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Fue el primer explorador del cosmos, del universo físico.

Estudió los animales, las


plantas y toda la actividad humana, desde la psicología hasta la política. Durante
dos mil años, su labor pionera marcó el rumbo del pensamiento y la ciencia en
Occidente

Aristóteles poseía las virtudes del pensador abstracto y las del investigador
minucioso, experimental, que reúne datos incesantemente, pone a prueba sus
conclusiones y analiza el mundo de la mente y de la naturaleza a fondo; un afán al
que posiblemente no era ajeno el que su padre fuese médico. Fue, en mucha
mayor medida que Platón, un científico enciclopédico. No sólo meditaba acerca
del sentido de la vida humana en el cosmos, sino que quería observar la vida en
todas sus manifestaciones. No sólo pretendía tratar el mundo de los humanos y
las estrellas, sino la zoología y la botánica, además de la psicología y la política.
Con ello recuperaba la tradición de los primeros filósofos griegos, que habían
investigado la physis (la naturaleza) y el cosmos (el universo). Aristóteles pensaba
que «No se debe menospreciar el estudio de los seres vivos más humildes: en
todas las cosas naturales hay algo de maravilloso [...] Hay que investigar todo tipo
de animales, pues en todos hay algo natural y hermoso». Desde el hombre a los
insectos, los gusanos, los crustáceos y los peces, la naturaleza le ofrece al filósofo
un abigarrado espectáculo digno de reflexión, más al alcance de una investigación
precisa y minuciosa que el eterno mundo de las estrellas y las utopías de cualquier
tipo. Si Platón prefería las puras matemáticas como un preludio al estudio
filosófico,
y por eso había inscrito sobre la puerta de su Academia lo de «Nadie entre sin
saber geometría», Aristóteles estaba más inclinado al examen de los seres vivos
que a los números y los astros, y fue un gran pionero de la zoología, de la
taxonomía animal (la clasificación de los animales) y de la anatomía comparada.
De vivir en nuestros días habría sido, sin duda, un gran investigador en biología. 

Esa actitud del filósofo no debe hacernos olvidar que era un pensador riguroso con
una perspectiva global, y que trataba de encajar sus investigaciones zoológicas en
una visión de conjunto de la naturaleza, que, en su opinión, «no hace nada en
vano». Es decir, que todo en ella tiene un propósito, una función. 

De la importancia que Aristóteles concede al estudio de la naturaleza da cuenta el


que una cuarta parte de sus escritos conservados (el llamado Corpus
Aristotelicum) trate de temas de zoología y de psicología, desde la Investigación
sobre los animales, compuesto por diez libros, hasta Sobre el alma. Y se nos han
perdido otros como sus Zoiká (Zoología) y sus Anatomíai (Anatomía), que
probablemente contenían buenos diseños y dibujos. Notemos que cuando
Aristóteles habla del «alma» (psyché) no se refiere a la esencia espiritual de la que
trata Platón, sino al principio de vida que anima a todo ser vivo. 

Aristóteles no postulaba ninguna evolución de las especies naturales, al estilo de


lo que propugnó Darwin en El origen de las especies, ya en el siglo XIX, sino que
pensaba que todos los seres vivos estaban programados desde su origen y
encajaban en un orden natural armónico. De ahí la importancia de su clasificación
de las especies de animales desde los zoófitos (organismos con características
intermedias entre las plantas y los animales, como la esponja) al ser humano.
Comprendía 426 especies diversas, entre ellas 132 de aves, 105 de peces, 63 de
mamíferos y 50 de insectos y bichos menores. Este impresionante sistema
clasificatorio no sería superado a lo largo de los dos mil años siguientes. 

