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CINE GLBT: UN LABERINTO CON PROYECCIONES DE LUZ

Por Pedro Artieda Santacruz

Cuando Sean Penn subió al escenario en la última entrega de los premios de la Academia para
recibir el Oscar en la categoría Mejor Actor, gracias a su impecable representación del activista
homosexual Harvey Milk afirmó, entre otros aspectos, que quienes votaron en contra del
matrimonio gay deben reflexionar y anticipar la vergüenza que sentirán, tanto ellos como sus
nietos, si continúan con esa actitud. “Ya es hora de que existan derechos igualitarios para
todos en Estados Unidos”. Y es que la historia del movimiento GLBT (gays, lesbianas bisexuales
y transgénero) tiene capítulos muy tristes que, al parecer, ya están cambiando o, por lo menos,
hay indicios de cambio. En gran parte del mundo se escriben nuevos léxicos, desmitificando a
esta población. Pero, bueno, el cine (como la literatura) ha sido, sin duda, el espacio en el cual
se ha simbolizado de diversa forma la visión de las sociedades al respecto. Si se hace un
recorrido por la historia del Séptimo Arte, es posible encontrar, desde sus inicios,
innumerables referencias y tratamientos sobre el tema. Pero, antes de ingresar en ese
laberinto, es necesario marcar límites y establecer diferencias. Se han producido cintas que
albergan personajes GLBT y filmes que tienen como tema central o como uno de sus ejes la
cuestión gay.

Edison Experimental Film (1895), perteneciente al cine mudo en blanco y negro, es la primera
película que muestra una escena homosexual: dos hombres bailan mientras un tercero toca un
violín. El documental The Celluloid Closet, narrado por Lily Tomlin y con testimonios de
famosos cineastas, guionistas, actores y actrices como Susan Sarandon o Whoopi Goldberg,
marca la partida de estas cintas hasta la década de los 90. En 1912, 1914 y en 1923 se
proyectan igualmente tres filmes donde aparecen hombres afeminados y parejas del mismo
sexo bailando. En realidad se trataba de gags (situaciones cómicas o inesperadas) cuya
intención, al parecer, era poner “color” a las cintas. En Wonderer of the West (1927) un
hombre corteja a otro hombre y en la pantalla aparece el texto: ¿Me preguntaba si hoy
saldrías con los chicos esta noche? Pero, años antes, Behind the screen (1916) muestra al
inolvidable Charles Chaplin besando supuestamente a un hombre que, en realidad, es una
mujer disfrazada de varón, mientras llega un tercer personaje moviéndose en un acto de
seducción. ¿Qué significaba para el cine de hace un siglo incorporar este tipo de personajes?:
diversión. Al hombre gay se lo representaba como alguien afeminado, refinado, muy delicado y
dedicado únicamente a ciertas actividades que, claro, en aquella época y hasta muchas
décadas después ha chocado con la imagen del hombre rudo-heterosexual (en muchas
sociedades como la ecuatoriana aún choca). En este punto vale resaltar que en los últimos
cuarenta años, aproximadamente, sucedieron hechos fundamentales que pusieron en crisis el
concepto de ser en sí. Uno de ellos fue el movimiento feminista que alteró la identidad de
hombres y mujeres. Este anuló la idea de que las mujeres son sensibles, inferiores, etc. Cuando
el estereotipo se rompió se destruyó simultáneamente la noción que del hombre se tenía
hasta entonces. Y ello el cine también lo evidenció cuando, muchos años más tarde, empezó a
construir protagonistas homosexuales (tanto hombres como mujeres) sin cargas negativas ni
prejuicios. Brookeback Mountain (2004), de Ang Lee, es, en este sentido, la cinta más
representativa al mostrar sin tapujos el amor entre dos vaqueros.

Las producciones con personajes GLBT siguieron abriendo espacios en ese laberinto. En 1930
Marlene Dietrich protagonizó Morocco, en la cual aparece vestida con un esmoquin antes de
besar a una mujer, a pesar de tener un romance con Gary Cooper. Mas, una de las primeras
cintas que podría considerarse GLBT es Queen Christina, de 1933, basada en la vida de una
monarca sueca lesbiana quien se muestra ampliamente como tal. Pero llegó la censura. No
solo para estos filmes sino para aquellos que aludieran, sobre todo, a lo sexual. Las Iglesias
Católica y Protestante pusieron el grito en los cielos. Y Hollywood se autocensuró. Se instauró
el Código Hays que prohibía, entre otros aspectos, el nudismo, la prostitución, la obscenidad,
la perversión... Así se alteraron las historias. El director del mencionado código, Joe Breen,
estuvo autorizado durante más de dos décadas a cambiar guiones. The celluloid closet cuenta
que una novela que narraba la vida de un alcohólico sexualmente confundido se convirtió en
una película sobre un alcohólico bloqueado (The lost weekend, 1945). Otro ejemplo: un texto
referido a la agresión y asesinato de homosexuales (Crossfire 1947) fue transformado en un
filme sobre antisemitismo y homicidio. Las palabras homosexual o lesbiana no aparecían.
Como en el cuento Un hombre muerto a puntapiés (Pablo Palacio, 1927), solo se insinuaba la
sexualidad del o de los protagonistas. Pero además los gays se convirtieron en asesinos o
villanos. Basta ver La hija de Drácula (1936). El uso de simbolismos o escenas sugerentes se
hizo frecuente. Había que leer entre líneas, identificar subtextos o interpretar imágenes como
aquellas de La Soga (1948), de Alfred Hitchcock, cuyos protagonistas son dos hombres
asesinos (se sobre entiende, amantes). Los realizadores supieron burlar la censura. En otras
cintas los diálogos y las escenas eran casi evidentes. En Ben-Hur, por citar otro caso, la
supuesta camaradería, las miradas penetrantes, los brindis de los personajes son en realidad
de dos amantes de antaño, aunque ello parece estar sublimado en la amistad. La lista de
películas es interminable.

