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( Idea para el análisis. Remarcar que entre los objetivos de época no existía en la
agenda pública nada que tuviera que ver con el sufrimiento de la mujer ni con el
análisis del lugar en la producción invisible)
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(Angenot, 2010, p.42) La hegemonía es entonces un egocentrismo y un
etnocentrismo. Es decir, que engendra ese Yo y Nosotros que se atribuyen el derecho
de ciudadanía…. Toda doxa rechaza como extraños… (Angenot, 2010, p.42)
Siguiendo a Angenot, podríamos decir que el Psicoanálisis como discurso hegemónico
en la formación en la carrera de Psicología, fundamentalmente a partir del retorno a la
democracia, implicó la producción de un lugar de enunciador legítimo, que coaguló
otro espacio tópico que aparece permanentemente enunciado como “lo otro”. Esta
hegemonía engendra un etnocentrismo que atribuye derecho de ciudadanía y rechaza
extraños. Es así que se produce como “lo otro” el espacio de prácticas en efectores de
salud pública, en prácticas comunitarias. La hegemonía es, fundamentalmente, un
conjunto de mecanismos unificadores y reguladores que aseguran a su vez la división
del trabajo discursivo y un grado de homogeneización de retóricas, tópicas y doxas
transdiscursivas. Sin embargo, estos mecanismos imponen aceptabilidad sobre lo que
se dice y se escribe, y estratifican grados y formas de legitimidad (Angenot, 2010,
p.31). Siguiendo este recorrido, el Psicoanálisis tendría un funcionamiento de doxa, en
tanto no interroga el orden de lo probable, de lo implícito, “necesario para poder
pensar lo que se piensa y decir lo que se tiene que decir” (Angenot, 2010, p.40). No
escapó, en ese sentido, “a la homogeneización de retóricas, tópicas y doxas
transdiscursivas” (p. 31), como vimos respecto de la ética, de la infancia y de la
historia. Un discurso fuertemente estructuralista desalojó a la historia y al niño (ver el
apartado “Cuando el Otro de la Cultura reemplazó a lo Social”) y por supuesto toda
posibilidad de pensar la acción de un sujeto, las prácticas transformadoras de los
sujetos, los procesos de participación, el sujeto como actor social.
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Marcábamos aquí un viraje en el planteo respecto de la práctica del psicólogo. Esta
complejización se acentúa más aún en el transcurso de los ´80, en los testimonios de
nuestros entrevistados, pero ubicando allí la producción de resistencias en los mismos
psicólogos respecto de este trabajo en las salas de internación. Estas resistencias son
puestas a cuenta del “borramiento del cuerpo en la formación del Psicólogo”, a esto de
“trabajar con la palabra, con el discurso” (Entrevista a C. Solano) y en un espacio (el
consultorio “externo”) fácilmente homologable con el encuadre de la práctica privada.
El trabajo en sala confronta con los cuerpos, no sólo del paciente, de los familiares,
sino también con los discursos de los otros integrantes de la institución en espacios
duros, referidos a las prácticas médicas hegemónicas. Como paradigma de esa
resistencia podemos tomar la práctica con el maltrato infantil que, como veíamos, pone
en discusión fuertemente las concepciones de lo público y lo privado, refuerza una
posición de responsabilidad del hospital como espacio público (Grande, 2015; p. 258).
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