener su energía, intentó comerse el plátano. Consiguió
aproximadamente la mitad antes de sentir náuseas. Su cabeza se echó hacia
arriba cuando un golpe sonó en la puerta principal. ¿Quién podría ser?
Abrió la puerta a un oficial de policía de corte limpio, piel morena,
cabello corto y rizado y bigote. Toby tragó saliva. Todavía tenía el plátano
a medio comer en la mano.
—Estoy buscando a Toby Billings —dijo.
—E-ese soy yo. —Toby se ajustó el gorro en la cabeza.
—Soy el oficial Jiménez, Toby. Estoy aquí por el robo y el vandalismo
en Freddy Fazbear's Pizza and Games. Dan Harbour dijo que trabajas allí y
que estaba de turno esa noche. Me dio tu dirección.
—UH-Huh.
El oficial Jiménez tenía una pequeña libreta y un bolígrafo en la mano.
—¿Puedes decirme que hiciste en tu turno esa noche?
Toby miró su plátano.
—Bueno, aspire la alfombra en la sala de fiestas principal y en la sala de
juegos. Barrí en los baños. Limpié las mesas, coloqué las sillas. Recogí
basura del suelo. Mis cosas habituales.
—¿A qué hora terminaste tu turno? El Sr. Harbour dijo que debe haber
olvidado escribir en su hoja de tiempo a qué hora te fuiste.
Toby se rascó el cuello con la mano libre.
—Um, sí, salí a las 11:00 p.m. Debo haber olvidado firmar la salida. «Sí,
porque se me acabaría».
El oficial Jiménez escribió algo en el cuaderno.
—¿A qué hora viste el juego por última vez antes de que lo destrozaran?
—Um, bueno, después de cerrar. «Espera, ¿debería haber dicho eso?»
—¿Entonces alrededor de las 10:00 p.m.?
Él asintió.
—Sí, eso creo.
—No ha habido signos de allanamiento, Toby. ¿Notaste a alguien
merodeando y que se suponía que no debía estar allí después del cierre?
Soltó un suspiro y negó con la cabeza lentamente.
—No. Nadie. Lo mismo que le dije a Dan. Revisé los puestos y el área
de juegos donde los niños tienden a esconderse.
El oficial Jiménez miró directamente a los ojos de Toby.
—Toby, quiero que seas completamente honesto conmigo.
—Sí, no hay problema.
—¿Vandalizaste el juego Búsqueda-del-Escondite?
—¿Qué?
—Tengo que preguntar. Fuiste el último en ver el juego. Trabajabas en
el restaurante cerca del momento del crimen. Todos los demás estaban en
la cocina. No firmaste al final de tu turno. Quizás tenías prisa porque habías
destrozado el juego. Quizás estaba molesto con su jefe o con alguien. Lo
he visto suceder antes. Y no querías meterte en problemas, así que
corriste. ¿Fue así como sucedió?
Toby dio un paso atrás.
—No, no fui yo. «Sí, yo fui».
—Está bien —dijo con severidad—. Eso es todo por ahora. Hágale saber
al Sr. Harbour si recuerda algo más o si quiere decirle algo más.
—Está bien.
El oficial Jiménez asintió con la cabeza.
—Que tengas un buen día.
Toby asintió a cambio. Cerró la puerta, todavía tenso. Se preguntó si el
oficial le creyó. No sonaba así. Parecía que pensaba que Toby lo había
hecho. Se preguntó si lo iban a atrapar.
Toby se pasó una mano por la cara. Tenía demasiadas cosas en las que
concentrarse. Estaba haciendo todo lo posible por descubrir cómo librarse
de la sombra. También tenía que preocuparse si lo iban a atrapar por
romper el juego.
«Una cosa a la vez, por favor».
Entró en la cocina y tiró el plátano a medio comer a la basura, luego se
desvió hacia la habitación del frente. Junto al sillón reclinable de su padre
había una pequeña mesa con una bandeja con un mechero y un cenicero.
Agarró el mechero y lo encendió, pero no se encendió. Agitó el mechero
y lo volvió a encender. Esta vez, la llama se encendió.
Se mordió el labio inferior, mirando la pequeña llama.
«Quizás…»
Soltó el encendedor, luego negó con la cabeza y murmuró—: De
ninguna manera. —Tiró el encendedor de vuelta a la bandeja.
—¿Había un policía en la puerta?
Toby saltó y se volvió hacia su padre.
—¡Papá, me asustaste! No sabía que estabas en casa. ¿Dónde está tu
coche?
—Me tomé el día libre. ¿Por qué el poli? ¿Qué quería de ti?
Toby hizo crujir los nudillos.
—Um, hubo un robo en Freddy's. Sólo es rutina interrogar a los
empleados que estaban allí esa noche.
—¿Estás seguro de que eso es todo?
Toby parpadeó.
—Sí, ¿por qué no lo estaría?
—¿No tienes ningún problema infringiendo la ley?
—No, papá. —Estaba en problemas.
Papá asintió, se sentó en su sillón reclinable y encendió la televisión.
Toby se alejó y luego se dio la vuelta para mirar a su padre. Quería
decirle la verdad. Quería decirle que había hecho trampa en el juego y lo
había destruido con ira. Que el juego de alguna manera se había unido a él
y lo había seguido a casa. Quería decírselo para que su padre pudiera
ayudarlo. Así podría hacer lo que se suponía que debían hacer los padres,
ayudar a sus hijos cuando estaban en problemas. No sólo seguir los
movimientos de su vida como si todo estuviera bien cuando nada estaba
bien.
No fingir que nunca tuvo esposa, y Toby y Connor nunca tuvieron
mamá. No fingir que tiene dos hijos felices, que nunca se insultan ni se
pelean con los puños. Como si la vida se tratara de trabajar por un sueldo
y ver deportes.
—¿Padre?
—¿Sí, Tobes? —dijo papá, sin apartar los ojos de la televisión.
—¿Por qué mamá nos dejó?
Papá no movió la cabeza de la pantalla. Ni siquiera se inmutó ante la
pregunta inesperada. Toby se preguntó: ¿Cuándo fue la última vez que vio
a su padre expresar alguna emoción, aparte de la emoción o el disgusto
por ver deportes?
Su padre era del tipo meloso. Toby nunca lo había visto enojarse
seriamente más que para gritarles a los árbitros en la televisión. Cuando le
decía algo a Connor o Toby, todo era muy tranquilo y racional. Tal vez era
una ventaja tener un padre que no te gritaba ni te regañaba.
Pasó un minuto mientras esperaba una respuesta de su padre, luego dos
minutos. Después de cinco minutos, se dio cuenta de que no iba a obtener
una respuesta.
No sabía si era porque su padre no tenía una o si no creía que Toby
pudiera manejar la verdad.
Toby salió de la habitación para prepararse para el trabajo.

☆☆☆
Toby siguió con su rutina habitual y entró una hora antes de su turno
para jugar en la sala de juegos. Cuando llegó, notó que la puerta de
Búsqueda-del-Escondite estaba abierta con un letrero que decía, FUERA DE
SERVICIO.

Curioso, deslizó las manos dentro de los bolsillos y entró en la sala de


juegos. Había un tipo alto y delgado junto a la caja de control. Tenía una
computadora portátil en sus brazos y parecía estar reiniciando el juego. Su
cabello era rubio y puntiagudo, y usaba anteojos de montura gruesa.
—Hola —le dijo Toby al chico—. ¿Cómo te va con eso?
—Está bien —dijo, mirándolo—. Sabes que el juego está fuera de
servicio, ¿no? ¿Se supone que debes estar aquí?
Toby se aclaró la garganta.
—Sí, bueno, trabajo aquí. Comenzaré mi turno pronto.
El técnico pareció relajarse un poco.
—Bueno, entonces, no lo estoy haciendo tan bien. Búsqueda-del-
Escondite no se reinicia. Dice que se está reiniciando, pero una vez que
comienza de nuevo, vuelve al juego anterior cada vez. Debe ser algún tipo
de problema de cableado.
—¿Está atascado?
—Sí, atascado en la partida del último jugador… uh, un niño llamado
Toby.
Toda la sangre pareció salir corriendo de la cabeza de Toby. Se sintió
mareado.
—¿De verdad? ¿No puedes simplemente apagarlo y reiniciarlo?
—Normalmente, sí. Pero algo anda mal, te lo digo. No detendrá el
juego. Nunca había visto nada igual. Debe estar defectuoso. A Dan no le
va a gustar oír eso. No después de que descubrió que quien rompió el
juego también se llevó el conejo.
—¿Qué?
—Bonnie el conejo. El personaje. El conejo negro recortado para el
juego se ha ido. Quien haya estropeado el juego se llevó el conejo de la
pared como una especie de recuerdo. No puedo creerlo. Probablemente
lo pegó en su habitación o le tiró dardos o algo así. Los niños de hoy en
día. No te ofendas.
—Sí. No me ofendo.
El técnico cerró su computadora portátil.
—Bueno, voy a ir a darle a Dan más malas noticias. Le aconsejé que
pusiera una cámara desde el principio, pero ya estaba gastando mucho para
este juego. De todos modos, hoy me mantendría alejado de él si fuera tú,
chico. Quizás nunca debería haber instalado este juego.
—Sí.
—De todos modos, Dan es un buen tipo. Sólo quería lo mejor para el
negocio. Ofrecer a las familias algo de entretenimiento, un lugar para
divertirse. Pero así es como se le paga. Apesta, ¿sabes?
Cuando el técnico se fue, Toby atravesó rápidamente la cocina oliendo
pepperoni y queso derretido. Caminó hasta el baño de un solo empleado
y cerró y echó llave a la puerta detrás de él. Apoyó las manos a ambos
lados del lavabo con pedestal y se quedó mirando el pequeño espejo de la
pared.
Se quedó mirando la oscuridad a su espalda, con toda la ira y frustración
que tenía dentro de él. No había sacado el conejo del juego. No, había
decidido por sí solo irse con Toby.
Y mientras Toby miraba fijamente a la sombra, dos ojos se abrieron y
parpadearon.
Toby se tambaleó hacia atrás y gritó. Su corazón latía como un tambor.
Agarró la puerta, tratando de abrirla, pero como estaba mirando el
horror en el espejo, olvidó que la había cerrado con llave. Apartó los ojos
de la sombra por un segundo, abrió el pomo y abrió la puerta. Salió
corriendo y se topó con Dan.
Toby se detuvo en seco, respirando con dificultad.
—Uh, Dan.
Dan le dio una mirada extraña.
—¿Estás bien, chico?
Toby hizo crujir los nudillos, tratando de no temblar frente a su jefe.
—¿Sí, por qué?
—Pareces nervioso por algo.
Toby se ajustó el gorro.
—Um, no, estoy bien. De verdad. —Su rostro se calentó porque estaba
muy lejos de estar bien.
Dan lo miró un poco más.
—Está bien, chico. Lo que digas. —Luego entró en su oficina.
Toby se apoyó contra la puerta del baño. Su teléfono marcó con un
nuevo texto. Era Tabitha de nuevo.

¿Y un herbolario? Pueden darte cosas para calmar tus


nervios.
De ninguna manera.
Bueno, era sólo una idea. Estoy aquí en Freddy's. Ven a
encontrarme en la sala de juegos.
Sorprendido, Toby colgó su teléfono mientras se apresuraba a la sala de
juegos para encontrar a Tabitha, que estaba mirando por encima del
hombro de un niño mientras jugaba. Reggie estaba a su lado, comiendo
algodón de azúcar rosa en un palo.
Toby se detuvo a su lado y se frotó la camisa con las palmas húmedas.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Ya estaba nervioso, y lo ponía aún más
nervioso tenerla en la escena del crimen que le había confesado.
Cuando le había contado sus secretos, ella había sido alguien separado
de su vida cotidiana. No sabía mucho sobre él o sobre Freddy's, pero ahora
que sus mundos separados chocaban, se sentía extraño e incómodo.
Tabitha sonrió mientras miraba alrededor de la galería.
—Este es un lugar genial. En realidad, nunca he estado aquí. A mis padres
no les gustan los lugares como estos.
—Es una pizzería familiar.
Ella se encogió de hombros.
—Son veganos. —Volvió a mirar a Toby y su sonrisa se desvaneció—.
Oye, ¿estás bien?
—Sí, bien.
—¿Quién es tu amigo, Toby?
Reggie intervino—: Hola, soy Reggie.
Tabitha miró a Reggie.
—Tabitha.
Reggie miró a Toby y arqueó las cejas un par de veces de una manera
molesta.
—¿Vienes aquí a menudo? —le preguntó a ella.
—No, es la primera vez.
Toby miró a Reggie con el ceño fruncido. Sabía que Tabitha no era una
habitual. ¿Qué le pasaba? Tomó a Tabitha por el codo y se la llevó. Por
encima de su hombro, vio que Reggie seguía señalando a Toby y luego a su
propia espalda.
Hizo un gran gesto como si fuera enorme, después una cara aterradora.
Luego articuló muy lentamente, Sombra. Más grande.
Toby puso los ojos en blanco y luego le preguntó a Tabitha—: ¿Qué
estás haciendo aquí?
—Quiero ver el juego.
Toby negó con la cabeza.
—De ninguna manera. Está fuera de servicio. Se supone que no puede
haber nadie allí.
—¿Puedo al menos ver el exterior? Por favor, tengo curiosidad.
Toby suspiró. No creía que fuera una buena idea, pero sentía que si no
la dejaba verlo, seguiría insistiendo hasta que se saliera con la suya.
—Bien, pero después será mejor que te vayas.
—Está bien.
—Y mira, te confié esto. No hagas que me arrepienta.
—No lo harás. Lo prometo. —Cruzó su corazón con su dedo.
Toby la condujo fuera de la galería y hasta la puerta de Búsqueda-del-
Escondite. Se cruzó de brazos mientras ella estudiaba el conejo sombreado
y el logotipo.
—Parece tan inocente, pero luego sabes que es algo oscuro y aterrador
para un amigo. —Miró a Toby—. ¿Cómo te sientes?
—Como si siempre estuviera ahí y nunca me fuera a deshacer de esto.
—Toby se movió incómodo. ¿Por qué siempre le decía cosas así?
—Vas a superar esto, Toby. Estoy haciendo una lista de ideas, como
aquellas que te he estado enviando mensajes de texto. Te ayudaré a
descubrir cómo resolver esto. Te ayudaré a estar mejor.
Toby se quedó mirándola, sin saber qué decir. ¿Aparte de por qué? ¿Por
qué quería ayudarlo? ¿Por qué le importaba siquiera? De todos modos, no
estaba seguro de querer su ayuda. No estaba seguro de poder confiar
totalmente en alguien de esa manera. Había pasado tanto tiempo desde
que confió en alguien… lo habían decepcionado bastante.
Se ajustó el gorro y suspiró.
—Haz lo que quieras.

☆☆☆
Toby huía de alguien. O algo. Estaba en un parque por la noche.
La pálida luz de la luna llena atravesó la escena. Las estrellas brillaban
arriba. Árboles y arbustos se cernían sobre el área que rodeaba un
pequeño patio de recreo. Los latidos de su corazón corrían a una milla por
minuto. Su respiración salía de su boca a un ritmo que estaba seguro de
que no podría mantener. Se escondió detrás de un árbol, tratando de
recuperar el aliento. Algo oscuro y rápido pasó como un torpedo a su lado,
tan rápido que el cabello de Toby se movió como si lo rozara el viento.
—Santo cielo —susurró Toby. Era la sombra, pero de alguna manera se
movía más rápido de lo que sus ojos podían seguir. ¿Cómo iba a escapar
de algo tan rápido?
Se lanzó del árbol, corriendo por una tienda de comestibles y una
escuela. Las calles estaban vacías de coches y gente. Divisó una comisaría
de policía más adelante. Tenía que llegar allí y buscar ayuda.
Empujó a través de las puertas.
—¡Alguien ayúdeme! ¡Hay algo detrás de mí! ¡Por favor!
Pero cuando miró a su alrededor, no había oficiales.
—¿Hola? ¿Dónde está todo el mundo? ¡Vamos, necesito ayuda!
Pero el lugar estaba desierto, como si todos se hubieran marchado al
mismo tiempo.
Toby señaló con la cabeza hacia la puerta. Sintió venir la oscuridad.
No estaba seguro de cómo, pero sabía que se estaba acercando.
Giró la cabeza hacia la izquierda y hacia la derecha, con los nervios
revueltos por todo el cuerpo. Vio un escritorio vacío y se zambulló detrás
de él, agachándose debajo de él, llevándose las rodillas a la barbilla. Oyó
abrirse de golpe las puertas de la comisaría. Toby se sobresaltó al oír el
sonido y cerró los ojos con fuerza.
«Por favor, no me encuentres. Por favor, no me encuentres».
La sombra pasó corriendo junto al escritorio. Toby escuchó el ruido
metálico de las puertas de la celda de la cárcel. Al encontrarlas vacías, la
oscuridad le rugió con el timbre de mil bestias furiosas. Monstruoso.
Espantoso. Toby se mordió el labio inferior para no gritar. Todo su cuerpo
comenzó a temblar.
La sombra pasó de nuevo por el escritorio, y Toby se sentó un
momento, esperando encontrar cierta distancia entre él y la sombra. Se
humedeció los labios secos. «Creo que se ha ido».
Salió lentamente de su escondite, pero cuando se puso de pie, se quedó
paralizado de horror.
La sombra se alzó ante él, su oscuridad crepitaba con energía.
Los ojos entrecerrados de la sombra miraron a Toby.
Toby dio un paso atrás y la sombra se acercó.
—¡Mantente alejado de mí! —gritó Toby.
Pero la sombra continuó acercándose. Cuanto más se acercaba, más
grande se volvía, hasta que se cernió sobre Toby como una montaña de
oscuridad implacable.
El poder de la sombra había creado un vórtice de energía que atravesó
la habitación. El cabello de Toby se echó hacia atrás y su ropa se aplastó
contra su cuerpo.
Toby se echó las manos por la cabeza cuando la oscuridad se derrumbó,
tragando y rodeándolo. La ira, la desesperación, el miedo parecieron
invadirlo. Se balanceó con los puños con terror y rabia, tratando de luchar,
pero sus brazos simplemente se movieron en el aire.
La sombra lo devoró: se filtró en sus ojos y a través de sus fosas nasales.
Toby chilló, tragando la oscuridad por su garganta.
Toby se despertó gritando.
—¡No!
Saltó de la cama y cayó al suelo. La oscuridad estaba a su alrededor. Se
lanzó hacia atrás, todo su cuerpo temblaba. Chocó contra una pared fría y
se dio cuenta de que estaba en casa en su habitación. «No fue real. Sólo
una pesadilla». Pero le había parecido tan real.
Fue una de las peores pesadillas de su vida.
Le escocían los ojos y empezó a llorar, sus hombros temblaban. Porque
si algo había aprendido de la pesadilla, era que la sombra era mucho más
fuerte que él. Y que quería ganar a toda costa.
Se secó la nariz que goteaba y aulló de frustración. Odiaba esto. Odiaba
la sombra. Quería que se fuera. Alcanzó su espalda y la arañó.
—Aléjate. De. Mi. —Se rascó. Raspó—. ¡Déjame solo!
Se quitó la camisa y se hundió en la piel como si pudiera arrancar la
sombra. Arañó y cortó con sus propias manos. Cavando en su piel.
«¡Quiero que te vayas!» Sintió el ardor de los arañazos, las gotas de sangre.
—¡Déjame en paz! —gritó, y lloró un poco más, acurrucándose en una
bola en el suelo.
Pero sabía que la sombra todavía estaba allí. Que no se iría.
Ahora podía sentirla como si fuera parte de él.

☆☆☆
—Hermano, Tobes, ¿qué te pasa últimamente? —reguntó Connor
cuando Toby entró en la cocina. Connor estaba en la encimera de la cocina,
comiendo dos sándwiches de desayuno. Miró a Toby con los ojos muy
abiertos como si lo viera de una manera en que nunca lo había visto antes.
—¿Aún estás enfermo? Tal vez deberíamos hacer que papá te lleve al
médico o algo así.
—Sólo déjame en paz, Connor. —No había forma de que Connor
pudiera manejar lo que realmente estaba mal con él.
—Tobes, hablo en serio. Necesitas ayuda. Puedo decir que algo anda
mal contigo. Caminas como un maldito zombi. Apenas estás comiendo y
no eres tu yo llorón. Es raro y tú ya lo eres. Entonces, eso te hace más
raro de lo habitual.
—Cállate. —Toby hizo una mueca y negó con la cabeza—. No actúes
como si te importara.
Connor se golpeó el pecho con su sándwich.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? Me importas.
—Sólo te preocupas por ti mismo y por cómo crees que eres el mejor
en todo.
—Eso no es cierto. Y sólo porque soy bueno en cosas, muchas cosas,
no tienes que preocuparte por eso.
Toby soltó una pequeña carcajada.
—Todos los días de tu vida, me dices cómo eres el mejor y yo no soy
nada. Que soy un perdedor.
Connor no tenía mucho que decir al respecto, así que sólo dijo—: Está
bien, bueno, estoy bastante cerca de ser el mejor.
Los ojos de Toby se agrandaron.
—No, no lo eres, Connor. Tú no eres el mejor y yo no soy el mejor.
Sólo piensas que lo eres porque, por alguna razón, tú y papá piensan que
eres genial. Patético, es más acertado.
Connor puso los ojos en blanco.
—Se trata de papá, ¿no? Estás celoso.
Toby se echó hacia atrás.
—¿Qué?
—Estás celoso porque papá y yo pasamos mucho tiempo viendo
deportes. Papá siempre te invita a ver con nosotros, lo sabes. ¿Por qué no
pasas el rato con nosotros en lugar de atrincherarte en tu habitación?
Toby tragó saliva.
—Ni siquiera sabes de lo que estás hablando. Así que deja de hacerlo.
—Como sea, Tobes, sabes que es verdad. Pero no voy a discutir contigo
cuando estás prácticamente listo para desplomarte en cualquier momento.
—¿Sabes siquiera lo estúpido que suenas siempre por ser el mejor en
todo? Tiene que haber alguien mejor que tú. ¿Lo sabes, verdad?
Connor se encogió de hombros.
—Como sea, Tobes. Escucha, te lo dije, no voy a–
—Escucha. —Toby señaló con el dedo a Connor, molesto y cansado de
todas las tonterías que salían de su boca—. Para que lo sepas, hay un nuevo
juego en Freddy's y lo estoy jugando ahora mismo, y estoy ganando.
Sí, era una verdad a medias. Toby seguía jugando a las escondidas con la
sombra. Se acababa de llevar el juego a casa. Sin embargo, estaba bastante
seguro de que el conejo definitivamente estaba ganando. Pero Connor no
tenía por qué saber eso.
Connor arrojó su sándwich en su plato y se cruzó de brazos.
—Oh, la verdad finalmente sale a la luz. Hay un nuevo juego en Freddy's
y ni siquiera querías decírmelo para poder intentar ganarme en algo.
Noticia de última hora, hermanito: no cuenta hasta que haya jugado. Y una
vez que lo haga, lo superaré y ocuparé el lugar que me corresponde en la
cima.
Toby sonrió cuando se le ocurrió una idea.
—Seguro.
Connor vio su sonrisa y frunció el ceño.
—¿Seguro qué?
—Seguro, me vencerás. —Toby salió de la cocina y recorrió el pasillo.
—Por supuesto que lo haré, hermanito. —Connor lo siguió. Siempre
tenía que tener la última palabra—. Esa es la realidad.
Toby entró en el baño. Se volvió hacia su hermano y se cruzó de brazos.
Connor estaba fuera de la puerta.
—Entonces, ¿cómo se llama el juego?
—Búsqueda del Escondite.
—Perfecto. Suena como un juego de niños, así que será fácil. Iré allí
después del trabajo esta noche y conseguiré el primer puesto. No hay
problema.
—No, no lo harás.
Connor se quedó mirando a Toby.
—¿Por qué no?
Toby asintió con la cabeza hacia el espejo, finalmente queriendo que su
hermano viera la verdad. Ver esta horrible sombra que no lo dejaría solo.
Toby había sido el mejor jugador al luchar contra la sombra, y quería que
Connor finalmente lo supiera.
Volvió a mirar a Connor.
—Porque sigo jugando y lo voy a ganar aunque sea lo último que haga.
—Señaló con el dedo a Connor—. Te voy a ganar, Connor. Sólo espera y
verás. ¡Yo seré el ganador y tú serás el maldito perdedor! ¡Va a ser el mejor
día de mi vida! ¿Me escuchas? El. Mejor. Día. De. Mi. ¡Vida!
Connor no se miró al espejo. Se limitó a mirar a Toby con los ojos muy
abiertos.
—Ya veo. —Luego simplemente negó con la cabeza y levantó las manos
como si se rindiera—. ¿Sabes qué, Tobes? Bien. Vamos. Golpéame. Quiero
que lo hagas.
La boca de Toby se abrió.
—¿Q-qué?
—Renuncio a ser el mejor. Me está cansando, peleando contigo todo el
tiempo. Quiero decir, amigo, ¿te has mirado a ti mismo últimamente?
¿Realmente te miraste en el espejo? Pareces enfermo y exhausto y todavía
estás peleando conmigo, como si fuera todo lo que importa en el mundo
en lugar de tu salud. Todo este asunto de la competencia se nos ha salido
de las manos y es hora de parar. Entonces, si tienes que ganar y yo perder,
entonces he me rindo.
Toby no supo qué decir.
—De todos modos, tengo que ponerme a trabajar. Si necesitas quedarte
en casa, hazlo. Le diré a Papá que estabas muy enfermo. Sólo necesitas
descansar un poco, hermanito. —Connor se alejó.
Toby observó a Connor caminar por el pasillo y desaparecer, luego
escuchó la puerta principal cerrarse. A Connor ya no le importaba ser el
mejor. Después de todos los juegos, todas las competiciones, todas las
peleas durante años… y prácticamente había cedido a Toby. Aturdido,
Toby se volvió hacia el espejo del baño.
Se miró en el espejo. Realmente se miró a sí mismo. Su piel estaba más
pálida de lo que nunca la había visto. Sus mejillas estaban hundidas. Sus ojos
parecían hoyos oscuros en su rostro. Finalmente movió su mirada hacia la
sombra.
Arañar y rascarse la piel debe haberla enfurecido. No sólo había
aumentado de tamaño, sino que sus ojos lo miraban con una mirada
escalofriante. Entonces algo se movió dentro de su rostro, y fue entonces
cuando notó que la sombra había formado una boca.
Una hilera de dientes puntiagudos se transformó en una sonrisa.
Los ojos de Toby se agrandaron en estado de shock y comenzó a jadear
entrecortadamente.
La sombra irradiaba miedo e ira, y al igual que en su sueño, la sombra
se cernía detrás de él, un depredador esperando para atacar.
Toby sintió la necesidad de encogerse de miedo hasta convertirse en
una bola en el suelo. La sombra era demasiado poderosa. Demasiado
fuerte. Y Toby sabía que estaba demasiado cansado y demasiado débil para
seguir luchando.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —le gritó al espejo—. ¡Sólo quiero
que esto termine! ¡Qué se termine!
Toby, exhausto, apoyó los codos en la encimera del baño y se cubrió la
cara con las manos. Lágrimas silenciosas corrieron por sus mejillas.
Finalmente aceptó que nunca se libraría de la sombra. Iba a permanecer
unido a él para siempre. Había intentado todo lo que se le ocurrió para
salir adelante. Nada parecía dañar la oscuridad. Cuanto más lo intentaba,
más grande, más fuerte y más horrible se volvía, y peor le hacía sentir.
Tal vez la sombra se había adherido a él tan fácilmente porque había
estado en un mal lugar emocionalmente. Había estado envuelto en una loca
competencia con su hermano todos estos años. Nada de lo que Connor ni
de nadie hiciera lo había convertido en un perdedor. Había sido su propio
sentido de la competencia y creencias erróneas. Cierto, los celos de la
relación de Connor y papá lo habían hecho pensar en sí mismo como un
paria, como si no perteneciera ni siquiera a su propia casa.
Pero si estaba siendo honesto, él era el que se había separado cada vez
más y más de su padre y hermano porque quería ganar. Todos estos años,
quiso ser un ganador como Connor. Pero nada de eso parecía importar en
comparación con la tortura que había soportado con la sombra durante
los últimos días.
Levantó la mirada hacia la sombra y siguió el ejemplo de su hermano.
—Está bien. Tú ganas. Golpéame. Me rindo. Como sea. Ya no me
importa.
En ese momento, Toby parpadeó al sentir la pesadez de su espalda
aligerarse. Sorprendido, se puso de pie lentamente frente al espejo. La
sombra todavía estaba allí, pero había vuelto al tamaño de cuando la vio
por primera vez en su dormitorio. Los ojos y la boca habían desaparecido
en la oscuridad. Todo lo que sintió fue un pequeño cosquilleo en el medio
de su espalda una vez más. Al darse cuenta, fue como si algo hiciera clic
dentro de él. Se había levantado un velo y lo vio todo con una claridad
repentina.
Al igual que Toby, la sombra sólo había querido ganar.
Toby salió del baño para cambiarse y sonó su teléfono celular. Miró la
pantalla y leyó el nombre de Tabitha antes de responder.
—¿Hola?
—¿Hola, qué tal? ¿Aún necesitas que te salve? —preguntó ella.
—No.
—Reúnete conmigo antes de la escuela detrás de las gradas. Tengo
algunas ideas más que comentarte sobre la sombra.
—No, no voy a ir a la escuela hoy.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Toby se frotó la cara.
—Mira, estoy listo para terminar con esto de una vez por todas. Es la
hora.
—¿Qué quieres decir, Toby?
—No te preocupes por eso. Sé lo que tengo que hacer ahora.
—¿Qué? ¿Qué tienes que hacer? ¿Implica la curación con reiki? Porque
es lo primero en mi lista
—¿Qué? —Toby negó con la cabeza—. No. Tengo que irme, Tab. Eres
una buena amiga. Te veré mañana.
—¡Espera!
Toby colgó la llamada y luego apagó el teléfono. Era hora de volver a
Freddy Fazbear's Pizza and Games. Era hora de terminar Búsqueda-del-
Escondite.

☆☆☆
Toby entró en Freddy Fazbear's Pizza and Games con una fría
determinación. Se había apoderado de él una calma mortal. Finalmente
supo lo que tenía que hacer para terminar esto. Le había llegado de
repente. Cómo engañó a Búsqueda-del-Escondite y luego el conejo de la
sombra lo había seguido a casa. Cómo dijo el técnico que el juego aún
estaba en la partida. No se reiniciaría porque Toby tenía que terminar el
juego. La oscuridad había querido que él cediera porque Toby había hecho
trampa. Ahora todo estaba claro para él. Estaba tan obsesionado con el
hecho de que la sombra estaba sobre él que no se había concentrado en el
final del juego.
Esto no era como Ultimate Battle Warrior, donde se golpeaban sin
sentido. Este era un juego de estrategia, el más difícil que había jugado en
su vida.
Entró al restaurante y sólo había unos pocos niños jugando en el área
de juegos y la sala de juegos ya que era un día escolar. Caminó por la galería
y, por supuesto, Reggie estaba allí. Toby se dio cuenta de que Reggie
siempre estaba allí, y se preguntó si el niño tendría siquiera un hogar.
Esta vez Reggie se quedó mirando detrás de Toby, como si no pudiera
apartar los ojos de la sombra.
—Supongo que nunca te deshiciste de la sombra —le dijo Reggie—. Al
menos es pequeña de nuevo. Amigo, la última vez que te vi, era enorme.
—Tengo que completar el juego Búsqueda-del-Escondite.
Reggie parpadeó.
—Pensé que estaba roto.
—Está funcionando y lo voy a terminar.
—¿Eso es lo que inició todo esto? Pero, ¿cómo vas a hacerlo cuando
todo está estropeado?
—Lo resolveré.
Reggie asintió y extendió el puño.
—Respeto, amigo. El fuego está de vuelta dentro de ti. Haz lo que tengas
que hacer.
Toby golpeó con el puño el de Reggie y pasó junto a él.
—Oye —dijo Reggie, y Toby se dio la vuelta.
—¿Puedo tener el número de esa chica, Tabitha?
Toby simplemente negó con la cabeza y se dirigió al juego, deteniéndose
en la puerta de Búsqueda-del-Escondite. El letrero de FUERA DE SERVICIO
todavía estaba pegado a la puerta. Estaba cerrada, por lo que Toby puso
monedas para abrirla y entró en la habitación.
Había manchas blancas frescas en la pared, donde Toby había abierto
algunos agujeros. Todas las piezas rotas se habían ido del suelo. La pequeña
barricada fue completamente derribada. No había nuevos recortes en la
pared. Las clavijas todavía estaban desnudas.
Toby tomó aire, fue a la caja de control y encendió la energía.
La música instrumental resonaba a través de los altavoces. Después de
que arrancó por completo, Toby vio su nombre todavía en juego.
Toby sacó un palillo de menta de su bolsillo y se lo metió en la boca. Se
ajustó el gorro en la cabeza.
Una voz gritó desde los altavoces—: ¿Estás listo para continuar? ¿O pierdes
el juego?
El dedo de Toby se cernió sobre el botón “Perder”. Una vez que empujó
el fondo, supo que todo volvería a la normalidad. La sombra desaparecería
y el conejo volvería al escondite. Podría volver a su vida de tener el control
de su propio cuerpo.
Y sería libre.
Toby se mordió el labio inferior mientras una sensación familiar se
extendía sobre él. Él no podía superar el hecho de que la sombra se había
unido a él. Que la sombra le había hecho la última trampa haciendo que se
lastimara a sí mismo. Haciéndole creer que se estaba volviendo loco sólo
para poder ganar el maldito juego.
La sombra había querido ganar.
Y Toby la había dejado.
Toby cerró los ojos, temblando de ira.
—Pensaste que podías devolverme mis propias trampas. Bueno, tengo
una sorpresa para ti. No soy un perdedor. «Tú eres el perdedor».
Abrió los ojos, apretó el botón “Continuar” con determinación y luego
se puso de espaldas a la pared del parque. Sintió la ira de la sombra
golpearlo.
Con la mandíbula apretada, Toby se precipitó hacia las clavijas de las que
debía colgar el árbol y se abalanzó sobre los palos. Las clavijas le
atravesaron la espalda. El cuerpo de Toby se puso rígido mientras jadeaba.
El palillo se le cayó de la boca. Sintió que la sombra se liberaba. La energía
oscura se desvaneció de él como si nunca hubiera existido.
—Gané —susurró mientras la sangre goteaba de su boca. Sonrió justo
antes de que sus ojos se cerraran suavemente.
La música instrumental se reinició a través de los altavoces.
—¡Bienvenido a ¡Búsqueda-del-Escondite! Ingrese su nombre para tratar
de encontrar a Bonnie, ¡y comencemos!
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
Texas con su esposa y cuatro hijos.
Kelly Parra es autora de las novelas de Graffiti Girl, Invisible Touch y
otros cuentos sobrenaturales. Además de sus trabajos independientes,
Kelly trabaja con Kevin Anderson & Associates en una variedad de
proyectos. Vive en Central Coast, California, con su esposo y sus dos hijos.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de
reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las
computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la
costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
L arson estacionó su sedán marrón justo en el interior de la puerta
abierta de la fábrica abandonada. Apagó el motor y miró a su alrededor.
Un crepúsculo turbio comenzaba a deslizarse por las montañas al otro lado
del lago, amenazando con tragarse el resto de la luz del día. Larson supuso
que oscurecería en una hora. Al mirar por el espejo retrovisor, notó un
par de luces de seguridad montadas en postes altos, de pie como centinelas
que custodiaban la fábrica y el muelle que se extendía hacia el lago más allá.
Algo de esa luz entraría por esta puerta, pensó.
Y necesitaría la luz si no comenzaba a moverse.
—Sigue adelante —se ordenó a sí mismo Larson.
Cogió su radio portátil y se la metió en el bolsillo de la chaqueta, cogió
la bolsa de basura de plástico en la que había metido las pruebas que había
robado del casillero de pruebas. Había sido necesario hablar un poco
rápido para que el sargento de turno lo pasara por alto. No podía explicar
para qué necesitaba la evidencia porque no se había convencido del todo
de que realmente la necesitaba. Su intuición dijo que sí. Su mente lógica se
reía histéricamente.
Larson salió del sedán con la bolsa de basura en la mano y volvió a mirar
a su alrededor. Esperó y escuchó. A menos que la situación fuera
apremiante, siempre le gustaba tomarse un minuto para evaluar dónde
estaba. Tomarlo. Sentirlo.
No iba a necesitar un minuto para evaluar este lugar. En sólo cinco
segundos, Larson había sentido suficiente. Lo que sintió fue tan fuerte que
lo golpeó como una fuerza invisible, y tuvo que agarrarse a la puerta abierta
del sedán para estabilizarse.
Larson no estaba seguro de creer en el mal, pero si el mal existiera,
habría dicho que residía aquí, o al menos estaba de visita.
Ladeó la cabeza y escuchó durante unos segundos más. No oyó nada
más que el sonido de los coches que pasaban por la calle más allá del
edificio y un par de cuervos graznando desde lo alto de un cobertizo
corroído a unos tres metros de las paredes exteriores de la fábrica.
Espera. ¿Era ese movimiento que había visto? Se volvió para mirar una
ventana amarillenta y sucia del cobertizo. No. No había nada allí.
Larson cerró silenciosamente la puerta del sedán. El espacio en el que
se encontraba parecía lo suficientemente grande para dos autos más como
el suyo, y más allá, otra habitación más grande lo llamaba.
El interior de la vieja fábrica estaba oscuro, pero Larson podía ver
bastante bien. Él también podía oír, y lo que oyó le indicó adónde tenía que
ir.
Desde el otro lado de la extensión que se abría frente a él, los sonidos
de raspaduras y crujidos se enfrentaban a golpes y traqueteos. Alguien
estaba ahí.
Larson se detuvo y se envolvió el muñeco con las ataduras de la bolsa
de plástico. Una vez que estuvo asegurado, sacó su arma. Extendiendo la
automática frente a él, se arrastró hacia adelante.
Un susurro vino de lo que se sintió como a unos pocos metros de
distancia, un poco más adelante. Larson se puso rígido. ¿Alguien estaba lo
suficientemente cerca como para oírlos susurrar? ¿Por qué no podía
verlos?
Respiró hondo, se estabilizó y luego se dirigió al borde de una enorme
habitación dominada por un enorme compactador de basura azul. El
compactador contenía una pila de desechos electrónicos y metálicos.
Y junto a la rampa del compactador, estaba su presa.
—Una extraña figura encapuchada —murmuró Larson. Sí, ahí estaba.
Larson giró de izquierda a derecha, tratando de encontrar la fuente del
susurro.
Pero estaba solo en una amplia plataforma de hormigón que rodeaba el
piso de la fábrica.
Solo, con la extraña figura encapuchada.
Sin embargo, a la figura no parecía importarle la presencia de Larson.
Parecía estar clasificando basura. Vaciaba una gran bolsa de basura. Larson
observó cómo caían de la bolsa engranajes, bisagras y enredos de alambre.
Luego vio que la bolsa soltaba la cara distorsionada de un zorro que llevaba
un parche de pirata en el ojo. Le siguieron los brazos desconectados de un
zorro, uno de los cuales terminaba en un gancho.
«Foxy». Larson reconoció el animatrónico de Freddy’s. Estaba en el
camino correcto.
El Foxy roto y lo que parecían otros escombros robóticos se deslizaron
por el conducto del compactador hasta el vientre cuadrado de la bestia de
acero. Cuando los restos chocaron contra los lados del compactador, el
sonido metálico hizo que Larson recobrara el sentido.
—¡Detente! —le gritó a la figura.
La figura se volteó y dio un paso hacia Larson. Larson levantó su arma y
cuadró su postura.

☆☆☆
—Déjalo en paz —le dijo Jake a Andrew.
Ahora Jake no tenía ningún sentido de sí mismo como un cuerpo
individual, pero aún podía actuar como tal cuando se esforzaba mucho.
Como ahora.
Lanzó su hombro inexistente en el pecho igualmente inexistente de
Andrew, y los dos comenzaron a luchar por el control del contenedor
animatrónico que los contenía. El animatrónico se tambaleó de un lado a
otro en lo que Jake estaba seguro que debió parecer un baile espástico
para el detective que apuntaba con su arma.
—¡Déjame ocuparme de él! —gritó Andrew—. Puedo… detenerlo…
Sus palabras entrecortadas reflejaban el esfuerzo que estaba gastando
tratando de arrebatarle el control del animatrónico a Jake. Andrew ya había
demostrado que podía dominarlo al menos un poco, porque Jake no había
dado el paso hacia el policía.
—Pero lo lastimarás —le recordó Jake a Andrew, empujando más
fuerte con su hombro imaginario.
Andrew gruñó, luego dijo, jadeando—: Tenemos que deshacernos de
estas cosas o lastimará a más personas.
Jake se concentró y levantó su mano imaginaria.
—Sí, pero no matando a otra persona. —Frunciendo el ceño y poniendo
toda su voluntad en lo que quería hacer, Jake pudo vencer a Andrew. La
mano esquelética del animatrónico se acercó y apretó el botón de inicio
del compactador. Entonces Jake sujetó firmemente a Andrew y se preparó
para hacer lo que tenía que hacerse.

☆☆☆
Larson se estremeció cuando el compactador se puso en marcha. El
repentino retumbar y la reverberación del bajo lo dejaron estupefacto
momentáneamente. Luego, en el cuarto de segundo que pasó para
procesar eso, recibió su siguiente sorpresa.
La figura se arrojó a la rampa. Desde donde se encontraba en la
plataforma superior de la gran sala, Larson pudo ver el endoesqueleto de
la figura aterrizar en el montón de metal que giraba y se agitaba.
Inmediatamente, las piezas comenzaron a consumir la figura ya que todo
se batía dentro del compactador. Una prensa de metal comenzó a abrirse
camino hacia la masa retorcida de basura.
Larson se echó a correr hacia la rampa, pero la prensa se abrió paso
entre la basura más rápido de lo que podía cubrir los metros entre él y el
interruptor. Se movía de manera constante e inexorable a través del
montículo retorcido con un chillido rugiente que sonaba como un choque
entre un gigante y criaturas indefensas que lloraban en su agonía. También
se veía así. Gran parte de la basura en la pila eran partes de juguetes
robóticos y animatrónicos que era fácil humanizar y ver la pila como una
fosa común profanada por el poderoso brazo metálico de un monstruo.
Todo lo que Larson pudo hacer fue quedarse de pie y ver cómo el
compactador destruía las partes que formaban la figura encapuchada y todo
lo que había estado recolectando.

☆☆☆
Tan pronto como Jake y Andrew aterrizaron en la basura compactada,
el campo de béisbol volvió a la conciencia de Jake. Escuchó a su papá reír,
y probó un maní fresco… y sintió que comenzaba a flotar libremente de
nuevo.
Jake se resistió, concentrándose intensamente en la basura que lo
rodeaba. ¡No podía dejar a Andrew!
Sin embargo, el recuerdo era muy fuerte. Incluso cuando puso toda su
atención en la basura, la cara de su padre y el cálido sol lo animaron.
—¡Andrew, toma mi mano! —gritó él.
Andrew se acercó. Tan pronto como lo hizo, él también comenzó a
desconectarse del endoesqueleto.
Jake estaba tan aliviado, tan emocionado, que dejó que el recuerdo lo
abrazara de nuevo. Andrew y él comenzaron a alejarse de sus confines
físicos, como si los llevara un velero elegante y veloz hacia ese maravilloso
día soleado en el campo de béisbol… pero sólo por unos segundos.
Luego, tiraron de Andrew hacia abajo. Lo estaban tirando hacia las
partes robóticas infectadas de abajo.
—¡No! —gritó Jake. Trató de agarrarse a Andrew, ¡pero la fuerza que
lo resistía era muy fuerte! Jake miró hacia abajo. Debajo de él, una extraña
presencia de color y movimiento se peleaba con todo en el compactador,
incluido el animatrónico en el que estaban Jake y Andrew. Esta colección
caótica de marrón fangoso, amarillo sucio y rojo impactante pulsaba de
rabia.
—¡Vamos, Andrew! —llamó Jake.
—¡Lo estoy intentando! ¡Pero no puedo! ¡Algo me atrapó! —volvió a
llamar Andrew.
Jake sintió como si él y Andrew estuvieran siendo estirados entre dos
fuerzas.
Desde algún lugar más allá de esta sucia fábrica, los buenos sentimientos
de la memoria de Jake los impulsaron. Desde abajo, la densidad se
arremolinaba alrededor de Andrew, manteniéndolos anclados. Jake pensó
que la densidad era el dolor de Andrew.
Entonces se dio cuenta de que estaba equivocado. ¡No tenía nada que
ver con Andrew!
—Andrew. Hay algo más aquí con nosotros.
—¡Es él! —gritó Andrew. Sonaba aterrorizado.
Jake se concentró más en su memoria: se comió un maní caliente y
salado y miró la mirada cálida y feliz de su padre.

☆☆☆
Larson no podía moverse. Estaba hipnotizado por la basura
compactada… y por la luz inexplicable que se elevaba de ella. ¿Qué era
eso?
Se dio cuenta de que seguía apuntando al arrugado y deconstruido
Stitchwraith y enfundó su arma. Se frotó los ojos. ¿Estaba viendo cosas?
Parecía que una tenue aurora boreal surgía de la convulsa chatarra.

☆☆☆
—¡Sí! —gritó Jake.
¡Andrew se estaba soltando!
Luego, de la basura casi completamente comprimida, la forma retorcida
pero identificable de lo que parecía un hombre esquelético quemado
empujó hacia arriba.
Con la piel cenicienta y transparente que revelaba órganos secos pero
aún temblorosos, el hombre-cosa parecía una criatura del infierno. Sus
extremidades se rompieron y estallaron a través de la piel agrietada, su
rostro deforme, su torso torcido, la criatura tomó forma mientras Jake
miraba.
Cuando Jake vio que los huesos del hombre se agrietaban, doblaban y
reformaban en lo que parecían ser orejas de conejo, gritó—: ¡Andrew,
vamos! —Las orejas de conejo se abrieron desde la parte posterior del
cráneo de la criatura y se estiraron, y la criatura se lanzó hacia Andrew.
Jake se había apoderado de Andrew, y estaba seguro de que todo, salvo la
más mínima cantidad de la esencia de Andrew, estaba a su alcance.
Pero la criatura estaba tratando de retener a su amigo.
—¡No! —gritó Jake.
Jake se centró de nuevo en su buena memoria, pero esta vez, ya no
aflojó a Andrew. Simplemente comenzó a alejar a Jake de Andrew.
Jake no podía permitir que eso sucediera, no iba a permitir que Andrew
saliera lastimado nunca más. ¡Jake tenía que quedarse y luchar!
Bloqueando cualquier cosa buena que alguna vez hubiera sentido, Jake
se ancló de nuevo en el animatrónico. Se enfrentó al enemigo en el
compactador.
Tan pronto como Jake liberó su memoria, la criatura desvió su atención
hacia Jake. Jake sintió que la criatura lo arañaba. Se sentía como si estuviera
siendo mutilado y golpeado por una fuerza llena de una necesidad
interminable de infligir dolor.
Pero no se rindió. Poniendo todo lo que tenía en su esfuerzo y
aprovechando el poder de su memoria, Jake se convirtió en un enorme
murciélago de intención, y se alejó, liberando a Andrew del mal que lo
retenía.
Andrew, repentinamente libre, fue succionado; y desapareció.
Sin embargo, Jake no pudo desenredarse de la implacable criatura
conejo. Cayó de nuevo a la basura hirviente y quedó envuelto en la
oscuridad.

☆☆☆
El compactador de basura se abrió, y Larson lo vio inclinarse hacia arriba
y vomitar su masa aplastada de piezas animatrónicas y robóticas rotas.
Desde arriba del compactador, lo que parecía una brasa agonizante
chisporroteó y volvió a caer en la basura comprimida.
—¿Qué acaba de suceder? —preguntó Larson a la habitación.
No respondió.
Larson negó con la cabeza y miró a su alrededor. Su mirada se posó en
una maceta con dos flores rojas con forma de estrella de mar. Se sentó
inclinado contra el borde superior del compactador, no afectado por la
presión que acababa de aplastar el resto de los extraños escombros que la
figura había recogido.
Larson pensó en bajar las escaleras para hurgar en la basura comprimida,
pero no vio el sentido. Si tenía razón o no sobre lo que acababa de suceder,
estaba hecho. Así que se volvió y regresó a su sedán.
Allí, dejó caer la bolsa de basura que había llevado adentro al piso junto
al sedán. No estaba seguro de qué hacer con esta. Había planeado usarla
como una forma de comunicarse con Stitchwraith, pero ahora…
Se inclinó hacia su sedán y sacó una mini grabadora.
—El, ah, Stitchwraith parece estar muerto —dijo en la grabadora. Se
sintió como un idiota. Muerto no era la palabra adecuada para lo que
acababa de presenciar, ¿verdad?
¿Y qué vio exactamente? Respiró hondo y habló por la grabadora.
—Vi un endoesqueleto animatrónico con la cabeza de una muñeca y una
especie de batería, con una gabardina con capucha metiendo cosas en un
compactador de basura y pulverizándolas. También se destruyó a sí mismo.
Creo que el material del compactador provino del Centro de Distribución
de Entretenimiento Fazbear y también del sitio donde murió el asesino en
serie William Afton, el famoso por usar un disfraz de conejo. —Detuvo la
grabadora y pensó por un segundo.
«Oh, qué diablos». Empezó a grabar de nuevo.
—No creo en los fantasmas, pero después de lo que acabo de ver, ya
no estoy tan seguro de nada. Quiero decir, desde donde estaba, juré que
parecía que el Stitchwraith era un artilugio animatrónico, y había algún tipo
de luz sobrenatural saliendo de él. ¿Como un fantasma? Como si el
animatrónico fuera perseguido por fantasmas. ¿Quizás los fantasmas eran
niños que Afton mató? O tal vez era el propio Afton. —Detuvo la
grabación y suspiró.
¿Quién iba a creer todo esto?
Lanzando la grabadora en su sedán, Larson dio la espalda a la parte
interior de la fábrica y miró por la abertura exterior hacia el lago.
El cielo sobre las montañas estaba teñido con un leve toque de rosa.
Tal vez debería llevar a Ryan de excursión la próxima vez que pase
tiempo con su hijo.
☆☆☆
Detrás del desprevenido Larson, la basura compactada comenzó a
moverse.
Larson emitió un suave susurro que no oyó, la basura se elevó del
compactador de basura y comenzó a organizarse en un ser vertical.
Cuando comenzó a ensamblarse, el ser absorbió toda la basura y los
escombros que quedaban en la fábrica. Sin embargo, también rechazó parte
del desperdicio. Justo cuando comenzó a formarse, la estructura de basura
vagamente en forma de hombre se estremeció por un segundo, y luego
expulsó parte de sí misma. Una masa mutilada de endoesqueleto robótico
y tela arrugada salió disparada por el aire y aterrizó a varios metros de
distancia. Cuando los detritos rechazados golpearon el hormigón, se quedó
quieto.
El resto de la basura del compactador continuó su transfiguración.
Se formó a partir de partes del cuerpo animatrónicas, pero no de una
manera lógica.
Se estaban uniendo a todo de forma alborotada. Las cabezas se usaban
como articulaciones, los brazos como piernas y las piernas como brazos.
Se formó un torso a partir de las caderas, el pecho y el vientre de tres
animatrónicos, pero cada parte se colocó en el lugar equivocado. Las
manos se insertaron al azar por toda la estructura. Entretejidos a través de
todas estas piezas mal colocadas había cables y engranajes, que creaban un
sistema circulatorio laberíntico que conectaba bisagras a engranajes y
tornillos y clavos a ojos, narices y bocas.
Con cada pieza adicional sujeta en su lugar, la creación errónea se hizo
más y más alta hasta que tuvo casi cuatro metros y medio de altura. Luego,
cerniéndose sobre el detective, se inclinó hacia un lado y levantó una
cabeza macabra hasta un cuello hecho de canillas.
La cabeza, como el resto del ser, estaba hecha de partes animatrónicas:
dedos de manos, pies, alambres, bisagras. Dentro de esas partes, dos
enormes agujeros negros miraban al mundo con pura malevolencia. Y
desde la parte superior de la estructura antinatural, lo que parecían dos
orejas de conejo hechas de aún más partes animatrónicas se desplegaron y
se inclinaron hacia adelante. Estaban dirigidas directamente al detective.
Fazbear Frights

#7
Scott Cawthon
Elley Cooper
Andrea Waggener
Copyright © 2021 por Scott Cawthon. Todos los derechos
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Portada diseñada por Betsy Peterschmidt
Primera impresión 2021
e-ISBN 978-1-338-73390-7
Todos los derechos reservados bajo las convenciones
internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida,
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Contenido

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Copyright
Los Acantilados
Por Elley Cooper

La Rueda de Tortura
Por Andrea Waggener

Me lo contó todo
Por Elley Cooper

Acerca de los Autores


Rompecabezas
T yler bebió de su taza en la mesa de la cocina. De nuevo.

—Cuidado, amigo —dijo Robert, levantándola y poniéndola frente a su


hijo. Robert trató de sentirse aliviado de que su ya gastado ejemplar de
Cómo manejar a los niños pequeños según su edad, al que en broma llamó “el
manual de niños pequeños”, le aseguraba que era perfectamente normal
que los niños pequeños derribaran tazas, tiraran comida y demostraran una
cantidad a menudo abrumadora de inestabilidad emocional. Pero el hecho
de que fuera normal no significaba que fuera fácil.
—¿Puedo jugar con el teléfono? —dijo Tyler, mirando el teléfono de
Robert sobre la mesa.
Robert colocó un tazón de cereal y plátanos frente a Tyler.
—No es hora de que juegues con el teléfono de papá. Es hora de que
desayunes y te prepares para la guardería.
Tyler, distraído por su tazón de Cheerios, rodajas de plátano y una taza
de leche para sorber, comenzó a comer felizmente.
«Eso es otra cosa acerca de los niños de dos años», pensó Robert. «Sus
emociones pueden convertirse en una moneda de diez centavos». Cuando
Robert había llevado a Tyler al pediatra por última vez, le había contado
sobre los salvajes cambios de humor de Tyler.
El pediatra se rio y le dijo—: Bienvenido a la paternidad. —Luego le
había prometido, como siempre hacía, que la tarea de ser padre sería más
fácil a medida que Tyler creciera.
Pero, ¿cuándo sería más fácil? ¿Cuándo Tyler tuviera tres años? ¿Cuándo
tuviera la edad suficiente para empezar la escuela? ¿Cuándo esté en la
universidad?
Robert sabía que para él, lo más difícil de ser padre era que era algo que
tenía que hacer solo. Nunca había planeado ser padre soltero, pero no
tenía otra opción ahora que Anna se había ido.
Robert había conocido a Anna en su tercer año en la universidad. Nunca
había creído en la teoría del romance de “encontrar la única” (seguramente
no había una sola persona en todo el mundo que fuera adecuada para ti) y,
sin embargo, la conexión entre él y Anna fue inmediata. Amaban los
mismos libros y películas, y cuando comenzaron a tener conversaciones
más serias, descubrieron que también compartían valores más profundos.
Salieron durante el resto de la universidad y se comprometieron justo
después de la graduación, acordando un compromiso de un año para darles
algo de tiempo para acostumbrarse a ser verdaderos adultos con trabajos
reales antes de casarse.
Robert se instaló en un trabajo estable pero no muy emocionante en
una revista de estilo de vida local, y Anna consiguió un puesto como
maestra de primer grado. Se casaron descalzos en la playa y ambos padres
colaboraron para ayudarlos con el pago inicial de una casa. Su pequeño
bungalow había visto días mejores, pero todavía tenía mucho encanto,
especialmente para los propietarios jóvenes y enérgicos que estaban por
primera vez y que estaban dispuestos a poner un poco de esfuerzo en
renovarlo.
El único inconveniente, en lo que a Robert se refería, era la ubicación
de la casa, justo al lado de la característica geográfica más notoria de la
ciudad, los acantilados.
Aunque estos afloramientos rocosos poseían una belleza escarpada,
también tenían una historia espantosa. El más alto de ellos fue apodado “El
Acantilado de los Suicidas” por los lugareños porque había sido un sitio
común de suicidios durante generaciones.
Parecía que todo el mundo conocía a alguien que había decidido acabar
con todo en los acantilados. La reina abandonada de la escuela secundaria
de la generación de la madre de Robert, el hombre de negocios que perdió
todo su dinero debido a malas inversiones, la abuela con un diagnóstico de
cáncer terminal. Había historias sobre los acantilados que eran hechos e
historias que eran ficción, pero verdaderas o no, estos cuentos hicieron
que la gente mirara las características geológicas con una mezcla de miedo
y asombro, especialmente el acantilado de Los Saltadores. Los adolescentes
se reunían allí y se asustaban unos a otros con historias de miedo. Los niños
más pequeños susurraban que los fantasmas de los difuntos todavía
rondaban el lugar donde habían elegido para dar ese salto final.
Robert había crecido escuchando esas historias y los acantilados lo
asustaban.
Anna insistió en que, si bien los suicidios eran tristes, los acantilados
eran sólo rocas; en realidad no significaban nada. Además, la proximidad
de la casa a los acantilados era la razón por la que había sido una ganga.
Atribuir cualquier significado oscuro a los acantilados era nada menos que
una superstición.
Robert sabía que ella tenía razón. Y una vez que se mudaron a la casa,
estaba tan feliz con su nueva esposa y su nueva vida que apenas pensó en
los acantilados. Cuando miró hacia atrás, el primer año de su matrimonio
fue una borrosa felicidad de amor y risa.
En su mente, podía representar escenas de ese primer año como un
montaje en una película romántica: los dos montaban en bicicleta juntos,
preparaban la cena juntos, se abrazan frente al televisor con un gran plato
de palomitas de maíz entre ellos. Claro, uno de ellos a veces tenía un mal
día en el trabajo o se resfriaba, pero estos problemas eran minúsculos
comparados con la felicidad que tenían en la compañía del otro.
Aunque el primer año de su matrimonio fue genial, el momento más
feliz en la vida de Robert llegó cuando Anna estaba embarazada de Tyler.
Llevaban dos años casados cuando se enteraron de que estaba embarazada,
y ambos estaban encantados. Había algo en la idea de que habían creado
un nuevo ser humano gracias a su amor, parecía casi mágico. Tan felices
como habían sido como pareja, sabían que serían una familia aún más feliz.
Durante todo el embarazo de Anna, había brillado como una especie de
antigua diosa madre de la mitología. Robert también había brillado, tan
lleno de amor que no sabía qué hacer con todo eso. Masajeaba los pies de
Anna cuando le dolían después de llegar a casa tras dar clases todo el día.
Salía a buscar su helado de menta con chispas de chocolate cuando ella
decía que era lo único en la vida que podía satisfacer sus antojos. Estuvieron
en perfecta armonía durante su embarazo, dos jardineros dedicados que
cultivaron a su bebé juntos.
Pero luego las cosas salieron mal.
Dos meses antes de que naciera el bebé, Anna comenzó a quejarse de
hinchazón en las manos y los pies. Cuando llamó a la enfermera de la oficina
del obstetra, le dijo que no se preocupara por eso, que la hinchazón era
común entre las mujeres embarazadas, especialmente en los meses más
calurosos del verano. Tranquilizada, Anna se compró zapatos más grandes
y se empapó los pies en sales de Epsom y, por lo demás, ignoró sus
síntomas. Pero cuando acudió a su chequeo regular, su presión arterial
estaba tan alarmantemente alta que el médico insistió en que la ingresaran
en el hospital de inmediato.
Después de eso, las cosas se convirtieron en una pesadilla borrosa en
la mente de Robert: todos los medicamentos intravenosos que los médicos
le dieron en un intento fallido de bajar su presión arterial, la decisión de
dar a luz al bebé antes de tiempo por cesárea con la esperanza de salvarle
la vida, el masivo accidente cerebrovascular que sufrió en la mesa de
operaciones que dejó a Robert como padre soltero. Durante mucho
tiempo estuvo entumecido. Nada de eso ni siquiera se sintió real.
Como Tyler nació, era pequeño y no podía respirar por sí solo sin
agotarse. Tuvo que permanecer en el hospital durante algunas semanas
hasta que ganó peso y sus pulmones se desarrollaron más. Aturdido,
Robert visitaba a su nuevo bebé en la unidad de cuidados intensivos
neonatales. Se frotaba las manos y se ponía una mascarilla antes de entrar
en la habitación blanca brillantemente iluminada llena de incubadoras de
plástico en las que yacían bebés increíblemente diminutos. Robert se
paraba junto a la incubadora de su propio hijo y miraba el cuerpo pequeño
y delgado de Tyler, vestido con un pañal del tamaño de una servilleta de
comida rápida. Los padres de otros bebés en la UCIN siempre se veían
cansados y preocupados como lo hacía Robert, pero llegaban en parejas,
así que al menos se tenían el uno al otro.
Con horror, Robert miraba a su hijo y pensaba, «chico, soy todo lo que
tienes en este mundo».
No era una buena forma de empezar la vida: sin madre y con un padre
que no podía comer, dormir o pasar una hora entera sin llorar. En su
estado de agotamiento y dolor, sólo había dos hechos que Robert sabía
con certeza:
1. Él era todo lo que Tyler tenía.
2. No era suficiente.
Robert había estado mal durante los últimos dos años, logrando
mantener su trabajo de alguna manera y proporcionándole a Tyler comida,
ropa y refugio. Robert se había apartado de sus amigos porque no quería
su compasión y porque para un padre soltero de un niño pequeño, comer
algo después del trabajo con sus amigos no era una opción. A las cinco en
punto, tenía que salir de la oficina para recoger a Tyler de la guardería.
Después de eso, llegaba el momento de irse a casa y preparar su cena.
Luego era la hora de jugar, la hora del baño y, si Robert tenía suerte y Tyler
se quedaba dormido, la hora de dormir. El manual de niños pequeños era
claro: sin un horario regular, la vida con un niño pequeño se convertía en
un caos. Robert tenía bastante caos en su vida, por lo que trató de no
desviarse del horario diario.
Una vez que Tyler finalmente se dormía, Robert navegaba sin pensar en
los canales de la televisión o jugaba a Warriors Way en su computadora
portátil. A veces Bartholomew, el gato naranja, se sentaba con él, pero la
mayoría de las veces no. Bartholomew había sido la mascota de Anna antes
de que ella y Robert se casaran, y Anna solía referirse a él en broma como
“mi primer marido” por la forma en que la celaba y nunca se había
encariñado con Robert. Ahora, sin Anna, Bartholomew aceptaba comida o
una palmada ocasional de Robert, pero nunca le dio a Robert la impresión
de que estaba haciendo algo más que tolerarlo porque era el dispensador
de comida para gatos.
¿Robert estaba solo? Sí, dolorosamente. Pero también estaba demasiado
ocupado y agotado para hacer algo al respecto. Después de la hora de
dormir de Tyler, se permitía dos o tres horas de tiempo en la pantalla sin
sentido de un tipo u otro hasta que él mismo se caía en la cama, sabiendo
que se iba a despertar con un día casi idéntico al anterior, siendo el tipo y
la duración de los cambios de humor de Tyler el único comodín.
Sin embargo, en este momento, mientras Tyler tomaba alegremente
Cheerios y se los metía en la boca, era adorable. Sus ojos color avellana,
del mismo tono que los de Anna, estaban enmarcados por largas pestañas
ennegrecidas. Su cabello negro y rizado rodeaba su cabeza como un halo,
y su boca era un capullo de rosa querubín, también como la de su madre.
De hecho, Tyler se parecía tanto a su madre que a Robert le dolía el
corazón.
Al mirar a su hijo, Robert se sintió abrumado por el amor pero también
por el miedo. ¿Y si perdía a Tyler como había perdido a Anna? Una y otra
vez, los qué pasaría se reproducían en la pantalla de su mente como el
avance de una película que nadie querría ver.
Aunque Robert no podía mirar a Tyler sin pensar en Anna, nunca habló
con Tyler sobre ella. Tyler era demasiado joven para comprender la
muerte, y Robert no estaba haciendo un gran trabajo para comprenderla
él mismo. En su corazón, sabía que probablemente sería una buena idea
comenzar a mostrarle a Tyler fotos de su madre y contarle pequeñas
historias sobre el tipo de persona que era, las cosas que solía decir y hacer,
lo emocionada que estaba por convertirse en su mami.
Pero nunca se atrevió a sacar ninguna de las fotos de Anna escondidas
en el ático. Si intentaba hablar de ella, las palabras se le quedaban en la
garganta y no decía nada. Incluso decir su nombre dolía demasiado,
especialmente porque cuando miraba a Tyler, estaba mirando a Anna a los
ojos.
Como hacía todas las mañanas de los días laborables, Robert contuvo
su tristeza junto con un poco de café negro y llevó a Tyler a la guardería,
dejándolo jugar con su teléfono todo el tiempo. Después de dejar a Tyler,
se fue a trabajar, sólo asintiendo con la cabeza a los colegas que lo
saludaban con un “buenos días”. No quería parecer grosero, pero tampoco
quería entablar una conversación. Sus propias reacciones eran demasiado
impredecibles. Una vez que comenzara a hablar, ¿qué diría?
¿Se emocionaría frente a alguien a quien ni siquiera conocía muy bien?
¿Se derrumbaría por completo? Y si se derrumbaba, ¿y si no podía volver
a recomponerse?
Robert sabía que no importaba lo mal que se sintiera, tenía que aferrarse
a su trabajo. Era la única forma en que podía darle una vida a Tyler. Y así
hoy, como todos los días, se sentó en su cubículo y trabajó sin parar,
tratando de vaciar su mente de todo menos de la tarea que tenía delante.
Se detuvo al mediodía y sacó un sándwich, comiéndolo tan
despreocupadamente que una vez que lo terminó, ni siquiera pudo haber
identificado qué tipo de sándwich había sido. Caminó hasta el baño, luego
al enfriador de agua. Estaba llenando su botella de agua cuando una voz
detrás de él dijo—: Hola.
Saltó como sorprendido de no ser la única persona en el edificio.
Se dio la vuelta para ver a Jess, la simpática editora de textos con gafas
y autoconfesa “nerd gramatical” que había sido contratada al mismo tiempo
que él. Ella y él solían charlar un poco antes de que Anna muriera. Antes
de que se rompiera.
—Hola, Jess —dijo, alejándose para dejarla tener un turno en el
enfriador de agua y, esperaba, volver a su escritorio sin ser molestado más.
Se volteó para alejarse.
—Espera un segundo.
—¿Yo? —dijo Robert, a pesar de que claramente era él con quien estaba
hablando.
A regañadientes, se dio la vuelta.
—Me estaba dando cuenta de que te comías tu pequeño y triste
sándwich en tu escritorio. —Jess llenó uno de esos extraños conos de
papel con agua de la nevera. ¿Quién había decidido que esos eran vasos
adecuados para beber? Ella le sonrió—. Bueno, tal vez era un sándwich
delicioso, pero me pareció triste. Y estaba pensando… Sé que no puedes
salir después del trabajo porque tienes un niño al que ir a buscar, pero
muchos de nosotros salimos a comer sushi a mitad de precio los miércoles
a la hora del almuerzo. ¿Quizás podrías ir con nosotros alguna vez?
El sushi había sido la comida favorita de Robert y Anna. Habían
aprendido a amarlo en la universidad y también habían aprendido a usar los
palillos juntos, recogiendo rollos de sushi, mojándolos en salsa de soja y
metiéndolos en la boca. Si bien muchas parejas salían por bistecs o mariscos
o comida italiana para ocasiones especiales, para ellos siempre era sushi.
¿Cómo podría salir a comer sushi a mitad de precio con un grupo de
personas al azar del trabajo a la altura de todas esas cenas románticas de
sushi con Anna? La respuesta era simple: no podría.
Sólo le traería recuerdos para entristecerlo.
Aun así, Jess fue agradable por preguntarle. Por compadecerse de él.
—Sí, tal vez me una en algún momento —dijo Robert, sin siquiera
intentar sonar convincente—. Gracias por invitarme.
—Está bien —dijo Jess, sonando sorprendentemente decepcionada—.
¿Robert?
—¿Si? —No sabía a dónde iba esto, pero ya sabía que no le gustaba. ¿No
era este un lugar de trabajo? ¿No deberían estar haciendo eso?
Ella miró hacia abajo por un minuto como si estuviera ordenando sus
pensamientos.
—Sabes —comenzó— antes de que las cosas cambiaran tanto para ti,
tú y yo éramos amigos. Solíamos hablar. Si alguna vez quieres volver a
hablar, estoy aquí.
Robert sabía que estaba en peligro de que sus emociones subieran a la
superficie, lo que no podía suceder. No podía ser un caso perdido en el
trabajo. Tenía que salir de esta conversación y volver a su escritorio.
—Eso es muy amable–
Jess puso los ojos en blanco.
—¡No estoy siendo “amable”, tonto! Me agradas. Siempre he disfrutado
de tu compañía. También soy madre soltera. Quizás no por la misma razón
que tú, pero apuesto a que pasamos por muchas cosas similares. Hablar de
algo de eso podría ser bueno para nuestra cordura. Lo que queda de ella.
Robert sintió que sonreía un poco. Contra su voluntad, estaba
recordando por qué le había agradado Jess.
—Yo siempre me quedo con las migajas —le dijo. Era una broma, pero
como muchas bromas, contenía la verdad.
—Te escucharé. ¿Y quién sabe? Quizás nuestros hijos puedan pasar el
rato. Podríamos turnarnos para observar las ratas de las alfombras del otro
para poder salir por la noche de vez en cuando.
—No hagas promesas. Aún no conoces a mi hijo —dijo Robert. ¿Había
hecho dos bromas seguidas?
—Él tiene dos, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno, tal vez debería dedicarle uno o dos años antes de ofrecer mis
servicios de niñera. —Ella le sonrió, una sonrisa cálida y genuina—.
Escucha, te doy un pase gratis esta semana, pero el próximo miércoles,
saldrás a comer sushi a mitad de precio con nosotros. No más sándwiches
tristes para ti.
Robert la saludó con la mano.
—Consideraré tu invitación. Gracias.
Se volteó para volver a su cubículo.
—¡No es una invitación! —llamó Jess detrás de él—. ¡Es una obligación!
¡Sushi obligatorio! ¡Que sería un gran nombre para una banda, por cierto!

☆☆☆
Robert volvió a sentarse en su cubículo. Estaba bastante seguro de que
su conversación con Jess era la conversación más larga que había tenido
con un miembro que no era de su familia en meses. Como alguien que no
ha hecho ejercicio en años y de repente se encuentra de nuevo en la cinta,
estaba exhausto. No más charlas hoy. Se quedó en su escritorio, donde
trabajó sin parar hasta las cinco. Cuando llegó el momento de marcharse,
no sintió ningún alivio. Simplemente estaba pasando de una serie de tareas
en un lugar a otra serie de tareas en otro. Se fue el sombrero de diseñador
gráfico, se fue el sombrero de papá.
Robert se detuvo en el estacionamiento de la Academia Pequeño Tot y
entró en el alegre edificio de techo rojo para buscar a su hijo. Entró en la
habitación con el gran número dos rojo en la puerta. Las paredes estaban
salpicadas de recortes de papel de construcción y dibujos de garabatos de
crayones abstractos sin querer. Robert encontró a la jovial maestra de
Tyler, la señorita Lauren, rodeada de niños pequeños que jugaban con los
juguetes de colores brillantes que abarrotaban el suelo. Aunque ser
superado en número por personas pequeñas volátiles le parecía aterrador
a Robert, la señorita Lauren se veía perfectamente como en casa y saludó
a Robert con una sonrisa. Se puso de pie para acercarse al nivel de los ojos
de Robert.
—Fue un niño feliz la mayor parte del día, aunque hay una pequeña cosa
que debería contarle.
Robert se preparó para las malas noticias. Esperaba que Tyler no
hubiera golpeado a ningún otro niño. O mordido a alguien. Parecía que
cada guardería tenía un niño que mordía. Nadie quería ser el padre del
mordedor.
La señorita Lauren sonrió de nuevo.
—No se preocupe. No atacó a nadie ni a nada.
Robert se permitió respirar un poco.
La señorita Lauren se echó hacia atrás su cabello castaño rizado detrás
de las orejas.
—Fue sólo que hoy les pedí a los niños que hicieran dibujos de sus
familias y hablaran de ellas. Teniendo dos, la mayoría de ellos sólo dibujaron
manchas o garabatos, pero luego nos sentamos en un círculo y todos
hablaron sobre sus familias y quién estaba en sus dibujos. El amigo de Tyler,
Noah, notó que Tyler no tenía una madre en su dibujo y le preguntó al
respecto. Tyler se molestó un poco, creo que sobre todo porque alguien
señaló que su familia era diferente.
Robert odiaba pensar en que se señalara a Tyler por su pérdida. ¿Ese
tipo de comportamiento tenía que empezar tan pronto?
—¿No son estos niños un poco pequeños para siquiera notar ese tipo
de cosas? —preguntó.
Miró a los niños pequeños en la habitación, jugando con bloques o
camiones o muñecas. Eran bebés, de verdad.
La señorita Lauren sonrió de nuevo.
—Oh, se sorprendería de todo lo que notan. No se pierden mucho,
créame. Le dije a Noah y al resto de la clase que no todos los niños tienen
una mamá y un papá, que hay diferentes tipos de familias y hablé sobre
cómo serían algunas de esas familias. Dije que lo único que se necesita para
formar una familia son las personas y el amor. Así que supongo que se
podría decir que se convirtió en un momento de aprendizaje.
Robert se puso rígido. Odiaba la idea de que su pequeña familia rota y
la de Tyler se usaran como un “momento de aprendizaje”, ¿y para qué?
¿Entonces los otros niños podrían sentir lástima por Tyler en lugar de
simplemente burlarse de él? No quería que su hijo fuera objeto de burla,
pero tampoco quería que él fuera objeto de lástima.
Pero no tenía sentido decirle nada negativo a la señorita Lauren. Era tan
joven, de ojos brillantes e idealista que criticarla sería como patear a un
cachorro amistoso. Finalmente se escuchó a sí mismo decir—: Gracias por
hacérmelo saber. —Sonaba más rígido y más formal de lo necesario, pero
al menos era educado.
—De nada —respondió la señorita Lauren—. Sólo pensé que debería
decir algo en caso de que, ya sabe, quisiera hablar de ello con Tyler en casa.
—Bien —dijo Robert. No quería hablar de eso, no en casa con su hijo
y definitivamente no aquí con un extraño—. ¿Estás listo para irnos, amigo?
—llamó a Tyler desde el otro lado de la habitación brillantemente
decorada.
Tyler levantó la vista del camión de basura de plástico que estaba
rodando de un lado a otro y dijo—: ¡Papá! —Sonrió, se levantó de un salto
y corrió hacia Robert con los brazos extendidos.
—¿Ve? —dijo la señorita Lauren—. Es un niño feliz.
Robert tuvo dificultades para consolarse con esta afirmación. Si Tyler
era un niño feliz, era sólo porque aún no entendía lo que había perdido.

☆☆☆
Robert no quería detenerse para hacer la compra de camino a casa,
pero no veía la manera de evitarlo. A Robert no le importaba mucho la
comida, pero sabía que, como mínimo, tenía que asegurarse de que se
cubrieran las necesidades básicas de su hijo. Una vez que sujetó a Tyler de
manera segura en su asiento de seguridad, dijo—: Tenemos que parar en
la tienda de camino a casa, amigo. Se nos acabó la leche y el jugo. —Los
niños pequeños funcionaban con leche y jugo de la misma manera que los
autos funcionan con gasolina. Tenían que tenerla, y la gastaban a un ritmo
alarmante y costoso.
—¡Leche! ¡Dos! —Tyler dijo.
—Así es. Compraremos algunas en la tienda. Puedes elegir el tipo de
jugo que quieras.
—¡Anzana! —cantó Tyler. Por alguna razón, cuando dijo la palabra
manzana, salió sin la M al principio.
—¿Quieres jugo de manzana? —dijo Robert. Esta era la forma en que el
manual de niños pequeños decía que se manejara los errores de
pronunciación de los niños, no para llamar la atención sobre ellos, sino
para asegurarse de que repitiera la palabra correctamente.
—¡Sí! ¡Anzana dos! —vitoreó Tyler.
—Muy bien, amigo. —Robert entró en el estacionamiento de All Mart
y se preparó para la dura prueba de las compras.

☆☆☆
Tyler tenía una camiseta con Freddy Fazbear, pero Robert nunca había
pensado en su hijo como un fanático de Freddy. Para empezar era
demasiado pequeño. Sin embargo, mientras empujaba a Tyler en el carrito
de compras más allá de los pasillos de juguetes, Tyler señaló con el dedo
índice y gritó—: ¡Fweddy! —en la parte superior de sus diminutos
pulmones.
—¿Qué es eso, amigo? —preguntó Robert, mirando a su alrededor para
ver qué estaba viendo Tyler. Por un segundo pensó que Freddy era un niño
que Tyler reconoció de la guardería.
—¡Fweddy! ¡Fweddy! —gritó Tyler, con los ojos muy abiertos por la
emoción.
Robert siguió la línea del dedo acusador de su hijo hasta una exhibición
de osos marrones de felpa idénticos con amplias sonrisas, espesas cejas
negras y sombreros de copa negros.
El empaque proclamaba que lo que Tyler estaba mirando era un juguete
llamado Compañero Freddy. Pero, ¿cómo sabía Tyler eso?
Con una oleada de culpa, Robert se dio cuenta de cómo Tyler
probablemente lo sabía. Cuando Robert estaba especialmente exhausto o
demasiado triste para sobrellevar la situación, y esto sucedía con más
frecuencia de lo que le gustaría admitir, dejaba a Tyler sentado frente al
televisor.
Sólo le permitía ver programación apropiada para su edad, y las
caricaturas, aunque sin duda eran dulces para la vista con colores brillantes
e imágenes que cambiaban rápidamente, al menos fingían tener algún valor
educativo.
Pero luego estaban los comerciales. Los terribles, terribles comerciales
diseñados por salas de juntas de trajes cínicos en Madison Avenue para
hacer que los niños deseen gotas de azúcar tecnicolor disfrazadas de cereal,
suspensiones de jarabe de maíz con alto contenido de fructosa disfrazadas
de “jugos” y los últimos juguetes basados en las más populares de las
tendencias de la cultura pop.
—¿Quieres mirar a uno de los Freddys? —preguntó Robert.
Tyler asintió y extendió las manos.
Robert colocó el juguete en las manos de Tyler y la boca de Tyler se
extendió en una hermosa sonrisa que evocó el fantasma de su madre. A
pesar de que el oso estaba envuelto en un paquete de cartón, se lo atrajo
en un abrazo.
—Wuv —dijo.
«Bueno, dispara», pensó Robert. Era difícil discutir con wuv.
—Ten cuidado con ese oso. No hemos decidido si lo vamos a comprar.
—Miró la etiqueta de precio y se sorprendió de lo caro que era—. ¡Ay! —
murmuró.
—¿Comprar? —preguntó Tyler, todavía agarrando el juguete contra su
pecho—. ¿Es mío?
—Bueno, déjame leer el paquete y ver si es seguro para niños de tu
edad. —Sacó otro oso del estante y le dio la vuelta. Las imágenes en la
parte posterior de la caja mostraban a niños pequeños riendo jugando con
su Compañero Freddy y, curiosamente, a una mujer vestida como si
trabajara en una oficina, mirando su reloj de pulsera y sonriendo como si
todo estuviera bien en el mundo. Robert leyó el texto en la parte posterior
del paquete:
COMPAÑERO FREDDY ES EL MEJOR AMIGO DE LOS NIÑOS Y DE LOS PADRES.
FREDDY VA DONDE VA TU PEQUEÑO Y TE ENVÍA ACTUALIZACIONES EN
DIRECTO EN TU RELOJ DE PULSERA (RELOJ DE PULSERA INCLUIDO) PARA QUE
SEPAS QUE TU PEQUEÑO ESTÁ FELIZ Y SEGURO. ¡PUEDE QUE A VECES TENGAS
QUE PERDERLO DE VISTA, PERO COMPAÑERO FREDDY ES EL OSO QUE SIEMPRE
ESTÁ AHÍ!

Robert pensó en todas las veces que tuvo que atender algo en la cocina
o atender una llamada telefónica importante y dejar a Tyler desatendido.
Era asombroso lo que podía salir mal en tan solo unos segundos. Recordó
una vez cuando salió de la sala de estar el tiempo suficiente para remover
una olla en la estufa y regresó para encontrar a Tyler escalando la estantería
como King Kong escalando el Empire State Building. Podía ver cómo este
Compañero Freddy podría ser útil, especialmente para un padre soltero
como él.
Cuando tenías en cuenta que se trataba de un juguete que también era
un dispositivo de seguridad, el precio no parecía demasiado escandaloso.
—Tyler, ¿te gustaría llevarte a Freddy a casa?
Todo el rostro de Tyler se iluminó con una hermosa sonrisa.
—¡Sí, papá! ¡Gracias!
La señorita Lauren en la guardería le había dicho a Robert que habían
estado trabajando en agrados y agradecimientos, pero esta era la primera
vez que escuchaba a Tyler decir “Gracias” sin que un “¿Qué decimos?”
—De nada, amigo. Y me encantan esos buenos modales.

☆☆☆
Instalar y poner en funcionamiento el oso y el reloj de pulsera fue un
poco molesto, pero podría haber sido peor. Después de unos quince
minutos de preocuparse por las direcciones y las baterías, Robert tenía
todo en funcionamiento. Le entregó el oso a Tyler y le dijo—: ¿Por qué no
juegas con Freddy mientras yo preparo la cena?
—¡Fweddy! —dijo Tyler, dándole un abrazo al oso.
En la cocina, Robert puso una olla con agua a hervir y vertió el contenido
de un frasco de salsa para espaguetis en una sartén. Estaba sacando la
lechuga, las zanahorias y los pepinos de la nevera para empezar una
ensalada cuando su reloj de pulsera del Compañero Freddy vibró. La
pantalla decía: Un mensaje de Freddy. Robert tocó la pantalla y apareció un
texto:
Está todo bien. ¡Estoy jugando con mi mejor amigo!
«Que lindo». Robert no pudo evitar sonreír, cortó zanahorias y pepinos
para la ensalada y puso la pasta a hervir.
Cuando fue a la sala de estar para decirle a Tyler que era hora de comer,
el niño sostenía a Freddy en su regazo y le “leía” uno de sus pequeños
libros de cartón, Mi primer libro de colores.
Cada vez que Tyler hacía algo tan adorable, Robert deseaba que Anna
estuviera aquí para verlo. ¿Pero a quién engañaba? Siempre deseaba que
Anna estuviera aquí.
—¡Soy el papá de Fweddy! —dijo Tyler.
—Lo eres, ¿eh? Eso es muy bueno. ¿Están tú y Freddy listos para cenar?
Robert esperaba al menos una pequeña discusión ya que Tyler estaba
en medio de la “lectura”, pero dijo—: Está bien, papá —se colocó el oso
bajo el brazo y siguió a Robert a la cocina.
Cuando ayudó a Tyler a sentarse en la mesa, Tyler dejó a Freddy en la
silla junto a él y dijo—: ¡Plato para el peluche!
—¿Quieres que Freddy también tenga un plato? —preguntó Robert.
—Ajá —respondió Tyler, asintiendo con la cabeza como si fuera un
asunto muy serio.
Sintiéndose más que un poco tonto, Robert colocó un plato y una taza
en el lugar de la mesa frente al oso de juguete. Dejó un plato de espaguetis
y un plato de ensalada frente a Tyler junto con una taza para sorber de
leche.
—Ahora Freddy sólo tiene que comer comida fingida, o se ensuciará
todo —dijo Robert—. Él comerá espaguetis fingidos. —Y luego, porque
sabía que las rimas hacían reír a Tyler, dijo—: ¡Será Freddy spaghetti!
Tyler se rio como si su padre acabara de hacer la broma más divertida
del mundo.
—¡Fweddy sketti! —gritó, luego se rio un poco más, golpeando la mesa
en hilaridad.
—Freddy está listo para los espaguetis —dijo Robert. Él estaba
aprovechando la broma, pero eso es lo que hacías cuando tenías una
audiencia de dos años. No había muchas ocasiones para un ingenio sutil.
Robert y Tyler comieron espaguetis y ensalada y se rieron mucho.
Incluso Robert tuvo que admitir que fue un momento divertido.

☆☆☆
La desventaja de alimentar a un niño pequeño con espaguetis era que
hacía necesario un baño, pronto. La cara de Tyler estaba tan manchada con
una sustancia viscosa naranja que cuando sonrió, parecía una calabaza de
Halloween. De alguna manera, incluso se las había arreglado para meterse
fideos en el pelo.
—Está bien, amigo —dijo Robert, armándose de valor en preparación
para el ataque—. Vamos a tener que ir directamente a la bañera después
de esto.
—¿Fweddy taff-también? —preguntó Tyler.
—Freddy no puede mojarse, pero puede acompañarnos.
—Está bien, papá —dijo Tyler, levantando su oso y caminando hacia el
baño. Hablar con Tyler en un baño usualmente involucraba negociaciones
tan elaboradas que Robert sentía que debería involucrar a las Naciones
Unidas. No podía creer que la rutina de esta noche fuera tan fácil.
Sin embargo, fue divertido. Por mucho que Tyler solía discutir sobre la
hora del baño, una vez que estaba en el agua le encantaba. Robert arrojó
al agua la colección de patitos de goma y botes de juguete de Tyler, y el
niño estaba feliz de chapotear y jugar.
Robert colocó a Freddy en el taburete de Tyler para que estuviera a
una distancia segura de la zona de salpicaduras, pero Tyler aún pudiera
verlo.
Tyler levantó cada uno de sus juguetes de bañera para “mostrárselos”
a Freddy—: Fweddy, este es mi bote azul. Fweddy, es mi patito amarillo.
A los niños de dos años les encantaba presumir de sus posesiones
materiales, había notado Robert. Cuando Tyler hablaba con su abuela por
teléfono, la mayor parte de lo que decía era una lista de los juguetes que
tenía. Era como si fuera una especie de magnate de los negocios que se
jactaba de la cantidad de autos y casas que poseía.
Después de que Tyler estuvo limpio y en su pijama de tren choo-choo,
Robert lo metió en la cama con su Compañero Freddy.
—¿Quieres que te lea un libro, amigo? —preguntó Robert.
—Dos libros.
Robert fingió horrorizarse ante una petición tan escandalosa.
—¿Dos libros?
—Porque tengo dos años —dijo Tyler, como si eso lo explicara todo.
—Bueno, supongo que no puedo discutir con eso. —Robert se deslizó
en una silla junto a la cama de Tyler y miró su estantería.
—El pollo tonto —dijo Tyler.
Robert sacó el libro sobre el pollo tonto.
—Haz las voces —dijo Tyler.
Robert leyó el libro sobre el pollo tonto, con voces tontas de pollo.
Tyler se rio porque el libro era divertido, pero también, sospechaba
Robert, porque era muy gracioso escuchar a tu padre haciendo el ridículo.
—Ahora el cerdito —dijo Tyler.
Robert obedeció.
Al final de la historia de los cerditos, los ojos de Tyler estaban caídos.
Segundos después de que Robert cerró el libro, Tyler envolvió su brazo
alrededor de su Compañero Freddy y se fue directamente a dormir.
Robert no podía creer lo fácil que se habían vuelto las tareas regulares de
crianza con Compañero Freddy. No podía creer que casi no comprara el
oso porque le había parecido demasiado caro. Habría valido la pena por el
doble de precio.
Robert sacó un refresco y un bocadillo del refrigerador y se instaló para
ver una película de acción tonta pero divertida que se había perdido porque
nunca más podía ir al cine. Sabía que podía contratar una niñera, pero ya
se sentía mal por dejar a Tyler en la guardería todo el día. Quería pasar
todo el tiempo que pudiera con él. El niño ya había sido privado de una
mamá. Como padre, Robert ya sentía que no era adecuado o suficiente; lo
mínimo que podía hacer era intentar estar presente todo lo que pudiera.
Al igual que en la escuela, incluso si no eras muy bueno en eso,
generalmente podrías arreglártelas si te esforzabas un poco y aparecías.
No era una gran filosofía de crianza, pero era una con la que Robert podía
trabajar.
Mientras corrían los créditos iniciales de la película, Robert sintió un
zumbido en su reloj de pulsera. La pantalla del reloj decía Un mensaje de
Freddy. Lo tocó y el texto decía: Dormido.
«Qué lindo». Robert se permitió relajarse.
La película era exactamente el tipo de cosa que Anna habría odiado,
pero Robert disfrutaba del entretenimiento sin cerebro de los autos
persiguiéndose y las armas encendidas.
Sabía que habría disfrutado más la película si Anna hubiera estado a su
lado, haciendo comentarios sarcásticos sobre la improbabilidad de las
situaciones y lo cursi de la actuación. Ella siempre había sido muy tolerante
con que él fuera igualmente sarcástico cuando veían las comedias
románticas que le gustaban.
Incluso con su soledad siempre presente, seguía siendo una de las
noches más relajantes que había tenido en mucho tiempo. Sabía que tenía
que agradecerle a Compañero Freddy por su agradable velada.

☆☆☆
Compañero Freddy acompañó a Tyler a la mesa del desayuno a la
mañana siguiente y luego lo acompañó a la guardería. Tyler ni siquiera pidió
jugar con el teléfono de Robert en el coche. En su lugar, abrazó a Freddy
y habló con él.
Cuando llegaron al aula, la señorita Lauren se acuclilló en el suelo para
examinar el nuevo juguete de Tyler.
—¿Quién es tu amigo? —preguntó ella.
—¡Fweddy! —respondió Tyler, sonando orgulloso y encantado. Acercó
al oso a la cara de la señorita Lauren para que pareciera besar su mejilla.
La señorita Lauren se rio.
—¡Freddy es muy amigable!
—Sé que normalmente no se anima a traer juguetes de casa —dijo
Robert— pero ayer conseguimos el oso y él se niega rotundamente a
separarse de él.
La señorita Lauren sonrió y miró a Tyler, que estaba abrazando a Freddy
contra su pecho. A cualquiera le resultaría obvio lo feliz que le hacía el
juguete.
—Bueno, entonces creo que podemos hacer una excepción en este
caso.
Robert sabía que los profesores de la guardería le habían dado un poco
de holgura a Tyler porque no tenía una madre, sólo un padre triste pero
bien intencionado que a menudo parecía incompetente y abrumado. Si
bien, por un lado, no le gustaba que lo miraran con lástima, por otro lado,
estaba feliz de tomar todos los descansos que podía.

☆☆☆
De vez en cuando, mientras Robert trabajaba en su cubículo, su reloj de
pulsera del Compañero Freddy vibraba. Lo tocaba y leía un texto de
Freddy:
¡Diversión desordenada con pinturas para los dedos!

¡Mmm! ¡Hora de comer!

¡Hora de la siesta! ¡Está durmiendo!

Había algo reconfortante en esos mensajes, en la forma en que dejaban


que Robert se imaginara lo que Tyler estaba haciendo a lo largo de su día.
Le hacía sentirse menos aislado, como si fuera parte de algo. Una familia.
Él y Tyler pueden no haber sido la familia completa que Robert había
anhelado, pero seguían siendo una familia.
Al igual que la señorita Lauren le había explicado la idea de la familia a
la clase de Tyler, eran personas que se amaban. Y esto tenía que contar.

☆☆☆
El sábado por la mañana, después del desayuno, Robert tomó una
segunda taza de café y ayudó a Tyler a bajar de su asiento elevado.
—¡Es una hermosa mañana, amigo! ¿Por qué no salimos y puedes jugar
en tu caja de arena?
—¡Sí! ¡Salvadera! —dijo Tyler. Agarró su muñeco Freddy con una mano
y la de su papá con la otra—. Fweddy jugará también.
—Está bien. Freddy también puede venir. Pero no puede meterse en la
caja de arena. La arena sería mala para su pelaje.
Robert había llegado a una especie de trato con el útil objeto inanimado
que era Compañero Freddy. Freddy le daría a Robert actualizaciones
periódicas sobre la seguridad y el bienestar de Tyler y, a cambio, Robert
evitaría que Tyler sumergiera a Freddy en agua, lo untara con salsa de
espagueti, lo cubriera con arena o lo exponga a cualquier otra forma de
peligro. Era una relación de beneficio mutuo.
Afuera, Tyler colocó a su Compañero Freddy en el costado de la caja
de arena. Robert supuso que era para que Freddy pudiera “verlo” jugar.
Robert se sentó en una silla en el porche con su taza de café y también vio
jugar a Tyler.
Tyler amaba su caja de arena. Estaba lleno de camiones volquete de
juguete, excavadoras y otros vehículos de construcción. A Tyler le
encantaba tomar su pala de plástico, llenar su camión de basura con arena,
moverlo mientras hacía sonidos de vroom y luego tirar la arena, sólo para
volver a llenarlo. Nunca pasaba de moda, por lo que sabía Robert.
Desde el interior de la casa, Robert escuchó sonar su teléfono. Tenía la
intención de llevarlo afuera, pero lo dejó en la encimera de la cocina. La
crianza de su hijo lo esparció tanto que parecía que siempre estaba dejando
algo atrás.
—Oye, amigo, voy a buscar el teléfono —dijo Robert—. Quédate en la
caja de arena, ¿de acuerdo?
—Está bien, papá —dijo Tyler, mientras paleaba arena en la caja de su
camión de volteo.
—Vuelvo enseguida —llamó Robert.
Robert corrió a la cocina y cogió su teléfono. Apareció el icono del
correo de voz e hizo clic en él. Se trataba de un mensaje grabado de una
empresa que sonaba poco precisa y que intentaba venderle un seguro de
propietario que no necesitaba. Borró el mensaje y se dirigió hacia afuera.
La caja de arena estaba vacía.
El miedo se apoderó del corazón de Robert.
—¡Tyler! —gritó— ¡Tyler!
Sin respuesta.
Corrió hacia la caja de arena. Podía ver la hendidura en la arena donde
Tyler había estado sentado, pero no a Tyler. El Compañero Freddy de
Tyler todavía estaba sentado en el borde de la caja de arena. Claramente
Freddy no había estado “mirando”.
Robert miró la puerta abierta (ya había estado cerrada antes, ¿no?) Y
vio una camioneta blanca que no reconoció alejándose. ¿Tyler podría estar
dentro de esa camioneta? Fue lo peor que pudo imaginar.
Robert sintió vibrar su reloj de pulsera del Compañero Freddy. La
pantalla del reloj anunció: Un mensaje de Freddy. Tocó el icono. Apareció
un mensaje de una palabra en la pantalla: Se fue.
—¿Desapareció? —gritó Robert—. ¿Desapareció? ¿Cómo se supone
que eso me ayudará? —Pateó al oso de peluche tan fuerte como pudo,
enviándolo a navegar por el patio—. ¡Tyler! ¡Tyler! —gritó un poco más.
Salió corriendo a la calle gritando.
Los vecinos salieron de sus casas para preguntar qué pasaba, pero nadie
había visto a su hijo.
¿Podría alguien haber abierto la puerta, entrar al patio y agarrar a su hijo
en los pocos segundos que le tomó entrar a la casa y tomar su teléfono?
Parecía imposible y, sin embargo, veías ese tipo de cosas en las noticias
todo el tiempo.
Esas personas probablemente también habían pensado que era
imposible, el tipo de cosas que les sucede a otras personas, pero no a ti.
Hasta que te sucedía.
Su teléfono. Había olvidado que todavía sostenía su teléfono. Sin perder
más el tiempo. Llamó a la policía.

☆☆☆
Llegaron rápido, él les daría eso. Había dos oficiales, un hombre mayor
de cabello salpimentado y una mujer joven de cabello oscuro.
—Entonces, ¿a qué hora se dio cuenta de que no estaba su hijo? —
preguntó la oficial más joven. Su comportamiento era profesional, pero
Robert aún podía escuchar preocupación genuina en su voz. Su placa decía
RAMIREZ.

—¿Quizás hace veinte minutos? —Estaba tan asustado que no podía


respirar—. Estaba en la caja de arena, corrí a la casa para buscar mi teléfono
y cuando regresé ya no estaba.
—¿Y no hay posibilidad de que él haya entrado en la casa mientras
estaba cogiendo su teléfono y luego se haya escondido en alguna parte? A
algunos niños les encanta esconderse —dijo el oficial mayor, cuya placa
decía COOK—. Se sorprendería saber cuántos niños he encontrado
escondidos debajo de las camas o en los armarios, riéndose como locos
de lo mucho que han asustado a sus padres.
—No, lo habría escuchado si hubiera vuelto a la casa. Además, la puerta
principal estaba abierta cuando regresé; estoy bastante seguro de que antes
estaba cerrada. Y vi una furgoneta blanca en la calle. Sé que no le pertenece
a nadie del vecindario. Tal vez fue secuestrado por alguien en esa furgoneta.
La oficial Ramírez estaba tomando notas con furia.
—¿Vio el número de placa de la furgoneta?
—No. Se alejó demasiado rápido. Lo siento. —De hecho, a Robert ni
siquiera se le había ocurrido intentar obtener el número de matrícula de
la furgoneta. Uno pensaría que nunca había visto un programa de policías
en la televisión. «Soy un incompetente. Soy demasiado incompetente para
ser padre y ahora Tyler está pagando el precio».
—Está bien —dijo la oficial Ramírez—. Sé que esto es molesto. Sólo
necesita responder a todas estas preguntas para que tengamos la
información que necesitamos para encontrar a su hijo. Ahora… ¿la madre
de su hijo vive con usted?
—No. Murió al dar a luz teniendo a Tyler.
«Si ella no estuviera muerta, Tyler probablemente no estaría
desaparecido porque al menos habría tenido una madre competente».
—Lamento escuchar eso —dijo la oficial Ramírez—. ¿Podría darnos una
descripción física de su hijo?
—Tiene dos años. Ojos color avellana. Pelo oscuro. Mide
aproximadamente un metro y creo que pesaba ocho kilos en su última
visita al médico.
Evocar una vívida imagen de Tyler hizo que su desaparición fuera aún
más dolorosa. Un metro de alto y ocho kilos; era tan pequeño, tan
indefenso.
—A-aquí, puedo mostrar una foto de él. —Buscó a tientas con su
teléfono.
—¿Puede decirnos qué ropa llevaba Tyler en el momento de su
desaparición? —continuó la oficial Ramírez.
¿Qué ropa había elegido Robert para Tyler esta mañana? No había
prestado mucha atención porque no esperaba que le preguntaran sobre
ellas.
—Creo que unos pantalones cortos azules y una camiseta con Freddy
Fazbear. —Decir el nombre del oso le hizo pensar dolorosamente en el
mensaje de su reloj de pulsera: Se fue.
Tuvo que recomponerse. Por el bien de Tyler.
—Zapatillas rojas. Y todavía está en pañales si eso importa. —Las
lágrimas brotaron de sus ojos. Tyler todavía era sólo un bebé.
—Gracias —dijo la oficial Ramírez.
—Entonces… ¿qué van a hacer para encontrarlo? —preguntó Robert.
El oficial Cook, que parecía contento con dejar que su compañera
hiciera la mayoría de las preguntas, finalmente intervino—: Señor, cuando
desaparece un niño tan pequeño, puede estar seguro de que no es algo que
nos tomamos a la ligera. Recorreremos toda el área. Veremos si podemos
obtener información sobre esa furgoneta. Y estaremos en contacto. Ahora
mismo, su hogar es el mejor lugar para estar, con su teléfono cerca.
—¿Van a poner una de esas alertas de niños desaparecidos? —Robert
no recordaba cómo se llamaban las alertas, pero las tenía en su teléfono
con cierta frecuencia y siempre las encontraba molestas. No pudo evitar
imaginarse a los niños asustados, a los padres frenéticos. Ahora era uno de
esos padres.
—¿Una alerta ámbar? —dijo el oficial mayor—. Lo haremos si no lo
encontramos rápidamente y si sentimos que está en peligro inmediato.
—¡Por supuesto que está en peligro! —gritó Robert—. Tiene dos años
y se ha escapado solo o ha sido secuestrado por un maníaco. ¿Cómo podría
no estar en peligro?
—Entendemos que está molesto —dijo el oficial Ramírez, dándole una
palmada en el brazo—. Esta es la peor pesadilla de todo padre. Pero vamos
a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que Tyler vuelva con usted
lo más rápido posible, sano y salvo.

☆☆☆
Eran las 5:00 p.m. y todavía no había pistas. La policía le había asegurado
que estaban preguntando por la camioneta blanca sospechosa, pero aún no
habían recibido ninguna información útil.
Robert se sentó en el sofá, mirando al frente aturdido. Nunca se había
sentido tan inútil. Sólo tenía un trabajo que le importaba, y era mantener a
salvo a su hijo. Había fallado miserablemente. Todos los que amaba
murieron o desaparecieron. No podía proteger a nadie y ahora estaba solo.
Probablemente le serviría.
El reloj de pulsera de Robert vibró. Sintió un repentino y pequeño
aleteo de esperanza. Quizás el reloj tenía alguna información sobre el
paradero de Tyler. Tocó un mensaje de Freddy. Apareció un texto: ¿Por
qué no vas a los acantilados?

Robert se estremeció como si la temperatura de la habitación hubiera


bajado cuarenta grados. «Acantilado de los Suicidas». Sus propios
pensamientos se habían dirigido en esa dirección: sin Anna, sin Tyler, ¿qué
razón tenía para seguir viviendo?
Aparentemente, era tan inútil que incluso el juguete de un niño pensaba
que era un desperdicio de buenos órganos.
«Detente», pensó Robert. Tyler ni siquiera había desaparecido durante
ocho horas completas. Si todavía estaba vivo, Robert tendría que estar ahí
para él. No era mucho, pero era todo lo que Tyler tenía. Intentaría hacerlo
mejor, trataría de no fallarle a su hijo la próxima vez.
Miró la repisa de la chimenea donde había dejado al Compañero Freddy
cuando lo trajo de vuelta a la casa. Sabía que era ridículo, pero sentía que
el oso se estaba burlando de él. Juzgándolo. Robert no era una persona
supersticiosa, pero no podía evitar la sensación de que el juguete era de
alguna manera mala suerte. Lo agarró, sosteniéndolo entre el pulgar y el
índice como si fuera una rata muerta. Lo sacó afuera, levantó la tapa del
bote de basura y lo tiró adentro.
De vuelta en la casa, Robert volvió a sentarse en el sofá. Normalmente,
en este momento, estaría pensando en lo que él y Tyler podrían cenar. Por
lo general, los sábados preparaba algo simple: salchichas o sándwiches de
queso a la parrilla.
A veces pedía una pizza y veían una de las películas de las que le
encantaban a Tyler, de esas en las que los animales de dibujos animados
son heroicos. Robert deseaba poder ser heroico.
Su teléfono sonó. Respondió antes de que tuviera tiempo de sonar dos
veces.
—Sr. Stanton? Es la detective Ramírez.
—¿Lo encontraron? —El corazón de Robert latía con fuerza en su
pecho.
—Todavía no, señor, pero tenemos oficiales por toda la ciudad.
También utilizamos un perro que tiene un historial tremendo en lo que
respecta a la localización de personas desaparecidas. Sé que esto parece
una petición irregular, pero ¿tienes alguna prenda de vestir que pertenezca
a su hijo y que podamos darle al perro para que la olfatee? ¿Una camisa
sucia que este en el cesto de la ropa sucia, tal vez?
—Estoy seguro de que sí. —Robert siempre estaba atrasado en la
lavandería. Lo contó como uno de sus muchos defectos, pero en este caso,
tal vez podría ser útil.
—Bueno, si le parece bien, puedo ir a buscarla.
—Sí, por supuesto —dijo Robert, tratando de evitar que se le quebrara
la voz—. Cualquier cosa que pueda ayudar a encontrarlo está bien.
Una vez que hubo colgado el teléfono, Robert entró en la habitación de
Tyler. Miró la pequeña cama de Tyler y pensó en todas las noches en las
que había echado un vistazo a la habitación y había visto a Tyler allí,
durmiendo de esa manera profunda y pacífica en que sólo los niños
pequeños pueden dormir. Daría cualquier cosa por ver a Tyler tirado allí
ahora mismo.
Cualquier cosa.
Metió la mano en el cesto de la ropa sucia y sacó la camisa de rayas
azules y blancas que Tyler se había puesto el día anterior. Cuando la
levantó, le pareció increíblemente pequeña, como ropa de muñeca. Se llevó
la camiseta a la nariz e inhaló.
Suciedad del patio de recreo; jugo de manzana; un dulce aroma a heno
que él consideraba el olor de un niño pequeño. El olor de su pequeño.
Robert se sentó en la cama de Tyler, se tapó la cara con las manos y
sollozó.
Cuando la detective Ramírez llegó a recoger la camiseta, Robert se había
calmado un poco, pero sus ojos seguían enrojecidos e hinchados.
—Sé que esto es difícil —dijo la detective Ramírez—. Probablemente la
cosa más difícil por la que haya pasado. Pero le prometo que haremos todo
lo posible para encontrar a su pequeño. Intente descansar un poco, ¿de
acuerdo?
Después de que la oficial se fue, Robert se hundió de nuevo en el sofá
de la sala. Esto fue probablemente lo más difícil por lo que había pasado en
su vida, pero perder a Anna también había sido terriblemente duro. Sabía
que a todo el mundo le habían pasado cosas malas, pero ciertamente sentía
que había sufrido más de lo que le correspondía.
Su teléfono vibró. Hizo clic en el icono de mensaje. El texto decía: ¿Por
qué no vas a los acantilados?

La ira de Robert brilló al rojo vivo. Quizás no era tan loco pensar que
el oso lo estaba juzgando. Después de todo, lo estaba instando a suicidarse.
Bueno, no lo iba a permitir. Salió pisando fuerte hacia el cubo de la basura
donde había tirado la cosa.
Llevó al oso a la casa. De alguna manera le ponía menos nervioso tener
la cosa donde podía verla.
Esperaba no estar perdiendo la cabeza. Estaba bajo una cantidad
impensable de estrés, por supuesto, pero necesitaba mantener la calma
para Tyler.
Descansar. La detective Ramírez le dijo que descansara un poco. En
lugar de volver al sofá, Robert caminó por el pasillo hasta su dormitorio,
cargando al oso.
Dejó al oso en la cama. Al mirarlo, sintió tal oleada de odio por el
juguete que se le revolvió el estómago. Corrió al baño y vomitó en el
inodoro, aunque no salió mucho. No había comido desde el desayuno.
El desayuno parecía lejano. Todo había sido normal en el desayuno.
Todo había sido normal hasta que trajo al Compañero Freddy a la casa.
De vuelta en el dormitorio, Robert miró al oso ofensor. Echó el puño
hacia atrás y lo golpeó en la cara una y otra vez. Rápidamente se hizo
evidente que los golpes no eran del todo efectivos. La cara del oso se
hundiría cuando el puño de Robert hiciera contacto con él, pero luego
volvía a su lugar.
Robert no le estaba haciendo ningún daño, y lo único que quería, además
de traer a Tyler a casa sano y salvo, era dañar al oso.
Robert agarró al Compañero Freddy por la oreja y lo llevó escaleras
abajo. Fue a la cocina y recuperó la caja de fósforos que guardaba en un
estante alto en un armario fuera del alcance de Tyler. Llevó a Freddy afuera
al bote de basura y lo arrojó adentro. Encendió una cerilla y se la acercó al
oso, esperando que se incendiara.
El pie del oso ardió un poco pero se negó a estallar en llamas.
Probablemente fue tratado con algún producto químico, pensó Robert,
para hacerlo retardante de llamas.
Una característica de seguridad. Bueno, él pondría fin a eso. Agarró la
botella de líquido para encendedor que tenía cerca de la parrilla.
Robert roció al oso con líquido para encender. Luego encendió otra
cerilla y la arrojó a la basura. Compañero Freddy estalló en un satisfactorio
zumbido de llamas. Robert lo vio arder durante unos minutos, luego usó
su manguera de jardín para apagar el fuego. No quería quemar
accidentalmente toda la casa.
Una vez que el fuego se extinguió, sintió un poco de alivio. Sabía que no
tenía ningún sentido lógico, pero aún sentía que destruir al oso ayudaría de
alguna manera a encontrar a Tyler.
Por lo menos no habría una voz que siguiera diciéndole que se suicidara.
Ahora podía descansar, tal como le había ordenado la oficial Ramírez.
Después de asegurarse de que se extinguiera lo último del fuego, regresó
a su dormitorio, se quitó la ropa y se metió bajo las mantas. Estaba bastante
seguro de que no había forma de que se fuera a dormir, pero aun así era
un alivio acostarse. Estaba tan exhausto que cada hueso y músculo de su
cuerpo se sentía pesado como el plomo. No perdió el conocimiento, sino
que permaneció tumbado en una especie de estupor, con los ojos abiertos
pero sin ver realmente.
La vibración del reloj de pulsera sorprendió a Robert.
Pero eso era imposible. Había destruido al oso. Ya no podía enviarle
mensajes. Quizás realmente estaba dormido y esto era un sueño. ¿No sería
maravilloso si todo esto hubiera sido un sueño realmente malo?
Robert se abofeteó la cara y sintió el escozor. No estaba soñando.
Levantó el brazo y miró el reloj. Un mensaje de Freddy estaba
parpadeando. Con una mano temblorosa, tocó el icono. ¿Por qué no vas
a los acantilados?

—¡No! —gritó Robert, tapándose los oídos con las manos—. ¡No! ¡Esto
es imposible! ¡El oso es prácticamente cenizas ahora! Todavía no puede
estar diciéndome que me mate. ¡No puede decirme nada!
Robert salió corriendo y levantó la tapa del cubo de la basura. El muñeco
Freddy estaba carbonizado, pero seguía sonriendo. Metió la mano dentro
de la lata y lo sacó. El oso apestaba a humo y líquido para encender y estaba
chamuscado y ennegrecido en algunos lugares, pero aún estaba intacto.
Robert sabía que había pasado demasiado tiempo sin la compañía de un
adulto desde que Anna murió y, a veces, se sentía tan triste y solo que se
preguntaba si debería ver a un terapeuta. Pero ahora, al parecer, se había
movido más allá de la necesidad de hablar con un profesional afectuoso. El
trauma de perder a Tyler después de perder a Anna le había hecho perder
algo más: su mente.
Pero había destruido al oso. Sabía lo que había visto.
Cuando Robert vio por primera vez al oso en la tienda, pensó que era
lindo, un lindo y tierno amigo para su pequeño. Pero ahora la encantadora
sonrisa del oso parecía malévola. Sus cejas negras parecían inclinarse hacia
abajo en una clásica representación de dibujos animados del mal. Ahora
todo estaba claro: Robert había traído al oso a la casa y Tyler había
desaparecido. La desaparición de Tyler era culpa del oso.
El oso no podía seguir existiendo. Robert sacó las llaves del coche del
bolsillo. Colocó al oso en el camino directo de la llanta delantera izquierda
de su automóvil, y luego se subió al automóvil y lo puso en marcha. Sólo
sintió una ligera resistencia mientras conducía sobre el oso, luego puso el
auto en reversa y retrocedió sobre él. Luego lo pasó por encima por última
vez, dejando el cuerpo del oso atrapado debajo del neumático, un
panqueque peludo de Freddy.
Al volver al interior de la casa, escuchó sonar su teléfono. ¿Cómo pudo
ser tan estúpido como para dejar su teléfono adentro? Este fue el tipo
exacto de estupidez que hizo que secuestraran a Tyler en primer lugar.
Corrió a contestar.
—¿Sí? —jadeó, sin aliento.
—Señor Stanton, es la detective Ramírez. ¿Está bien?
Era una pregunta tan absurda que casi se rio. Por supuesto que no estaba
bien. Su hijo había desaparecido y acababa de pasar los últimos cinco
minutos atropellando intencionalmente el juguete de peluche favorito de
ese niño. Estas no eran las acciones de una persona que estaba bien.
Decidió que su pregunta no merecía una respuesta. En cambio, hizo la única
pregunta que importaba—: ¿Lo encontraron?
—Todavía no, señor Stanton, pero quería informarle que el perro tiene
su olor ahora y lo está buscando. También tenemos los números de placa
de cada camioneta blanca en el área metropolitana, y las estamos revisando
para ver si alguno de los propietarios tiene un historial de actividad
criminal. Estamos trabajando duro para encontrar a su niño. Lo llamaré por
la mañana para ponerlo al día.
Parecía que faltaran años para la mañana. ¿Cómo iba a llegar hasta la
mañana sin Tyler, sin siquiera información sobre Tyler?
—¿Hay algo que deba estar haciendo?
—Manténgase cerca del teléfono. Descanse un poco. Ore, si es del tipo
que ora. Y mantenga la esperanza.
—Gracias —dijo Robert. Pero en realidad, aparte de destruir al oso, no
había nada que pudiera hacer. Era un caso indefenso y desesperado.
Justo cuando colgó el teléfono, su reloj de pulsera vibró.
—¿Cómo? —gritó—. ¿Cómo?
Sabía lo que iba a decir, y estuvo muy tentado de atropellarlo como al
oso, pero todavía había una pequeña posibilidad, ¿no? De que el reloj
pudiera tener alguna conexión con Tyler, de que pudiera ayudar a
localizarlo de alguna manera. Apretó los dientes y pulsó Un mensaje de
Freddy.
¿Por qué no vas a los acantilados?

Robert, destrozado, cayó de rodillas y lloró.


Cuanto más le decía el oso que fuera a los acantilados, más le parecía el
suicidio como un grato alivio de su dolor. Seguro, sería aterrador estar
parado en el borde, mirando las rocas irregulares de abajo y dispuesto a
saltar. Pero la caída sería tan rápida que no tendría tiempo para pensar o
sentir nada, y la fuerza con la que se estrellaría contra las rocas sería tan
fuerte que moriría instantáneamente. Incluso si hubiera algo de dolor físico,
todavía dolería menos que el dolor emocional que lo estaba destrozando.
Sin Anna y Tyler, ¿qué razón tenía para vivir?
Si iba a los acantilados, podría unirse a Anna en la muerte. Tal vez incluso
existía la posibilidad de que la volviera a ver en algún otro plano espiritual.
Y, por supuesto, era posible que a Tyler también…
Este pensamiento fue tan horrible que envió a Robert corriendo al baño
para vomitar el contenido inexistente de su estómago. Se inclinó sobre el
inodoro, vomitando y sollozando. «Mi pequeño, mi pequeño», eran las
palabras que jugaban en un bucle en su cabeza. Tiró de la cadena del
inodoro y se enderezó. Se miró en el espejo y se sorprendió por lo que
vio.
Parecía haber envejecido diez años en un solo día. Su tez era gris y sus
ojos estaban hinchados e inyectados en sangre. Su rostro estaba surcado
de lágrimas y mocos. Siguiendo un impulso, abrió el grifo de la ducha.
Quizás pararse bajo el chorro de agua lo calmaría un poco, aflojaría los
dolorosos nudos en sus hombros.
Se desnudó y entró en el cubículo. Dejando que los calientes chorros
de agua golpearan su cuello y hombros, sintió que su mente exhausta
comenzaba a divagar.
El primer cumpleaños de Tyler. Sabiendo la alegría que sienten los niños
de un año con la destrucción, Robert le había regalado a Tyler un “pastel
aplastante” uno especial que podía destruir, además de un pastel de
cumpleaños más grande que Robert podía cortar y servir. Tyler estaba
sentado en su silla alta, con un sombrero de cumpleaños de papel cónico.
Cuando le pusieron el pastel, se rio de alegría e inmediatamente le clavó
ambos puños. Metió los puños en el pastel una y otra vez, y finalmente le
dio a una de sus manos cubiertas de glaseado una lamida experimental. Al
parecer, le gustó lo que había descubierto, se sumergió en el pastel con la
cara primero, saliendo con la boca y la cara llena de glaseado.
Robert lo había filmado todo, riendo.
Robert había estado tan feliz ese día. Había pensado en cómo ese día
era el primero de muchos cumpleaños felices para su hijo, el primero de
muchos cumpleaños que él y Tyler celebrarían juntos.
Se había equivocado.
Las palabras de Freddy resonaron en su cabeza. «¿Por qué no vas a los
acantilados?»
Dos años antes de la fiesta de cumpleaños. El primer aniversario de
Robert y Anna. Se suponía que el regalo oficial para el primer aniversario
de bodas era papel. Robert había sacado un libro de origami de la biblioteca
y, después de muchos fracasos y frustraciones, había aprendido a hacer
grullas de origami. Durante semanas, pasó cada minuto libre que tenía
doblando trozos de papel en grullas. La noche de su aniversario, habían ido
a su restaurante de sushi favorito, y Robert le había regalado a Anna una
caja de cien grullas de origami, una grulla, dijo, por cada año de felicidad
que tendrían juntos.
Robert había sabido de manera realista que él y Anna posiblemente no
podrían pasar cien años juntos. Pero en sus pesadillas más oscuras, nunca
hubiera soñado que sólo les quedaba un año. ¿Estaban algunas personas
condenadas a perder a todos sus seres queridos? ¿O era sólo la maldición
personal de Robert?
Esas palabras de nuevo: «¿Por qué no vas a los acantilados?»
Robert se quedó bajo la ducha hasta que el agua se enfrió y empezó a
temblar. Cerró el grifo y agarró una toalla. Se secó y se puso la bata de
baño, pero todavía temblaba, no sólo de frío sino de tristeza y miedo.
¿Cómo podía el oso seguir amenazándolo? ¿No lo había destruido?
Robert recordó la línea de la descripción en el empaque del juguete:
Compañero Freddy es el oso que siempre está ahí.
Robert se puso una camiseta vieja y un par de pantalones cortos, luego
tomó unas tijeras del mueble del baño. Salió corriendo de la casa y entró
en el camino de entrada. Sacó el muñeco de debajo de la llanta de su auto,
lo colocó de espaldas sobre el capó del auto y lo apuñaló una y otra y otra
vez donde estaría su corazón. Si tuviera corazón.
—¿Qué tengo que hacer para que te vayas? —gritó Robert mientras
seguía apuñalando al osito—. ¿Por qué no te mueres? ¡Ni siquiera se
supone que estés vivo! —El pecho del oso fue cortado en cintas. Trozos
de relleno se asomaban entre las lágrimas.
Robert estaba debatiendo arrancar el relleno cuando su reloj de pulsera
vibró.
Sabía qué esperar. Sabía que sería horrible. Pero el pequeño aleteo de
esperanza de algún lugar dentro de él susurró:
—¿Y si…? ¿Y si son noticias sobre Tyler? ¿Y si puedo salvarlo?
Respiró hondo y marcó Un mensaje de Freddy.
¿Por qué no vas a los acantilados?

¿Por qué no vas a los acantilados?

¿Por qué no vas a los acantilados?

—¿Por qué no–


Robert arrancó el reloj y lo arrojó contra el pavimento, rompiéndolo.
Finalmente, todo se quedó en silencio.
Cogió al oso y lo miró a los ojos vacíos y saltones. Toda su rabia, todo
su dolor se había convertido en un entumecimiento que de alguna manera
era aún peor.
—Bien —le dijo al oso, sintiéndose más emocionalmente agotado de lo
que nunca se había sentido—. Iremos juntos a los acantilados.
«Es lo único lógico que se puede hacer».
Robert estaba vacío. Era un caparazón, como una casa que se había
quemado de tal manera que todo su interior quedó destruido. Puede que
no se vea tan mal desde el exterior, pero en realidad, no quedaba nada que
salvar. Era hora de traer la bola de demolición. La demolición final era sólo
una formalidad.
Cogió al oso y entró en la casa. En la cocina, llenó el tazón de comida
del gato hasta que se desbordó y sacó un tazón extra de agua. Eso debería
detener a Bartholomew hasta que la policía descubriera el cuerpo de
Robert y viniera a registrar la casa.
La policía podría entregar al gato al refugio de animales y el refugio
podría encontrarle un nuevo hogar. De todos modos, nunca le había
gustado Robert.
Robert jugó brevemente con la idea de dejar una nota, pero ¿quién la
leería?
¿A quién le importaría? Si le quedara alguien a quien escribirle una nota,
no iría a los acantilados en primer lugar. Agarró al oso y salió por la puerta
principal, dejándola sin llave para facilitar las cosas a la policía cuando
llegaran para investigar.
Con Compañero Freddy en la mano, caminó hacia los acantilados. El
cielo nocturno estaba cambiando de negro a gris temprano en la mañana.
Un vecino cuyo nombre Robert no recordaba ya estaba listo para su
carrera matutina. Redujo la velocidad cuando vio a Robert y comenzó a
trotar en el lugar.
—¿Alguna noticia sobre su hijo? —preguntó el hombre. La máquina de
chismes del vecindario aparentemente funcionaba con la misma eficacia que
de costumbre.
Robert no se atrevió a hablar, así que negó con la cabeza.
—Estoy seguro de que está bien —dijo el hombre, que Robert sabía
que era una mentira. ¿Cómo podía estar tan seguro este hombre cuando
la policía ni siquiera tenía información?— Avísame si necesitas algo.
Robert sabía que el hombre tenía buenas intenciones, pero en realidad,
“Avísame si necesitas algo” era algo absurdo que decirle a alguien en la
situación de Robert. «Necesito a mi hijo de vuelta. Pero como el universo
es demasiado cruel para permitirme tener eso, necesito saltar de los
acantilados. Si no puede ayudarme con ninguna de estas cosas, entonces
no me será de ninguna utilidad. Adiós».
El hombre continuó su carrera y Robert comenzó a correr en la
dirección opuesta. Pero Robert no se movía como un hombre que hace
ejercicio. Corría como un hombre perseguido por demonios.
Corrió hasta llegar a los acantilados. Se dirigió directamente al que todo
el mundo llamaba Acantilado de los Suicidas, todavía sosteniendo a su
pequeño enemigo de peluche. Cuando se paró en la cima y miró hacia el
suelo rocoso muy por debajo, sintió como si su estómago se hundiera en
sus zapatos. Siempre había tenido miedo a las alturas, pero siempre lo había
considerado un miedo sensato. No era una locura tener miedo de algo que
realmente podría matarte. Y ahora, aunque la muerte era su objetivo,
todavía sentía miedo cuando miraba hacia abajo.
Robert levantó el osito de peluche y lo miró fijamente.
—Esto es lo que quieres, ¿verdad? —preguntó.
Los ojos de Robert se llenaron de lágrimas al pensar en Anna muriendo
en la mesa de operaciones durante lo que debería haber sido la ocasión
más feliz de su vida, el nacimiento de su hijo. Ella nunca hubiera optado por
abandonar tan pronto la vida.
Tampoco habría querido que Robert lo hiciera, especialmente cuando,
a diferencia de ella, tenía una opción.
La vida que Robert había estado haciendo desde que Anna murió no era
realmente una vida. Anna tampoco hubiera querido eso para él. Ella no
hubiera querido que él dejara fuera a sus amigos y comiera pequeños
sándwiches tristes en su escritorio en el trabajo. Ella hubiera querido que
él saliera con sus compañeros de trabajo y comiera sushi a mitad de precio.
Ella hubiera querido que él disfrutara de la paternidad pero que también
disfrutara de la compañía de otros adultos. Anna había amado la vida y
había amado a Robert. Ella no hubiera querido que él se rindiera.
Y tampoco habría querido que se rindiera con Tyler, no cuando había
una pequeña esperanza de que pudiera estar vivo.
Pensó en Tyler cuando estiraba los brazos y decía—: Levántame, papá
—cuando se reía y decía—: ¡Papá, tonto! —o cuando jugaban a Tickle
Monster o al juego de rimas o leían libros juntos. Era fácil sentirse
abrumado por el estrés diario de la crianza de un hijo: el esfuerzo de
mantener a un niño limpio, alimentado y cuidado día tras día. Y era
innegable que la voluntad de un niño pequeño a menudo planteaba un
desafío formidable. Pero la verdad es que la mayor parte del tiempo que él
y Tyler pasaron juntos fue genial. No lo cambiaría por nada.
Si hubiera una pequeña posibilidad de que pudiera escuchar la voz de su
pequeño de nuevo… Robert levantó al despreciado oso y lo miró a los
ojos vacíos. Echó el brazo hacia atrás y lanzó el muñeco tan fuerte como
pudo por el borde del acantilado. Saltó por encima de la cornisa desafiando
lo que el malvado juguete casi le había obligado a hacer. De lo que casi
había dejado que el juguete le hiciera hacer.
—¡Tyler no querría que lo hiciera! —gritó Robert después de que el
oso cayera en picado a las rocas de abajo. Su voz hizo eco -era era era- en
el cañón.
Robert miró hacia las rocas de abajo, pero también hacia el cielo, donde
el amanecer había vuelto las nubes de un rosa rosado, el color de un
vestido que Anna solía usar. Él siempre le decía que el vestido sacaba lo
rosa de sus mejillas.
Anna había querido vivir. «Tyler, por favor que siga vivo», pensó Robert,
quería vivir. Los dos también querrían que Robert viviera.
Robert miró hacia el suelo rocoso debajo de él y luego hacia las nubes
rosadas sobre él. La vida era dura, pero también podía ser hermosa. Las
dos personas que más amaba en el mundo no querrían que perdiera eso
de vista.
Cuando salió el sol, Robert escuchó el canto de los pájaros temprano
en la mañana y el grito de algún animal pequeño que no pudo identificar.
¿El maullido de un gatito, tal vez?
Los gritos venían de debajo de él en uno de los muchos agujeros que
habían creado cavernas en miniatura poco profundas en la pared rocosa.
Cuanto más escuchaba Robert los gritos, decidió que sonaban casi
humanos. ¿Podría ser–?
El corazón de Robert se sintió como si fuera a latir con fuerza fuera de
su pecho. Se dirigió a la parte inferior del acantilado. Tuvo que resistir la
peligrosa tentación de correr. Que vergonzoso sería eso, si hubiera
decidido vivir y luego se hubiera caído del acantilado por accidente. A
medida que se acercaba a las cavernas, los gritos se volvían más claros, un
lamento agudo que podía ser un animal herido pero también un niño
humano asustado.
Robert se paró frente a las aberturas en la pared rocosa, esperando ver
a su hijo y no a un animal herido que pudiera atacarlo por miedo.
—¡Tyler! —grito él—. Tyler, ¿eres tú?
—¡Papi! —La voz de Tyler, débil por el llanto, llegó desde el agujero
más cercano a Robert—. ¡Papi! ¡Papá, ven a buscarme!
El agujero no era lo suficientemente ancho para que los hombros de
Robert pasaran por él.
—No puedo caber en ese agujero, amigo. Vas a tener que venir a mí.
¡Ven hacia mi voz! ¡Puedes hacerlo!
Pudo escuchar un ruido en el agujero y luego, en lo que no pudo haber
sido más de un minuto, Tyler asomó la cabeza por la abertura rocosa como
una especie de criatura del bosque. Extendió los brazos y Robert lo levantó
y lo abrazó. Tyler estaba sucio y sudoroso después de pasar la noche en
las cavernas, pero para Robert, todavía olía más dulce que cualquier otra
cosa en el mundo.
—Me asustaste hasta la muerte —dijo Robert, abrazando a Tyler—.
¿Por qué diablos te escapaste así?
—Vi un perrito —dijo Tyler como si fuera la respuesta más lógica del
mundo.
—¿Entonces trataste de seguir al perrito y te perdiste?
—UH-Huh. —Tyler apoyó la cabeza en el hombro de Robert.
—Bueno, eso fue realmente peligroso, amigo. Nunca debes salir del
patio a menos que yo esté contigo. Prométeme que nunca volverás a hacer
eso.
—Está bien, papá —dijo Tyler. Robert esperaba que lo dijera en serio.
—Bien. Vamos a casa.
—Sí, llévame —dijo Tyler, y Robert pudo escuchar el cansancio en su
voz.
—Está bien, amigo. —Robert también estaba cansado, pero ahora que
había encontrado a su hijo, sentía que tenía la fuerza para llevarlo por un
millón de millas.
Mientras Robert se alejaba con cuidado del Acantilado de los Suicidas,
Tyler dijo—: ¿Papá?
—¿Sí, amigo?
—Estoy sediento.
—Apuesto que lo estás. Te daré un gran vaso de agua tan pronto como
lleguemos a casa.
—¿Y puedo comer mantequilla de maní?
—Seguro. —Robert sabía que el niño debía estar hambriento. No había
comido desde el desayuno del día anterior. Robert estaba feliz de tener la
oportunidad de volver a hacerle a Tyler su bocadillo favorito, plátanos en
rodajas con mantequilla de maní para mojarlos. A los niños pequeños les
gustaba comer cosas que podían sumergir en otras cosas—. Y haré mi
macarrones con queso especiales para la cena, ¿de acuerdo?
—¡Sí! ¡Delicioso!
Honestamente, los macarrones con queso de Robert no eran nada
especial, sólo una mezcla de una caja azul. Pero sería especial porque Tyler
había regresado y estaba ileso y se lo comerían juntos. De ahora en
adelante, todo su tiempo juntos sería especial.
A Robert se le ocurrió una idea cuando llegaron a los acantilados más
bajos.
—Espera un segundo, amigo. Quiero ver algo. —Sin acercarse
demasiado al borde, Robert miró hacia abajo en la dirección en la que había
lanzado a Compañero Freddy.
El osito no estaba a la vista.
—¿Qué ves, papá? —preguntó Tyler.
—Nada, amigo. Pero mira lo bonito que es el cielo. Tu mami solía tener
un vestido del color de esas nubes. —Decidió que ya no guardaría silencio
sobre Anna. Tyler necesitaba oír hablar de su madre, al igual que Robert
necesitaba hablar de ella. Si hablaban de ella, si pensaban en ella, habría una
manera en la que todavía estaría con ellos.
—Mami bonita —dijo Tyler.
—Sí, lo era. ¿Te gustaría ver algunas fotos de tu mamá?
—¡Sí!
Robert decidió que al día siguiente sacaría las fotos de Anna desde el
ático. Podría poner unas pocas en la repisa de la chimenea de la sala de
estar y tal vez una también en la habitación de Tyler.
—Lo haremos mañana entonces —dijo Robert—. Y también puedo
contarte algunas historias sobre ella. Tu mami era muy bonita, inteligente
y agradable.
—Papá también es agradable —dijo Tyler.
Fue un gran cumplido de un niño de dos años.
—Gracias amigo. Te quiero —le dijo Robert, sosteniendo a Tyler con
seguridad mientras caminaba cada vez más lejos de los acantilados.
—Te quiero papá.
—Yo también te quiero, amigo. —Robert dejó a Tyler en el suelo. Tyler
deslizó su mano en la de su papá y caminaron juntos hacia casa.
— L o. Odio. —Susurró Reed con los dientes apretados.

Desde el otro lado del pasillo de escritorios, Shelly se sopló largos


flequillos oscuros de la frente, miró la parte posterior de la cabeza de Julius
y luego puso los ojos en blanco hacia Reed.
—Dime algo que no sepa.
Reed la miró de reojo.
—Sólo digo.
Julius, como siempre, había estado presumiendo de sus talentos, y luego
había empezado a quejarse. Era típico de Julius. O bien le decía a todo el
mundo que era mejor que ellos, o bien intentaba culpar de su problema a
otra persona. Con demasiada frecuencia, Reed había estado en el extremo
receptor de esa culpa, junto con el acoso físico que lo acompañaba.
—Tienes que ignorarlo —le dijo Shelly.
—Como si pudiera —siseó Reed—. Es el más grande–
—¿Tenías algo que agregar a las observaciones de Julius? —La Sra.
Billings le preguntó a Reed.
La Sra. Billings era la profesora perfecta para esta clase: pequeña y
compacta, un rostro sencillo generalmente carente de emoción. La
directora de su clase de robótica se movía con movimientos espasmódicos
y precisos que habían provocado más de una conversación sobre si ella
misma era un robot avanzado.
La primera semana de clase, el hermano gemelo de Shelly (y el otro
mejor amigo de Reed), Pickle, había planteado—: ¿Quién mejor para
enseñar robótica que la IA? —Pickle estaba convencido de que la Sra.
Billings era un androide. Durante semanas, había estado ideando un plan
para probar su hipótesis. Porque, hasta ahora, el plan implicaba cortar a la
Sra. Billings, Shelly no dejaría que Pickle siguiera adelante. Por lo tanto, lo
que había debajo de la piel pálida de la maestra seguía siendo un misterio.
Reed inclinó su silla hacia adelante y se sentó con la espalda recta en su
escritorio. En respuesta a la pregunta de la Sra. Billing, dijo—: Um, ¿no?
Reed no podía agregar nada a las observaciones de Julius porque no las
había escuchado. Todo lo que escuchó cuando Julius habló fue el fuerte
tañido nasal del idiota. De todos modos, Julius nunca dijo nada que
quisieras escuchar. Sólo hablaba con insultos, quejas o alardes.
La Sra. Billings dejó su fría mirada de ojos azules en Reed el tiempo
suficiente para que él comenzara a retorcerse antes de volver a centrar su
atención en la clase en su conjunto. Se quitó el largo y ondulado cabello
rubio de su hombro mientras hablaba.
—Así que hablemos de la preocupación de Julius. ¿Qué podría hacer
Dilbert para evitar que su control remoto afectara el exotraje de Julius?
Reed sabía que la discusión de la clase iba a ser una repetición de los
controles remotos de infrarrojos frente a los de RF, y como lo había
aburrido la primera vez, decidió no escuchar por segunda vez. Además, no
importaría cuánto escuchara. En este punto del semestre, sabía que iba a
fallar y quemar en su proyecto a pesar de que aprendiera o no.
Reed miró el exoesqueleto de tamaño mediano, parcialmente
construido, sentado en su escritorio. Había estado trabajando en ello
desde que la Sra. Billings asignó su proyecto del semestre de primavera,
pero parecía que acababa de comenzar porque parecía haber perdido
demasiada información pertinente en las conferencias de la clase. Había
intentado usar el libro de texto para ayudarse a completar los espacios en
blanco, pero no lo entendía del todo.
Cuando la Sra. Billings introdujo por primera vez el concepto de
exoesqueletos, los definió como “marcos toscos que se pueden unir a
otras cosas para mayor movilidad”. Luego explicó cómo se podría ampliar
si las fuentes de energía de los marcos pudieran agregar suficiente
funcionalidad para controlar al usuario. Eso es lo que le dio su gran idea de
proyecto. Tenía la intención de hacer algo que se ajustara a la
extremadamente molesta muñeca de su hermana pequeña Alexa. Pensó
que sería genial hacer que el muñequito asustara a su hermana, una clásica
broma fraternal. Pero su visión, en este punto, no era probable que se
hiciera realidad.
Shelly y Pickle tenían sus proyectos a mitad de camino antes de que
Reed hubiera superado siquiera una décima parte del suyo. Y ahora ambos
estaban terminados, un par de semanas antes de la fecha límite del
proyecto.
Es cierto que el robot de Pickle era insignificante, del tamaño de un
pequeño automóvil controlado a distancia, sólo un pequeño esqueleto
metálico vagamente con forma de hombre sin mucha personalidad. El
robot de Pickle no era mucho para mirar, pero su robot tenía habilidades
locas. Con su control remoto personalizado trucado, prácticamente podría
hacer que la cosa bailara. El robot de Shelly era similar, pero con forma de
perro en lugar de hombre.
Era aproximadamente del tamaño de su labrador, Thales, que recibió su
nombre de un hombre que Shelly dijo que fue el primer científico. Viviendo
entre el 624 a. C. y el 545 a. C., “Tales de Mileto” era un tipo griego antiguo
que hacía muchas cosas científicas y matemáticas. Reed podía recordar el
nombre del tipo y cuándo vivía, pero por alguna razón no podía recordar
nada de lo que Shelly había dicho que el tipo hizo. No es que nada de eso
importara. Lo que importaba era que se suponía que el robot de Shelly
imitaba a un perro que se portaba bien y, por lo que Reed podía decir,
probablemente podría ganar una exposición canina con esa cosa. Iba a sacar
una A, como siempre.
¿Por qué dejó que los gemelos lo convencieran de tomar esta clase de
todos modos? Claro, eran sus mejores amigos, pero eso no lo convertía
en un nerd científico como ellos. Reed estaba interesado en las
computadoras, pero no en su relación con la robótica. Quería combinar
su amor por la ficción con su aptitud para la programación para convertirse
en diseñador de juegos. No era ingeniero y apestaba construir cosas. Shelly
y Pickle lo sabían. Después de todo, Shelly era la que no podía dejar pasar
un año sin recordarle su completa ineptitud que se remontaba a los
bloques de construcción con los que habían jugado cuando tenían cinco
años. Ahora eran estudiantes de primer año y, sin embargo, Shelly se rio
de cada modelo científico y diorama de eventos históricos que se les
asignó. Cada uno de los esfuerzos de construcción de Reed le recordaba
la “cabaña de troncos” que Reed había construido a los cinco años, una
cabaña que se parecía menos a una cabaña y más a las secuelas de una
explosión. Pero a pesar de esas bromas afables, sabía que Shelly no lo había
convencido de entrar en esta clase sólo para poder reírse de él. Y en
cuanto a Pickle, no estaba demasiado interesado en las deficiencias de los
demás como para orquestar la humillación de Reed.
—Es divertido cuando tomamos clases juntos —le había dicho Shelly a
Reed cuando se inscribió.
Pickle había gruñido lo que podría haber sido acuerdo o desinterés
evasivo.
La verdad era que Reed haría casi cualquier cosa que Shelly quisiera que
él hiciera. Eran amigos, y habían sido amigos durante demasiado tiempo
para que ella pensara en él como algo más que un amigo. Pero pasó más
tiempo del que jamás admitiría pensando en cómo sería si él y Shelly fueran
más que amigos. Pero después de casi diez años, la idea seguía siendo lo
que su padre llamaría un “castillo en el cielo”.
Pero tal vez no lo era. A veces, cuando hablaba con Shelly, ella lo miraba
con algo parecido a admiración, como si lo estuviera considerando bajo
una luz diferente.
Por ejemplo, el tópico del castillo en el cielo. Un día, cuando Reed,
Pickle y Shelly bajaban del autobús, Shelly hablaba de que quería algo
"imposible". Reed había visto unas nubes que parecían exactamente un
castillo.
Señaló las nubes en forma de castillo y le dijo a Shelly—: Mira, un castillo
en el cielo. Eso significa que los sueños imposibles pueden suceder, incluso
si es en otra dimensión. —Sólo estaba jugando. Pero Shelly dijo—: En
realidad, tienes razón. —Y ella lo miró con los ojos entrecerrados como
si de repente se hubiera vuelto interesante.
Reed miró a Shelly ahora. Con su atención en la Sra. Billings, Shelly
estaba mordiendo las puntas de su espeso cabello negro. Lo usaba con un
estilo meticuloso hasta la barbilla, que ponía los extremos al nivel de la
boca. Siempre se mordía el pelo cuando se concentraba. Era una de las
pocas pequeñas imperfecciones que notó en ella, y al igual que todas sus
otras imperfecciones, era irremediablemente encantadora.
No, no creía que Shelly y Pickle quisieran que se humillara para
divertirse. Eso era malo, y ellos no lo eran. Tal vez a veces eran un poco
desconsiderados, porque se concentraban en sus libros y proyectos y se
olvidaban de actuar como chicos normales, pero no eran malos.
Julius, era malo.
Reed lanzó una mirada sucia a las ingeniosas ondas rubias que caían en
cascada por la parte posterior de la cabeza de Julius. Shelly le dijo una vez
a Reed que el cabello de Julius era “de ensueño” a pesar de que admitió
que su personalidad estaba en algún lugar entre detestable y execrable.
La última palabra, entre otras, le enseñó a Reed a no volver a comprarle
un calendario con la palabra del día para su cumpleaños.
—¿Por qué tiene que usar un control remoto de radiofrecuencia? —se
quejó Julius a la Sra. Billings—. No quiero que su estúpido control remoto
le diga a mi exoesqueleto qué hacer.
«Mis oídos», pensó Reed. Cuando Julius gimió, su voz subió una octava
y sonó como una comadreja asustada con un resfriado. «¿A quién le
importa el pelo de ensueño? Me hace sentir náuseas. ¿Y a quién le importa
que Julius ses alto y musculoso, y que las chicas superficiales que califican a
los chicos por su apariencia y/o dinero en lugar de por su carácter piensen
que es un semental?» La voz de Julius les dijo a los oyentes todo lo que
necesitaban saber sobre él: era una comadreja llorona que actuaba como
un idiota para que la gente no se diera cuenta de que era una comadreja
llorona.
Toda la ropa cara que llevaba Julius tampoco cubría su identidad de
comadreja esencial. Ninguna cantidad de jeans negros ajustados, zapatos
de baloncesto de un millón de dólares, camisas de diseñador o bufandas de
cachemira podría disfrazar a una verdadera comadreja.
Reed miró el pie de metal que colgaba del desgarbado exoesqueleto de
Julius, que colgaba del lado derecho del escritorio de Julius. El proyecto de
Julius era un “traje” esquelético que tenía la intención de usar. Una
colección de armazones de metal unidos a “articulaciones” mecánicas en
los hombros, codos, caderas y rodillas, el exotraje de Julius tenía correas
de cuero y abrazaderas de metal que mantendrían el artilugio en su lugar
en el cuerpo de Julius. Se había jactado de que lo haría aún más rápido y
fuerte de lo que ya era. O lo que sea.
Reed pensó que los exotrajes se parecían un poco a un andamio, lo que
una raza de personas diminutas podría crear y adherirse a un cuerpo
humano para poder trepar y repararlo. Reed deseaba que el traje de Julius
fuera un andamio y hubiera una raza de personas diminutas que pudieran
arreglar a Julius, quien ciertamente necesitaba reparación.
—¿Dilbert? —dijo la Sra. Billings. Pickle miró hacia arriba, su verdadero
nombre era Dilbert, pero su familia y amigos cercanos lo llamaban Pickle,
por una obra de teatro de Dill.
—¿Puedes explicarle a la clase tu razonamiento para usar un control
remoto de radiofrecuencia?
—Seguro. Pero no sólo estoy usando un control remoto de
radiofrecuencia. Estoy usando la radiofrecuencia como un extensor de
infrarrojos. Quiero que mi control remoto sea efectivo a través de las
paredes. —Pickle resopló—. No creo que el problema sea mi control
remoto de todos modos. He logrado mi objetivo con mi control remoto.
Si no ha logrado su objetivo, ¿no le corresponde a él hacer ajustes? ¿Por
qué no instala un filtro RFI en su ruta de señal? O podría cambiar su
frecuencia. O podría comprobar sus macros. Puede que los tenga
programados demasiado cerca de los míos.
Pickle volvió a olfatear. No estaba resfriado; simplemente era un
olfateador perpetuo.
Bajito y moreno como su hermana gemela, Pickle desafortunadamente
no consiguió el aspecto de su hermana. Shelly era realmente bonita. Era
sólo que nadie, aparte de Reed, parecía notarlo porque ella era muy
intensa. O tal vez tenía que ver con las camisas holgadas con botones que
siempre usaba con sus jeans.
Pickle, por otro lado, nunca se llamaría bonito. Con ojos inusualmente
hundidos y una uniceja casi negra, una nariz larga y una boca extrañamente
pequeña llena de dientes torcidos, la apariencia de Pickle no iba a abrirle
puertas. Iba a tener que confiar en su inteligencia para seguir adelante en
la vida. Afortunadamente, tenía mucho de eso.
Pickle miró a Julius con los ojos entrecerrados para asestarle el golpe
mortal.
—Incluso podría haber robado mis macros.
—¡No lo hice! —estalló Julius. El sonido salió como una mezcla entre
un bocinazo y un chillido.
La Sra. Billings presionó un botón en su propio control remoto, un
control remoto que controlaba al menos una docena de creaciones
robóticas en la habitación. Los brazos robóticos unidos a un mono que
sostenía platillos arrojaron los platillos y los volvieron a romper. El sonido
metálico creó un silencio en el aula.
Julius se cruzó de brazos y se enfurruñó, pero ya no lloriqueó.
Todos los demás estaban quietos.
Después de cinco segundos, la Sra. Billings dijo con calma en su tono
plano y uniforme—: Dilbert hace excelentes puntos, Julius. Te sugiero que
intentes implementar algunas estrategias de modificación por tu cuenta. La
robótica exitosa no se trata de lograr que otros realicen cambios para que
su creación funcione correctamente. Vivimos en un mundo lleno de señales
de radiofrecuencia. Tendrás que resolver el problema utilizando las
técnicas y el conocimiento que has aprendido en esta clase.
Reed sonrió ante las orejas rojas de Julius.
Reed miró alrededor de la habitación para ver si alguien más disfrutaba
de la vergüenza de Julius tanto como él. Su mirada se posó en Leah, una
chica curvilínea con gafas redondas a quien Reed había admirado durante
gran parte del año. Nadie quiso hablar con ella, pero su comportamiento
feliz y su confianza en sí misma eran inquebrantables. Leah notó la mirada
de Reed y le guiñó un ojo. No estaba claro si el guiño era un disfrute
compartido de la incomodidad de Julius. Pero Reed le sonrió de todos
modos.
El resto de los quince alumnos de la clase no miraron ni a Julius ni a
Reed. Todos estaban jugando con sus proyectos o mirando a la Sra. Billings.
Cifras. Esta clase no era exactamente una muestra representativa del
estudiante de primer año normal.
A excepción de Julius, que era una extraña combinación de deportista,
cerebro y matón, todos los demás en la sala podrían haber estado en la
carrera por el Friki del año, si hubiera tal competencia. Había más anteojos,
malos cortes de pelo y ropa que no combinaba en esta habitación que en
el resto de la escuela junta.
La clase de robótica también podría llamarse “clase de inadaptados”.
—Ahora —dijo la Sra. Billings— ¿hay otras preguntas o quejas?
Nadie dijo una palabra. Nadie se movió.
—Bien. —La Sra. Billings se puso de pie y se acercó a la pizarra—.
Pasemos a una discusión más profunda sobre los actuadores. Entiendo que
algunos de ustedes están teniendo problemas allí. Entonces, ¿cuáles son los
cuatro tipos comunes de los que hablamos la semana pasada?
La mano de Shelly se disparó. Reed reprimió una sonrisa. Shelly nunca
se había encontrado con una pregunta que no quisiera responder y, por
alguna razón, él siempre disfrutaba al ver su pequeña mano cuadrada con
las uñas mordidas hasta la médula levantadas en el aire, vibrando de
entusiasmo. Su entusiasmo era audible a través de los brazaletes de cuentas
que le gustaba usar; chocaron juntos mientras ella esperaba que la Sra.
Billings la llamara.
—¿Sí, Shelly?
—Motores eléctricos, solenoides, sistemas hidráulicos y sistemas
neumáticos.
—Excelente. —Mientras escribía la respuesta de Shelly en la pizarra con
su mano derecha, la Sra. Billings presionó otro botón en el control remoto
en su mano izquierda. Un pequeño esqueleto en forma de araña trepó por
la pared interior del aula y pegó una calcomanía en forma de bombilla en
la fila junto al nombre de Shelly, que estaba en una tabla enorme que incluía
todos los nombres de la clase. Shelly tenía más pegatinas que nadie. Reed
no tenía ninguna.
Reed se apartó del estúpido gráfico y miró por la ventana los diminutos
brotes de color verde pálido de los robles fuera de la escuela. Se preguntó
si podría ver que los cogollos se agrandaban si los miraba el tiempo
suficiente. Ver crecer los árboles tenía que ser más interesante que todo
esto.
Uno de los personajes robóticos de la Sra. Billing comenzó a marchar
arriba y abajo en cada fila entre los escritorios. El exoesqueleto tenía la
forma vaga de un caballo. Sus pies parecidos a cascos golpeaban el suelo de
linóleo gris mientras pasaba brincando junto a los sucios zapatos
deportivos de Reed. Reed estaba bastante seguro de que el robot estaba
modelando un ejemplo de actuador hidráulico. Pero tal vez era neumático.
Probablemente debería haber estado prestando más atención.
¿Cómo esperaba la Sra. Billing que alguien prestara atención en esta sala
llena de personajes animados, exoesqueletos y partes robóticas? Era una
sobrecarga sensorial, como tener clase en un circo. Además de eso, a pesar
de que la Sra. Billings usaba trajes de pantalón conservadores, obviamente
le encantaba el color rojo, que estaba salpicado por todas las paredes
institucionales de color amarillo pálido de la escuela en forma de enormes
carteles y una miríada de gráficos. Era una distracción.
Un trozo de papel arrugado aterrizó en el escritorio de Reed, junto a
su patético exoesqueleto. Parpadeó y miró a la Sra. Billings. Ella estaba de
espaldas a la clase, así que extendió el papel. Era una nota de Shelly: ¿Vienes
a casa con nosotros? ¡Larga sesión de tarea! seguido de una cara sonriente.
Shelly pensaba que las largas sesiones de tarea eran divertidas.
Miró a Shelly. Ella estaba mirando a la Sra. Billings, pero asintió con la
cabeza cuando Reed le dio un pulgar hacia arriba. No es que quisiera hacer
la tarea. Pero quería irse a casa con sus amigos. Y además, tenía que hacer
los deberes. Al menos cuando estudiaba con Shelly y Pickle, obtenía
mejores calificaciones.

☆☆☆
Tan pronto como la Sra. Billings despidió a la clase, Pickle agarró su
robot y se levantó de un salto. Hacía esto todos los días porque era la
última clase antes del almuerzo.
A Pickle le encantaba comer. Esa era la única otra cosa que tenía a su
favor: Pickle comía más que Shelly y Reed juntos, y no tenía mucha más
carne que su robot esquelético de metal. El chico tenía el metabolismo de
un colibrí.
Hoy, Pickle tenía una prisa aún mayor. Hoy era medio día de clases
porque todos los profesores tenían alguna conferencia a la que asistir. Las
actividades extraescolares habían sido canceladas. No habría autobuses
tardíos. El director había anunciado esa mañana que la escuela cerraría al
mediodía. Esto significaba que Pickle y, por supuesto, Shelly y Reed iban a
disfrutar de una tarde de excelentes bocadillos que la Sra. Girard les ofrecía
a los gemelos y su hermano pequeño, Ory, en días especiales como este.
Incluso en días normales, cosas como pizzas caseras, rollitos de huevo
vegetariano y sándwiches a la parrilla eran comidas típicas después de la
escuela en la casa Girard.
Pero en “días especiales”, la Sra. Girard se excedía.
Pickle, Shelly y su hermano pequeño, Ory, tenían mucha suerte. Su
mamá estaba en casa para prepararles comida caliente por la tarde y luego
otra gran comida más tarde por la noche. Reed tenía suerte si podía engullir
unos pretzels cuando tenía que irse a su casa vacía. Afortunadamente, solía
irse a casa con los gemelos. Si no lo hiciera, sería incluso más delgado de
lo que ya era.
Pickle comenzó a trotar por el pasillo hacia la puerta mientras Reed
tomaba su proyecto y trataba de averiguar cómo meterlo en su mochila.
No quitó los ojos de Pickle mientras doblaba y volvía a doblar los brazos
robóticos del proyecto, por lo que vio cuando Julius sacó el pie y tropezó
con Pickle.
Pickle, que no era el chico más coordinado de todos modos, perdió el
equilibrio y voló hacia el escritorio frente a Julius. La gran nariz de Pickle
marcaba el camino dondequiera que fuera su rostro, por lo que su nariz
recibió la peor parte del impacto cuando golpeó la esquina del escritorio.
La sangre brotó de las fosas nasales de Pickle cuando Julius soltó una risa
aguda.
La Sra. Billings, que había estado juntando una pila de libros y se estaba
preparando para salir de la habitación, no vio nada. Tampoco nadie más.
Todos estaban demasiado concentrados en el lugar al que iban. Incluso
Shelly tenía la cabeza gacha cuando colapsó su exoesqueleto del tamaño de
un perro en uno del tamaño de un cachorro. Esta era una parte
particularmente inteligente de su proyecto, pensó Reed. Ella le había dicho
que si podía descubrir cómo reducir el tamaño de Thales también, sin
lastimarlo, por supuesto, patentaría “perros plegables” y se convertiría en
multimillonaria.
Los músculos de Reed se tensaron mientras veía a su amigo tratar de
detener el chorro de sangre con una mano. Reed quería ayudar a Pickle, y
quería enfrentarse a Julius, pero sabía a dónde lo llevaría si se ponía en el
medio. Como si leyera la mente de Reed, Julius se volteó y sonrió.
Los caninos inusualmente puntiagudos de Julius parecían brillar bajo la
iluminación fluorescente del aula. No por primera vez, Reed fantaseó con
que Julius era un vampiro que podía ser vaporizado por una estaca en el
corazón.
Si Julius tuviera corazón.
Reed apretó los puños cuando Pickle salió corriendo de la habitación,
agarrando su robot con una mano y su nariz ensangrentada con la otra.
Antes de que Reed pudiera decirle a Shelly lo que acababa de suceder, se
puso en marcha y se apresuró a seguir a Pickle, gritando—: Pickle, espera.
Julius miró a Reed con el mal de ojo durante unos segundos más. Luego
se volvió para recoger su exoesqueleto flexible. Todos los demás salieron
de la habitación. Reed se demoró. Quería decirle algo a Julius. «¿Cómo
había llamado Shelly a Julius el otro día, cuando hablaban de él? Oh sí». Ella
había dicho que era un réprobo odioso e ignominioso. Reed repitió
mentalmente las palabras. Sonaban ridículas. Sólo Shelly podía salirse con
la suya diciendo algo así.
—¿Qué estás mirando? —le preguntó Julius a Reed.
Reed miró a su alrededor. Se dio cuenta de que él y Julius estaban solos
en la habitación. Odiaba que sus palmas hubieran comenzado a sudar y su
respiración se acelerara.
¿Por qué dejó que Julius lo alcanzara?
Julius dejó de intentar recoger su traje. En cambio, lo expuso con
cuidado. Le sonrió a Reed.
—Apuesto a que desearías poder construir algo como esto, ¿eh, idiota?
Reed no respondió. Quería recoger su mochila e irse, pero algo lo
mantuvo en la habitación. ¿Qué? No lo sabía. Seguro que no era la empresa
la que apestaba. No era la decoración, lo que le resultaba intimidante. Y no
era el olor, que era un cruce entre tiza y soldadura.
—Ni siquiera sé lo que estás haciendo en esta clase —se burló Julius—
. Quiero decir, tu pequeño amigo enano puede ser un mini friki, pero al
menos tiene algunas células cerebrales.
Y tu otra amiga, esa extraña chica que se masca el pelo, es una vaca
engreída, pero con un poco de maquillaje, no está mal de ver. Y ella
también tiene células cerebrales.
No tienes nada a tu favor. Eres un bicho raro y nada puede hacer que
merezca la pena mirarte. Y encima, eres todo aire ahí arriba, ¿no? —Julius
se inclinó hacia delante y pasó un dedo entre los ojos de Reed.
Reed apretó los puños y Julius se dio cuenta.
—¿Qué vas a hacer? ¿Pégame? ¿No viste lo que le hice a tu amigo
encurtido? —Julius se rio con su risa más allá de lo molesto—. Ni siquiera
tuve que mover un dedo. Acabo de mover el pie y ahora tiene la nariz
ensangrentada. Piensa en lo que podría hacerte sin esforzarme mucho.
Reed tragó. Julius acababa de llamar a Reed estúpido y feo. Y, sin
embargo, Reed seguía allí de pie como si no pudiera hablar.
Reed odiaba que lo llamaran estúpido y odiaba que lo llamaran feo.
Sí, Reed era un poco marginado. Cuando su madre murió, no había visto
el sentido de tratar de llevarse bien con nadie. Se había separado de sus
amigos, usando su dolor abrumador como cerca para erigir una barrera
entre él y el mundo. Sólo Pickle y Shelly se habían molestado en trepar la
barrera.
Y no, Reed no era muy atractivo. La verdad es que no era muy diferente
a Pickle en el departamento de apariencia. Flaco, con brazos inusualmente
largos, su pronunciada ceja y su mandíbula prominente le daban una
apariencia más simiesca de lo que quería admitir. Más de una vez, Julius lo
llamó “cara de mono” cuando era más joven.
Ahora que su padre le permitió dejar crecer su cabello castaño y rizado,
pudo disfrazar un poco sus rasgos de primate.
Si tan solo tuviera la fuerza de un simio.
Todavía quería decirle algo a Julius. «No, olvídate de decir algo». Quería
hacer algo. Pero no pudo.
¿Por qué pensó que las cosas serían diferentes en la escuela secundaria
de lo que habían sido en la escuela primaria?
Julius levantó su exoesqueleto.
—¿Ves esto aquí? Iba a usarlo para ser más fuerte y más rápido, pero
no necesito ser más fuerte y más rápido. Ya soy fuerte y rápido. He
descubierto un mejor uso. Voy a hacer que esto funcione a la perfección,
y voy a sujetarte y meterte en ello. Entonces controlaré el exoesqueleto y
te hará hacer lo que yo le ordene. Tendrás que ser mi sirviente. Voy a
hacer que me esperes todo el día. Llevarás mis libros. Atarás mis zapatos.
Conseguirás mi comida. Limpiarás después de mí. Incluso voy a hacerte
bailar para mí. ¿Qué opinas de eso, perdedor? ¿Te gustaría bailar como un
mono para mí?
Reed seguía sin hablar. Era como si lo hubieran convertido en piedra.
Todo lo que podía hacer era quedarse allí y ver a Julius inclinarse y jugar
con su exoesqueleto.
Julius miró hacia arriba y se rio de Reed.
—¿El gato te comió la lengua?
Julius levantó el traje de exoesqueleto.
—¿Quieres verlo en acción? Es bastante sorprendente, y lo digo yo.
Julius comenzó a ajustar el traje a sus largas extremidades y su torso en
forma de V. El caparazón de metal yacía sobre las extremidades de Julius.
Una correa para el hombro, una correa para el pecho y una correa para la
cadera, junto con abrazaderas en las muñecas y los tobillos, mantenían todo
en su lugar. Reed, mordiéndose el interior de la mejilla con tanta fuerza
como para sacar sangre, permaneció clavado en el lugar, mirando.
Fuera del aula, los estudiantes se rieron y se llamaron entre sí mientras
se dirigían a los autobuses alineados fuera de la escuela. Dentro del aula,
estaba casi en silencio, excepto por los clics y chasquidos de Julius
encajándose en su esqueleto robótico.
—¿Mira aquí? —Julius levantó los brazos. Señaló sus muñecas, luego
señaló sus tobillos—. He equipado el exoesqueleto con mecanismos de
cerraduras, así que una vez que entres, puedo mantenerte en él.
Reed observó a Julius luchar con algunas de las articulaciones de su
exoesqueleto.
Julius cambió la estructura de su cuerpo y luego ajustó los cilindros de
pistón del traje.
Afuera, un par de autobuses encendieron sus motores y un estruendo
de barítono hizo vibrar las paredes de la escuela. Si Reed no se iba pronto,
tendría que caminar hasta la casa de los Girard. Tendría que caminar más
de siete millas… todo porque había estado parado aquí como un mudo
paralizado durante los últimos minutos. Sacudió la cabeza para intentar
reiniciar su cerebro.
Julius, pesado con el exoesqueleto montando su cuerpo, se inclinó y
jugueteó con los cables que conducían a los circuitos del esqueleto. Reed
deseó tener las agallas para extender la mano y empujar a Julius a través
de la habitación, él y su estúpido exoesqueleto.
Pero fue una suerte que no lo hiciera.
Un segundo después, Reed se alegró de no tocar a Julius.
Un destello radiante estalló como fuegos artificiales cuando una oleada
de energía desató el exoesqueleto. El cuerpo de Julius se contrajo. Sus ojos
se agrandaron y se puso rígido durante varios segundos.
En esos segundos, la mente de Reed pensó extrañamente en las palabras
del día anterior. Shelly compartió cada una de ellas con él. Se olvidó de la
mayoría de ellas, pero recordó fulgurante, que significaba “destellar como
un rayo”. «Esa oleada de energía fue fulgurante», pensó.
Con curiosidad por lo que iba a pasar a continuación, Reed observó
cómo la rigidez abandonaba el cuerpo de Julius. Julius vaciló sobre sus pies,
perdió el equilibrio y se dejó caer sobre su escritorio. Sacudiendo la cabeza,
buscó a tientas su silla y se deslizó en ella. Bajó la cabeza y, durante lo que
le parecieron unos largos veinte segundos, Julius se quedó perfectamente
quieto.
¿Estaba vivo?
Reed parpadeó y estudió la forma inerte de Julius. Luego, la mirada de
Reed se posó en las articulaciones de la muñeca y el tobillo del traje.
Finalmente, Reed se movió. Caminando hacia Julius, Reed rápidamente
bloqueó las articulaciones de la muñeca y el tobillo. Encajaron juntas con
un satisfactorio snick. Tan pronto como lo hicieron, Reed dio un paso atrás
y sonrió.
Eso le enseñaría al odioso réprobo ignominioso.
Reed recogió su mochila y se la echó al hombro. Vio como Julius abría
los ojos. Le tomó un segundo orientarse, pero cuando lo hizo, intentó
quitarse el exoesqueleto.
—Ups —dijo Reed. Retrocedió hacia la puerta del aula. Finalmente
encontró su voz—. Debo haberte encerrado. Mi culpa.
Julius sacudió los brazos, tirando para liberarlos de las ataduras de su
esquelético traje. Pateó sus piernas. Con su mano derecha, agarró el
exoesqueleto abrazando su mano izquierda. Gruñó y se esforzó. El
esqueleto no se movió.
—¿Qué diablos hiciste? —gritó Julius—. ¡Sácame!
—No lo creo —dijo Reed.
—¡Haz lo que te digo! —El rostro de Julius era una mezcla moteada de
rojo y púrpura, y sus ojos parecían estar saliendo de su cabeza. La saliva se
le pegaba a las comisuras de la boca.
Reed se encogió de hombros y sonrió. No recordaba la última vez que
estaba tan satisfecho de sí mismo.
No es que hubiera pensado en lo que estaba haciendo. ¿Qué sentido
tenía lo que acababa de hacer? ¿Estaba jugando con Julius o iba a dejar a
Julius con el traje la noche hasta la mañana? ¿Podría hacer eso?
¿Por qué no?
Se metería en problemas por eso. Julius les diría a los profesores lo que
hizo Reed.
Pero todo lo que Reed tendría que hacer era negarlo. Si se aseguraba
de que Julius estuviera bien por la mañana, ¿por qué iba alguien a sospechar
de algo de Reed? Todos sabían que era un cobarde. Nadie creería que había
tenido el coraje de hacer esto.
—¡Desbloquéalo! —ordenó Julius de nuevo. Los músculos de su cuello
se destacaban como cuerdas. Su mandíbula sobresalía y seguía abriendo y
cerrando los puños.
En este punto, Reed realmente no tenía más remedio que dejar a Julius
aquí toda la noche. Si dejaba salir a Julius ahora, Julius le iba a dar una paliza.
Incluso si desbloqueaba a Julius y corría, probablemente Reed no dejaría
atrás al tipo. Julius era rápido, y Reed era un atlético spaz. Si esperaba hasta
la mañana, habría suficiente gente alrededor para que Julius no lo tocara.
Básicamente, la decisión se tomó sola. Julius iba a estar encerrado
durante la noche.
La idea animó tanto a Reed que sintió como si estuviera flotando.
—Te voy a hacer un favor —dijo Reed, feliz de tener algo inteligente
que decir—. Voy a dejarte aquí en tu traje durante la noche para que
puedas hacerte una idea de lo que se siente cuando alguien te trata como
tú tratas a los demás. Tal vez tu robot pueda enseñarte un par de cosas.
—¡Oye! —Julius intentó levantarse, pero su exoesqueleto estaba
contraído y rígido. Actuaba como un yeso de cuerpo completo,
manteniendo el cuerpo de Julius bloqueado en una posición sentada.
—Diviértete —dijo Reed mientras salía corriendo de la habitación.
Antes de salir del aula, apagó las luces.
—¡Vuelve aquí, estúpido simio! —gritó Julius—. ¿Sabes lo que has
hecho? ¡Voy a matarte! —Las últimas palabras salieron como un chillido
casi ininteligible cuando Reed cerró la puerta.
Julius empezó a gritar.
—Voy a arrancarte la cabeza y tirarla por el inodoro. Voy a hacerte
pedazos, miembro por miembro. ¡Vuelve aquí y desbloquea esto!
Reed se rio. Por alguna razón, las amenazas de Julius, que normalmente
habrían reducido a Reed a una temblorosa gelatina, sonaban divertidas. Por
una vez, Julius no tenía poder.
Reed lo tenía todo.
Reed miró alrededor del pasillo vacío. Él estaba solo. Bien.
Probablemente toda esta ala ya estaba vacía. Como pasillo auxiliar cerca
de la parte trasera de la escuela, no se usaba fuera del horario de clases.
Nadie encontraría a Julius incluso si gritaba como loco.
—¡Vuelve aquí y déjame salir de esta cosa! ¡No puedes dejarme aquí así!
Reed sonrió. Luego dio media vuelta y corrió por la escuela, esperando
que no sea demasiado tarde para tomar su autobús.

☆☆☆
Debido a que el Sr. Janson, el conductor del autobús, siempre lo estaba
cuidando, Reed no perdió su autobús. Hizo el ridículo agitando los brazos
y gritando cuando el señor Janson empezó a alejarse de la acera, pero llamó
la atención del conductor.
El señor Janson detuvo el autobús a unos metros de la acera y abrió las
puertas del autobús. El conductor de uno de los autobuses más abajo en la
fila detrás del autobús de Reed tocó la bocina. Tropezando por las
escaleras hacia el autobús, Reed se quedó sin aliento y le dijo—: Gracias
—al Sr. Janson, quien negó con su cabeza canosa y le guiñó un ojo a Reed.
—Casi te dejo, mi chico. Casi te dejo.
Reed aspiró un poco de aire.
—Lo siento.
—Suele pasar —dijo Janson—. ¿Estás listo? —Le sonrió a Reed—. Toma
asiento.
Reed examinó el interior del autobús. Una de las porristas le dio una
mirada de disgusto. Reed la ignoró y buscó a Shelly y Pickle. Sabía que
estarían en la parte trasera del autobús y sabía que le habían reservado un
asiento. Manteniendo la mirada en sus pies y en el piso de goma desgastado
del pasillo, Reed corrió hacia sus amigos. Se deslizó junto a Pickle.
Tan pronto como el trasero de Reed golpeó el duro asiento de vinilo
marrón, el Sr. Janson soltó los frenos. El autobús siseó, se tambaleó y se
alejó de la escuela.
Reed miró la nariz de Pickle. Era difícil no hacerlo. Enrojecida e hinchada,
manchada de sangre, la nariz de Pickle era más prominente que nunca, y
ahora tenía pequeños rollos de pañuelos blancos que sobresalían de cada
fosa nasal. Dado que su nariz era puntiaguda, Pickle parecía un gran pájaro
chupando gusanos blancos.
—¿Te duele? —le preguntó Reed.
Pickle, como de costumbre, estaba haciendo una especie de
rompecabezas numérico. Miró a Reed.
—¿Eh?
Reed señaló su nariz.
Pickle hizo una mueca divertida con los ojos bizcos en un intento de
mirar su pico herido.
Reed reprimió una sonrisa.
Pickle se encogió de hombros.
—Sí. Sin embargo, no es la primera vez. Puedo ignorarlo.
—Lo siento.
—¿Por qué? ¿Qué hiciste?
—Nada.
Pickle volvió a su rompecabezas.
Reed miró a Shelly. Ella estaba leyendo, también como de costumbre.
El autobús olía a escape de diesel, sudor, maní y goma de mascar. Su
motor sonaba como el ronquido satisfecho de un dragón dormido. El
sonido ayudó a drenar la tensión y la adrenalina del sistema de Reed.
El autobús ganó velocidad cuando salió del camino de entrada de la
escuela a la carretera.
Reed miró por la ventana.
La escuela secundaria estaba escondida en la parte trasera de un
vecindario más antiguo, por lo que las primeras cuadras después de que
salieron de la escuela estaban llenas de árboles grandes y hermosos prados
verdes. A Reed normalmente le gustaba contemplar toda esa vegetación.
Miraría el césped con envidia. Su patio delantero estaba mayormente sucio.
Hoy, Reed realmente no veía nada de lo que miraba. Estaba de vuelta
en el aula de robótica con Julius. Su mente estaba concentrada en Julius
encerrado en su exoesqueleto, el rostro de Julius estaba casi morado de
rabia.
—“En la edad media” —dijo Shelly—, “la tortura se usaba comúnmente
para castigar a quienes infringían la ley”.
Reed se estremeció.
—¿Qué?
Se volteó para mirar a Shelly. Como siempre, se sentó en el asiento
detrás de Pickle y Reed. Su enorme mochila y su mochila extra ocupaban
el resto del asiento. ¿Sabía ella lo que había hecho?
Con su atención en su libro, Shelly continuó—: “Cuando alguien violaba
la ley civil, se torturaba en la plaza del pueblo. Se pensaba que la exhibición
pública de las consecuencias de la anarquía era un factor disuasorio”.
Oh. Ella estaba leyendo. Por supuesto que sí. Le encantaba compartir lo
que estaba aprendiendo y, a menudo, leía en voz alta en el autobús… y en
casa… y en el almuerzo… y en los pasillos de la escuela; leía prácticamente
en todas partes. Hoy, estaba leyendo su tarea de historia. Shelly estaba en
Historia Mundial AP porque había leído tantos libros de historia fuera de
la escuela que estaba más allá del plan de estudios de historia normal. Ella
no era sólo una fanática de la ciencia. Ella era una fanática de la información.
Reed relajó los hombros y volvió a centrar su atención en la ventana.
Cuando dejó atrás el vecindario, la ruta del autobús corría a lo largo de
una calle principal bordeada de centros comerciales y concesionarios de
automóviles. A Reed también le gustaba este tramo, porque disfrutaba
mirando los coches. Le gustaba imaginarse a sí mismo conduciéndolos, y
cada día elegía una marca y un modelo diferentes. Concentrándose, se puso
al volante de un nuevo Mustang amarillo brillante.
La voz de Shelly, sin embargo, arruinó su fantasía.
—“Los torturadores eran muy creativos en la Edad Media. Se les
ocurrieron formas verdaderamente mórbidas de infligir un dolor
insoportable. Judas Cradle, por ejemplo, empaló a una víctima sentada
durante varios días. Con nombres espeluznantes como el Destripador de
Senos y la Pera de la Angustia, los dispositivos de tortura medievales fueron
un testimonio del ingenio humano”.
«Tortura. ¿Fue lo que le hice a Julius una tortura?»
El pecho de Reed se apretó. Sí, probablemente lo fue. Estar atrapado
era al menos una forma leve de tortura, especialmente en un exoesqueleto
sin forma de moverse, comer, beber o ir al baño. No era Judas Cradle,
pero tampoco era agradable.
Después de los centros comerciales y los lotes de automóviles, su ruta
de autobús atravesaba un parque industrial y luego pasaba por una granja
antes de convertirse en una subdivisión más nueva. La mayoría de las
paradas de autobús estaban en esta subdivisión, que estaba llena de casas
que, aunque eran de buen tamaño, en su mayoría se parecían. A Reed no
le importaban las casas, así que dejó de registrar cosas individuales. Ahora
sólo vio borrones de color… y Julius atrapado en esa estructura de metal.
Al padre de Reed, que hizo lo mejor que pudo para ser padre soltero
de Reed y su hermana, Alexa, le gustaba decir que no se podía resolver un
problema al nivel del problema. Reed no era un genio como sus amigos,
pero era lo suficientemente inteligente como para saber que eso significaba
que rebajarse al nivel de la mezquindad de Julius no era la forma de manejar
al idiota.
Pero aun así, ¿después de lo que Julius le hizo a Pickle? ¿No era esa
justificación suficiente para encerrar a Julius en el exoesqueleto del que
estaba tan orgulloso? ¿Y qué hay de lo que Julius le dijo a Reed sobre
encerrarlo en el exoesqueleto? ¿No merecía Julius probar su propia
medicina?
Reed empezó a relajar los músculos de nuevo.
Sí. Lo que hizo no estuvo tan mal. Era justicia.
El autobús atravesó un bache y todos se levantaron de sus asientos
durante un nanosegundo. Cuando todos aterrizaron de nuevo, Shelly tocó
el hombro de Reed. Se volteó para mirarla.
—Escucha esto —dijo—. No lo vas a creer.
—¿Qué? —preguntó Reed.
Pickle no dijo nada. Siguió entintando las respuestas a su acertijo.
—“Una de las formas de tortura más comúnmente utilizadas se llamaba
la Rueda”. —Shelly leyó de su libro grueso y con olor a humedad—. “Los
condenados a ser constreñidos de esta manera tenían por delante una
tortura prolongada. Eran retenidos en su lugar, incapaces de liberarse”.
Reed miró a Shelly. ¿Qué estaba haciendo ella? ¿Estaba jugando con él?
«Mantenidos en su lugar, incapaces de liberarse». Parecía que estaba
hablando de Julius.
Quizás ella sabía lo que había hecho después de todo. ¿Pero cómo?
—“Se le llamaba la Rueda de la tortura” —continuó leyendo Shelly.
Reed soltó aire. No, ella no sabía lo que había hecho. Era sólo una
coincidencia que ella estuviera leyendo sobre dispositivos de tortura.
—“La llamaron así, porque se utilizó para aplastar los huesos de los
condenados”. Ew, ¿eh? —Shelly miró a Reed con los ojos muy abiertos.
Luego volvió a mirar el libro y siguió leyendo.
—“El dispositivo fue diseñado para torturas que duraran varios días. La
Rueda estaba formada por muchos radios radiales, y la persona sujeta a ella
estaba atada a toda la rueda antes de que se usara un garrote para golpear
sus extremidades. Este proceso reducía al ser humano a una bolsa de
huesos mutilados, lo que un espectador describió como un monstruo
retorciéndose y gimiendo con tentáculos ensangrentados”.
—Eso es asqueroso —dijo Pickle sin levantar la vista de su
rompecabezas.
—Totalmente —estuvo de acuerdo Reed. Trató de no pensar en lo que
Julius estaba experimentando ahora.
Pero bueno, al menos Julius no estaba atado a un dispositivo de tortura
medieval, ¿verdad?
Julius estaba restringido y, a medida que pasaba el tiempo, se sentiría
incómodo. Pero no sentía ningún dolor. Nadie estaba parado sobre él
golpeándolo con un garrote, fuera lo que fuera. Estaba simplemente
atrapado.
Shelly continuó leyendo sobre la tortura medieval, pero Reed la
desconectó. Se volvió hacia la ventana. El autobús se detuvo en una esquina
y vio a una madre cogiendo la mano de un niño pequeño que sostenía un
globo rojo. El globo se balanceaba en el aire, siguiendo los movimientos del
niño porque estaba atado a la muñeca de este.
Reed pensó en las grandes muñecas de Julius. Tal vez debería volver a
la escuela y desbloquear el exoesqueleto después de la sesión de estudio
de esta noche. Unas pocas horas bastarían para castigar a Julius por su
maldad. De esa forma, Julius aprendería la lección, pero Reed no se
rebajaría al nivel de la tortura.
Sí, eso es lo que haría Reed.
Excepto, ¿cómo se alejaría de Julius antes de que intentara matarlo?
Reed se mordió el labio inferior.
Se sentó derecho y sonrió. Sabía lo que podía hacer. Desbloqueaba sólo
una de las manos de Julius, luego saltaba hacia atrás y corría antes de que
Julius pudiera agarrarlo.
Julius, rígido por su encierro, tardaría al menos medio minuto en
desbloquear la otra muñeca y los tobillos, y en ese tiempo, Reed podría
alejarse lo suficiente para esconderse. Una vez que Julius se fuera, Reed
podría irse a casa.
¿Y después de eso?
Bueno, él se ocuparía de eso cuando llegara el momento.
Pero hasta entonces, iba a comer bien en casa de los Girard y pasar el
rato con sus amigos. Iba a sacar a Julius de su mente y disfrutar el resto de
su tiempo libre ese día. Se lo merecía.
Al igual que Julius se merecía lo que le estaba pasando.

☆☆☆
Reed amaba a su papá, y sabía que su papá hacía todo lo posible para
darles a Reed y Alexa un buen hogar, pero su papá era, bueno, su papá. No
sabía nada de lo que era un buen hogar. No sabía cocinar. No podía limpiar.
Pensaba que la “decoración” era un calendario con fotos de peces y los
horarios de algunos equipos deportivos. Cuando Reed estaba en casa,
nunca se sentía realmente como en casa, no como se sentía aquí en la casa
de Girard.
Reed estaba tendido sobre una gruesa y suave alfombra gris frente a una
chimenea de piedra. Un fuego lento chisporroteó en la rejilla. Thales,
exhausto por un apasionante juego de perseguir la pelota de tenis, ahora
estaba tendido en las frescas baldosas de la entrada cercana, agregando sus
ronquidos satisfechos al estallido de las llamas. Los sonidos eran rítmicos
y relajantes.
La barriga de Reed estaba llena de alitas de pollo picantes, jalapeños,
cáscaras de papa, potpie casero y galletas de chocolate. Estaba tan relajado
que deseaba poder tomar una siesta.
—¿Chicos, tienen todo lo que necesitan antes de que me dirija a mi
clase? —preguntó la Sra. Girard. Se paró en el arco entre la sala de estar y
la entrada, tirando de un sombrero de lluvia amarillo flexible.
Reed se volteó y miró por encima del hombro, a través de las puertas
cristaleras del patio trasero arbolado de los Girard. Sí. Estaba lloviendo,
una lluvia primaveral constante pero ligera. Las gotas parecían brillantes y
rosadas en el crepúsculo. Reed estiró el cuello para ver el horizonte
occidental. Le gustaba mirar el sol cuando se estaba preparando para entrar
en la noche. Esta noche, el sol era de un naranja brillante difuso teñido de
púrpura.
Volvió a mirar a la señora Girard.
—Gracias por los bocadillos y también por la cena.
La Sra. Girard sonrió y metió su cabello oscuro hasta los hombros
debajo del sombrero para la lluvia. Se encogió de hombros con su cuerpo
bajo y regordete en su impermeable y dijo—: De nada, como siempre,
Reed. Nos encanta tenerte aquí. —Cerró de golpe su impermeable y miró
a sus propios hijos, quienes estaban ajenos a su inminente partida.
Shelly, reclinada en un mullido sofá azul marino, tenía la nariz hundida
en el mismo grueso libro de historia que había estado leyendo en el
autobús. Pickle estaba sentado con las piernas cruzadas en el sillón
reclinable de tweed azul de su padre, inclinado tan bajo sobre su propio
libro que parecía que estaba tratando de sumergirse en él. Reed no podía
ver lo que estaba leyendo Pickle. El tercer niño de Girard, Ory, de seis
años, había estado jugando a un videojuego, pero ahora estaba tomando el
control remoto del esqueleto del robot de Pickle.
—¡Niños! —gritó la señora Girard.
Sus tres hijos miraron hacia arriba.
La Sra. Girard negó con la cabeza y sonrió.
—Me voy. Ustedes, niños, se pórtense bien. Y, Pickle, ponte hielo de
nuevo en esa nariz en una hora más o menos.
—¿Eh? —dijo Pickle.
La Sra. Girard negó con la cabeza.
—Se lo recordaré —dijo Reed.
La nariz de Pickle se veía mucho mejor. Como era de esperar, la Sra.
Girard había tratado con total naturalidad la nariz de Pickle en el momento
en que llegaron a casa. Al examinarlo, había declarado que estaba
“magullada, no rota”, y la había limpiado, aplicado algún tipo de crema de
hierbas y luego le había dado a Pickle una bolsa de hielo para mantener el
equilibrio en su cara. Pickle se resistió a eso porque no podía comer ni leer
con el paquete en la nariz. Pero no tuvo que dejarlo puesto por mucho
tiempo. Pronto, estaba comiendo bocadillos junto con todos los demás. Y
declaró que las galletas de chocolate doble que la Sra. Girard trajo después
de la cena eran “galletas curativas” porque su nariz dejó de doler después
de comerlas.
Ahora, después de estudiar a su hijo por un segundo, la Sra. Girard miró
a Reed.
—¿Qué haríamos sin ti, Reed? —La Sra. Girard le sonrió y luego le dio
la espalda a sus hijos—. Adiós, niños.
—Te quiero, mamá —dijo Shelly.
—Adiós —dijeron Pickle y Ory al unísono.
—Gracias de nuevo, señora Girard. Adiós —dijo Reed.
—Adiós a todos —dijo la Sra. Girard—. Vamos, Thales.
Thales ya estaba de pie, junto a las piernas de la señora Girard. Su cola
se agitó tan rápido que la golpeó en el muslo. La clase de la Sra. Girard
también era su clase. Estaba aprendiendo a ser un perro de terapia.
La señora Girard, aunque no fue la fuente de la brillantez de sus hijos,
no se quedaba atrás. Asistía a todo tipo de clases. Parecía tener muchos
intereses y siempre se unía a las conversaciones cuando sus hijos
balbuceaban sobre sus tareas o proyectos. Pero los cerebros de Girard
provinieron principalmente del Sr. Girard.
Era un ingeniero eléctrico jubilado que ahora trabajaba como consultor
para grandes empresas.
Viajaba mucho, y ahora se había ido, pero cuando estaba aquí, era un
padre hecho y derecho. Él era genial.
Shelly y Pickle habían vuelto a sus libros antes de que la puerta principal
se cerrara detrás de la señora Girard. Ory presionó un botón en el control
remoto, y el esqueleto del robot de Pickle se levantó y se deslizó unos
centímetros hacia adelante. Los ojos de Ory se iluminaron.
Ory era un conglomerado de sus hermanos, lo que lo hacía no tan lindo
como Shelly pero mucho más lindo que Pickle. Con la cara todavía redonda
y un poco regordeta, Ory tenía los ojos grandes de Shelly, pestañas largas
y boca llena. Y tenía la nariz de su hermano. En Ory, la nariz grande era
más divertida que fea. Se parecía un poco a un pajarito. Los niños de seis
años podrían lucir así. Ory no tendría que preocuparse por la apariencia
durante un tiempo.
Ory se inclinó sobre el control remoto, tan concentrado en él, que casi
lo tocó con su larga nariz. El pequeño esqueleto robot se movió hacia
adelante un poco más. Ory se rio.
Reed miró a Pickle. Pickle no sabía que su hermano estaba jugando con
su proyecto o no le importaba. Probablemente, si Ory dañara la cosa de
alguna manera, Pickle podría arreglarla fácilmente.
Reed miró su propio proyecto patético. Se suponía que debía estar
trabajando en eso. Y había estado, más o menos, haciéndolo de vez en
cuando toda la tarde. Sin embargo, no había progresado mucho.
Reed había elegido un motor eléctrico como actuador porque su padre
sabía cómo construir un motor y estaba emocionado de ayudarlo. Esa parte
del proyecto, junto con la conexión del motor a batería al circuito del
exoesqueleto, había salido bien. El problema que tenía Reed ahora era con
la estructura del esqueleto. Como siempre, no podía visualizar cómo
construir el formulario. Cada vez que unía un nuevo componente metálico
al esqueleto, terminaba con algo que sobresalía en un ángulo antinatural. Y
cuando lo giraba para que encajara, la articulación no funcionaba
correctamente. En este momento, su exoesqueleto parecía destrozado y
al revés. Eso no estaba bien.
Reed suspiró y miró alrededor de la acogedora habitación. Aunque la
sala de estar de Girard era grande y tenía techos altos, era cálida y
acogedora, como un capullo. Lleno de muebles cómodos y suaves, un par
de mesas, múltiples estantes llenos de libros y juegos, arte colorido, un
área de juegos ordenada para Ory, una gran cama cubierta de microfibra
para Thales, la chimenea y un televisor enorme para la noche de películas
y videojuegos. La habitación era perfecta para pasar el rato. Tampoco era
tan mala para hacer los deberes. También podría sentirse cómodo mientras
estaba haciendo algo que no quería hacer.
La semana anterior, la sala familiar recibió una adición que intrigó a
Reed. Era una casa en miniatura, una réplica de la casa de Girard. Con una
altura de aproximadamente un metro y un ancho de cuatro pies, la casa
requería que se quitara una otomana de la habitación. Pero por lo demás,
encajaba perfectamente. El señor Girard construyó la casa para Shelly y ella
la estaba decorando para que se pareciera exactamente a la casa real de la
familia.
—¿Quieres que te ayude con eso? —preguntó Pickle.
—¿Eh? —Reed miró a su amigo.
Pickle marcó su libro, que Reed ahora podía ver que era sobre
matemáticas de ingeniería avanzada.
—Suspiraste —dijo Pickle— y tu exoesqueleto parece que lo está
construyendo un ciego sin pulgares oponibles. Me preguntaba si querías
ayuda.
Reed le arrojó un engranaje a Pickle. Pickle no pretendía ser malo…
simplemente era brillante a su manera, la práctica. Por eso estaba bien para
pasar el rato a pesar de que era súper inteligente. Pickle nunca hacía que
Reed se sintiera tonto, incluso cuando hacía un comentario como ese.
Reed sabía que Pickle no se estaba burlando de él. Pickle sólo estaba
haciendo una observación.
—Me las arreglaré, gracias.
—Puedes intentar inclinar las articulaciones para que las extremidades
izquierda y derecha se muevan de la misma manera, o al menos similar…
a menos que estés construyendo un exoesqueleto alienígena.
—Gracias, señor obvio —dijo Reed. Hizo una mueca—. Quizás estoy
construyendo un exoesqueleto alienígena.
—Genial. —Pickle se encogió de hombros y volvió a su libro.
Shelly miró hacia arriba de la de ella.
—¿Qué?
Reed se rio.
—Mi exoesqueleto es un alienígena.
Shelly puso los ojos en blanco y volvió a leer.
Ory se rio. Reed se volvió para ver si el niño se estaba riendo de Reed.
No lo estaba.
Estaba completamente concentrado en el control remoto del robot.
El esqueleto robótico de Pickle se estrelló contra la chimenea con un
fuerte crujido. Pickle no levantó la vista de su libro. Ory retrocedió el
esqueleto de siete pulgadas y comenzó a girarlo en círculo.
Reed comenzó a reconsiderar la oferta de Pickle. Estaba bastante seguro
de que Pickle había construido su pequeño esqueleto robótico en un día.
Quizás podría ayudar a Reed a salvar su proyecto.
«En serio, mira cómo se mueve la cosa», pensó Reed. Sacudió la cabeza
ante el pequeño esqueleto robótico mientras giraba en círculos cerrados.
Contuvo el aliento y se sentó. ¿Cómo pudo haber olvidado lo que pasó
hoy en clase?
Bueno, para ser justos, habían pasado muchas cosas desde la clase. La
confrontación con Julius, junto con la inusual explosión de nervios
resultante de Reed, había actuado como una limpieza cerebral del resto del
día. Todo lo que Reed podía pensar era en Julius encerrado en su
exoesqueleto.
¡Pero ahora lo recordaba! Julius se había estado quejando de que el
control remoto de Pickle estaba afectando su exoesqueleto.
Y Julius ahora estaba encerrado en esa estructura de metal, con su
cuerpo indisolublemente ligado a su estructura y por lo tanto
inextricablemente ligado a su movimiento. ¿Y si se hubiera estrellado
contra algo de la misma forma en que el robot de Pickle se había estrellado
contra la chimenea? ¿Y si estuviera girando en círculos en este momento?
—¿Oye, Pickle? —Reed mantuvo su mirada en el mini esqueleto de
metal giratorio.
—¿Eh? —Pickle miró a Reed.
—Esa cosa —Reed señaló el control remoto en las pequeñas manos de
Ory— no tiene mucho alcance, ¿verdad?
Pickle resopló.
—En realidad, es de un rango bastante bueno. Diseñé el control remoto
para que funcione a través de las paredes. Por eso combiné controles
infrarrojos y de radiofrecuencia.
—Entonces, si estuvieras controlando, um, algo, fuera de la casa, ¿qué
tan lejos estaría su alcance? —preguntó Reed.
Pickle frunció el ceño.
—¿Quieres decir si el esqueleto está afuera y Ory adentro?
Reed asintió. Sí. Claro, eso es lo que quiso decir. ¿No quiso decir si el
control remoto estaba controlando el exoesqueleto de Julius? No, no quiso
decir eso en absoluto.
Pickle inclinó la cabeza y pensó en ello.
—Podría llegar a unos pocos pies fuera de la casa. Quizás.
Honestamente, nunca lo he comprobado. Probablemente no llegue más
allá de la casa. Las paredes exteriores son más gruesas que las interiores.
Más interferencia.
—Oh —dijo Reed, tratando de parecer desinteresado, a pesar de que
había hecho la pregunta—. Okey.
Reed tiró de su camiseta, que se le pegaba a la piel repentinamente
sudada.
Reprimió un suspiro de alivio.
Pickle se inclinó hacia adelante.
—¿Por qué preguntas?
Ory ahora tenía al esqueleto robótico corriendo por la habitación en
vertiginosas rutas serpenteantes alrededor de los muebles. Reed trató de
no imaginarse a Julius dando vueltas por el aula de robótica de forma
similar. Si estaba haciendo en su traje lo que el robot de Pickle estaba
haciendo aquí, Julius sería golpeado contra las paredes y los muebles.
Estaría, al menos, muy magullado. Lo más probable es que tuviera huesos
rotos.
«Oh, hombre, ¡podría estar torturando a Julius de verdad!»
—¿Reed?
Reed miró a Pickle. De repente se sintió eufórico de que el genio de su
amigo no se extendiera a la lectura de mentes. Y también estaba contento
de que Pickle también apestara en descifrar las expresiones faciales, el
lenguaje corporal y otras señales sociales. Reed estaba seguro de que su
rostro deliberadamente en blanco no era tan eficaz como él quería. Estaba
tratando de ser inocente, pero tenía la sensación de que se parecía a Thales
cuando el perro robó una galleta y estaba tratando de fingir que no.
—Oh, sólo tenía curiosidad —dijo Reed—. Es impresionante. Eso es
todo.
Pickle enarcó una espesa ceja negra.
—Okey.
Es posible que Pickle no pudiera leer las señales visuales interpersonales,
pero su cerebro era como una grabadora de audio. Recordaba todo lo que
había leído o escuchado. Ahora estaba revisando esa base de datos y
contrastando todo lo que Reed le había dicho antes de hoy con lo que
Reed acababa de decir.
Reed nunca antes le había dicho a Pickle que algo que había hecho era
impresionante.
Estaba tan acostumbrado a que Pickle superara a todos los que lo
rodeaban que elogiarlo por hacer algo bien era como alabarlo por respirar.
Pickle definitivamente encontró extraño el último comentario de Reed.
Pickle abrió la boca como si fuera a hacer una pregunta, pero Ory salvó
a Reed. Arreó el exoesqueleto de Pickle contra el costado de la casa en
miniatura de Shelly, el metal golpeó el revestimiento de madera con un
ruido sordo y Shelly se sentó en el sofá. Pegó un marcador en su libro,
claramente lista para enfrentarse a su hermano pequeño. Sin embargo,
antes de que pudiera hacer o decir algo, Ory hizo retroceder el esqueleto
robótico y lo hizo avanzar de nuevo, hacia adelante. Se rio y repitió la
acción, haciendo chocar al pequeño robot contra la casa en miniatura una
y otra vez.
Shelly se levantó de un salto.
—¡Oye! ¡Ory, basta!
—No le va a hacer daño —dijo Pickle—. Déjalo jugar con eso.
—No me preocupa tu robot —respondió Shelly—. Él va a dañar mi
casa. Va a estropear mi proyecto. —Shelly se dirigió hacia Ory, quien se
rio y se alejó de ella. Shelly persiguió a Ory, pero él fácilmente se mantuvo
por delante de ella. Continuó jugando con el control remoto al mismo
tiempo, por lo que el pequeño robot siguió golpeando la casa.
—Ory, pequeño imbécil —dijo Shelly— voy a romper nuestro vinculum
de hermanos si no eliminas eso.
Vinculum fue una de las palabras diarias de la semana anterior. Significaba
“vínculo”. Esa se quedó en la cabeza de Reed porque pensó, cuando Shelly
definió la palabra, que le gustaría un vinculum más profundo con ella.
—¡Ory! Si arruinas mi proyecto…
—¿Qué proyecto? —preguntó Reed. No le importaba. Estaba tratando
de distraerse de los pensamientos sobre Julius, quien, si estaba siendo
controlado por el control remoto de Pickle, probablemente estaba siendo
golpeado contra una pared en el salón de clases en este momento.
¿O qué pasaría si lo golpearan contra algo afilado, como uno de los
brazos robóticos de la Sra. Billings? ¿Podría empalar a Julius?
—Es un proyecto para la clase de psicología, sobre la dinámica familiar
—dijo Shelly, jadeando y lanzándose hacia su hermano pequeño.
—En serio, Shel, está bien —dijo Pickle—. El robot no dañará la casa.
No tiene bordes afilados. —Pickle dejó a un lado su libro y se levantó de
la silla de su padre. Se acercó a donde su robot atacaba la casa una y otra
vez. Inclinándose hacia adelante y señalando los diminutos pedazos de
madera superpuesta que parecían el revestimiento de tejas grises de la casa
real, dijo—: ¿Ves? Ni un rasguño.
Shelly dejó de perseguir a Ory. Regresó a la casa en miniatura, se
arrodilló y la examinó.
—Oh. —Ella se encogió de hombros y volvió al sofá—. Está bien.
Cogió su libro y presumiblemente volvió a la tortura medieval.
Tortura.
¿Y si Julius estaba siendo torturado ahora mismo? Tenía que haber sido
maltratado bastante si se había visto obligado a hacer todo lo que hacía el
robot de Pickle. Pickle se sentó en el suelo frente a la casa de Shelly.
Extendió la mano y agarró su robot.
—Ory, desiste por un segundo.
Ory se sacó el labio inferior.
—Pero, quiero… —comenzó a quejarse.
—No te lo voy a quitar —le aseguró Pickle a su hermano—. Voy a hacer
que sea más divertido. —Pickle levantó su esqueleto de metal, que todavía
zumbaba en un esfuerzo por responder a los comandos del control
remoto.
El labio inferior de Ory volvió a su posición normal. Dejó de jugar con
el control remoto y su rostro se iluminó.
—¿Si? ¿Qué vas a hacer? —Se acercó y se sentó junto a Pickle.
—Tengo algo genial que mostrarte. Es otra cosa que puedes hacer con
esto.
Pickle dejó el robot. Le dio un codazo a Ory.
—Entonces, mira esto —susurró Pickle. Pickle accionó un interruptor
en el pequeño robot—. Ahora, pruébalo.
Ory sonrió y apretó un botón del mando a distancia. El robot se puso
de pie sobre su cabeza bloqueada.
—¿Qué acabas de hacer? —le preguntó Reed a Pickle.
—Oh, acabo de desactivar las restricciones conjuntas. Así que ahora,
mi robot también puede ir en contra de las direcciones conjuntas lógicas.
Como el tuyo, sólo que a propósito.
Ory pulsó alegremente los botones y movió el joystick del mando a
distancia, y el pequeño robot volteó la cabeza y se convirtió en un
contorsionista de metal. Comenzó a arrastrarse por el suelo como un
pulpo, sus articulaciones se deformaron en formas imposibles de pretzel.
Mirando a la vez como si se volviera del revés y como si se expandiera y
contrajera de la forma en que lo hacía un corazón latiendo, el robot se
volvió tan fluido que se parecía a una serpiente.
Ory dirigió el robot hacia el área de entrada, y este hizo clic y
repiqueteó sobre la pizarra mientras ondulaba por el suelo. Reed lo miró
fijamente, con la garganta oprimida.
En su cabeza, en lugar del sonido de las extremidades metálicas del
robot en contacto con el suelo duro, Reed podía oír los chasquidos y
estallidos de huesos rotos… los huesos de Julius rotos. Los sonidos
estaban en su cabeza, ¿no? Se lo estaba imaginando y no los oía, ¿verdad?
No, por supuesto que no los estaba escuchando. ¿Cómo podría oírlo?
Pickle dijo que el alcance del control remoto no llegaría mucho más allá de
la casa de los Girard, e incluso si estuviera sucediendo, Reed no podría
escucharlo. Sus oídos no eran sobrehumanos.
Estaban a millas de la escuela. Si su mente le decía que podía oír cómo
se rompían los huesos de Julius, su mente estaba mintiendo.
Los miedos de Reed eran tan estúpidos. No podía creer que su mente
estuviera pensando en estas cosas. Fue estúpido. No había forma de que el
control remoto de Pickle pudiera tener algún impacto en el marco de Julius.
Por lo tanto, no estaba teniendo ningún impacto en Julius.
Entonces, ¿por qué Reed se sentía tan mal? ¿Por qué tenía el estómago
en la garganta? ¿Por qué sintió que podría vomitar toda la buena comida
que había comido?
¿Sabía algo intuitivamente? ¿Su intuición era correcta y su lógica
incorrecta?
Reed respiró hondo y miró su exoesqueleto. «Concéntrate», se dijo a
sí mismo. «Deja de imaginar todas esas estupideces».
Reed se inclinó sobre su proyecto. Trató de concentrarse en las
articulaciones de su exoesqueleto.
Pero no pudo. Ory se estaba divirtiendo demasiado con el robot de
Pickle. Ahora que el chico podía hacer que la cosa se retorciera por todo
el lugar, prácticamente estaba bailando de júbilo.
Pickle regresó al sillón de su padre y tomó su libro. Shelly todavía estaba
perdida en su propia lectura.
Ory comenzó a hacer que el robot asaltara la casa de Shelly
nuevamente. Shelly miró hacia arriba, pero aparentemente reconfortada
por las garantías de Pickle, volvió plácidamente a su libro.
Reed se levantó del suelo. Ya había tenido suficiente.
—Volveré —dijo—. Tengo que hacer algo.
Ory lo ignoró y siguió apuntando con el robot que se desplomaba hacia
el costado de la casa de Shelly. Pickle levantó la vista de su libro.
—¿A dónde vas?
—Tengo que hacer algo —repitió Reed.
—¿Qué? —preguntó Pickle.
¿Qué podía decir Reed?
No podía decir: “Tengo que ir a la escuela y liberar a Julius”, aunque eso
era exactamente lo que tenía que hacer. Tenía que correr las tres cuadras
hasta su casa, tomar su bicicleta y pedalear de regreso a la escuela. Luego
tendría que entrar en la escuela cerrada sin activar la alarma…
afortunadamente escuchó a un estudiante de último año hablando de una
puerta del sótano que no estaba conectada al sistema de seguridad de la
escuela, y un llavero que el conserje guardaba en una piedra falsa. Luego
debería atravesar la escuela a oscuras sin mojarse los pantalones como un
niño asustado, y luego ayudar a Julius y correr por su vida.
No, espera. ¿Debería ver a Julius antes de correr?
¿Y si sus peores temores fueran ciertos?
Si Julius estaba gravemente herido, ¿no tendría que llamar a una
ambulancia?
Casi gimió en voz alta, pero se detuvo. ¿Y si Julius estaba muerto?
—¿Reed?
Reed parpadeó cuando se dio cuenta de que Pickle había dicho su
nombre.
—¿Qué? —dijo él.
—Dijiste que tenías que hacer algo —le recordó Pickle—. Te pregunté
qué tenías que hacer. Luego, tu cerebro se tomó unas vacaciones y te
convertiste en una estatua extraña.
—¿Estatua? —Reed estaba paralizado.
Trató de pensar en una historia razonable. ¿Qué tendría que hacer
ahora mismo?
¿Aparte de salvar a Julius de una versión moderna de la Rueda?
—¿Shelly? —dijo Pickle—. Creo que algo anda mal con Reed.
Shelly levantó la vista de su libro.
—Por supuesto que algo anda mal con Reed. No tiene suficiente
intelección y carece del niso apropiado cuando se trata de tareas escolares.
«Oh, vaya», pensó Reed. Incluso en su estado de agitación, reconoció
que Shelly acababa de usar dos palabras del día. Sin embargo, estaba
demasiado distraído para preocuparse por lo que querían decir.
—No estoy hablando de las imperfecciones comunes de Reed —dijo
Pickle—. Me refiero al hecho de que actualmente actúa sin sentido y su
cuerpo sigue olvidando cómo mantenerse animado.
—Bueno, mira, eso es lo que me gusta de Reed —respondió Shelly.
Reed se animó, olvidándose momentáneamente de todo pero
descubriendo lo que le gustaba a Shelly de él.
—¿Qué cosa? —preguntó Pickle.
Reed se sintió aliviado de no tener que ser él quien preguntara.
—Rara vez actúa con sentido. Me gusta eso. Me da un desafío y me
mantiene interesada.
Reed no pudo evitarlo. Sonrió como un loco.
Afortunadamente, nadie lo estaba mirando. Pickle y Shelly se miraban.
La mirada de Ory estaba en el pequeño robot, cuyas extremidades
metálicas estaban ahora tan distorsionadas que parecían elásticas.
—Puedo ver tu punto —le dijo Pickle a Shelly—. Pero mi pregunta
original sigue siendo —Pickle volvió su atención a Reed—. ¿Qué tienes que
hacer?
Antes de que a Reed se le ocurriera algo poco convincente, el pequeño
robot volvió a golpear el costado de la casa en miniatura. Y cuando lo hizo,
algo grande golpeó el exterior de la casa de los Girard.
Shelly miró las puertas francesas y luego volvió a poner su atención en
su libro.
—Debe haber soplado el viento. Probablemente perdimos otra rama
del gran abeto —dijo Pickle.
Reed miró por la ventana.
En el poco tiempo transcurrido desde que la señora Girard se había
marchado, la noche se había deslizado por la casa. Ahora la oscuridad se
pegaba a las ventanas como un hongo. Reed no podía ver nada en el vidrio
enmarcado de las puertas francesas excepto el reflejo de la habitación en
la que estaba. En ese reflejo, vio a Ory apuntar con el robot hacia la casa
nuevamente. Vio cómo chocaba contra la casa en miniatura.
En el mismo instante, algo volvió a golpear el costado de la casa con un
ruido sordo. Reed se tensó. Miró a sus amigos.
Ni Pickle ni Shelly reaccionaron al último sonido. Al parecer, estaban
satisfechos con la explicación del viento y la rama caída para el segundo
golpe. O, como estaban leyendo de nuevo, es posible que ni siquiera lo
hayan escuchado.
Bueno, Reed lo escuchó, y la explicación del viento no era suficiente.
Estaba escuchando con atención ahora, y aunque había escuchado esos
impactos contra la casa, lo que no escuchó fue un viento lo suficientemente
fuerte como para hacer volar una rama en la casa que podría hacer ruido.
Debería haber escuchado un silbido, un silbido si el viento soplaba con
tanta fuerza. Y a excepción del continuo crepitar de la chimenea y el sonido
del robot golpeando la casita de Shelly, las únicas otras cosas que Reed
podía oír eran los impactos en el costado de la casa… cada vez que el
esqueleto robótico golpeaba la casa modelo.
¿Y si fuera Julius?
¿Y si de verdad había sido manipulado por el control remoto de Pickle
todo este tiempo? A estas alturas, ¿en qué condición estaría Julius?
Lo que a Reed le faltaba de “intelección” lo compensaba con la
imaginación. Fácilmente podía imaginar un cuerpo cubierto de hinchazón,
contusiones ennegrecidas. Podía ver extremidades tan flácidas como goma
con fragmentos de huesos asomando a través de la piel. Pudo ver una cara
golpeada, un cráneo sangrando y una columna vertebral deformada en algo
horriblemente anormal.
Si, en su exoesqueleto, Julius hubiera sido girado, luego golpeado contra
las cosas una y otra vez, y si hubiera sido retorcido y contorsionado de la
forma en que lo había sido el robot de Pickle, ¿Julius seguiría siendo
humano? Sería una masa mutilada de huesos rotos y carne desgarrada.
¿Qué había dicho el libro de historia de Shelly sobre las víctimas de la
Rueda?
Una víctima de la rueda terminó pareciendo un monstruo gimiendo con
tentáculos ensangrentados.
Sí. En eso se habría convertido Julius si todo lo que Ory le había hecho
al robot de Pickle también se hubiera hecho con el exoesqueleto de Julius.
Ory volvió a embestir el robot en la casa en miniatura. Y nuevamente,
afuera, algo golpeó la casa real con una fuerza similar.
Reed no podía creer que Shelly y sus hermanos estuvieran ignorando
los sonidos. ¿Cómo era posible que no los escucharan?
—Nunca dijiste a dónde ibas —dijo Pickle.
Otro impacto de robot en la casa modelo. Otro golpe fuera.
Pickle no mencionó el sonido de imitación.
Las piernas de Reed cedieron y cayó al suelo. Ya no estaba tan ansioso
por salir. No. Ahora quería más que nada quedarse adentro… tal vez para
siempre.
Él miró a su alrededor. ¿Estaban cerradas todas las ventanas y puertas?
¿Y si no fuera así?
No, por supuesto que sí. La Sra. Girard no se olvidaría de cerrar con
llave. Era tan fanática de la seguridad como de mantener bien alimentados
a sus hijos.
—¿Reed?
Reed miró a Pickle.
—Oh, olvidé lo que estaba pensando.
—¿Olvidaste que querías irte hace unos segundos? —preguntó Pickle.
Reed asintió.
—Creo que comí demasiado. Mi cerebro se está ahogando en salsa de
búfalo.
Pickle se acercó con una sonrisa parcial.
—Mamá hace unas alitas de pollo estupendas. —Se inclinó hacia
adelante—. Oye, me pregunto si hay más. O más de esas cosas popper. —
Miró a su hermana—. Oye, Shel, ¿sabes si mamá guardó alitas de pollo
extra o esas cosas popper?
Shelly levantó la vista de su libro.
—¿Eh?
—Alitas de pollo. Poppers.
—Oh no. Se acabaron todas —respondió Shelly—. ¡Y ya no puedes
tener hambre! ¿Cómo es justo comer tanto y estar tan flaco? Mi vida sería
paradisíaca si pudiera comer como tú sin consecuencias.
«Como el paraíso», pensó Reed, a su pesar.
Ory había dejado de arar el robot en la casa en miniatura. Ahora estaba
dando vueltas al robot alrededor de la casa a una velocidad vertiginosa.
—No puedo evitarlo si tengo hambre —le dijo Pickle a su hermana.
—Bueno, no puedes tener hambre. Quizás sólo tienes sed.
—Quiero un refresco —gritó Ory. Fue lo primero que dijo desde que
volvió a jugar con el robot de Pickle.
—Oye, eso suena bien —dijo Pickle.
—No tenemos ninguno —intervino Shelly.
—¿Por qué? —preguntó Pickle.
—¿Recuerdas? ¿Mamá leyó algún artículo sobre la combinación de
carbonatación y azúcar? Descubrió que nuestros cuerpos procesan la
mezcla como si fuera un veneno en el sistema.
—Verdad. Sí lo recuerdo. —Pickle suspiró—. No deberíamos dejarla
leer. Todo lo que parece leer son cosas que hacen que nuestras vidas sean
un asco.
Reed, que a estas alturas ya se había lastimado más que la comprensión
de las matemáticas básicas de Pickle, soltó—: ¡Sus vidas no son un asco!
Pickle, con la boca abierta, se volvió para mirar a Reed.
—Lo siento —dijo Reed—. Lo siento.
Pickle no dijo nada, pero Shelly dejó su libro y miró a Reed con una ceja
levantada.
Reed se encogió de hombros.
—Es sólo que eres muy afortunado de vivir en esta linda casa y tener
una madre que siempre te hace buena comida y te ama y… —Se detuvo
porque sintió que iba a llorar. Y no quería hacer eso.
Era el estrés. Se estaba volviendo loco con el pánico.
El pequeño robot comenzó a trepar por el costado de la casa en
miniatura de Shelly. Parecía que de alguna manera le habían crecido
ventosas en las patas. Escaló el costado de la casa de juguete como si fuera
una araña.
Por un momento, Reed quedó hipnotizado por la funcionalidad del
robot, pero luego se dio cuenta de que estaba escuchando algo fuera de la
casa de los Girard. Algo nuevo.
Algo muy inquietante.
Algo trepaba por la pared exterior de la sala familiar.
No, eso no podía ser. ¿O sí?
Reed intentó bloquear el sonido de los clics y el zumbido del pequeño
robot. Escuchó con atención más allá de eso. ¿No era ese sonido distante
de arrastrar los pies algo en la casa?
Sí. Allí. Podía escuchar una especie de arañazos, similar a lo que sonó
cuando una vez vio a un mapache trepar por el costado de su propia casa.
Tal vez lo de ahora fuera un mapache.
Tal vez literalmente se estaba volviendo loco y se estaba imaginando
todo esto.
Tenía que estar volviéndose loco. Lo que estaba escuchando no era
posible.
Pero entonces, ¿por qué de repente se volvería loco? ¿Era culpa?
¿Era un cobarde tan puro que en el momento en que hizo algo un poco
valiente, su cerebro perdió el control de la realidad? ¿Se estaba volviendo
loco sólo porque había encerrado a Julius en el exoesqueleto?
—Tienes razón —dijo Pickle. Reed casi saltó fuera de su piel—. ¡¿Qué?!
Pickle ladeó la cabeza ante el comportamiento peculiar de Reed.
—Dije, tienes razón. Tenemos suerte. Fue ilógico de mi parte haber
permitido que eso escapara de mi conciencia. Quizás mi nivel de azúcar en
sangre esté bajo. Si tuviera un refresco…
—No tenemos ninguno —repitió Shelly.
—Quiero un refresco —dijo Ory de nuevo.
No debe haber querido uno tanto porque todavía estaba jugando con
el esqueleto robótico. Había conseguido subir al segundo piso de la
pequeña casa.
Reed se levantó de un salto y se dirigió hacia las escaleras.
—¿A dónde vas? —preguntó Pickle.
Reed se detuvo.
Buena pregunta. Normalmente no deambulaba por la casa de los Girard
como si viviera allí. Había estado arriba, por supuesto, en los dos
dormitorios de los gemelos, e incluso en el dormitorio de Ory. Pero sólo
había estado en sus habitaciones cuando ellos estaban en las habitaciones.
¿Qué razón tenía para subir ahora? ¿Qué razón… además de su
incontrolable necesidad de saber si algo se aferraba a las paredes exteriores
de la casa por las ventanas del segundo piso?
—Uh, lo siento. Sólo pensé en un libro que necesito pedir prestado. Iba
a ir a buscarlo. Debería haber preguntado primero.
Pickle estudió a Reed durante unos segundos y luego se encogió de
hombros.
—Seguro. Ve. No es necesario que preguntes. Eres parte de la familia.
Esto, por alguna razón, hizo que Reed se ahogara y tosiera, como si las
palabras crearan una bola de pelo emocional en su garganta. Pero sabía que
no eran las palabras las que lo ahogaban. Era su culpa. Nadie en la familia
Girard habría hecho lo que él le hizo a Julius, incluso si Julius todavía
estuviera encerrado en su esqueleto de metal en el aula de robótica.
Seguro que no habrían dejado que Julius fuera torturado, posiblemente
hasta la muerte, por el control remoto de Pickle. En el segundo en que
tuvieran la menor idea de que podría estar sucediendo, habrían ido a
comprobarlo.
Lo que le faltaba a Reed era iniciativa. Motivación. Niso.
«¡Ajá! Niso. Un esfuerzo por alcanzar una meta».
Reed negó con la cabeza. Su cerebro era extraño. Aquí estaba en un
pánico total porque estaba bastante seguro de que había torturado a
alguien que ahora estaba trepando por el exterior de la casa de los Girard
en un exoesqueleto robótico gigante, y su cerebro estaba definiendo las
palabras del día.
Tal vez si Reed hubiera tenido más nisus esta noche, podría haber
salvado a Julius antes de que Julius comenzara a gatear por el costado de la
casa.
«¡Para! ¡Julius no está en el costado de la casa!»
Oh, cómo esperaba Reed estar loco. Sin embargo, tenía un muy, muy,
muy mal presentimiento de que estaba tan cuerdo como cualquiera. Por
alguna razón, simplemente se había vuelto clarividente. ¿O era
omnisciente?
O tal vez fue simplemente observador y sensorial. Porque todavía podía
escuchar algo que definitivamente no eran ramas de árboles arrastrándose
contra la casa.
Reed se dio cuenta de que Pickle le había dado permiso para subir y
Reed seguía allí. ¿Qué le pasaba?
Se sacudió y se dirigió a las escaleras. Luego subió las escaleras de dos
en dos.
En el rellano, Reed se detuvo y miró a su alrededor. Ahora que estaba
aquí, ¿qué iba a hacer?
Si miraba por una ventana y realmente veía lo que temía ver, ¿qué iba a
hacer al respecto?
¿Cómo podía deshacerse de Julius y su exotraje sin que sus amigos lo
supieran?
Diablos, para el caso, ¿cómo podría deshacerse de Julius?
Reed miró a ambos lados del pasillo con total indecisión. «¿Ahora qué?»
La ordenada habitación blanca y verde de Shelly estaba a la derecha. A
Shelly le encantaba el blanco y el verde.
—Los colores de la pureza y la vida —le dijo una vez a Reed.
La habitación desordenada y de paredes negras de Pickle estaba a la
izquierda. El dormitorio con decoraciones de coches de carreras de Ory
estaba enfrente de la habitación de Pickle. Un pequeño medio baño de
color amarillo pálido estaba justo enfrente de Reed.
La luz de repente brilló a través de una ventana en el baño… desde
afuera.
Reed tragó saliva.
Recordó que los Girards tenían luces con sensores de movimiento en
el patio trasero.
Una de ellas acababa de encenderse.
Reed miró fijamente a la ventana. Pero no pasó nada más. A excepción
de la luz, no vio nada. No apareció nada en la ventana, sin sombras, sin
movimiento.
Tampoco podía oír nada que se moviera. Se esforzó por escuchar.
Nada.
Recordando que se suponía que debía estar aquí arriba buscando un
libro, pensó que debería dirigirse a la habitación de Pickle y encontrar algo
que pudiera encontrar con una explicación plausible para querer. Ignoró la
sensación punzante en la parte posterior de su cuello mientras daba un
paso en el pasillo oscuro.
Las imágenes del cuerpo ensangrentado y mutilado de Julius saltaron a
la vanguardia de la mente de Reed, y tuvo que tragarse un grito. «Es sólo
mi imaginación fuera de control».
Accionando un interruptor justo en la entrada de la habitación de Pickle,
Reed salió agradecido del pasillo oscuro y entró en el dominio de su amigo.
Llena de libros, CD y equipo científico, la habitación de Pickle se parecía
más a un laboratorio que a un dormitorio. Sólo la cama doble con su colcha
de constelaciones sugería que la habitación pertenecía a un chico que
acababa de cumplir la adolescencia. El resto del espacio gritaba: Genio.
Reed se acercó a la estantería de pared a pared de Pickle. Fue a la
sección donde sabía que Pickle guardaba ficción. Pickle leía más no ficción
que ficción, pero tenía una selección de libros de ciencia ficción que, según
él, eran tan educativos como muchos de sus libros de ciencia. Reed sacó
uno de esos libros del estante sin mirarlo. Después de tener el libro, se
acercó a la ventana y miró más allá de las cortinas grises de Pickle.
Desafortunadamente, la luz de la habitación le permitió ver poco más que
su propio reflejo. No había pensado en eso, obviamente.
No intentas ver el exterior por la noche desde una habitación bien
iluminada.
Pero incluso con el reflejo de la habitación en el camino, Reed pudo ver
lo suficiente como para decir que no había nada fuera de la ventana.
Agarrando el libro que había tomado del estante, se volvió hacia la puerta.
Vio pañuelos de papel ensangrentados en la mesa de noche de Pickle. «La
nariz de Pickle». Se suponía que Reed le recordaría que se cubriera la nariz.
Lo haría cuando volviera a bajar.
Si pudiera que volver abajo.
¿Qué pasaría si Julius, en su estado probablemente arruinado, estuviera
acechando fuera de una de las ventanas aquí arriba esperando a que Reed
apareciera para poder atravesar el vidrio y vengarse? ¿Por qué Reed estaba
aquí arriba? Debería haberse escondido lejos de donde pensaba que
estaban Julius y su exoesqueleto. ¿Quién iba hacia el peligro en lugar de
alejarse de él?
Alguien que no estaba cien por ciento seguro de que el peligro fuera
real.
Reed tenía que saber si sus pensamientos eran correctos o disparatados.
Se obligó a regresar al pasillo para poder continuar su búsqueda de lo
que fuera, o no, allá afuera.
Todavía estaba oscuro en todo el piso de arriba. Y todavía estaba en
silencio.
Reed se arrastró por el pasillo hasta el dormitorio de Ory. En el umbral,
tropezó con algo y se agarró a la jamba de la puerta. Su ritmo cardíaco se
aceleró.
Había escuchado un tintineo metálico cuando su pie hizo contacto con
lo que fuera.
¿Y si fuera un exoesqueleto? Rápidamente encendió la luz, casi asustado
de ver lo que había en el suelo.
Era sólo un camión de bomberos de juguete. Reed exhaló.
Miró alrededor del caótico desorden de Ory. No recordaba haber visto
tantos coches de juguete en un solo lugar, ni siquiera en una juguetería.
Ory tenía una de esas alfombras con una pista de carreras. Los coches
de juguete estaban esparcidos por toda la pista, y más allá de la alfombra
de la pista de carreras, también sobre la alfombra de pared a pared.
Nada inusual aquí. Una pantalla de color rojo brillante con un coche de
carreras de dibujos animados se detenía sobre la única ventana de Ory.
Reed no se atrevió a abrir esa persiana para mirar hacia afuera.
Mientras accionaba el interruptor de la luz y se paraba una vez más en
el pasillo, a Reed se le ocurrió que encender las luces no había sido tan
inteligente. No sólo las luces interiores dañaban su visión nocturna, sino
que las luces telegrafiaban dónde estaba. Si había algo afuera, podría estar
escondido cuando encendió las luces.
Bueno, eso era una tontería. ¿Por qué se estaría escondiendo Julius?
Si estuviera Julius afuera.
Si hubiera algo afuera.
Reed no estaba seguro en este punto de que ninguna de las dos
posibilidades lo aliviaría: o había un monstruo roto y sangriento aferrado
al costado de la casa, o Reed estaba teniendo un colapso mental completo.
De cualquier manera, no podría quedarse aquí para siempre.
—¿Reed? —Shelly llamó desde el pie de las escaleras.
Reed se congeló como si lo hubieran pillado leyendo su diario o algo
así.
—¿Sí?
Su voz se quebró.
—Vamos a bajar a la esquina a comprar refrescos. ¿Quieres venir con
nosotros?
—No, está bien. Vayan. Me quedaré aquí si te parece bien.
—Seguro. No entres en la habitación de Ory. Probablemente te rompas
un pie con uno de sus coches. Estoy bastante segura de que tiene algún
tipo de línea de montaje de vehículos en su habitación.
Shelly resopló cuando Ory protestó de fondo—: ¡No la tengo! Espera.
¿Qué es una línea de montaje?
Reed sonrió. Por un segundo, se sintió casi normal mientras escuchaba
a Pickle, Shelly y Ory dirigirse hacia la puerta.
—Oh, ¿Reed? —Llamó Pickle.
Reed se puso rígido de nuevo. Se aclaró la garganta.
—¿Qué?
—No le digas a mamá adónde fuimos si llega temprano a casa —gritó
Pickle subiendo las escaleras.
—Eres un idiota —le dijo Shelly a su hermano—. ¿Crees que ella no
sabe todo lo que hacemos?
—¿Ella lo sabe? —Ory preguntó en un tono de asombro—. ¿Todo?
—Todo —dijo Shelly enfáticamente mientras se abría la puerta principal.
Reed escuchó las pisadas y los pasos de sus amigos al salir de la casa. La
puerta se cerró de golpe. Él esperó. Escuchó la cerradura deslizarse en su
lugar y dijo un silencioso agradecimiento por la forma en que Shelly había
adoptado la conciencia de seguridad de su madre.
Al mismo tiempo, se dio cuenta de que estaba completamente, cien por
ciento solo en la casa de los Girard. Si lo que pensaba que estaba afuera
estaba realmente afuera, esto podría ser malo para él. Muy malo.
¿Y si Julius hubiera estado esperando una oportunidad como esta?
¿Pero por qué? ¿Por qué esperaría Julius si era un monstruo lacerado?
¿No querría simplemente matar cualquier cosa a la vista?
Espera. Ahora el cerebro de Reed estaba realmente saliendo adelante.
El hecho de que Julius pudiera haber sido destrozado por el exoesqueleto
en el que Reed lo había encerrado y Ory inadvertidamente lo había hecho
hacer cosas que torturaban a Julius con un dolor desgarrador, no significaba
que Julius se hubiera convertido de repente en un asesino. Todavía era sólo
un chico, tal vez uno horrible y tal vez ahora incluso un chico gravemente
herido, pero sólo un chico.
¿Pero era sólo un chico? Realmente no. Julius era uno realmente malo.
Reed nunca olvidaría el día en que Julius apareció por primera vez en su
escuela, en tercer grado. No lo olvidaría porque fue entonces cuando
comenzó su propia tortura. Julius había estado atormentando a Reed
durante seis años.
Julius parecía prosperar humillando a otros, y parecía estar francamente
eufórico cuando los lastimaba. Por lo que Reed sabía, Julius ya era un
asesino. Como mínimo, probablemente había estado asesinando y
diseccionando ardillas durante años.
Entonces, si Julius ahora estaba sufriendo un dolor indescriptible debido
a lo que hizo Reed, tenía sentido que fuera aún más homicida ahora. Reed
no lo sabía con certeza, pero pensó que la agonía sacaba lo peor de una
persona.
La casa crujió, y Reed saltó de sus pensamientos inútiles y regresó al
pasillo oscuro.
Ese sonido era sólo el crujido de la casa, ¿no?
Escuchó durante varios minutos. Cuando no escuchó nada más, se
arrastró por el pasillo hasta la habitación de Shelly. Sabía que no pisaría
nada aquí.
Estaba obsesionada con el orden. Avanzando lentamente, se abrió paso
a tientas por su habitación hasta llegar a la ventana, que sabía que daba al
frente de la casa.
Apartándose del borde de la ventana, levantó el borde de sus pesadas
cortinas verdes y miró afuera.
No había nada ahí fuera que no debería haber estado. Debajo de la
ventana, el techo del porche se extendía a lo largo del frente de la casa. En
la calle, el buzón se inclinaba un poco hacia la izquierda.
Dos grandes cedros extendían sus ramas hacia la ventana de Shelly. Una
de las ramas rozó el lateral de la casa. Aunque, como había pensado Reed,
no había viento, había una ligera brisa y la rama se movió contra el
revestimiento. ¿Era este el sonido que Reed había escuchado antes? ¿Se
había puesto nervioso por nada?
Él lo esperaba, pero no creía que estuviera preocupado por nada.
Examinando la noche, buscó cualquier signo de movimiento. No vio
ninguno.
Alejándose de la ventana, Reed salió de la habitación de Shelly.
En el pasillo, vaciló. ¿Debería ir a la habitación del señor y la señora
Girard?
Él miró a su alrededor.
Mientras no tocara nada, ¿por qué no? No era como si fuera a encender
la luz y fisgonear. Sólo quería mirar por su gran ventana, que daba al patio
trasero.
Reed cruzó el pasillo y entró en el dormitorio principal. Una luz de
noche cerca del baño principal proyectaba un tenue resplandor en toda la
habitación. Creó sombras espeluznantes, pero al menos facilitó las
maniobras hacia la ventana. Todo lo que tenía que hacer era apartar una
mecedora de la ventana y apartar la cortina. Entonces pudo ver…
Nada inusual. Una vez más, el patio se veía como debía. Todo estaba en
silencio.
«¡Basta de esto!»
Reed bajó la cortina y salió de la habitación. Miró hacia el pasillo, luego
bajó corriendo los escalones y regresó a la sala de estar.
La sala de estar tenía el mismo aspecto que tenía cuando la dejó, menos
los hermanos Girard. Aparentemente, Pickle hizo que pusiera un pequeño
leño en el fuego después de que Reed subiera las escaleras, porque el fuego
ardía detrás de la pantalla de metal que protegía la habitación de las chispas
perdidas. El libro de Pickle estaba en la mesa auxiliar junto al sillón de su
padre. El libro de Shelly estaba tirado en el sofá.
Reed se hundió en la mullida alfombra.
Él miró a su alrededor. ¿Dónde estaba el pequeño robot?
No lo vio. ¿Ory se lo llevó?
Reed vio el mando a distancia en el suelo junto al sofá, pero el robot no
estaba a la vista. «Quizás a Ory se le quedó atascado debajo de un mueble».
Reed se volvió y miró la casa en miniatura de Shelly. Realmente era algo
asombroso. Parecía ser precisa en cada pequeño detalle. Todos los
muebles que podía ver en el porche delantero y dentro de la casa a través
de las ventanas abiertas eran exactamente como los muebles reales de una
casa de tamaño normal. «¿Qué pasa con el arte y esas cosas?» él se
preguntó.
Se acercó para examinar la casa más de cerca.
Como supuso que lo habría hecho, Shelly había recreado todo el arte y
las chucherías dentro de la casa. Cualquier cosa en esta casa real estaba en
la casa de juguetes.
Incluso había puesto marcas de lápiz con fechas en la pared justo dentro
de la puerta de la cocina, las marcas y las fechas que describían el
crecimiento de los niños Girard a lo largo de los años. Y afuera, uno de los
bajantes estaba doblado al igual que el real del frente. Se dobló cuando
Reed y Pickle estaban tratando de aprender a lanzar una pelota de fútbol.
Uno de sus lanzamientos errantes, aunque contundente, salió muy torcido
y dejó una hendidura permanente en el metal.
Reed se movió de nuevo para poder mirar la versión en miniatura de la
habitación en la que estaba sentado.
—Wow —suspiró.
¡Había una casa en súper miniatura dentro de la casa en miniatura!
¡Habla de realismo!
No debería haberle sorprendido que Shelly fuera tan minuciosa con su
casa modelo. Shelly nunca hacía nada a medias. Y si no podía hacerlo bien,
dejaba de hacerlo.
Reed recordó haber pintado con los dedos con Pickle y Shelly en el
jardín de infancia. La maestra había estado deambulando diciéndoles a
todos que lo estaban haciendo muy bien, pero cuando llegó a Shelly, no
dijo nada.
—¿No lo estoy haciendo muy bien también? —preguntó Shelly.
—Por supuesto, pequeña —le dijo la maestra.
—Está mintiendo —acusó Shelly—. Puedo saberlo por su tono de voz.
—Se puso de pie y se puso las manos en las caderas, con cuidado de no
mancharse los pantalones rojos con pintura.
Reed recordó haber visto a la maestra pensando. Finalmente se decidió
por la verdad.
—Bueno, realmente no estás entendiendo el punto de pintar con los
dedos. Es ser libre con el color y divertirse. Te estás esforzando
demasiado, haciendo que todo sea demasiado perfecto.
—Bien —dijo Shelly. Levantó la mano, agarró su papel y se acercó para
tirar su pintura con los dedos a la basura.
Reed sonrió ante el recuerdo. Luego vio algo plateado y brillante
brillando a través de la ventana en la parte trasera de la habitación familiar
de la casa modelo mini. Se inclinó hacia adelante e inclinó la cabeza para
poder ver detrás de la casa en miniatura.
Ajá. Ahí es donde estaba el pequeño robot. Estaba dentro de la casa en
miniatura, detrás de la casa en miniatura.
Reed empezó a meter la mano en la casa en miniatura para rescatar al
robot. Sin embargo, antes de que pudiera meter una mano por la puerta
principal, el pequeño esqueleto robótico se levantó del suelo de la casa.
Reed saltó, luego comenzó a negar con la cabeza ante su nerviosismo.
Y fue entonces cuando Julius saltó detrás de la casa modelo.
Reed se arrastró hacia atrás, gritando.
En su mente, llamó a lo que estaba viendo Julius porque su vívida
imaginación lo había preparado para ver al chico como lucía ahora. Pero
Julius no se parecía en nada a Julius.
De hecho, era exactamente lo que la mente de Reed había sabido que
sería Julius. Ahora, nada más que una masa carnosa parecida a un pulpo de
extremidades pulposas unidas a un marco de metal, Julius ya no podía ser
llamado un chico. No se le podría llamar humano.
Reed ni siquiera estaba seguro de que Julius estuviera vivo.
Sí, Julius se movió, pero Reed no sabía si era Julius quien iniciaba el
movimiento o si su cadáver estaba siendo controlado por la estructura
metálica pegada a Julius como un repugnante parásito externo.
El rostro de Julius estaba flojo, por lo que no había vida allí. Estaba flojo
porque parecía que la estructura ósea de su frente, mejillas y mandíbula se
había pulverizado. Sus rasgos estaban tan distorsionados que se parecía a
una especie de versión de él mismo en tela toscamente cosida. Ya no estaba
enmarcado por cabello rubio ondulado porque ese cabello ahora estaba
pegajoso y fibroso con sangre coagulada, el rostro de Julius era como el
rostro de una muñeca repulsiva, una muñeca mucho peor que la muñeca
de Alexa con los ojos negros fijos.
Los ojos de Julius eran mil veces más desconcertantes que los vacíos
ojos negros. Sus ojos habían girado hacia atrás en su cabeza, así que todo
lo que estaba mostrando eran los blancos, los blancos turbios y nublados.
Esos blancos fantasmales lo hacían parecer un zombi ciego.
Pero, como un zombi, Julius, vivo o no, se movía. Se estaba moviendo
con determinación hacia Reed.
Reed deseó que sus piernas trabajaran y luchó por ponerse de pie.
Mirando salvajemente alrededor de la habitación, trató de decidir cuál era
la mejor ruta de escape.
¿Las ventanas?
Tenían un complicado sistema de cierre. No podría abrirlas a tiempo.
¿Las puertas?
Duh.
Reed corrió hacia las puertas francesas. Sabía que tenían una cerradura
especial, de esas que requieren llaves por fuera o por dentro, pero la llave
se guardaba cerca de la puerta, ¿no es así? Escaneó el área cerca de la
puerta. No había llave.
Se dio cuenta de que no tenía ni idea de dónde guardaban la llave los
Girard. Y no tuvo tiempo de buscarla.
Reed se volvió y corrió hacia la entrada. La cosa Julius salió de detrás
de la casa en miniatura y cayó por el suelo tras él. Reed atravesó el arco,
dobló la esquina y se dirigió a la puerta principal. Sin embargo, antes de que
pudiera llegar allí, Julius saltó al techo y pasó a toda velocidad por delante
de Reed para bloquear su camino hacia la puerta principal.
Reed no se detuvo a considerar sus opciones. Simplemente corrió
escaleras arriba.
Mirando por encima del hombro, Reed observó con horror cómo Julius
y su estructura de metal agitaban grotescamente miembros aplastados para
catapultarlos desde el techo de la entrada hasta la pared de la escalera. La
cosa Julius escaló la pared de la escalera mientras Reed corría. Reed apenas
pudo adelantarse a su perseguidor.
En el rellano, Reed vislumbró a Julius saltando al techo de nuevo. Reed
se volvió, apuntando a la habitación de Pickle. Su plan, si podía llamarlo así,
era utilizar el equipo científico de Pickle como armas para mantener a raya
a Julius mientras Reed escapaba por la ventana frontal de Pickle. Como el
de Shelly, estaba sobre el techo del porche delantero, por lo que Reed no
tendría que dejar caer dos pisos al suelo. Aunque en este punto, habría
dejado caer varias historias si eso significaba alejarse de Julius… o lo que
quedaba de él.
Sintiendo algo al mismo tiempo gomoso y afilado en su hombro cuando
entró en la habitación de Pickle, Reed logró encender la luz cuando entró.
Agarró la primera pieza de equipo que vio, un microscopio grande y
pesado, casi demasiado grande y pesado para levantarlo. Pero se las
arregló.
Una vez que tuvo el microscopio en su firme agarre, Reed se volvió y
se balanceó a ciegas frente a él. Estaba seguro de que conectaría con Julius
porque Julius estaba pisándole los talones.
Pero Julius no estaba allí.
Reed miró a su alrededor con desesperación. ¿A dónde iría Julius?
Reed miró hacia arriba.
La abominación de Julius cayó del techo y aterrizó en Reed antes de que
Reed pudiera mover el microscopio de nuevo. El impacto arrancó el
microscopio de la mano de Reed. Cayó a través de la habitación mientras
Reed gritaba y trataba de salir de debajo de la horrenda combinación de
metal duro y afilado y partes blandas y pegajosas del cuerpo destruidas. Al
mismo tiempo, trató de contener la respiración porque la cosa de Julius
olía fatal. Olía a sangre, carne putrefacta y sudor rancio. También le goteaba
a Reed. La carne de Julius y su ropa que ya no es elegante, perforada por
heridas punzantes causadas por huesos rotos que sobresalían, estaban
manchadas de sangre seca, y su cuerpo todavía rezumaba sangre fresca
también.
Galvanizado por su repulsión, Reed golpeó el metal y la carne que
intentaron engullirlo. Luchó con toda la fuerza que tenía y con algunas que
obviamente había obtenido de otro lugar.
Al principio, Reed pensó que podría escapar. Las manos de Julius no
funcionaron bien y no pudieron agarrar a Reed con firmeza. Reed logró
deslizarse fuera de Julius, y él se puso de pie, preparándose para correr
alrededor de la cama para escapar por la ventana.
Pero lo que le faltaba a Julius en coordinación y agarre lo compensaba
con velocidad.
Reed llegó hasta la mitad de la ventana, pero entonces algo le agarró el
pie.
No, no era algo. Era Julius o su cuerpo o ambos.
Reed miró hacia atrás a la combinación de metal y tejido que se
enroscaba alrededor de su tobillo.
—¡Déjame ir! —gritó Reed.
¿Por qué desperdició el aliento? ¿De verdad pensaba que una orden
gritada detendría lo que sea que Julius se había convertido? No habría
detenido al Julius humano. Seguro que no iba a detener esta versión de
Julius.
Reed pateó y su pie se deslizó un poco. Pero luego Julius se apresuró a
reprimirlo. ¿Cómo? ¿Cómo pudo Julius agarrar algo sin trabajar huesos?
No importaba. Reed se estaba distrayendo con todos estos
pensamientos irrelevantes. Estaba tratando de posponer lo inevitable.
Reed no iba a escapar de Julius, ni siquiera si llegaba a la ventana. Julius
ahora estaba impulsado por un marco robótico que un simple humano no
podía derrotar, especialmente si ese simple humano era Reed. Además,
Julius ahora parecía sobrecargado por la monstruosidad en la que se había
convertido. Y esa monstruosidad había nacido del tipo de emociones que
impulsaban a los humanos más allá de sus limitaciones habituales.
Emociones como el dolor y el miedo.
Emociones como rabia.
La rabia de Julius era más poderosa que la culpa de Reed.
Reed no tenía ninguna posibilidad.
Pero aun así, lo intentó. Pataleando con los pies como si nadara con
fuerza contra la marea, el ejército de Reed se arrastró por la alfombra. Se
obligó a sí mismo a alejarse de lo que lo aferraba. Se imaginó a sí mismo
atravesando la ventana de Pickle y saltando hacia la libertad. Reed soltó un
grito de banshee y tiró de su pie del agarre de Julius. Se puso de pie
tambaleándose y se volvió hacia la ventana.
Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, Julius estaba sobre él de
nuevo. Esta vez, Julius cayó completamente sobre Reed, y ambos cayeron
sobre la cama de Pickle. Reed estaba inmovilizado bajo los horribles restos
de Julius y el marco de metal atado a ellos.
Reed inhaló el hedor de Julius y se atragantó. Incluso mientras tenía
arcadas, gritó—: ¡Ayuda!
¿A quién estaba pidiendo ayuda? Nadie más estaba en la casa.
¿Oirían los vecinos?
El rostro de Reed estaba a escasos centímetros de los ojos sin vida y la
boca flácida de Julius.
Con náuseas de nuevo y lloriqueando, Reed apartó la cara del horror
que tenía encima. Cerró los ojos como si pudiera hacer desaparecer a su
macabro atacante fingiendo que no estaba allí.
Con el corazón latiendo tan fuerte que no podía escuchar nada más,
Reed se sacudió y se tambaleó, tratando de liberarse de la cosa. Pero no
era lo suficientemente fuerte. A pesar de que Julius no parecía estar
agarrando a Reed de ninguna manera, su peso solo, junto con el de la
estructura de metal, fue suficiente para inmovilizar a Reed en su lugar.
Reed estaba atrapado.
Prácticamente hiperventilando por la conmoción y el miedo, Reed se
obligó a abrir los ojos y mirar a Julius. Cuando lo hizo, lo lamentó.
Inmediatamente volvió a cerrar los ojos. No podía soportar mirar los ojos
blancos lechosos, sin iris, mirándolo.
¿O estaban mirando?
Reed ni siquiera sabía si Julius estaba consciente. ¿Cómo podría con los
huesos destrozados? Era más probable que Julius estuviera muerto y que
el movimiento de la cosa a la que estaba atado fuera causado por algún tipo
de cortocircuito en el sistema. Tal vez la interferencia del control remoto
de Pickle había frito tanto los sistemas del exoesqueleto que ahora
funcionaba salvajemente por sí solo.
Algo goteó en la cara de Reed. Tuvo que abrir los ojos. Era peor no
saber lo que estaba sucediendo encima de él.
Reed abrió los ojos.
De acuerdo, tal vez no saberlo no era peor.
La sangre se acumulaba en la masa esponjosa de lo que solía ser el rostro
de Julius. Parecía una esponja deformada que se había utilizado para limpiar
una masacre. Y ahora estaba dejando caer su contenido cálido y húmedo
sobre las mejillas de Reed. La bufanda de color crema que antes estaba
enrollada alrededor del cuello de Julius también estaba saturada. Colgaba
hacia Reed como un animal muerto en un matadero.
Hipnotizado ahora por el blanco de los ojos de Julius que sobresalían de
entre las largas pestañas rubias, Reed no podía apartarse de la cosa
deforme que tenía encima. Pero todavía luchó. Gruñendo, empujó hacia
arriba con todas sus fuerzas.
No sirvió de nada. Fue como si el peso de cien autos lo inmovilizara.
—Por favor, por favor —susurró Reed—. Lo siento. Lo siento mucho.
No sabía que esto te iba a pasar. Sólo quería que estuvieras encerrado
durante la noche. No quería que esto sucediera.
Sabía que no tenía sentido mendigar, pero no pudo evitarlo. Abrió la
boca para decir algo más, pero fue entonces cuando se respondió a la
pregunta de si Julius tenía conciencia. Julius se movió hacia abajo para
presionar su masa pesada y rezumante contra la boca de Reed. Reed ya no
podía hablar.
Pero pudo oír.
A lo lejos, en el piso de abajo, los otros regresaban de traer refrescos.
Reed pudo oír a Pickle sugiriendo a Shelly que podía construir un
dispositivo de tortura mejor que cualquier cosa que se le hubiera ocurrido
a la gente medieval.
—No estoy segura de que eso sea un logro, Pickle —dijo Shelly.
Reed se tensó, gruñó, desesperado por llamar su atención.
Intentando gritar, Reed sólo pudo hacer gemidos ininteligibles.
Abajo, intervino Ory.
—¿Puedo volver a jugar con el mando a distancia, Pickle?
Julius se movió y Reed se permitió un momento de esperanza. Quizás
podría escapar.
Vertiendo toda la fuerza vital que tenía en sus músculos, se elevó.
Esperaba hacer erupción como un volcán y ser expulsado de Julius, hacia
la libertad.
Pero no hizo erupción. O más bien, lo hizo, pero antes de que pudiera
ser expulsado de la jaula de Julius que lo aprisionaba, las manos aplastadas
de Julius de alguna manera agarraron las manos extendidas de Reed. Las
piernas sin forma de Julius de alguna manera lograron envolver firmemente
los tobillos de Reed.
Reed estaba ahora tan vinculado a Julius como Julius a su exoesqueleto.
Y Reed sabía lo que iba a pasar a continuación.
Con la presión de la cara de Julius acuñada contra la garganta de Reed,
Reed no podía emitir un sonido que se pudiera escuchar en el piso de
abajo. Se enfrentaba a su peor pesadilla y no podía gritar.
Abajo, Pickle respondió a la pregunta de su hermano.
—Claro, Ory. Vuélvete loco. ¡Tenemos toda la noche!

☆☆☆
Ory sonrió y se arrodilló en el suelo junto a la casa en miniatura. Por lo
general, sólo le interesan los autos y las carreras, a Ory le sorprendió lo
divertido que era este robot. Quizás podría conseguir que su hermano le
construyera otras cosas. Nunca antes había logrado que un robot se
moviera de esta manera. ¡Era genial!
Ory presionó un botón y logró que el pequeño robot saliera de detrás
de la mini casa en miniatura. Maniobró con cuidado el robot para sacarlo
de la casa en miniatura, no queriendo ponerse del lado malo de su hermana.
Una vez, chocó con el pequeño esqueleto contra una pared. Cuando lo
hizo, escuchó un golpe en el suelo sobre su cabeza.
Miró hacia arriba, pero no escuchó nada más, por lo que continuó
guiando con cuidado al robot fuera de la casa y hacia el porche en
miniatura. Cuando lo sacó, hizo un pequeño puñetazo.
Feliz consigo mismo, Ory sonrió más ampliamente y decidió ver si podía
hacer que el robot hiciera cosas aún más extrañas de las que estaba
haciendo antes de tomar su refresco. Comenzó a manipular el control
remoto tan rápido que sus dedos eran sólo un gran borrón.
En respuesta, el pequeño robot salió disparado del porche de la casa de
juguetes y comenzó a girar y a agitarse. Mientras Ory gritaba triunfante, el
pequeño esqueleto robótico comenzó a hacer estallar y romper sus
extremidades metálicas en todo tipo de formas extrañamente
encantadoras.
— O jalá fuéramos una buena familia —dijo Chris. Él, sus padres y su
hermana se sentaron alrededor de la mesa de comedor de segunda mano,
comiendo perritos calientes y frijoles horneados enlatados y macarrones
con queso que venían de una caja.
—¿Qué diablos se supone que significa eso? —dijo el padre de Chris.
Todavía vestía su uniforme del garaje con su nombre, DAVE, cosido en letras
cursivas sobre el bolsillo de la camisa—. ¿Crees que todos somos un
montón de idiotas o algo así? Quiero decir, mira a tu mamá, ¿es esta la cara
de alguien que no es agradable?
La mamá de Chris mostró una exagerada sonrisa angelical y agitó sus
pestañas pintadas con rímel.
—¿Y qué hay de tu hermanita aquí? ¿No es agradable? —El padre de
Chris señaló con un bocado de macarrones con queso en dirección a
Emma.
—Soy muy agradable —dijo Emma, subiéndose las gafas sobre la nariz
pecosa. Estaba en cuarto grado y era, pensó Chris, mandona más allá de su
edad. Hizo un gesto hacia su uniforme verde, completo con una banda llena
de insignias—. Soy una Chica Exploradora y todo.
—¿Ves? No hay nada mejor que eso —dijo el padre de Chris—. Y todos
los que me conocen dicen que soy razonablemente amable: los muchachos
del garaje, mis clientes, mis amigos con los que voy a jugar a los bolos. A la
gente le agrado. O al menos, generalmente no huyen cuando me ven
acercarme a ellos. —Tomó otro perrito caliente (un error, dada su
creciente cintura, pensó Chris) y lo roció con una cantidad excesiva de
mostaza—. Entonces, ¿a qué te refieres cuando dices que no somos una
buena familia?
Chris sintió que su padre lo había entendido mal. Esto era algo habitual.
—No, todos ustedes son buenas personas —dijo Chris—. Eso no fue
lo que quise decir. Lo que quise decir fue —Chris buscó en vano palabras
que expresaran sus pensamientos sin ofender a los miembros de su
familia— supongo que no sé lo que quise decir. —Pero en realidad, Chris
sabía exactamente lo que había querido decir. Sus padres eran personas
decentes: buenos ciudadanos que amaban a sus hijos y trabajaban duro por
su familia y comunidad. Su hermana pequeña era molesta como lo eran los
hermanos menores, pero nunca diría que era una mala persona. Dicho
esto, cuando comparaba a su familia con las familias de los niños más
inteligentes de la escuela, se quedaban cortos.
Parte de ello fue la educación de sus padres, o la falta de ella. Su madre
había comenzado a trabajar tan pronto como se graduó de la escuela
secundaria y todavía tenía el mismo trabajo en la junta de servicios públicos
que había conseguido cuando tenía dieciocho años. Después de que el
padre de Chris terminó la escuela secundaria, fue a la escuela vocacional
para aprender a trabajar en automóviles. Tenía una excelente reputación
como mecánico de automóviles, pero ese trabajo no le pareció a Chris lo
suficientemente prestigioso. Su papá llegaba a casa todos los días sucio y
oliendo a grasa. En opinión de Chris, las personas verdaderamente exitosas
no necesitaban ducharse tan pronto como llegaban a casa del trabajo.
Cuando Chris salía con sus padres, a un restaurante, una tienda o una
función escolar, siempre se sentía avergonzado. Su mamá era ruidosa y
llamativa. Llevaba los colores más brillantes que podía encontrar con el
lápiz labial más rojo y la bisutería más grande y brillante.
Su padre, a pesar de sus duchas diarias después del trabajo, siempre
tenía grasa debajo de las uñas, por lo que nunca se veía del todo limpio. Y
luego estaba la cuestión de su peso. El vientre del padre de Chris sobresalía
de su cinturón y, a veces, su camisa se subía de tal manera que el gran
estante de su intestino distendido se escapaba y colgaba a la vista de todos.
Cuando se sentaba y sus pantalones se deslizaban hacia abajo y su camisa
se subía en la parte de atrás, lo que hacía que la exposición fuera aún peor.
Chris sabía que sus padres eran amables. Sólo deseaba que pudieran
verse bien y actuar apropiadamente en público. Los niños más inteligentes
de la escuela tenían padres que siempre sabían cómo verse y actuar. Los
papás llevaban chaquetas y corbatas o pantalones caqui y polos.
Las mamás llevaban blusas de buen gusto, pantalones de vestir, joyas y
maquillaje sutiles y costosos. Estos padres eran profesionales: abogados o
ingenieros o médicos. Tenían carreras que requerían años de educación
más allá de la escuela secundaria.
Este era el tipo de carrera que quería Chris.
Los tipos de trabajos que trabajaban los padres de Chris llevaron a una
deficiencia en otra área: el dinero. No eran pobres, no. Ellos eran dueños
de su casa, pero era una casa sencilla y rechoncha, apenas lo
suficientemente grande para una familia de cuatro, y los muebles eran en
su mayoría heredados de los abuelos de Chris. Su mamá y su papá tenían
cada uno un automóvil, pero ambos vehículos eran antiguos y sólo seguían
funcionando gracias a los conocimientos mecánicos de su papá. Tenían una
vieja computadora familiar compartida que rechinaba, y la consola de
videojuegos de Chris estaba tan trágicamente desactualizada que ya no
podía comprar juegos nuevos. Sólo tienen cable básico. Honestamente,
¿quién sólo tenía cable básico en estos días?
Cuando Chris recorría la ciudad en el autobús escolar, siempre notaba
las subdivisiones que estaban llenas de elegantes casas de ladrillo de dos
pisos. Le gustaba fantasear con las familias que vivían en ellas: los papás
médicos y las madres abogadas y sus hijos de alto rendimiento, todos
vestidos con ropa de diseñador, comiendo salmón a la parrilla y verduras
al vapor y ensalada para cenar y luego descansando en habitaciones que
parecían de ellos, estaban listos para ser fotografiados para una de las
revistas de hogar y jardín que siempre veía en la sala de espera del
consultorio del médico. Los padres probablemente jugaban golf y tenis en
el club de campo mientras sus hijos chapoteaban en la piscina. Nunca había
preocupaciones sobre cómo pagar la universidad de los niños una vez que
tuvieran la edad suficiente.
Eso es lo que Chris había querido decir al desear que fueran una buena
familia. Quería una vida agradable para ellos, con cosas bonitas y un futuro
brillante para él y su hermana.
Seguramente no estaba tan mal querer más de la vida que pasar todos
los meses sólo para pagar las facturas, y luego tener que comprar los
artículos fuera de marca en la tienda de comestibles sólo para ahorrar unos
centavos.
—Emma, es tu turno de lavar los platos esta noche —dijo la mamá de
Chris mientras terminaban de comer.
—Está bien, mamá —respondió Emma. A Chris le molestaba lo
cooperativa que siempre había sido. ¿Nunca se cansaba de hacer las mismas
tareas una y otra vez?
—Chris, le dije a la Sra. Thomas que la ayudarías a sacar la basura esta
noche —dijo mamá, levantándose de la mesa—. Después de eso, puedes
llevar a Porkchop (Su nombre significa Chuleta de Cerdo) a dar un paseo después
de la cena.
Chris no quería hacer ninguna de esas tareas. ¿Por qué los padres
siempre explotaban a sus hijos obligándolos a hacer un trabajo gratuito?
—Mamá —dijo, tratando de evitar que su voz se convirtiera en un
quejido —estoy ocupado. Mañana es el primer día de clases y tengo que
prepararme.
—Sacar la basura de la Sra. Thomas y caminar Porkchop tomará treinta
minutos, como mucho. Eso te da mucho tiempo para preparar tus cosas
para la escuela mañana.
Podía decir por el tono de voz de su madre que ella no iba a tolerar
ninguna discusión.
—Está bien, pero no me gustará.
—Sé que no te gustará. Es parte de mi malvado plan oprimirte. —Hizo
una risa falsa como la de un villano en una caricatura—. Vamos, estoy
tratando de hacerte reír aquí.
Emma, que ya estaba limpiando la mesa, se echó a reír, pero Chris no
le dio la satisfacción a su madre. Con un suspiro teatral, se levantó de la
mesa y salió por la puerta trasera para ir a la casa de la Sra. Thomas.
La Sra. Thomas era mayor, tan mayor que los padres de Chris siempre
se sorprendían de que ella aún se las arreglara para vivir sola y cuidarse a
sí misma. Había sido profesora de inglés en la escuela secundaria durante
más de cuarenta años, enseñando a los padres de Chris junto con muchas
generaciones de estudiantes de secundaria de la ciudad. Ahora, sin
embargo, había estado jubilada y enviudada durante muchos años y vivía en
una casa pequeña, cuadrada y llena de libros con sólo sus gatos como
compañía. Ella cocinaba y se ocupaba de la limpieza, pero los padres de
Chris la ayudaban con cualquier cosa que requiriera levantar cosas pesadas.
O, al menos en el caso de la basura, obligaban a Chris a ayudarla. El
arreglo era que la noche anterior al día de la basura, Chris iría a la casa de
la Sra. Thomas, vaciaría todos los botes de basura de la casa y llevaría las
bolsas al gran cubo de basura en su camino de entrada, que luego las llevaría
a un lado de la carretera para que estén listas para ser recogids a la mañana
siguiente.
Chris le había preguntado una vez a su padre si al menos se le podía
pagar por esta responsabilidad semanal, pero su padre le había dicho—: A
veces no haces un trabajo por dinero. Lo haces porque es lo más decente.
Chris lo había tomado como un no.
Chris llamó a la puerta de la Sra. Thomas y se preparó para esperar. Se
movía lentamente y siempre le tomaba mucho tiempo responder. Cuando
finalmente llegó a la puerta, vestía el mismo cárdigan amarillo que usaba
todo el año, incluso ahora que hacía calor afuera. Era una mujer diminuta,
delicada y parecida a un pájaro. Sus gafas eran gruesas y su cabello era fino
y gris.
—Hola, Christopher. Es muy amable de su parte venir a ayudarme.
Ella era la única persona que lo llamaba Christopher.
—Claro —dijo Chris. Pero en realidad, no se trataba de ser amable. Era
más que todavía era un niño y por eso cuando sus padres lo obligaban a
hacer algo, su única opción era hacerlo o sufrir las consecuencias.
—Por favor, entra —dijo, manteniendo la puerta abierta—. Sólo hay
una bolsa de basura que debes sacar. Está en la cocina.
La casa estaba oscura y olía a humedad. Las paredes estaban cubiertas
de estanterías llenas de libros, y cada mueble de la sala de estar tenía al
menos un gato durmiendo encima. La siguió hasta la cocina.
—¿Podrían interesarte algunas galletas antes de que te pongas a
trabajar? —Preguntó la señora Thomas, señalando el tarro de galletas con
forma de gato en la encimera de la cocina.
—No gracias. Acabo de cenar. —Las galletas de la señora Thomas eran
las más baratas que vendían en la tienda de noventa y nueve centavos y
siempre estaban rancias. Después de aceptar la oferta de las galletas dos
veces, había aprendido a decir que no.
—Bueno, eso nunca me ha impedido comer una galleta o dos —dijo la
Sra. Thomas, sonriendo—. Tu madre me dice que mañana empezarás la
secundaria. Eso debe ser emocionante para ti.
—Sí, señora —dijo Chris, ansioso por qué esta conversación terminara
para poder volver a hacer cosas que realmente importaban.
—Se jactaba de lo buen estudiante que eras y de lo mucho que te
encantaba aprender. Sabes, enseñé en tu escuela secundaria durante
muchos años. Literatura inglesa. Si alguna vez necesitas ayuda con algo
académico, házmelo saber. Y si alguna vez quieres pedir prestado alguno
de mis libros, siempre serás más que bienvenido.
—Gracias, pero soy más científico que literario.
—No te metas en un casillero todavía. Eres demasiado joven. Y no hay
absolutamente ninguna razón por la que no puedas ser científico y literario.
Hay tantas cosas maravillosas que aprender en el mundo.
Chris sacó la bolsa de basura, llena en su mayoría con latas vacías de
comida para gatos, del bote de basura.
—Sacaré esto y luego sacaré la lata grande a la carretera, ¿de acuerdo?
La Sra. Thomas asintió. Gracias, Christopher. Eres de gran ayuda para
mí.
Chris regresó a su jardín. Sabía que la Sra. Thomas estaba tratando de
ser amable, pero era un poco triste que pensara que podía ayudarlo con
las cosas de la escuela.
Había ido a la pequeña universidad local hace un millón de años, luego
enseñó inglés en la escuela secundaria hasta que se jubiló. No era como si
fuera una gran intelectual.
Además, era tan mayor que probablemente había olvidado lo poco que
sabía. Estaba seguro de que ella no podría enseñarle nada.
Chris abrió la puerta del patio trasero cercado, donde Porkchop
meneaba y esperaba. Tan pronto como Chris estuvo dentro, Porkchop
saltó sobre él y estiró el cuello para poder lamerle la cara.
—¡Agáchate, Porkchop! ¡Me estás ensuciando! —Chris se apartó de las
patas sucias del perro y trató de desempolvar sus pantalones.
Chris había querido un perro, pero Porkchop no era el perro que había
querido. Chris había querido uno de los inteligentes y hermosos perros de
raza pura que había visto en programas caninos en la televisión: un border
collie o un perro pastor de Shetland. Pero su padre le había dicho que no
podían pagar un perro de raza pura y que, de todos modos, era inmoral
comprarle un perro caro a un criador cuando había tantos perros en los
refugios que necesitaban buenos hogares. Y así, una noche cuando Chris
estaba en sexto grado, su padre había regresado a casa con Porkchop, un
perro callejero marrón y bronceado, cubierto de maleza y dientes
desgarrados que no se parecía en nada a las elegantes razas de pastoreo
que Chris admiraba. Inmediatamente quedó claro que Porkchop también
carecía de la inteligencia para aprender los trucos o las habilidades de
agilidad que Chris había soñado con enseñarle a un perro. En cambio,
Porkchop era un idiota feliz cuyas actividades favoritas se centraban en su
barriga, ya sea llenándola o frotándola.
—¿Listo para tu caminata? —preguntó Chris, sin mucho entusiasmo.
Porkchop compensó la falta de entusiasmo de Chris moviendo, ladrando
y corriendo en pequeños círculos.
—Si no te sientas, no puedo ponerte la correa —le dijo Chris. No podía
creer cuánto tiempo estaba perdiendo cumpliendo las órdenes de sus
padres.
Ató la correa al cuello de Porkchop.
—Una vez alrededor de la cuadra, eso es todo lo que obtendrás.
Caminar por el barrio era deprimente. Las casas eran pequeñas e
idénticas cajitas, que originalmente habían sido construidas para los
trabajadores de una acería que había cerrado muchos años antes de que
naciera Chris. Los patios sobre los que se asentaban las casas eran
pequeños con sellos postales. Estaba seguro de que era el único chico del
Club de Ciencias que vivía en un barrio tan pésimo. Esperaba poder
mantener en secreto el lugar donde vivía de los otros, quienes, estaba
seguro, vivían en los elegantes vecindarios del lado oeste de la ciudad que
tenían nombres como Wellington Manor y Kensington Estates.
Como prometió, dio una vuelta a la manzana, luego lo llevó a la casa y
vació una lata de comida para perros en su plato. Porkchop se la comió
felizmente.
Finalmente, con sus tareas domésticas terminadas, Chris pudo ir a su
habitación y comenzar a prepararse para el primer día de la escuela
secundaria. No sólo necesitaba llenar y organizar su mochila, sino que
también tenía que decidir qué se iba a poner. Su madre lo había llevado de
compras la semana anterior y le había comprado cinco camisas, tres pares
de jeans y unas zapatillas nuevas. Pero habían ido a esta enorme tienda
porque los precios eran asequibles. Lo que Chris había elegido se veía bien,
pero deseaba poder tener ropa de marca real de una de las buenas tiendas
del centro comercial. Su madre dijo que nadie podía notar la diferencia,
pero él sabía que era una mentira que ella le dijo para tratar de que se
sintiera mejor.
Aun así, Chris se sentía esperanzado. El primer día de la escuela
secundaria era un nuevo comienzo, una oportunidad para demostrar su
valía. Un juego de pelota completamente nuevo, como diría su papá; el
hombre nunca había conocido un cliché que no le gustara.
Lo que más entusiasmó a Chris fue unirse al Club de Ciencias. En West
Valley High, las clases de ciencias del Sr. Little y el club que supervisaba
eran legendarios. El salón de clases del Sr. Little estaba iluminado por bolas
de plasma, lámparas de lava e hileras de luces de burbujas brillantes. Era
famoso por demostrar experimentos espectaculares que involucraban
fuego o explosiones cuidadosamente controladas, aunque dijo que se
aseguraba de que sus estudiantes no trabajaran en nada que los pusiera en
peligro real. También era famoso por impulsar proyectos estudiantiles que
producían resultados extraordinarios y casi siempre ganaba ferias de
ciencias cuando West Valley competía con otras escuelas.
El Club de Ciencias era famoso por traer numerosos trofeos para West
Valley, y los estudiantes del Club de Ciencias tenían la reputación de ser
los más exitosos de la escuela. En el día de orientación para estudiantes de
primer año, cuando los nuevos estudiantes tuvieron la oportunidad de
inscribirse en los clubes, Chris se dirigió directamente a la mesa del club
de ciencias. Fue el único club al que se inscribió. ¿Por qué perder el tiempo
en algo inferior, pensó Chris, cuando puedes estar con los mejores?
Chris estaba especialmente ansioso por este fin de semana, que era el
tradicional encierro que el Sr. Little realizaba todos los años para sus
estudiantes. Toda la clase pasaría la noche en la escuela, trabajando en un
proyecto secreto diseñado por el Sr. Little. Tenía la reputación de ser una
experiencia que cambiaba la vida, una que aseguraba su estatus en el Club
de Ciencias y en la escuela. Chris quería que su estatus fuera el mejor de
los mejores.
—¡Chris! ¡Tus amigos están en la puerta! —La mamá de Chris llamó
desde la sala de estar.
«Josh y Kyle», pensó Chris. Se sintió vagamente molesto. Tenía que
prepararse mucho para asegurarse de dar la impresión correcta en su
primer día. Estaba de muy buen humor, y Josh y Kyle nunca se tomaban en
serio nada.
—¡Estaré allí en un minuto! —gritó en respuesta.
Terminó de cargar su mochila con útiles escolares antes de dirigirse a
la puerta. Al menos podría hacerlo a pesar de la interrupción.
Josh y Kyle esperaban en la sala de estar. Josh se había dejado crecer el
pelo durante el verano y le caía en ondas de color marrón oscuro sobre
los hombros. Kyle se había teñido un mechón morado en el pelo y llevaba
una camiseta de una banda con una calavera y tibias cruzadas. Chris estaba
un poco nervioso por el hecho de que Josh y Kyle también comenzarían
mañana en West Valley High. Habían sido sus amigos desde que eran niños
en edad preescolar, pero esperaba que no se cruzaran con él durante el
horario escolar. Eran buenos tipos, pero temía que la imagen que
proyectaban no les pareciera bien a los chicos del Club de Ciencias. No
quería que sus viejos amigos le impidieran hacer nuevos amigos de mayor
estatus.
—Hola —dijo Josh, tirando de su cabello hacia atrás detrás de sus
orejas, un hábito que había adquirido desde que lo dejó crecer—. Es
nuestra última noche de libertad.
—Sí —dijo Kyle—. Mañana nos vuelven a encerrar y tiran la llave hasta
el próximo verano.
—En realidad, estoy un poco emocionado de volver a la escuela —dijo
Chris—. Quiero decir, es la escuela secundaria, ¿saben?
—Lo mismo con un nombre diferente —dijo Josh, sonando como si ya
estuviera aburrido—. Íbamos a ir en bicicleta al Dairy Bar y luego a bajar
al lago. ¿Quieres venir?
«Por supuesto que sí», pensó Chris. Era lo que siempre hacían. Pero
supuso que podría venir por los viejos tiempos. Mañana, su vida iba a
cambiar: estaría llena de amigos inteligentes, proyectos científicos y logros
académicos. Los paseos en bicicleta y los helados de la infancia serían sólo
un recuerdo.
—Seguro, ¿por qué no?
Siguió a los chicos afuera y tomó su bicicleta.
—¡Carrera hacia el Dairy Bar! —gritó Kyle, como siempre hacía.
Ellos despegaron. Chris intencionalmente no pedaleó tan rápido como
Josh y Kyle. Pensó que también podría dejarlos ganar. Habría muchos
logros en su futuro, por lo que tal vez debería dejar que uno de ellos ganara
la carrera para tener una pequeña sensación de logro. Pronto los dejaría
morder el polvo de otras formas.
Josh ganó. No es que importara.
En el Dairy Bar, cada uno de ellos pidió sus habituales conos de
chocolate y vainilla en forma de remolino y se sentaron en una de las mesas
de picnic de madera para comérselos. A pesar de que el helado era bueno,
Chris aún podía imaginar mejores golosinas que tendría en el futuro una
vez que hubiera alcanzado el estatus social al que aspiraba. Luego comería
postres lujosos sobre los que sólo había leído o visto en la televisión:
crepes suzette, pastel de lava de chocolate fundido, crème brûlée.
—No te he visto mucho en el servidor últimamente, Chris —dijo Kyle.
En la escuela secundaria les había gustado “reunirse” en línea para jugar
juntos a Night Quest, un popular juego multijugador.
—Sí, creo que últimamente he tenido cosas más importantes en la
cabeza —respondió Chris, lamiendo su cono.
—¿Por qué? ¿Hay algo mal? —preguntó Josh—. Nadie en tu familia está
enfermo ni nada, ¿verdad?
—No, nada de eso. Sólo he estado pensando en, ya sabes, el futuro.
—¿El futuro, como con los señores de los robots y los coches
voladores? —preguntó Josh, sonriendo.
Eran tan incapaces de hablar en serio que resultaba exasperante.
—No, como en mi futuro. Mis metas. Lo que quiero de la vida.
—Eso es un pensamiento bastante pesado para las vacaciones de verano
—dijo Kyle—. Al comienzo del verano, saco mi cerebro, lo pongo en un
frasco, lo pongo en un estante y no lo vuelvo a sacar hasta que comienzan
las clases.
Josh rio.
—¿Así que eso es lo que harás cuando llegues a casa esta noche? ¿Poner
tu cerebro de nuevo en tu cabeza?
—No, probablemente esperaré hasta la mañana. No es necesario que
empiece a pensar antes de lo necesario.
Josh y Kyle se estaban riendo, pero Chris no pudo esbozar una sonrisa.
¿Cómo llegó a ser amigo de estos perdedores? Supuso que fue sólo porque
Josh vivía en la casa de al lado y Kyle vivía al otro lado de la calle. Los habían
arrojado juntos porque tenían la misma edad y vivían en el mismo lugar. Si
Chris hubiera crecido en un vecindario más agradable, habría terminado
con una mejor clase de amigos.
Después de terminar su helado, regresaron a sus bicicletas para ir al
lago.
Lo que llamaban lago era en realidad un gran estanque. Una vez que
llegaron, hicieron lo habitual. Buscaron piedras planas para saltar por el
agua. Intentaron acercarse a los gansos canadienses, luego se rieron cuando
los gansos les silbaron.
Hablaron de videojuegos y memes de Internet y nada en particular.
Al mirar el “lago” que en realidad era un estanque, Chris pensó en la
palabra estancado. Ese estanque no iba a ninguna parte. No era un río o
incluso un pequeño arroyo que fluía y se iba a otro lado, que se convertía
en parte de algo más grande.
En su lugar, simplemente se quedaba allí, cultivando algas y bacterias
asquerosas, sin ir a ninguna parte y convertirse en nada.
A diferencia del estanque, a diferencia de Josh y Kyle, Chris no tenía
intención de estancarse.
Iría a lugares.

