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Clínica Psicológica.

Emergencias e interconsultas
Primer parcial. Unidad 1.

Lic. G. Chouza: Diagnóstico de situación.


Este es un tipo de diagnóstico que pone de relieve el concepto de situacion. El mismo procede la
planificicacion estratégica en las intervenciones sociales/comunitarias, etc. Alli se privilegia pensar
el entorno para evaluar de qué se dispone, con que se cuenta, priorizando lo posible.

Así SITUACION seria el contexto en el que hay que identificar quiénes acompañan al sujeto en
crisis, cuál es su situación social, económica y relacional. (ej. Con quién llego a la guardia, en
general se trata de sujetos que no vienen, son traídos, no demandan , otros lo hacen por ellos/si
cuentan con obra social, algún subsidio, si están bajo custodia-tutela, etc)

Este tipo de diagnóstico se diferencia del de estructura, por cuanto en él no interesa tanto saber
sobre qué base estructural se armó la escena de crisis, sino visualizar con qué se cuenta para
restablecer algún equilibrio posible, “vestir con algún ropaje”.

Freud. Mas allá.


Cap II

Utiliza la denominación «neurosis traumática» para la descripción de un estado que sobreviene


tras conmociones mecánicas, choques ferroviarios y otros accidentes que aparejaron riesgo de
muerte. La horrorosa guerra que acaba de terminar la provocó en gran número, y al menos puso fin
al intento de atribuirla a un deterioro orgánico del sistema nervioso por acción de una violencia
mecánica. El cuadro de la neurosis traumática se aproxima al de la histeria por presentar en
abundancia síntomas motores similares; pero lo sobrepasa en sus muy acusados indicios de
padecimiento subjetivo, así como en la evidencia de un debilitamiento y una destrucción generales
de las operaciones anímicas

En las neurosis de guerra, el mismo cuadro patológico sobrevenía en ocasiones sin la cooperación
de una violencia mecánica cruda; en la neurosis traumática común se destacan dos rasgos que
podrían tomarse como punto de partida de la reflexión: que el centro de gravedad de la causación
parece situarse en el factor de la sorpresa, en el terror, y que un simultáneo daño físico o herida
contrarresta en la mayoría de los casos la producción de la neurosis. Terror, miedo, angustia, se
usan equivocadamente como expresiones sinónimas; se las puede distinguir muy bien en su relación
con el peligro. La angustia designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y
preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido; el miedo requiere un objeto
determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio, se llama terror al estado en que se
cae cuando se corre un peligro sin estar preparado: destaca el factor de la sorpresa. No creo
que la angustia pueda producir una neurosis traumática; en la angustia hay algo que protege contra
el terror y por tanto también contra la neurosis de terror.

La vida onírica de la neurosis traumática reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de
su accidente, de la cual despierta con renovado terror. Ello prueba la fuerza de la impresión que le
provocó. El enfermo está fijado psíquicamente al trauma, pero no he sabido que los enfermos de
neurosis traumática frecuenten mucho en su vida de vigilia el recuerdo de su accidente. En este
estado la función del sueño, como tantas otras cosas, resultó afectada y desviada de sus propósitos
(cumplimiento de deseo).

Ahora propongo estudiar el modo de trabajo del aparato anímico en una de sus prácticas normales
más tempranas. Me refiero al juego infantil (de un varoncito de un año y medio). No molestaba a
sus padres durante la noche, obedecía escrupulosamente las prohibiciones de tocar determinados
objetos y de ir a ciertos lugares, y, sobre todo, no lloraba cuando su madre lo abandonaba durante
horas. Ahora bien, este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones, de arrojar lejos de sí,
a un rincón o debajo de una cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance,
de modo que no solía ser tarea fácil juntar sus juguetes. Y al hacerlo profería, con expresión de
interés y satisfacción, un fuerte y prolongado «o-o-o», que, según el juicio coincidente de la madre
y de este observador, no era una interjección, sino que significaba «fort» {se fue}. Al fin caí en la
cuenta de que se trataba de un juego y que el niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar
a que «se iban». El niño tenía un carretel de madera atado con un piolín, con gran destreza arrojaba
el carretel, al que sostenía por el piolín, tras la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel
desaparecía ahí dentro, el niño pronunciaba su significativo «o-o-o-o», y después, tirando del piolín,
volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso «Da» (acá está}.
Ese era, pues, el juego completo, el de desaparecer y volver. Las más de las veces sólo se había
podido ver el primer acto, repetido por sí solo incansablemente en calidad de juego, aunque el
mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo.

La interpretación del juego resultó entonces obvia. Se entramaba con el gran logro cultural del
niño: su renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la
partida de la madre. Se resarcía, digamos, escenificando por sí mismo, con los objetos a su
alcance, ese desaparecer y regresar.

Es imposible que la partida de la madre le resultara agradable, o aun indiferente. Entonces, ¿cómo
se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él?

En la vivencia era pasivo, era afectado por ella; ahora se ponía en un papel activo repitiéndola
como juego, a pesar de que fue displacentera. El acto de arrojar el objeto para que «se vaya» acaso
era la satisfacción de un impulso, sofocado por el niño en su conducta, a vengarse de la madre por
su partida; así vendría a tener este arrogante significado: «Y bien, vete pues; no te necesito, yo
mismo te echo». También de otros niños sabemos que son capaces de expresar similares mociones
hostiles botando objetos en lugar de personas. Así se nos plantea esta duda: ¿Puede el esfuerzo
{Drang} de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso,
exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? Comoquiera que sea, si
en el caso examinado ese esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió
únicamente a que la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa.

Se advierte que los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida; de
ese modo abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, por así decir, de la
situación. Pero, es bastante claro que todos sus juegos están presididos por el deseo dominante en la
etapa en que ellos se encuentran: el de ser grandes y poder obrar como los mayores. También se
observa que el carácter displacentero de la vivencia no siempre la vuelve inutilizable para el
juego. Así nos convencemos de que aun bajo el imperio del principio de placer existen suficientes
medios y vías para convertir en objeto de recuerdo y elaboración anímica lo que en sí mismo es
displacentero.

Cap III

Compulsión a la repetición. Actuar en vez de recordar: Antecedente: R – R – R. En vez de


contar con el recuerdo, hace en acto en transferencia.

Lo novedoso es que no se repite lo placentero, sino aquello que nunca fue placentero aun
tampoco en un tiempo primero de inf. En eso se parece a la N. Traumática o el Fort.

Veinticinco años de trabajo intenso han hecho que las metas inmediatas de la técnica psicoanalítica
sean hoy por entero diversas que al empezar. En aquella época, el médico dedicado al análisis no
podía tener otra aspiración que la de colegir, reconstruir y comunicar en el momento oportuno lo
inconciente oculto para el enfermo. El psicoanálisis era sobre todo un arte de interpretación.
Pero como así no se solucionaba la tarea terapéutica, enseguida se planteó otro propósito
inmediato: instar al enfermo a corroborar la construcción mediante su propio recuerdo. A
raíz de este empeño, el centro de gravedad recayó en las resistencias de aquel; el arte consistía
ahora en descubrirlas a la brevedad, en mostrárselas Y. por medio de la influencia humana (este era
el lugar de la sugestión, que actuaba como «trasferencia»), moverlo a que las resignase.

Después, se hizo cada vez más claro que la meta propuesta, el devenir-conciente de lo
inconciente, tampoco podía alcanzarse plenamente por este camino. El enfermo puede no
recordar todo lo que hay en él de reprimido, acaso justamente lo esencial. Si tal sucede, se ve
forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo, como el médico
preferiría, en calidad de fragmento del pasado. Esta reproducción, que emerge con fidelidad no
deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y, por tanto, del
complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regularmente se juega en el terreno de la trasferencia,
esto es, de la relación con el médico. Cuando en el tratamiento las cosas se han llevado hasta este
punto, puede decirse que la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, una neurosis de
trasferencia. Por lo general, el médico tiene que dejarle revivenciar cierto fragmento de su vida
olvidada, cuidando que a la par que lo hace, conserve cierto grado de reflexión en virtud de la cual
esa realidad aparente pueda individualizarse cada vez como reflejo de un pasado olvidado. Para
hallar más inteligible esta «compulsión de repetición» que se exterioriza en el curso del
tratamiento psicoanalítico de los neuróticos, es preciso ante todo librarse de un error, que en la
lucha contra las resistencias uno se enfrenta con la resistencia de lo «inconciente».

Lo inconciente, vale decir, lo «reprimido», no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la


cura; y aun no aspira a otra cosa que a irrumpir hasta la conciencia -a despecho de la presión que lo
oprime- o hasta la descarga -por medio de la acción real-. La resistencia en la cura proviene de
los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que en su momento llevaron a
cabo la represión. Pero, dado que los motivos de las resistencias son al comienzo inconcientes en
la cura. Eliminamos esta oscuridad poniendo en oposición el yo coherente y lo reprimido. Es
que sin duda también en el interior del yo es mucho lo inconciente: justamente lo que puede
llamarse el «núcleo del yo».

La resistencia del analizado parte de su yo; enseguida advertimos que hemos de adscribir la
compulsión de repetición a lo reprimido inconciente. Es probable que no pueda exteriorizarse
antes que el trabajo solicitante de la cura haya aflojado la represión.

La resistencia del yo conciente y preconciente está al servicio del principio de placer. Quiere
ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido, en tanto nosotros nos
empeñamos en conseguir que ese displacer se tolere invocando el principio de realidad.

¿qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de repetición, la exteriorización


forzosa de lo reprimido? Las más de las veces, lo que la compulsión de repetición hace
revivenciar no puede menos que provocar displacer al yo, puesto que saca a luz operaciones de
mociones pulsionales reprimidas. Empero, ya hemos considerado esta clase de displacer: no
contradice al principio de placer, es displacer para un sistema y, al mismo tiempo, satisfacción
para el otro. La compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no
contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser
satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces.

El florecimiento temprano de la vida sexual infantil estaba destinado a sepultarse porque sus deseos
eran inconciliables con la realidad y por la insuficiencia de la etapa evolutiva en que se encontraba
el niño. Ese florecimiento se fue a pique. La pérdida de amor y el fracaso dejaron como secuela un
daño permanente del sentimiento de sí. Se trata de la acción de pulsiones que estaban destinadas
a conducir a la satisfacción; pero ya en aquel momento no la produjeron, sino que conllevaron
únicamente displacer. Esa experiencia se hizo en vano, se la repite a pesar de todo; una
compulsión esfuerza a ello.

En vista de estas observaciones relativas a la conducta durante la trasferencia y al destino fatal


de los seres humanos, osaremos suponer que en la vida anímica existe realmente una
compulsión de repetición que se instaura más allá del principio de placer. Y ahora nos
inclinaremos a referir a ella los sueños de los enfermos de neurosis traumática y la impulsión al
juego en el niño.

Respecto del juego infantil, ya pusimos de relieve las otras interpretaciones que admite su génesis:
compulsión de repetición y satisfacción pulsional placentera directa parecen entrelazarse en íntima
comunidad.

En cuanto a los fenómenos de la trasferencia, es evidente que están al servicio de la resistencia


del yo, obstinado en la represión; se diría que la compulsión de repetición, que la cura pretendía
poner a su servicio, es ganada para el bando del yo, que quiere aferrarse al principio de placer.

Ahora bien, si en lo anímico existe una tal compulsión de repetición, nos gustaría saber algo sobre
la función que le corresponde, las condiciones bajo las cuales puede aflorar y la relación que guarda
con el principio de placer, al que hasta hoy, en verdad, habíamos atribuido el imperio sobre el
decurso de los procesos de excitación en la vida anímica.
1.Sueños cumplimiento de un deseo icc. En N traumáticas el soñante es reconducido al accidente
traumático.

2.Juego: perdida de goce, y producción de una marca en el juego inventado por el n, que le da
ganancia de placer.

3.Lo que se repite en transferencia: se actúa sobre la persona del analista.

Cap IV

Capítulo de especulación de Freud.

La terminología metapsicológica sostiene que la conciencia es la operación de un sistema particular,


al que llama Cc que tiene choque – contacto directo con el mundo exterior. La excitación que
altera no deja tras sí una alteración permanente, se agota en ese devenir cc.

La Cc surge en reemplazo de la huella mnémica:

- El proceso excitatorio que no deja huella se agota en el devenir cc que puede ser por su
ubicación directo al mundo exterior.
- Huellas mnémicas (recuerdos) se producen por la propagación de la excitación a los
sistemas internos: la conciencia surge en reemplazo de la huella mnémica.

Vesícula viva (indiferenciada):

ESTIMULOS

EXTERNOS

EXCITACIONES

DEL INTERIOR

 SUPERFICIE – CORTEZA INORGANICA.

