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MATERIAL QUE QUEDÓ PARA LA ARTICULACIÓN CON EL TEMA

PREPONDERANCIA DEL PSICOANÁLISIS

AGREGAR LO DEL PADRE QUE NO RECONOCE (DERIVADO DE LO QUE


TRABAJA PLOTKIN –NO LO ESCRIBÍ, HAY PÁRRAFOS MARCADOS EN EL
LIBRO)

Ya en estos tempranos programas el psicoanálisis estaba previsto como


materia y además estaba incluido en la formación y posicionamiento de varios
de los docentes que toman a su cargo el dictado de las materias. Hay que
destacar que en estos primeros tiempos no era trasmitido desde una sola
perspectiva sino que coexistían junto a Freud autores tales como Adler, Jung,
Klein y también Horney, Erikson y Sullivan. En este marco, “el Psicoanálisis se
constituyó en una teoría básica, como aquella que permite pensar una cierta
delimitación de un dominio, comienza a transitar una vía que lo lleva a
convertirse, a través de sus distintas formas, en discurso dominante” (Ascolani,
1988; 88).

Si bien la teoría psicoanalítica estuvo presente desde el primer plan


(aunque no llegó a desarrollarse porque estaba prevista para un tercer año y
solo se dictó parte del primero), Ascolani (1988) y …. () destacan que en los
primeros docentes que tuvieron a su cargo su desarrollo –Bleger, Thomas, Paz
y Eduardo Tepper- podía observarse un mayor pluralismo de líneas dentro de
esta teoría y su interlocución con otras, que “fue evolucionando hacia los
predominios dogmáticos que culminaron en el período del último gobierno
militar, durante el cual hubo un dogmatismo acentuado en la Universidad, y
dogmatismos considerables afuera, sobre todo con el avance de cierto tipo de
lectura de autores psicoanalíticos” (89)

( Idea para el análisis. Remarcar que entre los objetivos de época no existía en la
agenda pública nada que tuviera que ver con el sufrimiento de la mujer ni con el
análisis del lugar en la producción invisible)

PARA TOMAR EN EL ANÁLISIS DE LA CLÍNICA DE LO DIVERSO Y


PROBLEMÁTICA FEMENINA COMO “LO OTRO”  
En su investigación acerca de las “Prácticas de los psicólogos en la red de salud
pública: sus obstáculos y referencias en relación con la formación Universitaria. El
caso Rosario” Silvia Grande (2015) , tomando la conceptualización de hegemonía de
Angenot afirma que podríamos decir que “el psicoanálisis como discurso hegemónico
en la formación en la carrera de psicología, fundamentalmente a partir del retorno a la
democracia, implicó la producción de un lugar denunciador legítimo, que coágulo otro
espacio tópico que aparece permanentemente enunciado como lo otro punto este
hegemonía engendra un etnocentrismo qué atribuye derecho de ciudadanía y rechaza
extraños. Es así que se produce como lo otro el espacio de prácticas en efectores de
salud pública, en prácticas comunitarias” (Grande, 2015; p. 276).
Angenot (2010) plantea que “la hegemonía es el conjunto de los repertorios y reglas y
la topología de los “estatus” que confieren a esas identidades discursivas posiciones
de influencia y prestigio y les procuran estilos, formas, microrrelatos y argumentos que
contribuyen a su aceptabilidad” (p. 30) La hegemonía puede abordarse también como
una norma pragmática que define en su centro a un enunciador legítimo, quien se
arroga el derecho de hablar sobre “alteridades”, determinadas en relación con él

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(Angenot, 2010, p.42) La hegemonía es entonces un egocentrismo y un
etnocentrismo. Es decir, que engendra ese Yo y Nosotros que se atribuyen el derecho
de ciudadanía…. Toda doxa rechaza como extraños… (Angenot, 2010, p.42)
Siguiendo a Angenot, podríamos decir que el Psicoanálisis como discurso hegemónico
en la formación en la carrera de Psicología, fundamentalmente a partir del retorno a la
democracia, implicó la producción de un lugar de enunciador legítimo, que coaguló
otro espacio tópico que aparece permanentemente enunciado como “lo otro”. Esta
hegemonía engendra un etnocentrismo que atribuye derecho de ciudadanía y rechaza
extraños. Es así que se produce como “lo otro” el espacio de prácticas en efectores de
salud pública, en prácticas comunitarias. La hegemonía es, fundamentalmente, un
conjunto de mecanismos unificadores y reguladores que aseguran a su vez la división
del trabajo discursivo y un grado de homogeneización de retóricas, tópicas y doxas
transdiscursivas. Sin embargo, estos mecanismos imponen aceptabilidad sobre lo que
se dice y se escribe, y estratifican grados y formas de legitimidad (Angenot, 2010,
p.31). Siguiendo este recorrido, el Psicoanálisis tendría un funcionamiento de doxa, en
tanto no interroga el orden de lo probable, de lo implícito, “necesario para poder
pensar lo que se piensa y decir lo que se tiene que decir” (Angenot, 2010, p.40). No
escapó, en ese sentido, “a la homogeneización de retóricas, tópicas y doxas
transdiscursivas” (p. 31), como vimos respecto de la ética, de la infancia y de la
historia. Un discurso fuertemente estructuralista desalojó a la historia y al niño (ver el
apartado “Cuando el Otro de la Cultura reemplazó a lo Social”) y por supuesto toda
posibilidad de pensar la acción de un sujeto, las prácticas transformadoras de los
sujetos, los procesos de participación, el sujeto como actor social. 