☆☆☆
Chris se despertó temprano el primer día de clases. Se dio una ducha,
se cepilló los dientes agresivamente y se aplicó una capa doble de
desodorante. Se pasó un poco de gel por su cabello castaño arenoso, corto
y prolijamente cortado, para asegurarse de que no iba a ninguna parte. Se
puso el polo y el pantalón caqui que había dejado la noche anterior.
Deseaba de nuevo que fueran de una mejor marca, pero al menos estaban
limpios y nuevos.
—¡Oye, ahí está mi gran estudiante de primer año! —dijo mamá cuando
entró en la cocina.
Ella lo agredió con un abrazo.
—Mamá, detente —le dijo Chris, alejándose de ella y sentándose a la
mesa. Se sirvió un tazón de hojuelas de maíz y comenzó a cortar un plátano
sobre ellos.
Mamá se sentó frente a él, sosteniendo una taza de café. Ya se había
peinado y maquillado para el trabajo. Como siempre, era demasiado, en
opinión de Chris. Su cabello estaba teñido de un tono de rojo que no se
encuentra en la naturaleza, y vestía un top con estampado de leopardo,
mallas negras y zapatos con estampado de leopardo.
Deseó que ella aspirara a la elegancia simple en lugar del glamour barato.
—Sé que te cansas de que yo hable de lo grande que te has vuelto. Pero
cuando seas padre algún día, lo entenderás. ¡Empiezas con este pequeño,
diminuto bebé con dedos del tamaño de granos de maíz, y luego parece
que no pasa el tiempo hasta que tu bebé es tan alto que cuesta creerlo!
Chris no hizo ningún comentario, simplemente aplastó sus copos de
maíz. ¿Qué había que decir?
Había crecido. Era lo que hacían los niños. No era como si fuera un gran
logro ni nada.
—De todos modos, estoy orgullosa de ti —dijo su madre—. Orgullosa
de tu hermana también. Realmente parece que aún debería ser un bebé,
pero deberías haberla visto esta mañana. Se preparó y caminó hasta la
parada del autobús sola. Es tan independiente.
Ella sonrió. Había una pequeña mancha de lápiz labial en su diente
frontal.
—Dime, no tengo que estar en el trabajo hasta las nueve de esta
mañana. ¿Quieres que te lleve en coche en tu primer día?
Chris casi se atraganta con sus copos de maíz. No quería que los chicos
del Club de Ciencias en su nueva escuela vieran a su madre demasiado
maquillada llegar con su auto económico de diez años que traqueteaba y
resoplaba como el bisabuelo de alguien. ¿Qué tipo de impresión causaría
eso?
—No gracias, mamá. Sólo tomaré el autobús.
—¿Qué dije? Independiente. —Su madre se acercó y le revolvió el pelo.
Ahora tendría que peinarlo de nuevo.

☆☆☆
En el autobús escolar, Josh y Kyle estaban sentados uno al lado del otro.
Cuando Chris abordó, Josh dijo—: ¡Oye, Chris! Es hora de entregarnos al
carcelero, ¿eh?
Chris lo ignoró. Había un asiento vacío al otro lado del pasillo de Josh y
Kyle, pero él también lo ignoró y encontró otro asiento vacío más atrás en
el autobús. Era mejor ser visto solo que ser visto en la compañía
equivocada. Miró alrededor del autobús, tratando de averiguar si alguno de
los chicos parecía ser miembro del Club de Ciencias.
West Valley High era mucho más grande y estaba más concurrida que
la antigua escuela secundaria de Chris. En los pasillos, tenía que
concentrarse para no atropellar a nadie y no ser atropellado por él mismo.
Era difícil concentrarse en navegar por el pasillo cuando su cerebro estaba
consumido por un pensamiento: el tercer período es la clase del Sr. Little.
El tercer período es la clase del Sr. Little.
Después de lo que pareció una eternidad y media, llegó el tercer
período. Chris y sus compañeros de clase entraron en la habitación al final
del pasillo y contemplaron las extrañas maravillas del salón de clases del Sr.
Little. Chris tomó asiento y miró a su alrededor. Las paredes estaban
cubiertas de carteles, algunos describían el método científico o mostraban
la estructura celular, otros mostraban juegos de palabras y juegos de
palabras relacionados con la ciencia. Uno decía, EN CIENCIA, LA MATERIA
IMPORTA, y otro, PIENSA COMO UN PROTON. MANTENTE POSITIVO. Los estantes
que se alineaban en la habitación estaban llenos de más curiosidades
científicas de las que Chris podía asimilar a la vez. El más cercano a él
mostraba una variedad de frascos de vidrio llenos de líquido transparente
y diferentes muestras biológicas.
Un frasco contenía el corazón de alguna pobre criatura; otro albergaba
un lechón fetal con dos cabezas perfectamente formadas. Otro más
contenía lo que parecía inquietantemente un cerebro humano.
El Sr. Little se paró frente a la mesa del laboratorio a la cabeza del salón
de clases. Llevaba una bata de laboratorio blanca sobre una camisa con
cuello y una corbata de colores brillantes impresa con el diseño de una
hélice de ADN. Era un hombre pequeño y enérgico, la encarnación literal
de su apellido, y sonreía como el maestro de ceremonias en un espectáculo
particularmente emocionante. Sus gafas de seguridad, usadas sobre sus
anteojos normales, hacían que sus ojos parecieran enormes e insectoides.
—Pasa. Encuentra un asiento. No seas tímido —dijo mientras los
estudiantes ingresaban al aula—. Prometo que no habrá grandes
explosiones ni desmembramientos. Al menos no el primer día. —Mostró
una sonrisa traviesa.
Chris no sabía todo lo que estaría aprendiendo en la clase, pero ya sabía
una cosa: nunca había conocido a un maestro como Mr. Little.
—Muy bien, sigamos adelante y comencemos —dijo Little, aunque las
risas entre los estudiantes no se calmaron. Chris esperaba que el Sr. Little
levantara la voz, sacara su libreta y comenzara a recibir asistencia, pero en
su lugar vertió una especie de solución transparente en un recipiente de
vidrio que sostenía sobre un mechero Bunsen.
En cuestión de segundos, apareció una enorme bola de fuego, sus llamas
cayeron justo antes de lamer el techo, luego desaparecieron
instantáneamente.
Todos en el aula jadearon.
—Pensé que llamaría su atención —dijo Little, sonriendo—. ¡Pero se
los prometo, todavía no han visto nada! —Miró alrededor de la
habitación—. ¡Esto es ciencia! Y no es para los débiles de corazón o los
cobardes. No se trata sólo de leer un libro de texto y responder preguntas
correctamente. Se trata de pensamiento innovador. Se trata de ensuciarse
las manos. Se trata de experimentar, con todo lo que implica la palabra
experimento. A veces lo logramos y a veces fallamos, pero de cualquier
manera, aprendemos. En esta clase, puedo pedirles que hagan algunas cosas
que suenan un poco locas, pero les prometo que si tienes paciencia
conmigo y siguen mi consejo, cuando haya terminado con este curso,
estarán pensando, hablando, caminando y graznando como un científico.
—Miró alrededor de la habitación—. Ahora, ¿quién está listo para
aprender algunas cosas interesantes?
Todos aplaudieron, ulularon o vitorearon. Chris ya se sentía miembro
de un club exclusivo.
—Ahora, antes de pasar a lo divertido, tenemos que pasar por algunos
obstáculos burocráticos —dijo Little— el primero es este contrato de
seguridad en el laboratorio, que ustedes y sus padres deben leer y firmar,
diciendo que lo no harán volar intencionalmente la escuela u otro
compañero de clase.
—Aw, ¿qué hay de divertido en eso? —preguntó un chico de la primera
fila y todos se rieron.
—Oh, siempre es muy divertido hasta que tienes que quitar las vísceras
de alguien de las paredes —dijo Little—. Odio cuando los estudiantes dejan
un desastre.
Más risas.
El chico sentado frente a Chris levantó la mano y preguntó—: ¿Va a
hablar sobre el encierro?
—Sí —respondió el Sr. Little—. Habrá una reunión en esta sala justo
después de la escuela hoy para todos los que estén interesados en venir al
encierro este fin de semana. Les sugiero encarecidamente que vengan
todos por el bien de sus calificaciones —murmuró las palabras crédito
extra— ¡y por el bien de la ciencia!
Una vez terminada la clase, el chico frente a Chris se dio la vuelta.
—No te había visto antes. ¿Eres estudiante de primer año? —Sus ojos
marrones eran intensos e inteligentes.
—Sí —respondió Chris—. ¿Y tú?
—Estudiante de segundo año —dijo el chico—. Sanjeet Patel. Todo el
mundo me llama San.
—Chris Watson. —San irradiaba no sólo inteligencia sino confianza.
Chris de repente, desesperadamente, quería que le agradara a este chico.
—¿Estás interesado en el Club de Ciencias? —preguntó San mientras
recogían sus pertenencias.
—Sí. Es prácticamente todo en lo que he pensado desde que supe que
venía a West Valley.
San sonrió.
—Una vez que esté dentro, seguirá siendo todo en lo que piensa.
¿Almuerzas en el próximo período?
Chris asintió, esperando recibir una invitación para almorzar. Esta
conversación parecía ir bien.
—Yo también y mucha gente del Club de Ciencias. ¿Por qué no te
sientas con nosotros y dejas que todos te conozcan?
—Eso sería genial. Gracias. —Chris estaba feliz de ser incluido, incluso
si aparentemente fue a modo de prueba.
En la cafetería, se sentó con San y otros dos chicos: un chico alto,
larguirucho y pelirrojo que se presentó como Malcolm, y Brooke, una
pequeña chica negra con rizos oscuros y elásticos.
—Chris está conmigo en la clase del tercer período del Sr. Little —
explicó San a modo de presentación mientras se preparaban para almorzar.
Chris fue el único de ellos que comió el almuerzo que proporcionó la
cafetería. Todos los demás habían empacado almuerzos con frutas frescas
y verduras crudas y sándwiches con pan integral. Chris hizo una nota
mental para decirle a su mamá que quería empezar a traer su almuerzo.
También tendría que ser específico sobre qué tipo de alimentos comprar
y empacar. No podía dejar que estos chicos lo vieran comiendo mantequilla
de maní y mermelada en pan blanco empapado.
—Bueno, entonces debes ser razonablemente inteligente —dijo
Malcolm, mirando a Chris—. El Sr. Little sólo permite que un puñado de
estudiantes de primer año ingresen a sus clases de nivel dos.
Brooke sonrió.
—Sí, los estudiantes de primer año que no pasen el corte tienen que
tomar la clase de ciencias de la tierra de la Sra. Harris.
—Lo sé, ¿verdad? —dijo Chris. Josh y Kyle estaban en la clase de la Sra.
Harris.
—Oh, vamos, chicos. Realizan muchos experimentos realmente
desafiantes —dijo Malcolm— como mezclar vinagre y bicarbonato de
sodio para hacer un volcán. —Su voz goteaba sarcasmo.
—Eres terrible —dijo Brooke, pero todos se rieron.
—También recogen hojas otoñales y las pegan al papel de construcción
—agregó Malcolm—. Aunque es una tarea demasiado difícil para la mayoría
de ellos.
Chris se rio un poco más junto con sus, esperaba, futuros amigos.
San apenas pudo contenerse.
—Y su examen final —dijo, riendo tan fuerte que casi no podía hablar—
es tratar de encontrar la cafetería de la escuela.
—Muchos fallan, por supuesto —dijo Malcolm, riendo disimuladamente.
Chris no podía recordar la última vez que se había reído tanto. Por
supuesto, se sentía un poco mal porque cuando se reía de la estupidez de
los estudiantes de la Sra. Harris, también se reía de Josh y Kyle, quienes
habían sido sus amigos desde que tenía la edad suficiente para caminar y
hablar.
Pero sabía que si iba a alcanzar sus metas, no podía ser sentimental. Era
hora de pasar a una mejor clase de amigos.

☆☆☆
Tan pronto como sonó la campana de salida, Chris se apresuró a ir al
salón de clases del Sr. Little. No podía esperar a escuchar sobre el encierro.
Otros estudiantes debieron haberse sentido de la misma manera porque
cuando llegó allí, la sala estaba casi llena y un había un hervidero de charlas.
Encontró un asiento vacío cerca de San.
—Me pregunto qué habrá preparado el Sr. Little este año —le dijo San
a Chris.
Chris sonrió.
—No sé. Espero que sea genial.
—Oh, lo será —respondió San, como si la declaración de Chris
implicara algún tipo de duda sobre las habilidades del Sr. Little—. Hasta
que no lo experimente, es imposible que lo entienda. Será un cambio de
vida.
Chris asintió. Supuso que no entendía, pero estaba ansioso por
aprender. Y una experiencia que le cambiara la vida era exactamente lo
que necesitaba.
—Oye —dijo San— Malcolm, Brooke y yo tenemos un grupo de
estudio que se reúne en Cool Beans Coffee los miércoles después de la
escuela. Deberías venir.
—¿Está seguro? ¿Están Malcolm y Brooke de acuerdo con eso? —
preguntó Chris. No quería parecer agresivo, como si estuviera tratando de
entrar a la fuerza en su grupo de amigos.
—Sí, lo sugirieron —dijo San—. Les caes bien.
Chris sonrió. Ya podía sentir que su vida cambiaba.
La habitación se quedó en silencio cuando entró el Sr. Little. Caminó
por un pasillo del salón de clases como una celebridad caminando por la
alfombra roja. Cuando se detuvo y se paró frente a ellos, dijo—: ¡Saludos,
mis dulces conejillos de indias! ¿Están listos para escuchar qué tipo de
experiencia he planeado para este fin de semana?
Los estudiantes aplaudieron y ulularon. Chris no estaba acostumbrado
a ver tales demostraciones de entusiasmo en el aula. Fue un cambio
refrescante.
—En primer lugar —dijo Little, comenzando a caminar— la ciencia
requiere sacrificio. Si no están dispuesto a hacer un sacrificio, a renunciar
a una parte de sí mismo por el bien de la ciencia, entonces no se molesten
en venir el viernes porque este encierro no es para ustedes. Quédese en
casa y hagan lo que sea que haga en sus pequeños dispositivos electrónicos
o vayan a practicar un deporte o lo que sea. Sólo vengan aquí sí están
dispuesto a hacer un sacrificio y experimentar una transformación.
«Transformación». Chris sintió que esa era la palabra que había estado
buscando para describir lo que estaba buscando. Quería transformar su
vida, transformarse a sí mismo, en algo diferente, mejor, más digno.
—En el pasado, algunos de nuestros clubes de ciencia han sido
actividades grupales. Esta actividad es una que harán solos. De hecho, cada
uno de ustedes tendrá un cubículo que los aislará de los otros estudiantes
y también de mí. Cada uno de ustedes recibirá su propio kit de científico
loco Freddy Fazbear para trabajar. En este kit, encontrarán una solución
llamada Faz-Goo. Pondrán la cantidad necesaria de Faz-Goo en la placa de
Petri proporcionada. —Él sonrió—. Entonces llegará el momento del
sacrificio. Con los alicates que les proporcionaré, se arrancarán uno de sus
dientes…
Un grito ahogado se elevó entre la multitud. Chris también se escuchó
a sí mismo jadear. ¿Uno de sus dientes? Seguramente no había escuchado
correctamente al Sr. Little.
—Disculpe, Sr. Little, ¿podría repetir esa parte? —preguntó un
estudiante con una voz que sonaba nerviosa.
—¡Dientes! —gritó el Sr. Little—. ¡Te arrancarás uno de los dientes!
Puede doler un poco, pero confíen en mí… al final valdrá la pena. Ahora,
¿son científicos o son un montón de bebés llorones?
—¡Científicos! —la mayoría de los estudiantes respondieron a gritos.
—Bien. —El Sr. Little reanudó su paseo—. Así que se arrancarán uno
de los dientes, como dije, y lo colocarán en el Faz-Goo. Entonces harán lo
que los científicos dedican gran parte de su tiempo a hacer. Esperarán. Se
les proporcionará una cama de campaña para tomar una siesta mientras se
desarrolla el proceso.
—¿Y qué proceso es ese? —preguntó un estudiante.
—Bueno, ¿qué tendría de divertido si te dijera eso? ¡Todo lo que diré
es que es un proceso de descubrimiento! —Los ojos del Sr. Little estaban
locos de emoción—. Lo sabrán cuando hayan terminado porque los
resultados hablarán por sí mismos. Literalmente. Luego, desecharán su
creación en una bolsa de riesgo biológico y se irán como una persona
diferente. ¡Y no sólo dental, sino mentalmente! —Se rio de su propia
broma y muchos estudiantes se unieron a la risa.
—Hay un rumor —dijo el Dr. Little— de que si no participan en el
encierro se perjudica el desempeño en mis clases. Esto no es exactamente
cierto. Si no participa en el encierro pero completa con éxito todos los
requisitos del curso, igualmente aprobará mi clase, posiblemente con una
calificación superior al promedio. Sin embargo, a lo largo de los años he
descubierto que los estudiantes que participan en el encierro demuestran
un nivel de compromiso que les permite no sólo aprobar, sino sobresalir.
Y el hecho de que el encierro valga quinientos puntos de crédito adicional
tampoco hace daño. —Agarró una pila de papeles de su escritorio—.
Ahora, para aquellos de ustedes que están preparados para este desafío,
ahora distribuiré las hojas de permiso de los padres requeridas que les
permiten participar en el encierro. Pero, por favor, asegúrense de no
decirles nada a sus padres sobre la extracción dentaria requerida. No
quiero ser el receptor de las facturas dentales. Además, como comunidad
de científicos, debemos guardar nuestros secretos.

☆☆☆
Chris se sintió emocionado pero también asustado. Sin embargo, no
dejaría que su miedo lo detuviera.
No te transformas jugando a lo seguro. Tienes que correr riesgos,
probar cosas nuevas.
Cuando el Dr. Little le ofreció una hoja de permiso, la tomó.

☆☆☆
Chris sólo temía una parte del encierro. Cuanto más pensaba en ello,
más nervioso se ponía ante la perspectiva de arrancarse uno de sus propios
dientes. Chris siempre había sido escrupuloso con los asuntos dentales.
Cuando era pequeño y tenía un diente de leche suelto, posponía quitarlo
hasta que el diente colgaba del hilo más pequeño. A veces, si tenía suerte,
el diente simplemente salía sin que él tuviera que tocarlo. Una vez perdió
uno en una manzana, otro en una mazorca de maíz. En otra ocasión, cuando
tenía un diente que había estado dejando colgando durante varias semanas,
su padre pidió verlo y luego se lo quitó sin previo aviso. Chris había estado
enojado con él durante días.
Luego estaba el tema de las visitas al dentista. Incluso si era sólo un
examen y una limpieza, Chris estaba consumido por la ansiedad durante las
semanas anteriores. Su madre le dijo que detestaba sus viajes al dentista
tanto como él porque era ella quien tenía que llevarlo allí y aguantar sus
gemidos antes, durante y después.
Chris permaneció despierto toda la noche pensando. Faltaban dos
noches para el encierro. Si pudiera encontrar una manera de participar en
el experimento sin tener que sacarse los dientes…
—¡Chris! ¡Tus amigos están en la puerta! —llamó su mamá.
«¿De nuevo?» pensó Chris. Demostró lo menos serios que eran Josh y
Kyle en cuanto a aparecer y querer pasar el rato en una noche de escuela.
—¡Diles que tengo tarea! —gritó Chris.
—¡Ven y diles tú mismo! —le gritó su mamá.
Chris puso los ojos en blanco pero se levantó de la cama. Fue a la puerta
para ver a Josh y Kyle.
—Hola —les dijo— no puedo pasar el rato esta noche. Tengo tarea.
—Nos detuvimos por un segundo —dijo Josh—. La mamá de Kyle nos
llevará al centro comercial el viernes. Vamos a comer en el patio de
comidas y ver la nueva película de Los Vengadores. Nos preguntamos si
querías venir.
Fue amable de su parte preguntar, pero ahora sus pasatiempos parecían
tan infantiles.
—Gracias chicos. Me encantaría, pero tengo el encierro del Club de
Ciencias esa noche.
—Oh, ¿estarás haciendo eso? —dijo Kyle, sonando incrédulo—. Parece
un poco triste pasar la mayor parte del fin de semana en la escuela.
—Bueno, creo que es emocionante —respondió Chris.
Kyle y Josh intercambiaron una mirada.
—No te metas demasiado en las cosas del Club de Ciencias, ¿de
acuerdo? —dijo Josh—. Algunas personas en la clase de la Sra. Harris
estaban hablando de eso ayer. Dicen que es extraño, como una secta o
algo así.
Chris no pudo evitar sentirse ofendido. Josh y Kyle podrían no estar
hechos para el Club de Ciencias, pero al menos podrían mostrarle el
debido respeto.
—Bueno, la gente del Club de Ciencias también habla de la gente de la
clase de la Sra. Harris —dijo Chris.
—Sí —dijo Kyle—. Dicen que somos tontos.
—Porque son snobs —agregó Josh. (Persona que se considera superior a otros y
desprecia a los considerados inferiores).

Kyle le dio a Chris una mirada extraña.


—No te estás volviendo un snob, ¿verdad, Chris?
—No, por supuesto que no —dijo Chris. Odiaba esa palabra, snob. Era
lo que los de bajo rendimiento llamaban a los de alto rendimiento para
tratar de hacerlos sentir mejor consigo mismos. Bueno, se negó a morder
el anzuelo.
—¿Crees que Josh y yo somos tontos? —preguntó Kyle.
Chris se encogió un poco. «Somos “Josh y yo”», pensó reflexivamente.
No son tontos; simplemente les falta madurez y ambición. Pero pensó que
sería una mala idea decir cualquiera de esas cosas en voz alta.
—No, por supuesto que no —respondió Chris de nuevo—. Miren,
chicos, tengo que volver a mi tarea. Tal vez podamos hacer algo el próximo
viernes, ¿de acuerdo?
Dijeron “Claro” y “Está bien”, pero Chris podía sentir que la distancia
entre él y sus viejos amigos crecía. Era una transición dolorosa, pero
probablemente era lo mejor.
—Adiós, chicos —dijo Chris y cerró la puerta.
En la sala de estar, la mamá de Chris estaba inclinada sobre Emma, que
estaba sentada en el sofá.
—Cuenta hasta tres en voz alta antes de hacerlo, ¿de acuerdo? —dijo
Emma.
—¿Antes de hacer qué? —preguntó Chris.
Su mamá lo miró.
—Emma tiene un diente flojo. Voy a halarlo por ella.
Chris sintió que se le revolvía el estómago.
—¡Bueno, no lo hagas mientras estoy aquí! Sabes que esas cosas me dan
asco. —¿Por qué su familia no podía ocuparse de asuntos desagradables en
privado en lugar de en medio de la sala de estar? Era una señal de lo poco
refinados que eran.
Mamá se rio.
—Espera a que seas padre. Ya no te molestará nada de las cosas que te
daban asco cuando eras niño.
Chris negó con la cabeza.
—No sé nada de eso. Si tengo un hijo, definitivamente tendrá que
sacarse los dientes sueltos solo. Chris huyó de la escena de la extracción
del diente y regresó a su habitación. Tan pronto como estuvo solo, sus
pensamientos se dirigieron al encierro del Club de Ciencias. La idea lo
golpeó como una descarga eléctrica.
Un diente flojo. ¡Por supuesto! Esa era la respuesta.

☆☆☆
Chris había pasado por Cool Beans Coffee probablemente miles de
veces, pero nunca había entrado. Por alguna razón, simplemente no se
sentía como si fuera para él. Era demasiado sofisticado y adulto, lleno de
adultos vestidos profesionalmente sentados con sus computadoras
portátiles y vasos de cartón.
Pero hoy eso iba a cambiar. Chris iba a entrar.
Abrió la puerta e inmediatamente fue recibido por el olor oscuro y
tostado del café. Pinturas de artistas locales colgaban de las paredes de
ladrillo rojo del café.
Chris tuvo que decirse a sí mismo que no debía ponerse nervioso, que
de ahora en adelante este era el tipo de lugar al que pertenecía.
—¡Hola Chris! —San lo saludó desde donde él, Malcolm y Brooke
estaban sentados, con la mesa llena de libros de texto abiertos, cuadernos
y tazas de café—. Toma una taza y únete a nosotros.
—¡Estupendo! ¡Ya voy! —Chris volvió a llamar. Estudió el tablero del
menú sobre el mostrador. Era más confuso que cualquier cosa que hubiera
estudiado en una clase.
Había mocas, frappes, capuchinos y lattes. Había tiros simples y tiros
dobles y descafeinados y medio caff. Chris nunca antes había tomado ni un
sorbo de café, y no tenía idea de lo que significaban esas palabras.
La hermosa joven en el mostrador dijo—: ¿Puedo ayudarte?
—Claro, no soy un bebedor de café con mucha experiencia, así que
realmente no sé lo que quiero.
Ella sonrió.
—¿Qué tal si te hago algo que creo que te gustará?
Chris se sintió aliviado de tener la responsabilidad fuera de sus manos.
—Está bien.
—¿Te gusta el chocolate?
—Por supuesto. No soy tonto. «¿A qué tipo de bicho raro no le gustaba
el chocolate?» pensó Chris.
Ella sonrió de nuevo.
—Probemos un moka helado, entonces. Dame sólo un par de minutos.
Ella le dio la espalda y vertió algunos jarabes diferentes en una máquina.
Chris no pudo decidir si sus acciones se parecían más a la química o la
magia.
Poco después, regresó con un enorme vaso de plástico transparente
lleno de lo que parecía ser una rica leche con chocolate cubierta con crema
batida y virutas de chocolate. Parecía el batido más elegante del mundo.
El precio que ella cotizaba era dos dólares más de lo que esperaba, y
esperaba que sus nuevos amigos no vieran que él tuviera que hurgar en sus
bolsillos y en su mochila para pagar.
Tomó su costosa bebida y se unió a San, Malcolm y Brooke en su mesa.
Todos bebían café caliente en vasos de papel y, en comparación con los de
ellos, su bebida parecía un batido infantil. Sin embargo, tenía que admitir
que estaba delicioso.
—Así que parece que vamos a ir a Francia estas vacaciones de
invierno… de nuevo —estaba diciendo Malcolm—. Tenía muchas ganas de
ir a Italia, pero mi madre no puede dejar de ir de compras a París. Voy a
aburrirme hasta las lágrimas.
—Creo que este año haremos un crucero por el Caribe. Supongo que
estará bien —dijo San. Se volvió hacia Chris—. Sólo estábamos hablando
de vacaciones familiares y de cómo nunca tenemos voz y voto sobre a
dónde vamos.
—Lo mismo aquí —dijo Chris. Esperaba que no le preguntaran dónde
se iría de vacaciones su familia. Las vacaciones familiares de Chris eran
siempre las mismas.
Sus padres se tomaban una semana libre a mediados del verano y
alquilaban una cabaña en un parque estatal que estaba a un par de horas de
distancia. Pasaban la semana pescando, nadando, caminando y cocinando.
Siempre hacía calor y había errores. En su mayor parte, se divertían, pero
Chris sabía que eran unas vacaciones para gente pobre.
—Ooh, eso se ve bien —dijo Brooke, señalando su bebida con la
cabeza—. ¿Eso es un moka?
—Sí —respondió Chris. Iba a tener que estudiar la jerga del café. Sus
padres bebían café, pero del tipo que se compra en la tienda y preparas en
casa.
—El mío también lo es. Sólo caliente en lugar de helado. —Chris se
sintió menos cohibido por su bebida ahora. «Necesitas relajarte con tus
nuevos amigos», se ordenó a sí mismo. Lo habían invitado a unirse a ellos.
Lo querían aquí. Era hora de que comenzara a actuar como si
perteneciera.
—Entonces, ¿qué tipo de resultados crees que producirá el
experimento en el encierro? —preguntó San, mirando alrededor de la
mesa.
—Bueno, claramente estaremos cultivando algún tipo de tejido —dijo
Malcolm, sorbiendo su café—. Simplemente no sé qué hará.
—Hará algo, sin embargo, eso es seguro —dijo Brooke—. Ojalá nadie
termine en la sala de emergencias como el año pasado.
Chris casi se atraganta con el café.
—¿Qué?
Brooke se rio.
—Un niño no siguió las instrucciones correctamente y terminó
teniendo que volver a unir un par de sus dedos. Sin embargo, fue culpa
suya. Terminó transfiriéndose a la clase de ciencias de la Sra. Harris, donde
era menos probable que se mutilara.
—Los experimentos siempre son perfectamente seguros si sabes lo que
estás haciendo, pero ese niño claramente no lo sabía —dijo Malcolm—.
Hablando de saber lo que estamos haciendo, si nos llamamos a nosotros
mismos un grupo de estudio, será mejor que nos pongamos manos a la
obra.

☆☆☆
Chris generalmente ya estaba en casa cuando su mamá llegaba del
trabajo, pero hoy no.
—Ahí lo tienes —dijo cuando él entró—. Firmé tu permiso para lo de
la escuela. Me preocupé cuando no te vi aquí. Estaba a punto de llamarte y
ver cómo estabas. —Estaba sentada en el sofá con un vaso de té helado,
con los pies descalzos apoyados en la mesa de café. Ella no se movió, pero
extendió una mano con el papel.
—Me uní a un grupo de estudio que se reúne después de la escuela —
dijo Chris, guardándose el papel en el bolsillo.
Su mamá se rio.
—Si algún otro niño me dijera eso, podría pensar que estaba mintiendo
para poder correr después de la escuela haciendo quién sabe qué. Pero te
creo.
—Sé que soy un nerd —dijo Chris, sentado junto a su madre en el sofá.
—Estoy orgullosa de que seas un nerd —dijo sonriendo.
—Me preguntaba —dijo Chris— ¿sería posible para mí tener un
pequeño aumento en mi asignación?
Mamá quitó los pies de la mesa de café y se enderezó.
—¿De cuánto estamos hablando?
Chris trató de calcular una cifra que no era demasiado escandalosa pero
que cubriría el precio de las costosas bebidas de café en las reuniones del
grupo de estudio.
—¿Diez dólares?
Mamá frunció el ceño e hizo un silbido bajo.
—¿Y para qué necesitas diez dólares más a la semana?
—Es por este grupo de estudio, en realidad. Nos reunimos en Cool
Beans en el centro y necesito dinero para el café.
—¿Ya te enganchaste a las cosas? —dijo su mamá, sacudiendo la cabeza.
—Escucha, chico, esas bebidas de café froufrou son verdaderas
tonterías para desperdiciar dinero. Una chica con la que trabajo solía
comprar uno todos los días, y cuando lo dejó, se sorprendió de la cantidad
de dinero que había ahorrado.
El hecho de que ella le estuviera dando un sermón no era prometedor.
—¿Por qué no pueden estudiar en la biblioteca? La biblioteca es gratuita.
Chris sintió que una oleada de molestia lo invadía.
—Mamá, yo no inicié el grupo de estudio; Me acabo de unir.
—Bueno, tal vez podrías sugerir una reunión en la biblioteca. Estoy
segura de que les ahorraría mucho dinero a todos.
Chris puso los ojos en blanco.
—Si sugiero eso, pensarán que soy pobre. Lo que cual soy, comparado
con ellos.
Su mamá suspiró.
—Si son tus amigos, a ellos no les importa cuánto dinero tienes, y a ti
tampoco debería preocuparte cuánto tienen ellos.
—Mamá —dijo Chris, a punto de perder los estribos— así no es cómo
funciona el mundo.
Ella suspiró.
—Sé que es así. Sin embargo, desearía que no. —Miró a Chris con una
pequeña sonrisa triste—. Está bien, puedo darte cinco dólares más a la
semana, pero eso es todo. Me alegra que estés haciendo amigos que se
toman la escuela en serio. Estudia mucho para hacerte rico y apoyarme en
mi vejez.
—Gracias, mamá —dijo Chris. Esta vez, él no se opuso cuando ella le
dio un abrazo.
☆☆☆
Chris estaba lleno de emoción mientras caminaba hacia el salón de
clases del Sr. Little después de la escuela el viernes. Sabía que el encierro
iba a ser una experiencia transformadora, probablemente la experiencia
más importante de su vida hasta la fecha. Esperaba poder completar el
experimento a satisfacción del Sr. Little y obtener su aprobación, así como
la aprobación de los demás miembros del Club de Ciencias.
Chris no era el único estudiante que estaba emocionado. Cuando entró
al salón de clases, pudo sentir el alto nivel de energía. Se sintió eléctrico.
Todo el mundo estaba hablando y riendo. Algunas personas se pararon y
pasearon en lugar de sentarse en sus escritorios, estaban demasiado
inquietos para quedarse en un lugar. Chris tomó su asiento habitual detrás
de San.
San se dio la vuelta y le sonrió.
—Tu primer encierro. Este es un gran día para ti, ¿verdad?
—Sí —dijo Chris, devolviéndole la sonrisa.
—También lo es para mí —dijo San—. Pero es aún más grande para ti
porque es tu primera vez. ¡Después de esta noche, serás miembro de pleno
derecho del Club de Ciencias!
—Todos los ojos puestos en mí, todas las bocas cerradas —dijo el Sr.
Little desde el director del aula—. Sé que están emocionado, ¡diablos, yo
también estoy emocionado! Pero hay algunas instrucciones muy
importantes que deben seguir exactamente o el experimento no
funcionará. —Se subió las gafas hasta la nariz—. También me he tomado la
libertad de pedir unas pizzas, que deberían estar aquí en breve.
Los vítores se elevaron por todo el salón de clases.
—Va a ser una noche larga y nunca deben realizar una investigación
científica con el estómago vacío. Pero mientras esperamos el sustento,
permítanme explicarles más específicamente lo que harán esta noche.
Como pueden ver, he instalado cubículos privados para cada uno de
ustedes en el laboratorio. En su cubículo encontrarán una mesa larga y una
cama de campaña para la siesta. En la mesa, encontrarán un kit de científico
loco de Freddy Fazbear.
Hubo algunas risas en la clase y un chico dijo—: ¿Pero no es ese kit sólo
un juguete?
—Definitivamente no es un juguete —respondió el Sr. Little, su voz se
volvió severa de repente— y si lo tratas como uno, será bajo su propio
riesgo. —Levantó el kit para que todos lo vieran y luego lo abrió—. En el
kit encontrarán un recipiente de Faz-Goo y una placa de Petri, como esta.
—Levantó un frasco de glop rosa y un plato pequeño—. Vaciarán el Faz-
Goo en la placa de Petri. Luego viene el sacrificio.
—El diente —susurró Chris a medias.
—¡Sí, el diente! —dijo el Sr. Little, sonriendo salvajemente—. Usarán
los alicates —levantó un par de alicates— para extraer el diente que elijan.
Aconsejaría uno cerca de la parte de atrás. Cuando les salgan las muelas
del juicio, no tendrán que preocuparse por el apiñamiento.
Chris escuchó una fuerte inspiración de alguien detrás de él. De repente,
sintió náuseas al pensar en la extracción del diente. Se alegraba de haber
descubierto una forma de evitarlo.
—Si no pueden manejar esta parte del experimento, ahora es el
momento de irse. —El Sr. Little miró alrededor del salón de clases—. Es
hora de separar a los verdaderos científicos de los aspirantes.
Chris miró alrededor de la habitación. Algunos parecían asustados, pero
ninguno se movió.
—Bien —dijo el Sr. Little, asintiendo con la cabeza en señal de
aprobación—. Me gusta que mis estudiantes estén completamente
comprometidos. Después de haber extraído el diente, lo colocarán en la
placa de Petri de Faz-Goo. Y ahí —dijo frotándose las manos— es cuando
las cosas empiezan a ponerse interesantes. Verán, el Faz-Goo no sólo hará
que el diente permanezca vivo… hará que el diente crea que todavía es
parte de ustedes.
—¿Un diente puede creer algo? —preguntó Brooke.
—Bueno, puede sentir que todavía está dentro de su boca —respondió
Little—. El Faz-Goo es muy poderoso. Cuando lo tocas, crea un zarcillo,
una conexión, que lentamente extrae los glóbulos rojos de su cuerpo. Las
células sanguíneas alimentan al Faz-Goo y alimentan el experimento. Y aquí
está la parte asombrosa: en el transcurso de varias horas, nutrido con sólo
unos pocos de sus glóbulos rojos, el diente crecerá encías, formará una
boca llena y esa boca se abrirá y les dirá algo que les prometo: no importa
la edad que tengan, nunca lo olvidarán.
Chris miró a sus compañeros de clase, todos con idéntica expresión de
incredulidad.
—Ya verán —dijo Little, mirando a su alrededor a todos los rostros
atónitos—. Será increíble. Una vez que la boca les ha dicho lo que necesitan
saber, morirá. He proporcionado una bolsa de riesgo biológico en cada
cubículo. Desecharán la boca y el Faz-Goo en la bolsa. Después de que me
hayan traído la bolsa para que pueda deshacerme de ella correctamente,
pueden irse. —Miró hacia la puerta del aula y sonrió—. ¡Pero primero,
pizza! —Hizo un gesto para que entrara el repartidor de pizzas—. Tienen
treinta minutos para comer, beber y socializar. ¡Pero después de eso, es
hora de ponerse a trabajar!
Chris tomó un par de rebanadas de queso y un vaso de papel con soda
y se sentó con San, Brooke y Malcolm.
—Supongo que esta será la última pizza que mastique con mi molar
trasero izquierdo —dijo Malcolm, pero sonaba más divertido que asustado.
—Estoy un poco preocupado de que tirarme de uno de mis dientes
estropee mi ortodoncia —dijo Brooke, quien tenía una boca llena de
aparatos ortopédicos.
—Sí, su ortodoncista se va a enojar —dijo San—. ¿Tus padres también
se enojarán cuando se enteren?
Brooke se encogió de hombros.
—No si les digo que fue por una asignación del Club de Ciencias. Me
dejarían cortar mi propio brazo si pensaran que mejoraría mis posibilidades
de ingresar a una buena universidad.
—Mis padres también lo harían —dijo Malcolm, y todos se rieron—.
Me dejarían cortar los dos brazos si eso me permitiera ingresar a la Ivy
League.
—Mi mamá definitivamente se enojará —dijo San.
Brooke se rio.
—Oh, lo hará, ¿no? ¡Me olvidé!
—¿Olvidaste qué? —dijo Chris.
Brooke se rio un poco más, pero logró decir—: ¡La mamá de San es
dentista!
Después de que se rieron un poco más, Malcolm dijo—: Eso me
recuerda, Chris. No creo que hayas dicho lo que hacen tus padres para
ganarse la vida.
Chris sintió una oleada de pánico en el estómago. No podría decirles
que su madre era cajera donde la gente pagaba sus facturas de electricidad
y que su padre arreglaba los coches de la gente.
—Um… mi mamá es ingeniera eléctrica y mi papá es ingeniero
mecánico.
—¡Vaya, dos padres ingenieros! —dijo San—. Debes ser muy bueno en
matemáticas.
Chris asintió. Esta parte, al menos, era cierta.
—Está bien —llamó el Sr. Little—. ¡Es hora de ponerse a trabajar,
científicos!
Chris se alegró de no haberles revelado a San, Malcolm y Brooke que
iba a realizar el experimento sin tener que sacarse un diente. No podía
dejar que nadie supiera que había descubierto una forma de jugar con el
sistema.

☆☆☆
Chris entró en su cubículo y llenó la placa de Petri con Faz-Goo según
las instrucciones.
En un par de minutos, pudo escuchar gruñidos y gemidos mientras los
estudiantes de los otros cubículos se esforzaban por sacar los dientes. En
el cubículo más cercano a él, escuchó un grito, seguido de un estallido
enfermizo cuando el diente se soltó de la raíz.
Chris pensó que en aras del realismo, él también debería gruñir y gemir
un poco. Fingió durante unos minutos, muy creíblemente, pensó, y luego
metió la mano en el bolsillo y sacó su as bajo la manga.
La vista de su madre a punto de arrancarle el diente a su hermana la
otra noche le hizo recordar que cuando era pequeño, había rechazado el
dinero del Hada de los Dientes para conservar todos sus viejos dientes de
leche. No sabía por qué no había estado dispuesto a dejarlos ir,
especialmente por dinero en efectivo, que era difícil de conseguir en su
familia. Había sido un niño extraño. Pero ahora esa rareza estaba dando
sus frutos.
Chris sumergió su viejo diente de leche en el Faz-Goo. Cuando tocó la
sustancia pegajosa, pensó que sintió una ligera sensación de succión en las
yemas de los dedos. Retiró la mano, pero un zarcillo de baba rosa conectó
su dedo índice a la placa de Petri con su diente dentro. El zarcillo era
elástico, como el queso mozzarella cuando se levanta la primera rebanada
de una pizza caliente.
Ahora no había nada que hacer más que esperar a que el diente
obtuviera lo que necesitaba. Se acostó en la cama de campaña,
asegurándose de no romper el zarcillo que conectaba su dedo con el Faz-
Goo.
Chris cerró los ojos y se dejó adormecer. Pronto estuvo soñando con
futuros éxitos. Se vio a sí mismo como si fuera un personaje de una película,
abriendo la carta que le otorgaba una beca completa para una universidad
de la Ivy League. Se vio a sí mismo haciendo una investigación en un
laboratorio de la universidad. El laboratorio era brillante y limpio y estaba
lleno de los equipos más avanzados. Un profesor distinguido con una bata
blanca de laboratorio se paró detrás de él y miró por encima del hombro,
sonriendo por el buen trabajo que estaba haciendo. Chris se vio a sí mismo
con una toga y birrete negros, caminando por un escenario. El profesor
universitario le entregó a Chris su diploma y Chris sonrió para que le
tomaran una foto.
Pero cuando Chris sonrió, quedó claro de inmediato que algo andaba
mal.
La sangre goteaba de su labio inferior hasta su barbilla. Su boca era una
caverna negra enmarcada por un lío ensangrentado de encías.
Alguien le había arrancado todos los dientes a Chris.
Chris se despertó sobresaltado. Al principio estaba desorientado, se
despertó en una cama de campaña estrecha en un cubículo, pero luego vio
el zarcillo colgado entre su dedo y la placa de Petri y recordó dónde estaba
y por qué.
Chris se sentó y escuchó movimientos y susurros provenientes de los
otros cubículos. ¿Podría el susurro provenir de la boca que se suponía que
debía crear este experimento? Chris apretó la oreja contra la partición con
la esperanza de entender lo que se decía, pero no se distinguieron las
palabras. Desde donde estaba, el susurro sonaba como el suave silbido del
viento a través de los árboles.
Pero luego escuchó la voz del estudiante en el cubículo contiguo al suyo.
—Wow —dijo, su voz llena de asombro—. Wow.
Hubo un traqueteo de plástico, que podría haber sido la bolsa de riesgo
biológico, luego el sonido de pasos. Chris empujó una de las particiones de
su cubículo para abrirla sólo un poco para poder ver a la estudiante irse.
Era Brooke, pero la expresión de su rostro era diferente a su habitual
expresión inteligente y serena. De alguna manera, sus rasgos parecían más
suaves, más abiertos. Sus ojos estaban muy abiertos y llenos de asombro.
Se acercó al Sr. Little y le entregó la bolsa de riesgo biológico.
Brooke apoyó la mano en el antebrazo del Sr. Little y lo miró a los ojos.
—Ella me lo contó todo —dijo Brooke.
El Sr. Little sonrió.
—Bien. Buen trabajo, Brooke. Eres libre de irte.
Brooke le devolvió la sonrisa al señor Little y se dirigió hacia la puerta.
Chris estaba a punto de cerrar la pequeña abertura en la partición
cuando vio a otro estudiante, un chico alto y de cabello oscuro que aún no
había conocido, salir de un cubículo al otro lado del aula. Al igual que
Brooke, tenía una expresión de asombro. Se acercó al Sr. Little y le entregó
la bolsa de riesgo biológico.
—Me lo contó todo —dijo el chico, colocando su mano sobre el
hombro del Sr. Little.
El Sr. Little sonrió y asintió.
—Bien. Buen trabajo, Jacob. Eres libre de irte.
—Gracias —respondió el chico, como si el Sr. Little le acabara de dar
un regalo.
Chris cerró la partición. Claramente, el experimento estaba
comenzando a funcionar para algunas personas, pero cuando revisó el
progreso en su placa de Petri, no pudo ver ningún cambio significativo.
Todavía era sólo su viejo diente de leche sumergido en un charco de Faz-
Goo.
«¿Qué pasará si mi experimento no funciona?» se preguntó Chris.
«¿Qué pasa si fallo?»
Desde la escuela secundaria, cuando su clase visitó la feria de ciencias
de la escuela secundaria y Chris vio los asombrosos experimentos llevados
a cabo por los estudiantes del Sr. Little, Chris había soñado con estar en
el Club de Ciencias. ¿Y si no perteneciera allí?
¿Y si careciera del conocimiento y la habilidad necesarios? Muchos de
los miembros del Club de Ciencias eran hijos e hijas de los propios
científicos, o de médicos, abogados o profesores universitarios. Chris era
hijo de una oficinista y un obrero. Tal vez no era de la estirpe adecuada
para estar en este ambiente intelectual.
De repente, Chris se sintió agotado. Quizás esto significaba que el Faz-
Goo le estaba agotando la energía que necesitaba para que el experimento
funcionara. O tal vez era sólo la sensación de que él estaba perdiendo la
esperanza. De cualquier manera, estaba agotado. Volvió a tumbarse en la
cama de campaña y se quedó dormido al instante.

☆☆☆
Chris se despertó aturdido con la cara en un charco de su propia baba.
Su entorno era extrañamente silencioso, sin susurros, sin sonidos de
movimiento. Se sentó y se limpió la baba. El zarcillo de su dedo índice le
recordó que debía comprobar el progreso de su experimento. Quizás
finalmente estaba funcionando. Trató de hacer acopio de alguna esperanza.
La sustancia viscosa había crecido más que la placa de Petri. En realidad,
no parecía una boca ni mucho más. Era una mancha rosada, viscosa y
desagradable, del tamaño del puño de un bebé.
De todos modos, era algo. Simplemente no estaba seguro de qué.
A su alrededor, la habitación seguía en silencio. ¿Se habían ido todos los
demás?
Después de unos segundos, Chris escuchó susurros, luego pasos, luego
una voz que decía—: Me lo contó todo —seguido por el elogio del Sr.
Little y el permiso para que el estudiante se fuera.
Chris suspiró, se sentó en la cama y esperó. Observó la masa en la placa
de Petri, pero si había algún progreso, era demasiado lento para ver. Era
parecido a ver cómo se secaba la pintura o cómo crecía la hierba.
—¿Permiso para entrar? —dijo una voz desde fuera de la partición.
—Adelante —dijo Chris.
El Sr. Little entró en el cubículo.
—¿Cómo te va, Chris?
—Uh… no estoy seguro, para ser honesto. ¿Soy la última persona que
queda?
El Sr. Little sonrió.
—No, hay algunos otros rezagados. Sólo estoy haciendo rondas y
verificando el progreso de todos. —Asintió en dirección a la mesa—.
¿Puedo?
—Por supuesto. —Chris se sintió nervioso porque el Sr. Little mirara
su proyecto casi nada terminado.
Little se acercó a la mesa y miró la mancha, ladeando la cabeza en una
manera que le recordaba a Chris al perro de la familia.
—Hmm —dijo Little, inclinándose hacia abajo y entrecerrando los ojos
sobre la placa de Petri—. Muy curioso.
—¿Hice algo mal? —preguntó Chris. Sabía dónde se había equivocado,
aunque no se lo admitiría al señor Little. Debería haber seguido las
instrucciones y sacar uno de sus propios dientes como lo hicieron el resto
de los estudiantes. Había tomado el camino más fácil porque era un
cobarde, y ahora estaba cosechando las consecuencias.
—A medida que avanzan los experimentos, este es bastante imposible
de estropear —dijo Little, frotándose la barbilla—. Pusiste uno de tus
dientes allí, ¿no es así?
—Sí, señor —dijo Chris, sin dar más detalles sobre la edad o el origen
del diente.
—Bueno, a veces en la ciencia sólo tenemos que admitir que no
sabemos por qué las cosas están sucediendo como lo hacen. A mi modo
de ver, Chris, tienes dos opciones.
Puedes terminar el experimento y decir que simplemente no resultó
por el motivo que sea, deshacerte de lo que sea que tengas allí y volver a
casa y jugar videojuegos o lo que sea que hagas en tu tiempo libre. —Él
sonrió—. O puede reconocer que algo interesante está sucediendo aquí,
incluso si no sabemos muy bien qué es, y darle más tiempo para ver qué
sucede.
Chris no tuvo que preguntarse qué elección haría un verdadero
científico.
—Me gustaría darle un poco más de tiempo si está bien.
El Sr. Little sonrió y le dio una palmada en la espalda.
—¡Está más que bien! Admiro tu paciencia. Es una cualidad excelente
para un científico. La mayoría de los esfuerzos científicos que vale la pena
realizar requieren mucha paciencia y determinación. —Volvió a mirar la
mancha—. Y para ser honesto, me alegro de que hayas tomado esa
decisión porque tengo mucha curiosidad por ver cómo resulta esto. —Le
dio a Chris un pequeño saludo con dos dedos—. Volveré a comprobar más
tarde, ¿de acuerdo?
—Está bien. Gracias señor.
Chris se sintió aliviado. Había tomado la decisión correcta y había
recibido la aprobación del Sr. Little. Tal vez, después de todo, podría ser
un miembro real del Club de Ciencias. Se sentó a esperar porque eso es
lo que hacían los científicos.
Después de un rato, hubo más movimiento y crujidos, seguidos de
palabras similares pronunciadas por diferentes voces:
—Me lo contó todo.
—Ella me lo contó todo.
—Me lo contó todo.
Cada vez, había más aprobaciones del Sr. Little para que el estudiante
se fuera.
Y luego se hizo el silencio.
Finalmente, sintiéndose como la última persona en la tierra, Chris
habló—: Sr. ¿Little?
—¿Sí, Chris?
—¿Soy el único que queda?
—Así es. —Su tono era agradable—. Sin embargo, no te preocupes.
—¿Debería rendirme para que pueda irse a casa? —Chris se preguntó
si el Sr. Little tendría una esposa y algunos pequeños Littles esperándolo, y
se preguntó por qué el encierro estaba tardando tanto.
El Sr. Little asomó la cabeza dentro del cubículo.
—¡Por supuesto que no! No tengo otro lugar donde estar, y si estás
dispuesto a esperar, yo también. —Él sonrió y levantó el pulgar—.
Paciencia y determinación.
Una vez que el Sr. Little desapareció de la vista, Chris sintió otra oleada
de agotamiento. Con la esperanza de que la energía que drenaba de él se
canalizara hacia la pequeña mancha rosa, se recostó en el catre y perdió el
conocimiento de inmediato.
Cuando se despertó, se quedó sin aliento ante la vista en la mesa. La
masa se había quintuplicado en tamaño y ahora era demasiado grande para
caber en la bolsa de riesgo biológico. Todavía era viscosa y rosada, pero ya
no era una mancha inerte. Con la forma de un torso humano sin
extremidades, ahora palpitaba con vida.
Chris se sintió emocionado pero también un poco asustado cuando se
acercó a su creación. La forma en que se expandió y contrajo le hizo sentir
como si algo saltara de él como una criatura que vio en una película de
terror una vez.
Se paró sobre la masa palpitante. Su piel, si se le puede llamar así, era
de un rosa translúcido, como una burbuja de chicle. Debajo estaba la fuente
del pulso, un grupo de estructuras parecidas a bolsas que latían a un ritmo
que parecía extrañamente familiar, aunque Chris no sabía por qué.
Chris miró el zarcillo, ahora más grueso y fuerte, que lo conectaba con
el organismo recién formado en la mesa. El zarcillo latía al unísono con los
órganos de la cosa extraña. Chris jadeó cuando se dio cuenta de por qué
el patrón de esta pulsación le parecía muy familiar.
Los órganos de la cosa y el zarcillo que lo conectaba a ella palpitaban
con el latido del propio corazón de Chris.
Un escalofrío lo recorrió y sintió una repentina necesidad de vaciar la
vejiga. Ahora que lo pensaba, se dio cuenta de que no había ido al baño
durante horas, no desde que sonó la campana de salida de la escuela. Este
conocimiento aumentó su sentido de urgencia.
Pero, ¿cómo se las arreglaría para ir por el pasillo al baño cuando estaba
físicamente conectado con este ser grande, extraño y aparentemente vivo?
Se preguntó cómo se las habían arreglado los otros. Probablemente no
habían necesitado ir en primer lugar porque habían completado el
experimento mucho más rápido que él. Además, sus experimentos no
habían producido algo tan grande y difícil de manejar.
Justo cuando Chris decidió que estaba lo suficientemente desesperado
como para llamar al Sr. Little y hacer la patética confesión de que
necesitaba usar el baño pero no sabía cómo, la presión en su vejiga
desapareció. Miró la cosa sobre la mesa, la cual expulsó una gran cantidad
de líquido que golpeó el piso con un chapoteo.
¿Ese fue su pis? ¿Y qué estaba haciendo allí?
Chris sabía que debería haber estado avergonzado, estaba bastante
seguro de que acababa de orinar en el suelo de su salón de ciencias, pero
estaba sobre todo confundido como para pensar mucho. ¿No se suponía
que su orina salía de su propio cuerpo? Miró el zarcillo. Ahora aún más
grueso y fuerte, era un tubo que conectaba su cuerpo con la cosa,
alimentándolo como el cordón umbilical que conecta a una madre con su
bebé por nacer. ¿Quizás su pis había viajado desde él a través del tubo para
ser expulsado por la cosa sobre la mesa? ¿Pero por qué?
Observó cómo la cosa latía un poco más. Fuera lo que fuera, no le
gustaba y no le gustaba estar conectado a él. No le gustaba saber que estaba
dejando que absorbiera su energía para que pudiera crecer más y más
fuerte mientras él se ponía más exhausto y débil.
Era hora de cortar el cordón.
El problema era… no tenía nada con qué cortarlo.
Miró alrededor del cubículo casi vacío y vio los alicates sin usar.
No eran tan buenos como un cuchillo o unas tijeras fuertes, pero aun
así eran mejores que intentar cortar el cordón con las manos desnudas.
Usaría los alicates para agarrar y apretar el cable, luego le daría un fuerte
tirón para romperlo y romper la conexión.
Colocó los alicates para agarrar el zarcillo justo por encima de donde
conectaba con su dedo índice izquierdo. Luego apretó.
Se sentía como si alguien le estuviera ahogando la vida. Pellizcar el tubo
cortó su suministro de aire de alguna manera, y cayó al suelo jadeando,
aterrizando en un charco de lo que sin duda era su propia orina. Soltó el
zarcillo de los alicates y empezó a respirar. Estaba demasiado mareado para
levantarse rápidamente, por lo que se tumbó en el suelo mojado durante
unos minutos, jadeando como un perro sobrecalentado.
¿No había forma de terminar la conexión entre él y el resultado
perturbador de su experimento? ¿O estaban él y su creación unidos como
gemelos unidos que compartían un órgano vital?
Se incorporó y se obligó a mirar la masa sobre la mesa. El torso se había
alargado y se veían pequeños capullos rosados donde deberían haber
estado los brazos y las piernas. De alguna manera, mientras no lo había
estado mirando, se le había formado un cuello y una cabeza.
La cabeza no tenía pelo, no tenía rasgos, era horrible.
Chris retrocedió lentamente, chocando contra la cama de campaña. Ya
no quería mirar la cosa, pero tampoco podía apartar la mirada. Irradiaba
una fascinación horrible, como un sangriento accidente al costado de la
carretera. Se sentó en la cama y lo miró hasta que se dio cuenta de que su
visión se había vuelto borrosa e indistinta. Fue extraño. Nunca antes había
tenido problemas con los ojos.
Se tapó el ojo derecho con la mano y, de repente, fue como si el mundo
se hubiera sumido en la oscuridad. Se llevó la mano al ojo izquierdo y lo
que encontró allí lo hizo gritar de terror.
Su ojo izquierdo había desaparecido.
Era imposible, por supuesto. La pérdida de glóbulos rojos y su nivel de
ansiedad deben haber estado alterando sus percepciones, volviéndolo
paranoico, tal vez incluso haciéndolo alucinar. Volvió a buscar su ojo
izquierdo, pero sólo sintió la cuenca abierta y vacía.
«Imposible», se dijo de nuevo, pero luego miró el zarcillo. Dentro del
tubo translúcido, un orbe se alejó de Chris y se dirigió hacia la forma rosada
en evolución sobre la mesa. El orbe estaba siendo empujado por las
pulsaciones del zarcillo. Tenía el tamaño y la forma de un globo ocular
humano.
«Que–»
La mano de Chris se disparó hasta donde solía estar su globo ocular. Se
escuchó un estallido, como el corcho de una botella, y cuando Chris miró
la cosa sobre la mesa, lo estaba mirando a él con el ojo izquierdo de Chris.
El rostro ya no carecía de rasgos distintivos. Ahora era cíclico.
Chris sabía que la criatura no se contentaría con seguir siendo un
cíclope por mucho tiempo. Vendría por su otro ojo. Y también para más
partes de él.
Incluso sin el beneficio de tener ambos ojos, Chris podía ver las cosas
con claridad ahora. Los órganos que palpitaban bajo la piel translúcida de
la criatura eran sus órganos. O solían serlo.
Estaba siendo utilizado como donante vivo de órganos para esto.
Pero no sería un donante vivo por mucho más tiempo. Con sus órganos
vitales siendo succionados a través del tubo uno por uno, no le quedaba
mucho tiempo.
Chris tiró del zarcillo, tratando de arrancarlo de su cuerpo. Pero estaba
conectado tan sólidamente como sus dedos a su mano, y agarrar el tubo
lo estrechó y le hizo perder el aliento. Trató de levantarse, con la vaga y
desesperada idea de correr hacia donde pudiera conseguir ayuda, incluso
si eso significaba arrastrar la cosa detrás de él como una cometa rota en
una cuerda. Pero se encontró demasiado débil para ponerse de pie.
Pero todavía tenía su voz, ¿no?
No había nada que hacer más que gritar.
—¡Ayuda! —gritó con una voz que era más delgada y débil de lo que le
hubiera gustado—. ¡Ayuda Sr. Little! ¡Quien sea! ¡Estoy aquí! ¡Ayuda!
Sus gritos de ayuda fueron recibidos con silencio. Ahora que todos los
demás estudiantes se habían ido a casa, ¿el Sr. Little también se había ido a
casa? ¿Se habría ido sin decir adiós, sin darle permiso a Chris para irse
también?
Chris no recordaba haberse sentido nunca tan completamente solo.
Los gritos lo habían cansado. Todo lo cansaba. Sus músculos se sentían
inexistentes, y sus brazos y piernas estaban tan flácidas como fideos
recocidos. Se hundió en el catre. Necesitaba pensar en un plan, una forma
de escapar, pero la debilidad y el cansancio se apoderaron de él. No tenía
la intención de quedarse dormido, pero no era lo suficientemente fuerte
para luchar contra la ola de agotamiento que se apoderó de él.
Cuando se despertó, abrió su único ojo y vio la cosa sentada en el borde
de la mesa frente a él.
Excepto que ya no era solo una cosa. Era un chico, un chico que,
excepto por un tono de piel extrañamente rosado, se parecía exactamente
a Chris. Era de la altura y constitución de Chris, con su cabello castaño
arenoso. Llevaba puesta la ropa de Chris y miraba a Chris con lo que una
vez había sido su ojo izquierdo.
¿Eso significaba que Chris estaba desnudo? Miró su cuerpo reclinado y
rápidamente vio que no tenía suficiente integridad estructural para
sostener la ropa.
El cuerpo de Chris estaba desprovisto de músculos y huesos. Era una
masa, una mancha. No tenía idea de cómo podía seguir vivo, cómo podía
seguir siendo consciente con tan poco de él. No había forma de que
pudiera aguantar mucho más.
Chris entendió que nunca volvería a ver a su mamá, su papá y Emma.
Nunca volvería a dar un paseo en bicicleta al Dairy Bar y al lago con Josh
y Kyle. Alguien más tendría que llevar a Porkchop a pasear y darle de
comer.
La cosa se bajó de la mesa y usó los huesos y músculos de Chris para
caminar hacia la cama.
Con el único ojo que le quedaba, Chris vio su creación. Vio que esta
criatura se parecía tanto a él que nadie notaría la diferencia. Iría a su casa
y ocuparía su lugar en la familia de Chris. Se sentaría a la mesa con su mamá,
papá y Emma, comiendo perritos calientes y macarrones con queso. Jugaría
con Porkchop. Estudiaría en Cool Beans Coffee e iría a la escuela y a las
reuniones del Club de Ciencias.
Chris vio que su propia vida continuaría sin él.
Chris luchó por hablar. Tenía la garganta y la boca tan resecas como un
desierto, y estaba bastante seguro de que sus labios habían desaparecido.
Era difícil hacerse oír.
—Escucha. —Su voz finalmente salió como un graznido—. Mi mamá y
mi papá, te amarán porque me aman. Sé amable con ellos. —Se detuvo
para intentar recuperar el aliento. Respirar solía ser tan fácil que ni siquiera
pensaba en ello—. Sé amable con mi hermana también. Ella es una buena
niña. Una Chica Exploradora. Ella es tu hermana ahora. —Las palabras eran
difíciles de pronunciar, pero tenía más que decir—. La Sra. Thomas, nuestra
vecina, es una buena mujer. Ayúdala cuando puedas. Y juega con Porkchop.
La criatura frunció el ceño, luciendo confundida.
—¿Voy a jugar… con una chuleta de cerdo? —Chris sintió que lo último
que le quedaba de fuerza se desvanecía. Susurró—: Porkchop es mi perro.
Tuyo… ahora. —Chris sintió que el zarcillo que lo conectaba con su vida
se desintegraba—. Cuida de él —dijo, pero sus palabras salieron tan
suavemente que temió que sólo él pudiera oírlas.
Chris sintió una extraña sensación de succión donde estaba su ojo
derecho, y luego todo se volvió negro. Escuchó mientras su globo ocular
era succionado a través del tubo.
También hubo más sonidos de sorbidos, ya que otras partes de él se
dibujaron a través del zarcillo. Partes sin las que sabía que no podría vivir.
Era como si la criatura lo estuviera bebiendo, chupando el último de sus
órganos con una pajita larga, como la sobra de un batido, dejando sólo un
recipiente vacío.

☆☆☆
Chris, como la criatura tendría que aprender a llamarse a sí misma,
estaba de pie sobre la masa informe de carne vacía en el catre. Abrió la
bolsa de riesgo biológico y metió los restos carnosos del experimento en
su interior. Se sorprendió de haber podido meterlo todo en una sola bolsa,
y cuando la recogió, el contenido era sorprendentemente ligero.
Salió del cubículo y encontró al Sr. Little sentado en su escritorio
bebiendo de una taza de café de espuma de poliestireno y masticando una
rosquilla.
—¡Bueno, buenos días, Chris! —dijo Little, levantándose y quitándose
las migas del bigote.
—Tuviste una larga noche, ¿no es así? Pero no me dejes en suspenso.
¿Finalmente completaste el experimento? ¿Obtuviste los resultados que
querías?
Los ojos del nuevo Chris estaban muy abiertos y llenos de asombro.
Pronto estaría saliendo del aula y fuera de la escuela y en el mundo por
primera vez.
Chris le entregó la bolsa de riesgo biológico al Sr. Little. Miró al profesor
a los ojos y sonrió.
—Me lo contó todo —dijo.
Mientras Chris salía del edificio de la escuela, el sol le calentaba la cara.
El cielo era azul, las nubes blancas y esponjosas, y los pájaros cantaban
en los árboles. Chris sonrió. Era un hermoso día.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five


Nights at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante
todo un narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston
y vive en Texas con su esposa y cuatro hijos.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de
reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las
computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la
costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
L arson lo escuchó antes de que lo viera.

Y cuando lo escuchó, no podía creer cómo se las había arreglado para


formarse detrás de él sin que lo escuchara.
Los sonidos eran ensordecedores.
El pensamiento inicial de Larson fue que un tren se le venía encima. El
estruendo, la explosión y el chillido que ahora lo hacían girar desafiaban su
capacidad para procesar el ruido.
No tuvo mejor éxito con lo que estaba viendo.
Pero ni siquiera pudo intentar procesar eso. Sólo corrió.
Saliendo del refugio de la fábrica, dejando atrás su sedán y la bolsa de
basura, Larson corrió hacia el muelle. Al darse cuenta de que no
proporcionaba cobertura, viró hacia el edificio, hacia el saliente que
albergaba una vieja carretilla elevadora. Agachado junto a la carretilla
elevadora, se asomó a la fábrica.
Sí. No se estaba volviendo loco, había visto lo que pensó que había visto.
Pero aún no había comenzado a perseguirlo.
Parecía que todavía estaba decidiendo qué forma tomar. Continuó
fusionándose en la cosa más abominable que Larson había encontrado en
su vida.
Paralizado por la extraña masa que se consolidaba frente a él, los pies
de Larson estaban clavados en el suelo.
Su conciencia, sin embargo, perfeccionada por años de trabajo de
detective, se extendió más allá de la bestia de chatarra. Vio un movimiento
sutil cerca del compactador de basura. Al principio fue poco más que una
contracción, pero luego la contracción se convirtió en una vibración… y
el Stitchwraith salió del apretado fajo de basura.

☆☆☆
Aún un poco desorientado por su batalla con la criatura conejo y su
estado temporalmente comprimido, Jake sólo quería acurrucarse y dormir
en un lugar seguro. Estaba muy cansado.
Pero aún no podía descansar. El hombre que Jake había visto antes, el
detective, estaba cerca y estaba en problemas.
Tan pronto como Jake salió del compactador de basura, tuvo plena
conciencia de lo que estaba sucediendo en la fábrica. Parte de su conciencia
provenía de los sentidos “normales”: podía ver al monstruo de la basura
construyéndose cada vez más grande. Podía oír el ruido metálico, los
golpes y el estrépito del metal pegándose al metal. El resto de su
conciencia, sin embargo, provenía de algo que no entendía. Sabía que el
detective estaba cerca y corría un peligro terrible.
Jake también sabía algo más. Sabía que él también estaba en peligro.
Completamente en contra de su voluntad, el cuerpo de metal de Jake
comenzó a deslizarse por el concreto hacia el ser de basura.
Se sentía como si Jake estuviera atrapado en el rayo tractor de una nave
espacial alienígena… excepto que no estaba siendo remolcado hacia el
cielo; estaba siendo absorbido por el horrible hombre-cosa de metal.
Jake puso inmediatamente todas sus fuerzas en luchar contra el tirón.
Después de sólo unos segundos, pudo detener su movimiento hacia
adelante. A su alrededor, las partes animatrónicas y la basura pasaron
zumbando y se deslizaron sobre el enorme cuerpo que se formaba a partir
de la basura. Jake, sin embargo, se mantuvo firme, comprometiéndose a
permanecer separado de la entidad maligna. Y como era Jake, un chico que
trataba de ayudar a cualquiera que lo necesitara, también extendió su
intención a los otros escombros animatrónicos que estaban siendo
aspirados por el demonio del depósito de chatarra. Hizo todo lo que pudo
para evitar que las otras partes cayeran bajo el control de la cosa.
Había logrado contener algunos brazos, piernas, articulaciones y
tornillos, pero de repente sintió la resistencia de restos esqueléticos
metálicos destrozados. Algo estaba luchando contra él; quería ser
absorbido por el todo.
Jake logró mantenerse plantado mientras se giraba para ver qué tenía
suficiente conciencia de sí mismo como para elegir unirse al abultado ser
basura. Durante unos segundos, los escombros que se arremolinaban a su
alrededor permanecieron encerrados en un movimiento caótico, pero
luego vio un endoesqueleto maltratado, oxidado, con una vaga forma
femenina, con un cuello largo que se alejaba arrastrándose de los demás
desperdicios.
Jake inmediatamente trató de alcanzar lo que estaba controlando el
endoesqueleto femenino. «Déjame salvarte», la llamó mentalmente.
Al principio, no obtuvo respuesta, pero luego su mente se llenó con el
sonido de una risa aguda. Fue una carcajada espeluznante que se deslizó
por todo su ser.
Antes de que Jake pudiera reaccionar al sonido, y lo que sea que
signifique, el rastreo de la chica-endoesqueleto se convirtió en un
deslizamiento inquietantemente rápido. Raspando el suelo, la chica-
endoesqueleto se disparó hacia Jake.
Los recursos internos de Jake estaban un poco agotados, dado que
todavía estaba luchando contra el tirón del monstruo de la basura. Así que
poco pudo hacer para resistir cuando la chica-endoesqueleto
repentinamente saltó del suelo y lo golpeó de lleno, tirándolo al suelo.
Jake no pudo sentir el impacto, por supuesto, pero aun así lo asombró.
Durante unos segundos, no pudo moverse. Se encontró cara a cara con un
rostro corroído cuya boca se estiró en una sonrisa venenosa que parecía
todo menos amistosa.
La sonrisa sobrecargó la necesidad de Jake de liberarse. Inmediatamente
trató de deshacerse de su atacante.
Pero ella no se movió. En cambio, lo inmovilizó con una fuerza
extraordinaria, y sus ojos redondos y animatrónicos comenzaron a brillar
al rojo vivo. La luz deslumbrante comenzó a atravesar los ojos del muñeco
de Jake, abrasándolo, alcanzando lo más profundo de su interior.
En el momento en que la luz lo atravesó, Jake sintió el mismo mal con
el que había luchado en el compactador de basura. Sólo que este mal se
sentía más fuerte, como si fuera el núcleo de lo que había sentido en las
cosas que Andrew había infectado.
Jake también sintió algo más; ¡algo de esa maldad estaba dentro de él!
No lo había notado antes, pero ahora era inconfundible. Una parte del mal
con el que había luchado, frío y cruel, se había escondido en su espíritu.
Así como había hecho autostop en Andrew, aparentemente también se
había abierto camino hacia Jake.
A Jake no le gustaba tener a la desagradable chica-endoesqueleto tan
cerca de él, pero estaba feliz de que ella le quitara el asco que podía sentir
dentro de él. Se estaba yendo ahora, volviendo a su origen; con la chica-
cosa extrayendo la energía de él con su mirada ardiente.
Jake lo sintió en el instante en que el mal lo dejó, pero incluso si no lo
hubiera sentido, lo habría sabido. El endoesqueleto de la chica se veía de
alguna manera más brillante ahora, menos oxidado. Recuperar esa parte
de ella la había hecho más fuerte.
Como reconociendo la conciencia de Jake, la chica ladeó su cráneo de
metal y le guiñó un ojo. Fue un guiño a cámara lenta lleno de lo que parecía
un triunfo alegre. Entonces la chica-endoesqueleto soltó a Jake y voló hacia
atrás, dejándose absorber por el horrible gigante de metal.

☆☆☆
Hipnotizado por la extraña ósmosis de las partes robóticas, incluido un
endoesqueleto completo con forma de mujer que había atacado al
Stitchwraith antes de liberarse a la amalgama de basura, Larson no había
logrado moverse de donde se escondía. Ahora, sin embargo, la basura dio
un paso adelante… y lo miró directamente.
En el momento en que la fusión de basura en forma de conejo se
encontró con la mirada de Larson, Larson pudo aceptar lo que había sabido
cuando vio por primera vez al monstruo juntarse. La cosa era Afton.
A pesar de que el conejo estaba formado por partes animatrónicas
dispuestas de manera inquietante y tenía el doble del tamaño de un hombre
normal, exudaba la energía inconfundible de William Afton. En cierto
modo, la cara de retazos se parecía a las fotos que había visto Larson del
asesino en serie, como si Afton tuviera el poder de moldear otro material
en su propio rostro.
La fusión de Afton dio otro paso adelante.
Larson, horrorizado por su estúpida inacción, murmuró—: Mierda. —
Miró a su alrededor. Si corría ahora, podría deslizarse entre el siguiente
edificio al norte y escapar.
Pero…
Miró más allá de los edificios inmediatos y el lago. Este distrito estaba
rodeado de barrios antiguos, el tipo de barrios con casas de dos pisos,
robles nudosos… y niños.
La voz de Ryan habló en su cabeza—: El maestro dice que los papás son
como superhéroes. Pero no lo eres. Los superhéroes no rompen las
promesas.
Ryan tenía razón. Los superhéroes no rompían sus promesas y Larson
quería ser el superhéroe de Ryan. Hoy, podría hacerlo cumpliendo su
promesa a la ciudad, su promesa de proteger y servir. No iba a huir.
Tenía que detener esta cosa antes de que saliera.
¿Pero cómo?
Larson miró a su alrededor. Catalogó lo que vio: la fábrica que
actualmente incuba una criatura del inframundo. Muelle y lago detrás de la
fábrica. Un campo vacío a la izquierda de la fábrica, más allá del cual había
casas en las que niños pequeños como su Ryan jugaban videojuegos,
construían fuertes, hacían tareas escolares o deseaban que sus papás
estuvieran en casa.
¿Cómo podría luchar contra algo impulsado por tal maldad?
Antes de que pudiera responder a esa pregunta, la criatura que parecía
una pila de basura con forma de hombre y un conejo deformado se volvió
y se adentró más en la fábrica. ¿Qué estaba haciendo?
Larson salió de detrás del montacargas y se deslizó por la entrada. Al
llegar a su sedán, se agachó y escuchó. Se fijó en la bolsa de piezas que
había dejado en el suelo junto a la puerta del conductor abierta. Cogió la
bolsa. Tenía la sensación de que podría necesitarla.
Dentro del edificio, la cosa crujió y resopló. Colocando la bolsa
alrededor de su muñeca como lo había hecho antes, Larson corrió hacia el
sonido.
Aunque seguir el sonido fue fácil, entenderlo fue más difícil. Los ruidos
que escuchaba iban cambiando. Tal vez cambiaron cuando las partes de la
cosa cambiaron.
A veces, el sonido era un chirrido. A veces era un crujido. A veces era
el maullido de uñas en una pizarra de metal al ser arrancado de metal.
Larson se olvidó de respirar.
Pero no dejó de moverse. No podía.
Siguiendo los sonidos, pasó por la sala de compactación de basura y se
encontró en un amplio pasillo. Una serie de lo que parecían salas de
almacenamiento o salas de equipos se abrieron en el pasillo. Por los ahora
chillidos y derrapes que tenía delante, supo que iba en la dirección correcta.
El patinaje se convirtió en un gruñido húmedo y estallido. Le recordó a
Larson las autopsias a las que a veces tenía que asistir. Un cadáver hizo un
sonido similar cuando le separaron la caja torácica y le extrajeron los
órganos. Larson sintió que se le revolvía el estómago contra el sándwich
de rosbif que había comido para el almuerzo, pero le ordenó al sándwich
que se quedara dónde estaba.
El pasillo dobló una esquina y Larson vaciló. Esperó hasta que los toques
blandos se alejaron más de él. Luego dio la vuelta a la esquina.
En el segundo en que miró hacia adelante, casi se dio la vuelta y se echó
a correr.
Sombras descomunales patinaban a lo largo de las paredes del pasillo
frente a él. Las sombras, como el monstruo conejo, estaban en perpetuo
movimiento. Subían y bajaban, se hinchaban y se contraían. Parecían vivas
y, por lo que Larson sabía, lo estaban.
No importaba. Tenía que continuar.
Larson dio otro paso.
Y otro.
La fusión de Afton se estrelló contra la pared interior del pasillo. Larson
intentó saltar hacia adelante para despejar la línea de visión de la cosa, pero
no fue lo suficientemente rápido. Tenía sólo un segundo, si acaso, para
registrar la espantosa combinación de partes del cuerpo animatrónicas y
caras que se le acercaron con la velocidad de un coche de carreras y la
fuerza de un ariete. ¿Acaba de ver un ojo en una rótula? ¿Y estaba esa
rótula donde debería haber estado un hombro? ¿Habían estado saliendo
pies del cuello de la cosa? ¿Y los pies tenían boca? ¿Cuántas bocas acababa
de ver? ¿Docenas?
No tuvo tiempo de responder ninguna de estas preguntas antes de ser
arrojado no sólo a la otra pared del pasillo, sino a través de ella. Consciente
sólo del dolor mientras volaba por el aire, chocó con algo duro y luego no
sintió nada.

☆☆☆
Tan pronto como el monstruo de la basura integró el endoesqueleto
femenino, se dio la vuelta y entró en el interior de la fábrica. No le había
dado a Jake ni siquiera una mirada cuando pasó junto a él. Al parecer, tenía
suficientes partes para estar satisfecho.
Durante unos segundos después de que el hombre-cosa de metal
desapareciera de la vista de Jake, Jake consideró huir. Pero no pudo. El
detective todavía estaba aquí. Y todavía estaba en peligro. Jake tenía que
ayudarlo.
Así que Jake se obligó a levantarse y seguir al monstruo. No fue difícil
de hacer. Estaba haciendo un escándalo. Jake corrió hacia el sonido.

☆☆☆
Punzadas penetrantes de luz apuñalaron la oscuridad que rodeaba a
Larson. Cerró los ojos con fuerza y gimió. ¿Por qué no se le podía dejar en
paz?
Le palpitaba la cabeza. Al tocar su frente, sintió un nudo sobre su ceja
izquierda, y sus dedos se mojaron. Su pecho y su costado también
palpitaban. Estaba seguro de que se había roto una costilla o dos, tal vez
más. Sintió una cálida humedad a su lado. Quizás hizo algo más que
romperse una costilla. Quizás se rompió una y le atravesó la piel.
O tal vez algo afilado lo había cortado. Apenas se dio cuenta de que se
había apoyado contra algo duro y dentado.
¿Algún tipo de equipo? Tal vez lo habían cortado.
Voces le susurraban en la oscuridad. Sus palabras corrieron alrededor
de los destellos de luz en su cabeza. Arrugó la frente, tanto para combatir
el dolor punzante en el cráneo como para ayudarlo a concentrarse en lo
que significaban las palabras.
De repente recordó cómo llegó a este lugar de oscuridad y luz, de dolor
y susurros. La fusión de Afton.
Él se puso rígido. ¿Dónde estaba?
—Apúrate. —Esa era una de las palabras en su cabeza.
¿Estaban las palabras en su cabeza? ¿Estaban fuera de su cabeza? Si
estaban fuera de su cabeza, ¿de dónde venían?
Sonaba como niños susurrando. Su oreja izquierda ardía como si le
hubieran dado una fuerte bofetada en el costado de la cabeza. Sentía como
si su oreja derecha estuviera llena de algodón. Los susurros subieron y
bajaron. Podía ver las palabras en su mente como bailarinas de ballet
girando, saltando y sumergiéndose.
Luego, tres palabras se unieron en una coreografía perfecta.
—Abre los ojos —dijeron.
Larson lo hizo.
Afton estaba de pie junto a él. Muy cerca. Demasiado cerca.
Larson miró el enorme rostro que se cernía sobre el suyo. Era una cara
de pesadillas. Con ojos hechos de zócalos de metal y bujías, una boca
formada por largos pistones y pómulos compuestos de grandes engranajes
y pernos, la cara parecía estar unida con trozos de metal puntiagudo, tubos
oxidados y lo que parecía ser hueso real… pero no los huesos que uno
esperaría ver en una cara. Un codo animatrónico que actuaba como un
mentón estaba unido con un esqueleto de rata, y una frente hecha de la
parte de un motor estaba unida al pie de un pájaro.
Sin embargo, por repulsivo que fuera todo esto, no fue la basura de
metal lo que envió escalofríos por la columna vertebral de Larson. Lo
verdaderamente repugnante del nuevo rostro de Afton era que estaba…
en movimiento. Escondidas dentro y alrededor de la chatarra y el hueso,
las partes animatrónicas se retorcían. Y estaban cantando, o al menos así
sonaba. Larson pudo escuchar un coro armonizado; varias partes de ella
parecían provenir de la nariz giratoria de la articulación del tobillo de Afton,
la frente temblorosa en la cuenca del hombro y las mandíbulas de patas
metálicas que golpeaban.
Cada uno de los oídos de Afton estaba hecho de una parte animatrónica
diferente. Una oreja era tres cuartos de una mano de metal y la otra oreja
era una mandíbula de metal. Tanto la mano como la mandíbula se movían
al compás de la música, que parecían ser fragmentos del viejo piso que
solían tener los animatrónicos de Freddy’s.
Afortunadamente, Larson no tuvo tiempo de examinar más el rostro
improvisado de Afton, porque la amalgama de Afton levantó una mano que
en realidad era un pie y una articulación de la cadera. Larson se lanzó hacia
su derecha, pero no fue lo suficientemente rápido. Los afilados dedos
metálicos del pie que Afton estaba usando como mano empalaron el
vientre de Larson.
Larson gritó cuando un dolor caliente atravesó su estómago e irradió
por todo su torso, pero pudo liberarse y tambalearse fuera del alcance de
la horrible cosa. Agarrándose la parte inferior del vientre, Larson sintió
que el calor fluía de entre sus dedos, hacia abajo sobre su cadera derecha
mientras salía de la habitación en la que había sido arrojado y corría por el
pasillo hacia la salida sur del almacén.

☆☆☆
Jake vio al detective huir por el pasillo. Llamó, pero el detective no lo
escuchó.
Jake estaba enojado consigo mismo. Si no hubiera dudado después de
que la chica-endoesqueleto lo atacara, podría haber llegado al detective a
tiempo para evitar lo que acababa de suceder. Pero Jake había sido débil y
egoísta. Como resultado, había llegado demasiado tarde.
El detective sabría, por supuesto, que lo habían apuñalado, pero pensaría
que eso era todo lo que había sucedido. Pensaría que la lesión era grave,
pero lo que no sabía era que la lesión en sí no era el problema. El problema
era que cuando el monstruo de la basura apuñaló al detective, lo infectó
con el espíritu del horrible hombre que lo animaba.
Jake sabía que el malvado demonio basura estaba controlado por la cosa
horrible que había querido a Andrew.
Los espíritus, había descubierto Jake, poseían algo que era similar a un
olor. Cada uno era distinto.
Este espíritu en particular olía a algo muy, muy malo. Y cuando apuñaló
al detective, el olor había penetrado en el cuerpo del detective. Jake temía
que el detective hubiera sido infectado y no sabía exactamente qué tan
grave sería la infección. Bastante mala, fue su suposición. Sin duda, el
espíritu de Afton llenaría de maldad al detective. Pero, ¿y si hiciera más que
eso? ¿Y si lo mataba? Jake tenía que sacar la infección.
El monstruo de metal pasó a toda velocidad junto a Jake, sin prestarle
atención de nuevo. El monstruo tenía la intención de atrapar al detective,
por lo que Jake lo persiguió.

☆☆☆
Detrás de Larson, la fusión de Afton aullaba como un sabueso demente
del infierno. Larson podía oír sus pasos pesados persiguiéndolo mientras
corría, cada pisada sonaba como un trueno, cada trueno más fuerte que el
anterior.
Si Afton hubiera estado respirando, Larson habría sentido ese aliento
en su cuello cuando arrojó su hombro hacia la puerta cerrada y cayó a la
menguante luz del día. Dio media vuelta y corrió hacia el norte por el
costado de la fábrica. Sabía adónde tenía que ir a continuación, pero podría
o no hacerlo.
Ignoró su dolor y corrió tan rápido como pudo.
El segundo después de que Larson llegara a su destino, Afton abrió un
agujero en el costado del edificio para perseguir al detective. Larson
escuchó el clamoroso desgarro del metal y el grito de Afton. Luego
escuchó el canto que había escuchado antes. Era más fuerte ahora, casi
frenético, como si las partes animatrónicas canibalizadas estuvieran
tratando de consolarse con música.
Larson se imaginó la cabeza impía de la fusión girando de un lado a otro,
buscando a Larson. Mientras Larson hacía lo que tenía que hacer a
continuación, esperaba que la forma actual de Afton no tuviera poderes
sobrenaturales más que su capacidad para animar basura. Si Afton era
telepático, Larson estaba perdido. Pero tenía que intentarlo.

☆☆☆
Para asombro de Larson, pudo llegar al montacargas sin que Afton se
diera cuenta. Mientras se subía al asiento del conductor, Larson sopesó la
bolsa de piezas que había estado cargando. Comenzó a colocar la bolsa en
el piso a sus pies, pero de repente, su contenido comenzó a moverse.
Por un momento, Larson se olvidó por completo del conejo de basura
porque no sólo se movía la bolsa, sino que también provenían voces de su
interior. Conteniendo la respiración, Larson abrió la bolsa con cautela.
Tan pronto como se abrió la bolsa, las voces se hicieron más fuertes.
Larson jadeó y tiró de su mano hacia atrás.
Lo último que Larson había puesto en esta bolsa era una máscara. La
máscara estaba agrietada y embarrada, pero sus rasgos eran claros. Con
mejillas rosadas y rayas púrpuras que se extendían desde la parte inferior
de sus ojos negros huecos hasta la parte superior de su boca bien abierta,
el lápiz labial rojo resaltando un fruncimiento amplificado, la máscara podría
haber sido divertida. Pero no lo era, especialmente ahora, porque ahora la
máscara había cobrado vida. Tenía la boca abierta de par en par y gemía
algo ininteligible.
Sin embargo, Larson no necesitaba entender sus gritos. De manera
inquietante, podía escuchar la intención de la máscara en su cabeza. Se
sintió como si estuviera recibiendo la descarga de un solo pensamiento:
“Llévame con él”.
No muy lejos, resonó un estruendo que estimuló a Larson a actuar.
Agarrando la bolsa, Larson la colgó en los dientes del montacargas.
Luego volvió al asiento del conductor y puso en marcha el motor.
Los sonidos de la fusión de Afton se estaban acercando. ¡Venían desde
el otro lado de la pared!
Larson puso al montacargas en marcha y lo clavó en la pared, cortando
el metal y empalando a Afton en su estómago en forma de cadera. La bolsa
que contenía la máscara abrió el camino. Cuando el montacagas impactó a
Afton, Larson vio que la bolsa se abría; vislumbró rayas blancas y negras.
Pero a Larson no le importaba la bolsa ahora. Le importaba llevar a
Afton al lago.
Con una mano en la herida y la otra en el volante, mantuvo su pie
aplastado contra el acelerador del montacargas.
Afton, sin embargo, no se iba al lago sin luchar. Plantó sus pies
construidos de manos/mandíbulas/articulaciones y se inclinó hacia el
montacargas. El avance de Larson se ralentizó. Pero no se detuvo.
—Vamos —instó a la máquina—. Vamos.
La máquina emitió un gran gruñido y avanzó. Afton fue empujado hasta
el borde del muelle.
—Ve, ve, ve, ve —murmuró Larson, con la mirada fija en las heladas
cuencas de los ojos de Afton.
Afton estaba casi al borde. Él iba a…
Los pedazos del montacargas comenzaron a despegarse y volar por el
aire hacia Afton. Primero el mástil, luego el cilindro de elevación, luego el
respaldo. Una tras otra, partes de la carretilla elevadora se desconectaron
del todo y se dirigieron hacia la fusión de Afton.
El cilindro de inclinación, las ruedas, el techo protector: iban en rápida
sucesión, seguidos por las púas de la horquilla. Todo estaba siendo
absorbido por la fusión de Afton de metal, plástico y alambre.
Larson observó con asombro y temor cuando incluso la evidencia que
había colgado en la parte delantera de la carretilla elevadora se absorbió
en la construcción en continua evolución de Afton. Creyó ver cómo un
brazo con rayas blancas y negras subía con sifón a la pierna izquierda de
Afton. Luego le arrebataron el volante y sintió que el asiento del operador
giraba debajo de él.
Larson saltó del montacargas y cayó al muelle. Sosteniendo su vientre
de nuevo, comenzó a gatear hacia atrás, alejándose de la macabra evolución
de Afton. Continuó consumiendo el montacargas.
En segundos, el montacargas casi se había agotado. Sólo quedaron
algunas piezas de metal amarillo maltratadas. El resto se movía a través de
las grietas de Afton, uniéndose con una mandíbula aquí, un engranaje allí.
El monstruo levantó la cara hacia Larson. El detective no tenía dónde
esconderse ahora, y no llegaría muy lejos con sus heridas. Le quedaba un
truco: el estancamiento.
—¿Afton? —preguntó Larson—. Ese ahí eres tú, ¿no? Aunque ni siquiera
estoy seguro de cómo llamarte ahora.
La fusión de Afton miró al detective. Al reposicionar sus piezas para que
se erguiera más alto y más ancho en el extremo del muelle, la repugnante
atrocidad que era William Afton anunció en tonos tan sonoros que el
muelle se estremeció—: Soy Agonía.
Larson sintió que se le doblaban los labios. No dijo nada. Pero su boca
se abrió cuando todos los rostros y bocas del cuerpo de basura de Afton
comenzaron a hablar a la vez. No, no hablaron. Era el canto de nuevo.
Larson no había tenido tiempo de examinar todo el gigante de Afton
cuando se acercó a la cara de rompecabezas de Afton, por lo que Larson
no se había dado cuenta de si la totalidad de la basura de Afton había sido
parte de la etapa mutante mostrar que había vislumbrado. Pero ahora podía
ver que cada parte animatrónica apiñada en la configuración deformada de
Afton estaba haciendo todo lo posible para cantar y bailar. Por todo Afton,
brazos y piernas animatrónicos, manos y pies, y dedos de manos y pies se
balanceaban y saltaban al ritmo de la música que las bocas intentaban
interpretar.
La piel de gallina estalló en la piel de Larson. Luego se tapó los oídos,
disgustado consigo mismo por dejar que el espectáculo espeluznante lo
pusiera nervioso. Gimió, se incorporó sobre una rodilla y luego se
incorporó y se puso de pie. Se enfrentaría a Afton.
—¡Suficiente! —gritó Larson.
Las voces cesaron. Las partes animatrónicas se quedaron quietas.
Larson cerró los ojos y respiró hondo. Se estaba preparando para lo
que pensó que podría ser su batalla final.
☆☆☆
Jake había alcanzado al monstruo de basura con forma de conejo justo
cuando el detective lo había atacado con el montacargas. Sin estar seguro
de cómo ayudar en ese momento, Jake se había quedado atrás y observó
cómo el montacargas había llevado al monstruo cada vez más cerca del
lago.
Cuando el montacargas comenzó a desmoronarse, Jake todavía no
estaba seguro de qué hacer. Sin embargo, estaba pensando mucho.
Supuso que, al menos, si el conejo de la basura ganaba, Jake podría
cargar y recoger al detective. Tal vez podría llevar al hombre a un lugar
seguro antes de que el monstruo pudiera atraparlos.
Sin embargo, mientras Jake pensaba en esto, sucedió algo extraño. En el
instante en que el detective cerró los ojos, la niña-endoesqueleto se separó
del resto de las partes del conejo de basura.
Ondulando más allá de un brazo, una pierna y una articulación de la
cadera, la chica-endoesqueleto se abrió camino hasta la capa exterior del
conejo de basura y saltó lejos de él. Tan pronto como se lanzó libre, Jake
se apretó contra las sombras. No quería otro encuentro con la chica. Ella
daba miedo.
Lo suficientemente tenso como para haber estado conteniendo la
respiración si realmente respirara, Jake observó al endoesqueleto de la
chica retorcerse por el muelle. Mantuvo la mirada clavada en ella hasta que
la vio deslizarse hacia una enorme abertura de ventilación en el costado de
la fábrica.

☆☆☆
Cuando Larson abrió los ojos, esperaba que Afton todavía lo mirara.
Pero Afton no miraba a Larson en absoluto. Miraba más allá de Larson
intensamente, casi suplicante.
Larson se volteó para ver lo que estaba mirando Afton, y vio lo que
parecía ser un endoesqueleto de metal con forma de mujer desapareciendo
por una abertura de ventilación; parecía ser el mismo endoesqueleto que
había visto antes.
Larson frunció el ceño. Volvió a mirar a Afton… y vio que la súplica se
disolvía en desesperación. Afton seguía siendo una horrible síntesis de
chatarra, pero había adoptado un comportamiento inquietantemente de
aspecto humano. A pesar de su tamaño, la montaña de metal de Afton
pareció encogerse hacia adentro, como si se volviera débil y frágil. El rostro
de Afton ahora parecía perdido y derrotado. La fusión de Afton bajó la
cabeza, y luego la expresión de Afton cambió a lo que podría haber sido
perplejidad.
Larson volvió a concentrarse e inmediatamente pudo ver lo que estaba
mirando Afton. Afton estaba mirando a su lado derecho, donde la máscara
de rayas púrpuras de la bolsa estaba congelada en las partes animatrónicas.
La máscara ya no lloraba como lo había hecho la última vez que Larson la
había visto. Su rostro blanco ahora parecía satisfecho, victorioso.
Larson observó, asombrado, cómo la fusión de Afton comenzaba a
separarse. O, al menos, eso es lo que parecía estar pasando.
La destrucción comenzó con un brazo incrustado en el hombro del
montón de basura animado. El brazo se estiró y agarró un pómulo en forma
de engranaje. Arrancando el pómulo de la cara, el brazo se movió hacia la
oreja hecha de una mandíbula. Otro brazo se soltó de lo que era un muslo.
Alcanzó el equipo que formaba una rótula. Lo desenroscó y luego lo arrojó
al lago.
Ahora se extendieron otros dos brazos. Uno agarró los labios
construidos con pistón. El otro le quitó un codo en forma de oreja.
Y empezaron a moverse más brazos. Parecían brotar de todas las partes
del revoltijo de metales de Afton como chorros de aceite que atraviesan
la superficie de la tierra. Cada brazo que salió agarró algo. Una pieza tras
otra fue arrancada con los dedos. Sólo tomó un minuto antes de que
amalgama de Afton fuera un bulto turbulento de partes del cuerpo y piezas
conectivas.
Luego, los fluidos no identificables comienzan a derramarse de la basura
deconstrucción. Mientras fluían, Afton se tambaleó hacia atrás, a un paso
del final del muelle.
Las piernas de Larson cedieron. Se dejó caer a la cubierta y se sentó
con ambas manos presionadas en la parte inferior del estómago, con los
ojos muy abiertos y mirando mientras la sangre comenzaba a brotar de la
boca del conejo de basura.
La sangre se derramó sobre el plástico, el metal, el hueso y el alambre,
y se mezcló con los otros fluidos para fluir como alquitrán caliente sobre
los tablones deformados del muelle. El conejo, una vez identificable, aunque
grotesco, se estaba convirtiendo en un montón de basura en
descomposición, un frágil montón de trozos dispares, débiles y luchando.
Cuando la última pieza cayó sobre la pirámide de desechos, Afton gritó
y toda la torre de la inutilidad cayó del muelle.
Durante al menos un minuto, Larson se sentó y miró fijamente, tratando
de averiguar si alguna vez podría poner palabras a lo que acababa de
suceder. Luego, dolorosamente, se puso de pie. Con piernas temblorosas,
dio pasos cortos y lentos hacia el borde del muelle. Respiró hondo y miró
el agua.
Estaba preparado para retroceder si era necesario. Pero no tuvo que
hacerlo. Lo que quedaba de Afton no era una amenaza.
Afton no era más que una mancha flotante de partes insignificantes que
flotaban en la superficie del lago. Larson relajó los músculos, pero se tapó
la nariz con la mano. El aire estaba cargado de olores a ácido y
descomposición. Una espuma aceitosa se deslizó sobre el agua.
Sintiéndose mareado, Larson se apoyó en un poste en la esquina del
muelle. Escuchó el agua burbujeando. Y vio que las piezas comenzaban a
hundirse. Una pierna. Un brazo. Un pie. Engranajes. Articulaciones. Bocas.
El lago tragó trozo tras trozo hasta que, finalmente, sólo quedó una cosa.
La última pieza de la basura de Afton que el lago deslizó por su garganta
líquida fue la máscara de rayas moradas de la marioneta.
Larson se desplomó en el muelle. Y fue entonces cuando volvió a ver al
Stitchwraith.
Podía sentir la sangre saliendo de sus heridas, pero la ignoró. Su visión
se estaba volviendo borrosa; tuvo que esforzarse para observar al
Stitchwraith. Cuando el Stitchwraith salió de las sombras y se dirigió al
muelle, Larson trató de ponerse de pie. No podía permitir que Afton se
alejara de esta fábrica… de ninguna forma.
☆☆☆
Jake sabía que el detective pensaba que Jake era tan malo como el conejo
de la basura. Podía sentir la ira y el miedo del detective.
Pero eso no importaba. La infección del detective ya comenzaba a
extenderse. Jake tenía que detenerla.
Afortunadamente, el detective no tenía fuerzas para levantarse. No sólo
había perdido mucha sangre, sino que el espíritu apestoso que había estado
en el conejo de la basura estaba pasando factura. El detective no pudo
hacer nada más que mirar con los ojos muy abiertos mientras Jake se
acercaba a él.
Jake se arrodilló al lado del detective.
—Está bien. No te voy a lastimar.
El detective no pareció escuchar las palabras de Jake. La mirada del
hombre estaba perdiendo el foco y estaba terriblemente pálido.
Jake miró la herida en el vientre del detective. Estaba hinchado e
inflamado, y sus bordes tenían un repugnante tinte verdoso. ¿Cómo podía
eliminar la contaminación?
Jake miró sus manos de metal. Concentrándose, envió energía desde el
paquete de baterías que sabía que alimentaba su endoesqueleto. Canalizó
la mayor parte de su carga como pudo en una de sus manos.
¡Y funcionó! La mano de metal de Jake comenzó a brillar de color rojo
por el calor. Tan pronto como el resplandor comenzó a irradiar hacia
afuera, Jake puso su mano sobre la herida del detective.
El detective apenas se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, pero
gritó y trató de apartarse de la mano de Jake. Jake usó su otra mano para
sostener al detective en su lugar.
Tan pronto como el detective se quedó quieto, Jake bajó su mano
brillante. El detective gritó de dolor, pero Jake, haciendo una mueca de
dolor, ignoró el sonido. Tenía que quemar la infección… incluso si
lastimaba al detective. Tan pronto como el calor se encontró con la piel
del detective, una mugre verdosa que parecía una cruza repugnante entre
requesón estropeado y pudín de pistacho burbujeó hasta la superficie.
Inmediatamente comenzó a chisporrotear, lo que creó un hedor
desagradable a carne podrida y en descomposición. Jake habría arrugado la
nariz si hubiera podido arrugar la nariz. Pero se quedó dónde estaba, y
mantuvo la mano en su lugar hasta que desapareció el último trozo del
repulsivo bulto.
Para entonces, el detective se había desmayado. Jake estaba feliz por
eso.
Jake miró a su alrededor. ¿Qué debería hacer ahora?
El chillido de las sirenas respondió a esa pregunta. Tenía que irse. Se
acercaba la ayuda, y esa ayuda no vería a Jake como un buen tipo.
Jake se enderezó y corrió hacia la fábrica. Pensó que podría abrirse
camino a través de su interior y escapar por el otro lado. Sin embargo,
cuando Jake entró en un pasillo estrecho, sus pasos vacilaron. Acababa de
darse cuenta de algo horrible.
Jake se obligó a seguir adelante mientras pensaba en el conejo de basura
y la forma en que se había desmoronado.
El propio espíritu de Jake había estado lo suficientemente cerca del
horrible hombre que controlaba al conejo de la basura (el detective lo
había llamado Afton) para saber que el espíritu del horrible hombre no era
tan poderoso como pretendía ser. Jake había sentido que el espíritu de
Afton apenas se aferraba a esta realidad. Entonces, ¿cómo habría podido
Afton luchar contra el detective de la forma en que lo hizo?
Jake llegó al otro extremo de la fábrica. Asomó la cabeza por una
pequeña puerta y miró a su alrededor.
El crepúsculo había dado paso a la oscuridad. La luna era lo
suficientemente brillante como para iluminar el área, pero la noche creaba
suficientes sombras para que Jake se mantuviera fuera de la vista.
Mientras huía de la fábrica, Jake se enfrentó a la verdad que acababa de
descubrir: algo además de Afton había estado controlando al conejo de la
basura. Y fuera lo que fuera, era peor.
Fazbear Frights

#8
Scott Cawthon
Andrea Waggener
Copyright © 2021 por Scott Cawthon. Todos los derechos
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Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Portada diseñada por Jeff Shake
Primera impresión 2021
e-ISBN 978-1-338-76166-5
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internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
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Contenido

Portadilla
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Ángel de Goma
El día de suerte de Sergio
Lo que encontramos
Acerca de los Autores
Rompecabezas
Á ngel abrió los ojos y vio… nada. Oscuridad. ¿Se había vuelto ciega?
Trató de parpadear, pero encontró que no podía. ¿Estaba aún peor que
antes?
Se sentía débil y pesada. Le dolía su cuerpo. Levantó las manos para
tratar de frotarse los ojos, para despejar la sustancia viscosa en ellos, pero
sus manos se contrajeron contra algo duro.
Tratando de no entrar en pánico, buscó a tientas para averiguar dónde
estaba. Todo lo que sintió era madera, plana, lisa, madera implacable,
rodeándola.
¡Estaba en algún tipo de caja! Una caja muy pequeña.
Ángel trató de gritar, pero su boca no funcionaba correctamente.
Comenzó a retorcer su cuerpo, agitando sus extremidades. Pero no lo
hizo bien. Simplemente seguía golpeando contra la caja.
Estaba atrapada. Y se sentía muy extraña, mareada, como si fuera a
desmayarse.
¿Por qué le sucedía esto?

☆☆☆
Ángel realmente deseaba tener tapones para los oídos. Y tapones para
la nariz. Y algo para tapar sus ojos.
No, omite todo eso.
Ángel realmente deseaba tener la capacidad de teletransportarse. Sí, eso
sería bueno.
Si ella pudiera teletransportarse, podría ir en un instante a otro lugar.
Pero primero tendría que ser invisible para que pudiera irse con el
teletransportamiento. O tal vez podría tener superpoderes para poder
eliminar todo lo que estaba aquí.
No, eso podría ser un poco extremo. El teletransporte sería lo
suficientemente bueno. ¿Adónde iría? Posiblemente a cualquier lugar, un
vertedero, una alcantarilla, la parte más peligrosa de la ciudad. Podía pensar
en un millón de lugares horribles que serían una mejora en su situación
actual.
Después de todo, ¿qué podría ser peor que aquí?
Ángel y su familia estaban en Freddy Fazbear pizza, y si hubiera un lugar
en la tierra que era más como el infierno que esto, Ángel no lo sabía.
Freddy's era lo suficientemente malo por sí mismo: un lugar
implacablemente brillante y alegre con una decoración en colores
estrictamente primarios y un piso de tablero de ajedrez negro y blanco que
induce el dolor de cabeza. Pero luego agrega a los niños. No, no sólo niños.
Muchos niños. Niños enloquecidos, exaltados, que orinan en el pozo de
pelotas, niños que vomitan en los árcades. No mucho era peor que unas
pocas docenas de niños pequeños que tienen una fiesta de cumpleaños. Era
desagradable mezclado con miserable rematado con “dispárame ahora”.
Ángel miró a su alrededor, y tuvo que admitir que parte de su disgusto
(de acuerdo, tal vez todo) podía estar relacionado con la envidia y el
resentimiento.
Su cumpleaños había sido el mes anterior, y nadie le había organizado
ningún tipo de fiesta.
Tal vez en algún momento de la vida del Ángel, podría haber apreciado
la fiesta de cumpleaños de un niño. Teóricamente, le habría gustado tener
su propia fiesta de cumpleaños aquí cuando era pequeña. Estaba segura de
que si hubiera tenido una fiesta, no habría sido tan ruidosa e insufrible
como la de los niños de Freddy’s. Se habría alegrado, sí, pero lo habría
hecho con gracia… al menos, le gustaba pensarlo. Pero, de nuevo, nunca
pudo comprobar esa teoría.
Dado que su padre (no su patética excusa actual de padrastro, sino su
padre biológico, igualmente patético, por lo visto) se marchó cuando ella
aún no caminaba, su madre tuvo que ser a la vez la que ganaba dinero y la
que ejercía de madre a tiempo completo. Durante esos años, su madre
desaparecía en su trabajo, mientras que de alguna manera se mantenía en
un constante estado de quiebra. Simplemente no había suficiente dinero
para cosas como fiestas de cumpleaños. Ahora que la madre de Ángel se
había casado con Myron, también conocido como “Llámame papá” (no,
muchas gracias), las fiestas de este tipo entraban en el presupuesto, pero,
bueno… Ángel era mayor y estaba por encima de las ostentosas muestras
de frivolidad en los cumpleaños.
Y, vamos, era un cumpleaños infantil, honestamente, lo suficientemente
importante como para gastar miles de dólares en globos, pizza, refrescos,
pasteles, dulces y regalos. De ninguna manera. Era un desperdicio de
recursos. Ese dinero podría haber comprado un automóvil o una matrícula
pagada para la universidad de artes escénicas a la que quería asistir.
Afortunadamente, Ángel había calificado para un préstamo estudiantil,
basado en los bajos ingresos de su madre en este año pasado antes de
casarse con Myron. Pero Ángel no debería haber tenido que obtener ayuda
financiera, no cuando Myron podría pagar más que pagar su viaje. Ella nunca
lo llamó “papá”, pero eso era porque no lo había ganado. ¿No era un
“padre” quien se supone que pague por la educación de sus hijos?
Ángel miró a la mujer que la había puesto en esta situación: su madre,
una madre débil, interesada y buscadora de oro. Su madre que no prestaba
la mitad de atención a su hija que la que prestaba en su propia apariencia.
Todavía razonablemente joven, la madre de Ángel tenía un cabello rubio
corto, ojos azules brillantes y una cara que gastaba miles de dólares al año
para mantenerse bonita. Olvídate de la ayuda de la tarea o las fechas de la
madre-hija; La madre de Ángel estaba demasiada ocupada pasando la mitad
del día trabajando o actualizando su guardarropa en el centro comercial.
Tal vez la mamá de Ángel hubiera sido un medio camino decente si ella
hubiera tenido un buen compañero a su lado. Pero, de nuevo, tal vez no.
La madre de Ángel no era exactamente un paragón de paciencia o
comprensión. Ella tampoco era muy buena para cocinar, limpiar, organizar
o planificar. Ella no tenía un trabajo genial como editor de cine o diseñadora
de moda o agente de talento. Al observar a las madres de sus amigos, Ángel
pensó que estas eran las cualidades que hacían ser a una gran mamá. Las
cualidades que su madre tenía era, ser una experta en mejorar su propia
apariencia, una gastadora en maquillaje y ropa, una campeona de clase
mundial en coqueteo con hombres, una conocedora en dormir y una
maestra del ensimismamiento hasta el punto de olvidar cualquier cosa que
no estuviera relacionada con su propia felicidad, nada de eso la convertía
en un buen material para ser madre.
Ángel, siendo una chica chillona, alcanzando unos decibelios que
deberían ser ilegales se puso a gritar y luego procedió a ponerse los dedos
en los oídos.
—Detén esto —espetó la madre de Ángel—. Tienes dieciocho años, no
ocho.
Correcto. Y esa era la otra cualidad de su madre: estrella de inclinación
a cualquier hombre que haya pagado las facturas en ese momento. La
verdad era que a la madre de Ángel no le gustaban los niños, le gritaba a
los niños más que Ángel, pero en este momento, estaba desempeñando el
papel de la esposa de Myron. Y la esposa de Myron era la madre de una
niña de cinco años. Esto significaba que la mamá de Ángel tenía que fingir
que estaba feliz de estar en esta fiesta, y parte de esa pretensión era castigar
a Ángel por dejar caer el acto. Ángel puso los ojos en blanco. Su madre era
patética. Así era Myron. Y así era Ofelia, la hija repugnante de Myron. Toda
la familia era patética.
Incluso Ángel era patética porque tenía que ser parte de esta familia.
Necesitaba salir de ella.
Había estado muy cerca de sobrevivir a su infancia sin enfrentarse al
asunto del padrastro. Durante toda su infancia, su madre había estado
buscando “el marido y el padre adecuados”, siendo el marido y el padre
adecuados los que tenían mucho, mucho dinero. Ángel había perdido la
cuenta de la cantidad de hombres que habían venido y habían pasado a lo
largo de los años. Siempre había habido algún tipo. Algunos de ellos tenían
hijos. Algunos de ellos no. Pero cuando Ángel había sido arrastrada por
“Fechas familiares”, había tenido la comodidad de saber que era temporal.
Ella no tenía que irse a casa con el niño o los niños. Pero entonces su madre
había conocido a Myron. Y Ofelia vino con Myron.
¿Quién nombra a una niña Ofelia? Ofelia era amante de Hamlet, una
mujer que se había vuelto loca porque Hamlet aparentemente la había
vuelto loca. ¿Eso parece la mejor inspiración para el nombre de un bebé?
Curiosa por el nombre de Ofelia, Ángel había buscado el significado de
este.
Ofelia era un nombre griego, descubrió, y significaba “Ayudar”, como
en, “Ayuda, fui nombrada después de un caso mental trágico”. La había
hecho reír cuando había leído eso. Ahora podía oír la alegre voz de niña
de Ofelia diciéndolo.
Hablando de la molesta voz chirriante…
—¿No quieres algo de pizza? —le preguntó Ofelia a Ángel.
Antes de que Ángel pudiera responder, Ofelia dijo—: Compartiré la
mía. Luego empujó una porción de la maloliente excusa de pizza hacia la
cara de Ángel.
Ángel odiaba la pizza de Freddy’s, la salsa tenía demasiada albahaca, lo
que le daba un olor ofensivo y la hacía, para Ángel, incomible. Ofelia falló
en la boca de Ángel y le untó la mandíbula con salsa. Podía sentir su pelo
pegado a ella, también.
Ángel golpeó la mano de Ofelia.
—Aleja eso de mí.
La cara de Ofelia se arrugó. Se echó hacia atrás, y la rebanada de la pizza
voló de sus manos, aterrizando boca abajo en el pecho de Ángel, antes de
deslizarse en su regazo.
Ángel saltó, y la pizza cayó al suelo. Miró la mancha roja en sus buenos
jeans.
—¡Mala! —gritó a Ofelia. La barbilla de Ofelia tembló. Las lágrimas se
derramaron de sus ojos—. Sólo estaba tratando de compartir.
—¡No trates así a tu hermana! —la madre del Ángel intervino.
—¡Ella no es mi hermana! —gritó Ángel. Agarró algunas servilletas de
papel y se limpió la cara y el cabello.
Cuando lo hizo, notó que varios niños y adultos en las mesas
circundantes la estaban mirando. «Estupendo». Logró hacer un espectáculo
de sí misma, incluso en una habitación llena de niños maníacos. Sintió que
su rostro se enrojecía, y se sentó.
—Ángel —gruñó Myron, lanzándola una mirada mordaz, que reservaba
exclusivamente por su hijastra en estos días.
Se dirigió hacia Ofelia.
—Ven aquí, mi princesa.
Ofelia, llorando fuerte ahora, se arrastró hacia el regazo de Myron.
—Ella me golpeó, papá. Sólo estaba tratando de compartir mi pizza. —
Ofelia levantó su brazo para la inspección de Myron. No había nada en su
brazo, excepto la salsa de pizza, pero Myron miró al pobre brazo y lo besó.
Luego miró a Ángel.
—No la golpeé —dijo Ángel antes de que él pudiera decir nada—. Le
quité la mano. —Eso no era técnicamente cierto, pero Ángel estaría en
problemas durante un año si admitía golpear a Ofelia.
Myron abrió la boca, pero fue interrumpido por uno de los artistas
animatrónicos en el escenario frente a su mesa. Siendo “la niña de
cumpleaños”, Ofelia tenía que tener un lugar prominente en la audiencia
para el espectáculo de Fazbear Extravaganza. Estaban a dos pies del
escenario. Si Ángel hubiera querido, podría haberse acercado y
desplomaría las heladas del pastel en capas de cinco pies de altura de Ofelia.
Estaba sentado en el escenario, al lado de donde iban a actuar los
animatrónicos.
Ángel había estado temiendo el gran espectáculo porque sabía que sería
ruidoso y caótico. Ahora, sin embargo, ella estaba agradecida por ello.
Alejaría la atención del drama familiar.
Ofelia inmediatamente olvidó el asalto en su precioso brazo. Ella se
volvió hacia Myron.
—¡Arriba, papá, arriba! —Él la reposicionó obedientemente en su
regazo para que pudiera pararse en sus muslos. La falda llena del vestido
con frilidad amarillo de Ofelia se hinchó en la cara de Myron. Mantuvo un
agarre en Ofelia con una mano y empujó a un lado el tul con su otra.
Ofelia se quedó mirando al escenario con ojos brillantes. Ella movió sus
caderas y le lanzó los brazos en un baile incómodo de algún tipo.
Ángel odiaba a Ofelia. La niña era una molestia, siempre arrastraba un
juego de mesa o pidiendo “jugar fingido” con Ángel. Saltaba a la cama de
Ángel casi todas las noches con un libro y un gemido de “¿Me lees?”
A veces, Ángel le leía a Ofelia, pero ella resentía el tiempo que tomaba.
Ángel estaba ocupada; No tenía tiempo para una hermana pequeña.
Y luego estaban los caballos. Ofelia tenía algo con los caballos. Toda su
habitación estaba llena de ellos: caballos de felpa, caballos de plástico,
caballos de madera… Pósteres, fotos y pinturas al óleo de caballos. Tenía
un enorme caballo mecedor en su habitación, y, aunque ella estaba
demasiado grande para ello, ella “cabalgaba” todos los días. Lo mismo
hacían sus muñecas. Ese era el mundo de Ofelia. Caballos y muñecas. De
hecho, también era el tema de la fiesta de hoy. Ángel estaba muy harta de
los caballos… de oír hablar de ellos, de leer historias sobre ellos, de verse
obligada a unirse a Ofelia para jugar con ellos.
Cuando Ofelia había exigido que su fiesta de cumpleaños fuera en
Freddy's, que, lamentablemente, era su restaurante favorito, Ángel había
señalado que una fiesta en Freddy's no sería una fiesta temática de caballos,
que también era lo que Ofelia quería. Freddy's no tenía personajes de
caballo. Pero Ofelia no fue disuadida. Ella sabía lo que quería.
Normalmente, las fiestas de Freddy's eran temáticas. Así que Myron
tuvo que negociar con el gerente de Freddy's para que le trajera servilletas,
platos, sombreros y decoraciones con temática especial. También compró
a todos los niños del lugar un caballo de juguete.
Ángel había oído hoy suficientes relinchos de mentira para toda la vida.
—Me encanta mi fiesta, papá —gritó Ofelia. Sonrió, mostrando los
dientes manchados de salsa de pizza y pareciendo por todo el mundo una
especie de caníbal. No era una imagen bonita.
No es que ninguna imagen con Ofelia pueda ser bonita. No importaba
cómo la vistiera, Ofelia era una niña realmente fea. Pobre niña. Eso era lo
único que hacía que Ángel sintiera una pizca de bondad hacia ella. No hay
duda de que Ofelia era una espina en el costado de Ángel, pero la pobre
no podía evitar su aspecto. Al igual que Ángel tenía el aspecto de su madre,
Ofelia tenía el de Myron.
Por razones que Ángel no podía entender, su madre pensaba que Myron
era un buen partido… no sólo por el dinero, sino que pensaba que era
guapo.
Ángel pensaba que Myron era un gorila. Alto y con forma de tronco,
Myron tenía el cabello marrón oscuro… por todo el cuerpo. Era el hombre
más peludo que Ángel había visto nunca. Ahora, por supuesto, Ofelia no
heredó ese rasgo de su padre, pero… pero recibió su prominente cresta
de la ceja, su nariz grande y sus ojos pequeños. También sus brazos largos.
Parecía un chimpancé, lo cual era triste.
Los chimpancés son bonitos, pero los niños que se parecen a los
chimpancés no lo son.
En el escenario frente a Ofelia, los animatrónicos de Freddy's se
preparaban para actuar, y un locutor, un empleado masculino de Freddy's
que llevaba un sombrero de copa y un esmoquin rojo brillante, charlaba
con el público. El locutor era joven y rubio, de cara redonda y siempre
sonriente.
—¿Se lo están pasando todos muy bien? —preguntó el locutor.
—¡Sí! —gritaron todos los niños.
Ofelia gritó su “sí” aún más fuerte. El sonido provocó una punzada de
dolor en las sienes de Ángel.
—¿Están todos listos para divertirse aún más? —gritó el propio Freddy.
—¡Sí! —corearon los niños.
—¡Diversión, más diversión! —chilló Ofelia. Se contoneó con tanto
ímpetu en el regazo de su padre que éste casi la deja caer.
—¿Estamos todos listos para el rock and roll? —gritó Freddy.
Todos en el restaurante, excepto Ángel, gritaron—: ¡Sí! —Y entonces
el restaurante se llenó de vítores.
Ángel se dio cuenta de que Myron estaba mirando mal a su hijastra
alrededor de la ondulante falda amarilla de Ofelia. A Ángel no le importaba.
El restaurante estaba ahora demasiado ruidoso para que Myron molestara
a Ángel. Ignorando a su padrastro, Ángel dejó a su familia en la mesa y fue
en busca de un baño para poder intentar salvar sus jeans.
Las largas mesas rectangulares de Freddy's estaban abarrotadas, y todas
estaban llenas de niños hiperactivos y un puñado de adultos de aspecto
cansado.
Ángel tuvo que girar de un lado a otro para liberarse de la manada
rebelde.
Cuando casi había terminado el tumulto, chocó con uno de los
empleados de Freddy's. Cuando ella empezó a decir—: Disculpe —este se
volvió hacia ella. Sólo pronunció su primera palabra porque estaba mirando
a uno de los tipos más lindos que había visto en su vida, y él le había robado
la capacidad de hablar.
—Lo siento —le dijo el chico lindo—. Debería haber estado mirando
hacia dónde iba.
Ángel abrió la boca y no salió nada.
El simpático empleado le sonrió y empezó a decir algo más, pero fue
entonces cuando los animatrónicos del escenario empezaron a entonar una
canción de rock con voces que se arrastraban por el oído. Los cantantes,
combinados con el estilo de batería y guitarra eléctrica de la banda, hacían
imposible hablar.
Ángel comenzó a avanzar, pero el simpático empleado la tomó de la
mano y la condujo fuera del comedor. Ella pensó que eso era un poco
presuntuoso, pero no protestó porque la mano era cálida y fuerte… y
estaba unida al lindo empleado. Además, la estaba apartando del ruido y el
caos espástico tanto en el escenario como en el público.
Consciente de que la salsa de la pizza seguía en su pelo, Ángel levantó
una mano para pasársela por la cara. Deseó tener un espejo para poder
limpiarse.
Si no fuera por la salsa de la pizza, Ángel habría estado muy segura de
su aspecto. Aunque su madre no había hecho mucho por Ángel, le había
transmitido sus buenos genes. Ángel tenía el pelo rubio de su madre (sólo
que le llegaba hasta los hombros), ojos azules, rasgos agradables y cuerpo
esbelto. Aunque no era muy aficionada a la moda y los cosméticos como
su madre, Ángel tenía su propio estilo. No usaba mucho maquillaje;
simplemente se delineaba los ojos con kohl y mantenía los labios brillantes.
Le gustaba la ropa retro de las tiendas de segunda mano y era una genia
con los pañuelos, las joyas y otros accesorios. Le gustaba tanto jugar con
ellos que solía llevar un pañuelo o una tira de cuentas de más en el bolso
para poder cambiar de look cuando le convenía. Hoy se había hecho unos
lazos muy lindos con un cinturón setentero alrededor de su estrecha
cintura, y debajo llevaba un top de campesino de los años sesenta que se
ceñía a ella perfectamente. Si Ofelia no hubiera decidido derramar salsa
sobre ella, Ángel estaría en condiciones de tener una cita ahora mismo.
El chico guapo guio a Ángel por el pasillo fuera del comedor. El pasillo,
bordeado de imágenes caricaturescas de los personajes animatrónicos de
Freddy's, corría a lo largo de la zona del comedor, conectando la entrada
de Freddy's con la parte trasera del restaurante, que presumiblemente era
donde estaban la cocina y oficinas. Los cuadros estaban enmarcados en
amarillo brillante, y todos los personajes llevaban expresiones alegres y
joviales.
Algunas puertas se abrieron en el pasillo, incluidas las de los baños.
Ángel miró la puerta del baño de mujeres cuando pasaron por ella. Deseó
poder entrar y limpiarse.
Sin embargo, se dirigían hacia la puerta principal del restaurante. Ángel
se preguntó si el lindo empleado intentaría que se fuera con él. Pero
simplemente la llevó a la pequeña sala de espera llena de sillas de plástico
rojo, que estaba cerca de la entrada.
Cuando llegaron a las sillas, el lindo empleado le hizo un gesto.
—Toma asiento. Vuelvo enseguida. —Se lanzó de regreso por el pasillo
que acababan de atravesar.
Ángel se preguntó, incluso cuando su trasero golpeó el plástico
moldeado, por qué estaba haciendo tan obedientemente lo que el chico
quería. ¿Había heredado más de su madre de lo que pensaba? ¿Se estaba
convirtiendo en una autómata complaciente con los hombres?
Ángel no pudo explicar por qué, pero esperó en la silla al menos un
minuto. Entonces, preocupada porque estaba abdicando de todo su sentido
de un yo independiente, comenzó a ponerse de pie. ¿Por qué había dejado
que el tipo la arrastrara aquí en primer lugar?
El lindo empleado reapareció. Llevaba varias toallas de papel y una
botella de spray de lo que parecía agua. Se sentó en el asiento junto al de
ella.
¡Guau, realmente era lindo! Sólo un poco más alto que Ángel, el tipo
era de hombros anchos, caderas estrechas y claramente en forma. Con
cabello oscuro y ojos oscuros y rasgos fuertes, tenía el tipo de apariencia
que casi cualquier chica con ojos encontraría atractiva.
—Soy Dominic —dijo el chico lindo. Tenía una voz maravillosa,
profunda y resonante.
Ángel se dejó caer involuntariamente en la silla.
—Ángel —dijo.
—Sí, lo eres.
Ángel puso los ojos en blanco.
Dominic sonrió.
—Ya has escuchado eso antes. Seguro que sí.
Ángel sonrió. Ella no pudo evitarlo. Fue irresistible.
—Pero lo hiciste sonar mejor que nadie.
Dominic se rio.
—Esa es una buena frase. Debería tomar lecciones de ti.
Ángel se rio.
—No, es una idea terrible. Simplemente suelto lo que estoy pensando.
Eso no siempre es lo mejor.
—Estoy en desacuerdo. La honestidad está muy subestimada.
Un grupo de niñas que reían tontamente salieron del comedor,
corrieron por el pasillo y entraron en el baño de mujeres como un
enjambre de abejas vestidas de rosa con volantes. Ángel se alegró ahora de
no estar en el baño de mujeres.
Se volvió hacia Dominic y pensó que bien podría ver adónde iba este
encuentro.
—Gracias por salvarme.
—¿Eso hice? Sólo estaba haciendo mi trabajo. Soy subgerente aquí y una
de mis obligaciones es asegurarme de que los clientes estén contentos. Vi
a una chica bonita untada con salsa de pizza y pensé que estaría más feliz si
la limpiaran. —Levantó la botella de spray y las toallas de papel.
Dominic extendió la mano y tocó el cabello cubierto de salsa de pizza
de Ángel.
—No es que no te quede este look de comida italiana en el pelo.
Ángel se rio.
Dominic se inclinó hacia ella.
Ángel contuvo la respiración.
—¿Te importa? —dijo Dominic—. No creo que la salsa para pizza sea
un buen acondicionador y, como color de cabello, bueno, este tono
particular de rojo no combina con el resto de tu cabello.
Ángel no dijo nada. Estaba tratando de recordar lo que comió por última
vez. No había comido nada de la pizza que ordenaron su madre y Myron.
Pero ella tenía algunos dulces de chocolate. Bueno, eso no debería haberle
causado mal aliento.
Dominic estaba frotando su cabello y la piel de su mandíbula y cuello
con toallas de papel que había rociado con lo que fuera que había en la
botella de plástico. Fuera lo que fuera, olía a flores y estaba caliente. Se
sentía reconfortante contra la piel de su mandíbula y su oreja, y él estaba
siendo tan gentil.
¿Quién era este chico? Parecía que venía de un planeta completamente
diferente al de los chicos de su escuela. En comparación, eran unos idiotas.
Ninguno de los chicos que conocía en su escuela sabrían cómo quitar la
salsa de pizza del cabello.
—Está bien. Eso está mejor —dijo Dominic. Él metió un mechón de
cabello detrás de su oreja. Luego miró sus jeans. Le tendió más toallas
mojadas—. ¿Crees que puedes encargarte del resto? No quiero ser
irrespetuoso.
Ángel se rio y tomó las toallas.
—Soy consciente de eso. —Trabajó en la mancha de sus jeans. El rojo
intenso se desvaneció un poco, pero no desapareció. Esperaba que saliera
en el lavado.
—Entonces, ¿asumo que estás aquí con tu familia? —dijo Dominic, una
vez que Ángel se limpió.
—Sí. Algo así. Mi hermanastra es la cumpleañera.
—Ah. Entonces, te salvé. ¿Ella también te hace limpiar la chimenea y
fregar el piso, Cenicienta?
—Lo haría si tuviera la edad suficiente para preocuparse por esas cosas.
Por ahora, su papá, mi padrastro, es el que se encarga de eso.
—Ah. Sí, eso puede apestar.
—Sí que puede.
—No te había visto antes. ¿A qué escuela vas?
—Me graduaré de Merrimount en un mes. ¿Tú?
—Lo mismo… me graduaré en un mes. Pero de la Academia Graves.
—Oh. Elegante. —La Academia Graves era una escuela privada para
cerebritos.
Ángel quedó impresionada a pesar de sí misma.
—¿Sí? —Dominic señaló su chaleco Freddy y su etiqueta con su
nombre—. Sé que hago que esta cosa de Freddy’s se vea bien, pero
deberías verme con mi uniforme escolar. Te dejarías boquiabierta.
Ángel miró sus pies calzados con sandalias. Dominic también.
—¿Ves? Incluso pensar en mí con mi uniforme te dejó boquiabierta.
Ángel se rio incluso mientras gemía.
Dominic sonrió.
—Entonces, ¿cómo terminaste vistiendo nuestra pizza en lugar de
comértela? Por favor, dime que un servidor no fue tan descuidado.
—No. No fue un servidor. Ofelia.
Dominic enarcó una ceja.
—¿La desventurada amante de Hamlet?
—Sí. ¿Ves? Estaba pensando en eso. ¿Por qué nombrarías a una niña
Ofelia?
—Supongo que es un nombre bonito, pero tiene algunas connotaciones
fuertes. ¿Y Ofelia es…?
—Mi hermanastra.
—Ah, la malvada hermanastra. “Fuera, maldito lugar”.
Ángel se rio.
—Creo que estás sufriendo una confusión Shakespeariana.
—“Algo perverso viene por aquí” —dijo Dominic.
Ángel se rio más fuerte.
—Mejor sentimiento, pero todavía estás equivocado.
—Ah bueno. “Esto, sobre todo, sea verdad contigo mismo”.
—Timbre. Timbre. Timbre. Denle un premio al hombre. Regresó a
Hamlet.
Ambos se rieron y luego ambos hablaron a la vez. Ángel dijo—: Gracias
por… —tal como dijo Dominic—: Escucha, ¿qué tal…?
Ambos se detuvieron y sonrieron.
Antes de que ninguno de los dos pudiera terminar una oración, la voz
de una mujer gritó—: Dominic.
Ángel y Dominic dirigieron su mirada hacia la voz.
Otra empleada de Freddy’s, una mujer de treinta y tantos, estaba de pie
justo afuera del comedor.
—Ahí estás —dijo.
La mujer era alta y de aspecto atlético, con el cabello castaño recogido
en una cola de caballo. Llevaba un uniforme de Freddy’s y se veía
perfectamente tranquila a pesar del caos que la rodeaba.
Dominic se puso de pie.
—Hola, Nancy. Ya voy.
—Encuéntrame en la cocina —le dijo Nancy.
Dominic se volvió y le tendió la mano. Ángel la tomó. Estaba feliz de
tener la oportunidad de tomar su mano nuevamente.
—Siento abandonarte en todo esto —agitó los brazos— y a tu malvada
hermanastra también, pero el deber llama.
—No hay problema.
Él le sonrió.
—Antes de que mi jefa interrumpiera tan groseramente, estaba a punto
de preguntarte si te gustaría salir mañana por la noche. Hay una banda
independiente tocando en Rocket House. ¿Te animas?
—Claro, me gustaría.
—Estupendo. Si me das su número, puedo pasar a buscarte. Si no
quieres darme tu número, puedes encontrarme allí.
Ángel recitó el número de teléfono de su casa.
Dominic se rio.
—Bien entonces. —Él le repitió el número y ella asintió.
—¿No lo olvidarás? —preguntó ella cuando él no lo anotó. Quería
patearse a sí misma porque sonaba como molesta.
No pareció importarle.
—Tengo una gran memoria. No lo olvidaré. O a ti.
Ángel se sonrojó.
Dominic metió la mano en el bolsillo del chaleco de su uniforme.
—Y aquí. Aquí está mi tarjeta de Freddy’s. Siempre puedes llamarme.
Ángel tomó la tarjeta y la metió en el bolsillo de sus jeans.
—Pero no tendrás que llamarme. Me adelantaré. Estaré trabajando aquí
hasta tarde esta noche. Mucha limpieza que hacer y luego prepararse para
otra fiesta mañana. Te llamaré más tarde esta noche para programar la
hora.
Ángel asintió.
—¿Vas a volver a entrar?
Ella se encogió de hombros y luego asintió.
—Supongo que tengo que hacerlo.
Dominic se rio y le ofreció el brazo.
—Entonces, ¿puedo acompañarla al pandemónium, milady?
Ángel se rio y lo tomó del brazo.
—Puede, príncipe azul.
Dominic se rio entre dientes y la llevó de regreso al comedor. Le apretó
la mano brevemente antes de dejarla entrar por la puerta.
—Hasta más tarde.
Ella asintió.

☆☆☆
—¿Dónde has estado? —preguntó Myron cuando Ángel volvió a la mesa
de su familia.
La banda se estaba preparando para cantar.
Ángel lo fulminó con la mirada.
—Tuve que ir a limpiar la salsa de pizza que tu torpe hija decidió
untarme.
La mamá de Ángel se inclinó.
—La actitud sarcástica no es necesaria. Ofelia sólo tiene cinco años,
Ángel.
—Sí, lo sé. Y, sin embargo, ella es la cabeza de familia. ¿Cómo tiene eso
sentido?
Myron negó con la cabeza.
Comenzó el canto y Ángel notó que Dominic, que ahora también
cantaba, se movía con gracia de mesa en mesa. Su voz se podía escuchar
por encima del estruendo de todas las voces de los niños. ¡Tenía una voz
muy bonita!
Mientras lo veía cantar con un trío de niños revoltosos, Ángel se
preguntó si Dominic quería ser un intérprete. Eso era lo que iba a ser.
Ángel iba a ser actriz, cantante y bailarina. Ella tenía el mismo talento en
los tres. Realmente. Todos los profesores del departamento de teatro y
música de su escuela secundaria le habían dicho que tenía el talento
suficiente para triunfar en la industria del entretenimiento. Ellos fueron los
que la animaron a postularse para la escuela de artes escénicas.
Probablemente no habría tenido la confianza para hacerlo sin su insistencia.
—El público simplemente te va a devorar, Ángel —le había dicho su
maestra de teatro favorita cuando le dio la solicitud a Ángel—. Vas a ser
especial, como ninguna otra.
Cuando presentó su solicitud para la escuela, Ángel no tenía idea de
cómo iba a pagar porque Myron dijo que no estaría pagando por “una
escuela de arte que no puede prepararte para el mundo real”. Ella estaba
encantada de que calificara para préstamos.
Ángel vio a Dominic bailar una especie de rumba modificada con algunos
niños pequeños. Sus rostros brillaban de alegría. Era extraño, hoy
temprano esta misma escena habría tenido a Ángel poniendo los ojos en
blanco, pero ver lo bueno que era Dominic con los niños… la hizo ver este
lugar con una luz completamente diferente.
Su madre tocó el brazo de Ángel.
—¿Por qué no estás cantando? Te encanta cantar.
Ángel se encogió de hombros. Su mamá tenía razón. ¿Por qué no cantar?
Entonces ella cantó.
—No tan fuerte —dijo su madre de inmediato.
Ángel dejó de cantar y se cruzó de brazos. Trató de volver a ver a
Dominic, pero un grupo de niños ahora bailaba en sillas y bloquearon su
línea de visión.
Otra eternidad después, el canto se detuvo y finalmente el locutor hizo
una gran producción para traer a Ofelia al escenario para soplar velas en
el pastel gigantesco. Por supuesto, Ofelia ni siquiera pudo manejar sus
cinco velas. Los animatrónicos la ayudaron. Ángel se preguntó vagamente
cómo funcionaba eso. Deben haber tenido pequeños sopladores en la
boca.
Después de que Ofelia recibió aplausos, silbidos y una ovación de pie
por apagar dos de sus cinco velas, los meseros comenzaron a cortar y
repartir pastel mientras los animatrónicos continuaban actuando. Ángel se
encorvó en su silla viendo bailar a los animatrónicos. Deseó poder volver
a coreografiar su rutina.
Tan pronto como se repartió el pastel, la retroalimentación del
micrófono atravesó la conmoción y el locutor gritó—: Y ahora para el gran
final de las festividades de hoy. ¿Podemos tener a la cumpleañera en el
escenario, por favor?
Ofelia sonrió y corrió hacia el escenario. Todos volvieron a vitorear.
Ángel miró alrededor de la habitación hasta que vio a Dominic. Estaba
hablando con su jefa en el borde del comedor, pero la vio mirando en su
dirección.
Él le guiñó un ojo. Ángel sonrió. Quizás las cosas estaban mejorando.
Después de todo, sólo faltaba un mes para la graduación, y luego se iba a
quedar con una amiga en otro estado mientras asistían a un taller de
actuación de verano. Ángel consiguió una beca por ello y había estado
ahorrando para gastos de viaje y comida, que era todo lo que necesitaba
ya que su amiga no le iba a cobrar el alquiler.
Luego, después de eso, ¡escuela de artes escénicas! Muy pronto, estaría
viviendo su propia vida, tomando sus propias decisiones, y no tendría que
aceptar más órdenes de Myron o jugar el papel secundario de Ofelia.
—Y ahora la pièce de résistance —gritó el locutor—. ¡Abajo!
La banda tocó una fuerte fanfarria y algo comenzó a caer del techo.
Ángel supuso que estaban a punto de ver una piñata con forma de Freddy
o algo así. Las piñatas parecían ser populares en las fiestas de cumpleaños
de los niños en estos días.
Sólo medio viendo cómo bajaban la cosa, Ángel parpadeó y miró con
más atención cuando vio que el objeto no era una piñata. Al menos, no era
una piñata que se pareciera a ninguna de las que había visto antes.
Hundiéndose lentamente en la habitación, una especie de estatua de
aspecto suave ondulaba y temblaba cada vez más cerca del escenario. La
estatua tenía una vaga forma de niña y no estaba hecha de papel maché.
Parecía estar hecha de… ¿eso era caramelo?
Ángel se inclinó hacia adelante y entrecerró los ojos. Sí. Parecía un
caramelo gomoso.
Era como una gran estatua de goma. Bueno. Eso era diferente.
Interesada ahora, incluso cuando estaba igualmente repelida, Ángel
observó cómo la estatua de goma estiraba los brazos, pateaba las piernas
y giraba el cuerpo. Claramente era alguna forma de animatrónico como
Freddy y los miembros de su banda, la estatua de goma estaba en constante
movimiento. Se lanzaba de un lado a otro.
Era Extraña. Y tal vez un poco genial.
—Niños —gritó el locutor— para que disfruten comiendo, ¡les
presentamos la Gomita de cumpleaños!
Los niños vitorearon.
El locutor miró a Ofelia.
—Tú, mi encantadora señorita, como cumpleañera, tienes el privilegio
de tomar el primer bocado de nuestra deliciosa gomita. Comenzarás con
los deliciosos dedos de los pies de las gomitas. Y tú tienes la
responsabilidad de darte el último bocado, a la deliciosa nariz de gominola.
Ofelia se rio y aplaudió. Se dirigió hacia la estatua de goma.
El locutor levantó una mano.
—Antes de empezar, querida cumpleañera, permíteme repetirles a
todos. Sólo la cumpleañera puede tomar la nariz de goma de mascar. Eso
es para Ofelia y sólo para Ofelia. ¿Todos entendieron?
Todos los niños corearon—: ¡Sí!
—Excelente —dijo el locutor.
—Ahora pueden empezar, Ofelia, y luego, niños, suban y únanse a ella.
¡Todos necesitarán morder para devorar esta deliciosa gomita! ¡En sus
marcas, listos, fuera!
Ofelia corrió hacia la estatua de goma y le mordió el dedo gordo del
pie. A pesar de que estaba hecho de caramelo, ver a Ofelia comerse el
dedo del pie hizo que Ángel se sintiera un poco asqueada. Ella pensó que
era extraño que la estatua gomosa siguiera moviéndose incluso mientras
los otros niños llenaban el escenario y comenzaban a masticar las piernas
de la estatua. Ángel habría pensado que habrían apagado los animatrónicos
antes de que se comieran la cosa.
Aburrida de nuevo ahora que la gominola estaba siendo consumida por
niños que escarbaban, Ángel se recostó y golpeó con el pie. Durante unos
minutos, vio a los niños comerse los dulces, pero luego comenzó a sentirse
mareada. La escena le recordó los horribles espectáculos de la naturaleza
que a Myron le gustaba ver, aquellos en los que los leones atropellaban a
una cebra y la devoraban. Ángel odiaba esos programas.
—Es simplemente la naturaleza, Ángel —le decía Myron cuando ella
objetaba.
—Deja de ser tan aprensivo.
Naturaleza o no, no le gustaba que se comieran seres vivos. Ni siquiera
le gustaba ver las langostas en los tanques de los restaurantes.
La estatua de goma era demasiado realista para disfrutar viéndola ser
devorada por un montón de bocas de niños pequeños. Entonces, cuando
los niños estaban a la mitad de las piernas, ella metió la mano en su bolso
y sacó una lima de uñas. Comenzó a retocarse las uñas.
Pasaron varios minutos y el locutor gritó—: ¡Lo están haciendo muy
bien, niños! Recuerden, la nariz de goma de mascar es para Ofelia, y sólo
para Ofelia.
Ángel miró hacia arriba para ver que los niños estaban en el cuello. Sólo
quedaba la cabeza de la estatua. La habían bajado más cerca del escenario
para que los niños pudieran alcanzarla. Ángel vio a un niño regordete
arrancar la oreja de la cabeza con sus pequeños dientes blancos.
Su estómago dio un vuelco. Volvió a mirar sus uñas.
No volvió a mirar hacia arriba hasta que el locutor gritó—: ¡Todos,
paren!
Los niños se congelaron.
La cabeza casi había desaparecido.
—Ofelia, nuestra cumpleañera, ven a buscar tu nariz de goma de mascar
—llamó el locutor.
Ángel miró hacia arriba una vez más. Vio a Ofelia sentada en el borde
del escenario con aspecto de estar enferma. El locutor, imperturbable,
bailó, la puso en pie y la escoltó hasta los restos de la estatua de goma.
—Toma tu nariz de goma de mascar.
Ofelia miró al locutor, luego extendió la mano y le arrancó la nariz de
la cabeza casi consumida. Tiró de la pierna del locutor y él se inclinó. Ella
le susurró algo y él se puso de pie—: Nuestra cumpleañera se llevará su
nariz de goma de mascar a casa para saborearla más tarde. Démosle un
gran aplauso.
«¿Para qué?», se preguntó Ángel, «¿Quién guarda un chicle para
después? Por favor».
Ángel negó con la cabeza y esperó a que terminara el siglo que había
sido la fiesta de cumpleaños de Ofelia.

☆☆☆
Finalmente dejaron Freddy's alrededor de las 6:00 p.m. Teniendo en
cuenta que habían salido de la casa antes del mediodía, Ángel decidió que
tenía que haber sido una de las fiestas de cumpleaños más largas de la
historia.
El sol todavía estaba en el cielo, recordándole a Ángel lo cerca que
estaban de Junio y la graduación, su boleto a la libertad. El pensamiento
ayudó a aflojar algunos de sus músculos tensos.
Ángel se subió al asiento trasero de la minivan de primera categoría de
Myron y se abrochó mientras Myron ayudaba a Ofelia a sentarse en el
asiento del automóvil. Ofelia dijo que se sentía “desanimada” porque comió
demasiado de la estatua de goma. Sin embargo, todavía no se había comido
la nariz de goma de mascar; La habían envuelto cuidadosamente en plástico
para ella. Ofelia apestaba a sudor y ajo. Ángel se encogió contra su puerta
y se volvió para mirar por la ventana. Apretó la nariz contra el cristal
caliente y trató de respirar los rayos expansivos del sol a través del cristal
en lugar del hedor de Ofelia.
Myron terminó de abrochar a su preciosa hija y luego se sentó en el
asiento del conductor. La mamá de Ángel ya estaba en el asiento del
pasajero, con la visera baja, revisando su maquillaje.
Myron puso en marcha el motor y luego se volvió para mirar a Ofelia.
—Entonces, ¿estás lista para tu gran sorpresa de cumpleaños, cariño?
Ángel se giró para mirar a Myron boquiabierta. Tenía que estar
bromeando. ¿Había algo más que esa extravagante exhibición de
cumpleaños que acababan de soportar?
Ofelia, que estaba a punto de cabecear antes de que Myron hablara,
levantó la cabeza y aplaudió.
—¡¿Sorpresa de cumpleaños?! ¿Qué cosa, papá?
—Tendrás que esperar y ver, mi princesa.
Ofelia rebotó en su asiento de seguridad. Ella le sonrió a Ángel y le
preguntó—: ¿Sabes cuál es mi sorpresa?
Ángel negó con la cabeza y se volvió de nuevo hacia la ventana. Hizo
todo lo posible para desconectarse cuando la minivan comenzó a moverse,
y debió haber hecho un buen trabajo porque lo siguiente que supo fue que
Myron estaba gritando—: ¡Aquí estamos!
Ofelia soltó un bufido de tamaño adulto y abrió los ojos. Ángel parpadeó
y se secó los ojos húmedos. Luego volvió a parpadear y se enjugó los ojos
de nuevo.
«No».
«¿En serio?»
Myron había llevado el monovolumen a una zona de gravilla frente a un
enorme granero, junto a un prado cubierto de hierba en el que pastaban
tres hermosos caballos castaños.
El sol de la tarde acariciaba sus espaldas, volviéndolas doradas.
—¡Caballos! —chilló Ofelia—. Oh, papá, ¿hay ponis? ¡Quiero un pony!
—Lo sé, cariño —se rio Myron. Salió de la minivan y abrió la puerta
trasera para desatar a su hija.
—Vamos, Ángel —dijo su madre.
Ángel se obligó a abrir la puerta de la minivan. Tuvo que ordenarle a sus
pies que se movieran. No quería ver lo que estaba a punto de suceder.
Salió del coche y miró a su alrededor. Myron, Ofelia y la mamá de Ángel
se dirigían hacia el establo, y no parecía importarles que ella no estuviera
con ellos. Entonces, Ángel se volteó hacía la dirección opuesta. Se abrió
camino a través de la grava, escuchando el crujido de sus pasos, y se acercó
a la valla de madera que rodeaba el prado. Uno de los caballos, una yegua,
se acercó al trote para verla y dejó caer su enorme cabeza por encima de
la cerca para acariciar el hombro de Ángel.
La yegua olía a heno fresco y tierra húmeda. También olía un poco a
estiércol. O tal vez ese no era el caballo. El potrero necesitaba una limpieza.
Ángel se rio cuando la yegua le dio un insistente empujón con la nariz.
—No tengo nada para ti —le dijo.
—¿Quieres darle una manzana?
Ángel se volteó y vio a una chica pelirroja que se acercaba. El cabello
largo de la chica estaba trenzado en una trenza y estaba sonriendo. Llevaba
un overol de mezclilla y se veía abierta y amigable.
—Hola —dijo Ángel.
—Hola. —La chica le tendió una rodaja de manzana.
Ángel la tomó.
—Ponla en tu palma y mantenla plana y firme.
Ángel hizo lo que se le ordenó.
La yegua tomó la rodaja de manzana. Sus labios se sentían cálidos y
suaves contra la palma de Ángel. La bocanada de su aliento le hizo
cosquillas.
Ángel sonrió.
—Eres increíble —le dijo a la yegua.
—Gracias —dijo la chica pelirroja.
Ángel la miró.
—Oh, ¿no me estabas hablando? —La chica rio—. Lo entiendo, todo el
tiempo junto a los caballos, tiendo a desaparecer.
—Lo siento —dijo Ángel—. Mi nombre es Ángel.
—Tammy.
—¿Tú trabajas aquí?
Tammy asintió.
—Este es el lugar de mi papá.
—Esa es mi mamá y mi padrastro —dijo Ángel—. Ofelia va a llevar un
pony.
—¿Ofelia?
Ángel señaló.
—Mi hermanastra.
—Oh, sí. Pequeña y dulce niña. Ha estado aquí un par de veces para
montar en ponis. Pero hoy está ganando el premio gordo.
Ángel ignoró el comentario de la “dulce niña”.
—¿Qué quieres decir con “el premio gordo”?
—Oh, quiero decir que Ofelia no sólo va a tener un pony. Ella va a tener
un pony y un caballo. Su padre quiere que ella tenga al pony cuando aún es
pequeño, pero también le ha comprado un año. Él quiere que ella crezca
con su caballo, y también reciba lecciones privadas durante todo el año.
—¿Cuánto cuesta eso? —espetó Ángel—. Lo siento. Eso fue de mala
educación y probablemente no me lo puedas decir.
—No, lo entiendo. Y no creo que haya ninguna confidencialidad en
nuestro negocio, al menos no en esta parte. Ahora, si estuviéramos
hablando de caballos de carreras, sería otro corral de potras.
Ángel sonrió.
—Son dos mil dólares el pony —dijo Tammy—. El año es tres mil
dólares. Pero eso es sólo el comienzo. Cobramos un par de miles al año
por mantener y cuidar un pony o un caballo, por lo que tu padrastro gastará
alrededor de cuatro mil dólares al año en cuotas y luego las lecciones serán
de cincuenta dólares al día. Entonces, digamos que viene un promedio de
tres veces por semana incluso, durante cincuenta semanas, eso es… ¿qué?
—Tammy miró hacia arriba, haciendo matemáticas en su cabeza.
—Es siete mil quinientos al año —dijo Ángel.
—Sí. Y dime, ¿qué obtuviste para tu cumpleaños este año?
Ángel se rio.
—Cena en un lugar de hamburguesas… porque ahí era donde Ofelia
quería ir. Soy vegetariana.
—Oh, eso es de mala educación.
—¿Lo sé, verdad? Pero también obtuve un pastel pequeño y un nuevo
juego de maletas, ya sabes, para cuando salga de casa.
Tammy soltó una carcajada.
—Oh, lo siento. Es tan triste que es gracioso. —Tammy se tapó la
boca—. Lo siento mucho.
Ángel también se rio.
—Todo está bien. Dicen que la comedia es tragedia más tiempo.
Tammy negó con la cabeza.
—Sentía lástima por mí mismo antes de venir aquí para hablar contigo.
Mira, quiero ir a la escuela de cocina, y mi padre no me dejará ir hasta el
otoño porque su capataz se lesionó y necesito quedarme y ayudar. Quiero
decir, una vez que Ed, el capataz, regrese, papá pagará mi escuela e incluso
me comprará un automóvil.
Ángel suspiró.
—No me estoy presumiendo —dijo Tammy—. Sólo te lo digo para que
puedas escuchar lo bien que lo tengo en realidad. Realmente lamento que
estés atrapada con un padrastro idiota. Lo siento mucho.
Ángel se encogió de hombros.
—Bueno, me alegro de poder estar aquí y hacerte feliz.

☆☆☆
Eran bien pasadas las 8:30 p.m. cuando finalmente llegaron a casa. Ofelia
volvía a dormirse cuando Myron metió la minivan en el garaje. Ángel estaba
entumecida.
Sólo respiraba, pensó, porque era un hábito. Estaba en estado de shock,
tan enojada que no tenía idea de cómo procesarlo. Simplemente no podía
creer lo que había sucedido. No, eso no era cierto. Ella lo creyó. Y eso es
lo que la hizo enojar tanto.
—Entonces, ¿te encantó tu fiesta y tu sorpresa, mi princesa? —le
preguntó Myron a Ofelia mientras atravesaban el vestíbulo y el lavadero
desde el garaje para cuatro coches.
Ángel ignoró a Myron y a su hija mientras atravesaba la cocina y subía
las escaleras hacia su dormitorio. Su madre, y luego Myron y Ofelia, la
siguieron. Escuchó el eco de sus pisadas mientras caminaban sobre los
costosos pisos de madera de los que Myron estaba excesivamente
orgulloso. La casa sonaba tan cavernosa, tan fría y poco atractiva. Era
grande, pero ¿a quién le importaba?
La madre de Myron y Ángel tenía el dormitorio más grande de la casa,
naturalmente. Era una enorme suite principal con una sala de estar. Sin
embargo, la habitación de Ofelia no era mucho más pequeña. Su dominio
también era una suite, con un área para dormir, un rincón de lectura y un
área de juegos. También tenía su propio armario y baño enormes.
Ángel tenía una habitación de tamaño normal al final del pasillo y no
tiene su propio baño. Tenía que caminar hasta el otro extremo del pasillo
para usar el baño. Pero ya daba igual. Ella se iría muy pronto.
Ángel entró en su sencilla habitación de color melocotón y blanco.
Myron la había mandado a decorar, sin la intervención de Ángel. Odiaba
los colores. Odiaba las cortinas transparentes y odiaba la cama doble. Ella
era casi una adulta. Ella se merecía al menos una cama de tamaño completo.
Lo único que le gustaba a Ángel de su habitación era la vista. Su ventana
daba al patio trasero, que era enorme y estaba lleno de árboles.
Dejándose caer en su diminuta cama, Ángel apretó los dientes y pensó
en la injusticia de todo. ¿Qué era ella? ¿Basura? ¿Algo que hay que ignorar
y descartar?
Ángel se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Un día, un
día muy pronto, Myron, su madre y Ofelia también se darían cuenta de lo
equivocados que estaban al despreciarla. Ángel no iba a ser ignorada. Iba a
tener éxito, enorme éxito, y cuando lo tuviera, no iba a compartir ni un
centavo con su horrible madre, su padrastro y su hermanastra. Iba a
lograrlo. Ella iba a ser el centro de atención.
Ángel se dejó caer sobre su cama de nuevo. Pensó en irse a dormir.
El día la había agotado por completo. Pero su estómago no dejaba de
gruñir.
Entonces, salió de su habitación y se dirigió a la cocina.
Mientras regresaba por el pasillo, Ángel miró, más por costumbre que
por interés, a la habitación de Ofelia. Ofelia no estaba a la vista.
Probablemente estaba con su papá. Ángel vio la nariz de goma de mascar
envuelta en plástico sobre la mesita de noche pintada de blanco de Ofelia.
Se dio cuenta de que Ofelia había colocado la nariz en su plato de
“tesoros”, un cuenco poco profundo de cristal (sí, cristal real) que contenía
de todo, desde rocas y conchas marinas hasta monedas y joyas de oro.
Ángel negó con la cabeza y continuó.
De vuelta a la planta baja, fue a la cocina y encendió el interruptor de la
luz. Círculos brillantes de color amarillo cálido brillaban desde los colgantes
de vidrio ámbar sobre la isla del tamaño de un camión cisterna y las
encimeras de granito negro iluminadas. Las luces empotradas iluminaban
gabinetes de cerezo personalizados y electrodomésticos de acero
inoxidable. La cocina era el sueño de un cocinero gourmet. Lástima que un
cocinero gourmet no viviera aquí.
Ángel cocinó un poco, pero no una tonelada. Había tenido que aprender
lo poco que sabía cocinar sola. Ahora que lo pensó, había tenido que
aprender todo lo que sabía hacer por su cuenta.
Fue a la nevera, buscó y encontró una ensalada de frijoles que se había
preparado un par de días antes. Estaba a punto de dar el primer bocado
cuando sonó el teléfono.
Pensando en Dominic, cogió el auricular.
—¿Hola?
—Ah, creo que escucho la voz de un ángel —dijo Dominic.
—Muy divertido. —Ángel pensó que sonaba casual y relajada, pero su
pulso al menos había duplicado su ritmo en el segundo que Dominic habló.
—Soy muy gracioso, ¿no? ¿No tienes suerte de haberme conocido?
Ángel se rio.
—Estoy fuera de mí.
—¿Hay dos de ustedes? Qué suerte la mía.
Ángel gimió pero se rio.
—Crees que eres gracioso, ¿no?
—Graciosísimo.
Ángel negó con la cabeza.
—Y también muy modesto.
—Mucho.
—Por no hablar de lo sucinto —dijo Ángel, sonriendo.
Dominic se rio entre dientes.
—“La brevedad es el alma del ingenio”.
—Buena. ¿Orgulloso de ti mismo?
—Desmesuradamente.
Ángel se rio. Tenía que admitir que estaba impresionada de que hubiera
descartado otra cita de Hamlet. Pero ella no le iba a decir eso.
—Eres demasiado.
—La dama protesta demasiado, me parece —dijo Dominic.
Ángel gimió.
Se escuchó un clic sobre la línea y la respiración agitada de Myron golpeó
el oído de Ángel.
—Estoy hablando por teléfono, Myron —dijo.
—Ya es tarde. ¿Con quién estás hablando?
—¿Tarde? ¡Ni siquiera son las 9:00 p.m.!
Ángel iba a mentir y decir que era uno de sus amigos, pero Dominic,
que no tenía ni idea del alcance de la irracionalidad de Myron, habló.
—Mi nombre es Dominic, señor. Te llamo para invitar a salir a tu
hijastra.
—¿Quién diablos eres tú? —preguntó Myron—. Nunca la había oído
hablar de un Dominic.
—Yo sólo– —Ángel trató de insertar.
—Nos acabamos de conocer hoy, señor —dijo Dominic
inocentemente.
Ángel gimió.
—¿Dónde? ¿Estás mintiendo? Ella estaba con nosotros. ¿Quién se cree
mintiéndome, joven?
Dominic habló… después de una ligera vacilación. Parecía estar
entendiendo que Myron no estaba jugando con un mazo completo.
—Sé que estuvo con usted hoy, señor —dijo Dominic en el tono suave
que se usa para apaciguar a un niño angustiado—. Ella estaba en Freddy's
con su familia. Trabajo a tiempo parcial allí. Soy uno de los subgerentes.
—No te vi —espetó Myron.
Otro pequeño silencio precedió a la paciente respuesta de Dominic.
—Con el debido respeto, señor, no sabría si me vio. Aún no nos
conocemos.
—Ese es exactamente mi punto. No vas a salir con Ángel. No te
conocemos.
—Estaría feliz de ir y… —comenzó Dominic.
—No vas a venir a esta casa. No te conocemos —repitió Myron.
—Lo siento, pero ¿cómo me conocerá si no me quiere conocer?
—Deja mi teléfono, listillo —dijo Myron. Colgó el auricular de golpe y
bajó las escaleras a gritos—. Será mejor que te vayas en diez segundos,
Ángel, o bajaré.
—Ángel se encogió.
—Tengo que irme —le dijo a Dominic.
—Llámame cuando puedas —dijo Dominic.
Ángel colgó el teléfono justo cuando Myron entraba en la cocina.
—¿Qué haces entregando mi número de teléfono a un completo
extraño? —demando él.
—También es mi número de teléfono —señaló Ángel.
—Sólo por casualidad —dijo Myron.
—¿Que se supone que significa eso?
—Significa que me casé con tu madre y tú viniste a dar un paseo.
—¡¿Vine a dar un paseo?! —Ángel se echó hacia atrás, incrédula. Abrió
mucho los ojos y miró a Myron.
Su mamá entró en la habitación. Levantó una pequeña pila de sobres.
—Recibí el correo. Ángel, tienes una carta.
Ángel tomó la carta que le tendió su madre y miró el remitente. Era de
la oficina de préstamos estudiantiles. Quizás le iban a dar más dinero. Rasgó
el sobre y miró la carta.
Ella leyó un par de frases.
—¿Qué? —soltó ella.
—¿Qué es? —dijo su madre.
Ángel miró a su madre.
—Están rescindiendo mi oferta de préstamo estudiantil porque
actualizaron sus registros y descubrieron que ahora estás casada con
Myron, y Myron gana demasiado dinero para que yo califique para un
préstamo.
—Bueno, él gana mucho dinero —dijo su madre.
—¿Pero cómo me ayuda eso? —gritó Ángel. Se giró para mirar a
Myron—. ¿Vas a pagar para que vaya a la escuela?
—No a esa estúpida escuela de arte.
—Pero esa es la escuela a la que quiero ir. Es una buena escuela, una
escuela clasificada a nivel nacional.
—No me importa. No es una universidad normal. No pagaré por algo
que no es una universidad normal. No debería tener que pagar nada en
absoluto, vamos a eso, pero como regalo para mi amada Bianca, pagaría
para que vayas a una universidad estatal. Ese es el trato. Tómalo o déjelo.
—Pero puedes pagarlo —argumentó Ángel—. Ni siquiera notarías que
falta el dinero. La cantidad de dinero que necesito para ir a la escuela no
es nada para ti.
—Tienes mucho que aprender sobre el dinero, jovencita —dijo Myron.
Ángel ya no pudo retenerlo adentro. No había dicho una palabra en la
granja de caballos. Ella no había hecho ni un pío en el coche. Pero salió
ahora.
—¡Acabas de comprarle dos caballos a tu hija! —gritó Ángel—. ¡Tiene
cinco años! Vas a gastar más en esos caballos y en sus lecciones de
equitación en los próximos años de lo que gastarías en toda mi educación
más un automóvil. ¿Cómo es mejor montar a caballo que una escuela de
artes escénicas? Al menos voy a la escuela para aprender una habilidad que
pueda usar para ganarme la vida. ¿De qué le servirá a Ofelia montar a
caballo? Va a ser demasiado grande para ser jinete.
—¡No insultes a tu hermana! —gritó Myron.
—¡Ella no es mi hermana! —gritó Ángel por segunda vez hoy—. Ella es
tu hija y es una ladrona.
—¿Qué demonios significa eso? —preguntó Myron.
—Ella robó lo que debería haber sido mío. Ella robó a mi madre y me
está robando el futuro. No es justo.
—La vida no es justa —dijo Myron, sonriendo.
—¡Estás arruinando mi vida!
Se volvió hacia su madre.
—Si no te hubieras casado con este imbécil, seríamos pobres, sí, pero
al menos ambas seríamos felices. ¡Al menos podría obtener un préstamo
estudiantil!
—Estoy muy feliz —dijo su madre rígidamente.
—Sí, y soy la piñata —dijo Ángel. Cogió el recipiente de plástico abierto
de ensalada de frijoles y lo tiró al fregadero. El contenedor rebotó con el
impacto y los frijoles volaron por todas partes.
Ángel salió corriendo de la cocina.
—Vuelve aquí y limpia eso —gritó Myron.
—Límpialo tú mismo —le gritó Ángel—. ¡Es tu maldita casa!
Ángel subió las escaleras de dos en dos. Llegó al pasillo y lo pisoteó, con
la intención de entrar en su habitación, tirarse en la cama y llorar hasta las
lágrimas se secaran. Pero al pasar por la habitación de Ofelia, su mirada
periférica se posó en el envoltorio de plástico con la nariz en forma de
goma de mascar.
Ángel se detuvo. Miró la nariz. Y vio a Ofelia, con un nuevo pijama con
diseño de caballos, sentada en su área de juegos hablando felizmente con
sus muñecas, que estaban montadas en caballos de peluche.
Ángel no pudo evitarlo. Si le iban a quitar un tesoro, el tesoro de
perseguir su sueño, de poder vivir su vida de la forma en que quería vivirla,
Ofelia también tenía que perder un tesoro. Era lo justo.
Ángel entró en la habitación de Ofelia.
—¿Quieres jugar a montar a caballo? —preguntó Ofelia.
Ángel la ignoró. Se acercó a la mesita de noche de Ofelia y agarró la
nariz envuelta en goma de mascar.
—Oye. ¡Eso es mío!
Ofelia empezó a ponerse de pie, pero tropezó con sus grandes pantuflas
de felpa con forma de cabeza de caballo. Aterrizó sobre sus manos y
rodillas y comenzó a llorar.
—¿Sí? Bueno, ahora es mío. —Ángel desenvolvió la nariz y se la metió
en la boca.
—¡No! —gritó Ofelia. Se quitó las zapatillas, se puso de pie y corrió
hacia Ángel—. ¡Detente! —gritó.
Era muy tarde.
—Mm, está bueno —dijo Ángel, masticando dramáticamente.
En realidad, no era nada bueno. Tenía un sabor horrible. Como azúcar
y… ella no sabía qué. Era sólo un puaj azucarado. Pero lo masticó y lo tragó
de todos modos.
Ofelia graznó como un pájaro y luego comenzó a aullar como un lobo
trastornado. Ángel podía oír a su madre y a Myron tronando escaleras
arriba. Le disparó a Ofelia con un arma imaginaria y dijo—: Te veo más
tarde, pequeña.
Luego corrió a su habitación justo cuando Myron llegaba a lo alto de las
escaleras.
Ofelia siguió aullando y a Ángel no le importó en absoluto.
Entró en su habitación y cerró la puerta con llave. Por si acaso, como
podía oír la voz alzada de Myron y los pasos pesados en el pasillo, puso la
silla de su escritorio debajo del pomo.
Se movió la lengua dentro de la boca tratando de deshacerse del
desagradable sabor de la nariz de goma de mascar. Pero incluso mientras
lo hacía, sintió una sensación nauseabunda de autosatisfacción. Se sentía
terriblemente bien hacer que Ofelia se sintiera mal. Por una vez, Ángel
pudo tomar algo de Ofelia.
La hacía sentirse pequeña y avergonzada de estar tan triunfante.
¿Ves? Allí. Ofelia acababa de robar algo más: el amor propio de Ángel.
Myron llamó a su puerta y gritó algo ininteligible. Ella se tensó.
Myron nunca la había golpeado ni nada… sólo había usado sus palabras
para reprenderla. Pero no sabía qué le haría Myron por comerse la preciosa
nariz de Ofelia. Ella se rio. Eso sonó gracioso.
Sin embargo, el rugido fuera de su puerta no era divertido. Dejó de reír.
Retrocedió y se sentó en su cama.
No por primera vez, deseaba tener un teléfono en su habitación. Quería
llamar a Dominic. O sus amigos. O la policía. Alguien tenía que estar de su
lado.
—Sal de ahí, jovencita —gritó Myron fuera de su puerta—. ¡Has ido
demasiado lejos esta vez!
Ella no le respondió. Simplemente se sentó en su cama, abrazó sus
rodillas contra su pecho y se meció.
Cuando Myron seguía gritando y golpeando su puerta, apagó las luces y
se puso los auriculares. Cerró los ojos y comenzó a cantar junto con su
canción favorita. Cantar la haría sentir mejor.

☆☆☆
Ángel se despertó abruptamente. ¿Dónde estaba?
Se frotó los ojos y trató de orientarse. Lo último que recordaba es que
estaba escuchando música y cantando. Miró alrededor de la habitación.
Estaba oscuro.
Encendió la lámpara de su mesita de noche y miró su reloj. Eran poco
más de las 11:00 p.m. Se quitó los auriculares y escuchó. La casa estaba en
silencio excepto por los intermitentes tics y gemidos, los sonidos
habituales.
A Ángel le picaba el cuello. Lo rascó. Le picaba la mandíbula y también
se rascó. Cuando empezó a sentir comezón en su pecho, se levantó y fue
hacia su tocador para poder mirarse en el espejo. ¿La había picado algún
insecto en la granja de caballos?
Ángel miró su reflejo. Ella contuvo el aliento.
Incluso en la suave luz de su mesita de noche, pudo ver que la piel de
su mandíbula, cuello y parte superior del pecho estaban manchadas de un
rojo brillante y un blanco anormalmente pálido; la piel estaba toda hinchada
y con aspecto de enojo. Parecía una erupción, pero no como una erupción
que había visto antes.
Ángel tocó su piel inflamada. Se sentía extraña, como si tuviera una
textura blanda.
Se miró horrorizada. Oh, esto no era tan bueno. No era bueno en
absoluto.
A Ángel no le gustaba pensar en sí misma como súper envuelta en su
apariencia, porque eso era algo que odiaba de su madre, pero tenía que
admitir que tendía a dar su apariencia por sentado. Era bonita y lo sabía.
No usaba su apariencia para obtener una ventaja injusta ni nada por el
estilo.
Tampoco dejó que su apariencia la convirtiera en una idiota. Los chicos
de la escuela la invitaban a salir todo el tiempo, pero solía decir que no.
Sólo había salido con un par de chicos, y los encontró atractivos pero
inmaduros. Nunca dejaría que ningún progreso pasara de unas pocas citas.
Tampoco había tenido novio nunca. Dominic fue el primer chico que ella
consideró material de novio.
Pero la apariencia de Ángel era una parte integral de su plan para ser
una actriz, cantante y bailarina de éxito. Ella estaba entrando en una
industria que valoraba la apariencia casi incluso por encima del talento.
Tener algún tipo de afección cutánea extraña un mes antes de un taller de
actuación era exactamente lo contrario de lo que necesitaba.
Se quedó mirando la masa manchada de nódulos de color rojo brillante
en su piel, y mientras miraba, el enrojecimiento se extendió. Se estaba
extendiendo rápidamente. De hecho, podía verlo subiendo desde la línea
de la mandíbula hasta la parte inferior de la mejilla.
¿Quizás era una especie de sarpullido de los caballos en el establo? Se
había sentido un poco congestionada en el granero. Ofelia y su horrible
padre le habían quitado todo; tenía sentido que ellos también fueran
responsables de quitarle la salud.
—Oh, detente, por favor detente —suplicó Ángel mientras observaba
cómo la fealdad se abría hacia afuera de su mandíbula y subía por sus
hermosas y suaves mejillas. ¿Qué podía hacer?
Ángel fue a su puerta, escuchó, no escuchó nada y abrió la puerta con
cuidado. Tan pronto como se abrió la puerta, pudo oír los ronquidos
reverberantes de Myron que entraban por las puertas dobles de la suite
principal. Las explosiones más fuertes casi hicieron vibrar toda la casa.
¿Cómo dormía su madre junto a ese hombre?
Con tapones para los oídos, así era. Su madre compró los mejores
tapones para los oídos que el dinero podía comprar.
Ofelia también roncaba. Sus ronquidos eran como mini versiones de los
de su padre.
Ángel caminó de puntillas por el pasillo, entró en el baño, cerró la puerta
tan silenciosamente como pudo y luego encendió la luz del baño. Los feos
apliques de pared de oro, demasiado formales para una casa suburbana,
flanqueaban un espejo enmarcado igualmente ornamentado. De nuevo se
enfrentó a su reflejo.
Casi gritó, pero se tapó la boca con la mano y gimió.
En sólo los pocos minutos que le había llevado llegar de su habitación al
baño, el sarpullido se había extendido más por sus mejillas y por su pecho.
Ángel abrió el agua y tomó jabón. Tal vez si fuera un sarpullido, si
limpiaba el resto del polvo y la caspa de su piel, detendría cualquier avance
adicional.
Empezó a enjabonarse con una toallita y luego se miró el pelo. Dominic
le había limpiado el pelo y la piel. ¿Qué había en esa botella de plástico?
Había sido más que agua… Tenía un olor floral. ¿Y si la solución en esa
botella fuera tóxica? Era de Freddy's. A Ángel no le habría sorprendido en
absoluto si algo andaba mal. Necesitaba darse una ducha.
Ángel cerró el grifo, se dio la vuelta para abrir la ducha y se quitó la
ropa. Esperaba que todos estuvieran durmiendo lo suficientemente
profundo como para no escuchar la ducha. Estaba bastante segura de que
lo estaban. Incluso si no lo estuvieran, no importaba. Tenía que deshacerse
de la basura que había recogido en Freddy's.
Ángel se metió en la ducha de mármol y dejó que el agua caliente la
cubriera. Cogió el champú y se vertió más en la cabeza de lo que había
usado en su vida. Procedió a frotarse más fuerte que nunca.
Se frotó con tanta fuerza que le dolió. Y se frotó con tanta fuerza que
le sangró la piel. Cuando vio un hilo rojo que se iba por el desagüe, se dio
cuenta de que había ido demasiado lejos. Se enjuagó a fondo y se secó con
una toalla. Se envolvió en otra toalla seca.
Antes de volver a enfrentarse al espejo, respiró hondo.
—Por favor —suplicó—. Por favor, que se vea mejor.
Cerrando los ojos, se acercó al espejo. Lo enfrentó… y abrió los ojos.
Inmediatamente comenzó a respirar con dificultad, casi hiperventilando. Su
corazón latía con un ritmo de pánico de lo que se sentía como trescientos
latidos por minuto.
Las piernas de Ángel salieron de debajo de ella y se hundió en la
alfombra de baño blanca y esponjosa. Comenzó a llorar mientras su mente
repetía la espantosa sensación que acababa de ver en el espejo.
El sarpullido estaba ahora en ambas mejillas y se estaba moviendo hacia
arriba. Ya le había llegado a la parte inferior de los pómulos. La erupción
también se estaba moviendo hacia abajo. Cubría la mayor parte de su pecho
y se había extendido hasta sus hombros.
Debe haber entrado tan completamente en su sistema que lavarse no le
sirvió de nada.
¿Qué podía hacer ahora?
Ángel empezó a poner la cabeza entre las manos, pero se detuvo. ¿Y si
también se le cayera en las manos?
Ángel miró desesperadamente alrededor de la habitación como si fuera
a presentarse alguna solución a su problema. Nada lo hizo.
—¿Qué debo hacer? —No sabía a quién estaba preguntando, pero por
alguna razón, obtuvo una respuesta.
Ángel chasqueó los dedos y se arrastró hasta el mueble del tocador
debajo del fregadero. Abrió las puertas y comenzó a hurgar en los primeros
auxilios y otros suministros almacenados allí. Ella pensó… sí, ahí estaba.
Hace unos meses, Ofelia contrajo hiedra venenosa y la mamá de Ángel
compró loción de calamina. Quizás eso ayudaría.
Ángel arrojó botellas y cajas a un lado en el armario hasta que pudo
alcanzar la botella de líquido rosado. La agarró, la abrió y comenzó a
untarse con calamina.
Cuando terminó, se sentó en el suelo y trató de calmar su respiración.
Por la nariz: uno, dos, tres. Por la boca: uno, dos, tres. Hizo esto diez
veces y se dijo a sí misma que todo estaba bien.
La picazón no era tan mala, no lo pensó. Eso estaba bien, ¿verdad? Ángel
se sentó y respiró un poco más. Podía sentir que su ritmo cardíaco se
ralentizaba.
«Va a estar bien», se dijo a sí misma. «Todo está bien. Sólo tienes un
pequeño sarpullido por el material de esa botella… no es tan diferente, en
realidad, de tener un sarpullido por hiedra venenosa». Ofelia había
sobrevivido a eso muy bien. Ángel también estaría bien.
Ángel se dio cuenta de que tenía frío. Buscó en el armario una tercera
toalla.
Fue entonces cuando vio que el sarpullido ahora se podía ver en la parte
superior de sus brazos, muy por debajo del borde de la loción de calamina
ahora crujiente.
—¡No! —jadeó Ángel.
Se levantó de un salto y su corazón volvió a latir con fuerza.
Se miró en el espejo. Su boca se abrió. No sólo la erupción se estaba
extendiendo mucho más allá de donde había puesto la loción de calamina,
sino que la erupción también se veía diferente ahora. ¿La calamina lo estaba
empeorando?
Ángel volvió a la ducha y se enjuagó toda la loción. Saliendo de nuevo y
envolviéndose en una toalla nueva, se obligó a volver al espejo.
Un chillido de terror se atascó en su garganta. Comenzó a temblar
incontrolablemente.
Se estaba convirtiendo en un lagarto: una lagartija viscosa y blanda.
Desde debajo de sus ojos, por toda su cara, cuello y pecho, y ahora
moviéndose hacia abajo en sus brazos, se estaban formando escamas de
aspecto gelatinoso en su piel. Las escamas eran rojas, grises y rosadas, y
parecían húmedas y esponjosas a pesar de que se acababa de secar.
Ángel estaba horrorizada pero también incapaz de apartar la mirada del
horror que se desarrollaba en su espejo. ¿Qué era?
Examinó su brazo y tocó con cuidado una de las escamas pegajosas. Se
sentía elástico, como una almohada de goma, algo viscosa al tacto.
Se sentía como una pastilla de goma húmeda.
Ángel aspiró aire.
¿Podría esto tener algo que ver con esa estúpida nariz de goma de
mascar?
Cerró los ojos y apretó los dientes. Todo esto era culpa de Ofelia. Si
no hubiera tenido su estúpida fiesta y no hubiera obtenido esa estúpida
nariz…
Ángel pudo haber tenido una reacción alérgica en la nariz. ¿Qué había
adentro?
Espera. Reacción alérgica. Si fue la nariz de goma de mascar o no lo que
lo causó, Ángel podría haber tenido una reacción alérgica. Eso era lo
suficientemente fácil de arreglar, ¿verdad?
Ángel se volteó y cruzó el baño hasta el armario de pared junto a la
puerta. Aquí era donde su madre guardaba los medicamentos de venta libre
que no quería que tomara Ofelia. Seguramente, tenían algunos
antihistamínicos.
Ángel abrió la puerta del armario y clasificó frenéticamente las cajas,
botellas y viales. ¡Sí! Ángel vio una caja de antihistamínicos y ni siquiera se
molestó en leer las instrucciones de dosificación. Tomó tres de ellos.
Luego se sentó en el asiento del inodoro y esperó.
No sabía cuánto tiempo esperar. ¿Cuánto tiempo tardaban esas cosas
en empezar a funcionar?
Cantó suavemente mientras esperaba. Cantó tres canciones completas.
Sus párpados empezaron a sentirse pesados. ¿Te hacían sentir somnoliento
los antihistamínicos? Si es así, eso significa que las píldoras estaban
funcionando.
Emocionada, Ángel se puso de pie para volver a mirarse en el espejo.
De nuevo tuvo que taparse la boca para no gritar.
No le pesaban los párpados porque estaba somnolienta. Sus párpados
estaban pesados porque ahora estaban cubiertos con escamas pegajosas.
También lo estaban mayor parte de su frente y el resto de sus brazos.
Asegurándose de que su toalla estuviera bien metida alrededor de ella,
agarró su ropa desechada, apagó la luz del baño, abrió la puerta del baño y
corrió por el pasillo hacia su habitación tan silenciosamente como pudo.
No podía manejar esto sola. Necesitaba ir a un hospital.
Tenía que vestirse y no quería ponerse la ropa que acababa de quitarse.
Podrían estar infectadas. Probablemente ni siquiera debería haberlas
llevado. Pero ya era demasiado tarde.
Al pasar junto a su madre y la habitación de Myron, vaciló. Se preguntó
si debería despertarlos.
¡No! De ninguna manera. ¿Qué le pasaba? ¿También se estaban
extendiendo las escamas pegajosas a su cerebro?
Si hubiera tenido padres normales, padres cariñosos, por supuesto,
acudiría a ellos en busca de ayuda. Pero tenía a su madre inútil y tenía a
Myron. Tenía a las dos personas más responsables de todo lo que estaba
mal en su vida. Eran los idiotas que no la ayudarían con la universidad
porque estaban demasiado ocupados mimando a su mocosa hermanastra.
De ninguna manera iba a pedirles ayuda.
En efecto, ella no tenía familia. Estaba sola. Ángel se deslizó en su
habitación y se apoyó contra la puerta. ¿Debería llamar a una de sus amigas?
No tenía lo que llamaría una mejor amiga, pero salía con muchas chicas en
el departamento de teatro. Una de ellas podría ayudarla.
Tan pronto como tuvo la idea, la descartó. No quería que esas personas
la vieran así. Podrían ayudar, pero también verían su situación como una
oportunidad. Con este aspecto, no iba a poder realizar las últimas
actuaciones de primavera. No, era más probable que sus “amigas” se
regocijen por su situación que la ayuden con ella.
¿Y sus profesores? No. Lo mismo. La apoyaron, pero su apoyo tuvo
mucho que ver con su apariencia. No podía dejar que la vieran así.
Se vio a sí misma en la sala de emergencias sola… completamente sola,
pero rodeada de docenas de extraños. Las salas de emergencias eran
lugares concurridos. ¿Realmente quería que la vieran así en un lugar lleno
de gente? ¡Absolutamente no! No, la sala de emergencias no era el lugar
para ella.
No debería ir al hospital. Si algo de Freddy's estaba causando esto, sólo
había una cosa que hacer. Dejando caer su pila de ropa, hurgó con cuidado
en los bolsillos hasta que encontró la tarjeta de Dominic.
Aquí ella había pensado que era un gran tipo. Debería haberlo sabido
mejor.
¿Por qué pensó que alguien que trabajaba en esa pizzería desagradable
podría ser un buen tipo?
Dominic no era bueno. ¡Trabajaba para el horrible lugar que la
enfermaba!
Bueno, ahora iba a tener que ayudarla. Haría que él la ayudara.
Y él también iba a pensar en algo de ella. ¿Qué clase de basura había en
Freddy's de todos modos? ¿Se envenenaron la comida y los dulces? ¿Estaba
el agua llena de toxinas? ¿Gérmenes? ¿Ella contrajo un virus allí?
Ángel corrió a la mesita del pasillo y agarró el teléfono.
—Por favor, que esté allí —suspiró mientras marcaba el número de
Freddy's. Dijo que siempre podría llamarlo… pero tampoco estaba segura
de a qué hora cerraba la sala de juegos. Era muy tarde.
Dominic respondió al tercer timbre.
—Freddy Fazbear's Piz– —comenzó.
—¿Qué me has hecho? —Ángel espetó antes de que pudiera terminar.
—¿Ángel? ¿Eres tú?
—Sí, soy yo. O al menos lo soy por ahora, pero no sé cuánto tiempo
más voy a ser yo.
—¿Lo siento? ¿Puedes reducir la velocidad? Creo que me estoy
perdiendo algo. No tiene sentido.
—¿Qué tienes en ese lugar horrible? —Quería gritar, pero no quería
que nadie se despertara. Entonces, hizo su pregunta en un tono tranquilo
y recortado.
—¿Podemos retroceder? Siento que me subí a un tren en medio de su
recorrido. No sé dónde empezó y no sé hacia dónde va.
—Deja de intentar ser inteligente.
—No estoy siendo inteligente. De hecho, creo que estoy siendo
bastante claro. Realmente no sé de qué estás hablando. ¿Puedes empezar
por el principio?
—Debería haber sabido que no eras diferente a los demás. Claro,
parecías diferente, pero sólo estabas jugando, ¿no es así? ¿Qué me has
hecho?
Dominic suspiró.
—Ángel, por favor dime qué está pasando.
—Me estoy convirtiendo en una lagartija viscosa, blanda y repugnante,
eso es lo que está pasando. ¡Tengo estas pútridas escamas extendiéndose
por todo mi cuerpo!
Ángel creyó escuchar a Dominic gemir, pero no dejó de hablar.
—Eso es lo que está pasando. Y tiene que tener algo que ver con estar
hoy en Freddy's. Tal vez podría haber sido lo que tuvieras en esa botella
de plástico. O algo en la comida o en los dulces. O… ¡dime tú! ¡Algo en
Freddy's hizo esto!
Dominic guardó silencio.
Todavía estaba en la línea. Ángel podía oírlo respirar.
—¿Dominic?
Dominic seguía sin hablar.
—¿Estás ahí? —preguntó Ángel.
Pasaron otros pocos segundos.
—Lo siento mucho, Ángel —dijo finalmente.
—¿Entonces sabes lo que me pasa?
—Tienes que venir a Freddy's.
—No me respondiste.
Ven a Freddy's y te lo explicaré. Su voz, ya tan suave y profunda, bajó
aún más. Eso la tranquilizó. Podía sentir que su ritmo cardíaco se
ralentizaba un poco.
—Y te ayudaré, Ángel. Sólo ven a Freddy's.
La furia de Ángel hacia Dominic y la estúpida pizzería disminuyó lo
suficiente como para que sintiera una chispa de esperanza.
—¿Me ayudarás? —Su voz sonaba pequeña, pero no le importaba.
—Sí, te ayudaré. Ven aquí a Freddy's.
—Está bien.
—¿Y Ángel?
—¿Sí?
—Apúrate.
—Está bien.
—Adiós.
Ángel dudó por un instante y luego dijo—: Adiós.
Ángel se sentó en el suelo durante varios segundos agarrando el
teléfono y escuchando el aire muerto de la llamada finalizada. Dominic la
ayudaría. Y tal vez no la había traicionado después de todo.
Quizás todo estaría bien.
Ángel de repente se dio cuenta de cuánto tiempo estaba perdiendo.
Dejó caer el teléfono, se levantó de un salto y volvió corriendo a su
habitación.
Ángel abrió de un tirón los cajones de la cómoda y sacó ropa interior
limpia, un sujetador, unos vaqueros y una camiseta. Se puso la ropa lo más
rápido que pudo y se metió los pies en las sandalias.
De acuerdo, esa fue la parte fácil. Ahora tenía que ir a Freddy's.
No podía ir caminando. Estaba demasiado lejos. Sin mencionar que no
quería que la vieran.
Miró el reloj digital en su mesita de noche. Eran las 11:35 p.m., estaba
oscuro, pero no era lo suficientemente tarde para que las calles estuvieran
totalmente desiertas.
Pensó en ir en bicicleta, pero incluso eso le llevaría mucho tiempo.
Las espantosas escamas de gelatina se estaban extendiendo demasiado
rápido. Necesitaba conducir.
Tomaría el auto deportivo de su madre. Había conducido el coche
muchas veces.
A veces, cuando Myron no estaba cerca, su madre le decía a Ángel que
quería ir en coche y que tenía ganas de llevar un chofer. A Ángel le
encantaba conducir el coche veloz. Deseaba que fuera suyo.
Así que conducir el coche no era un problema, pero sacarlo de la casa
podría serlo. ¿Podría desactivar la alarma, entrar al garaje, abrir la puerta
del garaje, encender el coche y marcharse sin que nadie se despertara?
Tenía que manejar esto o su vida se arruinaría por completo.
Ángel tomó una de sus bufandas y la envolvió alrededor de su cabeza
para que oscureciera su rostro tanto como fuera posible. Se metió el pelo
detrás de las orejas.
De repente, Ángel pensó en la forma en que Dominic le había metido
el pelo detrás de la oreja. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Pensó que era
la historia de su vida.
«Conozco a un tipo increíble y empiezo a convertirme en un reptil
pegajoso».
¿Le seguiría agradando a Dominic cuando viera la forma en que se veía
ahora? ¿Era tan unidimensional como todos los otros chicos que había
conocido, aquellos cuyo interés sólo era superficial? Si lo era, esto era el
final. Incluso si no lo era, ¿cómo podrían salir con ella luciendo así? ¿Cuánto
tiempo tardaría en desaparecer esto? ¿Se iría para la graduación? ¿Para
cuándo se vaya al taller de verano?
¿Por qué las cosas no podían ir como quería? Realmente no era justo.

☆☆☆
Para cuando Ángel se subió al auto deportivo amarillo brillante de su
madre, la piel de reptil blanda había cubierto por completo sus brazos.
Supuso que también le bajaba por las piernas, porque se sentían raras. Su
estómago también se sentía extraño, un poco pesado. Notó que cuando
se sentó en el asiento del conductor del auto; era más baja en el asiento
que nunca antes. Tuvo que ajustar el espejo retrovisor hacia abajo y, por
lo general, tenía que ajustarlo hacia arriba porque era un poco más alta que
su madre.
Cuando se dio cuenta de esto, se levantó la camisa para ver qué estaba
pasando.
Dejó escapar un pequeño grito. Su estómago se había vuelto tan elástico
que estaba colapsando sobre sí mismo cuando se sentó.
¿Iba a poder llegar a Freddy’s antes de que se volviera demasiado blanda
para hacer algo?
Ángel retrocedió por el camino de entrada y presionó el botón para
cerrar la puerta del garaje. Su vecindario era una extensión de oscuridad
interrumpida por las luces del porche al aire libre. A lo lejos, un perro
ladraba, pero por lo demás, el único sonido era el motor del coche.
Ninguna de las casas cercanas a la de ella tenía luces en las ventanas. No
parecía que nadie se estuviera quedando despierto hasta tarde para ver a
Ángel sacando el auto de su madre a dar una vuelta. Bien. Ángel apuntó el
auto en dirección a Freddy's, y resistió el impulso de pisar el acelerador.
Acelerar por la ciudad no era lo que se podía hacer en este momento. Así
que conducía, bueno, como un ángel, con cuidado de obedecer todas las
leyes de tránsito para no llamar la atención sobre sí misma. Estar en el
costoso automóvil altamente visible hizo que ser discreta fuera un desafío
incluso en circunstancias normales, y estas no eran circunstancias
normales.
La mayor parte del viaje fue tranquilo y sin incidentes, pero a una cuadra
de Freddy's tuvo un susto. Esperando en un semáforo en rojo, escuchó el
gruñido de una especie de Muscle car que se acercaba al lado del deportivo.
No miró, pero el conductor del auto silbó y gritó—: ¿Quieres divertirte
un poco, cariño?
Ángel apretó el volante con más fuerza. O lo intentó. Cuando no pudo
conseguir el agarre que quería, miró hacia abajo para ver por qué.
¡Oh, no!
Sus dedos se estaban convirtiendo en trozos segmentados de material
mucoso que le revolvió el estómago. Ya ni siquiera parecían humanos.
El conductor del coche contiguo al suyo volvió a llamar, y ella miró la
puerta del conductor para asegurarse de que los cierres estaban puestos.
También bajó las manos a la parte inferior del volante para que el
conductor no pudiera verlas en la implacable intrusión de las luces de la
calle.
El tipo del Muscle car mantuvo un rudo y sugerente golpeteo mientras
el semáforo permanecía en rojo. ¿Por qué estaba tardando tanto en
cambiar?
Finalmente, se puso verde. El Muscle car aceleró. Ángel dejó escapar el
aliento reprimido. Condujo el resto del camino hasta Freddy's sin
encontrar otro vehículo.
Cuando finalmente detuvo el pequeño auto deportivo de su madre en
el lugar de estacionamiento más cercano a la puerta principal de Freddy's,
miró alrededor hacia el estacionamiento brillantemente iluminado.
Afortunadamente, no había otros autos en él. Ella estaba sola.
Ahora, escaneando el área nuevamente, abrió la puerta del conductor y
se dirigió hacia la entrada de Freddy. Antes de que llegara, Dominic abrió
la puerta y la miró.
Los pasos de Ángel vacilaron. Aunque necesitaba la ayuda de Dominic,
todavía no quería que él la viera de esta manera. Ella miró hacia abajo y
dejó que su cabello cayera hacia adelante sobre su rostro.
—¿Ángel? Está bien. No te preocupes por cómo te ves. Eso no me
importa. Sólo necesito que te des prisa para poder ayudarte.
Ángel miró a Dominic a través del velo de su cabello. Su expresión era
sombría. Tenía los labios apretados y los ojos enrojecidos. ¿Había estado
llorando?
Realmente parecía importarle. Esto hizo que Ángel confiara en él aún
más. Caminó hacia adelante y puso su mano deformada en la de él, fuerte
y perfecta.
Sin ningún comentario sobre su mano o el resto de ella, la condujo a
Freddy’s.
—Vamos. Te llevaré a la parte de atrás.
Ángel dejó que Dominic la llevara por el pasillo. Ella miró. El lugar se
veía muy diferente ahora que hace unas horas. No sólo porque estaba vacío
y silencioso, sino porque… ¿por qué?
Ángel frunció el ceño. ¿Era la iluminación?
Durante la fiesta, todas las luces del restaurante estaban encendidas.
Ahora, la mayoría de ellas estaban apagadas, y las que estaban encendidas
se redujeron todo a un ambiente oscuro. Todos los colores brillantes del
lugar estaban apagados. Las sombras se extendían por el pasillo delante de
ella y creaban focos de oscuridad a lo largo de las paredes y el techo. El
efecto fue aleccionador, tal vez incluso un poco aterrador.
Dando unos pasos vacilantes por el pasillo con Dominic, Ángel aún
podía ver las imágenes de los personajes en las paredes, pero ahora
parecían menos amigables. ¿Por qué era eso? ¿Era por las sombras? ¿O algo
más?
Ángel dio unos pasos más hasta que escuchó un extraño tintineo.
De repente, asustada sin una buena razón, se detuvo.
—Está bien —dijo Dominic—. Es sólo uno de los animatrónicos que
realiza su mantenimiento diario.
Ángel asintió y empezó a avanzar cojeando de nuevo.
Se sentía mareada. Los bordes de su visión comenzaron a volverse
borrosos y su equilibrio vaciló.
¿Se estaba oscureciendo el restaurante? No, estaba igual. El problema
era ella, estaba empezando a perder el conocimiento.
—¿Dominic? Tengo problemas para ver.
Dominic la rodeó con el brazo y empezó a moverla más rápidamente
por el pasillo. Le dijo algo, pero ella no lo entendió.
Algo andaba mal con su audición ahora también. Se sentía como si
tuviera algodón en los oídos.
Y ella se estaba hundiendo hacia el suelo. Sus piernas estaban flácidas.
Ya no la sostendrían.
—¡Dominic, ayúdame!
Dominic la tomó en brazos y comenzó a trotar por el pasillo.
De repente, las luces eran más brillantes, no mucho sino un poco, sin
embargo, no parecían revelar nada de los alrededores. La visión disminuida
de Ángel empeoraba aún más. Las paredes y los suelos que pasaban junto
a ella estaban adquiriendo una cualidad amorfa; estaban perdiendo sus
aristas y volviéndose indistintas, casi impresionistas.
Ángel trató de parpadear y levantar una mano para secarse los ojos,
pero sus brazos se soltaron a los costados. No pudo lograr que
respondieran a los comandos de su cerebro.
Pero realmente, ¿cuáles eran los comandos de su cerebro? Su cerebro
deambulaba como si sus células cerebrales se hubieran convertido en goma
blanda. No, no de goma. Sintió que se estaban convirtiendo en una
sustancia pegajosa, como esa cosa pegajosa de arcilla con la que a Ofelia le
gustaba jugar, aplastándola entre sus pequeños dedos como queso
derretido que rezuma de un sándwich de queso a la parrilla.
—Bien, Ángel. Ya estamos aquí. Voy a ponerte algo que te va a ayudar.
¿Entiendes?
Ángel asintió con la cabeza porque de repente pudo oír de nuevo. ¿Por
qué?
Quizás fue el alivio. Estaba recibiendo la ayuda que necesitaba. Dominic
sabía lo que estaba pasando. Dijo que se lo explicaría. Él no le había
explicado, y ella quería que lo hiciera; pero sobre todo, sólo quería que él
lo detuviera.
«Quizás Dominic tenga un antílope». No, eso no era correcto.
«Antídoto. Eso era».
Intentó hablar de nuevo, pero no pudo.
Sin embargo, podía ver de nuevo. Al igual que su oído, su vista se había
aclarado milagrosamente. Parpadeó y pudo ver claramente que Dominic se
estaba preparando para meterla en una caja. Era una caja tan bonita, una
caja de madera brillante, con su veta tan arremolinada y hermosa que Ángel
quería formar parte de la caja. Quería que la caja la abrazara, la abrazara y
la mantuviera a salvo.
Tan pronto como vio la caja, a Ángel ya no le importó lo que le estaba
pasando. A ella tampoco le importaba por qué estaba pasando. No
necesitaba una explicación. Estaba donde se suponía que debía estar.
Dominic se agachó y empezó a meter a Ángel en la caja, y ella intentó
hablar de nuevo. Quería dar las gracias. Todo lo que pudo decir fue—: Gra.
—Lo sé —dijo Dominic—. Todo va a salir bien. —Su voz sonaba
extraña, rota, como si estuviera llorando.
Ángel sintió humedad en la frente cuando Dominic se inclinó sobre ella.
Lágrimas. Quería decirle que estaba bien. Estaba en la caja ahora. Era su
caja. Le pertenecía y ella le pertenecía.
Ángel sintió que algo fisgoneaba en sus ojos y en su boca. Sintió unas
manos pinchando la piel de sus brazos.
—Está bien, Ángel —repitió Dominic—. Serán sólo unas pocas horas
como máximo.
«¿Unas horas para qué?» Ángel esperaba que pasaran unas horas hasta
que estuviera bien. ¿No sería genial? Tenía algo que quería hacer. ¿Qué era?
—Estoy aquí, Ángel —dijo Dominic—. No estás sola.
¡Dominic! ¡Eso era lo que quería hacer! Quería salir con Dominic. Si
mejoraba en unas pocas horas, podrían ir.
¿A dónde iban a ir?
—¿Sientes algo? —preguntó Dominic.
Ángel quería responder a esa pregunta. Sí, sentía cosas. Sintió una
superficie dura debajo de su cuerpo. Sintió algo frío debajo de su cabeza.
Sintió el calor de la luz brillante brillando sobre ella. Sintió unas manos en
su frente.
—Cierra los ojos, Ángel —dijo Dominic.
Ángel hizo lo que le dijo que hiciera. La luz se fue. El mundo se
oscureció. Aún podía oír, pero los sonidos estaban distorsionados, como
si estuviera flotando en el agua, con los oídos justo debajo de la superficie.
—Ya está —dijo Dominic—. Pronto se terminará.
«Bien», pensó Ángel, y se dejó llevar por la inconsciencia.

☆☆☆
Ángel se despertó abruptamente, como si alguien la golpeara o le gritara.
Estaba completamente alerta. Eso estaba bien, ¿no?
Tenía un vago recuerdo de estar realmente fuera de sí antes de irse a
dormir. El sarpullido había afectado su pensamiento.
¡El sarpullido!
¿Todavía lo tenía? Ángel trató de incorporarse.
No pudo. No podía moverse en absoluto.
«¿Qué está pasando?»
Lo intentó de nuevo. Se sintió como si estuviera paralizada.
Sin gustarle ese sentimiento en absoluto, se retorció y se golpeó la
frente con algo duro. Se retorció un poco más y sus codos y rodillas
golpearon algo duro.
No estaba paralizada. Estaba confinada.
¿En qué?
Durante varios momentos, Ángel luchó por liberarse de la caja en la que
estaba. Lamentó la fiesta de Ofelia, que entendía vagamente era
responsable de dónde estaba ahora.
Pero luego dejó de luchar.
Ángel se dijo a sí misma que debía mantener la calma. Hacer inventario.
Luego, averiguar qué hacer a continuación.
Escaneó su cuerpo. Se sentía extraño, nada familiar. Pero podía sentir
que parecía estar en una posición erguida. ¿Estaba parada? Si lo estaba,
estaba de pie en una especie de caja que estaba tan ajustada a su alrededor
que no tenía margen de maniobra para moverse.
La respiración de Ángel se aceleró. No le gustaban los espacios
reducidos.
Abrió la boca para gritar, pero su boca estaba cubierta con algo. ¿Cinta?
No pudo separar los labios. Tampoco podía sentir sus dientes. Y estaba
teniendo problemas para respirar. Su nariz se sentía rara, como si estuviera
parcialmente tapada con algo.
Ángel estaba al borde del pánico cuando, de repente, sintió que se abría
un espacio bajo sus pies. Entonces sintió la sensación de ser bajada. Abajo,
abajo, abajo.
Desde lo que parecía una gran distancia, podía escuchar el sonido de los
niños gritando. Ella retrocedió. Odiaba el sonido de los niños gritando. Ese
sonido siempre le recordaba a su molesta hermanastra, Ofelia.
Por encima del sonido de los gritos, escuchó una fanfarria musical y la
voz de un locutor retumbante. No pudo entender todas sus palabras, pero
sonaba como si estuviera hablando del cumpleaños de alguien. Sólo alcanzó
a escuchar—: Gran final.
¿Por qué esas palabras le parecieron familiares? Los gritos de los niños
se convirtieron en vítores y risas, y los ojos de Ángel fueron
repentinamente asaltados por luces brillantes y muchos colores
deslumbrantes.
Trató de averiguar dónde estaba porque tenía la sensación de que había
estado aquí antes, recientemente. Pero todo lo que podía ver era luz y
color.
La sensación de ser bajada se detuvo, y ahora podía sentir que estaba
colgando en el aire. Sintió que su cuerpo se balanceaba de un lado a otro.
No fue una sensación agradable, por lo que trató de controlar el
movimiento girando de un lado a otro. También agitó los brazos y se
sorprendió gratamente de poder hacerlo. Estaba colgada, pero al menos ya
no estaba confinada. Pateó las piernas y flexionó las manos y los pies.
El locutor estaba diciendo algo más. Ángel captó la palabra “delicioso”,
pero no pudo entender el resto de lo que se decía.
Sin embargo, el clamor de los niños era cada vez más fuerte. Se sentía
como si ellos también se estuvieran acercando. Ángel se sintió como si
estuviera rodeada.
Movió su cuerpo un poco más, haciendo una especie de danza en el aire.
Se preguntó si podría dar una voltereta. Lo intentó. No. Algo estaba
adherido a la parte superior de su cabeza.
El locutor habló de nuevo. Sus palabras corrieron juntas, hasta que llegó
a sus últimas tres palabras. Ángel las escuchó claramente—: ¡Preparados,
listos, ya!

☆☆☆
Julie sonrió al locutor cuando dijo—: ¡Preparados, listos, ya! —Dio un
paso hacia la chica gomosa que oscilaba desde el techo. Le gustaba tanto
ser el centro de atención que quería alargar el momento.
Se volteó para mirar a sus padres. Le sonrieron. Ella los saludó con la
mano.
—¡Feliz cumpleaños, Julie! —gritó su mamá.
—¡Yay, cumpleañera! —gritó su papá.
Julie sonrió y se inclinó hacia la chica gomosa que colgaba frente a ella.
Levantó una mano, agarró el pie y mordió el dedo gordo de goma.
—¡Todos, únanse! —cantó el locutor.
Los otros niños se apiñaron alrededor de Julie, y comenzaron a comerse
el caramelo gomoso que se balanceaba y se retorcía, no se parecía a ningún
otro.
S ergio levantó la vista de su tablero de dibujo y entrecerró los ojos
con molestia por la brillante luz del sol que entraba por las ventanas de
pared a pared a lo largo del frente del edificio de oficinas. Se movió para
evitar quedar cegado y se frotó el nudo de la tarde en el cuello. Comprobó
la hora en su nuevo reloj de acero inoxidable estilo aviador: las 2:32 p.m.
Echó un vistazo a los sub-diales dentro de la esfera principal del reloj.
Su reloj tenía tres subesferas y no necesitaba ninguna de ellas, pero se veían
impresionantes. Y las cosas que parecían impresionantes lo hacían sentirse
impresionante.
Sobre todo, eso era lo que Sergio quería ser: impresionante.
—Te lo sigo diciendo, tienes que tener cuidado con lo que deseas,
Serge.
Sergio se movió bruscamente hacia el hombre que había venido detrás
de él y tiró su taza de café en el proceso. Salió volando, pero el hombre,
Dale, el supervisor de Sergio, lo atrapó. Dale era un gerente senior en su
estudio de arquitectura y un tipo grande, un ex jugador de fútbol, para
empezar. La taza parecía insignificante en su enorme mano.
—Ahora te has ido y lo has hecho —dijo Dale, sacudiendo unas gotas
de café de su muñeca. Afortunadamente, no quedaba mucho en la taza. El
sol golpeó la parte superior de la cabeza rapada de Dale y brilló tanto que
parecía un halo.
—Lo siento, Dale. No quise lanzarte una taza.
—¿Qué? —Dale miró la taza y luego se la devolvió a Sergio.
—Olvídate de la taza. Lo tienes, Serge. Obtuviste el trabajo de gerente
de proyectos.
Sergio se puso de pie y luego sonrió.
—¿De verdad? Pensé que la decisión no se tomaría hasta la semana que
viene.
—Se retrasó porque Sanders se va antes de lo que pensábamos.
Sergio deslizó las puntas de sus alas negras y brillantes sobre la alfombra
gris en una caminata lunar abreviada hacia el sol detrás de él. Luego giró e
hizo un puñetazo.
Dale se rio entre dientes.
—Felicidades. —Le tendió la mano.
Sergio le estrechó la mano, pero luego frunció el ceño.
—¿Qué quisiste decir con lo que dijiste?
—¿Qué dije?
—Bueno, dijiste dos cosas: ten cuidado con lo que deseas y ahora lo has
hecho.
—Bueno, te das cuenta de lo duro que trabajan los gerentes de
proyectos, ¿verdad? ¿Estás listo para empezar a vivir en la oficina?
Sergio se rio.
Dale no lo hizo.
Sergio se puso serio.
—¿Habla en serio?
Dale sonrió y golpeó a Sergio en el brazo.
—Sólo un poco. Probablemente sólo tendrás que dormir aquí tres o
cuatro noches al mes.
Sergio asintió con la cabeza como si eso estuviera bien, pero en realidad
no lo estaba.
La verdad es que cuando se postuló para el puesto de director de
proyecto, en realidad no había estado pensando en cómo sería el trabajo.
Presentó su solicitud porque era el siguiente paso lógico desde donde
estaba. Estaba en una vía rápida hacia la cima, y mantenerse en esa vía
significaba solicitar promociones, ya sea que quisieras hacer más trabajo o
no.
A los veintisiete años, había desafiado las leyes de convertirse en
arquitecto para llegar a donde ya estaba. Terminó la universidad y el trabajo
de posgrado que necesitaba cuando cumplió los veintiún años. Fue
contratado por el mejor estudio de arquitectura de la ciudad y tuvo su
licencia cuando tenía veintidós años. Sólo le tomó tres años llegar a ser
arquitecto senior, para disgusto de varios arquitectos mayores que fueron
ignorados. Y ahora era el director de proyectos más joven de la firma.
¿Por qué pudo hacer todo esto? Bueno, primero, era un fenómeno
arquitectónico: desde que era un niño, tenía cabeza para los números y ojo
para las relaciones espaciales. Sabía cómo moldear la realidad física en algo
llamativo. Y dos, estaba decidido. Estaba tan decidido a llegar a la cima que
se obligó a trabajar tan duro como fuera necesario; nada le impediría
conseguir lo que quería.
Pero, últimamente, había comenzado a preguntarse si lo que quería era
realmente lo que quería.
—Tierra para Serge —dijo Dale—. Te perdiste.
Sergio negó con la cabeza.
—Lo siento.
—No te preocupes. No te haremos dormir aquí esta noche. —Dale
dejó suelto con una de sus risas completas, que estaba a sólo un paso por
debajo de un auge de Sonic.
Sergio notó que no una sola cabeza en el piso de diseño se elevaba al
sonido. Todos estaban acostumbrados.
Dale aprovechó el escritorio de redacción de Sergio.
—Dejaré que te encargues de eso, pero después del trabajo deberíamos
salir a cenar para celebrar tu ascenso. Digamos, ¿a las siete y media? Ah, y
tendrás que recoger tus cosas. Haré que el conserje te traiga cajas. Mañana
trasladarán tus cosas a tu oficina.
Sergio sonrió. Esa fue otra razón por la que había solicitado el trabajo
de gerente de proyectos: iba a conseguir su propia oficina, un espacio
cerrado. No más trabajar al aire libre con los otros arquitectos junior y
senior. Ahora, era impresionante.
Tan pronto como Dale se alejó, el compañero de trabajo más cercano
de Sergio, ambos en términos de ubicación de escritorio y tiempo que se
pasan juntos, Clive, lanzó un pedazo de papel de Wadded-up.
—Felicidades, idiota.
Sergio desvió la bola de papel y dijo—: Estás celoso.
—Ni siquiera un poco, idiota. —Clive sacudió su cabeza redonda, y su
cabello castaño espeso voló a sus ojos.
Por lo menos por milésima vez, Sergio se maravilló de lo mucho que se
parecía su amigo a Bubbles, el labradoodle de color chocolate que Clive y
su novia, Fiona, otra arquitecta de la empresa, adoraban. No era sólo el
pelo castaño y rizado de Clive. Eran sus grandes ojos marrones, los tonos
terrosos con los que se vestía y la forma fluida en que se movía, siempre
listo para algún tipo de diversión. Una vez, Sergio le dijo a Clive que se
parecía a Bubbles, y Clive respondió con un—: Sí, bueno, te pareces a
Trotter.
Sergio tuvo que reírse de eso. Trotter era el perro de Dale, un pinscher
en miniatura estropeado, y Sergio realmente podría ver el parecido. Al
igual que Trotter, era pequeño y compacto y esbelto, y tenía una nariz algo
puntiaguda.
También como Trotter, sin embargo, era musculoso y elegante. Llevaba
su cabello negro, y él siempre se vestía con ropa oscura. Sabía que no
estaba guapo, pero hizo todo lo posible por tener su propio estilo
impresionante (por supuesto). Y su novia, Violet, una arquitecta junior de
la firma, no parecía decidirse a su mirada.
—Te das cuenta de que soy tu jefe ahora —le recordó Sergio Clive.
Clive resopló.
—Bien. Sr. Idiota.
Sergio sonrió, negó con la cabeza, y trató de concentrarse en su trabajo.

☆☆☆
La mayor parte del departamento asistió a la cena de promoción de
Sergio. Teniendo en cuenta que era un aviso corto para todos, Sergio
pensó que era impresionante. Esperaba que lo fuera porque era muy
querido y no porque quisieran escalar. Pero no podía saberlo. No se podía
saber con la gente. No podía leer a la gente, ni siquiera a Violet, con quien
había estado saliendo durante casi un año. A menudo no estaba seguro de
lo que ella estaba pensando realmente. ¿Lo decía en serio cuando dijo que
era increíble, o estaba saliendo con él porque él estaba ascendiendo en la
empresa y pensó que la llevaría con él?
Por eso tuvo que confiar en el trabajo duro para conseguir la vida que
quería.
Nunca iba a cotorrear hasta llegar a la cima. No podía charlar más de lo
que podía lanzar una pelota de baloncesto.
La cena no fue nada elegante. Todos cruzaron la calle hasta el
restaurante de carnes que había sido un elemento fijo en la cuadra mucho
antes de que la empresa se mudara a su nuevo edificio de oficinas el año
anterior. Pero eso estuvo bien.
El asador tenía buena comida y tenía el tipo de ambiente del viejo mundo
que le gustaba a Sergio: paredes con paneles de madera, sillas de cuero,
mesas oscuras, alfombras de felpa dorada y apliques de pared
ornamentados.
Dale había reservado la sala de reuniones del restaurante, y ahora Sergio
estaba sentado en una mesa redonda llena de sus compañeros arquitectos:
doce de los catorce de su departamento estaban aquí. Todos se estaban
divirtiendo, bromeando, riendo, coqueteando.
Todos menos Sergio se lo estaban pasando en grande.
Sí, estaba lanzando chistes y riendo en los momentos adecuados, pero
su corazón no estaba en eso. Desde que recibió la noticia de su ascenso,
había estado luchando contra una depresión repentina que no podía
explicar. ¿Qué le pasaba? Había recibido buenas noticias, pero no se sentía
nada bien.
—Entonces, ¿cómo es ser el nuevo director de proyectos? —preguntó
Violet mientras Sergio cortaba su costilla medianamente rara.
El aroma a la parrilla de la carne en su plato se combinó con los
deliciosos aromas de mantequilla y cebolla. Se le hizo la boca agua al ver
los jugos rosados que salían del bistec. Lanzó el bocado que acababa de
cortar. Sergio miró a su novia morena y pecosa. Bajita y acolchada, Violet
era la imagen de la feminidad con curvas. Para realzar sus rasgos suaves,
Violet usaba ropa con muchos adornos, volantes y color. Su guardarropa
tenía “descaro”, como ella lo llamaba. Ella siempre le preguntaba si se veía
atrevida.
No estaba seguro de lo atrevida que se veía, así que siempre decía—:
Te ves muy atrevida, nena. —Básicamente, mentía.
Al mirar a Violet ahora, Sergio se dio cuenta de que a menudo mentía
cuando se trataba de Violet.
—¿No te encantan las comedias románticas? —había preguntado Violet
la otra noche mientras se dirigían al cine para ver otra película de comedia
romántica.
—Claro que sí, nena —respondió Sergio. Odiaba las comedias
románticas. Dale una buena película de ciencia ficción o sobrenatural
cualquier día. Incluso el horror era mejor que una comedia romántica.
—Odio las películas de terror —le había dicho Violet en su segunda
cita—. ¿No te pasa igual?
—Absolutamente —le respondió Sergio.
Lo mismo sucedía con la comida.
—A todo el mundo parece gustarle la comida china —dijo Violet en su
tercera cita—. Pero no entiendo la apelación. Es demasiado suave o
demasiado picante. ¿Qué opinas?
—Estoy totalmente de acuerdo. —La comida china para llevar era una
de sus cosas favoritas.
Violet también elegía cómo pasaban su tiempo.
En su primera cita, Violet anunció que era una “emprendedora”. Le hizo
saber a Sergio que las noches tranquilas en casa serían raras.
—Mi mamá siempre decía: Te quedas quieta demasiado tiempo, Ve, y te
echarán raíces. Tienes que seguir rodando para no acumular musgo. —Así que
me gusta estar moviéndome, hacerlo todo el tiempo. Cuando no estoy en
el trabajo, me divierto. ¿Sabes?
Sergio asintió con la cabeza a pesar de que todavía estaba desenredando
sus metáforas mezcladas y realmente le gustaba pasar el rato en casa.
—Claro. La vida es demasiado corta para que crezca musgo en las
raíces.
Violet pensó que era hilarantemente divertido, lo cual era agradable
porque le gustaba cuando la gente encontraba divertidos sus intentos de
humor. Pero tampoco era agradable porque Violet tenía una risa realmente
desagradable. Una mezcla entre un bocinazo, una sirena y un ronquido, la
risa de Violet atraía la atención de la misma manera que el jarabe atraía a
las moscas. Había avergonzado a Sergio en decenas de ocasiones.
De hecho, empezó a intentar no ser divertido. No funcionó.
Aparentemente, era el maestro de decir cosas graciosas sin darse cuenta.
Como esta noche.
Después de que Dale le contó sobre la promoción, Sergio fue a la mesa
de redacción de Violet y le contó las buenas noticias.
—Habrá una cena esta noche. ¿Asumo que quieres venir? —Ella se rio
como si él acabara de contar el mejor chiste de todos. Encontró eso
desconcertante.
Sí, Violet era inteligente, y sí, tenían intereses compartidos, y sí, era muy
divertida. ¿Pero realmente era tanto querer una novia a la que le gustaran
más las cosas que le gustaban a él? Se preguntó si todavía estarían saliendo
si le hubiera dicho la verdad desde el principio.
¿Le agradaría siquiera si lo conociera, lo conociera de verdad?
Demonios, a veces no estaba seguro de si a ella le gustaba la versión de él
que pretendía ser.
Y a veces tampoco le agradaba mucho. Violet era muy coqueta. Aunque
estaba con Sergio, le gustaba relacionarse con otros hombres. Y no sólo
algunos hombres. Todos los hombres. Casados o solteros. A ella no le
importaba. A ella simplemente le gustaba coquetear.
A Sergio nunca le había molestado el coqueteo, pero últimamente lo
estaba poniendo realmente de los nervios.
—¿Sergio?
Sergio parpadeó y miró a Violet.
Ella estaba tirando de su manga.
—Te hice una pregunta.
—Lo siento. ¿Qué preguntaste?
—Te pregunté cómo se siente ser el nuevo gerente de proyectos.
Esperando hasta que se metió el primer bocado de bistec en la boca y
lo masticó, Sergio le dio a Violet lo que esperaba que fuera una mirada
neutra que no delatara su enfado hacia ella. Por una vez, le dio una
respuesta honesta.
—Bueno, todavía no soy el director de proyectos, ¿verdad? Entonces,
no lo sé.
Violet soltó su risa.
Sergio miró hacia abajo y rápidamente tomó otro bocado de bistec.
El mayor problema en su relación era que… bueno, Violet no era la
chica que realmente quería. Pero esa chica era alguien a quien no había
visto en años. Se preguntó qué estaría haciendo ahora.
Sophia Manchester comenzó a ir a la escuela secundaria de Sergio
durante su tercer año. Se enamoró de ella el primer día que vino a clase.
Pequeña y elegante como una bailarina, Sophia tenía el aspecto oscuro que
él amaba y tenía el rostro de un ángel. También era muy inteligente, muy
simpática, muy divertida… y, lamentablemente, muy popular. Aunque ella
siempre fue perfectamente amable con él y él se había dado cuenta de que
a ella parecía gustarle muchas de las mismas cosas que a él le gustaban, se
movían en círculos completamente diferentes. No tenía ninguna
posibilidad.
Pero nunca la olvidó. En los casi diez años desde que la había visto, había
estado tratando de encontrar una mujer como ella. Violet,
lamentablemente, no era esa mujer.
Violet le dio unas palmaditas en la pierna, luego se alejó de él para
coquetear con Clive, aunque sólo un cabeza hueca coquetearía con Clive.
Todo el mundo sabía que Clive estaba obviamente cautivado por la franca
Fiona pelirroja, que ahora estaba sentada a su otro lado, y Fiona no era una
mujer que se podía molestar.
Caso en cuestión: cuando Violet se inclinó hacia Clive para frotar su
pecho contra su brazo, una cucharada del puré de papas de Fiona voló a
través de la mesa y sobre la blusa nueva de Violet.
—Oh, lo siento —ronroneó Fiona con su voz suave y segura—. No sé
cómo se me escapó eso.
Violet aspiró ruidosamente y sacó las patatas de su blusa. Se apartó de
Clive.
Sergio reprimió una sonrisa y se concentró en su bistec. El bistec fue la
mejor parte de la celebración de esta noche. Podría haberlo hecho sin la
camaradería forzada. Ser amigable con otras personas era un trabajo duro
y estaba cansado esta noche. Quería irse a casa y dejar de intentarlo
durante unas horas.
Pero todavía no podía hacer eso. Tenía que seguir comiendo,
bromeando y fingiendo que todo estaba bien en el mundo.
Después de que los camareros hubieran retirado la mayoría de los
platos de la mesa, Dale se puso de pie y dio unos golpecitos en el vaso de
agua.
El ding-ding-ding hizo que aparecieran todas las cabezas de la mesa.
—Entonces, Serge —dijo Dale— queremos un discurso. Sabes que lo
hacemos.
Todos, excepto Clive, empezaron a cantar
—Habla, habla, habla. —Clive le estaba hablando idiota a Sergio.
Sergio sonrió y se puso de pie.
—Haré que esto sea breve y dulce.
Todos aplaudieron. Dale rio.
—¿Ven? Hay una razón por la que este niño ha avanzado tan rápido.
Sergio sonrió, como sabía que se suponía que debía hacerlo.
—Bueno, aquí vamos. Gracias, Dale, a ti y a los socios por la promoción.
Dale inclinó la cabeza, sonriendo.
—Te lo mereces.
Sergio sonrió.
—Y para el resto de ustedes —bajó la voz hasta un gruñido— ahora
son míos, gusanos. Y no lo olviden. —Se sentó.
La mesa permaneció en silencio durante al menos tres segundos, luego
Clive se echó a reír y empezó a aplaudir. Violet se unió y luego todos se
rieron. Uf. Por un segundo, Sergio pensó que lo había arruinado.

☆☆☆
Por supuesto, Violet quería salir a bailar después de la cena, y convenció
a Sergio para que invitara a Clive, Fiona y un par de arquitectos más.
A pesar de que Sergio disfrutaba mostrando sus movimientos de baile,
se quedaban hasta ridículamente despiertos hasta tarde. Finalmente, Sergio
llevó a Violet a casa y luego se dirigió a su propio edificio de apartamentos
a unas cuadras de distancia.
Llevando su SUV de dos años a su espacio asignado en el garaje debajo
de su edificio de apartamentos, Sergio recogió su chaqueta del asiento del
pasajero de cuero. Salió del vehículo negro, luego cerró y bloqueó las
puertas. Durante unos segundos, se puso de pie y miró fijamente su SUV.
Recordó lo emocionado que estaba cuando lo compró. Había querido
cambiar su vieja camioneta pequeña por una bonita SUV durante años. Sin
embargo, una vez que lo hizo, se dio cuenta de que todavía no tenía el
vehículo que realmente deseaba. ¿Por qué cada vez que subía un poco más
en la escalera, sentía que todavía tenía demasiados peldaños por recorrer
antes de llegar a la cima?
Con un suspiro, dejó su camioneta detrás de él y tomó el ascensor hasta
el tercer piso. Allí, se dirigió a su apartamento, apresurándose
silenciosamente de espaldas a la puerta de su vecina. La señora Bailey era
una entrometida y le gustaba tenderle una emboscada cuando llegaba a
casa. Sólo de vez en cuando lograba…
—Oh, sólo eres tú, Sergio —dijo la voz áspera de la Sra. Bailey mientras
Sergio metía la llave en la cerradura—. Creí haber escuchado a un intruso.
Llegas bastante tarde esta noche. ¿Una cita caliente?
Sergio respiró hondo y luego dirigió su mirada a ella.
—Hola, Sra. Bailey.
La pequeña dama de cabello gris le sonrió. Durante el día, por lo general,
vestía vestidos camiseros bien planchados en colores pastel, pero esta
noche lucía un camisón rosa con volantes debajo de una bata blanca
acolchada.
—¿Cómo estuvo el trabajo hoy?
Sergio no le iba a contar sobre la promoción. Oh no. Ella habría insistido
en invitarlo a pasar para comer algún tipo de producto horneado, a pesar
del tiempo. Bostezó, no un bostezo falso, sólo uno oportuno.
—Estoy terriblemente cansado, Sra. Bailey. Por favor, perdóneme, pero
tengo que entrar y acostarme.
—Por supuesto que sí, querido. —La Sra. Bailey le sonrió—. Ve a
descansar.
Sergio agradeció a su estrella de la suerte y entró en su apartamento
antes de que la señora Bailey pudiera decir algo más. Cerró la puerta detrás
de él y cerró los cuatro pestillos.
Se apoyó contra la puerta y cerró los ojos. «Por fin en casa».
Sergio tenía un lindo departamento. Con 1,200 pies cuadrados, estaba
lejos de ser pequeño, y el complejo se había construido sólo dos años
antes. Lucía los electrodomésticos más actualizados y las características
modernas que su ojo arquitectónico apreciaba.
Un par de amigos de la firma habían ayudado a Sergio a decorar su
departamento y se veía bien. Habían usado beiges neutros y grises que se
sentían a la vez elegantes y masculinos, y la mayoría de los muebles eran
antigüedades caras. Era un lugar decente, pero le molestaba que estuviera
en un edificio que también albergaba a gente como la Sra. Bailey. Se merecía
la paz, ¿no? No debería tener que aguantar a una anciana entrometida que
no tenía nada mejor que hacer que atormentarlo.
Sergio cruzó la sala y se dirigió a su dormitorio. Sacando su billetera de
su bolsillo, la colocó en la bandeja de cerámica que usaba para su billetera
y llaves y cualquier otro detrito que pudiera salir de sus bolsillos al final del
día. Luego se desnudó, colgó con cuidado su traje y puso todo lo demás en
una canasta de ropa sucia. Se puso una sudadera gris y una camiseta negra,
se acostó en la cama y se durmió de inmediato.

☆☆☆
A la mañana siguiente, su alarma lo despertó a las 6:00 a.m. Sintiéndose
aturdido y brumoso, gimió y encendió la televisión. Hojeando los canales,
pensó en el largo día que tenía por delante. Debería ponerse en
movimiento.
Miró el teléfono en su mesita de noche de cerezo Queen Anne.
Consultó su reloj. No era demasiado temprano. Cogió el teléfono y,
recostándose en una pila de almohadas grises, blancas y beige, escuchó el
timbre del teléfono. Fue recogido en el tercer timbre.
—¿Hola? —dijo la voz ligeramente acentuada de su madre.
—Mamá —dijo Sergio.
—¡Sergio! Qué agradable sorpresa. —Algo crujió contra el teléfono, y
su voz se apagó cuando llamó—: ¡Tony! Ven aquí. Es Sergio al teléfono. —
Su voz volvió a estar a todo volumen y más allá cuando volvió a gritar al
teléfono—: ¿Sergio? ¿Sigues ahí? Te pongo en el altavoz. Tu papá está
haciendo su ejercicio matutino. ¡Tony! Ven aquí. Ven a hablar con Sergio
por el altavoz.
Sergio negó con la cabeza. A su madre le encantaba su altavoz.
—¿Cómo está nuestro Sergio? —una voz profunda resonó en el
teléfono—. ¿Has construido rascacielos últimamente? —La risa de la
ametralladora que vino después de esta ridícula pregunta se unió a la risa
salvaje de su madre.
Sergio volvió a negar con la cabeza.
—Sabes que yo no construyo rascacielos, papá. Estoy en el
departamento de renovación residencial de la empresa.
—Así que renuevas los edificios de apartamentos de los rascacielos.
—¿En una ciudad donde el edificio más alto tiene diez pisos?
—Tienes que ser un visionario, hijo, si lo quieres todo. No se puede
llegar a la cima sin poder ver la cima. Tienes que ser audaz y atrevido para
destacar.
Tony Altieri sabía todo sobre ser audaz y atrevido y estar en la cima.
El padre de Sergio, director de una gran empresa de transporte, era un
hombre impresionante. Cuando nació Sergio, Tony tenía treinta años,
Tony ya había construido su imperio y una mansión para su esposa y su
nuevo bebé. Desde entonces, su negocio sólo siguió creciendo. Hoy, no
sólo llenó su mansión con los mejores muebles, arte y autos, sino que
también compró más casas para llenar con muebles, arte y autos.
—Hoy conseguí un ascenso —dijo Sergio—. El que te dije que solicité…
lo tengo.
—¿Jefe de la empresa? —preguntó Tony, riendo de nuevo.
—Tony, sé amable —dijo la madre de Sergio—. Felicitaciones, Sergio.
¡Estamos muy orgullosos de ti! Necesitamos tener una celebración. Tú
pasta favorita. Y tarta. Tenemos que comer pastel. ¿Cuál es el trabajo que
solicitaste?
—Gerente de proyectos.
—Eso suena bien —dijo su madre.
Tony resopló.
—No te duermas en los laureles, Sergio. Siempre hacia arriba. ¿Viste el
juego anoche?
Sergio notó que apretaba los dientes y se obligó a relajarse.
—Vi la partitura. Me perdí el partido porque todos salimos a cenar para
celebrar mi ascenso.
—¿Te reuniste con alguien? —preguntó la madre de Sergio.
—No, mamá. Sólo eran las personas de mi departamento. Violet es la
única mujer que está interesada en mí.
—No tienen sabor —dijo Tony—. Al menos Violet sabe que algo es
bueno cuando lo ve.
La madre de Sergio resopló. Ella no era la mayor fan de Violet.
Sergio se excusó para colgar el teléfono lo más rápido que pudo. Se
estaba preguntando por qué llamó a sus padres para empezar.
Bueno, él sabía por qué los llamaba: los llamaba para obtener validación.
Estaba tratando de sentir que finalmente había obtenido lo suficiente para
haber “llegado”. ¿Por qué demonios pensó que obtendría esa validación de
su padre?
Toda la rica comida que comió la noche anterior debe haber ralentizado
su función cerebral.

☆☆☆
La nueva oficina de Sergio era sobresaliente. Su nuevo trabajo no lo era.
La oficina no era enorme; no era una oficina en la esquina ni nada.
Honestamente, era sólo una pequeña habitación sencilla escondida entre
la sala de descanso y una sala de conferencias, pero era suya. Además, sus
ventanas tenían cortinas, que por alguna razón faltaban en las ventanas del
piso de diseño. Sergio bajó alegremente esas cortinas cuando el sol
apareció para atravesar sus ojos a las dos de la tarde.
El momento de quitarse la sombra fue, sin embargo, el único momento
feliz del día. El resto del día fue un borrón que le adormeció la mente
mientras trataba de ponerse al día con lo que Sanders había estado
haciendo… o más bien, no había estado haciendo. Después de sólo dos
horas de evaluar la situación, entendió por qué Sanders se había ido antes
de lo esperado. Este no era un trabajo para una sola persona. Era un trabajo
para al menos diez personas, más asistentes. Clive tenía razón. Sergio era
un idiota. No le habían dicho cuál sería su aumento de sueldo antes de
solicitar la promoción, pero pensó que sería un aumento decente. Éstaba
equivocado. Sólo iba a recibir otros $1,000 al mes. Para hacer diez veces
más trabajo.
—Idiota —murmuró para sí mismo mientras trataba de organizar las
pocas tareas que pensaba que podría hacer hoy… si se quedaba hasta casi
la medianoche.
La puerta de Sergio se abrió y la cabeza de Clive apareció, junto con los
aromas que emanaban de la sala de descanso. Sergio podía oler café,
palomitas de maíz y los burritos de alguien en el microondas.
—¿Cómo está el nuevo trabajo? —preguntó Clive.
Sergio dejó caer la cabeza sobre el montón de papeles que tenía frente
a él y lo golpeó un par de veces.
—Así de bueno, ¿eh? —Clive entró el resto del camino en la habitación
y se sentó en una de las estrechas sillas de cuero y acero inoxidable frente
a Sergio. Miró a su alrededor, el sencillo escritorio de roble de Sergio, la
otra silla, los estantes llenos de archivos de proyectos y la mesa de dibujo
escondida en un rincón.
—Así que tienes una mesa de dibujo —señaló Clive—. ¿Crees que
podrás usarla?
Sergio no respondió la pregunta. En cambio, preguntó—: ¿Alguna vez
pensaste en si podremos alcanzar nuestros ideales?
Clive se movió de lado y puso los pies en la otra silla frente al escritorio.
—Esa es una pregunta profunda.
—Lo siento. Sé que odias usar tu docena de células cerebrales para
pensar en preguntas profundas.
—Sí. Me estás estresando aquí.
—No importa.
—No, es una buena pregunta. ¿Respuesta honesta? No creo que los
ideales sean reales. Creo que existen sólo en nuestras cabezas. Quiero
decir, ¿alguna vez dibujaste algo tan bueno como lo imaginabas en tu
cabeza? Si es así, te invitaré a cenar todas las noches durante una semana,
porque seguro que no lo hiciste.
—Por muy tentador que sea mentir para conseguir esas cenas —dijo
Sergio, sonriendo—. No, no lo he hecho.
—Ahí lo tienes. Todos somos un montón de burros.
—Lo sabes bien. La zanahoria y el palo. Somos sólo un grupo de burros
que avanzan pesadamente tratando de alcanzar una zanahoria que siempre
estará colgando frente a nosotros, sin importar lo lejos que avancemos.
—Eso es deprimente.
Clive se encogió de hombros y negó con la cabeza, haciendo una
impresión involuntaria de Bubbles el labradoodle.
—Entonces mi trabajo está hecho. —Él sonrió—. En serio, no creo que
sea deprimente en absoluto. Es algo liberador cuando lo piensas. Si nunca
podemos conseguir lo que queremos, ¿por qué molestarnos en intentarlo?
Haz tu mejor esfuerzo y diviértete. —Hizo una pausa y saludó—. Señor
idiota, señor. Se inclinó varias veces mientras salía de la oficina de Sergio.
Sergio se rio, luego se puso serio y trató de concentrarse en el trabajo.

☆☆☆
Dos semanas y media en el nuevo puesto, Sergio había duplicado su
consumo de cafeína, y aún estaba constantemente diez pasos por detrás.
Ya había cometido dos errores tontos que le costaron a la empresa varios
miles de dólares, y ya había sido reprendido dos veces por un cliente. Dale
le aseguró que esto era una parte normal de la curva de aprendizaje para
el trabajo del director de proyectos, pero Sergio todavía estaba
mortificado.
También estaba aburrido y decepcionado. Había pensado que
convertirse en director de proyectos le daría más libertad de acción para
implementar ideas de diseño de vanguardia, más libertad para traspasar los
límites de las renovaciones habituales que hacía su departamento. Durante
algún tiempo, se sintió frustrado por los cambios limitados y seguros que
sus clientes hicieron en sus hogares. Quería que le dieran carta blanca para
irrumpir en un lugar, hacer una demostración y convertirlo en algo
completamente diferente. Pensó que un gerente de proyecto tendría
suficiente influencia como para hacer realidad esa visión. Él estaba
equivocado. Los proyectos que tenía que supervisar eran los mismos de
siempre, y ahora, además de no gustarle los tipos de trabajos en los que
estaba trabajando, tenía la responsabilidad de más aspectos de esos
trabajos. Esta nueva posición realmente era sólo más trabajo y no más
satisfacción.
No sólo el trabajo estaba en modo de succión total, sino que su vida
hogareña, tal como era, también se había ido por el baño. La Sra. Bailey
había empezado a quedarse despierta hasta tarde para poder saludarlo con
sus últimas sugerencias para dormir más. Luego estaba la inquilina que vivía
encima de él. La mujer que tenía el apartamento en el siguiente piso tomó
lecciones de baile. La había estado escuchando pisando fuerte por encima
de su cabeza durante semanas. No sabía su nombre, pero le había dado el
título de “Pies de Trueno”. Ahora, por alguna razón, Pies de Trueno estaba
practicando hasta las 2:00 a.m. Él trató de hablar con ella al respecto una
noche, pero después de regañarlo por tocar el timbre demasiado tarde,
ella lo insultó con nombres que lo hicieron sonrojar.
Además, como nunca tuvo tiempo de ir a la tienda de comestibles,
estaba comiendo más comida para llevar y, como estaba tan cansado
cuando llegaba a casa, rara vez hacía ejercicio y, en cambio, simplemente
se tiraba a la cama. Estos dos cambios habían resultado en una barriga
inquietante que crecía con cada día que pasaba.
La insatisfacción de Sergio también crecía con cada día que pasaba.
También lo era la cantidad de horas que estuvo trabajando. Casi todas las
noches era cerca de la medianoche cuando dejaba la empresa, y siempre
volvía a casa con un montón de trabajo para revisar antes de irse a la cama.
Como si todo esto no fuera lo suficientemente malo, Violet odiaba las
nuevas largas horas de Sergio incluso más que él. Y la estaba convirtiendo
en una molestia.
—¿Por qué tienes que trabajar todo el tiempo, Sergio? —le preguntó el
sábado por la noche, al final de su primera semana como director de
proyectos. Estaban en una fiesta a la que ella insistió en que asistieran a
pesar de que no pudieron llegar hasta después de las 10:30 p.m. porque
trabajó hasta entonces. Sabía que ella querría quedarse por lo menos hasta
las dos o más tarde, y luego tendría que levantarse e ir a trabajar el
domingo por la mañana temprano. Si no lo hacía, no había forma de que
pudiera manejar el lunes.
—Um, ¿porque es parte del nuevo trabajo? —dijo Sergio con una gruesa
capa de sarcasmo—. El nuevo trabajo al que acabo de ascender. Es un
trabajo con una gran carga de trabajo. ¿Qué sugieres que haga? ¿Conseguir
una sierra y reducir la carga de trabajo a la mitad?
Nunca debería haber dicho eso. Violet se rio histéricamente y todos en
la fiesta se voltearon para mirarlos.
Y así era. Trabajar. Intentar complacer a su novia. Llegar tarde a casa.
Tratar con la Sra. Bailey. Comer basura. Escuchar a Pies de Trueno. Y
finalmente irse dormir.
Enjuague y repita.
Sus días fueron básicamente trabajosos. Los únicos minutos en ellos que
realmente le gustaron fueron esos momentos en que salió del edificio,
admiró el lugar de estacionamiento de su gerente de proyecto dedicado
(ahora había una ventaja por la que valía la pena trabajar… ¡no!), Se acercó
y subió a su coche. Ese fue su momento fugaz de libertad. Todas las noches,
sólo disfrutaba unos segundos de la sensación de escapar.
Pero incluso eso estaba fuera de su alcance en esta lluviosa noche de
martes.
Debido a que el pronóstico había sido el sol habitual, Sergio no estaba
preparado para la lluvia. A pesar de que su nuevo lugar de estacionamiento
estaba a sólo seis metros de la puerta de la empresa, él y su pila de papeles
estaban empapados cuando se subió a su todoterreno. Y tenía frío. Y tenía
hambre.
Sergio dejó sus papeles en el asiento del pasajero. Encendió la
calefacción al máximo, lo que provocó que el vehículo se empañara. Y su
traje de lana empezó a oler como un animal de granja mojado. ¿O era ese
su propio olor? No lo sabía. La higiene personal era otra de las cosas que
este trabajo le estaba quitando.
Al salir del estacionamiento, no pudo evitar notar que tenía el camino
mayormente para él solo. Había sido así todas las noches de esta semana…
razón por la cual no sólo fue molesto sino terriblemente inconveniente
cuando su SUV de dos años decidió morir en el distrito comercial
totalmente cerrado y desierto del centro de la ciudad. Sergio apenas pudo
deslizarse hasta la acera antes de que la camioneta perdiera todo el impulso
y se detuviera por completo y en silencio.
Sergio miró las luces aún brillantes del tablero. No era la batería. Miró
el tanque de gasolina. Estaba medio lleno. No era falta de gasolina.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó Sergio a su vehículo.
No obtuvo una respuesta.
Trató de reiniciar el SUV. Nada. No tenía sentido que mirara debajo del
capó. No sabía nada de motores de vehículos.
Entonces, Sergio se sentó en la camioneta muerta y escuchó la lluvia
retumbar en el techo. Trató de ver a través de la oscuridad gris del agua
que caía. Todo fuera de la camioneta era vago y oscuro, pero por lo que
podía decir, no había nadie alrededor.
Miró hacia la penumbra en busca de un letrero de ABIERTO en uno de los
escaparates. No vio ninguno.
Este bloque no tenía bares ni restaurantes, por lo que no había nada
abierto.
Pensó en dónde estaba y recordó que había una gasolinera dos
manzanas más allá. Si tenía suerte, podría conseguir una grúa allí.
Pero eso significaba caminar bajo la lluvia durante diez minutos. «Oh
alegría».
Sergio apoyó la cabeza en el volante. Qué final tan espantoso como para
una semana espantosa. Sergio levantó la cabeza y miró la pila de papeles
todavía húmedos que había en el asiento del pasajero. Sintió la necesidad
de recogerlos y arrojarlos a la lluvia. Podía verse a sí mismo haciéndolo en
su mente. Y podía verse a sí mismo bailando encima de ellos.
Soplando aire, Sergio señaló su auto muerto y dijo—: Camel ha vuelto,
encuentra tu última gota.
La lluvia empezó a caer con más fuerza.
Sergio se reclinó en su asiento y cerró los ojos. ¿Cómo había llegado
hasta aquí?
Después de todo su arduo trabajo. Todo su esfuerzo. Toda su
determinación. Después de todo eso, ¿viene esto? ¿Un SUV averiado en
medio de la noche bajo la lluvia torrencial?
«Bien».
Sergio abrió la puerta y salió al clima. Se empapó de inmediato.
Cerró de golpe la puerta del conductor de la camioneta, dio dos pasos
hacia adelante y pateó el neumático delantero tan fuerte como pudo.
—¡Ay! —gritó Sergio. Saltó sobre un pie y se maravilló de cuánto dolor
podía generar un dedo del pie. El agua se deslizó por el interior de su cuello
y su pie salpicó agua por la pierna de sus pantalones.
Resistiendo la tentación de patear su vehículo de nuevo, se alejó de él.
Luego se subió la chaqueta del traje arruinada por la cabeza a modo de
capucha improvisada y se precipitó hacia la acera. Allí, bajó la cabeza y se
alejó penosamente.
Las farolas le proporcionaban suficiente iluminación para ver las grietas
de la acera y el bordillo. Esto era todo lo que necesitaba para caminar.
Había recorrido sólo una cuadra cuando la lluvia comenzó a amainar.
Sin importarle realmente en ese punto porque ya estaba completamente
mojado, siguió caminando. Pero entonces sucedieron dos cosas a la vez: la
lluvia se detuvo por completo y Sergio casi tropezó con una bolsa de basura
verde mullida que estaba en el medio de la acera.
Sergio se bajó la chaqueta del traje y miró a su alrededor. La farola más
cercana arrojaba una luz amarilla pálida sobre un contenedor de basura que
se había volcado parcialmente. Su contenido se había derramado por toda
la acera.
La comida parcialmente ingerida, los papeles empapados y las tazas de
café con leche derrumbadas estaban esparcidas por todas partes. Sergio
comenzó a dar pasos cuidadosos a través de la basura.
Se había alejado un par de pies cuando el resplandor de la farola golpeó
algo de colores brillantes. Sergio asumió que era un cuenco o taza de
plástico, pero aun así, la miró al pasar.
Él se detuvo.
No era un cuenco o una taza de plástico.
Era… ¿qué era?
Curioso por la forma única que se destaca entre la basura ordinaria, dio
un paso más hacia ella. Era una hélice de color rojo brillante en la parte
superior de una gorra.
Sergio se inclinó y descubrió que la tapa de la hélice estaba unida a la
cabeza redonda de una pequeña figura de plástico de unos veinticinco
centímetros de altura. La figura era la de un niño pequeño con cabello
castaño rojizo, grandes ojos azules, nariz triangular anaranjada, mejillas
rosadas y una boca ancha llena de pronunciados dientes blancos. La cabeza
redonda de la figura coincidía en forma y tamaño con el tronco de su
cuerpo, que se asemejaba a una colorida bola de boliche con brazos y
piernas.
La figura llevaba una camisa de manga corta de dos botones que tenía
rayas verticales rojas y azules, a juego con el patrón de la gorra. La camisa
estaba metida en un pantalón azul sólido y los puños de los pantalones
terminaban en la parte superior de un par de zapatos marrones sencillos.
Los zapatos eran más redondeados que en forma de pie, pero hacían juego
con las manos achaparradas y sin dedos del niño.
Ambas manos estaban ocupadas. La mano derecha de la figura sostenía
un gran globo de rayas rojas y amarillas, y la mano derecha de la figura
sostenía un pequeño cartel que decía: SOY UN NIÑO CON SUERTE.
—Lo eres, ¿verdad? —preguntó Sergio juguetonamente a la figurilla—.
¿Tienes algún consejo? Me vendría bien un poco de suerte.
—Soy un niño con suerte —dijo la figura con la voz aguda de un niño.
Sergio abrió mucho los ojos y se quedó mirando. Esto no era sólo una
figura. Era un juguete electrónico. Sorprendido de que el juguete todavía
funcionaba a pesar de estar sentado bajo la lluvia, estaba lo suficientemente
intrigado como para recogerlo.
Mojado, frío, duro y resbaladizo, el juguete era liviano. Y aunque parecía
anticuado, estaba en muy buenas condiciones. Ninguna pintura tenía
cicatrices o decoloración.
Sergio hizo girar el juguete de un lado a otro, buscando un interruptor
de control. No pudo ver uno. Buscó un altavoz y no vio ninguno. Incluso
buscó el compartimento de la batería, pero no encontró nada.
«Interesante». Entonces, ¿era “Soy un niño con suerte” todo lo que decía
el juguete? Sergio decidió hablar con el juguete por pura diversión.
—Dices que eres un niño con suerte, como dice tu letrero. Bien por ti.
—¡Bien por ti! —dijo el juguete.
Ah, vale. El juguete probablemente tenía algunas frases comunes para
reproducir y estaba programado para repetir lo que “escuchaba”, es decir,
registró. Su funcionamiento interno estaba sorprendentemente bien
escondido; no parecía un juguete barato.
Sergio decidió poner a prueba su teoría sobre la grabación. Él dijo—:
Pruebas, pruebas.
El pequeño juguete no repitió las palabras. En cambio, decía—: ¡Es una
suerte tener suerte! —Luego emitió una risita divertida.
Sergio sonrió. La risa fue contagiosa.
Sergio miró a su alrededor. Seguía solo. Volvió a mirar el juguete y se
encogió de hombros.
—¿Tienes un nombre? —le preguntó Sergio al juguete.
—Mi nombre es Niño de la Suerte —decía el juguete.
Sergio resopló.
—Nunca lo hubiera adivinado.
Sergio se preguntó si el Niño de la Suerte valía algo. Probablemente no.
Pero de cualquier manera, descubrió que no podía dejarlo ahí. Era único y
parecía antiguo. Amaba las antigüedades únicas. Lo haría parte de la
decoración de su hogar.
Sergio se puso el juguete bajo el brazo y siguió andando y, en cinco
minutos, estaba en la tienda de la gasolinera haciendo los arreglos
necesarios para que le remolcaran el coche. Mientras firmaba el papeleo,
dejó al Niño de la Suerte en el mostrador.
El empleado adolescente detrás del mostrador llamó al conductor de la
grúa y luego regresó al mostrador para ver a Sergio firmar papeles. El
adolescente tenía manchas de acné y el cabello lacio, pero estaba vestido
con una camisa de uniforme azul limpia con pantalones caqui, y era lo
suficientemente amigable.
—Siento que su coche se averiara, amigo. Oiga, ¿quiere comprar un
boleto de lotería para el sorteo de mañana? Podría ayudar a pagar las
reparaciones del automóvil.
—No, gracias —le respondió Sergio.
Intentaba no respirar profundamente porque la tienda de la gasolinera
olía a chicharrones y calcetines sucios. Pero involuntariamente aspiró aire
cuando el Niño de la Suerte dijo, con su voz infantil de tono soprano—:
¡Es tu día de suerte!
—Hola, amigo —dijo el adolescente —es un muñeco genial.
—No es un muñeco.
—Está bien. Lo que sea. Todavía es genial.
Sergio miró al Niño de la Suerte y se encogió de hombros.
—Está bien. Tomaré ese boleto después de todo. ¿Quién sabe?
—Exactamente —sonrió el empleado. Le dio un boleto.

☆☆☆
Eran casi las 3:00 a.m. cuando el conductor de la grúa dejó a Sergio en
su edificio de apartamentos. Sergio no se molestó en explicarle sobre el
Niño de la Suerte al corpulento conductor, que miró el juguete, y a Sergio,
con sospecha.
Caminando de puntillas por el pasillo fuera de su apartamento, logró
abrir y cerrar la puerta sin ser molestado. Parecía que había pasado una
hora en la que la señora Bailey no se quedaría despierta. Miró el juguete
que todavía llevaba.
—Tal vez sea mi día de suerte, después de todo.
El Niño de la Suerte emitió su risa traviesa.
Sonriendo, Sergio lo llevó a su dormitorio y lo colocó encima de su
escritorio de cerezo junto a la bandeja de cerámica. Luego se vació los
bolsillos empapados, se quitó la ropa arruinada, se dio una ducha caliente
y se dejó caer en la cama.
Dos horas y media después, su alarma casi lo catapultó al otro lado de
la habitación.
Gimiendo, Sergio caminaba sonámbulo mientras se vestía. Luego llamó
a un taxi.
—¿Alguna palabra sabia? —le preguntó Sergio al Niño de la Suerte antes
de salir del apartamento.
El Niño se rio y volvió a decir—: Hoy es tu día de suerte.
Sergio no podía decir que estuviera de acuerdo con esa valoración, pero
técnicamente, el día seguía en curso. ¿Quién sabía lo que podría pasar? Con
sólo dos horas y media de sueño, seguro que le vendría bien un poco de
suerte.
El día transcurrió en un borrón de falta de sueño. Era un zombi andante,
y cuando Dale lo corrigió en sus matemáticas por décima vez, la última vez
que Sergio sumó seis y siete y dio quince, finalmente admitió—: Dale, lo
siento. Estoy dormido de pie. Mi todoterreno se averió anoche bajo la
lluvia. Dormí dos horas y media.
—Vete a casa —le dijo Dale.
Sergio se estremeció. ¿Lo estaban despidiendo? Dale se rio.
—No estás siendo castigado. No somos ogros totales aquí. Cuando
necesitas dormir, necesitas dormir. Ve a casa y duerme. Cuando regreses,
tal vez puedas volver a decirme cuanto son seis más siete.
Cuando Sergio le hizo saber a Violet que se iba, ella se ofreció a
prestarle su auto.
—Puedo conseguir que alguien me lleve a tu casa más tarde para
recuperarlo. Luego podemos ir a la inauguración de la galería a la que quería
que fuéramos. Estarás descansado lo suficiente al final del día, ¿verdad?
Sergio empezó a asentir. Luego se detuvo. No quería ir a la inauguración
de una galería. Si este era su día de suerte, ¿no merecía decir la verdad para
variar?
Sacudió la cabeza y se negó a aceptar las llaves del auto que Violet estaba
empujando en su dirección.
—Voy a llamar a un taxi. Luego me iré a la cama y dormiré hasta la
mañana. No quiero salir más tarde.
Violet le dio el pequeño puchero que solía pensar que era lindo. Se
apartó de ella y se dirigió a su oficina para llamar a un taxi.

☆☆☆
De camino a casa en taxi, Sergio escuchó un reportaje sobre “la gran
lotería”, algo sobre uno de los ganadores comprando un boleto ganador
en una gasolinera del centro. Se preguntó si sería la gasolinera a la que fue
la noche anterior. Debería revisar su boleto.
Sin embargo, cuando Sergio regresó a casa, estaba en un estado
semiconsciente. No tenía suficiente energía para revisar su boleto de
lotería. En cambio, se cayó en la cama y durmió durante cuatro horas. Se
despertó un poco después de las 8:00 p.m. Y sin sentirse siquiera un poco
culpable por su última mentira a Violet, pidió una pizza de pepperoni.
Llevándola a su cama porque todavía estaba demasiado cansado para
pensar, Sergio encendió el televisor. Las noticias locales estaban
terminando.
La alegre coanchor dijo—: Y para terminar con una nota ligera, cinco
personas sacaron los números ganadores del último gran premio gordo.
¡Uno de estos boletos se compró aquí mismo en nuestra ciudad!
¡Felicitaciones al ganador, sea quien sea!
«Verdad, el boleto».
Sergio saltó de la cama. Corrió a su bandeja de cerámica y buscó el
boleto. Agarrándolo, cogió su teléfono. Al mostrar los números ganadores
en la pantalla, los comparó con los números de su boleto.
Parpadeó y volvió a compararlos.
¡Coincidieron! ¡Todos los números coincidieron!
Sergio se levantó de un salto y gritó—: ¡Sí!
Por encima de él, Pies de Trueno golpeaba el suelo.
—¡Igualmente! —gritó él.
Sergio corrió hacia la cómoda y recogió al Niño de la Suerte. Sostuvo
el juguete como si fuera un compañero de baile y giró por la habitación.
—Eres brillante. ¡Absolutamente brillante!
El Niño de la Suerte sonó con su risita divertida.
Sergio imitó la risa y se tiró sobre su cama. Pateó sus pies en el aire y
gritó. Pies de Trueño volvió a golpear.
—¡Al diablo con usted! —gritó él.
No iba a aguantar más la mierda. Tenía los medios para solucionar todos
los problemas que tenía en su vida ahora.
Oh sí. ¡Las cosas iban a cambiar!

☆☆☆
Al día siguiente, Sergio llamó enfermo para ir al trabajo. Cuando Violet
telefoneó más tarde para ver cómo estaba, dejó que el contestador
automático le contestara. Luego visitó la sede de la lotería para reclamar
sus ganancias. Debido a que era una de las cinco personas que tenían los
números ganadores, después de impuestos, terminó con un poco más de
$600,000. Eso estuvo bien. Era suficiente.
De regreso a casa, Sergio se relajó en su sala de estar y reflexionó sobre
qué hacer a continuación. ¡Tenía tantas opciones ahora!
El lugar de reparación de automóviles había llamado para decirle que
había tenido una fuga de aceite que había dejado el vehículo seco. La
reparación del daño resultante en el motor costaría miles de dólares.
¿Debería gastarlo o simplemente venderlo como estaba por piezas y
conseguir algo nuevo?
Sonriendo, Sergio se levantó y fue a buscar al Niño de la Suerte.
Llevando el juguete a la sala de estar y sintiéndose un poco tonto, le
preguntó—: ¿Debo reparar mi auto o comprar uno nuevo?
—¡Te mereces cosas buenas! —cantó.
—Está bien. —Sergio se recostó y puso al Niño de la Suerte en su
regazo.
—¿Qué tipo de coche merezco?
—¡Mereces que tus sueños se hagan realidad!
—¿De verdad?
Sergio pensó en el auto de sus sueños, el auto que siempre había
querido, un auto que su padre había llamado una vez “una pérdida de
dinero impráctica”, esto es de un hombre que tenía diecisiete autos. ¿No
era tener más de dos o tres coches una pérdida de dinero poco práctica?
—No compras autos para flash, hijo —siempre decía Tony—. Los
compras por su valor. Compras flash y sólo pides que te timen. Pagarás
más de lo que vale el coche y serás un imán para los ladrones de coches.
—¿Qué pasa si me gusta el flash? —preguntó Sergio en voz alta ahora.
—¡Te mereces flash! —intervino el Niño de la Suerte.
—¿Qué debería comprar? —preguntó Sergio.
—¡Compra un coche deportivo llamativo, cuanto más caro, mejor!
Sergio disparó una pistola de dedo al juguete.
—Me gusta como piensas.
Ignoró la parte de él que era una pizca de miedo por el hecho de que
estaba teniendo una conversación con un juguete. El Niño de la Suerte le
había dado mejores consejos que los que jamás había recibido de nadie.
¿Quién era él para preocuparse por el origen de ese consejo?
Entonces, compró un coche deportivo llamativo, rojo brillante y caro.
De gama alta, altamente visible y tan impresionante como todo, el nuevo
auto de Sergio lo hizo sentir mucho más impresionante que su tonto reloj
estilo aviador. Y hablando de su reloj…
—¿Qué tipo de reloj debería comprar? —le preguntó al Niño de la
Suerte después de llegar a casa con su auto nuevo.
—¡Te mereces algo costoso!
Sergio se vistió y salió en su llamativo coche. Fue a la mejor joyería de
la ciudad y gastó 37.000 dólares en un nuevo reloj de oro. Era
impresionante.
Después de conseguir el reloj, se detuvo y llamó a Violet. Ella acababa
de llegar a casa del trabajo.
—¿Te gustaría cenar en el Horizon? —preguntó, sonriendo cuando ella
contuvo el aliento. El Horizon era el mejor restaurante de la ciudad.
Violet chilló.
—¿Cuál es la ocasión?
—Te lo diré cuando te recoja. Reúnete conmigo frente a tu edificio.
—Pensé que tu SUV todavía estaba en repración.
—Me compré un nuevo auto. Es rojo. No puedes no notarlo.
―Okeeey ―dijo Violet, extrayendo la palabra como si pensara que
había perdido las canicas.
Él se rio y colgó, conduciendo hasta el edificio de apartamentos de
Violet y acelerando el motor mientras se acercaba a su edificio. Pisó el
acelerador para acercarse, luego pisó los frenos y se detuvo en seco junto
a la acera, a sólo un pie de ella. Ella miró con la boca abierta sus nuevas
ruedas.
—¿Qué opinas? —preguntó mientras el potente motor retumbaba y ella
miraba boquiabierta el coche.
—¿Cómo? —preguntó Violet—. Los gerentes de proyectos no ganan
mucho más que los arquitectos senior.
—Sube. Te lo contaré.
Violet le sonrió mientras abría la puerta.
Durante una cena de bistec y langosta, con grandes rebanadas del pastel
de chocolate más delicioso que jamás había comido, Sergio le contó a
Violet sobre su premio de lotería. Sin embargo, no le habló del Niño de la
Suerte. Eso de alguna manera parecía un secreto que necesitaba guardar
para sí mismo.
Y también debería haberse guardado la lotería para sí mismo. Violet
inmediatamente comenzó a decirle cómo debía gastar el dinero.
—Deberías comprar un bote —le dijo mientras se abría paso a través
de su rebanada de pastel—. Podríamos salir al lago todos los fines de
semana. Ah, y deberías comprar un tiempo compartido. Entonces
podríamos ir a diferentes lugares cada fin de semana. O tal vez deberíamos
dar la vuelta al mundo. Oh espera. Un crucero. Deberíamos tomar un
crucero. O podríamos ir…
Sergio realmente no la estaba escuchando. Estaba saboreando el
increíble pastel de chocolate. Pero dijo—: Mm-hm —a intervalos
apropiados… hasta que se dio cuenta de que ella ya no hablaba. También
notó cuando ella le golpeó los nudillos con el tenedor.
—¡Ay! ¿Qué?
—Dije “¿Qué es eso?” —hizo un gesto hacia su nuevo reloj.
—Oh sí. —Sergio lo recordó de repente—. Me olvidé de mostrarte
esto. Lo acabo de recibir esta tarde. Cuesta treinta y siete mil dólares, pero
me lo merezco. —Sergio le dio otro bocado al pastel.
Violet tocó el reloj con reverencia y sonrió. Ella lo miró con ojos
brillantes.
—Entonces, ¿qué me compraste? Estuve preguntándome toda la noche.
Pensé que tenías que haberme comprado algo, ya que ganaste todo ese
dinero. Me imagino que lo vas a guardar para el final de la cena. Pero ahora
no puedo esperar más. ¿Qué me trajiste?
Sergio dejó su tenedor. Miró hacia abajo.
—¿Qué? —preguntó Violet—. Me compraste algo, ¿verdad?
Sergio hizo una mueca.
—Um…
—¿Te compraste un auto deportivo nuevo y un reloj de treinta y siete
mil dólares y no me compraste nada? —La voz de Violet se elevó al menos
una octava al final de la pregunta.
—Yo, eh…
«Piensa», se dijo a sí mismo. Seguramente, podría encontrar una buena
razón por la que no le compró nada.
Violet se puso de pie y tiró su servilleta.
—Llévame a casa ahora mismo.
Sergio no discutió. No tenía energía. Y, se dio cuenta, no le importaba
que ella estuviera enojada. Simplemente la llevó a casa.
Allí, Violet salió del auto y comenzó a alejarse. Luego se volteó y le
dijo—: Será mejor que tengas algo para mí mañana. —Ella se marchó, con
sus caderas balanceándose enfáticamente a su paso.
Sergio no le dio ni un pensamiento a Violet después de que dejó su
edificio de apartamentos.
Se sentía demasiado bien para que le molestara su rabieta.
Cuando llegó a casa, le mostró su reloj al Niño de la Suerte.
—¿Qué te parece? —le preguntó.
El Niño de la Suerte soltó una risita.
—¡Luces impresionante!

