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CASO 2: Ariel

Por: Miguel De la Rosa

Ariel llega a consulta debido a varias preocupaciones de su madre, gran parte de


ellas relacionadas al ámbito escolar. Ha sido cambiado de varias instituciones y en
cada una de ellas siente que tanto los docentes como Ariel han fracasado. Describe
que frecuentemente Ariel se fija en las curvaturas de las personas de manera fija,
cuando lo hace babea y aletea las manos sin parar.

Una vez en el consultorio da vueltas de un lado a otro, agita sus manos, babea.
Ante la pregunta de qué quisiera hacer, no es indiferente, coge los lápices de colores
del suelo, se sienta y me mira, hay una espera. Pregunto “¿qué quieres dibujar?” y
responde “pulpo”, pero no lo ejecuta. Le digo que me enseñe cómo hacerlo y me dirige
el lápiz diciendo “piernas”. Al empezar yo a dibujarlas emite un grito “aaaaah”, yo lo
imito y añado “aahhhhora, ¿qué más?” acompañado de un golpe en la mesa que marca
un corte al exceso de goce de lalangue; esto tiene un efecto en su cuerpo: él se ríe,
mueve sus manos y dice “cabeza”. En ese mismo sentido al empezar a dibujarla emite
un grito “eeehhh” y lo imito añadiendo “eeentonces terminamos” también con un golpe
a la mesa del cual Ariel me acompaña.
Luego, centra su atención en una gran pelota situada en la oficina a la cual
nombra “Sra. Pelota”, primero la frota por su cuerpo, luego juega a querer destruir el
mundo: alinea uno conos sin que quede espacio entre ellos y los derrumba. El juego se
mantenía durante algunas sesiones sin modificaciones. En algún punto intento
contabilizar las veces que derrumba los conos, pero no tiene efecto. Solía hablar
repetidamente de su gusto por el cine, en especial las películas de Transformers. Se
me ocurre decir en una sesión: “¡Sra. Pelota, si destruye todo el mundo, destruirá
también el cine, no podrá ver Transformers!”; a partir de este enunciado decide botar
solo algunos conos y se crea una nueva lógica de su juego: ahora rebotaba la pelota y
la dirigía hacia mí, esperando a que regrese.
A más de la pelota, un juguete, el “Sr. Robot” cobra vital importancia. Al
principio, el Sr. Robot explotaba reiteradamente, una vez tras otra y acompañado del
grito de Ariel que anunciaba “¡boooooma!”. En algún punto tocar el hombro de Ariel
mientras me dirigía al Sr. Robot tuvo efecto de apaciguamiento: hoy estás muy bravo
Sr. Robot, algo no te gusto del colegio o quizá de tu casa, lo vamos a solucionar. Al
hacerlo, encuentro que provoca un viraje a la modalidad de juego: de pasar de la
explosión de una bomba a festejar el cumpleaños del Sr. Robot, de Ariel y el mío.
Debido a cuestiones logísticas de la institución es necesario cambiar la oficina
de consultorio. En este espacio se encontraba un espejo de mano que capta la
atención de Ariel. Corre por la oficina con el espejo, dirige su mirada hacia mí y luego la
devuelve hacia su reflejo en el espejo. Pega su cuerpo hacia al mío y me mira, le digo
“este eres tú, y este soy yo”. El ríe y da vueltas, vuelve a pegar repetidas veces su
cuerpo al mío. Apaga la luz y dice “¿dónde está Miguel?, ¿Dónde está Ariel?”. Ariel se
embarca en el juego de las escondidas, le divierte que lo encuentren, se ríe al
encontrarme, siempre pegando su cuerpo al mío.
Otros objetos empiezan a incluirse: fichas de animales, superhéroes, sílabas y a
partir de allí el juego consiste en derrotar a un monstruo que aprece repentinamente: un
dinosaurio, un vampiro, una serpiente gigante, siempre convocandome a acompañarlo
con mi cuerpo. En algún punto, invito a un tercero a que nos ayude a derrotar al villano,
Ariel lo acepta bien, apunto a que se pluralice la transferencia. A ratos me salgo de la
oficina, él me va a buscar un par de ocasiones, luego continúa, permite que otros
practicantes entren, conversa e intercambia con ellos sus objetos, me deja de
necesitar… tanto.

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