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El autor
Aconteció que estando yo pasando por las lindas calles de Madrid, siendo de
mañana, en temporada de otoño, contemplando la hermosura del lugar y
admirando las maravillas de la ciudad, me vi atravesado en gran tribulación,
cuando vi a un pobre muchacho en cautiverio siendo llevado forzosamente por
varios guardias a prisión. Ante esta gran congoja me pregunté a mí mismo: ¿Cuál
podrá ser el error de tal muchacho para el precio de su castigo ser digno de
recibir? Angustiado por la intriga, decidió mi ventura seguirle para saber el
causante de su mal.
Atravesando la ciudad se perdió de mi vista el cautivo, pues buscándole me rendí;
y a cambio me encontré con una gran y lejana torre, de la cual salía una luz tan
fuerte como la de mil soles. Fue entonces que no pudiendo maravillarme más
tomé la decisión de ir a tal lugar, a saber el porqué del resplandor y la causa de
ese gran destello.
Y así fue, y tras diez días de duro esfuerzo logré llegar a lo que parecía ser una
torre de mil metros de alto, fundada sobre una piedra dura y resistente, tan fuerte
como cien caballos; con una estructura tan bella como de amatista color celeste,
que en su parte más baja tenía un letrero el cual decía: ¨LA GRAN TORRE
ESPAÑOLA, donde los cautivos por amor son llevados¨, y que en su parte
más alta tenía tal luz como la de mil soles (la cual fue la responsable de mi ventura
hasta allí).
Ante esto, con el corazón turbado y maravillado, asustado y angustiado por lo que
habría de ser mi existir, me armé de valor y decidí entrar al monumento. Fue así
como decidido por la intriga comencé a subir uno a uno los escalones que tenía la
torre; pero rápidamente me cansé yendo por la mitad del recorrido, por lo que me
senté a reposar.
Aproximándome hacia la cima, me encontré con el primer de los tres porteros que
tenía el monumento; el cual, acercándose a mí, con su apariencia recta y robusta
e impidiéndome el paso, me pidió con mucha cortesía que dejara todo tipo de
enamoramiento que tuviera, además de la felicidad que traía, y que no siguiese
con mi camino; y como si por arte de magia fuera, cuando el caballero culminó de
decirme estas palabras mi ánimo decayó en gran manera, acabándome así las
pocas fuerzas que tenía (pues estaba ya agotado), y dándome consigo unas
fuertes ganas de no continuar.
No prestándole atención a esto seguí mi camino, mas al cabo de poco tiempo me
encontré con el segundo portero. Éste tenía una apariencia más sutil y tierna que
el primero, pero sus palabras eran más letales; pues pasándome una espada que
traía consigo rogó a mí que no continuara, y a cambio me suplicó que lo asesinara
a él primero, para que luego yo me lanzase por una de las ventanas de la torre
hacia el precipicio. Yo turbado tomé una rápida decisión: golpeándole en el rostro,
hice que reaccionara de su tal petición; y como si nada hubiese pasado, el
caballero continuó su camino.
Fue así como tuve en cuenta las palabras del primero, pues entre más subía más
oscura y siniestra se volvía la apariencia del lugar; por lo cual pensé en regresar,
mas recordando mi causa y mi intriga, con el corazón en mano, continué.
Finalmente llegué al punto más alto, y con ello, al tercer y último portero (El más
sutil en cuanto a apariencia); éste acercándose a mí me suplicó una sola cosa:
que dejara atrás toda esperanza de vida que tuviera. Terminado de decir esto, me
dejó continuar hacia el cuarto de la torre; y mirándome con una cara de loco y
psicópata se clavó su espada sobre la tráquea, mientras alegremente gritaba: Al
fin, ¡SOY LIBRE!
Con la turbación más grande que he experimentado en toda mi vida decidí abrir la
puerta de la única habitación que había en el lugar, entonces me armé de valor y
así lo hice.