☆☆☆
Al día siguiente, Sergio se puso su reloj nuevo y se puso en marcha en
su coche nuevo.
—Bonitas ruedas —dijo Clive cuando entró en la oficina de Sergio poco
después de las nueve—. Este puesto debe pagar más de lo que pensaba.
—Cierra la puerta —dijo Sergio.
Había aprendido la lección de Violet. Contarle a la gente lo que ganó en
la lotería podría ser complicado.
Clive arqueó las cejas y cerró la puerta. Se dejó caer en una de las sillas
de visita de Sergio.
—¿Cuál es el gran secreto? ¿Robaste un banco?
—¡No! —Sergio sonrió. Bajó la voz—. Gané la lotería.
Clive se rio.
—Buena.
—De verdad. Compré un boleto porque… —Sergio se detuvo. Estaba
a punto de contarle a Clive sobre El Niño de la Suerte. De nuevo tuvo la
fuerte sensación de que debería guardarse esa parte para sí mismo. Cubrió
su casi error diciendo—: Porque tuve un capricho. Y gané.
Clive negó con la cabeza.
—¡Bien por ti! —vio el reloj de Sergio—. Bonito reloj.
Sergio se sonrojó.
—Merezco un poco de brillo.
—Seguro que sí. ¿Qué es lo siguiente? Oh, lo sé. ¿Qué tal si le compras
una piscina a tu buen amigo Clive?
A diferencia de Violet, Clive estaba bromeando. O al menos Sergio
esperaba que lo estuviera haciendo. Decidió ir con una respuesta de
broma.
—¡Ah! —Sergio puso los ojos en blanco—. Gana tu propia lotería.
Entonces puedes comprar tu propia piscina.
—Aguafiestas.
—Cuando compre mi piscina, puedes venir a usarla.
—¿Estás comprando una?
Sergio se encogió de hombros.
—En verdad, no estoy seguro de qué voy a hacer a continuación.
Necesito preguntarle–
Vaya, casi lo deja escapar de nuevo.
Clive lo miró.
—¿A quién le vas a preguntar? ¿A tu mami?
Sergio le lanzó un bolígrafo a Clive.
—Gracioso. No, no mi mami. Me refiero a preguntar, ya sabes, en
general. Como preguntarle a mi intuición. Pregúntale al universo. Algo
como eso.
—¿Cuándo te volviste espiritual?
—Tener dinero es una experiencia exaltante.
Clive se rio.
—Bueno, aun así, será mejor que te pongas a trabajar. Dale estaba
furioso ayer por tener que recoger tu carga porque estabas enfermo. Y el
proyecto Jenkins es un desastre.
Sergio frunció el ceño.
—No estoy criticando —dijo Clive—. No podría hacer lo que has
estado haciendo ni la mitad de bien que tú, pero sólo te advierto que los
poderes fácticos no se preocuparán por tu auto o tú brillo.
Sergio suspiró.
—Tienes razón, obviamente. Hice un desastre hace un par de días.
Tengo que arreglarlo.
Clive se puso de pie, se inclinó sobre el escritorio de Sergio y levantó
la mano.
—Choca los cinco.
Sergio le dio una palmada en la mano a Clive.
—Sinceramente, estoy feliz por ti —le dijo Clive—. Disfruta.
Simplemente no te cortes la nariz para fastidiar tu cara.
—¿Y eso que significa? —preguntó Sergio.
—No estoy realmente seguro. Es justo lo que decía mi madre cada vez
que hacía algo tonto en reacción a algo. De hecho, no creo que sea
aplicable aquí. Pero como sea. Sólo ten cuidado con tus decisiones.
—Sí papá.
Clive se rio y salió de la oficina de Sergio.
Sergio miró su reloj durante varios minutos y luego se puso a trabajar.
Y todavía estaba trabajando mucho después de que todos los demás se
fueran… incluso Violet. Ella no le estaba hablando. Era pasada la
medianoche cuando salió del edificio y se dirigió a su…
¿Dónde estaba su coche?
Su bonito coche deportivo nuevo, brillante y reluciente, no estaba en su
plaza de aparcamiento.
¿Qué demonios?
Sergio dio un giro completo en su lugar de estacionamiento vacío. Luego
suspiró, volvió al interior de su oficina y llamó a la policía.

☆☆☆
El oficial de policía que tomó su informe de auto robado fue lo
suficientemente amable como para llevar a Sergio a casa. Eso fue divertido.
A Sergio le gustaba escuchar la charla en la radio de la policía y le gustaba
la forma en que crujía el cuero cuando se movía en su asiento. No le
gustaba tanto el olor extraño que venía del asiento trasero, una
combinación de lejía y algo de olor agrio. No preguntó al respecto.
—Lamento que le robaran su automóvil con un día de haberlo
comprado —dijo el joven oficial cuando se detuvo frente al edificio de
Sergio. Su etiqueta con su nombre decía, NEAL, que Sergio asumió era un
apellido—. Eso llama a los grandes.
Sergio se desabrochó el cinturón de seguridad y se volvió hacia el oficial
Neal. Se dio cuenta de que el corte de pelo del oficial era reciente; podía
ver la piel blanca entre su cabello castaño y la línea bronceada en su cuello.
—¿Y no cree que lo recuperaré?
—Probablemente ya esté fuera del estado —respondió Neal—. O está
en partes. —Su voz se quebraba a menudo, como un adolescente en la
pubertad.
Sergio negó con la cabeza.
—Bueno, al menos estaba asegurado. —Cogió la manija de la puerta del
pasajero.
—Sí, pero también te llevan a eso. Obtendrás un libro azul por él, pero
no será tanto como pagó por él. Está sin impuestos y licencia y todo eso.
Sergio le sonrió a Neal mientras empujaba la puerta para abrirla.
—Bueno, eres un rayo de sol.
Neal se rio.
—Lo siento. Este trabajo tiende a crear pesimistas.
Sergio se maravilló de que el oficial Neal hubiera estado en el trabajo el
tiempo suficiente para volverse pesimista. Se preguntó cuáles eran los
objetivos del oficial Neal. ¿Tenía un gran sueño?
—Gracias por el viaje —dijo Sergio mientras salía del coche patrulla.
Saludó con la mano mientras Neal se alejaba y entró en la entrada principal
de su edificio, silbando. No iba a dejar que esto lo deprimiera. Fue sólo un
pequeño revés. Su suerte había cambiado.
O tal vez no.
Cuando entró en el ascensor y apretó el botón del cuarto piso, su vecina
de arriba corrió detrás de él y la empujó para pasar junto a él. Él la miró
con fastidio. Ella lo confundió con otra cosa.
—¿Qué estás mirando? —chasqueó Pies de Trueno mientras golpeaba
el botón del quinto piso.
Con pantalones ajustados y un sujetador deportivo, debió pensar que él
la estaba admirando. No lo estaba haciendo. No es que ella tuviera mal
aspecto. En realidad era linda, esbelta y lo suficientemente curvilínea, con
cabello rubio y una cara bonita. Pero ella era demasiado alta para él; ella
medía por lo menos un metro sesenta y cinco y él medía un metro setenta.
Sin mencionar que su personalidad arruinaba todo sobre su apariencia.
—Nada —dijo Sergio cuando el ascensor hizo un ruido sordo y
comenzó a subir—. Nada en absoluto.
Pies de Trueno no olía bien. Olía a sudor y humo de cigarrillo. Se
concentró en respirar por la boca.
Ella inhaló y lo miró de reojo.
—Será mejor que no me despiertes de nuevo esta noche.
Sergio la miró con incredulidad.
—Yo, ¿te despierto?
Ella lo fulminó con la mirada. La ignoró cuando las puertas del ascensor
se abrieron y salió a su piso.
Uno de los cuadrados de alfombra beige baratos que cubrían los pasillos
del edificio estaba pegado a las afueras del ascensor, y tropezó con él. Se
las arregló para contenerse, pero se tambaleó unos metros antes de
hacerlo.
La escuchó murmurar—: Perdedor —mientras las puertas del ascensor
se cerraban detrás de él.
Sus hombros se tensaron mientras caminaba por el pasillo, y cuando
llegó a la puerta, su buen humor se estaba desvaneciendo.
Y, justo cuando sacó las llaves, la Sra. Bailey abrió la puerta detrás de él
y cantó—: ¡Acabo de hacer galletas de avena y pasas!
Sergio se dio la vuelta y gritó—: ¡Odio las pasas!
La Sra. Bailey, con un plato de galletas cubierto con una envoltura de
plástico extendido frente a ella, se echó hacia atrás. Su rostro se arrugó en
el medio como si alguien tirara de un cordón sujeto a su piel.
Su labio inferior tembló.
—Bueno, ¿por qué nunca me lo dijiste?
—¡Estaba siendo educado! —gritó Sergio—. Pero no tengo ganas de ser
educado en este momento. De hecho, no tengo ganas de estar aquí ahora
mismo. Sólo quiero que me dejen en paz.
Los ojos de la Sra. Bailey se humedecieron. Ella asintió con la cabeza y
se retiró silenciosamente a su apartamento.
Sergio se sintió como un idiota, pero también se sintió regocijado. Decir
lo que quería fue muy liberador.
Dentro de su apartamento, siguió su rutina habitual después del trabajo.
Cuando terminó, ahora con su sudadera y camiseta, miró al Niño de la
Suerte, que seguía sentado y alegre, en la parte superior de la cómoda.
—¿Entonces qué debería hacer ahora? —le preguntó Sergio al juguete.
—Todos los que son alguien deberían tener una casa —respondió.
Sergio se quedó mirando la amplia sonrisa del juguete y comenzó a
sonreír igualmente.
¡Qué buena idea! ¡Su propia casa!
¿Por qué no comprarse su casa propia? Ahora tenía mucho dinero para
el pago inicial. Se lo dijo al Niño de la Suerte y lo elogió con—: Eres
brillante.
El Niño de la Suerte no había terminado de lanzar ideas.
—¡El efectivo es el rey! ¡Ve de mal a bien!
—¡Eso es aún más brillante! —Esta fue la mejor idea del juguete hasta
el momento. Podría comprar una casa de reparaciones económica con
dinero en efectivo, destriparla y luego rediseñarla por completo. Podría
usar todas las habilidades que había perfeccionado en la empresa para crear
una verdadera obra maestra de reinvención—. ¡Eres tan inteligente! —Le
dio al juguete una palmadita en una de sus mejillas sonrosadas.
El juguete se rio.
Sergio se dirigió al teléfono. Necesitaba contactar a un agente
inmobiliario.
—Para ir a lugares, debes tener ruedas.
Sergio se detuvo. Se volvió hacia Niño de la Suerte y se rio.
—Bueno, me alegro de que alguien en esta sala esté pensando. Olvidé
que no tengo coche. —Él frunció el ceño.
—¿Qué debo conseguir esta vez? ¿La misma cosa?
—Deberías tener más y mejor.
Sergio dio un puñetazo al aire.
—¡Perfecto! Estás absolutamente en lo correcto. ¡Conseguiré una gran
camioneta! —Se volteó para dirigirse hacia el teléfono de nuevo—. Eso es
lo que haré primero.
Y lo hizo.
Por la mañana, condujo su nueva camioneta negra de ocho cilindros,
cabina extra, cama larga y levantada con enormes neumáticos para trabajar.
Sí, era sábado y deseaba poder estar mirando casas, pero como se ausentó
el jueves, estaba totalmente atrasado. Incluso sin perderse ese día, habría
tenido que trabajar hoy. Ahora también tendría que trabajar mañana.
Cuando la estacionó en su lugar, decidió que se veía aún más
impresionante que el auto deportivo rojo. Ver al monstruo de la carretera
negro y cromado brillante sentado en su lugar reservado casi compensa
estar en la oficina el sábado por tercera semana consecutiva.
Sergio cerró su camioneta y le dio una palmadita al capó. Había hecho
que el concesionario agregara un sistema de seguridad mejorado a su nueva
camioneta para que supiera que la encontraría aquí esperándolo al final del
día. Si alguien intentaba llevarse a este bebé, ese alguien iba a tener un día
muy malo.
El concesionario había estado feliz de venderle a Sergio la actualización
de seguridad, pero extrañamente se había opuesto a la solicitud de Sergio
de que se agregara un elevador de suspensión completo a la camioneta.
Sergio habría pensado que el tipo estaría feliz de ganar más dinero. Pero
en cambio, advirtió—: Una camioneta elevada es un peligro de inclinación
o vuelco. Se sorprenderá de lo fácil que es hacer rodar una camioneta
cuando está levantado.
Sergio le agradeció la advertencia, pero le dijo que lo hiciera de todos
modos. Y se alegró de haberlo hecho.
Sergio entró pavoneándose en la oficina sintiendo que era al menos tres
pulgadas más alto que antes. Se sintió aún más alto cuando llegó a su oficina
y recibió una llamada telefónica de su aseguradora. Iban a pagar el precio
total de compra de su vehículo robado, y los impuestos y los costos de la
licencia se reembolsarían porque no pasaron antes de que se llevara el
automóvil. Hasta aquí el pesimismo del oficial Neal. ¡Ajá! ¡Sergio estaba en
racha!
O tal vez no.
Cuando Sergio colgó el teléfono, miró hacia arriba para encontrar a
Violet parada en la puerta de su oficina. Como era sábado, estaba vestida
de manera informal. Llevaba unos vaqueros ajustados con un dobladillo con
volantes y una blusa amarilla vaporosa con un fleco de plumas. Mientras
golpeaba con el pie, el dobladillo de volantes rebotó y su flequillo bailó.
—Sabía que te encontraría aquí.
—Oh, hola, Violet.
—Nada de “Oh, hola, Violet”.
Sergio frunció el ceño. Realmente necesitaba volver al trabajo.
—¿Qué ocurre?
—¿Qué ocurre? —Violet descruzó los brazos y se dirigió a su escritorio.
Ella volvió a cruzar los brazos y lo miró.
—¿Ya me compraste un regalo?
Sergio apretó los labios. Ni siquiera lo había pensado.
—He estado muy ocupado.
Violet resopló.
—Realmente no vas a intentarlo, ¿verdad? ¿Con esa ridícula camioneta
afuera? Tuvo que llevar tiempo comprar esa monstruosidad. ¿Pudiste
administrar el tiempo para ir al concesionario y no para entrar en una
joyería y comprarme algo?
—Lo siento, Violet. No tengo excusa Simplemente he estado tan
envuelto en la emoción de todo esto.
—Envuelto en ti mismo, quieres decir.
—¿Eso es tan malo?
—¿Qué? ¿Ser egoísta? Sí, eso es malo.
Sergio la fulminó con la mirada.
—Si es egoísta estar envuelto en uno mismo, entonces eres una especie
de olla que dice que la tetera es negra, ¿no es así?
—¿Qué? ¿Qué clase de insulto es ese?
—¿Nunca has escuchado el modismo, la olla llamando a la tetera negra?
—Claro, pero… —Ella arqueó las cejas—. ¿Me estás llamando egoísta?
—Si el zapato te calza.
—Bueno, que te jodan a ti y a tus estúpidos modismos.
Antes de que Sergio pudiera decir algo más, Violet salió furiosa de su
oficina.
Sergio la miró fijamente durante varios segundos. Luego se encogió de
hombros y volvió a trabajar.

☆☆☆
Al final de una jornada muy larga, Sergio arrastró su cuerpo cansado
hasta su impresionante camioneta nueva. Estaba frustrado: incluso si
regresara mañana y trabajara todo el día, todavía estaría muy atrasado el
lunes por la mañana. A este paso, nunca podría buscar una casa y mucho
menos tendría tiempo para renovarla.
Sabía que no estaba lo suficientemente en casa en estos días como para
preocuparse realmente por el aspecto de su hogar, pero estaba cansado
de vivir bajo Pies de Truenos y cansado de vivir al otro lado del pasillo de
la Sra. Bailey. Además, se merecía vivir en un lugar mejor que este edificio
de apartamentos cúbico con sus cuadrados de alfombra barata.
Pero, ¿cómo podía moverse y trabajar? No había suficientes horas en el
día.
¿Y qué iba a hacer con Violet?
Tan pronto como se cambió de ropa, Sergio le hizo al Niño de la Suerte
esta misma pregunta.
—Mereces ser feliz.
—Estoy de acuerdo. Pero… —Se sentó en el borde de su cama—.
Violet no me hace feliz.
Esto fue un poco revelador.
—Eh —dijo Sergio.
Pensó en su año con Violet. ¿Alguna vez lo había hecho feliz?
No exactamente. Realmente no. No, en absoluto.
Tener novia lo hacía sentir bien. Nunca había tenido una en la escuela
secundaria o la universidad. Todo lo que había hecho era suspirar por la
fuera de su alcance Sophia en la escuela secundaria, y en la universidad,
nunca tuvo tiempo para tener citas. Había salido varias veces desde
entonces, pero Violet era su primera chica estable. Y por eso salió con ella:
no porque ella lo hiciera feliz, sino porque seguía saliendo con él. Tener
una novia estable lo hacía sentirse impresionante.
—¿Qué debo hacer con Violet?
—Si está roto, arréglalo o deshazte de ello —respondió el Niño de la
Suerte.
Parecía un buen consejo.
¿Sergio quería arreglar las cosas con Violet? No, no.
Bueno. Entonces la solución era simple. Se inclinó sobre su mesita de
noche y cogió el teléfono. Marcó el número de Violet.
Cuando contestó, era obvio que había estado durmiendo.
—Hola —susurró en el teléfono.
—Violet, yo…
—¿Qué hora es, Sergio? ¿No puedes esperar hasta un momento
razonable para llamar y disculparte?
Sergio puso los ojos en blanco.
—No llamo para disculparme. Te llamo para romper contigo.
—¿Qué? Sonaba como si acabaras de decir…
—Romper contigo. Eso es lo que dije. No quiero estar más contigo.
Violet guardó silencio. Pero ella todavía estaba al teléfono. Podía oír su
respiración.
—Debería haberme dado cuenta cuando no te compré nada. Si te amara
y realmente quisiera estar contigo, comprarte algo debería haber sido una
obviedad. Pero yo–
—Olvídate, Sergio. No eres lo suficientemente bueno para mí de todos
modos. Eres un hombrecito de aspecto gracioso y yo soy demasiado
atractiva para ti. —Violet colgó su teléfono y la línea se cortó.
Sergio se sentó un segundo para ver si se sentía mal. No era así.
Miró al Niño de la Suerte.
—Buen consejo.
El Niño de la suerte se rio.
De acuerdo, el problema de la novia de Sergio se resolvió. Pero ¿qué
pasaba con su trabajo?
¿Cómo podía ser feliz y trabajar el tipo de horas que trabajaba?
—¿Qué debo hacer con mi trabajo?
—Hay mejores cosas en el horizonte.
Sergio se hundió en su cama. «Guau. Nunca había pensado…»
Miró al Niño de la Suerte, y sus grandes ojos azules le devolvieron la
mirada.
¿Por qué Sergio no había pensado en eso?
¿Por qué seguía en su trabajo?
No había estado contento en la empresa durante algún tiempo y, en
lugar de buscar otra cosa, acababa de solicitar el puesto de director de
proyectos. Habla sobre pensar en el interior de la caja.
¡Tenía que salir de la caja! Estar fuera de la caja.
Sergio se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro junto a su
cama. La semilla de una idea estaba brotando en su mente. «¿Y si…?»
Se volvió y miró al Niño de la Suerte.
—¿Qué piensas de que yo inicie mi propio negocio?
—Mereces ser tu propio jefe. ¡Sería impresionante!
Sergio sonrió. Sí lo seria.
Pensó en su papá.
Aunque Tony nunca lo dijo, estaba decepcionado con la carrera de su
hijo.
Sergio lo sentía cada vez que Tony hacía su estúpida pregunta sobre
rascacielos.
—Este país se basa en la columna vertebral del espíritu empresarial —
le gustaba decir a Tony—. Los hombres como yo mantienen fuerte a
nuestra nación.
Si Sergio quería enorgullecer a su padre, necesitaba ser un
emprendedor.
Y sabía cómo hacerlo.
Pero primero, tenía que dejar su trabajo.
Lo que hizo a la mañana siguiente.
—¿Realmente estás renunciando? —dijo Clive cuando entró en la
oficina de Sergio quince minutos después de que Sergio le informara a Dale
que había terminado con el nuevo trabajo.
—¿A qué diablos estás jugando? —había preguntado Dale. La parte
superior de su calva se enrojeció cuando gritó—: ¿Solicitas un trabajo
fundamental, lo consigues, lo aprovechas y luego renuncias? Te das cuenta
de que también has terminado en esta empresa, ¿verdad?
Sergio asintió.
—Bueno, sí. Eso iba a ser lo próximo que diría. Voy a dejarlo por
completo.
—¿Qué demonios te pasa? ¡Eres nuestro arquitecto más brillante! Estás
desperdiciando tu carrera.
Sergio se encogió de hombros.
—Puedes pensar eso si quieres. Voy a entrar en el negocio por mí
mismo.
Dale soltó una carcajada.
—Oh, eso suena bien. Te quedarás sin hogar en poco tiempo.
Sergio se encogió de hombros de nuevo.
—No. Voy a ser un emprendedor exitoso e impresionante.
Dale negó con la cabeza y salió de la oficina de Sergio.
—Sí —le dijo Sergio a Clive ahora—. Realmente estoy renunciando.
Clive se apoyó contra la pared y observó a Sergio poner sus
pertenencias personales en una caja de cartón.
—¿Qué vas a hacer?
—Salir de la caja.
Clive se rio y señaló los brazos de Sergio, que estaban actualmente
dentro de la caja en su escritorio. Sergio también sonrió.
—Sabes a lo que me refiero.
—No exactamente, pero te deseo suerte.
—Oh, ahora tengo mucha suerte. Tengo al Niño de la Suerte. —Se rio
y notó que su risa sonaba, extrañamente, un poco como la risa tonta del
Niño de la Suerte.
«Oops». No había querido decir eso.
Clive frunció el ceño.
—¿Eres alguien con suerte? ¿Es eso lo que acabas de decir?
Sergio parpadeó y mintió.
—Sí.
Clive extendió un puño y Sergio lo golpeó con el suyo.
—Mantente en contacto —dijo Clive.
—Lo haré —respondió Sergio.

☆☆☆
Pero no lo hizo.
Tenía demasiadas cosas en juego.
Por un lado, tenía que encontrar el lugar adecuado para renovarlo y
convertirlo en un nuevo hogar.
Sergio pensó que encontrar un reparador sería fácil. La ciudad estaba
llena de ellos, y después de años de trabajar en renovaciones residenciales,
conocía a muchos agentes inmobiliarios. ¿A quién debería llamar?
Sergio se sentó en su pequeña mesa de comedor retro y comió pollo
kung pao de la caja mientras reflexionaba sobre su próxima búsqueda de
casa. El Niño de la Suerte se sentó en la mesa frente a él.
A Sergio, mientras ordenaba la cena, se le ocurrió que dejar el juguete
en el dormitorio era un poco descortés. Después de todo, el Niño de la
Suerte había sido el catalizador de muchas cosas maravillosas en su vida, y
eso fue sólo en unos pocos días. Aquí estaba Sergio, un hombre de ocio
que estaba a punto de embarcarse en una impresionante aventura
empresarial, y estaba ignorando groseramente al pequeño que lo había
hecho todo posible. Entonces, trajo al Niño de la Suerte para que lo
acompañara a cenar.
—Ojalá pudiera compartir esto contigo. Pero no creo que los juguetes
coman.
Sergio bifurcó un poco de pollo picante. Masticó, tragó y reflexionó—:
Entonces, ¿qué agente de bienes raíces debo elegir?
—Lo bonito es bueno —respondió el juegue.
Sergio lo miró.
—Bueno, ¿no eres un pequeño Casanova? ¿No acabo de deshacerme de
una novia?
El niño de la Suerte se rio.
—¿Estás diciendo que debería encontrar una mejor?
El Niño de la Suerte volvió a reír.
—Está bien. Bonita. Veamos. —Pensó en los agentes que conocía.
Una de ellas, Eve, era muy bonita. Pero también estaba razonablemente
seguro de que estaba casada.
—Bonita no nos hace ningún bien si está casada —señaló.
—Te mereces una gran chica que te adore.
—Sí.
Violet nunca lo había adorado. Buen viaje a ella. Alguien mejor estaba
ahí fuera. Pensó por un minuto.
Chasqueó los dedos. Había una agente llamada Claire Fredericks que
era menuda y de voz suave. Una vez tuvieron una conversación sobre
ciencia ficción y ella dijo que le gustaba. Era un buen comienzo, ¿no?
Por lo que Sergio sabía, estaba soltera.
Cogió el teléfono y llamó a Claire para programar una cita para ver las
casas al día siguiente.

☆☆☆
Al padre de Sergio le gustaría Claire, decidió Sergio mientras se sentaba
con ella en una mesa de conferencias en su oficina de bienes raíces. Claire
no sólo era pequeña y delgada, sino que también era morena. Ella parecía
italiana. No sabía si lo era, pero la miró. Eso sería suficiente para Tony.
Y ahora podía oír a su madre.
—Oh, los bebés que podrían hacer juntos. —Siempre decía eso cuando
intentaba tenderle una trampa con una chica italiana.
—¿Qué tienes exactamente en mente? —preguntó Claire, girando para
enfrentar a Sergio.
Sergio decidió que Claire no era lo que la mayoría de la gente llamaría
“bonita”.
Sus rasgos eran demasiado fuertes para eso. Pero pensó que ella llamaba
la atención. Tenía unos ojos enormes, algo almendrados, de color marrón
muy oscuro. Él los veía como ojos de cómic. La cara de Claire sería una
gran cara de superhéroe.
Tan cerca de ella, podía oler su perfume, que era ligero pero distintivo.
Olía como una combinación de frutas y flores, algo cítrico y dulce. A él le
gustó. Tuvo que obligarse a pensar en casas en lugar de en Claire.
—Recientemente obtuve una cantidad sustancial de dinero. Y quiero
aprovecharlo no sólo en un nuevo hogar para mí, sino también en un
negocio de diseño multimillonario. Con ese fin, quiero algo que necesite
una revisión total. Y estoy pensando en algo industrial, tal vez, algo con un
enorme potencial arquitectónico. ¿Hay algo disponible en el antiguo
distrito de almacenes, la parte que fue rezonificada?
Claire asintió varias veces.
—Oh, qué emocionante. Me encantaría ser parte de ayudarte a
construir un negocio multimillonario. Y creo que tu plan es excelente. Su
estética de diseño es perfecta para ese tipo de rehabilitación de edificios.
—No sabía que te habías fijado en la estética de mi diseño. —Se sonrojó.
Claire le sonrió.
—Noto más de lo que dejo ver.
Sergio le devolvió la sonrisa a Claire. Estaba seguro de que ella estaba
coqueteando con él.
Claire se aclaró la garganta.
—Hay varias propiedades que se ajustan a su descripción, pero hay una
en particular que creo que será perfecta para usted. ¿Quiere ir a verla?
—Absolutamente.
Fueron a verla. Y era perfecta.
La propiedad perfecta era un antiguo almacén independiente que estaba
justo en el borde del área recientemente rezonificada como residencial.
Esto significaba que obtenía lo mejor de ambos mundos. Encajaba con los
otros almacenes reconstruidos a su alrededor, pero también se apoyaba
en la exuberante vegetación de la zona residencial vecina y bien establecida.
Con 5,500 pies cuadrados, la propiedad era ideal para lo que Sergio
quería hacer con ella, que era crear una sala de estar espaciosa con mucho
asombro arquitectónico y un espacio de oficina contiguo con
características estructurales aún más llamativas. El almacén tenía un
exterior de ladrillos que estaba en fantásticas condiciones, y las vigas de
soporte interiores y los muros de carga parecían sólidos. Sí, era un edificio
impresionante y Sergio se lo merecía absolutamente.
Pero costaba más de lo que había planeado gastar. Sergio hizo algunos
cálculos. Ya había recibido el pago del seguro del automóvil y el reembolso
de los impuestos y las tarifas de la licencia. La camioneta no había costado
tanto como el auto deportivo, por lo que iba adelante. Si compraba este
viejo almacén, estaba bastante seguro de que le quedaría suficiente para
completar las renovaciones. ¿Debería hacerlo?
Por supuesto que debería.
—Hagamos una oferta —le dijo Sergio a Claire.
Ella aplaudió, luego se puso manos a la obra y redactó la oferta.
—Iré a presentar esto ahora mismo. Espero que el propietario lo
acepte.
—¿Quieres ir a cenar para celebrar cuando él lo haga? —espetó Sergio.
Claire lo estudió por un momento. Luego hizo un lindo medio
encogimiento de hombros y dijo—: Claro.
Sergio sonrió.
—Estoy tan contento de haberte llamado.
Claire le devolvió la sonrisa.
—Yo también.

☆☆☆
Sergio se fue a su casa para esperar noticias sobre su oferta. Allí, le
contó al Niño de la Suerte lo que pasó. El Niño de la Suerte se rio.
Mientras esperaba la llamada de Claire diciéndole que tenía el lugar,
Sergio comenzó a hacer bocetos de sus ideas para él. Ya había dibujado
planos para todo el primer piso cuando Claire llamó.
—¡Lo tienes! —dijo ella cuando respondió.
—¡Estupendo!
—Necesito terminar un par de cosas, y luego estaré libre por la noche.
—¿Puedo recogerte? —preguntó Sergio.
—Claro.
Fijaron una hora y Sergio colgó.
Miró al Niño de la Suerte.
—¿Dónde debo llevarla a cenar? —preguntó—. Quiero impresionarla.
—Te mereces ir a donde quieras. Impresiónate a ti mismo.
Sergio se rio.
—Estás bien. Debería impresionarme para variar. Bueno, me gusta ese
lugar mexicano del centro, el que tiene la fuente en el patio. La llevaré allí.
El Niño de la Suerte se rio.
Sergio jugó con sus planes durante unos minutos más, y luego se
preparó para la cena, poniéndose un par de pantalones negros casuales y
una camisa de vestir de rayas grises y negras. Agarró una chaqueta de cuero
negro para terminar el conjunto y se dirigió hacia la puerta, sólo
encogiéndose un poco cuando Pies de Truenos comenzó a dar dos pasos
en el techo. Cuando llegó a la puerta, su mirada se posó en el Niño de la
Suerte, que todavía estaba sentado en la mesa.
Sergio se sintió mal al dejarlo solo en casa. Le estaba dando a todos esos
buenos consejos. ¿Merecía sentarse como una chuchería en un
apartamento vacío?
De ninguna manera.
Sergio lo tomó, lo colocó bajo su brazo y salió por la puerta. Cuando
Sergio miró la puerta cerrada de la Sra. Bailey antes de caminar por el
pasillo, el juguete se rio.
La señora Bailey no había molestado a Sergio desde su arrebato con las
pasas. Esperaba que sus sentimientos heridos, o lo que fuera que la
mantenía dentro de sus propias paredes, aguantara hasta que él se mudara
a su nuevo lugar.
En su camioneta levantada, Sergio colocó al Niño de la Suerte en uno
de los portavasos de la consola. Cuando eso lo puso en un agujero más de
lo que parecía educado, Sergio sacó algunos papeles de la guantera, los
dobló e hizo una especie de asiento elevado para este.
El Niño de la Suerte se rio.
—Puede que no quieras hacer eso cuando Claire esté cerca —dijo
Sergio, poniendo en marcha el motor.
—Los juicios de otras personas son irrelevantes.
Sergio miró a su nuevo amigo.
—Tienes razón, en realidad. Está bien, ríete si quieres.
El Niño de la Suerte se rio.
Sergio salió de su estacionamiento.
—¿Crees que debería llevarle algo? Flores ¿Demasiado o no es
suficiente?
—Las rosas hablan desde el corazón.
—Está bien. Rosas entonces.
Sergio pasó por una floristería y compró una docena de rosas rosadas.
A juzgar por los ojos brillantes de Claire y su gran sonrisa cuando las vio
en el tablero, tomó una buena decisión.
Miró de las flores a Sergio.
—¿Para mí?
—Por supuesto.
Se acercó a ellas y luego frunció el ceño.
—¿Qué ocurre? ¿Eres alérgica?
—No. No, sólo estaba pensando que se marchitarán mientras estamos
cenando.
Sergio negó con la cabeza.
—Les pedí que pusieran esos pequeños frascos de agua en el extremo
de cada tallo.
Claire lo miró y sonrió ampliamente. Luego lo abrazó.
—¡Eres tan considerado!
Sergio aceptó el abrazo y le dio al Niño de la Suerte un pulgar hacia
arriba a espaldas de Claire.
Tan pronto como Claire estuvo abrochada en su asiento, notó al
juguete. Ella lo recogió.
—¿Qué es esto?
Sergio se tensó, sintiéndose extrañamente posesivo con el pequeño.
—Ese es mi Niño de la Suerte. Es… una especie de mascota.
Claire lo miró perpleja.
Sergio vaciló, luego decidió seguir adelante y contarle toda la historia.
Antes, le había parecido incorrecto hablar de él, pero ahora se sentía
irrespetuoso no hablar de él. No decir la verdad parecía que Sergio se
estaba atribuyendo el mérito del reciente giro de los acontecimientos que
había tomado su vida. El Niño de la Suerte debería tener algún
reconocimiento.
Sergio le contó a Claire toda la historia.
Claire escuchó con gran atención, sus cejas subieron cada vez más a
medida que avanzaba la historia. Cuando Sergio terminó, le dio la vuelta al
juguete.
—¿Cómo funciona?
Sergio se encogió de hombros.
—¿No tienes curiosidad? ¿No quieres desarmarlo y descubrirlo? —
Empezó a tirar de los brazos del Niño de la Suerte.
Sergio agarró al Niño de la Suerte lejos de Claire.
—¡No!
Las cejas de Claire subieron un poco más.
—Lo siento —dijo Sergio—. Supongo que soy sentimental al respecto.
Claire miró del Niño de la Suerte a Sergio y viceversa.
—Entiendo —dijo.
Sergio no creía que lo hiciera. Pero no dijo nada más, y para entonces
ya habían llegado al restaurante.

☆☆☆
Las siguientes semanas pasaron de forma borrosa. Mientras Sergio
esperaba que se cerrara el trato, terminó sus diseños. Luego los envió para
su aprobación a las oficinas de permisos de la ciudad mientras hablaba con
los contratistas. Estaba buscando exactamente el equipo adecuado para
trabajar en su proyecto y no tardó en encontrarlo. Poco después, obtuvo
la aprobación y comenzó la renovación.
Además, se mudó a su nuevo lugar.
No planeaba dejar su antiguo apartamento antes de que se hicieran las
renovaciones a su nuevo lugar, pero su contrato de arrendamiento se
renovó y recibiría una multa si se iba antes de fin de año. Eso no tenía
sentido, por lo que dejó que el contrato de arrendamiento caducara.
Contrató a una empresa de mudanzas para empacar sus cosas y
trasladarlo todo a la nueva propiedad. Hasta luego, Pies de Trueno. Hasta
luego, Sra. Bailey.
Aunque el almacén era un desastre, lleno de montones de madera
demolida, concreto y paneles de yeso, un laberinto de paredes desnudas
hasta los postes, tuberías expuestas y cableado, Sergio pudo limpiar una
esquina para apilar sus pertenencias, guardar sus muebles y preparar su
cama. Tenía electricidad y un baño que funcionaba. Pero no tenía cocina.
Compró una pequeña nevera para cosas como leche y acompañamientos
para sándwiches, pero sobre todo, pensó que podía comer fuera o llevar.
Básicamente era un camping urbano.
Sergio se sintió como cuando era un niño y comenzaba una nueva
aventura.
—¿Qué opinas? —le preguntó al Niño de la Suerte cuando dejó el
juguete encima de una pila de cajas cerca de la cama. Sergio hizo su
caminata lunar patentada y giró, y extendió los brazos hacia arriba y hacia
afuera—. ¿No va a ser fantástico este lugar?
—Te mereces lo mejor.
—Esto será lo mejor cuando esté listo.
El Niño de la Suerte se rio.
Sergio una vez más se encontró con días largos, pero como era su
propio jefe, no le importaba tanto. Disfrutaba supervisando su proyecto…
hasta que no. Y estaba disfrutando de Claire… hasta que no lo estaba.
El problema del proyecto fue el dinero. Resultó que había subestimado
los costos. No tenía un presupuesto lo suficientemente grande para hacer
todo lo que quería hacer. Y si no pudiera hacer lo que quería hacer, no
crearía un espacio impresionante. Si no creara un espacio impresionante,
no podría usar su casa como plataforma para conseguir clientes.
—¿Dónde puedo conseguir más dinero? —le preguntó Sergio al Niño
de la Suerte una noche.
—¡Los ricos tienen mucho dinero!
Sergio no estaba seguro de qué pensar de eso, pero pensó que el Niño
de la Suerte lo dejaría claro pronto. Siempre le decía qué hacer.
A estas alturas, Sergio llevaba al juguete a todas partes. El Niño de la
Suerte lo ayudaba todo el día. Ayudaba a Sergio a elegir materiales, tomar
decisiones de diseño y administrar su tiempo. Incluso ayudaba a Sergio a
elegir su comida.
El Niño de la Suerte también le aconsejó sobre otras compras, como
todos los productos electrónicos que estaba comprando para el nuevo
lugar y toda la ropa informal que estaba comprando para reemplazar su
guardarropa de trabajo más formal. Cuando Sergio se preocupó por gastar
su dinero, el Niño de la Suerte le dijo—: Te mereces lo mejor.
El Niño de la Suerte tenía lo mismo que decir sobre Claire.
Todo con Claire fue genial al principio. Apreciaba los lugares a los que
la llevó y las flores y regalos que le trajo. Pero cuando el dinero se hizo
más escaso y él tuvo que dejar de darle regalos y comenzar a sugerir que
se quedaran en casa, ella comenzó a cambiar. Oh, ella todavía actuaba dulce
y todo, pero estaba seguro de que podía sentir un trasfondo en las cosas
que decía.
—Por supuesto, no me importa hacer un picnic en el suelo de tu casa
—sonaba como: ¿Quién te crees haciéndome sentar en el suelo, tacaño? —No
fueron sus palabras exactamente; fueron las inflexiones de sus palabras.
Y luego estaban las formas en que ella estaba tratando de mejorarlo. Ella
lo hizo de una manera disimulada. No le diría que no le gustaban sus
camisas, por ejemplo; ella acaba de comprarle “regalos” de camisetas
nuevas. No le dijo que odiaba su gusto por la música; ella acaba de
comprarle CD nuevos. Se estaba volviendo molesto.
Y luego estaban las sugerencias “útiles”. Cuando él se quejaba de que
deseaba ser más alto, ella dijo—: Bueno, siempre podrías tener plataformas
en tus zapatos, cariño. —¿Por qué no pudo haberla apoyado y haber
dicho—: ¡No seas tonto, eres bastante alto! —Se estaba cansando de
quedarse bajo, literal y figurativamente.
Cuando Sergio le preguntó al Niño de la Suerte sobre Claire, dijo—:
¡Te mereces a la chica de tus sueños!
Sergio estuvo de acuerdo. Necesitaba dejar de perder el tiempo con
mujeres que no eran adecuadas para él. Sólo había una chica para él, y esa
chica era Sophia. No pudo tenerla en la escuela secundaria, pero ahora las
cosas eran diferentes.
No sólo se merecía tenerla, ¡sino que ella sería afortunada de tenerlo a
él!
Iba a tener que romper con Claire.
Desafortunadamente, se acercaba una cena para que conociera a sus
padres. Su madre lo había estado molestando para que lo instalara durante
semanas, y la semana anterior, ella lo había llamado, aparentemente para
decirle que había recibido su tercera invitación a su décima reunión de la
escuela secundaria. Pero una vez que lo tuvo al teléfono, dijo—: ¿Cuándo
vamos a conocer a tu Claire? Me sigues desanimando, Sergio. No es
agradable desanimar a tu madre. Hace tres semanas, dijiste—: La semana
que viene. Hace dos semanas, dijiste—: La semana que viene. Hace una
semana…
—Lo entiendo, mamá.
—¿Entonces?
—Entonces, ¿qué tal esta semana? —dijo él.
—Perfecto —dijo su madre—. Vendrás el sábado.
Ahora deseaba no haber estado de acuerdo.
—¿Debo cancelar la cena? —le preguntó al Niño de la Suerte.
—¡Tu padre es rico! Ir a cenar. Conseguir un préstamo.
Sergio nunca le había pedido dinero a su papá, pero el Niño de la Suerte
tenía razón.
Tony era rico. ¿Por qué no pedir un préstamo cuando fuera a cenar?
Tendría que romper con Claire después de eso.
Como sospechaba Sergio, a sus padres les gustó Claire a primera vista.
Su madre se preocupó tanto por Claire que él dijo—: Ella no es de la
realeza, mamá.
—Bueno, sólo estoy siendo amigable. —Su madre se dio unas
palmaditas en el pelo negro canoso, que había recogido en un elaborado
moño. Se alisó la amplia falda de su vestido de cóctel verde esmeralda. A
su madre le gustaba “arreglarse”.
Claire levantó la barbilla y dijo—: Sergio, ¿no sabes que todas las
mujeres quieren ser tratadas como de la realeza?
—Bien —dijo Sergio—. Entonces las dejaré aquí damas reales. Necesito
hablar con papá.
Tony había saludado a Sergio y Claire y luego se había retirado a su
estudio. Su trabajo no estaba terminado por el día. Pero gritó—: Adelante
—cuando Sergio llamó a la puerta.
Sergio entró en el dominio de su padre. Como siempre, se detuvo y
miró con asombro el espacio. A Tony le encantaban los detalles
arquitectónicos históricos y había diseñado una oficina llena de tantos
elementos de madera tallada y tantos adornos de filigrana que parecía algo
del siglo XVI. Era una oficina enorme, de más de mil pies cuadrados, y tenía
dos pisos. Alineada con estanterías llenas de libros, la habitación tenía una
escalera rodante para los estantes altos y una escalera de caracol a un
balcón superior.
—Ella es un premio —le dijo Tony a Sergio antes de indicarle a Sergio
que se sentara en un lujoso sofá de cuero marrón junto a la chimenea de
ladrillos.
—Hm —dijo Sergio.
Tony se sentó en su sillón reclinable.
—Pero no estás aquí para hablar de ella. ¿Qué tienes en mente, hijo?
—Necesito un préstamo —dijo Sergio. Había decidido ser directo.
—Pensé que habías ganado bastante dinero.
—Lo he gastado casi todo.
Las pobladas cejas blancas de Tony se elevaron.
—Papá, siempre dijiste que tienes que gastar dinero para ganar dinero.
Y eso es lo que estoy haciendo. Tengo que crear una renovación
alucinante, algo tan bueno que vaya a aparecer en revistas de arquitectura
y diseño e incluso en el periódico. Necesito crear rumores; eso es lo que
me conseguirá clientes. Si pudieras prestarme sólo un par de cientos de
miles, puedo crear lo que quiero y luego mi negocio comenzará a funcionar.
Te devolveré el dinero muy rápido.
Tony se pasó una mano por su pelo blanco y rizado. Se alisó el bigote y
luego se dio unos golpecitos en el costado de su larga nariz, la nariz que
desafortunadamente le había pasado a Sergio.
—Está bien. Te prestaré el dinero. Pero es un préstamo a corto plazo.
Si no puedes devolverlo en seis meses, lo devolverás en mano de obra.
Sergio, que había empezado a sonreír, frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Tendrás que venir a conducir un camión por mí.
Sergio miró a su padre. Luego se encogió de hombros. ¿Por qué no
aceptarlo? Podría devolver el préstamo antes de que eso suceda.
Aun así, el intercambio le preocupaba.
Durante la cena, sus preocupaciones se convirtieron en una auténtica
molestia.
Cenaron al aire libre, sentados a la mesa de hierro y cristal del patio de
piedra del jardín trasero. Habría sido una buena comida si Claire no le
hubiera seguido atacando.
—¿Quieres probar algunas de mis coles de Bruselas asadas? —le
preguntó en un momento—. Son realmente buenas.
La madre de Sergio encontró divertida la pregunta.
—A Sergio no le gustan las coles de Bruselas, Claire, querida. Es como
su padre; simplemente no aprecian las buenas verduras. —Tony ignoró el
comentario. Sergio no pudo. Le molestaba. ¿Quién se creía Claire
diciéndole lo que le gustaría?

☆☆☆
En el coche de camino a casa, Sergio hizo lo que tenía que hacer.
Claire estaba parloteando sobre lo hermosa que era la casa de sus
padres.
—¿Alguna vez has pensado en diseñar una casa grande como esa? —
preguntó ella.
Sergio no se molestó en responder la pregunta. Dijo—: Ya no quiero
salir contigo.
Claire lo miró.
—¿Qué dijiste?
—¿No me escuchaste? No quiero tener más citas. Todo lo que haces
encontrarme fallas. No me gusta.
—¿Encontrar fallas? ¿Cómo que te encuentro fallas?
—Las camisas. Los CD.
—¿Qué? ¿Darle regalos es encontrar fallas?
—Me dijiste que debería usar plataformas.
—Dijiste que te sentías bajo; ¡Sólo estaba tratando de ser útil!
—No te gusta mi disgusto por las verduras.
—¡Sólo te estaba diciendo que las mías sabían bien!
—No sé por qué sales conmigo si tengo tantas fallas —se quejó Sergio.
Claire se cruzó de brazos y lo miró.
—¡Estas siendo ridículo!
—¿Sí? ¿Ves? Ahora piensas que soy ridículo.
Claire suspiró.
—Has perdido la cabeza.
Conduciendo en la consola como siempre estos días, el Niño de la
Suerte se rio.
Claire tomó a juguete y lo agitó en dirección a Sergio.
—Y juegas con muñecos.
Sergio agarró al Niño de la Suerte.
—¡Bájalo! —Se volvió para mirar a Claire y la camioneta se desvió.
Claire apartó al Niño de la Suerte de Sergio.
—Empezaste a tratarlo como a un gurú, y yo estaba de acuerdo. Pero
de verdad, Sergio. Es una baratija, un muñeco, una pequeña estatua. No es
tu guía personal a lo largo de la vida. Si crees que lo es, eres muy extraño.
—Claire presionó el botón para bajar la ventana—. Necesitas deshacerte
de esta cosa. —Levantó el brazo para arrojar a Niño de la Suerte fuera de
la camioneta. Sergio se abalanzó sobre este y, mientras lo hacía, giró el
volante.
Se dirigían a una curva y la camioneta elevada no podía soportar el giro
brusco. Se volcó a la derecha, dejó la carretera y bajó por el terraplén
rocoso. De repente, estaban boca abajo. Luego, del derecho hacia arriba.
Luego boca abajo. Cada giro del vehículo estaba acompañado por el
chirrido y el crujido del metal contra la roca. Cada sacudida los arrojaba
dentro de los límites de sus cinturones de seguridad, que se sacudían
contra sus cuerpos.
Afortunadamente, Sergio pudo alejar al Niño de la Suerte de Claire
cuando el camión comenzó a volcarse, por lo que el juguete no resultó
dañado. La camioneta aterrizó con el lado derecho hacia arriba, pero su
techo fue aplastado hacia sus cabezas.
Claire comenzó a gritar en el momento en que la camioneta dejó de
moverse. Sergio trabajó lo más rápido que pudo para desabrocharse el
cinturón de seguridad y para sí mismo. Quería salir del espacio comprimido
lleno por los chillidos histéricos de Claire. Se las arregló para abrir la puerta
arrugada de una patada y salir a trompicones.
Justo cuando se volvió para ayudar a Claire, otra camioneta se detuvo.
—¿Están bien? —gritó un hombre de mediana edad.
Sergio hizo balance. Seguro que lo habían empujado. Se sentía como si
hubiera tirado de un par de músculos y sabía que tendría moretones, pero
nada estaba roto. Miró a Claire. Ella tampoco parecía tener nada roto. No
vio sangre. Parecía estar más enojada que herida.
—Estamos bien —gritó.
—Habla por ti mismo —espetó Claire—. Vas a pagar por esto.
—Iré a buscar ayuda —gritó el hombre de mediana edad.
Sergio gritó—: ¡Gracias!
La camioneta estaba hecha un desastre. Después de que la remolcaran,
Sergio descubrió que necesitaría miles de dólares en carrocería y estaría
en el taller por un par de semanas.
De repente, Sergio se quedó de nuevo sin vehículo. También estaba sin
novia. Y pronto, se enfrentaría a una demanda. Claire lo estaba
demandando por negligencia que resultó en sus lesiones.
Debido a que Sergio no pudo llegar a los proveedores para elegir los
acabados para su renovación, el trabajo comenzó a ralentizarse. Además
de eso, sin que Sergio lo supiera, su contratista tenía algo con Claire, y
renunció después del accidente.
—No puedo hacer un buen trabajo consciente para un hombre que
lastima a las mujeres —le dijo el contratista. Eso retrasó el proyecto de
Sergio un mes completo, pero no estaba preocupado. Todo vendría junto.
Además, no era importante. Tenía algo mucho más emocionante en lo
que pensar.
El día después de que Sergio rompió con Claire, llamó a su madre para
preguntarle si podía conseguirle el número de teléfono de Sophia. Sin
embargo, antes de que pudiera preguntar, su madre le dijo que había
recibido otra invitación para su reunión de la escuela secundaria.
¿Qué suerte, no? Sería incluso mejor que llamarla. ¡Se reuniría con
Sophia en la reunión y la sorprendería a ella y al resto de la clase también!
—Oye, mamá, conoces a la mamá de Sophia Manchester, ¿verdad?
—Sophia, ¿esa chica encantadora de tu clase? Sí, somos buenas amigas.
—¿Podrías averiguar si ella va a ir a la reunión?
Su madre dejó escapar un pequeño chillido.
—Oh, mi Sergio es tan inteligente. Sí, puedo hacerlo. Esa Claire era una
buena chica, pero Sophia es mucho mejor para ti.
—Estoy de acuerdo, mamá.
Contento de que la chica perfecta estuviera una vez más en su punto de
mira, Sergio devolvió su atención a sus renovaciones hasta que escuchó de
su madre. Ella no tardó mucho en volver con él. Cuando lo llamó, estaba
rebosante de entusiasmo.

☆☆☆
Las siguientes dos semanas y media pasaron rápidamente. Sergio no
avanzó tanto en la renovación como quería, pero no estaba preocupado.
Finalmente recuperó su camioneta, por lo que las cosas iban a ir más rápido
ahora.
—Tienes todo el tiempo que necesitas —le dijo el Niño de la Suerte.
Sin embargo, se estaba quedando sin tiempo para prepararse para su
reunión.
—¿Qué debo hacer para prepararme para la reunión? —le preguntó
Sergio después de terminar una hamburguesa una noche—. Tengo la ropa
adecuada, pero creo que debería hacer más. ¡Quiero quitarle los calcetines
a Sophia! Creo que debería ir más allá. ¿Qué opinas?
Sergio todavía vivía prácticamente en su cama. El resto de sus muebles
fueron apilados y cubiertos con plástico para mantenerlos libre de
salpicaduras de pintura y polvo creado por las renovaciones.
Se reclinó en la almohada y miró a su amiguito, que ahora tenía su propia
almohada junto a la de Sergio en la cama.
—Se el mejor para obtener lo mejor.
Bueno, Sergio era el mejor arquitecto e iba a tener el mejor negocio.
—¿Pero qué hay de mi apariencia? Sé que soy inteligente, pero la
inteligencia nunca contó mucho en la escuela secundaria. Cuando vaya a la
reunión, todos me mirarán y verán una versión diez años mayor de quién
era yo en ese entonces. ¡Quiero volver luciendo diferente! Y tengo que
admitir que tengo algunos defectos en mi apariencia. Mis orejas, por
ejemplo, son demasiado grandes. ¿Qué debo hacer con mis orejas?
—No los necesitas.
—¿Qué significa eso? ¿No necesito mis orejas? —Sergio estaba
confundido.
—¡Estás mejor sin ellas!
—¿Lo crees? ¿De verdad? —preguntó Sergio.
—Deshazte de lo que no necesitas.
Sergio asintió.
—Eso tiene sentido.
Pensó en ir a la reunión sin que sobresalieran sus grandes orejas tontas.
¡Eso sería genial!
Pero sus oídos no eran el único problema.
—Todavía no me veré como quiero, incluso sin mis grandes orejas.
Realmente me gustaría lucir perfecto para la reunión.
—Te mereces la perfección.
—¡Exactamente! Está bien.
Sergio se inclinó hacia la caja que usaba como mesita de noche. Agarró
una libreta y un bolígrafo.
—Está bien, Niño de la Suerte, tienes que ayudarme aquí. Averigüemos
qué puedo hacer para ser el mejor yo para la reunión. Hagamos una lista
para saber exactamente lo que tengo que hacer.
—¡Haz un plan para la perfección!
Sergio sonrió.
—¡Eso es exactamente lo que voy a hacer! —Golpeó el papel con el
bolígrafo—. Está bien, bueno, además de mis oídos, odio mi cabello. —
Escribió en el papel.
—El cabello está sobrevalorado.
El Niño de la Suerte tenía razón. El cabello era mucho trabajo. Dale
tenía la cabeza rapada y las mujeres lo encontraban atractivo.
Sergio tomó nota, pero luego frunció el ceño. Recordó a Dale hablando
de cuánto trabajo era mantener una cabeza perfectamente afeitada, más
trabajo incluso que mantener el cabello bonito. Afeitarse no iba a ser
suficiente. Su cabello volvería a crecer si no profundizaba. Tachó su nota
anterior y escribió una nueva.
Pensó unos segundos.
—Mis ojos son demasiado pequeños. Parezco un pájaro. Tengo ojos
pequeños y brillantes. ¿Qué puedo hacer con mis ojos?
—Los párpados cubren los ojos.
—Buen punto —dijo Sergio. Tomó otra nota—. Mi nariz es demasiado
larga.
—Cortar para encajar. Esa es la regla.
Sergio asintió.
—¡Por supuesto! Cuando la madera es demasiado larga, recortas el
extremo. —Escribió en la libreta—. Mis labios son demasiado gruesos.
Parecen labios de chica.
—Los talladores de madera son artistas —respondió el Niño de la
Suerte.
—Otro buen punto. ¿Por qué no había pensado en eso? Era un maestro
en remodelar la madera; estaba seguro de que podía remodelar cualquier
cosa. Garabateó otra nota. Luego dijo—: Quiero ser más alto.
—Retirar y reutilizar.
Sergio sonrió.
¡Verdad! A menudo tomaba material de desecho de una parte de un
proyecto y lo reutilizaba para otra parte. Hizo una nota.
Luego se preguntó—: ¿Qué debo hacer con mi barriga?
—Más delgado es malo. Recortar la grasa.
Sergio asintió y escribió en su lista.
Sonrió cálidamente al Niño de la Suerte.
—Eres de gran ayuda. Estoy tan feliz por haberte encontrado.
El Niño de la Suerte se rio.
Sergio se sentó y escribió un poco más, y luego se puso de pie.
—Está bien. Es hora de ponerse a trabajar.
Sergio se acercó a sus pilas de cajas y las movió hasta que encontró la
que buscaba. Arrancó la cinta, metió la mano y sacó su juego de cuchillos
de cocina. Lo puso sobre la cama. Dejando la primera caja a un lado,
examinó las cajas circundantes hasta que encontró la siguiente que quería.
Sacó la cinta de esa caja y sacó un par de tijeras, agujas e hilo, una cinta
métrica y un poco de cordel. Dejó todos estos artículos en la cama.
Entró en el área del baño improvisado y tomó su maquinilla de afeitar.
Añadió eso a lo que ya había reunido.
Luego dejó su pequeño espacio de vida tallado y salió a la gran sala sin
terminar.
—Debería tener el resto de lo que necesito aquí. —Miró a su alrededor.
Vio un cúter en lo que se convertiría en la isla de la cocina y lo recogió.
Luego miró a su alrededor de nuevo. Su mirada aterrizó en su taladro. Eso
sería útil.
Ahora, ¿dónde había puesto sus cuchillos para tallar madera? Tenía un
conjunto completo de ellos. Eran muy afilados, para un contorno exacto.
«Ah, ahí estaban». Los encontró escondidos detrás de su enrutador.
Reflexionándolo por un momento, lo recogió también, y agarró el conjunto
de partes que lo acompañaban.
Volvió a inspeccionar el espacio. Necesitaba una cosa más.
Vio lo que estaba buscando al otro lado de la habitación. Cruzó, tomó
una sierra de mano y regresó a su sala de estar.
Añadió sus nuevas herramientas a la colección en la cama. Miró al Niño
de la Suerte.
—¿Qué opinas? ¿Tengo todo?
—¡Las herramientas adecuadas para los trabajos adecuados!
Sergio sintió una oleada de emoción. Esto iba a ser asombroso.
Finalmente iba a arreglarse para ser tan llamativo como exitoso.
Sergio hizo una caminata lunar a los pies de la cama. Giró en círculo y
miró sus herramientas ensambladas.
¿Dónde debía empezar?

☆☆☆
La reunión de la clase de Sergio se estaba llevando a cabo en el gran
salón de baile del hotel más antiguo de la ciudad. Estaba emocionado por
eso porque el salón de baile era impresionante. Con techos dorados y
ornamentados y paredes de paneles tallados, llenas de candelabros de
cristal y bellas obras de arte, la habitación era exactamente el tipo de
habitación que sería un gran telón de fondo para la nueva e impresionante
apariencia de Sergio.
Iba a dejar muchos boquiabiertos esta noche. Eso era seguro. Decidió
llegar tarde para tener la mayor audiencia posible para su gran entrada.
Agradecido de tener su gran camioneta para llevarlo a las festividades,
Sergio condujo hasta el hotel con alegre anticipación. ¡Esto iba a ser muy
divertido!
Dentro del hotel, la mayoría de los compañeros de clase de Sergio ya
estaban en modo fiesta. Gritos de saludos, cálidos abrazos y cariñosas risas
se unieron a los éxitos del rock de los 80s tocados por una banda
estridente.
Aunque la habitación ya era elegante, los planificadores de la reunión
habían coronado la habitación con serpentinas y una gran pancarta de
“Bienvenido a la clase del 85” que colgaba en lo alto de la pared. Los
asistentes a la reunión hablaron, bromearon y bailaron bajo una nube
flotante de globos de helio.
Cuando las puertas del salón de baile se abrieron para dejar entrar a los
recién llegados, todos los ojos se dirigieron a ver quién entraba ahora. Al
unísono, todos esos ojos se abrieron con horror.
La música dejó de sonar con el chirrido de un acorde de guitarra
discordante y el choque reverberante de un platillo. Las conversaciones
cesaron por completo. Toda la habitación quedó completamente en
silencio.
Entonces una mujer gritó. Y otra. Y otra.
Una mujer se desmayó.
Alguien vomitó.
Varias personas se taparon la boca. Varios más se alejaron. Algunos
empezaron a correr hacia el fondo de la habitación.
Sin estar seguro de qué estaba causando el malestar, Sergio miró hacia
atrás para ver si se avecinaba algo terrible. No vio nada. Un hombre y una
mujer estaban en el otro extremo del pasillo, pero se dirigían hacia el otro
lado. Un camarero salía de otro salón de baile, pero él también iba en la
otra dirección. Nadie estaba detrás de Sergio.
Cuando Sergio comenzó a dirigirse hacia sus compañeros de clase, su
mirada se posó en el suelo.
Él frunció el ceño. ¡El suelo estaba asqueroso! ¡¿Qué había pasado en
este pasillo?!
Sergio no se había fijado en el suelo cuando entró, probablemente
porque estaba muy ansioso por mostrar su cautivadora apariencia. Pero
ahora lo miró fijamente. La alfombra dorada detrás de él estaba manchada
con un espeso rastro de sangre. No, no sólo sangre. Trozos blancos de
carne anidados en la sangre. También vio lo que parecían pedazos de
huesos, mechones de cabello y manchas de lo que parecía ser un tejido
esponjoso rosado que caían a intervalos a lo largo del centro del pasillo.
Las manchas brillaban a la luz de los candelabros del techo y parecían
moverse mientras él las miraba. Fue nauseabundo.
¡Sergio estaba consternado! ¡Pensó que se suponía que este era un hotel
elegante!
Alguien debería hacer algo con el desorden, pero si fuera a buscar un
empleado del hotel ahora, perdería su tiempo. Sus compañeros de clase lo
estaban esperando.
Sergio miró hacia el pasillo donde había dejado al Niño de la Suerte
sentado en una silla para poder ver el triunfo de Sergio. Él estaría de
acuerdo en que Sergio se merecía que los mejores limpiadores se
encargaran de esto.
El Niño de la suerte se rio.
Sergio miró sus pies y notó aún más desperdicio espantoso manchando
la alfombra junto a sus zapatos nuevos. ¡Oh, por el amor de Dios!
Algo de la sangre incluso había manchado el cuero negro. Se inclinó y
limpió lo que parecía ser un cartílago de goma.
Sacudió la cabeza. Más tarde se ocuparía de las deficiencias de limpieza
del hotel. Se dirigió hacia sus compañeros de clase.
—Ahora —se dijo a sí mismo— ¿dónde está Sophia?
H udson apoyó su desgarbado metro ochenta, una pulgada contra el
arco de ladrillos agrietados justo dentro de la recién construida atracción
de terror de Fazbear. El arco tenía sólo dos semanas, pero estaba hecho
para que pareciera la entrada derrumbada de un lugar olvidado durante
más de treinta años.
Hudson observó a sus amigos, Barry y Duane, llevar el último lote de
recuerdos de Fazbear para exhibir en los interminables pasillos y
habitaciones del interior del edificio. El vestíbulo ya estaba repleto de cajas
de cartón abiertas y sin abrir, cada una llena de hallazgos antiguos de varios
restaurantes de Freddy Fazbear.
Hudson estaba haciendo todo lo posible por mantenerse alejado de las
cajas, o no de las cajas, en realidad, sino de lo que había en las cajas. La
gerencia los había llamado “hallazgos antiguos”, pero hace un par de días,
Hudson los llamaba de otra manera.
Las cajas, en lo que respecta a Hudson ahora, estaban llenas de cosas
viejas y espeluznantes. Y eran cosas viejas y espeluznantes las que le daban
escalofríos a Hudson… porque no creía que fueran sólo cosas. No importa
cómo trató de racionalizar, los recuerdos hicieron que los pequeños pelos
de su nuca se erizaran más rígidos que las agujas que su abuela clavó en
muñecos vudú.
—Hudson, ¿crees que podrías echarnos una mano? —preguntó Barry.
Los amigos de Hudson estaban luchando por mantener una pila de cajas
en posición vertical, pero Hudson no se movió.
—No formo parte del equipo de construcción y configuración. Yo soy
el guardia.
Duane escupió en el suelo de linóleo. La asquerosa gota de saliva
aterrizó justo en el medio de uno de los cuadrados negros, que se alternaba
con cuadrados blancos para crear un patrón de tablero de ajedrez
vertiginoso en todo el edificio.
El suelo le dio dolor de cabeza a Hudson. Todo el edificio le estaba
dando dolor de cabeza.
¿Cómo es que algo que había comenzado tan recientemente se sentía
tan mal?
—Soy el guardia —imitó Duane a Hudson con una voz quejumbrosa y
cantarina. ¿Escuchaste eso, Barry? Cree que tiene derecho o algo así.
Hudson resopló.
—Sí claro. Tengo derecho a trabajar en turnos dobles, de día y de
noche, y ustedes pueden venir a trabajar de día.
—Lloriquea, lloriquea —dijo Duane—. Este es el mejor trabajo que has
tenido en años. Tú mismo dijiste que la paga es excelente.
Hudson asintió. Eso era cierto, y había pensado que el trabajo le
ofrecería un sueldo aún más que bueno. Pero desde entonces… no, ahora
era sólo un trabajo con horas de mierda, y estaba cansado todo el tiempo.
—Claro, pero la falta de sueño tiende a hacer que dejes de preocuparte
por una buena paga. Tengo que tener algunas ventajas por sujetar el
extremo corto del palo. Una de esas ventajas es estar aquí y verlos sudar.
—Bien. Que así sea —dijo Duane mientras él y Barry finalmente
estabilizaban todo menos el cuadro superior en su pila. Cuando esa caja
cayó, Barry logró atraparla.
La caja se abrió de golpe cuando Barry la agarró. Un brazo peludo
amarillo se desplomó. Hudson se puso rígido. Oh hombre, cómo odiaba
esas partes de personajes.
Eran lo peor de las cosas viejas y espeluznantes.
Barry dejó la caja. Duane sacó el brazo, luego metió la mano y agarró
un segundo brazo.
—Mira esto —dijo—. Levantó el segundo brazo y miró lo que contenía.
—¿Qué diablos es eso? —preguntó Barry.
—Creo que es una cupcake —dijo Duane.
—No es un pastelito que me gustaría comer —dijo Barry—. Mira esos
dientes.
Duane se dirigió hacia Hudson con los dos brazos, fingiendo ser un
zombi de brazos amarillos y peludos. Emitió gemidos guturales mientras se
tambaleaba por la habitación.
Hudson se mantuvo firme y fingió estar aburrido, pero la verdad era
que quería gritar y correr. Los brazos incorpóreos eran bastante malos,
pero la magdalena era simplemente inquietante.
Hudson sacó su porra del lazo de su cinturón. Hizo como si fuera a
tener una pelea de espadas con el zombi de Duane. Pensó que estaba
haciendo un buen trabajo actuando de manera juguetona y relajada, y
esperaba que Duane no viera el brillo del sudor en su frente ni oliera el
olor acre que comenzaba a emanar de debajo de sus brazos.
Espera… ¿Ese olor era suyo? ¿O venía de los brazos incorpóreos?
—Ya basta, ustedes dos —dijo Barry—. ¿Cuántos años tienen?
—Veintitrés —dijo Duane—. Lo mismo que tú. ¿Tienes lapsus de
memoria en por tu vejez? —Luego se rio y devolvió los brazos a la caja
abierta.
Barry y Duane abandonaron el edificio para regresar al camión para otra
carga.
Hudson caminó con indiferencia por el pasillo hasta que se perdieron
de vista.
Luego se dirigió a la oficina, la oficina real. Allí, entró y cerró la puerta.
Dejándose caer en la silla de escritorio barata y tambaleante frente a un
grupo de monitores, Hudson inspeccionó el edificio, comenzando por la
oficina falsa.
Fazbear's Frights se estaba configurando para ser una especie de réplica
ampliada de los restaurantes de Freddy Fazbear. No es una verdadera
representación de ninguno de los lugares antiguos reales, esta atracción
unió aspectos de las pizzerías infames con toda la historia asesina. La oficina
era uno de esos aspectos, el lugar donde los desafortunados guardias de
seguridad como Hudson lograron no ver la tragedia tal como se desarrolló
hace tantos años.
La oficina falsa ya había sido decorada por el equipo de diseño de la
atracción. Habían hecho un buen trabajo al hacer que la habitación
pareciera vieja y lúgubre, principalmente porque pudieron usar equipos
abandonados recuperados originales de las antiguas pizzerías. Monitores
anticuados, teclados polvorientos, archivadores doblados y un escritorio
rayado habían sido empujados dentro de la habitación. Luego cubrieron
esas superficies con montones de papel, basura arrugada, vasos de papel y
un viejo ventilador torcido que chirriaba mientras corría. Incluso soltaron
una rata o dos en la habitación. Aparentemente, las ratas eran bastante
mansas y tenían un lugar donde quedarse, escondidas en un respiradero en
la pared cuando no querían “actuar”. Pero cuando se apresuraban, ponían
los pelos de punta a Hudson. Supuso que más de una chica gritaría como
loca cuando aparecieran las ratas. Hudson casi había gritado un par de
veces. No era fanático de las ratas.
Y hablando del respiradero, era uno de los pequeños respiraderos
funcionales del sistema de calefacción y refrigeración. Más arriba en la
pared, las enormes rejillas de ventilación dejaban en claro que las rejillas
de ventilación detrás de ellas eran enormes, ciertamente lo
suficientemente grandes como para acomodar a un hombre de buen
tamaño, o algo no tan común. Hudson, que era alto pero delgado,
fácilmente podría haber tenido un picnic dentro de una de esas rejillas de
ventilación si así lo deseaba, lo cual no era así. ¿Para qué diablos eran esos
grandes conductos de ventilación? Hudson había hecho la pregunta y no
había recibido respuesta. Eso lo inquietó. No creía que las rejillas de
ventilación fueran para nada bueno.
Hudson notó movimiento en los monitores y se reclinó en su silla para
ver a Barry y Duane cargar otra carga. Ambos hombres se reían. ¿Y por
qué no deberían reírse? Barry y Duane lo hicieron.
A diferencia de Hudson, eran guapos, respetados en la ciudad y estaban
a punto de ingresar a la Marina para entrenar por un lugar en un equipo
SEAL.
Cuando Hudson, Barry y Duane eran niños, eran los Tres Mosqueteros,
dispuestos a conquistar el mundo, invencibles, imparables. Hudson podía
recordar las “peleas” de capa y espada que tenían en sus patios traseros.
Al recrear escenas de sus películas de acción favoritas, no les importaba
nada en el mundo.
Pero eso fue antes de que el padre de Hudson muriera y su madre se
casara con Lewis, un ridículo hombre calvo que vestía chalecos a cuadros
y fumaba una pipa como si estuviera haciendo una actuación cada vez que
fumaba. Hasta el día de hoy, Hudson no podía soportar el olor a cerezas
porque Lewis había usado tabaco de pipa de cereza negra.
La madre de este horrible hombrecillo de Hudson pensó que sería una
buena idea casarse y convertiría los próximos diez años de Hudson en un
infierno. El día en que su loca madre le dijo—: Sí, quiero —para Lewis fue
el día en que la vida empezó a decirle “No quiero” a Hudson. También fue
el día en que el camino de su vida y el de sus mejores amigos comenzaron
a divergir.
Seguro, todos siguieron siendo amigos. Todavía tenían peleas de espadas
falsas. Todavía estaban juntos. Pero todo lo demás cambió. A Barry y
Duane les fue bien en la escuela, por lo que sus padres estaban orgullosos
de ellos y les fue bien en los deportes, por lo que eran populares entre los
otros niños. Mientras sus estrellas iban en aumento, Hudson comenzó a
arruinarse la clase, producto de pasar la noche con el temor de que su
padrastro irrumpiera en su habitación y lo golpeara sólo por diversión.
Adolorido por las palizas casi diarias y desnutrido porque su madre
comenzó a tomar pastillas para pasar el día y, por lo tanto, se olvidó de
hacer cosas mundanas como ir de compras, Hudson no pudo unirse a un
equipo de béisbol o fútbol para salvar su vida.
Barry, cuyo cabello rojo y pecas eran incómodas cuando era joven, se
convirtió en una novedad de cabello castaño rojizo para las porristas y
fanáticos en la escuela secundaria. Duane, que vestía camisas negras
ajustadas para mostrar sus músculos y dejaba crecer su cabello negro lo
suficiente como para llevarlo en una cola de caballo brillante, era como
caminar con hierba gatera para las chicas. Aunque Barry y Duane
intentaron incluir a Hudson, en realidad no había lugar para él en su mundo.
Y así fue, año tras año, hasta la noche del incendio.
Y luego, justo cuando estaba seguro de que sus problemas habían
terminado y el sol finalmente iba a salir de nuevo en su vida, las cosas
simplemente empeoraron. Que eso vuelva a suceder aquí, en este nuevo
trabajo… no fue justo.
Que golpearan la puerta de la oficina sacó a Hudson de su patético
paseo por el infierno de los recuerdos. Se puso de pie.
—¿Qué? —gritó él.
—Vamos a terminar e ir a Charlie's a tomar un helado en quince
minutos —dijo Barry—. ¿Vienes?
Hudson miró su reloj viejo y desgastado. Eso estaría bien. Tenía seis
horas libres entre turnos, el tiempo suficiente para tomar un helado, irse
a casa, comer sopa enlatada y luego intentar dormir cuatro horas. Qué
vida.
—Claro —llamó.
—Nos vemos en el frente.
—Está bien.
Hudson suspiró y se puso de pie. Tuvo que hacer un recorrido más
antes de pasarle las llaves a Virgil, el anciano que lo cubría cuando regresaba
a casa. Hudson estaba bastante seguro de que Virgil no hacía nada más que
dormir mientras estaba aquí. Pero Virgil no era responsabilidad de Hudson.
Hudson sólo quería hacer un buen trabajo en su turno para poder seguir
recibiendo el mejor salario. No era como si tuviera muchas opciones de
trabajo disponibles.
Ese pensamiento le hizo rechinar los dientes.
—Gracias, Lewis —murmuró mientras salía de la oficina.
En el pasillo, respiró hondo y se dio una pequeña charla mental sobre
lo que tenía que hacer.
«Esto no es ciencia espacial», pensó. «Tampoco es un avance hacia
territorio enemigo, una lucha con demonios mortales o un descenso al
infierno. Es sólo un recorrido por un edificio que tiene muchas cosas viejas
y espeluznantes».
Cuando se le puso la piel de gallina en los antebrazos, supo que su
habitual charla de ánimo había fallado. Ninguna cantidad de garantías
razonables podría convertir a la dentina en su nuevo y totalmente ilógico
miedo a este lugar.
Hudson puso una mano en su porra y comenzó a silbar mientras se
alejaba de la oficina. Se aseguró de permanecer en el medio del pasillo
mientras caminaba hacia su parte menos favorita del edificio. Se quedó en
el medio porque las paredes del pasillo ya estaban “decoradas”.
Todo el interior de Fazbear's Frights, aunque era un edificio nuevo, se
había hecho para que pareciera un espacio abandonado hace mucho
tiempo. Ya oscuro y sombrío porque casi no tenía ventanas (sólo las
ventanas más pequeñas estaban colocadas en lo alto de las paredes), las
habitaciones y los pasillos parecían antiguos porque los pintores habían
usado todo tipo de técnicas extrañas para crear paredes que parecieran
sucias, mohosas y con telarañas. Como si eso no fuera lo suficientemente
malo, los diseñadores habían comenzado a cubrir las paredes moteadas con
fragmentos de personajes de Fazbear deteriorados y devastados por el
tiempo. Colgando de redes o de cuerdas, a veces clavadas o empaladas en
la pared con cuchillos, las paredes de los pasillos estaban revestidas con
partes de viejos trajes de personajes de Fazbear y partes animatrónicas
como cables y juntas. Las principales atracciones eran las cabezas de
vestuario completas de tres de los personajes: Freddy, Foxy y Chica. Estos
tenían posiciones prominentes en el pasillo, pero intercalados con ellos
había una cornucopia de piezas de personajes: orejas de conejo, patas de
oso, patas de pollito, hocicos de zorro, vientres morados y peludos, patas
marrones peludas enmarañadas, estas eran sólo algunas de los
escalofriantes trozos de historia de Fazbear que esperaban en el pasillo
para asustar a los transeúntes desprevenidos… o para tomarlos.
Hudson había escuchado que los diseñadores estaban trabajando para
animar varias de las manos. Todavía no era funcional, pero una vez, el brazo
de Hudson había rozado una mano de conejo púrpura mientras pasaba, y
golpeó la mano en el suelo antes de darse cuenta de que estaba golpeando
un objeto inanimado. Afortunadamente, había podido volver a colocar la
mano en la pared y, aparentemente, los diseñadores no habían recordado
que la mano no estaba tan destrozada cuando la colocaron.
Intercaladas con las partes de los personajes, imágenes de pizzas y
dibujos de niños crearon una sensación de desorientación. También lo
hicieron los gruesos y rotos cables eléctricos que colgaban de varias partes
del techo. Parecían serpientes negras sin cabeza. No eran cables eléctricos
funcionales, por supuesto. Al menos, Hudson asumió que no lo eran. No
estaba dispuesto a tocar uno y descubrirlo.
Al final del pasillo, Hudson suspiró aliviado y luego apoyó los hombros
antes de entrar en la habitación que menos le gustaba del edificio: el
comedor. Siempre revisaba esta habitación primero para sacarla del
camino.
Cuando lo contrataron, Hudson pensó que iba a ser un gran concierto.
Sí, las horas apestaban, pero no sólo la paga fue excelente, el trabajo
también vino con la oportunidad de conocer a la encantadora chica menuda
de cabello oscuro que iba a la escuela de arte y trabajaba aquí a tiempo
parcial con el equipo de diseño. Faith, incluso tenía un nombre encantador,
era tan amable como bonita, y era nueva en la ciudad. Esto significaba que
no conocía la historia de Hudson. Lo que también significaba que ella no lo
odió a primera vista. Y eso significaba que ella realmente se rio y bromeó
con él mientras revoloteaba, metiendo los extraños trozos de partes
animatrónicas con platos y tazas viejas de Fazbear y sombreros de fiesta en
largas mesas cubiertas con manteles violetas rotos.
Mientras Hudson había ayudado a Faith a llevar cajas por todo el edificio,
Faith le había hablado de su hermanita y su perro, Goose, un perro de
aguas, un perro pájaro que le tenía miedo a los gansos. Hudson había
merodeado cerca mientras Faith pintaba decorados por todo el edificio, y
le había hablado de su coche, Bettina, un clásico MGB en el que pasaba los
fines de semana trabajando.
—¿Conoces sobre motores? —le había preguntado él, pensando con
certeza que era la mujer perfecta.
—¿Conozco sobre motores? —Faith se había reído—. Podría
construirte uno.
Hudson le había sonreído como un idiota.
Faith se rio más fuerte.
—También me gustan los deportes. —Ella dejó de reír y le sonrió—.
Tú también me gustas. Entonces, ¿por qué no me has invitado a salir?
Después de sonrojarse más que la sangre falsa con la que Faith estaba
pintando las paredes, la invitó a salir. Salieron a comer pizza. Pensó que
había muerto y se había ido al cielo.
Pero era demasiado bueno para ser verdad.
Hudson apenas esperó cinco horas antes de llamar a Faith para invitarla
a salir en una segunda cita, pero eso fue demasiado. En esas cinco horas,
de alguna manera, Faith había oído hablar de él. Cuando respondió a su
llamada, le preguntó—: ¿Lo hiciste?
Todos los buenos sentimientos que había tenido sobre ella
desaparecieron de su cuerpo como si alguien hubiera abierto una válvula
que vaciaba la alegría a través de su dedo gordo del pie. Estaba enojado.
¿Por qué la gente siempre tenía que hacerle esa pregunta?
—¿Qué crees? —chasqueó él.
Faith guardó silencio durante unos segundos. Luego dijo—: Creo que
deberíamos ser más profesionales en el trabajo.
Hudson ni siquiera respondió. Simplemente colgó el teléfono. Desde
entonces, el trabajo lo había puesto de los nervios. Y también el edificio y
todo lo que hay en él.
Ahora, mientras estaba en el comedor que Faith había diseñado, se
preguntaba por los espeluznantes sobresaltos y los grizzly recordatorios
de viejos crímenes nunca olvidados. ¿De dónde salió juzgándolo por algo
que él pudo o no pudo haber hecho?
Su mente estaba claramente retorcida. ¿De qué otra manera se le
ocurrió la idea de que se abriera una puerta y que una mano se extendiera
para arrastrar a un niño pequeño fuera de la vista?
Hudson se quedó mirando esa característica del comedor, luego
recorrió con la mirada los cubiertos en la mesa y las partes animatrónicas
colocadas en posiciones extrañas en las sillas. Estudió las estatuas en el
escenario, creadas para parecerse a los artistas de animales animatrónicos
originales que solían cantar y entretener en los restaurantes originales de
Freddy Fazbear. Las estatuas eran, a diferencia de su inspiración,
completamente no funcionales. No podían moverse por sí mismos.
Entonces, ¿por qué Hudson siempre sentía que lo estaban mirando?
Hudson salió del comedor y atravesó un arco hacia el área de árcades,
aunque llamarlo “área de árcades” no lo describía realmente. Parecía más
un depósito de chatarra de juegos. Hudson pensó que la gerencia había
exhumado todos los juegos de árcade viejos, rotos, sucios y cubiertos de
telarañas que solían estar en un vertedero para traerlos aquí. Hudson había
visto un gusano real salir arrastrándose de una de las máquinas de pinball
el día anterior.
Más allá de este cementerio de juegos, una pila de premios podridos
caía en cascada hacia el pasillo contiguo. Algunos de los premios estaban
en paquetes envueltos morbosamente (piensa en manchas de sangre e
imágenes de huesos mezclados con ojos y dientes de personajes). Algunos,
que parecían tan decrépitos como los juegos de árcade, estaban sueltos en
un mostrador roto y polvoriento o en el suelo amontonado. Estos
“premios” ya no podrían llamarse premios. Eran más como castigos. Tal
vez se le permitiría dárselos a los niños que no se portaran bien cuando
abriera el lugar.
Hudson, mirando a una muñeca sin cabeza, sonrió. Encontraría una
especie de placer enfermizo al repartir horribles “premios” a los niños. Los
niños casi siempre eran malos con él. Quizás podría obtener una pequeña
venganza.
Riendo, Hudson se alejó de los “premios”. Continuó con su última gira
de seguridad de este turno.
Dobló por un pasillo largo y luego se dirigió a otro; dio pasos laterales
hacia armarios de almacenamiento, guardarropas y suministros falsos;
volvió a cambiar a través de la réplica de la cocina de una pizzería, con
hornos de tamaño industrial que eran tan grandes que Hudson cabría
dentro de ellos, hasta que por fin completó sus rondas.
Terminó cerca del vestíbulo del edificio. Allí, entró en los baños,
primero los de hombres y luego los de mujeres. Trató de evitar mirar en
cualquiera de los espejos cuando estuvo dentro de los espacios rojos
ridículamente brillantes.
A Hudson no le gustaba mirarse a sí mismo.
No es que tuviera mal aspecto. Pensó que se veía bastante normal:
cabello corto y rubio, barba pálida de tres días, ojos azules, una boca ancha
llena de dientes blancos y rectos; estos no eran rasgos que debían evitarse.
Pero para Hudson, estas características se sumaban a una cosa que nunca
quiso enfrentar: él mismo. Enfrentarse a sí mismo significaba enfrentar su
pasado, y sólo podía manejar eso en fragmentos.
Al salir del baño de mujeres, se detuvo cerca de la tienda de regalos que
vendía una increíble variedad de productos Fazbear. La tienda tenía un
poco de todo lo relacionado con Fazbear. Los animatrónicos ya no eran
de una sola pieza y funcionaban, pero sus imágenes se mostraban en cientos
de elementos. Los visitantes iban a poder comprar peluches, figuras de
acción, ropa y accesorios como bandas para el cabello de Chica y gorros
de Freddy, artículos para el hogar que incluían sábanas y toallas, obras de
arte, artículos deportivos y tarjetas de felicitación basadas en los personajes
antiguos.
La tienda de regalos estaba abastecida aproximadamente a las tres
cuartas partes, y sabía que se suponía que era un lugar luminoso y alegre,
con sus paredes a rayas rojas y amarillas y sus coloridos carteles de los
personajes de Fazbear. Pero pensó que las filas y filas de ojitos en los
peluches y muñecos de acción eran todo menos alegres. Pensó que los
cientos de pequeños personajes parecían estar haciendo fila para una
invasión de algún tipo. No quería estar cerca cuando llegara la invasión.
Sabía por una horrible experiencia personal que los juguetes podían
pasar de ser divertidos a instrumentos de tortura en un abrir y cerrar de
ojos. Por supuesto, eso requería…
—Ahí lo estas —dijo Duane—. ¿Estás listo para ir?
Hudson miró por la puerta principal de Fazbear’s Frights y vio a Virgil
saliendo de su Ford sedán de treinta años. Hudson asintió.
—Estoy listo.
No podía esperar a salir de aquí, aunque fuera sólo por unas horas.

☆☆☆
Desde que eran niños, Hudson y sus amigos habían ido a Charlie's, una
antigua fuente de refrescos y heladería al otro lado de la ciudad. Aunque
deberían haber dejado atrás el lugar hace mucho tiempo, a todos les
gustaba volver de vez en cuando… no sólo por el helado, sino por el
recordatorio de un tiempo inocente que todos habían dejado atrás. Bueno,
al menos Hudson y Barry lo habían dejado atrás. Hudson no estaba seguro
de Duane. Y normalmente era idea de Duane venir aquí.
A Hudson le gustaba el lugar, pero no le gustaba ir a la parte más lejana
de la ciudad; eso significaba que tenía que pedirle a sus amigos que lo
llevaran. Y tenía que pedir un aventón de regreso. Apestaba no tener
coche.
Apestaba no tener vida.
Hudson y sus amigos llegaron al estrecho salón con paneles de madera,
tenuemente iluminado, lleno de taburetes y cabinas de cuero rojo. Hudson
examinó la escena.
—Este lugar está empezando a parecerse un poco a Fazbear's Frights.
Necesita una buena limpieza.
Duane se deslizó en una cabina y estiró las piernas.
—¿A quién le importa? ¿Este lugar no te hace sentir como un niño otra
vez?
Barry y Hudson se apretujaron frente a Duane. Barry resopló.
—Haría falta algo más que una heladería para hacerme sentir como un
niño. ¿Y tú? ¿Qué quieres decir con “otra vez”? Todos seguimos esperando
que crezcas.
Duane sonrió.
—Dices eso como si fuera algo malo.
La pequeña heladería sólo tenía un par de clientes más: una pareja de
adolescentes que compartían un flotador.
Mientras chupaban su brebaje a través de una pajita, se miraban a los
ojos.
Hudson los miró, luego fijó su mirada en la máquina de discos de cromo
en el piso de tablero de ajedrez en blanco y negro en el extremo más
alejado de la habitación. Era demasiado similar al de Fazbear’s Frights para
adaptarse a Hudson. Se apartó y reflexionó sobre su yo más joven,
tratando de recordar la última vez que se había sentido realmente feliz.
Fue raro. Podía imaginar perfectamente sus días anteriores a Lewis en
su mente, pero no podía sentirlos. Era como ver la vida de otro niño en la
pantalla de una película en su cabeza.
Suspirando, respiró hondo. La habitación olía a polvo y cera para
muebles. Sólo una pizca de aromas más dulces, como vainilla y cerezas,
logró llegar a sus fosas nasales.
—Camarero —gritó Duane— tres de sus mejores.
El tipo detrás de la fuente de soda no era uno que ellos reconocieran.
Era musculoso y tenía un corte de pelo raro. Puso los ojos en blanco al ver
a Duane.
Duane se rio.
—Oh, está bien. Tres helados de chocolate. Ponle cerezas.
Hudson se reclinó y medio escuchó a Duane y Barry hablar sobre el día
mientras él observaba cómo se preparaban los helados.
Cuando llegaron los helados, Duane y Barry discutieron sobre la cuenta.
Hudson notó que ninguno de sus amigos le pidió que pagara. No es que
pudiera haberlo hecho.
Después de pagar el alquiler y los servicios públicos este mes, le
quedarían exactamente 123,67 dólares para comprar alimentos y pagar el
pasaje del autobús de ida y vuelta a su trabajo. Mejor paga era algo relativo.
Seguía siendo pobre.
Si tan sólo la Marina lo hubiera querido, como había querido a sus
amigos.
Por supuesto que no iba a ser así. ¿Cómo podía esperar pasar un
examen físico? Tenía dos discos fusionados en la columna vertebral,
sobrantes de cuando Lewis lo arrojó contra una pared después de que le
hablara con la boca llena. Tenía una muñeca que le daba ataques; no se
había colocado justo después de que Lewis lo aplastara bajo su bota porque
Hudson se mojó durante una tormenta. Por no hablar de la lesión nerviosa.
Estaba dañado, apenas podía caminar por los espeluznantes pasillos de
Fazbear’s Frights.
—No debería estar comiendo esto —dijo Barry, hundiendo su cuchara
en la crema batida, el jarabe de chocolate y el helado de vainilla—. Tengo
una cena en casa de mis abuelos esta noche.
—¿Filete de pollo frito con salsa blanca, puré de papas y crema de maíz?
—preguntó Duane.
—¿Qué más?
—Tengo que amar a las abuelas —dijo Duane, llevándose helado a la
boca.
El rico aroma del chocolate atravesó el polvo y pulió los olores.
—Tienes razón —estuvo de acuerdo Barry—. La tuya hace ese increíble
pastel de manzana, ¿verdad?
Duane asintió.
—Y rollos de canela. Afortunadamente, sólo visita un par de veces al
año. Sería una ballena si ella viviera cerca como la tuya.
—¿Cómo está tu abuela, Hud? —preguntó Barry—. No la has
mencionado en años. ¿Sigue viva?
Hudson asintió y sonrió.
—No creo que pueda morir.
Duane le dio un codazo a Barry.
—¿Recuerdas el miedo que tenías de ella cuando éramos niños?
Barry levantó las manos.
—Oye, no me avergüenzo. —Miró a Hudson—. ¿Qué persona
razonable no le tendría miedo a tu abuela? —Él rio.
Hudson sonrió y asintió.
—Sólo un idiota se enfadaría con ella.
Duane sonrió.
—¿Recuerdas cuando hizo ese muñeco vudú de Mr. Pikestaff? —Se
rio—. El imbécil anduvo raro durante una semana, y sólo usó dos alfileres.
Hudson volvió a sonreír. Su abuela no era tu abuela común y corriente.
—Esa fue una buena —admitió—. Pero siempre pensé que la abuela era
más sabia que aterradora. Ella siempre ha sabido cosas. —Pensó en lo
asustado que se había sentido por Fazbear's Frights—. Como siempre me
dijo, si se te eriza el pelo de la nuca, debes hacer algo y mantenerte alerta
porque se avecinan problemas.
Duane se rio.
—Entonces, ¿qué es lo que te tiene los pelos de la nuca erizados?
Hudson lo miró.
—De verdad, ¿quieres saberlo?
Duane respondió—: De verdad.
Hudson no habló. En cambio, pensó en su abuela.
Granny Foster, experta en el uso de hierbas para curar lo que fuera
necesario, era una vidente que decía conocer el futuro, pero nunca se
molestó en contárselo a nadie más. No tenía ninguna fe o sistema de
creencias en particular, incluido el vudú, pero pensaba que los muñecos
vudú eran “divertidos” y le gustaba usarlos para hacer justicia a personas
desagradables.
—¿Por qué, abuela? —Hudson, de doce años, le preguntó una vez—.
¿Por qué trabajan para ti, cuando ni siquiera crees en el vudú?
Granny Foster, que siempre vestía camisas de franela a cuadros de
hombre grande con jeans holgados, se mecía en su silla en el porche
delantero y decía—: Creo en lo que creo, y porque lo creo, me funciona.
—No sé lo que eso significa —dijo Hudson.
—No sabes lo que crees. Es por eso que la vida te golpea como lo hace.
Granny Foster tenía muchos pronunciamientos concisos como ese, y
Hudson había pasado años pensando en cada uno de ellos. Era una de las
razones por las que estaba tan nervioso en el trabajo.
—Tierra a Hud —dijo Duane.
Hudson parpadeó.
—Lo siento. —Dio un mordisco a su helado—. Está bien, lo que hace
que se me erice el pelo de la nuca son las cosas de Fazbear's Frights.
Duane se rio.
—¿De verdad? ¿Ese lugar? No tiene nada de espeluznante. Es sólo humo
y espejos para los idiotas que piensan que tener miedo artificialmente es
una buena idea.
—Como si no hubiera suficientes cosas realmente aterradoras en la vida
para mantenernos ocupados —gruñó Barry.
—Exactamente —dijo Duane—. Fazbear’s Frights es sólo un lugar para
trabajar. Es un trabajo. Una breve parada en el camino.
—Tal vez para ti. —Hudson suspiró—. No estás atrapado aquí.
Duane tomó más helado y no respondió a Hudson, pero Barry le dijo a
Duane—: Tiene razón.
Duane negó con la cabeza.
—No puedes pensar de esa manera, Hud. Tienes que creer que las
cosas saldrán bien para ti.
—Las cosas no me salen bien —dijo Hudson, pensando en su intento
de salir con Faith.
—Me refiero salir bien en general —dijo Duane.
—Sé lo que quieres decir.

☆☆☆
Barry y Duane dejaron a Hudson en su apartamento estudio en el
sótano cuatro horas antes de que tuviera que tomar el autobús para volver
al trabajo. Un poco somnoliento y con mucha hambre, Duane puso una
lata de sopa de pollo con fideos en la pequeña estufa para calentarla.
Mientras esperaba, miró los fideos y pensó en su madre tal como era antes
de que Lewis entrara en sus vidas, antes de que muriera el padre de
Hudson. Nunca había sido una madre particularmente cálida, pero había
sido eficiente y responsable… hasta que su esposo se fue.
El padre de Hudson, Steven, había sido uno de esos padres que todos
los niños querían.
Siempre dispuesto a lanzar la pelota, jugar un juego o simplemente jugar
rudo, el padre de Hudson era divertido y atento. Desafortunadamente,
también luchó con una enfermedad mental durante muchos años. Por cada
aventura feliz y de alto vuelo que su padre le había llevado, había muchos
más puntos bajos invisibles que había ocultado. Cuando Steven se metió en
un mal negocio que le costó su pequeña empresa y, por lo tanto, el
sustento de su familia, se había quitado la vida. A lo largo de los años,
Hudson había vacilado entre amar a su padre por los recuerdos de la
infancia que habían compartido y odiarlo por dejar a Hudson y su madre
solos y desamparados, presa fácil de un monstruo como Lewis.
Hudson también pasó mucho tiempo preguntándose si era propenso a
la misma mala suerte que su padre. Tal vez lo era, o tal vez simplemente
dejó que el destino de su padre sellara el suyo.
Hudson no estaba seguro de lo que había sucedido, pero por alguna
razón, después de que su padre se fue, todo salió mal. No se trataba sólo
de Lewis o de la madre débil y descuidada de Hudson. Fue todo.
De repente, por ejemplo, se convirtió en el objetivo de los peores
matones de la escuela.
Lo encerraron en los armarios de suministros antes de la clase y lo
perseguían a casa después de que sonara la última campana. Lo empujaron,
lo golpearon y casi se ahoga cuando su cabeza fue colocada en un inodoro.
Eso pasó más de una vez. Uno de los matones lo llamó “Cabeza de
Remolino”.
Los profesores de la escuela no eran mucho mejores que los matones.
Cuándo las calificaciones de Hudson comenzaron a bajar, nadie se acercó
para ayudarlo. Nadie quería saber por qué sus notas iban mal. Sólo querían
gritarle por no seguir el ritmo. Uno, el Sr. Atkin, un estricto profesor de
álgebra, incluso llamó a Hudson estúpido frente a la clase.
Y lo triste es que la escuela fue la parte fácil de su vida. El hogar era
mucho, mucho peor. Lewis tenía un recordatorio diario para Hudson—:
No eres nada. —La palabra, nada, se alternaba entre golpes—. Tú no eres
nada. —Bofetada—. Eres menos que nada. —Puñetazo—. Eres humo.
Ahora, hubo algo de ironía, dado lo que finalmente sucedió.
A la abuela Foster le gustaba decir que el calor y el fuego purgaban. Y
ella tenía razón… algo así.
Cuando la casa de su familia se quemó al final de su último año, purgó a
Hudson de Lewis y su madre. Pero no purgó su tormento.
Eso simplemente empeoró.
El problema fue que los investigadores de incendios concluyeron que no
se trataba de un incendio natural. Dadas las inclinaciones violentas
conocidas de Lewis, Hudson pensó que la policía sospecharía
inmediatamente de su difunto padrastro del crimen. En cambio, dirigieron
sus ojos hacia el hijastro al que Lewis llamó.
Durante cinco años, Hudson había estado libre de Lewis, su madre y
sus maestros. Pero mientras Duane y Barry habían estado en la universidad,
él había pasado de un trabajo aburrido y sin salida a otro porque no podía
deshacerse del estigma de ser sospechoso de un incendio
premeditado/asesinato. Cuando sus amigos regresaron, empezaron a
aceptar trabajos temporales bien pagados en la construcción o lo que sea,
básicamente simplemente pasándolo bien un rato antes de tener que
tomarse en serio la vida. Hudson había sido empleado en una tienda de
conveniencia local durante los últimos seis meses hasta que Duane y Barry
lo convencieron de que se postulara para Fazbear’s Frights. La idea era que
los tres pasarían el rato juntos en Fazbear's durante unas semanas y luego
se unirían a la Marina.
Una buena idea… si Hudson no hubiera sido golpeado hasta la inutilidad.
Hudson respiró hondo y notó el olor a algo quemado.
Miró hacia abajo. El caldo de sopa se había evaporado y ahora el pollo y
los fideos estaban ennegrecidos y pegados al fondo de la sartén.
Hudson agarró la cacerola y la tiró al fregadero. El humo llenó el aire y
le escoció los ojos.
¿Cuánto tiempo había estado allí de pie sintiendo lástima de sí mismo?
Miro su reloj. Demasiado tiempo.
Suspirando, Hudson dejó correr agua en la sartén y sacó un cepillo para
fregar. Después de limpiar, hacer una nueva lata de sopa y comer, sólo
tendría tres horas para intentar dormir antes de volver al trabajo.

☆☆☆
Virgil estaba esperando afuera de la tienda de regalos cuando Hudson
regresó a Fazbear’s Frights.
—¿Algún problema? —le preguntó Hudson a Virgil.
—No, a menos que llames un problema al termostato roto de este lugar
—dijo Virgil.
Hudson negó con la cabeza. El edificio nunca le pareció frío.
—Necesitas que tu esposa te haga un suéter más grueso.
Virgil tiró del cárdigan raído que llevaba.
—Nah. Me gusta este. Es cómodo.
Hudson asintió con la cabeza, luego se despidió de Virgil mientras salía
arrastrando los pies por la puerta principal. Tan pronto como salió,
Hudson cerró las puertas.
Hudson se volvió hacia el edificio y escuchó el silencio que lo rodeaba.
Extrañamente, el silencio parecía moverse a su alrededor como una
entidad viviente que respiraba. Parecía tener capas, matices que contenían
información que no entendía. No, no sólo información. Amenazas. El
silencio se sintió como una amenaza, como una promesa de algo
desagradable por venir. Hudson presionó su espalda contra la puerta
cerrada y trató de controlar su respiración acelerada. Resistió la tentación
de abrir la puerta y salir corriendo a la noche.
En algún lugar de las entrañas del edificio, algo golpeó. Hudson sacó su
porra.
Luego se rio de sí mismo cuando sintió que el aire fresco salía del
respiradero del piso más cercano. El sonido que había escuchado era sólo
el encendido del sistema de enfriamiento.
—Tienes que controlarte —se dijo a sí mismo.
Respiró hondo y exhaló lentamente. Luego, manteniendo su porra en la
mano, se puso en marcha.
La oscuridad se extendió por delante de Hudson mientras caminaba por
su ruta habitual.
Las luces del edificio se apagaban después de la medianoche, lo que
provocaba que las cajas apiladas en los pasillos proyectaran sombras
inusuales. Los objetos de recuerdo que habían sido desempaquetados
tenían tonos más cortos y gruesos que le recordaban a Hudson las ratas
de la oficina falsa. Cuando una sombra pareció cambiar, sacó su linterna y
apuntó un rayo en el área, preguntándose si una de las ratas había salido
de la oficina.
O tal vez habían atraído más ratas. Él no las dejaría pasar.
Después de tres semanas de vigilar el lugar mientras se preparaba para
el público, se estaba acostumbrando al interior en rápida evolución.
Desafortunadamente, cada habitación se volvió más inquietante a
medida que pasaba el tiempo.
El problema estaba en todos los personajes raros.
Quien hubiera pensado en los personajes de Freddy Fazbear fueron
hechos por alguien con una imaginación loca. ¿A quién se le ocurrieron
cosas como un pollito con dientes que lleva una magdalena con dientes
similares? ¿Quién pensó en conejitos y zorros morados con parches en los
ojos? ¿Y a quién se le ocurrió la máscara de marioneta de rayas negras que
estaba pintada como un guerrero? Hudson ni siquiera quería saber cómo
era el resto de ese personaje. Sólo la máscara que colgaba de una de las
puertas ya era bastante mala.
Y, por supuesto, Faith y sus compañeros habían jugado con cada
elemento de la extraña rareza de Fazbear. La sangre falsa fue salpicada
artísticamente.
Se habían añadido telarañas, polvo y arañazos a todas las superficies, no
sólo a las paredes.
Aparentemente, además de las próximas animaciones, pronto
agregarían sonido. Muy pronto.
Hudson tuvo que asumir que los sonidos se apagarían por la noche, pero
no estaba seguro de si ese era el caso. Se preguntó cómo podría mantener
la cordura si tuviera que escuchar los efectos de sonido de Fazbear además
de ver las perturbadoras vistas.
Quizás una vez que las cajas se fueran, mejoraría. Algo en esas cajas era
desconcertante. No sabía qué acechaba dentro de ellas.
¿Qué iba a salir a continuación?
Después de pasar por la oficina falsa, el armario del conserje y la cocina,
Hudson recorrió el comedor y comprobó el escenario, haciendo todo lo
posible por mantenerse fuera del alcance de las estatuas de personajes.
Sabía que era una tontería. Eran estatuas, no animatrónicos. Pero no pudo
evitarlo. Simplemente sintió que lo iban a agarrar si se acercaba demasiado.
Hudson miró detrás del escenario. Se dio cuenta de que habían entrado
más partes del traje animatrónico. Estaban esparcidas por el suelo y
colgadas de las paredes. La sangre (también conocida como pintura roja…
«Recuerda eso», se dijo a sí mismo) había sido arrojada por muchas de las
partes del traje.
Dejando el área detrás del escenario, bajó por algunos de los pasillos
serpenteantes hasta llegar a Pirate's Cove. Faith le había dicho que la
Pirate's Cove estaba en el comedor de los restaurantes, pero quería
convertirlo en un espacio separado aquí.
—Quiero decir —dijo cuando todavía estaba hablando con Hudson—
¿imagina el susto que le dará a la gente cuando el gancho de este pirata
atraviese la cortina una y otra vez? —Ella se rio.
Hudson no pensó que fuera gracioso.
Se alegró de que la cabeza de Foxy, con un ojo cubierto por un parche
negro, estuviera desconectada del resto del traje del personaje. Odiaba
pensar en un personaje funcional, ya fuera un humano con traje o un
animatrónico, que controlaba el gancho de aspecto letal.
Dejando la Pirate's Cove, Hudson se trasladó a la oficina falsa. Allí,
descubrió que se había agregado un contenedor de partes de personajes y
accesorios. Pudo ver el mástil de una guitarra de rock sobresaliendo de las
cabezas incorpóreas. También habían metido un bote de basura en la
habitación. Una de las ratas estaba cavando en la basura. Hudson cerró
rápidamente la puerta y siguió adelante.
Completando su circuito y terminando de nuevo en el vestíbulo, bajo el
arco de ladrillo “desmoronado”, Hudson miró su reloj. Sólo era la 1:50
a.m. Le quedaban más de cinco horas antes de que Virgil volviera a
relevarlo durante unas horas. Se suponía que Virgil llegaría a las siete, junto
con Barry y Duane, pero por lo general llegaba tarde.
Hudson se golpeó el muslo con la porra. «Es hora de esconderse en la
oficina real y mirar los monitores durante un rato».
Hudson entró en la oficina y volvió a ponerse la porra en el cinturón.
Enfundó su linterna y se hundió en su silla. Esta habitación era el santuario
de Hudson. Era el único lugar del edificio donde no sentía que cientos de
ojos estuvieran sobre él.
Lo único en la oficina que lo ponía nervioso era la enorme rejilla de
ventilación en lo alto de la pared sobre su escritorio. Hace un par de días,
había decidido que alguien… o algo… podría verlo fácilmente a través de
esa cubierta de persianas. Entonces, había traído una manta vieja de casa y
la había puesto sobre la tapa de ventilación. Hasta ahora, nadie había dicho
nada al respecto. Se preguntó si Virgil alguna vez sintió que lo estaban
observando a través del respiradero. Hudson nunca le preguntó.
Hudson se reclinó y puso los pies en alto. Se acomodó para esperar a
que pasara la noche.

☆☆☆
Cuando Hudson regresó de su breve descanso al día siguiente, era casi
mediodía. Barry y Duane llevaban otra torre de cajas, y Faith estaba sentada
en el suelo sacando todo tipo de nuevos “hallazgos antiguos” de los
contenedores de cartón.
—Vamos a hacer una pausa para almorzar en quince —dijo Duane a
Hudson cuando Hudson entró en el edificio—. ¿Estarás en la oficina?
—Seguro. —Hudson pensó que podría encajar en su circuito de salida
en ese tiempo si se apresuraba.
A pesar de que él y sus amigos no eran tan cercanos como solían ser,
todavía encontraba reconfortante su compañía. Le hacía sentirse un poco
menos solo en el mundo. No le gustaba pensar en cómo sería después de
que se fueran.
Extrañaría la camaradería… y las bromas estúpidas. Duane siempre
contaba chistes realmente malos de papá.
—¿Cómo se le llama a la madera cuando tiene miedo? —preguntó
Duane cuando él y Barry entraron en la oficina en el mismo momento en
que Hudson regresaba de sus rondas.
Hudson dijo—: No lo sé. ¿Cómo?
—Petrificada. —Duane soltó una carcajada.
—Cursi. —Barry negó con la cabeza.
Hudson se rio entre dientes.
Barry sacó una bolsa y cruzó la habitación hasta donde había un pequeño
microondas en un estante.
—Adivinen lo que les traje.
—¿Comida? —preguntó Duane.
—Gracioso. No cualquier comida. Filete de pollo frito con salsa blanca,
puré de papas y crema de maíz casera.
—¿Quieres casarte conmigo? —le preguntó Duane a Barry—.
Cualquiera que se case contigo pone a tu abuela en el trato, ¿verdad?
—Claro, pero no eres mi tipo.
—¿Cuál es tu tipo? —preguntó Hudson.
—Tú no lo eres —dijo Barry.
Los tres hombres se rieron.
Barry metió la comida en el microondas y lo encendió. Inmediatamente,
el aroma casi embriagador del filete de pollo frito llenó la habitación.
Hudson se dio cuenta de lo hambriento que estaba.
—Hablando de matrimonio —le dijo Duane a Barry— ¿cómo fue tu cita
con Faith?
Hudson se puso rígido. ¿Barry salió con Faith?
—Genial —respondió Barry—. Realmente genial. Ella es bastante
asombrosa. —Barry se miró las manos y luego miró a Hudson—. Ella dijo
que ustedes dos tuvieron una cita una vez, pero no funcionó. ¿Estás de
acuerdo con que salga con ella? No lo haré si no lo estás.
Hudson se encogió de hombros.
—Está bien. Estoy de acuerdo con eso. No salgo con ella. Tendría que
ser un idiota de clase mundial para decir que no puedes sólo porque tuve
una cita con ella.
—¿Qué pasó? —preguntó Duane.
Hudson puso los ojos en blanco.
—¿Qué crees?
Duane y Barry se miraron.
—No le dijimos —dijo Barry.
—No hablamos con nadie al respecto.
Hudson se encogió de hombros.
Barry abrió el microondas y sacó los recipientes de plástico humeantes.
Empezó a repartir la comida en platos de papel.
Hudson estaba tratando de no enojarse con su amigo, pero no creía que
pudiera decidirse a aceptar su caridad por encima de todo.
—Nada para mí —dijo Hudson—. No tengo hambre.
—¿Estás seguro? —preguntó Barry.
Hudson asintió.
Barry se encogió de hombros pero dejó algo de comida en los
contenedores.
—Dejaré tu parte aquí para la comas cuando tengas hambre más tarde.
Con la boca llena de puré de papas, Duane agregó—: A menos que yo
lo haga primero.
Barry le entregó una servilleta a Duane.
—Cierra tu boca. ¿Tu mamá no te enseñó modales?
Hudson miró más allá de sus amigos y miró los monitores. Notó que
las pilas de cajas habían aumentado en el vestíbulo.
—¿Cuántas cosas más están trayendo ustedes dos? —preguntó.
—Nos dijeron que vendrán un par de camiones llenos más —dijo
Barry—. Algún gran hallazgo llegará mañana.
—¿Qué tipo de hallazgo? —preguntó Hudson.
Duane se encogió de hombros en respuesta.
—No me importan más hallazgos —dijo Hudson—. ¿Cuándo se
instalará el sistema telefónico?
—Pasado mañana, creo —dijo Barry—. Faith dijo que quería terminar
un par de proyectos más antes de que llegara ese equipo.
Intentando no imaginarse a Faith y Barry juntos, Hudson pasó la mirada
de un monitor a otro. Sacudió la cabeza ante toda la basura que se
amontonaba en el edificio.
—¿Qué ocurre? —preguntó Duane.
Hudson se encogió de hombros. No quería compartir sus sentimientos
con sus amigos.
—Lo que digas —dijo Duane.
—No dije nada —dijo Hudson.
Duane lamió su plato.
—Lo que tú digas.
—Sabes que te ves como un perro cuando haces eso —dijo Barry—.
¿Verdad?
—No me importa. Es bueno. —Dejó el plato de papel limpio y miró a
Hudson—. ¿Qué te pasa en los últimos días? Te has estado comportando
de forma extraña.
Hudson se encogió de hombros.
—Cuando Faith me preguntó si lo había hecho, me hizo recordar todo,
¿sabes? Se me metió en la cabeza.
Barry se encogió.
—Por eso te pregunté si quieres que no la vea.
—¿Ella te gusta? —preguntó Hudson.
—Sí.
—Bueno, entonces, sal con ella.
—Nos iremos en un par de meses —señaló Duane.
Barry se encogió de hombros.
—Nadie puede predecir el futuro.
—Mi abuela puede —dijo Hudson.
Los hombres rieron.

☆☆☆
Cuando llegó su descanso de turno más tarde en el día, Hudson declinó
la invitación a cenar de sus amigos. Necesitaba ir a ver a la abuela.
—¿Necesitas que te lleve? —preguntó Barry.
—Caminaré —respondió Hudson. Había decidido que ni siquiera
intentaría dormir esta noche. Visitaría a la abuela, le pediría que lo
alimentara y luego vería si ella tenía algo para aumentar su energía. Si
alguien podía mantenerlo despierto, sería Granny.
Así que Hudson dejó atrás Fazbear’s Frights a las 5:00 p.m. y recorrió
las diez cuadras hasta la casa de su abuela. El día estaba fresco pero seco.
La primera de las hojas de otoño se deslizó por el cemento frente a él
mientras caminaba. Aspiró el aroma de las manzanas de cangrejo, que
habían caído de los árboles junto a la acera. La abuela le había dicho que
los aromas tienen poder, y cuando un aroma es atractivo, inhalarlo te dará
fuerza.
—No inhales olores putrefactos —le advirtió una vez—. Son más que
simples olores. Todo es más de lo que parece.
Un poco tímido del moderno edificio de apartamentos que albergaba a
su abuela, Hudson percibió un olor a algo podrido. Se tapó la boca con la
mano y entró corriendo en el edificio cuando un joven empresario de
moda salía.
Cuando pensabas en una abuelita como Granny Foster, despreocupada
por las apariencias, que seguía “las viejas costumbres” y que usaba muñecos
vudú para manejar los conflictos, no pensabas en encontrar a esa abuela en
un loft ultramoderno y abierto.
Cuando Hudson era un niño, Granny Foster vivía en una casa vieja cerca
de donde vivían Hudson y sus padres. Sin embargo, en el momento del
incendio, Granny se había mudado. Dijo que la energía estaba mejor en el
centro. Y el lugar estaba más cerca de los hombres. Granny Foster había
comenzado a salir.
Hudson sonrió mientras tomaba el elegante ascensor negro hasta el
sexto piso del antiguo almacén que se había convertido en lofts. Pensar en
las citas de Granny Foster siempre lo animaba.
Hudson nunca había conocido al abuelo Foster. Había muerto antes de
que naciera Hudson. Era difícil imaginar a un hombre lo suficientemente
fuerte para personas como Granny Foster. Hasta ahora, ninguna de sus
citas había conseguido ni siquiera un puesto semipermanente.
Hudson salió del ascensor, escuchó el timbre que se cerraba detrás de
él y caminó por un piso de cemento pulido al final del pasillo.
Alguien en este piso estaba horneando galletas. Olían a galletas de
azúcar. Estaba seguro de que ese alguien no era la abuela. Su idea de
hornear no resultaba en algo tan delicioso como una galleta.
Dos pasos antes de que Hudson llegara a la puerta de la abuela, se abrió.
La abuela vestía una camisa a cuadros rojos y verdes con sus jeans holgados.
—Llegas tarde.
Hudson no le había dicho que vendría.
Optó por ignorar sus palabras. Se inclinó para abrazarla. Olía a especias
exóticas… y melocotones. Él inhaló.
El poder de la abuela Foster no provenía de su tamaño. Ella medía sólo
cinco pies, una pulgada. Y estaba tan delgada como Hudson. Él habría
estado preocupado por romperla cuando la abrazó si no hubiera aprendido
a lo largo de los años que ella tenía un poder que era mucho más fuerte
que sus huesos apenas encapsulados. Nada iba a quebrar a Granny Foster.
Una fanática de estar al sol, la piel de la abuela Foster era oscura y gruesa
como cuero agrietado, y había tenido arrugas en capas desde que Hudson
podía recordar. También había tenido el pelo salvaje hasta la mandíbula que
siempre estaba desordenado. Su cabello era blanco; aparentemente su
cabello se había vuelto blanco cuando no era mucho mayor que Hudson
ahora. Nunca le había preguntado por qué. De alguna manera, ni las arrugas
ni el cabello blanco hacían que la abuela pareciera vieja o débil. Combinados
con sus rasgos afilados y sus ojos azules inusualmente brillantes, la hacían
parecer fuerte, lo que era.
Cuando la soltó, la abuela Foster cerró la puerta de una patada e indicó
a Hudson que la siguiera. En lugar de llevarlo al sofá de cuero negro junto
a la ventana de pared a pared que daba al centro, ella lo llevó al centro de
la habitación y señaló.
—¿Eso es un pozo de fuego? —preguntó Hudson, mirando el pequeño
círculo de paredes de piedra con las brasas encendidas dentro.
La abuela hizo un gesto con la mano.
—Incorrecto. Pero servirá.
Su voz no coincidía con su cuerpo. Profunda y grave, la voz de la abuela
pertenecía al cuerpo de un camionero. Era una de las razones por las que
le daba miedo. Cuando hablaba, sus tonos guturales sonaban como si un
demonio la estuviera controlando y usando su cuerpo para hablar con
humanos indefensos.
—Bueno, ¿no estás enfadado? —dijo la abuela.
Hudson no dijo nada. Había aprendido que hablar lo menos posible era
la mejor manera de interactuar con la abuela. Tenías que esperar a que
dijera lo que fuera a decir y luego irte y tratar de resolverlo más tarde.
—Siéntate. —Señaló una almohada naranja en el suelo junto al pozo de
fuego.
Hudson se sentó.
—Está flotando de ti como si hubieras rodado en excrementos, Hudson.
Tienes que dejarlo ir.
—¿Cómo?
—Déjalo.
—¿Qué?
—El trabajo. —La abuela dejó caer su cuerpo de ochenta y dos años en
una posición de piernas cruzadas impresionante para su edad—. Tienes
que dejar ese trabajo, Hudson.
Hudson frunció el ceño. Él también lo pensaba, pero también pensaba
que sus pensamientos eran los desvaríos de un idiota. Estaba ganando más
dinero del que había ganado antes… no es que fuera suficiente todavía,
pero era un paso en la dirección correcta. ¿Qué iba a hacer? ¿Volver a
ganar el salario mínimo y lidiar con todos los idiotas que entraban en la
tienda de conveniencia? ¿Quiénes lo trataban como si fuera un chicle
pegado a la suela de sus zapatos?
—No puedo, abuela —dijo.
—Mm.
Hudson pensó en Granny y sus predicciones. Tal vez ella sabía algo.
—¿Por qué debería renunciar? ¿Qué sabes sobre Fazbear's Frights?
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—Todo lo que necesito saber. —Ella se acercó y le apretó la mano—.
Me preocupo por ti, Hudson. Deja tu trabajo.
Allí fue de nuevo. Sin decir nada sustantivo. Era más de su tonto vudú.
Hudson negó con la cabeza.
—Si renuncio… —Sacudió la cabeza de nuevo—. No puedo.
Granny suspiró.
—Tu camino es tuyo. —Sostuvo su mirada durante varios minutos.
Entonces volvió a hablar—: Vamos. Vamos a comer pizza. Llamaré.
Hudson sonrió.
—Seguro. ¿Por qué no?

☆☆☆
Esa noche en Fazbear's Frights transcurrió sin incidentes, y Hudson
estaba tan relajado cuando se fue a casa después de su turno que en
realidad se fue a dormir y se quedó dormido durante cinco horas. Regresó
a su trabajo a última hora de la mañana, justo a tiempo para ver a Barry y
Duane descargar una caja de madera del tamaño de un ataúd de su camión
y llevarla al interior del edificio.
Tras aceptar el llavero de Virgil, Hudson subió al trote los escalones del
frente del edificio y observó a sus amigos llevar la caja por el pasillo.
—¿Qué es eso? —gritó Hudson.
—Ven y míralo —dijo Duane—. Va a ser alucinante. No creerás dónde
se encontró esto.
Hudson enganchó las llaves en su cinturón y siguió a sus amigos.
—¿A dónde van? —preguntó Hudson.
—El pasillo interior —dijo Barry—. Ahí es donde lo quieren.
—Escucha —dijo Duane—. ¡Esto fue encontrado dentro de una
habitación escondida en una de las pizzerías!
Barry sonrió.
—Faith está realmente emocionada por eso. Dijo que lo van a poner en
una habitación oculta aquí ahora, y que será la mejor característica de toda
la atracción.
Hudson miró su porra y la ajustó para que Barry no viera lo ruborizado
que estaba.
—¿Está ella aquí ahora? —preguntó Hudson tan casualmente como
pudo.
Debe haber sonado bien porque Barry respondió con la misma
naturalidad—: No. Se pasará el día comprando telas y pintura o lo que sea
para acompañar este nuevo accesorio.
Mientras hablaban, Barry y Duane gruñeron y avanzaron arrastrando los
pies por el largo pasillo. A Hudson no se le ocurrió ofrecer ayuda. Estaba
demasiado ocupado pensando en Faith para pensarlo.
Notó que el pasillo estaba libre de cajas en esta sección. Se habían
agregado más partes de personajes a las paredes. Pensó que había al menos
una docena o más de nuevos pares de ojos mirando desde las paredes.
Barry y Duane dejaron caer la caja sobre el linóleo con un ruido sordo.
Hudson se estremeció, seguro de haber escuchado, en los talones del ruido
sordo, un sonido metálico proveniente del interior de la caja.
Duane dejó caer su trasero sobre la caja y se secó el sudor de la cara
con el dobladillo de su camiseta.
—Dejé la palanca cerca de la Pirate's Cove —dijo Barry—. Iré a
buscarla.
—No vas a abrir eso, ¿verdad? —preguntó Hudson.
—¿Qué? —preguntó Duane—. No me digas que tienes miedo de lo que
hay en este en la caja. —Miró a Hudson—. ¿Crees que no nos hemos dado
cuenta de lo nervioso que estás con estas cosas? Estás dejando que esta
rareza —hizo un gesto con la mano alrededor de las paredes— te afecte.
Y esa es tu elección, hombre, pero estás cediendo al poder de la sugestión.
Psicología básica. Lo que esperas es lo que pasa. Profecía autocumplida y
todo eso. Sé que también te volviste psicológico, Barry. Recuerda los
experimentos que hicieron que demostraron que lo que ves cuando miras
cosas en el mundo depende no tanto de lo que realmente hay, sino más
bien de las suposiciones que haces cuando miras las cosas. ¿Recuerdas?
—Claro —respondió Barry— pero no te corresponde a ti decirle a
Hudson…
Hudson tocó el brazo de Barry.
—Está bien. —Mantuvo su rostro indiferente y dijo—: Necesito hacer
mis rondas. —Se alejó, pero pudo escuchar a Barry hablando mientras lo
hacía.
—Puedes ser un verdadero idiota, ¿lo sabías? —dijo Barry.
—¿Qué hice? —preguntó Duane, sonando genuinamente
desconcertado.
Por supuesto, no lo entendería. Duane, por lo que Hudson sabía, nunca
había tenido miedo de nada en su vida. Siempre era el primero en saltar
del techo cuando intentaban “volar”, siempre el primero en salir al hielo
para comprobar si se podía patinar en el estanque, siempre el primero en
lanzarse a una pelea para romperla en el área de juegos. Barry tampoco se
quedó atrás en ser valiente. Una vez recibió una recompensa de $1,000 de
una anciana cuando trepó a un árbol de treinta metros para rescatar al gato
de la mujer.
¿Y Hudson? ¿Qué había hecho? Se había escondido de Lewis en lugar de
luchar.
Hudson se sacudió mentalmente y pisó fuerte por el pasillo para hacer
sus rondas.

☆☆☆
Media hora después, Hudson se dirigía a la oficina cuando Duane lo
llamó.
—Tienes que venir y ver esta cosa. ¡Es espeluznante!
—Déjalo en paz —dijo Barry.
—Oh vamos. No es un demonio. ¡Es un antiguo animatrónico, uno
completo! Es asombroso. ¡Mira el detalle!
Hudson no quería nada más que ir a la oficina, cerrar la puerta, trabarla
y tomar una siesta. Pero no iba a darle a Duane la satisfacción. Así que
caminó por el pasillo como si no le importara en lo más mínimo lo que
había en la caja.
Cuando llegó a sus amigos, se detuvo en seco. Barry y Duane, que
intentaron luchar con el animatrónico en posición vertical y apoyarlo
contra la pared, rodearon con los brazos la cosa de aspecto más extraño
que Hudson había visto en su vida.
Verdad. Extraño. Estaba usando esa palabra porque usar la palabra
aterrador significaría que tenía miedo. Y tenía miedo, pero seguro que no
quería admitirlo ante nadie, incluido él mismo.
Hudson recurrió a un viejo truco que había utilizado cuando Lewis
estaba alterado.
Entrecerró los ojos hasta que su enfoque estuvo casi reducido a un
punto. Había aprendido cuando era joven que cuando tu perspectiva era
tan estrecha, lo que estabas enfrentando no era tan horrible.
Usando ese enfoque preciso, todo lo que Hudson podía ver apoyado
entre Barry y Duane era un par de ojos blancos con pesados párpados
verdes. Eso fue suficiente para asustar a Hudson.
Pero también era una parte lo suficientemente pequeña de lo que sus
amigos estaban luchando para que pudiera actuar relajado y
despreocupado. Poniendo a prueba esa teoría, habló.
—¿Qué están haciendo con eso? ¿Bailar?
Su voz sonaba normal y ligera. Se felicitó a sí mismo.
—Faith quiere que la cosa esté aquí contra esta pared —dijo Barry.
Gruñó y movió su lado del animatrónico de tamaño natural—. ¿Pusiste
esos ganchos? —le preguntó a Duane—. ¿O simplemente vas a coquetear
con esto?
Duane sacó un par de ganchos de su bolsillo.
—Mantén tu costado en su lugar. Me apoyaré en mi costado y sujetaré
los ganchos a la pared. Luego cambiaremos de lugar y configuraremos el
otro lado.
—Los dejo —dijo Hudson, volviéndose para ir a la oficina.
—¿Quieres ir a cenar después del trabajo? —gritó Barry.
Hudson se detuvo y miró hacia atrás.
—No puedo. Lo siento. Virgil no vendrá esta noche. Estaré aquí hasta
mañana por la mañana.
—Lo siento —dijo Duane—. Apesta ser tú.
—Gracias por eso —dijo Hudson, sacudiendo la cabeza.
—Sólo digo —dijo Duane.
—Quizás los SEALS puedan enseñarte a no meterte el pie en la boca —
le dijo Barry a Duane mientras Hudson se alejaba.

☆☆☆
Hudson esperaba tener una noche tranquila. A pesar de la adición del
nuevo animatrónico, se sentía bien cuando cerró el edificio por la noche.
Tal vez fingir estar relajado en realidad lo hacía sentirse más relajado. Pensó
que podría hacer que la profecía autocumplida funcionara para él.
Y lo hizo… hasta que decidió tocar al oso; Fue entonces cuando se
animó y resolvió enfrentarse a sus miedos.
Pasaría el resto de la noche pagándolo.
Normalmente, Hudson hacía sus rondas en la misma dirección y en el
mismo orden. Pero esta noche, estaba ansioso. Así que empezó por el final,
con la intención de invertir su dirección habitual. Esto lo llevó al nuevo
animatrónico cerca del comienzo de su circuito, en lugar del final.
Mientras se acercaba a la cosa desaliñada, planeaba enfrentarlo de
inmediato y sacarlo del camino. Iba a robarle su poder para disgustarlo.
Buen plan, pero se olvidó de entrecerrar los ojos.
Y tampoco estaba planeando que la cosa le hablara.
Hudson caminó por el pasillo interior y encontró el nuevo animatrónico
enganchado a la pared justo donde lo dejaron Duane y Barry. Posado en
una posición amistosa de mano a mano, la postura del animatrónico no era
amenazante. Pero en realidad, cualquier cosa que pareciera así era
amenazante, sin importar lo que estuviera haciendo.
Hudson se enfrentó al animatrónico, luego se tambaleó hacia atrás y
contuvo el aliento. ¿Qué demonios se suponía que era esta cosa?
A primera vista, el personaje robótico pegado a la pared parecía ser un
conejo. Algo así. Con pelaje de color amarillo verdoso, este no era un
conejo ordinario, aunque ni siquiera un conejo de dibujos animados. Era el
tipo de conejo que el Dr. Frankenstein podría haber creado si hubiera
querido construir un conejo en lugar de un hombre.
Orejas rasgadas, docenas de pedazos del pelaje amarillo verdoso del
cuerpo y de las extremidades arrancados… o mordidos (era difícil de
decir) este era un conejo que nunca sería abrazado por ningún niño.
Tampoco debería haber sido visto por un niño.
Donde se rasgó la piel, se podían ver piezas de metal de la estructura
del animatrónico. Cables expuestos unidos a un marco de metal oxidado
y… algo más. ¿Qué era eso?
Hudson no pudo evitarlo. Se inclinó para ver mejor.
¿Qué era?
No, no puede ser.
Estudió las áreas rojizas y grisáceas que se podían ver a través de los
huecos en la piel y el metal. Parecía…
Hudson dio un paso atrás y agarró su porra. Se dio cuenta de que
respiraba demasiado rápido y se inclinó para controlarse.
Necesitaba volver a entrecerrar los ojos. Pero no pudo. Tenía que
saberlo.
Hudson se acercó de nuevo y ladeó la cabeza para ver mejor lo que se
escondía debajo de la piel y el metal. Iba a demostrarse a sí mismo que su
loco vuelo de espantosa fantasía era sólo eso: fantasía.
Pero no fue así. Hudson levantó un dedo y extendió cuidadosamente su
mano lo suficiente para tocar lo que había dentro de la piel destrozada y el
metal expuesto. Puso la punta de su dedo contra el material rojizo.
Y saltó hacia atrás tan rápido que perdió el equilibrio y cayó contra la
pared opuesta.
Era tejido. Quizás no, no, probablemente no tejido humano. Pero era
una especie de tejido corporal.
¿Quién querría aterrorizar a alguien con sangre como esta?
¡No podría ser real!
—Es real —dijo una voz rasposa.
Hudson retrocedió apresuradamente.
¡Habló! ¿El animatrónico habló?
No, eso no era posible. Duane y Barry le dijeron que la cosa no
funcionaba en absoluto. Se iban a contratar expertos para que trabajaran
en él, e incluso entonces, pensaron que era irreparable.
—Si no fueras tan estúpido, te diría más sobre esto —dijo la voz.
La voz era distintiva, demasiado distintiva. Una voz baja con un rugido
como áspero, la voz tenía un toque de acento sureño.
Hudson conocía esa voz.
Era la voz del señor Atkin.
Hudson sacó su bastón.
¿Cómo es posible que salga la voz del señor Atkin de esta cosa?
¿O la voz vino del animatrónico? No. Hudson no lo creía así.
La voz pareció llenar su cabeza, viniendo más del interior de sus oídos
que de fuera de ellos. No pudo precisar una dirección.
—¿Quien dijo eso? —preguntó Hudson. Miró a su alrededor, luego
volvió a mirar al animatrónico. Colgaba de la pared, con la boca llena de
dientes completamente inmóvil.
Hudson volvió la cabeza para mirar a ambos lados del pasillo.
—Estúpido —dijo la voz de nuevo.
Hudson volvió a mirar la boca del animatrónico. Estaba exactamente
como antes.
Hudson se quedó mirando la boca durante varios minutos. La voz no
habló.
El pasillo estaba en silencio.
Hudson parpadeó y miró a lo largo del animatrónico, mirando el borde
inferior irregular del pelaje que terminaba sobre el tobillo expuesto…
¿huesos?
¿Esos eran huesos?
No. Eso era estúpido. Debían ser soportes metálicos descoloridos por
la edad.
—Haz los cálculos —dijo la voz.
La voz y la palabra matemáticas le trajeron una avalancha de recuerdos
de la clase de álgebra del Sr. Atkin. Hudson pudo oler repentinamente la
tiza en el salón de clases, sentir sus jeans empapados en sudor pegados al
duro asiento de su escritorio. Podía sentir los ojos de sus compañeros de
clase sobre él, sentir el desdén del Sr. Atkin.
Quería huir y esconderse.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Hudson, pero luego recordó que
ya no era un niño. Sintió una oleada de ira y metió la porra en la boca del
animatrónico. Escuchó un chasquido, un tintineo y un estrépito en el suelo.
Se había roto uno de los dientes del animatrónico.
¿O lo había hecho él?
¿Estaba ese diente allí cuando se acercó a la cosa por primera vez?
—Esto es una locura —dijo Hudson. Extendió la mano y agarró al
animatrónico. Su intención era llevarlo a un armario y encerrarlo dentro.
Pero la cosa era más pesada de lo que parecía y no se movía de la pared.
—¿Qué tipo de ganchos usaste? —preguntó Hudson al ausente Duane.
Miró las conexiones y no pudo averiguar cómo liberarlas.
«Bueno está bien». Estaba bien, ¿verdad? Esto significaba que el
animatrónico no podía ir a ninguna parte.
Hudson se encogió de hombros, se volteó y caminó por el pasillo
alejándose de la abominación que colgaba de la pared. Es posible que haya
escuchado un susurro “Estúpido” mientras avanzaba, pero no estaba
seguro y decidió fingir que no.
En cambio, se marchó al comedor para hacer sus rondas correctamente,
desde el principio. Pasando junto a las mesas, pensó en esa voz. No había
escuchado esa voz en más de diez años. Tampoco había pensado en el
señor Atkin durante mucho tiempo.
¿Por qué de repente escuchó una voz que sonaba como el Sr. Atkin?
¿Alguien le estaba gastando una broma a Hudson? ¿Duane y Barry harían
eso?
Quizás Duane. Pero no Barry.
—Déjalo ir —se dijo Hudson. Quizás se lo había imaginado todo.
Se había puesto muy nervioso por este lugar en los últimos días. Nunca
se había tomado bien el rechazo, y su decepción con Faith (que no estaba
a la altura de su nombre) podría haber causado un pequeño choque
emocional y ardor. Tal vez su mente lo estaba atormentando porque se
estaba atormentando a sí mismo por no manejar mejor la pregunta de
Faith.
¿Qué habría hecho ella si él no se hubiera puesto a la defensiva? Podría
haber dicho simplemente—: No, por supuesto que no lo hice.
O, ¿qué pasaría hubiera dicho—: ¿Hacer qué? —todo inocente y la
hiciera explicar su pregunta?
Podría haber dicho—: Esa no es una pregunta fácil de responder. —Eso
habría sido lo más honesto que podría haber dicho.
¿Habría vuelto a salir con él si no le hubiera gritado?
—¡Para! —Hudson se reprendió a sí mismo. Pasar por estos qué pasaría
si y debería haber sido era como golpearse la cabeza contra una pared de
ladrillos.
Hudson atravesó el arco y comenzó a pasar los juegos de árcade
paralizados. Como ya llevaba su porra, siguió un ritmo en el metal, el
plástico y la madera mientras pasaba los restos del juego.
Hacía esto todas las noches; rompía el tedio.
Sin embargo, la sesión de percusión de esta noche no fue típica. Mientras
tocaba el tambor, Hudson juró que podía oír cantar. Dejó de tocar el
tambor y dejó de cantar.
¿Quién cantaba?
Hudson dio un paso atrás y miró alrededor del comedor. Su mirada se
deslizó más allá de los personajes en el escenario, y luego se echó hacia
atrás.
Los caracteres. Se habían movido desde que él los había pasado.
El canto comenzó de nuevo.
Y los labios de los personajes se movían.
¡Ellos estaban cantando!
Eso no era posible. ¡Eran estatuas!
Hudson regresó a la sala de juegos y comenzó a golpear con su porra
más fuerte en los juegos. Estaba decidido a ahogar el canto imposible.
Sin embargo, antes de que pudiera rapear en el tercer juego de la fila,
se llevó otra sorpresa.
De repente, la porra de Hudson fue arrancada de sus manos y arrojada
al otro lado de la habitación. Golpeó la pared con un ruido sordo al mismo
tiempo que la cabeza de Hudson se estrellaba hacia abajo… sobre el
escritorio de madera con cicatrices debajo de la ventana de su dormitorio.
—¿Por qué no has terminado tu tarea? —gritó Lewis.
El impacto fue poderoso y la esquina del escritorio que entró en
contacto con la sien de Hudson fue afilada. Así que fue golpeado por el
doble golpe de un dolor punzante y una corriente de sangre cegadora que
fluía hacia sus ojos.
Tropezando hacia atrás, Hudson se limpió la sangre, tratando de aclarar
su visión para poder ver a Lewis lo suficiente como para saber qué iba a
hacer el hombre a continuación. Lewis había estado golpeando a Hudson
durante años, pero esta fue la primera vez que Lewis golpeó su cabeza
contra algo.
Mientras Hudson se limpiaba los ojos, giró, tambaleándose. Pero no vio
a nadie. ¿Dónde estaba Lewis? Él se había ido. Hudson estaba solo en la
sala de juegos.
Espera. ¿Que acaba de suceder?
Presionando su mano sobre la herida sangrante en la línea del cabello,
Hudson parpadeó ante el juego de árcade que tenía frente a él, un juego
de invasores alienígenas torcido. Vio sangre en su estructura de metal.
No estaba en su dormitorio. Lewis no se limitó a golpear su cabeza
contra un escritorio.
Su cabeza se había estrellado contra el juego.
Hudson buscó su porra. No pudo encontrarla. Y no pudo detener la
hemorragia con la mano. Tenía que volver a la oficina. Allí tenía un botiquín
de primeros auxilios.
¿Pero era seguro? Algo realmente extraño estaba pasando. ¿Por qué
alucinó una escena de su infancia?
Un golpe sordo sonó a unos metros de distancia.
—¿Quién está ahí? —gritó Hudson.
Se quedó quieto, escuchando. No escuchó nada más que su respiración
entrecortada. Trató de ignorar los golpes en su cabeza para poder pensar.
La sangre goteó por la mano que Hudson se llevó a la cabeza. Pasará lo
que pasara, necesitaba vendar su herida. No podía quedarse parado aquí.
Hudson volvió sobre sus pasos a través del comedor y examinó el área
en busca de una amenaza. Pero estaba demasiado oscuro y bien sombreado
para que él tuviera una vista clara de cada parte de la habitación. Las mesas,
las sillas, la iluminación tenue y las sombras proyectadas proporcionaban
demasiados escondites para cualquiera que quisiera atacar o atormentar a
Hudson. Además, sabía que no había nadie allí de todos modos. Estaba solo
en el edificio.
Lo que hizo que lo que acababa de pasar fuera aún más angustioso.
Aun sangrando, Hudson atravesó rápidamente la habitación. Luego
corrió por el pasillo hacia la oficina. Llegó allí sin ningún problema.
Después de cerrar y bloquear la puerta de la oficina, revisó todos los
monitores antes de limpiarse torpemente la sangre de su herida y cubrirla
primero con una gasa y luego con esparadrapo. Mientras se manipulaba a
sí mismo, trató de ignorar el dolor que palpitaba en sus sienes, y trató de
no pensar en los monitores que no mostraban ningún movimiento de
ningún tipo en todo el edificio.
Hudson terminó sus esfuerzos de primeros auxilios y se hundió en su
silla. Se miró las manos ensangrentadas y luego se levantó. Tenía que ir al
baño y limpiarse.
Miró alrededor de la habitación. Sin su porra, se sentía expuesto y
vulnerable. Necesitaba un arma. Vio un martillo que había olvidado
devolver al armario de suministros después de haberlo usado para arreglar
su escritorio un par de días antes. Lo recogió, lo sopesó, lo balanceó y
asintió, satisfecho. Esto funcionaría.
Respiró hondo, volvió a comprobar los monitores y se volvió hacia–
Espera.
Volvió a mirar los monitores. Parpadeó y se frotó los ojos.
Su visión estaba un poco borrosa, probablemente tanto por la sangre
en sus ojos como por el golpe en la cabeza. ¿Estaba viendo eso mal?
Se inclinó hacia el monitor en cuestión.
No. No lo veía mal. Estaba viendo lo que estaba viendo.
¿Dónde estaba el animatrónico que se suponía que debía estar
enganchado, inmóvil y atrapado, en la pared del pasillo interior?
Hudson abrió la puerta de la oficina. Agarrando el martillo con tanta
fuerza que sus nudillos se pusieron blancos, caminó por el pasillo hacia el…
«Oh diablos».
Se ha ido. Realmente se había ido.
Hudson miró boquiabierto los ganchos vacíos que colgaban de la pared.
Hudson escuchó un sonido de forcejeo detrás de él. Se dio la vuelta.
Allí no había nada.
¿O había algo allí, escondido más allá de ese montón de trajes de
personajes?
Hudson sacó su linterna y la iluminó por el pasillo.
No. No vio ningún movimiento.
Dio un paso por el pasillo y se dirigió al baño. Girando en círculos
constantemente, trató de ser consciente de todo el pasillo a la vez. Deseó
tener ojos en la parte de atrás de su cabeza.
Llegó al baño de hombres sin más incidentes. Abriendo la puerta, se
tensó y levantó el martillo. ¿Quién sabía lo que acechaba aquí? ¿Lo estaba
esperando el conejo mutilado?
Hudson resopló ante la palabra conejo. Pensaba en el animatrónico
como un conejo porque le hacía sentir mejor pensar que era tan
amenazante como un oso de peluche. Pero, por supuesto, eso era
ignorancia.
—Estúpido —dijo la voz del Sr. Atkin.
Hudson se dio la vuelta.
Estaba solo. Una vez más, no podía decir de dónde venía la voz del Sr.
Atkin. Porque era su voz. Hudson estaba seguro de ello.
Por una vez, el Sr. Atkin tenía razón. Era estúpido pensar en el
animatrónico como un conejo. Era tan conejo como Hudson. No, la
abominación que los amigos de Hudson habían instalado con tanta calma
esta mañana no era un conejo en absoluto. Era un robot. Y era más.
Hudson estaba bastante seguro de que los restos de un cadáver estaban
atrapados dentro del esqueleto del traje de conejo. No estaba convencido
al cien por cien, pero estaba lo suficientemente convencido.
Verificando rápidamente para asegurarse de que todos los puestos
estaban vacíos, Hudson sostuvo el martillo con una mano mientras
salpicaba agua en su mano libre. Rápidamente se dio cuenta de que era una
forma torpe de limpiar que no iba a funcionar, y después de revisar la
habitación dos veces, dejó el martillo y comenzó a lavarse las manos en
preparación para limpiarse la cara.
Nunca debería haber dejado el martillo.
Hudson pasó de quedarse quieto a retroceder hacia el puesto accesible
para discapacitados en medio parpadeo de un segundo. Estaba junto al
fregadero. Y luego no estaba. Ahora estaba patinando por el baño,
arrastrado por manos invisibles hacia el inodoro en el cubículo más grande.
Hudson gritó—: ¡Basta! —y trató de agarrarse a la puerta del baño
cuando lo atravesó. No pudo controlarlo para detener su progreso.
Se deslizó unos pocos metros hasta el inodoro.
—¡Sujétalo! —gritó uno de los muchachos—. Coge sus hombros —
gritó otro. Hudson vislumbró por última vez el suelo de linóleo gris del
baño de niños antes de sentir que su cabeza se metía en el inodoro. Cerró
los ojos y la boca justo cuando estaba sumergido. Entonces el agua se
arremolinó con el sonido de la risa.
Hudson se agitó, se agitó y cayó de espaldas contra la puerta cerrada
del cubículo. Tosió, escupió y trató de vomitar la poca comida que tenía
en el estómago.
El agua se escurrió por su cuello y goteó debajo de su camisa.
—¡Aléjense de mí! —gritó a los matones que lo atormentaban, aunque
sabía que gritar los incitaría a hacerle otra cosa.
Se tensó, preparándose para otro asalto.
No pasó nada.
Hudson miró a su alrededor. Su mirada cayó al suelo… el suelo en
blanco y negro.
Lo miró con los ojos entrecerrados y luego puso una mano sobre él.
No era linóleo gris.
Su labio superior se curvó ante el olor a orina. Hudson se puso en pie,
buscó a tientas la puerta del cubículo y corrió hacia el fregadero más
cercano. Metió la cabeza debajo del grifo y se frotó la cara y el cabello con
el agua más caliente que pudo soportar. Cuando terminó, usó una pila de
toallas de papel para secarse lo mejor que pudo.
Entonces Hudson miró hacia el interior del cubículo del que acababa de
salir. Lo miró fijamente.
¿Qué le pasaba? Algo no estaba bien.
Hudson dio un paso atrás. Luego dio dos pasos hacia adelante.
No, eso no era posible.
Pero lo fue.
El inodoro y el piso del establo estaban completamente secos. Y olía
como olía el resto del baño: a jabón y desinfectante.
Si acabara de sacar la cabeza de un inodoro lleno de orina, el agua
salpicaría por todas partes y el cubículo aún tendría ese olor ácido y
pútrido. ¿Cómo podía el puesto verse de repente impecable?
Hudson no podía entender esto y lo enfureció.
—Crees que me has pillado, ¿no? —gritó Hudson.
No sabía a quién le estaba gritando y eso lo enfureció aún más.
—¿Qué quieres? —le gritó a quién o qué no sabía.
Nadie ni nada respondió.
Hudson respiró pesadamente durante varios segundos. Luego suspiró.
—De acuerdo. Me rindo.
No estaba seguro de qué iba a lograr ceder ante su oponente… ¿quién
era su oponente? Pero tal vez actuar con mansedumbre podría darle algo
de tiempo para averiguar qué estaba pasando. ¡Ja! ¿Actuando manso? ¡No
estaba actuando en absoluto! Quería rendirse, ondear la bandera blanca y
darse la vuelta sobre su espalda como un cachorro sumiso. No estaba
preparado para cualquier tipo de guerra en la que se encontrara. No lo
entendía y no estaba equipado para ello.
Hablando de eso… Cogió el martillo.
No quería quedarse en el baño toda la noche. Bien podría volver a la
oficina. Dio un paso.
Se detuvo cuando escuchó una risita.
Eso fue una risa, ¿verdad? Sí. Había otra.
Ahora se estaban riendo de él.
¿De dónde venía la risa?
Parecía que venía de arriba de él. Hudson miró hacia arriba.
Bastante seguro. Allí estaba la fuente de la risa. La cabeza del conejo de
color amarillo verdoso colgaba por la abertura del gran respiradero en lo
alto de la pared.
Tenía la boca abierta y se estaba riendo a carcajadas.
Hudson rugió y arrojó su martillo a la cabeza llena de dientes.
La cabeza volvió a desaparecer por el conducto de ventilación.
Hudson miró fijamente la apertura. Tenía que perseguirlo. ¿No es así?
Primero, si no lo perseguía, sabría que era un cobarde. En segundo lugar,
¿cómo sabría adónde iría el conejo si no lo seguía? Si no sabía dónde estaba,
corría más peligro.
Antes de que pudiera pensar más en ello, Hudson saltó al asiento del
inodoro, se subió a las tuberías y luego a la parte superior de la puerta del
cubículo. Agarró el borde del respiradero y se subió al cavernoso tubo
sobre el techo. Una vez allí, se puso rígido, esperando más ataques.
No pasó nada. Sacó su linterna, la encendió y la iluminó.
Él estaba solo.
Se detuvo y se sentó en el respiradero gigante. ¿Qué estaba haciendo
aquí? Esto fue una locura. ¿Realmente quería ir tras el conejo animatrónico?
Hudson enderezó los hombros. Si. Sí, quería.
Ya no iba a ser un niño llorón. Iba a enfrentarse a los matones y a su
miserable padrastro. Iba a ir a cazar conejos.
Hudson se rio de su broma.
¿Su risa le sonó un poco demente a sus propios oídos?
¿No estaba entrando y saliendo de su presente y su pasado? Por un
segundo, era un niño que pretendía tener el coraje de perseguir a los
matones que lo lastimaban.
Pero fue sólo un segundo. Sabía dónde estaba. Y sabía que tenía que
pasar a la ofensiva o se volvería loco.
Hudson se puso sobre manos y rodillas, se llevó la linterna a la boca y
se arrastró desde la abertura hacia el baño de hombres. Deteniéndose cada
pocos metros para quitarse la linterna de la boca y apuntar de esta manera
mientras escuchaba los sonidos, avanzó unos seis metros antes de
encontrarse con la cabeza de su primer personaje.
Sobresaltado, levantó su propia cabeza y la golpeó contra el metal
encima de él.
Se escabulló hacia atrás y se quedó mirando el rostro que le devolvía la
mirada.
Era el propio Freddy Fazbear.
Realmente no. Era un disfraz de Freddy, uno viejo, casi raído.
¿O era ese hilo?
Hudson se rio de nuevo, y tuvo que admitir que la risa sonaba
demasiado infantil.
Necesitaba concentrarse en la tarea que tenía entre manos. «Encuentra
al conejo que se escapó. No. Encuentra a los matones. No. Encuentra el
extraño animatrónico».
Se deslizó hacia una esquina de ventilación. Miró a la vuelta de la esquina
y vio otra cabeza. Una vez más, saltó tan violentamente que se golpeó la
parte superior de la cabeza contra el metal que tenía encima.
Se obligó a respirar con calma mientras estudiaba la cabeza. Era de
Chica, aunque le faltaban los dientes a medias y tenía el pico roto.
Esta cabeza todavía estaba unida a parte del cuerpo de Chica. El cuerpo
sólo tenía un hombro, un brazo y una mano.
Hudson le dio un amplio margen a la cosa, observándola para asegurarse
de que no iba a crecer repentinamente y venir tras él. No dejó de mirar
hasta que dobló una esquina.
Hudson no sabía cuánto tiempo se arrastró por el sistema de
ventilación. Tampoco sabía cuántas cabezas encontró. Perdió la noción
tanto del tiempo como de la información sensorial. Cada tramo de la
ventilación se parecía. Cada turno era familiar y desconocido. Varias veces
estuvo seguro de haber vislumbrado un pelaje verde amarillento más
adelante. Cada vez, se puso rígido y se preparó para un ataque, pero uno
nunca llegó.
Hudson escuchó dos veces el roce de pequeñas garras en el metal de la
rejilla de ventilación y vio a una de las ratas. También encontró
excrementos de rata.
—Asqueroso —dijo Hudson más de una vez cuando puso su palma
sobre la caca de rata.
A veces, cuando dejaba de moverse, estaba seguro de que escuchaba
silbidos o golpes o tintineos o golpes por delante o por detrás. Sin
embargo, sobre todo oía su propia respiración, su propia respiración
entrecortada y trabajosa. Finalmente, con las rodillas adoloridas y la cabeza
palpitante y hormigueante, decidió que nunca ganaría un juego de escondite
en estos conductos. Y tuvo que volver a la oficina y volver a envolver su
cabeza.
Entonces, se volvió para arrastrarse por un túnel de ventilación que se
dirigía hacia la luz. No estaba seguro de dónde estaba en el edificio, se había
desorientado totalmente, pero estaba seguro de que tenía la fuerza en las
piernas para patear una cubierta de ventilación, y porque las aberturas de
ventilación eran tan grandes y los techos no eran inusualmente altos, pensó
que podría caer desde la abertura de ventilación al suelo sin importar por
dónde saliera.
Comenzó a gatear hacia adelante.
Pero algo le agarró el pie.
Algo le agarró el pie… y lo mantuvo firme.
Tragando un grito, Hudson se volteó y miró detrás de él. Esperaba no
ver nada porque seguía sin ver nada cuando se volteaba para comprobar
los sonidos.
Pero esta vez, había algo allí.
Gritando, Hudson tiró de su pie hacia su cuerpo y se sentó. Una vez
más, se golpeó la parte superior de la cabeza contra el techo del túnel de
ventilación, pero no se detuvo para preocuparse porque la cosa que
colgaba de su pie todavía estaba colgando.
—¡Debo bajar! —gritó—. ¡Debo bajar!
Usando su linterna, golpeó el brazo amarillo que tenía agarrado su pie.
Era Chica de nuevo… la cabeza de Chica unida a un hombro, brazo y
mano. Y la mano colgaba del pie de Hudson como si su pie fuera lo más
importante del mundo.
Hudson sacudió el pie y golpeó la mano amarilla que no se soltaba.
—Me gustas —dijo una voz de mujer. No es la voz de cualquier mujer,
era la voz de Faith.
Hudson se quedó paralizado.
Alumbró con su linterna de un lado a otro en el túnel de ventilación.
Luego apuntó la luz a la boca de Chica. ¿Había venido la voz de Chica?
—Me gustas —dijo la voz de nuevo.
La voz no sonaba como si viniera de la cabeza de Chica. Así como la voz
del señor Atkin había venido de un vacío que Hudson no pudo localizar,
también lo hizo esta. Esta voz, sin embargo, tuvo un impacto más inmediato
en Hudson. Sintió que apretaba su corazón, tocándolo como lo había
hecho cuando Faith le dijo esas mismas palabras en su primera, (y única)
cita.
—Me gustas —había dicho Faith.
Era un “me gustas” diferente a la forma casual en que ella había dicho
las palabras en el trabajo antes de que básicamente le dijera que la invitara
a salir. En el restaurante, bajo las luces apagadas en la alcoba donde estaba
su pequeña mesa, los ojos de Faith se veían tan suaves y sinceros cuando
lo dijo. Y no fue sólo “Me gustas”. Lo que en realidad dijo fue “Me gustas
mucho, Hudson. Eres un buen hombre”.
Y luego se inclinó sobre la mesa y le tocó la mano. Sus dedos eran tan
suaves y cálidos. Y cuando él giró su mano y tomó la de ella entre las suyas,
ella no protestó. Ella simplemente le sonrió de una manera que nadie le
había sonreído antes.
Fue el mejor momento de su vida.
A diferencia de este.
Ahora Hudson no estaba en el restaurante con Faith. Estaba en el
enorme respiradero, con un trozo de animatrónico pegado a su pie.
Hudson, consciente de la presión que todavía le apretaba el pie, trató
de inclinarse hacia adelante y usar sus dedos para sacar la mano de Chica
de su zapato. Pero ese fue un mal movimiento… porque Chica
simplemente cambió su agarre. Ahora ella sostenía su mano derecha.
Faith se aferró a la mano de Hudson cuando la acompañó a casa. Ella
también sonrió todo el tiempo. Ella lo escuchó, se rio de sus bromas y, en
un momento, incluso apoyó la cabeza en su hombro por un momento. Un
mechón de su cabello estalló contra su cuello. Se sentía tan sedoso y olía
a bayas.
Hudson agradeció la calidez, la conexión. Miró su mano, entrelazada
con…
No era la mano de Faith en la suya.
—¡No! —gritó Hudson.
Ya no se sentía conmovido, al menos no emocionalmente. Obviamente
estaba siendo tocado, literalmente, por la mano amarilla. Y tal vez a él
también le tocaron la cabeza.
Hudson hizo girar su brazo, lo que a su vez hizo girar las partes de Chica.
Las golpeó una y otra vez contra los lados del túnel de ventilación.
Chica no se dio cuenta. Ella aguantó. Tenía que salir de aquí. Hudson
hizo todo lo posible para no pensar en la parte animatrónica sujeta a su
mano derecha y se arrastró hacia la cubierta de ventilación en la que había
estado mirando. Sabía que si podía salir del espacio de ventilación
relativamente estrecho, tendría más espacio para maniobrar a Chica fuera
de su mano.
Ignorando las continuas expresiones de amor decidido de Chica,
Hudson se arrastró hasta un par de pies de la cubierta de ventilación, giró
su cuerpo y pateó la cubierta de la pared. Arrastrándose hacia adelante,
enfocó su luz hacia la habitación de abajo. Estaba entre bastidores.
Guau. Estaba totalmente cambiado. Pensó que estaba en el lado opuesto
del edificio.
Girándose de nuevo, Hudson salió del túnel de ventilación con los pies
por delante, cayendo al suelo e inmediatamente moviendo el brazo en un
amplio arco para golpear a Chica contra el suelo. Cuando su agarre se
aflojó, él la liberó y la pateó contra un montón de partes del vestuario en
el lado más alejado del vestidor.
—Me gustas —escuchó de nuevo.
Y luego escuchó un sonido que nunca antes había escuchado. Era un
sonido que apenas podía describir.
Fue un rugido, pensó al principio, un rugido especialmente agudo con
tonos separados distintivos que le dijeron que era un rugido combinado,
el rugido combinado de muchas, muchas voces. También fue una
respiración, una gran exhalación y un gemido a la vez.
—¿Qué-? —comenzó Hudson.
Las partes del vestuario comenzaron a hacer pedazos las partes de
Chica. Como una piscina espumosa y agitada llena de pirañas difusas y
coloridas, las partes del disfraz cobraron vida y, en segundos, separaron a
Chica y la partieron en cien pedazos.
Le habría dado un beso de buenas noches a Faith en su puerta después
de su cita, pero su compañera de cuarto abrió la puerta y caminó entre
ellos justo cuando él estaba haciendo su movimiento. Más tarde, después
de que Faith llamó para preguntarle si lo había hecho, se dio cuenta de que
la compañera de cuarto había abierto la puerta y salió deliberadamente
para evitar que besara a Faith. Ese fue probablemente el momento en que
todo empezó a desmoronarse.
Tan pronto como comenzó el ataque a Chica, terminó. La pila de piezas
de vestuario era una vez más sólo una pila de piezas. No se veía diferente
de lo que era antes, y ahora Hudson estaba mirando mechones de tela
amarilla. Chica se había reducido a casi nada… al igual que Hudson. El
rechazo de Faith le había hecho pedazos el corazón y la esperanza.
Se miró las manos. ¿Era esa pelusa amarilla debajo de sus uñas?
Hudson se limpió las manos en los pantalones varias veces.
Y una vez más, Hudson estaba solo en la quietud. No le gustaba. Era
incapaz de comprender lo que estaba pasando.
Hudson se apartó de los mechones amarillos de piel. Corrió de regreso
a la oficina.
Sin embargo, cuando llegó al final del pasillo, se detuvo. Se miró las
manos vacías. Había perdido su porra. Había perdido su martillo.
Con el animatrónico deambulando en algún lugar del edificio y con todo
lo demás que estaba pasando, ¿qué estaba pasando? Necesitaba una nueva
arma.
Se apartó de la oficina en dirección a la cocina.
Cuando Faith y su equipo lo diseñaron por primera vez, la cocina sólo
iba a ser una réplica de una de las cocinas de la pizzería. Pero luego la
gerencia decidió que querían que esta atracción estuviera disponible como
un lugar para fiestas. Fue entonces cuando la cocina falsa se convirtió en
una cocina real.
Durante los últimos días, Barry y Duane habían estado trayendo cajas
de suministros de cocina. Todavía estaban apilados junto a los
mostradores. Seguramente una de esas cajas contenía un cuchillo o algo
que podría usarse como arma.
Hudson llegó a la cocina sin que sucediera nada extraño más, y encontró
lo que necesitaba en la segunda caja que abrió. Continuamente revisando
por encima del hombro, Hudson se armó con un cuchillo de carnicero y
un rodillo.
Sintiéndose un poco ridículo al salir de la cocina, sostuvo ambas armas
delante de él mientras se apresuraba a regresar a su oficina. Dos veces en
el camino, estaba seguro de haber escuchado un clic detrás de él, pero
cuando revisó ambas veces, no había nada allí.
Finalmente, al llegar a la oficina, miró detenidamente a su alrededor
antes de cerrar la puerta. Luego, dejando las armas en el suelo, se quitó la
venda húmeda que tenía en la cabeza. Usó el resto de sus vendas para
volver a envolverlas porque su cabeza todavía estaba supurando. Cuando
terminó, se sentó en su silla. Miró los monitores y la manta que colgaba
sobre la rejilla de ventilación. No pasaba nada.
¿Qué debería hacer a continuación?
Hudson miró al techo y luego negó con la cabeza.
La solución era tan fácil que no podía creer que se la perdiera.
—Estúpido —dijo el Sr. Atkin desde alguna parte.
Hudson gimió. Estaba siendo estúpido. No tenía que quedarse en este
edificio y ser abusado toda la noche.
—Simplemente estúpido —dijo la voz de Atkin.
Hudson se puso de pie. Todo lo que tenía que hacer era salir del edificio.
¿Por qué estaba todavía aquí? No era como si estuviera encerrado. Tenía
llaves.
Se agachó y tocó sus–
Miró hacia abajo. ¿Dónde estaban sus llaves?
«Oh no». La presilla del cinturón en la que normalmente enganchaba las
llaves estaba rota.
Las llaves se habían ido.
Miró locamente alrededor de la habitación.
Comprobó sus bolsillos.
Miró los monitores.
Sin llaves.
—Estúpido —le recordó la voz de Atkin.
Hudson cerró los ojos y bajó la cabeza. Si hubiera ido a buscar sus llaves
primero, ya estaría fuera de aquí.
Abrió los ojos. Bueno, no había nada que pudiera hacer al respecto
ahora.
A menos que pudiera escapar de alguna manera, estaba encerrado.
Tampoco podía llamar a nadie. No tenía teléfono y, por supuesto, el
sistema telefónico del edificio llegaría mañana.
Pero, ¿por qué no se escapaba? Claro, no podía llegar fácilmente a las
pocas ventanas del edificio, pero ¿no podía romper las puertas de vidrio?
Quizás. O podría simplemente esperar a pasar la noche aquí. Estaba a
salvo aquí… o al menos sabría si alguien o algo intentaba entrar.
En el segundo en que tuvo ese pensamiento, algo golpeó contra la
puerta.
Y la manta sobre el respiradero se onduló. El respiradero hizo un sonido
desgarrado, y la cubierta del respiradero cayó de detrás de la manta para
aterrizar con un estrépito en el suelo.
Tan pronto como el respiradero aterrizó, las bocas animatrónicas y las
bocas de los disfraces comenzaron a caer a través de la abertura.
—¿Cuál es la raíz cuadrada de 144? —preguntó el Sr. Atkin.
«No, no el Sr. Atkin».
Una boca animatrónica.
—¿Qué? —dijo Hudson.
—Incorrecto. ¡Estúpido! —dijo el Sr. Atkin.
Era el Sr. Atkin en su clase de álgebra. Hudson podía ver las ventanas
mirando hacia el estacionamiento de la escuela, los autos brillando bajo la
lluvia.
—¿Cuánto es 4x + 6? —dijo el Sr. Atkin—. Trabaja el problema.
Hudson miró a su alrededor. No estaba en la clase de álgebra. Estaba
en su oficina.
Bocas animatrónicas lo rodearon, lanzándole preguntas de álgebra.
Hudson sostuvo su cabeza.
—¡Estúpido! —dijo otra boca, usando la voz del Sr. Atkin.
—¿Cómo se encuentra un valor mediante el proceso de sustitución? —
gritó el Sr. Atkin a través de otra boca animatrónica.
Hudson negó con la cabeza y se obligó a sí mismo a ver qué era real y
qué no.
—¡Estúpido! —dijo una boca diferente.
Todas las bocas sonaban como las del Sr. Atkin.
—¡Pare! —chilló Hudson—. ¡Pare!
Todas las bocas avanzaron hacia él.
—Estúpido.
—Estúpido.
—Estúpido.
—Estúpido.
El asalto vino por dentro y por fuera de su cabeza. Y procedía de todo
lo que le rodeaba mientras las bocas caían sin cesar desde la abertura de
ventilación y se apretaban hacia él en un espantoso coro de juicios.
Hudson intentó levantarse y correr, pero las bocas eran como canicas
tiradas por el suelo. Perdió el equilibrio y se cayó.
Y luego lo invadieron. Las bocas se arrastraron por todo él. Se
deslizaron por sus piernas, se deslizaron por su cabello y saltaron de un
extremo a otro de su cuerpo.
Hudson se agitó y pateó. Gritó un poco más.
Cuando una boca trató de meterse dentro de su boca y otra comenzó
a meterse en su oído, comenzó a escuchar retumbos en su cabeza, como
si una tormenta eléctrica se desatara dentro de él. Fue entonces cuando
terminó. Se mojó los pantalones.
Cuando el líquido caliente salió de su cuerpo y empapó sus jeans,
comenzó a llorar. Él también estaba balbuceando. No sabía lo que estaba
diciendo. Estaba hablando un galimatías.
Estaba en un mundo de miseria más allá de todo lo que había
experimentado antes.
Y eso decía mucho.
Envolviendo sus brazos alrededor de sí mismo, comenzó a balancearse
y tararear.
☆☆☆
No sabía cuánto tiempo estuvo meciéndose y tarareando, pero cuando
Hudson se detuvo, las bocas habían desaparecido.
Desaparecido por completo.
Como si nunca hubieran estado allí.
Miró a su alrededor y luego miró hacia la manta. Estaba colgada en su
lugar y era lo suficientemente gruesa como para cubrir la abertura, por lo
que no podía saber si la cubierta de ventilación estaba allí.
Comenzó a pararse para poder mover el escritorio y revisar la cubierta
de ventilación, pero fue entonces cuando notó la humedad pegajosa y
ardiente en sus pantalones. Oh hombre, tenía que limpiarse. No iba a
sentarse en su propio pis el resto de la noche.
Hudson tomó el cuchillo de carnicero y el rodillo. Se detuvo para
escuchar en la puerta y la abrió lentamente. Al no oír nada, salió al pasillo…
y tropezó y cayó al suelo.
No. Lo agarraron.
Lo agarraron por la muñeca y lo arrojaron, como si tuviera la mitad de
su tamaño. El movimiento desgarrador del agarre y el lanzamiento rompió
la misma muñeca que Lewis se había roto cuando Hudson era un niño.
¿O era todavía un niño? ¿No acababa de sentir la palma húmeda de Lewis
contra su piel? Sí, había visto la alfombra verde de pelo largo en el pasillo
de su casa pasar junto a su mirada mientras volaba por el aire.
—¿Te orinaste en los pantalones, llorón? —retumbo Lewis—. Patético.
Hudson gimió mientras aterrizaba. Acunó su muñeca rota contra su
vientre, y jadeó con aullidos de sirena mientras miraba a su alrededor.
No hay alfombra verde de pelo largo. Todavía los cuadrados blancos y
negros. No estaba en casa. Estaba en Fazbear's Frights y acababa de ser
arrojado. Y acababa de perder su cuchillo de carnicero. Estaba tendido a
unos pocos metros por el pasillo, todavía girando: el extremo negro
apuntando hacia él, luego el extremo puntiagudo, luego el extremo negro,
luego el extremo puntiagudo.
De nuevo, estaba solo.
Bueno, no del todo solo. Todas las partes animatrónicas de las paredes
murmuraban. Susurraban, reían, señalaban, estiraban la mano y, lo peor de
todo, miraban. Podía ver los ojos en la pared siguiendo sus movimientos.
Hudson jadeó. Dos de los brazos que se extendían tenían armas. Uno
tenía su porra y el otro el martillo. Ambos brazos balancearon sus armas
hacia adelante y hacia atrás. Un brazo parcial de Foxy, con su gancho pirata
extendido, estaba entre las dos armas de Hudson; pero el gancho no se
movía.
Hudson se obligó a apartar la mirada del caótico movimiento de las
paredes. Le estaba mareando. ¿O estaba mareado por su muñeca rota?
Las lágrimas mancharon el rostro de Hudson cuando dejó caer el rodillo
y trató de levantarse sin afectar su muñeca izquierda. Incluso el más mínimo
indicio de un movimiento envió rachas de dolor al rojo vivo hacia su mano
y su brazo. Se sentía como si su muñeca fuera una fogata furiosa.
Consiguiendo sentarse, Hudson, sin pensar, comenzó a deslizarse hacia
atrás contra la pared. Fue entonces cuando el extremo afilado del anzuelo
pirata de Foxy cortó la tela de su camisa y raspó su espalda. Gritó y usó su
mano derecha y sus piernas para alejarse de las paredes que se retorcían.
Una vez allí, trató de apoyarse con su mano derecha en el medio del piso
del pasillo, pero luego se dio cuenta de que necesitaba su mano derecha
para defenderse. Se inclinó hacia adelante, agarró el rodillo y luego se
quedó quieto, tratando de controlar sus sollozos y su respiración
entrecortada.
A ambos lados de él, algunas partes aún se alcanzaban y agarraban.
No, Lewis lo alcanzó.
Hudson estaba sentado en la alfombra verde de pelo largo, acunando su
muñeca.
—¡Levántate, mariquita! —le gritó Lewis—. ¡Levántate!
Hudson se encorvó, tratando de hacerse más pequeño de lo que ya era.
Entre sus rodillas, vio… el suelo en blanco y negro. Se atrevió a mirar a
su alrededor. Las paredes todavía lo deseaban, y apenas estaba fuera de su
alcance. Trató de pensar en lo que tenía que hacer a continuación.
Buscó el cuchillo a su alrededor. Estaba a unos metros por el pasillo.
No tenía la fuerza ni la voluntad para ir a buscarlo.
Por reflejo, giró su muñeca izquierda para mirar su reloj, y gritó lo
suficientemente fuerte como para que el sonido hiciera eco a través del
edificio. Jadeó en busca de aire y gimió cuando logró vislumbrar la esfera
de su reloj sin girar más la muñeca.
Eran sólo las 2:08 a.m. Tenía que pasar cuatro horas más antes de que
llegaran Barry y Duane.
¿Cómo iba a durar tanto tiempo?
Volvió a mirar su muñeca… e inmediatamente deseó no haberlo hecho.
Pudo ver dos huesos rotos asomando contra la parte inferior de su piel.
La vista hizo que se le revolviera el estómago. Tragó saliva y respiró poco
a poco para evitar vomitar.
Hudson se movió con cuidado. Su ropa interior y sus jeans manchados
de orina le irritaban la piel. Su trasero y muslos le ardían y le picaban.
Quería quitarse la ropa. ¿Pero cómo haría eso sin empujar su muñeca?
Tal vez podría quedarse donde estaba durante las próximas cuatro
horas. Sí, apestaría sentarse en el piso duro con pantalones saturados de
orina y una muñeca rota. ¿Pero no sería peor intentar moverse?
Hudson asintió para sí mismo y se secó los ojos con la mano derecha.
Su ritmo cardíaco comenzó a disminuir.
Tomar esa decisión lo había calmado un poco. Le había quitado la
presión.
«Las cosas no están tan mal». Sí, su muñeca estaba muy rota y tendría
que pasar por todo ese dolor de nuevo cuando la curaran, pero al menos
era su mano izquierda. Y un pequeño pis en los pantalones nunca mató a
nadie. Iba a estar bien.
—No eres nada —dijo una voz.
Hudson contuvo el aliento y miró a su alrededor.
—Menos que nada —dijo la voz.
Hudson reaccionó sin pensar. Dejó caer el rodillo y comenzó a bajar
ambas manos para poder prepararse para ponerse de pie.
Una vez más, su grito recorrió el edificio. Lágrimas frescas corrieron
por sus mejillas.
—¡Para! —No estaba seguro de si se estaba gritando a sí mismo por
haber olvidado que tenía una muñeca rota o si le estaba gritando a la voz.
Aguda y nasal, la voz de Lewis era inconfundible. Así fue la forma en que
dijo “Nada”.
—No eres más que humo —dijo la voz de Lewis.
Hudson volvió a agarrar el rodillo y lo agitó inútilmente frente a él.
Luego se colocó el rodillo debajo del brazo y se inclinó para cubrirse la
oreja derecha con la mano derecha. Afortunadamente, recordó no usar su
mano izquierda. Pero eso significaba que cuando la voz habló de nuevo,
diciendo—: No eres nada en absoluto —pudo oírlo bien a través de su
oído izquierdo descubierto.
—¡Vete! —le suplicó Hudson a la voz.
Sabía que no iba a desaparecer. Así que no se sorprendió cuando
escuchó la voz de Lewis decir de nuevo—: Nada. Nada en absoluto.
Sin embargo, se sorprendió cuando se volvió hacia el sonido y vio al
conejo animatrónico en descomposición arrastrando los pies por el pasillo
hacia él. Mirando fijamente a Hudson, la boca de la cosa se movía.
—Nada. Menos que nada. Nada más que humo. Nada. Menos que nada.
Nada más que humo. —Seguía siendo la voz de Lewis, pero venía a través
de los terribles dientes rotos del animatrónico podrido.
Hudson trató de prepararse para ponerse de pie sin mover la muñeca.
No funcionó. Tuvo que mover su brazo izquierdo para poner su brazo
derecho en posición para empujarse a sí mismo a una posición erguida.
El dolor trajo consigo una oleada de náuseas. Hudson se inclinó, pero el
sonido del animatrónico dando otro clic lo obligó a moverse de nuevo.
Casi hiperventilando, Hudson se puso de pie, de espaldas a la pared.
Detrás de él, las manos y los brazos rozaron sus omóplatos.
Rápidamente se apartó de la pared y casi perdió el equilibrio. Sus piernas
se sentían débiles. Se balanceaba como un árbol joven en el viento.
Miró el rodillo tirado en el suelo. No podía inclinarse para cogerlo.
«Muévete», se dijo a sí mismo. «Tienes que moverte». Se obligó a mirar
al animatrónico que avanzaba. Y fue entonces cuando vio el cuchillo.
El cuchillo hizo que se moviera. El animatrónico estaba a sólo un par de
pies del cuchillo. Hudson tenía que llegar primero.
Lanzándose hacia adelante, ignorando el dolor en su muñeca, Hudson
pudo agarrar el cuchillo justo antes de que el animatrónico lo alcanzara.
Dio un paso atrás y blandió el cuchillo delante de él.
El animatrónico siguió avanzando. Hudson dio otro paso atrás y agitó el
cuchillo en el aire.
El ritmo del animatrónico no vaciló.
Hudson movió el cuchillo salvajemente, de un lado a otro y de un lado
a otro. El animatrónico estaba sobre él, alcanzándolo, arañándolo… y de
repente la hoja del cuchillo cortó el bíceps de Hudson.
Hudson gritó, se volteó y corrió cuando un dolor abrasador estalló en
su brazo.
El calor bajó por su bíceps, a través de la curva de su codo, y desde su
antebrazo hasta su muñeca herida.
—Nada dividido por la mitad es nada —gritó la voz de Lewis detrás de
Hudson.
Hudson estuvo a punto de tropezar y caer.
¿Cómo pudo haberlo olvidado?
Lewis, el verdadero Lewis, le había dicho eso mismo cuando cortó a
Hudson con un cuchillo justo antes del incendio. El cuchillo fue la razón
por la que ocurrió el incendio. ¿Por qué Hudson había suprimido ese
recuerdo?
No importaba ahora. Nada importaba excepto alejarse del cadáver
robot que lo perseguía. Se obligó a caminar por el pasillo, pero sus pasos
vacilaron y tuvo que agarrarse a la pared para apoyarse. Una de las bocas
animatrónicas le mordió el antebrazo derecho y gritó, alejándose una vez
más de la pared.
Tenía que salir de este pasillo. Comenzó a correr, tropezando,
tambaleándose, tejiendo, pero tratando de permanecer en el centro del
pasillo. Cada paso discordante estaba lleno de dolor, pero siguió adelante.
Al llegar a la esquina más alejada del pasillo, Hudson miró por encima
del hombro para ver qué tan cerca estaba su perseguidor. Se deslizó hasta
detenerse.
Nadie estaba detrás de él. El pasillo estaba vacío y sus paredes estaban
quietas.
Bueno, no estaba completamente vacío. Un cuchillo de carnicero
ensangrentado yacía en el suelo cerca de donde estaba Hudson cuando el
animatrónico lo cortó. ¿Lo había imaginado?
Miró su brazo. Seguro que no se lo había imaginado. Una brecha
espantosamente amplia en su piel corría desde la parte superior del bíceps
hasta justo por encima del codo. La sangre todavía manaba copiosamente
por su brazo, sobre su muñeca rota y goteaba de sus dedos.
Tenía que detener la hemorragia. Empezó a poner su mano derecha
sobre la herida, pero se detuvo. ¿Por qué tenía la mano derecha
ensangrentada? Todavía no había tocado la herida.
Estaba ensangrentado como si le hubiera salpicado sangre cuando
cortó…
No. No se limitó a cortarse a sí mismo. ¿Lo hizo?
Hudson negó con la cabeza varias veces y se concentró en cómo iba a
detener la hemorragia en su brazo.
Había gastado todos sus suministros de primeros auxilios en la herida
de su cabeza.
Vacilando sobre sus pies, volviéndose para mirar a su alrededor cada
dos segundos, llorando e incapaz de detenerse, trató de pensar. «¿Qué
debo hacer?»
Mientras observaba el flujo de sangre, se dio cuenta de que no fluiría tan
rápido si su brazo no estuviera colgando. Así que levantó el brazo. Pero se
había olvidado de su muñeca… de nuevo.
Los huesos rotos debajo de la piel se juntaron al girar y él chilló de
dolor. Trató de levantar el brazo por encima del nivel de su corazón, pero
el dolor no se lo permitió.
Presa del pánico porque estaba empezando a sentirse débil, se quitó el
vendaje de la cabeza lesionada y trató torpemente de volver a colocarlo
alrededor de la parte superior del brazo.
No había suficiente material para cubrir toda la herida.
Material.
Por supuesto. Podría usar toallas de la tienda de regalos. Y luego podría
romper las puertas de entrada del edificio y salir de aquí.
Tenía que llegar al vestíbulo. Rápido.
Una vez más, inspeccionando el pasillo para asegurarse de que estaba
solo y que no estaba siendo atacado por las paredes, caminó tan rápido
como pudo hacia el vestíbulo.
Cada paso sacudía su muñeca y tuvo que luchar contra las náuseas que
deseaban que se sentara y dejara de moverse.
—Sigue —se dijo a sí mismo—. Sigue adelante. No te detengas de
nuevo.
Pero casi al final del pasillo, se detuvo. Se había olvidado del rodillo. Miró
hacia el pasillo. El rodillo había desaparecido. ¿Y dónde estaban su porra y
el martillo? La última vez que los había visto fue en las manos que se
extendían desde las paredes.
Gimiendo, Hudson miró fijamente el lugar del suelo donde estaba
seguro de haber dejado el utensilio de madera. Deseó que estuviera allí.
Pero no fue así.
Hudson gimió y dio la espalda a lo que no podía explicar.
Se tambaleó hacia adelante de nuevo. Concentrándose, deseó que sus
pies siguieran moviéndose.
Al pasar por la Pirate's Cove, Hudson se dijo a sí mismo que estaba a
mitad de camino.
—Sólo sigue adelante —se ordenó a sí mismo.
Pero luego se detuvo. Se detuvo horrorizado cuando la cortina púrpura
alrededor de la Pirate's Cove comenzó a rasgarse por la mitad, estaba
siendo rasgada desde el interior por el gancho pirata de Foxy. Hudson se
quedó boquiabierto ante lo que estaba viendo. ¿Estaba sucediendo esto o
se había completado la animación de esta exhibición sin su conocimiento?
Cuando Hudson comenzó a alejarse de la Pirate's Cove, la cortina se
abrió y el conejo animatrónico deformado miró a Hudson.
Levantó el brazo y Hudson pudo ver que el conejo sostenía un brazo
de Foxy. Era el conejo quien había estado cortando la cortina.
Hudson corrió.
Varios metros por el pasillo, miró por encima del hombro. No estaba
siendo perseguido. Pero no se detuvo. Tenía que llegar a las toallas para
detener su sangrado.
Al menos había algo bueno en que el animatrónico estaba detrás de él.
No estaría colgado en el pasillo interior, por el que Hudson se dio cuenta
de que tendría que pasar para llegar al vestíbulo.
Cuadrando sus hombros, siguió adelante, girando por el pasillo donde
el animatrónico estaba colgando al comienzo de la…
El animatrónico estaba colgado en la pared, justo donde lo dejaron Barry
y Duane.
«¿Cómo regresó aquí?»
Observando al horrible personaje robótico, Hudson pasó arrastrando
los pies lo más rápido que pudo. El animatrónico no se movió.
Hudson lo revisó varias veces después de pasarlo, pero seguía colgando
allí. En silencio. Todavía.
Finalmente, se concentró en llegar a su destino. Casi estaba allí.
Pero a cada paso que daba, se sentía más débil. No podía caminar en
línea recta. Y su vista se estaba volviendo un poco borrosa.
Decidido, avanzó por el largo pasillo y giró hacia el vestíbulo. Se tardó
más de lo que debería en llegar. Pero llegó allí.
Desafortunadamente, la tienda estaba casi a oscuras. Las luces del
vestíbulo apenas llegaban al espacio; sólo proporcionaban la iluminación
suficiente para crear formas amorfas.
Tropezando en el espacio oscuro, Hudson usó su mano derecha para
palpar los estantes. Buscó a tientas los textiles que sabía que estaban allí.
Sintiendo el pelo, pasó junto a los peluches y muñecos de acción.
¿Algo lo mordió?
No, estaba imaginando cosas. Lo cual era comprensible, dado lo que
había experimentado esta noche.
Siguió adelante y finalmente encontró las toallas. Agarró una pila de ellas
y comenzó a envolverlas alrededor de su brazo. Cuando no quedaron,
palpó hasta que encontró las diademas de Chica que recordaba que estaban
aquí. Las usó para atar las toallas en su lugar.
Fue un proceso incómodo y doloroso. Tenía que seguir moviendo el
brazo para colocar las toallas y las bandas, y cada vez que lo hacía, su
muñeca protestaba con explosiones de dolor. Apretó los dientes, dejó
escapar el aliento y siguió trabajando para envolver su brazo.
Finalmente, terminó. Ahora por la puerta de entrada.
Aún débil pero animado por el progreso que había hecho, pensó en lo
que había en la tienda de regalos. ¿Qué podría usar para romper la puerta
de vidrio?
Artículos deportivos. ¿No había visto un bate de béisbol aquí?
Hudson dio un paso hacia donde pensó que encontraría un murciélago,
pero un fuerte aleteo lo detuvo. Entrecerró los ojos en la oscuridad. Vio
movimiento.
¿Qué fue eso?
No podía decirlo, pero podía decir que el movimiento avanzaba en su
camino.
Salió de la tienda de regalos.
Estaba casi fuera de la tienda de regalos cuando olió algo que le hizo
vomitar por todo el suelo. No pudo evitarlo. Fue un reflejo.
Olió a tabaco de pipa de cereza negro.
Y ahora olía el hedor ácido del vómito.
—¿Vas a ensuciar tu habitación, muchacho? —gritó Lewis—. Puedes
quedarte ahí y respirar.
Hudson vaciló sobre sus pies, mirando con asombro mientras Lewis
irrumpía en su habitación y recogía todos los juguetes que Hudson había
tenido. Apilándolos, alineándolos, Lewis creó una barrera en la entrada de
la habitación de Hudson.
—Vive en el hedor, pequeño —gruñó Lewis.
Tratando de no respirar por la nariz, Hudson se volvió hacia su cama.
Pero su cama no estaba allí. No estaba en su habitación.
Estaba afuera de la tienda de regalos.
Respirando por la nariz, dio un paso hacia el vestíbulo. Tenía que llegar
a las puertas de entrada.
Pero lo que sucedió a continuación no fue la forma en que había
planeado hacerlo.
Hudson se levantó de repente del suelo y se elevó en el aire. Luego fue
arrojado al otro lado del vestíbulo.
De alguna manera, mientras volaba por el aire, Hudson se volcó. Golpeó
la pared en el lado opuesto del vestíbulo con la espalda, hubo un crujido
perturbador, y más dolor del que su mente era capaz de comprender. Se
deslizó hasta el suelo, aterrizando sobre su lado izquierdo… sobre su
brazo cortado y su muñeca rota. El impacto inicial se sintió igual que
cuando Lewis lo arrojó contra una pared, pero las consecuencias fueron
peores.
«¿Cuándo hizo Lewis eso? ¿Fue antes o después de la barrera de
juguetes?»
Hudson no lo recordaba.
¿Dónde estaba ahora? ¿Estaba en su pasado o estaba en el presente?
No lo sabía. Todo lo que sabía era que sentía dolor.
Hudson bramó a todo pulmón. Luego jadeó como un perro.
¿Era esta la misma herida? ¿Una nueva? Si era nueva, ¿se habían
mantenido los discos fusionados?
Hudson no podía decirlo. Su espalda era una irradiada pulsación de
dolor. Se quedó quieto, temeroso de pedir algo más a su cuerpo maltrecho.
Mientras yacía de costado, respirando superficialmente, trató de
controlar sus alrededores. ¿Lewis seguía en su habitación? ¿Era el conejo
animatrónico de nuevo?
Estiró el cuello para mirar por todo el vestíbulo. No vio nada fuera de
lugar.
No, espera. Algo estaba fuera de lugar.
En la pared sobre él, una gran tapa de ventilación colgaba de un tornillo.
La cubierta se balanceaba lentamente, el pasadizo oscuro que había
ocultado ahora estaba abierto de par en par para cualquier persona o cosa.
¿Podría el animatrónico haberlo arrojado y luego haberse retirado al
respiradero?
El olor nauseabundo del tabaco de pipa de cereza volvía a flotar en el
aire.
Tenía que alejarse del horror en este edificio.
Moviendo las piernas con cautela, lo que hizo que su espalda se doblara
en rígida protesta, Hudson trató de ponerse en una posición para poder
ponerse de pie. No importaba cuánto le doliera, no podía simplemente
quedarse aquí y dejar que el animatrónico, o lo que fuera que lo
atormentaba, hiciera su siguiente movimiento.
Necesitaba llegar a las puertas.
Hudson se volteó para mirar hacia ellas. Jadeó.
«De ninguna manera».
«De ninguna manera».
Parpadeó, se frotó los ojos con la mano derecha y volvió a mirar.
Sí, estaba viendo lo que estaba viendo. Las puertas estaban custodiadas
por todo el suministro de peluches y muñecos de acción de la tienda de
regalos. Estaban alineados y preparados para la acción. Y todos lo estaban
mirando.
Hudson se puso de pie… y gritó.
Su espalda se sentía como si se estuviera partiendo por la mitad. Su
muñeca se sentía como si estuviera llena de vidrio esmerilado. Su brazo
golpeaba con un latido entrecortado de intenso y tortuoso dolor.
No podía soportar mucho más. Tenía que esconderse.
¿Pero dónde?
Miró a ambos lados de los pasillos que se extendían desde el vestíbulo,
y su mirada se posó en la puerta de la cocina en el extremo más alejado
del pasillo izquierdo. Conteniendo la respiración, dio un paso en esa
dirección. Sabía dónde podía ir.
«Purgas de calor», podía escuchar la voz de Granny en su cabeza. «El
fuego cura».
La chimenea. Estaría a salvo en la chimenea. Lewis no podía encontrarlo
allí.
«Purgas de calor. El fuego cura».
Usando estas dos frases como mantra, comenzó a caminar hacia la
cocina. Cada paso era una nueva elevación del dolor. Cada uno de sus
pasos le hacía preguntarse si lo lograría. Cuando se preguntó si lo lograría,
se dijo—: El calor purga. El fuego cura. —No quiso decir las palabras
literalmente. No tenía intención de calentar nada ni de prender fuego a
nada. Pero las palabras le habían recordado dónde podía esconderse. Las
palabras parecían controlar sus pies, por lo que siguieron avanzando hacia
el destino de Hudson.
Cuando lo alcanzó, se paró frente a él y sonrió. Se preguntó por qué no
había pensado en esto antes.
Hudson extendió la mano derecha y tiró de una de las puertas del horno
industrial. Tan pronto como se abrió, se subió con cautela al interior del
horno. Allí se sentó, estiró las piernas y agarró la puerta. La cerró con un
satisfactorio golpe.
Finalmente, estaba a salvo.
Mientras se acurrucaba contra las duras y frías paredes del horno, la
mente de Hudson volvió, una vez más, al pasado.
Seguro estaba lo que pensó que era la noche en que le arrebató el
cuchillo a Lewis y amenazó al hombre con él.
—¡Déjame solo! —había gritado—. No me vuelvas a tocar nunca, o se
lo contaré todo a todos.
Lewis se había reído de él.
—Niño, no le vas a decir nada a nadie. Pensarán que saben lo que
necesitan saber.
Y con esa extraña declaración, Lewis había desaparecido en la cocina y
Hudson se había metido en la chimenea para esconderse. Lo siguiente que
supo Hudson fue que hubo un incendio en la chimenea… y luego la casa
se incendió.
Hudson apenas salió con vida. Las quemaduras en sus piernas lo dejaron
con el daño nervioso que lo había excluido de la Marina.
No prendió fuego. ¿Lo hizo? Les dijo a todos que no lo planeó porque
creía que no lo había hecho.
Un chasquido sacó a Hudson de su ensueño.
¿Qué fue eso?
Él escuchó.
Y escuchó un crujido y un chasquido.
Hudson se encorvó en la chimenea y escuchó a Lewis mientras miraba
el encendedor de Lewis. ¿Cuándo lo había tomado Hudson? No lo
recordaba, pero ahora era suyo.
Hudson podía sentir el encendedor de Lewis en su mano. Podía sentir
su pulgar en la pequeña rueda de arranque. Las llamas comenzaron a trepar
por las cortinas junto a la chimenea. En el horno, algo zumbó y luego emitió
un pequeño sonido de escupir.
Hudson escuchó un estallido de conmoción como una corriente de aire
que abría una puerta.
Miró hacia abajo… a sus manos vacías.
Las frías paredes del horno comenzaron a calentarse.
Hudson salió disparado de las paredes del horno.
¡No!
Presa del pánico, Hudson pateó la puerta del horno. No se movió.
—¡Abre la puerta! —gritó él.
Pateó de nuevo. La puerta permaneció cerrada.
—Oh, Hudson —dijo una voz.
¡Era Granny Foster!
Hudson miró alrededor del horno y trató de ver a través de la gruesa
abertura de vidrio de la puerta. No pudo ver a nadie.
—¡Abuela, sácame de aquí! —gritó Hudson.
—Oh, Hudson —repitió la voz de la abuela. Su voz no venía de fuera
del horno. Estaba adentro, con Hudson.
El horno se puso más caliente.
Hudson empezó a sudar.
—¡Ayúdame!
Hudson escuchó lo que sonó como un suspiro corriendo a través del
horno.
—Tu camino es tu camino —dijo la voz de la abuela.
Y el horno se puso más… y más caliente.

☆☆☆
—¿Sabes lo que más voy a extrañar cuando comencemos a entrenar?
—le preguntó Duane a Barry mientras los dos hombres subían los
escalones que conducían al frente de Fazbear’s Frights.
—¿Qué? —Barry sacó las llaves y abrió las puertas de entrada. Estaba
un poco sorprendido de tener que hacer eso. Por lo general, Hudson ya
estaba aquí abajo abriendo las puertas.
—La comida de tu abuela —dijo Duane.
Barry se rio y luego se puso serio.
—Yo también habría dicho eso, hasta que conocí a Faith.
—Eso funcionará —dijo Duane mientras entraban al edificio.
—¿Dónde está Hudson? —preguntó Barry.
—¡Hudson! —llamó Duane.
—¿Qué es ese olor? —Barry arrugó la cara.
Duane se tapó la nariz.
—Huele a algo que se quema. Oye, ¿te enteraste del incendio del circo?
—¿Qué?
—Fue en tiendas de campaña. —Duane se rio a carcajadas—.
¿Entiendes? En. Carpas. (Sólo es gracioso en inglés.)
Barry negó con la cabeza.
—¡Hudson! —llamó él.
Esperaron, respirando superficialmente. Nadie respondió.
—Vamos a revisar la oficina —dijo Barry.
Los hombres se dirigieron por el pasillo principal. Miraron a su
alrededor mientras avanzaban.
Todo estaba igual que cuando se fueron la noche anterior.
Las mismas pilas de cajas. El mismo animatrónico que habían enganchado
a la pared.
Duane se inclinó.
—Me olvidé de recoger este diente anoche. Podemos volver a pegarlo.
Bajaron por el pasillo y se inclinaron hacia la puerta abierta de la oficina.
También parecía normal. Pero Hudson no estaba.
—¿Dónde diablos está? —preguntó Duane.
Barry negó con la cabeza.
Duane se rio.
—Quizás finalmente se volvió inteligente y dejó esta ciudad miserable.
—Eso no sería malo —dijo Barry—. Lo extrañaría, pero le vendría bien
un nuevo comienzo.
Duane hizo una mueca.
—El olor es más fuerte aquí.
—Viene de la cocina, creo —dijo Barry.
—Vamos a comprobarlo.
Mientras los dos se dirigían a la cocina, Barry dijo—: Lo siento por
Hudson. El pobre se merece que algo le salga bien.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
con su familia Texas.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de
reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las
computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la
costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
L o primero de lo que fue consciente Larson cuando luchó a través de
los filamentos nublados de la inconsciencia fue el pitido. Lo siguiente que
notó fue el olor: una combinación desagradable de sopa de pollo, orina y
lejía. Finalmente, el resto de sus sentidos se activaron. Sus ojos se cerraron
con fuerza contra un asalto de luz brillante, y su cuerpo se retorció en
reacción al dolor en su estómago, sus costillas, su cabeza, su costado y el
dorso de su mano. Tampoco estaba contento con la sensación seca y
algodonosa de su boca. Se pasó la lengua por los dientes mientras abría los
ojos con vacilación.
—¡Ahí está! —dijo una alegre voz femenina. Larson hizo una mueca
pero se volvió hacia el sonido.
Una mujer menuda de rostro sonrosado vestida con un uniforme de
enfermera rosa se cernía sobre él.
La enfermera era linda, morena y de ojos verdes. Su placa de
identificación decía ANITA STARLING. Larson sintió sus cálidos dedos contra
su piel cuando le tocó el dorso de la mano, cerca del área que le dolía.
Gimió mientras trataba de moverse para poder ver qué le pasaba a su
mano.
—Uh-uh —dijo Anita—. Los músculos de su estómago aún no están
preparados para ese tipo de cosas.
La fuente del dolor en la mano fue una aguja intravenosa que le pinchaba
la piel.
Larson frunció el ceño. Trató de formarse una pregunta, pero tenía la
boca demasiado seca.
Anita se alejó y tomó un pequeño vaso de papel que sostenía una pajita
flexible.
—Aquí. —Levantó la taza cerca de su barbilla y metió la pajita entre sus
labios. Aspiró agua, afortunadamente húmeda y fresca.
—No beba demasiado —advirtió—. Tuvo una infección desagradable y
lo sometieron a una cirugía bastante larga. Su cuerpo no está listo para
tragar agua.
—¿Infección?—Larson se las arregló. Su voz sonaba como si hubiera
sido triturada por un rallador de queso. Se aclaró la garganta mientras
trataba de reconstruir lo último que recordaba.
—Voy a traer al médico aquí para que se lo explique. Todo lo que sé es
que fue una infección extraña, y aparentemente fue eliminada por lo que
sea que le quemó el estómago.
—¿Quemó? —preguntó Larson. Ociosamente se preguntó cuánto
tiempo estaría hablando en preguntas de una sola palabra.
Anita ajustó la manta áspera que estaba debajo de la barbilla de Larson.
—Como dije, traeré al médico aquí. Probablemente pueda contarle más.

☆☆☆
Al final resultó que, el médico no fue de mucha ayuda. Cuando visitó a
Larson más tarde ese día, le dijo que la infección no pudo ser identificada.
El detective tenía una quemadura de tercer grado del tamaño de una
mano en el vientre. El médico le preguntó a Larson si sabía qué lo había
causado. Larson fingió ignorancia. Cuando llegó el médico, Larson había
recuperado un vago recuerdo del Stitchwraith arrodillado junto a él,
poniendo una mano al rojo vivo contra su estómago. Pero no estaba
dispuesto a intentar describírselo al médico.
Una vez que Larson estuvo en casa y recuperándose en su apartamento,
comenzó a morderse las uñas para volver al trabajo. Sin embargo, el jefe
tenía otras ideas; Larson estaría con licencia hasta recibir la autorización
médica.
Al menos la convalecencia le dio a Larson más tiempo para estar con
Ryan.
Su ex esposa dejaba que el niño lo visitara todos los días, y los juegos
de video y de mesa que jugaban Larson y Ryan ayudaron a pasar el tiempo.
Aun así, Larson tenía un sinfín de horas por la noche para pensar en los
sucesos de la fábrica. Y había llegado a una conclusión tentativa.
La conclusión fue extraña y sorprendente… tan sorprendente que a
Larson le costaba aceptarla. Aun así, estaba bastante seguro de que su
razonamiento era sólido.
Sospechaba firmemente que el Stitchwraith no era malvado después de
todo.
Después de que Larson se liberó de lo que le habían dado para el dolor
en el hospital, su recuerdo de los inexplicables sucesos en la fábrica quedó
perfectamente claro. Podía ver cada detalle en su mente, y dos de ellos se
destacaban:
1) El Stitchwraith parecía resistirse a ser atraído por la amalgama de
Afton.
2) El Stitchwraith había quemado la infección de su vientre.
Estos dos detalles, a menos que Larson los estuviera malinterpretando,
parecían sugerir con bastante claridad que el Stitchwraith no era tan malo
como Larson había pensado que era. Si el Stitchwraith era Afton, como
había pensado Larson, ¿por qué se habría mantenido al margen del
monstruo de la basura? Y si era Afton, ¿por qué había eliminado la
infección?
Larson tenía la intención de encontrar Stitchwraith. Necesitaba
determinar exactamente qué era la cosa, si era malvada o no.
Eso, sin embargo, tendría que esperar. Larson tenía un problema más
urgente que resolver primero.
Eran las 2:25 a.m., y estaba acostado en su cama mirando los patrones
de luz en forma de araña que las farolas arrojaban a través de su ventilador
de techo. Por lo menos por décima vez desde que regresó a casa del
hospital, estaba tratando de averiguar qué le estaba pasando. Porque algo
andaba mal, muy mal.
Las heridas físicas de Larson se estaban curando bien. Cada día, el dolor
de sus heridas disminuía un poco. Pero estaba experimentando un síntoma
mental que francamente lo aterrorizaba… tanto que le había pedido a su
médico una tomografía computarizada para asegurarse de que no había
sufrido una lesión cerebral. Cuando el médico preguntó por qué era
necesario, Larson fue vago.
—Problemas de visión extraños —había dicho.
La tomografía computarizada no descubrió nada malo en el cerebro de
Larson. Eso fue bueno… y potencialmente malo.
El claroscuro en forma de red que atrajo la atención de Larson estaba
borroso, y Larson estaba tratando de enfocarlo. Como siempre cuando
tenía uno de los episodios que estaba teniendo en ese momento, se sintió
mareado y todo a su alrededor se convirtió en una neblina casi
transparente.
A través de esa neblina, estaba viendo cosas que no debería haber
podido ver. Estaba vislumbrando el pasado.
Estos destellos no eran como soñar despierto, como las imágenes
mentales que podía evocar cuando dejaba que su mente divagara. Estos
destellos eran reales… o al menos parecían reales. Eran recuerdos, pero
no los suyos.
Estas imágenes pertenecían a otros, de diferentes lugares y diferentes
épocas.
En este momento, por ejemplo, más allá de las sombras en su techo,
Larson estaba viendo a Freddy Fazbear y los otros animatrónicos que
habían estado de moda cuando Freddy Fazbear's Pizza estaba en su apogeo
mientras realizaban una interpretación excitante de una canción de rock
de los 80 que Larson no había escuchado en años. La música era tan fuerte
y su bajo tan intenso que podía sentir el ritmo vibrando en su colchón.
Eso era lo extraño de estas visiones que estaba teniendo. No sólo estaba
viendo cosas del pasado. Las estaba experimentando. Además de las
vibraciones que revoloteaban por su cuerpo, podía oler la pizza recién
hecha. Como todo lo que había comido antes era una cena de pavo
congelado y algunas palomitas de maíz que había compartido con Ryan, no
tenía explicación para los aromas de salsa de tomate y queso que parecían
flotar a su alrededor.
Mientras Larson observaba la actuación de los animatrónicos en un
escenario que parecía estar llenando su habitación, la escena cambió. Esta
era otra cosa extraña. No sólo estaba cayendo en estas viñetas realistas,
sino que también cambiaban constantemente. Un minuto estaba en Freddy
Fazbear's Pizza. Al siguiente, estaba en el cine. Al minuto siguiente, estaba
saliendo con sus amigos; o al menos los amigos de otra persona. Pero
siempre, sin importar cuántas veces saltara de una escena a la siguiente, el
relleno (así es como había llegado a pensarlo) entre las escenas era siempre
el mismo. Mientras su mente lo recorría de una visita al pasado a otra,
siempre veía lo mismo en el medio: veía un pozo de pelotas.
Lo extraño del pozo de pelotas era que Larson no recordaba haberlo
visto nunca en la vida real. Seguro, había visto un pozo de pelotas antes; A
Ryan le gustaba jugar con ellos cuando era muy pequeño. Pero Ryan no
había jugado en este pozo de pelotas.
El pozo de pelotas que Larson seguía viendo era uno repugnante. Era
viejo y las superficies de plástico rojo, azul y verde de las bolas estaban
descoloridas. También estaban lanudas por el polvo y el moho, como si no
las hubieran tocado en décadas. También olían, no sólo a ese polvo y moho,
sino a algo más, algo cobrizo y en descomposición.
Además, no era del todo exacto decir que acaba de ver las pelotas.
De hecho, lo experimentó, como si estuviera en él. Cuando se le
apareció el pozo de pelotas, pudo sentir el plástico mugriento a su
alrededor, como si nadara a través de gotas de agua en forma de esfera.
Excepto que no se sentía tan limpio como el agua.
Además de la película polvorienta y mohosa que hacía que las bolas se
sintieran sucias, el plástico parecía tener algo viscoso. Las esferas
intentaron adherirse a él como un velcro. Larson parpadeó cuando su
mareo desapareció abruptamente y su dormitorio volvió a enfocarse. Esto
siempre sucedía. Las visiones lo abandonaron tan rápido como aparecían
cada vez.
Larson se sentó y se frotó los ojos. Se levantó y se arrastró hasta la
cocina en busca de un trago de agua.
De pie frente a su fregadero, miró por la pequeña ventana encima de él.
La noche fue tormentosa. Todo lo que podía ver era oscuridad y lluvia
manchando los cristales. Se estremeció mientras vertía agua en un vaso.
Tragando agua, se apartó de la ventana.
—Suficiente —dijo en voz alta.
Era hora de que volviera al trabajo. Y lo primero que tenía que hacer
era encontrar el pozo de pelotas. Lo estaba viendo por una razón. Tenía
que estar relacionado con todas las demás rarezas que había
experimentado. Iba a averiguar cómo encajaba en el resto del
rompecabezas.

☆☆☆
Ajustándose la capa alrededor de la cara del muñeco, Jake se abrió
camino por un callejón estrecho. La lluvia caía constantemente, y aunque
los ojos de la cara del muñeco de Jake no eran reales, todavía se sentía
extraño tener agua en ellos.
Jake estaba feliz de haber encontrado la capa que llevaba. No era
impermeable, pensó que estaba hecha de lana, pero era pesada y mantenía
la mayor parte del agua fuera de su cara y cuerpo metálico. También
escondía un poco lo que era. Todavía tenía que mantenerse en las oscuras
calles secundarias, las esquinas y las grietas del mundo.
Jake se había estado escondiendo durante nueve amaneceres y
atardeceres completos desde que salió de la fábrica. Durante ese tiempo,
se había sentido más triste de lo que jamás recordaba haber estado. Echaba
de menos tener a Andrew con él en esta cosa extraña en la que estaba.
Y se sintió abrumado por el conocimiento que llevaba, que algo malo
estaba ahí fuera.
Había pensado en intentar encontrar lo malo, pero ¿qué podía hacer si
lo encontraba? Además, estaba asustado.
Cuando Jake pasó junto a un contenedor de basura abierto presionado
contra la pared exterior de un edificio alto de ladrillos, escuchó un sonido
de deslizamiento. Observó cómo una rata se escurría por el costado del
metal verde lleno de cicatrices del contenedor de basura. Cuando las ratas
corrieron hacia el borde de la pared de ladrillos, Jake vio una vieja y gastada
bota de montaña… que se movió cuando la rata pasó corriendo.
Jake se detuvo y miró detrás del contenedor de basura.
La bota estaba sujeta a un hombre que tenía el pelo largo y la barba
enredada.
Jake no pudo decir la edad del hombre. Tampoco pudo decir si el
hombre estaba vivo. El pie del hombre se había movido, pero su rostro
estaba pálido y sus ojos estaban cerrados.
De repente, el chillido de una sirena y el destello de unos faros brillantes
invadieron el callejón. Jake no vaciló. Se puso en cuclillas junto al hombre.
El agua se derramó sobre Jake. Desbordaban las alcantarillas del edificio,
cayendo al suelo en sábanas húmedas casi sólidas.
La sirena volvió a chirriar y sonó un grito. Jake se encogió contra la
pared.
Mientras Jake se movía, perdió el equilibrio y extendió una mano para
estabilizarse. Su mano aterrizó en el hombro del hombre. Cuando lo hizo,
el hombre gimió y se movió, exhalando un aliento rancio y ajoso.
«¡Oh, no!» pensó Jake.
Inmediatamente sintió una oleada de asfixiante arrepentimiento. ¡Había
matado a otra persona!
Pero espera. El hombre no dejó de respirar. Jake pudo escuchar los
resoplidos del hombre. No le corría sangre negra por la cara. ¡Él estaba
vivo!
Los sonidos de la sirena cesaron, pero Jake aún podía ver el brillo de los
faros. Por encima del golpeteo de la lluvia, pudo escuchar voces elevadas.
Sin embargo, a pesar de lo que podía ver y oír, la conciencia de Jake ya
no estaba en el callejón. Se encontraba en un comedor acogedor y
luminoso.
El comedor estaba presidido por una vieja mesa de roble alrededor de
la cual se sentaba una familia feliz. Al principio, la mamá, el papá y dos niños
riendo y comiendo, no le parecían familiares a Jake. Sin embargo, mientras
los veía compartir carne asada e historias sobre sus días, se dio cuenta de
que estaba viendo una versión un poco más joven y feliz del hombre que
yacía detrás del contenedor de basura.
Jake no sabía por qué estaba vislumbrando el pasado del hombre, pero
le gustó. La escena fue tan reconfortante; toda la tristeza que había pesado
sobre él durante los últimos días comenzó a desaparecer… hasta que la
escena cambió abruptamente.
De repente, el comedor desapareció, y Jake fue empujado con dureza a
través de lo que supuso que eran los recuerdos del hombre. A una
velocidad asombrosa, vio al hombre ir a trabajar, volver a casa, jugar con
sus hijos, tener citas con su esposa y hacer viajes con toda su familia. Era
como viajar en un tren rápido a través de un parque de atracciones.
Pero entonces el tren feliz se estrelló. Fue un verdadero choque, real
para el hombre, de todos modos. Los buenos sentimientos de Jake se
convirtieron en dolor cuando vio al hombre salir arrastrándose de los
restos de la camioneta familiar. Gimió desesperado mientras los
trabajadores de emergencia sacaban a su familia muerta uno por uno del
metal arrugado.
Devastado por lo que estaba viendo, Jake comenzó a quitar su mano de
metal del hombre. No quería sentir lo que este hombre sentía entonces,
la aguda pérdida que el hombre todavía sentía ahora. Pero Jake tampoco
podía soportar dejar al hombre atrapado en esta red de miseria. ¿Y si
pudiera hacer algo para ayudar?
Jake se concentró y envió sus pensamientos a través de la sopa de
recuerdos que acababa de ver. Tal vez podría sacar uno, uno bueno, y
hacerlo más grande y brillante que el resto. Si pudiera, podría aliviar el
dolor del hombre.
Tenía que intentarlo.
Jake sabía exactamente qué recuerdo hacer más grande. Era el primero:
la feliz cena familiar.
Jake puso toda su atención en ese recuerdo. Empujó su intención en él
para que se hinchara en su mente; era casi como inflar un globo, sólo que
el globo era un recuerdo y el aire era la voluntad de Jake. Jake hizo el
recuerdo cada vez más grande, y luego lo sugirió gentilmente de regreso a
la mente inconsciente del hombre. En cierto modo, puso la mente del
hombre dentro de la burbuja de esa escena feliz.
Y luego Jake soltó al hombre. Tan pronto como lo hizo, estaba de vuelta
en el callejón.
La lluvia caía más fuerte ahora, y las voces que Jake había escuchado
antes se estaban acercando. Jake tenía que salir de allí.
Primero, sin embargo, miró al hombre para asegurarse de que estaba
bien. Y se alegró de ver que el rostro del hombre ya no estaba
contorsionado por el dolor. De hecho, el hombre parecía estar sonriendo.
Y su respiración era más suave, más uniforme. Un traqueteo y el sonido
de pasos impulsaron a Jake a la acción. Se inclinó hacia adelante y miró
alrededor de la esquina del contenedor de basura.
Dos hombres avanzaban por el callejón hacia donde se escondía Jake.
¡Lo encontrarían si no hacía algo!
Jake miró a su alrededor. No había forma de que pudiera escapar sin
ser visto. Pero detrás de él, una pequeña puerta conducía al edificio de
ladrillos cuya alcantarilla derramaba agua sobre el contenedor de basura.
Jake rápidamente agarró el pomo de la puerta y lo tiró. La puerta cedió y
se deslizó hacia la oscuridad del interior.
Cerrando la puerta detrás de él, permaneció junto a ella durante varios
segundos, escuchando. La lluvia todavía se podía escuchar allí, pero por lo
demás, el lugar estaba en silencio. Presionando sus manos contra la puerta
para mantenerla cerrada, esperó a ver si los hombres intentaban abrirla.
Después de varios minutos, se relajó. Deben haber seguido adelante.
Jake se volteó y miró a su alrededor. Un débil resplandor de una farola
chisporroteante entraba por una ventana sucia a unos metros de la puerta.
Fue suficiente para revelar montones de cajas y cajones. Estaba en una
especie de trastero.
Jake se adentró más en la habitación y colocó su endoesqueleto en una
caja. Echó hacia atrás la capucha de su capa y pensó en lo que acababa de
suceder. Lo que había podido hacer era genial. ¿Pero cómo lo hizo?
No lo sabía, pero sólo pensar en cómo había podido ayudar a ese
hombre, aunque sólo fuera por esa noche, lo hizo sentir un poco menos
triste. Quizás podría hacer algo más que acechar en la oscuridad. Quizás
podría hacer algo bueno.
Tan pronto como tuvo este pensamiento, escuchó un raspado ahogado.
De pie, miró a su alrededor de nuevo. Todavía veía sólo cajas y cajones,
pero cuando escuchó un leve ronquido, comenzó a mirar detrás de las
pilas.
Justo después de la tercera pila que exploró, encontró a una adolescente
alta y delgada.
Con sólo una camiseta gris fina y jeans rotos, la chica estaba acurrucada
de costado, dormida. Ella parecía fría, así que Jake se quitó la capa y se
inclinó para cubrirla.
Cuando se agachó junto a ella, se dio cuenta de que estaba más
desmayada que dormida. Su rostro estaba relajado y los círculos debajo de
sus ojos eran tan oscuros que parecían manchas de carbón.
Jake arropó a la chica con su capa y, mientras lo hacía, una escena de un
viejo comercial de televisión pasó por su mente. Fue uno de los
comerciales antidrogas que imprimió el lema “Sólo di no” en las escenas
de adolescentes delgados, pálidos y desmayados. Esta chica parecía una de
las del comercial.
Jake frunció el ceño mientras miraba a la chica. Sabía lo destructivas que
podían ser las drogas; ¡las drogas mataban a la gente! Esta pobre chica
estaba en problemas. Obviamente necesitaba ayuda. Quizás Jake podría
hacer algo por ella.
Al estudiar a la chica en la luz tenue, vio que si no hubiera estado tan
pálida y delgada, podría haber sido bonita. Tenía el pelo largo, castaño
rojizo, espeso y ondulado. Ahora estaba sucio y enredado, pero pensó que
se vería bien si lo lavara y cepillara. No podía ver los ojos de la chica, pero
sus rasgos eran agradables. Sin embargo, mientras la miraba a la cara, notó
que sus labios estaban secos y agrietados.
Necesitaba agua.
Mirando a su alrededor una vez más, Jake se las arregló para encontrar
un recipiente de plástico desechado. Llevó el contenedor a la puerta, abrió
la puerta un par de pulgadas para mirar afuera y, cuando no vio a nadie,
salió y sostuvo el contenedor bajo la fuerte lluvia. Sólo tomó unos
segundos llenar el recipiente, y una vez hecho esto, Jake volvió a meterse
en la habitación.
Se apresuró a ver si podía hacer que la chica se tragara el agua.
La chica gimió cuando Jake le dio un codazo en los labios con el
recipiente. Frunció el ceño, sin saber qué hacer a continuación.
Antes de que pudiera entenderlo, la puerta detrás de él se abrió y el
viento hizo que la lluvia entrara en la habitación. También sopló algo más.
Dos hombres entraron rápidamente por la puerta abierta. Uno de ellos
la cerró de golpe.
Aunque Jake no estaba en absoluto oculto a los hombres, la habitación
estaba tan oscura que estaba bastante seguro de que no vieron lo que era
al principio. O sí lo hicieron, no pareció importarles.
—¿Qué estás haciendo aquí? —gruñó uno de los hombres.
Este hombre era el más pequeño de los dos, pero eso no decía mucho.
Ambos hombres eran altos y de hombros anchos.
Jake se dio cuenta de que ninguno de los dos era un buen hombre. Uno
de ellos estaba frunciendo el ceño y el otro tenía rasgos que se asentaban
en lo que probablemente era una mueca permanente. Ambos tenían ojos
oscuros y mezquinos.
—¿Eres sordo? —preguntó el segundo hombre—. Te hizo una
pregunta. —El segundo hombre, cuyo rostro estaba cubierto de viejas
cicatrices, pisoteó y pateó a Jake. Jake no reaccionó, pero el movimiento y
el sonido despertaron a la chica. Abrió los ojos, eran de un azul profundo,
e inmediatamente se abrazó a sí misma, acurrucándose más fuerte como si
pudiera envolver su cuerpo en un capullo de seguridad. Claramente tenía
miedo del hombre de la cicatriz.
Cuando la mirada de la chica se posó en el segundo hombre y trató de
retroceder, Jake pudo ver que los conocía a ambos. Volvió a centrar su
atención en los hombres.
Jake estaba bastante seguro de que eran traficantes.
Los dos hombres empezaron a acercarse. Jake decidió que necesitaba
hacerlos desaparecer. Él se paró.
Ahora que Jake estaba de pie, los hombres no podían dejar de ver el
endoesqueleto metálico de Jake. Sin embargo, no pareció perturbarlos.
Ambos hombres le dieron a Jake una mirada indiferente.
—¿Qué se supone que eres? —preguntó el hombre de la cicatriz.
El otro hombre se rio.
—¿Te perdiste de camino a una fiesta de disfraces?
Cuando Jake no respondió, el hombre con la cicatriz cargó hacia él.
—¡Fuera de mi camino! —señaló a la chica—. ¡Ella me debe dinero!
Jake no se movió. No iba a permitir que estos hombres intimidaran a la
pobre chica.
Se cruzó de brazos porque pensó que lo haría parecer más fuerte.
Los hombres esquivaron a Jake como si no fuera nada. Cuando Jake se
volteó, el rostro del hombre de la cicatriz se acercó a la chica y le dio una
patada en la pierna.
—¿Dónde está mi dinero, pedazo de basura?
—¡Oye! —gritó Jake—. ¡Déjala en paz!
Ambos hombres se rieron y el hombre de la cicatriz sacó un cuchillo.
Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo con él, Jake dio un paso
rápido hacia adelante. No pensó. Simplemente actuó. Su ira e indignación
lo estaban impulsando.
Jake agarró al hombre con el ceño fruncido y lo levantó fácilmente.
Colgó al hombre frente a él y lo sacudió con fuerza.
El hombre pasó inmediatamente de un idiota sarcástico a un niño llorón.
Empezó a llorar.
—Por favor, por favor —suplicó el hombretón—. No quise…
Jake no se molestó en escuchar lo que fuera a decir el hombre. De todos
modos, estaba demasiado enojado para escuchar con claridad. Se sentía
como si un océano estuviera rugiendo en su cabeza. Podía sentir el calor
latiendo a través de su endoesqueleto.
Jake le dio al hombre otra sacudida violenta; luego lo arrojó por la
ventana. El vidrio se rompió y se roció. La lluvia salpicó por el agujero que
había hecho el cuerpo del hombre.
Jake se dirigió hacia el otro hombre.
El hombre de la cicatriz levantó las manos y se apartó de Jake.
—¡Oye, son sólo negocios! —también lloriqueaba como un niño.
A Jake no le importaba. Dio un paso adelante y le dio un revés en la
mandíbula al hombre. El hombre salió volando hacia una pila de cajas. Rodó
al suelo y Jake se dejó caer encima de él.
La rabia de Jake ardió aún más, y cuando apuntó con un dedo a la cara
del hombre, su dedo estaba al rojo vivo. Jake estudió los ojos crueles del
hombre.
Sosteniendo fácilmente al hombre que luchaba, Jake pensó durante unos
segundos.
Se inclinó y sostuvo la punta de su dedo de metal contra la frente del
hombre.
Unos minutos más tarde, Jake salió del callejón y miró arriba y abajo de
la calle principal. La chica, acunada en sus brazos, se había desmayado de
nuevo.
Se sentía casi ingrávida para Jake.
Jake se movió la capa para que cubriera su rostro. Luego caminó por la
calle, buscando un lugar seguro donde poder cuidar de ella.

☆☆☆
Después de dos días de lluvia, había salido el sol y todo, todavía húmedo
por la tormenta, parecía brillar en el resplandor. O tal vez ese era sólo el
estado de ánimo de Larson. Se estaba sintiendo bien.
Bueno, tal vez no bien. Pero mejor.
Pasó la mayor parte de la mañana rastreando edificios que podrían
contener el pozo de pelotas que seguía alejándolo del mundo real. Los hilos
de los que tiró eran serpentinos y dieron como resultado una lista de una
docena de posibles ubicaciones.
Durante las siguientes dos horas, Larson visitó más decrépitos arcadas
tapiadas de las que le hubiera gustado ver, pero finalmente, su búsqueda lo
llevó al lugar abandonado frente al que se encontraba ahora.
Un hombre de aspecto cansado le dio a Larson la llave de lo que parecía
ser un viejo restaurante. Luego, el viejo se alejó arrastrando los pies como
si no le importara en absoluto lo que Larson pudiera hacerle al lugar.
Larson comprendió por qué. El comedor cavernoso en el que se
encontraba no tenía más que cabinas de vinilo agrietadas y mesas con
cicatrices. Las mesas estaban alineadas sobre un piso de tablero de ajedrez
en blanco y negro, y las cabinas abrazaban paredes de color amarillo pálido
que tenían formas vagas que intentaban asomarse a través de la mala
pintura de la pared. Además de las mesas y cabinas, la sala tenía un
escenario vacío y una pista de baile desnuda que parecía desolada bajo una
bola de espejos manchada y rota.
La habitación estaba llena de polvo. Civilizaciones enteras de conejitos
de polvo flotaban cuando Larson se movía.
El aire del lugar olía a humedad. También era vagamente amargo, como
el interior de un frigorífico lleno de comida en mal estado. Larson se llevó
el dorso de la mano a la nariz.
Tan pronto como entró en el lugar, vio lo que estaba buscando. El pozo
de pelotas estaba en la esquina trasera derecha de la habitación.
Acordonado por una cuerda amarilla sucia, la piscina advertía a los
visitantes potenciales con un letrero que decía, NO USAR.
—¿Quién lo intentaría?—murmuró Larson mientras caminaba hacia el
lugar que había tomado su conciencia tantas veces en los últimos días.
No fue producto de su imaginación. De hecho existía. Y claramente
quería que lo encontrara… lo cual era perturbador en extremo.
Larson miró por encima del hombro y se sacudió mentalmente. Era
policía, por el amor de Pete. No le tenía miedo al estúpido pozo de pelotas
¿verdad?
Larson se acercó a la cuerda amarilla sucia y flácida. La levantó, se agachó
debajo y se acercó al borde del pozo. Estudió las bolas de plástico.
Se veían exactamente igual que en sus visiones. Estaban polvorientas,
mohosas y descoloridas.
Extendió la mano y tomó una. Era tal como sabía que sería: áspera y de
alguna manera pegajosa, como si quisiera adherirse a su piel. Frunció el
ceño y raspó una uña sobre la superficie de la esfera. Algo escamoso, casi
carbonizado, cubría el plástico.
Larson quería dejar caer la bola sucia.
Pero él no estaba allí para sentirse asqueado. Estaba allí para investigar.
Entonces, no dejó caer la pelota. En cambio, la sostuvo frente a su
mirada y la examinó de cerca. Frunció el ceño. La sustancia que cubría la
superficie de plástico parecía sangre. Sangre vieja, antigua. Larson sacó su
cortaplumas y sacó una bolsa de pruebas de su bolsillo.
Quitó raspaduras de la pelota. Luego examinó algunas bolas de plástico
más.
Todas tenían la misma sustancia en sus superficies. Larson tomó varias
muestras.
Cuando terminó, dio un paso atrás y miró fijamente el espeluznante
pozo. Finalmente, se sacudió el estado de ansiedad/nerviosismo que se
había apoderado de él y abandonó el restaurante abandonado.

☆☆☆
La joven doctora estaba agotada, lo cual era normal. Ella estaba al final
de un turno triple, y el flujo de pacientes que llegaban a la sala de
emergencias nunca terminaba.
La doctora se apartó el pelo de la cara y abrió la puerta de la sala de
examen 4/5. La habitación tenía dos camas separadas por una cortina. Echó
la cortina hacia atrás y miró a los dos pacientes en las camas contiguas.
Ambos pacientes eran hombres. Ambos parecían traficantes de drogas.
Había visto a los de su clase demasiadas veces para contar.
El hombre más corpulento había entrado a la sala de emergencias
gritando, pero después de que la doctora determinara que tenía una
clavícula rota, ordenó un goteo de morfina.
Ese hombre ahora estaba a la deriva en la tierra de la-la.
El segundo hombre no estaba tan gravemente herido, pero parecía que
le quemaba la frente.
La doctora acercó una bandeja de tratamiento al lado del hombre.
Cogió una gasa.
—Limpiemos esto y veamos qué hay que hacer —dijo.
Él no respondió. Sólo gimió.
La doctora secó la frente del hombre durante unos segundos. Entonces
ella se detuvo. Contuvo el aliento.
Ahora que había limpiado el área, podía ver que alguien había quemado
las palabras ¡SÓLO DI NO en la frente del hombre!

☆☆☆
Cerca de las vías del tren a lo largo de las afueras de la ciudad, un
pequeño cobertizo de mantenimiento estaba en cuclillas lejos de cualquier
otra cosa en el área. Estaba cerrado con candado cuando Jake lo encontró,
pero lo había quitado fácilmente. Ahora Jake y la chica estaban bien metidos
dentro del pequeño edificio. La chica aún dormía. Jake la estaba mirando
con atención.
Jake encontró el cobertizo justo antes del amanecer. Después de poner
a la chica adentro, volvió a salir y rápidamente buscó algo para que se
sintiera más cómoda. Encontró algunas mantas en un contenedor de basura
cercano, y volvió para colocar la más seca de ellas sobre su frágil forma.
Poco después de que la noche engulló el crepúsculo, la lluvia, que había
abandonado la zona esa mañana, regresó. Un tamborileo constante ahora
golpeaba el techo de hojalata sobre la cabeza de Jake. Sonaba como una
compañía de gnomos que bailaban tap con música que Jake no podía oír.
El clamor no pareció molestar a la chica. De vez en cuando murmuraba
en sueños y, a veces, pateaba como si se defendiera de un asaltante
invisible. Pero sobre todo, estaba callada y quieta.
Jake se sentó a su lado, vigilándola. También miró la puerta.
Aunque la había asegurado con una cuerda que había encontrado en el
cobertizo, estaba alerta. No sabía quién más podría estar detrás de la chica,
o cuándo podrían venir a buscarla.
Durante las primeras dos horas después del anochecer, todo estuvo en
silencio, excepto por el baile de los gnomos. Sin embargo, cuando la lluvia
amainó lo suficiente como para que Jake escuchara el ulular de un búho
cerca, escuchó algo más… algo que lo tenía de pie, listo para luchar.
Fuera del cobertizo, algo raspó el revestimiento de madera. Después
del roce, un traqueteo metálico cayó en cascada por la puerta y luego
pareció trepar por la pared contigua. Entonces, algo golpeó el techo y cayó
al otro lado del cobertizo.
Jake siguió el movimiento con cuidado. Algo estaba ahí fuera.
Algo se arrastraba por ahí. Él estaba seguro de ello.
Jake acercó sus piernas metálicas a su cuerpo y se acercó a la chica.
Sabía que actualmente usaba un gran endoesqueleto, pero justo en este
segundo, no se sentía así. Se sentía como el niño que realmente era.
Algo estaba fuera del cobertizo, escarbando alrededor de él como si
tratara de encontrar una manera de entrar. Jake ladeó la cabeza,
escuchando. Puso un brazo protectoramente sobre la chica, por si acaso
lo que estuviera ahí fuera atravesaba el techo.
Pero también tembló. Deseó que alguien estuviera allí para poner un
brazo sobre él también.
Fazbear Frights

#9
Scott Cawthon
Elley Cooper
Copyright © 2021 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados
Foto de TV estática: © Klikk/Dreamstime
Todos los derechos reservados. Publicado por Scholastic Inc.
Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
marcas comerciales y/o marcas comerciales registradas de
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El editor no tiene ningún control y no asume ninguna
responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su
contenido.
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Portada diseñada por Jeff Shake
Primera impresión 2021
e-ISBN 978-1-338-78595-1
Todos los derechos reservados bajo las convenciones
internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida,
descargada, descompilada, sometida a ingeniería inversa o
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Contenido

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El Tallador de Marionetas
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Kit de Pizza
Acerca de los Autores
Rompecabezas
E n el escenario, el cerdo animatrónico que rasguea el banjo desaceleró
sus movimientos, emitió un sonido de chisporroteo y luego se detuvo.
—¿En serio? ¿Otro? —gritó Jack. El estúpido cerdo era el tercer
animatrónico en romperse en menos de un mes. Y arreglar esas cosas
costaba dinero. Dinero que Jack no tenía.
Este lugar lo estaba desangrando. Cuando lo compró hace tres años,
pensó que Pizza Playground, una pizzería para niños con juegos y
animatrónicos, sería una gran inversión. Pizza, juegos, personajes de
animales que hablan y cantan: esas eran todas las cosas que les encantaban
a los niños, ¿verdad? Y los padres siempre estaban buscando formas de
mantener entretenidos a sus pequeños mocosos, especialmente en sus
cumpleaños. Había anticipado un montón de cumpleaños.
Pero el hecho era que los niños no aparecían y Jack no sabía por qué.
¿Era porque los padres en estos días llenaban los horarios de sus hijos de
deportes y lecciones que no quedaba tiempo para el entretenimiento sin
sentido? ¿O los niños de hoy simplemente preferían el entretenimiento sin
sentido de un tipo diferente en sus computadoras o consolas de
videojuegos? Cualquiera sea la razón, Jack estaba perdiendo dinero como
si el agua se filtrara por un colador. Esta misma mañana, tuvo que ordenar
al personal de la cocina que tiraran los ingredientes caducados de las pizzas
que nadie iba a comer. Y ahora tenía que averiguar cómo pagar las
reparaciones de los animatrónicos que nadie iba a ver.
—¡Porter! ¡Sage! ¡Vengan aquí! —gritó Jack. Estaba tan enojado y
estresado que sintió que su rostro se calentaba. Recordó que el médico le
dijo que tuviera en cuenta su presión arterial, pero ¿cómo podía mantener
baja su presión arterial cuando todo a su alrededor se estaba saliendo de
control?
Porter salió de detrás del escenario y Sage salió del armario de
conserjes. Ambos tenían poco más de veinte años, eran lo suficientemente
jóvenes como para ser los hijos de Jack. Pero estos muchachos no eran
hijos suyos. «Qué par de perdedores», pensó Jack mientras se acercaban a
él como perros que intentan en vano complacer a su amo. Bueno, a Jack
no le gustaba ninguno de los dos. Porter, el bajito con gafas, era un manitas
que se suponía que estaba a cargo de los animatrónicos. Afirmó ser una
especie de inventor, y cuando no estaba tratando de seguir ineptamente
las órdenes de Jack, siempre estaba jugando con las herramientas y el
equipo en la sala de almacenamiento. Se suponía que Sage, el alto que
llevaba su largo cabello negro en trenzas, debía mantener limpio el lugar.
Se imaginaba a sí mismo como un escritor. Pasaba sus descansos sentado
en una mesa en el comedor, encorvado sobre un cuaderno, escribiendo su
supuesta “novela”.
«Claramente ninguno de estos idiotas irá a ninguna parte», pensó Jack.
Tuvieron suerte de que él consideró oportuno pagarles el salario mínimo
y dejar que se llevaran a casa las sobras de pizza.
—El cerdo está roto —dijo Jack—. Devuélvanlo al almacenamiento.
—Vaya, esas cosas están cayendo como moscas —dijo Sage, mirando
hacia el escenario casi vacío.
—No necesito su comentario, capitán obvio. Sólo necesito tus músculos
para llevar al cerdo a la sala de almacenamiento.
—Sí, señor —respondió Sage, pero parecía que estaba reprimiendo el
impulso de poner los ojos en blanco.
Jack no podía soportar la insubordinación.
—Bueno, de todos modos, pronto todos sus problemas con
animatrónicos se resolverán —dijo Porter, subiendo al escenario para
ayudar a mover la figura rota—. Casi he terminado con el prototipo de mi
máquina. Creará animatrónicos de bajo costo pero altamente funcionales
hechos de sólo una losa de madera barata. ¡Se sorprenderá, Jack!
—Lo creeré cuando lo vea —murmuró Jack. Algo en el optimismo
infundado del pequeño era especialmente irritante.
Porter sonrió como si le estuvieran lanzando un desafío particularmente
satisfactorio.
—Oh, lo verá. Y lo creerá. —Se volvió hacia Sage.
—¿Estás listo para levantar esta cosa? Hagámoslo a la cuenta de tres.
Uno dos…

✩✩✩
Con la ayuda de Sage, Porter colocó el animatrónico cerdo fallecido en
una esquina de la sala de almacenamiento.
—Estoy tan cansado de la forma en que ese ogro nos habla —dijo
Porter—. Una vez que obtenga la patente de mi invento y encuentre un
comprador, saldré de aquí tan rápido que sólo dejaré un rastro de polvo.
—Y estaré atrapado aquí comiendo tu polvo —dijo Sage con un
suspiro—. Tal vez algún día te apiades de mí, me invites a tu mansión y me
des una comida. Ya sabes, recuerda a tu antiguo compañero de trabajo que
todavía vive de cuero de rebanadas de pizza y recalentada.
Porter le dio a Sage una palmada en el hombro.
—Oye, no necesitas mi lástima. Conseguirás que se publique tu novela.
Tu libro estará en la lista de bestsellers. Recorrerás el país haciendo
fichajes. No habrá más pizza recalentada para ti.
Sage sonrió tímidamente.
—¿De verdad crees que soy lo suficientemente bueno para ser
publicado?
—¡Por supuesto que sí! —le respondió Porter. Estaba feliz de darle a su
amigo una charla de ánimo, pero era una charla de ánimo honesta. Sage
realmente tenía talento—. Es mucho mejor que muchos libros publicados
que he leído. Y no soy sólo yo quien piensa eso. Tu profesora de escritura
creativa también lo dice, ¿verdad?
Porter y Sage asistieron juntos al colegio comunitario local, aunque se
especializaron en campos radicalmente diferentes: ingeniería mecánica para
Porter e inglés para Sage.
Sage asintió.
—Ella ha sido muy elogiosa al respecto, es verdad.
—¡Bueno, allá vas! Y, de hecho, tengo que decir que encuentro tu
trabajo no sólo entretenido sino también inspirador. Mi invento está
parcialmente inspirado en tu novela.
Sage arqueó una ceja.
—¿Cómo?
—Bueno, El Tallador de Marionetas trata sobre un hombre de madera
que quiere ser real, ¿verdad?
Sage asintió.
—Bueno, mi Tallador de Marionetas toma una pieza de madera
ordinaria y la transforma en algo que parece vivo. —No había escuchado a
Jack gritar, así que pensó que el gruñón jefe debía estar temporalmente
distraído. Porter retiró la cortina púrpura brillante que escondía su invento
junto con varios animatrónicos rotos—. Ven a verlo. Si Jack vuelve aquí,
fingiré que estoy trabajando en los animatrónicos y tú puedes fingir que
estás limpiando algo.
Sage sonrió.
—Eres una mala influencia, Porter. —Siguió al hombre más bajo detrás
de la vieja cortina que probablemente había colgado frente al escenario una
vez.
—¡Aquí está! —dijo Porter, haciendo un gesto hacia un equipo de
aspecto tosco. ¡El Tallador de Marionetas!
—Se parece a una trituradora de madera gigante —dijo Sage.
—Bueno, ese es el concepto básico —respondió Porter con voz de
vendedor—. ¡Pero hace mucho más! —Como una trituradora de madera,
el tallador de marionetas tenía una abertura por donde se insertaba la
madera. Pero lo que sucedía una vez que la madera estaba dentro de la
máquina era mucho más sofisticado. Una vez que resolvió algunos de los
problemas, Porter planeó solicitar una patente. Esperaba que el Tallador
de Marionetas fuera el primero de muchos inventos patentados—. Aquí,
ayúdame a cargar esto y te mostraré lo que sucede.
—Está bien —dijo Sage, pero sonaba un poco inseguro—. Este es un
equipo seguro, ¿verdad?
—¡Muy seguro! Todas las partes afiladas están en el interior.
La máquina era un cilindro metálico alto y vertical con una puerta
corrediza que se abría presionando un botón. Cuando Porter presionó el
botón, la puerta se abrió, revelando un compartimiento de tamaño humano
que estaba rodeado por hojas de metal. Juntos, Sage y Porter levantaron
un tronco de cedro de metro y medio y lo colocaron boca abajo dentro
del compartimento.
Porter apretó un botón.
—Y ahora esperamos.
La máquina cobró vida con un zumbido, luego este se hizo más y más
fuerte. Zumbó, luego farfulló y luego rugió.
—¿Se supone que debe estar haciendo todos esos sonidos? —gritó Sage
por encima del ruido.
Los ruidos mecánicos eran como música para Porter. Él sonrió.
—Está funcionando perfectamente.
Después de menos de un minuto de ruidosas sacudidas, la máquina se
quedó en silencio.
—¡Mira! —Porter señaló el compartimento interior—. Aquí está la
mejor parte.
—Lo estoy contemplando —dijo Sage, sonando como si no estuviera
seguro de qué pensar todavía.
Porter apretó el botón y la puerta se abrió, revelando una figura
humana, de madera y completamente articulada.
—Ahora sólo tengo que dar un suave tirón. —Porter agarró la figura
de madera por los hombros y tiró, luego tiró con más fuerza.
Sage se rio.
—Parece que estás ayudando a la máquina a dar a luz.
—Eso es exactamente lo que estoy haciendo —respondió Porter. Dio
un fuerte tirón y la figura dentro de la máquina finalmente se soltó. Porter
tiró de él el resto del camino y luego la colocó sobre sus pies.
Porter sabía que algunas personas describirían la figura como tosca,
pero para él era hermosa. Tenía la forma de un hombre pequeño. La simple
figura de madera le recordó los modelos de dibujo que habían usado en su
clase de arte de la escuela secundaria. Aunque era básico, aún podría ser
extremadamente útil para alguien como su jefe gruñón. Al poner la figura
en un traje de peluche para que se parezca a un conejito, un zorro o un
oso, se tendría un animatrónico de bajo costo que sería perfecto para la
pizzería.
—Está bien, está bien —dijo Sage, sonriendo—. Tengo que admitir que
es genial.
—Oh, ni siquiera has visto la parte genial todavía. Sólo espera.
Apretó un botón en la espalda baja de la figura de madera y lentamente
comenzó a moverse. Giró la cabeza hacia la izquierda y luego hacia la
derecha. Levantó los brazos para que pareciera que buscaba un abrazo.
—Whoa —dijo Sage, sonando asombrado—. ¿Hiciste todo esto tú solo?
Porter se rio.
—Sí, solo como un niño grande. Es increíblemente rentable. Si puedes
permitirte un tronco, puedes hacer un animatrónico.
—Sabes, creo que Jack podría estar realmente impresionado por esto
—dijo Sage, caminando en círculo alrededor del animatrónico y
observando sus movimientos.
—Eso espero —respondió Porter, sabiendo que el jefe no era fácil de
impresionar.
—Sería bueno tener un poco de respeto por aquí. Y tal vez un poco de
dinero también.
—Sin duda. Pero si sigues con los inventos, no estarás merodeando por
este vertedero por mucho tiempo de todos modos. Estás en buen camino,
hombre.
—Tú también —dijo Porter. Sage le había dejado leer los primeros
capítulos de su novela, y Porter se había quedado impresionado por el
lenguaje vívido y la imaginación de su amigo.
—Eso espero, estoy seguro de que no quiero pasar mis mejores años
en este lugar.
—¡Oh! —dijo Porter, mirando hacia atrás al Tallador de Marionetas—.
Casi me olvido de un paso importante en la demostración. —Se puso en
cuclillas junto a la máquina—. Después de que salga la marioneta, querrás
deslizar el cajón en la parte inferior aquí. Está lleno de todo el aserrín y las
astillas que quedaron del proceso de tallado. Si no se vacía, la máquina no
funcionará correctamente la próxima vez que la use. —Tiró el contenido
del compartimiento en el bote de basura.
—¿Es algo así como el filtro de pelusa de la secadora? —preguntó Sage.
—Exactamente.
—¿Hay gente trabajando en este lugar? —gritó la voz retumbante de
Jack desde el comedor—. ¡Tengo mesas que deben limpiarse y un
escenario que debe instalarse!
Sage tiró a Porter en el hombro.
—Supongo que todavía no estamos listos para la fama y la fortuna, ¿eh?
Porter se rio.
—No. No cuando hay mesas que limpiar y animatrónicos que arreglar.
Se dirigieron al comedor, preparados para un aluvión de insultos
verbales de Jack. Era una suerte que estuvieran preparados.
—Entonces, ¿alguien además de mí trabaja aquí? —gritó Jack. Su rostro
estaba morado de rabia.
A Porter le gustaría que Jack se preocupara más por su salud. La presión
arterial del tipo debía estar por las nubes.
—Lo siento, señor. Nos estábamos ocupando de algunas cosas en la
parte de atrás.
—¡Bueno, la gente no ve la parte de atrás! ¡Ven el frente! Y el frente es
un desastre. Las mesas están sucias. Necesitas arreglar las cosas en el
escenario para que no parezca que faltan animatrónicos.
—En realidad era eso en lo que estábamos trabajando, señor: los
animatrónicos —dijo Porter—. Pronto, todos sus problemas con los
animatrónicos se resolverán por una fracción de lo que ha estado gastando.
—Porter se encogió internamente al oírse a sí mismo sonar como un
infomercial de televisión, pero sus experiencias pasadas con Jack le habían
enseñado que al hombre le gustaban los discursos de marketing cursis;
pensó que “sonaba inteligente”.
—No esperaré mucho —gruñó Jack.
—Bueno, no tendrá que hacerlo. ¿Qué tal si le dejo verlo el viernes por
la mañana antes de que abramos? Creo que debería tener resuelto todos
los errores para entonces.
—Sería bueno —dijo Jack, lo cual Porter decidió tomar por la versión
de un sí—. Entonces, ¿por qué están parados? Pónganse a trabajar.
—Sí señor. —Sage tomó un balde de agua con lejía y un trapo y
comenzó a limpiar las mesas. Porter subió al escenario y comenzó a jugar
con los animatrónicos.
Jack se levantó de su mesa.
—Tengo que ocuparme de algunas cosas en la oficina, pero volveré para
verte.
—Sí, señor —respondió Porter, arrastrando un animatrónico al centro
del escenario.
Una vez que Jack estuvo a salvo fuera del alcance de sus voces, Porter
murmuró—: Alguien debe haber escupido en su avena esta mañana.
—Esta mañana y todas las mañanas —dijo Sage—. ¿Alguna vez has visto
al hombre de buen humor?
Porter puso los ojos en blanco.
—Ni una sola vez. Me pregunto si alguna vez lo estará. ¿Quizás cuando
no es está en el trabajo? ¿Crees que hay algo que hace para divertirse?
—Seguramente —respondió Sage, levantando la vista de la mesa que
estaba limpiando—. Patea cachorros, roba a las abuelas y hace llorar a los
huérfanos.
Porter se rio.
—Será mejor que nos quedemos callados o nos meteremos en
problemas.
Sage sonrió.
—¿Cuándo no estamos en problemas?
Trabajaron en silencio durante un tiempo. Una vez que Porter tuvo las
cosas funcionando en el escenario, sintió una presencia extraña en la
habitación. Se le erizó el pelo de la nuca. Se sintió como si lo estuvieran
observando.
Se dio la vuelta y vio que había tenido razón. Una niña de unos cuatro
años estaba parada al borde del escenario. Miró a Porter con grandes ojos
marrones.
—Hola.
—Hola —le dijo Porter.
Unos metros detrás de ella había un hombre y una mujer,
presumiblemente los padres de la niña.
—Hola, amigos —agregó con torpeza.
Los clientes se habían convertido en algo tan poco común que siempre
era una sorpresa cuando aparecían.
La niña señaló al oso animatrónico.
—¿Ese es el barón von Bear?
—Sí, ese es el barón —respondió Porter. Realmente, debería haber
cerrado el telón para que los niños que pudieran aparecer no vieran a los
personajes en su estado latente.
—¿Va a cantar? —preguntó la niña.
—Sí —dijo Porter—. El primer show es en quince minutos.
—¿Hay pizza?
—Por supuesto que hay pizza. —Porter tomó algunos menús de la
estación del anfitrión y se los entregó a la familia—. ¿Por qué no se sientan
en la mesa que quieran y yo voy a buscarles un camarero?
Angie, la única camarera que quedaba en el lugar, estaba sentada en la
cocina haciendo su tarea. Ella estaba estudiando para ser una enfermera
práctica con licencia, se lo había dicho a Porter, porque este trabajo en el
restaurante era obviamente un callejón sin salida. Edwin, el cocinero,
estaba jugando con su teléfono.
—Oye, Angie —dijo Porter—. Tienes una mesa con clientes.
Angie levantó la vista de su libro de texto.
—¿De verdad? ¿Quieres decir que podría ganar una propina esta noche?
Porter sonrió.
—Así parece. No lo gastes todo en un sólo lugar.
—Bien, y de hecho podría cocinar algo —dijo Edwin, guardando su
teléfono en el bolsillo—. Necesitamos utilizar algunos de estos
ingredientes. De todos modos, la mitad de ellos están a punto de echarse
a perder.
Angie estaba de pie.
—No compartiré esa información con mi única tabla de clientes.
Edwin rio.
—Buena idea.
Algunas familias más llegaron a lo largo de la noche, pero el negocio
seguía lento y Porter pasó la mayor parte de la noche tratando de parecer
ocupado para que Jack no le gritara demasiado. El ambiente en el lugar
estaba mal. Se suponía que un emporio de pizzas para niños era ruidoso,
animado y lleno de risas. Pero lo único que probablemente oirías en este
lugar eran los arrebatos de Jack.
Siempre era un gran alivio caminar al aire libre de la noche después de
la hora de cierre. Porter, Sage, Angie y Edwin dejaron a Jack y su ira
adentro, e instantáneamente el estado de ánimo fue más ligero.
—Díganme, ¿Quieren comer algo? —preguntó Porter. Probablemente
debería ahorrar el poco dinero que tenía, pero no podía afrontar la idea
de comerse otra olla de fideos ramen instantáneos en su apartamento.
Hubo murmullos de acuerdo.
—¿Qué quieren? —preguntó Porter.
—¡Pizza no! —todos gritaron a coro.
Era una broma recurrente. Se comían tantas rebanadas sobrantes que
se cansaron de ellas, pero seguían comiéndolas porque eran gratis. En
realidad, pagar para comer pizza, incluso una buena pizza, se había vuelto
inimaginable.
Terminaron en el Golden Heifer a pesar de que ninguno de ellos tenía
suficiente dinero para hamburguesas y tuvieron que conformarse con
queso a la parrilla o BLT. Compartieron una orden de papas fritas entre
los cuatro, que la camarera de aspecto cansado colocó en el medio de la
mesa.
—Disculpa, ustedes no están buscando cocinero, ¿verdad? —preguntó
Edwin a la camarera mientras dejaba la botella de salsa de tomate.
—No por ahora, cariño —respondió—. Pero si deseas completar una
solicitud, la archivaremos.
—Gracias. Lo haré. —Edwin le dedicó una sonrisa encantadora.
Después de que la camarera se fue, la sonrisa de Edwin se desvaneció—.
Les diré una cosa, muchachos. Estoy golpeando el pavimento para
encontrar otro trabajo. Si todos quieren seguir comiendo, deberían
empezar a buscarlo también.
—¿Crees que Jack nos va a despedir? —preguntó Angie, vertiendo un
charco de salsa de tomate en el plato para freír.
—Bueno, eso también es una posibilidad —dijo Edwin, sorbiendo su
café. Pero creo que el lugar cerrará antes de que Jack tenga la oportunidad
de despedirnos. He trabajado en el negocio de los restaurantes mucho más
tiempo que ustedes. Puedo decir cuándo un lugar no durara mucho en este
mundo. Tienen un olor a muerte.
—¿Estás seguro de que no es sólo el hedor del pepperoni después de
su fecha de vencimiento? —preguntó Sage.
—Es el mismo —dijo Edwin, agarrando una patata frita y arrastrándola
por el charco compartido de salsa de tomate—. Si estuviéramos vendiendo
ese pepperoni, no estaría malo y no estaríamos en peligro de quedarnos
sin trabajo.
—Vaya, ahora estoy deprimida —dijo Angie, removiendo su refresco
con su pajita.
—No hay necesidad de deprimirse —dijo Edwin—. Estás en la escuela
de enfermería. Tienes una buena carrera por delante, y Porter y Sage son
universitarios. Soy el único en esta mesa que mira hacia un callejón sin
salida.
—Bueno, tal vez no lo estés —dijo Porter—. Acabo de terminar mi
invento, lo que hará que el costo de los animatrónicos baje muchísimo. Se
lo mostraré a Jack el viernes. Si no tiene que seguir reemplazando los
costosos animatrónicos, entonces puede invertir su dinero en publicidad y
una mejor calidad en la comida, tal vez incluso comprar algunos juegos
nuevos. Entonces los clientes empezarán a venir de nuevo.
—Bueno, admiro tu optimismo —dijo Angie, metiéndose una patata
frita en la boca—. Espero que valga la pena.
—Creo que en realidad podría —intervino Sage—. Porter me lo mostró
esta noche. Lo llama el Tallador de Marionetas por mi novela. Es bastante
genial. —Sonrió—. El invento, quiero decir, no mi novela. Aunque la novela
también es bastante sorprendente.
—Su confianza es inspiradora —dijo Edwin. Levantó su vaso de refresco.
—¡Brindemos por un futuro mejor!
—Por un futuro mejor —dijeron los amigos, tintineando vasos.

✩✩✩
Porter y Sage compartían un apartamento de dos dormitorios en el
sótano. Desde la ventana, podían ver la espectacular vista de los pies de la
gente caminando en la acera de arriba. El apartamento estaba oscuro y
húmedo, con paneles baratos en las paredes y alfombras antiguas de color
musgo en el piso rechinante. Lo único que se podía decir era que el alquiler
era bastante barato, especialmente si los dos lo compartían.
Esta noche fue igual que todas las demás. Llegaron a casa. Sage fue a su
habitación para trabajar en su novela. Porter fue a su habitación para
trabajar en los diseños de sus inventos. Porter dibujó, midió y tomó notas,
trabajando hasta que estuvo tan cansado que ya no pudo mantener los ojos
abiertos. Luego colapsó en la cama, activando la alarma para que se
despertara a tiempo para prepararse para las clases matutinas que tomaba
antes de regresar a Abusiva PizzaLand, como él lo llamaba, por la tarde.
Era un horario agotador que lo desgastaba hasta los huesos, pero seguía
haciéndolo, estaba seguro de que estaba en camino de algo mejor. Mientras
tanto, Sage volvió a su manuscrito, escribiendo en el tenue resplandor de
la lámpara de su escritorio hasta altas horas de la noche.
El Tallador de Marionetas
Una novela de Sage Brantley.
Sylvester Pine emergió de la cámara como un espécimen perfecto. Lo primero
que vio fueron sus manos, que estaban completamente articuladas. Se vio a sí
mismo apretarlos en puños, luego enderezarlo y separando los dedos.
—Extraordinario, ¿no? —dijo su creador.
Sylvester asintió.
—¿Te gustaría ver más de ti mismo? —preguntó su creador.
Sylvester asintió de nuevo.
Su creador sonrió.
—Estás programado con el poder del lenguaje, tanto la capacidad de
comprender como la capacidad de hablar. Cuando te haga una pregunta, por
favor responde con un sí o un no. Ahora… ¿te gustaría ver más de ti mismo?
—Sí —dijo Sylvester. La palabra se escapó de sus labios sin esfuerzo.
—Bien —dijo su creador—. Sígueme.
Sylvester dejó que su creador lo llevara a un gran trozo de vidrio que de alguna
manera sabía que se llamaba espejo. Sylvester se miró a sí mismo. Era una
persona completa, con rasgos faciales simétricos y ojos que se abrían y cerraban.
Cuando deseaba mover un brazo o una pierna, lo hacía de acuerdo con sus
órdenes tácitas. Aún no estaba vestido, pero cuando lo estuviera, sabía que se
parecería mucho a un hombre con una excepción. La superficie de su rostro y
cuerpo, a diferencia de la de su creador, no era suave y flexible porque en lugar
de carne, estaba hecho de madera maciza y lisa.
—Eres un tipo guapo —dijo su creador—. Y uno muy funcional. Tú puedes
pensar. Puedes moverte. Puedes hablar. Tienes tres de los cinco sentidos que
tienen los humanos normales: vista, oído y olfato.
—¿Qué sentidos me faltan?
Su creador se encogió de hombros.
—Nada muy importante. No tienes sentido del gusto porque no tienes
necesidad de comer. Y no tiene sentido del tacto porque todavía no hemos podido
perfeccionar la tecnología. Pero eso no es del todo malo. No tendrás la capacidad
de sentir el calor o el frío, no tendrás la capacidad de sentir el dolor. De alguna
manera, esta carencia te hace superior a quienes la tienen.
Sylvester le tocó la mano izquierda con la derecha. Luego extendió la mano y
tocó a su creador en el hombro.
Su creador tenía razón. Sylvester no sentía nada.

✩✩✩
Antes de que Jack entrara a la casa, se quitó los zapatos. Becky prohibió
usar zapatos adentro porque podrían rayar los hermosos pisos de madera
nueva. Jack entendió esto: sabía cuánto había costado el piso nuevo; él había
pagado por ello, pero quitarse los zapatos y sostenerlos en sus manos aún
lo hacía sentir extrañamente furtivo, como si fuera un ladrón tratando de
irrumpir en su propia casa.
Entró en la casa recién remodelada. Los suelos de madera relucían. Los
nuevos muebles de la sala eran elegantes y modernos (pero no tan
cómodos como a él le gustaría). A Becky le encantaba ver todos esos
programas sobre la remodelación de casas, y realmente había puesto su
corazón y su alma en hacer que su casa antigua y cómoda se viera elegante
y nueva.
Pero cuando Jack miró su lujoso entorno, todo lo que pudo ver fue
dinero volando de sus bolsillos.
Encontró a Becky en la mesa de la cocina, leyendo una revista sobre el
hogar y el jardín y bebiendo un refresco dietético. Aunque era tarde,
todavía estaba vestida con una blusa pantalones de diseñador, su cabello y
maquillaje estaban en perfecto orden. Desde que consiguió que la casa se
viera como quería, era como si ella también tuviera que verse de cierta
manera. Ya no más holgazanear en pantalones de chándal. Tenía que
coincidir con la decoración.
Ella levantó la vista de su revista.
—Sabes, he estado pensando que podríamos derribar la pared entre la
sala de estar y el comedor, Para tener un concepto más abierto.
—Una billetera abierta es más como eso —respondió Jack—. Mi
billetera. —Se acercó al frigorífico, nuevo, de acero inoxidable y muy caro,
y miró dentro. ¿De qué servía tener un frigorífico de primera si no había
nada que mereciera la pena comer dentro?— Nunca tenemos nada bueno
para comer en esta casa.
Becky puso los ojos en blanco.
—Cené un batido de frutas. Estaría feliz de hacerte uno.
—Eso no es comida —gruñó Jack—. La comida es algo que puedes
masticar.
Becky se levantó de la mesa y empezó a seleccionar fruta del frutero.
—Cariño, sé que te encantaría comer un filete grande y jugoso todas
las noches, pero el médico dice que es malo para el colesterol y la presión
arterial. Un batido de frutas con proteína es mucho más saludable. Y
además, no te vendría mal bajar la talla de un pantalón.
A Jack le palpitaba la cabeza de hambre y de rabia.
—Nada es lo suficientemente bueno para ti, ¿verdad? Siempre hay que
mejorar. La casa, tu guardarropa, mi cintura, todo siempre tiene que
actualizarse una y otra vez.
Becky estaba echando arándanos en la licuadora.
—Bueno, en el caso de su cintura, sería más que una rebaja lo que se
necesita. —Ella le sonrió.
Era la misma sonrisa que solía encontrar radiante, pero junto con las
críticas de esta noche, era simplemente molesta.
—¡Eso no es divertido! Deja de hacer ese batido. ¡No quiero un batido!
¡Voy a salir por una hamburguesa!
—Pero tú colesterol…
—¡Si muero por el colesterol, al menos moriré lleno y feliz! —dijo Jack.
Salió furioso de la casa, luego se dio cuenta de que se había olvidado los
zapatos y tuvo que volver a entrar de puntillas para tomarlas. No fue la
salida dramática que esperaba.
Jack se detuvo en el servicio al auto del Golden Heifer.
—Gracias por elegir Golden Heifer. Ordene cuando esté listo —dijo la
voz en el altavoz.
—Deme la hamburguesa con queso Moo'n'Oink Double Bacon, una
fritura grande y un batido de mantequilla de maní.
—Serían nueve y veinticinco. Por favor, acérquese a la ventana —dijo la
voz.
Jack le dio diez dólares a la joven cajera en la ventana y tomó su orden.
Entró en un espacio de estacionamiento vacío para comer. Cuando
desenvolvió su hamburguesa, no tenía tocino. Enfurecido, salió del auto y
se acercó a la ventana del servicio al auto, sosteniendo la hamburguesa en
su mano como evidencia.
La cajera, una joven menuda con cabello castaño claro, dijo—: Lo siento,
señor, pero el autoservicio es sólo para autos. Si necesita hablar con
alguien, debe entrar al restaurante.
—¡Pedí la hamburguesa con queso doble con tocino Moo'n'Oink y tú te
quedaste con el “Oink”! —gritó Jack—. No voy a entrar al restaurante. Me
quedaré aquí hasta que hagas mi pedido correctamente. ¡Exijo tocino!
La cajera, que probablemente todavía estaba en la escuela secundaria,
parecía nerviosa.
—La política de nuestra empresa es que no haya clientes a pie en el
servicio al auto.
—No doy un centavo taponado por cuál es la política de su empresa.
Me quedaré aquí hasta que obtenga lo que pagué.
—Entonces —dijo la cajera con un temblor en la voz— ¿no había tocino
en su hamburguesa?
—Eso es lo que dije —tronó Jack—. ¿No hablas inglés o sólo eres una
idiota?
—Lamento que esté molesto, señor. Voy a solucionar el problema por
usted. Pero tiene que entender que soy nueva en este trabajo. Hoy es mi
primer día.
—Y si trabajaras para mí, sería el último.
La joven parecía estar a punto de llorar, lo que a Jack le resultó
extrañamente satisfactorio.
Una vez que su orden fue finalmente corregida, Jack regresó a su auto
y engulló la comida como un perro hambriento. Un batido no era una cena.
Era un hombre y los hombres necesitaban comer.
Sabía que estaba consumiendo miles de calorías, pero una vez que se
acabó la comida, todavía se sentía vacío.
Metió la mano en la guantera y sacó el extracto bancario que había
llegado antes ese día. Jack tenía una maestría en negocios y era un experto
en números. Pero no importa cómo los apretó, estos números eran malos.
No debería ser así. Hace muchos años, cuando estaba en la universidad,
Jack se había imaginado a sí mismo en Wall Street como un verdadero
motor y agitador en el mundo de las finanzas. Cuando eso no funcionó,
consiguió un trabajo en un banco y comenzó a ascender de rango. Trabajó
allí varios años y su carrera había ido en aumento. Hasta que chocó cabezas
con sus superiores y gritó a sus subordinados demasiadas veces y consiguió
que lo despidieran.
—Eres genial con los números, Jack —le había dicho su antiguo jefe—
pero eres terrible con la gente.
«Es difícil llevarse bien», habían dicho. «Una personalidad muy autoritaria»,
habían dicho.
Jack había pensado que si construía su propio negocio, no tendría que
ser mandado por nadie. Cuando el edificio de la pizzería salió a la venta,
dio el paso. Sabía que ese tipo de restaurante había sido un gran éxito en
otras ciudades, así que pensó que no podía fallar.
Él estaba equivocado.
Frunció el ceño ante los números del extracto bancario. No era
necesario ser un experto en con los números para saber que debía más de
lo que ganaba.
En el bolsillo de Jack, sonó su teléfono, el último modelo, que Becky le
había comprado para su cumpleaños con su dinero.
—Hola papá. —Era Tyson, su hijo, llamando desde la universidad.
Jack sintió que su mal humor mejoraba un poco al recordar la infancia
de Tyson, los juegos de pelota y las fiestas de cumpleaños. En ese entonces
las cosas habían sido más felices.
—Hola, amigo, ¿qué pasa?
—Uh, bueno, sólo quería hacerte saber que tuve que usar su tarjeta de
crédito para un par de cosas hoy. —La voz de Tyson sonaba tensa—. Una
de mis clases tiene un libro de texto adicional que no sabía que necesitaba,
y luego… —Tyson hizo una pausa. Esa pausa puso nervioso a Jack.
—¿Y luego…? —preguntó Jack.
—Tuve un pequeño error con el auto que terminó costando
novecientos dólares. Lo siento, papá.
—¡Novecientos dólares es un gran error! Un error gigantesco, de
hecho. —Jack sintió que su rostro se enardecía de ira.
—Lo sé, papá. Realmente lo siento. Fue una emergencia.
—Lo siento, no me devuelven mis novecientos dólares, más la suma
exorbitante que tuviste que gastar en ese inútil libro de texto. —Su voz se
hacía cada vez más fuerte—. Tyson, se supone que debes estar en la
escuela, aprendiendo a ser independiente. Aprendiendo a ser hombre.
Bueno, ¿cómo vas a ser un joven independiente si sólo buscas la tarjeta de
crédito de papá cada vez que tienes una supuesta emergencia?
—Pensé que para eso me la diste: emergencias —dijo Tyson.
Su voz tenía la cualidad temblorosa que adquiere cuando está molesto.
—¿Me estás respondiendo? —rugió Jack.
—No, papá, sólo estoy tratando de entender…
—Bueno, yo también estoy tratando de entender —lo interrumpió
Jack—. Estoy tratando de entender cómo sólo dos personas, la otra es tu
madre, aunque no necesitas una educación universitaria para entender eso,
¡cómo sólo dos personas pueden ser una carga tan enorme para mis
finanzas!
Jack colgó el teléfono antes de que pudiera escuchar la triste historia
que Tyson estaba a punto de contarle.
Desangrando hasta dejarlo seco. Su negocio, su familia lo estaban
desangrando. ¿Por qué no podían entender que él no era una fuente
inagotable de dinero? Lo trataban como un cajero automático humano.
Con una mano temblorosa, Jack abrió la pantalla del motor de búsqueda
en su teléfono y escribió la palabra quiebra.
El Tallador de Marionetas
Por Sage Brantley.
—¿Qué son? —le preguntó Sylvester a la niña. En la caja de cartón había un
montón de pequeñas criaturas peludas que se retorcían.
La niña rio.
—Son gatitos. ¿Nunca has visto gatitos antes?
Sylvester negó con la cabeza.
—¿De verdad? —preguntó la niña. Cogió a una de las criaturas. Era naranjo
y blanco y emitía un extraño maullido—. Son gatos bebés. A este lo llamé Narciso.
¿Quieres acariciarlo?
Sylvester extendió la mano y acarició suavemente a la pequeña criatura.
—¿No es suave? —preguntó la niña.
—Sí. Muy suave —respondió Sylvester. Pero la verdad era que, por lo que
sabía, el gatito podría haber sido tan duro como una roca. No podía sentir nada.
Sylvester, como todos sus hermanos de madera, había sido creado a la
perfección para realizar los trabajos de fabricación que se les exigían. Pero debido
a que él y sus hermanos realmente no podían sentir nada, no eran reales.
Sylvester no podía sentir la suavidad de un gatito o el sol brillante en su rostro.
No podía sentir el calor de una chimenea ni la brisa fresca del atardecer. No
podía sentir los abrazos de la amistad ni los besos del amor.
Sylvester podía caminar y hablar como un hombre, pero no engañaba a nadie,
y menos a sí mismo. Un hombre de madera no era un hombre en absoluto.
Más que nada, Sylvester anhelaba ser real.