Aristóteles recoge muchísimos datos acerca de esa fauna mediante sus estudios,
bien de la literatura y la tradición anterior, bien de sus propias pesquisas

Se interesa por la fisiología, la reproducción y la anatomía de esos animales, con


un afán científico universal y tenaz. Y esa actitud es, en gran medida, la diferencia
entre él y otros naturalistas, como el latino Plinio, que escribió trescientos años
después. Éste es un coleccionista erudito, un naturalista pintoresco, que da noticia
de seres humanos totalmente imaginarios, como los esciápodos, de un solo y
enorme pie, o los arimaspos, dotados de un único ojo en medio de la frente.
Aristóteles, en cambio, fue un científico y observaciones suyas que se juzgaron
fantasiosas se han verificado. Sobre un pez de río, un siluro, Aristóteles explicaba
que sus machos permanecen junto a las crías durante cuarenta o cincuenta días
para protegerlas y que asustan a los intrusos emitiendo un ruido sordo.

Aristóteles recoge muchísimos datos acerca de esa fauna mediante sus estudios,
bien de la literatura y la tradición anterior, bien de sus propias pesquisas –para las
que recurre a veterinarios, pescadores o marineros–, que luego integra en una
visión sistemática. Se ha dicho que las observaciones de Aristóteles sobre la
fauna marina parecen corresponderse especialmente con la que se encuentra en
la costa de Assos, en Asia Menor, donde gozó de la protección del tirano
Hermias. 

Se interesa por la fisiología, la reproducción y la anatomía de esos animales, con


un afán científico universal y tenaz. Y esa actitud es, en gran medida, la diferencia
entre él y otros naturalistas, como el latino Plinio, que escribió trescientos años
después. Éste es un coleccionista erudito, un naturalista pintoresco, que da noticia
de seres humanos totalmente imaginarios, como los esciápodos, de un solo y
enorme pie, o los arimaspos, dotados de un único ojo en medio de la frente.
Aristóteles, en cambio, fue un científico y observaciones suyas que se juzgaron
fantasiosas se han verificado. Sobre un pez de río, un siluro, Aristóteles explicaba
que sus machos permanecen junto a las crías durante cuarenta o cincuenta días
para protegerlas y que asustan a los intrusos emitiendo un ruido sordo.

en 

Aristóteles escribió de muchos temas y dio lecciones muy variadas. Se nos ha


perdido buena parte de su obra escrita, pero lo que nos queda es impresionante
por su horizonte y su densidad y agudeza intelectual. En terrenos tan variados
como lógica, retórica, poética, política, economía, metafísica, física, psicología,
zoología e historia de las constituciones, sus ideas y aportaciones marcaron el
rumbo a toda la investigación posterior durante siglos. Escribió tratados, es decir,
estudios en prosa escueta, con intención de ofrecer precisión y claridad, sin la
belleza retórica de los diálogos escritos por Platón. 

Por otra parte, muchos de los textos conservados son apuntes, que usaba en sus
clases y que tal vez habría corregido para una edición posterior, mientras que sus
obras literariamente más cuidadas para un público amplio, los llamados escritos
exotéricos, se nos han perdido. La historia de los textos aristotélicos, una vez
salieron del Liceo –la escuela fundada por el propio Aristóteles en Atenas–, fue
muy complicada. 

En la tradición posterior, al llegar traducidas sus obras al latín, en el Medievo y el


Renacimiento, el inquisitivo Aristóteles quedó visto como el indiscutible sabio («el
maestro de los que saben» según Dante). Pero no fue un pensador dogmático,
sino un maestro que invita a la reflexión, y, por otro lado, un observador de la
realidad sensible de singular agudeza. Cuando uno acude a los textos auténticos,
pronto descubre que, bajo un estilo seco y a veces presuroso, Aristóteles es un
autor sugerente, vivaz, que no pretende imponerse y sentar cátedra, sino
profundizar en las ideas y avanzar con sus críticas. 

Tiene un talante científico, tanto cuando describe sus disecciones de seres vivos
como cuando trata de cómo el orador debe estudiar la psicología de su público. Y
es un gran teórico, que sabe inventar una terminología muy precisa (en su Lógica,
por ejemplo) o advertir los efectos de las tragedias en el ánimo de sus oyentes. Su
vasta curiosidad y su afán por conocer constituyen la más completa confirmación
de las palabras con las que comenzaba su Metafísica: «Todos los hombres, por
naturaleza, desean saber». 

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