Aconteció que, abriendo la puerta vi a un hombre, un varón triste y desolado, el
cual tenía su corazón hecho pedazos (del cual salía tan inmensa luz responsable
de mi venida); tenía además cadenas en cada una de sus extremidades, y a su
lado un letrero, el cual decía: PRESO POR AMOR. Este hombre era el cautivo que
vi al comienzo de mi camino, mas yo no le conocí por la turbación que traía; fue
entonces que en mi mayor cuita y con la tristeza de ver al varón en el estado que
estaba, le dije:
El autor
Aconteció que, una vez el joven culminó de decirme estas palabras se me abrieron
los ojos como si de un resplandor se tratase, pues no pudiendo soportarlo más,
me quebranté y lloré como un niño al conocer la historia del tal varón; y no
logrando alguna otra cosa, ante esta situación, sin pensarlo ni dudarlo, le di mi
positiva respuesta ante su tan rogada súplica; a lo cual, el joven exclamando con
alegría me besó en la mejilla y me despidió del tal lugar, dando comienzo así a mi
nueva aventura hacia Italia.
Al salir del monumento me vi envuelto en varios problemas que en mi recorrido se
podrían presentar: la diferencia de lengua, el cambio de cultura y de mis
creencias, la distancia del recorrido, el transporte que iba a usar para llegar a
Roma, los recursos con los que iba a subsistir a lo largo del camino, y la gran
diferencia social que había entre tal princesa y yo; mas mi esperanza me alzó
nuevamente las fuerzas, y recordando la fe que el joven tenía en mí, continué (aun
sabiendo que esto podría acabar con mi vida).
Fue así como, trabajando arduamente, aprendiendo a hablar romano,
adecuándome a la cultura de mi destino y cabalgando duramente por más de mil
kilómetros, logré llegar a lo que parecía ser la frontera que unía a Francia con
Italia, a un paso del gran castillo romano; y no pudiendo asombrarme más al ver la
hermosura del lugar, decidí plantarme cerca del palacio en el que vivía la familia
real. Fue así como, aprendiendo cortésmente las prácticas que se realizaban allí,
fui ganándome el reconocimiento de los romanos a través de los escritos que
hacía; y cuando vi que mi nombre era ya conocido por los grandes de la realeza
decidí trabajar como servidor en el reino, extendiéndose así mi fama por toda
Roma.
Poco a poco me fui ganando la confianza de Laura Sofía, la princesa (puesto que
con agrado y pasión servía a cada una de sus órdenes); por lo cual, acercándome
a ella en el momento oportuno, con mucha osadía y firmeza, estando nosotros dos
alejados de toda multitud, le hablé acerca de las razones de Esteban el preso,
diciéndole:
El autor
Aconteció pasados ya unos días desde tal aterrador suceso, volví a España por
causa de mi trabajo; a lo cual, subiendo nuevamente la torre, llevé a Esteban las
tristes nuevas de lo ocurrido en Roma, y lo sucedido en aquel palacio en el cual
por poco acabo mi vida.
Ante esta noticia su semblante tornó con lágrimas y su ánimo decayó en gran
manera, pues la situación era más para morir que para gozar; mas el preso entre
su cuita decidió de nunca rendirse, y como destello de gloria comenzó
nuevamente a latir su corazón por causa de su gran Fe (la cual es como luz en
tinieblas, responsable de la única esperanza de vida que le queda al pobre
afligido); y visto que ésta le daba fuerzas, tomó un trozo de papel pergamino que
tenía de hace años, donde escribió con sangre los dolores de su mal a su tan
amada princesa, haciendo así una pequeña carta amorosa (de la cual sus
escritos son desconocidos aun por el autor de la obra), con el único fin de que su
amor fuera allí correspondido.
Esteban con su aflicción presente tomó la decisión de terminar su cautiverio para
así llevar el escrito a su amada, saliendo de esta manera del gran monumento
que día a día le atormentaba, dejando en el olvido todo dolor.
Terminada su angustia, tuvo a su reposo la gloria de nuestra gran estrella; a lo
cual, admirando su hermosura retomó sus ánimos, dándole fortaleza a sus
huesos y devolviéndole el color natural a su piel. Él anduvo de esta forma como
caminante sin recinto por más de seis meses, sin beber, sin comer, sin
descansar; donde su único objetivo era llegar a Roma, aunque le tomase un siglo.
Fue así como le acompañé hasta la frontera del país, donde terminó mi aventura;
dando inicio así a la búsqueda del enamorado, quien solamente desea el amor de
su amada.
Esteban, el enamorado
Al llegar a Roma, terminado el recorrido, contemplé la hermosura del lugar y me
maravillé de sus grandes asombros; por lo cual, alegremente y con gran gozo
expresé: - ¡Cuán grandes son las obras del Señor!, por cuanto he llegado hasta
aquí, tierra de grandes; donde alguna esperanza anhelo tener, hacia Laura Sofía,
la princesa, mi amada.