Favorable a la recepción de estímulos, ya no


susceptible de modificación por éstos.

Es una sustancia estimulable, dotada de una protección anti-estímulo, como una membrana, frente
al mundo exterior, que sólo un estímulo muy fuerte puede romper.

Es extracto cortical sensitivo, recibe estímulos del mundo exterior, y las excitaciones del interior.

Esta protección tiene reserva energética propia, y su tarea es recibirlos pero casi más importante es
proteger de los estímulos. Hace que las energías del interior bajen la intensidad al pasar a los otros
sistemas, y así estos los reciben filtrados.
Las resistencias que operan para los estímulos del mundo exterior no pueden operar de la
misma manera para excitaciones del interior que devienen de manera directa y no reducida, y
de carácter cualitativas.

Se producen sensaciones de placer y displacer. Demasiado displacer provoca alteraciones. A estas


se las trata como a los estímulos externos para que aplique la resistencia de la protección anti-
estímulo, lo que es comparable con el equilibrio que regula el principio de placer.

Llama traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza para perforar las
protecciones anti-estímulo. Son una perturbación enorme en la economía del organismo y pondrá
en acción todos los medios de la defensa.

En un principio queda abolido el principio de placer por lo que la tarea es dominar el estímulo,
ligar psíquicamente los volúmenes de estímulos que penetran violentamente a fin de conducirlos
para después de tramitarlo, exteriorizar el trauma. De esto se produce la contrainvestidura, liga
psíquicamente. Hace investidura Quiescente. Lo que empobrece los otros sistemas por la
enonomia del organismo.

Si se liga no es producción neurótica, lo es si no se liga, y son mas violentas las consecuencias


de la perforación de la protección anti-estímulo.

En neurosis traumáticas, los sueños traumáticos, punitorios y de angustia, obedecen a la compulsión


a la repetición. No es cumplimiento de deseo.

El trauma rompe la protección, y lo que queda es angustia, por lo que la repetición busca descarar
la energía libre del trauma. La angustia es una forma de protección anti-estímulo.

Cap V

La falta de una protección antiestímulo que resguarde al estrato cortical receptor de estímulos
de las excitaciones de adentro debe tener como consecuencia que tales trasferencias de estímulo
adquieren la mayor importancia económica y a menudo dan ocasión a perturbaciones económicas
equiparables a las neurosis traumáticas. Las fuentes más proficuas de esa excitación interna son las
llamadas «pulsiones» del organismo: los representantes de todas las fuerzas eficaces que provienen
del interior del cuerpo y se trasfieren al aparato anímico; es este el elemento más importante y
oscuro de la investigación psicológica. Las mociones que parten de las pulsiones obedecen al
proceso libremente móvil que esfuerza en pos de la descarga.

He llamado «proceso psíquico primario» a la modalidad de estos procesos que ocurren en el


inconciente, a diferencia del proceso secundario, que rige nuestra vida normal de vigilia. Puesto que
todas las mociones pulsionales afectan a los sistemas inconcientes, difícilmente sea una novedad
decir que obedecen al proceso psíquico primario; y por otra parte, de ahí a identificar al proceso
psíquico primario con la investidura libremente móvil, y al proceso secundario con las
alteraciones de la investidura ligada no hay más que un pequeño paso.

La tarea de los estratos superiores del aparato anímico sería ligar la excitación de las
pulsiones que entra en operación en el proceso primario. El fracaso de esta ligazón provocaría
una perturbación análoga a la neurosis traumática; sólo tras una ligazón lograda podría
establecerse el imperio irrestricto del principio de placer (y de su modificación en el principio de
realidad). Pero, hasta ese momento, el aparato anímico tendría la tarea previa de dominar o ligar la
excitación, desde luego que no en oposición al principio de placer, pero independientemente de él y
en parte sin tomarlo en cuenta. Cada nueva repetición parece perfeccionar ese dominio procurado.

En todos los casos la novedad será condición del goce.

Nada de esto contradice al principio de placer; es palmario que la repetición, el reencuentro


de la identidad, constituye por sí misma una fuente de placer.

En el analizado, resulta claro que su compulsión a repetir en la trasferencia los episodios del
período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio de placer. El
enfermo se comporta en esto de una manera completamente infantil, y así nos enseña que las
huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en
el estado ligado, y aun, en cierta medida, son insusceptibles del proceso secundario. A esta
condición de no ligadas deben también su capacidad de formar, adhiriéndose a los restos diurnos,
una fantasía de deseo que haya figuración en el sueño.

¿de qué modo se entrama lo pulsional con la compulsión de repetición? Estamos sobre la pista
de un carácter universal de las pulsiones. Una pulsión sería un esfuerzo, inherente a lo orgánico
vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas
perturbadoras externas; sería una suerte de elasticidad.

La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la


repetición de una vivencia primaria de satisfacción; todas las formaciones sustitutivas y reactivas, y
todas las sublimaciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la diferencia entre el
placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite
aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas. El camino hacia atrás, hacia la satisfacción
plena, en general es obstruido por las resistencias en virtud de las cuales las represiones se
mantienen en pie; y entonces no queda más que avanzar por la otra dirección del desarrollo, todavía
expedita, en verdad sin perspectivas de clausurar la marcha ni de alcanzar la meta.

Lo no ligado de la pulsión como estímulo interno es mas allá del principio de placer e incapaz del
proceso secundario (cc), responde al proceso primario (icc) por eso la compulsión a la repetición.
Pone en juego lo no ligado, releva el principio de placer, pero con placer como meta, por lo que se
repite. Y cuando la pulsión es solo exigencia no hace lugar a la excitación.

S. Freud: “El moisés y la religión monoteísta”- Apartado C: La analogía


La analogía refiere a la génesis de las neurosis humanas.

Llamamos traumas a esas impresiones de temprana vivencia, olvidadas luego, a las cuales
atribuimos tan grande significatividad para la etiología de las neurosis. No sé si se puede considerar
traumática la etiología de las neurosis en general, ya que no en todos los casos se puede poner de
relieve un trauma manifiesto en la historia primordial del individuo neurótico. A menudo hay que
conformarse diciendo que sólo se está frente a una reacción extraordinaria, anormal, ante vivencias
y requerimientos que alcanzan a todos los individuos, y que estos suelen procesar y tramitar de otra
manera, que se llamaría normal.

Hace dos puntos:

1- La génesis de la neurosis dondequiera y siempre se remonta a impresiones infantiles muy


tempranas.

2- Es correcto que hay casos designados «traumáticos» porque los efectos se remontan de
manera inequívoca a una o varias impresiones de esa época temprana que se han
sustraído de una tramitación normal, de suerte que uno juzgaría que, de no haber
sobrevenido aquellas, tampoco se habría producido la neurosis.

Entonces considera que: La vivencia cobra carácter traumático únicamente a consecuencia de


un factor cuantitativo; entonces, toda vez que una vivencia provoque reacciones insólitas,
patológicas, el culpable de ello es un exceso de exigencia, con facilidad se puede formular el
argumento de que en cierta constitución producirá el efecto de un trauma algo que en otra no lo
tendría. Así llegamos a las series complementarias, en que dos factores dan al cumplimiento
etiológico, se produce universalmente un efecto conjugado de ambos, pero no responde a la
analogía de este escrito.

Los fenómenos – síntomas de las neurosis son consecuencias de ciertas vivencias e impresiones que
reconocemos como traumas etiológicos. Por lo que:

a) Todos esos traumas corresponden a la temprana infancia, hasta los cinco años aproximadamente.
El período entre los dos y los cuatro años aparece como el más importante.

b) Por regla general, las vivencias pertinentes han caído bajo un completo olvido, no son asequibles
al recuerdo, pertenecen al período de la amnesia infantil que las más de las veces es penetrado por
restos mnémicos singulares, los llamados «recuerdos encubridores».

c) Se refieren a impresiones de naturaleza sexual y agresiva, y por cierto que también a daños
tempranos del yo (mortificaciones narcisistas). Considerando que a tan temprana edad los niños no
distinguen todavía de manera tajante, como sí lo hacen más tarde, entre las acciones sexuales y las
puramente agresivas.

Estos tres puntos -aparición temprana dentro de los primeros cinco años, olvido y contenido
sexual-agresivo- se copertenecen de manera estrecha. Los traumas son vivencias en el cuerpo
propio o bien percepciones sensoriales, las más de las veces de lo visto y oído, vale decir,
vivencias o impresiones. La teoría sostiene que la vida sexual de los seres humanos muestra un
florecimiento temprano que termina hacia los cinco años, tras el cual sigue el llamado período de
latencia -hasta la pubertad-, en el que no se produce ningún desarrollo de la sexualidad hacia
adelante; antes bien, se deshace lo ya alcanzado. Esta doctrina es corroborada por la indagación
anatómica del crecimiento de los genitales interiores. No puede ser indiferente que el período de la
amnesia infantil coincida con este período temprano de la sexualidad. Acaso este estado de cosas
aporte la condición eficaz para la posibilidad de la neurosis y en este abordaje aparece como una
supervivencia (survival) del tiempo primordial.
En cuanto a las propiedades o particularidades comunes de los fenómenos neuróticos,
corresponde destacar dos puntos:

a) Los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. Los primeros son unos
empeños por devolver al trauma su vigencia, vale decir, recordar la vivencia olvidada o, todavía
mejor, hacerla real-objetiva, vivenciar de nuevo una repetición de ella: toda vez que se tratara sólo
de un vínculo afectivo temprano, hacerlo revivir dentro de un vínculo análogo con otra persona.
Resumimos tales empeños como fijación al trauma y como compulsión de repetición. Las
reacciones negativas persiguen la meta contrapuesta; que no se recuerde ni se repita nada de los
traumas olvidados. Podemos resumirlas como reacciones de defensa. Su expresión principal es las
llamadas evitaciones, que pueden acrecentarse hasta ser inhibiciones y fobias.

Estos efectos pueden ser tomados por el Yo como rasgos de carácter. En el fondo, ellas son
también fijaciones al trauma, sólo que unas fijaciones de tendencia contrapuesta.

b) Todos estos fenómenos, tanto los síntomas como las limitaciones del yo y las alteraciones
estables del carácter, poseen naturaleza compulsiva; es decir que, a raíz de una gran intensidad
psíquica, muestran una amplia independencia respecto de la organización de los otros procesos
anímicos, adaptados estos últimos a los reclamos del mundo exterior real y obedientes a las leyes
del pensar lógico. No son influidos, o no lo bastante, por la realidad exterior

Al trauma de la infancia puede seguir de manera inmediata un estallido neurótico, una


neurosis de infancia, poblada por los empeños defensivos y con formación de síntomas. Puede durar
un tiempo largo, causar perturbaciones llamativas, pero también se la puede pasar latente e
inadvertida. En ella prevalece, por lo común, la defensa; en todos los casos quedan como
secuelas alteraciones del yo, comparables a unas cicatrices. Sólo rara vez la neurosis de la
infancia se prolonga, sin interrupción, en la neurosis del adulto. Sólo más tarde sobreviene el
cambio con el cual la neurosis definitiva se vuelve manifiesta como efecto demorado del trauma.
Esto acontece con la irrupción de la pubertad, porque las pulsiones reforzadas por la maduración
física pueden retomar ahora la lucha en que inicialmente sucumbieron a la defensa; o un
tiempo después, porque las reacciones y alteraciones del yo producidas por la defensa se
revelan ahora como unos obstáculos para tramitar las nuevas tareas de la vida, y entonces se
cae en conflictos graves entre las exigencias del mundo exterior real y el yo, que quiere
preservar la organización que laboriosamente adquirió dentro de la lucha defensiva. El
fenómeno de una latencia de la neurosis, entre las primeras reacciones frente al trauma y el
posterior estallido de la enfermedad, tiene que ser reconocido como típico. También es lícito
considerar la contracción de esta enfermedad como intento de curación.

Toma un caso para ejemplificar. El varoncito que, como tan a menudo sucede en familias
pequeño-burguesas, compartió durante los primeros años de su vida el dormitorio de sus padres,
tuvo repetidas y aun regulares oportunidades, a la edad en que apenas había alcanzado la capacidad
del lenguaje, de observar los procesos sexuales entre sus progenitores, de ver mucho y de escuchar
mucho más todavía. En su posterior neurosis, que estalla inmediatamente después de la primera
polución espontánea, el más temprano síntoma, y el más molesto, es la perturbación del dormir. Le
entra una susceptibilidad extraordinaria a los ruidos nocturnos y, una vez que se ha despertado, no
puede ya conciliar el sueño. Este insomnio es un verdadero síntoma de compromiso: por un
lado, la expresión de su defensa contra aquellas percepciones nocturnas; por el otro, un intento de
restablecer el estado de vigilia en que pudo espiar aquellas impresiones.

