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Después de hablar con Marco y escuchar tan sabias palabras sobre el libre albedrío, mi guía y

yo seguimos caminando por la niebla que nos arrebataba la posibilidad de ver. Mientras
dirigimos nuestros pasos para salir de aquella niebla, nos percatamos de una voz cuyo Agnus
Dei resaltaba dentro de todos los demás, rompiendo así el sincrónico coro de aquellas almas.
Como un cachorro recién nacido, cuya visión no ha sido concedida aún, sigue a su madre
oyendo el seco y contundente jadeo que ésta hace al caminar, así el Poeta y yo inmersos en la
oscuridad seguimos aquella voz. Aferrado a sus faldas, me dirigí a mi maestro diciendo:

– Me llama la curiosidad aquella voz que resalta sobre las demás. Si no te molesta, déjame
interrogarla para así saciar mi sed de conocimiento.

Noté, quizá erróneamente, que mi petición le había incomodado, dado su silencio. De


repente, mi guía se detuvo y me dijo:

–Desprendete de mis faldas. Anda y acércate a aquel que es el manantial que saciará tu sed.
No tardes, puesto que el camino aún es largo y debemos encontrar la luz.

Debo confesarte lector que así como un bebé cuando está intentado dar sus primeros y mueve
sus manos en busca de sujetarse de algo para evitar caer, así buscaba yo en vano en aquella
oscuridad aquella alma con mis manos, fuente de fuerte y notable voz. Sin embargo, me
asustó un grito tan cerca de mis oídos, y supe que esa era el alma que buscaba. Entonces
exclamé:

–Oh tú, que cerca de mi te encuentras, dime quién eres.

Aquella alma me contestó:

–Me es extraño e indecente dirigirme a alguien de quien no tengo idea de quién es. Mas sin
embargo, me conformaría con que te presentases.

– Soy el designado de Aquél para recorrer las tres realidades en las que las almas se
encuentran. Camino sintiendo las piedras en mis pies y respiro el aire todavía. Soy aún
material.

Pude percibir, aunque no pudiese ver su rostro, un suspiro de asombro en aquella alma, que
pude comprobar cuando se dirigió a mí diciendo:

– Me causa curiosidad saber cómo es que Aquél te ha concedido el derecho de conocer este
mundo incorpóreo. Más, me conformo con saber que la voluntad de Él es la única voluntad
que rige todo, tanto lo material como lo intangible.

Inquieto por saber quién era y el porqué de su estadía en este lugar, y sabiendo también que
mi maestro me estaba esperando, me apresuré y le dije.
– Por favor, te ruego que respondas a mi pregunta inicial, ya que me es necesario recorrer
toda esta montaña a tiempo.

– Ya que insistes– me dije– satisfaré tus dudas. Fui un hombre odiado por muchos y venerado
por pocos, al menos fue así mientras mi alma aún estaba encerrada en su celda corpórea. Viví
en un continente azotado por la avaricia del imperio más grande de entonces, territorio
dorado, descubierto por casualidad y conquistado con sangre, sangre que puso el rojo sobre el
dorado de aquella mi tierra.

Sinceramente lector quedé confundido con su forma de describir tan metafórica. Por ello me
vi obligado a decirle:

– Te pido gran hombre que me ilumines mejor, porque hasta ahora tus palabras me oscurecen
mi entendimineto.

– Los reyes católicos de Hispania– me dijo– me han de odiar aún.

– ¿Por qué te han de odiar? – le pregunté.

– Calma, Calma compañero– Deja que siga contando y entenderás.– Prosiguió diciendo– Los
casi 4 siglos de sometimiento a manos del imperio llegaron a su fin gracias a mí. Fui yo quien
concientizó a la escoria del continente para revelarse contra los opresores. Fui yo quien dio la
libertad a las Indias y le regresé lo dorado a mi tierra. Fui yo quien cesó la tempestad y puso a
navegar mi tierra en aguas mansas.

Todas estas hazañas que me contaba aquel hombre lo equiparaban con alguno de los tantos
héroes griegos descritos por Homero, Hesíodo y Esquilo. Aprovechando su silencio le dije:

– He comprendido la grandeza de tus actos gran hombre. Mas sin embargo, no me cabe en la
cabeza el porqué de tu estadía en este lugar. Creo yo, por lo que me cuentas, que deberías
estar en lo más alto.

– La mayoría de empresas que se llevan a cabo, querido amigo– dijo– por más buenas que
sean, son manchadas por lo malo. Mi empresa no fue la excepción. Tan solo cabe recordar a
Ulises, que por querer recobrar su amada Ítaca, terminó bañado en sangre ajena. Así terminé
yo, que por sacar mi proyecto adelante, saqué del camino a todos aquellos que se opusieron a
mi empresa. No hice distinción alguna entre la casta oprimida y los conquistadores, para mí
todo aquel que no viera el mundo como yo lo veía, representaba lo malo. A muchos de mis
compatriotas, en vez de darles la libertad, les di una navidad negra; a mi tierra, nuevamente la
teñí de rojo, el mismo rojo del que la habían teñido los españoles ¡Qué ironía! Empero, me
hallo aquí porque Él es grande y ha visto en mí un Libertador.

Como el gran Demóstenes en su oratoria retenía la atención de sus oyentes, así me sentí
retenido por las palabras de aquel hombre. Mi intriga me obligaba a preguntarle sobre aquel
término de navidad negra. Sin embargo, mi guía que siguiendo nuestras voces había llegado a
nosotros, me dijo:

– Es hora de seguir si es que quieres llegar a donde se te ha encomendado. Tu sed seguirá y la


saciarás con otras almas que encuentres de aquí en adelante.

Hice caso a mi maestro y me despedí de aquel hombre que seguía exclamando Agnus Dei.

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