Mi desesperación es grande, pues, ¿cómo un pobre músico como yo podrá tan si
quiera compartir el aire de tan grande pureza? O ¿cómo un compositor desolado
podrá acercarse a la realeza con tan descabellado propósito? Ciertamente esto
es una locura, mas seguiré mi camino, por amor de mi amada. -
Yendo al grano (pues de algún modo me debía acercar al palacio), me hice
servidor del reino para lograr mi objetivo, entregarle el escrito a la princesa. Y fue
así, pues sirviendo con agrado al rey Arturo y a cada uno de sus mandatos me
convertí poco a poco en su más leal servidor, su mano derecha, ganándome de
lleno su confianza; por lo cual, viendo el rey que con amor servía, me envió hacia
la guerra en contra de los hábiles griegos, donde por poco pierdo mi brazo
derecho en el campo de batalla.
La guerra fue éxito, pues con honores coronamos; a lo cual el Rey,
reconociéndome en frente de todo el pueblo con el título de caballero, hizo saber
mi nombre a su hija. Ésta al saber de mi existir se tornó molesta y confundida,
como si algún mal le hubiese hecho; mas como la situación era más de gozo que
de quebranto, no le di importancia a la actitud con la que el semblante de la
princesa se tornaba.
De esta manera, día a día combatí diferentes pueblos de otras naciones en
nombre de mi rey, donde como si de magia oscura se tratara, siempre salía
vencedor, derrotando a todos mis enemigos. Fue así como no pudiendo el rey
agradecerme más, me dio parte de su reino y mucha riqueza, pues él maravillado
estaba de ver cómo de todas mis batallas yo salía ileso, como juguete recién
vendido; a lo cual, ante esto, comprendí que mi gran Fe era la responsable de
este extraño suceso.
Así fue como saqué mi nombre de su sepultura, retomando mis ánimos de forma
completa, siendo yo rico en gran manera, al comando del rey Arturo, con multitud
de reconocimientos a lo largo de mis combates, y con un carácter experimentado
en batalla; mas aun con todos estos bienes presentes mi felicidad no se tornaba,
pues a lo largo de estos siete años no cumplía mi objetivo por el mal que
representaba.
Ante esta angustiada situación, con la tensión llevándome al borde de abandonar
mi causa, decidí retomarla de manera valiente y temerosa; a lo cual, me acerqué
a la pureza, yendo de esta forma a la habitación de la princesa, golpeando su
puerta con angustia y sintiendo la aflicción que algún día mi perdido amigo Mateo
también sintió; siendo de esta manera, entrando en su aposento me arrodillé ante
su hermosura, y con los latidos más profundos que algún día mi corazón dio, le
dije a mi amada:
Esteban
Terminado de dirigirme a mi amada con las palabras que dije, siendo recibido el
escrito, vi cómo su semblante se tornó con lágrimas y su cuerpo se estremeció en
gran manera ante mi presencia; mas como de forma involuntaria y forzada se
apartó del aposento, alejándose de mi presencia con sus ojos empapados. Ella
caminando por los pasillos del palacio fue a sus padres, a lo cual, contándoles lo
sucedido, dieron por justo acabar con mi vida en ese preciso instante; mas según
lo que había visto tuvo mi corazón gran gozo y alegría, y aunque poco después fui
llevado al calabozo, mi corazón sentía gran felicidad.
Acontecido todo esto, estando de nuevo en prisión, mis riquezas me fueron
quitadas, y mi ánimo arrebatado; pues atribulado estaba, pero no afligido,
desesperado, pero no derrotado, dudando en toda fuerza de mi existir. Por lo cual,
en un intento suicida de ver de nuevo el rostro de la princesa apelé al rey Arturo a
juicio, donde si ganaba obtenía la vida, aparte de una gran recompensa en monto,
mas si perdía sería cruelmente crucificado, además de sufrir todos los males que
esta muerte conlleva.