La amenaza de castración tuvo sobre el muchacho un efecto traumático de extraordinaria


intensidad. Resignó su actividad sexual y cambió su carácter. En vez de identificarse con el
padre le tuvo miedo, adoptó frente a él una actitud pasiva y lo provocó, mediante un
comportamiento en ocasiones díscolo, a que le propinara unos castigos corporales que para él
tenían significado sexual, de suerte que podía identificarse con la madre maltratada. Y a la
propia madre se aferraba cada vez más angustiosamente, como si no pudiera prescindir un solo
momento de su amor, en el cual veía la protección del peligro de castración con que el padre lo
amenazaba. Dentro de esta modificación del complejo de Edipo pasó el período de latencia, que no
experimentó perturbaciones llamativas. Devino un muchacho modelo, tuvo éxito en la escuela.

El advenimiento de la pubertad trajo la neurosis manifiesta y reveló su segundo síntoma


principal, la impotencia sexual. La oleada de virilidad reforzada que la pubertad conlleva se volcó
a un furioso odio al padre y una oposición a él. No tuvo permitido lograr nada en su profesión
porque el padre lo había esforzado a abrazarla. Tampoco hizo amigos, y nunca estuvo bien con sus
jefes.

Cuando, aquejado por estos síntomas e incapacidades, halló por fin una mujer tras la muerte del
padre, le salieron a relucir, como el núcleo de su ser, unos rasgos de carácter que volvían difícil
su trato para todos sus allegados. Desarrolló una personalidad absolutamente egoísta,
despótica y brutal, para quien era una evidente necesidad sofocar y mortificar a los demás.
Era la copia fiel del padre tal como el retrato de este se había plasmado en su recuerdo: una
reanimación de la identificación-padre en la cual el varoncito había entrado en su momento por
motivos sexuales. En esta pieza discernimos el retorno de lo reprimido, que, junto a los efectos
inmediatos del trauma y al fenómeno de la latencia, hemos descrito entre los rasgos esenciales de
una neurosis.

D. Aplicación

Trauma temprano-defensa-latencia-estallido de la neurosis-retorno parcial de lo reprimido: así


rezaba la fórmula que establecimos para el desarrollo de una neurosis. Ahora invitamos al lector a
dar el siguiente paso: adoptar el supuesto de que en la vida del género humano ha ocurrido algo
semejante a lo que sucede en la vida de los individuos.

Vale decir, que también en aquella hubo procesos de contenido sexual-agresivo que dejaron
secuelas duraderas, pero las más de las veces cayeron bajo la defensa, fueron olvidados; y más
tarde, tras un largo período de latencia, volvieron a adquirir eficacia y crearon fenómenos parecidos
a los síntomas por su arquitectura y su tendencia.

Creemos colegir esos procesos, y mostraremos que esas secuelas suyas parecidas a síntomas son los
fenómenos religiosos.

Resumen caso Emma. Proyecto de Psicología:


Emma está hoy bajo la compulsión de no poder ir sola a una tienda. Como fundamento, un
recuerdo de cuando tenía doce años (poco después de la pubertad). Fue a una tienda a comprar
algo, vio a los dos empleados (de uno de los cuales guarda memoria) reírse entre ellos, y salió
corriendo presa de algún afecto de terror. Sobre esto se despiertan unos pensamientos: que esos
dos se reían de su vestido, y que uno le había gustado sexualmente. Tanto el nexo entre estos
fragmentos como el efecto de la vivencia son incomprensibles. Si ella ha sentido displacer a causa
de que se rieran de su vestido, hace tiempo que eso por fuerza estaría corregido, desde que se
viste como dama; y nada cambia en sus ropas por el hecho de ir a la tienda sola o acompañada.
Que no es mera protección lo que necesita se infiere de que, como en una agorafobia, basta que la
acompañe un niño para sentirse segura. Y es algo totalmente inconciliable que uno le gustara;
tampoco cambiaría esto si fuera acompañada. Por tanto, los recuerdos despertados no explican ni
la compulsión ni el determinismo del síntoma. La exploración ulterior descubre un segundo
recuerdo que Emma pone en entredicho haber tenido en el momento de la escena I. Tampoco hay
nada que pruebe esto último. Siendo una niña de ocho años, fue por dos veces a la tienda de un
pastelero para comprar golosinas, y este caballero le pellizcó los genitales a través del vestido. No
obstante la primera experiencia, acudió allí una segunda vez. Luego de la segunda, no fue más.
Ahora bien, se reprocha haber ido por segunda vez, como si de ese modo hubiera querido
provocar el atentado. De hecho, cabe reconducir a esta vivencia un estado de "mala conciencia
oprimente". Ahora comprendemos escena I (empleados) si recurrimos a escena II (pastelero).
Sólo nos hace falta una conexión asociativa entre ambas. Ella misma señala que es proporcionada
por la risa. Dice que la risa de los empleados le hacía acordarse de la risotada con que el pastelero
había acompañado su atentado. Entonces el proceso se puede reconstruir como sigue: En la
tienda los dos empleados ríen, esta risa evoca (inconcientemente) el recuerdo del pastelero. La
situación presenta otra semejanza: de nuevo está sola en un negocio. Junto con el pastelero es
recordado el pellizco a través del vestido, pero ella entretanto se ha vuelto púber. El recuerdo
despierta (cosa que en aquel momento era incapaz de hacer) un desprendimiento sexual que se
traspone en angustia. Con esta angustia, tiene miedo de que los empleados pudieran repetir el
atentado, y se escapa.

Y es probable que entonces ingrese en la conciencia aquel eslabón que despierta un interés
particular. Ahora bien, en nuestro ejemplo lo notable es justamente que no ingrese en la
conciencia el eslabón que despierta interés (atentado), sino otro, como símbolo (vestidos). Si se
inquiere por la causa de este proceso patológico interpolado, se averigua una sola, el
desprendimiento sexual, del que también hay testimonio en la conciencia. Este se anuda al
recuerdo del atentado cuando fue vivenciado. Aquí se da el caso de que un recuerdo despierte un
afecto que como vivencia no había despertado, porque entretanto la alteración de la pubertad ha
posibilitado otra comprensión de lo recordado.

Lacan. Seminario XI. Clase 4, 5 y 6 (ht pto 2)

Clase 4. De la red de significantes


Cuando Freud comprende que debe encontrar en el campo de los sueños la confirmación de lo que
le había enseñado su experiencia de la histérica, y empieza a seguir adelante con una osadía sin
precedentes, ¿qué nos dice entonces del inconsciente? Afirma que está constituido esencialmente, o
por lo que la consciencia puede evocar, explicitar, detectar, sacar de lo subliminal, sino por aquello
que por esencia le es negado a la consciencia. ¿Y qué nombre le da Freud a esto? El mismo que le
da Descartes a lo que antes llamé su punto de apoyo: Gedanken, pensamientos.

Mencionaré de nuevo, para los que ya han oído mis lecciones sobre el tema, la carta 52 cincuenta
y dos a Fliess, que comenta el esquema, llamado más tarde, en la Traumdeutung, óptico. Este
modelo representa cierto número de capas, permeables a algo análogo a la luz y cuya refracción se
supone que cambia de capa en capa. Ese es el lugar donde se pone en juego el asunto del sujeto del
inconsciente. Y no es, dice Freud, un lugar espacial, anatómico, pues, ¿cómo, si no, concebirlo tal
como nos lo presentan? -inmenso despliegue, espectro especial, situado entre percepción y
consciencia, como se dice entre carne y pellejo. Ya saben que estos dos elementos formarán más
tarde, cuando haya que establecer la segunda tópica, el sistema percepción-consciencia, Wahrneh-
mung-Bewusstsein pero será, preciso no olvidar, entonces, el intervalo que los separa, en el que está
el lugar del Otro, donde se constituye el sujeto. Para que algo pase a la memoria primero debe
borrarse en la percepción, y viceversa. Freud nos designa entonces un momento en que esos
Wahrnehmungszeichen deben estar constituidos en la simultaneidad. ¿Y qué es eso? Pues no otra
cosa que la sincronía significante. Lama significantes a los Wahrnehmungszeichen, las huellas de la
percepción.

La repetición:

En los textos de Freud, repetición no es reproducción. La repetición aparece primero bajo una
forma que no es clara, que no es obvia, como una reproducción, o una pre-sentificación, en acto.

¿por qué la repetición apareció en el plano de la llamada neurosis traumática?


Freud, al contrario de todos los neurofisiólogos, patólogos y demás, señaló claramente que si para el
sujeto reproducir en sueños el recuerdo del gran bombardeo, por ejemplo, de donde parte su
neurosis, representa un problema -lo mismo, en cambio, parece tenerle sin cuidado cuando está
despierto. ¿En que consiste entonces, la función de la repetición traumática cuando nada, en lo
más mínimo, parece justificarla desde el punto de vista del principio del placer?. Dominar el
acontecimiento doloroso, le dirán a uno- ¿pero quién domina, donde está aquí el amo que hay que
dominar?, ¿por qué precipitarse cuando, precisamente, no sabemos donde situar la instancia que se
dedica a esta operación de dominio?.
Freud al final de esta serie de escritos -les mencioné los dos esenciales- indica que sólo podemos
concebir lo que ocurre en los sueños de neurosis traumática a nivel del funcionamiento más
primario -el funcionamiento en el cual lo que está en juego es la obtención de la ligazón de la
energía. Entonces, no presupongamos de antemano que se trata de una simple desviación o de una
distribución de función como la que encontramos en un nivel de acercamiento a lo real
infinitamente más elaborado. Por el contrario, vemos aquí el punto que el sujeto sólo puede abordar
dividiéndose él cierto número de instancias. Podríamos decir lo que dice del reino dividido, que allí
parece toda concepción de la unidad del psiquismo totalizador, sintetizador, que asciende hasta la
conciencia.
Clase 5. Tyche y automaton
Como el análisis se orienta al encuentro con o real, dice “nos ocuparemos pues de realizar la
relación que Aristóteles establece entre el automaton -y el punto de elaboración alcanzado por las
matemáticas modernas que permite saber de qué se trata de la red de significantes- y lo que él
designa como la tyche que, para nosotros, es el encuentro con lo real”.

Lo real está más allá del automaton, del retorno, del regreso, de la insistencia de los signos, a que
nos somete el principio del placer. Lo real es eso que yace siempre tras el automaton, y toda la
investigación de Freud evidencia que su preocupación es ésa.

La repetición, entonces, no ha de confundirse con el retorno de los signos, ni tampoco con


la reproducción o la modulación por la conducta de una especie de rememoración actuada.
La repetición es algo cuya verdadera naturaleza está siempre velada en el análisis, debido
a la identificación, en la conceptualización de los analistas, de la repetición y la transferencia.
Cuando, precisamente, hay que hacer la distinción en ese punto.
La relación con lo real que se da en la transferencia, la expresa Freud en los términos siguientes:
que nada puede ser aprehendido in effigie, in absentia, ahora bien, ¿acaso no se nos presenta la
trasferencia como efigie y relación con la ausencia? Sólo a partir de la función de lo real en la
repetición podremos llegar a discernir esta ambigüedad de la realidad que está en juego en la
transferencia.

Lo que se repite, en efecto, es siempre algo que se produce -la expresión dice bastante sobre su
relación con la tyche- como el azar. Los analistas, por principio, nunca nos dejamos engañar por
eso. En todo caso, recalcamos siempre que no hay que caer en la trampa cuando el sujeto nos dice
que ese día sucedió algo que le impidió realizar su voluntad, esto es, venir a la sesión. No hay que
tomar a pie juntillas la declaración del sujeto -en la medida, precisamente, en que siempre tratamos
con ese tropiezo, con ese traspié, que encontramos a cada instante. Este es por excelencia el modo
de aprehensión que entraña el nuevo desciframiento que hemos propuesto de las relaciones del
sujeto con lo que constituye su condición. La función de la tyche, de lo real como encuentro -el
encuentro en tanto que puede ser falido, en tanto que es esencialmente, encuentro falido- se presenta
primero en la historia del psicoanálisis bajo una forma que ya basta por sí sola para despertar la
atención- la del trauma.

En la experiencia analítica lo real se presenta bajo la forma del trauma. En el seno de los
procesos primarios, se conserva la insistencia del trauma, que cae preso del principio del placer.

Habla de los ruidos que escuchamos al dormir, que nos hacen despertar, pero que antes se
hicieron parte del sueño-. Freud no se cansó de decir que tendría que retomar -nunca lo hizo- la
función de la consciencia. Quizá veamos mejor de qué se trata, si captamos qué motiva ahí el
surgimiento de la realidad representada -a saber, el fenómeno, la distancia, la hiancia misma, que
constituye el despertar. Retomando el sueño “padre no ves que ardo” dice, ¿Qué es? No sólo la
realidad, el golpe, el knocking, de un ruido hecho para que vuelva a lo real sino algo que traduce, en
su sueño precisamente, la casi identidad de lo que está pasando, la realidad misma de una vela que
se ha caído y que está prendiendo fuego al lecho en que reposa su hijo.
Padre, ¿acaso no ves, das Ich verbrenne, que ardo?