El Psicoanálisis que retorna a la universidad luego de su expulsión se va


convirtiendo en hegemónico y ciertas palabras aparecen como prohibidas:
desarrollo, evolución, diagnóstico, juego. (…) Se planteaba que la pregunta
pasa(ba) por el orden de lo infantil, como la lógica misma de la constitución del
sujeto: lo infantil para el Psicoanálisis. (…) Se borra, pues, el niño. Se habla de
lo infantil, no hay niño (Grande, 2015; 174).
En esta línea, los planteos estructuralistas llevados a un extremo
también provocan un modo de comprender y transmitir la teoría que produce un
desconocimiento de la historia. Además del borramiento del niño, se produce
un desconocimiento de la dimensión histórica, lo que supone en conjunto negar
“la operatoria de filiación, necesaria en toda cultura en el marco de una
legalidad que establece aquello que toda cultura interdicta” (Grande, 2015). En
un mismo movimiento se desconoce además “la historia misma de práctica de
los psicólogos, así como desconocer que en el ámbito de lo público la inserción
de los psicólogos estuvo ligada históricamente a espacios de práctica con
niños” (Grande, 175).

GRAVEDAD Y CRUELDAD EN LAS CONSULTAS, COMPLEJIZACIÓN DE LAS


PRÁCTICAS QUE LLEVA A REVISAR LA CLÍNICA Y LA TEORÍA
En cuanto al segundo proceso que tiene también como efecto perfilar lo institucional,
lo hemos referido como la “complejización de las prácticas”: comienzan a plantearse
en términos de problemáticas, ya no referidas a las consultas externas por problemas
de aprendizaje y conducta sino a situaciones mucho más marcadas por la gravedad y
donde la demanda se perfila en el espacio interior del hospital (la internación), refieren
a situaciones en donde el tratamiento del sufrimiento subjetivo se visibiliza como una
necesidad (enfermedades oncológicas, maltrato infantil, quemados) Aquí es donde se
señala cierta insuficiencia en recortar las respuestas a las prácticas de aplicación de
tests, apareciendo el recurso a la entrevista para el abordaje de esta complejidad.

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Marcábamos aquí un viraje en el planteo respecto de la práctica del psicólogo. Esta
complejización se acentúa más aún en el transcurso de los ´80, en los testimonios de
nuestros entrevistados, pero ubicando allí la producción de resistencias en los mismos
psicólogos respecto de este trabajo en las salas de internación. Estas resistencias son
puestas a cuenta del “borramiento del cuerpo en la formación del Psicólogo”, a esto de
“trabajar con la palabra, con el discurso” (Entrevista a C. Solano) y en un espacio (el
consultorio “externo”) fácilmente homologable con el encuadre de la práctica privada.
El trabajo en sala confronta con los cuerpos, no sólo del paciente, de los familiares,
sino también con los discursos de los otros integrantes de la institución en espacios
duros, referidos a las prácticas médicas hegemónicas. Como paradigma de esa
resistencia podemos tomar la práctica con el maltrato infantil que, como veíamos, pone
en discusión fuertemente las concepciones de lo público y lo privado, refuerza una
posición de responsabilidad del hospital como espacio público (Grande, 2015; p. 258).

Pero precisamente aquí aparece la referencia en la práctica en las instituciones a un


“no retroceder frente al horror”, a lo horroroso ante la violencia que implica la ausencia
de las condiciones de humanización. Ambas entrevistas tienen esta marca que
conmina a tomar una posición, que implica una interrogación clínica ante aquello que
no se puede desconocer: “la crueldad”. Esta es la marca de la dictadura en la clínica
que hace que esa duplicidad se reinterrogue desde otro lugar: el de la legalidad (o su
ruptura) como marca de la cultura. Quienes hacen referencia al orden de la crueldad
aluden a la dimensión institucional como espacio de abordaje. Es la institución (en
estos casos asistenciales: centros de salud, hospital psiquiátrico, hospitales generales,
maternidad, cárcel) la que confronta con ese orden de la crueldad. O sea que no se
trataría sólo de una duplicidad, sino que ingresa otra dimensión que interpela la
práctica: la ruptura de la legalidad en el orden de la cultura que inhumaniza 263

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