Ante esto, el rey aceptó la propuesta, y me dio la oportunidad de tener un testigo
que me defendiera ante el tribunal. Cuando el rey me dio tal oportunidad, sin
pensarlo mandé a buscar a mi fiel amigo Mateo, el escritor, el único responsable
de mi existir actual. A lo cual, pasados diez días, se le encontró morando afligido
en España, con un ánimo decaído, apunto de morir; mas cuando vio mi rostro me
reconoció, y acercándose a mí me abrazó y lloró alegremente, sabiendo así todo
lo que me había acontecido estos últimos siete años, contándome además lo que
había hecho durante este período de tiempo.
Fue así como, siendo llevados ante la corte tribunal comenzamos el juicio, dando
así inicio al triste juego que intenta acabar con mi vida.
Esteban ante el juicio
Acontecidos todos estos sucesos, Mateo y yo fuimos llevados ante el juez
supremo, el cual moraba en Grecia; donde además estaban tres acusadores en
contra mía, de los cuales con argumentos firmes debía yo defenderme. Estos
acusadores habían sido pedidos por el rey para que atentaran falsamente contra
mi existir, con el único fin de acabar con mi vida de manera injusta:
El primero, llamado Agonía, protestó lo siguiente: - ¡Oh reyes de toda la tierra,
escuchad con firmeza mi voz!, pues con osadía vengo delante de la corte para
contaros los errores de este preso, a fin de que hagáis con él justa justicia: pues
estando el rey Arturo descansando en su aposento, el cautivo tomó por justo hacer
vanidad, yendo de esta manera a la realeza con el fin de robar parte de la riqueza
del trono; e injustamente así hizo (puesto que con mis ojos lo vi), atentando en
contra del nombre de nuestro rey. -
El segundo es Tormento, el cual comentó: − De los errores del joven soy testigo,
puesto que con mis ojos vi cómo en un intento desesperado quiso acabar con la
vida del rey, clavándole una espada en el pecho; esto lo hizo con el fin de robarle
el trono al soberano, mas gracias damos a Dios porque su intento fue fallido. -
El último es Deseo, del cual recibí la más fuerte acusación: - La razón de este
pobre cautivo es justa de condenar, puesto que plantando deseos de inmoralidad
en su mente intentó llegarse de forma íntima y forzosa a la hija del rey, queriendo
acabar con su pureza para así difamar su gracia. Esto es inaceptable, pues el
preso propuso en su corazón relacionarse íntimamente con la princesa Laura
Sofía, su amada, para deshora de la familia real. –
Cuando los dos primeros acusadores terminaron de hablar sus falsas protestas
pude contenerme gracias a Mateo mi compañero, quien estaba siempre a mi lado
apoyándome en este duro caso; mas yo, oyendo las palabras del último me llené
de ira y rabia en todo mi ser, a lo cual, tomando a la fuerza la espada que el rey
guardaba le corté la pierna izquierda al tal acusador, después de vituperarle y
encaminarlo en el mal por hablar con severo engaño e intolerancia ante la corte
tribunal.
Cuando hice estas cosas el juez supremo cerró el caso, dándome el juicio como
perdido por razón de mi mal comportamiento ante la realeza. Fue así como se me
sentenció a muerte por crucifixión (pues esto era lo tradicional en la época),
además de deshonrar y difamar la vida de Mateo, mi amigo; yo no logrando hacer
nada más acepté el precio de mi injusto castigo por razón de la Fe, y de mi
amada, Laura Sofía.
La crucifixión
Pasados estos acontecimientos, fuimos trasladados nuevamente a Roma, donde
allí iniciaría mi sufrimiento:
Comenzado el día, me quitaron mis vestidos y me desnudaron en frente de todo el
pueblo, para así llevar vergüenza en mi pena; luego fui escupido, vituperado,
insultado, golpeado por látigo romano, abofeteado, aborrecido y abominado, todo
esto para posteriormente cargar mi cruz hasta Florencia, y agotarme toda fuerza
de vida que me restara. Además, mi sudor me fue quitado, y a cambio, empecé a
sudar gotas largas de sangre, donde mi cautiverio había llegado ya a su punto
máximo.
Fue entonces que llegando a mi destino fui clavado con puntilla al madero que
cargaba en manos y pies, y luego fui levantado para mi crucifixión. Ante esto, hice
mi última petición, para que, si por agrado tuviesen los grandes romanos oírme, lo
hicieran: pedí ante el concilio una simple razón, pues mi deseo era morir
crucificado de cabeza, puesto que no era digno de morir de la misma manera que
mi Salvador. Los guardias asombrados me escucharon, y así hicieron conmigo,
crucificándome al revés.