✩✩✩
Hoy era el día. Porter había llegado temprano al trabajo para instalar el
Tallador de Marionetas en el escenario. Incluso había ido a la tienda de
suministros de oficina y había comprado un rotafolio para poder explicar
cómo funcionaba la máquina de una manera oficial. Quería que todo fuera
lo más profesional posible. Tenía que serlo, si quería salvar el restaurante
y los trabajos de todos.
Sage lo ayudó a centrar al Tallador de Marionetas en el escenario.
—Realmente has hecho todo lo posible, ¿no es así? —dijo Sage, mirando
el rotafolio, luego la chaqueta y la corbata inusuales que llevaba Porter.
—Sí —respondió Porter—. Yo también soy un manojo de nervios.
Realmente necesito que esto salga bien. Siento que todos lo necesitamos.
—Sí, pero sin presión, ¿verdad? —dijo Sage—. A pesar de que nuestro
futuro está en sus manos.
Angie entró por su turno y miró hacia el escenario.
—¡Oye, te ves elegante! —le dijo a Porter.
—Sólo intento causar una buena impresión. —Tiró de la incómoda
corbata. Siempre le había parecido extraño que se suponía que colgar una
tira de tela de tu cuello te hiciera parecer profesional y de negocios. ¿Quién
había decidido eso?
Angie le mostró un pulgar hacia arriba.
—Bueno, por mi parte, estoy impresionada.
—Espera hasta que veas la máquina funcionar. Entonces estarás
realmente impresionada.
Jack entró pisando fuerte en el comedor, su rostro ya estaba fruncido.
Claramente estaba de un humor terrible. Pero, ¿qué más había?
—Oh, es cierto —dijo Jack, mirando a Porter que estaba en el escenario
con su invento—. Hoy es el día en que me vas a hacer perder el tiempo
con ese artilugio que hiciste.
—Señor, con el debido respeto, no creo que le resulte una pérdida de
tiempo —dijo Sage—. Cuando Porter me lo mostró, pensé que era
increíble.
—Sí, bueno, tú eres el que siempre está trabajando en esa “novela” —
dijo Jack, usando comillas con los dedos exageradas—. Muéstrame un
escritor de ficción y te mostraré un mentiroso.
Sage abrió la boca, pero antes de que pudiera poner el pie en ella, Porter
intervino.
—¿Por qué no seguimos adelante y llegamos a la demostración? Sage,
¿puedes sacar a Edwin de la cocina? Él también quería ver esto. —Porter
esperaba que tener un pequeño recado que hacer distrajera a Sage del
hecho de que Jack acababa de insultarlo.
Pronto Edwin, Angie y Sage estaban sentados en la mesa más cercana al
escenario, sonriendo y animando a Porter.
Jack se sentó en una mesa en la parte trasera y se reclinó con los brazos
cruzados sobre el pecho.
—Está bien. Impresióname.
—¡Sí señor! —dijo Porter. Trató de parecer confiado a pesar de que
estaba nervioso—. Sage, ¿puedes echarme una mano con este tronco?
Sage se acercó y lo ayudó a introducir el gran trozo de madera en la
abertura de la máquina.
—Por supuesto.
—Gracias, amigo —dijo Porter.
Sage volvió a ocupar su lugar en la mesa.
—¡Ahora, presionaré este botón y veremos la magia! —Después de
presionar el botón, Porter se hizo a un lado para que todos pudieran tener
una vista clara de la máquina.
Porter se dio cuenta de inmediato de que algo andaba mal. La máquina
temblaba demasiado y emitía un extraño sonido de chisporroteo. Hubo un
cascabeleo desconocido desde lo más profundo de su núcleo. Porter captó
la mirada de Sage y se dio cuenta de que Sage también lo sabía.
Porter sabía que había asegurado correctamente el tronco dentro del
compartimento, pero cuando abrió la puerta, la máquina escupió astillas y
aserrín con tanta fuerza que salieron del escenario al comedor.
A Sage, Edwin y Angie les calló el material.
Angie gritó y se tapó la cara.
Edwin empezó a estornudar.
Sage subió corriendo al escenario.
—Tal vez deberías apagarlo, hombre —le dijo.
Porter se dio cuenta de que se había quedado helado de horror. Tocó
rápidamente el botón y la máquina se detuvo con un chisporroteo. Miró la
pila de virutas y aserrín en el compartimiento y luego, con temor, miró a
Jack.
El rostro de Jack era una máscara de rabia. Sus labios estaban apretados
en una línea apretada. Porter sabía que cuando esos labios se abrieran, lo
que saliera de ellos iba a ser malo.
Lo primero que salió no fueron ni siquiera las palabras, sino el rugido
de un león furioso al descubrir que había sido enjaulado. Golpeó la mesa
con los puños.
Finalmente, llegaron las palabras.
—¡Eres un grandísimo idiota! ¿Es esto una especie de broma de mal
gusto?
—No, señor —dijo Porter. Estaba temblando y sudando profusamente.
—Algo debe haber fallado esta vez. Estaba funcionando muy bien antes.
Puede preguntarle a Sage…
—¿Sage el mentiroso? —preguntó Jack, con sus palabras goteando
veneno.
No importaba lo aterrorizado que estuviera, Porter no iba a dejar que
Jack hablara así de su mejor amigo.
—Señor, Sage no es…
—¡No discutas conmigo! —gritó Jack—. Todos ustedes parecen haber
olvidado quién está a cargo aquí. —Se levantó de la mesa. Miró a Porter,
luego a Angie, Sage y Edwin por turno. La expresión de su rostro era de
puro disgusto—. No puedo imaginar que haya un dueño de negocio en el
mundo con un grupo de empleados más triste. Perezoso, incompetente —
miró la máquina y el lío de virutas y serrín— ¡destructivo! No es de
extrañar que este negocio esté en el retrete. Me hundiré con mi barco
como debería hacerlo un buen capitán, pero sé quién tiene la culpa: la
tripulación. Tengo la intención de despedirlos a todos aquí y ahora, pero
abrimos en treinta minutos y miren este lugar. ¡Límpienlo!
Regresó pisando fuerte a su oficina y cerró la puerta de un portazo.
—Seguro que Jack estaba mezclando sus metáforas allí —dijo Sage—.
Estoy confundido. ¿Estamos en un barco o en un retrete?
Angie negó con la cabeza.
—No sé cómo puedes bromear en un momento como este. Nos van a
despedir a todos.
—Oh, no creo que nos despida —dijo Edwin—. No querrá contratar y
capacitar a gente nueva, no con el negocio quebrado. Simplemente
perderemos nuestros trabajos cuando el restaurante cierre.
—¿Se supone que son buenas noticias? —preguntó Angie.
Porter se sentó con sus amigos a la mesa. Eran el grupo de aspecto más
triste que había visto en su vida, y no pudo evitar sentir que todo era culpa
suya.
—Lo siento —dijo Porter—. No sé qué pasó, pero sí sé que los
decepcioné a todos.
—Está bien —dijo Sage—. Todos los inventores aprenden de prueba y
error. Hoy fue la parte del error. Habrá días mejores. —Sage se puso de
pie—. Déjame ir a buscar algunos suministros para limpiar esto.
Juntos, barrieron el escenario y limpiaron las mesas cubiertas de aserrín.
Utilizaron la aspiradora en seco y húmedo gigante para aspirar todas las
virutas de la alfombra. Porter y Sage llevaron la máquina averiada a su lugar
en la sala de almacenamiento. Porter estaba desesperado por mirar dentro
y solucionar el problema, pero sabía que si esperaba terminar su noche
todavía empleado, tenía que concentrarse en una cosa: seguir las órdenes
de Jack al pie de la letra, sin importar cuán exigentes o ridículas fueran. Él
y Porter regresaron al escenario y limpiaron el residuo polvoriento.
A la hora de abrir, toda evidencia del desastre había desaparecido. Jack
salió de su oficina y examinó el comedor.
—¿Lo ve? —dijo Porter—. Inmaculado. Ni siquiera se puede saber lo
que pasó.
—Está bien —dijo Jack. Dio dos pasos más cerca de Porter para estar
de pie justo en su cara—. Ese equipo peligroso del que eres responsable
podría haber destruido todo mi restaurante. —Señaló a Porter con el dedo
índice—. Estás despedido. El resto de ustedes también. Salgan. Ahora.
—¿Así que nos hace limpiar como si fuéramos a abrir y luego nos
despide? —dijo Sage, confundido y herido.
Jack sonrió a través de su rabia. Verás, a diferencia de todos ustedes, no
soy tonto. Sabía que si te despedía y luego te pedía que limpiaras, el lugar
aún estaría sucio.
El Tallador de Marionetas
Por Sage Brantley.
Sylvester sabía que podía sentir ahora porque había sentido un dolor
inimaginable. Después de haber pagado al Reparador en dinero y promesas que
no esperaba cumplir, el Reparador había conectado a Sylvester a la maquinaria,
y el dolor se había disparado a través de su cuerpo con la fuerza de la electricidad
a medida que cada nuevo nervio, músculo, hueso y el tendón de su cuerpo cobró
vida. El dolor era tan fuerte que parecía poder verlo, incluso oírlo, ya que su
intensidad ahogaba los sonidos de sus propios gritos.
Pero como Sylvester había pagado el precio con dolor, ahora él también podía
sentir placer. Mientras caminaba por las calles de la ciudad, podía sentir aire
fresco en sus nuevos pulmones. Cruzó la calle, entró en el parque y tocó la
corteza de un árbol. Duro, áspero. Se detuvo en un camión de helados y compró
un cono para poder tocar sus labios con su frialdad. Pasó una señora con un
perro blanco esponjoso con una correa.
—Disculpe… ¿podría acariciar a su perro? —le preguntó Sylvester.
La dama sonrió.
—Seguro. Sophie ama a todos.
Sylvester se arrodilló y enterró sus nuevas manos sensibles en el pelaje
esponjoso del perro. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Ahora sabía lo que
significaba “suave”.
—Gracias —le dijo Sylvester a la dueña del perro.
La mujer lo miró con extrañeza. Ella dijo—: De nada —pero se alejó
rápidamente.
Sylvester se miró las manos. Se sentían vivas. Por primera vez desde su
creación, se sintió vivo. Las manos le picaban y ardían de desesperación.
Todo en lo que podía pensar era en lo que quería tocar a continuación.

✩✩✩
Jack se sentó solo en su oficina, mirando los pocos recibos de la noche.
Lo único bueno de su situación era que finalmente había despedido a sus
idiotas empleados, por lo que al menos podía revolcarse en su miseria en
paz. Sabía que si volvía a casa, Becky querría hablar con él sobre las nuevas
formas que había encontrado para gastar el dinero que no tenían.
Sabía que debería tener una charla con Becky sobre finanzas, pero aún
no se atrevía a hacerlo. Becky se había casado con él en parte porque era
un “buen partido” con un futuro prometedor. ¿Cómo podía decirle que no
había cumplido esa promesa? ¿Se quedaría con él sí se acabara el dinero?
Se trataba de una mujer que creció con una madre que le decía—: Es igual
de fácil amar a un hombre rico como a un hombre pobre, y que había sugerido
en broma que las palabras en la pobreza se eliminaran de sus votos
matrimoniales.
Tick. Tick.
¿Qué era ese ruido? Jack no sabía si había pasado un tiempo sin que él
se diera cuenta o si acababa de comenzar. De cualquier manera, ahora que
lo había escuchado, no podía dejar de escucharlo.
Tick. Tick.
Sonaba como un reloj especialmente ruidoso. O una bomba de tiempo.
¿Alguien había colocado una bomba en el restaurante? Si lo hicieron, era
una bendición.
Jack trató de volver su atención a su contabilidad, pero el ruido lo
distraía demasiado.
Tick. Tick.
Era más que una distracción; era enloquecedor. ¿Cuál era esa historia
de Edgar Allan Poe que Jack había leído en la escuela secundaria, donde el
tipo mata al anciano y luego se vuelve loco por el sonido incesante del
corazón del anciano? ¿Era así?
Tick. Tick.
El sonido parecía provenir de detrás del escenario. ¿Quizás tenía algo
que ver con uno de los animatrónicos? Bueno, no había forma de hacer
ningún trabajo con este sonido dando vueltas en su cerebro. También
podría intentar encontrar la fuente y ver si podía detenerla.
Tick. Tick.
El sonido era más fuerte cuando estaba en el escenario, por lo que
definitivamente se estaba acercando.
Era detrás del escenario a la sala de almacenamiento.
TICK. TICK.
El sonido era mucho más fuerte ahora. Parecía provenir del fondo de la
habitación detrás de una vieja cortina polvorienta que uno de sus idiotas
empleados había colgado por alguna razón. Descorrió la cortina.
TICK. TICK.
El sonido era mucho más fuerte ahora, insoportablemente fuerte. Jack
se tapó los oídos con las manos. Miró a los animatrónicos discapacitados
alineados como figuras en un museo de cera. No eran de donde venía el
ruido.
TICK. TICK.
Venía del artilugio, la horrible abominación mecánica que había hecho el
tonto de Porter. El sonido de un tic-tac, claramente procedente de las
entrañas de la máquina, la hacía temblar con tanta fuerza que parecía en
peligro de caerse. Jack apretó el botón del exterior, pero no pasó nada.
Abrió la puerta y el sonido se hizo tan fuerte que estaba seguro de que
podía oírse desde fuera del edificio.
TICK. TICK. TICK. TICK.
Había algún tipo de panel de control dentro de la máquina. Tal vez si
sólo interviniera por un momento, podría encontrar el botón correcto
para detener el horrible tic-tac.
Entró. Era un espacio reducido. Jack odiaba los espacios reducidos.
La puerta se cerró con un clic. Extendió la mano para abrirla, pero no
había manija en el interior. Pensó en golpear la puerta y gritar, pero no
había nadie allí para escucharlo. E incluso si lo hubiera, no había forma de
que lo escucharan por encima del horrible tic-tac, que ahora era tan fuerte
que se sentía como si viniera del interior de su propio cráneo.
Pero luego el tic-tac fue ahogado por el zumbido de la maquinaria. El
artilugio parecía haberse encendido. Miró las paredes de la máquina.
Estaban alineados con hojas circulares que habían comenzado a girar y
ahora se extendían desde las paredes hacia su cuerpo.
¿Cómo había llamado ese idiota a esta máquina? «El Tallador de
Marionetas».
El corazón de Jack latía de terror. Iba a ser tallado. No había forma de
escapar.
A su alrededor, las afiladas hojas de metal se extendían hacia su cuerpo,
a menos de una pulgada de hacer contacto con sus brazos, sus piernas, su
cara.
Iba a morir. Y dolorosamente. ¿Cuánto tiempo tomaría, para que alguien
encontrara su cuerpo? A nadie se le ocurriría buscarlo aquí. No hasta que
hubiera un olor.
Jack cerró los ojos y se preparó para lo peor.
ESTALLIDO.
Jadeó, sorprendido por el ruido ensordecedor.
El fuerte estallido fue seguido por una nube de humo negro que llenó el
pequeño espacio donde Jack estaba atrapado. Había olor a ozono. Tosió y
se preguntó si se asfixiaría antes de que las cuchillas de la máquina tuvieran
tiempo de destrozarlo.
«Espera. Las cuchillas».
Las cuchillas habían dejado de girar. La máquina estaba en silencio. Debió
haber funcionado mal de alguna manera.
La puerta se abrió, liberando el humo del compartimiento. La máquina
emitió un triste chisporroteo y luego se quedó quieta.
¡Jack estaba vivo! No podía creerlo. Salió del compartimento como si
estuviera entrando en un mundo nuevo y mejor. Se miró a sí mismo. No
le ha hecho ningún daño, al menos a él. El Tallador de Marionetas podría
estar roto sin posibilidad de reparación, pero en realidad no había
funcionado bien en primer lugar.
Jack sintió que sonreía. ¿Cuándo fue la última vez que sonrió
genuinamente? Ni siquiera podía recordarlo. Pero ahora, de regreso del
borde de la muerte en el acantilado, parecía haber muchas razones para
sonreír. Los problemas que lo habían consumido antes no parecían tan
importantes. El dinero no importaba mucho. Todo lo que importaba era
que estaba vivo.
Jack salió del edificio. Miró hacia el cielo nocturno. Las estrellas brillaban
y la luna cubría el mundo con un resplandor plateado. Era tan hermoso que
se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Cuándo fue la última vez que vio
realmente la luna y las estrellas? ¿Cuándo fue la última vez que lloró?
Mirando hacia atrás en la última década de su vida, los únicos
sentimientos que podía recordar eran la ira y el miedo. Ira contra sus
empleados, contra su esposa, contra su hijo. Miedo a perder dinero, poder,
estatus. ¿Qué clase de vida era esa?
Bueno, eso se detuvo ahora. Era un nuevo día. Bueno… una noche
nueva.
Iba a ser más amable con su esposa, con su hijo, con sus empleados, con
las personas al azar con las que realizaba transacciones en la vida cotidiana.
Jack sintió que su corazón rebosaba de amor y bondad. Era como Ebenezer
Scrooge en Un cuento de Navidad después de su encuentro con los
fantasmas, ya no era un viejo avaro, sino un hombre que podía encontrar
la bondad en la vida y en las personas e incluso dentro de sí mismo.
Jack se subió a su auto. Qué suerte tenía de tener un coche tan bonito.
¡Qué suerte tenía de tener un coche! Mucha gente no tenía tanta suerte.
Arrancó el coche y se dirigió a casa. Esperaba que Becky todavía estuviera
despierta.
Tenía mucho que decirle.
—¡Oh! —dijo mientras conducía junto a la becerra dorada. Se volvió
hacia el restaurante y se detuvo en la línea de autoservicio. Cuando fue su
turno, la voz en el intercomunicador dijo—: Gracias por elegir Golden
Heifer. Ordene cuando esté listo.
—En realidad, tengo una pregunta que hacerte —dijo Jack.
—¿Sí? —dijo la voz.
—¿Es usted la joven que estaba trabajando en el servicio de autoservicio
el martes por la noche? —preguntó.
—Um… sí, señor. —Sonaba incómoda.
—Bien. Tengo algo que necesito decirte. Me acercaré a la ventana, ¿de
acuerdo?
—Uh… ¿le gustaría hablar con el gerente?
—No. Mi carne está contigo. —Jack rio—. ¿Lo entiendes? ¿Carne de
res? Porque vendes hamburguesas. —No podía decir si la trabajadora
pensó que esto era divertido o no.
Cuando se acercó a la ventana, la joven dijo—: Oh. Usted.
—Sí, yo. Pero soy muy diferente al que era anoche. Quería disculparme
por mi comportamiento. Estabas aprendiendo un nuevo trabajo, hacías
todo lo posible y eras muy educada, y yo fui grosero. Lo siento.
—¿Gracias? —dijo la joven, pero su inflexión se elevó como si estuviera
haciendo una pregunta. Claramente, ella estaba encontrando
desconcertante este encuentro.
—Gracias —dijo Jack— por su cortesía y comprensión. —Se sentó allí
y le sonrió.
—Es bienvenido. —La joven miró la fila de autos que crecía detrás del
vehículo de Jack—. ¿Quería pedir algo, señor? —preguntó ella.
—No, sólo soy bueno. —Se encontró riendo entre dientes—. Soy muy,
muy bueno. Que tengas una buena noche ahora.
—Usted también.
Jack se alejó, sintiendo cómo se levantaba el peso de uno de sus
arrepentimientos. Pero arreglar un incidente aislado, como un alboroto en
un autoservicio, era fácil. Con Becky, con Tyson, hubo años de mal
comportamiento de su parte, mucho más de lo que podía arreglar con un
simple lo siento.
Una idea se le ocurrió a Jack. Donuts. Las Donuts serían un comienzo.
Cuando él y Becky eran jóvenes y estaban en bancarrota, solían reunirse
para salir en Dunky Doughman, un lugar de donas abierto toda la noche
cerca de la copistería donde Becky había estado trabajando en ese
momento. A pesar de su estúpido nombre, Dunky Doughman era el lugar
perfecto para una cita barata. Los dos juntaban suficiente dinero para una
rosquilla cada uno (helado de chocolate para Becky y helado de arce para
Jack) y dos tazas de café. Al gerente no le importaba que sólo gastaran
cinco dólares y ocuparan un reservado durante horas, hablando y bebiendo
taza tras taza de café. O si lo hizo, nunca dijo nada.
Eso fue cuando él y Becky realmente hablaban entre ellos. Antes del
dinero, antes de la paternidad, antes de todas las tensiones de la vida adulta
responsable.
Hablaban seriamente sobre sus sueños, sus metas, su futuro. Si Jack traía
a casa donas del Dunky Doughman, tal vez le recordaría esas
conversaciones. Quizás sería el primer paso para hacer que volvieran a
hablar.
No había estacionamiento en la calle cerca de la tienda de donas, por lo
que Jack tuvo que usar el estacionamiento a una cuadra de distancia. No
estaba emocionado por este hecho; en realidad, Dunky Doughman no
estaba en el vecindario más seguro para vagar por la noche. Pero estaba
cada vez más convencido de que aparecer con una bolsa de donas podría
ser el camino de regreso al corazón de Becky. Era un gesto pensado, y
había pasado mucho tiempo desde la última vez que pensó.
A Jack no le gustaban los estacionamientos. Había algo inquietante en la
luz parpadeante de los fluorescentes y en la forma en que resonaban los
sonidos. Los ascensores siempre parecían estar a punto de romperse y
estaban infestados de malos y misteriosos olores.
Jack exhaló un suspiro de alivio cuando las puertas del ascensor se
abrieron. Se apresuró hacia la salida del garaje. Al principio sólo escuchó
el sonido de sus propios pasos arrastrando los pies. Pero luego estuvo
seguro de que escuchó otro par de pasos detrás de él. Casualmente miró
por encima de su hombro. No había por qué tener miedo. Probablemente
era una persona normal con un recado regular como él.
Pero Jack no vio a nadie.
Lo atribuyó al extraño efecto de eco del estacionamiento y caminó por
la salida hacia la calle. Pasó junto a una tintorería y una oficina de seguros.
La mayoría de los negocios de la calle estaban a oscuras y cerrados con
llave para pasar la noche, pero en la distancia, pudo ver la luz del letrero
de Dunky Doughman con su sonriente mascota de rosquilla.
Escuchó los pasos detrás de él nuevamente. Se dio la vuelta, pero sólo
vio un destello de movimiento cuando quienquiera que fuera se metió en
un callejón.
Jack estaba bastante seguro de que sólo estaba siendo paranoico;
después de su experiencia cercana a la muerte, tenía sentido que sus
nervios estuvieran al límite.
Escuchó los pasos de nuevo. Sonaban húmedos, blandos, como alguien
que camina en chanclos bajo la lluvia. Jack comenzó a caminar más rápido
y los pasos se aceleraron para igualar los suyos.
Estuvo tentado de darse la vuelta y confrontar a la persona, pero ¿de
qué serviría eso si la persona estuviera armada? Se echó a correr, aunque
sabía que estaba demasiado fuera de forma para correr por mucho tiempo.
Los blandos pasos detrás de él también corrieron.
De repente, la tienda de donas parecía demasiado lejana para ser un
destino seguro. Tenía que entrar en algún lugar, para encontrar un lugar
con gente y luces, un lugar donde su perseguidor no lo siguiera. Vio un
edificio de oficinas a la izquierda, probó la puerta y la encontró abierta.
Una vez dentro, notó que la puerta tenía una cadena, que rápidamente
abrochó.
También había una cerradura en el pomo de la puerta, que giró.
Sintiéndose un poco más seguro, respiró hondo y se dio la vuelta para
inspeccionar el espacio donde se encontraba. No había gente, y la única luz
provenía de una sola bombilla desnuda en el techo. El edificio parecía
abandonado.
Se habían pintado grafitis en todas las paredes. El vidrio de las ventanas
se había roto y las puertas que una vez condujeron a las oficinas habían
sido arrancadas de sus bisagras. Miró dentro de una habitación para ver un
escritorio y una silla de oficina rota y montones de basura, probablemente
de personas que habían estado en cuclillas en el espacio.
Okupas. Había algo más que temer. Pero el edificio estaba tan silencioso
como un mausoleo, y él dudaba seriamente de que el posible asaltante que
lo había estado siguiendo se tomara la molestia de intentar abrir la puerta
principal del edificio. Por el momento, estaba a salvo. Miró hacia la puerta
principal sólo para confirmar que la había cerrado con llave y vio que había
movimiento en la pequeña rendija entre la parte inferior de la puerta y el
piso.
Algo rezumaba por la rendija. Era una especie de sustancia gelatinosa y
su movimiento era lento y constante. Era rosa, pero era de un rosa
horrible. No el rosa del glaseado de pastel y los globos de fiesta.
Era el rosa de las entrañas de alguna criatura viviente.
Jack dio un paso atrás. Sabía que necesitaba moverse más rápido, pero
estaba paralizado por la vista de lo que fuera que estaba frente a él.
Aunque tenía la apariencia de una especie de sustancia viscosa, parecía
moverse por sus propios medios. No era una sustancia inanimada.
Estaba viva.
La repentina comprensión sacó a Jack de su trance y corrió por el
pasillo. Oyó los pasos blandos y descuidados detrás de él de nuevo, pero
no se dio la vuelta para mirar. Simplemente siguió corriendo. Al final del
pasillo había una puerta marcada con SALIDA. Empujó la puerta, pero no se
movió. ¿Estaba cerrada por fuera? ¿Estaba rota?
Dio la vuelta. La cosa, fuera lo que fuera, se estaba acercando.
Era un montón de partes que no podía entender, muchas de ellas
estaban en algún lugar entre sólido y líquido, pero también había partes
completamente sólidas: haces de tubos largos en forma de serpiente; bolsas
y bolsitas venosas. Cuando Jack era pequeño, había pasado las vacaciones
de invierno en la granja de sus abuelos. Recordó haber visto a su abuelo y
su tío matar un cerdo una vez. Habían colgado su cuerpo de un árbol. Su
tío había cortado la cintura del cerdo y sus tripas se habían derramado en
un cubo con un repiqueteo repugnante. Esta cosa... así es como sonaba
cuando se movía.
Como no tuvo suerte con la puerta de salida, Jack probó con otra
puerta cercana. Estaba desbloqueada. Rápidamente la abrió, entró como
una flecha, cerró la puerta detrás de él. Estaba dentro de otra oficina en
ruinas. El piso estaba sembrado de basura y la ventana estaba rajada, pero
extrañamente, una placa todavía colgaba en la pared que decía EMPLEADO
DEL MES. Una estantería vacía de la altura de la cintura de Jack había caído al
suelo. Jack la arrastró hasta la puerta y la empujó bajo el pomo de la puerta
en ángulo.
Jack se sentó sin aliento en la silla detrás del escritorio. Aquí estaba,
luciendo como el jefe que había sido durante años, pero en una oficina en
ruinas, escondido, temiendo por su vida.
Debería haber sabido que cerrar la puerta era inútil. Zarcillos largos y
viscosos ya se abrían paso a través de las grietas debajo de él. Una baba
rosada goteaba por los lados de la puerta y se acumulaba en el suelo,
fusionándose con los zarcillos que se arrastraban.
Jack miró a la ventana como una posible ruta de escape, pero más de la
sustancia pegajosa se deslizaba por el alféizar de la ventana.
Jack miró hacia la puerta, de donde la cosa seguía rezumando. «¿Hay
más de una cosa o es lo mismo? ¿Qué está sucediendo?»
Se escuchó un fuerte sorbo, como si alguien intentara sacar sus pies del
lodo profundo. Rápidamente, tan rápido que ni siquiera podía entenderlo,
la masa de slime y sólidos se reconstituyó en un ser erguido que se sentó
en la silla al otro lado del escritorio frente a Jack.
La cosa tenía aproximaciones de brazos y piernas y un montículo
abultado que representaba una cabeza. Estaba hecho de una sustancia
viscosa rosa translúcida, bajo la cual se veían sus órganos. De alguna manera
le recordó a Jack la espantosa ensalada de gelatina que solía hacer su mamá,
con frutas enlatadas suspendidas bajo la superficie viscosa.
No tenía boca ni nariz, pero tenía ojos. Ojos oscuros que miraban
fijamente a Jack como si la cosa pudiera ver en él de la forma en que él
podía verlo.
—¿Qué… qué quieres? —preguntó Jack, con la voz temblorosa. No
quería morir, no cuando acababa de estar a punto de hacerlo, no cuando
estaba recordando lo que era importante.
La criatura siguió mirándolo. Luego, lentamente, levantó un brazo y se
acercó a él. Como elástico, su brazo se estiró, haciéndose más delgado a
medida que se extendía a lo largo del escritorio para tocar la cara de Jack.
Un dolor como Jack nunca había conocido lo atravesó. Pero no fue un
dolor físico. Sintió el dolor del dolor, la negligencia, el abuso. Era el dolor
de todos los empleados a los que había gritado o despedido, el dolor de su
hijo cada vez que se perdía uno de sus juegos de pelota o lo criticaba
injustamente, el dolor de su esposa por cada cumpleaños olvidado o cada
palabra desagradable. Jack estaba lleno de todo el dolor emocional que
había causado, y era más intenso de lo que podía soportar. Se dobló y cerró
con fuerza sus ojos llenos de lágrimas, seguro de que estaba a punto de
morir por tener un corazón realmente roto.
Pero entonces el dolor lo abandonó tan repentinamente como había
venido, y se sintió inundado por una abrumadora sensación de alivio.
Cuando abrió los ojos, la criatura se había ido.

✩✩✩
Becky estaba en la cama pero despierta, viendo uno de sus programas
sobre remodelación de viviendas en la televisión.
—Hola, Becks —le dijo Jack, complacido de escuchar su antiguo apodo
para ella salir de su boca. Se sentó en la cama junto a ella—. ¿Puedo hablar
contigo unos minutos?
—Claro. —Apuntó con el mando a distancia y apagó la televisión—.
¿Está todo bien? No estás enfermo ni nada, ¿verdad? Frunció el ceño como
lo hacía cuando estaba preocupada.
—No, no es nada de eso.
—Bien… quiero decir, ha pasado mucho tiempo desde que parecía que
querías hablar conmigo, así que temí que fuera a ser algo malo.
—Lo sé, pero no has hecho nada malo. Quiero decir… lo sé,
últimamente he sido un mal marido y lo siento. No recuerdo la última vez
que actué como un marido decente. ¿Quizás cuando Tyson era pequeño?
De verdad lo siento.
—Guau. —Tenía lágrimas en los ojos, que se secó—. No me esperaba
eso.
—Bueno, de ahora en adelante, puedes esperar algo mejor de mí.
Puedes exigirme lo mejor. —También sintió que sus ojos se llenaban de
lágrimas—. Parte de la razón por la que he estado tan nervioso es el dinero.
El negocio no va bien, Becks. Los animatrónicos siguen rompiéndose. Las
familias no aparecen. Estoy perdiendo dinero en comida. No sé cuánto
tiempo más podrá cojear el Pizza Playground.
Becky tomó su mano y la sostuvo. Había pasado mucho tiempo desde
que había hecho eso.
—Oh, cariño, deberías habérmelo dicho. Y aquí he estado parloteando
sobre la remodelación y todas estas cosas que cuestan mucho dinero. Ni
siquiera lo habría sugerido si hubiera sabido que estabas preocupado por
el dinero. A partir de ahora tienes que prometerme que me avisarás
cuando algo vaya mal.
Jack asintió.
—Lo haré lo prometo.
—Y te prometo que haré lo mismo. —Ella lo miró a los ojos—. En
realidad, ya sabes, creo que la razón por la que me obsesioné tanto con la
casa es que he estado triste desde que Tyson se fue de casa. Arreglar cosas
en la casa me distrajo de cuánto lo extraño.
—Yo también lo extraño —dijo Jack.
—Nadie te dice lo difícil que será cuando tu hijo se vaya a la universidad.
—Becky se secó otra lágrima—. Actúan como si fuera una gran fiesta, pero
no lo es. De hecho, he estado pensando que podría volver a trabajar. Hay
una vacante en mi antigua oficina de bienes raíces y me llamaron para
preguntar si estaba interesada. Creo que de esa manera podría mantener
la mente activa y ver a otras personas durante el día. —Ella le apretó la
mano—. Además, si tuviera un trabajo, tendríamos dos ingresos en lugar
de uno. Podría aliviar algunas de tus preocupaciones financieras.
Jack le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Si eso es realmente lo que quieres hacer, entonces te apoyo. —Antes
de que naciera Tyson, Becky había sido una exitosa agente de bienes raíces.
Tenía que admitir que la idea de que alguien más en la familia ganara dinero
era reconfortante.
—Es realmente lo que quiero hacer. —Ella sonrió—. No hay necesidad
de ser una ama de casa cuando ya no hay niños en casa. Era conseguir un
trabajo o conseguir que un perro se convirtiera en mi hijo sustituto.
—Creo que tomaste la decisión correcta —dijo Jack, sonriendo a
cambio—. Oye, ¿crees que Tyson todavía este despierto?
—No son ni siquiera las once, y es un estudiante universitario. Por
supuesto que todavía está despierto. Para él, la noche es joven. —Ella se
acurrucó debajo de las mantas—. Pero ya pasó mi hora de dormir.
—La mía también. Pero de todos modos, quiero llamar a Tyson.
Jack llevó su teléfono a la cocina y se sirvió un vaso de agua.
Tyson respondió al primer timbre, pero sonó bajo.
—Hola, amigo —le dijo Jack—. Sólo quería comprobar cómo te está
yendo.
—Te prometo que no he gastado más de tu dinero si eso es lo que
quieres saber.
—No, no estaba llamando por el dinero. Estaba llamando por ti.
—¿De verdad? —Tyson tenía un tono duro—. Porque cuando hablamos
a principios de esta semana, ni siquiera me dejaste contarte sobre la
emergencia del auto que tuve. Estabas demasiado molesto porque te había
cargado a su tarjeta de crédito novecientos dólares para hacer las
reparaciones.
Jack sintió un pequeño tirón en su corazón. ¿Era verdad lo que decía
Tyson? ¿Podría Jack realmente haber sido tan frío?
—Lo siento si así es como me veía. No tuviste un accidente, ¿verdad?
—No, pero podría haber pasado fácilmente. Mi coche se rompió un
cinturón en la interestatal y se detuvo en seco. Fue un milagro que no me
golpearan. Todos estos autos pasaban zumbando a mi lado, y yo estaba
justo en el carril central. Finalmente, un oficial de policía me ayudó a mover
el auto a un lado de la carretera y llamó a una grúa. Estaba realmente
asustado, papá. Su voz se quebró de emoción.
—Cualquiera se habría asustado en esa situación, hijo. —Jack sintió que
todo el peso de la culpa se apoderaba de él—. Me alegro de que estés bien.
¿El mecánico arregló bien el auto?
—Sí, está funcionando muy bien ahora.
—Bien. —Jack sabía que el mecánico le había cobrado de más a Tyson,
aprovechándose del hecho de que era un chico sin experiencia que no sabía
lo que era un precio justo. Pero lo importante era que Tyson estaba a
salvo. No se podía poner precio a eso—. Bueno, estoy seguro de que
tienes cosas mucho más interesantes que hacer que hablar con tu padre.
Si necesitas algo, avísame, ¿de acuerdo? Te quiero.
—Yo también te quiero, papá —dijo Tyson, sonando confundido.
Tan pronto como Jack terminó la llamada, bebió un sorbo de agua y se
comió una de las deliciosas galletas caseras de avena, arándanos y nueces
de Becky. Por la mañana, pensó, haría algunas llamadas telefónicas. Les diría
a los niños que había despedido, porque eso era lo que eran, sólo niños,
que volvieran a trabajar como de costumbre. Haría las cosas bien con ellos.
Jack subió las escaleras, se puso el pijama y se lavó los dientes. Se deslizó
en las sábanas frescas y limpias junto a Becky, que ya estaba dormida. Tan
pronto como Jack cerró los ojos, también se durmió. Fue un descanso
profundo y pacífico.

✩✩✩
Porter no tenía mucho apetito, pero mordisqueó su tostada y tomó un
sorbo de café. No podía enfrentarse a los dos huevos con el lado soleado
hacia arriba en su plato y no estaba seguro de por qué los había pedido,
excepto por costumbre. Se sentía como si los huevos lo estuvieran
mirando con juicio.
Sabía que lo que le molestaba era lo mismo que molestaba a todos los
demás en su stand en el Golden Heifer, donde estaban tomando su
tradicional desayuno tardío los sábados por la mañana: todos habían
recibido la llamada de Jack, todos acordaron informar. Regresarían al
trabajo en Pizza Playground, pero temían lo que podría suceder cuando
llegaran allí.
Angie estaba jugando con sus panqueques.
—Entonces, en una escala del uno al diez, ¿de qué mal humor creen que
estará Jack hoy?
—Un once. Definitivamente un once —dijo Sage, recogiendo su plato
de frutas.
—Tengo una entrevista de trabajo en ese nuevo y elegante restaurante
de carnes el lunes —dijo Edwin—. Todavía están contratando, sólo digo.
—No creo que alguna vez me contraten como servidor en un lugar
elegante —dijo Angie—. No soy lo suficientemente femenina, ¿sabes? —
Se metió una tira entera de tocino en la boca, como para ilustrar su
punto—. Estoy condenada a lanzar pizzas a los niños en edad preescolar.
—Sí, no creo que el elegante restaurante de carnes tenga animatrónicos
que necesiten a alguien que los atienda —añadió Porter.
—Sí —dijo Sage, riendo— pero ¿no sería extraño si lo hicieran? Estarían
todos estos adultos ricos comiendo bistec y langosta y cantando Head,
Shoulders, Knees, and Toes junto con el Baron von Bear y sus amigos.
Edwin sonrió a Sage y negó con la cabeza.
—Eres raro, hombre. Pero están contratando personal de limpieza para
el turno de noche. Deberías postularte. Los lugares elegantes necesitan
que sus baños se limpien como los lugares normales.
—Es alentador escuchar eso —dijo Sage—. Ya me conoces, estudiante
y novelista de día, fregadora de inodoros de noche.
Pagaron su cuenta y caminaron juntos hasta el Pizza Playground con
todo el entusiasmo de unos presos condenados.
Cuando llegaron al edificio, vieron que el exterior había sido decorado
con docenas de globos de colores brillantes. Un letrero decía: Especial para
hoy: pizza de queso grande, cuatro bebidas, por $ 10, ¡incluye 25 fichas de juego
GRATIS!
Porter no podía imaginarse a Jack regalando algo gratis de forma
voluntaria.
—Eso es realmente un buen negocio —dijo.
Aparentemente, otras personas también pensaban lo mismo. Una familia
de cuatro se detuvo y miró el letrero. El papá metió la mano en su billetera,
sacó un billete de diez dólares y dijo—: ¿Por qué no?
La familia entró.
—Vaya —dijo Porter— casi me siento esperanzado.
Sage no estaba tan entusiasmado.
—Ten cuidado. Recuerda que Jack nos ha dado muchas razones para
ser pesimistas.
Porter tuvo que admitir que Sage tenía razón.
Entraron al comedor. Jack estaba de pie junto a la mesa con la familia
que acababa de entrar y estaba charlando con ellos mientras llenaba sus
vasos y dejaba la jarra con el resto del refresco sobre la mesa. Porter se
sorprendió al ver a Jack interactuar agradablemente con los clientes y, de
hecho, esperarlos.
—¿Viste eso? —le susurró Angie a Porter y Sage—. ¿Desde cuándo Jack
reparte recargas gratis sin que los clientes prácticamente mendiguen por
ellas?
—Desde ahora, aparentemente —dijo Porter—. Y mira su cara. ¿Qué
está haciendo?
Sage estaba igualmente en estado de shock.
—Creo que… está sonriendo.
Ver a Jack sonreír fue como ver a un perro bailando sobre sus patas
traseras. Era físicamente imposible, pero parecía muy poco probable.
—¡Ahí está mi personal estelar! —dijo Jack, dándoles un saludo
amistoso.
—Edwin, ¿estarías dispuesto a ir a la cocina y prepararles una de tus
deliciosas pizzas a estas buenas personas?
—Claro —dijo Edwin, mirando a Jack como si le acabara de brotar una
cabeza extra.
—Angie, Sage, Porter, ¿cómo están hoy? —dijo Jack, sonriéndoles—. Se
acerca a los exámenes finales, ¿no? ¿Están estudiando mucho?
Porter miró a sus igualmente confundidos amigos.
—S-sí, señor.
—Eso es bueno. Estoy orgulloso de ti.
—Gracias, señor.
Jack sonrió cálidamente al trío, llevándolos a un lado.
—Espero que todos ustedes acepten mis disculpas por mi
comportamiento de ayer. También espero que acepten un aumento de dos
dólares la hora. Le dio a Porter un golpe en el hombro.
—Y ya basta con esas cosas de “señor”. No hay necesidad de
formalidades. Este es Pizza Playground. ¡Estamos aquí para divertirnos!
Porter y Sage intercambiaron una mirada. En el pasado, Jack siempre
había exigido que sus empleados lo llamaran "señor", como si fuera su
sargento de instrucción en el campo de entrenamiento.
Entró otra familia de cuatro, quizás también atraída por el especial de
diez dólares.
—¡Bienvenidos, bienvenidos! —llamó Jack, como un presentador de un
programa de juegos entusiasta—. ¿Quién está listo para pizza, juegos y un
espectáculo?
Todos los niños vitorearon mientras sus padres les sonreían.
Angie sentó a la nueva familia y tomó sus pedidos de bebidas. Porter fue
detrás del escenario para asegurarse de que los animatrónicos y el sistema
de sonido estuvieran en buen estado de funcionamiento. Al otro lado de
la cortina, podía escuchar a los niños hablando y riendo, los juegos en la
sala de juegos sonando. No estaba seguro de qué había causado el cambio,
pero fuera lo que fuera, Pizza Playground había comenzado a sentirse como
lo que se suponía que debía ser: un lugar para que las familias se diviertan.
Un lugar donde los empleados ayudaran a crear una atmósfera de
entretenimiento e incluso se divirtieran en el proceso.
Pero, ¿cómo pudo el lugar sentirse tan mal ayer y sentir lo contrario
hoy? ¿Cómo pudo Jack despedir a todo el personal ayer, luego
recontratarlos y colmarlos con palabras amables y un aumento hoy? No
tenía ningún sentido. Porter recordó algo que solía decir su madre—:
Cuando suceda la buena suerte, no la cuestiones.
Era un buen consejo.
Programó el programa para que comenzara. Dio un paso detrás del
escenario para que la audiencia no lo viera. La música enlatada comenzó a
sonar, y la cortina roja brillante se abrió para revelar las dos figuras
animatrónicas remendadas, que apenas se movían, el oso y el pájaro
extraño, que ahora formaban la “banda de la casa”.
Incluso con sólo dos “artistas” en el escenario, los niños del público
gritaban como fanáticos rabiosos en un festival de música.
Porter se rio entre dientes. Era agradable que estuvieran disfrutando de
los frutos de su trabajo. Más tarde esta noche, pensó, debería jugar un
poco más con el Tallador de Marionetas y ver si podía averiguar qué salió
mal. Tal vez si pudiera arreglarlo y, si Jack todavía estaba de buen humor,
estará dispuesto a ver otra demostración. Una exitosa esta vez.

✩✩✩
El especial de diez dólares había sido un éxito. Las familias habían ido
llegando a lo largo de la noche para aprovechar la oferta de cena barata, y
el negocio, aunque no en auge, se había mantenido estable. Jack se sintió
animado. No, se sintió más que animado. Se sintió genial.
Esta noche, mientras miraba alrededor del restaurante, vio no un pozo
de dinero condenado, sino un lugar lleno de posibilidades. Sólo tenía que
pensar más en las formas de atraer a la gente, y esta noche había sido
evidencia de que cuando ponía su cerebro en uso e intentaba algo nuevo,
sus esfuerzos serían recompensados. Hacer del lugar un éxito fue un
desafío, pero era un desafío al que podía enfrentarse.
Una razón por la que pudo aceptar el desafío fue por sus excelentes
empleados, pero para asegurar su lealtad, tenía que hacerles saber que los
apreciaba.
Porter y Angie estaban limpiando las mesas del comedor y Sage limpiaba
el suelo. Todos eran muy trabajadores. Sabía que Edwin estaba trabajando
igualmente duro limpiando la cocina. Una vez que el dinero llegara en
mayor cantidad, pensó Jack, debería contratar un lavaplatos para ayudar a
Edwin en la cocina. Cuando el negocio estuviera en auge, y Jack estaba
seguro de que lo sería pronto, un tipo en la cocina no sería suficiente.
—Oigan, ¿tienen algo especial planeado para después de salir de aquí?
—preguntó Jack.
Angie miró a Porter y Sage, quienes se encogieron de hombros.
—Sólo estudiar, probablemente.
—Bueno, sí pueden quedarse un poco después de cerrar, pensé que
podría pedir comida china para llevar. Yo invito. No es necesario estudiar
con el estómago vacío, ¿verdad?
Angie sonrió con recelo.
—Seguro, Jack. Gracias.
Era extraño. Cuando Jack era amable con ellos, parecían sospechar,
como si no confiaran en él, como si tuviera que haber una trampa. Bueno,
iba a tener que trabajar más duro para ganarse su confianza.
Jack estaba sentado alrededor de una mesa con Porter, Sage, Angie y
Edwin.
Pasaron pequeñas cajas blancas que contenían arroz, lo mein, ternera
mongol y moo goo gai pan.
—Esto fue muy amable de tu parte, Jack —dijo Angie, recogiendo
desordenadamente algunos fideos con sus palillos.
—Seguro que supera a las sobras de pizza —añadió Edwin.
—Es verdad —dijo Porter—. Sin ofender tus habilidades para cocinar
pizza, Edwin.
Edwin sonrió.
—De ninguna manera. Probablemente me canse más rápido que el resto
de ustedes, ya que la estoy cocinando y comiendo.
—Has estado muy bien todo el día de hoy —dijo Sage. Miró a Jack con
una extraña intensidad—. Es como si fueras un hombre nuevo.
Jack sonrió, feliz de estar en una mesa llena de gente feliz compartiendo
buena comida. Se sentía como una fiesta, una celebración. Así deberían ser
las cosas.
No estaba seguro de por qué las cosas se sentían tan diferentes, mucho
mejor, pero lo hicieron.
Jack realmente era un hombre nuevo.
El Tallador de Marionetas
Por Sage Brantley
Sylvester sostuvo a su hija recién nacida en sus brazos. Con una mano, le tocó
la mejilla increíblemente suave. Sus ojos se llenaron de lágrimas al mismo tiempo
que sus labios formaban una sonrisa. «Eso era lo que significaba ser humano».

EL FIN
✩✩✩
Sage no podía creerlo. La novela estaba terminada. Mientras caminaba
entre bastidores hacia la sala de almacenamiento, leyó y releyó la última
línea de la novela, sonriendo para sí mismo.
Sage nunca lo admitiría ante nadie, pero estaba tan conmovido por la
belleza de su novela que se le llenaron los ojos de lágrimas. Le había
costado tantas largas noches escribiendo y reescribiendo, sacrificando el
sueño y el tiempo con los amigos.
Finalmente, estaba completamente satisfecho con su trabajo y esperaba
que pronto también lo estuviera un editor. Y luego sería adiós Pizza
Playground, y ¡hola, lista de bestsellers! Él se rio a carcajadas. Sabía que
estaba siendo ridículamente optimista, pero ¿por qué no? Podría ocurrir.
Sólo necesitaba hacerle un favor a un amigo, y luego podría irse a casa
a celebrar. Sage retiró la reluciente cortina púrpura.
Allí estaba. El Tallador de Marionetas, llamado así en honor a su novela.
Porter le había dicho a Sage que tendría que volver a la mesa de dibujo
y desarrollar lo que, con suerte, sería un Tallador de Marionetas 2.0 más
eficaz. La vieja máquina tendría que ser desechada, pero Porter dijo que no
tenía el corazón para hacerlo él mismo. Sage le había prometido que se
ocuparía de ello.
Sage luchó con la máquina, tratando de encontrar la mejor manera de
llevarla al contenedor de basura. Mientras tiraba de esta, se dio cuenta de
un ligero sonido de chapoteo.
Y luego estuvo un olor. Un olor podrido y fétido que le provocó
arcadas. Parecía provenir de la parte inferior de la máquina. Tal vez una
rata se había metido allí y murió o algo así.
Sage se arrodilló frente al Tallador de Marionetas para poder alcanzar
el cajón en la parte inferior que servía como depósito para todos los
desechos generados durante el proceso de tallado.
—Aquí vamos —murmuró mientras se preparaba para la fuente del
olor.
Cuando abrió el cajón, el olor era tan fuerte que le asaltó la nariz. La
vista era incluso peor que el olor: entrañas rosadas y viscosas y órganos
destrozados. ¿Era un riñón o un trozo de hígado? No eran los órganos de
una rata, sino de una criatura mucho más grande. Una de tamaño humano.
Sage no tenía idea de lo que podría haber pasado aquí, pero era una
razón de más para llevar todo al contenedor de basura lo más rápido
posible. Conteniendo la respiración, tiró el contenido del cajón en una
bolsa de basura. Aterrizó con un chapoteo húmedo. Tiró la bolsa al
contenedor de basura y se alejó, listo para dejar atrás sus días en Pizza
Playground.
L a voz chirriante del niño resonaba a través de los auriculares de
Colton, tan aguda y molesta como una alarma de humo.
—¿Me acabas de matar? ¡Eso fue malvado!
—Fue un asesinato por piedad, llorón —dijo Colton, enfatizando la
nueva profundidad de su voz. Iba por un tono duro y sarcástico, como un
héroe de acción—. Es una lástima que puedas reaparecer.
Colton odiaba a los niños pequeños que intentaban jugar Hammer of
Odin, su juego de rol favorito en línea. Los pequeños mocosos dominaban
la función de chat, intentando y sin lograr que los jugadores más maduros
pensaran que eran geniales. Hammer of Odin no era apropiado para niños
pequeños de todos modos. Tenía calificación T, por lo que era para
adolescentes como Colton. Los pequeños duendes ruidosos deberían
seguir jugando Block Builder como Colton había jugado el año pasado
cuando todavía estaba en la escuela secundaria.
Cuando Colton miraba hacia atrás en la escuela secundaria, ni siquiera
reconocía a la persona que había sido. Por un lado, su padre todavía estaba
vivo. Colton había sido un niño normal, feliz y despreocupado, que no se
preocupaba por nada más serio que el tiempo que le llevaría ahorrar su
generosa asignación para un nuevo videojuego. Pero en una carretera
helada hace poco más de un año, ocurrió el accidente y todo había
cambiado.
La vida había cambiado. Colton había cambiado.
Colton no pudo superar la injusticia del accidente. Su padre era
relativamente joven y se cuidaba bien, pero nada de eso importó debido a
un estúpido parche de hielo y una franja de carretera sin barandilla.
Cuando sucedió, Colton había guardado toda su tristeza en su interior.
No había llorado, ni siquiera en el funeral. Pero con el tiempo, su tristeza
se había convertido en ira. ¿Cómo podría una persona no estar enojada
viviendo en un mundo donde la gente buena moría sin motivo?
Colton sabía que su madre y algunos de sus profesores estaban
preocupados por lo frío y amargado que parecía. ¿Qué se suponía que
debía hacer? ¿Un baile feliz? Su padre había muerto y vivía en un mundo en
el que la gente rara vez recibía lo que merecía. Sí, arremetía a veces, ¿y
qué? Estaba sufriendo, y si otras personas terminaban probando ese dolor,
al menos él no sufría solo.
Colton dio un salto de sorpresa cuando una mano le tocó el hombro.
Miró hacia arriba para ver a su madre, vestida con su uniforme azul claro.
Su cabello castaño rizado estaba recogido en un moño apretado, como
siempre lo usaba cuando iba a trabajar. Ella le hizo un gesto para que se
quitara los auriculares. Suspiró exasperado pero obedeció de mala gana.
—¿Qué?
Su madre le negó con la cabeza, aunque estaba sonriendo.
—Voy a trabajar. Esta noche haré un turno de ocho a ocho, espero que
el cielo me ayude. Aquí tienes un billete de diez dólares si quieres salir a
tomar un refresco y jugar algunos juegos. Al menos así uno de nosotros se
divertirá.
—Está bien, gracias, mamá. —El billete de diez dólares era un regalo
una vez a la semana. Una vez al mes, justo después del día de pago, le daría
veinte.
—Tienes tu llave, ¿verdad? —Quitó el cordón que tenía junto a la
puerta.
Colton resistió el impulso de poner los ojos en blanco.
—Sí mamá.
—Recuerda cerrar la puerta con llave si sales —dijo, agarrando sus
llaves y su bolso. Y llama a la estación de enfermeras del tercer piso si
necesitas algo. Una de las otras enfermeras puede ir a buscarme.
—Lo haré —dijo Colton, poniéndose los auriculares de nuevo para
bloquear el aluvión de regaños. Después de llegar a un buen lugar para
detenerse en Hammer of Odin, probablemente se dirigiría a Freddy
Fazbear's. La pizzería estaba a menos de diez minutos a pie del edificio de
apartamentos. Sabía que era demasiado mayor para Freddy's, y no tenía
ningún interés en los animatrónicos espeluznantes o la pizza sosa. Pero
algunos de los juegos seguían siendo divertidos y existía el atractivo de los
boletos que podían canjearse por premios.
Por supuesto, se necesitaron una cantidad ridícula de boletos para ganar
algo bueno.
La mayoría de los niños, especialmente los pequeños estúpidos,
cobraron sus boletos al final de su visita y se iban con basura como
pequeños dinosaurios de plástico o un puñado de dulces baratos. Pero
Colton no era ciego como esos bebés. Había estado guardando sus boletos
durante mucho tiempo, meses, para poder canjearlos por algo realmente
bueno. Por el “precio” astronómico de 10,000 boletos, había una nueva
consola de juegos portátil que tenía en la mira, que era dos modelos más
actualizada que en la que estaba jugando actualmente.
Eso era lo que pasaba por vivir solo con su madre. Trabajaba duro en
su trabajo como enfermera práctica con licencia en el hospital, pero un
ingreso no iba muy lejos. Con su padre ausente, Colton y su madre habían
aprendido a conformarse con menos: vivir en un apartamento pequeño en
lugar de una casa, comprar comestibles de la marca de la tienda en lugar
de productos de marca, jugar juegos más antiguos en equipos más antiguos
mientras los amigos de Colton parecían comprar nuevos juegos y consolas
con tanta naturalidad como si fueran botellas de refresco. No era un niño
pobre exactamente; tenían un techo sobre sus cabezas, ropa para ponerse
y mucho para comer, pero no había dinero para lo que su madre siempre
llamaba “lujos”. La ropa nueva y las zapatillas de marca eran un lujo.
También lo eran los juegos nuevos y casi cualquier otra cosa que tuviera la
palabra nuevo delante.
Colton entendía que su mamá no podía hacer que el dinero apareciera
por arte de magia, pero tal vez si pasaba suficiente tiempo en Freddy's,
podría ¿hacer que los boletos aparecieran mágicamente? Si se volvía bueno
en los juegos con mayor rendimiento de entradas, podría ganar esa consola
de juegos. Diez mil boletos. Iba a hacerlo.
Cuando le contó el plan a su madre, ella se rio y dijo—: Recuérdame
nunca llevarte a Las Vegas cuando tengas la edad suficiente para apostar.
Pero ganar las entradas en Freddy's no se trataba de suerte al estilo de
Las Vegas. Se trataba de habilidad: usar sus habilidades para hacer que el
sistema funcionara a su favor.
Colton sabía que tenía las habilidades.
Colton salió de Hammer of Odin, fue a la cocina y se preparó un sándwich
de jamón y queso con encurtidos y mayonesa, que engulló parado sobre el
fregadero. Ya había cenado, pero estos días siempre tenía hambre. «Es
como si tuvieras una pierna hueca», decía siempre su madre. Cogió su
chaqueta y se metió el billete de diez dólares en el bolsillo. Era hora de
ganar algunas entradas.

✩✩✩
Siempre tomaba unos minutos adaptarse a lo estimulante que era el
ambiente en Freddy's. Las luces multicolores parpadearon, los juegos de
árcade pitaron y parpadearon, y una “banda” de animales animatrónicos
espeluznantes liderada por Freddy Fazbear con sombrero de copa “cantó”
versiones enlatadas de melodías para niños. Y luego estaban los propios
niños, riendo, gritando, haciendo rabietas y corriendo bajo los pies como
cucarachas. Colton hizo todo lo que pudo para no aplastarlos.
Colton hizo un viaje rápido por el mostrador de premios para
asegurarse de que la consola de sus sueños todavía estuviera allí. Así era.
Aún quedaba esperanza.
Retrocedió hasta el mostrador donde se vendían las fichas. Dejó sus
diez y le dijo al cajero—: Diez dólares en fichas, por favor. —No iba a
desperdiciar ninguno de sus limitados fondos en un refresco, no había
razón para gastar un dólar noventa y nueve que no lo acercaría más a su
objetivo. Si tenía sed, bebería de la fuente de agua.
Fue a jugar con sus habituales, DeeDee's Fishing Hole y BB's Ball Drop,
cada uno de los cuales le dio una cinta bastante larga de boletos. La velada
tuvo un comienzo prometedor.
Cerca del escenario, una mesa llena de ratas de alfombra, niños de jardín
de infantes, por su apariencia, estaban masticando pizza y usando
sombreros de cumpleaños de papel de aspecto estúpido decorados con
personajes de dibujos animados. Sus rostros regordetes e inexpresivos
estaban manchados con grasa de pepperoni y salsa de tomate. Mientras los
miraba, Colton sintió una verdadera repulsión física, como si estuviera
examinando un nido de gusanos que se retorcían.
Y entonces Colton lo vio. Uno de los horribles duendes devoradores
de pizza era su primo Aidan. Aidan era el mocoso más molesto de todos
los tiempos y, como era hijo de Katie, la tía de Colton, los dos se veían
obligados a pasar tiempo en presencia del otro durante las vacaciones, los
cumpleaños y siempre que su madre y su tía quisieran reunirse. Lo peor
de Aidan era que amaba a Colton desesperadamente, y no importaba
cuánto veneno le arrojara Colton, Aidan parecía amarlo más.
—Por favor que no me vea, por favor que no me vea —murmuró
Colton en voz baja.
Pero era demasiado tarde. La mirada de Aidan ya estaba enfocada en
Colton, y estaba sonriendo y saludando frenéticamente. El niño dejó caer
su porción de pizza, se levantó de la mesa y fue directo hacia Colton.
Antes de que Colton pudiera protestar, Aidan lo estaba abrazando.
Colton se quedó rígido, con los brazos en alto como si un oficial de policía
le acabara de decir que se congelara. Se negó a participar en este abrazo.
Aidan finalmente lo soltó. Su sonrisa no se había desvanecido.
—¡Vaya, no puedo creer que pueda estar en una fiesta de cumpleaños
en Freddy's y poder ver a mi primo al mismo tiempo! ¡Esta es la mejor
noche de mi vida!
—Para uno de nosotros, tal vez —dijo Colton.
Aidan se rio.
—¡Eres gracioso, Colton! Será mejor que vuelva a la fiesta. ¡Es casi la
hora de nuestro juego favorito! Tú lo conoces, ¿verdad? —Aidan le dio un
pequeño tirón en el brazo.
Colton sabía de qué juego estaba hablando Aidan, pero se negó a
reconocerlo. Se frotó el brazo como si Aidan lo hubiera herido.
Afortunadamente, Aidan volvió corriendo para reunirse con sus
pútridos amigos diminutos.
—¡¿Quién está listo para Salta por Tickets?! —preguntó una voz grabada
mientras el animatrónico Freddy agitaba sus mandíbulas.
Los mocosos grasientos saltaban arriba y abajo y vitoreaban. Sus voces
agudas hicieron que Colton quisiera taparse los oídos con las manos.
—¡Prepárense para la cuenta regresiva de Ticket Pulverizer! —ordenó
la voz grabada de Freddy.
Una chica universitaria de aspecto aburrido con el uniforme de Freddy's
abrió la puerta del Ticket Pulverizer, un juego en una cabina transparente
sellada que podría generar una cantidad absurda de boletos. El Ticket
Pulverizer generalmente cuesta cuatro fichas por persona, pero para las
fiestas de cumpleaños, el cumpleañero y los invitados tienen una visita al
Pulverizador gratis. Colton observó cómo el aparentemente desinteresado
empleado abría la cabina y los chillidos de las pepitas entraban a raudales,
riendo y gritando de emoción.
—¡Ahora prepárense para Salta por Tickets! —ordenó la voz grabada
de Freddy—. ¡Y saluda a nuestro amigo, Coils, el payaso del cumpleaños!
A Colton no le gustaban los payasos y, en especial, no le gustaba este
payaso. El animatrónico Coils, el payaso del cumpleaños, tenía ojos
vacilantes, uno que parecía mirar al frente mientras que el otro giraba hacia
abajo y hacia la derecha, y una extraña sonrisa con la mandíbula abierta que
le recordaba a esos juegos de carnaval en los que disparas agua en la boca
del payaso. Su cuerpo larguirucho estaba vestido con un traje a rayas de
color limón y lima que estaba decorado con campanillas tintineantes, lo
cual, supuso Colton, era para que pudieras escuchar al payaso antes de
verlo.
Le recordó la vieja historia de los ratones que querían colgar una
campana a un gato para usarla como sistema de alerta temprana.
El nombre del payaso provenía de sus brazos, que eran bobinas elásticas
amarillas que le recordaban a Colton el teléfono fijo anticuado que había
en la casa de su abuela. En una de las manos enguantadas de blanco y de
tres dedos del payaso, sostenía varias entradas en abanico.
—¡Ahora, quién está listo para Salta por Tickets! —dijo de nuevo la voz
aguda del payaso, aumentando el drama.
Los chillones niños se volvieron locos.
—¡Prepárese para la cuenta regresiva del Ticket Pulverizer! Ahora,
cuando termine de contar, todos saltaran hacia arriba y hacia abajo tan
fuerte como puedan, todos juntos. ¡Aquí vamos! Diez, nueve, ocho, siete,
seis, cinco, cuatro, tres, dos… ¡uno! —El actor de voz del payaso
realmente había estado tratando de aumentar la emoción cuando grabó
esto—. Ahora… ¡Salten! ¡Por! ¡Tickets!
Riendo y chillando, los niños pequeños se levantaron de un salto y luego
aterrizaron al unísono, mientras los padres que los miraban gritaban—:
¡Salta! ¡Salta! ¡Salta! —Con cada rellano, empujaban hacia abajo la
plataforma en el piso de la cabina, lo que provocaba que los boletos cayeran
del techo. Encantados, agarraron los boletos con sus codiciosos puños.
Colton observó el espectáculo con una mezcla de celos y disgusto.
Todos esos boletos, y los pequeños mocosos los estaban desperdiciando.
Sólo tenían que quedarte con lo que pescabas, y los niños pequeños
estaban siendo estúpidos al respecto, agarrando una y otra vez con las
manos, dejando caer los boletos que acababan de atrapar para atrapar los
nuevos. No eran lo suficientemente inteligentes como para meterse los
boletos en los bolsillos, en la camisa, dentro de los calcetines. Si fuera
Colton, colocaría los boletos en todos los lugares donde entraran: en ropa
interior. En su boca.
Pero a pesar de que los niños pequeños lo molestaban, no eran ellos lo
que realmente lo llenaba de rabia. El verdadero objeto de su ira era el
propio Ticket Pulverizer. Fue manipulado para dar una ventaja injusta a los
niños pequeños. Él lo sabía. Lo había visto decenas de veces, tal vez incluso
cien, y los resultados eran siempre los mismos. Siempre que había niños
pequeños dentro, saltando y pisando fuerte, siempre había una verdadera
tormenta de boletos. Si Colton y otros adolescentes se apresuraran a
comprar boletos, sólo habría algunas ráfagas. No tenía sentido. Colton no
era físico, pero sabía que los niños más pesados y fuertes generaban más
fuerza que los más débiles. Más fuerza debería equivaler a más boletos. Era
tan simple como eso.
Mientras Colton observaba a los invitados a la fiesta salir del Ticket
Pulverizer, una idea comenzó a formarse en su mente. Si el Ticket
Pulverizer hubiera sido manipulado para favorecer a los niños pequeños,
¿podría modificarse para favorecer a los más grandes?
Colton sobresalió en sus clases de tecnología en la escuela secundaria y
le gustaba pasar el rato en el taller de reparación de automóviles de su tío
Mike para aprender a arreglar cosas. Era bueno en cosas mecánicas.
Ahora que los niños se habían retirado del Ticket Pulverizer, Colton se
acercó a este para verlo más de cerca. Entrar en la máquina no sería difícil.
Si estaba encendida, sólo tendría que alimentarla con cuatro fichas.
Contempló la plataforma de color rojo brillante de la cabina, que estaba
impresa con imágenes de huellas de tamaño infantil. Miró los tornillos que
conectaban la plataforma al fondo de la cabina. ¿Apretar esos tornillos no
haría que la plataforma fuera más difícil de empujar hacia abajo? Necesitaba
pensarlo un poco más, pero estaba seguro de que podría volver a montar
el Pulverizador para que favoreciera a los visitantes más grandes en lugar
de a los pequeños. Se haría justicia, y después de sólo una docena de rondas
en Salta por Tickets, Colton podría reclamar su nueva consola de juegos.
—¡Oye, Colton! —La molesta y aguda voz de Aidan interrumpió los
pensamientos de Colton.
Colton miró hacia abajo para ver al monstruo pecoso sosteniendo
tantas cintas largas de boletos que apenas podía agarrarlas con sus
pequeños puños.
—¡Oye, Colton, mira cuántos Tickets tengo!
—Ya veo —siseó Colton—. Ahora shoo.
—¿Quieres la mitad de mis tickets? —preguntó Aidan, tendiendo un
puñado.
—No quiero tus estúpidos tickets. Quiero que te vayas. Lejos. —
Colton se llenó de una rabia candente. ¿Por qué esta pequeña criatura
repugnante tenía que molestarlo todo el tiempo?
—Está bien. Adiós, Colton. —Aidan salió corriendo para reunirse con
sus repulsivos amiguitos.
Con Aidan fuera, Colton volvió a su plan.
Era un hermoso plan. Salvo por una cosa.
Colton se dio cuenta de repente de que no podía desmantelar el Ticket
Pulverizer cuando Freddy's estuviera abierto y lleno de empleados, niños
gritando y padres exhaustos. Si un trabajador lo atrapaba jugando con la
máquina llamarían al gerente, y Colton sería expulsado y tal vez incluso se
le prohibiría regresar. Si el gerente estaba de muy mal humor, incluso
podría llamar a la policía. Meterse en ese tipo de problemas era un riesgo
que no podía correr.
No. Si Colton iba a arreglar el Ticket Pulverizer, tendría que hacerlo
cuando el lugar estuviera vacío.
Colton se dio cuenta de que para obtener lo que quería, sólo tenía una
opción. Una noche, tarde, mientras su madre estaba en el trabajo, iba a
tener que irrumpir en Freddy Fazbear's.

✩✩✩
El tío Mike salió de debajo del coche en el que estaba trabajando.
—Oye, chico —dijo, sonriéndole a su sobrino—. ¿Listo para hacer un
trabajo de aprendiz para mí hoy?
—Claro —respondió Colton. Le gustaba el taller de reparaciones del
tío Mike, su olor a grasa y goma, las herramientas por ahí, el interminable
desfile de coches en los que trabajar. También le gustaba su tío barbudo y
barrigón. Si Colton seguía teniendo un buen desempeño en sus clases
técnicas en la escuela y era aprendiz del tío Mike un par de tardes a la
semana, Mike le había prometido a Colton que podría tener un trabajo en
el taller tan pronto como se graduara de la escuela secundaria.
Mike se secó las manos con un trapo manchado de grasa y señaló con
la cabeza en dirección a un todoterreno azul.
—Hay que cambiar la llanta del pasajero trasero. Ya saqué el neumático
nuevo y las herramientas que necesita. Sabes lo que debes hacer, ¿verdad?
—Por su puesto. —A Colton le gustaba que el tío Mike le diera crédito
por saber algunas cosas. Colton había cambiado muchas llantas,
principalmente en el taller de Mike, pero una vez en el costado de la
interestatal cuando el auto de su madre se reventó. Su madre le había dado
mucha importancia a eso, diciéndole a todo el mundo que conocía cómo
él salvó su día.
Colton trabajó de manera eficiente para cambiar el neumático. Se sentía
más satisfecho cuando trabajaba con las manos. Escribir trabajos para la
escuela lo estresaba y frustraba, tanto cuando tenía que escribir el trabajo
como cuando le devolvían el trabajo calificado con una C… si tenía suerte.
Pero sabía que era un estudiante sobresaliente cuando se trataba de
arreglar cosas.
—Se ve bien, hombre —dijo el tío Mike, inspeccionando el trabajo de
Colton—. Una vez que coloque una nueva correa de distribución en este
de aquí, necesitará un cambio de aceite. ¿Crees que estás preparado para
eso?
Colton sonrió y asintió. También era bueno en los cambios de aceite.
—¿Quieres verme cambiar la correa de distribución para saber cómo
hacerlo?
—Sí. —Colton siguió a su tío hasta el coche. Una vez que hubo
observado y aprendido, se armó de valor para hacerle a Mike la pregunta
que había estado esperando hacerle desde que llegó a la tienda—. Tío Mike,
me preguntaba sí…. ¿podría pedir prestadas algunas herramientas para usar
durante el fin de semana? Tengo un proyecto en el que estoy trabajando
en casa.
Mike sonrió.
—Me conoces a mí y a las herramientas, chico. Tengo extras de todo.
Cuando se trata de herramientas, me gusta ser como algunas mujeres con
los zapatos. No puedo tener suficiente de ellas.
Colton le devolvió la sonrisa.
—Sí, pero no pides prestados los zapatos de alguien. Eso sería raro.
—Cierto. —El tío Mike asintió con la cabeza en dirección a una gran
caja de herramientas apoyada contra la pared—. Puedes pedir prestado
cualquier cosa de allí. Guárdalas por más tiempo que el fin de semana si es
necesario. Sé que las cuidarás muy bien.
—Gracias, tío Mike. —Colton se sintió un poco culpable por no ser
honesto acerca de cómo iba a usar las herramientas, pero no tan culpable
como para no tomar lo que necesitaba.
Después de que Colton terminó el cambio de aceite y bebió el refresco
que le trajo el tío Mike, abrió el cofre para inspeccionar las herramientas.
¿Qué herramientas necesitaría para acceder al funcionamiento interno del
Ticket Pulverizer? Podría haber tornillos que necesitaría quitar, por lo que
tomó un par de destornilladores diferentes. Una llave inglesa parecía ser
útil y tal vez una palanca en caso de que tuviera que levantar la plataforma
en el piso de la máquina. Sin embargo, necesitaba mantener su juego de
herramientas bastante ligero. Si iba a entrar a hurtadillas en el lugar,
podrían verlo llevando una gran cantidad de equipo pesado. Necesitaba ser
rápido y sigiloso, como un ninja.
Colton se imaginó a sí mismo vestido de negro, moviéndose suave y
silenciosamente, irrumpiendo en Freddy's al amparo de la noche como un
personaje de película.
Un pequeño escalofrío de emoción recorrió su cuerpo.
Con las herramientas en la mano, Colton salió por la oficina principal,
donde el tío Mike se estaba acomodando con un cliente.
—Gracias por dejarme usar sus cosas, tío Mike.
—No hay problema —respondió el tío Mike. Le dio a Colton un billete
de diez dólares de la caja registradora. El aprendizaje de Colton no era un
puesto remunerado, pero no era raro que Mike le entregara un poco de
dinero en efectivo—. Esto es por hacer un buen trabajo y echarme una
mano hoy. Y oye, si necesitas ayuda con ese proyecto, házmelo saber.
Colton sonrió ante la idea de pedirle al tío Mike que lo ayudara a
irrumpir en Freddy Fazbear's para arreglar el Ticket Pulverizer.
—Gracias, pero creo que será mejor que me ocupe de esto por mi
cuenta.

✩✩✩
Colton había decidido que el sábado por la noche, la próxima vez que
su madre trabajara en un turno de ocho a ocho, sería perfecto para el
atraco, como él había llegado a llamarlo.
Pero ahora era sábado por la tarde y acababa de encontrar un gran
obstáculo.
Colton había obtenido las herramientas adecuadas del tío Mike, y
después de mucho bosquejar y planificar, estaba bastante seguro de que
sabía lo que se necesitaba para volver a configurar el Ticket Pulverizer.
Pero había un obstáculo en el que no había pensado.
No sabía cómo colarse en el edificio.
Claro, se había imaginado a sí mismo con una camisa negra y pantalones
negros y gorra de media, arrastrándose como un gato al acecho. Incluso se
había imaginado a sí mismo esquivando los láseres del sistema de seguridad
como lo había visto una vez en una película. Pero no sabía cómo pasar las
puertas cerradas de Freddy Fazbear's. Si intentaba forzar la cerradura,
seguramente sonaría una alarma. Si intentaba romper el cristal, también
sonaría una alarma y podría ser arrestado por vandalismo. Colton quería
meterse en Freddy's para corregir un error, no para causar problemas. Y
ciertamente no quería hacer nada para aterrizar en el centro de detención
de menores.
Colton estaba jugando Hammer of Odin y trataba de relajarse para poder
pensar con claridad. Su personaje tenía poca fuerza y armas en este
momento, por lo que cuando un enemigo potencial se hizo visible, Colton
movió a su personaje a una cueva para que pudiera esconderse del peligro.
Fue entonces cuando se encendió un interruptor de luz en el cerebro
de Colton.
No intentaría irrumpir en Freddy's después de que cerrara. Pasaría el
rato en Freddy's cuando estuviera abierto, como hacía muchos sábados
por la noche. Pero cuando se acercara la hora de cierre, no se iría. Se
escondería. Permanecería oculto hasta que los empleados limpiaran el lugar
y lo cerraran, y luego saldría y repararía el Ticket Pulverizer.
A la hora de la cena, Colton estaba lleno de nerviosismo. Se sentó frente
a su madre en la mesa, sin hacer contacto visual con ella y jugando con su
comida. El aleteo en su estómago parecía provenir de algo mucho más
fuerte que las mariposas.
—No estás comiendo mucho —señaló mamá, mirando por encima de
su plato.
—El espagueti con albóndigas suele ser tu favorito. Pensé que comerías
dos veces, incluso tres.
—Sí, lo sé —dijo Colton, haciendo rodar una albóndiga en su plato con
un tenedor—. Los espaguetis son geniales. Simplemente no tengo mucho
apetito.
Su madre frunció el ceño con preocupación.
—Bueno, eso ciertamente no es propio de ti. No te estarás
enfermando, ¿verdad? Hay un desagradable virus estomacal. La gente ha
estado viniendo a la sala de emergencias por eso toda la semana. Es fácil
deshidratarse cuando no puedes retener nada.
—No lo sé. Supongo que me siento un poco cansado. —Colton no
estaba cansado en absoluto, pero se le ocurrió que estar “enfermo” podría
ser una coartada útil.
Bostezó y se estiró en lo que esperaba fuera una demostración
convincente de fatiga.
—Hm. Bueno, si no te sientes mejor, tal vez no deberías ir a Freddy's
esta noche. Estar en un espacio cerrado con todos esos niños pequeños
con gérmenes ciertamente no le hará ningún favor a tu sistema
inmunológico, ni al de todos los demás.
—Es cierto —dijo Colton, estremeciéndose un poco al pensar en todas
las uñas llenas de gérmenes de esos niños pequeños, tocando todas las
superficies que podían alcanzar, propagando enfermedades como ratas
durante la Peste Negra—. Si no me siento mejor más tarde, me quedaré
en casa —dijo, aunque en su mente ya estaba en Freddy's desmantelando
el Ticket Pulverizer.
—Bien —dijo mamá, haciendo girar espaguetis en su tenedor—. Y si
hay algún tipo de emergencia, como si estuvieras demasiado enfermo para
quedarte solo, llámame a la estación de enfermeras del tercer piso.
—Lo haré, mamá. Gracias.

✩✩✩
Una vez que su mamá se fue al trabajo, Colton se puso unos pantalones
cargo negros, que eran perfectos ya que eran de color oscuro y además
también guardaban todas sus herramientas.
El único problema era que las herramientas eran tan pesadas que, una
vez que estuvieron en sus bolsillos, su pantalón comenzó a caer de
inmediato. Decidió que probablemente no era la mejor manera de evitar
llamar la atención. Agarró un cinturón de su armario y lo aseguró
firmemente alrededor de su cintura. Se guardó el teléfono en el bolsillo
trasero derecho y se guardó el billete de diez dólares que el tío Mike le
había dado por ayudar en uno de sus muchos otros bolsillos.
Se sentía asustado pero también emocionado, como cuando estaba a
punto de subirse a una montaña rusa.
Un pensamiento que le dio especialmente placer fue la idea de conseguir
toneladas y toneladas de entradas, mientras que Aidan y sus molestos
amiguitos no consiguieran ninguna. La decepción de Aidan sólo se sumaría
a la alegría de Colton. ¿Por qué el niño tenía que estar tan feliz todo el
tiempo? Incluso cuando Aidan era un bebé, había sido todo un sonrisas. Se
suponía que los bebés lloraban. Llorar era lo normal.
Sería genial ver a su estúpido primo derramar algunas lágrimas por una
vez, al igual que sería genial que Colton saliera ganado por una vez en su
vida.
Cerró la puerta detrás de él y comenzó a caminar hacia Freddy's.
Freddy's era el habitual tumulto de luces, sonidos y chillidos
escurridizos. Faltaban dos horas para la hora de cierre. «Actúa de forma
casual», se dijo Colton. Decidió que el mejor plan era esconderse, jugar y
tratar de no interactuar con los empleados de Freddy. Cuanto más pudiera
integrarse, mejor. Jugó el lanzamiento de la pelota y el empujador de
monedas un par de veces, enrolló los boletos que ganó en carretes
ajustados y se los metió en sus pantalones cargo. A medida que el reloj se
acercaba al cierre, acampó en la sección Skee-Ball. Por alguna razón, tal vez
porque las bolas de madera en las manos de los niños pequeños eran un
peligro para la seguridad, los niños pequeños tendían a mantenerse alejados
del área de Skee-Ball. En cambio, esta sección estaba ocupada
principalmente por papás que mataban el tiempo, quienes, Colton estaba
seguro, no lo notarían. Jugar algunas rondas de Skee-Ball parecía una buena
manera de ganar algunas entradas más manteniendo un perfil bajo.
En poco tiempo, una voz grabada de Freddy Fazbear retumbó por el
intercomunicador—: Lamento estropearles la diversión, amigos, pero
Freddy's cerrará en quince minutos. ¡Vuelvan mañana y juegen todo el día!
Colton respiró hondo y trató de calmar sus nervios. Era el momento
de entrar en acción. Iba a tener que encontrar un lugar para esconderse.
Caminó tan casualmente como pudo por el perímetro del restaurante,
buscando una habitación en la que pudiera deslizarse sin ser visto. Los
baños estaban fuera de discusión, ya que seguramente alguien entraría a
limpiarlos después de la hora de cierre. Y ciertamente no iba a abrir la
puerta marcada como OFICINA.
Explorando más, encontró otra puerta, decorada con un póster de
Freddy Fazbear y sus amigos animales de aspecto extraño, pero por lo
demás sin etiqueta. Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie
miraba, luego probó el pomo de la puerta.
Resultó.
Tan silenciosa y suavemente como pudo, abrió la puerta y se deslizó
detrás de ella. «Ninja», pensó para sí mismo.
Colton se encontró en un pequeño trastero iluminado por una única
bombilla de bajo voltaje. Había un estante con fregonas y escobas. Grandes
cubos de plástico amarillo con ruedas estaban alineados contra la pared
más cercana. Delante de la pared trasera había un armario alto de metal
gris con puertas dobles.
¿Podría esconderse dentro del gabinete? Colton abrió una de las
puertas. El gabinete estaba lleno de estantes llenos de artículos de limpieza
y rollos de toallas de papel y papel higiénico. No había lugar para
esconderse.
Pero entonces notó que el gabinete no estaba apoyado contra la pared,
sino que estaba a unos centímetros de ella. Si se paraba derecho y contenía
la respiración, ¿sería posible que se escondiera detrás del gabinete?
Valía la pena intentarlo.
Colton respiró hondo, aspiró el estómago y se quedó de espaldas a la
pared. Avanzando lentamente hacia los lados, se apretó en el estrecho
espacio detrás del gabinete. Tuvo que girar los pies ligeramente hacia los
lados para que encajaran. Su abuela siempre le decía que se parara derecho.
En este momento estaba más erguido de lo que nunca había estado, con
su columna vertebral presionada contra la pared. La parte posterior del
gabinete le tocaba el pecho y, si no hubiera succionado el estómago,
también lo estaría tocando allí.
Colton nunca había estado realmente en un espacio reducido antes, por
lo que nunca había entendido realmente la claustrofobia. Ahora la entendía.
Aunque sabía racionalmente que tenía mucho acceso al oxígeno, todavía
tenía la sensación de no poder respirar. El espacio era demasiado estrecho.
Recordó haber leído una historia sobre un hombre que estaba atrapado en
una cueva y poco a poco se volvió loco. Incluso después de sólo estar en
este pequeño espacio durante un par de minutos, entendió lo rápido que
su cordura podría desaparecer si no tuviera forma de escapar.
Pero él tenía el control. Podía dejar su escondite en cualquier momento
que quisiera. Simplemente eligió quedarse allí hasta la hora de cierre
porque era la única forma de que su plan funcionara. Él podría hacer esto.
Y tuvo que admitir para sí mismo que era un excelente escondite.
Inspeccionó todos los conejitos de polvo con los que compartía el espacio
y reprimió un estornudo. Incluso si inducían estornudos, los conejitos de
polvo eran evidencia de que nadie había movido este gabinete o incluso
barrido detrás de él en mucho, mucho tiempo. Si podía quedarse quieto y
sin estornudar, estaría bien.
Colton pudo escuchar las voces de los empleados de Freddy fuera de la
sala de almacenamiento, luego el ruido de una aspiradora. Dejó que su
mente viera imágenes de sí mismo saltando arriba y abajo en el Ticket
Pulverizer reparado, literalmente enterrado en boletos, reclamando su
merecido premio. Soñar despierto ayudó a pasar el tiempo, ayudó a
distraerse de la incomodidad física de estar presionado contra una pared.
Colton oyó que se abría la puerta de la sala de suministros y luego unos
pasos.
—No sé por qué siempre tengo que ser yo quien limpia los baños —
murmuró una voz femenina que sonaba irritada—. La princesa Brittany
cree que es demasiado buena para limpiar los baños.
Los pasos se acercaron al armario. El corazón de Colton latía como un
martillo neumático.
Colton escuchó y sintió a la empleada de Freddy's abrir las puertas del
gabinete. Si la pared trasera del gabinete no los hubiera separado, ella
estaría lo suficientemente cerca para tocarlo.
Colton contuvo la respiración. «No dejes que te oiga respirar», se dijo
a sí mismo.
—Está bien, rocíe limpiador y mucho papel higiénico —dijo la
trabajadora—. Porque Dios lo sabe, Su Alteza Real Brittany no pudo
agacharse para cambiar un rollo de papel higiénico.
Colton escuchó las puertas del gabinete cerrarse y los pasos de la
trabajadora alejándose de él. La sala de almacenamiento estaba vacía de
nuevo.
Colton exhaló.
Dejó que su mente divagara, podría haber sido por un par de minutos
o una hora, estaba perdiendo la noción del tiempo. Pero luego escuchó el
movimiento de un interruptor y la habitación se sumió en la oscuridad.
Una linterna. ¿Por qué no había traído una linterna? ¿Y si todo el
restaurante estuviera a oscuras? Entonces, ¿cómo podría trabajar en el
Ticket Pulverizer?
«Estúpido», se reprendió a sí mismo. «¿Cómo pudiste ser tan estúpido?»
Pronto los ruidos del movimiento humano fuera de la sala de
almacenamiento se desvanecieron y Freddy's se quedó en silencio. Colton
se deslizó lentamente desde detrás del armario de almacenamiento. Le
dolía la espalda y tenía los hombros rígidos. Fue un alivio estirarse.
La sala de suministros estaba tan oscura que tuvo que usar la luz de su
teléfono para encontrar el camino hacia la puerta. Esperaba que cuando la
abriera, no fuera recibido por más oscuridad.
Las luces fluorescentes en el área de juego se habían apagado, pero las
luces de seguridad en el techo, junto con las luces de colores de los
diversos juegos de chupar fichas, aún iluminaban la sala de juegos. El
resplandor de los juegos en la habitación en penumbra tenía un efecto algo
inquietante, pero al menos podía ver. Podía hacer lo que vino a hacer aquí.
Colton se dirigió al Ticket Pulverizer. Sacó las herramientas de los
bolsillos y las dejó en el suelo. No pudo evitar sonreír para sí mismo. Su
plan había funcionado. Estaba dentro. Se sentía como un héroe de acción.
Había pensado mucho en la mecánica del Ticket Pulverizer y por qué
funcionaba injustamente bien para los molestos pequeños mocosos.
Supuso que la plataforma estaba demasiado suelta, demasiado fácil de
empujar hacia abajo. Si pudiera ajustarla, hacerla más resistente, entonces
los pequeños mocosos no podrían hacer que se moviera, y habría más
boletos para los mayores, los más grandes y los más merecedores.
Colton introdujo cuatro fichas en el Ticket Pulverizer para abrir la
puerta.
Una vez dentro, no tardó en averiguar dónde ajustar la plataforma. Unas
pocas vueltas del destornillador en cada esquina, y la plataforma se volvió
mucho más rígida y requería mucho más peso para moverla.
Estuvo profundamente tentado de introducir algunas fichas más y saltar
a buscar boletos en ese mismo momento. Pero el salto sería ruidoso y no
quería hacer nada que pudiera llamar la atención. Dio a la plataforma un
pequeño empujón experimental y susurró—: Misión cumplida —antes de
salir de la cabina.
Pero mientras estaba de pie en medio de la galería vacía, la realidad de
su situación se percató de él. Su misión no se cumplió del todo. Todavía
necesitaba salir de Freddy's. Había pasado tanto tiempo planeando cómo
entrar en Freddy's y trabajar en el Pulverizador que se había olvidado de
planear cómo salir.
No tenía una estrategia de salida.
Colton miró a las puertas marcadas como SALIDA. Estaba seguro de que
cada una de ellas estaba equipado con una alarma de seguridad. Examinó la
habitación frenéticamente.
Tal vez había una puerta trasera que pudiera usar. Quizás en la cocina.
Caminó por un pasillo oscuro y abrió la puerta de la cocina. Estaba oscuro
como boca de lobo, así que levantó su teléfono para iluminar su camino
más allá de los enormes hornos y estufas. A la vuelta de la esquina, vio una
puerta y sintió una oleada de alivio, pero cuando miró hacia arriba, vio la
alarma de seguridad.
La respiración de Colton era corta y entrecortada. No podía quedarse
aquí hasta que Freddy's abriera de nuevo a las once de la mañana siguiente
y dijera—: Vaya, chicos, creo que me encerraron. —Además, si su madre
llegaba a casa del trabajo por la mañana y él no estaba allí, entraría en
pánico.
«Piensa. Tiene que haber una salida».
Colton recordó todas sus visitas a Freddy's. Había estado viniendo a
Freddy's desde que él mismo era un pequeño chillón repugnante, así que
conocía bien el lugar. Pensó en la distribución del edificio. Finalmente, una
imagen apareció en su cabeza. El baño público. ¿No había una ventana en
el baño de hombres?
El baño estaba tan oscuro como la cocina. Colton levantó su teléfono
para que hubiera suficiente luz para distinguir las formas de los lavabos y
los compartimentos y, ¡sí!, la ventana. Era una ventana pequeña, demasiado
alta para acceder fácilmente, pero podría llegar si se paraba en una de las
sillas del comedor. Tendría que dejar la silla en el baño, lo cual no era lo
ideal, pero era mejor que pasar toda la noche en Freddy's.
Regresó al comedor, tomó una silla y la llevó al baño. La puso debajo de
la ventana y se subió a ella. Le preocupaba que la ventana no se abriera,
pero se levantó con facilidad y no sonó ninguna alarma. Gruñendo por el
esfuerzo, se arrastró a través de la abertura y cayó al suelo, aterrizando
sobre sus manos y rodillas con un—: ¡Uf!
Algunas de las herramientas del tío Mike se le cayeron de los bolsillos.
Estaba un poco conmocionado, pero estaba bien. Ahora todo lo que
tenía que hacer era recoger las herramientas y caminar a casa como si todo
estuviera bien. Cuando su madre llegara a casa después de su turno de
sábado por la noche, lo encontraría en la cama como si nada hubiera
pasado.
Y mañana por la tarde volvería a Freddy's, donde sería el rey del Ticket
Pulverizer.

✩✩✩
Colton sólo tenía cinco dólares para llevarse a Freddy's, pero pensó que
sería suficiente. Cinco dólares equivalían a cinco vueltas dentro del Ticket
Pulverizer, y para ese momento, estaría rodando en boletos.
Una vez que llegó allí, no se molestó en ir a otros juegos.
Se dirigió directamente al Ticket Pulverizer justo a tiempo para ver a un
grupo de tres niños pequeños entrar, chillando y riendo. Sonrió para sí
mismo. Esto debería ser entretenido. Los chillones estúpidos no
sospechaban nada.
Observó a los niños pequeños saltar alegremente arriba y abajo. Los
boletos se derramaron como agua que fluye de un grifo. ¿Cómo era
posible? Después de la forma en que lo había arreglado, su peso no debería
haber sido suficiente para desencadenar tal avalancha de boletos. Colton
hervía de rabia.
Quizás, sin embargo, al menos había arreglado las cosas para que
también pudiera conseguir muchas entradas. Tal vez acababa de convertir
el Pulverizador en una máquina que acumulaba billetes para cualquiera que
entrara. Mientras recibiera su parte justa, supuso que estaba bien.
Los niños pequeños salieron, sosteniendo gruesas cintas de boletos en
sus pequeños puños igualmente gordos. Colton se abrió paso a codazos
entre ellos. Era su turno.
Puso cuatro fichas en la ranura y entró en el Ticket Pulverizer.
Su corazón latía rápido con anticipación. Sabía que esto era todo; esta
vez iba a recibir lo que se merecía.
Las luces en el letrero que decía SALTA POR TICKETS comenzaron a
parpadear. Colton saltó. En su mente, era una liebre, un canguro, cualquier
animal que se le ocurriera con piernas fuertes y pies grandes y un gran
poder de salto. Saltó y saltó, pero sólo cayó un hilo de boletos. ¿Cómo
podía ser posible después de toda la planificación, todo el trabajo duro,
que se incluyó en su atraco? No tenía sentido. Cuanto más se enojaba, más
fuerte saltaba.
Sólo unas pocas entradas cayeron al suelo con indiferencia.
Cuando se acabó el tiempo, estaba tan furioso que salió de la máquina
y dejó las entradas donde estaban. De todos modos, no había suficientes
para hacerle ningún bien.
En el camino a casa, su ira se convirtió en abatimiento. ¿Por qué la vida
tenía que ser tan injusta? ¿Por qué algunas personas tenían tanto mientras
que personas como Colton y su madre tenían tan poco? Era sólo suerte,
¿no? Algunas personas tenían buena suerte y otras mala suerte. Era
bastante obvio el tipo de suerte que tenía. ¿Pero no podía cambiar la
suerte? Seguramente tenía que haber alguna forma de jugar contra el
sistema.
De vuelta en el apartamento, la madre de Colton tarareaba para sí
misma mientras picaba cebollas. Tenía lágrimas en los ojos por el olor, pero
tenía el día libre y parecía estar de buen humor. Colton se hundió en una
silla de la cocina.
—Hola —dijo su mamá—. Estoy haciendo chistes. ¿Alguna vez has
pensado en el nombre tan extraño que es sándwich? ¿Había realmente un
tipo llamado Joe que se veía realmente desordenado todo el tiempo? Y
luego, un día, alguien dijo—: Oye, Joe, le ponemos tu nombre a un
sándwich —y él dijo—: ¡Vaya, eso es genial! Y él estaba como—; “Esperen,
¿cómo los están llamando?”
Colton solía reírse de las extrañas fantasías de su madre, pero hoy no
podía encontrar la energía para responder.
—¿Qué te pasa, Colt? ¿Ni siquiera una sonrisa? Su mamá lo golpeó con
su espátula—. Usualmente piensas que mis tangentes son divertidas.
Cory se encogió de hombros.
—No estoy de humor para sonreír, supongo.
Su mamá se sentó a la mesa frente a él.
—¿Alguna razón en particular de la que quieras hablar?
—No realmente. Estoy cansado de ver a otras personas obtienen lo que
merezco. Personas que no lo merecen, como los niños pequeños. No han
existido lo suficiente como para merecer nada. Todavía no han pagado sus
cuotas. Bien podrían estar todavía en pañales. —Cuanto más pensaba en
ello, más enojado se sentía.
—Un mal rato en Freddy's hoy, ¿eh? —preguntó su mamá.
—Sí, el estúpido Ticket Pulverizer de nuevo. —Se había quejado lo
suficiente como para que su madre entendiera de qué estaba hablando.
—¿No has tenido suerte?
Colton negó con la cabeza.
—Nunca voy a conseguir suficientes entradas para conseguir lo que
quiero.
—Bueno, he estado pensando en ello, y sabes, hay otras formas de
conseguir lo que quieres —dijo mamá, tirando de su cabello hacia atrás
con la banda elástica que mantenía alrededor de su muñeca.
A Colton no le gustó el tono de su madre. Era el mismo tono que usaba
cuando estaba a punto de regañarlo para que hiciera sus deberes o
quehaceres domésticos.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, tenía un trabajo de medio tiempo cuando tenía tu edad.
Trabajé en Swirly Cone después de la escuela y los fines de semana,
haciendo conos, batidos y helados. No pagaban mucho, pero el dinero
suma cuando no tiene otros gastos.
Colton no pudo evitar sentirse ofendido.
—¿Me estás diciendo que tengo que conseguir un trabajo? Ya ayudo al
tío Mike dos días a la semana.
—No te estoy diciendo que tengas que hacerlo. Sólo digo que es una
opción. Si trabajaras, digamos, de diez a quince horas a la semana, podrías
ahorrar dinero para comprar esos artículos de lujo que no puedo pagar. Si
sigues tirando dinero al Ticket Pulverizer, probablemente habrás gastado
más dinero tratando de ganar boletos de lo que cuesta esa consola de
videojuegos de todos modos.
Colton se levantó de su silla. Estaba indignado.
—No puedo creer que estés tratando de hacerme conseguir un trabajo.
¡Soy sólo un niño! ¿Nunca ha oído hablar de las leyes sobre trabajo infantil?
Su mamá puso los ojos en blanco.
—Tienes la edad legal suficiente para tener un trabajo de medio tiempo.
Los niños menores que tú ganan dinero cortando el césped o haciendo
trabajos ocasionales para la gente. No hay ninguna razón por la que no
puedas hacer algo así. O podrías ver si Mike te da unas horas a la semana
con el salario mínimo. Se siente bien ganar tu propio dinero, Colton. Es
algo en lo que deberías pensar.
—¿Cuál es el punto de tener una consola de videojuegos genial si no
tienes tiempo para jugar porque estás trabajando todo el tiempo? —Colton
sintió que su voz se hacía más fuerte—. Si papá todavía estuviera aquí, no
tendríamos que preocuparnos por el dinero.
Por un momento, su madre pareció herida, casi como si él la hubiera
golpeado, pero luego su expresión cambió a irritación.
—No, no lo haríamos. Pero él no está aquí, así que tenemos que hacer
lo que podemos. —Se levantó de la mesa y volvió a la estufa—. La cena
estará lista en veinte minutos. Entre ahora y entonces, ¿por qué no ves si
puedes superar tu mal humor?
Colton no superó su mal humor. Yacía en su cama jugando la misma
escena una y otra vez en su cabeza: esos niños pequeños repulsivos riendo
y vitoreando mientras una avalancha de boletos caía sobre ellos. No
entendía por qué había fallado su intento de arreglar el Ticket Pulverizer.
Tenía que haber otra forma de hacerlo.
Se levantó de la cama, fue a su escritorio y comenzó a hacer bocetos de
la máquina. Atornillar la plataforma con más fuerza no había sido suficiente.
Debería haber sabido que no iba a ser tan fácil. Para resolver este
problema, tendría que profundizar más.

✩✩✩
Colton se había obsesionado con el Ticket Pulverizer. Buscó tipos
similares de máquinas en línea, tratando de comprender mejor su
mecánica.
Hoy, en la clase de taller, se sentó furiosamente a dibujar y tomar notas,
como lo había hecho en clase todos los días durante la semana pasada.
El señor Harrison, el paterno y calvo maestro de taller, se inclinó sobre
su hombro.
—Colton, has estado dibujando y tomando notas durante mucho. ¿Qué
estás diseñando?
Colton sabía que no podía decirle al señor Harrison lo que estaba
haciendo en realidad. Sabía que ningún adulto entendería su obsesión.
Colton ni siquiera estaba seguro de haberlo entendido él mismo, pero sabía
que no podía detenerse hasta que finalmente experimentara la justicia del
Ticket Pulverizer.
—Es un plano para arreglar algo —dijo Colton, todavía bosquejando
furiosamente.
El Sr. Harrison enarcó una ceja.
—Puedo apreciar eso, pero sabes que si no haces algo para la clase, no
puedo darte una calificación, ¿verdad?
—Bien —dijo Colton, sin levantar la vista de su cuaderno. Se sintió
aliviado cuando el Sr. Harrison se alejó para hablar con otros estudiantes.
No le importaba si sacaba una nota o no. En este momento, cualquier cosa
que no perteneciera al Ticket Pulverizer se sentía como una interrupción
innecesaria.

✩✩✩
Esa noche, Colton llevó su cuaderno a la mesa del comedor. Dibujó y
escribió notas entre bocados de pastel de carne y puré de papas y
guisantes, que, debido a su distracción, ni siquiera saboreó realmente.
—Tengo el domingo libre este fin de semana por primera vez en mucho
tiempo —dijo su madre—. Pensé que podríamos hacer algo divertido
juntos. Tal vez preparar un picnic y conducir hasta las montañas. Hacer una
pequeña caminata. Podríamos hacer una parada en el camino a casa para
tomar un helado en un lugar que te guste.
—Mm-hm —dijo Colton distraídamente. Sabía que su madre estaba
hablando, pero en realidad no había procesado ninguna de sus palabras.
—Colton, estás a un millón de millas de distancia, y lo has estado
durante más de una semana. ¿En qué estás trabajando día y noche? —Hizo
un gesto hacia su cuaderno.
—Es sólo un proyecto para la escuela —murmuró Colton, sin mirar
hacia arriba.
—Bueno, espero que lo sea —dijo mamá, apartando su plato de comida
a medio comer— porque ayer me encontré con tu profesora de inglés y
dice que está preocupada por ti. Dijo que no has estado entregando sus
tareas y tu calificación ha bajado a una D. Y D significa peligro, según ella.
¿Hay alguna razón por la que te estés quedando atrás en su clase?
Colton finalmente miró hacia arriba. Si no se quitaba de encima a su
madre, no iba a poder hacer que su plan funcionara.
—Hablaré con ella mañana sobre lo que tengo que hacer para ponerme
al día en clase.
Su mamá asintió.
—Está bien. Sé que no te gusta hablar de cosas emocionales, pero ¿hay
algo que necesites decirme? ¿Algo que te moleste? —Parecía triste, como
si fuera a llorar, lo que Colton esperaba desesperadamente que no lo
hiciera—. Sé que como trabajo muchas noches, puede parecer que no
estoy aquí cuando me necesitas, y lo siento. Pero siempre estaré aquí para
ti, Colton. —Ella cubrió su mano con la suya—. No me dejes fuera de tus
cosas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo mamá. Sheesh. —Colton retiró la mano. Estaba más que
listo para que esta conversación terminara.
—Entonces… ¿no hay nada de lo que quieras hablar?
—No. —Volvió a sus bocetos.
Mamá suspiró y se levantó de su silla.
—Está bien. Supongo que será mejor que me prepare para trabajar. ¿Me
cargarás el lavavajillas?
—Ajá —respondió Colton, olvidando la promesa tan pronto como la
hizo.
Una vez que su madre se fue, se fue a Freddy's. Sólo tenía dos dólares
en el bolsillo, lo que no lo llevaría lejos en la sala de juegos. Pero no estaba
allí para jugar. Estaba allí para observar el Ticket Pulverizer.

✩✩✩
Colton estaba a unos pasos de la máquina que consumía todas sus horas
de vigilia. La veía como un enemigo a derrotar. Como en uno de esos mitos
griegos que había leído en la escuela secundaria, él era el héroe y ella el
monstruo. Y el payaso, el payaso horrible y boquiabierto, era como un
dragón de guardia al que tenía que derrotar antes de su gran batalla con el
monstruo jefe. Vio como un grupo tras otro de niños pequeños
repugnantes entraban en la máquina y saltaban y pateaban con sus
pequeños pies mientras las entradas se derramaban, no como un grifo sino
como una cascada.
Era tan injusto que lo enfermó.
Una niña pequeña con una coleta rubia, que tal vez tenía ocho o nueve
años, se acercó a él.
—Oye, ¿por qué sigues mirando a la gente dentro del Ticket Pulverizer?
—Pronunció la palabra Pulverizer con cuidado, como si la estuviera
pronunciando.
Colton estaba indignado. ¿Cómo se atrevía esta pequeña mocosa a
acercarse a él y hablarle de una manera tan crítica? ¿Dónde estaban sus
padres?
—No estoy mirando a la gente. Estoy mirando la máquina —respondió
en un tono frío y mesurado.
—Bueno, mi amiga de allí dice que eres espeluznante.
Colton miró a una chica de cabello oscuro que estaba parada junto al
Ticket Pulverizer y los miró mientras hablaban. Sus ojos eran grandes y no
parpadeaba, y su mirada era penetrante.
—Dile a tu amiga que el sentimiento es mutuo.
La niña arrugó la nariz.
—Ni siquiera sé lo que eso significa.
—Si no sabes lo que significa —dijo Colton, profundizando su voz con
la esperanza de sonar adulto e intimidante— entonces quizás eso signifique
que no tienes la edad suficiente para comenzar conversaciones con alguien
mayor que tú.
Hizo un gesto de espanto, como si fuera un mosquito molesto.
—Vete. Lejos.
—Estoy feliz de alejarme de ti —respondió la niña, dándole la espalda
para volver con su amiga.
—Bien, entonces vete —murmuró Colton.
La niña estaba molesta, pero le había dicho algo que necesitaba saber.
Al mirar el Ticket Pulverizer, estaba llamando la atención no deseada sobre
sí mismo. Si iba a lograrlo, tenía que pasar desapercibido.
No podía permitir que niñas horribles se dieran cuenta de él y pensaran
que era espeluznante. Y ciertamente no podía hacer nada para atraer la
atención del personal de Freddy's. Necesitaba ser invisible, silencioso y
sigiloso. «Como un ninja», se recordó a sí mismo.
Colton se alejó del Ticket Pulverizer y se dirigió a la salida. Había visto
lo que necesitaba ver.

✩✩✩
El viernes por la noche, el plan de Colton estaba completo. Esta vez no
haría su trabajo de noche. Trabajaría a la luz del día para poder ver lo que
estaba haciendo. Programaba su alarma para las 6:00 a.m. se colaría en
Freddy's antes de que abriera. Pensó que si había usado con éxito la
ventana del baño para escabullirse, también podría usarla para colarse.
Antes de irse a la cama, expuso sus necesidades: una camisa oscura, sus
pantalones cargo, su teléfono y las herramientas que guardaba en los
bolsillos. Y esta vez, aunque era de día, llevaba una linterna. Si iba a
adentrarse en las oscuras entrañas del Ticket Pulverizer, necesitaba poder
ver lo que estaba haciendo.
Colton yacía en la cama, completamente despierto, repasando el atraco
una y otra vez en su mente. Lo único que le preocupaba era la ventana del
baño. Había usado una silla para el impulso que necesitaba para salir de ella,
pero ¿cómo iba a meterse en ella? No podía exactamente llevar una
escalera con él y apoyarla contra el edificio sin prácticamente anunciar—:
No se preocupen por mí, amigos. Sólo estoy allanando aquí. —Tendría que
improvisar. De alguna manera atravesaría la ventana.
Finalmente, la excitación dio paso al agotamiento y Colton se quedó
dormido. En sus sueños, saltaba arriba y abajo en la plataforma del
Pulverizador, y los boletos caían en cascada sobre él hasta que le llegaban
a la cintura y luego a los hombros.
Literalmente estaba nadando en boletos. La gente que lo miraba vitoreó.
Nunca había sentido tanta alegría.
Cuando sonó la alarma, sus ojos se abrieron de par en par. Eso era. Hoy
era el día en que iba a hacer que funcionara. Se quitó el pijama y se puso la
camisa oscura y los pantalones cargo. Se cargó las herramientas en los
bolsillos y se apretó el cinturón como precaución adicional. Se detuvo en
la cocina y devoró un plátano y bebió un vaso de jugo de naranja. Estaba
listo.
Las calles estaban en gran parte desiertas a las 6:30 a.m., que fue otra
razón por la que Colton se felicitó por la brillantez de su plan. Sin testigos.
Una vez que llegó al edificio de Freddy, caminó por el costado y
encontró la ventana del baño. Si se pusiera de puntillas, podría alcanzar el
alféizar de la ventana con las yemas de los dedos. Gimió de decepción. No
había forma de que tuviera la fuerza de la parte superior del cuerpo para
levantarse. Iba a tener que encontrar algo sobre lo que subirse. Caminó
más alrededor del edificio.
Junto a la puerta trasera había un cubo de basura con tapa y ruedas.
«Perfecto».
El asa del cubo de la basura estaba pegajoso con algo en lo que Colton
no quería pensar, pero se aferró a él de todos modos y rodó el bote hacia
un lado del edificio. Las ruedas hacían un poco más de ruido del que le
hubiera gustado, pero no parecía haber nadie alrededor para escucharlo.
Colocó el bote de basura justo debajo de la ventana y se subió torpemente
encima de él. La tapa de plástico de la lata se comba bajo su peso y las
ruedas le hacían sentirse inestable. Pero empujó la ventana, se agarró al
alféizar y comenzó a arrastrarse de cabeza.
Pronto estuvo colgando torpemente con las manos en el fregadero y
los pies todavía asomando por la ventana. Sin saber qué más hacer, apartó
los pies del alféizar de la ventana y se lanzó hacia adelante, golpeando el
suelo con fuerza en el trasero. No le hizo cosquillas y se quedó sin aliento,
pero no resultó herido.
Y lo más importante, estaba dentro.
Se puso de pie torpemente y esperó un minuto a que su respiración
volviera a la normalidad. ¿Cómo es que en las películas la gente podía saltar
desde una gran altura, aterrizar con fuerza y luego saltar y seguir
corriendo?
Cuando Colton abrió la puerta del baño, el payaso animatrónico estaba
parado en el pasillo, casi como si lo hubiera estado esperando. Colton saltó
hacia atrás, su corazón latía rápido.
—¡Sí! —dijo, mirando la horrible sonrisa boquiabierta de la cosa—. ¿No
debería alguien alejarte por la noche? —Pasó al lado del payaso, temeroso
de que pudiera agarrarlo, pero se quedó allí como el objeto inanimado que
era.
Aun así, cuando Colton caminó por el pasillo, fue difícil no mirar hacia
atrás para ver si el payaso lo estaba siguiendo.
Colton pensó que nunca se acostumbraría a esta versión silenciosa de
Freddy's.
Sin ratas de alfombra gritando, sin juegos con pitidos, sin canciones
pregrabadas ni charlas de la banda animatrónica de Freddy's. Era más
silencioso que una biblioteca.
Entonces Colton escuchó un leve tintineo.
O al menos pensó que sí. Era el ruido suave y tintineante que hacían las
campanas del disfraz de payaso de cumpleaños. ¿Lo estaba siguiendo el
payaso?
Colton tuvo que reírse de sí mismo. Por supuesto que el payaso no lo
estaba siguiendo. Era una máquina, una cosa. No era más capaz de acechar
a alguien que una aspiradora.
Escuchó el tintineo de nuevo. Más cerca esta vez.
Se agachó detrás del Ball Drop de BB y escuchó las campanas. No
escuchó nada.
Cuando salió de detrás de la máquina, vio al payaso. Estaba al final de la
fila de juegos de espaldas a él. Colton se apresuró lo más silenciosamente
que pudo en la dirección opuesta.
Tintineo, tintineo.
El payaso estaba de nuevo en movimiento. Colton se acuclilló junto al
juego de pesca de DeeDee. Su corazón latía con fuerza en su pecho.
Contuvo el aliento cuando el payaso pasó a su lado, tintineando las
campanas.
«No te está buscando», se dijo Colton. «Deja de actuar como un llorón
estúpido. No puedes asustarte por un payaso falso tonto y perder esta
oportunidad. Sabes por qué viniste aquí».
Se dirigió al Ticket Pulverizer. Cuando llegó allí, el payaso estaba parado
frente a la máquina como si la estuviera protegiendo. Pero cuando Colton
agitó la mano frente a los ojos del payaso, no reaccionó en absoluto.
Con un ojo miraba hacia adelante y el otro miraba hacia abajo y hacia la
derecha, como siempre. Y, por supuesto, de todos modos no estaban
mirando, se dijo Colton. Los ojos del payaso eran tan ciegos como los ojos
de botón del osito de peluche de la infancia de Colton. No podía permitir
que el payaso espeluznante lo distrajera de su misión. Colton miró
fijamente el Ticket Pulverizer. Sus luces destellaron y brillaron. Se sintió
como un enemigo lanzando un desafío. «Pero pronto», pensó Colton,
«domaré el Ticket Pulverizer, y será un amigo fiel, y me dará las
recompensas que tanto se merezco».
Caminó alrededor de la máquina, inspeccionando su base. Por un lado,
vio lo que parecía la versión más grande de la tapa del compartimiento de
la batería en el control remoto de un televisor. Si pudiera abrir la tapa,
podría meterse en la base de la máquina para jugar con su funcionamiento.
Colton rebuscó en sus bolsillos para encontrar las herramientas que
necesitaba. Sacó su teléfono, un destornillador y una linterna.
Colton sintió una mano en su hombro, pero no era una mano humana
normal.
Miró hacia abajo para ver un gran guante blanco de tres dedos
conectado a unas reveladoras bobinas amarillas.
—¡Suéltame! —grito él—. Apartó la mano de una palmada, luego se dio
la vuelta y empujó al payaso tan fuerte como pudo en su cintura. Se
precipitó hacia atrás, se estrelló contra un gabinete de árcade y cayó de
costado.
Colton se sorprendió de lo ligero que era el payaso y de lo lejos que
había podido empujarlo. Al verlo tirado en el suelo, parecía un juguete
roto, ciertamente no como algo de lo que asustarse. Se puso de rodillas y
tiró de la manta. Se abrió fácilmente. Claramente era una trampilla que
permitía el acceso a las entrañas del Pulverizador. La abertura era pequeña,
no más grande que la ventana del baño que Colton había usado para entrar
en Freddy's.
Colton dejó caer su destornillador dentro de la puerta y luego,
encendiendo su linterna, se arrastró dentro de la máquina.
El espacio interior estaba abarrotado. No había lugar para sentarse. Sólo
podía acostarse con las piernas dobladas hacia los lados en una posición
incómoda, con la parte inferior de la plataforma de la máquina tocando la
longitud de su cuerpo.
Alumbrando con su linterna alrededor, se sintió aliviado al ver que las
partes mecánicas se veían como esperaba que se vieran. Simplemente iba
a ser difícil para él hacer el trabajo que necesitaba hacer desde una
incómoda posición reclinada.
Colton entrecerró los ojos ante el funcionamiento interno del Ticket
Pulverizer. Cuando empezó a aflojar un tornillo, sintió que algo le apretaba
los tobillos con fuerza. Encendió su linterna para ver un par de manos
enguantadas con guantes blancos, una sujetando cada tobillo. Los brazos
amarillos de la bobina se estiraron mucho, pero se contrajeron cuando
tiraron de su cuerpo hacia la abertura por donde había entrado en el
compartimiento.
¿Cómo podía el payaso pesar tan poco y ser tan fuerte? Le había estirado
las piernas y lo estaba arrastrando fuera de la máquina. Una vez que las
piernas de Colton estuvieron afuera, soltó la derecha y lanzó un montón
de patadas salvajes y duras que sintió conectar con el cuerpo del payaso.
Después de una patada particularmente contundente, el payaso aflojó el
agarre de su otra pierna y Colton se apresuró a poner todo su cuerpo en
la base del Pulverizer.
Una vez dentro, cerró la escotilla por la que había entrado detrás de él.
Las manos del payaso eran cosas grandes, y esperaba que carecieran de
las habilidades motoras necesarias para abrir la escotilla. Además, por la
fuerza de sus patadas, tal vez hubiera puesto al payaso fuera de servicio de
todos modos.
Ahora era el momento de que Colton estabilizara sus manos y sus
nervios e hiciera lo que había venido a hacer aquí.
Incluso con la linterna, sus ojos tardaron unos minutos en adaptarse a
la oscuridad. Era como estar en un nicho pequeño y estrecho en una cueva.
Los recuerdos del armario claustrofóbico en la trastienda de Freddy's se
apresuraron momentáneamente a él, pero cuando apuntó con su linterna
a la maquinaria, sonrió. Sabía lo que tenía que hacer. Iba a ser un desafío
porque necesitaba ambas manos para hacer su trabajo, pero no había lugar
para colocar la linterna, que necesitaba para poder ver.
Finalmente, aseguró torpemente la linterna debajo de su axila izquierda
e inclinó el rayo para golpear el área en la que necesitaba trabajar.
Toda su lectura, planificación y obsesión había valido la pena. A pesar
de que estaba trabajando en condiciones menos que ideales, el proceso de
reparación del Pulverizer no podría haber sido más sencillo. En algún
momento se dio cuenta del truco: accionar esos interruptores para
vincular el lanzamiento del boleto al tamaño de los rebotes. Aflojar esos
tornillos para que la plataforma rebote aún más. Los niños pequeños
obtendrían más boletos, claro, pero los niños grandes como Colton
estarían encantados con ellos.
Colton sonrió ante su logro. La gente no le daría el crédito que se
merecía, pensó. Sus profesores no comprendían con quién estaban
tratando. Pensaban que era sólo un estudiante de primer año de secundaria
regular, un estudiante con promedio C que no es diferente de otros mil
niños. Su madre, a pesar de que lo amaba, tampoco le daba suficiente
crédito. Sólo Colton podía ver la verdad sobre sí mismo. Era brillante, un
genio mecánico.
Con su nueva confianza en sí mismo, estaba seguro de que su suerte
cambiaría.
Los miles de boletos que iba a ganar del Ticket Pulverizer eran sólo el
comienzo.
Colton sonrió por su obra una última vez, luego extendió la mano por
encima de su cabeza para empujar la pequeña puerta para abrirla y poder
salir.
La puerta no se movía.
«Tiene que haber algún tipo de error», pensó Colton. Empujó la puerta
de nuevo, esta vez con más fuerza. Todavía se negó a moverse. Era como
si estuviera cerrado por fuera. Pero, ¿cómo era eso posible? Nadie estaba
en Freddy's, e incluso si lo estuvieran, ¿por qué sospecharían que había
alguien dentro del Ticket Pulverizer?
La empujó de nuevo. Se mantuvo firme.
Colton enfocó su linterna alrededor del pequeño espacio, tratando de
ver si podría haber otra forma de salir, un panel que se pudiera quitar o
algo así. No había nada.
La linterna de Colton encontró un pequeño orificio redondo del tamaño
de la cabeza de un perno. Era lo suficientemente grande como para ver.
Colton cerró un ojo y miró por la pequeña abertura con el otro. Todo lo
que podía ver eran grandes zapatos verdes. Zapatos de payaso. Allí estaba
haciendo guardia, esperando. Si no podía sacarlo de la máquina en sí,
esperaría hasta que encontrara una manera de salir por su cuenta. Pensó
en una expresión que su tío usaba a veces: entre la espada y la pared. Nunca
había entendido realmente el significado de ese dicho hasta ahora.
Sintió que comenzaba a temblar. El corazón le latía con tanta fuerza en
el pecho que podía oírlo. De alguna manera se sentía sudoroso y frío al
mismo tiempo.
El espacio pareció encogerse a su alrededor hasta que lo apretó por
todos lados. Se acostó con las rodillas pegadas al pecho, tratando de
hacerse más pequeño para que el espacio pareciera más grande.
«Todo estará bien», se dijo a sí mismo. «En dos o tres horas, Freddy's
abriría y alguien podrá rescatarme». Pero, ¿cómo podía soportar quedarse
en este pequeño lugar en esta incómoda posición durante dos o tres horas?
¿Había suficiente aire para mantenerlo vivo tanto tiempo? El aire que
respiraba ya se sentía escaso y rancio. Y suponiendo que alguien lo
rescatara, ¿cómo se lo explicaría? Estaba jugando Salta por Tickets anoche, y
supongo que salté tan fuerte que me caí. Vaya.
Iba a tener que inventar una historia más creíble.
Colton miró su linterna. No tenía idea de cuánta vida tenían las baterías.
Probablemente era mejor intentar conservar la batería. Apagó la linterna y
se sumergió en la oscuridad total. Recordó una historia que había leído en
la escuela sobre un hombre atrapado en la profunda oscuridad de una mina
de carbón, esperando morir. Se sentía como ese hombre.
Trató de dejar que su mente divagara. Hizo listas de cosas: videojuegos
favoritos, películas favoritas, comidas favoritas. Pero la última fue una mala
idea porque le hizo darse cuenta de lo hambriento que estaba. Por lo
general, tomaba un desayuno completo, pero hoy no había comido nada
más que ese plátano. También tenía sed. Nunca se le había ocurrido traer
agua porque no había pensado que podría estar atrapado así.
El estómago de Colton dio un vuelco, no de hambre sino de náuseas. El
ácido del jugo de naranja que había bebido antes parecía revolverle el
estómago. Pero sabía que no era realmente el jugo de naranja lo que lo
estaba afectando. Era el miedo. El miedo estaba carcomiendo sus entrañas
y enfermándolo.
«No vomites, no vomites». Si vomitaba aquí, quedaría atrapado en este
pequeño espacio con el horrible olor de su propio vómito. Aspiró grandes
bocanadas de aire, tratando de calmar sus náuseas. Pero entonces, se
preocupó, ¿y si estaba siendo demasiado codicioso con el aire? ¿Qué
pasaría si estuviera usando el suministro limitado de oxígeno en este
pequeño espacio demasiado rápido?
Ambas piernas de Colton se habían quedado dormidas, pero no había
espacio para moverlas para despertarlas. Movió los dedos de los pies y
movió los pies a la altura de los tobillos, todo el tiempo sintiendo como si
estuviera siendo pinchado por cientos de agujas. Su cuello estaba
empezando a sufrir calambres y giró la cabeza de un lado a otro, tratando
de aliviar el dolor.
Pero el dolor y las incomodidades no fueron las peores partes. La peor
parte era la pregunta que corría por la mente de Colton: «¿y si nadie me
encuentra? ¿Y si nadie me escucha y me muero de sed o de hambre?
¿Alguien me encontrará cuando mi cuerpo comience a pudrirse? ¿O todo
lo que quedará de mí será un esqueleto polvoriento y olvidado, acurrucado
en este compartimiento durante años y años como una momia en su
tumba?»
Pero también sabía que acurrucarse y morir dentro de la máquina podría
no ser lo peor que le podría pasar. Desde fuera de la máquina, escuchó un
tintineo mientras el payaso patrullaba de un lado a otro frente al Ticket
Pulverizer. Volvió a pensar en los ratones que querían colgarle la campana
al gato para saber cuándo estaba cerca su asesino. Colton se estremeció.
Quizás era mejor no saberlo.
Claramente, sentarse aquí en la oscuridad así lo estaba volviendo un
poco loco.
Encendió la linterna por sólo un par de segundos para comprobar la
realidad.
Al menos sabía que aún podía ver. Bueno. Pero cuando apagó la luz y
volvió a estar rodeado de oscuridad, sintió miedo de la oscuridad como si
fuera un niño pequeño. Era como si esta terrible experiencia lo estuviera
haciendo retroceder en el tiempo, convirtiéndose en el niño que alguna
vez fue. El niño que odiaba, como odiaba a todos los niños.
Pero espera. Colton recordó algo. Su teléfono. Tenía su teléfono.
Si todo lo demás fallaba, podía llamar a su madre, confesar sus crímenes
y ser rescatado. Probablemente ya estaba en casa y se estaría preguntando
dónde estaba. Metió la mano en el bolsillo trasero derecho. Estaba vacío.
Probó el del lateral izquierdo aunque sabía que no lo había puesto allí. Se
palpó todos los bolsillos frenéticamente. Y entonces una imagen apareció
en su mente: él colocó el teléfono y sus herramientas en el piso junto a la
máquina, abrió la puerta de la máquina y dejó caer las herramientas dentro,
pero no el teléfono.
Colton dijo algunas palabras que su madre no le permitía decir.
Entonces, como si fuera una señal, lo escuchó. Un leve zumbido
procedente del exterior de la máquina. Su tono de llamada. Estaba seguro
de que era su mamá, llamándolo para ver si estaba bien.
Colton no estaba bien.
Empujó la puerta con todas sus fuerzas. Fue como intentar mover una
pared de ladrillos macizos. Empujó la plataforma justo encima de él. Fue
inútil.
Colton se asomó por el pequeño orificio de la base del Ticket
Pulverizer. Vio su teléfono en el suelo de baldosas blancas y negras,
vibrando mientras sonaba. Y luego una mano de tres dedos con guantes
blancos se agachó y la recogió.
—¡No! —gritó él—. ¡No! ¡No! ¡No! —gritó hasta que su garganta
estuvo en carne viva, sabiendo todo el tiempo que no haría ninguna
diferencia.
Pasó el tiempo. ¿Cuánto? ¿Una hora? ¿Cinco minutos? Colton no tenía
ni idea.
En la oscuridad, sin nada que hacer ni nada que ver, el tiempo perdió su
significado.
Otras cosas también empezaron a perder su significado. Colton empezó
a tener dificultades para formar palabras en su mente. Sabía las sensaciones
físicas que estaba sintiendo: sed, hambre, dolor de su cuerpo apretado en
una posición antinatural, la presión incómoda de una vejiga llena. Pero no
pudo encontrar las palabras para ninguna de estas cosas. Sólo podía
sentirlas y gemir suavemente y esperar.
Ya ni siquiera estaba seguro de lo que estaba esperando.
Asustado, incapaz de usar el lenguaje o alimentarse por sí mismo, con
un peligro muy real de mojarse los pantalones, Colton estaba regresando
a la impotencia de un bebé. Si continuaba retrocediendo física y
emocionalmente, el siguiente paso lógico sería desaparecer en la nada,
volverse uno con la oscuridad.
Por un tiempo, pareció que había sucedido, que Colton simplemente
había dejado de existir, pero luego escuchó. Y si podía oír, debía significar
que existía. Era la música, los pitidos de los juegos, las voces molestas de
los personajes animatrónicos. Colton recordó dónde estaba y cuál era su
situación.
Pero las cosas estaban mejorando. Los ruidos significaban gente. Si
Freddy's estaba abierto al público, alguien estaba allí para escucharlo.
Comenzó gritando pidiendo ayuda, pero rápidamente se dio cuenta de
que su garganta estaba demasiado seca y su voz demasiado débil por el
desuso como para hacer mucho ruido. En cambio, golpeó la plataforma con
los puños. Golpeó la estupidez una y otra vez, pero sin resultados. Le dolían
los nudillos y probablemente se magullarían. Supuso que no había nadie
cerca y decidió conservar su energía. Si seguía golpeando la plataforma
continuamente, sólo se agotaría. Esperaría un poco hasta que hubiera
algunos clientes y luego volvería a intentarlo.
Como un gato que se lava las patas, Colton se lamió los nudillos,
tratando de aliviar su dolor con la humedad de su saliva. Pero su lengua
estaba demasiado seca de sed para ser de mucha utilidad.
Al menos ahora la terrible oscuridad ya no iba acompañada de silencio.
Si podía escuchar ruidos, sabía que estaba vivo.
Por el sonido de pequeños pasos y gritos agudos y risitas, estaba claro
que Freddy's ya había abierto sus puertas. Y cuando Freddy's estaba lleno
de ratas de alfombra sobreestimuladas, era el lugar más ruidoso del mundo.
Era asombroso cuánto podía oír Colton desde su pequeña prisión. Podía
distinguir los sonidos de diferentes videojuegos. Reconoció los efectos de
sonido que acompañaban al Ball Drop de BB y la molesta melodía
tintineante que sonaba cuando alguien ponía una ficha para tocar DeeDee's
Fishing Hole. Podía escuchar la música enlatada de la banda de Freddy
Fazbear mientras se lanzaban a la canción de cumpleaños. Podía escuchar
a un niño desagradable quejándose—: ¿Pero por qué no es mi feliz
cumpleaños? —Normalmente, los sonidos de Freddy's se mezclan como
uuna sopa grande y ruidosa. Pero Colton podía oír todo individualmente,
como si oír fuera su superpoder. Quizás cuando te aislan de algunos de tus
sentidos, los que aún podías usar se vuelven más fuertes.
En este momento, por ejemplo, Colton estaba escuchando la voz
pregrabada de Coils, el payaso del cumpleaños, que decía—: ¡Prepárense
para la cuenta regresiva del Ticket Pulverizer!
Se oía el sonido de niños pequeños gritando y vitoreando.
—¡¿Quién está listo para Salta por Tickets?! —dijo Coils, con su actor
de doblaje fingiendo entusiasmo.
Colton sabía lo que pasaría a continuación. Algún empleado de Freddy
abriría la puerta del Ticket Pulverizer y dejaría entrar a todos los niños
sobreexcitados de la fiesta de cumpleaños.
Eso era genial. Si había gente en el Pulverizador, incluso si fueran niños
pequeños estúpidos, Colton podría hacer que se fijaran en él. Podrían
decirle a un adulto que escucharon gritos debajo de la plataforma, y se
salvaría.
Colton exhaló un suspiro de alivio. Esta terrible experiencia terminaría
pronto.
Podía sentirlos por encima de él, empujándose y chocando entre sí. La
plataforma presionó un poco más sobre él por su peso.
Estaban riendo y hablando entre ellos en un galimatías de niños
pequeños.
Colton de repente se dio cuenta de lo urgente que era su situación. Si
la plataforma ya lo estaba presionando más por los niños pequeños que
estaban allí, tenía que llamar su atención antes de que comenzaran a saltar.
Su reparación de la máquina haría que la plataforma se hundiera aún más
en su espacio de acceso.
Colton golpeó el fondo de la plataforma.
—¡Aquí! —gritó tan fuerte como pudo con su garganta muy seca y
rasposa—. ¡Hola! ¡Estoy aquí abajo! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Iba a tener que esforzarse más si quería hacerse oír por encima de todos
los ruidos del lugar, además del ruido de los propios niños. Golpeó el fondo
de la plataforma con su martillo.
—¡Ayuda! ¡Estoy atrapado aquí! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
—¡Prepárese para la cuenta regresiva del Tickets Pulverizer! Ahora,
cuando termine de contar, todos saltarán hacia arriba y hacia abajo tan
fuerte como puedan, todos juntos —dijo la voz pregrabada del payaso.
Los gritos de emoción de los niños ahogaron los gritos de auxilio de
Colton.
—¡Aquí vamos! —anunció el payaso—. ¡Diez, nueve, ocho, siete, seis,
cinco, cuatro, tres, dos… uno! Ahora… ¡Salten por Tickets!

✩✩✩
En lo alto, Bella, la cumpleañera, y sus seis amigas saltaron al unísono, el
sonido era como una estampida de búfalos salvajes. La plataforma cayó, se
rieron y vitorearon, y las entradas cayeron como lluvia.
Pero entonces algo no estaba bien. Bella se había subido al Ticket
Pulverizer muchas veces. Pero esta vez se sintió diferente. La plataforma
no estaba cayendo tan bajo como de costumbre. El flujo de boletos se había
reducido a un goteo.
—¡Se está desacelerando! —le gritó a su amigo Aidan.
—¡Salta más fuerte! —gritó en respuesta Aidan.
Bella saltó más alto y aterrizó con más fuerza. La plataforma cayó.
Algunas entradas se esparcieron, pero fue una lluvia ligera, no la
avalancha de entradas que Bella quería para su cumpleaños.
—¡Tomémonos de la mano y saltemos juntos! —gritó Bella.
—¡No quiero tomarme de la mano! —gritó en respuesta Aidan.
—¡Vamos, es mi cumpleaños!
Aidan se encogió de hombros y cedió, y los siete niños se unieron en
un círculo.
—Uno… dos… tres… ¡saltemos! —gritó Bella. Los niños saltaron,
luego aterrizaron al mismo tiempo, obligando a la plataforma a bajar, luego
subir y luego bajar más.
Salto. La plataforma cayó una pulgada.
Salto. Y otra pulgada.
Salto. Y otra. Bella y sus amigos se rieron y se soltaron para poder
agarrar los boletos que caían.
Sin embargo, después del siguiente salto, la plataforma no bajó más. Los
niños volvieron a saltar, pero no se movió.
Bella miró a su padre, que estaba fuera del Ticket Pulverizer,
animándolos.
—¡No funciona! —gritó ella.
—¡Salta más fuerte, cariño! —volvió a llamar su padre.
Salto.
Salto.
Salto.
Todos los niños saltaron con tanta fuerza como pudieron. La plataforma
descendió un poquito más, menos de una pulgada, luego se tambaleó un
poco y se detuvo. Un billete solitario cayó del techo de la máquina.
Fuera del Ticket Pulverizer, el padre de Bella le dio un codazo a su
esposa.
—Ese juego está roto. La plataforma no está cayendo como debería. Iré
a buscar un gerente—. Ya estaba mirando a su alrededor, tratando de
identificar quién estaba a cargo.
—Buena idea —dijo la mamá de Bella. Mirando dentro del Ticket
Pulverizer, pudo ver que aunque los niños todavía estaban saltando, se
estaban frustrando cada vez más. La plataforma estaba prácticamente
estancada.
En unos minutos, el padre de Bella regresó con un empleado de Freddy's
corpulento cuya etiqueta de nombre decía TED. Le dio una mirada a la
máquina.
—Tiene razón. La cosa se rompió de alguna manera. —Se puso en
cuclillas, metió la mano debajo de la máquina y la apagó.
Los niños parecieron sorprendidos por la repentina ausencia de luz y
ruido.
—Lo siento, niños —dijo Ted, gritando sobre el caos general de
Freddy's.
—El Ticket Pulverizer no está funcionando bien. Necesito que salgan de
la máquina, pero les diré una cosa. Como no ganaron mucho aquí, si todos
van al mostrador, el cajero les dará veinte boletos gratis a cada uno.
El humor de los niños se volvió más alegre cuando salieron de la máquina
y corrieron en dirección a los boletos gratuitos.
El payaso animatrónico también estaba actuando raro. Apuntaba a la
base de la máquina y agarraba el brazo de Ted como si no quisiera que
entrara en el Ticket Pulverizer. Pero, por supuesto, no quería nada. Era
sólo un robot estúpido. Un robot estúpido que parecía no funcionar
correctamente. Ted negó con la cabeza. ¿Se estaban rompiendo todos los
equipos baratos de este ruinoso lugar al mismo tiempo? Ted se subió al
Pulverizador y saltó a la plataforma varias veces. Apenas se movió, incluso
con la fuerza de todo su amplio peso, aunque sí creyó escuchar un sonido
de aplastamiento líquido que, por supuesto, no tenía sentido. Iba a tener
que llamar al técnico.
Cuando Ted salió de la máquina, el robot payaso estaba parado frente
a la puerta. Su rostro, que por lo general lucía una gran sonrisa cómica,
ahora era una máscara de tragedia, con la boca hacia abajo y ojos tristes.
¿Se deslizaba una lágrima por su mejilla o Ted se estaba imaginando
cosas? A veces pensaba que debería encontrar un lugar más normal para
trabajar.
Uno de los niños pequeños del Ticket Pulverizer también debe haber
notado la cara triste del payaso, porque corrió hacia él y dijo—: Oye, Coils,
¿te acuerdas de mí? Soy tu amigo Aiden. No estés triste, ¿de acuerdo? Es
malo estar triste. Mi primo Colton está triste todo el tiempo. Por eso estoy
ahorrando mis entradas para comprarle un regalo.
El niño abrazó al payaso animatrónico y éste le devolvió el abrazo,
sosteniéndolo en sus brazos amarillos elásticos y enrollados.
«Qué extraño», pensó Ted, pasando junto a la escena de camino a su
oficina.
El Ticket Pulverizer estaba vacío, o al menos vacío hasta donde todos
podían ver. Ted regresó de su oficina con un cartel que colgó en la puerta
de la máquina: FUERA DE SERVICIO.
— N o puedo creer que me hayas convencido de tomar educación
doméstica —dijo Payton mientras se sentaba con su mejor amiga, Marley,
en una mesa larga en el aula—. ¿Quién toma educación doméstica en estos
días?
—Vamos, es una A fácil —respondió Marley, sacando un cuaderno de
su mochila—. Quiero decir, mira a tu alrededor. ¿Qué tan difícil podría
ser?
Al inspeccionar el aula, Payton tuvo que admitir que Marley podría tener
razón. La habitación estaba llena de encimeras de cocina, fregaderos y
estufas. Había máquinas de coser y un maniquí sin cabeza y sin brazos para
hacer patrones y ajustar dobladillos. Escondida en una esquina de la
habitación había una lavadora y secadora. Iban a ser calificados… ¿en
lavandería? Payton se rio.
—Bueno, no es exactamente el laboratorio de química, ¿verdad?
—Nop —dijo Marley, con una sonrisa—. Y la señora Crutchfield tiene
como cien años, así que ni siquiera sabe lo que pasa la mayor parte del
tiempo. Ella era la maestra de educación doméstica de mi mamá, y mamá
dice que no era joven en ese entonces.
—También fue la maestra de educación doméstica de mi mamá. Ella dijo
que cuando era estudiante de primer año, las niñas estaban obligadas a
tomar su clase.
—Vaya, eso es súper sexista. ¿Qué hacían los niños mientras las niñas
tomaban educación doméstica?
—Tomaban geografía. Mamá dijo que era como si la escuela estuviera
diciendo que los niños necesitaban saber cómo moverse por el mundo,
pero las niñas sólo necesitaban saber cómo moverse por la cocina. —La
madre de Payton sabía cómo moverse por la cocina, pero también conocía
el camino al banco donde era gerente de sucursal. Al igual que su madre,
Payton quería un futuro en el que pudiera equilibrar una carrera y una
familia.
—Buenas tardes, señoritas. —La conversación de Payton y Marley fue
interrumpida por la voz temblorosa de la señora Crutchfield, que acababa
de entrar en la habitación. Era una mujer diminuta, parecida a un pájaro,
con un vestido de lunares azul marino que muy bien podría haber usado
cuando era la maestra de la mamá de Payton. O la maestra de la abuela de
alguien—. Y bienvenidas a educación doméstica, donde aprenderán el arte
de mantener un hogar elegante.
Payton puso los ojos en blanco y miró a Marley, lo que hizo que tuviera
que reprimir una risita. «Espera, Peyton. La señora Crutchfield había dicho
señoritas. ¿Significaba eso que no había niños en la clase?» Ella miró
alrededor de la habitación. Sólo niñas. Entonces, tal vez los tiempos no
habían cambiado tanto desde que su madre estaba en la escuela. A los niños
se les permitía estar en economía doméstica ahora, pero aparentemente
no decidían tomar la clase.
—Van a aprender habilidades como cocinar, limpiar y coser —dijo la
Sra. Crutchfield, señalando el equipo de cocina y las máquinas de coser en
la habitación—. Pero también van a aprender el arte casi perdido de la
etiqueta. ¿Alguna de ustedes, jovencitas, podría usar la palabra etiqueta en
una oración?
Nota: Las palabras Etiqueta (Etiquette) y Kit suenan parecidas en inglés, ese es el chiste.

—Me comí un kit, un Kit de Freddy Fazbear's Pizza —le susurró Payton
a Marley, quien se rio. Los kits de pizza de Freddy Fazbear estaban de moda,
incluso entre los niños de secundaria. Payton supuso que era una cosa de
nostalgia. Ya sea por un cumpleaños o por ningún motivo en particular,
visitar la fábrica de kits de pizza de Freddy Fazbear para construir su propia
pizza era reconfortante… y delicioso.
La señora Crutchfield volvió la cabeza hacia Payton.
—¿Podrías repetir eso para que toda la clase pueda escucharlo, por
favor? —Payton sintió que se le encendía la cara—. Fue sólo una broma
estúpida que le susurré a Marley.
—Sí —dijo la Sra. Crutchfield—. Y ahora te pido que lo compartas con
toda la clase.
Payton sabía que su cara estaba tan roja como un tomate.
—Dije: “Me comí un kit de pizza de Freddy Fazbear”.
Algunos niños se rieron, pero el juego de palabras no parecía tan
divertido cuando tuvo que decirlo en voz alta para que todos la oyeran.
—Muy divertido —dijo la Sra. Crutchfield—. Y es interesante que hayas
mencionado los kits de pizza de Freddy Fazbear porque la semana que
viene nos uniremos a la clase de artes culinarias para visitar la fábrica donde
se fabrican.
La clase estalló en vítores y gritos de—: ¡Increíble! y ¡Siiii!
La Sra. Crutchfield mostró una leve sonrisa.
—Los formularios de permiso saldrán el miércoles. —Miró a Payton
con expresión severa—. Pero ahora, con toda seriedad, ¿puedes dar a la
clase una definición de la palabra etiqueta?
Payton estaba más que preparado para que la atención de la señora
Crutchfield se trasladara a otra parte.
—¿No significa como… buenos modales?
—Sí —respondió la Sra. Crutchfield—. Y de ahora en adelante, les pido
que demuestren buenos modales levantando la mano antes de hablar en
mi clase.
—Sí, señora —dijo Payton, apenas por encima de un susurro. Se
preguntó si esta clase sería el paseo por el parque que Marley dijo que
seria. La señora Crutchfield podría ser mayor, pero no parecía que echara
mucho de menos.

✩✩✩
—Oye, ¿podrías poner la mesa mientras preparo los espaguetis? —dijo
la mamá de Payton. Todavía llevaba su bonita blusa azul y pantalones grises
de vestir del trabajo, pero se había quitado los zapatos de tacón y los había
reemplazado por unas zapatillas de casa rosadas.
—Claro —respondió Payton, levantándose del sofá donde había estado
navegando sin rumbo fijo por los canales—. Y gracias a la Sra. Crutchfield,
pondré la mesa correctamente al cien por cien para que todos sepan que
vivimos en un —hizo comillas con los dedos índice y medio de ambas
manos— “hogar elegante”.
La mamá de Payton se rio.
—¡Sí, una casa elegante donde los espaguetis con salsa en tarro y una
bolsa de ensalada preparada están en el menú de la cena! La Sra. Crutchfield
probablemente llamaría a los Servicios de Protección Infantil si supiera lo
que te estoy dando de comer. —Dejó caer el contenido de una caja de
espaguetis en una olla humeante con agua—. De todos modos, ¿cómo está
la señora Crutchfield? La mujer tiene que ser más vieja que la suciedad.
Payton abrió el cajón de los cubiertos y sacó tres tenedores.
—Ella todavía parece bastante hábil. Fue lo suficientemente hábil como
para llamarme cuando le hice un comentario sarcástico a Marley.
—Sí, tienes que tener cuidado con eso —dijo mamá, revolviendo los
fideos—. También hice comentarios sarcásticos cuando estaba en su clase,
así que probablemente piense que lo dices honestamente.
—Porque lo hago —dijo Payton, sonriendo. Dejó los tenedores a la
izquierda de los platos. La Sra. Crutchfield dijo que debería haber
tenedores separados para la ensalada y el plato principal, pero Payton dejó
sólo un tenedor por plato. ¿Por qué lavar más cubiertos?
—Todavía no sé por qué dejaste que Marley te convenciera de tomar
esa clase —dijo mamá, revolviendo la salsa con una cuchara de madera—.
Podrías haber tomado arte en su lugar. Te gusta el arte y lo haces bien.
—¿Estás insinuando que no soy bueno haciendo las agradables tareas
del hogar? —dijo Payton, batiendo sus pestañas teatralmente y haciendo
una reverencia.
Mamá sonrió y negó con la cabeza.
—Estoy insinuando que, por el aspecto de tu habitación, te importan un
comino las agradables tareas del hogar. También estoy insinuando que a
veces dejas que Marley te convenza de cosas que de otro modo no harías.
Payton suspiró. Era un viejo argumento.
—No te agrada Marley.
—Me agrada mucho Marley —dijo mamá, abriendo la bolsa de ensalada
y vertiendo su contenido en un tazón—. Pero ella tiene una personalidad
muy fuerte y opiniones fuertes, y creo que a veces aplasta a otras personas
y sus deseos y opiniones.
—Ella no me aplasta —respondió Payton, abriendo la puerta del
refrigerador para encontrar el queso parmesano. La gente decía que Marley
era mandona, pero eso era sólo porque es una líder natural, pensaba
Payton.
—¿De verdad? —mamá arqueó una ceja—. ¿Entonces me estás diciendo
que te habrías tomado a la clase de educación doméstica incluso si Marley
no te lo hubiera sugerido?
Payton odiaba cuando su madre lo acorralaba. Incluso cuando tenías
razón, no podía ganar una discusión con ella. Ahora, ¿quién era la que
aplastaba?
—No, no se me hubiera ocurrido tomarla. Pero por la forma en que
me lo contó, sonó divertido y un poco… genial.
—Bueno, espero que le resulte divertido cuando la señora Crutchfield
te califique por hervir un huevo. Y te da una C menos. Hablo por
experiencia aquí. La mujer tiene estándares imposibles.

✩✩✩
Payton se sentó en su cama, apoyado en almohadas, haciendo una
aburrida tarea de estudios sociales en su computadora portátil. En sus
paredes, carteles de los chicos de su grupo favorito de K-pop le sonreían
como si lo estuvieran invitando a abandonar su monotonía e ir a bailar con
ellos.
Un mensaje instantáneo de Marley apareció en su pantalla—: ¿Qué
estás haciendo?
Payton agradeció la distracción.

—Tarea. ¿Tú?
—Nada. Estoy aburrida. ¿Quieres ir al Tastee Kone?
—Estoy haciendo tarea. ¿Recuerdas?
—Termínala o déjala, ¿a quién le importa? Te veré en la esquina
de Brook y Branch en media hora.
Payton vaciló antes de responder. Si se encontrara con Marley en media
hora, eso significaría que sólo tendría veinte minutos para terminar su
tarea, que no era una cantidad de tiempo realista para la tarea que tenía.
Pero un cono en espiral de chocolate y vainilla sabría realmente bien, y
siempre era divertido ver quienes pasaba el rato en el Tastee Kone. Marley
conocía a todo el mundo y entablaba una conversación fácil con ellos, a
diferencia de Payton, que tendía a ser tímido. Pero se sentía menos tímido
cuando estaba con Marley.
—Está bien —escribió finalmente—. Nos vemos en treinta minutos.
Payton corrió a través del resto de su tarea, haciendo lo que sabía que
era un trabajo chapucero. Cuando bajó las escaleras, su mamá y su papá
estaban en el sofá viendo uno de esos programas de crímenes que
encontraban infinitamente entretenidos, a pesar de que cada episodio le
parecía idéntico a Payton.
—Oigan —dijo Payton, ya a medio camino de la puerta principal— voy
a caminar con Marley hasta el Tastee Kone.
—¿Terminaste los deberes? —preguntó mamá.
—Sí —respondió Payton. No los hizo bien, pero los terminó.
—¿Necesitas algo de dinero? —preguntó su papá.
—Tengo algo. ¡Gracias!
Cuando Payton cerró la puerta detrás de él, escuchó a su madre
llamar—: ¡Regresa a casa antes del anochecer!
Marley estaba de pie en la esquina de Brook y Branch, como había
prometido.
—Tenía que salir de la casa —dijo Marley—. Mamá y papá tienen
compañía, esos amigos con los que fueron a la universidad, ¡y son tan
aburridos! Cada historia comienza con “¿Te acuerdas de esa vez…?” Y
termina con algo “totalmente inolvidable”.
Payton se rio.
—Oye, al menos están tratando de divertirse.
—Intentando pero fallando. Es patético. ¿Crees que llegas a una cierta
edad y luego automáticamente te vuelves aburrido?
—Espero que no. —Era molesto pensar en ello. Unos cumpleaños de
más, y luego ser un adulto e incapaces de divertirte. Era una razón de más
para divertirse tanto como fuera posible ahora. Caminaron hacia el Tastee
Kone. Un niño pasó en bicicleta y estuvo a punto de caer porque estaba
mirando a Marley.
Era imposible no darse cuenta de la belleza de Marley. Tenía el cabello
rubio dorado y grandes ojos azules que de alguna manera, injustamente,
lograron tener pestañas largas y oscuras. Su cuerpo era delgado pero lo
suficientemente curvilíneo para ser femenino. Los niños tropezaban con
sus pies o con sus palabras cuando se enfrentaban a ella. Las chicas eran
demasiado celosas o demasiado inseguras para ser amigas de Marley, pero
Payton no.
Payton no se hacía ilusiones sobre su propia apariencia. Hasta ahora, su
cuerpo bajo y delgado estaba tan libre de curvas que parecía como si lo
hubieran dibujado con una regla. Su cabello y ojos eran de un marrón
apagado, y tenía pecas que odiaba. Pero cuando pasaba el rato con Marley,
sentía que un poco del brillo de Marley podría pegarse a él. Ella era como
un pequeño gorrión que era la mejor amiga de un flamenco.
Fuera del Tastee Kone, se sentaron en una mesa de picnic, Payton con
un cono de chocolate y vainilla en forma de remolino y Marley con un
enorme banana split. Otra cosa que Payton había notado era que Marley
podía comer lo que quisiera y nunca parecía ganar un gramo.
—No mires a la mesa detrás de nosotros —susurró Marley, tomando
una cuchara de helado con salsa de plátano y chocolate.
Naturalmente, Payton miró. Era una mesa llena de chicos que estaban
en su clase de historia, bebiendo batidos e intercambiando insultos y riendo
como lo hacían los chicos.
—¡Te dije que no miraras! —le siseó Marley.
—Si le dices a alguien que no mire algo, automáticamente lo mirará —
dijo Payton—. Es como en la escuela primaria cuando alguien te dice que
no hagas algo, luego lo haces de todos modos y dices que es el día opuesto.
Marley sonrió. Era una sonrisa deslumbrante a pesar de que tenía salsa
de chocolate caliente en el labio superior.
—Sean Anderson está sentado en esa mesa —susurró—. Emma
Franklin dijo que le agrado a Sean.
Payton puso los ojos en blanco.
—Marley, no es como si eso fuera de interés periodístico o algo así. A
todos los chicos les gustas.
—¡Eso no es cierto! —Marley se sonrojó y se sirvió más helado—.
Bueno, está bien, la mayoría de los chicos, pero la mayoría de los chicos
son asquerosos. Sean no es asqueroso. Él está en la lista del director por
buenas calificaciones y está en el equipo de baloncesto, por lo que está
bien formado. Además, huele bien.
—Bueno, no apestar es importante. —Payton lo dijo de chiste, pero era
cierto. Muchos chicos de noveno grado aún no hablaban con desodorante,
un hecho que hacía que los pasillos de la escuela olieran a axilas gigantes.
—¿Por qué no vas a hablar con él?
—¡No puedo ir a hablar con él! —Marley miró a Payton como si acabara
de decir la cosa más ridícula del mundo.
—Está bien. —A menudo, Payton sentía que había algún tipo de guion
para el comportamiento masculino-femenino que Marley había recibido
pero que se había perdido.
Payton tendía a ser franco con la gente, pero aparentemente la
franqueza con el sexo opuesto violaba un elaborado conjunto de reglas que
nadie se había molestado en explicarle.
—Bueno, no puedo ir a hablar con él a solas. Tal vez cuando nos
vayamos, caminemos junto a su mesa. Si me mira, lo saludaré. Pero tiene
que parecer casual, como si lo hubieras visto cuando nos íbamos, no como
si estuviera pasando por su mesa para saludarlo a propósito.
—Está bien —dijo Payton de nuevo. Mientras salía con Marley, siempre
había mucho drama; A veces, Payton sentía que era un personaje
secundario en una obra de teatro que protagonizaba Marley. Payton no
sentía que supiera todas las líneas de esta obra o incluso que entendiera
bien la trama, pero aun así era entretenida y estaba feliz de que una estrella
como Marley hubiera accedido a dejar que Payton compartiera el escenario
con él.
—Okey. ¿Listo? —preguntó Marley tan pronto como Payton le metió
el último bocado de cono en la boca.
—Claro —respondió Payton, todavía masticando.
Se levantaron de la mesa y tiraron la basura, luego pasaron junto a la
mesa donde estaban sentados los chicos. Payton vio trabajar a Marley.
Marley se detuvo junto a la mesa lo suficiente para llamar la atención de
Sean.
—Oh, hola, Sean —dijo, como si estuviera sorprendida de verlo allí.
Payton notó que las orejas de Sean se pusieron rojas.
—Hola, Marley —dijo Sean sin hacer contacto visual.
Nadie saludó a Payton, ni él esperaba que lo hicieran. Mientras él y
Marley se alejaban, escuchó a los chicos burlarse de Sean y reírse.
—Oh, hola, Sean —dijo uno de ellos con una voz femenina
exageradamente aguda.
Marley sonrió.
—Bueno, eso llamó su atención.
—Creo que ya lo tienes —dijo Payton.
—Bueno, ahora él sabe que yo sé, lo cual es importante.
Las calificaciones de Payton en la escuela eran más altas que las de
Marley, sin embargo, a menudo en las conversaciones con Marley sentía
que era lento para entenderla.
—¿Él sabe que tú sabes qué?
Marley dejó escapar un suspiro que sonó molesto.
—¡Él sabe que yo sé que le gusto, idiota! ¿Cómo puede alguien ser tan
inteligente y tan estúpido al mismo tiempo?
Payton sonrió y se encogió de hombros.
—No lo sé, pero con tu apariencia, tus habilidades sociales y mi
inteligencia con los libros, si nos mezclaran, ¡seríamos la persona perfecta!
Para alivio de Payton, Marley le devolvió la sonrisa.
—Lo seríamos, ¿no? ¡Podríamos conquistar el mundo! Oye, todavía no
tengo ganas de volver a casa. ¿Por qué no bajamos al parque?
Payton miró hacia el cielo gris.
—No sé. Le dije a mamá que estaría en casa al anochecer.
Marley sonrió con su encantadora sonrisa y ladeó la cabeza como un
adorable cachorro.
—Vamos, nos quedaremos diez minutos. No estará completamente
oscuro hasta dentro de media hora. —Le dio un codazo a Payton en el
hombro—. Podemos ir al estanque y alimentar a los patos.
Payton suspiró. Había amado a los patos desde que era un niño, la forma
en que eran tan elegantes en el agua y tan graciosamente torpes fuera de
ella. Amaba sus caritas vacías y serenas y sus graznidos nasales.
—Está bien, pero sólo por diez minutos.
—¡Es un trato! —dijo Marley—. ¡Vamos, tendremos más tiempo sí
corremos! —Marley corría con gracia y Payton trotaba detrás de ella con
sus pequeñas piernas cortas. «Como un galgo perseguido por un corgi»,
pensó Payton.
Payton y Marley pusieron monedas de veinticinco centavos en los
dispensadores de comida para pato. Con el sonido de los perdigones
saliendo de la rampa, los patos nadaron hacia ellos y luego caminaron como
un pato hacia la tierra, sacudiendo sus húmedas plumas de la cola.
—Aquí tienen, muchachos —dijo Payton, esparciendo la comida en el
suelo.
Asintieron con la cabeza, graznando, y se lo tragaron.
Marley dijo—: ¿Lo quieres? ¡Ve a buscarlo! —y arrojó la comida para
que los patos tuvieran que caminar un largo camino para encontrarla.
Algunos de ellos no eran lo suficientemente inteligentes como para
rastrear dónde había caído la comida, y Marley se rio.
—Los estás haciendo trabajar muy duro para esos perdigones —dijo
Payton, mirando a los confusos patos deambular.
—Oye, deberían hacer algo de ejercicio —respondió Marley,
sonriendo—. La gente los alimenta todo el día. Son unos pequeños gordos.
—No me parecen tan gordos —murmuró Payton para sí mismo, pero
dejó que Marley se divirtiera. Sin embargo, cuando los confusos patos
finalmente regresaron a su camino, se aseguró de colocar algo de comida
justo en frente de ellos.
Se encendieron las farolas.
—Oh, no —dijo Payton—. Nos hemos quedado aquí más de diez
minutos, ¿no es así? Me tengo que ir. Mi mamá me va a matar.
Marley negó con la cabeza.
—Eres un pequeño seguidor de reglas. Te garantizo que tu mamá no te
va a matar. Probablemente sólo te grite un poco. Ella te gritará, ¿y qué?
Payton sabía que Marley no lo entendería, pero la verdadera respuesta
a “¿y qué?” era que a Payton no le gustaba decepcionar a su madre. Se
llevaba mucho mejor con sus padres que la mayoría de los chicos de su
edad y quería que siguiera siendo así.
—¡Corramos! —dijo Payton.
Corrieron hasta llegar a la esquina de Brook y Branch, donde se
detuvieron para separarse.
—Gracias por ayudarme con Sean esta noche —dijo Marley, dándole a
Payton un pequeño medio abrazo—. Mañana a la hora del almuerzo le toca
a él saludarme. Si sabe lo que está haciendo.
—Qué chicos no suelen hacerlo.
Marley arrugó la nariz al pensar en eso, luego se despidió con la mano
y desapareció calle abajo.
Definitivamente estaba completamente oscuro. Mientras caminaba a
casa, Payton trató de construir su versión de la discusión que sabía que
tendría con su madre tan pronto como llegara a casa.
—¡Hola, Payton! —llamó una voz.
Payton miró hacia la casa dos puertas más abajo de la de él, donde
Abigail Sullivan estaba sentada en el porche delantero. «¿Qué tipo de
persona se sienta sola en su porche en la oscuridad?» se preguntó Payton.
Pero luego recordó lo rara que era Abigail, lo que respondió a su pregunta.
—Hola —dijo Payton, sin detenerse porque ya era tarde.
Ahora Payton y Abigail tenían tan poco en común que era extraño
pensar que alguna vez fueron mejores amigos. Debido a que la casa de
Abigail estaba tan cerca de la de él, los dos habían jugado juntos cuando
eran niños en edad preescolar, jugando a las muñecas, a la tienda y a la
escuela, mojando la arena en la caja de arena para hacer castillos y pasteles.
Eran inseparables cuando comenzaron la escuela y permanecieron así
hasta el séptimo grado, cuando Payton comenzó a interesarse en cosas más
adultas y Abigail todavía quería jugar y hablar sobre magos y unicornios.
Payton se había lanzado en dirección a las chicas populares, que finalmente
lo aceptaron. Había dejado a Abigail para que se las arreglara sola. A veces,
desde su lugar en la popular mesa de niñas de la cafetería de la escuela,
Payton veía a Abigail sentada sola leyendo un libro.
—Sé que llego tarde —dijo Payton mientras entraba por la puerta
principal. Pensó que interrumpiría la acusación de su madre confesando
desde el principio.
—Así es —dijo su mamá—. Estaba a punto de pedirle a tu papá que
condujera y te buscara.
—Vamos, no llego tan tarde —respondió Payton, dejándose caer en el
sofá.
Su madre era tan preocupada. Era el resultado de ver todos esos
programas sobre crímenes en la televisión.
—Llegas muy tarde. Te dije que estuvieras en casa antes del anochecer
y llegaste a casa después del anochecer. ¿Tengo que explicarte qué significa
antes y después?
Payton reprimió el impulso de poner los ojos en blanco. Su madre
odiaba que pusiera los ojos en blanco.
—No, no es necesario que expliques qué significa antes y después.
—Me alegra oír eso. —La voz de su madre estaba tensa—. Sabes, nunca
me preocupé así por ti cuando salías con Abigail.
Payton no estaba de humor para una de las conferencias de su madre
“Abigail buena/Marley mala”.
—Eso era porque Abigail vive sólo dos puertas más abajo".
—No, era porque Abigail es responsable, y cuando estabas con Abigail,
sabía que tú también serías responsable. Con Marley, no estoy tan segura.
—Cuando Abigail y yo éramos mejores amigas, éramos niños pequeños.
No es que fuéramos tan responsables; era que un adulto nos estaba
mirando todo el tiempo. Marley y yo no somos niños pequeños. No te has
acostumbrado al hecho de que ya no soy un bebé.
Su mamá suspiró.
—Payton, seguiré pensando en ti como mi bebé incluso cuando tengas
treinta años. Reconozco que estás creciendo, pero parte de crecer es
mostrar responsabilidad. Si me dice que estarás en casa a cierta hora, es tu
responsabilidad hacer que eso suceda. Si quieres que te traten como a un
adulto, tienes que actuar como tal.
El giro de los ojos ocurrió antes de que Payton pudiera detenerlo. Pero
en serio, ¿de dónde sacó su mamá esa declaración? ¿El gran libro de clichés
de los padres?
—Poner los ojos en blanco, eso es muy adulto. Ve a darte una ducha y
prepárate para ir a la cama.
Payton se arrastró escaleras arriba lo más lentamente que pudo. No
quería presionar más su suerte siendo abiertamente desobediente, pero
también quería que su madre supiera que no estaba contento con seguir
sus órdenes.

✩✩✩
Esta semana, la unidad que estaban estudiando en educación doméstica
se llamaba “Huevos: conceptos básicos”. El lunes, la Sra. Crutchfield les dio
una conferencia sobre los matices de la compra de huevos, que incluían la
importancia de verificar las fechas de vencimiento y roturas. Habían hecho
huevos duros y pasados por agua, que Payton pensó que iba a ser la tarea
de cocina más fácil de la historia. Se sorprendió cuando la Sra. Crutchfield
le dio una B porque no lavó el huevo antes de hervirlo. ¿De verdad? No
era como si te fueras a comer la cáscara y, además, ¿el agua hervida no
limpiaba las cosas de todos modos?
Al menos a Payton le fue mejor que a su madre cuando estaba en la
clase de la Sra. Crutchfield. Su madre había sido una hervidora de huevos
con C menos.
El martes fue de huevos revueltos, una B más porque estaban un poco
cocidos demás, y el miércoles estuvo escalfado (una D más, y un desastre
para empezar).
Payton comenzaba a dudar de que el curso fuera tan fácil como había
dicho Marley.
Hoy, sin embargo, estaban teniendo un "descanso de los huevos". La
Sra. Crutchfield se rio demasiado cuando dijo eso, para ir de excursión a
la fábrica de kits de pizza de Freddy Fazbear, donde se hacían los kits de
pizza.
Payton no estaba tan emocionado por recorrer la fábrica, pero
definitivamente se sintió aliviado de alejarse de todos esos huevos. En el
recorrido, los niños podrían hacer sus propios kits de pizza, que se
entregarían a la clase de educación doméstica al día siguiente. Después de
días de huevos preparados de todas las formas imaginables, una pizza
sonaba bastante bien.
Payton tomó asiento junto a Marley en el autobús. La clase de artes
culinarias subió después de ellos, incluido Sean Anderson, quien vio a
Marley y rápidamente tropezó con la persona que tenía enfrente. Marley y
Payton se rieron.
—Está tratando de reunir el valor para invitarme al baile de otoño —
susurró Marley después de que estuvo fuera del alcance de sus oído.
—Sería más fácil si no se cayera cada vez que te ve —dijo Payton, y
ambos rieron. Payton se alegró de poder hacer reír a Marley. Sabía que no
podía ser el amigo guapo, pero al menos podía ser el amigo divertido.
—Esta gira va a ser poco penosa —dijo Marley.
—Tan penosa —dijo Payton, a pesar de que en realidad estaba contento
por la ruptura de la rutina.
—Freddy Fazbear es para bebés y la salsa de la pizza sabe a kétchup. La
corteza es espuma de poliestireno y ni siquiera sé de qué está hecho el
queso. —Marley bostezó, supuso Payton, para demostrar que ya estaba
aburrida con la experiencia a pesar de que aún no habían hecho nada.
—Caspa —dijo Payton—. El queso es en realidad la caspa de los
trabajadores de la fábrica de Freddy Fazbear. Simplemente sacuden la
cabeza sobre cada pizza.
—¡Eww, asqueroso! —dijo Marley, pero se estaba riendo.
Cuando se bajaron del autobús, la Sra. Crutchfield leyó sus nombres en
un portapapeles y los alineó alfabéticamente.
—Ahora, en un momento, la gerente de la fábrica, la Sra. Bryant, se
unirá a nosotros y les informará sobre las normas de seguridad de la
fábrica. Por favor, presten mucha atención. Las fábricas son lugares
peligrosos si no sigues las reglas.
Marley puso los ojos en blanco.
—¿Qué tan peligrosa puede ser una fábrica de pizzas?
Payton no tuvo tiempo de pensar en una broma porque una mujer negra
bonita y baja, presumiblemente la Sra. Bryant, salió para unirse a la Sra.
Crutchfield.
Aunque la gerente de la fábrica usaba el mismo tipo de gorra de red que
los trabajadores de la cafetería usaban en la cabeza, su cuerpo estaba
envuelto en un disfraz de pájaro amarillo que parecía un amigo de Freddy
Fazbear que Payton recordaba de su infancia. El pájaro siempre había sido
el favorito de Payton, y por un momento se devanó la cabeza para recordar
su nombre. «Chica…» eso fue todo lo que obtuvo.
Payton sonrió al ver el familiar babero del disfraz de Chica, pulcramente
impreso con las palabras LET’S EAT con la palabra PIZZA garabateada con
rotulador debajo.
—¡Buenos días, señoritas y señores, y bienvenidos a la fábrica de Freddy
Fazbear's Pizza Kit! —dijo la gerente de la fábrica, sonriendo—. Nos gusta
pensar que hacemos las mejores pizzas personalizadas del país y estamos
encantados de tenerlos como nuestros invitados hoy. Ahora lo primero es
lo primero, todo el mundo tendrá que llevar una gorra a la moda como la
que tengo aquí. —Posó como una modelo y luego se rio.
Marley dejó escapar un fuerte gemido y la señora Crutchfield le lanzó
una mirada.
—Sé que no son muy glamorosas, pero es por higiene —continuó la
Sra. Bryant—. Nadie quiere cabello humano como aderezo en su pizza.
Ahora hubo más gemidos, esta vez de disgusto.
La Sra. Bryant le entregó una caja a la Sra. Crutchfield.
—Sra. Crutchfield, si puede pasar las gorras, por favor. Ahora, damas y
caballeros, asegúrese de que todo su cabello quede metido dentro.
Aquellos de ustedes con cabello largo deben tener especial cuidado.
—Esto ya es peor de lo que pensé que sería —dijo Marley, sosteniendo
su gorra entre su dedo índice y pulgar como si fuera una rata muerta.
Payton se puso la gorra y se metió el pelo dentro.
—Parezco una de las ancianas que trabaja en la cafetería de la escuela.
—Arrugó la cara con una expresión de anciana y dijo—: ¿Quieres un poco
de maíz con eso?
Marley negó con la cabeza.
—Eres un idiota. —Se puso la gorra en la cabeza—. Mi cabello va a ser
un desastre feo y sudoroso para cuando me quite esto.
—Ahora permítanme seguir teniendo su atención, por favor —dijo la
Sra. Bryant.
—Hay una serie de reglas de seguridad para recorrer las instalaciones.
Caminen en línea recta y permanezcan con su grupo en todo momento.
No deben tocar ninguno de los equipos de fábrica bajo ninguna
circunstancia. Sin embargo —sonrió— a cada uno de ustedes se les dará
una tarjeta y un lápiz para que los lleven consigo mientras recorren las
instalaciones. Escriban su nombre en la tarjeta y marquen los ingredientes
que le gustaría tener en su propio kit de pizza de Freddy Fazbear. Cada una
de tus pizzas se ensamblará y luego se les entregará en su escuela mañana.
—Ella sonrió ampliamente—. ¿Cuán genial es eso?
Nadie ofreció una opinión sobre lo genial que era.
—Ah, y una cosa más —dijo Bryant. Parecía un poco decepcionada de
que la gente no estuviera actuando más emocionada—. Cuando ingresen a
las instalaciones, asegúrense de tomar algunos tapones para los oídos de
James, quien está parado junto a la puerta. ¡Puede ser muy ruidoso ahí
dentro! —Miró a su alrededor, intentando una sonrisa algo más
esperanzada—. Bueno, tengan cuidado y disfruten del recorrido.
¿Empezamos?
Payton se sorprendió de lo ruidoso que era el interior de la fábrica,
incluso con los tapones para los oídos puestos. No podía imaginar cómo
sería trabajar con ese nivel de ruido todo el día. La Sra. Bryant tuvo que
gritar por un megáfono para hacerse oír por encima del zumbido y el
traqueteo de la maquinaria.
—Esta primera zona es donde se mezcla la masa —gritó. Trabajadores
con gorras, guantes de plástico y batas blancas vertían harina, levadura y
agua en bidones gigantes provistos de enormes hojas de metal que
mezclaban los ingredientes en una masa pegajosa y elástica—. En la
habitación de al lado hace un poco de calor —dijo Bryant, llevándolos a
una sala similar a una sauna donde enormes cubos de salsa de tomate
burbujeaban y humeaban mientras eran agitadas por paletas gigantes.
Incluso estar de pie en la habitación por un minuto hizo que Payton
comenzara a sudar, y se preguntó cómo los trabajadores podrían soportar
el calor todo el día. Los cubos burbujeantes le recordaron a los calderos
de brujas.
—Esto es asqueroso —susurró Marley—. Hace tanto calor que ya
siento que necesito una ducha.
—Y ahora, si me siguen, verán dónde se junta todo —dijo la Sra. Bryant,
indicándoles que avanzaran—. La línea de montaje. ¡Y aquí es donde se
pone realmente emocionante!
El zumbido, el traqueteo y los golpes en la sala de reuniones eran casi
demasiado fuertes para soportarlo. La Sra. Bryant señaló dónde se dejó
caer la masa en bolas y luego se aplanó en discos. Los discos avanzaron
sobre una cinta transportadora y luego se rociaron con salsa. A
continuación, la masa picante se espolvoreó con queso.
—Lo siguiente es lo que llamamos nuestra barra de cobertura —dijo
Bryant, señalando unos cilindros transparentes enormes etiquetados como
PEPPERONI, SALCHICHA, PIMIENTAS, CARNE MOLIDA, ALBÓNDIGAS, ANCHOAS, SETAS,
CEBOLLAS, ACEITUNAS NEGRAS, PIÑA, ALCACHOFAS, ESPINACAS, BERENJENAS—. Aquí,
tomemos un descanso. Siéntanse libres de completar las tarjetas eligiendo
qué ingredientes desean en su kit de pizza.
Payton eligió pepperoni y champiñones. No piña. La piña en la pizza era
una abominación. ¿Y alguien realmente comía anchoas? Una pizza de
anchoas y piña era la combinación más asquerosa que pudo imaginar.
—Si aún no están seguros de lo que quieren, conserven su tarjeta.
Recogeremos la de los rezagados en el autobús —dijo Bryant—. El
siguiente paso es el centro de envasado de pizzas.
—¡Psst, Payton! —murmuró Marley.
—¿Qué? —respondió Payton. En realidad, estaba disfrutando el tour
más de lo que había pensado.
—Subamos esas escaleras. —Marley ladeó la cabeza en dirección a unas
escaleras de metal que conducían a una especie de pasarela. Era el tipo de
escalera que tenía agujeros en las escaleras para que pudieras mirar a través
de ellas y ver qué tan alto estabas del suelo. Payton no quería que le
recordaran lo lejos que estaba del suelo. Odiaba las alturas.
—No lo sé. Se supone que debemos permanecer en fila con el resto del
grupo.
—Vamos, esto es tan aburrido. —Marley mostró su sonrisa más
encantadora—. Vamos a explorar. Veamos lo que hay ahí arriba.
—No, será mejor que no —dijo Payton, pero pudo ver que Marley tenía
esa mirada que significaba que no aceptaría un no por respuesta.
Marley agarró la mano de Payton y tiró de ella.
—Vamos. Sólo subiremos un minuto y echaremos un vistazo. No seas
una anciana. Actúas como si fueras tan mayor como la Sra. Crutchfield.
Payton no quería parecerse a la Sra. Crutchfield. Quería ser joven y
divertirse mientras pudiera. Suspiró.
—Está bien. Pero sólo por un minuto.
Payton siguió a Marley por las escaleras de metal que parecían
desvencijadas, tratando de no mirar sus pies. El vapor de los cubos en la
línea de producción estaba subiendo, lo que hacía que pareciera que
caminaban hacia una nube. Estaban juntos en la estrecha pasarela. Marley
estaba enérgica y riendo, pero a Payton no le gustaba estar allí. Las
barandillas no parecían lo suficientemente altas para ser seguras, y un
letrero que decía ADVERTENCIA DE CAÍDA mostraba a un hombre de palo
cayendo en picado hacia su perdición. Fue desconcertante.
—¿Podemos bajar ahora? —preguntó Payton.
Como siempre pasaba cuando estaba en un lugar alto, sus pies
hormigueaban y su estómago se sentía como si hubiera migrado a la parte
posterior de su garganta.
—¡Todavía no! —respondió Marley—. Hace frío aquí. Todo este vapor
hace que parezca una película de terror en la que un monstruo sale de la
niebla y —Marley se abalanzó hacia Payton— ¡te agarra!
Payton sintió como si su corazón fuera a salir de su pecho. Respiró
hondo y trató de controlarse.
—¡Para! No puedes asustarme así. No aquí arriba.
Marley lo miró y luego sonrió.
—Oye, estás realmente asustado, ¿no es así?
—No me gustan las alturas. ¿No te acuerdas de que no pude subir a la
noria contigo en la feria? —Tenía la intención de subir e incluso había hecho
cola con Marley, pero se acobardó en el último minuto.
—Sí. Te quedaste en el suelo y me saludaste con la mano. Bueno, no
hay razón para estar asustado aquí. Estoy segura de que esta fábrica tiene
normas de seguridad. Estoy segura de que es seguro correr. —Hizo una
carrera rápida por la pasarela, luego corrió hacia donde estaba Payton—.
O para saltar arriba y abajo.
Cuando Marley saltó, Payton sintió que la pasarela cedía un poco. Hizo
un crujido horrible. Se agarró a la barandilla, temiendo estar enfermo.
—Marley, por favor detente.
Marley se rio.
—¿Por qué debería detenerme sólo porque estás asustado? Me lo estoy
pasando genial y estoy segura de que todo es súper seguro. —Miró un
letrero que decía NO SE APOYE EN LAS BARANDILLAS—. Apuesto a que
incluso las barandillas son seguras. —Apoyó la espalda contra una
barandilla y luego se impulsó hacia adelante para apoyarse en la que estaba
en el lado opuesto de la pasarela.
La barandilla no era segura.
Marley se lanzó hacia adelante y hacia abajo, desapareciendo en el vapor
creciente.
Payton gritó, pero el sonido fue ahogado por el zumbido y el chirrido
de la maquinaria de abajo.
Con el corazón latiendo con fuerza, Payton bajó corriendo las escaleras
para buscar a su amiga.
Buscó el cuerpo herido de Marley en el suelo, pero no estaba a la vista.
Payton miró los humeantes cubos de salsa que se agitaban constantemente
con una paleta de metal gigante. ¿Qué tan caliente estaba esa salsa? ¿Qué
profundidad tenían los cubos? ¿Podría una persona caer en ella y…?
Luchó incluso con pensar en la palabra vivir. Pero eso era lo que se
estaba preguntando, ¿no? ¿Podría una persona caer en uno de esos cubos
y vivir?
En su corazón, quería creer que era posible, pero su cerebro le decía lo
contrario.
Se acercó a las dos tinas más cercanas y trató de distinguir los sonidos
que estaban haciendo de todos los demás sonidos de la fábrica. ¿Era su
imaginación, o uno de ellos estaba haciendo un suave sonido de chapoteo,
mientras que el otro sonaba más que chapoteo, como golpes? Slosh, thump.
Se puso de pie y escuchó por un momento hasta que los golpes se
detuvieron, tal vez porque realmente lo hicieron o tal vez porque había
sido su imaginación en primer lugar.
No sabía dónde estaba Marley, pero había una cosa que sí sabía: si
Marley se había caído en uno de esos cubos, no había forma de que Payton
pudiera sacarla.
Tal vez si se lo contaba a la Sra. Crutchfield, alguien podría hacer algo.
Pero aquí también su corazón y su cerebro le dijeron algo diferente. Quería
creer que Marley podría estar bien, pero los hechos decían lo contrario:
se había caído desde una buena altura. Los cubos de salsa de tomate
estaban hirviendo.
Habían pasado varios minutos desde el accidente, lo que significaba que
probablemente era demasiado tarde.
Payton pudo sentir un zumbido distante en sus oídos y su visión se
redujo a un pinchazo. El interminable atracón de sus padres de programas
de crímenes reales le dijo que estaba en estado de shock. Su mente dio
vueltas.
¿Y si le contaba a la Sra. Crutchfield, pero la anciana decía que era culpa
de Payton por no haber hablado de Marley? ¿Y qué pasaría si uno de sus
compañeros de clase lo acusaba de empujar a Marley? Marley era hermosa
y popular, no pasaría mucho tiempo antes de que los todos comenzaran a
hablar. Tal vez pensarían que Payton estaba celoso, y no había nadie allí
para verlo además de él. Como si se hubiera encendido un interruptor,
Payton sintió que entraba en modo de autoconservación. Era demasiado
tarde para salvar a Marley, pero tal vez al menos podría salvarse a sí mismo.
Más adelante, los miembros de su clase se dirigirían hacia la salida. Si
simplemente se alineaba, tal vez nadie se daría cuenta de que se había
alejado durante unos minutos.
Respiró hondo y fue a reunirse con sus compañeros de clase.
Cuando subieron al autobús, la Sra. Crutchfield se paró junto a la puerta
y verificó los nombres de los estudiantes en su lista. Payton tuvo una
sensación de hundimiento en la boca del estómago. Pasó junto a la Sra.
Crutchfield, subió al autobús y tomó el mismo asiento en el que se había
sentado de camino a la fábrica. Era obvio que el asiento de al lado estaba
vacío.
Después de que todos los demás tomaron asiento, la Sra. Crutchfield
se tambaleó hacia Payton con una expresión de preocupación en su rostro.
—¿Sabes dónde está Marley? —preguntó la Sra. Crutchfield, mirando el
asiento vacío.
—No, señora —respondió Payton. No fue una mentira del todo. Marley
podría estar en cualquiera de los cubos; Payton no sabía en cuál.
Los ojos de la Sra. Crutchfield se entrecerraron.
—¿No estaban ustedes dos juntos?
—Lo estuvimos por un tiempo, pero luego… nos separamos. —Una
vez más, no era realmente una mentira. Se separaron cuando Payton se
quedó en la pasarela y Marley se cayó de ella—. Marley dijo que pensaba
que el tour era aburrido. Tal vez simplemente se fue y caminó a casa.
—¿Sin decirle a su mejor amigo? —preguntó la Sra. Crutchfield.
—Bueno, ya conoce a Marley. Es bastante independiente.
La Sra. Crutchfield guardó silencio por un momento.
—¿Tienes su número de teléfono, supongo?
—Sí, lo tengo, señora. —Payton no supo si la Sra. Crutchfield realmente
lo estaba mirando con sospecha o si sólo estaba siendo paranoico.
La Sra. Crutchfield asintió.
—Llámala, por favor.
La mano de Payton tembló cuando sacó su teléfono y buscó el nombre
de Marley en su lista de contactos. El teléfono no sonó, probablemente
porque se había cocinado en uno de los cubos de salsa de tomate.
Cocinado en un cubo de salsa de tomate. Como Marley.
Payton tuvo que tragar saliva para no vomitar.
—No contesta —dijo.
La Sra. Crutchfield parecía que sabía que había algo que Payton no le
estaba diciendo. Payton pensó que la Sra. Crutchfield había estado
enseñando demasiado tiempo para no saber cuándo un niño no estaba
siendo honesto. Finalmente, afortunadamente, la Sra. Crutchfield rompió
el contacto visual.
—Bueno, supongo que tendré que alertar a sus padres.
Ella se volteó y se fue. Payton se sintió aliviado al no sentir más su mirada
penetrante.
Pero el alivio no duró. Una mirada al asiento vacío a su lado fue todo lo
que hizo falta para que volviera el pánico.

✩✩✩
Cuando Payton entró a la casa, su mamá estaba hablando por teléfono.
—Oh, aquí está —dijo. Le tendió el teléfono a Payton—. Es la mamá de
Marley. Quiere hablar contigo.
Payton quería correr, ir a algún lugar tan lejano que nadie pudiera
hacerle preguntas. Pero tendió la mano y tomó el teléfono.
—¿Hola? —dijo, con la voz temblorosa.
—Payton, ¿cuándo fue la última vez que viste a Marley?
—Uh… ¿ella no volvió a casa? —Payton ya se sentía como un
mentiroso. Sabía que Marley no había vuelto a casa.
—¡Si hubiera vuelto a casa, no te llamaría! —La voz de la madre de
Marley se rompió en un sollozo—. Lo siento. Eso sonó grosero. Estoy
realmente desesperada.
—Lo sé. Yo también. Marley es mi mejor amiga. —Payton se secó una
lágrima.
—Se sentó conmigo en el autobús durante la excursión. Nos separamos
en el recorrido por la fábrica.
Payton hizo una mueca al decirlo, pensando en el momento en que se
separaron: cuando Payton se quedó de pie en la pasarela y Marley cayó,
desapareciendo entre las nubes de vapor. Se sintió culpable de hablar con
la madre de Marley, pero no lo suficientemente culpable como para decir
toda la verdad.
—¿Dónde estaba la última vez que la viste?
Payton respiró hondo. «Aquí viene la gran mentira», pensó.
—Ella estaba en la fila detrás de mí cuando estábamos mirando los
grandes contenedores de ingredientes para pizza, pero la próxima vez que
miré detrás de mí, ella se había ido. Dijo que estaba aburrida, así que pensé
que tal vez se fue. Lo ha hecho antes.
—Tienes razón. Eso no estaría fuera de lugar en Marley —dijo la madre
de Marley—. Escucha, si recuerdas algún detalle, cualquier pequeña cosa
que pueda ayudarnos a encontrarla, llámame.
—Lo haré —respondió Payton. Pulsó COLGAR en el teléfono, se hundió
en un sillón y sollozó.
Su mamá apareció con una caja de pañuelos y un vaso de agua helada.
—Toma, bebe un poco de agua. Es fácil deshidratarse cuando estás
llorando.
Payton aceptó los pañuelos de papel y el vaso de agua, pero tenía la
garganta tan ahogada que le costaba tragar.
—¿Entonces ella estaba ahí detrás de ti y luego se fue? —preguntó
mamá.
Payton asintió.
Su mamá se sentó en el sofá.
—No crees que alguien podría haberla… tomado, ¿verdad?
—No lo creo. Quiero decir, no vi a nadie más alrededor.
—Yo tampoco lo creo, no cuando estoy siendo racional de todos
modos. Es sólo que ves tantas cosas locas en las noticias hoy en día, es
difícil no estar paranoica. Gina, la madre de Marley, dijo que ya llamaron a
la policía, pero que Marley no se ha ido el tiempo suficiente para ser
declarada oficialmente desaparecida. Me imagino que la policía interrogará
a todos los que trabajan en la fábrica para asegurarse de que no haya ningún
bicho raro acechando.
Payton esperaba que nadie en la fábrica se metiera en problemas por la
desaparición de Marley. Sintió un tirón en su conciencia diciéndole que se
sincerara, pero ya le había mentido a tanta gente hoy: la Sra. Crutchfield,
la madre de Marley, su propia madre, que era difícil imaginar retroceder y
decir la verdad. Tenía miedo de meterse en problemas porque él y Marley
se escaparon, pero eso no era nada comparado con el problema en el que
estaría ahora.
—Creo que todavía estoy en estado de shock —dijo Payton. Esta
afirmación, al menos, era totalmente cierta.
Su madre extendió la mano y le dio una palmada en el brazo.
—Por supuesto que lo estás. Yo también estoy consternada.
—Pero ni siquiera te agrada Marley.
—No me desagrada. Simplemente no creo que ella siempre tome las
mejores decisiones. Y estoy devastada por Gina. Esta situación es la peor
pesadilla para todos los padres.
Payton pensó en el dolor que debían sentir los padres y el hermano
pequeño de Marley. Pero, ¿el dolor disminuiría si Payton dijera la verdad?
Al menos, si no tenían ni idea de Marley, aún podían albergar alguna
esperanza.
—Creo que necesito salir a caminar. Trataré de aclarar un poco mi
cabeza.
Su madre extendió la mano, tomó la mano de Payton y la apretó con
fuerza.
—Dado lo que pasó con Marley, tengo un poco de miedo de perderte
de mí vista.
Payton necesitaba salir de la casa y disponer de unos minutos en los que
no tuviera que pensar frenéticamente sobre qué decir y qué no decir.
—Voy a dar la vuelta a la manzana, mamá. Como hago casi todos los
días.
Su mamá le soltó la mano.
—Está bien. Pero no tardes mucho.
Tan pronto como Payton salió por la puerta, tomó grandes bocanadas
de aire fresco para intentar calmarse. «Tal vez Marley no se cayó realmente
en un cubo», se dijo a sí mismo.
Quizás Marley estaba bien. Tal vez se había caído, luego se levantó de
inmediato y se marchó y todavía no había regresado a casa.
Pero en el fondo, Payton sabía que Marley no estaba bien. Incluso si se
hubiera perdido uno de los cubos, no podrías caer desde una altura como
esa y estar bien.
En el mejor de los casos, tendrías varios huesos rotos. Lo peor…
Payton respiró hondo de nuevo. Sabía cuál era el peor de los casos y
estaba bastante seguro de que había sido el destino de Marley.
Se detuvo en la esquina de Brook y Branch donde se había juntado con
Marley la semana anterior. Había sido una noche tan normal: un cono de
helado, algunos susurros sobre chicos, un paseo hasta el estanque de los
patos. Todo parecía tan inocente y simple. Se sentía como si esas cosas
hubieran sucedido hace una vida.
Pero eso había sido antes, y ahora era después. No había forma de
devolver el tiempo antes, así que siguió caminando.
Pasó junto a las casas y los patios por los que pasaba todos los días.
Todo parecía igual, pero no lo era y nunca volvería a serlo.
—Hola, Payton —llamó una voz mientras se acercaba a su casa.
Payton miró en dirección a la voz. Abigail estaba sentada en una silla de
mimbre en su porche con un libro en su regazo y un vaso de limonada en
la mesa a su lado. Como siempre, su cabello castaño rojizo estaba recogido
en una cola de caballo descuidada, y sus lentes se le habían resbalado sobre
la nariz. Llevaba pantalones de yoga y una camiseta que decía SHH… ESTOY
LEYENDO. Se veía cómoda pero también de alguna manera sola.
—Hola, Abigail. —Por lo general, Payton se limitaba a decir hola y seguía
caminando. Hoy se detuvo—. ¿Qué estás leyendo?
Abigail pareció un poco sorprendida de que Payton estuviera
conversando con ella.
—Oh. Es sólo un libro de misterio. Se trata de esta chica que
desaparece. Es bastante bueno.
«Una chica desaparecida. Genial».
—Sabes… no leo tanto como antes —dijo Payton. Cuando Payton y
Abigail eran amigos, intercambiaban libros el uno al otro todo el tiempo.
Habían leído juntos y hablado sobre lo que estaban leyendo. Habían sido
un club de lectura de dos. Pero cuando comenzó la amistad con Marley,
había tanto drama e intriga de la vida real que no hubo tiempo para los
libros—. Tal vez podrías recomendarme algunos buenos. Extraño…
extraño leer.
Casi había dicho que la extrañaba, pero se detuvo. Sin embargo, era
cierto.
Extrañaba a Abigail. Acababa de darse cuenta. Mientras que las otras
chicas que Payton conocía habían cambiado mucho cuando empezaron la
escuela secundaria, preocupadas por el maquillaje y la ropa y lo que otras
personas pensaban de ellas, Abigail parecía ser igual que siempre. Era
agradable.
—Dime… —Abigail dejó su libro sobre la mesa—. ¿Quieres un vaso de
limonada?
De repente, Payton se dio cuenta de que tenía mucha sed.
—Sí, un vaso de limonada sería genial.
Abigail se puso de pie.
—Vuelvo enseguida. —Ella desapareció en su casa. Regresó con un vaso
alto y sudoroso. Jack, su gordo gato siamés, la siguió hasta la puerta
principal, frotándose contra sus piernas—. Puedes subir al porche.
—Gracias.
Payton subió los escalones del porche y aceptó el vaso de limonada de
Abigail. Jack golpeó las piernas de Payton con su cabeza y él se inclinó para
acariciarlo.
—¿Te acuerdas de Jack?
—Por supuesto que recuerdo a Jack —respondió Payton, acariciándolo
debajo de la barbilla—. Es inolvidable. Recuerdo cuando era un gatito
pequeño, pero ahora es un chico grande.
—Un chico grande y gordo. Pero todavía piensa que es un gatito
diminuto. ¿Te gustaría sentarte? —El tiempo que habían pasado separados
estaba haciendo que su reunión fuera extrañamente formal, como dos
personas que se acababan de conocer y tenían cuidado de no ofenderse
entre sí.
—Seguro. Gracias. —Payton se sentó y tomó un sorbo de su limonada.
Estaba fría, ácida y vigorizante, como a él le gustaba.
—Lamento lo de Marley —dijo Abigail.
—¿Sabes sobre eso? —La máquina de chismes de la escuela secundaria
funcionaba rápido, aparentemente.
—Todo mundo hablaba de eso en la escuela esta tarde. La gente decía
que cuando el autobús regresó de la excursión del curso de educación
domestica Marley no estaba en él.
—Sí. Es raro. Estábamos recorriendo la fábrica y era como si ella
estuviera allí, y luego no. —No quería mentirle a Abigail ahora que
acababan de empezar a hablar de nuevo, así que decidió ceñirse a
declaraciones que técnicamente eran la verdad.
Abigail asintió.
—Sabes, nunca me agradó mucho Marley, pero no me gustaría que le
pasara algo malo. Y eso es lo que dice la gente… que le sucedió algo malo.
Esta tarde alguien dijo que uno de los chicos en la excursión dijo que
escuchó un grito.
Payton tragó saliva. ¿Marley había gritado al caer? Y si es así, ¿habría sido
posible que alguien la escuchara por encima del ruido de la maquinaria de
la fábrica? Todo lo que sucedió alrededor del accidente fue tan borroso.
Payton recordaba haberse reincorporado al grupo, llenó sin pensar la
tarjeta de pedido de pizza y la entregó, y luego se sentó en el autobús junto
a un asiento visiblemente vacío. Toda la experiencia fue tan confusa en su
mente como un sueño.
—Quiero que sepas —dijo Abigail— que aunque no me agrada Marley,
no le deseo mal. Realmente espero que esté bien.
—Estás celosa de Marley, ¿no es así? —preguntó Payton. Se dio cuenta,
con cierta vergüenza, de que no había pasado mucho tiempo pensando en
los sentimientos de Abigail.
—Oh, ¿eso crees? —Abigail sonaba irritada—. Yo era tu mejor amiga,
y me abandonaste para ser el mejor amigo de ella. ¿Cómo podría no estar
celosa?
Payton no pudo mirar a Abigail a los ojos.
—Realmente no te abandoné. Simplemente… nos separamos.
—Bueno, entonces, nos separamos de pronto para que tú pudieras ser
el mejor amigo de Marley. Realmente heriste mis sentimientos, Payton.
Payton sintió un dolor agudo en el corazón, como si una abeja lo hubiera
picado allí.
—Lo siento.
Hubo una larga pausa, y Abigail pareció dejar escapar un suspiro que
había estado conteniendo todo este tiempo.
—Está bien. Te perdono.
—Gracias. —Payton se alegró de poder ser perdonado por esto al
menos.
—Y espero que Marley esté bien y entiendo que ahora es tu mejor
amiga, pero ya sabes, a veces tal vez tú y yo podríamos pasar el rato.
—Estamos juntos ahora —dijo Payton, permitiéndose sonreír un poco.
Abigail le devolvió la sonrisa.
—Sí, pero esta es la primera vez que estamos juntos desde que me
abandonaste, así que es muy incómodo.
Todas las cosas que a Payton le gustaban de Abigail volvieron
rápidamente a él: su sentido del humor, su inteligencia, su honestidad. Él
rio.
—¡Lo sé! ¡Es tan incómodo!
Payton vio a su madre caminando por la acera, con una expresión de
pánico en su rostro.
—¡Mamá! —llamó Payton—. ¡Hola mamá! ¡Estoy por aquí!
La mamá de Payton se llevó la mano al pecho y dejó escapar un suspiro
de alivio.
—Ahí estás. Bueno. Pensé que te irías unos veinte minutos, pero ha
pasado casi una hora. Estaba preocupada por ti porque, bueno, ya sabes…
Ella no tuvo que terminar.
—Lo siento, mamá. No quise preocuparte.
—Está bien —dijo su mamá, luego miró a Abigail—. Hola, Abigail. Es
bueno verte.
—Es bueno verla también, Sra. Thompson.
—Sin embargo, deberías venir a casa, Payton. La cena está casi lista.
Payton se puso de pie.
—Está bien. —Se volvió hacia Abigail—. Vamos a pasar el rato pronto.
—Claro —respondió Abigail—. Y avísame si sabes algo sobre Marley.
Payton sintió una punzada de culpa que se estaba volviendo muy familiar.
—Lo haré.

✩✩✩
Payton se sentó a la mesa del comedor con su mamá y su papá como
hacía todas las noches. Esta noche iban a comer pollo asado, arroz y
brócoli, todo lo que a él le gustaba bastante. Pero cuando se metió un
trozo de pollo en la boca y trató de masticarlo, sabía a polvo. Sabía que no
había forma de que pudiera tragarlo, así que lo escupió en su servilleta y
esperó que nadie se diera cuenta.
—Sé que ha sido un día difícil, cariño, pero debes comer para mantener
las fuerzas —dijo su madre.
Tanto para que nadie se diera cuenta.
—No puedo —dijo Payton, apartando su plato—. Quiero decir, ¿cómo
puede la vida seguir con normalidad cuando ha sucedido algo tan malo?
¿Cómo puede la gente seguir cenando, haciendo los deberes, cepillándose
los dientes y acostándose como si todo estuviera bien?
—Es una buena pregunta —dijo su padre, pensativo—. Supongo que la
gente sigue haciendo cosas normales porque es lo único que pueden hacer:
seguir viviendo y esperar que las cosas mejoren, lo que por lo general
sucederá con el tiempo.
Payton rompió a llorar. Las cosas nunca mejorarían para Marley. Y
pasaría mucho, mucho tiempo hasta que las cosas mejoraran para los
padres y el hermano de Marley.
—¿Pero y si no es así? —dijo sollozando—. ¿Y si nunca mejoran?
La mamá y el papá de Payton se miraron el uno al otro de la forma en
que lo hacían cuando él hacía una pregunta que no podían responder.
Payton no les dio tiempo para pensar en nada. Sabía que no tenían
respuestas. Nadie las tenía. Él se levantó.
—¿Me pueden disculpar, por favor?
—Claro, cariño —dijo su mamá—. Pero luego vas a comer algo antes
de irte a la cama. Son órdenes de mamá.
Payton subió las escaleras hasta su habitación, se dejó caer en su cama
y lloró un poco más. Aparentemente, llevaba dentro de él un interminable
pozo de lágrimas.
No podía creer que no se hubiera quedado sin ellas ahora. Hoy había
sido el día más difícil de su vida.
El único pequeño punto brillante fue su conversación con Abigail. Se
alegró de que el hielo entre ellos se estuviera derritiendo. Había olvidado
lo fácil que era hablar con Abigail, lo natural que se sentían las cosas entre
ellos. Fue una dinámica diferente a la amistad de Payton con Marley. Payton
siempre estaba tratando de impresionar a Marley, de ganarse su
aprobación, por lo que siempre estaba un poco nervioso a su alrededor.
Sabía que Abigail lo aceptaba tal como era, así que cuando estaba con
Abigail, podía ser él mismo.
Aun así, Payton deseaba más que nada poder volver a ver a Marley,
poder oír a Marley reír y llamarlo idiota por alguna estúpida broma que
hiciera.
Después de un largo llanto, Payton sacó su tarea y trató de comenzar
con ella, pero fue inútil. ¿Qué sentido tenía hacer la tarea cuando las
personas que amabas podían desaparecer en un abrir y cerrar de ojos?
Hacer un esfuerzo de cualquier tipo parecía inútil.
Hubo un ligero golpe en la puerta.
—¿Puedo entrar? —preguntó su mamá.
—Supongo que sí —murmuró Payton en su almohada.
Su mamá llevaba una bandeja de la que emanaban aromas dulces y
picantes.
—Oye, te preparé unas tostadas de chocolate caliente y canela. Supuse
que te gustaría comerlas ya que no quieres nada más.
Las tostadas de canela y el chocolate caliente siempre habían sido los
alimentos reconfortantes de Payton cuando estaba enfermo o triste. Su
mamá lo había estado preparando desde que era un niño pequeño. Payton
se incorporó en la cama.
—Gracias.
La amabilidad de su madre lo hizo llorar un poco más. Especialmente
cuando pensaba en cómo le estaba mintiendo a su madre sobre Marley.
—No es nada. —Su madre le entregó a Payton un platillo con la
rebanada de tostada de canela y dejó la taza de chocolate caliente en la
mesita de noche.
—Creo que me gustaría que me dejaran solo ahora, si está bien —dijo
Payton. Mirar el rostro de su madre lo hacía sentir demasiado culpable.
—No hasta que te haya visto comer al menos la mitad de esa tostada
de canela —dijo su madre, sentándose a los pies de la cama.
—Está bien. —Payton mordisqueó la tostada de canela y tomó un sorbo
de chocolate caliente. Era extraño cómo estas cosas aún podían tener buen
sabor incluso cuando la vida era tan mala.
—Nunca me había pasado nada como lo que te pasó hoy. Es difícil
cuando eres la madre y no puedes pensar en nada que decir para que tu
hijo se sienta mejor. —Su madre parecía estar en peligro de llorar—.
Supongo que todo lo que puedo decir es que tu papá y yo estamos aquí
para cuando nos necesitas.
Payton asintió, demasiado emocionado para hablar.
—¿Pudiste hacer tu tarea? —preguntó su mamá.
Payton negó con la cabeza.
—¿Qué tal si les escribo una nota a sus profesores? Sabrán lo que pasó
y saben que Marley es tu mejor amiga. Apuesto a que te dejarán entregarlo
el lunes. ¿Y quién sabe? Para entonces, es posible que Marley esté de vuelta
en casa sana y salva. —Palmeó la pierna de Payton y se levantó de la cama.
—Gracias, mamá —dijo Payton, incluso cuando sabía que Marley no
estaría sana ni salva.

✩✩✩
Payton se cepilló los dientes, se metió en la cama y se hizo un ovillo.
Estaba seguro de que no podría dormir, pero el agotamiento del día
había sido demasiado para él y perdió el conocimiento como si hubiera
experimentado un trauma físico, no sólo emocional.
Estaba rodeado por el zumbido y el batir de la maquinaria. Miró a su
alrededor y vio que estaba en la fábrica de Freddy Fazbear's Pizza Kit. Estaba
solo. Se había separado de su grupo y necesitaba encontrarlos. Entró en una
habitación con poca luz donde gorgoteaban cubos de salsa de tomate mientras
burbujeaban y hervían. Miró a su alrededor frenéticamente en busca de alguna
señal de sus compañeros de clase o de la maestra. No había nada.
En el suelo, frente a los cubos, había una gran olla negra como el caldero de
una bruja. Colgaba sobre un fuego abierto que se había construido con algunos
troncos. «¿Un fuego abierto dentro de un edificio?» pensó Payton. «¿Cómo es eso
incluso seguro?»
Una figura familiar de la primera infancia de Payton salió y ocupó su lugar
detrás del caldero. Era Freddy Fazbear, grande y peludo, con su pequeño
sombrero de copa y su familiar sonrisa. Freddy llevaba una gran bolsa de
arpillera, de esas que las tarjetas de Navidad siempre mostraban a Papá Noel
cargando. Tarareando para sí mismo, Freddy metió la mano en su bolso y sacó
una cuchara de madera de mango largo.
Sumergió la cuchara en el caldero de salsa y luego la removió. Mojó una
cucharada de salsa, la olió y luego la probó pensativo.
Freddy metió la mano en su bolso y sacó un brazo humano, pálido y delgado.
Lo dejó caer en la olla de salsa y lo removió. Metió la mano en la bolsa y sacó
un pie a continuación: un pie de chica, pequeño con las uñas pintadas de rosa
bebé. También lo dejó caer en el caldero burbujeante.
El horror se estaba acumulando en Payton. Horror pero también comprensión.
Estaba aterrorizado de lo que iba a sacar a continuación, pero no podía
apartar la mirada.
Freddy metió la mano en la bolsa una vez más y sacó una cabeza cortada
que sostenía por su hermoso cabello rubio. Al principio, Payton no pudo ver la
cara, pero cuando Freddy giró la cabeza, vio que era Marley, con los ojos muy
abiertos pero sin ver y con la boca abierta en un grito silencioso. Freddy soltó el
cabello y la cabeza aterrizó en el caldero de salsa con un chapoteo.
Payton se despertó, jadeando. Esta noche no dormiría más.

✩✩✩
—Escuché que se escapó —le dijo una chica a otra parada frente a los
casilleros.
—Escuché que se escapó con Sean Anderson —dijo la otra chica—.
Pero eso no puede ser verdad porque Sean vino a la escuela hoy.
—Escuché que se escapó a Nueva York para ser modelo —intervino
una chica que había estado escuchando la conversación.
El chisme zumbó en los oídos de Payton. Su cabeza se sentía como una
colmena de abejas enojadas. Estaba sentado en su clase de matemáticas,
pero no podía concentrarse.
Se escuchó una voz por el intercomunicador.
—Payton Thompson, preséntese en la oficina del director.
Payton sintió que se le formaba un nudo de miedo en el estómago. Fuera
lo que fuera, no podía ser bueno. Como un prisionero esperando su
sentencia, se levantó de su escritorio y caminó hacia la oficina, consumido
por el terror.
Cuando llegó a la oficina, no se sintió reconfortado al ver a un oficial de
policía de pie junto a la recepción con su madre junto a él.
La mente de Payton zumbaba con preguntas aterrorizadas: ¿Sabía la
policía que estaba mintiendo? ¿Le habían dicho a su mamá? ¿Se puede
arrestar a una persona por mentir?
—Hola —dijo su mamá. Payton se dio cuenta de que estaba tratando
de sonar casual, pero el tono de su voz era tenso y su frente estaba
arrugada como cuando estaba preocupada o molesta—. El oficial Jacobs
quiere hacerte algunas preguntas, ya que pareces ser la última persona que
vio a Marley.
Payton cambió de un pie a otro. No podía mirar a su madre a los ojos,
y mucho menos a los del oficial de policía.
—No sé si fui la última persona que la vio.
—Bueno, los otros parecen haberla perdido de vista en la fábrica antes
que tú —dijo su madre, su voz se volvía más temblorosa con cada
palabra—. Y aparentemente nadie que trabaja en la fábrica dice haber visto
a una chica que se separara del grupo de excursión.
—No tomaré mucho de tu tiempo, y luego podrás regresar a clases —
intervino el oficial Jacobs. Era un hombre grande, calvo y de rostro amable.
En otras circunstancias, Payton no le habría tenido miedo. El oficial Jacobs
miró a la secretaria detrás de la recepción—. Señora, ¿hay algún lugar
privado en el que podamos sentarnos y hablar?
La secretaria se puso de pie.
—Por supuesto. Déjeme mostrarle la sala de conferencias.
Payton se sentó en la pequeña habitación junto a su madre y frente al
oficial Jacobs. Se sentía como si estuviera en uno de esos dramas de
crímenes que su madre veía todo el tiempo. Se preguntó si su madre
encontraba este tipo de drama menos entretenido cuando era en la vida
real.
—¿Entonces tomaste el autobús con Marley en la excursión? —
preguntó el oficial, con la pluma colocada sobre un bloc de notas.
—Sí, señor —respondió Payton. Se sintió sudado y se preguntó si se
notaba—. Viajamos juntos de camino a la fábrica.
El oficial Jacobs asintió.
—¿Y luego estuvieron juntos en la gira?
—En parte, sí. Pero estuvimos juntos un rato y luego no.
«No es mentira», se dijo Payton.
El oficial Jacobs escribió algo.
—¿Y dónde estabas en el proceso de recorrer la fábrica cuando notaste
que Marley no estaba?
Payton empezó a sudar más profusamente. ¿Qué les había dicho a sus
padres cuando le hicieron esta pregunta? Los contenedores de coberturas
para pizza.
Estaba bastante seguro de que les había dicho que habían estado cerca
de los contenedores de ingredientes para pizzas.
Antes de esta experiencia, Payton no tenía la costumbre de mentir.
Estaba descubriendo lo difícil que era. Una vez que se te ocurría una
historia, tenías que ceñirte a ella sin importar con quién estuvieras
hablando. No fue fácil recordar los detalles y usarlos de manera
consistente.
—Um… estábamos cerca de los contenedores de ingredientes para
pizza, eso creo —dijo Payton.
—¿Fue entonces cuando te diste cuenta de que ella no estaba allí? —
dijo el oficial.
—Sí señor. Me di la vuelta y ella no estaba.
El oficial anotó algo más en su libreta. Payton deseaba poder ver lo que
estaba escribiendo. Temía que fuera la palabra MENTIROSO.
El oficial levantó la vista de su bloc de notas.
—¿Te había dicho algo sobre irse o tal vez sobre tener planes de estar
con alguien más tarde?
—No señor. —Payton reconsideró—. Bueno, ella no dijo nada sobre
estar con nadie ni nada por el estilo, pero sí dijo que el tour era aburrido
y una pérdida de tiempo. Así que pensé que tal vez simplemente se fue.
El oficial enarcó una ceja.
—¿Sin decirle adiós a su mejor amigo?
—Bueno, eso no es inusual en Marley. Hace lo que quiere cuando
quiere. Si se aburría y decidía que iba a ir, simplemente se iría. Lo ha hecho
antes.
El oficial anotó algo más.
—Bueno, gracias por tu tiempo. Nos pondremos en contacto contigo
si necesitamos preguntarte algo más. Estamos trabajando muy duro para
encontrar a tu amiga.
—Está bien, eso es bueno —dijo Payton, pero sabía que no sonaba
como lo correcto para decir. Era difícil sonar esperanzado acerca de sus
esfuerzos cuando él sabía muy bien que no había ninguna posibilidad de que
encontraran a Marley con vida.
—¿Puedo volver a clases ahora?

✩✩✩
En la clase de educación doméstica, la Sra. Crutchfield se paró junto a
una mesa llena de cajas de pizza.
—Como pueden ver, nuestros kits de pizza Freddy Fazbear han sido
entregados —dijo, mirando a la clase a su alrededor—. Cada caja de pizza
tiene el nombre de un estudiante. Cuando diga su nombre, vengan a buscar
su kit de pizza. Para ahorrar tiempo, me tomé la libertad de precalentar
todos los hornos a cuatrocientos veinticinco grados. Horneen su pizza
durante doce a catorce minutos de acuerdo con las instrucciones de la
caja, y luego… ¡bon appétit! —Cogió una caja de pizza y dijo—: ¿Emma?
Emma vino a reclamar su kit de pizza y la Sra. Crutchfield continuó
llamando a los estudiantes por sus nombres. Una por una, las chicas se
dirigieron al frente de la sala para obtener sus creaciones de pizza.
Cuando una niña llamada Hannah se acercó a buscar la suya, preguntó—
: Sra. Crutchfield, ¿hay un kit de pizza con el nombre de Marley?
—No, querida, me temo que no —dijo la Sra. Crutchfield, sin mirar a
Hannah a los ojos—. Lamentablemente, Marley desapareció antes de que
pudiera elegir los ingredientes para su kit de pizza. Pero la policía la está
buscando y estoy segura de que la encontrarán sana y salva. —A pesar de
las palabras tranquilizadoras, el tono de la Sra. Crutchfield no sonaba
confiado. Cogió otra caja de pizza—. ¿Payton? —llamó ella.
Payton se levantó de su asiento junto al que solía ocupar Marley. Caminó
hasta el frente de la habitación y reclamó su kit de pizza. La caja era blanca
con letras rojas que deletreaban FREDDY FAZBEAR'S PIZZA KIT con una imagen
de Freddy sonriendo de la misma manera que lo había hecho en el sueño
de Payton la noche anterior.
La caja estaba empapada en el fondo, y cuando apartó la mano, estaba
roja con lo que esperaba con todo su corazón que fuera salsa de tomate.
«Por supuesto que es salsa de tomate ¿Qué otra cosa podría ser?»
«Salsa de tomate». Pensó en los recipientes grandes y humeantes de
salsa de tomate donde Marley, con toda probabilidad, había encontrado su
perdición. ¿Qué pasaría primero si cayeras en una tina como esa? ¿Te
ahogarías o te hervirías vivo, o serías golpeado hasta la muerte por las
paletas gigantes que siempre giraban y removían la salsa?
Se llevó los dedos a la nariz y los olió para asegurarse de que el líquido
rojo tuviera el sabor familiar de la salsa de tomate.
El olor a sangre también tenía un sabor fuerte.
«Basta», se dijo Payton. «Te estás volviendo loco. Si la gente ve que te
asustas, sospecharán. Ellos lo sabrán».
—Payton, ¿estás bien?
La voz de la Sra. Crutchfield penetró en la mente acelerada de Payton.
—¿Qué? Oh, sí, Sra. Crutchfield.
—Entonces, por favor, toma asiento hasta que las otras chicas hayan
recogido sus kits de pizza.
—Sí, señora. —Payton se sentó rápidamente. No tenía idea de cuánto
tiempo había estado parado al frente del salón de clases, perdido en sus
pensamientos de pánico.
A su alrededor, sus compañeras de clase estaban abriendo sus kits de
pizza, gritando como si fueran regalos en la mañana de Navidad. Todos sus
comentarios se difuminaron en el cerebro confundido y asustado de
Payton.
—¡Oye, esto se ve bastante bien!
—Se ve mucho mejor que las pepitas de misterio que la cafetería estaba
sirviendo hoy para el almuerzo.
—Salchicha y champiñones con queso extra, ¡mi favorito! Tampoco
fueron tacaños con el queso extra.
Con manos temblorosas, Payton abrió su propio kit de pizza.
Miró el contenido de la caja. Algo en eso no se sentía bien.
Líquido rojo acumulado en el fondo de la caja. La corteza no era del
color pálido habitual de la masa, sino más cercana al color de la
aproximación de una venda a la piel caucásica. Con un dedo tembloroso,
extendió la mano y tocó una de las rodajas de pepperoni. Era suave y terso.
No era así como se sentía normalmente el pepperoni, ¿verdad?
Pensó en el juego que se jugaba en la oscuridad en las fiestas de
Halloween donde pasabas las uvas peladas y decías: Estos son los ojos del
hombre muerto, luego con los espaguetis fríos: Estas son las tripas del
hombre muerto… Payton sintió que su estómago se revolvía con náuseas
y la boca se le llenaba de saliva.
No podía enfermarse. Si se enfermaba, llamaría la atención y haría que
la gente pensara que sabía más de lo que decía. Tragó saliva, luchando
contra la fuerte necesidad de vomitar de su cuerpo.
No estaría enfermo. No llamaría la atención. Hornearía su pizza y se la
comería como todas las demás. La idea de comerse la pizza lo llenaba de
un disgusto más intenso que cualquier sentimiento que hubiera conocido
en su vida. Pero lo iba a hacer. Tenía que hacerlo.
En el área de la cocina, sacó la pizza empapada y que goteaba de la caja
y la metió en el horno junto a las pizzas de las otras chicas.
Gotas de líquido rojo cayeron de su pizza y se esparcieron por el suelo
blanco y limpio.
—Vaya, Payton, te pasaste un poco con la salsa roja, ¿no es así? —dijo
Hannah.
Payton forzó una sonrisa y se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir? Es mi parte favorita. —Agarró una toalla de papel
y limpió el desorden.
Las otras chicas esperaban felices sus pizzas, hablando de cómo estaban
hambrientas y no podían esperar para comérselas. Payton esperó con una
creciente sensación de pavor. Esperaba desesperadamente que alguien
hiciera sonar la alarma de incendio y, para cuando regresaran al aula, las
pizzas estarían quemadas y no fueran comestibles. O tal vez podría dejar
caer el suyo al suelo para no tener que comérsela.
No. Dejarla caer haría que todos lo miraran y se acercaran a la pizza.
Sabrían que algo andaba mal con ella y que algo andaba mal con él.
Cuando sonó la campana del temporizador del horno, Payton saltó
como si hubiera explotado una bomba.
No había forma de evitarlo. Era la hora de la pizza. Como había dicho
la Sra. Crutchfield, Bon appétit.
Con manos temblorosas, Payton sacó su pizza del horno. Sacó el
cortador de pizza y lo sostuvo sobre la pizza caliente, sintiendo como si
estuviera empuñando un arma mortal. El sonido de la afilada rueda de metal
cortando el queso y la salsa y separando la corteza en cuartos fue como
un machete cortando la carne.
A su alrededor, las chicas exclamaban sobre sus pizzas:
—¡Huele tan bien!
—¡Quiero dar un mordisco ahora mismo, pero no quiero quemarme la
boca!
—¡El queso es tan pegajoso y elástico!
Payton recogió su pizza y la llevó a su mesa. Se sentó y la miró fijamente.
La salsa estaba rojo sangre. Pinchó la masa con el dedo. Era suave y de
alguna manera carnosa. El pepperoni le recordó a una lengua.
Las chicas de las otras mesas devoraban sus porciones de pizza, se reían
y se lo pasaban bien.
Payton miró fijamente la poco apetitosa pizza. La pizza era una prueba
de cómo había abandonado a Marley. La abandonó y luego mintió al
respecto.
Payton no tenía elección. Tenía que destruir la evidencia.
Tenía que comérsela.
Tragó saliva para forzar el nudo que se había formado en su garganta.
Cogió la primera rebanada y tomó un pequeño mordisco de la punta del
triángulo. Tenía un sabor salado, grasiento, metálico y de alguna manera
malo.
La textura de la masa era diferente a la de cualquier pizza que hubiera
comido antes. Grasosa. Cartilaginosa. ¿Cómo podía quedar la masa
grasosa?
Masticaba y masticaba, pero de alguna manera la comida no parecía
descomponerse como debería. Casi parecía que se estaba agrandando en
su boca en lugar de hacerse más pequeña. Con gran esfuerzo, se obligó a
tragar y sintió que la bola sólida y pastosa bajaba con dificultad por su
esófago hacia su estómago. Le recordó un documental sobre la naturaleza
que vio una vez que mostraba a una gran boa constrictor comiendo una
rata entera: se podía ver la forma del desafortunado roedor cuando los
músculos de la serpiente lo empujaban a través de su garganta hacia su
vientre.
La diferencia era que la serpiente parecía disfrutar mucho más de la rata
que él de la pizza.
Pero no había elección. Tenía que tomar otro bocado. Y otro. Cada uno
era peor que el anterior. Ahora que estaba cocido, el pepperoni tenía la
textura de la piel quemada por el sol y la salsa tenía un sabor cobrizo como
la vez que Payton se cortó el dedo y se lo metió en la boca.
No podía dejar que pensamientos como este inundaran su mente. No
si se iba a terminar esta pizza. Trató de tomar bocados más grandes para
hacerlo más rápido, pero pronto se hizo evidente que no era una buena
idea. Los grandes trozos aterrizaron en su estómago tan pesados como
piedras, y cuando miró la pizza en su plato, no se veía significativamente
más pequeña.
Una rebanada.
La mayoría de las otras chicas habían terminado sus pizzas y estaban
lavando sus platos en la cocina, charlando y riendo. Payton sólo había
comido una rebanada. Comer esta pizza era como tragar piedras.
—¿Estás bien, Payton?
Payton miró hacia arriba para ver a la Sra. Crutchfield de pie junto a su
mesa, mirándolo con expresión preocupada.
—Le ruego que me disculpe —dijo Payton. Fue difícil hablar. El último
bocado que tomó de la pizza todavía colgaba de su garganta.
—Te estaba preguntando si te encuentra bien —dijo la Sra.
Crutchfield—. Te ves pálido.
—Estoy bien —respondió Payton, aunque por supuesto que no lo
estaba.
La señora Crutchfield miró la pizza casi sin comer de Payton.
—¿No te gusta lo que hiciste?
—Oh me gusta. Es muy… abundante.
La Sra. Crutchfield la miró por un momento. Sé que debe ser difícil para
ti que Marley no esté. Pero estoy segura de que aparecerá pronto.
«Ella está aquí. Aquí mismo en mi plato».
Por un segundo, pensó que en realidad podría reírse. Temía estar
perdiendo la cabeza.
Pero él asintió con la cabeza y dijo—: Gracias, señora. Eso espero.
Payton estaba tomando el último bocado de pizza cuando sonó el timbre
para cambiar de clase. Se sentía enfermo e hinchado, como si la masa se
expandiera en su estómago, como si pudiera seguir expandiéndose y
expandiéndose hasta que estallara como una garrapata llena de sangre.
Sufrió durante la última clase del día, su estómago se revolvió, y luego
sufrió aún más en el viaje en autobús a casa, ya que cada bache por el que
pasaba el autobús hacía que el contenido inestable de su estómago
amenazara con evacuar las instalaciones.
Tropezó con la puerta principal de la casa.
—Oye, cariño —llamó su mamá desde la cocina—. ¿Alguna noticia
sobre Marley?
Payton apenas pudo pronunciar la palabra no.
Su mamá apareció en la sala de estar y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Estás bien, cariño? No te ves tan bien.
—Enfermo —logró Payton decir con gran esfuerzo—. Algo que comí.
—Oh, eso es una lástima. Y estoy segura de que preocuparse por
Marley no está ayudando a nadie. Espero que te sientas mejor a la hora de
la cena. Estoy preparando carne asada. Tu favorita.
La carne asada de su madre solía ser su favorita, pero ahora la idea le
daba asco. La carne fibrosa, cocida en su propia grasa y jugos. Incluso las
zanahorias, las cebollas y las patatas estaban saturadas de los jugos de la
vaca muerta.
Primero vino su muerte, luego el despiece, después la cocción y el
comer la carne. Payton temía que el kit de pizza de Freddy Fazbear hubiera
sido su última experiencia comiendo la carne de otra criatura. De ahora
en adelante, asumiendo que alguna vez pudiera volver a comer algo, sería
vegetariano.
Payton recordó a un niño vegetariano de la escuela secundaria que solía
usar una camiseta con dibujos de animales que decía NO COMAS A TUS
AMIGOS.

Después de hoy, esas palabras habían adquirido un nuevo significado.


—Tal vez deberías tomar un antiácido y acostarte —le dijo su madre.
Payton asintió y se arrastró escaleras arriba hasta su habitación. No
tomó un antiácido porque no creía que pudiera tragar nada y retenerlo, ni
siquiera medicamentos. Se acurrucó en su cama y gimió suavemente de
dolor, perdiendo la conciencia.
A Payton se le revolvió el estómago. Había experimentado indigestión
y virus estomacales en el pasado, pero su sistema digestivo nunca había
hecho tanto ruido. Rugió, luego chapoteó, luego gorgoteó tan fuerte que
si alguien hubiera estado en la habitación con él, lo habrían escuchado y
preguntado qué pasaba.
«Quizás acurrucarse de lado no es la mejor opción».
Tal vez sería mejor estirarse para que su estómago no estuviera tan
aplastado. Se acostó de espaldas. Una oleada de náuseas lo invadió, seguido
de punzadas agudas, casi insoportables. Sin quererlo realmente, se puso las
manos en el estómago. Algo dentro de su cuerpo chocó contra sus palmas
como si estuviera tratando de abrirse camino.
¿Qué era? Fue horrible.
Payton le levantó la camisa para poder ver su vientre. Por lo general,
plano, ahora se expandía y contraía de una manera que él no controlaba.
Se sentía como si algo lo estuviera golpeando desde adentro, golpeando su
estómago con tanta fuerza que iba a dejar moretones.
Este no era un dolor de estómago normal. Había algo dentro de él, algo
más que la repugnante pizza que apenas se había tragado en la clase de
educación doméstica.
Payton había visto una vez un programa de televisión sobre personas
infestadas de parásitos. Había una mujer en el programa que tenía uno
gigante viviendo en su estómago. La mujer comía y comía pero seguía
adelgazando porque el parásito devoraba todo lo que consumía.
Finalmente, la mujer se dio cuenta de que, a veces, si dejaba un trozo de
comida en la lengua, el parásito se arrastraba hacia arriba para atraparlo.
La mujer le había puesto un trozo de bistec crudo en su lengua y el parásito
salió de su estómago, subió por su esófago y llegó a su boca. Cuando lo
sacó, tenía dos metros y medio de largo. Payton recordó que la mujer había
guardado al parásito fallecido en un frasco sobre la repisa de su chimenea,
lo que a Payton no le pareció una buena opción de decoración.
Cuando pensó con claridad, realmente no tenía sentido para él creer
que la pizza que había comido tuviera trozos de Marley. Sin embargo, ¿no
era posible que se hubiera tragado un gusano? La gente ingería parásitos
todo el tiempo. Si no lo hicieran, ¿por qué habría un programa de televisión
al respecto? Quizás eso era lo que lo había enfermado tanto. Se preguntó,
si se ponía un trozo de comida en la lengua, ¿lo que fuera que estuviera
dentro de él se arrastraría para tomarlo?
Su estómago se revolvió más y más rápido. Su vientre se expandió,
hinchándose como un globo. Podía sentir que su piel se estiraba hasta el
límite. Su cuerpo definitivamente estaba tratando de expulsar algo. Era el
momento de actuar.
Payton bajó de puntillas las escaleras. La televisión estaba a todo
volumen en uno de los programas de crímenes de sus padres, así que pensó
que podría colarse en la cocina sin ser detectado. Abrió la puerta del
frigorífico y trató de decidir cuál era el mejor cebo para atraer a un gusano.
No había bistec crudo, pero sí hamburguesa cruda. Le gustaban las
hamburguesas bien hechas, por lo que su estómago se revolvió aún más
cuando pensó en sostener la carne fría y ensangrentada en su lengua. Aun
así, si al hacerlo se deshacía de lo que le estaba causando tanta desdicha,
valía la pena el factor “cerdo”. Era asombroso lo que una persona estaba
dispuesta a hacer si estaba desesperada.
Pellizcó un trozo de carne, lo hizo una pequeña bola, lo palmeó y se
dirigió al piso de arriba.
—¿Estás bien, Payton? —llamó su mamá desde la sala de estar.
—Sí, acabo de tomar un poco de ginger ale para calmar mi estómago —
respondió, tratando de sonar lo más normal posible.
—¡Buena idea! Avísame si necesitas algo, ¿de acuerdo?
Payton no sabía si lo que estaba a punto de hacer era realmente una
buena idea.
Pero tenía que hacer algo.
Se sentó en la cama y colocó la bola de carne molida cruda en su lengua.
Estaba pegajosa, con el sabor metálico de la sangre. A medida que la
temperatura de su cuerpo calentaba el trozo de carne, comenzó a secretar
sus jugos, la sangre y la grasa corrían por su garganta. No quería tragarlo,
pero tampoco quería que volviera a meterse más en la boca. Se atragantó
violentamente y la saliva amarga se combinó con los jugos de la carne en
su boca, llenándola con una mezcla repugnante de fluidos.
Se levantó de un salto y corrió al baño, sabiendo que al menos iba a
vomitar. «Tal vez eso sea todo lo que necesito hacer», se dijo a sí mismo.
Vomitar era horrible, pero a veces, cuando algo te enfermaba y lo
vomitabas, te sientes mejor después. Quizás eso era lo que sucedería.
Pero sabía que se estaba diciendo a sí mismo una mentira.
Hizo una mueca ante su reflejo en el espejo del baño. Estaba pálido y
sudoroso. Su piel tenía un extraño tono grisáceo y había medias lunas
oscuras debajo de sus ojos. No recordó hacerse visto tan mal. Quizás esta
enfermedad era demasiado grave para atenderla en casa. Tal vez debería
decirle a su madre que tenía que ir al hospital para que le bombearan el
estómago.
Pero si le contaba a su mamá sobre el kit de pizza, ¿también tendría que
decirle que sabía lo que le pasó a Marley? ¿Tendría que admitir que le había
mentido a un oficial de policía? Tenía miedo de que si comenzaba a hablar,
no sería capaz de detenerse y todos sus secretos se derramaran. No podía
correr el riesgo de meterse en tantos problemas.
Entonces esperó. Abrió la boca de par en par, mirándose en el espejo,
esperando que apareciera lo que fuera. Podía ver más allá de su lengua
hasta la úvula y el oscuro túnel de su garganta. Mantener la boca abierta
hizo que la necesidad de vomitar fuera más fuerte, especialmente cuando
la carne cruda, ahora tibia, seguía rezumando. Los fluidos grasos de la carne
se acumularon debajo de su lengua. Fue repulsivo. No podía dejar de
pensar que lo que tenía en la boca era un trozo de vaca muerta mutilada.
Si lograba superar esta experiencia, definitivamente se volvería vegetariano.
La espera fue insoportable. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Minutos?
¿Horas? Se sentía como si hubieran pasado años.
Hubo un ligero movimiento en su abdomen. ¿Era el gusano, o lo que
fuera, sintiendo la carne molida, olfateándola (si los gusanos podían oler) y
comenzando a caminar hacia él? Pero luego volvió a estar quieto.
¿Sólo lo había imaginado?
Esperó un poco más, la saliva enfermiza se acumuló en su boca. Quería
desesperadamente escupir la carne en el fregadero, pero sabía que era su
mejor oportunidad para resolver el problema por su cuenta.
Y luego lo sintió.
Algo se movía en su estómago. Se sentía como si se estuviera
desenrollando como una serpiente. Podía sentir el gusano, si eso es lo que
era, saliendo de su estómago y subiendo por su esófago, pero era una
sensación diferente a vomitar. La cosa que subía por su torso era sólida y
lenta.
Y luego se comenzó a ahogar. Tosiendo y vomitando, se miró en el
espejo. Su garganta palpitaba visiblemente mientras la cosa dentro de él se
movía a lo largo de su cuello. Las palabras mejor fuera que dentro le
vinieron a la cabeza, pero en este caso, no podía estar seguro de que fueran
ciertas. No quería que la cosa se quedara dentro de él, pero también tenía
miedo de verla.
Su boca se abrió mucho más, como cuando el dentista se la abrió para
que quepan sus herramientas. Miró su boca abierta en el espejo. Sintió algo
que se movía contra su paladar. Se inclinó más cerca del espejo para ver
mejor, luego parpadeó y negó con la cabeza porque no podía creer lo que
veía.
Dedos. Dedos con esmalte de color rosa pétalo, el color de Marley, en
las uñas moviéndose. Los dedos estaban unidos a una mano que podía ver
emerger de su garganta estirada.
«No, no, no, no, no». No podía dejar que lo que fuera que tenía esa
mano saliera por donde podía verlo. Metió la mano en la boca, agarró la
mano y trató de empujarla hacia su esófago. Tragó mientras empujaba,
tratando de forzarle hacia abajo. Pero la mano era demasiado grande y
seguía moviéndose, seguía apartando su mano, como si estuviera luchando
contra él.
Payton se atragantó. Su cuerpo estaba tratando de expulsar lo que
estaba tratando de forzar de regreso. Se dobló, jadeando y farfullando.
Cuando volvió a levantarse, su boca se abrió tanto que sus labios se
agrietaron y sangraron. La mano salió disparada de su boca, con sus dedos
alcanzando y agarrando ciegamente. En el espejo, Payton se vio a sí mismo,
con las mandíbulas abiertas como una serpiente que se traga una rata
entera, excepto que era la mano y la muñeca de una chica, no la cola de
una rata, lo que sobresalía de su cara.
Con las vías respiratorias bloqueadas por el brazo emergente, Payton
quería respirar. Quería gritar.
Seguro de que se asfixiaría si no buscaba ayuda, dio un paso tembloroso
hacia la puerta del baño. Tan rápido que ni siquiera pudo procesarlo, la
mano se retiró hacia su boca y su garganta, hasta la cavidad de su cuerpo.
Payton aspiró grandes bocanadas de aire y se hundió en una posición
sentada en el suelo del baño, demasiado drenado para regresar a su
dormitorio.
Se apoyó contra la pared de azulejos blancos y escupió la bola de carne
cruda en un fajo de papel higiénico. Usó una toalla de baño para secarse el
sudor frío de la cara.
Trató de procesar lo que acababa de suceder. Definitivamente no era
un gusano lo que estaba dentro de él. No tenía ninguna duda de que la
mano que había salido disparada de su boca era la de Marley. Marley y él
se habían arreglado las uñas en las fiestas de pijamas. Reconoció la mano
de su mejor amiga cuando la vio.
Su mejor amiga. Marley era su mejor amiga y no le había contado a nadie
sobre su accidente porque tenía miedo de meterse en problemas. Tal vez
si se lo hubiera dicho a alguien, a la Sra. Crutchfield, uno de los trabajadores
de la fábrica, podrían haber encontrado a Marley a tiempo para salvarla. E
incluso si hubiera sido demasiado tarde, al menos así los padres de Marley
habrían sabido lo que le sucedió. No seguirían esperando y preocupándose.
¿Pero Marley seguía viva? Había sido su mano y se estaba moviendo.
Pero ella no podría estar viva y dentro de Payton, ¿verdad?
Payton negó con la cabeza con fuerza, como si al hacerlo pudiera
restablecer su cerebro revuelto. Quizás estaba teniendo algún tipo de crisis
emocional. Quizás todo lo que había parecido tan real estaba sólo en su
imaginación. Quizás la culpa de traicionar a Marley había destruido su salud
emocional.
La idea de que nada de esto fuera real se sintió extrañamente
reconfortante. Decidió que se iría a la cama, dormiría un poco y, por la
mañana, le diría a su madre que estaba teniendo dificultades para lidiar con
la desaparición de Marley y que tal vez debería ver a un médico. Payton
respiró hondo varias veces y se puso de pie.
El horrible sabor a carne aún estaba en su boca. Necesitaba cepillarse
los dientes.
Apretó la pasta en su cepillo de dientes y se miró en el espejo. Todavía
se veía pálido y exhausto, pero no estaba sudoroso y febril como antes. Se
cepilló los dientes y la lengua, limpiando el sabor a sangre y grasa animal.
Se enjuagó con agua y luego se enjuagó un poco de enjuague bucal de menta
por si acaso.
Eso estuvo mejor. Iba a mejorar. Sólo necesitaba pedir ayuda.
Se lavó la cara con agua tibia y empezó a secarse. Mientras frotaba la
toalla contra su garganta, sintió que algo saltaba dentro de su cuello.
Se miró en el espejo. Los bultos se elevaban debajo de la piel de su
garganta, moviéndose y reorganizándose. Su piel se estiró y sus venas se
hincharon.
«No», pensó Payton. «Esto no es real. Esto no es real porque lo que
pensé que sucedió antes tampoco lo era».
Pero la imagen en el espejo contaba una historia diferente.
Payton le puso ambas manos en la garganta para asegurarse de que lo
que estaba viendo no fuera una ilusión. Algunos de los terrones eran del
tamaño de uvas. Otros eran casi del tamaño de pelotas de golf. Se
movieron bajo sus dedos cuando los presionó, lanzándose como si
estuvieran tratando de evitar su toque.
Sintió que una especie de materia sólida subía por su garganta,
dificultando su respiración y haciendo imposible gritar a sus padres para
que alguien hiciera algo. Se sentía muy solo.
Excepto que no estaba solo debido a la presencia intrusa en su interior.
Volvió a mirar al espejo. Ahora también tenía bultos en la cara, grandes,
moviéndose, distorsionando sus rasgos, tirando la piel tensa hasta que
amenazaba con partirse.
Sus ojos se hincharon. Algo empujaba con fuerza detrás de ellos. Nunca
había sentido una presión tan intensa. Sus ojos sobresalían de sus párpados,
abriéndose tanto que podía ver los orbes en su totalidad, el blanco, las
pupilas dilatadas, los vasos sanguíneos reventados.
Una loda roja pulposa se filtró y luego brotó de las cuencas de sus ojos
con tanta fuerza que los globos oculares salieron despedidos de su cara
como balas de cañón disparadas por un cañón. Uno golpeó el espejo con
una bofetada húmeda mientras que el otro aterrizó con un chapoteo en la
palangana del fregadero.
Los trozos de carne y tejido, presionados juntos en una masa suave y
sólida, se exprimieron de las cuencas vacías de los ojos de Payton como
salchichas frescas que se sacan de una picadora de carne. La basura caía al
suelo en tubos largos. No podía ver nada, pero podía sentir que la presión
en su cabeza aumentaba aún más a medida que se volvía más y más llena
hasta que temió que pudiera explotar.
Los restos carnosos de la mejor amiga de Payton salieron de su boca y
salieron de sus fosas nasales en un estornudo que salpicó las entrañas rojas
comprimidas sobre los azulejos blancos del baño. Aun así, la presión en su
cabeza creció, palpitando como si un enorme martillo golpeara su cráneo
desde el interior.
Fue una especie de alivio extraño cuando la pasta carnosa comenzó a
salir de sus oídos también. La presión se redujo, dejando a Payton tan
mareado que no podía pararse. Nunca se había desmayado, pero temía que
pudiera hacerlo. Sin ver, sin escuchar, incapaz de hacer ningún sonido
excepto un suave gemido en la parte posterior de su garganta obstruida,
se derrumbó de rodillas en el piso del baño. Cayó en un montón de papilla
de carne a temperatura corporal. Sus dedos tantearon a través de astillas
de piel, trozos de órganos, fragmentos de hueso, todo lo que quedaba de
la amiga a la que le había dado la espalda. Payton no podía gritar, no podía
llorar, pero entre episodios de escupir más restos humanos aplastados, se
las arregló para susurrar un nombre.
—Marley.
Payton se sentó en la cama con un sobresalto, ahogando un grito. Su
estómago se revolvió y su diafragma sufrió un espasmo. Su boca se llenó
de saliva amarga. No había forma de contenerlo más. Finalmente iba a
expulsar su almuerzo.
Violentamente.
Saltó de la cama y corrió. Se detuvo en la puerta del baño por un
segundo, pero luego siguió corriendo. Por alguna razón, no quería que lo
que iba a salir de él estuviera dentro de la casa, ni siquiera si lo tiraba por
el inodoro. Los restos de la pizza que se agitaban dentro de él se sentían
contaminantes. Quería que se fuera. Corrió escaleras abajo y salió por la
puerta principal.
Una vez que estuvo en el porche, respiró hondo aire fresco con la
esperanza de que aliviaría sus náuseas. No tuvo tanta suerte. Corrió hasta
el borde del porche y vomitó entre los arbustos.
Patyon nunca había vomitado con tanta violencia ni durante tanto
tiempo. Aferrándose a la barandilla de la escalera para mantenerse en pie,
vomitó y escupió hasta que temió que pronto vomitaría sus propios
órganos internos.
No quedaba nada dentro de él. Pero luego otra ola lo golpeo y hubo
más.
Finalmente, vinieron varios minutos de arcadas en seco. Por fin, estaba
vacío.
Regresó de puntillas a la casa y cerró la puerta principal detrás de él. Su
objetivo era volver a la cama sin que sus padres se dieran cuenta de que
había salido.
No estaba de humor para responder a las preguntas de nadie. Todo lo
que quería era que lo dejaran solo y dejar atrás las terribles experiencias
de este día.
Volviéndose a tumbar, se sintió un poco mejor. Estaba débil, sudoroso
y tembloroso, pero al menos su estómago no se agitaba como un barco en
un mar tormentoso. Y emocionalmente, había algo de limpieza en que la
pizza de pesadilla hubiera sido purgada de su sistema. De alguna manera se
sintió como un nuevo comienzo. Payton cerró los ojos, esperando poder
dormir toda la noche.
Pero hubo un ruido.
Era un susurro proveniente del exterior en las cercanías de los arbustos
donde Payton se había vaciado de la vil pizza. «Probablemente sean sólo
ardillas o uno de los gatos del vecindario», pensó Payton. «Se detendrán
pronto».
El susurro no se detuvo. En cambio, se hizo más fuerte, lo que hizo
imposible que Payton durmiera.
Se levantó de la cama, se acercó a la ventana y la abrió. Definitivamente,
el sonido provenía de los arbustos donde había estado vomitando.
«¿Y si fuera Marley?»
Después de este pensamiento, los horribles qué pasaría si comenzaron
a desencadenarse en su cerebro.
¿Y si Marley no regresaba para saludar con alegría a su amigo? ¿Y si
Marley estaba enojada con él por no intentar salvarla? ¿Por no decirle a
nadie, ni siquiera al oficial de policía, que había visto caer a Marley? Payton
sabía por experiencia que Marley tenía mal genio y guardaba rencor a las
personas cuando pensaba que le habían hecho daño. ¿Y si Marley buscaba
venganza?
Otro pensamiento aún más horrible se extendió como una mancha en
la cabeza de Payton.
¿Y si Marley hubiera caído en el cubo de salsa hirviendo y hubiera
muerto, pero de alguna manera se las hubiera arreglado para regresar,
como en el sueño que acababa de tener? Y si ni siquiera hubiera sido un
sueño. ¿Y si lo que había afuera no fuera realmente Marley, sino de alguna
manera lo que quedaba de Marley?
El timbre sonó.
A Payton se le aceleró el corazón por el pánico. Tenía que escapar, pero
¿cómo? Incapaz de pensar en otra opción, abrió la ventana y salió al
enrejado cubierto de hiedra en el costado de la casa. Un trozo de madera
se hizo añicos bajo su pie descalzo. La celosía claramente no era lo
suficientemente fuerte para sostenerlo por mucho tiempo. Aun así, se
aferró a esta con un apretón de nudillos blancos.
Había salido por la ventana con la idea de deslizarse por el costado de
la casa y huir. Pero ahora se dio cuenta de que bajar por la celosía lo
pondría justo al lado del porche delantero. Justo al lado de Marley.
No había otro lugar adonde ir más que arriba.
La celosía tembló y chirrió mientras él trepaba hacia el techo. Se agarró
a la cuneta y se incorporó. Estaba tan aterrorizado que apenas podía
respirar. Pero a pesar de que tenía miedo a las alturas, tenía aún más miedo
de lo que había en su porche.
«Todo saldrá bien. Me sentaré en el techo hasta que ella se vaya, luego
volveré a subir por la ventana a mi habitación».
Se estremeció cuando escuchó el timbre de la puerta de nuevo.

✩✩✩
Marley estaba en el porche, esperando a que se abriera la puerta.
Estar desaparecida había sido divertido. Sin escuela, sin
responsabilidades. Pero esconderse en la fábrica de pizzas había empezado
a aburrirla. Echaba de menos a su novio, echaba de menos las comidas
habituales y echaba de menos dormir en su propia cama. Primero había ido
a ver a su novio y ahora le iba a decir a Payton que estaba bien. Esas visitas
eran las dos primeras fases para reaparecer. Luego volvería a casa para la
necesaria reunión entre lágrimas con sus padres.
Golpe sordo.
El sonido venía del otro lado de la casa. Marley bajó corriendo los
escalones del porche para investigar.
Estaba oscuro alrededor de la parte trasera de la casa, por lo que a
Marley le tomó un momento darle sentido a la forma que yacía en el suelo.
Pero luego vio que era alguien de su tamaño. Tenía el cuello torcido y la
cabeza inclinada en un ángulo de aspecto doloroso. Los ojos de Payton,
abiertos de par en par en una mirada congelada de terror, parecían estar
mirando directamente a Marley. Pero Marley sabía que Payton no la estaba
mirando, nunca volvería a mirar nada.
Marley gritó.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
con su familia Texas.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
L arson estaba inclinado sobre su escritorio escribiendo un informe
sobre un homicidio que él y Roberts habían aclarado esa mañana. Roberts
no estaba ayudando en absoluto. Regañaba a Powell por traer un sándwich
de queso Limburger y paté de hígado para el almuerzo. Larson tuvo que
admitir que el olor era bastante malo, pero a Roberts no se le pagaba por
ser el policía de olores.
Larson casi había terminado, incluso sin la ayuda de Roberts. Estaba
completando la última sección cuando una carpeta aterrizó en su escritorio
con una bofetada audible.
—¿Escuché que estaba esperando estos resultados?
El fuerte acento levantó la mirada de Larson.
Uno de los nuevos detectives, Chancey (Larson no estaba seguro de si
se trataba de un nombre o un apellido) estaba junto al escritorio de Larson.
Estaba dando golpecitos con uno de sus pies enfundados en botas de
vaquero en el suelo raspado.
Chancey era un tipo anguloso con una mandíbula prominente y
hombros huesudos, cabello rubio sucio que le caía sobre los ojos y una
sonrisa que parecía incluso menos genuina de lo que sonaba su acento.
Chancey se había unido al equipo mientras Larson estaba en el hospital.
Larson había escuchado que se suponía que el tipo era un reemplazo para
él mientras no estaba, pero por alguna razón, Chancey todavía estaba aquí.
—¿Esto es algo en lo que podría participar? —preguntó Chancey—. Me
parece raro. ¿Es un caso sin resolver?
Larson abrió la carpeta y escaneó la primera página del interior. Sacudió
la cabeza.
—Es algo que estaba siguiendo. Te avisaré si necesito tu ayuda. —Le
dedicó a Chancey una falsa sonrisa amistosa y apartó la carpeta como si no
fuera nada.
Chancey se encogió de hombros y se alejó. Larson abrió la carpeta y
estudió su contenido.
Comenzó a fruncir el ceño tan pronto como comenzó a leer. ¿Qué
demonios estaba pasando aquí?
Larson había enviado treinta muestras al laboratorio. Esperaba que le
dijeran que eran muestras de sangre, y esperaba que fueran treinta
muestras de sangre diferentes.
Sólo tenía la mitad de razón. Las muestras eran sangre, pero no eran
diferentes. Bueno, eran diferentes, pero no eran de diferentes personas.
Las muestras de sangre, según el informe, eran de la misma persona,
pero todas eran de diferentes períodos de tiempo. Esto significaba que
alguien, el mismo alguien, o el mismo algo, había sangrado en ese pozo
todos los años durante décadas. ¿Eh?
Larson cogió el teléfono y marcó un número. Después de un timbre,
una mujer respondió con una voz cantarina.
—Laboratorio, aquí Tabitha.
—Oye, Tabby. Estoy mirando el informe que enviaste. —Dio unos
golpecitos en las páginas que tenía delante—. ¿Me estás diciendo que algo
ha estado entrando y saliendo de esa piscina de pelotas durante más de
tres décadas, y ha estado sangrando?
—Es extraño, eso es obvio. Pero sí, la sangre es de la misma persona,
pero cada muestra se ha degradado de manera diferente, lo que indica un
año diferente para cada una. Estás en algo raro, Larson.
—Esa es una palabra para esto. Gracias, Tabby.
Larson colgó el teléfono y se reclinó.
Algo más grande estaba sucediendo aquí, más grande incluso que tener
atisbos desconcertantes del pasado. Necesitaba averiguar más sobre el
edificio donde había encontrado el pozo. Quizás resolver ese misterio lo
llevaría de regreso al Stitchwraith. La extrañeza parecía irradiar hacia afuera
de la cosa monstruosa. Tanto si el Stitchwraith era malvado como si no,
Larson quería encontrarlo y llegar al fondo de lo que fuera que estaba
pasando.
✩✩✩
Jake atravesó la puerta del cobertizo. Llevaba un bulto abultado envuelto
en los pliegues de su capa.
Aunque la lluvia de la noche anterior había cesado, el cielo todavía
estaba cargado de nubes grises. El sol estaba tratando de atravesarlas, pero
hasta ahora, no estaba teniendo ningún éxito. Muy poca luz se abrió camino
a través de la puerta hacia el pequeño espacio cuando Jake entró.
Incluso en la oscuridad, sin embargo, Jake pudo ver que la chica ya no
estaba acurrucada en el suelo. Ella estaba sentada.
Jake cerró la puerta y se acercó lentamente a la chica. Trató de
encorvarse un poco para que su tamaño no la intimidara.
Pero no debería haberse molestado. La chica lo miró sin miedo en
absoluto.
—Hola —dijo la chica con una voz dulce y rasposa.
Dijo “hola” como si estuviera hablando con una persona normal.
Entonces Jake respondió como si lo fuera.
—Hola. Soy Jake. ¿Cuál es tu nombre?
—Jake. Es un lindo nombre. Soy Renelle.
—Ese es un lindo nombre también. Muy bonito.
Sin embargo, mientras hablaba, Jake se sintió raro por el nombre de la
chica. Le sonaba mal, como si no le quedara bien o algo así. Pero eso era
una tontería.
—Gracias —respondió la chica.
Jake la miró y repitió mentalmente su nombre. Algo sonó al respecto,
como si fuera una verdad a medias.
La chica le sonrió a Jake.
Jake dejó de preocuparse por su nombre. Se puso en cuclillas junto a
ella y arrojó los alimentos enlatados que había recolectado en el suelo junto
a ella. Inmediatamente extendió la mano, agarró una lata de atún y tiró de
la lengüeta.
—Me muero de hambre —dijo Renelle mientras sacaba atún de la lata
con los dedos.
Jake no podía dejar de sonreír. ¡Se veía mucho mejor! El color había
vuelto a sus mejillas. Sus ojos estaban brillantes y animados.
Obviamente, Renelle se había peinado con los dedos y se había alisado
la ropa mientras Jake no estaba. Su cara estaba más limpia, así que debió
haberla restregado con saliva.
Extrañamente, parecía que Renelle no estaba tan delgada como cuando
Jake la dejó, pero eso era obviamente imposible. Jake pensó que la
renovada energía de Renelle la hacía parecer más sustancial de lo que se
veía cuando se desmayó.
Mientras Renelle comía, miró a su alrededor.
—¿Dónde estamos? —preguntó con la boca llena. Cuando se dio cuenta
de lo que había hecho, se rio y se tapó la boca con la mano—. Perdón.
Jake se rio.
—Está bien. —Miró alrededor del cobertizo—. Estamos cerca de las
vías del tren. Quería traerte a un lugar al que nadie venga, lejos de esos
hombres.
Los bonitos ojos azules de Renelle se abrieron como platos.
—¿Qué hombres?
—Los dos hombres que parecían querer hacerte daño. —Él dudó.
¿Debería decirle lo que pensaba? Decidió que debería hacerlo. Quería que
fueran amigos y siempre era honesto con sus amigos—. ¿Creo que eran
tus distribuidores?
Renelle había terminado el atún y estaba buscando la lata de
melocotones.
Se detuvo y contuvo el aliento. Su mirada se dirigió hacia la puerta.
—¿Dónde están ahora?
—No te preocupes. Te cuidaré. No te encontrarán aquí.
Renelle volvió a mirar a Jake. Se estremeció una vez, pero luego asintió.
—Gracias. —Abrió los melocotones y empezó a sorber jugo de
melocotón.
A Jake le sorprendió que Renelle no pareciera en absoluto molesta por
su apariencia. Lo estaba tratando como a un chico normal.
—¡No me tienes miedo! —soltó Jake.
—Me ayudaste, y además… —Renelle se comió una rodaja de
melocotón y miró a Jake de arriba abajo. Después de tragar, dijo—: He
estado en la calle el tiempo suficiente para saber que lo que consideramos
monstruos, cosas que podrían parecerse a ti, no son los verdaderos
monstruos. La mayoría de los monstruos reales son personas,
especialmente hombres que piensan que pueden empujar a chicas como yo
sólo porque no tengo un lugar donde vivir. ¿Pero tú? Tú no eres un
monstruo. Te ves diferente.
—Me alegra que pienses eso.
La vio comer. Quería hacerle preguntas, pero no estaba seguro de si
eso sería cortés.
Renelle terminó los melocotones y se lamió los dedos. Ella miró a Jake.
—Te estás preguntando por qué soy una drogadicta.
Jake negó con la cabeza, pero ella tenía razón. Se lo preguntaba.
Renelle cruzó las piernas y se abrazó.
—Mi mamá murió cuando yo tenía trece años.
Jake se sentó junto a Renelle. Pensó en tocarle la mano, pero no estaba
seguro de hacerlo.
—Lo siento. Sé cómo es eso. Mi mamá también murió. Es horrible.
Renelle tocó la capa de Jake.
—Yo también lo siento. —Su mirada pasó por encima del hombro de
Jake—. Eso fue hace sólo dos años, pero parece que fue hace una
eternidad. Era muy cercana a mi madre, y cuando ella murió, me convertí
en un desastre y nadie estuvo ahí para mí.
—¿Qué hay de tu papá? —preguntó Jake.
Renelle negó con la cabeza.
—Estaba demasiado envuelto en su propio dolor, no pudo lidiar con
eso, ¿sabes? Desapareció en su trabajo, se obsesionó con él. No pudo
ayudarme—. Ella suspiró—. Traté de hacer frente. Realmente lo hice. Pero
finalmente no pude soportar más el dolor. —Renelle le sonrió—. Eres
realmente agradable. Mi papá no entendió nada. Me llevó a una de esas
escuelas para niños que se meten en problemas y me dejó allí. Cuando salí,
todavía estaba absorto en su trabajo. Le robé algo de dinero y, cuando se
enteró de que había hecho eso, me echó. Me dijo que no volviera.
—Lo siento mucho.
Renelle se encogió de hombros y tomó otra lata, esta vez una pequeña
lata de jamón endiablado. La abrió y sacó un poco de la carne rosada de
olor salado. Masticó, tragó y se secó la boca con el dorso de la mano.
Renelle se concentró en comer, pero sus ojos brillaban por las lágrimas.
Jake se dio cuenta de que amaba a su padre y lo extrañaba. Podía sentir
intensamente su pérdida.
Al ver a Renelle pulir el jamón endiablado, Jake decidió que iba a
encontrar al padre de Renelle y reunirlos. No sabía cómo, pero iba a
hacerlo.
En el momento en que Jake tomó su decisión, el sol ganó su batalla con
las nubes. Un rayo de luz dorada entró por la ventana manchada del
cobertizo y aterrizó sobre Renelle.
La luz hacía que Renelle pareciera un dulce ángel. Y reveló algo que Jake
no había notado antes.
Renelle llevaba un colgante muy inusual. Colgando de una cadena de
plata, el colgante era un corazón de plata algo deformado. La forma
hinchada le recordó a Jake las cosas que había visto en las tiras cómicas;
este corazón era el tipo de corazón que él esperaría que usara un personaje
de dibujos animados.
La forma en que el sol golpeaba la plata lo hacía brillar y destellar
destellos. Los destellos hicieron sonreír a Jake. Pensó que era una señal de
que iba a suceder algo bueno.
Fazbear Frights

#10

Scott Cawthon
Andrea Rains Waggener
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2021
Diseño de portada de Jeff Shake
e-ISBN 978-1-338-78596-8
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Cara amigable
Bonnies marinos
Juntas por siempre
Acerca de los Autores
Rompecabezas
E l tazón de cereal de Edward cayó al suelo y se hizo añicos; la leche y
las hojuelas empapadas salpicaron sus vaqueros. Edward se levantó de un
salto, frunció el ceño y miró a su alrededor, recordándose a sí mismo
dónde estaba. «Verdad». Estaba en la cocina: encimeras de laminado rojo
anticuadas, fregadero blanco brillante estilo granja, nevera y estufa retro,
olores a plátanos maduros y la alfalfa que su madre puso en su “batido
energético”, había estado desayunando hasta que se perdió en su libro.
Miró hacia abajo y miró los restos de su cuenco.
—¡Edward, tienes que tener más cuidado! —espetó su mamá.
Edward la miró. Su madre parecía preocupada, como de costumbre.
Unos pocos mechones castaños se habían soltado del peinado que siempre
llevaba. Sacudía la cabeza y se frotaba las sienes mientras miraba el
desorden en el suelo de madera desgastada.
—¿Cómo llego ahí abajo? —preguntó Edward.
Su mamá suspiró. Se inclinó y empezó a recoger piezas de gres verde.
Edward se inclinó para ayudarla… y sus cabezas chocaron.
—¡Ay! —gritaron al unísono.
Su madre se enderezó y le frunció el ceño. En una mano, sostenía los
fragmentos de gres. Usó la otra mano para sondear la mancha roja en su
frente.
Edward abrió la boca para disculparse, pero una mirada de su madre lo
hizo callar. Caminó hasta el bote de basura debajo del fregadero y tiró al
tazón de cereal roto. Edward tomó una servilleta de la mesa redonda de la
cocina, se puso en cuclillas y comenzó a limpiar la leche y el cereal.
—Edward.
Su madre le tendió un trapo húmedo para que lo usara en el suelo. Lo
tomó y comenzó a deslizarlo de una manera u otra. Sus rápidos
movimientos arrojaron trozos de cereal por el suelo.
Su mamá suspiró de nuevo.
—Déjalo. Yo lo haré. Ve a cepillarte los dientes. Vas a perder el autobús.
Edward se puso de pie y aprovechó el momento para disculparse.
—Perdón. No sé cómo cayó el cuenco.
Su madre abrió la boca, la cerró, respiró hondo y luego extendió la
mano y le revolvió el pelo. Él se retorció. Deseaba que ella no hiciera eso.
Era como si no pudiera distinguir la diferencia entre ocho años y octavo
grado. Todavía intentaba tratarlo como a un niño pequeño, a pesar de que
tenía trece años desde hacía meses. Ahora era un adolescente. Necesitaba
que ella lo entendiera.
Él miró su rostro tenso. Sin embargo, probablemente ahora no era el
mejor momento para tratar de explicarlo.
Edward y su madre habían estado solos durante mucho tiempo y, por
lo general, eran cercanos. También se parecían, lo que podría ser
vergonzoso. Incluso con el maquillaje sutil que usaba su madre, sus ojos
color avellana, nariz pequeña, boca ancha y mandíbula fuerte eran casi
imágenes de espejo de sus propios rasgos. Era asombroso. Su cabello
también era del color exacto del de ella, pero su cabello no era lo
suficientemente largo para torcerse.
—Bueno, mi pequeño fanático de la ciencia —dijo su madre— ¿cuál fue
la pregunta que me hiciste el otro día sobre fuerzas imparables?
—¿Qué sucede cuando una fuerza imparable se encuentra con un objeto
inamovible? ¿Esa pregunta? —Edward arrugó la cara—. ¿Tenía que ver la
paradoja de la fuerza irresistible con algo?
Su mamá asintió.
—Eso. Bueno, no puedo responderlo. Pero sí sé lo que sucede cuando
un tazón de cereal empujado hacia el borde de la mesa se encuentra con
el codo de un niño distraído que está leyendo en el desayuno en lugar de
comer.
—No soy un niño —dijo Edward.
—Bien. Adolescente. Prácticamente lo mismo. Tienes que concentrarte
en una cosa a la vez, Edward. Tienes prisa y es por eso que eres tan
propenso a los accidentes. Si quieres vivir la adolescencia, debes prestar
atención.
—Bueno, estaba prestando atención a lo que estaba leyendo —
respondió Edward.
—Eso no es- —su mamá suspiró de nuevo—. Ve y presta atención a
cepillarte los dientes.
Edward se encogió de hombros y se volteó para salir de la cocina.
—¿Y tu libro? —dijo su madre.
—Oh. —Volvió y se lo quitó. Ella negó con la cabeza y le sonrió de la
manera torcida que hacía cada vez que él estropeaba algo. Era como si
estuviera diciendo—: Eres un caso perdido, pero te amo de todos modos.
Edward vaciló, luego abrazó a su mamá.
—Perdón.

✩✩✩
—Edward, ¿estás escuchando?
Edward miró a la Sra. Sterling, quien frunció el ceño desde el frente de
su clase de ciencias de octavo grado.
—¿Perdón?
—Te pregunté si podías tomar las limaduras de hierro del armario. Eres
el que está más cerca.
—Oh. Claro. —Edward se dio la vuelta y abrió el gabinete de metal
detrás de él. Habían estado hablando de todo el asunto de la fuerza
imparable/objeto inamovible nuevamente al comienzo de la clase de hoy, y
su cerebro no podía dejar de procesarlo. Gracias a sus muchas preguntas
al respecto, la Sra. Sterling había asignado un trabajo sobre el tema. Pensó
en cómo iba a organizar su ensayo mientras tomaba lo que le pidieron.
—Bien, ahora vamos a presenciar el poder de los imanes —anunció la
Sra. Sterling.
Sonrió a la clase. La Sra. Sterling era de mediana edad con una cara
redonda y una amplia sonrisa. Siempre parecía que estaba pasando el mejor
momento de su vida, incluso cuando no era así. Presidió como la
presentadora de un programa de juegos el aula, que estaba llena de
escritorios, mesas de laboratorio y gabinetes de frascos y vasos de
precipitados. Cuadros, diagramas y fotos de anomalías científicas cubrían
las paredes, un sinfín de distracciones para la mente curiosa de Edward.
—Edward, ya que estás aquí —dijo la Sra. Sterling— ¿por qué no
esparces las limaduras en ese imán? —Señaló un artilugio plano en forma
de caja gris en su escritorio antes de voltearse para escribir algo en la
pizarra.
Trató de ver lo que estaba escribiendo mientras abría el frasco que había
agarrado y, sin mirar, esparció un montón de limaduras sobre la superficie
plana.
—Gracias, Edward —dijo la Sra. Sterling—. Puedes volver a tu asiento.
Edward asintió y se dirigió a su escritorio.
—Está bien, aquí vamos. —Encendió el interruptor de un ventilador que
estaba colocado frente al imán.
De repente, el frente de la clase fue acribillado con diminutas partículas
negras… y todos empezaron a estornudar. La Sra. Sterling, que estaba más
cerca de su escritorio, fue la que estornudó con más fuerza. También cerró
los ojos con fuerza.
Una de las chicas de la primera fila chilló. Otra gritó—: ¡Mis ojos!
—¡Apague el ventilador! —gritó un chico.
La Sra. Sterling, con los ojos aún cerrados, buscó a tientas el ventilador
y terminó tirándolo.
Edward estornudó y sus ojos comenzaron a arder. ¿Qué había pasado?
—¿Estás seguro de que fueron las limaduras de hierro las que tomaste?
—le preguntó su mejor amigo, Jack, subiéndose la camiseta hasta la nariz.
Edward se limpió la nariz que le moqueaba.
—Sí, yo… —Se encogió y se giró para mirar el armario.
El frasco de limaduras de hierro todavía estaba allí. Había agarrado la
pimienta. La Sra. Sterling la había usado en su experimento de tensión
superficial un par de días antes.
—¡Todos afuera! —Ordenó la Sra. Sterling en un tono estridente. Ella
se tambaleaba, las lágrimas brotaban de sus ojos. Pero seguía sonriendo.
—¡El cara de torpe ataca de nuevo! —gritó uno de los chicos mientras
todos salían corriendo del salón de clases.
—Lo siento —dijo Edward cuando se unió a sus compañeros de clase
en el pasillo—. Yo… —Se detuvo y se encogió de hombros. No tenía
sentido tratar de explicarlo. Entonces, simplemente repitió—: Lo siento.