Este mensaje tiene, de veras, más realidad que el ruido con el cual el padre identifica asimismo la
extraña realidad de lo que está pasando en la habitación de al lado, ¿acaso no pasa por estas
palabras la realidad falida que causó la muerte del niño? ¿No nos dice el propio Freud que, en esta
frase, hay que reconocer lo que perpetúa esas palabras, separadas para siempre, del hijo muerto, que
a lo mejor le fueron dichas, supone Freud, debido a la fiebre? Pero, ¿quién sabe? ¿acaso perpetúan
el remordimiento, en el padre, de haber dejado junto al lecho de su hijo, para velarlo, a un viejo
canoso que tal vez no pueda estar a la altura de su tarea? (se quedó dormido).

Si Freud, maravillado, ve en esto la confirmación de la teoría del deseo, es señal de que el sueño no
es sólo una fantasía que colma un anhelo. Y no es que en el sueño se afirme que el hijo aún vive.
Sino que el niño muerto que toma a su padre por el brazo, visión atroz, designa un más allá que se
hace oír en el sueño. En él, el deseo se presentifica en la pérdida del objeto, ilustrada en su punto
más cruel. Solamente en el sueño puede darse este encuentro verdaderamente único. Sólo un rito, un
acto siempre repetido, puede conmemorar este encuentro memorable pues nadie puede decir qué es
la muerte de un niño -salvo el padre en tanto padre- es decir, ningún ser consciente.

Esto es lo que nos lleva a reconocer en esa frase del sueño arrancada al Padre en su sufrimiento, el
reverso de lo que será, cuando esté despierto, su conciencia y a preguntarnos cual es, en el sueño, el
correlato de la representación. La pregunta resulta aún más llamativa porque, en este caso, vemos el
sueño verdaderamente como reverso de la representación -esa es la imaginería del sueño, y es una
ocasión para nosotros de subrayar en él aquello que Freud, cuando habla del inconsciente, designa
como lo que lo determina esencialmente -el Vorstellungsrepräsentanz. Lo cual no quiere decir,
como lo han traducido de manera borrosa, el representante representativo, sino lo que hace las
veces, el lugarteniente, de la representación. Veremos su función más adelante.

Ahora tenemos que detectar el lugar de lo real, que va del trauma al fantasma -en tanto que el
fantasma -[la fantasía] nunca es sino la pantalla que disimula algo absolutamente primero,
determinante en la función de la repetición-; esto es lo que ahora nos toca precisar. Por lo demás,
esto es algo que explica para nosotros la ambigüedad de la función del despertar y, a la vez, de la
función de lo real en ese despertar. Lo real puede representarse por el accidente, el ruidito, ese
poco-de-realidad que da fe de que no soñamos. Pero, por otro lado, esa realidad no es poca cosa,
pues nos despierta la otra realidad escondida tras la falta de lo que hace las veces de representación
-el Trieb, nos dice Freud.¡Cuidado!, aún no hemos dicho qué cosa es el Trieb y si, por falta de
representación, no esto ahí, de qué Trieb se trata -tal vez tengamos que considerar que sólo es Trieb
por venir. El despertar, ¿cómo no ver que tiene un doble sentido?, -que el despertar que nos vuelve
a situar en una realidad constituida y representada cumple un servicio doble. Lo real hay que
buscarlo más allá del sueño -en lo que el sueño ha recubierto, envuelto, escondido, tras la falta de
representación, de la cual sólo hay en él lo que hace sus veces, un lugarteniente. Ese real, más que
cualquier otro, gobierna nuestras actividades, y nos lo designa el psicoanálisis.

No se trata de repetición alguna que se asiente en lo natural, de ningún retorno de la necesidad. El


retorno de la necesidad apunta al consumo puesto al servicio del apetito. La repetición exige lo
nuevo; se vuelve hacia lo idéntico que hace de lo nuevo su dimensión.
Freud, cuando capta la repetición en el juego de su nieto, en el fort-da reiterado, puede muy bien
destacar que el niño tapona el efecto de la desaparición de su madre haciéndose su agente, pero el
fenómeno es secundario. Wallon subraya que lo primero que hace el niño no es vigilar la puerta por
la que su madre se ha marchado, con lo cual indicaría que espera verla de nuevo allí: primero fija su
atención en el punto desde donde lo ha abandonado, en el punto, junto a él, que la madre ha dejado.
La hiancia introducida por la ausencia dibujada, y siempre abierta, queda como causa de un trazado
centrífugo donde lo que cae no es el otro en tanto que figura donde se proyecta el sujeto, sino ese
carrete unido a él por el hilo que agarra, donde se expresa qué se desprende de él en esta prueba, la
automutilación a partir de la cual el orden de la significancia va a cobrar su perspectiva. Pues el
juego del carrete es la respuesta del sujeto a lo que la ausencia de la madre va a crear en el sendero
de su dominio, en el borde de su cuna, a saber, un foso, a cuyo alrededor sólo tiene que ponerse a
jugar al juego del salto.
El carrete no es la madre reducida a una pequeña bola por algún juego digno de jíbaros -es como un
trocito del sujeto que se desprende pero sin dejar de ser bien suyo, pues sigue reteniéndolo. Esto da
lugar para decir, a imitación de Aristóteles, que el hombre piensa con su objeto. Con su objeto
salta el niño los linderos de su domino transformado en pozo y empieza su cantilena. Si el
significante es en verdad la primera marca del sujeto, como no reconocer en este caso -por el sólo
hecho de que el juego va acompañado por una de las primeras oposiciones en ser pronunciadas- que
en el objeto al que esta oposición se aplica en acto, en el carrete, en él hemos de designar al
sujeto, a este objeto daremos posteriormente su nombre de álgebra lacaniana: el a minúscula.

El conjunto de la actividad simboliza la repetición, pero de ningún modo la de una necesidad que
clama porque la madre vuelva, lo cual se manifestaría simplemente mediante el grito. Es la
repetición de la partida de la madre como causa de una Spaltung (escisión-grieta) en el sujeto
-superada por el juego alternativo fort-da, que es un aquí o allá, y que sólo busca, en su
alternancia, ser fort de un da, y da de un fort. Busca aquello que, esencialmente, no está, en tanto
que representado -porque el propio juego es el Repräsantanz de la Vorstellung. ¿Qué pasará con la
Vorstellung cuando, de nuevo, llegue a faltar ese Repräsantanz de la madre -en su dibujo marcado
por las pinceladas y las aguadas del deseo?

Verán como este esbozo que hoy he hecho de la función de la tyche será esencial para volver a
establecer de manera correcta cuál es el deber del analista en la interpretación de la transferencia.

Clase 6. La esquizia del ojo y de la mirada.


En lo sucedido en ¿Padre no ves que ardo? Se presenta la misma relación que en una repetición.

No falla la adaptación, sino Tyche, el encuentro.

El concepto de repetición no lo podemos confundir con el conjunto de los efectos de transferencia.


De ahí se vera como llegar al meollo de la repetición.

La repetición en la propia esquizia, que se produce en el sujeto respecto del encuentro, esta
constituye la dimensión característica del descubrimiento y de la experiencia analítica, que nos hace
aprender de lo real, en su incidencia dialéctica, como algo que llega siempre en mal momento.

Lo real en el sujeto resulta lo mas cómplice de la pulsión.


La esquizia persiste después del despertar, entre el regreso a lo real, la representación del mundo, y
la cc que se vuelve a tramar.

Sylvie Le Poulichet: El instante catastrófico


Desanudamiento. Del instante que hace existir al sujeto evanescente. Sucesión de momento (yo)
discontinuidad: ocasión.

Terapia con paciente, cae el sentido verbal: verdad

Yo destacado: sin espejo en el mundo que pueda aun reflejar su imagen y hacerla familiar. Los
puntos o trazos simbólicos desde donde el yo se veía se a desplazado por efecto del encuentro y se
confunde…con la punta del instante sin distancia  Angustia espontanea por desinterés del yo. - - -
Como desenlace, como nudo que se suelta de esto el cuerpo queda en exceso.

- También ocurre sin mí, sin yo.

- Suicidio, intento de detener el instante catastrófico.

- Salida, reconstruir la trama de una realidad

- Sin analista, reubicar las palabras del sujeto en el campo imaginario, abierta por la relación
con el analista. Adjudicación del mundo imaginario y del sujeto y del sistema simbólico.
Entiende que no lo hizo por las razones que creía.

- Hiancia: De tiempos de constitución subjetiva. Hiancia introducida por el enigma del deseo
del Otro.

- El instante catastrófico no precede del mismo tiempo lógico que la formación del síntoma.
Por eso diferencia dos tipos de encuentro;

Ver: p111, Dos tipos de encuentro traumático:

1- A posteriori (resignifica el sintoma), provocan en la actualidad una formación de sintoma


despertando a posteriori la huella de un primer trauma supuesto,

2- A priori: Desencadenan un cierre venidero del trauma, ósea que imprimen una respuesta
masiva a una pregunta no planteada aún.

Este viene de la hiancia del deseo del otro, y por la no respuesta para llenar esa falta. Falta del
significante que lo representaría en el otro, a este lugar viene el fantasma.

El trauma es la condición misma del deseo y del tiempo humano: movimiento al que se ve
arrastrado el sujeto cuando se manifiesta la falta del significante que lo representaría en el Otro de
manera única y fija. Trauma fundador de la condición de sujeto deseante implica la perdida de la
inmediatez y la apertura del enigma y del sin-sentido, el fantasma viene a dar respuesta inconciente
al cumplir un deseo inconciente que respondería al deseo del Otro.
La realidad y fantasma en cortocircuito. Interfiere la posibilidad de apertura del enigma del
deseo del otro y del sujeto. Lo real precipitó el encuentro del sujeto con el símbolo en el marco
imaginario. El encuentro traumático rompe la soldadura fantasmática.

Pragung como primera impronta comparable a la acuñación de una moneda, , en lo inconciente no


reprimido, sin verbalización ni significación, esta “acuñación” que no cesaba y no había entrado
todavía en la historia, con un acontecimiento ulterior produce una represión, a posteriori. No es
apertura del instante catastrófico, es puesta en acto de un tiempo reversivo: el acontecimiento nuevo
que vuelve traumática una “acuñación” anterior supuesta. (como los dos tiempos del trauma
mediados por la latencia). Toma el ejemplo de una fobia, en que la angustia surge como si se
enfrentara por primera vez con el deseo de la madre, y fobia que permite canalizar esa angustia, que
a la vez permite reformular la pregunta, reeditar la castración y cumplir por sustitución un retorno a
una satisfacción sexual devenida incestuosa, ejemplifica la lógica del trauma a posteriori. Por que el
significante según Lacan “está dado primitivamente, pero hasta que el sujeto no lo hace entrar en su
historia no es nada”

p. 116 Pragung impresiones o improntas que quedan como cicatriz en el cuerpo (erógeno – imagen)

La acuñación o pragung supuestamente primera no ha pasado en modo alguno si un encuentro


ulterior no la integró en la historia del sujeto. Tiene varios aspectos (3): determina una efracción
imaginaria, es decir, que se fundó en una imagen que no pudo ser integrada, además la impresión
primitiva desprende una o varias trazas significantes, pero que no tienen nada que decir en su
historia, y se produce allí una excitación que subsiste como un exceso errante, no integrable en
ese cuerpo. Estos 3 elementos no se ligan inmediatamente a la historia del sujeto, pero si se
ligan entre sí, constituyendo la matriz de identificación fantasmática.

Efraccion: antes de que pueden diferenciarse un continente – contenido del cuerpo y de que se
instaure la experiencia de la permanencia, el niño es absolutamente efracción que sufre. Es la
serie de los traumas que padece.

La lay insensata del superyó que es ley y destrucción a la vez, puede constituir a una respuesta
aún antes de formular una pregunta del deseo, (este es el camino que toman las excitaciones). Este
se identifia con una figura feroz por que no cesa de ir al lugar de la acuñación/es de origen.

La pragung primera realiza las respuestas sin revelar la pregunta.

Efraccion I, de que se rompe. Se fundo en una imagen que no pudo ser integrada. Efraccion da la
relación entre el trauma inherente a la constitución de la subjetividad. Lugar de Efraccion = parte
comprometida del cuerpo en el encuentro traumático.

El a posteriori y el a priori, no son excluyentes, pueden cruzarse y coexistir. En la cura analítica,


el primero puede enmascarar el segundo.

