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La sacristía

(LatÍn sacrastia).
Es un cuarto en la iglesia o anexo a ella, donde se guardan las vestimentas, ornamentos
y artículos similares, los vasos sagrados y otros tesoros, y donde se reúne el clero para
vestirse para las diversas ceremonias eclesiásticas.
Actualmente es práctica casi universal tener la sacristía directamente detrás del altar
principal o a ambos lados del mismo. La sacristía debe estar provista de armarios,
anaqueles y cajones, debidamente etiquetados, para las diversas vestimentas y demás
ornamentos en todos los colores litúrgicos; un crucifijo o alguna imagen conveniente
ante la que el clero hace una reverencia antes de entrar al santuario o al regresar de él
(Ritus celebrandi missam, II, I.); un lavabo donde el clero oficiante se pueda lavar las
manos (op. cit. I, I); una copia del decreto del Papa Urbano VIII en el que prohíbe ciertos
Oficios y Misas (S. R. C., 460 ad 6; 555); un libro que contenga las obligaciones de la
Iglesia respecto a las fundaciones y su cumplimiento (Inocencio XII, Nuper, 26,21 dic.
1699).[1] Se acostumbra también tener en la puerta que lleva al santuario una fuente
de agua bendita, y una campanilla para avisarle a la congregación de la llegada del
celebrante.
La sacristía no se bendice ni se consagra junto con la iglesia, y por lo tanto, no se
considera como un lugar sagrado en el sentido canónico. Sin embargo, excepto en casos
merecedores de penas, disfruta de las mismas prerrogativas que la iglesia. Cuando una
sacristía que está directamente detrás del altar tiene dos entradas, el clero entra al
santuario por el lado del Evangelio y sale por el lado de la Epístola (S.R.C., 3029 ad 12)[2].
En ocasiones existen dos sacristías, una para el clero y otra para los monaguillos. Los
canónigos cuentan también con su sacristía propia. En las catedrales donde no existe
una capilla especial para este propósito, debe haber una sacristía separada
(secretarium), con un altar, donde el obispo pueda asistir al rezo de tercia y prepararse
para la Misa Pontifical (Cærem. Episcoporum, I, 137; II, 74; vea sacristán).
El presbiterio
El presbiterio es el lugar donde está el altar, se proclama la Palabra de Dios, y donde el
sacerdote, el diácono y los demás ministros desempeñan su oficio. El presbiterio debe
quedar diferenciado respecto a la nave de la iglesia, bien por su cierta elevación, bien
por una estructura y ornato peculiar. Sea de tal capacidad que en él pueda
cómodamente desarrollarse y ser vista la celebración de la Eucaristía.
El presbiterio, término proveniente del griego πρεσβύτερος (el más anciano) y del latín
presbyterium (consejo de ancianos), aquí me refiero a que es el espacio que en un
templo o catedral (católico), precede al altar mayor. Estaba, hasta el Concilio Vaticano
II, reservado al clero y puede quedar separado de la nave central por gradas, escalinatas
o una barandilla noble o por una suntuosa y alta reja, poniendo de manifiesto que el
espacio que se acota está reservado a los presbíteros que ofician los ritos sagrados, a
sus acólitos y demás ayudantes. Dicha barandilla también se utilizaba como
comulgatorio.
El presbiterio estaba separado del resto de la iglesia por barandillas (cancelli).
También se le llama presbiterio a un cuerpo de sacerdotes considerados en su conjunto.
En los tiempos modernos a la casa del clero se le llama con frecuencia el presbiterio
(presbytere).
El confesionario
El confesionario sirve para la confesión individual y su estructura facilita el diálogo entre
el confesor y el penitente. Es una conversación privada. En los confesionarios más
antiguos lleva aparejada una rejilla, con la finalidad de proteger el aspecto reservado del
penitente. Este aspecto ha variado con el Concilio Vaticano II. El sacramento de la
penitencia puede celebrarse de forma «comunitaria». El ritual comienza con alguna
lectura de la Biblia, seguido del examen de conciencia y, después de acompañar a la
liturgia con cantos y gestos comunitarios, el penitente se acerca al sacerdote para la
«confesión individual». El acto litúrgico termina con una «acción de gracias» por la
alegría del perdón. El confesionario se puede localizar también en capillas reservadas a
tal fin. Son las capillas penitenciales. En las iglesias modernas el concepto de
confesionario ha cambiado. Ahora es más un lugar que facilita el diálogo entre penitente
y confesor, y se ha eliminado la rejilla entre ambos.
Código de derecho canónico: 964 § 1. El lugar propio para oír confesiones es una iglesia
u oratorio.
§ 2. Por lo que se refiere a la sede para oír confesiones, la Conferencia Episcopal dé
normas, asegurando en todo caso que existan siempre en lugar patente confesionarios
provistos de rejillas entre el penitente y el confesor que puedan utilizar libremente los
fieles que así lo deseen.
§ 3. No se deben oír confesiones fuera del confesionario, si no es por justa causa.
La cede
Esta recuerda a la cathedra Petri, y simboliza la autoridad espiritual que recibió el
apóstol de Jesucristo.
El asiento del sacerdote que preside una celebración litúrgica se llama sede. Debe de
estar en un lugar idóneo que permita que el sacerdote sea visto como presidente de la
asamblea y moderador de la oración. La Instrucción General del Misal Romano indica
que su lugar más adecuado es vuelto hacia el pueblo, al fondo del presbiterio, a no ser
que la estructura del edificio u otra circunstancia lo impidan, por ejemplo, si por la gran
distancia se torna difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea congregada, o
si el tabernáculo está situado en la mitad, detrás del altar (n. 310).
Debe elegirse una sede digna y bella, que esté en armonía con el estilo de la iglesia, que
sea cómoda para el celebrante y que no tenga la apariencia de trono. A los lados de la
sede pueden ponerse asientos para los diáconos y sillas para los concelebrantes.
Los ayudantes nunca deben de ocupar estos lugares, sino otros que, de ser posible, no
vean al pueblo como si estuvieran presidiendo. Para ellos se disponen taburetes o
bancos en el presbiterio, preferiblemente cerca de la credencia y en los laterales. Pero
el presbiterio no debe de llenarse de sillas y bancos.
En la catedral de cada diócesis, en vez de una sede hay una cátedra, signo del magisterio
y de la potestad del pastor de la Iglesia particular, y signo de la unidad de los creyentes
en la fe que el obispo anuncia como pastor de su grey.
En la cátedra solo puede sentarse el obispo diocesano, pero puede permitir que otro
obispo se siente en ella (Ceremonial de Obispos nn. 47 y 174). Si un obispo celebra en
una catedral que no es la suya, o un presbiterio celebra en la catedral, debe sentarse en
una silla distinta a la cátedra, que debe de preparársele para ese efecto.
El ambón
El ambón, al igual que el altar, usa un mantel, al que se le suele llamar antipendio o
“cubre ambón”, por tener ese uso y es del color del tiempo litúrgico.
Ambón También se llama facistol. (de anabáinein = subir): béma. No confundirlo con
el púlpito.
Lugar elevado (según el sentido etimológico) o al menos destacado, el ambón es un lugar
reservado para el anuncio de la palabra de Dios y el pregón pascual; puede también
tenerse desde él la homilía y la oración de los fieles (OGMR 272).
Es menos conveniente que lo ocupen el comentarista, el cantor o el director del canto.
Conviene que sea estable.
La liturgia de la palabra hunde sus raíces en la liturgia sinanogal del Pueblo judío; así
también el ambón es una herencia recibida de Israel. En el Antiguo Testamento
podemos leer la narración de una primera celebración de la Palabra en la que el ambón
aparece ya como algo muy destacado: “Esdras el escriba, estaba de pie en una
tarima de madera que habían construido… Y abrió el libro, a la vista de todo el pueblo,
pues se hallaba en un punto elevado” (Nehemías 8, 4-5).
El nuevo Misal establece que la dignidad de la Palabra de Dios, exige que en las Iglesias
haya un sitio adecuado para la proclamación de la Escritura, hacia la cual con facilidad
se dirija la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra (OGMR).
Tres son las características que subraya el Misal al respecto:
1. Que la Palabra de Dios se proclame desde un lugar (no desde un mueble que se quita
y se pone);
2. Que se trate de un lugar adecuado a la dignidad de la Palabra;
3. Finalmente, que no se limite a tener sólo una buena acústica, sino que sea
visualmente destacado.