✩✩✩
—Me pregunto cuántas veces al día digo—: Lo siento —le dijo Edward
a Jack mientras el autobús se alejaba de la escuela esa tarde.
—¿Lo siento? —Jack se puso los auriculares y volteó su rostro sonriente
hacia Edward—. No te escuché. ¿Podrías repetir lo que dijiste?
—No fue nada.
Jack se encogió de hombros y volvió a ponerse los auriculares. Su
sonrisa permaneció en su lugar.
Jack casi siempre estaba sonriendo, una de las razones era que sus labios
estaban naturalmente hacia arriba. Otra era que Jack era feliz en general
todo el tiempo. Edward nunca había conocido a nadie tan bondadoso como
Jack. Sus cálidos ojos marrones ya tenían una leve sonrisa en las esquinas.
Edward miró la espiral dorada en la camiseta holgada de Jack por un
segundo y se preguntó qué estaba escuchando (siempre eran audiolibros,
nunca música). Luego giró la mirada y miró por la ventana.
La escuela secundaria a la que asistían Edward y Jack era parte de un
complejo que también incluía la preparatoria de la ciudad. El complejo se
había construido apenas el año anterior para reemplazar la antigua escuela
secundaria, que había sucumbido a un problema de moho que se
consideraba demasiado caro para ser remediado. El nuevo complejo
escolar era agradable, pero debido a un problema de zonificación, se había
construido a unas pocas millas de la ciudad. Debido a esto, la primera parte
del viaje en autobús a casa pasaba por un área relativamente silvestre. O al
menos, Edward pensaba que lo era.
La ruta atravesaba un espeso bosque. Altos abetos apretujados unos
contra otros al borde de la grava del borde de la carretera. A la mayoría
de los compañeros de clase de Edward les encantaba el bosque; el lunes
por la mañana, en el salón de clases, hablaban sobre atrapar cangrejos en
el arroyo, flotar todo el día en un pozo profundo para nadar a media milla
de la escuela y jugar al rey de la colina en lo que las leyendas locales decían
que eran antiguos túmulos funerarios. A Edward, sin embargo, no le
gustaba el bosque. Estaba demasiado oscuro, era demasiado fácil perderse.
Le daba un escalofrío en la nuca la idea de los árboles acercándose,
amortiguando el sonido para que nadie pudiera oírlo gritar.
Edward se movió en el duro asiento del autobús. El acolchado debajo
del vinilo estaba gastado y, por un momento incómodo, se sintió
consumido por sus pensamientos.
Cuando se recolocó, lanzó un codazo.
—¡Ay! —dijo Jack.
—Lo siento. —Edward hizo una mueca. Ahí estaba de nuevo. Debería
empezar a contar.
Jack volvió a quitarse los auriculares. Esta vez, los guardó.
—¿Te sucede algo? Has estado raro todo el día.
—¿Diferente a otros días? ¿Crees que hay días en los que no soy raro?
Jack arqueó sus labios carnosos y se frotó la nariz.
—Es un punto valido.
Se inclinó y chocó con los hombros de Edward.
—Pero hace falta ser raro para conocer a los raros.
Una de las chicas sentada frente a Edward y Jack se dio la vuelta y les
dio una mirada.
—Ambos son raros.
Edward se sonrojó. La chica, Julia, era una de las chicas más populares
de su curso, lo que significaba que ella era la antítesis de él. La mayoría de
los días, eso no le molestaba. Él y Jack habían decidido hace mucho tiempo
que existían en su propio universo. Puede que tengan que pasar el rato en
este, pero el suyo estaba separado. Eran como el monstruo del lago Ness,
que Edward estaba convencido de que vivía en otra dimensión y de vez en
cuando pasaba por un agujero de gusano para visitar este. ¿Por qué, si no,
el monstruo sería visto sólo diez veces al año?
Miró los bonitos ojos de Julia. Se preguntó si su teoría le interesaría.
Abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, ella rodó sus brillantes iris
azules.
—¡Gracias a ustedes dos, todos tenemos que escribir artículos sobre
por qué es imposible que exista una fuerza imparable en el mismo universo
que un objeto inamovible!
La sonrisa de Jack se ensanchó y rebotó en su asiento.
—¿Cuál es el problema con eso? Es muy entretenido pensar en ello.
Imagina que este autobús tuviera energía infinita y…
—¡Cállate! —Julia se dio la vuelta.
Edward miró la forma en que su ondulado cabello negro colgaba de la
parte posterior de su cabeza como una cascada sobre rocas en una noche
de luna. Miró a Jack, recordando la risa de Jack cuando Edward había
compartido sus sentimientos con él un par de semanas antes.
—¿Has perdido interés en el género de ciencia ficción y has desarrollado
uno para la ficción romántica? —Había Jack farfullado entre carcajadas—.
Ella vive en un plano existencial diferente, Edward. No es posible.
Por razones que Edward no entendía, este universo (no del que él y Jack
eran) tenía su base en un par de extrañas ecuaciones.
Ecuación 1:
Interés por la ciencia - Interés por los deportes = Extraño
Ecuación 2: Extraño + Pequeño = Marginado
¿Quién decidió esto? No estaba seguro. Parecía que los nerds
generalmente ganaban más dinero. Los nerds creaban cosas que mejoraban
el mundo. Entonces, ¿quién inventó este cálculo de popularidad? ¿Y quién
distribuyó el memorándum al respecto?
Simplemente parecía ser algo que todos sabían.
—¿Vienes? —preguntó Jack.
Edward parpadeó y miró a su alrededor. Varios alumnos estaban
bajando del autobús. Edward miró por la ventana. Esta era su parada.
Jack y Edward se pusieron de pie, pero algo húmedo y pegajoso golpeó
a Edward en la mejilla. Antes de que pudiera estirar la mano, el objeto
pegajoso (chicle masticado) rebotó en su pecho y se pegó al ojo izquierdo
de la camiseta con la cara sonriente.
Trató de quitarlo, pero se aferró. Lo agarró, casi vomitando ante la
aspereza de la saliva resbaladiza que cubría el chicle. A pesar de esa baba
humana, el chicle se le pegaba a los dedos.
—Vamos —instó Jack. Ya estaba parado en el pasillo.
Edward suspiró y tiró del chicle. Se quitó la mayor parte de la camisa y
tuvo que sujetarlo mientras se bajaban del autobús. Estuvo tentado de
tratar de limpiarlo en un asiento mientras recorría el pasillo, pero eso
estaría mal. Esperaría hasta salir; luego lo limpiaría sobre una roca o algo
así.
Miró a su alrededor. No había forma de saber quién había tirado el
chicle. Cualquiera en este universo podría haberlo hecho.
Tan pronto como Edward se bajó del autobús, el conductor, Don, un
hombre grande y semirretirado de pelo rizado y gris, gritó—: ¡Que les vaya
bien!
Edward saludó a Don mientras las puertas del autobús se cerraban con
un golpe. El autobús eructó gases de escape y se alejó rugiendo.
Jack centró cuidadosamente su pila de libros frente a su vientre y
preguntó—: ¿Qué te gustaría hacer esta tarde?
Edward vio a los otros chicos deambular por la calle. Se apartó del
bordillo y se agachó para recoger una piedra del macizo de flores al borde
del jardín de la señora Phillips. Después de echar un vistazo a su ventana
para asegurarse de que ella no estaba mirando, usó la piedra para quitarse
la goma de mascar de los dedos.
Luego se inclinó para reposicionar la piedra, con el chicle hacia abajo,
exactamente donde la había encontrado.
Mientras colocaba la piedra en su lugar, escuchó un leve sonido. Edward
se congeló y escuchó. ¿Qué fue eso?
El autobús estaba casi al final de la cuadra. Cuando dobló la esquina, el
ruido del motor se hizo más débil. Y el sonido que venía del parterre de
flores de la Sra. Phillips se hizo más fuerte.
Parecía ser un cruce entre un chirrido y un crujido. ¿Era un pájaro
herido? ¿Una ardilla?
Edward se arrodilló y comenzó a mirar a su alrededor bajo el gran
arbusto de rododendros que protegía las plantaciones estacionales de la
Sra. Phillips. Como era enero, el macizo de flores no tenía flores en ese
momento. En cambio, contenía una colección de gnomos vestidos de
invierno, todos los cuales vestían suéteres tejidos a mano que la señora
Phillips había hecho ella misma.
Fuera lo que fuera lo que estaba haciendo el sonido, lo hizo de nuevo.
Ahora era más fuerte.
Chwee, chwee.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jack.
—Shh. ¿No escuchas eso?
—¿Escuchar qué?
Edward agachó la cabeza bajo el arbusto y reposicionó suavemente a un
gnomo que llevaba una gorra de esquí.
El sonido cambió a un siseo pronunciado, y tiró de su mano hacia atrás.
—Creo que hay una serpiente ahí —dijo.
—Bueno, entonces ¿por qué colocas tu mano?
El silbido se detuvo y el sonido regresó. Sólo que esta vez, fue más un
mwee que un chwee.
—Oh, escuché eso —dijo Jack—. Una serpiente no podría hacer ese
sonido.
Jack se inclinó, limpió un lugar en la acera y colocó su pila de libros en
el borde del macizo de flores. Se arrodilló junto a Edward y se inclinó para
mirar más allá de los gnomos.
Juntos, Edward y Jack trasladaron a otro gnomo. Más allá de sus manos,
algo siseó de nuevo y luego emitió otro mwee.
Jack apartó una rama de rododendro y dos ojos amarillos los miraron.
—¡Es un gatito! —exclamó Jack. Su sonrisa habitual se convirtió en una
enorme sonrisa.
El gatito volvió a decir—: Mwee.
—Hola, gatito —dijo Jack en un tono tranquilizador—. Es un placer
conocerte, pequeño. No tienes por qué tener miedo. No tenemos ninguna
intención de hacerte daño.
Edward se inclinó y estiró el brazo para ver más allá de la mano
extendida de Jack. Estaba oscuro bajo el arbusto, y la única parte del gatito
que estaba despejada eran sus ojos.
—Vamos, amiguito, —persuadió Jack, con su voz una octava más alta de
lo que Edward había escuchado nunca—. Podemos ayudarte.
Jack se volteó para susurrarle a Edward—: ¿Supongo que no tienes
comida para gatos en tu mochila?
Edward resopló. El gatito siseó.
Jack volvió a susurrar—: No creo que le gustes a Faraday.
—¿Faraday? —Edward respondió en un susurro.
—Michael Faraday, ¿el famoso científico? ¿Fundó dos leyes de la
electroquímica? —Jack seguía susurrando. El gatito había dejado de silbar.
—Por supuesto. Él. —Edward sonrió. Todos los días, Jack le decía a
Edward algo que no sabía. Edward estaba bastante seguro de que había
aprendido más de Jack que en la escuela.
El motor de una camioneta aceleró y Edward se volteó para fruncir el
ceño. Al otro lado de su vecindario, un desarrollador estaba instalando una
nueva subdivisión. La maquinaria pesada había estado atravesando el
vecindario de Edward y Jack durante la última semana más o menos. Según
la madre de Edward, los camiones volquete iban y venían durante meses.
El rugido del camión se desvaneció. Alguien gritó. El gatito abrió la boca
y soltó otro mwee.
—Pensé que los gatitos maullaban —dijo Edward.
—Los gatitos tienen una amplia variedad de vocalizaciones —respondió
Jack—. Su comunicación es tan idiosincrásica como la del ser humano
promedio. Aunque la homogeneidad de las declaraciones de nuestros
compañeros de clase argumenta en contra de la singularidad humana.
Edward frunció el ceño y abrió la boca para pedirle a Jack que le
explicara de qué estaba hablando, pero Jack prosiguió—: Te recomiendo
que te retires por un momento. Creo que estoy estableciendo un vínculo
con Faraday. Te incluiremos tan pronto como hayamos solidificado nuestra
conexión.
—Um, seguro. —Edward cayó de rodillas a su trasero y se deslizó hacia
atrás. A pesar de que hacía frío y el cemento se sentía tibio a través de sus
jeans. Miró hacia el sol brillante, luego cerró los ojos y vio manchas bailar
detrás de sus párpados.
Escuchó a su amigo decir—: establecer un vínculo. —Sonrió.
Edward y Jack habían sido amigos desde que eran bebés. ¿Podían los
bebés ser amigos? Según su madre, Jack y Edward jugaban juntos antes de
que pudieran caminar. Se preguntó qué hacían. ¿Se babeaban el uno al otro?
De todos modos, decir que Edward y Jack “crecieron” juntos podría
exagerar un poco las cosas. Ninguno de los dos había logrado alcanzar nada
que se acercara a una altura normal para su edad. En consecuencia, habían
sido objeto de burlas sin descanso desde el momento en que ingresaron a
la escuela. Pero honestamente, incluso si Jack no fuera bajo, aún insitaría a
la burla. Era la forma en que hablaba. Y la forma en que pensaba. Tomando
la pregunta sobre la comida para gatos, por ejemplo. No estaba bromeando
cuando preguntó eso. Jack se inició en la física cuando apenas tenía edad
para leer. Su comprensión de los quarks y átomos eclipsaba a la de
cualquiera de sus maestros. Le encantaba hablar de dualidad, el hecho de
que las entidades cuánticas existían como ondas y partículas al mismo
tiempo.
—Es una posibilidad infinita —le encantaba decir a Jack. Pensaba que
todo era posible, como que su mejor amigo podría estar cargando comida
para gatos a pesar de que no tenía un gato.
—Edward —dijo Jack.
Edward abrió los ojos.
Jack se arrodilló frente a él sosteniendo un gatito negro escuálido.
—Te presento a Faraday —dijo Jack en voz baja—. Faraday, él es
Edward. Él es bueno. Pero es poco torpe. Te sugiero que te mantengas
alejado de sus codos.
El gatito ronroneaba. Él y Jack aparentemente habían completado su
vínculo.
Jack tenía la cabeza inclinada y el gatito estaba bajo su ancha barbilla. Por
un segundo, fue difícil ver dónde terminaba el pelaje del gatito y comenzaba
el pelo de Jack. El cabello de Jack era tan negro como el pelaje del gatito.
Edward desvió su mirada de Jack al gatito.
—Hola, Faraday. —Puso un dedo frente a la pequeña nariz del gatito.
El gatito olió el dedo de Edward y siguió ronroneando.
—Puede que le agrades después de todo —dijo Jack.
—Um, ¿hay alguna razón por la que le pusiste nombre a un gatito que
no es tuyo? —preguntó Edward.
Jack se encogió de hombros.
—Necesita un nombre.
—¿Deberíamos llevarlo al refugio?
Jack negó con la cabeza.
—No, no creo que eso sea lo mejor para él. —Faraday dejó de
ronronear. Jack le murmuró y le rascó detrás de las orejas—. Creo que
deberíamos quedarnos con él.
—Mi mamá no…
—Lo sé. La mía nos dejará, siempre que lo cuidemos.
—¿Cuidemos?
—Bueno, lo encontraste. Tienes que ser su padre.
—No he tenido exactamente muchos modelos a seguir para la
paternidad.
—¿Y yo? —preguntó Jack.
—Verdad.
El padre de Edward se fue cuando Edward tenía tres años. Vivía al otro
lado del país con su segunda esposa y tres hijos nuevos. En Navidad y en
el cumpleaños de Edward, enviaba una estúpida tarjeta con veinte dólares
adentro.
El padre de Jack todavía era parte de su familia, pero él era un camionero
de larga distancia, y cuando estaba en casa, todo lo que quería hacer era
ver deportes, beber refrescos y comer comida chatarra. No entendía a
Jack y había bromeado en más de una ocasión diciendo que no estaba
convencido de que Jack fuera realmente su hijo.
Pasó otro coche.
—Oigan, fenómenos —gritó un idiota—. ¿Olvidaron el camino a casa?
Edward miró hacia arriba y reconoció a un par de chicos que vivían en
la calle, ambos eran parte del grupo que jugaba béisbol en las calles durante
el verano.
—Vamos —le dijo a Jack.
Jack le tendió a Faraday.
—Tómalo para que pueda llevar mis libros.
Edward aceptó con cautela el bulto peludo, tensándose a la espera de
un silbido o algo peor. No estaba acostumbrado a los animales. Le
gustaban, pero su mamá nunca le había dejado tener uno. Ni siquiera tenía
idea de cómo sostener a un gatito, y mucho menos cómo cuidarlo.
Edward tampoco creía que Jack supiera. Parecía bastante seguro de que
su madre le permitiría quedarse con Faraday, pero la única mascota que
había tenido era un pez dorado al que llamaba Cousteau. Hace apenas un
año, habían tenido un servicio conmemorativo de una hora después de que
Jack encontró a Cousteau flotando boca abajo en su cuenco. Edward había
pensado que un servicio de una hora era excesivo, pero Jack señaló que
Cousteau había estado vivo más tiempo que ellos (la madre de Jack había
comprado Cousteau para la guardería de Jack antes de que él naciera), por
lo que merecía el respeto apropiado.
Edward miró a los ojos de Faraday. El gatito le miró parpadeando.
Acarició suavemente el pelaje del gato. Estaba sucio y se sentía rígido.
—Listo —dijo Jack—. Vamos.
—¿A dónde vamos? ¿A tu casa?
—Vayamos a la tienda de la esquina y compremos comida para él. Luego
iremos a mi casa.
Edward asintió y se dirigieron a la cuadra.
—¿No crees que deberíamos poner letreros o algo así? ¿Qué tal si
alguien lo está buscando? —preguntó Edward.
—Se llama Faraday y no creo que nadie se haya ocupado de él antes.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Cómo sé qué?
—¿Que no tiene dueño y que es macho?
—Bueno, la respuesta es la misma: lo que tocado con mis manos.
¿Sientes lo sucio y quebradizo que está su pelaje? Ha estado solo y no se
ha alimentado bien. —Jack miró a Faraday, que se había relajado en el brazo
de Edward.
Edward podía sentir los rápidos latidos del corazón de Faraday y el calor
de su pequeño cuerpo contra su propio pecho. Había algo extrañamente
tranquilizador en ello.
—Bueno, creo que deberíamos poner carteles —dijo Edward.
—Siéntete libre de seguir tu propia agenda. Mi agenda es cuidar de
nuestro nuevo gato.

✩✩✩
Fiel a la predicción de Jack, su madre no tuvo problemas con Faraday.
Esto no fue tan sorprendente. La Sra. Weston era profesora de física
(razón por la cual no se podía culpar a Jack por su obsesión por la dualidad),
y si no estaba en el aula enseñando, estaba en su computadora—: Publica
o muere —decía cada vez que Edward comentaba lo duro que trabajaba.
La Sra. Weston no estaba tan consciente de lo que estaba pasando en el
mundo más allá de su trabajo.
La casa de Jack siempre había sido un desastre cuando era pequeño.
Ahora estaba limpia, pero sólo porque él la limpiaba. También había
aprendido a cocinar sólo porque se cansó de las cenas en el microondas.
Ahora Jack se estaba enseñando como cuidar de un gato.
Tres semanas después de que encontraron a Faraday, no sólo se había
instalado en la casa Weston, era el jefe de ella, o al menos el jefe de Jack.
Ahora, orgulloso usuario de una estación de arena para gatos de última
generación, una torre para gatos y varias camas para gatos, Faraday se veía
y actuaba como una criatura muy diferente a la que Edward y Jack habían
encontrado.
Los carteles de Edward no habían dado lugar a llamadas sobre Faraday,
y eso le alivió. Si los carteles hubieran llevado a que alguien se llevara a
Faraday, no estaba seguro de que Jack se lo hubiera perdonado. Y,
sinceramente, Edward no se habría perdonado a sí mismo. Estaba
encantado con Faraday tanto como Jack. Por eso ahora pasaba aún más
tiempo en la casa de Jack.
—¿Por qué tú y Jack ya no pasan el rato aquí? —le había preguntado su
madre el día anterior.
Edward había estado tratando de leer la última historia de terror de su
autor favorito. Simplemente le respondió—: Faraday.
—¿Qué es un Faraday? —su madre extendió la mano y le arrebató el
libro de las manos.
Edward apretó los dientes, pero no dijo nada. Su mamá puso un plato
de sopa de pollo frente a él. Cogió las galletas, estuvo a punto de volcar la
leche y la atrapó justo a tiempo. Su mamá le dio una mirada que él ignoró.
—¿No recuerdas que te hablé del gatito que encontramos? ¿Para el que
hice los carteles? —le preguntó a ella.
—Oh, por supuesto. ¿El gatito se llama Faraday?
Edward asintió y sorbió su sopa.
—¿Por qué? —preguntó su mamá.
Edward le explicó sobre Michael Faraday y le dijo que estaba bastante
seguro de que el gatito era lo suficientemente inteligente como para
desarrollar algunas leyes de la electroquímica por sí mismo, si tuviera
pulgares opuestos. El gatito tenía una habilidad extraordinaria para
conseguir lo que quisiera.
Un ejemplo de ello estaba sucediendo en este momento.
El padre de Jack había vuelto a casa de su último tramo en la carretera
la noche anterior. Según Jack, su padre se había ido directamente a la cama
y no había notado la nueva incorporación a la casa. Minutos antes, sin
embargo, había entrado en la sala de estar y se había dejado caer en su
sillón reclinable de cuero. Alcanzando el control remoto, su mano se
encontró con un puñado de gato.
—¿Qué demonios?
Jack y Edward, que habían estado sentados en la gran alfombra marrón
de la habitación usando un puntero láser para divertir a Faraday, se
congelaron. Jack apagó el puntero láser. Faraday miró a su alrededor,
tratando de encontrar a su presa perdida. Cuando no pudo localizarlo,
Faraday dijo—: ¿Murrp?
Jack tenía razón sobre la variedad de sonidos de un gatito. Faraday tenía
un lenguaje extenso, mucho del cual Jack y Edward entendían.
Murrp quería decir exactamente lo mismo que el señor Weston acababa
de decir—: ¿Qué diablos? —O tal vez la versión de Faraday era más
colorida. Edward no estaba seguro.
—¿De dónde vino el gato? —preguntó el Sr. Weston mientras abría una
lata de refresco. Dejó el refresco al lado de un posavasos que Jack había
colocado ineficazmente en la mesa auxiliar al lado del sillón reclinable.
—Lo encontramos —dijo Jack, su sonrisa habitual vaciló levemente—.
Mamá dijo que podíamos quedarnos con él.
Edward estaba fascinado por cómo los patrones complejos y normales
del habla de Jack se convertían en oraciones simples cuando hablaba con
su padre. Pobre Jack. Trataba de relacionarse con su papá. Simplemente no
servía de mucho.
—Ella los dejó, ¿eh? —El Sr. Weston frunció el ceño.
El padre de Jack no sólo no compartía la personalidad o los intereses de
Jack, sino que no se parecía en nada a Jack. El señor Weston era alto y de
hombros anchos. Su cabello era negro como el de Jack, pero sus rasgos
eran totalmente diferentes. Tenía grandes rasgos: ojos grandes, nariz
ancha, barbilla prominente.
—¿De qué sirve un gato? —preguntó el señor Weston.
Faraday miró al padre de Jack y dijo—: Mawp. —Luego pisó el control
remoto, justo en el botón de encendido.
Se encendió la televisión en un canal de cocina.
Antes de que el Sr. Weston pudiera alcanzar el control remoto para
cambiar de canal, Faraday movió la cola y volvió a pisar el control remoto.
El canal cambió y apareció en la pantalla un partido de baloncesto
universitario.
El padre de Jack miró de Faraday a la televisión y viceversa.
—No está mal, gato.
Faraday dijo—: Meep —y saltó de la mesa auxiliar. Sabía cuándo su
trabajo estaba terminado.
Y aparentemente eso fue todo. El Sr. Weston se instaló para disfrutar
del juego, y Jack, Edward y Faraday se retiraron a la habitación de Jack.
La incorporación de Faraday a la vida de Jack requirió que Jack hiciera
algunos ajustes en su habitación. Primero, por supuesto, fue la estación de
arena para gatos, la torre para gatos y las camas ya mencionadas. Tres
camas para ser exactos… pero técnicamente, sólo una de ellas era una
cama, del tipo mullido que era como un puf con un agujero en el medio
para que Faraday se hundiera; las otras dos no eran exactamente camas:
una era una “cueva para dormir”, una especie de iglú suave, y la otra era
una hamaca.
Además de estos accesorios básicos para gatitos, Jack y Edward habían
pasado la mayor parte de las tres semanas anteriores convirtiendo la
habitación de Jack en un paraíso de juegos para gatitos. Uniendo sus
conocimientos de física combinados y el interés incipiente de Edward en la
carpintería, construyeron una serie de plataformas, rampas y “caminos para
gatos” por todas las paredes de la habitación. La red de senderos felinos
corría sobre las estanterías llenas de libros de Jack, y luego rodeaba la
habitación a un nivel a unos treinta centímetros por debajo del techo.
Además de estas vías, Edward y Jack construyeron una serie de
mecanismos de reacción en cadena diseñados para mantener ocupado a un
felino durante horas.
A Faraday le encantaba todo esto, pero lo que más amaba era a Edward
y Jack.
Faraday no era sólo un gatito inteligente; era un gatito social. Le gustaba
jugar juegos grupales como atrápame si puedes, mantenerte alejado (lo que
generalmente implicaba que él se fuera con algo que los humanos no
querían que tuviera) y las escondidas. Faraday era demasiado bueno en los
tres juegos. A menudo probaba la paciencia de sus guardianes hasta el
punto de que no querían tener nada que ver con él, pero ahí era cuando
sacaba su súper poder.
Faraday era, por encima de todo, un maestro de abrazos. No tan
distante como cualquier gato del que Edward había oído hablar, a Faraday
le encantaba acurrucarse y ser acariciado. Su poder de ronroneo estaba
fuera de serie.
Establecido por el momento en el regazo de Edward, su ronroneo subió
a once. Jack se hundió en la silla de su escritorio y enderezó sus libros de
texto. Le sonrió a Edward.
—¿No es esta la demostración más excepcional de relación empática
entre humanos y felinos que hayas presenciado?
Edward acarició la espalda de Faraday. Faraday levantó la cola hasta la
posición “feliz” vagamente en forma de signo de interrogación y dijo—:
Parrrrrble.
—Es bastante sorprendente —respondió Edward.
Hablando de asombroso, la diferencia en la forma en que Faraday se
sentía entre el día en que lo encontraron y ahora era bastante notable. En
sólo veintiún días, Faraday había pasado de estar huesudo y áspero a suave
y sedoso. Ahora perfectamente alimentado, Faraday era la imagen de la
salud y su pelaje brillaba.
Jack afirmó que esto se debía a que usó un poco de su “producto”, una
especie de pegamento que supuestamente hacía que tu cabello brille, en
Faraday. Edward no estaba seguro de que se suponía que debías usar
productos de cabello humano en gatos, pero no dijo nada. Faraday no
parecía estar sufriendo de ninguna manera.
Frotó debajo de la barbilla de Faraday. Faraday empujó su cabeza contra
los dedos de Edward y dijo—: Plurrrmf.
—Creo que deberíamos implementar un programa de entrenamiento
para él —dijo Jack.
Edward parpadeó.
—¿Se puede entrenar a los gatos?
—Por supuesto. Encontré un libro en línea. Está escrito por una mujer
que se gana la vida con un acto de gatos que recorre el país. No estoy
seguro de aprobar el uso de gatos de una manera emprendedora tan
descaradamente interesada, pero sus habilidades son impresionantes.
—No creo que sea un interés propio total —dijo Edward—. Supongo
que también usa el dinero para cuidar a sus gatos.
—Un buen punto.
—Estoy listo para entrenarlo —dijo Edward—. ¿Qué necesitamos
hacer?
—Según el libro, comenzaremos con órdenes sencillas y luego
pasaremos a otras más complejas.
—¿Órdenes?
—Me opongo al uso de la palabra, órdenes.
—Um, está bien.
—Dado su nivel de genialidad —dijo Jack, señalando a Faraday —estoy
seguro de que hará caso una gran cantidad de “sugerencias” en poco
tiempo.
—También estoy seguro.

✩✩✩
La predicción de Jack resultó ser cierta. Con seis semanas restantes en
el año escolar, después de sólo tres meses de entrenamiento, Faraday se
estaba convirtiendo en un gatito extraordinariamente talentoso. Cuando
Jack o Edward le decían a Faraday—: ¿Podrías sentarte, por favor? Faraday
se sentaba erguido en una postura de mírame, ¿no soy bonito? Si decían—
: ¿Podrías venir aquí? Faraday trotaba tan feliz como quisiera—. Por favor,
quédate donde estás —Faraday se congelaba en su lugar.
Solicitudes corteses similares podrían hacer que Faraday se acueste,
vaya a buscar algo, agite la pata, dé una palmada, se dé la vuelta, gire en
círculo, salte, salte a través de sus brazos y haga una reverencia. Era
bastante asombroso, pensaba Edward.
Ahora estaban pasando a algo parecido al entrenamiento de la agilidad
del perro. Sin espacio en la habitación de Jack para construir cualquier otra
cosa, Jack y Edward le pidieron permiso a su madre para construir una
prueba de agilidad para Faraday en el patio trasero. Debido a que ni la Sra.
Ni el Sr. Weston se preocupaban por el área boscosa detrás de su casa,
ella estuvo de acuerdo.
A menudo jugaban con Faraday en el patio trasero en los días soleados.
Debido a que nunca había mostrado ningún interés en estar en ningún lugar
donde Edward y Jack no estuvieran, estaban seguros de que estaba a salvo
allí.
—Nunca lo dejaremos afuera para resistir los elementos o la naturaleza
del bosque por su cuenta —había dicho Jack la primera vez que salieron a
perseguir a Faraday.
Edward estuvo de acuerdo. Incluso había estado nervioso por salir a
jugar. La primera vez que lo hicieron fue en respuesta a la queja de la Sra.
Weston sobre “el escándalo” que Faraday estaba haciendo corriendo por
toda la casa.
Faraday ya no tenía el tamaño de un gatito y, aunque todavía era un
maestro de los abrazos, sus extremidades más largas y su cuerpo extendido
a menudo lo metían en problemas. Era tan propenso a tirar cosas al suelo
como Edward. La única diferencia entre Edward y Faraday era que nadie le
decía constantemente a Faraday que tuviera cuidado.
En un día caluroso de principios de mayo, Edward llevó varios trozos
de dos por doce al patio trasero de Jack. Sorprendentemente, el Sr.
Weston había ayudado a Jack y Edward a comprar la madera para su
proyecto. Edward teorizó que el Sr. Weston estaba encantado de que su
hijo se hubiera interesado en algo “varonil” como la carpintería. Por
supuesto, nadie le dijo al Sr. Weston que Edward estaría haciendo todo el
edificio, y el Sr. Weston no se quedó el tiempo suficiente para averiguarlo.
Había un partido de béisbol en la televisión.
Edward podía escuchar débilmente el juego a través de una ventana
abierta en la parte trasera de la casa de Jack, pero la cortadora de césped
del vecino lo ahogaba en su mayor parte. El olor a hierba recién cortada
flotaba desde la puerta de al lado y se mezclaba con el olor a humedad de
la tierra mojada en el patio desatendido de los Weston.
—Soy de la opinión de que primero deberíamos demarcar nuestro
diseño con tiza —dijo Jack cuando Edward le mostró sus planes para el
curso de agilidad de Faraday.
Edward se encogió de hombros.
—Está bien.
Mientras Edward transportaba madera, neumáticos viejos y tubos de un
lado a otro, se dio cuenta de que las marcas de tiza de Jack serían el fin de
la contribución de Jack al proyecto… eso, y señalar aquí y allá mientras
daba instrucciones a Edward de dónde colocar varios aspectos del
recorrido.
Mientras Edward y Jack planeaban el curso de agilidad de Faraday,
Faraday merodeaba por el patio, en busca de hojas grandes sobrantes, sin
rastrillar, de la caída. (Eran la mejor alternativa a un puntero láser).
De vez en cuando, una fuerte brisa lanzaba algunas hojas, entreteniendo
a Faraday mientras Jack planeaba y Edward se ponía a trabajar.
En las siguientes semanas, Edward se preguntó si se había perdido alguna
señal esa tarde, algo que le advirtiera de un desastre inminente. ¿Hubo
alguna pista en el tiempo que pasaron entrenando a Faraday? ¿Un susurro
de los dioses? ¿Algún indicio de una amenaza?
A menudo no prestaba suficiente atención a las cosas que necesitaba, y
la idea de que se había perdido una advertencia importante a menudo lo
mantenía despierto, preguntándose. Aun así, nunca pudo señalar nada que
lo hubiera alertado de lo que se avecinaba. Y supuso que eso era algo
bueno.
En cada paraíso acechaba una serpiente. En el paraíso de Edward, Jack y
Faraday, la serpiente era una mariposa, una bonita mariposa monarca
anaranjada que revoloteaba.
Edward pasó horas estudiando mariposas después de lo que sucedió.
Quería saber si la apariencia de la mariposa era una casualidad o si debería
haber sido consciente de que las mariposas estaban fuera de casa. Dio la
casualidad de que mayo era de hecho una época normal para ver
mariposas. Edward descubrió que las monarcas durante las terribles
semanas posteriores a ese día ponen sus huevos en marzo y abril. Sus
huevos se convierten en larvas que se convierten en orugas, y luego, dos
semanas después de eso, las orugas encuentran un lugar agradable y
protegido para comenzar a crear una crisálida, de la cual emergen las
mariposas. La primera generación de monarcas sólo vive de dos a seis
semanas. Se divierten comiendo durante ese corto período, y luego
mueren después de poner huevos para la segunda generación de monarcas.
Fue de esa generación que surgió la tragedia.
Edward deseaba haber sabido más sobre las mariposas. Le gustaba
pensar que no habría habido forma de que él y sus mejores amigos hubieran
estado afuera si lo hubiera sabido. Pero entonces, ¿cómo habría sabido que
Faraday pensaría que una mariposa era una colorida hoja voladora?
Faraday vio la mariposa antes que Edward o Jack. Tan pronto como lo
hizo, comenzó a corretear detrás de ella, de la misma manera que
perseguía una hoja. Al principio, Edward y Jack pensaron que las payasadas
de Faraday eran divertidas. Era como ver un ballet: el ágil y elegante gato
negro saltaba con gracia; la mariposa ingrávida se lanza en picado y se
zambulle. La forma en que las patas de Faraday alcanzaban la mariposa,
batiendo el aire, era adorable.
Pero entonces su gato dio la vuelta a la esquina y entró en el patio
delantero.
—Faraday, ¿podrías venir aquí? —llamó Jack cuando Faraday rodeó el
costado de la casa.
Faraday no vino.
Jack repitió la “sugerencia”.
Faraday no vino.
Edward y Jack intercambiaron una mirada y ambos despegaron al mismo
tiempo.
Doblaron la esquina de la casa y encontraron a Faraday en el borde
delantero del patio, alegremente retozando con la mariposa.
—¡Faraday, ven aquí! —gritó Jack, todas las preocupaciones sobre las
ordenes desaparecieron.
Faraday actuó como si no hubiera escuchado nada.
Edward no se molestó en llamar a Faraday. Simplemente cruzó
corriendo el patio.
Faraday no le estaba prestando atención, así que Edward planeó coger
al gato desprevenido y terminar con todo el momento de ansiedad.
Pero Faraday se movió en zigzag cuando Edward lo hizo, justo en la
calle.
—¡Faraday! —Jack y Edward chillaron al unísono.
Debido a la carrera de Edward hacia donde había estado Faraday, Jack
estaba más cerca de Faraday cuando salió a la calle. Jack no era
particularmente rápido, pero se movió a la velocidad de la luz esa tarde.
Desapareció su típica sonrisa, sus labios se comprimieron con
determinación, salió a la calle tras el gato y saltó hacia Faraday justo cuando
un camión volquete rugía a la vuelta de la esquina y aceleraba hacia el gato
y el chico.
—¡Detente! —gritó Edward. No estaba seguro de a quién le estaba
gritando. ¿Al conductor del camión? ¿A Faraday? ¿A Jack?
El único que aparentemente lo escuchó fue el conductor del camión.
Mientras Edward corría hacia la calle para rescatar a sus amigos, el
conductor del camión frenó. Los neumáticos chirriaron, pero el camión iba
demasiado rápido para detenerse a tiempo.
—¡No! —Edward gimió cuando el camión chocó contra Jack y Faraday.
Congelado, Edward miró los cuerpos contorsionados de Jack y Faraday.
No dio un paso adelante para ver si estaban vivos. Ambos yacían con el
cuello en un ángulo extraño, con los ojos abiertos… pero vacíos.
Edward se tambaleó hacia atrás, se volteó y vomitó en la cuneta.
Entonces sus piernas cedieron y se desplomó sobre el asfalto. Era
extrañamente consciente de la cortadora de césped zumbando en la puerta
de al lado, pero no podía oír nada más. El conductor estaba fuera del
camión, en su teléfono. Alguien del otro lado de la calle corría hacia
adelante, con la boca abierta como si gritara. Pero todo eso estaba borroso
y mudo. Lo único que Edward podía ver claramente era lo que quedaba de
Jack y Faraday, y todo lo que pudo hacer fue sentarse en la calle y mirar
fijamente a los ojos ciegos de sus dos mejores amigos.

✩✩✩
Aunque la madre de Edward lo dejó quedarse en casa por unos días, lo
obligó a ir a la escuela durante las últimas dos semanas del año. Se fue…
como un zombi. Terminó fácilmente su trabajo de curso y se fue a casa,
aliviado más allá de las palabras cuando terminó la escuela. Su plan para el
verano era meterse en la cama y quedarse allí para siempre.
Su madre toleró la abstinencia de Edward durante un par de semanas
después de que terminó la escuela, pero luego comenzó a regañarlo para
que saliera de la casa e “hiciera algo para distraerse”. Como si eso fuera
posible. La mente de Edward ya no era la suya. Estaba atrapado en un bucle
de tiempo sin fin, uno que repetía el peor momento de su vida una y otra
y otra vez.
Seguía viéndolo en su mente: el feliz Faraday retozando en la calle, presa
del pánico a Jack corriendo más rápido de lo que había corrido antes,
ambos fueron atropellados por el camión. Los oídos de Edward seguían
tocando la banda sonora del momento una y otra vez, el chirrido de los
neumáticos, el ruido sordo del impacto. Un crujido sordo y húmedo
cuando Jack golpeó el pavimento. Un gemido profundo y áspero que abrió
el mundo cuando el padre de Jack salió. Edward no podía dejar de pensar
en lo que estaba grabado allí de forma indeleble.
Edward ya no estaba en el universo en el que había vivido durante todos
menos unos pocos meses de su vida. El universo de Jack y Edward se había
derrumbado sobre sí mismo.
Edward había sido succionado y arrojado sin ceremonias a esta
dimensión desagradable donde estaba total y completamente solo…
bueno, excepto por su madre.
Su madre ahora se sentaba a los pies de su cama y se preocupaba por
los omnipresentes mechones de cabello que se negaban a cooperar con su
peinado. Ella miró alrededor de su desordenada habitación.
Edward vio que los tendones del cuello de su madre se tensaron
mientras miraba los montones de platos tanto en su escritorio como en el
suelo. Su atención se centró en la montaña de libros junto a su cama.
Desesperado por escapar del ciclo del tiempo, había estado releyendo
obsesivamente todos los libros de ciencia ficción que tenía. Tiraba un libro,
lo leía y luego lo tiraba al suelo. Sus estanterías estaban casi vacías. Su piso
no.
Su mamá se giró para mirarlo. Su nariz se movió y él supo por qué. No
se había duchado ni se había cambiado de pijama desde que terminó la
escuela.
—Edward, sé que estás de duelo —comenzó su madre— pero…
La miró sin comprender.
Ella tragó y se aclaró la garganta.
—¿Quieres hablar con alguien?
Edward negó con la cabeza.
—¿Con quién hablaría?
—¿Me refiero a alguien como un terapeuta? —su mamá lo intentó.
—¡No! —La palabra brotó de su boca antes de que supiera que la iba a
decir. La idea de hablar con un extraño sobre su dolor lo hacía sentirse
aún peor de lo que ya se sentía.
—Está bien —dijo su mamá rápidamente—. Está bien. —Ella tocó su
rodilla—. Es sólo que… no sé cómo ayudarte.
—Lo único que me ayudará es tenerlos de vuelta.
Su mamá frunció el ceño y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Lo siento mucho. —Tragó y apartó la mirada de él—. Si tan sólo
ustedes dos no hubieran encontrado a ese estúpido gato.
—¡Faraday no fue estúpido! —gritó Edward. Apretó los puños en la tela
de su colcha de estampado espacial. Su mano formó un remolino de galaxia
violeta brillante.
—¡Faraday fue el mejor gato de todos los tiempo! —le gritó Edward a
su madre—. ¡Era mejor que la mayoría de la gente! —Su volumen aumentó
aún más, y sintió que saliva salía de su boca—. Me alegro de haberlo
encontrado. ¡Fue el único amigo que tuve además de Jack! —El pecho de
Edward se agitó. Luchó por respirar.
—Oh, Edward —dijo su madre. Se levantó y se movió— Oh, Edward
—Repitió. Ella se levantó y se movió a su lado, envolviéndolo en un fuerte
abrazo de oso que hizo que la respiración fuera aún más difícil.
Sin embargo, no luchó por liberarse. Ahora estaba sollozando.
Su madre comenzó a mecerlos de un lado a otro. Él la dejó.
—Lo siento —le susurró al oído—. Lo siento mucho. No quise decir lo
que dije. Me siento terrible de que estés sufriendo de esta manera. Odio
verte así.
Edward sintió que la tensión comenzaba a alejarse de su cuerpo. Se
relajó en los brazos de su madre, pero no dijo nada. No estaba dispuesto
a perdonarla por lo que había dicho.
Desde que Jack y Faraday… desde que ellos… Edward odiaba incluso
pensar en la palabra, murieron, tanto la madre de Edward como la madre
de Jack habían estado culpando de todo a Faraday. La Sra. Weston ahora
llamaba a Faraday “ese gato maldito”.
La odiaba por culpar a Faraday. No fue culpa de Faraday.
¿De quién fue la culpa?
Edward pensó que la culpa era compartida. Sin duda, la mariposa tenía
la culpa.
Si la mariposa no hubiera salido a la calle, Faraday no habría salido a la
calle. Si Faraday no hubiera salido a la calle, Jack no habría salido a la calle.
El conductor, dijo la policía, iba veinte millas por hora por encima del
límite de velocidad; las marcas de patinaje de los neumáticos lo
demostraron. Entonces, obviamente, el conductor tenía algo de culpa. La
mamá de Edward dijo que la policía estaba acusando al conductor de
homicidio vehicular.
Edward pensó que los Weston también tenían la culpa. Ellos eran los
que decían que Faraday era demasiado “revoltoso” para jugar en la casa
todo el tiempo.
Quizás la mujer que escribió el libro de entrenamientos para gatos tenía
la culpa. Si ella no hubiera escrito ese libro, él y Jack nunca hubieran
pensado en construir un curso de agilidad para Faraday.
Y, por supuesto, él y Jack también tuvieron la culpa. Si hubieran estado
prestando más atención, si hubieran ido detrás de Faraday más rápido
cuando dio la vuelta a la esquina, si no hubieran sido tan arrogantes acerca
de entrenar a Faraday y estar tan seguros de que Faraday seguiría sus
“sugerencias”… Sí, sí, sí.
Pero, ¿de qué servía culpar? No cambiaba el resultado.
La mamá de Edward lo soltó. Ella le besó la frente y arrugó la nariz.
—Tengo que ir a trabajar. ¿Estarás bien?
Miró las arrugas agrupadas entre sus ojos. Pensó que había más líneas
allí de las que había antes de… bueno… antes.
—Estaré bien —le dijo.
Ella se apartó y lo estudió durante varios segundos. Entonces se puso
de pie.
—Tal vez podrías darte una ducha. —Le guiñó un ojo.
Edward le dio una media sonrisa.
—Estaba tratando de superar el record del humano más apestoso.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Mmm. Bueno, no creo que tengas que hacer mucho para lograrlo.
—Hay un tipo de sesenta y cinco años en la India que ha pasado treinta
y siete años sin lavarse. Durante un tiempo, todos pensaron que era el
hombre más apestoso del mundo, pero luego encontraron a un tipo iraní
que no se ha lavado en sesenta años. Tiene ochenta años y odia el agua,
come mucha carne maloliente (su favorita es el puercoespín) y pone
estiércol de animal en su pipa.
—Te lo has inventando. —Los ojos de su madre estaban muy abiertos
y su labio estaba curvado.
—No. Lo leí en un par de lugares.
Su madre le despeinó el pelo y, por alguna razón, esta vez no le molestó.
Él le sonrió.
—Bueno —dijo— no vas a superar ese récord. Porque si no estás
duchado para el final del día, la pizza será cosa del pasado.
Edward le dio a su mamá una mirada de horror fingido.
—¿Nada de pizza?
Ella le sonrió y se puso de pie. Vaciló.
—¿Me llamarás si me necesitas?
—Claro.
Edward se dio cuenta de que durante unos segundos, cuando hablaba
de los hombres más malolientes, se había olvidado de estar triste. Se sintió
un poco mal por eso. ¿Cómo podía permitirse distraerse de su tristeza?
Jack y Faraday eran más importantes que los hombres malolientes.
Su madre estudió a Edward durante unos segundos, luego respiró
hondo y salió de su habitación. Escuchó su cabeza por el corto pasillo. La
escuchó tintinear las llaves y cerrar el bolso. Luego escuchó el susurro, el
golpeteo de su caminar, el roce de sus medias y el sonido de sus tacones
altos.
—Volveré a casa para almorzar —gritó.
—Está bien —gritó de vuelta.
La puerta principal se abrió y se cerró con un chirrido y un golpe. Se
sentó en el silencio y escuchó el sonido del motor del coche de su madre
que cobró vida antes de rugir una vez y luego adoptar un ronroneo
silencioso mientras ella ponía la marcha.
El ronroneo le recordó a Faraday.
Se dejó caer sobre las almohadas y se tapó la cabeza con la colcha.
Debajo de las mantas, inhaló y espiró lentamente. Le gustaba estar debajo.
Había pasado mucho tiempo aquí en las últimas semanas. Era una especie
de cámara de privación, o lo más cerca posible a una. Todo lo que podía
escuchar era el sonido de su inhalación y exhalación, y cuando se
concentraba en ese sonido, se olvidaba de notar las sensaciones de las
mantas frotándose contra su piel, el apoyo del colchón debajo de él.
También se olvidaba de notar el olor agrio de su aliento y su olor corporal.
Entraba en una especie de estado de nada. En ese estado, podría hacer que
la repetición mental se congelara durante unos segundos. Pero luego se
pondría en marcha de nuevo… como ahora.
Edward tiró la colcha. Inhaló… e inmediatamente se arrepintió. ¿Cómo
se soportaban esos viejos? Sólo había pasado dos semanas sin lavarse y
quería tirarse a la bañera más cercana.
Suspirando, se levantó de la cama. Necesitaba darse una ducha.

✩✩✩
Cuando Edward regresó a su habitación después de una ducha muy
larga, muy caliente y con mucho jabón, el contraste entre su estado recién
lavado y el olor del aire viciado en su habitación era más de lo que podía
soportar. Se abrió camino entre todas las montañas de libros en cascada
para llegar a su ventana. Abrir la persiana dejaba entrar tanto sol que le
lloraron los ojos, por lo que sólo dejó la persiana abierta el tiempo
suficiente para levantar la ventana. Luego volvió a tirar de la persiana.
Quería aire fresco. No estaba listo para la luz.
Una brisa cálida atrapó la persiana de vinilo y la movió de un lado a otro
contra el marco de la ventana, provocando un zumbido cada pocos
minutos.
Edward ignoró el sonido y miró alrededor de su habitación.
¿Cuántas horas habían pasado Edward y Jack en esta habitación? Quizás
debería sentarse y calcular eso. Leer ciencia ficción no pareció ser
suficiente para distraer su mente de la pesadilla que estaba reviviendo. Tal
vez un problema matemático complicado sería suficiente.
Edward se acercó a su escritorio, abrió un cajón y sacó una libreta, un
lápiz y su calculadora. Miró los bordes de su antiguo escritorio de nogal.
Su madre le había comprado ese escritorio cuando él y Jack empezaron la
secundaria. Jack había estado celoso de él porque era muy grande. El
escritorio de Jack era una cosa larguirucha hecha de tablero de partículas
cubierto con chapa de madera. Dijo que no nutría sus células cerebrales.
Entonces, Edward había dejado que Jack usara su escritorio la mayoría de
las tardes. Jack había hecho muchos de sus deberes en los dos años
anteriores en ese escritorio. Edward había hecho los suyos en su cama.
Edward se secó los ojos y se alejó del escritorio. Necesitaba agregar
más platos a la pila para que apenas pudiera ver el escritorio. Dejó el papel,
el lápiz y la calculadora en su cama, amontonó más platos en el escritorio
y se alejó de esos recuerdos.
Se acercó a sus estantes. Allí quedaban pocos libros. Sus menos
favoritos. Yacían sin fuerzas en las capas de polvo que se habían escondido
detrás de los otros libros. Suspiró y regresó a su cama.
Dejándose caer en la cama, tomó su bloc de papel. Bueno. ¿Cuántas
horas estuvo Jack en esta habitación?
Antes de rescatar a Faraday, él y Jack habían dividido su tiempo en partes
iguales entre la habitación de Jack y la suya. Entonces, todo lo que tenía
que hacer era calcular el total de horas que habían pasado juntos y dividirlo
por la mitad. Comenzó a tratar de encontrar su primer recuerdo de Jack.
Eso fue fácil.
Fue justo después de Navidad, cuando sólo tenía dos años. El padre de
Edward le había conseguido un gran conjunto de bloques de construcción,
por lo que él y Jack habían construido un castillo enorme. Entonces Edward
decidió ser un dragón. Extendió los brazos para crear alas de dragón y
colocó la mano en uno de los bloques superiores. Esto inició una
desintegración en cámara lenta de todos sus esfuerzos. En cuestión de
segundos, los bloques pasaron del castillo al montón de escombros.
Mientras lo hacía, Jack levantó sus bracitos, sonrió y gritó—: ¡Pastel de
Tierra! —Edward sintió que algo goteaba de su barbilla y se dio cuenta de
que estaba llorando.
Dejó caer su bloc de papel y se secó la cara.
Esto no estaba funcionando. No podía contar las horas que él y Jack
estuvieron juntos sin recordar las veces que habían compartido. No estaba
listo para hacer eso.
Volvió a mirar sus estantes vacíos. Necesitaba más libros.
Pero para conseguirlos, tendría que ir a la biblioteca. «Olvídalo». El no
saldría de la casa.
Eso lo dejó con la televisión. Edward suspiró, salió de su habitación y
recorrió el pasillo hasta la sala de estar en el frente de la casa.
La sala olía como el aerosol de limón que usaba su mamá.
Eso no estaba mal. Era mejor que el olor de su dormitorio.
El problema con la sala de estar era que estaba demasiado iluminada. El
día de cielo azul fuera de la casa se estaba abriendo camino hacia la
habitación. Edward retrocedió hacia el pasillo mientras veía a algunos niños
en la calle pasar en bicicleta. Hizo una mueca al oír el paso de un coche.
Ese era un sonido que deseaba no volver a oír nunca más.
Edward pensó en regresar a su habitación, pero demasiados recuerdos
y pocos libros lo esperaban allí. La televisión era su única esperanza de
mantener la cordura.
Tomando una respiración profunda, cruzó la alfombra hasta el sofá beige
que estaba debajo de una ventana panorámica. Las cortinas de la ventana
estaban abiertas. Se acercó al cordón y cerró las cortinas. Las pesadas
cortinas granate eran térmicas y oscurecieron la habitación. Entonces, una
vez que las cerró, la habitación fue como una cueva. No sólo se bloqueó la
luz, los sonidos del exterior también se silenciaron.
Eso estaba mejor.
Edward se dejó caer en el sofá y agarró el control remoto.
Después de unos minutos de navegar por los canales, se decidió por un
episodio de una vieja serie de ciencia ficción, que afortunadamente
mantuvo su atención hasta el comercial.
Cuando apareció un comercial de un producto de limpieza “increíble”,
quiso apagar el televisor y pensó en levantarse para buscar una bolsa de
papas fritas en la cocina. Comenzó a pararse, pero luego el anuncio del
producto de limpieza desapareció y uno nuevo se apoderó de la pantalla.
Sobre un fondo de tablero de ajedrez en blanco y negro, grandes
palabras rojas destellaron a través de la pantalla: ¿ESTÁS EN DUELO POR LA
PÉRDIDA DE UNA AMADA MASCOTA?

Edward se congeló y miró la televisión.


La imagen de un gran oso pardo de dibujos animados con un sombrero
de copa llenó la pantalla. El oso estaba hablando. Edward rápidamente
desactivó el sonido de la TV cuando las palabras ¡FAZBEAR ENTERTAINMENT
PRESENTA FAZBEAR CARAS AMIGABLES! desplazado debajo del oso.

—¡Sólo envía algunos mechones de pelo de tu mascota perdida y deja


que Fazbear Entertainment se encargue del resto! Usamos el ADN de tu
mascota para crear una cara que se parezca exactamente a la de tu querido
amigo peludo. Luego, la cara se integra en un cuerpo animatrónico para
crear una mascota leal que te seguirá por siempre.
La imagen en la pantalla cambió a un ejemplo de Cara Amigable, y
Edward miró con asombro como un gato naranja robótico retozaba detrás
del punto rojo de un puntero láser.
—Un pequeño precio a pagar para volver a sentir alegría en lugar de
revolcarse en esos tristes sentimientos de pérdida y nostalgia. —El oso
parecía estar hablando directamente con Edward, y Edward podía sentir la
intensidad de los fríos ojos azules del oso.
En la pantalla, parpadearon más letras rojas: SÓLO POR TIEMPO LIMITADO:
¡UNA OFERTA INCREÍBLE SÓLO PARA USTED!

El oso empezó a hablar de nuevo.


—Y, si realiza un pedido en los próximos treinta minutos, ¡obtendrá el
envío gratis!
Un precio apareció en la pantalla. Era mucho, al menos para Edward,
pero pensó que tenía suficientes ahorros.
El oso se inclinó hacia adelante, haciendo que su comunicación se
sintiera aún más personal, casi íntima.
—Si no amas a tu Cara Amigable —dijo el oso— entonces mi nombre
no es Freddy Fazbear. —El oso se echó hacia atrás y sonrió, mostrando
una amplia boca llena de dientes. Apuntaba a su pecho— Y yo soy Freddy
Fazbear, ¡así que te garantizamos que estarás encantado con tu nuevo
amigo fiel!
El gato robótico reapareció en la pantalla y la voz en off de Freddy dijo—
: Qué mejor manera de recordar a un amigo querido que con un nuevo
amigo, alguien que te recordará que hiciste con tu mascota mientras te
ayuda a crear otros nuevos recuerdos juntos. ¿Por qué conformarse con
una urna llena de cenizas o una foto en la pared cuando puedes tener un
monumento con el que puedes jugar, uno que te hará compañía cuando
quieras?
Más letras rojas aparecieron en la pantalla: ¡CONSIGUE TU CARA AMIGABLE
HOY!
¡LLAMA AHORA!

¡LLAMA AHORA! se desvaneció, para ser reemplazado por un gran número


de teléfono rojo.
Edward miró a su alrededor salvajemente en busca de algo sobre lo que
escribir. Por supuesto, no había nada. Su madre mantenía la sala de estar
demasiado ordenada. Frenéticamente, leyó el número de teléfono dos
veces y luego comenzó a cantar los números en su cabeza.
Se levantó y corrió a la cocina. Agarró el bloc de notas que su madre
tenía junto al teléfono. Mientras tiraba de este hacia él, golpeó el teléfono
del mostrador. Ni siquiera intentó agarrarlo. Golpeó el suelo con un
crujido cuando garabateó el número antes de olvidarlo.
Edward sacó una de las sillas de debajo de la mesa de la cocina. Se sentó
y miró fijamente el número de teléfono. En la sala de estar, una mujer gritó
en la televisión. El programa de ciencia ficción estaba de vuelta. No le
importaba, si esto funcionaba, ya no necesitaría evadir la realidad.
Sonrió al ver el número de teléfono. Por primera vez en semanas, no se
sentía como si un monstruo estuviera tratando de sacarle el corazón del
pecho. De repente vio una pizca de esperanza para su futuro. Quizás podría
volver a tener un amigo después de todo.
Edward asintió para sí mismo. Iba a pedir una Cara Amigable, y luego
sería como si Jack todavía estuviera aquí. Mientras Edward tuviera un
Faraday robótico, podría fingir que su amigo estaba cerca.
Se puso de pie y tomó el teléfono. No estaba ahí.
—Oh, claro —murmuró. Miró al suelo e hizo una mueca. El teléfono
tenía una rajadura en el auricular. Su madre no iba a estar feliz con él.
Encendió el teléfono y escuchó el tono de marcar. Bueno, al menos
todavía funcionaba. Edward sonrió y marcó el número que había anotado.

✩✩✩
Para cuando Edward había hablado con la amable dama de Fazbear
Entertainment y le dieron la dirección a la que debía enviar su dinero y el
pelo de su mascota perdida, era media tarde. Necesitaba moverse.
Ahora estaba pedaleando con su bicicleta por la acera, a pocas casas
más abajo de la casa de Jack. Tenía un nudo en la garganta, y cuanto más se
acercaba a la casa de ladrillo de dos pisos donde había vivido su amigo, más
grande se hacía.
La calle de Jack estaba a sólo un par de cuadras de la de Edward. Al igual
que la calle en la que vivía Edward, la calle de Jack estaba llena de una mezcla
de casas antiguas que iban desde pintorescas cabañas de artesanos como
en la que vivían Edward y su madre hasta grandes Tudor y altos lugares
victorianos. Todas las casas estaban custodiadas por robles y nogales
centenarios, algunos con altos setos. Otros tenían vallas de piquete o de
hierro forjado. Si tan sólo la casa de Jack hubiera tenido una cerca.
La calle estaba bastante tranquila. Edward escuchó a algunos niños
chillando detrás de una de las casas. A lo lejos, una radio tocaba una alegre
melodía pop. La música se sentía mal. Debería haber sido lento y oscuro,
algo en un tono menor.
Cuando Edward llegó a la esquina justo antes de la casa de Jack, detuvo
su bicicleta y la apoyó contra el enorme tronco de un roble en el patio
junto a la de Jack. Se puso de pie con las piernas temblorosas y tragó saliva
antes de mirar a la calle.
La calle estaba vacía, pero en la mente de Edward, no lo estaba. Empezó
a respirar con dificultad.
Lo que estaba en la mente de Edward se hizo más grande y brillante, y
de repente, pareció saltar de su cabeza y explotar en la calle como si
estuviera viendo toda la escena, una vez más, en tiempo real. Allí estaba
Faraday golpeando alegremente a la mariposa. Allí estaba Jack, su rostro se
tensó en una expresión de terror contorsionada. Allí estaba la camioneta,
Edward se inclinó y se concentró en respirar. Tenía que acabar con esto.
Enderezándose, Edward salió disparado a la calle. Ni siquiera buscaba
coches, se dio cuenta después de estar en la calle; él simplemente corrió.
Trotó hasta el lugar donde yacían Jack y Faraday. Podía verlos allí. Era
una proyección extraña de su mente, lo sabía, pero parecían reales,
inquietantemente reales.
Como podía verlos, sabía exactamente dónde encontrar parte del pelaje
de Faraday. Sin embargo, cuando llegó allí, se dio cuenta de que no habría
necesitado la perturbadora recreación de su mente. Una mancha de sangre
marcaba el lugar de los últimos segundos de Jack y Faraday en la tierra.
Cuando Edward lo vio, tuvo que cerrar la boca con fuerza para evitar
escupir lo que quedaba de su sopa sin digerir por toda la calle.
Queriendo que esto terminara, Edward escaneó espasmódicamente el
área alrededor de la mancha de sangre en busca de cabello negro.
Finalmente, vio algunos tendidos al final de la mancha de color óxido.
Sacando una bolsa de plástico de su bolsillo, rápidamente se inclinó,
arrancó el cabello de la carretera y lo metió en la bolsa.
Luego corrió de regreso a su bicicleta, saltó y pedaleó lo más rápido
que pudo. Estuvo en casa sólo unos minutos después.
Entrando en su casa, Edward cerró la puerta de golpe y se apoyó en ella,
jadeando.
«Bueno. La parte más difícil ya está hecha. Sólo dos cosas más que hacer
y son fáciles».
Edward se apresuró a entrar en la oficina de su madre, perfectamente
ordenada y decorada en tonos cremas y azules pálidos. Fue al armario de
almacenamiento de pino en la esquina de la habitación y buscó dentro de
este un pequeño sobre acolchado y algunas estampillas.
Se llevó ambos a la cocina y puso su dinero y la bolsa de plástico con el
pelo de Faraday dentro del sobre. Agregó el franqueo correcto y, después
de verificar la hora, volvió a salir con su bicicleta y se dirigió a la oficina de
correos.

✩✩✩
La señora de Fazbear Entertainment le había dicho a Edward que su
Cara Amigable tardaría ocho semanas en llegar a él. ¡Ocho semanas! Eso
era mucho tiempo. Pero era mejor que estar para siempre sin Faraday y
Jack.
Por supuesto, sabía que su Cara Amigable no podría ni reemplazaría a
Jack y Faraday, pero creía que tener un recordatorio animado del gatito
que tanto él y su mejor amigo habían amado le ayudaría a empezar a querer
vivir de nuevo. Porque en este momento, realmente no le importaba
demasiado la vida.
Edward marcó su calendario con la fecha aproximada en la que esperaba
que llegara su Cara Amigable: 28 de agosto. Todos los días tachaba un
cuadrado y se decía a sí mismo que estaba un paso más cerca de tener lo
que estaba esperando.
El verano fue largo y solitario.
La madre de Edward le sugirió que fuera a un campamento, pero él se
negó rotundamente y lo amenazó con ponerlo en la escuela de verano.
—Te gusta aprender —lo persuadió.
Sacudió la cabeza.
—Si me inscribes, huiré de casa.
—Te encontraré si haces eso.
—Leo mucho, mamá —dijo Edward—. También he leído mucho sobre
cómo salirme del sistema. No seré fácil de localizar.
Su madre simplemente negó con la cabeza y se puso a trabajar.
Cuando la madre de Edward comenzó a hablar de mudarse a una ciudad
diferente para empezar de nuevo, Edward se dio cuenta de que sería mejor
que hiciera algo para evitar una acción tan drástica.
—¿Me llevarías a la biblioteca mañana a buscar algunos libros? —le
preguntó sobre un desayuno dominical de tostadas francesas demasiado
quemadas. Su madre no era estelar en la cocina, pero la mayor parte de lo
que hacía era comestible.
—¡Claro! —El entusiasmo en su voz lo hizo sentir mal. Ella pensaba que
él se estaba “recuperando”.
No era así.
Día tras día pasaba arrastrándose. Finalmente, llegó el 28 de agosto… y
nada.
Sin paquete.
Edward llamó a Fazbear Entertainment.
—¿Dónde está mi cara amigable? —le preguntó a otra linda dama por
teléfono.
—¿Podrías darme tu nombre, querido?
—Edward Colter.
Escuchó el clic del teclado a través de la línea telefónica.
—Aquí está —cantó después de un momento—. Hubo un retraso en la
fabricación debido a una anomalía en la producción. Lamentamos mucho
tu inconveniente, pero deberías tener tu Cara Amigable en unas dos
semanas. Incluiremos un cupón de descuento para otro pedido de Fazbear
Entertainment como disculpa por la demora.
Edward suspiró. No quería ninguna otra cosa de Fazbear Entertainment.
Quería su Faraday robótico.
Ahora iba a tener que volver a la escuela antes de que llegara su gato
animatrónico. De alguna manera eso hizo que regresar a la escuela fuera
aún más deprimente de lo que ya era.
Pero, ¿qué podía hacer excepto esperar?
Entonces, esperó.
Dos semanas después de su nuevo año escolar, dos semanas de ser
evitado cuidadosamente por cada uno de sus compañeros de clase, dos
semanas de ser mimado por los profesores de secundaria que habían sido
informados de la “tragedia”, y Edward estaba tratando de acostumbrarse
ser un estudiante de primer año de preparatoria sin su amigo a su lado.
Cada día era un ejercicio de resistencia, simplemente pasaba las largas
horas hasta que pudiera ir a casa y revisar su correo.
Finalmente, un lunes por la tarde, llegó a casa y se encontró con un
paquete esperándolo en el porche delantero.
—¡Sí! —gritó antes de agarrarlo y llevarlo adentro.
Edward dejó caer su mochila en el suelo justo dentro de la puerta. Su
madre odiaba cuando hacía eso, pero lo arreglaría más tarde. Corrió a la
cocina con su paquete. Dejando la gran caja de cartón con el logo de
Fazbear Entertainment en el mostrador, se apresuró al bloque de cuchillos
junto a la estufa y sacó un cuchillo de cocina. Una ráfaga de viento en el
exterior hizo vibrar la pequeña ventana con cristales sobre el fregadero. Él
miró hacia afuera. Unas nubes negras que había notado en lo alto durante
su viaje en autobús a casa desde la escuela se agitaban en el cielo. Se
acercaba una tormenta.
No le importaba. Dando la espalda a la ventana, regresó a la mesa de la
cocina.
Afuera, un perro ladraba incesantemente, casi frenéticamente, tanto que
si Edward no hubiera tenido prisa por abrir su paquete, lo habría revisado.
Aparte del perro loco, estaba tranquilo. El único sonido dentro de la casa
era el zumbido del frigorífico.
Edward comenzó a cortar con cuidado a lo largo del sello de la caja de
Fazbear Entertainment. El sello estaba marcado en blanco y negro, como
el fondo del comercial que había visto. También tenía pegatinas de Freddy
Fazbear espaciadas cada pocos centímetros. Se sintió un poco mal
cortando la sonrisa con dientes de Freddy.
El cuchillo hizo un sonido de bufido mientras cortaba el cartón.
La respiración de Edward llegó en pequeños jadeos emocionados que
se unieron al ritmo del cuchillo.
Edward no se molestó en cortar la cinta en los extremos de la caja.
Simplemente agarró ambos lados de la tapa y tiró, rompiendo la cinta con
un chasquido.
Respiró hondo, abrió la tapa y empezó a escarbar entre los cacahuetes
de poliestireno que cubrían su premio.
Los cacahuetes volaron cuando los alcanzó. Nevaron por toda la mesa
y el suelo. Edward los ignoró y también el pequeño folleto de instrucciones
que encontró en los cacahuetes. Podía ver pelo negro en el cuerpo de un
gato de tamaño mediano. Casi temblaba ante la anticipación de conocer a
su nuevo amigo robótico. Sacando más espuma de poliestireno, se apoderó
de su nuevo Cara Amigable. Luego lo sacó de la caja en un chorro de más
cacahuetes que se escurrieron de un lado a otro.
Sacó la Cara Amigable de la caja y la sostuvo ante sus ojos.
Edward gritó y dejó caer la Cara Amigable. Aterrizó sobre sus patas en
la caja abierta, y los cacahuetes de espuma de poliestireno lo mantuvieron
en posición vertical ante la mirada horrorizada de Edward.
Se tambaleó un par de pasos hacia atrás de la mesa. ¿Qué había hecho?
Edward podía escuchar la voz de su madre en su cabeza—: ¡Edward,
tienes que tener más cuidado!
¿Cuántas veces le había dicho que su concentración decidida lo metería
en problemas? ¿Cuántos accidentes tuvo que limpiar porque no estaba
pensando en lo que estaba haciendo? ¿Cuántas veces se había equivocado
en la escuela, convirtiéndolo en el blanco de un sinfín de bromas?
El día que Edward salió disparado a la calle para arrancar pelos del
pavimento, lo único en lo que había estado pensando era en terminar con
su repugnante tarea para poder enviar el pedido de su Cara Amigable.
Realmente no había estado mirando lo que estaba haciendo. No había
examinado el pelo que había recogido para asegurarse de que fuera pelo
de gato. Acababa de raspar el primer cabello negro que había visto y se lo
había quitado.
Y esto es lo que consiguió.
Sentado frente a Edward, encaramado sobre un montículo de
cacahuetes de poliestireno como un rey deformado, el cuerpo de un gato
robótico estaba unido a la cara rígida y blanca como la de… Jack.
No Faraday.
Jack.
En lugar del rostro dulce y peludo de Faraday, el rostro que Edward
esperaba ver cuando abrió la caja, los cabellos humanos que Edward había
enviado habían dado como resultado el molde blanco y descarnado de un
rostro humano de aspecto muerto. La cara de Jack.
En el material duro, los ojos marrones de Jack estaban inmóviles, pero
parecían estar mirando inteligentemente a Edward, esperando que dijera
algo para que Jack pudiera responder con su habitual demostración
afectada de conocimiento esotérico. Edward luchó por respirar mientras
miraba la nariz ligeramente chata de Jack, los labios gruesos hacia arriba en
una sonrisa y su barbilla ancha. Estas eran las características de Jack…
unidas a un gato animatrónico.
Era una abominación.
Edward se sintió mal.
Utilizando el dorso de la mano para apartar la Cara Amigable del
camino, tiró el resto de los cacahuetes de espuma de poliestireno de la
caja. Miró la caja vacía y lo que era en parte su amigo y en parte un gato
robot; luego inspeccionó salvajemente la cocina. Al ver una cuchara de
madera en el frasco de cerámica junto a la estufa, que su madre usaba como
utensilios de cocina, se apresuró a agarrarla. Luego tomó la caja y mantuvo
su apertura al nivel de la mesa de la cocina. Usó la cuchara para empujar la
horrible, ¿qué? ¿Criatura? ¿Máquina?, en la caja.
Sabía que estaba actuando como un loco, pero no quería tocar la cosa.
Era demasiado espeluznante, se sentía demasiado… mal.
Una vez que metió la desagradable Cara Amigable en la caja, metió el
manual de instrucciones en la caja también. Ni siquiera quiso mirar el
manual. No tenía intención de activar esa cosa.
Volvió a mirar a su alrededor. Tenía que deshacerse de él.
No quería simplemente tirarlo. Primero, si hacía eso, su mamá podría
encontrarlo. Segundo, era demasiado fácil salir de la basura.
Edward jadeó y se alejó dos pasos de la mesa. ¿Por qué acababa de
pensar eso?
Sacudió la cabeza. No quería reflexionar sobre el lugar mórbido del que
había surgido ese pensamiento. Había leído demasiadas historias de terror
y novelas de ciencia ficción, había visto demasiadas películas macabras.
Estaba siendo ridículo, por supuesto. Pero todavía no iba a tirar esta
cosa a la basura. No. Lo iba a enterrar.
Afuera, retumbó un trueno. Miró por la ventana. El cielo todavía se
agitaba. Tendría que darse prisa.
Agarrando la caja, teniendo cuidado de no tocar lo que había dentro, se
apresuró a salir por la puerta trasera de la cocina. Corrió al cobertizo del
jardín en la parte trasera del patio. Con dedos torpes, giró el dial con la
combinación de la cerradura. Le tomó tres intentos antes de que los
números se alinearan correctamente para poder abrir la cerradura.
Finalmente, pudo entrar en el cobertizo. Agarró una pala y trotó hasta
el perímetro del patio, justo contra la cerca en el borde de la propiedad.
Si hubiera podido llevarse la Cara Amigable a algún lugar fuera de su
propiedad, lo habría hecho. Lo quería lejos, pero necesitaba enterrarlo
ahora. No tenía forma de transportarlo, e incluso si lo hiciera, las nubes de
tormenta estaban a punto de liberar su carga. Realmente no quería estar
afuera en una tormenta eléctrica.
Así que empezó a cavar.
Había cavado un agujero de sesenta centímetros de diámetro a unos
treinta centímetros de profundidad cuando vio un rayo de luz por el rabillo
del ojo. A pesar de que le dolían las manos, cavó aún más rápido. En sólo
unos minutos más, tuvo un agujero lo suficientemente profundo.
Corriendo de regreso a la cubierta, Edward agarró la caja, luego
regresó, incluso más rápido, al agujero que había cavado. Los cielos sobre
sus cabezas gruñeron en voz alta. Una gota de lluvia aterrizó en su nariz.
Edward arrojó el contenido de la caja en el agujero. El manual golpeó la
tierra primero. La Cara Amistosa aterrizó en el manual, boca arriba.
Edward gimió cuando la versión rígida de los rasgos sonrientes de su amigo
lo miró. Dejó a un lado la caja y comenzó a palear tierra en el agujero a un
ritmo vertiginoso. Cada terrón de tierra que golpeó la cara de Jack lo hizo
estremecerse. Sintió como si estuviera enterrando vivo a su amigo. Podría
haber jurado que la cara de Jack, aunque luciendo la sonrisa ininterrumpida
de Jack, parecía acusatoria.
Haciendo caso omiso de la condenación en la cara falsa de Jack, Edward
cubrió de tierra hasta que el blanco se oscureció y finalmente se cubrió
por completo. Al pisar la tierra una vez que la tuvo por todo el agujero, no
estaba contento con el pequeño montículo que quedaba, pero esperaba
que la lluvia golpeara la tierra lo suficiente como para que se asentara
dentro y alrededor de la Cara Amistosa.
Un par de gotas más golpearon a Edward. Con las manos adoloridas y
sucias, agarró la caja vacía y la pala. Se lanzó al cobertizo, puso la pala donde
pertenecía y escondió la caja detrás de algunas otras cajas vacías que su
madre había guardado “por si acaso”. Se desharía de esta más tarde.
Apenas consiguió cerrar la puerta y la cerradura encajó en su lugar antes
de que la lluvia comenzara a caer en gruesas sábanas. Cuando regresó a la
cocina, estaba empapado. Cuando entró, dejó barro y agua por todo el
piso de la cocina.
Miró la hora por su teléfono. Tenía sólo una hora antes de que su mamá
estuviera en casa. Tenía que darse prisa si quería deshacerse de los
cacahuetes de poliestireno y limpiar el suelo antes de que llegara.

✩✩✩
A pesar de que Edward ahora tenía trece años, su madre todavía entraba
en su habitación para darle un beso de buenas noches. Eso usualmente lo
molestaba, pero esta noche, su alboroto fue bienvenido. Edward estaba tan
conmocionado por la horrible Cara Amigable que tenía problemas para
ralentizar su respiración.
El clima no ayudaba. Fuera de su ventana, la tormenta que había
comenzado justo cuando terminó de enterrar a la cosa-robot-gato-Jack se
abalanzó sobre la casa como un ejército asaltando un castillo. Cada trueno
sonaba como el golpe de una catapulta al caer sobre una fortaleza. Cada
manto de lluvia que chocaba contra el costado de la casa sonaba como una
lluvia de flechas que caían sobre los pobres y asediados habitantes de la
fortaleza. Así era como Edward se veía a sí mismo y a su madre: dos
plebeyos indefensos acurrucados contra el ataque del enemigo, incapaces
de defenderse.
Toda la noche, Edward se retrocedió cada vez que retumbaba el trueno.
Después de la tercera vez, se retiró a sí mismo, como una tortuga
escondida en su caparazón. Su mamá dijo—: Edward, ¿qué demonios?
Nunca antes le habías tenido miedo a los truenos.
—No son los truenos.
—¿Entonces qué es? —Su cabello estaba suelto por la noche. Colgaba
alrededor de su cara, haciéndola lucir mucho más joven y amigable que
cuando lo tenía listo para trabajar. Ella lo miró como si pudiera averiguar
qué estaba pasando con él mirando lo suficientemente fuerte.
Sacudió la cabeza.
—No es nada. Sólo estoy siendo raro como siempre.
—No eres raro —dijo su madre.
Edward rio.
—Pensé que los abogados tenían un código que no les permitía mentir.
Su mamá sonrió.
—Eso es cierto, pero se me permite torcer un poco la verdad. No eres
raro. Eres único.
Edward se rio de nuevo. Luego, la lluvia golpeó las ventanas una vez más.
Se levantó de un salto.
—Creo que me iré a la cama temprano.
Ahora, junto a su cama, su madre le palpó la frente.
—Te siento un poco caliente. Puede que tengas fiebre. Tal vez por eso
te molesta la tormenta.
Edward se encogió de hombros.
—Quizás. —No era exactamente una mentira. Él podría tener fiebre, y
podría estar aumentando la inquietud que se sentó en su pecho como una
gárgola.
—¿Quieres que te tome la temperatura? —preguntó su mamá.
—No soy un bebé —dijo Edward—. Puedo tomármela yo mismo. Pero
prefiero irme a dormir ahora.
Su madre apretó los labios y luego asintió. Ella se inclinó y besó su
mejilla.
—Te quiero, hijo.
—También te quiero, mamá.
Su mamá le dio una última mirada, caminó hacia la puerta, apagó la luz y
salió de la habitación.
Edward no estaba listo para cerrar los ojos, así que parpadeó y dejó que
sus ojos se acostumbraran a la casi oscuridad. Tan pronto como lo
hicieron, pudo distinguir los diversos elementos de su habitación. Debajo
de la puerta entraba suficiente luz del pasillo para iluminar el contorno de
su escritorio, todavía enterrado en su mayor parte bajo una pila de ropa
que se negaba a mover y los contornos nítidos de sus estantes. Una
pequeña luz nocturna al otro lado de la habitación proyectaba un
resplandor que iluminaba su tablón de anuncios lo suficiente para
recordarle las fotos que todavía no se atrevía a mirar ni a quitar.
Edward se sintió rígido como un cadáver.
Él gimió. Ahora bien, ¿por qué tenía que compararse a sí mismo con un
cadáver? ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba dejando que la Cara Amigable lo
molestara tanto? Era sólo un juguete estúpido fabricado mal.
Se estremeció y se tapó con las mantas hasta la barbilla. ¿Lo era?
El problema era que no era sólo un juguete. Era algo diseñado para ser
animado, algo que contenía el ADN de su amigo muerto. No quería pensar
en las mil y una formas en las que eso podría ser malo.
—¡Para! —Edward se siseó a sí mismo.
Necesitaba una imaginotomía, o como sea que la llamen si la imaginación
de uno puede desaparecer de la mente de una persona. La suya estaba
demasiado siniestra esta noche.
Edward se obligó a cerrar los ojos. Se concentró en un problema de
lógica de la clase de matemáticas… y finalmente, se relajó lo suficiente
como para quedarse dormido.

✩✩✩
Edward se sentó en su cama. Estaba perfectamente quieto. Escuchó.
Algo lo había despertado.
¿Pero qué?
Afuera, la lluvia todavía tamborileaba en el techo. Los truenos eran tan
fuertes y poderosos que cada reverberación hacía temblar la casa. ¿Era eso
lo que lo había despertado del sueño?
Frunció el ceño y siguió escuchando. No lo creía. El sonido que lo
perturbó no había sido un sonido ordinario. Y no había sido un sonido
fuerte. Había sido un sonido sutil, una especie de sonido sinuoso y astuto.
Algo parecido a un golpeteo, pero no un golpeteo amistoso como la
lluvia.
Edward se acercó y encendió la pequeña lámpara de bronce que estaba
en su mesita de noche de roble. Tan pronto como giró el interruptor, un
rayo iluminó la persiana colocada sobre su ventana y la luz de su mesita de
noche se apagó. También lo hizo su lamparita.
La tormenta había cortado la electricidad. «Excelente».
Edward palpó en la oscuridad y abrió el cajón de su mesita de noche.
Agarró su linterna y la encendió.
Dudando para ver si podía convencerse a sí mismo de no creer que
había escuchado algo, Edward no lo hizo y se obligó a levantarse de la cama.
Escuchó con atención, concentrándose en despegar las capas auditivas de
la tormenta para poder escuchar lo que sea que se esconde bajo esos
sonidos más asertivos.
¿Qué había escuchado?
Edward iluminó con su luz de una manera u otra mientras cruzaba su
habitación. Nada estaba fuera de lugar.
Cuando llegó a su puerta, la abrió con cautela. Se asomó y apuntó con
el haz de su linterna hacia el pasillo.
El pasillo estaba vacío.
Edward caminó de puntillas por el pasillo y apuntó su luz hacia la sala de
estar. Parecía perfectamente normal.
Desde detrás de la puerta cerrada de su madre, escuchó ronquidos.
Tenía el sueño pesado.
Edward continuó su recorrido por la casa, revisando la oficina en casa
de su madre, el baño y la cocina. Nada estaba fuera de lugar.
Regresó a su habitación, se metió en la cama y apagó la linterna.
Tan pronto como recostó la cabeza sobre la almohada, escuchó un
crujido.
Edward se puso rígido. ¿Se lo había imaginado?
Si no lo había imaginado, ¿significaba que había algo en la casa?
¿Alguna cosa?
¿Por qué pensó en algo? ¿No sería más razonable pensar en alguien?
Razonable, seguro. ¿Preciso? No lo creía así.
Esperó, nuevamente tratando de escuchar más allá de la tormenta.
Un leve roce vino desde fuera de su puerta.
Edward encendió su linterna de nuevo. La apuntó a su puerta,
destacando el pomo. Todas las escenas del pomo de la puerta girando
lentamente en cada película espeluznante que había visto empezaron a
correr por su mente, y cuando pasó por algunas de ellas, podría haber
jurado que el pomo de la puerta también giraba. ¿Pero era así?
Sin querer nada más que esconderse debajo de la cama, cerrar los ojos
y taparse los oídos, Edward respiró hondo y echó hacia atrás las mantas.
Manteniendo la mirada en el pomo de la puerta, que no parecía moverse
en absoluto, ¿no es así?, se arrastró por su habitación, se apoyó contra la
puerta y escuchó.
La lluvia siguió azotando la casa. Entre ráfagas de viento, detonó un
trueno, siempre sólo un segundo más o menos después de que la
habitación resplandeciera por un instante; el rayo estaba cayendo cerca.
Entre el zumbido de la lluvia y el rugido del trueno, Edward tuvo problemas
para distinguir otros sonidos. Pero espera, ¿qué fue eso?
Frunció el ceño, empujó con más fuerza la puerta y se concentró. ¿Había
imaginado ese sonido?
No. Ahí estaba de nuevo. Era un sonido chirriante, algo parecido al
golpeteo de un metal contra la madera, sólo que muy rápido. O como
canicas cayendo en cascada por un tubo de metal. ¿Qué era eso?
Edward agarró su linterna con fuerza y abrió la puerta.
Su linterna era bastante brillante, 2.400 lúmenes, por lo que pudo
iluminar todo el salón cuando apuntó la luz hacia adelante. El salón estaba,
como antes, vacío.
Dirigió la luz hacia la abertura de la sala de estar. Sombras de más allá
de la abertura lo esperaban encorvadas. Escuchó durante unos segundos
más, y cuando volvió a oír el sonido (¿era más como un chirrido?), se dirigió
tentativamente hacia la sala de estar.
Mientras avanzaba, su luz y su cabeza giraban de un lado a otro. ¿Por
qué no podía decir de dónde venía el sonido?
Tenía que ser la tormenta. La cacofonía del exterior estaba
interrumpiendo la capacidad de sus oídos para señalar la dirección. Por un
segundo, pensó que el sonido provenía de detrás de la puerta de su madre.
Pero no, eso era sólo su cama crujiendo cuando se dio la vuelta mientras
dormía… estaba bastante seguro. Al segundo siguiente, pensó que el
sonido se originó en la sala de estar. Pero cuando entró en esa habitación
y encendió su luz a derecha, izquierda y centro, no vio nada fuera de lugar.
Luego escuchó el sonido de nuevo, y pareció provenir del interior de la
puerta trasera.
Entró sigilosamente en la cocina, luego apuntó rápidamente su luz hacia
la puerta. Estaba bien cerrada, con el pestillo en la posición correcta.
Escuchó un clic y disparó su luz hacia la izquierda. Nada. Debió haber sido
el frigorífico.
Sacudiendo la cabeza ante su paranoia, Edward murmuró—: Vuelve a la
cama y haz como una zarigüeya, ¿quieres?
Mientras se retiraba de regreso a su habitación, volviendo sobre sus
pasos a través de la sala de estar, con su luz aun buscando
espasmódicamente la fuente de los sonidos extraños, se preguntó
ociosamente si las zarigüeyas tenían imaginaciones hiperactivas como la
suya.
Esta pregunta sin sentido le dio unos segundos de alivio de la tensión
que convirtió sus músculos en espirales listos para romperse al más
mínimo… Un pfft, pfft, pfft vino de detrás de él.
Edward se dio la vuelta.
Su luz vibraba en cada grieta de tinta de la sala de estar. No encontró
nada inusual.
A estas alturas, la respiración de Edward venía en pequeñas bocanadas.
Estaba a sólo un sonido más de gritar como loco. No podía aguantar mucho
más.
Edward corrió por el pasillo, corrió a su habitación y cerró la puerta de
un tirón detrás de él. Apuntó con la linterna por toda su habitación. Estaba
tal como lo había dejado.
—Eres un idiota —se dijo a sí mismo.
Se dirigió a su cama, se sumergió y tiró de las mantas. Su linterna tenía
una base ancha, por lo que podía colocarla en posición vertical. Hizo eso,
luego se recostó y miró fijamente el círculo distorsionado de luz que se
extendía sobre su techo. El haz de luz de la linterna golpeó su pequeño
ventilador de techo y lo contorsionó en un cefalópodo de muchos
tentáculos. Eso lo asustó un poco, pero no estaba dispuesto a apagar la
linterna. No. De ninguna manera.
Edward se centró en los bordes exteriores de la luz sobre él. Otra
ráfaga de viento golpeó la casa con un ruido sordo y más lluvia roció su
ventana.
Luego, la lluvia y el viento se calmaron por un instante. En ese instante,
Edward escuchó un golpeteo… un golpeteo claro y distinto. Sonaba como
un pequeño animal dando cabriolas por el pasillo.
Esta vez, Edward no dudó. Saltó de la cama, agarró la linterna, se acercó
a la puerta y la abrió. Apuntó su linterna al suelo, seguro de que iba a
iluminar lo que fuera que se acercara a su habitación.
No había nada en el pasillo.
Afuera, el nivel de decibelios de la tormenta volvió a subir. La abertura
a la sala de estar se iluminó cuando un relámpago atravesó la noche de
nuevo. El trueno rugió antes de que la sala de estar tuviera tiempo de
volver a su penumbra. El viento se levantó y chilló alrededor de la casa.
Sonaba como si unas banshees enojadas estuvieran descendiendo sobre la
casa con una furia abyecta.
Pero a pesar de todo ese clamor, Edward escuchó otro sonido. Esta
vez, fue un tic-tac, pero no un tic-tac regular como de un reloj.
Tic… tic, tic, tic… tic, tic… tic, tic, tic, tic, tic, tic.
Los últimos cinco tics llegaron muy rápido. Y luego… nada más que la
tormenta.
Edward sintió que iba a llorar. No recordaba haber estado nunca tan
asustado, bueno, excepto por esos pocos segundos antes de que Jack y
Faraday… Edward gimió y se volteó para correr de regreso a su habitación.
Cerró la puerta detrás de él, sin importarle si despertaba a su madre,
incluso secretamente esperando despertarla. No se lo habría admitido a
nadie, pero quería a su mami desesperadamente.
Edward saltó de nuevo a su cama, literalmente, y se acurrucó en una
bola debajo de las sábanas. Sostuvo la linterna contra su pecho, acunándola
como un oso de peluche. Si tan sólo tuviera un osito de peluche…
Edward rodó sobre su espalda y se concentró en calmar su respiración
entrecortada.
—Te lo estás inventando todo —se dijo a sí mismo—. Todo está en tu
cabeza.
Necesitaba una distracción de su malvado mundo de fantasía fuera de
control. Decidió usar lo que le había funcionado en el pasado. Recitar π.
En voz alta, Edward comenzó—; Tres punto uno cuatro uno cinco
nueve dos seis cinco tres cinco ocho… —Su ritmo cardíaco comenzó a
disminuir. Sus músculos comenzaron a relajarse.
Dejó de recitar, puso el pulgar en el interruptor de la linterna y,
tranquilo, la apagó. Mantuvo la linterna en la mano, pero dejó caer la mano
a su lado. Volvió a sus agradables números tranquilizantes—: nueve siete
nueve tres dos tres ocho cuatro seis dos seis cuatro tres tres ocho tres
dos siete nueve cinco cero dos ocho ocho cuatro uno nueve siete uno seis
nueve tres nueve tres siete cinco uno cero…
Sus ojos se cerraron. Sintió que el sueño se deslizaba y envolvía sus
reconfortantes brazos alrededor de él. Dejó que lo alejara de…
Un golpe seguido de un silencio arrancó a Edward del sueño. Sacó el
brazo de debajo de las mantas y encendió la linterna. Su resplandor aterrizó
en el final de la cama… Y el rostro sonriente de Jack manchado de barro.
Edward gritó… y gritó.
Siguió gritando, se revolvió hacia atrás en su cama, con sus piernas
pateando. Sus mantas quedaron atrapadas en sus pies giratorios, y la sábana
y la manta se separaron de la cama y aterrizaron en una pila en el suelo.
La puerta del dormitorio de Edward se abrió de golpe, y su madre entró
corriendo en la habitación, con su propia linterna balanceándose frente a
ella.
—¿Edward? —Ella estaba sin aliento—. ¿Qué demonios sucede?
En medio segundo, Edward vio el cabello enredado de su madre, su
rostro pálido sin maquillaje, su camisón arrugado. Luego miró más allá de
ella, tratando de detectar el rostro familiar que sabía que estaba unido a un
gato robótico.
Ya no estaba al pie de la cama.
¿A dónde se fue? Tenía que estar aquí en algún lugar.
No se había imaginado esa cara. Había sido esa horrible cara fabricada
de Jack, y lo había estado mirando fijamente.
¿Pero cómo?
Con manos temblorosas, Edward iluminó la habitación con su luz.
—¿Edward? —repitió su mamá.
Trabajó su lengua alrededor de su boca porque su boca estaba
demasiado seca para hablar.
—Lo siento, mamá —dijo finalmente.
Ella se frotó los ojos.
—¿Qué pasó?
Edward siguió iluminando la habitación con su luz. Siguió buscando
incluso un indicio de movimiento. Pero no vio nada que no se suponía que
estuviera allí.
Miró a su mamá.
—Estaba seguro de que había algo aquí.
Su madre giró en círculo, apuntando su linterna a cada rincón de la
habitación.
—¿Qué había?
—Um… no estoy seguro —mintió Edward.
—¿Tengo que mirar debajo de la cama para ver si hay monstruos? —su
mamá le sonrió.
Edward se tensó. ¿Estaba debajo de…?
Su madre se inclinó y encendió la luz debajo de su cama.
—No. Sin monstruos. Sólo algunos de tus trastos y más conejitos de
polvo de los que deberían permitirse aquí.
Ella se enderezó y luego se inclinó de nuevo y recogió sus mantas.
Dejó la linterna y colocó las mantas en la cama.
Edward se dio cuenta de que todavía estaba agachado junto a la
cabecera. Se obligó a estirar las piernas y las deslizó bajo la sábana y la
manta.
Su mamá se sentó en la cama junto a él.
—Es la tormenta. También me molesta un poco el sueño.
Edward asintió.
—Vamos, acomódate de nuevo —dijo su madre.
Dejó que ella lo mimara. Podía sentir que temblaba y esperaba que ella
no se diera cuenta.

✩✩✩
La tormenta avanzó para atormentar a una ciudad diferente justo antes
del amanecer. Edward estaba despierto para escucharla retirarse. Estuvo
despierto toda la noche.
Por razones que no entendió, nunca escuchó otro sonido extraño
después de que su madre regresó a la cama. Y ya no había visto la cara de
Jack esa noche. ¿A dónde se había ido?
Pasó la mayor parte de la noche tratando de averiguar si se había
imaginado el rostro pálido y sucio de su amigo al pie de la cama. No, eso
no era cierto. Lo que había estado haciendo era intentar convencerse a sí
mismo de que no lo había visto, de que había sido un extraño truco de la
luz, una percepción errónea de su cerebro convirtiendo un bulto en las
mantas en los rasgos de Jack.
Pero sabía que se estaba engañando a sí mismo. Había visto lo que había
visto.
El rostro de Jack lo había estado mirando directamente. No era algo
que se pareciera a otra cosa. Pero Edward seguramente deseaba que así
fuera… porque después de esa noche, comenzó a ver la horrible cara de
Jack en todas partes.
La primera vez que volvió a ver la cara de Jack, estaba bajando del
autobús al final del día después de la tormenta. Al parecer, sus compañeros
habían dejado de sentir lástima por él y ahora estaban enojados con él por
sugerir el gato de Schrödinger como tema de trabajo. Haciendo una pausa
para lanzar una bola de saliva que lo golpeó justo cuando bajaba los
escalones del autobús, su mirada se posó en las mamás amarillas que
rodeaban a los gnomos de la Sra. Phillips con gorra de béisbol. Sus gnomos
usaban las gorras a partir de septiembre, hasta que terminaba la Serie
Mundial.
Edward se estaba encogiendo de hombros en su mochila cuando vio la
cara. Estaba justo donde él y Jack habían encontrado a Faraday, y estaba
mirando a Edward desde debajo de una rama de rododendro que colgaba
bajo.
Edward jadeó y miró. Luego soltó—: ¿Qué quieres?
—¿Qué quiero? —preguntó la Sra. Phillips.
Edward saltó y miró hacia la pasarela de la Sra. Phillips.
— Un desaparecedor mágico de maleza —dijo la Sra. Phillips—. ¿Tienes
uno de esos?
La viuda estaba arrodillada al borde de su pasarela arrancando malas
hierbas; El pelo largo y gris se derramaba sobre sus hombros encorvados.
Llevaba un traje de chándal fucsia brillante y zapatillas de tenis moradas.
—Oh, hola, señora Phillips. No la vi allí.
Ella le frunció el ceño y se pasó los dedos sucios por el rostro
bronceado y arrugado.
—¿Entonces con quién estabas hablando?
—¿Eh? —Edward bajó la mirada hacia el macizo de flores. La cara de
Jack se había ido.
Volvió a mirar a la señora Phillips.
—Oh, sólo estaba practicando líneas para una obra de teatro de la
escuela.
La Sra. Phillips sonrió.
—Bien por ti. Te deseo suerte con eso. —Volvió a desyerbar y Edward
se despidió con la mano y se volteó para seguir calle abajo.
Mientras caminaba, escaneó su entorno. ¿Adónde se había ido la Cara
Amigable? O más importante, ¿realmente la había visto de nuevo?
Antes de irse a la escuela esa mañana, Edward había considerado salir al
patio para ver si la cosa todavía estaba enterrada allí, pero no había forma
de hacerlo sin que su mamá lo supiera. Se iba al trabajo justo cuando él se
iba para tomar el autobús.
Ahora no estaba seguro de querer saber si el gato con cara de Jack
todavía estaba en el agujero. Si así era, eso significaba… ¿qué? ¿Que estaba
perdiendo la cabeza? ¿O que la cosa desagradable tenía la capacidad de
excavarse y volver a enterrarse, sólo para atormentarlo?
Es una posibilidad infinita, susurró la voz de Jack en su mente.
Desafortunadamente, Edward no era un fanático de la dualidad en este
momento; sugería demasiadas opciones alarmantes.
Edward se apresuró a subir por la acera. En un contraste vertiginoso
con ayer y la noche anterior, hoy fue templado y soleado. Varias personas
en el vecindario estaban limpiando los escombros de la tormenta. Se habían
caído muchas ramas. Había hojas y ramitas por todas partes. Edward
escuchó al menos tres sopladores de hojas y una cortadora de césped. El
aire olía a mantillo.
Justo antes de que Edward llegara a su propia pasarela, vio algo blanco
por el rabillo del ojo. Al girarse, estaba seguro de haber visto al gato con
cara de Jack trotar detrás de la casa de su vecino. Edward lo miró fijamente.
«¿Debería ir tras él?»
Sintió que sus piernas comenzaban a temblar. Bueno, ahí estaba su
respuesta. Era demasiado cobarde para ir tras la cosa y… ¿qué?
¿Enfrentarlo? ¿Destruirlo?
No tenía idea de qué hacer.
Entonces, no haría nada.
Edward corrió por la pasarela, buscó en la cerradura de la puerta
principal y entró corriendo. Cerró la puerta detrás de él. Apoyado en él,
respiró hondo varias veces.
¿Debería ir al patio trasero y cavar?
Tenía que hacerlo.
Dirigiéndose a la puerta antes de que pudiera cambiar de opinión, salió
al patio trasero y miró el lugar donde había enterrado al gato con cara de
Jack. El montículo estaba aplanado, pero la lluvia podría haberlo hecho.
Dado que un pequeño charco se había acumulado en la parte superior
de donde había estado el montículo, eso era probable. Aparte del charco,
el área se veía exactamente como la había dejado Edward.
—¿Edward?
Edward se dio la vuelta. Su mamá estaba en la terraza trasera.
—¿Qué estás haciendo?
—Oh, sólo compruebo los daños de la tormenta.
—Bien pensado. Por eso vine a casa temprano. ¿Quieres ayudarme a
limpiar un poco el jardín?
Hasta aquí la excavación del agujero. Edward no pudo evitar notar que
se sentía aliviado.
—Claro —dijo. Le dio la espalda al lugar donde enterró a la Cara
Amigable y caminó hacia su madre.

✩✩✩
Para cuando Edward se fue a la cama esa noche, estaba demasiado
cansado para siquiera importarle lo que estaba haciendo la Cara Amigable.
Y al día siguiente, los chicos de la escuela se burlaron tanto que empezó a
pensar que sería bueno tener la Cara Amigable cerca después de todo.
Quizás el extraño robot era el único amigo que podía esperar tener.
Pero no. No quería esa cosa como amigo. No lo quería en absoluto.
Por eso, al final de la semana, Edward era una masa inquieta de nervios
hiperactivos. No parecía importar lo que hiciera. Seguía viendo al gato con
cara de Jack por todas partes.
O al menos pensó que sí.
Cuando Edward y Jack estaban en la escuela secundaria, habían
descubierto todos los buenos lugares apartados del edificio, lugares donde
podían pasar el rato sin encontrarse con otros chicos. Habían hablado a
menudo sobre cómo su primera tarea como estudiantes de primer año
sería encontrar ese tipo de lugares en la preparatoria.
Bueno, Jack no estaba aquí para ayudarlo, pero igualmente buscó
aislamiento y lo encontró… en un armario de suministros viejos y sin usar;
debajo de una escalera trasera; en un patio escondido; detrás de la sala de
profesores; detrás de una sección de gradas plegables en el gimnasio. Pero
cada lugar que encontraba, el gato con cara de Jack también lo encontraba.
Sólo podía usar cada uno de sus lugares reclusos una vez antes de ver la
cara que lo miraba desde las sombras más profundas de las áreas ocultas.
Dos veces estuvo seguro de haber visto la Cara Amigable encorvada
bajo los arbustos cerca de la entrada de la escuela, escondido entre las
hojas, fuera de la vista del transeúnte casual. En casa, vio la cara de Jack en
los arbustos y plantas de su jardín, asomando a través de las hortensias
fuera de la ventana de la cocina, mirando más allá del seto de boj fuera de
la ventana de la sala de estar y acechando en las ramas del arbusto de
forsythia colgando debajo de su ventana.
Y los sonidos que había escuchado la noche de la tormenta… ahora los
escuchaba en todas partes. Chillidos, tictacs, extraños sonidos de golpeteo
neumático, los oía todo el tiempo ahora en sus escondites en la escuela y
en su casa.
Había escuchado el extraño golpeteo sibilante afuera de su puerta todas
las noches de esta semana.
Por supuesto, nunca había abierto la puerta para ver qué había ahí fuera.
Pero había dormido con las luces encendidas. Esperaba hasta que su madre
se fuera a dormir y encendería su lámpara de bronce. La primera noche,
no durmió bien con toda esa luz. A la noche siguiente, sin embargo, se
durmió, probablemente porque estaba muy agotado después de dos
noches prácticamente sin dormir.
Ahora era viernes, cuatro días desde la tormenta, y Edward todavía no
había salido a desenterrar la “tumba” del gato con cara de Jack. Dos días
después de la tormenta, había comenzado a llover de nuevo y no había
parado… hasta hoy.
El sol salió al mediodía, mientras Edward comía su sándwich de
mantequilla de maní solo junto a una ventana en la cafetería de la escuela.
Fue entonces cuando decidió que tenía que revisar el agujero cuando
llegara a casa. Si la Cara Amigable todavía estaba allí, podría tener que
pedirle a su mamá que lo llevara a una resonancia magnética.
Quizás tenía un tumor. O tal vez se estaba volviendo loco. Tal vez se
había imaginado todo el asunto la Cara Amigable, de principio a fin. El
mismo concepto le parecía extravagante, incluso ahora.
Después de la escuela, Edward llegaba tarde cuando trotó hacia el
autobús.
Tenía suficiente tiempo, pero no podría elegir su asiento como quería.
Había ciertos chicos con los que nunca querría sentarse, chicos a los que
les gustaba torturarlo más que a otros.
Llegó tarde porque se había ido al baño desierto después de su última
clase. Mientras se lavaba las manos, se miró en el espejo y vio la cara de
Jack mirándolo por encima del hombro. Pero cuando dio la vuelta, no había
nada allí. Le pareció oír un golpeteo detrás de una rejilla de ventilación que
se veía torcida, y estaba debatiendo si debería comprobarla cuando otros
tres chicos irrumpieron en el baño. Edward se había visto obligado a correr
antes de que intentaran meterle la cabeza en el inodoro.
Ahora Edward estaba a sólo unos metros del autobús cuando Eddy, uno
de los tipos particularmente desagradables de su clase, chocó
deliberadamente con él.
Edward se tambaleó y casi se cayó. Estaba lo suficientemente cerca del
autobús para extender una mano y agarrarse. Cuando lo hizo, pudo
vislumbrar la cara de Jack mirándolo desde detrás del guardabarros trasero
del autobús. Estaba aferrado a la salida de emergencia, escondido entre el
autobús de Edward y el autobús de atrás, abajo donde nadie, excepto
Edward, podía verlo.
Era en su autobús.
Edward retrocedió. Fue golpeado de nuevo, esta vez por Julia.
—¡Mira hacia dónde vas! —le espetó ella.
—Lo siento. —Ni siquiera miró su cabello bastante ondulado mientras
continuaba dando marcha atrás.
Los autobuses frente al de Edward comenzaron a avanzar.
—¿Vienes? —llamó el conductor del autobús desde adentro.
Edward miró bien el volante donde había visto la cara de Jack. Creyó
ver movimiento, pero no estaba seguro.
—No. Me olvidé de algo. Caminaré. Gracias.
Don se encogió de hombros y cerró la puerta del autobús. El autobús
arrancó. Edward miró tras él, pero no vio nada más que chicos a través de
ninguna de las ventanas.
Después de que los autobuses se fueron, Edward suspiró. Simplemente
había dejado que su paranoia lo obligara a caminar seis millas. «Brillante».
Suspirando de nuevo, colocó su mochila más cómodamente sobre sus
hombros y comenzó a caminar por el camino de entrada de la escuela.

✩✩✩
El camino que conducía de la escuela a la ciudad no tenía aceras, sólo
un estrecho borde de grava que estaba pegado a los enormes troncos de
los árboles que bordeaban la carretera. A lo largo del borde, los helechos
y otros matorrales de bajo crecimiento creaban una alfombra verde y
peluda que se extendía hacia las oscuras profundidades del bosque. Aquí y
allá, la alfombra peluda dejaba paso a lechos de agujas de abeto caídas. Estos
eran los caminos que muchos chicos usaban para dirigirse al bosque.
Edward no. Se quedaría aquí en la carretera, muchas gracias.
Algunos coches pasaron junto a él. Uno de ellos tocó la bocina. No tenía
idea de quién estaba en este.
Tosió por los vapores de gas que quedaron tras el último coche. Se
volteó para mirar detrás de él para ver si venían más autos.
Se congeló. No venían coches por la carretera. Pero había algo.
Era la Cara Amigable.
Estaba justo ahí, tan claro como podía ser, sin nada más con que
confundirla.
Este no fue uno de esos destellos fugaces. Esto no fue sólo un vistazo
del pálido rostro de Jack. Esta era la verdadera Cara Amigable, el gato
negro, su pelaje ahora enmarañado y embarrado, posiblemente por haber
sido enterrado y desenterrado, y los rasgos inquietantes de Jack con una
sonrisa inflexible. El gato con cara de Jack estaba saltando por el borde de
la carretera, brincando felizmente detrás de Edward como si estuvieran
jugando a seguir al líder.
Edward no se detuvo a pensar. Sólo corrió.
Al principio, corrió por la carretera, pero cuando miró por encima de
su hombro, pudo ver que el rostro de Jack se estaba acercando. No había
forma de que pudiera correr más rápido que un animatrónico en una
carretera plana y abierta. No tenía otra opción si quería salirse con la suya.
Giró a su izquierda, entre dos árboles altísimos.
Edward se raspó el hombro contra la corteza del segundo árbol, pero
siguió corriendo. Saltó sobre un matorral y pisoteó un grupo de helechos.
No se tomó el tiempo para volver a mirar hacia atrás. Simplemente huyó,
atropelladamente, a través de los bosques húmedos y sucios.
A unos cientos de pies entre los árboles, Edward llegó a un arroyo. No
se detuvo. Salpicó a través de él. Corrió por la pendiente al otro lado del
arroyo, resbalando cuando sus pies encontraron un montón de rocas del
río.
Moliendo los brazos para recuperar el equilibrio, Edward se giró, con la
intención de correr a lo largo de la parte plana del terreno aquí, en lugar
de tener que subir más alto desde el arroyo. Pero un chapoteo le hizo
mirar detrás de él de nuevo.
La cosa gato estaba dando cabriolas tras la estela de Edward. Su cola
estaba en el aire como si estuviera pasando el mejor momento de su vida.
¿Vida? No tenía vida. ¡No estaba vivo! ¡Era una cosa!
Edward no se dejó engañar por la expresión feliz de la cosa. La sonrisa
era demasiado rígida, demasiado forzada para sugerir buenos sentimientos.
Dado que el gato con cara de Jack estaba funcionando, moviéndose, tal vez
incluso —Dios no lo quiera— pensando, era justo decir que estaba vivo,
al menos de forma robótica. Eso significaba que cuando lo metió en el
agujero y lo cubrió con tierra, lo enterró vivo. ¿Estaba enojado? ¿Qué haría
cuando lo alcanzara?
Edward chilló de pánico y se volteó para correr de nuevo. Trepando
por un terraplén resbaladizo, cayó de rodillas y arañó su camino hasta la
cima.
Al darse cuenta de que su mochila lo estaba frenando, se encogió de
hombros y se las arregló para volver a ponerse de pie. Su respiración se
convirtió en jadeos entrecortados y ordenó a sus piernas que siguieran
adelante, que corrieran con fuerza.
Había sido una estupidez correr hacia el bosque. Habría estado mejor
en la carretera, donde había otras personas, donde alguien podría
detenerse y ayudarlo.
Trató de pensarlo detenidamente mientras corría, trató de discernir si
todavía lo seguían. Al principio, todo lo que podía oír eran sus propios
pasos y dificultad para respirar. Pero luego escuchó el tic-tac y ese
repiqueteo neumático.
Su garganta se apretó.
Frenético, se abrió camino a través de un denso matorral de vegetación
que no reconoció y volvió a encontrar el arroyo. Se había enroscado.
Pensó que si lo volvía a cruzar, terminaría en la carretera eventualmente.
¿Podría permanecer frente al gato con cara de Jack el tiempo suficiente
para llegar allí?
Se arriesgó a echar un vistazo por encima de su hombro.
—Vete —gritó cuando vio a la cosa retozando alegremente, rebotando
y saltando juguetonamente en los surcos que los pies de Edward dejaban
en la maleza.
Le dio la espalda a la cara de Jack y se tambaleó hacia el arroyo de nuevo.
Cuando lo alcanzó, saltó por su parte más profunda. Su pie aterrizó en
una roca y su tobillo se torció. Gritó, pero no cayó. Las lágrimas llenaron
sus ojos mientras seguía corriendo, ignorando el dolor punzante.
No estaba seguro de cuánto tiempo corrió después de cruzar el arroyo.
Se sentía como si estuviera corriendo en círculos. ¿Era el mismo árbol que
acababa de pasar? ¿Cómo podía saberlo? Todos se parecían.
No volvió a mirar atrás. El ocasional tic-tic-tic era suficiente para hacerle
saber que su perseguidor todavía lo perseguía.
El dolor en su tobillo empeoraba cada vez que su pie golpeaba el suelo.
Sus piernas empezaron a sentirse débiles. Podía escuchar estertores en
sus pulmones. Sintió su corazón tratando de salir de su pecho a martillazos.
Estaba empezando a pensar que iba a morir de agotamiento cuando
notó que la luz se colaba entre los árboles que tenía delante. Le pareció
oír el ruido de un motor que pasaba por la carretera.
Casi estaba allí.
Trató de correr más rápido, pero estaba muy cansado. Sus pasos
vacilaron.
Algo tocó el tobillo de Edward. Miró hacia abajo. El rostro de Jack le
sonrió.
Edward gritó, bajó la cabeza y movió los brazos para empujar su cuerpo
aún más rápido. Sólo unos pocos pasos más. Corrió con fuerza, con la
mirada fija en el suelo frente a él para no tropezar con algo y caer.
Sin embargo, no podía ver con claridad. Todo estaba borroso,
probablemente porque sus ojos estaban llenos de lágrimas y sudor.
No importaba. Siguió corriendo.
Corrió hacia adelante, alejándose de la cosa detrás de él, lanzándose
hacia lo que esperaba que fuera… Edward sintió un destello de dolor tan
intenso que no podría haber sido real. El dolor fue lo último que sintió y
que el dolor era incomprensible fue lo último que pensó. Ni siquiera tuvo
la oportunidad de pensar, «lo siento».

✩✩✩
El semirremolque que golpeó a Edward comenzó a patinar justo después
del impacto. El conductor, con los ojos desorbitados, el corazón acelerado
y el estómago repentinamente hecho un nudo bilioso, prácticamente pisó
el pedal del freno de la camioneta. Por supuesto, ya era demasiado tarde.
El semirremolque siguió avanzando durante varios metros antes de
detenerse.
Bien detrás de la camioneta, el cuerpo de Edward yacía en la carretera,
con un charco de sangre ensanchándose a su alrededor. A unos metros,
parcialmente oculto entre los helechos del arcén, la Cara Amigable se
agachó y movió su cola robótica. El rostro sonriente de Jack mantuvo su
mirada serenamente concentrada en la forma inmóvil de Edward.
Ahora esperaría. Esperaría pacientemente a que Edward volviera a
levantarse para poder jugar un poco más.
M ott se quedó en el borde de la galería en Freddy Fazbear's Pizza y
pensó por qué todavía le gustaba tanto este lugar. ¿Era la decoración? ¿La
comida? ¿Los animatrónicos? No. La verdad es que Freddy's, brillante,
ruidoso y siempre exagerado, era simplemente un lugar divertido para
estar. Se giró y examinó el comedor que se extendía desde la galería.
Incluso los padres se lo estaban pasando bien. Técnicamente, debería haber
superado este lugar, pero Freddy's tenía una forma de meterse bajo la piel.
—¿Mott?
Mott miró a Rory, su espástico hermano pequeño.
—¿Podemos comprar más entradas? —preguntó Rory—. Casi le gané a
Ben en el hockey de aire. Necesito una revancha.
Mott extendió la mano para despeinar el brillante cabello rojo de Rory.
Como era de esperar, Rory, quien recientemente cumplió siete años y era
“demasiado mayor” para cosas como despeinarse, salió del alcance de Mott
y dijo—: ¡Mott! —de una manera que convertía una sílaba en tres.
Mott se echó a reír y sacó un fajo de billetes de un dólar del bolsillo de
sus vaqueros.
—Ve a patearle el trasero.
Rory sonrió, agarró el dinero y se fue.
En el escenario que se extendía a lo largo del comedor de Freddy's,
Freddy Fazbear y sus cohortes, Bonnie y Chica, comenzaron una nueva
canción. Una bola de discoteca girando sobre su cabeza comenzó a rociar
chorros de luz amarilla, roja, verde y violeta por toda la pizzería. Mott dio
unos golpecitos con el pie y empezó a cantar en voz baja.
—¡Mott! —gritó una chica.
Se volteó para mirar las mesas repletas. Un par de niños de cuatro y
cinco años se tropezaron con él cuando pasaron corriendo. Él sonrió.
¿Había corrido sin parar así cuando tenía su edad? Si lo hubiera hecho,
podría entender la afirmación de su madre de que él era responsable del
90 por ciento de las arrugas que se formaron en su rostro aún joven.
—¡Aquí! —la chica llamó de nuevo.
Vio una mano esbelta, de uñas rosadas, saludando desde una mesa a
unos metros de distancia.
Era Theresa, una de las chicas populares de su clase. Él le sonrió, miró
una vez para ver cómo estaba Rory y luego se paseó por el suelo de
cuadros blancos y negros de Freddy's.
Theresa compartía una mesa cubierta de tela roja, llena de pizza y
refrescos con un hombre y una mujer que tenían que ser sus padres. Todos
compartían los mismos ojos marrones cálidos, casi ambarinos, aunque
ninguno de los padres tenía la hermosa sonrisa de Teresa. Sus padres se
apartaron de ella, hablando animadamente con otra pareja en la mesa de al
lado. Mott escuchó algo sobre el golf y el costo del pasaje aéreo.
Mott dirigió su atención a Theresa. Amable, inteligente y pequeña,
Theresa era lo que su madre llamaba un “buen partido”. Aunque
compartían clases de inglés y álgebra, no habían hablado mucho fuera de
clase. Aun así, ella siempre le sonreía en los pasillos.
—Hola, Theresa.
—Hola, Mott. ¿Estás aquí solo? —Theresa señaló la silla vacía junto a
ella y Mott la tomó.
Un camarero con cola de caballo sobre patines pasó rápidamente con
una pizza recién horneada.
Los aromas de tomate, albahaca y queso se burlaban de la nariz de Mott.
Se le hizo agua la boca. No había comido antes de que él y Rory vinieran
aquí, pensando que comprarían una pizza de inmediato. Pero Rory había
estado obsesionado con los juegos desde que llegaron y aún no habían
pedido nada. Mott estaba tan hambriento que incluso el dulce pastel de
cumpleaños glaseado de azul que estaba cerca del escenario comenzaba a
verse bien.
—No —respondió—. Estoy aquí con mi hermano pequeño. Es amigo
del cumpleañero.
—Lo mismo aquí, mi hermano pequeño también.
—¿Cual es tuyo? —preguntó Mott, principalmente porque no tenía idea
de qué más decir.
Theresa señaló a un chico de rizos oscuros que bailaba con un grupo de
niños pequeños junto al escenario.
—¿Y el tuyo?
Miró hacia la galería. El cabello brillante de Rory lo hizo fácil de detectar:
él y Ben habían dejado la mesa de hockey de aire y estaban dirigiéndose
hacia él. Rory probablemente quería más dinero para fichas.
—¿Wow en serio? No se parece a ti —dijo Theresa.
Mott no estaba seguro de qué decir a eso, así que se encogió de
hombros. Pero ella tenía razón. Rory le había quitado el pelo rojo a su
madre. Mott tenía el pelo castaño liso de su padre, afortunadamente. Rory,
con mechones rojos que se negaban a acostarse correctamente sobre su
cabeza, sus ojos y boca demasiado grandes, y su rostro lleno de pecas,
siempre iba a tener un aspecto un poco tonto. Mott, por otro lado, había
estado recibiendo las miradas de las chicas mucho antes de que quisiera.
Cuando cumplió trece meses antes, finalmente comenzó a recibir toda esa
atención. Según su madre, era “objetivamente guapo”. Los componentes
de esta evaluación aparentemente fueron su cabello naturalmente
ondulado, sus ojos castaños oscuros “encapuchados”, su “barbilla fuerte”
y sus “grandes dientes”. En los últimos meses, también se había disparado
unos centímetros y había comenzado a hacer ejercicio. Sus hombros se
estaban ensanchando. Empezaba a ver lo que veía su mamá.
Aparentemente, las chicas como Theresa también lo estaban notando.
—No dejes que se te suba a la cabeza —le había dicho su madre—. Si
lo haces, te castigaré por el resto de tu vida.
Sonriendo al recordarlo, le dijo a Theresa—: En un buen día, admito
que Rory se parece a nuestra madre. En un mal día, digo que fue dejado en
nuestra puerta por monos marinos.
Rory corrió hacia la mesa justo a tiempo para escuchar lo que había
dicho Mott.
—¡No es cierto! —gritó él. Luego extendió la mano—. ¡Quiero más
boletos!
Mott suspiró y buscó en su bolsillo unos dólares más. Habría pagado
varios cientos de dólares para que Rory se marchara para poder seguir
hablando con Theresa.
Rory tomó el dinero que le ofreció Mott y salió corriendo sin dar las
gracias.
Theresa se rio y luego hizo una mueca.
—Odio a esos monos.
Mott también se rio.
—Te entiendo. Son pequeñas cosas espeluznantes. —Guiñó un ojo—.
Los reales, no mi hermano.
Theresa se estremeció.
—Sé lo que quieres decir. Los reales son como ciempiés con tentáculos
y colas.
Freddy y su banda pasaron a otra versión de una canción popular, esta
con un ritmo rockero. Theresa acercó su silla a Mott.
—Esta es una buena canción, ¿no crees?
Mott asintió.
—Sí, pero creo que me gustan más las baladas del grupo. —Él nombró
otra canción del mismo grupo que originalmente había hecho esta.
Theresa rebotó en su asiento.
—Oh, sí, esa es realmente buena. ¿Te gustan las baladas? Estoy
aprendiendo a tocar la guitarra y eso es lo que me gusta cantar.
—Me encantaría escucharte cantar alguna vez —dijo Mott.
Theresa le sonrió.
Pasaron los siguientes minutos hablando de música, y Mott
prácticamente se había olvidado de dónde estaba hasta que miró hacia
arriba y vio a Rory galopando, rebotando en un par de otros niños
pequeños y dos mesas cuando llegó. Sonreía salvajemente y sostenía lo que
parecía un juguete nuevo… algo en un embalaje de plástico y cartón de
colores brillantes.
Rory iba tan rápido que cuando llegó a la mesa se estrelló contra Mott
y empezó a perder el equilibrio. Mott agarró a su hermano del brazo y lo
mantuvo erguido.
—¡Mira lo que gané, Mott — Rory medio gritó.
Ahora estaba a sólo unos centímetros de Mott, y Mott se estremeció
ante el nivel excesivo de decibelios. Como hacía a menudo, deseaba que
Rory tuviera un control de volumen que pudiera bajar.
El estruendoso anuncio de Rory había llamado la atención de Theresa y
sus padres. Todos sonrieron a Rory cuando Mott preguntó, con todo el
entusiasmo que pudo reunir—: ¿Qué ganaste?
Rory comenzó a agitar su tesoro. Lo agitó tan rápidamente que Mott
todavía no sabía que era. Frunció el ceño, tratando de leer las palabras en
el paquete ondulante.
—¡Bonnies marinos! —Respondió Rory—. ¡Gané Bonnies marinos!
¡Mira! —Siguió agitando el paquete.
—Estoy tratando de mirar —le dijo Mott. Alargó la mano y agarró el
paquete.
Rory saltó arriba y abajo como si estuviera en un trampolín invisible.
Mott se centró en el paquete que tenía en la mano. Sobre un fondo de
cuadros negros, letras de color rojo brillante anunciaban que el paquete
contenía “¡Increíbles Bonnies marinos vivos!”, bajo las palabras, la imagen
de una pequeña criatura azul violácea seriamente inquietante que parecía
ser un cruce entre un mono marino y un conejo estaba rodeada por una
mancha azul brillante de lo que probablemente se suponía que era agua.
Junto a la imagen, el paquete prometía: “Contiene todo lo que necesitas
para cultivar y nutrir tus propios Bonnies marinos”. Debajo de eso, un
revestimiento de plástico cubría cuatro paquetes, “Diseñado para
comenzar tu propia colonia saludable de felices Bonnies marinos”. Había
dos paquetes para los HUEVOS VIVOS DE BONNIES MARINOS, uno de “Polvo
purificante de agua” y uno de “Alimento para el crecimiento”.
En la parte inferior del paquete, letras azules brillantes proclamaban:
“¡Garantizado para vivir durante tres años!”
Mott hizo una mueca y miró a Rory.
—¿En serio?
Rory todavía estaba saltando arriba y abajo. Ahora se rio y gritó—:
Dijiste que los monos marinos me dejaron en la puerta. ¡No son monos
marinos! ¡Bonnies marinos!
Rory soltó una de sus risas agudas. Claramente pensó que era gracioso.
Giró en un alegre círculo.
—Ahora puedo tener a algunos de mis verdaderos hermanos y
hermanas cerca. —Se rio un poco más, bastante satisfecho de sí mismo.
Mott negó con la cabeza. Sintió que Theresa se inclinaba detrás de él y
le mostró el paquete.
—Ew —dijo.
Él asintió con la cabeza.
Rory arrancó el paquete de la mano de Mott.
—¡Son increíbles!
—Claro que lo son —dijo Mott.

✩✩✩
Tan pronto como Mott y Rory llegaron a casa, Rory corrió a la cocina
para encontrar a su madre, que estaba cortando lechuga para una ensalada.
Estofado de carne a fuego lento en la estufa Vikinga de seis quemadores
que era el orgullo y la alegría de su madre. Le encantaba cocinar. Rory le
mostró a su mamá el paquete de Bonnies marinos y comenzó a hablar sin
parar mientras se subía a uno de los taburetes de madera frente a la isla
cubierta de granito donde ella trabajaba.
Su mamá dejó la lechuga a un lado y comenzó a picar tomates y pepinos
para la ensalada. Por un momento dichoso, todo lo que Mott pudo oír fue
el leve zumbido del ventilador sobre la estufa, el golpe intermitente del
cuchillo de su madre contra la tabla de cortar y el delicioso guiso
burbujeando. Pero entonces Rory empezó a parlotear, y todo lo que Mott
pudo oír fue al parlanchín de su hermano.
Rory agitó su paquete de Bonnies marinos debajo de la nariz de su
madre. Parpadeó pero siguió trabajando en la ensalada. A Rory no pareció
importarle.
—Los Bonnies marinos son básicamente monos de mar, pero están
manipulados genéticamente para parecerse a Bonnie, el Bonnie de
Freddy’s.
Mott y su madre intercambiaron una sonrisa ante la versión de Rory de
“manipulados genéticamente”.
Rory siguió hablando.
—Tienen un aspecto súper mega ultra genial, y Fazbear Entertainment
los lanzó sólo el mes pasado. Eso es lo que dijo Ben.
Por lo general, compra todas las cosas nuevas, pero sus padres no le
dejaron comprar Bonnies marinos porque dijeron que Puter podría
comérselos, y no pensaron que eso sería bueno para Puter, y eso no sería
bueno para los Bonnies marinos, tampoco. —Él rio salvajemente.
Mott miró a su madre por encima de la cabeza de Rory. Él se encogió
de hombros. Con su ropa habitual para quedarse en casa, pantalones de
yoga negros y una camisa blanca holgada, su madre se apartó un mechón
de cabello rojo de sus ojos azules. Se rascó la nariz pecosa y sonrió.
—Puter es el gato de su familia, ¿verdad? —dijo su mamá.
—¿Hm? Oh, sí —respondió Rory. —¿No crees que deberíamos
comprar una pecera más grande ahora que Fritz va a tener amigos? Quiero
decir, sé que la pequeña cabe en mi escritorio, y los Bonnies marinos
pueden ayudar a Fritz a hacerme compañía mientras hago los deberes y
coloreo y esas cosas. Pero si me compras un tanque grande con un
soporte, podría ponerlo en el otro lado de la habitación, debajo de la
ventana. Oh, no, espera. ¿Y si compramos una enorme y la ponemos en el
salón? Oh, no, espera. Entonces no los tendría en mi habitación. Creo que
los quiero en mi habitación. Tal vez podría conseguir más y podríamos
tener dos tanques y…
Mientras Rory hablaba y Mott intentaba no escucharle, su madre se
limpiaba las manos en un paño de cocina. Se acercó y puso suavemente una
mano sobre la boca de Rory.
—Respira, cariño —dijo.
—Estás manipulado genéticamente —dijo Mott en el bendito silencio
que de repente llenó la cocina—. No eres genéticamente un motor.
Su mamá le dio una mirada y negó con la cabeza. Él puso los ojos en
blanco.
Cruzó el reluciente suelo de madera hasta el frigorífico de acero
inoxidable y lo abrió para tomar una botella de aderezo para ensaladas.
—¿Los Bonnies marinos tienen el mismo requisito de temperatura de
agua que Fritz? —preguntó ella.
Rory dijo—: ¿Eh?
—¿Puedo ver el paquete? —le preguntó Mott a Rory.
Rory se encogió de hombros y se lo entregó.
Mott leyó las instrucciones en el reverso del paquete. Él frunció el ceño.
—¿No tiene setenta y cuatro grados?
Su madre asintió.
—El agua tiene que estar entre setenta y cinco y ochenta y un grados
para que eclosionen. Luego se puede volver a bajar. Me pregunto si subirla
a, por ejemplo, a setenta y ocho o algo así estaría bien para un pez de
colores durante las veinticuatro horas que tardan en eclosionar los huevos
de Bonnies marinos.
—Tal vez puedas investigar eso después de la cena —dijo su madre.
Mott se encogió de hombros.
—Seguro. ¿Por qué no? Eso es lo que hacen todos los chicos geniales
los sábados por la noche.
Ella rio.
—No, eso es lo que los chicos geniales desearían estar haciendo. En
cambio, van a hacer cosas aburridas como ver películas o ir a fiestas.
—Lo siento por ellos —dijo Mott.
Rory, que había estado examinando sus Bonnies marinos con gran
orgullo y alegría, de repente señaló un punto en el paquete.
—¿Cuál es esa palabra?
Mott miró debajo del sucio dedo índice de su hermano.
—Colonia.
—¿Qué es una colonia?
Mott dejó que su mamá se encargara de eso. Cuando terminó de definir
la palabra, Rory arrugó la cara y anunció—: Quiero un imperio, no una
colonia. Eso es más grande, ¿verdad? Tal vez debería comprar otro
paquete.
—Un paquete es suficiente —le dijo su mamá.
Rory entrecerró los ojos y respiró hondo, en clara preparación para
una fuerte rebelión.
Mott habló rápidamente.
—Puedes llamarlo como quieras, ¿sabes?
Rory ladeó la cabeza.
—¿Puedo?
—Sí —dijeron Mott y su madre al unísono.
Después de la cena y después de determinar que Fritz no se vería
perjudicado por un día o dos de agua a setenta y ocho grados, Mott ayudó
a Rory a preparar su tanque para los Bonnies marinos.
El tanque de Rory era pequeño, tal vez cuarenta y cinco por veinticinco
centímetros más o menos. Tenía cinco galones… más agua de la que
necesitaba Fritz, pero Mott pensaba que Fritz siempre parecía contento en
sus dominios. Mott se preguntó distraídamente qué pensaría Fritz de los
futuros intrusos. ¿Pensaban los peces?
Levantando la tapa del tanque y esperando mientras Rory saludaba a
Fritz, Mott abrió el empaque de los Bonnies marinos.
—Está bien, el primer paso —le dijo a Rory— es poner esto. —Le
entregó a Rory el paquete de purificador de agua. Ante la insistencia de
Rory, leyó los ingredientes: sal, algún tipo de acondicionador de agua y
algunos huevos de camarones en salmuera.
—Eso es todo lo que podemos hacer hoy —le dijo Mott a un frustrado
Rory cuando quiso poner todos los otros paquetes también.
—Las instrucciones dicen que se debe esperar veinticuatro horas. Luego
pondremos los huevos. Esos serán los huevos manipulados genéticamente.
—¿Por qué tenemos que esperar? —Rory frunció el ceño.
Mott se encogió de hombros.
—Porque el empaque lo dice. —No se molestó en decirle a Rory que
todo el proceso era extraño. Leyó el contenido del paquete de huevos y
se sorprendió al ver que también contenía levadura, bórax, soda, sal y tinte
azul.
—¿Qué hay de esto? —preguntó Rory, sosteniendo el paquete de
comida.
Mott se refirió a las instrucciones.
—Eso se pone después de que los huevos eclosionan.
El paquete de comida contenía más levadura y algo de espirulina. Tendría
que agregarlo cada pocos días.
Debido a que Mott no confiaba en que Rory no arrojara todo en el
tanque de una vez, tomó los paquetes cuando salió de la habitación de
Rory. Rory protestó, pero cuando empezó a hacer un berrinche, su madre
pareció suavizar las cosas.
Mott se sintió mal por tener que intervenir. Su padre era piloto de una
aerolínea comercial que a menudo estaba fuera, lo que significaba que
mamá tenía que dirigir la casa y hacer casi todo en casa. También trabajaba
a tiempo completo en una empresa de planificación de eventos y estaba
tratando de iniciar su propia empresa en su tiempo libre (del cual tenía
poco). Para complicar las cosas, la mayoría de los eventos que planeaba
eran por la noche y tenía que estar allí para supervisarlos. Mott no estaba
seguro de cuándo dormía su madre. E incluso con todo eso, nunca se
mostraba molesta cuando la interrumpían.
—Mamá —dijo Mott— lo prepararé para ir a la cama. Ve a descansar.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Eres un buen hijo.
—Lo sé —Él rio.
Con sólo un poco de persuasión, Mott llevó a Rory al baño para lavarse
los dientes. Mientras se cepillaba, Rory charlaba sobre la escuela, sus
amigos y el nuevo cachorro que Danny y su familia habían adquirido un par
de semanas antes. La pasta de dientes se disparaba por todo el lugar
mientras Rory hablaba.
Acostumbrado a esta rutina, Mott limpió la encimera y el suelo.
Finalmente, Rory escupió el resto de su pasta de dientes en el fregadero.
Mott usó un paño húmedo para limpiar la cara de Rory. Rory se escabulló
fuera de su alcance.
—Quiero un cachorro —dijo Rory—. ¿Cuándo volverá papá a casa?
—Esta semana está haciendo paradas sin detenerse —respondió Mott.
Optó por responder primero a la segunda pregunta. Era más fácil—. Creo
que estará en casa unos días la semana que viene.
—Tal vez nos consiga un cachorro mientras está en casa.
—Tal vez mamá nos consiga un cachorro cuando demuestres un poco
de responsabilidad.
Rory torció los labios para concentrarse.
—¿Cómo puedo hacer eso?
Mott consideró que podría salirse con la suya.
—Bueno, tal vez si limpiaras tu habitación, no gritaras tanto y dejaras
de interrumpirnos a mí y a mamá cada vez que…
Rory gritó—: ¡No! ¡Ya sé lo que puedo hacer!
—Shh.
Rory bajó la voz, justo por encima del volumen normal.
—Puedo ayudar a Danny con Dapup.
—¿Dapup? —repitió Mott.
—Ese es el nombre de su cachorro. Su padre seguía preguntando:
“¿Dónde está el cachorro?”, Y su madre dijo que bien podrían llamarlo así.
Su nombre completo es Dapuppy (Da Puppy se traduce como “el cachorro”), pero
lo llaman Dapup. A Danny le gusta seguir a Dapup y decir una y otra vez:
“¿Dónde estás, Dapup?” —Rory se rio alegremente.
Mott se rio. No pudo evitarlo. Rory era un montón de cosas molestas,
pero también era entretenido. Aparentemente, también lo eran Danny y
su familia.
—Está bien —dijo Mott—. Mejor vamos a la cama.
Siguiendo a Rory a su habitación, Mott cerró la puerta de la habitación
de Rory para que la charlatanería de Rory no molestara a su madre.
—Ahora Danny está molestando a sus padres por un gatito —continuó
Rory—. Quiere llamarlo Dacat o Dakitten. —Rory se lanzó hacia su cama,
giró en el aire y aterrizó de espaldas. Pateó sus piernas en el aire como un
escarabajo volteado y dejó escapar otro trino de risitas.
—¿Dónde está tu pijama, tonto? —preguntó Mott.
Rory se sentó, sus ojos bailaban. Agarró su almohada.
—¡Debajo de la cama, tonto! —Mott se inclinó para mirar debajo de la
cama y una almohada lo golpeó en el costado de la cabeza. Se levantó para
encontrar a Rory mirando al techo y silbando.
Mott miró a su alrededor como si buscara algo.
—Hm. Una almohada acaba de golpearme en la cabeza. Me pregunto de
dónde vino.
Rory soltó una risita.
—¿Vendría de debajo de la cama? —preguntó Mott. Metió la cabeza
debajo de la cama y vio un pijama con estampado de dinosaurios verde y
amarillo. Mientras lo alcanzaba, otra almohada le golpeó los hombros.
Mott sacó la cabeza de debajo de la cama y se puso en pie de un salto,
fingiendo conmoción e indignación. Dejó el pijama sobre la cama.
—¿De nuevo? ¿Hay un lanzador de almohadas invisible en la habitación?
Giró en círculo, con una expresión feroz mientras Rory soltaba una risita
más fuerte.
—¡Muéstrate, lechón lanza almohadas! —Mott se inclinó y recogió las
almohadas tiradas—. ¡Te ganaré en una pelea justa, si tienes las agallas! —
Adoptó una pose de guerrero, con ambas almohadas levantadas.
Rory, luchando contra una marea creciente de risas, gritó—: ¿Qué es
un lechón y por qué necesita agallas?
Mott ladeó la cabeza.
—Oye, me parece que estas preguntas son para despistarme.
Miró a Rory con el ceño fruncido.
—¿Cumples las órdenes del Lanzador de Almohadas, jovencito? ¿Estás
confabulado con el namby-pamby?
Rory se rio con tanta fuerza que resopló. Cogió la única almohada que
quedaba en la cama. Mott le dio la espalda a Rory y fingió buscar de nuevo
al Lanzador de Almohadas. La tercera almohada lo golpeó en la espalda.
—¡Esto es indignante! —gritó, inclinándose para recoger la última
almohada. Se giró para mirar a Rory—. ¡No tengo más remedio que desatar
mi venganza sobre tu propio rostro, joven esbirro del Lanzador de
Almohadas invisible! —Asegurándose de no lanzar demasiado fuerte, Mott
le disparó las tres almohadas a Rory, quien se sumergió bajo las mantas
chillando y riendo.
Mott cayó sobre él y empezó a hacerle cosquillas. Rory chilló y se rio
más fuerte.
—¿Te rindes? —preguntó Mott.
Rory jadeó.
—¡Sí! ¡Sí! —Su aliento olía a pasta de dientes de menta.
Mott dejó de hacerle cosquillas a su hermano. Rory, con el rostro
enrojecido y los ojos húmedos de lágrimas de felicidad, le sonrió a Mott.
—No respondiste a mi pregunta.
Mott alcanzó los pijamas, que habían vuelto a aterrizar en el suelo
durante la pelea.
—¿Qué…? Oh, ¿te refieres a lechón y agallas?
Rory asintió.
Mott le entregó a Rory su pijama. Ponte esto. Un lechón es alguien
indeciso o que no tiene valor. Viene de cómo los niños pequeños solían
absorber leche con su pan.
Rory frunció el ceño y luego asintió.
—Me gusta esa palabra.
—Y a-g-a-l-l-a-s —dijo Mott mientras Rory se ponía el pijama—. Agallas
—lo deletreó de nuevo— significa la capacidad de hacer frente a las
dificultades, alguien que puede recuperarse de algo malo fácilmente.
Rory cambió sus jeans por sus pantalones de pijama.
—Esa es otra buena palabra.
—Estoy de acuerdo —dijo Mott—. Vamos, métete bajo las mantas.
Rory bostezó y se arrastró bajo las mantas, de cabeza.
Mott puso los ojos en blanco.
—Date la vuelta, tonto.
Rory se rio de debajo de las mantas. Giró y apareció su cabeza
despeinada.
—¿Qué es namby-pamby?
Mott ayudó a Rory a acostarse en la cama.
—Es otra palabra para lechón, pero también significa alguien sin mucha
fuerza.
—No soy un namby-pamby o un lechón —dijo Rory.
—No, no lo eres —asintió Mott.

✩✩✩
Mott llegó a casa tarde el lunes por la noche. Él y sus dos mejores
amigos, Nate y Lyle, tenían que trabajar en un proyecto de ciencia y se
habían reunido en la casa de Nate para trabajar en él. El padre de Nate, el
Dr. Tabor, también conocido como Dr. T, era un pediatra que había sido
el médico de Mott desde que éste era un bebé. Nate y Mott se habían
hecho amigos porque se conocieron en la oficina del Dr. T cuando tenían
dos años.
La esposa del Dr. T, una ingeniera, tenía una reunión importante ese
día, por lo que el Dr. T había traído a su hijo a trabajar con él. Nate y Mott
se habían apoderado de los bloques en el área de juegos de la sala de
espera, construyendo un fuerte impresionante que ninguno de los otros
niños en la sala de espera podía tocar. El Dr. T le había dicho a la mamá de
Mott que la amistad de los niños claramente estaba destinada a ser y sugirió
que los padres se reunieran para cenar mientras los niños tenían una cita
para jugar. O al menos eso era lo que le había dicho la mamá de Mott. No
recordaba nada de eso. Todo lo que sabía era que sus padres eran buenos
amigos de los padres de Nate, y él era buen amigo de Nate.
Su primer recuerdo de Nate era que los dos intentaban subirse a un
mostrador para robar galletas recién horneadas. Ambos terminaron en el
consultorio del Dr. T con contusiones y quemaduras leves por las bandejas
calientes. Tampoco es que Mott lo recordara. Simplemente recordaba la
escalera de la silla que habían construido, y mucho dolor.
Con los años, el Dr. T se había convertido en un padre para Mott. El
Dr. T creía que la vida laboral y familiar debía equilibrarse adecuadamente,
por lo que abrió su clínica cerca del vecindario, cerca del final del cinturón
verde que pasaba por la parte trasera de la casa de Mott. El Dr. T
comenzaba a trabajar muy temprano, pero nunca trabajaba hasta tarde,
nunca trabajaba los fines de semana y siempre estaba listo y dispuesto a
jugar o ayudar con la escuela.
Esta noche, estaba ayudando a los chicos a comenzar su proyecto
científico, que era un estudio de los efectos de los antibióticos en los
microorganismos. Tener acceso a un médico era útil. El Dr. T había
conseguido una pequeña cantidad de cuatro tipos de antibióticos
(penicilina, estreptomicina, aureomicina y terramicina). También había
conseguido una jeringa, una placa de Petri, matraces y vasos de precipitados
y algunas pipetas. Mott y sus amigos tenían la tarea de conseguir todo lo
que necesitaban: una papa, agar, dextrosa, agua destilada, tierra de jardín y
bolígrafos que escribieran en vidrio. Cuando se quejaron del agar y la
dextrosa—: ¿Qué diablos son esos? —le había Nate preguntado a su padre,
y el Dr. T también los consiguió.
El Dr. T y Nate ya habían realizado el 99% del experimento. Lyle estaba
muy aburrido y trataba sobre todo hacer música con las pipetas y los vasos
de precipitados. Mott no se aburría, pero estaba desconcertado por el
complejo proceso con esto calentado y mezclado. Gracias al Dr. T, al final
entendió lo que estaban haciendo, y estaba deseando ver qué colonias de
microorganismos crecían en las placas de Petri que colocaban junto a la
caja registradora de la calefacción en la casa de Nate. Hicieron apuestas
sobre qué antibióticos impedirían el crecimiento de las colonias.
—Dos hamburguesas con queso y un batido con penicilina —dijo Nate.
—Aceptaré esa apuesta —dijo Lyle— si agregamos un par de papas
fritas grandes. ¿Y tú, Mott?
—Estoy con Nate —respondió Mott.
Lyle puso los ojos en blanco.
—Bueno, entonces si te equivocas, será mejor que sean dos batidos.
—Vas a perder —dijo Nate.
Mott se rio con sus amigos y les dio las buenas noches. Se fue en bicicleta
a casa un poco después de las nueve, cuando estaba oscuro.
Cuando metió la bicicleta en el garaje, Rory se encontró con él en la
puerta que conducía a la cocina, agitándose de emoción.
—¡Ven, mira! ¡Ven!
Mott siguió a su exuberante hermano por las escaleras y por el largo
pasillo, deteniéndose sólo para dejar su mochila en su propia habitación.
Cuando entraron en la habitación de Rory, señaló y pisoteó de un lado a
otro frente a su escritorio, como si realizara un baile ceremonial sobre la
ropa y los juguetes desparramados por todo el piso cubierto de alfombras
de pelo azul.
—¡Mira! —gritó.
Mott pasó por encima de un camión de cemento de plástico, un castillo
de cartón y dos modelos de naves espaciales para pararse frente a la pecera
de Rory, que estaba sobre el escritorio de Rory, rodeada de un montón
de libros escolares, libros para colorear, rompecabezas y crayones. Incluso
parcialmente oculto por todas las pilas, estaba claro que el tanque ya no
contenía sólo agua y a Fritz. Ahora estaba lleno de pequeñas formas
retorcidas.
Mott se inclinó para ver mejor. Inmediatamente deseó no haberlo
hecho.
Enderezándose, Mott se frotó la piel de gallina que acababa de estallar
en sus antebrazos.
«Oh, esto está mal».
—¿No son geniales? —preguntó Rory.
Mott puso los ojos en blanco.
—Eres un niño muy raro. ¿Qué eres? ¿Mitad monstruo marino? ¿Eres
parte —tragó saliva con fuerza— de las profundidades del más allá?
Rory dejó de pisotear con júbilo y se giró para fruncirle el ceño a Mott.
—¿Qué quieres decir con eso?
Aunque se había alejado del tanque, Mott no había podido apartar la
mirada de las cosas repugnantes que nadaban alrededor del pez dorado en
el tanque. Los Bonnies marinos habían salido del cascarón, docenas de
ellos… no, eran cientos. Parecían conejos semitranslúcidos, carnosos, de
color púrpura azulado pálido, con pequeños ojos negros y tentáculos
peludos casi microscópicos que recubrían sus cuerpos. Por lo que podía
decir Mott, parecían impulsarse a través del agua usando sus deformes
orejas de conejo.
Rory tiró del dobladillo del polo marrón de Mott.
—¿Eh? —dijo Mott.
—¿Por qué dijiste eso? ¿Por qué dices que soy mitad monstruo marino?
—Rory le dio un puñetazo a Mott en la pierna con tanta fuerza que éste
hizo una mueca—. ¡Eso fue cruel!
Haciendo caso omiso del disgusto de su hermano, Mott señaló a los
Bonnies marinos.
—¿De verdad te gustan estas cosas? —preguntó.
Rory se giró para mirarlos. Olvidó sus sentimientos heridos y sonrió.
—¡Sí! ¡Son súper cools!
Mott se cruzó de brazos.
—Rory, son repugnantes.
—¡No lo son! —Rory pateó a Mott y apenas falló en la espinilla de
Mott—. No es agradable decir cosas así. Vas a hacer que se sientan mal.
Extendió la mano hacia la pecera y acarició el vidrio como si estuviera
tratando de calmar a sus mascotas mutantes.
—Como sea —se burló Mott. Comenzó a darse la vuelta y salir de la
habitación, pero un movimiento brusco en el tanque hizo que su mirada se
dirigiera a los Bonnies marinos.
Levantó las cejas.
Los Bonnies marinos se habían movido, en un grupo gigante, hacia donde
la mano de Rory había rozado el costado del tanque. Fritz todavía nadaba
perezosamente en el lado más alejado del tanque, pero los Bonnies marinos
estaban todos juntos cerca del vaso bajo la mano de Rory. Era como si
estuvieran respondiendo a su gesto.
La piel de gallina reapareció en los brazos de Mott. Sacudió la cabeza,
molesta consigo mismo por estar nervioso por los diminutos camarones
de salmuera desviados.
«Su movimiento debe haber sido una especie de respuesta refleja al
movimiento o la sombra». Se dirigió hacia la puerta de la habitación de
Rory.
—¡Pide disculpas!
Mott se detuvo y miró a Rory.
—¿Para ti o tus fanáticos de la natación?
Rory puso ambos puños en sus delgadas caderas.
—¡Ambos!
Mott se rio de su hermano.
Un sonido burbujeante vino de la pecera y la atención de Mott dirigió a
esta. Parpadeó y miró.
Aunque Fritz todavía flotaba hacia la parte posterior del tanque, los
Bonnies marinos se habían movido, por lo que estaban alineados, en una
formación inquietantemente ordenada, a lo largo del frente de la pecera.
No podía decirlo con certeza porque eran muy pequeños, pero desde
donde estaba, Mott tenía la impresión de que todos los Bonnies de mar
estaban viendo hacia adelante… mirándolo.
Mott tragó saliva y dio un paso atrás.
Obviamente, los Bonnies marinos no estaban en ningún tipo de
formación y no lo estaban mirando. Eso no era posible.
—¡Mott, di que lo sientes! —gritó Rory.
—¿Qué está pasando aquí?
Mott se volteó para ver a su madre parada en la puerta de la habitación
de Rory. Tenía un cesto de ropa azul lleno de ropa doblada apoyada contra
su cintura.
Rory se acercó hacia ella y le rodeó los muslos con sus huesudos brazos.
Lanzó su queja tan rápido que todas sus palabras se agruparon:
—Mott-me-llamó-monstruo-marino-e-insultó-a-mis-Bonnies-marinos-
dijo-que-eran-repugnantes-que-era-malo-y-que-no-se-disculpará.
La mamá de Mott usó su mano libre para palmear el hombro de Rory.
Miró a Mott por encima de la cabeza de Rory y enarcó una ceja. Mott
conocía esa mirada. Decía—: No te equivocas, pero ¿puedes complacer a
tu hermano pequeño?
Suspiró y asintió.
—¿Rory?
Rory resopló y se giró para mirar a Mott con el ceño fruncido.
Mott se puso en cuclillas para mirar a Rory a los ojos.
—Lamento mucho haberte insultado a ti y a tus amigos. Sólo estaba
bromeando, pero no debería haber bromeado de esa manera.
Se dio cuenta de que Rory tenía una mancha de chocolate en la esquina
de sus labios carnosos y varias migas rubias en la parte delantera de su
camisa a rayas verdes y azules. Su aliento olía como la galleta con chispas
de chocolate que claramente habían robado de la cocina.
Mott extendió la mano y limpió las migas y el chocolate con el pulgar.
Rory se apartó y dijo, a regañadientes—: Está bien.
Mott echó un vistazo a los Bonnies marinos. Se dio cuenta de que los
estaba revisando porque quería ver si su disculpa los había apaciguado más
que a su hermano.
Estaban nadando en el tanque exactamente como era de esperar que
hicieran las criaturas parecidas a los monos marinos. Debió haber
imaginado su comportamiento anterior.
Pero, ¿por qué habrían hecho eso? ¿Tan asustado estaba por las
pequeñas criaturas anormales?
Volvió a girar hacia su madre.
—¿Puedo ayudar con algo de eso? —Hizo un gesto con la mano hacia
el cesto de la ropa.
Ella le dedicó una sonrisa.
—No es necesario. Supongo que sólo trabajaste en ciencia en casa de
Nate, ¿verdad?
Mott asintió. Tenía razón. Todavía tenía más deberes que hacer.
Mott empezó a salir de la habitación, pero vaciló cuando escuchó que
susurraban su nombre. Volvió a mirar a su madre, que estaba metiendo
calcetines en uno de los cajones de la cómoda de Rory.
—¿Dijiste algo? —le preguntó a ella.
Ella lo miró.
—No.
Salió al pasillo… y volvió a oírlo.
Un susurro, Mott.
Y más. Esta vez, también escuchó, Scaredy-cat.
Se giró y miró a Rory.
—¿Cómo me acabas de llamar?
Tanto Rory como su madre le abrieron los ojos a Mott.
—¿Qué demonios te sucede, Mott?
Él frunció el ceño.
—Rory-
—No estoy haciendo nada malo —dijo Rory.
—Algo anda mal —dijo su mamá automáticamente—. ¿Qué crees que
escuchaste?
Sacudió la cabeza. Tenía que haber estado imaginando cosas.
De repente, se dio cuenta de que el susurro que había escuchado no
era la voz de su madre ni la de su hermano. Y ahora que lo pensaba, el
susurro no había sido un sólo susurro. Había sonado como varios tonos
de susurro viniendo al unísono, en su mayoría juntos pero ligeramente
separados, lo que resultó en un eco débil.
«No puede ser». Echó un vistazo a la pecera.
Los Bonnies marinos nadaban sin rumbo fijo, hasta que él miró.
Luego, de repente, nadaron hasta el final del tanque, como una unidad.
Todos lo miraron a través del cristal.
Abrió la boca para preguntarle a su mamá si estaba viendo lo que él
estaba viendo, e inmediatamente se dio cuenta de que era mala idea.
«No tiene sentido. Sus cerebros no es lo suficientemente grandes como
para entender palabras complejas, y mucho menos para generarlas».
En su lugar, volvió a su habitación; claramente necesitaba dormir un
poco. Después de cerrar su puerta, Mott se quedó mirando el pomo
durante un momento incómodo. Lo cerró con llave.

✩✩✩
A la mañana siguiente, Rory estaba nervioso porque no podía encontrar
sus calcetines a rayas de la suerte, que tenía que usar porque él y su mejor
amigo, Danny, iban a tener un “swing-off” durante el recreo.
—¿Y esto es más importante que prepararme para mi prueba de
álgebra? —murmuró Mott mientras hurgaba en los cajones de Rory con
frustración. «Para no poder hablar con Theresa antes de la clase».
Escuchó una respuesta susurrada a su diálogo interno—: Como si una
chica fuera a prestarte atención.
Mott giró la cabeza hacia Rory, pero Rory ni siquiera estaba en la
habitación.
Mott estaba ahí solo.
O no.
Se dirigió hacia la pecera.
Efectivamente, los Bonnies marinos estaban agrupados en el extremo
más cercano a Mott. Lo estaban mirando de nuevo.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, les espetó—: Son un
cebo para peces glorificado.
Rory entró corriendo en la habitación.
—¿Qué dices? —Levantó uno de sus calcetines a rayas—. Este estaba
en la cesta. Sin embargo, no sé dónde está el otro.
Desenganchando los ojos de la pecera, Mott notó que su ritmo cardíaco
se había acelerado. Tragó saliva y dijo, muy despacio y con mucha calma—
: ¿Por qué no vas a revisar en la habitación de mamá? Quizás tus calcetines
se confundieron con los de ella por error. Cuando termine de buscar aquí,
revisaré mis calcetines también.
—¡Está bien! —Rory salió corriendo de la habitación.
Mott miró a los Bonnies marinos… y se estremeció.
El agua de la pecera estaba agitada. Podía oírlos chapotear y podía ver
burbujas disparándose por el centro del tanque. Los Bonnies marinos se
agitaban, como grupo, como si… como si fueran… Mott salió de la
habitación de Rory… y se topó con Rory.
—Oof —gruñó Rory en voz alta. Rebotó contra Mott y sonrió—. ¡Mira!
—Levantó un par de calcetines a rayas, no los suyos, pero de un color
similar.
—Mamá me dejó usar sus calcetines de la suerte. Dice que tienen más
suerte que los míos.
Mott intentó hablar pero no pudo. Estaba demasiado ocupado
procesando lo que acababa de ver.
Rory no pareció darse cuenta. Dio la vuelta a Mott y se sentó para
ponerse los calcetines de su madre.
La cabeza de Mott empezó a palpitar de repente. Se frotó la sien.
¿Podrían incluso enojarse organismos simples como Bonnies marinos?
Porque así era como se veía en el tanque de Rory. Parecía que estaban
reaccionando a su insulto. Y antes de eso, había sonado como si se
hubieran estado burlando de él de nuevo.
—¿Mott?
Mott parpadeó y vio a su madre de pie junto a la habitación de sus
padres. Llevaba un traje beige y su largo cabello rojo estaba recogido en
una trenza francesa.
—¿Por qué estás parado en el pasillo? —preguntó ella—. ¿Estás bien?
Mott frunció el ceño. Abrió la boca, pero seguía sin poder hablar. Su
boca estaba horriblemente seca.
Su mamá le puso la mano en la frente.
—Te siento caliente. ¿Te sucede algo? ¿Quieres quedarte en casa y no
ir a la escuela?
—¡No!
Ah, ahí estaba su voz.
Su mamá arqueó las cejas.
—Bien, bien. Guau. Debo tener al adolescente más extraño de la
historia. Le doy la oportunidad de faltar a la escuela y me grita.
Mott tosió y se humedeció los dientes con la lengua.
—Lo siento mamá. No quise gritarte. Es sólo que-
El teléfono de su madre sonó y ella levantó un dedo.
Agradecido por el indulto, fue a su habitación a buscar su mochila.
Rory tronó detrás de él.
—Voy a derrotar a Danny —anunció. Flexionó músculos inexistentes e
hinchó las mejillas.
Mott hizo girar a Rory y le dio un suave empujón hacia el pasillo. Su
mamá colgó el teléfono y miró a sus hijos.
—¿Están listos?
—Sí, ya vámonos de aquí —dijo Mott.
Hizo una mueca ante la extraña mirada de su madre.
—Quiero decir, vámonos.

✩✩✩
Mott no tenía prisa por llegar a casa esa tarde, pero no se le ocurrió
una excusa decente para llegar tarde. Su madre le había pedido que fuera
en bicicleta a la escuela primaria y escoltara a Rory a casa. Y le había pedido
que cuidara de Rory hasta que llegara a casa esa misma noche. Él había
prometido que haría eso. Si rompía su promesa, arruinaría su trabajo.
Mott había esperado que cuando llegara a casa pudiera hacer que Rory
jugara afuera, pero la lluvia comenzó a caer de camino a casa, y era
constante cuando dejaron sus bicicletas.
—Ve a secarte —le dijo Mott a Rory—. Luego ven a mi habitación y te
ayudaré con tu tarea.
—No. Tú ven a mi habitación —dijo Rory—. Se supone que debo
escribir un poema sobre algo que tengo y que me gusta mucho. Voy a
escribir sobre mis Bonnies marinos. Tienes que ayudarme.
—Oh, alegría.
Mott se puso un poco nervioso al notar que le temblaban las manos
cuando dejó su mochila en su habitación. ¿En serio? ¿Tenía miedo de las
diminutas criaturas marinas que se retorcían confinadas en una pecera
glorificada?
—Contrólate —suspiró mientras caminaba por el pasillo hacia la
habitación de Rory.
Rory estaba sentado en su escritorio, con un trozo de papel frente a él
y un lápiz agarrado con fuerza en su mano derecha. Miraba absorto sus
Bonnies marinos. Mott miró el tanque con recelo.
Durante unos segundos después de que su mirada se posara en Bonnies
marinos, nadaron normalmente. Luego, como si se dieran cuenta de que
estaba en la habitación, de repente se dispararon al final del tanque y se
alinearon en formación. Cientos de ojos negros del tamaño de una cabeza
de alfiler parecían estar enfocados directamente en él.
—¡Rory!
—¿Qué? —La mirada de Rory no abandonó el tanque.
—¿Ves lo que están haciendo? —preguntó Mott.
—¿Eh? —Rory miró a Mott.
—Los Bonnies marinos. ¿Ves cómo están todos alineados?
Rory los miró. Estaban dando vueltas por separado.
Mott sintió que un sonido parecido a un gruñido subía por su garganta.
¡Los pequeños monstruos! ¡Se estaban metiendo con él!
Es tan fácil meterse contigo, un coro de susurros le hizo cosquillas en los
oídos.
Mott se tapó los oídos con las manos y empezó a tararear.
No estaba seguro de cuánto tiempo estuvo allí tarareando.
Probablemente no mucho.
Rory era capaz de quedarse quieto sólo un nanosegundo más o menos.
No pudo haber estado esperando en su escritorio por mucho tiempo antes
de comenzar a tirar de la camisa de Mott.
Mott abrió los ojos y miró a su hermano.
—¿Qué, Rory?
—¿Qué palabra rima con amor?
—Motivador, automotor. —Mott se mordió el interior de la mejilla—.
Eso es todo lo que puedo pensar en este momento.
—Motivador funciona.
Estúpido, volvieron los susurros.
—Necesito ir al baño —le dijo Mott a Rory. Quédate aquí y
compórtate. Cuando hayas terminado con tu poema, ven y tráelo a mi
habitación.
—Pero… —comenzó Rory.
Mott no esperó. Corrió por el pasillo y se escapó al baño.
No estaba seguro de cuánto tiempo permaneció en la pequeña
habitación de azulejos blancos. No necesitaba usar el baño, por lo que se
sentó en el borde de la bañera y miró el papel tapiz azul y blanco con
dibujos de peces. Se estremeció.
¿Era el pescado en general lo que lo molestaba ahora? Miró el papel
pintado. ¿Le susurraría el pez azul también?
Él esperó. No. No hubo susurros.
Eso fue porque los sonidos no estaban en su cabeza, o al menos, no
estaban siendo fabricados en su cabeza. Los sonidos procedían de los
Bonnies marinos. Estaba seguro de ello.
—¿Mott? —Rory gritó a través de la puerta. Golpeó la puerta con tanta
fuerza que traqueteó en el marco—. ¡Ya terminé!
Mott suspiró y se puso de pie. Respiró hondo y abrió la puerta.
—Ven a mirarlo —dijo Rory. Hizo un gesto a Mott para que lo siguiera
de regreso a su dormitorio.
—Dije que puedes leerlo en mi habitación.
Rory se volteó y negó con la cabeza.
—¡No! Tienes que venir a ver esto. Es súper duper cool.
Mott tragó y acompañó a Rory.
En la habitación de Rory, Rory se acercó a la pecera y comenzó a leer.
—Cuando vi a mis Bonnies marinos, sentí amor. Freddy Fazbear me dio
un regalo motivador. Son geniales y me alegran. Me gusta eso porque odio
estar triste. —Rory señaló lo Bonnies marinos y miró a Mott con un rostro
resplandeciente de felicidad—. ¿Ves? ¡Les gusta!
Mott se obligó a mirar en el tanque.
«Oh hombre».
Por mucho que pareciera que a los Bonnies marinos les disgustaba Mott,
parecían amar a Rory. Todos estaban de nuevo en formación, alineados en
el cristal frente al hermano pequeño de Mott. Sus pequeñas colas
transparentes se movían al unísono.
«Bueno, al menos los pequeños monstruos repugnantes son amables
con mi hermano».
—Es un buen poema —le dijo Mott a Rory.
Rory se giró para sonreírle.
Detrás de Rory, los Bonnies marinos se lanzaron, como uno, hasta el
final del acuario, y todos se centraron en Mott… o, de nuevo, parecía que
lo habían hecho.
—¿Quieres ir a jugar un videojuego conmigo? —le preguntó Mott a
Rory.
—¿De verdad? ¡Sí! —Rory corrió hacia Mott, olvidando
momentáneamente sus Bonnies marinos y su poema.
Mott tarareó mientras él y Rory trotaban hacia las escaleras. Detrás de
él, los susurros llegaron a sus oídos, pero tarareó más fuerte y se negó a
escuchar.

✩✩✩
Mott logró evitar la habitación de su hermano durante el resto de la
noche. Cuando su madre llegó a casa, le dijo que Rory había estado
inquieto, por lo que Mott no había tenido tiempo para hacer sus deberes.
Ella se hizo cargo del deber de Rory y Mott se retiró a su habitación.
Debido a que, angustiosamente, todavía podía escuchar el más leve de
los susurros en su propia habitación, se puso los auriculares y escuchó
música mientras estudiaba. Se mantuvo en los auriculares mientras se
preparaba para irse a la cama, sacándolos sólo por un par de minutos para
darle las buenas noches a su mamá. Luego se fue a la cama con los
auriculares puestos. Cuando se levantó a la mañana siguiente, pasó de los
auriculares a la ducha, a los auriculares y a salir por la puerta. Evitó el
desayuno diciéndole a su madre que tenía que llegar temprano a la escuela
para reunirse con Nate y Lyle para que pudieran hablar sobre un próximo
proyecto de historia. La verdad era que faltaban semanas para su proyecto
de historia, pero él pensó que una mentira en aras de permanecer cuerdo
era una mentira que valía la pena decir.
Durante el almuerzo, sentado con sus amigos, comiendo su sándwich
de queso, pensó en contarles lo que estaba pasando, pero conocía a sus
amigos.
No compartían más de un hueso serio entre ellos. En su mayoría, eran
una gran fiesta de risa. No había forma de que hicieran otra cosa que
burlarse de Mott si les contaba lo que pensaba de los Bonnies marinos.
Después de álgebra esa tarde, consideró brevemente contarle a Theresa
sobre su experiencia con los Bonnies marinos. Sabía que ella estaba tan
asqueada por ellos como él, por lo que podría estar inclinada a creerle.
Pero…
—¿Quizás el próximo fin de semana? —le preguntó ella.
Mott se dio cuenta de que se había perdido todo lo que ella le acababa
de decir.
—Lo siento mucho. Mi cabeza estaba en otro lugar.
Theresa se rio.
—Me pasa todo el tiempo. Dije que íbamos a acampar este fin de
semana, pero me preguntaba si te gustaría reunirte conmigo el próximo fin
de semana y estudiar. Tengo problemas con las ecuaciones lineales de dos
variables. Parece que lo estás entendiendo. ¿Esperaba que pudieras
ayudarme?
Se veía realmente bonita hoy. Su cabello brillante estaba recogido en
una bufanda amarilla que hacía juego con su vestido corto.
Mott sonrió.
—¡Claro!
Él la ayudaría a recoger estiércol si ella se lo pidiera.
No creía que decirle a una chica bonita que creer que los diminutos
camarones de salmuera mutantes le susurraban fuera una buena manera
de impresionarla. Se guardó sus miedos para sí mismo.
Si tan sólo pudiera mantenerse lejos de casa…
Pero no podía. Su mamá estaba acostumbrada a que disfrutara de estar
en casa. Pasaba la mayor parte de las tardes con Rory y su madre, cuando
ella no estaba en un evento. Le parecería extraño que de repente él
quisiera quedarse con Nate o Lyle, y sus amigos también lo pensarían. Sólo
tendría que evitar la habitación de Rory.
Ese plan funcionó durante gran parte de la noche. Hizo que Rory se
involucrara en otro videojuego en la sala de estar. Luego sugirió que todos
jugaran un juego de mesa después de la cena.
Cuando concluyó el juego, Mott comenzó a decirle a su mamá que tenía
dolor de cabeza. Desafortunadamente, ella se le adelantó.
—¿Puedes preparar a Rory para ir a la cama, Mott? —Su madre puso
una palma a un lado de su cabeza—. Tengo dolor de cabeza por tensión y
necesito acostarme.
La desgana de Mott debió reflejarse en su rostro. Ella frunció el ceño
cuando lo miró y dijo—: Te daré una mesada adicional esta semana.
Mott negó con la cabeza.
—No, está bien. Perdón. Sólo estaba… no importa. Por supuesto, lo
llevaré a la cama.
—Leamos Foxy y Bonnie en alta mar —gritó Rory.
La madre de Mott se apartó del sonido y salió de la habitación.
—Cálmate, amigo —dijo Mott—. Mamá tiene dolor de cabeza.
—Oh. —Rory se giró para ver a su madre subir las escaleras—. ¡Lo
siento mamá! —grito.
Mott negó con la cabeza y alborotó el cabello de Rory. Rory emitió su
“Mott” multisilábico y galopó escaleras arriba. Mott apagó todas las luces,
verificó que las puertas estuvieran cerradas y que el sistema de seguridad
estuviera encendido, y luego siguió a su hermano hasta el segundo piso.
Veinte minutos más tarde, Mott tenía a Rory sentado y en la cama.
—Necesitas dormir —le dijo a su hermano. Le entregó a Rory el Freddy
Fazbear de peluche con el que le gustaba dormir.
—Nop —dijo Rory—. Historia. —Agarró a Freddy y señaló su mesita
de noche. El libro al que se había referido antes estaba debajo de un cómic
enrollado, una honda y un paquete de chicle medio vacío.
Sí, lee, ordenaron los susurros.
Mott apretó los dientes, pero alcanzó el libro.
Sabía que era mejor no intentar salir de la habitación de Rory sin leerle.
Rory era bastante capaz de lanzar un ataque ensordecedor, y si lo hacía,
retrasaría aún más su salida de la habitación. Entonces, tomó el libro y lo
sacó, enviando la honda y el chicle al piso. No se molestó en recogerlos.
Simplemente comenzó a leer donde lo había dejado la última vez.
Leía rápido y en voz alta, pero a Rory no parecía importarle. Escuchó
absorto durante varios minutos, y luego sus ojos comenzaron a caer. Mott
siguió leyendo en voz alta; casi estaba gritando. Al igual que había estado
con todas sus tonterías antes, estaba tratando de ahogar los susurros.
Afortunadamente, Rory pudo dormir durante el griterío. Se escondió
debajo de las mantas, metió a Freddy debajo de la barbilla y cerró los ojos
con fuerza.
En segundos, Mott pudo oír los ronquidos de niño pequeño de Rory,
incluso sobre la lectura gritada.
Mott dejó de leer, dejó el libro en la mesita de noche y se puso de pie
en un sólo movimiento. Estaba listo para salir de aquí.
Apagó la lámpara de la rueda del carro en la mesita de noche, pero la
habitación no se oscureció. Rory tenía una luz de noche enchufada cerca
de su puerta, y la pecera tenía una luz, que todavía estaba encendida.
Mott se volteó y se preparó para salir corriendo de la habitación.
Namby-pamby, se burlaron los susurros.
Mott se quedó paralizado. Sintiendo que no podía echarse atrás ante un
desafío hecho por algo tan pequeño como los Bonnies marinos, se giró
para mirar fijamente a las cosas horribles.
Esperando verlos fulminándolo con la mirada, se sorprendió al
encontrarlos todos agrupados cerca de la parte trasera del tanque.
Comenzó a caminar, pero luego los miró dos veces. No sólo estaban
agrupados. Estaban agrupados alrededor de Fritz. ¡Lo estaban atacando!
Mott se dirigió directamente a la pecera para salvar a Fritz, pero se dio
cuenta de que no podía hacer nada sin una red. Miró a su alrededor
salvajemente. ¿Dónde estaba la red que usaba para sacar a Fritz cuando
tenía que limpiar la pecera?
Mott empezó a abrir los cajones del escritorio de Rory y luego chasqueó
los dedos. Rory la había llevado al baño; había estado jugando con ella en
la bañera.
Mott salió corriendo de la habitación de Rory. Corrió por el pasillo
hasta el baño.
Sí. Allí estaba la red, a un lado de la bañera. Mott la agarró y volvió
corriendo a la habitación de Rory. Se dirigió directamente hacia la pecera.
Cuando Mott alcanzó la tapa del tanque, se quedó paralizado. Los
Bonnies marinos no estaban ni cerca de Fritz. Estaban nadando en el
tanque, actuando como… bueno, actuando como Bonnies marinos
normales. Y Fritz nadaba solo. Se veía bien.
¿Mott se había imaginado lo que había visto?
Mott se acercó para asegurarse de que Fritz estuviera bien. Parecía ser
así…
Mott parpadeó y frunció el ceño.
Fritz no estaba bien.
Fritz estaba diferente. Ya no parecía ser naranja. ¿Qué le habían hecho
los Bonnies marinos?
Haciendo caso omiso de su disgusto por los Bonnies marinos, Mott se
acercó al tanque para ver más de cerca al pez dorado.
De cerca, estaba claro que no sólo el color de Fritz estaba apagado, sino
que su forma también era extraña. Ahora de un azul desvaído, no muy
diferente al color de los Bonnies marinos, Fritz estaba un poco abultado,
como si él…
No, espera. No estaba abultado. Mott jadeó, pero no pudo apartarse
del tanque. Tenía que ver.
Se inclinó más cerca, poniendo su rostro casi hasta el cristal.
Fritz iba a la deriva perezosamente a través de un grupo de Bonnies
marinos hacia la parte trasera del tanque. Mott tuvo que esperar hasta que
Fritz se volteó para dar un rodeo hacia la parte delantera del tanque. Se
quedó quieto, casi conteniendo la respiración, mientras el pez que ya no
dorado se le acercaba.
Tan pronto como Fritz nadó hacia la pared frontal del tanque, a Mott se
le revolvió el estómago. Se tapó la boca mientras miraba al pez.
Mott tenía razón cuando lo vio por primera vez. Fritz no sólo tenía
bultos.
Algo se movía dentro de Fritz. No. No por dentro. Mott entrecerró los
ojos y miró al pez mientras pasaba por delante de su mirada.
Algo también se movía en el exterior. Todo Fritz estaba en movimiento,
como si…
—¡Oh, es asqueroso! —Mott se apartó del tanque, pero no podía dejar
de mirar a Fritz.
Aunque ya no es que Fritz fuera Fritz.
Fritz ya no era un pez dorado. Ya no tenía escamas ni aletas de pescado.
Fritz ahora era una masa de Bonnies marinos que se retorcían. Todas
las partes del propio Fritz habían sido reemplazadas por los diminutos
conejos acuáticos deformados y gelatinosos.
Mott los miró con incredulidad y total disgusto. Mientras se quedaba
boquiabierto, vio un par de escamas de Fritz deslizándose hacia el fondo
del tanque. Flotaron lentamente hacia abajo hasta que se asentaron en las
rocas. Mott miró las diminutas escamas.
Eran todo lo que quedaba del Fritz original.
Mott sintió que se iba a poner enfermo.
Fritz nadó detrás de un grupo de Bonnies marinos y Mott tragó bilis.
Hizo una mueca y empezó a dirigirse hacia la puerta, pero el movimiento
en el tanque llamó su atención. Miró hacia atrás.
Todos los Bonnies marinos estaban alineados contra el cristal,
mirándolo.
Mott salió corriendo de la habitación de Rory.
Mott pasó la mayor parte de la noche y del día siguiente pensando en
Fritz… o, en realidad, en el ya No Fritz. Todo ese tiempo para pensar no
era técnicamente necesario porque había llegado a una conclusión sobre el
pez atrapado al cabo de una hora de salir de la habitación de Rory.
Tumbado de espaldas en la cama, se obligó a pensar en lo que había visto.
Después de analizarlo desde todos los ángulos que se le ocurrieron,
decidió que lo que había visto no era una nueva versión de Fritz, formada
a partir de Bonnies marinos. En cambio, era un impostor de Fritz; era una
masa de Bonnies marinos formada para parecerse a Fritz.
¿Por qué? Porque los Bonnies marinos habían consumido a Fritz, luego
usaron lo que habían ingerido para multiplicarse y ocupar el lugar de Fritz.
Mott había decidido que eran como nanobots carnívoros, que luego
tomaban la forma de lo que comían.

✩✩✩
El día después de que Mott vio al no Fritz por primera vez, el día fue
brillante e implacablemente soleado. El tiempo no era adecuado para su
estado de ánimo. Pensó que un día tormentoso se habría adaptado mejor
a sus oscuros pensamientos.
Pero no importaba. Sus pensamientos no cambiarían por la luz del sol.
Cuando Mott llegó a casa de la escuela, había llegado a una conclusión: los
Bonnies marinos tenían que irse.
Desafortunadamente, llegó a esta conclusión demasiado tarde. Si
hubiera resuelto esto antes, podría haber dejado la escuela para volver a
casa y limpiar las cosas desagradables. Pero ahora Rory estaba en casa, y
Mott iba a tener que encontrar la manera de sacar a Rory de su habitación,
no, sacar de la casa, para que pudiera deshacerse de los Bonnies marinos.
Rory ahora estaba sentado en la encimera de la cocina comiendo su
bocadillo de galletas, queso y jugo de naranja de después de la escuela.
Mott se apoyó contra la encimera junto al fregadero y observó a su
hermano dejar migas por toda la camisa azul y el suelo.
—¿Qué tal si salimos y lanzamos la pelota? —dijo Mott—. Es un lindo
día; todos deberían estar afuera.
—¡Está bien! —gritó Rory—. Iré a buscar mi guante. —Metiéndose las
últimas dos galletas en la boca y dejando un rastro de migas detrás de él,
salió corriendo de la cocina.
Una vez que estuvieron afuera, Mott comenzó a trabajar en un plan para
mantener a Rory fuera de la casa mientras él regresaba adentro y se
deshacía de los Bonnies marinos.
Mott tenía mucho tiempo para trabajar en su plan porque ni él ni Rory
eran particularmente buenos lanzando o atrapando. Pasaban mucho tiempo
corriendo por su gran patio trasero, buscando la pelota.
La casa de Mott se encontraba en un terreno grande, que se apoyaba
en un cinturón verde. Un espeso bosque de viejos robles y arces se
abrazaba a la línea de la cerca, y ramas nudosas se adentraban en el patio
para dejar caer las hojas. La hierba desigual cubría la mayor parte del jardín.
Solía ser pasto verde y espeso, pero cuando el padre de Mott comenzó a
tomar vuelos más largos, lo que lo mantenía alejado por más tiempo, dejó
de hacer cosas como fertilizar y podar. Los lunares comenzaron a excavar
bajo el césped, y el jardín se llenó de bultos… algo así como lo que sucedió
con el No Fritz.
Mott miró al sol con los ojos entrecerrados, que empezaba a deslizarse
hacia el horizonte. Necesitaba una excusa pronto para mantener a Rory
fuera.
—¡Hola, Rory! —llamó la voz de un niño desde el otro lado de la cerca
de madera en el extremo norte del patio.
—¡Hola, Danny! —respondió Rory. Había estado corriendo tras la
pelota, pero abandonó esa tarea y viró hacia los listones de madera que
separaban el dominio de Rory del de Danny.
—¿Quieres venir a jugar a la pelota? —gritó Rory. Apoyó la cara en una
de las tablas desgastadas de la cerca y miró a través de un nudo.
—¡No! —llamó Danny—. Mamá y yo vamos a llevar a Dapup a dar su
primer paseo con una correa. ¿Quieres venir?
—¡Sí! —gritó Rory. Se volteó para mirar a Mott—. ¿Podemos? —gritó.
Hizo una danza espástica de excitación típica de Rory.
Mott sonrió. ¡Esto era perfecto! Él asintió.
—Ve. Me quedaré aquí y comenzaré con mi tarea, así tendré más tiempo
para jugar contigo más tarde.
—¡Cool! —gritó Rory. Dejó caer su guante y corrió hacia la puerta.
—Los vigilaré —gritó la madre de Danny a través de la cerca.
—¡Gracias, Sra. Fairchild!
Mott se dirigió de regreso a la casa tan pronto como Rory cerró la
puerta de golpe y comenzó a gritar—: ¿Dónde está Dapup?
Mott tenía la sensación de que un paseo que incluía un cachorro y dos
niños ansiosos no iba a ser largo. Necesitaba darse prisa.
Subió las escaleras de dos en dos y corrió por el pasillo hasta la
habitación de Rory.
La puerta de Rory estaba abierta; siempre lo estaba durante el día.
Dentro de la habitación, Mott fue directamente al escritorio de Rory,
apartó una pila de libros y alcanzó la pecera.
El sonido del agua salpicando lo detuvo. Miró en el tanque. Tenía la tapa
levantada, probablemente porque Rory se había olvidado de cerrarla
después de haber alimentado a sus pequeñas criaturas maníacas. Mott
podía ver a través del cristal y desde arriba del agua que los Bonnies
marinos giraban violentamente de un lado a otro, creando remolinos bajo
el agua y olas ásperas en la parte superior. Era como si supieran lo que
planeaba hacer.
«Sí, bueno, ¿y qué?» No iba a tener que preocuparse por lo que sabían
y lo que no pronto.
Mott se acercó al escritorio, extendió la mano y cerró la tapa de la
pecera.
El agua dentro del tanque se agitó más violentamente. La tapa vibró,
como si fuera a abrirse. Mott golpeó su mano encima de esta, luego usó su
otra mano para poner un libro en la tapa. Miró a su alrededor y agarró una
de las camisetas de Rory del suelo. Cubriendo el tanque con la camisa,
porque estaba seguro que no quería mirar a los Bonnies marinos mientras
los llevaba a la muerte, tiró del tanque hacia él y lo levantó del escritorio.
El sonido del agua espumosa se hizo más fuerte. Lo ignoró.
La pecera pesaba mucho más de lo que esperaba, pero él era lo
suficientemente fuerte para llevarla, apenas. A partir de este punto, tuvo
que ir despacio.
Caminó metódica y firmemente hacia el baño, y cuando llegó, dejó la
pecera sobre la encimera. Encendió la luz y cerró la puerta del baño. La
tapa del inodoro se abrió con un chirrido.
Mott se dirigió hacia la pecera. Tenía que sacar la camiseta y el libro del
tanque ahora. Deseó tener guantes de goma. No quería que una sola gota
de agua de la pecera lo tocara.
Bueno, tendría que tener cuidado.
Mott quitó la tapa de la pecera, la inspeccionó en busca de Bonnies
marinos errantes, no encontró ninguno y la dejó a un lado. Luego, con
mucho cuidado, comenzó a verter el agua de la pecera y los Bonnies
marinos en la taza del inodoro.
Casi esperaba escuchar susurros mientras vertía el agua. ¿Suplicarían los
Bonnies marinos por sus vidas? ¿Intentarían hacerle sentir culpable o como
un asesino?
No escuchó nada. Quizás estaban en estado de shock. Fue algo bueno
que no intentaran hacerlo sentir mal porque no se arrepintió. Lo que sintió
fue alivio. Un alivio profundo.
No podía vaciar toda la pecera en la taza del baño a la vez, así que
empezó por verter toda el agua que podía; mientras vertía, tiraba de la
cadena. Una vez que la mayor parte del agua desapareció, pudo tirar la
mayor parte de los Bonnies marinos juntos. Entonces, tuvo que hacer un
último vertido para tirar al retrete los últimos Bonnies marinos y el pobre
No Fritz.
Vio a los Bonnies marinos y el No Fritz restantes girando alrededor de
la taza del inodoro, y tan pronto como desaparecieron y el agua limpia
volvió a llenar la taza, lanzó un puñetazo.
—¡Sí! —gritó.
Miró dentro de la pecera para asegurarse de que todos los Bonnies
marinos se habían ido.
No fue así.
Una criatura violácea estaba flotando en el fondo del tanque.
Mott rápidamente colocó la pecera debajo del grifo de la bañera. Lo
dejó correr alrededor de una pulgada de agua en el tanque y lo agitó. Luego
tiró esta agua también. Tiró la cadena de nuevo. Comprobó la pecera. No
había Bonnies marinos.
Moviéndose rápido de nuevo, agarró un rollo de toallas de papel de
debajo del fregadero. También corrió a la cocina a buscar la olla grande de
su madre.
Se le había ocurrido mientras observaba a los Bonnies marinos dirigirse
a su tumba de alcantarillado que debería tener una historia plausible de por
qué había tirado a los “amigos” de su hermano. Rápidamente se le ocurrió
una. Iba a hacer que pareciera que había estado tratando de limpiar el
tanque y, cuando los transfirió a la olla, habían muerto… ¿tal vez se
envenenaron por el acero inoxidable? Eso debería funcionar. Rory no
sabría que no se suponía que funcionara así. Su madre probablemente
tampoco. Y a ella no le importaría mucho. Tenía otras cosas en las que
pensar. Incluso si Rory se enfadaba y corría hacia su mamá, su mamá no
sospecharía que Mott se deshiciera deliberadamente de los Bonnies
marinos. Simplemente calmaría los sentimientos heridos de Rory, y eso
sería todo.
Que fue casi lo que sucedió. La única parte del escenario que no se
desarrolló de acuerdo con el plan de Mott fue la reacción de Rory.
Rory no actuó como esperaba. No hizo una rabieta. No fue corriendo
hacia su mami. En cambio, rompió en llanto, corrió a su habitación, cerró
la puerta de un portazo y la cerró con llave.
De acuerdo, quizás Mott se sintió un poco mal. Amaba a su hermano y
no quería molestar al pequeño. ¿Habría habido alguna otra forma de
manejar la situación?
Mott estaba afuera de la puerta de su hermano haciéndose esta pregunta
mientras trataba de que Rory bajara a cenar.
—Lo siento mucho, amigo —gritó a través de la puerta cerrada—. Sólo
estaba tratando de ayudar.
Eso era cierto. Había estado tratando de ayudarse a sí mismo a liberarse
de los Bonnies marinos, claro. Pero tampoco le gustaba que estuvieran en
la misma habitación que su hermano pequeño. Después de todo, las cosas
repugnantes se comieron a Fritz, podían ser peligrosas. ¿Y si mordían a
Rory y le provocaban una infección?
—Mamá quiere que bajes a cenar —dijo Mott a través de la puerta
cerrada.
—¡Vete! —gritó Rory—. No estoy aquí.
—Um, está bien —dijo Mott—. Entonces, ¿quién me está gritando?
—¡No lo sé, no soy yo! —gritó Rory.
Un escalofrío recorrió la espalda de Mott.
“No soy yo” era demasiado parecido a “el No Fritz”. La imagen de un
Rory infestado de Bonnies marinos pasó por la mente de Mott. Se
estremeció y se apartó de la puerta.
—Como quieras —llamó.

✩✩✩
Mott se cayó en la cama justo antes de las 10:00 p.m., exhausto. No sólo
había dormido muy poco la noche anterior, también había agotado su
energía con todos los pensamientos que había tenido durante el día, la
adrenalina de vencer a sus enemigos y la lucha para que Rory abriera la
puerta de su dormitorio.
La última parte del duro día de Mott se había prolongado durante toda
la noche.
Ni su poder de persuasión ni el de su madre habían sido suficientes para
que Rory abriera la puerta. Finalmente, fue la necesidad de Rory de orinar
lo que hizo que abriera la puerta. Cuando finalmente salió y vació su vejiga,
hizo dos anuncios:
A su mamá, le anunció—: Tengo hambre.
—Apuesto a que la tienes. Eso es lo que sucede cuando te niegas a abrir
la puerta. —Ella lo atrajo hacia sí—. ¿Por qué no vienes y te metes en la
cama conmigo y así me puedes explicar por qué hiciste lo que hiciste y yo
puedo explicarte por qué ya no puedes hacerlo? Si ambos estamos
satisfechos al final de la conversación, te prepararé un bocadillo. ¿Trato?
Rory se secó los ojos rojos y asintió. Luego se giró hacia Mott y
anunció—: Tú no eres mi hermano.
—¡Rory! —amonestó su madre.
—Está bien, mamá —intervino Mott—. Lo entiendo. —A Rory, le dijo—
: Realmente lo siento.
Eso en parte era mentira. No se arrepentía de haber tirado a los Bonnies
marinos, pero lamentaba que Rory estuviera molesto.
Ahora Mott yacía en la casa silenciosa y se preguntaba si Rory se habría
quedado dormido. Rory todavía estaba llorando cuando su mamá lo acostó.
La casa crujió y afuera ululó una lechuza. Mott se giró de costado y miró
su ventana cubierta por cortinas. Su ventana miraba hacia el cinturón verde
detrás de la casa, y estaba justo sobre el techo que cubría la terraza trasera.
En el verano, le gustaba trepar en ese techo y sentarse al sol, contemplando
los pájaros en los árboles. Era muy pacífico.
Mott cerró los ojos. Se dio cuenta de que estaba relajado por primera
vez desde que había visto los Bonnies marinos en el tanque de Rory. Exhaló
y se durmió. Tan pronto como lo hizo, cayó en un sueño.
Mott se sentó a la mesa para el desayuno, comió sus copos de maíz y
leyó lo último de su tarea de literatura inglesa. Echando una pala en su
comida, sin perder de vista las páginas de su libro, tomó leche y hojuelas
una y otra vez. Sin embargo, cuando se acercó al fondo del cuenco, desvió
la mirada del libro al cereal.
Y ahí fue cuando los vio.
En lugar de ver copos flotando en su leche, vio a Bonnies marinos
nadando en formación alrededor de su cuenco. Con sus cuerpos azulados
y calamardos latiendo repugnantemente a través de la leche, los Bonnies
marinos se voltearon y lo miraron con pequeños ojos negros como perlas.
Mott gritó, se atragantó y empujó el cuenco lejos de él.
—¡No!
El grito de Mott lo siguió fuera de su sueño y en su estado de vigilia. Se
liberó de sus mantas y se sentó. El vello de sus brazos sobresalía y su
corazón latía fuerte, rápido y fuerte en su pecho. Sintió que se levantaba
un tirón seco. Se los tragó. Comenzó a tener arcadas, saltó de la cama y
corrió al baño.
Temiendo que su llanto pudiera haber sacado a su madre de un sueño
profundo, no encendió la luz del baño. No quería que se preocupara. Buscó
a tientas en la oscuridad el vaso que sabía que estaba al lado del fregadero,
echó agua del grifo en el vaso y empezó a tragarla.
A mitad de camino a través del vaso, el agua que bajaba por la garganta
de Mott de repente se sintió grumosa, como si se hubiera espesado o de
repente tuviera algo dentro, como una bola de fideos en un plato de sopa
de pollo. Ahogándose y escupiendo, dejó caer el vaso mientras alcanzaba
la luz.
La luz se encendió justo cuando el vidrio aterrizaba en el fregadero y se
resquebrajaba. Mott cerró rápidamente la puerta del baño y tomó el vaso
para examinarlo de cerca.
Sosteniendo el vaso a contraluz, inspeccionó las gotas de agua atrapadas
en la curva interior. ¿Había algo nadando en las gotas? También estudió la
grieta. ¿Había algo atrapado en ella?
No vio nada más que agua.
Sentado en el asiento del inodoro cerrado, pensó en lo que había
sentido en la garganta. ¿Realmente había sentido algo o simplemente había
tragado mal?
¿Quizás había algo de pasta de dientes en el vaso? O tal vez su mente
había evocado la sensación debido a su sueño.
Dado lo que había hecho ese día, era fácil suponer que se había
imaginado sintiendo que algo viscoso se deslizaba por su garganta. Tan
asustado como estaba junto a los Bonnies marinos, era sorprendente que
incluso pudiera pensar en beber agua.
Mott cogió el cristal roto y volvió a mirarlo. No. Todavía nada.
Dejó escapar un suspiro y regresó a su habitación.
✩✩✩
Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, la lógica de Mott se
enfrentó a su primer enemigo.
Tenía tanto dolor en el estómago que apenas pudo salir de la cama e ir
al baño a orinar. Y cuando terminó de hacerlo, lo único que pudo hacer
fue volver a la cama, acurrucarse de lado, agarrarse el estómago y gemir.
Allí fue donde su madre lo encontró cuando entró para asegurarse de
que estaba despierto.
—¡Levántate! —le gritó—. ¿Es un…? ¿Mott? —Corrió al lado de la
cama—. ¿Qué ocurre? —Toco su frente.
Mott vaciló.
—No estoy seguro. Tengo mucho dolor en el estómago. Debo haber
comido algo malo anoche.
Su mamá le frunció el ceño.
—¿Qué comiste que no comimos?
«Esa es la pregunta del millón de dólares, ¿no es así?» pensó Mott.
—Todo lo que comí ayer fue lo que me preparaste para el almuerzo y
lo que cenamos. —En cuanto a la comida, esa era la verdad.
No estaba dispuesto a decirle que pensó que se había tragado un Bonnie
marino.
Eso abría una lata de gusanos, o de Bonnies marinos, en la que no quería
entrar.
—Iré a buscar algo para tu estómago —dijo su mamá—. Y veré a Rory
para asegurarme de que esté bien. Tal vez él también esté enfermo, y por
eso estaba tan molesto por sus Bonnies marinos anoche.
Mott abrió la boca para responder, pero otra oleada de calambres se
apoderó de sus intestinos. Y justo después de eso, los susurros regresaron.
Cobarde, le lanzaron los pequeños susurros. ¿No soportas haber tragado
sólo uno?
¿Cómo crees que se sentirían cien? ¿Doscientos? ¿Dos mil?
Los susurros se transformaron en lo que sonaban como risitas
ahogadas, miles de ellas.
Mott cerró los ojos y apretó los labios.
—Vuelvo enseguida —dijo su madre.
Escuchó las pisadas de su madre golpeando el suelo. Ya estaba vestida
para el trabajo, con sus tacones altos. Seguramente tenía un evento hoy. Y
aquí le estaba causando problemas.
Mott trató de concentrarse en su respiración, pero entre los calambres
y los susurros, no pudo concentrarse en ello. No podía decidir qué era
peor, los horribles calambres o los inquietantes e implacables susurros.
Te lo mereces, decían ahora los susurros. Toda mala acción debe ser
castigada.
La madre de Mott reapareció con la medicina calcárea que siempre le
daba cuando le dolía el estómago.
—Rory está bien —dijo, sirviéndole una dosis a Mott.
Lo tragó obedientemente.
—Pero ayer comió un sándwich de mantequilla de maní. Y a ti te di el
resto de la carne del almuerzo. Debe haber estado mala. ¡Lo siento mucho,
cariño!
—No es tu culpa, mamá —dijo, absolutamente en serio.
No tenía ninguna duda de que la forma en que se sentía no tenía nada
que ver con la mala comida del almuerzo. Tenía que ver con lo que le había
pasado por su garganta anoche. Estaba seguro de ello. Convencerse a sí
mismo de que se había tragado la pasta de dientes de Rory había sido una
ilusión.
No eres tan estúpido como pareces, dijeron las voces susurrantes.
Mott miró a su madre.
—Creo que sólo necesito volver a dormirme. Quizás cuando me
despierte me sienta mejor.
Ahora estaba mintiendo, tanto para él como para su madre.
—¿Está seguro? Podría… —se mordió el labio inferior— hacer que
alguien más dirija el evento.
—No, mamá, no necesitas hacer eso. Estaré bien.
Volvió a sentir su frente.
—No tienes fiebre. De hecho, estás frío.
—¡Leche con chocolate! —gritó Rory desde el pasillo—. ¡Quiero leche
con chocolate para el desayuno!
Mott se encogió por el ruido. Su mamá le dio una media sonrisa.
—Bueno, aparentemente ha superado su enojo.
—Bien —dijo Mott.
—¡Mamá! —gritó Rory.
—Ya voy —llamó.
Miró a Mott una vez más.
—¿Estás seguro de que…?
—Estaré bien —mintió de nuevo. No estaba del todo seguro de estar
bien. Los calambres comenzaban a sentirse más intensos y las voces se
volvían más insistentes. El susurro ya no era un murmullo al unísono. Era
más como el silbido distorsionado de cientos de voces, todas murmurando
a la vez. Ya no podía distinguir frases completas, pero captó una palabra
aquí y allá. Estúpido se utilizaba con frecuencia. También escuchó culpable y
asesino algunas veces. Una vez, estuvo seguro de haber escuchado lechón.
—¿Me has oído?— preguntó su mamá.
—¿Qué? —Mott se acurrucó aún más cuando un nuevo espasmo se
apoderó de su vientre.
—Dije que si no te sientes mejor cuando te despiertes, asegúrate de
llamar a Ron. Voy a hablar por teléfono con él antes de irme y decirle que
quizás lo necesites.
Ron era el Dr. T, eso era realmente una buena idea. Mott lo dijo, y luego
cerró la boca ante el gemido que quería estallar en la habitación.
En el pasillo, Rory gritó—: ¡Me muero de hambre!
Su madre se inclinó y besó a Mott en la frente.
—Duerme, cariño. Te sentirás mejor pronto.
Se acercó a la puerta, le lanzó una última mirada y salió de la habitación.
La escuchó hablar en voz baja con Rory en el pasillo. Luego escuchó los
pasos de Rory bajando las escaleras y los tacones de su madre después de
eso.
Mott cerró los ojos e intentó dormir.
Intentar era la palabra clave.

✩✩✩
Cuando Mott miró el reloj digital de su mesita de noche por 761ª vez
(de acuerdo, tal vez no había mirado tantas veces, pero estaba cerca) a la
1:37 de la tarde, precisamente, dejó de intentar convencerse a sí mismo de
que iba poder sentirse mejor pronto. Simplemente no iba a suceder.
A la 1:38, se levantó y fue al baño. Pensó que tal vez si pudiera usar el
baño, se sentiría mejor.
Cinco minutos después, estuvo de vuelta en su dormitorio. Y no se
sentía mejor. Gimiendo, se puso unas sudaderas, una camiseta y unos
zapatos deportivos.
Llamó a la clínica del Dr. T.
Claudia, la recepcionista del Dr. T, respondió. Mott podía imaginarla
sosteniendo el teléfono mientras hablaban. Grande y mullida, con cabello
salvajemente rizado y amables ojos color avellana, Claudia era una mujer
cariñosa que Mott había conocido desde que conocía al Dr. T.
Inmediatamente puso al Dr. T al teléfono.
—¿Puedes venir aquí por tu cuenta? —preguntó el Dr. T.
—Creo que… quizás… puedo ir en bicicleta —luchó Mott por decir.
Sus vacilaciones no eran del todo causadas por los calambres de
estómago. Los susurros eran cada vez más fuertes y lo distraían mucho. Lo
que oía era algo así como si alguien estuviera buscando rápidamente entre
las emisoras de radio; sin embargo, oía fragmentos de palabras y frases en
lugar de fragmentos de canciones. Ninguna de ellas era algo que quisiera
escuchar.
—…en unos quince minutos —dijo el Dr. T.
—Lo siento. ¿Qué?
—Dije que tu voz y tus dudas no me dan mucha confianza en tus
habilidades para andar en bicicleta. Claudia se va a la hora del almuerzo y
dijo que se acercará a buscarte. Estará allí en unos quince minutos.
—Oh, no es…
—No discuta con su médico —dijo el Dr. T y se rio entre dientes.
Mott suspiró.
—Gracias.
Una de las voces susurró, lechón.

✩✩✩
El Dr. T tenía salas de examen diseñadas para complacer a los distintos
grupos de edad en los que se centraba. Tenía algunas para los niños
pequeños, los niños de la escuela primaria y los adolescentes.
Desafortunadamente, debido a que el Dr. T estaba poniendo a Mott
entre otros pacientes, este quedó en una habitación de niños pequeños.
Entonces, cuando yacía de espaldas, miraba un techo pintado con brillantes
arcoíris, cerdos púrpuras voladores y un Pegaso teñido de azul que en ese
momento se parecía mucho más a un Bonnie marino de lo que debería.
Debían haber sido las alas, que se parecían vagamente a orejas de conejo.
Y ese color azul violáceo. Realmente no quería volver a ver ese color.
Mott apartó rápidamente la mirada del techo y giró la cabeza para mirar
las paredes de la habitación. Estaban pintadas de amarillo y cubiertas con
plantillas de animales. Casi todos los animales imaginables tenían un lugar
en la habitación, incluido un conejo, que Mott podría haber jurado que lo
miraba con animosidad.
Mott cerró los ojos. El papel debajo de él se arrugó cuando se movió
para encontrar una posición semi cómoda mientras el Dr. T le tocaba el
vientre. Cada vez que el Dr. T preguntaba—: ¿Esto duele? —Mott
jadeaba—: Sí.
El Dr. T dio un paso atrás y se sentó en su taburete con ruedas. Mott
escuchó el chirrido del vinilo y el traqueteo de los rodillos cuando el Dr.
T se acercó a la computadora portátil que había instalado en un pequeño
mostrador junto a la mesa de exploración.
El Dr. T era un tipo de aspecto gracioso; esto era causado
principalmente por sus orejas grandes y su nariz igualmente grande, pero
la perilla que llegaba a un punto debajo de su barbilla también contribuía.
Además de esos rasgos llamativos, era bajo y totalmente calvo; cuando
Mott y Nate tenían diez años, el Dr. T se había afeitado lo poco que
quedaba de su cabello castaño claro. Se parecía un poco a uno de los siete
enanitos o tal vez a un gnomo.
Sin embargo, podría haber sido una de las personas más agradables que
Mott había conocido en su vida, incluso más amable que su madre. Su
madre ocasionalmente perdía los estribos. El Dr. T nunca lo hacía.
Mott trató de concentrarse en lo agradable que era el Dr. T, pero los
susurros se hicieron más fuertes. Ahora escuchaba frases más completas.
No sabe con lo que está lidiando, por ejemplo, se hizo claro.
Mott trató de mantener la respiración constante mientras observaba al
Dr. T escribir. Sintió que el sudor le corría por los omóplatos y se retorció.
Intentaba mantener la calma, pero estos calambres y los implacables
susurros eran aterradores. ¿Qué estaba pasando dentro de su cuerpo?
Mott se incorporó bruscamente sobre un codo. Se miró el vientre y
frunció el ceño. ¿Tenía la barriga abultada? Pensó que sí.
—Está bien. Esto es lo que vamos a hacer. Voy a traer a Louise para que
te saque sangre. Los análisis de sangre me dirán si tienes una infección.
Cuando termine con eso, Louise también te hará una ecografía. Eso me
dirá si estamos viendo un problema de vesícula biliar, lo cual es una
posibilidad.
Mott asintió. No se molestó en hacer preguntas sobre su vesícula biliar.
Señaló su vientre.
—¿Cree que mi estómago se ve lleno de bultos? Creo que se ve lleno
de bultos.
El Dr. T se puso de pie y miró el estómago de Mott.
—Me parece normal y no sentí masas.
Mott frunció el ceño.
—Está bien.
El Dr. T le dio unas palmaditas en el muslo a Mott.
—Cuando uno se siente mal, es fácil para la mente comenzar a imaginar
todo tipo escenarios horribles. Entonces, comencemos tu tratamiento de
inmediato, incluso mientras configuramos las pruebas.
—¿Qué tratamiento?
El Dr. T volteó la pantalla de su computadora, convirtiéndola en una
tableta. Tocó la pantalla y se la entregó a Mott.
—Mira, Louise estará aquí en unos minutos para sacarte sangre y hacer
la ecografía. —El Dr. T apretó un botón y la parte superior de la mesa en
la que estaba acostado Mott se elevó un poco—. Este es el tratamiento.
Mott asintió. Tomó la tableta.
El Dr. T volvió a palmear su pierna.
—Volveré después de ver tus pruebas. Mientras tanto —señaló la
pantalla de la tableta que Mott sostenía— mira eso.
El Dr. T salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él. Mott,
encogido por otra ronda de calambres, miró la pantalla. Estaba congelado
en un video de una rutina cómica de pie.
Consiguió esbozar una media sonrisa y negó con la cabeza. Dejó que el
Dr. T le “recetara” la risa.
Quizás la risa ayudó.
Mott había tenido la tentación de dejar a un lado la tableta del Dr. T y
sentirse miserable mientras esperaba a Louise, pero dos calambres más
intensos y un susurro: Tu hora se acerca, lo llevaron a presionar Reproducir
en la pantalla.
No había oído hablar del comediante del video, pero era muy divertido.
Mott se las arregló para reír al principio, y luego se rio tan fuerte que
Louise, una mujer pequeña de cabello oscuro con una cola de caballo, tuvo
que pausar el video mientras tomaba sangre. Dejó que volviera a mirar
mientras hacía el ultrasonido, lo que hizo en silencio.
Después de unos minutos de sentirla presionando su “varita mágica”,
como ella la llamó, por todo su estómago, Mott preguntó—: ¿Ve algo?
—No, chico. Pero haremos que el Dr. T entre y eche un vistazo para
estar seguros.
El vistazo llegó rápidamente. El Dr. T estudió el escáner y sonrió a Mott.
—Todo parece normal.
—¿De verdad? —Mott frunció el ceño—. Entonces, ¿por qué me siento
tan mal?
—Honestamente, no estoy cien por ciento seguro, pero supongo que
tienes una intoxicación alimentaria. Sabré más cuando obtenga tu análisis
de sangre. Pero no está pasando nada horrible.
Mott asintió.
—Está bien.
El Dr. T le apretó el hombro.
—Tu entusiasmo es abrumador. —Él se rio entre dientes—. ¿Qué tal
esto? ¿Por qué no te vistes y pasas el rato en el sofá de mi oficina? Tengo
un par de pacientes más que atender. Luego me voy a casa. Y te llevaré a
ti también.
Mott asintió de nuevo.
Cuando el Dr. T y Louise abandonaron la habitación, Mott se sentó en
el borde de la mesa de exámenes y analizó lo que había dicho el Dr. T.
Intentó creerlo.
—Estás bien —se dijo a sí mismo en voz alta.
Mentiroso, mentiroso, jadeos en llamas, contraatacaron los susurros.
Mott negó con la cabeza y se levantó para vestirse.
—No son reales —le dijo a los susurros—. Estoy bien.
Aunque podría haber jurado que escuchó una risa sibilante en su cabeza,
Mott la ignoró y se vistió. Curiosamente, los calambres habían disminuido
un poco.
Tal vez fue la risa, pero más probablemente fue el poder de la sugestión.
Se sintió reconfortado por los resultados de la ecografía. Si algo extraño
hubiera estado en su vientre, el escaneo lo habría encontrado, ¿verdad?
«Verdad».
Mott pudo caminar casi con normalidad por el pasillo de la clínica.
Detrás de la puerta con rayas moradas y blancas de la sala de examen 2,
cerca de la oficina del Dr. T, una niña se rio. Mott sonrió. Era un sonido
agradable, mucho más agradable que los venenosos murmullos en su
cabeza. Abrió la puerta de la oficina del Dr. T y se dejó caer en el mullido
sofá de lunares azules y amarillos del Dr. T.
Al escuchar la continua risa, se quedó dormido.
Se despertó justo a tiempo para que el Dr. T lo acompañara hasta su
nueva camioneta y lo llevara a casa. Luego subió a su cama y volvió a
quedarse dormido.

✩✩✩
Cuando Mott se despertó, estaba oscuro, pero la oscuridad no era por
la noche, era antes del amanecer. Se sentó. ¡Había dormido más de doce
horas!
Haciendo balance, se dio cuenta de que se sentía… bien. Le dolía el
estómago, pero no tenía calambres como antes. Los susurros aún estaban
en su cabeza, pero parecían más débiles.
Buscando a tientas su pequeña lámpara de noche, la encendió. Tan
pronto como la luz se derramó sobre su mesita de noche, vio una botella
de agua, varias galletas en una bolsa de plástico y una nota. Cogió la nota.
Mott, estabas durmiendo profundamente y Ron dijo que eso era lo mejor para
ti, así que no te desperté. Te dejo unas galletas por si te despiertas con hambre.
¡Si me necesitas, ven a buscarme! Te amo. Mamá. Mott sonrió y tomó la
botella de agua. Tenía mucha sed, así que rápidamente desenroscó la tapa.
Comenzó a llevarse la botella a los labios, pero luego se detuvo. Sostuvo
la botella bajo el resplandor de su lámpara y la estudió.
Puso los ojos en blanco. Sólo era agua. Agua embotellada en un
recipiente sellado.
Estuvo bien.
Bebió un poco de agua y alcanzó las galletas. Apoyándose en las
almohadas, abrió la bolsa de plástico y sacó una galleta de trigo integral.
Mascando, miró alrededor de su habitación semi-oscura: los carteles de la
naturaleza y las fotos de sus estadios de béisbol favoritos, los estantes
llenos de videojuegos y libros de acertijos matemáticos, el armario que
sabía que estaba lleno de ropa, caminatas y equipo de pesca. Se consoló al
recordar quién era.
No el No Mott, un chico infestado de Bonnies marinos. Era Mott, un
amante del béisbol, los videojuegos, las matemáticas y los campamentos, el
mejor amigo de Nate y Lyle, un buen hermano para Rory… y tal vez el
futuro novio de Theresa. Era un adolescente normal.
Eres un bicho raro, contraatacaron los susurros.
—Sí, y no son reales —les dijo. A la luz de este nuevo día, se sintió aún
más cierto. Sacudió la cabeza, los Bonnies marinos ni siquiera podría
eclosionar sin agua purificada por encima de los setenta y cinco grados,
¿cómo iban a sobrevivir al ácido de su estómago? Se rio entre dientes
mientras seguía masticando galletas y mirando alrededor de su habitación.
Sobre el escritorio de Mott, frente a su cama, tenía un tablón de
anuncios verde oscuro cubierto de fotos. Las fotos representaban sus
cosas favoritas y sus mejores recuerdos. La del medio era una foto de él y
su padre sentados en un bote de remos en medio del lago donde su familia
tenía una cabaña de verano.
Su padre siempre tenía un par de semanas libres en julio, e iban a la
cabaña a nadar, caminar y pescar. Mott solía sentirse distante de su padre,
pero cuando pescaban, se sentía cerca de…
«Peces».
Mott dejó caer su galleta a medio comer y se sentó.
Su recuerdo le había recordado a Fritz, el pez que ya no era un pez
cuando lo tiró por el inodoro con los Bonnies marinos. No se había
imaginado el aspecto que tenía el No Fritz la última vez que lo vio.
Podría haber estado imaginando los susurros, pero había visto lo que
había visto. Fritz había sido comido de adentro hacia afuera y reemplazado
por Bonnies marinos.
Estaba bastante seguro de que el pescado también tenía ácido estomacal
y, sin embargo, los Bonnies marinos aún se las habían arreglado para
comerlo.
Mott miró su vientre. Dejando a un lado el plato, se levantó la camisa
con la mano temblorosa. Puso su palma contra su piel.
Era normal. ¿No es así?
Mott pensó en lo horrible que se había sentido el día anterior y en cómo
se sentía ahora. Supuso que el fin de sus calambres era algo bueno. Pero,
¿y si lo único que significaba era que los Bonnies marinos habían terminado
su trabajo en su estómago?
Tal vez se sentía mejor porque su vientre ya no estaba siendo
consumido. Ahora lo estaba siendo otra cosa, su no vientre.
Mott se palpó con cuidado todo el estómago. ¿Se sentía diferente de lo
que solía ser? ¿Más gelatinoso?
Mott gimió y se quitó la bolsa de galletas de su regazo. Cayeron al suelo
con un crujido ahogado. Mott se deslizó hasta el fondo de las mantas y se
las puso por la cabeza.
Quería escapar, esconderse del mundo. No, lo que quería era
esconderse de los Bonnies marinos… y de sí mismo.
No puedes esconderte, le decían los susurros.
—¿Sí? —dijo Mott—. Mírame.
Mott se tapó los oídos y empezó a tararear.
Allí fue donde lo encontró su mamá, debajo de sus sábanas, tarareando
como un niño pequeño, cuando entró en su habitación, todavía en bata,
para ver cómo estaba.
—¿Mott?
Él apartó las mantas y la miró.
Aparentemente, se veía peor de lo que se sentía. Tan pronto como su
mirada se posó en su rostro, frunció el ceño y dijo—: Hoy te vas a quedar
en casa de nuevo.
No discutió con ella.
Después de que su madre y Rory salieron de la casa, Mott volvió a
dormirse, pero no se quedó dormido por mucho tiempo. Esto fue
desafortunado… porque tan pronto como se despertó, su mente se
inundó de nuevo con los susurros.
Los susurros en la cabeza de Mott, sin embargo, ya no eran susurros.
Eran gritos llenos.
Si no los ahogaba, iba a volverse loco.
Mott se echó hacia atrás las mantas y corrió a su escritorio a buscar sus
auriculares.
Al ponérselos, comenzó a llenar sus oídos con música rock.
Aún podía oír los gritos. ¿Qué podía hacer? Miró a su alrededor. Su
mirada aterrizó en sus estantes, extendió la mano y tomó uno de sus
videojuegos portátiles. Volvió a meterse bajo las sábanas y encendió el
juego. Pasó la mayor parte del día tratando de ahogar los gritos, pero ni
siquiera la música rock ensordecedora y los videojuegos de rápido
movimiento pudieron vencerlos.
Luego, en algún momento de la tarde, tal vez un poco después de las
2:00 p.m., empezó a sentirse extraño. Cuando detuvo su juego para
averiguar por qué se sentía así, se dio cuenta de que tenía una vibración
extraña en el pecho y el vientre. Era como la más leve sugerencia de
movimiento, como si algo estuviera sacudiendo sus órganos desde el
interior. Sintió que su corazón estaba… temblando.
Y sus pulmones se sentían curiosamente inestables cada vez que
respiraba, como si en lugar de expandirse y contraerse… se movieran,
luchando por no colapsar.
No podía soportar más esto. Tenía que hacerse otro escaneo.
Cogió el teléfono y llamó al móvil del Dr. T, no quería pasar por Claudia.
—¿Hola? Habla el Dr. T.
Mott agarró el teléfono.
—¿Dr. T? Habla Mott.
—Hola, Mott. ¿Cómo te sientes hoy?
—Um, esa es la cosa. Todavía me siento raro.
—¿Todavía tienes calambres?
—No tantos calambres, es más como, um, como temblores en el
interior, como si mis órganos estuvieran temblando.
Durante cuatro segundos, Mott los contó, lo único que escuchó a través
del teléfono fue un leve siseo en la línea. Entonces el Dr. T dijo—: Hagamos
esto. Me dirijo al hospital para visitar a un par de pacientes antes de irme
a casa por un tiempo. Tengo que volver esta noche tarde para trabajar en
el inventario con Claudia, así que saldré temprano de la clínica. ¿Por qué
no paso a buscarte? Veremos si puedo hacerte un hueco para una
tomografía computarizada. No debería ser un problema. Teniendo en
cuenta lo que me está diciendo, puedo obtener la aprobación del seguro.
¿Quieres que hable con tu mamá antes de ir?
—Yo lo haré —dijo Mott rápidamente. No quería preocupar a su
madre.
El Dr. T se quedó en silencio durante unos segundos más.
—Está bien. Hablaré con ella más tarde. Después del escaneo.
—Bien.
Tan pronto como colgó el teléfono, Mott garabateó una nota para su
madre en el reverso de la nota que le había dejado, por si acaso llegaba a
casa antes que él. La nota estaba llena de mentiras, pero la verdad estaba
fuera de discusión.
¿Qué se suponía que tenía que escribir? Mamá, he ido a hacerme un
escaneo para ver si los Bonnies marinos me están comiendo de adentro hacia
afuera. No, eso no sería una buena idea.
Se conformó con una mentira evasiva:
Mamá, me siento mejor. Salí a tomar aire fresco. Llamaré más tarde.
Te amo. Mott.

✩✩✩
Mott se sentó frente al pequeño escritorio de roble del Dr. T en la
oficina de su clínica. El Dr. T estaba hablando por teléfono con otro
médico, uno que había analizado la tomografía.
Mott no estaba escuchando lo que decía el Dr. T, realmente no le
importaba en este punto. Ya había escuchado lo suficiente del propio Dr.
T.
Ahora sólo estaba tratando de mantener la calma. Estaba inclinado hacia
adelante, con los codos sobre las rodillas y mirando sus zapatos. Había una
mancha marrón en uno de sus zapatos deportivos blancos. Lo estaba
usando como un punto focal, concentrándose en él de la misma manera
que un meditador experimentado podía mirar una vela. Se preguntó si
debería probar un mantra o tal vez un om. Necesitaba algo que lo amarrara
a la cordura porque los hechos lo estaban arrastrando rápidamente hacia
la locura.
Aparentemente, la exploración había revelado “anomalías” en el
estómago, los intestinos, los pulmones y el corazón de Mott. Se veían
“abrigados” de una manera que era “incompatible con el tejido normal”.
El Dr. T y el otro médico discutían ahora las posibles causas de las
anomalías. ¿Eran tumores? ¿Eran evidencia de algún tipo de infección
sistémica? No y no. Los médicos no conocían ninguna causa biológica que
pudiera ser responsable de los resultados de la exploración.
A Mott no le importó la discusión porque ya sabía qué había causado la
apariencia “abigarrada” de sus órganos. Lo supo tan pronto como el Dr. T
le mostró su escaneo.
—Esto es lo que reveló la tomografía computarizada —había dicho el
Dr. T, presionando algunas teclas en su computadora portátil para que
aparecieran las imágenes de la exploración de Mott.
El Dr. T había señalado grupos de colores claros agrupados a lo largo
de los intestinos de Mott, su estómago, sus pulmones y su corazón. Los
grupos eran de color blanco grisáceo y tenían pequeñas manchas oscuras
esparcidas por todas partes. A primera vista, las motas parecían ser
aleatorias, pero cuando Mott se acercó más a la pantalla de la computadora
del Dr. T, era obvio que las motas no estaban al azar.
No. Las motas estaban en pares. Y no eran motas. Eran ojos. Si
realmente estudiara los grupos, podría ver que estaban formados por
formas alargadas, cada una con forma vaga de conejo, cada una con dos
puntos oscuros.
Mott casi había vomitado cuando vio la verdad de lo que estaba pasando
dentro de él. Pero por alguna razón, no había podido. Se había ahogado,
pero no había salido nada.
El Dr. T colgó el teléfono, juntó los dedos y miró a Mott a través de su
escritorio.
—El Dr. Jenkins y yo estamos de acuerdo en que las anomalías del
escaneo no se ajustan a nada visto antes. Eso es bueno. Significa que los
resultados del escaneo probablemente se deben a un problema con el
escaneo en sí, una interferencia con la máquina. Sugirió que repitiéramos
el escaneo mañana por la mañana, creo que es una buena idea.
Mott apartó la mirada de la mancha marrón de su zapato. Miró al Dr. T.
ignorando la sensación de ondulación que sentía en el pecho, dijo—: No
necesitamos repetir el escaneo. Sé lo que es.
Estaba sorprendido por lo tranquilo que sonaba. Sus palabras fueron
totalmente planas, demasiado planas, en realidad. Sonaba un poco como un
robot, pero eso era sólo porque estaba demasiado aturdido como para
molestarse en poner inflexión en sus palabras.
El Dr. T miró a Mott con el ceño fruncido.
—¿Qué crees que es, Mott? ¿Hay algo que no me hayas dicho?
Mott supuso que el Dr. T pensó que había tomado algo que no debería
haber tomado. En cierto modo, lo había hecho… pero no a propósito.
Mott negó con la cabeza.
—No. Quiero decir, sí. Pero no es lo que piensa.
El Dr. T arqueó las cejas y esperó.
—La cosa es —dijo Mott, deslizándose hacia adelante en su asiento—
hace unos días, Rory compró unos Bonnies marinos de Freddy Fazbear's
Pizza.
El Dr. T frunció el ceño una pregunta.
—Son como monos marinos. ¿Sabe? ¿Esas cosas de camarones en
salmuera?
El Dr. T asintió.
—Un par de días después de que nacieron noté que Fritz, el pez dorado
de Rory, que compartía el tanque con los ellos, no se veía bien. Cuando lo
miré de cerca, vi que ya no era un pez dorado; era como si los Bonnies
marinos se lo hubieran comido de adentro hacia afuera, como si lo
hubieran infestado.
Mott pudo darse cuenta, por la expresión inexpresiva del Dr. T, que lo
estaba perdiendo.
Cuando el Dr. T abrió la boca para hablar, Mott comenzó a hablar más
rápido, casi juntando las palabras de la misma manera que lo hacía Rory
cuando se emocionaba.
—Eso es lo que me hizo darme cuenta de que tenía que deshacerme de
las cosas, lo cual hice. Los tire. Y Rory estaba muy molesto. Pero más tarde
esa noche, tomé un trago de agua y sentí que algo me bajaba por la garganta
y traté de convencerme de que no era un Bonnie marino, pero ahora creo
que sí lo era. Y creo que comenzó a comerse mi tejido, se multiplicó y
ahora mis entrañas se están convirtiendo en Bonnies marinos, de la misma
manera que Fritz se convirtió en uno. Me están comiendo por dentro y se
están uniendo para reemplazar mis órganos. Creo que es por eso que me
siento tan raro por dentro, como si me estuviera moviendo desde dentro,
como una especie de gelatina, pero no exactamente.
Mott dejó de hablar. Se concentró en inhalar y exhalar, lo que, por
razones obvias, se estaba volviendo más difícil de lo habitual. Trató de no
pensar en masas de Bonnies marinos arremolinándose juntas para formar
las paredes de sus pulmones.
El Dr. T respiró hondo.
—Es hora de llamar a tu mamá.
Mott se desplomó en su silla.

✩✩✩
Varias horas más tarde, cerca de la medianoche, Mott se sentó en el
borde de su cama. Una vez más, estaba mirando la mancha marrón en su
zapato.
Había estado mirando su zapato durante mucho tiempo, un tiempo
anormalmente largo.
Lo estaba mirando sobre todo porque no sabía qué más hacer.
Se quedó mirándolo durante la mayor parte de la noche, escuchando a
Rory charlar con su mamá, escuchando a su mamá tratando de que Rory
se calmara y se fuera a la cama, escuchando a Rory finalmente acomodarse
en su habitación, escuchando los pasos de su mamá haciendo una pausa
frente a su puerta y luego continuar hasta su habitación. Obviamente, había
decidido ocuparse de él por la mañana.
Afuera, retumbó un trueno. Finalmente, el clima se adaptaba a la
situación.
Cuando salieron de la clínica más temprano en la noche, Mott había
notado el olor a ozono en el aire y había girado la cara hacia la suave lluvia
que comenzaba a caer. Por un instante, lo había tranquilizado. Pero sólo
por un instante. Una racha de relámpagos irregulares en el horizonte lo
había devuelto a su intolerable realidad. Nada de lo que estaba enfrentando
podía ser aliviado por un poco de lluvia.
Ahora la lluvia hacía juego con lo que sentía. No era suave ni relajante.
Era furiosa e insistente. Podía escucharla repiquetear en el techo, asaltando
la casa como miles de martillos neumáticos tratando de perforar las tejas.
Cuando la madre de Mott lo llevó a casa y le pidió que subiera a su
habitación, lo siguió hasta la puerta. Luego dijo, con la voz tensa que usaba
cuando intentaba mantener la calma pero quería gritar histéricamente—:
Por favor, quédate aquí. Hablaremos más tarde.
Durante horas, Mott había estado pensando en cómo sería esa charla.
¿Cómo la convencería de que no estaba loco? ¿Quería siquiera intentarlo?
¿No sería mejor si estuviera loco? Cuando sopesó los pros y los contras,
la locura era definitivamente su escenario preferido. Si estaba loco, lo peor
que podía pasar era que lo llevaran a un hospital psiquiátrico por un tiempo.
Tal vez tendría que hacer terapia de grupo, hablar sobre sus sentimientos
y comer un pudín de tapioca asqueroso. Pero sería Mott. Sería él, formado
por sus propias partes, un ser humano normal.
La alternativa a la locura era ser un No Mott. Absolutamente incapaz de
olvidar el aspecto que tenía el No Fritz, Mott sabía que cuando los Bonnies
marinos terminaran con él, si lo consumían desde el interior, no se
parecería en nada a un humano. Y eso significaba que su vida terminaría.
Quería convencerse a sí mismo de que se estaba volviendo loco.
Realmente lo quería. Pero el problema con eso era la tomografía. No era
la única persona que había visto algo extraño en el escaneo. El Dr. T lo
había visto, y también el otro médico. No habían visto Bonnies marinos,
por supuesto, porque sus mentes no les dejaban entretener algo tan
absurdo, algo tan fuera de los límites de lo que la ciencia entendía como
posible. Pero habían visto algo. Mott no se estaba imaginando los cambios
físicos en su cuerpo.
Este era un hecho muy preocupante.
Mott sintió un picor en el antebrazo y se lo rascó distraídamente.
Todavía le picaba.
Se rascó más fuerte.
Como le seguía picando, se miró el brazo. Y allí, donde le picaba, algo
se movió justo debajo de su piel.
Mott se puso de pie tan rápido que se mareó e inmediatamente se
derrumbó sobre la cama. Tragó saliva y se miró el brazo. Sí, ahí, el más leve
de los bultos alargados se deslizaba bajo la superficie de su piel.
Mott gimió. Le empezó a picar todo el antebrazo y se rascó con tanta
fuerza que se le rompió la piel. Con horror, miró la sangre que brotaba.
Regresando a través de esa sangre, la cola de un Bonnie marino se
retorció en el espeso enrojecimiento. Con los ojos casi saliendo de su
cabeza, Mott vio la cola del Bonnie marino desaparecer mientras se
sumergía en su piel.
Si hubiera podido cortarse el brazo y tirarlo, lo habría hecho.
Todo su brazo le picaba ahora, y podía ver que el movimiento era por
arriba y abajo de su brazo. No sólo eso, su piel estaba cambiando de color.
Justo frente a sus ojos, su piel estaba perdiendo su pigmento normal. Se
estaba volviendo traslúcida y de un tono pálido de azul púrpura.
Mott miró su otro brazo. Le estaba pasando lo mismo.
Durante varios segundos, Mott no se movió. Para nada. Ni siquiera
estaba seguro de estar respirando. Se convirtió en una estatua, una
colección congelada de células mutantes supervisadas por un cerebro
incapaz de aceptar la transformación imposible.
Porque esto tenía que ser imposible. No podía estar sentado aquí
viendo cómo los Bonnies marinos se comían su piel desde dentro.
No los veía tomar mordisco tras mordisco de sus células, ingiriendo e
integrando lo que solía ser parte de él y convirtiéndolo en más de ellos.
No estaba siendo devorado y reemplazado por Bonnies marinos.
No. Era. Así. No. Era. Verdad.
Quizás había algo mal en sus ojos. Quizás estaba alucinando.
De repente, capaz de moverse, como liberado de alguna droga
paralizante o de un hechizo mágico maligno, Mott se puso de pie de un
salto y corrió hacia su tocador. Inclinándose sobre la parte superior,
dejando a un lado su desodorante y su cepillo para el cabello, se miró a los
ojos en el espejo.
Y vio un Bonnie marino nadar a través del blanco que rodeaba su iris
izquierdo. Luego vio dos vientos alrededor de las motas más oscuras del
marrón en su iris derecho.
Mott perdió lo que le quedaba de la realidad. Corrió hacia su puerta,
con la intención de huir de la casa. Pero se detuvo cuando escuchó la voz
de su madre en el pasillo. No podía enfrentarla así.
¿Y si la contagiaba?
Necesitaba volver con el Dr. T ahora que era obvio lo que le estaba
pasando, tal vez el Dr. T podría ayudarlo. El Dr. T había dicho que
regresaría a su clínica para trabajar esa noche. Mott tenía que llegar a la
clínica.
Mott giró y corrió hacia su ventana. La abrió y salió a la noche, al techo
de la cubierta.
Inmediatamente, la lluvia le picó la piel y los ojos. No le importó.
Se arrastró rápidamente hasta el borde del techo del porche y se inclinó
para agarrar la parte superior de un bajante. Sin preocuparse por cortarse
las manos, las envolvió alrededor del metal y pasó las piernas por el borde
del techo. Agarrando el caño de la cuneta con los brazos y las piernas, se
deslizó por él como un palo de bombero y se golpeó con fuerza contra el
suelo.
Su tobillo se giró y el dolor se disparó por su pierna. Pero lo ignoró.
También ignoró el dolor que palpitaba en sus manos.
Mott miró hacia la oscuridad que se extendía detrás de su casa. ¿Por
qué no había traído una linterna?
Bueno, ¿tal vez porque estaba un poco distraído al estar siendo comido
por Bonnies marinos? Esa era una excusa razonable.
Entre la noche y la lluvia cayendo en paredes de agua casi sólidas, era
casi imposible ver.
Pero estaba bien. Conocía su patio, y conocía el bosque que había
detrás. Encontraría el camino.
Podría haber salido a la acera, donde las farolas podrían indicarle el
camino, pero no quería estar en la calle. Había demasiados coches con los
faros luminosos que no quería que lo vieran.
Así que chapoteó en la hierba de su jardín y escaló la valla de la parte
de atrás. Pensó que podría seguir el cinturón verde a través de su
vecindario. Sabía que si se apegaba a la banda relativamente estrecha de
árboles, eventualmente lo llevarían de regreso a la clínica del Dr. T que
estaba a sólo una milla de distancia. Podía caminarla.
Mott estaba tan empapado cuando llegó a los árboles que su ropa se le
pegaba como si fuera parte de él. O tal vez ahora formaba parte de los
Bonnies marinos.
La luz de las casas a lo largo del cinturón verde llegaba hasta el bosque,
lo suficiente para que Mott pudiera ver que el suelo estaba cubierto de
agua estancada. Se habían formado enormes charcos en la marga esponjosa
bajo los árboles viejos. El agua estaba atrapada en las depresiones entre los
vastos sistemas de raíces que se extendían a través de la maleza.
Mott corrió a través de los charcos y tropezó con raíces nudosas,
cayendo ocasionalmente contra un tronco de árbol áspero. Mientras
corría, se rascó los brazos, que aún le picaban incesantemente. No podía
dejar de escarbar en sí mismo.
No mucho después de que saliera de su casa, no sabía hace cuánto
tiempo porque el tiempo se estaba convirtiendo en algo que no tenía
sentido para él, se rascó con fuerza el bíceps y, cuando apartó la mano, vio
en el resplandor amarillo de la luz del porche de alguien, que había
arrancado un gran trozo de su propia carne.
No, no era su propia carne.
Cuando miró lo que tenía en la mano, retrocedió y se tambaleó hacia
las ramas de un viejo roble. En lugar de abrazarlo, las ramitas lo pincharon,
pero eso no le importó.
Nada importaba excepto el hecho de que estaba sosteniendo un puñado
de Bonnies marinos nadando locamente en lugar de la carne que pensó que
se había quitado del brazo. Asqueado, Mott arrojó al suelo a las criaturas
que nadaban.
Empezó a apresurarse, pero notó que los Bonnies marinos nadaban
enérgicamente, reuniéndose en una escuela organizada para seguir los
riachuelos de un charco a otro. Se detuvo y miró, luego se dio cuenta de
que nadaban tras él.
Lo estaban persiguiendo.
Mott corrió. Comenzó a tambalearse entre los árboles, zigzagueando
de un lado a otro, no sólo para evitar los árboles, sino para evadir a los
Bonnies marinos que venían detrás de él.
Deseó poder oírlos avanzar para saber dónde estaban.
Sabía que era mejor no detenerse y voltearse para verlos. Lo alcanzarían
si lo hiciera.
Pero no podía oírlos. Mott no podía oír nada más que el ritmo
entrecortado de la lluvia y su propia respiración rápida.
Logró unos diez pasos torpes sobre el terreno irregular antes de
tropezar y caer sobre una rodilla. Tan pronto como lo hizo, los Bonnies
marinos salieron de allí. No podía verlos, pero podía sentirlos.
Inmediatamente se subieron a sus jeans y encontraron el camino hacia sus
brazos, donde se volvieron a unir. Mott podía sentir su cuerpo
reabsorbiendo a las criaturas que se retorcían.
También se dio cuenta de que ahora podía sentir los Bonnies marinos
por todo su cuerpo.
Estaban en cada vena, cada arteria, cada órgano, cada nervio… cada
sistema en todo su cuerpo. Estaban por todas partes.
Mott dirigió la cara al cielo y gritó. Gritó su miedo, su incredulidad y su
rabia. Gritó ante la locura de todo esto. Gritó porque ¿qué más podía hacer
sino gritar? No sabía cómo librar esta batalla. No lo entendía. Ni siquiera
podía creerlo. También estaba bastante seguro de que ya la había perdido.
Pero, de nuevo, tal vez no era demasiado tarde. Quizás el Dr. T podría
ayudarlo.
Tenía que llegar a la clínica.
Mott empezó a correr de nuevo, entrecerrando los ojos para ver a
través de la lluvia y los árboles. Se enjugó los ojos, pero en lugar de aclarar
su visión, esto simplemente le quitó otra gota de Bonnies marinos. Se lo
quitó de los dedos y, a la luz de las luces de la piscina de alguien, pudo ver
que golpeaba la rama de un árbol.
Inmediatamente, los Bonnies marinos se deslizaron por el tronco,
encontraron un estrecho canal de agua entre dos raíces y lo siguieron de
regreso a Mott. Sintió que los Bonnies marinos se le subían por la espinilla
mientras seguía corriendo.
Finalmente, Mott llegó al final del cinturón verde. Se cayó de un último
árbol y salió a la acera golpeada por la lluvia que conducía a la puerta trasera
de la clínica.
No, eso no salió bien. En realidad, no funcionó. Se desplomó. No podía
caminar más porque constantemente se deshacía. Con cada movimiento
que hacía, pedazos de su carne se desprendían y se convertían en un oleaje
agitado de Bonnies marinos que nadaban caóticamente y luego se
fusionaban en una formación que una vez más buscaba a sus compañeros…
y ellos, por supuesto, estaban en Mott.
El No Mott.
Mott ya no era Mott y él lo sabía. Trató de desmantelarse. Se tiró de las
mejillas, las orejas, los brazos, el pecho, las caderas. Se arrancó puñados de
carne y tejido y los tiró a un lado. Se dio cuenta de que alguna parte remota
de su cerebro, tal vez una parte aún no infestada por Bonnies marinos,
pensó que si podía arrancarse lo suficiente de sí mismo, podría desenterrar
las pocas células de Mott que todavía eran Mott.
Pero cada vez que descartaba partes de sí mismo, las partes se
convertían en masas determinadas de Bonnies marinos que
obstinadamente encontraban un camino de regreso a él, volviéndose a unir
y asimilándose más rápido cada vez que intentaba arrojarlas. Ahora lo
estaban haciendo con tanta fuerza que Mott incluso escuchó un sonido
cuando regresaron corriendo hacia él. Fue un sorbo, algo así como chupar
el último sorbo de batido a través de una pajita. Pero esa descripción fue
demasiado benigna. Los Bonnies marinos no eran benignos. Eran malévolos
hasta la médula. Todo lo que los Bonnies marinos querían hacer era vencer
todos los aspectos de Mott. Querían vencerlo y conquistarlo. Querían ser
más que una colonia; querían ser un imperio, un imperio antes conocido
como Mott.
No importó lo que hiciera Mott para resistirlos, los Bonnies marinos
tomaron represalias y resurgieron. Rellenaron todos los agujeros creados
por sus esfuerzos de auto demolición. Cuando los trozos de carne que
Mott arrojaba golpeaban el suelo, inmediatamente se separaban en Bonnies
marinos nadadores, que comenzaron a regresar a Mott, y para llegar a él,
seguían el agua estancada en el suelo.
Usaban los charcos. Incluso aprovechaban las gotas de lluvia que caían.
Toda el agua se convirtió en un conducto que conducía a los Bonnies
marinos de regreso a Mott.
Una vez que lo alcanzaban, los Bonnies marinos buscaban cualquier
entrada que pudieran encontrar. Nadaban hasta las perneras de sus
pantalones. Se deslizaban alrededor de su camisa. Se retorcieron sobre sus
zapatos. Volvieron a sí mismos y a su versión de Mott, cada vez.
Mientras Mott luchaba en esta batalla, se las había arreglado para
moverse por el exterior de la clínica. Ahora estaba cerca de la puerta
principal. Colapsando cada pocos segundos mientras intentaba extraer
partes de sí mismo sólo para que se volvieran a formar inmediatamente
después, Mott se dio cuenta de que le quedaba muy poco tiempo.
Se dio cuenta de que sus pensamientos ya no eran realmente
pensamientos. Eran fragmentos. Le costaba pensar en las personas que le
importaban: su madre, Rory, sus amigos y… Theresa. Trató de evocar
imágenes de ellos en su cabeza, pero sólo pudo ver fragmentos de ellos.
Pronto, ya no sería nada parecido a lo que solía ser. ¿Cuánto tiempo le
quedaba? Quizás minutos. Quizás segundos. De los billones de células que
originalmente formaban a Mott, supuso que sólo unas pocas miles estaban
todavía como estaban antes de la invasión.
Mott logró recorrer los últimos metros hasta la puerta de la clínica. La
alcanzó… sólo para que su mano se desintegrara frente a él y cayera al
húmedo cemento.

✩✩✩
Claudia levantó la vista de la pantalla de su computadora, a través de la
oscura sala de espera hacia la oscuridad más allá de las ventanas de la
clínica. La clínica estaba en silencio, y tal vez porque estaba tan tranquilo, a
pesar de la tormenta, pudo escuchar algo extraño afuera. Fue como un
sonido de salpicaduras, pero no una lluvia normal salpicando en el suelo.
Fue un sonido más fuerte que ese. Sonaba como si algo grande y blando
estuviera cayendo en un cuerpo de agua de vez en cuando.
Lo que Claudia escuchó entre las salpicaduras también fue extraño.
Escuchó una especie de sonido de succión, casi un silbido. Esto era similar
al ruido extraño que hacía su aspiradora cada vez que succionaba algo
húmedo por accidente.
Luego de la tercera vez que escuchó ese sonido, Claudia decidió mirar
afuera de la clínica para ver qué podía estar causando los ruidos peculiares.
Asegurándose de que su computadora estuviera segura, se puso de pie y
caminó por la silenciosa sala de espera.
Dudando un par de segundos junto a la puerta, y sin saber por qué,
finalmente abrió la pesada puerta de vidrio. Se asomó al diluvio y vio… a
Mott.
Mott se quedó allí como si estar de pie bajo una fuerte lluvia fuera algo
perfectamente normal. La lluvia se deslizaba sobre su cabello castaño, que
estaba enmarañado en toda su cabeza. Le corría por la cara y golpeaba
contra su ropa.
Claudia no estaba segura de qué hacer con esto. Decidió actuar de la
misma manera que Mott estaba actuando… como si todo fuera normal.
—Bueno, hola, Mott —dijo Claudia. Mantuvo su expresión neutral.
Claudia conocía a Mott desde que era un bebé. Era un buen chico, nunca
fue un problema en la clínica. Había estado ayer y esta mañana, lo sabía.
Pero no sabía por qué. El Dr. T no hablaba de sus pacientes con Claudia,
incluso cuando el paciente era casi parte de su familia.
Sin embargo, Mott no se veía particularmente saludable. Tenía un tinte
azulado antinatural y estaba tan pálido que era casi transparente.
Cuando Mott no le respondió, Claudia preguntó—: ¿Estás bien?
De repente, Mott sonrió.
—Sí. Es un lindo día. Todos deberían estar afuera.
Una vez más, Claudia estaba un poco desconcertada. Se inclinó hacia
delante para mirar a Mott a los ojos. Ella estaba comprobando si sus pupilas
se veían bien. Así era.
Ella le sonrió.
Él le devolvió la sonrisa. Luego se volteó y se alejó bajo la lluvia.
Claudia trató de ver hacia dónde se dirigía. Pensó que tal vez debería
llamarle. Pero era demasiado tarde. La lluvia caía de forma tan implacable
que, una vez que Mott se alejó unos metros, pareció desaparecer.
— C reo que una reina debería tener sirvientes —dijo Jessica mientras
se deslizaba hacia su casillero y adoptaba una pose. Se examinó las uñas de
un rojo vivo—. No se debería esperar que haga cosas como abrir casilleros,
especialmente cuando estas viejas cerraduras se atascan todo el tiempo.
¿Recuerdas lo que me pasó la semana pasada? ¿Cuándo me partí una uña,
justo después de que me pusieran el esmalte de cebra? ¿Lo recuerdas,
Brittany?
—¿Cómo no iba a no recordarlo? ¡Fue trágico! —Brittany se miró las
uñas, pintadas de púrpura con remolinos dorados. Fulminó con la mirada
la cerradura de combinación en el casillero de Jessica—. Realmente creo
que el director debería hacer algo, como, mantenimiento para reemplazar
las cerraduras, especialmente ahora que has sido nombrada reina de la
fiesta de bienvenida.
—¿Lo sé, verdad? La realeza debería tener privilegios.
—Por supuesto —coincidió Brittany mientras abría su propio casillero
junto al de Jessica.
Jessica examinó el largo pasillo con piso de linóleo gris para ver quién la
estaba mirando a ella y a su mejor amiga. Los chicos que se preparan para
ir a clase se apiñan alrededor de los casilleros marrones llenos de grietas,
charlando y gritando.
Los casilleros se cerraban de golpe. Zapatos deportivos chirriaban en el
suelo. El aire estaba lleno de energía y olores familiares: los limpiadores
con aroma a pino que el personal de limpieza había usado por la noche, los
aromas de la cocina que se filtraban por el pasillo desde los primeros
preparativos del personal de la cafetería y el ocasional pedo rancio de algún
chico tosco (tenía que sé un chico) dejándose llevar. Todos estaban
ocupados, pero eso no significaba que no se dieran cuenta. Todavía
notaban a Jessica y Brittany.
Jessica sabía que ella y Brittany eran las chicas más bonitas de su clase,
posiblemente de toda la escuela, razón por la cual fueron votadas reina y
princesa del baile a pesar de que sólo eran estudiantes de segundo año.
Había sido una deliciosa controversia cuando llegaron las votaciones.
Las dos mayores afirmaron que la votación estaba arreglada, ya que no
había forma de que no hubieran sido las elegidas. Exigieron un recuento,
que salió a favor de Jessica y Brittany. Ellas eran la realeza. No había
discusión al respecto.
Desde entonces, Jessica y Brittany habían estado recibiendo más
atención de la habitual. Como esta mañana, por ejemplo. En este momento,
varias chicas de primer año las miraban desde el otro lado del pasillo. Dos
tipos nerd prácticamente babearon sobre ellas mientras pasaban a
trompicones.
Jessica nunca se cansaba de ver a sus compañeros comerse con los ojos
a ella y a Brittany.
Todos lo hacían, chicos y chicas. Incluso los profesores se quedaban
mirando.
¿Quién no se quedaría mirando? Jessica y Brittany lo tenían todo: el
cabello rubio brillante, grandes ojos azules, pómulos altos, narices
atrevidas, labios carnosos, figuras pequeñas perfectas, estaban a la moda y
usaban los maquillajes más actualizados para complementar todos sus
estilos naturales de superioridad. Eran pavos reales en un mar de palomas.
A todos les encantaba admirar sus increíbles plumas. Y se veían
particularmente tontos hoy.
Durante el fin de semana, habían acudido a las rebajas del centro
comercial y habían conseguido una oferta increíble en las minifaldas de
gamuza sintética que ahora llevaban. Las faldas no eran idénticas, por
supuesto, eso sería de lo peor. La falda leonada de Jessica era abotonada
en la parte delantera; La falda marrón chocolate de Brittany tenía dos
cremalleras diagonales que formaban una V en la parte delantera. Jessica
usaba su falda con una camiseta sin mangas de seda color crema, y Brittany
usaba la suya con una blusa con volantes de color chocolate y estampados
geométricos negros. Jessica había estado encantada de descubrir que su
nueva falda combinaba con un par de botines con cordones iluminados, lo
que hacía que sus piernas se vieran increíbles. Brittany usaba plataformas
negras, eran igualmente geniales.
—Hola, nena.
Jessica se volteó y le mostró sus perfectos dientes blancos a su novio,
Derek, un estudiante de último año, el senior de campo del equipo de
fútbol americano. Casualmente se puso la mano sobre la boca y sopló en
la palma para comprobar su aliento, que estaba bien, por supuesto. Levantó
la mejilla para darle un beso. La chaqueta de cuero de Derek crujió cuando
rodeó a Jessica con el brazo. Rozó sus labios contra su suave piel.
—Hueles muy bien.
Ella se rio y le dio un puñetazo en la parte superior del brazo. Flexionó
los músculos y le sonrió.
—¿Ya conseguiste tu traje para el baile? —le preguntó ella. Le había
dado instrucciones explícitas sobre el tipo de traje que debía comprar:
color, estilo y corte; ella sabía lo que sería estelar para él. Si hacía lo que
le decía, se verían increíbles juntos el sábado por la noche.
—Todavía no.
Jessica se apartó de Derek y lo miró.
—¡Faltan sólo tres días para el baile, Derek! No podrás conseguir un
traje a medida tan rápido. ¡Pensé que lo ibas a pedir la semana pasada!
Derek puso los ojos en blanco.
—No es como si no hubiera estado haciendo nada, Jess. El entrenador
nos tiene practicando más para el juego de bienvenida, que está a sólo dos
días, ya sabes.
Jessica salió de debajo de su brazo. Ella lo miró con los ojos
entrecerrados.
—No practicas todo el tiempo. Podrías haber conseguido tu traje.
Derek se encogió de hombros.
—Iré a buscar algo esta noche.
—Que no sea una costumbre —se quejó Jessica. Sacó los labios en lo
que sabía que era un bonito puchero.
—¡Hola, Derek, Jessica! —gritó uno de sus amigos.
Jessica se giró para agitar sus dedos hacia Chase, la estrella de la escuela
corriendo hacia atrás. Pasaba al trote, acunando su libro de historia como
una pelota de fútbol. Observó su pelo largo y rizado volar detrás de él
mientras se alejaba, y luego desvió la mirada hacia su trasero. Tenía un gran
trasero, incluso mejor que el de Derek. Su rostro no era gran cosa, sus
rasgos eran demasiado planos para ser llamado guapo o incluso lindo, pero
el trasero y el cabello rizado de surfista lo compensaban. Además, tenía
todo el asunto del corredor estrella a su favor. Esto le había servido el
privilegio de salir con Stephanie, una de las porristas del equipo de fútbol
americano y la segunda mejor amiga de Jessica. Una distante segunda mejor
amiga.
La verdad era que aunque Jessica era amiga de todos en la escuela con
los que valía la pena ser amiga (se requería cierta apariencia y estatus para
tener derecho a sus atenciones), pero nunca estaría tan cerca de nadie más
que Brittany, quien era su mejor amiga en el verdadero sentido de la
palabra.
¿Era BFF una palabra?
Jessica hizo a un lado la pregunta. ¿Quién sabe? ¿A quién le importaba?
—Tengo que irme, nena —dijo Derek. Le puso la punta del dedo índice
bajo la barbilla y le levantó la cara para que mirara hacia la suya.
Estudió los rasgos oscuros y atractivos de Derek. Con su hermoso
cabello, intensos ojos marrones y piel de color marrón oscuro, Derek tenía
el tipo de aspecto que hacía que a Jessica le flaquearan las piernas. Y, por
supuesto, Derek conocía sus poderes tanto como ella conocía los suyos.
Él y sus seis pies y dos pulgadas de músculos esculpidos se pavoneaban por
los pasillos de la escuela como el rey que era. Hacían una pareja
increíblemente hermosa.
Derek le dio un suave beso en los labios. Su aliento olía a la goma de
mascar de gaulteria que siempre masticaba. Le encantaba el olor.
Combinaba perfectamente con la colonia con aroma a hielo que usaba
ahora, que ella había comprado para su cumpleaños el mes anterior. Sabía
que a él no le había entusiasmado eso, pero le había encantado la funda de
cuero para el volante que ella también le había regalado. Un regalo que
quería. Un regalo que necesitaba. Sabía ser diplomática.
Aunque le encantaba el olor, el chicle le molestaba. No creía que todo
ese azúcar fuera bueno para él.
—Vas a tener caries y todos tus dientes se van a caer cuando envejezcas
—le decía siempre.
Por lo general, la ignoraba. Un día, sin embargo, respondió—: Sí, y para
entonces, los dos estaremos todos arrugados y habremos estado juntos
tanto tiempo que probablemente nos odiaremos. Entonces, no importará.
No estaba segura de qué pensar de eso. ¿Eso significaba que planeaba
casarse con ella? ¿Ella quería hacer eso? No estaba segura.
Jessica y Brittany tenían planes para su futuro que no incluían a Derek o
al novio de Brittany, Roman, también senior y también jugador de fútbol
americano, el receptor estrella. Es cierto que salir con Derek y Roman era
genial para su estatus, y tener novios mayores hacía que sus vidas fueran
súper convenientes: los chicos podían llevarlas a donde quisieran en
descapotables increíbles sin la supervisión de sus padres. Pero eso no
significaba que Jessica y Brittany hubieran conocido a los amores de sus
vidas. Ninguna de las dos tenía esas ilusiones. Derek y Roman
probablemente las dejarían cuando se fueran a la universidad de todos
modos, pero eso no era un problema. Podrían conseguir nuevos novios
con un chasquido de sus dedos.
Derek empezó a alejarse tranquilamente.
Jessica lo agarró del brazo.
—Derek, ¿podrías abrir mi casillero por mí?
Derek arqueó una ceja espesa, pero luego se encogió de hombros y
extendió la mano para girar rápidamente su cerradura a través de la
combinación que sabía que él había memorizado.
La cerradura se abrió con un clic y él la quitó. Luego tiró de la cerradura.
Se atascó, como de costumbre. Le dio una palmada con la palma de la
mano, luego la agarró con el dedo índice y el pulgar y la agitó. Finalmente,
cedió.
—Mi héroe —dijo Jessica.
Derek puso los ojos en blanco.
—Mantenimiento debería arreglar eso —dijo.
—Acabo de decir eso, ¿verdad? —dijo Brittany. Estaba parada frente a
su propio casillero abierto, retocando su maquillaje en el espejo que
colgaba en el interior de la puerta.
—Nos vemos en el almuerzo, nena —le dijo Derek a Jessica—. Adiós,
Brit. —Se alejó a grandes zancadas.
Jessica vio a Brittany hacer girar la brocha para polvos en la frente.
Ella era una genio del maquillaje. Podía hacer desaparecer hasta el más
enojado de los granos rojos con un poco de base y polvos. No es que
tuviera acné. Como Jessica, Brittany tenía una piel perfecta. Pero podía
hacer que la piel más bonita se viera aún más bonita. Era un regalo.
Justo cuando Jessica comenzó a mirar en su propio casillero, la puerta
del casillero de Brittany se cerró de golpe. Brittany saltó hacia atrás justo
a tiempo para evitar ser abofeteada por su afilado borde de metal.
—¿Que-? —comenzó Brittany.
—¡Lo siento mucho! —dijo una voz alegre.
Jessica se cruzó de brazos e intentó ensartar a la dueña de la voz con su
mejor mirada de láser, era una escoria de estaque. Mindy, la chirriadora, ni
siquiera se dio cuenta. En cambio, se rio.
Ella rio.
La idiota.
—Cindy y yo estábamos luchando con los pulgares, y mi mano se deslizó
hacia la puerta —dijo, sonriendo—. Me salí de los límites. —Resopló.
También lo hizo la chica que estaba a su lado… Cindy.
Jessica frunció el labio y negó con la cabeza.
—Cindy y yo estábamos luchando con los pulgares —imitó la voz
caricaturesca de Mindy. Con su voz normal y suave, Jessica dijo—: ¿Lucha
de pulgares? —miró a Brittany, que estaba reabriendo su casillero enfadada.
Cuando lo abrió, tiró la puerta hacia atrás para que se estrellara contra el
marco del casillero vecino, el de Mindy. Golpeó con tanta fuerza que casi
se cerró de nuevo. Brittany lo atrapó.
—Ustedes dos ni siquiera deberían tener casilleros en esta sección —
se quejó Brittany—. ¡Están en octavo grado!
Mindy sonrió y se encogió de hombros.
—No es nuestra culpa que la escuela secundaria se haya inundado.
—No estoy tan segura de eso —dijo Brittany—. Ustedes dos son tan
estúpidas que probablemente intentaron tirar algo por el inodoro y
atascaron la alcantarilla.
Jessica tuvo que hablar.
—No, Brittany. Son las cosas que deben tirarse por el inodoro. —
Desvió su atención hacia Mindy y su amiga. Pertenecen a las alcantarillas.
Como las ratas. Levantó las manos a los lados de la nariz y movió los dedos
mientras levantaba el labio para exponer los dientes superiores. Hizo
pequeños chillidos como una rata y miró a Mindy con dureza. Cualquier
persona normal que recibiera la mirada acerada de Jessica se encogería en
una bolita de vergüenza.
Las miradas aceradas de Jessica eran épicas.
Mindy ni siquiera se inmutó.
A Jessica le molestó muchísimo que ni Mindy ni su amiga parecida,
Cindy, se sintieran intimidadas en lo más mínimo por Jessica o Brittany. Y
en serio, ¿qué tan cursis eran esos nombres? ¿Mindy y Cindy? Sonaban
como nombres de caniches o muñecas bebés, de esas que hablaban cuando
se tiraba de sus cuerdas.
—Hola, mi nombre es Mindy. Tira de mi cordón de nuevo y eructaré.
Jessica sonrió, recordando cómo Brittany se había reído cuando Jessica
le había dicho esto la semana anterior. Brittany estuvo de acuerdo en que
Cindy y Mindy eran buenos nombres para perros y muñecas. No eran
buenos nombres para chicas reales.
Tampoco parecían chicas reales. Pecosas y pelirrojas, Mindy y Cindy
eran pequeñas para sus trece años. Ambas eran un poco lindas, supuso
Jessica, a la manera de un hurón o un erizo, pero odiaba cómo se hinchaban
las mejillas de Mindy y cómo se hinchaban los ojos de Cindy. Por no hablar
de su ropa infantil. Ambas tendían a favorecer cosas como cuadros y
lunares y estampados de animales y pequeños motivos florales; las hacía
verse como completas bebés. Ya era bastante malo que los estudiantes de
preparatoria tuvieran que aguantar a estos niños en su edificio debido a la
reconstrucción que se estaba llevando a cabo en la secundaria. Era peor
cuando esos niños de secundaria se veían y actuaban como niños de escuela
primaria.
Mindy ladeó la cabeza y le sonrió a Jessica. Jessica entrecerró los ojos y
levantó la barbilla para dejar en claro que estaba condenando a Mindy al
estado de “menos que”.
A Mindy no parecía importarle.
—Eso fue muy lindo —dijo.
—¿Qué? —preguntó Jessica.
Mindy se llevó las manos a ambos lados de la nariz e hizo la misma
impresión de rata que acababa de hacer Jessica.
—¿Te estás burlando de ella? —preguntó Brittany, poniéndose un poco
frente a Jessica como si fuera a defenderla físicamente en lugar de sólo
verbalmente.
Mindy arqueó las cejas.
—¿Burlando? —ella sacudió su cabeza—. No, no me burlo. Creo que
es de mala educación. —Se encogió de hombros—. Estaba hablando en
serio. Fue lindo lo que hizo. —Miró a Cindy—. ¿No es así, Cindy?
Cindy asintió con la cabeza varias veces. Sus rizos elásticos rebotaron.
Los rizos eran la forma en que Jessica podía distinguir a las chicas. El
cabello de Mindy era lacio y le caía justo por debajo de sus estrechos
omóplatos.
—Lo fue —respondió Cindy—. Tengo un jerbo en casa, y se pareció
mucho a cuando come una rodaja de pepino. —Ella sonrió—. Su nombre
es Afrodita, y es muy linda. ¿No es así, Mindy?
Mindy asintió.
—Realmente lo es. ¿Ves? Fue un cumplido, no me estaba burlando.
Brittany miró a Mindy de reojo y resopló.
Cindy estornudó. Y ni siquiera se tapó la nariz. Mocos se rociaron por
todas partes.
Jessica y Brittany dieron un paso atrás al unísono.
—¡Aleja tus gérmenes de nosotras! —espetó Jessica.
Cindy sollozó y sacó un pañuelo de su bolsillo.
—No estoy resfriada. Es alergia. Soy alérgica al polvo.
Antes de que Jessica pudiera responder a eso, Mindy se inclinó hacia
Brittany.
—Realmente lamento haber golpeado accidentalmente la puerta de tu
casillero. Tendré más cuidado a partir de ahora.
—Como sea —respondió Brittany.
Mindy les dedicó una gran sonrisa a Brittany y Jessica.
—Adiós —dijo Cindy—. Que tengan un buen día. —Estornudó de
nuevo.
Jessica arrugó su propia nariz.
Las dos estudiantes de octavo grado, que llevaban vestidos cortos con
falda completa, se alejaron apresuradamente. Jessica negó con la cabeza
con asombro. Metió la mano en su casillero y sacó una toalla de su bolsa
de gimnasia. Se limpió los brazos, la parte delantera de su casillero y la
parte delantera del casillero de Brittany. Cuando terminó, Brittany le
entregó una toallita desinfectante.
—Brillante —dijo Jessica, secándose las manos—. Gracias.
—Ella estornuda en mi casillero todo el tiempo —dijo Brittany—. No
me importa si son alergias.
—¿Lo sé, verdad? —Jessica estuvo de acuerdo. Miró hacia el pasillo y
vio a las pequeñas pelirrojas doblar la esquina. ¿Cómo se tomaban a sí
mismas en serio? Mindy sonaba como una ardilla listada, con todas sus
palabras agrupadas y un ligero ch adjunto a todos sus sonidos. Pero la voz
de Cindy era tan aguda que sonaba como un delfín. Incluso sus estornudos
eran chirriantes.
—Odio totalmente a esas dos —dijo Brittany—. Son más que neeky.
—Si un uncool y un neeky tuvieran un bebé, todavía sería mejor que esas
dos —asintió Jessica.
Brittany se rio y miró el reloj de oro que colgaba de su esbelta muñeca
blanca.
—Jess, tenemos que darnos prisa. Llegaremos tarde a la historia.
Jessica rápidamente metió la mano en su casillero y tomó su libro de
texto de historia.
—Estoy lista —dijo.
Jessica y Brittany cerraron de golpe sus casilleros al unísono y
recorrieron el pasillo que se vaciaba rápidamente. Se apresuraban porque
ambas sabían que cualquiera que llegara tarde a la historia tenía que dar un
informe oral sobre un tema asignado al día siguiente, pero tenían que
apurarse sin que pareciera que se apuraban.
La realeza no se apresuraba.
Todo se trataba de aplomo y gracia. Jessica y Brittany tenían ambos.
Esto fue lo que llevó sus miradas a la cima. No sólo eran hermosas; tenían
presencia. Jessica y Brittany mantenían esa presencia en todo momento,
incluso cuando tenían que apresurarse a ir a clase.