El instante catastrófico correspondería a ese tiempo supuestamente anterior a cualquier


experiencia de permanencia fundada por la simbolización de la ausencia, donde el cuerpo puede
coincidir en el instante con los traumas que sufre: donde él es el instante catastrófico.
La suspensión de este instante implica que la parte del cuerpo comprometida en el encuentro
traumático se constituye como puro lugar de efracción. (relaciona cuerpo y mundo en que no entra
en juego el adentro y el afuera).

El instante catastrófico se entiende como una ruptura de lazos, como desanudamento.

Curatella, A.: “La repetición: encuentro fallido con lo real”


Una lectura de la clase V del Seminario XI de J. Lacan (retoma “padre no ves que ardo?”, por tyche
y automatón, y ESQUIZIA).

Siguiendo el surco trazado por Freud en “Más allá del principio de placer”, Lacan vuelve a la
noción de compulsión de repetición para otorgarle valor de concepto fundamental. El concepto
fundamental es una noción a la que hace referencia Freud cuando teoriza sobre la pulsión.

Con esta orientación, Lacan articula el concepto fundamental al registro de lo real y acuña un
sintagma: son nociones que “trazan un surco en lo real”. Es decir, que esa nominación
conceptual fabrica un agujero, el que contará con un borde, porque lo real queda afectado.

“El análisis, más que ninguna otra praxis, está orientada hacia lo que, en la experiencia, es el
hueso de lo real. ¿Dónde encontramos ese real? En efecto, de un encuentro, de un encuentro
esencial se trata en lo descubierto por el psicoanálisis, de una cita siempre reiterada con un
real que se escabulle” (1)

En este párrafo de la clase V del Seminario XI, Lacan destaca la necesidad de un encuentro con
lo real. Encuentro como cita, no en cualquier lugar, no en cualquier momento. Y aclara que es
preciso que esa cita con un real se reitere. Aquí asoma el concepto de repetición. En la
recurrencia de esos encuentros, se va anudando clínica y teoría. Sin embargo, algo de lo real de la
clínica se escabulle, generando nuevos interrogantes y reformulaciones.

Para abordar a la repetición apela a dos términos griegos referidos a las causalidades
aristotélicas: tyche y automaton, a los que les asigna valores diferenciales. Quiere despejar
confusiones y hace uso de esos términos para deslindar con el nombre de automaton lo que es del
orden del retorno de lo reprimido y sus circuitos significantes, del de tyche para referirse a la
función de la repetición articulada a lo real.

De un lado, ubica la insistencia, la reiteración que se produce en la cadena significante en las


formaciones del Inconsciente bajo el principio del placer; y del otro, lo que está más allá, la
repetición que implica un encuentro con lo real. Pero, ¿qué es lo real?
En este seminario, define lo real como “lo que vuelve siempre al mismo lugar.” (2) Algo acude a
decirse en el entramado de la red de las representaciones y sin embargo, algo resiste, se escapa y
vuelve a repetirse en el mismo punto. Para ilustrarlo, apela al trauma como la forma en que se
presentó lo real desde los orígenes del psicoanálisis.

La noción de trauma se reitera como algo oscuro que va adquiriendo nuevas precisiones y
desarrollos en la obra de Freud. Se caracteriza por lo que de la sexualidad siempre llega en mal
momento: o demasiado pronto o demasiado tarde, o demasiado placer o demasiado poco.

Por eso, Lacan traza un rasgo del trauma que es su condición de inasimilable. (3)
¿Inasimilable a qué? A quedar preso en las redes de lo simbólico y en las figuras de lo
imaginario. Se trata de lo real que se presenta y no se asimila al campo de la representación.
Algo queda irreductible, no reducido a los circuitos significantes o a la traducción de las escenas
fantasmáticas.

Entonces, Lacan, a esta altura de su obra, nos ofrece dos modos de nombrar lo real: “lo que
siempre vuelve al mismo lugar” y “lo inasimilable”. Siguiendo el giro de Freud de “Más allá…”
respecto de lo que se presenta como cantidad no ligada, apela a los sueños que cuestionan la tesis de
la realización de deseo:

“Nuestra experiencia nos plantea un problema, y es que, en el seno mismo de los procesos
primarios, se conserva la insistencia del trauma en no dejarse olvidar por nosotros. El trauma
reaparece en ellos, en efecto, y muchas veces a cara descubierta. ¿Cómo puede el sueño,
portador del deseo del sujeto, producir lo que hace surgir repetidamente al trauma – si no es su
propio rostro, al menos la pantalla que nos indica que todavía está detrás?” (4)

Recoge el problema que plantean los sueños de las neurosis traumáticas. En ellos, el sujeto es
asediado de continuo por la fuerza que imprimió el accidente en donde hubo un demasiado
encuentro con la muerte y provoca un terrorífico despertar. En ellos, se retiene lo extremadamente
penoso del trauma sufrido, que vía la compulsión de repetición, clama por ligarse al entramado de
representaciones.

Lacan cuestiona y extrema el aforismo de Calderón del Barca: “la vida es sueño” (5), para aseverar
que la vida es sueño y despertar. Con esta introducción, aborda el sueño de “¡Padre, acaso no ves
que ardo!” del capítulo VII de la “Interpretación de los sueños.”
Este sueño surge del relato de una analizante de Freud como resto diurno de un sueño a la vez,
soñado por ella. La paciente se lo había oído relatar a un conferencista, produciéndole una intensa
impresión. Es decir, que su verdadera fuente nos es desconocida, está irremediablemente
perdida. A pesar de ello, nos convoca: al conferencista, a la paciente de Freud, a Freud, a
Lacan, a nosotros. Nos da que hablar, despertando, causando renovadas lecturas.

(Acá lo que nos apuntaló la profesora es que este sueño causó efecto en muchas personas y que
era importante por eso.)

¿Por qué Lacan considera a este sueño como paradigmático de la repetición?

El sueño es soñado por un padre cuyo hijo, luego de haber estado enfermo durante varios días,
acaba de morir. Buscando un momento de reposo, el hombre se duerme en la habitación contigua
donde yacía el cadáver, con la puerta abierta, desde donde llegaba la luz de las velas. Un anciano
quedó velando por el cuerpo del pequeño. Durante ese descanso, el padre soñó que su hijo se
acercaba a su lecho, tocaba su brazo y le murmuraba al oído en tono de amargo reproche: “Padre,
¿no ves que estoy ardiendo?” Con estas palabras, el hombre se despierta sobresaltado y percibe un
intenso resplandor desde la habitación vecina en donde encuentra al anciano dormido y a uno de los
cirios caído sobre la manga de la mortaja de su hijo.

Freud nos convida a maravillarnos con que el padre no se despierta inmediatamente con la caída de
la vela y el resplandor de las llamas, sino que sueña. Este sueño como suceso, acontece en ese
breve lapso de tiempo entre los estímulos que podrían haber despertado al padre y el
despertar a la vigilia. Podría no haber soñado y sin embargo, soñó.

Es entonces, que Lacan se plantea la necesidad de sondear sobre cuál es la realidad que
despierta, ya que el padre no se despertó con los estímulos de la realidad. Esos trozos de realidad
despiertan otra realidad, que llevan a componer el sueño.

Con los estímulos perceptivos del cirio caído y la iridiscencia del fuego se hace un sueño, pero ya al
producir el sueño, son otra cosa (6), no son idénticos: se figuran en la imagen vívida del rostro del
niño quemándose, acercándose a la cama del padre, tocándole el brazo y vocalizando las palabras
de reproche, “Padre, ¿no ves…?”. El sueño traduce la casi identidad de la realidad, pero
asentado en una repetición que no produce un traslado total al accidente como en los sueños
traumáticos.
Freud conjetura que el resplandor de las llamas de la mortaja quemándose “hieren los ojos del
padre” (7). Un trozo del cuerpo del padre queda afectado por ese fulgor en exceso. Es conmovedora
esa referencia de Freud en la que esa poca realidad impresiona en el cuerpo del padre y despierta un
dolor que se representa en el sueño.

¿Si lo que está representado en el sueño es otra cosa, si es la casi identidad, la mínima traducción,
habría escritura de algo nuevo?

¿Se diferencia este sueño paradigmático de la repetición, de los sueños traumáticos en donde hay
llamado a una ligadura pero la inscripción no acontece?

“Encuentro fallido con lo real” (8) es el sintagma que Lacan formula respecto a la repetición
como tyche. Está la realidad de la vela que quema la mortaja del niño. Está la realidad fallida que
causó la muerte del niño y sin embargo, Lacan nos ofrece pensar que en el sueño hay un
encuentro posible con ese ser inerte. Un encuentro que no se reduce a una fantasía que colma
el anhelo de prolongarle la vida, sino que al soñar vivo a su pequeño, da vida a un llamado.

“Entre eso que sucede por azar….la vela que cae y la mortaja en llamas,…el accidente, la mala
suerte, y lo conmovedor, aunque velado del “Padre, acaso no ves que ardo?”, existe la misma
relación que la que se nos presenta en una repetición” ( 9)

El zwang (compulsión) de la repetición jala del infortunio del accidente y se sirve de la vela
caída para que en el sueño quede representada la voz del niño que aún muerto, se deja oir
implorando la mirada del padre, como frase antorcha, como frase que quema lo que toca.

Lacan había planteado que la vida no es sólo sueño, sino sueño y despertar. La vida es
representación y agujero. En ese despertar ubica una hiancia, un irrepresentable. Podríamos
entonces, reconstruir que el resplandor hiere los ojos del padre pero no lo despierta a la vigilia, sino
que despierta una hiancia por la pérdida cruel de un hijo, pero ese vacío se hace representar en el
sueño, causa un sueño. Es así que Lacan considera a este sueño como un suceso, como un rito que
conmemora un encuentro inmemorial: ¿Quién puede decir qué es la muerte de un niño? Esta es la
hiancia palpitante que despierta. El padre se confronta con una pérdida cruel, con un punto ciego
aún para un padre, con su castración más radical. Lo real que irrumpe, la urgencia que es la
muerte de su hijo, lo imposible, lo fallido de haber podido salvarlo de la muerte que lo devoró,
se hace representar por ese poco de realidad del accidente de la vela y el incipiente fuego. Ese
poco de realidad despierta la realidad de la falta de representación.

¿Quién podría decir de qué se trata un duelo ante una pérdida tan desgarradora? Esa pérdida
insensata como lo real del trauma podemos pensarla como la cantidad hipertrófica que anega al
psiquismo, pero que se traspone en alguna figuración, se liga a alguna representación en el sueño.
¿Cuál podrá ser el porvenir de este padre cuando tenga que transitar la pérdida de un amor tan
entrañable? La confrontación con la hiancia, arroja al padre al desamparo de lo que no tiene
nombre. La lengua se revela indigente para nombrar a quien ha perdido a un hijo. Pero esa
orfandad, esa falta de representación con ayuda de la contingencia del accidente entra al
campo representacional del sueño y transforma lo real de su mera condición de irrupción, en
tyche.

Me permito plantear una hipótesis respecto a la pregunta sobre si hay escritura en este sueño. Al
comienzo de la clase VI, Lacan vuelve a hablar de este sueño y esta vez, nos advierte que hay
una ESQUIZIA en él. Ese clivaje se sitúa “entre lo que refiere al sujeto en la maquinaria del sueño,
la imagen del hijo que se acerca, con una mirada llena de reproche y, por otra parte, aquello que lo
causa y en lo cual cae: invocación, voz del niño, solicitación de la mirada – “Padre, ¿acaso no
ves…?” (10).

Siguiendo este camino, el camino del sujeto, leo que en el sueño hay una partición en el objeto
escópico entre la mirada llena de reproche y la solicitud de una mirada. Hay una mirada
colmada de recriminación, una mirada del superyó que atormenta y, por otro lado, lo que
causa el sueño, un llamado a otra mirada.

Me pregunto si la solicitud de esa mirada, podría rescatar al padre del aplastamiento del reproche
superyoico, y que, apoyado en la causa, despunte su deseo de padre, pues, a pesar de que ya no hay
un hijo vivo, eso no impide que su voz se haga oir y clame por una mirada por venir.

¿Qué hará este padre ante la pérdida de su hijo? ¿Cuál podrá ser su acto? ¿Qué invención podrá
procurarse para que haya un porvenir?

Julio Moscón: El psicoanálisis en las urgencias.

--- Moscón. Clase: “Trabajo como jefe de guardia. Propuesta teórica de la práctica, que se
caracterizaba desde lo psiquiátrico, por lo que piensa en el psicoanálisis en esta clínica. Habla de
una eternización temporal, lo eterno respecto de un imposible, de algo q no cesa de no inscribirse,
ese real como vacío que se preserva, de la castración, vacío que nunca termina de quedar atrapado
por lo S – I, si ese borde no se puede inscribir queda como un vacío que no se puede contornear,
como el insomnio o tiempos de pesadilla, que no es sueño con despertar de angustia, sino como
sueño con algún componente de terror.