Al ser levantada mi cruz, sentí cómo el aire poco a poco me faltaba, y cómo mi ser
se degollaba lentamente en su interior; por lo cual, con esta gran aflicción, recordé
de nuevo el rostro de mi amada, y mi mente trajo a la memoria su bello semblante,
intentando alguna esperanza de vida tener; mas como la situación estaba perdida
ya, decidí entregar mi espíritu.
Fue entonces que estando yo dispuesto a morir, a punto de dar mi último suspiro,
observé con atención, y vi una luz, un gran destello de gloria que salía desde el
interior de mi corazón, del cual además salía una voz que decía: La última
esperanza ha sido liberada. Ante esto, mi espíritu se estremeció, pues vi que en
medio de mi mal se acercaba una bella mujer, de la cual su rostro no podía
observarse a distancia, porque un resplandor de gracia lo cubría; mas cuando ella
se hubo acercado la conocí, y he aquí era Laura Sofía, mi amada, la cual había
preparado unas bellas palabras para darme consuelo.
Cuando yo vi de nuevo su hermosa y grandeza, de manera instantánea mi dolor
me fue quitado y mi agonía arrebatada; a lo cual, no haciendo otra cosa sino
admirar su belleza, ella comenzó a cantar:
Vuelta al autor
Después de todos estos lamentables sucesos, yo, David Mateo, con osadía y
firmeza tomé una decisión valiente y precisa: pues observando desde lejos lo que
acontecía con Laura Sofía y Esteban mi amigo, viendo la aflicción y el dolor del
condenado, con lágrimas lo bajé de su cruz, dándole fin a su dolor; y quitando de
sus manos y pies los clavos que le atormentaban, lo llevé forzosamente a un
recinto es España, donde allí moriría.
Esteban se veía muy triste y desanimado, nada podría ya acabar con su cuita; en
mi mayor esfuerzo traté de animarlo, mas de nada sirvió mi trabajo, pues él se
destinaba a morir por causa de su amor no correspondido. Ante esto, su madre,
María Magdalena vino a visitarlo, mas ni aun esto lo sacó de su congoja.
Mi amigo Esteban estaba pronto a morir, pues su aflicción parecía nunca acabar;
por lo cual, él sacando alientos del no más poder, agradeciéndome en todo por
apoyarlo en su largo recorrido, abrazándome fuertemente y con sus ojos
empapados, finalmente dijo:
Palabras finales
- ¡Oh mi fiel amigo Mateo, cuánto te apreció; pues tu estima sobrepasa la de las
piedras preciosas! ¡Oh madre mía, amada y deseada, cómo te amo; pues de tu
vientre me engendraste, y ahora me verás morir en este desolado recinto!
He aquí, termina mi historia, de la cual salí derrotado, a pesar de todos mis
intentos, los cuales también fueron fallidos. Les agradezco en todo su amor y su
compasión por mí, pues ustedes han sido la única razón de mi existir en estos
acontecimientos, además de mi esperanza, con la cual recuperaba fuerzas de mi
cuita; he aquí, ha llegado el final, y con ello, el tiempo de entregar mi espíritu al
Salvador.
Como última petición, les ruego nunca olviden mi historia; y si tú, oh mi fiel amigo
Mateo tienes por justo escribirla, hazlo, pues bien leída será por mí cuando repose
en el paraíso; pues aunque mi cuerpo muera, mi Esperanza vivirá, aunque
ofrezca mi espíritu, mi Fe prevalecerá, aunque las esperanzas desaparezcan, mi
Confianza se sostendrá; todo esto les digo, porque siempre andaré con ustedes
adonde quiera que vayan como destello de gloria; pues no moriré, mas por mi Fe
viviré para siempre. –
Una vez Esteban terminó de decirnos estas a palabras su madre fue a su
aposento, y gritando de angustia al ver cómo su hijo moría lo abrazó y le besó al
punto que tallaba; a lo cual Esteban, diciendo sus últimas palabras: - Paz sea a
ustedes - entregó su espíritu, y lamentablemente, en brazos de su señora, murió;
ante esto, decidimos sepultarlo ese mismo día, poniendo es su tumba con el
nombre de: PRESO POR AMOR, VIVO POR FE; culminando así la historia de
este pobre cautivo y su amada, dando fin a esta triste fantasía del amor cortés.
-Fin de la obra-