✩✩✩
Jessica y Brittany llegaron a historia con cuatro segundos de sobra, pero
ahora estaban entrando en la cafetería de la escuela diez minutos tarde. La
enorme sala estaba abarrotada; el zumbido de las conversaciones animadas
casi ahogaba la música pop que se reproducía en los altavoces del techo.
Parecía que las largas mesas de metal estaban llenas, pero Jessica sabía que
el espacio aparecería mágicamente cuando ella y Brittany estuvieran listas
para sentarse. Era algo así como Moisés y ese mar… ¿cómo se llamaba?
Como sea. Era la forma en que Moisés hizo que el agua se levantara y se
apartara del camino. Jessica y Brittany tenían poderes similares. Todo lo
que tenían que hacer era caminar entre la multitud, y los chicos se pondrían
de pie y les dejarían espacio. Incluso antes de que oficialmente fueran
nombradas reina y princesa, tenían poderes reales.
Tanto las mamás de Jessica como las de Brittany fueron porristas y
reinas del baile de bienvenida y el baile de graduación cuando estaban la
preparatoria, esta misma preparatoria… antes de que se infectara con los
niños de secundaria. También se convirtieron en porristas y reinas en la
universidad. La mamá de Jessica también fue subcampeona en un concurso
nacional. La mamá de Brittany fue modelo de pasarela antes de casarse con
el papá de Brittany. Parecía que el estatus de nobleza de Jessica y Brittany
estaba en su ADN.
—¿Pusiste en tu batido algunas de esas bayas que compramos en el
mercado de agricultores? —le preguntó Brittany a Jessica mientras
comenzaban a caminar hacia el corazón de la enorme habitación de paredes
beige llena de largas mesas, chicos gruñones y olores de comida que hacían
que sus narices se arrugaran. El olfato de Jessica le dijo que el plato principal
del día eran palitos de pescado y la guarnición eran coles de Bruselas y
repollo. ¿Quién comía eso?
—Como si se me fuera a olvidar —dijo Jessica. Le dio un codazo a su
amiga y le dio una mirada fingida y dura.
Brittany se rio.
—Espero que huelan tan bien como cuando las compramos. Ese repollo
apestoso va a arruinar mi nariz para siempre. Es muy asqueroso.
—Lo sé.
Siguieron caminando entre la multitud, totalmente despreocupadas por
encontrar un lugar para sentarse. Y sí, ahí estaba.
Jessica sonrió cuando vio a un par de chicos de su clase de inglés
levantarse y desocupar sus asientos mientras Jessica y Brittany se acercaba.
—Puedes sentarte aquí —dijo uno de ellos, Evan, mientras se alejaba de
la mesa. Era un poco lindo en plan hobo. Su ropa siempre colgaba de él, y
todas eran retro. Pero tenía grandes ojos entrecerrados y una forma fluida
de moverse que le impedía verse como un idiota.
Jessica subió los amplificadores de su sonrisa y apuntó al espacio
desocupado mientras Evan y su amigo se alejaban. Sin embargo, antes de
que pudiera llegar allí, Mindy y Cindy tomaron las dos sillas plegables de
metal beige.
Las dos niñas se lanzaron desde la dirección opuesta, se dejaron caer e
inmediatamente sacaron sándwiches de las loncheras de niñas pequeñas.
Cindy's tenía flores; Mindy's tenía un unicornio rosa en el costado.
—¿Estás bromeando? —preguntó Brittany. Se paró hombro con
hombro con Jessica y miró a las dos advenedizas—. Simplemente, ¿quiénes
se creen que son, verdad?
Aunque la gran mayoría de los alumnos en la cafetería no eran
conscientes del colosal paso en falso que acababan de dar, todos los que
estaban en la mesa que Evan y su amigo acababan de desocupar guardaron
silencio. Todos los ocupantes de las dos mesas contiguas también dejaron
de hablar. Todos quienes estaban en las mesas silenciadas estiraron el
cuello para mirar a las dos chicas pelirrojas. Eso hizo treinta y un pares de
ojos que pasaron de las chicas ajenas a la mesa a las chicas estupefactas que
se cernían detrás de ellas.
Jessica apretó los dientes… durante medio segundo. Luego recordó que
rechinar los dientes era malo para ellos. Ella colocó los hombros y levantó
la barbilla.
—Disculpa —dijo tranquilamente. Su tono era tan plácido como un lago
en un día tranquilo, pero era tan benigno como las anguilas de dientes
irregulares que acechaban bajo la superficie del lago. Una anguila así la había
mordido cuando era pequeña. Sabía que las apariencias superficiales podían
engañar y le encantaba ser ese plácido lago en situaciones como estas. Era
muy divertido sacar las anguilas una vez que los demás se relajaban y
pensaban que todo estaba bien.
Mindy, con sus mejillas regordetas hinchadas incluso más de lo habitual
por la comida que se había metido en la boca, miró a Jessica.
—Oh hola. —Volvió a mirar el sándwich de mantequilla de maní y
mermelada que estaba en una envoltura de plástico frente a ella.
—¿De verdad crees que “Oh, hola” es la respuesta adecuada cuando
alguien dice “Disculpa”? —le preguntó Jessica a Mindy.
Cindy levantó la vista de lo que olía a sándwich de atún. Ella miró a
todos los alumnos en la mesa. Sus ojos color avellana como insectos
parpadearon varias veces.
—¿Qué pasa? ¿Hicimos algo malo? —Ella sollozó y sacó un pañuelo de
papel para limpiarse la nariz.
—En serio, ¿qué clases toman ustedes dos? —preguntó Brittany—.
¿Octavo grado inconsciente? ¿Jóvenes groseros?
Jessica se rio entre dientes. Amaba el sentido del humor de su amiga.
Mindy frunció el ceño y dejó su sándwich.
—No entiendo que está pasando.
—Ese es, duh, exactamente mi punto —dijo Brittany.
Jessica señaló los dos asientos que ocupaban Mindy y Cindy.
—Estos son nuestros asientos.
Mindy arqueó una ceja.
—¿Lo son? —Se giró y miró detrás de su asiento—. No veo nombres.
¿Nos asignan asientos?
Jessica abrió mucho los ojos.
—¿En serio?
La chica sentada al lado de Cindy, una animadora de secundaria llamada
Valerie, una chica que Jessica pensaba que tenía mucho potencial, se inclinó
y le susurró a Cindy.
Cindy arrugó la cara, no estaba claro si estaba confundida o
concentrada. Cuando Valerie se echó hacia atrás, Cindy dijo con su chillido
penetrante—: ¿De verdad?
Mindy la miró.
—¿Qué?
Cindy señaló a Valerie.
—Ella dice que estos asientos están reservando para Jessica y Brittany.
—Estornudó y luego sopló en su pañuelo.
Mindy miró hacia arriba y miró alrededor de la mesa. Ella se centró en
el único lugar vacío al final. Se puso de pie y miró a su alrededor. Al ver un
solo asiento vacío en una de las otras mesas llenas de alumnos que se
detuvieron a mitad de su almuerzo, aun observando en silencio el drama
que se desarrollaba, Mindy se acercó y agarró la silla de metal.
Arrastrándola hacia atrás por el piso de linóleo con un molesto rasguño
metálico, la colocó junto al asiento individual al final de la mesa y miró a
Cindy.
—¿Puedes tomar mi almuerzo, por favor, Cindy? Tú y yo podemos
ponernos aquí. Hay suficiente espacio siempre que no intentemos bailar en
la silla mientras comemos. —Se rio y se dejó caer en la silla que había
robado de la otra mesa.
—Claro —respondió Cindy. Ella sollozó y luego recogió las loncheras
de Mindy y de ella. Se puso de pie y las llevó al pequeño lugar abierto en la
mesa junto a Mindy.
Jessica dio unos golpecitos con el pie mientras observaba el
comportamiento audaz de las chicas. Miró a Brittany, que abría y cerraba
la boca como si estuviera tratando de recordar cómo hablar. Por varios
segundos más, Jessica miró desde las sillas ahora vacías a las chicas tontas
al final de la mesa. No estaban prestando atención a Jessica ni a Brittany.
Se inclinaban la una hacia la otra, charlando como si nada hubiera pasado.
Jessica suspiró y se sentó. Brittany se instaló a su lado.
Jessica se encogió de hombros y dijo—: Estudiantes de octavo grado.
No puedes vivir con ellos, y no puedes… matarlos.
Todos rieron y regresaron a sus almuerzos.
Jessica negó con la cabeza y desatornilló la tapa de su elegante taza
aislante plateada. Contenía el batido de frutas que siempre tomaba al
mediodía. No era como si su cutis no tuviera ningún trabajo, ¿verdad? Tenía
que tomar algunas precauciones contra los brotes. Consumir la
combinación correcta de frutas y suplementos era imprescindible.
Brittany estuvo de acuerdo con Jessica en eso, pero por lo general bebía
su batido por la mañana. Para el almuerzo, le gustaba tomar una taza de
sopa de verduras, que el cocinero de su familia preparaba y colocaba en
una taza térmica y lo metía dentro de una pequeña bolsa de lona de algodón
y ratán. Era un portabebé elegante, una manera elegante de salvar el
planeta.
Brittany sacó su taza térmica y miró dentro del bolso.
—Dios mío, Frieda. —Ssuspiró.
—Ella olvidó tu cuchara de nuevo, ¿verdad? —preguntó Jessica.
—¡No está mi cuchara! —Brittany miró a su alrededor como si pudiera
llamar a Frieda desde casa para remediar el imperdonable error.
Jessica chasqueó la lengua, luego miró a Mindy en la mesa.
—¡Mindy! —dijo el nombre de la niña de la misma manera que decía el
nombre de su perro Titán cuando intentaba cavar en su maceta de ficus en
casa. El tono era lo suficientemente agudo como para compensar el hecho
de que no era muy fuerte.
La cabeza de Mindy se disparó. Estaba masticando de nuevo, sus
redondas mejillas subían y bajaban en un ritmo contrario a su barbilla con
hoyuelos. Miró a Jessica y se señaló a sí misma.
Jessica puso los ojos en blanco.
—No, ¿la otra Mindy?
Mindy miró alrededor de la mesa, como si buscara a la otra Mindy.
—Dios mío —dijo Brittany de nuevo. Esta vez, Jessica sabía que se
refería a la completa ignorancia de Mindy.
—Sí tú. —Jessica asintió con la cabeza a Mindy—. ¿Podrías traerle una
cuchara a mi amiga? Ya que retrasaste nuestro almuerzo, ¿verdad? Me
parece lo menos que puedes hacer.
—Es verdad —Brittany estuvo de acuerdo.
Mindy tragó lo que tenía en la boca y se encogió de hombros.
—Claro. Sólo dame un segundo. —Ella se alejó con un trote.
Jessica se inclinó hacia Brittany.
—Quizás podríamos entrenarlas para que sean… ¿cómo se llaman las
doncellas que ayudaron a vestirse a las mujeres reales?
—Damas de honor, ¿no? —respondió Brittany.
—Eso mismo.
Mindy le entregó la cuchara a Brittany y regresó a su asiento. Volvió
directamente a su sándwich de niña pequeña como si no le hubieran dado
órdenes. Jessica sonrió e imaginó a Mindy y Cindy corriendo detrás de ella
y Brittany dondequiera que fueran. Era una imagen muy enfermiza.
El resto del almuerzo pasó sin incidentes hasta que Mindy y Cindy se
levantaron de la mesa segundos después de que Jessica y Brittany lo
hicieran. Las cuatro chicas se dirigieron a la salida de la cafetería.
Debido a que Jessica y Brittany habían llegado tarde a almorzar y se
habían tomado su tiempo, la mayor parte de la cafetería se había despejado
cuando se prepararon para irse.
—¿Nos están siguiendo? —le preguntó Brittany a Jessica, haciendo un
gesto por encima del hombro con la barbilla.
Jessica negó con la cabeza.
—Creo que son demasiado espaciales para siquiera saber que están
detrás de nosotras. —Podía escuchar a las estudiantes de octavo grado
balbuceando detrás de ella.
Estaban discutiendo algo sobre que sus mamás las llevaran.
—¡Hola, nena! —Derek llamó desde un par de mesas más allá.
—¡Hola, Brit!
Junto a él, Roman le disparó a Brittany con un dedo y luego le guiñó un
ojo. Saludó a Jessica.
Jessica y Brittany se detuvieron a posar para sus novios. Lo hacían como
algo natural. Era lo que les venía naturalmente cuando los chicos las
miraban.
—¿Hamburguesas después de la práctica? —llamó Derek.
Jessica y Brittany asintieron y les enviaron un beso a los chicos.
Luego se voltearon y se deslizaron hacia la salida de la cafetería. Siempre
era importante irse mientras todavía los tenía colgados.
En la salida, Brittany se detuvo de repente y casi se cae.
Jessica agarró el brazo de su amiga y evitó que cayera. También vio de
inmediato por qué Brittany casi se había caído de bruces.
Mindy estaba arrodillada justo en el medio de la salida, atando los
cordones de los zapatos con los colores del arcoíris en sus relucientes
zapatos morados. Mientras ataba, balbuceaba a Cindy, que estaba a su lado.
—¡Mamá dijo que podemos quedarnos en el baile hasta las once! Estoy
tan emocionada. Anoche me probé el vestido. ¡Los volantes son muy
bonitos!
—¿Puedes creer eso? —Jessica no preguntó a nadie en particular.
Mindy apareció.
—¿Creer qué? —miró de Jessica a Brittany, que intentaba cortar a
Mindy en pedazos con su mirada gélida—. ¿Qué? Oh, vaya. Estoy en medio
del camino, ¿no?
—Ding, ding, ding —cantó Jessica.
—¿Eh? —dijo Mindy.
Cindy, que había estado a unos metros de su amiga, se giró.
—¿Qué pasa?
Mindy negó con la cabeza.
—Estaba siendo irreflexiva. —Ella sonrió a las chicas mayores—. Lo
siento mucho, chicas. —Se volteó para alejarse.
Jessica agarró a Mindy del brazo y tiró de ella fuera de la puerta.
—Oye —objetó Cindy. Luego estornudó y miró furiosamente a Jessica
mientras sacaba un pañuelo de papel.
Mindy no dijo nada. Dejó que Jessica la llevara al lado de los últimos
rezagados que salían de la cafetería. Cindy corrió inmediatamente al lado
de Mindy.
Jessica soltó el regordete brazo de bebé de Mindy.
—Dime que no estabas hablando del baile de bienvenida. Porque no
podrías haber estado hablando de ese baile.
Mindy sonrió.
—Claro que estaba hablando del baile de bienvenida. Todo el mundo
habla de eso. Te verás realmente bonita con la corona puesta. Estoy segura
de ello. ¿De qué color será tu vestido?
Jessica abrió la boca y luego la cerró. Giró la mirada hacia Brittany.
—¿Desde cuándo asisten los estudiantes de octavo grado a los bailes de
la preparatoria?
Antes de que Brittany pudiera responder, una de sus compañeras
porristas, Patrice, pasó rozando.
—Oh, no me hagas empezar, ¿sabes? ¿No escuchaste que el director
dijo que mientras tengan en clases aquí, deberían estar incluidos en los
bailes?
Patrice movió su brillante cabello negro e hizo una mueca.
—Es una locura. —Ella se encogió de hombros y se alejó.
Jessica volvió hacia Mindy. Hizo una mueca cuando olió el aliento a
mantequilla de maní de Mindy.
—Sabes que no eres nadie, ¿verdad?
La piel pálida entre las cejas rubias rojizas de Mindy se frunció.
—¿Eso es jerga para algo?
Brittany resopló.
Jessica negó con la cabeza.
—No, pobrecita lamentable. Es un hecho. No eres nadie. Tú y tu amiga
de ojos saltones. No. Son. Nadie. ¿Vendrán juntas al baile? Porque nadie
las invitó, ¿verdad? ¿Quién lo haría, no es así?
—Por supuesto —dijo Brittany.
El rostro de Mindy se sonrojó. Jessica esperó a que comenzaran las
lágrimas.
Pero no vinieron.
En cambio, Mindy negó con la cabeza y sonrió.
—Lo siento mucho por ti.
—¡¿Qué?! —Jessica miró boquiabierta a Mindy.
—De verdad lo siento. No debes gustarte mucho a ti misma.
—¡¿Qué?! —Esta vez Brittany se unió a su amiga. Brittany tenía un tono
aún más agudo que el de Jessica.
Mindy asintió. Se giró hacia Cindy.
—¿Recuerdas lo que dijeron nuestras mamás, Cindy?
Cindy asintió con la cabeza y le hizo temblar los rizos.
—Sí. Cuando alguien es malo contigo, es porque realmente quieren ser
malos con ellos mismos, pero no pueden. Se están… creo que mamá dijo
proyectando. —Ella inhaló y luego se sonó la nariz.
—Así es —estuvo de acuerdo Mindy. Ella miró a Jessica—. Está bien.
No puedes evitarlo. Si te hace sentir mejor ser mala con nosotras, adelante.
—¡A nadie le gustas! —Jessica prácticamente gritó.
Mindy miró a un par de docenas de alumnos que se habían detenido a
observar lo que estaba pasando. Se mordió el labio inferior. Luego se
encogió de hombros.
—Bueno, no sé si eso es cierto. Pero si es así, también está bien. Porque
nos gustamos, ¿no es así, Cindy?
Cindy asintió.
—Nos tenemos a nosotras. —Agarrando su pañuelo lleno de mocos y
rodeó a Mindy con el brazo—. Seremos amigas para siempre. Hacemos
todo juntas.
Mindy asintió.
—Eso es suficiente para nosotras. —Miró el reloj sobre la puerta de la
cafetería—. Lamento ser grosera, pero tenemos que ir a la clase de
robótica.
Mindy y Cindy se voltearon y se alejaron apresuradamente. Jessica se
quedó mirándolas, con la boca abierta. Sintió que Brittany la tomaba del
brazo.
—Vamos, Jess. También tenemos que ir a la clase de robótica.
Jessica hizo un sonido similar al que hacía Titán cuando veía una ardilla
en su patio trasero. Fue una mezcla entre un gruñido y un gemido.
—No sé si podré mirar a esas dos durante la próxima hora —le susurró
a Brittany.
—Pienso lo mismo. ¿Puedes creer lo que dijo? Es una locura.
Jessica no respondió. Ella estaba demasiado enojada. «Proyectando. Que
descaro».
—Vamos —le dijo Brittany—. Descubriremos qué hacer con ellas más
tarde. No queremos perdernos robótica. ¿Recuerdas? El Sr. Thornton
asignará nuestros proyectos hoy. No quiero algo demasiado difícil.
Jessica suspiró.
—Buen punto. Vamos.

✩✩✩
El aula de robótica estaba en un ala casi desierta de la escuela. Jessica
sabía que el ala todavía tenía salas de almacenamiento a las que se accedía
de vez en cuando, pero el aula en la que se encontraba robótica era la única
que se usaba. La escuela alguna vez tuvo un programa de arte y un
programa de danza muy activo en esta ala, pero los recortes
presupuestarios habían cerrado esos planes de estudio. El dinero se
canalizó hacia la robótica y la programación de computadoras en lugar de
las artes, e incluso eso con eso no había suficiente dinero. La razón por la
que su clase estaba usando animatrónicos viejos y donados era porque no
había fondos para comprar piezas robóticas de última generación. El aula
tampoco recibía mucha atención de la limpieza o el mantenimiento. Por lo
general, estaba demasiado polvorienta para adaptarse a Jessica.
Pero a Jessica no le importaban las artes ni la robótica. No era
particularmente buena en computadoras, pintura o danza. Su fuerte era la
forma, no la función. Ah, y eso le recordó que el mantenimiento debería
hacer algo con respecto a la función de su casillero.
El aula de robótica era una gran sala similar a un almacén con techos
altos custodiados por vigas de metal expuestas. Los pisos estaban cubiertos
con cuadrados de goma entrelazados y las mesas de trabajo de metal eran
de un rojo brillante.
Tableros de clavijas grises se alineaban en las paredes de la habitación,
y cada parte de robótica que se pudiera imaginar colgaba de ganchos de
esos tableros. La habitación era demasiado industrial para satisfacer los
gustos de Jessica, pero la toleraba como todas los demás.
Aunque la robótica era una clase obligatoria para los estudiantes de
segundo año, y muchos de los compañeros de clase de Jessica se quejaban
de ello, en secreto a ella no le importaba. La mayor parte del tiempo no
entendía realmente lo que estaba haciendo, pero pensaba que era
divertido. Y jugaba con su otra fuerza: el control. Por supuesto, a ella le
gustaba más el control cuando controlaba a las personas, pero el control
de las máquinas parecía ser una extensión natural de eso.
Incluso con toda su belleza y habilidades sociales, Jessica nunca
conseguía que todo y todos los que la rodeaban actuaran como ella quería.
Siempre había alguien que decía algo incorrecto o hacía algo mal.
Tomemos a las dos idiotas pelirrojos, por ejemplo. Con su popularidad
en la clase y su presencia física, debería haber podido envolver a Mindy y
Cindy alrededor de su dedo manicurado. Que no le dieran la cantidad
adecuada de reverencia era como tener una astilla clavada debajo de la piel.
Odiaba cuando eso sucedía. Y odiaba a Mindy y Cindy aún más.
Las mesas rojas de la sala estaban en filas, tres mesas en cada una de las
cinco filas.
Jessica y Brittany tomaron sus asientos en la mesa del medio en la
tercera fila, no demasiado cerca del frente para que no parecieran ser
geeks, y no demasiado cerca de la parte de atrás donde estarían rodeadas
de marginados. Siempre se sentaban donde se pudiera reconocer su estado
abovedado.
El profesor de robótica, el Sr. Thornton, un veinteañero de baja estatura
con rasgos parecidos a los de un pájaro (ojos pequeños, nariz puntiaguda
y fino cabello castaño) entró en la clase y dejó una pila de libros y esquemas
en su escritorio. Jessica negó con la cabeza al ver el chaleco de punto rojo
y dorado con estampado de diamantes que colgaba holgadamente sobre el
estrecho pecho del Sr. Thornton. Entre los chalecos que siempre usaba y
sus gruesos anteojos de montura negra, el Sr. Thornton era el chico del
cartel para los fanáticos de todo el mundo.
El Sr. Thornton miró de reojo a la clase, como siempre hacía. Tenía un
pequeño problema con el contacto visual. Nunca miraba directamente a la
clase, y cuando le hablaban directamente, enfocaba su mirada alrededor de
un pie por encima de tu cabeza. Jessica pensaba que era algo entrañable,
en una forma adorable de nerd.
—Hablen entre ustedes por unos minutos. El envío acaba de llegar, y
necesito supervisar el… —Se detuvo y desapareció en la sala de trabajo
adyacente al aula de robótica.
Eso era algo más que el Sr. Thornton hacía con frecuencia, dejaba sus
frases sin terminar. Era raro. Una vez, Brittany sugirió que el Sr. Thornton
podría ser un animatrónico, uno con programación avanzada y una falla
menor que le impedía completar sus comunicaciones.
Jessica pensó que era histéricamente divertido.
—¿Qué quieres hacer con ellas? —preguntó Brittany.
Jessica parpadeó y miró a su amiga.
—¿Qué? ¿Con quiénes?
Brittany asintió con la cabeza hacia Mindy y Cindy, que estaban sentadas
en la primera fila. Jessica miró las espaldas de las dos pelirrojas.
Mindy y Cindy sólo se habían unido a la clase un par de semanas antes.
Aparentemente, formaban parte de una clase de superdotados que
participaba en competencias de robótica. Incluso trabajaban en el
laboratorio de robótica, reuniéndose temprano cada mañana antes de que
comenzara la jornada escolar. Y ahora estaban auditando la clase de
segundo año. Pequeñas monstruos.
Jessica abrió la boca para responder a su amiga, pero antes de que
pudiera, un fuerte traqueteo y golpes acompañaron al Sr. Thornton de
regreso a la habitación. El ruido provenía de las ruedas de un carro que
empujaba frente a él. El carro estaba lleno de cosas que parecían que
deberían haber estado en viejas películas de ciencia ficción, parques de
diversiones o circos.
Olvidando momentáneamente a Mindy y Cindy, Jessica se sentó derecha
y se inclinó hacia adelante para ver qué había en el carrito. Vio un par de
esqueletos de robots plateados, robots grises vagamente con forma de
hombre que parecían extraterrestres y varios animales mecánicos. Muchos
tenían forma de perro y gato, y algunos parecían animales de granero en
miniatura y animales exóticos. Vio una vaca, un caballo, un orangután, una
pantera negra, un flamenco y un enorme cerdo rosado. El cerdo era la
única cosa de tamaño natural en el carro. La vaca, el caballo y la pantera
eran aproximadamente del mismo tamaño que los perros y los gatos.
Todos los animales mecánicos parecían diseñados para pararse sobre
sus dos patas traseras, y la mayoría vestía alguna prenda o accesorio, lo
que le recordaba más a las mascotas de los equipos deportivos que a los
animales reales. Jessica vio un par de pajaritas y chalecos, dos boas de
plumas, pantalones cortos con tirantes (en el flamenco), un bombín,
calcetines a rayas y un par de guantes rojos. El cerdo era el más cercano a
estar completamente vestido; vestía lo que parecía un uniforme de
camarera con volantes en un tono de rosa un poco más oscuro que su
peluda piel de cerdo. Encima de su ancha cabeza había una gorra rosa con
forma de pastillero con un borde ondulado.
Aparte del atuendo, y el hecho de que tenía las manos rosadas borrosas
en lugar de pezuñas, se parecía mucho a un cerdo real.
—Bien, clase, hoy comenzaremos con… —dijo Thornton. Hizo un
gesto hacia el montón de personajes robóticos que acababa de arrastrar y
sonrió de reojo a la clase—. ¡Lo que tenemos aquí es una bonanza
animatrónica vintage! —Lanzó una de sus raras risas.
Jessica hizo una mueca. Se alegraba de que sus risas fueran raras; sonaba
como un ratón torturado cuando se reía.
El Sr. Thornton se puso serio.
—Ninguno de estos animatrónicos funciona en este momento, pero
cada uno de ellos es capaz de… Se juntarán, y cada grupo hará que uno de
estos funcione… Tendrán dos trabajos que hacer. Primero, lo que sea
necesario para que su animatrónico funcione como se supone que debe
hacerlo, y segundo, prográmalo para que realice una tarea específica.
Luego, lo harán actuar para la clase o lo grabarán en video si la función se
realiza de manera que no pueda ser mostrada en la clase… Cada uno tiene
algo que enseñarnos, así que vamos a…
Se acercó al carro y sacó uno de los pequeños robots perros. Llevaba
un suéter de perro amarillo.
—Este perro es un ejemplo de un animatrónico que usa servos, y todos
sabemos que los servos son controlados por… —El Sr. Thornton miró
por encima de la parte superior de la clase y se puso las gafas en la nariz—
. ¿Alguien?
Mindy levantó la mano.
—Los servos se controlan enviando un pulso eléctrico a través del cable
de control.
—Bien —dijo el Sr. Thornton.
Jessica puso los ojos en blanco.
—Cuando un servo falla —continuó el Sr. Thornton— generalmente se
debe a uno de los siete problemas que discutimos ayer. ¿Alguien quiere
darnos una reseña de… —Señaló a Cindy cuando su mano se disparó.
—Contaminación, como por aceite o refrigerante; malos cojinetes;
degradación eléctrica; mala instalación, como que las correas estén
demasiado apretadas o los acoplamientos están gastados; una mala fuente
de alimentación o unidad; cables dañados; o sobrecarga.
—Bien —dijo el Sr. Thornton—. Entonces, este perro —dejó el perro
animatrónico en su escritorio— tiene un servo malo. Cindy, tú y Mindy
pueden encargarse de este.
Cindy y Mindy aplaudieron como niñas de cinco años. El Sr. Thornton
sonrió en un lugar por encima de sus cabezas y puso al perro en la mesa
frente a ellas.
El Sr. Thornton volvió hacia el carro y agarró al orangután, una cabra y
un gato.
—Más problemas de servo con estos. Veamos quienes… —El Sr.
Thornton repartió los animales robóticos.
Brittany se acercó a Jessica y le susurró—: ¿Deberíamos trabajar en un
problema de servos?
Jessica se encogió de hombros.
—Me da igual.
El Sr. Thornton regresó al frente de la clase después de entregar varios
de los animales mecánicos.
—Aunque los servos tienen muchas ventajas en términos de su
funcionalidad —dijo el Sr. Thornton, deteniéndose junto al carrito— puede
haber problemas de ruido con… —Extendió la mano y agarró el flamenco
animatrónico. Lo activó y, cuando movió las patas, el mecanismo chirrió.
El Sr. Thornton lo apagó— Las configuraciones neumáticas, en
comparación, son bastante silenciosas y… —Se levantó y se acercó al
carro.
Luchando con los exoesqueletos y los animatrónicos con forma humana,
el Sr. Thornton desenterró al cerdo en la parte inferior de lo que quedaba
de la pila. Ahora que yacía de espaldas en el carro, sólo Jessica podía ver
claramente la barriga rosada, las patas regordetas y el rostro dulcemente
sonriente del cerdo. El cerdo mecánico era viejo; Jessica podía ver un
plateado brillante que se mostraba a través de la capa de fieltro rosa del
cerdo aquí y allá.
El Sr. Thornton señaló al cerdo boca abajo.
—Conozcan a Rosie Porkchop. Rosie tiene un sistema neumático, lo
que significa que puede levantar mucho más peso que sus compañeros…
Tiene mucha presión bombeando a través de sus líneas, por lo que tiene
bastante potencial, pero su programación es… Obviamente, es demasiado
pesada para moverse, excepto en este carro. Quien la elija tendrá que
volver por las tardes para trabajar en ella, así que…
Jessica le dio un codazo a Brittany y siseó—: No la mires.
Ya habían tenido que hacer un proyecto fuera de horario este año y ella
no quería…
—Jessica y Brittany, ustedes dos tendrán a Rosie.
Jessica y Brittany gimieron al unísono.
—Ahora vamos a asignar al resto de estos —dijo Thornton.
Brittany le susurró a Jessica.
—¿Enserio? ¿Tenemos que volver aquí esta noche y trabajar en un
cerdo?
Jessica puso los ojos en blanco. Quizás a ella no le gustaba la clase de
robótica después de todo.

✩✩✩
Cuando Jessica y Brittany regresaron al aula de robótica después de la
práctica de porristas, recién duchadas y una vez más vistiendo sus trajes
escolares, encontraron al Sr. Thornton en su escritorio y a Rosie, sola en
el carrito, al fondo del salón.
El Sr. Thornton miró hacia arriba y miró por encima del hombro de
Jessica.
—Aquí tienen. Puse a Rosie en la parte de atrás para que trabajen… Lo
siento, es demasiado grande para sacarla de la escuela, pero… tenía que
asignarla a un equipo en el que podía confiar que se quedara fuera del
horario para poder obtener la aprobación administrativa para que
estuvieran en aquí para… —Hizo un gesto con la mano hacia Rosie—. Es
toda suya.
Jessica y Brittany intercambiaron una mirada, suspiraron al unísono y
fueron al final del salón. Juntas, dejaron sus mochilas de cuero.
Jessica metió la mano en la suya, agarró su brillo de labios y se retocó
los labios.
Brittany hizo lo mismo.
Se quedaron juntas y miraron al cerdo.
—Uh, ¿chicas? —gritó el Sr. Thornton.
Ellas se voltearon. Les hizo un gesto con una fina pila de papeles.
—Aquí hay algunas especificaciones que vinieron con Rosie cuando
ella… Deberían echarles un vistazo. No es el típico animatrónico y tiene
una característica que es importante para…
Jessica se acercó y tomó los papeles.
—Leeremos todo, muy cuidadosamente.
El Sr. Thornton asintió.
—Estaré aquí un poco más si tienes alguna pregunta para…
—Gracias, Sr. Thornton.
Jessica regresó a Brittany y dejó caer los papeles sobre la mesa junto a
Rosie. Ninguna de las dos los miró. Volvieron a mirar al cerdo.
—Es muy grande —dijo Brittany. Luego suspiró.
Jessica asintió y miró al enorme cerdo.
El sonido de dos risitas irrumpió repentinamente en la habitación detrás
de Jessica y Brittany. Se voltearon y vieron a Cindy y Mindy saltar hacia el
Sr. Thornton. Mindy llevaba al perro animatrónico en el que estaban
trabajando.
—¿Por qué obtuvieron uno pequeño? —preguntó Brittany.
Jessica negó con la cabeza. Vio a las mocosas charlar con el Sr.
Thornton. Luego se giró y miró a Rosie. Volvió a mirar a las mocosas y
luego a Rosie. Sonrió y le dio un codazo a Brittany.
—Imagínate esto —susurró Jessica. Extendió las manos frente a ella
como si estuviera enmarcando una pantalla—. La pequeña Mindy y Cindy
—señaló con la cabeza para indicar a las dos chicas que todavía estaban
hablando con el maestro— entran en el baile de bienvenida, como si fueran
una. Dicen: “No nos importa si le gustamos a alguien. Nos gustamos a
nosotras mismas”. —En un susurro continuo, imitó la voz de ardilla de
Mindy.
Brittany hizo una mueca y asintió.
—Y llega nuestra gran nueva BFF Rosie Porkchop, al mando.
Jessica extendió los brazos para indicar el tamaño del cerdo
animatrónico.
—Ella será programada, por nosotras, por supuesto, para caminar
directamente hacia esas dos pequeñas imbéciles, derribarlas y… —sonrió
abiertamente— sentarse sobre ellas.
Brittany se rio a carcajadas y Jessica la hizo callar. Brittany se tapó la
boca y luego abrazó a Jessica.
—¡Eso es brillante! —susurró—. ¿Eso será lo que programaremos para
nuestro proyecto?
Jessica puso los ojos en blanco.
—Probablemente deberíamos programar algo que no nos meta en
problemas, ¿no crees?
Brittany se sonrojó y asintió.
—Pero esto podría ser más divertido de lo que pensé que iba a ser —
dijo Jessica.
—Tienes toda la razón —coincidió Brittany.
Jessica abrió su mochila y sacó su computadora portátil.
—No creo que esto deba tomar mucho tiempo. Sólo tenemos que
descargar su software de comando y revisarlo hasta que encontremos su
falla, y luego podemos modificarlo para que haga lo que queremos que
haga.
Brittany asintió pero frunció el ceño.
—Um, ya sabes, apestamos en la programación, ¿verdad?
Jessica se encogió de hombros.
—Sí, pero eso nos dará una buena coartada más tarde. Podemos decir
que no tenemos idea de qué salió mal con la programación, qué hizo que
Rosie se volviera loca y las derribara o derramara golpes sobre ellas o lo
que sea. Y además, siempre nos equivocamos en lo más complicado de la
programación. Esta es sólo una programación básica de comandos de voz,
¿verdad?
Tomó un asiento y lo colocó junto a la parte delantera de Rosie. Sentada
con las piernas perfectamente cruzadas, Jessica levantó la solapa que
ocultaba los controles de Rosie.
—Primero, simplemente necesitamos crear el enlace ascendente, y
luego… —Ella presionó un botón.
Una bocanada suave, seguida de una serie de chasquidos metálicos y
chasquidos que precedieron a un silbido más fuerte. Ambas chicas saltaron
cuando la parte baja del vientre de Rosie se abrió.
—¿Qué hiciste? —preguntó Brittany—. ¿Va tener bebés?
Jessica se rio, pero luego se encogió de hombros. ¿Y si hubiera lechones
animatrónicos dentro de Rosie? Incluso con los mecanismos que debe
haber tenido dentro de su exoesqueleto, Rosie ciertamente era lo
suficientemente grande como para almacenar al menos una docena de
ellos, si no más.
Después de intercambiar una mirada, Jessica y Brittany se inclinaron
para mirar dentro del vientre de Rosie.
Esperando ver un sistema hidráulico completo, y posiblemente algunos
cerditos, Jessica arqueó una ceja cuando vio que la barriga de Rosie estaba,
en su mayor parte, vacía. Una red de engranajes metálicos, puntas y varillas
de aspecto afilado, presumiblemente impulsados por sistemas hidráulicos,
se alineaban en la pared interior de la panza del cerdo, pero la gran mayoría
del espacio cavernoso estaba totalmente abierto… y era lo
suficientemente grande como para contener a una persona, tal vez dos
como máximo.
Jessica miró fijamente a las profundidades de Rosie Porkchop. Ella sonrió
y se inclinó hacia atrás.
Mirando al Sr. Thornton, que todavía estaba concentrado en su
computadora portátil, Jessica tiró de la mano de Brittany. Brittany se giró
para mirar a Jessica.
—Tengo una idea aún mejor que la original —susurró Jessica.
—¿Qué? —susurró Brittany en respuesta.
Jessica tarareó mientras recogía los papeles que el Sr. Thornton le había
entregado y comenzaba a hojearlos. Brittany miró por encima del hombro.
Pasando las páginas, Jessica llegó a una sección titulada “Operación
general”.
Debajo había un párrafo en negrita:
ROSIE PORKCHOP ES UN ANIMATRÓNICO CON DOBLE PROPÓSITO. EL SISTEMA
PUEDE SER ENGANCHADO EN MODO ANIMATRÓNICO TRADICIONAL Y TAMBIÉN EN
INTERFAZ HUMANO A MODO “TRAJE”, ES decir, ROSIE PUEDE “USARSE” COMO UN TRAJE.

Había más, pero la mirada de Jessica recorrió la página hasta la palabra


ADVERTENCIA, que fue seguida por un párrafo escrito en rojo en negrita.
Jessica leyó rápidamente:
ROSIE PORKCHOP CONTIENE SPRINGLOCKS. LOS SPRINGLOCKS SE ACTIVAN PARA
PERMITIR QUE ROSIE PORKCHOP FUNCIONE DE MANERA AUTÓNOMA, EN MODO
ANIMATRÓNICO. CUANDO SE JUNTAN, LOS COMPONENTES METÁLICOS LLENAN
TODO EL INTERIOR DEL ANIMATRÓNICO.

ROSIE PORKCHOP TAMBIÉN SE PUEDE USAR COMO UN TRAJE; ESTO SE LLAMA MODO
DE INTERFAZ HUMANO. CUANDO ROSIE PORKCHOP ESTÁ EN MODO DE INTERFAZ
HUMANO, LOS SPRINGLOCKS SE DESENGANCHAN Y SE RETIRAN AL ENDOSQUELETO DE
ROSIE. NO CAMBIE DE MODO MIENTRAS ESTÉ OCUPADO A ROSIE PORKCHOP. LOS
COMPONENTES AFILADOS DEL SISTEMA SPRINGLOCK PUEDEN CAUSAR SERIOS DAÑOS
CORPORALES.

Ella sonrió y miró a Brittany.


—¿Adivina qué?
—¿Qué?
—Rosie puede ser ocupada.
—¿Y…?
Jessica no respondió. Rápidamente echó un vistazo a las instrucciones
de uso de Rosie.
Mientras lo hacía, Cindy y Mindy gritaron—: Adiós, Sr. Thornton.
Jessica y Brittany se voltearon para ver a las pequeñas pelirrojas salir del
salón de clases. Jessica miró al Sr. Thornton; su mirada estaba en su
computadora portátil.
Jessica dejó caer los papeles, agarró la mano de Brittany y la atrajo hacia
sí. Le susurró—: Así que olvídate de lo que dije antes. Tengo una mejor
idea.
—¿Qué?
Jessica volvió a mirar al Sr. Thornton. Todavía estaba concentrado en
su computadora. Aun así, le dio la espalda y mantuvo la voz baja.
—El sistema neumático de Rosie alimenta esa trampilla y está diseñado
para ser un sello hermético.
Brittany frunció el ceño en pregunta.
—Ya sabes, esos sellos que se quedan en cualquier cosa.
—Oh, ya sé cuáles.
—Las instrucciones decían algo sobre el uso de Rosie como recipiente
para algo. —Ella hizo un gesto con la mano—. No sé. No lo leí con
atención. Pero esto es lo que estoy pensando. —Acercó su silla a la de
Brittany.
—Esas dos mocositas creen que pueden venir al baile de bienvenida.
Bueno, que vengan, pero no con sus pequeños vestidos de volantes.
Estarán dentro de ella. —Señaló a Rosie Porkchop, específicamente a la
barriga abierta de Rosie.
Brittany miró el estómago vacío de Rosie y lentamente comenzó a
sonreír.
—¿Las vamos a meter ahí?
Jessica negó con la cabeza.
—No nosotras. Haremos que Rosie lo haga. Les servirá de lección.
Dirán: “¡Hacemos todo juntas”, desde el interior de Rosie Porkchop!
—¡Oh, eso suena como… estás inspirada! —dijo Brittany.
—Lo sé.
Brittany asintió con la cabeza y sus ojos brillantes.
—¡Esto va a ser tan brutal!
Jessica sonrió.
—Todo lo que tenemos que hacer es programar a Rosie para que agarre
a las pequeñas mocosas y se las ponga en la barriga. Una vez que estén
dentro, esta puerta se cerrará. —Señaló la puerta rosa que colgaba abierta
debajo del vientre de Rosie. La golpeó.
—¿Ves? Tiene una tela suave en el exterior, pero es de metal duro en
el interior. Una vez que esté cerrada y sellada, no podrán salir. —Ella
sonrió—. Estarán atrapadas juntas.
Brittany asintió de nuevo.
—Me encanta.
Jessica sonrió.
—Bien. A mí también. —Suspiró—. Sólo hay un problema.
—¿Qué?
—Nos llevará un tiempo. —Jessica metió la mano en el panel de control
de Rosie y sacó un montón de cables—. ¿Qué tal si pongo en marcha el
enlace ascendente y luego vamos a comer hamburguesas con los chicos?
Después de eso, volveremos aquí y pasaremos la noche programando a
Rosie.
—Está bien.
Jessica abrió su computadora portátil y conectó el cable de carga. Le
entregó otro cable a Brittany.
—Enchúfala a la pared. Supongo que ella también tiene que cargarse.
Brittany asintió y enchufó obedientemente al cerdo. Luego vio a Jessica
crear un enlace ascendente con Rosie. Jessica notó que Brittany se
examinaba las uñas nuevamente, luego vio a su amiga levantarse para buscar
su mochila.
Brittany chasqueó los dedos y volvió a sentarse.
—¿Qué? —preguntó Jessica.
—Cuando busqué en mi mochila, tuve una idea. En lugar de simplemente
—bajó la voz a un susurro— atraparlas, ¿por qué no programamos a Rosie
para que nos sirva mientras ellas están atrapadas adentro? Eso hará que
Mindy y Cindy sean como nuestra propia doncella. Pueden ser nuestras
sirvientas. Buscar cosas para nosotras.
—Como a la realeza —dijo Jessica, radiante—. ¡Eres brillante!
Brittany hizo una reverencia. Miró al Sr. Thornton, que se había puesto
de pie ante su escritorio.
—Date prisa y haz que todo funcione. ¡No puedo esperar para hacer
eso!
—¡Yo tampoco! —Jessica sonrió y volvió a su tarea. Por eso amaba
tanto a Brittany. Ella y Jessica siempre compartían pensamientos. Siempre
estaban de acuerdo, y una de ellas casi siempre podía tomar la idea de la
otra y mejorarla. Formaban un equipo imparable.
Jessica tocó un par de teclas y comenzó la carga. Luego tomó su mochila
y se dirigió hacia la puerta. Brittany la siguió.
Debido a que la robótica estaba en el ala mayormente desierta que
podía cerrarse al resto de la escuela, el Sr. Thornton había obtenido
permiso del director para permitir que algunos de sus estudiantes vinieran
después del horario de clases para trabajar en proyectos. Utilizaban una
puerta exterior que les daba acceso sólo a esta ala.
Antes de llegar a la puerta, Jessica gritó—: Sr. Thornton.
—¿Mmm? —No levantó la vista de su computadora.
—Tenemos la carga de Rosie funcionando. Regresaremos más tarde
para trabajar en ella. ¿Podemos tener la llave para trabajar fuera del
horario?
—Suena bien. ¿Mmm? Oh, por supuesto. Sí. —El señor Thornton sacó
una llave del cajón de su escritorio.
Jessica tomó la llave de su maestro y las chicas se dirigieron a la puerta
del aula.
—Hasta luego, Sr. Thornton —gritaron al unísono mientras se
marchaban.
—Oh, adiós —les gritó.
Mientras se alejaban, Brittany dijo—: Dijo “adiós”, no “hasta luego”.
Jessica miró a su amiga.
—¿Y?
—¿Mmm? Oh, no lo sé. Supongo que suena como una despedida
definitiva, ¿sabes?
Jessica sonrió y abrazó a Brittany.
—¡Me matas!

✩✩✩
Jessica y Brittany, en los brazos de Derek y Roman, cruzaron el
concurrido estacionamiento frente a Burgerdom, un lugar de reunión de
comida rápida local conocido por tener las mejores hamburguesas del
condado e incluso los mejores batidos. Si no fuera por la comida, Jessica
no habría sido llevada ni muerta al lugar, estaba ubicado en un edificio de
color naranja brillante con forma de pan de hamburguesa. ¿Qué más cliché
podía ser? Pero era un buen lugar para estar después de la escuela.
El estacionamiento estaba lleno de autos, bicicletas y grandes grupos de
estudiantes que caminaban. Se reproducían al menos tres radios diferentes,
creando una guerra musical entre el rap, pop y el country. Algunas chicas
jóvenes bailaban en el borde del estacionamiento. Jessica reconoció a la
mayoría de sus compañeros de clase entre la multitud, y muchos de ellos
estaban viendo a las parejas reales dirigirse hacia el vestíbulo del
restaurante. Debido a que el pavimento era desigual, Jessica desvió la
mirada hacia sus pies. No iba tropezar y perjudicar su caminata perfecta.
Su atención abatida, sin embargo, no le advirtió de otros peligros
potenciales.
De repente, una bicicleta pasó junto a ella, sus ruedas traseras apenas
le fallaron los dedos del pie izquierdo. Ella vaciló, y si no hubiera sido por
el brazo de Derek, que rápidamente apretó con todas sus fuerzas, habría
perdido el equilibrio.
—¡Mira hacia dónde vas! —le gritó Derek a la ciclista.
Jessica miró hacia arriba para ver quién casi le había atropellado los
dedos de los pies y suspiró dramáticamente.
—Increíble —murmuró.
—¿Qué dijiste, nena? —preguntó Derek.
Jessica le sonrió. No quería hablarle de eso, así que sólo dijo—: Nada,
estudiantes de octavo grado.
—Ni me lo digas. Están por todas partes.
Jessica miró a Brittany, quien le dio a Jessica una rápida sonrisa. También
había notado que la chica de la bicicleta había sido Mindy. Jessica estaba
segura de que Brittany estaba pensando lo mismo: no pasaría mucho
tiempo antes de que obtuvieran su venganza.
—Oh, hombre —dijo Derek mientras abría las puertas dobles de vidrio
de Burgerdom—. Mira la fila. Esto es peor que los viernes por la noche
después de un partido.
Jessica notó el grupo de estudiantes en forma de semilínea presionando
en el local, esperando su turno para ordenar. Inhalando los olores de las
cebollas, las patatas fritas y las hamburguesas asadas al carbón, examinó las
mesas del pequeño comedor.
Cada una de las mesas de metal con cubierta naranja estaba ocupada.
Cada cabina azul oscuro estaba abarrotada de adolescentes. Y la mitad de
ellos, no pudo evitar notarlo, eran munchkins, claramente estudiantes de
séptimo y octavo grado.
—Ya es bastante malo que estén en nuestra escuela, ¿pero ahora
también se están apoderando de nuestros lugares de reunión?
—Lo sé —dijo Brittany.
Era asombroso que Brittany hubiera escuchado a Jessica. El nivel de
ruido en el lugar era más de concierto de rock que de restaurante. Jessica
se echó el pelo hacia atrás y levantó la barbilla.
—Disculpen —dijo lo suficientemente fuerte como para que los chicos
frente a ella se giraran. Dio un paso hacia ellos—. Tienen que dejarme
pasar. —Lo dijo en el mismo tono que su madre usaba para todos los que
trabajaban para ella. Era un cruce entre imperioso y tranquilizador, la
combinación perfecta para hacer que una persona sintiera que no sólo era
imposible para ellos decir que no, sino que se sentirían mejor después de
decir que sí.
Los chicos se separaron y Jessica entró por la abertura. Cuando alcanzó
la siguiente barrera de chicos, repitió el proceso. En menos de veinte
segundos, se paró en el mostrador plateado brillante frente a una cocina
llena de perdedores vestidos de naranja y azul corriendo que eran
demasiado pobres o demasiado feos para conseguir un trabajo decente.
Más de esos perdedores se paraban detrás de dos cajas registradoras. Uno
de ellos llevaba una etiqueta con su nombre que decía: IRWIN.
Irwin estaba llamando a una orden, pero miró a Jessica y le sonrió.
—Hola, Irwin —dijo en un tono que sugería que no podría estar más
feliz de ver a nadie—. ¡Hoy estás luciendo el naranja y el azul!
Irwin, un tipo flaco con mala piel y peores dientes, se sonrojó.
—Hola, Jessica —dijo mientras contaba el cambio para el trío frente a
su registro.
Tan pronto como Irwin cerró su registro y los tres chicos que agarraban
un número 17 naranja comenzaron a moverse a un lado, Jessica se paró
frente a los siguientes en la fila.
—¿Podrías traernos lo de siempre, Irwin? —Se giró e hizo un gesto
hacia Derek, Brittany y Roman, que aún no habían logrado atravesar la
multitud.
Jessica se deleitó en secreto con sus habilidades superiores para
separarse de la multitud. Brittany era bastante buena para conseguir una
habitación para cumplir sus órdenes, pero no podía competir con Jessica.
Irwin miró a su alrededor y frunció el ceño.
—Um… —comenzó.
—Sé que eran los siguientes. —Jessica hizo un gesto a las chicas que
respiraban en su cuello… literalmente. Una de las chicas estaba masticando
chicle de uva, y no sólo su aliento caliente sobre la piel de Jessica, el olor a
uva era lo suficientemente fuerte como para dominar los olores de la
parrilla.
—Pero tenemos tanta prisa, por los deberes y regresar a casa y tal. Si
tan sólo pudieras… —Ella movió su cabello y clavó sus ojos azules en los
de color marrón pálido de Irwin.
Se encogió de hombros y marcó la orden.
Uno de los chicos detrás de Jessica protestó—; Amigo.
Irwin intentó tranquilizarlo.
—Esto sólo tomará un segundo.
La chica del chicle, una jugadora de voleibol cuyo nombre Jessica no
podía recordar, no tenía que hacerlo; la chica no era nadie por quien valiera
la pena preocuparse —suspiró ruidosamente, exhalando un aliento de
goma de mascar en el cabello de Jessica. Tendría que ir a casa y ducharse
antes de que ella y Brittany regresaran a la escuela para comenzar a
programar Rosie Porkchop.
—Muchas gracias, Irwin —dijo Jessica. Sacó dinero de su mochila y pagó
la comida. Sabía que Derek le reembolsaría el dinero de inmediato. Nunca
quería que ella pagara por nada. Ese es el trabajo de un hombre, decía
siempre. Era muy dulce.
Irwin tomó su dinero, le dio el cambio y le entregó un plástico naranja
n° 18. Ella le dedicó una sonrisa diseñada para dejarlo sintiéndose especial,
aunque claramente no lo era; luego se volteó.
La chica del chicle le dio a Jessica una mirada dura.
Jessica se acercó a su oído.
—Supéralo. Y es posible que debas invertir en unas pinzas. Tus cejas
están creciendo juntas.
Jessica se alejó y no le importó ni un poco que la chica del chicle le
estuviera mirando la espalda. Jessica podía sentirlo, pero no le importaba.
Cuando Jessica regresó a Brittany, Derek y Roman, le entregó a Derek
el número 18.
—Aquí tienes. Una vez que tengamos la comida, comamos en tu
convertible. Está demasiado ruidoso aquí.
—Claro, nena. Fue increíble como saltaste la fila. —Hizo la pantomima
de un delantero defensivo cargando hacia el senior de campo. Jessica le
hizo una mueca de beso y luego entrelazó su brazo con el de Brittany—.
Dejemos que los chicos se encarguen de la multitud rabiosa.
Brittany asintió.
—Seguro.
Ella y Jessica se agitaron el cabello al unísono y salieron del restaurante,
con sus pasos en perfecta sincronía.

✩✩✩
Eran más de las ocho cuando Jessica y Brittany regresaron a la escuela.
Entre pasar el rato con los chicos y luego irse a casa a ducharse y luego
tomarse el tiempo para rehacerse el cabello y el maquillaje y decidir qué
atuendos de programación eran perfectos, tomó un tiempo antes de que
pudieran regresar.
Dejándose entrar por la puerta trasera del ala desierta, se pararon en
el largo y silencioso pasillo y contemplaron los treinta metros que tenían
que recorrer para llegar al aula.
El pasillo sólo estaba tenuemente iluminado por luces de emergencia,
que ponían las paredes bronceadas desnudas, el piso de linóleo beige
rayado y los casilleros que alineaban el pasillo en sombras lúgubres. Los
casilleros de esta parte de la escuela no se usaban, al menos no
oficialmente. Jessica sabía que algunos se dejaban mensajes en los casilleros.
No pudo evitar preguntarse qué más podría haber escondido en ellos.
Debido a los casilleros vacíos y las paredes y pisos igualmente desnudos,
todos los sonidos parecían amplificados. La respiración de Jessica y Brittany
sonaba como si viniera de veinte chicas en lugar de dos.
—Es tan espeluznante aquí cuando no hay nadie cerca —dijo Brittany.
Su voz resonó por el pasillo.
—También dijiste eso la última vez que tuvimos que quedarnos hasta
tarde —le recordó Jessica, chocando con Brittany.
—Sí, probablemente lo hice. Pero sigue siendo cierto.
—Sí. —Jessica se giró y se aseguró de que la puerta exterior se cerrara
detrás de ellas. Cuando encajó en su lugar, asintió—. Estamos encerrados.
—Sí, pero, ¿con quién? —preguntó Brittany, visiblemente temblando—
. Sabes que no sería difícil para un pervertido colarse en la escuela durante
el día y luego esconderse y esperar hasta que todos los demás se hayan ido
y…
Jessica golpeó a Brittany en el brazo.
—¡Para! Me vas a asustar a mí también. —Se frotó los brazos, que ahora
estaban cubiertos de pelos espinosos.
—Perdón.
Jessica tomó la muñeca de Brittany.
—Vamos.
—Deberíamos haber traído a los chicos —dijo Brittany.
—Entonces no haríamos nada —señaló Jessica.
—Es cierto.
—Vamos. Una vez que estemos en el salón de clases, cerraremos la
puerta como lo hicimos la última vez, si eso te hace sentir mejor.
—¿A mí? Tú también tienes la piel de gallina —acusó Brittany.
—Está bien, tampoco me gusta estar aquí.
Brittany tiró del brazo de Jessica.
—Démonos prisa.
Con sus pasos resonando a su alrededor, Jessica y Brittany se
apresuraron por el pasillo. Ninguna comentó cuando ambas de vez en
cuando miraban por encima de sus hombros.
Jessica se sintió aliviada cuando llegaron al aula de robótica y empujaron
la puerta para abrirla. Brittany buscó a tientas el interruptor de la luz antes
de que la puerta pudiera cerrarse.
La última vez que estuvieron fuera del horario de clases, descubrieron
que la puerta del aula no se cerraba. Hubo una discusión sobre si superar
su paranoia o simplemente ceder a ella. La conversación había resultado
en una estrategia de “ceder”: empujaron una de las mesas del salón frente
a la puerta. Esta vez, no perdieron el tiempo con la discusión. Sin hablar,
se movieron juntas a la mesa más cercana y la empujaron para bloquear la
puerta.
Luego ambas se voltearon, exhalaron e inspeccionaron la habitación.
Las luces fluorescentes del techo en el salón de clases aliviaron algo del
factor escalofriante de estar en el ala desierta. Sin embargo, ese alivio fue
contrarrestado por la presencia inquietante de todas las partes robóticas
en la habitación. Brazos y cabezas de metal y torsos incorpóreos no eran
precisamente una decoración reconfortante.
Jessica y Brittany fueron al fondo de la habitación donde Rosie todavía
estaba en su carrito. Conectada tanto a la pared como a la computadora
portátil, parecía que estaba en cuidados intensivos o algo así. En este punto,
si Rosie se moviera, Jessica habría salido corriendo de la habitación
gritando.
—¿Um, Jessica? —dijo Brittany.
Jessica negó con la cabeza.
—Perdón. Ahora me tienes asustada.
Brittany rodeó a su amiga con el brazo.
—Vamos, vamos a sentarnos y probar nuestro nuevo brillo de labios.
Eso nos hará sentir mejor.
Jessica asintió.
De camino a la escuela, se detuvieron en la tienda para comer algo en
caso de que estuvieran aquí un tiempo. Su celebridad favorita acababa de
lanzar un nuevo brillo de labios que les llamó la atención; por supuesto,
tuvieron que comprar algunos. Brittany jaló a Jessica hacia una silla junto a
la que se sentó.
Las chicas aplicaron su brillo, rosa para Brittany, rojo para Jessica, y se
miraron.
—Es precioso —dijo Jessica.
Brittany sonrió.
—Lo sé.
Jessica respiró hondo y alcanzó su computadora, que estaba justo donde
la había dejado.
—Está bien. Veamos si estamos listas para comenzar. —Tocó una tecla
para sacar la computadora del modo de suspensión y miró la pantalla.
Según la pantalla, la carga se completó.
Jessica comenzó a tocar las teclas.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —preguntó Brittany.
Jessica se rio.
—Probablemente no. Pero, ¿qué tan difícil puede ser? —Hizo un gesto
hacia la pantalla—. ¿Ves? El sistema de Rosie lo ejecuta un programa de
software que se puede modificar. —Miró la pantalla con el ceño fruncido
durante unos minutos, leyendo las líneas de código que ya estaban allí.
Brittany se inclinó y leyó por encima del hombro de Jessica.
—Parece que acaba de ingresar las frases descriptivas… como esa. —
Señaló la línea 41 del código, luego leyó lo que venía después del número
de línea—. “Extiende la mano # 7V800”. Creo que asigna un número a los
comandos de palabras simples.
—Creo que tienes razón —dijo Jessica, haciendo girar un mechón de
cabello súper suave alrededor de su dedo índice—. Sólo necesitamos hacer
una lista de todos los comandos que queremos programar en Rosie, y luego
podemos asignarles los números correctos e ingresarlos.
—Exactamente —dijo Brittany.
Jessica miró el código.
—De acuerdo, de manera realista, probablemente estemos limitadas en
lo que podemos hacer que Rosie haga, pero ¿qué tal si hacemos una lista
de deseos y luego vemos qué podemos hacer?
Brittany asintió.
—Gran idea.
Jessica minimizó la pantalla del software y abrió un documento en
blanco.
—Está bien, entonces, ¿qué queremos que nuestros pequeñas sirvientes
hagan por nosotras? —sonrió.
—Bueno, sería genial si nunca tuviéramos que ir a buscar algo para
nosotras. —Brittany se reclinó en su silla. La silla crujió, lo que envió un
temblor por la columna vertebral de Jessica. Ella lo ignoró.
—Entonces, básicamente, el comando sería 'buscar' —dijo Jessica,
riendo.
Brittany también se derrumbó.
—Sí. Tal vez sólo por diversión, podríamos poner 'volcarse' y 'hacerse
el muerto'.
Jessica echó la cabeza hacia atrás y se rio a carcajadas.
—¡Oh, Dios mío, basta! ¡Eso es demasiado bueno! —Escribió en su
documento, VOLCARSE. HACERSE EL MUERTO. Jessica se rio más fuerte—. Esto
me hace pensar en Titán. Si estuviera aquí, le daría los cinco.
Brittany le sonrió a Jessica.
—Ellas también deberían hacer eso.
Jessica asintió con entusiasmo.
—Deberían hacer todos los trucos de Titán.
—Girar —dijo Brittany y sonrió—. Y hacer una reverencia.
Jessica se rio entre dientes y escribió: DAR LOS CINCO. GIRAR. INCLINARSE.
—Suena bien, en serio —dijo Jessica— todo esto es bueno para reírse,
pero ¿qué podrían hacer que sea realmente útil?
Brittany se golpeó los dientes inferiores mientras reflexionaba.
—Llevar nuestras bolsas, pulir nuestras uñas, especialmente las uñas de
los pies, secar nuestro cabello, peinarnos… Pero primero Rosie tiene que
agarrar a esas pequeñas monstruos, levantarlas y ponerlas dentro de su
barriga.
Jessica pulsó las teclas de su computadora, pero luego buscó los papeles
que el Sr. Thornton le había entregado antes.
—¿Qué pasa? —peguntó Brittany.
Jessica la alejó.
—Trato de averiguar cómo podemos hacer que Rosie reconozca y se
dirija directamente hacia las dos mocosas mañana a primera hora—.
Después, hojeando todos los comandos posibles, notó una sección llamada
Sistema de Vocoder.
Aparentemente, el sistema de codificador de voz de Rosie, que le
permitía interpretar los comandos hablados, también podía diferenciar
entre las voces de adultos y niños. Actualmente estaba programada para
acercarse a los niños y evitar a los adultos, suponía que tenía sentido para
un animatrónico infantil. Jessica sonrió.
Las voces infantiles de Cindy y Mindy aún no habían cambiado, por lo
que Rosie se aseguraría de concentrarse en ellas. Jessica sólo tenía que
llevar el código un paso más allá para que Rosie se acercara y luego las
agarrara…
Cuando empezó a escribir, un ruido procedente del frente del aula la
hizo girar.
—¿Qué fue eso?
Brittany también se había girado. Ella estaba mirando con los ojos muy
abiertos al el escritorio del Sr. Thornton.
—¡Vi que algo se movió! — siseó Brittany.
—Creo que yo también —respondió Jessica en un susurro.
Ambas chicas se pusieron de pie.
Tomadas de la mano, dieron un paso tentativo hacia el frente del salón
de clases. En el segundo que lo hicieron, algo cambió en el escritorio del
Sr. Thornton.
Ambas saltaron hacia atrás.
—¡¿Qué fue eso?! —gritó Brittany.
Jessica negó con la cabeza y frunció el ceño. Miró alrededor del salón
de clases. Se sentía como si todos los ojos de robot en todas las cabezas
de robot las estuvieran mirando.
Tiró de la mano de Brittany y volvió a avanzar. Brittany se soltó para
agarrar un brazo robótico de uno de los tableros.
—Bien pensado —dijo Jessica.
—Lo sé —Brittany asintió varias veces.
Avanzaron juntas… hasta que un clic las detuvo. Jessica ladeó la cabeza,
escuchando. Escuchó un sonido de aleteo, como un pájaro batiendo sus
alas.
Brittany levantó el brazo robótico, preparándose para una pelea.
Jessica negó con la cabeza, pero volvió a avanzar y miró fijamente el
escritorio del Sr. Thornton. Brittany estaba a su lado.
De repente, algo salió disparado de detrás del escritorio del Sr.
Thornton y se deslizó por el suelo hacia ellas. Jessica gritó.
Brittany también gritó, pero también corrió. Corriendo hacia adelante,
todavía gritando, bajó el brazo robótico y lo estrelló contra el suelo. El
impacto produjo un crujido metálico. No, no en el suelo, en… algo en el
suelo. Brittany levantó el brazo y volvió a bajarlo. Otro crujido metálico.
—¿Qué es? —preguntó Jessica.
Brittany dio un paso atrás, con el brazo robótico todavía preparado para
la acción. Miró hacia abajo y no volvió a empuñar el brazo. Entonces, Jessica
se acercó a ella.
—Parece una rata —dijo Brittany.
—Sí, las ratas están hechas de metal.
Jessica y Brittany se miraron.
—¿Una rata robótica? —preguntó Brittany.
Volvieron a mirarla. Un cable de acero flexible que salió la parte
posterior de la rata robótica se movió. Brittany lo pisoteó. El cable dejó de
moverse.
Brittany miró a Jessica, frunció el ceño y luego miró alrededor de la
habitación.
—¿Crees que algo más vaya a cobrar vida?
—¿Además de Rosie? Espero que no. —Jessica miró las partes robóticas
en los tableros de clavijas con cautela. Un escalofrío se deslizó por su
cuerpo. Se lo quitó de encima.
—Vamos, terminemos esto para que podamos salir de aquí.
—Me parece perfecto —respondió Brittany.
Jessica se sentó de nuevo en la mesa del fondo y miró la pantalla de su
computadora.
—¿En qué iba?
Brittany se sentó junto a Jessica, todavía agarrada con fuerza al brazo
robótico.
—Estabas poniendo los comandos 'agarra al niño' —dijo Brittany.
—Verdad. —Jessica empezó a escribir de nuevo.
Cuando terminó, preguntó—: Está bien, ¿qué más queremos que hagan?
—Bueno, parecen bastante inteligentes. Me pregunto si su poder
cerebral podría interactuar con la IA de Rosie. ¿Podrían hacernos la tarea?
—Hmm. Eso sería genial, pero creo que se necesitaría un programador
mejor que yo para codificar eso.
Brittany suspiró.
—Sí. Sólo pensé en lanzar la idea.
—Me gusta. Quizás sea algo que podamos agregar más tarde. Podríamos
convencer a uno de los nerds de las computadoras para que nos ayude.
—Oh, eso es brillante —dijo Brittany.
—Así que volvamos a los comandos de todos los días.
—¿Preparar un batido?
—¡Es buena! —Jessica tecleó—. Y empacar almuerzo. —Escribió un
poco más.
—¡Verdad! —dijo Brittany—. ¿Qué hay de cocinar?
Jessica arrugó la cara pensando, luego comenzó a escribir.
Brittany se inclinó y miró.
—Oh, comandos básicos de cocina. Buena idea.
—Es algo que tendremos que hacer más tarde, pero pienso que
deberíamos ponerlo en la lista.
Jessica se recostó.
—Está bien, bueno, probablemente debería empezar a programar para
que Rosie recoja a las chicas y se las ponga en la barriga. Luego haré los
comandos para obtener cosas y traerlas a nosotras. —Comenzó a escribir.
Brittany señaló la pantalla de la computadora.
—Creo que lo entendiste al revés. ¿No es ese el código para los niños,
no para los adultos?
Jessica miró y negó con la cabeza.
—Tienes buen ojo. Perdón. Momento rubia.
Se miraron y se rieron.
Jessica volvió a escribir.
La programación fue mucho más difícil de lo que pensó que sería, y
después de una hora más o menos, sus ojos estaban cansados. Extendió la
mano, se frotó la nuca y se encogió de hombros hacia las orejas.
—Me ofrecería para encargarme por un tiempo —le dijo Brittany—
pero sabes que soy un desastre con la programación.
Jessica asintió.
—No te preocupes.
Brittany echó la silla hacia atrás.
—Podría frotarte los hombros.
Jessica sonrió.
—Eso sería genial. ¡Gracias!
Brittany adoptó el acento de una doncella británica.
—Bienvenida, milady. —Comenzó a frotar los hombros de Jessica.
Entonces ella se detuvo—. Deberíamos hacer que Rosie nos llame
“milady”.
Jessica sonrió.
—¡Es una gran idea! —Entrecerró los ojos hacia la pantalla y comenzó
a escribir.
Jessica trabajó en el código de Rosie durante tres horas más. Era pasada
la medianoche cuando escribió el último código y se sentó.
—Está bien, si hicimos esto bien, estos comandos deberían haberse
puesto en Rosie cuando los creamos. Todo lo que tenemos que hacer
ahora es desconectarla, desenchufarla de la pared y encenderla.
Desconectando su computadora, Jessica miró el panel de control de
Rosie.
—Ella está completamente cargada. Creo que si la activamos ahora,
estará lista para funcionar por la mañana. Luego, puede atrapar a Cindy y
Mindy cuando lleguen aquí a primera hora.
—Tenemos que asegurarnos de llegar a tiempo para que podamos ver
eso —dijo Brittany. Miró su reloj de oro—. No tendremos mucho tiempo
para un sueño reparador.
—No necesitamos mucho un sueño reparador —le dijo Jessica.
Se rieron. En un movimiento perfectamente sincronizado, ambas
sacaron su brillo de labios y se refrescaron los labios, luego se levantaron
de la mesa.
—Adelante, actívala —le dijo Jessica a Brittany.
Brittany sonrió y metió la mano detrás del cuello de Rosie. Ella accionó
un interruptor.
Tan pronto como lo hizo, la tapa del panel de control de Rosie se cerró.
Con un clic y un zumbido, Rosie parpadeó. Su cabeza giró de un lado a
otro.
Su mirada se posó en Jessica. Parpadeó de nuevo y se giró para mirar a
Brittany.
Otro clic sonó desde el interior de Rosie, y ella se levantó del carrito.
Una vez que estuvo fuera del carrito, se quedó quieta, mirando a
Brittany.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Brittany.
Jessica negó con la cabeza.
—Tal vez se esté preparando. —Metió su computadora portátil en su
mochila y comenzó a cerrar la cremallera del paquete.
Antes de que Jessica pudiera cerrar su mochila, Rosie extendió la mano
y agarró a Brittany por los hombros.
Brittany gritó.
—¡Ay! ¿Qué está haciendo?
Jessica se dirigió hacia Rosie y su amiga y las miró con incredulidad.
Las manos rosadas de Rosie estaban completamente apretadas sobre el
bíceps derecho de Brittany.
Brittany intentó soltarse del agarre de Rosie, pero eso sólo ocasionó
que los dedos metálicos de Rosie, acolchados sólo un poco por su fieltro
rosa, se hundieran más profundamente, cortando la piel desnuda de
Brittany, y sacándole sangre.
Jessica vio con horror como la sangre goteaba hasta el codo de Brittany
y goteaba sobre su camisa. Brittany gritó—: ¡Jessica, haz algo! —Brittany
intentó alcanzar con su brazo libre desactivar a Rosie, pero antes de que
pudiera, la fuerza hidráulica de Rosie tiró a Brittany y la hizo girar boca
abajo. La puerta de acceso al vientre de Rosie se abrió con un silbido, y
Rosie levantó a Brittany y la alejó de su vientre para que Brittany flotara en
el aire, paralela al suelo. Mientras Jessica intentaba averiguar por qué Rosie
estaba realizando lo que parecía un movimiento acrobático (no lo había
programado), Rosie comenzó a empujar a Brittany a través de la puerta de
acceso hacia el vientre de Rosie.
—¡Para! —le gritó Jessica a Rosie. Agarró a Brittany por la cintura y
trató de sacarla del agarre del cerdo animatrónico.
¿Qué había salido mal? ¿Por qué Rosie estaba metiendo a Brittany
dentro de la cavidad de su estómago?
Jessica tuvo sólo unos segundos para pensar en estas preguntas antes
de que Brittany gritara de nuevo. Dejando a un lado su confusión e
incredulidad, Jessica tiró más fuerte. Los gritos de Brittany se volvieron
más estridentes, pero por lo demás, los esfuerzos de Jessica no tuvieron
ningún efecto.
Rosie estaba metiendo implacablemente a Brittany en su estómago.
Jessica no podía detenerla.
Brittany entró en la cavidad abdominal con los pies por delante y no se
fue tranquila ni fácilmente. Pateando sus piernas locamente, Brittany gritó
a todo pulmón mientras estaba metida en el estómago abierto de Rosie.
Entre gritos estridentes, Brittany gritó—: ¡Apágala! ¡Apágala!
Jessica soltó la cintura de Brittany e intentó agarrar a Brittany por los
hombros, pero obviamente Brittany no estaba pensando con claridad y se
retorció salvajemente.
Jessica finalmente logró agarrar la parte superior de los brazos de
Brittany, pero no era rival para la fuerza de Rosie.
Entonces, Jessica trató de hacer lo que Brittany estaba cantando
ahora—: ¡Apágala! ¡Apágala! ¡Apágala!
Jessica no podía comunicarse con el panel de control de Rosie. El torso
de Brittany y el implacable agarre de Rosie bloqueaban el camino.
Jessica corrió detrás de Rosie para poder llegar al interruptor desde el
otro lado del cerdo.
Brittany siguió gritando y peleando.
—¡Sólo espera! —gritó Jessica—. La apagaré.
Jessica alcanzó el interruptor de activación del cerdo, pero Rosie era
significativamente más alta que la pequeña adolescente. Incluso de puntillas,
Jessica no podía alcanzar el cuello de Rosie.
Saltando para intentar alcanzar el interruptor, Jessica volvió a fallar. Lo
intentó dos veces más, y finalmente dejó de saltar y se agarró a una silla.
Mientras arrastraba la silla para colocarla detrás de la espalda de Rosie,
Jessica se dio cuenta de que Rosie había soltado los brazos de Brittany. Vio
a Brittany girarse para intentar salir por la puerta de acceso abierta. Pero
su cuerpo no sólo impidió su alcance, tan pronto como Rosie soltó los
hombros de Brittany, Rosie agarró su cabeza. Pasando sus dedos por el
peinado hacia atrás de Brittany, Rosie apretó su cráneo.
Los ojos de Brittany se abrieron de par en par. Giraron de un lado a
otro, buscando escapar. Al ver a Jessica, le dio a su amiga una mirada
suplicante. El rostro de Brittany estaba cubierto de sudor. En la práctica de
porristas, siempre bromeaban sobre cómo las porristas nunca sudaban.
Brillaban. Bueno, la cara de Brittany no brillaba. Estaba empapada de sudor
desesperado.
Antes de que Jessica pudiera decirle algo a Brittany para tratar de
tranquilizarla, Rosie empujó la cabeza de Brittany dentro de la cavidad de
su estómago. Brittany trató de girarse y alcanzar la puerta, pero antes de
que pudiera, se cerró de golpe con un sshhh de succión.
Estaba sellada.
Jessica miró fijamente, con la boca abierta. Luego se tapó la boca con
una mano. Su amiga estaba atrapada dentro de Rosie Porkchop.
—¡Brittany! ¿Brit? ¿Puedes oírme? —gritó Jessica.
Por un instante, la habitación quedó en silencio. Jessica se dio cuenta de
que su corazón latía con tanta fuerza que se sentía como si los latidos
rápidos latieran en sus oídos. Luego, más allá del latido de su cabeza,
escuchó el gemido ahogado de Brittany.
—¡Sácame de aquí!
—¡Lo estoy intentando! —gritó Jessica—. Sólo espera.
Jessica terminó de colocar la silla y se subió a ella.
Brittany seguía llorando y gritando. La mayor parte de lo que gritó fue
incomprensible, pero Jessica no necesitaba entender las palabras de su
amiga para entender su significado. Brittany estaba aterrorizada y quería
salir del cerdo.
Incluso un idiota podría darse cuenta de eso, y Jessica no era una idiota.
Deseaba que Brittany se callara para poder concentrarse, pero entendía
por qué seguía gritando. Jessica también habría estado gritando si estuviera
atrapada dentro de esa cosa.
—Estoy trabajando para desactivar a Rosie. Sería útil si pudieras estar
callada por unos segundos. Sé que estás asustada, pero tus gritos me están
asustando también.
Pasaron un par de segundos de silencio. Entonces Brittany gritó—:
¡Estar aquí dentro me está volviendo loca!
Jessica, a pesar de la situación, no pudo evitar sonreír. Brittany estaba
siendo graciosa incluso en una situación como esta.
—Saldrás en unos segundos —le gritó Jessica a Brittany.
Jessica se concentró en alcanzar los controles de Rosie. Incluso en la
silla, la caja de control era difícil de alcanzar, pero Jessica finalmente pudo
abrir la tapa. Sin embargo, una vez que la abrió, se dio cuenta de que los
botones y las palancas estaban en un ángulo que los ocultaba de su vista.
Tendría que seguir tocando.
Buscó los controles que sabía que estaban allí.
Desde el interior de Rosie, Brittany gritó—: ¿Cuánto tiempo más? —Su
voz era incluso más aguda que nunca. Estaba atrapada, y Jessica estaba
segura de que Brittany estaba llorando.
—Ya es suficiente —le dijo Jessica a Rosie.
Jessica buscó a tientas, buscando el botón correcto. Sin embargo, en
lugar de un botón, sus dedos activaron un interruptor de palanca.
Rosie Porkchop se sacudió tan violentamente que retrocedió hasta la
silla de Jessica y la volcó. Jessica cayó al suelo, se giró el tobillo y se golpeó
la cabeza con el borde de una mesa cercana.
—¡Maldición! —espetó, frotándose la cabeza.
Luego se giró para mirar a Rosie.
Parpadeó confundida.
Rosie estaba convulsionando.
Y desde el interior de Rosie, Brittany dejó escapar un sonido que Jessica
nunca había escuchado antes y no quería volver a escuchar. Sonaba como
una mezcla entre un aullido y un chillido. Era fuerte, no sonaba ahogado en
absoluto, y claramente era el sonido de un dolor insoportable. La única
otra vez que Jessica había escuchado un sonido como ese fue cuando el
gato de su vecino fue atropellado por una cortadora de césped.
Antes de que Jessica pudiera reaccionar a los gritos de su amiga, estos
se detuvieron.
Rosie estaba perfectamente quieta.
—¡Ay Dios mío! —gritó Jessica, luchando por ponerse de pie—.
¡Brittany! ¿Puedes oírme?
Jessica comenzó a jadear en pánico total. ¿Qué le había pasado a
Brittany?
Rosie se quedó quieta.
Jessica reposicionó la silla para poder ver mejor el panel de control de
Rosie. ¿Qué interruptor había accionado?
Jessica miró los controles. Oh. Había cambiado el interruptor de MODO
TRAJE a ANIMATRÓNICO.

—Lo siento —murmuró. Rápidamente volvió a poner el interruptor en


TRAJE.

Tan pronto como se movió el interruptor, la puerta de acceso a la panza


de Rosie se abrió de golpe.
—¡Sí! —Jessica dio un puñetazo al aire.
Corrió para ayudar a su amiga a salir del cerdo animatrónico.
Cuando se acercó al lado de la panza del cerdo, lo primero que Jessica
notó fue que el interior de la puerta de acceso no era del gris plateado que
tenía cuando la vio por última vez. Tampoco estaba seco. Era-
«¿Eso es sangre?»
Mientras Jessica miraba, una gruesa gota roja se desprendió del borde
de la puerta y cayó sobre el suelo de goma gris. Ella lo miró boquiabierta.
Se le erizaron los pelos de la nuca.
Su cerebro de repente se volvió lento. Tenía problemas para procesar
lo que significaba la sangre. La sangre y el hecho de que Brittany no
estuviera trepando para salir del cerdo le estaban diciendo algo. Algo que
no quería saber.
Jessica parpadeó, luego se inclinó hacia la puerta, lista para ayudar a
Brittany a salir.
—¿Brittany?
Jessica trató de ver el interior de Rosie, pero no pudo. Sin embargo,
pudo ver un trozo de tela vaquera pegado a un engranaje cerca de la tapa
de la puerta. Un trozo ensangrentado.
Jessica gritó y se puso de pie, empujando la silla hacia atrás mientras lo
hacía.
En los minutos que siguieron, disponía de unos segundos convincentes
en los que se preguntaba si su movimiento repentino era lo que reactivó a
Rosie. ¿Rosie habría permanecido sin moverse si se hubiera quedado
sentada en silencio hasta que llegara la ayuda? ¿Se habría quedado Rosie
congelada si Jessica se hubiera deslizado de la silla y se hubiera retirado
lenta y sigilosamente fuera del aula?
Nunca lo sabría. Porque eso no fue lo que hizo. Hizo un ruido fuerte y
se movió de repente.
La reacción de Rosie fue instantánea. Extendió la mano y agarró a Jessica
por los hombros.
En un movimiento idéntico al que usó con Brittany, Rosie volteó a
Jessica boca abajo y luego la colocó en una posición paralela al suelo.
Jessica gritó y empezó a agitarse. Golpeó las manos del cerdo.
—¡Suéltame! —chilló Jessica. Entonces ella simplemente comenzó a
gritar pidiendo ayuda—. ¡Ayuda! —gritó a todo pulmón, aunque sabía que
estaba sola.
Cuando se dio cuenta de lo inútil que era, le gritó a Rosie—: ¡Basta!
Esto fue igualmente ineficaz.
Mientras Jessica luchaba contra Rosie, parte de su mente, la parte que
todavía era capaz de pensar lógicamente, trató de averiguar qué había
hecho para que el cerdo agarrara a Brittany y ahora a ella. ¿Cómo se había
equivocado tanto en la programación?
Tan pronto como hizo la pregunta, la respuesta llegó en un fugaz
segundo de lucidez. Había estado escribiendo los códigos de nombre
cuando vieron a la rata robótica. Justo en medio de ese proceso, Jessica
había dejado lo que estaba haciendo. Cuando regresó a la computadora,
debió haber cambiado los códigos. Había revertido los comandos.
Cualquier cosa que hubiera programado para que Rosie le hiciera a Cindy
y Mindy, Rosie se lo haría a Jessica y Brittany. Y Jessica y Brittany se verían
obligadas a servir a Cindy y Mindy.
¿Por qué no había verificado su trabajo dos veces? Brittany había
sugerido que corrigiera las pruebas, pero Jessica no la escuchó. Jessica había
sido perezosa, y dado ese trozo de mezclilla ensangrentada y la completa
falta de sonido de Brittany, estaba bastante segura de que su pereza había
hecho que mataran a su amiga.
¿Le iba a pasar lo mismo?
Reanudó la lucha contra el cerdo con todo lo que tenía. Y aun así, no
fue lo suficientemente fuerte como para escapar del agarre de Rosie.
Pero tenía que seguir intentándolo.
Jessica comenzó a gritar, chillar, aullar, patear y golpear. Cualquier resto
de aplomo y gracia que solía tener se deshizo con cada maullido y cada
movimiento primordial que hacía.
La presencia de Jessica era cosa del pasado.
Pero nada de eso importó. A pesar de toda su resistencia, Jessica pudo
sentir su cuerpo deslizándose dentro del de Rosie. Los bordes ásperos de
la puerta de acceso al vientre rasparon sus caderas y luego su pecho antes
de raspar contra sus hombros retorcidos.
Esto no podría estar sucediendo.
Mientras Jessica estaba apretujada en el vientre de Rosie, trató de
agarrarse al interior de Rosie, con la esperanza de que detuviera su avance.
Sin embargo, cuando lo hizo, su mano se resbaló de la humedad viscosa.
Jessica se atragantó y buscó algo que agarrarse, algo que la ayudara a
desengancharse del decidido apretón de Rosie. Pero sus manos no
pudieron encontrar nada que la ayudara. Simplemente encontraron más
calidez blanda, todo lo que ahora quedaba de su amiga.
Jessica dejó de usar sus manos para encontrar una manera de liberarse.
En cambio, trató de mirar por la abertura del vientre de Rosie. Todo lo
que podía ver, porque estaba boca arriba, eran los brazos de Rosie y los
cuadrados de fibra de vidrio del techo del aula. Las brillantes luces
fluorescentes brillaron en sus ojos y los cerró. Abrió la boca y volvió a
gritar.
Tal vez todavía hubiera un conserje trabajando hasta tarde. No era
probable. Pero tampoco posible. Si existía la posibilidad de que alguien
estuviera cerca, tenía que seguir gritando.
Entonces lo hizo.
Nadie vino a ayudar.
Al igual que Rosie había hecho con Brittany, ahora apretó la mano sobre
la coronilla de la cabeza de Jessica. Empujó constantemente la cabeza de
Jessica dentro del vientre abierto.
Jessica notó que el brillo de sus párpados estaba desapareciendo.
Abrió los ojos justo a tiempo para ver que su cabeza pasaba por la
abertura del vientre de Rosie. Sólo un par de pulgadas más, y su cabeza
estaría completamente adentro.
Jessica tragó saliva y gritó más fuerte que nunca en su vida. No sirvió de
nada.
Rosie le dio a Jessica un último empujón, y Jessica sintió que la parte
superior de su cabeza se frotaba contra la puerta de acceso que se abría.
Giró la cabeza para tratar de ver a través de la abertura, y fue entonces
cuando vio…
Jessica chilló de nuevo y vomitó. Cerró los ojos con fuerza, tratando de
que su cerebro no repitiera lo que había visto.
Brittany ya no era ni remotamente Brittany. Ella era… sólo una masa de
piel revuelta, mechones de cabello rubio, trozos de hueso, tejido blanco
reluciente y nauseabundo y trozos de órganos picados. Parecía que Brittany
había sido pulverizada y untada por todo el interior del vientre de Rosie.
Lo que quedaba de Brittany estaba enredado en los mecanismos de Rosie,
los engranajes, las púas y las varillas, que ahora estaban pegadas a las
paredes del estómago de Rosie.
Jessica se obligó a abrir los ojos, y tan pronto como lo hizo, pensó que
podía ver fragmentos dentados que su cerebro le dijo que eran pedazos de
los huesos de Brittany. Ella se negó a escuchar su cerebro. No podía. Si se
permitía realmente reconocer que la estaban metiendo en una cámara letal
que ya había masticado a su amiga, perdería lo que quedaba de su mente.
Tenía que mantenerse concentrada si iba a encontrar una manera de
liberarse.
Jessica tragó bilis, apretó los dientes y comenzó a palpar el interior del
vientre de Rosie. Tenía que haber algún mecanismo que la liberara.
Sin embargo, no importó cuánto buscó, los dedos a tientas de Jessica
encontraron poco más que una esponjosidad húmeda y asquerosa que le
revolvió el estómago. En un momento, cerró el puño alrededor de lo que
supo, instantáneamente, que era un pedazo de los intestinos de Brittany.
En cuanto la masa pulposa se desplomó en sus dedos, el interior de Rosie
se llenó de un olor abominable, peor que cualquier asquerosidad que alguna
zorra pudiera haber dejado en un baño público. El estómago de Jessica dio
un vuelco en seco. Abrió la mano, la movió y volvió a intentarlo.
Esta vez, encontró una de las varillas afiladas que formaban parte del
sistema hidráulico de Rosie. Sintió que la sangre le salía de los nudillos y le
bajaba por el dorso de la mano.
¿Era su propia sangre? ¿Era de Brittany? ¿Importaba?
Pensando que podría encontrar algo si movía su cuerpo, Jessica giró
hacia su izquierda. Inmediatamente, sus continuos chillidos crecieron hasta
convertirse en frecuencias de rotura de cristales de altos decibelios.
Enyesada al otro lado del estómago del animatrónico estaba la cara de
Brittany, luciendo como si le hubieran quitado de la cabeza y fuera colgada
de una de las puntas que ahora estaba retraída contra la pared interior.
Aun conservando su forma, y con sus brillantes ojos azules todavía en sus
órbitas, el rostro de Brittany era una máscara espeluznante.
La máscara estaba ensangrentada en los bordes, pero por lo demás,
parecía indemne por la destrucción que los sistemas de Rosie habían
causado en el cuerpo de Brittany. Los iris de Brittany estaban donde
deberían haber estado. Su nariz estaba perfectamente. Y su nuevo brillo de
labios, extrañamente, todavía estaba en su lugar.
Jessica se quedó boquiabierta ante el rostro, incapaz de apartar la
mirada… hasta que la puerta de acceso a la panza se cerró de golpe con
un último, muy fuerte WHOOSH y un CLANK reverberante. Entonces todo
lo que pudo ver fue oscuridad.
El chillido de Jessica se atascó en su garganta y empezó a ahogarse. ¿O
era algo más en su garganta?
Oh Dios, lo era. Algo goteó de los mecanismos de Rosie y cayó dentro
de la boca de Jessica. Sabía a…
Jessica echó la cabeza de un lado a otro y escupió tan fuerte como pudo.
Había probado algo cobrizo y salado. Jessica escupió un poco más y
trató de levantar la mano para limpiarse la boca. Al principio, su mano se
quedó atrapada entre su pecho y un engranaje. Pero lo soltó y se limpió la
palma de la mano con la lengua. Sintió que se le revolvía el estómago.
Estaba bastante segura de que se había tragado un trozo de piel de
Brittany. Recordó lo sudorosa que estaba Brittany cuando desapareció en
el vientre de Rosie. Si su cara había estado sudando, el resto de ella
también.
Jessica pensó que acababa de saborear su sangre y sudor.
—¿Jessica?
Jessica se quedó helada.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí fuera? Estoy aquí dentro. ¡Dentro del cerdo!
¡Sácame de aquí!
Trató de golpear el interior del vientre de Rosie, pero nuevamente se
encontró con engranajes y varillas. Y ella también, una vez más, sintió
demasiadas partes del cuerpo de Brittany. Detuvo sus manos y escuchó.
—Ayúdame, Jessica —dijo la voz.
¿Ayudarla? ¿Qué estúpida chica quería la ayuda de Jessica? ¡Era Jessica
quien necesitaba ayuda! Jessica abrió la boca para gritarle a quien estuviera
hablando.
Pero luego se detuvo.
«Espera un segundo», pensó. «Esa voz».
No venía de fuera de Rosie.
Había venido de…
—Jessica, creo que podríamos haber metido la pata —dijo la voz.
La respiración de Jessica se detuvo.
Era Brittany. Esa era la voz de Brittany.
¿No estaba muerta?
¿Cómo era eso posible?
—¿Brit? —susurró Jessica.
—Jessica —respondió Brittany—. Me alegra que estés aquí. Tengo frío.
¿No estaba muerta?
¿Cómo es que no estaba muerta?
Jessica no había hecho un inventario de las partes de Brittany. Había
tratado de no mirar mucho la espantosa agonía. Pero estaba bastante
segura de que no había visto nada más que pequeños trozos aniquilados de
carne, hueso y tejido humano dentro del cerdo animatrónico, eso y la cara
despegada. No había forma de que Brittany pudiera estar viva.
—No es posible —dijo Jessica en voz alta.
—Estás segura —dijo Brittany.
Jessica movió las caderas para tratar de evitar que una barra le
presionara el pie.
Se obligó a inhalar y exhalar uniformemente por la boca. No volvería a
usar la nariz dentro de este matadero.
De acuerdo, si Brittany estaba muerta, ¿por qué estaba escuchando su
voz?
Justo cuando Jessica tuvo el pensamiento, escuchó un clic.
Contuvo el aliento. El interruptor.
«No, no el…»
En el más breve de los instantes, Jessica pasó del pensamiento a nada
más que sensación, y la sensación fue peor que cualquier dolor imaginable.
Cada terminación nerviosa de su cuerpo registró un ataque catastrófico y
letal, y luego… Nada.
La conciencia de Jessica fue sólo oscuridad. Sin aplomo. Sin gracia. Sin
presencia.
No había realeza aquí. No había nada más que oscuridad.

✩✩✩
Mindy y Cindy trotaron hacia la puerta del aula de robótica. Llegaron
unos minutos antes, como de costumbre. No podían esperar para mostrar
a la clase más tarde hoy lo que habían hecho con el animatrónico perro
que el Sr. Thornton les había asignado en la clase de segundo año. Mindy
sabía que el Sr. Thornton les permitiría ponerse de pie y hablar de ello.
Ambas estaban felices de hacer eso.
Tanto Mindy como Cindy vestían de rojo hoy. Fue un accidente total.
Mindy tenía puesto su jersey de pana favorito con una blusa de volantes
roja y amarilla.
Cindy llevaba un vestido rojo nuevo que su madre le había comprado
en el centro comercial la noche anterior. Tenía mangas abullonadas, que
Cindy le había mostrado a Mindy cuando la mamá de Cindy recogió a Mindy
para llevarlas a las dos a la escuela.
—Totalmente mag —había dicho Mindy.
Ella y Cindy no estaban muy al tanto de las jergas de la escuela
secundaria. Esa podría haber sido una de las razones por las que no
encajaban. Pero no importaba. No les importaba si encajaban.
Mindy empujó la puerta del aula de robótica, pero no se movió. Algo
estaba encajado contra esta.
—¿A la cuenta de tres? —preguntó Cindy, mirando hacia su amiga.
Mindy asintió.
—¡Uno! !Dos! ¡Tres! —Las amigas empujaron con todo su peso la
puerta y ésta se abrió. Había una mesa frente a ella, como si alguien la
hubiera atrincherado.
Pero la habitación estaba, como esperaban, vacía.
Bueno, casi vacía.
Cuando entraron en la habitación, lo primero que vieron Mindy y Cindy
fue a Rosie Porkchop. El cerdo animatrónico que estaba parado a unos
metros de la puerta, mirándolas con una sonrisa feliz. La cola rizada del
cerdo zumbó en espiral.
—Hola, Rosie —dijo Mindy.
Rosie levantó su brazo derecho. Ambas chicas la miraron.
Cindy inclinó la cabeza.
—Creo que quiere que le des los cinco.
Mindy se rio y le dio una palmada en la mano al cerdo. Rosie se puso de
pie, giró en círculo, hizo una reverencia y luego dijo—: Hola, Mindy.
Mindy arqueó las cejas.
—¿Cómo es que sabe tu nombre? —preguntó Cindy.
Mindy negó con la cabeza.
—No lo sé. —Ella miró a su alrededor. ¿Crees que el Sr. Thornton la
programó con todos nuestros nombres? Cambiando el perro animatrónico
que sostenía, empujó a Cindy.
—Intenta decir hola.
Cindy se encogió de hombros.
—Hola, Rosie. —Ella estornudó.
—Hola, Cindy. Salud.
Cindy se rio.
La voz de Rosie le sonó familiar a Mindy. ¿Por qué?
—Oye —dijo Cindy—. ¿No suena un poco como esa chica mala?
Sacó un pañuelo de papel del bolsillo y se sonó la nariz.
—¿Cuál? —preguntó Mindy. Ella y Cindy se habían encontrado con más
de unas pocas chicas malas en esta escuela.
Mindy no entendía en absoluto por qué la gente se metía con ellas sólo
por ser más jóvenes. De hecho, no tenía idea de por qué la apariencia de
una persona los separaba de ciertos círculos sociales. Las personas eran
personas. Los niños eran niños. ¿Cuál fue el problema?
—La que va a ser la reina del baile de bienvenida —dijo Cindy.
—¿Brittany? —Se secó la nariz y arrugó el pañuelo—. Oh, ella.
—No, la reina es Jessica. Brittany es la princesa.
Cindy asintió y sus rizos rojos se movieron alrededor de sus mejillas
pecosas.
Mindy miró a Rosie. ¿Rosie sonaba como Jessica? Decidió ver si Rosie
decía algo más.
—¿Qué estás haciendo aquí, Rosie? —preguntó ella.
—Estoy aquí para servirte a ti y a Cindy —dijo Rosie con el suave timbre
de Jessica.
—¡Guau! —Mindy sonrió. Se giró hacia Cindy—. Tienes razón. Es su
voz.
Cindy asintió. Se paró frente al rostro ansioso de Rosie.
—¿Qué quieres decir con “servirnos”? —le preguntó Cindy al cerdo
animatrónico.
Rosie hizo un torpe movimiento de pies y luego hizo una reverencia.
Soy sus damas de honor. Las trataré como a reinas. Haré lo que quieran
que haga para ayudarlas y facilitarte la vida. Sólo digan lo que necesitas, por
favor.
—¿Damas? —repitió Mindy—. Sólo hay una de ustedes.
—Soy sus damas de honor —repitió Rosie.
—Quien la haya programado necesita una lección de gramática —dijo
Cindy.
Mindy se rio.
—Reinas, ¿eh? —se rio.
Rosie asintió.
—Sí, son reinas. Se merecen lo mejor.
—No puedo discutir con eso —dijo Mindy—. ¿Tú puedes, Cindy?
Cindy negó con la cabeza. Ella extendió su mochila.
—¿Puedes llevar esto por mí?
Rosie asintió feliz y tomó la mochila de las manos extendidas de Cindy.
Se dirigió hacia Mindy.
—¿Milady? ¿Puedo llevar la suya también?
Mindy resopló.
—¿Milady? Esto es hilarante. —Miró a Rosie. Rosie le devolvió la sonrisa
fija, esperando pacientemente.
Mindy se encogió de hombros.
—Está bien. Esto se está volviendo un poco pesado. —Le entregó el
perro animatrónico a Rosie. Rosie se lo tomó con calma.
—Puedo llevar mi mochila —dijo Mindy.
—Como usted dese —respondió Rosie.
Cindy se rio e hizo un pequeño baile feliz.
—¡Esto es lo más genial del mundo! —Estornudó de nuevo.
—Salud —dijo Rosie de nuevo.
Cindy sonrió.
—¡Me encanta esto! —sacó otro pañuelo y se sonó la nariz.
Mientras se limpiaba la nariz, Cindy miró hacia abajo. Frunció el ceño al
suelo.
—¿Eso es-
Señaló al suelo y Mindy siguió la dirección de su dedo.
Vio una gota de algo espeso y rojo.
—Debe ser pintura —dijo Mindy.
Mindy agarró la mano libre de su amiga. Juntas, saltaron al frente del
aula de robótica, con Rosie trotando detrás de ellas.
El Sr. Thornton entró en el aula mientras Mindy y Cindy tomaban sus
asientos y Rosie Porkchop colocaba la mochila de Cindy y el animatrónico
de las niñas en la mesa frente a ellas y se sentó.
El Sr. Thornton hizo una pausa y miró al cerdo enarcando una ceja. Miró
del cerdo a Mindy y Cindy y luego de nuevo al cerdo.
—¿Tú y el otro equipo, eh, Jessica y Brittany, intercambiaron
proyectos…?
Mindy y Cindy intercambiaron una mirada.
—Sí —respondió Mindy rápidamente—. Espero que no le moleste.
El Sr. Thornton se encogió de hombros.
—No puedo discutir los resultados con…
Él asintió.
—Bien hecho, chicas. Han domesticado al monstruo, pero déjame
comprobar algo… Se arrodilló junto al cuello de Rosie y accionó un
interruptor.
No pasó nada. Metió la mano debajo de su vientre, palpó alrededor y
luego dio un tirón.
No pasó nada.
Se enderezó.
—Bien. Aparentemente, ha sido desactivado.
—¿Que tiene? —preguntó Mindy.
El Sr. Thornton hizo un gesto con la mano como si el tema no fuera
importante.
—Oh, vi un artículo anoche sobre los viejos trajes springlock mitad
animatrónicos y mitad disfraz… —Señaló a Rosie Porkchop—. Este era
uno de ellos.
Fueron sacados de servicio porque se los consideró demasiado
peligrosos para ser usados… Aparentemente, a veces estos viejos
animatrónicos cambiaban de modo automáticamente debido a un problema
técnico en la programación, así que… —Palmeó la gran cabeza rosada de
Rosie—. Pero ahora se ve lo suficientemente segura, y claramente han
hecho un gran trabajo reprogramándola.
Mindy y Cindy intercambiaron miradas y luego sonrieron al Sr.
Thornton. Mindy sonrió cuando Rosie metió una extensión de su pie
delantero en la mochila de Mindy y sacó su bloc de notas.
—Gracias, Rosie —chirrió Mindy.

✩✩✩
Dentro de Rosie, fusionados con la estructura metálica entrelazada de
los mecanismos de la máquina, dos rostros incorpóreos sin vida se
miraban. Aunque los labios de ambas caras tenías un brillo de labios
perfectamente aplicado, las bocas custodiadas por ese brillo nunca
volverían a hablar. Los dos rostros se miraban fijamente el uno al otro en
perpetuo silencio, con sus rasgos encerrados en expresiones retorcidas de
horrorosa comprensión.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
con su familia Texas.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora
de reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de
las computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en
la costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
Larson se inclinó sobre su escritorio, frunciendo el ceño ante la pantalla
de su computadora. Odiaba seguir los rastros de papel, o más exactamente,
los rastros electrónicos. Todos los formularios, atrapado detrás de su
escritorio durante días seguidos, era la parte que menos le gustaba del
trabajo policial. Prefería estar en el campo, hablar con testigos y perseguir
sospechosos. Pero a pesar de su molestia, este tipo de investigación
también era importante.
Durante días, había estado tratando de rastrear la historia del edificio
donde había encontrado la piscina de pelotas. Pero había aterrizado en un
atolladero de transacciones inmobiliarias y permisos comerciales. El
edificio había sido el hogar de tantas empresas fallidas que intentar seguir
las transferencias hacía que sus ojos ardieran. Este no era su fuerte.
Larson se recostó y se frotó los ojos que le picaban. Las direcciones y
los números de teléfono se estaban difuminando.
Al abrir los ojos, su mirada se posó en Chancey, que caminaba hacia la
máquina de café. Larson no estaba loco por Chancey, pero Chancey era el
único otro detective en el bullpen en este momento. Roberts y Powell
estaban testificando en el tribunal esta tarde, y los otros detectives habían
salido a tomar un café. Al menos la ausencia de Roberts y Powell significaba
que el bullpen olía mejor que de costumbre. El único olor que percibía
Larson procedía de los restos amargos de la cafetera.
—Oye, Chancey —gritó Larson.
Chancey se volteó, sonrió y se dirigió hacia Larson.
—¿Qué sucede? —preguntó.
Larson le hizo señas para que se acercara. Señaló la pantalla de su
computadora.
—¿Eres bueno para rastrear propiedades de bienes raíces? Encontré un
lugar tan complicado que no puedo encontrar ni cara ni cruz.
Chancey acercó una silla al escritorio de Larson. Las patas de la silla
rasparon el suelo. Larson olió a colonia picante.
—Sí —respondió Chancey—. Es tan fácil como un pastel de manzana.
Larson enarcó una ceja.
—Um, está bien. —Volvió a señalar su pantalla.
—¿Qué piensas de esto?
Chancey examinó la pantalla y luego tomó el teclado de Larson.
—¿Te importaría?
Larson agitó su aprobación.
Chancey tomó el control del teclado y escribió a una velocidad
ultrarrápida durante varios minutos. Más direcciones y números de
teléfono aparecieron en la pantalla. Larson sintió que se acercaba un dolor
de cabeza.
Finalmente, Chancey se reclinó. Sacudió la cabeza.
—Este lugar ha tenido más nombres y dueños que pulgas un perro
callejero.
Larson frunció el ceño.
—¿Pero quién es el dueño ahora?
Chancey señaló la pantalla.
—Bueno, ahí es donde nos tiran del toro. No puedo saberlo con una
inmersión rápida.
Larson estudió a Chancey. La personalidad del vaquero era molesta,
pero el hombre no era estúpido.
—¿Crees que podrías si le dedicaras algún tiempo?
—Seguro, haría mi mejor esfuerzo —dijo Chancey.
Larson entregó a Chancey parte del expediente de la piscina de pelotas.
Guardó los resultados del laboratorio y los agregó a una pila de archivos
que había extraído un par de horas antes.
—Adelante —dijo Larson.
Chancey tomó el expediente y sonrió. Luego se fue a buscar el café que
había estado buscando en primer lugar.
Larson miró a su alrededor para asegurarse de que nadie había entrado
en el bullpen para ver en qué estaba trabajando. Seguía solo.
Sacando un bloc de notas amarillo, abrió el informe del laboratorio y el
archivo superior de la pila que había creado, luego se puso a trabajar.
Tardó una hora en terminar sus listas. En ese momento, un par de
detectives habían regresado, pero no le estaban prestando atención a él.
Larson dejó el bolígrafo y estudió las páginas que tenía delante.
Esa misma mañana, había comenzado a cotejar las fechas asociadas con
las muestras de sangre con las fechas de otros delitos. Esperaba relacionar
las muestras de sangre con asesinatos sin resolver. Eso no sucedió, pero
los había vinculado a algo.
Resultó que las fechas de las muestras de sangre coincidían con
incidentes extraños, que iban desde personas desaparecidas hasta casi
cualquier otro tipo de fenómenos extraños imaginables. En más de un
incidente, los padres informaron que sus adolescentes habían encontrado
un cuerpo extraño parecido a un robot, como un maniquí de metal, poco
antes de que los adolescentes desaparecieran. Larson hojeó todas esas
declaraciones. Al principio, se sintió tentado, como los detectives que
habían tomado las declaraciones, de descartar los informes como las
confusas divagaciones de padres asustados. Pero los detalles que dieron los
padres eran demasiado similares:
El cuerpo parecía femenino, con un rostro pálido y demacrado
decorado con un tosco maquillaje de payaso.
Ahora que Larson había hecho sus listas, podía ver que un adolescente
había desaparecido durante varios de los períodos de tiempo asociados
con las muestras de sangre que Larson había tomado. No todos los
adolescentes estaban asociados con el maniquí de metal, pero la
desaparición de todos los adolescentes sucedió en una fecha que figura en
la lista de muestras de sangre de la piscina de pelotas. ¿Qué significaba eso?
La sangre no podía pertenecer a los adolescentes porque era la misma
sangre. ¿A quién pertenecía?
Larson hizo a un lado sus listas y comenzó a hojear los archivos de
nuevo.
Revisó foto tras foto de adolescentes felices o de rostro hosco. No
revelaron nada que él…
«Espera un segundo».
Larson volvió a una foto que acababa de dar la vuelta. Buscó en su cajón
una lupa. Sosteniendo el vaso sobre la foto, miró más allá del hombro de
una de las chicas desaparecidas. Y ahí estaba detrás de una… ¡el maniquí
de metal con cara de payaso! Era real.
Y ahora Larson sabía cómo era.
Larson examinó el maniquí de metal con atención. Su rostro era
esquelético, como si la capa más delgada de piel gris enferma se hubiera
extendido sobre su cráneo. La piel estaba pintada de manera chillona, con
una boca de color rojo manzana dulce y círculos rosados en las mejillas, lo
que le daba la horrible apariencia de payaso que algunos de los padres
habían mencionado. Sus ojos grandes y hundidos eran hoyos oscuros, y su
boca pintada de rojo estaba muy estirada, revelando una boca llena de
dientes grandes e irregulares. Larson no sabía si estaba sonriendo o
mostrando los dientes en agresión. El escaso cabello rojo de la cosa estaba
recogido en trenzas gemelas en la parte superior de su cabeza, un peinado
extrañamente infantil para algo tan horrible. Todo en la cosa de daba
escalofríos a Larson. También lo hacía el extraño colgante de corazón de
dibujos animados que colgaba de su cuello. No estaba seguro de por qué
el corazón le daba escalofríos, pero lo hacía.
Larson rápidamente giró a revisar los archivos y notó algo que no había
notado antes. Pasó de un lado a otro de los informes. Finalmente, tomó su
bolígrafo y anotó una nota al final de sus listas.
Ahora también tenía algo más. Un nombre.
Aunque la mayoría de los incidentes aparentemente no estaban
relacionados, alguien debió haber investigado su conexión en un momento
dado porque un experto de algún tipo había sido llamado en más de una
ocasión. Un Dr. Talbert, al parecer, se especializaba en un misterioso
material llamado remanente.
El remanente, según los investigadores que lo habían visto, parecía
“mercurio líquido burbujeante”, pero nadie sabía lo que hacía. Nadie había
podido tener en sus manos una muestra, por lo que nunca se había
analizado.
¿Cómo encaja todo esto? ¿Y qué tenía que ver con el Stitchwraith?
Larson no lo sabía. La piscina de pelotas podría haberlo estado visitando
en sus visiones, pero no parecía llevarlo a ninguna respuesta… al menos a
ninguna respuesta que tuviera sentido.
La única opción de Larson era localizar al Stitchwraith. El Stitchwraith
era el corazón de todo. Quizás Larson obtendría sus respuestas cuando lo
encontrara.

✩✩✩
A Jake le había llevado varios días, pero finalmente lo había logrado. O
al menos eso pensaba él. Estaba bastante seguro de haber encontrado al
padre de Renelle.
Mientras cuidaba a Renelle para que recuperara su salud, Jake le había
sacado tantos detalles como pudo sobre su padre y dónde había vivido.
Había sido complicado porque no quería que ella supiera lo que estaba
haciendo. Estaba bastante seguro de que ella se resistiría a cualquier idea
de volver a casa. Claramente extrañaba a su papá, pero se ponía tensa cada
vez que Jake lo mencionaba.
Jake había intentado obtener la información tocando a Renelle,
esperando ver sus recuerdos como había visto los del hombre detrás del
contenedor de basura. Pero desafortunadamente, probablemente debido
a su historial con las drogas, los recuerdos de Renelle eran inconexos y
confusos. Le parecían tan extravagantes como todavía se sentía el nombre
de Renelle. Continuó pensando que Renelle tenía otro nombre, pero no le
había preguntado sobre eso. Con todo, nada de lo que Jake había recibido
de Renelle le había dado pistas sobre dónde vivía su padre.
Y debido a que los recuerdos de Renelle estaban revueltos, Jake no
había podido usarlos para calmarla. No había podido elegir uno bonito y
hacer una burbuja con él como lo había hecho con el vagabundo.
Aun así, Renelle estaba mucho mejor. La comida que Jake había logrado
conseguirle había funcionado de maravilla.
—Estás tranquila esta noche —dijo Renelle.
Era tarde en la noche. El sol se había puesto sólo durante una hora más
o menos. La noche fuera de la ventana del cobertizo estaba despejada. Una
luna casi llena proyectaba un rayo de luz amarillo pálido en el cobertizo.
Renelle acababa de terminar una lata de cóctel de frutas y se estaba
trenzando el pelo en coletas. A pesar de que no había podido lavarlo, a
Jake todavía le parecía bonito.
—Tengo algo que decirte —le dijo Jake—. Pero no estoy seguro de si
vas a estar contenta conmigo.
Renelle se rio.
—Has sido más amable conmigo que nadie desde que murió mi madre.
¿Por qué no estaría contenta contigo?
Jake decidió que era hora.
—Quiero llevarte a casa —dijo. Se preparó para su reacción.
Renelle inclinó la cabeza y estudió a Jake. Su expresión no cambió.
Ella simplemente se encogió de hombros y dijo—: Está bien.
Bueno, eso fue más fácil de lo que había pensado.
—Oh —dijo Jake.
Renelle volvió a reír, pero parpadeó como si estuviera conteniendo las
lágrimas.
—¿Cuándo?
Por un segundo, Jake se puso nervioso. Pero luego se puso de pie.
—¿Qué tal ahora?
Renelle asintió, se puso de pie y le tomó la mano de metal. Jake empujó
la puerta para abrirla y juntos salieron del cobertizo y se dirigieron hacia
las vías del tren.
La casa de Renelle estaba en las afueras de la ciudad y las vías conducían
a la calle en la que vivía su padre.
Jake y Renelle no tardaron en caminar desde el cobertizo hasta la calle
correcta. Renelle tenía más fuerza en sus piernas de lo que esperaba Jake.
Caminaban por una zona más rural que urbana. Las casas eran en su
mayoría de un solo piso y extensas. Jake pensó que el estilo de las casas
aquí se llamaba contemporáneo. Decidió que no era algo que le gustara.
De alguna manera, las casas no parecían muy atractivas. No eran
acogedoras y cálidas como la pequeña casa en la que había crecido.
Cuando dejaron las vías por primera vez, Renelle había seguido a Jake
como si no supiera a dónde iban, pero ahora los pasos de Renelle se volvían
más seguros.
Jake se preguntó por qué había trabajado tan duro para averiguar dónde
estaba su padre.
Debería haberle preguntado a Renelle dónde vivía. Ella parecía no tener
resistencia a regresar a casa… al menos no hasta que llegaron a la casa.
El padre de Renelle vivía en una casa blanca que parecía una colección
de bloques de construcción para niños. Era incluso más rígida que las otras
casas modernas de la zona. Los distintos trozos de la casa tenían grandes
ventanales, todos cubiertos con cortinas. La luz se filtraba a través de las
cortinas, iluminando un patio delantero mayormente de hormigón y piedra.
«Es poco atractiva», pensó Jake.
Cuando los pasos de Renelle vacilaron en el porche de la casa, Jake la
tomó de la mano.
—Está bien. Me aseguraré de que no sea malo contigo.
Renelle miró a Jake. Ella sonrió.
Tocó el timbre.
Tan pronto como sonó el timbre, la puerta principal se abrió. «Bueno,
eso fue extraño», pensó Jake.
—Ponlo en el vestíbulo —gritó una profunda voz masculina—. Iré en
un momento.
Jake miró a Renelle. Parecía haber recuperado los nervios. Entró a la
casa y dijo—: Papá debe recibir muchas entregas.
Jake siguió a Renelle a través de la puerta y se detuvo tan pronto como
estuvo dentro.
La casa era más acogedora por dentro. El sofá de la sala de estar era de
un verde suave y relajante y estaba repleto de almohadas de aspecto
cómodo. La mesa de café estaba llena de revistas y había un cómodo sillón
con una lámpara de pie al lado. Parecía un lugar excelente para acurrucarse
y leer.
Mientras Jake miraba a su alrededor, Renelle atravesó la habitación
como si fuera una galería de arte. Parecía feliz de estar en casa.
Jake miró más allá de ella y vio una pared de fotografías. Dio un paso
hacia él.
La primera foto que vio fue la de dos hombres, ambos con batas de
laboratorio.
Uno tenía la cara larga y áspera y el pelo negro y tupido y grisáceo. El
otro tenía la cara redonda y el pelo corto y gris. Jake conocía al segundo
hombre. ¡Había armado el endoesqueleto en el que estaba Jake! En las
semanas transcurridas desde que Jake se encontró en este cuerpo de
metal, había descubierto que el nombre de ese hombre era Phineas
Taggart. ¿El padre de Renelle era amigo de Taggart?
Jake continuó examinando las fotos en la pared. Luego vio algo que le
habría hecho revolver el estómago, si hubiera tenido uno… En una de las
fotos, el Dr. Talbert sonreía feliz con una niña preadolescente. La niña tenía
el pelo negro y rizado y ojos castaños oscuros. Se parecía al Dr. Talbert…
era su padre.
«Pero espera», pensó Jake, mirando de un lado a otro entre la foto y la
chica que estaba frente a ella. «Renelle no tiene cabello negro rizado ni
ojos castaños oscuros. No se parece en nada a la chica de la foto».

✩✩✩
Larson aparcó en la calle frente a la extraña casa de bloques. Chancey,
el vaquero de Cornpone, podía resultar molesto, pero era increíble en las
investigaciones.
Larson cruzó el patio delantero de cemento (supuso que le ahorraría
tiempo al cortar el césped) y encontró la puerta principal abierta.
Parecía una invitación.
Entró al vestíbulo y se quedó paralizado, incapaz de creer lo que tenía
delante. Allí estaba el familiar rostro blanco con ojos negros hundidos, el
cuerpo del endoesqueleto. El Stitchwraith. De pie junto a él había una joven
con el pelo sin lavar y trenzado en coletas. Su ropa estaba gastada y sucia,
pero por lo demás parecía normal.
Pero lo que sucedió a continuación fue todo menos normal.
La chica estaba mirando la foto de una chica más joven, una
preadolescente con cabello negro rizado. Y luego, de repente, ella era esa
chica, pequeña, de cabello negro, adorable e inocente.
De aspecto inocente, pero no era inocente.
Larson sintió que sus entrañas se convertían en gelatina. Estaba
sucediendo. Otra de sus visiones. Se sintió hundirse en él, como arenas
movedizas. No pudo levantarse por sí mismo sin importar cuánto quisiera
hacerlo. Mientras miraba a la chica recién transformada, la máscara que
había creado para sí misma se desvaneció. Ya no vio el rostro sonriente de
una chica de pelo rizado, sino otro rostro que le resultaba demasiado
familiar. La enfermiza forma de calavera. Las mejillas pintadas con círculos
rosados.
La boca roja con sus dientes torcidos. El colgante en forma de corazón,
que parecía latir y palpitar. Ella era la de la foto, el payaso asomándose por
encima del hombro de la chica desaparecida. De la nada, un nombre
apareció en su cabeza: Eleanor.
Podía verla, pero también podía verla por dentro, y lo que vio fue una
fuerza negra y caótica que se alimentaba del sufrimiento humano. El miedo,
el dolor, la muerte… ella, no el Stitchwraith, era la culpable. Tanto en su
cabeza como en su corazón, Larson sabía que eso era cierto. Estaba más
seguro de ello que de cualquier otra cosa en su vida.
Estaba tan seguro que sacó su arma y apuntó.
Los ojos de la chica se encontraron con los suyos. Ella sonrió.
La habitación se desvaneció, al igual que todo lo familiar.
Los párpados de Larson se agitaron, luego se cerraron y cayó al suelo
con un ruido sordo.
—Eleanor —susurró antes de perder el conocimiento.
Estaba oscuro, pero había un brillo espeluznante, como si un letrero de
neón brillara desde el exterior de una ventana. Pero no había ventanas. No
había nada. Era un vacío.
Larson parpadeó con fuerza, tratando de ajustar su vista.
Entonces la vio a sólo unos metros por delante de él. Ella estaba de pie
frente a una mesa. Estaba de espaldas, pero su identidad era inconfundible:
las coletas rojas, el cuello largo, las curvas del cuerpo robótico.
Dio un paso más cerca.
Estaba trabajando en algo tan intensamente que no pareció notarlo
detrás de ella. Se acercó más.
El objeto que estaba acaparando toda su atención era un espantoso
peluche.
Sus largas orejas sugerían que era un conejo, aunque ciertamente era el
conejito de peluche menos lindo que Larson había visto en su vida. ¿Y qué
demonios le estaba haciendo? Con una mano, mantenía sus mandíbulas
abiertas más de lo que parecía posible. Con la otra, estaba empujando algo
en su boca, algo que hacía un sonido desagradable y blando al presionarlo.
Larson se acercó un poco y vio que era un diente, uno en una fila de
dientes humanos ensangrentados que ocupaban la mandíbula inferior de la
cosa. Sus ojos, según observó Larson, tenían un aspecto húmedo, con el
blanco salpicado de vasos sanguíneos rojos. «Ojos humanos». Se sentía
como si lo estuvieran mirando.
La chica payaso se rio, se dio la vuelta para mirarlo y luego se fue.
Larson sintió que el suelo se levantaba debajo de él. Se inclinó tanto que
comenzó a deslizarse hacia atrás. Luchó por encontrar el equilibrio. Una
vez que se puso de pie y el piso debajo de él se sintió nivelado nuevamente,
miró a su alrededor para ver que estaba en una habitación, aunque
desconocida. Era una sala de estar pequeña y modesta. Sobre el sofá
colgaba una fea manta hecha a mano. Sobre la mesa de café había un vaso
de aproximadamente un cuarto lleno de leche y un platillo con migas de
galletas. ¿Dónde estaba?
Miró a su alrededor, tratando de orientarse. El reloj digital en la estufa
de la cocina anunció la hora: 1:35 a.m.
Hubo un sonido, un rasguño frenético como si hubiera un animal
atrapado detrás de la puerta cerrada de la otra habitación. Un poco
aprensivo, Larson la abrió para dejar salir al gato o al perro.
Pero no había ni gato ni perro, y los arañazos continuaban
insistentemente desde el interior de la habitación. Larson se paró en la
puerta y miró dentro. El rasguño venía del exterior de la ventana.
Enmarcado en la ventana estaba la cara de payaso con las mejillas circulares
y la sonrisa roja. Estaba arañando la ventana con las yemas de los dedos de
metal. En la cama, una mujer joven se sentó agarrándose a las mantas, con
los ojos muy abiertos por el terror.
—Tiene que salir de aquí —le dijo Larson a la mujer—. Está en peligro.
Ella no miró en su dirección, no parecía capaz de verlo ni oírlo.
En cambio, miró a su alrededor frenéticamente sin detenerse a posar su
mirada en Larson o en la criatura asesina en la ventana, murmurando—; Es
la muñeca. Es la muñeca.
El suelo se elevó de nuevo. El dormitorio se derrumbó y Larson sintió
que también se caía.
Estaba de pie en la entrada de un quirófano. Dos hombres con batas
quirúrgicas estaban parados sobre una mesa en la que estaba atado a un
niño inmóvil. Sus ojos estaban bien abiertos y permanecieron abiertos
incluso después de que uno de los cirujanos intentó cerrarlos. Detrás de
la cabeza del niño, sujetándolo por los hombros, estaba la sonriente payaso.
Uno de los cirujanos encendió una pequeña sierra circular que zumbaba
amenazadoramente.
De alguna manera, Larson sabía que esta cirugía no salvaría al niño; en
cambio, era algo de lo que el chico necesitaba salvarse. Era Eleanor quien
lo estaba poniendo en peligro. Larson irrumpió en la habitación, dispuesto
a salvar al niño si podía.
Pero cuando llegó a la mesa de operaciones, el niño no estaba allí. Los
cirujanos se habían ido y sobre la mesa había un hombre.
O lo que quedaba de un hombre.
El cuerpo parecía haber sido quemado, era casi irreconocible: sin pelo,
sin rostro, casi sin piel excepto por una capa translúcida a través de la cual
se veía el pulso de sus órganos. Mientras Larson inhalaba ante la impactante
vista, su nariz se llenó del enfermizo olor a carne quemada: dulce, carnoso
y acre, todo al mismo tiempo. Tuvo arcadas y dio un paso atrás.
Mientras trataba de recuperarse, se dio cuenta de un sonido, ¿un
susurro?, que parecía provenir del cuerpo del hombre. La boca sin labios
del hombre no se movió. El sonido parecía provenir de su pecho. Larson
se inclinó para escuchar justo encima del visible corazón palpitante del
hombre.
Un par de manos de metal agarraron los hombros de Larson, y un
rostro familiar surgió de la cavidad corporal del hombre quemado. Los
círculos rosados de las mejillas estaban hechos de tejido del hombre; la
boca y los dientes estaban rojos de sangre. Las fuertes manos de metal
arrastraron a Larson dentro del cuerpo del hombre quemado.
Sólo había oscuridad. Trató de sentir lo que estaba a su alrededor, pero
sólo agarró aire. Luego se escuchó un silbido y él estuvo de pie en la
entrada de un laberinto iluminado por una luz negra. Claramente era una
especie de juego de niños. Había recortes coloridos de edificios como una
escuela y una estación de bomberos, pero alguien debió haberse vuelto
violento con el juego porque algunos de los recortes habían sido
arrancados y había parches en las paredes para reparar los daños.
Y allí estaba ella en medio del laberinto como un minotauro, guiñando
un ojo y saludando alegremente antes de salir corriendo. La persiguió, pero
era un hombre, no una máquina, y estaba física y mentalmente agotado. No
estaba seguro de cuánto tiempo podría mantener la persecución. Giró a la
izquierda, luego a la derecha, luego otra a la derecha, tratando de recordar
las direcciones en caso de que se perdiera y tuviera que dar marcha atrás.
Le dolían los ojos por la dureza de la luz negra.
Larson giró otra vez a la derecha y se topó con un niño, bueno, el
cuerpo de un niño.
El niño colgaba de la pared con clavijas de madera enterradas en su
espalda, y un charco de sangre se había acumulado en el suelo debajo de
sus zapatillas.
Larson sintió que podría volver a sentirse enfermo. Apartó la cabeza de
la perturbadora vista y vio a Eleanor apoyada en la puerta, sonriendo como
si estuviera contemplando una escena feliz.
Por alguna razón, el chico muerto también estaba sonriendo, como si él
y la chica payaso estuvieran compartiendo una broma privada.
El suelo se levantó como una trampilla. Larson cayó con fuerza y se
sorprendió al sentir la hierba y la tierra debajo de él. Estaba oscuro y el
aire era fresco y ventoso. Estaba afuera. ¿Pero dónde?
Se puso de pie y trató de deshacerse de su desorientación. Estaba de
pie a unos metros de una vía de tren. Se veía una figura de pie sobre las
vías.
Se acercó.
«Espera. Hay dos figuras».
Una era la horrible monstruosidad que había estado persiguiendo en
cualquier realidad alternativa o ruptura con la realidad que estaba
experimentando. El otro, sostenido en brazos del primero, era un chico
con algún tipo de disfraz. Eleanor lo hizo girar, sin duda haciendo que se
mareara y desorientara. El chico luchó y luchó, pateando sus largas piernas
(¿estaba vestido de pájaro?), Pero estaba enredado en su disfraz y no podía
liberarse.
A lo lejos, Larson escuchó el silbido de un tren.
Corrió hacia las vías. Eleanor giró la cabeza y miró a los ojos a Larson.
Soltó a su víctima, se levantó de un salto y se fue a través de un campo
cercano. El chico con el extraño disfraz de pájaro todavía estaba en las vías,
enredado en su extraño traje de pájaro y desorientado.
Larson lo apartó de las vías. Aterrizó en una cuneta, pero al menos no
se interpuso en el camino del tren.
Larson esperó mientras el tren pasaba rugiendo, luego comenzó a
correr por el campo hacia donde se había dirigido Eleanor. Pero pronto se
hizo evidente que ya era demasiado tarde. Se había ido. Larson se quedó
en el campo oscuro sin saber dónde estaba.

✩✩✩
Jake miró a la criatura en la que sólo podía pensar que no era Renelle.
Luego miró el cuerpo del oficial de policía que una vez había salvado. El
tipo acababa de entrar a la casa y se desmayó, golpeándose la cabeza contra
el suelo y susurrando el nombre de Eleanor. Demasiadas cosas extrañas
estaban sucediendo a la vez.
—¡Renelle! —gritó la misma voz retumbante que había gritado cuando
se abrió la puerta principal.
Jake se giró de nuevo y vio al hombre de cabello tupido de la foto correr
hacia Renelle. La No Renelle.
El Dr. Talbert envolvió sus brazos alrededor de su hija falsa y la apretó
con fuerza. Las lágrimas corrían por su rostro arrugado.
—¡Estoy tan feliz de que estés en casa! ¡Pensé que te había perdido para
siempre!
El doctor estaba tan concentrado en la chica en sus brazos que ni
siquiera miró a Jake. Pero la chica lo hizo.
La No Renelle miró directamente a Jake. Y le guiñó un ojo.
—Eleanor —dijo Jake.
Eleanor sonrió. La sonrisa fue incluso más triunfal que el guiño.
Jake no vaciló. Se lanzó sobre Eleanor y la golpeó contra una pared de
estantes.
Mientras el contenido de metal de los estantes caía en cascada sobre
Jake y Eleanor, Jake pensó en la última vez que había visto la cosa que había
fingido ser Renelle.
La última vez que la había visto, había estado liberándose del conejo de
la basura. Ella era lo que había desaparecido por la abertura de ventilación.
Todavía podía oír su horrible risa en su mente.
Jake ahora sabía que había tenido razón. Esta cosa, Eleanor, no el
hombre llamado Afton, había sido lo que impulsaba al monstruo gigante.
Afton, aunque inimaginablemente malvado, estaba demasiado débil en ese
momento. Eleanor le había dado su último estallido de fuerzas; pero él falló
y ella escapó. Y ahora lo había engañado para que la trajera aquí por alguna
razón. ¿Qué quería de él?
Cualquiera que fueran sus razones para traerlo aquí, no podían ser
buenas. Jake pensó que si la atacaba antes de que ella lo viera venir, podría
detener lo que fuera que estaba planeando.
Pero no había contado con lo inteligente y manipuladora que era.
Jake no había hecho más que golpear a Eleanor contra las estanterías;
sin embargo, cuando ella gritó y se apartó de él, tenía una herida de arma
blanca en el vientre. Estaba sangrando mucho.
Jake sabía que no había apuñalado a Eleanor. Miró hacia abajo y se
aseguró de que una parte de él no lo hubiera hecho accidentalmente. Buscó
bordes afilados, pruebas de que le había hecho daño. No. No tenía sangre
en absoluto. Ella se lo había hecho a sí misma.
Y tuvo el efecto que Jake estaba seguro que ella había planeado.
El Dr. Talbert gritó de rabia, metió la mano en un cajón del escritorio y
agarró algo que Jake no pudo ver.
Ese algo resultó ser un arma, como descubrió Jake cuando el Dr. Talbert
le disparó tres veces.
Dos de los disparos resonaron inofensivamente en el metal de Jake.
Pero el tercer disparo alcanzó la batería de su endoesqueleto.
Jake cayó al suelo, la batería lo absorbió.
Tan pronto como Jake cayó, el Dr. Talbert corrió hacia su “hija”.
—Vuelvo enseguida, Renelle —dijo. Salió de la habitación y reapareció
rápidamente empujando una mesa de metal rodante. La levantó sin
esfuerzo y la acostó sobre esta.
—Espera, Renelle. Puedo salvarte. El remanente te salvará.
Jake no podía moverse, pero podía oír y ver. Quería, con toda su
voluntad, decir—: Esa no es tu hija. —Pero no podía hablar.
Tan pronto como el Dr. Talbert dijo “remanente”, Eleanor sonrió.
¡Ella quería remanente! Por eso había engañado a Jake para que la trajera
aquí.
Pero, ¿qué era remanente? ¿Y por qué lo quería? Los destellos de los
recuerdos que sentía cuando estaba cerca de ella le permitían vislumbrar
su naturaleza.
No podía exactamente escuchar sus pensamientos, pero podía sentir las
palabras.
Poder. Vida. Eternidad.
El médico puso una almohada debajo de la cabeza de Eleanor y le dijo—
: Sólo relájate. Vuelvo enseguida. —Salió corriendo de la habitación y
regresó con una bandeja de metal rodante que contenía vasos de un líquido
plateado espeso y burbujeante. Acercó la bandeja a la mesa.
Mientras Eleanor miraba el líquido y sonreía ampliamente, el Dr. Talbert
sacó su teléfono y marcó un número.
—¿Seguridad? He tenido un robo. Gracias. Sí, ahora.
El Dr. Talbert miró a Jake. No parecía darse cuenta del hombre
inconsciente en el suelo. Eleanor contempló el burbujeante líquido como
si fuera la cosa más preciosa del mundo. Jake no podía moverse. Todo lo
que pudo hacer fue ver al Dr. Talbert comenzar a conectar los tubos a los
contenedores de la sustancia líquida.
El Dr. Talbert miró a Jake una vez más. Luego preparó una vía
intravenosa para transferir el líquido a lo que pensó que era su hija.
Jake trató de obligarse a sí mismo a moverse, pero la voluntad sin poder
físico era inútil. Los párpados del detective se agitaron y murmuró algo
incoherente, pero no recuperó el conocimiento. Eleanor miró a los ojos a
Jake. Ella seguía sonriendo.
«Es obvio que va sonreír», pensó Jake. «Ella ganó».
Algo estaba cambiando. El disfraz humano de Eleanor se estaba
desintegrando.
El cabello oscuro y rizado cayó de su cuero cabelludo pero desapareció
antes de que golpeara el suelo. La carne teñida de rosa de aspecto saludable
en su rostro se derritió para revelar una fina capa de piel gris enfermiza. El
Dr. Talbert retrocedió horrorizado.
Los enormes ojos muertos de Eleanor se hincharon y su boca manchada
de rojo se abrió, revelando el feroz zigzag de sus dientes. Miró a Jake, sus
ojos palpitaban, y su mandíbula desencajada se abrió de par en par.
Fazbear Frights

#11

Scott Cawthon
Elley Cooper
Andrea Waggener
Copyright © 2021 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados
Foto de TV estática: © Klikk/Dreamstime
Todos los derechos reservados. Publicado por Scholastic Inc.
Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
marcas comerciales y/o marcas comerciales registradas de
Scholastic Inc.
El editor no tiene ningún control y no asume ninguna
responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su
contenido.
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2021
Diseño de portada de Jeff Shake
e-ISBN 978-1-338-78597-5
Todos los derechos reservados bajo las convenciones
internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida,
descargada, descompilada, sometida a ingeniería inversa o
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en el futuro sin el permiso expreso por escrito del editor. Para
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Contenido

Portadilla
Copyright
Bromista
Niños Jugando
¡Encuentra al segundo jugador!
Acerca de los Autores
Rompecabezas
A lgunas noches Jeremiah se sentía como una de las últimas células de
un cuerpo moribundo. Cuando lo contrataron hace cuatro años, recién
salido de la universidad, la oficina era un lugar animado y dinámico, lleno
de gente llena con ideas. El jefe incluso aparecía regularmente en ese
entonces. La compañía había producido un par de videojuegos de éxito
moderado y todos se sentían seguros de que estaban mejorando.
Desafortunadamente, tenían un pésimo sentido de la orientación.
Los últimos tres años habían traído un número creciente de despidos y
una cantidad decreciente de ingresos. Jeremiah estaba en el proceso de
enviar su currículum a otros empleadores potenciales cuando la compañía
fue comprada repentinamente por Fazbear Entertainment y se le
encomendó la tarea de desarrollar su nuevo juego de realidad virtual.
Emocionado por la posibilidad de trabajar con la realidad virtual y con la
esperanza de que la exitosa franquicia le diera una nueva vida a la empresa,
decidió quedarse.
Además, en realidad no quería irse. Si se marchaba, podría perder a
Hope.
Hope, en este caso, se refería a una persona, no a una cualidad, aunque
Jeremiah tenía que admitir que puso muchas de sus esperanzas en Hope.
(Hope en este caso es un nombre, el cual significa/se traduce como esperanza.) Una de los tres
empleados que se quedaron en la oficina, Hope poseía todas las cualidades
humanas que Jeremiah atesoraba. Era amable y considerada sin ser una
presa fácil. Era inteligente e ingeniosa sin ser arrogante. Era trabajadora
pero también amante de la diversión.
No amaba a Hope por su apariencia, pero aun así tenía que admitir que
era encantadora a la vista. Los hombres que prefieren los tipos de chica
más llamativas podrían encontrarla un poco sencilla, pero en opinión de
Jeremiah, esos hombres eran demasiado obvios en sus gustos para apreciar
la belleza suave y natural de Hope. Tenía el pelo rubio ceniza hasta los
hombros que caía en suaves ondas alrededor de su rostro de rasgos
afilados. Tenía los ojos muy abiertos, marrones y parecidos a una cierva.
Sus labios eran delicados pétalos de rosa. Jeremías a menudo se preguntaba
si eran tan suaves como parecían.
Dado que Jeremiah veía a Hope todos los días, pensó que seguramente
algún día ella realmente lo vería y se daría cuenta de cómo se sentía. Había
intentado confesarle sus sentimientos en dos ocasiones diferentes. La
primera vez, sintió como si le hubieran cerrado la boca con
superpegamento. La segunda vez había abierto la boca, pero luego su único
otro compañero de trabajo, Parker, había irrumpido y se había apoderado
del centro del escenario, como siempre. A diferencia de Jeremiah, Parker
nunca tenía problemas para encontrar las palabras. Jeremiah a veces
deseaba que se le escaparan algunas.
Jeremiah estaba sentado en su escritorio, trabajando en la codificación
del juego de realidad virtual, absorto en su trabajo. Distraídamente levantó
su taza térmica para tomar un sorbo de café. Tan pronto como el líquido
tocó su lengua, sintió como si su boca se volviera del revés. El sabor era
insoportablemente amargo y, sin siquiera pensarlo, lo escupió, rociando la
pantalla de la computadora.
—¿Qué–?
—¡Oh, eso fue muy gracioso!
La voz de Parker resonó desde la puerta.
Se reía con su habitual maníaco hee-hee-hee.
—¡Fue un gran escupitajo! ¡Caíste! Lo tengo en mi teléfono. Te lo
mostraré.
Jeremiah miró hacia arriba para ver a Parker, con su cabello demasiado
peinado y su traje impecable, convulsionado por la risa. Para empeorar las
cosas, Hope estaba de pie junto a él, riendo tontamente y tapándose la
boca con la mano.
Su risa, a diferencia de la de Parker, era suave y encantadora, como el
repique de una campana. Jeremiah deseaba que ella se riera con él de alguna
broma privada que hubieran compartido en lugar de reírse de él, atrapada
en otra de las estúpidas bromas de Parker.
Jeremiah sabía que se estaba sonrojando. Miró la taza. Un olor acre salió
flotando de esta y le provocó un hormigueo en la nariz.
—¿Qué es eso?
Parker se rio aún más fuerte.
—¡Vinagre de sidra de manzana! Lo metí en tu taza mientras estabas en
el baño. En realidad se supone que es bueno para ti, pero probablemente
ayuda saber de antemano que es lo que estás bebiendo.
Hope negó con la cabeza, pero estaba sonriendo.
—Parker, eres terrible. —Sin embargo, su tono dulce no sonaba
negativo. Era como si le gustara que él fuera terrible.
—Mira esto —dijo Parker. Levantó su teléfono hacia Jeremiah. En la
pantalla, Jeremiah se vio a sí mismo trabajando sin darse cuenta, y luego
bebiendo un bocado del vil líquido. Vio como sus ojos se agrandaron y
escupió el vinagre de su boca, luciendo como una fea gárgola de piedra con
un pico por boca.
—Wow —dijo, tratando de sonar afable—. Realmente lo grabaste muy
bien.
—¡Claro que lo hice! —respondió Parker, pasando una mano por su
copete marrón sobregelificado. No mostró signos de detener su risa a
corto plazo—. ¿Cuánto tiempo crees que tardaría este vídeo en volverse
viral?
—No lo publiques —dijo Jeremiah, sonando más débil y más
desesperado de lo que pretendía. Ya estaba lo suficientemente
avergonzado con sólo dos personas presenciando la broma.
—Mira —dijo Hope. Tomó el teléfono de la mano de Parker y tocó la
pantalla—. Eliminado. Nadie más necesita ver eso excepto nosotros. —Su
voz era suave y reconfortante.
Jeremiah se sintió conmovido.
—Gracias, Hope.
Parker le dio un codazo a Hope.
—Aww, no eres divertida.
—Y tú eres muy travieso. —Hope rebuscó en su bolso y luego caminó
hacia el escritorio de Jeremiah. Sostenía una menta envuelta en su mano
extendida—. Toma, esto te quitará el desagradable sabor de la boca.
Jeremiah tomó la menta, dejando que sus dedos rozaran la palma de la
mano de Hope, era suave y tersa. Su anillo favorito, una aguamarina, por
su piedra de nacimiento, parpadeó en la luz mientras retraía la mano.
Preferiría tomar su mano que la menta, pero sabía que eso no era lo que
le estaba ofreciendo.
—Gracias —repitió. Se metió la menta en la boca. Era dulce. Como
Hope.
Parker le dio una palmada en la espalda.
—Fue una gran broma —dijo de nuevo, riendo—. Pero no hay
resentimientos, ¿verdad, amigo?
Jeremiah miró el rostro sonriente de Parker, con sus dientes grandes,
casi increíblemente blancos.
Había algo infantil en él, travieso pero no malévolo. No podía enojarse
con Parker.
—Por supuesto que no —le respondió Jeremiah—. Pero ten cuidado.
Puede que seas el siguiente.
—¿Eso crees? —dijo Parker con una de sus risas hee-hee-hee.
—Esto fue una gran broma, amigo. Inténtalo si puedes. ¡Muchos lo han
intentado, pero todos han fallado! —Salió de la oficina como si no quisiera
darle la espalda a Jeremiah.
Hope negó con la cabeza, sonriendo.
—Es como un niño pequeño.
—Estaba pensando exactamente lo mismo —dijo Jeremiah. Este hecho
lo hizo sentir extrañamente feliz. Hope y él eran tan compatibles que
incluso pensaban lo mismo—. Quiero decir, es bueno en su trabajo y todo,
pero psicológicamente… Yo diría que tiene unos ocho años.
Hope suspiró. Hubo un silencio incómodo que Jeremiah no pudo llenar,
y luego Hope dijo—: Bueno, creo que será mejor que vuelva al trabajo.
—¿Y de quién estás haciendo el trabajo hoy? —preguntó Jeremiah. Esta
pregunta era una especie de broma recurrente.
Hace tres años, Hope había sido contratada para trabajar en la
recepción de la oficina, pero a medida que disminuyó el número de
empleados, terminó haciendo el trabajo de varias otras personas. Sin
compensación adicional, por supuesto.
—Mayormente del director de relaciones públicas. Aunque más tarde
creo que me ascenderán como falsa jefa por un tiempo.
Jeremiah se sentó más derecho.
—Será mejor que me cuide y trate de actuar muy ocupado.
—Será mejor que lo hagas —dijo Hope, mostrando su pequeña y
encantadora sonrisa—. No querrás que la falsa jefa tenga que fingir que te
despide.
Jeremiah le devolvió la sonrisa, deseando poder pensar en una respuesta
ingeniosa.
—Bueno… —Hope levantó la mano en un pequeño saludo—. Espero
verte luego, Jeremiah.
—Estoy seguro de que lo harás —respondió Jeremiah. ¿Cómo podía no
verlo? Sólo había tres personas en todo el piso.
Pero al mismo tiempo, sabía que Hope en realidad no lo veía. No de la
forma en que él quería que lo hiciera. Y sin embargo, cada vez que ella
estaba en la habitación, sus sentimientos por parecían tan obvios. Cada vez
que ella se acercaba, él se sentía como uno de esos viejos personajes de
dibujos animados cuyos ojos se salen de sus órbitas y el corazón les late
visiblemente en su pecho. Pero aparentemente ella no lo veía así. O lo veía
como a cualquier otra cosa.
Jeremiah suspiró. Era hora de volver al trabajo.
✩✩✩
Jeremiah vivía en un sencillo apartamento de una habitación a poca
distancia de la oficina. Había vivido en lugares mucho peores cuando era
estudiante: apartamentos en el sótano con antiguas alfombras manchadas
y grifos que goteaban más de lo que corrían. Todo en este apartamento
estaba limpio, nuevo y en perfecto estado, pero era aburrido, soso y
completamente desprovisto de carácter. Era una cajita ordenada con
paredes color cáscara de huevo y alfombra beige, todo diseñado para ser
lo más neutral e inofensivo posible. Jeremiah sabía que colgar algunos
cuadros en la pared y agregar algunas plantas o cojines de colores ayudaría
en las cosas, pero nunca pudo reunir la motivación para decorar. Algo en
el apartamento se sentía temporal, como una habitación de hotel en la que
se iba a quedar por algunas noches, a pesar de que había firmado un
contrato de arriendo por un año.
Esta noche, tan pronto como llegó a “casa”, si eso es lo que era este
lugar, se quitó los pantalones caqui casuales de negocios y la camisa
abotonada y se puso una camiseta y un par de pantalones deportivos
andrajosos pero cómodos. Fue a la cocina, abrió la puerta del refrigerador
y examinó sus opciones. Pensó que probablemente debería comerse las
sobras de comida china para llevar antes de que se echara a perder. Agarró
la caja de papel blanco, un refresco y un tenedor, y se dirigió al sofá. Cogió
el mando a distancia y navegó por los canales mientras sorbía sus fideos
fríos de la caja.
Había una película de acción que parecía prometedora, una que había
querido ver cuando estaba en el cine, pero no había llegado a hacerlo. Se
acabó los fideos y observó al héroe, vestido con un costoso traje negro,
corriendo, saltando y golpeando a los malos. Se imaginó brevemente a sí
mismo vistiendo el mismo tipo de traje y dándole un puñetazo a Parker en
la cara. Pero sabía que nunca lo haría. Decididamente, no era un hombre
de acción. Era el tipo de persona que se sentaba pasivamente y observaba
cómo se desarrollaba la acción frente a él en una pantalla.
Cuando terminó la película cambió a un programa de entrevistas
nocturno, pero pronto se quedó dormido. Soñó, como solía hacer, con
Hope. Hope y él estaban en un restaurante elegante con luz tenue y
manteles blancos impecables. Llevaba un vestido de color rosa con un
escote redondo que mostraba sus hermosas clavículas. Él llevaba el mismo
traje negro que el chico de la película de acción. Estaban comiendo postres
franceses frou-frou, pot au chocolat para ella y creme brúlée para él, y se
inclinaron sobre la mesa para alimentarse mutuamente con cucharadas
dulces. No hablaban porque no necesitaban hacerlo. Incluso sin hacer
ruido, estaban en perfecta armonía.
Cuando sonó la alarma de su teléfono, Jeremiah se sobresaltó y miró a
su alrededor, desorientado. Había dormido en una posición incómoda en
el sofá toda la noche. Le dolía el cuello y había babeado sobre la tapicería.
Y ahora, como casi todas las mañanas, era hora de hacer el café, de
masticarse obedientemente un cuenco de cereal, de ducharse y ponerse
unos pantalones caqui limpios y un polo, todo en preparación para otro
largo día de trabajo.
El sueño que había disfrutado la noche anterior definitivamente había
terminado.
En la ducha, se dio a sí mismo una charla de ánimo. «De acuerdo, Hope
es completamente ajena a tus sentimientos, y cree que Parker es hilarante.
¿Pero sabes qué? Eres un buen tipo y Parker, en el fondo, es un idiota. ¿No
decía mamá siempre que la amabilidad es más importante? Entonces, tal
vez si sigues mostrándole a Hope lo agradable que eres, eventualmente se
dará cuenta de que no puede vivir sin ti».
La charla de ánimo ayudó muchísimo. Jeremiah silbó mientras se vestía
con un poco más de cuidado que de costumbre. Se afeitó un crecimiento
de barba de tres días e incluso se puso un pequeño “producto”, aunque no
recordaba cuándo ni por qué lo había comprado, en su cabello. Se miró en
el espejo. «Nada mal». No era un héroe de acción, pero se veía bien. Y él
era agradable. Ser agradable era la clave.
Caminó hacia la oficina con un salto en su paso y tomó el ascensor hasta
el quinto piso. Tan pronto como las puertas se abrieron, escuchó el sonido
de la risa de Hope.
Parker estaba sentado en su escritorio mostrándole a Hope algo en su
computadora. Ambos se reían.
Hope estaba parada justo detrás de él mirando la pantalla. Si alguno de
ellos ajustara sus posiciones por una pulgada, se estarían tocando.
—Hola, chicos —dijo Jeremiah.
Ninguno de los dos se apartó de lo que estaba en la pantalla.
—Hola, chicos —repitió Jeremiah, más fuerte esta vez.
—Oh, hola, Jeremiah —dijo Hope, favoreciéndolo con una sonrisa—.
No te escuché entrar.
«Nadie puede oír mucho cuando Parker está alrededor», pensó
Jeremiah.
Pero no dijo las palabras. Agradable. Eso era lo que iba a ser.
—Hola, Jeremiah, mi hombre —dijo Parker, sonriendo con su sonrisa
más falsa—. ¿Has tomado tu taza de vinagre esta mañana, o debería dártela
yo?
Hope le dio a Parker una pequeña palmada en el hombro.
—Detén eso ahora. —Se giró para mirar a Jeremiah con sus grandes y
hermosos ojos—. Jeremiah, sólo quiero que sepas que he hablado con
Parker, y ha prometido comportarse lo mejor posible hoy.
—Hice esa promesa. —Parker esbozó una sonrisa maliciosa—. El
problema es que mi mejor comportamiento aún no es tan bueno. Movió
las cejas teatralmente.
—Bueno, entonces vas a tener que ser mejor que tu mejor —dijo Hope,
aunque su voz todavía tintineaba de risa. Quiero decir, mira al pobre
Jeremiah allí. Sus nervios están destrozados.
«Al menos me está mirando», pensó Jeremiah, aunque deseaba que ella
no lo estuviera mirando con lástima.
Cuando Jeremiah llenó su taza en la estación de café, la olió para
asegurarse de que fuera realmente café. Incluso con Parker supuestamente
en su mejor comportamiento, no se puede tener demasiado cuidado.
Jeremiah se sentó en su escritorio y comenzó a trabajar en el juego.
Cayó en la pantalla y, durante unas horas, la combinación de creatividad y
resolución de problemas lo distrajo de pensar en la delgada distancia que
separaba a Hope y Parker en su escritorio esta mañana.
Llamaron a la puerta entreabierta. Saltó un poco a pesar de que el golpe
había sido tan ligero que apenas estaba allí. Cuando estaba inmerso en el
trabajo, volver a la realidad siempre resultaba un poco sorprendente.
Afortunadamente, era una agradable realidad a la que regresar. Hope
estaba de pie en la puerta, sonriéndole.
—Lamento romper tu concentración. Parker se está quedando sin
bocadillos. ¿Quieres uno también?
—Claro, gracias.
—¿Carne en conserva con centeno con mostaza extra, chips de tortilla
y pepinillos al lado? —preguntó Hope.
¿Fue patético cómo le dio un vuelco el corazón al escuchar que ella
conocía su pedido de sándwiches?
—Me conoces bien —dijo, sonriéndole.
—Es el único tipo de sándwich que te he visto comer.
—Lo siento, soy tan predecible. —Jeremiah se sintió repentinamente
seguro de que era la persona más aburrida del mundo. No es de extrañar
que Hope prefiriera el cañón suelto que era Parker.
—Oye, lo predecible puede ser bueno a veces. En un mundo
impredecible, es bueno saber que un sándwich de carne en conserva
siempre te hará feliz.
«Tú eres lo que me haría feliz», pensó Parker. Pero, por supuesto, no
lo dijo. Simplemente agradeció a Hope por tomar su orden del almuerzo,
luego se reprendió a sí mismo por su debilidad, por ser un cobarde
aburrido, predecible, que comía carne en conserva con centeno y que
nunca tuvo el coraje de expresar sus verdaderos sentimientos.
Regresó a su computadora y volvió a sumergirse en el mundo virtual.
Estaba teniendo mucho más éxito allí que en el real.
Media hora después, Hope apareció en su puerta de nuevo.
—Oye, Parker y yo vamos a almorzar en la sala de descanso. ¿Quieres
unirte a nosotros?
—Claro —respondió Jeremiah. No pudo evitar sentir que lo estaban
invitando como una ocurrencia tardía, pero no podía decir que no a
ninguna reunión que incluyera a Hope.
Se sentaron alrededor de la mesa en la sala de descanso. Jeremiah abrió
su caja de plástico para llevar. Sándwich de carne en conserva, chips de
tortilla y un pepinillo. Su predecible favorito.
—Oigan, ¿alguien vio Kingdom of bones anoche? —preguntó Parker,
arrancando un trozo de su sándwich de rosbif con sus gigantescos dientes.
Jeremiah recordó un documental sobre la naturaleza que vio con leones
arrancando grandes trozos de cebra con sus enormes colmillos. Temía que
Parker fuera el león aquí y él fuera la cebra.
Está en mi DVR. No lo he visto todavía, así que no digas spoilers —dijo
Jeremiah.
—No veo ese programa. Es demasiado violento para mí —dijo Hope,
mordisqueando delicadamente una esquina de su envoltura de verduras.
Era vegetariana porque decía que los animales eran amigos, no comida.
Jeremiah admiraba su buen corazón, sin mencionar su convicción y
autodisciplina—. Ya hay demasiada violencia en el mundo. No me gusta
verla actuada como entretenimiento.
Eso era lo que pasaba con Hope, pensó Jeremiah. Era una buena
persona. Tenía principios.
—Eres tan chica —dijo Parker en un tono que implicaba que ser una
chica era algo malo—. Apuesto a que ves comedias románticas en su lugar.
Hope esbozó una pequeña sonrisa de aspecto avergonzado.
—A veces lo hago.
Parker negó con la cabeza.
—Preferiría que me quemaran los ojos con un atizador caliente que ver
una sola comedia romántica.
—Bueno, afortunadamente esa es probablemente una elección que
nunca se presentará en tu vida —dijo Jeremiah.
—A menos que salgas con una chica que es muy enérgica al querer que
veas comedias románticas —dijo Hope, riendo con su risa burbujeante.
Jeremiah sintió un pequeño cosquilleo de felicidad. En este momento
parecía que él y Hope estaban compartiendo una pequeña broma a
expensas de Parker. Disfrutando del rostro sonriente de Hope,
distraídamente se metió un chip en la boca.
Y estaba en llamas. O al menos, su boca lo estaba. Se sentía como si
alguien le hubiera llenado la boca con lava hirviendo. Sus labios, sus mejillas,
su lengua ardían con una intensidad que hacía que gruesas lágrimas subieran
a sus ojos y se derramaran por sus mejillas.
—Jeremiah, ¿qué pasa? ¡Te has puesto todo rojo! —le dijo Hope,
levantándose de la mesa para acercarse a él.
Quería decir “caliente”, pero su boca era demasiado infernal para
formar palabras. En cambio, hizo un gesto de abanico frente a su boca,
esperando que explicara su problema. Saltó de la mesa, corrió hacia el
fregadero y escupió lo que fuera que había convertido su boca en un volcán.
Abrió el grifo, metió la cabeza debajo y dejó que el agua fría fluyera hacia
su boca escaldada. Cuando levantó la cabeza, jadeando, se volteó y vio a
Parker reír con tanta fuerza que no pudo recuperar el aliento.
—Parker, ¿qué le hiciste? —preguntó Hope. Esta vez no compartía la
risa de Parker.
—Oh —dijo Parker, sujetándose el estómago—. ¡Oh, eso fue
demasiado bueno!
Jeremiah llenó un vaso de papel con agua y se lo bebió. El fuego en su
boca se había apagado un poco, pero aún no se había extinguido por
completo. Sentía que no había suficiente agua en el mundo para enfriarlo
por completo.
—¿Qué hiciste? —preguntó Hope con tono irritado.
—La tienda de delicatessen vendía patatas fritas picantes —respondió
Parker, todavía sin aliento por la risa—. Algunas personas se atreven a
comerlas. Deslicé uno con los chips de tortilla de Jeremiah. —Se dobló en
un nuevo ataque de risa—. ¡Lo que puede haber sido lo mejor que he
hecho en mi vida!
—Bueno, dudo que haya sido lo mejor en la vida de Jeremiah —dijo
Hope—. Esas cosas le causan dolor a la gente. ¿Pensé que había dicho que
te comportarías lo mejor posible hoy, Parker?
—Bueno, les advertí que para mí “lo mejor posible” significa algo
diferente de lo que significa para otras personas —respondió Parker—.
Sabes, cuando veo una oportunidad para divertirme, la aprovecho. Sin
arrepentimientos.
«Y tampoco piedad», pensó Jeremiah.
Hope estaba de pie junto a la nevera. Abrió la puerta del congelador y
llenó un vaso de papel con hielo.
—Bueno, creo que le debes una disculpa a Jeremiah.
—Ya conoces mi lema: sin arrepentimientos ni disculpas. —Parker se
encogió de hombros y se levantó de la mesa—. Una vez que empieces a
pensar en ello, te darás cuenta de lo gracioso que fue. Hasta luego,
perdedores. —Levantó el dedo índice y el pulgar en forma de L y salió
pavoneándose de la sala de descanso.
—Toma —dijo Hope, tendiéndole el vaso de papel a Jeremiah—. Chupa
unos cubitos de hielo. Te ayudará.
—Gracias —logró decir Jeremiah, pero su voz sonaba espesa y extraña.
Sintió que se le hinchaban los labios y la lengua.
—Normalmente pienso que las bromas de Parker son divertidas —
comenzó Hope—. Pero esta vez fue demasiado lejos. Quiero decir, ¿y si
hubieras tenido una reacción alérgica o algo así?
—Estoy bien —dijo Jeremiah, sin ser del todo honesto.
En realidad, aunque su boca parecía que nunca volvería a estar bien,
había algo mejor que estar bien en la atención que Hope le estaba
prestando. Sentía que realmente lo estaba notando, como si por una vez
se pusiera de su lado antes que del de Parker.
—¿Está seguro? ¿Crees que podrás trabajar el resto del día? —La frente
de Hope se tejió con preocupación. En ella, incluso la preocupación era
linda.
Fue lindo saber que le importaba.
—Oh, estaré bien. Una vez que entre en el juego, ni siquiera me daré
cuenta de que estoy en este mundo.
—Me gusta eso de ti. A menudo he pensado en poner un letrero en tu
escritorio que diga: “No molestar. Genio en el trabajo.”
¿Entonces Hope pensaba que era un genio? Jeremiah estaba bastante
seguro de que se estaba sonrojando. O tal vez sólo era por el calor
sobrante del chip.
—Oh, nada de eso. Eres mucho mejor con la gente que yo.
Hope le sonrió.
—Bueno, entonces nos complementamos, ¿no?
Ahora sabía que se estaba sonrojando.
—Supongo que sí.

✩✩✩
Todos los martes por la noche, Jeremiah se reunía con sus amigos Matt
y Ty para jugar trivialidades en equipo en Leonardo's Pizza.
Era el compromiso social habitual de Jeremiah.
Jeremiah había conocido a Matt y Ty en la universidad, donde todos
eran estudiantes de informática y estaban obsesionados con los juegos. En
ese entonces, se reunían en uno de sus dormitorios y jugaban durante
horas, alimentados por refrescos y comida chatarra. La mayor parte del
tiempo, cada uno de ellos estaba inmerso en su propio juego en una
computadora portátil o consola, aunque intercambiaban suficientes bromas
de un lado a otro para que la experiencia aún fuera social. Cuando Jeremiah
tomó una clase de psicología, aprendió que cuando los niños pequeños
juegan en la misma habitación pero no juntos, se llama juego paralelo. Le
divertía que él y sus amigos estuvieran en la universidad pero todavía
participaran en juegos paralelos.
Ya no había juego paralelo para ellos. Eran tres hombres adultos con
trabajos. Matt estaba casado y tenía un bebé y Ty tenía una novia estable.
Aun así, los tres lograban reunirse una vez a la semana para comer pizza
y jugar trivialidades y bromear de la misma manera tonta que lo hacían en
la universidad.
Jeremiah entró en Leonardo's y examinó el comedor, que estaba
decorado en lo que sólo podría llamarse estilo italiano de bola de queso,
con fotos enmarcadas de la Torre Inclinada de Pizza y el Coliseo, y
manteles de plástico a cuadros rojos y blancos. Matt y Ty ya tenían una
mesa y le hicieron señas para que se acercara. La apariencia de Ty no había
cambiado nada desde la universidad, todavía era un chico negro de aspecto
juvenil que usaba los mismos anteojos redondos con montura dorada que
siempre había usado. Pero el matrimonio y la paternidad habían hecho que
Matt ganara lo que en broma llamaba su “peso de bebé”, y había círculos
oscuros debajo de sus ojos por el cansancio. Realmente estaba empezando
a parecer que podría ser el padre de alguien.
—Hola, J —dijo Ty, haciendo un gesto para que Jeremiah se sentara.
—Le estaba diciendo a Ty que no sé de cuánta ayuda voy a ser en la
trivia del equipo esta noche —dijo Matt, bostezando teatralmente—. A
Connor le están saliendo los dientes y no he dormido en tres noches.
—Las alegrías de la paternidad, ¿eh? —dijo Ty, sonriendo.
Matt no le devolvió la sonrisa.
—Sólo espera, amigo.
—Oh, planeo esperar —respondió Ty—. Mientras sea posible.
Fueron interrumpidos por la llegada de su camarero habitual, quien les
dio una mirada rápida y recitó—: ¿Peperoni extragrande con champiñones
y tres refrescos dietéticos?
—Y así es como sabes que llevamos demasiado tiempo viniendo aquí —
dijo Ty. Después de que el servidor se fue, Ty se dirigió hacia Jeremiah—.
Entonces, ¿cómo van las cosas en tu glamoroso lugar de trabajo?
Tanto Matt como Ty tenían trabajos de TI habituales con negocios
bastante aburridos. Siempre expresaban celos en broma porque Jeremiah
había conseguido un trabajo en el desarrollo de videojuegos.
Jeremiah pensó que era una compensación. Claro, tenía un trabajo que
sonaba más genial, pero a diferencia de ellos, estaba solo. Sin esposa o
novia, sin hijos, ni siquiera una mascota.
—No es tan glamoroso —respondió Jeremiah—. Se siente como si
apenas nos mantuviéramos a flote en una pequeña balsa salvavidas. Espero
que este juego de realidad virtual genere grandes ganancias. Sería bueno
que las cosas volvieran a mejorar. —Pensó en su día en el trabajo, el chip
caliente oculto, seguido de la actitud protectora de Hope hacia él y ella
diciendo que los dos se complementaban—. Pero creo que las cosas
pueden estar mejorando con Hope.
Transmitió la historia completa de las interacciones de Hope y él y la
siguió con—; Entonces, ¿qué piensan?
—Suena… esperanzador —dijo Matt, luego se rio durante demasiado
tiempo de su terrible juego de palabras.
Ty puso los ojos en blanco.
—Ignora a Matt y sus horribles bromas de papá. Creo que parece que
definitivamente se preocupa por ti, hombre. Puede que todavía no esté
totalmente interesada en ti, pero lo que dijo sobre ustedes que se
complementan suena prometedor.
—¿Por qué decir prometedor cuando se puede decir esperanzador? —
Intervino Matt.
—Creo que estás tan cansado que eres punchy (punchy se puede usar para
referirse a alguien que reacciona exageradamente a eventos rutinarios/simples o que parece
borracho por la falta de sueño, en este caso Matt está haciendo las dos cosas) —le dijo Ty a
Matt.
—¿No te refieres a pun-chy? —Matt se estaba riendo a carcajadas.
—Como tu amigo en su sano juicio, a diferencia de este —dijo Ty,
arrojando a Matt en el hombro— digo que deberías invitarla a salir.
—Sí, pero ¿y si ella dice que no? —A Jeremiah se le hizo un nudo en el
estómago de ansiedad.
—Bueno, eso apestaría, pero al menos hubieras tenido el coraje de
preguntárselo —dijo Ty—. No se puede ganar algo sin arriesgarse un poco.
—Pero, ¿de qué serviría el coraje? ¿Especialmente si tengo que verla en
el trabajo todos los días después de que me rechace? —Jeremiah no podía
imaginarse la incomodidad. Y además, si Parker se enterara del hecho de
que Hope había rechazado a Jeremiah, nunca dejaría que Jeremiah lo
olvidara.
—Por la expresión de tu rostro puedo decir que te preocupas por
problemas que aún no tienes —intervino Ty—. Sólo invítala a salir.
Matt comenzó a golpear rítmicamente la mesa y a cantar.
—Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale.
Ty se unió a él, y Jeremiah, riendo, finalmente dijo que lo pensaría. Pero
sus amigos sólo dejaron de golpear su mesa cuando llegó la pizza.

✩✩✩
Jeremiah se miró en el espejo del baño y se pasó la navaja por el rostro
espumoso.
—Hoy es el día —le dijo a su reflejo—. Voy a hacerlo. Voy a invitarla a
salir.
Se echó agua tibia en la barbilla, se secó y se peinó. Se miró a sí mismo,
algo que casi nunca hacía. «No está mal», decidió. Es cierto que no era
elegante ni guapo como Parker, pero también había algo en el rostro de
Parker que lo hacía parecer excepcionalmente impactante.
Jeremiah al menos parecía un buen tipo.
«Eres un buen tipo», se dijo. «Serías un excelente novio si tuviera la
oportunidad».
Se puso una capa extra de desodorante porque sabía que la ansiedad lo
haría sudar. Echó pasta de dientes en su cepillo de dientes y, mientras se
cepillaba, recordó el canto rítmico de Matt y Ty mientras golpeaban la mesa
en Leonardo's: Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale.
Pregúntale.
Mientras caminaba por la acera hacia el trabajo, sus pies golpeaban el
ritmo de su cántico: Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale.
Pregúntale. Pregúntale.
«Tienes que preguntarle lo antes posible», se reprendió a sí mismo. «No
te quedes sentado todo el día tratando de hablar contigo mismo.
Simplemente entra y pregúntale».
Sacó su teléfono y envió un mensaje de texto a Matt y Ty. Le voy a
preguntar. Matt respondió con un ¡Ánimo! Ty envió un pulgar hacia
arriba.
Jeremiah sonrió. Estaba listo.
En el ascensor, cruzó los dedos para que cuando entrara a la oficina
encontrara a Hope sola para que pudieran hablar. Pero cuando las puertas
se abrieron, vio que no había tenido tanta suerte.
—¡Oh, bien, aquí está! —dijo Parker. Estaba de pie con Hope, que se
veía desgarradoramente bonita con una blusa azul huevo de petirrojo que
de alguna manera hacía que sus ojos parecieran aún más grandes y
marrones. Tanto Parker como Hope llevaban cascos de realidad virtual.
—Hola, chicos —murmuró Jeremiah, tratando de ocultar su decepción.
—Hola, amigo —dijo Parker—. Estábamos preguntándonos si podrías
abrir la sala de pruebas y hacer que todo funcione. Quiero hacer una
práctica en lo que hay del juego hasta ahora, y pensé que Hope podría
ayudarme.
Era exactamente lo contrario de la situación que Jeremiah había
deseado. Básicamente, Parker le estaba pidiendo a Jeremiah el privilegio de
estar encerrado en una habitación oscura a solas con Hope.
—¿Quieres que también te ayude? —preguntó Jeremiah, temiendo ya
saber la respuesta.
—No, sería mejor si te quedaras aquí afuera y monitorearas las cosas
en la computadora —respondió Parker, sonriendo con su repugnante
sonrisa—. Supongo que Hope aportará una nueva visión a las cosas, ya que
en realidad no está trabajando en el desarrollo del juego. Ella puede
experimentar en frío, desde la perspectiva de un jugador.
—Bien. Bueno, déjame configurar las cosas. —Usó su tarjeta de acceso
para abrir la puerta de la sala de práctica y luego se sentó frente a su
computadora. ¿Cómo pudo haberse sentido tan bien cuando se despertó
esta mañana y, sin embargo, sentirse tan abatido ahora?
—Está bien, Hopey, ¿estás lista para divertirte? —preguntó Parker,
sonando como un presentador de un programa de juegos demente.
Además, ¿quién se creía llamándola Hopey? Sonaba como un tonto. Lo
odiaba.
—Sí —respondió Hope, riendo.
Desaparecieron en la sala de pruebas y Parker cerró la puerta detrás de
ellos.
Jeremiah trató de concentrarse en su trabajo, pero por primera vez no
pudo. Se sentía enfermo. Cada par de minutos, escuchaba una risa perdida
proveniente de la sala de pruebas. La risa que sonaba íntima hizo que su
mente fuera a lugares a los que no quería que llegara. «Basta», se ordenó
a sí mismo. «Están jugando lo mismo, eso es todo. Por supuesto que se
están riendo. La gente tiende a reír después de un buen susto».
Pero entonces empezaron los y si… ¿Y si no están jugando? ¿Y si se ríen
porque están coqueteando? ¿Y si están haciendo más que coquetear? ¿Y si
su boca grasienta se está presionado contra sus labios como pétalos? ¿Y si
su zarpa viscosa está oliendo su cabello ondulado y brillante?
Cuanto más Jeremiah no quería imaginarse esas cosas, más las veía.
Para cuando Parker y Hope salieron riendo y despeinados de la sala de
pruebas, Jeremiah era un desastre tembloroso y sudoroso.
—¿Saben qué? —dijo él—. Me iré a casa. Creo que me he contagiado
de algo.
—Te ves un poco gris —dijo Hope, sonando preocupada.
—Lo siento —respondió Jeremiah.
—Vaya, sí que debes de estarlo —agregó Parker—. Nunca te vas del
trabajo.
—Lo sé. —Jeremiah ya estaba de pie y se estaba poniendo la chaqueta
para irse—. Pero no puedo… seguir aquí.
—Bueno, ¡descansa para que sea seguro que vengas mañana! —le dijo
Parker.
Lo último que vio antes de cerrar la puerta fue a Hope, mordiéndose el
labio inferior como lo hacía cuando estaba emocionada por algo.

✩✩✩
En casa, Jeremiah se puso el pijama y se metió en la cama como lo haría
si realmente estuviera enfermo. Pero estaba realmente enfermo, ¿no?
Estaba desconsolado, y eso tenía que contar. Felizmente tomaría un virus
estomacal o un fuerte resfriado por cómo se sentía ahora.
Tumbado en la cama, Jeremiah no podía imaginar un momento de su
vida en el que no estaría solo. Y entonces recordó algo que, dadas las
circunstancias actuales, le hizo sentir aún más miserable: mañana era su
cumpleaños.

✩✩✩
Mientras Jeremiah comía su cereal sin probarlo realmente, decidió que
lo más fácil sería fingir que no era su cumpleaños. Ciertamente, nadie en la
oficina lo recordaría. Parker y Hope probablemente estarían demasiado
ocupados besuqueándose en la oscura sala de pruebas para saber siquiera
que él estaba allí.
Si tan sólo fingiera que era otro día normal de trabajo, tal vez podría
evitar la molesta decepción de un cumpleaños olvidado. Si lo ignoraba
primero, no podría estar tan molesto de que otras personas también lo
estuvieran ignorando, ¿verdad?
El teléfono de Jeremiah vibró. Lo cogió y vio un mensaje de texto de su
madre: ¡Feliz cumpleaños! Ojalá pudiera estar allí para hacerte
Pancakes y dejarte abrir regalos. Mientras respondía con un
agradecimiento y un emoji de corazón, los recuerdos de los cumpleaños
de su infancia lo inundaron.
Jeremiah siempre había estado tan emocionado de ver cuáles eran sus
regalos de cumpleaños que no podía esperar sin sentir que iba a explotar.
Finalmente, probablemente para salvarse de pasar un día estresante con un
niño sobreemocionado, su madre había comenzado la tradición de
Pancakes y regalos. Como Jeremiah siempre se despertaba temprano el día
de su cumpleaños (¿Quién podía dormir con tanta emoción?), Su madre
comenzó la tradición de prepararle un gran desayuno de cumpleaños: los
huevos revueltos con queso que le gustaban, tocino y una pila de
panqueques de suero de leche con una vela en ellos. Después de desayunar,
podía abrir sus regalos.
En realidad, había sido un golpe de genialidad por parte de su madre. De
esa manera, tenía todo el día para jugar con sus nuevos juguetes o juegos
en lugar de pasar el día molestándola sobre cuándo podría abrir sus regalos.
La noche de su cumpleaños, mamá y papá siempre lo llevaban a él y a un
amigo a un Freddy's de su elección para comer pizza y jugar.
Jeremiah sintió que se rompía un poco al pensar en esos perfectos
cumpleaños de su pasado.
Ya no había cumpleaños como los de su infancia. Después de toda esa
diversión y fanfarria, los cumpleaños de adultos siempre se sentían
decepcionantes.
Quizás debería haber salido a comer panqueques esta mañana.
No se había dado cuenta de que estaba lloviendo hasta que salió de su
edificio de apartamentos. Echó un vistazo al interior. Su paraguas estaba en
su apartamento, seis pisos más arriba. No parecía que valiera la pena volver
a subir y buscarlo. Se subió la cremallera de la chaqueta y caminó de esa
manera extraña y encorvada que la gente camina cuando está lloviendo
sobre ellos.
En el elevador, trató de prepararse mentalmente para la escena en la
que iba a entrar hoy. ¿Hope y Parker estarían riendo sobre algo en el
escritorio de Parker? ¿Estarían ya encerrados en la sala de pruebas?
¿Anunciarían su compromiso?
«No te metas en el drama», se dijo. «Sólo haz tu trabajo y regresa a
casa. Tal vez puedas pedir comida para llevar y ver una película o algo».
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Jeremiah estaba realmente
sorprendido por lo que vio. La oficina estaba iluminada por hileras de
diminutas luces de colores. Una pancarta enorme con globos a su
alrededor decía: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, JEREMIAH!
Él sonrió. Lo habían recordado. O incluso mejor, ella lo había
recordado.
Pero no había nadie alrededor. ¿Estaban esperando para saltar y gritar
“Sorpresa”? ¿No lo habían oído entrar?
—Hola, chicos —dijo Jeremiah, lo suficientemente alto como para que
su voz llegara a dondequiera que se escondieran.
—Gracias. Esto es realmente bueno.
No hubo respuesta, ningún movimiento, ninguna señal de que hubiera
nadie más que él.
Caminó por el pasillo hasta el área de descanso. En la mesa donde había
tenido lugar el ahora infame el picante Chip, había un pastel de cumpleaños,
con el aspecto que recordaba de su infancia: un pastel de panadería de una
tienda de comestibles con escarcha blanca adornado con glaseado azul real.
FELIZ CUMPLEAÑOS, JEREMIAH estaba escrito con glaseado azul en la parte
superior. Él sonrió. Estaba lo suficientemente cerca. Y quienquiera que
hubiera encendido las velas, Hope, probablemente, había puesto el número
correcto.
Quizás se había equivocado acerca de los cumpleaños de adultos. Si
alguien, especialmente alguien a quien amaba, demostró ser considerada,
entonces los cumpleaños podrían ser mágicos a cualquier edad.
¿Pero dónde estaban? Caminó el resto del camino por el pasillo,
mirando dentro de oficinas vacías y salas de conferencias.
Quizás estaban esperando saltar cuando menos lo esperaba. Tenía que
admitirlo. Estaban haciendo un muy buen trabajo escondiéndose.
—¿Hope? ¿Parker? —llamó él—. Pueden salir. ¡Ya me han sorprendido
lo suficiente!
—No hubo respuesta.
Sin saber qué más hacer, Jeremiah fue a su escritorio. Tal vez estaban
esperando a que se sumergiera profundamente en su trabajo, luego iban a
saltar y sorprenderlo.
—Jeremiah. —La voz venía del altavoz, que nunca se usaba ya que el
personal de su oficina se había reducido a un número muy pequeño. La voz
sonaba profunda y electrónica, como cuando las personas son
entrevistadas de forma anónima en la televisión y no quieren que nadie
escuche su voz real.
Pero no había ninguna duda en la mente de Jeremiah de a quién
pertenecía la voz distorsionada. Sabía que Parker había decidido
convertirlo en víctima de una broma de cumpleaños.
Esperaba que al menos fuera una broma de buen gusto.
—Jeremiah —repitió la voz distorsionada— he tomado como rehenes
a tus compañeros de trabajo Parker y Hope. Si llamas a la policía, los mataré
de inmediato.
—Ajá —dijo Jeremiah, sonando tan poco convencido como se sentía.
La voz distorsionada era obviamente la de Parker.
—Tienes que tomar una decisión, cumpleañero. Puedes huir del edificio
con la confianza de que vivirás para ver otro cumpleaños aunque tus amigos
no lo hagan. O puedes intentar salvar a tus amigos. Si eliges esa opción,
tienes treinta minutos. Cuanto más tardes, peor estarán cuando los
encuentres. Ahora, ¿cuál es tu elección?
—Elijo salvar a mis amigos —dijo Jeremiah con un suspiro. En verdad,
consideraba a Parker un matón, no un amigo. Pero quería causar una buena
impresión en Hope, y triunfar sobre una de las bromas de Parker parecía
una buena forma de hacerlo. Además, era sólo un juego estúpido de todos
modos, ¿verdad? Como esas salas de escape, la gente optaba por
encerrarse para poder divertirse encontrando las pistas que los sacarán.
Después de todo, era su cumpleaños. Bien podría jugar un juego.
—Muy bien —dijo la voz distorsionada—. Usa su tiempo sabiamente, o
tus amigos pueden perder algunas piezas. Tu tiempo comienza… AHORA.
Jeremías se puso de pie. Tenía que dárselo a Parker. Esto era
ciertamente más oscuro e imaginativo que sus bromas habituales. Miró
alrededor de la sala de trabajo, tratando de encontrar pistas. Miró encima
del escritorio de Parker e incluso abrió los cajones y miró dentro. Nada
fuera de lo común. Fue al mostrador de recepción donde Hope solía
guardar sus cosas. Su bolso estaba guardado en el cajón habitual, lo que
significaba que definitivamente había entrado esta mañana. No se rebajaría
tanto como para invadir su privacidad hurgando en su bolso.
Así que Hope estaba en algún lugar del edificio porque su bolso estaba
aquí. Y sabía que Parker estaba aquí porque lo había escuchado por el
altavoz. Para ganar este juego, para vencer a Parker e impresionar a Hope,
tenía que convertirse en una combinación de héroe de acción y detective
de mente aguda. ¿Qué era lo que Sherlock Holmes solía decir en las
historias que le gustaban a Jeremiah en sus días de escuela secundaria? «El
juego está en marcha».
—Ya que estás en un escritorio, también podrías escribir algo —
retumbó la voz distorsionada por el altavoz—. Tu primera pista es un
anagrama. Escríbelo: STINGER MOOT (aguijón discutible).
—¿STINGER MOOT? —gritó Jeremiah en respuesta a la voz en el
altavoz con la voz de Parker—. Eso no tiene ningún sentido.
—No tiene que tener sentido —gritó la voz—. Es un anagrama. Estás
perdiendo un tiempo precioso, Jeremiah. Escríbelo.
S-T-I-N-G-E-R espacio M-O-O-T.
Jeremiah hizo lo que le dijeron, pero no iba a dejar que Parker lo
intimidara o lo presionara. No esta vez. Quería que Hope viera el tipo de
persona que realmente era, que no era sólo un desafortunado frustrado
por las bromas de Parker.
Anagramas. Había pasado mucho tiempo desde que Jeremiah pensó en
anagramas. Esos eran aquellos en los que estaban mezcladas las letras, ¿no?
Miró la combinación absurda de palabras. Si esto era realmente una pista,
entonces probablemente lo estaba dirigiendo a un lugar en el edificio.
Vio las letras R-O-O-M (habitación/sala) rápidamente, por lo que espacio
debe ser la segunda palabra. Con esas letras eliminadas, no tardó en darse
cuenta de que las letras restantes podrían reorganizarse para realizar
pruebas de ortografía.
—La sala de pruebas —dijo, sintiendo una innegable sensación de
logro—. Tengo que ir a la sala de pruebas.
Caminó en lugar de correr. No quería que Parker pensara que se sentía
presionado. Después de todo, sólo era un juego.
Usó su tarjeta de acceso para abrir la puerta de la sala de pruebas y
luego encendió la luz.
En el medio del piso había una pequeña caja de regalo, del tamaño que
más a menudo contenía joyas. La cajita estaba envuelta en papel de colores
con un lazo morado brillante en la parte superior. Entonces, ¿esta era una
búsqueda del tesoro de cumpleaños con un tema de terror/suspenso?
Jeremiah podría vivir con eso. Al menos podría decir que este cumpleaños
no era como todos los días.
Cruzó la habitación, se agachó y recogió la pequeña caja. La desenvolvió
con cuidado, en caso de que pudiera haber una pista escrita en el interior
del papel para envolver. La caja con bisagras era de un carmesí intenso, con
un terciopelo, el tipo de caja que podría contener un anillo de compromiso.
Abrió la tapa.
Su estómago dio un vuelco.
Dientes. La caja forrada de terciopelo estaba llena de dientes. Algunos
grandes, algunos quizás lo suficientemente pequeños como para ser dientes
de leche. Un molar estaba salpicado de sangre en la parte inferior donde
había sido arrancado de raíz.
Jeremiah quería mantener la calma, pero no pudo evitar estremecerse
visiblemente.
¿De dónde se las había arreglado Parker para sacar los dientes? ¿Era
amigo de un dentista que tenía un sentido del humor enfermizo?
Jeremiah respiró hondo. «Una pista», se dijo a sí mismo. «Se supone
que los dientes son una pista». Deja de asustarte y empieza a pensar.
No quería tocar los dientes, pero sabía que necesitaba examinarlos en
busca de posibles pistas. Sacó un pañuelo de papel de su bolsillo, lo
extendió sobre la palma de su mano izquierda y sacudió los dientes sobre
el pañuelo. No contenían marcas ni características distintivas. Había siete
de ellos. ¿Podría ser significativo el número? Siete ciertamente no se sentía
como un número de la suerte cuando se refería a un montón de dientes
extraídos.
Dejó los dientes a un lado y examinó la caja. Sacó el forro de terciopelo.
En el fondo de la caja había una pequeña hoja de papel que había sido
doblada en un cuadrado diminuto. Jeremiah desdobló el papel. En él, un
mensaje escrito decía:
¡HÍNCALE EL DIENTE A ESTA PISTA, JEREMIAH!

DAME UNA Y HARÉ MÁS.

CADA UNA COMO LA ANTERIOR.

¿QUÉ SOY?

Jeremiah no tuvo que pensar por mucho tiempo. Siempre había sido
bueno con los acertijos.
—Esto es fácil. La fotocopiadora.
—No te confíes demasiado, Jeremiah —la voz distorsionada retumbó
por el altavoz, haciéndolo saltar—. El tiempo corre. Sólo quedan veinte
minutos. Y cuanto más lento seas, más sufrirán ellos. Me pregunto… si
logras encontrar a tus amigos, ¿podrás siquiera reconocerlos?
—Realmente estás disfrutando esto, ¿no es así, Parker? —dijo Jeremiah
mientras salía de la sala de pruebas, dejando atrás los dientes—. Deja de
criticarme. Estoy de camino a la sala de fotocopias.
Sin prisa en particular, Jeremiah se dirigió por el pasillo oscuro. La sala
de copias era la tercera puerta a la izquierda. Cuando entró, las luces de la
máquina emanaban un brillo espeluznante. Al principio fue a la máquina en
sí, pero no encontró nada fuera de lo común. Echó un vistazo a la
habitación. Era pequeña, así que no había muchos escondites. Aparte de la
máquina, sólo había una papelera, una papelera de reciclaje y una mesa larga
donde la gente podía cotejar sus copias. Miró sobre la mesa y sólo vio los
útiles de oficina habituales: una taza con bolígrafos y tijeras, una grapadora,
un frasco pequeño de sujetapapeles.
«Espera». Esos no eran sujetapapeles.
Eran óvalos pequeños y translúcidos, con puntas blancas en la parte
superior y salpicadas de rojo en la parte inferior.
Unas de las manos. Son uñas. Y no recortes de uñas, sino una uña entera
que había sido… eliminada, de alguna manera.
Jeremiah sintió que la bilis subía por su garganta y se atragantó.
Respiró hondo y se dijo a sí mismo que debía calmarse. «Estas no
pueden ser uñas reales». Eran accesorios, accesorios extremadamente
realistas, del tipo que verías en una película de terror con un presupuesto
decente, pero accesorios de todos modos. Supuso que no era tan
escandaloso que Parker pudiera tener en sus manos esas cosas. Se podía
comprar cualquier cosa en Internet en estos días.
Pero, ¿dónde estaba la siguiente pista? No había nada más inusual en la
mesa. Con mano temblorosa, tomó el frasco de “uñas”. Le dio la vuelta,
esparciéndolas por la mesa. Un pequeño trozo de papel doblado cayó del
fondo del frasco. No le agradaba la idea de tocarlo ya que había estado en
el frasco con todas esas uñas, pero sabía que era la siguiente pista, y no se
acobardaría ahora. No le daría a Parker la satisfacción. Desdobló la hoja de
papel y leyó: ¡HAS CLAVADO ESTE DESAFÍO! Jeremiah casi podía oír el molesto
hee-hee-hee de Parker. Siguió leyendo: TU PRÓXIMA PISTA CONTIENE AÚN MÁS
SUSTOS/PARA LLEGAR SÓLO TIENES QUE SEGUIR LAS LUCES.

Jeremiah salió al pasillo. Una hilera de luces diminutas se extendía desde


la entrada de la sala de fotocopias al final del pasillo. Las siguió, lo que
ciertamente fue más fácil que descifrar otra pista críptica. Quizás se estaba
acercando al final del juego. No había sido divertido, era demasiado
perturbador para eso, pero había sido interesante. Definitivamente saldría
de esta experiencia con una historia que contar.
—Estás perdiendo el tiempo, Jeremiah —anunció la voz al otro lado del
altavoz—. Sólo quedan diez minutos. ¡Será mejor que vayas con tus amigos
pronto, o se harán pedazos! —La risa sonó como una versión distorsionada
del hee-hee-hee de Parker.
—Realmente pusiste algo de trabajo en esto, Parker, te daré eso —dijo
Jeremiah.
Las luces se detuvieron en la entrada de una sala de conferencias que
no se había utilizado desde la reducción de personal de la empresa. Giró la
perilla y entró.
Sentados en la mesa, alineados como si lo estuvieran mirando, había tres
globos oculares. Jeremiah notó que dos de ellos tenían el iris marrón; el
tercero era azul. Ver los globos oculares intactos separados de sus dueños
hizo que Jeremiah pensara en lo delicado que era el ojo, suave y aplastable,
como una uva pelada.
Sintió una oleada de náuseas, una sensación que ahora se estaba
volviendo familiar.
Estos ojos tenían que ser reales. Incluso un excelente artista de efectos
especiales no podría hacer algo tan convincente. Entonces, ¿de dónde
sacaba Parker estas cosas?
Un pensamiento apareció en la cabeza de Jeremiah que lo explicaba
todo. En el tercer piso de su edificio había una empresa de suministros
médicos. Jeremiah nunca había pensado tanto en el tipo de suministros que
le proporcionaban; había pensado en matorrales y tal vez máscaras y
guantes, ese tipo de cosas. Pero, ¿y si se ocuparan de los desechos
médicos? ¿Partes del cuerpo sobrantes de las cirugías que iban a ser
enviadas a las facultades de medicina para su estudio y disección? Si es así,
Parker podría haberles comprado algunas piezas de repuesto.
Jeremiah se sintió mejor de repente, seguro de que nadie había
resultado herido en la creación de esta elaborada broma. Vio un trozo de
papel que sobresalía de debajo del globo ocular azul. No quería tocarlo, así
que lo empujó con el extremo romo de un bolígrafo. El ojo se volvió hacia
atrás, agarró la nota y la desdobló: VEO QUE TE ESTÁS ACERCANDO A LA META.
¡SIGUE LAS LUCES PARA HACER LAS COSAS BIEN!

Una nueva cadena de luces comenzaba en la puerta de la sala de


conferencias y avanzaba por el pasillo. Se detenían en la oficina que había
pertenecido a la persona de relaciones públicas antes de que la despidieran.
Probó la puerta y entró.
Un regalo de tamaño mediano estaba sobre el escritorio. Estaba
envuelto en papel blanco decorado con brillantes letras multicolores que
deletreaban su CUMPLEAÑOS y rematado con un gran lazo plateado.
Jeremiah estaba empezando a perder el placer que siempre había
sentido al desenvolver los regalos.
Aun así, rompió el papel y levantó la tapa de la caja.
Dentro de un nido de papel de seda azul claro había un montón de
dedos, tal vez hasta doce o trece, pero era difícil de decir porque muchos
de ellos habían sido cortados en fragmentos. A dos de ellos les faltaban las
uñas.
Jeremiah no pudo evitarlo. Fuera broma o no, vomitó en la papelera.
Una vez que pudo normalizar su respiración, miró dentro de la caja
nuevamente. Uno de los dedos era pequeño y obviamente había
pertenecido a una mujer. Llevaba un delicado anillo de plata con una piedra
preciosa azul claro.
«Aguamarina. La piedra de la esperanza».
Se dio cuenta con horror de que era el anillo de Hope, el que siempre
llevaba en el dedo anular derecho.
¿Significaba que el dedo cortado pertenecía a Hope? Se inclinó para
examinarlo más de cerca.
Había una pequeña peca oscura justo debajo de la primera articulación
del dedo.
Jeremiah había pasado tanto tiempo mirando a Hope que había
memorizado su rostro, su cabello, sus manos. Esta no era su peca, este no
era su dedo. Sintió un breve momento de alivio, pero luego se sintió mal
por sentirse aliviado. Incluso si ninguno de estos dedos fuera de Hope,
seguían siendo dedos humanos.
Esto había ido más allá de una broma. Era un juego enfermizo y había
ido demasiado lejos. Jeremiah había dicho a menudo que Parker no sabía
cuándo detenerse. Sólo se estaba dando cuenta ahora de cuán cierta era
esa afirmación.
E incluso si no era el dedo de Hope, seguía siendo el anillo de Hope.
¿Qué significaba eso? ¿Hope podría estar en algún tipo de peligro? ¿Parker
la estaba lastimando?
—¡Ya es suficiente, Parker! —gritó Jeremiah. El juego había durado
demasiado—. ¡Esto debe terminar ahora!
—¿Sientes que las cosas se están saliendo de control? —dijo la voz en
el altavoz, riendo.
—Sólo hay una forma en que este juego puede terminar. Sigue las luces
antes de que sea demasiado tarde para tus amigos.
Jeremías corrió. Antes, no quería que Parker lo viera sudar, pero si
Hope estaba realmente en peligro, tenía que llegar hasta ella. Ya había
perdido demasiado tiempo.
Las luces terminaban en otra oficina vacía, la grande ocupada por el jefe
cuando se molestaba en aparecer. Jeremiah ni siquiera podía recordar
cuándo había sido la última vez.
Sobre el gran escritorio de roble había una caja de cartón con dos
agujeros redondos cortados en la tapa. Una nota adjunta a la caja decía:
Para obtener la clave de dónde se esconden tus amigos, arremángate y
mete la mano en el interior.
Jeremiah se subió las mangas de la camisa y metió las manos por los dos
agujeros de la caja.
Al instante, estuvo hasta las muñecas en algo frío, húmedo y blando.
Sería más exacto decir algunas cosas frías, húmedas y blandas porque
cuanto más palpaba en las profundidades de la caja, más se daba cuenta de
que no sólo sentía una masa viscosa, sino objetos individuales. Tenía las
manos enredadas en tubos largos y serpenteantes. «Intestinos». Jeremiah
esperaba que las entrañas que estaba sintiendo procedieran de algún
ganado desafortunado y las hubieran adquirido en una carnicería. Pero en
su mente, sabía que no era así.
«La empresa de suministros médicos», se dijo. «Todo esto vino de la
empresa de suministros médicos. Se trata de personas fallecidas por causas
naturales, que donaron sus cuerpos a la investigación científicas».
Pero incluso mientras trataba de convencerse a sí mismo, las palabras
sonaban cada vez más desesperadas y ridículas. Si estas partes del cuerpo
fueran para estudio o disección, ¿no se conservarían de alguna manera?
Todas las partes que había encontrado durante este horrible juego parecían
inquietantemente… frescas.
Jeremiah temía estar perdiendo la cabeza. «¿Así será como perderás el
juego, perdiendo la cordura?»
Luchó contra una ola tras otra de náuseas para hurgar en los despojos
en busca de la llave. Finalmente, su mano derecha sintió algo duro y
metálico. La agarró y sacó los brazos de los agujeros cuadrados. Cuando
miró sus manos, estaban manchadas de rojo más allá de las muñecas.
Levantó la llave.
—¡Está bien, tengo la llave! ¿Se acabó el juego? ¿Gané? ¡He terminado!
¿Me escuchas, Parker? ¡He terminado!
—¿Qué misión termina con sólo encontrar una llave, Jeremiah? —tronó
la voz en el altavoz—. ¿No tienes que averiguar para qué es una clave? ¿No
quieres salvar a tus amigos… o lo que queda de ellos?
—¡No eres mi amigo, Parker! —gritó Jeremiah. Se sentía como algo que
debería haber dicho hace mucho tiempo.
Pero Hope era su amiga. Y ella podría estar en peligro o con dolor. Si
necesitaba ser salvada, él podría hacerlo.
Tomó la llave y cerró la puerta de la oficina detrás de él, manchando el
pomo de la puerta con la huella de una mano ensangrentada.
El rastro de luces continuaba. Lo siguió.
La siguiente habitación probablemente había sido una oficina en algún
momento, pero ahora estaba abarrotada de viejos muebles de oficina.
Sentada en una silla de escritorio evidentemente rota había otra caja,
envuelta para su cumpleaños, esta vez con un lazo rosa caramelo. Era una
caja plana de tamaño mediano, de esas que siempre habría últimas en
Navidad cuando era niño porque sabía que contenían ropa, no juguetes ni
juegos.
Estaba bastante seguro de que esta caja no contenía ropa. No quería
abrirla, no quería ver lo que había dentro, pero si iba a jugar el juego hasta
el final con la posibilidad de decirle Hope, no tenía otra opción.
Arrancó el papel de regalo de colores brillantes y levantó la tapa de
cartón de la caja.
Cuando vio lo que había dentro, gritó. Trató de ahogar el grito con el
puño pero saboreó la sangre que aún cubría sus manos. Miró el contenido
de la caja, impulsado por la necesidad de darle sentido a lo que había visto.
Jeremiah estaba mirando un rostro que había sido despojado de un
cráneo humano junto con parte del cuero cabelludo y el cabello. Tardó un
momento más en reconocer a quién pertenecía el rostro. Pero luego
comenzó a juntar las piezas: el cabello castaño con el distintivo mechón,
los labios carnosos que tan a menudo se habían estirado en una sonrisa de
autosatisfacción. Casi esperaba que los labios se abrieran en un hee-hee-
hee.
—¿Todavía crees que soy Parker? —dijo la voz distorsionada en el
altavoz.
—No —respondió Jeremiah, sorprendido de escuchar el sollozo en su
voz—. No. Parker está justo aquí. —No quería, pero se encontró mirando
de nuevo el rostro despeinado de Parker. Jeremiah se secó las lágrimas de
los ojos.
Si Parker no estaba dirigiendo este espectáculo enfermizo, ¿quién era?
Jeremiah se dio cuenta de que desde que había pensado que Parker estaba
a cargo, podía pensar en la idea de que, por muy malas o crueles que
parecieran las cosas, todo era una broma elaborada. Pero ahora quedaba
claro que no se trataba de una broma.
Era real.
Sólo había una palabra que tenía sentido para Jeremiah en este
momento: «Corre». Corrió, ignorando el rastro de luces, ignorando todo
excepto lo que parecía ser la ruta más rápida para salir del edificio. Los
pasillos adquirieron una calidad de laberinto. A la izquierda, a la derecha,
sin aparente escapatoria. Llegó al ascensor y apretó el botón. No se
encendió no había luz. Claramente, el psicópata con el que estaba lidiando
había manipulado el ascensor. Corrió hacia la escalera.
Abrió la puerta marcada con escaleras. Jeremiah siempre había
encontrado espeluznante el hueco de la escalera con poca luz, incluso en
circunstancias mucho más tranquilas, pero ahora no había tiempo para
reflexionar sobre sus sentimientos. Sólo había tiempo para correr.
Mientras bajaba el primer tramo de escaleras, notó una mancha roja en
la pared blanca de bloques de cemento. Sangre. Sangre relativamente
fresca, a juzgar por su brillo. ¿Pero de quién era la sangre? No podía reducir
la velocidad para pensar en ello, o la sangre que salpicaría las paredes a
continuación podría ser suya.
Abajo, abajo, abajo, corrió. Bajó quince tramos de escaleras, sudando,
jadeando, con el corazón latiendo como un tambor. Comprobó las puertas
al bajar con la esperanza de poder acceder al ascensor desde otro piso.
Bloqueado. Bloqueado. Bloqueado. Finalmente, llegó a la puerta marcada
con una I, la puerta que conducía al vestíbulo y la salida. La empujó.
No se movió. Empujó de nuevo.
Parecía haber sido bloqueada desde el otro lado. Golpeó la puerta con
ambos puños.
—¡Ayuda! —grito—. ¡Ayuda! ¡Estoy atrapado aquí! —Esperaba que al
menos pudiera llamar la atención de un guardia de seguridad.
Pero no había nadie allí para escucharlo.
Golpeó y gritó unos minutos más por si acaso, pero no sirvió de nada.
Se secó las lágrimas de frustración de sus ojos. «¿Ahora qué?»
No había otro lugar adonde ir más que volver a subir.
Jeremiah estaba sin aliento. Subir las escaleras resultaba mucho más
agotador que bajar. Se detuvo en el rellano del sexto piso para recuperar
el aliento y vio algo que no había notado en camino bajando.
La puerta del sexto piso estaba perfilada con una hilera de luces
diminutas, del mismo tipo que había iluminado su camino durante todo el
horrendo juego de cumpleaños.
Empujó la puerta. Se abrió.
Entró en el sexto piso, un espacio de oficina que había estado vacante
desde que había aceptado el trabajo con la compañía de juegos. Sabía que
entrar era probablemente una mala idea, no, definitivamente era una mala
idea, pero ¿qué otra opción tenía? Podía volver a su oficina, que estaba llena
de vísceras y gobernada por una presencia malévola en el altavoz, o podía
arriesgarse aquí.
La única iluminación del sexto piso procedía de las hileras de pequeñas
luces que colgaban del techo. No había computadoras, ni muebles de
oficina, ni otros signos de actividad humana. Sólo había luces diminutas que
conducían a un pasillo oscuro. Al final del pasillo había una especie de brillo
tenue.
Casi como si lo hubieran hipnotizado para hacerlo, Jeremiah siguió las
luces. Iba a llevar esto a cabo.
El resplandor venía de una habitación al final del pasillo. A medida que
se acercaba, la fuente del resplandor se hizo evidente. Un televisor viejo,
del tipo que podía recordar de la casa de su abuela, estaba sentado en la
habitación vacía. Estaba encendido, pero la pantalla mostraba sólo el patrón
en blanco y negro al que su abuela siempre se había referido como “nieve”.
En el estante debajo del televisor había un equipo audiovisual igualmente
antiguo, una videograbadora. Jeremiah no había visto uno de esos desde su
infancia.
El botón de encendido verde de la videograbadora brillaba de una
manera tranquilizadora y familiar. Por capricho, Jeremiah presionó al Rev.
La “nieve” en la pantalla desapareció y fue reemplazada por las caras
sonrientes de Parker y Hope.
—¡Sorpresa! —dijo Hope, riendo a su manera suave y tintineante.
—¡Caíste! —dijo Parker. Realmente caíste esta vez. Ah, y… Miró a
Hope.
—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —gritaron los dos juntos.
—Espero que aprecies todos nuestros esfuerzos, Jeremiah —dijo
Hope—. Fue mucho trabajo juntar todo esto, aunque valió la pena.
—Nunca pensé que lo haríamos a tiempo —dijo Parker—. Entre la
configuración de los sensores de movimiento y el altavoz…
—Pero no podría haber salido mejor, ¿verdad? —dijo Hope, mostrando
su familiar y dulce sonrisa.
Jeremiah no reconocía la habitación en la que se habían filmado Hope y
Parker. Estaba demasiado oscuro para distinguir gran parte del escenario;
sin embargo, pudo discernir lo que había sobre la mesa en la que estaban:
el tipo de tijeras de cocina afiladas que se usan para deshuesar la carne, una
variedad de cuchillos que variaban en tamaño, desde un pequeño bisturí
hasta una enorme cuchilla.
—Fue perfecto —le dijo Parker a Hope; luego se dirigió hacia la
cámara—. Pero ahora que has tenido tu sorpresa de cumpleaños, ¡hay
muchas posibilidades de que Hope y yo necesitemos ir a un hospital! —
Sonrió como el presentador de un programa de juegos.
—Seguramente sea sí —dijo Hope, riendo.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Parker.
—¡Está bien, Parker! —gritó a la cámara—. ¡Ya está! ¡Ahora los golpes!
Golpe. Golpe.
Al principio, Jeremiah pensó que los golpes provenían de la cinta de
video, pero luego se dio cuenta de que la fuente del ruido era un armario
de suministros a unos metros de él. Alguien (¿algo?) estaba tocando muy
bajo en la puerta del armario desde el interior. Sin siquiera pensarlo,
Jeremiah empezó a salir de la habitación, aunque su mirada seguía fija en la
pantalla del televisor.
—Ahora, si nos disculpas —dijo Parker en el video— ¡Hope y yo
tenemos trabajo que hacer! —Parker se inclinó hacia la cámara. Sostenía
un gran par de tenazas, que abría y cerraba amenazadoramente, luego soltó
su marca registrada, un hee-hee-hee.
La pantalla se puso negra.
Jeremiah se quedó de pie, congelado por la confusión y el terror,
mientras la puerta del armario de suministros se abría lentamente.
—¡ N o vas a ser un niño para siempre, Joel!

—Como si quisiera serlo —murmuró Joel.


Estaba a sólo unos pasos de su camioneta. Dos segundos más. Eso era
todo lo que necesitaba para llegar a su vehículo y escapar antes de que lo
atraparan. Dos malditos segundos.
Joel suspiró con suficiente volumen, giro de cabeza y acción de hombros
para comunicar su molestia, y se volteó para mirar a su padre.
—¿Hablaremos ahora?
—Son las 5:53.
Decidió hacerse el tonto.
—¿Cuál es el punto?
—¿Te vas a las 6:00, no a las 5:53?
—¿Me estás regañando por siete minutos?
El padre de Joel miró hacia el cielo azul brumoso durante un minuto y
luego se pasó el dorso de la mano por la frente. Su palma, por supuesto,
estaba perfectamente limpia. ¿Cómo lograba eso?
Joel había estado trabajando en “el negocio familiar”, como a su madre
le gustaba llamar a la empresa de su padre, el vivero y jardinería
D’Agostino's Nursery and Garden Center, después de la escuela y todos
los veranos desde que cumplió catorce años. El trabajo habían sido cuatro
años de tortura casi diaria: palear, levantar, acarrear, desyerbar y decir—:
Sí, señora. Sí, señor. Como desee —cuando lo que realmente quería decir
era… bueno, algo totalmente diferente y para nada educado.
Desde que empezó a trabajar para su padre, Joel olía a sudor y suciedad
o, peor aún, a estiércol. Su madre, que solía decirle a diario lo mucho que
lo amaba, había reemplazado su “Te amo” por “Date una ducha, Joel”.
Cuando él se quejaba de que no era culpa suya que oliera mal todo el
tiempo (era por el estúpido trabajo), ella respondía con—: Tu papá ha
estado dirigiendo D'Agostino's durante veinticinco años, y nunca huele
como un excremento de vaca humeando en un charco de barro.
Sí, su papá. El hombre perfecto. El que todos amaban. El hombre que
nunca suda. El tipo que era tan especial que la suciedad y el fertilizante no
tenía la audacia de tocarlo.
Joel parpadeó y se dio cuenta de que su padre estaba hablando.
Sintonizó las palabras y llegó a la mitad de la frase—: …¿Crees que vas a
encontrar un empleador al que no le importe que salgas del trabajo unos
minutos antes todos los días? No puedes ser así de irresponsable para
siempre. Dios sabe que te he dado más facilidades de las que debería. Tu
madre sigue pidiéndome que sea suave contigo. ¿Y de qué nos sirve eso?
Un chico de dieciocho años que actúa como un niño de ocho. Eres un
desastre, Joel, un gran desastre.
Joel respiró hondo y arrugó la nariz ante el olor dulce y enfermizo de
las flores de cerezo, que por alguna razón estaban floreciendo a finales de
este año. Seguían goteando trozos de color rosa por todo el vivero, que
luego la brisa recogería y soplaría. El padre de Joel insistía en un vivero
“limpio”, lo que significaba que no permitiría que las flores caídas
ensuciaran la propiedad. Joel probablemente había barrido varios millones
de esas malditas cosas sólo hoy.
Joel puso sus manos en sus estrechas caderas; varias chicas le habían
dicho que se veía “hermoso” cuando hacía eso. Inclinó la cabeza hacia su
padre.
—¿Ya terminaste?
Su padre levantó las manos y gritó—: ¡Estás despedido!
Joel frunció el ceño. Bien, odiaba este trabajo. Sin embargo, su padre le
pagaba dos dólares la hora más que cualquier otro salario que hubiera
podido encontrar, y al menos el trabajo era diurno. Todo lo demás que
había investigado requería trabajar hasta altas horas de la noche, lo que
reduciría su tiempo con la banda. Hasta que pudiera irse de la ciudad, que
no iba a ser hasta la graduación, dentro de dos largos meses, la verdad era
que trabajar en el vivero era el mejor trabajo que tenía disponible en ese
momento. Y tenía que tener un trabajo. No podría ahorrar el dinero que
necesitaba para ir a Los Ángeles si no seguía trabajando.
Se enfrentó a su papá.
—No puedes despedirme porque me voy siete minutos antes.
Steve D'Agostino miró a su alrededor mientras una confusión fingida
cruzaba su rostro oscuro. Joel parpadeó; acababa de tener esa extraña
sensación que a veces sentía cuando miraba a su padre, como si estuviera
viendo una versión más vieja de sí mismo. Cuando su padre abría así sus
ojos marrones, se parecía mucho a Joel, quien había recibido la mayoría de
sus rasgos fuertes de su padre, pero cuyos ojos eran tan grandes y pesados
como los de su madre. Era una buena combinación. Una vez, una señora
se le acercó en la tienda de comestibles para preguntarle si era modelo.
Eso, de hecho, era algo que planeaba hacer cuando llegara a Los Ángeles.
Le serviría de apoyo mientras ponía en marcha su carrera musical.
—¿Estoy sufriendo alguna alucinación? —preguntó el papá de Joel—.
¿No es cierto que como dueño de este lugar, puedo hacer lo que quiera?
¿Hay algún otro jefe por aquí del que no haya oído hablar? Alguien —estaba
imitando el uso frecuente de Joel de la palabra— ¿quién tiene la última
palabra?
—Qué gracioso —dijo Joel—. Sólo digo que es estúpido despedir a
alguien por irse siete minutos antes.
—Eso crees, ¿eh? —La voz de su padre era más fuerte ahora—.
Hagamos los cálculos, ¿de acuerdo?
Joel miró a su alrededor para ver si alguien estaba viendo cómo lo
sermoneaban como a un niño tonto. Un par de viejas estaban
inspeccionando las hojas de los cerezos en el borde del estacionamiento.
Una familia estaba agrupada alrededor de los adornos de plástico en forma
de molinete cerca de la puerta principal del centro del jardín. Al otro lado
del vivero, el compañero de trabajo de Joel, Seth, metía con una pala la
corteza de belleza en la parte trasera de uno de los camiones de reparto.
Bien. No había nadie importante.
Joel miró su reloj. Ahora eran las 6:00 p.m. Interrumpió los monótonos
cálculos de su padre y tocó su reloj.
—Bueno, ahora no me estoy yendo antes.
—Crees que eres divertido, ¿no? —El padre de Joel negó con la
cabeza—. No necesito hacer los cálculos. Ya los hice. Durante el tiempo
que has trabajado para mí, te he pagado más de sesenta y siete horas más
de lo que has trabajado. Eso es fácilmente mil dólares que obtuviste por
hacer absolutamente nada.
Joel se encogió de hombros.
—¿Y qué? Soy tu hijo. Me lo debes.
El padre de Joel miró fijamente a Joel durante diez segundos seguidos.
Después de los tres primeros, Joel pensó en subirse a su camioneta e irse.
Pero por alguna razón, no podía apartar la mirada de su padre.
Cuando Joel era pequeño, pensaba que su padre era el hombre más
genial del planeta. A diferencia de los padres de sus amigos, su padre era
grande, de hombros anchos y estaba en forma, como un superhéroe. No
conducía un sedán viejo y aburrido como otros papás; conducía un gran
camión negro brillante. Su padre tampoco usaba el atuendo paternal típico,
como pantalones caqui y polos monótonos. Cuando el padre de Joel no
estaba en el vivero, se vestía con ropa llamativa: pantalones elegantes,
camisas brillantes y corbatas estampadas. La gente de la ciudad amaba a
Steve D'Agostino: podía hacer que una multitud estallara en carcajadas,
encantar a cualquier mujer, hacerse amigo de quien quisiera. En casa, era
divertido y atento; cuando Joel era un niño, si su padre estaba en casa era
divertido. Padre e hijo pasaban los veranos bromeando y haciendo cosas
interesantes juntos.
El padre de Joel tocaba la guitarra y enseñó a su hijo desde pequeño,
inculcándole el amor por la música. Incluso le compró a Joel una batería
cuando le pidió una, y habían formado una “banda de rock” de dos
personas.
Sin embargo, algo extraño había sucedido cuando Joel llegó a la
adolescencia. Las reglas cambiaron. Ya no se le permitió jugar y hacer lo
que quisiera. Su padre esperaba algo de Joel que no podía dar. Su papá
quería que dejara de divertirse. Quería que “se pusiera serio” y “creciera”.
Después de un tiempo, Joel dejó de protestar. En el segundo año, estaba
a favor de crecer porque eso significaba que podía alejarse de sus padres
asfixiantes y de este pequeño pueblo atrasado. Significaba que podía ir a
tocar música donde alguien lo apreciaría en lugar de gritarle por ello. Pero,
¿por qué crecer tenía que significar ponerse serio? ¿Por qué tenía que dejar
de divertirse?
Joel parpadeó cuando sintió un tirón y escuchó un desgarro. Miró hacia
abajo.
—¿Qué–?
Su padre acababa de arrancar la etiqueta con el nombre de la camisa de
Joel con tanta fuerza que dejó un agujero.
—Se acabó —dijo su padre—. Sólo lárgate de aquí.
Joel sintió que la sangre le inundaba el rostro. Le palpitaban las sienes.
Apretó los puños.
—Ahora —gruñó su padre.
Joel alzó las manos.
—Bien. —Se volteó y abrió la puerta de su camioneta.
Joel se puso detrás del volante, metió sus largas piernas en la cabina y
cerró la puerta. Escuchó el crujido de la grava y miró por la ventana del
lado del conductor para ver a su padre caminando de regreso al centro del
vivero.
«Como sea».
Joel giró la llave. Una vez, dos veces, tres veces. El viejo motor
finalmente se puso en marcha y chisporroteó antes de convertirse en un
estruendo parecido al de un traqueteo.
Joel golpeó el volante con la mano.
Su padre pensaba que le había hecho a demasiados malditos favores.
Como comprarle esta camioneta.
—Te compré una camioneta, Joel —solía decirle su papá cuando él se
quejaba de no conseguir lo que quería. ¿Y qué? ¡Era una camioneta de hace
veinte años con transmisión estándar! «Gracias por los pequeños favores»,
pensó Joel.
Joel puso la palanca de cambios en marcha atrás. Apretó los engranajes
y la camioneta salió disparada hacia atrás. Podía oír la grava volando bajo
el chasis de la camioneta. Esperaba estar dejando grandes surcos en el
precioso estacionamiento de su padre—: la grava debe mantenerse lisa y
uniforme. —Sería bueno para el idiota.
Joel apretó los engranajes de nuevo mientras cambiaba a primera.
Apretó con fuerza el acelerador y el motor gimió, protestando por la
velocidad excesiva en marcha baja. Joel pasó rápidamente a la segunda y
tercera mientras seguía acelerando. Salió del estacionamiento a 45 km/h en
tercera velocidad. La grava todavía volaba; la escuchó en el letrero de
D'Agostino en el borde delantero del estacionamiento. Sus neumáticos
chirriaron cuando salió a la carretera. Alguien le tocó la bocina, pero ni
siquiera miró hacia atrás para ver por qué. Simplemente pisó el acelerador
a fondo y llevó la camioneta a más de 60 km/h tan rápido como lo permitía
el viejo vehículo.
Otro coche le tocó la bocina. Alguien gritó. A Joel no le importaba.
D’Agostino's estaba a las afueras del llamado centro de la ciudad, una
colección desaliñada y patética de negocios moribundos esparcidos por
varias manzanas semiabandonadas. El centro del vivero/complejo de
viveros estaba en la carretera “principal”, una estrecha franja de pavimento
de dos carriles llena de baches que finalmente conducía a una carretera
estatal. Aunque era la carretera principal, el límite de velocidad era de sólo
30 km/h. Estúpidamente lento.
La casa de la familia D'Agostino estaba a sólo tres millas del vivero, y a
Joel le gustaba ver qué tan rápido podía conducir la corta distancia.
Hoy necesitaba llegar a su casa lo más rápido posible. Necesitaba volver
a su habitación y tocar sus pads de batería. Quería golpear su frustración.
Si hubiera podido ir a la casa de su amigo Zach para tocar la batería de
verdad, lo habría hecho, pero Zach y su familia no estaban en casa hoy, una
especie de cosa familiar, y al padre de Zach no le gustaba que Joel o los
otros miembros de la banda fueran cuando no había nadie en casa.
Joel tomó el desvío de la carretera principal tan rápido que sus
neumáticos chirriaron de nuevo. Sonrió y aceleró hacia la recta que corría
al oeste de la calle principal. Unas cuadras más tarde estuvo en el corazón
de la zona residencial de la “vieja ciudad”, el barrio de grandes árboles
nudosos y prados verdes inclinados y casas victorianas de aspecto altanero
donde vivían todos los “destacables” de la ciudad, las familias que llevaban
toda la vida aquí. Joel pensaba que estas familias, incluida la suya propia,
eran unos don nadie: gente demasiado estúpida para ver que su ciudad era
una pérdida de espacio, gente demasiado perezosa, asustada o estúpida
para irse y probar la vida en otro lugar.
La idea de estas familias inamovibles, todas las viejas formas de pensar y
los interminables juicios y críticas, como los de su padre, molestaban tanto
a Joel que pisó el acelerador aún más fuerte y tomó la siguiente curva más
rápido de lo que había hecho antes. Lo hizo tan rápido que patinó. Durante
un par de segundos, no tuvo control sobre el vehículo. Se deslizó por la
esquina, y sus neumáticos temblaron sobre el pavimento irregular.
Joel soltó un grito de alegría. Se sentía muy bien no estar atado a las
reglas, a lo que era correcto. Era–
La parte trasera de su camioneta golpeó algo con un fuerte golpe
seguido de un crujido.
«Ups». Sonaba como si hubiera sacado un buzón.
Joel suspiró y frenó de golpe. La camioneta se detuvo con una sacudida,
arrojándolo hacia adelante y hacia atrás y balanceándose durante un par de
segundos mientras empujaba la palanca de cambios a neutral y ponía el
freno de mano.
Dejó el motor en ralentí cuando salió para ver qué había triturado. No
es que le importara mucho, pero meterse en problemas no servía para sus
propósitos en este momento, especialmente dado que su padre lo había
despedido. Necesitaba aguantar a alguien que le diera un trabajo mejor, y
la mayoría de las personas por las que valía la pena hacerlo vivían en este
vecindario. Si había roto un buzón, probablemente debería arreglarlo.
Joel rodeó su camioneta y miró el arcén. Levantó las cejas.
No había golpeado un buzón.
Una figura de plástico de un metro de altura, de color verde amarillo
neón, con la forma vaga de un niño, yacía de costado en la tierra detrás de
la camioneta de Joel. El “niño” sostenía una bandera naranja triangular que
tenía las palabras NIÑOS JUGANDO impresas en negro. El color del letrero
hacía juego con el “sombrero” naranja que estaba moldeado en la parte
superior de la cabeza de plástico del niño. En lo que podría haberse llamado
las caderas de la figura, la palabra lento brillaba bajo un reflector rojo. Joel
rio. Qué buen trabajo había hecho el pequeño hace un momento. Ni
siquiera lo había visto, y mucho menos se sintió obligado a prestarle
atención a su estúpida advertencia.
Notó que las “piernas” de la figura de plástico estaban agrietadas,
probablemente como resultado del impacto con su camioneta. «No es gran
cosa. Aun funciona».
Joel empezó a apartarse de la figura, pero por alguna razón, sus grandes
ojos negros redondos y su boca abierta y vacía llamaron su atención. Se
detuvo. Se le puso la piel de gallina en los brazos desnudos mientras miraba
fijamente la carita ciega y sin vida.
Sacudió la cabeza y se frotó los ojos.
—Como sea —dijo Joel en voz alta.
Miró a su alrededor. Estaba solo, por lo que una vez más comenzó a
regresar a su camioneta.
Y de nuevo, se detuvo. Esta vez, su atención fue captada por un charco
de lodo repugnante junto a los pies de la figura de plástico. «¿Qué es eso?»
No era barro. No era caca de perro. Era…
Joel se inclinó para ver el lodo con más claridad e inmediatamente
retrocedió. La masa grumosa de color marrón parecía como si un perro
se hubiera derretido en un exudado semilíquido.
Joel dio un paso atrás e hizo una mueca.
—¡Eso es asqueroso!
Totalmente asustado, Joel giró una vez más para ver si alguien lo estaba
mirando. No vio un alma en la calle, y todas las casas habían corrido sus
cortinas o tenían oscurecidas las ventanas.
Joel se apresuró a regresar a la puerta del conductor abierta y se subió
a la camioneta. Poniéndola en marcha, soltó el freno y se alejó tan rápido
como pudo sin chirriar los neumáticos. No quería hacer más ruido del
necesario.
«¿Por qué? ¿Porque se despertaría el niño de plástico dormido?»
Joel resopló al pensarlo.
—Sí, claro —murmuró. Encendió su radio para ahogar los nervios
restantes que le hacían cosquillas en los pelos de la nuca.

✩✩✩
La mamá de Joel lo estaba esperando cuando detuvo su camioneta en el
camino de entrada. Estaba de pie en el porche envolvente y cubierto, con
las manos enterradas en los bolsillos de sus mom jeans de cintura alta. Aún
a diez metros de distancia, Joel podía ver sus cejas fruncidas y sus labios
comprimidos. Obviamente estaba enojada por algo. «Estupendo».
Estuvo tentado de marcharse de nuevo, pero todavía se sentía raro por
la cosa de plástico.
Quería subir a su habitación y ocultarse del mundo.
Pero para hacer eso tendría que atravesar a su madre.
Joel era hijo único y, como tal, siempre pensó que debería ser mimado
como es debido. Su mejor amigo, Wes, también era hijo único, y Wes
obtenía lo que quería cuando quería. Joel, sin embargo, tenía padres que
estaban “comprometidos” a asegurarse de no malcriarlo. A lo largo de los
años, había tratado de manipularlos para que le consiguieran lo que quería,
pero en algún momento se había rendido.
—Tienes que esforzarte por lo que quieres en la vida, Joel —siempre le
decían sus padres—. Si te damos todo, no sabrás cómo abrirte camino en
el mundo.
—Lo averiguaré —les respondía—. ¿Por qué no me dan unos años
fáciles antes de llegar a los difíciles?
No caían su razonamiento persuasivo ni encontraban divertido su
humor. A diferencia de los padres de Wes, quienes le decían que estaba
bien cuando sacaba C y D en la escuela, los padres de Joel no sólo
lamentaban sus malas calificaciones, sino que lo castigaban por ellas. Su
camioneta era un ejemplo perfecto de eso.
Cuando Joel llegó a la escuela secundaria, su padre le dijo que le
compraría una camioneta nueva a Joel cuando sacara su licencia, siempre
que obtuviera buenas calificaciones. Por cada semestre que obtuviera malas
calificaciones, la camioneta que recibiría sería un año más vieja. Joel intentó
sacar buenas notas durante un semestre, pero era demasiado trabajo.
Acortaba su tiempo de tocar música y pasar el rato. Entonces, hizo los
cálculos y pensó que una camioneta de hace cinco años no era tan mala;
dejó de intentar sacar buenas notas. Cuando llegó el momento de que le
dieran su camioneta, su padre le dijo lo decepcionado que estaba con su
desempeño escolar. Joel le contó con orgullo a su padre sus razones para
ser vago, lo que resultó ser una mala decisión. Su padre estaba tan enojado
que castigó a Joel por su “impertinencia” quitándole otros quince años de
nueva a la camioneta. Así fue como terminó con una camioneta de hace
veinte años.
—Deberías alegrarte de que tu papá te haya comprado una camioneta
—le había dicho la madre de Joel cuando él se quejó con ella. Siempre se
ponía del lado de su padre—. Tu padre es un hombre maravilloso, un gran
padre. Él hace todo lo posible por esta familia —había dicho más veces de
las que Joel quería recordar.
Ahora podía decir por el ceño enojado de su madre que atravesarla no
iba a ser fácil. Decidió intentar actuar de forma inocente y despistada y ver
qué conseguía.
Salió de su camioneta y saludó a su madre con indiferencia.
—Hola mamá.
—Nada de hola mamá —espetó—. Tu padre me llamó.
Joel suspiró y corrió hacia su madre. Se aseguró de mantener los
hombros hacia atrás, la cabeza en alto y caminar con su arrogancia
usualmente confiada. Marianna, la chica más bonita de su clase, vivía al otro
lado de la calle. La ventana de su dormitorio daba a la carretera. Ella nunca
le había dado ni la hora, pero pensaba que siempre había esperanza.
Después de todo, él hacía que los vaqueros y las camisetas negras
parecieran atractivos.
Todas las otras chicas pensaban que así era. No parecía importarles que
él no fuera romántico o caballeroso ni nada de esas cosas. Conseguía citas
cuando las quería. Sin embargo, Marianna era una cita que no podía
conseguir.
—Tu encanto es como una envoltura de plástico, Joel —le había dicho
una vez.
—¿Qué se supone que significa eso? —había preguntado.
—Es delgado, y algo transparente, no oculta lo idiota que eres.
Joel lanzó una mirada a la ventana de Marianna mientras caminaba hacia
su madre. Si ella estaba mirando, las únicas dos mujeres a las que quería
impresionar lo verían en un punto bajo. Eso apestaba.
Joel subió al porche y miró los ojos oscuros de su madre.
Joel amaba a su madre, pero ella podía ser intimidante. Era una mujer
alta con un cuerpo robusto y siempre vestía ropa sensata, generalmente
pantalones oscuros o jeans de cintura alta y blusas de colores brillantes
(hoy era magenta). Sus rasgos eran un poco grandes para su rostro. De
hecho, podría pasar por un hombre si no llevara el pelo largo. Pero ella
llamaba la atención. No podía apartar la mirada de ella cuando estaba
enojada.
—Papá estaba de mal humor —intentó Joel.
—Déjalo, Joel. Sabes muy bien que has empujado a tu padre más allá de
los límites que cualquier padre debería tener que soportar. Llegas tarde al
trabajo, haces lo menos posible mientras estás allí y te vas temprano. Iba a
dejarlo pasar hasta que te fueras a la universidad, pero luego dijiste que no
irías a ir a la universidad… porque no podrías obtener buenas
calificaciones. En ese momento, tu papá pensó que necesitarías el dinero,
así que te mantuvo, a pesar del hecho de que vas a romperle el corazón e
ir a unirte a una banda de rock o lo que sea que planees hacer. Pero incluso
él tiene un límite.
Joel se miró los pies.
—Lo siento mama. —Inclinó la cabeza y le dio la mirada de reojo que
siempre solía hacerla derretirse.
Ella soltó aire.
—Eres un chico guapo, Joel. Te lo concedo. Pero las apariencias no te
darán todo. Necesitas un poco de personalidad para acompañarla. Y ahora
mismo, la tuya necesita mucho trabajo.
Joel se encogió de hombros.
—Quiero subir a mi habitación.
Su madre abrió la boca, luego la cerró e hizo un movimiento de espanto
con la mano.
—Bien. Vamos.
Joel pasó junto a ella y entró pisando fuerte en su casa. La escuchó
suspirar detrás de él mientras rastreaba tierra a través de la entrada de
baldosas grises. Se lo merecía.
Tenía algo de hambre y quería un bocadillo, pero más que eso, quería
estar solo. Subió corriendo la amplia escalera hasta el segundo piso,
recorrió el pasillo y entró en su habitación. Cerró la puerta de un portazo
y se dirigió hacia las baquetas, pero en cambio agarró su guitarra acústica
de su soporte en la esquina de la habitación. Se dejó caer en la cama con
ella.
Curvando los dedos sobre los trastes, Joel se concentró en el último
conjunto de acordes que estaba tratando de dominar. Eran acordes de
barra, con los que siempre había tenido problemas. Obtener la fuerza
necesaria en sus dedos para mantener presionadas todas las cuerdas del
traste a la vez le llevó cientos de horas de práctica, e incluso ahora, después
de años de tocar, luchaba con algunos de los acordes menos comunes.
Sin embargo, tenía que aprenderlos. No quería que la música que estaba
escribiendo fuera corriente; no iba a usar los acordes fáciles habituales o
las progresiones de acordes estándar. Quería crear música que traspasara
los límites.
«Límites».
Ese era su problema. Estaba encerrado por muchas reglas. Lo volvían
loco, tan loco que se sentía como si fuera una bola de ira andante todo el
tiempo. No pretendía serlo, pero no podría ayudarse así mismo. Se sentía
como un tigre atrapado en una jaula, un tigre tan frustrado que no podía
evitar rugirles a todos.
Joel repasó sus nuevos acordes dos veces; luego comenzó a combinarlos
con una selección compleja. La mezcla sonaba genial. Joel sonrió mientras
una nueva canción, sobre romper fronteras, comenzaba a formarse en su
cabeza.
Pero la incipiente melodía fue silenciada cuando la madre de Joel abrió
la puerta de su dormitorio. Los dedos de Joel se congelaron en la guitarra.
La mamá de Joel se acercó a su tocador y puso calcetines limpios en un
cajón.
—Eso sonó interesante —dijo.
Joel frunció el ceño. “Interesante” no era lo que estaba buscando. Pero
no iba a decir nada. Nunca trató de explicar su música a sus padres. No
era para que ellos lo entendieran. Era por él, y por los fanáticos que
eventualmente tendría cuando pudiera dejar esta ciudad y tocar en algún
lugar donde fuera apreciado.
La mamá de Joel pasó una mirada al taburete de respaldo afelpado que
estaba en la esquina con sus instrumentos. Se puso las manos en las
caderas.
—¿Por qué nos molestamos en traerte ese taburete si vas a encorvarte
en tu cama cuando tocas tu guitarra? —ella negó con la cabeza y salió de
su habitación, murmurando para sí misma.
Tan pronto como cerró la puerta del dormitorio, Joel le arrojó una
almohada.
—¿Por qué nos molestamos? —la imitó.
¿Por qué nos molestamos? era una de las frases favoritas de su madre.
Esta línea se aplicaba a cualquier cosa que ella o su padre hicieran y que
ella pensara que Joel debería apreciar más.
Por ejemplo, le encantaba preguntar—: ¿Por qué nos molestamos en
comprarte ropa bonita si no vas a cuidarla? y ¿Por qué nos molestamos en
conseguirte un tutor si no te presentarás a sus lecciones?
Él nunca le respondía cuando le hacía esas preguntas, pero si lo hubiera
hecho, habría dicho algo como—: ¿Quién pidió ropa bonita? Los jeans y las
camisetas están bien. Y ¿Cuándo pedí un tutor?
Si pensara que podría salirse con la suya, tendría más que decir en
respuesta a su pregunta sobre su habitación—: ¿Por qué nos molestamos
en decorar tu habitación si vas llenarla de basura?
Bueno, ¿Joel les pidió que trajeran a un decorador profesional para
coordinar las cortinas de rayas beige y azul adecuadas para combinar con
las paredes azul oscuro de su habitación? ¿Pidió el centro de estudio de
roble personalizado, escritorio y credenza unidos a archivadores y estantes
empotrados, y la cómoda, la mesita de noche y el tocador a juego? ¿Le
importaba la alfombra turca importada o las impresiones artísticas
enmarcadas de plantas raras? ¿Necesitaba un ventilador en el techo y una
luz de acero cepillado de última generación? ¿Le importaban cosas como
el número de hilos y las formas de las almohadas? De todos modos, ¿por
qué necesitaba seis almohadas decorativas? Cuando su habitación estaba
como le gustaba a su madre, lo que sólo sucedía cuando ella o el ama de
llaves la arreglaban, las malditas almohadas ocupaban la mayor parte de su
cama tamaño queen.
Todo lo que Joel siempre había querido para su habitación era suficiente
espacio para su batería y guitarras, una placa de sonido profesional e
insonorización. En cambio, consiguió una habitación llena de muebles de
estilo club de hombres hoity-toity y basura decorativa, lo que lo obligó a
abarrotar sus instrumentos, lo único que le importaba, en un rincón. Y la
falta de insonorización dificultaba mucho la práctica. Sus padres siempre
hacían comentarios sobre la música que él quería guardar para sí mismo o
le gritaban que se callara.
El problema con la mamá y el papá de Joel era que habían decidido qué
era lo correcto para él y se enojaban con él por tener una idea diferente.
Nunca podía elegir por sí mismo. A lo largo de los años, esto lo había
resentido tanto que ya no podía apreciar ni siquiera las cosas raras que
hacían y que realmente le gustaban.
Joel apretó los dientes y volvió a tocar la guitarra. Cantó en voz baja.
—Los límites me roban la elección, ahuyentando, forzando, haciéndome
no ser yo. —Se detuvo. «Eso fue tonto».
Joel suspiró y se recostó en sus almohadas, acunando su silenciosa
guitarra. «Si sólo pudiera irme ahora», pensó.
Su padre le había dicho que si no se graduaba de la escuela secundaria,
nunca recibiría ni un centavo de su padre, no ahora, no si se metía en
problemas, ni siquiera después de su muerte. Joel le creía.
Por el momento, habría estado dispuesto a ceder parte de ese dinero
sólo para escapar, pero no tenía lo suficiente ahorrado para hacer el viaje
o para conseguir su propio lugar. Necesitaba quedarse en casa un poco
más. Y ahora tenía que encontrar un nuevo trabajo… a menos que pudiera
encontrar una manera de hacer que su papá lo perdonara. Tal vez podría
convencer a su papá de que lo aceptara.
Joel pensó en eso durante un rato. ¿Qué era peor? ¿Arrastrarse hacia
su padre o salir y trata de encontrar un trabajo diferente? Ambas opciones
apestaban, pero finalmente decidió que disculparse le llevaría menos
tiempo que buscar trabajo.
Al presentar lo que pensó que era una actuación digna de un premio
durante una cena de rosbif, papas rojas y guisantes, Joel pudo persuadir a
su padre para que lo dejara seguir trabajando hasta el final del año escolar.
Joel había dicho mucho—: Lamento mucho haber estado actuando como
un idiota. Y agregó un montón de cosas como—: He estado pensando
mucho y entiendo que necesito hacer algunos cambios y creo que he
estado dando las cosas por sentado, y ya no voy a hacer eso nunca más.
Pensó que sus mentiras bla, bla, bla habían ido bien con la comida bla.
A la madre de Joel le gustaba cocinar “comida sencilla”. De hecho, tomó
clases sobre cómo preparar comidas con la menor cantidad de ingredientes
posible. Deseaba que no tuviera tiempo para clases como esa (la comida
era terriblemente insípida) pero ella sólo tenía un trabajo a tiempo parcial,
como hobby, escribiendo patrones de tejido y vendiéndolos en línea. Esto
le daba demasiado tiempo para “descubrir” cosas nuevas como la comida
sencilla.
Durante los últimos dos años, nada de lo que comían tenía sabor. La
Navidad pasada, había tratado de arreglar eso gastando algo de su propio
dinero para comprar un especiero lleno de treinta especias para su mamá.
Terminó regalando todas menos una docena de especias.
—¿Qué uso puedo darle al jengibre y el cilantro? —había dicho mientras
los ponía en una bolsa para donarlos a la caridad. Y sus padres se
preguntaban por qué no hacía cosas por ellos. ¿Qué sentido tenía? De
todos modos, lo que hacía nunca estaba bien.
Sólo quedaban dos meses más.

✩✩✩
A la mañana siguiente, sintiéndose bastante satisfecho de sí mismo por
haber recuperado su trabajo, Joel se acomodó en uno de los taburetes
cubiertos de terciopelo color burdeos frente a la isla del tamaño de un
portaaviones en la cocina de calidad de restaurante de su madre.
Probablemente por 3.000 vez, Joel miró desde su plato de cereal frío a los
llamativos electrodomésticos de acero inoxidable y las relucientes
encimeras de granito negro en la cocina de su madre. ¿Qué sentido tenían
esas cosas? Aproximadamente diez años antes, su padre había sorprendido
a su madre con esta enorme remodelación de la cocina (en lugar de
construir a Joel el estudio de música insonorizado que quería). Su padre
había comprado todo esto de última generación y aquello de la más alta
calidad, y Joel todavía consumía cereales fríos seis mañanas a la semana. La
única vez que tomaba un desayuno caliente era los domingos por la
mañana, antes de la iglesia… y eso era sólo porque su papá estaba en casa.
De lunes a sábado, el padre de Joel salía de la casa antes del amanecer
para preparar el centro de viveros para abrirlo. Con demasiada frecuencia,
se esperaba que Joel fuera temprano con su padre. Más de la mitad de las
veces que tenía el turno temprano, se quedaba dormido. ¿Qué persona
normal no lo haría? No era natural despertarse cuando aún estaba oscuro.
Joel molió su camino a través de un segundo tazón de cereal Fazbear
Fazcrunch, deseando todo el tiempo que fuera algo más, como huevos al
curry y tocino con papas fritas. Quizás debería haber ido a la casa de Zach.
La mamá de Zach siempre hacía lo que ella llamaba “desayunos de granja”.
—Mirar tu cereal no lo convertirá en panqueques… o lo que sea que
desees que sea —dijo la mamá de Joel mientras arrojaba una revista de
tejido en el mostrador junto a él y se sentaba con su taza de café. Como
de costumbre, ya estaba vestida (los pantalones de hoy eran negros y la
blusa era verde esmeralda), tenía el cabello trenzado y el maquillaje en su
lugar.
Él le lanzó una mirada.
—Todavía no entiendo por qué no podemos comer huevos durante la
semana.
—Nada te impide comer huevos. ¿Quieres huevos? Cocina huevos. —
La mamá de Joel tomó un sorbo de su café y mantuvo la mirada fija en su
revista.
—Sólo porque no desayunas no significa que no debas alimentar a tu
familia con el desayuno —se quejó Joel—. No es justo hacerme comer
cereal todos los días porque crees que el café es todo lo que una persona
necesita por la mañana.
La mamá de Joel dejó su revista y se giró para mirarlo.
—Tienes una perspectiva interesante, Joel —dijo su madre.
Él le frunció el ceño.
—¿Qué significa eso?
—Te has olvidado convenientemente todos los días que cuando eras
pequeño, cuando me levantaba temprano y te preparaba huevos,
panqueques, waffles o avena sólo para que corrieras escaleras abajo, tarde
como siempre, y gritaras—: “¡No tengo tiempo mamá! Sólo dame cereal”.
Después de tirar algunas docenas de desayunos en el triturador de basura,
entendí el mensaje. —Ella señaló su caja de cereal—. Eso es lo que querías.
Eso es lo que obtienes.
—Sí, bueno, apesta, y no creo que sea justo castigarme por algo que ni
siquiera recuerdo haber hecho.
Su madre se cruzó de brazos y le arqueó una ceja.
—¿Qué pasó con “Entiendo que necesito hacer algunos cambios”? —
Hizo una muy buena imitación de su voz mientras le echaba en cara el
precioso mamoneo de la noche. Respiró hondo, luego frunció el ceño y
negó con la cabeza—. No te molestaste en ducharte esta mañana, ¿verdad?
Como siempre.
Joel apretó los labios. Otra vez con la ducha. Su madre estaba
obsesionada con la limpieza.
—No me alcanzó tiempo —dijo.
—Pero tienes tiempo para sentarte aquí y quejarte por la comida que
estás comiendo, que por cierto se te proporcionó de forma gratuita.
Joel quería decir algo sarcástico a eso, pero sabía que cualquier cosa que
dijera afectaría a su padre. Cuando su padre accedió a dejarlo volver al
trabajo, lo hizo con una advertencia—: Será mejor que mantengas la nariz
limpia. No holgazanees. Ni hables por detrás.
Entonces Joel mantuvo la boca cerrada.
Su mamá arrugó la nariz y tomó su café y su revista.
—Creo que voy a llevar mi café a mi oficina y leer mi revista en paz.
—Como sea —murmuró Joel.
Su madre se paró junto a la isla por un momento y lo miró fijamente.
Luego suspiró y salió de la cocina.
Joel puso los ojos en blanco e hizo una mueca al ver el par de trozos
empapados de Fazcrunch que flotaban en su cuenco.
Ya había comido dos cuencos de ese producto y todavía tenía hambre.
Cogió la caja de color rojo brillante y, colocando su pulgar sobre la cara
de Freddy Fazbear, trató de sacar un tercer cuenco de la caja casi vacía.
Cayeron un par de trozos más de cereal, junto con algo pequeño y amarillo,
envuelto en celofán. Bien. El premio de juguete dentro de cada caja.
Sacando el premio de la leche con su cuchara, y rociando el mostrador
con leche en el proceso, Joel miró el juguete. ¿Eso era…?
Limpió el celofán en la servilleta que estaba junto a su tazón de cereal y
abrió el envoltorio para ver el juguete con más claridad. No podía ser lo
que pensó que era.
El juguete de plástico cayó sobre el mostrador y Joel se estremeció. Era
lo que había pensado que era.
El juguete era una versión en miniatura de la misma extraña figura de
plástico amarillo con forma de niño que había golpeado con su camioneta
ayer. Al igual que esa figura, el juguete sostenía una bandera triangular
naranja que decía NIÑOS JUGANDO. Al igual que esa figura, el juguete tenía
una impresión lenta en las caderas, debajo de un reflector rojo. Tenía el
mismo sombrero naranja, los ojos negros, la boca abierta. La cosa era
idéntica en todos los aspectos, excepto por el tamaño, a la figura de
plástico que Joel había atropellado. Idéntica… incluso a la forma en que lo
hizo sentir cuando la miró. La cosa lo desconcertó seriamente.
—Esto es una locura —dijo Joel en voz alta, como si quisiera salir de
dudas.
¿Cuáles eran las probabilidades? ¿Por qué alguien haría un juguete que
se pareciera a esa estúpida figura de niño?
Joel se estremeció y luego tiró el estúpido juguete del mostrador con
el dedo índice. Golpeó el suelo con un clic, se deslizó a través de la madera
pulida y aterrizó entre una rejilla de ventilación y la moldura del zócalo en
la esquina de la cocina. Joel lo miró un par de segundos, luego salió de la
cocina, dejando su cuenco vacío y la caja de cereal vacía en la encimera…
como siempre hacía. Pensó que si tenía que comer cereal todos los días,
estaría bien que su madre tuviera que limpiar los restos.
Joel miró el reloj sobre la estufa. Sería mejor que se mueva. Iba a llegar
tarde a la escuela. Un aviso de tardanza oficial más, y tendría que hacer una
detención después de la escuela. Si lo detenían, no podría trabajar. Sin
trabajo, no podría conseguir el dinero que necesitaba.
La vida apestaba en serio. Nada de lo que quieres llega sin pagar por
ello, y cuando tus padres no quieren pagar por las cosas que quieres, tienes
que conseguir el dinero tú mismo. Eso significa pasarte la mayor parte de
tu vida haciendo tonterías que no quieres hacer, sólo para eventualmente
tener suficiente dinero para hacer algo que querías hacer, pero para
entonces no tenías suficiente tiempo para hacer porque estabas trabajando
para pagarlo.

✩✩✩
Joel apenas llegó a la escuela a tiempo, y después de esta, apenas llegó a
tiempo al trabajo. Una vez allí, tuvo que quedarse exactamente hasta las
6:00 p.m. En realidad, se quedó hasta cinco minutos después, sólo para
asegurarse de que su padre entendiera que no estaba “holgazaneando”.
Tendría que hacer lo mismo al día siguiente, y al día siguiente, hasta que
finalmente llegara el viernes.
A las 6:08 p.m., Joel caminó penosamente hacia su camioneta,
murmurando en voz baja y pateando grava a medida que avanzaba. Su padre
quería que Joel estuviera en el trabajo temprano a la mañana siguiente para
cargar un pedido especial por entregar.
Un sábado por la mañana. Eso no era justo en absoluto. Su padre sabía
que a Joel y sus amigos les gustaba practicar hasta tarde los viernes por la
noche. Joel estaría extremadamente cansado por la mañana, ¡y ahora no
podría dormir hasta tarde! La peor parte era que ni siquiera podría
quejarse porque había prometido no hacerlo.
Pero si su promesa significaba llegar tarde por la noche y madrugar,
entonces él–
—¡Ay! ¡Cuidado con lo que estás haciendo, jovencito!
Joel levantó los ojos y miró a su alrededor. Gimió cuando su mirada se
posó en la anciana Sra. Linden.
De al menos noventa años, la Sra. Linden era una anciana huesuda que
visitaba el vivero al menos una vez a la semana.
—La jardinería mantiene los huesos jóvenes —decía cada vez que venía
a comprar una nueva planta o una nueva herramienta. La mujer lo repetía
una y otra vez.
Esto resultaba especialmente fastidioso ya que la señora Linden hablaba
bien. Divagaba constantemente sobre todo lo que estaba sucediendo en su
vida, sobre sus hijos mayores y sus problemas, sobre sus dolores y
molestias y las citas con el médico y, por supuesto, sobre cada cosa
minúscula que sucedía en su enorme jardín.
—Las abejas han estado rondando mi forsitia más de lo habitual.
—Casi corto una oruga por la mitad cuando estaba plantando mi nuevo
alyssum.
—Una de las ramas se rompió en mi tamjuniper.
¿A quién diablos le importaban todas esas cosas? A Joel no. Odiaba
escuchar la voz quebrada de la anciana.
Y además de que la Sra. Linden hablaba constantemente, era una
quejosa. Encontraba fallas en algo cada vez que entraba, y su padre siempre
hacía todo lo posible para hacerla feliz. Joel se encogía cada vez que tenía
que escuchar uno de sus intercambios, que siempre era algo así como…

Sra. Linden: Esas semillas no brotaron según lo programado, Steven.


Papá: Lo siento mucho, Sra. Linden. Aquí tiene un nuevo paquete. Invita
la casa.

O sino:

Sra. Linden: Mis jacintos no tienen el color que esperaba, Steven. Creo
que el fertilizante no está haciendo su trabajo.
Papá: Lo siento mucho, Sra. Linden. ¿Qué le parece si le doy una botellita
de otro tipo de abono para que lo pruebe? Será gratis.
Después de presenciar esto varias veces, Joel finalmente le preguntó a
su papá: ¿Por qué se molesta en venir aquí todo el tiempo si nuestras cosas
son tan malas?
Su padre sonrió y negó con la cabeza.
—Es su manera de ser. Compra mucho más de lo que le doy.

Ahora la señora Linden miraba fijamente a Joel con sus ojos grises
entrecerrados.
—Te das cuenta de que tus casuales patadas a la grava han ensuciado mi
guardabarros —dijo la Sra. Linden, señalando una mancha microscópica en
la pintura azul pálido de su antiguo Ford LTD. Aquella cosa era un barco
con ruedas.
Joel abrió la boca para decirle dónde ponerse el divot, pero por el rabillo
del ojo vio a su padre salir del vivero. Joel y la Sra. Linden estaban lo
suficientemente cerca de su padre como para que éste pudiera oír lo que
decían. Joel soltó aire y se inclinó para rozar con el pulgar la mancha.
Afortunadamente, la mota era tierra, no un “divot”. (Un divot es un pedacito de
tierra que vuela hacia arriba cuando algo lo golpea).

—Lo siento mucho, Sra. Linden —dijo, prácticamente atragantándose


con cada palabra—. No debería haber sido tan descuidado. Pero era sólo
un poco de suciedad, no un divot—. ¿Qué tal si le lavo el coche mañana
después de salir del trabajo?
La Sra. Linden sonrió.
—Eso sería estupendo, jovencito. —Se acercó al padre de Joel—. Un
buen chico tienes allí.
El padre de Joel arqueó los labios pero asintió. Joel puso los ojos en
blanco y corrió hacia su camioneta tan pronto como la Sra. Linden dio otro
paso hacia su padre. Saltando a la cabina, metió la llave en el encendido y
ordenó—: ¡Arranca! —Sorprendentemente, lo hizo en el primer intento.
Joel puso la camioneta en marcha y, como casi literalmente podía sentir
la mirada de su padre sobre él, retrocedió lentamente. Con mucho
cuidado, giró las ruedas para salir del área de estacionamiento. Hoy estaba
siguiendo las reglas al pie de la letra, tanto que fue lo primero que le dijo a
Zach cuando se detuvo junto al viejo granero de la familia de Zach.
Zach estaba afuera, en la esquina del granero, poniendo semillas en el
comedero para pájaros cuando llegó Joel.
Joel pudo ver que Zach ya había extendido heno fresco para las cabras.
Una de las cabras, Missy, una pequeña bronceada que se comería tu ropa
si no la mirabas, ya estaba comiendo. El aire olía de manera similar a como
olía el vivero: apestaba a tierra y estiércol con sólo un toque de dulzura,
que provenía de la madreselva que crecía contra las tablas descoloridas y
deformadas a lo largo de la pared sur del granero.
—Amigo —dijo Joel mientras salía de su camioneta—, hoy estoy
obedeciendo las reglas al pie de la letra. ¿Y tú?
Zach se volteó y se rio.
—Nah. Estoy pisoteando todas las reglas.
Joel se echó a reír, metió la mano en la cabina de su camioneta y agarró
el asa del maltrecho estuche de su guitarra.
—¿Están todos aquí? —le preguntó a Zach.
Zach negó con la cabeza y su largo cabello de color pajizo le cruzó la
cara. Lo apartó a un lado con una de sus grandes manos.
Zach era un tipo grande, incluso más alto que Joel. Era el tipo de chico
con el que no quisieras cruzarte. Era centro del equipo de fútbol de la
escuela secundaria. La masa muscular de Zach no provino de hacer
ejercicio. Venía de trabajar en la granja de sus padres. Él era increíblemente
fuerte. También era un gran músico. No lo parecía porque era grande,
bronceado y tenía rasgos ásperos, pero Zach podía tocar el piano y el
teclado con más corazón que nadie que Joel hubiera escuchado jamás.
Zach cerró la tapa del comedero para pájaros.
—Le pasó algo a la novia de Evan. Él estará aquí en una hora.
—No lo necesitamos. Puedo cantar hasta que llegue.
—Eso imaginé.
—¿Ya viene la pizza? —preguntó Joel—. Me muero de hambre.
—Wes me convenció de que esperara para hacer el pedido, para que
no estuviera fría cuando Evan llegara. —Zach se dirigió al granero y Joel lo
siguió.
—¡Wes! —le gritó Joel a su amigo— Pequeño idiota de pelo rizado
¿Qué estabas pensando, amigo? ¡Necesito comida!
—No todo se trata sólo de ti, Joel —respondió Wes.
—Cállate. —Joel dejó su estuche sobre un fardo de heno y sacó su
guitarra. Se acercó a uno de los amplificadores instalados en la parte trasera
del granero, enchufó la guitarra y la dejó apoyada contra un par de
neumáticos de repuesto apilados a lo largo de la pared. No tocaba la
guitarra en el grupo tan a menudo. Sobre todo, él era el baterista. A veces,
sin embargo, él y Evan cambiaban. Evan era un baterista aceptable y podía
mantener el ritmo cuando Joel realmente quería tocar la guitarra.
Joel observó a Wes concentrado en un riff en el que estaba trabajando,
con su pelo castaño oscuro cayendo sobre su pálido rostro.
—Excelente —dijo Joel cuando Wes dejó de jugar.
Zach se sentó al teclado.
—¿Empezamos?
Joel se sentó detrás de la batería. Él y Wes siguieron el ejemplo de Zach
en la canción que habían estado practicando la noche anterior. El granero
tenía una acústica sorprendentemente buena y Joel se perdió en la música
a los pocos segundos de golpear las pieles.
Evan llegó alrededor de la hora en que llegó la pizza, y después de que
todos se atiborraron de pizza de pepperoni y pepperoncini, luego volvieron
a tocar. Continuaron hasta que Joel miró su reloj poco después de la
medianoche.
—Tengo que irme temprano esta noche. Mi maldito padre me está
obligando a levantarme antes del amanecer para ir a trabajar mañana.
Wes dejó su guitarra y se estiró.
—Oye, alégrate de tener ese trabajo. Mataría por trabajar para alguien
como tu papá.
Joel hizo una mueca.
—No sabes de lo que estás hablando. Mi papá es un esclavista.
—Nunca has volteado hamburguesas en BJ's. ¡Ese tipo es un esclavista!
—Gimió Wes—. Salario mínimo por trabajar sobre una parrilla caliente y
sucia, y que te griten todo el tiempo porque no lo estás haciendo lo
suficientemente rápido.
—Al menos no tienes que palear estiércol —respondió Joel.
Zach rio.
—Creo que tú mismo estás paleando, Joel. (Palear en ingles también se usa como
jerga para decir que alguien depende excesivamente de otro). Se levantó del teclado y negó
con la cabeza—. Tienes una gran vida, amigo, y en lugar de apreciarla,
siempre te quejas por ello. Tienes demasiada prisa por dejarla atrás.
Joel miró a su amigo con el ceño fruncido.
—Tú también quieres entrar en la escena musical. Dijiste que no podías
esperar a que saliéramos por nuestra cuenta.
—Sí, pero es una forma de hablar. Estoy deseando que llegue, pero
también puedo apreciar lo que tengo ahora. Creo que a veces tu enojo te
ciega de lo que es bueno, eso es todo.
—¿Qué diablos sabes tú de mí? —espetó Joel.
Zach levantó las manos en señal de rendición.
—Amigo. Sólo digo… si vas más lento en la vida, puedes disfrutar del
paisaje en el camino hacia donde quieras llegar.
Joel resopló.
—¿Qué eres? ¿Alguna clase de gurú?
Cuando Zach se limitó a sonreír y se encogió de hombros, Joel metió
la guitarra en su estuche y salió pisando fuerte del granero. Joel estaba
rechinando los dientes cuando subió a su camioneta bajo un cielo lleno de
estrellas y un cuarto de luna. ¿Quién se creía Zach diciéndole lo que tenía
que hacer? Joel ya tenía suficiente con sus padres.
—¡Nos vemos mañana por la noche! —llamó Evan mientras él y Wes
se dirigían hacia sus propios vehículos.
Joel saludó a regañadientes a sus amigos, salió y se dirigió hacia las
puertas de la granja de la familia de Zach. Podía ver los faros de Evan detrás
de él. Evan conducía un viejo auto deportivo rojo que tenía faros de ojos
saltones muy juntos. Alto y larguirucho, Evan apenas encajaba en la cosa,
pero le encantaba, la heredó de su abuelo. Lástima que Joel no tuviera
abuelo. Los padres de sus padres estaban todos muertos… muertos hacía
mucho tiempo. No había heredado nada de ninguno de ellos. No era justo.
Detrás del pequeño coche de Evan, la camioneta de Wes se iluminó por
encima de la parte superior del coche de Evan y entró por la ventana
trasera de Joel. La luz abrasadora se reflejó en sus ojos desde el espejo
retrovisor, cabreándolo. Debería tener una camioneta grande como la de
Wes, en lugar de esta vieja basura que conducía. Empujó el pie en el
acelerador con ira, y mientras atravesaba las puertas de la granja, se metió
en el camino rural y la empujó hacia la ciudad.
Traqueteando lo suficiente como para enojarlo aún más, la camioneta
de Joel intentó alcanzar los 80 km/h en el tramo recto de la carretera
estrecha que corría a lo largo del borde de la granja por un lado y un
bosque viejo por el otro lado. Si Evan o Wes también hubieran venido por
aquí, Joel estaba seguro de que podrían haberlo alcanzado en un
nanosegundo y haberlo tirado fuera de la carretera. Afortunadamente, sin
embargo, vivían al otro lado de la ciudad y tomaban una ruta diferente a
casa.
Joel bajó la ventanilla del lado del pasajero para poder sentir el aire
corriendo por la cabina y soltó un grito. Si fue un grito de rabia o un grito
de júbilo, no podría haberlo dicho. Sus emociones eran un desastre. Odiaba
su camioneta, pero le encantaba la sensación de su motor de 435 caballos
de fuerza retumbando bajo su control.
El camino rural que conducía de regreso a la civilización llegaba a una
bifurcación en el camino cerca de la ciudad. Una rama de la Y conducía a
que más granjas se extendieran por el valle. La otra conducía abruptamente
a una de las subdivisiones periféricas de la ciudad, una extensión de
excursionistas de los años veinte que se veían todas iguales y estaban
demasiado juntas. Joel odiaba la subdivisión, pero a pesar de que el límite
de velocidad en el área era de sólo 40 km/h, cruzarlo lo llevaba a casa más
rápido, y necesitaba regresar y dormir un poco si iba a ir al trabajo antes
del amanecer.
Joel redujo la velocidad para girar hacia la subdivisión, pero no redujo
la velocidad lo suficiente. Tal como lo había hecho a principios de semana,
se deslizó por la esquina fuera de control. Luchando por mantener la
camioneta en la carretera porque estaba seguro de que no quería entrar
en la profunda zanja que sabía que corría a lo largo del arcén, Joel se maldijo
a sí mismo por ser tan imprudente. Sabía que era mejor no tomar la esquina
a esta velocidad.
En un momento, sintió que los neumáticos se salían de la carretera y,
por una fracción de segundo, pensó que la camioneta iba a volcar. Su
corazón dejó de latir por un instante. Pero luego la camioneta se asentó, a
pesar de que todavía estaba patinando.
Dejó que el camión se saliera con la suya con el asfalto, e incluso
comenzó a disfrutar de la adrenalina del tobogán. Lo disfrutó, hasta que vio
a un niño parado frente a sus luces.
¿Un niño?
¿Qué demonios hacía un niño afuera después de la medianoche?
Tan pronto como vio al niño, Joel pisó los frenos. Ni siquiera redujo la
marcha. Simplemente pisó los frenos. La camioneta se sacudió, pero no
frenó lo suficientemente rápido. El parachoques delantero se estrelló
contra el niño con un ruido sordo que pareció reverberar a través de la
camioneta y directamente en el cuerpo de Joel.
Tan pronto como escuchó el impacto, Joel quiso cerrar los ojos con
fuerza y fingir que estaba en otro lugar, pero no pudo. Era como si su
mirada estuviera atada con una cuerda a la trayectoria del cuerpo del niño
mientras volaba hacia arriba y hacia afuera, alejándose de la camioneta y
luego desapareciendo de la carretera. Supuso que aterrizó en la profunda
zanja justo al lado del pavimento.
La camioneta se detuvo con una sacudida y, como Joel no había
presionado el embrague, el motor se detuvo. Unos pocos clics sonaron
bajo el capó y el jadeo de Joel llenó la cabina. Afuera, los grillos chirriaron.
A lo lejos, ladró un perro.
Joel se obligó a calmar su respiración. Necesitaba escuchar. ¿Había algún
sonido procedente de la zanja? ¿El niño…?
Joel cerró los ojos con fuerza, pero eso no hizo nada para que lo que
acababa de suceder desapareciera. Tan pronto como bajó los párpados, su
mente repitió el impacto de su camioneta contra el niño… en cámara lenta.
Joel pudo ver los detalles que se había perdido cuando sucedió en tiempo
real.
En esta repetición en cámara lenta, Joel pudo ver que el cuerpo del niño,
era pequeño. No podía tener más de seis o siete años. Y que era ¿Un niño
o una niña? Era imposible saberlo.
El niño vestía pantalones oscuros, tal vez jeans y una chaqueta oscura.
¿Él o ella? Joel decidió quedarse con él.
Una vez más, ¿qué demonios estaba haciendo un niño a esta hora?
Joel se sentó al volante y pensó en el cuerpo que su camioneta acababa
de arrojar a la zanja. Debería salir y comprobarlo. ¿Debería? Por supuesto
que debería.
Pero no pudo. Absolutamente no podía. La sola idea de intentar salir de
su camioneta le hizo empezar a temblar. No, eso no es cierto. Ya estaba
temblando. Pero la idea de salir de la camioneta lo hizo temblar aún más
intensamente.
De repente se le ocurrió que debería comprobar y ver si alguien estaba
mirando. ¿Alguien había presenciado lo que acababa de hacer?
La entrada a la subdivisión estaba flanqueada por dos grandes letreros
de piedra con forma de monumento que anunciaban el nombre de la
subdivisión: Glenwood Fields. Un área decorativa llena de flores de
temporada, ahora narcisos, rodeaba los carteles. Las primeras casas en la
calle estaban mucho más allá del área decorativa.
Esto significaba que ninguna casa miraba directamente hacia la esquina.
E incluso las casas más cercanas estaban a oscuras. Nadie parecía estar
despierto… excepto el niño loco en medio de la carretera.
Joel se dio cuenta de que estaba agarrando el volante con tanta fuerza
que le comenzaban a doler las palmas.
Lo soltó y estiró las manos.
—¿Qué vas a hacer, amigo? —se preguntó en voz alta.
Su estómago se sentía pesado; la pizza que había comido gorgoteaba y
amenazaba con volver a subir por su garganta. Se llevó una mano al
estómago.
¿Qué debería hacer?
Por alguna razón, miró en el espejo de su revisión. Y su decisión fue
tomada por él.
Los faros se acercaban por la carretera rural, en dirección a la esquina.
De ninguna manera lo iban a atrapar sentado aquí.
Con las piernas débiles y elásticas, Joel logró colocar los pies en el pedal
del embrague y el pedal del freno. Con mano temblorosa, alcanzó la llave
y giró el motor. Para su sorpresa, prendió de inmediato.
Joel puso las manos a las dos y las diez en el volante y soltó el embrague
mientras aceleraba suavemente. Tan pronto como la camioneta se puso en
marcha, aceleró y, a pesar de lo que acababa de suceder, corrió a casa al
doble del límite de velocidad indicado en todo el camino.

✩✩✩
Joel debería haberse quedado dormido en el momento en que se tiró
en la cama. Estaba más que cansado.
Sin embargo, aparentemente estaba tan cansado que había vuelto a estar
completamente despierto. Sus ojos no se cerraban. Era como si estuvieran
abiertos con cinta adhesiva o algo así.
La mayoría de los viernes y sábados por la noche, debido a los largos
días y las altas horas de la noche tocando música, se dormía tan rápido que
se despertaba a la mañana siguiente sobre sus sábanas en la posición exacta
como cuando se caía en su cama. Esto enloquecía a su madre, por lo
general desencadenando una de sus líneas de “¿por qué nos
molestamos?”—: ¿Por qué nos molestamos en comprarte sábanas y mantas
bonitas si sólo vas a dormir encima de ellas?
Joel se dio la vuelta por tercera vez desde que se dejó caer en la cama.
No sirvió de nada. Todavía estaba muy despierto. No importaba cuánto se
retorciera en su cama o se arrugara y volviera a arrugar su almohada para
poner su cuerpo en una posición cómoda, sus ojos permanecieron
abiertos, mirando las sombras en su habitación abarrotada. Pero no, sus
ojos no estaban mirando las sombras. Ese era el problema. Aparentemente,
sus ojos todavía estaban en la entrada de Glenwood Fields, y estaban
atrapados en un bucle de tiempo allí, viendo al niño pequeño ser arrojado
a la zanja una y otra y otra vez.
Joel gimió y se enjugó los ojos con el dorso de los nudillos, como si
pudiera borrar el bucle interno de la película frotándolo. No funcionó. No
sólo el niño seguía volando por el aire en la mente de Joel, ahora los ojos
de Joel se sentían como si hubieran rodado en la grava y se hubieran
atascado en su cabeza. Le picaban los ojos y le escocían.
Joel se sentó y encendió la lámpara de hierro forjado de su mesita de
noche. Volvió a frotarse los ojos y se llevó las manos a la cabeza. Inspiró y
espiró varias veces y cuadró los hombros. «Debería volver».
Realmente debería hacerlo.
El niño podría estar vivo, sólo herido e incapaz de salir de la zanja. Esta
noche no hacía mucho frío, pero todavía lo hacía. El niño había estado
usando esa chaqueta oscura, niño tonto, así que no iba a morir de frío ni
nada por el estilo. Pero, ¿y si estaba sangrando? Joel tenía que ver cómo
estaba el niño.
Se levantó. Trató de dar un paso hacia la puerta de su habitación, pero
no pudo. Su sentido de autoconservación no se lo permitió.
A pesar de que su moral quería que hiciera lo correcto, su instinto de
supervivencia tenía una opinión diferente. Estaba exponiendo los hechos:
En el momento en que regresara para ver cómo estaba el niño, se estaría
metiendo en serios problemas. Incluso si pudiera fingir que no había
abandonado la escena del accidente, el hecho de que supiera que el niño
estaba en la zanja sería una admisión de culpa por haberlo chocado. Sus
marcas de derrape probarían que iba demasiado rápido al doblar esa
esquina. Lo acusarían como mínimo de conducción imprudente.
Y si el niño estaba muerto…
Joel empezó a respirar rápido, así que volvió a sentarse. Se abrazó a sí
mismo y se meció de un lado a otro. Sabía que él mismo estaba actuando
como un niño pequeño, pero no le importaba. Estaba al borde de un ataque
de pánico.
Si el niño estaba muerto y admitía que fue él quien atropelló al niño, iría
a la cárcel.
No podría ir a Los Ángeles para entrar en la escena musical. No podría
ser libre para vivir su vida. Si pensaba que trabajar para ganarse la vida era
su propio tipo de prisión, no había forma de que durara mucho en una
prisión real.
Joel extendió rápidamente la mano y apagó la lámpara. Se metió debajo
de las mantas y se las subió hasta la barbilla. Con gran determinación, pudo
cerrar los ojos a la fuerza. Estaba haciendo todo lo posible por imitar a una
persona normal que se prepara para dormir en lugar de a una persona
culpable que se pone demasiado nerviosa para dormir.
Los ojos de Joel se abrieron de nuevo. Ese era el problema. Era culpable
de un crimen y lo sabía. Había atropellado a un niño y había huido de la
escena. No podía justificar lo que había hecho de la misma manera que
podía justificar salir del trabajo unos minutos antes o sacar malas notas o
no ducharse tanto como su madre quería que hiciera. No había forma de
justificarlo diciendo—: Oye, así es como soy —por lo que había hecho.
Estuvo mal. Nadie podría argumentar lo contrario.
En este momento, el niño que Joel atropelló podría estar muriendo
porque nadie, excepto Joel, sabía que el niño estaba en la zanja. Estaba
mal… no, era francamente despreciable dejar al niño ahí.
Pero tenía que acéptalo, no iba a volver. Tenía que aceptarlo. No iba a
salir de la cama para ir a ver al niño y arriesgarse a que lo arrestaran por
lo que había hecho. Simplemente no lo iba a hacer.
Además, si el niño estaba vivo, tal vez podría salir solo. Quizás alguien
más lo encontraría.
Y si estaba muerto, ¿qué importaba?