Importante tener en cuenta el tema, tiempo: Como tratar, dando tiempo.

Considerar la irrupción de un irreal traumático, tb lo I se descompone o evidencia tb su


inestabilidad”---

Abordar las urgencias psi – y especialmente abordarlas en una guardia de hospital, enfrentando los
riesgos y la gravedad de los casos que le son propios. Nos interroga a fondo acerca del valor y del
significado que para el ser humano tienen las situaciones límites.
En lo que respecta al psicoanálisis, nos plantea la cuestión de cuál podría ser el aporte de su
presencia y de su intervención en estos extremos del padecimiento subjetivo, al mismo tiempo que
nos parece muy importante preguntarnos acerca de cuál puede ser la incidencia de esta clínica de las
urgencias sobre el psicoanálisis mismo.
En medio de la mayor exigencia para su estructura, al límite de su resistencia, parecería que es
donde puede manifestarse en gruesos caracteres lo que en circunstancias normales es sólo sutil o
pasa desapercibido.
Tengamos en cuenta que las urgencias imponen una zona extraterritorial, como que hay algo
de su naturaleza que conduce hacia los márgenes, que lleva al sujeto fuera del campo de
juego, por lo que su clínica transita por los bordes del discurso establecido.

Particularidad de la urgencia.
La noción de urgencia psi: Partiendo de la diversidad de su fenomenología, empezaría por
mencionar algunas formas clínicas típicas:
como primer paso orientador en el camino de una reducción simbólica que permita definir los
elementos que hacen a dicha noción y poder ubicar las coordenadas necesarias para su
desencadenamiento clínico. Pensemos siempre en que cada sujeto tiene ELEMENTOS
SINGULARES.
 los ataques de angustia y sus distintas variantes y equivalencias, en los que se trata, en
forma aguda, de la amenaza para el sujeto de convertirse en puro cuerpo, es decir, de
quedar reducido a un mero objeto de goce ante el deseo del Otro . Amenaza que si bien
se sostiene en los bordes, en su expansión aguda entraña el avance de un real que hace
conmover al sujeto.
 los episodios agudos de depresión o de duelo patológico, muchas veces con riesgo de
suicidio, en los que se manifiesta dramáticamente la cuestión de quedar abandonado
en la identificación al objeto perdido.
 las descompensaciones en las psicosis, en las que la inminencia del derrumbe subjetivo -
ya sea que se manifieste en la vivencia de fin de mundo, en la perplejidad ante lo real
alucinatorio del lenguaje, o en la fragmentación corporal- en principio puede no
encontrar un borde que enmarque una escena -a diferencia de lo que ocurre en la
angustia.
 las locuras no psicóticas, en las que la inflación imaginaria sin anclaje simbólico falla
como barrera a lo real, no haciendo más que atizar el fuego de la pesadilla y no
pudiendo evitar que la subjetividad aquí también esté en peligro.
 los trastornos del acto, acting out o pasaje al acto, correlativos de estas formas clínicas,
los que pueden agravar la peligrosidad de cada una de ellas así como el desborde de
sus contenciones.
Ahora bien, ¿qué es lo determinante para que alguien que padezca cualquiera de estas
manifestaciones clínicas, notoriamente tan distintas, las experimente como urgencia?
la urgencia implica para el paciente cruzar súbitamente un umbral, verse llevado fuera de su
hábito, cediendo los límites simbólicos que hasta ese momento lo mantenían dentro de un goce
posible, pero más aún, diría que implica que esto le ocurra sin recursos, desarmado en lo
fundamental ante la situación, y sobre todo, desbordado, sintiéndose fuera de control, sin las
defensas habituales para poder volverse atrás.
Hay algo característico en lo que se percibe del orden de un descontrol del descontrol, de un
desborde del desborde, digámoslo así, es decir, sentido al menos dos veces, como si el malestar,
cualquiera fuere, debiera elevarse como mínimo a la segunda potencia para resultar alarmante
subjetivamente y/o hacerlo sentir así a quien esté con el paciente.
Entonces, en la urgencia no se trata solamente de sentir que se pasa al otro lado más o menos
bruscamente, sino de que además, sufriendo desborde y pérdida de control, se siente que no se
puede regresar.
No alcanza solamente con decir que la urgencia se corresponde con una vivencia más allá del
principio del placer, sorpresiva o de mayor intensidad, sino que es necesario señalar que ella
principalmente también implica un descontrol inusual, una inusitada imposibilidad de
restablecer el mecanismo de regulación del principio del placer, y que esta imposibilidad se
caracteriza por una sentida demora en resolverse, por una tendencia a infinitizarse, a
prolongarse en el tiempo, presentándose como un callejón sin salida en lo real.
El sujeto inerme y “fuera de sí” siente que es tomado por un goce fuera de cauce y que la
realidad se le vuelve real, ya sea que el colapso simbólico, en su punto de incidencia, haya dado
lugar más que todo a un imaginario cuya significación alrededor de lo real no hace más que
alimentar pesadillas y engordar el sufrimiento, o que lo predominante sean los efectos de la
emergencia de lo real, dada una función imaginaria sobrepasada en su capacidad de mediación y de
operar como pantalla.
La constante para todos los casos podríamos decir que es un fracaso de segundo grado de la
respuesta simbólica, es decir, un colapso especial de la función de la falta en al menos algún lugar
de la trama en juego en la coyuntura.
Es entonces recién en la escritura particular de cada caso en la que se podría precisar la estructura
clínica.
En efecto, podemos sostener que ninguna angustia, ninguna falla del aprés coup, ningún
fracaso del síntoma neurótico o del delirio psicótico -ni cualquier otro malestar que
consideremos- constituye por sí mismo una urgencia, sino que venimos planteando que tiene
que haber algo más que se agregue a dichos trastornos, algo del orden de una modificación en
la escritura de la estructura (modificación cuantitativa o cualitativa, tendremos que aclararlo)
fundamentalmente a nivel de lo simbólico -con efectos en lo imaginario y en lo real- para
explicar su aparición.
Si nos apoyáramos en la escritura ensayada por Lacan del nudo borroneo de tres con una falla
reparada por un cuarto nudo, la urgencia implica un velamiento sin resolverse a nivel de los
agujeros, que podría afectar las zonas de intersección de los mismos, lo que resultaría de un
defecto en el paso del cuarto nudo por dichas zonas.
Un velamiento del agujero podría seguir una respuesta de reapertura que justamente sería lo que
aquí fracasa determinando “el desborde del desborde”.
Podemos suponer incluso otras fallas de escritura como por ejemplo corrimientos del nudo de lo
real o del nudo de lo imaginario avanzando sobre los agujeros, como así también la eventualidad de
un desanudamiento, pero este último caso daría cuenta más que todo de las vivencias de fin de
mundo en las psicosis.
La urgencia es un fracaso temporario de dicha dinámica, un trastorno en la respuesta que
deja por un tiempo sin reparar la falla específica del nudo.
Para continuar, me parece importante mencionar el insomnio en tanto fenómeno clínico
reconocible como prototipo de la urgencia: sí implica sólo un descontrol, una falla del límite y
nada más, pero si es vivido como alarmante por el sujeto -y lo será posiblemente y con mucha
más razón si es persistente- entonces sí decimos que ese descontrol es de segundo grado, que
tiene que estar implicado por lo menos dos veces.
Podemos decir que: Es entonces cuando sin el bálsamo de la fantasía y del sueño, estar
despierto se vuelve una pesadilla sin fin, un laberinto real, ganando la prisa y el apremio por
“volver en sí”, todo lo cual caracteriza a la urgencia psi.
Diría que la urgencia propiamente dicha es la urgencia sin palabra. Lo propio de la urgencia
estaría en la claudicación de la palabra que no encuentra solución, ya sea que se manifieste
como la imposibilidad de articularla, o en su formulación balbuceante, o en el grito
desesperado.
Que algo repentinamente no tenga nombre y que no pueda resolverse, de tal modo que haga perder
el sentido, hace a la violencia de la situación.
Algo mucho más crítico, resultado de la insuficiencia repentina de lo simbólico en un punto
fundamental que deja al sujeto sin respaldo para sostenerse y estar a la altura de las circunstancias,
sin nombre que pueda bordear una verdad traumática, sin una ley que pueda situarla y
circunscribirla.
Si ahora tomamos como referencia la teoría de los discursos de Lacan, es necesario suponer que en
la urgencia siempre va a estar comprometido el lugar del sujeto en el orden del discurso que lo
determina, por lo que vamos a postular desde una vacilación aguda como mínimo hasta el extremo
de una ruptura y salida fuera de discurso, según los casos.
Esto significa que va a haber siempre un compromiso del lazo social en juego, evidenciado en
los trastornos en la relación con el Otro y en una experiencia puntual de soledad fundamental
que le es propia. La oscilación entre la huída o el aislamiento, y la mostración o el pedido de ayuda
al Otro más o menos explícito, serían ya intentos de resolver esta soledad inicial.
Pero de cualquier manera, es importante reconocer que la dimensión del Otro, aún seriamente
alterada, es un horizonte incluido en la situación de urgencia. Diría que cualquiera sea quien
la registre, el paciente solo o quienes lo atienden, ese registro en sí ya implica al Otro.

El tiempo en la urgencia.
Tomando a Lacan:
La categoría de “lo posible”, diría que la urgencia como posible para el ser hablante implica
que algo de la función simbólica, cuyo colapso va a tener una consecuencia crítica y
desbordante, pueda cesar de escribirse.
Ahora bien, este “cese”, todas formas marca un instante, traza una línea demarcatoria que
implica una flecha del tiempo. Es decir que introduce lógicamente la cuestión temporal, la
misma que de hecho es captada como una súbita precipitación en el sufrimiento, como el
cruce de un umbral que da ingreso a la desesperación.
A partir de ese instante, lo imposible del “goce del Otro” se hace sentir de hecho como tal, al
ser invadido el sujeto por lo real de un goce no soportable al haberse derrumbado las barreras
de contención habituales.
Se evidencia cómo la irrupción de un plus que es del orden de lo imposible afecta el tiempo
subjetivo y en qué medida resulta de la conmoción del lugar del sujeto en el orden del discurso.
Tenemos que considerar el tema de los tiempos lógicos que un poco viene ya deslizándose en lo
que estamos diciendo. Podemos pensar que esta especial disfunción simbólica, sea por
insuficiencia o por ausencia a nivel de la trama significante, con las consecuencias en lo
imaginario y en lo real que hemos mencionado, se correspondería con un eclipse del “tiempo
de comprender” que va a implicar la eternización de ese “instante” de goce insoportable ya
señalado, y cuya no resolución empuja riesgosamente a desembocar en el “momento de
concluir” en actos de peligrosidad para sí y para otros.
Es que en función de recuperar la subjetividad amenazada de muerte, en estos estados límites,
se puede hacer peligrar la vida.
El tiempo es entonces la eternidad, la vigilia interminable, el insomnio sin fin, la pesadilla que no
cesa, en la que -como decía Borges- se está literalmente en el infierno.
Es que en el tiempo de la urgencia, en ese instante suspendido y eterno en el que un
determinado pilar simbólico se demora en no cesar de no escribirse, es decir, en lo imposible
según Lacan, el sujeto cesa de representarse por los significantes que lo sostenían, ya sea que
hablemos, por ejemplo, de la falla del síntoma y de la vacilación aguda del fantasma en las
neurosis, o del fracaso del delirio o de otras formas de reparación en las psicosis. (se relaciona
con instante catastrófico)
Esta crisis de la representación subjetiva, acompañada de la correspondiente caída de la
consistencia del cuerpo en tanto soporte imaginario, y de la emergencia de un goce desmedido,
conllevan una salida abrupta de la ficción del relato, una súbita conmoción de la referencias
que hacen al anclaje del sujeto, un agudo final del juego, todo lo cual arroja al paciente cuesta
abajo en la pendiente de la objetalización y de la realización en acto, en la que al mismo
tiempo se juega la imperiosa necesidad lógica de rescatarse como sujeto.
Por eso quizás, ya sea que tratemos, por ejemplo, con un paciente gravemente inhibido e inmóvil, o
en mutismo, o con un paciente muy excitado y desaforado en sus movimientos y acciones, siempre
vamos a encontrar que la cuestión del acto desmedido y potencialmente riesgoso está implícita,
como si se tratara de una coordenada que se nos impone siempre y que debiéramos incluir
necesariamente.
En todo caso, esta mostración en acto, a veces descarnada y brutal, esta verdad implícita en la
situación de peligro, en principio es letra no descifrable, suele no estar dispuesta enseguida a la vía
discursiva, conformando un jeroglífico que se muestra y se sufre mucho antes de que pueda
traducirse y recuperarse como un hilo de verdad para el paciente.
Por fin, articulando los tiempos lógicos y las categorías modales, diríamos entonces que si de
acuerdo a lo ya planteado, el inicio de una urgencia está marcado por lo posible, y el tiempo
de su transcurso mismo tiene que ver con lo imposible, el momento de salida de la misma va
estar signado por lo contingente, en la medida en que afirmemos que dicha función simbólica
en crisis deberá cesar de no escribirse.
En este punto no hablamos de contingencia sólo en el sentido de Lacan, sino también en el sentido
clásico, porque a este tiempo de salida del impasse subjetivo nada lo asegura previamente, no
podemos decir de antemano que necesariamente va a ocurrir, sino que dependerá de un
encuentro entre el paciente sumergido en el trance y la palabra del Otro. Para lo que aquí nos
importa especialmente diría que depende de un encuentro entre el paciente y el deseo del
analista.