El altar
El altar, símbolo de Cristo
El altar es la mesa de sacrificio y de banquete en el que el sacerdote, representando a
Cristo el Señor, hace lo mismo que Él hizo y ordenó a sus discípulos que los hicieran en
su memoria
El altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa peculiar del sacrificio y del
banquete pascual:
– ara peculiar donde se perpetúa sacramentalmente el sacrificio de la cruz, hasta que
Cristo vuelva;
– mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Por eso, en todas las iglesias el altar es «el centro de la acción de gracias que se realiza
por la eucaristía», alrededor del cual se ordenan, de un modo u otro, los demás ritos de
la Iglesia.
Por cuanto en el altar se celebra el memorial del Señor y se entrega a los fieles su Cuerpo
y su Sangre, los escritores de la Iglesia han visto en él como un símbolo del mismo Cristo.
De ahí la expresión: «El altar es Cristo». Y de ahí que, al comenzar a celebrar en él al
mismo Cristo y Misterios tan excelsos, se consagre.
Los fieles no sólo serán avisados con tiempo de la dedicación del nuevo altar, sino que
también serán preparados oportunamente para su participación activa en el rito. Por
tanto, se les hará una adecuada catequesis sobre cada uno de los ritos y el modo como
se realizan. Para impartir dicha catequesis se podrán tener en cuenta los elementos
indicados sobre la naturaleza y dignidad del altar, y sobre el sentido y valor de los ritos.
De este modo los fieles quedarán imbuidos del amor debido al altar.

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