✩✩✩
Cuando la luz del techo de la habitación de Joel se encendió, llegó casi
literalmente hasta la cama de Joel, lo levantó y lo lanzó por la habitación.
El brillo era tan impactante que salió disparado de su cama y no se dio
cuenta de lo que ocurría hasta que se tropezó con un montón de camisetas
malolientes tiradas.
—Levántate y brilla —dijo su mamá.
—¿Qué–? —Joel negó con la cabeza y parpadeó, entrecerrando los ojos
ante la luz abrasadora que asaltaba sus ojos.
Más allá de los párpados con costras de sueño, pudo ver a su madre
parada en la puerta de su habitación. Llevaba el pelo recogido en el moño
que se lo ponía para dormir y estaba envuelta en su bata de felpa roja.
—Tu papá está en la ducha —dijo su mamá—. Estará listo para partir
en quince minutos. No escuché sonar tu alarma, así que pensé que debería
despertarte. Será mejor que te prepares.
Joel gimió y empezó a caminar hacia su baño. Tenía que orinar y tenía
que hacer algo con el algodón que debió haber estado metido en su cabeza
mientras dormía.
—¿Joel? —dijo su madre.
Él se volteó y la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué? Estoy levantado.
—Puedo ver eso. Pero muévete un poco más rápido, ¿quieres?
Joel hizo una mueca y volvió a arrastrar los pies. Casi había llegado al
baño. ¿Qué quería que hiciera? ¿Ir al baño de un salto?
—¿Joel?
Él se giró y la miró.
—¿Qué?
Ella suspiró.
—Tomate una ducha. Apestas.
Joel se apartó de ella sin responder. Entró en su baño y cerró la puerta.
Con la esperanza de que su madre se hubiera ido cuando saliera del
baño, Joel orinó, se echó agua en la cara y se puso los jeans y la camiseta
que había dejado tirados en el suelo la noche anterior. ¿Qué sentido tenía
ducharse y ponerse ropa limpia cuando iba a sudar en la primera media
hora de trabajo en el vivero?
Joel se miró en el espejo. Hombre, se veía como una mierda. Su cabello,
por lo general espeso y ondulado, estaba lacio. Estaba pálido. Tenía los ojos
inyectados en sangre. ¿Por qué?
Oh sí. Eso.
Aparentemente, en algún momento de la noche, había logrado el
milagro de encontrar el sueño. Y cuando se quedó dormido, también
ocurrió otro milagro: se había olvidado de lo que había hecho.
Pero ahora lo recordó.
Joel dejó caer la tapa del inodoro y se sentó. Respiró hondo varias veces.
Su mente comenzó a revisar lo que había hecho, pero la detuvo.
—¡No! —chasqueó. Hoy no volvería a repetir los hechos por su mente.
Ya era bastante malo que tuviera que levantarse a las 5:00 a.m. para ir a
trabajar. No iba a agregar un viaje de culpa a eso.
«Quizá no sea demasiado tarde», le susurró la conciencia. «Podrías
ayudarlo».
Se puso de pie y salió corriendo del baño. Todavía usaba los calcetines
que tenía la noche anterior y no se molestó en cambiarlos. En cambio,
metió los pies en los zapatos sucios que se había quitado antes de caer en
la cama. Sacó una de sus gorras de béisbol de D'Agostino Garden Center
de debajo de un montón de calcetines sucios y se la puso en la cabeza.
Agarró su billetera y sus llaves del montón de partituras en su escritorio y
salió de su habitación.
Se topó con su padre en el pasillo.
—Bien. Estás listo —dijo su padre. Joel gruñó y luego dijo—:
Hagámoslo.
Siguió a su padre por el pasillo, sus zapatos se hundieron en la lujosa
alfombra gris y sus fosas nasales se crisparon en reacción a la poderosa y
almizclada colonia de su padre. Mantuvo la mirada fija en el cabello negro
canoso recortado con precisión de su padre y la piel bronceada del
granjero en la parte posterior de su cuello.
Joel mantuvo su cerebro apagado.
Su padre bajó las escaleras a trote y se dirigió a la cocina. Joel lo siguió.
Su madre estaba en el mostrador, todavía en bata. Parecía estar mirando
cómo se preparaba su café. La cocina se llenó de su olor.
El papá de Joel se detuvo para besar a su esposa. Joel ignoró a sus padres
y atravesó el lavadero y salió al garaje. Estaba subiendo a su camioneta
cuando su padre entró en el garaje y presionó el mando de la puerta del
garaje.
—¿Por qué no nos vamos juntos? —preguntó el papá de Joel—.
Podemos detenernos y comprar donas en el camino.
Joel se encogió por dentro, pero estaba demasiado distraído por lo que
había hecho la noche anterior para discutir. Se encogió de hombros.
—Como sea. —Cerró la puerta de su camioneta y se subió a la
camioneta de su papá.
Su padre sonrió y se sentó detrás del volante.
—Tres docenas de donas —dijo su padre—. Una docena de vidriado
simple. Una docena de chocolate cubierto. Una docena llena de gelatina.
Joel miró a su padre e ignoró el impulso de poner los ojos en blanco.
Parecía que su padre estaba dando su orden y todavía estaban en el garaje.
—De frambuesa, por supuesto —continuó su padre.
—¿Qué más? —dijo Joel, sólo por decir algo. No podría haberle
importado menos las rosquillas.
Su mente todavía estaba atrapada en el bucle del niño entrando en la
zanja.
Una y otra vez. Joel apretó los puños.
¿Debería decirle a su padre lo que hizo para que pudieran ir a ver cómo
estaba el niño?
Su padre puso en marcha su camioneta prácticamente nueva con sólo
presionar un botón y retrocedió por el camino de entrada. Se alejó de la
casa y aceleró.
Joel apretó los labios y respiró hondo. Estaba claro que se estaba
volviendo loco. ¡No había forma de que le dijera a su padre que había
atropellado a un niño! ¿Por qué siquiera pensó eso? Joel se obligó a mirar
la calle oscura frente a ellos. Apartó la imagen del niño en la zanja.
Joel generalmente atravesaba Glenwood Fields para llegar a Sally's. El
café estaba a las afueras de la ciudad, en el extremo opuesto del vivero.
Pasar por el centro era más lento debido a los semáforos.
Joel odiaba los semáforos. Afortunadamente, sin embargo, a su padre le
encantaba conducir por el centro, por lo que Joel no tuvo que enfrentarse
a Glenwood Fields.
—La constancia es la clave para una buena vida, Joel —dijo su padre
mientras giraba hacia Main Street—. Las mismas donas. Mismos clientes.
Los mismos buenos resultados.
Joel miró a su padre enarcando una ceja. Tenía tantas ganas de decirle a
su padre lo harto que estaba, pero en lugar de eso se giró y miró por la
ventana. Tan pronto como miró, lamentó haberlo hecho… porque vio una
de esas figuras de plástico de Niños Jugando sentada en el borde de la
acera.
¿Eso siempre había estado ahí? Joel frunció el ceño y se acercó para
mirarlo mejor.
La figura amarillenta con forma de niño estaba acuclillada junto a un
rosal frente a la última casa antes de que comenzara la sección comercial
de la ciudad. Joel estaba bastante seguro de que nunca había visto una de
esas cosas de plástico junto a ese rosal.
La camioneta se detuvo y Joel miró hacia adelante a través del
parabrisas. Estaban en el primero de cuatro semáforos en el diminuto
centro de la ciudad. La calle estaba desierta porque todavía estaba oscuro.
Ninguno de los negocios estaba abierto.
Las luces de la calle y los escaparates iluminados a lo largo de la acera
proyectaban destellos amarillos y blancos pálidos sobre el pavimento vacío.
Un destello de irritación se iluminó en la mente de Joel. ¿Qué tan tontos
era que estaban sentados aquí, inactivos en un semáforo cuando no había
nadie más alrededor?
Joel se movió en su asiento. Le estaba volviendo loco sentarse aquí en
esta camioneta. Necesitaba llegar al vivero para poder ir a trabajar. Por una
vez, lo esperaba con ansias. Le quitaría la cabeza…
Joel gimió.
—¿Te das cuenta de que Los Ángeles no tiene más que atascos y
semáforos? —dijo su padre.
—¿Eh? —dijo Joel.
—Puedo sentir tu impaciencia, hijo. Sé que odias los semáforos. Sólo te
estaba recordando que habrá muchos de ellos donde planeas ir.
Joel no quería hablar de semáforos.
—Es diferente.
—Un semáforo es un semáforo es un semáforo. Siempre me han
gustado los semáforos. Te dan un respiro, la oportunidad de mirar a tu
alrededor y notar las cosas. —El padre de Joel miró hacia el lado derecho
de la carretera. Él sonrió y señaló—. Mira. ¿Ves ese vestido rosa en el
escaparate de Lovely Ladies?
La luz se puso verde y el padre de Joel no presionó el acelerador. Joel
se giró y miró en la dirección que apuntaba su padre. Asintió con la cabeza
cuando vio un vestido rosa con volantes.
—Lori Unger tenía un vestido así cuando estábamos en quinto grado.
¡Estaba enamorado de ella! —El padre de Joel finalmente atravesó la
intersección.
Joel se giró una vez más para mirar por la ventana, pero su visión estaba
borrando los escaparates, las luces y la acera. En lugar de ver el centro,
estaba viendo al niño en la zanja.
Tomó un par de minutos más pasar los otros semáforos. Durante ese
tiempo, el padre de Joel comenzó a divagar sobre algún nuevo tipo de
fertilizante que quería almacenar. Joel no pudo hacer nada más que gruñir
en respuesta porque justo antes del último semáforo, había visto otra de
las figuras de plástico de Niños Jugando. Estaba seguro de que nunca había
visto esta antes. Estaba en la esquina de Main y Fifth, al lado de la vieja
cabina telefónica junto a la gasolinera. No había forma de que una de esas
figuras hubiera estado allí hace un par de días, cuando se detuvo para cargar
gasolina. De ninguna manera.
Joel miró fijamente la cosa y podría haber jurado que lo estaba mirando
acusadoramente. Pero eso no era posible. ¿Verdad?
Después de lo que pareció una eternidad, el padre de Joel finalmente se
detuvo en el estacionamiento casi vacío de Sally's. Faltaban unos minutos
para las cinco.
Condujo hasta la parte trasera del edificio estilo cabaña de troncos.
Sally's no abría hasta las seis, pero empezaba a hacer rosquillas y panecillos
dulces en medio de la noche. El padre de Joel tenía un pedido permanente
con Sally de tres docenas de donas todos los sábados por la mañana. Joel
nunca vio el sentido de las rosquillas, pero su padre juró que atraía más
gente al vivero los sábados.
El papá de Joel detuvo su camioneta cerca de la puerta trasera del café.
—¿Puedes ir y traer las donas? —le preguntó a Joel.
—Claro. —Joel abrió la puerta del pasajero con impaciencia. Necesitaba
moverse, no quedarse quieto, pensando.
Afuera todavía estaba completamente oscuro. El sol ni siquiera estaba
debatiendo levantarse todavía. Estaba completamente dormido detrás de
las montañas en la distancia. El cuarto de luna seguía flotando en el cielo,
iluminando con su débil luz los escarpados contornos de los picos de las
montañas.
Sin embargo, Joel no tuvo problemas para ver. Un foco deslumbrante
en un poste junto al de Sally's arrojó su iluminación hacia abajo sobre la
puerta trasera.
Incluso sin la luz, Joel podría haber encontrado su camino. Los aromas
de aceite para freír, azúcar, canela y chocolate flotaban desde la puerta
parcialmente abierta.
Joel agarró la tosca manija de la puerta y la abrió.
—¿Hola? —llamó él.
Ella no respondió, pero él entró. La puerta se abrió a la enorme cocina
que corría a lo largo de la parte trasera del edificio. Sally siempre estaba
en esa cocina a esta hora de la mañana.
Pero hoy, ella no estaba aquí.
Joel se detuvo y miró a su alrededor. Ladeó la cabeza y escuchó. Más
allá de los sonidos del aceite chisporroteando y el zumbido del frigorífico,
oyó hablar a una mujer. Las palabras fueron silenciadas, pero sonaban como
Sally. Tenía una voz grave, profunda y distintiva.
Joel vaciló y miró a su alrededor para ver si las rosquillas estaban listas
para que las tomara. A veces lo estaban, y sabía que su padre pagaba
mensualmente, así que todo lo que tenía que hacer era recogerlas. Sin
embargo, no había cajas de donas en el mostrador. De hecho, había muy
poco sobre los mostradores. Un bol para mezclar estaba lleno de algún
tipo de masa. Un par de sartenes de rollos de canela estaban sentados
cerca de la oyen. Pero, ¿dónde estaban las rejillas de enfriamiento llenas de
rosquillas?
Joel dio un paso hacia la voz que aún podía oír. Llamó de nuevo a Sally.
La voz dejó de hablar. Un raspado precedió a un golpeteo, y Sally entró
en la cocina desde un pasillo al final de la misma.
—Oh, Joel, eres tú. Lo siento. Estaba atrás. —Sally se enjugó los ojos y
corrió hacia Joel.
Una mujer regordeta con el pelo teñido incluso más negro que el de
Joel, naturalmente, Sally probablemente tendría ya setenta años. Su rostro
estaba arrugado, pero siempre estaba alegre… excepto hoy.
Joel frunció el ceño ante el rímel manchado de Sally, sus ojos rojos y sus
labios comprimidos.
—Um, ¿está bien? —preguntó.
Realmente no le importaba cómo estaba, pero pensó que debería decir
algo. Obviamente, ella no estaba actuando como normalmente.
—Oh, Joel, no. No estoy bien. —Sally se sentó en un taburete cerca del
largo mostrador de mármol donde hacía masa. Joel estaba acostumbrado
a ver ese mostrador lleno de donas recortadas listas para la freidora.
Sally miró el mostrador como si también estuviera viendo lo que
normalmente había allí.
—Estoy tan atrasada. Cuando recibí la noticia, dejé de hornear. Ni
siquiera podía pensar. Estuve hablando por teléfono llamando a personas
que podrían haberlo visto. Hablando con el jefe Montgomery. Se lo está
tomando en serio, gracias a Dios.
Joel no tenía idea de qué estaba hablando Sally.
—¿Lo lamento? ¿De qué noticia habla?
Tan pronto como preguntó, supo la respuesta.
Este era un pueblo pequeño. Era poco probable que hubiera una noticia
inquietante que no tuviera nada que ver con un niño que había sido
atropellado por una camioneta la noche anterior.
O tal vez eso no era cierto. Tal vez la molestia de Sally no tenía nada
que ver con lo que había hecho Joel. Su madre, incluso sus amigos, siempre
le decían que no todo giraba en torno a él. Estaba sacando conclusiones
apresuradas porque se sentía culpable.
—Mi nieto no está —respondió Sally—. Mi nieto de cinco años.
O tal vez se trate de Joel esta vez.
¿Cuántos niños pequeños en una ciudad de este tamaño desaparecen en
una noche?
Probablemente no más de uno.
Joel no tenía idea de qué debía hacer ahora. ¿Debería hacer preguntas?
Eso sería lo normal, ¿verdad? Tenía que actuar con normalidad. No
culpable. Normal.
—¿Hace cuándo? —espetó Joel. ¿Fue una buena primera pregunta?
Aparentemente, no fue tan mala porque Sally respondió de inmediato.
—No estaba en su cama cuando mi hija fue a ver cómo estaba, un poco
después de la medianoche. Se queda despierta hasta tarde la mayoría de
las noches. Ella está tomando clases nocturnas, y ahí es cuando estudia,
después de que Caleb se va a dormir. Siempre lo mira antes de irse a la
cama, pero él no estaba allí.
Sally metió la mano en el bolsillo de su delantal rosa con volantes y sacó
un puñado de pañuelos de papel arrugados. Se sonó la nariz con uno; su
nariz estaba tan roja como sus ojos.
—Ella no se preocupó al principio —continuó— porque Caleb —
olfateó, agitó una mano e intentó sonreír con lo que parecía más una
mueca—: es un chico un poco travieso. Le gusta hacer bromas. Odia seguir
las reglas. Había salido solo al menos media docena de veces. Él llama a sus
aventuras “paseos”. —Olfateó de nuevo.
Joel estaba teniendo problemas para concentrarse en las palabras de
Sally. Tenía demasiadas cosas en la cabeza para escucharla. Primero, estaba
el latido de su corazón, que, por alguna razón, resonaba en el interior de
su cráneo. En segundo lugar, estaba la repetición de la camioneta golpeando
al niño; tenía una banda sonora en su mente: los neumáticos chirriantes, el
motor acelerando, el ruido sordo. En tercer lugar, estaba su diálogo
interno:
Deberías decir algo.
No seas un idiota. No digas nada, hazte el tonto.
¿Seguirá vivo?
Joel se concentró en bajar el volumen del parloteo de su cerebro para
poder escuchar a Sally. Realmente no quería escucharla, pero si no actuaba
bien cuando ella hablaba, podía sospechar.
—Pero ella buscó en todos sus lugares favoritos habituales en la casa,
en el vecindario, incluso en el bosque, y llamó a los padres de todos sus
amigos —prosiguió Sally—. Cuando no pudo encontrarlo, bueno, fue
entonces cuando me llamó. Le dije que llamara a la policía. Lo han estado
buscando hace… ¿qué hora es? —Ella miró su muñeca desnuda.
Joel miró su reloj.
—Son las 5:03.
—¿Y estás aquí por…?
—Las donas de mi papá. Pero está bien, simplemente me iré. —Joel
tenía que salir de aquí. Pensar en el niño en la zanja era una cosa, pero
ahora pensar en Caleb mirando en la zanja… no, no podía hacer eso—.
No se preocupes por las donas —dijo rápidamente. Luego agregó—: Es
algo terrible lo de su nieto. Lo siento mucho.
Se volteó y salió trotando del edificio antes de que Sally pudiera
responder.

✩✩✩
Tres horas más tarde, con los nervios tan tensos que pensó que
probablemente podría tocarlos como cuerdas de guitarra, Joel siguió a su
padre hasta Herb's Hardware en el medio del centro de la ciudad. Tenía
que concentrarse para asegurarse de que sus movimientos fueran casuales
y relajados, no en absoluto como se sentía.
¿Podría llevar a cabo este acto indiferente durante el resto del día?
Cuando regresó a la camioneta de su padre, tuvo que explicar por qué
Sally no había hecho las donas.
Y, por supuesto, su padre salió inmediatamente de la camioneta y entró
para hablar con Sally.
Sin estar seguro de lo que debía hacer, Joel se había quedado en la
camioneta, donde se había sentado rígido, mordiéndose la uña del pulgar.
No estaba seguro de cuánto tiempo había estado sentado allí. Bastante,
pensó, porque el sol ya estaba saliendo cuando su padre volvió y entró.
Joel casi saltó por el techo de la camioneta cuando su padre abrió la
puerta de la camioneta y volvió a entrar.
—El jefe de policía está organizando una búsqueda —dijo.
Joel miró a su padre parpadeando.
—¿Eh?
Su papá le lanzó una mirada.
—Para Caleb. Están organizando una búsqueda.
Joel asintió y tragó. Se aclaró la garganta.
—¿Alguien vio…? —empezó. Estaba inquieto por hacer preguntas. ¿Y si
alguien hubiera visto su camioneta cerca de Glenwood Fields anoche?
El papá de Joel encendió su camioneta y la puso en marcha.
—Montgomery y sus oficiales ahora van de puerta en puerta. Hasta
ahora, nadie ha dicho haber visto nada.
Fue todo lo que Joel pudo hacer para no saltar y gritar: ¡Sí!
Esa era una preocupación que podía dejar de lado. Todo el tiempo que
se había estado diciendo a sí mismo que debería regresar y ver cómo estaba
el niño, un pensamiento persistente había estado en el fondo de su mente:
¿Y si alguien vio lo que hice?
Nadie lo había hecho.
Entonces, si no decía nada, si seguía actuando como si no supiera nada,
nadie lo sabría.
Podría seguir con su vida como si nunca hubiera sucedido.
Sí. Como si pudiera olvidarlo.
—Tenemos que volver al vivero —dijo el padre de Joel—. Quiero que
carguen las entregas mientras yo hago algunas cosas en la oficina.
Abriremos por un par de horas, pero luego cerraremos. Iremos a ayudar
con la búsqueda.
—¿Vamos a ir? —gritó Joel. ¿El único día que había querido trabajar e
iban a cerrar? ¿Ayudar con la búsqueda? Joel no quería estar cerca de la
búsqueda.
—Es lo correcto si no encuentran a Caleb de inmediato. Ya hablé con
Montgomery por teléfono. Le dije que iríamos a la ferretería más tarde
esta mañana y buscaríamos lo que necesitamos para hacer algunos carteles
y tal vez un centro de comando para la búsqueda.
Y aquí estaban.
Herb's Hardware estaba en uno de los edificios más antiguos de la
ciudad. Tenía suelos de madera tosca, techos altos de hojalata y una caja
registradora anticuada. La tienda olía a madera, barniz y polvo. Los estantes
abarrotados de herramientas y cosas para el mejoramiento del hogar iban
desde el piso hasta los techos súper altos.
Joel no creía que los estantes superiores se hubieran limpiado en años.
Sintiéndose como un niño pequeño, Joel siguió a su padre mientras
caminaba por la tienda, reuniendo suministros para carteles y un centro de
comando. No se quejó de estar aquí porque desde que le dieron un
nombre al chico al que había atropellado, se había sentido como un
sonámbulo. O no. Era más como si no tuviera el control de su propio
cuerpo. Una parte de él quería estar a un millón de millas de distancia, sin
importarle una mierda lo que estaba pasando. Y otra parte de él quería
volver a esa zanja y ver si el niño, si Caleb, todavía estaba vivo. Como no
se atrevía a hacer ninguna de estas cosas, simplemente seguía aturdido
siguiendo a su padre.
—Toma un paquete de esas estacas —le dijo su padre, señalando.
Joel parpadeó y se dirigió hacia un estante lleno de estacas de madera
empaquetadas mientras su padre daba la vuelta al final de un pasillo. Joel
levantó un bulto y empezó a seguir a su padre de nuevo.
Un chasquido lo detuvo.
Era un tictac suave, como golpes de plástico sobre madera. Y venía de
detrás de él.
Joel se dio la vuelta.
Allí no había nada. Miró a izquierda y derecha y luego por el pasillo hasta
el escaparate en el frente de la tienda.
Algo pequeño y amarillo llamó su atención a través de la ventana.
Contuvo el aliento. ¿Eso era un…?
Dio un par de pasos hacia la ventana, entrecerrando los ojos. Lo era.
Una figura de plástico de Niños Jugando estaba sentada afuera de la
ferretería, junto a la ventana. Estaba colocada de modo que pareciera que
uno de sus ojos negros miraba a través de la ventana, mirando a Joel.
Joel dio un paso atrás y pensó mucho. ¿Había estado en el frente cuando
él y su padre llegaron aquí?
Recordó haber visto una hilera de rastrillos y carretillas. ¿Había también
una figura de plástico de Niños Jugando? Sacudió la cabeza. No lo creía
fuera así.
Detrás de él, el sonido del tic-tac comenzó de nuevo. Sonaba como
pequeños pasos, pasos hechos por zapatos de plástico… o pies de plástico.
Joel contuvo la respiración y se volteó. Nada.
Agarrando el paquete de estacas, se apresuró por el pasillo hasta la parte
trasera de la tienda. Allí, giró a la izquierda y se dirigió al anexo de la
ferretería, un viejo complemento que contenía ropa de trabajo: botas,
guantes, overoles y sombreros. Trató de decirse a sí mismo que estaba
imaginando cosas, pero luego escuchó el clic de nuevo. Lo que estaba
escuchando lo estaba siguiendo.
Esta vez, Joel ni siquiera se volteó para mirar. Simplemente se alejó de
nuevo. Salió del anexo y entró en la parte trasera de la tienda, agachándose
de un lado a otro, alrededor de cestas de piezas de fontanería, pantallas de
iluminación y filas de herramientas eléctricas.
Dondequiera que iba, escuchaba ese leve clic plástico que lo seguía.
Tenía que salir de aquí.
Joel dio un giro para regresar al frente de la tienda. Con la cabeza gacha,
abrazando el paquete de estacas como si fuera un oso de peluche, dio un
paso adelante… y se topó directamente con su padre.
Joel gritó tan fuerte que su voz resonó en el techo. Dejó caer las estacas.
—¿Qué estás haciendo? —espetó su padre.
—Umm. —Joel ignoró a su padre y escuchó con atención. No escuchó
nada excepto su propia respiración irregular.
—Toma eso y vámonos. Tengo todo lo demás junto al mostrador —
dijo su padre, luego se volteó y se alejó.
Joel tomó las estacas y lo siguió dócilmente. Se movió lentamente,
todavía escuchando el sonido de un clic.
No escuchó nada.
—¿Vienes? —preguntó su papá.
Joel hizo que sus pies se movieran. Siguió a su papá.
En el mostrador, el padre de Joel pagó por todo lo que había apilado en
su carrito mientras Joel se mantenía de espaldas a la ventana panorámica.
No quería mirar la figura amarillenta. En cambio, escuchó el clic. Joel seguía
lo escuchando cuando su padre le tiró de la manga.
—¿Qué sucede contigo? Dije que estamos listos para irnos.

Joel se volteó para seguir a su padre sin hablar. Cuando salieron por la
puerta principal, Joel se obligó a mirar la figura de Niños Jugando.
Notó una etiqueta de precio colgando de la “mano” de la figura. Arrugó
la cara en concentración.
Si la cosa tenía una etiqueta, debió haber estado aquí, a la venta, cuando
él y su padre llegaron. ¿Por qué no recordaba haberlo visto?

✩✩✩
El día de Joel mejoró después de que él y su padre dejaron la ferretería.
Básicamente, pasó la tarde en su propio paseo, ni cerca de donde estaba
Caleb la noche anterior. Esta fue su parte en la “búsqueda”.
Cuando llegó la noche, no habían encontrado a Caleb. Joel y su padre
se dirigieron a casa y cenaron. Joel todavía estaba tenso, pero sus padres
interpretaron su comportamiento como una preocupación por Caleb.
En cierto modo, así era. O más bien, era preocupación para Joel por
Caleb.
Finalmente, Joel pudo salirse con la suya diciendo—: Estoy agotado. Me
voy a acostar para poder levantarme temprano y ayudar mañana también.
Cuando sus padres le dieron las buenas noches y su madre le dijo—: Y,
Joel, realmente debes ducharte —se preguntó cuánto tiempo pasaría antes
de que el cuerpo de Caleb, si de hecho fuera un “cuerpo” a estas alturas,
Empieza a oler y atraer a los animales. Caleb sería encontrado entonces,
seguramente. La zanja no estaba tan lejos de su casa.
Una vez más, cuando Joel entró en su habitación, escuchó la voz interior
que le decía que tal vez no era demasiado tarde. Podría salvar al chico.
—Tú podrías ser el héroe —dijo la voz.
Sí, Joel sería un héroe… hasta que el chico estuviera lo suficientemente
bien como para describir quién lo atropelló. El niño había mirado
directamente a Joel en esos pocos segundos mientras la camioneta
patinaba. La ciudad era lo suficientemente pequeña como para que el niño
supiera quién era. Joel pareció recordar que Sally dijo que su hija iba al
vivero todo el tiempo. Lo más probable era que el niño también hubiera
estado allí.
No. Joel no podía arriesgarse a “encontrar” a Caleb.
En lugar de hacer algo que podría arruinar su vida, tomó esa ducha de
la que su madre seguía hablando. Cuando terminó, pensó en jugar con sus
pads de batería, pero realmente estaba exhausto.
Joel, con sólo sus bóxers (los bateristas geniales no usaban pijamas) se
sentó en el borde de su cama. Encendió la lámpara de su mesilla de noche,
la cual inmediatamente iluminó algo que no debería haber estado allí. Jadeó
y se levantó de un salto. «¿Qué demonios?»
Miró boquiabierto la pequeña figura de plástico amarilla que estaba junto
a su reloj despertador digital, apoyada contra la base de su lámpara. Era la
estatuilla de la caja Fazcrunch, esa espeluznante figura con forma de niño
con sus ojos negros vacíos y su advertencia de NIÑOS JUGANDO.
Joel había dejado eso a un lado. ¿Cuándo fue eso? ¿Ayer? Parecía como
si hubiera sido hace un mes. Sí, fue ayer.
¿Cómo llegó la figura a su habitación?
Joel no tuvo que pensar mucho en esa pregunta. Su madre
probablemente lo encontró y lo trajo aquí para hacer un punto. Odiaba
cuando dejaba cosas por ahí. Cuando él era un niño, ella recogía después
de él. Sin embargo, cuando él entró en la escuela secundaria, ella comenzó
a poner sus cosas en un contenedor en el garaje. Tendría que salir y hurgar
en la pila para encontrar cosas como su guante de softbol, sus patines, sus
gafas de sol o sus auriculares.
Un minuto. Sí. Por lo general, ella ponía sus cosas en el garaje. Pero
nunca las traía a su habitación. Entonces, ¿por qué estaba aquí?
¿Quizás su papá lo hizo?
Como fuese. No importaba cómo llegó aquí.
Joel extendió la mano y agarró la estatuilla. Mientras la miraba, sus
músculos se tensaron. Y de repente, se sintió como si un cubo de hielo se
deslizara por su columna vertebral. Se estremeció.
Todas las figuras de Niños Jugando que había visto hoy, ese extraño
sonido de clic de plástico en la ferretería, y ahora esto, se sentía como si
estuviera siendo perseguido por su conciencia. Como si estuviera
diciéndole que haga lo correcto. Ve y salva al niño. Salva a Caleb.
Joel cerró la mano sobre la figura. La sostuvo con tanta fuerza que los
bordes le cortaron la palma.
El problema era que “lo correcto” era bueno para Caleb, pero estaba
mal para Joel. Si Joel iba con el niño, ya sea que Caleb estuviera vivo o
muerto, Joel podría meterse en el tipo de problema que lo arruinaría por
el resto de su vida.
Realmente, todo se reducía a los límites de la vida aquí que Joel tanto
odiaba. Si iba a liberarse de ellos, no podría ir a ver a Caleb. Hacer eso no
sólo lo mantendría atrapado en esta ciudad, sino que literalmente podría
ponerlo en una celda de la cárcel. No podría sobrevivir a eso.
Guardar silencio era una cuestión de autoconservación.
Sacudió la cabeza. «De ninguna manera». No iba a sacrificar su futuro
por un niño pequeño estúpido que no debería haber estado corriendo en
la oscuridad en medio de la noche. «¿Quién deja que un niño haga eso?»,
pensó Joel. Trató de decirse a sí mismo que era sólo cuestión de tiempo
antes de que el niño saliera lastimado. Dio la casualidad de que Joel fue el
desafortunado espectador que lo golpeó. Realmente esto era culpa de los
padres por no cerrar la casa o vigilar a su hijo.
Dejando caer la figura sobre su alfombra turca azul marino y beige, Joel
pisoteó al feo tipo hasta que se rompió en varios pedazos. Cuando notó
que la bandera de Niños Jugando aún estaba ilesa, se agachó, la recogió y
la partió en tres pedazos. Le dio una última mirada, ignorando la forma en
que el cabello se erizaba en la parte de atrás de su cuello. Luego se apartó
de ella.
Respiró hondo y lo dejó salir. Por primera vez en todo el día, se sintió
relajado. Había tomado una decisión y estaba de acuerdo con ella.
Se metió tranquilamente en la cama y cerró los ojos. Esta noche, no
estaba atormentado por dudas o preguntas sobre el bien y el mal. Estaba
perfectamente satisfecho de haber hecho lo que tenía que hacer para
cuidarse a sí mismo.
Se fue derecho a dormir.

✩✩✩
Los ojos de Joel se abrieron de golpe. Parpadeó y miró a su alrededor.
Había estado soñando con el estúpido juguete de la caja de Fazcrunch.
Pero, ¿por qué se había despertado?
Joel se frotó los ojos y se giró para mirar su reloj de noche. Leyendo las
2:00 a.m. exactas. Eso fue raro. No recordaba la última vez que se había
despertado y el reloj marcara una hora exacta. Era la hora…
Joel se sentó.
Está bien, eso fue realmente extraño.
No había planeado sentarse. Había planeado cerrar los ojos y volver a
dormir.
No tenía que orinar. No tenía sed. Aún estaba cansado. ¿Por qué se
sentaría?
Joel apartó las mantas y se puso de pie.
¿Qué demonios?
No quería ponerse de pie. ¿Por qué estaba de pie?
Joel se puso de pie, erguido como una baqueta y miró alrededor de la
habitación como si su cuello estuviera en el sistema hidráulico. El
movimiento de su cabeza parecía rígido y entrecortado. ¿Qué le pasaba?
Su cuello se sentía extraño.
Ahora que lo pensaba, todo su cuerpo se sentía mal. Se sentía encerrado
e inflexible.
Cuando Joel tenía unos ocho años, había salido en un barco con Wes y
su familia, y se había quemado gravemente con el sol. La quemadura no
sólo le había dolido mucho, sino que había puesto su piel tan tensa que no
podía moverse correctamente. Se sentía un poco así… pero peor.
No era sólo su piel. Sus articulaciones tampoco se sentían bien. Se
sentían como lo hacían cuando se ejercitaba demasiado sin calentar.
La cabeza de Joel se giró para mirar su cómoda. Ahora, ¿por qué estaba
mirando hacia allá?
Joel levantó la pierna y dio un paso hacia el pecho. Trató de no hacerlo.
No tenía ninguna razón para acercarse a su cómoda. No quería nada de lo
que había en ella. No ahora. Lo que quería era volver a la cama y dormir.
En cambio, dio otro paso hacia la cómoda. Sentía que su cuerpo ya no
era suyo.
Dio otro paso. Y otro. Y otro. Pronto, se paró frente a su cómoda y
levantó el brazo. Su mano agarró el pomo de bronce del cajón y lo abrió.
Metió la mano y agarró un par de jeans nuevos.
Cada movimiento que hacía se sentía rígido, como si sus articulaciones
se hubieran agarrotado y necesitaran ser aceitadas para poder moverse
correctamente. Estaba sorprendido de no crujir ni zumbar mientras se
movía. Sus movimientos se sentían como los de los androides más torpes
de la vieja escuela.
No. Sus movimientos eran incluso más básicos que eso. No le
recordaban a un viejo robot. Le recordaban a un títere, uno de esos de
madera, con las cuerdas atadas a las articulaciones. Sus movimientos no
eran los suyos, como si su cuerpo fuera forzado a moverse. Incluso podía
escuchar sus articulaciones crujir cuando se movían, como si protestaran
por las instrucciones que se les estaban dando.
Cuando su mano cerró el primer cajón y abrió el segundo para sacar
una camiseta, Joel se concentró en resistir las acciones de su cuerpo.
¡Quería volver a la cama! Se imaginaba a sí mismo haciendo eso, pero
imaginar era todo lo que podía hacer.
En lugar de volver a la cama, se vistió. Luego extendió la mano para abrir
la puerta de su dormitorio.
El pasillo fuera de su habitación estaba oscuro y silencioso. El reloj de la
oficina de su madre, un gran reloj de pie que ella dijo que era una reliquia
familiar, como si a él le importara, marcaba ruidosamente. Desde detrás
de la puerta cerrada en el otro extremo del pasillo, los ronquidos de su
padre intentaban ahogar el ritmo uniforme del reloj.
Joel pensó en llamar a sus padres. Tal vez podrían ayudarlo de lo que
sea que estaba pasando con él. Pero no pudo emitir ningún sonido.
Caminó, con las piernas rígidas por el pasillo hasta lo alto de las
escaleras. Luego comenzó un descenso tan incómodo que varias veces
pensó que iba a caer hacia adelante, de un extremo a otro, por las
escaleras. No era que su cuerpo se moviera mal, era que estaba en tal
estado de resistencia (la voluntad de su propio cuerpo versus la de alguna
fuerza externa que no entendía) estaba totalmente desequilibrada.
De alguna manera, llegó a la base de los escalones. En este punto, su
cuerpo se giró y apuntó hacia la cocina. Se dirigió a la puerta trasera. Allí,
usando un brazo que se sentía como un apéndice de piedra, levantó la
mano para agarrar el pomo.
Salió del porche trasero. Dio la vuelta a la casa hacia el camino de
entrada. Sintió que se había convertido en una versión pequeña de sí mismo
y ahora estaba atrapado dentro de la versión grande. Estaba siendo
engañado por esta gran criatura de Joel que tenía una agenda de la que el
pequeño Joel no sabía nada.
Cada vez que Joel movía una pierna, sentía que su pierna pertenecía a
otra persona. Cada vez que plantaba su pie, sentía como si su pie estuviera
en un zapato de cemento. Pero siguió caminando; Caminó, totalmente en
contra de su voluntad, por el camino de entrada a la carretera frente a su
casa.
La noche estaba más fresca de lo habitual para esta época del año. Una
brisa descendía de las montañas, trayendo consigo el indicio de una helada.
Las frágiles hojas verdes primaverales revoloteaban en las ramas de los
árboles cerca de la carretera. Las flores caídas susurraron mientras se
deslizaban sobre el pavimento.
El cielo nocturno era similar al de la preciosa noche. Las estrellas
brillaban arriba, como si todo estuviera bien en el mundo, y una cuña de
luna cada vez más gruesa enviaba rayos pálidos de luz blanca hacia abajo
para iluminar el cemento frente a Joel. Incluso sin los cálidos resplandores
amarillos que se extendían por las luces del porche y las farolas en los
patios a lo largo de la calle, habría podido ver muy bien.
No es que importara lo que estaba viendo.
Joel estaba bastante seguro de que incluso si se hubiera quedado
totalmente ciego, se movería por la calle sin problemas. No era él quien
tomaba las decisiones. Entonces, ¿por qué necesitaba ver algo?
Con las piernas girando lentamente a la altura de las caderas, sus rígidas
extensiones elevándose delante de él como pistones horizontales, Joel se
dirigió calle abajo. Después de unos pocos pasos como este, comenzó el
crujido que pensó que debería haber escuchado cuando estaba en su
habitación. Cada vez que levantaba la pierna delante de él, las articulaciones
le raspaban y gemían. Sonaba como si sus articulaciones se estuvieran
oxidando. Había escuchado crujidos menores de los antiguos herrajes
oxidados de la puerta. El centro de jardinería tenía una puerta con bisagras
así. El sonido que hicieron fue sacado directamente de una película de
terror: cree—aaa—rrrr—eeek. Así sonaban sus articulaciones mientras
caminaba.
Pero no era la forma en que sonaba su cuerpo lo que le preocupaba.
Era como se sentía.
Dejando de lado el hecho aterrador de que ya no tenía el control de
sus propios movimientos, su cuerpo comenzaba a sentirse tan inflexible
como el granito en las montañas que dominaban la ciudad.
Desafortunadamente, sin embargo, no se sentía tan fuerte como el
granito. Se sentía, bueno, frágil. Sentía que en lugar de estar hecho de
piedra, o incluso de madera, estaba hecho de una especie de plástico duro.
Y sintió que se estaba fragmentando, desconectándose de sí mismo.
Joel no sabía cuánto tiempo había estado caminando porque mirar su
reloj no era algo que su cuerpo quisiera hacer. Sin embargo, dado que
ahora se estaba yendo de su vecindario, supuso que había estado en este
viaje secuestrado durante al menos diez minutos.
Sin embargo, durante el tiempo que había estado aquí afuera, había
notado que su cuerpo comenzaba a sentirse tenso, como si estuviera
llegando a algún tipo de punto de ruptura. Empezaba a oír crujidos
intercalados con crujidos en su movimiento.
¿Se estaban fracturando sus huesos?
No tenía un dolor horrible ni nada por el estilo. Simplemente se
sentía… mal. Ya no se sentía como él, como un humano. Se sentía cada
vez más frágil.
También se sentía cada vez más asustado.
El pánico aumentó cuando se hizo evidente a dónde lo llevaba su cuerpo.
Cuando el grandullón Joel llegó a la salida de su vecindario, giró a la
izquierda en la carretera de transición que conducía a Glenwood Fields.
Joel se dirigía de regreso a donde Caleb, o donde el cuerpo sin vida de
Caleb, yacía en una zanja.
Joel gritó en su mente. Su boca ya no podía emitir sonidos. Ni siquiera
podía abrirse. Se sentía como si lo hubieran cerrado con autógena.
Y era sólo uno de los sistemas en el cuerpo de Joel el que se estaba
apagando.
A pesar de que el movimiento de Joel había sido laborioso, no pudo
evitar notar que no estaba sudando en absoluto. Tampoco respiraba con
dificultad. Estaba asustado, más asustado de lo que jamás podría recordar.
Y, sin embargo, su corazón no estaba acelerado. De hecho, no podía sentir
ningún latido en su corazón.
Por lo general, si se concentraba, podía sentir su pulso. Ya no. Cuando
puso su atención en su cuello o sus muñecas, no sintió nada.
Y ahora, cuando su pánico comenzó a transformarse en desesperación,
se dio cuenta de que tampoco podía generar lágrimas.
Podía sentir que su rostro era una máscara inexpresiva que de ninguna
manera reflejaba cómo se sentía por dentro. Cualquiera que lo observara
pensaría que estaba perfectamente tranquilo.
¿Alguien lo estaba observando?
Joel quería mirar a su alrededor, para ver si alguien estaba mirando por
la ventana a la extraña figura que pasaba pesadamente. ¿Pero realmente se
veía extraño? ¿O simplemente se sentía así? No podía verse a sí mismo,
por supuesto, pero dado cómo se sentía, no pensaba que nada de lo que
estaba haciendo se vería normal. Se sentía como si se moviera como un
zombi congelado como un relámpago. Su entorno pareció estremecerse
mientras lo miraba.
A pesar de todos los sistemas en el cuerpo de Joel que estaban fuera de
su control, sus ojos seguían siendo suyos para usarlos. No podía girar la
cabeza para mirar a su alrededor, pero podía ver lo que fuera que estaba
frente a él.
Y allí, a unos doscientos metros de distancia, estaban las piedras de
entrada a Glenwood Fields.
Con la forma vaga de las alas de un ángel, pero de un gris lúgubre en
lugar de blanco, las señales de entrada eran mucho más grandiosas que
cualquier otra cosa dentro de la subdivisión. Joel siempre había pensado
que las casas en esta área eran patéticas: estructuras de techo poco
profundas en forma de L, con revestimientos simples y ventanas pequeñas
y sencillas.
Casas como estas merecían un letrero de madera endeble, no un
conjunto de piedras enormes elaboradamente talladas.
A medida que Joel se acercaba más y más a los marcadores de piedra,
notó que parecían más lápidas que señales de entrada. Eso parecía
extrañamente apropiado ahora, dado que marcaban el lugar donde Caleb
probablemente yacía muerto.
La mente de Joel ofreció una imagen del cadáver de un niño, con la cara
pálida y los ojos devorados por los carroñeros. Tan pronto como esta
horrible imagen pasó por su cerebro, sus pensamientos gritaron, tal como
lo habría hecho si hubiera visto algo así en la vida real.
¿Estaba a punto de ver algo así?
Sus pies, que ya no podía sentir, crujían a través de la grava en el arcén
de la carretera junto a la entrada de Glenwood Fields. No estaba a más de
un par de metros de donde estaba el niño en la carretera cuando Joel lo
atropello. Si Joel hubiera podido girar y dar dos o tres pasos a su izquierda,
habría podido llegar al borde de la zanja. Podría haber sido capaz de mirar
por el empinado terraplén para ver lo que había en el estrecho fondo
rocoso de la zanja.
Habría podido ver por sí mismo, finalmente, si Caleb estaba muerto.
Pero Joel no podía volverse y no podía ir a ningún lado al que no le
obligaran a ir. No era muy diferente a una figura de juguete en este punto,
sujeto a los caprichos de quienquiera o lo que fuera que quisiera usarlo.
Y aparentemente, este era el lugar.
Joel dejó de moverse. Durante varios segundos se quedó quieto.
Podía decir que estaba fuera de la acera, justo donde había golpeado a
Caleb. Incluso podía ver el rastro negro como una serpiente de sus marcas
de deslizamiento en la calle gris.
Joel se preguntó si sería así. ¿Lo liberarían ahora que lo habían llevado a
este punto? ¿Tenía todo el propósito de este robo de cuerpo llevarlo a
donde se había negado a ir?
Joel no tuvo mucha oportunidad de reflexionar sobre esta pregunta
antes de que la respuesta se revelara.
No, no fue así. Su terrible experiencia no había terminado.
De hecho, estaba a punto de empeorar mucho, mucho.
Joel sintió que un dolor comenzaba en su boca, en la raíz de sus dientes.
Era un dolor sordo, pero se notaba. ¿Qué significaba? ¿Qué estaba pasando
en su boca?
Joel estaba ahora tan aterrorizado que sintió que un grito subía por su
garganta y llegaba a su boca. Pero no salió. No pudo. Joel no podía
controlar sus cuerdas vocales.
Sin embargo, abrió la boca por primera vez desde que salió de su casa.
Aparentemente, no estaba soldada porque podía sentir sus labios
abriéndose. Incluso escuchó la apertura. Un pequeño golpe y un sonido de
succión precedieron a la sensación de aire moviéndose contra sus encías y
su lengua.
Esa sensación apenas se notaba por lo mucho que el dolor en sus dientes
llamaba su atención, pero sabía que significaba que tenía la boca abierta.
De repente, el dolor en sus dientes se detuvo y sintió algo diferente.
También escuchó algo diferente.
El sonido que escuchó fue un chasquido silencioso, un leve golpeteo
intermitente como el sonido de guijarros cayendo al suelo. Se sentía como
si también cayeran guijarros… en su boca. Pequeños trozos duros caían
sobre su lengua y pasaban por sus labios.
No. No eran pedacitos pequeños y duros. Eran dientes.
Uno de los trozos rodó por su labio inferior de una manera que le
permitió sentir la superficie lisa en un lado y la superficie rugosa en el lado
adyacente. También sintió la forma triangular del final de la broca. Era un
diente. El sonido que estaba escuchando era el de sus dientes aterrizando
entre las pequeñas rocas irregulares que formaban la grava junto al camino.
Mientras Joel trataba de darle sentido a este inexplicable suceso, sintió
que uno de los trozos se le caía por la lengua. Se alojó en su garganta y
sintió como si tuviera arcadas. Quería (necesitaba) toser el diente y
escupirlo, pero no podía controlar los músculos de su cuello más de lo que
podía controlar cualquier otra parte de su cuerpo. Todo lo que pudo hacer
fue imaginarse a sí mismo ahogándose hasta morir mientras el diente se le
pegaba a la garganta.
Enloquecido por la incredulidad, la voz interior de Joel chillaba y chillaba.
Pero su voz interior no tenía volumen. Nadie podía oírlo porque no emitía
ningún sonido.
Su vista, su oído y su capacidad para sentir dolor eran las únicas cosas
que le quedaban. Estaba patéticamente agradecido por estos pequeños
obsequios… hasta que sus ojos le mostraron lo que iba a suceder a
continuación.
Un mechón de cabello negro murmuró frente a la visión de Joel. Quedó
atrapado en una corriente con la brisa nocturna y se alejó flotando. Otro
mechón siguió al primero. Luego un tercero, luego un cuarto.
Luego, mechones de cabello comenzaron a caer frente a sus ojos. Sintió
que más trozos se deslizaban por la parte posterior de su cuello. Se le
estaba cayendo el pelo.
Sus gritos silenciosos se convirtieron en lamentos.
La conciencia de Joel, atrapada dentro de su cuerpo traidor, no pudo
hacer nada con la indignación y la desesperación que lo estrangulaban
desde adentro. Cada reacción que estaba teniendo a las cosas
indescriptibles que le sucedían estaba siendo consumida por el vacío negro
de lo que fuera que lo controlaba.
«Haz que se detenga», pensó Joel. No sabía a quién se estaba dirigiendo.
Era un atractivo universal, una orden débil de un peón en un universo al
que no le importaba.
Joel no quería ver más. No podía soportar ver otra parte de quien
pensaba que se estaba alejando.
Quizás porque literalmente no podía soportar el trauma de ver otra
cosa, su “deseo” fue concedido.
Los ojos de Joel se salieron de su cabeza. De hecho, los sintió
desconectarse y rodar por sus mejillas.
Tan pronto como sus ojos dejaron su cuerpo, se quedó ciego. Por
horrible que fuera esto, al menos no tuvo que ver cómo sus ojos caían a la
grava bajo sus pies. No tuvo que ver una punta afilada de basalto perforar
uno de sus iris marrones.
Sin embargo, lo escuchó. Sus oídos le transmitían ansiosamente el
repugnante espíritu de sus ojos que llegaban al suelo.
Sus oídos también seguían cumpliendo con su deber cuando los dedos
de Joel se separaron de sus manos. Oyó que sus dedos chocaban contra el
suelo como palos golpeando rocas.
Antes de que pudiera comenzar a procesar esta inconcebible mutilación,
sus manos se desconectaron de sus brazos. Se sintió como si los cables se
enrollaran alrededor de sus tendones y le arrancaran las manos de las
muñecas.
Escuchó lo que quedaba de sus manos aterrizar debajo de él. El sonido
fue un golpe crujiente, similar a lo que escuchó una vez cuando
accidentalmente dejó caer su vaso de jugo de naranja vacío en su cereal
Fazcrunch.
Por un segundo, Joel sintió náuseas por el sonido. Pero sólo por un
segundo. No tuvo tiempo de demorarse mucho en el sonido de sus manos
golpeando el suelo porque su conciencia fue inmediatamente llevada a una
nueva forma de sufrimiento.
Ahora podía sentir que algo se abría paso a través de las cuencas vacías
de sus ojos. Se sentía como si alguna forma pulsante estuviera siendo
bombeada a través de las aberturas, algo así como un globo o una pelota
inflada. Podía sentir la presión alrededor del espacio donde solían estar sus
ojos. La presión aumentó y aumentó hasta que pudo sentir que lo que había
sido inflado sobresalía por sus pómulos.
Una vez más, no tuvo mucho tiempo para pensar en esta nueva
abominación porque la siguiente comenzó de inmediato. Lo siguiente que
lo aterrorizó fue su piel.
Sintió que su piel comenzaba a romperse y deslizarse de su cuerpo. La
sensación era similar a la que había sentido cuando la piel quemada por el
sol comenzó a pelarse, pero era mucho más fuerte que eso… porque no
era sólo la capa superior de piel lo que se estaba deshaciendo de él; era
cada capa. Su piel se estaba despellejando lejos de sus músculos y tendones.
Cuando su piel se separó de lo que había debajo, sintió que la brisa le picaba
los tejidos expuestos.
Se sentía como si una mano invisible le estuviera tirando la piel del
cuerpo, arrancándole secciones húmedas como si fuera un pescado
fileteado. Podía oír las tiras empapadas golpeando el suelo. Sabía que largas
cintas de su piel se estaban acumulando debajo de él porque cada tendón
de su cuerpo se sentía expuesto.
Joel sabía…
Nada.
Finalmente, después de ser sometido a una miseria más atroz de la que
se podría haber esperado que sobreviviera cualquier humano, su
conciencia sucumbió a cualquier fuerza que estuviera orquestando su
transformación. La persona que era Joel dejó de existir.

✩✩✩
La luna parcial goteaba el más pálido de los resplandores blancos sobre
los altos picos de las montañas al este de la ciudad cuando la camioneta del
jefe Montgomery dobló la esquina y se detuvo justo en la entrada de
Glenwood Fields, marcada con piedras. Su radio chirrió tan pronto como
apagó el motor. Cogió su micrófono, lo encendió y escuchó.
—Jefe —dijo su despachador— acabo de recibir la confirmación de ese
residente de Glenwood de que el hombre extraño que vio se dirigía hacia
la entrada.
—Ahí es donde estoy —respondió el jefe—. Voy a comprobarlo. —
Volvió a poner el micrófono en su soporte y salió de su todoterreno.
El ángulo en el que la luna rozaba la cordillera le dijo al jefe que eran
alrededor de las 3:00 a.m. más o menos.
La noche todavía envolvía la ciudad con su manta.
Un hombre sorprendentemente pequeño cuya personalidad y autoridad
no concordaba con su baja estatura agarró su sombrero y se lo colocó
sobre el ralo cabello castaño. Levantó su linterna y salió de su vehículo.
El jefe Montgomery sostuvo su linterna con rigidez mientras apuntaba
alrededor de la entrada de la subdivisión. Había estado tenso todo el día,
desde que Jenna Bell lo llamó en las primeras horas de la mañana el día
anterior.
Las largas horas que Caleb había estado perdido habían hecho mella en
Montgomery y sus oficiales. Sentía que había envejecido al menos cinco
años desde esa llamada. Varias veces durante el día, le había dicho a Jenna
que todo estaría bien. Pero no estaba seguro de creerlo.
El jefe se giró en un círculo lento, explorando las áreas iluminadas por
el resplandor de su linterna. Al principio no vio nada. Pero luego lo hizo.
Se congeló, concentrándose en la extraña forma encorvada en las
sombras más allá del alcance de su linterna. Dio un paso adelante para que
su luz aterrizara directamente sobre la forma.
Montgomery tragó saliva y dio un paso atrás. Inmediatamente se sintió
tonto. Su respuesta había sido ridícula. Lo que estaba mirando no era nada
de qué preocuparse.
El haz de luz de la linterna iluminaba a un chico de plástico grande y
deforme colocado justo al borde de la carretera. La figura de plástico tenía
una cara casi sin rasgos, sin nariz, sin mejillas, sin barbilla. Todo lo que tenía
el rostro eran dos ojos negros saltones y una boca abierta y llena de
oscuridad.
Montgomery había visto algunas figuras como esta en la ciudad. Era
parte de una iniciativa de seguridad pública de Freddy Fazbear para disuadir
a los conductores imprudentes en áreas donde los niños corrían. La
mayoría de las figuras que había visto eran mucho más pequeñas que esta,
y esta estaba extrañamente contorsionada, como si parte del plástico se
hubiera deformado en el proceso de modelado.
Por alguna razón, la forma molestó al jefe. Estaba asustado, pero
posiblemente no podría haberle explicado por qué si alguien le hubiera
preguntado.
Sacudió la cabeza. Simplemente estaba demasiado cansado; eso fue
todo. Demasiado estrés. El jefe comenzó a avanzar y buscar más allá de la
extraña figura, pero luego su luz aterrizó en algo amontonado en el suelo.
Inclinó la linterna hacia abajo y frunció el ceño confundido. ¿Qué era eso?
¿Mantillo? ¿Qué hacía mantillo en la carretera?
Inclinándose más cerca, iluminó con su luz lo que parecían relucientes
cintas de color marrón rosado enredadas entre sí. No era cinta,
obviamente. La masa de material parecía ser algo orgánico y, por alguna
razón, le dio escalofríos. Se sacudió el escalofrío que lo recorrió.
Las longitudes en forma de cinta se parecían un poco a la corteza recién
arrancada. Miró hacia el costado de la carretera, hacia los árboles
agrupados cerca de la entrada de la subdivisión, para ver si un árbol había
sido derribado por un vándalo o tal vez un animal. Todos los árboles se
veían bien, pero…
Desde la izquierda de los árboles en los que estaba concentrado,
Montgomery escuchó un gemido. Se congeló y escuchó.
¿Fue realmente un quejido o el llanto de algún animal herido?
Inclinó la cabeza y se concentró. Y ahí estuvo de nuevo.
¡No era un animal! Sonaba como un niño.
El jefe de inmediato dirigió su luz hacia la zanja al costado de la carretera.
De ahí venía el sonido.
Se apresuró a llegar al borde de la carretera y apuntó su luz hacia la
zanja. No pudo ver nada.
—¿Hola? —gritó—. ¿Caleb? —El gemido se convirtió en un grito.
Montgomery se volteó y corrió hacia su todoterreno. Alcanzando su
micrófono, lo encendió.
—Rankin, trae a los técnicos de emergencias médicas a la entrada de
Glenwood Fields. ¡Creo que encontré al niño!
No esperó una respuesta. Se dio la vuelta y pasó corriendo junto a la
extraña figura de Niños Jugando. Cuando llegó al borde de la zanja, se
deslizó por su costado.
—Ya voy, Caleb. ¡Aguanta un poco!
El débil grito que le respondió hizo que su corazón latiera de esperanza.
Se arrastró hacia el sonido, y cuando vio al niño pequeño encajado detrás
de una pila de rocas, cayó de rodillas.
—Estoy aquí, Caleb. Está bien. Vas a estar bien.
Cuando el jefe Montgomery se quitó la chaqueta y la puso sobre los
estrechos hombros del chico, no pudo evitar sonreír triunfante. ¡Había
encontrado al niño! Todo iba a estar bien.
—¡ E res tan asquerosa! —Aimee apartó la cabeza de su amiga—. Ni
siquiera puedo mirarte.
La risa mt-n-tnt-tnt de Mary Jo se escuchó a través de la mesa hacia
Aimee, junto con parte de su pizza parcialmente masticada. Ella había
estado mostrando cómo podía voltear un bocado de pizza con la lengua
“Al igual que voltean las pizzas enteras en el horno”.
¿Quién hacía esto? Era repugnante.
Sin mirarlo, Aimee apartó lo que acababa de aterrizar en su antebrazo.
Sintió que una servilleta arrugada la golpeaba en la mejilla. Suspiró y se giró
hacia Mary Jo, con cuidado de mantener los ojos entrecerrados en caso de
que estuviera haciendo otra cosa que no estuviera bien.
—¿Por qué haces cosas así? —le preguntó Aimee.
Mary Jo se rio de nuevo.
—Porque puedo.
Aimee negó con la cabeza. ¿Cómo era posible que fuera amiga de este
fenómeno de la naturaleza durante ocho años?
En lugar de estar en casa, acurrucada en su acogedora habitación en su
asiento de ventana rosa con volantes, leyendo el libro que su padre le había
comprado en su último viaje de negocios, Aimee estaba sentada frente a
Mary Jo en una de las cabinas rojas en Freddy Fazbear's Pizza con una
rebanada a medio comer en la mesa entre ellas. En el escenario a su
derecha, los artistas animatrónicos de la pizzería: Freddy, el oso pardo con
sombrero de copa; Bonnie, el conejo azul con la corbata roja; y Chica, el
pollo amarillo con el babero y la magdalena rosa con ojos saltones, estaban
tocando una canción de rock. La música estaba alta, pero aun así no
ahogaba el resto de ruidos en el restaurante. El lugar estaba lleno de
conversaciones animadas, risas, chillidos felices, utensilios tintineando
contra los platos y los pings, pitidos y gorjeos de los juegos en la sala de
juegos justo al lado del comedor.
Aunque a Aimee le gustaba la pizza, no disfrutaba del estridente caos en
Freddy's. Era una chica tranquila, más contenta sola que entre la multitud.
Mary Jo, por otro lado, amaba la locura en Freddy's. A ella le encantaba
especialmente la música. En ese momento se balanceaba en su asiento, al
ritmo de la música. Su cabello castaño encrespado tenía un ritmo diferente,
sincopado, rebotando de forma poco convencional. El cabello de Mary Jo,
como la propia Mary Jo, siempre había tenido mente propia, incluso cuando
tenía tres años. Cuando Aimee usaba su cabello rubio en coletas, una
trenza o una cola de caballo en el preescolar, como casi todas las otras
niñas de tres años, Mary Jo nunca quiso restringir su cabello. Se negó a
dejar que su madre lo controlara con cintas para el cabello, trenzas o
pinzas. Quería que saliera volando de su cabeza como la melena de un león,
salvaje y libre, como le gustaba ser a Mary Jo. E incluso en ese entonces,
Mary Jo solía conseguir lo que quería.
Mary Jo y Aimee eran completamente opuestas. Por eso habían sido
amigas durante tanto tiempo, según la madre de Aimee. Se equilibraban
entre sí.
Como ahora mismo. Aimee estaba frunciendo el ceño, su rostro se
arrugó en protesta por el ruido y las payasadas de su rara amiga. Mary Jo
sonreía ampliamente, mostrando su gran boca llena de dientes igualmente
grandes, ahora manchados con la salsa de la pizza. ¡Qué asco! También
tenía salsa en sus redondas mejillas. Aimee no se molestó en contarle a
Mary Jo sobre la salsa. A Mary Jo no le importaría; incluso podría ir tan
lejos como para ponerse salsa en el otro lado también, y llamarlo pintura
de guerra. Todo lo que era normal a menudo era lo contrario de lo que
Mary Jo quería hacer.
Mary Jo tomó otro gran bocado de pizza, masticando con la boca
abierta. Aimee hizo una mueca y apartó los restos de la pieza que tenía
delante. Había perdido el apetito, que de todos modos nunca era tan
grande como el de Mary Jo.
—¿Ya terminaste? —le preguntó Mary Jo.
Aimee asintió. No se molestó en explicar por qué.
—Necesitas comer más. Estás huesuda.
—¿Y qué? Tú eres regordeta. Siempre dices que no todos deberían ser
iguales.
Mary Jo se tragó la pizza, gracias a Dios, y tomó su refresco para darle
un largo sorbo a la pajita. El sonido de succión pegajosa que indicaba el
fondo del vaso la impulsó a retroceder y fruncir el ceño ante los cubitos
de hielo que quedaban.
—Tienes razón, estoy equivocada —dijo Mary Jo—. Está bien, así que
si terminaste, ¿quieres jugar Escondite en el Laberinto?
Aimee se encogió de hombros y asintió. Todavía preferiría estar en casa
leyendo, pero había predicho que Mary Jo querría jugar Escondite en el
Laberinto, así que había traído un nuevo libro con ella. Estaba metido en la
linda riñonera que su mamá le había comprado, junto con brillo de labios
con sabor a fresa, su cepillo de pelo y algo de dinero.
El Laberinto Oculto, abreviatura de El Juego Del Escondite En El
Laberinto De Freddy era un elegante juego de escondite que se jugaba en
una red de túneles que corría entre las paredes que rodeaban las áreas
principales de Freddy's: comedor, sala de juegos, cocina, baños,
almacenamiento, escenario, etc. y las paredes exteriores del restaurante.
De hecho, era muy bueno. Los escondites eran pequeños cubículos con
puertas; las puertas tenían ventanas diminutas por las que podía asomarse
cuando te escondías, probablemente para que los niños no se sintieran
atrapados. Las ventanas estaban hechas de ese vidrio especial que parecía
una ventana por un lado y un espejo por el otro. Si fueras un buscador,
sólo podrías ver los espejos en los cubículos mientras caminabas por el
túnel, mientras que los escondidos podían mirar hacia afuera sin ser vistos.
Aunque el juego y sus cubículos a veces ponían un poco nerviosa a Aimee,
los escondites eran geniales por una razón diferente: apelaban al deseo
natural de Aimee de estar sola. Sólo dos personas podían jugaban Escondite
en el Laberinto a la vez, así que cuando estabas en los túneles del juego,
estabas lejos de toda la locura en el resto del restaurante.
Cuando ella y Mary Jo jugaban, Aimee siempre prefería esconderse, y a
Mary Jo le encantaba ser la buscadora. Mary Jo nunca era feliz sentada
quieta. Le gustaba estar haciendo algo y le encantaban los desafíos. Aimee
asumió que esa era la razón por la que la escuela era tan difícil para su
amiga. Mary Jo estaba loca de aburrimiento en el aula. La atrapaban
constantemente garabateando en los márgenes de su cuaderno en lugar de
tomar notas mientras la maestra hablaba. Pero en realidad, era más que
garabatear, pensaba Aimee. Mary Jo no dibujaba cosas reales, como cosas
reconocibles, hacía patrones y formas, eso era todo, pero eran patrones y
formas súper geniales. Aimee había visto cosas así en un museo de arte al
que su madre la llevó una vez. Había intentado decirle a Mary Jo que tenía
talento, pero Mary Jo se encogió de hombros.
—Nah. No tengo talento, sólo soy un dolor en el trasero con una buena
amiga.
Aimee había abrazado a Mary Jo entonces, sintiendo una gran ola de
afecto por la chica que a menudo la hacía querer gritar.
Escondite en el Laberinto era una excelente manera para que ambas
chicas hicieran las cosas que les gustaban juntas, más o menos. Funcionaba
porque Aimee había descubierto una manera de hacer trampa… al revés.
Por la forma en que jugaba, Aimee tenía un momento de tranquilidad y
Mary Jo tenía un desafío.
—Entonces, ¿te vas a sentar ahí o vas a venir? —le preguntó Mary Jo.
Aimee parpadeó y miró a Mary Jo, que estaba bailando al final de su
cabina, encogiéndose de hombros en su mochila y haciendo extraños giros
con la música al mismo tiempo.
—Oh, lo siento. Estaba pensando.
—Haces eso demasiado. —Mary Jo se rio a carcajadas y golpeó a Aimee
en el brazo.
Aimee chilló y se frotó el brazo. Esa era otra cosa en la que Mary Jo era
buena: lanzar un puñetazo involuntariamente fuerte.
Cuando Aimee y Mary Jo se conocieron a los tres años, ambas eran
pequeñas para su edad. Aparte de eso, no habían tenido mucho en
común… y todavía no lo tenían. Aimee era de cabello claro y piel pálida y
tenía rasgos pequeños con ojos azul brillante. Mary Jo tenía ese cabello
castaño rizado y boca grande, junto con piel color caramelo, grandes ojos
marrones y una nariz ancha. A medida que crecieron, su similitud de
tamaño también cambió. Aimee permaneció pequeña, pero Mary Jo se
disparó hacia arriba y hacia afuera. Ahora era quince centímetros más alta
que Aimee y, como Aimee le había recordado, era regordeta. También era
mucho más fuerte que Aimee, tanto físicamente como en todas las demás
formas, en realidad.
A veces, Aimee pensaba en dejar de ser amiga de Mary Jo. Tenían tan
poco en común. Pero Aimee nunca tendría el corazón para dejar a Mary
Jo. Mary Jo había pasado por bastante basura.
Los padres de Mary Jo eran muy jóvenes cuando se casaron y tuvieron
a su hija. Demasiado jóvenes, según la mamá de Aimee. El padre de Mary
Jo dejó a su esposa e hija cuando Mary Jo era sólo una bebé.
La madre de Mary Jo había tratado de cuidar a su hija después de eso,
pero se rindió cuando Mary Jo tenía cinco años. Un día se marchó y Mary
Jo acabó en una casa de acogida. Allí seguía, ahora con su quinta familia de
acogida.
Aimee les había pedido a sus padres que acogieran a Mary Jo en más de
una ocasión, pero su madre dijo que no tenían los “recursos” para
“manejar” a la amiga de Aimee. Ella no quiso decir dinero. A pesar de que
era sólo una niña, Aimee sabía que su familia tenía mucho dinero. La mamá
de Aimee significaba tiempo y paciencia. Los padres de Aimee tenían
trabajos importantes. Su padre era un “gerente de alto nivel”, lo que
significaba que su padre le decía a otras personas qué hacer. Su madre era
una “consultora de marketing”, lo que significaba que su madre aconsejaba
a otras personas sobre cómo vender sus marcas y esas cosas. Los padres
de Aimee tenían mucho que hacer y mucha gente dependía de ellos.
Sin embargo, si Aimee tenía que ser honesta, a veces se alegraba de que
Mary Jo no hubiera ido a vivir con ellos.
Amaba a Mary Jo, pero Mary Jo podía ser muy molesta… las
exhibiciones de comida parcialmente masticada son un buen ejemplo. Mary
Jo podía ser realmente asquerosa cuando quería. A veces Aimee se
preguntaba si eso era un subproducto de su dura educación. Era como si
quisiera que la gente la mirara, ya sea por una buena o mala razón.
—¿Y bien? —preguntó Mary Jo—. ¿Tengo que golpearte de nuevo?
Aimee parpadeó.
—¿Qué? Oh no. ¡No me vuelvas a golpear! Juro que dejaré de pensar.
Vamos a jugar en el laberinto oculto.
Mary Jo sonrió y tomó a Aimee del brazo. Saltando, comenzó a tirar de
Aimee hacia la galería. Todo lo que Aimee pudo hacer fue seguir,
frunciendo el ceño a la espalda de Mary Jo mientras Mary Jo la empujaba
entre las mesas y alrededor de otros niños. La mochila mullida de Mary Jo
hacía que pareciera que tenía una joroba en los hombros.
Según la madre de Aimee, Mary Jo tendría una verdadera joroba si seguía
llevando su mochila a todas partes.
—La forma en que encorva los hombros para llevar todo ese peso —
decía a menudo la madre de Aimee— no era bueno para ella.
Aimee le había contado a Mary Jo lo que le había dicho su madre, pero
Mary Jo se rio de ello.
—¿Y qué pasa si termino con una joroba, como una vieja bruja? —Se
inclinó hacia adelante, entrecerró los ojos, puso las manos en forma de
garra y se rio como una bruja malvada—. Eso estaría bien. Nadie se metería
conmigo si me viera así.
—Eres rara —había dicho Aimee.
—Quiero serlo —había respondido Mary Jo—. Creo que no ser raro
es peor.
Aimee sabía por qué Mary Jo llevaba su abultada mochila a donde quiera
que fuera. Un día, cuando estaba enojada por algo que uno de los otros
niños adoptivos había hecho, Mary Jo le había mostrado a Aimee todo lo
que tenía en su mochila: su ropa favorita, una foto de su madre, su osito
de peluche desgastado por los abrazos, su almohada, bolígrafos, crayones,
un par de libros, pijamas, pantuflas, un gran cepillo para desenredar el pelo
que Aimee creía que Mary Jo no usaba nunca, su cepillo de dientes, su bolso
con cremallera lleno de unos pocos dólares y algunas monedas, algunas
barras de chocolate maltratadas, una bolsa de cacahuetes y su diario.
—Puedo irme cuando quiera —había dicho Mary Jo—. ¿Ves? Tengo lo
que necesito.
—¿A dónde irías? —le había preguntado Aimee.
Mary Jo se había encogido de hombros.
—No tengo que planificar todo, ¿verdad?
Ahora sólo miraba la mochila de Mary Jo, Aimee se preguntó si todavía
tenía las mismas cosas dentro. Había pasado un año, al menos, desde que
Mary Jo le mostró lo que había en ella. ¿Había añadido algo? ¿Había sacado
algo?
Aimee dejó que su amiga la arrastrara a través del abarrotado comedor
de Freddy 's lleno de grandes mesas redondas rodeadas de familias risueñas.
Al menos no habían estado sentadas aquí. Eso era algo en lo que ella y Mary
Jo estuvieron de acuerdo: preferían los reservados a las mesas. Las cabinas
estaban separadas entre sí por divisores bajos pintados con imágenes de
dibujos animados de los personajes animatrónicos. Hacía que cada cabina
pareciera una propia pequeña habitación.
Mary Jo siguió tirando de Aimee, y Aimee siguió hasta que estuvieron
dentro del borde de la sala de juegos. Allí, sin embargo, Aimee vaciló.
Entonces ella se detuvo. Algo, no, alguien, un hombre, había capturado su
atención.
—Aimee, ¿qué estás haciendo? —preguntó Mary Jo. De hecho, gritó.
Tuvo que gritar para ser escuchada por encima de todos los gritos y
timbres y sirenas en el área de juego.
Pero cuando gritó, el hombre que Aimee había visto se giró para mirar
a las chicas. Aimee se sonrojó y se puso de puntillas para poder susurrar
en el oído de Mary Jo.
—Hay algo espeluznante en ese hombre de allí.
Mary Jo inmediatamente miró a su alrededor.
—¿Qué hombre? —preguntó en otro grito.
Aimee hizo una mueca cuando el hombre centró su atención
completamente en Mary Jo.
—Shh —siseó Aimee—. Vámonos. —Tiró del brazo de Mary Jo.
Pero Mary Jo se apartó. Dio dos pasos hacia el hombre, se puso las
manos en las caderas y gritó—: ¡No es de buena educación mirar fijamente,
asqueroso!
—¡Mary Jo! —susurró Aimee intensamente.
Aimee sintió que se le erizaba el pelo de la nuca mientras observaba al
hombre, un tipo alto y delgado con cabello largo y grasiento, dándole a
Mary Jo el tipo de sonrisa que la madre de Aimee habría llamado
“impertinente”. Los ojos oscuros y casi negros del tipo se entrecerraron
con una intensidad desconcertante. Tenía los dientes amarillentos y
torcidos, y su rostro le recordaba a Aimee una de esas aterradoras
máscaras de Halloween arrugadas. Todo lo que el tipo necesitaba era un
poco de sangre que goteara de su boca, y podría haber sido el malo en una
película de terror. Con ropa holgada y manchada, parecía una persona de
la calle. ¿Qué estaba haciendo en Freddy's?
—Vámonos —instó Aimee a Mary Jo.
Mary Jo no se movió. Asomó la mandíbula inferior en un acto de desafío
y miró al hombre con los ojos entrecerrados.
—¿Quieres un pedazo de mí, asqueroso?
Aimee puso los ojos en blanco y gimió. Mary Jo veía demasiados
programas policiales.
Aimee intentó tirar de Mary Jo de nuevo.
Mary Jo de repente se rio y Aimee dejó caer su brazo.
—¿Qué–? —comenzó Aimee.
Entonces vio que el hombre se había ido.
Mary Jo giró en círculo e hizo un pequeño movimiento de boxeo.
—¡Nadie se mete conmigo ni mi amiga! —gritó.
Los otros niños de la sala de juegos la miraron durante unos segundos.
Algunos de los niños la miraron mal. Luego, todos los niños volvieron a sus
juegos.
Mary Jo tomó a Aimee del brazo.
—Quédate conmigo. Te protegeré de los idiotazoides.
Aimee sonrió pero luego se estremeció. Miró hacia donde había estado
parado el hombre. Se había ido…
Eso esperaba Aimee.
—¿Qué tal si hacemos algo diferente hoy? —preguntó Mary Jo mientras
se acercaban a la rejilla beige que cubrían la entrada de los colores del arco
iris al juego Escondite en el Laberinto.
A Aimee le encantaba que la entrada al juego no pareciera la entrada a
un juego. Parecía la tapa de ventilación de un calentador o algo rodeado
por un arco iris arqueado. Sabía que la mayoría de los padres ni siquiera
sabían que existía el juego. El arcoíris parecía una decoración de pared, no
el comienzo de un juego. Aimee y Mary Jo se habían enterado del juego
hace sólo un año atrás. Para entonces, habían estado viniendo a Freddy's
durante varios años.
Un día, un niño rubio llamado Alby, a quien Aimee y Mary Jo sólo
conocían de Freddy's, se acercó y dijo—: Ya han venido aquí lo suficiente.
Creemos que están listas.
—¿Listas para qué? —había preguntado Mary Jo.
Alby se limitó a sonreír y les dijo que lo siguieran. Las había llevado de
regreso aquí a esta rejilla rodeada por el arco iris. Mary Jo había amenazado
con darle una paliza si les hacía algo malo.
Simplemente puso los ojos en blanco y abrió la rejilla. Luego señaló una
pantalla de juego digital, que estaba en la pared izquierda de una cámara
pequeña, baja, en forma de caja, más allá de la rejilla.
Con paredes de pino anudado y un piso rojo cubierto con una alfombra
de trapo multicolor, el diminuto espacio parecía la sala de estar de un
anciano. Era lo suficientemente grande para un par de niños, gateando o
sentados. La habitación contenía la entrada cubierta de rejilla en una pared;
la consola de juegos y fotografías enmarcadas de Freddy, Bonnie y Chica
en otra pared; y un mini-sofá de vinilo rojo lo suficientemente grande como
para que dos niños se sentaran contra una tercera pared. La pared detrás
del sofá estaba pintada con un mural de gruesos árboles de hoja perenne
empapados de musgo. La escena rechazaba la apariencia del juego en sí. En
la cuarta pared, frente a la rejilla, una abertura redonda revelaba un túnel
largo y oscuro.
Encima de la pantalla en la sala de estar de los elfos, donde se colocaban
los nombres de los jugadores, el nombre del juego estaba impreso en letras
negras: EL JUEGO DEL ESCONDITE EN EL LABERINTO DE FREDDY'S. Junto al nombre
del juego, una imagen de Freddy tenía un bocadillo. Las reglas del juego
estaban impresas dentro de esa burbuja.
Aimee pensó que era genial que ahora fueran parte de algo que parecía
un club secreto. Mary Jo también. A Mary Jo le gustaba incluso más que a
Aimee, probablemente porque no había llegado a ser parte de nada más,
secreto o no.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Aimee ahora mientras se arrodillaba,
abrió la rejilla y se arrastró por la abertura detrás de ella. Pensó medio
segundo en los lindos pantalones capri color frambuesa que llevaba,
estarían sucios cuando terminaran de jugar. No debió haberlos usado hoy,
pero no pudo evitarlo.
Aimee podía oír las refriegas y los gruñidos de Mary Jo siguiéndola. A
Mary Jo no le importaba su ropa. Por lo general, vestía como estaba hoy:
vaqueros manchados y una camiseta demasiado ajustada.
Una vez que estuvo dentro de la pequeña sala de entrada, Aimee miró
la consola. La pantalla tendría los nombres de los jugadores si hubiera un
juego en curso o estaría en blanco si no hubiera nadie en el juego.
Había dos nombres en la pantalla, y la voz de Freddy anunció—:
Bienvenidos al juego del escondite en el laberinto de Freddy. Esperen por
favor. Actualmente hay un juego en curso.
Aimee se arrastró y se sentó en un extremo del sofá rojo. Mary Jo se
movió y plantó su trasero en el otro extremo. Tuvo que inclinarse hacia
adelante debido a su mochila.
Mary Jo se giró para mirar a Aimee y dijo—: Hoy quiero ser la jugadora
número dos.
—¿Qué? —Aimee se giró para mirar a su amiga—. Siempre soy el
Jugador Dos primero. Yo me escondo primero. Tú buscas primero. Así es
como siempre lo hacemos.
—Lo sé. Aburrido, ¿verdad? Tenemos que cambiarlo.
Aimee abrió la boca para objetar, principalmente sólo porque no le
gustaba la forma en que Mary Jo la mandaba. ¿Pero en serio? ¿Importaba
tanto? Ella se encogió de hombros.
—Está bien.
Mary Jo se cruzó de brazos y cerró los ojos, luciendo complacida con sí
misma.
Aimee ladeó la cabeza y estudió a Mary Jo. Tenía el mismo aspecto que
su gata cuando estaba sentada en un rayo de sol con los ojos cerrados.
Aimee siempre pensó que su gata se veía engreída cuando hacía eso. Mary
Jo también.
Aimee abrió la boca para preguntarle a Mary Jo por qué siempre tenía
que salirse con la suya, pero luego la voz de Freddy anunció—: Listo
Jugador Uno y Jugador Dos. Introduzcan los nombres de los jugadores.
Cuando Aimee era muy pequeña, pensaba que Freddy estaba realmente
dentro de los juegos que tenían su voz.
Ahora que entendía que eran voces pregrabadas programadas, siempre
se reía de sí misma cuando escuchaba el audio de los juegos.
Mary Jo abrió los ojos y señaló hacia la consola.
—Vamos. Eres el Jugador Uno.
Aimee miró a Mary Jo.
—Bien, señorita Bossy Pants. —MaryJo le dio a Aimee una gran sonrisa.
Aimee resopló. Eres incorregible. Ella acababa de aprender esa palabra
la semana pasada. Encaja perfectamente con Mary Jo. Ella realmente no
podría ser corregida ni mejorada. Siempre iba a ser como era ahora.
Mary Jo sonrió aún más y le lanzó un beso a Aimee.
—Yo también te quiero. —Señaló de nuevo a la consola de juegos—.
Vamos. Si puedes encontrarme en tres minutos, le prometo que pasaremos
el resto del día haciendo lo que quieras hacer… después de que juguemos
las dos rondas.
—Quiero leer mi nuevo libro.
Mary Jo se metió el dedo en la boca e hizo un sonido de arcadas. Luego
se rio de la mirada que le dirigió Aimee.
—Bien. Iremos a tu casa y nos sentaremos en tu habitación. Puedes leer
y supongo que dibujaré… sí me encuentras en tres minutos.
—¿Y si no lo hago?
—Seguiremos haciendo lo que yo quiera hacer.
Aimee suspiró.
—Bien. —Se arrastró, se arrodilló frente a la consola de juegos y
escribió su nombre como Jugador Uno y el nombre de Mary Jo como
Jugador Dos. Tan pronto como terminó con el nombre de Mary Jo, la voz
de Freddy dijo—: Jugador dos, encuentra tu escondite.
Aimee se giró, le sacó la lengua a su amiga de ojos brillantes y cabello
salvaje, luego regresó al pequeño sofá. Allí era donde se suponía que el
buscador debía esperar mientras el escondido se escondía.
Mary Jo le mostró a Aimee una enorme sonrisa y la saludó antes de
desaparecer en el túnel principal.
—Buena suerte encontrándome —gritó.
Aimee no se molestó en responder. Simplemente se cruzó de brazos y
suspiró. Estuvo tentada de sacar su libro, pero si Mary Jo elegía un lugar
rápidamente, Aimee desperdiciaría preciosos minutos colocando su libro
lejos. Entonces, sólo se sentó y esperó. Contó para ver cuánto tiempo
tardaba Mary Jo en esconderse.
Aimee acababa de susurrar—:107 —cuando la voz de Freddy anunció—
: ¡El jugador dos ha elegido un escondite! ¡Jugador uno, encuentra al jugador
dos! ¡Vamos!
Aimee se bajó del sofá y comenzó a gatear por el túnel principal tan
rápido como pudo.
—Rápido —no era realmente tan rápida en Escondite en el Laberinto.
Todos los túneles del juego estaban inclinados. Algunos subían y otros
bajaban; ninguno estaba perfectamente nivelado. La mayoría de los túneles
se curvaban de un lado a otro. Eran estrechos y confinados, con techos
que a menudo se sentían como si estuvieran presionando hacia abajo,
tratando de enterrarte vivo. Sólo el túnel principal era recto, pero iba
cuesta arriba.
Aimee no podía ir tan rápido como quería.
El Escondite en el Laberinto fue diseñado para que sólo la mitad de los
cubículos escondidos estuvieran abiertos al comienzo del juego. Cuando el
Jugador Dos encontraba un escondite, la puerta de ese cubículo y todas las
demás puertas abiertas del cubículo estaban cerradas. Las puertas que
habían sido cerradas luego se abrían. Entonces, Aimee no tenía que buscar
en todo el laberinto, pero sólo buscar las puertas cerradas tomaría
demasiado tiempo.
Todos los túneles del laberinto estaban revestidos con el material
áspero y esponjoso, coloreado para parecerse a la corteza de los árboles
de hoja perenne, como los del mural. No eran árboles reales, por supuesto,
pero se les asemejaba. También olían a eso. Todo el Escondite en el
Laberinto tenía un olor a humedad y a tierra que siempre hacía que Aimee
se sintiera como si estuviera gateando en madrigueras de tierra. El suelo
de los túneles incluso parecía tierra: marrón e irregular y algo blandito
como barro húmedo. Aimee no sabía de qué estaban hechos los túneles,
no era barro, obviamente, porque nunca se embarraba.
Intercalados entre los árboles, grandes rocas grises falsas creaban
recovecos y grietas para los cubículos escondidos. Cada cubículo
escondido estaba cubierto con una puerta de madera arqueada que parecía
la entrada a la casa de un hada o de un anciano. Las pequeñas ventanas
unidireccionales eran inserciones redondas en la parte superior de las
puertas.
Desde lo alto de los túneles, ramas de árboles falsos hacían cosquillas
en la parte superior de la cabeza de Aimee mientras pasaba por debajo de
ellos. Estaban cargados de musgo fino que parecía un cabello verde sedoso,
lo que los hacía colgar bajos y pesados. De vez en cuando, un mechón
revoloteaba sobre su rostro y la hacía sentir como si estuviera a punto de
estornudar.
Aimee pensó que todo el Escondite en el Laberinto era algo
espeluznante, especialmente porque los árboles no eran lo único que
cubría las paredes. Aquí y allá, pequeñas cosas regordetas y grises parecidas
a gusanos se movían a medida que pasaba. Tenían ojos saltones que
rodaban alrededor. Aimee trataba de no mirarlos. En algunos lugares, sólo
ojos mecánicos se asomaban entre los troncos de los árboles. Esos ojos
también giraban alrededor, y molestaba a Aimee más que los gusanos
porque imaginaba que los ojos pertenecían a horribles criaturas que
acechaban detrás de los árboles.
Sin embargo, los túneles no eran tan oscuros como para estar
aterrorizada. Hileras de luces de cuerda que parecían raíces de árboles se
alineaban en los bordes superior e inferior de los túneles y rodeaban cada
cubículo.
Pero todavía era un lugar espeluznante. El juego tenía su propia banda
sonora, que se reproducía en un bucle de una vieja cinta de cassette
desgastada que se deformaba en algunos lugares. La pista era
principalmente sonidos de selva tropical, algunos de ellos relajantes, como
el golpe constante de un aguacero constante, salpicando los árboles y el
suelo del bosque. Pero de vez en cuando, aparecían otros sonidos: chillidos
espeluznantes que podrían haber sido monos… o tal vez jaguares. Cuando
te estabas escondiendo, te sentías un poco seguro, protegido del ruido,
seguro en tu cubículo elegido. Cuando estabas buscando, la banda sonora
te ponía nervioso; los gruñidos y chillidos nunca dejaban de ponerle la piel
de gallina en Aimee.
Todo lo relacionado con el Escondite en el Laberinto le parecía viejo a
Aimee. No estaba segura de cuánto tiempo había estado aquí Freddy's,
pero parecía antiguo. Además de la gastada banda sonora del juego, gran
parte de la corteza de los árboles y el musgo se estaban rompiendo, y las
puertas de los cubículos estaban rayadas y deformadas. Aimee sentía que
el Escondite en el Laberinto había sido algo importante en algún momento,
pero que ahora estaba casi olvidado, por lo que no recibía mantenimiento.
A pesar de que los pisos de los túneles del Escondite en el Laberinto no
estaban hechos de tierra real, siempre estaban sucios, cubiertos con
marcas de raspaduras y manchas de comida y llenos de escombros dejados
por otros buscadores. Estaba bastante segura de que los empleados de
Freddy's nunca limpiaban aquí. Aimee vio un poco de confeti esparcido a
lo largo de los bordes del pasadizo por el que se arrastró y un globo
desinflado tirado fuera de una de las puertas del cubículo; esos habían
estado aquí durante meses. Un niño había perdido un calcetín rayado con
un agujero en el dedo del pie a sólo unos metros del túnel principal.
Aimee había perdido algo en el laberinto unos meses antes. Mary Jo le
había hecho un brazalete de la amistad con cuentas rojas, y Aimee se había
dado cuenta de que le faltaba en la muñeca después de uno de sus juegos
en el laberinto. Había pensado que Mary Jo estaría molesta por la pérdida,
pero Mary Jo simplemente se encogió de hombros y dijo—: Probablemente
esté en uno de los cubículos. Lo encontraremos uno de estos días. Aún no
lo habían encontrado.
No se suponía que debías llevar comida al interior del laberinto, pero la
mayoría de los niños no respetaban esa regla.
En este momento, por ejemplo, el túnel olía fuertemente a chocolate, y
Aimee tuvo que arrastrarse alrededor de algunas manchas marrones
frescas y relucientes en el costado de una de las rocas; algún niño debió
haber traído pastel de chocolate aquí. Él (supuso que era un niño) incluso
había dejado un tenedor de plástico rojo roto.
Mientras se acercaba al final del primer tramo del túnel principal, vio la
otra consola de juegos, que mostraba su nombre como Jugador Uno y el
nombre de Mary Jo como Jugador Dos, y un cronometro que mostraba el
tiempo transcurrido desde el inicio del juego.
Mirando el reloj brillante contra la relativa oscuridad del túnel, la cabeza
de Aimee comenzó a doler.
Se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes, algo que hacía
cuando estaba molesta. Eso siempre hacía que le doliera la cabeza. Se
concentró en relajar los dientes, pero el dolor permaneció. Estaba cansada
de estar siempre de acuerdo con lo que Mary Jo quería.
Aimee llegó a la puerta de un cubículo cerrado y levantó su pequeña
manija redonda de metal. Hizo clic cuando la levantó. Mirando dentro del
cubículo vacío (por supuesto que no encontraría a Mary Jo tan fácilmente),
Aimee lamentó su trato de tres minutos. No había forma de que ganara
tan rápido.
Aimee no estaba segura de cuánto tiempo le llevaría trepar y bajar por
todos los túneles serpenteantes del laberinto. Nunca había hecho eso. Pero
sabía que le tomaría más de tres minutos.
Las reglas de Escondite en el Laberinto permitían al Jugador Uno buscar
al Jugador Dos durante el tiempo que fuera necesario para encontrar el
escondite del Jugador Dos. Sin embargo, el juego también permitía que el
Jugador Uno se rindiera si se cansaba. Ganará o perdiera, el jugador uno y
el jugador dos cambiaban de lugar después de la primera ronda de juego.
La verdad era que Aimee nunca antes había intentado encontrar a Mary Jo.
A ella le gustaba ser la que se escondía primero porque podía sacar su libro
y leer mientras estaba oculta. Mary Jo nunca se rendía y, a veces, le llevaba
mucho tiempo encontrar a Aimee, y Aimee leía hasta que Mary Jo la
encontraba. Una vez que cambiaban de lugar para la segunda ronda y Mary
Jo estaba escondida, Aimee generalmente se sentaba en el túnel y leía un
poco más. Mary Jo pensaba que Aimee la estaba buscando, pero Aimee en
realidad sólo estaba pasando el rato. Después de un rato, presionaría el
botón “Rendirse” en la consola de juegos, y todas las puertas de los
cubículos se abrirían. En ese momento, Aimee guardaba su libro y se
encontraba con Mary Jo fuera del juego, felicitándola por otra victoria.
Ir primero significaba que Aimee no podía realizar este truco tan
fácilmente. Y aceptar la apuesta significaba que no podía hacerlo en
absoluto.
Ahora, frustrada y cansada con su creciente dolor de cabeza, Aimee
tuvo la tentación de sentarse en el túnel y leer los minutos que le quedaban
antes de presionar “Rendirse”, pero realmente no quería estar en Freddy's
toda la tarde. Entonces, por una vez, trató de encontrar a su amiga.
Escurriéndose a través de los primeros giros y desvíos del pasillo
principal, Aimee abrió las puertas de los cubículos a derecha e izquierda.
Refunfuñando para sí misma acerca de cómo estaba arruinando sus bonitos
pantalones (se había arrastrado a través del jugo de uva en los primeros
treinta segundos) comenzó a molestarse más y más con cada puerta que
abría.
Por supuesto, Mary Jo no estaba detrás de ninguna de las puertas, y a
Aimee le dolía la cabeza de nuevo.
—Esto es estúpido —se quejó Aimee en voz alta.
Decidiendo que estaba perdiendo un tiempo precioso abriendo puertas
porque Mary Jo probablemente estaba en la parte trasera del juego, Aimee
bajó la cabeza y se arrastró a gran velocidad hacia esa área.
Allí encontraría a Mary Jo, seguro.
Para llegar al final del juego, Aimee tuvo que pasar al final del pasillo
principal. Mientras lo hacía, miró hacia la entrada para ver si había alguien
esperando para jugar.
Parecía que alguien lo estaba haciendo. Faltaba la rejilla y la entrada
estaba abierta.
Aimee empezó a gatear, pero luego vio movimiento por el rabillo del
ojo. Dándose la vuelta, casi se ahoga con su inhalación aguda.
El hombre que había visto en la galería estaba mirando por la entrada
abierta.
Y él la estaba mirando directamente.
Congelada en medio de la observación, Aimee no pudo hacer nada más
que mirar al hombre, quien la miró con la misma amplia sonrisa que le había
dado a Mary Jo en la sala de juegos. La sonrisa bajó la temperatura corporal
de Aimee tan rápido que se sintió como si acabara de estar congelada.
Cada cabello de su cuerpo se erizó.
Aimee no estaba segura de cuánto tiempo ella y el hombre se miraron.
Se sintió como una eternidad, pero probablemente no fue más de uno o
dos segundos. Ella no parecía poder moverse.
Pero cuando el hombre asomó la cabeza por la entrada del juego, un
movimiento que coincidió con un chillido particularmente fuerte de la
banda sonora del juego, su cuerpo decidió que era hora de ponerse en
marcha. Aimee dejó escapar un pequeño chillido y empezó a gatear tan
rápido como pudo hacia la salida.
Eso fue todo. Ya había tenido suficiente. «Olvídate de encontrar a Mary
Jo». Aimee sólo quería salir del laberinto.
Aimee jadeaba pesadamente y escarbaba ruidosamente mientras
gateaba los primeros metros del túnel principal, pero luego disminuyó la
velocidad e hizo todo lo posible por controlar su respiración. Temblando,
miró por encima del hombro para ver si el hombre la estaba alcanzando.
No lo vio.
Pero lo escuchó. Al menos, pensó que sí. Incluso sobre la banda sonora
de selva tropical, pudo distinguir algunas refriegas y golpes que parecían
provenir del túnel principal. Obligándose a no gritar de terror, Aimee bajó
la cabeza y empezó a gatear de nuevo.
Para cuando Aimee se acercaba a la salida del juego, sabía que habían
pasado más de tres minutos; no importaba lo que hiciera a continuación.
Mary Jo le estaría diciendo a Aimee qué hacer durante el resto del día.
Como si ese fuera su mayor problema. La verdad era que a Aimee ya
no le importaba lo que hicieran hoy. Sólo quería salir del juego y alejarse
del tipo espeluznante.
Ver a ese repugnante tipo de nuevo fue la gota que rebalsó el vaso.
Aimee no quería estar cerca de Freddy's. Quería irse a casa.
Girando hacia la salida del juego, que también salía al callejón trasero
del edificio, Aimee miró por encima de su hombro para asegurarse de que
el tipo espeluznante no la había seguido.
No vio nada. Nadie estaba detrás de ella.
Aimee abrió la pesada puerta de madera. Cuando el aire fresco la
golpeó, lo respiró y luego exhaló aliviada.
Sin embargo, cuando salió al brillante sol de la tarde, se detuvo y miró
hacia el túnel.
Mary Jo todavía estaba allí. ¿Qué pasa si el tipo espeluznante la
encuentra?
Aimee se mordió el labio inferior. Frunció el ceño. Finalmente, negó con
la cabeza.
No, no encontraría a Mary Jo. Ella estaba escondida. Era mucho más
probable que hubiera encontrado a Aimee, que estaba en los túneles.
Más tarde, Aimee le explicaría a Mary Jo por qué se fue. Mary Jo lo
entendería.

✩✩✩
Con el cabello ensortijado sobre su mirada oscura y maligna, el hombre
espeluznante estira la mano y tira del picaporte del cubículo. La puerta se abre
lenta, implacablemente, revelando finalmente lo que siempre termina por revelar:
a Mary Jo, pálida y con ojos muy abiertos. Lanzándose sobre el hombre, Mary Jo
grita y le araña los brazos desnudos. Es una luchadora y no va a dejar que él la
tome fácilmente. Pero Mary Jo no es rival para la fuerza del hombre. Él le sujeta
los brazos a los costados y la arrastra fuera del cubículo mientras Mary Jo grita
lo que siempre grita—: ¡Aimee! Aimee, ¿dónde estás? ¡Ayuda! ¿Por qué me
dejaste?
Los ojos de Aimee se abrieron de golpe. Se los frotó con sus manos
temblorosas mientras se reorientaba hacia la vigilia. Tomando una
respiración entrecortada, se dio cuenta de dónde estaba. Había estado
estudiando y se había quedado dormida.
A pesar de que el sol se derramaba sobre el sillón puf donde estaba
acurrucada en la esquina de su dormitorio, se sintió helada. ¿Quién no se
sentiría helada después de un sueño así?
Aimee se abrazó a sí misma, frotándose los brazos para intentar
calentarse. «Acéptalo», pensó, «hoy no podrás leer».
No había forma de que leyera hoy.
Este día soleado a mediados de mayo podría ser un día que no significara
nada para nadie más, pero para Aimee, este día tenía un gran significado,
sólo que no era algo agradable. Aimee realmente odiaba esta fecha, y nunca
pasaba sin que se diera cuenta… desde el momento en que se levantaba
por la mañana hasta el momento en que finalmente se quedaba dormida
por la noche, lo que generalmente no sucedía hasta que había hecho
muchas miradas al techo y vueltas y más vueltas.
Aimee suspiró y dejó caer su libro. ¿En qué estaba pensando, tratando
de leer un libro sobre el futuro de la economía empresarial en un día como
hoy?
Estirando las piernas, Aimee se puso de pie y se acercó a la ventana que
daba al patio de abajo. Hizo girar algunos mechones de su largo cabello,
mirando a un par de chicos que conocía jugar al frisbee.
Estaban bien; el disco voló bajo y directo sobre un par de docenas de
adoradores del sol y estudiosos de último momento, y nunca golpeaban a
nadie. Aimee sonrió y respiró hondo. Esta sería la última semana tendría
esta vista.
La graduación era en una semana, y tres semanas después de eso,
comenzaría el nuevo trabajo que ya tenía programado. Sin embargo, antes
de hacer eso, iba a tener que hacer algo que había estado posponiendo
hacer durante mucho tiempo. No había ninguna duda en su mente ahora.
Tenía que hacerlo si quería liberarse de su pasado. Había llevado este peso
durante diez años. Ya era suficiente.
Alejándose de la ventana, se acercó a su cama pulcramente hecha. Se
sentó y miró fijamente el colchón desnudo al otro lado de la compañera
de cuarto que había terminado los exámenes el día anterior, y ya había
empacado y se había ido a casa.
Su novio había vuelto a casa, así que había planeado pasar la semana con
él y luego regresar para la graduación. Aimee no tenía novio en casa (o aquí
en la universidad) y todavía tenía dos exámenes más por hacer. Sólo
esperaba poder concentrarse lo suficientemente como para no arruinar su
promedio… pero Mary Jo podría hacer eso imposible.
¿Alguien más pensaba alguna vez en la chica de once años de cabello
encrespado que siempre había pensado que las reglas estaban destinadas a
romperse? Probablemente no.
Aimee se movió para poder verse en el espejo de cuerpo entero junto
a su tocador. Había visto fotos de sí misma a los once años y no creía que
se viera muy diferente ahora. Entonces era pequeña y delgada, y ahora era
pequeña y delgada. Obviamente, su rostro se veía un poco diferente
porque ahora estaba maquillada, pero la ligera inclinación de sus ojos y el
severo arco de sus cejas, la nariz respingada y la boca ligeramente enfadada
eran las mismas. En las fotos que había visto de su yo más joven, el largo
cabello rubio de Aimee solía estar recogido en una cola de caballo o una
trenza.
Ella seguía usando el cabello así.
¿Qué aspecto tendría MaryJo ahora? ¿Le seguiría sobresaliendo su pelo
de la cabeza? ¿Seguiría siendo tan grande su sonrisa?
Al principio, a Aimee le gustaba decirse a sí misma que nunca volvió a
ver a Mary Jo después de ese día en el laberinto porque Mary Jo se enojó
y se escapó. Era una conclusión razonable. Mary Jo había amenazado a
menudo con huir, y siempre había tenido esa mochila con ella, lista para
partir.
Pero años más tarde, cuando Aimee estaba siendo honesta consigo
misma, estaba bastante claro que Mary Jo no había huido a ningún lado. El
sueño le dijo eso. El sueño recurrente (no, no era un sueño, su pesadilla)
le había dicho la verdad durante diez años.
Aimee se apartó de su reflejo y se recostó en su cama. Se obligó a viajar
al pasado.
Como lo había hecho literalmente miles de veces ahora, trató de
convencerse a sí misma de que no había forma de que supiera que algo
malo le pasaría a Mary Jo cuando dejó el laberinto. A pesar de que había
tenido miedo del tipo espeluznante, la mente de once años de Aimee
realmente no había creído que había encontrado a Mary Jo y la había
lastimado. Y desde entonces, se había esforzado por creer que Mary Jo no
había vuelto a ser vista por otra cosa, algo que no tenía nada que ver con
lo que hizo Aimee.
Pero en verdad, Aimee sabía que era, en parte, responsable. Aunque
sólo en parte. El verdadero culpable era el repugnante tipo que Aimee
había visto en la galería y en la entrada del laberinto justo antes de dejarlo.
La noche del día en que había visto a Mary Jo por última vez, Aimee
también había visto al canalla en la televisión. Lo habían arrestado por el
intento de secuestro de otro menor. Normalmente no prestaba atención
cuando sus padres veían las noticias, pero había visto la cara del tipo y había
escuchado su nombre, Emmett Tucker.
También había escuchado la palabra secuestro. Cuando escuchó esa
palabra, su estómago se convirtió en una roca que cayó hasta sus pies.
Cuando quedó claro que Mary Jo había desaparecido, Aimee supo que
ese asqueroso se había llevado a su amiga. Se la había llevado, y debió
haberla matado. Aparentemente, la policía nunca pudo probar que lo hizo,
por lo que el tipo fue a prisión sólo por el intento de secuestro del otro
menor. Aimee se consoló un poco con eso, pero no saber exactamente lo
que le había sucedido a Mary Jo la carcomía.
Durante años después de la desaparición de Mary Jo, Aimee había
llevado la culpa como una mochila incluso más pesada que la de Mary Jo.
Sabía que el tipo espeluznante estaba husmeando en el laberinto y había
dejado a su amiga allí. Estaba segura de que Emmett Tucker se había llevado
a MaryJo, y ella tenía la culpa.
Mucho antes de que se fueran (en realidad, sólo un par de semanas
después de la última vez que Aimee vio a Mary Jo), el Freddy's donde Aimee
y Mary Jo habían jugado Escondite en el Laberinto había cerrado. Aimee
nunca supo por qué. Su madre pensó que Freddy's estaba cerrado porque
era “intrínsecamente inseguro” para los niños; nunca pensó que los
animatrónicos fueran una buena idea. La mamá de Aimee estaba muy
molesta porque la ciudad a la que se mudaron también tenía un Freddy's.
Sin embargo, no tenía que preocuparse. Aimee nunca fue a este. Le
recordaba demasiado a Mary Jo.
Pero la semana pasada, su mamá la había llamado, interrumpiendo el
estudio que Aimee estaba haciendo para su clase de Transacciones
Comerciales. Al salir de la biblioteca y entrar en la noche fresca para
atender la llamada de su madre, Aimee miró las estrellas y dijo con un
suspiro—: Estoy estudiando, mamá.
—Sé que lo haces, cariño. Pero quería saber cómo estás.
—Bien, mamá. Pero necesito concentrarme.
—Lo sé. Pero pensé que podrías tomarte un descanso y charlar unos
minutos. —La voz suave y profunda de la madre de Aimee se rompió en
una risita—. Ya sabes, unos segundos para tu querida mamá.
Aimee suspiró. A través del teléfono, podía escuchar pasos golpeando
los pisos de madera. Podía imaginarse a su madre paseando de un lado a
otro en la cocina. Eso es lo que siempre hacía su mamá cuando hablaba por
teléfono. Aimee podía ver el hermoso rostro de su madre como si
estuviera aquí. Rubia y de ojos azules como Aimee pero con rasgos más
clásicos, su madre tenía ojos grandes, pómulos altos y labios carnosos.
—Está bien, mamá —respondió Aimee—. ¿De qué quieres charlar?
Tienes dos minutos. Vamos.
Su mamá se rio.
—Está bien, voy a poner en marcha el temporizador de la cocina. Bien,
veamos. Tu padre se ha aficionado al ráquetbol. Puede que sea demasiado
para él; le duelen tanto los hombros y los brazos que apenas puede levantar
la taza de café.
Aimee sonrió.
—Ah, y vi una propaganda en las noticias sobre ese hombre que
pensamos que se había llevado a Mary Jo. ¿Lo recuerdas?
¿Recordarlo? ¿Cómo podría no hacerlo? Aimee sintió que todos sus
músculos se contraían a la vez, como siempre lo hacían cuando pensaba en
Freddy's o Emmett Tucker.
—¿Qué pasa con él?
—Oh, lo dejaron salir de la cárcel. Por buen comportamiento, o alguna
tontería por el estilo. Está de vuelta en su casa, libre como un pájaro. Por
alguna razón, nunca lo he olvidado. Probablemente por Mary Jo.
Aimee sintió que su estómago daba un vuelco e intentaba trepar por su
esófago.
Pensó que se iba a poner enferma. ¿El secuestrador de Mary Jo estaba
libre?
—¿Aimee? ¿Está ahí? —preguntó su mamá.
Aimee trató de hablar y las palabras se le atascaron en la garganta. Ella
tragó y dijo—: Sí, mamá. ¿Ha hablado con la prensa o algo?
—¿Qué? No tengo ni idea. Acabo de ver un pequeño informe sobre él,
eso es todo.
—Tengo que colgar, mamá. —Aimee prácticamente le lanzó las palabras
a su madre. Y no esperó una respuesta. Corrió dentro de la biblioteca,
directamente al baño, donde vomitó. Después de sentarse en el baño y
llorar durante media hora, se obligó a no pensar en lo que le había dicho
su madre. Tenía que estudiar y hacer un examen.
Pero, por supuesto, lo había pensado. Había estado pensando en eso
durante una semana.
Aun así, se había asegurado de que no estropeara sus estudios porque
antes de volver a estudiar la noche que llamó su madre, tomó una decisión.
Tan pronto como se graduara, volvería a la ciudad donde pasó los primeros
once años de su vida. Regresaría e iba a averiguar qué hizo Emmett Tucker
con Mary Jo.
Diez años de incertidumbre no podrían convertirse en quince o veinte
o más. Aimee ya no podía vivir con la suposición de que Mary Jo había sido
secuestrada por Tucker sin demostrar que realmente la había secuestrado
y descubrir lo que le hizo a su amiga. Necesitaba saber dónde había puesto
el cuerpo de Mary Jo.
Aimee estaba cansada de las pesadillas y las horribles visiones que se
repetían una y otra vez en su cabeza.
También estaba cansada de intentar engañarse a sí misma con la idea de
que Mary Jo se había escapado y estaba viviendo feliz para siempre en
alguna parte. Iba a descubrir y probar la verdad de una vez por todas.

✩✩✩
Aimee recordaba su ciudad natal como un bonito lugar. Abrazado a
ambos lados de un río que fluía desde las montañas cercanas, la ciudad era
el hogar de un multimillonario que había construido la sede de su
corporación aquí. La sede, diseñada para parecerse a una antigua ciudad
occidental, se extendía a lo largo del río en un extremo de la ciudad. Ahí
es donde habían trabajado los padres de Aimee. Cuando el multimillonario
tuvo un nuevo complejo, con un diseño más moderno, construido a pocos
estados de distancia (probablemente para poder tener un lugar más cálido
para visitar en el invierno), sus padres fueron trasladados. A Aimee nunca
le había gustado realmente el nuevo estado. Era demasiado caluroso para
ella. Y echaba de menos la nieve en los inviernos.
Si no fuera por Mary Jo, o en realidad, la ausencia de Mary Jo, Aimee
probablemente habría solicitado un trabajo en la sede corporativa aquí en
su antigua ciudad natal. Pero sabía que no podría soportar vivir en un lugar
que le recordara a su amiga todos los días. En cambio, había aceptado un
trabajo en una ciudad a un par de cientos de millas de aquí. Tenía el mismo
clima pero sin recuerdos dolorosos.
Aimee sacó su pequeño y lindo compacto híbrido rojo en el
estacionamiento del Riverside Motel justo antes del atardecer. Cuando
apagó el motor, golpeó el volante un par de veces. ¿Debería ir ahora o
espera hasta mañana?
Entrecerró los ojos más allá del revestimiento de secoya del motel y los
pilares cubiertos de rocas del río. Un sol rojizo se hundía hacia la cresta
coronada por el glaciar hacia el oeste. Rayos casi rojo sangre pintaban las
extensiones blancas. Aimee se estremeció. «Mañana». Lo que tenía que
hacer definitivamente podía esperar hasta mañana.
Aimee apartó la mirada de la puesta de sol. Se volteó y agarró un suéter
amarillo brillante del asiento trasero. Se lo puso, recogió su bolso y salió
del coche.
Aimee sólo tardó unos minutos en registrarse en el motel y encontrar
su habitación. Una vez allí, se sentó sobre la colcha beige de la cama de
matrimonio. Estaba frente a un espejo sobre el tocador bajo de pino
apoyado contra la pared de troncos expuestos frente al final de la cama.
—Bueno, aquí estás —se dijo a sí misma.
La versión espejo de Aimee habló al mismo tiempo que ella, por
supuesto. Aun así, tuvo problemas para reconocerse a sí misma. Se veía
más vieja en este espejo, como si estuviera cerca de los cuarenta en lugar
de apenas llegar a conocer los veintiuno. ¿Por qué su tez se veía tan gris,
sus mejillas tan demacradas?
Aimee se llevó una mano a la cara y se apartó algunos mechones de
cabello de los ojos. Se sentía como si un extraño la estuviera tocando.
«Qué extraño».
Un temblor recorrió su columna y apartó la mirada del espejo.
Necesitaba dormir, eso era todo. Había estudiado mucho durante la mayor
parte de las cuatro semanas, y en los últimos tres días había salido de fiesta
con la misma intensidad. Aimee no tenía muchos amigos, pero los que tenía
eran cercanos. Una de ellas, Gretta, era la amiga más cercana de Aimee
desde Mary Jo. Tenía padres súper ricos y vivía en una mansión con piscina,
canchas de tenis, una enorme sala de cine, una sala de juegos igualmente
grande y un enorme salón de baile. Después de que terminaron los
exámenes, los padres de Gretta organizaron una fiesta de tres días para
Gretta y sus amigas, con música en vivo y comida preparada por el mejor
chef de la ciudad. Gretta y Aimee habían pasado gran parte de ese tiempo
solas en la sala de cine viendo viejas comedias románticas. Ambas amaban
la tranquila soledad. Pero la habían equilibrado con mucha natación, baile y
comida.
Aimee había sido amiga de Gretta desde que ella y sus padres se
mudaron al nuevo estado. Había ido a la secundaria, la preparatoria y la
universidad con Gretta.
Gretta era lo opuesto a Mary Jo, una pareja mucho mejor para Aimee
que Mary Jo. Cuando Aimee conoció a Gretta, se dio cuenta de que la
teoría de su madre sobre la amistad y el equilibrio había sido una mentira.
Aimee y Mary Jo no habían sido amigas porque se equilibraban entre sí.
Habían sido amigas porque Aimee había sido demasiado tímida para decirle
a Mary Jo que saltara a un río. Mary Jo había decidido que eran las mejores
amigas y Aimee lo había aceptado.
A partir de ese momento, todo se había centrado en Mary Jo. Mientras
estuvieron juntas, hacían lo que MaryJo quería. La única vez que Aimee
había llegado a ser ella misma había sido cuando estaba literalmente sola.
Gretta había sido la persona que había ayudado a Aimee a resolver esto.
Gretta acababa de graduarse con una licenciatura en psicología e iba a
obtener una maestría luego. Quería ser terapeuta. Aimee era una de sus
pacientes de práctica no oficial.
Justo el día anterior, mientras flotaban en la piscina infinita de los padres
de Gretta, contemplando extensiones de césped verde y arbustos podados
perfectamente recortados, Gretta había dicho—: Te das cuenta de que no
necesitas saber exactamente qué pasó con Mary Jo para cerrar, ¿verdad?
Aimee, que había estado bebiendo limonada de un enorme vaso
cubierto en equilibrio sobre su vientre plano, negó con la cabeza y
chasqueó los labios ante la acidez de su bebida.
—Sí.
Gretta sacudió una cabeza de rizos cortos. Una impresionante belleza
pelirroja con piel pálida impecable, ojos verdes y rasgos dignos de modelo,
Gretta estaba sorprendentemente despreocupada por su apariencia. Rara
vez se maquillaba y se cortaba el pelo sola, a pesar de poder pagar la
peluquería más cara de la ciudad. Ella no era particularmente buena en el
corte de cabello, por lo que sus rizos siempre eran asimétricos.
—No, no lo sabes —dijo Gretta—. Lo único que tienes que hacer es
perdonarte a ti misma. Es todo. Pan comido. Fin.
Aimee negó con la cabeza y Gretta le echó agua. Aimee cerró los ojos
justo a tiempo, y después de que el agua cayera en cascada sobre sus
hombros y brazos sudorosos, mantuvo los ojos cerrados.
Con su vista tomando unas mini vacaciones, los otros sentidos de Aimee
se intensificaron. Podía oler el protector solar con aroma a coco de Gretta,
el limón en su propia limonada y el cloro en el agua. También podía oír el
agua; lamía perezosamente contra sus tumbonas flotantes y salpicaba
contra los lados de la piscina. Desde las canchas de tenis, el ruido sordo
de las raquetas al golpear las pelotas de tenis le llegaba. Incluso desde más
lejos, el relajante sonido de los relinchos de los caballos llegó a los oídos
de Aimee desde los pastos.
Aimee respiró hondo, inhalando toda esta tranquilidad. Luego dijo—:
No es tan fácil como dices. Mary Jo no está porque la dejé en ese juego.
No le advertí; No le dije a un adulto. La dejé justo donde ese hombre podía
llevársela.
Gretta golpeó el agua con la mano. El sonido agudo hizo que Aimee se
estremeciera y abriera los ojos.
—¡Dios, eres tan terca! ¿Cuántas veces necesito decirte que no lo
sabes? —preguntó Gretta—. No eres lo suficientemente tonta para pensar
eso. No sabes lo que pasó después de que te fuiste. No sabes lo que hizo
después de dejar el juego. Probablemente, alguna elección que tomó Mary
Jo la llevó a su desaparición. Tu elección no tuvo nada que ver con eso.
—Pero Emmett Tucker– —comenzó Aimee.
Gretta levantó una mano.
—Tucker Shmucker. No sabes con certeza si se llevó a Mary Jo y
tampoco la policía. Y si no se la llevó, ¿por qué es culpa tuya la desaparición
de Mary Jo? Quiero decir, lo entiendo. Sientes que tu elección fue
responsable porque fue un gran problema para ti. No es la desaparición de
Mary Jo lo que marcó ese día para ti; es tu defensa personal lo que hace
que el día sea tan importante. Esa fue la primera vez que la desafiaste,
¿verdad? Eso es lo que siempre me has dicho.
Aimee asintió.
Ella y Gretta habían pasado por esto muchas veces, pero Gretta tenía
razón: Aimee era terca. Era difícil desconectar su acto de desafío con el
final de Mary Jo y, por lo tanto, era difícil no culparse a sí misma por la
desaparición de Mary Jo.
—Pero realmente no la desafié —dijo Aimee—. No directamente de
todos modos.
Gretta abrió la boca y, esta vez, Aimee levantó la mano.
—Haces que parezca que estaba haciendo esta gran declaración de
auto-empoderamiento el día que la dejé en el juego, pero la verdad es que
sólo estaba actuando como una niña asustada y petulante. Quiero decir, si
realmente me hubiera enfrentado a Mary Jo, le habría dicho que no. Habría
dicho—: No quiero jugar Escondite en el Laberinto. Me voy a casa a leer.
Y no hice eso. En cambio, hice algo que la dejó vulnerable, y ahora que
Emmett Tucker está fuera de prisión…
Ella se encogió de hombros.
—Por eso, estás llenando tu cabeza con imágenes horribles, imaginando
lo que podría haberle hecho a tu amiga, y estás acumulando aún más culpa.
Sé que la forma en que te posicionaste con Mary Jo fue pasivo-agresiva,
pero tienes que ser más tolerante. Tenías once años. El dominio
psicológico no es un requisito para esa edad. —Gretta le guiñó un ojo a
Aimee y Aimee sonrió.
—Eres una buena amiga.
—Tú también. Y eras buena amiga de Mary Jo. No le debes nada.
Aimee torció los labios.
Gretta suspiró.
—Pero aun así vas a volver.
Aimee asintió.
—Tengo que hacerlo. Realmente tengo que hacerlo.
Gretta guardó silencio durante varios segundos. Dentro de la casa, la
banda empezó a tocar de nuevo. Hasta aquí la tranquilidad. El bajo era tan
fuerte que hacía vibrar la superficie del agua de la piscina.
—Todavía podría ir contigo. Lo decía en serio cuando dije que estaría
feliz de ir —gritó Gretta sobre un chirriante riff de guitarra.
—Lo sé. Pero necesito hacer esto sola.
En su habitación de motel, Aimee se recostó en su cama mientras la
imagen de su amiga y la relajante piscina se desvanecían. Ahora que estaba
aquí, realmente deseaba que Gretta hubiera venido con ella. Habría sido
mucho más fácil con Gretta, quizás incluso divertido. Podrían haberlo
convertido en una celebración de todo lo que tenían que esperar en los
próximos años. Podrían haber…
Aimee frunció el ceño y descarriló ese hilo de pensamientos. Este viaje
no se trataba de divertirse o celebrar.
Se trataba de descubrir, de una vez por todas, qué le había pasado
exactamente a Mary Jo.

✩✩✩
Aimee no les había dicho a sus padres ni a Gretta exactamente lo que
planeaba hacer. Aimee sabía que habrían intentado disuadirla. Podía
escuchar a su madre diciéndole lo peligrosa que era la idea.
Pero Aimee no pensaba que fuera tan peligrosa. Bueno, tal vez un poco.
Pero pensaba que podría manejarlo.
Claro, cuando Aimee era una niña, Tucker daba miedo. ¿Pero ahora?
Aimee era más que capaz de cuidarse sola. Era fuerte y atlética, y había
tomado clases de defensa personal. Además, tenía un mazo y una pistola
Taser azul en su bolso. Y tenía su determinación. Iba a averiguar qué hizo
Tucker, de una forma u otra.
Además, Tucker probablemente era un cobarde. Se llevaba a niños
pequeños, no a adultos. No sabría qué hacer con alguien que pudiera
defenderse. O al menos eso era lo que Aimee se dijo a sí misma mientras
se dirigía a Bernadette's Bakery en Main Street.
Antes de que Aimee regresara para enfrentarse a Emmett Tucker, leyó
el artículo del periódico sobre su liberación.
El artículo había presentado una foto de Tucker sentado frente a
Bernadette's Bakery. Una pequeña investigación había revelado que aunque
la panadería servía tanto a turistas como a lugareños, era una de las
favoritas de los residentes desde hace mucho tiempo. Con la esperanza de
que Tucker fuera un habitual, Aimee pensó que la panadería era un buen
lugar para comenzar a buscarlo.
Bernadette's era uno de un par de docenas de negocios establecidos en
el corazón de la ciudad. La pequeña zona del centro estaba construida
alrededor de una plaza cubierta de ladrillos con una fuente de piedra y un
jardín de rosas, y Bernadette's era la tienda más cercana a la fuente.
Aimee encontró un lugar para estacionarse a dos puertas de
Bernadette's y salió de su auto. Deslizando la correa de su bolso largo
sobre su cabeza para que el bolso colgara a través de su cuerpo, se apretó
el suéter y se dirigió hacia el escaparate amarillo pálido de Bernadette's.
Varias palomas se paseaban de un lado a otro frente a Bernadette's,
arrebatando migas de hojaldre de debajo de las mesitas de metal del patio.
Esta mañana hacía frío y sólo un par de viejos se sentaban a las mesas.
Cuando Aimee llegó a la ciudad la noche anterior, el sol se estaba
poniendo en un cielo despejado.
Hoy, el sol se estaba tomando unas pequeñas vacaciones. Una espuma
de nubes grises se agitó sobre la ciudad como los globos que habían flotado
en el techo del salón de baile de la familia de Gretta un par de días antes.
Sin embargo, esos globos habían sido de color púrpura, no grises. Y le
habían prometido tiempos felices. Las nubes en lo alto no parecían
prometer nada bueno. Por alguna razón, Aimee las encontró siniestras.
—Contrólate —murmuró para sí misma mientras abría la puerta azul
brillante de la panadería.
El interior de Bernadette's, afortunadamente, era cálido y olía a canela,
azúcar y café.
Estrecho, lindo y con volantes, el lugar no le pareció a Aimee como uno
que atrajera a gente como Emmett Tucker. Miró a su alrededor para ver
si estaba allí. No lo estaba, pero pensó que bien podría pasar un rato y ver
si aparecía.
La media docena de desvencijadas mesas de madera de la panadería
estaban ocupadas principalmente por lugareños vestidos a cuadros, pero
algunos turistas elegantemente vestidos estaban en la mezcla. Todos los
asientos de la mesa estaban ocupados, pero un alto mostrador a lo largo
de una pared tenía un par de taburetes vacíos.
Aimee se acercó al mostrador de servicio y esperó detrás de una mujer
alta que pedía tres docenas de pasteles variados. Mientras esperaba, Aimee
se volteó y miró por la ventana, sus músculos se tensaron, su mirada
recorrió la calle buscando a Emmett Tucker.
Tucker no apareció mientras Aimee observaba, pero finalmente
apareció.
Aimee había estado tomando un pequeño café con leche y
mordisqueando un rollo de canela durante diez minutos, preguntándose si
estaba perdiendo el tiempo. Tal vez debería haber ido a la oficina de
registros del condado y tratar de encontrar la residencia de Tucker.
Estaba mirando su reloj por quinta vez cuando la puerta de Bernadette's
se abrió y Emmett Tucker entró.
Aimee sabía que Emmett Tucker tenía poco más de cuarenta años
cuando fue arrestado. Parecía mucho mayor, pero varias cosas habían
contribuido a las arrugas que le habían ceñido la cara. Él aparentemente
había pasado la mayor parte de su vida adulta trabajando al aire libre, en
obras de construcción, y también fue un fumador empedernido. Aimee
pensó que probablemente también comía comida chatarra. No parecía
alguien que comprara vegetales orgánicos.
Ahora que su largo cabello se había ido, reemplazado por un corte
corto, era apenas reconocible como el hombre que había sido cuando
Aimee lo había visto en Freddy's y en las noticias. Pero ella lo conocía. Esos
ojos y esos dientes amarillentos eran inconfundibles. En algún momento de
los últimos diez años, Tucker se había hecho una cicatriz que le atravesaba
la mejilla izquierda y había perdido algunos dientes.
Nadie saludó a Tucker cuando entró en la panadería. Los turistas no lo
miraron. Los lugareños lo miraron, pero rápidamente devolvieron su
atención a su café y panecillos.
A Tucker no parecía importarle de una forma u otra quién le estaba
prestando atención. Simplemente ordenó su café y un panecillo de canela
y se dirigió hacia afuera. Aimee se levantó a medias de su taburete cuando
él salió por la puerta, pero se sentó cuando Tucker se sentó en una mesa
exterior y procedió a tomar su café y comer su rollo de canela como si
fuera un día cálido y soleado.
Durante veinte minutos, Aimee dio unos golpecitos con el pie y bebió
un sorbo de los restos de su refrescante café con leche. ¿Debería
enfrentarse a él ahora? Probablemente sería inteligente. Pero, de nuevo, tal
vez si lo seguía, aprendería algo sobre él que haría innecesaria una
confrontación. Apretó los dientes.
Debía esperar.
Cuando Tucker finalmente se levantó de su mesa, Aimee se puso de pie
y dejó caer su taza de poliestireno y su plato de papel en un cubo de basura
junto a la puerta mientras veía a Tucker dirigirse hacia el norte por la calle.
Antes de que él pudiera perderse de su vista, salió de la panadería y se
quedó junto a las mesas mientras observaba a Tucker en ángulo desde la
acera hacia el lado del conductor de una vieja camioneta verde descolorida.
Una camioneta. «Eso es sospechoso». ¿Los secuestradores no usaban
camionetas?
Aimee trotó rápidamente hacia su auto y entró justo cuando Tucker
retrocedía con la camioneta fuera del estacionamiento en ángulo frente a
una galería de arte. Rápidamente puso en marcha su coche y salió para
seguirlo.
Durante la siguiente hora, Aimee siguió a Tucker hasta una farmacia,
donde recogió una receta; a una gasolinera, donde puso gasolina en la
camioneta; y finalmente a una tienda de abarrotes, donde llenó un carrito
con cenas congeladas, patatas fritas, sopa enlatada, cereales y un galón de
leche. Ella tuvo razón sobre su falta de interés por las verduras orgánicas;
no se acercó al pasillo de frutas y verduras.
El ritmo cardíaco de Aimee había sido rápido y desigual cuando
comenzó a acechar a su presa, pero cuando llegó a la tienda, se había
calmado. Resultó que el acecho no era tan interesante… al menos no
cuando tu objetivo estaba haciendo cosas mundanas. Tampoco era difícil.
Al principio, Aimee había sido furtiva. En la farmacia, se había escondido
detrás de una exhibición de gafas de sol, e incluso había fingido probarse
algunos pares para tener un “disfraz”. En la gasolinera, aparcó el coche
detrás de un contenedor de basura y salió para mirar por encima mientras
Tucker cargaba gasolina.
En la tienda de comestibles, al principio, se escondió detrás de las
exhibiciones de productos en los extremos de los pasillos, pero cuando se
hizo evidente que Tucker no se daba cuenta de lo que le rodeaba,
abandonó el subterfugio y simplemente lo siguió. Tenía un carrito, por lo
que parecía una compradora normal, y tiró un poco de esto y un poco de
aquello en el carrito, pero no debería haberse molestado. Ni siquiera miró
en su dirección.
Después de que Tucker regresó a su camioneta en el estacionamiento
de la tienda de comestibles, salió de la ciudad y giró hacia un camino rural
estrecho. Dejó que un coche se interpusiera entre ella y Tucker por si
acaso se había fijado en ella, no es que pensara que lo haría; la ciudad estaba
llena de pequeños híbridos similares al de ella.
Mientras conducía, Aimee mantuvo la mirada en el techo de la
camioneta delante de ella. Avanzaba a una velocidad tranquila, por lo que
era fácil mantener el ritmo.
En un momento, un fuerte graznido la sobresaltó, y se aferró cuando un
cuervo se abalanzó sobre el capó de su auto, apenas evitando su parabrisas.
Conmocionada por razones que no entendía, vio al cuervo volar sobre un
campo de maíz inactivo.
Haciendo esto lentamente, Aimee tuvo mucho tiempo para
inspeccionar su entorno. El camino rural serpenteaba a través de las
llanuras que se extendían desde el lado sur de la ciudad hasta las
estribaciones de las montañas distantes. Gran parte de esta área era tierra
de cultivo, pero recordó que había un par de parques por este camino, más
adelante en la carretera. Sin embargo, a lo largo de este tramo de la
carretera estrecha e irregular, no se veían granjas ni parques. En cambio,
las casas móviles viejas en ruinas y las cabañas en deterioro con techos que
sucumbían al musgo espeso estaban rodeadas de autos viejos sobre
bloques de cemento y muebles desechados. Aimee vio varios trampolines
rotos, múltiples columpios oxidados y docenas de juguetes esparcidos
abandonados en patios desaliñados para ser horneados por el sol y
ahogados en la lluvia.
Después de unos cinco minutos, la camioneta de Tucker redujo la
velocidad y Tucker giró a la izquierda junto a un buzón abollado en un
poste de madera inclinado. El polvo se elevó de los neumáticos de la
camioneta mientras se dirigía por un camino de tierra.
Aimee redujo la velocidad y miró más allá de la camioneta. El camino de
entrada parecía detenerse frente a una vieja casa móvil.
Aquí debía ser donde vivía Tucker.
Aimee pasó por delante del camino de entrada y se salió de la carretera
un par de cientos de metros más adelante. Aparcó en el arcén de grava de
la carretera y miró por encima de su hombro.
Sí. Bastante seguro. Tucker estaba descargando sus compras y se dirigía
hacia la puerta principal de la casa móvil.
Aimee dio una palmada en el volante en celebración. Ésta era su
oportunidad. ¡Finalmente podría enfrentarse a él!
Un pequeño aleteo en el vientre de Aimee podría haber sugerido que
estaba haciendo algo que no era tan inteligente, pero lo ignoró. No le
importaba ser inteligente en este momento. Le importaba saber qué había
hecho Emmett Tucker con Mary Jo.
Aimee hizo un cambio de sentido cerrado en la carretera estrecha. Al
regresar al camino de entrada de Tucker, giró hacia él.
El pequeño coche de Aimee chocó contra un bache. Apretó los dientes
y redujo la velocidad del coche.
Mirando a través de su parabrisas ahora polvoriento, Aimee miró su
destino. Un escalofrío la recorrió.
Quizás esta no era una gran idea.
La casa de Emmett Tucker parecía no ser un lugar apropiado para ratas,
mucho menos para humanos. Sentado en medio de un pequeño rectángulo
de tierra desnuda aliviado sólo por la hierba marchita ocasional, el ancho
único estaba pintado de marrón oscuro o estaba tan sucio que se había
vuelto marrón oscuro con el tiempo, y sus ventanas estaban muy cubiertas
de polvo, eran apenas reconocibles como ventanas. Dos de ellas estaban
tapiadas. El destello alrededor de la base de la casa móvil se había
desprendido hacía mucho tiempo, y las ruedas oxidadas del tren de
aterrizaje de la casa se podían ver balanceándose sobre bloques de
cemento desmoronados.
Al llegar a la tierra yerma frente a la casa de Tucker, Aimee dio otra
vuelta en U y estacionó su auto con la parte delantera apuntando hacia la
carretera. Quería estar en posición para una escapada rápida si era
necesario.
Echando un vistazo por el espejo retrovisor para ver si Tucker había
regresado afuera (no lo había hecho), Aimee agarró su bolso y salió del
auto antes de que pudiera cambiar de opinión.
Mirando hacia el cielo oscuro, colgó su bolso sobre su cuerpo.
Desabrochó el bolso y mantuvo la mano dentro, agarrando con fuerza su
Taser. Luego se señaló a sí misma hacia la puerta de entrada de Tucker y
se acercó a ella con la barbilla levantada y los hombros erguidos.
Estaba subiendo al porche podrido cuando la puerta principal pintada de
negro se abrió. Tartamudeó hasta detenerse y se obligó a no dar marcha
atrás. Miró a los ojos al hombre que había visto en Freddy's hace diez años.
—Lo que sea que vendas, yo no lo compro —dijo Emmett Tucker. De
cerca, se veía incluso peor que en la panadería. Su piel era tan fina que
podía ver sus venas arrastrándose bajo la superficie.
Aimee no quería estar aquí más tiempo del necesario, así que fue directo
al grano.
Agarrando su maza y plantando sus pies, recitó sus líneas preparadas.
—Hace diez años, mi amiga Mary Jo y yo te vimos en Freddy's. Ese fue
el mismo día en que lo arrestaron. También fue el mismo día que Mary Jo
desapareció. Quiero saber qué hizo con ella.
Tucker parpadeó una vez y se apoyó contra el marco de la puerta.
Lentamente, metió la mano en el bolsillo caído de sus jeans holgados.
Aimee se puso rígida y apretó con más fuerza el Taser.
Tucker sacó un paquete de chicle y desenvolvió metódicamente un
trozo. Doblándolo en su boca, arrojó el envoltorio al porche.
—Dejé de fumar —dijo.
—Bien por usted —respondió Aimee sin pensar.
Tucker se inclinó hacia atrás e hizo un gesto hacia el interior de la casa
móvil.
—¿Quieres entrar?
Aimee reprimió su “Diablos, no”, y dijo cortésmente—: No, gracias.
Estoy bien aquí. —Tragó saliva.
—Me doy cuenta de que probablemente no responderá a mi pregunta.
¿Por qué debería? Nunca admitió nada antes. Pero tenía que venir y
preguntar. Tenía que hacerlo.
Durante varios segundos, Tucker masticó el chicle con fuerza. Los
sonidos de succión y chasquido hicieron que la piel de Aimee se erizara.
Entonces Tucker dio un paso adelante. Aimee retrocedió rápidamente.
Tucker se rio de ella y luego señaló el escalón del porche.
—Te lo diré. Siéntate aquí conmigo, como una vecina, durante un rato,
y responderé a tu pregunta.
Aimee frunció el ceño y miró hacia el porche. Miró hacia arriba y vio
que la mirada de Tucker había caído de su rostro a su blusa azul pálido con
escote redondo y ajustado y de abajo a sus ajustados pantalones lápiz azul
marino.
Aimee mantuvo su expresión neutral. No le gustaba que nadie la
mirara… No le gustaba, pero había aprendido a ignorarlo. No iba a dejar
que Tucker la intimidara. Volvió a mirar hacia el porche. Se dio cuenta de
que la estaba inspeccionando en busca de algún tipo de trampa oculta. ¿Por
qué quería que se sentara con él?
Ella se encogió de hombros. Bueno. Si eso era lo que iba a tener que
hacer lo haría.
—Usted primero —dijo Aimee, señalando el escalón.
Tucker se rio de nuevo y se dejó caer sobre los tablones de madera
astillados. Aimee siguió su ejemplo, colocándose fuera de su alcance.
Mantuvo su agarre en el Taser.
Durante varios segundos, se sentaron en silencio. A lo lejos, un perro
ladró una vez. Un camión pasó rugiendo por la carretera. La brisa se
levantó y el cielo pareció bajar aún más.
—¿Y bien? —dijo Aimee.
Tucker se giró para mirarla.
—Te recuerdo. Tú y esa niña que todos pensaron que tomé estaban en
Freddy's ese día.
Aimee se obligó a no temblar.
Tucker ladeó la cabeza.
—Tú eras a la que vi en ese túnel cuando estaba buscando a mi hija.
Aimee podía sentir su pulso palpitar, al doble, en sus sienes.
Mantuvo su respiración uniforme.
Tucker se encogió de hombros.
—Por eso estaba allí ese día. Buscaba a Jilly, mi hija. A ella siempre le
gustaba ir a ese lugar.
Se giró abruptamente y se acercó a Aimee. Sacó su maza hasta la mitad
de su bolso, pero no se echó hacia atrás. En cambio, miró directamente a
los ojos de Tucker.
—¿Y a dónde llevaste a mi amiga?
Tucker masticó chicle y sostuvo la mirada de Aimee durante varios
segundos. Luego negó con la cabeza.
—Nunca me llevé a nadie. Todo lo que estaba tratando de hacer cuando
me arrestaron era recuperar a mi propia hija de esa vagabunda mentirosa
con la que me casé. ¿Y si ella obtenía la custodia? ¿Por qué un tribunal
decide quién obtiene la custodia de la hija de un hombre? Ese juez no tenía
por qué darle a mi niña a mi ex. Tenía derecho a tenerla. ¡Sólo estaba
defendiendo mis derechos! ¡Nunca debí haber sido enviado a prisión por
eso! —Tucker golpeó el porche con el puño y Aimee se levantó de un
salto.
—¡Estás mintiendo!
Tucker la miró con el ceño fruncido.
—¿Quién diablos te crees para venir a mi casa y decirme que estoy
mintiendo?
Se puso de pie y Aimee dio un paso atrás.
—¡Sal de aquí! —le gritó—. ¡Ya he tenido suficiente gente pensando que
hice cosas que no hice!
—¡Di la verdad! —gritó Aimee—. Te llevaste a Mary Jo. ¡Sé que lo
hiciste! Ella te gritó, ¡así que te la llevaste! ¡Te la llevaste y la mataste!
La cara de Tucker se sonrojó.
—¿Por qué diablos me importaría si una niña mocosa me grita? ¡No me
llevé a tu estúpida amiga! ¡Y nunca he matado a nadie!
Aimee sacó su Taser y apuntó al pecho de Tucker.
—¡Dime la verdad, o te dispararé!
Toda la ira, la frustración y la culpa a la que se había aferrado durante
diez años surgieron en las palabras chilladas y la saliva que salía de su boca.
Tucker dio un brinco hacia adelante y alcanzó el Taser. Aimee no vaciló.
Apretó el botón.
Tucker apartó su cuerpo para que el Taser no lo alcanzara. Cuando lo
hizo, empezó a maldecir.
—¿Qué diablos te pasa? —gritó, y se dirigió hacia ella.
Aimee se alejó zigzagueando de su golpe y luego intervino antes de que
pudiera tocarla de nuevo. Furiosa, le dio una patada en la espinilla.
—¡Ay! —Tucker miró a Aimee, se inclinó y se abalanzó contra ella.
Sintiéndose complacida consigo misma por lastimar a Tucker, Aimee no
estaba lista para el movimiento de Tucker. Trató de evitarlo, pero él la
agarró. Gritó e intentó deslizar una mano en su bolso para sacar su maza.
Pero Tucker la tenía en un abrazo de oso y la apretó. Luego la levantó
del suelo.
—¡Niña loca! —le gruñó mientras retrocedía hacia la puerta principal
abierta.
—¡Déjame ir! —escupió Aimee mientras se agitaba en el agarre de
Tucker. Trató de recordar sus movimientos de autodefensa. ¿Qué se
suponía que debía hacer cuando alguien la abrazaba con fuerza así?
Su corazón latía con fuerza, el sudor le corría por la columna, lo
recordó. Echó la cabeza hacia arriba, tratando de golpear la barbilla de
Tucker.
Todo lo que hizo fue golpear su frente contra su pecho. Era demasiado
baja para hacerle daño de esa manera.
En ese momento, Tucker la llevaba dentro de su lúgubre casa, y la furia
de Aimee se estaba convirtiendo en miedo. Se retorcía de una manera y
otra, pero no podía soltarse. Entonces comenzó a gritar.
—¡Cállate, maldita! —gritó Tucker. La llevó más allá de una cocina sucia
y entró en un estrecho pasillo oscuro que olía a ropa sucia y salchichas
cocidas.
Aimee se levantó y trató de patear las paredes, pero el espacio era
demasiado estrecho. Gritó de nuevo y Tucker abrió una pequeña puerta
de una patada y la arrojó por la abertura. La cadera de Aimee golpeó la
esquina de un gabinete de baño en miniatura, y su cabeza voló hacia
adelante y golpeó un pequeño espejo.
Haciendo una mueca de dolor, luchó por recuperar el equilibrio y se
abalanzó hacia Tucker… justo cuando éste cerraba la puerta.
—¡Voy a llamar a la policía! —gritó Tucker a través de la madera barata.
—¡Bien! —gritó Aimee en respuesta—. ¡Deberías estar en prisión!
—No seré yo quien vaya a cárcel. Tú me atacaste.
Aimee abrió la boca para gritar una respuesta, pero luego se dio cuenta
de que tenía razón. Pero fue en defensa propia, ¿no? Por supuesto que lo
fue. Lo había atacado porque él se había acercado a ella.
Bien. De acuerdo, tal vez eso no era suficiente para que ella reclamara
defensa propia. ¡Pero era un secuestrador!
Sí. Un secuestrador de los niños.
Aimee se frotó la cadera adolorida y trató de calmar su respiración. Se
negó a estabilizarse. Estaba escuchando sus bocanadas de aire. A través de
la puerta, pudo escuchar a Tucker hablando por teléfono. Captó las
palabras mujer loca y asesina.
Ella negó con la cabeza y frunció el ceño. No podía permitir que la policía
se involucrara en esto. Podrían arrestarla. E incluso si no lo hicieran,
perdería todo tipo de tiempo tratando de arreglarlo todo. No. Tenía que
salir de aquí.
Aimee extendió la mano y probó el pomo de la puerta. Bloqueada. No
era una sorpresa. Pensó en tirarse a la puerta, pero rápidamente descartó
esa idea y se volteó para mirar la habitación.
Estaba en un baño minúsculo, un baño muy repugnante con pasta de
dientes secándose en los lados del lavabo, un anillo marrón alrededor de
la bañera grisácea y manchas en el suelo alrededor del inodoro en las que
no quería pensar. Pero el baño tenía una ventana sobre el inodoro. Era
pequeña, pero ella también.
Aimee, encogida, bajó la tapa del inodoro con cautela y se subió a ella.
Abrió la ventana, la abrió de un empujón y se subió a su estrecho borde.
Sacó la cabeza por la abertura y empujó la tapa del inodoro.
Los lados metálicos de la ventana rasparon sus hombros mientras se
retorcía hacia adelante. Oyó que su suéter se enganchaba y se rasgaba,
pero siguió adelante. Empujó y miró hacia abajo. Un arbusto muerto se
acurrucaba debajo de la ventana. Supuso que frenaría su caída, así que se
deslizó más y se dejó caer al suelo.
El arbusto frenó su caída, pero también le raspó las manos y los brazos.
Dolía, pero Aimee mantuvo los dientes apretados. Respirando con
dificultad, miró hacia la ventana para asegurarse de que Tucker no venía
detrás de ella, y luego corrió hacia el frente de su casa móvil.
Mientras lo hacía, escuchó una sirena en la distancia. Corrió más rápido.
Saltando a su coche, Aimee puso el motor en marcha cuando vio, en el
espejo retrovisor, a Tucker saliendo disparado de su casa móvil.
Rápidamente puso el coche en marcha y se aceleró por su camino de tierra
lleno de baches.

✩✩✩
Aimee pasó un coche patrulla de la policía unos cientos de metros
después de volver a la carretera. Se aseguró de conducir tranquilamente y
verse inocente al pasar. Una vez que lo hizo, aceleró.
Sus manos y brazos le dolían por los arañazos que le había dado el
arbusto, le dolían la cadera y la cabeza por haber sido arrojada al baño,
Aimee estaba literalmente temblando. Se sentía golpeada y asustada. No
sabía si estaba temblando de dolor, ira o alivio. Se obligó a respirar larga y
uniformemente mientras miraba por el espejo retrovisor para asegurarse
de que nadie la perseguía.
Aimee apretó los dientes. Dio una palmada en el volante, no en
celebración esta vez.
Apretó la mano y golpeó el volante con frustración.
¿Cómo había cambiado tanto esto? Tucker era el criminal. ¡No ella!
Tucker probablemente le estaba dando a la policía la descripción de
Aimee y una descripción de su auto en este momento. Probablemente
debería salir de la ciudad.
Las densas nubes grises que habían estado flotando tan bajas toda la
mañana finalmente dejaron de intentar aferrarse a su humedad. Gruesas
gotas de lluvia golpearon el parabrisas de Aimee.
¿Nunca se enteraría de lo que le había sucedido a Mary Jo?
Aimee se dio cuenta de que se sentía más que golpeada y se asustada.
Estaba devastada.
—¿Qué esperabas?
¿Había pensado que Tucker admitiría haberse llevado a Mary Jo y decirle
que se habría llevado a Mary Jo sin importar lo que hubiera hecho Aimee?
¿Había pensado que iba a recibir un viejo discurso de “No fue tu culpa” del
hombre?
Se dio cuenta de que no estaba segura de lo que esperaba de su
conversación con Emmett Tucker.
Pero ahora… bueno, ahora se quedaba con más preguntas que con las
que había estado viviendo durante diez años. Si él no admitía lo que hizo,
¿cómo iba a saber lo que le había sucedido a Mary Jo?
—En serio, ¿cómo puedo probar lo que hizo? —preguntó Aimee a la
lluvia más fuerte, que ahora atravesaba el cristal frente a ella.
¿Debería simplemente irse? ¿Debería hacer lo que Gretta siempre decía:
ir a terapia, aprender a perdonarse a sí misma y olvidarse de Mary Jo?
Aimee negó con la cabeza. No podía hacer eso. Nada de eso. No quería
ir a terapia. No quería irse sin averiguarlo. Y no podía olvidar a Mary Jo.
Mary Jo merecía ser recordada.
Entonces, ¿qué otras opciones tenía?
Aimee miró más allá de la lluvia hacia la ciudad que tenía delante. Las
respuestas a sus preguntas tenían que estar aquí en algún lugar.
La lluvia aumentó aún más. Aimee extendió la mano y aumentó la
velocidad de sus limpiaparabrisas.
El ritmo de swish-thunk-swish-thunk de sus golpes a través del cristal era
extrañamente reconfortante.
—Puedo hacer esto —dijo, presionando con más fuerza el acelerador y
concentrándose en su respiración lenta. Iba a descubrir de una vez por
todas lo que le había pasado a Mary Jo.
Y sabía exactamente adónde ir a continuación. Iba a hacer lo que hacían
todos los detectives: regresar a la escena del crimen.

✩✩✩
Aimee siguió respirando lenta y profundamente hasta que entró en el
concurrido estacionamiento de Freddy's y…
Un segundo.
Aimee frunció el ceño al ver el enorme edificio de dos pisos al borde
del lote. Estaba en el lugar correcto.
Pero sólo eso. Esto no era de Freddy's.
Aimee miró fijamente el enorme edificio que parecía haberse comido el
antiguo Freddy's y, al mirarlo, se dio cuenta de que era el de Freddy's. Era
sólo una abominable versión de Freddy's. La vieja pizzería se había
construido otra vez, hinchándola en lo que parecía una trampa para turistas
cursi.
Con dos historias en lugar de la de Freddy's, este restaurante parecía
ser completamente nuevo. Era de apariencia rústica, pero eso era una
fachada. Su revestimiento de imitación de antaño parecía demasiado
prístino y limpio para haber existido por mucho tiempo.
Aimee agachó la cabeza para mirar hacia afuera y hacia arriba a través
del parabrisas hacia un gran letrero de madera sostenido por un par de
troncos altos y gruesos. Grabado en la madera clara, letras negras
deletreaban el nombre del restaurante que ahora ocupa el antiguo edificio
de Freddy's: EL FABULOSO RESTAURANTE DE FLO. Debajo del cartel, un cartel
más pequeño de color verde oscuro con letras blancas decía: HOGAR DE LA
TORRE PENDIENTE DE PANCAKES. ENTRA Y SIÉNTATE UN RATO.

El motor de un automóvil aceleró cerca, y Aimee regresó al presente.


Se hundió en su asiento. ¿La había encontrado la policía?
Detrás de ella, un gran camión negro retrocedió hasta un
estacionamiento cercano. Exhaló su aire reprimido, se deslizó hacia
adelante en su asiento y comprobó su apariencia en el espejo de su visera.
Sorprendentemente, no se veía como si acabara de estar en una
confrontación. Su cabello estaba revuelto, pero volvió a su lugar cuando lo
peinó con los dedos. Su rostro se veía bien. El dorso de sus manos estaba
rayado y había un poco de sangre en la manga de su suéter rasgado, pero
no era tan notable. Pasaría la inspección si nadie la miraba de cerca.
Aimee se levantó la visera. Sería mejor que entrara y mirara a su
alrededor antes de que la descubrieran.

✩✩✩
Mirando por encima del hombro por tercera vez desde que dejó su
coche, entró en el vestíbulo del Fabuloso restaurante de Flo. Era poco más
de mediodía, lo que explicaba por qué el ruido de los utensilios y el
murmullo de las conversaciones provenientes del comedor del restaurante
eran tan fuertes.
Aimee casi se quita los zapatos cuando fue recibida por una mujer
efervescente de su misma edad.
—¡Bienvenida al fabuloso restaurante de Flo! —dijo la mujer—. ¿Trajiste
tu hambre contigo?
Aimee se tensó y luego, olvidándose de su situación por un segundo,
parpadeó y miró a la mujer que le había hablado.
La mujer rio.
—Esta debe ser tu primera vez aquí. Lo sé. Me veo ridícula. Flo no es
una persona. Es una vaca. —Apuntó.
Aimee se giró y abrió mucho los ojos al ver una escultura de tamaño
natural de una vaca Holstein. Estaba justo en la entrada del restaurante,
pero Aimee no la vio porque estaba concentrada en lo que estaba aquí.
Aimee devolvió su atención hacia la anfitriona y señaló el disfraz de vaca
blanca y negra que llevaba la mujer.
Se concentró en mantener su tono ligero e inocente. Era sólo una
comensal aquí por comida. No era una prófuga que investigaba una
desaparición.
—Bueno —leyó la etiqueta con el nombre de la mujer— Kim, haces
que Holstein se vea bien.
Kim, de piel aceitunada con grandes ojos marrones y cabello castaño
ondulado, en realidad se veía bastante linda con el disfraz. Ayudaba que
tuviera una sonrisa con hoyuelos. No se estaba tomando a sí misma
demasiado en serio.
—¡Gracias! —respondió.
—Eres muy agradable. —Cogió un menú y se dirigió hacia el comedor.
Aimee vaciló, mirando a su alrededor para comprobar si alguien la
estaba observando. Nadie lo hacía. Miró la decoración. Había esperado que
una vez que estuviera dentro del restaurante, vería algo familiar. Pero nada
era como lo recordaba.
El vestíbulo de Freddy's había sido grande pero casi vacío, con bancos
rojos para sentarse cuando había que esperar una mesa. Un arco separaba
el vestíbulo del enorme comedor. Desde ese arco, se podía ver el
escenario y los animatrónicos.
El vestíbulo de Flo era incluso más grande de lo que había sido el de
Freddy's, y estaba lleno de muebles, dispuesto para parecerse a la sala de
estar de una casa del siglo XIX. Tenía al menos una docena de sofás,
otomanas y sillas mullidas. En lugar de un arco que conducía al comedor
más allá, lo que parecían las puertas de un pastizal separaba el área de
espera del área para comer.
Incluso desde aquí, a través de los listones de las “puertas”, Aimee pudo
ver que el comedor era totalmente diferente de lo que había sido cuando
el edificio había sido un Freddy's. Por un lado, el escenario donde solían
actuar los animatrónicos, que debería haber estado en el lado más alejado
del comedor, había desaparecido. Por otra parte, el suelo de baldosas
blancas y negras fue sustituido por un suelo de linóleo de color verde
brillante. Ella pensó que era extraño, el piso en blanco y negro habría
encajado perfectamente con el tema de la vaca Holstein. Pero tal vez se
suponía que el suelo verde era hierba o algo así. Probablemente así era,
dado que las paredes pintadas de rojo de Freddy's habían sido cubiertas
por murales que representaban tierras de cultivo y prados llenos de flores
silvestres.
Aimee recordó cómo había entrado en Freddy's cuando era una niña.
Además del piso y el escenario y los animatrónicos, la otra cosa que
siempre había notado primero era la música de carnaval y las campanas y
tintineos de los juegos de árcade, eso y los niños gritando, riendo y
corriendo por todo el lugar.
Flo no tenía nada de eso. Todo lo que Aimee podía oír ahora era música
country clásica que se reproducía en los altavoces del techo y los típicos
tintineos, ruidos y charlas de las familias comiendo. Escuchó a algunos niños
reír, pero no los vio.
—Sé que el lugar es un pequeño cliché —dijo Kim— pero la comida es
realmente buena.
Aimee se puso rígida y miró a Kim.
—¿Qué?
Detrás de ella, se abrió la puerta del restaurante. Miró hacia él,
conteniendo la respiración. Pero era sólo una pareja mayor que vestía
chaquetas color pastel a juego. No la policía.
Kim sonrió.
—Te estaba diciendo que la comida es buena, a pesar de cómo se ve el
lugar. —Hizo un gesto hacia el vestíbulo—. Los propietarios eran
agricultores antes de comprar este lugar, y están realmente interesados en
las vacas, su historia y demás.
Aimee asintió con la cabeza y apretó los labios. Deseaba poder
escabullirse y hurgar, pero Kim dijo—: Sígueme.
Aimee no tuvo más remedio que cumplir. Aún nerviosa, siguió a Kim a
través de la puerta falsa y entró en el comedor abarrotado. Aimee todavía
estaba buscando pruebas del viejo Freddy's. ¿Quizás las cabinas? Miró a su
alrededor. No. Flo tenía cabinas, pero no eran rojas como las de Freddy's.
Eran de vinilo marrón, hechas para parecer cuero de marca. Los
separadores entre las cabinas también eran diferentes: estaban hechos de
madera de granero recuperada que se extendía casi hasta el techo.
Kim llevó a Aimee a un reservado en el lado izquierdo del comedor, en
el área que solía ser la sala de juegos de Freddy. Aimee tomó asiento y
trató de recordar lo que había estado en este lugar diez años antes. ¿Quizás
la mesa de air hockey? ¿O había sido una máquina de pinball?
Aimee aceptó un menú, envuelto en cuero sintético pesado, de Kim.
—Tu servidora será Mary. Estará contigo en un minuto. Disfruta de tu
comida.
Aimee apenas logró asentir y sonreír porque cuando Kim dijo “Mary”,
un escalofrío recorrió su cuerpo. Fue tan intenso que tuvo que apretar los
dientes para evitar que castañetearan.
Mary. ¿Cuáles eran las probabilidades de ser atendida por alguien con el
mismo nombre de Mary Jo?
—Probablemente no tan grande —se susurró Aimee. «Es sólo una
coincidencia».
—Hola, soy Mary —dijo una mujer de mediana edad con el pelo rojo
puntiagudo muerto y demasiado maquillaje—. ¿Cómo estás hoy?
—Oh, no eres una vaca —le dijo Aimee. Tan pronto como dijo las
palabras, se dio cuenta de cómo habían sonado y se sonrojó—. Quiero
decir…
Mary soltó una risa profunda y áspera.
—Eso depende de cómo me quieras hablar. —Se rio más fuerte.
—Lo siento —dijo Aimee, poniendo una mano fría en una de sus
calientes mejillas. Realmente necesitaba calmarse y concentrarse—. Me
refería a…
—El traje. Lo sé. —Mary miró su delantal estampado Holstein, que
llevaba sobre pantalones negros y una blusa negra—. Los camareros están
libres de eso. —Lo señaló con un gesto—. Cuando el lugar abrió por
primera vez, aparentemente intentaron ponerle disfraces a los meseros,
pero ser una anfitriona con ese atuendo es totalmente diferente a tratar
de servir mesas con él. Se dieron cuenta rápidamente.
Aimee asintió.
—Entonces, ¿qué puedo traerte de beber, cariño?
—¿Una cola? Lo que sea que tengas.
—Te traeré una cola. Te daré algo de tiempo para que mires el menú.
—También necesito usar el baño. —No era así, pero quería tener la
oportunidad de husmear—. Y, um, puede que necesite varios minutos.
—No hay problema.
—Gracias.
—Los baños están por esa puerta —le dijo Mary. Señaló hacia lo que
solía ser la parte trasera del área de juegos de Freddy's.
—Gracias.
Tan pronto como Mary se alejó, Aimee salió de la cabina. Todavía tenía
puesto su suéter roto y ensangrentado, y todavía tenía el bolso colgado de
su cuerpo. No estaba segura de si realmente iba a quedarse a beber el
refresco que acababa de pedir. Dependía de lo que encontrara cuando
fuera a buscar.
De pie y comprobando si alguien la estaba mirando (nadie lo hacía),
Aimee pasó rápidamente por una salida trasera del restaurante, hacia el
pasillo que conducía a los baños. Ociosamente notó que una telaraña salía
de un respiradero en la base de la pared en el lado izquierdo. Pasando sus
filamentos danzantes, entró al salón. Una vez allí, pasó por alto las puertas
marcadas DAMAS y CABALLEROS.
No creía que hubiera nada que encontrar en baños nuevos. Pero había
una puerta marcada como MANTINIMIENTO en la parte trasera del pasillo que
era prometedora; estaba en el área donde solía estar la entrada al
Escondite en el Laberinto. Si quedaba algo que indicara lo que le había
sucedido a Mary Jo, estaría allí.
O al menos, esa era la teoría de Aimee.
No es que estuviera demasiado emocionada con su teoría.
Desde que había entrado en el Fabuloso Restaurante de Flo, su
entusiasmo por su regreso al plan de la escena del crimen se había
desvanecido… mucho. No estaba segura de lo que esperaba. Obviamente,
si el restaurante luciera totalmente diferente por fuera, también sería
totalmente diferente por dentro. ¿De verdad había pensado que iba a
encontrar una pista en un lugar que había sido total y completamente
remodelado?
—Sólo sigue adelante —se dijo a sí misma. Ya estaba aquí; también
podría hurgar.
Comprobando por encima del hombro para asegurarse de que todavía
estaba sola, se apresuró a llegar al final del pasillo y puso la mano en el
pomo de la puerta marcada como MANTENIMIENTO. ¿Estaría cerrada con
llave?
Giró el pomo. No estaba bloqueada. La puerta se abrió de inmediato.
Mirando hacia atrás una vez más, Aimee se deslizó hacia la habitación
oscura y cerró la puerta antes de comenzar a palpar la pared en busca de
un interruptor de luz.
La habitación olía a cartón mohoso, lejía y limpiadores con aroma a
limón, y se sentía fría y húmeda. La puerta cerrada silenció los sonidos
provenientes del área del comedor, por lo que estaba casi en silencio en la
habitación. Lo único que podía oír claramente era el sonido de su propia
respiración rápida.
Después de varios segundos, Aimee todavía no había encontrado el
interruptor de la luz. En esos segundos, su imaginación había evocado todo
tipo de cosas que podrían haber estado escondidas en la oscuridad,
esperando saltar sobre ella antes de que encendiera la luz.
Después de que Aimee y sus padres se mudaron a su nuevo hogar, a
todos los nuevos amigos de Aimee les encantaban las películas de terror y
las historias de fantasmas. En el verano, sus padres la enviaron al
campamento, y una de las actividades favoritas allí era estar alrededor de
una fogata en la oscuridad escuchando historias de miedo.
Aimee odiaba esas historias. Para encajar, se había sentado allí con sus
amigos, pero había hecho todo lo posible por no escuchar. En cambio,
había tarareado en su cabeza. Cuando Gretta y sus otros amigos la
arrastraban a películas de terror, ella se sentaba con los ojos cerrados… y
tarareaba en su cabeza.
Estaba tarareando en su cabeza ahora mientras comenzaba a escarbar
frenéticamente en busca de la luz. Había estado en el espacio sin luz el
tiempo suficiente. Sintió pinchazos entre los omóplatos, como si su cuerpo
pudiera sentir el lugar donde una persona oculta quería clavar un cuchillo.
—¿Dónde está el interruptor de la luz? —siseó Aimee mientras seguía
pateando la pared a ambos lados de la puerta.
Estaba a punto de darse por vencida y volver al pasillo cuando escuchó
pasos entrando en el pasillo fuera de la puerta. Se congeló. ¿Estaba a punto
de ser descubierta?
Alejándose de la puerta, Aimee trató de pensar en lo que diría si alguien
la encontrara aquí.
Nada más que “estaba buscando el baño” le vino a la mente, y esa excusa
sólo funcionaría si podía convencer a quien la encontrara que era ciega.
Sólo una persona que no podía ver podía no notar los letreros de gran
tamaño con temas de vacas en los baños.
Los pasos en el pasillo se callaron y luego se detuvieron. La persona
debió haber entrado en uno de los baños.
Aimee exhaló el aliento que no se había dado cuenta de que había estado
conteniendo. Dio un paso atrás hacia la puerta, que pudo localizar debido
a la luz que entraba por debajo.
Se dio cuenta de que sus ojos se estaban adaptando a la oscuridad.
Mientras que momentos antes la habitación parecía no ser más que una
sólida oscuridad como la tinta, ahora podía distinguir formas descomunales
a ambos lados de la puerta. También pudo ver lo que parecía ser un cordón
colgando junto al borde de la puerta. Extendió la mano y tiró de él,
esperando no estar tirando de algo que activara una alarma.
Tan pronto como tiró del cable, la habitación se inundó con una luz
blanca brillante de un grupo de bombillas fluorescentes en el techo.
Inmediatamente giró en círculo para asegurarse de que se había imaginado
compartiendo el espacio con otra persona. Estaba sola.
La pequeña habitación parecía ser una combinación de armario del
conserje y armario de almacenamiento. Tenía el mismo suelo verde que el
resto del restaurante y las paredes estaban pintadas de azul cielo. En un
rincón había un cubo y una fregona, junto con varias escobas y plumeros.
Junto a estos, un estante con productos de limpieza se extendía desde el
suelo hasta el techo bajo. Junto a eso, otro estante lleno de productos de
papel (toallas de papel, servilletas, papel higiénico) se extendía hasta la
pared del fondo.
Aimee miró esa pared lejana. Estaba parcialmente oculta por una pila de
cajas, pero por encima de las cajas, podía ver lo que parecía el borde
superior de una cubierta de ventilación polvorienta. Y encima de la tapa de
ventilación, le pareció ver algo de pintura naranja y roja descolorida. ¿Era
parte del arcoíris?
Su corazón tartamudeó en su pecho. ¿Podría ser? ¿Estaba realmente
Escondite en el Laberinto todavía aquí?
Aimee rápidamente dio un paso adelante y trató de apartar la pila de
cajas. Eran demasiado pesadas para empujarlas. Frunciendo el ceño, empujó
la caja superior, que estaba sobre su cabeza.
No era demasiado pesada por sí sola, así que la levantó y la dejó a un
lado. La de abajo era aún más ligera. También la movió. Sacó una caja más,
dejando las dos de abajo.
Ahora que había movido las cajas superiores, podía ver que
definitivamente había encontrado la entrada al juego Escondite en el
Laberinto. La rejilla estaba sucia y parecía un poco oxidada, pero tenía el
tamaño y la forma adecuados, y estaba rodeada por el rojo, naranja,
amarillo, verde, azul, índigo y violeta del antiguo arco iris.
Aimee se sorprendió de que los nuevos propietarios hubieran dejado la
rejilla y el arcoíris. Pero claro, el arcoíris encajaba con la temática
campestre del lugar. Debieron haber pensado que iba con la pintura azul
cielo. O tal vez lo habían mantenido como una especie de homenaje a la
antigua pizzería. Había aprendido al ver a sus padres rehacer dos casas
viejas que si no tenías que arreglar algo, ahorrarte dinero dejarlo.
¿Por qué mover una rejilla vieja y pintar sobre un arco iris en lo que iba
a ser una sala de almacenamiento?
Las dos cajas inferiores eran las más pesadas, pero ahora que había
movido las otras, Aimee podía apartar las restantes. Las empujó lo
suficiente para despejar el camino.
Acercándose a la rejilla, la agarró por el borde y tiró. No se movió.
Frunció el ceño. No lo habían cerrado con clavos ni nada, ¿verdad?
Pasó los dedos por los bordes de la rejilla. No. No se sentía como si
nada la mantuviera cerrada.
El sonido de pasos llegó de nuevo desde el pasillo. Sonaban diferentes a
las últimas pisadas que había oído. Estos eran más pesadas, más lentas. Pero
se estaban acercando.
No dispuesta a ser atrapada ahora que estaba tan cerca de poder
investigar lo que vino a ver aquí, rápidamente retiró las cajas que habían
estado bloqueando la rejilla. Colocándolas lo suficientemente lejos de la
rejilla para darle espacio para maniobrar, pero cerca de donde habían
estado cuando había entrado aquí, se apresuró a apilar las otras tres cajas.
Acababa de poner la última encima cuando se abrió la puerta de la
habitación.
Escondida detrás de la pila que acababa de reconstruir en el último
momento, contuvo la respiración, esta vez a propósito. Escuchó como
alguien entró pisando fuerte en la habitación. Escuchó un suave sonido de
arrastrar los pies y un profundo suspiro, y luego alguien murmuró—: Y me
gritan por dejar la luz encendida. ¿Por qué debería apagarla si nadie más
viene aquí?
Más pasos, alejándose. La puerta se cerró.
Aimee respiró hondo y volvió hacia la reja. Tal vez el óxido de la rejilla
actuaba como pegamento y la sujetaba firmemente a la pared. Aimee
frunció el ceño e intentó tirar de nuevo.
Necesitaba darse prisa. No estaba segura de cuánto tiempo había estado
aquí. ¿Dos minutos? ¿Cinco minutos? ¿Más que eso? ¿Cuánto tiempo
pasaría antes de que alguien viniera a buscarla?
Aimee podía sentir la tensión subiendo por sus hombros. Su cuello se
sentía rígido.
Se apartó de la rejilla y giró la cabeza en círculo. Eso trajo un poco de
claridad.
—Tonta —dijo mientras abría la cremallera de su bolso.
Metió la mano en la pequeña bolsa y sacó una lima de uñas de metal.
Puede que no llevara mucho en su bolso, pero tenía lo esencial.
Metió el extremo de la lima de uñas entre la pared y el borde oxidado
de la rejilla, y lo movió hacia adelante y hacia atrás a lo largo de la parte
superior y parte del costado. Después de un minuto más o menos, sintió
que algo cedía.
Animada, corrió la rejilla más abajo por el borde del respiradero, sin
dejar de moverla con la otra mano. Pasaron varios segundos más, pero de
repente, la rejilla se separó de la pared.
Aimee la retiró por completo. Manteniéndola abierta, se agachó para
mirar por la abertura.
La luz brillante de la sala de almacenamiento aterrizó en lo que Aimee
había estado esperando encontrar: la sala de entrada al juego Escondite en
el Laberinto. Todavía estaba allí.
Extendiéndose desde la abertura de ventilación, el túnel del juego
desaparecía en la penumbra, pero la parte que Aimee podía ver estaba llena
de árboles y rocas falsas y pequeñas puertas de madera como cubículos.
Las puertas parecían borrosas por el polvo, al igual que el suelo del túnel,
pero todo parecía estar intacto.
Era obvio que nadie había estado en el túnel en años. Muchos años.
Diez años, para ser exactos.
No era sólo el polvo espeso lo que lo dejaba claro. A pocos metros
dentro del túnel, el mismo calcetín que Aimee había visto la última vez que
estuvo aquí, estaba arrugado. Tenía que ser el mismo calcetín porque tenía
una raya multicolor distintiva y un agujero en la punta. Aimee miró más allá
del calcetín y vio todos los demás escombros que recordaba de su última
vez en el juego: el globo desinflado, las pilas de confeti y el tenedor de
plástico rojo roto.
Aimee sintió que se le aceleraba el pulso. Quizás nadie había estado en
el juego desde la última vez que jugó. Si era así, ¡tenía muchas posibilidades
de encontrar las pistas que estaba buscando!
Aimee se dejó caer sobre sus manos y rodillas y se arrastró hasta la sala
de entrada del juego. Tan pronto como estuvo dentro, la cubierta de
ventilación cayó en su lugar detrás de ella. Inmediatamente, notó que los
sonidos del comedor eran aún más apagados. Apenas podía oír nada en el
área de comida del restaurante, sólo la risa ocasional, que sonaba como si
estuviera a millas de distancia. De repente se sintió muy, muy sola.
—Cálmate —se dijo a sí misma. Se dio la vuelta y se sentó con las
piernas cruzadas frente a la consola.
Siempre que había usado la consola cuando era niña estaba iluminada.
Ahora estaba oscura. Oscura y sucia. Estaba cubierta de polvo.
Aimee extendió la mano y presionó un botón al azar, esperando que se
iluminara si lo hacía. Durante unos segundos, la consola permaneció
inactiva. Pero entonces, de repente, la vieja voz de Freddy que Aimee
recordaba dijo—: Bienvenido al Juego Del Escondite En El Laberinto De
Freddy. Espere por favor. Actualmente hay un juego en curso.
Aimee se apartó de la consola. Comenzó a gatear por el túnel.
Tan pronto como Aimee comenzó a moverse, el polvo se elevó a su
alrededor. Estornudó y le empezaron a picar los ojos. Resistiendo la
tentación de frotarlos, siguió adelante.
La vieja corteza del árbol, las ramas colgantes y el musgo se
desmoronaron a su alrededor cuando la tocaron. Estaban frágiles por la
edad.
Aimee estaba agradecida de que quienquiera que hubiera entrado en el
cuarto de mantenimiento hubiera desafiado las reglas y dejado la luz
encendida. La luz era lo suficientemente fuerte como para iluminar la
mayor parte del túnel principal. Incluso podía ver rastros de las viejas
manchas de glaseado de chocolate en una de las rocas.
No estaba segura de qué tan bien se vería después de salir del túnel
principal, pero no estaba demasiado preocupada por eso. Si tuviera que
volver al restaurante, comer algo, irse a buscar una linterna y volver más
tarde, lo haría… siempre que pudiera evitar ser descubierta por la policía.
Pero no podía irse ahora sin al menos hacer una búsqueda inicial de alguna
señal de lo que le había sucedido a Mary Jo.
Aimee se tomó su tiempo para gatear por el túnel porque estaba
escudriñando cada centímetro de él. No estaba segura de lo que estaba
buscando. ¿Signos de lucha? ¿Sangre? ¿Un pedido de ayuda rayado en las
paredes del túnel? Había pensado en ese tipo de pistas cada vez que
pensaba en volver a buscar a Mary Jo. Tenía que haber algo. Tucker debió
haber dejado algo para demostrar que se había metido en el juego para
llevarse a Mary Jo.
Al final del primer tramo del túnel, donde estaría fuera de la luz si seguía
yendo hacia la derecha o hacia la izquierda, Aimee miró hacia la otra
consola de juegos. Esta también estaba polvorienta, pero no estaba
totalmente oscura. En lugar de una pantalla en blanco como la que había
en la entrada, esta se podía leer.
Aimee la miró. ¿Qué…?
Se arrastró más cerca y frotó su dedo sobre la pantalla del nombre de
la consola. Jadeó. El sonido entrecortado rebotó a su alrededor y luego se
desvaneció mientras miraba la pantalla.
¡El panel de la consola todavía la enumeraba a ella y a Mary Jo como las
jugadoras activas! ¿Fueron las últimos en jugar el juego?
No lo sabía.
Con la esperanza de que la consola de juegos y las luces del túnel se
encendieran, Aimee presionó el botón REINICIAR en la consola.
¡Funcionó! La pantalla de la consola se iluminó. Estaba parpadeando
REINICIAR, pero ¿y qué? lo que importaba era que las luces de cuerda que se
alineaban en los túneles y rodeaban las puertas de los cubículos se
iluminaban.
Aimee sonrió.
—¡Sí!
Esto facilitaría su investigación. Comenzó a alejarse de la consola para
poder seguir adelante.
La banda sonora de la selva tropical comenzó a sonar y Aimee se
estremeció.
Escuchar los viejos sonidos y chillidos de la lluvia la asustó.
Se sacudió como un perro. Estaba siendo tonta.
Aimee se arrastró lejos de la consola y comenzó a pasar por un cubículo
cerrado. Mientras lo hacía, los bordes resbaladizos de una sospecha oscura
y horrible comenzaron a filtrarse en su conciencia. Sacó la cabeza del
cubículo y miró hacia la consola de juegos, que seguía mostrando REINICIAR.
Aimee cayó en picado desde las soleadas alturas del júbilo que había
sentido momentos antes a un pantano bajo y viscoso de pavor. Se giró y
miró de izquierda a derecha por los túneles que se extendían desde el túnel
de entrada. Su mirada revoloteó frenéticamente de una puerta de cubículo
a la siguiente.
Con la cabeza martilleando, Aimee salió del túnel principal y comenzó a
gatear más rápido, con su mirada revoloteando frenéticamente a su
alrededor mientras avanzaba. A pesar del frío en los túneles, estaba
sudando. También estaba respirando con dificultad. Sus inhalaciones y
exhalaciones eran tan fuertes que resonaban en las paredes de los espacios
de acceso; sonaba como si una jauría de perros jadeantes la persiguiera.
Después de sólo unos minutos de gatear a un ritmo vertiginoso hacia
arriba y hacia abajo a través de los túneles y a través de los rincones y
grietas del juego, las rodillas de Aimee comenzaron a protestar por lo que
estaba haciendo. No acostumbradas a los impactos repetidos sobre una
superficie dura, comenzaron a latir con un dolor ardiente. También le dolía
el cuello, debido a la posición tensa que la mantenía mirando en cada
cubículo.
Aimee regresó al punto en el que el primer tramo del túnel principal se
cruzaba con los pasillos principales a la izquierda y a la derecha. Echó un
vistazo a un cubículo abierto y lo miró dos veces. Aimee frunció el ceño y
se asomó al cubículo. Había visto un destello de algo rojo hacia el fondo
del cubículo.
Arrastrándose por la puerta abierta, buscó lo que había visto. No pudo
agarrarlo, así que se arrastró hasta el fondo del cubículo justo cuando sus
dedos se cerraron sobre… su pulsera de la amistad perdida. Guau. ¿Qué
tan extraño era eso?
De repente, la puerta del cubículo de Aimee se cerró con un chasquido.
El pequeño espacio se oscureció, iluminado únicamente por las luces de
cuerda del exterior del cubículo. Su iluminación apenas llegaba a través de
la pequeña ventana de la puerta del cubículo.
—¡Oye! —gritó Aimee.
Se dio la vuelta para poder abrir la puerta de nuevo. Se golpeó la cabeza
contra la pared del cubículo.
—¡Ay!
Extendiendo la mano trató de empujar la puerta del cubículo para
abrirla. No se abriría. Fuera del cubículo, Freddy anunció—: ¡El jugador dos
ha elegido un escondite! ¡Jugador uno, encuentra al jugador dos! ¡Vamos!
—¡No, no, no! —gritó Aimee.
Aimee golpeó la puerta, pero no se abrió. Respirando
entrecortadamente, se movió para empujar su hombro contra la puerta.
Mientras lo hacía, su cara se presionó contra la ventana.
Miró hacia la puerta abierta del cubículo frente al suyo. No entraba
mucha luz en el cubículo de las luces de cuerda, pero la luz que lo hacía
revelaba…
Aimee se quedó sin aliento y luego se liberó, junto con un grito que
contenía cada partícula de culpa que había cargado durante los últimos diez
años.
Ahora sabía lo que le había sucedido a Mary Jo.
—Jugador uno, encuentra al jugador dos —ordenó la voz de Freddy.
Sellado dentro de un cubículo durante diez largos años, el cadáver
disecado de Mary Jo prácticamente se había momificado. Acurrucado hacia
adentro, probablemente arrastrado hacia abajo por la piel seca, el cuerpo
de Mary Jo abrazaba su mochila, que sostenía como si fuera un bebé. ¿Le
había dado algún consuelo? No parecía que lo hubiera hecho.
La piel tensada contra sus huesos, el rostro de Mary Jo era moreno y
curtido, congelado en lo que al principio parecía ser una sonrisa rígida. Los
labios de Mary Jo habían desaparecido y su boca estaba apartada de sus
grandes dientes.
Gimiendo, Aimee comprendió, por supuesto, que Mary Jo no había
estado sonriendo cuando murió. Probablemente había estado gritando,
pidiendo a gritos que alguien la escuchara, que la encontrara.
Aimee frenéticamente cambió de posición y pateó la puerta con ambos
pies. No sirvió de nada. No tenía espacio para tirar de los pies hacia atrás
lo suficiente como para obtener fuerza detrás de la patada.
Simplemente golpeó la puerta sin éxito.
Fuera del cubículo, Freddy dijo—: Jugador uno, encuentra al jugador
dos.
Aimee volvió a golpear la puerta de su cubículo. Le dio patadas una y
otra vez. Se lanzó a esta, pero no se movió.
Claramente, el juego no estaba funcionando bien. Las puertas no se iban
a abrir.
A Aimee se le subió el corazón a la garganta. Empezó a hiperventilarse
y empezó a suplicar—: ¡Por favor, no!
Una vez más, apretó la cara contra la ventanilla como si pudiera buscar
ayuda. Nada más que el silencioso cadáver de Mary Jo la miró. Aimee se
arrojó a la puerta. Permaneció cerrada.
Comenzó a rascar los bordes. Cavó en el sello de goma, tratando de
sacarlo.
Llorando y haciendo una mueca de dolor cuando sus uñas se rompieron,
Aimee arañó y arañó. Pero el sello de goma permaneció inamovible a su
ataque. Ni siquiera dejó una marca en él.
Aimee se apoyó contra la puerta. El sudor con olor agrio le corría por
el cuello y le corría por la columna vertebral.
Seguramente alguien la oiría eventualmente, ¿no es así?
«No oyeron a Mary Jo», pensó.
Aimee comenzó a temblar y se obligó a mantener la calma. Iba a estar
bien.
Ella no era como Mary Jo. La gente se preocupaba por ella. Sus padres
vendrían a buscarla. Sus amigos la buscarían. Su auto estaba en el
estacionamiento del restaurante. Kim la recordaría. Mary recordaría que
Aimee había preguntado dónde estaban los baños. Sabrían que ella estaba
aquí.
¿Pero lo harían? ¿En serio?
Nadie sabía que el laberinto estaba aquí. ¿Por qué alguien buscaría en un
viejo espacio a una mujer desaparecida?
Quizás verían la rejilla y…
—Encuentra al Jugador Dos —entonó la voz de Freddy.
Aimee perdió toda apariencia de calma y cedió al pánico. Comenzó a
llorar y luego chilló.
Chilló hasta que su garganta ardió y tuvo espasmos. Y luego tragó y gritó
un poco más.
Aimee gritó hasta que sus pulmones la obligaron a detenerse y llenarlos.
Entonces comenzó a llorar. Sollozó al principio y luego, pensando en su
amiga abandonada, se lamentó.
Se dio cuenta de que Mary Jo había muerto de la misma forma que había
vivido. Había muerto porque nadie se había preocupado lo suficiente por
ella como para hacer lo que fuera necesario para cuidarla.
—Encuentra al Jugador Dos —repitió la voz de Freddy.
Aimee golpeó la puerta del cubículo y gritó a todo pulmón.

✩✩✩
Mary se acercó a la mesa de la simpática joven y frunció el ceño al ver
el refresco que estaba en la mesa junto al menú sin abrir. Claramente, la
soda no había sido tocada. Ya no estaba burbujeando y al menos la mitad
del hielo se había derretido; un anillo de condensación se acumulaba en la
resbaladiza superficie de madera de la mesa.
Nadie se quedaba en un baño tanto tiempo. La mujer debió haberse ido.
Mary miró hacia arriba y vio a Kim dirigiéndose hacia ella con una pareja
de ancianos a cuestas. Mary se encogió de hombros, recogió la soda y el
menú abandonados, limpió rápidamente la mesa y la señaló. Puedes
sentarlos aquí, Kim. Mi último cliente despegó, supongo.
Kim sonrió, asintió con la cabeza y ayudó a la pareja a instalarse en el
reservado. Tan pronto como Kim se fue, Mary sonrió a sus nuevos clientes.
—Hola, soy Mary ¿Cómo están hoy?

✩✩✩
Desde el respiradero cerca del pasillo que conducía a los baños, un grito
cada vez más débil llegó hasta el comedor. Su eco duró un par de segundos,
pero el sonido fue intrascendente.
No tenía ninguna posibilidad de ser escuchado.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
con su familia Texas.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora
de reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de
las computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en
la costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
—¡ A paga las velas! ¡Apaga las velas! —Los amigos de Jake, con gorros
puntiagudos de cartón, lo rodearon en la mesa. Justo delante de él había
un pastel redondo y blanco decorado con nueve velas de los colores del
arco iris. De alguna manera, Jake sabía que el pastel era de terciopelo rojo
con glaseado de queso crema, su favorito.
Jake se rio de los vítores de sus amigos, respiró hondo y luego resopló
y resopló como el lobo feroz en “Los tres cerditos”. Apagó todas las velas
a la vez.
El corazón de Jake estaba lleno de felicidad. Había rostros sonrientes a
su alrededor, rostros sonrientes que pronto serían rellenados de pastel y
helado.
Espera.
«Nada de esto es real. Ni siquiera es un recuerdo».
Jake necesitaba despertar. No estaba seguro donde estaba en la vida
real, y este sueño lo había atraído a una falsa sensación de seguridad. Y, sin
embargo, era muy tentador quedarse donde estaba ahora, donde todo se
sentía tan feliz y acogedor.
«No. Tienes que despertar».

✩✩✩
Larson había encontrado la manera de salir del campo. No estaba seguro
de que vagar por las calles sin rumbo fijo fuera una mejora en comparación
con vagar por un campo, pero al menos la iluminación era mejor y no había
peligro de pisar un pastel de vaca. Tenía que haber alguna forma de salir de
lo que fuera este extraño espacio y volver a la realidad.
Una idea se le ocurrió. Por supuesto. El pozo de pelotas. Quizás el pozo
de pelotas donde había obtenido las muestras de sangre era la conexión,
el portal, que lo devolvería a la vida real. Tan pronto como tuvo el
pensamiento, fue como si sus pies supieran automáticamente a dónde ir.
Caminó varias cuadras a pesar de que ninguno de los puntos de referencia
le resultaba familiar hasta que llegó al lugar del pozo de pelotas, el de
Freddy Fazbear, como había sido antes.
El lugar estaba animado. Los padres y los niños entraban y salían por las
puertas, e incluso desde la acera, podía escuchar lo ruidoso que estaba el
lugar, los pitidos de todos los juegos, la música, los niños riendo y gritando
de emoción. Tan pronto como entró en la pizzería, pudo sentir las miradas
críticas de la gente. Era bastante extraño que un hombre adulto entrara
solo en Freddy Fazbear's, pero era aún más extraño cuando se veía tan
intimidante como Larson. Seguía sangrando por las heridas y su camisa
blanca estaba manchada de rojo. Estaba sudado por el esfuerzo y sabía que
apestaba. No era de extrañar que los clientes de Freddy's le dieran un
amplio margen.
Pero eso estaba bien. No había venido aquí para causar una buena
impresión.
Había venido a buscar el pozo de pelotas.
Y ahí estaba. Pero era un pozo de pelotas muy diferente del sucio donde
había recogido las muestras de sangre. Esta versión del pozo estaba limpia
y era nueva. Las pelotas eran de colores primarios brillantes, y el pozo
estaba lleno de niños riendo, vadeando o “nadando” a través de las pelotas,
a veces tirándolas unos a otros a pesar de que había un letrero que decía
que no se suponía que debías hacerlo.
—Policía. Necesito que todos salgan del pozo de pelotas, por favor —
dijo Larson lo suficientemente alto, esperaba, para ser escuchado sobre los
juegos, la música y las voces. No fue así, así que lo dijo de nuevo, aún más
fuerte y mostró su placa. Esta vez los niños lo miraron y se dirigieron hacia
la salida del pozo.
Larson pensó que probablemente estaban actuando por un deseo de
alejarse de él más que por un deseo de ser obedientes, pero bueno, lo que
sea que funcionara estaba bien.
Larson entró al pozo. Podía sentir las miradas confusas de los niños y
sus padres. Relajó las rodillas y se dejó hundir hasta que se hundió hasta
los hombros en pelotas de plástico de colores brillantes. Algo en él se sintió
como hundirse en un baño de burbujas. Pero nada de esto le estaba dando
información que pudiera ayudarlo a regresar a donde necesitaba estar.
—Necesito ir más abajo —dijo a los padres e hijos que miraban. No
estaba seguro de por qué sentía la necesidad de explicarlo, especialmente
cuando sus palabras sólo los confundían. Se enterró más profundamente
en el pozo hasta que quedó completamente enterrado y rodeado por la
oscuridad.
Entonces, de repente, ya no estaba oscuro. Estaba brillante y soleado, y
cuando respiró hondo, sus pulmones se llenaron de aire fresco. Caminaba
por la acera en una zona residencial de una ciudad agradable. Las casas de
la calle eran pintorescos bungalows y los patios estaban bien cuidados, con
césped cortado y alegres macizos de flores. Cuanto más caminaba, más
familiar le parecía la ciudad.
De repente recordó un recorte de periódico que había visto hace un
tiempo. En unos pocos pasos, vio algo que definitivamente reconoció del
recorte: un depósito de chatarra. De alguna manera sabía que este era el
lugar.
Una vez más, sus pies lo guiaron como si tuvieran conocimiento exacto
del destino al que necesitaba llegar. Dentro del depósito de chatarra,
Larson pasó junto a pilas de neumáticos viejos, aparatos electrónicos rotos
y muebles desechados hasta que llegó a un coche viejo y estropeado. Sin
siquiera pensar conscientemente en lo que estaba haciendo, se agachó y
abrió el baúl.
Eleanor se abalanzó furiosa, con sus dientes afilados al descubierto, y
sus manos en forma de garras. Se abalanzó sobre él y lo derribó,
arañándolo con sus dedos metálicos, desencajando sus mandíbulas y
mordiendo su garganta.
Eleanor era fuerte pero también liviana, por lo que Larson se las arregló
para alejarla de él y arrojarla a un montón de basura. Luchó por ponerse
de pie justo a tiempo para que ella volviera a atacarlo, esta vez empuñando
una llanta de hierro que había encontrado. Ella lo balanceó y se conectó
con su mandíbula. Por un segundo, quedó cegado por el dolor. Estaba
bastante seguro de que ella se había aflojado un diente o dos. Se sacudió el
dolor y se las arregló para arrebatarle la llave de hierro de su agarre. Él la
balanceó con fuerza y conectó con su rostro, pero ella sólo se rio, una
carcajada horrible y aguda que lo hizo temblar. Tiró la llanta de hierro. No
le servía de nada, pero definitivamente necesitaba mantenerse fuera de su
alcance.
Luego vio algo a unos pocos metros de distancia que podría ser útil, el
compactador de basura que se usaba para triturar grandes artículos de
metal en cubos más pequeños y manejables para su eliminación. Se imaginó
a Eleanor aplastada hasta la forma de un cubo inofensivo y casi sonrió. Salió
corriendo en dirección al compactador de basura con la esperanza de que
lo persiguiera hasta allí.
—Tengo algo para que mastiques —se burló de ella—. ¡Estúpida e inútil
muñeca!
El collar en forma de corazón alrededor de la garganta de Eleanor
palpitaba y brillaba de color rojo sangre. Eleanor dejó escapar un chillido
horrible, un grito de guerrero, y se dirigió hacia él. Cuando lo alcanzó, él
la agarró del brazo y la empujó hacia las mandíbulas del compactador de
basura. Pronto sólo se oyeron los sonidos del metal crujiendo y los gritos
espeluznantes de Eleanor.

✩✩✩
Larson se despertó tirado en el suelo de la casa donde se había
desmayado. Miró hacia arriba para ver a Eleanor todavía en la mesa. Su
rostro era una máscara de rabia. En su ira, estaba perdiendo la apariencia
de la chica de cabello rizado y luciendo más como el maniquí trastornado
que realmente era. Sus ojos eran oscuros pozos de ira.
—¿Renelle? —dijo el hombre que pensaba que era su padre—. Renelle,
¿qué te está pasando?
Eleanor abrió su boca increíblemente amplia. Unos zarcillos negros y
pegajosos salieron disparados, se deslizaron por el suelo y luego se
retorcieron alrededor de Larson y lo ataron. Los zarcillos estaban
pegajosos y olían a cobre.
«Sangre», pensó Larson. «Están hechos de sangre».
Tan pronto como pensó esto, estaba de nuevo en el otro lugar,
caminando por las calles. Pero esta vez sabía qué hacer. La piscina de
pelotas. Había encontrado a Eleanor allí antes, y la volvería a encontrar allí.
Y él la destruiría.
La antigua pizzería era un espacio oscuro y vacío con ventanas sucias y
agrietadas. Curiosamente, la puerta principal estaba abierta, como si
alguien lo hubiera estado esperando.
Había algunos gabinetes de juegos rotos y mesas y sillas destrozadas.
Las paredes estaban adornadas con grafitis. Pero la piscina de pelotas
estaba allí en su lugar habitual.
Larson entró en el pozo. Las bolas de plástico estaban pegajosas y
adheridas a su ropa y piel.
Olían a descomposición. Se tapó la nariz como si estuviera saltando a
una piscina y se hundió bajo la superficie.
Larson salió a una habitación oscura. Algo de metal le rozó la mejilla;
parecía que podía ser la cadena de tracción de una lámpara. Extendió la
mano y tiró de ella, y una bombilla tenue y desnuda arrojó un tenue
resplandor sobre la habitación. Las paredes eran de madera desnuda y se
inclinaban como los contornos de un techo, y la habitación estaba
abarrotada de cajas de cartón y tinas de plástico etiquetadas como ROPA DE
INVIERNO, DECORACIONES DE NAVIDAD y CAÑAS DE PESCAR/ARTÍCULOS DE PESCA.

Había una vieja mecedora y una mesa llena de chucherías (figuras, un


gran candelabro de latón, un pisapapeles de vidrio) el tipo de cosas que
nadie realmente necesitaba pero que a la gente le costaba soltar por alguna
razón. Un gran baúl antiguo se encontraba en el extremo izquierdo de la
habitación. Larson tenía la sensación de que el baúl ocultaba algo más que
alguna baratija inútil. Con pavor, caminó hacia este.
Eleanor estaba acurrucada en el baúl con las rodillas pegadas al pecho.
Sus ojos se abrieron de golpe.
Se impulsó fuera del maletero hacia Larson, sus frías manos de metal
rodearon su garganta.
Larson la agarró por las muñecas, tratando de aflojar su agarre, pero
ella simplemente lo agarró con más fuerza.
Ahogándose y farfullando, se tambaleó hacia atrás, chocando contra la
mesa. Agarró ciegamente la superficie de la mesa y agarró el pesado
pisapapeles de vidrio. Lo levantó y lo dejó caer con fuerza sobre la frente
de Eleanor, sacudiéndola lo suficiente como para hacerla soltar el agarre
de su garganta.
Quizás los pisapapeles no eran tan inútiles después de todo.
Ella movió la cabeza de un lado a otro como si estuviera desorientada y
luego se abalanzó sobre él de nuevo, esta vez con la mandíbula abierta,
exponiendo sus dientes afilados e irregulares. Larson agarró el candelabro
de la mesa y lo balanceó con fuerza, golpeándola en la cabeza y tirándola al
suelo. Le golpeó la cara una y otra vez, hasta que la fina capa de enfermiza
piel grisácea no fue más que pulpa, y el cráneo plateado quedó expuesto
debajo.
Larson estaba de nuevo en el suelo de la casa. Mirando hacia arriba, vio
a Eleanor en la mesa. Sus ojos aún estaban cerrados, pero su cuerpo estaba
todo menos relajado. Tenía los puños y dientes apretados y movía la cabeza
de un lado a otro como si estuviera diciendo no, no, no. Cerca de Larson
en el suelo, el Stitchwraith había comenzado a moverse, deslizándose
lentamente hacia la mesa donde yacía Eleanor.
Larson parpadeó, y así, estuvo de nuevo en la calle. Sabía lo que tenía
que hacer.
Esta vez, la pizzería se llamaba Papa Bear's Pancake House. Las ventanas
estaban cubiertas con cortinas de cuadros rojos y blancos que combinaban
con los manteles de plástico que se podían limpiar. Sólo una mesa estaba
ocupada, con una familia de cuatro miembros que comían panqueques.
Cerca de la estación de café, dos meseros con delantales de cuadros rojos
y blancos charlaban. Se sintió aliviado de que no lo hubieran notado todavía.
Miró en la esquina trasera del restaurante. Afortunadamente, la piscina de
pelotas todavía estaba allí, y las pelotas de plástico estaban en un estado
mucho más prístino que en su última visita.
Él se hundió.
Estaba en la habitación de un niño, por lo que parecía. El edredón de la
cama era azul claro y estaba decorado con coches de carreras. Un cartel
que mostraba a Freddy Fazbear y sus amigos colgaba de la pared sobre la
cama. Ahora no había un niño, pero la habitación trajo a Larson de regreso
a todas esas veces que había revisado debajo de la cama de Ryan en busca
de monstruos. Siempre le había dicho a Ryan que no existían tales cosas,
pero estaba equivocado.
Larson sintió la presencia de Eleanor.
Cayó de rodillas y levantó la falda de la cama. Nada.
Descorrió las cortinas que llegaban hasta el suelo en caso de que se
escondiera detrás de ellas. Tampoco había nada allí.
Pero tan pronto como vio el armario, supo que ahí estaba. Abrió la
puerta y un par de manos metálicas salieron disparadas, arrastrándolo hacia
el interior del pequeño y oscuro espacio.
Eleanor agarró a Larson por los hombros y golpeó su cabeza contra la
pared del armario una y otra vez hasta que todo lo que pudo sentir fue un
dolor candente. Se las arregló para darle un codazo en el vientre, lo que la
hizo perder el equilibrio y lo liberó. Salió del armario a trompicones y
recogió un bate de aluminio que se había guardado con el resto del equipo
deportivo. Arrastró a Eleanor fuera del armario tomándola de la muñeca,
luego le lanzó el bate a la cabeza como si estuviera haciendo todo lo posible
por un jonrón. La fuerza del golpe le arrancó la cabeza parcialmente, por
lo que colgaba locamente de su cuello por unos pocos cables.
Larson le dio otro golpe, este aún más fuerte, que cortó la cabeza de
Eleanor por completo.

✩✩✩
Sobre la mesa, Eleanor se retorcía como si sufriera una agonía. El
Stitchwraith se había arrastrado hasta la mesa y parecía estar tratando de
reunir la fuerza para ponerse de pie.

✩✩✩
Larson estaba golpeando el pavimento de nuevo, ya caminando por el
camino desgastado hacia donde estaba el pozo de pelotas. Esta vez el
restaurante era poco más que un agujero oscuro y vacío con ventanas rotas
y grafitis. La mayor parte de lo que había dentro había sido despojado o
destrozado.
Pero el pozo de pelotas todavía estaba allí, polvoriento y en ruinas, con
las bolas de plástico cubiertas con una suciedad desagradable que les había
dado a todas el mismo color indeterminado. Olía a podredumbre y algo
peor. Larson inspiró y espiró por la boca e intentó reprimir su reflejo
nauseoso.
Se hundió.
El espacio era enorme y cavernoso. La luz de la luna entraba a raudales
por un tragaluz de arriba. Parecía una especie de almacén, aunque no
parecía almacenar nada en estos días. Un colchón viejo y unos sacos de
dormir en un rincón sugerían que alguien podría haber hecho del lugar su
hogar temporal. Larson miró a su alrededor en el gran espacio vacío. No
había muchos lugares para esconderse.
Luego escuchó una risa, la carcajada aguda que hizo que los diminutos
pelos de la parte posterior de su cuello se erizaran. Venía de arriba de él.
Se asomaba por el tragaluz abierto.
Cayó hacia abajo, aterrizando sobre Larson, dejándolo sin aliento.
Quedó tumbado de espaldas.

✩✩✩
Jake estaba tan débil que luchó por levantarse, pero usó la mesa de
metal para estabilizarse, y pronto estuvo de pie. Cuando vio a Eleanor,
sintió una oleada de rabia que le dio la fuerza para subirse a la mesa. Se
inclinó sobre Eleanor y trató de reunir la fuerza para hacer lo que tenía
que hacer.
Eleanor no parecía estar completamente despierta, pero su rostro
estaba cambiando. Sus ojos se hincharon. Tentáculos negros salían
disparados de su boca, de sus dedos de las manos, de los dedos de sus pies.
Las enredaderas negras y viscosas trepaban por las paredes y se deslizaban
por el suelo. Los tentáculos volaron de ella y se envolvieron alrededor de
su rostro hasta que no pudo ver.

✩✩✩
En el almacén, Larson intentó apartar a Eleanor de él, pero ella lo
inmovilizó, se inclinó y le mordió la mejilla, le sacó sangre y luego se rio.
Se estremeció por el sonido y el dolor.
Larson logró darse la vuelta y ahora estaba encima de Eleanor. Sus
manos se cerraron alrededor de su garganta.

✩✩✩
En la sala de estar, Jake esquivó la sangre negra que brotó de la nariz y
boca de Eleanor.
Eleanor se incorporó de golpe y le agarró el cuello con ambas manos.
Jake sintió una repentina oleada de fuerza. Apartó sus manos como si no
estuviera haciendo nada más extenuante que golpear las muñecas de
Eleanor. Sosteniendo a Eleanor, Jake se cernió sobre ella, sus ojos ardían
de furia. Se inclinó sobre ella hasta que su rostro y torso quedaron
cubiertos por su capa. Ella se retorcía y pateaba, pero él se acercó aún más,
con los ojos ardiendo de furia, sosteniendo a Eleanor hasta que se quedó
completamente inmóvil.
Jake sabía que ahora sólo él podía oír la furia rugiente de Eleanor. Ya no
estaba viva. Era parte de Jake, de la misma manera que Andrew lo había
sido. Pero ella no era como Andrew.
Andrew no había sido exactamente agradable. Había estado tan lleno de
rabia como Eleanor. Pero Andrew estaba herido. No había sido malo en el
fondo.
Eleanor era mala desde su interior. Pero ahora no tenía poder aquí.
Jake se concentró hasta que pudo acceder a los recuerdos de Eleanor…
si es que podían llamarse recuerdos.
Usando la habilidad que Jake había descubierto después de su
confrontación con el conejo de la basura, Jake buscó esos años y encontró
un momento de rabia y angustia hirvientes. Pensó que si podía meter a
Eleanor en una burbuja de ese momento, podría someterla.
Estaba en lo correcto. Con esa única intención, Eleanor fue derrotada,
contenida. Su espíritu inmundo se dobló sobre sí mismo y fue silenciado.
Cuando Jake la vio acostada sobre la mesa, tenía la apariencia seca y
marchita de una momia antigua. Estaba más que muerta. Estaba vacía. Era
una cáscara.
Agotado, Jake se recostó y dejó que su mente se quedara en blanco.

✩✩✩
Dos semanas después:
Larson ya no estaba destinado a deambular perdido en diferentes
lugares y épocas. Estaba en el aquí y ahora, que en este caso era el campo
de juego en el momento del juego de su hijo. El aire estaba fresco, pero el
cielo era tan azul que parecía el telón de fondo pintado de una obra de
teatro.
Las peleas de Larson con Eleanor habían abierto algunos puntos, por lo
que estaba vendado de nuevo. Rígido y adolorido, se subió con cautela a
las gradas y se sentó al final de una fila. Miró el diamante verde. Allí estaba
Ryan. Estaba en los jardines y, como solía ocurrir con Ryan, parecía
aburrido. Estaba jugando con su guante de béisbol y pateando el césped
con un zapato, que parecía estar desatado.
Larson sonrió cuando Ryan miró hacia las gradas y vio a su padre. Ryan
saludó salvajemente y Larson le devolvió el saludo. Luego Larson señaló al
bateador. Ryan todavía sonriendo, asintió y se concentró en la tarea que
tenía entre manos.
El bateador en el plato hizo un swing y conectó.
¡Bien!
Bajo el sol brillante, la pelota se elevó hacia los jardines. Larson se puso
de pie, vitoreando cuando su hijo atrapó la pelota.

✩✩✩
Jake no estaba seguro de por qué se sentía tan atraído por el restaurante
abandonado, pero así se sentía. Tanto es así que con la poca fuerza que le
quedaba, había cruzado concienzudamente la ciudad para llegar hasta aquí.
Su batería se había recargado, sólo un poco, lo suficiente para que
pudiera caminar. Pero su caminar era en realidad más un arrastramiento
de pies; no iba a llegar muy lejos. Cada movimiento requería toda la fuerza
que poseía.
Ahora Jake estaba entrando en el edificio vacío. Sus pies se arrastraron
por el suelo polvoriento mientras apuntaba hacia su destino. En cierto
modo, lo estaba conduciendo hasta aquí, lo sabía. Pero no realmente. Ella
no tenía voluntad. Él tenía el control. Pero había aprendido lo suficiente
sobre ella mientras la vencía como para saber que aquí era donde tenía que
enterrarla.
Jake cruzó arrastrando los pies a través de un comedor desolado y se
dirigió al pozo de pelotas que había estado viendo en su mente desde que
había integrado los restos de Eleanor en su conciencia. Era un lugar
horrible.
Podría decirlo sin dudas. No sólo que se veía asqueroso por lo
polvoriento, descolorido y con olor a descomposición, sino que realmente
era horrible. Era como un cementerio para las almas de las víctimas de una
maldad que no comprendía del todo. ¿Qué había pasado aquí? ¿De dónde
vino Eleanor? ¿Ella había causado todo este caos, o el caos la había afectado
de alguna manera?
Jake se detuvo frente a la lúgubre cuerda amarilla que advertía a
cualquiera lo suficientemente loco como para entrar aquí e intentar entrar
en este pozo de terror y dolor. Aquí era donde Jake tenía que estar para
hacer el último bien que podría hacer. Se sentía como el final, pero
esperaba que fuera más un comienzo, el comienzo del único viaje que
realmente quería emprender.
Había terminado todo lo que tenía que hacer. Había logrado reunir al
Dr. Talbert con su verdadera hija. Y había encontrado a la verdadera chica
sin hogar que Eleanor había reemplazado. La chica real con el cabello
castaño rojizo había sido encerrada en un baúl en el edificio abandonado
donde Jake había encontrado originalmente a Eleanor. A pesar de su terror
por ser rescatada por él, se había asegurado de que llegara a un hospital.
Jake entró en el pozo de pelotas y, tan pronto como lo hizo, este
comenzó a llevárselo. Dejó que la piscina de pelotas lo llevara. Abajo. Y
más abajo. Se sentía como hundirse en un charco de agua. Todo lo que
tenía que hacer era relajarse y dejarse llevar hacia abajo.
Entonces eso fue lo que hizo. Se hundió cada vez más. Tan pronto como
lo hizo, ya no se dio cuenta del pozo. No se dio cuenta de nada físico en
absoluto.

✩✩✩
Millie se encogió cuando una rama de abeto colgando bajo le rozó la
mejilla. La apartó y miró a la oscuridad más allá de ella. ¿Dónde estaba la
casa de su abuelo? Acababa de estar allí, ¿no? ¿Cómo pudo alejarse tanto?
Millie se ajustó el jersey negro y se frotó los brazos para entrar en calor.
Se sentía realmente helada, aunque la noche no era tan fría.
Antes de salir de casa, no había querido estar en la estúpida cena de
Navidad con todos sus estúpidos parientes. Pero ahora, por razones que
no entendía, ese era el único lugar donde quería estar.
Y, por supuesto, porque lo quería, no podía hacerse realidad. Nunca
conseguía lo que quería. Siempre se vio obligada a hacer lo que todos los
demás querían que hiciera. Sus padres. Su abuelo. Los profesores de la
escuela. No era justo.
Cerca, graznó un cuervo. Millie saltó y se dio la vuelta. Oyó un susurro
en la maleza y trató de ver en la oscuridad.
Cuando nada se movió, comenzó a caminar de nuevo.
Millie pensó que sólo había estado aquí unos minutos. Entonces, ¿por
qué se sentía como si hubiera estado deambulando durante tanto tiempo?
Antes de que pudiera reflexionar sobre esa pregunta, el follaje crujió de
nuevo, y esta vez, una mano lo atravesó. Millie jadeó y se detuvo en seco.
Un chico salía de en medio de un arbusto de arándanos.
Millie lo miró fijamente, preparada para correr si él era una amenaza.
Sin embargo, no parecía una amenaza. Con un rostro redondo y pecoso,
ojos verdes brillantes, una gran sonrisa y una espesa maraña de rizos
marrones que caían sobre sus ojos, el chico se veía realmente agradable en
realidad.
Millie se encontró sonriéndole, a pesar de sí misma.
—¿Te perdiste? —preguntó el chico.
Millie negó con la cabeza a pesar de que lo estaba.
—Soy Jake —dijo el niño. Luego tomó la mano de Millie.
Para su sorpresa, Millie no se resistió en absoluto. En cambio, dejó que
el niño, Jake, la guiara por el bosque.
Sin embargo, no la guio por mucho tiempo. En lo que pareció un
instante, Jake estuvo allí y luego se fue. Desapareció y Millie se encontró
en el porche de su abuelo.
A través del gran ventanal, Millie podía ver a su familia reunida alrededor
de la mesa. Detrás de ellos, el árbol de Navidad estaba iluminado como lo
había estado cuando salió de la casa. Y por alguna razón, Millie estaba feliz
de verlo. También estaba feliz de ver a su familia.
Sin estar segura de por qué se sintió tan bien de repente, pero sin
importarle realmente, se apresuró a cruzar el porche. Abrió la puerta y
entró corriendo en la habitación. Su abuelo la saludó con una sonrisa y un
abrazo, que Millie… por una vez… estaba feliz de recibir.
Por primera vez que podía recordar, Millie se sintió como en casa.

✩✩✩
Dentro del restaurante abandonado, motas de polvo bailaban en el
silencio. El pozo de pelotas se agachaba en la esquina como de costumbre,
totalmente quieto.
O quizás no del todo.
Aunque las bolas de plástico no se movían, de repente, una de ellas se
encendía. Se encendía y pasaba de un rojizo a un dorado brillante. Luego
se volvía clara, como una bola de cristal brillante.
Dentro del orbe de cristal reluciente, apareció una pequeña escena. La
escena era la de una Navidad familiar: gente riendo reunida alrededor de
una mesa cerca de un árbol de Navidad. En el centro del grupo de personas,
una joven vestida toda de negro sonrió como si no hubiera sonreído en
mucho tiempo.
Alrededor de esta bola clara y brillante y su atractiva escena, otras bolas
en la piscina de bolas comenzaron a transformarse de plástico sucio a
cristal transparente brillante. Cada bola de cristal se iluminó con su propia
pequeña escena feliz.
Pronto, todas las bolas de plástico empezaron a brillar. Todas
centelleaban como estrellas deslumbrantes en un cielo nocturno
despejado.

✩✩✩
Larson se sentó en la sala de estar del Dr. Talbert. Parecía extraño estar
sentado en el sofá en la misma habitación donde se había acostado en el
suelo cuando el Stitchwraith finalmente puso fin a Eleanor. En ese
momento habría dicho que nunca volvería a esta casa.
Pero tenía que hacerlo. Era detective y todavía tenía preguntas.
El Dr. Talbert se sentó en el sillón frente a él.
—¿Cómo puedo ayudarlo, detective?
—Sólo había una cosa más que quería aclarar —dijo Larson.
—Es por mi propia curiosidad personal, en verdad. Remanente, ¿qué es?
¿Es algún tipo de… magia?
Cuando era más joven, Larson nunca hubiera pensado que la magia era
siquiera una posibilidad vaga. Pero había visto muchas cosas extrañas desde
entonces.
Talbert suspiró.
—El remanente es… —Hizo una pausa—. En términos no científicos,
es como si el metal estuviera embrujado. Es más complicado que eso, por
supuesto, pero es similar a la forma en que el agua conduce la electricidad.
Remanente es la mezcla de lo tangible con lo intangible, de la memoria con
el presente. Hace que las personas y las cosas que se pierden se vuelvan
casi reales. —Talbert tenía una mirada triste y distante en sus ojos—.
Sabes, cuando Renelle era una niña, estaba enferma. Entraba y salía del
hospital de forma casi constante. Estaba asustado, aterrorizado, de verdad,
de que ella muriera. Me quedaba despierto por las noches tratando de
pensar en formas de protegerla. Hice un pequeño colgante para ella con
Remanente. De esa manera, pensé que nunca podría perderla por
completo.
—¿Todavía tiene el colgante? —preguntó Larson.
—Sí. ¿Le gustaría verlo?
Larson asintió.
Talbert salió de la habitación y regresó sosteniendo una cadena de la
que colgaba un colgante en forma de corazón. Lo sostuvo a distancia de su
cuerpo, entre el dedo índice y el pulgar, de la misma manera que uno podría
sostener un ratón muerto por la cola. Aun así, el collar parecía una joya
ordinaria que cualquier joven podría usar. Larson estaba seguro de que
nadie le dio una segunda mirada.
—Fue un terrible error crear esto —dijo Talbert, mirando el collar—.
Fue mi obsesión por crear esto lo que me hizo perder a Renelle en primer
lugar.
—Me temo que todavía no entiendo —intervino Larson—. Si está
embrujado, ¿cómo sucedió?
Talbert no miró a Larson a los ojos. Le tendió el colgante.
—Mire, ¿por qué no lo toma?
Larson estaba confundido.
—¿Yo?
—Sí —respondió Talbert—. Tómelo. Haga lo que quiera con él.
Honestamente, ni siquiera puedo soportar mirarlo.
Talbert dejó caer el colgante en la palma de Larson. Se sentía tan
pequeño, tan insignificante.
Talbert acompañó a Larson hasta la puerta.
—Gracias por pasar, detective. Y gracias por quitarme el colgante de
las manos. Quizás ahora pueda pasar página y comenzar un nuevo capítulo
en mi vida, con mi verdadera hija.
Una vez que Larson estuvo en la acera, escuchó un sonido suave y
agudo. Miró a su alrededor en busca de la fuente del ruido y descubrió que
provenía del colgante en su palma. Era como si estuviera cantando una
canción, pero era demasiado baja para poder distinguir la letra. Levantó el
colgante para inspeccionarlo y el sol brilló a través de él. Era deslumbrante.
Fazbear Frights

#12
Scott Cawthon
Elley Cooper
Kelly Parra
Andrea Waggener
Copyright © 2021 por Scott Cawthon. Todos los derechos
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Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
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Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2021
Diseño de portada de Jeff Shake
e-ISBN 978-1-338-78597-5
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Félix el Tiburón
La entrada
Tú eres la Banda
Acerca de los Autores
D irk derribó el caballo de Jenny con su reina.

—Jaque. —Cambió de posición; se estaba poniendo rígido por estar


sentado tanto tiempo.
Jenny se sentó al otro lado de la mesa baja de café de roble, con los
codos apoyados en la superficie y su barbilla cuadrada apoyada en las
manos. Levantó su poblada ceja y se encogió de hombros, luego movió su
reina.
—Jaque.
—¿Cuánto tiempo van a estar haciendo eso? —preguntó Gordon, el
gemelo de Jenny. Estaba recostado contra una pila de cojines rojos en el
gran sofá seccional negro detrás de Dirk—. Ustedes dos están atrapados
en un bucle. ¿Existe algo como un jaque perpetuo?
Dirk miró a su amigo.
—No estamos en un bucle —espetó.
—En verdad, creo que sí —dijo Jenny.
—No, no lo estamos —dijo Dirk—. Un jaque perpetuo sólo ocurre
cuando nadie puede dar jaque mate. No es algo que se sabe después de
unas pocas partidas.
—Sí, bueno, como sea, están lo suficientemente cerca de estarlo —dijo
Gordon—. Acéptalo, el juego siempre quedará en empate.
Dirk negó con la cabeza varias veces.
Desde que conocía a Gordon, que era hace casi una década, Dirk
siempre había encontrado molestos los interminables enfrentamientos del
tipo. Tal vez si Dirk tuviera un círculo más amplio de amigos, habría dejado
atrás a Gordon hace mucho tiempo. Pero no tenía otra elección.
Dirk formaba parte de un grupo de cinco amigos que pasaban la mayor
parte de su tiempo libre en el apartamento del sótano de los gemelos. Los
gemelos y los otros dos amigos de Dirk, Leo y Wyatt, eran básicamente
toda la única vida social de Dirk... y lo habían sido desde la secundaria. Se
mantuvieron juntos durante la escuela secundaria y la universidad, y ahora
que supuestamente eran adultos, todavía estaban juntos.
A veces, Dirk tenía que admitir que su pequeño círculo de amigos y su
rutina nocturna eran un poco aburridos, pero parecía que no podía cambiar
viniendo aquí. Le gustaba; era hogareño... y hogareño era algo que nunca
había encontrado en ningún otro lugar.
Dirk miró a Gordon ahora.
—Las reglas del ajedrez no requieren un empate sólo por un jaque
perpetuo. Eso sólo sucede cuando hay una repetición triple o si se cumple
la regla de los cincuenta movimientos.
—Está bien, pero podríamos considerar dibujar —dijo Gordon.
Dirk frunció el ceño.
—Podríamos, pero rendirse es un signo de debilidad.
Gordon resopló.
—Algunos dirían que preocuparse tanto por un juego es un signo de
debilidad.
—¡El ajedrez es el deporte de reyes! —gritó Dirk. Se sentó derecho y
se cruzó de brazos—. Es un juego de maestría, intelecto y pensamiento
creativo. De hecho, creo que a los niños se les debería enseñar ajedrez en
la escuela.
—En algunas lo hacen —intervino Jenny—. Acabo de leer sobre un
programa de educación especial donde estaban usando el ajedrez para
enseñar razonamiento abstracto y pensamiento creativo. De hecho, estoy
preparando una propuesta para llevarla al superintendente para ver si me
deja iniciar un programa similar. A los niños a los que enseño les vendría
bien ese enfoque.
—Bien por ti —dijo Dirk. Como solía hacer, lamentaba el hecho de que
Jenny fuera sólo su amiga. En la escuela secundaria, había tratado de
convertir su amistad en algo más, pero Jenny le había dicho amablemente
que lo amaba como a un hermano y sólo como a un hermano. Durante los
últimos siete años, se había estado diciendo a sí mismo que eventualmente
cambiaría de opinión. Por eso se había quedado aquí para ir a la misma
universidad que ella, por eso estaba escribiendo para el periódico local en
lugar de convertirse en el escritor de viajes que quería ser.
Jenny atrapó a Dirk mirándola fijamente y lo miró con una ceja
levantada. Se sonrojó y desvió la mirada hacia Gordon, volviendo a su
argumento.
—Bueno, todos los niños deberían aprender ajedrez —dijo Dirk—. No
hay debate. El juego es bueno para todo el mundo.
—¿Para todo el mundo? —Gordon puso los ojos en blanco—. El hecho
de que para ti el ajedrez sea genial no significa que todos deban jugarlo.
—Pero tengo razón. Y voy a seguir jugando. —Miró a Jenny—. ¿Te
parece, Jenny?
Jenny bostezó.
—Como que sea. Haz lo que tengas que hacer.
Dirk se mordió el labio inferior y empezó a estirar la mano hacia el
tablero de ajedrez. Antes de que pudiera poner su mano sobre el rey, una
almohada roja aterrizó en el tablero, esparciendo las pocas piezas que
quedaban en él.
Jenny no se movió cuando la almohada golpeó. Sólo miró
tranquilamente volar las piezas de ajedrez.
Dirk, sin embargo, apretó los puños y se volteó hacia Gordon, que
todavía estaba ahí, con una almohada menos detrás de su cabeza.
—¡¿Por qué hiciste eso?!
—Estaban en jaque perpetuo. Lo terminé. —Gordon se pasó una mano
gruesa por su cabello castaño rizado. Llevaba una camiseta gris ajustada,
que parecía demasiado pequeña para sus bíceps abultados y manchados de
grasa. Gordon era mecánico y parecía pensar que estar untado con grasa
era genial. Dirk encontraba su mirada desesperada, gritaba, ¡Soy genial!
¡Mírame!
—No estábamos en jaque perpetuo —dijo Dirk. Podía sentir el pulso
latiendo en su sien. Odiaba las cosas que quedaban sin terminar. Le
gustaban las cosas terminadas, preferiblemente como el ganador, pero al
menos resueltas. No podía soportar las preguntas sin respuesta. Ahora,
este juego nunca se terminaría... a menos que pudiera volver a ordenar el
tablero. Empezó a juntar las piezas.
—Ni siquiera pienses en ponerlas —dijo Gordon en voz baja—. Estoy
cansado de verlos mirándose el uno al otro. El juego terminó.
—¿Quién te hizo nuestro rey? —exigió Dirk.
Gordon se encogió de hombros.
—Mi casa. Mis reglas.
—Nuestra casa —dijo Jenny.
—¿Tienes una opinión diferente? —preguntó Gordon.
—Pensé que íbamos a jugar Cavernas y Cocodrilos —dijo Leo antes de
que Jenny pudiera responderle a su hermano. Estaba sentado a la mesa de
juego junto a la gran chimenea de piedra al final del enorme sótano que los
padres de Gordon y Jenny habían convertido en un apartamento para los
mellizos.
Ni Gordon ni Jenny ganaban lo suficiente para tener su propio lugar.
Dirk apenas lo había logrado... aunque el apartamento reformado en el
garaje que alquilaba no era mucho mejor que vivir en la calle. Por eso estaba
aquí todo el tiempo, a pesar de que Gordon lo ponía nervioso.
Un fuego crepitaba en la chimenea, y la habitación olía ligeramente a
madera quemada. Leo estaba inclinado sobre un cuaderno, con un lápiz
grueso agarrado con fuerza en su mano izquierda. Incluso desde el otro
lado de la habitación, Dirk podía escuchar el sonido del lápiz de Leo
moviéndose sobre el papel.
—Creé un nuevo personaje, y−
La puerta exterior del sótano voló hacia atrás y golpeó la pared con un
golpe. El viento silbaba a través de la abertura y arrojó una docena de hojas
secas sobre el linóleo rojo y negro que cuadriculaba el suelo del sótano.
—El héroe de la comida llegó —cantó Wyatt, con la habitual gran
sonrisa en su rostro. Sus ojos marrones brillaban con energía.
Dirk pensaba que Wyatt podría ser el tipo más feliz que había conocido,
aunque tenía pocas razones para estarlo. Wyatt era un nerd informático
que trabajaba en una tienda de electrónica, explicando tecnología a idiotas.
Dirk nunca tendría paciencia para ese tipo de trabajo.
—Creo que está llegando —dijo Leo sin levantar la vista de su cuaderno.
Se frotó la mano derecha sobre las cerdas negras de su corte rapado y
luego ahuecó su rostro igualmente erizado. Lo hacía mucho cuando estaba
pensando.
—Si estuviera llegando, aun no estaría aquí.
Wyatt traía una pila de tres pizzas en una mano. Dos bolsas de plástico
colgaban pesadamente de la otra. Botellas de refresco de plástico
asomaban por una de las aberturas de la bolsa, bolsas de patatas fritas por
la otra.
Dirk terminó de recoger las piezas de ajedrez que había arrojado la
almohada, pero no las volvió a colocar en el tablero. Con Wyatt aquí ahora,
probablemente jugarían Cavernas y Cocodrilos después de comer. No más
ajedrez por esta noche.
Eso estaba bien. Honestamente, Dirk tenía que admitir que él y Jenny
probablemente estaban bastante cerca de un jaque perpetuo. Gordon no
se equivocó cuando dijo que estaban atrapados en un bucle. Sin embargo,
hubiera sido genial ver si uno lograba encontrar una salida, atraer al otro a
una falsa sensación de inevitabilidad sólo para reclamar la victoria en el
último momento. Podría haber sido una buena historia para la próxima
columna Juguemos al ajedrez de Dirk para el periódico. Pero tal vez, si Leo
realmente hubiera creado un nuevo personaje para su juego, Dirk podría
hablar de eso en su próxima columna Entusiastas de los juegos de fantasía.
La última vez que había escrito esa columna, había sido sobre Cavernas y
Cocodrilos, el juego de rol de mesa que él y sus amigos habían creado basado
en una oscura novela llamada El Dogmático Obstinado, que Dirk había leído
y amado. La columna había sido sorprendentemente popular. Dirk había
recibido docenas de correos electrónicos y cartas, haciendo todo tipo de
preguntas sobre la novela y cómo se le habían ocurrido los giros y vueltas
en su juego. —Sólo tengo una habilidad especial para intuir pistas —les había
dicho Dirk a sus fanáticos.
Dirk no obtenía una respuesta como esa a sus escritos muy a menudo.
Había sido genial descubrir que la gente realmente leía lo que escribía.
La cosa era que la mayoría de las veces la gente tendía a ignorarlo,
especialmente cuando hablaba. No estaba seguro de por qué. Sí, él sabía
que era una especie de idiota, era un tipo pequeño con orejas grandes y
cabello que nunca se acomodaba bien. Tenía una sobremordida
pronunciada que lo hacía parecerse un poco a una ardilla, una realidad
tristemente empeorada por el hecho de que su cabello era de color ardilla.
No es un buen aspecto clásico, seguro. Pero incluso eso no podía explicar
completamente por qué la gente no quería escuchar cuando hablaba.
Pensaba que tenía una voz perfectamente fina, no chillona.
Wyatt se acercó a la mesa de juego y colocó las pizzas en el centro.
Miró el cuaderno de Leo.
—¿Escribiendo una nueva obra maestra?
Leo miró a Wyatt.
—Nuevo personaje para Cavernas y Cocodrilos.
Dirk se levantó y le ofreció una mano a Jenny. Ella no lo necesitaba; Era
una gimnasta, entrenaba en la escuela secundaria donde enseñaba, y
probablemente podría haber hecho una voltereta hacia atrás para ponerse
de pie. Dirk, sin embargo, tomaría cualquier excusa para sostener su mano,
incluso por un segundo. Jenny aceptó su ayuda. Sus palmas se sentían
ásperas con callos cuando él la levantó. Ella soltó su mano y Dirk se dirigió
hacia la barra del bar.
La pizza olía increíble: cebolla, pimiento verde, pepperoni... pero
también podía oler el jamón y la piña en la pizza que Gordon y Jenny
siempre comían.
Dirk buscó detrás del mostrador de la barra para tomar una pila de
servilletas y un par de frascos. Le entregó las canastas a Wyatt, quien arrojó
las fichas. Dirk sacó los refrescos de la otra bolsa de supermercado y
agarró una pila de vasos de plástico.
Esta rutina de comida bien coreografiada se hizo sin hablar. Lo habían
hecho con tanta frecuencia que no necesitaban discutir quién debía hacer
qué.
En la mesa de juego, Jenny estaba sacando papel y lápices para su juego.
Gordon estaba en el estéreo preparando la música de la noche.
Leo era la única persona sin una tarea que cumplir. Esto se debía a que
no importaba cuántas veces le pidieras que hiciera algo, nunca se le metió
en la cabeza que podía hacer lo mismo la próxima vez.
Leo era un autor increíble: escribía e ilustraba cómics. Ya había
publicado uno, y le estaba yendo tan bien que su futuro parecía bastante
bien definido. Honestamente, Dirk estaba más que un poco envidioso del
éxito de Leo. No era que la vida de Leo fuera genial ni nada por el estilo:
era un tipo raro como Dirk y vivía en una casa. Aun así, Dirk anhelaba el
día en que pudiera escribir su propio libro en lugar de escribir sobre los
libros de otras personas.
Había algo en todos los amigos de Dirk que los mantenía fuera de la
sociedad en general, les impedía salir solos y tener una vida de la que valiera
la pena hablar. Jenny dedicaba toda su energía a los niños a los que enseñaba
y entrenaba, por lo que no tenía mucho tiempo para nada más, ni siquiera
para el amor... aunque el amor se complicaba por el hecho de que Jenny se
parecía a su hermano. En Gordon, la cuadratura y la dureza funcionaban.
Era bajo, pero ancho y musculoso. Parecía un pequeño soldado de fuerzas
especiales. Jenny tenía bonitos ojos verdes, pero su cuerpo musculoso y
sus rasgos ásperos la hacían poco atractiva para muchos chicos. En la
escuela secundaria, los niños la habían apodado "Troll". Dirk pensaba que
eso era malo, y lo odiaba en nombre de ella, pero a ella no parecía
importarle. Jenny vivía en su propio mundo.
En la escuela secundaria, Gordon había sido la estrella del equipo de
lucha libre, pero, aun así, no había sido popular. Gordon tenía una obsesión
con las teorías conspirativas, por lo que nunca estuvo destinado a encajar.
La primera vez que los otros deportistas lo invitaron a su mesa en el
almuerzo, él había dicho que los extraterrestres se habían infiltrado en el
gobierno, que una raza de personas vivía en el centro de la Tierra, y que
una buena parte de la sociedad había sido reemplazada por androides.
Nunca recibió otra invitación para sentarse con ellos. En estos días,
Gordon pasaba el tiempo trabajando en autos o pasando el rato en su
departamento... aunque todavía buscaba una audiencia dispuesta a escuchar
sus teorías.
Wyatt era la incorporación más reciente al grupo de amigos de Dirk,
"reciente" siendo un término relativo. Dirk conoció a Wyatt en su último
año de secundaria. Para entonces, Dirk vivía en un hogar de acogida. Sus
padres habían fallecido en un accidente automovilístico cuando él tenía
ocho años, y luego su tía, quien lo había acogido, murió de cáncer cuando
estaba en la escuela secundaria. La familia de Wyatt se había mudado a la
casa contigua a la casa de acogida de Dirk. Wyatt era muy inteligente y ya
se había saltado dos grados. La escuela quería que avanzara aún más, pero
sus padres no creían que estuviera socialmente preparado... y tenían razón.
Cuando Wyatt intentó ir a la universidad al año siguiente, lo odió. Terminó
abandonando los estudios y consiguiendo el trabajo que tenía ahora. Sus
padres estaban "muy decepcionados con él", un hecho que de ninguna
manera sofocaba el deleite diario de Wyatt.
Otros podrían ver estas peculiaridades como demasiado únicas para
combinarlas bien, pero en verdad, eran la única razón por la que Dirk tenía
un grupo de amigos. Dirk no encajaría en un grupo a menos que todos sus
miembros tuvieran alguna cualidad que los descalificara para ser
“normales”. No sólo su apariencia le impedía usar esa etiqueta, sino que
también lo hacían sus intereses. Además del ajedrez y los juegos de fantasía,
a Dirk le interesaban las ciencias: biología, química y física; semiótica y
rompecabezas; mariposas; tiburones; y misterios de todo tipo. Estaba en
clubes para esas cosas, y en la escuela secundaria, también había estado en
el equipo de debate. Sus habilidades de debate no tenían salida ahora,
excepto con sus amigos, y tal vez en las columnas de su periódico.
Esta noche, Dirk iba a necesitar esas habilidades. Esperaba poder
convencer a sus amigos para que le ayudaran con un proyecto, en el que
había estado pensando desde hacía tiempo. También había estado soñando
con él. Por alguna razón, se sentía obligado a─
—Tierra a Dirk —dijo Wyatt.
—¿Eh? —Dirk miró a su alrededor y notó que era el único que no estaba
sentado en la mesa de juego.
—¿Tú y tus servilletas estarán siendo antisociales esta noche o te unirás
a nosotros? —preguntó Gordon.
Dirk miró la pila de servilletas que aún sostenía. Él rio.
—Lo siento. Estaba pensando en un nuevo club que quiero comenzar.
Gordon gimió.
—¿Otro? ¿No hay un límite en la cantidad de clubes en los que una
persona puede estar? Ya sabes, ¿Cómo el límite de animales?
Dirk sacó la última silla tapizada en tweed rojo de la mesa de juegos.
Repartió las servilletas y aceptó el trozo de pizza que le ofreció Jenny.
—Gracias.
—No creo que el gobierno regule cuántos intereses puede tener una
persona —dijo Wyatt. Le sonrió a Dirk—. Creo que es genial que estés
metido en tantas cosas. Eres como un millennial renacentista.
—¿Un hombre del Renacimiento, millennial o no, no tiene que tener
talento o conocimiento, sólo interés? —preguntó Gordon.
Un coro de "Oooh" se levantó de la mesa.
Jenny golpeó el brazo de su hermano.
—No seas malo.
La cara de Dirk se calentó y miró su pizza para que nadie se diera cuenta.
Desafortunadamente, cuando su cara se calentaba, sus oídos también lo
hacían. Estaba bastante seguro de que eran de color rojo brillante.
Wyatt se inclinó y le dio un codazo a Dirk.
—No dejes que te moleste. No creo que alguien que cree que su jefe
es un androide tenga una gran comprensión de la realidad.
—Escuché eso —dijo Gordon.
Wyatt dirigió su sonrisa de 300 vatios a Gordon.
—Me imaginé que lo harías. Estaba haciendo esa cosa... ¿cómo se llama?
—Chasqueó los dedos—. Te estaba hablando.
Gordon negó con la cabeza y dio un mordisco a la pizza.
—El viejo Vance definitivamente es un androide. Algún día, uno de sus
clientes hará un cortocircuito en él. Se pondrá como —congeló su rostro
en una posición contorsionada— y le saldrán chispas de las orejas.
—Eres tan raro que prefiero no decirte una palabra —le dijo Jenny a su
hermano.
—Gracias.
—Hablando de robots —dijo Dirk, encantado de tener una apertura
inesperada para lo que quería hablar esta noche—. ¿Alguno de ustedes
recuerda haber ido a una pizzería de Freddy Fazbear cuando eran
pequeños?
—¡Freddy's! —Wyatt gritó—. Sí, fuimos a una cuando vivíamos en Iowa.
Amaba tanto a Chica que mi mamá hizo mi quinto pastel de cumpleaños
con la forma de uno de sus pastelitos. —Sonrió ante el recuerdo.
Leo, que había estado escribiendo en su cuaderno con una mano y
comiendo papas fritas con la otra, levantó la vista.
—Me había olvidado por completo de Freddy's. Pero sí, ahora lo
recuerdo. Me encantaban sus libros para colorear. Eso es lo que comenzó
mi amor por el dibujo. Eventualmente, me cansé de colorear y simplemente
dibujé las figuras. Mi favorito era Foxy. Fue una especie de inspiración para
El Hombre Guadaña.
Dirk pensó en el superhéroe vestido de púrpura en el cómic de Leo, el
personaje tenía una guadaña atada a un brazo.
—Sí, puedo notar eso —dijo Dirk.
—No recuerdo los libros para colorear —dijo Jenny—. El Freddy’s al
que fuimos Gordon y yo no tenía ninguno. Pero nos encantaban los juegos,
¿verdad, Gordon? ¿Recuerdas las barras para escalar?
—¿Cómo no iba a hacerlo? —respondió Gordon—. Te balanceabas
hacia la cima como un mono, y luego mamá me gritaba por dejarte subir
allí. Como se supone que te detuviera.
Jenny se rio. Tomó un trago de refresco de naranja.
—También me encantaba la música y el baile. A Gordon no le importaba
eso, pero estaba fascinado con los animatrónicos.
—Obviamente —dijo Wyatt.
Todos asintieron.
Dirk vio que la mirada de Gordon se dirigía hacia la chimenea. Sus cejas
se juntaron y Gordon volvió a mirar a sus amigos.
—Me pregunto si la toma de posesión de los androides comenzó en
Freddy's.
Dirk gimió.
—No, lo digo en serio. El tipo que inició la cadena de Freddy's estaba
muy adelantado a su tiempo con los animatrónicos. Claramente, tenía que
mantener las cosas rudimentarias para el público, pero ¿y si tenía un
laboratorio subterráneo? ¿Y si él creó la primera ola del ejército de
androide?
Nadie hizo ningún comentario al respecto, por lo que Dirk intervino.
—Estaba pensando que sería divertido comenzar un club de Freddy
Fazbear.
—Sí, porque no estás en suficientes clubes —dijo Jenny. Le guiñó un ojo
a Dirk para hacerle saber que no lo estaba despreciando. Él apreciaba eso.
—Bueno, todos tenemos buenos recuerdos de Freddy's, ¿verdad? —
Dirk miró alrededor de la mesa.
Todos asintieron.
—Creo que todavía tengo un Freddy de peluche en mi armario —
admitió Jenny.
Dirk sonrió.
—Es gracioso que lo menciones. Acabo de encontrarme con mi peluche
de Félix, y eso es lo que me hizo pensar tanto en Freddy's. Incluso soñé
con él e intenté…
—¿Quién es Félix? —preguntó Wyatt.
Dirk miró alrededor de la mesa a sus amigos. Todos tenían expresiones
en blanco en sus rostros. Jenny alcanzó otro trozo de pizza.
Gordon recogió su cerveza de raíz para tomar un trago.
—Félix —repitió Dirk—. Ya sabes, Félix el Tiburón.
Gordon soltó una carcajada y arrojó cerveza de raíz por toda la mesa
de juego. Leo tiró de su cuaderno hacia atrás un segundo demasiado tarde.
—¡Oye! —dijo Leo. Rápidamente agarró una servilleta y limpió sus
garabatos.
—¿Que es tan gracioso? —preguntó Dirk. Podía sentir su cara y sus
oídos calentarse de nuevo.
—Freddy's no tenía un tiburón —dijo Gordon.
—¡Sí lo tenía! —Dirk insistió.
Gordon miró a los demás.
—¿Alguien más recuerda un tiburón en Freddy's?
Leo y Jenny negaron con la cabeza.
—¿Cuántos años tenías cuando fuiste a Freddy's? —le preguntó Jenny a
Dirk.
Torció la boca pensando.
—Creo que tenía cinco… ¿quizás?
—¿Dónde estaba?
Dirk negó con la cabeza.
—No recuerdo. Estábamos mucho en la carretera en ese entonces.
—¿Qué quieres decir con “en la carretera”? —preguntó Wyatt.
Dirk no quería hablar de su infancia, así que cogió su taza y bebió un
sorbo de refresco de cola. También desvió la pregunta.
—¿Ninguno de ustedes recuerda a Félix el Tiburón y el foso en el que
nadaba?
Leo miró a Dirk. Tomó su pluma y comenzó a escribir furiosamente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Dirk.
—Me acabas de dar una idea para una historia. Gran imaginación, amigo.
Dirk golpeó su taza sobre la mesa. La cola se derramó.
—¡No es mi imaginación! —gritó—. ¡Félix era real!
Miró a sus amigos. Todos le devolvieron la mirada con los ojos muy
abiertos y la boca abierta. Gordon inclinó la cabeza como solía hacer
cuando examinaba a un presunto androide. Excelente. Ahora Gordon
probablemente se estaba preguntando si Dirk también era un androide.
Dirk respiró hondo y habló en un tono más bajo.
—No me refiero a que era uno real. Félix era un animatrónico, al igual
que Freddy, Chica, Bonnie y Foxy. Existió. No lo estoy inventando.
Nadie dijo nada.
—¿De verdad no lo recuerdan? —preguntó.
Todos negaron con la cabeza.
Dirk podía sentir cómo aumentaba su ira. ¿Por qué estaban actuando
tan obtusos? ¿Cómo podría alguien olvidar a Félix?
Se puso de pie tan bruscamente que tumbó su silla.
—¿No recuerdan lo del foso? La entrada a Freddy's conducía a unos
escalones que bajaban por debajo del foso y volvían a subir por el otro
lado. ¿Recuerdan?
Más sacudidas de cabeza.
—Miren, Félix estaba dentro de esta cosa parecida a un foso. Quiero
decir, en realidad no era un foso. Un foso es más una trinchera que esto.
Esto era como un río encapsulado. Tenía una corriente, pero la corriente
no era súper rápida. El tubo rodeaba todo el restaurante. Era un tubo
hecho del tipo de vidrio que usan para los acuarios. Se podía ver el agua
desde cualquier parte del restaurante. Era genial.
Comprobó a sus amigos de nuevo. Todavía lo miraban fijamente. Se
apresuró.
—El agua estaba totalmente encapsulada. Félix nunca salía del tubo, pero
podías entrar al tubo y nadar con él.
Gordon ladró una sola carcajada.
—Estás diciendo pura─
—¿En un tubo encapsulado? —preguntó Wyatt—. ¿No te ahogarías?
—No, no me refiero a nadar —corrigió Dirk. Su voz se estaba haciendo
fuerte de nuevo. Podía escucharlo, pero no podía detenerlo—. Quiero
decir, era como bucear. Te ponías un traje de baño y te conectaban a un
tubo de respiración. Había una escotilla que se abría, y saltabas dentro, y
el asistente cerraba la escotilla. Luego nadabas a lo largo del tubo.
—Tienes que estar inventando esto, amigo —dijo Leo—. ¿Estás seguro
de que esto no fue un sueño que tuviste cuando eras pequeño?
Jenny asintió.
—Sí. Suena como la fantasía de un niño pequeño que confundiste con la
vida real.
—No creo que haya confundido nada —intervino Gordon—. Creo que
se lo está inventando todo para jugarnos una broma.
—¡No me lo estoy inventando! —gritó Dirk.
Gordon levantó las manos en un gesto apaciguador. Todos los demás
seguían mirando a Dirk.
Dirk frunció el ceño.
—Puede que no tenga los detalles correctos sobre el tanque, pero sé
que nadé en él y, obviamente, no me ahogué, así que tenía que haber algún
tipo de conexión de oxígeno. Y seguro que no me imaginé a Félix. Félix
nadaba a tu lado cuando estabas en el tubo.
—¿Qué aspecto tenía este supuesto tiburón? —preguntó Gordon.
—¿Supuesto? —Dirk rechinó los dientes. Podía sentir sus hombros
elevarse hasta las orejas, y él los obligó a bajar.
Gordon se encogió de hombros.
Dirk le dirigió a Gordon una mirada mordaz y dijo—: Felix era de una
especie de gris azulado, de unos seis pies de largo. Ya saben, era un tiburón.
Era animatrónico. —Abrió la boca. Miró a su alrededor—. Y nadaba. Como
un tiburón de verdad.
—¿No te comería un tiburón de verdad? —preguntó Leo.
—¡Los tiburones no se comen a los humanos! A los tiburones ni siquiera
les gusta el sabor de los humanos.
—Dile eso a los surfistas que han sido atacados por tiburones —dijo
Gordon.
Dirk negó con la cabeza.
—Cuando un tiburón ataca a un humano, generalmente es porque está
confundido o curioso. Básicamente, hacen una mordida de prueba para ver
si sabemos bien y, desafortunadamente, esa mordida puede ser fatal o al
menos puede eliminar partes que la gente preferiría conservar. Pero en
realidad, los humanos son mucho más peligrosos para los tiburones que
ellos para nosotros. Piénsalo. Los humanos cazan tiburones para todo,
desde sopa de aleta de tiburón hasta lubricantes y suplementos para la
salud.
—Bueno, siempre podemos contar con Dirk para trivialidades inútiles
—dijo Gordon.
Dirk lo ignoró.
—Félix era un tiburón programado y, obviamente, no lo programaron
para comerse a los niños que se metían en el tanque con él.
—Eso sería malo para el negocio —dijo Jenny.
Leo trató de contener una risita garabateando algo en su cuaderno.
—¿Pero tenía dientes como los de un tiburón? —preguntó Wyatt.
Dirk asintió.
—Por supuesto.
Gordon se encogió de hombros.
—Bueno, puedo pensar en al menos una docena de formas en que un
animatrónico como ese podría salir mal.
Jenny asintió.
—Estoy de acuerdo. —Miró a Dirk—. ¿Te das cuenta de lo loco y
peligroso que sería lo que estás describiendo? Ni siquiera puedo imaginar
cómo podrían construir algo así de manera segura, especialmente en ese
entonces. ¿Y para los niños pequeños? Incluso sin el tiburón, el tubo de
natación sería una idea horrible para los niños. Estamos hablando de graves
problemas de seguridad.
«Por supuesto te irías con eso» pensó Dirk. Los padres de los mellizos
eran abogados.
—No me lo estoy inventando —insistió Dirk.
—No creo que estés tratando de hacernos una broma —dijo Jenny. Ella
arrugó la cara—. Simplemente─
—Entonces, ¿estás diciendo que los niños pequeños, como de cinco
años, como tú, querían meterse en este tanque cerrado y nadar con un
gran tiburón robótico? —preguntó Gordon.
—Sí —respondió Dirk, en un tono de qué pasa.
Leo levantó la vista de su cuaderno.
—Eso sería aterrador como el infierno para un niño pequeño.
—Dan igual los niños pequeños —reflexionó Jenny—. Estaría
aterrorizada ahora de estar en una cosa llena de agua encerrada con un
tiburón. No me importaría que fuera un animatrónico. Y sé lo que dijiste,
Dirk —le sonrió— pero los tiburones dan miedo.
—Félix no daba miedo —objetó Dirk—. Se podía ver en sus ojos que
era amistoso. Quiero decir, estaba programado para ser amistoso. Me
gustaba Félix. Tengo buenos recuerdos de él. —Dirk sintió que se ahogaba
y se aclaró la garganta—. Pensaba en Félix como mi alma gemela. Ambos
éramos marginados e incomprendidos. No deseados.
Dirk apretó los labios y parpadeó para no llorar. Levantó la mirada y
miró a Jenny. Ella arrugó las cejas.
—Tal vez Félix fue tu forma infantil de crear un amigo cuando no tenías
uno.
—Creo que Jenny tiene razón —dijo Wyatt—. Parece que tu
subconsciente inventó este personaje para ayudarte a sobrellevar la
situación. Tiene sentido. Nuestras mentes hacen cosas increíbles para que
podamos enfrentar la vida.
—¡Mi mente subconsciente no inventó a Félix! —gritó Dirk.
Durante varios segundos, nadie dijo una palabra. La música en el estéreo
continuaba tocando alguna banda de rock llorando sobre el amor. El fuego
seguía bailando en la chimenea. Un tronco se movió y golpeó el fondo de
la rejilla con un golpe y varios estallidos y crujidos. Sin embargo, Dirk
apenas podía escuchar estos sonidos, porque la sangre corría por su cabeza
tan rápido que sonaba como una versión acelerada del tubo de natación de
Felix.
—Entonces, ¿ninguno de ustedes me cree? —preguntó Dirk. Como
todo parecía enmudecido, habló en voz alta.
Miró a cada amigo por turno, empezando por Jenny. Ella frunció el ceño
y miró hacia otro lado. A su lado, Gordon se cruzó de brazos y sacudió la
cabeza. Dirk quería golpear a su amigo en la nariz. ¿El tipo que creía que el
creador de Freddy’s había inventado un ejército de androides se negaba a
creer la historia de Dirk? Sí, eso tenía mucho sentido.
Dirk miró a Wyatt. La sonrisa de Wyatt todavía estaba en su lugar, pero
parecía un poco marchita. Le dio a Dirk un encogimiento de hombros de
disculpa.
—Tal vez si pudieras recordar dónde estaba ese Freddy’s. Quiero decir,
a Fazbear Entertainment se le ocurrieron algunas cosas locas. Es posible
que una de sus pizzerías tuviera el foso que estás describiendo. ¿Realmente
no tienes idea de dónde estaba?
Dirk negó con la cabeza y sus hombros se hundieron. Luego los
enderezó.
—Pero esa es una de las razones por las que quería comenzar este club.
Si me ayudan, estoy seguro de que podemos rastrear todas las ubicaciones
de Freddy's y podremos encontrar a Félix.
Esperó a que sus amigos le dijeran qué gran idea era esa.
Nadie dijo nada durante un par de segundos. Entonces habló Leo.
—Eso suena como lanzarse contra molinos de viento o buscar la
Atlántida, amigo.
—Sí, es como esa búsqueda del tesoro que querías que hiciéramos el
año pasado —dijo Gordon—. Habría sido mucho trabajo para nada.
Dirk miró a sus otros amigos.
—¿Nadie quiere ayudarme a encontrar a Félix?
Jenny suspiró.
—Nadie quiere buscar algo que probablemente sólo existe en tu
imaginación.
—Tienes una gran imaginación —dijo Leo—. Puedo incluir a Félix y el
foso en mi última historia. Te daría créditos, obviamente.
Dirk no respondió, pero Leo continuó—: Tal vez podamos sentarnos
juntos y puedas decirme cómo imaginaste la cosa del foso.
—¡No imaginé nada! —bramó Dirk.
Eso fue todo. Estaba harto.
Dirk fue a ponerse de pie y se dio cuenta de que ya estaba de pie. Nunca
se había vuelto a sentar. Bien. Eso significaba que podía irse más rápido.
Dirk giró y se alejó de la mesa de juego.
—¡Amigo! —lo llamó Gordon—. ¿A dónde vas?
«Tal vez a encontrar a Félix».
—¡No lo sé! —Dirk se arrojó sobre su hombro.
No podía recordar la última vez que había estado tan indignado. Se sintió
total y completamente desestimado. ¡Odiaba ese sentimiento!
Dirk cruzó corriendo el sótano, agarró su abrigo del banco junto a la
puerta y alcanzó el pomo de la puerta.
—Pero escribí un nuevo personaje para el juego —gritó Leo—. Si te vas
no podemos usarlo.
Dirk ni siquiera se molestó en responder. Simplemente abrió la puerta,
la atravesó y la cerró de golpe detrás de él.

✰✰✰
Cuando Dirk volvió a su patético garaje-apartamento, no había un brillo
cálido en las ventanas. Nunca nadie lo esperaba en casa.
Dirk salió de su viejo y destartalado auto. La puerta del conductor
chirrió cuando la cerró.
Quería dar un portazo, pero cuando le daba un portazo a su
temperamental sedán compacto, tendía a atascarse. No estaba de humor
para regresar a su auto desde el lado del pasajero esta noche... porque
volvería a salir tan pronto como pudiera empacar una maleta.
Abriendo la puerta, Dirk entró a su lugar. Lo llamó apartamento, pero
eso hacía que el espacio pareciera más elegante de lo que era. Era sólo una
habitación cuadrada con un baño diminuto en la esquina trasera. Su
“cocina” era un fregadero, una nevera pequeña y un “mostrador” hecho
de una puerta sin terminar, colocada sobre caballetes. Un plato caliente
sobre un azulejo en un extremo de la superficie de la puerta era su "estufa".
Toda la casa de Dirk todavía olía a los huevos con tocino que había
preparado para el desayuno esa mañana. El reloj digital junto a su sofá cama
le dijo que sólo eran las 8:35 p. m. Los sábados por la noche por lo general
nunca estaba aquí a esta hora tan temprana. Siempre estaba en casa de
Gordon y Jenny.
Dirk no había tenido un hogar, un verdadero hogar, bueno... nunca.
Claro, su tía había tratado de darle un hogar, pero no estaba hecha para
criar a un niño. Ella siempre había sido distante y formal con él. En los
nueve años que había vivido con ella, siempre se había sentido como un
invitado; vivía con miedo de romper una de sus chucherías o de manchar
la tapicería.
¿Y antes de eso, cuando sus padres aún vivían? Él nunca había tenido un
hogar entonces.
Ninguno de los amigos de Dirk conocía su pasado y él quería que
siguiera siendo así. Era demasiado raro.
La mamá y el papá de Dirk habían organizado un acto de magia antes de
que naciera Dirk.
Se escaparon juntos de casa justo después de graduarse de la escuela
secundaria y se mantuvieron haciendo espectáculos de magia en todo el
país. Cuando tuvieron a Dirk, no estuvieron dispuestos a dejar que un bebé
los detuviera. Simplemente lo incluyeron en su acto, y fue entonces cuando
comenzaron a ganar mucho dinero. La gente acudía en masa de todas
partes para ver el "Increíble bebé que desaparece" y más tarde el "Increíble
niño que desaparece".
Todo iba bien hasta que un trabajador social se opuso a que Dirk, de
cinco años, fuera cortado por la mitad. Los Servicios de Protección Infantil
se involucraron y sus padres lo sacaron del acto. A partir de ese momento,
comenzaron a dejarlo con su tía o alguna niñera mientras hacían lo suyo.
Probablemente todavía estarían en la carretera si no fuera por un
neumático reventado. Su automóvil se había volcado por el costado de un
largo desnivel, y esta vez, los padres de Dirk fueron quienes
desaparecieron. Dirk nunca había perdonado a sus padres por volver a la
carretera sin él. Si no lo hubieran hecho, no habrían muerto y lo habrían
dejado solo. Nunca había superado su creencia de que su acto de magia
era más importante para ellos que su hijo.
Dirk sabía que dejaría que esta creencia dominara su vida. Era lo
suficientemente consciente de sí mismo como para darse cuenta de que su
pasado alimentaba su necesidad de tener la razón todo el tiempo. También
sabía que pasar sus años de formación en un acto de magia era responsable
de su obsesión por los acertijos, los misterios y lo inexplicable. Era como
si fuera un imán para lo extraño. Tal vez por eso había amado tanto a Félix.
Y ahora su necesidad de tener razón, su interés por los misterios y su amor
por Félix lo enviaban a otro viaje.
Dirk abrió el desvencijado armario de madera falsa que le servía de
armario.
Sacó una bolsa de lona y cruzó la moqueta verde interior y exterior que
cubría el duro suelo de hormigón del garaje. En un pequeño escritorio en
el lado opuesto de la habitación, dejó la bolsa de lona y abrió el cajón
superior. Sacó un libro de cuero tipo libro mayor. Puso eso en el fondo de
la bolsa de lona y empacó lo que necesitaría para un viaje de un par de
semanas.
Cuando terminó de empacar, sacó la caja de zapatos en la que guardaba
sus ahorros.
Un conteo rápido de su dinero arrojó un poco más de un par de miles
de dólares. Parecía mucho, pero los costos de la gasolina, la comida y la
habitación del motel podían aumentar rápidamente. Tendría que tener
cuidado.
Unos momentos después, comenzó a reunir otras cosas: su bolsa de
dormir, una chaqueta, un sombrero y guantes, una linterna y baterías, y su
teléfono. Una vez hecho esto, metió en una bolsa de supermercado
bocadillos como galletas saladas, papas fritas, nueces y frutos secos.
Miró su bolsa de lona empacada y la pila de suministros a su lado.
Miró alrededor de su lugar una vez más. Su mirada se posó en una foto
enmarcada de sus padres, sentada en su escritorio. Se acercó y la recogió.
Chasqueó los dedos y abrió el cofre que estaba debajo de su única
ventana. Yaciendo sobre una pila de juegos y juguetes viejos, un tiburón
gris azulado de peluche enmarañado y raído con una aleta dorsal fláccida
yacía de costado. Dirk lo recogió y lo guardó en su bolsa de lona.
Estaba listo. Encontraría el Freddy's que era el hogar de Félix el Tiburón.
Dirk dudaba en decírselo a sus amigos por temor a abrir las heridas de
su infancia, pero ya tenía algunas buenas conjeturas sobre dónde podría
estar Félix. Había estado utilizando una buena investigación a la antigua para
rastrear los viajes de sus padres durante meses, desde que comenzó a
soñar con Félix.
No estaba seguro de por qué comenzaron los sueños. ¿Fue porque se
estaba volviendo cada vez más consciente de lo atascado que estaba en su
vida, de que no iba a ninguna parte? ¿Eso le había hecho querer volver a
sus orígenes por alguna razón?
Lo que sea que haya causado los sueños, en un momento salieron de la
caja que contenía las pocas cosas que sus padres le habían dejado. Debajo
del ridículo sombrero de copa de su padre, un pequeño joyero lleno de
bisutería de su madre y un par de álbumes de fotos deformados y
amarillentas, había encontrado un libro de contabilidad que llevaba un
registro de sus actuaciones. Ese era el libro de cuero que ya había puesto
en su bolsa de lona. Estaba lleno de listas de lugares y fechas.
Estaba bastante seguro de que tenía cinco años cuando nadó con Felix,
pero podría haber sido uno o dos años más joven o tal vez un año mayor.
No más viejo que eso. Recordaba bastante bien los últimos dos años de su
tiempo con sus padres, y Félix no era uno de esos recuerdos. Entonces,
pensó que tenía una ventana de tres años para mirar, y en esos tres años,
sus padres habían actuado en diecisiete estados.
Encendió su antigua computadora y realizó una búsqueda en el registro
de Fazbear Entertainment del Better Business Bureau. Estos recursos le
dieron una lista de todos los lugares de Fazbear Entertainment (ubicaciones
de restaurantes y ubicaciones de fabricación y distribución), pero no
revelaban qué atracciones o animatrónicos había en esos lugares.
Dirk centró su atención en las publicaciones en foros en línea de ex
empleados de la empresa, para ver si alguno podía recordar qué franquicia
tenía un tiburón animatrónico, pero sólo encontró un puñado de
publicaciones, y ninguna de ellas mencionaba a Félix. «Gracias por nada».
Realmente sólo le quedaba una opción: volver sobre los pasos de sus
padres.
Afortunadamente, tenía una manera de hacerlo.
Todo esto se sintió como el peor rechazo en su vida. Él estaba diciendo
la verdad y sabía que recordaba correctamente lo que había sucedido. Le
enfurecía que no le creyeran.
Tenía que demostrar que tenía razón.

☆☆☆

Usando los registros de desempeño de su madre combinados con la


investigación que había realizado en Fazbear Entertainment, Dirk pudo
limitar su área de búsqueda a un puñado de ciudades. Era cuestión de
superponer las burbujas. Los pueblos que tenían una franquicia de Fazbear
estaban en una burbuja. Las fechas de actuación de su madre estaban en
otra. Afortunadamente, sólo siete ciudades estaban superpuestas.
Hoy marcaba el undécimo día que Dirk había estado en la carretera, y
se dirigía a su sexta ciudad.
Como sólo le quedaban dos ciudades por visitar se estaba poniendo un
poco nervioso por su teoría de las burbujas superpuestas. Sólo funcionaría
si tuviera listas completas. Si no tenía todas las ubicaciones de Freddy’s o
su madre había dejado una parada fuera de su lista, estaba jodido.
Su ánimo estaba un poco bajo.
Pero eso podría no haber tenido nada que ver con su búsqueda. Podría
haber tenido que ver con los lugares deprimentes que visitaba. Como la
ciudad a la que se estaba acercando ahora, por ejemplo.
Forkstop, que sorprendentemente no estaba en la lista de los peores
nombres de ciudades de la historia (Dirk lo había comprobado), fue una
vez una comunidad en auge construida alrededor de la fabricación y venta
de equipos agrícolas. Aunque se encontraba en el medio del país, rodeado
por millas interminables por nada más que tierras de cultivo y campos
vacíos, aparentemente solía tener un reclamo a la fama: había sido el lugar
de nacimiento de un forajido infame que había aterrorizado el Medio Oeste
a fines del siglo XIX. El tipo, Floyd Crawberry, no era Billy the Kid, pero
aparentemente había hecho algunas cosas atroces. Entonces, la ciudad
había tratado de crear una industria turística basada en él cuando disminuyó
la demanda de equipos agrícolas de Forkstop. Esto había funcionado hasta
cierto punto, pero los desarrolladores intentaron ir demasiado lejos,
demasiado rápido. Conduciendo a través, la mayoría de las atracciones de
Crawberry estaban tan desaparecidas como las plantas de fabricación.
Sin embargo, conocer la historia no lo había preparado para cuánta
desesperación irradiaba Forkstop. Empezó a sentirlo incluso antes de llegar
a los límites de la ciudad.
Forkstop no se parecía a los últimos pueblos por los que Dirk había
pasado. Esos habían estado rodeados de granjas en expansión que se
preparaban para el invierno que se acercaba rápidamente, sus colinas secas
y onduladas salpicadas de pequeñas casas ordenadas y graneros de varios
tamaños. Forkstop no tenía tierras de cultivo cerca de sus límites, sólo
edificios vacíos.
Dirk soltó obedientemente el acelerador al pasar junto a un edificio bajo
con el techo hundido y un cartel de REDUCIR VELOCIDAD ADELANTE junto a la
carretera. Era un fanático de los límites de velocidad. El costo de las multas
por exceso de velocidad no estaba en su presupuesto.
Cuando redujo la velocidad hasta el límite establecido en la siguiente
señal, notó que los edificios en ruinas tenían una especie de sensación de
falange. Tres hileras de edificios abandonados flanqueaban la carretera que
conducía al pueblo, como si estuvieran dispuestos en formación para
proteger al pueblo de los invasores. Al pasar junto a las desgastadas
estructuras cubiertas de grafitis, casi esperaba que un ejército de androides
empezara a salir de ellas. Podía imaginarse a los soldados robóticos
tambaleándose descendiendo sobre su pobre y pequeño sedán,
arrancándole las puertas y arrastrándolo a la acera.
Dirk se estremeció.
—Contrólate —se dijo a sí mismo—. Has estado escuchando
demasiadas de las estúpidas teorías de Gordon.
«Tal vez sea el clima», pensó. Hoy, además de dirigirse a un pueblo
moribundo, se sentía aplastado por un cielo gris que parecía tan bajo que
en realidad podía sentirlo presionando sobre él. O al menos, pensó que
podía.
Encima del pesado gris intrusivo de arriba, soplaba un fuerte viento.
Hojas, ramitas y basura volaban por la calzada a intervalos regulares.
El viento azotaba el pequeño coche de Dirk, y el silbido agudo de las
ráfagas se deslizaba por los sellos de las puertas, poniéndole a Dirk los
pelos de punta. No veía la hora de encontrar un motel y meterse en una
habitación agradable y tranquila, lejos de su coche y del clima melancólico.
En los dos últimos pueblos, había dormido en su coche, en las afueras del
pueblo, porque las tarifas de los moteles eran demasiado altas. Quería
dormir en una cama de verdad esta noche y necesitaba una ducha. Esperaba
que una ciudad deteriorada como esta tuviera algún lugar antiguo con
tarifas baratas.
Dirk llegó a los límites de la ciudad de Forkstop y pasó por un letrero
descolorido de BIENVENIDOS A FORKSTOP, POBLACIÓN 4251 y comenzó a mirar
alrededor. Por lo general, los moteles económicos están justo en las
afueras de estos pueblos antiguos.
Dirk pisó el freno y giró bruscamente a la derecha.
Escondido detrás de lo que parecía un almacén vacío, un letrero de neón
con una flecha parpadeante anunciaba otel cancy. Pensando que un hotel
con un letrero de neón roto no iba a cobrar mucho dinero, Dirk apuntó
su sedán hacia el letrero y vio que la flecha apuntaba a un pequeño motel
al borde de la carretera llamado CRAWBERRY CRADLE ROADSIDE
INN. Tenía tal vez una docena de unidades en un edificio que parecía estar
en extrema necesidad de renovación. Este era el tipo de lugar que
necesitaba.

☆☆☆
Media hora más tarde, Dirk, recién duchado y un poco menos
malhumorado, empujó la sucia puerta de vidrio del Crawberry Café.
—No es realmente un café —le había dicho la dueña de su motel. Era
tan vieja que parecía en peligro de tomar su último aliento en cualquier
momento—. Es un restaurante al estilo de los años cincuenta. El dueño
tiene delirios de grandeza, pero es donde se juntan todos los jóvenes como
tú. A esta hora del día, por lo general hay prisa, pero la comida vale la
espera.
—¡Gracias! —dijo Dirk.
—De nada, jovencito. —La mujer esquelética y arrugada se golpeó el
pecho cóncavo—. Me llamo Maude. Si necesitas algo, déjamelo saber.
—Gracias, Maude.
En los once días que había estado en su viaje por carretera, Dirk había
descubierto que los restaurantes locales eran su mejor fuente de
información sobre las ubicaciones del viejo Freddy's. En la primera ciudad,
primero probó en la oficina del secretario del condado, pero se quedó
atascado en la burocracia administrativa. Se topó con lo que necesitaba
saber cuándo, abatido, cruzó la calle para comprar una hamburguesa.
Ahora sabía que primero tenía que ir a las hamburgueserías.
El viento intentó empujar a Dirk a través del vestíbulo de Crawberry
Coffe antes de que la puerta se cerrara detrás de él. Se tropezó con un
letrero SIENTATE TÚ MISMO. El soporte de metal repiqueteó en su base contra
el suelo de linóleo verde lima, pero logró atraparlo antes de que cayera.
Escuchó una risita y se sonrojó, asumiendo que estaba dirigida a su torpeza.
No se volteó para comprobar. Simplemente se dirigió a un lugar libre en
el mostrador de color rojo brillante bordeado en cromo brillante.
Incluso sin mirar a su alrededor, Dirk tuvo una idea instantánea del lugar.
Los olores de la carne y las cebollas asadas, el ruido de los platos y el
parloteo de unas tres docenas de voces llenaron el interior del restaurante.
Un éxito pop de hace dos décadas sonaba en una reluciente máquina de
discos en cuclillas en el vestíbulo. Los comensales que podía ver en el
mostrador y los que estaban en las cabinas dentro de su visión periférica
parecían tener más o menos su edad.
Había taburetes acolchados, redondos y giratorios frente al mostrador,
y Dirk se sentó en uno vacío, girándose hacia adentro para recoger un
menú plastificado y pegajoso. Antes de que tuviera más de diez segundos
para mirarlo, una mujer corpulenta con un ajustado uniforme de servidor
verde lima le deslizó un vaso de agua helada por el mostrador.
—¿Qué quieres? —cantó con una voz alegre.
Dirk le sonrió y notó que su nombre era Wendy.
—Hola, Wendy.
Wendy le devolvió la sonrisa. Cuando sonreía, metía su papada hacia
adentro, convirtiéndola en una triple papada. Era bonita con su pintalabios
rojo brillante y sus ojos marrones caídos.
Dirk bajó la mirada y hojeó el menú rápidamente. Confirmó lo que había
supuesto que estaría allí.
—Hamburguesa doble con queso, mayonesa, sin ketchup ni mostaza,
papas fritas y cualquier refresco de cola que tengas.
—¡Lo tengo! —Wendy le dio un pulgar hacia arriba, mostrándole una
uña pintada de rojo. Dirk se sintió ridículamente complacido consigo
mismo, como si acabara de pedir algo perfecto.
Tan pronto como Wendy se volvió hacia la cocina, Dirk se estiró para
tomar servilletas del dispensador en la parte posterior del mostrador. Sacó
cuatro y las colocó cuidadosamente a la izquierda de su estrecho espacio.
—¿Te mudas aquí o eres un turista? —preguntó alguien con voz nasal.
Dirk miró a su derecha. En el taburete de al lado se sentó una mujer de
cabello encrespado, tal vez uno o dos años menor que él. Se colocó unas
gafas de montura redonda sobre su pequeña nariz en forma de bulbo.
—¿Cómo sabes que ya no vivo aquí? —preguntó. Dirk no pensaba que
todos conocerían a todos, incluso en una ciudad de este tamaño.
La mujer aplastó su cara.
—Intuición. Simplemente sé cosas.
Dirk levantó una ceja. «¿Es una especie de chiflada?» Interiormente, se
encogió de hombros. «¿A quién le importa?» Ella era local, y él necesitaba
hablar con un local.
—Bueno, tienes razón —le dijo—. Soy… bueno, no estoy seguro de
cómo me llamarías. No me mudaré aquí, y no soy un turista como
probablemente quieres decir.
—¿Qué crees que quiero decir? —preguntó la mujer.
—Oh, déjalo en paz, Agnes —intervino otra mujer. Esta se inclinó
alrededor de Agnes y miró a Dirk con sus enormes ojos azules. Tenía el
cabello castaño lacio y una cara alargada dominada por una sonrisa llena de
dientes—. Soy Alba. —Sacó una mano huesuda.
—Dirk —dijo, estrechándole la mano.
—Yo no doy la mano —dijo Agnes.
—Oh, lo siento.
—¿Entonces que estás haciendo aquí? —preguntó Agnes.
Wendy colocó una gaseosa cola frente a Dirk. Sus burbujas rociaron
sobre el borde del vaso. Una pajita de papel rojo también se balanceaba
sobre el borde.
—Bueno, en realidad, estoy como en una cacería. Estoy buscando una
pizzería de Freddy Fazbear.
—Oh, recuerdo esos lugares. La pizzería con los animatrónicos,
¿verdad? —dijo Alba.
Dirk giró su taburete para mirarla más directamente.
—Sí. ¿Había una aquí?
—Por supuesto. Solíamos ir allí cuando éramos niñas, ¿recuerdas,
Agnes?
Agnes tomó el batido que estaba frente a ella. Chupó ruidosamente a
través de la pajita.
—Sí. No me gustaba ese lugar. Era espeluznante.
Alba se río de su amiga.
—¿Recuerdas a Bonnie? Él era mi favorito.
—Pensaba que era un ella —dijo Agnes—. Bonnie no es nombre de
chico.
Alba suspiró.
—Bueno, Bonnie era un chico conejo.
Antes de que Agnes pudiera responder a eso, Wendy reapareció y puso
el plato de Dirk frente a él. Colocó platos similares frente a Agnes y Alba.
Puso un cheque debajo de cada plato.
—Gracias —dijo Dirk.
Durante los siguientes minutos, la única conversación se centró en pasar
sal, ketchup y servilletas adicionales. Dirk casi inhaló la mayor parte de su
hamburguesa en sólo unos pocos bocados. Era la mejor que había tenido
hasta ahora en este viaje. La carne estaba bien chamuscada, perfectamente
jugosa. El queso estaba extra fuerte y los pepinillos estaban picantes. Por
unos minutos, se olvidó de su búsqueda y simplemente comió, pero luego
recordó por qué estaba aquí. Se volvió hacia la mujer que estaba en el
mostrador junto a él.
—Entonces, ¿alguna de ustedes recuerda dónde estaba Freddy's?
—Ese lugar cerró hace una eternidad —respondió Alba—. Ni siquiera
recuerdo en qué parte de la ciudad estaba. ¿Quizás en el borde oeste? No.
Esa era la otra pizzería—. Se encogió de hombros.
Agnes frunció el ceño.
—Creo que Freddy’s estaba en el extremo norte de la ciudad.
¿Recuerdas, Alba? Tenías que pasar por esa taberna de moteros para llegar
a ella. Los motociclistas siempre me ponían nerviosa.
—Puede que tengas razón —dijo Alba—. Pero si estaba ahí, ya no está.
Agnes asintió.
—No creo que haya un edificio en esta ciudad que podría haber sido un
Freddy’s. He estado en un par de pizzerías de Freddy’s en otros lugares, y
tenían cierto aspecto. No puedo pensar en un edificio abandonado aquí
que se vea así. ¿Quizás lo derribaron?
A Dirk se le revolvió el estómago, pero pensó que antes de enfadarse,
determinaría si el Freddy’s de esta ciudad era el que estaba buscando.
Dirk se limpió la boca y tomó un gran trago de refresco de cola para
enjuagar la comida que acababa de comer.
—Tengo una pregunta sobre Freddy's.
Tanto Agnes como Alba lo miraron. Creyó ver a Alba guiñándole un
ojo. ¿Estaba coqueteándole? No lo sabía. Nunca habían coqueteado con él.
Se aclaró la garganta.
—¿Alguna de ustedes recuerda un animatrónico tiburón? Su no—
—Félix —susurró Agnes. Se abrazó a sí misma—. Estás hablando de
Félix.
—¡Sí! —gritó Dirk, triunfante.
Por un instante, el murmullo de la charla en el restaurante se redujo a
prácticamente nada. Dirk sintió que su rostro enrojecía.
—Lo siento —murmuró.
—¿Qué miras? —Agnes espetó a una mujer rubia que miraba desde una
cabina cercana.
La mujer puso los ojos en blanco y miró hacia otro lado.
—Lo siento —dijo Dirk a Agnes y Alba. Me emocione. Miren, he estado
buscando a Félix, quiero decir, los Freddy’s que tenían a Félix, y…
—¿Por qué? —jadeó Agnes—. ¿Por qué querrías encontrar a ese
monstruo? ¡Era horrible! —Miró a Alba—. ¿Lo recuerdas? ¿Esa cosa
aterradora en el tubo?
Alba dio un elaborado estremecimiento.
—Sí lo recuerdo ahora que lo mencionas. Guau. Había bloqueado eso.
Pero sí, me metí en ese tubo cuando era pequeña. ¿Tal vez tenía cinco o
seis años? Tuve pesadillas con eso durante semanas. —Se volvió hacia
Agnes—. Nadamos juntas ese día.
Agnes tomó un sorbo largo y ruidoso de su pajita. Luego golpeó a Dirk
en la parte superior del brazo.
—¡Muchas gracias, idiota!
Dirk se frotó el brazo y la miró fijamente. «¿Qué le pasa a esta loca?»
Agnes se frotó la nariz, que se había puesto roja, y metió la mano debajo
de las gafas para secarse los ojos.
—Nunca te lo dije —le dijo a Alba —pero mamá me llevó a un terapeuta
unas cuantas veces debido a ese horrible tiburón. No sólo estaba teniendo
pesadillas. Me ponía enferma cada vez que pensaba en él y la experiencia.
—Miró a Dirk—. Hace años que no pensaba en todo eso. Y tenías que
venir y mencionarlo.
Dirk no podía entender lo que estaba pasando. ¿Había más de un tiburón
en Freddy's? Félix no era horrible. Lo dijo en voz alta.
—Me gustaba Félix. No pensaba que daba miedo. Paecía un poco triste
en realidad, como si deseara poder estar en el restaurante con los demás
en lugar de estar solo. Le encantaba que los niños nadaran con él. Era
amable.
—Era un animatrónico, amigo —dijo Alba—. Él no deseaba nada. Y
nunca pensé que pareciera triste... o amigable. En realidad, tenía un aspecto
hambriento. —Ella le dio a Agnes una media sonrisa—. Entiendo
perfectamente por qué te asustó. Cuando esa cosa nadó hacia ti, fue
bastante aterrador.
Agnes apartó su plato con su hamburguesa a medio comer.
—Tuve pesadillas durante mucho tiempo. No sólo sobre Félix, sino
también sobre el tanque. Solía soñar con quedar atrapada en ese tanque
con él. Recuerdo dar vueltas y vueltas y vueltas, tratando de gritar, pero
no podía debido a la máscara. Luego me despertaba, ahogándome.
Dirk miró a Agnes con el ceño fruncido.
—¿Estás segura de que estamos hablando del mismo lugar? El Félix que
recuerdo estaba en un tubo cerrado que rodeaba todo el restaurante. Tal
vez había un Félix diferente en otro Freddy's.
—¿En una ciudad de este tamaño? ¿Dos Freddy’s? —dijo el Alba—. No.
Apenas tuvimos uno, y sí, Félix estaba en un tubo cerrado que recorría
todo el lugar. No estoy segura de por qué, pero creo que tu recuerdo de
ese tiburón está un poco sesgado. Si pensabas que era amistoso, te estás
imaginando cosas.
—¡No me estoy imaginando cosas! —gritó Dirk.
Una vez más, el restaurante quedó en silencio. Esta vez, alguien le
gritó—: ¡Tómate una pastilla, amigo!
Dirk apretó los puños y notó que tanto Agnes como Alba se estaban
apartando de él.
«Bien».
No podía creer lo que estaba pasando. Había estado tan eufórico
cuando Alba dijo que recordaba a Félix. ¡Lo había hecho! ¡Toda su
investigación y sus viajes lo habían llevado a donde necesitaba estar!
Pero ahora todo estaba mal. ¿Por qué no recordaban al Félix que él
recordaba?
Dirk se puso de pie y agarró su boleta.
—Creo que ambas están delirando. Félix no era un monstruo y voy a
encontrarlo.
Dirk se alejó de la mesa, ignorando las miradas que le lanzaban. Se
apresuró a la caja registradora y apenas levantó la vista cuando Wendy se
acercó para tomar su dinero.
—No pude evitar escuchar. —Wendy mantuvo su mano sobre la de él
cuando le entregó un billete de veinte.
Dirk levantó la cabeza y la miró a los ojos.
—Sobre Freddy's. Sé algo que podría ayudarte.
De cerca, Wendy desprendía un extraño olor a grasa y lavanda. Dirk
notó que se le había corrido el lápiz labial.
Retiró la mano y comenzó a dar cambio.
—Freddy’s estuvo condenado después de que un niño casi se ahogara
en ese tubo del que estabas hablando.
Recuerdo haber leído sobre eso en el periódico. Mi esposo era
contratista y trabajó en el edificio después del cierre de Freddy's. Afirmó
que el dueño de Freddy’s había hecho un trato secreto con un urbanizador.
Vendió el terreno con la condición de que el proyecto del desarrollador
se construyera para mantener intacto el de Freddy’s. Todavía debe estar
allí.
—¿De verdad? ¿Dónde? —Las palabras salieron en un chillido agudo.
Dirk estaba tan emocionado que prácticamente saltaba.
Wendy le sonrió.
—El lugar te importa mucho, ¿eh?
Dirk se sonrojó.
—Bueno, es uno de mis mejores recuerdos de la infancia.
Wendy asintió, luego se inclinó sobre el mostrador y bajó la voz.
—Bueno, lo siento… Recuerdo que estaba en el lado oeste, como
dijeron las chicas, pero no sé qué se construyó a su alrededor. La ciudad
no necesitaba la mala prensa, así que todo fue secreto. Forkstop se estaba
volviendo un lugar alocado en ese entonces. Teníamos todo tipo de cosas
en marcha... el gran centro comercial al otro lado de la ciudad, el centro
turístico, el teatro, un montón de restaurantes, el parque acuático. Todo
está cerrado ahora.
—Su esposo no…
—¿Sabe algo? —Wendy terminó por Dirk. Ella sacudió su cabeza—. No.
Lo siento. Falleció hace unos meses.
—Oh, lo siento mucho.
—Gracias. —Los ojos de Wendy se nublaron un poco, pero continuó
hablando—. Ojalá pudiera contarte más. Félix se convirtió en una especie
de leyenda local por aquí después de que Freddy’s cerró. Cuando el antiguo
propietario murió, hubo toneladas de rumores circulando, ya no había
forma de saber qué era verdad.
—Rumores… ¿cómo cuáles?
—Oh, cosas locas. Como que el propietario había mantenido a Félix en
funcionamiento, incluso después de que Freddy's cerrara. Que tenía algún
proyecto secreto relacionado con ese tiburón. Los niños solían ir a
buscarlo, diciendo que el dueño tenía una forma de volver a hurtadillas a
Freddy's para ver a Félix.
Dirk abrió la boca para hacer una pregunta, pero un hombre gritó—:
¡Wendy! ¡Las ordenes!
Le dio a Dirk una mirada de disculpa.
—Eso es todo lo que sé. Lo siento. —Le entregó su cambio. Él le
devolvió la mitad y luego dejó el restaurante aturdido.