La respuesta a la urgencia.
La lógica misma de la urgencia, los mismos elementos que la componen, preparan de alguna
manera el contragolpe, los modos de intervención del Otro, y más precisamente, anticipan la
respuesta del discurso del amo.
Si la urgencia es inseparable de la dimensión del Otro y si entraña por definición la prisa por
concluir, es razonable pensar que siguiendo una cierta correspondencia especular, las respuestas se
caractericen por la acción apurada y por la intención normalizadora del Otro, es decir, por el intento
de reintroducir al sujeto descarriado lo más rápido posible en la estructura del discurso
fundamental.
Desde este punto de vista, la Guardia del hospital psiquiátrico encarna como institución dicha
respuesta. Por lo pronto, en la palabra “guardia” sabemos que está la mirada alerta del vigía,
del que aguarda expectante al acecho de un posible ataque, con la tensión muscular propia del
que teme un encuentro cuerpo a cuerpo más allá de las palabras. Y no por nada predomina la
mirada, como si en el peligro se tratara primero de mirar antes de hablar, incluso antes de
escuchar. La evidente connotación militar de esta terminología parece indicar algo de la naturaleza
de la situación, algún rasgo de violencia en juego en este trabajo del discurso amo de reencauzar al
sujeto en crisis.
Ahora bien, es por medio de medidas generales de contención, incluidas en un repertorio más o
menos programado, que el discurso amo implementa su intervención normalizadora.
Contención verbal, medicación, contención física, o internación en el hospital, son algunos de
los procedimientos más comunes en este frente de batalla.
Pero sería erróneo decir que el discurso amo de este modo se desinteresa de las particularidades de
cada caso. Lo que pasa es que procede tratando de reinscribir lo particular de cada paciente en lo
universal del patrimonio común del discurso, poniendo el acento en curar por medio de darle un
lugar como parte de un universo discursivo representado, por ejemplo, por la institución
hospitalaria.
Es innegable que la inscripción de lo particular en lo universal es importante, y desde ya que sería
necio rechazar el recurso médico e institucional cuando es razonable. Lo que ocurre es que la idea
de que lo esencial del tratamiento pasa por la reinserción en el discurso es por lo menos un prejuicio
si no es también una simplificación, ya que arrastra el descuido de lo particular del sujeto en
relación con su singularidad, es decir con eso que “ex – siste”, que no encaja y que escapa a las
generalizaciones, conformando un punto ciego para el discurso dominante tanto como, en
contrapartida, es clave para el discurso analítico.
Al respecto, es evidente que la perspectiva analítica desarrollada hasta aquí, tratando de precisar la
noción de urgencia, ya nos ha conducido de lo particular a lo singular.
Digamos por lo demás, que el hecho de establecer una relación lógica entre la urgencia y la
respuesta del amo no demuestra que esa relación no pueda dejar de ser en ningún momento, no
prueba que sea “necesaria” en el sentido de la lógica clásica. Lo que en efecto sí se constata es la
dominancia del discurso amo, lo que no significa para nosotros que su función y su utilidad en estos
trances deba elevarse y convertirse en religión o en ideología.
Más bien diría que esta particularización orientada hacia lo singular del sujeto sitúa a la urgencia en
relación con el deseo del analista, porque hay en esta última algo esencial que no se resuelve en la
adaptación a un orden universal y que el discurso analítico tiene en cuenta en su escucha a la letra.
Podríamos decir que se trata de un encuentro que también tiene su lógica, en el que las exigencias
de la urgencia no parecen llamar exclusivamente al amo sino que también parecen darle entrada al
analista, a la vez que hay algo del deseo del analista que apunta hacia allí recortando un campo. Por
lo tanto, podemos decir que en la respuesta a la urgencia puede darse la contingencia del
discurso analítico, que en el sentido clásico es un modo de la posibilidad distinto a lo
necesario, porque significa que puede ocurrir o no, dependiendo de un encuentro azaroso.
Digamos de paso que, por supuesto, nada podría haber en este encuentro que tuviera que ver con un
discurso dominante, el cual, por definición, convierte sin discusión su posibilidad en necesidad.
Siguiendo esta línea creo que la noción de “invento” es muy pertinente para dar cuenta del modo de
intervención analítica en estos confines de la clínica, en los que al apremio y a la gravedad de la
situación, suele sumarse la precariedad de los medios socioculturales e institucionales.
Propongo entonces el término “invento” en su sentido etimológico, es decir, eso que “viene”
ahí como “hallazgo”, que se hace con lo que hay y no más, armado con los retazos de lo que se
escucha de particular del paciente y que lo compromete en su singularidad de sujeto,
construido con esos trazos de saber inconsciente, y obtenido a la letra de lo que ahí frágil y
precariamente se ofrece a la escucha en tanto fragmentos que hay que captar, si es posible, en
tan poco tiempo, con tanta premura en general, dadas las circunstancias extremas, cuya
marginalidad suele ser tan refractaria a la palabra.
Pensado así, el invento sería al mismo tiempo fiel a la letra y a la contingencia del encuentro entre
el paciente y el deseo del analista. Es de notar que su definición misma implica que podría no
ocurrir, que podría no inventarse nada, que para el caso sería no alcanzar ninguna solución
particular, que por ejemplo, sólo se logre calmar al paciente con medidas generales de contención
cuya eficacia no responde todavía a ninguna particularidad íntima sobre la que se haya incidido.
Quizás no hacemos más que reencontrar aquí – seguramente en forma más aguda y agravada - las
coordenadas del acto analítico, tanto la trama lógica en la que se apoya como el salto y lo
imprevisible que implica. Pero además, teniendo que intervenir exigido al límite, en condiciones no
standard, fuera del encuadre más o menos habitual, el dispositivo analítico encuentra la posibilidad
de sacudirse la modorra y aceptar descompletarse, librándose a cierta dosis de invención y a
renovarse teóricamente.
Por esto mismo, ¿no será que las urgencias a su modo actualizan ciertas condiciones propiciatorias
de las que partiera Freud para fundar el psicoanálisis? Si así fuera, entonces podrían ser motivo de
una revitalización del discurso analítico en el lugar donde sólo se esperaría –y con más fuerza- la
respuesta psiquiátrica.
En cuanto al tipo de intervención ajustada a estos casos, hay que decir que el hecho de que el
paciente sea escuchado aquí en un tiempo en el que la vía simbólica discursiva se encuentra
suspendida o seriamente afectada, implica que sólo una intervención con la fuerza de la
palabra que hace acto puede tener el efecto de inscribir algo del orden simbólico que ha
cesado de escribirse y ser capaz de reinstituir al sujeto.
Dicha intervención necesariamente hará valer más su enunciación que los enunciados, la forma, los
acentos, el tono de voz más que los contenidos, tomando muchas veces un sesgo imperativo o
sugestivo, teniendo el efecto de un nombre del padre que operando sobre lo real le pondrá límites,
mientras que sobre lo imaginario apoyará y reforzará lo que haga a la recuperación del sentido que
filtra lo real, en cambio tendrá el efecto de acotar aquel sentido que engorde la pesadilla.
Al respecto, el analista va a intervenir sirviéndose del discurso amo –lo que no significa
consustanciarse con él– investido provisoriamente de su poder, valiéndose de los recursos médicos
que sean necesarios y utilizando las formas generales de contención, participando de esta manera
del tiempo de normalización propio del discurso establecido, pero va a ir más allá al sostener que
la salida de la urgencia necesita del restablecimiento del sujeto por medio del rescate de al
menos algún hilo de saber no sabido escuchado a la letra y que apunte a su singularidad.
Finalmente, esta forma de intervención en acto que la escena de la urgencia exige, en la que se
juega una reinstauración del sujeto, hace pensar en la violencia estructural de la lengua que proviene
del Otro, la que de un modo imperativo habría entrado en la criatura humana en el tiempo mítico de
fundación de la ley.
Las urgencias no serían sino crisis del sujeto en las que a cielo abierto y agudamente se
manifestaría su desgarradura, su “ex –sistencia”, la encrucijada entre la necesidad de
efectivizar una y otra vez la ley simbólica y su insuficiencia para responder a lo perentorio de
lo real y a los dramas de lo imaginario que lo tienen anudado.

Marcela Schiller: Escena y repetición


El 19 de Marzo del año 2020, fui al consultorio como todos los días. Decidí, por lo que se venía
diciendo, comprar un alcohol en gel para tener ahí, para los pacientes. Ese día a la noche habló el
presidente Alberto Fernández decretando la cuarentena. Desde ese día no volví al consultorio. El
mundo cambió, la escena del mundo tal como existía antes, se cayó.

Me pregunto por el estatuto de la escena, por ese armado que puede caer, trastabillar. ¿Qué es ese
armado? ¿Qué condiciones se requieren para que se arme? ¿Y qué pasa cuando eso no sucede? Esta
última pregunta me lleva a pensar en el “limbo”.

Voy a tomar ahora una obra de teatro que me pareció muy interesante para pensar estas cuestiones,
“Seis personajes en busca de un autor” de Pirandello. Hice un recorte de algunos asuntos que me
interesaron para pensar, en relación al estatuto de la escena. Recomiendo por supuesto, que lean
previamente la obra, que resulta de una gran riqueza clínica para el psicoanálisis. Intento construir
un caso de esa obra.

Tenemos por un lado personajes y por otro actores. Los seis personajes se presentan en un teatro
donde están ensayando otra obra unos actores con el director. Pirandello aclara que en las máscaras
y en los disfraces se debe notar claramente quienes son los personajes y quienes los actores. Los
personajes tienen que transmitir rigidez y fijeza; por ejemplo, la madre que llora siempre, tiene que
tener los pliegues rígidos de su vestido y su máscara debe llevar lágrimas de cera fijas.
Me parece interesante este detalle, que presenta a los personajes como fuera de tiempo, o detenidos
en un tiempo que no transcurre, que están como en un limbo. Un limbo que los deja rígidos.
Llamaría a esta primera cuestión: fijeza- limbo.

El personaje que habla es el padre. Le dice al director que ellos son unos personajes que andan
buscando un autor. Que se puede nacer de muchas formas, en este caso nacieron siendo personajes.
Personajes que son portadores de un doloroso drama. Están perdidos porque el autor que los creó
después no quiso o no pudo llevarlos al mundo del arte.

Segundo punto: Sabemos que el sujeto nace alienado al Otro, a los significantes del Otro y se
constituye en la escena del Otro, como objeto. Me resulta interesante esta cuestión: portan ese
drama. Esto me hizo acordar a un gran analista de niños, el Dr. Jorge Fukelman, cuando decía que
hay niños que no pueden jugar porque son jugados por los padres. Portan un drama del que no
pueden sustraerse. Para que una escena se arme es necesario un recorte del Otro, poder recortase,
sustraerse, no quedar englobado en un Otro absolutizado.

El autor, o sea el Otro que los trajo, no pudo llevarlos al mundo del arte. Parece que hay un
movimiento que no se pudo dar, que quedó coagulada la posibilidad de ficción. ¿Qué significaría
que alguien no cuente con esa posibilidad de ficcionalizar?

El padre les pide a los actores que los personajes quieren vivir, dice “al menos un momento en
ustedes”. Este es otro punto, porque entonces alguien que anda medio en el limbo, detenido,
portando un drama del que no puede hacer ficción, anda medio muerto. Y es interesante pensar qué
lugar para el analista, qué podría ofertar un analista con su presencia para abrir a la posibilidad de
subjetivación.

El padre les propone elaborar un montaje. Dice que el guión está dentro de ellos mismos, y que
desean representarlo. Sería una representación que desde el psicoanálisis podemos pensar que se
trataría de una presentación, sería la primera vez que presentarían en palabras, ante otros, su drama.