El transexualismo fue otro tema abordado, en este caso por el cine independiente. Basados en
la historia del soldado estadounidense George Jorgensen, que tras una operación se convirtió
en Christine Jorgensen, se produjo Glen o Glenda (1953). Con el tiempo, los realizadores se
fueron olvidando de la censura y construyeron personajes homosexuales sin caricaturizarlos
como en los albores del siglo, pero con otras cargas igual de negativas: vidas atormentadas,
desenlaces trágicos. En La Calumnia (1962), la protagonista (interpretada por Shirley
MacLaine) se suicida. Los gays seguían condenados, sin escape. Ya en 1967, Polanski había
producido en Europa El baile de los vampiros cuyo personaje es un desquiciado. Vale recordar
que solo a partir de 1970, luego de protestas realizadas por activistas gays, la Asociación
Americana de Psiquiatría eliminó a la homosexualidad de la lista de trastornos mentales. ¿Qué
podía hacer Hollywood o muchas productoras? Simplemente crear personajes angustiados,
depresivos…enfermos…Situación que volvió a repetirse cuando Instintos Básicos (Sharon
Stone) retrata a una psicópata bisexual. Aunque ya eran los años 90, los LGBT volvieron a salir
a la calle, hecho que también se había repetido en 1980 tras estrenarse A la caza donde un
asesino en serie busca a sus víctimas en bares leather (sitios donde los hombres visten de
cuero). La cinta fue retirada de cartelera.
Pero los 70 marcaron otra época. La temática gay ganaba espacios. Fueron años de activismo
homosexual en los cuales se estrenaron dos cintas ícono: Los chicos de la banda (1970), que a
pesar de presentar ciertos estereotipos, no termina trágicamente; y Cabaret (1972), con Liza
Minelli, que muestra a un sensato gay sin sentimientos de culpa. La visión sobre la población
GLBT empezó a cambiar en el laberíntico Hollywood, principalmente. Pero nada es gratuito.
Hay que recordar los cambios sociales y culturales que paralelamente se daban en el orbe:
movimientos de género, adelantos científicos, desarrollo de las comunicaciones que
cambiaron la forma de estar en el mundo…Entonces los realizadores independientes también
abordaron a la homosexualidad y el lesbianismo desde su óptica, frecuentemente alejada de
los convencionalismos. Hay filmes experimentales que se rodaron en la “Factory” del pintor
Andy Warhol. En los 80 llegaron películas como Su otro amor de Arthur Hiller o Querelle (1982)
del alemán Rainer Werner Fassbinder, quien, con mucho erotismo en un mundo de marineros,
adaptó un texto de Jean Genet; Gran Bretaña, por su parte, estrenó en 1987 Maurice, basada
en una novela de Forster sobre el amor entre dos jóvenes a inicios del siglo XX en la represiva
sociedad inglesa; y más tarde, en los 90, una serie de cintas relacionadas con el virus del SIDA
cruzaron el umbral. Sin duda la más nombrada fue Filadelfia (1993), que dio a Tom Hanks un
Oscar. No obstante, Y la banda sigue tocando ya había abordado con crudeza y poesía esta
problemática. A la época SIDA corresponde, asimismo, la vertiginosa e intensa Noches Salvajes,
drama urbano francés ambientado en París. Luego vendrían otras sólidas producciones con
otras temáticas como la comedia Banquete de Bodas (1993) o In and Out (1997), por evocar
unas pocas. Y arribaron más trabajos de alto calibre: Boys don´t cry (1999), por la cual Hillary
Swank obtuvo un Oscar al representar a una lesbiana; Transamerica (2005), en la que Felicity
Huffman interpreta magníficamente a un transexual; y Capote (2006), basada en la vida del
excéntrico escritor Truman Capote cuando escribió su mayor obra literaria, A Sangre Fría. La
irlandesa Desayuno en Plutón (2005), mezcla, en cambio, magistralmente el drama y la
comedia de la vida de un transexual que busca a su madre. En este recorrido es imposible
dejar de mencionar al español Pedro Almodóvar, quien desde sus inicios, luego del
franquismo, habló sobre el tema, siendo sus obras cumbres La Ley del Deseo, protagonizada
por Banderas, y la oscarizada Todo Sobre Mi Madre (1999), con alto contenido estético. Otros
cineastas europeos como Luciano Visconti y Pasolini de igual forma apuntaron sus cámaras en
su época, los 70. El primero adaptó el texto del nobel Thomas Mann Muerte en Venecia, y el
segundo hizo Teorema, entre otras cintas muy provocadoras. América Latina irrumpió también
en el laberinto con las claves El Lugar sin límites (1977) basado en el texto de Donoso y dirigida
por la crudeza del mexicano Arturo Ripstein; Adiós Roberto (Argentina, 1985) que habla de un
heterosexual casado enamorado de su jefe; la tan conocida Fresa y chocolate (Cuba, 1994);
Plata Quemada (Uruguay-Argentina, 2000); La Virgen de los Sicarios (Colombia) que hace una
elipsis de la violencia; o la ligera No se lo digas a nadie (Perú, 1998). Estas últimos basadas en
los manuscritos de Piglia, Vallejo y Bayly. Divertidas y coloridas cintas son, por su parte, las ya
clásicas Las aventuras de Priscila, reina del desierto (Australia, 1994) y La Jaula de las locas, de
1978, (Francia y USA) que, como el drama Milk (2008), han encendido algunos recodos de ese
laberinto oscuro y misterioso, en sus inicios, pero con intensa luz en su salida.

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