☆☆☆
A la mañana siguiente, Dirk regresó a la diminuta oficina cubierta con
papel tapiz de rosas del Crawberry Cradle Roadside Inn.
—¿Te gusta el papel tapiz? —preguntó Maude cuando notó que él lo
miraba.
El cabello gris de Maude había estado recogido en un moño el día
anterior, pero hoy estaba en una larga trenza que colgaba por la parte de
atrás de su camisa de franela a cuadros verdes.
—No —dijo Dirk, todavía confuso—. Lo siento, quise decir─
Maude se rio.
—Eres un joven gracioso. El mismo papel pintado estaba en el salón de
la madre de Floyd Crawberry. Lo mandé hacer especialmente.
—Bueno… es realmente, um, rojo —dijo Dirk.
Maude soltó otra carcajada.
—Lo es.
—Um, necesito quedarme otra noche —Dirk echó un vistazo a su reloj.
Quería pagar rápidamente y luego ponerse en camino. Planeaba
conducir las cuarenta y cinco millas hasta la sede del condado y visitar la
oficina del secretario. A no ser que…
—Por casualidad no sabes dónde estaba el viejo Freddy Fazbear’s Pizza,
¿verdad? La que tenía animatrónicos.
Maude tomó su dinero y se detuvo antes de abrir la caja registradora.
Dirk había pasado la noche anterior hablando con la gente de la ciudad,
tratando de averiguar qué se había construido sobre Freddy’s. Había
obtenido alrededor de dos docenas de ubicaciones potenciales diferentes
de este poco de investigación.
—Acompáñame a tomar un té de menta, jovencito —dijo Maude—. Y
lo pensaré.
Dirk gimió para sus adentros, pero estuvo de acuerdo. Si Maude se
acordaba, al menos le ahorraría el costo de la gasolina del viaje a la oficina
del secretario del condado.
Maude lo instaló en una mesa de roble desvencijada en una pequeña
cocina detrás de la oficina del hotel. Puso una taza y un plato de aspecto
frágil frente a él, que estaba aterrorizado de romper, y luego colocó otro
plato frente a él. Este sostenía un panecillo grande de arándanos. De
acuerdo, tal vez el té no era tan mala idea después de todo.
El muffin estuvo bueno y Maude era entretenida.
—Solía haber un tipo diferente de posada justo donde estamos ahora,
del tipo de restaurante. —Maude le entregó un segundo panecillo—. La
mujer que lo dirigía era la mejor cocinera del estado. Según cuenta la
historia, un tipo que había planeado ir más al oeste para establecer una
granja probó su filete de pollo frito y le dijo a su esposa—: El tenedor se
detiene aquí. —Compró un montón de tierra, comenzó una hacienda, y
fundó una ciudad.
—¿Lo estás inventando? —preguntó Dirk.
Maude lo atacó con su risa.
—¡Es la pura verdad de Dios, joven!
Dirk decidió empujarla de regreso a Freddy’s. Durante la siguiente
media hora, él y Maude repasaron las veinticuatro posibles ubicaciones de
Freddy’s de su lista. Se las arregló para reducir la lista a nueve. No sabía
dónde había estado Freddy's, pero sabía con seguridad dónde no había
estado.
Esto significaba que Dirk todavía tenía que ir a la sede del condado, lo
cual hizo. Pasó varias horas en la oficina del secretario, necesitaban a
alguien que viniera y reorganizara sus registros, pero al menos el tiempo
que estuvo allí valió la pena. Triunfante, Dirk salió de la sede del condado
con una dirección para el difunto Freddy's y para lo que ahora estaba en
ese lugar: el parque acuático que Wendy había mencionado.
Dirk había leído sobre el parque acuático la noche anterior. Fue la
mayor empresa con temática de Crawberry que surgió cuando la ciudad
decidió utilizar a su villano como atracción turística. Y también fue la más
exitosa… por muy poco tiempo. Ahora bien, el parque acuático Crawberry
Flows era, según un enfadado escritor de una carta al editor, una
"monstruosidad seca".
A pesar de que se estaba haciendo tarde cuando Dirk regresó a
Forkstop, usó un mapa que había comprado en una vieja estación de
servicio para guiar su camino a la atracción. Animado por la anticipación,
Dirk prácticamente bailaba en su asiento mientras pasaba por delante de
tiendas tapiadas, almacenes cerrados con candados y lotes baldíos. El
paisaje no era nada para emocionarse, pero Dirk estaba en lo alto. Estaba
a punto de encontrarlo. Iba a traer pruebas para ponerlas en las caras
compasivas y condescendientes de sus amigos.
Dirk detuvo su auto en un bordillo agrietado y frunció el ceño ante la
extensión de toboganes de concreto y tubos de plástico que serpenteaban
alrededor de la propiedad. Un par de docenas de pequeños edificios se
alzaban sobre una alta valla de tela metálica. Si alguna vez un lugar parecía
un lugar frecuentado por asesinos en serie, o donde los zombis se
mezclaban en masa, o donde comenzaba el estúpido apocalipsis androide
de Gordon... era el parque acuático Crawberry Flows.
Su entrada estaba protegida por un enorme arco de piedra, diseñado
para parecerse a dos lápidas conectadas por una pala, un azadón y un
tridente esculpidos, aparentemente tres de las armas asesinas preferidas
de Floyd. Para todas las chicas en el restaurante que criticaron a Félix por
dar miedo, este parque acuático no se parecía a nada a algo que un niño
quisiera visitar. Sin embargo, por lo que Dirk había leído, el lugar había sido
bastante popular entre los niños. Tal vez las lápidas y las armas homicidas
parecían menos amenazantes en su apogeo, bajo los veranos de cielo azul
brillante... antes de que se cubrieran con moho verde, moho negro y varios
colores de grafitis.
El mismo moho, hongos y graffiti parecían cubrir todos los edificios del
parque, así como los tubos y toboganes que serpenteaban ociosamente
por el parque.
Cubiertos de arbustos ralos, todas las extensiones y artilugios que solían
contener agua ahora sólo contenían tierra, hojas secas y basura.
El parque despedía un olor a descomposición que era tan empalagoso
que a Dirk se le crispó la nariz. No muy lejos de la entrada, algo metálico
emitió un rítmico chirrido y golpeteo, tal vez un letrero oxidado que se
balanceaba con la brisa.
Debajo de ese sonido, Dirk pudo escuchar un chirrido rascando. Se
imaginó ratas corriendo por los toboganes vacíos.
Dirk realmente no quería entrar al parque acuático abandonado.
Realmente no quería. Y ni siquiera estaba seguro de poder entrar. La cerca
de tela metálica estaba rematada con alambre de púas.
Pero había llegado tan lejos. Si lo que Wendy le había dicho era cierto,
Freddy's estaba escondido en algún lugar de este parque acuático. Y Félix
todavía estaba allí. Tenía que intentar encontrarlo.
Suspirando, Dirk abrió la puerta de su auto y miró a su alrededor para
ver si alguien lo estaba mirando. No vio a nadie, así que cerró la puerta de
su auto y caminó hacia la entrada del parque acuático. El cabello en la parte
posterior de su cuello se erizó mientras lo hacía. Unas pocas gotas de lluvia
mancharon la acera cubierta de polvo frente a él. Una le golpeó la nariz.
Miró hacia el cielo gris, casi idéntico al que se cernía sobre la ciudad el
día anterior. Casi idéntico. Este era un poco más oscuro, un poco más
amenazador.
Dirk aceleró el paso.
A partir de su investigación había aprendido que el parque acuático se
encontraba en quince hectáreas. La tierra era más o menos de forma
cuadrada. Eso significaba que cada lado de su perímetro tenía un poco más
de 250 yardas de largo, aproximadamente la longitud de dos campos y
medio de fútbol.
Dirk volvió a mirar al cielo. No sólo las nubes amenazaban, sino que la
poca luz del sol que brillaba a través de ellas se estaba hundiendo
claramente hacia el horizonte. Llegaba la tarde. No le gustaba la idea de
explorar el lugar después del anochecer.
Dirk salió corriendo y comenzó a rodear el exterior del parque,
corriendo junto a la cerca de tela metálica. Mientras corría, dividió su
mirada entre sus pies, sin querer tropezar con nada, y la cerca. Estaba
buscando un camino a través o debajo de él. Supuso que tenía que haber
alguna forma de entrar. ¿De qué otra forma aparecieron todos esos grafitis
en los tubos, toboganes y edificios?
Y sus sospechas resultaron ser ciertas: encontró el camino a lo largo de
la cerca trasera. La escorrentía de agua había creado una depresión en la
tierra debajo de una sección, y había un canal lo suficientemente profundo
como para que alguien del tamaño de Dirk se deslizara. Cuando lo vio, no
dudó. Inmediatamente se dejó caer boca abajo y se arrastró debajo de la
cerca.
Tan pronto como se puso de pie dentro del parque, retumbó un trueno.
El aire ahora olía a ozono, y las pocas gotas que había sentido comenzaron
a convertirse en una lluvia constante.
«Excelente».
Dirk había venido preparado, más o menos, para esta excursión. Su
preparación consistió en su linterna y un viejo mapa del parque acuático
que había encontrado junto con el mapa de la ciudad. Dirk escudriñó su
entorno para encontrar un lugar donde refugiarse mientras decidía por
dónde empezar.
Vio un área de picnic cubierta y corrió hacia ella, agachándose bajo su
techo desmoronado. La lluvia golpeaba justo fuera del saliente cuando
agarró su linterna y el mapa.
El parque acuático Crawberry Flows tenía tres toboganes de tubo
cerrados y retorcidos, un tobogán abierto alto y recto, dos canales
serpenteantes que habían sido ríos con varios niveles de "rápidos", un par
de piscinas: la más pequeña era Floyd's Pond y la más grande era Floyd's
Swimming Hole, y la otra era “playa”, una piscina de olas grandes pintada
para parecerse al océano y la arena. También tenía múltiples áreas para
comer y reunirse, algunas cubiertas, otras no. La que Dirk estaba usando
para protegerse de la lluvia se llamaba Floyd's Fury.
Obviamente, Freddy's no estaba oculto por ninguna de las fuentes de
agua o las áreas para comer. Tampoco estaba en los edificios parecidos a
chozas que habían albergado tiendas de bocadillos, pequeñas tiendas de
regalos y baños. No podía haber estado en la sala de bombas, que tenía el
tamaño de un garaje para un solo automóvil, y no podía haber estado en
ninguno de los dos edificios de mantenimiento, que tenían
aproximadamente el tamaño de un garaje para tres automóviles. Freddy's
habría sido demasiado grande para ser camuflado por estos componentes
más pequeños del parque. Pero cuatro de los edificios del parque eran
posibles candidatos. Estos incluían un edificio de servicios para huéspedes,
un edificio grande que albergaba el grupo de toboganes interiores del
parque y dos restaurantes: una parrilla y una cafetería.
Dirk pensó que esta selección relativamente pequeña de posibilidades
hacía factible su búsqueda. Y así, con el mapa en la mano, se subió la
chaqueta por la cabeza para protegerse al menos de la lluvia y salió a
explorar con la suposición de que tendría éxito en un período de tiempo
relativamente corto.

☆☆☆
La suposición de Dirk fue incorrecta, horriblemente incorrecta. Tres
horas después de haber entrado al parque, regresó a su habitación,
derrotado y abatido... y con frío.
Sin saber qué más hacer, tomó una ducha larga y caliente. En la ducha,
evaluó su situación, que en ese momento era desoladora.
Dirk había registrado cada centímetro del parque acuático. Al principio,
estaba lleno de energía y se emocionó cuando pudo entrar fácilmente en
el primer edificio que podría haber escondido Freddy's: el edificio de
servicios para huéspedes.
Su ánimo se había hundido un poco cuando no encontró a Freddy’s en
ese edificio, pero todavía tenía esperanzas. Se mantuvo esperanzado
cuando logró entrar a ambos restaurantes. Cuando resultaron ser causas
perdidas, se fue, un poco menos esperanzado, al edificio que tenía los
toboganes interiores. Ese edificio era más difícil de entrar. De hecho, había
tenido que romper vidrios para entrar, algo por lo que se sentía mal, pero
había llegado demasiado lejos para no hacerlo.
Sin embargo, su única mala acción había sido en vano. Tan pronto como
estuvo en el edificio, quedó claro que no tenía a Freddy’s. Aparte de las
sombras perturbadoras y los sonidos de goteo y golpeteo que hicieron que
todos los vellos del cuerpo de Dirk se erizaran, el edificio no contenía nada
más que una maraña de tubos de plástico con forma de serpiente. El
exterior turbio de los toboganes empujó la imaginación hiperactiva de Dirk
demasiado lejos... se le ocurrieron docenas de ideas sobre lo que podría
haber estado escondido en esos tubos. Desafortunadamente, Freddy's no
fue una de esas ideas.
Perdiendo la esperanza, Dirk había regresado a la hondonada bajo la
cerca. Para entonces, estaba completamente empapado, pero aun así
alumbró su luz de esta manera y en caso de que se hubiera perdido algo.
Lo único que había notado en su viaje de regreso fueron las cerraduras de
seguridad en todos los edificios pequeños.
Por alguna razón, todos eran más seguros que los grandes edificios en
los que se había metido. Pero no importaba. Lo que él quería no estaba en
esos edificios de todos modos.
Después de su ducha, Dirk se metió en la cama. Se durmió en segundos,
pero su sueño era inquieto. Toda la noche estuvo en un sueño en el que
Félix lo miraba a través de una pared de vidrio y le rogaba a Dirk que lo
encontrara y le hiciera compañía.
Cuando se había levantado para orinar durante la noche, su visión
interior absorbida por la mirada anhelante de Félix, Dirk se dio cuenta de
que tenía una vía más que seguir.
Cuando estuvo en la oficina del secretario, obtuvo el nombre de la
persona que era dueña de Freddy’s en Forkstop. Sí, el dueño estaba
muerto, pero tal vez los herederos del dueño sabrían si Freddy's estaba en
algún lugar dentro del parque acuático y, si lo sabían, tal vez tendrían una
forma de acceder al edificio. O tal vez podrían indicarle a Dirk a alguien
que pudiera hacerlo.
Una persona razonable probablemente habría llegado a la conclusión de
que Félix y su tubo de natación eran una causa perdida, pero
afortunadamente Dirk no era razonable. Y no estaba listo para detener su
búsqueda.
Cuando Dirk se levantó por la mañana, regresó a la oficina de Maude y
le dijo que necesitaba quedarse otra noche.
—¡Claro, joven! —Maude se volvió hacia su computadora y comenzó a
teclear lentamente en el teclado.
Mirando sus manos huesudas y manchadas por la edad, a Dirk se le
ocurrió que Maude era la que más conocimiento tenía sobre la ciudad. Ella
podría ayudarlo a localizar a los herederos que buscaba.
—¿Conoce a Aaron Sanders? —preguntó Dirk.
Maude hizo un pequeño sonido de tsk cuando presionó la tecla
equivocada en su teclado.
Dirk hizo una mueca.
—Lo siento.
Maude negó con la cabeza.
—No importa. Puedo arreglarlo. —Se volvió y ladeó la cabeza—.
¿Aaron Sanders, dices? Es un nombre en el que no había pensado en años.
—Se dejó caer en el taburete detrás del mostrador.
—¿Lo conocía? —Dirk escuchó el chillido emocionado en su voz, pero
no le importó.
—Efectivamente. Lo conocí cuando éramos niños. Era un chico un poco
extraño, siempre hacía bromas, inventaba historias y hacía rompecabezas
o laberintos. Una vez pasó todo el verano cavando trincheras profundas
en la propiedad de sus padres, creando laberintos. Maude negó con la
cabeza.
—No conocí a Aaron como adulto. Nadie lo hizo realmente, después
de la tragedia.
—¿Qué tragedia?
Maude suspiró.
—Fue tan triste. —Ella respiró hondo y exhaló.
Su aliento olía a enjuague bucal.
—Todo comenzó tan bien para Aaron... eso es lo que lo hace tan triste.
Lo prometedor que era su futuro, ¿sabes?
Dirk no respondió porque no sabía. Él solo esperó.
—Aaron se casó con una encantadora chica nada más salir de la escuela
secundaria. Luego empezó a tomar el mundo por la cola. Estudió
administración de restaurantes. Tenía su propio lugar de bocadillos en un
agujero en la pared cuando tenía veinte años. También tenía un hijo para
entonces, también, un pequeño y dulce bebé. Lonnie.
Maude dejó de hablar y miró más allá del hombro de Dirk.
Dirk esperó un poco más.
Maude parpadeó y se sacudió.
—Justo en el momento en que Aaron buscaba obtener la franquicia de
Freddy’s, llevó a su esposa e hijos a la costa para unas vacaciones… para
entonces también tenía una hija. Ahora, sólo conozco esta historia por
artículos de periódicos y chismes de la ciudad, así que tómalo con pinzas.
Pero si la historia es cierta, Lonnie estaba persiguiendo una mariposa cerca
del borde de las olas, y antes de que Aaron o su esposa pudieran detenerlo,
Lonnie persiguió a la mariposa hasta el agua. Quedó atrapado en las olas y
se ahogó.
—Eso es terrible —dijo Dirk.
Maude asintió.
—Efectivamente, lo es. Pero luego se volvió extraño. Según Aaron, el
cuerpo de Lonnie habría sido arrastrado al mar, y posiblemente nunca se
encontraría, pero un tiburón nadó cerca de la orilla y arrastró el cuerpo
hasta aguas poco profundas, donde Aaron pudo recuperarlo.
Los ojos de Dirk se agrandaron.
—Guau.
—Sí, la mayoría de la gente no cree esa parte de la historia, pero yo
tiendo a hacerlo. Seguro que explicaría sus travesuras con la pizzería.
—¿Qué quieres decir?
—Oh, la controversia sobre él queriendo tener un tiburón
animatrónico en Freddy's.
Dirk se inclinó hacia delante.
—¡Félix!
Maude lo miró alzando una ceja.
—Así es. Félix, el tiburón. Las otras pizzerías de Freddy’s no tenían un
tiburón, por lo que la gente decía que Felix haría que el Freddy's de Aaron
no fuera auténtico. No le importaba. Regresó de esas vacaciones como una
persona totalmente diferente. Su esposa también. Lo cual era
comprensible, por supuesto. Simplemente se cerró, se retiró del mundo.
Sin embargo, Aaron presionó aún más en sus negocios. Pero estaba
obsesionado. Obsesionado con los tiburones y las mariposas. —Ella
sacudió su cabeza—. Era un tipo extraño. Pero claro, tenía buenas razones
para serlo.
Dirk asintió.
Maude se frotó los ojos y volvió a centrar su atención en el teclado de
la computadora.
Dirk se aclaró la garganta.
—¿Sabes quién heredó su patrimonio? ¿Su esposa sigue viva?
Maude levantó la cabeza y la sacudió.
—No, murió poco después que Lonnie. Sólo queda Luisa, la hija de
Aaron. Maude se ajustó las peinetas pasadas de moda que sujetaban su
cabello gris hoy.
—¿Sabes dónde está ella?
—Bueno, esa es una historia aún más triste.
Dirk suspiró. «¿Ahora qué?»
—¿Qué le ocurrió? —preguntó.
—¡Oh, pobre Luisa! Ella está bajo la tutela del estado ahora... pasa sus
días encerrada en su mente. Se ha ido completamente de este mundo.
—¿Completamente? ¿No recuerda lo que le pasó a Freddy's?
Maude negó con la cabeza.
—Los últimos pensamientos lúcidos de Luisa se dirigieron a ese libro
que escribió.
—¿Qué libro?
Maude miró hacia el techo.
—¿Cuál era el título? Fue una especie de éxito de culto hace unos años.
Luisa lo escribió justo después de la muerte de su padre, se lo dedicó. La
gente dice que en realidad lo escribió porque él se lo pidió. Y por alguna
razón que nadie puede explicar, justo después de eso, simplemente se
desvaneció. Algunos dicen que era sólo cuestión de tiempo. Ella era sólo
una bebé cuando Lonnie murió, pero tener padres privados puede dejar
cicatrices en un niño. —Maude golpeó el mostrador con un dedo
nudoso—. Nunca puedo recordar el nombre de ese libro. Pero tengo una
copia. La mayoría de la gente en Forkstop lo tiene.
Con las articulaciones crujiendo audiblemente, Maude se levantó del
taburete y desapareció en su dominio privado. Dirk podía oírla moverse y
murmurar—: Veamos. A ver… Sí. Aquí está.
Maude volvió con un libro de bolsillo comercial. Lo dejó sobre el
mostrador para que Dirk pudiera ver la imagen de portada de un cruce de
aspecto prehistórico entre un tiburón y un cocodrilo.
Dirk jadeó, agarrando el libro de bolsillo.
—¡Ese es el Dogmático Obstinado! ¡Me encanta este libro! —Lo miró
asombrado. ¡No podía creerlo! Miró a Maude, que sonreía ante su
entusiasmo.
—Hice un juego basado en este libro: Cavernas y cocodrilos. ¿La hija de
Aaron Sanders lo escribió? Pero dice Luisa Jewel. Dirk tocó el nombre del
autor.
—Jewel es su segundo nombre —dijo Maude.
Dirk volvió a mirar la portada del libro y luego miró a Maude.
—¡Tengo que hablar con ella!
Maude lo estudió durante un minuto y luego asintió.
—Haré una llamada, veré si podemos hacerte entrar con una pequeña
mentira. Puede que te dejen entrar para verla, pero no esperes mucho.

☆☆☆
Dirk no era muy bueno controlando sus expectativas, por lo que ni
siquiera se molestó en intentarlo antes de ingresar al Hospital Mattson
State. Incluso dejando de lado lo cerca que estaba de desentrañar el
misterio de Félix, estaba a punto de conocer a uno de sus autores favoritos.
Desde que descubrió que Luisa escribió El Dogmático Obstinado, Dirk
había estado revisando lo que recordaba sobre el libro. Maude le había
prestado su copia del libro, pero él aún no lo había abierto. No necesitaba
hacerlo. Conocía bien el libro.
La novela había aparecido cuando Dirk cumplió quince años, e
inmediatamente obtuvo un gran número de seguidores, la mayoría de los
cuales consistían en personas como Dirk, personas que no encajaban, que
querían ver capas cuando otros querían aceptar las cosas cara a cara. La
novela era la historia de un hombre cuya determinación de tener razón
resultó ser su perdición... posiblemente, de todos modos. El final fue
oscuro y la gente debatió si el hombre vivía o moría al final. Dirk y Leo
habían discutido esto hasta la saciedad. Leo estaba seguro de que el hombre
había muerto. Dirk creía que había sobrevivido.
Todo el libro era oscuro, en realidad. La esencia de la historia era un
hombre en una búsqueda para encontrar el híbrido prehistórico de
tiburón-cocodrilo representado en la portada del libro. El hombre fue
guiado en su búsqueda por una "voz de la intuición" que escuchaba en su
cabeza. La búsqueda del hombre por la criatura fue complicada en general,
pero ciertas líneas en el libro fueron más allá de lo complicado.
Simplemente no tenían sentido. Tampoco el dibujo en el medio del libro,
un bosquejo ornamentado y con volantes de lo que parecían mariposas y
flores. El dibujo nunca fue mencionado en el libro, y no podía estar
relacionado con nada de la historia.
¿Eran las líneas extrañas y el dibujo algún tipo de código? ¿Con qué
propósito?
Sin embargo, ahora que había estado en ese parque acuático, Dirk pensó
que sabía para qué servían. Empezaba a tener sentido... sí tenía razón.
Dentro del Hospital, Dirk siguió a una cuidadora pelirroja por un largo
pasillo beige. Parecía tener la edad de Dirk, pero era más alta y muy seria.
Después de que la cuidadora dio vuelta a la izquierda, se detuvo frente
a la segunda puerta de ese pasillo.
—Ella está ahí —dijo la chica, señalando—. Qué amable de tu parte
visitar a tu prima. La gente no viene con la suficiente frecuencia. —Luego
dio media vuelta y caminó de regreso por el pasillo, sus zapatos con suela
de crepé emitían extraños sonidos esponjosos a medida que avanzaba.
Dirk se sonrojó ante la mentira. «Así que rompí una ventana y dije una
mentira piadosa», se dijo a sí mismo. «La gente ha hecho cosas peores por
menos».
Dirk entró en una pequeña habitación amarillenta que contenía una
cama de hospital, dos sillas para visitas, un sillón reclinable, una cómoda,
una mesita de noche y un televisor en un estante en la pared. La luz de la
habitación era tenue y el espacio olía a miel, vinagre y lejía, una combinación
extraña. Miró al ocupante de la cama.
Luisa Jewel Sanders no parecía tan vacía como Maude había dicho que
estaba.
De hecho, parecía alerta. Su mirada estaba enfocada directamente en
Dirk.
Luisa, una mujer rubia menuda de aspecto frágil, parecía tener unos
cuarenta años tal vez. Tenía rasgos pequeños, ojos azul claro, labios finos
y piel casi translúcida. Dirk le preguntó a Maude qué le pasaba a Louisa y
ella se encogió de hombros.
—Algún tipo de trauma pasado es la historia. Está perfectamente sana,
pero no puede hablar ni funcionar por sí misma. Simplemente se sienta o
se acuesta en su cama y mira.
—Hola, Luisa —dijo Dirk, deslizándose en la habitación y caminando
suavemente hacia una silla de visitas. Dudó, luego se sentó, a unos metros
de la cama de Louisa.
Louisa no dijo nada, pero sus ojos se movieron para quedarse en él.
Louisa vestía un sencillo vestido de blusa verde musgo y calcetines
blancos. El cuello del vestido estaba redondeado y pudo ver que llevaba un
collar con un colgante de mariposa.
Lo señaló.
—Ese es un colgante genial, una mariposa cebra de alas largas. Me gustan
esas.
Luisa podría haber estado en silencio, pero no estaba fuera de eso.
Cuando Dirk terminó de hablar, ella tocó las anchas alas de la mariposa
con rayas negras y amarillo pálido.
Dirk sintió que un escalofrío de exaltación le recorría el cuerpo. Luisa
le sonrió.
—Siempre me han gustado las mariposas.
Luisa no se movió.
Dirk no estaba seguro de cómo empezar, así que saltó.
—Tengo muchos buenos recuerdos de mi tiempo en el restaurante de
tu papá, Freddy’s. No estuvimos mucho tiempo en la ciudad, pero fui a
Freddy’s todos los días mientras estuvimos aquí. Me gustó visitar a Félix.
¿Lo…? —Él se detuvo. Iba a preguntarle si recordaba a Félix, pero no
quería que se enfadara. Todos los demás en Forkstop parecían odiar a Félix.
Había hablado con algunas personas más desde que estuvo con Agnes y
Alba en el restaurante, y todos tenían recuerdos similares a los de las dos
mujeres.
—Quiero encontrar a Félix —dijo Dirk en voz baja—. Esperaba que
pudieras decirme si el Freddy's que tenía tu papá todavía está... um... por
aquí.
Dirk notó que una vena en el cuello de Luisa comenzaba a latir
rápidamente. Dejó de hablar y se apresuró a cambiar de tema, sacando su
novela del bolsillo de su chaqueta.
—Me encanta tu libro —le dijo.
Luisa miró el libro y luego volvió a mirar a Dirk.
Dirk esperó, sin saber qué decir a continuación.
Antes de que pudiera decidir, Louisa se movió y Dirk saltó en su asiento.
Louisa inclinó levemente la cabeza y se estiró para desabrochar la
cadena alrededor de su cuello. Quitando la mariposa de la cadena, le tendió
la mano a Dirk.
—No, no puedo aceptar esto —protestó.
Ella sostuvo su mirada. Se encogió de hombros, se inclinó hacia adelante
y extendió la mano. Dejó caer el colgante en su palma.
—¿Para qué es esto? —preguntó Dirk.
Luisa apartó la mirada del libro que Dirk le sostenía y volvió a mirar el
libro. Dirk siguió su mirada y sonrió. Pensó que sabía lo que ella estaba
tratando de decirle. Quizás. Abrió la boca para hacer una pregunta, pero
Luisa cerró los ojos. Ella había terminado con él.
Dirk la observó durante unos segundos y luego asintió. Había
conseguido lo que necesitaba. Él estaba seguro de ello.
—Gracias, Luisa —dijo Dirk.
Se levantó, se metió el colgante en el bolsillo, salió de la habitación, se
dirigió a su coche y condujo de regreso a su motel. En su habitación,
sentado en su cama tamaño queen hundido y mirando a su lujoso Félix, que
"nadaba" en la mesita de noche de roble lleno de cicatrices, llamó a Leo.
—¡Amigo! —dijo Leo cuando contestó el teléfono. Todo el mundo ha
estado hablando de ti.
—Lo dudo —dijo Dirk.
—Bueno, nosotros lo hacemos.
Dirk sabía que "nosotros" eran sus amigos.
—Jenny dice que es culpa nuestra que te hayas ido. Gordon dice que
estás demasiado decidido para tu propio bien. Wyatt quiere ir a buscarte.
Incluso comenzó a investigar las ubicaciones de Freddy’s.
—Dile que se detenga. Lo encontré. O al menos creo que lo hice.
—¿De verdad? ¿Es real? Envía imágenes.
—Bueno, no es… sí, enviaré fotos. —Dirk no tenía ganas de ir al parque
acuático—. Escucha, llamé porque tengo una pregunta. ¿Recuerdas esa lista
de pistas sin sentido que hicimos de El Dogmático Obstinado?
—¿Los que pensabas que eran código? Por supuesto.
—No tengo mi copia del libro conmigo. Tengo una copia, pero no la
que marqué. Creo que recuerdo las pistas, pero no quiero tomarme el
tiempo para leer todo el libro, y quiero estar seguro de que tengo razón.
¿Tienes el tuyo?
Dirk escuchó un crujido y supo que Leo estaba sentado en su silla con
ruedas en su mesa de dibujo. El sonido de papeles crujiendo siguió a un par
de golpes. Leo tenía archivadores llenos de ideas garabateadas y,
aparentemente, tenía un sistema que le funcionaba; siempre podía
desenterrar lo que buscaba.
El susurro se detuvo. Durante unos segundos, Dirk esperó.
—Entiendo. Recuerdas el dibujo extraño, ¿verdad?
—Sí, lo miré en la copia que tengo aquí.
—Genial. ¿Quieres que te lea las otras cuatro cosas? —preguntó Leo.
—Sí, por favor.
Leo leyó los artículos mientras Dirk escribía lo más rápido que podía.
—¿En qué andas? —preguntó Leo—. ¿Qué tiene que ver la novela con
Freddy’s y el tiburón?
—Todavía no estoy cien por ciento seguro. Pero te lo haré saber.
—¿Dónde estás? —preguntó Leo.
—Te avisaré cuando resuelva todo esto.
Dirk se despidió de Leo y le dijo que le dijera a los demás, especialmente
a Jenny, que ya no estaba enojado. Leyó la breve lista que Leo le había dado
y miró su reloj. Apenas tenía una hora si quería llegar a tiempo a donde
necesitaba ir. Se puso de pie y salió de su habitación de motel.

☆☆☆
En lugar de estacionar en la calle como lo había hecho la primera vez
que visitó el parque acuático abandonado, esta vez Dirk condujo hasta la
parte trasera del parque. Dejó su coche cerca del abrevadero que pasaba
por debajo de la valla.
Como lo había hecho la noche anterior, Dirk llegó preparado, lo que
no le había costado mucho esfuerzo. Sus bolsillos sólo contenían su linterna
y la lista que había hecho cuando habló con Leo.
Dirk se arrastró debajo de la valla de nuevo. Aunque no estaba
lloviendo, trotó hacia el comedor protegido para detenerse y pensar un
minuto. Se sentó en el borde de un banco de metal frío y duro y miró las
estructuras cubiertas de musgo que se apretujaban a su alrededor. El cielo
tenía sólo unas pocas nubes hoy, pero aquí en el parque acuático, el día
todavía se sentía lúgubre y oscuro... probablemente debido a toda la
vegetación cubierta de maleza. Dirk esperaba estar más cómodo en el
parque durante el día, pero el lugar aún le producía escalofríos.
Respiró hondo y se obligó a concentrarse.
Las extrañas pistas de El Dogmático Obstinado fueron objeto de
interminables análisis por parte de los fanáticos del libro. Se habían
propuesto innumerables teorías sobre ellos: Dirk, Leo y Wyatt habían
propuesto al menos un par de docenas propias. Ninguna de las teorías tenía
sentido... hasta que Dirk empezó a pensar en ellas en el contexto del
parque acuático.
La totalidad de la novela tiene lugar en una zona desértica, seca y rocosa
y completamente desprovista de agua. A pesar de esto, sin embargo, el
personaje principal recibe dos pistas que están relacionadas con el agua. El
primero lo dirige a un pozo para nadar, que no existe, y el segundo le dice
que siga el flujo del agua, que tampoco existe. El personaje ignora
alegremente las pistas, haciéndolas parecer aún más fuera de lugar. E ignora
otras dos también. La tercera pista que el personaje ignora viene en un
sueño en el que una mujer sabia le dice—: La mariposa revela la clave. —
Ninguna mariposa de ningún tipo aparece en el libro. La última pista que el
personaje ignora es una instrucción de su voz interior para "estar allí a las
3:33". Debido a que el personaje nunca va a ninguna parte a esa hora, Dirk
y otros lectores pensaron que 333 era una especie de pista numerológica.
Sin embargo, ahora pensaba que era exactamente lo que parecía ser, una
hora del día. Y por eso Dirk se había apresurado a venir aquí. Echó un
vistazo a su reloj. Eran las 15:18. No tenía mucho tiempo.
Dirk, por supuesto, sabía que las 3:33 podrían ser a.m. en lugar de p.m.,
pero p.m. estaba primero, así que pensó que también podría suponer que
p.m. era correcto. Si estaba equivocado, podría volver durante la noche.
Un crujido en los arbustos al borde del área de picnic arrancó
abruptamente a Dirk de su planificación mental. Examinó el denso follaje
que invadía el refugio. Cuando vio un par de orbes amarillos, jadeó, pero
luego los orbes desaparecieron y se dio cuenta de que eran pequeños.
Probablemente sólo había asustado a una zarigüeya o tal vez a una ardilla.
Dirk se levantó.
Si las pistas sin sentido en la novela fueran direcciones para encontrar
Freddy’s, Dirk necesitaba llegar a Floyd's Swimming Hole, que no estaba
lejos del área de picnic protegida. Dirk se había hartado de hurgar en el
espeluznante parque acuático la noche anterior.
El parque acuático Crawberry Flows podría haber estado en un entorno
semiurbano (el ruido intermitente de los autos que pasaban era un
recordatorio de eso), pero estaba siendo reclamado por la vida silvestre y
la vegetación rural. La noche anterior, una vez que se había puesto el sol,
Dirk había recibido una serenata de grillos y ranas, y había saltado ante los
continuos sonidos de pequeños animales moviéndose en los arbustos. En
dos ocasiones lo habían sobresaltado los ululares de una lechuza. Esta
tarde, los grillos estaban en silencio, pero las ranas todavía tenían mucho
que decir.
Tan pronto como Dirk comenzó a descender por el estrecho sendero
que serpenteaba hacia el estanque, escuchó otro sonido... un aullido
distante. Eso lo hizo congelarse. Sonaba como un coyote. ¿Podría un
coyote atravesar la cerca?
Dirk aceleró el paso. Si su teoría era correcta, iba a encontrar una
manera de pasar a la clandestinidad. La perspectiva de estar en los túneles
oscuros que él esperaba encontrar no era increíblemente alentadora, pero
al menos no tendría que lidiar con animales salvajes en túneles... con suerte.
Al pasar por un área de carga para los rápidos del río por un lado y un
pequeño cobertizo de suministros por el otro, los pies de Dirk crujieron
sobre la grava y las ramitas mientras se apresuraba a doblar una esquina y
apuntaba hacia la enorme piscina que había ignorado la noche anterior.
Otro aullido resonó por el parque y la brisa se levantó, agitando las ramas
de los árboles y los arbustos. Dirk se movió aún más rápido.
Después de sólo dos giros más y una pelea con la rama baja de un arce,
Dirk llegó al borde de la enorme piscina vacía. Miró hacia abajo, pero no
vio nada excepto suciedad y hojas secas, y el borde de lo que
probablemente era un diseño pintado en las baldosas del fondo de la
piscina. El diseño era apenas visible; la mayor parte estaba cubierta de
tierra. La brisa recogía las hojas y las arremolinaba.
«¿Ahora qué?»
Dirk miró su reloj. Eran las 3:24. Sólo tenía que esperar nueve minutos.
Dirk comenzó a caminar alrededor de la periferia de la piscina para
pasar el tiempo, frunciendo el ceño mientras miraba cada pequeño detalle
del área. Encontró una moneda de veinticinco centavos junto al trampolín
averiado, pero su investigación no arrojó nada más. Comprobó la hora.
Sólo un minuto más.
Mirando alrededor del área de nuevo, Dirk movió los hombros para
liberar su tensión. No tenía idea de qué esperar a las 3:33, lo que lo hizo
sentir como si estuviera a punto de meterse en algo que probablemente
era una trampa. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso. Sacó su linterna
para usarla como arma si fuera necesario.
Dirk vio pasar los segundos, ya eran las 3:33 exactamente, levantó su
linterna sobre su cabeza como un garrote y amplió su postura. Escuchó
atentamente, girando la cabeza de un lado a otro.
No pasó nada.
Dirk giró en un círculo completo. Miró todo lo que le rodeaba.
Se sentía como si estuviera en medio de uno de esos juegos en los que
tenías que encontrar lo que estaba fuera de lugar en la imagen. Algo debe
haber pasado a las 3:33. Pero, ¿qué? No podía ver ninguna diferencia en su
entorno.
Entrecerró los ojos en el área a su alrededor durante varios minutos
más, y luego, cuando el sol brilló en sus ojos, se movió hacia la sombra que
arrojaba el tobogán de agua cercano.
«Espera un segundo... Sombra. Una sombra.»
Dirk salió de la sombra y se quedó mirando la sombra. Él sonrió.
La sombra tenía vagamente la forma de una flecha.
«¿Podría ser?»
Dirk había visto algo así en las películas de búsqueda del tesoro, donde
las pistas a menudo estaban ocultas a simple vista. ¿Era realmente tan difícil
creer que este tipo de cosas sucedieran en la vida real?
Dirk miró hacia el final de la piscina señalado por la flecha de sombra.
La flecha parecía apuntar justo debajo del trampolín hundido.
Dirk miró hacia el fondo de la piscina, donde la flecha casi tocaba el
azulejo. No podía ver nada.
Miró la escalera que conducía a la piscina. Tenía incrustaciones de óxido
y no creía que quisiera ver si soportaría su peso.
Dio media vuelta y trotó hasta el extremo poco profundo de la piscina.
Caminando hacia la piscina, se dirigió al lugar donde terminaba el punto de
la sombra. Allí, se arrodilló y raspó varias capas de tierra y sedimentos. No
encontró... nada.
Frunciendo el ceño, Dirk se sentó sobre sus talones. ¿Estaba en el lugar
equivocado?
No lo creía así.
¿Se estaba perdiendo algo?
Miró hacia el tobogán de agua y más allá de la parte superior hacia el
sol. Jadeó y chasqueó los dedos. ¡El sol!
El sol no siempre estaba en el mismo lugar en el cielo a una hora
determinada del día en todas partes del mundo, obviamente.
Si 3:33 estuviera relacionado con una sombra proyectada, el momento
tendría que ser preciso para una ubicación, hora y fecha en particular. Si
3:33 era correcto para la hora y el lugar del libro, podría no serlo para esta
fecha. Dirk sonrió ante su astucia. Luego dejó de sonreír.
¿De qué serviría su inteligencia? No tenía idea de cómo calcular la fecha
correcta para este lugar y hora.
«¿Ahora qué?»
Dirk se sentó en el suelo debajo del trampolín. Miró el final de la flecha
de la sombra. Parpadeó y se inclinó hacia delante.
La flecha se había retraído de donde había estado. A medida que el sol
se movía, la flecha de la sombra estaba siendo atraída hacia el centro de la
piscina.
Dirk volvió a arrodillarse y comenzó a remover la tierra de la línea
proyectada por la parte del eje de la flecha de sombra. Por supuesto, lo
que estaba haciendo era lo más impreciso posible. Tal vez en el momento
adecuado del día, la flecha ni siquiera aterrizaría en la piscina. Pero él no lo
creía así. El hecho de que un pozo para nadar fuera una de las pistas sin
sentido del libro lo convenció de que estaba en el lugar correcto. Así que
siguió cavando.
Cavó hasta que llegó al borde del diseño que había visto en las baldosas.
Su ritmo cardíaco se duplicó. Un diseño podría ser una pista. ¿Por qué
no había mirado allí para empezar?
Dirk se inclinó hacia adelante y cavó más rápido alrededor del borde
del diseño. Tan pronto como hubo movido unos pocos centímetros de
suciedad endurecida, se dio cuenta de que estaba en el camino correcto.
Parte del diseño era una mariposa cebra de ala larga. Jadeando de
entusiasmo, Dirk pateó y raspó la tierra hasta que reveló todo el diseño.
Gritó. ¡Este era el lugar! ¡El diseño en el fondo de la piscina era una
combinación perfecta con el extraño dibujo ornamentado en El Dogmático
Obstinado!
Dirk sonrió ante el diseño. Durante varios minutos, pasó los dedos por
todo el diseño, buscando algún tipo de manija oculta o algo así.
Nada. Sacó la lista de pistas que había anotado y la miró.
El flujo de agua. El siguiente debe ser el flujo de agua.
Volvió a mirar el diseño. ¿Podría fluir agua desde aquí? Tal vez en algún
momento, pero...
Sintiéndose como un idiota, Dirk se tumbó en el suelo y puso su oreja
contra los azulejos decorados. Si había agua en algún lugar cerca de aquí,
tenía que estar debajo de la piscina. Tal vez lo escucharía.
Conteniendo la respiración, escuchó.
Y sonrió.
Podía escuchar el débil sonido del agua corriendo. Pero, ¿cómo llegar?
Dirk se empujó hasta quedar sentado y miró alrededor del fondo de la
piscina. ¿Había una trampilla o algo por lo que pudiera pasar?
Se arrodilló y empezó a patear la tierra de nuevo. Lo cepilló más y más
lejos del centro de la piscina, pero no encontró nada.
Cambiando a su trasero de nuevo, frunció el ceño. ¿Cómo podía seguir
el agua?
Dirk se pasó una mano sucia por la cara sudorosa y volvió a estudiar la
piscina. No pudo ver nada que sugiriera una forma de seguir el agua.
Cambiando de posición, miró el desagüe en medio del suelo de la
piscina. Tenía sólo ocho pulgadas más o menos de diámetro. No era lo
suficientemente grande como para que pase una persona.
Dirk se arrastró hacia el desagüe. Algo en él se veía raro, como si fuera
asimétrico o algo así. ¿Se había instalado mal? Parecía más grueso de un
lado que del otro.
Dirk llegó al desagüe y pasó la mano por él. Tal vez había un pestillo o
algo que revelaría una trampilla debajo del desagüe o...
«Espera un segundo».
Dirk cambió de posición y se inclinó sobre el desagüe. Apretó los dedos
con fuerza contra el metal de un lado. ¿Estaba imaginando cosas?
No. Él no lo creía así.
Usó sus uñas ahora sucias para raspar más suciedad. Él sonrió.
¡No estaba imaginando cosas! ¡Había una depresión en el metal a un
lado del desagüe, una depresión con la misma forma que el colgante en el
bolsillo de Dirk!
El aliento de Dirk se convirtió en jadeos ansiosos mientras metía los
dedos en el bolsillo de sus jeans. Sacó el colgante y, conteniendo la
respiración, lo presionó en la depresión del desagüe.
Al principio no pasó nada. Apretó el colgante hacia abajo con más
firmeza.
Fue recompensado con un fuerte clic metálico... y parte del desagüe se
elevó hacia arriba. Dirk se inclinó y miró dentro del diminuto
compartimento de metal que se reveló.
—¡Sí! —gritó.
Estaba mirando una llave.
Con dedos temblorosos, Dirk metió la mano en el compartimento y
sacó una llave de aspecto corriente. Tan pronto como lo hizo, el
compartimento se cerró de golpe y el colgante salió disparado.
Dirk se quedó mirando la llave en su mano.
—La mariposa reveló la clave.
¡¿Qué tan genial era esto?! ¡Estaba en su propia búsqueda del tesoro en
la vida real!
La llave tenía que abrir un edificio que lo conduciría al flujo de agua.
¿Pero qué edificio?
Dirk recogió el colgante y lo devolvió a su bolsillo. Luego sostuvo la
llave, sintiendo sus surcos por un minuto mientras pensaba.
De repente, Dirk saltó y se sacudió.
—¡Estúpido! ¿Adónde irías si quisieras seguir un flujo de agua?
«¡La casa de bombas!»
Dirk corrió a lo largo del fondo de la piscina y subió la pendiente del
extremo poco profundo lo más rápido que pudo. En el borde de la piscina,
se detuvo un segundo para orientarse. Luego torció por un camino a la
izquierda de la piscina y corrió hacia la casa de bombas lo más rápido que
pudo.

☆☆☆
Tal como sabía que sucedería, la llave que había encontrado encajaba en
la cerradura de seguridad de la sala de bombas. Le tomó un par de intentos
hacer que girara, sus dedos, sudorosos por la carrera y la emoción, seguían
resbalando de la llave, pero giró y la puerta de la sala de bombas se abrió.
Dirk sacó su linterna y entró en el espacio turbio repleto de sucios
tubos de metal. Encendió la luz y cerró la puerta detrás de él.
Luego se quedó quieto para calmar su respiración. Escuchó.
Después de sólo unos segundos, dio un par de pasos y sintió una de las
tuberías abultadas. Fue genial. Le puso la oreja. Él sonrió. Un flujo de agua
se movía a través de la tubería.
Dirk miró la llave que aún sostenía. Si no la hubiera encontrado, no
habría manera de que hubiera podido entrar en este edificio.
Menos mal que era bueno con las pistas y los acertijos.
Ahora todo lo que tenía que hacer era seguir el sonido del agua.
Dirk enfocó su luz en el fondo de la tubería y vio que ésta y todas las
demás tuberías de la habitación caían por el piso de la sala de bombas. Pasó
la luz de un lado a otro sobre el cemento polvoriento. Tenía que haber una
forma de que los trabajadores de mantenimiento llegaran a las tuberías.
Vio una abertura que sostenía una escalera de metal atornillada a sus
lados de hormigón. Dirk apuntó su luz por la abertura y vio que la escalera
desapareció en la oscuridad aceitosa. «Las tuberías deben pasar por túneles
debajo del parque». Respirando hondo y rezando para que la escalera
aguantara, descendió.
Cuando tocó tierra de nuevo, se encontró en un laberinto de túneles
llenos de tuberías. Una vez más, se mantuvo en silencio hasta que identificó
la tubería por la que fluía el agua. Luego, poniendo una mano en la tubería
y agarrando su linterna con la otra, comenzó a seguir la tubería a través de
la oscuridad.

☆☆☆
El agua que fluía llevó a Dirk a lo que pareció la caminata más larga de
su vida.
Con sólo el estrecho haz de su luz para ver y sólo el débil sonido del
agua y su mano en la tubería para guiarlo, parecía como si hubiera viajado
por una eternidad a través de una maraña de hormigón y metal que se
retorcía y giraba. Fue un viaje que puso a prueba sus nervios como nunca
antes. Había un terror agudo al borde de cada vista y sonido: terror de que
él no era el único en los túneles y, al mismo tiempo, terror de que él era
el único en los túneles (y nunca sería encontrado si de alguna manera se
perdía). La exploración de Dirk requirió más coraje del que pensó que
tenía. Sin ese flujo de agua, no había forma de salir de este complejo
laberinto de tuberías, y no podía estar seguro de que el agua siguiera
fluyendo. Más de media docena de veces pensó en dar marcha atrás y darse
por vencido.
Pero Dirk no se dio por vencido. Y estaba seguro de que estaba en el
camino correcto.
El mismo hecho de que existiera este camino serpenteante de tuberías
le dijo que entendía las pistas. A Aaron Sanders le gustaban los laberintos,
y este era un laberinto.
Mientras Dirk pudiera escuchar el agua, sabía que lo llevaría al destino
que buscaba.
Y tenía razón.
Justo cuando las piernas de Dirk se estaban volviendo de goma y su
nervio estaba disminuyendo hasta el punto de no existir, la tubería que
estaba siguiendo ascendió a través de una abertura en el techo de concreto
sobre él. Y al lado había otra escalera de metal.
Dirk no dudó. Rápidamente subió la escalera.
Se encontró en lo que parecía uno de los edificios de mantenimiento
que había despedido en su primera noche de exploración. Oh, no. ¿Cómo
podría encajar Freddy’s aquí?
Se sintió tan defraudado que casi le fallan las piernas. ¿Se había
equivocado?
Apuntando su luz en un círculo a su alrededor, Dirk contuvo el aliento
cuando el rayo aterrizó en la puerta principal de Freddy Fazbear's Pizza.
No cualquier Freddy's.
El Freddy’s.
¡No se había equivocado!
Dirk agitó su luz de un lado a otro a ambos lados de la puerta de
Freddy’s, y pudo ver el recinto de vidrio con forma de foso en ambos
sentidos. ¡Había encontrado el tubo de natación de Félix!
—¡¿Quién es el hombre más listo del mundo?! —gritó Dirk.
Afortunadamente nadie le respondió.
Las piernas de Dirk se revitalizaron y saltó de alegría. Hizo una pequeña
danza de triunfo. ¡Lo había hecho!
Se detuvo y frunció el ceño. El agua se veía turbia, de una especie de
marrón verdoso, lo cual tenía sentido. El agua probablemente no había sido
tratada en una década, pero se movía. Dirk podía ver variaciones en la
tierra que sugería una corriente que fluía. Buscó a Félix y no lo vio, así que
caminó hacia las puertas dobles de Freddy’s.
Agarrando las manijas, tiró, y las puertas cayeron hacia atrás.
—¡Sí! —gritó Dirk. Su voz resonó por el pasillo y siguió el sonido,
sonriendo.
Los suelos de madera estaban deformados y blandos por el tiempo, por
lo que Dirk tuvo cuidado de mantener la linterna apuntando hacia abajo y
la mirada fija en sus pies. Si se rompía una pierna, no estaba seguro de
cómo volvería a salir. Dirk observó cómo sus pasos apartaban el polvo que
debía haberse estado acumulando durante al menos diez años. Nadie había
estado aquí abajo en mucho tiempo... probablemente desde que Aaron
Sanders había muerto.
Dirk podía sentir que su pulso se aceleraba con cada paso que daba. No
podía decir si eso era por la emoción o la ansiedad... o tal vez por ambas
cosas.
Cuando llegó al final de las escaleras que conducían al vestíbulo principal,
Dirk miró hacia el tubo de natación. De nuevo trató de espiar a Félix. No
vio al tiburón, pero estuvo bien. El tubo que lo rodeaba era grande. Félix
podría haber estado surfeando en alguna otra parte.
Dirk subió los escalones de cuadros negros de dos en dos, dejando
huellas en el polvo a medida que avanzaba. ¡No podía creer que estaba tan
cerca de su objetivo!
En el vestíbulo, la linterna de Dirk proyectaba sombras espeluznantes
sobre las paredes pintadas con murales que mostraban a Freddy, Chica y
Bonnie. Dirk hizo una pausa y giró en círculos, pensando en el hombre
cuyo dolor había llevado a crear este lugar, creando a Félix. Dirk lo había
pensado y estaba seguro de que Félix era un memorial para Lonnie. Por
eso Aaron había amado tanto este lugar que había sacrificado el dinero que
le quedaba para ocultarlo y construir el laberinto de tuberías. Dirk podía
entender ese tipo de dolor y obsesión. Pensó que le hubiera agradado
Aaron Sanders. Lamentó no haberlo conocido.
Dirk negó con la cabeza. Aaron Sanders no importaba en este
momento. Lo que importaba era que Dirk sabía que existía este Freddy’s,
¡y tenía razón!
Sintió la emoción de la reivindicación y de que su búsqueda se acercaba
a su fin. No estaba seguro de que alguna vez dejaría de montar tan alto.
Dirk continuó por el vestíbulo, esperando terminar en el comedor. Se
detuvo. El comedor no estaba allí. Dirk frunció el ceño y brilló su luz a su
alrededor. Definitivamente era Freddy's, pero no era toda la pizzería.
¡No es de extrañar que Freddy's pudiera caber en el edificio de
mantenimiento! Las únicas partes de Freddy's que estaban aquí, además del
tubo de natación de Felix, eran la entrada, el vestíbulo y una parte de la
antigua sala de juegos.
Dirk brilló con su luz en la penumbra, llena de juegos polvorientos. Se
le puso la piel de gallina en los brazos cuando el haz de la linterna se reflejó
en las superficies de metal y plástico. Las viejas máquinas parecían gigantes
congelados que esperaban ser descongelados y reanimados.
Dirk sacudió la cabeza y redirigió su luz hacia la parte trasera de la sala
de juegos. Las escaleras que conducen a la escotilla del tubo de natación
deberían estar allí.
Mientras Dirk seguía el brillo de su linterna, escuchó un zumbido que se
hizo más fuerte a medida que se acercaba a la escotilla de entrada del tubo.
Esa tenía que ser la bomba de agua, todavía resoplando, todavía corriendo
agua a través del dominio de Félix.
¡Y ahí! Vio las escaleras que conducían a la escotilla en la parte superior
del tubo de natación.
Tan pronto como Dirk vio la escotilla, comenzó a quitarse la chaqueta.
La dejó caer junto con su linterna al suelo y se quitó la camisa.
Inmediatamente se le puso la piel de gallina en los brazos. Hacía frío
aquí. Esperaba que el agua estuviera tan tibia como la recordaba. Frunció
el ceño, preocupado de que el agua pudiera estar fría. ¿Debería revisar la
bomba de calor? Ladeó la cabeza y escuchó el tarareo. Ahora que estaba
aquí de nuevo, Dirk recordó los sonidos de su pasado: una especie de
estruendo en capas, un zumbido: la bomba de agua, un poco más bajo que
el otro, la bomba de calor.
¡Sí, ahí estaba! Bien. El agua estaría tibia.
Dirk se frotó los brazos y sonrió. Subió las escaleras y tocó la fría
superficie de la manija circular de la escotilla. El mango se llamaba perro,
recordó ahora. ¿Cómo pudo haber olvidado eso?
Sin embargo, no había olvidado a Félix. ¡No lo había recordado mal ni
lo había inventado! Había estado seguro de que este tubo de natación
existía, y así era. También sabía que Félix todavía estaba allí, y estaba a
punto de demostrar que también tenía razón en eso. No es que alguien
estuviera aquí para ver que tenía razón. Pero eso no importaba.
Confirmaría que tenía razón y tendría la satisfacción de saber que todos
sus estúpidos amigos que no le habían creído estaban equivocados.
Dirk miró alrededor del área cerca de la escotilla. Estaba oscuro por el
moho, pero la máscara facial y las mangueras de respiración estaban allí.
Dirk recordó que, en este punto, un asistente siempre te ayudaba a
conectarte, pero sorprendentemente, recordó qué hacer. La máscara facial
estaba turbia, por lo que Dirk escupió en ella y la limpió lo más que pudo
con la camisa desechada. Una vez que lo tuvo lo suficientemente claro,
trató de ponérselo sobre la cabeza.
Estaba demasiado apretado, así que se lo quitó y aflojó la correa. Se lo
volvió a poner y esta vez se sintió bien. Cogió la boquilla unida al tubo de
respiración, también se la limpió con la camisa y luego se la metió en la
boca.
Inmediatamente, el oxígeno comenzó a fluir a través del tubo. Bien.
Todo todavía funcionaba.
Dirk no podía sonreír con el protector bucal puesto, pero si hubiera
podido, lo habría hecho. ¡Estaba a punto de reunirse con Félix!
Extendió la mano y giró a perro en la puerta de la escotilla. Giró con
facilidad y se sorprendió; había esperado que estuviera oxidado.
Tomando una respiración profunda para calmar su corazón, que
prácticamente estaba dando saltos, Dirk se metió en el tubo. Tan pronto
como lo hizo, la escotilla se cerró de golpe con un ruido metálico, y la
corriente lo arrastró por el tubo, alejándolo de la escotilla.
Dirk se volteó y miró hacia la escotilla mientras el agua que fluía lo
alejaba de la puerta y se adentraba más en el tubo.
Él frunció el ceño. ¿Qué le molestaba de esa puerta? Alguna cosa…
Antes de que pudiera pensar en lo que fuera que lo estaba molestando,
lo llevaron hacia otra escotilla, a unos pocos pies de distancia de la que
había usado para entrar en el tubo. Este estaba en el lado del tubo, en lugar
de la parte superior.
Dirk estaba un poco nervioso por la escotilla cerrada por la que acababa
de salir, pero también estaba emocionado por ver a Félix. ¿Saldría el
tiburón por la segunda escotilla? Dirk no podía recordarlo.
La segunda escotilla se abrió. Más allá del portal, estaba oscuro. Pero a
través de la puerta de la escotilla entraba suficiente luz para revelar un
lento movimiento en el interior.
Dirk se esforzó por ver a través de la penumbra. Al principio, no pudo
distinguir nada. Entonces, de repente, apareció una enorme nariz chata y
Félix se deslizó en silencio por la escotilla.
Sorprendido, Dirk agitó los brazos en el agua. Escupió a medias el
protector bucal y tuvo que volver a ponérselo rápidamente antes de tragar
agua sucia. Su ritmo cardíaco se disparó y podía escucharlo retumbando en
sus oídos.
Después de todo este tiempo, Dirk había pensado que estaría muy feliz
de ver a Félix. Pero él no estaba feliz en absoluto. ¡Este Félix no era el Félix
que recordaba!
El Félix de Dirk había sido un hermoso y elegante tiburón con una piel
gomosa gris azulada brillante y suave. Tenía cálidos ojos oscuros que
parecían comunicar tanto la tristeza que Dirk recordaba como el deseo de
conectarse con quien fuera a nadar con él. Los recuerdos de Félix de Dirk
tenían la boca llena de dientes, sí, pero la boca siempre parecía estar hacia
arriba, sonriente y benigna, no amenazadora.
Este Félix no era benigno.
El tiempo no había sido amable con el tiburón solitario atrapado en esta
agua sucia. Félix, aunque no era un tiburón real, parecía estar
descomponiéndose.
Su piel ya no era brillante ni lisa. Estaba moteado, colgando en tiras que
revoloteaban detrás de Félix mientras nadaba. Las aberturas irregulares
revelaron el endoesqueleto corroído de Félix.
Dirk se agitó en el agua cuando el hocico con dientes de Félix le rozó
el costado. Se agitó para alejarse del tiburón. En segundos, el entusiasmo
de Dirk había degenerado en un terror total.
Mientras Dirk luchaba por alejarse nadando de Félix, Félix se volvió para
mirarlo... con su único ojo activo. El otro ojo colgaba de la cara de Félix,
un orbe negro que se balanceaba en el agua.
Dirk estuvo a punto de escupir su protector bucal de nuevo cuando un
grito burbujeó en su garganta y trató de estallar en el agua. Esto no era lo
que esperaba.
¡Esta no era la forma en que se suponía que debía ser!
Se apartó de la mirada tuerta de Félix, pero antes de hacerlo, trató de
encontrar algo de la alegría amistosa que recordaba en la expresión de
Félix. No estaba allí. La mirada de Félix estaba vacía y muerta.
Alejándose de Felix y nadando con fuerza ahora, usando sus pies como
aletas, Dirk entrecerró los ojos a través de su máscara facial, decidido a
regresar a la escotilla de entrada lo más rápido posible. Tenía que salir del
tubo.
Dirk había recorrido las tres cuartas partes del tubo cuando su cerebro
le dio la respuesta a lo que le preocupaba de la escotilla de entrada. Vio la
escotilla en su mente y supo lo que su subconsciente ya había descubierto:
la escotilla no tenía manija dentro del tubo. No había manera de abrirla.
Dirk nuevamente quiso gritar, pero no pudo.
¿Por qué no había recordado que el asistente era el que detenía la
corriente y dejaba salir a los nadadores después de una o dos vueltas? ¿Por
qué había creído que podía hacer esto por sí mismo?
Tan pronto como Dirk tuvo este pensamiento, notó que se movía más
rápido a través del agua, y antes de que pudiera reaccionar, había pasado
la escotilla de entrada de nuevo. Mirando hacia atrás por encima del
hombro, vio que Félix se acercaba a él.
Aspirando aire a través de la boquilla, Dirk se volvió y trató de nadar
con más fuerza, pero sintió que algo se enganchaba en sus pantalones.
Volvió a mirar hacia atrás y sus ojos se abrieron con pánico. Los dientes
de Félix quedaron atrapados en la cinturilla de sus pantalones. Dirk pateó
sus piernas, pero no pudo liberarse. Agarró el material para tratar de
soltarlo, pero todo lo que hizo fue cortarse la mano con uno de los dientes
corroídos de Félix.
Retirando su mano, Dirk notó que él y Félix se acercaban de nuevo a la
escotilla de entrada. Se preparó para tratar de agarrarlo antes de que
pasara disparado.
Ahí. «Tres, dos, uno...» Dirk alcanzó la escotilla y trató de encontrar
algo a lo que agarrarse. Sus manos se deslizaron por el metal, y él y Félix
continuaron deslizándose por el tubo.
Mientras la corriente arrastraba a Dirk y Félix, Dirk tuvo que
enfrentarse a la verdad. Al igual que el dogmático obstinado de la novela
de Luisa, Dirk había encontrado lo que buscaba, tal como había dicho que
lo haría. Tenía razón. Pero nadie lo sabría jamás.
Un gemido intentó salir del cuerpo de Dirk y, de nuevo, la boquilla lo
detuvo. Todo lo que Dirk podía hacer era gritar en su mente mientras él y
Félix continuaban su viaje entrelazado e interminable a través del agua
turbia y sombría.
M andy Mason se movió en la silla del escritorio de su escuela
mientras tiraba de un mechón de su cabello que se había soltado de sus
dos moños estilo ciencia ficción. Estaba escribiendo la escena de un fanfic
sobre la serie de juegos Five Nights at Freddy's. Detuvo su lápiz en su
cuaderno, moviendo sus ojos hacia el Sr. Peterson mientras se levantaba
de su escritorio para hablar con un estudiante. Sí, se suponía que debía
estar haciendo la tarea como las otras estudiantes durante el período de
estudio, pero esta escena estaba literalmente pasando frente a sus ojos,
rogando que la escribieran.
Su teléfono vibró con un mensaje, así que lo sacó disimuladamente del
bolsillo de su falda y lo metió debajo del escritorio para leer la pantalla.
[TotalMisfit] OMG ¿Leíste el último fic de FreakStory?

[Msquared] ES MUY BUENO

[TotalMisfit] El tuyo es MEJOR

[Msquared] Gracias... ¡me tengo que ir!

—Mandy, ¿en qué estás trabajando? —El señor Peterson se inclinó


sobre ella.
Mandy dejó caer su teléfono en su regazo y cruzó sus gruesas botas
negras.
—Um, inglés, señor.
—Echemos un vistazo. —Agarró su cuaderno antes de que ella pudiera
detenerlo—. Mmm. El animatrónico parecía muerto, pero en realidad, el oso
observó y esperó la oportunidad perfecta para agarrar al pequeño niño del otro
lado de la habitación.
Mandy sonrió con incomodidad mientras las otras estudiantes en el
salón se reían.
Se aclaró la garganta mientras sus mejillas se calentaban.
—Es sólo un rápido escrito creativo, Sr. Peterson.
Frunció las cejas y sacudió la cabeza.
—Vamos al verdadero trabajo ahora, Mandy. Estoy seguro de que la
señora Gentry no te asignó un ensayo sobre un oso animatrónico.
Más risas estallaron en el salón de clases.
—Lo sé —murmuró Mandy.
El Sr. Peterson cerró el cuaderno y lo deslizó de nuevo en su escritorio
mientras se alejaba.
—Un fanfic. Tan original, como su cabello rosa. Debe ser por eso que
se le ocurren historias tan geniales —susurró Melissa Chandler demasiado
alto desde el escritorio detrás de Mandy.
Mandy dio un suspiro silencioso. «Aquí vamos de nuevo».
—Es como si alguien le hubiera arrojado medicamentos para la diarrea
en la cabeza —se rio Lily Jansen—. Oh, espera, ¿es eso lo que te pasó,
Mandy?
Mandy miró su cuaderno, frotando la punta de su borrador sobre la
tapa.
—Lo teñí porque resalta mi tono de piel. Deberías intentarlo alguna vez.
—Claro, como si necesitara ayuda con mi cutis.
Melissa se inclinó hacia el hombro de Mandy.
—Eres una verdadera candidata para un espectáculo de fenómenos.
¿estás consciente de eso, cabeza de mazo? Eres un fenómeno con ojos de
diferentes colores. —Las chicas se rieron.
Eso era cierto. Mandy había nacido con heterocromía, con un iris
marrón y un iris verde. Tener dos colores de ojos realmente no había sido
un problema con otros niños mientras crecía hasta que conoció a Melissa.
Por otra parte, Melissa parecía estar en desacuerdo con todo lo
relacionado con Mandy.
Mandy se encogió de hombros, aunque sintió que la tensión se
apoderaba de su cuerpo centímetro a centímetro. A estas alturas, ella era
una experta en no mostrar sus emociones. Sin embargo, había tomado algo
de tiempo... y más de unos pocos comentarios hirientes.
—Lo tomaré como un cumplido.
—Lo harías —dijo Melissa.
—¿Por qué eres tan rara? —quería saber Lily.
Mandy forzó una sonrisa.
—Suerte, supongo.
—Más bien es una maldición —dijo Melissa, y las dos chicas se rieron.
«Sí. Maldecida por tener que tratar contigo durante los últimos tres
años».
Melissa se parecía mucho a todos las demás en La Escuela Preparatoria
Donavon para niñas, inteligente y mimada, excepto que Melissa era
perfecta y la niña más rica de la escuela. Su cabello rojo estaba peinado con
flequillos romos, los bordes rectos de su cabello rozaban sus hombros. Su
maquillaje era el tono perfecto para su tono de piel pálido, y sus ojos azules
eran tan nítidos que casi podía destrozar a una chica con una sola mirada.
Peor aún, otras chicas malas como Lily orbitaban a su alrededor como si
fuera una especie de estrella malvada.
En cuanto a Mandy, a sus padres les iba lo suficientemente bien
financieramente como para enviarla a la preparatoria Donavon. Aunque no
era su estilo, vestía el uniforme escolar obligatorio —falda de cuadros,
camisa blanca, cárdigan y calcetines hasta la rodilla— pero se rebeló a su
manera tiñéndose el cabello. Esta semana era rosa algodón de azúcar. Si las
chicas malas iban a hacer un gran escándalo porque ella era un poco
diferente, entonces haría todo lo posible para ser diferente. El libro de
reglas de su preparatoria nunca estableció regulaciones sobre el color del
cabello. Además, no era como si fuera una mala chica, era una estudiante
sobresaliente, pero aparentemente no tenía el aspecto adecuado, incluido
el color de los ojos, para encajar.
Mandy trató de recordar que hizo para que Melissa la odiaba. Habían
sido tres años de intimidación y comentarios crueles. ¿Había sido porque
la superó en un examen en su primer año? ¿O fue cuando respondió una
pregunta que Melissa no sabía durante la clase de historia? Cualquiera sea
el caso, Melissa había marcado a Mandy de por vida con una diana grande
y gorda.
Cuando sonó el timbre, Mandy agarró su mochila y rápidamente salió
de clase a su casillero, dejando atrás las molestas risas de Melissa y Lily. Un
camino de estudiantes se abrió cuando ella pasó, como si fuera una extraña
criatura a evitar. Nadie quería arriesgarse a la ira de Melissa Chandler para
hacerse amiga de Mandy. La mayoría de los días, Mandy se sentía como un
sacrificio humano, ofrecido en el altar de la crueldad de Melissa; las otras
chicas sabían que ella era el objetivo favorito de Melissa, y de ninguna
manera querían tomar el lugar de Mandy.
Mandy realmente no podía culparlas.
En su casillero, Mandy sacó su longboard, intercambió libros y cerró la
puerta de metal. Un papel doblado se había deslizado de su casillero y cayó
al suelo. Lo recogió y abrió el papel para ver una copia impresa de un perro
flaco y de aspecto extraño, con la lengua colgando y los ojos saltones. Un
ojo era de color verde y el otro marrón. Le dibujaron moños rosados
sobre las orejas y CABEZA DE MAZO se imprimió en letras negritas sobre la
imagen.
Mandy desmenuzó el periódico y agarró su longboard, se puso la
mochila arcoíris en un hombro y se dirigió por el pasillo hacia el vestíbulo
de la preparatoria Donovan. Tiró la foto desmenuzada a la basura al salir.
Bajo el sol de la tarde, enganchó su mochila de arco iris en ambos hombros,
dejó caer su tabla y rodó por la acera hacia su casa. Sacó un regaliz de su
mochila y lo masticó mientras hacía una lista mental de lo que tenía que
hacer durante el resto del día.
Terminar la tarea de economía gubernamental.
Termina la última parte del fanfic.
Escribir una nueva entrada en su blog, The M&M Scoop.
Veinte minutos después, atravesó la puerta principal de su casa y la
cerró a su espalda, apoyándose contra la puerta. Todas las cortinas de las
ventanas estaban cerradas, haciendo que la casa grande pareciera oscura y
aislada. Metió su tabla en el armario delantero (su madre odiaba que la
dejara afuera) y dejó caer su mochila en el sofá. Entró a la cocina y tomó
una botella de agua y un puñado de regaliz fresco de la despensa.
Afortunadamente, sus padres eran así de geniales y se aseguraban de
que siempre estuviera completamente abastecida.
Su teléfono sonó con una videollamada. Cuando respondió, la cara de
su madre apareció en la pantalla.
—Tu cabello es rosado —dijo mamá, en lugar de saludar.
Mandy sonrió.
—Lo notaste.
—¿Qué tenía de malo el negro? Al menos te daba un semblante de
normalidad.
—Oh, ya sabes, esa fue mi fase emo, mamá.
Su madre levantó las cejas.
—¿Y cómo llamas a esta fase?
Ella se encogió de hombros.
—¿Pastel?
—Mandy…
—¿Cómo va el trabajo? —El trabajo siempre era el mismo con mamá:
ocupado, ocupado, ocupado.
Pero al menos desviaba la atención de la sutil desaprobación de su
madre.
Mamá suspiró.
—Ocupado, como siempre. Estaré en casa el fin de semana. Antes de
mi viaje a Utah la próxima semana.
Mamá trabajaba como representante administrativa de una de las
compañías farmacéuticas más grandes del sector. Su trabajo consistía en
viajar constantemente, supervisar a los representantes y participar en un
montón de reuniones todo el tiempo, donde aparentemente se hablaba de
grandes cantidades de medicamentos. Al menos eso era lo que Mandy sabía
al respecto. Mamá a menudo se perdía muchas cosas en casa, pero mamá
y papá siempre habían dicho que sus trabajos eran lo que proporcionaba
su maravilloso hogar, la educación de Mandy y la vida que deseaban.
—Está bien, mamá, suena bien.
—Mandy, por favor, deja de rebotar. Me estás dando mareos.
—Lo siento. —Mandy se calmó lo mejor que pudo. A veces no podía
evitar sus impulsos de moverse o saltar.
—Hablé con tu padre entre reuniones. Quería que te dijera que parece
que se hará tarde para él esta noche.
Mandy se encogió de hombros con decepción.
—Está bien.
Hay comidas congeladas en la nevera.
—Lo sé. —Mandy giró sobre un pie.
—No sólo comas regaliz para la cena. ¿Qué tal la escuela?
Mandy hizo una pausa y cruzó los tobillos.
—Asombrosa.
Su mamá sonrió.
—¡Qué bueno! Oh, me tengo que ir, cariño. Me pondré en contacto
contigo mañana. No te quedes despierta hasta muy tarde.
—No lo haré, mamá. Adiós.

☆☆☆
En su habitación, Mandy dio vueltas en la silla de su escritorio,
empujando un pie sobre la alfombra mientras giraba en círculos, con un
regaliz colgando de su boca. Tenía a Mr. Happy, un viejo elefante de peluche
azul que solía ser de su hermano, agarrado bajo su brazo mientras jugaba
FNAF3 en su teléfono.
A Mandy siempre le habían gustado los juegos de ordenador y de móvil.
Podía ser quien quisiera, ir a donde quisiera y resolver problemas de todas
las formas imaginables. A decir verdad, el juego se había convertido en su
vía de escape de todo el drama de la escuela y de su vida real, en la que a
menudo parecía que no tenía ningún control.
Un verano, se topó con la comunidad de FNAF: jugadores
empedernidos que amaban la serie por sus sustos, que jugaban
habitualmente, escribían fanfics y teorizaban sobre la historia del juego. A
la comunidad en línea le encantaba intentar desentrañar misterios ocultos
dentro del universo FNAF.
Tenía que admitir que era bastante nueva en el aspecto técnico de los
juegos.
No sabía nada de codificación, pero era una excelente investigadora.
Había descubierto un descompilador en línea que descifraba el código
fuente de ciertos juegos. Por el momento, estaba esperando que el
descompilador hiciera exactamente eso para FNAF3. Había visto a un
teórico de videojuegos que había encontrado pistas en el código de otros
juegos de FNAF. Ella pensó que esta era una idea genial, así que lo estaba
probando por primera vez por su cuenta.
Su computadora portátil sonó y dejó de dar vueltas en su silla. Había
una notificación sobre una nueva publicación en su foro favorito de FNAF
en GamerzUNITE.
Cuando vio que era una publicación sobre un misterioso niño
desaparecido, su entusiasmo cayó en picado. Los niños desaparecidos eran
una docena en FNAF, pero como estaba aburrida, hizo clic en él de todos
modos. La publicación era sobre un niño de cinco años que había
desaparecido hace diecisiete años. Aparentemente, había detalles
contradictorios de que un hombre morado podría haberlo secuestrado.
Mandy hizo una mueca.
—¿Un hombre morado? ¿Como William Afton?
En ese momento, el descompilador le notificó que el archivo estaba
completo. Ansiosa, hizo clic en los datos que creó para FNAF3 y se abrió
una explosión de imágenes, texturas y archivos pequeños.
—¡Guau! — Mandy se acercó y cogió la foto enmarcada de su hermano
que estaba sobre su escritorio y puso su pequeña cara en la pantalla—.
¡Mira esto, Bobby! Es genial, ¿no? Volvió a colocar su foto e intentó guardar
los datos.
—Maldita sea. —Los archivos del juego eran demasiado grandes para
guardarlos en su portátil, así que empezó a revisar los archivos en línea.
No estaba segura de lo que estaba buscando, pero lo sabría cuando lo
encontrara. Probablemente.
Mordió un regaliz y tomó un sorbo mientras revisaba el contenido. Los
archivos eran en su mayoría imágenes y sonidos del juego. Bostezó y tomó
un sorbo de su botella de agua. Mientras hojeaba la mayor parte de los
datos, un archivo de imagen llamado ahorapareceembrujado.jpg captó su
interés. Levantando las cejas, hizo clic en la imagen.
Una foto incolora de un viejo edificio de metal se abrió en la pantalla.
—¿Qué es esto? —murmuró.
Acercó la foto lo mejor que pudo antes de que se pixelara, buscando
algo que le indicara la ubicación. El edificio estaba bastante deteriorado. La
pintura de la puerta parecía desconchada y había una grieta en una de las
ventanas delanteras. También había un nombre de calle.
—Willow algo Road —murmuró.
¿Por qué esta foto estaría en los archivos de FNAF3?
El punto era que no debería ser así.
Mandy de repente tembló de emoción en la silla de su escritorio,
golpeando sus botas en la alfombra. De hecho, había encontrado algo del
juego que no pertenecía, ¡algo que aún no había visto en línea! ¿Esta era
una pista dejada por el creador? ¿Se suponía que este edificio significaba
algo para la historia del juego? ¡La gente iba a enloquecer!
Inmediatamente, descargó la foto y la guardó. Se conectó a un foro de
FNAF y subió la imagen.
Asunto: ¡¡NUEVO HALLAZGO EN FNAF3!!

[MSQUARED] ¡Nunca adivinarán lo que encontré!

¡¡Algo nuevo en los archivos de FNAF3!! ¿Habías visto esto


antes? ¿Qué creen que significa esta foto? ¿Cómo creen que se
relaciona con la historia del juego? ¡Demen todas tus ideas!
¡¡¡Ayuda!!!

Mandy estaba muy emocionada. Una vez más alcanzó la vieja foto de su
hermano y pasó el dedo por el marco.
—No puedo creer que realmente encontré algo. ¿Qué crees que
significa sobre el juego? ¿Dónde crees que está la ubicación? ¿Crees que
tiene algo que ver con la historia principal... o tal vez esto es un adelanto
de algo nuevo? Tantas preguntas, ¿sabes?
—Quédate aquí. —Dejó la foto de Bobby a su lado—. Tenemos mucha
investigación por hacer.
Una hora más tarde, Mandy bostezó y se estiró en su silla. Escribió una
entrada rápida para su blog y luego miró la hora. ¡Ay! Era más tarde de lo
que pensaba... se olvidó de hacer su tarea.
Algo rojo brilló en su visión periférica junto a su cama, y giró la cabeza.
«¿Qué fue eso?»
Vio su cama llena contra la pared. Sus carteles de juegos estaban
clavados sobre él. Su tocador alto y su puf de lunares estaban en sus lugares
habituales junto a la puerta.
Era como si hubiera visto algo moverse... y luego hubiera desaparecido
en el aire. Un escalofrío la recorrió y se estremeció. «Sólo estoy cansada»,
pensó. Había pasado las últimas cinco horas revisando archivos de un juego
de terror, por supuesto que se iba a asustar. La tarea de economía
gubernamental era perfecta para devolverle los pies a la tierra... si no la
ponían a dormir primero.
—Hasta mañana, mundo de FNAF —dijo, y cerró su computadora
portátil.
M&M SCOOP Entrada #216

¡Algo más que genial sucedió! Estaba revisando los archivos


descompilados de FNAF3 y encontré algo que no creo que
pertenezca al juego. Es una foto de un edificio antiguo y misterioso.
Sólo pude distinguir parte del nombre de la calle en la foto, así que
tendré que hacer una investigación seria para encontrar la ubicación
real. Estoy preguntando por respuestas. ¡Los mantendré informados
de lo que descubra! ¡Estoy MUY EMOCIONADA! —M&M
☆☆☆
Mandy bajó las escaleras a la mañana siguiente para desayunar,
bostezando y con los ojos llorosos. Siguiendo el olor a café y las tostadas
que a su padre le gustaban, se dirigió a la cocina y vio a su padre con un
traje azul oscuro y corbata. Estaba leyendo las últimas noticias en una
tableta mientras se apoyaba en la isla de la cocina. Su cabello rubio parecía
brillar bajo las luces de la cocina, recordándole que debajo del cabello rosa,
ella tenía su mismo color.
—Buenos días, oso Mandy —dijo, mirándola—. ¿Te quedaste despierta
hasta tarde?
Mandy asintió y abrió la nevera para tomar la leche, luego buscó en la
despensa y sacó las bolitas de chocolate. Papá agarró un tazón y una
cuchara y los dejó en el mostrador de la isla.
—Tú y yo tenemos suerte de que tu madre no esté aquí para verte. Te
sermonearían por quedarte despierta hasta tarde y a mí por dejarte sola.
Mandy lo miró con los ojos entrecerrados. Estaba recién afeitado y
duchado. Su cabello ya estaba seco y cuidadosamente peinado. La mayoría
de los días, él se levantaba temprano y se dirigía a la caminadora, por lo
que ella sabía que probablemente ya había estado despierto hace dos horas.
—Tenías que trabajar hasta tarde. ¿Cómo es que ni siquiera estás
cansado?
Él sonrió y guiñó un ojo.
—Nací para vivir con cinco horas de sueño, niña.
—¿Cómo es posible? —murmuró, sirviendo cereal y luego leche—. ¿Y
por qué no pude obtener ese gen?
—Es mi superpoder personal. —Su padre se encogió de hombros—.
Entonces… dime, ¿le gustó a mamá el rosa?
Mandy quedó repentinamente fascinada por su cereal.
—Ella lo amó.
—¿De verdad?
Mandy asintió mientras se limpiaba la leche de la barbilla.
—Mmm. —Papá la miró con incredulidad, pero no insistió en el asunto
mientras bebía de su taza.
—Entonces, papá. Eres bueno resolviendo problemas.
—Eso es lo que hago para ganarme la vida. ¿Por qué? ¿Tienes un dilema
con un proyecto escolar? Pónmelo encima, magdalena.
—Bueno, estaba investigando sobre un juego. Encontré una foto dentro
de las entrañas del juego que no era parte del juego real. ¿Qué piensas de
eso?
—Así que... no son deberes escolares. —Su papá tomó otro sorbo—.
No sé, Mandy. A veces pienso que los programadores simplemente dejan
basura allí y ya. Cosas que no usan. No todo lo que hay allí es una pista
esperando a ser encontrada.
Mandy se despertó de golpe.
—¿Sí? ¿Quizás alguien no quería que la encontraran?
Papá pareció vacilar de repente.
—¿Por qué? Esa foto no es algo ilegal, ¿verdad?
—No, papá. Sheesh. ¿Qué tipo de persona crees que soy?
Sus ojos se abrieron.
—¿De verdad quieres que responda eso?
Mandy sonrió.
—Tal vez no. Tengo el pelo rosa.
—Entonces, ¿no hay nada único en la foto?
—Nada que yo pueda decir. Sólo un edificio al azar que podría estar en
cualquier lugar.
Papá tomó un sorbo de su café.
—Eso es a lo que me refería. Es posible que el edificio se haya utilizado
para el juego de una manera que no sabes... como inspiración.
—Inspiración —murmuró—. Interesante.
Dejó su taza de café y recogió su maletín.
—Esas son todas mis ideas brillantes para hoy, chica. Que tengas un
gran día en la escuela. No te dejes molestar. —Le dio un beso en la mejilla
al salir de la cocina—. Tengo una reunión programada más tarde de lo
habitual, por lo que…
—Está bien, papá.
—Tal vez te vea para la cena.
Ella sonrió de nuevo.
—Ya.
Ambos sabían que eso no era probable.

☆☆☆
El día escolar de Mandy pareció pasar como un borrón. Se encontró
distraída durante las clases. Estaba cansada, cierto, pero estaba más
distraída, dándole vueltas a los posibles significados del misterioso edificio
que había descubierto.
Se moría por ver si otros fanáticos habían respondido a su publicación.
¡La idea de que podría haber encontrado una parte importante de la
historia del juego era tan emocionante! Cuando sonó la última campaña,
se levantó de un salto y corrió a su casillero. Cuanto más rápido pudiera
salir de allí, más rápido podría llegar a casa y volver a los foros.
Hizo girar el combo del casillero y abrió la pequeña puerta.
Algo estalló desde el interior y una sustancia húmeda salió disparada,
salpicándole la cara y el pecho. Mandy dejó caer su mochila y se quedó
congelada en estado de shock.
Un estallido de aplausos sonó a su alrededor.
Mandy se limpió la sustancia pegajosa de la cara y sus manos quedaron
con una baba verde. Goteó gotas en el suelo y escupió la baba que se le
había metido en la boca. La sustancia pegajosa olía a pasta de dientes
mezclada con crema de afeitar, pero no podía estar segura. Se giró para
escuchar a las chicas aplaudiendo y riendo mientras la vergüenza se
desplomaba dentro de ella.
Tenía ganas de correr. Quería gritarles a todas.
«¡Déjenme en paz!»
Pero ella sólo pudo quedarse allí y ser parte del espectáculo de
fenómenos al que creían que pertenecía.
Efectivamente, cuando Mandy se aclaró los ojos, vio a Melissa, de pie en
el centro de todo. Melissa medía apenas un metro y medio y parecía una
muñequita malvada mientras se reía. No es de extrañar que Melissa y Lily
hayan estado extrañamente calladas durante el período de estudio. No hay
necesidad de golpear a Mandy durante la clase cuando tenían esto para
esperar.
Melissa se acercó a Mandy, con su cabello rojo balanceándose de lado a
lado.
—Wow, ¿qué te pasó, cabeza de mazo? —ella chasqueó la lengua—.
Has hecho un gran desastre. Eres una verdadera amenaza para la PD,
¿sabes? ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que no perteneces aquí, fenómeno?
Mandy empezó a temblar.
Una maestra salió de un salón de clases y Melissa se alejó rápidamente.
—¿Que pasó aquí? —preguntó la Sra. Gentry con asombro. Miró a
Mandy y el desorden en el suelo—. ¿Quién hizo esto?
Mandy quería señalar con el dedo directamente a Melissa y su grupo de
amigas. Pero estaba demasiado alterada. Demasiado inestable. Si hablaba
bien en este momento, podría explotar sobre todas como la baba verde
de su casillero. De todos modos, no tenía pruebas de que fueran Melissa y
sus amigas.
Mandy simplemente negó con la cabeza.
—Vamos, vamos a llevarte a la oficina y limpiarte. Muévanse todas.
Ponte en marcha, o será un placer empezar a llevar gente para interrogarla.
Unos minutos más tarde, Mandy se había calmado lo suficiente como
para hablar con la secretaria. No, no quería que la oficina llamara a sus
padres. Ella les dijo que su mamá estaba fuera de la ciudad y que su papá
estaba en reuniones importantes y que no podían molestarlo, lo cual era
cierto. No, ella no sabía quién le había hecho esto, lo cual era un poco
falso. Se lavó lo mejor que pudo en el baño de la oficina. Se le hizo un nudo
en la garganta cuando se dio cuenta de que el verde no salía de su cara por
completo. Su cabello rosa ahora estaba manchado de verde. Sólo tenía que
salir de allí y volver a casa.
Se detuvo en su casillero para salvar lo que pudo. El conserje estaba
fregando el suelo manchando de verde por todas partes.
—Será mejor que esto salga —le murmuró a Mandy como si todo fuera
culpa de ella—. Sólo saca tus cosas, y trataré de limpiarlas lo mejor que
pueda. Pero no prometo nada.
Mandy pensó que murmuró algo sobre niños ricos, pero no estaba
segura. Tiró algunos papeles en el bote de basura que el conserje le había
proporcionado, así como el extraño artilugio de tubo que le disparó la
sustancia pegajosa verde.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que su longboard no estaba.
Dejó escapar un suspiro de frustración. Apenas podía mantenerse unida.
Pero no se rompería en la escuela. No le daría a Melissa esa satisfacción.
Agarró el resto de sus cosas y las colocó en una bolsa de basura nueva
que le había dado la secretaria.
Pasó por la oficina para informar sobre la pérdida de su longboard y
luego se fue caminando a casa. Ignoró las miradas extrañas que recibió de
los peatones. Mientras repetía la explosión de su casillero una y otra vez
en su mente, comenzó a caminar más rápido. El dolor y la humillación
parecían extenderse por todo su cuerpo como un reguero de pólvora, y
corrió lo más rápido que pudo para hacer que todo desapareciera.
Fue lo más rápido que recordaba haber corrido en su vida.

☆☆☆
En casa, Mandy se duchó e intentó quitarse todo el verde del cabello y
de la piel. El tinte verde finalmente se desprendió de su piel, pero había
manchado su cabello rosa recién teñido.
Mientras se miraba en el espejo, sus ojos ardían, pero parpadeó para
alejar la sensación.
—Bien, me pondré morado esta noche antes de acostarme. Amo el
morado. Todo estará bien. —Se dio la vuelta, recogió su uniforme
manchado y lo tiró a una bolsa de basura. Se lavó la pegajosidad de las
botas. Sin embargo, no podía que limpiar la mochila... y no estaba dispuesta
a explicar este incidente a sus padres. Sólo tendría que lidiar con una
mochila de arcoíris salpicada de verde por el resto del año escolar.
Cuando terminó de limpiar, se sentó frente a su computadora y miró la
foto de Bobby.
—Fue un mal día, Bobby. —Respiró hondo para mantener a raya la
tristeza—. N-No sé qué hacer. Si le digo a papá lo que pasó, él le dirá a
mamá, y luego mamá volará de regreso y… será un desastre aún mayor.
Sólo desearía que estuvieras aquí conmigo. A veces, siento que eres el
único con el que realmente puedo hablar.
Mandy volvió a tomar la foto: su hermano le sonrió, sólo tenía tres
semanas y vestía un pijama azul con calcetines. Por lo general, hablar con
Bobby la hacía sentir mejor, pero esta noche había un vacío en ella que
amenazaba con tragarla por completo.
Sacudiendo la cabeza, se conectó a los foros de FNAF. Estaba lista para
volver a sumergirse en la comodidad de su mundo favorito y olvidarse de
todo y de todos a partir de hoy. A ella no le importaba nadie en la PD; los
foros eran donde estaba su gente, ¿no?
Asunto: ¡¡NUEVO HALLAZGO EN FNAF3!!

[FREDTHEDEAD] De ninguna manera esto es real. Descompilé


este juego antes y nunca vi esto.

[TotalMisfit] ¡Genial, tendré que ver esto! ¡Gran hallazgo!

[GameRagr] Un edificio antiguo. Guau. Vaya cosa. Pulgares abajo

[ChazPlayz] Intenté encontrarlo y no pude. ¿Seguro que obtuviste


esto de FNAF3?

[ContrlFreek] Sí, yo tampoco. No pude encontrarlo.

Mandy frunció el ceño ante los comentarios que recibió de su


publicación la noche anterior. Tuvo cuarenta y tres votos negativos.
«Oh, este día sigue mejorando. ¿Qué quieren decir con que no pudieron
encontrarlo?» se preguntó Mandy. La foto había estado en los archivos
descompilados de FNAF3, no pertenecía al juego, ¡y cualquiera que
estuviera obsesionado con FNAF lo sabía!
Su teléfono sonó para una solicitud de chat de video de Lindy. Lindy,
también conocida como TotalMisfit, era una amiga que conoció en línea el
año pasado. Siguieron encontrándose en los foros de FNAF y en el sitio de
fanfics. Pronto comenzaron a enviarse mensajes y recientemente
comenzaron a chatear por video. El único problema era que vivían a dos
estados de distancia y nunca se habían visto en persona. Y con la distancia,
probablemente no se encontrarían pronto.
Ah, y Mandy había aprendido de inmediato que, al menos con Mandy,
Lindy no era una inadaptada total en absoluto. También era la persona más
amable que Mandy había conocido en mucho tiempo.
Cuando Mandy respondió, las gafas circulares completas de Lindy
llenaron la pantalla.
Tenía una rica piel morena con cabello negro y ojos marrones. Sus
monturas moradas siempre se le caían por la nariz y Mandy la observaba
continuamente empujarlas hacia arriba con el dedo.
—Hola, Mandy. ¿Qué estás haciendo?
—Tratando de averiguar por qué nadie puede encontrar esa foto que
publiqué de FNAF3.
Lindy tomó un sorbo de una lata de refresco.
—¡Ese fue un hallazgo genial!
Los ojos de Mandy se abrieron.
—¿También la encontraste?
Lindy negó con la cabeza.
—No lo he probado. He estado abrumada con la tarea esta semana.
—Bueno, estoy descompilando el juego nuevamente para ver qué pasó.
Era lo único que parecía fuera de lugar en los archivos. No puedo creer
que la gente piense que estoy inventando esto.
—Todos están celosos de que la encontraste y ellos no. Eso o hay una
falla en alguna parte. Yo no me preocuparía por eso. Además, ¿no
deberíamos centrarnos todos en lo que es la foto en lugar de dónde
proviene? ¡Vaya! Por cierto, deberías intentar una búsqueda inversa de
imágenes cuando tengas un segundo. ¿Tal vez puedas averiguar de dónde
se originó la foto? Te enviaré el enlace de cómo hacerlo.
Mandy sintió una burbuja de emoción.
—¿De verdad? Genial, gracias.
—No hay de qué. —Lindy entrecerró los ojos—. ¿Te teñiste el pelo de
rosa y verde?
Mandy se pasó una mano por el cabello húmedo.
—No exactamente.
—Ah, okey. Algo así como un experimento científico que salió mal,
¿verdad?
Mandy sonrió. Lindy tenía esa manera de tomarse las cosas a la ligera, y
Mandy lo apreciaba.
—Bastante.
—Odio cuando eso sucede. Entonces, ¿estás lista para un juego de
veinte preguntas? —preguntó Lindy.
—Tengo algo de tiempo.
Veinte preguntas habían sido su forma de conocerse mejor durante los
últimos meses.
—Vas primero.
—De acuerdo. ¿Cuál es tu helado favorito?
—El brownie de chocolate es el rey. ¿Cuál es el tuyo?
—Pepitas de chocolate con menta. Sin lácteos. Soy intolerante a la
lactosa.
Mandy hizo una forma de O con la boca y asintió.
—¿Tienes tu licencia de conducir?
—Sí, mi papá me hizo conseguirla de inmediato. Dijo que todos
necesitábamos saber cómo ser independientes. ¿No tienes la tuya?
Mandy negó con la cabeza.
—No todavía. Sólo tengo mi permiso. Mi mamá sigue molestándome,
pero me asusto cada vez que estoy de viaje, lo cual no ha sido mucho
últimamente. Está en mi lista de tareas pendientes. ¿Tienes hermanos?
—Dos.
—¿Dos? Guau.
—Sí, soy la hija del medio. Según mi clase de psicología, necesito que
me presten atención. —Lindy se encogió de hombros y se subió las gafas
por la nariz—. No estoy tan segura de eso. ¿Tú tienes hermanos?
—Um, bueno, ya no.
—Vaya. —Los ojos de Lindy se abrieron detrás de sus lentes—. Lo
siento mucho, ¿qué pasó? ¿Está bien preguntar? Quiero decir, no quiero
ser…
—No, está bien. Mi hermano murió cuando era un bebé y nunca llegué
a conocerlo. No están realmente seguros de por qué murió. A veces los
bebés simplemente no lo logran, supongo.
Lindy asintió.
—Lo siento mucho. No puedo imaginar no tener a mis hermanos a mi
alrededor… incluso si son completamente una molestia.
—¿Cuáles son sus nombres?
—James y Thomas. ¿Cómo se llamaba tu hermano?
—Bobby. —Pasó el teléfono a su escritorio y le mostró a Lindy la foto
de Bobby—. Es él.
—Se ve muy lindo en su pijama azul de bebé.
—Gracias. —Mandy salió de su habitación, girando un mechón de
cabello alrededor de su dedo mientras bajaba las escaleras a la cocina para
tomar agua.
—¿Cómo es tener hermanos, de todos modos?
Lindy frunció los labios y miró hacia arriba como si estuviera pensando
en ello.
—Bueno, son ruidosos y malolientes, y a los míos les gusta luchar. A
veces te roban las papas fritas y definitivamente invaden tu privacidad. Una
vez, mi hermano mayor robó mi diario y lo leyó en voz alta a toda la familia.
Lo recuperé llamando a una chica que le gustaba pero que estaba
demasiado asustado para hablarle. No quiso hablarme durante una semana,
pero lo superó.
Para Mandy todo eso sonaba maravilloso. A menudo soñaba con crecer
con Bobby como un hermano mayor, que siempre estarían juntos, jugando,
pasando el rato. Tal vez incluso se pondrían nerviosos el uno al otro.
Su corazón dio un pequeño apretón cada vez que pensaba en ello y sabía
que nunca sucedería.
—Pero… otras veces, pueden defenderte cuando tus padres se ponen
a tu cargo o cuando necesitas que te animen. Y uno de ellos siempre está
cerca. Nunca estoy sola, lo que también puede ser muy molesto. Sin
embargo, la familia es la familia.
«La familia es la familia», pensó Mandy. Cogió una botella del frigorífico,
se dirigió a la sala de estar y se dejó caer en el sofá.
—Oye, me tengo que ir. Mamá me está llamando. Te enviaré un mensaje
más tarde. ¡Voy, mamá!
—De acuerdo-
Lindy se había ido de repente.
Mandy colocó su teléfono en su regazo mientras estaba sentada en
medio de su gran sala de estar vacía, completamente sola.
Empezó a mirar al espacio, imaginando a Bobby todavía vivo y crecido
como ella. Tendría el cabello oscuro como mamá, y habría sido alto y
delgado como papá. Tal vez haría bromas, y tal vez estaría en los
videojuegos o sería una especie de atleta estrella. Algo parpadeó en la parte
superior de la escalera, llamando la atención de Mandy: un pequeño zapato
azul estaba en el escalón superior.
Mandy se sentó rápidamente en el sofá y lo vio desaparecer de su vista.
Un segundo estaba allí, y en dos segundos, se había ido. Mandy se
levantó y se dirigió lentamente al armario del pasillo, donde su padre
guardaba un bate de béisbol.
Después de agarrar el bate, se arrastró escaleras arriba, agarrando con
fuerza la barandilla con la mano libre. Miró por el pasillo, luego buscó en
cada habitación y baño tratando de entender lo que había visto. Cuando
buscó por todas partes y no encontró zapatos azules sospechosos ni a la
persona que los usaba, simplemente sacudió la cabeza.
—He estado jugando demasiado FNAF.

☆☆☆
Esa noche, después de teñirse el cabello de rosa algodón de
azúcar/verde limo a un morado apasionado, Mandy volvió a buscar en los
archivos FNAF3 recién descompilados, uno por uno, en busca de la imagen
del edificio de metal. Esta vez iba a hacer una captura de pantalla del
descubrimiento para que los demás creyeran que procedía directamente
de los archivos del juego. Entonces tendría pruebas sólidas para mostrarles
a todos que no estaba mintiendo.
El único problema era que... parecía que no podía encontrarla.
«¿Dónde está?»
Había estado allí la noche anterior. Ella no la había creado de la nada.
Cuando llegó al final de los archivos, le empezó a doler la cabeza, pero
no le importó. Empezó desde el principio de nuevo, para ver si
accidentalmente lo había pasado por alto.
La segunda vez, tampoco pudo encontrar la imagen.
Derrotada, se encorvó en la silla de su escritorio.
¿Cómo podía estar allí una noche y desaparecer a la siguiente?
Se frotó los ojos con los dedos. ¿Cómo iba alguien creerle cuando la
prueba se había ido? No entendía cómo podría haber desaparecido
repentinamente. Volvió a iniciar sesión en el foro y actualizó su hilo.
Asunto: ¡¡NUEVO HALLAZGO EN FNAF3!! (No tanto)

[Msquared] Chicos, no sé qué pasó. La foto realmente estaba en


los archivos del juego anoche... ahora simplemente se ha ido.
Desapareció. Como si alguien la hubiera sacado de los archivos. No
estoy segura de por qué.

Se sintió estúpida. ¿Por qué había publicado la foto tan rápido? ¿Por qué
no había tomado una captura de pantalla como prueba la noche anterior?
GamerzUNITE era su lugar seguro y feliz, donde podía ser ella misma.
Ahora de repente se veía como una especie de escama que nadie creía.
«¿Por qué eres un espectáculo tan raro, Mandy?»
Sus ojos comenzaron a arder de nuevo por lo que parpadeó un par de
veces. Inhaló y resopló lentamente, luego cuadró los hombros. Esto no iba
a impedir que averiguara de dónde procedía la imagen. Sabía que la imagen
había estado en los archivos de FNAF3, aunque nadie más le creyera que
era real. Tenía que significar algo para la historia del juego o estar
conectada con el universo FNAF de alguna manera. Tal vez era como había
dicho su padre: estaba allí por una razón que los jugadores no conocían,
como inspiración.
Hizo clic en el enlace que Lindy le había enviado y comenzó la búsqueda
inversa de imágenes. Puso la extraña imagen de ahorapareceembrujado.jpg
a través de un motor de búsqueda para ver dónde podría haberse originado
la foto, o incluso dónde estaba realmente ubicado este edificio. Después
de un par de minutos, aparecieron varios enlaces, páginas, de hecho, con
posibles pistas. La lista seguía creciendo... esto iba a durar una eternidad.
Se le puso la piel de gallina en los brazos y se estremeció en su silla. De
repente estaba súper fría.
Suspiró, girando su silla para conseguir un suéter y se congeló.
Mirando a la vuelta de la esquina de su dormitorio había un niño
pequeño, mirándola. Mandy contuvo la respiración y no se atrevió a
moverse.
El niño parecía ser un niño de unos cinco o seis años con cabello
castaño. Estaba escondido detrás de la puerta, cubriendo la mayor parte
de su cuerpo. Vio su pequeña mano agarrando el marco de la puerta, el
hombro de su camisa roja brillante. Un ojo la miró.
Ella parpadeó y él se fue.
Mandy soltó el aliento que había estado conteniendo y comenzó a
temblar de asombro. Esperó un momento para ver si volvía a aparecer,
pero no lo hizo. Se levantó de la silla del escritorio y caminó lentamente
hacia la puerta, saliendo al pasillo. No estaba segura de lo que esperaba
ver, pero todo lo que vio fue su piso de madera normal y paredes de color
cáscara de huevo.
—Eso fue... súper raro —susurró, luego volvió a meterse en su
habitación, cerró la puerta y le echó llave.

☆☆☆
Mandy se despertó en la oscuridad, con el corazón desbocado, pero no
estaba en la cama.
Estaba acostada en un piso duro en pijama, congelándose. Se puso de
pie descalza con un escalofrío, tratando de entender dónde podría estar.
Esta tampoco era su casa. Podía sentir que el espacio a su alrededor era
demasiado grande, demasiado abierto. Extendió las manos mientras
caminaba, con la esperanza de no chocar con algo. Finalmente sintió una
pared y deslizó sus manos sobre la superficie fría y sucia mientras daba
pequeños pasos. Sus ojos comenzaron a adaptarse y se dio cuenta de que
estaba en una especie de almacén o edificio grande.
Una tenue luz amarilla se encendió en el área grande, haciéndola
parpadear para adaptarse a la extraña iluminación. Vio una caja de cabezas
animatrónicas y partes del cuerpo en un piso a cuadros en blanco y negro.
—De ninguna manera —susurró ella. Estaba bastante segura de que
reconocía a Fazbear's Fright, el edificio embrujado de FNAF3. Su corazón
comenzó a latir con fuerza por la emoción y el miedo. ¿Estaba soñando?
Tenía que ser así... ¿verdad?
Antes de que pudiera pensar qué hacer a continuación, el niño pequeño
que había visto en su habitación apareció frente a ella. Reconoció su camisa
roja, jeans y tenis azules. De cerca, pudo ver que su cabello castaño estaba
algo puntiagudo y revuelto. Sus ojos oscuros parecían vacíos.
—Hola —dijo, sin saber cómo empezar—. Soy Mandy. Me has estado
visitando, ¿no? ¿Cuál es tu nombre?
El fantasma no respondió; él sólo la miró de una manera abatida.
—Es extraño encontrarnos aquí, ¿no? —Mandy miró a su alrededor,
preguntándose cómo podría salir de aquí, cuando estaba bastante segura
de que "aquí" no existía en el mundo real—. ¿Por qué crees que estamos
aquí? —Se frotó los brazos tratando de entrar en calor y sus dientes
comenzaron a castañetear.
—¿Conoces la salida? —Dio un paso hacia el niño, pero en un instante,
él se dio la vuelta para correr.
—Oh, pequeño. ¡Espera! ¡Detente! —Mandy lo siguió por el pasillo
desde el que había pasado innumerables horas defendiéndose de los
animatrónicos. Sus pies golpearon contra el suelo duro—. ¡No es seguro
aquí! ¡Hay cosas que quieren hacerte daño!
Hombre, ¡el niño era rápido! Dobló las esquinas y corrió a través de las
habitaciones demasiado rápido para que ella pudiera seguirlo.
—¡Detente! ¡Regresa!
Vio un destello de su camisa roja mientras entraba a toda velocidad en
una habitación, atravesó la puerta detrás de él, pero cuando miró a su
alrededor, no pudo encontrarlo. Estaba en una especie de trastero. Los
estantes se alineaban en todas las paredes, todos llenos de partes
animatrónicas. Había una cabeza de oso, una pequeña caja de ojos, un brazo
y piernas.
—Oye, sal, por favor —susurró, aunque no estaba segura de por qué.
Una caja grande estaba colocada a un lado. Miró detrás y allí estaba él,
sentado, con las piernas pegadas al pecho y el rostro pegado a las rodillas.
Se estaba escondiendo. «Pobrecito».
—Oye, no tengas miedo. No te voy a lastimar. —Se puso de rodillas
frente a él. Él levantó la cabeza y un escalofrío le recorrió la espalda.
En la luz amarilla, sus ojos eran tan oscuros que era como si pozos
vacíos la miraran.
—Uh, está bien tener miedo. Podemos salir juntos de aquí. Vamos, toma
mi mano. Extendió la mano, pero el niño no se movió para tomarla.
—Por favor, puedo ayudarte. ¿Cuál es tu nombre?
Ella se acercó más, con sus rodillas raspando el suelo cuando se acercó
a él. Dudó cuando un gruñido estrangulado resonó en la habitación.
—¿Qué es eso? —susurró. Una ola de miedo y adrenalina se apoderó
de ella. Se asomó por encima del hombro, esperando ver un animatrónico
extraño y exhaló cuando no había nada allí.
Se volvió hacia el chico, y él saltó sobre ella, con la boca abierta de par
en par, con dientes enormes y afilados.
Mandy gritó mientras se erguía en su cama.
—Oh, Dios mío, oh, Dios mío —susurró mientras su pulso se aceleraba
erráticamente. Buscó alrededor de su oscuro dormitorio. Estaba en casa.
Estaba bien—. Sólo fue un mal sueño. Un mal, mal sueño. Ya se terminó.
—Se lamió los labios secos cuando su pulso comenzó a calmarse. Agarró
al Sr. Happy y lo metió debajo de su brazo mientras descansaba su cabeza
sobre la almohada.
Pero sus ojos se detuvieron en la puerta cerrada de su dormitorio.

☆☆☆
Al día siguiente en la escuela, Mandy estaba nerviosa por regresar a la
preparatoria Donavon.
No miraría a nadie a los ojos mientras caminaba hacia su casillero. Por
lo general, mantenía la cabeza en alto mientras caminaba por los pasillos,
pero hoy simplemente no lo tenía en ella. Podía sentir a otras chicas
mirándola, susurrando a sus espaldas. Le dio ganas de encorvarse por la
mortificación y la vergüenza: realmente se había convertido en un
espectáculo de entretenimiento esta semana.
Después del extraño sueño de la noche anterior, no había podido volver
a dormirse y sólo dio vueltas y vueltas hasta el desayuno. Ahora se sentía
un poco como un zombi que todos no podían evitar mirar con asombro.
Pasó junto a Melissa y Lily en el pasillo y se echaron a reír, y todo el
dolor que sintió ayer volvió a ella. Apretó las manos en puños.
«No importa», se dijo a sí misma. «Sólo necesito pasar este día».
Cuando llegó a su casillero, hizo girar el combo y abrió lentamente la
puerta para asegurarse de que no hubiera sorpresas ocultas. Algunas chicas
se rieron de eso. Para alivio de Mandy, todo era normal y nada le vomitó
en la cara. Sólo tenía que poner algunos de los libros recién limpios que se
había llevado a casa el día anterior. Su teléfono vibró con un mensaje de un
número que no reconoció. Cuando hizo clic en el mensaje, apareció una
foto de sí misma en forma de boomerang, con la sustancia pegajosa verde
lanzada a su rostro desde el casillero. Era como ver su propia pesadilla en
repetición una y otra vez. Mandy apretó la mandíbula y borró el mensaje,
bloqueando el número desconocido. Luego, con la cabeza gacha, cerró de
golpe su casillero y corrió a su primera clase.
En el almuerzo, encontró el árbol bajo el que siempre se sentaba.
Empezó a enviar mensajes a Lindy:
[Msquared] ¿Crees en fantasmas?

[TotalMisfit] Sí, un poco, pero nunca he visto uno. ¿Tú?

[Msquared] Creo que lo hice anoche, luego soñé con él.

[TotalMisfit] ¿Él?

[Msquared] Un niño pequeño que no habla y sólo me mira

[TotalMisfit] Wow, eso es ESPELUZNANTE

[Msquared] Totalmente

Mandy escribió "¿Por qué acechan los fantasmas?" en un motor de


búsqueda en su teléfono. Hizo clic en un par de enlaces de sitios web y
artículos que aparecieron.
«¿Negocios inconclusos? ¿Conmigo? No que yo sepa».
«Tienen un mensaje que decirte. Bueno. ¿Qué clase de mensaje?»
«No saben que están muertos. Mmm. Seguro que no quiero ser la que
se lo diga después del susto con su boca abierta».
Básicamente, todavía no sabía por qué el fantasma seguía apareciendo
ante ella. Cuando llegó el momento del período de estudio con Melissa y
Lily, Mandy mantuvo la cabeza gacha mientras hacía su tarea.
Como de costumbre, las chicas entablaron una de sus fascinantes
conversaciones.
—Cabeza de mazo, quiero decir, Mandy. Me encanta el morado —dijo
Melissa en voz baja detrás de ella.
Mentalmente, Mandy puso los ojos en blanco, haciendo rebotar su
rodilla debajo de su escritorio.
—¿Qué pasa, Mandy, no te gustó el verde? —Lily intervino—.
Podríamos haberte llamado cabeza de sandía.
Mandy permaneció en silencio.
—Oh no, Mandy no nos habla, Lily. Creo que herimos sus sentimientos.
—¿Qué pasa, Mandy? ¿Eres demasiado buena para hablar con nosotras
ahora que tienes el pelo morado?
—Tal vez la rompimos, Lily —dijo Melissa, apenas conteniendo la risa.
—¡Oh, eso es perfecto!
Mandy no respondió. No pudo. Actuó como si ni siquiera estuvieran
allí. La verdad era que odiaba las confrontaciones, y ayer la habían lastimado
de una manera que no podría olvidar pronto. Se sentía como un saco de
boxeo, magullada y golpeada. Pero estaba empezando a darse cuenta de
que hacerles saber que la habían derrotado dolía aún más. Sintió que estaba
en una especie de encrucijada emocional. Podía defenderse actuando como
si lo que habían hecho no la molestara, o podía enfurruñarse, derrotada y
rota.
Por lo general, elegiría la primera opción, pero ya no tenía la fuerza de
voluntad para tomar esa decisión. Así que la malhumorada, derrotada y
rota Mandy tendría que ser suficiente por ahora.
Finalmente, superó el período de estudio y llegó a casa sin más
incidentes. Volver a sumergirse en la foto misteriosa de FNAF era justo lo
que necesitaba para olvidar todo el drama en la escuela. Había aprendido
a tomar las cosas que no la hacían feliz y guardarlas en pequeñas cajas
imaginarias, escondidas de su vida diaria para que no pudieran lastimarla
más. Era una estrategia que funcionaba, y se apegaba a ella.
Le tomó algún tiempo revisar las páginas de enlaces de motores de
búsqueda para el edificio misterioso, pero Mandy finalmente descubrió un
sitio web que le dio una pista sobre la extraña imagen
ahorapareceembrujado.jpg. Dentro de un sitio web de la ciudad de un
pequeño pueblo llamado Peace Valley, había una imagen de un edificio de
aspecto similar en color.
—Tiene que ser este —murmuró. Sacó la foto original y la comparó
con el tamaño y el estilo de los edificios antiguos, hasta el color de la puerta
astillada—. Si esto es. Ahora... ¿dónde se encuentra Peace Valley?
Hizo clic en un enlace de ubicación. Este edificio era real, estaba ubicado
en Utah, y la dirección... ¡estaba en Willow Field Road! Mandy saltó de su
silla, levantó los puños en el aire y bailó alrededor de su habitación,
cantando.
¡No podía creer que realmente lo había encontrado! Agarró la foto de
Bobby.
—Lo hice, Bobby. ¡Localicé el edificio real! —Dio vueltas hasta que se
mareó y cayó sobre su cama, respirando con dificultad mientras su
dormitorio giraba.
Tengo que decírselo a Lindy. Se incorporó y le envió un mensaje rápido
a Lindy de que había encontrado la ubicación real del edificio, seguido de
una fila de emojis de caritas felices.
Luego saltó de la cama y buscó en el mapa la dirección real.
La ubicación surgió como una sala de cine llamada Old Cinemas que
proyectaba películas mudas.
Mandy asintió. ¿Qué tan genial sería ir a un teatro antiguo y ver una
película muda? ¿Quizás algo aterrador como una vieja película de Lon
Chaney?
El teléfono de Mandy sonó con una videollamada de Lindy, a la que
Mandy respondió con un grito.
—¡Ahhh! —Lindy pareció dejar caer el teléfono, pero luego lo levantó
y su rostro reapareció.
—Caramba, ¿qué pasa?
—¡Encontré el edificio! Es un cine antiguo en Utah.
Los ojos de Lindy se agrandaron.
—¡Vivo en Utah!
La boca de Mandy se abrió y luego se dividió en una sonrisa.
—¡Lo olvidé totalmente! ¡Esto es cada vez mejor! —Se dio la vuelta y
luego puso el teléfono frente a su cara—. Está bien, está bien, seamos serias
aquí. ¿Por qué una foto de una antigua sala de cine titulada
ahorapareceambrujado estaría oculta dentro de los archivos de FNAF3 y
luego, cuando se descubriera, se eliminaría por completo?
Lindy asintió, con su expresión muy intrigada.
—Huelo una conspiración.
—Exacto… y la voy a resolver.
Lindy enarcó las cejas.
—Oye, acabo de notar que tu cabello es morado. Es tan tú.
Aquí están los hechos:

1. DESPUÉS DE DESCOMPILAR FNAF3, DESCUBRÍ UNA


ANOMALÍA EN LAS IMÁGENES DEL JUEGO. ERA UNA FOTO
INCOLORA DE UN EDIFICIO MISTERIOSO. LA IMAGEN SE
LLAMA AHORAPARECEEMBRUJADA.JPG.

2. PUBLIQUÉ ESTA FOTO DESCUBIERTA EN UN FORO Y AL


DÍA SIGUIENTE… ¡POOF! SE HABÍA IDO DE LOS ARCHIVOS DEL
JUEGO. ¡Y FUE BORRADA!

3. HICE UNA BUSQUEDA DE IMAGEN INVERSA EN LA FOTO


(¡SUENA GENIAL CUANDO LO DIGO ASI!) Y DESCUBRÍ QUE EL
EDIFICIO ESTÁ UBICADO EN UN ESTADO PARTICULAR. ¡ESTE
EDIFICIO ES DE UNA ANTIGUA CASA DE CINE! (¡NO PUEDO
COMPARTIR TODOS MIS HECHOS SECRETOS HASTA QUE
RESUELVA ESTA TEORÍA DEL JUEGO!)

Estén atentos para más... —M&M


☆☆☆
—Ahora es Morado, Mandy, ¿en serio?
Mandy se congeló en la pantalla de su computadora, luego sonrió. Su
madre estaba de pie en la puerta de su dormitorio. El cabello negro de su
madre estaba peinado en un elegante moño. Su traje negro se ajustaba
perfectamente a su esbelto cuerpo, e incluso usaba tacones altos para
hacer juego.
—Mamá, ¡hola! ¿Este color no te hace pensar en jugo de uva? —le
preguntó—. ¿Recuerdas cuánto me gustaban esas cosas?
—Eso no es lo que me viene a la mente. —Mamá suspiró y caminó hacia
ella, inclinándose para darle un abrazo rápido—. A decir verdad, pienso
en... berenjenas.
Mandy aspiró su sutil perfume. Siempre le traía consuelo.
—¿De verdad? ¿Cómo estuvo tu vuelo?
—Cansado, pero bueno, estaré en casa un par de días antes de salir el
lunes.
Mamá miró la foto de Bobby junto a la computadora portátil de Mandy
y pasó un dedo por la carita de Bobby. Ella parpadeó y se enderezó.
—Necesito darme una ducha.
Mandy asintió.
—¿Adónde vas el lunes?
Mamá se dio la vuelta y caminó hacia el pasillo.
—Peace Valley. Está por-
—Utah —terminó Mandy.
—Sí —gritó mamá por encima del hombro mientras se alejaba—.
Cenaremos en una hora.
Los ojos de Mandy se agrandaron y sonrió.
—¡Oh, perfecto! —Esto fue absolutamente perfecto: Lindy era de
Cedar City. ¡Podría conocer a Lindy! Y tal vez las dos podrían visitar el
edificio misterioso en la vida real, para ver si había alguna pista sobre la
conexión con FNAF3. Emocionada, se puso de pie y comenzó a caminar
alrededor de su habitación. Ahora la única pregunta era, ¿cómo iba a
convencer a su madre para que la llevara con ella?
Una hora más tarde, Mandy entró a la cocina. Cuando mamá estaba en
casa, había comida fresca para la cena. Nada de comida congelada ni hacer
pedidos. A mamá le encantaba cocinar. Mandy olfateó el aire cuando entró
en la cocina.
Definitivamente era pasta. Podía oler la deliciosa marinara de alcachofa
y los fideos hirviendo. ¡Ah, y el pan de ajo casero! ñam.
—¡Gracias mamá!
Mamá estaba vestida con sudaderas y un suéter, su rostro sin maquillaje,
su cabello recogido en un pequeño moño. Ella sonrió mientras cortaba
vegetales para una ensalada. Estaba cocinando jamón con verduras,
cortando con la fría precisión y velocidad de un sous chef. Era increíble
cómo lo hacía. Mandy se preguntaba a menudo si había algo que su madre
no pudiera hacer.
—Sé que no tienes suficientes comidas recién cocinadas cuando estoy
fuera.
Mamá hizo una pausa por un momento.
—Tal vez deberíamos contratar a un cocinero para cuando me vaya...
—No, eso sería raro. Papá casi no está en casa para cenar, de todos
modos.
—Pero tú sí.
—Eso no es importante.
Mamá la miró a los ojos.
—Mandy, no digas eso. Todo sobre ti es importante.
El pecho de Mandy se estremeció un poco ante sus palabras mientras
observaba a su madre terminar de cortar las verduras.
—Mamá, resulta que estoy investigando un edificio histórico en un
pequeño pueblo de Utah, y como vas a ir a Cedar City, me preguntaba…
Mamá negó con la cabeza.
—Mandy, lo siento, pero Utah es un estado grande. No sé si tendré
tiempo de ir a donde me necesites. Sin embargo, tengo una asistente. Tal
vez pueda sobornarla para que nos ayude. Le encantan las trufas de
chocolate...
Mandy entrelazó los dedos.
—No, quiero decir, ¿puedo ir contigo?
Mamá hizo una pausa, con la boca abierta.
—¿Y faltar a la escuela?
Mandy asintió.
—¿Cuánto durará tu viaje?
—Tres días.
—Puedo enviar correos electrónicos a todos mis maestros. Me enviarán
toda la tarea. Por favor, mamá, es importante para mí.
Mandy observó a su madre revolver la pasta y luego la marinada,
pensativa.
Nerviosa, Mandy giró un mechón de cabello perdido alrededor de su
dedo.
—Y conocerás a mi buena amiga, Lindy Te la presenté en videollamada
el mes pasado. Ella vive en Cedar, y podría llegar a conocerla en persona
por primera vez. ¿Cuándo tendré otra oportunidad como esa? Y siempre
estás diciendo: No dejes pasar las buenas oportunidades, tómalas como
vienen antes de que desaparezcan para siempre.
Mamá sonrió.
—Vale, vale, vale. Me alegro de que realmente me escuches. Estaba
pensando que probablemente no podré pasar mucho tiempo contigo
porque todo mi viaje está lleno de trabajo…
—Perfecto.
—¿Perdón?
—Quiero decir, está bien. Estaré ocupada investigando y saliendo con
Lindy. Pensé que nunca llegaría a conocerla. Ella es como mi amiga más
cercana.
—¿No tienes amigas cercanas en la escuela?
Mandy se cruzó de brazos y se dio cuenta de que casi se había inclinado
la mano.
—Um, sí... pero Lindy y yo simplemente hacemos clic.
Mamá frunció el ceño como si estuviera tratando de recordar cuándo
fue la última vez que Mandy invitó a un amigo a la casa.
—¿Cómo es que no has invitado a nadie en este tiempo?
Mandy levantó las cejas.
Mamá finalmente se dio por vencida.
—Está bien, si es tan importante… pero asegúrate de hacer todos tus
trabajos con antelación. Y los vas a terminar cuando regresemos.
Mandy se puso de puntillas.
—¡Sí! ¡Gracias mamá! ¡Eres la mejor! —La abrazó y salió corriendo de
la habitación para llamar a Lindy.

☆☆☆
Mandy estaba un poco desanimada porque no consiguió un asiento junto
a la ventana en el avión, pero en su mayoría estaba emocionada de estar
camino a Utah para conocer a Lindy en persona por primera vez... y tener
la oportunidad de ver el edificio misterioso.
Mamá estaba a su lado, haciendo todo lo posible para trabajar en su
computadora portátil con mínimo espacio para los codos. Había un bebé
llorando a bordo, y Mandy estaba siguiendo las señales de quienes la
rodeaban... colocándose tapones para los oídos.
Había pasado algún tiempo desde que había estado en un vuelo. Cuando
era pequeña, había muchos más viajes de vacaciones familiares con sus dos
padres.
Pero en algún momento de los últimos cinco años, las vacaciones se
volvieron escasas y esporádicas. Con cada nueva promoción, los trabajos
de sus padres se habían vuelto más exigentes, dándoles una mayor carga
de trabajo y menos tiempo para la familia.
Mandy tenía una vista perfecta del pasillo del avión, lo que le permitía
acceder fácilmente a la gente que miraba. Frente a ella había una mujer
mayor con cabello blanco y lentes. Tenía una manta en el regazo mientras
leía un libro, un viejo y andrajoso misterio de asesinato. Frente a su asiento
estaba sentado un hombre con traje de negocios, revisando el correo
electrónico en una tableta. Detrás de la mujer mayor, un hombre con una
sudadera con capucha, pantalones cortos y auriculares movía la cabeza al
ritmo de la música. Hizo que Mandy sonriera.
Pasó una azafata y Mandy se giró para ver el largo pasillo. Vio a un niño
pequeño, pateando su pie.
Llevaba una zapatilla azul incómodamente familiar.
La inquietud se movió dentro de ella mientras regresaba a su
reposacabezas. Sólo era una coincidencia ver los mismos zapatitos azules,
¿verdad? No podía ser el fantasma.
Respirando profundamente, se asomó de nuevo, pero el zapatito ya no
estaba pateando hacia el pasillo. Mandy se acomodó en su asiento y cerró
los ojos.
—Pequeño —gritó alguien.
Los ojos de Mandy se abrieron de golpe.
Volvió a sacar la cabeza al pasillo. Había un niño pequeño corriendo en
dirección opuesta a Mandy. Tenía cabello castaño, camisa roja, jeans y
zapatos azules.
Mandy se mostró fría. No, esto no era un sueño. Estaba completamente
despierta.
¿Verdad? Se pellizcó y le dolió. Sólo para estar segura, se estiró y pellizcó
a su mamá.
—Mandy.
—Lo siento, sólo comprobaba si esto es un sueño.
Mamá frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Con ese bebé llorando constantemente, en realidad es una especie
de pesadilla. Por suerte, es un vuelo corto.
—Pequeño, vuelve a tu asiento, por favor —gritó la azafata, pasando
junto a Mandy y persiguiendo al niño fugitivo. Mandy estiró el cuello
tratando de ver la cara del niño.
La azafata alcanzó al niño. Ella tomó su mano y se giró para guiarlo de
vuelta a su asiento. Mandy todavía no podía ver cómo se veía.
—Señora, muévase, ya —susurró.
—Mandy, ¿qué estás haciendo? —le preguntó Mamá.
—Sólo tratando de ver algo —murmuró Mandy. Desafortunadamente,
la azafata siguió bloqueando su vista mientras volvía a sentar al niño en su
asiento. Una vez que estuvo sentado, el zapatito azul pateó de nuevo en el
pasillo.
Mandy no podía esperar más. Se levantó de su asiento, ignorando a su
mamá, llamándola. Caminó rápidamente hacia el niño y se detuvo junto a
su asiento.
Un niño pequeño con ojos azules la miró fijamente. Llevaba una camisa
roja con un gran perro rojo. Tenía pecas en la cara y una marca de
nacimiento marrón en la barbilla.
Era sólo un niño, no el fantasma.
Sus hombros se hundieron de alivio.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó una mujer agotada, sentada al lado del
chico. Estaba tratando de calmar a su bebé que lloraba dándole palmaditas
en la espalda.
—Eh, no, lo siento. Pensé que vi a alguien que conocía. Mi error.
—Señorita, tendrá que volver a su asiento, por favor —le dijo la azafata
a Mandy.
Mandy se volteó y sonrió.
—Sí, lo siento. —Apretó a pasar al asistente para caminar de regreso a
su asiento.
Al final del pasillo, Mandy sintió una nueva ola de adrenalina cuando vio
un familiar destello rojo mientras tomaba asiento.

☆☆☆
«Guau». La suite de hotel de mamá era bastante elegante. Había dos
dormitorios, dos baños, una sala de estar y una pequeña cocina. Elegantes
diseños granate y gris se extendían por toda la suite, desde el arte de la
pared colgante hasta las almohadas y las lámparas. Una canasta de frutas y
nueces las esperaba en una pequeña mesa.
—¿Siempre te quedas en lugares como este, mamá? —le preguntó
Mandy.
—Algunas veces. La mayoría de las veces son más grandes. —Dejó el
bolso y el maletín en el suelo y le hizo una seña al asistente del hotel—.
Sólo deja el equipaje junto a la puerta, por favor. —Ella le dio una propina
y el hombre se fue.
—Lamento dejarte y salir corriendo, pero tengo programada una
reunión para almorzar. Esta vez no estaba planeando tener una compañera
de viaje.
Mandy agitó una mano.
—Está bien, mamá. Te lo dije, estoy investigando.
—Sí, para un proyecto. ¿Qué tipo de proyecto es este?
—No es gran cosa, sólo la historia de un cine mudo histórico. Está a
unos veinte minutos en un pueblo llamado Peace Valley. Pueblo pequeño,
sólo unos trescientos veinte residentes.
—Ah, okey. —El teléfono de mamá sonó, y ella contestó, luego llamó a
Mandy—. Pide tu almuerzo. Me comunicaré contigo más tarde. Te amo.
—Recogió su bolso y maletín y salió por la puerta, dando órdenes a alguien
por teléfono.
Mandy sólo saludó a su espalda que se alejaba. Caminó hacia la ventana
grande y miró las montañas distantes de Utah. El sol brillaba desde un cielo
azul claro. «Es tranquilo», pensó. Fue a su mochila y sacó la foto enmarcada
de Bobby.
Lo miró hacia la vista.
—Muy agradable, ¿eh, Bobby? —Lo dejó en la mesita y llamó a Lindy
para una videollamada.
La cara feliz de Lindy apareció en la pantalla.
—¿Estás aquí?
Mandy estiró un brazo dramáticamente.
—¡Sí, Utah, aquí estoy!
Lindy chilló.
—¡Esto es genial! Finalmente estamos en el mismo estado.
—¡Lo sé!
—¿Cómo estuvo el vuelo? Nunca he estado en ningún otro lugar.
—Estuvo bien. Un poco de baches por un minuto, y mis oídos se
taparon cuando aterrizamos. Siempre sucede. ¿Cuándo podemos
encontrarnos?
Lindy suspiró, subiéndose las gafas.
—No hasta mañana. Tengo que llevar a mi hermano a la práctica de las
Pequeñas Ligas porque mis padres están ocupados hoy y mi hermano
mayor tiene que trabajar. Pero justo después de la escuela, te veré en tu
hotel. ¡He trazado la dirección y estoy a sólo quince minutos por la
autopista!
—¡Suena genial! Voy a investigar un poco en los registros de la ciudad
sobre viejos cines y veré si surge algo interesante.
—Suena divertido, desearía poder estar allí también.
—No te preocupes, estaremos juntas mañana.
Después de que se desconectaron, Mandy agarró la foto de Bobby y la
deslizó dentro de su mochila. Sacó un paquete de regaliz y se colgó la
mochila a la espalda. Había buscado en el sitio web de la ciudad información
sobre las rutas de los autobuses y la ubicación del ayuntamiento. Le tomó
media hora en el autobús de la ciudad llegar a la oficina del registrador local
en el ayuntamiento, donde pudo investigar más sobre la historia del
misterioso edificio. Peace Valley era tan pequeño que no tenía su propio
ayuntamiento ni siquiera una estación de policía. Afortunadamente, Mandy
tenía la información de la ciudad al alcance de la mano en la oficina del
registrador.
Según los registros, Old Cinemas solía ser otro negocio hace más de
diecisiete años llamado Sideshow's Snack Shack, un pequeño restaurante
familiar. A partir de ahí, Mandy investigó cualquier información en los
registros de la ciudad para contarle sobre el antiguo restaurante. El negocio
duró unos tres años, pero cerró hace diecisiete años. A continuación,
investigó los registros de periódicos antiguos en busca de cualquier cosa
relacionada con Snack Shack de Sideshow.
Revisó los periódicos del primer año del negocio y encontró el anuncio
de la gran inauguración con el titular:
¡GRAN INAUGURACIÓN!

SNACK SHACK DE SIDESHOW

¡COMIDA FAMILIAR Y DIVERSIÓN!

Revisó los años siguientes en busca de noticias sobre el negocio. Un


titular captó el interés de Mandy: MUCHACHO PRESUNTAMENTE SECUESTRADO
EN SIDESHOW'S SNACK SHACK. La fecha parecía ser unas semanas antes de que
el restaurante cerrara sus puertas definitivamente. El artículo decía que un
niño de cinco años desapareció en el restaurante un viernes por la tarde.
En un momento, el niño estaba jugando una máquina de pinball, y luego, al
momento siguiente, simplemente había desaparecido.
La madre y el personal buscaron frenéticamente al niño antes de que
llegara la policía. Una vez que la policía comenzó a interrogar a los clientes,
se dieron relatos frenéticos de un hombre misterioso que había estado
cerca del niño antes de la desaparición.
—Guau —murmuró Mandy. Miró la copia del boceto sin rasgos del
hombre. Ojos y cabello oscuros, nariz recta, boca chata. El hombre era
tan... ordinario. Por alguna razón, el boceto en papel del sospechoso había
sido impreso apresuradamente con tinta púrpura y lo llamaron…
—El hombre morado —susurró Mandy con asombro. Había oído hablar
de una historia muy similar a esta en línea en alguna parte.
¿Dónde había leído sobre esto?
¡Entonces se acordó!
El hilo sobre niños desaparecidos en los foros de FNAF.
En su teléfono, volvió a iniciar sesión en el hilo de niños desaparecidos,
hojeando las publicaciones hasta que encontró la del niño desaparecido y
el hombre morado. La publicación mencionaba Utah y un restaurante
familiar. Todos los demás detalles eran tan vagos que algunos de los
comentarios decían que creían que la historia del niño desaparecido era
falsa, especialmente el punto sobre el hombre morado.
A toda prisa, Mandy hizo copias de la investigación pertinente para llevar
todo con ella al hotel.
Este misterioso edificio se estaba convirtiendo en un caso interesante:
un edificio antiguo, un niño desaparecido, un restaurante familiar y un
hombre morado. Era el forraje perfecto para la pieza de un fanfic de FNAF.
«Todo lo que falta es un animatrónico poseído».

☆☆☆
Mandy entró en una habitación a oscuras con filas de mesas para fiestas
preparadas.
Los sombreros de fiesta estaban alineados uno por uno en las mesas
como soldados festivos. El aire estaba frío, y cuando exhaló, una niebla
blanca flotó en el aire y desapareció.
—Freddy's —susurró mientras caminaba por las filas de mesas con
asombro. A un lado de la habitación estaba el espectáculo animatrónico, al
igual que en los juegos que ella jugaba. Miró hacia la pared y vio la cámara
de vigilancia. Sólo porque podía, saludó con la mano, pero luego, cuando
vio su brazo cubierto con una camisa oscura, se miró a sí misma. Llevaba
una camisa oscura con botones, pantalones y botas.
Los ojos de Mandy se abrieron con incredulidad. Estaba vestida como
un guardia de seguridad de los juegos.
Al momento siguiente, ella se dio la vuelta, su corazón latía con fuerza.
¿Había oído el roce de un zapato? ¿O alguien había movido algo? Buscó en
las sombras algo espeluznante, pero sólo vio oscuridad vacía. Un susurro
de inquietud la atravesó.
Con el pulso acelerado, comenzó a caminar rápidamente fuera de la sala
de fiestas, mirando por encima del hombro. Tenía la sensación de que la
estaban observando, como si algo muy malo acechara justo detrás, listo
para saltar sobre ella. Cuando llegó a la puerta de la habitación, se detuvo
bruscamente.
El fantasma se paró frente a ella, con su camisa roja y jeans azules. Esta
vez notó un carácter en su camisa, una especie de logo de un oso. El niño
parecía triste, pero ella no estaba segura de que él fuera simplemente un
niño inocente y perdido. Tenía miedo de acercarse a él después de lo que
sucedió en su último sueño. Su piel parecía más pálida aquí, sus mejillas
hundidas y había círculos oscuros bordeando sus ojos. Su cabello parecía
lacio y grasoso.
—Um, hola —le dijo Mandy—. Entonces, dime, ¿cómo salimos de este
sueño?
El fantasma siseó y mostró una boca llena de dientes afilados.
Mandy se tambaleó hacia atrás, sabiendo que sólo había una forma de
salir de la habitación. Pasó corriendo junto al fantasma cuando comenzó el
gruñido familiar. Él la alcanzó, sus manos cortaron el aire, y ella se lanzó a
través de los pisos a cuadros blancos y negros. Corrió a través de la sala
de juegos, pasó por los baños y encontró la puerta de una habitación con
un letrero que decía SÓLO EMPLEADOS.
Siguió mirando hacia atrás, aunque no podía ver al fantasma. Todavía
tenía la sensación de que él estaba allí. Siempre allí, solo en ese momento
en algún lugar donde no podía verlo.
Empujó la puerta, con el corazón acelerado, y la cerró de golpe.
Cuando se volvió, gritó. El fantasma estaba en la habitación, con sus ojos
oscuros y vacíos mirándola. Se empujó contra la puerta como si pudiera
arrastrarse por la madera.
—¿Qué quieres? —le gritó—. ¡Déjame en paz! —Dio un paso hacia ella,
y su estómago se contrajo—. ¡Mantente alejado de mí!
Saltó sobre ella, con su rostro transformándose en algo macabro, cejas
inclinadas, dientes de alguna manera más grandes y afilados, ella gritó
cuando él la desgarró con las manos. Arañazos quemados en su piel. Ella
trató de empujarlo. Empujó su mano a su cuello y retrocedió cuando su
mano se hundió en la carne corroída.
—¡Ayuda! —gritó Mandy.
—¡Mandy! ¡Despierta, Mandy!
Mandy tomó aire y abrió los ojos para encontrar a su madre
cerniéndose sobre ella. El cabello de su madre estaba despeinado, su
expresión asustada.
Mandy soltó—: Mamá.
—Sólo fue un mal sueño, cariño. ¿Estás bien?
Mandy tragó saliva y asintió. Su camisón estaba húmedo contra su piel,
las mantas enrolladas alrededor de su cuerpo.
—Sí, sí. Estoy bien.
—¿Qué diablos estabas soñando?
—Se trataba de un fantasma… Me estaba persiguiendo. —Y esta vez la
había atrapado.
Mamá suspiró.
—¿Por qué te perseguía?
—No sé. Él no hablaba. Me asusta, mamá. —Un escalofrío la recorrió.
Mamá se pasó una mano por el pelo.
—Está bien, bueno, todo ha terminado ahora. Estás a salvo. ¿Estás
segura de que esto no tiene que ver con todos esos juegos de miedo que
juegas en línea?
Mandy no estaba tan segura, pero negó con la cabeza de todos modos.
—Bueno, trata de volver a dormir. Creo que el fantasma te ha
molestado lo suficiente por esta noche. ¿Segura que estás bien?
Mandy asintió y sonrió.
—Sí, gracias.
Mamá le dio un beso en la frente y caminó hacia su habitación.
Mandy se recostó contra su almohada, pero cuando miró hacia la puerta
oscura por la que acababa de pasar su madre, el fantasma estaba allí.
El miedo golpeó el pecho de Mandy. Ella salió de sus sábanas,
arrastrándose hasta convertirse en una bola en la cabecera.
Cuando parpadeó, él se había ido.
Temblando, Mandy se paró en la cama mirando cada rincón oscuro de
la habitación. Su corazón estaba acelerado, pero no lo vio. Rápidamente
encendió la luz de la mesa auxiliar para asegurarse de que estaba sola.
No había ninguna pequeña pesadilla al acecho.
—¿Qué quieres de mí, chico fantasma? —preguntó a la habitación
vacía—. ¿Y por qué no me dejas en paz? —Mandy trató de volver a
dormirse, pero no lo estaba logando. Justo después de las dos de la mañana,
se coló en la habitación de su madre y se metió en la cama con ella. Mandy
no podía recordar la última vez que pasó la noche en la habitación de sus
padres, pero abrazándose cerca, se sintió segura... se sintió segura por
primera vez desde que comenzó todo esto.

☆☆☆
Mandy y Lindy se vieron instantáneamente en el vestíbulo del hotel.
Corrieron la una hacia la otra y se abrazaron, con grandes sonrisas
plasmadas en sus rostros.
Mandy se echó hacia atrás.
—¡Esto es genial!
—¡Muy genial! —repitió Lindy, empujando sus anteojos morados hasta
el puente de su nariz.
—¡Y míranos, somos más o menos de la misma altura!
—Sí —dijo Lindy, con una risa. Eres tal como te imaginé, con tus calzas
y tus botas grandes.
—Lo mismo digo —le dijo Mandy—. Vamos, subamos a la habitación y
averigüemos nuestro próximo movimiento.
Subieron en el ascensor, discutiendo el último fanfic de FNAF que les
había encantado mientras se dirigían a la habitación de hotel de Mandy.
—Me gustan aquellos en los que los animatrónicos son los buenos y
hacen bromas. Esos son divertidos y entretenidos —le dijo Lindy.
Mandy estuvo de acuerdo.
—Esos son buenos.
—Vaya, esto es grandioso —dijo Lindy asombrada mientras entraba a
la suite del hotel.
—Sí, lo se. Bonito, ¿verdad? Esta es la primera vez que estoy con mi
mamá en un viaje de negocios. Toma, come algo de fruta. ¿O prefieres el
regaliz?
—Tomaré una manzana. Gracias.
Las chicas se sentaron en la mesa pequeña y Mandy actualizó a Lindy
sobre los hallazgos de ayer sobre el cine, el antiguo restaurante y el niño
desaparecido.
—Wow, eres realmente buena en este tipo de cosas. No habría sabido
por dónde empezar con estos registros. Deberías ser detective o
reportera.
—Gracias. Todavía no he decidido lo que quiero hacer. ¿Qué tal tú?
—Me inclino por la biología marina.
—Eso es genial. Deberías visitar California. Tenemos algunas playas
impresionantes.
—Me gustaría. La gente piensa que soy rara cuando hablo de la vida en
el océano. Me llaman Pescado Nerd en la escuela.
—Me llaman fenómeno en la mía.
Se rieron juntas. A Mandy le pareció divertido lo pequeño y mezquino
que se sentía el drama de la PD desde esta distancia. Había algo de
esperanza aquí, después de haber conocido a Lindy, tal vez las cosas no
apestarían para siempre.
Mandy tomó su regaliz mientras encendía su computadora portátil.
—De todos modos, estoy pensando que la desaparición del niño en esta
historia podría estar relacionada de alguna manera con la historia de Five
Nights at Freddy's.
—¿Por el tema de los niños desaparecidos?
Mandy tomó un bocado de regaliz.
—Sé que es una posibilidad remota, pero estoy dispuesta a tratar de
averiguarlo.
—¿Cuál es el siguiente paso? ¿Nos dirigimos a Peace Valley para verlo
por nosotras mismas?
—Sí. Ha pasado mucho tiempo, pero nunca se sabe lo que podría quedar
allí.
Lindy sonrió.
—Esperaba que dijeras eso.
Un poco más tarde, Mandy y Lindy navegaron por Peace Valley. Las
aceras eran pequeñas y los negocios un poco anticuados. Mandy no
reconoció ninguna gran cadena de tiendas. Se fijó en una ferretería de
Harold y una tienda de comestibles de Sally. Había una oficina de correos
en una esquina y la única farola del pueblo estaba en el medio del pueblo,
junto a la gasolinera. Las montañas alrededor de la ciudad eran asombrosas,
y parecía que no podía tener suficiente de ellas. Las señales de tráfico
mencionaban un río no muy lejos, y deseó egoístamente estar aquí
simplemente como turista. Le hubiera encantado comprobarlo mientras
estaba aquí.
Lindy se detuvo en el pequeño estacionamiento detrás de Old Cinemas.
El día era cálido mientras caminaban alrededor del viejo edificio.
Deteniéndose frente a la puerta, Mandy suspiró.
—Es aquí —dijo.
Lindy sonrió en respuesta, agarrando la manija de la puerta.
Juntas, atravesaron la puerta principal del cine mudo.
Por alguna razón, Mandy se sintió un poco mareada y se le
humedecieron las palmas de las manos. Toda esa investigación y finalmente
estaba viendo el misterioso edificio en la vida real. No sabía qué haría si
todo esto fuera en vano. Si la foto en los archivos del juego resultó ser una
casualidad o un error. No podría ser por nada. No podía ser...
—Esto es bastante sorprendente —dijo.
Lindy asintió.
—Sí, es lo más emocionante que he hecho en mucho tiempo.
—Lo mismo digo.
Entraron y vieron una mesa barata de cartas de plástico preparada para
la venta de boletos.
La moqueta estaba roja con algunas rasgaduras en el suelo. Viejos
carteles de películas mudas en blanco y negro estaban clavados en las
paredes. Había palomitas de maíz, dulces y latas de refrescos a la venta en
otro mostrador.
Una mujer mayor con flores de raso en el pelo estaba sentada en la
mesa de venta de entradas.
—¿Para dos? —Su voz sonaba áspera. Llevaba un delantal desteñido con
Old Cinemas impreso en él.
Mandy y Lindy se miraron y sonrieron.
—Sí, por favor —dijo Mandy.
Cambiaron dinero por entradas para la película muda del día. Mientras
caminaban hacia la sala de cine, Mandy notó que un hombre de
mantenimiento estaba trabajando en una especie de caja eléctrica
incrustada en la pared.
—Hola, Marge —gritó—. Voy a tener que ir a comprar un fusible.
—¿Qué pasa? —preguntó la mujer mayor.
—Las luces del teatro siguen parpadeando.
—Está bien, Jim, haz lo que tengas que hacer.
—La maldita cosa no ha sido confiable en veinte años. Supongo que
algunas cosas nunca cambian.
Mandy puso una mano en el hombro de Lindy para detenerla. Se dio la
vuelta y caminó hacia el hombre de mantenimiento.
—¿Discúlpeme señor? ¿Ha trabajado aquí durante veinte años?
Sorprendido, el hombre levantó sus pobladas cejas, mientras sus ojos se
fijaban en el cabello morado de Mandy.
—Sí, ¿tienes algún problema con eso? Un hombre tiene que ganarse la
vida de alguna manera.
—Oh, sí, definitivamente. Quiero decir, no tengo ningún problema con
eso, señor. Um, sí, tiene que ganarte la vida. Totalmente.
Mandy miró a Lindy e hizo una mueca, luego se volvió hacia el hombre
llamado Jim.
—Me preguntaba si trabajaba aquí cuando era el negocio anterior.
Cuando se llamaba Sideshow's Snack Shack.
El hombre asintió.
—Oh sí, ese fue un momento divertido en ese entonces. Un montón
de familias. Muchos negocios. Lástima que cerró sus puertas.
—¿Por qué cree que cerraron?
Se rascó el cuello.
—Bueno, hubo un incidente y luego, después de eso, no hubo mucho
negocio.
—¿Se refiere al incidente con el niño desaparecido?
Jim miró a Mandy con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué quieres saber, chica?
—Estoy investigando este edificio y leí un artículo antiguo sobre un niño
de cinco años desaparecido.
Jim tiró sus herramientas en una bolsa y se limpió las manos con una
toalla sucia.
—Sí, ese fue el único mal momento que recuerdo. Después de su
desaparición, las familias se asustaron y el negocio fue cuesta abajo. No hay
mucho que puedas hacer para cambiar la opinión de las personas después
de una tragedia, ¿sabes?
—¿Estuvo allí ese día? ¿El día que desapareció?
—Oh, sí, incluso ayudé con la búsqueda policial. —Se encogió de
hombros—. Pero nunca lo encontramos. Aplastó el corazón de la pobre
madre. Aplastó muchos corazones ese día.
—¿Puedo comprarle un refresco y contarnos más al respecto?
Jim tiró de su oreja, pensando.
—¿Estás haciendo una investigación, dijiste?
Mandy asintió.
—Sí.
—¿Para qué?
—Soy bloguera.
Jaime asintió.
—Ah, ¿una de esas cosas tipo diario en línea? Vaya que los tiempos han
cambiado.
—Um. Sí, un poco.
—Supongo que me vendría bien el descanso ahora, y un refresco de
naranja. Mandy les compró refrescos a todos y se sentaron en una mesa
junto al mostrador de comida.
Jim tomó un largo trago de su refresco.
—Supongo que debería contarte sobre el chico. Siempre entraba con
su mamá. Casi todos los días. Pedían perros calientes y limonada porque
era el favorito de los niños. Teníamos un par de juegos de pinball en ese
entonces, y él jugaba mucho. La madre saludaba a todos. Una familia
realmente agradable, ¿sabes? Llegamos a conocerlos como asiduos. El
nombre del niño era Stevie. Pero cuando llegaba el momento de irse, nunca
quería hacerlo y se escondía de su madre. Tendría que recorrer todo el
edificio y buscarlo. A veces estaba debajo de una mesa de la esquina o en
el baño. Una vez, se coló en la cocina y se escondió detrás de un bote de
basura.
—Inteligente —dijo Lindy.
Jim asintió y tomó un sorbo de su refresco.
—Sí que lo era. Un luchador es como yo lo llamo.
A veces ayudaba a la madre y lo localizaba. Oh, alguien podría estar debajo
de la máquina de pinball. Entonces ella lo encontraría y le haría cosquillas.
Ese tipo de cosas.
—¿Y el día que desapareció? —preguntó Mandy.
—Sí. Triste. Un día bastante regular comenzando. Pidieron lo de
siempre y comieron. Jugó durante un par de horas. Entonces su mamá lo
llamó. Que era hora de irse. Empezó a hurgar en sus escondites habituales.
Entonces ella vino y me pidió ayuda. Sin embargo, no pude encontrarlo.
Entonces empezamos a ponernos muy nerviosos. Buscado por todas
partes. El pobre chico simplemente… se había ido. Llamé a la policía en ese
momento.
—¿Qué pasó con el hombre morado? ¿Lo vio?
—¿Te refieres al extraño? —Jaime negó con la cabeza—. Nadie que vi
era sospechoso. Claro, a veces tenemos gente nueva que no había
conocido antes. Algunos de los clientes comenzaron a contarle a la policía
sobre un tipo que juraron haber visto, y todos tenían diferentes
descripciones del tipo. Nunca supe de quién estaban hablando. No salió
nada. Creo que todos estaban asustados. Vivimos en un pueblo pequeño y
tranquilo. Todos se sienten seguros aquí. Entonces sucede algo así y se
preguntan si realmente están a salvo.
—Pero alguien tuvo que llevarse a Stevie, ¿no? —preguntó Mandy—. Él
no pudo simplemente haber desaparecido.
Él suspiró.
—Sí, él no podría haber desaparecido.
Mandy y Lindy se fueron sin ver la película porque Lindy tenía que llegar
a casa.
—Eso es triste —dijo Lindy mientras caminaban hacia su auto.
—Sí, muy triste. —La mente de Mandy estaba repasando toda la
información—. ¿Ves algunas de las similitudes de este incidente con Five
Night's at Freddy's?
Lindy negó con la cabeza.
—Realmente no.
—Tenemos un niño desaparecido y un hombre morado. Cómo William
Afton.
—Supongo que sí. Esas son sólo dos cosas pequeñas.
Mandy se detuvo en el sedán de Lindy.
—Pero lo ves, ¿verdad? Esta debe ser la razón por la cual la foto estaba
en los archivos del juego y por qué se eliminó al día siguiente. El creador
de los juegos nos estaba trayendo aquí para resolver algo. Sólo tenemos
que averiguar qué para que podamos aclarar los foros.
Lindy miró a Mandy por un momento.
—¿Estás bien?
Mandy asintió.
—Por supuesto. ¿Por qué?
—Parece que esto es realmente importante para ti, ya sabes, es una
gran cosa que probar y está bien si no puedes. No sería el fin del mundo.
Mandy tiró de un mechón suelto de su cabello. Para ella sería el fin del
mundo... los foros, la comunidad de fans, eran realmente lo único de lo que
esperaba formar parte. Había encontrado a Lindy a través de esos foros de
mensajes. Si no los tenía, entonces Melissa tenía razón: sólo era el
fenómeno de la PD.
—Voy a demostrarlo. —Mandy tragó saliva. Ella tenía que—. Quiero
decir, sería genial, ¿verdad, si lo conectara a FNAF?
Lindy asintió.
—Muy genial. Pero recuerda, estas son personas reales... no un juego.
¿Prometes que tendrás cuidado?
Mandy sonrió.
—Lo prometo.
M&M SCOOP Entrada #220

Chicos, visité el antiguo edificio que descubrí en los archivos de


FNAF3. Entré y me enteré de un viejo misterio sin resolver.

¡Fue fantástico! Quiero decir, pensar que en realidad visité un


lugar que podría estar conectado de alguna manera con la historia
del juego. Lo sé, probablemente ya quieran que me rinda, ¿verdad?
¡Pues no puedo! Todavía estoy juntando información. Esta vez quiero
tener pruebas sólidas antes de compartir todo lo que he aprendido.
¡Sólo quiero que sepan que esta investigación es muy increíble y
surrealista! ¡¡Me encanta el universo FNAF!! —M&M

☆☆☆
—Has vuelto —le dijo Jim, el hombre de mantenimiento de Old
Cinemas a Mandy mientras caminaba por el pasillo. Le había tomado una
buena hora en el autobús llegar allí, pero había valido la pena visitar Old
Cinemas nuevamente. Tenía un día más en Utah e iba a aprovecharlo bien,
comenzando por comparar fotos antiguas que encontró en un sitio web
con el diseño actual de la sala de cine.
—Sí, estoy tratando de ver la diferencia entre Sideshow y cómo es el
cine hoy. —Ella agitó su teléfono en el aire.
—Eres bastante dedicada, te lo concedo. —Jim se rascó la cabeza.
—Sí, hay algunas habitaciones que usábamos entonces que ahora están
cerradas.
—¿De verdad? ¿Cómo cuáles?
—La sala de fiestas es ahora el almacén de algunas de las cosas viejas…
La emoción atravesó a Mandy.
—¡Guau! ¿Puedo verla?
—Bueno, no sé… el dueño no sabía si quería tirarlo todo, y luego
simplemente lo guardó. Pero ha estado allí desde entonces.
—¡Oh por favor! Esto sería genial para el blog.
Jim se encogió de hombros.
—Supongo que estará bien. Pero no toques nada. No puedo permitir
que te lastimes porque entonces me meteré en problemas.
Responsabilidad y todo eso.
Mandy cruzó sus gruesas botas negras.
—Lo prometo.
—Está bien. Oh, hola, señora Robins. —Jim prácticamente inclinó la
cabeza a modo de saludo. La mujer sonrió. Su cabello era castaño con
mechas grises, su rostro ligeramente arrugado. Apretó su bolso contra su
costado, y había algo en ella que parecía... realmente infeliz. Por alguna
razón, Mandy de repente sintió lo mismo en el centro de su pecho. Era
familiar para ella. Lo sintió muchas veces sola en casa. Un sentimiento de
vacío y tristeza final. Un sentimiento que Mandy a veces pensaba que nunca
desaparecería.
—Hola Jim. Me alegro de verte hoy —dijo la mujer.
—Yo también. Disfrute el espectáculo.
La mujer entró en la sala de cine.
—Esa es la Sra. Robins —dijo Jim cuando estuvo fuera del alcance del
oído de esta.
Mandy asintió distraídamente.
—Esa es la madre.
Los ojos de Mandy casi se salen de su cabeza.
—¿La madre de Stevie? ¿De verdad?
—Shhh. Ella viene aquí un par de veces a la semana, desde que Old
Cinemas abrió. Una de las damas más agradables que jamás conocerás,
pero la dejas en paz, ¿oíste? La pobre mujer ha pasado por suficiente.
Vamos, te mostraré la sala de almacenamiento.
Mandy siguió a Jim por el pasillo, enfocando sus pensamientos en la Sra.
Robins. Jim había dicho que la mamá de Stevie lo había llevado a Sideshow
casi todos los días, y ahora visita Old Cinemas en recuerdo de su hijo
desaparecido. ¿Qué tan triste era eso?
Jim se detuvo y sacó la llave de su llavero. Abrió y empujó la puerta,
luego encendió la luz. La luz sólo iluminaba el centro de la habitación.
Algunas de las otras luces aparentemente estaban quemadas. Las ventanas
estaban llenas de periódicos viejos y había montones de cajas, mesas y sillas
viejas.
—Ten cuidado. Estaré al final del pasillo.
—Gracias. —Cuando Jim se fue, Mandy sacó la foto enmarcada de
Bobby.
Enganchó el pequeño portafotos en la cremallera de su sudadera.
—Allí, para que puedas tener una buena vista de todas estas cosas
increíbles conmigo.
Mandy atravesó filas de cajas y paquetes. Un olor a humedad hormigueó
en su nariz y estornudó. Contra la pared del fondo, descubrió un gran
cartel amarillo antiguo. SIDESHOW'S SNACK SHACK estaba impreso en letras
en negrita, y un simple oso pardo agitaba su mano. Mandy le tomó una foto.
Había cajas con gorros de fiesta y globos sin usar con un espectáculo
impreso en ellos. Los carteles enrollados estaban apoyados en una esquina.
Encontró bolsas de comida para llevar polvorientas con el oso impreso en
ellas. En el centro de la sala se dejó caer una pancarta deshilachada de GRAN
APERTURA.
—¡La idea de que Five Nights at Freddy’s podría basarse en este evento
de la vida real, Bobby, es súper épica! Sin embargo, me siento muy mal por
el niño y la señora Robins. Tenía una verdadera sensación de tristeza en
ella. A veces, cuando te extraño, me siento así de triste.
Mandy giró en círculos y se estremeció de sorpresa.
Una forma sombría acechaba en un rincón lejano y oscuro.
—Maldición, ¿qué es eso? —Mandy se acercó, mirando en la oscuridad.
Su pulso se aceleró porque lo que sea que estaba en la esquina la hizo
sentir incómoda.
—Um, sé que deberíamos ver qué es eso... pero algo me dice que
realmente no quiero.
Mandy se dirigió con cuidado a la esquina de la habitación, y la forma se
convirtió en la de un oso. Su pensamiento anterior volvió a ella: «todo lo
que falta es un animatrónico poseído».
Saltó de la emoción y la foto de Bobby cayó al suelo.
—Oh, no. —Cogió a Bobby y enganchó el soporte del marco en el
bolsillo delantero de sus pantalones—. Lo lamento. —Caminó un poco
más cerca y tomó algunas fotos del viejo oso. El polvo cubría su pelaje
marrón plano que parecía hundirse en el marco del cuerpo. Las orejas del
oso cayeron y un ojo estaba cerrado mientras que el otro permanecía
abierto. La boca estaba cosida.
—¿Qué tan genial es esto? —murmuró.
Miró más de cerca al oso, y algo horrible llenó sus fosas nasales. Una
extraña sensación de temor se apoderó de ella.
—Ooooh. Eso es malo. Realmente malo. —Un ratón se deslizó hacia
abajo la cara del oso, y Mandy saltó hacia atrás, agitando una mano frente
a su nariz—. Creo que esta es nuestra señal para irnos, Bobby. Apesta, y
no me gustan los ratones.
Se dio la vuelta y se sobresaltó cuando apareció el fantasma. Su piel era
grisácea ahora, círculos oscuros ahuecaban sus ojos negros. Sus pómulos
estaban tan hundidos que el contorno de su cráneo formaba bordes
afilados bajo su piel. Venas oscuras alineaban su rostro, como si se
estuviera pudriendo por dentro. Su cabello se había adelgazado y podía ver
partes de su cráneo. Peor aún, parecía... hambriento de alguna manera.
En este lugar oscuro, estrecho y aterrador, Mandy sintió que el miedo
crecía en su interior. Podría gritar, pero los accesorios y las cajas
probablemente amortiguarían cualquier sonido. Sintió que el horror de sus
sueños podía convertirse en una realidad aterradora en cualquier
momento. En un intento a largo plazo, Mandy inmediatamente cerró los
ojos, deseando que el fantasma desapareciera, pero cuando abrió los ojos,
él todavía estaba allí.
El miedo catapultó a través de su cuerpo de nuevo.
—No —ella respiró.
Mandy salió corriendo, alrededor de una pila de cajas, con la esperanza
de escapar. Pero cuando dobló la esquina, él reapareció. Era como si la
estuviera rodeando. Tragó saliva y se giró en dirección al oso. El chico
fantasma apareció frente al oso, y esta vez, desapareció.
Mandy golpeó con una mano su corazón palpitante para literalmente
tratar de contenerlo, ya que se sentía como si quisiera salir de su pecho.
—Creo que es hora de que salgamos de aquí, Bobby, antes de que
regrese.
El fantasma volvió a brillar frente al oso, y luego un recorte de periódico
flotó de una caja al suelo. Mandy se agachó y lo recogió vacilante. El recorte
era sobre el niño desaparecido, Stevie Robins, y allí estaba su foto.
Mandy jadeó.
—Tú… eres Stevie Robins.
Volvió a mirar al oso, pero Stevie se había ido.

☆☆☆
Mandy no estaba segura de cuánto tiempo estuvo sentada en esa sala de
almacenamiento, tratando de entender el hecho de que el niño pequeño
que la había estado persiguiendo era el mismo niño desaparecido del
antiguo restaurante.
—¿Puedes creer esto, Bobby? —tragó saliva—. ¿Por qué me
perseguiría? Si quería que alguien resolviera el misterio de su desaparición,
¿por qué no perseguir a un famoso detective?
—Oye, niña, ¿todavía estás aquí?
Al ver a Jim en la puerta, Mandy se puso de pie de un salto.
—Sí, todavía lo estoy. Estoy terminando. Encontré algunos recortes de
periódicos viejos.
—Está bien, bueno, date prisa. Mi turno termina pronto y tengo que
cerrar.
—¡Esta bien, ya voy! Gracias.
Mandy se volvió hacia el oso en la esquina. Stevie brilló frente al oso una
vez más.
—¿Qué estás tratando de decirme, Stevie?
Cerró los ojos, tratando de retroceder a través de los sueños. Stevie
siempre estaba huyendo de ella, escondiéndose como se escondía de su
madre cuando era hora de irse a casa. Siempre estuvo en los juegos de
FNAF. Siempre la estaba atacando. Ella se estremeció. Y ahora seguía
destellando frente al oso, atrayéndola...
Abrió los ojos para ver a Stevie aparecer frente a ella. Se subió al oso,
giró su cabeza y luego desapareció.
Mandy no quería ir al oso porque olía muy, muy mal.
Se acercó, el olor se hizo más fuerte. Todo dentro de ella le decía que
se alejara, diera la vuelta y nunca regresara.
Pero tenía que saber lo que Stevie estaba tratando de decirle. Tenía que
resolver el misterio y encontrar la verdad.
Vacilante, dio un paso hacia el oso y se tapó la nariz con la mano.
Su estómago se retorció y dio una vuelta lenta. Respiró hondo y lo
contuvo mientras usaba ambas manos para alcanzar la cabeza del oso y
torcer...
La cabeza hizo clic y sonó un engranaje, como si algún dispositivo
interno se estuviera desbloqueando. Mandy levantó la cabeza lentamente y
la dejó sobre una caja.
Acercó una silla y se subió, mirando dentro.
Estaba demasiado oscuro para ver, pero Mandy todavía vio más de lo
que necesitaba ver para juntar estas piezas.
Encendió la luz de su teléfono, buscando dentro. Vio un poco de cabello
castaño y la parte superior de una pequeña calavera, y un parche de una
camisa roja brillante.
Mientras reconstruía lo que veía en su mente, el terror se apoderó de
todo su cuerpo. Abrió la boca para gritar, pero no salió nada.
Ella se sacudió hacia atrás y se cayó de la silla, estrellándose contra el
suelo.
No podía gritar. No podía respirar.
Se puso de pie y corrió.

☆☆☆
—Lo hiciste, niña, encontraste a Stevie —le estaba diciendo Jim a Mandy
afuera de Old Cinemas, donde la policía se dispersó por el negocio. El día
se había vuelto nublado y Mandy comenzó a temblar—. Todos estos
años… —Sacudió la cabeza y agitó su brazo hacia la sala de cine—. No
puedo creer que nunca pensé en revisar el interior del oso. Él era un
escondite. Debí haber revisado cualquier posible lugar en el que el pequeño
pudiera meterse. Después de que todo terminó y el propietario decidió
cerrar, simplemente colocamos todo en la sala de almacenamiento y
cerramos las puertas. Nunca tuve que entrar. ¿Cómo lo encontraste? ¿Qué
te hizo revisar dentro del viejo Sideshow?
Miró a Mandy expectante, como si ella pudiera impartirle alguna sabia
sabiduría. Pero Mandy entendió que debajo de su curiosidad había una capa
de culpa. Durante años, había estado trabajando en el edificio en el que se
encontraba el niño muerto, sin darse cuenta de que el niño había estado
escondido allí todo el tiempo, esperando a que alguien lo encontrara.
¿Cómo podía decirle que en realidad todo era obra de Stevie? Que la
había llevado, o la había asustado, en realidad, a encontrar su cuerpo dentro
del viejo oso robótico. Todavía tenía que haber pruebas de ADN, pero de
acuerdo con el tamaño del cuerpo y la ropa con la que habían visto a Stevie
por última vez, el investigador le había dicho que estaban bastante seguros
de que era Stevie Robins, quien había estado desaparecido durante
diecisiete largos años.
De vuelta al presente, Mandy se aclaró la garganta y se cruzó de brazos.
—No estoy segura. Tenía un poco de curiosidad acerca de cómo
funcionaba el oso… y… así fue como lo encontré.
Jim se rascó la cabeza.
—Bueno, tengo que reconocértelo, chica. Hiciste algo bueno. Muy
bueno. La Sra. Robins y este pueblo van a tener un poco de paz y finalmente
llorarán al pequeño Stevie de la manera correcta. —Miró a Old Cinemas y
sacudió la cabeza mientras se alejaba—. Todos estos años…
—¡Mandy! ¡Estaba tan preocupado por ti! —La mamá de Mandy corrió
hacia ella.
—Lo siento, mamá —murmuró Mandy contra ella mientras se
abrazaban.
Mamá se echó hacia atrás y se frotó los brazos.
—¿Cómo pasó esto? ¿Encontraste a un niño desaparecido?
Mandy tragó saliva, tratando de no llorar. Lo encontré dentro de la sala
de almacenamiento.
—¿Qué estabas haciendo mirando dentro del almacenamiento de este
viejo lugar?
—Es una larga historia, mamá. Ni siquiera sé por dónde empezar.
—Está bien, hablaremos de esto más tarde. ¿Está bien que te vayas?
Mandy se encogió de hombros.
—No sé.
—¿Ya le diste declaración a la policía?
Mandy asintió.
—Está bien, déjame ver. —Mamá hizo su caminata poderosa hacia un
oficial de policía, quien la dirigió hacia el investigador principal. Mamá habló
y el investigador asintió, escribiendo algo en un pequeño cuaderno. Unos
minutos más tarde, mamá regresó con Mandy y le tomó la mano—. Vamos
al hotel, y puedes contarme todo sobre esto durante el camino.
—¿Qué hay del trabajo, mamá? Sé que tienes muchas reuniones. No
quise causarte ningún problema.
—El trabajo se puede reprogramar, eres mi hija Eres mi prioridad,
cariño.
Cuando comenzaron a irse, la Sra. Robins los atrapó. Parecía insegura y
había lágrimas en sus mejillas. Sus manos estaban apretadas en puños
alrededor de la correa de su bolso, como si pudiera caerse si se soltaba.
—Hola —dijo vacilante—. ¿Eres Mandy?
—Hola, sí, es Mandy, mi hija —respondió mamá—. ¿Podemos ayudarla?
—Sólo quería decir- —La voz de la Sra. Robins se quebró—. Mi hijo,
Stevie, ha estado desaparecido por mucho tiempo. Diecisiete años.
El rostro de mamá se suavizó.
—Lo siento por su pérdida.
—Gracias. Ha sido horrible, el no saber. Pensaba en él todos los días.
Lo extraño todo el tiempo. Desearía que estuviera a salvo en casa conmigo.
Creo que el día que lo perdí, dejé de vivir un poco. —Ella olfateó—. Estos
han sido los años más solitarios de mi vida. Y pensar, todo este tiempo que
ha estado aquí. Esperando. Escondiéndose como solía hacerlo. Siempre me
sentí más cerca de él cuando venía aquí cada semana, y ahora sé por qué.
Muchas gracias por finalmente traerme a mi hijo a casa. Gracias por
traerme paz.
Mandy asintió, el nudo en su garganta creció tanto que ni siquiera podía
tragar. No pudo responder, así que mamá lo hizo por ella.
—De nada. Me alegro de que finalmente esté en casa. Cuídese.
Su mamá guio a Mandy al auto. Un reportero de noticias intentó hacer
algunas preguntas, pero mamá era una profesional y las interrumpió
rápidamente.
—Te llamaremos más tarde si tenemos una declaración. Estamos
contentos de que el niño haya sido encontrado. Gracias.
Mandy y su mamá se subieron al auto y regresaron al hotel. Fue
entonces cuando Mandy dejó correr las lágrimas.
—Cariño, está bien. Ha sido un día emotivo para ti. Hiciste algo
maravilloso por la madre de ese niño. Recuerda eso, Mandy. Trajiste a ese
niño a casa.

☆☆☆
No importaba lo que le dijera su mamá, Mandy no podía dejar de llorar.
Mamá les programó un vuelo a casa más temprano. Escuchó a mamá hablar
con papá por teléfono; estaba preocupada porque Mandy no dejaba de
llorar y, bueno... Mandy nunca lloraba. No lo había hecho desde que era
una niña pequeña.
El vuelo fue rápido y podía sentir a su madre mirándola mientras Mandy
miraba por la ventana del avión, abrazando a Mr. Happy, con lágrimas
corriendo por sus mejillas. Era como si todas las cajas de emociones que
Mandy había almacenado en lo más profundo de sí misma se hubieran
abierto de golpe, y todos sus sentimientos salieran de ella como una
cascada imparable. Mandy sólo sintió una sensación de profunda tristeza
que pensó que nunca terminaría. Todas las emociones la hicieron sentir
muy, muy sola, a pesar de que sabía que su mamá estaba a su lado. A pesar
de que ella agarraba al Sr. Happy para estar más cerca de Bobby, no ayudó.
«Nada ayudará nunca».
Cuando finalmente llegaron a casa, papá estaba realmente allí, vestido
con sudaderas y una camisa. Abrazó a Mandy en un gran y cálido abrazo.
Mandy dejó que las compuertas se abrieran más y lloró más fuerte.
—Oso Mandy, está bien —dijo—. Todo va a ir bien. Sé que es
impactante lo que has pasado.
—Tal vez deberíamos llamar al médico. Nunca la había visto así. —
Mamá se estaba deshaciendo. Su voz era más aguda de lo normal—. Han
sido horas. No ha dejado de llorar. No sé qué hacer.
Mamá siempre sabía qué hacer.
Papá guio a Mandy al sofá y sus padres se sentaron a ambos lados de
ella. Papá le entregó una caja de pañuelos, pero Mandy no podía mirarlos.
Se sentía muy mal por actuar así. Por sus padres al verla así. Se sentía muy
mal por todo el llanto, pero no podía parar. Se sentía como un fracaso, que
sus padres finalmente estaban viendo a su verdadero yo.
La verdadera Mandy, que era débil y deprimente, y un bicho raro.
La farsa a la que se había estado aferrando durante tanto tiempo
finalmente había terminado y se sentía tan culpable.
—Lo siento —logró susurrar.
—No hay nada por lo que disculparse —le aseguró papá, y la abrazó de
nuevo—. Vas a estar bien. Todo esto pasará. Eres fuerte, oso Mandy. Ya
verás.
Ella sacudió su cabeza.
—No, no soy fuerte.
—Por supuesto que lo eres —dijo mamá—. Eres inteligente, tienes una
voluntad fuerte y eres divertida. Obtuviste lo gracioso de tu padre,
obviamente.
Mandy casi sonrió ante eso, pero estaba tan convencida de que había
actuado así durante tanto tiempo que había desilusionado a sus padres.
—Mamá, ustedes no lo saben.
—¿Qué no sabemos?
—Soy débil. Soy un bicho raro. —Sacó un pañuelo y se limpió la nariz.
—Mandy Marie, no quiero escuchar esas palabras saliendo de tu boca.
—Shhh. —Papá puso una mano sobre la de mamá—. Cariño, no eres
un bicho raro. Eres fuerte y única, y te amamos por lo que eres.
Mandy negó con la cabeza.
—Todos piensan así en la escuela. Nadie me habla como una persona.
Me llaman por apodos. Me dicen cosas malas. Pusieron cosas en mi
casillero. Soy un bicho raro para ellas.
Mamá se levantó de un tirón en el sofá.
—¿Quiénes fueron? Iré directamente a la escuela y hablaré con el
decano. Arreglaremos todo. ¿Otra vez te está molestando la chica
Chandler? Esa mimada.
—No mamá. No quiero eso. —La voz de Mandy se quebró cuando
dijo—: Estoy tan triste todo el tiempo porque… me siento sola.
Vio a sus padres mirarse a los ojos y luego se abrazaron mientras
envolvían a su hija en un gran y fuerte abrazo.

☆☆☆
Mandy les contó todo. Les contó todo sobre Melissa y sus amigas, el
acoso en la escuela y cómo lo había soportado durante tanto tiempo y
nunca dejó que nadie viera cuánto le dolía. Que se sentía sola en la escuela
y en casa y que deseaba que Bobby estuviera aquí con ellos y hubiera
crecido con ella. Sus padres lloraron porque querían que Bobby también
estuviera con ellos. Les contó sobre su comunidad en línea y cómo se
sumergió en la historia del juego porque le permitía ser parte de algo que
amaba y que allí la aceptaban.
Se guardó la parte del fantasma de Stevie porque, bueno, eso realmente
podría llevar a sus padres al límite. Pero sí explicó cómo resolvió el
misterio y finalmente encontró a Stevie. Que después de resolver el
misterio, pensó que se sentiría bien, pero después de descubrir el cuerpo
de Stevie, sólo la hizo sentir peor. Después de experimentar la tristeza de
la señora Robins, algo se había abierto en su interior. Fue una descarga de
proporciones épicas, algo que nunca había hecho.
Sus padres finalmente lograron que dejara de llorar, o tal vez ya no le
quedaban más lágrimas en su interior. Su mamá la acostó y Mandy se
durmió sin sueños.
Mandy se tomó el resto de la semana libre de la escuela y sus padres
también del trabajo. No podía recordar la última vez que estuvieron juntos
en casa durante tantos días, sólo para pasar tiempo juntos como familia,
sin la escuela o el trabajo de por medio. Querían que Mandy viera a un
terapeuta y ella les dijo que lo pensaría. Después de liberarse de todo lo
que había estado reteniendo, se sintió más ligera y no tan sola como antes.
Tal vez eso fue lo que atrajo a Stevie a ella. Había estado solo durante
mucho tiempo y ella también.
Ahora ambos estaban saliendo de su escondite. Sintió como si escapara
de algo terrible y estaba lista para vivir su vida nuevamente.
M&M SCOOP Entrada #225

Resolví el misterio sobre el edificio que descubrí en FNAF3, todos.


Pensé que me haría feliz… pero no fue así. De hecho, se convirtió
en una aventura extremadamente triste, donde comenzó
emocionante y luego terminó de una manera llena de tristeza y dolor.
He decidido no compartir detalles porque algunas cosas no deberían
compartirse por respeto a la familia. Diré que aprendí mucho durante
esta investigación y probablemente nunca sabré con certeza cómo
este misterioso edificio está conectado al Universo FNAF. Podría
haber sido algo tan simple como la inspiración. De lo único que estoy
segura es que, si el creador quisiera que supiéramos, creo que nos
lo diría. —M&M

☆☆☆
—¡No puedo creer que hayas encontrado a Stevie Robins, Mandy! —
dijo Lindy en la videollamada—. Ha estado en todas las noticias locales.
Eres como un héroe aquí. Mis hermanos están tan celosos de que seas mi
mejor amiga, se lo dijeron a un montón de gente y ahora los niños en la
escuela me siguen preguntando sobre ti. Han sido unos días locos.
Mandy sonrió, pero negó con la cabeza.
—Fue por total accidente que lo encontré.
—¿Escuchaste que el pequeño se había roto el cuello de alguna manera
al encerrarse en el oso?
Mandy recordó el sueño cuando su mano se deslizó en su cuello. Ella se
estremeció.
—Pobre Stevie. —Mandy hizo una pausa y luego dijo—: Esto sólo será
entre tú y yo.
Lindy asintió.
—¿Sí?
—¿Prometes que no le dirás a nadie?
—Lo prometo. Cruza mi corazón. —Lindy cruzó su corazón en la
pantalla de video.
—Es sobre el chico fantasma. El que me había estado persiguiendo. Era
Stevie Robins. De alguna manera me llevó a él dentro del oso.
La boca de Lindy se abrió.
—Vaya. Dios mío.
—Realmente no lo entiendo, tampoco. Pero no puedo negar que todo
debe haber sucedido de esta manera por una razón.
—Guau.
—Sin embargo, hay algo que no entiendo. ¿Por qué Stevie apareció en
mis sueños de juegos de FNAF? ¿Es porque encontré la foto en los archivos
del juego? Quiero decir, ¿cuál es la conexión entre FNAF y la desaparición
de Stevie Robins? —Ella suspiró—. Supongo que nunca sabré realmente la
respuesta, y eso está bien para mí.

☆☆☆
El lunes por la mañana, Mandy caminó por los pasillos de la preparatoria
Donavon. Su cabello púrpura se había desvanecido a un lavanda claro y le
llegaba hasta los hombros. Se sentía diferente caminando por la escuela.
Sus hombros no estaban tan apretados. Sus nervios estaban realmente
tranquilos. No se estaba preparando para un ataque verbal porque, en
realidad, ya no le importaba lo que dijeran Melissa y sus amigas. Se sentía
como si no hubiera ido a la escuela en un mes en lugar de una semana, y
realmente estaba mirando la escuela con nuevos ojos verdes y marrones.
Los suelos eran de madera y brillaban con un brillo de cera.
Trofeos y fotografías antiguas brillaban en la vitrina de cristal. Las chicas
no la notaron, o ya no le daban un gran rodeo cuando pasaba junto a ellas.
Esta también era su escuela. Había aprendido mucho aquí, y se
aseguraría de disfrutar el año escolar restante antes de graduarse, ya que
también era hora de mirar hacia adelante y planificar su futuro. Mandy se
dio cuenta de que había permitido que Melissa le robara su experiencia
escolar. Le permitió tomar su felicidad cuando nadie debería tener ese
poder sobre nadie.
Mandy caminó hacia su casillero e hizo girar el combo. Abrió la puerta
y, efectivamente, escuchó una voz familiar detrás de ella.
—Oh, mira quién ha vuelto. Es cabeza de mazo, el fenómeno —dijo
Melissa, y las risas siguieron.
Mandy respiró hondo y se volvió hacia Melissa Chandler. Melissa abrió
mucho los ojos. Cuando Mandy se acercó, Melissa tuvo que levantar la
cabeza y dar un paso atrás.
Con una voz increíblemente tranquila, Mandy le habló.
—Es hora de que me escuches, Melissa. Mandy Mason es el único
nombre con el que puedes llamarme. Mi nombre no es fenómeno. Mi
nombre no es cabeza de mazo. No me importa quién eres o quiénes son
tus amigas. —Mandy miró a Lily y a un par de otras chicas, quienes le
devolvieron la mirada en estado de shock—. No me hablarás a menos que
esté frente a ti y teniendo una conversación. Te mantendrás alejada de mi
casillero y dejarás de poner pequeños dibujos ignorantes o notas o limo en
mi casillero, porque si haces más de esas idioteces, tendremos un problema
y no me echaré atrás contigo nunca más.
Los ojos azules de Melissa estaban como platos y su rostro pálido.
—Se acabó. ¿Me entiendes?
Melissa hizo una mueca zalamera que básicamente decía—: Sí, claro.
Pero Mandy no titubeó. Melissa y sus amigas ya no tenían poder sobre
ella porque ella no se los daría.
—¿Está claro? —le preguntó, mirando la cara de Melissa y dándose
cuenta de que todo este tiempo pensó que era tan perfecta y bonita cuando
en realidad sólo llevaba una tonelada de maquillaje apelmazado. Que debajo
de todas las cosas falsas, ella era sólo una chica como el resto de la clase
en la preparatoria Donovan.
—Crystal —dijo Melissa, y se sacudió el cabello en un giro exagerado
mientras se alejaba tranquilamente, con su grupo de chicas corriendo
detrás de ella.
Mandy regresó hacia su casillero y vio a un grupo más grande de chicas
observando el encuentro.
En un estallido repentino, comenzaron a aplaudir y silbar. Mandy sintió
que le ardían las mejillas y una sonrisa vergonzosa curvó su boca.

☆☆☆
El período de estudio transcurrió sin problemas. No le importaba que
Melissa y Lily se sentaran a su lado. Sólo que finalmente la habían
escuchado. Finalmente se dieron cuenta de que ya no podían intimidarla ni
lastimarla. Mandy hizo su trabajo escolar y se alegró cuando sonó el timbre
para irse a casa. Recogió sus cosas y volvió a su casillero. Cuando abrió su
casillero, jadeó. No porque hubiera otra nota o un tirador de limo, sino
porque le habían devuelto su longboard.
—Es bueno tenerte de vuelta, amigo —murmuró. Lo sacó con un libro
que necesitaba para la tarea y cerró el casillero.
Una chica que tenía un casillero cerca del de Mandy estaba esperando.
—Hola —dijo ella. Tenía el pelo negro peinado en dos trenzas y
apretaba un par de libros contra ella.
—Oh, hola —dijo Mandy.
—Soy Teresa.
—Mandy.
Ella le dio una sonrisa tímida.
—Estuviste increíble esta mañana enfrentándote a Melissa Chandler. Eso
fue realmente valiente.
Mandy se encogió de hombros.
—Oh gracias. Ya terminé con ellas y su drama.
Ella asintió en comprensión.
—Yo también tengo un longboard.
—Cool. Tal vez puedas mostrármelo alguna vez.
Teresa sonrió.
—Me gustaría. Te veo mañana.
—De acuerdo, adiós. —Mandy salió de la PD y rodó a casa, con una
sonrisa en su rostro.

☆☆☆
Esa noche, mamá estaba en casa. Los padres de Mandy habían decidido
elaborar un horario para que Mandy no estuviera sola con tanta frecuencia.
Ella les dijo que no tenían que hacer eso, pero dijeron que era hora de
algunos cambios familiares. Mamá no iba a viajar tanto y papá llevaría parte
de su trabajo a casa en lugar de pasar tantas noches en la oficina.
Cuando Mandy estaba a punto de subir las escaleras hacia su habitación,
escuchó un ligero golpe en la puerta principal. Frunciendo el ceño, se volvió
y abrió la puerta.
Los ojos de Mandy se abrieron para ver a Stevie Robins de pie frente a
ella, completo, sano y sonriente. Su color era bueno, sus ojos marrones
felices.
Miró por encima del hombro para ver si su madre estaba cerca, pero
no lo estaba. Luego le sonrió a Stevie. La forma en que se suponía que
debía lucir cuando era un niño saludable que una vez vivió con su madre.
«Gracias, Mandy» escuchó las palabras en su cabeza.
Mandy asintió.
Stevie comenzó a alejarse. Se volteó una vez más y saludó.
«Bobby dice hola».
Mandy le devolvió el saludo mientras su corazón se encogía al ver a
Stevie desaparecer en la noche oscura.
— Y a puede regresar —dijo la Dra. Monroe, de pie en la puerta que
conducía desde la sala de espera al área donde atendía a los pacientes.
Sylvia dejó la revista que había fingido leer. A pesar de que era una de
esas revistas de cotilleo de famosos de mala calidad en las que las historias
estaban escritas a un nivel de primer grado, no podía concentrarse. Su
mente estaba demasiado ocupada preocupándose por lo que Timmy le
estaba diciendo a la Dra. Monroe.
Racionalmente, sabía que muchos niños iban a ver a psicólogos, y el
hecho de que Timmy también fuera, no debería hacer que se sintiera mal
consigo misma como madre. Pero la culpa de los padres no era racional,
por lo que no pudo evitar reproducir la voz una y otra vez en su cabeza
que decía: es tu culpa. Es tu culpa que Timmy esté en problemas. Es tu culpa
que Timmy no esté actuando bien.
Timmy siempre había sido un niño feliz y tranquilo. De bebé, apenas
lloraba y dormía toda la noche de inmediato. Cuando estaba en preescolar,
todo lo que tenía que hacer era colocar una tina de bloques o papel y
crayones frente a él, y él podía entretenerse durante horas. Una vez que
comenzó la escuela, sus maestros hablaron de lo buen niño que era, de que
nunca había problemas de conducta con Timmy.
Pero luego hubo una llamada telefónica de la Sra. Lotts, la maestra actual
de Timmy, diciendo que Timmy no parecía ser él mismo y preguntando si
podría haber un problema en casa del que ella debería estar al tanto.
Definitivamente había un problema, pero Sylvia no sabía cuál era.
Por eso había llevado a Timmy a ver a la Dra. Monroe.
Sylvia siguió a la médico por el pasillo hasta una habitación para niños
con una mesa pequeña para jugar con bloques y otra para dibujar. Los
estantes alrededor de la habitación estaban llenos de libros ilustrados,
muñecas y animales de peluche. Timmy estaba sentado en la mesa de
dibujo, encorvado sobre una hoja de papel con gran concentración.
—Por favor, siéntese en una de las sillas grandes —dijo la Dra. Monroe
con una sonrisa agradable. Como debe ser una psicóloga infantil, parecía
paciente y de buen humor, fácil de tratar.
Sylvia se sentó en un sillón de orejas frente al escritorio de la Dra.
Monroe. Miró a Timmy, pero él no levantó la vista de su dibujo.
—A menudo animo a los niños a hacer dibujos durante la sesión —dijo
la Dra. Monroe—. A veces muestran cosas que no pueden describir con
palabras. Y hablando de eso... —Se inclinó hacia Timmy para estar más
cerca de su nivel visual—. Timmy, ¿puedo mostrarle a tu mamá el dibujo
que me diste?
Timmy asintió.
La Dra. Monroe tomó un pedazo de papel de dibujo de su escritorio y
se lo tendió a Sylvia. Sylvia miró la obra de arte de su hijo, que presentaba
un oso de dibujos animados con un sombrero de copa, un conejito azul y
un pollito amarillo. Estos personajes habían estado apareciendo mucho en
los dibujos de Timmy últimamente.
—Timmy, ¿puedes contarle a tu mamá sobre ese dibujo?
Timmy suspiró como si estuviera molesto por haber sido interrumpido
en su trabajo, pero se acercó al dibujo que sostenía Sylvia y señaló los
caracteres.
—Esos son Freddy, Bonnie y Chica. Estaban en la banda cuando fui allí.
—¿Cuándo fuiste a dónde? —dijo la Dra. Monroe suavemente—. Díselo
a tu mamá.
Timmy miró a su mami con inocentes ojos marrones.
—Cuando fui a Freddy’s.
—Mire, este es el tipo de cosas que sigue diciendo —dijo Sylvia,
tratando de no dejar que el miedo saliera en su voz—. Pero no tiene
sentido. No hay ningún Freddy's.
—Lo sé. No ha habido ninguno durante mucho tiempo —dijo la Dra.
Monroe—. No desde que ocurrió ese trágico incidente, ¿hace cuánto fue?
¿treinta años? Recuerdo ir allí cuando tenía la edad de Timmy para fiestas
de cumpleaños y ese tipo de cosas. —Tomó el dibujo de Sylvia y lo
estudió—. Estos son definitivamente los personajes que estaban en la
banda animatrónica, pero nunca me interesaron cuando iba allí. Estaba en
Freddy's con un propósito, y ese propósito era la pizza.
Sylvia logró esbozar una sonrisa cortés. Sabía que la doctora estaba
tratando de tranquilizarla, pero estaba demasiado preocupada por Timmy
para bromear.
—Entonces, ¿cree que pueda ayudarlo? —preguntó.
—¿Puedo hablar contigo en el pasillo por un segundo? —preguntó la
Dra. Monroe.
—Timmy, volvemos enseguida, ¿de acuerdo?
—Está bien —respondió Timmy, todavía absorto en su dibujo.
En el pasillo, la Dra. Monroe dijo—: Para responder a su pregunta, creo
que puedo ayudar a Timmy. Pero estaría mintiendo si dijera que no estoy
confundida acerca de los comportamientos que exhibe.
—Es muy confuso —estuvo de acuerdo Sylvia. Se sentía bien hablar con
alguien que estaba tratando de entender y ayudar—. Muchas veces parece
una persona diferente. Habla de cosas que posiblemente no podría haber
experimentado. Es como si fuera dos personas diferentes: el Timmy que
siempre he conocido y luego un niño que no conozco. Lo peor es —Sylvia
sintió que se le llenaban las lágrimas, pero no quería llorar frente a la Dra.
Monroe— a veces siento que el Timmy que conozco está desapareciendo
y siendo reemplazado por este otro niño.
—Sé que debe ser difícil para usted —dijo la Dra. Monroe—. Pero el
Timmy que conoce y su amor sigue ahí. Resolveremos esto, Sra. Collins.
¿Cuándo empezó Timmy a mostrar este comportamiento?

☆☆☆
—Es extraño cómo los niños pequeños se obsesionan con algunas cosas
—había dicho Sylvia hace una semana. Estaba estirada en el sofá, hablando
con su mejor amiga, María, por teléfono.
—Cuéntame sobre eso —le dijo María—. Con Miles, son los
dinosaurios. ¡Y Dios me ayude si pronuncio mal el nombre de un
dinosaurio de una milla de largo en uno de sus libros! Entonces, en su
opinión, soy oficialmente la mami más tonta de la historia.
Silvia se rio.
—Timmy también tuvo una fase con los dinosaurios. Pero ahora todo
se trata de Freddy Fazbear.
—¿La vieja pizzería? ¿Cómo se enteró de eso?
—¿Internet, supongo? —Silvia suspiró—. Y te diré que encontrar
mercancía relacionada con Freddy’s hoy en día no es nada fácil. He tratado
de encontrar artículos de fiesta de Freddy’s para su cumpleaños, pero no
he tenido suerte. Es una lástima porque Freddy’s es literalmente todo de
lo que habla. Ve todos estos videos sobre los personajes. Y luego están
todos los espeluznantes vídeos con la teoría sobre los asesinatos que
tuvieron lugar en Freddy's cuando éramos niñas.
—Yo era bastante pequeña cuando eso sucedió, pero todavía lo
recuerdo —dijo María—. A excepción de para ir a la escuela y la iglesia,
mamá no nos dejó salir de la casa durante un mes.
—No la culpo. Sabes, me gustaría que Timmy dejara los videos de
teorías. Es algo bastante oscuro. Pero al mismo tiempo, sé que, si le digo
que no los mire, querrá mirarlos más.
—Sí, en tu lugar simplemente esperaría —dijo María—. Pronto se
aburrirá de Freddy’s y pasará a otra obsesión.
—Probablemente sí. Es raro las fases por las que pasan…
—Y luego se convertirá en un hombre y aburrirá a las mujeres hablando
de fútbol o lo que sea que sea su obsesión de niño grande.
Silvia se rio.
Una vez que colgó con María, Sylvia continuó su búsqueda en Internet
de artículos de fiesta de Freddy’s. Buscó en el sitio de Party Depot y
encontró algunos platos y servilletas de papel genéricos decorados con un
diseño de globos y confeti. Los compró con la teoría de que nadie vendería
platos y servilletas de papel usados de hace más de treinta años. E incluso
si lo hicieran, ¿quién las compraría?
En un repentino estallido de inspiración, se conectó a un sitio de
subastas. Escribió Freddy Fazbear. El primer artículo que vio en la lista fue
una MÁSCARA DE HALLOWEEN DE FREDDY FAZBEAR, que había sido publicada por
un vendedor llamado R3troM3rch. Hizo clic en la lista y apareció una foto.
La máscara era grande, del tipo que cabría sobre toda la cabeza de una
persona. Era marrón y borrosa con orejas de oso redondas y el sombrero
de copa característico de Freddy. Sabía que a Timmy le encantaría.
Sorprendentemente, nadie había hecho una oferta por la máscara
todavía, a pesar de que había estado a la venta durante cinco días. Sylvia
estaba a punto de hacer una oferta cuando vio otra opción en la pantalla:
CÓMPRALO AHORA POR $100. Era un derroche, pero el cumpleaños de
Timmy sólo llegaba una vez al año y sabía que la máscara lo haría muy feliz.
Hizo clic en el enlace e hizo la compra.
Esa noche, mientras yacía en la cama, Sylvia se dio cuenta de que debería
haber mirado los otros artículos de R3troM3rch. Tal vez tenían otras cosas
de Freddy’s.
Consideró brevemente levantar su teléfono para mirar, pero ya era
tarde y sabía que, si pasaba demasiado tiempo mirando una pantalla, nunca
podría dormir.

☆☆☆
Timmy se sentó a la mesa para el desayuno mientras Sylvia cortaba
plátanos en rodajas sobre su tazón de hojuelas de maíz. Llevaba una
camiseta de Freddy Fazbear que Sylvia había encontrado en una tienda de
segunda mano. Era la única camisa que quería usar. Cuando Sylvia insistía
en lavarla, se quedaba sin camisa hasta que estaba limpia y seca.
—Mamá —dijo Timmy—. ¿Quién era tu personaje favorito de Freddy's?
—Masticó sus copos de maíz.
Sylvia escuchaba a Timmy parlotear sobre estos personajes todo el
tiempo, pero le costaba recordar sus nombres correctamente. Freddy era
el único que podía recordar con claridad, pero decir que era su favorito
parecía una mentira.
—Me gustaba el pájaro —intentó. Estaba casi segura de que había un
pájaro.
—Te refieres a Chica —dijo Timmy, sonando como un maestro
corrigiendo a un estudiante.
—Sí. Creo que es linda, toda amarilla y peluda.
—A mí también me gusta Chica, pero Freddy es mi favorito porque es
la estrella.
Timmy echó una cucharada en algunos copos de maíz más.
—Hablando de llegar a ser una estrella, sé que alguien tiene un
cumpleaños pronto —dijo Sylvia—. Me pregunto si puedes adivinar quién.
Timmy sonrió.
—¿Soy yo?
Sylvia le devolvió la sonrisa. El niño tenía una sonrisa tan ganadora.
—Creo que podría ser. Mi hijo favorito de siete años se está
convirtiendo en mi hijo favorito de ocho años. ¿Cómo pasó eso?
—¡Crecí!
—Lo hiciste. Has crecido mucho este año y estoy muy orgullosa de ti.
Oye, ¿repartiste las invitaciones de la fiesta a todos tus amigos en la
escuela?
—Uh-Huh. —Timmy apartó su cuenco—. ¡Les dije que iba a ser una
fiesta con temática de Freddy’s y que la pasaríamos increíble!
—Increíble —repitió Sylvia, todavía sintiéndose un poco nerviosa por
llevar a cabo la fiesta. Esto puede haberla asustado, pero hizo feliz a Timmy.
Ella le sonrió—. Será mejor que te apures para no perder el autobús.

☆☆☆
Una vez que Timmy estuvo en el autobús, Sylvia se sirvió una segunda
taza de café.
Esperaba poder cumplir con el “tiempo increíble” que Timmy les había
prometido a sus amigos.
Sylvia nunca pensó que la crianza de los hijos era algo que tendría que
hacer sola. James había estado tan emocionado de ser padre, y cuando
descubrió que el bebé que esperaban era un niño, estaba en la luna. Salió y
compró una pelota de fútbol y un bate de béisbol de inmediato. Sylvia se
había reído y dicho que iban a tener un bebé, no un atleta profesional.
Niño o no, no iba a estar listo para patear una pelota de fútbol durante
bastante tiempo. Además, ¿y si resultaba que el niño no estaba interesado
en los deportes?
James dijo que amaría a su hijo sin importar cómo fuera, y Sylvia sabía
que era verdad.
Pero luego, sólo un mes antes de que naciera el bebé, James estuvo
involucrado en un accidente fatal en el sitio de construcción donde
trabajaba. Nunca llegó a conocer al hijo que estaba tan emocionado de
tener.
Sylvia sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero trató de
sacudirse el repentino ataque de melancolía. En realidad, en lo que debería
centrarse era en la fiesta de Timmy.
Recordó que la noche anterior había pensado en volver al sitio de
subastas para ver si R3troM3rch tenía a la venta otros artículos
relacionados con Freddy’s. No se sentía cómoda con la obsesión de Timmy
por Freddy’s, sentía que, si rascabas la superficie, había un componente
macabro en ello, pero si lo complacía ahora, seguramente él se cansaría
tarde o temprano y pasaría a otra cosa.
Ingresó al sitio y una vez más escribió Freddy Fazbear. No apareció
ningún elemento. Decidió buscar por el nombre del vendedor. Nada. No
había evidencia de que ese vendedor hubiera existido alguna vez, fue
extraño. Esperaba que no la hubieran estafado. Si lo hubieran hecho,
definitivamente presentaría una queja en el sitio de subastas. Al menos no
le había dicho a Timmy que iba a comprar una máscara de Freddy, para que
no se decepcionara cuando no llegara.

☆☆☆
Pero entonces, sólo dos días antes de la fiesta de cumpleaños de Timmy,
llegó la máscara.
Sylvia encontró una caja de cartón maltratada en el umbral. Abrió la caja
y allí, luciendo un poco más desgastada que en la imagen en línea, estaba la
máscara de Freddy Fazbear. Cuando la sacó de la caja, era
sorprendentemente pesada. También tenía un olor extraño que Sylvia
recordaba del armario de su abuela, cuando solía zambullirse detrás de los
viejos abrigos mohosos jugando al escondite. Bolas de naftalina. No las
había olido en años.
Pensó que podía refrescar la máscara con un paño húmedo y un poco
de detergente suave para eliminar el olor a naftalina. La máscara no parecía
nueva, pero no se suponía que lo fuera. Era vintage, de colección. A Timmy
le iba a encantar.
Esa noche, durante la cena, Sylvia le dijo a Timmy—: Tenemos que
repasar tus planes para la fiesta de cumpleaños y asegurarnos de que no se
nos olvide nada.
—Está bien —dijo Timmy, sirviéndose un poco de pollo y arroz.
—Tengo todo lo necesario para asar hamburguesas y perritos calientes
afuera, y tendremos limonada para beber.
—Ajá —dijo Timmy.
—Y recogeré el pastel en la panadería el sábado por la mañana.
—Y será un pastel de Freddy, ¿verdad?
—Así es. Les mostré algunas fotos y me dijeron que podían hacerlo.
—Bueno. ¿Habrá helado? —preguntó Timmy.
—Habrá helado —dijo Sylvia, sonriendo—. Vainilla y chocolate para que
la gente pueda elegir cualquiera de los dos.
—O ambos —dijo Timmy, devolviéndole la sonrisa.
—Sí, ambos son siempre una buena opción —dijo Sylvia, estirando la
mano para alborotar su cabello.

☆☆☆
—Guau, Sylvia, realmente hiciste todo lo posible —dijo la amiga de
Sylvia, María, mientras examinaba las decoraciones de la fiesta en el patio
trasero. Había globos, serpentinas y una piñata de burro tradicional. Pero
también había decoraciones caseras con temática de Freddy’s, incluso un
cartel que Sylvia había dibujado con el oso, el conejito y el pollo de dibujos
animados que decía FREDDY Y SUS AMIGOS DICEN: "¡FELIZ CUMPLEAÑOS, TIMMY!"
Sylvia incluso había decorado el porche trasero para que pareciera un
escenario del viejo Freddy Fazbear's, completo con una cortina de estrellas
rojas.
—Bueno, lo hice lo mejor que pude —dijo Sylvia—. Sólo cumples ocho
una vez, ¿verdad?
Miles, el hijo de María, dijo—: Cumplo ocho en febrero.
Silvia le sonrió.
—Sí, y apuesto a que tu mamá te preparará una gran fiesta.
—Haré lo mejor que pueda —dijo María— pero este será un acto difícil
de seguir. —Le dio unas palmaditas en la espalda a Miles y dijo—: ¿Por qué
no pones tu regalo sobre la mesa y vas a jugar con Timmy y Jamal?
Miles corrió hacia la mesa de regalos, dejando a las dos madres solas.
—Entonces... ¿crees que realmente lo hice bien? —preguntó Sylvia,
viendo a Miles unirse a sus amigos.
—Definitivamente, y con creces. Estoy impresionada.
—No sé —dijo Sylvia— a veces tengo ganas de no ser madre soltera,
trabajo el doble y sólo hago un trabajo la mitad de bueno.
—Estoy segura de que trabajas el doble —dijo María, dándole un medio
abrazo—. Pero haces un gran trabajo. Timmy tiene suerte de tenerte.
Sylvia miró a Timmy, que jugaba con Miles y Jamal, se subía a los
columpios del patio trasero, bromeaba sobre tonterías y se reía a
carcajadas.
Su corazón se llenó de amor.
—Tenemos suerte de tenernos el uno al otro —dijo.
Los niños comieron perritos calientes, hamburguesas, pastel y helado.
Se turnaron para golpear la piñata hasta que arrojó dulces. Luego se
reunieron alrededor de la mesa de picnic para ver a Timmy abrir sus
regalos.
—Timmy, antes de que abras los regalos de tus amigos —dijo Sylvia—
tengo algo especial que me gustaría darte.
Ella le entregó una caja grande envuelta con papel estampado con globos
y confeti. Los niños en la mesa soltaron un grito de emoción.
—No sé qué es esto —dijo Timmy.
Silvia se rio.
—Esa es la idea. Es una sorpresa.
Timmy rompió el papel de regalo y luego abrió la caja. Cuando vio la
máscara, jadeó.
—Mamá, ¿dónde… dónde conseguiste esto? —Sacó la máscara de la
caja y la levantó para que los otros niños pudieran verla.
—Oh, acabo de hacer algunas compras en línea. Pruébatela.
—¡Me encanta! —dijo Timmy, poniéndosela en la cabeza—. Vaya, es
pesada. —Miró a sus amigos—. Como soy Freddy, me subiré al escenario
y cantaré. ¿Quién quiere ser Bonnie?
—Yo puedo ser Bonnie —dijo Miles—. Ese es el conejo, ¿verdad?
—Ajá —respondió Timmy—. Y necesitamos que alguien sea Chica.
—Seré Chica —dijo Isabella, y se rio—. ¡Pero no sé quién es Chica!
Los tres niños se pararon en el “escenario” del porche con Timmy en
el medio usando su máscara.
—Está bien, ahora vamos a cantar nuestra canción —dijo Timmy. Se
lanzó a cantar una canción que, según Sylvia, debía de ser una de las que la
banda de animatrónicos solía interpretar en el antiguo Freddy Fazbear's
Pizza. Timmy debió haberla aprendido de esos vídeos que siempre estaba
viendo. Miles e Isabella claramente no conocían la letra, así que Timmy les
pidió que movieran los labios mientras él cantaba sus partes. Parecían
felices de complacerlo.
—¡Mírate! —dijo Silvia—. ¡Tú eres la banda! —Ella tomó un par de fotos
en su teléfono.
Después de que Timmy terminó de cantar, se quitó la máscara y dijo
riendo —: ¡Vaya! Es muy genial, pero también muy pesada.
Los niños regresaron a la mesa y Timmy abrió los regalos que todos los
demás habían traído. Sylvia se sintió aliviada de que ni siquiera una vez tuvo
que recordarle que dijera "Gracias".
Mientras se iban los últimos niños, Sylvia sintió la satisfacción del trabajo
bien hecho. No debería haberse preocupado tanto. Había sido una gran
fiesta.

☆☆☆
Esa noche, Sylvia estaba oficialmente lista para “un tiempo para mí”.
Todas las noches, después de que Timmy se acostaba, se daba al menos
una hora para relajarse y hacer algo que disfrutaba. A veces estaba leyendo
un libro; a veces estaba viendo una película que, a diferencia de todas las
películas que veía con Timmy, no estaba animada. A veces se trataba
simplemente de tomar un largo y placentero baño.
Esta noche se había puesto el pijama y se había acurrucado en la cama
con una novela de misterio y un trozo de tarta de cumpleaños. Era, decidió,
la combinación perfecta.
Después de unos pocos bocados y unas pocas páginas, la relajación de
Sylvia fue interrumpida por el sonido de un grito. Le tomó un momento
procesar lo que acababa de escuchar. Luego hubo otro grito.
La habitación de Timmy. Los gritos provenían de la habitación de
Timmy.
En poco tiempo, Sylvia estuvo fuera de la cama, de pie y corriendo por
el pasillo.
Timmy estaba sentado en la cama. Respiraba con dificultad y sus ojos
estaban muy abiertos por el terror.
—¿Lo viste? —preguntó, su voz sin aliento.
—¿Ver qué? —dijo Sylvia, yendo a su cama para consolarlo.
—No sé qué fue. Estaba oscuro y se movía demasiado rápido, ¡pero
estaba justo aquí! —Señaló el borde de la cama.
Sylvia se deslizó en la cama junto a él.
—¿Estás seguro de que no estabas soñando? A veces los sueños pueden
parecer terriblemente reales.
—¡Pero fue justo aquí! —Timmy parecía al borde de las lágrimas.
—Bueno, ahí es cuando los sueños parecen más reales, cariño —dijo
Sylvia—. Cuando te despiertas y estás en la misma habitación donde tuvo
lugar el sueño. Pero no hay nada aquí que yo pueda ver. ¿Quieres que mire
debajo de tu cama y en tu armario?
Timmy asintió.
Sylvia se levantó de la cama y luego se inclinó para mirar debajo.
—Aquí no hay nada más que motas de polvo. No tienes miedo de los
conejos de polvo, ¿verdad?
—No —respondió Timmy. Sonaba un poco menos asustado. Podía
escuchar una sonrisa en su voz.
—Muy bien, ahora el armario. —Ella abrió la puerta. El armario estaba
repleto de juegos de mesa, zapatos y chaquetas—. Aquí no hay nada más
que tu desorden.
—Está bien —dijo Timmy.
—Así que la costa está despejada. ¿Por qué no enciendo la luz del pasillo
para que no esté tan oscuro aquí y puedas volver a dormir?
—Está bien —dijo Timmy de nuevo, volviendo a apoyar la cabeza en la
almohada.
Cuando Sylvia cerró a medias la puerta de la habitación de Timmy como
a él le gustaba, sintió que había vislumbrado algo espeluznante. Pero a
segunda vista, sólo era la máscara de Freddy Fazbear sentada en el tocador,
sus ojos ciegos parecían observarla salir de la habitación.

☆☆☆
A la mañana siguiente, Timmy durmió hasta tarde, probablemente
porque estaba cansado de la fiesta y la pesadilla que había interrumpido su
descanso. Decidió dejarlo dormir hasta tarde, lo que le dio la rara
oportunidad de relajarse con una segunda taza de café y el periódico.
Estaba sirviendo su café cuando escuchó un crujido en el patio trasero,
demasiado fuerte para ser producido por un pájaro o una ardilla. Miró por
la ventana y no vio nada fuera de lo común, pero el sonido continuó.
Entró al salón y miró por la ventana. Allí tampoco nada.
Luego se fue a su dormitorio. No vio nada, pero el crujido se hizo más
fuerte. Recordó a Timmy insistiendo en que "algo" se había estado
moviendo en su habitación la noche anterior. Tal vez se había equivocado
al despedirlo tan rápido; tal vez había un intruso que estaba merodeando
por el patio en este momento.
Probablemente debería llamar a la policía. ¿Dónde estaba su teléfono?
«En el mostrador de la cocina», recordó mientras trataba de calmarse. Lo
había dejado allí cuando entró a hacer café.
Fue a la cocina y cogió su teléfono, luego volvió a mirar por la ventana.
Apareció el rostro de un hombre, haciéndola saltar y tirar la taza de café
que había dejado sobre el mostrador.
El hombre, que probablemente tenía poco más de veinte años, levantó
las manos y pronunció la palabra lo siento. Sylvia puso su dedo índice en el
signo universal por sólo un minuto y fue a encontrarse con él afuera.
No parecía un asesino en serie, decidió. Y seguramente la mayoría de
los asesinos en serie no hacían su trabajo los domingos por la mañana a
plena luz del día.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —le dijo Silvia.
El joven estaba vestido con pantalones cortos y una camiseta y parecía
un chico universitario.
—Estaba buscando a mi perro. Se soltó la correa.
Sylvia notó que el joven no tenía correa.
—No he visto ningún perro.
—Oiga —dijo el joven, señalando con la cabeza en dirección al patio
trasero— parece que ha tenido una fiesta.
—Sí. El cumpleaños de mi hijo fue ayer. Necesito quitar las
decoraciones. —Se dijo a sí misma que dejara de hablar. ¿Por qué se estaba
dándole explicaciones a un extraño?
—Las decoraciones son interesantes —dijo el joven.
Silvia asintió.
—Sí, sólo son algunas cosas que le gustan a mi hijo.
—Ese oso en el cartel, ese es Freddy Fazbear, ¿verdad? —Había algo
extraño en la forma en que hizo esta pregunta; su curiosidad parecía más
intensa de lo que debería.
Sylvia volvió a asentir, sintiendo que esta conversación se estaba
volviendo cada vez más incómoda.
—Eso pensé —dijo el joven—. No hay demasiados niños en estos días
que siquiera sepan quién es Freddy Fazbear.
—Ay, lo sé. Los niños aprenden todo tipo de cosas en Internet. —Sylvia
sintió que esta conversación había durado demasiado. Él le había dicho que
estaba buscando a su perro y ella le había dicho que no lo había visto. La
conversación debería haberse detenido allí mismo. ¿Por qué había sentido
la necesidad de interrogarla sobre la fiesta de cumpleaños de su hijo?
—Escucha, tengo que irme. Espero que encuentres a tu perro.
Cuando Sylvia volvió a entrar, Timmy estaba de pie en la cocina, todavía
en pijama.
—Mamá, ¿puedo comer algunas hojuelas de maíz? —preguntó.
—Claro —respondió ella, sacudiéndose la extraña conversación con el
joven—. ¿Volviste a dormir bien anoche?
—Uh-Huh. —Timmy se sentó en su lugar habitual en la mesa de la
cocina—. Oye, ¿mañana también me quedaré en casa de Miles en la noche?
—Así es, porque mañana es un día libre de la escuela —dijo Sylvia,
sirviéndole un vaso de jugo de naranja—. Eres afortunado. Todavía tengo
que ir a trabajar.
—¡Y Miles y yo nos quedaremos despiertos toda la noche!
—¿De verdad?
«Que afortunada es María», pensó Sylvia. Iba a tener una noche salvaje
con esos dos.
—Apuesto a que no sobrevivirás a toda la noche. Te quedarás despierto
hasta tarde, pero no toda. —Ella cortó un plátano sobre sus hojuelas de
maíz—. ¿Te divertiste en tu fiesta ayer?
—Ajá —Respondió Timmy—. Sabes, esos niños también estuvieron en
mí fiesta de cumpleaños.
Sylvia levantó la vista de verter leche en su cereal.
—¿Qué niños, cariño?
—Los niños de Freddy's.
Dejó el cuenco delante de él.
—No sé de qué estás hablando. ¿Es esto algo de uno de esos extraños
vídeos que ves?
—Los encontraron alineados contra la pared —dijo Timmy con total
naturalidad, mientras comía hojuelas de maíz.
—¿A quién encontraron? —Sylvia dijo, completamente confundida. No
podía precisarlo, pero había algo en Timmy que no encajaba. Su voz sonaba
más monótona que de costumbre y no mantenía contacto visual con ella.
—A quienes encontraron —dijo Timmy, como si su madre estuviera
siendo obtusa—. Los niños asesinados en Freddy’s. Estaban alineados
contra la pared y todos llevaban sombreros de fiesta.
Un pequeño escalofrío recorrió a Sylvia.
—¿No es un tema morboso de que hablar en el desayuno?
Timmy masticó sus copos de maíz.
—No es morboso. Es verdad.
Sylvia se sirvió un poco más de café y metió una rebanada de pan en la
tostadora.
—¿Y sabes que es verdad porque lo viste en Internet? —Ella no conocía
los detalles del caso de los asesinatos, por lo que no sabía si lo que dijo
Timmy sobre las víctimas era verdad o no. Pero sí sabía que creer algo
automáticamente sólo porque lo veías en línea era peligroso—. No todo
lo que ves en Internet es cierto, ya lo sabes.
Timmy puso los ojos en blanco.
—Sé eso. Pero no sé sobre los cuerpos porque lo vi en internet. Sé lo
de los cuerpos porque estuve allí.
Silvia estaba confundida.
—¿Dónde estabas?
—En Freddy’s cuando sucedió. —Timmy bebió un poco de jugo de
naranja.
—Cariño, no podrías haber estado allí. Tienes siete años.
—Cumplí ocho años ayer —la corrigió Timmy.
—Sí, cumpliste ocho años ayer, y esos asesinatos ocurrieron hace unos
treinta años.
—Yo estaba allí.
¿Fue la imaginación de Sylvia o Timmy estaba hablando con una voz
diferente, más lenta y un poco más baja?
—Timmy, me estás preocupando —dijo Sylvia. Su propia voz
temblaba—. Lo que estás diciendo no tiene ningún sentido.
—No te preocupes. Está bien. A veces los adultos no pueden entender
algunas cosas. ¿Puedo salir de la mesa?
—Puedes, si prometes dejar de jugar conmigo.
—No voy a jugar contigo. ¿De qué estás hablando?
—Hablo de decir lo que dijiste sobre estar en Freddy’s la noche de los
asesinatos. Si estabas diciendo eso para asustarme, lo lograste.
—No lo estaba diciendo para asustarte. Lo decía porque es verdad.
—Está bien, chico, me estás asustando. —Dejó su taza de café y puso
su mano en la frente de Timmy. Se sentía normal. Hasta aquí la teoría de
que deliraba de fiebre.
—No tengas miedo. Eres agradable. No hay razón para lastimarte.
—¿Lastimarme? —Definitivamente había algo mal con su hijo. Sylvia
estaba en peligro de llorar—. ¿Por qué no vas a jugar a tu habitación
mientras me ocupo de los platos del desayuno, amigo? —dijo, esforzándose
por mantener la voz firme.

☆☆☆
Sylvia se sintió aliviada de que Timmy pasara la noche en casa de Miles
porque le dio la oportunidad de investigar sus síntomas en línea y decidir
cuál podría ser el mejor curso de acción. Estaba sentada en el sofá con su
computadora portátil abierta. Las noches tranquilas a solas eran raras para
ella y, por lo general, las encontraba relajantes. Pero no esta noche. Estaba
demasiado preocupada por Timmy.
Además, por alguna razón, no podía convencerse a sí misma de que
estaba realmente sola.
Hubo un ligero traqueteo proveniente de detrás de una de las rejillas
de ventilación, y cuando se asomó a la negrura de la rejilla de ventilación,
esperaba ver algo mirándola fijamente. Pero, por supuesto, no había nada.
«Para. Estás siendo irracional», se dijo a sí misma. Por lo general, no era
así de nerviosa.
Volvió a leer y a beber su té. Sabía que esta situación con Timmy la tenía
nerviosa. Si el padre de Timmy todavía estuviera vivo, podrían hablar juntos
sobre el problema, pero tal como estaban las cosas, toda la responsabilidad
de tomar las decisiones correctas para su hijo ahora problemático recaía
sobre ella. Esperaba que el psicólogo resultara útil.
Trató de leer un sitio web de psicología infantil, pero no podía
concentrarse. Luego volvió a escuchar el ruido, esta vez el traqueteo
acompañado de un sonido de raspado, pero no provenía del conducto de
ventilación; venía de arriba del techo. Sylvia recordó que una vez María
había tenido un problema con los mapaches en su ático, que le habían
causado muchos daños. Sylvia fue al garaje y agarró la pequeña escalera de
tijera y una linterna, luego fue al pasillo de arriba. Desplegó la escalera,
subió por ella y abrió la escotilla que conducía al desván. Se subió a la
escalera de modo que su torso atravesase la abertura del ático e iluminó
con la linterna el espacio de techo bajo sobre las cajas de adornos
navideños y los cubos de almacenamiento de ropa fuera de temporada.
—Todo parece estar bien —murmuró.
Pero entonces algo agarró su pierna.
Ella jadeó. «No grites», se dijo. No podía librarse del agarre de lo que
fuera sin correr el peligro de caerse de la escalera. Se tiró hacia abajo desde
la abertura del ático para poder enfrentarse a su atacante.
Miró hacia abajo para ver a Timmy.
Él la miró con sus grandes ojos marrones.
—¿Qué estás haciendo mamá?
Sylvia se llevó la mano al corazón y respiró hondo un par de veces.
—Una mejor pregunta es qué estás haciendo aquí. Se supone que debes
estar en casa de Miles.
Timmy se encogió de hombros.
—No podía dormir. Y luego Miles se durmió, así que no tenía mucho
que hacer y decidí volver a casa.
«Era demasiado para los dos quedarse despiertos toda la noche», pensó
Sylvia.
—No te oí entrar.
—Usé la puerta trasera —dijo Timmy—. Estaba tratando de ser extra
silencioso en caso de que te hubieras ido a la cama.
Sylvia se bajó de la escalera. Su respiración comenzaba a volver a la
normalidad.
—Bueno, la cama es donde debería ir, señor. Es súper tarde.
Timmy asintió.
—De acuerdo mamá. Buenas noches.
—Buenas noches cariño. Avísame si tienes problemas para dormir.
—Uh-huh —dijo Timmy, caminando hacia su habitación.
Por lo general, Timmy al menos presentaría una pequeña discusión
sobre irse a la cama. Era extraño para él ser tan dócil, pero claro, Timmy
había estado actuando extraño todo el día. Sylvia se sintió repentinamente
muy cansada y decidió ponerse el pijama, pero el timbre del teléfono la
distrajo. Lo levantó y vio el nombre de María en el identificador de
llamadas.
—Hola —respondió ella.
—Hola —dijo María—. Sólo quería ver cómo estaba Timmy. Lo
acompañé a tu casa para asegurarme de que estuviera a salvo.
—Te lo agradezco —dijo Sylvia— pero estoy un poco sorprendida de
que abandonó a Miles antes de tiempo. Estaba muy emocionado por la
fiesta de pijamas.
—A mí también me sorprendió. Pero para ser honesta, Syl, me
sorprendió mucho el comportamiento de Timmy esta noche.
Sylvia sintió una creciente sensación de inquietud.
—¿Se portó mal?
—No, no exactamente —respondió María. Su voz sonaba tensa—. Era
más el tipo de cosas que decía. Parte de eso no tenía ningún sentido.
Hablaba de los asesinatos en Freddy Fazbear como si hubiera estado allí
cuando sucedió, a pesar de que eso fue hace como treinta años. También
actuó raro con otras cosas... como la consola de videojuegos y la tableta
de Miles. Era como si fueran tecnología que nunca había visto antes, a pesar
de que él y Miles juegan juntos todo el tiempo. Timmy simplemente no
parecía el mismo, y eso molestó a Miles.
—Lamento que Miles se molestara —dijo Sylvia. Ella no quería ser la
madre del niño aterrador, ni quería que lo que estaba pasando con Timmy
tuviera un efecto negativo en su amistad con María—. ¿Así que le pediste
a Timmy que se fuera?
—Lo siento, Syl. No sabía qué más hacer. Traté de no darle mucha
importancia. Sólo le dije que Miles estaba cansado y tal vez sería mejor que
volviera otro día, y como dije, lo acompañé a casa. Espero que no estés
enfadada conmigo.
—No estoy enfadada —respondió Sylvia. Eso era cierto. En el lugar de
María, ella habría hecho lo mismo—. Sólo cansada y preocupada.
—Estoy segura de que lo estás. Entonces… ¿qué crees que está pasando
con él? ¿Crees que podría ser algún tipo de reacción a lo que le pasó a su
padre?
—Podría ser, supongo. Pero Timmy ni siquiera puede recordar a su
padre, entonces, ¿por qué estaría teniendo una reacción traumática ahora?
Si sigue actuando de forma extraña en un par de días, voy a consultar a un
médico o un psicólogo.
—Me parece bien, pero, de todos modos, los niños son impredecibles.
Puede empezar a actuar totalmente normal mañana. Como sea, me alegro
de que tengas las cosas bajo control.
Silvia colgó. La verdad era que sentía que nada estaba bajo su control.

☆☆☆
Sylvia empujó el carrito de compras por el pasillo de alimentos enlatados
de Shop A-Lot. Timmy caminó junto a ella. Parecía que fue ayer cuando
había sido lo suficientemente pequeño como para viajar en el asiento de
bebé del carrito de compras.
—Avísame si ves algo que te guste —dijo Sylvia—. Especialmente si es
algo que puedo empacar para tu almuerzo.
Timmy insistía en que la comida de la cafetería de la escuela era terrible.
Basada en la experiencia limitada de Sylvia con él en los días de visita de los
padres, tenía razón. Como resultado, preparaba el almuerzo de Timmy,
pero sentía que siempre le daba lo mismo: un sándwich de jamón o pavo,
una manzana o una naranja en rodajas, zanahorias pequeñas con salsa
ranchera. Él nunca se quejó de que se estaba cansando de comer el mismo
almuerzo una y otra vez, pero ella ciertamente se cansó de empacarlo.
—¡Oh, esos! ¡Quiero esos! —dijo Timmy, señalando un estante lleno
de pasta enlatada y chile.
—¿Cuáles son esos? —preguntó Silvia. A veces, pararse frente a los
productos enlatados tenía una especie de efecto hipnótico en ella; las
etiquetas empezaron a parecerse todas.
—¡Spaghetti Wheels! —dijo Timmy, sin dejar de señalar—. De esos que
tienen albóndigas.
Silvia estaba confundida.
—Pero siempre dices que la pasta enlatada es asquerosa. Te gusta la
pasta que hago con mantequilla y queso.
—Me gustan los Spaghetti Wheels —dijo Timmy con una voz más baja
que la habitual.
Sylvia sintió que podría estar enferma. Siempre había sentido que tenía
un conocimiento profundo de la personalidad de Timmy, sus gustos y
aversiones. Pero ahora mirar el rostro de su hijo era como mirar el rostro
de un extraño.
—De acuerdo —dijo ella, con su voz temblando—. Tú eliges lo que
quieres. Acabo de recordar que necesito hacer una llamada telefónica.
Caminó hasta el final del pasillo donde todavía podía vigilar a Timmy, o
a quienquiera que fuera hoy, y sacó los resultados de su búsqueda de
"psicólogos infantiles" en su teléfono. Marcó el primer número que
apareció.
—Psicólogos pediátricos —respondió una voz femenina que sonaba
aburrida.
—Sí —dijo Sylvia, medio susurrando para que Timmy no pudiera oírla
hablar—. Mi hijo, Timothy Collins, necesita ver a alguien en su práctica lo
antes posible.
—¿Ha amenazado con hacerse daño a sí mismo o a alguien más? —
preguntó la recepcionista, aún sonando aburrida a pesar de la naturaleza
dramática de su pregunta.
—No, nada de eso —dijo Sylvia. Observó cómo Timmy sacaba
mecánicamente lata tras lata de Spaghetti Wheels del estante y las dejaba
caer en el carrito—. Simplemente no es… él mismo.
—Bueno, señora, puedo ver si tenemos cancelaciones y devolverle la
llamada. ¿Es este el mejor número para contactarla?
—Sí. Si, gracias. —Sylvia respiró hondo para tratar de calmarse.
Se unió a Timmy en el carrito. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Su propio
hijo no debería ponerla tan nerviosa.
—Tal vez no necesitemos comprar todas las latas de Spaghetti Wheels
en la tienda —dijo, agarrando una lata para volver a colocarla en el estante.
—¡PERO ME GUSTAN LOS SPAGHETTI WHEELS! —Timmy gritó tan
fuerte que todos en la tienda, y muchas personas afuera, seguramente
pudieron escucharlo.
Sylvia sintió que se estaba ahogando en sentimientos. Estaba
avergonzada, pero también confundida y asustada. Timmy nunca había sido
el tipo de niño que grita o hace una rabieta en una tienda, incluso durante
los llamados terribles dos años.
El niño que estaba frente a ella ciertamente se parecía a su hijo, pero el
parecido terminaba ahí.
Sabía que probablemente debería insistir en el tema y hacer que
devolviera algunas de las latas, pero todo lo que quería era salir de la tienda.
—Está bien, entonces, supongo que nos abasteceremos de spaghetti
wheels. —Se preguntó si Timmy podía oír el miedo en su voz—. ¿Algo más
que debamos recoger antes de irnos a casa?
—Helado de fresa —dijo Timmy.
—¿En serio? —preguntó Silvia.
Timmy asintió.
Timmy siempre había odiado el helado de fresa.

☆☆☆
Demasiado nerviosa para cocinar una cena de verdad, Sylvia tiró una
lata de Spaghetti Wheels en una cacerola en la estufa. Cuando sonó su
teléfono, la sobresaltó tanto que necesitó un segundo para recuperar el
aliento antes de contestar.
—¿Hola?
—Sra. Collins, esta es Laura de Psicólogos Pediátricos. Tengo buenas
noticias. Justo después de que usted y yo hablamos, tuvimos una
cancelación. Hay una cita abierta a las 10:00 a. m. con la Dra. Monroe por
si desea traer a su hijo.
—Sí, lo haré —dijo Sylvia, sintiéndose mejor al saber que la ayuda estaba
en camino más temprano que tarde—. Esas son buenas noticias. La primera
que escucho en todo el día. Gracias.
Después de una comida de Spaghetti Wheels y ensalada (Sylvia pasó por
alto los fideos viscosos y sólo comió ensalada), Sylvia dijo—: Está bien,
Timmy, debes bañarte y ponerte el pijama, luego puedes jugar o leer en tu
habitación durante media hora antes de acostarte.
—Odio los baños. Quiero una ducha —dijo Timmy, una vez más
afirmando lo contrario de su opinión habitual.
—Una ducha también está bien. Sólo límpiate y ponte tu pijama —le
dijo Sylvia a la persona que se estaba volviendo cada vez menos familiar
para ella.
—Está bien, una ducha entonces —dijo Timmy.
Sylvia limpió la mesa y comenzó a cargar el lavavajillas. Supuso que el
atractivo de servir comida rápida era que no generaba muchos platos
sucios. Se agachó para poner los tenedores en el soporte para cubiertos
del lavavajillas. Cuando se puso de pie, un rostro desconocido la miraba a
través de la ventana de la cocina.
Silvia gritó.
Con manos temblorosas, tomó su teléfono y marcó el 911.
—Nueve-uno-uno, ¿cuál es tu emergencia? —respondió el operador.
—Hay alguien merodeando por mi casa. Había una cara mirando por la
ventana de mi cocina.
—¿Y está en Nineteen Nineteen Larkspur Lane? —preguntó el
operador.
—Sí.
—Un par de oficiales estarán allí en breve.
Tan pronto como Sylvia colgó el teléfono, escuchó un ruido proveniente
del piso de arriba: conversaciones y movimiento. Desde la habitación de
Timmy.
Se echó a correr, con el corazón desbocado. ¿Qué pasa si el intruso ya
estaba en la casa?
Una vez que estuvo en la puerta de la habitación de Timmy, la abrió
lentamente, sólo un poco. Si había un intruso, no quería asustarlo con
movimientos repentinos.
En su cuarto oscuro, Timmy se sentó en el borde de la cama en pijama,
hablando tan bajo que ella no podía distinguir las palabras individuales.
Pero lo que realmente la asustó fue a lo que le estaba hablando Timmy.
Era una sombra, mucho más grande que cualquier sombra que
proyectaría Timmy. Se extendía desde los pies de la cama de Timmy hasta
la pared, su forma era vagamente humanoide, ya que parecía tener cabeza
y hombros.
La sombra se volvió hacia ella, mirándola con ojos blancos y brillantes,
luego subió sigilosamente por la pared y se retiró a la salida de aire.
Antes de que pudiera procesar lo que vio, ¿realmente lo vio?, sonó el
timbre. La policía. Sabía que no podía contarle a la policía lo de la sombra.
Pensarían que estaba completamente loca.
—Hola mamá. No sabía que estabas allí —dijo Timmy, notándola por
primera vez—. ¿Vas a abrir la puerta?
Sin palabras, Sylvia asintió.
Se apresuró a bajar las escaleras, ni siquiera segura de poder encontrar
las palabras para hablar con la policía. Abrió la puerta a un oficial masculino
y femenino.
—¿Ha informado de un intruso en su propiedad, señora? —preguntó la
mujer oficial. Era una mujer negra que parecía tener la edad de Sylvia. Su
placa decía Harris.
—Sí —respondió Silvia. Su voz salió pequeña y mansa—. He oído pasos
y susurros afuera, y luego la cara de un hombre estaba mirando por mi
ventana. Corrió tan pronto como me vio.
La oficial Harris estaba tomando notas.
—¿Puede describir cómo era el hombre?
Sylvia trató de sacar algunas imágenes específicas de su memoria, pero
todo lo que pudo recordar era la sensación de ser mirada, la forma básica
de la cara de un hombre humano.
—M-Me temo que no puedo. Parecía un hombre caucásico
relativamente joven, pero no puedo contarles mucho más sobre él. Ya
estaba oscuro afuera, y como dije, desapareció tan pronto como vio que
lo estaba mirando.
La oficial Harris asintió.
—Buscaremos en el área y nos aseguraremos de que se haya ido.
Ella le tendió una tarjeta.
—Si tiene más problemas, este es mi número directo.
Sylvia tomó la tarjeta.
—Gracias.
Cerró y echó llave a la puerta. Cuando se dio la vuelta, Timmy estaba
de pie en las escaleras en pijama.
—¿Está todo bien? —preguntó.
—Sí. Excepto que ya pasó tu hora de dormir. Tienes que irte a dormir.
—De acuerdo mamá. —Timmy volvió a subir las escaleras.
Sylvia había mentido. No todo estaba bien. De hecho, nada estaba bien.
El niño estaba teniendo algún tipo de colapso psicológico. Alguien que
podría tener la intención de hacerles daño estaba merodeando por la casa.
Y Sylvia acababa de ver un fenómeno aparentemente sobrenatural que
podría o no haber sido real. Sentía que tal vez ella también estaba al borde
de un colapso psicológico.
Estaba asustada. Pero no quería que Timmy supiera que estaba asustada.
Y ciertamente no quería que Timmy supiera que él era una de las cosas
que asustaba.
Sylvia se secó la lágrima que le corría por la mejilla, tomó el teléfono y
seleccionó "Mamá" de su lista de contactos.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás? —respondió su mamá.
—Hola. Estoy bien —dijo Sylvia, escuchándose a sí misma mentir de
nuevo. Tenía un fuerte instinto para no preocupar a su madre.
—No, no lo estás. Puedo oírlo en tu voz. ¿Qué está pasando?
Las lágrimas de Sylvia comenzaron de nuevo. Debería haber sabido que
no podría engañar a su madre.
—Sólo estoy… pasando por un mal momento. Había alguien aquí,
merodeando fuera de la casa y mirando por las ventanas. Llamé a la policía
y están registrando el área.
—¡No es de extrañar que estés afligida! Y estás allí sola con Timmy. —
La preocupación era evidente en la voz de su madre.
—Sí. Me preguntaba… ¿estaría bien si fuéramos y nos quedáramos
contigo por un par de días?
—Por supuesto. Sabes que siempre eres bienvenida. La cama de la
habitación de invitados está lista para ti y yo prepararé la cama plegable
para Timmy.
Sylvia se permitió sonreír un poco.
—Él ama esa cama plegable por alguna razón. —Pero entonces otra ola
de ansiedad la golpeó. No había forma de que el comportamiento cada vez
más extraño de Timmy pasara desapercibido para sus padres.
—Pero escucha… hay algo que tú y papá deben saber sobre Timmy.
—¿Qué cosa? —La preocupación estaba de nuevo en la voz de su
madre.
—Ha estado actuando de manera extraña. De hecho, tiene una cita por
la mañana con un psicólogo.
—¿Extraño cómo?
Sylvia no sabía por dónde empezar.
—Él no ha sido violento ni nada por el estilo. Pero sus pensamientos
están confusos. No es él mismo.
—Bueno, ser un niño en estos días es difícil. Me alegro de que le estés
ayudando. Hablaremos más cuando estés aquí, ¿de acuerdo?
—Está bien —dijo Sylvia, sollozando.
—Ven tan pronto como estés lista.
—Gracias mamá. Nos iremos después de la cita de Timmy por la
mañana.
Sylvia subió las escaleras hasta la habitación de Timmy con una bola de
miedo en el estómago. Esperaba no volver a ver la sombra.

☆☆☆
—Bueno, ciertamente ha pasado por mucho en un corto período de
tiempo —dijo la Dra. Monroe, mientras ella y Sylvia estaban de pie en el
pasillo de su oficina—. Ambos han pasado por mucho.
Silvia asintió. No quería empezar a llorar de nuevo, pero tenía un nudo
en la garganta.
—Timmy está disociando. Es un mecanismo de defensa normal de la
infancia.
—No tiene idea de lo aliviada que estoy de escucharla decir la palabra
normal.
—Bueno, hay varios grados de severidad cuando se trata de disociación.
Pero en este momento es demasiado pronto para juzgar qué tan grave es
el caso de Timmy. Me gustaría verlo una vez a la semana durante los
próximos dos meses, al menos. La disociación es a menudo una respuesta
al estrés, por lo que si descubrimos qué es lo que realmente le molesta,
entonces puedo ayudarlo a resolver sus problemas en lugar de huir
mentalmente de ellos.
—Está bien, bien —dijo Sylvia. La noticia no era tan mala como ella había
anticipado. La Dra. Monroe no parecía alarmada en absoluto por el extraño
comportamiento de Timmy; incluso había usado la palabra normal—. ¿Hay
algo que pueda hacer en casa para ayudarlo?
—El principal consejo que le daría es que hable con él y trate de
involucrarlo cada vez que se disocie —dijo la Dra. Monroe—. Hable con
él sobre las experiencias que han tenido juntos, sobre las cosas que sabe
que le gustan y en las que está interesado. No le dé la opción de irse
mentalmente y “convertirse” en otro niño imaginario.
—Puedo hacer eso. Él y yo nos vamos a quedar con mi mamá y papá
por un par de noches. Con todo lo que ha pasado, siento la necesidad de
alejarme un poco, ¿sabe?
La Dra. Monroe asintió.
—Creo que es una excelente idea. El cambio de escenario les hará bien
a los dos.

☆☆☆
Fue sólo un viaje de cuarenta minutos hasta la casa de la mamá y el papá
de Sylvia. Si levantaba a Timmy lo suficientemente temprano en la mañana
mientras estaban con sus padres, podría dejarlo fácilmente en la escuela
antes de ir a la oficina.
Ahora mismo, sin embargo, tenía que admitir que disfrutaba
conduciendo en la dirección opuesta a sus preocupaciones. Se sentía bien
estar en la carretera abierta, escuchando música con las ventanillas bajadas,
con Timmy durmiendo la siesta en su asiento elevado. Sylvia sintió que
literalmente estaba dejando atrás sus problemas.
Sylvia se había criado en una modesta casa de dos dormitorios en el
campo.
Sus padres eran dueños de un par de acres de tierra y ponían un gran
jardín todos los años. Sólo ver la familiaridad del lugar la hizo sentir más
tranquila de lo que se había sentido en días.
Mamá los recibió en la puerta con abrazos.
—Ustedes dos entren aquí —dijo, empujándolos a la casa—. ¡Timmy,
estás creciendo tan rápido que vamos a tener que ponerte un ladrillo en la
cabeza!
La mamá de Sylvia hacía este chiste casi cada vez que veía a Timmy, pero
él era lo suficientemente educado como para reírse.
—¡No me pongas un ladrillo en la cabeza, Nana!
—Y, Sylvia, pareces cansada. Y delgada. —Su madre siempre llevaba un
poco de peso extra y expresó su preocupación de que Sylvia tendiera a
tener un peso ligeramente inferior al normal. Te alimentaremos y
descansaremos mientras estés aquí. Y nos aseguraremos de que Timmy
reciba mucho aire fresco y sol. ¡Esa es la mejor terapia que existe!
—Gracias mamá. —Sylvia estaba bastante segura de que el aire fresco y
la luz del sol no eran el único tipo de terapia que necesitaba Timmy, pero
aun así estaba agradecida por la afectuosa bienvenida de su madre.
Cuando entraron a la sala de estar, el padre de Sylvia dijo—: Oye, ¡que
pasa mi Tim-bo! ¡Ven aquí! —Abrió los brazos para un abrazo y Sylvia se
sintió aliviada al ver que Timmy lo complacía.
Entonces papá también la abrazó y medio susurró—: Tu mamá me dijo
sobre el asqueroso que rondaba anoche. Me preocupa que vivas sola en la
ciudad. Deberías pensar en instalar un sistema de alarma.
—Definitivamente lo pensaré —respondió Sylvia. Como sus padres
siempre habían vivido en el campo, solían pensar que la pequeña ciudad
donde vivía Sylvia estaba llena de peligros. La cuestión era que el crimen y
el ruido nunca la habían asustado.
Era lo desconocido a lo que temía, las amenazas a las que no podía
adaptarse.
Y esta semana había estado llena de ellas.

☆☆☆
Para la cena, papá comió bistecs a la parrilla y mamá hizo puré de papas
y una ensalada enorme. Los cuatro se sentaron juntos en la mesa del
comedor.
—Nada de ensalada para mí, por favor —dijo Timmy.
—Pero por lo general te encanta esta ensalada —dijo la mamá de
Sylvia—. Tiene rodajas de mandarina y arándanos secos.
—¡No me gusta la ensalada! —gritó Timmy.
Sylvia vio a su mamá y papá intercambiar una mirada incómoda.
—Mamá, papá, tal vez sería una buena idea recordarle a Timmy algunas
de las cosas divertidas que puede hacer cuando visita este lugar.
—Bueno, Tim-bo —dijo su padre, sonando como alguien que se
esfuerza demasiado por ser alegre—. Sabes que siempre te ha gustado
ayudarme en mi taller. Pensé que mientras estés aquí, podríamos salir y
trabajar en la construcción de una casa para pájaros. Puedes llevártela a
casa y colgarla en un árbol en tu jardín.
—Y luego —intervino la mamá de Sylvia— pensé que podríamos
hornear y decorar algunas galletas de azúcar.
Timmy miró de un lado a otro entre sus abuelos.
—¿Te parece divertido, Timmy? —lo incitó Sylvia—. ¿Construir una
casa para pájaros con Pop-Pop y luego hornear galletas con Nana?
—Ajá —dijo Timmy.
Sylvia sintió una abrumadora sensación de alivio.
—Bueno.
—Pero ahora mismo, Tim-bo —dijo el padre de Sylvia—. Deberías
comer tu bistec. La proteína te hará grande y fuerte. —Miró el plato de
Timmy.
—Oh, veo que tu Nana acaba de darte un cuchillo de mantequilla. Eso
no es bueno para cortar un verdadero trozo de carne. Deja que te ayude.
—Se levantó y se acercó a Timmy con un afilado cuchillo para carne.
Timmy saltó de su asiento y abordó a su abuelo, tirándolo al suelo y
arrancándole el cuchillo de la mano.
—¡Noooo! ¡No le hagas daño, Timmy! ¡Timmy!
—¿Qué diablos…? —gritó la madre de Sylvia.
Sylvia apartó a Timmy de su padre y le quitó los dedos del cuchillo.
—¿Estás bien, papá? —preguntó. Su corazón latía con fuerza en su
pecho.
El padre de Sylvia se incorporó hasta quedar sentado.
—No estoy herido, sólo agitado y confundido. —Miró a Timmy—. Hijo,
no iba a lastimar a nadie con ese cuchillo. ¡Sólo iba a ayudarte a cortar tu
bistec!
—Vi el cuchillo —dijo Timmy— y tuve que proteger a los demás.
—No entiendo. ¿A quién estabas tratando de proteger? —La mamá de
Sylvia preguntó con un temblor en su voz.
Timmy miró a su abuela como si acabara de hacer una pregunta muy
tonta, pero se negó a decir una palabra más durante la cena.

☆☆☆
Después de que Timmy finalmente estuvo en la cama, Sylvia se sentó en
la sala de estar con sus padres. No le sorprendió que hubiera tensión en el
aire. Sabía que estaban molestos por el comportamiento de Timmy durante
la cena.
—Lo siento por… lo que pasó.
—No es tu culpa —dijo su madre, palmeando el brazo de Sylvia.
Cualquiera que sea el problema con Timmy, no es culpa tuya. Lo
importante es que está recibiendo la ayuda y el apoyo que necesita.
También nos preocupa que recibas la ayuda y el apoyo que necesitas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Silvia.
—Tu mamá y yo estuvimos hablando después de que llamaste anoche
—dijo papá, con su ceño fruncido por la preocupación—. Y sólo queremos
que sepas que si tú y Tim-bo quieren volver a mudarse aquí con nosotros,
son más que bienvenidos.
—¿Incluso después de lo que pasó en la cena? —dijo Silvia.
Su papá sonrió.
—Incluso después de lo que pasó en la cena. No fue su intención
lastimarme. Sólo estaba tratando de protegerse a sí mismo. Lamento que
pensara que necesitaba protección de mí.
—Bueno —dijo Silvia. Ella no había visto venir esta idea—. Quiero decir
gracias por su oferta. Esto es muy generoso, pero tengo un trabajo en la
ciudad y Timmy tiene escuela.
El padre de Sylvia le sonrió.
—Aquí también tenemos una escuela primaria. Y estoy bastante seguro
de que podría hablar con Bill Davis para volver a darte trabajo en la tienda
de piensos. Siempre dice que fuiste una de las mejores trabajadoras que ha
tenido.
A Sylvia le costaba imaginar volver a la vida rural.
—Esto es muy dulce de tu parte, pero quiero decir, esta es una casa de
dos dormitorios. No quieres que Timmy y yo estemos aquí quitándoles
espacio.
—Bueno, vivir aquí sería sólo un arreglo temporal —dijo mamá—. Estoy
segura de que con el tiempo podremos encontrar una casita sólo para ti y
Timmy.
—Ciertamente has pensado mucho en esto —dijo Sylvia.
—Bueno, nos preocupamos por ti, viviendo sola en la ciudad —dijo
papá.
—Tienes ladrones o algo peor tratando de entrar en tu casa. Tu hijo de
ocho años está todo confundido y hablando de asesinatos. Tal vez sea hora
de que vuelvas a casa, Sylvie.
—Y si vinieras a casa —agregó mamá— podríamos ayudar mucho con
Timmy. No puedo imaginar lo difícil que es ser madre soltera,
especialmente para un niño que… —Hizo una pausa, pareciendo buscar las
palabras correctas—. Está teniendo problemas.
—Agradezco la oferta. Y definitivamente lo pensaré.
—Está bien —dijo mamá—. No es el tipo de decisión que deba tomarse
precipitadamente. —Ella se levantó—. Bueno, tu papá y yo probablemente
nos acostaremos. La hora de acostarse llega temprano aquí en el campo.
Lo que ahora se llamaba la habitación de invitados había sido la
habitación de Sylvia cuando era niña. Estar allí como adulto siempre se
sentía extraño. Ahora la habitación estaba decorada con algunos
estampados florales de buen gusto en la pared, pero Sylvia podía recordar
cuando las paredes estaban empapeladas con carteles de sus estrellas del
pop favoritas, y la estantería estaba llena de libros de misterio para niños
que había comprado en la tienda y la feria del libro escolar. Ya era bastante
extraño estar en su antigua habitación; era aún más extraño pensar en
volver a mudarse aquí con Timmy. Trató de imaginarse a sí misma
trabajando en la tienda de alimentos donde había trabajado cuando estaba
en la escuela secundaria y en la universidad comunitaria. Tan pronto como
se graduó, se mudó a la ciudad, consiguió un trabajo en una oficina de
abogados y conoció al padre de Timmy. Si se mudara de nuevo aquí, se
sentiría como si ninguna de esas cosas hubiera sucedido nunca, como si no
hubiera pasado el tiempo en absoluto.
Cuando Sylvia sacó su pijama de su bolsa de viaje, escuchó a un perro
ladrar afuera. Pronto se convirtió en un coro de perros, más perros de los
que había conocido en este vecindario rural, ladrando y aullando sin señales
de detenerse. Se preguntó a qué estarían respondiendo los perros.
Dadas sus experiencias recientes, temía a un intruso, pero aquí era más
probable que fuera una zarigüeya o un mapache. Dejó su pijama sobre la
cama y salió al porche trasero para ver qué estaba pasando.
Aquí afuera, los ladridos eran casi insoportablemente fuertes y
constantes. No parecía que ninguno de los perros se detuviera para
respirar. El sabueso de sus padres, Boo, estaba parado afuera de la perrera
en su lote cercado, ladrando sin parar con su profundo bramido de
sabueso. Sylvia miró a su alrededor, pero no pudo ver la causa del caos
canino. Ella volvió adentro.
De camino a la habitación de invitados, decidió mirar a Timmy y ver si
todo el ruido lo había despertado. Se asomó por la puerta del pequeño
cuarto de costura donde su madre siempre ponía su cama plegable.
La cama estaba allí, pero Timmy no estaba.
La cama estaba revuelta, como si hubiera tirado las sábanas. El corazón
de Sylvia latía con fuerza. ¿Tal vez acababa de ir al baño?
Pero entonces vio la ventana abierta. Definitivamente había estado
cerrada cuando ella lo arropó para pasar la noche.
Sylvia corrió hacia la ventana y miró por ella en busca de señales de
Timmy. A mitad de camino a lo largo del patio trasero, una figura grande y
sombría caminaba, sosteniendo a un niño pequeño de la mano.
—¡Timmy! —gritó—. ¡Timmy! —Pero su voz fue ahogada por el sonido
de los ladridos de los perros.
Con la fuerza y la agilidad que sólo se obtienen durante una emergencia,
Sylvia saltó por la ventana. Comenzó a correr, persiguiendo a Timmy y su
oscuro captor.
Pero a pesar de que Sylvia estaba corriendo y Timmy y la Cosa Sombra
sólo estaban caminando, todavía no podía atraparlos. Siempre estaban
fuera de su alcance, como el estanque de agua clara imaginada por una
persona sedienta que se arrastra por el desierto.
—¡Timmy! —gritó de nuevo, pero su hijo ni siquiera se dio la vuelta.
De repente, un par de manos agarraron a Sylvia y la arrastraron hacia
los arbustos. Ella gritó, aunque sabía que nadie la escucharía porque los
perros se volverían locos.
El hombre que estaba de pie frente a ella y sostenía sus brazos le
resultaba extrañamente familiar. De repente lo reconoció como el hombre
que estaba en su jardín supuestamente buscando a su perro perdido.
Mirándolo, se dio cuenta de que la cara en la ventana de su cocina la noche
anterior también era la suya.
—¡Tú!
—¿Nos seguiste todo el camino hasta aquí? —Ella estaba llorando y
agitándose, tratando de liberarse de su agarre—. ¿Qué quieres de
nosotros?
—Quiero que me escuche, eso es todo. No la voy a lastimar. Sólo
respire hondo y escuche. —Su tono fue amable, pero no abandonó el
agarre de sus brazos.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —preguntó ella. Su respiración
era superficial, como la de un conejo asustado.
—No lo sé —respondió— Pero sólo… deme una oportunidad. Mi
nombre es Mike.
Soy guardia de seguridad del viejo Freddy Fazbear's Pizza. Entraron al
edificio hace unas semanas, y una de las cosas robadas fue la cabeza de un
oso animatrónico. Su hijo recibió una máscara como esa para su
cumpleaños, ¿verdad?
Sylvia fue un derroche de emociones, con el miedo y la confusión
encabezando la lista.
Aun así, logró asentir.
—Escuche, sé que esto suena loco, pero esa máscara puede haber
dañado a su hijo. La única forma de revertir el daño es que yo la recupere.
—Entonces, por favor, tómala —dijo Sylvia. Las lágrimas corrían por sus
mejillas. ¿Era la máscara de Freddy la causa de los problemas de Timmy?
Pero, ¿cómo podría ser? No tenía sentido.
Mike sonrió tímidamente.
—Bueno… la verdad… es que ya la tomé.
Después de que usted y Timmy salieran de la casa hoy. Fue el único
objeto de su casa que toqué, se lo prometo.
—Está bien —dijo Silvia—. Así que recuperaste la máscara irrumpiendo
en mi casa. Pero, ¿cómo puedo recuperar a mi hijo? Esa cosa lo llevó al
bosque.
—Creo que sé dónde encontrarlo —dijo Mike—. Venga conmigo.
Sylvia esperaba que Mike la llevara al bosque, pero él la llevó a su auto.
—Suba —dijo.
A pesar de los instintos que le gritaban desde cada novela de misterio
que había leído, Sylvia hizo lo que le dijeron. Era muy consciente de que en
realidad no conocía a Mike y no sabía si podía confiar en él. Pero él dijo
que podía ayudarla a encontrar a Timmy, por lo que estaba dispuesta a
correr el riesgo. ¿Qué otra opción tenía? No podía decirle exactamente a
la policía que su hijo había sido secuestrado por algún tipo de monstruo
sombra.
Mike condujo por la ciudad y llegó a un vecindario que había visto
mejores días. Las viejas tiendas estaban vacías, sus ventanas rotas y
remendadas con cinta aislante. Mike aparcó frente a un edificio abandonado
en ruinas que parecía haber sido un restaurante.
—¿Es este el lugar? —Sylvia estaba cada vez más inquieta. ¿Por qué
Timmy estaría aquí? ¿Mike la estaba engañando? ¿La había traído a este lugar
abandonado porque en realidad era un asesino en serie?
—Sí. El viejo Freddy Fazbear's —dijo Mike—. Lo que queda de él.
De una manera retorcida, las cosas comenzaban a tener sentido.
—¿Aquí es donde ocurrieron los asesinatos hace tantos años?
—Sí —dijo Mike—. Vamos. Vamos adentro. Alcanzó el asiento trasero
y sacó la máscara de Freddy Fazbear.
Cuando compró la máscara para Timmy, pensó que era linda y cómica.
Ahora, cuando la miró, se preguntó cómo pudo haber tenido esa opinión.
Los ojos vacíos, la sonrisa macabra. La cosa era terrorífica.
Mike corrió a través de la calle hacia la estructura en ruinas, y Sylvia lo
siguió.

☆☆☆
Cuando Mike abrió la puerta, se abrió con un crujido como el efecto de
sonido de una película de terror. Encendió su linterna y le hizo un gesto a
Sylvia para que lo siguiera.
Juntos caminaron por un pasillo sinuoso, cuya oscuridad total fue
interrumpida sólo por el haz de luz de la linterna de Mike. Las paredes
estaban decoradas con imágenes descoloridas de Freddy Fazbear y otros
personajes de animales. Sus sonrisas le parecieron extrañamente malévolas
a Sylvia.
Por fin llegaron a una habitación grande y abierta. Mike apuntó su
linterna a la pared del fondo, donde, en un pequeño escenario, Timmy
estaba de pie entre un conejo animatrónico y un pollito animatrónico.
«Bonnie y Chica», pensó Sylvia. «Así los había llamado Timmy».
Los animatrónicos movían la boca al ritmo de una horrible canción
grabada que se había vuelto diminuta e indistinguible con el tiempo. Pero
Timmy aparentemente aun la reconocía porque estaba cantando con todo
su corazón.
—¿Qué estamos esperando? ¡Bájalo de allí! —dijo Sylvia, corriendo
hacia el escenario.
—¡No! ¡No lo haga! —gritó Mike.
Antes de que Sylvia pudiera llegar al escenario, tentáculos con rayas
blancas y negras salieron disparados de las grietas en las paredes y, con la
velocidad de un rayo, envolvieron los brazos, las piernas y la cintura de
Sylvia. Otro tentáculo serpenteó alrededor de su cuello, deteniéndose
justo antes de estrangularla. Sylvia luchó contra sus ataduras, pero sólo la
ataron más fuerte. Estaba inmovilizada.
—¿Qué…? —gritó Mike, corriendo hacia Sylvia. Tiró del tentáculo que
sujetaba peligrosamente el cuello de Sylvia. No se movió.
—No te preocupes por mí —dijo Sylvia—. ¡Salva a Timmy!
—Todavía no puedo —dijo Mike en un medio susurro.
—¿Qué quieres decir? —dijo Silvia.
—Dele un minuto más —murmuró Mike.
La espantosa y rota grabación estaba alcanzando una especie de
crescendo. El canto de Timmy se hizo más y más fuerte. Mike saltó al
escenario y puso la máscara de Freddy Fazbear sobre la cabeza de Timmy.
Tan pronto como la máscara estuvo en su lugar, sus ojos se iluminaron con
un brillo espeluznante. Mike arrancó la máscara de la cabeza de Timmy, la
arrojó a un lado, luego agarró a Timmy y lo sacó del escenario.
Un panel se abrió en el techo por encima de ellos, y bajó una figura
parecida a un muñeco con un cuerpo delgado, vestido negro y una cara
pintada como un payaso con las cuencas de los ojos negras y vacías. Sus
miembros eran largos y serpenteantes y tenían rayas blancas y negras.
Mike miró a la monstruosa figura, con la boca abierta en un grito
inaudito. Cubrió el cuerpo de Timmy con el suyo para protegerlo.
La figura se detuvo en el aire, y mientras Sylvia, Timmy y Mike miraban,
otra figura cruzó la habitación y ocupó su lugar en el escenario entre
Bonnie y Chica. Freddy Fazbear, con la cabeza que Mike le había devuelto.
La música metálica comenzó a sonar de nuevo, y la horrible criatura
parecida a una muñeca desapareció por el agujero en el techo, llevándose
los tentáculos que habían atado a Sylvia con ella.
Sylvia tomó una de las manos de Timmy y Mike tomó la otra. Corrieron
y no miraron atrás.

☆☆☆
Una vez que estuvieron en el automóvil, todos jadeando, Mike le
preguntó a Sylvia—: ¿Quiere ir a su casa o volver a la casa de sus padres?
—Quiero irme a mí casa —dijo Timmy desde el asiento trasero.
—Ya escuchaste al niño —dijo Sylvia. Le enviaba un mensaje de texto a
sus padres para hacerles saber que estaban bien. Ella podría encontrar la
manera de recuperar su auto mañana—. ¿Qué... sucedió exactamente allí
atrás?
Mike sacó el coche a la carretera.
—Todo lo que sé es que algo estaba vivo en la cabeza de Freddy
Fazbear, y cuando Timmy se lo puso, ese ser vivo entró en él.
—¿Es por eso que me sentí raro? —preguntó Timmy.
—Exacto —dijo Mike.
Silvia negó con la cabeza. Todo esto era demasiado extraño para
asimilarlo.
—Pero, ¿qué era la cosa sombra?
—La Sombra sabía que el ser vivo estaba dentro de Timmy… Creo que
estaba tratando de sacarlo. —Mike apartó brevemente la vista de la
carretera para mirar a Timmy—. Sabes que todo esto tiene que
permanecer en secreto. No puedes decirle a nadie. ¿Lo entendiste, amigo?
—Lo entiendo —respondió Timmy.
Mike miró a Sylvia.
—Eso va para usted también.
Sylvia sintió que brotaba una risa inesperada.
—¿Quién me creería?

☆☆☆
A la mañana siguiente, Sylvia estaba tan feliz de tener a Timmy en casa
que se levantó temprano para preparar sus panqueques favoritos con
chispas de chocolate.
Tuvo que llamarlo cinco veces para que despertara y, cuando finalmente
bajó las escaleras, tenía los párpados caídos y bostezaba.
El corazón de Sylvia se llenó de alegría al tenerlo en casa y a salvo.
—¿Qué le dirías a unos panqueques con chispas de chocolate? —dijo
ella.
Timmy sonrió somnoliento.
—Diría que suena genial.
Sylvia le devolvió la sonrisa. La voz con la que había hablado era
definitivamente la suya.
—¿Y qué dirías si dijera que debido a que tuvimos una noche tan difícil,
deberíamos quedarnos en casa y no ir al trabajo ni a la escuela y pasar el
día juntos?
Timmy sonrió más ampliamente.
—Yo diría que eso suena aún mejor.
Acerca de los
Autores

Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights


at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
con su familia Texas.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Kelly Parra es autora de las novelas de Graffiti Girl, Invisible Touch y
otros cuentos sobrenaturales. Además de sus trabajos independientes,
Kelly trabaja con Kevin Anderson & Associates en una variedad de
proyectos. Vive en Central Coast, California, con su esposo y sus dos hijos.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora
de reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de
las computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en
la costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.

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