El director plantea que va a hacer falta alguien que lo escriba, pero el padre dice que no, que a lo
sumo que lo transcriba. Finalmente se decide que mientras los personajes relatan su drama alguien
lo va a taquigrafiar.

En este punto subrayo la escritura, que la escena se presente involucra una escritura. Y no es lo
mismo que el guión esté en el personaje, que la posibilidad de que lo pueda presentar. O sea, no es
lo mismo que el drama sea portado por alguien a que pueda ser presentado. Habría alguna relación a
repensar entre presentación y escritura.

La propuesta es entonces ir desplegando el drama de los personajes, para que el director y los
actores lo vayan armando para hacer una obra. Ahí empiezan algunas discusiones entre los
personajes y el director. Se abre el problema de la representación, o sea lo que los actores podrían
representar de aquello que presentaron los personajes. Porque los personajes no aceptan diferencias
entre lo que el director propone que se puede llevar a escena y lo que no. Al padre le empieza a
sonar falso lo que se podría representar, porque hay otro que haría de él, por ejemplo. O no se ven
reflejados en los actores, la voz, los gestos. Tampoco les gusta el decorado porque no es tal cual era
el lugar del que provenían. El director entonces se exaspera y se impone “aquí habrá un actor que lo
represente y se acabó”.
En estas discusiones se puede leer la dificultad de aceptar la pérdida en la representación, que algo
pueda caer y que la escena arme un velo respecto de esa crudeza que portan, que la sufren y al
mismo tiempo no la quieren largar, están aferrados a ese dolor porque les armó el ser. Un ser en la
escena de Otro que los abandonó.

Fundamentalmente hay una escena que la hijastra insiste que quiere vivir. Fíjense esta cuestión: al
hacer la escena la hace vivir. Previo a hacerla, estaban como muertos, perdidos.

¿De qué escena se trata? Es una escena donde ella está trabajando en un burdel y se aparece el
padre, que no la reconoce, y justo cuando están a punto de acostarse aparece la madre y lo evita.

Y después les toca a los actores representarla. Cuando la hijastra ve a los actores le causa gracia.
Los actores repiten el papel desde el principio.

Subrayo: repiten. Tenemos entonces 3 momentos: cuando son rechazados por el Otro y quedan
portando ese drama, cuando empiezan a desplegar su drama y lo presentan, y cuando los actores lo
re-presentan. Ubico ahí en cada uno de esos momentos una pérdida. Abro la pregunta de dónde
ubicamos la repetición, y cómo la pensamos. Me interesaría ir arrimándonos a este tema.

Al final hay como cierta diferencia entre los personajes, mientras que para el padre la
representación le genera un efecto de extrañeza, porque los actores no son ellos. Dice que se trata de
algo que “ya no es nuestro”.

Acá vuelve lo que se pierde con la representación, pero también recalco esa sensación de extrañeza
a la que voy a volver en un ratito.

La madre insiste con que “esto no pasó” sino que “sucede ahora y siempre”. Es decir que para ella
algo no pasó al pasado, no hizo historia, sigue aconteciendo, en lo actual, no cesa. Como un tiempo
que no transcurre, sino que hay detención temporal. Para que algo se represente, tiene que
escribirse la huella mnémica. Como plantea Freud en “Más allá del principio del placer” y
que retoma Lacan en el seminario 1, para recordar hay que dejar de percibir.

El personaje del hijo se niega a representar la escena, dice que así interpreta la voluntad de quien
no quiso llevarlos a la representación. Quedó totalmente apresado en el Otro.

“Entiendan que todo no se puede llevar al escenario”, plantea el director, y “que ya ha sucedido
todo, mañana lo verán en el espectáculo”.

Para el director hay futuro, hay un mañana donde se va a hacer el espectáculo porque hay historia
“ya ha sucedido todo”; en cambio, para la madre, no sólo no hay futuro sino que tampoco hay
pasado, hay pura actualidad.

Me interesa lo de la extrañeza porque ahí el padre puede mirar la escena, desde cierta perspectiva,
donde él está y no está en la representación.

Bertold Brecht en su modo de hacer teatro, piensa el extrañamiento como la posibilidad de abrir una
perspectiva, algo que permite abrir una distancia que abra interrogantes. Lacan lo trabaja en el
seminario 10 en relación al acting. En el sem 10 (28-11-62) Lacan dice: “La identificación con la
imagen especular se da en el momento de la escena sobre la escena” en la clase del 23-1-63 Lacan
afirma: “Es la relación de la distancia con la existencia del espejo, lo que da al sujeto ese
alejamiento de sí mismo que la dimensión del Otro está destinada a ofrecerle.” En la escena del
acting el sujeto puede verse a sí mismo.

Theodor Adorno dice que el arte es una forma de conocimiento no discursivo, que no se basa en los
sentidos a comunicar, sino que más bien hay en el arte algo enigmático, que no se entiende. Dice
así: “Lo que la obra dice no es lo que dicen sus palabras…No hay que disolver el enigma, sino sólo
descifrar su configuración…las obras que se manifiesten sin residuo ante la contemplación y el
pensamiento no son tales”

Me interesa esto del arte como un conocimiento no discursivo, un modo de conocer diferente, como
si la obra misma hablara sin palabras. En el seminario 14 Lacan dice que la sublimación no tiene
forzosamente que ver con una obra de arte, sino que es un retrabajo de la falta. Parte de la falta y
con la ayuda de esa falta construye su obra, que es siempre la reproducción de esa falta. ¿Podrá
pensarse que cuando alguien arma una escena que lo sustrae del Otro está haciendo un trabajo
sublimatorio?

Pienso a la repetición como un intento, una insistencia en armar una figurabilidad de eso que
no se deja apresar en palabras, como un modo de conocer, de enterarse en acto de alguna
cuestión, que sólo es posible en una puesta en escena donde la repetición abra a la perspectiva
y el extrañamiento. Como si eso se le revelase en acto y se le revela porque esa vez la
repetición logró tejer sexualidad y muerte. Como el sueño que teje al ombligo. Trabajo de
cifrado que bordea lo imposible de cifrar.

Escena reiterada con un real que se escabulle, dice Lacan en el 11. Se escabulle pero se va
cerniendo, en cada vuelta, se va perdiendo goce, hasta que alguna escritura se produce.

Un paciente, Rosendo, consultó por ataques de pánico. Estaba preocupado porque ya tenía 40 años,
y aún no había podido “hacer su vida”, vivía preocupado por su madre que vivía en el campo. No
tenía pareja ni la había tenido nunca, no salía, no tenía amistades, y trabajaba intentando mantenerse
aislado. Me llamaba la atención que siempre se sentaba con la campera encima, aunque hiciera
calor. Le ofrecí en distintas ocasiones colgarla en el perchero o en otra silla, pero se negaba. Esto
fue así muchos años de su análisis. Años de mucho trabajo para armar su historia familiar, infantil,
de mucha pobreza, hambre, y desalojos. Recuerdos donde la pobreza no era sólo económica, sino
donde se iba enterando del desamparo en el que había vivido, y de las imposibilidades psíquicas de
la madre y del padre para albergarlo al menos en el amor. Mientras tanto, seguía con la campera
encima. Un día sueña, por primera vez:

“Estoy en mi pueblo, yo hablando con una piba en la casa de mi abuela. Se ve el campo, el


horizonte. En un momento hay una explosión, miro para el horizonte y veo el hongo de la bomba
atómica. Empiezo a sentir ráfagas de la onda expansiva y sabía que me iba a morir hasta que vi un
resplandor de la explosión”.

Asocia: “Mi papá está ya por morirse”.

Interpreto: “La onda expansiva te toca, a todos nos toca, todos nos vamos a morir alguna vez. Pero,
pareciera que en el sueño decís ‘Si a mí me toca, que al menos me llegue con una mina al lado’”

Dice: “Mi miedo era, es, que mi mamá me ponga a mí, de papá de mi hermana”
Intervengo: “¡Y sí, ahí dan ganas de salir corriendo! ¡Como para buscar una mina! ¡Con la mamá
no!”

En ese momento, por primera vez, se aviva de que había un perchero, que siempre había estado ahí
pero que él nunca había visto, y cuelga la campera. Al tiempo se enamora, también por primera vez.
Leo allí una letra: campera, la del campo, colgó a la del campo; por primera vez.

Jacques Lecoq que era un actor que hacía mimo, decía “El cuerpo sabe cosas que la cabeza no sabe
todavía”

¿Qué repite Rosendo? Repite que hay una “campera” encima pero que aunque se preocupe por ella,
a un precio tan alto como para vivir sólo para ella, no la puede salvar de su falla. Con esa
ambigüedad en el pronombre posesivo “su”, que ubica el desencuentro estructural. Desencuentro
que descompleta al Otro y al Sujeto, pero que hasta el sueño no se había podido escribir. Hasta ese
momento el sujeto no disponía del recurso que le permitiera descompletar al Otro. Al traer el sueño
a análisis y sancionar desde la interpretación un deseo en el sujeto, y una prohibición, una letra
pudo decantar esta vez: colgó la campera. “El cuelgue” en la jerga actual remite a la distracción.
Pudo distraerse, salirse de ahí y un perchero-padre operar.

No se repite lo no recordado, sino eso inasimilable que insiste en no dejarse olvidar. Lo que no
se puede recordar porque nunca se olvidó, se repite y pasa a ser “nuevo” o sea producido. De
ahí que la repetición es repetición de algo nuevo.

Lo que no accede a la historia es inmemorial, intemporal, lo no sepultado, muerto vivo, limbo. Un


limbo que no cesa. Al escribirse cesa, se hace escena. Los personajes de Pirandello al presentarse
empiezan a escribir la historia, pero todavía algunos no pueden re-presentarla.

La escritura detiene eso que no cesaba. Esa detención al mismo tiempo permite la lectura que arma
tiempo, temporaliza porque abre al apres coup, la historia. El tiempo va trabajando en un análisis.
Sylvie Le poulichet lo dice muy lindo, dice que eso inadvertido, que está sin archivarse se enlaza
con algo actual que lo produce como acontecimiento, “Esa acogida lo produce”.

Los personajes de Pirandello recién cuando se encuentran con el director abren la oportunidad de
que se arme una repetición que haga diferencia. Para el hijo no funcionó como tyche, quedó
alienado a la voluntad de quien lo rechazó. Tampoco para la madre, muy aferrada al llanto
incesante, pero para la hijastra y el padre algo tocó esa representación que historizó y
subjetivó.

La tyche, en ese punto, es una contingencia que da otra oportunidad de escribir la falta en el
Otro y entonces poder sustraerse como sujeto, dejando caer un resto. Mientras que el
automaton vela esa falta, e insiste en su programa fantasmático, como una metonimia donde
algo no deja de no tener lugar en la historia, pero lo va bordeando cada vez. Y, de vez en
cuando, como por azar, hay un resorte que lo hace saltar y hace que el sujeto despierte y se
avive. Hay escenas que permiten un encuentro con lo real, sexualidad y muerte dirá Freud,
que hacen trastabillar el programa del automaton, pero le permiten introducir en su trama
cada vez el agujero que taponaba el sujeto y le impedía sostener su deseo.

En el caso de Rosendo, el acto analítico produjo la tyche, el encuentro con la ley que desencuentra
con el Otro, mordiendo ese real estructural.
La escena dibuja, escribe la ausencia. Como un rompecabezas cuando falta la pieza, lo de alrededor
localiza la ausencia. Eso que se localiza es el objeto a, es eso restado del Otro que subjetivó al
sujeto. Hay sujeto cuando hay recorte del objeto. La escena, su armado es la escritura de un acto de
recorte del Otro que localiza una sustracción y una producción. La escena hace nacer un sujeto. La
escena se arma en la repetición que va trabajando. Es función de la repetición inscribir esa pérdida,
ese recorte que se produce cuando accidentalmente decanta una letra, una diferencia que conmueve
la objetalización y el taponamiento de la falta en el Otro.

Esa función de la repetición como metonimia incesante contingentemente inscribe una pérdida. Esa
contingencia, esa tyche, propicia una diferencia, una metáfora que al conmover, abre otro tiempo,
otra escena que ya no sólo contornea la sustracción del Otro metonímicamente, sino que la hace
contar para el sujeto, el sujeto con ese S2 se anoticia, se advierte algo así como “cierto que faltaba
una ficha” “cierto que yo caigo en esa trampa, me advierto de q no tengo q cubrir la pieza faltante
del Otro….La brújula es la angustia. Entre el contorneo de la ausencia y la constitución de una
nueva contingencia que reenvía al sujeto al lugar de objeto que completa al Otro (lugar ya
localizado) media la angustia, su función que señala el riesgo de caer ahí otra vez, o de haber caído
ahí otra vez, hasta advertirse y poder producir un acto que arme diferencia.

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